Venus Del Reconquista
Venus Del Reconquista
Venus Del Reconquista
Lorena Pastoriza: la creación en medio del caos. Esta nota es un homenaje a quien fue
una de las impulsoras de cómo pararse frente a la vida en medio de la basura, fundar un
barrio, una cooperativa de cirujas tras la desaparición de un chico, un campo
agroecológico para cambiar destinos y alimentos. Alguien que creó vida y futuro. De
José León Suárez al cielo, una historia que inspira y continúa, hasta siempre. Por Sergio
Ciancaglini.
Había una vez una mujer que transformó parte del mundo, llegó a pesar 220 kilos y
se convirtió en una Venus.
Permítanme comentar algunas cuestiones llamativas que tal vez ayuden a conocer
estas peripecias que tanto nos dicen sobre este planeta y sus inquilinos. Por ejemplo:
a esa mujer, Lorena Pastoriza, se le ocurrió junto a su compinche/amigo/hermano
Ernesto Lalo Paret (que fue niño ciruja en los 80) la idea de promocionar un Parque
Temático de la Pobreza. Se había puesto de moda Temaikén, por lo tanto imaginaron
un tour para conocer el ecosistema alrededor de la quema y los basurales de José
León Suárez. Lo bautizaron Quemaikén.
Lorena logró:
– Crear un centro comunitario con y para familias que debían comer y vivir de los
desperdicios que el mundo les arrojaba.
– Organizar una cooperativa de cirujas para reciclar la basura, el desempleo y
reorganizar vidas.
– Generar una corriente de afecto, generosidad y participación real muy distinta a las
burocracias neuronales y prácticas de mucha gente que se autopercibe como
dirigente social o político.
La mujer con una de las mentes más libres y creativas que conocí, una vez me dijo:
“Peso 220 kilos, me enfermé de diabetes, arritmia, tengo todas las limitaciones que te
puedas imaginar. El cuerpo tiene que acompañar a la cabeza pero para mí hay una
disociación. No puedo hacer lo que la cabeza manda, lo que mi alma desea, estoy
atrapada en un cuerpo estático”.
¿Cómo lo explicaba? “Mi cuerpo está así por vivir en una sociedad enferma. Como le
pasa a miles de compañeras que somos invisibles, que comimos y malcomimos pollo
frito, grasa frita, harinas, chicharrones. Viviendo del desperdicio de los otros y dejando
lo bueno para nuestros hijos, se nos enfermó el cuerpo”.
Si estaba atrapada en ese cuerpo estático, ¿cómo logró movilizar tantas cosas esta
mujer que el 26 de julio pasado cumplió 50 años? El tiempo fue traicionero con ella,
condenada al sobrepeso, la enfermedad y la creciente dificultad de movimientos en
los últimos años, mientras paradójicamente seguía creando y tejiendo redes sociales
reales. Vuelvo a escuchar grabaciones de charlas que siempre fueron mucho más
que notas periodísticas, tratando de alinear los colores del cubo mágico que era
Lorena, o las piezas del rompecabezas, aunque esas metáforas cúbicas o planas no
sirvan para entender a un alma y unos deseos como los suyos. Tal vez solo esté
tratando de demorar la despedida.
Lorena emigró de este mundo arrítmico: el 5 de septiembre decidió dormir una de
sus clásicas siestitas de 15 o 20 minutos en medio del trabajo de la cooperativa de
cirujas. Pero su corazón no despertó.
Fecha: 1998, menemismo explícito. Parte de los basurales empezaron a ser ocupados
por gente que no tenía dónde vivir, gracias al desempleo y la pobreza que suele
generar el éxito neoliberal. La descripción de Lorena: “Esto era un basural clandestino
para camiones que no querían pagarle al CEAMSE (Coordinación Ecológica Área
Metropolitana Sociedad del Estado). El intendente de aquella época, Antonio
Libonatti (PJ), se ve que iba a dejar estas tierras para un club y para la Iglesia. Pero
hubo alguna tramoya en el medio, y para no hacerse cargo los punteros políticos
incitaron a algunas familias a meterse acá” explicaba Lorena, que en 1998 tenía 24
años, dos hijos, y había llegado desde Uruguay a los 16.
¿Qué hay que hacer para ocupar semejante territorio? “El primer tema fue limpiar,
correr las ratas, empezar a tapar con tierra la basura”. De la tierra salían llamaradas,
como si en el suelo se encendieran pequeños volcanes provocados por la
combustión de desperdicios enterrados.
Había otros volcanes. El basural era regenteado por punteros políticos del oficialismo.
“Eso era más complicado que las ratas y la basura” contaba hace años Ramón
Ocampo junto a Lorena en una breve clase de ciencias políticas: “Tenían el negocio
de dejar pasar camiones para tirar la basura cobrándoles la mitad de lo que les
cobraba el CEAMSE. Además querían cobrarnos a los vecinos o te mandaban gente a
apretarte y pegarte. Y de paso, te afiliaban”.
“Armamos los lotes copiando al barrio Libertador que estaba enfrente, ganamos por
cansancio y empezamos a meter todo para construir”. Lorena hizo su casa y hasta
puso un baño con calefón: “Pero no teníamos donde enchufarlo porque no había
electricidad, entonces calentábamos agua en una olla con leña, llenábamos el
calefón, y de a uno venían a bañarse a casa en la ducha”. Hacían ollas populares. “En
realidad fue tan sencillo como que teníamos que juntarnos para morfar porque no
había luz, ni agua ni comida. Uno traía un tomate, otro cazaba una nutria y el guiso
se hacía”. Aporte del sector militar, las nutrias llegaban desde Campo de Mayo, sede
del Ejército, lo mismo que las iguanas.
Lorena recibió lo suyo en esa guerra oscura: “Me pegaron con un palo por la espalda,
me llenaron la boca y los oídos de basura y se me formó un coágulo en el cerebro
que tengo todavía” contaba. La policía bonaerense participaba en cada negocio con
agregados propios: “Les cobraban sexo a las mujeres para no sacarles los carritos de
cirujeo, y a los hombres los coimeaban o les robaban cosas”.
Ella y sus vecinos me contaban todo esto sin quejas. “Me di cuenta de lo pobres que
éramos. Yo cirujeaba para poder vivir. Creía que era de clase media porque venía de
doble jornada en escuela católica, y terminé en la montaña”. La montaña es una
cordillera de basura del CEAMSE de unos 20 metros de altura a la que la gente iba a
buscar cosas para subsistir si los guardias policiales lo permitían.
¿Qué se encuentra en esa montaña? “Los residuos de las casas, pero de golpe hay
camiones que tiran bolsones de mercadería, carne picada de hamburguesas,
toneladas de puré de tomate, fideos, galletitas arroz, verduras, miles de cosas (las
llaman ‘con fecha’, cuando no han vencido). Las agarrás para vender, o para juntar
para tu comida” me explicaron en el 8 de Mayo. De allí también comían. Lalo, en el
tráiler junto a Lorena, recordaba la enseñanza de su abuelo David para atreverse a
tales alimentos: “El fuego mata todo”.
Lorena: “Las mujeres son las grandes protagonistas de esto. Los hombres lo padecen
muchísimo. El que llega a buscar comida está avergonzado. La mujer no, al revés, se
suma. La tarea principal no es la comida, sino que los tipos levanten la cabeza, la
mirada. Que se sientan uno más, que charlen. ¿Sabés cuál es la diferencia? Entender
que no es lo mismo dar que compartir”.
Lorena, de sobrepique: “A nosotros nos parió el hambre pero siempre quisimos ser
independientes. Nos relacionamos con el Estado, pero queremos hacer lo nuestro sin
depender de la teta de alguien, ni estar en la rosca. Si podemos fortalecer lo que
hacemos con algo que nos dé el Estado, perfecto. Pero no esperamos que vengan a
resolvernos algo. Hay que respetar tu instinto de supervivencia: si queremos algo lo
hacemos, avanzamos, y después vemos”. Mirada amiga pero crítica sobre la
izquierda: “Te dicen lo que hay que hacer, y después se la pasan discutiendo que si la
marcha, la bandera… el barrio te cambia la cabeza porque tenés que resolver
problemas reales”.
Como al pasar, agregó una duda: “Dejé de tomar por natural lo que estábamos
viviendo. Por suerte. O no sé: si no te das cuenta de nada, sufrís menos, ¿no?”. Me
quedé sin saber qué contestarle, pero se respondió ella misma: “Sí, sufrís menos, pero
quedás atrapado para siempre”.
Así nació Bella Flor, que ya tiene 200 socios que dejaron de ser cirujas y
desempleados para convertirse en recicladores y cooperativistas. Hace un tiempo le
pregunté a Lorena en medio de tantos infiernos: ¿Qué cosas sirven para pensar la
vida actual? Contestó: “Primero, saber que estamos vivos y activos. Que nos tenemos,
y que la salida es colectiva”. Bella Flor es un ejemplo al que le dedicó gran parte de
sus energías para que funcionara y garantizara el trabajo de tanta gente. Su foto de
perfil de whatsapp es un camioncito verde de juguete con el logo de la cooperativa.
Logró que esa experiencia productiva les cambiase la vida a cientos de personas, y
que el excedente económico se volcase al barrio y al Centro Comunitario (en el que
trabajan 20 personas), que además comenzó a albergar y encarar los problemas de
violencia contra las mujeres y a la vez los eventos culturales y sociales como cuando
andaba Susy Shock por el 8 de Mayo para cantarle a las infancias a pedido de Lorena,
o Nora Cortiñas compartiendo resistencias y sonrisas. Andrea Biscione, la
coordinadora del Centro, es otra de las mujeres que reconoce que le cambió la vida, y
tiene estadísticas sobre la situación barrial actual: “En diciembre entregábamos 200
tuppers de comida. Hoy son 600”.
Libros a la cárcel
“Lorena hacía todo trabajando 24 horas por 7, pero nunca estaba desbordada.
Pintaba un centro de mesa, mandaba a comprar una goma para el camión,
preparaba las cartulinas para los cumpleaños de los chicos en el Centro y se iba a una
reunión con diputados o funcionarios mientras organizaba una fiesta para el barrio,
coordinaba con empresas y organismos la llegada de material para reciclar en la
cooperativa, y tenía en mente perfectamente cómo garantizar los insumos para el
comedor y los tupper del día siguiente. Todo al mismo tiempo” relata Damián Odetti.
“No sé cómo hacía, pero cada cosa que se imaginaba la ponía inmediatamente en
marcha como sabiendo de antemano qué hacer para que funcionase, y hacía
milagros con la plata disponible para que alcanzase para todo”. Alcanzó incluso para
colaborar con la creación de una biblioteca en la cárcel de San Martín, parte de toda
una movida barrial que permitió crear el CUSAM (Centro Universitario San Martín)
con la posibilidad de que presos y guardiacárceles estudien la carrera de Sociología.
De allí egresó un ex detenido, Waldemar Cubilla, que se recibió con el promedio más
alto de la Universidad y con una tesis sobre la Cooperativa Bella Flor y el trabajo
ciruja. La cárcel se incorporó también al Parque Temático, y todo esto luego se
organizó más formalmente en la Mesa Reconquista que reúne al Centro
Comunitario, otros diez barrios del área, empresas recuperadas, escuelas,
cooperativas, bibliotecas populares como La Carcova (que creó el propio Waldemar
en esa villa, al quedar libre), radios comunitarias, merenderos, y la UNSAM.
Lalo no usa la palabra activista: “Lorena era una activadora perfil zócalo, bajísimo.
Pero no la mandaba nadie. Lo que quería era que las cosas se hagan, que se puedan
tocar, que sean realidad”.
Ella iba además haciendo un ejercicio con las ideas, a lo cartonera: separando las que
servían de las que no. Ejemplo, casi otro recuerdo del futuro: “¿Sabés por qué las
orgas y los partidos machacan con la causa, la militancia, lo políticamente correcto,
repiten latiguillos y nadie les cree? Porque hay mucha impostura. El cambio no es el
de los 70, lo de bajar de no sé dónde y tomar el poder. Y tampoco es discursivo. El
cambio es acá –dijo tocándose el pecho– soy yo, es cada uno. Y si es sincero, el de al
lado se transforma por contagio, por acciones y no por discursos”. Su teoría: “Las
organizaciones sociales no se miden por los ladrillos, las casas que hizo o cuanta
guita tiene en el banco. Se mide por la transformación de las personas, del sujeto
social”.
Ríe Lalo: “Ella medio se enojó primero, pero no te puedo explicar la emoción al ver
que las mujeres se sentían simbolizadas por una obra de arte. Y se terminaron
armando talleres de cerámica, de tejido, obras de las vecinas y los pibes y hasta un
festival con todas las mujeres migrantes del Reconquista y otro sobre los cuerpos y el
territorio”. Me manda un whatsapp con un video que muestra a la imagen de la
Venus que parece bailar sobre la basura reciclada y se escucha a las mujeres
recitando un texto de Nancy Salvatierra, de la Mesa Reconquista: “Somos esta piel.
Somos este cuerpo. Somos la imperfección en libertad. Somos gordas, diosas, somos
indulgentes y atrevidas. Somos tierra, basura, muros, barreras”. Dicen también:
“Damos las manos, el hombro, las lágrimas. Damos el pecho y el alma. Parimos,
abortamos, odiamos y amamos. Celebramos, festejamos y sufrimos. Gozamos,
bailamos y reímos. Nos fortalecemos las unas a las otras. Rompemos, destruimos lo
correctamente establecido. Nos rompen, nos hacen pedazos, nos entierran. Nos
marchitamos, renacemos, crecemos, y nos transformamos en este inusitado
territorio; Área Reconquista”. Pura filosofía Lorena, y tres palabras: “Todas somos
todas”.
La droga y el cielo
Lorena y lo narco: “Con la recesión hay cada vez menos basura, menos fuentes de
trabajo y más gente en la calle. En el barrio eso se traduce en descomposición.
Arranca en pedazos a la familia, la destripa. Y aparecen las drogas que son las nuevas
armas que usa el sistema para hacernos pelota”.
Con los ojos abiertos de asombro: “Antes no había los muertos que tenés hoy, la
violencia. Hay uno por semana. Están cambiando las formas de matar y de morir. Hoy
se usa prender fuego, como ves en las series narco. Acá lo violento fue siempre la
pobreza, la discriminación, la exclusión. Ahora, además, está esto otro. Atrás se
esconde un negocio donde están la policía, el fiscal, el juez y el político, pero solo cae
el gil que es un vecino que se hace transa para vivir”.
En ese contexto Lorena imaginó con Odetti un nuevo proyecto: Semilla Soy, el
campo agroecológico de 3 hectáreas heredado por el abogado en Río Luján, que
dedicaron a la producción agroecológica de carne (ternero y cerdo) y verduras para
abastecer al menos en parte a los comedores de José León Suárez. Y además, para
albergar allí a familias o personas judicializadas para trabajar con un horizonte
distinto. “Es otro modo de ver el mundo. Alimentarte de lo que estás produciendo es
un poder, y es maravilloso”. (Ver MU 152: “La vida está en otra parte”y el libro de lavaca
Agroecología-El futuro llegó).
Me dijo hace un tiempo: “Si pudimos generar viviendas desde la basura, trabajo
desde la basura, educación, arte, cultura, en el campo agroecológico pensé que otra
vida es posible. Otra forma de alimentación, de relacionarnos entre las personas. Por
eso le pusimos ‘Semilla soy’: pensar que tengo algo para crecer, para transformar,
para dejar, para empezar nuevos ciclos colectivos con nuevas semillas. Porque ahí
está la vida que crece. Llamalo esperanza, utopía, lo que quieras. Una forma de vivir y
de compartir que nos dé… no sé cómo decirlo: que nos dé un cachito de cielo. No sé
si se entiende”.
Dijo también: “Una sabe lo que hay que hacer, lo que está bien. Entonces no vine a
esta vida para no hacer nada, para quedarme quieta. No. Prefiero saber que cuando
me vaya pueda decir: hice todo lo que tenía que hacer, en serio. Y no lo siento como
un sacrificio, creo que al revés, es una vida muy rica, muy linda”. Y repitió: “No sé si se
entiende”.
Posdata: Gracias infinitas Lorena por todos los cachitos de cielo que dejás en este
mundo para que no nos traguen los quilombos, y para contagiar cómo reciclar la
vida. No sé si se entiende.