Sacramentos

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¿Qué es un sacramento? ¿Cuáles son


los siete sacramentos de la Iglesia?
Los sacramentos son signos sensibles (palabras y acciones), accesibles a
nuestra humanidad, a través de los cuales Cristo actúa y nos comunica
su gracia.

16/05/2023

Sumario sobre los siete sacramentos de la Iglesia católica

1. ¿Qué es un sacramento? ¿Cuántos son?


2. Sacramentos de Cristo y de la Iglesia
3. Sacramentos de la fe y de la salvación

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1. ¿Qué es un sacramento? ¿Cuántos sacramentos existen?

Los sacramentos son signos sensibles (palabras y acciones), accesibles a nuestra


humanidad, a través de los cuales Cristo actúa y nos comunica su gracia.

Los sacramentos son signos eficaces de la gracia, instituidos por Cristo y confiados
a la Iglesia por los cuales nos es dispensada la vida divina. Los ritos visibles bajo
los cuales los sacramentos son celebrados significan y realizan las gracias propias
de cada sacramento.
En la Iglesia católica hay siete sacramentos:

1. Bautismo

2. Confirmación o Crismación

3. Eucaristía

4. Penitencia

5. Unción de los enfermos

6. Orden sacerdotal

7. Matrimonio

Cfr. Catecismo de la Iglesia nn. 1131, 1084, 1113

Meditar con san Josemaría

¡Qué bondad la de Cristo al dejar a su Iglesia los Sacramentos! —Son remedio para
cada necesidad.

—Venéralos y queda, al Señor y a su Iglesia, muy agradecido. Camino, 521

El que desea luchar, pone los medios. Y los medios no han cambiado en estos
veinte siglos de cristianismo: oración, mortificación y frecuencia de Sacramentos.
Como la mortificación es también oración —plegaria de los sentidos—, podemos
describir esos medios con dos palabras sólo: oración y Sacramentos.

Quisiera que considerásemos ahora ese manantial de gracia divina de los


Sacramentos, maravillosa manifestación de la misericordia de Dios. Meditemos
despacio la definición que recoge el Catecismo de San Pío V: ciertas señales
sensibles que causan la gracia, y al mismo tiempo la declaran, como poniéndola
delante de los ojos. Dios Nuestro Señor es infinito, su amor es inagotable, su
clemencia y su piedad con nosotros no admiten límites. Y, aunque nos concede su
gracia de muchos otros modos, ha instituido expresa y libremente —sólo El podía
hacerlo— estos siete signos eficaces, para que de una manera estable, sencilla y
asequible a todos, los hombres puedan hacerse partícipes de los méritos de la
Redención. Es Cristo que pasa, 78

2. Sacramentos de Cristo y de la Iglesia

El Concilio de Trento, siguiendo la doctrina de las Sagradas Escrituras y de la


tradición apostólica profesó que todos los sacramentos fueron instituidos por
nuestro Señor Jesucristo.

La Iglesia reconoció poco a poco este tesoro recibido de Cristo y precisó su


"dispensación", tal como lo hizo con el canon de las Sagradas Escrituras y con la
doctrina de la fe, como fiel dispensadora de los misterios de Dios. Así, la Iglesia ha
precisado a lo largo de los siglos, que, entre sus celebraciones litúrgicas, hay siete
que son, en el sentido propio del término, sacramentos instituidos por el Señor.

Los sacramentos son "de la Iglesia" en el doble sentido de que existen "por ella" y
"para ella". Existen "por la Iglesia" porque ella es el sacramento de la acción de
Cristo que actúa en ella gracias a la misión del Espíritu Santo. Y existen "para la
Iglesia", porque ellos son "sacramentos [...] que constituyen la Iglesia" (San
Agustín, De civitate Dei 22, 17; Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae 3, q.64,
a. 2 ad 3), ya que manifiestan y comunican a los hombres, sobre todo en la
Eucaristía, el misterio de la Comunión del Dios Amor, uno en tres Personas.

Los tres sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y del Orden sacerdotal


confieren, además de la gracia, un carácter sacramental o "sello" por el cual el
cristiano participa del sacerdocio de Cristo y forma parte de la Iglesia según
estados y funciones diversas. Esta configuración con Cristo y con la Iglesia,
realizada por el Espíritu, es indeleble, permanece para siempre en el cristiano
como disposición positiva para la gracia, como promesa y garantía de la
protección divina y como vocación al culto divino y al servicio de la Iglesia. Por
tanto, estos sacramentos no pueden ser reiterados.

Cfr. Catecismo de la Iglesia nn. 1114-1121

Meditar con san Josemaría


La Iglesia, unida a Cristo, nace de un Corazón herido. De ese Corazón, abierto de
par en par, se nos trasmite la vida. ¿Cómo no recordar aquí, aunque sea de
pasada, los sacramentos, a través de los cuales Dios obra en nosotros y nos hace
partícipes de la fuerza redentora de Cristo? ¿Cómo no recordar con
agradecimiento particular el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, el Santo
Sacrificio del Calvario (…) en nuestra Misa? Jesús que se nos entrega como
alimento: porque Jesucristo viene a nosotros, todo ha cambiado, y en nuestro ser
se manifiestan fuerzas —la ayuda del Espíritu Santo— que llenan el alma, que
informan nuestras acciones, nuestro modo de pensar y de sentir. El Corazón de
Cristo es paz para el cristiano. Es Cristo que pasa, 169

Hablábamos antes de lucha. Pero la lucha exige entrenamiento, una alimentación


adecuada, una medicina urgente en caso de enfermedad, de contusiones, de
heridas. Los Sacramentos, medicina principal de la Iglesia, no son superfluos:
cuando se abandonan voluntariamente, no es posible dar un paso en el camino
del seguimiento de Jesucristo: los necesitamos como la respiración, como el
circular de la sangre, como la luz, para apreciar en cualquier instante lo que el
Señor quiere de nosotros.

La ascética del cristiano exige fortaleza; y esa fortaleza la encuentra en el Creador.


Somos la oscuridad, y Él es clarísimo resplandor; somos la enfermedad, y Él es
salud robusta; somos la escasez, y Él la infinita riqueza; somos la debilidad, y Él
nos sustenta, quia tu es, Deus, fortitudo mea, porque siempre eres, oh Dios mío,
nuestra fortaleza. Nada hay en esta tierra capaz de oponerse al brotar impaciente
de la Sangre redentora de Cristo. Pero la pequeñez humana puede velar los ojos,
de modo que no adviertan la grandeza divina. De ahí la responsabilidad de todos
los fieles, y especialmente de los que tienen el oficio de dirigir —de servir—
espiritualmente al Pueblo de Dios, de no cegar las fuentes de la gracia, de no
avergonzarse de la Cruz de Cristo. Es Cristo que pasa, 80.

3. Sacramentos de la fe y de la salvación

Cristo envió a sus Apóstoles para que, «en su Nombre, proclamasen a todas las
naciones la conversión para el perdón de los pecados» (Lc 24,47). «Haced
discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y
del Espíritu Santo» (Mt 28,19). La misión de bautizar, por tanto, la misión
sacramental, está implicada en la misión de evangelizar, porque el sacramento es
preparado por la Palabra de Dios y por la fe que es consentimiento a esta Palabra.

Los sacramentos están ordenados a la santificación de los hombres, a la


edificación del Cuerpo de Cristo y, en definitiva, a dar culto a Dios, pero, como
signos, también tienen un fin instructivo. No sólo suponen la fe, también la
fortalecen, la alimentan y la expresan con palabras y acciones; por eso se llaman
“sacramentos de la fe”.

La fe de la Iglesia es anterior a la fe del fiel, el cual es invitado a adherirse a ella.


Cuando la Iglesia celebra los sacramentos confiesa la fe recibida de los apóstoles.

Celebrados dignamente en la fe, los sacramentos confieren la gracia que


significan. Son eficaces porque en ellos actúa Cristo mismo; Él es quien bautiza, Él
quien actúa en sus sacramentos con el fin de comunicar la gracia que el
sacramento significa.

Los sacramentos obran ex opere operato (según las palabras mismas del Concilio
de Trento: "por el hecho mismo de que la acción es realizada"), es decir, en virtud
de la obra salvífica de Cristo, realizada de una vez por todas. De ahí se sigue que
"el sacramento no actúa en virtud de la justicia del hombre que lo da o que lo
recibe, sino por el poder de Dios" (Santo Tomás de Aquino, S. Th., 3, q. 68, a.8, c).
En consecuencia, siempre que un sacramento es celebrado conforme a la
intención de la Iglesia, el poder de Cristo y de su Espíritu actúa en él y por él,
independientemente de la santidad personal del ministro. Sin embargo, los frutos
de los sacramentos dependen también de las disposiciones del que los recibe.

La Iglesia afirma que para los creyentes los sacramentos de la Nueva Alianza son
necesarios para la salvación. La "gracia sacramental" es la gracia del Espíritu
Santo dada por Cristo y propia de cada sacramento. El Espíritu cura y transforma
a los que lo reciben conformándolos con el Hijo de Dios. El fruto de la vida
sacramental consiste en que el Espíritu de adopción deifica a los fieles uniéndolos
vitalmente al Hijo único, el Salvador.

El fruto de la vida sacramental es a la vez personal y eclesial. Por una parte, este
fruto es para todo fiel la vida para Dios en Cristo Jesús: por otra parte, es para la
Iglesia crecimiento en la caridad y en su misión de testimonio.
Cfr. Catecismo de la Iglesia nn. 1122-1134

Meditar con san Josemaría

Ausencia, aislamiento: pruebas para la perseverancia. —Santa Misa, oración,


sacramentos, sacrificios: ¡comunión de los santos!: armas para vencer en la
prueba. Camino, 997

¿Tú quieres ser fuerte? —Primero, date cuenta de que eres muy débil; y, luego,
confía en Cristo, que es Padre y Hermano y Maestro, y que nos hace fuertes,
entregándonos los medios para vencer: los sacramentos. ¡Vívelos! Forja, 643

¿Qué son los sacramentos huellas de la Encarnación del Verbo, como afirmaron
los antiguos sino la más clara manifestación de este camino, que Dios ha elegido
para santificarnos y llevarnos al Cielo? ¿No veis que cada sacramento es el amor
de Dios, con toda su fuerza creadora y redentora, que se nos da sirviéndose de
medios materiales? ¿Qué es esta Eucaristía ya inminente sino el Cuerpo y la
Sangre adorables de nuestro Redentor, que se nos ofrece a través de la humilde
materia de este mundo vino y pan, a través de los elementos de la naturaleza,
cultivados por el hombre, como el último Concilio Ecuménico ha querido
recordar? Conversaciones, 115

El cristiano se sabe injertado en Cristo por el Bautismo; habilitado a luchar por


Cristo, por la Confirmación; llamado a obrar en el mundo por la participación en
la función real, profética y sacerdotal de Cristo; hecho una sola cosa con Cristo por
la Eucaristía, sacramento de la unidad y del amor. Por eso, como Cristo, ha de
vivir de cara a los demás hombres, mirando con amor a todos y a cada uno de los
que le rodean, y a la humanidad entera. Es Cristo que pasa, 106.

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iglesia-catolica/ (05/10/2024)

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