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Alcores 3, 2007, pp.

13-35 ISSN:1886-8770

El giro local
Pedro Carasa
Universidad de Valladolid

Resumen: A los últimos giros lingüístico, cultural, microhistórico, de género, se ha unido


recientemente el que se refiere al espacio histórico, llamado «giro local», «giro espacial» o
«giro territorial». El problema territorial está en carne viva en el discurso histórico euro-
peo en general, alemán y español en particular, fruto de la tensión entre lo global y lo
local, entre los Estados-Nación y las regiones. El artículo pone el acento en el espacio
local, como un ámbito cultural donde germina la experiencia histórica concreta, como
un espacio vivido y habitado donde se forman las primeras identidades y desde donde los
sujetos se perciben a sí mismos y al mundo. Una dimensión local, espacial o territorial
que no se refiere al espacio de una localidad o a una perspectiva local, sino que es una
concepción antropológica del espacio como construcción cultural propia de un sujeto en
un tiempo y un lugar. Los mapas mentales, los lugares de memoria, los espacios vividos
e imaginados, los mundos culturales de la patria chica, los territorios humanizados crean
espacios culturales edificados históricamente con percepciones y representaciones de los
sujetos conscientes que lo habitan, con valores e imaginarios vinculados a espacios y loca-
lidades, pero que acaban influyendo en todas las dimensiones. Se analiza lo local, no
como escala de observación, sino como categoría analítica significativa, con capacidad
explicativa propia, antropológica y no territorial, cultural y no espacial.
Palabras clave: giro local, cultura, territorio, identidad, región.
Abstract: Recently the turn refered to the historic space, called «local turn», «spacial turn»
or «territorial turn» has been added to the last linguistic, cultural, microhistorical and
genre turns. At the moment, the territorial problem is of high actuality in general in the
European historical discourse, and, in particular, in the German and Spanish historical
discourses, as a consequence of the clash between global and local, between nation-states
and regions. The article particularly emphasises local space as a cultural environment
where particular historical experience is born, as a lived and occupied place where first
identities are formed, and from where subjects perceive themselves and perceive the
world. It is a local, spacial or territorial dimension which does not refer to the space of a
town or to a local perspective, but it is rather an anthropological conception of the space
as the own cultural construction of a subject in a particular time and place. Mental maps,
places which are in the memory, lived and imagined places, cultural worlds of the small
homeland and humanized territories create cultural spaces which have been historically
built with the perceptions and the representations of the conscious subjets who live in
them, and also with values and imaginaries linked to spaces and towns, but that end up
influencing all dimensions. Local is analized, not as a scale of observation but as a signi-
ficative analitic category, with it’s own explanatory capacity, which is anthropological and
not territorial, and cultural but not special.
Key words: local turn, culture, territory, identity, region.
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Pedro Carasa

A los múltiples giros registrados en esta coyuntura crítica del discurso históri-
co, sean lingüístico, cultural, microhistórico, o de género, se ha unido reciente-
mente otro que se refiere al espacio como escenario histórico, el llamado «giro
local», «giro espacial» o «giro territorial», que no es el menos importante, aunque
no se haya generalizado aún como tal giro con carta de naturaleza en la historio-
grafía. La propuesta de momento es más que nada un debate, está aun carente de
una fundamentación teórica suficiente, y hasta tiene el nombre en proceso de
definición. Entre los tres adjetivos, perece más adecuado el de giro local, porque
los otros calificativos de «territorial» y «espacial» pueden sugerir una cierta onto-
logización del espacio, mientras que el término «local» contiene un sentido his-
tórico y humano de espacio habitado que expresa bien cómo se concentra en un
lugar la experiencia vivida por un sujeto concreto en un espacio determinado y
en un momento preciso. Confino y Haslinger han manejado estos giros última-
mente, pero aplicados en exclusiva a la historia nacional, particularmente alema-
na1. El problema territorial está muy en carne viva en el discurso histórico euro-
peo en general, y alemán o español en particular, como puede comprobarse en
un elenco bibliográfico utilizado por los diferentes autores de este dossier que
añadimos al final de este texto. Incide en estos debates la situación provocada
básicamente por la tensión constante entre lo global y lo local por un lado y entre
los Estados-Nación y las regiones por otro. En este proceso de cambio de pers-
pectiva territorial, nosotros pondremos el acento en el espacio local, contempla-
do como un ámbito cultural donde se construye el núcleo germinal de la expe-
riencia histórica concreta, como un espacio vivido y habitado por individuos
donde se forman las primeras identidades y desde donde los sujetos aprenden a
percibirse a sí mismos y al mundo.
Los giros del discurso histórico y la propuesta de un giro local.
Nosotros creemos que la incorporación del local al conjunto de giros pro-
puestos hasta ahora a los historiadores puede servir para superar los límites en
el tratamiento del espacio que ha mostrado la historiografía clásica. Creemos,
además, que no ha de circunscribirse sólo a la historia de la cultura nacional,
sino que puede aplicarse a todo el discurso historiográfico, tanto en los temas
de culturas locales y provinciales o en las identidades nacionales y regionales,
como en los aspectos del poder y la cultura política, como en la participación,
clientelismo y caciquismo, como en el tema de la memoria local, colectiva y
profesional, y en general en cuanto tenga que ver con las estructuraciones de

1 CONFINO, A.: «Lo local, una esencia de toda nación» y HASLINGER, P.: «Nación, región y territo-

rio en la evolución de la monarquía habsbúrgica y sus Estados sucesores desde la segunda mitad del siglo
XVIII: reflexiones para una teoría del regionalismo», Ayer. La construcción de la identidad regional en
Europa y España (siglos XIX y XX), 64/4 (2006), pp. 19-31 y 65-94.

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los espacios en el discurso histórico. Cabe asimismo ser aplicado a múltiples


temas de historia social, como el del asociacionismo que tiene originariamen-
te unas matrices locales que impregnan su desarrollo posterior y, en general,
a cualquier planteamiento de tipo cultural que pretendamos aplicar al discur-
so histórico.
El conjunto de giros mencionados, por más que a veces puedan contener
excesos de esnobismo y superficialidad postmodernas, esconden un mensaje
profundo dotado de una gran lógica y coherencia, no tanto porque afectan y en
gran medida cambian las estructuras básicas del discurso historiográfico, sino
particularmente porque todos tienen la finalidad común de adecuarlo al indivi-
duo, a la persona, como sujeto histórico consciente, rodeado de todos los signi-
ficados, tiempos y espacios que lo configuran históricamente. Subyace aquí una
fuerte influencia de la antropología sobre la historia, que reconoce entre las fuer-
zas más primarias, espontáneas y fuertes de la acción individual y colectiva
humana la de marcar y defender su territorio. La más primitiva organización
social y política arranca de la necesidad de identificar, organizar, proteger, exten-
der y memorizar su territorio. Esa es una de las bases antropológicas del giro
local que comentamos.
El giro lingüístico ha planteado cambios discutibles en la epistemología de las
ciencias humanas y en particular a los historiadores, y se ha excedido en dar
exclusividad a discursos y textos como únicos constructores de realidad desde un
sujeto y un lugar concretos. Pero a nosotros nos interesa subrayar aquí aquello en
lo que coincide con el giro local del que venimos hablando y que nos parece muy
aprovechable para nuestro propósito. Creemos interesante la propuesta de cam-
bio que se refiere a las mediaciones del conocimiento reconocidas por la episte-
mología postmoderna, particularmente aquellas que tienen que ver con el espa-
cio inmediato y el tiempo del sujeto: el presente y lo local son dos rejillas impres-
cindibles para la adquisición de conocimiento y por tanto también para la apre-
hensión y explicación del pasado. Los otros giros insisten en la misma dirección,
el cultural cambia la perspectiva metodológica básica y aspira a comprender al
hombre en la totalidad de sus actitudes y sentimientos más allá de su mera racio-
nalidad y materialidad, presupone al sujeto histórico inmerso en los mundos
afectivos y representativos propios de la persona, de la familia, de la vecindad, del
lugar. El viraje que ha propuesto la historia de género reestructura los sujetos his-
tóricos y pretende mirar el mundo desde el punto de vista de la otra mitad de los
individuos antes no contemplados, con lo que vuelve a focalizar la atención del
discurso histórico en los sujetos según sus diferentes características, intereses y
sensibilidades. El giro microhistórico por su parte ha hecho virar sustancialmen-
te los conceptos socio-temporales en la historia y consigue una cosmovisión
desde el único tiempo real, que es el momento presente de cada individuo, y
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desde el mundo personal de cada sujeto. Faltaba por identificarse y visualizarse el


giro de otro elemento básico del trabajo del historiador, uno que ofreciera una
nueva perspectiva en la concepción y la función atribuida al espacio. En este sen-
tido, es el giro local, espacial o territorial el que recoge los cambios radicales que
han afectado a la concepción del espacio en el discurso histórico, y reconoce ade-
más este ámbito local como el espacio histórico más operativo y primigenio, que
es el espacio vivido por el sujeto consciente en el pasado.

El giro local como tratamiento cultural del espacio habitado.


Se da por supuesto que, cuando hablamos de dimensión local, espacial o terri-
torial, obviamente no la entendemos sólo en el sentido de un espacio muy redu-
cido a una localidad, ni siquiera una perspectiva localista limitada a lo estricta-
mente vivido en ese ámbito, sino que más bien se pretende lograr una concepción
antropológica del espacio como construcción cultural propia de un sujeto, un
tiempo y un lugar. Estamos, por otra parte, recogiendo los frutos de ciertas
corrientes constructivistas que, partiendo de los lugares de memoria, de los mapas
mentales, de los espacios vividos e imaginados, de los mundos culturales ligados
a la patria chica, conciben el territorio como un producto histórico y humaniza-
do, como un espacio edificado con percepciones y representaciones conscientes
de los sujetos que lo habitan, con valores e imaginarios vinculados a unos deter-
minados espacios o localidades, con expresiones territoriales de las prácticas socia-
les de determinados lugares. La dimensión local, pues, no es sólo una escala de
observación, sino una categoría analítica significativa, más antropológica que geo-
gráfica, más cultural que espacial, con capacidad explicativa propia.
El historiador cultural descubre hoy que lo local es el núcleo primigenio, es el
origen primario y manantial donde se produce la experiencia histórica del sujeto
consciente y que, por tanto, es la que condiciona las posteriores creaciones de
espacios más amplios. Esta dimensión originaria de todo hecho histórico, que
desde esta perspectiva es de naturaleza individual y local, es el origen de los fenó-
menos más extensos y colectivos que antes creíamos aparentemente superiores y
anteriores. Será esta primera experiencia del espacio la que luego generará los
demás espacios construidos, que darán lugar a creaciones políticas, sociales o
mentales de comunidades más o menos imaginadas. Hoy se insiste en que sólo
desde este punto de partida local e individual es posible ascender a la construc-
ción de los otros edificios posteriores de lo regional o lo nacional. Estos espacios
construidos interactúan constantemente con la cultura local, porque son básica-
mente la primera y más espontánea manera que tienen los sujetos históricos de
percibirse a sí mismos, al entorno y a los hechos. La cultura local es una catego-
ría que se refiere al conjunto de significados, simbolismos, afectos e intereses que
mueven inicialmente a cualquier sujeto histórico en estrecha interacción con el
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lugar histórico donde vive, se trata así del caldo de cultivo en el que se desarrolla
inicialmente cualquier práctica histórica, en el que crece la percepción de sí y del
mundo que posee todo sujeto histórico consciente. Esta cultura adquirida y vivi-
da desde lo local afecta a la participación política, a la práctica del asociacionis-
mo, a la construcción de la identidad, al desarrollo de las nacionalidades, a la cre-
ación de los lugares de la memoria, a la elaboración y gestión de la memoria local,
a la identificación de los intereses materiales inmediatos, a la solución de los con-
flictos, a la construcción de redes sociales, al sentido de vecindad, al estableci-
miento de los nexos familiares, a la vinculación con la tierra, al sentido de la pro-
piedad, a la identificación con el espacio trabajado, en fin, a la mayoría de las
actividades de los protagonistas históricos. En definitiva, todo actor histórico
actúa desde un lugar, piensa desde un lugar, siente desde un lugar, percibe el
mundo desde un lugar.
La gestión del espacio en el discurso histórico clásico y sus límites.
Un giro intenso, pues, está llevando a la historiografía por derroteros concre-
tos que contraen los sujetos históricos hasta llegar a los individuos, que concen-
tran los espacios hasta reducirlos a los marcos experimentales de la localidad
donde vive ese sujeto individual, y que focalizan la atención del historiador en
tiempos cortos adaptados a la única dimensión temporal que percibe ese sujeto,
que es el tiempo humano en el marco espacial donde desarrolla su experiencia
histórica. En este largo y vertiginoso viaje que aterrizó en su día desde la panorá-
mica permanente mediterránea de Braudel a la instantánea local del molino friu-
lano de Ginzburg, y que hoy se debate entre la historia global o transnacional y
las historias nacionales, o entre la historia de Europa y la de sus regiones y pue-
blos, se está produciendo una vuelta hacia los más reducidos del espacio y lo más
identitario del territorio. Además, es un cambio que está acompañado por las ten-
dencias actuales en la epistemología del historiador y en la teoría metodológica,
que enfatizan la perspectiva del sujeto, del tiempo y del espacio concretos en el
análisis histórico. Todos ellos están influidos por la construcción lingüística de la
realidad, por el paradigma microhistórico, por la primacía del agente humano y
consciente, por la tendencia culturalista que concede importancia a las represen-
taciones, simbolismos, discursos y textos. Pero todos esos aspectos afectados por
los giros, con ser algunos importantes y en muchos casos previos, se quedan en
papel mojado, no pasan de ser abstracciones intelectuales generales cuando no se
traducen en percepciones concretas en unas mentes individuales y locales, sólo
llegan a actuar de hecho cuando se implantan en un sujeto, en un tiempo y en
un lugar. Este viaje del historiador que va alejándose de lo general, universal y
global, para acercarse a lo particular y local, no es gratuito, no se produce por el
prurito de inventar ahora un camino de conocimiento diferente u opuesto al
anterior paradigma clásico, sino que expresamente se ha planteado para reprodu-
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cir mejor y adecuarse más al íter andado por el sujeto histórico en su andadura
personal y colectiva.
Lo mismo que en la historiografía clásica se había colocado lo universal antes
que lo nacional y esto por delante de lo local, también se antepusieron los suje-
tos colectivos y los escenarios globales a los sujetos individuales y los marcos
locales. De esta manera, según los paradigmas clásicos de la modernidad, la
clase englobaba y dirigía al individuo, la masa arrastraba y modelaba a la perso-
na, el pueblo determinaba la condición del ciudadano. Hoy parece esta una
perspectiva unilateral e incompleta que no respeta la propia secuencia de los
hechos históricos en su desarrollo espontáneo. Por el contrario, a veces fuerza el
natural devenir de los hechos y las actuaciones de los sujetos con ideologías y
abstracciones preconcebidas que han olvidado o preterido el carácter local e
individual innato de las decisiones y actos humanos que constituyen la historia.
De aquí que para muchos historiadores sea un cierto artificio mental el enfren-
tamiento que en las anteriores visiones históricas se había establecido entre lo
local y lo nacional. Lo mismo que no se ajustan a la realidad histórica las tópi-
cas contraposiciones de lo local como rural, arcaico, obstructor, tradicionalista
y reaccionario frente a lo nacional como urbano, innovador, movilizador, pro-
gresista y revolucionario. Estas dos concepciones del espacio, lejos de ser dos
fuentes culturales contrapuestas, hoy se aprecian como un mismo fenómeno,
con unas mismas raíces territoriales, que arrancando de lo local deviene en
regional y/o nacional.
Dice Núñez Seixas que los investigadores sociales han tendido hasta ahora a
ignorar o pasar por encima de lo inferior a la nación, a considerar que en el pro-
tagonismo de las personas, en la definición de las lealtades, en la jerarquía de los
afectos, en la movilización de los actores, carecía de carácter determinante todo
aquello que estaba por debajo de la nación. Nosotros añadiríamos, que aquella
vieja idea clásica de que los determinismos colectivos y universales en la historia
constituían fuerzas superiores que cual poderosas corrientes fluviales arrastraban
inexorablemente a los individuos como cantos rodados en su corriente materia-
lista y masiva, hoy encuentra muchos detractores entre los científicos sociales. Por
el contrario, hay autores que, con una buena dosis de exceso, insinúan que los
sujetos colectivos y universales no existen como tales, en cuanto gestores históri-
cos reales capaces de tomar decisiones y de influir en la marcha de los aconteci-
mientos, que son sólo abstracciones y discursos elaborados o imaginados. Creen
que todo acto histórico nace de una toma de decisión adoptada por personas,
aunque luego sea vehiculada y ejecutada a través de una institución o un colecti-
vo, y añaden además que bajo cualquier decisión personal e individual subyace
siempre la horma de una cultura local. Desde esta perspectiva, una historia glo-
bal no deja de ser una utopía, y caso de que se consiguiera, no dejaría de crear
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otra comunidad imaginada, una abstracción con limitadas posibilidades de vero-


similitud histórica.
Está en revisión, pues, el viejo esquema deductivo de la historiografía clásica
que partía de lo abstracto, de lo universal y de ahí nos obligaba a descender orde-
nadamente hacia lo particular a través de unos escalones convencionales y edifi-
cados gradualmente de lo universal, lo nacional, lo regional, lo provincial. Las
tendencias postmodernas detectan una paradójica desviación entre la naturaleza
inductiva de la historia y el carácter deductivo del discurso de los historiadores.
La experiencia histórica ha sido básica y originalmente local, construida a base de
experiencias particulares, que luego se han volcado y ahormado en construccio-
nes políticas o sociales del espacio, de tipo provincial, regional o nacional; lo
mismo que la percepción subjetiva e individual del espacio vivido por los actores
históricos ha sido luego elaborada por abstracciones de tipo general y universal
de los historiadores que han querido dotar del carácter de regularidad o colecti-
vidad a los comportamientos humanos. Los discursos históricos de la moderni-
dad clásica, por el contrario, habían comenzado generalmente por lo más amplio,
por lo nacional, por lo universal. Una serie de principios previos de carácter gene-
ral y determinante, como clase, nación, progreso, dominación, conflicto, revolu-
ción, modernización, habrían conducido desde arriba la historia, manejando a
los individuos y los espacios particulares como marionetas inducidas, piezas de
un puzzle incapaces de moverse autónomamente por el cuadro histórico.
El retorno hacia lo local propiciará superar esa vieja manera de concebir el
esquema del discurso histórico. Antes se había basado en el simplismo que divi-
día lo económico, lo social y lo político como compartimentos estancos y jerar-
quizados según los diferentes pesos específicos, desde la levedad de las ideas en el
desván hasta la pesadez material del granero en la base. Asimismo el territorio se
había ordenado según el artificial esqueleto descendente que clasificaba las visio-
nes históricas desde una cima de la pirámide universal o general, tenida por supe-
rior, pasando por un tronco nacional, que era el espacio natural y común, y aca-
bando en una base local que era infravalorada por inferior. Sin embargo, hoy cre-
emos que no está demostrado que la dimensión local sea la última y menos sig-
nificativa expresión del espacio que ha llegado a percibir el historiador, que no es
el reducto excedente después de experimentar lo abstracto y universal como supe-
rior y mejor. Los espacios son más inventados cuanto más generales, los espacios
universales son discursos históricos construidos de acuerdo con unos determina-
dos presupuestos, a veces son artificios administrativos e historiográficos poste-
riores, en cualquier caso, al ser abstractos e inventados, no pueden colocarse en
la germinación del desarrollo histórico. Después de una sobredosis de historia
nacional y nacionalista, muchos historiadores entienden que la realidad histórica
no se construyó así, sino al revés. La historia de las lealtades e identidades ha sido
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más bien inductiva, ha partido siempre de lo particular que es el mundo propio


del sujeto decisorio, y por ello es lógico que la historiografía tendente a adoptar
perspectivas culturales trate de primar la inducción como procedimiento histo-
riográfico más fiel a la realidad histórica. Todo esto sucede, no sólo con la expe-
riencia histórica, sino también con la elaboración del discurso historiográfico, la
historiografía se construye asimismo desde un lugar, se elabora desde las lealtades
e identidades locales de cada historiador.

También gira hacia lo local la gestión política del espacio en la historia.


Hablando ya no sólo de planteamientos y perspectivas teóricas, sino también
de contenidos del discurso histórico, la historia institucional política española
había registrado en los dos últimos siglos el cruce de una doble circulación de
sentidos contrarios. Dos corrientes se han sucedido, una tradicional y propia de
la cultura tardofeudal que potenciaba el nivel local, básico, de villas y señoríos,
de espacios cerrados y circuitos autosubsistentes, y otra que se imponía desde el
preliberalismo ilustrado y el liberalismo decimonónico que ha conducido a un
movimiento de centralización y homogeneización de espacios y administracio-
nes. El proceso acaba ya en el siglo XX con el desarrollo de espacios superiores a
base de uniones supranacionales, continentales y globales. En efecto, aquél pri-
mer camino contemporáneo que iba del esquema tardofeudal al Estado Nación
y de ahí a la construcción de la comunidad europea para acabar en la globaliza-
ción intercontinental, ha venido paradójicamente desandándose en otro segundo
iter contrario que desde el último cuarto del siglo XX descendía de lo estatal y
centralista a lo regionalista y autonómico. En este segundo recorrido descentrali-
zador, los pasos que arrancaban de la de-construcción del Estado -Nación centra-
lista, se detuvieron en el paso intermedio de las regiones y nacionalidades peri-
féricas, sin lograr superar del todo la organización provincial decimonónica, pero
no dieron los últimos pasos del recorrido natural descendente, porque no llega-
ron a la autonomía municipal y local, que sería hipotéticamente el destino natu-
ral de todo proceso descentralizador.
También en este sentido de contenidos históricos estaríamos ante el plantea-
miento de otro giro local que reclamaría ahondar la descentralización iniciada
hasta llegar a ese destino natural del nacimiento de las decisiones: el ámbito local
o municipal. Puede que éste sea otro gran reto pendiente después de las experien-
cias contemporáneas autonómicas, imperfectamente descentralizadoras aún:
queda sin resolver la dignificación y el reconocimiento del primer y espontáneo
escalón de lo local. Este último giro en la gestión del espacio debería llevar a
depositar más poder de decisión y autonomía en los ayuntamientos, allí donde
arranca la experiencia social y política, donde se definen originariamente los inte-
reses y las identidades, donde se generan o resuelven los conflictos, donde se
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organiza embrionariamente la convivencia social y política. Haber estancado el


proceso descentralizador en el intervalo medio de la autonomías sin alcanzar a
dotar a los núcleos municipales de competencias y recursos significa haber abor-
tado de hecho la descentralización, porque de alguna manera el nivel intermedio
autonómico ha reproducido el centralismo anterior, aunque en una escala más
reducida, y no ha acercado el poder al espacio local, que realmente debe ser el
protagonista y sujeto primordial de la decisión.
El difícil encaje de lo local en la historiografía española.
Y si de los contenidos históricos pasamos a los historiográficos, no se com-
prende muy bien que justamente haya sido el local el último giro en formularse
como tal, es más bien paradójico, porque fue precisamente la historia local la que
renovó la historiografía española, incluso en los años setenta estructuralistas y
pretendidamente universales. Después de analizar más de cien mil expedientes de
investigadores en Simancas y el Archivo Histórico Nacional2 durante los años
1956-1980, hemos comprobado cómo la gran mayoría, más del 75% de los
investigadores de esos años hacía historia local. Y el dato no es sólo cuantitativo,
destaca el matiz cualitativo de que los ejemplos más influyentes y modélicos de
la historiografía de esos años, tanto europeos como españoles, tanto políticos
como económicos o sociales, tenían por objeto el análisis de unas realidades loca-
les, mayoritariamente urbanas, y en no pocos casos rurales. A pesar de que el dis-
curso historiográfico estructuralista contenía durísimos ataques a lo local y al
localismo, a pesar de haber acuñado los tópicos de que era signo retardatario y
obstructor de los procesos de cambio, sin embargo, su discurso historiográfico
estaba aplicado a realidades históricas de ciudades o localidades, a ámbitos y a
sujetos locales, a estudios de caso, a espacios reducidos. Pero lo local era enton-
ces sólo una reducción de escala espacial, una concentración material del espacio
físico, no era como ahora se pretende una nueva manera de ver la historia desde
un lugar, entendido como el entorno cultural desde el que vive el protagonista
del pasado.
La historiografía española ha seguido el camino descendente de la perspecti-
va general y nacional como imperante en los años sesenta y setenta, y desde ahí
ha descendido el escalón hacia la perspectiva nacional periférica, identitaria y
regionalista, donde se ha situado su discurso histórico durante los años ochenta
y noventa. Pero no hemos iniciado siquiera el descenso hacia el tercer y definiti-

2 Evolución de la Historiografía española y el Hispanismo durante la época contemporánea. Siglo y medio

de investigación en el Archivo General de Simancas entre 1844 y 1990. Proyecto de investigación aproba-
do con el número VA 35/98 por la Consejería de Educación y Cultura de la Junta de Castilla y León
Subvención para los años 1998-2000. Historia de la investigación en el Archivo Histórico Nacional entre
1866 y 1990. Proyecto de investigación aprobado por la DGICYT, en los años 2000-2003.

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vo escalón local, que es donde realmente acaba, mejor dicho comienza, el proce-
so de la construcción de identidades y donde de hecho se conforman y modelan
los actores históricos. Como hemos dicho, todos son espacios construidos, terri-
torios imaginados, culturales al fin, sin duda, pero son más abstractos e inventa-
dos, menos habitados y vividos por el individuo sujeto de la historia, cuanto más
arriba se sitúan y cuanto más generales se plantean, y son escenarios más influ-
yentes e históricos cuando se conciben como espacios más concretos y adecuados
al actor humano concreto y a su experiencia subjetiva y local. Tenemos pendien-
te en España, después de la nacionalización de la historiografía propia del para-
digma clásico, y después de su posterior regionalización en el paradigma nacio-
nalista de la España de las autonomías, el gran reto de su territorialización, de su
localización, de su descenso al tercer nivel más básico de la construcción cultural
de los mundos individuales y locales.
Cuando descendamos a ese nivel alcanzaremos las condiciones óptimas para
hacer historia cultural, cualquier historia que pretenda ser cultural lo conseguirá
mejor desde esta perspectiva espacial, porque sólo desde el mundo local son acce-
sibles las representaciones, los imaginarios, las percepciones, las memorias, las
identidades, las lealtades, los valores, los discursos, los códigos de conducta de
cualquier sujeto consciente que desarrolla su existencia en un lugar. Es verdad
que luego habrá que integrar estos mundos locales, y considerar su capacidad de
entrar en contacto con otros mundos culturales, de generar conflicto con otros
ámbitos espaciales, de interactuar con otras esferas y espacios vitales, de compa-
rar con otros ámbitos y territorios construidos. Tampoco quiere decirse que siem-
pre se trate sólo de un sentido innato de identidad local puro y aislado, muchas
veces esta percepción está interactuada por influencias de elites interesadas, por
consignas del poder nacional, por convicciones y prácticas sociales de grupos que
mediatizan estas realidades primarias. Pero finalmente todo será asimilado por la
peculiaridad local que acabará configurando un mundo cultural propio e irrepe-
tible. Habrá que complementar esta perspectiva con un esfuerzo de historia com-
parada de estos mundos locales para comprender cómo siguen unas pautas
comunes, cómo hay menos excepcionalidad de la que a veces los historiadores
locales encuentran. Y sobre todo habrá que primar una especie de historia trans-
local, una historia que entrelace las diversas culturas locales y descubra los proce-
sos de mixtificación y los préstamos culturales que se realizan mutuamente y con
las culturas de las elites centrales. Subrayar la cultura local deberá evitar el riesgo
del esencialismo, del etnicismo que descubra identidades innatas y determinis-
mos raciales o históricos que queden encriptados o aislados y sólo consigan crear
un pluralismo fragmentado incapaz de interrelacionarse.
Un desdén semejante al estructuralista que condenaba el localismo ha conti-
nuado en el periodo en el que lo regional y lo nacionalista ha dominado el pano-
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rama historiográfico español. De manera que la mayoría de nuestros estudios de


identidad y nacionalidad, aunque siguen teniendo por escenario histórico un
espacio reducido, no adoptan la perspectiva de la valoración de la cultura local,
sino que siguen más bien enfrentados a ella. En el primer periodo, cuando el
tema de las identidades y nacionalismos se impuso en la historiografía española
durante los ochenta y noventa, se generalizó un presupuesto mayoritario entre
sus cultivadores que contraponía identidad local con identidad nacional, incluso
se acuñaron lugares comunes muy negativos para la cultura de lo local, que apa-
recía casi siempre maniqueamente contrapuesta en un trasfondo oscuro sobre el
que emergía con luminosidad la cultura nacionalista. Ha costado más de una
década sacudirse este prejuicio antilocal, hasta tanto que ha sido casi necesaria
una campaña a contracorriente para recuperar la perspectiva local, que no estaba
bien vista en los medios académicamente correctos.
Nosotros hemos participado en esta ofensiva de recuperación de la cultura
local. Iniciamos nuestros trabajos en 1990, en un primer congreso de la
Confederación Española de Centros de Estudios Locales (CECEL) en Zamora3,
para reivindicar el primigenio puesto que ocupa lo local en la cultura política del
siglo XIX. Después hemos dedicado varios proyectos de investigación a analizar
la cultura de lo local en la concepción del poder, en la construcción de las elites,
en la participación política, y en la elaboración de la memoria en el ámbito cas-
tellano-leonés. En 2005 presentamos un Seminario en la EHESS sobre la recu-
peración de la cultura local en Castilla y en contra de la artificial contraposición
entre nacionalismo y localismo4. Por eso, es para nosotros una gran satisfacción
coincidir en este dossier con la propuesta de Alon Confino en su obra de inme-
diata aparición, Alemania como una cultura del recuerdo. Promesas y límites de la
escritura de la Historia, cuyo adelanto acaba de presentarnos en Ayer bajo el títu-
lo de «Lo local, una esencia de toda nación»5.
Los múltiples aspectos del discurso histórico que serían afectados por el giro local.
Este cambio de perspectiva del que hablamos no sólo afecta a los esquemas espa-
ciales por los que un historiador se ubica en un contexto universal, nacional, regio-
nal o local, sino que rebasa lo espacial y se convierte en un asunto cultural que afec-
ta a múltiples aspectos de historia política y social que cambian en función del

3 CARASA, P.: «Historia local y prosopografía aplicadas al análisis de una estructura de poder. Los

diputados zamoranos a cortes entre 1875 y 1910», en VVAA: Fuentes y métodos de la Historia local. Actas,
Zamora, Instituto de Estudios Zamoranos, Florián de Ocampo (CSIC), 1991, t. I, pp. 477-511.
4 El Seminario de Historia de España dirigido por J. CANAL en la EHESS de París fue el primer

ámbito donde expuse en público, en mayo de 2005, algunas reflexiones teóricas sobre lo local como una
perspectiva de extraordinaria capacidad renovadora de toda la historiografía, particularmente aplicada al
poder político.
5 CONFINO, A.: «Lo local, una...», op. cit., pp. 19-31.

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Pedro Carasa

mundo cultural del lugar donde se fraguan y gestionan. Tanto si nos fijamos en el
análisis desde debajo de las lealtades, como desde arriba del poder, lo mismo si repa-
ramos en los discursos y percepciones, de igual manera si atendemos a las identida-
des, o si nos detenemos en la memoria o representación del pasado, todo cambia
en función del lugar desde donde se experimente, todo se tiñe del color local que
matiza necesariamente la forma de percibir e interpretar los actos y los aconteci-
mientos. Ya se exprese como la tierra que me vio nacer, el terruño, la tierruca, la
comarca, la patria chica, heimat, petite patrie, piccole patrie, bajo cualquier expre-
sión de este estilo, señalamos que cada protagonista de la historia ve el mundo
desde abajo, desde su localidad y desde su tiempo sin conocer el futuro. Sin embar-
go, los historiadores habitualmente no sólo nos hemos situado desde arriba, con-
templando el mundo desde la abstracción de lo nacional y lo universal, sino que
además nos hemos transportado al tiempo posterior que conoce cómo acaba el pro-
ceso más tarde; esta contrapuesta perspectiva de espacio y tiempo tiende necesaria-
mente a desacompasar la experiencia histórica con el discurso historiográfico. El
mejor historiador sería aquel que más se aproxime mentalmente al mundo espacial
y cultural del protagonista histórico, y en teoría, todos estos giros del discurso de
los historiadores, aunque tienen muchas deficiencias y están aún en ciernes, ofre-
cen mayores oportunidades para que historiador e historiado se aproximen, para
que discurso histórico y hecho histórico coincidan en la epistemología, en el modo
de identificarse como sujeto, en la manera de ubicarse en el tiempo y el espacio.
En uno de los campos sobre los que mayor incidencia ha tenido este giro local
ha sido en el análisis del poder, sobre el que nosotros hemos trabajado más6. En
este sentido de la correcta comprensión histórica del proceso interactivo de cons-
trucción del poder, por ejemplo, para aproximarse culturalmente a esta realidad
ha sido imprescindible incorporar las actitudes concretas que ofrecían lealtad y
obediencia desde un momento y en un espacio concreto, sin las que el poder cen-
tral no habría sido operativo. El giro de ubicación espacial ha sido precisamente
el que ha posibilitado una concepción interactiva y cultural del poder, la visión
clásica del poder ha sido volteada al dejar de contemplarlo sólo desde el que
manda en el espacio nacional y mirarlo desde el que obedece en el espacio local.
Sólo así se aprecia cómo se adapta a las demandas, intereses y culturas de aque-

6 CARASA, P.: Ayuntamiento, Estado y Sociedad (Los poderes municipales en la España Contemporánea),

Valladolid, Instituto Universitario Simancas y Ayuntamiento de Valladolid, 2000; CARASA, P.: El poder
local en Castilla. Estudios sobre su ejercicio durante la edad Restauración, Valladolid, Servicio de
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poder local en España. Fuentes y métodos para su estudio», en P. Carasa (dir. y coord.): Hispania, LIX/1,
201 (1999), pp. 9-36.

24 Alcores 3, 2007, pp. 13-35


El giro local

llos que lo construyen ofreciendo su adhesión. Esta concepción del poder, cons-
truido a partir de la lealtad, la obediencia y el pacto, teniendo en cuenta los sen-
timientos y actitudes generados en la cultura local, es mucho más explicativa y
próxima a la realidad histórica que la vieja concepción clásica del poder sólo opre-
sor, explotador y dominador desde arriba.
Y si nos fijamos en el terreno de las identidades, la construcción de las mis-
mas arranca siempre de la patria chica, del campanario y de las raíces territoria-
les, y sólo desde ahí es capaz de llegar a construir una identidad superior de carác-
ter nacional, como defiende la posición mayoritaria de los historiadores -muchos
de ellos citados en el elenco bibliográfico final- en el debate sobre los dobles
patriotismos, la jerarquización, multiplicidad y compatibilidad de las identida-
des. Cada vez más, estos historiadores defienden que toda identidad, aunque
acabe siendo provincial, regional o nacional, comienza a construirse como local.
Sin embargo, hasta hace poco, la historiografía nacionalista en España se había
construido contra los localismos y se había basado en la dialéctica del localismo
arcaizante frente al nacionalismo modernizador. Hoy surgen ya abiertamente
estudios de historia cultural que sostienen esta tesis del imprescindible rol de lo
local en la construcción de las identidades regionales y nacionales. Últimos ejem-
plos de la historiografía sobre el debate territorial señalan7 que las identidades son
diversas y compatibles, que se interactúan entre ellas, que admiten incluso dobles
patriotismos. En cualquier caso, la perspectiva cultural insiste en que se trata de
realidades casi siempre imaginadas o construidas, no necesariamente cristalizadas
en instituciones ni identificadas siempre con creaciones administrativas.
Igualmente hay que superar las calificaciones de los clásicos metarrelatos nacio-
nalistas según los cuales lo nacional es progresista y democratizador y lo local es
tradicionalista y autoritario. Hoy se sabe que la cultura local no procede necesa-
riamente de raíces tradicionalistas y arcaizantes, sino que se ha mezclado con
cualquier corriente ideológica, y que ha sido utilizada reiteradamente por todos
los poderes, liberales o autoritarios, para reforzar lealtades nacionales.
Coincidimos totalmente no sólo en que lo nacional no elimina si se sobrepone a
lo local, en que la identidad nacional no es anterior o ajena a la cultura local, sino
que creemos que la construcción nacional es efecto y resultado suyo, hasta tal
punto que lo local llega a apropiarse de lo nacional en muchos casos8. De estas
identidades locales tratan varios de los artículos de este dossier, y comprueban
que no sólo, paradójicamente -como dice Núñez Seixas-, no suponen un obstá-
culo a la asunción e implantación de una identidad nacional, sino que en muchos

7 NÚÑEZ SEIXAS, X. M. (ed.): «La construcción de la identidad regional en Europa y España (siglos

XIX y XX)», Ayer 64/4 (2006), p. 14.


8 CONFINO, A.: «Lo local, una...», op. cit., p. 22.

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Pedro Carasa

casos, como señala Duarte y en parte también reconoce Rivera, en sus respecti-
vos artículos, fueron el nacimiento de tal identidad y contribuyeron notablemen-
te a reforzarla. Y lo mismo sucede si abordamos la identidad no desde las dimen-
siones nacionales, sino regionales; son muy esclarecedoras en este sentido las cola-
boraciones de Thiesse, Haslinger, Archilés o Molina en el dossier de Ayer 64/4
(2006). Y aún quedaría otro escalón por bajar, particularmente interesante y poco
explorado para el caso español, como es el análisis de las identidades y culturas
provinciales, como hace Elena Garrido en su trabajo sobre el caso leonés.
Otro tanto sucedería si aplicáramos la virtualidad originaria de lo local a la
construcción de la memoria. Si tuviéramos que formular una jerarquización de
memorias personales, familiares, locales, regionales y nacionales, sin duda la per-
sonal y local sería la primera en construirse y la que influiría más en la formación
de las otras, que parten e integran siempre los componentes de las memorias
anteriores. Y aún se ve más claro si de ahí pasamos a la memoria elaborada por
los historiadores profesionales, como hacen en este caso Luengo y Zayarnyuk en
sus trabajos sobre la historiografía local y la construcción de la cultura nacional
en Alemania y Ucrania, mostrando cómo los discursos históricos locales acaban
construyendo un discurso nacional. La historia local ha sido el núcleo originario
del desarrollo de la mayoría de las historiografías nacionales, como poníamos de
manifiesto nosotros más arriba en el caso de la historia de la investigación reali-
zada en el Archivo General de Simancas y en el Archivo Histórico Nacional en
los años sesenta y setenta, durante la renovación de la historiográfica española9.
E incluso volvería a ocurrir lo mismo si contempláramos el problema desde la
historia de los conceptos y descubriéramos la carga local espontánea que subyace
en las raíces significativas y en las percepciones plurales de categorías construidas
como comarca, capital, provincia, región, nación; todas ellas imaginadas en efec-
to como artefactos identitarios a partir de unas primarias sensaciones y percep-
ciones básicamente locales, raramente contrapuestas entre sí.
Algo parecido ocurriría si consideramos el asunto desde la perspectiva de la
participación política y de la modernización de la cultura política. Los resortes
locales, los intereses, raíces, conflictos, memorias y familias locales son los oríge-
nes de cualquier movilización política que podamos analizar. En esta dirección,
el giro local es una maniobra muy provechosa para poder desentrañar de mane-
ra cultural apropiada lo que fueron el clientelismo, el caciquismo y la práctica

9 CARASA, P.: «La investigación histórica en el siglo XX: Un largo camino de profesionalización uni-

versitaria», en A. Morales Moya (coord): Las Claves de la España del Siglo XX. La Cultura, Madrid,
Sociedad Estatal Nuevo Milenio, 2001, pp. 75-125; CARASA, P., GÓMEZ CABORNERO, S. y BERZAL, E.:
«Historia de la Investigación en el primer tercio del siglo XX en el Archivo de Simancas», en VVAA:
Siglo XX. Balance y Perspectivas, Valencia, Universidad de Valencia y Fundación Cañada Blanch, 2000,
pp. 41-62.

26 Alcores 3, 2007, pp. 13-35


El giro local

electoral, como señalan en sus trabajos Luigi Musella y Aurora Garrido. Lo que
tantas veces hemos minusvalorado como un grave defecto desmovilizador, el
clientelismo estrechamente vinculado al localismo, se percibe desde hace ya
varios años, como un mecanismo movilizador que no fue ajeno al incremento de
la participación política. Dándole un giro local al caciquismo, produciríamos un
nuevo análisis cultural y descubríamos una rica cultura política vinculada a lo
local. Las más importantes representaciones de la autoridad, de la participación,
del Estado, del parlamento, etc. sólo son comprensibles históricamente situadas
en su entorno local, en conexión con la experiencia individual y local de los suje-
tos políticos. Este lenguaje local, esta ubicación en un conjunto de valores,
memorias, intereses y tópicos de cada localidad, está presente no sólo en las
actuaciones de los representados, sino también en las actitudes, discursos, lengua-
jes y gestos de los representantes. Éstos no pueden ser sólo entendidos desde arri-
ba y desde la cultura nacional, porque tienen que adaptarse a la cultura local
como único medio de captar lealtades, se identifican mejor desde abajo, porque
se ven obligados a reforzar los signos de identidad local e incluso apropiárselos
como medio de captar voluntades.
Incluso para un desarrollo cultural de la historia social, la perspectiva local
representa un avance metodológico de envergadura, al poder analizar los sujetos
sociales en su experiencia más directa y cotidiana. Luengo señala cómo lo ha
practicado la corriente alemana de la vida cotidiana (Alltagsgeschichte) al permitir
penetrar en el mundo de las representaciones y discursos del sujeto social, colo-
cado en su dimensión más concreta en el tiempo y en el espacio. Es lo que en otra
dirección también ha llevado a la práctica la microhistoria casi hasta su extremo,
de manera que el molino friulano es un mundo cultural a explorar mucho más
reducido aún que el de cualquier localidad del norte italiano, pero al propio tiem-
po, por tratarse de un espacio humano y no físico, es mucho más grande que
cualquier marco localista. Porque, en efecto, no se trata de una cuestión espacial,
sino del mundo interior humano que construye un hábitat laboral, que levanta
identidades de oficio y lugar, capaces de asimilar y metabolizar toda la realidad
histórica del momento. Luengo encuentra también esta orientación de la cultu-
ra local en la historia social crítica (Kritische Sozialgeschichte) alemana, particular-
mente en el análisis comparado de la burguesía realizado desde la universidad de
Bielefeld con el trabajo colectivo dirigido por Jürgen Kocka. El giro local contri-
buiría, pues, a profundizar la historia social en su orientación cultural, centrán-
dola en las percepciones del individuo como único actor dotado de consciencia
y de capacidad de decisión que influye en el devenir de la historia. El giro local
obligaría a situar esa experiencia individual en un espacio vivido, en un entorno
interactivo en el que construye su personalidad compuesto de representaciones
simbólicas, de discursos y conceptos acuñados en ese territorio humanizado, por-
Alcores 3, 2007, pp. 13-35 27
Pedro Carasa

que todas estas creaciones humanas se labran en una cultura local, en una memo-
ria local, en unos intereses locales, en unos imaginarios locales.

Autores y culturas locales que componen este dossier.


Desde esta perspectiva de giro local se plantea este dossier cuya edición me ha
encargado la revista Alcores, sin que esto quiera decir, ni mucho menos, que todos
y cada unos de sus autores comparta la pertinencia de esta perspectiva local en los
términos que acabo de expresar. Los artículos aquí comprendidos no tratan tanto
de la elaboración teórica de esta nueva mirada del historiador, una tarea que
queda por hacer y sobre la que nosotros hemos adelantado alguna liviana refle-
xión en esta introducción, cuanto de la aplicación práctica de esta perspectiva a
unos ejemplos de investigación en ámbitos de difícil nacionalización en Europa,
en regiones de intenso nacionalismo en España, y en provincias de complejas
identidades regionales en la península, casi todos ellos ubicados en el siglo XIX.
Deudores aún de la vieja concepción espacial estructurada de arriba abajo, hemos
concebido la participación de investigadores invitados procedentes de un triple
origen territorial y ubicados en tres diversas perspectivas espaciales: Tres autores
analizan casos concretos de compleja nacionalización en el ámbito europeo
(Zayarnyuk desde Ukrania, Luengo desde Alemania y Musella desde Italia)10,
otros tres se centran en el impacto de lo local en ámbitos urbanos de intensa vida
nacionalista dentro de la península Ibérica (Duarte desde Cataluña, Rivera desde
el País Vasco y Otero desde una localidad del hinterland de Madrid), y otros dos
se circunscriben a un ámbito más regional y provincial (Garrido desde Cantabria
y Aguado desde León).
Todos los autores son reconocidos especialistas en sus respectivos ámbitos y
sus trabajos representan al mismo tiempo tres perspectivas de esta cultura del
espacio, una orientada hacia el significado de lo local en la construcción de la
memoria y la identidad nacional, otra centrada en lo local como factor en el pro-
ceso de toma de conciencia nacionalista o regionalista en ciudades muy peculia-
res, y una tercera enfocada en lo local como cimiento de la cultura política clien-
telar, no por ello arcaica ni desmovilizada. Las colaboraciones europeas, en efec-
to, se ocupan de las relaciones entre cultura local y cultura nacional aplicada a la
memoria histórica, a la identidad nacional y a la construcción de historias nacio-
nales: Zayarnyuk y Luengo abordan el impacto de la cultura local en la historio-
grafía ucraniana y alemana, analizando la conexión entre historia local e historia
nacional, entre identidades locales e identidades nacionales. La historia local es
para Zayarnyuk la expresión de la memoria local que condiciona el ejercicio del

10 Ha fallado a última hora desgraciadamente una interesantísima colaboración de Hans Hosar del

Instituto de Historia Local de Oslo.

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El giro local

poder, alimenta la cultura política local, mediatiza la participación y ha ayudado


a reconstruir la cultura nacional sucesivamente en dos mundos ideológicamente
contrapuestos.
El excelente repaso de la historiografía alemana que realiza Luengo parte de la
fragmentación interna de la nación como objeto de análisis y considera tres pers-
pectivas que tienen vigencia en la historiografía alemana hoy. La historia regional,
que ha despuntado tras la caída del muro y ha colocado a la región, dentro del
marco de la importancia regional en la Unión Europea, como objeto de análisis y
valoración política. La redefinición de fronteras en la nueva Europa postcomunis-
ta, el auge de los nacionalismos periféricos y la superación de la propia nación
como entidad han obligado a estimular la historia local, a preguntarse por la
importancia de la región dentro del proceso histórico y a abordar cuestiones como
la identidad regional, el problema de las fronteras y su integración dentro de las
estructuras estatales. Pero todo este proceso se reflejó en una determinada historia
local y hoy no se puede percibir por el historiador si no adopta la perspectiva local.
Musella se interesa por la relación de lo local y lo estatal en la Italia meridio-
nal y concluye cómo los intereses individuales y familiares, las relaciones perso-
nales, en definitiva los valores y problemas de la cultura local rigieron las relacio-
nes de poder y los resultados electorales. Ya en el espacio peninsular, en los ámbi-
tos de las experiencias nacionalistas catalana y vasca por un lado y desde los alre-
dedores del Madrid capitalino por otro, aunque siempre centrados en espacios
microurbanos de fuerte personalidad, Duarte, Rivera y Otero ahondan en las raí-
ces locales, no sólo como fuente de las fuertes identidades urbanas de ciudades
tan peculiares como Girona, Vitoria y Alcalá, sino como precedente y conexión
de las lealtades locales con las de sus respetivos nacionalismos catalán, vasco y
español. Emergen aquí las ciudades como sujetos históricos locales capaces de
constituirse como lugares de memoria, como referencias identitarias que general-
mente no se enfrentan a identidades regionales o nacionales superiores, constru-
yen mundos simbólicos y culturales propios que suscitan profundas lealtades,
incluso elaboran discursos históricos, memorias urbanas distintivas que refuerzan
lo local como origen casi necesario de cualquier identidad posterior. El trabajo de
Aguado toma como objeto de análisis la cultura local y el significado del provin-
cialismo en un caso tan peculiar como la identidad decimonónica de León en su
tránsito de reino a provincia. Destaca en este caso el papel tan decisivo que en la
construcción de las identidades locales juega la oposición a otras identidades veci-
nas. Finalmente, desde la perspectiva de la cultura política, de la movilización y
del poder, el estudio de Garrido sobre Cantabria explica cómo lo local ha cons-
tituido un elemento imprescindible en el proceso de modernización política y
cómo este giro local puede aportar explicaciones culturales nuevas a viejos tópi-
cos sobre el caciquismo.
Alcores 3, 2007, pp. 13-35 29
Pedro Carasa

Ha sido un placer recibir y enriquecerse con las respuestas tan interesantes de


estos buenos colegas que se prestaron a responder con sus reflexiones e investiga-
ciones a una serie de propuestas más o menos provocativas que les envié hace más
de medio año. Partiendo de la cultura local que valoramos, cada uno ha plante-
ado desde su propio espacio metodológico, geográfico e ideológico, con toda
libertad, sus coincidencias y sus discrepancias con este giro, que en cualquier caso
ha resultado muy enriquecedor, al menos para mí, y espero que también para los
lectores.

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