Cortázar y La Esfericidad Del Cuento
Cortázar y La Esfericidad Del Cuento
Cortázar y La Esfericidad Del Cuento
-Me resulta difícil establecer o hacer así rápidamente un análisis mental de todos mis libros de
cuentos anteriores. Yo tengo la impresión de que este libro simplemente agrega una serie de
cuentos a una cantidad ya bastante crecida y que abarca más de treinta años de trabajo, es
decir, ese tipo de cuentos que me son naturales, por así decirlo, o sea cuentos donde el
elemento fantástico se hace casi siempre presente, no siempre, pero casi siempre son cuentos
donde todo lo latinoamericano está también muy presente no sólo en el lenguaje sino en la
temática, y concretamente hay dos cuentos que se desarrollan en la Argentina. O sea que en
realidad yo no diría que hay la menor ruptura en la serie.
-Si no hay ruptura, ¿hay en estos cuentos alguna nueva aportación en el plano técnico o en el
temático?
-De estos ocho cuentos de su libro Deshoras, ¿qué cuento es más de su preferencia? ¿A qué
cuento le tiene usted más apego, más cariño?
-Es difícil elegir un cuento. Puede haber un cuento que me interesa por la forma en que lo he
escrito, es decir, ese combate que el escritor lucha consigo mismo para finalmente obtener
algún resultado literario, pero también podría citar algún cuento en donde lo que me interesa es
sobre todo la temática. Entonces, empezando por la temática, un cuento como “Pesadillas”
para mí cuenta mucho porque significa mucho, porque me parece una especie de resumen
alegórico, si usted quiere, de la situación que se ha vivido en la Argentina en los últimos años.
Ahora, si se trata ya del lado exclusivamente literario, a mí me interesa personalmente el último
cuento, ese que se llama “Diario para un cuento”, porque es una especie de combate conmigo
mismo para tratar de llegar a un resultado, no sé si lo comprende o no.
-Una buena pregunta, sólo que hago la observación al paso de que el primer cuento no es un
cuento, se llama epílogo de cuento. Es lo que me sucedió exactamente tal cual, y no está
contado como un cuento sino como un documento privado.
Yendo al título de Deshoras, siempre que reúno siete, ocho o nueve cuentos para un volumen se
me plantea el problema del título; me gusta, siempre que puedo, que el título de alguno de los
cuentos que están en el libro sirva para la totalidad. A veces se puede y a veces no. Porque ese
título tiene que resumir la atmósfera general del libro, y en este caso creo que Deshoras es con
esa noción que tiene la palabra, que yo la uso un poco insólitamente en plural, porque en
general se dice “llegar a deshora”, por ejemplo. Y yo la separo de la frase hecha, y la pongo en
plural porque me parece que los ocho cuentos del libro, de alguna manera, todos son
“encuentros a deshora”, hay pasos así, en que el destino se juega un poco, porque hay un
desajuste entre la realidad y los personajes.
-¿Interviene en este libro el tema del juego?, ¿el “juego” del escritor con lo que escribe, y el juego
con el lector?
-Bueno, sí, desde luego que interviene, porque todos los elementos de juego, pero entendido
seriamente, son una constante en la mayoría de las cosas que llevo hechas, y aquí el juego es
bastante explícito. Por ejemplo, en ese cuento que se llama “Satarsa”, el personaje trata de ver
lo que está sucediendo y lo que le puede suceder a través de juegos de palabras, eso no parece
muy serio, pero usted sabe que la magia de las palabras es una de las formas que se cultivan
desde la más alta antigüedad, y entonces ahí hay una referencia muy directa a uno de los
grandes juegos que ha jugado siempre el hombre, a través de la Cábala por ejemplo, y a través
de todas las posibilidades de adivinación, a través del idioma y por medio del idioma. Hay un
viejo juego, que yo sigo practicando con resultados que me asombran, que es lo que alguien
llamó la “poetomancia”. O sea, tomar un libro de poemas, cualquier libro de poemas, cerrar los
ojos, abrirlos y poner el dedo en un verso y leer ese verso; es impresionante la cantidad de
veces que en mi caso, el verso en el que caigo me ilumina un futuro inmediato o me aclara un
pasado o me muestra cuál es mi presente, entonces ¡cómo no creer en el poder del lenguaje!
cuando ese simple juego se vuelve una cosa seria.
-Usted habla en su último relato de la “cosquilla del cuento”. ¿Suele traerle ya esa “cosquilla”, la
manera de hacer cuentos?
-Puedo contestar afirmativamente a eso, sí, porque, claro, es más que una “cosquilla”, es…
-Bueno, tal vez estamos hablando de la misma cosa, porque la estructura no puede ser una
estructura si no contiene una opción previa sobre la forma en que se va a construir el cuento; y
en general, la noción general del cuento, el tema en grosso modo, en mí viene acompañado ya
de la forma en que tengo que hacerlo. Es decir, yo sé automáticamente cuando me pongo a la
máquina que tengo una idea general de un cuento que me obsesiona, esa es la “cosquilla”, que
me obliga a escribirlo; pero también sé, sin poder dar ninguna explicación racional, si ese
cuento lo voy a escribir en primera persona o en tercera. Eso lo sé, lo sé sin razones, sé
perfectamente que voy a empezar a hablar de mi “yo”, o bien voy a empezar a hablar de algún
punto o algún tema. Y eso no tiene explicación, eso se da así.
-¿Le plantean muchos problemas los llamados “finales perfectamente cerrados” en los relatos
breves? Y, ¿cuándo rompe la norma?
-Por lo que a mí se refiere, la idea que yo me hago del cuento y la forma en que lo realizo es
siempre un orden muy cerrado. Por ahí he escrito que para mí un cuento evoca la idea de la
esfera, es decir, la esfera, esa forma geométrica perfecta en la que un punto puede separarse
de la superficie total, de la misma manera que una novela la veo con un orden muy abierto,
donde las posibilidades de bifurcar y entrar en nuevos campos son ilimitadas. La novela es un
campo abierto verdaderamente; para mí, un cuento, tal como yo lo concibo y tal como a mí me
gusta, tiene límites y, claro, son límites muy exigentes, porque son implacables; bastaría que
una frase o una palabra se saliera de ese límite, para que en mi opinión el cuento se viniera
abajo. Y he visto muchos cuentos venirse abajo por eso, por destruirlo todo en el último
momento, por ejemplo, con una tentativa de explicación de un misterio, cuando el misterio era
más que suficiente en el cuento, cada uno podría encontrar allí su propia lectura, su propia
interpretación. Hay gente que malogra cuentos poniéndolos excesivamente explícitos, entonces
la esfera se rompe, deja de ser el orden cerrado.
-Yo creo que nadie ha definido hasta hoy un cuento de manera satisfactoria, cada escritor tiene
su propia idea del cuento. En mi caso, el cuento es un relato en en el que lo que interesa es una
cierta tensión, una cierta capacidad de atrapar al lector y llevarlo de una manera que podemos
calificar casi de fatal hacia una desembocadura, hacia un final. Aunque parezca broma, un
cuento es como andar en bicicleta, mientras se mantiene la velocidad el equilibrio es muy fácil,
pero si se empieza a perder velocidad ahí te caes y un cuento que pierde velocidad al final, pues
es un golpe para el autor y para el lector.
-Me parece a mí que hay dos tipos de cuentos bastante diferenciados. Algunos en donde
predomina el elemento fantástico, que usted sabe bien que es una constante en casi todos los
cuentos que he escrito. En otros cuentos, aunque también esté presente un factor fantástico, lo
que me ha interesado a mí directamente ha sido una referencia directa a problemas que me
angustian personalmente, a mí y a tantos más, concretamente a conflictos que afectan al tema
de América Latina en general.
-Tal vez para un escritor la única manera de combatir ciertas nostalgias es escribiendo y,
naturalmente, la nostalgia se abre paso en el tema del cuento y en todo el cuento, pero en estos
de Deshoras yo creo que hay algo más que nostalgias. Hay denuncia, hay protesta y hay
combate por lo que sucede en la Argentina, es decir, un clima de opresión, un clima de miedo,
de desapariciones y de asesinatos, todo eso se refleja con bastante claridad, por lo menos, en
uno de los cuentos.
-¿Prima más la preocupación por temas políticos que por los literarios?
-No. Depende de los momentos. La literatura es mi vocación, y lo que usted califica de política
es una labor de interés militante. Mi vocación profunda es la literatura, pero yo no quisiera
alejarme del todo del tema de Nicaragua sin decir que me parece que este es el momento que
más que nunca Nicaragua necesita de la solidaridad de todos los pueblos que a su vez están
luchando por una base social, como es concretamente el caso de este país. Tengo la impresión
de que los intelectuales españoles y que todo el mundo en España puede hacer mucho más en
el plano de la solidaridad con un país como Nicaragua. Estoy seguro de que lo van a hacer.
-Hay un cuento suyo en su libro Deshoras que da la impresión de acercarse más a un ejercicio
de experimentación. ¿Cómo clasificaría usted este relato?
-En este momento, en 1983, tras haber escrito numerosos libros de cuentos, ¿cree usted que
existe actualmente una evolución en la forma de contar o bien prosigue con los caminos ya
iniciados anteriormente?
-No lo sé a ciencia cierta. Por un lado me doy cuenta de que con los años y por el hecho, quizás,
de haber escrito ya tantos cuentos, estoy trabajando de una manera más seca, más sintética.
Me doy cuenta al escribir que cada vez elimino más elementos, no diré de adorno, pero sí
elementos de estilo que al comienzo de mi trabajo se hacían ver, se hacían sentir, y que tal vez
le daban más follaje, más savia a los cuentos; algún crítico me ha señalado que estoy
escribiendo de una manera muy seca, con lo que quiere decir, demasiado seca; no creo que sea
demasiado. Tengo la impresión de que he llegado a un momento en que digo lo que quiero
decir y no necesito agregar una sola palabra más. Tengo la impresión también de que los
lectores actuales, los lectores que ahora se interesan por la literatura, sobre todo por la
latinoamericana, están altamente capacitados para seguir ese estilo, ya no necesitan el
floripondio romántico ni el desborde de tipo barroco. Yo creo que el mensaje puede llegar
directamente y con toda intensidad, con lo cual no quiero decir que mi manera de escribir sea la
única que me parece válida, muy al contrario. Pero desde luego hay una evolución, espero que
los críticos no digan que es una involución, pero no me toca a mí saberlo.
-Es el problema de encontrarle un título coherente a un volumen de cuentos, puesto que los
cuentos son siempre tan diferentes entre sí; en este caso el cuento que se llama “Deshoras”
hace una referencia, la palabra lo está indicando, al hecho de una no coincidencia en el tiempo,
destinos que pasan uno al lado del otro sin encontrarse, sin juntarse, y los ocho cuentos de este
libro, cada uno a su manera, están mostrando ese tipo de desajuste, de falta de armonía en una
determinada situación; entonces me pareció que el título Deshoras se aplicaba bien al libro.