Dialnet ElGiroLocal 2530793
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13-35 ISSN:1886-8770
El giro local
Pedro Carasa
Universidad de Valladolid
A los múltiples giros registrados en esta coyuntura crítica del discurso históri-
co, sean lingüístico, cultural, microhistórico, o de género, se ha unido reciente-
mente otro que se refiere al espacio como escenario histórico, el llamado «giro
local», «giro espacial» o «giro territorial», que no es el menos importante, aunque
no se haya generalizado aún como tal giro con carta de naturaleza en la historio-
grafía. La propuesta de momento es más que nada un debate, está aun carente de
una fundamentación teórica suficiente, y hasta tiene el nombre en proceso de
definición. Entre los tres adjetivos, perece más adecuado el de giro local, porque
los otros calificativos de «territorial» y «espacial» pueden sugerir una cierta onto-
logización del espacio, mientras que el término «local» contiene un sentido his-
tórico y humano de espacio habitado que expresa bien cómo se concentra en un
lugar la experiencia vivida por un sujeto concreto en un espacio determinado y
en un momento preciso. Confino y Haslinger han manejado estos giros última-
mente, pero aplicados en exclusiva a la historia nacional, particularmente alema-
na1. El problema territorial está muy en carne viva en el discurso histórico euro-
peo en general, y alemán o español en particular, como puede comprobarse en
un elenco bibliográfico utilizado por los diferentes autores de este dossier que
añadimos al final de este texto. Incide en estos debates la situación provocada
básicamente por la tensión constante entre lo global y lo local por un lado y entre
los Estados-Nación y las regiones por otro. En este proceso de cambio de pers-
pectiva territorial, nosotros pondremos el acento en el espacio local, contempla-
do como un ámbito cultural donde se construye el núcleo germinal de la expe-
riencia histórica concreta, como un espacio vivido y habitado por individuos
donde se forman las primeras identidades y desde donde los sujetos aprenden a
percibirse a sí mismos y al mundo.
Los giros del discurso histórico y la propuesta de un giro local.
Nosotros creemos que la incorporación del local al conjunto de giros pro-
puestos hasta ahora a los historiadores puede servir para superar los límites en
el tratamiento del espacio que ha mostrado la historiografía clásica. Creemos,
además, que no ha de circunscribirse sólo a la historia de la cultura nacional,
sino que puede aplicarse a todo el discurso historiográfico, tanto en los temas
de culturas locales y provinciales o en las identidades nacionales y regionales,
como en los aspectos del poder y la cultura política, como en la participación,
clientelismo y caciquismo, como en el tema de la memoria local, colectiva y
profesional, y en general en cuanto tenga que ver con las estructuraciones de
1 CONFINO, A.: «Lo local, una esencia de toda nación» y HASLINGER, P.: «Nación, región y territo-
rio en la evolución de la monarquía habsbúrgica y sus Estados sucesores desde la segunda mitad del siglo
XVIII: reflexiones para una teoría del regionalismo», Ayer. La construcción de la identidad regional en
Europa y España (siglos XIX y XX), 64/4 (2006), pp. 19-31 y 65-94.
lugar histórico donde vive, se trata así del caldo de cultivo en el que se desarrolla
inicialmente cualquier práctica histórica, en el que crece la percepción de sí y del
mundo que posee todo sujeto histórico consciente. Esta cultura adquirida y vivi-
da desde lo local afecta a la participación política, a la práctica del asociacionis-
mo, a la construcción de la identidad, al desarrollo de las nacionalidades, a la cre-
ación de los lugares de la memoria, a la elaboración y gestión de la memoria local,
a la identificación de los intereses materiales inmediatos, a la solución de los con-
flictos, a la construcción de redes sociales, al sentido de vecindad, al estableci-
miento de los nexos familiares, a la vinculación con la tierra, al sentido de la pro-
piedad, a la identificación con el espacio trabajado, en fin, a la mayoría de las
actividades de los protagonistas históricos. En definitiva, todo actor histórico
actúa desde un lugar, piensa desde un lugar, siente desde un lugar, percibe el
mundo desde un lugar.
La gestión del espacio en el discurso histórico clásico y sus límites.
Un giro intenso, pues, está llevando a la historiografía por derroteros concre-
tos que contraen los sujetos históricos hasta llegar a los individuos, que concen-
tran los espacios hasta reducirlos a los marcos experimentales de la localidad
donde vive ese sujeto individual, y que focalizan la atención del historiador en
tiempos cortos adaptados a la única dimensión temporal que percibe ese sujeto,
que es el tiempo humano en el marco espacial donde desarrolla su experiencia
histórica. En este largo y vertiginoso viaje que aterrizó en su día desde la panorá-
mica permanente mediterránea de Braudel a la instantánea local del molino friu-
lano de Ginzburg, y que hoy se debate entre la historia global o transnacional y
las historias nacionales, o entre la historia de Europa y la de sus regiones y pue-
blos, se está produciendo una vuelta hacia los más reducidos del espacio y lo más
identitario del territorio. Además, es un cambio que está acompañado por las ten-
dencias actuales en la epistemología del historiador y en la teoría metodológica,
que enfatizan la perspectiva del sujeto, del tiempo y del espacio concretos en el
análisis histórico. Todos ellos están influidos por la construcción lingüística de la
realidad, por el paradigma microhistórico, por la primacía del agente humano y
consciente, por la tendencia culturalista que concede importancia a las represen-
taciones, simbolismos, discursos y textos. Pero todos esos aspectos afectados por
los giros, con ser algunos importantes y en muchos casos previos, se quedan en
papel mojado, no pasan de ser abstracciones intelectuales generales cuando no se
traducen en percepciones concretas en unas mentes individuales y locales, sólo
llegan a actuar de hecho cuando se implantan en un sujeto, en un tiempo y en
un lugar. Este viaje del historiador que va alejándose de lo general, universal y
global, para acercarse a lo particular y local, no es gratuito, no se produce por el
prurito de inventar ahora un camino de conocimiento diferente u opuesto al
anterior paradigma clásico, sino que expresamente se ha planteado para reprodu-
Alcores 3, 2007, pp. 13-35 17
Pedro Carasa
cir mejor y adecuarse más al íter andado por el sujeto histórico en su andadura
personal y colectiva.
Lo mismo que en la historiografía clásica se había colocado lo universal antes
que lo nacional y esto por delante de lo local, también se antepusieron los suje-
tos colectivos y los escenarios globales a los sujetos individuales y los marcos
locales. De esta manera, según los paradigmas clásicos de la modernidad, la
clase englobaba y dirigía al individuo, la masa arrastraba y modelaba a la perso-
na, el pueblo determinaba la condición del ciudadano. Hoy parece esta una
perspectiva unilateral e incompleta que no respeta la propia secuencia de los
hechos históricos en su desarrollo espontáneo. Por el contrario, a veces fuerza el
natural devenir de los hechos y las actuaciones de los sujetos con ideologías y
abstracciones preconcebidas que han olvidado o preterido el carácter local e
individual innato de las decisiones y actos humanos que constituyen la historia.
De aquí que para muchos historiadores sea un cierto artificio mental el enfren-
tamiento que en las anteriores visiones históricas se había establecido entre lo
local y lo nacional. Lo mismo que no se ajustan a la realidad histórica las tópi-
cas contraposiciones de lo local como rural, arcaico, obstructor, tradicionalista
y reaccionario frente a lo nacional como urbano, innovador, movilizador, pro-
gresista y revolucionario. Estas dos concepciones del espacio, lejos de ser dos
fuentes culturales contrapuestas, hoy se aprecian como un mismo fenómeno,
con unas mismas raíces territoriales, que arrancando de lo local deviene en
regional y/o nacional.
Dice Núñez Seixas que los investigadores sociales han tendido hasta ahora a
ignorar o pasar por encima de lo inferior a la nación, a considerar que en el pro-
tagonismo de las personas, en la definición de las lealtades, en la jerarquía de los
afectos, en la movilización de los actores, carecía de carácter determinante todo
aquello que estaba por debajo de la nación. Nosotros añadiríamos, que aquella
vieja idea clásica de que los determinismos colectivos y universales en la historia
constituían fuerzas superiores que cual poderosas corrientes fluviales arrastraban
inexorablemente a los individuos como cantos rodados en su corriente materia-
lista y masiva, hoy encuentra muchos detractores entre los científicos sociales. Por
el contrario, hay autores que, con una buena dosis de exceso, insinúan que los
sujetos colectivos y universales no existen como tales, en cuanto gestores históri-
cos reales capaces de tomar decisiones y de influir en la marcha de los aconteci-
mientos, que son sólo abstracciones y discursos elaborados o imaginados. Creen
que todo acto histórico nace de una toma de decisión adoptada por personas,
aunque luego sea vehiculada y ejecutada a través de una institución o un colecti-
vo, y añaden además que bajo cualquier decisión personal e individual subyace
siempre la horma de una cultura local. Desde esta perspectiva, una historia glo-
bal no deja de ser una utopía, y caso de que se consiguiera, no dejaría de crear
18 Alcores 3, 2007, pp. 13-35
El giro local
de investigación en el Archivo General de Simancas entre 1844 y 1990. Proyecto de investigación aproba-
do con el número VA 35/98 por la Consejería de Educación y Cultura de la Junta de Castilla y León
Subvención para los años 1998-2000. Historia de la investigación en el Archivo Histórico Nacional entre
1866 y 1990. Proyecto de investigación aprobado por la DGICYT, en los años 2000-2003.
vo escalón local, que es donde realmente acaba, mejor dicho comienza, el proce-
so de la construcción de identidades y donde de hecho se conforman y modelan
los actores históricos. Como hemos dicho, todos son espacios construidos, terri-
torios imaginados, culturales al fin, sin duda, pero son más abstractos e inventa-
dos, menos habitados y vividos por el individuo sujeto de la historia, cuanto más
arriba se sitúan y cuanto más generales se plantean, y son escenarios más influ-
yentes e históricos cuando se conciben como espacios más concretos y adecuados
al actor humano concreto y a su experiencia subjetiva y local. Tenemos pendien-
te en España, después de la nacionalización de la historiografía propia del para-
digma clásico, y después de su posterior regionalización en el paradigma nacio-
nalista de la España de las autonomías, el gran reto de su territorialización, de su
localización, de su descenso al tercer nivel más básico de la construcción cultural
de los mundos individuales y locales.
Cuando descendamos a ese nivel alcanzaremos las condiciones óptimas para
hacer historia cultural, cualquier historia que pretenda ser cultural lo conseguirá
mejor desde esta perspectiva espacial, porque sólo desde el mundo local son acce-
sibles las representaciones, los imaginarios, las percepciones, las memorias, las
identidades, las lealtades, los valores, los discursos, los códigos de conducta de
cualquier sujeto consciente que desarrolla su existencia en un lugar. Es verdad
que luego habrá que integrar estos mundos locales, y considerar su capacidad de
entrar en contacto con otros mundos culturales, de generar conflicto con otros
ámbitos espaciales, de interactuar con otras esferas y espacios vitales, de compa-
rar con otros ámbitos y territorios construidos. Tampoco quiere decirse que siem-
pre se trate sólo de un sentido innato de identidad local puro y aislado, muchas
veces esta percepción está interactuada por influencias de elites interesadas, por
consignas del poder nacional, por convicciones y prácticas sociales de grupos que
mediatizan estas realidades primarias. Pero finalmente todo será asimilado por la
peculiaridad local que acabará configurando un mundo cultural propio e irrepe-
tible. Habrá que complementar esta perspectiva con un esfuerzo de historia com-
parada de estos mundos locales para comprender cómo siguen unas pautas
comunes, cómo hay menos excepcionalidad de la que a veces los historiadores
locales encuentran. Y sobre todo habrá que primar una especie de historia trans-
local, una historia que entrelace las diversas culturas locales y descubra los proce-
sos de mixtificación y los préstamos culturales que se realizan mutuamente y con
las culturas de las elites centrales. Subrayar la cultura local deberá evitar el riesgo
del esencialismo, del etnicismo que descubra identidades innatas y determinis-
mos raciales o históricos que queden encriptados o aislados y sólo consigan crear
un pluralismo fragmentado incapaz de interrelacionarse.
Un desdén semejante al estructuralista que condenaba el localismo ha conti-
nuado en el periodo en el que lo regional y lo nacionalista ha dominado el pano-
22 Alcores 3, 2007, pp. 13-35
El giro local
3 CARASA, P.: «Historia local y prosopografía aplicadas al análisis de una estructura de poder. Los
diputados zamoranos a cortes entre 1875 y 1910», en VVAA: Fuentes y métodos de la Historia local. Actas,
Zamora, Instituto de Estudios Zamoranos, Florián de Ocampo (CSIC), 1991, t. I, pp. 477-511.
4 El Seminario de Historia de España dirigido por J. CANAL en la EHESS de París fue el primer
ámbito donde expuse en público, en mayo de 2005, algunas reflexiones teóricas sobre lo local como una
perspectiva de extraordinaria capacidad renovadora de toda la historiografía, particularmente aplicada al
poder político.
5 CONFINO, A.: «Lo local, una...», op. cit., pp. 19-31.
mundo cultural del lugar donde se fraguan y gestionan. Tanto si nos fijamos en el
análisis desde debajo de las lealtades, como desde arriba del poder, lo mismo si repa-
ramos en los discursos y percepciones, de igual manera si atendemos a las identida-
des, o si nos detenemos en la memoria o representación del pasado, todo cambia
en función del lugar desde donde se experimente, todo se tiñe del color local que
matiza necesariamente la forma de percibir e interpretar los actos y los aconteci-
mientos. Ya se exprese como la tierra que me vio nacer, el terruño, la tierruca, la
comarca, la patria chica, heimat, petite patrie, piccole patrie, bajo cualquier expre-
sión de este estilo, señalamos que cada protagonista de la historia ve el mundo
desde abajo, desde su localidad y desde su tiempo sin conocer el futuro. Sin embar-
go, los historiadores habitualmente no sólo nos hemos situado desde arriba, con-
templando el mundo desde la abstracción de lo nacional y lo universal, sino que
además nos hemos transportado al tiempo posterior que conoce cómo acaba el pro-
ceso más tarde; esta contrapuesta perspectiva de espacio y tiempo tiende necesaria-
mente a desacompasar la experiencia histórica con el discurso historiográfico. El
mejor historiador sería aquel que más se aproxime mentalmente al mundo espacial
y cultural del protagonista histórico, y en teoría, todos estos giros del discurso de
los historiadores, aunque tienen muchas deficiencias y están aún en ciernes, ofre-
cen mayores oportunidades para que historiador e historiado se aproximen, para
que discurso histórico y hecho histórico coincidan en la epistemología, en el modo
de identificarse como sujeto, en la manera de ubicarse en el tiempo y el espacio.
En uno de los campos sobre los que mayor incidencia ha tenido este giro local
ha sido en el análisis del poder, sobre el que nosotros hemos trabajado más6. En
este sentido de la correcta comprensión histórica del proceso interactivo de cons-
trucción del poder, por ejemplo, para aproximarse culturalmente a esta realidad
ha sido imprescindible incorporar las actitudes concretas que ofrecían lealtad y
obediencia desde un momento y en un espacio concreto, sin las que el poder cen-
tral no habría sido operativo. El giro de ubicación espacial ha sido precisamente
el que ha posibilitado una concepción interactiva y cultural del poder, la visión
clásica del poder ha sido volteada al dejar de contemplarlo sólo desde el que
manda en el espacio nacional y mirarlo desde el que obedece en el espacio local.
Sólo así se aprecia cómo se adapta a las demandas, intereses y culturas de aque-
6 CARASA, P.: Ayuntamiento, Estado y Sociedad (Los poderes municipales en la España Contemporánea),
Valladolid, Instituto Universitario Simancas y Ayuntamiento de Valladolid, 2000; CARASA, P.: El poder
local en Castilla. Estudios sobre su ejercicio durante la edad Restauración, Valladolid, Servicio de
Publicaciones de la Universidad de Valladolid, 2003; CARASA, P. y FERNÁNDEZ SANCHA, A.:
«Microhistoria del poder local: El caso de Aparicio y Ruiz en Burgos durante el siglo XIX», en En torno
al 98. Actas del Congreso de la Asociación de Historia Contemporánea, celebrado en Sevilla en 1999,
Huelva, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Huelva, 2000, pp. 313-327; CARASA, P.: «El
poder local en España. Fuentes y métodos para su estudio», en P. Carasa (dir. y coord.): Hispania, LIX/1,
201 (1999), pp. 9-36.
llos que lo construyen ofreciendo su adhesión. Esta concepción del poder, cons-
truido a partir de la lealtad, la obediencia y el pacto, teniendo en cuenta los sen-
timientos y actitudes generados en la cultura local, es mucho más explicativa y
próxima a la realidad histórica que la vieja concepción clásica del poder sólo opre-
sor, explotador y dominador desde arriba.
Y si nos fijamos en el terreno de las identidades, la construcción de las mis-
mas arranca siempre de la patria chica, del campanario y de las raíces territoria-
les, y sólo desde ahí es capaz de llegar a construir una identidad superior de carác-
ter nacional, como defiende la posición mayoritaria de los historiadores -muchos
de ellos citados en el elenco bibliográfico final- en el debate sobre los dobles
patriotismos, la jerarquización, multiplicidad y compatibilidad de las identida-
des. Cada vez más, estos historiadores defienden que toda identidad, aunque
acabe siendo provincial, regional o nacional, comienza a construirse como local.
Sin embargo, hasta hace poco, la historiografía nacionalista en España se había
construido contra los localismos y se había basado en la dialéctica del localismo
arcaizante frente al nacionalismo modernizador. Hoy surgen ya abiertamente
estudios de historia cultural que sostienen esta tesis del imprescindible rol de lo
local en la construcción de las identidades regionales y nacionales. Últimos ejem-
plos de la historiografía sobre el debate territorial señalan7 que las identidades son
diversas y compatibles, que se interactúan entre ellas, que admiten incluso dobles
patriotismos. En cualquier caso, la perspectiva cultural insiste en que se trata de
realidades casi siempre imaginadas o construidas, no necesariamente cristalizadas
en instituciones ni identificadas siempre con creaciones administrativas.
Igualmente hay que superar las calificaciones de los clásicos metarrelatos nacio-
nalistas según los cuales lo nacional es progresista y democratizador y lo local es
tradicionalista y autoritario. Hoy se sabe que la cultura local no procede necesa-
riamente de raíces tradicionalistas y arcaizantes, sino que se ha mezclado con
cualquier corriente ideológica, y que ha sido utilizada reiteradamente por todos
los poderes, liberales o autoritarios, para reforzar lealtades nacionales.
Coincidimos totalmente no sólo en que lo nacional no elimina si se sobrepone a
lo local, en que la identidad nacional no es anterior o ajena a la cultura local, sino
que creemos que la construcción nacional es efecto y resultado suyo, hasta tal
punto que lo local llega a apropiarse de lo nacional en muchos casos8. De estas
identidades locales tratan varios de los artículos de este dossier, y comprueban
que no sólo, paradójicamente -como dice Núñez Seixas-, no suponen un obstá-
culo a la asunción e implantación de una identidad nacional, sino que en muchos
7 NÚÑEZ SEIXAS, X. M. (ed.): «La construcción de la identidad regional en Europa y España (siglos
casos, como señala Duarte y en parte también reconoce Rivera, en sus respecti-
vos artículos, fueron el nacimiento de tal identidad y contribuyeron notablemen-
te a reforzarla. Y lo mismo sucede si abordamos la identidad no desde las dimen-
siones nacionales, sino regionales; son muy esclarecedoras en este sentido las cola-
boraciones de Thiesse, Haslinger, Archilés o Molina en el dossier de Ayer 64/4
(2006). Y aún quedaría otro escalón por bajar, particularmente interesante y poco
explorado para el caso español, como es el análisis de las identidades y culturas
provinciales, como hace Elena Garrido en su trabajo sobre el caso leonés.
Otro tanto sucedería si aplicáramos la virtualidad originaria de lo local a la
construcción de la memoria. Si tuviéramos que formular una jerarquización de
memorias personales, familiares, locales, regionales y nacionales, sin duda la per-
sonal y local sería la primera en construirse y la que influiría más en la formación
de las otras, que parten e integran siempre los componentes de las memorias
anteriores. Y aún se ve más claro si de ahí pasamos a la memoria elaborada por
los historiadores profesionales, como hacen en este caso Luengo y Zayarnyuk en
sus trabajos sobre la historiografía local y la construcción de la cultura nacional
en Alemania y Ucrania, mostrando cómo los discursos históricos locales acaban
construyendo un discurso nacional. La historia local ha sido el núcleo originario
del desarrollo de la mayoría de las historiografías nacionales, como poníamos de
manifiesto nosotros más arriba en el caso de la historia de la investigación reali-
zada en el Archivo General de Simancas y en el Archivo Histórico Nacional en
los años sesenta y setenta, durante la renovación de la historiográfica española9.
E incluso volvería a ocurrir lo mismo si contempláramos el problema desde la
historia de los conceptos y descubriéramos la carga local espontánea que subyace
en las raíces significativas y en las percepciones plurales de categorías construidas
como comarca, capital, provincia, región, nación; todas ellas imaginadas en efec-
to como artefactos identitarios a partir de unas primarias sensaciones y percep-
ciones básicamente locales, raramente contrapuestas entre sí.
Algo parecido ocurriría si consideramos el asunto desde la perspectiva de la
participación política y de la modernización de la cultura política. Los resortes
locales, los intereses, raíces, conflictos, memorias y familias locales son los oríge-
nes de cualquier movilización política que podamos analizar. En esta dirección,
el giro local es una maniobra muy provechosa para poder desentrañar de mane-
ra cultural apropiada lo que fueron el clientelismo, el caciquismo y la práctica
9 CARASA, P.: «La investigación histórica en el siglo XX: Un largo camino de profesionalización uni-
versitaria», en A. Morales Moya (coord): Las Claves de la España del Siglo XX. La Cultura, Madrid,
Sociedad Estatal Nuevo Milenio, 2001, pp. 75-125; CARASA, P., GÓMEZ CABORNERO, S. y BERZAL, E.:
«Historia de la Investigación en el primer tercio del siglo XX en el Archivo de Simancas», en VVAA:
Siglo XX. Balance y Perspectivas, Valencia, Universidad de Valencia y Fundación Cañada Blanch, 2000,
pp. 41-62.
electoral, como señalan en sus trabajos Luigi Musella y Aurora Garrido. Lo que
tantas veces hemos minusvalorado como un grave defecto desmovilizador, el
clientelismo estrechamente vinculado al localismo, se percibe desde hace ya
varios años, como un mecanismo movilizador que no fue ajeno al incremento de
la participación política. Dándole un giro local al caciquismo, produciríamos un
nuevo análisis cultural y descubríamos una rica cultura política vinculada a lo
local. Las más importantes representaciones de la autoridad, de la participación,
del Estado, del parlamento, etc. sólo son comprensibles históricamente situadas
en su entorno local, en conexión con la experiencia individual y local de los suje-
tos políticos. Este lenguaje local, esta ubicación en un conjunto de valores,
memorias, intereses y tópicos de cada localidad, está presente no sólo en las
actuaciones de los representados, sino también en las actitudes, discursos, lengua-
jes y gestos de los representantes. Éstos no pueden ser sólo entendidos desde arri-
ba y desde la cultura nacional, porque tienen que adaptarse a la cultura local
como único medio de captar lealtades, se identifican mejor desde abajo, porque
se ven obligados a reforzar los signos de identidad local e incluso apropiárselos
como medio de captar voluntades.
Incluso para un desarrollo cultural de la historia social, la perspectiva local
representa un avance metodológico de envergadura, al poder analizar los sujetos
sociales en su experiencia más directa y cotidiana. Luengo señala cómo lo ha
practicado la corriente alemana de la vida cotidiana (Alltagsgeschichte) al permitir
penetrar en el mundo de las representaciones y discursos del sujeto social, colo-
cado en su dimensión más concreta en el tiempo y en el espacio. Es lo que en otra
dirección también ha llevado a la práctica la microhistoria casi hasta su extremo,
de manera que el molino friulano es un mundo cultural a explorar mucho más
reducido aún que el de cualquier localidad del norte italiano, pero al propio tiem-
po, por tratarse de un espacio humano y no físico, es mucho más grande que
cualquier marco localista. Porque, en efecto, no se trata de una cuestión espacial,
sino del mundo interior humano que construye un hábitat laboral, que levanta
identidades de oficio y lugar, capaces de asimilar y metabolizar toda la realidad
histórica del momento. Luengo encuentra también esta orientación de la cultu-
ra local en la historia social crítica (Kritische Sozialgeschichte) alemana, particular-
mente en el análisis comparado de la burguesía realizado desde la universidad de
Bielefeld con el trabajo colectivo dirigido por Jürgen Kocka. El giro local contri-
buiría, pues, a profundizar la historia social en su orientación cultural, centrán-
dola en las percepciones del individuo como único actor dotado de consciencia
y de capacidad de decisión que influye en el devenir de la historia. El giro local
obligaría a situar esa experiencia individual en un espacio vivido, en un entorno
interactivo en el que construye su personalidad compuesto de representaciones
simbólicas, de discursos y conceptos acuñados en ese territorio humanizado, por-
Alcores 3, 2007, pp. 13-35 27
Pedro Carasa
que todas estas creaciones humanas se labran en una cultura local, en una memo-
ria local, en unos intereses locales, en unos imaginarios locales.
10 Ha fallado a última hora desgraciadamente una interesantísima colaboración de Hans Hosar del
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