El Rey en Sombras - Shelly Kengar

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El Rey en Sombras

Shelly Kengar
NOTA AUTORA
Querido/os Lector/es
Si has llegado hasta aquí, solo puedo agradecerte y esperar que hayas
disfrutado de esta historia. Te quiero animar a dejar tu opinión en Amazon
©shellykengar

N.º de registro: 8qqybtbR-2023-10-27T08:13:49.882

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser
reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio,
electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier
sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del
propietario del copyright. Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido
con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres,
hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la
imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o


transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de
sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
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necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra
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Portada: Shelly Kengar @shellykengar
Foto: Canva
Maquetación: Shelly Kengar @shellykengar
Agradecimientos
Los agradecimientos son lo último que escribo y lo que más difícil me
resulta porque me siento una privilegiada por contar con tanta gente que me
ayuda diariamente en el recorrido de este sueño.
Esta historia va dedicada a mi gran amiga Dorcas Montañés porque sin
su insistencia nunca la hubiera creado. Ella se enamoró de One en el primer
libro que salió como personaje secundario y me convenció para crear su
historia. Gracias por ser siempre mi chica amarilla.
Gracias a mi guerrera, la que siempre está a mi lado, animándome,
olvidándose a veces que ella necesita también que la animen, a Laura por
ser una luz en el camino de tantas.
A Myra Reda por estar siempre ahí, dispuesta a brindarme sus palaras de
ánimo ya empujarme a creer que los sueños se cumplen.
A Irene, esta me hace especial ilusión, porque la vida me regaló el
conocerla en un market y es un ser hermoso que te llena diariamente. Eres
maravillosa mi chica de pelo rosa.
A mi Anita porque siempre está a mi lado porque con los años nos hemos
unido y estoy superorgullosa de ella porque es un crack.
A mi Nerea porque creo que el destino se confabuló para que nuestros
caminos se cruzaran.
No puedo olvidarme de Isa que con su frescura y su sinceridad te brinda
un crecimiento personal brutal.
Y por supuesto, de Olga, con su excesiva responsabilidad, ante todo, con
ese sufrimiento que le genera cuidar de todas y su chispa para ser la toma a
tierra de una soñadora e impulsiva como yo.
Por último y no menos importante a mi tía Toñi porque ha seguido esta
historia desde la primera página, ya que sus consejos siempre me hacen
mejor persona y su apoyo incondicional es un regalo para mí.
Sinopsis
Entra en un mundo oscuro de mentiras y secretos. Fudo Shinoda
conocido como One se enfrenta a una visita inesperada que cambiará su
vida para siempre.
Kayda desesperada intenta convencer a One para que regrese a Tokio, su
padre, jefe de la yakuza está enfermo y solicita ver a su hijo.
La atracción entre Kayda y One es innegable y a medida que descubren
más sobre sus propios secretos y los de su familia se verán arrastrados hacia
una situación cargada de seducción y peligro.
En Tokio la pasión crece y las emociones se desatan.
Sumérgete en esta historia apasionante, adéntrate en un mundo donde la
pasión y el deseo se entrelazan peligrosamente con la mafia japonesa y la
tríada.
Dedicatoria
Para las que luchan, para las que no se rinden, para las que se caen y se
levantan. Esta historia va dirigida a todas ellas.
Prólogo
Tokio-3 semanas atrás

Kayda
Los ojos cansados de mi padre oprimen mi alma, permanece tumbado en
la cama de su dormitorio y como cada noche yo lo observo sentada junto a
su lecho. Kenichi Shinoda es el jefe de la yakuza o lo que nosotros
nombramos como Kumicho. La familia de Shinoda lleva años formando
parte de la yakuza y son muy influyentes en Tokio y dentro de toda la
organización.
Su respiración es pausada y mis ojos se hipnotizan con el subir y bajar de
su pecho cubierto por las sábanas.
La preocupación se respira en toda la casa por el estado de salud de mi
padre, pasó de estar perfectamente a tener problemas graves de salud. Los
médicos no dan con lo que ocasiona sus complicaciones respiratorias.
Sospecho que el empeoramiento de la salud de Shinoda no es algo
fortuito; sin embargo, mis dudas no han sido bien recibidas por la familia.
Mi madre, Hana Sumiyoshi, mostró su desacuerdo absoluto al explicarle
mis inquietudes.
A espaldas de mi madre, tengo personas montando guardia en la puerta
de su dormitorio, no pienso permitir que nadie con malas intenciones se
aproxime a Kenichi.
—Yōjo. — Su voz apenas es un susurro.
—Yōfu, no hables, no debes alterarte— aconsejo posando mi mano sobre
la suya.
—Necesito que busques a Fudo. —Pide y su pecho se acelera, la angustia
se hace visible en su rostro.
Hablar le supone un esfuerzo demasiado grande.
—Yōfu, por favor —ruego y trago el nudo que obstruye mi garganta,
reprimiendo las lágrimas que luchan por salir.
—Escúchame con atención, está en España, búscalo, Fudo es mi hijo,
necesito verlo antes de morir —confiesa alterado y le sobreviene un
repentino ataque de tos.
La idea de perderlo hace que experimente una sensación de asfixia
mezclada con vértigo.
Shinoda no es mi padre biológico, me adoptó con ocho años, aun así, es
el único que he conocido. Nuestra relación padre e hija fue amor a primera
vista, lástima que no sucediese de igual manera con Hana, mi madre, su
esposa. Su carácter introvertido y su frialdad han sido constantes en nuestra
relación.
En cambio, con mi hermana, Yasu, todo es diferente, a pesar de que no
compartimos lazos sanguíneos, no hay hermanas más unidas en todo Japón.
Hana siempre se ha comportado como la esposa perfecta y por
consiguiente madre ejemplar de cara a los ojos de toda la familia y
amistades. En realidad, su carácter poco amoroso nos ha afectado tanto a mí
como a Yasu.
En ocasiones he percibido en su mirada el desprecio, quizás porque a
pesar de mi educación arraigada en las costumbres de mi país, siempre he
mostrado ese punto rebelde, el ansia de cambiar la posición de las mujeres
en la organización. La Yakuza surgió hace 300 años, tiene gran importancia
dentro de la sociedad japonesa con el suficiente poder para influir en las
decisiones relevantes para el sistema político. Sus acciones están marcadas
por un código de honor, cualquier miembro que viole esas reglas es
castigado y en el mejor de los casos desterrado. Las familias o clanes de la
mafia japonesa son patriarcales y los altos rangos están prohibidos para las
mujeres.
Desde que era una adolescente, mi interés por las artes marciales y el
manejo de la catana marcaron mi juventud… Mi padre me apoyó y animó a
esforzarme cada vez más, sin embargo, mi madre lanzaba críticas machistas
sobre mí, cuando no andaba cerca Kenichi, por supuesto.

Hana Sumiyoshi alcanzó el máximo de su desprecio hacia mí en el


momento que Shinoda tomó la decisión de que formara parte de su guardia
personal. Algo muy significativo e importante, ya que pasé a ser la primera
mujer en ocupar un alto rango.
Una vez más mi madre se tragó su orgullo y claudicó con la decisión del
Kumicho, de puertas para dentro, porque no desaprovechaba ninguna
oportunidad en los instantes que compartíamos a solas para hacerme
partícipe de su desagrado y hastío por equipararme a un hombre. Según
ella, era una vergüenza para la familia Shinoda. Así que ante ella guardaba
silencio y no rebatía ninguno de sus ataques.
Aprendí a no pelear con mi madre, porque eran batallas inútiles.
Han transcurrido cinco años desde entonces y nunca olvidaré la
oportunidad que me brindó mi padre. No ha pasado un día desde entonces
que no se lo agradezca y se lo demuestre con mi esfuerzo por cumplir como
cualquier guerrero de alto rango.
—Yōfu, tienes que relajarte. No es recomendable que te agites— insisto
de nuevo.
—Kayda, prométeme que irás, necesito que me hagas ese favor, es muy
importante ―pide nuevo lo mismo y aprieta mis dedos entre los suyos.
—No quiero ni debo dejarte solo— confieso al fin.
En mis palabras se entrevé el miedo a que le suceda algo, a que atenten
contra su vida.
—Watashi no chīsana doragon, yo voy a estar bien, Kimura velará por
mi seguridad—La dulzura que emplea en esa frase, tan nuestra, toca mi
fibra sensible.
“Watashi no chīsana doragon”, mi pequeña dragona, siempre se dirige a
mí de esa forma con la intención de convencerme o disuadirme de hacer
algo.
Porque mi empecinamiento es conocido, soy una cabezota de cuidado,
Kenichi me conoce muy bien y sabe sobrellevar mi inclinación al cerrarme
en banda ante según qué situaciones u órdenes. Con los años he aprendido a
utilizar esa característica de mi carácter como muro para que no me hagan
daño.
—Está bien, Yōfu. Viajaré a España en busca de tu hijo —claudico al fin
regalándole una sonrisa que refleja todo el cariño que le profeso.
Kimura es el jefe de su guardia, lo conozco bien, llevo años bajo su
tutela, así que contar con él es un alivio. Días atrás le transmití mis
sospechas y él se comprometió a estar atento.
Mi padre tiene muchos simpatizantes, porque es uno de los jefes de la
yakuza más importante, no obstante, también tiene enemigos, personas que
lo quitarían de su cargo si pudieran sin pestañear.
Treinta años atrás intentaron que no asumiera el cargo, mataron a su
esposa por ser española, una vergüenza para las familias más conservadoras
de la yakuza e incluso le hicieron creer que su primogénito había muerto.
Años después descubrió que no.
Ahora me toca a mí ir a buscar a ese hijo que nada ha querido saber de su
padre durante años. Una ardua tarea, o titánica, porque no tengo el gusto de
conocer a Fudo Shinoda, aunque sospecho que no será un hombre fácil. Si
en algo se parece a Kenichi, preveo que será duro convencerlo.
Capítulo 1
One
Actualidad
Dormir está sobrevalorado, al menos para mí, desde que recuerdo mis
ojos se han cerrado, abandonando mi cuerpo a los brazos de Morfeo por un
corto periodo de horas. Odio dormir, porque las pesadillas dominan mi
mente en el proceso, por lo que intento solo descansar lo necesario para que
mi cuerpo funcione alineado con mi retorcida mente. Mis ojos se abren
justo cuando la oscuridad todavía baña el cielo. Giro sobre mi cuerpo y
abandono la cama directo al baño.
Después de una ducha de quince minutos, salgo mojado y con una toalla
en mi cintura. Paso mis manos por mi rostro y enciendo la tetera. No tomo
café, pero si té, es una de las costumbres que adopté en el periodo de cinco
años que viví en Tokio.
Mi maestro es el culpable de que hoy por hoy el té sea uno de mis pocos
vicios.
Últimamente, mi mente evoca demasiado esa época, los años que viví en
Tokio. La imperiosa necesidad de conocer mi procedencia biológica fue la
culpable de que mi padre adoptivo me enviara a Japón.
Ojalá nunca hubiera viajado, quizás así todo sería diferente. Mis padres
adoptivos no estarían muertos. Yo no hubiese pasado siete años en una
cárcel, cumpliendo condena por su asesinato.
Los designios del destino son igual que los hilos de un telar en continuo
movimiento, tejiendo el tapiz de nuestro camino.
Sacudo frustrado la cabeza por mi estado de ánimo nostálgico. Desde que
Kayda se ha largado permanezco demasiado tiempo evocando lo que pudo
ser y no fue.
Me coloco el pantalón de chándal y una camiseta y salgo a correr para
despejar mi alma y mi mente, de paso quemaré el exceso de energía. Coloco
mis cascos y selecciono la playlist.
Descubrir que tengo dos hermanas, no me afectó, aunque Kayda ni
siquiera comparte mi sangre, al parecer el ilustre Kenichi Shinoda la
adoptó. Aprieto la mandíbula mientras corro acelerando también el ritmo,
porque mi traicionera mente evoca la imagen de mi hermanastra.
La primera vez que la vi parada frente a mi puerta tuve una erección
monumental que logró desconcertarme, a mí, al hombre controlador y
disciplinado que soy. Razón por la cual la odié con solo mirarla.
Cierro los ojos durante unos breves segundos y noto la ira subiendo por
mi esófago. Una furia dirigida a mí mismo por mis debilidades.
Kayda es una dragona, como bien dice su nombre, pero no solo eso, la
frescura de su carácter sumado a la falta de piedad que aflora en ella en
combate logra atraerme de manera desproporcionada.
Lo demostró cortándole el cuello a Marilyn Payton, no titubeó, su pulso
no tembló y su rostro, en el que ninguno de los presentes reparó, pero yo sí,
reflejó la satisfacción de matar. El deseo por la sangre.
Maneja la catana al mismo nivel que un maestro, y reconozco que nunca
he visto a una mujer manejar la Shodai (catana corta) como a mi molesta
hermanita.
Vino a España a buscarme, según Kayda mi padre es víctima de un
complot, lo han envenenado o algo por el estilo. A pesar de que no tiene
pruebas.
El honorable Kenichi Shinoda le pidió expresamente que me buscara,
quiere verme antes de partir hacia el más allá.
Esa cruzada la tenía perdida antes de despegar en Tokio, porque juré que
jamás pisaría de nuevo Japón.
Rememoro en mi mente el momento exacto, en el que decidí que no
volvería a Tokio.
Sucedió la noche que llegué a casa después de vivir cinco años en Japón
lejos de mis padres adoptivos, ansioso por verlos, me confié. Atravesé el
jardín de mi casa y abrí la puerta encontrándome la escena dantesca en el
comedor de mi hogar.
Mi madre en el suelo, con los ojos fijos y su cuerpo ensangrentado, y mi
padre también de pie enfrentándose a uno de los enmascarados que
ocupaban el salón.
La situación me paralizó el tiempo preciso para que dos de los hombres
me sujetaran por detrás.
—Bienvenido a casa—Saludó el hombre que mantenía a mi padre contra
su pecho sujetando un bisturí en su mano pegado al cuello de mi progenitor.
No tuve tiempo ni de protestar antes que la hoja del bisturí abriera en
canal el cuello de mi padre. La imagen se imprimió en mi cerebro.
Forcejeé con todas mis fuerzas, aunque resultó inútil.
Los atacantes vestían con el traje típico de los ninjas y el individuo que
acababa de matar a Javier Alemany dio dos zancadas acercándose a mí. Una
de sus manos se posó en su barbilla y se retiró la máscara.
El rostro que me mostró no era reconocido por mí, aunque se grabó en mi
cerebro a fuego.
—Nos vemos en veinte años en Tokio— proclamó y es lo último que
recuerdo de esa noche.
Lo siguiente es que desperté en una cárcel, acusado del homicidio en
primer grado de Javier Alemany y Marieta Canals.
La lista de reproducción de mi móvil se entre corta al entrar un nuevo
WhatsApp. Sin dejar de correr, trasteo el aparato para ver el mensaje
recibido.
Al verlo paro en seco sin preocuparme si alguien viene detrás corriendo.
Mis ojos se clavan en el selfie que acabo de recibir con la cara sonriente
de la loca de mi hermanastra. A pie de foto una frase.
Para que me recuerdes sonriente y satisfecha.
No me da tiempo ni a decidir si le contestaré o no, entra otro mensaje.
La foto de su mano cerrada con el dedo medio alzado acompañado por la
frase.
Yo te recordaré como el peor beso que me han dado en la vida.
Un violento bufido sale de mi boca, mordiéndome la lengua al mismo
tiempo para no soltar una retahíla de improperios dirigidos a mi
descerebrada hermanastra.
Incluso a más de 3000 metros de altitud tiene el don de afectarme en
todos los sentidos. La foto se la ha tomado en el avión, porque de fondo se
ve la típica ventanilla.
Y la última frase es un dardo envenenado que enciende mi cuerpo y
convierte en lava mi sangre.
Lo que no sabe Kayda es que si yo la hubiese besado no sería capaz de
olvidarme. Pero no lo hice, en primer lugar, porque cuando la acompañé al
aeropuerto no me esperaba que se lanzara sobre mí con tanta efusividad,
plantándome un beso en mi boca.
Permanecí estático los segundos que sus labios estuvieron pegados a los
míos, no por falta de ganas de devorarla y empotrarla contra la primera
pared libre de la terminal, sino porque mi férreo control se mantuvo
evocando una y mil veces la frase:
‹‹No es correcto, es tu hermanastra››.
A pesar de que no soy un hombre que se rige por el código de lo correcto,
más bien, al contrario, en el tema de Kayda lo aplico. Es una especie de
barrera que contiene la atracción enfermiza que la dragona despierta en mi
dragón interior.
Retomo la carrera y realizo el doble del recorrido habitual de mis carreras
matutinas, empecinado en deshacerme de su rostro que parece que se ha
anclado a mi cerebro.
Capítulo 2
Kayda
Aeropuerto Internacional de Haneda (HND)
Es una parte primordial en la vida, conocerse a uno mismo y tener claro
como alcanzar las metas que nos proponemos. Me caracterizo por visualizar
bien lo que deseo e ir a por ello. Sin embargo, mis dos semanas en España
me han mostrado un sentimiento desconocido para mí hasta la fecha. La
indecisión, la dudas. Desde que recuerdo la seguridad en mí misma me ha
acompañado.
Mientras camino por las escaleras mecánicas hacia la zona de equipaje,
mi mente evoca a One.
La primera vez que nuestras miradas se cruzaron, un rayo electrizante
atravesó mi cuerpo. Abrió la puerta sin camiseta, ataviado solo con un
pantalón de deporte, y mis ojos lo revisaron de manera exhaustiva.
Minutos después noté como mi rostro azorado se teñía de rojo por el
poco tacto al comérmelo con descaro con los ojos.
Sacudo la cabeza para dejar de vagar por las nubes de mis divagaciones y
concentrarme en recoger mi maleta y poner rumbo a casa de mi padre. Las
ganas de verlo y comprobar su estado de salud me instan a acelerar mis
pasos. Agradezco no encontrarme la marabunta en la zona y en un tiempo
más o menos aceptable ya voy rumbo a la salida con mi maleta en la mano.
La precaución se ha ante puesto y no he llamado a casa para avisar de mi
regreso, prefiero presentarme de improvisto y ver el panorama. Casi he
alcanzado la puerta y me pongo las gafas de sol justo antes de salir.
Tan solo he colocado un pie en la calle cuando mi acción se queda parada
en seco. Frente a mí, apoyado en un Mercedes negro, con su usual porte
arrogante, está la última persona que querría ver.
—Bienvenida, Kayda. ―Saluda, su tono es contenido, siempre lo es al
dirigirse a mí.
—Hola, Ichiro, ¿Qué haces aquí? — correspondo e interrogo a la vez.
―Recoger a mi prometida a su regreso, de un viaje que no tenía noticia,
por cierto― contesta arrojando un dardo cargado de reproche en sus
palabras.
Omito sus quejas, lo ignoro con el estilo que me caracteriza, a pesar de
que ganas de lanzarle cuatro palabras hirientes roza mi cerebro. Pero con
los años he aprendido una lección muy valiosa, hay batallas que no merece
la pena librar, porque están perdidas de ante mano y solo restan energía.
Conozco a Ichiro desde que tenía ocho años y su carácter no ha cambiado,
por el contrario, ciertos rasgos exasperantes se han acentuado con la edad.
Nuestro compromiso lo pactaron nuestras familias cuando nosotros aún
éramos unos niños, en Japón es una costumbre que, aunque algunas familias
han perdido, otras siguen arraigados a ella.
Me molesta que revise mis movimientos, sus intentos por vigilarme
consiguen agriar mi humor. Ichiro Shinoda es mi prometido, aunque para
mi desgracia no me gusta. Físicamente, cualquier joven de mi edad se
sentiría encantadísima de ser su futura esposa, porque tiene porte de modelo
de trajes de ejecutivo. Pero es un altanero, machista, controlador que sin
estar casados se cree con derecho a espiar y mermar cada uno de mis
movimientos.
El chofer se apresura a recoger mi equipaje y abrirme la puerta, no me
queda más opción que sentarme en la parte trasera, justo minutos después
mi flamante prometido se sienta a mi lado.
Mi cerebro sopesa las opciones, porque nadie conocía mi viaje express a
España ni mi posterior regreso.
—Ichiro, tengo una curiosidad— Mis palabras rompen el silencio del
habitáculo, sin embargo, en realidad cumplen la función de irritar a mi
perfecto prometido.
—Ilumíname, Kawai —No aparta la mirada del frente, Ichiro no se
rebaja a mirarme a la cara, en pocas ocasiones lo hace.
En secreto anhelo que su actitud hacia mí no sea promovida por el
desprecio, igual que mi madre, por compararme con los guerreros de alto
rango. Él nunca ha hablado de ese tema. Por el bien de nuestras existencias
rezo, porque no sea esa razón, sino nuestra vida marital se convertirá en un
auténtico infierno.
—¿Me espías? ―abordo la pregunta con seguridad.
—Mi deber es velar por tu seguridad— contesta sin despeinarse ni un
pelo.
Una respuesta muy ambigua y que se clava en mi orgullo.
—No necesito protección, se te olvida que pertenezco a la guardia de alto
rango. ―rebato reprimiendo al máximo la ira que azota mi interior,
instándome a demostrarle las mil maneras que conozco de protegerme.
El silencio vuelve a adueñarse del coche y nos acompaña hasta la zona
sur de Tokio donde se encuentra mi hogar.
No espero a que chofer abra mi puerta, salgo igual que un vendaval,
atravieso el jardín delantero que da acceso a la puerta principal de mi hogar.
Nuestra casa es tradicional, en un primer momento era una minka, (casa
tradicional japonesa fabricada en madera). Hace unos años mi padre añadió
una reforma ampliándola y colocando habitaciones en la parte oeste en vez
de los paneles típicos de la arquitectura japonesa llamados fusuma. Los
suelos de toda la estructura los mantuvo entarimados como bien manda la
tradición.
No echo la vista atrás para comprobar si Ichiro me sigue, porque lo hace.
Me descalzo en el recibidor y al entrar tropiezo con mi madre que habla
entre susurros con Chihiro, ella trabaja para nosotros organizando las tareas
y al personal de servicio desde hace muchos años.
Mi progenitora eleva sus ojos achinados y observo que las arrugas en la
comisura de sus ojos se han acentuado. Raro, porque Hana luce siempre un
cutis perfecto que se esmera en mantener.
—La hija pródiga aparece— exclama frunciendo sus labios en un rictus
de reprobación.
—Madre. —Saludo inclinando la cabeza al mismo tiempo.
—¿Se puede saber dónde estabas? — interroga cruzando sus brazos
sobre el pecho del kimono que luce.
Hana Sumiyoshi hace honor a las tradiciones, enclavada a ellas, rozando
la obsesión, razón por la cual la mayor parte de las veces luce el traje
tradicional japonés en sus distintas versiones.
Salvada por la campana de contestar, lo sé al ver el rostro de mi madre
iluminarse y sus ojos dirigirse más allá de mi espalda. Menos mal porque
no pienso informar a mi madre el motivo ni destino de mi viaje. Hana
montaría en cólera si lo supiera, así que prefiero callar y mantener las aguas
mansas. Además, mi padre solicitó que solo Kimuro y yo conociéramos mi
viaje el porqué de este.
—¡Qué sorpresa, Ichiro! ¡No te esperábamos! ― profiere sin ocultar su
satisfacción
«Parece que mi madre estaría más contenta de casarse con mi prometido
que yo». La afirmación cruza mi cerebro con rapidez.
Aprovecho para proseguir mi camino a los aposentos de mi padre.
―Me alegra verla, tía. Fui a buscar a Kayda al aeropuerto y saludaros
interesarme por la salud del tío. ― Ichiro, hace gala de su exquisita
educación rozando lo vomitivo.
Reprimo las arcadas que suben por mi garganta, provocadas por la
falsedad de la que se jacta Ichiro. Ruedo los ojos hacia arriba y camino
abandonando la sala y dejando a mi madre disfrutar de la compañía de mi
prometido.
«A fin de cuentas, a ella le gusta más que a mí».
Alcanzo el pasillo donde se encuentra la habitación de mi padre y
reconozco a los dos hombres apostados en la puerta.
Inclino mi cabeza a modo de saludo y ambos se apartan perfectamente
coordinados para que logre acceder al interior de la estancia.
La sala está oscura y el olor a cerrado se cuela por mis fosas nasales.
El enfado se apodera de mí, una cosa es que mi padre esté enfermo y otra
mantenerlo en penumbra todo el tiempo. Así que me dirijo a las gruesas
cortinas y las retiro permitiendo que la luz natural ilumine la habitación.
‹‹Ahora sí››, digo a mi mente.

Al girarme veo el demacrado rostro de Kenichi mirándome y una suave


sonrisa se intenta dibujar en su semblante.
—Padre. — Saludo y me siento a su lado sobre la cama.
Una de mis manos acaricia su cabello veteado por finas hebras de plata,
reviso su rostro y detecto las señales de su desmejorado estado, la piel
amarilla y sus pupilas negras deslucidas muestran que no está mucho mejor
que cuando me marché.
—Kayda— sisea esforzándose.
Le cuesta hablar.
—Padre, lo siento, no he podido cumplir lo que me encargaste. Fudo no
ha querido venir— confieso con la cabeza gacha decepcionada, porque su
hijo es un cabezota y convencerlo resultó imposible.
Una derrota que aún no asimilo, porque reconozco que no me gusta
perder.
Y para mí que One, como lo llaman en su círculo, no haya claudicado en
visitar a Kenichi es una batalla perdida.
La imagen de One de nuevo se cuela en mi mente y ahora compruebo las
similitudes con mi padre. Se parecen, mucho de hecho.
—Tranquila, doragonesu. Mi hijo-un repentino acceso de tos-es un
hombre obcecado, pero vendrá.
La seguridad de mi padre alcanza a sorprenderme, nunca le he
preguntado los detalles del nacimiento de Fudo, ni porque él se crio y vive
en España. Incluso pensé que no se conocían, las palabras de Kenichi
demuestran lo contrario.
—Supuse que no lo conocías— anuncio con sinceridad.
—Fudo vivió cinco años en Tokio, se instruyó en nuestras artes y nuestra
cultura. Lo conocí entonces… Cuando era pequeño me hicieron creer que la
igual que su madre, estaba muerto. Mi gran amigo Daikako averiguó la
verdad — explica con pausas en un intento de no perder el ritmo
respiratorio.
Daikako Tanaka, maestro de maestros, es una leyenda entre nuestras
familias. Desde pequeña he escuchado infinidad de historias sobre él.
Actualmente, nadie conoce su paradero, unos lo suponen muerto, otros
que está exiliado.
—Desconocía que One había vivido en Tokio— digo sin darme cuenta de
que la frase brota de mi boca.
—¿One? — interroga Kenichi.
‹‹ ¡Mierda, lo dije en voz alta! ››. Amonesto en mi cabeza.
—Sí, se hace llamar así. ―contesto sin explayarme demasiado, hablar de
One con mi padre despierta mis nervios. Además, no quiero pensar en él, la
promesa que me formulé a mí misma es olvidar que alguna vez nuestros
caminos se cruzaron. Porque mi hermanastro invoca a la mujer libidinosa y
lujuriosa que vive en mi interior y eso no es bueno, nada bueno.
—Kayda, no pienses más. Fudo tarde o temprano aparecerá— sentencia
mi padre y su voz es apenas audible, por lo que detecto que de nuevo le
merman las fuerzas.
‹‹Por mi bien, espero que no››, resuena en mi cerebro.
Asiento a la vez que unos golpes en la puerta captan nuestra atención.
—Adelante— invito.
Kimura irrumpe en la habitación con su porte férreo, lanza una mirada a
mi padre que casi ha cerrado los ojos. El cansancio cada vez es más
frecuente.
—Kayda, tenemos que hablar— propone el jefe de la alta guardia.
Aproximo mi boca a la frente de mi padre y le planto un beso
acompañado de:
—Descansa.
Abandono la habitación al lado de Kimura y nos dirigimos al despacho
de mi padre para poder tener privacidad. La incomodidad de tener a mi
prometido rondando por mi casa requiere que blinde mis actos, no lo quiero
metiendo las narices en mis asuntos.
Capítulo 3
One
Mi teléfono echa fuego, Uriel no ha parado de llamarme en toda la
mañana, mi amigo es demasiado intenso, debería centrarse en su nueva vida
de feliz marido en vez de insistir en localizarme.
—Sí —contesto a la llamada.
—¿Dónde andas? — Es lo primero que sale de su boca.
—A mí también me alegra hablar contigo— respondo sarcástico.
—Necesito que pases por el club, al parecer hay problemas con algún
cargamento de licor —comenta.
—No soy el encargado— rebato— Para eso contrataste a ese tipo, ¿Cómo
es que se llamaba?
—Elías, es un inútil, no entiendo por qué no te hice caso —se queja mi
amigo desesperado.
―Está bien, voy para allá ―digo resignado.
Me es imposible negarle ayuda a Uriel, no une un vínculo demasiado
fuerte para no acudir a sus llamadas.
Agarro las llaves y la cartera y abandono mi apartamento destino al club
Pecado.
En el momento en el que Uriel se casó con Trix, barajé la posibilidad de
que este dejara todos los asuntos turbios que regentábamos. A fin de
cuentas, mi amigo ya tenía su venganza, los culpables de la muerte de
Blanca ya pagaron. La pelirroja y su código de honor como miembro de las
fuerzas del orden era un aliciente añadido para que Uriel limpiara su
imagen y desmantelara todos los negocios ilícitos en los que trabajábamos.
La ausencia de Félix, el tercer socio en nuestras empresas y en el club, era
otro punto en contra para dejarlo todo atrás.
Para sorpresa de todos yo incluido, Uriel prosiguió con todo tal cual y la
que abandonó su profesión fue Trix que ahora participaba activamente en
todo, sobre todo en la logística de los envíos de armas y licores.
Uriel decidió contratar a ese tipo que se vendía muy bien, aunque a mi
parecer vendía más humo que otra cosa, el tal Elías. Su función era regentar
las recepciones de cargamento de licor en el club.
Recorro la distancia de mi apartamento al club en quince minutos, porque
vivió bastante cerca. Aparco en la puerta y veo a varios tipos saliendo de la
puerta principal.
Entro en el lugar y me encuentro a Uriel lanzando gritos y maldiciones al
empleando del mes. Desatar la furia de mi amigo no es ser muy inteligente
que digamos, aunque es el menos malo de los tres, Uriel en modo cabreo es
como un tornado arrasa con todo.
Camino recortando la distancia que nos separa y veo que Uriel agarra a
un asustado Elías por el cuello de la camiseta levantándolo del suelo.
—Uriel, ¿abusando de la autoridad?
Mi amigo reacciona ante mi voz soltando a su empleado que pierde el
equilibrio y cae de rodillas ante él.
—Al fin alguien que consigue ponerme de buen humor — exclama Uriel
alzando las manos sobre su cabeza.
Cabeceo ante la exclamación de mi amigo, causar alegría con mi presencia
no es algo a lo que esté acostumbrado, todo lo contrario. La gente me teme
en el mejor de los casos, infundo respeto, pero poco más.
—Vamos a mi despacho —añade Uriel echando a andar y yo lo sigo.
Ocupo el sillón frente a su escritorio y observo el semblante cansado de mi
amigo.
—One, necesito que estés más presente en el club— aborda pasando sus
manos por su mentón. La preocupación es latente en los rasgos de su rostro
e incluso sus ojos parecen apagados.
—Uriel, ya sabes que no es mi lugar. Además, Félix regresa en dos días,
con él muchos de los problemas que tienes ahora se disiparán — explico
arrojando algo de luz a la oscuridad que emana de mi amigo.
—No, Félix seguirá con su agencia de seguridad, tiene intención de abrir
una sucursal aquí para poder compaginar sus negocios con su nueva vida —
aclara.
—Pide a Igor que regrese, así puedes darle la gestión de la recepción de
descargas. Despide a ese pelele de Elías—añado brindándole otra opción.
Uriel echa su cuerpo para atrás apoyándose en la silla y con la mirada
clavada en mí.
—Necesito que seas tú, ahora mismo el funcionamiento de nuestros
negocios consigue estresarme demasiado. Preciso que te encargues—
insiste.
—Eres demasiado cabezota— protesto.
—No es eso, llevo meses barajando esa idea, porque ninguno de los que he
colocado en ese puesto es eficiente. Y Bea me tiene negro, reprochándome
que no tengo ojo para seleccionar personal — se desahoga.
Ufff, ya salió su mujer a colocación y eso es lo realmente preocupante,
porque Trix Sierra es una fiera en todos los aspectos y consigue exasperar a
mi amigo. Sonrió en mi interior divertido por las discusiones monumentales
que deben protagonizar ambos.
—No puedo, me voy de viaje— confieso al fin y hasta yo mismo me
sorprendo. Porque no sé en qué momento he tomado la decisión de viajar.
—Un viaje repentino, ¿no? —interroga de manera perspicaz Uriel.
—Sí, ha llegado el momento de regresar a Tokio— proclamo sin
entusiasmo.
La media sonrisa que mi amigo refleja en su cara revela sus conjeturas.
—One, nunca pensé que correrías tras una mujer — comenta con diversión
Uriel, es la primera vez desde que he llegado que deja ver su carácter
relajado.
—No seas idiota, esa mujer es mi hermana y no voy tras ella, son asuntos
de familia — explico sin brindar mucha información.
No me gusta dar explicaciones de mis actos, él lo sabe, tampoco suelo
airear mi vida privada, ni siquiera con mi círculo de amistades.
—Bueno, te deseo suerte, la vas a necesitar —augura Uriel sin borrar la
diversión en su rostro.
—Tú también— rebato molesto.
Asiente sin entrar a mi provocación y me levanto para abandonar el
despacho.
No necesito hablar más, ahora mismo la confusión se ha instalado en mi
interior porque la proclamación de mi repentino viaje es un impulso que ha
nacido de mi interior sin pasar por mi cuadriculada cabeza, acto que no es
normal en mi carácter controlador.
Conduzco dirección a mi apartamento y la imagen de Kayda aparece de
nuevo en mi mente.
«¿Qué me sucede? ¿Por qué no puedo dejar de pensar en mi hermanastra?».
Esa pregunta ocupa mi cerebro e instalan cierta inquietud en mi alma.
Lo más difícil de no evitar rememorar la imagen de Kayda es que mis
pensamientos sobre ella no albergan nada de fraternales.
La dragona me intriga, me excita y me enciende solo con pensar en ella.
Peligroso, muy peligroso, porque esas sensaciones que despierta en mí
amenazan constantemente mi férreo control.
Capítulo 4
Kayda
Una vez en el despacho de mi padre, me aseguro de que nadie nos ha
seguido. No me fio de Ichiro, bueno confieso que últimamente experimento
cierta paranoia por cualquiera, desde que Kenichi enfermó sin motivo
aparente y los médicos no dan con el tratamiento adecuado ni con la razón
de sus síntomas.
—Habla, Kimura— invito sin tomar asiento, prefiero estar de pie.
No me gusta ocupar el sillón de mi padre, para mí sería una falta de respeto.
He compartido con él muchos momentos en este despacho uno frente al
otro.
—Varias de las familias que componen el consejo se han puesto de acuerdo
para celebrar una reunión con miembros de la Tríada. — explica Kimura.
—¿Qué? ¿Ahora se ponen a confabular a espaldas del Kumicho?
La información de Kimura consigue que me enfurezca, porque la deslealtad
que demuestran las familias es nueva para mí, Kenichi es un líder respetado
y obedecido, lleva siéndolo más de veinticinco años. Razón por la cual no
entiendo que la yakuza actúe a espaldas de su líder a pesar de su
enfermedad.
—Al parecer quiere firmar un trato para ayudar a cubrir las rutas de los
alrededores de Tokio. Están respaldados por Akiro— aporta Kimura.
—Pero mi padre en varias ocasiones ha dejado claro que no le interesa
colaborar con la tríada en sus negocios de droga, y mucho menos participar
en la distribución ―recuerdo.
—Lo sé, pero Akiro no es de la misma opinión. Supongo que ha
aprovechado el momento para convencer a las familias ―expresa Kimura.
El jefe de la alta guardia no suele hablar abiertamente con cualquiera sus
inquietudes, pero con mi padre y conmigo se muestra en confianza, lo cual
agradezco.
Akiro Shinoda, mi tío y padre de Ichiro es muy diferente a Kenichi. Sus
ansias de poder los han llevado a más de una disputa de la cual yo he sido
testigo. No obstante, Kenichi siempre se ha impuesto a las alocadas ideas de
Akiro.
—De momento no podemos actuar, Kimura. Intenta mantener los ojos bien
abiertos— aconsejo ―Veré que podemos hacer sin desatar una batalla
interna en la organización.
—Cuida tu espalda, pequeña. —profiere Kimura abandonando el despacho.
En la soledad suspiro frustrada por todos los acontecimientos que están
sucediendo sin que yo consiga evitarlos. A pesar de pertenecer a la alta
guardia y ser la primogénita, al menos reconocida, del líder, mi condición
femenina me garantiza el fracaso absoluto si me enfrento a las familias.
Salgo del despacho pensando en que es momento de darme una ducha, la
necesito. Después de las horas de viaje en avión y los sucesos acontecidos.
De camino a mi habitación tropiezo con Chihiro.
—Nogasu Kayda.
—Sí, Chihiro, ¿qué necesitas? — pregunto con cortesía fingida.
—Su madre me ha pedido que le informe que debe bajar a comer con ella e
Ichiro. La están esperando— informa la mujer con cabello gris.
El desagrado en mi rostro aflora sin conseguir evitarlo. Porque lo que
menos me apetece en este momento es compartir mesa con mi madre y mi
prometido.
—Enseguida bajo, Chihiro— contesto.
Qué fácil sería poder decir que no, sin embargo, encendería la ira de mi
progenitora y no tengo ganas ahora mismo de lidiar con una Hana
enfurecida.
‹‹Demasiados frentes abiertos››, me recuerda mi conciencia.
Entro a mi habitación y de soslayo veo un kimono color burdeos sobre mi
cama que arranca un nuevo bufido exagerado de mi boca. Porque mi madre
no pierde oportunidad de imponer sus reglas, lástima que yo no esté
predispuesta a acatarlas.
Paso de largo deshaciéndome del mono negro de licra que se adapta a mi
figura y me introduzco bajo el chorro de agua. Evito mojar mi cabello, no
dispongo del tiempo suficiente para lavarlo a conciencia.
Al salir elijo una Hakama, para mí es la prenda más cómoda y de paso
crispará los nervios de mi entrometida madre.
La suelo usar con frecuencia en casa, coloco un top blanco sin mangas que
cae justo sobe la cintura del hakama. A continuación, reviso mi moño
colocando ciertos mechones que están sueltos y aprieto la cinta que lo
sujeta a mi nuca.
Vestirme así es una provocación, porque para Hana Sumiyoshi la tradición
y la etiqueta son primordiales y más cuando abajo se encuentra Ichiro, mi
prometido.
Dirijo mis pasos hacia el salón y sonrío solo con imaginar la cara de mi
madre cuando me vea.
—Siento la espera, necesitaba una ducha— irrumpo sentándome justo
frente a Ichiro que muestra su desaprobación ante mi atuendo en sus ojos.
Hana Sumiyoshi no deleita con su actuación ejemplar de perfecta anfitriona
y evita mirarme durante más de dos segundos. Que no le gusta mi ropa está
claro, aunque lo camufla.
—Estaba hablando con Ichiro que sería recomendable adelantar la fecha de
los esponsales — anuncia concentrada en mover la sopa de su plato.
De repente se cierra mi estómago, porque el anuncio de mi madre es un
golpe bajo directo a mi abdomen.
Una patada me dolería menos que su intención de casarme lo antes posible.
—Kayda, la salud del tío no es buena, quizás deberíamos considerar la
recomendación de tu madre— aprueba Ichiro.
‹‹ ¡Lo que faltaba, que mi prometido estuviera de acuerdo! ››. Exclamo en
mi mente.
—Razón por la cual no creo que sea buena idea, prefiero esperar, lo primero
es la salud de mi padre. Para mí el resto ahora mismo es secundario —
abordo conteniendo el tono para que no se note demasiado el enfado.
Ichiro aprieta sus labios en un rictus molesto, dejándome ver con claridad
su desacuerdo.
‹‹Por mí que se muerda la lengua y se envenene, me importa un rábano››,
voceo en mi mente.
—No me parece lo más acertado. Opino que hablaré con mi padre para que
se acelere la ceremonia— anuncia ignorando mis protestas.
—Sí, considero que será lo más acertado— apoya mi madre satisfecha.
—¿Una vez más mi opinión no cuenta, Ichiro? Supongo que tengo algo que
decir sobre mi propia boda —expreso alzando varios tonos mi voz.
—No seas impertinente Kayda —regaña mi madre enfadada.
Siento que vuelvo a tener nueve años y Hana me castiga por entrar en casa
sin descalzarme, la sensación de vulnerabilidad que eliminé de mi sistema
regresa por unos segundos.
—Me empujan siempre a perder los nervios. No soy un títere, tengo opinión
y decisión. Lo siento si no les gusta. Pero soy así. No me casaré hasta que
mi padre esté fuera de peligro— anuncio levantándome de golpe de la silla.
Mi madre me mira como si me hubieran crecido doce cabezas y está a
punto de amonestarme cuando irrumpe Chihiro.
—Disculpe, señora, tenemos una visita inesperada, pregunta por la Nogasu
Kayda —informa la mujer.
—No espero a nadie —sentencio.
—Bueno, hermanita, supuse que estarías contenta de verme. ―La voz
gruesa y sensual de One inunda mis oídos desconcertándome, incluso me
embarga una sensación de mareo extrema.
Detrás de Chihiro se alza mi peor pesadilla, mi hermanastro. Pestañeo
seguido, para asegurarme que no me lo estoy imaginando. No, no es una
ilusión, Fudo Shinoda está en Tokio, parado en mitad del salón de mi hogar.
“Mierda”
El grito de mi madre a mis espaldas es lo único que logra sacarme de mi
estado de embelesamiento. La miro y respira agitada, sus ojos continúan
fijos en el recién llegado parece que está viendo a un fantasma.
—No puede ser —dice antes de perder el conocimiento. Chihiro se
aproxima rápida para atender a su señora.
Ichiro se acerca al invitado con paso firme, mis músculos se tensan ante la
escena.
—Ichiro Shinoda, prometido de Kayda ¿y tú eres? — Se presenta lanzando
su mano para que One se la estreche.
Mi hermanastro alza las cejas y dirige sus ojos en mi dirección
interrogándome en silencio, pero yo me limito a ignorarlo.
—One — profiere su nombre de forma escueta y agradezco que no evoque
su nombre real.
La desconfianza de Ichiro es palpable y me mira de soslayo a la espera de
una explicación.
Yo reacciono abandonando la mesa y acercándome a One.
—Acompáñame. — pido.
—Kayda, estoy esperando una explicación— exige molesto Ichiro.
—Ahora no, Ichiro— contesto sin mirarlo y nos perdemos en los pasillos en
dirección a la habitación de mi padre.
A fin de cuentas, One está aquí para ver a Kenichi, nada más.
Capítulo 5
One
La veo de pie tras la mesa con ese atuendo tan de ella, pantalones de
guerrero y top que se adhiere a su pecho. No tiene una delantera
voluminosa, por el contrario, para mí resultan con el tamaño idóneo para
mis manos. Despejo esos pensamientos impíos de mi cabeza
concentrándome en la escena que tiene lugar frente a mis ojos. La mujer
sentada a la derecha de mi dragona me mira como si fuera un fantasma,
alcanzo a oler el pánico que desprende desde mi posición. Desvío mis ojos
al tipo que permanece frente a Kayda que se ha girado para enfrentarme.
Por alguna razón me desagrada solo verlo.
La mujer emite un:
—No puede ser— apenas audible, suerte que tengo un sentido del oído
bastante desarrollado y la sirvienta corre a su auxilio antes de caer
desmayada.
El hombre de traje de marca y peinado engominado se aproxima
colocándose justo frente a mí.
—Ichiro Shinoda, prometido de Kayda ¿y tú eres? —Desvela su identidad
esperando que yo imite su gesto. Estira su mano para que se la estreche.
‹‹Paso, no pienso ser educado, no me apetece››, me digo.
Así que ignoro su gesto y me limito a contestar.
—One.
Su desconcierto y enfado se refleja en sus facciones.
Kayda se apresura a acercarse a mí.
—Acompáñame.
Suena a una orden, y no me gusta, aun así, obedezco y la sigo
adentrándonos en uno de los pasillos. Escucho los reclamos del idiota que
se ha quedado en el salón y sonrío ante la actitud de mi hermanita que lo
pone en su lugar con su actitud arrogante.
Este tipo no es el adecuado como pareja de mi dragona. ¿Prometido?, ha
dicho, en el fondo inspira mi lástima. Porque mi dragona se lo comerá con
patatas a la que estén casados. Al imaginarme la escena, una punzada de
rabia nace en mi pecho y no entiendo el porqué, pero me molesta
demasiado imaginarme a la feliz pareja.
—Eres una caja de sorpresas, hermanita— pronuncio mientras camino
detrás de ella.
—Y tu un idiota— protesta.
—No sabía que te esperaba un prometido en tu casa. ¿Conoce tu costumbre
de ir besando a otros por ahí? — provoco sin pudor.
Kayda se gira con su semblante encendido por la ira y coloca su dedo índice
sobre mi pecho.
—¡Eres un gilipollas! No voy besando a nadie. Yo ya olvidé ese pequeño
lapsus. A fin de cuentas, ese beso ni siquiera merece que lo recuerde —
refunfuña amenazante.
—Tranquila, dragona. No he venido para pelear — aclaro divertido.
—¿A qué has venido entonces? — reclama enfadada.
—A ver a mi padre, tú me lo pediste — confieso y la confusión atraviesa su
mirada.
Asiente en silencio y vuelve a darme la espalda. No obstante, no sé
describir que fuerza se apodera de mí, que lanzo una de mis manos sobre su
brazo y en un movimiento rápido la empotro contra la pared pegando mi
cuerpo al suyo.
Nuestras respiraciones aceleradas son lo único que se escucha en el silencio
del oscuro pasillo, mis pupilas se pierden en sus labios entreabiertos y mi
polla se alza en el interior de mis pantalones.
Sin pensar, ni sopesar lo peligroso que es arrinconarla de esa forma,
mi boca se abalanza sobre la de ella y la beso. Mi gesto no tiene nada de
casto, el desespero y el fuego se acumulan en mi lengua que presiona sus
labios para adentrarse en su boca.
Mi dragona no se queda atrás, después de superar el primer momento de
desconcierto abre su boca para recibirme. Besar a Kayda es mejor de lo que
llevo imaginando desde la primera vez que la vi. Nos enredamos en un beso
ansioso cargado de anhelo y deseo. Saboreo cada lengüetazo, cada gemido
ahogado y la fiebre del fuego de la lascivia se apodera de mi mente. Mis
manos vuelan hacia su trasero apretando sus glúteos para rozarla con mi
erección y ella no se queda rezagada porque sus manos presionan mi nuca
profundizando nuestro beso.
Noto que la situación se está descontrolando cuando mi hermanita alza una
de sus piernas encaramándola a mi cintura, acto que arroja algo de lucidez a
mi emborronada mente.
Consigo separarme poniendo distancia entre nuestros cuerpos, las
respiraciones agitadas son la prueba fehaciente de lo afectados que nos ha
dejado el contacto. Su mirada encendida, cargada de avidez, me tienta a
proseguir, sin embargo, logro omitirla.
—Ahora sí, hermanita, este beso sí que no podrás olvidarlo— profiero con
alevosía.
Sus labios se aprietan y la ira reemplaza al deseo en su mirada.
—Eres un…— sisea, aunque no acaba la frase. Lanza sus manos hacia mí
con la intención de aplicarme una de sus llaves, no obstante, soy más rápido
que ella.
Mi pulgar y mi índice se clavan en su cuello evitando que pueda
alcanzarme.
—No empieces una batalla que la tienes perdida, dragona— susurro
pegando mi boca a su oreja ante su cuerpo inmovilizado por mi agresión.
La dejo y con un gesto de mi mano le indico que camine para acabar lo
antes posible con el reencuentro con mi progenitor.
Las ganas no me acompañan, porque no tengo ni idea de que hago en Tokio.
He roto la promesa que me hice diez años atrás y todo por la mujer que
enciende mi sangre, la cual camina altiva delante de mí.
Kayda se detiene en una puerta donde dos guardias permanecen apostados a
ambos lados. Resulta extraño que el líder de la yakuza tenga guardianes en
su propia casa, guardo esa cuestión para interrogar a mi hermana sobre ello
más tarde. Los hombres se apartan y Kayda coloca su mano sobre la maneta
para abrir la habitación.
—Entro solo— proclamo y ella se envara deteniendo su acción para girar su
rostro hacia mí, lanzándome una fulminante mirada.
—Ni lo sueñes, hermano— contesta enfatizando la palabra “hermano”.
Su actitud lejos de amilanarme me mantiene firme en mi decisión.
—No tengo un especial aprecio a Kenichi, pero no soy un peligro para él.
Preocúpate de tu novio y tu madre―digo mientras avanzo colocándome en
la puerta, abriéndola delante de sus narices.
Agradezco que a regañadientes Kayda acate mi decisión porque la puerta
permanece cerrada detrás de mí. Me sorprende la oscuridad que inunda la
habitación, junto al olor a incienso entremezclado con el hedor rancio a sitio
cerrado.
Camino hacia la cama y bordeo la misma para ver el rostro profundamente
dormido de Kenichi Shinoda, mi padre. Es extraño porque nunca lo he
considerado como tal, ni siquiera cuando quince años atrás vino a
conocerme estando yo con el maestro Tanaka.
La versión de la historia, que por aquel entonces me explicó, era demasiado
increíble para que mi mente la asimilara como la verdad. Según Kenichi mi
madre, Mónica Planes, su esposa por aquel entonces, huyó de su lado
cuando yo era un bebé, llevándome con ella. A pesar de que Kenichi intentó
encontrarla lo antes posible, fue demasiado tarde porque apareció muerta en
España. Su personal de confianza le indicó que no había ni rastro de ningún
bebé, por lo que también me dieron por muerto.
Mi progenitor siempre albergó la esperanza de que hubiera sobrevivido y
mantuvo la investigación durante años.
Hasta que al fin descubrió que Mónica me había dejado con una familia
barcelonesa, él un afamado médico y ella profesora los cuales me
adoptaron.
Kenichi y Mónica, mi madre, a la que nunca conocí, se enamoraron en la
universidad, ella era una estudiante de intercambio. Se casaron en secreto
porque la familia de Kenichi arraigada a las tradiciones japonesas, no
aceptaba un matrimonio con una extranjera. Mi progenitor se enfrentó a
todos por mi madre, pero esta no soportó la presión.
Para mi gusto, demasiadas lagunas en esa historia, sumadas a que para mi
desgracia la versión de mi madre nunca la conoceré, todo en conjunto
ocasionaba cierto rechazo hacia mi padre. Le di la oportunidad de que nos
conociéramos el tiempo que duró mi formación con el maestro Tanaka
íntimo amigo de Shinoda y el mejor del país. Después regresé a España con
la promesa que Kenichi logró arrancarme de mantener el contacto, pero al
llegar todo se jodió.
Mataron a mis padres adoptivos y me culparon por el crimen. El resto es
historia.
Capítulo 6
Kayda
‹‹Te odio, eres insufrible››, vocea mi voz interior con mis ojos fijos en la
puerta del dormitorio de mi padre que permanece cerrada.
One es exasperante, primero me ignora, ahora me besa… ¡Y qué pedazo de
beso!, todavía mis rodillas no se han recuperado del tembleque. No es que
me hayan besado muchas veces, pero en síntesis el arrogante de mi
hermanastro tiene razón, el suyo será muy difícil de olvidar lo que me
enfurece mucho.
Mis manos se cierran en dos puños, resistiendo las ganas de irrumpir en el
dormitorio de Kenichi y romperle la cara a One.
Los gritos de mi madre me obligan a abandonar mi posición y regresar al
salón muy a mi pesar.
La escena que me encuentro retuerce mis intestinos. Ichiro llenando uno de
los vasos de agua para ofrecérselo a mi madre mientras Chihiro servicial la
abanica sin pausa.
Volteo los ojos hacia arriba porque la situación es demasiado irreal y
sobreactuada.
Los ojos de mi madre se clavan en mí delatando mi llegada. La ira y el odio
bailotean en sus pupilas.
‹‹Problemas Kayda››, avisa mi mente.
—Tú, ¿qué has hecho? — reclama mi madre haciendo intento de colocarse
en pie con la ayuda del siempre pelota de Ichiro.
—¿Yo? No sé a qué te refieres —comento de forma ingenua.
—Lo trajiste aquí, a ese bastardo. No tienes ni idea de lo que has hecho—
refuta mi madre mostrando su enfado.
—Mamá, yo solo acato órdenes— rebato alzando mi barbilla.
—¿Órdenes?, ¿de quién? Kenichi está agonizando, no puedes hacerle caso a
un moribundo. ―Ataca y casi se abalanza sobre mí con la mano alzada,
Ichiro la frena.
—Mantengamos la calma. Y que alguien me explique, ¿¡quién cojones es
ese hombre!?— exige Ichiro molesto.
Hago el intento de largarme para evitar más confrontaciones, sin embargo,
la mirada de advertencia de mi prometido pega mis pies de nuevo al suelo.
—Fudo Shinoda, hijo de Kenichi. No tengo mucha más información—
confieso al fin guardándome para mí algunos datos.
—No sabía que el tío tenía hijos— dice Ichiro sorprendido.
—No es su hijo, es un bastardo— reitera mi madre alterada.
Escapa a mi entendimiento por qué Hana Sumiyoshi insiste en calificar a
One de bastardo, por lo que yo sé, mi padre concibió a su hijo dentro de su
primer matrimonio.
—Tía, estás demasiado alterada, ruego te retires para descansar. Deja en
mis manos el asunto —aconseja Ichiro y mi madre lo obedece abandonando
el salón junto a Chihiro.
«Puag, como odio que todo lo que diga mi prometido sea la biblia para mi
madre».
Una vez solos, Ichiro recorta la distancia que nos separa y agarra uno de
mis brazos con fuerza. Mis reflejos se activan y alzo la otra mano para
deshacerme de mi enganche, pillándolo desprevenido.
Soy mejor guerrera que él, no me hace falta comprobarlo, lo sé
—¿Qué haces? ― se queja cuando altero los papeles, ahora yo lo sujeto a él
por el cuello a pesar de que me saca dos cabezas de altura.
—No vuelvas a tocarme— advierto.
—Estás loca, Kayda, soy tu prometido, puedo hacer lo que me dé la gana—
vocea él cabreado.
—No conmigo — reitero soltándolo.
Una de las manos de Ichiro masajea su cuello mitigando la marca que le
han dejado mis dedos.
—Kayda, creo que mis tíos te han permitido demasiada libertad. Acabas de
atacarme, a mí, a tu prometido— se queja furioso. ―Cuando estemos
casados, olvídate de todas esas tretas que has aprendido de la alta guardia.
—No eres mi dueño, o lo coges, o lo dejas, porque no pienso cambiar por
casarme contigo— grito, enfurecida.
Al fin sale el controlador Ichiro, el machista que quiere caminar al lado de
una mujer florero, ¡qué equivocado está!
«Kayda Tanaka jamás será la muñequita sumisa de nadie£.
—No voy a discutir más. Ahora mismo quiero una explicación del viaje que
hiciste y del maldito embrollo que se ha armado aquí— demanda dando un
fuerte golpe con su mano sobre la mesa.
—No te debo ninguna explicación. Es un asunto familiar―me mantengo en
mis trece.
—Estás poniendo a prueba mi paciencia, Kayda.
—Pregúntale a mi madre o a mi padre. Yo no sé nada más que lo que te he
dicho. Viajé a España para avisar a Fudo Shinoda del estado de su padre por
orden de Kenichi —claudico al final porque necesito que Ichiro se largue,
quiero encerrarme en mi cuarto o en el tatami para descargar la frustración
que se acumula en cada fibra de mi cuerpo.
—Eres una perra engañosa, Kayda— sisea y da dos pasos aproximándose
hacia mí.
No reculo, mantengo mi posición, no le tengo miedo, Ichiro se sirve de su
posición para infundir miedo a todos los que lo rodean, pero conmigo no
funciona.
—No me importa tu opinión— voceo impasible.
No abandono mi enfoque y mantengo mi postura alerta, porque Ichiro se
acerca y sus intenciones no tienen nada de claras.
—Tu madre tiene razón, tu rebeldía te condenará a muerte ―proclama.
—¿Me estás amenazando en mi propia casa? — interrogo alzando una de
mis cejas en un arco perfecto.
—¿Tu casa? Eres una maldita recogida, si no fuera por mi familia estarías
mendigando en la calle. —Su desprecio es palpable en cada una de las
palabras que emite su boca, su máscara de perfecto prometido se va
deshaciendo con cada frase, con cada gesto.
—Mantente alejado, no quiero hacerte daño. ―sugiero.
No es verdad, sí que ansío darle su merecido, no obstante, no soy idiota, sé
que desataría una hecatombe si lo hiciera. Su actitud, su opinión, que
siempre he sospechado, aunque no tuviera pruebas de su veracidad,
despierta un odio intenso en mí hacia su persona.
Ahora él mismo se ha delatado, Ichiro Shinoda me desprecia, por ser una
guerrera en un mundo patriarcal y por mi ascendencia desconocida.
Nunca nadie ha preguntado de donde salió la niña de ocho años que Kenichi
Shinoda trajo en mitad de la noche adoptándola como propia.
Ni siquiera yo he preguntado jamás, porque a pesar de que mi madre no ha
sido tal, mi padre me ha dado todo el amor del mundo, por esa razón nunca
pregunté. El respeto y el agradecimiento hacia Kenichi Shinoda borró
cualquier duda o curiosidad sobre mi procedencia.
Al parecer no ha sido así para el resto de la familia Ichiro es una clara
muestra de eso.
La carcajada maléfica que emite su garganta provoca repelús en todo mi
cuerpo, porque no quiero desencadenar un enfrentamiento familiar, si toco a
Ichiro todas las familias de la yakuza se volverán en mi contra, y mi padre
no podrá ayudarme en esta ocasión.
Imagino su cuello retorciéndose bajo mis manos y la sensación de disfrute
me embarga, porque no hay escena más maravillosa en estos momentos en
mi mente, sin embargo, me esfuerzo en desterrarla.
—No me hagas reír, Kayda. Soy mucho más fuerte que tú. Eres una mujer,
no tienes nada que hacer— proclama acercándose más, obviando mis
advertencias.
—Tu principal problema, Ichiro es subestimar a tu adversario— anuncio
lanzándome al suelo, deslizándome hasta que mis piernas barren las suyas,
provocando que se caiga al suelo sorprendido.
Me apresuro a colocarme sobre él para inmovilizarlo, pero es más rápido de
lo que suponía y agarra mis muñecas invirtiendo posiciones,
inmovilizándome en el suelo.
—Y ahora, Kayda ¿Qué vas a hacer? — pregunta, satisfecho de la situación.
Capítulo 7
One
Sigo de pie junto a la cama de Kenichi Shinoda el hombre más temido de
Japón, líder de la yakuza y por desgracia mi padre biológico. Lo observo
detenidamente y detecto los años que han pasado sin vernos, su cabello
veteado por finas hebras plateadas y su semblante muestra surcos en las
comisuras de sus ojos y en las de su boca. El tiempo no ha pasado en balde
por él.
Cuando lo vi por primera vez apenas aparentaba unos cuarenta años,
aunque tenía algunos más, sin embargo, ahora parece un hombre que roza la
setentena.
Abre los ojos con suavidad y entonces me ve, su rostro se ilumina como si
yo fuera algún tipo de ángel salvador. Qué equivocación ya que lo que
realmente soy es un demonio vengador.
—Fudo— susurra y le sobreviene un ataque de tos.
No me muevo ni un ápice, sigo mirándolo imperturbable.
—Gracias por venir, hijo— continúa a pesar de que es notoria la dificultad
que tiene para respirar.
—No necesito que me des las gracias, agradéceselo a mi hermanastra,
resulta muy persuasiva— contesto de mala gana, porque no le tengo
lástima, no siento nada por él, y no me arrepiento de no perder el tiempo en
conocerlo ni hace quince años ni ahora.
—Mi dragona es una mujer excepcional, lo sé. Necesito pedirte un favor,
aunque no tengo derecho de igual forma lo voy a hacer— anuncia sin
apartar su deslucida mirada de mí.
Dragona, le viene perfecto, porque mi hermanita lo es, por lo que no resulta
una casualidad que su nombre signifique dragón. La imagen del beso que
hemos compartido hace unos minutos ocupa mi mente y me apresuro a
desterrarla.
—Me están envenenando, lo sé, y no tiene antídoto, también lo sé. Por eso
mi final no está muy lejos y necesito que me prometas que cuidaras de tus
hermanas— informa.
—¿Hermanas? — pregunto con interés.
—Sí, a Kayda ya la conoces, la adopté con solo ocho años, a pesar de que
su padre… bueno, esa historia no es para este momento. Después está Yasu,
tan solo tiene dieciocho años, es tu medio hermana, mi sangre corre por sus
venas al igual que por las tuyas — explica.
«Así que tengo otra hermanita, lo que me faltaba, espero que no se parezca
en nada a Kayda si no estoy jodido».
—¿Quién ha orquestado tu caída? — interrogo con curiosidad.
Kenichi lleva más de treinta años como líder y es temido y respetado, según
mis informaciones ha sido uno de los jefes más valorado por todas las
familias que componen la organización.
—No tengo esa información, pero con mi muerte muchos de los que me
rodean se beneficiarán. Llevo años oponiéndome a tratos con la tríada,
manteniendo nuestro hermetismo porque es la base del respecto y el temor
que hemos infundado en nuestra gente. Pero algunas familias no simpatizan
con mis ideas tradicionales — aclara.
«Lucha por el poder, todo siempre se reduce a lo mismo».
—No te voy a hacer ninguna promesa —anuncio ante su mirada asombrada.
—Fudo. Yo de verdad que siento todo lo que has tenido que vivir, siento
que tu madre muriera, lo siento tanto. —Sus ojos se llenan de lágrimas y ni
así consigue remover nada en mi interior.
—No ruegues, no supliques, no servirá de nada. Solo te he brindado el
privilegio de verme antes de morir, de todo lo que me has explicado, nada
me incumbe, ni me interesa ―añado con frialdad.
Kenichi cierra los ojos y da una larga bocanada de aire.
—Si esa es tu decisión, nada me queda por hacer, solo decirte que por favor
busques al maestro Tanaka.
Esa información sí que consigue descolocarme, porque los datos que yo
manejo es que mi antiguo maestro hace muchos años que está muerto.
—No divagues, Kenichi, Tanaka murió hace años ―afirmo sin rastro de
piedad en mi voz.
—Eso no es cierto, es una leyenda urbana que tanto él como sus amigos
hicimos correr por todo Japón y por el mundo. Él estaba en peligro y lo
ayudamos a morir para lograr sobrevivir— revela Shinoda y por alguna
razón no me parece una idea tan descabellada.
Daikako Tanaka durante años ejerció de consejero, además de maestro, de
todos los líderes de la yakuza. Es una eminencia dentro de esta sociedad tan
arraigada a las tradiciones y yo tuve la suerte de tenerlo como maestro.
Experto en artes marciales, y en el arte de dominio de las tres catanas más
importantes, la Kitetsu, Nidai y Shodai, esta última parece ser la favorita de
Kayda. El recuerdo de la maestría con la que se maneja mi hermanastra con
esa arma ancestral me arranca una sonrisa involuntaria.
—Fudo, ¿buscarás a Tanaka por mí? Él es el único aparte de ti que puede
salvaguardar a mis dos soles —insiste Kenichi.
El sudor cubre su frente por el esfuerzo que le supone seguir conversando.
—Lo pensaré— me limito a soltar y doy por terminada la conversación
poniendo rumbo a salir de la habitación.
La revelación de Kenichi sobre mi maestro danza en mi cerebro, porque son
muchas las incógnitas que arrojan. Al parecer sin comerlo ni beberlo acabo
de meterme en la boca del lobo. Porque hay toda una trama trazada para
derrocar a Kenichi y acabar con su vida y también la de Tanaka.
Mi naturaleza curiosa tienta a mi sentido común de quedarme y averiguar
qué es lo que en realidad se está cociendo. Sin embargo, quedarme significa
lidiar con la lujuria que desata en mí mi hermanastra y eso sí que lleva
escrita la palabra “PROBLEMAS” en mayúsculas. Porque por mucho
control tengo la intuición que la dragona es capaz de derribar todas mis
barreras de un solo plumazo.
Irrumpo en el salón para ver una escena del todo inusual, el prometido de
Kayda sobre ella. Una punzada de rabia nace en mis entrañas, acompañada
de unas terribles ganas de rebanarle el cuello al idiota por tocarla. Una vez
más mi disciplina se impone y analizo la acción, no es consentido, Kayda
forcejea para liberarse e Ichiro mantiene su agarre con fuerza.
—Siento interrumpir vuestros jueguitos de parejita feliz. — exclamo—
Pero Kenichi quiere hablar con su hija.
Ambas cabezas se giran al unísono para fijar sus ojos en mí. Ichiro
mantiene su semblante contraído por la furia y el odio, aun así, libera a la
joven y se pone en pie.
Kayda se apresura a tomar distancia acercándose más a mí, no sin antes
dedicarle una fulminante mirada a su prometido.
—¿Cómo lo encontraste? — pregunta.
Mis hombros se encogen ante la pregunta de mi hermanastra. Podría decir
la verdad, que el viejo está en sus últimos momentos, desconozco si son
horas, días o minutos, sin embargo, una extraña piedad hacia Kayda que no
entiendo se impone para guardar silencio.
—Hablamos después— propone y asiento.
Solos en el salón, Ichiro y yo, observándonos, midiéndonos con la mirada.
—Bueno, eres toda una sorpresa, primo— pronuncia Ichiro rompiendo el
silencio.
Alzo una de mis cejas interrogantes ante la expresión.
—¿No lo sabes? Kenichi y mi padre son hermanos, por lo tanto, si mi tío es
tu padre, como afirmas somos primos— aclara jactándose de su
inteligencia.
No me interesa nada de lo que tenga que decir este individuo, pero si quiero
advertirle algo y no pienso largarme de aquí sin hacerlo.
—Yo no afirmo nada, es Kenichi Shinoda, tu líder, quien lo asevera—
puntualizo manteniendo mi semblante serio.
El gesto contraído delata que no le agrada mi respuesta.
—El tío está muy delicado, a veces divaga ―apunta plantando sus
sospechas.
—Verás, ¿Cómo dijiste que te llamabas? — pregunto sarcástico.
—Ichiro— masculla con la mandíbula apretada.
—Ichiro, en primer lugar, me importa una mierda si crees que tenemos
lazos de sangre o no. Lo único que quiero que se te grabe en esa cabeza que
tienes es que no vuelvas a agredir a mi hermana. Si veo de nuevo o me
entero de que lo has intentado date por muerto, primo— amenazo con un
tono de voz tan gélido como lineal.
—Ella es mi prometida, y hago lo que quiero— rebate apretando sus manos
en dos puños que se mantienen a ambos lados de su cuerpo.
—No te equivoques, prometida no es sinónimo de esclava ni víctima.
Advertido, quedas —añado dando por terminada la conversación.
Capítulo 8
Kayda
No tardo ni cinco minutos en abandonar la habitación de mi padre, lo he
encontrado dormido y no he querido interrumpir su descanso, así que me
marcho. Al salir evito atravesar el salón principal, donde seguro permanece
Ichiro. Lo conozco demasiado bien y no se largará de momento y menos si
One sigue aquí. Elijo la salida oeste que da al jardín familiar para no
tropezármelo.
De repente me embarga la necesidad de aire fresco, mi encontronazo con
el que será mi futuro marido ha conseguido que mis nervios estén crispados
a nivel máximo.
La frustración oprime mi pecho provocando cierta sensación de ahogo.
¿Cómo voy a hacer para evitar ese matrimonio?
Si de algo estoy segura es que si me caso con Ichiro uno de los dos
acabaremos muertos y espero no ser yo.
Concentro mi mirada en el jardín, me deleito en el equilibrio entre agua y
elementos vegetales que tanta paz transmite. Desde bien pequeña es mi
lugar de escape. Al fondo, la visión de una figura de espaldas que
permanece de pie ante el pequeño pabellón de té capta mi atención.
—One— siseo al aire.
Uno de mis tantos problemas. Porque aún no alcanzo a entender que mi
sangre arda igual que lava con su proximidad, la seguridad que emana de él
actúa como una droga para mis sentidos. Quizás todo se sintetiza en que
Fudo Shinoda está prohibido para mí y la rebelde que vive en mi interior se
rebela contra esa verdad, sintiéndome atraída hacia él del mismo modo que
la chispa a la llama.
Mis pies se mueven solos y atravieso el puente de madera que se eleva
sobre el mini estanque del jardín hasta alcanzar la posición de One. Por
unos minutos permanezco en silencio repasando su silueta, es dos cabezas
más alto que yo, su espalda no es excesivamente ancha, pero sus músculos
se vislumbran a través de la camisa negra que viste.
Su cabello negro brillante reluce y da la sensación de estar disfrutando
del pelaje intenso de un cuervo.
—Estás perdiendo facultades, hermanita. Hace rato que sé que estás ahí
parada como una estatua.
Su voz provoca cierto cosquilleo en mi estómago, con ese acento
peculiar, y su tono grueso y arrogante que hipnotiza.
—¿Hablaste con él? — abordo ignorando su pulla, por una vez no caeré
en el juego de provocación que le gusta practicar conmigo.
Se da la vuelta y sus ojos se cruzan con los míos, asiente, sus manos las
tiene detrás de su espalda. Busco en su semblante alguna pista de cómo se
ha sentido al reencontrarse con su progenitor. Nada, su rostro es
inexpresivo, solo percibo cierta chispa de furia atravesar sus pupilas de
forma fugaz.
—Ordena que preparen una habitación, me quedaré un tiempo en vuestra
casa— informa pillándome desprevenida.
—¿Te quedas? — pregunto con rapidez.
—No creía que tuvieras problemas de oído, hermanita.
—No seas idiota. — ataco— No es lo que esperaba. — confieso con
sinceridad.
—Aprende a no esperar nada de nadie, Kayda. Las personas tan pronto te
dan como te quitan, al igual que la vida. ―añade pasando por mi lado sin
mirarme.
Su aroma a menta inunda mis fosas nasales y un repentino calor emana
de mi cuerpo. Clavo mis uñas en la palma de mi mano para reprimir las
ganas de lanzarme sobre él y repetir el ardiente beso que nos dimos hace
unas horas.
—Te aviso que mi madre no estará de acuerdo, aunque supongo que te
importa poco— recuerdo.
Hana Sumiyoshi va a poner el grito en el cielo, y lo malo es que yo voy a
disfrutar viéndolo.
—Correcto, no me importa. ¡Ah! Por último, deshazte de ese pelele al
que llamas novio, no lo quiero revoloteando. ―Lo último lo añade con
desinterés, aun así, me sorprende. Porque Ichiro no tiene nada de pelele y
en segundo lugar porque percibo cierto tono celoso en su advertencia.
‹‹No puede ser››, repito en mi mente.
—Esa tarea será más difícil. Ichiro se cree digno de estar en mi casa el
tiempo que desee, mi madre le dio esa potestad, además su padre es
hermano del nuestro y una persona muy influyente dentro de la
organización familiar. — explico a modo de justificación.
—Me importa una mierda, no lo quiero aquí.
Y ya está, se larga dejándome con la palabra en la boca y el problema
sobre mis hombros.
‹‹Será capullo››, insulto en mi cabeza.
Un impulso parecido a un tornado se apodera de mí y corro hacia él para
frenar su marcha. Mi mano consigue alcanzar su brazo justo cuando está
atravesando el puente de madera sobre el estanque.
—Espera.
Se gira ante mi agarre y entorna sus ojos al verme.
—Y ahora, ¿qué? — gruñe molesto por mi actitud.
—¿Por qué me besaste? — La pregunta la emiten mis labios antes de que
sea procesada por mi cabeza.
—Para darte una lección— responde demasiado rápido para mi
tranquilidad.
—¿Qué lección? — insisto.
Sé que mis preguntas y aludir al beso me colocan en una situación
vulnerable, incluso inmadura, sin embargo, no me importa. La imperiosa
necesidad de conocer su respuesta real me azota la cabeza cuál látigo
virtual.
Menea la cabeza de manera negativa y una sonrisa torcida florece en su
boca, la misma que miro embelesada.
—Kayda, tengo la impresión de que no has aprendido la lección—
exclama y su cuerpo se pega al mío.
La excitación de tenerlo tan cerca recorre cada mínima fibra de mi
cuerpo y sube mi temperatura. Inspira tan cerca de mi boca que
experimento la sensación de ser puro aire para sus pulmones.
—Dragona, esto está mal, muy mal, incluso para mí— susurra con su
boca tan cerca de la mía que mis ojos se cierran ante la expectativa de
volver a sentir un beso suyo.
La brisa de aire fresco azota mi rostro y abro los ojos para encontrarme
que estoy parada como una idiota en mitad del puente, sola. Volteo mis ojos
y observo la figura de One alejándose como alma que lleva el diablo.
El peso de la decepción cae sobre mí, parece una roca aplastando mi
cabeza.
—Idiota, más que idiota — grito al viento dando una patada voladora al
aire.
Una vez más One se ha quedado conmigo, haciéndome pasar por una
tonta ingenua.Donde antes ardía deseo prende una inmensa furia que
recorre mis venas.
Regreso a casa y entro con la fuerza de un vendaval, solo me falta
resoplar como un Byakko, un tigre blanco que para nosotros los japoneses
es sagrado.
Tropiezo con Chihiro y aprovecho para darle las novedades, segura de
que correrá a explicárselas a la señora de la casa.
—Chihiro, prepara una de las habitaciones de invitados para el hijo del
señor. — informo.
—Pero …
La fulmino de tal manera que no acaba la protesta. Asiente y se inclina
como manda la tradición y desaparece cuál humo.
En realidad, no me gusta que el servicio nos trate como si fuéramos seres
superiores, aunque mi madre siempre se ha encargado de adoctrinar a todo
el personal para que nos alaben como dioses.
No me gusta que se rían de mí y mi queridísimo hermano es lo que acaba de
hacer. Soy una mujer vengativa, un defecto muy marcado de mi carácter,
razón por la cual enfilo el pasillo que lleva a mi habitación maquinando la
mejor manera de devolverle el agravio a One. El móvil suena justo en el
instante en el que atravieso el umbral de mi habitación.
—Sí.
—Kayda, soy Kenji. ¿Cómo estás?
—Bien tío, pero Kenichi…— informo y la voz se atasca en mi garganta.
Escuchar la voz de Kenji Kobayashi es un soplo de aire fresco, porque a
pesar de que no nos unen lazos sanguíneos, para mí es un miembro más de
la familia. Durante años ha ejercido de consejero del líder e íntimo amigo
de Kenichi Shinoda. El cariño que me ha profesado siempre lo ha
convertido más en un tío que al propio hermano de mi padre. Akiro Shinoda
no conoce el cariño, es un hombre duro, dominado por las ansias de poder,
nunca me ha mirado mejor que a una cucaracha.
—Lo sé, pronto bonita. Cuídate te visitaré. Cuídate mucho Kayda se
aproximan tiempos difíciles— advierte con cariño y percibo cierta
preocupación en su voz.
—Tío, ¿a qué te refieres? — interrogo.
—Hablamos pronto— dando por finalizada la llamada.
Una conversación que instala la inquietud de nuevo en mi interior, por si no
tuviera suficiente con las sospechas del atentado a mi padre, con las no
claras intenciones de One y el futuro matrimonio con la lagartija de Ichiro.
Suspiro vaciando mis pulmones en el acto y paso una de mis manos por la
frente.
Capítulo 9
One
Regreso al hotel donde se encuentran mis pertenencias, no era mi idea
quedarme en casa de Shinoda. Los acontecimientos sucedidos, la supuesta
trama en torno a Kenichi y sobre todo el pedazo de mierda del prometido de
mi hermanastra han provocado que cambie mi decisión. Necesito alojarme
en esa maldita casa de locos, por mi tranquilidad. No dudo que Kayda es
una mujer preparada para defenderse de cualquier cosa, recuerdo que la he
visto en acción.
‹‹Anhelo protegerla››. Ese pensamiento invade mi mente provocando
cierto dolor incisivo en mis sienes.
Las llamadas realizadas a los contactos que aún mantengo de mi estancia
años atrás en Tokio no han resultado nada esclarecedoras. Nadie sabe qué
sucedió realmente con Daikako Tanaka, el único dato que han arrogado es
que mi maestro estuvo casado, aunque no hay pruebas de ello.
Tanaka nunca hablaba de sí mismo, era una persona demasiado hermética
a pesar de que fue el mejor instructor. Fuerzo a mi memoria en un intento
de recordar si en alguna ocasión aludió a su vida privada y no encuentro
nada.
Liquido la cuenta en la recepción del hotel y alquilo un vehículo para
poder moverme por Tokio, desconozco cuanto durara mi estancia, pero paso
de moverme en taxi a todos sitios, mi paciencia no lo soportaría.
El terreno pantanoso en el que poco a poco me estoy metiendo, a pesar de
que mi intuición utiliza mil alarmas en mi cabeza para advertirme, me
pasará factura, lo sé.
Quizás si cogiera mi maleta y no mirara atrás aún puedo regresar a
España y olvidarme de Tokio y de los Shinoda.
‹‹No de Kayda››, apunta mi mente.
Kayda, es la razón y el principal problema, porque lo correcto es
mantenerme alejado de la tentación que suscita en mí, ya que no tiene nada
de fraternal y es peligrosa.
Mis deseos no son buenos, porque quiero romperla, quiero poseerla como
el demonio que soy y pervertirla para hacer la mía y de nadie más. Lo supe
cuando la vi disfrutar de matar, y su expresión de disfrute, relamiéndose
como una gata penetró en mí, derribando todos los muros que contienen mi
verdadera naturaleza. Aun así, reconozco que tengo un ápice de piedad,
razón por la cual me he propuesto mantener la distancia con ella, tratarla
como lo que es, mi hermanastra.
Conduzco directo a la casa familiar enfrascado en mis locas
elucubraciones, con seguridad he rebasado la velocidad permitida, aunque
la suerte está de mi lado porque no me ha parado ningún policía.
Aparco en el interior de la casa en el espacio cubierto adosado coronado
con una pérgola de madera a modo de porche destinado a aparcamiento.
Observo que el Mercedes negro aún sigue en el mismo lugar, por lo que
Ichiro todavía permanece aquí.
Cierro la puerta y camino directo a la entrada principal, la molestia es
notable en mi rostro y en mi cuerpo, Ichiro Shinoda despierta en mí ciertos
sentimientos difíciles de contener. Creo que lo he imaginado con la garganta
abierta de lado a lado demasiadas veces.
Los gritos de la matriarca de los Shinoda se escuchan nada más
descalzarme. La esposa de Kenichi tiene una voz chillona que perfora los
oídos a cualquiera. Un bufido sale de mi boca antes de atravesar el umbral
para dirigirme al punto de donde proviene la algarabía.
—No se quedará. Soy la señora de esta casa y mi palabra es la ley.
Su proclamo es lo que oigo nada más, plantarme en el salón y sus ojos no
tardan en localizarme, su cuerpo se envara lista para el enfrentamiento.
Kayda permanece frente a ella, aguantando el chaparrón y el inútil de Ichiro
viendo la escena con un semblante demasiado satisfecho.
Es un provocador, y alguien le borrará algún día esa cara de satisfacción
de un puñetazo. Espero ser yo, porque pienso regocijarme.
—Tú… lárgate de mi casa, no eres bienvenido— anuncia Hana
apuntándome con su dedo índice.
Kayda se gira para posar sus ojos en mí.
—Lo siento, señora, pero no va a ser posible— contesto con tono neutro.
—Eres un impertinente, un bastardo. No me importa que creas, pero soy
la señora de esta casa, la mujer del líder— insiste y su rostro ha enrojecido
por la furia.
Divertido, lo reconozco, la situación es graciosa.
—Y yo el hijo del líder, señora— refuto encogiendo mis hombros.
—Ichiro avisa a la alta guardia, que lo saquen a patadas— proclama fuera
de sí, dominada por el odio y la ira.
—Mamá— intenta intervenir Kayda.
Su madre le dedica una mirada cargada de desprecio para que no se
inmiscuya.
Kimura aparece minutos después y mira a todos, parece contrariado,
como pez fuera del agua. Lo compadecería si albergara ese sentimiento en
mi interior, por suerte ni lo conozco ni lo predico.
—Kimura, saque a este individuo de mi casa. — ordena Hana Sumiyoshi.
Un silencio sepulcral se instala tras las palabras de Hana, nadie mueve ni
un solo ápice.
—Señora— la voz de Chihiro rompe el mutismo de la sala con su
llegada.
—¿Qué? — grita Hana alterada.
—El señor Kenji Kobayhosi está aquí.
La cara de espanto de la esposa de Kenichi es plausible, frunce los labios
en un rictus serio.
—Que pase— dice al fin.
Desconozco quién es Kenji, aunque la verdad su presencia a amansado a
la fiera. Sonrío para mis adentros.
—Buenas noches. — Saluda el recién llegado.
Es un hombre de más o menos la edad de Kenichi aparece
acompañado por una joven que parece su hija. Repaso su figura con descaro
porque las normas de decoro no van conmigo, noto sus mejillas colorearse,
ante mi escrutinio y asevero que ella también tiene puesta su atención en
mí.
—Buenas noches, Kenji. ¿A qué debemos el honor de tu visita? —
Saluda Hana que se ha apresurado a colocarse la máscara de perfecta
anfitriona al segundo.
—Hana, tan incisiva como siempre. — aprecia Kenji sin borrar la sonrisa
de su rostro— Vengo a ver cómo sigue el líder y mi amigo.
—Tío, bienvenido— interrumpen Kayda abrazando al hombre de forma
fraternal.
—Chihiro, organiza la cena— ordena Hana a la sirvienta.
La cena transcurre de forma cordial, sin altercados, ni gritos por parte de
la fiera de la esposa de mi padre.
—Fudo me alegra que estés aquí. Mientras que Kenichi esté
convaleciente, es bueno que Hana y las muchachas no estén solas—
comenta Kenji.
—Kenji te olvidas de que yo siempre cuido de mi prometida y familia—
se inmiscuye Ichiro alzando su copa de vino en mi dirección en una clara
provocación.
«Este tío es imbécil y le gusta el peligro».
—Lo sé Ichiro, pero tú no eres su hermano.
La repentina tos de Hana capta la atención de todos los comensales.
—Kenji, hasta que Kenichi no esté en plenas facultades, no tenemos la
seguridad de lo que Fudo proclama— apunta la víbora de Hana.
La mirada reprobatoria de Kenji no se hace esperar.
—Yo sé que Fudo es hijo de Kenichi, no hay dudas que valgan. Él es el
legítimo heredero de la familia. — anuncia Kenji serio.
Hana Sumiyhosi casi consigue atragantarse con el licor que acaba de
tragar.
—Fudo, si no tienes nada que hacer mañana podemos visitar el edificio
empresarial de la familia. — propone Kenji.
—Por mi bien— contesto.
Kayda se ha mantenido callada durante toda la cena, evitando los intentos
de acercamiento de Ichiro. El gilipollas no se da por aludido, lo que me
cabrea.
Azumi la hija de Kenji ocupa el lugar frente a mí y sus miradas
intermitentes me divierten.
Al acabar la cena pasamos a una sala más pequeña donde nos sirven
sake.
—Fudo, tenemos que hablar en privado ― aborda Kenji entretanto mis
ojos recorren la figura por primera vez en la noche de Kayda.
Lo he evitado, por mi bien, por el de ella, hasta ahora. Luce unos shorts
demasiado cortos que exhiben sus largas piernas a juego con un top crop
negro que se adhiere a su pecho. La erección en el interior de mis
pantalones grita que haga algo al respecto, la ignoro.
Capítulo 10
Kayda
Las maldiciones bombardean mi mente desde que la resbalosa de Azumi
ha irrumpido en mi casa. Ella representa todo lo que yo no soy. La mujer
perfecta, sumisa y con vestidos de color pastel. Desde que sus ojos se han
posado en One no ha dejado de aletear sus pestañas en actitud coqueta.
Me repatea esa actitud seductora dirigida con exclusividad a One.
Los celos recorren mis venas del mismo modo que si mil agujas se
entremezclaran con mi sangre, provocando diminutos pinchazos a cada
segundo hasta convertirse en un dolor que escuece… Es la primera vez en
mi vida que experimento el gusto amargo de los celos.
A pesar de que he tenido novio desde siempre, Ichiro y yo llevamos
comprometidos prácticamente toda la vida, aunque nunca nos hemos
comportado como pareja, tan solo es un trato familiar. Él ha hecho su vida y
yo la mía todo consensuado, aunque siempre he cuidado la discreción con
respecto a los rollos eventuales que he tenido.
Desvío los ojos de la perfecta escena que protagonizan Azumi y One.
Para cualquiera que los observe serían la pareja perfecta, lo que consigue
molestarme más de lo recomendable. Ella despliega sus armas de coquetería
y entusiasmo al lado de mi hermanastro, sin dejar de comérselo con los ojos
en ningún instante.
‹‹Solo le falta babear››, gruñe mi mente.
Azumi y yo nos conocemos de toda la vida, desde pequeñas, sin
embargo, nunca fuimos amigas. Somos tan diferentes que nos repelemos la
una a la otra, al igual que el insecticida y los insectos.
En el fondo, que la hija de Kenji resulte la hija, la amiga y la pareja
perfecta ha actuado siempre como un recordatorio de lo que yo no soy.
Por eso es el veneno que no deseo cerca, porque me quiero demasiado,
amo como soy y no necesito a nadie que me recuerde lo que debería ser
para que mi estirada madre, Hana Sumiyoshi se sienta orgullosa de mí.
Hace mucho que desistí de la cruzada por alcanzar el beneplácito de mi
madre adoptiva, me he acostumbrado a su desprecio enmascarado con
órdenes y regañinas.
Ver a Azumi con One logra que me visite la inseguridad, mina mi
autoestima plantando semillas de ácida envidia en mi alma. Porque por una
vez en toda mi vida ansío lo que Azumi tiene.
Si en estos momentos tuviera conmigo, mi Shodai le sacaría los ojos con
la hoja de mi arma, sin piedad, sin remordimiento y lo peor es que estoy
convencida de que disfrutaría haciéndolo.
A veces dudo de mi estabilidad mental, porque soy adicta a la adrenalina
que se activa cada vez que entro en acción, la satisfacción que inunda mi
cuerpo y mi alma cuando arrebato la vida de alguien con mi arma. Disfruto
demasiado de la sangre, lo que me asusta y me excita a partes iguales.
Es mi secreto, nunca he hablado con ninguna persona de las sensaciones
oscuras que me dominan cuando mato, ni siquiera con Kimura.
El excesivo coqueteo del que Azumi hace gala mientras habla con One de
forma distendida infecta mi alma, mis ojos no pierden detalle de la
situación.
—Kayda, ¿te diviertes? —La afilada lengua de Ichiro inunda mi espacio
vital y entro en modo alerta.
¡Lo que me faltaba! El idiota de Ichiro pegado a mí. Todavía no he
olvidado que horas antes intentó agredirme y someterme.
—Sí, pero al parecer tú no-contesto con tono mordaz.
Su rostro se contrae, porque de nuevo muestro mi rebeldía ante él. El
orgullo de Ichiro es del tamaño de la muralla china, cualquier atentado
hacia el mismo tambalea su buen talante y desata su ira. Razón por la cual
sé que camino por el filo de una espada al enfrentarme a él.
—Tu hermano está encantado de relacionarse. — comenta acercando su
vaso de licor a su boca.
Disimulo, coloco todo mi esfuerzo en no mostrar lo que me molestan sus
palabras.
—No me he fijado. — Miento encogiendo los hombros con desinterés.
—Para no fijarte no les quitas los ojos de encima— observa con maldad.
¡Mierda!, quizás no he practicado la discreción suficiente con mis abrasivas
miradas.
—Te equivocas-refuto sin caer en su abierta provocación.
Porque esta conversación persigue la finalidad de provocarme. Conozco
demasiado bien a Ichiro por lo que no me sorprenden sus intenciones.
—Kayda, te prometo que averiguaré lo que te traes entre manos con ese
bastado y cuando lo logre no habrá lugar donde puedas esconderte. —
sentencia en una abierta amenaza.
—Pierdes el tiempo-exclamo— No todos somos tan retorcidos como tú—
pronuncio y con disimulo lo dejo allí plantado, abandonando la sala.
La velada para mí ha tocado fin.
One
Azumi me divierte, su charla tranquila acompañada por su voz dulce
logra captan mi atención. Es una chica bonita, de las que han educado con
la intención de convertirse en las mejores, esposas, anfitrionas y madres.
Sonrío para mis adentros, porque si Azumi conociera mi naturaleza real
no pediría ni dos segundos conmigo. Yo no soy el ansiado pretendiente,
nada más lejos de la realidad. Yo soy perversión, vicio, brutalidad… Un
demonio sin piedad. Sin embargo, la hija del consejero de Kenichi me mira
como si fuera el perfecto príncipe azul, devorando cada fibra de mi cuerpo
y mi rostro con sus ingenuos ojos.
El monstruo que vive en mi interior se relame ante la idea de pervertirla y
cazarla como la presa que es.
Sin querer desvío la mirada hacia donde se encuentra mi hermanastra
apoyada en la pared con el vaso rozando su boca. Desafiando las normas
del decoro de la que tan defensora en su madre. Porque para la esposa de
Kenichi las mujeres tradicionales no beben frente a los hombres.
Su rostro mantiene la máscara de indiferencia rozando el aburrimiento,
pero a mí no me engancha. Porque la realidad es que su actitud denota que
de un momento el fuego emergerá de su boca.
Las miradas incendiarias dirigidas a Azumi verifican lo que digo.
Está celosa, huelo ese sentimiento desde mi posición y me divierte que,
intente ocultarlo.
—Fudo, ¿Cuánto tiempo estarás en Tokio? — pregunta Azumi
provocando que espabile y retire mi interés de la fiera de mi dragona.
Concentro todos mis sentidos en la joven que tengo a mi lado, obligando
a mi mente a desterrar la tentación de perseguir con mis ojos a Kayda.
Mi cabeza y mi cuerpo lograría localizarla en mitad de una multitud.
—Un tiempo, yo mismo desconozco cuanto— respondo acercando el
vaso a mi boca.
No bebo, pero al resto de presente les parecerá que sí. Desde que Kenichi
traslado sus sospechas de que lo están envenenando, tome la decisión de no
exponerme a pasar por lo mismo.
Así que juego a actuar, a remover la comida de mi planto y acercar las
copas a mi boca, interpretando un papel magistral del perfecto comensal.
Entretanto, observo con minuciosa atención cualquier gesto del resto, busca
de alguna pista de quien exactamente participa en este complot de lucha de
poder.
—Si te apetece hacer turismo, puedo ser una guía perfecta. Propone
Azumi entusiasmada.
Quizás sirva de distracción, incluso de antídoto para el anhelo que
recorre mi cuerpo y las ganas inmensas que me dominan cada vez que veo a
mi rebelde hermanastra.
Barajo la posibilidad de follarme a Azumi, quizás sea un somnífero para
acallar la lujuria que despierta Kayda en mí.
—Si será un placer. — Anímo con mi aceptación.
Azumi muestra su cara resplandeciente ante mi respuesta.
La velada no se alarga mucho más, Kayda se retiró hace rato, aunque
reconozco que no la vi.
—Fudo, nos vemos mañana temprano para visitar las oficinas de
Kenichi. — Recuerda Kenji estrechando mi mano.
—Sí, por supuesto.
―Necesitas contar con algunos hombres de la alta guardia, gestiónalo
con Kimura e incluso con Kayda. Vivimos tiempos revueltos ―aconseja el
consejero con preocupación.
Asiento a pesar de que me importa una mierda la alta guardia o rodearme
de guardaespaldas. Reprimo las ganas de proclamarme porque no hay
necesidad. Yo me basto para mantenerme vivo, no me considero fácil de
matar.
Si los yakuza quieren subestimarme, los anímo a intentar acabar
conmigo.
Un demonio como yo es demasiado imprevisible para ser cazado, el rol
de cazador se adhiere mejor a mi esencia.
—Buenas noches, primo—Se despide Ichiro al fin, aproximándose a mí.
Agradezco que esta vez no alargue la mano con intención de que se la
estreche. Al fin se larga, he llegado a albergar la idea de que el idiota del
prometido de Kayda optaría por quedarse a dormir en esta casa.
Una vez se marchan los invitados evito quedarme a solas con Hana
Sumiyoshi porque mi humor no está para aguantar las locuras de la esposa
de Kenichi.
Las ganas de asesinarla desde que la vi por primera vez no han
desaparecido, así que mejor no interactuar mucho con ella o pronto acataré
mis ansias de partirle el cuello y librar al mundo de una arpía menos.
Capítulo 11
Kayda
Salto de un tejado a otro y respiro el aire fresco de la noche, amo vagar
libremente entre las sombras porque siento que formo parte de ellas.
Después de retirarme de la feliz e hipócrita velada que hemos
protagonizado en familia, la sensación de ahogarme se adueñó de mi
cuerpo.
Por esa razón he aprovechado que en unos de los locales que regenta mi
familia se estaban dando ciertos altercados con una de las muchas bandas
que como norma se inmiscuyen en nuestros clubes.
Hace años que todas las llamadas a la alta guardia informando de los
sucesos de los clubes las tengo pinchadas. Cuento con un aparato de largo
alcance con el que escucho toda la conversación. Otro secretito que añadir a
mis espaldas.
Ataviada con mi mono negro y el turbante que cubre la totalidad de mi
cara y mi cabello dejando solo a la vista mis ojos. Mi Shodai reposa en mi
espalda de camino a mi casa. Esta noche se ha cobrado varios tersos cuellos
de esos pobres desgraciados que se han atrevido a inmiscuirse en nuestros
territorios.
Al menos he logrado amilanar la sed de sangre después de los celos
envenenados de los que he sido víctima durante la cena.
Colarme en mi casa sin ser vista ni escuchada es un arte que he
perfeccionado con los años, por lo que atravieso los pasillos directos a mi
habitación.
La oscuridad es la dueña de la casa, por suerte conozco cada recoveco
como la palma de mi mano.
Me planto frente a mi habitación y coloco la mano sobre la maneta, giro
la misma y la puerta se abre con lentitud, no preciso que sus bisagras
chirríen en mitad del sepulcral silencio. Introduzco un pie y justo cuando el
otro lo acompaña noto que alguien me agarra por la espalda empujándome
al interior de la habitación. Recuperada de la sorpresa del primer momento,
forcejeo para darme la vuelta e identificar a mi agresor. Sin embargo, la
fuerza que mi atacante ejerce sobre mi cuerpo es superior a mis habilidades.
En segundos noto que mi espalda choca con la pared, un dolor intenso se
adueña de mis vértebras.
De manera involuntaria cierro los ojos y muerdo mis labios reprimiendo
el quejido ante el golpe.
—¿De dónde cojones vienes, hermanita?
Esa voz, gruesa, sensual, con toques tétricos, inunda mis oídos y
humedece mi centro. Me avergüenza que tan solo escuchar a One mi cuerpo
se encienda preso de una inmensa excitación.
—Suelta— gruño entre dientes forcejeando y abro los ojos para clavarlos
en sus pozos negros.
Perderme en la profundidad de su mirada es tentativo.
—No, hasta que me digas de dónde vienes. Conmigo no vas a
escabullirte cuando y donde quieras sin explicación. Yo no soy Kenichi a
quien lo tienes embelesado. Ahora mismo soy la cabeza de la familia y vas
a obedecer. Por las buenas o por las malas — anuncia con la mandíbula
apretada, aniquilándome con sus oscuros ojos.
—No te debo ninguna explicación. Eres un gilipollas. Suéltame ya si no
quieres que despierte a toda la casa con mis gritos — rebato y muerdo
frustrada el interior de mis mejillas.
—Kayda, deberías saber que yo no soy manipulable. — constata y una de
sus manos se coloca en mi garganta apretando.
El gesto, lejos de asustarme, consigue prender mi libido más allá de la
cordura arrancándome un gemido. La cara de sorpresa de One ante mi
actitud resulta divertida.
Descolocar al siempre perfecto rey del control alimenta mi ego y la
locura de esta atracción enfermiza.
—Estás loca, y eres una imprudente— sisea demasiado cerca de mi
rostro, gracias que mi turbante negro cubre la totalidad de este, si no ahora
mismo comprobaría que estoy abducida, casi babeando hipnotizada con su
semblante.
Parece que se da cuenta de la barrera de mi máscara y sin retirar la mano
que tiene en mi cuello ni aligerar la presión que ejerce sobre ella, lanza su
otra mano para deshacerse de la tela negra que cubre mi cabello y mi rostro.
Su destreza se impone y en cuestión de segundos mi rostro queda libre y sus
ojos recorren con lentitud el mismo encendiéndome de nuevo. Porque bajo
su mirada experimento la sensación de ser la joya más preciada del mundo.
One tiene el don de enaltecerme con su atención, lo que me asusta mucho
porque creo que podría hacerme adicta a su presencia y entonces estaría
perdida. Porque si algo tengo claro es que mi hermanastro está de paso, él
no pertenece a mi mundo, su vida es otra.
—Kayda, rozas el peligro…, ahora mismo, en vez de entrar en pánico
mientras mi mano aprieta tu garganta mermando el aire, está húmeda y lista
para ser profanada. — anuncia con su voz sensual y su boca casi roza mis
labios. Mi lengua traviesa se asoma en un loco intento por lamer sus labios.
El desespero se coloca en el timón de mis actos y la locura nubla mi
sentido común.
One se aparta a tiempo de que la punta rosada de mi lengua roce su labio
inferior, sin que pueda saborear su boca.
Debo estar loca porque en lo único que pienso es en devorarlo.
¿Qué está mal conmigo? Cuando se trata de One parezco una perra en
celo.
Mi hermanastro guarda silencio, aunque sus ojos me penetran con
intensidad, el negro de sus pupilas parece algo turbio, pero insondable.
Acaricia con dos de sus dedos la rosada carne que acabo de probar y
menea la cabeza negando.
—Kayda— Mi nombre en su voz rasga mis entrañas.
—Suéltame ―ordeno enfurruñada porque me muero por lanzarme sobre
él y al mismo tiempo salir corriendo de su radio. ―O bésame, pero haz
algo. ―La última parte de mi discurso ni siquiera lo pienso brota de mi
boca sin permiso, alentada por la mezcla de excitación y ganas que nacen
en mis entrañas y dominan mi cuerpo.
Arquea una ceja mientras su mano presiona con fuerza mi garganta y
percibo la falta de aire, aun así, la calentura se intensifica.
Su rostro se pega al mío y nuestras frentes se juntan descansando la una
sobre la otra.
—No sabes lo que me estás pidiendo. — Su frase se ahoga, al parecer el
perfecto rey de control está luchando contra sus propios deseos.
De repente suelta mi cuello e involuntariamente mis manos rodean la piel
ardiente que segundos antes estaba bajo su toque.
Se gira sobre sus talones y veo su espalda desnuda, atravesar mi puerta
sin más, sin voltear sus ojos, sin decir adiós.
En mi soledad me permito el lujo de caer de rodillas y liberar mis
lágrimas. Porque soy una loca, pues me siento incapaz de lidiar con el
tornado de sentimientos y anhelos que mi hermanastro despierta en mi
mente y en mi cuerpo. No me avergüenzo de ofrecerme a él en bandeja de
plata, solo me duele su rechazo, porque eleva mi frustración al cien.

One
Regreso a mi habitación y resisto las ganas de cerrar la puerta a mis
espaldas con un fuerte golpe. No, porque despertaría a toda la puta casa,
pero no me faltan ganas.
¿Desde cuándo mi hermanita se escabulle vestida de Ninja en mitad de la
noche? ¿Y por qué cojones nadie la vigila? Kayda es sinónimo de peligro,
no solo para el resto de las personas, sino principalmente para sí misma.
—Loca— siseo al aire.
Paso una de mis manos por mi cabello en un intento de recuperar una
calma que brilla por su ausencia. Porque el demonio que vive en mi interior
está a dos finas capas de sobresalir y arrasar con todo lo que encuentre a mi
paso.
Las terribles ganas de apretar el cuello de mi dragona y acabar con mi
sufrimiento cosquillean en mis manos, lástima que no solo esas ganas son
las que me mantienen en este estado, sino las de follarla hasta que pierda el
sentido, hacerla mía como he imaginado mil veces en mi cabeza desde que
apareció en la puerta de mi casa.
Después de pasear por mi habitación como un tigre enjaulado, decido
darme una ducha fría, para bajar la dura erección que se niega a olvidar la
lengua rosada de Kayda rozando mi boca.
«¡Dios!, imprudente, osada, altanera». Tengo un repertorio bastante
amplio en mi cabeza, para describir a mi hermanastra.
El agua helada no merma mi rebelde verga, pero logra que pueda irme a
la cama con la seguridad que no traspasaré el umbral de mi puerta
lanzándome en busca de la culpable de esta tensión sexual que recorre cada
célula de mi sistema.
Capítulo 12
One
Al despuntar el alba ya me encuentro vestido y revoloteando por la
cocina de la casa, ante la mirada expiatoria de Chihiro, esa mujer me
produce estupor. Parece una rata, con los ojos siempre alerta y sus
movimientos sigilosos. No es extraño que sea el chivo expiatorio de Hana
Sumiyoshi, son tal para cual.
El personal de la casa se esmera en preparar todo para el desayuno, una
de las sirvientas se acerca a mí con una bandeja en la que trae una taza
humeante. De nuevo la cojo y disimulo aproximándola a mis labios,
imitando el acto de beber, aunque no lo hago.
Por el rabillo del ojo detecto a Chihiro embelesada observándome, lo
cual provoca que mis sospechas crezcan.
¿Qué tan interesada está en que beba?
Al percatarse de que la miro se apresura a desaparecer con rapidez.
—Señor Shinoda―La interrupción de Kimura es la excusa perfecta para
dejar abandonada la taza de café sin levantar sospechas.
—Kimura, nada de señor, One está bien— corrijo.
—Está bien, One. Tengo listos a los hombres que le acompañaran al
centro de la ciudad―informa de manera formal.
—De acuerdo— asiento y toda mi atención se desvía a la persona que
acaba de entrar en la sala.
A veces creo que mi hermanastra tiene una luz interna que me atrae como
si en realidad yo fuera una polilla. Viste de negro, enfundada en su habitual
mono de licra que se adhiere con una segunda piel a su cuerpo. No es una
mujer exuberante, por el contrario, su delgadez inspira fragilidad. Nada más
lejos de la realidad.
Kayda Tanaka es la mujer más fuerte con la que he tropezado.
Su cabello recogido en su típico moño que descansa en su nuca me
molesta, porque me gusta verlo caer por su espalda e imagino entrelazar mis
dedos con sus largos mechones.
Destierro mis pensamientos a mi subconsciente porque están tomando un
rumbo que no me conviene. Una vez más mi polla se queja en el interior de
mis pantalones, porque solo con verla ya se pone en alza.
—Buenos días, Kimura— Saluda Kayda a su superior.
Decido ignorarla para calmar la calentura que de nuevo nace en mis
entrañas.
‹‹No vamos bien, nada bien››, advierte mi conciencia y como siempre
tiene razón.
Este deseo prohibido por mi hermanastra es un potenciador de dolores de
cabeza, ya noto cierta punzada palpitante en mi sien. Coloco dos dedos de
mi mano sobre el puente de mi nariz y pinzo en un intento de recuperar mi
sosiego.
—¿Listo, hermanito? — pregunta en mi dirección y levanto la cabeza
como un resorte arqueando mis cejas.
—¿Para qué? —contesto sin saber bien a que se refiere.
—Para irnos— dice con seguridad.
—No necesito tu compañía, así que, hasta luego, hermanita— proclamo
dispuesto dándome media vuelta a abandonar la casa.
Perderla de vista durante unas horas es lo que necesito para recuperar mi
control y apaciguar mis ganas. Las que cada minuto, cada hora que pasan,
crecen a pasos agigantados.
‹‹ ¿Hasta cuándo? ››, interroga mi sentido común.
—One, la señorita, forma parte de su guardia— aclara Kimura
rompiendo el ambiente tenso que se ha instalado en la sala en segundos.
‹‹Mierda, no podía ser tan sencillo››, pienso.
—Cámbiala— ordeno sin girarme.
—Señor, disculpe, pero es uno de mis mejores activos en la alta guardia
— añade Kimura incómodo.
—No lo dudo, pero no necesito a los mejores — insisto.
—Kimura, déjalo, yo me ocupo— aconseja Kayda despidiendo al jefe de
la alta guardia que no duda en retirarse.
De nuevo solos, no me queda otra opción que enfrentarla, por lo que me
doy la vuelta y la miro con reprobación.
—No me gustas, no te gusto, lo tenemos claro. Pero proteger a la familia
Shinoda es mi trabajo y no voy a permitir que te inmiscuyas— anuncia con
las manos colocadas en su cintura.
Recorro con mis ojos su figura de arriba abajo, me detengo más de lo
normal en la empuñadura de la Shodai que asoma por su hombro izquierdo.
—Lo tienes claro, parece. Aunque permíteme que dude de tus palabras
―digo dando dos zancadas recortando la distancia que nos separa.
Kayda da un paso atrás retrocediendo ante mi cercanía, pero mis manos
rodean su cintura y pego mi cuerpo al suyo sin darle oportunidad de huir.
—Ahora, dime que no te gusto mirándome a los ojos— exijo.
No son necesarias palabras porque el deseo está impreso en sus pupilas,
puedo verlo y sentirlo en el leve temblor de su cuerpo pegado al mío. Mi
aliento roza su boca y ella la entreabre de forma involuntaria. El palpitar
acelerado de su corazón golpea mi pecho delatándola.
—No te oigo, hermanita— insisto presionando mis manos en el arco
donde finaliza su espalda y empieza su trasero.
—Eres un cabronazo— sisea apretando con fuerza los dientes.
Que se ensucie su boca con palabras malsonantes no es lo que se puede
esperar de una joven japonesa de buena familia, pero con Kayda nada es lo
que se espera. Mi hermanastra habitualmente desafía las normas de la
sociedad, ella tiene su propio código de conducta. Característica que
consigue divertirme y enfadarme al mismo tiempo.
—No, pequeña, no lo soy. Soy un demonio vil que vive en su propio
infierno y tú pareces tentar la suerte para arder en mis llamas— anuncio
acariciando su barbilla con la punta de mi lengua. Le robo un gemido que
enaltece la tirantez que golpea la pletina de mi pantalón ansiosa por
empalarla hasta partirla.

—Señorita Tanaka, ya están listos los vehículos, el señor Kobayashi


espera— Escuchamos a uno de los guerreros de la alta guardia.
Ante la interrupción pongo distancia entre nosotros y sin inmutarme
salgo en dirección al vehículo.
Kayda
No me entiendo ni yo misma, a veces creo que mi subconsciente adora el
peligro. Provocar a One se está convirtiendo en una manía a lo único que
me lleva es caminar con las bragas mojadas a todas horas. Y es que su
presencia logra ponerme de rodillas a sus pies, aunque lo disimulo. Porque
esa aura de peligro que lo acompaña, junto a sus orbes profundos, atraen
cada célula de mi cuerpo y doblegan mi carácter rebelde.
Anhelar a mi hermano no es correcto, está mal, muy mal, aunque en
realidad su sangre y la mía no tengan nada en común. Pero por mucho que
intento explicárselo a mis hormonas, estás actúan por libre, guiadas por la
lujuria que despierta en mí.
Acelero el paso colocándome detrás de los dos compañeros de la guardia
y observando a One meterse en uno de los todoterrenos negros de la
familia. Impasible, sin despeinar, sin restos de alteraciones o inquietud, es
como una barra de acero fría y gélida. Admiro la cualidad de parecer
perfecto, aunque minutos antes hemos protagonizado un episodio tenso y
cargado de excitación.
Ocupo mi lugar en el vehículo de copiloto, prefiero poner distancia,
ahora mismo mis nervios continúan en estado de crispación, por lo que lo
sensato es mantenerme alejada de One.
Su indiferencia es palpable, ni siquiera se ha dignado a fijar por segundos
sus ojos en mí.
‹‹No debe molestarte››, amonesta mi consciencia, sin embargo, lo hace.
Los vehículos se ponen en marcha en dirección al centro de Tokio. Kenji
viaja en el primer todoterreno con su seguridad y nosotros lo seguimos
detrás.
El centro empresarial de los Shinoda se encuentra en Tokio, en el barrio
de Shinjuku donde la atmósfera vanguardista de los edificios y carteles de
neón se entremezcla con el misticismo y la espiritualidad de los templos de
Kioto.
Confieso que Japón es mi hogar y el orgullo que experimento de formar
parte de La Tierra del Sol naciente acelera mi pecho, porque me siento
honrada de disfrutar de sus palacios, sus bosques de bambú, sus templos. La
sensación de brío al contemplar lo bien que han confluido la tradición y el
modernismo respetando sus espacios, mostrándonos una ciudad
cosmopolita que a la vez no olvida sus orígenes.
Compruebo que no nos sigue ningún coche extraño por el retrovisor,
manteniendo mi actitud alerta mientras disfruto de la vista que me ofrece la
ventanilla. El todoterreno consta de cristales blindados y tintados, lo que
evita que los transeúntes o los usuarios del resto de coches nos vean, no
obstante, no nos resta visión a los ocupantes del interior. De soslayo mis
ojos se clavan con disimulo en One que permanece con pose relajada con el
teléfono apoyado en su oreja, no habla, solo parece que escucha. Me
apresuro a quitarle la mirada de encima porque no quiero que se percate que
lo observo.
Capítulo 13
One
Odio que conduzcan, no tener el control consigue estresarme, por lo que
concentro mi atención en escuchar los mensajes que se acumulan en mi
teléfono. Uriel es el más intenso, aunque no el único, Félix también me ha
dejado su comentario particular en mi buzón de voz.
Al llegar al edificio del centro, los vehículos acceden al mismo por un
parquing subterráneo, debajo del coche, y me dirijo hacia donde Kenji me
espera para acceder por la zona de ascensores. El séquito de seguridad nos
rodea haciendo su trabajo de protección. Intento no mirar a Kayda que
ejerce de soldado de la alta guardia.
—El edificio Shinoda es uno de los más altos y emblemáticos de Tokio,
la opulencia de esta lo convierte en un espectáculo digno del turismo
internacional. — El parloteo de Kenji penetra en mi oído, sin embargo, mi
cabeza lo relega al olvido.
Parece que charlar es el pasatiempo preferido del consejero de la yakuza,
yo prefiero dedicarme a inspeccionar todo lo que rodea el edificio,
reconozco que la seguridad interna es extremada y la opulencia se respira
solo en el aire.
Las puertas metálicas del ascensor se abren frente a nosotros y nos espera
un séquito de hombres trajeados, los que saludan con una reverencia al
consejero.
Caminamos a través de un largo pasillo donde las paredes laterales son de
cristal negro brillante, me embarga la sensación de estar atravesando un
pasadizo de los de la casa, de los espejos de cualquier atracción.
Realizamos un completo tour por todos los despachos de la planta,
confieso que soy incapaz de recordar los nombres de la cantidad de
personas que me han presentado hasta el momento.
Accedemos una sala enorme cuyas vistas al centro neurálgico de la
ciudad logra impresionarme, la sobriedad de la mesa ovalada de mármol
negro con pequeñas vetas blancas ocupa el centro de la estancia.
—Esperad aquí— ordena Kenji al séquito de seguridad que nos rodea.
Kayda para mi sorpresa asiente obediente, es el único momento que me
permito el lujo de centrar mi atención en ella.
Kenji abre una puerta y me invita a seguirlo.
—Fudo, te preguntarás por qué te he traído aquí. —Empieza el consejero
tomando asiento en un sillón frente a la cristalera que corona el despacho.
—No soy dado a hacerme preguntas que por lo normal ya conozco la
respuesta— contesto con las manos en los bolsillos.
Paseo por delante de la mirada evaluativa de Kenji.
—Entonces, voy al grano. Kenichi está enfermo, muy enfermo, su muerte
puede ser en cualquier momento. Por lo tanto, necesitaremos un líder,
cuando la era Kenichi muera, los tiempos en nuestra organización se
volverán turbios. — explica colocando una de sus manos en su mentón.
—No me interesa nada de la organización, ni de Kenichi. Solo hay algo
que necesito— expongo yendo yo también al grano y el consejero curioso
alza sus cejas.
No me gusta andarme por las ramas, me importa poco si cuando muera
Kenichi se matan por el puesto de líder, yo no lo pretendo. Pronto me
largaré y todo esto quedará atrás.
—Fudo, el cargo de líder de la yakuza no se hereda, aun así, yo apoyaría
que te postularas en favor de tu padre— certifica— Aunque por lo que veo
no estás interesado.
—Correcto, por mí se pueden quedar con el puesto ―asevero sin interés.
—Entonces, ¿Por qué estás aquí? — interroga.
—Vine a ver a mi padre antes de su inminente final, como bien has
señalado. Cuando pase desapareceré igual que aparecí, sin hacer ruido—
confirmo.
—Kenichi no se equivocó contigo, dijo que tu carácter se forjó en la
fragua de la vida, un hombre de hierro, lo llamó. En nuestra organización tu
padre tiene muchos detractores, tantos o más que simpatizantes. Por eso
estoy seguro de que su enfermedad no es fortuita, aunque no tengo pruebas,
nadie las tiene. Si tú no te presentas como competencia, el puesto estoy
seguro de que será para tu tío Akiro. Lleva años anhelándolo, quizás ha
llegado su momento— divaga el consejero.
Tengo la extraña sensación que habla más para sí mismo que para mí, aun
así, lo escucho con atención. Desconocía que mi padre tuviera un hermano.
Nunca salió a colocación ni quince años atrás ni ahora.
—Bueno, yo de ti me sentiría contento de que el mando se mantenga en
la familia— apunto, pero su rostro lo delata.
No le gusta Akiro, lo leo en su semblante.
—No es lo mejor para las familias —sugiere plantando la semilla de la
curiosidad en mi interior.
—Kenji, no cumplir tus expectativas, no me provoca ningún tipo de
remordimiento. Tan solo quiero información sobre el maestro Tanaka—
suelto mis palabras y surten el mismo efecto que una bomba.
La mirada del consejero refleja desconfianza y terror al unísono.
Soy un hijo de perra y me encanta, lo normal es que la gente me
subestime y Kenji no es diferente.
—El maestro murió hace años— reacciona a contestar.
Lanzo mis ojos contra él dejando claro que no me lo trago.
—Fudo, hay muertos que no merecen la pena revivir—advierte Kenji
aniquilándome con la mirada.
—Confieso que disfruto con los retos, y revivir al maestro Tanaka se ha
convertido en un entretenimiento, entretanto se muere Kenichi. —Lanzo
con crueldad, mi tono gélido sorprende a Kenji que frunce el ceño ante mi
declaración de intenciones.
—Eres un grandísimo hijo de mala madre, Fudo— sonríe de forma
sarcástica— Aunque me recuerdas a Kenichi tienes la frialdad de Akiro una
mezcla explosiva y peligrosa a la vez en nuestra organización— anuncia y
su tono es neutro camuflando las emociones que le provoca esa realidad.
—Me dirás donde se esconde el maestro— inquiero obviando su
reclamo.
—Nadie lo sabe, la gente lo da por muerto— se ratifica en sus palabras.
—Tu igual que yo sabes que eso no es cierto— insisto, reconozco que no
hay lugar a dudas, porque Kenji es la mano derecha de mi padre y como tal
debe manejar la misma información que él sino más.
—No tengo ni la más remota idea de su paradero. Lo único es que hace
años se mantenía en una zona cercana al monte Fuji. — confiesa al fin ―Si
insistes en desenterrar a los muertos, prepárate para que te crezcan los
enemigos dentro de las familias, así que cuida tu espalda.
—¿Es una amenaza? ―interrogo con una de mis cejas arqueadas al
compás de una sonrisa ladeada.
—No, es un consejo, por cortesía, porque a pesar de que no te importe,
eres el primogénito de uno de mis mejores amigos— asevera.
Asiento, apoyando mi cuerpo en la enorme mesa de escritorio de nogal
que tengo a mi espalda, cruzo los brazos sobre mi pecho de forma tranquila.
—Kenji no es nada personal, no obstante, desde ya te advierto que no me
gusta la forma insistente que tienes de aconsejarme. No soy ningún niño.
Por algo me entrenó el maestro Tanaka —confirmo y por una vez saco a
flote una cortesía de la cual no hago gala nunca advirtiendo a Kenji. Lo
próximo sería verme estallar y no creo que sea lo que pretende el consejero.
No cuenta con el tiempo suficiente para rebatirme cuando los dos golpes
en la puerta nos alertan de la entrada inminente de alguien, a continuación,
una joven castaña con una bandeja sobre sus manos atraviesa el umbral.
La inspecciono y me gusta lo que veo, joven, enfundada en una falda de
tubo que abraza sus caderas redondeadas y marcadas y una blusa de seda
blanca tras la cual se vislumbra un sujetador negro.
—Señores, me he tomado la osadía de traeros un poco de té— informa la
joven con una sonrisa amable.
No me pasa desapercibido como sus ojos me revisan de arriba abajo con
un brillo chispeante en los mismos, interesante advierte mi conciencia
porque la chica tiene buen cuerpo en sus pupilas, vislumbro la promesa de
sexo ardiente. Quizás tenga tiempo de desfogar un poco, lo cual no me
vendría mal. Cargo una erección intermitente desde que llegué que tiene
causante, aunque con la culpable no puedo desahogarme.
Decido en un minuto que la joven será mi próxima compañera de cama.
—Gracias, señorita…— digo mostrando mi lado más encantador ante la
mirada sorprendida de Kenji.
No lo culpo es el único momento en el que me ve como una persona
normal, no como el diablo que soy.
—Aoi Yamamoto— contesta la joven y sus mejillas se tiñen de rosado.
—Fudo, la señorita Yamamoto es la asistente de Kenichi te dejo con ella,
volveré en una media hora. Aprovecharé para tratar unos asuntos que me
requieren— informa Kenji dejándonos solos.
Suerte o condescendencia no sabría determinarlo, pero a mí me da igual.
Voy a aprovechar la ausencia de Kenji para desinhibirme con este
caramelito jugoso que me llama a gritos.
Kayda
Camino de un lado al otro en la antesala, frente al despacho de mi padre.
Mi tío y One se han encerrado en el interior de este excluyéndome de su
conversación privada. Acto que consigue frustrarme, una vez más debo
adoptar la posición de mujer sumisa, porque el machismo culmina con actos
como este.
La secretaria de mi padre se aproxima a la puerta con una bandeja sobre
sus manos, golpea para advertir de su presencia y a continuación, entra.
Valoro la acción de colarme tras ella, aunque sería un acto demasiado
descarado y mi tío, el consejero de la yakuza lo vería como una falta de
respeto. Así que me guardo las terribles ganas de escabullirme.
Cinco minutos después sale Kenji del despacho cerrando la puerta tras él.
—Kayda— llama y me aproximo.
—Tengo varias gestiones que hacer, por lo que nos vemos en media hora
aquí mismo — informa.
—¿Todo bien? —pregunto.
—Lo bien que esperaba, el hijo de Kenichi no es una persona fácil—
comenta pasando una de sus manos por su cabello blanco.
Me limito a asentir, no puedo tomar partido, porque mi opinión no es
objetiva. One despierta demasiados sentimientos contradictorios en mí para
sonar neutral y mi tío es un viejo zorro al que no se le escapa nada.
—Cuídate mi niña, y vigila que nadie se acerque a esta oficina. — Se
marcha por el pasillo contrario a mi posición.
La curiosidad entremezclada por la ansiedad de saber que tanto tienen
qué hablar la secretaria de mi padre y One provocan un estado nervioso que
me tiene que boto en el suelo sin moverme.
Miro a un lado y al otro vigilando que no hay moros en la costa. Doy dos
pasos y pego mi oreja a la puerta del despacho con disimulo.
Pego mi cabeza e intento escuchar lo que pasa al otro lado de la lámina
de nogal. Los gemidos y suspiros logran que se me erice hasta el último
pelo de mi cuerpo.
‹‹No puede ser››, repito en mi mente separando mi oreja de la superficie.
Creo que en definitiva me he vuelto loca y mi cabeza enferma imagina
cosas que no son. Es imposible que sean suspiros y gemidos lo que creo
escuchar.
Tomo una gran bocanada de aire y de nuevo pego mi cabeza a la puerta.
—Siiiiii.
‹‹Joder, ahora lo escucho clarito, no son producto de mi imaginación››.
Doy un paso hacia atrás, retrocediendo, espantada. One es un capullo sin
escrúpulos, sin embargo, me cuesta considerar que el muy hijo de su madre
aproveche la oportunidad para follar en el despacho de Kenichi.
El puñal de los celos atraviesa mi corazón colocando a cien grados mi
sangre. Siento el calor de la rabia subir por mi cuerpo hasta mis orejas.
No me permito tiempo de sopesar la magnitud de mis actos, coloco mi
mano en la maneta y abro con ímpetu.
La imagen que se muestra ante mis ojos me desconcierta y me cabrea a
partes iguales.
Aoi Yamamoto tiene las mejillas arreboladas y el labial corrido, el cual
intenta acomodar con disimulo con uno de sus dedos, sin éxito. Su blusa la
lleva torcida a pesar de que agradezco que esté abrochada.
Mi inspección visual exhaustiva no pasa desapercibida para mi
hermanastro que me mira con la ceja arqueada esperando una explicación
por mi parte a la interrupción.
—Bueno, yo ya me retiraba— exclama Aoi rompiendo el denso silencio
con su voz y sus palabras aceleradas. Recoge la bandeja del escritorio y se
afana por salir cerrando la puerta a mis espaldas.
—Un placer conocerla, señorita Yamamoto— dice One con picardía
despidiéndose de la joven.
Mis manos se cierran en puño reprimiendo las ganas de rebanar su cuello
con mi Shodai que permanece descansando en mi espalda. La ira bulle en
mi interior, porque es un descarado y por mucho que no los haya pillado
infraganti, sé que lo que hacían no era charlar. El olor almizclado
entremezclado con olor a sexo los delata, tengo un buen olfato.
Con movimientos felinos, One se apoya sobre el escritorio y cruza sus
brazos sobre su pecho. Odio que se vea tan relajado, la actitud que en
muchas ocasiones proyecta es como si fuera el amo del mundo y el resto de
los mortales nos inclinamos ante su majestuosidad. La arrogancia emana de
cada poro de su piel, y aunque logra atraparme en su aura igual que si fuera
un metal atraído por un imán cabeceo, intentando deshacerme del
magnetismo que me envuelve.
—¿Algo importante, hermanita? — interroga entornando sus ojos.
A pesar de su semblante serio, puedo ver la diversión instalada en sus dos
orbes negros.
—Eres un hipócrita. — Lanzo mi acusación sin meditar mis palabras
arrastrada por estos celos desmesurados que dominan mi alma y mi cuerpo.
—No me dices nada nuevo— asevera con templanza.
—Hay que ser un gran hijo de perra, para follarte a la secretaria de
nuestro padre en su propio despacho —reprocho con toda la ira que sale por
mi boca.
—¿Celosa? — provoca con una sonrisa de medio lado que lo hace más
irresistible si queda.
‹‹ ¡Que no haga eso! ››, suplico en mi mente.
Porque cuando One muestra su lado coqueto y amable, lo único que
consigue es que me despeñe por la montaña rusa en el que se han
convertido mis emociones desde que llegó.
—Más quisieras— contesto entre dientes reprimiendo las inmensas ganas
de romperle la cara.
Lo realmente peligroso son las ansias de golpearle que se enredan como
hiedra en mi alma junto con las ganas de devorarlo y demostrarle que no
necesita follar con otras cuando me tiene más que dispuesta a ocupar ese
lugar.
Me regaño en mi mente por esa actitud autodestructiva y tóxica que se
está apoderando de mí, arrastrando mi dignidad y mi orgullo.
—Ni siquiera me importa cómo te sientas, dragona, solo interpreto las
señales que emite tu cuerpo. Pareces un libro abierto en este preciso
momento. —Se burla jactándose.
Detonador, podría ser su segundo nombre, porque es la función que
representa ahora mismo mi hermanastro. El impulso de lanzarme contra él
nace en mis entrañas, pasando a mi cerebro directo sin filtro. En dos
zancadas me abalanzo contra él, dispuesta a golpearlo, los reflejos de One
son rápidos y sujeta mi mano rodeando mi muñeca frenando en seco la
acción. Elevo una de mis piernas para golpearlo con una patada lateral, pero
él demuestra su destreza girando su cuerpo y mi cuerpo al unísono.
Consigue inmovilizarme entre él y el escritorio.
—Hermanita, te aconsejo que elijas bien a tus contrincantes— se jacta
sonriente.
Nuestros rostros están cerca, muy cerca, demasiado para mi paz. De
forma involuntaria, humedezco mis labios mientras mis ojos se centran
hipnotizados en su boca.
—Quizás lo que realmente pasa, dragona, es que querrías estar en el
lugar de la señorita Yamamoto— provoca sin perder de vista las reacciones
de mi cara.
—Capullo— insulto ignorando la realidad, los celos que se apoderan de
mí al nombrar de nuevo a Aoi, emergen por mi boca sin mesura.
Recorta más la distancia y su nariz roza mi mejilla, reprimo el gemido
que nada en mi garganta ante su gesto. No puedo flaquear ahora, sino que
otra vez resultará vencedor en esta batalla de voluntades.
—Capullo o no, me deseas y eso te tiene crispada, demasiado, dragona.
— susurra sin apartarse, dirigiendo su boca mi oreja.
Forcejeo sin éxito porque su agarre me mantiene inmovilizada.
―Puedo hacer un sacrificio y darte lo que tu cuerpo está gritando de
forma desesperada, porque al parecer tu prometido no te mantiene lo
satisfecha que debería― proclama con voz sugerente rozando el lóbulo de
mi oreja con la punta de su lengua.
A pesar de la rabia que desencadena su actitud de mierda, mis bragas se
mojan al instante y me golpeo mentalmente ante mi propia debilidad.
—Te equivocas listillo— siseo apartando mi cabeza para que cese de
atormentarme con su lengua.
El ruido de la cremallera de mi mono negro al bajar me paraliza y mis
ojos se hipnotizan con sus atrevidos dedos mientras abre la parte de arriba y
roza con suavidad la piel entre mis pechos.
‹‹Dios, no creo que pueda resistir››, vocea mi mente.
Sentir su tacto, eriza mi piel y humedece mi sexo, goteando ante la
anticipación de lo que está por pasar.
—¿No hablas, hermanita? — interroga deteniendo sus avances y estoy
tentada a ordenarle que prosiga.
Sus dedos serpentinos se cuelan en el interior de mi mono y con sigilo
rozan uno de mis pezones, el acto provoca que muerda mi labio inferior
reprimiendo un gemido.
‹‹ ¿Hablar? ¡Dios, está loco!, mi cabeza en estos momentos es incapaz de
formular una frase completa que no sea, “no te detengas” ››.
One tironea de mi duro pezón sin cese y aprieta sus caderas contra mi
sexo, mostrándome la dureza que se dibuja en su pantalón.
Me desea, lo tengo claro, y para mi desgracia percatarme de ello enaltece
mi ego a dimensiones estratosféricas.
El sonido de la puerta al abrirse provoca que One se aparte de forma
brusca, pasando una de sus manos por el cabello.
Capítulo 14
One
La mirada de Kenji me atraviesa cuál puñal, aunque para su desgracia me
afecta poco. No pienso sentirme intimidado por el consejero. Observo como
Kayda se pone en pie recuperando su posición de representante de la
guardia intentando ocultar sus mejillas acaloradas.
—¿Ya estás tío? — pregunta con disimulo.
—Sí, ya he acabado mis asuntos —contesta Kenji sin apartar sus ojos de
mis movimientos.
—Está bien, voy a asegurar el perímetro de seguridad, cinco minutos y
podréis salir— informa Kayda abandonando el despacho para organizar al
resto de personal de seguridad.
Una vez solos espero ansioso una reprimenda por parte del consejero.
—Fudo— empieza aproximándose con lentitud. —Opino que, aunque no
tengas interés en nada de lo que tenga que ver con nuestra organización y
nuestra familia, hay límites que me veo con la potestad de recordarte.
Kayda es nuestra joya, para los Shinoda y para los clanes de la yakuza. Por
lo que espero que lo que acabo de presenciar no se repita — advierte.
—Kenji, no doy explicaciones de mis acciones. Kayda es mi hermanastra
y tan solo estoy afianzando lazos con ella— contesto con arrogancia,
porque en realidad me importa una mierda las advertencias Kenji.
—Por el bien de todos, espero que recuerdes quién es, además, su vida ya
está comprometida con tu primo Ichiro. — recalca de nuevo el consejero.
—Ya podemos marcharnos. — interrumpe Kayda asomándose a la
puerta.
Prefiero, no contestar al consejero y juntos caminamos dispuestos a
abandonar el edificio de los Shinoda.
Durante todo el camino de regreso hay algo que da vueltas en mi cabeza.
La vehemencia con la que Kenji ha resaltado la importancia de Kayda no
solo por los Shinoda sino por el resto de los clanes.
La dragona es esencial en muchos aspectos, no hay que ser muy listo
para darse cuenta de eso. Aunque que una recogida ocupe el lugar
privilegiado de primogénita adorada, es algo extraño. Las tradiciones son
muy importantes para los yakuza lo que engloba el hecho de la sangre pura,
normalmente es algo que valoran mucho.
Concentrado en mis elucubraciones, no me percato de nada hasta notar el
giro brusco que da el conductor, pillándome, desprevenido mi cabeza
golpea con el marco de la puerta.
—Nos atacan — grita.
Kayda se gira y clava sus ojos en mí.
—Al suelo, no te levantes — ordena.
Orden que omito, porque si algo se me da bien es defenderme.
El todoterreno, gira y derrapa con rapidez al ver como el vehículo de
delante, donde viaja Kenji, vuelca en mitad de la carretera. Los proyectiles
se clavan en los vidrios blindados, lo cual agradezco.
Agarro la pistola que descansa en la cintura trasera de mi pantalón y
observo a través de los cristales dos coches atrincherados alrededor de los
nuestros. De los mismos se bajan un grupo de al menos diez hombres.
‹‹¡Joder, son muchos! ››
Nos superan en número, así que pongo a mi cabeza a trabajar en una
estrategia para sacarnos de esta encrucijada.
—Kyoto hay que bajar, nos van a masacrar— grita Kayda al conductor.
—No os mováis —rebato ante la mirada asombrada de mi hermanastra.
Los hombres del vehículo de Kenji bajan para defender al consejero, pero
los atacantes no tardan en fulminarlos.
Mientras cavilo mi próximo movimiento, todo se acelera al ver cómo
Kayda desobedece mi orden y abandona el coche.
—Maldita— siseo saliendo tras ella.
Mis ojos la miran embobados mientras empuña una ametralladora y
dispara a pecho descubierto contra los atacantes. No sé si está loca o es una
imprudente, aun así, no puedo evitar sentirme orgulloso de verla en acción.
‹‹Es una puta pasada verla enfrentarse sin miedo a todos››.
Me apresuro a salir para cubrirle la espalda y derribo a tres hombres. El
conductor también nos apoya en la defensa y conseguimos que reculen
agazapándose tras sus vehículos. Kayda no se detiene ahí, aprovecha el
movimiento de retirada para aproximarse el vehículo volcado donde viaja el
consejero. Desde lejos veo como saca arrastrando el cuerpo de Kenji sin
dejar de disparar a los coches donde los hombres siguen disparando. No
pierdo de vista ni a una ni a otros y disparo cubriéndole las espaldas a la
loca que tengo como hermana.
Se apresura a llegar al vehículo y con ayuda de Kayko consiguen
introducir a Kenji en el interior.
—Al coche— grita.
Esta vez obedezco porque es lo más sensato, pero aparto a Kayko de la
posición de conductor relegándolo a la parte trasera del vehículo y me
coloco al volante.
Meto machar atrás y piso el pedal a fondo moviendo el coche a gran
velocidad para poder darnos a la huida. Conduzco como loco y mi
hermanastra dispara su arma a los coches que nos persiguen.
A pesar de no conocer las carreteras con ayuda del GPS consigo darles
esquinazo.
—Kenji, necesita un hospital— informa Kayda.
—Un hospital va a hacer preguntas, no sé hasta qué punto quieres
inmiscuir a las autoridades. — apunto sin apartar la vista de la carretera.
Kayda se apresura a introducir las coordenadas en el GPS.
—Sigue las indicaciones— informa.
De reojo puedo ver su pecho subir y bajar de forma acelerada, aunque su
expresión es impasible.
‹‹Joder, cómo me gusta esta chica››, proclama mi mente e intento relegar
esas palabras a mi subconsciente.
En quince minutos paro el coche frente a un hospital, pero a las afueras
de Tokio. Kayda se apresura bajándose y subiendo los tres peldaños que dan
acceso a la recepción, minutos después sale acompañado de varias
enfermeras y una camilla.
Colocan en la misma al consejero que permanece inconsciente con la
ropa manchada de sangre. Mi hermanastra da un paso, dispuesta a seguirlos
y la detengo rodeando uno de sus brazos con mis dedos.
—¿Quién mierda nos atacó? — exijo.
Su actitud fría y tranquila provoca que sospeche que la dragona conoce
bien quién osó atentar contra nuestras vidas.
—Suéltame, tengo que ir con mi tío. — rebate forcejeando.
—Primero quiero respuestas— insisto sin dejarla libre.
Cabecea frustrada dándose por vencida.
—La tríada, ellos fueron los culpables. — informa.
—¿Por qué razón? — interrogo.
—Nuestro padre nunca quiso hacer tratos con los chinos, siempre fiel a
su propio código de honor, lleva años evitándolo. Pero los tiempos han
cambiado, los apoyos dentro de la yakuza han mermado y el estado de salud
de Kenichi no hace más que agravarlo. La tríada centra su negocio en las
drogas y la trata de niño y mujeres, Shinoda no está de acuerdo con eso—
explica Kayda.
Kayko se acerca a nosotros con cautela, se detiene a nuestro lado.
—Kayda, Kimura, ha enviado una patrulla para que el consejero esté
vigilado en el hospital. — informa.
—Bien, Kayko. Lleva de regreso al señor Shinoda yo me quedo— indica
dándome la espalda dispuesta a poner distancia.
Valoro en segundos mi próximo movimiento, tras la información que mi
hermana me ha facilitado hay cosas que debo tratar de inmediato. Por lo
que me marcho sin más.
Kayda
Hoy no ha sido un buen día, camino como una fiera a través de los
pasillos del hospital. Este lugar es seguro, al menos con respecto a las
autoridades, la yakuza es uno de sus benefactores a cambio de atención y
silencio. Pero no es un sitio blindado, por lo que rezo porque los refuerzos
enviados por Kimura lleguen rápido. La tríada goza de fama de persistencia
y por los acontecimientos puedo asegurar que el objetivo principal era
Kenji, el consejero. Teniendo a Kenichi moribundo, lo siguiente es eliminar
al caballo del tablero.
Mi tío es fiel a los criterios del Kumicho, durante años los Shinoda y los
Kobayoshi han sido dos de las familias con más peso en la organización.
Por lo que para los enemigos de las praxis de Kenichi atacarían
directamente a su mano derecha, su consejero, y así ha sucedido.
Que hayan fallado, no logra tranquilizarme, porque volverán a intentarlo
cuento con ello.
Ocupo uno de los asientos en la sala a la espera de las noticias del estado
de Kenji, por lo poco que logré comprobar cuando lo arrastré de su vehículo
al nuestro, contaba con dos orificios de bala en el pecho. Desconozco si le
atravesaron algún órgano vital, por lo que me embarga la inquietud de
perderlo. Froto mis manos, nerviosa e intento mantener la calma.
Repaso en mi mente la escena, yo disparando como loca a los ejecutores,
soy consciente que sin la ayuda de One no hubiera salido indemne del
atentado.
Mi hermanastro tiene muchas virtudes, a pesar de ser un capullo
insensible, es un guerrero preciso y me satisface tenerlo a mi lado. Aunque
no sé hasta cuándo.
One sigue siendo una caja de sorpresas, no tengo ni idea la razón que le
motivó para cambiar de opinión y presentarse sin avisar en Tokio. Está
claro que Kenichi no es el motivo, porque ha mostrado su desinterés en
varias ocasiones.
Desconcertante, misterioso, subyugante, frío, despiadado, todos los
adjetivos pasean por mi mente al pensarlo.
Capítulo 15
One
Sustituyo mi ropa por algo más adecuado, jeans y camiseta negros. Salgo
de la casa de los Shinoda sin ser visto y conduzco mi propio coche. Donde
voy, no necesito a los hombres de seguridad, más bien serían un estorbo.
Meterse de lleno en los suburbios de la ciudad no es algo recomendable,
pero mis acciones nunca se rigen por lo propio o lo adecuado.
Necesito información de primera mano de lo que se está fraguando tras el
velo de la yakuza. Si Kayda está en lo cierto y la tríada se ha aliado con los
enemigos de mi padre, auguro una masacre sangrienta y traicionera.
Durante el trayecto mi mente amonesta mi actitud, porque no soy parte
de esto, ni siquiera me interesa la yakuza, ni la tríada, ni nadie. No obstante,
no consigo quitarme de la cabeza a Kayda. Esa es la razón principal por la
que necesito asegurarme de que realmente me encuentro en un fuego
cruzado por el poder.
Mis contactos, los que aún mantengo de mi época en esta ciudad, me
indican el lugar exacto donde ir a buscar la información que preciso.
Atravieso las puertas de local y al minuto cero, percibo el desfase, la
gente bailando como locos con vaso en la mano y pupilas dilatadas. No solo
el alcohol corre por las venas de estos infelices, sino cualquier sustancia
alterada. Abro camino hasta llegar a la zona trasera donde dos tíos que
parecen armarios custodian una puerta metálica pintada de rojo chillón.
Los tipos me sacan dos cabezas y atraviesan mi cuerpo con sus miradas
sedientas de partir huesos. Sonrío en mi interior. Alzo mi mano izquierda
levantando la camiseta lo justo para que vean el tatuaje de la serpiente en
llamas que luce mi muñeca.
La sorpresa se dibuja en ambos semblantes ante la muestra, aunque optan
por el silencio. Abren la puerta facilitándome el paso a la sala donde
realmente se desarrolla la verdadera actividad de este club. El griterío
inunda mis oídos y fijo mis ojos en el ring donde dos luchadores pelean
como bestias.
El tatuaje que luzco es un pase a lugares como estos, para mí es un
recuerdo, algo que durante años he omitido. Pero al parecer pertenecer a la
banda Akai Hebi(serpiente roja) es todo un privilegio.
Enfilo gradas abajo oteando cada rincón en mi intento de localizar lo que
busco. Esto está repleto de gente, sobre todo son miembros de las bandas
más sádicas de Tokio. También me fijo en los personajes de traje con fajos
de billetes en sus manos apostando por el ganador.
Al fondo localizo a Tetsuo rodeado por su séquito de lameculos,
reconozco que los años se han portado bien con mi compi de fechorías
juveniles. Acelero el paso para llegar a él antes de que la gente enloquezca
con el final de la pelea y se exalten convirtiendo este sitio en un gallinero.
Cuando intento acercarme a mi examigo, el grupo de hombres que
componen su perímetro de seguridad me lo impiden, uno de ellos coloca su
mano en mi pecho frenando mi avance.
Lo miro arqueando una de mis cejas, no me gusta que me toquen, por lo
que el contacto con su mano me asquea. Con rapidez retiro sus dedos de mi
pecho y retuerzo su brazo colocándolo en su espalda al compás de su
aullido de dolor. El resto desenfundan sus pistolas encañonándome ante la
agresión a su compañero.
Sonrío.
—One, cuanto tiempo. — Saluda Tetsuo clavando sus ojos marrones en
mí.
A pesar de que su jefe se dirige a mí, los hombres no dejan de apuntarme
con las armas.
—Al parecer no el suficiente.
Quince años han pasado desde que Tetsuo entró en mi vida, por aquel
entonces yo pasaba los días con el maestro Tanaka, sudando sangre con sus
entrenamientos extremos. Solo, como siempre, sometiéndome a un
aprendizaje que nunca solicité, lejos de mi país, con un padre que nunca
pedí y añorando a mis padres adoptivos. Por esa razón por las noches me
escabullía a los suburbios de la ciudad y allí conocí a Tetsuo. Hijo de un
borracho y una mujer de vida alegre, desde bien pequeño se acostumbró a
robar. Ambos nos iniciamos juntos en la banda de la Serpiente roja.
—¿Qué te trae por Tokio? — inquiere Tetsuo sin dar la orden para que
sus hombres cesen en su acción de amenazarme.
Lleno mis pulmones con una bocanada de paciencia porque sentirme
amenazado incita a despertar el demonio que se mantiene latente en mi
interior.
—Asuntos familiares— contesto sin profundizar en el tema.
—Bajen las armas — ordena al fin Tetsuo y los tipos obedecen.
El líder de las Serpientes hace un gesto con su mano para que tome
asiento frente a él y paso por en medio de los que antes me apuntaban para
tomar sitio.
—¿Problemas en el paraíso de los Shinoda? — pregunta Tetsuo con un
tono de provocación que no pasa desapercibido.
Impasible, a pesar de su osadía al provocarme abiertamente, no le doy el
gusto de que perciba que está rozando el límite.
—Veo que estás al tanto de los sucesos de la alta sociedad— respondo
brindándole una sonrisa sarcástica.
—Un líder, tiene el deber de mantenerse informado siempre de los logros
y las penurias de sus rivales— afirma jugueteando con una navaja entre sus
dedos.
—Menos mal, al verte, pensé que me había equivocado de lugar al acudir
en busca de información— proclamo.
Atacar al ego de Tetsuo funcionaba antaño y compruebo que en la
actualidad también, su ceño y su boca fruncidos lo delatan.
—Habla, ¿qué cojones quieres? — interroga Tetsuo molesto.
—¿Qué tiene la tríada en contra de los Shinoda?
—Ja, ja, ja, estás perdiendo facultades, amigo. ¿Tú qué crees? Kenichi es
la piedra en el camino de la expansión para el jefe de la tríada. Li Zuang es
un tipo impaciente, no se quedará sentado a esperar que el Kumicho de la
yakuza muera. Mientras eliminará todas las fichas del tablero que le
estorben — explica Tetsuo pasando el filo de su navaja por sus labios,
suerte que es por la parte no afilada.
—El consejero— digo afirmando.
—No solo él, la joya de los Shinoda, y la heredera de Kenichi. A Li
Zuang todos le estorban―asevera el líder de las serpientes.
—¿Por qué ahora?
—Porque es el momento, Li cuenta con muchos apoyos dentro de la
yakuza, pero no los suficientes— esclarece sonriente.
Hasta qué punto Tetsuo está inmerso en esta confabulación contra la
yakuza de momento para mí es un misterio.
—Necesito nombres, Tetsuo— exijo.
—No puedo, soy hombre muerto si revelo cierta información— confiesa.
Decido que por el momento con lo que ha largado me es suficiente, por
lo que me pongo en pie dispuesto a marcharme.
—Un placer verte, Tetsuo— me despido abandonando el sitio ante su
exhaustiva atención.
Conduzco de regreso a la casa de los Shinoda no sin antes hacer una
breve parada para comer algo en un restaurante. Llevo días sin ingerir
alimentos, solo confío en los sitios ajenos a la casa mi padre. Kenichi ha
sido envenenado, lo tengo claro, ¿Quién? No lo sé. Por esa razón prefiero
tomar ciertas precauciones.
Me siento y paso una de mis manos por mi cuello, en estos momentos me
ratifico en mi empeño de encontrar al maestro Tanaka, porque es la única
solución para garantizar la seguridad de Kayda y mi otra hermana.
A pesar de que mi sentido común batalla en contra, porque lo fácil sería
largarme de Tokio y olvidarme de todo. No soy ningún caballero andante,
aun así, la necesidad de que mi dragona esté protegida gana a las
intenciones de largarme.
Saco el móvil y envío un mensaje rápido a Uriel para interesarme como
va todo, no doy explicaciones, no es mi forma de actuar, porque ni con mis
hermanos de vida suelo ser una persona accesible. Mi hermetismo es
palpable en todos los sentidos.
Capítulo 16
Kayda
Apoyo la espalda recta contra el respaldo de la silla de la sala de espera
del hospital. Con la llegada de los hombres de la alta guardia y Kimura al
frente he recuperado un poco de calma, aunque aún noto la frustración
corriendo por mis venas.
Los muy hijos de perra de los chinos nos intentan masacrar, hecho que
logra enervarme, porque después de hablar con el jefe de seguridad, y
percibir su escepticismo, opino que sigo estando sola en esta maldita
cruzada de engaños y maquinaciones que de un momento a otro nos va a
estallar a todos en la cara.
Necesito apoyos dentro de la familia, pero en mi posición de mujer no es
fácil, todos son escépticos a mis teorías.
Aún no sabemos el estado de Kenji, lo están operando de urgencia, llevan
horas.
—Sobrina.
La voz autoritaria junto al tono circunspecto de mi tío provoca que alce
los ojos para toparme de frente con la imponente presencia de Akiro
Shinoda. Tardo en ponerme en pie, pero lo hago quedando a más de dos
cabezas de él. Akiro es un hombre alto a diferencia de Kenichi, su pose
arrogante junto con su apariencia extremadamente pulcra lo envuelven en
un aura de poder. A pesar de que ha sido una constante en mi vida, desde mi
infancia, nunca ha sido santo de mi devoción. Porque todo en él me grita
peligro según mi intuición.
—Tío. — Saludo inclinando con suavidad la cabeza a modo de respeto,
como indican nuestras tradiciones.
—¿Qué es lo que ha pasado? — inquiere.
—Nos atacaron, varios coches mientras regresábamos del edificio
Shinoda— informo con rectitud.
—¿Alguna baja? — se interesa.
Reconozco que su rostro es igual de impasible que el de One, incluso hay
ciertos rasgos que me recuerdan a mi hermanastro.
—De momento no. Kenji está en el quirófano, no sabemos su pronóstico
—comunico y no noto ninguna emoción en su semblante.
—Regresa a casa, tu madre estará preocupada. — No es una sugerencia,
es una orden camuflada con palabras.
—No, esperaré a saber cómo sigue Kenji— rebato controlando la
modulación de mi voz.
—Tu lugar está en casa, no estoy hablándote con miembro de la alta
guardia, sino como tu tío— pide recordándome mis obligaciones según él.
Cierro las manos en puños reteniendo las ganas de lanzarle cuatro
palabras cargadas de ira. Pero sería demasiado imprudente enfrentarme a
Akiro, ahora mismo, con el consejero entre la vida y la muerte, y mi padre
postrado en una cama es el máximo mandatario dentro de la familia.
Asiento y abandono la sala, sin embargo, justo cuando estoy alcanzando
el pasillo que lleva a la salida, sale un médico. Me giro y regreso para
escuchar el estado de Kenji.
—El paciente ha sido operado de urgencia. Hemos podido extraer los dos
proyectiles de su pecho, por suerte ninguno alcanzó su corazón. Ahora lo
mantenemos en coma inducido hasta que su cuerpo recupere y podamos
despertarlo sin que sea un peligro para su vida. — informa el doctor
dirigiéndose a mi tío.
—Manténganos informados, doctor— anuncia mi tío con seriedad.
El médico asiente conforme y desaparece por la puerta por donde había
salido.
Respiro, tranquila de momento al comprobar que Kenji a pesar de la
gravedad sigue vivo. Doy media vuelta y me dispongo a marcharme.
—Kayda, — interrumpe la voz de mi tío —Ichiro te espera en la puerta.
‹‹Lo que me faltaba››, resuena en mi mente.
El día empeora por momentos con la información que acaba de lanzarme
Akiro, porque si a alguien no tengo ganas de ver es al idiota de mi
prometido.
Salgo a la puerta del hospital y veo a Ichiro apoyado en la carrocería del
coche con un cigarrillo en sus labios. La rabia desencadena una leve
punzada en mi sien.
—¡Chofer a su servicio! — proclama con ironía, haciendo gala de ese
porte chulesco que no le abandona.
—No pedí ninguno— rebato siguiendo con mi camino para dejarlo allí
plantado.
—No seas caprichosa, Kayda. Sube —insiste tirando el cigarro a medias
al suelo, pisándolo con su pie.
—Olvídate, Ichiro, no te necesito. —Mantengo mi pose y sigo andando
en busca de transporte.
Una de sus manos agarra mi brazo con fuerza y gira mi cuerpo de manera
brusca, mis reflejos reaccionan, desenvaino mi Shodai con la mano libre y
coloco la hoja de esta sobre la tersa piel de su cuello.
—Suéltame— ordeno con los dientes apretados.
Los ojos inyectados en sangre se hunden en mi rostro, tiene la mandíbula
tan apretada como los dedos que sujetan mi brazo. Sí o sí me quedará una
marca cuando consiga que me suelte, aunque no me importa.
—¿Has perdido la cabeza? — gruñe entre enfadado y sorprendido.
—No, pero si no me liberas, quizás tú si la pierdas —Amenazo sin
amedrentarme.
Dejarme intimidar por Ichiro nunca ha sido una opción, porque por muy
machista y muy hombre que se crea mis habilidades en las luchas son
superiores a las suyas. Destierro las consecuencias que mis actos pueden
traerme, porque, a fin de cuentas, Ichiro es hijo de Akiro y mi tío es
peligroso y conocido por su crueldad.
Mantenemos un pulso sin que ninguno de los dos de su brazo a torcer,
midiéndonos con la mirada, hasta que Ichiro a regañadientes me suelta y da
un paso atrás.
—Esto no va a quedar así —proclama antes de darse media vuelta y
largarse.
Enfundo mi catana y saco mi móvil, aviso a Kayko para que pase a
buscarme y tomar rumbo a casa.
—¿Todo en orden en la casa? —pregunto a mi compañero mientras
conduce.
—Si Kayda, Kimura dejo varios hombres encargados de la seguridad del
Kumicho —informa sin apartar la mirada de la carretera.
En estos momentos la seguridad de Kenichi es primordial, porque el
atentado de hoy ratifica que hay una maquinación para derrocar el mandato
de Shinoda.
Al llegar a casa voy directa a mi habitación, habitualmente nadie percibe
mi presencia. Hana enfrascada en sus cosas, hace gala de su indiferencia
para conmigo y no se preocupa si estoy o no. Antes de meterme en mi
habitación paso por la estancia de mi padre y compruebo que sigue
dormido, su respiración dificultosa se adueña de las cuatro pareces y
suspiro, desanimada al comprobar que cada día que pasa luce más
demacrado.
Necesito una ducha, porque llevo todo el día con la misma ropa, me
desvisto y dejo caer el agua sobre mi nuca. Caigo sobre el colchón cerrando
los ojos en intento deshacerse de la inquietud que asole mi alma. Mi cabeza
es un torbellino de conjeturas sobre todo lo acontecido y por si no tuviera
suficiente una y otra vez, las imágenes de mi encontronazo con One en el
despacho de mi padre bombardean mi cerebro.
Recordar sus dedos tocando mi piel provoca que salive más de lo normal
y una sensación de calentón se instala entre mis piernas. Parezco una perra
en celo y mi conciencia amonesta a mi cuerpo por eso. Sin embargo, la
desazón no desaparece. Me levanto de la cama y ni siquiera me preocupo de
nada más, salgo de mi habitación en pijama directa a la cocina por un vaso
de agua fresca.
«Necesito refrescarme, bajar la temperatura de mi traicionero cuerpo».
La oscuridad de la casa me envuelve mientras camino descalza, ni
siquiera sé qué hora es. Enciendo la luz pequeña que solo ilumina la gran
isla que domina la estancia. Saco el agua de la nevera y lleno un vaso que
llevo a mis labios con ansia de calmar el calor que me domina.
—¿Insomnio, hermanita?
La voz gruesa de One a mi espalda logra que el frío del agua se evapore y
el sofoco azota mi cuerpo cuál látigo furioso.
Capítulo 17
One
Siento la música a través de mi mente, los air pods consiguen que mi
cabeza remita el palpitar que no me abandona desde la mañana. El
encontronazo de mi hermana en la oficina de nuestro padre está tan vivo en
mi mente que es como si lo reviviera a cada segundo. Consecuencia del
empalme que llevo y no ha remitido ni con la ducha fría que he tomado.
Luchar contra la tentación que provoca mi dragona en mí cada vez
resulta más difícil, porque la deseo a todas horas, a cada momento. Si no
fuera escéptico, podría pensar que Kayda me lanzo un hechizo.
De nada ha servido follar con la secretaria de mi padre, tan solo descargar
la tensión sin alcanzar el orgasmo para luego estar peor.
Ahora mismo ni la música calma el fervor que recorre mi polla.
―Joder― gruño en la soledad de la habitación.
El licor es la última opción que sopeso para sosegar la lujuria insana que
se apodera de mí. Abandono mi cuarto en dirección a la cocina, necesito
algo fuerte y sin moros en la vista, es seguro ingerir lo que me tropiece en
cualquier alacena. Conforme me aproximo a mi destino, percibo una tenue
luz que emerge de la cocina. Adopto posición de alerta caminando despacio,
al hacerlo descalzo el suelo de tarima amortigua mis pisadas. Además,
aprendí a ser sigiloso, años de entrenamiento me respaldan.
Me apoyo en el umbral de la puerta de tal manera que no me vean y
observo la imagen que se muestra ante mis ojos. Reparo su cuerpo atlético y
sus piernas desnudas salivando en exceso solo con imaginar lo bien que se
verían alrededor de mi cintura mientras la embisto.
Los pantalones rosas del pijama que viste dejan poco a la imaginación. El
arco perfecto de su cuello al inclinarse para beber me hipnotiza. Preveo mil
maneras de saborearlo con mi lengua.
La tensión que acumulo en mi entrepierna me obliga a pasarme la mano
intentando apaciguar mi polla erecta que gotea solo con observar a Kayda
en mitad de la isla de la cocina.
—¿Insomnio, hermanita? —interrumpo esbozando una sonrisa malvada,
al ver como Kayda casi se vuelca el agua sobre su camisola.
Percibo el temblor de su cuerpo, aunque ella intenta disimular frunciendo
el ceño al aniquilarme con sus dos perlas negras. Sus ojos es otra parte de
su cuerpo que logra fascinarme, el negro penetrante te atrapa sin medida.
—Y tú, ¿Te dedicas a caminar en la oscuridad? —rebate— nadie te dijo
nunca que en la noche más vale no asustar a nadie— contesta airada.
No debería acercarme, porque si impongo el sentido común, es lo que
debería hacer, sin embargo, lo obvio. Doy dos pasos recortando la distancia
que nos separa.
—Detente— ordena alzando una de sus manos reflejando el miedo en su
cara.
Ignoro su advertencia, en dos pasos más la tengo entre mis brazos
aprisionándola contra el mármol de la isla. Su respiración acelerada eleva
su pecho rítmicamente, rozando sus pezones erectos en mis pectorales
desnudos. El afán por probarla me puede, las ganas se intensifican al
deleitarme con su aroma que penetra en mi nariz.
—Te aconsejo que corras, dragona. Tienes dos segundos para desaparecer
de mi vista — amenazo y aflojo el agarre.
No soy una buena persona, pero, aun así, le doy a la oportunidad a mi
dragona de huir de mí. Porque si no lo hace la voy a corromper, ya que he
cruzado el límite de mi afán y mi mente se ha alineado con las
desmesuradas ganas que le tengo.
Pestañea, sorprendida por un segundo por mi proclamación, no le dura
mucho porque reemplaza las dudas por la determinación y entonces es
cuando entiendo que ambos estamos perdidos.
La boca de Kayda se abalanza sobre la mía con fervor y la recibo como el
hambriento que soy saboreándola con ahínco. Nuestras lenguas se mueven
en plan, posesión y conquista, librando un pulso de voluntades que me
enciende, me enloquece.
Mis manos presionan sus caderas y ella rodea mi cintura con sus
torneadas piernas.
‹‹Como me gusta la sensación de tenerla mi merced››. Esa frase penetra
en mi enturbiada mente.
Con destreza muevo nuestros cuerpos abandonando la cocina sin dejar de
besarla con vehemencia, cuál loco enajenado por su delirio.
‹‹Mi delirio es esta dragona que enciende mi cuerpo y mi alma››. Reitera
mi conciencia.
Atravieso el umbral de mi habitación y cierro la puerta detrás de
nosotros. Separo un poco mi cuerpo de ella obligándola a bajar. Su
respiración acelerada a conjunto con sus ojos enturbiados es la visión más
sensual que puede brindarme.
Ni lo pienso y me lanzo sobre ella cuál bestia mordiendo su mandíbula y
juntos caemos sobre el mullido colchón. Recorro con mi lengua desde el
arco de su cuello, pasando por la piel tersa entre sus pechos, arrastrando con
mi boca la tela de la camisola que cubre su cuerpo. Al llegar donde
descansa la goma de sus pantalones cortos de pijama, mordisqueo la misma
al son de los gruñidos que emite mi dragona.
Barro todo rastro de ropa que se interpone entre mi ávida lengua y mi
objetivo. Contemplar su rosada vagina me pone a salivar ante el manjar que
tengo frente a mis ojos. Por lo que me pongo a chupetear rebañando los
jugos que rebasan su clítoris. Su sabor impregna mi boca y enaltece mis
ganas.
No recuerdo disfrutar tanto de algo como en este preciso momento en el
que la punta de mi lengua se adentra en los pliegues de Kayda.
El inmenso gemido inunda el cuarto y sigo comiéndola sin darle ni un
segundo de paz, atormentándola.
En breve alcanza el orgasmo con el oral que le brindo y no le doy cancha
porque saco mi polla del interior de mis pantalones y acaricio con su punta
con sus pliegues enrojecidos, ella eleva su pelvis ansiosa porque la llene y
jugueteo con su entrada elevando la anticipación. Sus manos se aferran a las
sábanas cerrándose en puños y su cabeza se mueve de un lado al otro,
enloquecida.
El afán se intensifica viéndola desesperada por mí y sin aviso la penetro
con una fuerte estocada arrancándole un grito que emerge de su garganta
con un torrente.
Su canal estrecho envuelve mi verga, causándome un extremo placer y
empiezo el bailoteo de mis caderas, acometiendo a estocadas rítmicas que
nos empujan a ambos a alcanzar el orgasmo.
Me derramo en su canal y mi cuerpo cae exhausto sobre ella que
permanece extasiada y extenuada.

Kayda
Con ocho años fui una niña tímida, encerrada en mí misma, repleta de la
soledad de no conocer a mis padres. Pero entonces Kenichi me acogió como
su hija, desde el primer momento lo amé y respeté y él me otorgó el mismo
cariño que a Yasu. A pesar de que por mis venas no corre la misma sangre.
Tumbada sobre la cama, me deleito en la mejor experiencia sexual que he
tenido hasta la fecha. No es que cuente con muchas, pero sin duda, esta ha
sido la mejor. A mi lado, desnudo, boca abajo, se encuentra One. Mis ojos
no se cansan de reparar cada curva de su cuerpo.
La culpabilidad no hace acto de presencia, aunque enredarme con mi
hermanastro no está bien, aun así, me siento satisfecha porque este deseo
insano me ha perseguido desde el primer momento que nuestras miradas se
cruzaron.
Por la ventana se cuelan los primeros rayos de luz del sol, aviso de que
debo abandonar la habitación para no toparme con nadie de la casa. Me
apresuro a ponerme de pie, sin embargo, casi he alcanzado el suelo cuando
soy arrastrada literalmente a la cama.
—¿Dónde crees que vas?
La voz gruesa de One eriza hasta el último pelo de mi cuerpo, su cuerpo
inmoviliza el mío y su rostro queda pocos centímetros de la mía.
Mirarlo a los ojos significa perderte en ellos.
—Vuelvo a mi habitación— respondo forcejeando para liberarme de su
abrazo.
—No he acabado contigo, dragona— proclama abalanzando su boca
sobre la mía, sumergiéndonos en un beso intenso que reaviva mis ganas.
Rodeo su cuello con mis manos, rindiéndome a la pasión enfermiza que
se adueña de nuestras almas. Una de sus manos se coloca en zona sensible y
dos de sus dedos en forma de uve abren mis pliegues para juguetear con mi
clítoris que los baña en la humedad que desprende.
«Dios, este hombre es insaciable». La frase se dibuja en mi mente.
Abro más las piernas y me contoneo dándole pleno acceso a que sus
dedos sigan masturbándome. Siento que no lo tengo lo suficiente cerca y
pego mi pecho al suyo buscando el filo de su barbilla mordiéndolo. La
mano que tenía en mi interior la lleva a mi espalda acariciándome mientras
su boca devora mi cuello.
—Me enciendes maldita —susurra contra mi mejilla.
Desconozco si lo prendo de la misma forma que él a mí, pero juntos
ardemos en caricias que me tienen rozando el clímax.
—No pares— gimo pegada a su cuello.
—Voy a partirte, dragona— exclama y abro las piernas al máximo,
facilitándole la entrada a su polla que se introduce en mi canal llenándome.
Casi consigue que me corra nada más penetrarme y contoneo mis caderas
alzando mi pelvis para que me ensarte hasta el fondo.
Se viene contra mí entrelazando sus dedos en mi cabello mientras no dejo
de moverme al compás de sus embestidas. Mi epicentro arde en llamas,
preparándose para lo que se avecina, tocando su pelvis contra la mía, mi
pecho contra el suyo. Entre el gimoteo desesperado que lo aviva para que
siga, no se detenga, no cambie el ritmo…
Abro la boca evitando morderme el labio inferior del gusto que
experimento al sentirme atravesada por su enorme polla que pone a danzar
mis caderas con frenesí.
Las manos de One separan mis glúteos para allanar su última embestida,
segundos después alcanzo el orgasmo inminente desatando una mezcla de
fluidos que empapa las sábanas.
Capítulo 18
Kayda
A duras penas logro escabullirme a mi habitación, porque One no se
cansa. Las ansias sexuales de este hombre son enormes, si por él fuera me
mantendría como una esclava en su cama.
Las mariposas bailan en mi estómago, es como si flotara en un sueño
adolescente. Mi cabeza intenta advertirme que soñar despierta es un error,
sin embargo, la ignoro.
Me visto con mi habitual mono negro y coloco mi Shodai en mi espalda.
Tengo trabajo por hacer como comprobar el estado del consejero y
averiguar quién exactamente se atrevió a atacar a un alto miembro de la
yakuza.
Siento un raro cosquilleo en la boca de mi estómago ante la anticipación
de encontrarme de nuevo con One. Repito en mi mente que debo mantener
la calma, no puedo delatarme. Que alguien descubra que follamos sería una
catástrofe, porque mi familia ama las tradiciones y a ojos del mundo somos
hermanos, aunque no compartamos sangre. Mi madre moriría por catarsis si
llegará a sospechar y mi prometido enloquecería ante la ofensa. Por lo que
me juego demasiado. Un baño de sangre en casa es lo menos que nos hace
falta en estos momentos.
Paso por la cocina antes de abordar el salón y mientras doy un largo
sorbo al café un grito provoca que me atragante. Un inminente ataque de tos
me domina junto con el miedo de que mi sucio secreto haya salido a la luz.
El servicio corretea nervioso ante la ruidosa actividad de la casa.
Me apresuro a correr hacia el salón a pesar del terror que recorre cada
célula de mi cuerpo y cuando llego mi madre permanece arrodillada,
llorando mientras el médico personal de la familia, el señor Okinahoa
intenta consolarla.
Chihiro no se separa de mi madre, aunque por su inexpresiva cara poco
puedo averiguar.
—¿Qué sucede? — pregunto arriesgándome a pesar de mis temores.
Desvío mis ojos al pasillo por donde aparece Kimura con la cabeza gacha
y mis peores pesadillas llaman a mi puerta.
—¿Qué sucede? — insisto alzando la voz, me encuentro al borde de
perder mis nervios. Porque mi intuición me chilla el inminente final, aunque
no quiera asumirlo.
—¡Murió, Kenichi murió! — contesta Hana entre sollozos sin alzarse del
suelo.
La realidad penetra en mi cerebro punzando como un puñal enterrado y
mis rodillas flaquean, hincándome en el suelo con la mirada perdida en mi
dolor.
—¡Me lo mataron, me lo mataron! — susurro con las lágrimas brotando
de mis ojos abiertos de par en par.
—Calla, insensata— reprende Hana apoyándose en la mano del médico
para incorporarse. ―Kimura llévatela de aquí— ordena fuera de sí.
El jefe de la alta guardia me sujeta de uno de mis brazos y me apoyo en
él, por qué casi no puedo caminar, mi cerebro se niega a accionar mi
cuerpo. Hago un esfuerzo y juntos abandonamos la sala.
—Llévame con él— susurro entre sollozos.
—Kayda, no es recomendable— aconseja Kimura apenado.
Sé que él también tenía en una alta estima al Kumicho de la yakuza,
porque lleva muchos años sirviendo a su lado, cuidando de su seguridad.
—Necesito…— y me rompo cayendo de nuevo al suelo, envuelta en un
llanto desgarrador.
El peso que se ha instalado en mi pecho desde que recibí la noticia
amenaza con ahogarme en mi propio sufrimiento. En ocasiones, a pesar de
que todos los indicios que te rodean indican que el final es inminente,
nuestra alma se aferra a la esperanza. Razón por la cual a pesar de que sabía
bien el grave estado de mi padre, nunca barajé la posibilidad de la pérdida.
Pérdida que ahora me está asfixiando.
—Kayda, levántate―La gruesa voz de mi hermano me obliga a encararlo
y verlo impasible, como siempre. Ya no queda rastro del amante fogoso con
el que he compartido una noche de sexo duro y satisfactorio.
La culpabilidad se une al dolor y aprieta más la losa que tengo sobre los
hombros.
‹‹Porque mientras yo disfrutaba mi padre se moría, solo…››
—¿Qué haces aquí? Lárgate, ya no tienes nada que hacer aquí—
reprocho con la bilis que tengo atorada en mi garganta.
One, una vez más no se inmuta, este hombre es de acero.
Se aproxima y Kimura se aparta, confiando en los actos de mi hermano.
Agarra mis brazos y me obliga a ponerme en pie, pataleo y en alguno de
mis movimientos alcanzo a golpear su espinilla, pero ni con esas su
semblante duro como una roca se contrae.
—Déjame— grito fuera de mí.
One consigue inmovilizarme colocando dos dedos entre mi yugular y mi
clavícula y todo a mi alrededor se vuelve oscuridad.
One
Su belleza es subyugante, sentado al lado de su cama, no puedo dejar de
apreciar sus rasgos, porque lejos de parecer un ángel es una fiera.
Siempre me gustaron más los malos que los buenos, razón por la cual mi
hermanastra me atrae generando un deseo insano en mí. Después de
inmovilizarla con una de mis técnicas, el médico de la familia le ha
inyectado un calmante. La muerte de Kenichi ha sido para ella un golpe de
máxima magnitud.
El desenlace del que fue mi padre biológico era una muerte anunciada, lo
supe desde el primer momento en el que lo vi y él también lo sabía.
No siento pena ni dolor, aunque suene cruel, en definitiva, tan solo la
sangre es lo que teníamos en común. Aunque Kenichi Shinoda lo intentó, su
ahínco en recuperar a su hijo perdido resultaba admirable. Lástima que yo
nunca quise ser ese vástago adorado. Yo ya contaba con un padre recto,
autoritario y al mismo tiempo amoroso. El doctor concentró todos sus
esfuerzos en mi educación, su anhelo de que me convirtiera en un hombre
de provecho lo dejó claro desde principio. Sin embargo, poco pudo hacer
con un demonio como yo. Y lo poco bueno que había en mí se esfumó con
su repentina muerte.
Tras las puertas de la habitación se escucha el ir y venir del personal del
servicio, me resisto a salir, porque sigo divagando cuál será mi próximo
movimiento. Barajo varias opciones, la primera embarcarme en el primer
vuelo que despegue con rumbo a España.
Pinzo con mis dedos el puente de mi nariz, cansado de los mil
pensamientos y maquinaciones que borbotean en mi cerebro. Necesito
mantener la cabeza fría y elegir la opción más beneficiosa para mí. Porque
sigo siendo un puto egoísta, lo sé, soy consciente. No estoy aquí para ser el
caballero andante de nadie, ni el héroe, ni siquiera para mi dragona. Espero
que ella nunca me vea de esa manera, porque la decepción sería enorme. Mi
intención era hallar al maestro, sin embargo, el tiempo no ha jugado a mi
favor. Aun así, esa sigue siendo mi meta principal.
El maestro Tanaka es la solución para la seguridad de las hermanas
Shinoda.
Decido dejar sola a Kayda, no despertará en menos de dos horas y ha
llegado el momento de hacer acto de presencia en el salón.
Mi móvil suena mientras abandono la habitación, descuelgo sin mirar.
—One, tío, ¿Qué tal van tus dotes de galán? — se jacta Uriel.
—No vas a conseguir que te repita por enésima vez que no vine aquí a
ligar―me reitero frotando mi frente con una de mis manos.
—Pues entonces, ¿cuándo vuelves? — insiste Uriel.
—Pronto. ―aseguro—Mantén tus nervios a raya, hermano. —Finalizo
dando por terminada la llamada.
Uriel desarrolló un vínculo con Félix y conmigo que nació en la cárcel, y
lo empuja a tenernos controlados cada cierto tiempo. Diez años no han sido
suficientes para convencer a mi amigo que soy una persona incontrolable.
Atravieso el umbral del salón principal topándome un overbooking total,
Hana permanece rodeada con un pañuelo en la mano, secándose las
lágrimas.No sé por qué me aborda la sensación de que las lágrimas de la
viuda de Kenichi tienen más de cocodrilo que de otra cosa.
Su mirada despreciativa se posa en mí y yo la ignoro.
Un hombre bajito y regordete, ataviado con un traje negro, se aproxima a
mi posición.
—Siento mucho la pérdida, Fudo. Aunque no nos conocemos, era muy
amigo de tu padre. Soy Hideaki Nishimura, Kenji es amigo mío, de
momento estoy realizando sus funciones como consejero mientras que se
recupera de sus heridas. Él me habló de ti―aclara.
No muestro interés por su charla, aunque disimulo mientras disecciono a
cada una de las personas que han llegado para dar el pésame a la familia. El
murmullo de gente me empuja a mirar hacia la entrada para ver quién o
quiénes son los causantes de tal expectación.
Ichiro hace su entrada triunfal dos pasos más tras de un hombre vestido
todo de negro con un séquito inusual de seguridad que los precede a ambos
sin dejar ni una grieta para que nadie se le acerque. Centro mi atención en el
tipo que acompaña al idiota del prometido de mi hermanastra.
Cada vez que lo veo se revuelven mis tripas lo detesto y no lo disimulo.
La cantidad de lameculos se aglomera frente a los recién llegados.
Sospecho que el padre Ichiro es quien lo acompaña, por lo tanto, alguien
demasiado importante dentro de los clanes de la yakuza. Aún no he tenido
oportunidad de verle la cara a mi tío.
Tomo una bocanada de aire cargándome de paciencia, porque estás
pantomimas, no van conmigo. Empiezo a moverme con sigilo por la sala en
un loco intento de pasar desapercibido. De momento lo consigo, ya que la
atención la acaparan Ichiro y su padre.Casi he alcanzado el pasillo para
escabullirme junto a Kayda, pero el tono irritante de Ichiro detiene mis
pasos.
—¡Primo!
‹‹Rata››, sisea mi mente.
Sopeso la acción de ignorarlo, sin embargo, frente a la familia sería un
acto demasiado arriesgado incluso para mí. Ya soy el entretenimiento de las
muchas conversaciones de la estancia y no me apetece convertirme en la
diana de los cincuenta ojos críticos que me observan. Así que me volteo con
lentitud y lo enfrento con semblante gélido.
—No conoces a mi padre, tu tío ―observa haciéndose a un lado para que
quede frente a Akiro Shinoda.
La sensación de vértigo se apodera de mi cuerpo, experimento un dejavú
al mirar de frente al hermano de mi difunto padre. Él me observa con
detenimiento, sus manos las mantiene detrás de su espalda, luce de negro de
cabeza a pies.
«No puede ser…», grita mi consciencia.
Todo en mi tío denota poder, supremacía, arrogancia y seguridad. Ya noté
todas esas cualidades quince años atrás.La ira del demonio que vive en mi
interior empieza a despertarse, transmitiendo ciertas corrientes a mis venas.
Cierro mis manos en puños de manera involuntaria e inhalo con suavidad
en un intento de reprimirme.
‹‹Es él estoy seguro››.
Nunca podré olvidar su rostro mientras degollaba a mi padre adoptivo
ante mis ojos.
—Sobrino, me alegra verte a pesar de las circunstancias. — Sus palabras
están desprovistas de emoción, más bien sarcasmo, pero uno que solo yo
percibo.
Ante todos actúa como el perfecto y abnegado familiar.
Inhalo.
Exhalo.
La templanza aflora en mí de nuevo y entorno mis ojos con deliberación.
—Para mí también es un placer volver a verte— contesto y la palabra
“volver” solo la escuchamos los dos, para el resto de presentes pasa
desapercibida incluso para el idiota de Ichiro.
Capítulo 19
Kayda
Despierto tumbada en mi cama, la cabeza embotada, tengo la sensación
de haberme bebido un bidón repleto de sake, pero sé que no es así. Me
incorporo y apoyo la espalda contra el cabezal. Observo mis piernas
enfundadas en mi habitual mono. Y entonces los recuerdos emergen de mi
turbia mente como un torrente de agua.
Paso ambas manos por mi cara y trago intentando que el nudo que se
forma en mi garganta al recordar la cruda realidad desaparezca, pero resulta
inútil.
—Kenichi, murió—susurro en la soledad de mi cuarto.
Y decirlo de nuevo en voz alta rompe mi corazón en mil pedazos. Porque
el amor que he recibido durante toda mi infancia, juventud y época adulta
por parte de mi padre adoptivo nadie lo reemplazará jamás. Escucho
alboroto fuera y resignada me pongo en pie. Nunca se me dio bien
esconderme, no pega con mi naturaleza.Los problemas y las penas se deben
afrontar, lo aprendí de Kenichi.
De repente mi mente evoca la imagen de mi hermana, tengo que avisarla,
desconozco si mi madre la informó. Ella está estudiando en Estados Unidos,
si no se apresura acoger vuelo no podrá asistir al sepelio de nuestro padre.
Marco su número en mi móvil y al primer tono descuelga.
—Imoto.
La voz estrangulada de Yasu certifica que sabe que nuestro padre murió,
y un peso enorme desaparece de mi alma.
—Yasu, tengo tantas ganas de abrazarte —confieso reprimiendo las
lágrimas.
—Ya estoy en el aeropuerto, pronto Imoto, pronto— asegura.
—Está bien, envíame un mensaje y Kimura irá a recogerte, porque no
creo que pueda ausentarme de aquí— informo preocupada.
—Tranquila, hermana. Te envío el mensaje en cuanto lo sepa. Te quiero
Kayda. — se despide y solo cuando cuelgo respiro de nuevo.
La rabia y la impotencia arrasan entremezclándose con el dolor de la
pérdida. Porque me lo mataron, me da igual que nadie me crea, tengo la
seguridad aplastante que a Kenichi Shinoda lo asesinaron y aunque me
cueste la vida voy a acabar con los responsables.Coloco la mano en la
perilla de la puerta y abro con decisión para enfrentarme al clan, a mi madre
o quien se me ponga por delante.
Salgo al pasillo y me doy de bruces con Ichiro que se abalanza sobre mí
abrazándome si darme tiempo a la reacción. A pesar del hastío que provoca
su contacto con mi cuerpo, disimulo, porque no es lugar ni momento de
reclamarle que no me toque.
—Lo siento tanto, mi amor— exclama estrellándome contra su pecho.
Hasta el perfume me asquea y ahora mismo tengo la nariz impregnada de
ese aroma afrutado y empalagoso que utiliza.
—Gracias— siseo por cortesía.
Coloca sus manos en mis hombros y me insta a caminar hacia el salón
principal donde se aglomeran todos los representantes de los clanes
familiares de la yakuza. Saludo y acepto el pésame de todos y cada uno de
ellos e Ichiro sigue con las manos en mis hombros, gesto que me cansa,
aunque lo tolero.
Entre la multitud mis ojos se cruzan durante unos segundos con One y mi
pulso se detiene, siempre perfecto, vestido de negro, con su cabello
perfecto. Él se apresura a retirar sus ojos de mí, percibo cierta molestia.Está
en un rincón de la sala hablando con Hideaki Nishimura. Entierro mi enojo
y me ocncentro en la conversación en la cual me encuentro con varios
miembros de la familia. Porque a pesar de que ignorarnos es lo correcto,
verlo tan metido en su papel logra desestabilizarme.
One
Mi cabeza es una olla a presión, Hideaki Nishimura habla y habla y no
logro retener nada de lo que explica. Mi atención se concentra en mi
enemigo, el afán de venganza lo retengo entre los muros de contención,
porque reencontrarme de nuevo con el asesino de mis padres desestabiliza
mi cordura. Para más inri acaba de aparecer en escena Kayda acompañada
por el perro de su prometido, el cual no le quita las manos de encima.
No debería importarme, sin embargo, lo hace, alimentando las ganas de
asesinar al padre y al hijo, por razones diferentes, pero a fin de cuentas
matarlos.Retiro la mirada de mi dragona para seguir en mi empeño de
estudiar a Akiro Shinoda.
Todos lo veneran como un puto dios, y yo lo odio como el diablo que es
y que nadie sabe. Porque hay que ser muy hijo de perra para culpar al hijo
de tu hermano de la muerte de sus padres adoptivos.
Ansias de poder, las vislumbro en sus pupilas cada vez que se aproximan
a él cualquier miembro de los clanes.
Mi cabeza cavila mil y una estrategias para clavarle el puñal donde más
le duela y casi ya tengo el hilo trenzado para llevar a cabo mi venganza. En
ocasiones el preludio a la muerte es peor, el camino hasta llegar al fin de tus
días se convierte en un escabroso camino repleto de espinas. Soy el
ejecutor, pero también el precursor, y finalmente seré su verdugo.
«La vida de Akiro Shinoda va a estar en mis manos y no va a ser fácil».
Mi concentración en estudiar de manera exhaustiva a mi tío provoca que
no me percate de la pareja que acaba de aproximarse a mi posición.
—Kayda, cariño, cuanto lo siento— exclama Hideaki que aún permanece
a mi lado a pesar de que lo he ignorado la mayor parte del tiempo.
Concentro mi atención en el abrazo que le brinda el consejero en
funciones a mi dragona. Las oscuras sombras bajo sus ojos adornan su
demacrado rostro, la tristeza que se adueña de su mirada es un pellizco en
mi alma. Me reprendo por esos sentimientos que no tienen cabida en mí.
El pelele de Ichiro sigue con las manos en sus hombros, hablando de
manera exagerada con Hideaki.
—Es una pena enorme, la familia no solo ha perdido a uno de sus
mejores representantes, sino a su líder. — proclama Ichiro – Por suerte
pudo ver a su hijo perdido antes de morir.
La alusión a mi persona está pensada para provocarme. Alzo una de mis
cejas de forma interrogante y él corresponde una irónica sonrisa.
—Sí, por suerte, Kenichi y Fudo pudieron reencontrarse—corrobora
Hideaki.
—Bueno, primo, supongo que cuando acabe la ceremonia regresarás a
tus asuntos— da por hecho Ichiro.
—Quizás…—contesto ante la atenta atención de Kayda que sigue con
sus ojos clavados en mí.
La sorpresa dibujada en la cara del idiota de mi primo resulta demasiado
satisfactoria, aunque camuflo mis emociones ante los demás.
—Deberá esperar a la lectura del testamento— apunta Hideaki y es otro
golpe más para Ichiro.
—Si me disculpan voy a ver al difunto— interrumpe Kayda y se gira sin
mirar atrás abandonando la escena.
Ichiro muestra la tentativa para acompañarla, sin embargo, lo atravieso
con mi fulminante mirada e incómodo abandona su posición en busca de
algo o alguien.
—Fudo, aquí tendrás muchos enemigos, pero quiero hacerte saber que si
decides ocuparte de los asuntos de tu padre contarás con todo mi apoyo—
confiesa.
—¿Qué se necesita para postularse como Kumicho? — pregunto.
El semblante cargado de asombro por parte de Hideaki no se hace
esperar.
—Apoyos, dentro y fuera de los clanes. No es de mi incumbencia, pero te
advierto que tendrás un único rival, sin embargo, el más fuerte de todos.
Akiro Shinoda lleva años construyendo el puente que lo conducirá
directamente a ser el hombre más poderoso de la yakuza. ―explica con
sinceridad.
—Está bien saberlo—Me limito a comentar.
—Después del sepelio que dura con el velatorio incluido cuatro días,
deberán pasar dos días más para que comience las postulaciones a líder. —
explica, aunque no se lo he pedido. —En el primer encuentro ante los
clanes, los postulantes deberán exponer sus razones para que confíen en
ellos, sus apoyos, así como lo que aportaran durante su mandato.
—Parecen unas elecciones normales— comento y su mirada me
reprende, aunque poco me importa.
—No nos subestimes Fudo. La arrogancia te hace subestimar, lo que
puede conducirte al fracaso antes de empezar — proclama Hideaki.
—Hideaki, quizás el que me está subestimado, es usted— asevero
mirándolo fijamente.
Percibo su escrutinio buscando cualquier grieta en mi rostro, en mis ojos
que le indique que soy la ficha defectuosa del tablero. Saco pecho y
mantengo mi férrea postura porque si de algo estoy seguro en esta vida es
que nací como caballo ganador.
Capítulo 20
Kayda
Abandono el salón principal sin ni siquiera dedicarle una sola mirada a
mi madre, que sigue sumergida en el papel de viuda abnegada. Las
emociones que he retenido dentro se desatan cuando alcanzo el pasillo, las
lágrimas afloran a mis ojos y tapo mi boca con una de mis manos para no
gritar de puro dolor.Avanzo hacia la que fue la habitación de mi padre, en la
puerta siguen lo escoltas, inclinan sus cabezas ante mí y a continuación me
cuelo dentro.
Lúgubre, oscura y amarga son las sensaciones que me abordan. Cerca de
la ventana está colocada la mesa usual en cada velatorio, repleta de flores,
es la tradición. Recorto la distancia y observo hipnotizada el mortecino
rostro de Kenichi.
Noto que me falta el aire, mis manos se colocan sobre mi pecho en un
intento de calmar mi acelerada respiración.
—¡Cuánto te voy a echar de menos! — exclamo.
El silencio es el único que absorbe mi voz. Mirarlo y grabar en mi mente
su rostro para no olvidarlo jamás, es lo que quiero. Sus labios permanecen
húmedos por el agua del último momento, otra de las muchas tradiciones de
nuestra familia y los miro en un intento de convencer a mi alma que se ha
ido.
Kenichi Shinoda no solo fue un padre, fue un amigo, mi apoyo, mi ladrón
de sonrisas y el empuje para hacerme creer que era capaz de todo. Por eso
su partida me priva de tantas cosas que los sollozos desesperados se
vuelven sonoros y cayendo de rodillas, apoyo mi cuerpo en su lecho. Pierdo
la noción del tiempo a solas con mi padre cuando logro abrir de nuevo mis
ojos noto los párpados doloridos del llanto. Le dedico una triste mirada
antes de abandonar la habitación.
Al salir me espera Kimura.
—Kayda, ¿te encuentras bien? — se interesa con preocupación.
Kimura es un buen hombre y su interés por mi estado es sincero. Durante
años ha sido mi mentor y sus consejos han sido un habitual en mi día a día.
—Kimura, no te preocupes, el dolor pasará, aunque el vacío, su ausencia,
supongo que no desaparecerá nunca — digo abriendo mi corazón, porque es
lo que siento.
—Intenta descansar, realizaré la ronda como cada noche— se despide
dedicándome una mirada cargada de cariño que me reconforta.
Paso por mi habitación para cambiarme, dejando la Shodai en la cama y
colocándome un hakama, es el pantalón típico japonés, normalmente lo
usan los hombres, pero pese a su masculinidad para mí es una prenda muy
cómoda de la cual abuso. Me coloco encima del top negro deportivo una
chaqueta fina de hilo negra también y decido que dar un paso por nuestro
jardín es la medicina que necesito para calmar un poco la pena.
Me escabullo sigilosa a pesar de que la casa sigue estando repleta de
familiares, logro pasar sin ser vista y salir al patio que da acceso al puente
que atraviesa el mini estanque.
La brisa fresca de la noche provoca que abrace mi cuerpo con mis brazos
sintiendo un leve escalofrío.
Mientras ando agradezco que Ichiro no haya aparecido, es un puto dolor
de cabeza, mi prometido petulante es como un dolor de ovarios. No
entiendo por qué no me negué cuando pude a este compromiso inútil que
conseguirá atarme de por vida a alguien que detesto.
‹‹Porque es una tradición familiar y le debo respeto a la familia››, replica
mi cerebro que aplica la mayoría de las veces el sentido común que yo
misma ignoro.
Sumida en mis pensamientos, encamino mis pasos hacia el pequeño
bosque, se encuentra en la zona este del jardín. La necesidad de esconderme
es la que guía mis pies, estos se paran en seco cuando oigo unos golpes
repetitivos acompañados de unas exhalaciones.
‹‹Joder, yo vine para estar sola››, vocea mi mente.
Avanzo expectante, mi cuerpo se tensa a la defensiva e intento hacer el
mínimo ruido posible. Casi he alcanzado el lugar desde donde provienen los
golpes, me agazapo tras el tronco de un grueso árbol y miro con disimulo.
Sudo y los latidos de mi corazón se aceleran al clavar mis ojos en la
imagen que se desarrolla ante ellos. One se exhibe con el torso desnudo, y
unos pantalones de lino que descansan en sus caderas. Con ímpetu realiza
series de golpes de puño sobre el tronco del árbol, al que le está propinando
la paliza de su vida. El tatuaje del dragón que recubre su espalda en casi su
totalidad se mueve al compás de sus puñetazos.
‹‹Maldito, es todo un espectáculo devorarlo con mi mirada››
La humedad entre mis piernas me delata a pesar de la tristeza que parece
haberse esfumado con un golpe de lascivia, de deseo intenso que me acalora
y provoca que ansié acariciar de nuevo esa piel, ese cuerpo.
‹‹ ¡Para! ››, amonesta mi cabeza.
Pero es inútil porque el control de mi cuerpo ha desaparecido junto a mi
congoja.
—Deja de espiarme, hermanita.
Doy un pequeño respingo saliendo de mi estado enfebrecido, despejando
los pensamientos impuros en los que andaba fantaseando.
—Mierda— gruño dejándome ver.
Detiene su entrenamiento o lo que cojones sea, la serie de golpes que por
el sudor que recubre su torso dura más de lo que parece.Apoya su espalda
en la maltratada corteza del árbol y cruza sus brazos sobre su pecho
resaltando sus marcados pectorales.
‹‹ ¡Concéntrate, Kayda, concéntrate! ››, suplico para mí misma.
—¿Piensas quedarte parada ahí comiéndome con los ojos? — interroga
divertido.
—Capullo, arrogante —insulto dándome la vuelta ofendida por su
despotismo.
‹‹ ¡Ni que fuera el rey del universo! ››
No he dado ni dos pasos y sus brazos me agarran con fuerza obligándome
a gritar. Nuestros pechos se pegan y su aliento roza mi rostro.
‹‹ ¡Madre mía, qué calor! ››
—Suéltame— ordeno y mi voz sale demasiado débil.
Aprovechando su sujeción sobre mi cuerpo, lo gira pegando mi espalda
al tronco del árbol, recortando la poca distancia ya existente entre nuestros
cuerpos.
—Deja de decir sandeces, Kayda. No me trago tu orden, ni tus ganas de
largarte, cuando cada célula de tu cuerpo grita, el afán que me tienes—
proclama rozando sus labios con mi boca al hablar.
La fuerza de voluntad falla y más al tenerlo pegado a mí.
—Silencio, lo suponía. Y ahora te hago una pregunta, hermanita, ¿crees
que si meto mi mano entre tus bragas encontraré la verdad? — interroga
divertido y osado.
—No te atrevas— insisto en un loco intento de no perder la dignidad si
es que me queda.
Su mano se escabulle metiéndose en la cinturilla de mi pantalón sin que
nada pueda hacer para evitarlo. Hace caso omiso de mi advertencia y mete
sus dedos bañándolos en mi humedad, los saca y se los lleva a la boca para
lamerlos. Es el acto más erótico que he contemplado en la vida y me pone a
arder como un reactor de alta potencia. Vuelve a acosarme con movimientos
ágiles y es imposible reprimir el gemido de placer que emite mi garganta.
Mi cuerpo se arquea bajo sus tocamientos maestros que deshace cada
fibra al igual que la mantequilla al fuego.
—Estás mojada, dragona —Rodea mi cintura y pega su rostro a mi cuello
lamiendo la piel de la zona. —Joder… Kayda, mojada y apetecible…
Pinza mi clítoris y recibe una respuesta rápida como un rayo electrizante,
estoy ardiendo, prendida al igual que una cerilla, rozando el límite del
orgasmo.
‹‹Y ni siquiera me ha follado, solo con sus dedos›› grita mi mente.
Sus movimientos circulares me enloquecen llenándome de sensaciones
que me desbordan. Mi canal se derrite con sus toques y mi coño se prensa.
—Basta…—siseo enloquecida.
—No, cariño, estás deseando todo esto y yo muero por follarte aquí
frente a la luna, como testigos las estrellas. Porque las ganas que te tengo
crecen a cada instante— anuncia confundiéndome.
Estallo, envuelta en el orgasmo provocado por sus dedos e inclino mi
cabeza hacia atrás mientras él lame la piel expuesta de mis pechos sin
quitarme el top.
Ni pena, ni llanto, ni ausencia, ni dolor, en este preciso momento ya
puede atravesarnos un puto tornado, que ni me importa.
Su cuerpo se tensa y es lo único que ayuda a que regrese de mi estado de
levitación orgásmica.
Los miro y su índice se coloca en sus dedos a modo de silencio.
Agudiza su oído sin soltarme y otea la zona en busca de lo que sea que
acaba de escuchar.
—Kayda, regresa a tu cuarto. No salgas más de lo necesario— dice
separándose para recuperar nuestras respiraciones normales. —Obedece,
corren tiempos extraños y necesito que seas prudente. Aunque esa palabra
no esté en tu diccionario— recomienda.
—¿A qué te refieres? — pregunto extrañada.
—Ahora, no. Mañana hablamos— Y da por terminada nuestra
conversación y por supuesto nuestro escarceo.
Capítulo 21
One
La figura de Kayda se pierde en mitad de la oscuridad y no aparto mis
ojos hasta que no estoy seguro de que ha regresado a la casa. Coloco mi
mano en la protuberancia de mi pantalón, porque tengo una erección de
campeonato que logra convertir mi funesto cabreo en oscuro y denso.
A pesar de que mi intención era follarme a mi hermanita en mitad del
bosque para saciar las terribles ganas que me dominan, por algún imbécil no
ha podido ser. Presumo de estar dotado con un agudo oído y el crujir de una
rama bajo unos pies es el detonante que ha provocado que me trague mi
propio afán de sexo duro contra un árbol.Ahora solo me queda dar caza a él
o la causante de mi interrupción.
Adopto modo halcón y camino descalzo entre la hierba hasta localizar a
mi objetivo que, corretea cuál comadreja por el bosque en dirección a la
casa. Soy rápido, en comparación a mi víctima, veloz.
No tardo en alcanzarla lanzándome sobre su menudo cuerpo, caemos
ambos al suelo, rodamos como un cilindro hasta que mi espalda golpea duro
contra las raíces de un árbol frenando nuestro paseo.
—¡Suéltame, bastardo! — gruñe.
Mis manos se afanan en rodear su cuello e inmovilizar sus extremidades.
—¡Qué sorpresa!, Chihiro, ¿no? — me mofo dedicándole una sonrisa
mordaz.
Desde que la vi supe que esta mujer no era trigo limpio, a pesar de
moverse por la casa de los Shinoda como un ente omnipresente y no
despegar su oreja de la esposa de Kenichi. Su mirada oscura y su rictus
regio provocó que sospechara de ella.

—Bastardo, engendro del demonio, libérame o gritaré. La alta guardia te


detendrá al instante— amenaza con la voz áspera, ya que mis manos
alrededor de su garganta le impiden hablar con normalidad.
—Si es lo que crees, grita. Pero te recuerdo que ahora mismo soy el señor
de la casa, porque de bastardo, nada, vieja bruja ―certifico recordándole mi
posición.
Frunce sus labios molesta reflexionando sobre lo que acabo de decir.
—No te dejarán nunca adueñarte de las pertenencias de la familia
Shinoda— sisea y muestra su dificultad al respirar.
—Mira, Chihiro, solo lo voy a decir una vez. Vas a obviar lo que acabas
de presenciar o te rebanaré ese pequeño cuello que tienes. Voy a pegar mis
ojos a tu nuca en todo momento y al mínimo fallo, te mato—amenazo.
No es mi intención dejarla con vida, porque es una ficha engañosa, pero
en este momento no tengo los recursos para matarla y no alzar sospechas.
—No te escucho —exijo presionando mis dedos para que le resulte difícil
hablar.
Asiente como le permite mi agarre.
La suelto y nos ponemos en pie, ella se queda quieta y yo también. Nos
medimos con los ojos, los suyos pequeños y demasiado hundidos en las
patas de gallo que los rodean.
—¿Me puedo marchar? — pregunta.
—Sí, y no olvides que te vigilo — reitero.
Camino de vuelta a la casa y me escabullo para acceder a mi cuarto sin
ser visto. En los velatorios es usual que los familiares hagan vigías en la
casa de los difuntos, por lo que el salón principal en un cúmulo de gente.
Reflexiono los frentes que tengo abiertos y mi principal intención es
darle guerra a Akiro, aunque preciso de apoyos para ser un rival y a fin de
cuentas el caballo ganador. Mientras me meto en la ducha para
desprenderme de los restos de sudor y hierba del bosque, sopeso las
opciones con las que cuento.
Tetsuo, es una de ellas, a pesar de que creo que mantiene tratos con la
tríada, pero no me resultará difícil coaccionarlo para que se posicione a mi
lado. Y tengo otro as debajo de la manga…
Esto es una lucha de poder, cada mafia tiene sus reglas y la yakuza no es
diferente, sin embargo, las reglas se pueden manipular y a manipulador no
me gana nadie. Salgo del baño con una toalla que rodea mis caderas, paso
las manos por mi pelo húmedo, reflexionando sobre las opciones con las
que cuento y, además, los pasos siguientes deben ser minuciosos.
Kayda
Entro a la casa con la respiración acelerada y la ira a niveles máximos.
One tiene la maldita habilidad de que consiga olvidarme de todo cuando se
acerca. Mi cerebro se transforma en una masa blandengue dominada por la
excitación moldeable según sus caricias. La pasión aún se siente en mi piel,
porque el muy hijo de perra es un maestro de la seducción, un regalador de
placer intenso que te idiotiza.
Inhalo profundamente antes de atravesar el largo pasillo en un intento por
calmar el cúmulo de sensaciones que me embargan.
—Kayda.
Ese tono de advertencia lo conozco bien, así que mis pies se detienen en
seco, me giro lentamente con la esperanza de que mi madre no detecte mi
agitación.
—Madre— saludo inclinando la cabeza a modo de respeto.
Las muestras de mi educación en las tradiciones amansa a la fiera eterna
de Hana Sumiyhosi.
—¿De dónde vienes? — pregunta manteniendo el tono autoritario.
Elevo la cabeza y nuestros ojos se cruzan. Los tiene enrojecidos por el
llanto, aunque no le restan dureza.
—Necesitaba aire freso, madre— justifico en mi afán porque esta
incómoda conversación dure lo mínimo.
—Necesito que cumplas a rajatabla las tradiciones, porque espero que
recuerdes que ahora mismo ya no eres un miembro de la alta guardia, sino
la huérfana que acogió Shinoda. — recalca con frialdad.
No niego que su recordatorio me molesta, mucho si soy sincera, pero no
se lo mostraré. Porque sería darle la razón, por lo que me limito a asentir
obediente.
—Bien, madre. Me retiro a descansar, lo necesito. — informo queriendo
perderla de vista.
—Está bien, retírate.
Una vez en la soledad de mi habitación tengo ganas de golpear, de matar,
de asesinar. Porque la actitud de mi madre no me sorprende, sin embargo,
logra cabrearme.
‹‹ ¿Qué se piensa? ¿Qué ahora logrará meterme en su redil? ¡Ni loca,
vamos! ››
La inquietud que domina mi persona solo consigue que de vueltas en mi
cuarto como un animal salvaje enjaulado. De pronto mis ojos se fijan en mi
Shodai, colocada sobre la colcha de mi cama, y las terribles ganas de salir
en busca de sangre me dominan.No lo reflexiono, ni lo maduro, tan solo me
enfundo en mi mono negro y coloco la Shodai en mi espalda. Coloco la tela
negra que cubre mi rostro menos mis ojos y sin mirar atrás abandono mi
cuarto con sigilo a través del tejado.
‹‹Hoy será una noche intensa», vocea mi mente.
Capítulo 22
Akiro Shinoda
Inclino la botella de licor para llenar el vaso de whisky. Me encuentro en
el interior del despacho que perteneció a mi hermano, el difunto Kenichi
Shinoda. Sonrío antes de degustar el líquido ambarino que moja mis labios.
Por desgracia, Kenichi no podrá catar este fantástico licor escocés, por lo
que como todo lo demás, pasará a mis manos.
La satisfacción recorre mis venas a la velocidad de la luz, incitando a mi
corazón a bombear exaltado, porque al fin todo se colocará en su lugar.
Años esperando, trabajando en la sombra, para destronar al perfecto
Kenichi. Al fin podré ocupar el sitio que me corresponde, saber que está tan
cerca dispara mis niveles de adrenalina, excitándome ante el panorama.
Dos golpes en la puerta avisan de la interrupción de mis elucubraciones.
—Adelante.
—Señor, la orden ya está dada —informa.
—Perfecto.
A continuación, abandona la estancia.
La satisfacción en mi rostro es algo que no reprimo, tampoco es que me
empeñe. Porque llevo años tejiendo la tela de araña sobre el pobre Kenichi
y su familia. Primero fue la idiota de su esposa española, la cual resultó un
verdadero incordio. Matarla no es lo que me costó, pero encontrar al bebe
que se afanó en esconder se convirtió una ardua tarea. El mismo que ahora
convertido en hombre y duerme bajo este mismo techo. Un incordio más
del cual debo encargarme.
Años atrás creí que no resistiría en la cárcel, que otros harían por mí el
trabajo. El tiempo es sabio y un gran maestro, porque de nuevo me dio una
lección.
‹‹Las cosas bien hechas son las que hace uno mismo››.
Mi vida desde pequeño ha estado a la sombra de Kenichi, él como
hermano mayor, fue siempre el preferido de mi difunto padre. Razón por la
cual crecí a su espalda, sobre sus pasos, a pesar de que yo merecía mucho
más. Porque era más líder, más inteligente, mi hermano era demasiado
blando. Lo demostró traicionando a la familia casándose con una extranjera,
en ese entonces supuse que mi progenitor lo desheredaría, sin embargo, una
vez más salió airoso. Y se postuló como Kumicho a la muerte de mi padre.
Con el apoyo de los ancianos de los clanes y el maestro de todos los
maestros Tanaka.
Rememoro el intenso odio que experimenté ese día, y los que siguieron.
Porque logró el poder que yo ansiaba y me costó demasiado tiempo tramar
mi venganza para recuperar lo que debió ser mío. Tuve que permanecer en
la retaguardia, viviendo con la ira y la frustración de no poder hacer nada en
contra para alzarme con el poder del líder.
Todo este tiempo he trabajado para alcanzar los apoyos suficientes en las
entrañas de nuestra organización para que se diera el momento de acabar
con mi hermano y proclamarme el todopoderoso Kumicho.
Ahora es mi momento y con la ayuda de la tríada y los Maotang,
hermandad de asesinos que controlan la zona fronteriza de Mongolia,
extenderé mis tentáculos a China y Rusia. Tan solo tengo un cabo suelto,
Fudo Shinoda, pero pronto será historia.
La puerta del despacho se abre sin aviso previo y sé perfectamente quién
es el recién llegado.
Ichiro Shinoda, mi hijo, muy a mi pesar. Porque es un inútil caprichoso
de cuidado que no ha heredado ni un ápice de mis genes.
—Padre, me buscabas, ¿no? —Saluda y se deja caer en uno de los
sillones frente al escritorio.
Casarme con una heredera de uno de los clanes con más poder que
integraban la yakuza fue premeditado, porque yo no doy puntada sin hilo.
Cuando mi esposa me dio un heredero ya pude disponer de la libertad
suficiente para deshacerme de ella.
Su muerte, tan joven, resultó un drama para su familia que se volcó en su
viudo, lo que es lo mismo yo, y en su hijo. Para mi desgracia, mi hijo,
contaba con más genes de su familia materna, quedando en minoría los de
la mía. Hecho que me molestaba, porque mi ego no aceptaba su condición
de pelele mimado con poca sangre en las venas. Al menos seguía siendo el
yugo perfecto para mantener a raya a la joya de la yakuza.
El matrimonio de Kayda e Ichiro se celebrará en breve, esperando el
tiempo prudencial que marca la tradición de luto por la muerte de Kenichi.
—Sí. Necesito que te pegues a Kayda como una lapa. ―La cara de
repudio de Ichiro me indica que no está contento con la propuesta.
—¿Es necesario?, no la soporto. Además, está Fudo que revolotea a su
alrededor como un perro de presa…―comenta hastiado el idiota de mi hijo.
—Olvídate de Fudo, él no será un problema —anuncio.
Ichiro me mira con la pregunta dibujada en su rostro, sin embargo, el
miedo que le inspiro lo hace callar y asentir.
Siento asco al comprobar que mi legado es un puto cobarde. Dista mucho
de lo que soñé antes de que naciera, porque muy a mi pesar soy consciente
que no viviré eternamente. No obstante, verificar que la sangre de mi sangre
es un blandengue mimado y engañoso, solo consigue que sienta vergüenza
al mirarlo.
—Padre, Kayda es demasiado terca. No sé hasta qué punto podré
dominarla ―confiesa y sus palabras me abochornan.
—Utiliza la fuerza, lo que sea. ¡Imponte!, será tu esposa y debe aprender
por las buenas o por las malas. ―Mi palabra es ley y mi hijo lo sabe bien.
—Como ordenes padre—Acata de manera sumisa.
Odio su predisposición a ser subordinado, porque no tiene madera ni
huevos para ser mi heredero. Hago un gesto cargado de desprecio con mi
mano para que se largue, de momento he terminado con él. Kayda es
potestad de Ichiro y por la cuenta que le trae la mantendrá a raya. Por otro
lado, pronto llegará la otra ficha de mi tablero, para el sepelio, mi sobrina,
la de verdad, Yasu Shinoda.
Ella sí es mi mejor apuesta porque será mi lazo con la tríada. La cadena
que atará a mi familia con los Zuang, la cual podré forzar cuando precise.
Li Zuang el líder de la mafia china y mi socio. Necesita una esposa y como
el hijo de perra estratega que soy yo le consigo a la idónea. Yasu, ella será
su prometida. Un pacto por esponsales entre la yakuza y la tríada
asegurándome nuestra colaboración por años.
Sonrío ante mi inteligencia.
«Pronto seré el hombre más poderoso y temido de todo Japón».
Repaso en mi cerebro varias piezas que me estorban en el tablero de las
cuales me tendré que deshacer, aunque debe ser sutilmente. De momento
con una muerte es suficiente, si sucedieran más crearía sospechas y no me
conviene. No olvido a los que siguen proclamando su fidelidad al antiguo
líder, aquellos que contribuyeron a que mi hermano vetara las muchas ideas
y propuestas que expuse a la yakuza durante años y con el apoyo de su
consejero las botaron sin importancia.
Kenji, aún vive, una lástima que mis socios chinos fallaran en su
atentado. Reconozco que yo fallé, pues debería haber propiciado que Kayda
y Fudo no estuvieran cuando pasó. La joya de la yakuza hace honor a su
fama y es una guerrera potente y al parecer mi sobrino no se queda atrás.
Ambos giraron la ruleta a su favor, razón por la cual Kenji aún respira, pero
no por mucho tiempo.
Capítulo 23
One
En la cárcel aprendí a dormir con un ojo cerrado y otro abierto, porque de
eso dependía de que amanecieras vivo o muerto. Por suerte sigo
manteniendo ese hábito, así que cuando dos ninjas se cuelan con sigilo en
mi cuarto estoy más que preparado…En mi mano izquierda empuño la
catana que descansa bajo mi colchón.
Espero el momento idóneo, manteniendo la expectación, fingiendo
dormir hasta casi al momento en el que uno de mis visitantes levanta su
espada sobre mi cabeza dispuesto a decapitarme.
En el instante que la hoja se abalanza contra mí, giro 180 grados mi
cuerpo y obstruyendo la trayectoria de su arma. Los metales chocan
emitiendo un sonoro ruido y la chispa al contacto. Su compañero se
apresura a atacarme, pero yo soy rápido. Supero la fuerza de espada y
hundo la catana en el pecho de mi atacante, entretanto golpeó al otro con
una patada voladora empujándolo contra la pared. No pierdo el tiempo y
rebano su cuello antes de que ni siquiera logre reponerse del golpe.
La luz de la luna entra por el panel de mi habitación iluminando los
cuerpos inertes y la sangre esparcida por el suelo.
«Todo un desastre que debo limpiar».
El ruido de la puerta al abrirse con suavidad provoca que cada músculo
de mi cuerpo se tense ante el inminente intruso. Parece que la fiesta aún no
termina. Me pongo en pie, en guardia, tras la puerta dispuesto a noquear al
entrometido. La punta de la espada es lo primero que vislumbro, las
sospechas de la identidad del incauto o mejor dicho incauta se disparan en
mi interior. Lanzo mi arma contra ella, pero mi dragona es de rápidos
reflejos y la detiene.
El gruñido acompañado por el movimiento de defensa contribuye a la
veracidad de mis sospechas. Mi hermanastra es la recién llegada
—¿¡Pero qué demonios haces aquí!?— gruñó enfadado.
Podía haberla matado sin pestañear por imprudente.
―Tranquilo ―dice paseando su vista por los dos cuerpos que hay en el
suelo. ―Veo que te has divertido sin mí.
‹‹ ¡Cómo me gusta esta chica! ››, grita mi mente porque su semblante
satisfecho me la pone dura.
Tengo claro que mi dragona no es una damisela asustadiza, sino una
asesina sanguinaria. Aunque su actitud de normalidad consigue plantar la
semilla de la duda en mi interior.
‹‹ ¿A qué bando perteneces? ››. La pregunta bailotea en mi cerebro, sin
embargo, optó por callar.
―Parece que no te sorprende que hayan atentado contra mi vida―
exclamo sentado sobre la cama sin perder detalle de cada uno de sus
movimientos.
― ¡Mucho han tardado hermanito! ―anuncia chasqueando la lengua.
― ¿Tú crees? ―insisto tanteando.
―Si teniendo en cuenta que han matado a nuestro padre y tú eres el
primogénito aparecido de la familia, lo que a muchos les molesta. ―explica
encogiendo sus hombros ―Su ignorancia los empuja a hacerte desaparecer.
Quizás si supieran que no te interesa nada que tenga que ver con la familia
Shinoda, cambiarían de estrategia.
Guardo silencio, porque no me conviene despejar la idea que tiene de mí,
por el momento…
Saca el móvil del interior de su atuendo y la escucho dar órdenes.
― ¿Qué haces? ―interrogo.
―Debemos limpiar este desastre —asevera.
―No quiero alardear, así que yo me encargo ―confirmo.
―No es cuestión de que opine que no eres capaz, lo eres, lo sé. Pero con
la casa llena de gente y seguridad, sería extraño verte arrastrar dos
cadáveres tú solo en mitad de la noche y más teniendo en cuenta que son
nuestros propios hombres. Así que permíteme que me encargue, no haremos
ruido, hermanito.
Su alegato consta de fundamento, así que opto por esperar sus
movimientos. Me sorprende que sepa que los que intentaron perpetuar mi
asesinato pertenezcan a nuestra guardia. Que Kayda lo sepa no es extraño,
lo raro es que los hombres de mi propio padre intenten acabar con mi vida.
La imagen de mi tío aparece en mi cerebro sin ni siquiera evocarla,
porque estoy seguro de que su mano tiene mucho que ver en este asunto.
Al segundo Kimura aparece en mi puerta, esto parece el camarote de los
hermanos Marx.
En silencio, el jefe de la alta guardia de la familia Shinoda se encarga de
retirar los cuerpos sin preguntas. Definitivamente, su fidelidad a la familia
es lo primero que queda demostrado con sus actos. Cualidad que beneficia a
mis planes, por lo que sé que lo tengo de mi lado.
De nuevo solos en mi cuarto, mis ojos vuelan hacia Kayda. Mi
hermanastra es como una montaña rusa, esta mujer me enloquece y no solo
a nivel sexual, sino su personalidad bipolar, cargada de contradicciones. Ha
pasado de mostrarse destrozada ante la pérdida de Kenichi, a excitada en el
bosque, y ahora frente a mí se muestra la sanguinaria asesina que es. Las
perversidades que rondan mi mente al recorrer su cuerpo enfundado en el
mono negro calientan mi sangre y engordan mi polla. Sacudo la cabeza para
librarme de todas las escenas de cama que se pasean por mi cerebro
prendiendo mi hombría.
‹‹Necesito aire, estas cuatro paredes y mi dragona de pie comiéndome
con los ojos no auguran nada bueno››.
Debo ignorarla, así que me apresuro a vestirme ante su escrutinio,
mostrando mi indiferencia, aunque en mi interior el fuego continúa
ardiendo conteniendo la llama de la lujuria que despierta en mí.
—¿Dónde vas? —interroga.
—Tengo asuntos que tratar —respondo.
—¿A las tres de la mañana? —insiste.
Su interrogatorio me exaspera y no augura nada bueno, porque si no
logro largarme de inmediato, la tumbaré en mi cama y arderemos ambos en
las llamas de mi infierno de deseo y perversión. Porque ganas no me faltan,
por el contrario, las que tengo arden en mi alma y engordan mi polla que
roza la pletina de mi pantalón.
—Eres una niñata incordio, ¿te lo han dicho? —reclamo pasando por su
lado con intención de marcharme.
Su mano sujeta mi brazo y a pesar de las telas su contacto me quema,
lanzando miles de descargas de electricidad a cada célula de mi cuerpo. La
miro con los ojos entornados y sus labios rosados entreabiertos llaman mi
atención. No es atención lo que ansío darle, lo que deseo es poseerla en
cuerpo y alma. El afán por conquistar y profanar su cuerpo de todas las
maneras posibles se adueña de mi mente, proclamándose vencedora ante mi
sentido común que se retira cuál perdedor de esta batalla.
La sujeto por el cuello y la pego a mi cuerpo ante su mirada de sorpresa.
—No debes tentar al demonio cuando te grita que te apartes— amenazo
pegando mi boca a la suya con un leve roce.
—Nací para tentar al diablo —anuncia y su respiración acelerada indica
que su deseo también crece con una intensidad arrasadora.
Ella en modo desinhibido aceptando que fue creada para tentar enaltece
mi hombría que lucha por dominar. Paso mi lengua por sus labios con
premura. Una de sus manos traviesa alcanza la pletina de mi pantalón
acariciando el grueso bulto que cargo por su culpa.
—Estás loca, esto está mal, muy mal…—siseo sin apartar mis ojos de su
mirada ensombrecida por el deseo.
—Lo sé…
No necesito más palabras comérmela viva o de un momento a otro
estallaré.
Aprieto su cintura con mis manos y lanzo mi lengua contra su boca
conquistando todo lo que encuentra a su paso, ella responde con
vehemencia y sus piernas rodean mi cintura pegando su pelvis en busca del
roce contra mi gruesa polla.
Anhelo arrancarle la ropa con los dientes y penetrarla hasta partirla, las
ganas que le tengo hacen que hierva la sangre en mis venas. La insto a bajar
de mi cadera y agarro con fuerza su mandíbula pasando mis dientes por la
misma. Mis dedos se centran en la cremallera central que luce en su pecho,
la misma que me va a dar acceso a su desnudez. La bajo con rapidez de un
tirón y le saco el mono dejando caer su Shodai en el suelo.
Ella no se queda atrás, sujeta el borde de mi camiseta y la sube sacándola
por mi cabeza, su boca juguetona chupetea mis pectorales con desespero y
yo tiro con fuerza de la tira que sujeta su tanga rasgándola en el proceso
para dejar su sexo libre para el acceso de mis dedos.
Acaricio sus labios inferiores al son de sus gemidos mientras chupa mi
cuello, y presiono su clítoris enrojeciéndolo con el contacto y percibo como
se engorda ansioso por mis caricias. La humedad de su coño baña la palma
de mi mano y mi boca saliva en exceso ante la tentación de rebañar con mi
lengua esos jugos que gotean. El corazón me martillea dominado por las
ansias de tenerla, la tumbo sobre el colchón deshaciéndome del resto de mis
prendas, mostrándome desnudo frente a ella. Y su mirada no me defrauda,
sino que enaltece mi alma. Sus ávidos ojos recorren mi cuerpo desnudo con
una mezcla de admiración, de deseo que prenden más la llama de mi
lascivia.
‹‹ ¡Joder, maldita niñata hechicera! ››, brama mi mente en un intento de
rebeldía contra los primarios deseos que me llenan.
No pierdo más minutos, me tiro sobre la cama para morder sus pezones
erectos que me señalan ansiosos para que los acaricie con mi lengua. Estoy
demasiado urgido, pues Kayda me enciende como ninguna otra mujer,
desata el fuego interno en mi interior con su presencia. Por lo que mis
movimientos se tornan apresurados, queriéndole hacer tantas cosas que no
sé bien por dónde empezar. Ella alza su pelvis pegándola al tronco duro que
se tensa entre mis piernas. Acaricio la entrada de su sexo con mi capullo,
tentándola con la anticipación de lo que le espera. Porque voy a empalarla,
la atravesaré con mi polla hasta que grite de puro éxtasis.
Mantengo la mandíbula sujeta con mi mano, presionando lo justo,
infligiendo el dolor suave que no alcanza a ser intenso y en el momento en
que su boca intenta abrirse en busca de la mía arremeto con mi miembro
duro introduciéndome en su canal de una sola estocada. Su grito inunda las
cuatro pareces y es el pistoletazo de salida para comenzar a mover mis
caderas golpeando su sexo. Las estocadas se aceleran queriéndola atravesar,
meterme hasta el final. Su cabeza se inclina hacia atrás y sus pechos se
alzan ofreciéndomelos para que los acaricie con mi boca y no desaprovecho
la oportunidad mientras sigo con mis embates.
—¡Más fuerte! —exige mi dragona y obedezco dándole duro.
La humedad que baña mi virilidad indica que ella está demasiado cerca
de alcanzar el orgasmo, por lo que acelero las acometidas hasta derramarme
en su interior llenándola.
Capítulo 24
Kayda
Sigo embobada disfrutando de la espalda de One, que permanece
dormido boca abajo. El dragón en tinta negra y roja que ocupa la totalidad
de la piel de su espalda resulta hipnótica. Este hombre es hechizante, no
solo observarlo es un placer, sino estar en sus brazos mientras te cabalga
con intensidad, haciéndote tocar las estrellas de puro placer.
La atracción y el deseo ardiente que provoca mi hermanastro en mí no es
sano, ni bueno, ni conveniente. Porque no dejo ser una infiel incestuosa. A
pesar de que mi novio es de postureo, el compromiso que tengo con Ichiro
para mí nunca ha resultado tan importante.
Reconozco lo peligroso que es encapricharme con el hombre que duerme
a mi lado. Mi mente calma la inquietud de mi alma recordándome que Fudo
Shinoda nada tiene que ver con la familia, el mismo lo ha dejado claro
desde el primer momento. Por eso cuando acabe el sepelio de Kenichi
desaparecerá de mi vida y todo volverá a ser igual.
‹‹Nada será igual››, advierte mi cabeza colocando la nota discordante a
mi discurso de auto convencimiento.
La muerte de Kenichi marca un antes y un después en la organización,
por lo que necesito todos mis sentidos alertas para asegurar mi futuro y el
de mi hermana.
El vacío regresa golpeando mi pecho, rememorar que mi amado padre ya
no estará para guiarme, me angustia. Aun así, soy fuerte y no voy a permitir
que nos controlen.
Saco los pies de la cama dispuesta a marcharme en silencio. Casi a
amanecido por lo que debo volver a mi cuarto. No levantar sospechas
porque si alguien descubre que me revuelco con mi hermanastro se
desataría una hecatombe del tamaño del monte Fuji.
—¿Huyendo, dragona? —Su pregunta atraviesa mis oídos acompañada,
por uno de sus brazos que rodea mi pecho, obligándome a tumbarme de
nuevo junto a él.
Sus besos no se hacen esperar y empiezan su recorrido por mi cuello.
—Debo irme ―aseguro inclinando el cuello para facilitar el acceso a sus
caricias.
—No lo creo — sisea bajando por mi pecho desnudo, introduciendo en
su boca uno de mis pechos.
De nuevo consigue tenerme a su merced, deshecha ante sus atenciones,
mi sexo chorreando ante las ganas de que no pare.No tarda en darme más
placer cuando su glande acaricia la entrada mi sexo. Su boca atrapa mis
labios mordisqueándolos con ahínco.
—Me encanta tu boca, dragona. —Los lame y mis manos acarician la
piel de su espalda deleitándome en sus músculos.
‹‹ ¡Como me gusta sentirlo! ››, grita mi cabeza extasiada.
Su miembro sigue haciendo estragos en mi sexo hambriento, entrando su
punta y saliendo, produciendo la anticipación necesaria que me enloquece.
No hace falta mucho más para que mi vagina chorree ante la inminente
estocada. Ansío su miembro en mi interior empalándome con frenesí. Su
pelvis se balancea al ritmo de sus empellones y mis manos sujetan las
sábanas con los puños jadeando ante el placer que experimento.
Después de dos orgasmos seguidos, caemos de nuevo exhaustos sobre la
cama. Los primeros rayos de sol entran por la ventana de la habitación
avisándome que ya es tarde y tengo que volver a mi habitación antes que se
retome la actividad de la casa. Imagino que somos personas diferentes, él
no es mi hermanastro ni yo soy la primogénita de los Shinoda, sino un
hombre y una mujer con vidas normales que se conocen, se desean y
disfrutan de los sueños de una vida común.
En esta ocasión sí logro abandonar su cuarto sin que se percate y con
sigilo me escabullo pasillo adentro y alcanzo mi estancia metiéndome
directamente en la ducha.

One
Hoy al fin se celebrará el sepelio de Kenichi, esto ya dura demasiado. La
casa llena de gente a todas horas consigue hastiarme y no beneficia a mis
planes, por lo que ansío que todo regrese a la normalidad. Me visto tejanos
negros y camiseta dispuesto a abordar los asuntos que debo para poner en
marcha.
Abandono la casa familiar y me coloco al volante del vehículo que
alquilé, no me gusta ser controlado, ni por el personal de seguridad ni por
choferes incómodos que sean conscientes de cada uno de mis movimientos.
En primer lugar, pongo rumbo al hospital, necesito saber el estado de
Kenji, para poder sumarlo a mi causa o, por el contrario, desecharlo.
De camino marco el teléfono de Hideaki, es la hora de aferrarme a su
proposición, necesito aliados y el mismo se ofreció.
Aparco en la parte trasera del hospital, soy consciente de que no puedo
entrar sin más. No necesito que sepan que lo visité, por eso, planeo la mejor
forma de introducirme y superar el perímetro de seguridad que se despliega
en la planta donde permanece el consejero.
Entro por la puerta del personal sanitario haciendo con una uniforme de
auxiliar, coloco una mascarilla en mi boca y gorro para camuflar mejor mi
aspecto.
Paso por delante de uno de los mostradores de admisiones en el cual las
chicas están desbordadas atendiendo, con disimulo me paseo entre ella sin
que ni siquiera se fijen en mí, están demasiado estresadas con sus
quehaceres. Me hago con una tarjeta identificativa y continúo con mi
camino.
Accedo al pasillo donde se encuentra la habitación de Kenji y compruebo
que dos guardias de la organización vigilan su puerta.
Aprovecho un carrito con instrumental que diviso a unos metros de mí,
verifico a ambos lados que nadie venga y me hago con él. Es la excusa
perfecta para meterme sin sospechas en la habitación de Kenji y así lo hago.
Los hombres me miran y dan por bueno mi incursión abriendo la puerta
para que entre.
Una vez en el interior tropiezo con el cuerpo de Kenji conectado a varias
máquinas que monitorean sus constantes y una máscara de oxígeno.
Decido aproximarme, parece que sigue en coma, lo que dificulta que
pueda contar con su ayuda. Su pecho sube y baja a cada respiración,
ayudado por la mascarilla de oxígeno. Le doy una última mirada antes de
girarme para largarme, aquí no tengo nada que hacer. Por desgracia, el
consejero de la yakuza no está en condiciones de mucho.
—Fudo…— La voz rasgada provoca que me gire de nuevo mirando a
Kenji.
Sus ojos están abiertos clavados en mí con fijación.
—No hables —pido al ver como si pecho agitado va ganando intensidad
ante el esfuerzo para hablar.
—Busca a mi hija. — logra articular ―Ella te abrirá las puertas de mi
despacho y …―La tos se adueña de su garganta y la línea de las constantes
empieza a acelerarse. La máquina emite un pitido sonoro avisando del
estado.
—Kenji, ¿Qué hay en ese despacho? — interrogo a pesar de saber que no
se debe agitar.
—La información que te… —otro acceso de tos— permitirá vencer a los
enemigos de Kenichi— acaba al fin y el intenso pitido de la máquina se
eleva y resulta ensordecedor.
Señal que tomo para dar por finalizada la visita.
Asiento con la cabeza y me apresuro a salir, tengo pocos minutos antes
de que la habitación se llene de personal hospitalario. Salgo con prisa.
—¿Qué sucede? — pregunta uno de los guardias.
—El paciente tiene complicaciones respiratorias, ―respondo— voy a
avisar el médico.
Me da paso convencido por mis palabras y aprovecho para desaparecer
de la escena. No quiero poner en riesgo mi presencia.
Antes de salir del hospital me deshago del uniforme y me meto en el
coche abandonando el lugar sin mirar atrás.
‹‹Kenji no es una apuesta, tendrá suerte si supera estos días››.
La segunda parada es clara. Pongo rumbo a los suburbios del Tokio, es
hora de volver a visitar a mi amigo Tetsuo. Atravieso las puertas del club
accediendo a los dominios de líder de las Serpientes.
Bajo las gradas de dos en dos, el sitio está vacío, no como la otra noche.
«Es demasiado temprano para que haya actividad».
—Más de diez años sin saber de ti y ahora dos veces en una misma
semana —anuncia Tetsuo examinando cada uno de mis gestos.
No es tonto, ha crecido entre delincuentes y él es el peor de todos.
Presume de conocerme, aunque no lo hace, nadie en realidad es consciente
de mi verdadera naturaleza. Visualizo mis fines y cómo alcanzarlos. El
cómo no importa.
“El fin justifica los medios”, una frase que escuché hace tiempo y me
adueñé de ella haciéndola parte de mi código de actuación.
―Te echo de menos…― asevero guiñándole un ojo.
Su mirada se entorna, porque no se fía y hace bien.Cuando estamos
frente a frente se hace el silencio. Sus hombres permanecen alrededor
nuestro a la defensiva.
—¿Qué quieres? —pregunta Tetsuo impacientándose.
—Vengo a informarte que las figuras del tablero han cambiado. — La
sorpresa se ve reflejada en su semblante y sonrió para mis adentros.
‹‹Lo mejor está por llegar››
—No me gustan las adivinanzas, habla —exige mientras juguetea con el
cortapuros que sujeta entre sus dedos.
—Quiero que te alíes con el que será el nuevo líder de la yakuza —
proclamo con calma.
La estrepitosa carcajada que suelta Tetsuo inunda el lugar.
—Disculpa que me ría. ¿Se supone que serás tú quien se postule? —
recalca con sarcasmo.
No lo pienso, no lo dudo, en dos pasos rápidos, lo tengo a mi merced. Sus
hombres ni han pestañeado cuando sujeto con mi pulgar y mi índice, su
tráquea, presionando lo justo para que note la falta de aire.
En cuestión de segundos, cinco cañones de pistolas apuntan a mi cabeza,
sonrío.
—Si se mueven le parto la tráquea —advierto de espaldas a sus secuaces.
Porque ellos me superan en cantidad, pero yo soy más listo.
—Suéltalo, o te dejamos la cabeza como un colador — amenaza uno de
sus hombres.
—Pregúntate, si soy un loco imprudente o un maldito hijo del diablo. —
mis palabras están cargadas de sarcasmo—Si no bajáis las armas, vuestro
líder muere, es un segundo, solo necesito ese tiempo para cargármelo.
—Bajar las armas —ordena Tetsuo nervioso con la voz afónica por la
falta de aire.
Sus empleados dudan, a pesar de que no puedo verlos, tardan varios
minutos y por el rabillo del ojo diviso que bajan los cañones.
—Eres un maldito, habla y largarte —proclama Tetsuo y su rostro
enrojecido es la causa de mi agarre mortífero.
—Ahora hablemos seriamente. Si me traicionas mueres, si dudas mueres
y si hablas mueres. Tú y tus pandilleros deben jurarme lealtad como
próximo líder. Así que olvídate de la tríada, olvídate de los que hasta el
momento han movido los hilos, que las reglas han cambiado —anuncio ante
su cara de espanto.
Tetsuo sabe que soy muy capaz de partirle el cuello sin dudar, sin
despeinarme.
—Estás loco, soy hombre muerto si traiciono a la tríada. —Se escuda en
esa excusa.
—No me creas iluso Tetsuo, sé lo que conlleva romper lazos con la
tríada. Pero lo tengo todo planificado. Así que tú arrodíllate ante mí y yo me
encargo del resto —anuncio ante sus ojos desorbitados.
—Eres un maldito arrogante —sisea.
—No te preocupes, amigo. No tengo nada que perder y mucho que ganar.
—¡Está bien, suéltame! —solicita con la voz áspera por la falta de aire
ante la presión de mis dedos.
Antes de liberarlo de mi agarre le dedico una mirada cargada de
advertencia, porque no quiero juegos, no quiero grietas, quiero lealtad y
fidelidad hasta el final de esta maldita guerra de poder y venganza en la que
voy a embarcarme.
Akiro Shinoda pagará por todos sus crímenes, pero sobre todo por
asesinar a mis padres.
Capítulo 25
Kayda
Asomo la cabeza a la ventana y una tenue niebla cubre el amanecer. El
tiempo brumoso es una señal de que hoy no será un día fácil. Porque
despedir definitivamente a mi padre, no lo es.
Coloco el traje tradicional japonés siendo fiel a la tradición, recojo mi
cabello en una cola alta y después la enrollo en un moño, también el
peinado es algo que debo cuidar si no quiero ser la nota discordante. Porque
el sepelio será un nido de gente perteneciente a la organización e incluso
personas importantes del panorama político del país. Razón por la cual debo
mantener mi comportamiento en un perfil fiel a las tradiciones.En breve
llegará mi hermana, Kimura, ha sido el encargado de acudir al aeropuerto a
buscarla.
Hecho un ligero vistazo a mi aspecto en el espejo del armario ropero y
doy por bueno mi atuendo. Aunque siendo sincera, la incomodidad es
plausible, porque llevo tantas capas como un tubérculo.
Atravieso el pasillo en dirección al salón, de momento el personal de la
casa prepara las mesas y las bandejas para después de la ceremonia, por si
los asistentes desean tomar algo.
Ni rastro de mi madre, lo cual agradezco.
―Imoto. ―La voz de mi hermana resulta música para mis oídos, el
escucharla, desata las emociones que mantenía atadas en mi alma desde que
me levanté esta mañana.
Me giro con rapidez y ambas nos fundimos en un abrazo que desata mis
lágrimas, esas que llevo aguantando rato.
Pierdo la noción del tiempo mientras estamos pegadas, no sé si lloro más
que ella o, al contrario.
Una vez más calmada, recuperando el sosiego, la separo de mi cuerpo y
la miro. Repaso su rostro, la tristeza reflejada en su semblante y sus mejillas
húmedas por las lágrimas. Yasu es preciosa, no es amor de hermana, es que
es la realidad. Su rostro suave parece de porcelana y sus ojos rasgados con
espesas pestañas, raro en los japoneses, atraen la atención.
—Hermana, —dice con la voz rota— aún no puedo creer que lo hayamos
perdido.
—Lo sé, a mí también me pasa. Pero debemos ser fuertes —aconsejo,
porque sé que los tiempos que se aproximan va a ser duros, y mi misión es
mantener al margen a mi hermana.
Yasu asiente sacando un pañuelo de su bolso y secando el resto de agua
en sus ojos.
—Cámbiate, te espero aquí —digo rozando su mejilla con mis nudillos.
Avanzo hacia el porche que da al jardín y mi mirada se pierde en el
templo donde se celebrará la ceremonia de despedida de mi padre. Un nudo
se instala en la boca de mi estómago, porque por mucho que se trata de la
cruda realidad, hay una pequeña esperanza llameando en mi interior que
reza en silencio para despertar de este mal sueño.
Ha empezado a llover, el cielo se mantiene repleto de nubes tapando los
discretos rayos de sol. Me hipnotizo observando caer las gotas en el
pequeño lago.
La fina lluvia apenas se percibe si no te fijas en cómo golpean el agua.
Inspiro e inundo mis pulmones del olor a tierra mojada, siempre me ha
gustado. Vuelvo a mirar la hora en mi reloj inteligente, ya queda menos
para que empiecen a llegar todos.
—Kayda.
No me hace falta girarme para saber que Kimura permanece a mi
espalda. Él ha ejercido de apoyo siempre, a mi lado, aconsejándome y
cuidando mi espalda. Desconozco si solo fue por la amistad que le
profesaba a Kenichi Shinoda o si con el transcurso de los años el jefe de la
alta guardia ha llegado a apreciarme sinceramente.
—Si
—Todo está preparado, la guardia está alerta y han revisado todos los
puntos de acceso. Esperemos que la ceremonia se celebre sin ningún
altercado —comenta.
—Yo también lo espero. Aunque la tríada es impredecible —asevero y
rezo porque podamos despedirnos de Kenichi con calma sin tener que lidiar
con atentados innecesarios.
Kimura se inclina antes de desaparecer con sigilo, como es habitual en él.
Su discreción y su dominio de las artes del sigilo lo enaltecen ante
cualquiera de los que hemos tenido la suerte de ser sus alumnos.
Permanezco observando el jardín con el templo de fondo, rememorando
en mi cabeza todos los momentos vividos con mi padre, los que atesoro en
mi alma.
Escucho los pasos amortiguados a mis espaldas, de nuevo una
interrupción en mi momento de meditación. El aroma a flor de amapola que
es usual en mi madre inunda la sala. Para mi desgracia, una esencia tan
suave como la de la flor ha llegado a hastiarme en todos estos años, porque
al igual que Hana Sumiyoshi se me ha atragantado en varias ocasiones.
—Kayda.
Ni en estos momentos de dolor y pérdida su tono pierde la autoridad y los
toques de críticos.
—Madre. — Saludo girándome para colocarme cara a cara a la que ha
sido mi progenitora de cara a la galería toda mi vida.
—Te advierto que no quiero que me avergüences, por lo que espero
tengas claro tu papel. ―Lanza sus advertencias cargadas de veneno.
Hana Sumiyoshi en toda su esencia. No es nuevo para mí que mi madre
actúe volcando todos sus desprecios hacia mi persona. Ahora soy inmune a
sus críticas y sus vapuleos, pero en otra época no lo fui. Pasé años
esforzándome por ser otra persona, alguien de quien estuviera orgullosa,
creando un abanico de inseguridades.
En el momento que acepté que nadie nunca va a estar a la altura de las
expectativas de Hana Sumiyoshi, mi alma se consagró con mi mente y
desaparecieron las dudas.
—Tengo clara mi posición, madre —contesto con frialdad sin darle el
gusto de que vea ninguna grieta en mi actitud.
—Eso espero,—prosigue con su tono déspota—a partir de ahora las cosas
van a ser diferente, así que vete haciendo a la idea de olvidarte de tu papel
de mujer empoderada, experta en armas. Los Shinoda Sumiyhosi no serán
una familia que avergüence al resto de clanes.
La rabia tensa cada músculo de mi cuerpo y cierro mis manos con fuerza
e inhalo para retener las cuatro cosas que diría, pero no es el momento ni el
lugar.
Asiento en silencio, lo que al parecer le satisface porque su rostro se
muestra henchido y por fin se marcha dejándome sola de nuevo. La relación
con mi madre es fría, durante años se ha ido tornando gélida hasta el punto
de que no recuerdo ni una sola razón por la que quererla. A pesar de que
suene a desagradecida, porque me acogió en el seno de su familia, pero no
como una más, sino más bien como la imposición de su esposo. Ahora lo
veo claro, porque la ausencia de Kenichi marcará un antes y un después en
nuestra relación. Sus palabras no han dejado dudas, quiere que actúe a
imagen y semejanza a ella. Reprimida, falsa y comedida, lo que significa
ser una mujer florero, sin voz ni voto.
—Hermana, ya estoy lista. — La interrupción de Yasu es la señal de que
la ceremonia está a punto de comenzar.
Esperamos a Hana que tarda minutos en volver y ponerse delante de
nosotras, juntos salimos de la casa rumbo al jardín. Presidimos la comitiva
y de la nada se nos van uniendo los miembros más allegados a la familia.
Por suerte, la fina llovizna ha cesado, lo que facilita la procesión al templo
ceremonial ubicado al otro lado del pequeño lago. Noto la tierra húmeda
bajo mis pies al caminar y lejos de experimentar incomodidad me embarga
la sensación de paz.
Con disimulo miro a ambos lados y no veo a One, ni rastro de mi
enigmático hermanastro.
‹‹Es extraño. ¿Y si se ha largado sin decir nada? ››. Los interrogantes se
enumeran en mi cabeza provocando cierta ansiedad.
Froto mis manos en un intento por hallar algo de sosiego. Sin embargo,
una congoja asfixiante se instala en mi pecho. Barajar la posibilidad de que
mi hermanastro haya regresado a España sin explicación, me entristece
creándome cierta ansiedad. En el fondo no debería importarme, aunque lo
hace y demasiado. Destierro esos sentimientos porque en estos momentos
no deseo analizarlos.
Continuamos andando en procesión hacia el templo que se alza a unos
100 metros de nosotros. Desde nuestra posición se divisan los papeles
blancos que recubren su entrada, los mismos son los encargados de alejar
los malos espíritus del difunto, según nuestras tradiciones.
Atravesamos las primeras el umbral de la entrada y accedemos a la sala
central donde se exhibe el ataúd que contiene a mi padre. Contengo la
respiración por unos minutos, mientas nos colocamos. Yo a la izquierda y
mi hermana a la derecha y mi madre delante de cara a todos los asistentes
que van llegando poco a poco.
‹‹Ni rastro de One››. Otra vez las dudas irrumpen en mi cabeza.
Consigo distraerme de mi audaz mente controladora, centrando mi
atención en todos los que van llegando. Los hombres y las mujeres visten
acorde con la ocasión, kimono de gala. De momento ni mi tío ni el idiota de
Ichiro han hecho acto de presencia. Parece que mi mente los confabula
porque en ese preciso momento atraviesan la entrada, el poder y la
autoridad acompañan como siempre a Akiro a su lado Ichiro perfecto, al
igual que un pincel y otro hombre que no reconozco a primera vista. Se
aproximan con paso seguro y cabeza en alto, el resto de los presentes los
observan atentamente.
A medida que la distancia se va restando, mis ojos se incrustan en el
tercer hombre que se mantiene a la derecha de mi tío. Resulta raro que no
camine un paso por detrás, ya que Akiro es un hombre sumamente
autoritario y ególatra que mantiene a raya a cualquiera. No solo su séquito
de seguridad es fiel a la distancia para no eclipsar la grandeza de la que
hace gala, sino conocidos y miembros de la organización se rigen por esta
norma. Por esa razón resulta extraño que el individuo que caminan a su lado
lo haga como un igual, incluso su actitud grita soberbia a raudales. También
me llama la atención que no viste de gala, simplemente lleva un traje negro
a juego con una camisa del mismo color.
Ya casi están en la primera fila cuando mi mirada se cruza con la suya y
mi mente evoca donde lo he visto anteriormente. Mi garganta se cierra de
sobremanera inundada por la rabia que brota de mis entrañas a borbotones
ante el reconocimiento de quien acompaña a mi tío.
‹‹No puede ser››, repite mi cerebro.
Pero nunca olvido una cara, jamás, mi memoria es un lince para los
rostros.
‹‹Li Zuang, líder de la tríada››
‹‹¿Cómo se atreve? ¿Y qué hace junto a Akiro? ››. Los interrogantes
bombardean mi mente a la velocidad de la luz.
La ira no es la mejor consejera, no obstante, junto al dolor de la traición,
es un coctel molotov en toda regla. Sin pensar abandono mi posición
lanzándome contra Li Zuang ante los centenares de ojos espantados por mi
acción irrespetuosa.
No escucho el grito amortiguado de mi hermana, ni el represivo de mi
madre, nada, porque en mi mente solo hay cabida para una cosa. Matar al
arrogante hijo de perra que se ha atrevido a pisar el templo donde descansa
el cuerpo aun caliente de mi padre, siendo uno de los artífices de su muerte
y del estado crítico de Kenji.
Aprovecho el desconcierto para acercarme con la rapidez de la cual
puedo presumir y mis manos se lanzan contra él en golpes certeros directos
a su pecho para provocar su caída. Li Zuang no logra evitar el primer
impacto contra su pecho cerca de su corazón, intencionado para poder
dificultar su riego sanguíneo, pero sí esquiva el siguiente parando mi mano
con fuerza.
Ambos nos enzarzamos en una trifulca ante los anonadados presentes que
no se atreven a pararnos.
—Eres un maldito —siseo en voz baja solo para que él me escuche.
—Y tu una imprudente —gruñe mientras para mis golpes.
Nos desplazamos, voy ganando terrero, a pesar de que me sorprende su
habilidad en la lucha.
Capítulo 26
One
Pasar desapercibido resulta fácil, porque aprovecho la expectación y el
revuelo que acompaña la entrada del mayor hijo de perra, sádico y
mentiroso de Akiro Shinoda. Odio no es lo único que me embarga cada vez
que nuestros caminos se cruzan. Unas ganas inmensas de borrarlo de la faz
de la tierra junto con afán de que sufra mucho antes de abandonar este
mucho. La misión de cumplir todas las promesas que yo mismo me hice, el
día que lo vi matar a mi padre delante de mis ojos es lo que mueve todos los
hilos de mis actos.
Dirijo mis pasos a la zona lateral del centro sin perder de vista la entrada
del hermano de Kenichi, su hijo, su séquito y Li Zuang el líder de la tríada.
No me sorprende su presencia, hace días que sé que mi supuesto tío tiene
tratos con la mafia china a pesar de que el anterior líder no era
partidario.Sus socios son los artífices del atentado contra el consejero, lo
sospeché ese mismo día al verlos, porque los miembros de la tríada tienes
sus propios métodos, pero hoy por hoy tengo la certeza.
El silencio se hace dueño de la sala principal, tan solo las pisadas de
Akiro y sus hombres resuenan en el interior. Mis ojos vuelan hacia Kayda, a
pesar de que mi sentido común insiste en que no es lo correcto, necesito
total concentración en cada movimiento de mi enemigo y mi dragona es una
distracción que no debo permitirme.
No alcanzo a posar mis pupilas en ella que observo a mi impulsiva
hermanastra con el rostro contraído por la ira lanzarse contra Li Zuang.
‹‹ ¡Joder, maldición, lo que faltaba! ››
Rápida, mortal, ágil, decidida, ni rastro de duda en su rostro, esa es
Kayda Tanaka en estado puro, 100 por 100 mortífera. Se enfrasca en una
lucha totalmente fuera de lugar contra el líder de la mafia china, el cual tras
el primer golpe que lo pilla desprevenido contraataca enfurecido. Ninguno
de los presentes se inmuta, por el contrario, miran la escena que se está
desarrollando frente a sus narices con la boca abierta. Tan solo se escucha el
grito de reprimenda espantado de Hana Sumiyoshi y el nombre de Kayda
que emite la chica que permanece al lado de la arpía o lo que es lo mismo,
la reciente viuda de Kenichi Shinoda. No conozco a la joven, pero supongo
que es mi hermana, Yasu Shinoda.
Cualquier acto de violencia en una ceremonia de este tipo es castigado
con gravedad por la yakuza, lo sé yo y por supuesto mi querida
hermanastra, a pesar de que todos sigan atentos observan la pelea.
Ver a Kayda en acción siempre resulta hipnótico, al menos para mí, lo
único que logra molestarme es que para otros también. Incluso el malnacido
de Akiro la mira con admiración.
‹‹Debo parar esto lo antes posible››, me digo.
Analizando los pros y los contras me aproximo a la pelea, una vez más
mis movimientos pasan desapercibidos porque la atención de todos se
centra en Li Zuang y Kayda. Con destreza me planto ante ellos y paro el
golpe que Kayda intenta lanzar contra el pecho de Zuang, y él como la rata
engañosa que es aprovecha el desconcierto de mi dragona que se para en
seco para atizarle con su puño en el estómago. El golpe provoca que Kayda
se doble en dos, sujetando la zona con sus brazos, intentando remitir el
dolor.
—Me la debes, Zuang —sisea, aniquilándolo con la mirada.
El acto desleal se gana también una mirada incendiaria por mi parte y a
modo de respuesta recibo una sonrisa sardónica por su parte.Otro que sumo
a mi lista negra, soy una persona rencorosa, lo reconozco y no olvido
nunca.
—El espectáculo ya se acabó, retírate Zuang —advierto con calma y
frialdad.
—¿Y por qué debería obedecer? Ella atacó primero —rebate Li con
chulería, acariciando su mandíbula con una de sus manos.
—Por respeto al templo donde nos encontramos y al difunto— proclamo
con rectitud.
—La hija del difunto no lo tuvo en cuenta. ¿Por qué no la reprendes a
ella? —provoca.
—¡Eres un maldito! —gruñe Kayda, pero no prosigue ante la mirada que
le dedico.
—No eres bienvenido en este lugar Li Zuang, por esa razón te solicito
que abandones le templo —insisto.
—Es mi invitado, no puedes vetarlo —interviene Akiro por primera vez
desde el comienzo de la trifulca.
Li Zuang se relame igual que un gato satisfecho.
‹‹Este tío es un provocador nato, pero desconoce el rival que soy››
—Con tu permiso, tío, —casi escupo al nombrarlo— no quiero al
responsable del atentado del consejero en el entierro de mi padre. —Las
palabras casi se me atragantan.
Los susurros de expectación y asombro resuenan a mis espaldas.
—¿No tienes pruebas? En nuestras organizaciones no se puede lanzar
acusaciones en falso, por si lo desconoces, porque puede desencadenar una
encarnizada guerra entre mafias. —Ataca Li Zuang de nuevo en modo
arrogante.
—Te olvidas de que yo estaba allí cuando sucedió, vi a tus acólitos y su
forma de atacar. —La altanería desaparece de su semblante.
—Akiro, Fudo tiene razón. Lo más aconsejable es que Li Zuang
abandone el templo. —El apoyo de HideaKi es determinante para que Akiro
Shinoda asienta a pesar del nervio palpitante en su sien.
Li Zuang dedica una última mirada a Akiro y acompañado por los
hombres de este abandona el lugar.
—Ahora retomen sus sitios —ordena Hideaki.
Kayda regresa a su posición ante la mirada cargada de desprecio de Hada
Sumiyhosi. Yo no me salvo tampoco de la mirada repleta de asco de la
reciente viuda.Hada Sumiyhosi es otra que engorda mi lista de gente que
me las va a pagar.
La ceremonia empieza y dura lo estipulado de la forma en la que debe
ser. Reconozco que odio todas las ceremonias, pero las de difuntos aún más.
Kayda
Permanezco en mi sitio mientras transcurre la ceremonia, en silencio,
sumida en mis elucubraciones. Por mucho que ahondo en mi interior no
encuentro ni rastro de remordimientos por el episodio que he protagonizado
momentos antes junto al líder de la tríada. Lo único que experimento es
frustración y enfado hacia One, no debería haberse entrometido. Con su
actitud de, Dios todopoderoso parando la pelea con un simple movimiento
de su mano. Sin su intromisión, Li Zuang estaría ahora mismo muerto.
‹‹No te engañes››, aborda mi consciencia.
Sí, igual me he venido arriba, reconozco que Zuang no es un pelele, sabe
pelear, lo he comprobado, la leve punzada en mi barriga lo certifica.
‹‹El muy tramposo, ha aprovechado el momento idóneo para darme un
puñetazo››, vocea mi cerebro.
Es desleal, ha quedado claro, aprovechar que One ha intervenido para
atizarme un golpe.
Mi hermanastro y yo tenemos cuentas qué ajustar. ¿Quién se cree que es?
Lo único que le agradezco es que echara a Li Zuang del templo obviando
el desacuerdo de mi tío, sin embargo, yo también lo hubiese echado, pero
como un cuerpo inerte.Si sigo así voy a hiperventilar. Necesito ordenar mis
pensamientos y recobrar la calma. La furia intensa provoca que baraje en mi
cabeza locuras.
Si algo tengo claro es que quizás mis actos sin la intervención de One
hubieran sido el detonante de una guerra. Pero la guerra para mí ya está
latente, aunque muchos quieran correr un tupido velo e ignorar. La tríada
atacó a Kenji y posiblemente también tenga algo que ver en la muerte de
Kenichi Shinoda.
Al finalizar la ceremonia todos los presentes pasan al salón principal, me
empleo al máximo para evitar un enfrentamiento con mi madre. Después de
la que he liado sé que la matriarca de la familia no lo dejará pasar sin
brindarme su reprimenda.
—Kayda. —Mi hermana se coloca a mi lado y me dedica una leve
sonrisa que aligera la plancha de acero que parece oprimir mi pecho.
Demasiadas emociones que me lanzan empicada a un estado de
intranquilidad extrema.
—Necesito que esto acabe de una vez —confieso en voz baja para que
solo ella lo escuche.
—Lo sé, yo también —asevera mi hermana agarrando mi mano en señal
de solidaridad.
Yasu, es mucho más madura que las jovencitas de su edad, a sus
dieciocho años su sentido común supera el de muchos que doblan su edad.
Por el rabillo de ojos observo como el capullo de Ichiro se aproxima y mi
cuerpo se envara preso de la rabia.
—Calma, Kayda. No pienso separarme de ti. —Mi hermana percibe mi
inquietud y me brinda ese soplo de apoyo que necesito para aguantar a mi
prometido.
—Kayda, ¿escondiéndote? —provoca Ichiro con alevosía.
—Para nada. —rebato con una paz que en realidad no tengo— No tengo
razones para hacerlo.
—Yo diría que te sobran razones. Has dado un tremendo espectáculo que
traerá consecuencias —recalca con soberbia.
‹‹Mis desgracias o fallos parecen enaltecer al idiota de mi prometido››.
—Ichiro, te agradecería que no atormentarás a mi hermana con lo pasado,
respeta nuestro dolor en este día —apostilla mi hermana con elegancia.
Admiro la templanza de la que Yasu hace gala en ocasiones, es algo que
mi impulsividad no me permite.
Ichiro aprieta la mandíbula y fulmina a mi hermana, sin embargo, asiente
y se larga.
—Kayda, hablamos luego. — Sentencia antes de irse del todo.
—Gracias —susurro.
—De nada, hermana. —corresponde mi hermana mirándome con cariño
—Pero me preocupa Kayda, al parecer la relación entre Ichiro y tú se ha
deteriorado en exceso estos meses que llevo fuera de casa.
—Bueno, siempre fue un esnob remilgado y machista. Cree que cuando
nos casemos me convertiré en una mujer florero —confieso apretando los
dientes.
—Pues se va a llevar una sorpresa. Aun así, me preocupa esa alianza
matrimonial, no augura nada bueno, hermana. —Se sincera Yasu
preocupada.
—No te preocupes, sé cuidarme sola —aseguro apretando su mano y
sonriendo con suavidad.
Yasu tiene razón en sus preocupaciones y yo ya he contemplado una
imagen de lo que será un matrimonio entre Ichiro y yo, no obstante, no
deseo que mi hermana albergue demasiado miedo ante mi situación.
Aún sigo buscando en silencio la manera de evitar ese maldito
compromiso.
—Cambiando de tema, ¿Qué tal con nuestro recién aparecido hermano?
— interroga Yasu con curiosidad.
Siento que las mejillas me arden al pensar en One, e inclino la cabeza
para que mi avispada hermana no note nada.
—Bueno, es un hombre peculiar —confieso sin mucho entusiasmo-Pero
no te encariñes mucho, se largará en cualquier memento.
—Peculiar o no, debo reconocer que es atrayente. Su rostro me recuerda
a papa. —suspira intentando retener sus emociones— Pero ese porte de
todo lo puede es… ¿Por qué dices que se irá?
—No le interesa nuestra familia, ni siquiera quería venir —confieso y
noto el nudo que sube por mi esófago al pensar que pronto se marchará.
‹‹Esto no es sano››, recuerda mi consciencia.
La cara de sorpresa de Yasu refleja su desconcierto.
—¿Fuiste tú a buscarlo?
—Sí, papa, me lo pidió y no pude negárselo. Cuando llegué no quería
saber nada de él ni de nosotras. Confieso que ni siquiera creí que vendría —
explico recordando la negativa a pisar Tokio.
—Pues la verdad, ahora lo veo bastante cómodo confraternizando con
todos. Hideaki no se separa de su lado. Extraño, ¿no? — La apreciación de
Yasu logra que mis ojos busquen a One entre los presentes y veo la escena a
la que se refiere mi hermana.
—Pues sí, eso parece.
Capítulo 27
One
Alterno con varios de los sujetos clave que necesito para poner en
marcha mi plan, acompañado por Hideaki que no se separa de mi lado ni un
segundo. Siento los ojos aniquilantes de Akiro a modo de puñales en mi
espalda y no preciso mirarlo para saber que no pierde detalle de ninguno de
mis movimientos.
—Fudo, ¿crees que el altercado con Zuang traerá consecuencias? —
pregunta Massashi Yashida, representa a una de las familias más antiguas de
la organización.
—No tengo dudas. Zuang es impulsivo y vengativo, sin olvidarnos que
su código de honor dista mucho de ser honorable —respondo con calma y
seguridad. No soy de adornar.
—Massashi, confío en Fudo y sé que lo tiene todo calibrado —apoya
Hidehaky.
—Señor Yashida, no es el lugar ni el día para hablar de estos temas. En
los próximos días convocaremos una reunión donde se expondrán nuestros
pasos a seguir— informo.
—Está bien, tienes razón, no es el momento. Solo me apena que la joya
de la yakuza siga siendo una inmadura, Kenichi se esforzó mucho en limar
su carácter, pero al parecer, no le resultó.
La crítica a Kayda me enerva, ¿Qué sabrá él? La impulsividad y
enajenación de mi dragona, aunque la convierte en inestable, es la esencia
de su carácter. Nadie tiene derecho a juzgarla. Las ganas de que Yashida se
trague las palabras que acaba de soltar casi me dominan, aunque logro
reprimirlas.
—Kayda es asunto mío —proclamo con dureza.
—Si lo entiendo, bueno, hasta que se case con Ichiro —recalca Massashi.
Y su recordatorio del compromiso con el gilipollas de Ichiro me cae
como un balde de agua helada sobre mi cabeza, porque me molesta en
exceso que me recuerden que Kayda será la esposa de ese individuo.
Hideaki de nuevo sale al rescate al notar mi cuerpo tenso ante la diatriba
de Massashi.
—Massashi de momento esperemos a la reunión y después ya sacaremos
conclusiones —aborda el consejero en funciones con mano izquierda para
evitar confrontaciones.
Me desplazo y busco sin remedio con los ojos a mi dragona, la localizo
junto a Yasu en un rincón de la sala y encamino mis pasos hacia ella.
—Fudo.
Akiro corta mi avance colocándose frente a mí. Rabioso me dispongo a
enfrentarlo.
—Akiro.
—Al parecer te encuentras muy cómodo con tu nueva familia —aplica el
sarcasmo en todas las palabras marcando las silabas.
—¿Nueva familia? Creo que omiteré el detalle que siempre fui hijo de
Kenichi, aunque te empeñes en borrarme del mapa —ataco con elegancia.
Percibo la sensación que sus ojos llamean ante mis palabras, realmente
Akiro Shinoda quiere desintegrarme, lástima que no se lo voy a poner fácil.
—Te aconsejo que reflexiones bien los pasos que tienes pensado dar, no
soy un hombre paciente — amenaza.
—Gracias por el consejo. — Me limito a comentar con cierta ironía.
—No era un consejo —reitera con cierta tensión en su voz.
—Me lo tomo como tal, opino que es lo mejor en estos momentos —
sentencio y lo dejo allí parado, aunque es una falta de respeto, no me
importa.
Akiro Shinoda no se merece ni una gota de condescendencia, por mi
parte, lo único que se merece es la hoja de mi espada y pronto, muy pronto
me daré el gusto de enseñársela.
Avanzo hacia el sitio donde se encuentra Kayda, aíslo en mi mente la ira
y la rabia que acumulo hacia Akiro. Escudándome en mi dominio del
control de las emociones.
—Kayda, necesito hablar contigo —proclamo al plantarme frente a ella.
—Hola, encantada de conocerte, hermanito. — La voz dulce de Yasu
capta mi atención obligándome a girarme para atenderla.
—Yasu, ¿supongo? —pregunto arqueando una de mis cejas.
—Muy listo, sí, Yasu Shinoda —ratifica y noto cierta ironía en sus
palabras.
Su rostro ovalado nada tiene que ver con Kayda, su cabello corto que cae
a la altura del final de sus orejas y sus ojos rasgados le otorgan un
semblante aniñado y travieso.
—Encanto, siento no tener tiempo ahora mismo para conversar. Necesito
hablar con tu hermana —insisto ante el silencio de Kayda que ignora mi
presencia con intención.
—Y la tuya, ¿no? —reitera Yasu.
Me exasperan, sus respuestas incisivas.
—Sí.
No me gusta recordar que para el resto del mundo Kayda es mi
hermanastra, porque el recordatorio de ese vínculo me enfurece. No la ansío
de manera fraternal, sino como un pervertido exaltado que se excita con
solo contemplarla.
—Kayda ―persevero de nuevo llamando la atención de mi dragona.
Noto como aprieta los labios en una mueca de disgusto, Kayda rebelde y
terca hasta el final, aun así, asiente con la cabeza y echa a andar, la sigo.
Definitivamente, mi dragona se está ganado una zurra en el trasero, al
minuto destierro la imagen que se dibuja en mi cabeza de la escena porque
hace estragos en el interior de mis pantalones. Accedemos al antiguo
despacho de Kenichi y cierro la puerta con seguro, para evitar
intromisiones.
—Habla de una vez —exige enfadada cruzando los brazos sobre su
pecho, apoyada en el filo de la mesa del escritorio.
—¿Perdiste las buenas formas además del sentido común? —pincho
alzando una ceja ante su actitud.
—¿Ahora vas de cabeza de familia? —reprocha dando un bufido que alza
uno de los mechones que se le han escapado de su perfecto recogido.
—Kayda, tu impulsividad en algún momento te meterá en un lío muy
gordo. La imprudencia de atacar frente a todos a Zuang lo demuestra—
abordo el tema de forma directa, debo concentrarme en reprenderla.
Mi hermanastra debe entender que ha llegado el momento de jugar, en el
tablero, con estrategia y templanza.
—No debiste haberte metido, ahora estaría muerto. — Se defiende con
ímpetu.
Lo sé, sin embargo, no alimentaré su ego, por lo que omito darle la razón.
—O tú estarías muerta, eso no lo sabemos. — Recuerdo porque, aunque
es una opción que no barajé en ningún momento mientras la veía pelear,
debe agachar la cabeza, entender que las cosas no son siempre del modo
que uno imagina.
Enfadada abandona su posición dispuesta a largarse, la paciencia no es
una de sus virtudes ni de las mías.
—¿Dónde crees que vas? — alzo la voz ante su cara de asombro.
—La conversación ha terminado —proclama avanzando hacia la puerta.
La agarro por uno de sus brazos, tocarla no era mi intención, lo evito el
99 % por ciento de las veces porque su contacto me quema y me prende a la
velocidad del rayo. Nuestros ojos se encuentran y la llama del deseo
entremezclada con la rabia bailotea en ambos.
—¿Qué cojones voy a hacer contigo? —La pregunta escapa de mi boca
de manera involuntaria.
—No soy tu responsabilidad,—refuta enfadada— Kenichi ya no está, así
que ya puedes regresar a lo que sea que hagas normalmente en tu país.
—Nueva información querida hermana. —enfatizo la palabra hermana—
De momento me quedo y sí soy el cabeza de familia, por lo que estarás bajo
mi responsabilidad.
En su semblante cruzan varias emociones, leer cada una de ella resulta
fácil, porque no se esconde, el asombro, el enfado y una chispa de emoción
pasean por su rostro de manera fugaz.
—¿Te quedaste sin palabras? —insisto al comprobar su silencio,
aproximándome a su cara, pegando su cuerpo al mío, a pesar de ser
consciente de que es un error.
El afán por eliminar el poco espacio que nos separa se convierte en un
impulso difícil de controlar. Mis labios rozan con suavidad su mejilla y
percibo él temblor en cada célula de su cuerpo.
—¿No tienes nada que decir, dragona? —interrogo susurrando cada
palabra demasiado cerca de la comisura de su boca.
Un leve gemido es la respuesta que emite y para mí la señal que
necesitan mis ganas de besarla. Aplasto sus labios con mi boca y arrollo
cualquier obstáculo metiendo mi lengua para entrelazarla con la suya. Nos
fundimos en un beso, voraz, violento, luchando por la conquista del terrero
sin premura.
Disfrutar del contacto de Kayda resulta irresistible, poco a poco noto que
la temperatura se eleva, mi dragona lanza sus brazos a mi cuello para
profundizar el beso que estamos protagonizando y mis manos se desplazan
a sus glúteos, conocen bien el camino. La elevo sobre sus caderas sin dejar
de comérmela viva y apoyo su trasero en el borde del escritorio. Las prisas
van ganando terreno.
Las llamas de la lujuria nos sumergen en un momento frenético donde
ambos llevamos demasiada ropa. El sentido común logra abrirse paso en mi
mente y rompo el contacto ignorando el grito salvaje de mi bestia sexual
que no se conforma con un magreo.
Coloco distancia dando varios pasos atrás y evito mirar su rostro que luce
con sus mejillas arreboladas por el deseo que la embarga. Si no salgo ahora
mismo de este despacho, ignorando que es el día del entierro de Kenichi y
que la casa está repleta de desconocidos, me sumergiré de lleno en follar a
mi dragona de todas las maneras posibles que imagina mi enfermiza mente.
—Kayda, debemos volver. —aconsejo pasando una de mis manos por mi
pelo —Recuerda no actuar por impulso— recalco.
Capítulo 28
Kayda
Atravieso el umbral de mi habitación exasperada, ya ha finalizado la
ceremonia y me he escabullido con destreza evitando una confrontación con
mi madre. Hana Sumiyoshi no va a desistir de reprenderme por el
espectáculo brindado en el templo, pero su sentido del decoro y su papel de
perfecta viuda me dan margen, porque lo primero para ella es la imagen.
La piel me arde, el corazón me bombea a mil, después del encontronazo
con One en el despacho, la humedad entre mis piernas y el deseo insano
dominan cada parte de mi cuerpo.
—Él muy… —siseo en la soledad de mi cuarto.
One es el único hombre que consigue cabrearme y excitarme en partes
iguales, mi traicionero cuerpo se enciende con cada uno de sus toques.
Dos leves golpes en mi puerta me sobresaltan sacándome de un plumazo
de mis elucubraciones.
—Kayda. — El susurro de Yasu atraviesa mi puerta.
Abro y me encuentro a mi hermana en pijama con un bote de helado de
cookies y dos cucharas.
—¡Como en los viejos tiempos! —exclama sonriente.
La dejo pasar y meneo la cabeza con una risa dibujada en mi boca. Mi
hermana es la única que logra cambiar mi humor de negro a arcoíris en un
solo segundo. Se tira sobre el colchón adoptando una pose a lo indio y me
ofrece una cuchara guiñándome un ojo.
—No tienes remedio, lo sabes, ¿verdad? —profiero sentándome a su lado
para disfrutar del helado.
—El sabor a cookies, es el mejor analgésico para borrar las penas
después de un día demasiado largo —anuncia introduciendo la cuchara en
la tarrina para luego llenar su boca a dos carrillos.
—¡Qué fácil sería si pudiéramos borrar no solo este día! —La pena
regresa a mi pecho al pensar en mi padre.
—Pues sí, pero es imposible. Así que solo nos queda atiborrarnos con
helado. —Yasu de nuevo mete su cuchara en la tarrina.
—A veces envidio tu optimismo, hermana —confieso lamiendo el resto
de helado de la cuchara.
—Kayda, recuerda que yo no tengo tantas responsabilidades sobre mis
hombros como tú. Estudiar hasta el momento ha sido mi preocupación.
Estoy convencida de que si estuviera en tus zapatos me volvería loca. Por
cierto, ¿Qué tal nuestro hermano? — explica y de paso mete esa pregunta
que causa que se me encoja el estómago.
‹‹Joder, ahora tendré que aplicarme para que Yasu no note nada raro. Mi
hermana es muy buena leyéndome››.
—No se deja conocer demasiado —contesto encogiendo los hombros con
desinterés.
—Bueno, la impresión que proyecta es de un tipo arrogante, autoritario,
egocéntrico…—Parece una metralleta ante los adjetivos con los que está
describiendo a One— Y, sí, ¡por qué no decirlo!, atractivo.
Pestañeo seguido ante la verborrea de la que ha hecho gala mi hermana.
—Vaya, no creía que te habías fijado tanto —observo.
—Kayda, todos esos adjetivos son los que esperaba salieran de tu boca.
¿Desde cuándo te guardas tus opiniones con tu hermana? —reprocha
jugueteando con la cuchara entre sus dedos.
—No me las guardo, simplemente, no me interesa mucho nuestro
hermanastro.
—Pues nadie lo diría cuando están cerca el uno del otro. Aún no he
conseguido determinar si la tensión que os rodea es porque no os soportáis
o lo contrario.
‹‹ ¡Mierda, Yasu es demasiado lista! ››.
—¡Estás loca! Es un gilipollas insensible que tan solo está de paso—
gruño poniendo especial tono de protesta.
Miro a Yasu preguntando cómo le voy a hacer para que deje de lados sus
conjeturas.
—Si tú lo dices. —Clava sus ojos en mí en busca de cualquier reacción
que ratifique sus pensamientos.
—La tensión que notas es porque siempre se inmiscuye, si no llega a ser
por su intromisión, Zuang sería en estos momentos un cadáver— proclamo
enervada.
Detesto recordar el maldito episodio y por consiguiente la interrupción
por parte de One, que al parecer ahora ha decidido quedarse. Hecho que me
excita y me inquieta de la misma forma.
—Kayda yo no entiendo nada. Lo único que sé es lo que tú me has
explicado. Aunque tengo que decirte que embarcarte en una cruzada contra
el jefe de la tríada en mitad de la ceremonia de papá, no ha sido una de tus
ideas más acertadas. —Yasu expresa su apreciación de manera dulce a pesar
de que tiene cierto toque represivo.
—Quizás tengas razón y me precipité un poco. Pero nada tenía que hacer
el artífice del atentado de Kenji en la ceremonia de nuestro padre. Papá
nunca quiso tratos con la tríada ni buenos ni malos. Aunque parece que
nuestro tío no es de la misma opinión, hecho que me preocupa —reconozco
con sinceridad.
Una vez acabada la tarrina de helado, Yasu me abraza y vuelve de nuevo
a su habitación con disimulo. A mi madre nunca le ha gustado que
deambulemos por la casa de noche.
One
Acompaño a Hideaki a la puerta por cortesía, todos los asistentes se han
retirado, ya incluso Akiro, este, fue uno de los primeros en irse, lo cual
agradezco. No soporto su presencia, enerva mi sangre y desata mis instintos
asesinos.
—Hasta mañana, Fudo. — Se despide el consejero en funciones.
Necesito irme a mi habitación para deshacerme de este maldito kimono
que es superincómodo. Atravieso el salón con intención de ir directamente a
mi cuarto.
—Tenemos que hablar.
Lo que faltaba, la bruja de la viuda de mi padre dirigiéndose a mí. Que
Hana Sumiyoshi se rebaje a hablarme resulta todo un acontecimiento. Me
doy la vuelta para mirarla de frente. Su rostro contrito y serio no augura una
conversación distendida.
—Tú dirás —animo a que suelte lo que tenga que decir y me deje con la
intención de deshacerme del maldito kimono.
—Con la muerte de Kenichi no tiene modo de que sigas bajo nuestro
mismo techo. No tienes nada que hacer aquí. Por lo que espero que mañana
por la mañana te largues —proclama.
Esta mujer se cree que el resto de los mortales vivimos para acatar sus
deseos.
—Siento que no te guste, pero de momento me quedo —anuncio dando
por finalizada esta poca productiva conversación.
—¡Soy la dueña de esta casa! Por lo que mañana te quiero fuera de aquí
—insiste alzando su tono chillón.
—¿Estás segura de que eres la dueña? —interrogo y no espero a su
reacción, sembrando la duda en su cabeza y marchándome sin más del
salón.
Sonrió satisfecho atravesando el pasillo que da acceso a los dormitorios.
Por el momento me he asegurado de que la digna señora Hana Sumiyoshi
no pegue ojo en toda la noche a causa de las dudas. Además, dejarla sin
palabras, callándola de golpe, provoca cierta satisfacción en mí.
Aprovecho al entrar en mi habitación para mandarle un mensaje a la hija
de Kenji, necesito entrevistarme con ella en su casa, según lo que alcanzó a
decirme su padre en el hospital, en su despacho tiene información que me
puede ser útil.
Capítulo 29
Narrador Omnisciente
Los hilos de la maraña cada vez parecen enredarse más y si no que se lo
digan a Li Zuang. Sentado en el sofá de la suite presidencial de uno de los
hoteles más emblemáticos de Tokio, mira continuamente el reloj esperando
a su socio, con el que le urge entrevistarse. Su mano se coloca en su
abdomen y su boca se tuerce en una mueca de molestia para nada fingida.
—¡Maldita niña! — sisea Li Zuang evocando a la hija del difunto Shinoda.
Su séquito de seguridad permanece a su alrededor y no se inmutan ante
cualquiera de sus gestos, es su trabajo, no están allí para confraternizar, sino
para protegerlo y dar su vida por él.
La puerta de la habitación se abre y aparece su mano derecha, Bo Wang.
—Zuang, están subiendo por los ascensores —anuncia.
Li Zuang sabe bien a quién hace referencia su hombre de confianza, los está
esperando, por lo que coloca bien las mangas de su traje y espera satisfecho.
A unos cuantos metros de la suite, la escena no es muy diferente. En el
ascensor suben ocho hombres que intimidan solo con mirarlos. Todos visten
de negro, pantalones cargo y camisetas de algodón, junto a la piel tatuada
casi al completo de sus brazos que les otorga una apariencia siniestra. A
pesar de que están en el interior, lucen gafas de sol oscuras ocultando sus
miradas.Detrás de ellos no pasa desapercibido el rubio de dos metros que
juguetea con su móvil absorto en la pantalla. Con jeans y camisa oscura y
sin gafas de sol, nadie diría que es el más mortífero asesino ruso con el que
te puedas tropezar.
Akim Sokolov, jefe de la hermandad Maotang.
La tinta en sus manos es lo que más capta la atención, las tiene recubiertas
en su totalidad, apenas se vislumbra la piel limpia.
Salen en el piso 89 y Akim Sokolov camina con seguridad, envuelto por sus
hombres, guarda el teléfono en el bolsillo trasero de su pantalón y aparta la
trenza de su cabello a su espalda antes de entrar a la reunión que tiene con
el jefe de la tríada.
—Bienvenido. —Saluda Li Zuand alzándose de su sillón para estrechar la
mano de Akim.
Primer error, porque al parecer el jefe de la tríada se olvida de que Sokolov
no es de contacto físico, pocos son los que se atreven a tocarlo.
—Déjate de formalismos —pronuncia el ruso dejándose caer sobre el sillón
frente al chino, obviando la mano alzada de este.
Cualquiera que los observe vería la esencia de poder que emana de ambos
hombres, sin embargo, del ruso es algo más enredado, es un aura de peligro
que advierte con solo mirarlo.
—Necesito concretar ciertos aspectos. El tema de entrar en la yakuza se está
complicando —confiesa Li Zuang pasando una de sus manos por su
cabello.
Akim no se inmuta ante las palabras de Zuang, su pose regia y su semblante
inexpresivo se mantiene. Sostiene ambas manos apoyando los codos sobre
sus rodillas y sus dedos entrecruzados a la altura de su mentón.
El nerviosismo de Zuang se hace presente al comprobar la falta de reacción
de Sokolov.
—Necesito que hagas desaparecer a la hija de Shinoda —aborda Li Zuang
al fin.
—¿Y qué gano yo con eso? —La pregunta de Akim pilla fuera de juego a
Zuang que tensa sus hombros ligeramente.
—Tenemos un trato, si yo gano tú ganas. La desaparición de la pequeña de
los Shinoda es crucial en este momento para nuestros planes. Es la única
manera de tener cogido a Akiro por las pelotas. Quitándole su moneda de
cambio —explica Li Zuang con orgullo.
—Pues hazla desaparecer tú, yo tengo mejores cosas que hacer — anuncia
el ruso levantándose para dar por terminada la conversación.
—Akim, no puedo, la joya de la yakuza ya me tiene entre ojos, si logra
poner en contra al consejo de la organización, nuestros esfuerzos quedarán
en nada. Nos veremos inmersos en una guerra de poder sangrienta que
dejará nuestras arcas vacías y perjudicará a nuestros negocios —aborda
Zuang eligiendo bien el enfoque.
Porque si hay algo que le importe a Akim Sokolov es el dinero, a pesar de
ser uno de los hombres más ricos de rusia.
—De acuerdo, déjalo en mis manos —sentencia girándose dispuesto a
largarse.
—Akim, preciso que sea un trabajo limpio y no la quiero muerta.
Simplemente, la quiero —concreta Li Zuang.
Akim Sokolov asiente y se marcha de igual manera que llegó.
En la otra punta de Tokio, Akiro permanece en su despacho maquinando
cuál será su próximo paso. Porque Fudo Shinoda parece tener las mismas
vidas que un gato, su intento de borrarlo del mapa ha sido frustrado y ahora
el problema va creciendo a cada momento. Lo percibe y la actitud de su
sobrino en la ceremonia de Kenichi lo confirma.
Para colmo de males, la joya de la yakuza está fuera de control, quedó
demostrado a atacar al socio de Akiro, Li Zuang. Episodio que le va a costar
caro a Akiro.
Ha enviado a buscar a su hijo, el muy inútil ha demostrado no saber
controlar a Kayda y de nuevo necesita desahogarse para recordarle cuál es
su papel en este tablero.
Su móvil vibra sobre la mesa, porque lo tiene en modo silencio, alarga una
de sus manos para alcanzarlo y leer el mensaje.

Necesito verte, es urgente.


Hana.
El mensaje de su cuñada consigue ponerlo más alerta todavía, Hana
Sumiyoshi es demasiado orgullosa para escribirle un mensaje de ese modo
si no tuviera algo importante para tratar con él.
Los obstáculos no paran de crecer, furioso Akiro se levanta de la silla de su
despacho y se sirve una copa de whisky para apaciguar su nerviosismo.
Durante años ha maquinado su plan hasta el mínimo detalle, controlando
todos los cabos sueltos, al menos eso pensaba. Los últimos acontecimientos
distan mucho de ratificar que esos flecos molestos no estan a punto de
modificar sus planes e interponerse en sus ambiciones.
Presiona el botón de llamada en su teléfono antes de dejar el vaso vacío
sobre la vitrina donde se agrupaban las bebidas.
—Prepara el coche, voy a salir y dile a Ichiro que comeremos juntos. —
Tras las indicaciones, Akiro se coloca bien la corbata ajustando el nudo a su
cuello, inspira llenando su pecho de aire y expira con suavidad.
Tokio sigue enfrascada en su actividad diaria, circulación, transeúntes, todo
pasa a modo de película como un día normal. Mientras, en el sub fondo, la
bestia hambrienta llamada poder insta a los jugadores del tablero a tomar
posiciones preparándose para lo que vendrá.
No será fácil, porque contamos con hombres ávidos de triunfos, sin código
de honor, sin escrúpulos.
Demonios que no conocen límites acostumbrados a fraguar cadenas eternas
en el infierno de donde provienen.
Capítulo 30
Kayda
Salgo de mi habitación sin poder reprimir un bostezo, a pesar de que he
dormido, el descanso no ha sido el suficiente. El helado compartido con
Yasu resultó porque mis preocupaciones se quedaron adormecidas dándome
chance para poder dormir. Acudo al salón para desayunar, para mi
intranquilidad mi hermana y mi madre aún están en la mesa.
‹‹Mi suerte no me sonríe hoy››, me digo mentalmente.
—Buenos días.
—Buenos días, Kayda —corresponde Yasu mientras devora un bol de
cereales.
Mi madre se limita a elevar sus ojos brindándome una mirada cargada de
asco y desprecio. La ignoro. Ocupo mi lugar en la mesa y me dispongo a
comer en silencio.
—El testamento se leerá en unos días —anuncia con pasmosa calma
Hana.
Su comentario no es acertado porque no hace ni 24 horas que hemos
enterrado a nuestro padre y mi madre ya está pensando en la repartición de
los bienes. Me muerdo la lengua para no darle mi opinión porque el horno
no está para bollos.
—Madre, no me parece de buen gusto aludir a la lectura del testamento.
Papá acaba de morir. — La reprende Yasu ante mi sorpresa.
Mi madre mira a mi hermana como si le hubieran salido siete cabezas,
espantada y enfadada al mismo tiempo ante la apreciación.
Antes de que Hana explote contra Yasu me interpongo apoyando a mi
hermana.
—Madre, Yasu tiene razón, lo que menos importa ahora es el testamento.
Hana se alza de un golpe haciendo caer la silla donde hasta el momento
estaba sentada.
—Sois unas desagradecidas, insolentes… ¡A mí, que os he criado y
aguantado durante años! No es preocupáis nada más que de vosotras
mismas. El testamento es una parte clave, porque de eso depende nuestro
bienestar ―grita fuera de sí.
—Pero…— intento abordar.
—Y tú, cállate. Porque por tu culpa es que no puedo estar todo lo
tranquila que debería. Hiciste el espectáculo más bochornoso en el funeral
de tu padre ante todos avergonzándome como nunca — ataca sin bajar el
tono de sus gritos.
—Madre, siempre preocupándote por el qué dirán en vez de preocuparte
porque un asesino como Zuang pise nuestra casa —contraataco exasperada
por su actitud, levantándome de mi sitio también y perdiendo los nervios.
—Eres una ingrata, recogida, maldigo una y mil veces el día en el que
Kenichi te trajo a nuestra casa —proclama fuera de sí dando un paso para
recortar la distancia que nos separa.
—Mamá —advierte Yasu que observa la escena alterada.
—Siento no ser de tu gusto, madre —anuncio apretando los labios en una
mueca de disgusto. Porque sus palabras por mucho que desee evitarlo
duelen.
—A partir de ahora en esta casa se hace lo que yo digo y sin rechistar.
Yasu volverá a sus estudios y tú te mantendrás alejada de la alta guardia y
tus actividades poco decorosas para convertirte en la mujer que debes ser.
Hablaré con Akiro para esperar el tiempo prudencial para celebrar el
matrimonio con Ichiro —informa elevando su mentón con arrogancia.
—Lo siento madre, pero no —rebato.
Se abalanza sobre mí propinándome un guantazo descomunal dejando
ver todo el odio que me tiene, su rostro rojo por la ira delata, lo enfadada
que está. Siento el golpe y el dolor al provocar que mi labio inferior se
agriete a causa de mis dientes. Me mantengo en pie impasible, aunque lo
que realmente ansío es devolverle la agresión.
—Harás lo que yo diga.
—No —insisto alimentando su enfado.
—¡Madre, cálmate, estás loca! Le has pegado —grita Yasu asombrada
por la salida de tono de Hana.
—¡Tú cállate ¡— ordena —Y tú, si no estás dispuesta a cumplir con lo
que yo disponga, te repudiaré, te lo advierto.
—¿Ya has acabado? —pregunto con chulería.
—Sí —contesta ocupando su lugar en la mesa impasible.
Abandono la mesa y el salón sin mirar atrás y me encierro en mi
habitación.
Sentada sobre mi cama, barajo las posibilidades de largarme de la que ha
sido mi casa durante años. La actitud de Hana no va a mejorar, al contrario,
irá más. Sin el apoyo de mi padre, mi madre intentará por todos los medios
convertirme en la mujer florero que ella cree que debo ser.
El odio enciende mi cuerpo y cierro fuertemente mis manos clavando mis
uñas en las palmas.
Las ansias asesinas crecen, a pesar de saber que está mal. Por mucho que
deteste a Hana Sumiyoshi es la única madre que he conocido en la vida.
Agarro mis cosas y tomo la decisión de salir, necesito aire fresco y liberar
mi mente de pensamientos insanos.
One
Contemplo durante unos instantes las puertas del edificio donde se
emplazan las oficinas de los Shinoda antes de atravesarlas. Hideaki vendrá
en una hora tiempo que he aprovechado para citar a Azumi, la hija de Kenji.
Después de la información que se afanó por darme en el hospital, necesito
averiguar qué es lo que tiene el consejero que logre beneficiarme.
No he utilizado el servicio de la alta guardia, se lo comuniqué a Kimura
esa misma mañana temprano. A pesar de no opinar su rostro, dejó claro que
estaba en desacuerdo. Prefiero moverme con libertad en mi propio vehículo.
Sé defenderme bien, no necesito guardaespaldas, además, por el momento
tengo la seguridad que Li Zuang se estará quietecito. Después de ser echado
del funeral como la lacra que es. Me imagino que estará reorganizando su
siguiente movimiento.
Accedo a los ascensores, conozco el camino, así que no me resulta difícil.
Cuando me encuentro en el piso saludo a la señorita Yamamoto con una
sonrisa y ella se empeña en llamar mi atención de forma exagerada.
‹‹No entiendo a las mujeres, la mayoría se creen que por un simple polvo
les bajarás la luna a cada momento››. La ignoro.
Me encierro en el despacho de Kenichi a esperar la visita de Azumi.
Intento ponerme un poco en situación, pero el portátil tiene contraseña y
la desconozco.
Aviso a la asistente.
—¿Qué desea, señor Shinoda? — pregunta de manera servicial.
—No puedo acceder al portátil— expreso mirándola de soslayo.
—Avisaré al departamento de informática, señor —informa la chica y
antes de abandonar el despacho veo la decepción en sus negros ojos.
No me interesa sus sentimientos, ni estoy dispuesto a alimentar cualquier
ilusión equivocada que se haya podido fraguar sobre nosotros, por un
simple revolcón sobre el escritorio. Sueno como un cabrón insensible, y es
que lo soy y para más inri disfruto desempeñando ese papel.
A los quince minutos la eficiente secretaria confirma mi nueva
contraseña para acceder al ordenador y aprovecha para anunciar que la
visita que espero ya ha llegado.
Azumi Kobayoshi efectúa su entrada con pasos firmes, por un momento
tengo la sensación de estar ante una mujer diferente a la que conocí días
atrás. La seguridad emana de cada uno de sus movimientos, su vestido
negro se adhiere a cada una de sus curvas resaltando el son de sus caderas.
Me pongo en pie para recibirla recortando la distancia y extendiendo la
mano para saludarla.
Para mi sorpresa ignora mi gesto y se aproxima dándome un suave beso
en mi mejilla izquierda. Su perfume floral inunda mis fosas nasales.
—Me alegra volver a verte.
—Para mí también es un placer— despliego mis artes de cordialidad.
Con mi mano le señalo el sofá de dos plazas que tenemos al lado, para
que tome asiento. Ocupo el lugar junto a ella y sin querer mi rodilla roza la
suya arrancándole una sonrisa pícara a su boca.
Azumi es bonita, no me importaría convertirla en mi compañera de cama
por una noche. Destierro esa loca idea de mi cabeza porque confraternizar
con la hija del consejero puede aportarme problemas y ahora mismo tengo
muchos frentes abiertos.
La imagen de Kayda inunda mi mente y también la relego a un oscuro
cajón, no es el momento de pensar en mi sexi hermanastra.
—¿Cómo se encuentra tu padre? —pregunto con cortesía.
—Estable, de momento los médicos no auguran nada concreto— explica
y un leve velo de preocupación cubre su mirada.
—Cuando fui a visitarlo, insistió en que debía visitar su despacho —
abordo el tema, qué deseo tratar.
—Sí, mi padre dejo ciertas indicaciones por si le pasaba algo. Desde que
Kenichi enfermó de forma repentina, la paranoia se intensificó. Él estaba
seguro de que irían a por él. — informa—Y el tiempo para su desgracia le
dio la razón.
Mientras habla, saca de su bolso un pendrive y lo sujeta entre sus dedos.
—Además, de lo que haya en su despacho, dejó estas indicaciones— me
entrega la memoria-Él estaba seguro de que tú sabrías qué hacer con toda la
información.
Me sorprende que Azumi no sea solo la mujer florero que aparenta, al
parecer está muy familiarizada con todo lo que sucede. Sospecho que la
imagen de niña de papa caprichosa que proyecta tan solo es una máscara
bien trabajada para pasar desapercibida para otros.
—Gracias, lo miraré. ¿Cuento con que estás de mi parte? —pregunto.
—Por supuesto. Te espero en mi casa en breve, allí podré ampliarte la
información…
Percibo cierta reticencia a hablar y la entiendo, no sabemos si nuestros
enemigos tienes ojos en el interior de este despacho.
Azumi se pone en pie justo en el momento en el que la puerta del
despacho se abre sin aviso ni anuncio previo. Ante el umbral, la imponente
y autoritaria presencia del hombre que más odio en el mundo.
—Buenos días, Azumi. — saluda con una falsa sonrisa―Me alegra verte
por aquí.
—Buenos días, señor Shinoda. — Azumi vuelve a adoptar la actitud de
chica educada demasiado comedida.
Es extraño el modo en el que esta mujer adopta dos personalidades tan
distintas al minuto. Es su manera de protegerse de los malos, como Akiro
Shinoda.
—¿Qué tal está Kenji? —pregunta con cortesía.
Capto su expresión y al momento sé que no le preocupa lo más mínimo
la salud del consejero.
—Sigue igual, los médicos no están seguros de cuando se recuperará—
informa Azumi pasando una de sus manos por sus ojos acuosos.
—Esperemos que sí —asevera.
—Gracias. —dice Azumi dando por finalizada su estancia, encumbrando
sus pasos hacia la puerta —Hasta pronto.
Akiro se desplaza para que Azumi salga por la puerta, no tiene intención
de irse, lo sé, lo percibo.

.
Capítulo 31
Kayda
Conduzco por las calles de Tokio en mi moto, necesito que el aire golpee
mi cuerpo y sentir la velocidad en mis venas. Después del encontronazo con
mi madre, las ansias de volar lejos crecen en mi alma. Sin rumbo fijo en mi
mente me encuentro estacionando en el párquing del edificio Shinoda.
Rememoro los días en los que cuando sentía que me faltaba el aire acudía
al despacho de Kenichi para pasar rato con él. Mi padre poseía el don de
calmar mi oscuridad interior. Supongo que esa es la razón por la cual
accedo a los ascensores rumbo al que fue el despacho de Kenichi Shinoda.
Al llegar a la recepción de la planta me encuentro con los ojos curiosos
sobre mí de la señorita Yamamoto.
La ignoro, porque aún me dura la rabia de saber que disfruto de él. Que
se revolcó con mi hermanastro. Soy consciente de que mis actos no son
mejores que los de ella, porque a fin de cuentas yo también me he revolcado
con él y no una vez, sino varias.
Camino hacia la puerta del despacho y me cruzo con una de las personas
que más detesto.
‹‹Azumi››, sisea mi mente.
Los instintos asesinos se disparan en mi interior.
—Buenas Kayda. — Saluda con una sonrisa tonta en su perfecto rostro.
La animadversión crece por segundos, porque por su semblante de
satisfacción, sospecho se debe a que el despecho de mi padre, el que ahora
mismo mantiene su puerta entornada, pero no cerrada, esconde a mi
hermanastro.
Contar con la certeza de que se han visto, lo único que provoca es un
acceso de ira que estruja mis entrañas.
—Hola, Azumi. — Saludo, parca rozando lo borde.
—Siento mucho lo tu padre —comenta dándome el pésame.
—Gracias ¿Cómo sigue Kenji? —pregunto por qué, aunque Azumi no es
mi persona favorita, su padre sí lo es y me preocupa.
—Estable, pero igual —informa apenada.
Por un segundo la compasión aflora en mi alma.
—Si necesitas cualquier cosa, aquí estoy —proclamo y sé que puede
sonar hipócrita, porque ninguna nos soportamos, sin embargo, por Kenji lo
que sea.
—Gracias, Kayda, nos vemos —se despide andando en dirección a la
zona de ascensores.
Aprieto los puños y me acerco al despacho, dispuesta un enfrentamiento
con One. Soy masoquista, lo reconozco, pero en estos momentos necesito
descargar toda mi ira y furia que amenazan con ahogarme.
Las voces emergen de la estancia y paro en seco. Con sigilo adopto la
posición exacta para escuchar detrás de la puerta. Se me da bien, con los
años he ido perfeccionando la técnica.
—¿Supones que podrás ocupar mi lugar? — La autoritaria y tétrica voz
de Akiro es la primera que reconozco.
—¿Quién ha dicho que sea mi propósito? —One en estado puro,
desplegando su odiosa manera de sacar de quicio a cualquiera.
—Después de la lectura del testamento, te quiero fuera de aquí.
Regresarás al agujero del que no debiste salir.
—Te refieres a la cárcel, donde tú me metiste, tío —reprocha One ante
mi sorpresa porque todo apunta a que estos dos se conocen de antes.
—No voy a hablar de eso en este momento. Ya sabes lo que tienes que
hacer. Si no cumples atente a las consecuencias —amenaza Akiro al borde
de perder los nervios, la vibración en su tono de voz lo delata.
—No me interesan tus amenazas —rebate One.
Escucho los pasos aproximándose y opto por separarme de la puerta ante
la inminente salida de unos de los ocupantes. Elevo la mirada y mis ojos se
cruzan con los de mi tío.
Como es habitual me mira con rectitud y detenimiento.
—Kayda. —Saluda.
—Buenos días, tío. —correspondo inclinando mi cabeza en señal de
respecto.
‹‹Como odio tener que rebajarme a ciertas costumbres en este mundo
patriarcal y machista››.
Son las únicas palabras que compartimos porque Akiro Shinoda
desaparece sin más por el largo pasillo, rumbo a su propio despacho.
One
Cuando Akiro abandona el despacho me permito el lujo de golpear con el
puño la pared detrás de mí descargando mi furia. El afán por matarlo gana
terrero al propósito de hundirlo. Inspiro con fuerza colmando mis pulmones
de aire en un loco intento de recuperar la calma.
—¿No sabía que Akiro y tú os conocíais?
Escuchar su melodiosa voz me arranca de la lucha que mantengo con mis
demonios internos. Elevo mis ojos repasando cada centímetro de su cuerpo
con mis pupilas. Experimento que la temperatura corporal se eleva sobre
todo en cierta parte de mi anatomía.
—No preguntaste —contesto hastiado.
Kayda es un cabo suelto, cada momento que trascurre mis ganas por ella
se incrementan y no es algo que no debo permitirme. Ha llegado la hora de
poner fin a nuestros encuentros, de recordarle a mi sexi hermanastra que
tiene que mantener su lugar en la organización y acatar las órdenes del
nuevo patriarca.
—Limitarte a contestar resulta más fácil que provocarme —verifica
cruzando sus brazos sobre su pecho, gesto que eleva sus tetas captando cada
célula de mi atención.
Sacudo la cabeza y me coloco tras el escritorio para ponerlo como
barrera para mis propias ansias.
—Kayda, debemos hablar. En unos días se leerá el testamento de
Kenichi. — su mohín delata su desagrado —Voy a postularme como
Kumicho de la yakuza.
Sus ojos se abren de par en par ante mi anuncio.
—¡No me lo puedo creer! Hasta para ti esa decisión es una locura. No
tienes los apoyos necesarios —enumera dejando ver su desacuerdo.
—Me subestimas. Además, no necesito tu opinión. Solo quiero que
mantengas tu posición como miembro de la alta guardia y acates mis
decisiones.
Alza sus delineadas cejas en un arco perfecto y frunce sus labios. De
nuevo me pierdo en su boca, imaginando lo bien que se vería alrededor de
cierta parte de mi cuerpo.
Inspiro y aprieto las manos sobre la mesa para obligarme a dejar de
evocar escenas de alto voltaje con Kayda.
—¡Es gracioso! Mi madre insiste en que debo comportarme como la
dama que no soy y dejar de actuar como un hombre y tú me dices que
mantenga mi posición en la guardia. ¿A quién obedezco, One? — Percibo
cierto retintín en su tono.
Que Hana ansíe que Kayda deje sus artes de guerra no me sorprende, esa
mujer es una esnob que solo ve alrededor de su ombligo. Aunque si de algo
estoy seguro es que Kayda hará todo lo posible para no acatar sus órdenes.
—De ahora en adelante estáis bajo mi tutela —proclamo.
Debería esperar a la lectura del testamento, pero según Hideaki, Kenichi
lo dejó bien claro por escrito, suerte que no lo cambió cuando lo vi por
última vez y proclamé que no me interesaba nada que proviniera de él.
Kayda descruza los brazos que sostenía sobre su pecho y recorta la
distancia que nos separa con pasos seguros y decididos. Mis ojos la
observan de forma hipnótica. Se coloca frente a mí e inclina su cuerpo hasta
que nuestros rostros quedan a muy poca distancia. Su aliento acaricia mi
cara y no puedo dejar de mirar sus labios.
«Maldita»
Kayda sabe bien las ganas que siempre gasto con ella y en este preciso
instante se aprovecha tentándome en modo diabla, porque su forma de
actuar de chica mala es la que más estragos provoca en mi control.
—Confieso que estar bajo tu tutela no es lo que había pensado— susurra
utilizando un tono sensual que casi logra que pierda los estribos y la tumbe
sobre el escritorio de nogal para follarla hasta que claudique que está bajo
mis órdenes. Rebusco en mi interior una fuerza de voluntad que ni siquiera
creo tener para resistir el afán de devorarla viva. Sujeto el borde del
escritorio con tanta fuerza que mis nudillos se vuelven blancos.
—Compórtate, me importa una mierda lo que creas o no. Obedecerás y
punto —exclamo con los dientes demasiado apretados por la tensión.
—Y si no lo hago, ¿me obligarás? — interroga, manteniendo su modo
bruja tentadora.
—Kayda no es un juego, compórtate. Necesito que estés concentrada en
la seguridad o cualquier paso en falso de nuestros enemigos —regaño a
modo fraternal.
Su mohín de desagrado domina su boca y desvío la mirada una vez más.
—Ahora son nuestros enemigos. Es gracioso, hermanito. Cuando te
expliqué que consideraba que detrás de la enfermedad de nuestro padre
había un complot, me ignoraste —reclama enfurecida.
—Lo sé. Pero las cosas hoy por hoy han cambiado —omito disculparme.
Su boca emite un largo bufido y es el momento que aprovecho para poner
distancia entre nosotros, porque continúo sin fiarme de mis instintos.
—Te odio, por ser un arrogante idiota, porque las cosas tienen que ser
cuando tú digas. Lo siento, One, pero no soy ningún títere que acate sin
rechistar— emite furiosa.
—Títere o no, obedecerás— asevero.
Kayda se muerde el labio inferior y de nuevo retiro mi mirada.
—Gilipollas— insulta y como alma que lleva el diablo abandona el
despacho.
La puerta se cierra con un sonoro portazo y entonces suelto todo el aire
que he retenido durante el encuentro.
‹‹Kayda es mi perdición, porque por mucho que lo intente el afán por
dominarla en cuerpo y alma no disminuye››.
Capítulo 32
One
En los tiempos en los que nos encontramos cada paso es uno menos para
alcanzar la cúspide de mi plan. Después de todo el día en la oficina
sumergido en los negocios que manejaba Kenichi ahora me toca conocer los
locales nocturnos que gestiona la yakuza. El principal está en el centro de
Tokio. Envío un mensaje a Kimura, necesito a la alta guardia si quiero
inmiscuirme en el club más emblemático de la organización.
Atravieso las puertas metálicas del local percatándome de las luces de
neón que las coronan, donde se lee el nombre del local.
Sonrío al leerlo.
“Yokai”
Que mejor nombre que el de un demonio para el mejor negocio de la
yakuza.
Kimura camina a mi lado lo que facilita mi entrada, aunque no me libro
de las miradas de curiosidad de los empleados.
—Yuto Sato es quien dirige el local— informa Kimura y accedemos a la
parte trasera de la zona central donde se encuentra la pista de baile.
Mi intención es dejarle claro al gerente del local, que debe rendirme
cuentas a partir de ahora a mí y de paso colocarlo en mi lado del tablero.
Kimura se ha traído con él a cinco hombres que son los que forman mi
perímetro de seguridad.
‹‹Ni rastro de Kayda››, evoca mi mente y me reprendo al segundo por
pensar en ella.
Accedemos a la zona del almacén y allí se encuentra una puerta que
exhibe el letrero de dirección.
Kimura se adelanta y golpe con sus nudillos la puerta. Entramos al
despacho primero Kimura y después yo seguido del equipo de seguridad.
El hombre que nos espera permanece sentado detrás de un escritorio y ni
siquiera contempla la opción de levantarse. Su arrogancia rebosa por cada
poro de su piel. Vestido de traje, al igual que un ejecutivo de un centro de
negocios. Su mirada evaluativa me inspecciona con atención.
‹‹Error, amigo, error››.
—¡Kimura, un placer verte! ¿Dónde te dejaste a mi mayor dolor de
cabeza? —Saluda y hace alusión a Kayda a pesar de obviar su nombre, sé al
momento a quién se refiere.
—La señorita Tanaka vendrá más tarde— informa Kimura, impasible.
‹‹Y tú no la vas a ver››, mi demonio interno se rebela en mi cerebro.
—¿A qué debo vuestra visita? — pregunta sin mucho interés.
Este tipo se está ganando una buena tunda, debo determinar si es un loco
o un imprudente.
—Yuto, vengo a presentar al señor Shinoda —presenta Kimura.
Yuto Sato muestra algo de interés en sus pupilas, pero solo por unos
segundos. Su rostro alargado a juego con unos ojos demasiados hundidos en
las cuencas le proporciona un aspecto de reptil que su actitud incrementa.
—Yuto Sato, ¿no? — intervengo — Soy Fudo Shinoda, a partir de ahora
seré yo a quien rindas cuentas.
Ahora sí que lo sorprendí, su rostro lo delata.
—Yo rindo cuentas a Akiro —rebate frunciendo su boca en un rictus
demasiado serio.
—Ya no —insisto.
—Permítame, ¿Cómo dijo que se llamaba? Fudo, ¿no? — se la está
buscando. —Pues Fudo llevo años rindiendo cuentas a Akiro Shinoda él
representaba los intereses de nuestro Kumicho. Ahora que él murió, Akiro
ocupará su lugar, así que no acepto que venga a mi casa a darme unas
indicaciones que no le corresponden.
—Kenichi era mi padre— aclaro—. Por lo tanto, ahora respondes ante
mí. Además, todavía no está decidido quién será el nuevo Kumicho.
La seguridad de que Yuto Sato llamará Akiro nada más abandonar yo el
despacho provoca que sonría al imaginarme la ira de mi tío.
Dos golpes en la puerta provocan que todos los presentes dirijamos las
miradas hacia la entrada.
—Kimura, abre, estoy esperando al alguien —informo ante la
estupefacción de Yuto.
Tetsuo aparece en el umbral. La pieza de mi tablero que faltaba ya está
aquí.
—Yuto, te presento a Tetsuo.
—Lo conozco, pero, no entiendo que hace este pandillero aquí—
exclama molesto.
Tetsuo se tensa a mi lado y le dedico una mirada para que calme su
temperamento de mierda.
—Te aconsejo que no desprecies a los pandilleros. Ellos están en nuestro
equipo porque espero que colabores. Tetsuo será mis oídos y mis ojos en
este lugar. Así que acostúmbrate a llevarlo pegado a tu espalda.
Tetsuo avanza hacia Sato y le guiña un ojo solo para provocarlo, a lo que
él responde alzándose de su silla.
—No lo acepto— grita —No tienes poder.
—Comprueba si lo tengo o no— lo incito—. Si no te ves capacitado te
relegaré de tus funciones— advierto.
Ante la amenaza, Yuto se calma no sin lanzarme una funesta mirada con
pretensión de amilanarme.
Reprimo una carcajada ante su osadía.
—Amigo, haremos un buen tándem— profiere Tetsuo pasando uno de
sus brazos por los hombres de Yuto Sato.
No pueden ser más discordantes, el aspecto desaliñado de Tetsuo y su
cara llena de piercings, ceja, boca, nariz y orejas contrastan con el aspecto
impoluto de ejecutivo de Sato.
Abandono el despacho y Tetsuo me sigue.
—One, eres único creando situaciones incómodas—advierte mi amigo
con diversión.
—Necesito un trago— informo acercándome a una de las barras.
Una camarera me sirve un whisky doble y Tetsuo aprovecha para tomar
otro.
Kimura se mantiene a una distancia prudencial para proporcionarme
privacidad sin dejar de acechar.
—Ese tío es un gilipollas, supongo que lo sabes —informa Tetsuo.
—Lo sé, por eso tú tratarás con él. Porque si fuera yo no me duraría ni un
segundo vivo ―confieso, el director de Yokai no me cae bien, y no cuento
con la paciencia necesaria para lidiar con él.
—Menuda joyita me dejas —se queja con diversión Tetsuo mientas da un
largo sorbo a su bebida.
—Para que no te aburras.
—¡Wow, al parecer este lugar empieza a gustarme! — exclama Tetsuo
con su mirada clavada al frente.
Con curiosidad dirijo mi atención a donde se supone que está mirando.
Mis músculos se tensan al comprobar que está viendo a la joya de la
yakuza.
‹‹Mierda››, siseo en el interior de mi mente. La ira empieza a arder en mi
interior.
—¡Menuda mujer! — insiste en alabar Tetsuo ajeno a mi reacción.
—Cuidado, no la mires demasiado. —Advierto sin poder reprimirme.
—¿La conoces? Es un bombón —y sigue—. Esa mujer debería estar en
una jaula porque es verla y se iza mi mástil.
—Déjate de gilipolleces y mantén a raya tu lengua— regaño molesto
vaciando mi vaso de un solo trago.
—¿Dime quién es?
—Kayda Shinoda, mi hermana —digo al fin utilizando mi apellido,
aunque ella nunca lo hace, pero no me apetece dar muchas explicaciones.
De esa manera a Tetsuo le quedará claro que está prohibida para lo que
quiera que se le esté cruzando por su cabezota. Kayda me mira y decidida
se acerca, lleva su Shodai a la espalda y luce un mono negro, uniforme de
trabajo.
—Buenas noches, hermanito. — Saluda.
—Hola, guapa-interrumpe Tetsuo interponiéndose.
—¿Y tú, eres? — pregunta Kayda con una ceja arqueada.
—Tetsuo, líder de las serpientes rojas. — se presenta con orgullo.
—Pandilleros, ¿en serio, One? — pregunta Kayda dirigiendo, clavando
sus funestos ojos en mí.
Me limito a encoger los hombres sin contestar.
—Oye, guapa— aborda Tetsuo— ¿Tienes algo en contra de los
pandilleros?
—No, nada— contesta sin amedrentarse.
—¿Quieres una copa? —pregunta Tetsuo regresando al modo
conquistador.
Aprieto las manos inhibiendo propinarle una colleja a Tetsuo al oírlo.
—Nos vamos— anuncio y mis palabras van dirigidas a Kayda.
—Estoy trabajando— replica.
—Has acabado —rebato y sujeto su muñeca con mis dedos arrastrándola
conmigo a la salida.
—Oye, ¿ahora también mandas en Yokai o qué? —grita ella intentando
resistirse a mi arrastre.
—Soy el jefe.
Salimos a la puerta y recuerdo que un séquito de seguridad, incluido
Kimura, me siguen. Por suerte vine en mi coche y escoltado por ellos.
—Kimura nos vemos en casa — le informo al jefe de la alta guardia este
asiente.
Capítulo 33
Kayda
Sorprendente o no, me encuentro siguiendo al cavernícola de mi
hermanastro a la salida del local. Cuando la brisa fresca de la noche golpea
mis mejillas, aún me estoy preguntando por qué le permito obligarme a
abandonar el Yokai.
Elijo guardar silencio y lo sigo a su vehículo ocupando el lugar de
copiloto. Arranca y acelera antes de que consiga abrocharme el cinturón.
‹‹Capullo››, sisea mi mente.
Mientras conduce a modo persecución, sobrepasándolo límites de
velocidad, yo me pierdo en mis pensamientos.
Descubrir que One se ha aliado con las pandillas de los suburbios de
Tokio ha sido toda una sorpresa .es una declaración de intenciones, porque
sus movimientos solo me llevan a considerar que tal como me informó va a
darle guerra a Akiro para que mi tío no se alce con el poder.
En el fondo lo admiro, porque en años nadie se ha interpuesto a mi
autoritario tío, solo Kenichi, pero su posición de Kumicho le otorgaba
ciertas libertades que otros no tenían.
Observar a One conducir a modo kamikaze calienta mi cuerpo, su mezcla
de oscuridad y excitación es una chispa para la llama de mi deseo.
Desconozco donde vamos, porque la dirección que ha tomado One no es la
casa de los Shinoda. A su lado, las cosas pierden interés porque lo único que
importa es los miles de formas en las que gozo entre sus brazos. No estoy
orgullosa, sin embargo, mentirme a mí misma no tiene sentido.
Además, no quiero parar, deseo seguir con nuestros encuentros sexuales
sin que nadie sospeche, porque tampoco me place dejar de disfrutarlo,
aunque su carácter oscuro y arrogante me saque de mis casillas
habitualmente.
Estaciona el vehículo en el párquing privado del parque Hibiya, lo que
me sorprende. Hace años que no piso este magnífico lugar y no entiendo
muy bien por qué One nos ha traído aquí.
—Caminemos— ordena saliendo del coche.
Obedezco, aunque me molesta su modo; “aquí mando yo”, pero la
curiosidad y las ganas de volver a recorrer este sitio que me recuerda a mi
infancia ganan la batalla interior que libro en segundos.
Andamos uno al lado del otro en silencio atravesando este amplio parque
de 16 hectáreas con inspiración occidental de 500 años de antigüedad.
Al llegar a la fuente que se erige en el centro del parque, miro la grulla
que la corona con expectación, en nuestra cultura es un animal que trae
siempre buena suerte. One se sienta al borde de la fuente y yo lo imito.
Miro al cielo y me empapo de las estrellas que salpican el cielo oscuro,
quizás es la manera de evitar el momento incómodo. Porque si rememoro
las veces que One hemos compartido espacio siempre han sido discutiendo
o en la cama. Nunca habíamos estado en una situación normal, en un
restaurante, en un teatro, en un parque…
—Cuando tenía veinte años pasé una temporada aquí en Japón, a petición
de mi padre biológico, explorando sus costumbres y formándome con el
mejor maestro del país — empieza su relato con la mirada perdida en algún
punto imaginario.
Me veo tentada a preguntarle, porque no he sabido nunca qué pasó
tiempo aquí. Por qué Kenichi lo ocultó.
—Nunca lo supimos.
—Bueno, era un joven impetuoso, nunca me interesó la versión de
Kenichi sobre mi nacimiento ni mi posterior abandono. Yo ya tenía unos
padres maravillosos que me cuidaron y me criaron con cariño. A mi madre
biológica jamás tuve la oportunidad de conocerla. —Se pinza el puente de
su nariz con dos de sus dedos y lo observo hipnotizada.
Este hombre duro por primera vez desde que lo conozco abre una puerta
a su verdadera personalidad, siento que es un regalo hacerme partícipe de
sus recuerdos.
—Me cuesta creer que Kenichi te mantuviera oculto— confieso.
—Kenichi se esforzó en que lo aceptara como mi progenitor hasta que
claudicó y reconoció que había llegado a mi vida tarde. Por eso permitió
que me marchara y nunca más supe de él ni él di mí. Al volver a España me
encontré en una pesadilla que no busqué. Al llegar a mi casa la escena
dantesca que hallé me paralizo. Mi madre muerta en el suelo de nuestro
salón y mi padre encuellado con un bisturí preparado para rebanarle el
pescuezo. — Su respiración se altera.
—¡Oh, madre mía! — exclamo sin poder reprimirlo.
—Los recuerdos de esa noche están confusos, pero lo único que tengo
claro es que el artífice de la muerte de mis padres, el hombre que descubrió
su cara frente a mí, era Akiro Shinoda.
Mi cuerpo emite un respingo ante la revelación.
Que mi tío es un hombre sin escrúpulos, no es nuevo para mí, lo conozco,
que es autoritario y maquinador, pero de ahí a tramar ese plan para matar a
los padres adoptivos de One es algo que me sorprende muchísimo.
—¿Supones que Kenichi lo sabía? — interrogo conteniendo el aire en
mis pulmones esperando la respuesta.
—Considero que Kenichi fue una víctima de Akiro, estoy seguro de que
vivía ajeno a las maquinaciones de su hermano —confiesa.
—¿Qué ganaba encerrándote? —insisto, es demasiado escabroso para
entender por qué mi tío necesitaba deshacerse de One.
—Sus intenciones reales las desconozco. Además, no supe su identidad
hasta ahora— aclara y no puedo más que asombrarme más— Él consiguió
que me condenaran por el asesinato de mis padres. Cumplí la condena.
—One, cuanto lo siento —Coloco una de mis manos sobre sus rodillas.
—No te lo he explicado para que me compadezcas— dice molesto
poniéndose en pie.
—One, por favor, no es compasión, es empatía porque te condenaron
injustamente — me defiendo.
—Olvídate de eso, ya pasó. Quería que supieras la historia para que
entiendas que utilizaré todas las armas que tenga en mi poder para hundir a
ese cabrón. Y te aconsejo que no te interpongas. Cuento con tu fidelidad
para desarrollar mis planes.
Lo miro con atención y asumo sus palabras, me pongo en pie y me lanzo
a su cuello, rodeándolo con mis manos, plantando mis labios en su boca
para besarlo. Un segundo es el tiempo que tarda en reaccionar
correspondiendo a mi boca. No sumergimos en un beso abrasador que eleva
la temperatura de nuestros cuerpos.Mi cuerpo pegado al suyo grita que
quiere más, ansío fundirme con él hasta el amanecer. Sin embargo, One
tiene otros planes porque con suavidad retira su boca y aparta su cuerpo de
mío.
—Kayda, no podemos seguir con esta locura. A partir de este momento
nuestra relación debe ser la de dos hermanos —anuncia con los ojos
oscurecidos por el deseo.
Su proclamación me pilla desprevenida y la recibo de igual modo que si
me lanzaran un puñetazo en el estómago. Porque hasta la fecha no he
querido profundizar en lo que éramos, tan solo disfrutar de lo que teníamos.
Una tristeza intensa embarga mi alma al contemplar la idea de que a partir
de ahora no lo podré tocar, no disfrutaré de sus abrasadores besos, ni de su
cuerpo desnudo sobre el mío y algo se quiebra en las profundidades de mi
corazón.
—Si es tu decisión— susurro y mi voz se apaga.
—Kayda, no soy un héroe, hace unos minutos me has mirado como tal.
Recuerda, soy el villano de esta historia, he llegado para arrasar con los que
me arrebataron lo que más quería en el mundo. Así que acepta que nunca
seremos, más que dos hermanastros. En el momento en el que alcance mi
venganza, desaparecer de vuestras vidas de la misma forma en la que
aparecí.
Sus palabras están destinadas a que abra los ojos, a que me deshaga de
cualquier tipo de ilusión que haya albergado con respecto a un nosotros que
nunca tendrá lugar. Trago con dificultad y bajo mis ojos, centrando mi
mirada en mis propios pies. Mi orgullo, mi dignidad, ambos se han puesto
de acuerdo para desaparecer en el momento en los que más lo necesito.
Porque por mucho que quiera convencerme de que tan solo hemos sido una
aventura de cuatro escarceos, mi corazón late fuerte cuando One está
implicado.
Quedaría muy forzado y cursi si exclamo; “fue bonito mientras duró” así
que muerdo el interior de mis mejillas para no soltar esa frase y asiento con
la cabeza reprimiendo la opresión en mi garganta. No sé si ansío gritar o
llorar porque mis emociones están al borde del colapso.
—Nos vamos— logro decir.
One echa a andar y lo sigo. Lo maldigo en silencio por manchar el
recuerdo de este lugar. Porque de ahora en adelante recordaré el parque
Hibiya con el sitio donde Fudo Shinoda me rechazó rompiendo algo en mi
interior.
Capítulo 34
Kayda
Dejo que la bañera se llene mientras el vapor empaña el espejo del baño,
cojo las sales aromáticas y enciendo el incienso en el poyete de esta.
Necesito relajar cada músculo de mi cuerpo, la pena es que el baño
adormecerá y destensará mi cuerpo, pero no mi mente.
‹‹ ¿Tan poco he significado para One que acabar con lo que fuera que
teníamos le ha costado menos que un suspiro? ››.
Las preguntas siguen agolpándose en mi cabeza, consiguiendo que una
insistente punzada se instale en mi sien. El ambiente se va impregnando del
olor a lavanda y canela e inspiro para deleitarme con el aroma.
Me deshago de mi ropa y me meto hasta que mi cuerpo queda sumergido
casi al límite y el agua y la espuma me empiezan a relajar.Inclino la cabeza
hacia atrás y cierro los ojos dejándome llevar por la música suave que suena
en el ambiente.
—¿Se puede saber qué haces?
La interrupción de Yasu provoca que casi salte de la bañera asustada. Tan
sumida como estaba en mi mundo interior, ni siquiera había escuchado la
puerta.
— ¡Joder! — exclamo
Salpicando agua a su cara en un gesto involuntario.
—Kayda, he llamado cinco veces. ¿Desde cuándo tomas baños
relajantes? — pregunta Yasu dibujando un semicírculo perfecto con sus
cejas.
—Desde que he tenido un día de mierda— me defiendo.
Mi hermana se sienta en una pequeña banqueta que hay junto a la bañera.
—Kayda, mamá, está muy afectada con todo lo sucedido, debes
comprender su posición ―aboga Yasu en favor de nuestra madre.
Seguro la magistral Hana Sumiyoshi le ha estado todo el día llenando su
cabeza de excusas perfectamente elaboradas para justificar su actitud
conmigo.
—¿A quién le interesa? —le contesto molesta.
—Kayda, no te cierres en banda. Ahora mismo solo nos tenemos las tres
— insiste Yasu con su dulce voz.
—Habla por ti, hermana. Yo siempre he estado sola, espera, rectifico
cuando estaba papá, no. Era la única persona que apoyaba mis acciones. El
comportamiento de Hana no me sorprende, durante años se ha reprimido en
sus acciones desmesuradas porque Kenichi la mantuvo a raya. Sin embargo,
ya tengo claro que a partir de ahora no va a ser así. — explico mi visión.
—Kayda, deberías darle una oportunidad. Habla con ella —propone
Yasu.
La ingenuidad de mi hermana logra sorprenderme, entiendo que es su
madre biológica, que en su naturaleza está quererla, pero con ella tampoco
ha sido una buena madre.
En mi ADN no está quererla, ni respetarla, ni nada parecido.
—Yasu, déjalo, por favor— solicito tocando mis sienes con mis manos,
el dolor de cabeza se intensifica.
—Kayda, me preocupas, en tres días regresaré a Estados Unidos, a la
universidad. Como pretendes que me marche tranquila si mamá y tú os
comportáis como dos cabezotas que se odian. — Mi hermana expone sus
preocupaciones y en el fondo la comprendo.
—Yasu, puedes estar tranquila, no llegará la sangre al río — anuncio con
una sonrisa triste que pretende tranquilizarla.
Yasu debe cumplir con sus estudios, además, lo mejor es que esté lejos de
Japón, porque cuando One y Akiro luchen por su puesto como líder de la
yakuza no serán días fáciles.
—Kayda, tengo la impresión de que no me cuentas todo —asevera mi
hermana mirándome con los ojos entornados.
Mi hermana se caracteriza por estar dotada con una intuición desmedida
que me calma y me inquieta al mismo tiempo.
—¡No veas fantasmas donde no los hay! ―proclamo para que desista de
indagar!
Me encantaría poder desahogarme con ella, descargar toda la congoja que
cargo a mis espaldas. Sin embargo, opto que lo mejor es mantenerla al
margen.
Yasu me mira de soslayo y se marcha dejándome disfrutar de mi baño.
Cierro los ojos y mi mente evoca la imagen de One, da igual que si está
presente o ausente, mi corazón se acelera solo con pensar en él. Lo extraño
a cada momento y las ganas de estar a su lado crecen a cada segundo y
duele que no me anhele de la misma forma que lo hago yo. Todo en
conjunto solo significa una cosa, aunque me aterre aceptarlo, estoy
enamorada de Fudo Shinoda.
One
Mi noche se trunca a pesar de que lo único que quería es caer sobre el
mullido colchón y no pensar. Una llamada de Tetsuo echa a perder mis
previsiones.
—Problemas en el Yokai.
Cuelgo la llamada porque no preciso de mucho más para saber que quiera
o no debo pisar de nuevo el maldito club. Tetsuo no avisaría si no fuese
importante, lo conozco, su orgullo no se lo permitiría.
Así que aviso a Kimura que reúna a toda la alta guardia de la casa y que
me sigan en sus vehículos hasta el Yokai.
Al montarme en mi coche observo a Kayda vestida y armada dispuesta a
ocupar su lugar y maldigo en silencio. Porque con las prisas no caí en
ordenar a Kimura que la mantuviera al margen.Sé que no sería justo, le he
pedido que ocupe su sitio y ese es precisamente formar parte de la guardia.
Sin embargo, estos sentimientos que me obligo a enterrar bajo capas de
oscuridad sacan a relucir un excesivo síndrome de protección hacia mi
hermanastra.
Evito continuar mirándola y pongo rumbo al club a una velocidad
extrema, Kimura y sus hombres me siguen de cerca a pesar de que mi forma
de conducir no se lo pone nada fácil.
Aparco en la puerta de Yokai rechinando rueda y salgo como el diablo
que soy, destilando peligro a cada paso.
Los gorilas de la puerta han cerrado el acceso colocando una cinta roja
evitando el paso a la gente que hace cola para entrar. Al verme acompañado
por la alta guardia abren la puerta dándonos acceso.En el interior del local
lo que vislumbro no me gusta, los clientes se han colocado alrededor de la
pista formando un gran círculo alrededor de varios de los miembros de las
Serpientes, con Tetsuo a la cabeza, enfrentados a más de diez hombres
armados hasta los dientes, al frente de ellos el inútil de Sato con uno de sus
trajes a medida.
Con cada paso que doy me convenzo más que debía haberme deshecho
del gerente del Yokai la primera vez que lo vi.
Por el rabillo del ojo veo a Kayda adelantarse desenvainando su Shodai
con su semblante pétreo y sus pupilas fijas en su objetivo. Rápida e
inesperada coloca la hoja de su catana junto al cuello de Yuto Sato ante la
sorpresa y el pánico que se dibuja en el semblante del capullo.
Lo extraño de la situación es que nadie se mueve, ni siquiera los hombres
que resguardan a Sato muestran la mínima intención de detener a la loca de
mi hermanastra.
En definitiva, no sé si sonreír ante su audacia o azotarla para que no se
exponga de ese modo.
— ¡Qué alegría, Kayda! Mi tocapelotas personal— exclama Sato con
imprudencia.
La ira atraviesa mi cuerpo que se envara y doy un paso para detener el
espectáculo, Kimura agarra mi antebrazo y lo fulmino con mi mirada. Él,
sin embargo, lejos de amedrentarse, me mantiene fija la mirada y cabecea a
modo de negación para que detenga mi impulso.
—Desconozco si eres un cobarde demasiado arrogante o un iluso idiota
— anuncia Kayda sin separar el filo de su acero del cuello de Yuto.
—Baja el arma, no soy el enemigo aquí— informa Yuto y su voz luce
cierto temblor.
—No me jodas, Sato. ¿Dime que no has montado este espectáculo para
darte un baño de arrogancia y elevar tu ego? —reprocha Kayda firme en su
posición.
—Yo solo sigo órdenes— confiesa y una gota de sudor cae por su frente.
—Órdenes, ¿de quién?, porque si no me equivoco ya te dejaron claro
quién manda ahora— resalta.
—Kayda, no seas ilusa. Unos pandilleros de poca monta no van a
inmiscuirse en mi trabajo, el señor Shinoda no lo permitiría.
La información que brinda Sato deja claro que en su enajenación por
mantener el cetro del poder en el Yokai ha acudido a Akiro para expulsar a
Tetsuo y los suyos.
—Error, Sato, error— anuncio avanzando hasta él.
Ahora sí, los hombres se ponen en alerta, extraño, porque con Kayda no
se movieron. Yuto Sato intenta aniquilarme con sus ojos, y yo ni me inmuto.
Para mí solo es un inútil pretencioso que tiene el cronómetro de su vida
encendido, en regresión.
Si no lo mato yo otro lo hará, pero la sentencia de muerte cuelga de su
cabeza.
Casi he alcanzado a colocarme justo al lado de Kayda cuando una voz
emerge de entre la multitud.
—Primo, yo de ti no me inmiscuiría en nuestros asuntos.
‹‹Otro capullo a la vista››, vocea mi mente.
Ichiro aparece entre los hombres de seguridad, en su mano un vaso medio
vacío de whisky.
— ¿Qué haces aquí? Nadie te ha invitado— provoco con la intención
clara de que pierda los estribos.
Las ansias de darle una paliza se agolpan en mis manos.
—Poner orden, al parecer, se te ha ido la mano. Los clubes de la familia
ya tienen quien los gestione— recalca manteniendo la distancia.
Es un cobarde, desde la primera vez que lo vi lo supe.
—Lárgate, y dile a tu papaíto que el Yokai tiene quien lo gestione—
proclamo con seriedad.
La estrepitosa carcajada resuena en el lugar y el vaso entre sus dedos se
balancea.
—Primo has enloque…
No le permito ni acabar la puta frase, recorto la distancia hacia él,
encuellándolo con mis manos, elevando su cuerpo con fuerza hasta que sus
pies dejan de tocar el suelo.Los hombres que lo apoyan encañonan sus
armas, listos para atacar.
—¡Que nadie se mueva! — grita Kayda y clava la hoja de su acero más
en el cuello de Sato hasta arrancarle una gota de sangre que resbala por su
blanca piel.
—Dile a tu papaíto que se mantenga al margen si no quiere que
empecemos una encarnizada guerra— proclamo y lo suelto con ímpetu
provocando que aterrice de culo en el suelo.
—Eres un hijo de perra— sisea acariciando su cuello con sus manos. A
su alrededor se esparcen los cristales del vaso que dejó caer en el momento
en que lo he agredido.
—No es nada nuevo y, además, me encanta serlo— asevero alisando la
americana de mi traje con las manos.
—Lárguense— grita Kayda en dirección al séquito de seguridad de
Ichiro.
Miran a su líder aún en el suelo y uno de ellos se adelanta a ofrecerle su
mano para que se ponga en pie. Ichiro le propina enfurecido un manotazo
rechazando su ayuda y se levanta solo.
—Esto no quedará así— amenaza mientras abandona el Yokai con sus
hombres ante la mirada asustada de Sato que comprende que se ha quedado
solo.
—Y ahora Yuto, ajustaremos cuentas—anuncio.
Capítulo 35
Akiro Shinoda
Ichiro irrumpe en mi despacho a las tres de la mañana, desaliñado y
apestando alcohol, por un instante he barajado la posibilidad de que mi hijo
se haya hecho con algo que hasta el momento no conoce, valor. Pero mis
expectativas desaparecen cuando veo la guisa con la que se presenta ante
mí.
La ira y la vergüenza se acumulan en mis venas y mis ojos arden de furia
fulminándolo.
—Espero que tengas una buena razón para irrumpir de esta forma—
gruño con la mandíbula apretada.
—Padre —Su rostro lastimero dispara aún más la vergüenza y las ganas
de matarlo por mucho que sea mi legado.
«Siempre puedo tener más hijos, no soy tan mayor››. Recuerda mi
malévola mente.
—Habla o te meto una bala entre ceja y ceja— proclamo empuñado mi
glock ante su mirada aterrorizada.
Es la primera vez que lo amenazo no solo con palabras y como el
cobarde que es, está a punto de mearse en los pantalones, hecho que me
enfurece aún más si es posible.
—Padre, me enviaste al Yokai, ¿recuerdas? — titubea y duda a cada
palabra que sale por su boca— y ese bastardo que se las da de sucesor de
Kenichi casi me mata apoyado por la perra de Kayda.
«Definitivamente, Fudo Shinoda es un dolor punzante de cabeza».
—Ese bastardo tiene más pelotas que tú —acuso porque estoy
convencido, aunque me pesa, de que es así.
—Padre, ¿de qué lado estás? - pregunta Ichiro espantado.
—Del mío, hijo, siempre del mío.
—Padre, ¿Qué vas a hacer? — insiste Ichiro pasando una de sus manos
para limpiar las gotas de sudor que caen por sus sienes.
—Reúne a los hombres que te han acompañado a Yokai, esperarme en el
patio trasero— informo guardando mi glock ante el suspiro tranquilo que
suelta Ichiro.
Asiente y abandona mi despacho.
Semanas atrás no contemplaba que tomar el puesto de Kumicho en la
yakuza me fuese a costar tantos quebraderos de cabeza, no obstante, en este
punto cuento con más obstáculos y todo por culpa del hijo de Kenichi. Me
arrepiento de no haber acabado con su vida quince años atrás cuando tuve la
oportunidad.
Reúno al resto de mis hombres, todos fieles a mi causa, ser el mandamás
de la organización, llevo años realizando una campaña de captación de
personas para llegado el momento proclamarme vencedor.
Los diez hombres que acompañaron a Ichiro al Yokai permanecen en el
patio trasero de mi casa, expectantes en mitad de la oscuridad de la noche.
Ichiro se coloca detrás de ellos gesto que alimenta le desprecio que gasto
con mi hijo.
La cobardía es un rasgo que odio en las personas y mi heredero tiene
grandes dosis de esa característica.
Mi ejército se coloca detrás de mí en espera de mis órdenes, Botang, mi
hombre de confianza se posiciona a mi derecha, lleva más de veinte años a
mi lado y es una de las pocas personas en las que confío.
—Formar parte de mi ejército es un honor— anuncio—. Pero también
requiere un esfuerzo y ser los mejores. Creo que cuando se alistaron esa
finalidad quedó claro. Hoy no estoy contento, fallaron. — al escuchar la
última frase el nerviosismo se hace presente en el pelotón que tengo al
frente.
Ichiro da dos pasos atrás y con sigilo mirando a todos lados para ver
donde puede esconderse.
«Cobarde››, sisea mi mente.
El silencio sepulcral se instala en el patio, la escena resulta tétrica, la
negrura del cielo junto a las caras asustadas de los hombres que esperan mi
represalia se vuelve extraña.
Desvío mis ojos a Botang y él sabe bien qué hacer con solo ese gesto.
—No se aceptan fallos, señores —proclamo y tras mis palabras los
hombres que están apostados a mi espalda alzan sus armas.
Las caras de sorpresa de los soldados que permanecen frente a mí son un
mapa, varios de ellos titubean y empiezan a correr para escapar de su
funesto final, Ichiro es el primero que echa a correr desesperado.
Mis hombres dan el pistoletazo de salida y los proyectiles salen
disparados alcanzando a cada uno de los objetivos.
Observo satisfecho como van cayendo uno por uno hasta que el único
que aún permanece en pie es mi hijo.
Botang alza la mano para detener el fuego.
—Padre, enloqueciste— grita Ichiro casi llorando.
—No quiero cobardes, hijo. No permito fallos.
—Padre, por favor— suplica arrodillándose.
Mi legado no tiene solución y en ese preciso momento entiendo que nada
de lo que intente para convertir a mi hijo en el heredero que debe ser
conseguirá lo que sea. Es una pérdida de tiempo.
Giro sobre mis pies y abandono el lugar acompañado por el sonido que
emite un último disparo.Regreso a mi despacho satisfecho y sirvo un whisky
en uno de los vasos que están sobre el mueble bar.
Saboreo el líquido ambarino al bañar mi garganta e inspiro para calmar la
adrenalina que aún corre por mis venas. Dos golpes en la puerta avisan de la
visita de Botang.
—Señor, ya avisé un equipo de limpieza — informa mi hombre.
—Necesito a los mejores hombres, selecciónalos a conciencia. Tengo un
trabajo para ellos y no acepto errores— explico ante la atención de Botang.
—De acuerdo— asiente.
—También quiero que avises al consejo, mañana es la lectura del
testamento de Kenichi quiero una asamblea para el día siguiente.
—Bien, señor, me pongo manos a la obra— afirma y se dispone a
marcharse.
—Botang— llamo provocando que detenga su marcha—Necesito
discreción en todos los movimientos que vamos a hacer.
—Entendido— asevera y se marcha.
Balanceo el vaso en mi mano y los cubitos chocan entre sí.
Llevo años anhelando ser el Kumicho y ahora nada ni nadie conseguirá
que me amedrente. Fudo Shinoda es la principal piedra en mi camino y voy
a aplastarla en breve.
Kayda Tanaka tampoco es una aliada, la adoran como una diosa, sobre
todo los miembros más longevos dentro de la organización. Esos son los sus
principales protectores y defensores.
El matrimonio concertado con mi hijo se difumina en mi mente, porque
Ichiro por el momento está fuera de juego. Pero a pesar del aviso que ha
recibido esta noche no va a cambiar, soy consciente.
Capítulo 36
One
Las manos recorren mi pecho y sus gemidos inundan mis oídos, mientras
cabalga sobre mí, sudando, con el cabello negro danzando a su espalda. Mi
verga se agita en su interior ansiosa por derramarse y culminar las
estratosféricas ganas que le tengo.
—Mírame— ordeno en mitad del acto.
Obedece y nuestras miradas quedan entrelazadas, las pupilas lucen
enturbiadas por el deseo del que somos víctimas.
Mi miembro se endurece y clavo las yemas de mis dedos en su cuero
cabelludo, mis dientes marcan su mandíbula con…
Despierto bañado en sudor y me incorporo en la cama pasando mis
manos por mi cabello.
—¡Mierda, joder, hostia! — Los improperios se acumulan en mi lengua
recordando el sueño erótico que acabo de experimentar. En estos momentos
me siento como un adolescente acelerado con un dolor tremendo en mi
polla. Me apresuro a meterme bajo la ducha y gradúo la temperatura a fría,
maldigo que no tenga función de agua congelada que es lo ahora mismo
necesito para bajar la puta erección que cargo.
Mentiría si no acepto que quiero a mi sexi hermanastra tal como la soñé
cabalgando sobre mi polla hasta el éxtasis. Pero he tomado la decisión de
alejarme, porque necesito toda mi concentración en mi cruzada y hablando
claro, Kayda Tanaka es una distracción demasiado peligrosa que es capaz
de inclinar la balanza del lado equivocado.
Aguantaré a base de duchas frías, y rezo en silencio para que
desaparezcan los sueños húmedos si no enloqueceré.
Salgo del baño y me enfundo en un traje a medida, hoy es la lectura del
testamento y necesito estar perfecto. Me relamo al pensar en la triste viuda
cuando al fin sepamos quién tiene el control.
Por suerte, los abogados se desplazan a la casa Shinoda y se realizará la
lectura en el salón.
Al salir de mi habitación me tropiezo con Chihiro con una bandeja con té
humeante, a pesar de que el olor me atrae lo deshecho. Esta mujer parece un
fantasma, se mueve como si fuese humo por toda la casa.
—No gracias —suelto y la dejo allí parada, dedicándome una mirada
entornada con la bandeja en sus manos.
«Ni loco, me lo bebo, aunque muera de sed››.
Cuando accedo al salón, todos están esperando. Parece que hay prisa
porque comience. Akiro Shinoda permanece al lado de Hana Sumiyoshi que
ni siquiera se molesta en mirarme.
Como testigos, aparte de los letrados, Hideaki y Massami miembros de la
organización. Kayda se ha colocado lejos de su madre junto a nuestra
hermana Yasu. La mirada de la menor de los Shinoda se centra en mí y me
incomoda porque me analiza a conciencia.
«Esta niña me pone nervioso››, recuerda mi mente.
Kayda no me mira lo que me cabrea, aunque si soy sincero tengo lo que
pedí que se alejara, que mantuviera su posición.
Ella ignorándome y yo ansioso por chuparle cada centímetro de su
cuerpo. La boca se me llena de saliva y respiro hondo concentrado en
desterrar esta puta ansia por mi condenada hermanastra.
—Reunidos aquí todos los presentes, procederemos a la lectura del
testamento del difunto Kenichi Shinoda— empieza uno de los abogados. —
Kenichi Shinoda en plenas facultades en el momento se redacta dicho
documento, según certifica el notario abajo firmante dispone que el 50 % de
los activos de sus empresas Shinoda Corp. Serán otorgados a su único
hermano Akiro Shinoda, mientras que el resto pasan a manos de sus dos
herederas Kayda Tanaka y Yasu Shinoda, al igual que las propiedades que
hasta la fecha constan a nombre del Kenichi.
La sonrisa de Hana Sumiyoshi no se hace esperar y exhibe la satisfacción
en su rostro.
—Todo lo otorgado a las herederas será gestionando hasta que las
mismas contraigan esponsales por mi primogénito Fudo Shinoda Planes, se
adjunta prueba de paternidad y certificado de matrimonio con la difunta
señora Planes. Si el mismo renunciara pasaría a manos del maestro Tanaka,
si en su defecto ninguno de los dos pudiera ocuparse, el consejero actual de
la yakuza salvaguardaría el patrimonio.
— ¿Qué? No es posible— el grito de Hana retumba en toda la sala.
Las comisuras de mi boca se elevan en un intento de sonrisa malévola,
porque ver la cara de la comadreja de Hana no está pagado.
—Señora Sumiyoshi, cálmese— solicita el abogado.
—¿¡Que me calme!?, imposible. Me está diciendo que mi difunto esposo
ha dejado el manejo de todo a un bastardo recién aparecido. No lo acepto,
lo impugnaré— proclama poniéndose de pie, sus mejillas se enrojecen de la
ira que recorre su cuerpo y lanza una mirada aniquiladora a mi persona.
—Madre— interviene Yasu.
—Ahora no— ordena advirtiendo que no se meta.
Estático como un mero observador me deleito viendo cómo la arpía
pierde los papeles a pesar de que Akiro a su lado la agarra del brazo para
evitar que siga dando el espectáculo.
—Suéltame —chilla deshaciéndose del agarre de Akiro y lanzándose
como una energúmena hacia donde me encuentro.
Enajenada, avanza, parándose frente a mí, le saca más de una cabeza de
altura, mantengo mi posición firme y mi rostro gélido.
—Eres un bastardo, no voy a permitir que te salgas con la tuya.
Impugnaré ese maldito testamento y regresarás al agujero del que saliste,
como la rata que eres— proclama lazando las manos por encima de su
cabeza.
Tengo la sensación de que está ansiosa por abofetearme, espero que lo
haga porque estoy seguro de que le devolveré el golpe obviando que es una
mujer.
—Haz lo que quieras. De momento, recoge tus cosas e instálate en
cualquiera de las otras propiedades que tenemos— anuncio y es la chispa
que desata su ira intensa lanzándose contra mi cara para clavarme sus uñas.
Kayda con rapidez la sujeta para que la sangre no llegue al río.
—Hijo de perra— vocea mientras la obligan a abandonar la sala ante el
estupor de los presentes.
Capto como Yasu se acerca mientras los abogados acaban con el papeleo
y Akiro se mantiene al margen de todo. Resulta imposible leer las
emociones de este cabrón.
—Fudo— La presencia de Yasu capta la atención.
—Dime.
—Quiero pedirte un favor— abordo con decisión —. Necesito que te
retractes. Mamá siempre ha vivido en esta casa, sé que no es una persona
fácil, pero por favor déjala en su zona de confort. —súplica.
«Detesto que se rebaje por alguien que no merece la pena››
—No es negociable, ya tomé mi decisión agradece que no la deje en la
puta calle —expreso inamovible.
Nadie es capaz de revocar mi disposición, la cara de Yasu se torna roja
aguantando la impotencia que provoca mi actitud.No me interesa, no soy un
santo, soy un diablo resurgido de la fragua del infierno y mi palabra ahora
es la ley.
Yasu se da media vuelta apretando sus manos en puños y rebufando a
cada paso.
Después de más de media hora, los abogados recogen la documentación
y la meten en sus maletines, agradezco que se ponga el final a esta
pantomima. Hideaki se acerca a donde yo estoy y da una suave palmada en
mi hombro.
—Fudo, ya ha empezado a caer el castillo de naipes— proclama en voz
baja para solo yo logre escucharlo.
Por el rabillo del ojo detecto que Akiro abandona su lugar y se dirige
directo a donde me encuentro.
—Sobrino, enhorabuena, creo que eres un hombre rico. Aunque la
riqueza no equivale el poder. —Sus consejos suenan demasiado forzados
para que tiente a mi consciencia.
—No quiero consejitos de galletitas de la fortuna, tío—reitero.
La boca de Akiro se frunce en un rictus demasiado serio que no logra
esconder.
—La soberbia es un pecado, Fudo. Vigila tus pasos— advierte
marchándose.
—Fudo, Akiro es muy peligroso, no lo subestimes— aconseja Hideaki.
—Lo sé, no lo hago.
Kayda
Chihiro se encarga de mi madre en su habitación y yo me retiro,
mantenerme a su lado solo me expone a sus dardos envenenados y ahora
mismo están cargados de odio. La decisión de One no me sorprende, como
tampoco lo hace la reacción de Hana Sumiyoshi. En el pasillo me cruzo con
Yasu.
—Nuestro hermano es un capullo— proclama nada más verme.
«¡Qué sorpresa! ›› Resalto mentalmente.
—Cálmate— solícito, no tengo la cabeza para más pataletas y con más
razón si son provocadas por mi dolor de cabeza habitual, One.
—Lo que intenta hacerle a mamá es totalmente injusto— se exaspera
—.Y el muy arrogante no ha querido ceder a mis súplicas— explica furiosa.
—Yasu, ¿le suplicaste? No lo entiendo. Mamá se ha labrado su propio
camino. Rechazó a Fudo desde el primer momento en el que apareció—
relato para colocarla en situación y que entienda que la enemistad entre
nuestro hermano y nuestra madre viene desde el principio.
—No me doy por vencida, habla con él. Quizás a ti te escuche.
La miro espantada, porque en ninguna circunstancia contemplo la
posibilidad de abogar a favor de Hana y menos a One.
—Yasu, no— contesto firme.
—Por favor, hermana. No lo hagas por mamá, hazlo por mí. Estaré más
tranquila si mama sigue viviendo aquí contigo —ruega poniendo carita de
gatito abandonado.
—Está bien, no prometo nada —me encuentro claudicando a pesar de
que al minuto me arrepiento de mil formas distintas.
Capítulo 37
Kayda
Mi noche se resume a dar vueltas en mi cama siendo víctima del
insomnio. La falta de sueño amenaza con volverme loca.
«¿Por qué acepté interceder con One en el asunto de Hana? Porque eres
idiota››.
Las cosas están claras entre nosotros, él ya expuso sus deseos y yo me
prometí que nuestra relación sería lo más distante posible. Porque mis
sentimientos están implicados hasta el tuétano y acercarme a él no ayuda a
enterrar lo que mi corazón anhela. Ahora debo mantener una conversación
con él sobre mi madre que seguramente acabará en pelea.
Al despuntar el alba me apresuro a la ducha, tomando más minutos de lo
habitual para relajarme y recomponer energías. Destierro cualquier
pensamiento sobre One, ahora lo único que deseo es mantener mi mente fría
y salir al salón para comprobar cómo están los ánimos en la casa de los
Shinoda.
Casi he acabado de vestirme con mi mono negro y sujeto mi Shodai para
enfundar en la parte trasera de mi espada cuando unos fuertes golpes en mi
puerta me sobresaltan.
—Kayda, por favor, ¿estás despierta?
«¡Yasu, la que faltaba! ››. Evoca mi mente y el recordatorio de la petición
que me hizo anoche.
Abro la puerta y Yasu atraviesa la misma exaltada
—Mamá está destrozada, el servicio ha hecho sus maletas por orden del
capullo de nuestro hermano. Kayda, por favor, tienes que hablar con él
inmediatamente. — La preocupación se dibuja en la cara de mi hermana, lo
que enternece mi corazón.
Mientras crecíamos, Yasu se convirtió en mi persona favorita, razón por
la cual rara vez era capaz de negarle nada a mi hermana pequeña. En la
actualidad sigue ejerciendo ese poder en mí.Por culpa de mi debilidad,
ahora mismo camino arrastrando los pies, tal cual condenado al patíbulo
hacia el despacho que un día ocupó mi padre. Kimura me informó
amablemente que One llevaba horas encerrado en ese lugar.
Golpeo la puerta por dos veces y espero a escuchar su voz invitándome a
entrar. Coloco mi mano en la manilla e inspiro con fuerza haciendo acopio
del valor que necesito para esta trifurca.Entro en el despacho y barro el
mismo con mis ojos, lo veo sentado tras la mesa con el teléfono en la oreja.
Froto nerviosa mis manos y reprimo la repentina inseguridad que me
sobreviene. Con una de sus manos hace un gesto para que me siente
mientras acaba con la llamada.
—Hideaki, encárgate.
Cuelga y coloca el aparato sobre la mesa, entrelaza sus ojos con los míos
y arquea una de sus cejas esperando que hable.
—One, verás… —me cuesta concretar porque los nervios están
desquiciando mi capacidad para emitir un discurso digno. —Sobre el tema
de Hana, me gustaría pedirte… —Me detengo buscando las palabras
adecuadas, él mantiene su semblante inexpresivo. —déjala unos días para
que asimile que debe abandonar la que fue su casa durante años.
—A ver si lo entiendo, me estás pidiendo que retrase la marcha de Hana.
Si no te conociera, pensaría que te duele que tu madre adoptiva sea
expulsada de su casa como una rata, pero a mí no me engañas dragona—
anuncia expectante ante mi reacción.
—No soy una insensible ni una desagradecida, ella me acogió en su casa,
se lo debo— exclamo alzando la voz más de lo que pretendo.
One se pone en pie y rodea la mesa acercándose a mí que continúo
sentada. Aprieto mis muslos ante la expectación de su proximidad.
«Que no lo haga, por dios››
Cuando está cerca mi cuerpo se prende en llamas y mi cerebro se vuelve
papilla incapaz de ser coherente. Mis súplicas son ignoradas y mi
hermanastro se coloca justo frente a mí, con su pulgar eleva mi mentón y
me mira fijamente.Sus dos pozos negros son como un gran agujero de
gusano y atraen hacia sus profundidades de manera magnética.
—Kayda, no te viene bien el papel de abogada del diablo —emite sin
dejar de inspeccionar mi rostro.
Mis labios tiemblan ante su toque, la calentura que provoca en mi cuerpo
se prende en el centro de mis piernas y aprieto mis manos sobre mis muslos.
Intento retirar mis ojos de él, pero su agarre en mi mandíbula no lo permite.
Su pulgar juguetea con mi labio inferior y salivo en exceso ante el gesto.
Necesito cortar la conexión si no de un momento a otro, me voy a lanzar
sobre él cómo una loba hambrienta.
«¿Dónde quedaría mi dignidad si me dejo llevar por mis salvajes deseos?
››
Experimento la sensación de estar contra las cuerdas y mis nervios
estallan, doy un respingo y retiro la silla poniéndome de pie a una distancia
segura.
—One, déjate de juegos y mantén el espacio. Solo necesito que por una
vez otorgues un pequeño margen. No voy a inmiscuirme en tus decisiones,
pero con respecto a Hana necesito que cedas— Mi discurso suena acelerado
porque es víctima de la excitación y el nerviosismo que me dominan.
—¿Espacio? — suelta arqueando sus cejas a juego con una sonrisa
perversa que no augura nada bueno.
—Sí, espacio — asevero intentando sonar firme y segura.
One da dos zancadas y estrecha mi cuerpo contra el suyo provocando que
emita un grito ante la sorpresa. Nuestros rostros se encuentran demasiado
cerca, mis pupilas se hipnotizan con su boca y crecen las inmensas ganas de
besarlo.
—Me pides espacio cuando todo tu cuerpo me está gritando que me
acerque. Que te posea como nos gusta— susurra casi pegando sus labios a
los míos.
«Joder››, oírlo, hablar así lo único que consigue es que arda en mis
propias llamas.
No pienso, no valoro, simplemente me dejo llevar y aplasto su boca con
la mía, rodeando su cuello con mis manos. Urgida me encaramo a su cintura
envolviéndola con mis piernas.Nuestras lenguas se saborean como si llevará
siglos esperándose. Apoya mi trasero en el borde de la mesa sin romper
nuestro contacto y con sus manos manipula la cremallera de mi mono para
tener libre acceso a mis pechos.
—Nena, esta ropa te queda muy bien, pero es un incordio para todo lo
que tengo en mente hacerte— proclama pegando su boca a mi cuello.
One resulta una tentación demasiado fuerte para resistir, si a eso le
sumamos sus susurros sensuales entonces estoy completamente perdida.
Con destreza logra sacar uno de mis pechos y lo lame a conciencia,
derritiéndome por dentro. Muerde uno de mis pezones y no consigo
reprimir el gemido que nace en mi garganta arqueando mi espalda para
facilitar su acceso.
Prometí que no caería de nuevo en las redes del deseo, pero, cuando me
besa, atrapa mi alma y mi corazón. Ilusionada, no necesito mucho para que
me haga volar la pasión desata este amor que crece por momentos. Sin
embargo, aquí estoy deshaciéndome ante las caricias de mi hermanastro, el
mismo que hace un día proclamó firmemente que se había acabado.
El sonido del teléfono de fondo provoca que One abandone su saqueo a
mis pechos y me abandona para contestar la inoportuna llamada.
Mi respiración acelerada y el ardor que sube por mis piernas me tienen en
shock.
—Sí— contesta demasiado brusco.
—¿Qué? ¡Joder! Entretenlo ahora mismo vamos — proclama colgando.
Su humor ha cambiado en segundos, One pasa de estar dominado por el
anhelo a tenso y cabreado.
—Lo siento, dragona, debemos posponer nuestros asuntos. De momento
dile a Hana que puede quedarse unos días. Prepárate, te espero en la entrada
— anuncia recogiendo sus cosas.
Lo único que soy capaz de hacer es asentir con la cabeza mientras me
acomodo mi ropa y salgo pitando del despacho.
—Maldición, soy débil, demasiado— gruño de camino a la sala para
darle la noticia a Yasu de mis avances en el tema de mamá.
Enfrascada en alcanzar una templanza que no encuentro camino con
rapidez dándome de bruces con mi hermana en el pasillo.
—Kayda, ¿Qué te pasa? —pregunta Yasu con su escrutinio habitual.
Siento cómo mis mejillas arden de vergüenza porque no quiero que mi
hermana se percate de mi aspecto acelerado.
—Hablé con One, por el momento mamá se puede quedar unos días.
Después ya veremos. — explico intentando modular mi tono de voz para
enmascarar el nerviosismo.
— ¿Habéis discutido? — se interesa.
— ¿Tú qué crees? — digo adoptando una actitud defensiva.
—Bueno, Kayda, gracias. Siento ponerte siempre en situaciones
complicadas— se disculpa.
—No te preocupes. Prepara tus cosas que Kimura te llevara al
aeropuerto. Yo tengo asuntos pendientes— le digo y desaparezco para no
darle oportunidad a que ate cabos y se dé cuenta de que no es nada normal
mi aturdimiento.
Tarde caigo en la cuenta de que ni siquiera he abrazado a mi hermana y
pasará mucho tiempo antes de volver a vernos. Aun así, despejo mis
remordimientos y me dirijo a la salida para encontrarme con One.
«Algo grave debe estar sucediendo, lo presiento».
Capítulo 38
One
Conduzco peor que habitualmente, mi pie pisa a fondo el pedal del
acelerador negándome el lujo de mirar a mi hermanastra, que ocupa le
asiento del copiloto.Empieza a llover, con fuerza, sin descanso, aun así, no
reduzco la velocidad. Observo como mi hermanastra se agarra a la manilla
del habitáculo con fuerza y no aparta su mirada del frente. No me importa si
tiene miedo de mi modo de conducir.
Atravieso las calles de Tokio con mi coche como si me persiguieran, y es
que la prisa por llegar junto con el enfado que cargo provocan que tenga
demasiada prisa. La lluvia empeora justo cuando me meto en el
aparcamiento del edificio Shinoda.Bajo del coche y ni siquiera me molesto
si Kayda me sigue o no, tengo un fin una meta y las distracciones no tienen
lugar ahora mismo. Cogemos el ascensor y subimos al piso donde
encuentran las oficinas, salgo con paso firme e ignoro el saludo de la
señorita Yamamoto.
Sin llamar, abro la puerta de la sala de juntas, seguido por Kayda que se
mantiene detrás de mi espalda en silencio.
El asombro de los integrantes del consejo de la organización se muestra
claramente en sus rostros. El espanto que por momento vislumbro en los
ojos de mi tío resulta toda una satisfacción.
—Siento el retraso, señores, pero fui informado tarde de esta reunión—
expreso tomando asiento al lado de Hideaki.
Kayda se aposta cerca de la puerta y permanece de pie. Ese es su sitio,
aunque me pese. Porque en esta organización patriarcal las mujeres no
tienen un sitio privilegiado, al contrario, las tratan como sumisas. En el caso
de mi hermanastra, la ventaja es que es una guerrera y como tal puede
permanecer presente en la sala para salvaguardar nuestra seguridad.
—Señores, prosigamos. Es urgente dejar el tema atado del nuevo
Kumicho, la tríada y muchos de nuestros enemigos aprovecharán nuestra
debilidad. Sé que lo normal sería esperar un tiempo prudencial después de
la muerte de mi hermano, sin embargo, la situación requiere medidas
extraordinarias —expone Akiro ante las miradas atentas de todos los
miembros.
—Akiro, la elección de Kumicho no puede ser apresurado— comenta
Massina ganándose una fulminante mirada por parte de Akiro.
—No hay muchas opciones, llevo años trabajando por el bien de la
organización. Primero al lado de mi padre, después de Kenichi. No hay
mejor opción que yo— proclama derrochando arrogancia.
—Discrepo— suelto, ganándome la atención de todos.
—¿Acaso Fudo Shinoda tiene algo que decir? — interroga uno de los
más antiguos miembros. Lo sé, a pesar de no conocerlos, los he estudiado
todos con minucioso interés.
—Creo que Akiro Shinoda ya ha dejado clara donde están sus lealtades y
no son para la organización— acuso y los susurros de los presentes
acompañan mi discurso— Lo dejó claro trayendo como invitado al jefe de
la tríada al sepelio de mi padre. Cuando se conocía la enemistad entre
nuestras organizaciones, sin sacar a colocación que Kenichi no soportaba a
Li Zuang. Por lo tanto, propongo sangre nueva para liderar la yakuza.
La mezcla de silencio, espanto y admiración se muestra en la sala.
—¡Es una locura! Creciste al margen de nuestras costumbres, tu sangre
no es pura y, además, no conoces nada de nuestro negocio. A las pruebas me
remito. Hace unos días mi sobrino tomó la decisión de hacerse cargo del
Yokai. ¿Y cómo acabó? — anuncia con supremacía mirando hacia la puerta.
Entran el hombre de confianza de Akiro, Botang, creo recordar que se
llama, con un malogrado Sato.
«Golpe bajo, tío››, sisea mi mente.
—El director de Yokai fue torturado, destituido y maltratado por el jefe
de los pandilleros. El mismo que mi sobrino colocó al mando de nuestro
mejor club.
Las caras de los presentes son una mezcla de curiosidad, asombro y
disgusto. Mis ojos vuelan a uno de los hombres que me apoya, Hideaki y
compruebo que desvía su mirada.
Reconozco que Yuto Sato da pena, su rostro amoratado con uno de sus
párpados cerrado e inflado y sus labios partidos. Su aspecto impacta, sin
embargo, mostrarlo sin una explicación genera la controversia que Akiro
necesita para desprestigiarme.
—El gerente del Yokai, no actuó bien, no respectó el código —anuncio
con calma.
Sato se envara e intenta rebatir mi argumento, pero Akiro no se lo
permite.
—El pandillero que has colocado como tu secuaz lo provocó, por eso
avisó a Botang. Mis hombres acudieron para solventar el conflicto. —Se
justifica Akiro vanagloriándose de sus buenas prácticas.
—No creo que se haya convocado esta asamblea para aclarar el altercado
del Yokai. — resalto, no estoy dispuesto a que la reunión se centre en
rivalidades.
—Fudo tienes que respetar y no inmiscuirte en mis asuntos— inquiere
Akiro.
—Recuerda que El 50 % del local está a mi cargo, por lo que el gerente
debe aceptar mis órdenes, lo que no hizo —asevero sin amedrentarme.
—Señores, abordemos el tema que nos preocupa —encauza Hideaki
poniéndose en pie para frenar los ataques verbales que protagonizamos mi
tío y yo.
—Yo ya he dicho que no hay otra opción para ocupar el puesto de
Kumicho, por lo que no opino que se deba tomar en cuenta los delirios de
grandeza de mi sobrino. —Otro ataque gratuito por parte de Akiro que
provoca que mi autocontrol se tambalee.
—Conozco bien las reglas, las costumbres, certifico que mi difunto padre
se encargó de años atrás el maestro Tanaka me instruyera a conciencia. Por
lo que aseguro que para mí no es nada bueno. A mi favor tengo que las
pandillas de los suburbios de Tokio están bajo mi mando, no como aliadas
sino como subordinados. Hasta el momento nadie había conseguido que
respondan ante la yakuza llevan años vendiendo u lealtad al mejor postor.
Tetsuo y yo nos conocimos en mi juventud cuando cursaba mi
adiestramiento, por lo tanto, nuestros lazos son reales y fuertes. No me
congratulo con la tríada ni sus negocios, en ese tema mi posición es la
misma que la de Kenichi. En consecuencia, os animo a apostar por mí como
Kumicho. — Mi discurso sorprende a algunos y molesta a otros.
—Señores— se pone en pie Hideaki dirigiéndose al resto—, ya que hay
dos candidatos deberemos reunirnos en privado y votar por la mejor opción
para la organización.
Los presentes asienten ante la propuesta del consejero en funciones.
—No estoy de acuerdo. Estáis locos si aceptáis a Fudo Shinoda como
candidato— grita Akiro perdiendo los nervios.
Es extraño que un hombre tan sosegado, autoritario y manipulador como
mi tío quiebre su templanza, aun así, reconozco que me alegra verlo fuera
de sus casillas. Rebosa odio por cada poro de su cuerpo, aunque no tanto
como yo.
Botang y Sato se giran dispuestos a marcharse, porque ya no pintan nada
en la sala, pero se detienen al abrirse la puerta de forma brusca.
Capítulo 39
Kayda
Permanezco en mi lugar, aunque en realidad si tuviese la posibilidad diría
cuatro verdades a todos los presentes, mi tío incluido y como no, al
gilipollas de Sato. Pero mi posición no me lo permite, porque en este
mundo de mierda sigo siendo mujer a pesar de salvarles el culo en más de
una ocasión, sin embargo, eso no cuenta para obtener la libertad de exponer
mi opinión en mitad del consejo de la yakuza.
One expone sus motivos para resultar elegido como Kumicho y detecto
ciertas dudas en algunas de las caras de los presentes, aun así, creo que lo
tiene muy difícil. Porque Akiro Shinoda lleva años ganando puntos para
ocupar ese sitio que considera que se merece por derecho.Por primera vez
soy testigo de cómo mi tío pierde los papeles y empieza a gritar como
energúmeno. Al momento la puerta de la sala se abre cogiéndonos a todos
por sorpresa.
En la entrada un malogrado Ichiro, con bolsas bajo sus ojos, demacrado,
y un cabestrillo sujetando su brazo derecho.
«¡Ufff!, esto sí que es raro. Ichiro siempre luce como un modelo de
revista de trajes››, me digo mentalmente.
—Disculpen la intromisión, espero no llegar tarde— anuncia y recibe una
mirada fulminante por parte de su propio padre.
—Ichiro, ¿a qué se debe la intromisión? — pregunta con curiosidad
Hideaki.
—Solicito protección de la organización— anuncia.
—Explícate, muchacho— exige Hideaki contrariado.
La escena es extraña e inusual, porque Ichiro no ha dedicado ni una sola
mirada a su progenitor.
—Necesito que me protejan de Akiro Shinoda —revela al fin.
Dirijo mi atención a mi tío y permanece estoico ante todo lo que sucede.
—¿!Qué diablos significa eso, Ichiro¡?— exige Hideaki perdiendo la
paciencia que hasta el momento ha cultivado.
—Akiro Shinoda ordenó fusilar ante mis ojos a un pelotón de diez
hombres frente a mis ojos, hiriéndome en el proceso— explica Ichiro
manteniendo su posición.
Percibo la sensación que se encuentra al límite de su valor, uno que jamás
había percibido en mi prometido, porque un leve temblor en su mandíbula
delata su estado nervioso actual.
Todos los ojos de la sala se clavan en Akiro esperando su reacción a la
acusación de Ichiro. El ambiente se impregna de inquietud expectante ante
las explicaciones de Akiro.
Cuando el silencio se vuelve tenso, de nuevo el consejero en funciones
toma la iniciativa.
—Akiro, ¿Qué tienes que decir al respecto?
—Es una ofensa demasiado grave que tan Oslo lo escuchen— encoge los
hombros como si las acusaciones fueran una pantomima chistosa.
—Ichiro, —Hideaki se dirige de nuevo a mi prometido— ¿estás seguro
de las acusaciones que has lanzado?
—Sí, por eso, necesito protección si no en horas mi cuerpo aparecerá en
cualquier cuneta o simplemente me borrarán del mapa sin explicación — se
ratifica Ichiro.
—Akiro, debemos investigar si las acusaciones de tu hijo tienen algo de
verdad— aborda Hideaki—. Por lo que te mantendrás en arresto
domiciliario mientras se aclara.
La rabia se puede ver en las pupilas de Akiro, pero para sorpresa de
todos, su boca se tuerce en una sarcástica sonrisa.
—Allá ustedes si quieren tomar a en cuenta los delirios de un muchacho
caprichoso.
Se dispone a marcharse y cuando llega a la altura de su hijo se acerca con
sigilo y pega su poca a su oreja susurrando, algo que transforma en terror el
semblante de Ichiro Shinoda.
—Kayda, avisa a Kimura. Necesito una patrulla en casa e Akiro—
informa Hideaki.
Salgo al pasillo para informar para realizar la llamada pertinente, de
soslayo veo cómo Akiro se mete en el ascensor junto a Botang y Sato. Me
dedica una mirada que provoca que cada pelo de mi cuerpo se erice.Todo en
conjunto no pinta bien, Akiro Shinoda no es un hombre al que se pueda
controlar, ni tampoco va a dejar que los acontecimientos sigan el curso que
el consejo determine. Una vez dadas las directrices a Kimura me encamino
dentro de la sala.
Uno de los miembros ayuda a Ichiro a sentarse cuando lo ve perder el
equilibrio.
—Ichiro, todo saldrá, bien— le dijo acariciando su brazo con mi mano. A
pesar de que no nos llevamos bien, es imposible no sentir compasión por él.
Elevo la mirada y busco a One con ella, nuestras pupilas se cruzan y la
ira resplandece en ellas.
One
El giro de los acontecimientos me beneficia, porque ahora mismo la
reputación de Akiro se encuentra en entredicho por las acusaciones del
idiota de su hijo. Me alegra que el karma se confabule para hacerlo caer,
pero el golpe de gracia se lo daré yo, es mi obligación y mi derecho.
«A buenas horas, el gilipollas de mi primo se armó de valor para acusar y
delatar a su padre».
La satisfacción se entremezcla con la ira intensa que me atraviesa al ver
cómo Kayda le dedica palabras de aliento junto a una caricia cariñosa.
Siento una rabia descomunal y las ansias de acabar con el idiota de Ichiro
van ganando terreno en mi interior.
—Fudo, creo que lo mejor será que Ichiro se quede en casa de los
Shinoda bajo la protección de la lata guardia, hasta que este entuerto se
esclarezca— anuncia Hideaki.
«Y una mierda››, contesta mi mente antes que mi boca.
Pero debo aplicar el sentido común, la opción que propone Hideaki es el
mejor. Sin embargo, imaginar a Ichiro bajo las atenciones de Kayda me
envenena.Lo que despierta mi hermanastra en mí se sale de lo usual, lo sé,
aunque desestimo profundizar en el cúmulo de emociones que despierta en
la profundidad de mi alma de demonio.
—No lo considero— respondo como el hijo de perra ante la sorpresa de
todos.
—Fudo— advierte Hideaki-Creo que debes reconsiderarlo.
Desconoce lo que me pide, porque si conociera el grado de inquina que le
profeso al gilipollas de Ichiro ni siquiera lo plantearía.
—No me responsabilizo de traidores— proclamo y veo que mi primo, a
pesar de no estar en plena forma, se envara en la silla y de nuevo Kayda
aprieta su hombro en señal de comprensión.
«¡Lo voy a matar!, a la primera oportunidad me lo llevo por delante
como le toque un pelo››. Las palabras que resuenan en mente son
proclamadas por el diablo que vive en mi interior.
La sensación de ira y odio junto a un sentido de posesión demasiado
territorial consiguen desconcertarme. Nunca he experimentado emociones
de este estilo. Durante años no me importó nadie que no fueran Uriel y
Félix, mis compañeros de celda, mis amigos, mis hermanos de vida. Razón
por la que los sentimientos que se obstruyen en mis entrañas en relación con
mi hermanastra consiguen desestabilizar mi control.
—Fudo, insisto— Hideaki empieza a parecerse a un disco rayado.
—Está bien, hasta que le encuentre un lugar mejor— claudico cerrando
mis manos en puños.
Capítulo 40
Kayda
Mis ojos se posan con disimulo en One, su rostro apretado y su mirada
encendida transmite el enfado que carga. Odia a Ichiro, y ahora debe tenerlo
bajo el mismo techo, a causa se prevén unos días agitados. Porque mi
hermanastro no es famoso por su paciencia. Se coloca el teléfono en su
oreja para contestar una llamada y sigo volcando toda mi atención en su
conversación.
—Azumi, sí, en una hora aproximadamente.
Escuchar el nombre de la hija de Kenji revuelve mis tripas, y unas
terribles ganas de matarla sin piedad se acumulan en mi mente imaginando
las formas en las que mi Shodai se entierra en su pecho.
One cuelga y no se entretiene demasiado en la conversación.
—Kayda, avisa a la alta guardia para volver — informa sin apenas
mirarme.
Sale de la sala y movida por toda la rabia que acumulo salgo tras él sin
importarme las miradas curiosas. Acelero los pasos porque casi a
alcanzando los ascensores, ignora a Yamamoto que nos observa con
interés.Se abren las puertas y One entra sin mirar atrás, en dos zancadas me
cuelo en su interior y me encuentro con su mirada entornada.
— ¿Qué cojones haces? — increpa molesto.
—¿Dónde vas? — pregunto dominada por el enfado.
—¿Desde cuándo me controlas, hermanita?
Inspiro llenando mis pulmones de aire para controlarme y no abofetearlo,
por idiota. Recorto la distancia que nos separa y paseo mi dedo índice por
su pecho.
—No la tocas, no te toca, si no la mato— siseo pasando la lengua por mis
labios. Ante mi acto los ojos de One se oscurecen, me agarra por la cintura
y me empotra contra la pared con una de sus manos, presiona el botón de
parada del ascensor.
—A ver si lo entiendo. ¿Me celas, dragona? Sabiendo que no somos
nada, que no hay exclusividad, que estamos pecando. Aun así, te permites el
lujo de amenazarme. —Sus dedos se cierran sobre mi cuello y sus caderas
rozan mi centro.
Está duro, refriega su erección contra mi abdomen y mi pelvis se alza
ansiosa como una perra en celo. No me siento orgullosa de mi actitud de
fiera desesperada por sus caricias, sin embargo, con él siempre es así. El
afán domina cada una de mis acciones sin remedio.
—No son celos, es dignidad— proclamo aguantando, las ganas de
comerle la boca se quedan atacadas en mi garganta.
—Mentirosa— sisea muy cerca de mis labios— No tengo relación con
nadie, no practico la fidelidad. No puedes decir lo mismo, hermanita. La
prueba la tienes ahí arriba, donde te espera el imbécil de tu novio.
—Mi prometido— aclaro con intención de tocarle la moral ─.Me importa
un rábano que tengamos o no una relación. Si la tocas, te mato y la mato.
Coloco mis manos en su pecho en un arranque para que se separe de mí,
por qué mi genio ya se encuentra demasiado descompuesto para dejarme
embaucar en el hechizo que supone su proximidad.Sus ojos lucen como dos
orbes y se incendian abalanzándose sobre mí robándome un beso furioso.
Su lengua arrasa con la improvisada barrera que forman mis dientes en un
loco intento de impedirlo. Como un tsunami abrasador me besa a modo
intenso, ardiente y dominante. Resistirme a su intromisión resulta imposible
el ardor que embarga mi cuerpo es demasiado anhelante así que abro bien la
boca y correspondo saboreando su lengua con premura. El ambiente va
subiendo la temperatura.
Nuestro beso muere por iniciativa de One que corta el contacto apoyando
su frente contra la mía. Su pecho sube y baja de forma acelerada al mismo
ritmo que el mío.
—Te propongo un trato, hermanita— anuncia ─A partir de este momento
vamos a follar y mucho, te lo advierto. Y además con exclusividad hasta
que las ganas que te tengo mueran.
—Trato hecho— me apresuro a contestar dominada por mi deseo sin
sopesar lo que supone.
—No tengo que decirte que seguiremos siento un sucio secreto.
Asiento y él se separa a regañadientes, presiona el botón del ascensor
para que este retome su funcionalidad. Los minutos que transcurren hasta
alcanzar la planta baja ambos mantenemos la distancia, lo que resulta sobre
todo en mi caso toda una hazaña porque lucho con el afán de tirarme sobre
él y devorarlo como posesa.
«¿Qué me pasa?»
Las ansias de poseerlo me dominan y casi no logro contenerme. No me
reconozco, nunca en mi vida me he sentido tan poderosa y débil a la vez.
Porque One provoca ese efecto en mí. Me enaltece cuando me mira igual
que si fuera la mujer más sexi del mundo, pero también es capaz de
hundirme en el lodo con cada uno de sus rechazos.
One abandona el ascensor y las puertas se cierran mientras mi vista se
clava en su espalda.
«Es arrebatador, su aura, su cuerpo… ¡Ya basta, Kayda!». Me reprendo a
mí misma.
Organizo nuestra salida del edificio Shinoda junto a Kimura que se
encarga de mandar un equipo para que nos escolten a Ichiro y a mí a la
casa.En el vehículo opto por el sitio del copiloto, porque a pesar de que en
estos momentos mi prometido inspira mi compasión sigo sin ser fan de su
presencia. No me olvido su actitud arrogante y despreciativa hacia mí
durante años.
Ayudo a Ichiro a entrar a casa y descalzarse, él apoya su peso en mi
hombro y me dedica una mirada que me descoloca.
—Kayda, necesito disculparme— empieza y traga con dificultad.
—Ichiro, no es necesario. Ahora descansa, hablaremos después. — lo
interrumpo rompiendo el momento incómodo.
—Pero…
—¡Ichiro, qué sorpresa!, ¿qué te ha pasado? — La voz chillona de Hana
inunda el recibidor.
Ruedo los ojos hacia arriba ante la teatralidad de mi madre.
—Hana, tuve un accidente— explica Ichiro y me sorprende que no de
muchos detalles.
Acompaño a mi prometido a instalarse en una de las habitaciones de
invitado ante la inspección exhaustiva de Hana que no despega su vista de
nosotros.
—Gracias— dice bajito al sentarse sobre la cama.
—Ichiro, descansa, la alta guardia protege la casa. Así que no tiene que
temer por tu vida— digo en un intento de transmitirle algo de paz.
—Tú no lo conoces tan bien como yo. Mi padre no es una persona que
deje que las cosas sigan su curso y menos cuando su persona está
implicada. Además, Akiro Shinoda es la persona más rencorosa que he
conocido en la vida— se sincera con la cabeza gacha.
—La organización te respalda, por el momento recupérate, cada pieza
regresará a su lugar— alcanzo la puerta y le dedico una mirada cariñosa que
le corresponde con una sonrisa triste.
Camino hacia mi cuarto y por un momento pienso en mi padre, porque
todo lo que está sucediendo desde su muerte parece un circo macabro.
«¡Akiro desenmascarado por su propio hijo!» Nunca lo hubiera
imaginado. Desde que los conozco mi prometido ha sido un perro fiel,
revoloteando ante la grandeza de su progenitor.
«¿Qué haría Kenichi frente a esta situación?». La pregunta aparece en mi
mente de la nada.
Desconozco la forma de actuar de mi padre si se hubiera tropezado con el
contexto actual, pero la de One va a ser desmedida porque no hay peor
consejero que el odio y las ansias de venganza. Entro a mi habitación y me
despojo de mi ropa, necesito una ducha, así que voy directa al baño.
Todavía siento la tensión en mis músculos ante el episodio protagonizado
con One en el ascensor. Las ganas de poseer a mi hermanastro aún
chisporrotean en mi interior mezcladas con la inquietud de saber que se ha
reunido con Azumi
«Por el bien de todos espero que cumpla el trato que hemos hecho».
Caigo en la cama pensando en cómo mierda voy a hacer para controlar la
infinidad de emociones que despierta en mi interior One. Porque la
sensibilidad, consigue desatar mi locura. Mi carácter explosivo es una
desventaja en mi posición como guerrera si ha a eso le sumamos que
enloquezco cuando el anhelo se apodera de mí, no es que resulte solo
explosiva sino demoledora.
Capítulo 41
Narrador omnisciente
Hotel The Blossom Hibiya
La noche cae en la ciudad de Tokio y en el ambiente se respira la tensión
de las cuerdas que se ciernen alrededor del tablero de juego. Akiro no es un
hombre que acate órdenes de nadie. Cuando llega a su residencia, se las
apaña para deshacerse de los hombres que el consejo de la yakuza le ha
asignado para su arresto domiciliario.
Desaparece junto a Botang y varios de sus hombres que aún le prodigan
fidelidad.
El juego siempre es un arma impredecible, porque los jugadores se
mueven por el tablero con mil y una posibilidades variando la jugada
final.Akiro no tomó en cuenta que su sobrino también era bueno
moviéndose en el tablero, pero sobre todo no sopesó que el golpe maestro
vendría directamente de su legado, de su vergüenza, del cobarde de su hijo.
—Debí matarlo— susurra Akiro en el coche.
Botang le dedica una mirada entornada a través del espejo retrovisor.
Se introducen en el aparcamiento del hotel Blossom Hibiya donde sigue
alojado su único aliado.Li Zuang se aloja en toda una planta, por lo que la
seguridad permanece esparcida por la misma.
—¡A buenas horas ¡— exclama Li levantándose al verlo!
—No me toques las pelotas— rebate Akiro y por un momento se mide
con él examinándose ambos hombres con premeditación.
—Todo tu plan ha resultado una mierda— acusa Li acercando a su boca
su vaso de whisky para dar un largo trago.
Akiro se deja caer sobre un sillón y bufa demasiado cabreado para rebatir
al chino.
—A veces hay que modificar el plan inicial, tan solo eso. — proclama
Akiro convencido de sus palabras.
— ¿Y qué modificación es esa? — interroga Li con la ceja alzada.
—Sitiar al rey— proclama Akiro ante la contrariedad reflejada en el
rostro de Li Zuang.
—Habla claro— exige Li nervioso paseándose de un lado al otro frente a
la atenta mirada de Akiro.
—El supuesto rey, es Fudo, por lo que los vamos a colocar junto a las
cuerdas. La única manera de hacernos con el control de la yakuza es
eliminar a una de sus piezas más importantes en este momento. Y por
mucho que me pese, mi sobrino se ha convertido por un golpe del destino
en la única opción de liderazgo de la organización — explica Akiro con
calma.
—No lo subestimes. Lo he investigado. Fudo Shinoda no es un títere que
actúa por impulso. Es considerado en algunos círculos como el estratega
más preciso — aporta Li ante la mirada molesta de Akiro.
—Li, no me subestimes tú a mí— rebate haciendo notar su enfado—.En
primer lugar, quiero que reúnas varios de tus hombres para realizar ataques
simultáneos a varios locales de alterne de la yakuza. Lanzaremos un aviso
para despistar.
Li Zuang aprieta sus labios con fuerza, mordiéndose la lengua antes de
contestar.
—Ojo, Akiro. Recuerda que somos socios. No mandas sobre mis
hombres.
—Tranquilo, no lo olvido.
En la otra punta de la ciudad el escenario es diferente. One aparca su
vehículo en el interior de la casa de Kenji. Se apresura a la puerta de
entrada donde el personal del servicio le da acceso al interior.
—Fudo, bienvenido. — Saluda con coquetería Azumi repasando sin
pudor de arriba abajo a su invitado.
Fudo le dedica una sonrisa amable de las que guarda para ocasiones
específicas.
Avanzan por un largo pasillo, la casa de Azumi no dista mucho del hogar
de los Shinoda el tipo de construcción también es fiel al tradicional en las
construcciones japonesas. Pasan al interior del despacho de Kenji.
—Siéntate— invita la joven acompañando sus palabras con un gesto de
su mano.
Fudo Shinoda acepta la invitación y toma asiento mientras ella se coloca
frente a él.
—La asamblea se celebró hoy, ¿no? - se interesa.
Su padre sigue en el hospital y su representación en la asamblea la
desempeña Hideaki. Azumi como mujer no tiene lugar en la cúpula de la
yakuza.
—Sí, todo se ha desarrollado bien. Para su desgracia, Akiro ha perdido la
confianza del consejo— informa Fudo sin ocultar la satisfacción en su
rostro.
La cara de sorpresa de Azumi certifica que las noticias aún no se han
expandido.
— ¿No entiendo cómo?
—El cobarde de Ichiro por una vez sacó los cojones que creí que no tenía
y delató a su padre. Al parecer mi tío intentó matarlo y además se cargó a
todo un pelotón de hombres por una falla. — aclara Fudo divertido con la
situación.
—Nunca pensé que Ichiro se pusiera de nuestra parte— confiesa Azumi.
—No considero que fuera su intención, pero tiene miedo. El miedo es el
peor amigo de la lealtad. —asevera Fudo.
— ¿Y ahora donde está Akiro? - pregunta Azumi con interés.
—Arresto domiciliario.
— ¿Y consideras que un hombre como él lo aceptará sin más? —La voz
ronca inunda el despacho, provocando que Fudo se gire alerta con rapidez,
poniéndose en pie.
Daikako Tanaka maestro de maestros, se coloca frente a Fudo Shinoda, el
mejor alumno que ha tenido en siglos.
—No me lo puedo creer— exclama el joven sin dar crédito a lo que sus
ojos ven.
—No exageres muchacho— dice Daikako palmeando su espalda con
cordialidad.
—Las indicaciones de mi padre eran claras, Fudo. Si moría o lo
incapacitaban, debía buscar al maestro. En sus indicaciones queda claro que
bajo ningún concepto podemos permitir que Akiro gobierne la organización
ni que se dañe a la joya— aborda Azumi aclarando el cómo y por qué el
maestro se muestra ante ellos.
—Maestro— saluda, ahora sí, inclinándose, Fudo— Hay muchas cosas
que explicar.
—Sí, demasiadas, algunas pesan más que otras.
Capítulo 42
One
De regreso a la casa Shinoda, la información resulta metralla en mi
cabeza. El maestro no ha explicado todo lo que sabe, pero lo suficiente para
entender que su desaparición fue obligada.Akiro durante años ha máquina
la margen de la yakuza y como el viejo zorro que es, las pruebas en su
contra no existen. Bueno, ahora tenemos un testigo, mal que me pese, Ichiro
Shinoda.Sin contar que yo también puedo ocupar ese lugar, mató a mis
padres sin piedad, lo único que me martiriza es por qué no acabó conmigo
cuando pudo.
Entro a la casa y veo a Chihiro con una bandeja en las manos y una taza
sobre ella humeante. De nuevo, como siempre, me la ofrece.
Yo declino el ofrecimiento.
Esta mujer sigue provocando cierta sensación de repelús en mí y su
insistencia y servidumbre para conmigo despierta mis alertas.Me arrepiento
de sucumbir a la petición de mi dragona para que dejara unos días más a
Hana Sumiyoshi viviendo en esta maldita casa.
Odio a esa mujer y tampoco me fio de ella.
Cuando consiga que la viuda de Kenichi abandone esta casa sé que su fiel
sirviente Chihiro se pegará a ella a modo de chicle, espero ese momento
con ansia.Me encierro en mi habitación despojándome de la ropa y
dándome una ducha rápida. Después de un día lleno de sorpresas, los
tendones de mi cuello acumulan tensión.
La imagen de Kayda se pasea por mi mente provocando que pase la
punta de mi lengua por mis labios.
«La tocas, te mato y si te toca, la mato», evoca mi mente.
Su modo “estoy rabiosa, bebe” me altera y me pone cachondo, paso la
mano por mi erección rememorando su cara de celosa. Las ganas crecen
retorciéndome cada nervio de mi cuerpo.
El afán nubla cualquier resto de sentido común, me coloco una sudadera
y salgo del cuarto encaminándome por el pasillo hacia la puerta de la
habitación de mi hermanastra. El silencio de la noche es dueño de la casa y
aprovecho para moverme con sigilo hacia mi objetivo. Coloco la mano en la
perilla de la puerta y giro con sumo cuidado para no provocar demasiado
ruido. Me cuelo cuál ladrón en su cuarto y me quedo estático mirando como
la luz de la luna que se cuela por la ventana ilumina su cuerpo en la cama.
Su cabello negro brilla sobre su espalda y sus largas piernas desnudas me
ponen a salivar en exceso.
«Es hermosa, demasiado para mi cordura», me recuerdo.
Duerme con una camiseta que se le han enrollado en las caderas
brindándome una preciosa vista de la seda de sus braguitas que me
endurece.Tomo asiento en un lado de su cama y paseo mis dedos por sus
piernas alzando el borde de sus bragas, jugueteo con los bodes, sigue
dormida, aunque separa sus piernas de forma involuntaria. Sonrío ante la
anticipación. Tenerla a mi merced enaltece mi inmenso ego. Acaricio los
pliegues de su sexo y su humedad me baña. Salivo ante el placer de que su
sexo se derrita con mi toque.
Abre los ojos soñolientos y me mira contrariada.
— ¿Qué haces aquí? —pregunta aturdida.
Se ha replegado contra el cabezal quitándome el acceso a su cuerpo.
—Vengo a cumplir con nuestro trato— proclamo abrasándola con la
mirada.
—¿Ya has acabado con Azumi? —pregunta frunciendo su boca molesta.
Agarro uno de sus tobillos arrastrando su cuerpo hacia mí y la coloco a
horcajadas sobre mis caderas.
— ¿Seguimos celosos, dragona? —provoco con una sonrisa torcida— Ya
te dejé claro en el ascensor. Vamos a follar de manera exclusiva. Y grábatelo
en esa cabecita, vamos a follar mucho, hermanita.
Aplasto su boca con la mía a modo de posesión, invadiéndola con mi
lengua caliente. Mis besos no son suaves, marcan terreno, arden y arrasan,
sin embargo, mi dragona no se queda rezagada, corresponde mi intromisión
avasallando mis lengüetazos con sus ganas. Relame sus labios cuando la
separo para arrastrar mis dientes por su mandíbula mientras una de mis
manos la agarra del nacimiento de su cabello sujetándola y la otra presiona
su cintura mientras se balancea sobre mi polla.
«Puro éxtasis»
Sujeto el borde de su camiseta sacándola por su cabeza y tirándola al
suelo sin preocuparme de donde cae. Me prendo de sus pechos saboreando
sus duros pezones que son mermelada para mi boca. El sabor de mi dragona
es lo mejor que he probado en mi vida.Doy un fuerte tirón y me deshago de
su ropa interior sin dejar de lamer la tersa piel de sus pechos. Con ella
rodeando mis caderas me pongo en pie y la sujeto con fuerza sin parar en
mi afán de atormentándola con mis caricias. La dejo sobre la cama para
poder despojarme de mi sudadera y mis pantalones quedando desnudo
frente a ella mientras la acaricio con mis ojos de pies a cabeza.Su lengua
acaricia su labio inferior relamiéndose mientras no me quita ojo y sin
pensarlo me lanzo sobre ella atrapando su boca con mis dientes. Esta mujer
es, puro placer, me prende de todas las formas posibles.
Kayda refriega su censo contra mi erección ansiosa porque la llene y
debo aplicar el poco control que me queda para no empalarla con rapidez.
Porque necesito que dure, deleitarme en su cuerpo, poseerla su alma. Un
extraño anhelo de hacerle mía de todas las maneras posibles crece en mi
interior sin poder dominarlo.
Loco, consumido por las llamas de mi propio afán, introduzco la punta de
mi glande en su entrada que me recibe humedad y resbalosa.
«No aguanto más».
La penetro con una fuerte estocada arrancándome un grito que resuena en
mitad de la habitación.
—Mírame ordeno. — mientras no ceso en los embates acompasados que
nos despeñan a ambos por una cascada de placer intenso.
Mi dragona obedece y me pierdo en las profundidades de sus ojos. El
modo que tiene de mirarme, como si no existiera nadie más en el mundo,
solo yo, despierta en mi negra alma un sentimiento atroz, desproporcionado
que desata una sensación vertiginosa y satisfactoria al unísono.Los
insistentes golpes en la puerta me arrancan del disfrute en el que
permanezco sumido.
—Kayda, ¿estás despierta? Soy Ichiro.
La asquerosa voz del prometido de mi dragona daña el momento y me
separa de su cuerpo de un bote colocándome con rapidez mi pantalón. Ella
me mira contrariada con la mirada turbia por el placer.
Maldigo tres mil veces la interrupción del muñeco de Ichiro.
—Un momento— alcanza a decir Kayda entretanto busca su camiseta
para colocársela.
Me agazapo detrás de la puerta y coloco mi índice en mi boca para
indicarle a Kayda silencio. Se aproxima descalza a la puerta y maldigo
internamente que nada más lleve puesta una camiseta que deja expuestas
sus torneadas piernas.Abre lentamente la puerta, dejándome oculto tras ella.
—¿Qué sucede Ichiro? - pregunta.
Ichiro tarda más de la cuenta en contestar por la rendija observo como la
devora con su mirada y la furia me embarga con las ganas de partirle la
cara.
—Kimura leva un rato intentando localizarte en tu teléfono, al parecer
hay problemas— contesta al fin.
—Lo siento lo tenía en modo silencio. Me visto y salgo— anuncia Kayda
ansiosa por cerrar.
—Kayda… estás hermosa— alaba al fin.
«No me aguanto, lo mato, le voy a arrancar la lengua y los ojos», mi
mente enumera las cosas que ansío hacerle por atreverse a mirar lo mío.
—Ichiro, no creo que sea el momento— rebate Kayda sin alentarlo.
Cierra la puerta dejando al imbécil con un palmo de narices, lo que me
satisface, pero no hasta el punto de mejorar mi humor. Agarro a Kayda
pegándola a mi pecho y devoro su boca marcando territorio.
—La próxima vez vístete— la regaño.
—¿Qué cojones quieres dar a entender? — interroga molesta.
—No me gusta que te mire, ni disfrute de lo que no debe— suelto
encogiendo los hombros sin importancia.
—¿Celoso, hermanito? —provoca.
—No juegues con fuego, dragona. No despiertes al dragón que está
dormido— amenaza alcanzado mi sudadera.
Al parecer si Kimura busca a Kayda debe haber algún altercado,
seguramente también me busca a mí, pero con las prisas olvidé mi teléfono
en mi habitación.
Capítulo 43
Kayda
Rápido y sin vacilaciones me visto agarrando mi Shodai ante la atenta
mirada de One que repasa cada uno de mis movimientos. Cierto cosquilleo
se instala en mi estómago, me siento plena, excitante y sexi siempre bajo su
escrutinio.
—No podemos salir juntos — asevero lago que él sabe igual que yo.
—Las señoras primero, dragona— suelta acercándose para estampar un
beso posesivo que deja claro que esto no ha acabado todavía.
Abandono mi cuarto y me dirijo a la sala donde un Kimura, demasiado
nervioso, dar órdenes y se pasea ante la mirada de Ichiro.
—Kimura.—Saludo.
—Kayda, atacaron tres de nuestros clubes, el caos se ha instalado en las
calles — explica.
—Kimura.—Saluda a mi espalda One.
Rápido y veloz aparece vestido de forma impecable, nadie diría que hace
unos nos minutos nos encontrábamos sudorosos y frenéticos revocándonos
en nuestro deseo.Lo miro de reojo enseguida desvío mis ojos porque Ichiro
nos mira con demasiado escrutinio.
—¿Sabemos quiénes fueron? — interroga One dirigiéndose al jefe de la
alta guardia.
—No, se sospecha que la tríada tiene la mano metida en esto. Además,
Akiro ha desaparecido, los escoltas que le asignamos han aparecido muertos
en su casa— añade Kimura con preocupación.
— ¿Qué? —El asombro acompañado de un grito de Ichiro inunda la sala.
One le brinda una mirada con la ceja arqueada.
—No me mires así, no es tu vida la que pende de un hilo, primo. Mi
padre no va a dejar pasar mi traición— se expresa tembloroso.
—Yo tampoco la dejaría pasar— proclama alentando los miedos de mi
prometido.
—Ichiro tranquilízate, reforzaremos la seguridad.
Chihiro aparece de la nada, como humo, portando en su mano una
bandeja con varias tazas y una tetera humeante. Mi madre la acompaña
indicándole que la deje sobre la pequeña mesa que hay en el centro de la
sala. Los ojos de mi hermanastro se clavan en mi madre con repulsión, pero
ella lo ignora.
—Señores, té para todos.
Todos los presentes la ignoran enfrascados como estamos en determinar
el próximo paso a seguir.
—One, el consejo quiere una reunión extraordinaria. — exclama Kimura.
A pesar de que los locales pertenecen casi todos a nuestra familia, es
normal que los ancianos quieran determinar nuestras acciones. En
definitiva, hoy por hoy todavía no hay un Kumicho al frente de la
organización.
—Está bien, organízalo para mañana por la mañana. Ahora mismo lo
importante es valorar los daños y las víctimas. Refuerza la seguridad en el
resto de los locales, sobre todo en le Yokai. También en la casa— indica
One abandonando la sala.
No pregunto, aunque tengo curiosidad a donde se larga mi hermanastro,
pero yo también tengo trabajo.Kimura ejecuta sus directrices al resto de los
hombres para desplegar bien el perímetro de seguridad en la casa.
—Kayda, joder, ¿Cómo han podido perder de vista a mi padre? —
exclama Ichiro. Mi madre sigue en la sala atenta a la conversación que yo
sepa, ella desconoce lo sucedido con nuestro tío.
—Quizás lo hayamos subestimado— confieso apenada.
—¿Qué sucede con Akiro? — pregunta al fin Hana
Ya estaba tardando. Ichiro la mira como si se hubiera olvidado de su
presencia hasta que ha hablado.
—Verás, tía, es algo delicado. — empieza eligiendo bien las palabras. —
Mi padre ha enloquecido, intento matarme.
—No seas idiota Ichiro. No tiene sentido lo que dices— dice con
seguridad.
«¿Hana Sumiyhosi pronunciando insultos?». La pregunta inunda mi
mente al oírla.
—Tía, que sí, que mi padre se ha vuelto loco cegado por el poder—
insiste Ichiro.
Mi madre cruza los brazos sobre su pecho y me lanza una mirada cargada
de puñales.
—Has sido tú, ¿no? Tú quien le ha metido esas locas ideas a tu prometido
— acusa con ira.
—Madre, siento informarte que yo no soy la culpable de todo lo que pasa
— suelto con calma.
Si Akiro ha enloquecido según Ichiro mi madre va por el mismo camino.
—No mientas, Kayda. Desde que te revuelcas con ese maldito bastardo
no das puntada sin hilo— acusa dejándome estupefacta.
Que mi madre sepa mi sucio secreto, me asombra y me preocupa a partes
iguales. Además, lo ha proclamado sin piedad para que Ichiro lo escuche
bien.Mis ojos vuelan hacia mi prometido sin evitarlo, la cara de este es un
poema. Mantiene la mandíbula apretada y las manos cerradas en puchos,
enfadado. Mientras, Hana Sumiyhosi exhibe una cara de total satisfacción.
No sé cuántos ataques debo recibir de mi madre para darme cuenta de
que no quiere a nadie que no sea ella misma. Lo que instala una pena
enorme en mi pecho.
—Kayda ¿Qué quiere decir tu madre exactamente? — pregunta Ichiro
entre dientes.
La pregunta inquisitoria de Ichiro loca enfurecerme, porque no quiero dar
explicaciones. No le debo nada. Nuestra relaciono solo es un acuerdo entre
familias que nunca ha implicado nada sentimental.
—No quiero hablar de eso ahora mismo. Tenemos problemas más
importantes— suelto y acribillo a Hana con mis ojos ante su pose arrogante.
Ichiro se lanza contra mí clavando sus dedos en uno de mis brazos. Se lo
permito porque no quiero colocar en una posición ridícula tumbándolo de
espaldas con una de mis llaves.
—Contesta, maldita— exige dominado por la furia.
—Kayda nos marchamos— anuncia Kimura rompiendo el momento.
Ichiro me suelta a regañadientes y yo aprovecho para marcharme.
Cogemos uno de los vehículos de la casa y ponemos rumbo al Yokai,
Kimura conduce y yo ocupo el lugar del copiloto. Nos siguen más vehículo
con nuestros compañeros de la alta guardia. El silencio se adueña del
habitáculo. Aún permanece en mí la sensación de traición y la
incertidumbre de cómo mi madre sabe de mis escarceos con mi
hermanastro. Hasta el momento estaba segura de haber sido discreta, sin
embargo, que Hana Sumiyhosi me haya cazado en mis mentiras demuestra
lo contrario. Un problema más que cargo a mis espaldas, porque mi madre
lo va a utilizar para martirizarme.
—Kayda, nunca me he entrometido en tu vida, pero ahora que Kenichi
no está me veo en la necesidad de protegerte. Eres una gran guerrera, una
gran mujer, por lo que no necesitas ningún hombre a tu lado para vivir. —
Las palabras de Kimura calan en el interior de mi corazón y de repente me
abordan unas tremendas ganas de llorar.
—Lo sé. Te lo agradezco tu preocupación.
Él asiente sin apartar la mirada de la carretera.
El Yokai está lleno de gente, la actividad sigue como de costumbres,
atravesamos la puerta dirigiéndonos directamente a las oficinas de detrás de
la pista central. Kimura golpea la puerta con sus nudillos y a continuación
pasamos.Frente a nosotros, One está enfrascado en una conversación que el
jefe de las serpientes, Tetsuo.
—Perdí varios de mis hombres, piden sangre a cambio—anuncia Tetsuo
apretando las mandíbulas.
Es la primera vez que veo al tipo cabreado, ni rastro de su sentido del
humor de hace unos días cuando lo conocí.
—Cálmate Tetsuo, nuestra rabia es lo que buscan empezar una guerra
encarnizada, no es la mejor manera. La tríada tiene gente en todos los
barrios de Tokio. Así que controla a tu gente — rebate One con un tono
gélido.
Tetsuo se gira y me veo su rostro cambia por un momento mudando el
enfado por una sonrisa coqueta.
—Mira quién tenemos aquí. Mi reina— alaba acercándose a mí para
agarrar mi mano con actitud teatral y besar el dorso de esta.
—Hola, Tetsuo. — Saludo sin poder reprimir una sonrisa divertida.
—Tetsuo déjate de gilipolleces, tenemos trabajo que hacer—interrumpe
One con un tono que suena a reprimenda.
Tetsuo alza las cejas, lo mira y luego dirige sus ojos a mí.
—Tendrá que ser en otro momento, preciosa— exclama y abandona el
despacho.
Kimura lo sigue para organizar el refuerzo de la seguridad en el Yokai.
Capítulo 44
One
Nos quedamos solos, Kimura y Tetsuo se largan y en silencio lo
agradezco. Repaso el cuerpo de Kayda frente a mí y mi lujuria se enciende
de nuevo. Esta mujer tiene el don de hechizarme sin emplearse.Que los
hombres coqueteen con ella es inevitable, pero a mí me agria el humor, más
todavía. Porque los acontecimientos de esta maldita noche ya me tienen
demasiado siniestro. Akiro se ha largado, la tríada ha atacado y tengo un lío
encima que me estresa demasiado.
Con la ira emanando por cada poro de mi piel a causa de que los
movimientos del malnacido de mi tío me han colocado contra las cuerdas.
Si actúo sin apoyo del consejo, tiraré por la borda la oportunidad de
postularme como Kumicho. Así que de momento solo puedo quedarme con
los brazos cruzados. Sacudo la cabeza y me aproximo a Kayda que
permanece de pie mirándome sin moverse. Poso mi nariz en su cuello y me
deleito en su perfume calentando mi sangre.
—One…— sisea inclinando su cabeza hacia atrás.
—Sí…— susurro sin parar en mi cometido de recorrer la tersa piel de su
cuello con mi boca.
—Necesitamos hablar— suelta de repente provocando que me separe y la
mire extrañado.
—Creía que había quedado todo claro hace unas horas— rebato
arqueando una de mis cejas.
Inspira y su pecho sube al son del gesto.
—Lo he estado pensando, lo mejor será romper el trato — anuncia y baja
la mirada a sus pies.
—¡Mírame, joder! — ordeno y mi voz suena a grito.
Eleva su cabeza y adelanta su mentón frunciendo sus labios.
—A ver si lo entiendo. ¿Te cansaste de follar, hermanita? —digo con
sarcasmo.
Lo que me faltaba es la pataleta de mi dragona. En estos momentos su
actitud solo aviva la hoguera interior de mi furia.
—No, exactamente. Prefiero que mantengamos una relación de lo que
somos, hermanastros— anuncia.
—¡Mentirosa, eso no te lo crees ni tú! — exclamo aproximándome a ella,
pegando nuestros cuerpos, sintiendo cómo tiembla ante la proximidad.
Debería desistir, dejarla que nade en sus propias mentiras y que se dé
cuenta de que no tiene opción de huir del fuego que nos consume a modo de
bengala cada vez que nos encontramos en el mismo espacio.No soy una
persona benevolente, soy un demonio cruel que pretende demostrarle que lo
que su boca clama con contundencia, su cuerpo lo desmiente con ardor
deshaciéndose ante mis caricias. Razón que utilizo para acariciar su
mandíbula con mi boca bajando por su cuello, a pesar de notar la tensión de
sus músculos, no ceso.
—Déjame, apártate— ordena y su voz ha perdido fuerza.
—Oblígame— susurro y aprovecho para sacar mi lengua y lamer el
hueco de su clavícula, mis manos la sujetan por la cintura con fuerza.
—Eres un presuntuoso. ¿Tanto te cuesta aceptar que ya me cansé este
jueguito? — provoca en un loco intento de inducir mi cabreo y que me
separe.
No hay nada que desencadenar, porque enfadado ya estoy, odio que me
mienta, pero sobre todo que lo haga a sí misma. Se mezclan sus mentiras,
sus repentinas ganas de ignorar lo que nos consume, la estancia del idiota
de Ichiro bajo el mismo techo que ella y para coronar mi funesto humor, los
acontecimientos desencadenados por Akiro y su alianza con la tríada.
Mis dientes muerden la piel de su cuello y le resulta imposible reprimir el
gemido que escapa de sus labios a pesar de que incluso los muerde para
refrenarlo. La miro sonriente y bajo la guardia aflojando mi agarre. Kayda
lo aprovecha para escabullirse poniendo distancia entre nosotros.
—Basta. Entiende que no quiero seguir con esto. Y pongámonos a
solucionar los problemas que tenemos en la organización. — rebate
abordando el tema de los ataques para desviar la atención.
—Tú misma. Te lo advierto, por mi parte no voy a acercarme más ti. Por
lo que me sentaré a esperar el momento en el que supliques cuando las
ganas te sobrepasen — amenazo dedicándole una ardiente mirada.
Justo en el momento en que Kayda abre la boca para rebatir mis palabras,
la puerta del despacho se abre sin previo aviso.
Kayda
La contestación que tengo preparada para el arrogante One y sus malditas
amenazas me las trago al ver cómo Azumi abre la puerta de imprevisto con
una sonrisa demasiado pícara en su boca.
—¿Interrumpo?
«Zorra», sisea mi mente.
Azumi es una entrometida y la satisfacción en su cara me golpea en la
cara aumentando mi frustración. Tras ella, un hombre que es la primera vez
que veo, vestido a modo de guerrero tradicional japonés. La empuñadura de
su catana asoma por uno de sus hombros. Su cabello negro luce veteado con
tonos de diferente intensidad en gris. Una barba corta y arreglada cubre
parte de su rostro, pero lo que más llama mi atención son sus ojos. Negros,
intensos y tormentosos da la sensación de que miles de batallas vivan en su
mirada.
—No, Azumi, adelante— invita con caballerosidad One.
«Hipócrita, falso, estúpido». En estos momentos mi cabeza baraja
demasiados insultos dedicados a mi hermanastro.
Azumi me dedica una mirada de suficiencia que amenaza con hacerme
perder una paciencia que no poseo.
Un estrepitoso estruendo tiembla bajo nuestros pies y a continuación,
gritos y detonaciones se escuchan a lo lejos. Desenfundo mi catana sin
dudarlo adoptando la posición de defensa, el hombre que acompaña a
Azumi imita mi acción mientras que ella se resguarda a espaldas de One
agarrándose a su espalda.Que lo toque de manera tan cercana, entierra un
puñal en mi enamorado corazón. Lo ignoro, porque no es tiempo de
escuchar mi alma, sino de actuar con la cabeza. La puerta se abre y aparece
Kimura con varios de mis compañeros de la alta guardia.
—La tríada nos ataca, tenemos que salir— exclama.
Asiento colocándome a su espalda para que salgamos, la mano de One se
coloca en mi hombro y giro mi cabeza para mirarlo.
—Prudencia, Kayda— susurra.
Me resisto a contestarle de forma airosa, no es momento de echar más
lecha a la hoguera.
Salimos en fila india, los gritos de horror de los clientes junto a los
disparos y cuerpos tendidos en el suelo es una escena de película. La
imperiosa necesidad de dar su merecido a los que disparan sin ton ni son
matando inocentes logra embargarme. Doy un paso saliéndome del grupo
dispuesto a luchar para parar a esos desgraciados. Una mano sujeta uno de
mis brazos con fuerza y me giro para enfrentar al pesado de One.Abro los
ojos de par en par comprobando que no es mi hermanastro quien me ha
detenido en esta ocasión, sino el extraño acompañante de Azumi.
—Hozuki, hay batallas que no se puede librar. Reserva tus fuerzas para la
guerra— dice con una voz misteriosa y ronca que logra que mi piel se erice.
No solo es su tono que inunda mis oídos colocando un recuerdo latente en
mi mente, sino que la forma de llamarme Hozuki (joya) Ha pasado
demasiado tiempo desde que en mis sueños aparecía esa voz nombrándome
con ese apodo tan valioso que despierta en mí una sensación de tristeza y
amor al mismo tiempo.
Pestañeo, sorprendida, pero no tengo tiempo de analizar ni preguntar,
obedezco y desisto de emprender mi cruzada individual con los que nos está
atacando. Corremos por un estrecho pasillo hasta una de las salidas de
emergencia. Kimura es el primero que abre la salida asegurándose que no
hay peligro y nos da el beneplácito para proseguir con un gesto de su mano.
Salimos y varios vehículos blindados nos esperan, corremos y nos
resguardamos. One ocupa uno de los primeros coches con Azumi yo me
quedo con el extraño y Kimura en otro al que se nos suma Tetsuo.
—Hola, preciosa— saluda sin perder su sentido del humor.
—Con la que está cayendo— siseo entre dientes y él me guiña un ojo con
coquetería.
—Al mal tiempo, buena cara, bonita— suelta pegando su boca a mi
oreja.
Sus confianzas se ganan una mirada aniquiladora por mi parte.
Kimura sigue al vehículo de delante en dirección a casa.
Capítulo 45
One
La alta guardia baja de los coches e inspecciona el perímetro de la casa
para que no haya ningún peligro. Odio perder el control de las situaciones,
no huyo, enfrento, maquino y elimino, pero en esta ocasión he tenido que
salir por la puerta trasera del puto club hecho que me tiene encendido,
furioso y taciturno.Entro en la casa directo al despacho que una vez fue de
mi padre y me encierro allí. Necesito calmarme. Golpeo el escritorio con el
puño. Las ganas de romper todo lo que me encuentre a cada paso dominan
mi alma.
—Joder— grito al aire.
La tríada ha atacado abiertamente, un acto que se resume en una
declaración de guerra abierta que no deja muchas opciones de decisión y yo
sigo con las putas manos atadas porque el consejo de momento no se ha
pronunciado.
«Malditos viejos decrépitos», vocea mi mente exasperada.
Saco el whisky de la licorera y vierto su líquido en el vaso, sé que no es
fiable nada de lo que se halla en este lugar, pero necesito alcohol en las
venas para lidiar con la bruma de odio y enfado que nubla mi mente.
La puerta se abre y pasan Kimura y el maestro.
—¡No jodieron ¡¿Qué alguien me explique qué fue lo que sucedió
exactamente? — vocifero sin dejar ni siquiera que tomen asiento
—Señor —empieza Kimura frotando sus manos entre sí —One, bueno,
nos atacaron a traición. El Yokai es uno de los clubes más blindado en
seguridad. Al parecer abrieron brechas desde dentro— explica.
—A ver si lo entiendo. ¿Me estás diciendo que nuestra propia gente nos
vendió? —interrogo con la mandíbula fuertemente apretada.
Kimura asiente y yo no aguanto el impulso de estrellar el vaso que
sostengo contra la pared. El ruido al golpear y los miles de trozos de cristal
que caen al suelo penetran en mis oídos.
—One, en las guerras los enemigos utilizan cualquier grieta desde el
interior— aporta el maestro tomando asiento, con calma, impasible.
—¡Necesito saber ya quién es leal y quién no! — exijo dirigiéndome a
Kimura. —Además, ponte en contacto con Hideaki que el consejo se
pronuncie, diles que voy a contraatacar con su beneplácito o sin él.
—Entendido— asiente Kimura abandonando la habitación para gestionar
mis indicaciones.
El maestro Tanaka me observa con atención caminar de un lado al otro de
la estancia.
—One, la templanza es una virtud. Aplaca tu fuego y recupera el control
— aconseja.
—Este sitio es una verdadera mierda, maestro. Entiendo por qué te
largaste. — profiero pasando una mano por mi cabello al compás de un
bufido cargado de frustración.
—Akiro es un viejo zorro, años a la sombra de Kenichi que le han
permitido manipular y organizar a sus anchas a los que lo respaldan, porque
nos lleva ventaja. — declara el maestro.
—A manipulador no me gana nadie, lo sabes, porque tú me enseñaste—
recuerdo con una sonrisa sarcástica.
Me dejo caer sobre la silla frente al escritorio.
—Li Zuang sigue las indicaciones de Akiro, lo sé, porque de otra forma
el líder de la tríada es un impulsivo arrogante con demasiado ego. Necesito
reflexionar para adivinar su siguiente movimiento, por lo que de momento
no actuaremos — anuncio tranquilo.
Confío plenamente en el maestro y en el fondo agradezco tenerlo de mi
lado, aunque no se continuará así si llega a descubrir mi sucio secreto.
—No debes exponer a Kayda, aún es demasiado impulsiva. — aborda.
«Y terca, también mentirosa, sexi… y …» .Mi mente es ágil enumerando
las dotes de mi dragona.
Disimulo desviando mi mirada para que el maestro Tanaka no perciba
que estoy fantaseando con la joya de la yakuza.
—Lo sé, pero también es la mujer más terca con la que me he tropezado,
así que no servirá de nada excluirla.
Una sonrisa amable se dibuja por primera vez bazo el bigote de mi
maestro y su mirada se pierde en algún punto de la sala.
—Lo terca, lo sacó de su madre— suelta y al momento parece incómodo
por dejar que sus emociones lo dominen.
Kayda
Permanezco en la sala, One ha desaparecido junto a Kimura y el hombre
raro que trajo Azumi.
Nos han atacado de frente y hemos huido.
«Yo nunca huyo», me digo.
El desasosiego me embarga calentando mi sangre, subiendo el nivel de
furia en mi cuerpo, porque si nos hubiésemos enfrentado muchos de los
nuestros se hubieran salvado.
La imagen del hombre que me detuvo cuando mi intención era abordar la
pelea inunda mi cabeza.
Hozuki me llamó, y a pesar de que no recuerdo nada anterior a cuando
Kenichi me acogió abriéndome su casa y su corazón, en mi interior sé que
así me llamaba mi verdadera familia. La dulce voz pronunciando esa
palabra inunda mi mente con un recuerdo que ansía emerger, pero sigue
demasiado borroso.
—Kayda, ¿Qué ha sucedido? — irrumpe en el salón Ichiro y Tetsuo que
también se encuentra, le dedica una mirada cargada de desprecio.
—Problemas, nada que no se pueda solucionar— indico restándole
importancia y omitiendo detalles.
A pesar de que Ichiro ha demostrado lealtad a la familia, no me olvido de
quién es y como es, razón por la cual no confío plenamente.Ichiro se
molesta con mi escueta respuesta, lo leo en su rostro, aunque me salvo de
cualquier comentario por su parte, ya que su atención se desvía a Tetsuo.
—¿Qué hace este pandillero aquí? — pregunta con desprecio.
—Oye, cuidadito con el tono, muñequito— rebate Tetsuo acribillándolo
con la mirada.
—Lárgate, no pintas nada aquí - insiste mi prometido encarándose con el
líder de las serpientes.
Ambos se colocan enfrente y se miden con los ojos. Azumi y yo
observamos sin inmiscuirnos.
Me cansa el rol macho alfa de los hombres, aprovechan cualquier ocasión
para hacer chocar sus egos a modo de tren de carga.
—Ichiro— Esa voz recorre cada célula de mi cuerpo-Tetsuo es mi
invitado, nada tienes que opinar en eso. —interviene One que acaba de
llegar acompañado por el extraño.
—Fudo, es un pandillero, no tiene nada que hacer en nuestra casa—
rebate Ichiro enfadado.
—¿Nuestra casa? - interroga One arqueando una de sus negras cejas. —
Te recuerdo que tú aquí también eres huésped.
Ichiro se traga su cabreo y frunce sus labios reprimiendo el
enfrentamiento.Tetsuo sonríe a modo provocación y mi prometido achanta y
se larga para evitar la confrontación.
—One, ¿Qué hacemos? - pregunta Azume levantándose del sillón para
colocarse al lado de One acariciando la manga melosa su brazo.
«Odio a Azumi, mucho, con intensidad», grita mi mente.
Los puñales de los celos me atraviesan y los reprimo porque no tengo
nada que objetar, he tomado la decisión de apartarme por mucho que la
herida sangre.
Por un lado, mi madre sabe que tengo algo con mi hermanastro, un arma
que Hana Sumiyhosi no dudará en utilizar para dañarme. Lo que demasiado
peligroso en los tiempos que vivimos, donde los enemigos aprovecharan
cualquier debilidad en el interior de nuestra organización. Después está el
tema de seguir dándole alas a estos sentimientos, que resulta demasiado
peligroso para mi propio bienestar emocional. Porque la magnitud que ha
alcanzado esta atracción mutua en poco tiempo me aterra. Nunca he
albergado una fascinación ni un apego como el que cultivo hacía
One.Además, revolcarnos ardidos por nuestros deseos sexuales no conlleva
nada bueno, alguien puede salir dañado y yo tengo todos los números en la
rifa de corazones rotos. Por eso lo mejor eso cortar por lo sano como ya le
hice saber horas antes.
—Azumi, tú y el maestro os quedaréis aquí. La casa Shinoda es el sitio
más seguro en estos momentos. — anuncia One sin apartarse ni un
milímetro de la joven.
—Hermano - digo y no me mira, aunque ella sí - No tengo el placer de
conocer al señor— señalo con intención.
—Maestro— recalca con frialdad sin dirigirse a mí-Kayda, él es el
maestro Dakako Tanaka
Escuchar ese nombre en boca de One y tenerlo frente a mí me paraliza.
No puede ser, el maestro murió, recuerda mi mente demasiado
asombrada para digerirlo.El hombre se aproxima hacia donde me encuentro
y agarra mi mano.
—Es un placer conocerte Hoziki…
—Pero…-empiezo y mi lengua se lía con ella misma, —estabas muerto
— logro pronunciar al fin.
—Bueno, es una larga historia. Podemos ponernos al día mañana
tomando un buen té— propone el maestro mirándome con cariño.
Asiento, sorprendida con el corazón encogido para decir algo más.
—Azumi acompaña al maestro, el personal de la casa os indicará
vuestras habitaciones— indica One
Azumi a regañadientes abandona el comedor no sin dedicarme una
inescrutable mirada.
—Tetsuo reorganiza a tu gente, quiero un informe de caídos lo antes
posible— ordena One.
—Está bien— acata Tetsuo y se dispone a marcharse, no sin antes
guiñarme un ojo y una sonrisa.
El ambiente nos envuelve con un halo de incomodidad, yo también
debería marcharme y permanezco en mitad del salón de pie mirando
embelesada a mi hermanastro.
—Quiero al idiota de tu prometido fuera de esta casa mañana mismo—
proclama rompiendo el momento.
—Tus peticiones son graciosas. Yo tengo que largar a Ichiro mientras tú
metes en mi casa a la resbalosa de Azumi y a quien tú quieras. — rebato,
furiosa, por mucho que intento reprimirme no lo consigo. One saca mi lado
más bélico, crecen mis instintos de romperle el cuello.
—No tengo tiempo para tus celos, así que haz lo que ordeno y ya—
insiste.
—Mírame cuando hables conmigo— refuto y mi voz suena a grito.
Eleva sus profundos ojos clavándolos en mí por primera vez desde que
salimos del club. Un escalofrío recorre cada vértebra de mi columna y un
ardor intenso se instala entre mis piernas.
«Con una mirada es capaz de encender mis deseos», asevera mi mente.
—¿Mirarte? No quiero verte, no me interesan las mentirosas. No quiero
juegos. Tu indecisión ahora si ahora no me cansa por lo que no quiero verte.
— ataca con frialdad y mi corazón se encoge ante la rabia que hay impresa
en sus palabras.
—One, prestarme atención, como lo que soy tu hermanastra. Ahora no
estoy tratando con nada más, lo que fuimos ya pasó— intento aclarar,
aunque las palabras casi se atascan en mi garganta.
La ruidosa carcajada que suelta inunda todo el salón.
—¡Mientes, dragona! Tu boca se empeña en buscar argumentos y tu
cuerpo, tus ojos, todo en ti, me llama con insistencia. Siento informarte que
estás muy cerca de suplicar— se jacta de forma pretenciosa.
—Eres un hijo de perra arrogante— insulto fuera de mí.
—Buenas noches, hermanita —anuncia dejándome allí parada mientras
se larga.
Capítulo 46
Kayda
Una bocanada de aire inunda mis pulmones al salir al jardín en mitad de
la noche, necesito canalizar la efervescente ira que recorre mi cuerpo. Los
enfrentamientos con One, provocan siempre que mis emociones se enreden
en una trenza de, subes y bajas que me descontrolan.
Dentro y fuera de la cama es intenso, peleas, deseos sumados a reproches
hirientes. Ahora mismo necesitaría levantar el teléfono y contar con la
libertad de explicarle a mi hermana lo que siento. Gritarle que me he
enamorado por primera vez en toda mi vida y que el culpable es un capullo
sin sentimientos, arrogante y cruel, incapaz de entenderme. Que tenemos
demasiadas cosas en contra y nada a favor para alcanzar lo que en realidad
anhela mi ilusionado corazón. Sin embargo, no puedo, no debo, porque
Yasu se encuentra a miles de kilómetros y la decisión de mantenerla al
margen de la guerra y los problemas de la familia la tomé para que al menos
su mochila emocional fuese menos pesada.
«Si te entiende, mentirosa», apunta mi mente.
Y la escucho porque sé que One sin palabras me entiende mejor que
nadie en todo el mundo, aunque me cuesta reconocerlo.
—Tengo que arrancarlo de mi pecho— susurro al aire.
—Buenas noches, Hozuki. —La voz del maestro provoca que dé un leve
respingo.
—Buenas noches, maestro. — Saludo, brindando una leve inclinación a
modo de respeto como marca nuestras tradiciones.
La mano del maestro acaricia mi brazo y niega con la cabeza.
—No necesitas hacer reverencias en mi presencia— indica y su bigote se
alza en las comisuras de su boca en un intento de sonrisa.
Este hombre me intriga, me inquieta y despierta cierta ternura en mí que
alcanza a desconcertarme.
— ¿Insomnio, maestro? — pregunto con amabilidad.
—El sueño huye de mí desde hace muchos años, Hozuki. ¿Y tú? ¿Cuál
es tu excusa?
Sus ojos me examinan con minuciosidad y experimento la sensación de
que es capaz de leerme igual que si fuera un libro abierto.
—Los sucesos de los últimos días son los ingredientes perfectos para
mantenerme despierta— confieso, aunque no es del todo cierto.
El maestro arquea una de sus grises cejas y alza una de sus manos
colocándola justo sobre mi corazón.
—El corazón y sus entresijos nublan la cabeza, Hozuki. Los
acontecimientos de una guerra casi anunciada no son los culpables de tu
insomnio. Soy mayor, pero aún recuerdo que se siente cuando uno se
enamora— anuncia y su tono meloso está cargado de cariño, que no sé de
dónde viene porque jamás nos habíamos visto.
—¿Amor? No, maestro, ese sentimiento no se hizo para mí— protesto
mirando al cielo.
El maestro sonríe retirando la mano de mi pecho.
—Hozuki, cualquiera está expuesto al amor. Lo que esta noche ves como
algo que te roba el sueño, poco a poco se desenredará y tu mente logrará
verlo con claridad. No se debe nadar contra la corriente de un río, guarda
las energías y de deja que el caudal fluya. — aconseja.
Algo en mi alma se encoge ante su consejo, porque echo de menos
consejos de ese tipo como los que siempre me daba Kenichi. Sonrío y lo
miro con fijación reprimiendo las ganas de abrazar al maestro.DakaKo
Tanaka despierta en mi pecho un extraño cariño, tengo la sensación de que
siempre ha estado ahí esperando a encontrarnos para latir.
—Gracias, maestro por sus consejos. Y ahora, ¿me explicará su historia?
— solicito.
Por primera vez lo veo incómodo, titubeante, lo que resulta extraño en un
hombre con su experiencia.
—Mejor mañana, Hoziko. Vete a dormir, dragona, mañana será un día
duro— propone acariciando mi mejilla.
Decido seguir el consejo del maestro y abandono la terraza para ir
directamente a mi habitación. En mitad del pasillo me sorprendo, al ver a
Azumi vestida con un camisón rojo semi trasparente, que nada tiene de
recatado cerrando con suavidad su puerta.
«¿Dónde demonios va?» La pregunta penetra en mi mente a modo de
rayo.
Sus ojos se posan en mí y me detengo frente a ella en silencio esperando
que explique su presencia deambulando por la casa en mitad de la noche.
—Buenas noches, Kayda— dice con una sonrisa pícara.
—¿Algún problema, Azumi? —pregunto a la espera de sus explicaciones.
—No, simplemente voy a por agua— contesta rápida y nerviosa.
—¿Cómo se encuentra Kenji? —pregunto aferrada a la necesidad de
detenerla, la cual no entiendo muy bien ni yo misma.
—Mejor los médicos han pronosticado su recuperación. El otro dia
despertó del coma, pero lo mantienen semi sedado—explica incómoda.
—Me alegra mucho—anuncio sin apartar mi mirada de ella.
Acelera sus pasos pasando por mi lado, se para y acerca su cara mi oreja.
—Tengo un poco de prisa, voy a probar suerte con el buenorro de tu
hermano— susurra demasiado cerca de mi oreja.
Los pelos se me ponen de punta ante la confesión y los puñales de los
celos actúan por mí, sujeto su cuello con dos manos y la empotro contra la
pared.
—¿Qué haces? — carraspea sujetando mis manos con las suyas para que
ceda en mi agarre.
—No juegues conmigo, Azumi —meneo la cabeza a modo de negación
— No quieras tenerme como enemiga. — La libero porque el fuero del
impulso es barrido por mi sentido común.
Por mucha rabia que desate que la resbalosa de Azumi quiera meterse en
la habitación de One a mí no debe importarme. Tengo que cerrar este
maldito capítulo que agujerea mi corazón con profundidad.
—¿Te importa? — pregunta masajeando su cuello tras mi agresión—
Solo es tu hermano— comenta con sarcasmo.
La miro de forma airada y encojo los hombros.
—Te deseo suerte en tu cruzada— proclamo y desaparezco en dirección a
mi cuarto.
Una vez a solas en mi habitación me despojo de mi ropa, necesito una
ducha fría que aclare mi mente y apague el fuego que está ardiendo en mi
pecho. La rabia pudre mi alma, solo imaginar a Azumi disfrutando del
cuerpo de One me provoca nauseas. Unas terribles ganas de llorar se
apoderan de mí y acabo arrodillada en la ducha abrazada a mis propias
rodillas dejando el llanto fluir.
One
Los acontecimientos y sobre todo la actitud de Kayda me oprimen por
dentro alimentando una ira que embarga cada músculo de mi cuerpo. Mi
hermanastra es una mentirosa y odio cuando adopta el papel de indiferencia
hacia mí.
«¿¡Que ya no me desea!? No se lo cree ni ella. ¡No lo acepto!, porque yo
le tengo más ganas a cada momento».
Lanzo la camiseta sobre la cama y resoplo recordando nuestra última
conversación.
«¡Maldita sea, joder!, que no quiera continuar con nuestros escarceos y
para colmo de mis males el idiota de Ichiro revoloteando a su alrededor
hace que me hierva la sangre».
Los golpes en la puerta de mi habitación provocan cierta expectación en
mi cuerpo. En dos zancadas me planto en la entrada y abro con cierta
esperanza en mi pecho, la cual se apaga al toparme con Azumi parada bajo
el umbral. Mis ojos la repasan con lentitud, luce un camisón rojo
semitransparente que deja poco a la imaginación. Reconozco que es una
mujer hermosa, que no sería mala idea descargar mis ganas en las sinuosas
curvas de su cuerpo.
—Adelante— invito y como respuesta una sonrisa sensual se dibuja en su
boca.
Su mano recorre mi pecho desnudo en una caricia provocadora que
despierta mi libido. Mientras la observo mi mente calibra la posibilidad de
arrancarme las ganas que arden en mi interior por mi dragona con Azumi.
Sopeso aplicar ese viejo refrán español de:
“Un clavo saca otro clavo”
Se aproxima colocándose de puntillas y sus labios recorren con suavidad
los míos, entretanto su mano rodea mi nuca. En un impulso sujeto sus
caderas con fuerza y devoro su boca. Las piernas de Azumi rodena mis
caderas con rapidez y avanzo mientras la beso hacia el colchón. Casi hemos
alcanzado el borde de la cama cuando en mi mente se dibuja la imagen de
Kayda lo que actúa como una ducha de agua fría en mi erección que se
desinfla como un globo.
«Joder», siseo mentalmente.
Bajo con cuidado a Azumi de mis caderas y pongo distancia entre
nuestros cuerpos.
«Maldita seas, dragona», maldigo en mi mente.
— ¿Qué sucede? — pregunta contrariada, su pecho sube y baja por la
excitación y sus mejillas arreboladas delatan su deseo.
—Nada, lo siento, Azumi. — digo sin encontrar las palabras adecuadas.
— ¿No te gusto? — insiste en un intento de encontrar la razón de mi
rechazo.
—Eres una mujer hermosa, pero mi cabeza ahora mismo no está centrada
para el sexo— miento porque no tengo muchas más opciones.
«¿Qué le digo? ¿Qué tengo clavada a Kayda en mi alma y en mi cuerpo?
¿Qué no puedo revolcarme con ella imaginando a mi hermanastra en mi
cabeza? Ser sincero la destrozaría y a pesar de ser un hijo de perra, Azumi
despierta mi compasión»
Desvía sus ojos de mí y muerde su labio inferior por un momento.
—Está bien, en otra ocasión. — anuncia elevando su mentón con orgullo.
Capítulo 47
Narrador Omnisciente

Las mujeres orgullosas no digieren bien los rechazos y Azumi es una de


ellas, abandona en mitad de la noche la habitación de One con un gesto de
frustración y odio en su angelical rostro. Antes de alcanzar su cuarto se
tropieza con un Ichiro borracho, sujetando una botella de sake en una de sus
manos.
—Buenas noches, Azumi— saluda con una sonrisa amarga.
—Buenas noches, Ichiro. — Corresponde ella con desagrado.
—¿No te salió bien el tiro, preciosa? — pregunta mordaz.
—Métete en tus asuntos— suelta airada disponiéndose a marcharse.
—Preciosa, no puedes tentar el demonio cuando el demonio está servido
— proclama con malicia.
Azumi se detiene en seco y se gira para enfrentarlo, porque las palabras
de Ichiro despiertan su curiosidad.
—¿A qué te refieres?
—Azumi, hay que observar mejor. Fudo no necesita que te le ofrezcas ya
tiene quien le caliente su cama. —El alcohol, la rabia y los celos se
transmiten en las palabras de Ichiro.
— ¿Quién?
—Kayda, ella y mi primo se calientan la cama mutuamente— confiesa
con amargura.
Los sentimientos encontrados, las rivalidades, los odios y los deseos
frustrados no son buenos consejeros, sumado al alcohol se convierte en una
bomba de relojería. Ichiro ahora mismo es un arma latente y descontrolada
y planta la semilla de los celos en la joven Azumi que no disimula su cara
de horror ante la confesión.
La joven se marcha a su habitación echando humo por las orejas e Ichiro
Shinoda clava sus ojos en ella mientras se empina la botella sobre su boca.
La guerra ha empezado, las calles de Tokio son una encrucijada entre la
tríada, la yakuza y los pandilleros, según los noticieros lo nunca visto en
siglos. Las mafias se han adueñado de los suburbios y se solicita a los
ciudadanos que salgan de sus casas con precaución.
Mientras en casa de la familia Shinoda se inunda de frustración, anhelos,
tormentas de emociones, la otra parte de esta encrucijada planea su próximo
movimiento…
En el norte de la ciudad de Tokio, Li Zuang choca su copa contra la de
Akiro con una sonrisa satisfactoria en sus rostros.
—La liamos, socio— exclama Li Zuang.
Akiro se relame igual que un viejo zorro, porque sus planes improvisados
están dando frutos. Tiene a la yakuza en jaque y a su sobrino desquiciado
por los acontecimientos sucedidos.
—Ahora no podemos relajarnos, Zuang, prepara todo para asestar el
próximo golpe — aborda Akiro.
—¿No te relajas nunca, Shinoda? — interroga Li Zuang torciendo su boa
en un mohín molesto.
—No y tú tampoco deberías.
Hombres rivalizando por el poder, sedientos de ganar, sin escrúpulos, sin
piedad. Todos colocados en un mismo tablero buscando la jugada perfecta
para proclamarse ganadores en esta batalla sangrienta.
Capítulo 48
Kayda
Apoya sus labios calientes sobre los míos y nuestras lenguas se enzarzan
en una batalla de posesión. Cada beso ardiente de One roba una parte de
mi alma sumiéndome en un estado de autocombustión que enloquece cada
neurona de mi cabeza y deshace mi cuerpo ante sus caricias. Sus manos
acarician mi abdomen con pequeños círculos aproximándose a mi sexo que
lo espera húmedo y ansioso. Su boca se desplaza por mi cuello, metiéndose
uno de mis pechos en su boca, arrancándome un gemido que resuena en
mitad de la habitación. Este hombre es un demonio sexual, uno que te lleva
al infierno para después tocar el cielo con los dedos. Me tienta y me otorga
un placer infinito.
¿Cómo voy a resistirme? ¡Que me maten si soy capaz!
«Dios, este hombre es un artista con su boca», exclama mi mente y mi
cuerpo se retuerce de gusto sobre el colchón. El insistente sonido de un
pitido se cuela en mis oídos y poco a poco las imágenes de One sobre mí se
desvanecen.
Abro los ojos incorporándome en la cama de un salto.
«¡Maldita sea, One no me deja tranquila ni en sueños!», recalca mi
mente.
Me visto para empezar el día, opto por un vestido sencillo negro con
vuelo que llega hasta mis rodillas, escote en círculo adhiriéndose a mi
pecho a juego con unas, Dr. Marteens. Reviso mi aspecto frente al espejo y
recojo mi cabello en una cola alta. Por primera vez en mucho tiempo
abandono mi uniforme de alta guardia para sentirme un poco más
femenina.Me convenzo de que no quiero demostrar nada ni competir con
nadie, aunque en mi subconsciente sé que saber que voy a encontrarme con
la presumida de Azumi me ha hecho optar por un atuendo casual que les
recuerde a muchos que soy una mujer.
Irrumpo en el salón y para mi sorpresa todos están en la mesa, mi madre
incluida lanzándole miradas asesinas a One, aunque fijándome bien me
percato que también mirar al maestro con cierto temor y odio.
«Sorprendente», me dice mi mente.
—Buenos días. —Saludo e intento no mirar la sonrisa coqueta de Azumi
mientras acaricia el brazo de One que permanece en silencio y ni siquiera se
toma la molestia de mirarme.
—Buenos días, Kayda. Estás diferente, guapa— alaba Ichiro repasando
mi cuerpo con sus ojos.
Ese momento es el que elige mi pesadilla personal, o lo que es lo mismo,
mi hermanastro para elevar sus ojos y clavarlos sobre mí. Un escalofrío
recorre mi cuerpo y el calor se instala entre mis piernas.
«Mierda, resiste», aconseja mi mente.
Tomo asiento en el lugar vacío que queda, para mi condena, al lado de
Ichiro. Por el rabillo del ojo veo a Azumi que parece un chicle pegado a
One.
«¿Follaron?». La pregunta se formula en mi cabeza despertando los
puñales hirientes de los celos.
Cabizbaja remuevo el plato del almuerzo, el silencio es incómodo.
—One, ¿puedo acompañarte a la asamblea? —La pregunta con voz
melosa de Azumi penetra en mis oídos como un rayo y la ira sigue
cociéndose a fuego lento en mi interior.
—Por mí no hay problema — contesta mi hermanastro.
«Joder, me molesta que la incluya en cosas que a mí siempre me
excluyen por mi condición de mujer. Al parecer Azumi sabe convencer
mejor.
Si no abandono la sala, mis anhelos asesinos van a tomar el control y me
la voy a cargar». Mi conversación conmigo misma logra un nivel de
crispación que me supera.
—Si me disculpáis— profiero de forma educada— No me encuentro bien
— excuso, poniéndome en pie.
Salgo pintado porque ya me agriaron el desayuno, avanzo por el pasillo
para alcanzar mi habitación, quitarme este estúpido vestido y golpear algo
que me arranque la frustración que cargo.
Sí, lo correcto era quedarme sentada en la mesa y tragarme mis celos, mi
rabia, mi impotencia, pero no he podido, aunque mi madre en breve me
reprenderá por mi actitud desairada frente a personas ajenas a la familia. No
me importa en este instante, ansío encerrarme en mi cuarto, taparme con la
sábana y llorar hasta que no me queden lágrimas.
—Kayda…
El pesado de Ichiro pronuncia mi nombre a mi espalda y me detengo para
comprobar que es lo que quiere y deshacerme de él lo más rápido posible.
Respiro hondo para infundirme una paciencia que no encuentro en mi
interior.
—Ichiro, no me siento bien. ¿Qué necesitas? —intento ser amable.
Ichiro se aproxima despacio colocándose frente a mí, sus ojos recorren
mi figura con detenimiento.
—Nos vamos a casar— sisea recortando la poca distancia que no se para.
Su mano se coloca en mi cuello y entorno mis ojos.
Manoteo para apartar su contacto, pero Ichiro no cesa en su agarre
obligándome a dar dos pasos atrás pegando mi espalda a la pared.
«Podrías tumbarlo en dos segundos», increpa mi mente.
Sin embargo, permanezco quieta esperando sus acciones.
—Ichiro, no es el momento de discutir nuestro compromiso — opino.
Sus labios rozan los míos y cabeceo para evitar el contacto que me
asquea.
—Suéltame si no quieres que te haga daño— amenazo.
No soy una víctima, soy una asesina, una guerrera capaz de deshacerme
de Ichiro y sus atropellos en; “cero coma”. Aunque reconozco que no deseo
un escándalo, que lo único que me aportaría sería un enfrentamiento con mi
madre, razón por la cual no actúo.
—No voy a permitir que sigas viéndome la cara de imbécil mientras te
revuelcas con ese maldito bastardo cuando eres mía— proclama, furioso y
presiona con fuerza sus dedos en mi cuello.
Siento el dolor en la piel al hundirse las yemas de sus dedos, resisto
estoicamente y pienso con rapidez una de mis técnicas para deshacerme de
él y tumbarlo sobre el suelo. No alcanzo a ponerlo en práctica cuando
literalmente Ichiro es arrancado de mí con brusquedad.
—Te advertí que no la tocaras. —El gruñido salvaje que emite One
sujetando a Ichiro por el cuello resuena en mitad del pasillo.
—Eres un hijo de perra, bastardo —gruñe Ichiro forcejeando para
liberarse.
—Te largas, ya de esta casa. Recoge tus cosas —ordena One enfurecido.
El resto de los invitados, incluida mi madre, acuden al pasillo para ser
espectadores de lo que sucede.
—No me voy a ir y tampoco me voy a alejar de Kayda. Ella es mi
prometida —rebate Ichiro encendiendo más el enfado de One.
Puedo ver sus ojos turbios dominados por la tormenta de ira y odio que
revolotean en el interior de sus ojos.
—Olvídate del puto compromiso. No te casarás con ella, así que largo. —
profiere con seguridad.
— ¡Eres un maldito hijo de puta, la quieres para ti! —sisea Ichiro y se
nota en su voz la falta de aire por el agarre de One.
—Soy el cabeza de esta familia, ese puto compromiso se acordó con
Akiro y para mí él es nuestro enemigo, por lo que acepta que ese
compromiso se rompió y punto —insiste y lanza el cuerpo de Ichiro contra
el suelo.
—No te saldrás con la tuya —anuncia Ichiro masajeando su cuello.
—¿Quién me lo va a impedir? ¿Tú? —provoca —.Kimura— grita y al
segundo el jefe de la alta guarida aparece— Asegúrate de que abandona la
casa.
Kimura ayuda a incorporarse a un humillado Ichiro.
—Se acabó el espectáculo— exclama One furioso—. Lárguense— grita.
Y nadie rebate sus palabras, los presentes se dispersan. No pasa
desapercibida la mirada encendida de mi madre, cargada de desprecio y
odio.Cuando asimilo que estamos los solos, los nervios dominan mi cuerpo
y hago el intento de largarme. Con los sentimientos a flor de piel, los celos
asediándome y un peso enorme en mi pecho, no me siento preparada para
enfrentarme de nuevo a One. Porque lo odio y lo amo con la misma
intensidad. Una peligrosa mezcla que puede desembocar en un choque de
voluntades.
—¿A dónde vas? — gruñe cogiendo uno de mis brazos y pegando mi
pecho a suyo.
El calor me embarga con la velocidad de la luz instalándose entre mis
piernas.
«Este hombre es un acelerante de mi deseo y una tortura para mis
hormonas», recuerda mi mente.
—¡Suéltame! Eres un capullo insensible. Has expuesto ante todos que
somos amantes —reprocho furiosa.
—Que somos…— sisea —.Hace unas horas proclamabas que se había
acabado —reitera sin apartar su fogosa mirada mi rostro.
—Capullo, ya me has entendido. No tenías por qué dar a entender nada.
Porque se acabó. Vuelve con la presumida de Azumi. — Los celos hablan
por mi boca.
—¿Celosa? ¡¡¡Ah!!! dragona otra vez con tus celos, me diviertes y me
enfureces al mismo tiempo. Te lo advierto, controla tu mente bipolar que tu
cuerpo ya habló. Lo nuestro ni se ha acabado ni se va a acabar hasta que me
deshaga de las ganas que te tengo, así que asimila que esto es lo que hay —
proclama, cargado de un ego y una arrogancia que me patea el estómago.
—Ni loca —forcejeo y pega más su cuerpo al mío dándome la opción de
notar su erección pegada mi barriga.
«Joder», sisea mi mente y mi boca saliva en exceso.
—Kayda, no juegues, que estoy harto de juegos— advierte segundos
antes de abalanzarse contra mi boca, propinándome un beso furioso,
ardiente, desesperado, que mi traicionero cuerpo responde de forma voraz.
Capítulo 49
One
Sentado en uno de los vehículos blindado en dirección a las oficinas, al
centro de negocios Shinoda soy incapaz de quitarme a Kayda de mi mente,
a pesar de la que está cayendo. No voy a soltarla, lo tengo decidido y rara
vez me retracto de mis decisiones, por lo que a mi dragona no le va a
quedar más remedio que aceptar que está ligada a mí hasta que este anhelo
insano nos consuma o nos mate.
«La guerra encarnizada por el poder de la yakuza que se ha desatado es
un dolor de cabeza más, pero voy a ganar y voy a quedarme con la joya».
Las dos afirmaciones se proclaman en mi mente y en mi alma.
—Fudo. —La voz del maestro que permanece sentado a mi lado me
arranca de mis elucubraciones.
Lo miro esperando su reprimenda, porque lo conozco y sé que la tiene en
la punta de la lengua.
—Te agradezco que rompieras ese maldito compromiso con el imbécil
del hijo de Akiro— empieza con rotundidad—. Pero te advierto que te
alejes de ella.
—Maestro, hay cosas que escapan de tu alcance —asevero con tono
gélido.
No voy a permitir que nadie cuestione o coacciones mis formas y menos
cuando se trata de mi dragona.
—No me pongas a prueba. Ella es mi hija, yo tengo derecho a luchar por
su felicidad. Kayda es demasiado buena para ti, Fudo —refuta serio.
—Maestro, ahora nos toca lidiar con esta maldita encrucijada, ya habrá
tiempo para otros temas —abordo dando por concluida la conversación.
El maestro calla, aunque no muy conforme. Me conoce, sabe de mi
naturaleza endemoniada y como cualquier padre quiere el bien de su hija.
Pero su hija no es una víctima ni una damisela en apuros, porque Kayda
Tanaka es la mujer más vil y sanguinaria con la que me he cruzado, aunque
su padre no tenga conocimiento de esa naturaleza.
Descubrir que Dakako Tanaka es el progenitor de Kayda resultó una
sorpresa. Después de que el maestro me explicase su historia y por qué tuvo
que desaparecer para que Akiro y sus seguidores no lo cazaran y mataran
como hicieron como su esposa, poniendo a buen recaudo a su hija a cargo
de Kenichi Shinoda y desapareció.
Kenichi protegió a Kayda de todos ocultando su verdadera naturaleza,
aunque inculco al consejo que Kayda era una especie de fenómeno
descendiente de una ancestral línea familiar arraigada a las leyendas de
samuráis japoneses. Así es como mi difunto padre consiguió enaltecer a
Kayda como la joya más valiosa de la yakuza. Asegurándose que si algo le
sucedía a él la protegerían con su vida. Reconozco que Kenichi Shinoda era
muy listo y persuasivo.
Akiro permitió que su hermano venerara e inculcara la adoración por
Kayda, por qué lo desconozco. Me queda claro que Akiro desconocía la
procedencia de Kayda.
A veces me pregunto por qué Akiro porque me dejó con vida años atrás,
y esa incógnita baila en mi mente a menudo.
Lástima que lo hiciera, porque mi tío iba a pagar por ese descuido en
breve.
«Todo a su tiempo», resalta mi mente.
Accedemos al edificio donde nos esperan los miembros del consejo de la
organización. Azumi baja de otra de las camionetas colgándose de mi brazo,
como si de una primera dama se tratase. Kimura y sus hombres nos dan
respaldo, la seguridad se ha multiplicado después de los acontecimientos y
diversos ataques perpetrados por la tríada.
Hideaki nos espera en la puerta de la sala, nervioso, pasando su mano
varias veces por su cabello gris. El consejero en funciones le dedica una
mirada crítica a Azumi porque sigue a mi lado sin despegarse
—El ambiente está tenso —susurra antes de que entremos ganándose una
fría mirada por mi parte.
«Me vale una mierda, esta panda de viejos temeros». Vocea mi mente.
—Azumi no es recomendable que entres.
La joven se envara ante la recomendación de Hideaki, me mira pidiendo
que intervenga.
—Azumi espera fuera —digo, no necesito más obstáculos ante el
consejo, así que opto por dejarla fuera y me gano un mohín molesto por su
parte.
Tomamos asiento, el maestro permanece a mi lado ante la exclamación
silenciosa de los presentes al verlo. No me extraña porque muchos deben
pensar que ha regresado del infierno.
—Maestro Tanaka, creíamos que estaba muerto —aborda Massashi
Yashida al fin.
Una pregunta que todos los presentes se hacen, pero él es único que la
formula en voz alta.
—Massashi Yashida, los caminos del destino son insondables. En
ocasiones todo lo que nos hacen ver cómo realidad solo se trata de un
espejismo— contesta Tanaka recubriendo sus palabras con un halo de
misterio que siempre lo precede.
—Este es un giro inesperado —exclama otro del cual no recuerdo su
nombre.
Cansando de tanta palabrería que no nos lleva a ningún puerto, me alzo
ante la vista curiosa de todos.
—Señores, no estamos aquí para que el maestro no explique su vida.
Tenemos un grave problema y debemos tomar medidas drásticas— anuncio.
—¿Qué propones Shinoda? —interroga Massashi Yashida con su
petulancia habitual.
—Han atacado a la organización, la tríada en alianza con Akiro están
dispuestos a golpearnos y masacrarnos sin piedad. La yakuza debe
responder con contundencia —recomiendo.
—Empezar una guerra no es lo más conveniente. — dice Massashi y
muchos asienten ante su afirmación.
Idiotas— dice mi mente.
—La guerra ya empezó, no sean ilusos —exclamo con furia.
—Shinoda, al consejo hay que respetarlo —puntualiza otro de los
consejeros.
—Con respeto no ganaremos. Son ellos o nosotros. Por lo tanto, sugiero
que decidan ya. Hace días me postulé como Kumicho. Decidan ya para que
pueda hacer lo que mi puesto requiere —inquiero con firmeza.
Hastiado de que se alarguen las cosas por la indecisión de un grupo de
esnob que llevan años acomodados en sus puestos.
El murmullo me molesta y mi cerebro activa el conteo regresivo para
abandonar la sala y hacer lo que me vengan en gana con su beneplácito o
no.
—Señores— el maestro se pone en pie— .Fudo tiene razón, no podemos
debatir en estos momentos. Acciones desesperadas precisan respuestas
contundentes. Así que yo voto por Fudo Shinoda como el nuevo Kumicho
de la yakuza.
La intervención de Tanaka es como el punto de inflexión, así que los
presente, aunque con dudas, votan a favor.
«Joder sí», grita la voz en mi cabeza.
—Bueno, ahora ya está todo en orden — aclaro—. Así que me largo a
hacer lo que tengo que hacer-sentencio abandonando la sala.
—Fudo —llama Hideaki corriendo detrás de mí.
—Necesitamos explicaciones, ser Kumicho no te da carta blanca para
todo —aclara.
—No te preocupes, os pasaré informe —contesto sin mirarlo abordando
los ascensores con el maestro a mi lado.
Azumi se pone en pie para acompañarnos y de nuevo se cuelga de mi
brazo. Me molesta que se pegue a mí como un chicle, la otra noche fui
claro, aun así, lo dejo pasar.
—Fudo, ¿Qué pasó? —se interesa.
—Lo que tenía que pasar. Soy el nuevo Kumicho de la organización—
digo sin brindar muchas más explicaciones.
La sonrisa de la mujer ilumina su cara.
En el párquing Azumi se separa para abordar el vehículo donde llego y el
maestro y yo nos montamos en el nuestro.
—Fudo, reconozco que con los años te has convertido en un hijo de puta
demasiado persuasivo —alaba el maestro sin mirarme.
—Aprendí del mejor— recuerdo con una sonrisa en mi boca.
Ya de regreso a casa atiendo una llamada en el interior del vehículo.
—Dime Tetsuo —contesto —Envía hombres a todos los hoteles de la
ciudad, esas ratas deben esconderse en alguno de ellos. Tetsuo quiero
resultado y pronto si no bombardearé la maldita ciudad.
Cuelgo y Tanaka me mira con fijación.
—No puedes bombardear Tokio, hijo— dice meneando la cabeza.
—¿Quién lo dice? —contesto arrogante.
Capítulo 50
Kayda
He pasado toda la mañana entrenando en el gimnasio de casa, encerrada a
cal y canto, evitando a mi madre y a cualquiera. Porque mi humor es
demasiado oscuro, ya que las ansias de hundir mi Shodai en cualquier
pecho que se me atraviese son inquietantes.
Y el culpable de este estado de mierda, One, mi hermanastro y su encanto
endemoniado que me consume. No logro arrancármelo ni de mi ilusionado
corazón, ni de mi alma, ni siquiera mi cuerpo que lo anhela como la droga
que necesito para arder en mi placer.
Salgo sudada y con una pequeña toalla con la que seco mi rostro para
darme de bruces con Azumi esperándome afuera.
—¿Quemando energías? —interroga sarcástica.
La ignoro dispuesta a seguir con mi camino porque no estoy de humor
para aguantar sus gilipolleces.
—Te estoy hablando —puntualiza.
—¿Quién te dijo que yo quiero hablar? —respondo irónica.
—Vengo a felicitarte, Kayda. Te aplaudo, te has librado del compromiso
con el idiota de Ichiro para quedarte con el premio gordo —profiere y cada
palabra rebosa veneno.
—Ningún premio gordo, Azumi. Baja de tu nube, estoy jodida, así que
lárgate —respondo hastiada de su palabrería.
—Quedarse con el nuevo Kumicho, es todo un éxito, Kayda. Lástima que
no seas la adecuada para el papel de consorte del jefe de la yakuza—
encoge los hombros como si no le importara.
«Así que Fudo ha conseguido que el consejo lo apoye», aborda mi mente.
—No me interesa Fudo —sentencio.
—Pues bien, que te abres de piernas a cada instante —ataca con odio.
Sus palabras son la provocación exacta para empuñar mi Shodai y
colocarla en su cuello.
—Azumi no juegues con fuego. No voy a permitir que me insultes.
¿Quieres a Fudo? Te lo regalo.
No hay miedo en sus ojos porque su seguridad de que soy incapaz de
rebanarle el cuello exhuma por su cuerpo.
—Está obsesionado contigo —confiesa y veo un leve brillo de decepción
en sus ojos.
—Es su problema.
—No te engañes, Kayda. Tu hermanastro consigue siempre lo que desea.
Retiro la hoja de mi Shodai de su cuello y me largo demasiado frustrada
con una conversación que me cabrea y desestabiliza.
One
Atravieso el umbral de la puerta de la casa Shinoda y en la sala me
encuentro con Hana Sumiyoshi quien me dedica una de sus miradas
cargadas de desprecio. Cruzo para ir directo al despecho de Kenichi el cual
en este momento utilizo.
—Bastardo— sisea entre dientes cuando paso por su lado.
Esta mujer resulta exasperante, con sus modales de esnob retrógrada y su
malicia. Consentir que siga viviendo bajo este techo es un error.
—Hana, yo que tú mediría las palabras. Recuerda a quién te diriges—
anuncio.
—No eres nadie— gruñe airada —. Pronto caerás como el aprovechado
que eres. Igual que lo fue tu madre.
Simplemente la alusión a mi progenitora despierta mi furia intensa. Esta
señora no conoce límites.
—No ensucies su nombre en tu boca. Yo de ti controlaría mi lengua si no
quieres estar en la puta calle en minutos. No olvides que si sigues aquí es
por tu hija — recuerdo con un tono gélido.
—¿Qué hija? La que se abre de piernas con un bastardo, la que está
hundiendo a mi familia en lodo —ataca contra Kayda y el odio y el
desprecio se intensifica.
—La misma que criaste durante años a pesar de no haberla parido—
recalco.
—Es el peor error —proclama alzando la voz.
—Yo no lo gritaría muy alto porque te puede escuchar el maestro —
inquiero plantando el desconcierto en ella. Lo sabía, Hana no tiene ni idea
de que el maestro Tanaka es el padre de la hija que acogió.
—No metas a ese hombre en esto, aunque tampoco es santo de mi
devoción —se pronuncia dudosa.
—Hana ¿hablando de mí? — interrumpe el aludido y sonrío satisfecho.
—Tanaka no te metas, deja mucho que desear tu apoyo a este bastardo.
—Kenichi se casó con su madre, lo sabes tan bien como yo, aunque te
joda. —El ataque verbal de Tanaka la deja en shock por unos segundos.
—Apareciste después de tantos años para apoyar a un mestizo, uno que
va a destruir la organización con sus acciones. Ya ha pervertido a Kayda, la
ha hundido en su hechizo, la has arrancado de un compromiso con Ichiro
que era su única oportunidad para encauzar su camino-se altera en su
discurso.
—Hana, lávate la boca antes de criticar a Kayda. No la metas en tu barra
de medir —Defiende el maestro que por lo que observo su paciencia está a
límite.
—¿Qué os ha dado a todos por defenderla? No veis que es una
desagradecida, la críe, intenté que fuera una mujer de bien y me paga
mancillando mi casa y mi familia— grita Hana acalorada por la furia.
—Hana, ya está bien. No hiciste nada, mujer. Kenichi la acogió y la crio,
le dio el cariño que tú eres incapaz, no me vendas tu papel de buena madre,
que te queda grande. Y a partir de ahora esta conversación se queda aquí,
porque no permitiré que desprecies a mi hija nunca más.
La bomba cae en la viuda de Kenichi con el pecho de una explosión
nuclear se sienta y se tapa la boca con sus manos ante la sorpresa de la
revelación del maestro.
— ¿Qué?…
La pregunta de Kayda que acaba de irrumpir en la sala, sudada, con ropa
deportiva y su Shodai en mano, inunda el lugar. Mi erección se despierta
con solo mirarla, esta mujer es una hechicera.
—Hozuki, verás deberíamos tener una charla— aborda el maestro
cambiado su tono anterior, mostrando su lado amable…
—¿Es cierto? Lo que acabas de decir —pregunta Kayda contrariada y
algo en mi interior se estruja solo con su expresión.
«Mi dragona despierta en mí una benevolencia que hasta el momento era
desconocida»
—Hozuki, hablemos —propone el maestro aproximándose a ella para
sacarla del salón ante la minuciosa mirada de Hana.
Antes de abandonar yo también el comedor me dirijo a Hana Sumiyoshi.
—Ni una más, Hana, no te paso ni una. A la próxima te largas—
proclamo dejándola sola.

Kayda

En shock, así me encuentro después de escuchar la proclamación de


maestro Tanaka frente a mi madre, mi mente es un burbujeo de
pensamientos que no logro retener. Acompaño al maestro fuera, lejos de la
mirada crítica de mi madre.
Salimos al jardín y un leve escalofrío embarga mi cuerpo.
—Hozuki, llevo días intentado que tengamos esta conversación—
empieza el maestro.
—No entiendo nada. Siempre pensé que mis verdaderos padres me
habían abandonado, nunca pregunté, lo di por hecho— confieso.
Quizás en algún momento a lo largo de los años debí preguntarle a
Kenichi, pero nunca me falto nada junto él, por eso y por miedo a descubrir
que mis progenitores me desecharon no formule las preguntas.
—Kenichi era mi amigo más fiel. Cuando mataron a tu madre enloquecí,
porque fue y será la mujer que más amé en toda mi vida. Busqué a los
culpables en una cruza personal, pero entonces llegaron las amenazas de
muerte contra mi única hija y tuve miedo, mucho miedo. Confiesa apenado.
—¿Asesinaron a mi madre? —pregunto.
Él asiente.
—Abandoné mi venganza y me empeñé en ponerte a salvo, protegerte de
los que me querían muerto. Kenichi me ayudo y desaparecí. Muchos
creyeron que estaba muerto y fue lo mejor para que tú vivieras.
Ahora entiendo muchas cosas, mi apellido que Kenichi nunca quiso
cambiarlo, Tanaka, la respuesta a todas mis dudas estaba frente a mis ojos.
No relacioné que era le mismo apellido que le maestro a pesar de que
siempre escuché hablar de él.
Las lágrimas se acumulan en el borde mis ojos sin que logre reprimirlas y
entonces noto con Dakako Tanaka me estrecha entre sus brazos con cariño,
lo cual significa la veda abierta para que se desencadene mi llanto.
Capítulo 51
One
De camino al despacho suena mi teléfono y me apresuro a cogerlo al ver
que es Tetsuo quien llama.
—Dime.
—Lo tenemos, jefe. La ubicación te la paso al móvil.
—Okay, organizo a los hombres, nos vemos allí
Cuelgo y aviso a Kimura para que reúna a todos los hombres de la casa y
los que están desperdigados en los clubes. Necesitamos todos los refuerzos.
Hay que coger si o si a Li Zuang y a Akiro cueste lo que cueste.
—¿Todo bien, One? —pregunta Azumi.
—Sí, quédate aquí, te dejaré la seguridad mínima necesito a los hombres
— informo y para mi suerte no insiste en que le explique más detalles.
Kimura repliega a todos y me esperan en las camionetas de fuera, por
nada del mundo me voy a quedar detrás una silla esperando
acontecimientos. Pienso participar activamente en la caída de esos dos hijos
de perra.
El maestro nos observa desde la entrada, porque es una pieza clave y no
quiero que nos acompañe, él ha estado de acuerdo. Sin embargo, se me
retuercen los intestinos cuando veo a mi dragona ataviada con su uniforme
de guerrera lista para participar.
«Joder, debí ordenar que no participara, ahora no tengo tiempo de lidiar
con una de sus pataletas, así que me trago mis replicas»
Nos ubicamos en la salida trasera del hotel, Kimura se encarga de avisar
a los directores del lugar y al personal de recepción, queremos evitar que
armen demasiado jaleo cuando nuestros hombres armados hasta los dientes
aborden en lugar.
Tetsuo avanza con un grupo de pandilleros y yo lo sigo de cerca
escoltado por Kimura y Kayda que también avanza con nosotros.
Un grupo sube por los ascensores mientras el resto accede al piso donde
se encuentran los objetivos.
Ocupamos el piso entero donde está ubicada la suite que según nuestra
información ocupan Li Zuand y Akiro. Mis hombres avanzan primero, lo
extraño es que no hay ni rastro de ningún tipo de seguridad. Nada de
hombres de la tríada.El primer pelotón tumba la puerta de una patada y
entran a la sute sin miramiento. Un pinchazo intenso se instala en la parte
trasera de mi nuca y mi instinto latente me susurra que lago no va bien.
Kimura sale de la suite haciéndome un gesto de que tenemos camino
libre para entrar.
Avanzo con Kayda a mi lado, ella desenvaina su Shodai justo antes de
entrar.
La escena que nos encontramos en el interior de la habitación es una
clara provocación de la tríada en nuestra puta cara. En mitad de esta una
silla con Yuto Sato atado y amordazado. Recorto la distancia hasta pararme
frente a la silla y leo el cartel que tiene pegado en el pecho.
“Jaque al rey”
La cara de terror de Yuto Sato se graba en mi cerebro y el intenso dolor
de cabeza amenazada con partirme el cráneo, porque hemos caído de bruces
en la tomadura de pelo de nuestros enemigos.
Volteo para salir de la habitación.
—Tetsuo soltadlo e interrogadlo— ordeno al jefe de las serpientes.
Abandono el lugar con la ira hirviendo en mis venas. Subestimé a Akiro
es listo, muy listo, aunque yo sea más ha logrado engañarme esta vez.
Regresamos a casa y en mi cabeza se acumulan las ideas, los planes para
acabar con Li Zuang y Akiro en el menor tiempo posible.
«Primero debes encontrarlos», apunta mi mente.
Cuando llego a casa me encierro en soledad en el despacho de Kenichi
sin más. Expreso mi intención de no ser molestado.Necesito reorganizar mis
planes para trazar los siguientes pasos a seguir para tener éxito y no caer de
nuevo en las triquiñuelas de mis enemigos.
Kayda
Mientras tomo un té con el maestro, hablamos de forma distendida.
Todavía me cuesta acostumbrarme a la idea de que Dakako Tanaka resulte
ser mi verdadero padre. Reconozco que pasar tiempo con él es agradable.
— ¿Qué te preocupa Hozuki? — pregunta con cariño.
—Que nuestros enemigos nos lleven ventaja. Lo que ha sucedido hoy en
el hotel es la prueba de que no sacan ventaja — confieso expresando mis
preocupaciones.
—Akiro es un buen estratega, pero Fudo también. Confío en él, así que
no hay mucho de qué preocuparse —indica el maestro jugueteando con la
cucharilla y la taza.
—Confías mucho en él —asevero y es extraño-Supongo que lo conoces,
bien.
—Lo entrené, el resto lo han hecho los acontecimientos que ha vivido
durante años. Su vida lo ha convertido en un hombre más hermético de lo
que era, pero la esencia es la misma. Fudo se parece mucho a Kenichi lo
único que su falta de piedad y escrúpulos es su peor faceta —aclara el
maestro y sus ojos se clavan directamente en mí.
Me siento incómoda hablando del hombre que me ha robado el corazón y
el alma con el que resulta mi padre, así que desvío mi mirada.
—Bueno, confío en él —afirmo al fin.
Porque pese a todas las emociones contradictorias que One despierta en
mí, confío en él como en nadie.
La charla no se extiende mucho rato más y me largo a mi cuarto para
darme una ducha y ponerme cómoda. Por hoy no creo que hagamos más
incursiones. Por lo que sé, One sigue encerrado en el despacho de Kenichi.
Elijo un camisón negro de algodón, mi cabello lo dejo suelto cayendo por
mi espalda, aún húmedo por la ducha. Me tumbo sobre el colchón y mis
ojos vuelan hacia la puerta al escuchar cómo alguien manipula el pomo
desde fuera. Por si acaso alcanzo mi Shodai y de un bote me coloco frente a
la entrada para darme casi de bruces con mi castigo.
«One», suspira mi cerebro.
Frente a mí, sin camiseta, luciendo sus pectorales marcados, con unos
pantalones azules de algodón que descansan en su cintura mostrando la uve
de sus oblicuos. En definitiva, no me cansaré jamás de comérmelo con los
ojos porque todo en su cuerpo exhuma dominio y sensualidad, lo que
resulta un imán para mí ya de por sí alteradas hormonas.
—No quiero pataleta— susurra —,ni reclamos, ni escenas. Tampoco voy
a soportar indecisión. Porque esto aquí para saciar las ganas que me
consumen, y mi querida dragona esas no aceptan obstáculos— continúa
puntualizando cada sílaba, entretanto da dos pasos para eliminar el espacio
que separa nuestros cuerpos.
Si One en estado puro resulta irresistible, no puedo explicar cuando habla
de esa forma tan sexi sin darte opción a réplica, simplemente a rendirte a su
lascivia.La empuñadura de mi Shodai resbala de mis dedos cayendo al
suelo con un sonoro ruido. Señal que aprovecha One para rodear mi cintura
y pegar su pecho al mío. Su aliento quema mi rostro y mis ojos se quedan
hipnóticos en su boca. Calor, mucho calor, y ganas muchas ganas. Así
podría resumir mi estado actual.
—Mía —gruñe entre dientes segundos antes de apoyar su boca contra la
mía en un beso cargado de anhelo, maltratando mi boca, arrasando con mi
lengua y apretando mis caderas su dura erección.
Mi cuerpo no tarda en reaccionar, rodeando su cuello con mis manos y
trepando por sus caderas para rodearlas con mis piernas y frotar mi sexo
con su verga a modo desesperado. Por el fuego que desata, One me
convierte en una chispa de brasa ardiente enloquecida por arder en el
infierno, en un volcán o en lo que se tercie.Caemos juntos a la cama y One
se apresura a bajar los tirantes de mi bata de dormir para meter uno de mis
pechos en su voz arrancándome un gemido. Con otra de sus manos se
deshace hábilmente de mis bragas para juguetear con mi hinchado clítoris,
desatando la humedad extrema entre mis piernas. Atormentándome,
saciándome, conviniéndome en una muñeca ansiosa bajo sus caricias.
El sexo con One es como la pirotecnia, fuegos artificiales que cubren el
cielo, tracas que retumban en tus oídos y tu corazón y al final la sensación
de haber conquistado una parte del cielo estrellado.Los preliminares pasan a
segundo plano porque nos apremias las ganas y One se despoja de su
pantalón para empalarme de una fuerte estocada, robándome todo
pensamiento cuerdo de mi mente, sumergiéndome en el placer de
experimentar la sensación de ser poseída y dominada por este Dios del sexo
ardiente que logra subyugarme.
Las acometidas son rítmicas y con cada una One se apodera de un pedazo
de mi alma, porque lo siento, mi corazón henchido de placer e ilusión y mi
cuerpo mantequilla bajo su toque.Mi mente lanza al cubo de la basura
cualquier excusa de las que había recopilado para romper esta relación, este
apego sexual y emocional y así protegerme de una caída brutal. Así que me
declaro condenada.
En algún momento de la noche me duermo y cuando abro sobresaltada
los ojos, lo primero que compruebo es si One sigue al otro lado de la cama.
«No se ha largado», reitera mi mente.
Una extraña satisfacción inunda mi pecho y lo miro embelesada, los
rayos de una que atraviesan mi ventana iluminan su figura desnuda y no
dejo de admirarlo.
Si por mí fuera no le quitaría las manos de encima, One es exquisito, mi
bocado favorito, salivo en exceso, pasando mi lengua por mis labios
lamiéndome como una gata.
—Si no dejas de mirarme, me vas a desgastar, dragona —dice abriendo
un ojo con una sonrisa de satisfacción en su rostro.
Cogiéndome del tobillo, arrastra mi cuerpo hasta colocarlo de nuevo bajo
el suyo.
—¡Eres un arrogante! —gruño fingiendo molestia.
—Arrogante no, realista. Me miras como si fuera tu comida favorita. —
replica divertido atacando mi cuello con pequeños besos que provocan
pequeñas descargas en mi cuerpo.
—Bueno, pues dejaré de hacerlo —proclamo torciendo mi boca en un
mohín, entretanto resisto las caricias que van bajando de mi clavícula a mi
pecho. One alza su cabeza atando sus ojos a los míos.
—Mentirosa. Dragona te ordeno que sigas mirándome así— increpa.
—Así, ¿cómo? — me intereso.
—Como si fueras el mejor hombre del mundo, tu todo —confiesa antes
de meterse uno de mis pechos en la boca.
Guardo silencio porque One tiene razón, lo veo como un dios, lo admiro,
lo odio y lo amo a la vez tres emociones que palpitan al unísono en mi
interior.
Capítulo 52
Kayda
Dejo la toalla de mala gana en el cesto de la ropa sucia que permanece al
lado de la ducha. Salgo desnuda e intento no rememorar en mi mente la
noche de sexo ardiente vivida. Al despertarme la emoción y la satisfacción
burbujeaban en mi henchido corazón hasta comprobar que mi amante ya no
estaba. Ni rastro de One en la mañana, ni una simple nota, nada. Actos que
agriaron mi humor diluyendo todo rastro de éxtasis o emoción.
«Vivís en la misma casa», aboga mi mente en un intento de apaciguar mi
negro talante.
Odio sentirme como una amante más, porque cuando estamos juntos él
consigue que me sienta especial, sexi, poderosa, mientras que después me
hundo en el lodo de la furia y la autocompasión a ver que me trata como la
simple calienta camas. Despejando los sentimientos que provocan que se
me pudra el alma por dentro, me enfundo mi mono negro y agarro mi
Shodai. Hay demasiado que hacer para descontrolarme en sentimientos que
no me convienen.
Antes de colocar mi mano en la perilla de la puerta mi móvil suena, lo
sujeto y el número en pantalla es desconocido. Frunzo el ceño, segundos
antes de contestar.
—Sí.
—Kayda, soy Ichiro. Necesito que me ayudes —titubea con voz
temblorosa.
El miedo se percibe a través de la línea.
—Ichiro, ¿Dónde estás? —pregunto.
—Kayda, me va a matar, necesito que me ayudes — insiste nervioso.
—Está bien tranquilízate, envíame la ubicación, iré con varios hombres
— cedo al fin, aunque no confío en Ichiro. La desesperación que se percibe
a través de la línea logra convencerme de ayudarlo.
Atravieso el salón y ni siquiera miro a Hana que desayuna sentada en la
cabecera de la mesa, sola.
—¿Se te olvidó toda la educación que te enseñe? —pregunta antes de que
pase totalmente de largo.
—No quiero enfrentamientos, tengo prisa— contesto, afanada.
—Eres una desagradecida— gruñe volviendo su atención a su plato.
La ignoro y prosigo con mi camino, aviso a Kayko y tres hombres más
solicitando su discreción. La punzada de la culpabilidad rechina en mi
mente. Porque sé qué actuar para rescatar a Ichiro a espaldas de mi
hermanastro, traerá consecuencias nada agradables.One odia a mi ex
prometido, bueno, es mutuo, aun así, no puedo darle la espalda y dejar que
lo maten por muy idiota que sea. One no lo va a entender y esa es la causa
por lo que de momento se lo voy a ocultar.
Mis compañeros asienten y nos subimos a una de las furgonetas
blindadas para acudir al lugar donde se encuentra Ichiro Shinoda.
One
Abandono la habitación de Kayda bien temprano, aunque confieso que
me hubiera quedado acurrucado con su cuerpo desnudo entre mis brazos
todo el día, pero las responsabilidades me llaman. Justo al salir tropiezo con
Azumi y la decepción en sus ojos es visible.
«No me importa, no soy un buen hombre, no practico la empatía».
—Buenos días, One. —Saluda ocultando sus sentimientos tras su
máscara de amabilidad.
—Buenos días — contesto seco prosiguiendo mi camino de regreso a mi
cuarto.
—Kayda no es como crees, deberías haber elegido mejor.
Sus palabras penetran en mi cerebro y muy a mi pesar plantan la duda de
que explique realmente a que se refiere.
—Azumi, no me gusta lidiar con mujeres celosas —acuso frunciendo
enfadado mis labios en un rictus.
Los hombros de Azumi se tensan ante mi acusación, aunque es buena
disimulando.
—No son celos, bueno, algo. Pero Kayda no es de fiar, no es una mujer
que llegues a controlar. Ella siempre actúa como quiere bajo ningún código
de honor —culpa.
—¿Quién te dijo que quiero dominarla? —pregunto sarcástico.
Me gusta mi dragona siendo libre, impulsiva, sanguinaria, arrogante,
bélica e insistente. Mi intención nunca ha sido cambiarla, sino hacerla mía,
que me pertenezca en cuerpo y alma. Sin embargo, no pienso darle
explicaciones a Azumi de mis intenciones.
—Bueno, tú mismo, luego no digas que no te lo advertí— sentencia
molesta.
«Mujeres, demasiado complicadas», proclama mi mente.
Paso el resto del mañana encerrado en el despacho de Kenichi con
Kimura y el maestro. Necesitamos calcula bien los siguientes pasos, serán
decisivos para dar con Akiro y Li Zuang. Ordeno que vigilen todas salidas
del país por tierra y mar porque no me extrañaría que intentaran abandonar
Tokio.
—Fudo, Akiro no creo que quiera abandonar Tokio. Porque lo que
ambiciona está aquí si se instala en territorio de la tríada, sus planes se
verán truncados. No considero que haya cesado en su empeño de hacerse
con el control de la yakuza. —expone el maestro Tanaka con sentido
común.
Coincido con él, mi tío no cesará en su afán por controlar la organización
que lleva años minando.
La puerta del despacho se abre y aparece Tetsuo para dar su informe, en
ese momento mi mente evoca a Kayda. No la he visto en toda la mañana y
mi cuerpo, la extraña, siento el cosquilleo en mis manos que provoca las
ganas de recorrer sus curvas con ellas.
—One. — Saluda Tetsuo con su sonrisa torcida.
— ¿Qué noticias me tienes? —interrogo.
—Ni rastro de los hombres de la tríada, al parecer se han atrincherado en
algún agujero inhóspito lejos de nuestro alcance.
—Quiero que busquéis en cualquier lugar, hasta debajo de las piedras si
es necesario. No pueden haberse esfumado. — ordeno furioso.
—Bueno, he podido averiguar que Li Zuang tenía una especie de alianza
con los Maotang, son una organización de asesinos dirigidos por un ruso
sanguinario y codicioso ex miembro de la bratva. Al parecer dicha relación
se ha roto y los miembros de Maotang han abandonado la ciudad. —
explica Tetsuo.
—No existen exmiembros de la bratva, jovencito— ratifica el maestro.
—Si entras en la bratva no sales vivo. Porque creo que tu información no es
veraz.
—Quieres decir que Li Zuang ahora mismo solo cuenta con su gente y
con los pocos que han seguido a Akiro —remarco.
—Exacto — afirma Tetsuo.
—Estamos como al principio, sin nada concluyente— exclamo dando un
fuerte golpe sobre el escritorio.
—One, Li Zuang no es un idiota y Akiro tampoco ambos son personas
que están acostumbradas a esconderse— recuerda el maestro Tanaka.
Odio que tenga razón, y las ansias de dar con ellos se intensifican en mi
interior.
Kimura se levanta y se retira unos pasos para atender una llamada. Por el
rabillo del ojo veo su cara de espanto.
—¿Qué sucede, Kimura? ─ pregunto con curiosidad.
—One, Kayda…— Los nervios se disparan en mi interior, al escuchar su
nombre —Parece ser que ella y varios hombres salieron esta mañana y no
regresaron. No logran localizarlos— concluye al fin.
Mi sangre bombea frenética y un sudor frío recorre mi frente. Noto la
tensión extrema en cada parte de mi cuerpo. Terror, pánico, no son
emociones que experimente, la vida me entreno para no sentirlas, sin
embargo, al escuchar el nombre de Kayda y comprender que no la
localizan, por primera vez en años experimento pánico.
«¡Teman los que se atrevan a dañar lo mío!», proclama mi mente con
vehemencia.
—Quiero a todos los hombres buscándola— siseo, conteniendo la ira que
recorre cada músculo.
El maestro se pone en pie preocupado porque es su hija, la que ha
desaparecido.
—Iré con ellos— anuncia.
—No, debes permanecer en la casa. No necesito preocuparme de que te
maten o te capturen. Mi atención debe estar solo en encontrarla— informo y
es un suplicio hablar con calma, una que no siento.
Quemaría el mundo en este preciso instante por la seguridad de
encontrarla. Si la tocan, sin se atreven a dañarla, el demonio que vive en mí
no tendrá reposo hasta vengarme. En este mundo lleno de mentiras,
traiciones, venganzas y luchas de poder no tiene cabida mi verdadera
naturaleza. Desconocen quienquiera que sea el que se haya atrevido a
arrebatármela, que mi bestia interior es la destructora más letal del
mundo.Los sentimientos que se acumulan en mi garganta son demasiado
transcendentales y ahora mismo no puedo asimilarlos, porque el tiempo es
primordial para encontrar a Kayda.
Capítulo 53
Kayda
Kayko conduce la furgoneta y dos de mis compañeros ocupan las plazas
traseras mientras yo voy sentada en el asiento del copiloto. Tengo la
ubicación que me facilitó Ichiro, la he introducido en el navegador del
coche y la voz metálica nos indica que giremos a la derecha. Nos
adentramos en una calle de los suburbios de Tokio y la punzada en mi nuca
me advierte de que algo no anda bien. Una explosión frente a nosotros
alcanza la parte frontal de la furgoneta y se alza provocando que de una
vuelta de campana. El cinturón maltrata la piel de mi pecho con la
brutalidad del golpe y alcanzo a agarrarme a la manilla que tengo sobre mi
cabeza. El cristal delantero estalla en miles de trozos frente a nosotros y
noto con uno de los pedazos pasa rozando mi mejilla al igual que un
proyectil.Por un instante cierro los ojos y maldigo haber tomado en serio a
Ichiro.
«Es una trampa, lo tengo claro y ahora quizás es demasiado tarde. Pero
moriré peleando, no entre un amasijo de hierros».
Cuando vuelvo a abrir los ojos, el vehículo permanece boca abajo y ha
parado contra el asfalto. De reojo miro a mis compañeros de atrás y ambos
permanecen inconscientes. Elevo una de mis manos y desenvaino mi
Shodai para cortar la trincha del cinturón y lograr liberarme. Kayko tiene su
cabeza recostada en el reposacabezas y la pose de su cuello es antinatural,
por lo que sospecho que está muerto. Acciono la manilla para comprobar
que la puerta no abre y opto por arrastrarme como puedo y salir por el
agujero del parabrisas el cual luce sin cristal.
Me agazapo en uno de los laterales con mi espada a modo de defensa,
agudizo el oído, pero le silencio es lo único que recibo. Un leve olor a
combustible indica que quedarme cerca del vehículo no es una buena idea.
Busco en uno de mis bolsillos el móvil, no lo encuentro. Posiblemente, se
me cayó en interior del coche.
«Ahora no puedo buscarlo», certifica mi mente.
Tengo dos opciones o me quedo quieta y muero cuando el coche estalle a
causa del combustible o me arriesgo a salir, aunque me disparen los que
sean que han provocado esta emboscada.
Envalentonada con la Shodai alzada me pongo en pie retirándome de la
furgoneta tumbada. Estamos en lo que parece un callejón sin salida al
fondo, un camión obstaculiza la salida de este. Oteo a ambos lados en busca
de los atacantes y ni rastro. Extraño, demasiado, huelo el peligro, aunque al
parecer estoy completamente sola. Un movimiento entre unos contenedores
llama mi atención. Separo mis piernas y empuño mi catana a la espera de
que salga de entre la oscuridad.
—Kayda…
—Ichiro, pedazo de cobarde. ¿Qué cojones has hecho? — grito al ver
cómo mi ex prometido aparece de entre las sombras.
—Yo… no tengo la culpa, Kayda ellos me encontraron primero— se
justifica aproximándose a mí.
—No te muevas, no me fio de ti. Lánzame tu teléfono— exijo, es mi
única oportunidad de avisar a Kimura.
La sonrisa malévola que se dibuja en el semblante de Ichiro es respuesta
para saber que no me va a dar ningún teléfono.
De repente el leve pinchazo en mi cuello provoca que sobresaltada me
gire y compruebo que Akiro está justo frente a mi mirándome con malicia.
Llevo mi mano a la zona donde sentí el pinchazo para verificar que cuelga
una jeringuilla.
—Maldito— siseo antes de nota como mis párpados se cierran sin
permiso y mi Shodai cae al suelo porque mis manos no son capaces de
sujetarla.
La oscuridad se cierne sobre mí y mi último pensamiento va dirigido a
One…
«Si no muero, van a matarme por imprudente».
One
Dos horas, desparecida.
Atravieso las puertas del club Yokai, en el sótano de este se encuentra
como rehén Yuto Sato, a mi derecha camina Tetsuo. Mantiene silencio, raro
en él, supongo que la expresión de mi rostro le impone a adoptar la ley del
silencio. Aguanto al máximo las ansias de quemar Tokio entero, porque
necesito lucidez para dar con mi dragona. Destierro de mi mente cualquier
pensamiento funesto y así solo dejar sitio al control.
Yuto Sato permanece en mitad del sótano atado con los brazos en cruz
colgado literalmente del techo, bajo sus pies suspendidos un charco de
sangre. Llevan desde que lo encontramos en el hotel torturándolo en busca
de una información que en estos momentos no hemos obtenido. Sus ojos se
clavan en mí y vislumbro el terror puro y duro en ellos. Si hasta la fecha lo
han torturado los hombres de Tetsuo lo que ahora le espera no es ni
parecido.
En una mesa justo en mitad de la estancia encuentro una variedad de
cuchillos y agarro, el más largo.
—Yuto— siseo y mi voz suena tétrica.
—No sé nada— empieza a gritar retorciéndose sobre sí mismo,
lastimándose con las sogas que sujetan sus muñecas—. Ya lo he dicho, no
tengo la información que buscáis, solo soy una víctima más.
Meneo la cabeza a modo de negación, entretanto recorto la distancia que
me separa de su cuerpo.
—El juego ha cambiado, Yuto —anuncio—.Ahora no necesito
información, ahora lo que quiero es que me digas donde se encuentran las
ratas que te han condenado al lado equivocado del tablero.
Pestañea asombrado intentando asimilar mis palabras.
—No tengo ni puta idea— grita, aterrado, al ver cómo la hoja del
cuchillo se aproxima al arco que su cuello hace con su clavícula. Con un
golpe seco profundizo el puñal en ese lugar provocando que sus alaridos
retumben en la sala.
—Piénsalo otra vez, Yuto. Necesito que me digas donde se esconden
Akiro y Li Zuang, tienen algo que me pertenece y voy a recuperarlo —
profundizo más la hoja del puñal y sus gritos siguen brotando de su boca.
No contesta del intenso dolo se ha desmayado y saco el cuchillo que está
hundido en su carne con rabia provocando que la sangre salpique en mi
cara. Estoy furioso, enloquecido, porque no ha dicho una mierda y Kayda
sigue sin aparecer.
Suena mi teléfono Tetsuo me alarga una toalla para que limpie los restos
de sangre de mi cara y lo hago mientras contesto.
—Sí.
—Tenemos la última ubicación del móvil de Kayda.
—Pásame la ubicación, voy directo.
Suelto el cuchillo sobre la mesa y me largo dejando el cuerpo tras mi
espalda. Yuto Sato ha resultado inservible y lo que me cabrea es que lo supe
en el minuto uno de conocerlo. Tetsuo me sigue y abordamos una furgoneta
blindada, tres hombres nos acompaña para acceder a lugar donde se activó
el móvil de Kayda por última vez. Ahora no hay señal, pero necesito
agarrarme a un clavo ardiente y es lo que hago. De pie frente, el vehículo
volcado con los cristales petados por el impacto reviso desde una distancia
prudencial mientras si hombres sacan el cuerpo inerte de Kayko. Los dos
ocupantes de la parte trasera están inconscientes, pero con latido, aunque
leve. Otro de nuestros vehículos llega para hacerse cargo de ellos, quizás si
despiertan a tiempo puedan arrogar algo de luz a este suceso.
«Ni rastro de Kayda»
Decido acercarme el vehículo agachándome al lado del copiloto sujeto la
trincha del cinturón para comprobar que ha sido cortada, con un objeto
afilado.
«¿Salió o la sacaron?», interroga mi mente.
—Quiero que reviséis cada rincón de este sitio— ordeno a mis hombres.
Mi teléfono suena con insistencia, lo descuelgo.
—Fudo, necesito hablar contigo —anuncia el maestro Tanaka con
insistencia-Recordé algo que es relevante para encontrar a mi hija.
—Voy para allá—proclamo sin perder ni un minuto.
La percepción de inquietud en la voz del maestro me indica que es
urgente, así qué no pierdo ni un minuto más y abordo uno de los vehículos
junto a dos de mis hombres para regresar a la casa Shinoda.
Los guardias son necesarios, no me gusta porque prefiero conducir yo,
sin embargo, en estos momentos es recomendable, porque no puedo
olvidarme de que estamos en guerra.
Capítulo 54
One
El maestro se sienta en una esquina del despacho, y acaricia su perilla de
forma concienzuda. La ansiedad me azuza a gritarle que hable, que el
tiempo se agota, que el conteo no se para. Cada segundo que tardamos en
localizar a Kayda es una ventaja para que nuestros enemigos la dañen.
—Cálmate —aconseja y tengo ganas de partirle la cabeza-Akiro, no la
dañará, es su moneda de cambio para conseguir el cetro de poder de la
yakuza. La organización durante años ha venerado a mi hija como la joya
que es. Razón por la cual Kenichi la protegió y la enalteció al mismo
tiempo— explica el maestro con templanza.
No tengo ni idea de donde la saca, cuando lo que está en juego es su hija.
—No confío en Akiro, puede desestimar a Kayda como cambio y dañarla
— asevero.
—No habla tu cabeza, muchacho, sino tu corazón. Las batallas no se
ganan escuchando nuestro corazón, sino aplicando los engranajes de
nuestro cerebro para lograr la ventaja que nos otorgara la victoria. —
murmura firme.
—Al grano, maestro— exijo al límite de mi paciencia.
—Encontraste la Shodai en el lugar del accidente.
Su pregunta me sorprende y me confunde.
—No— respondo.
—He recordado que Kenichi coloco un localizador para controlar a
Kayda. Su faceta rebelde le trajo muchos dolores de cabeza a tu padre,
supongo que por eso tomó esa decisión.
La noticia está lejos de arrojar optimismo en mí, porque si tiene un
localizador mi tío ya se habrá encargado de quitárselo.
—Si tiene un chip Akiro no es tonto, se habrá deshecho de él. — anuncio.
—No, porque no está en el cuerpo de mi hija, sino en su Shodai, Kayda
jamás se desprende de ella. — asegura Tanaka y logra sorprenderme.
—¡Joder, Kenichi era un hijo de puta listo! —exclamo— ¿Y el
dispositivo para ubicarla?
—Ese es el problema, no tengo ni la más remota idea. —confiesa el
maestro.
Arrojar un poco de luz para que después de nuevo se cierra la oscuridad.
—Buscaré en este despacho-asevero empezando a abrir cajones como un
loco.
—Yo voy a hacer ciertas llamadas a gente que podría saber de este asunto
— dice el maestro levantándose y dejándome Oslo.
Literalmente, destrozo el despacho de Kenichi sin encontrar nada, salgo
del despacho frustrado y observo por el pasillo a Hana con su teléfono en la
mano, lo que resulta sospecho, así que decido seguirla.
«¿Por qué sigue aquí esta maldita víbora?», pregunta mi mente.
Se mete en su dormitorio y decido averiguar de que se esconde la altiva y
orgullosa Hana Sumiyhosi. Con sigilo abro la puerta y la escucho.
—Akiro, soy Hana…
La ira me ciega, al percatarme que está hablando con mi enemigo, con la
persona que me ha arrebatado a mi dragona. Sin pensar, dominado por la
ira, el odio y las ansias de sangre, me aproximo a ella por la espalda y rodeo
su cuello con mis manos girándolo hasta que los huesos de su cervical
crujen silenciándola para siempre… El teléfono cae al suelo y su cuerpo
inerte también. En una esquina de la habitación, su fiel sirviente, Chihiro
mirándome con una mezcla de terror y odio en sus ojos pequeños
entornados.
—Yo te maldigo demonio— sisea— Maldito seas por toda la eternidad
rey de las sombras demoniacas. — Amenaza si apartar la mirada de mí.
Saco de mi chaqueta una estrella de ocho puntas y la lanza directa hacia
Chihiro. La trayectoria de esta alcanza su cuello a la altura de su nuez,
hundiéndose en su carne. La vieja intenta articular palabra llevándose sus
manos al cuello, pero tan Oslo emite un carraspeo.
«Se está ahogando con su propia sangre»
Segundos tarda en desplomarse también en el suelo de la habitación.
Alivio es la única sensación que experimento al ver los cuerpos inertes de
ambas mujeres en el suelo. Eran unas brujas y como tales que ardan en el
infierno.
Me agacho a recoger el teléfono de Hana y la llamada ya se cortó, pero lo
entregaré a los informáticos para que intenten averiguar el número con el
que hablaba.
Salgo de la habitación y tropiezo de bruces con el maestro, quien me
dedica una mirada alzando la ceja, al comprobar de donde salgo.
—¿Has encontrado algo? — interroga expectante.
—Del puto dispositivo ni rastro, pero hallé dos topos en mi propia casa—
proclamo con las mandíbulas apretadas.
—¿Hana? — pregunta y asiento.
—Siempre fue una mujer ambiciosa, manipuladora, escudada en su
código de costumbres ancestrales, con la sombra de su sirvienta que
también fue su nana. — concluye a modo explicativo.
—Olvídate de la viuda de Kenichi, ya no dará más problemas. Al parecer
se comunicaba con Akiro. — corroboro.
—Esa bruja desagradecida— sisea el maestro.
—Si ya no hará más daño —afirmo.
—Hideaki, ha llamado. Akiro se ha puesto en contacto con el consejo. —
informa.
—Hijo de perra— gruño.
—Exige tu cabeza en bandeja y el cargo de Kumicho a cambio de
entregar a la joya— aborda Tanaka.
Mi corazón late deprisa, demasiado me atrevería a determinar, el odio
intenso que provoca Akiro con solo escuchar su nombre transforma mi alma
en oscuridad. Ni pensar en que me ha arrebatado a mi dragona, y eso logra
lanzarme al vacío de mi infierno. Aprieto los puños y camino hacia el salón
con el maestro a mi espalda.
En el salón me encuentro con Hideaki acompañado por Azumi.
—Fudo, tenemos noticias. Akiro se puso en contacto con nosotros, quiere
hacer un trato— anuncia Hideaki.
Lo detallo mientras habla, el nerviosismo está presente en el consejero en
funciones. Entiendo su inquietud. Pero no comprendo que se atreva a
proclamar en mi presencia que el malnacido de Akiro desea sellar un trato.
Hay demasiada ira en mi interior que me convierte en una bomba a punto
de estallar.
—Nada de tratos. Ni lo pienses Hideaki. Voy a dar con ese hijo de perra y
lo abriré en canal como el cerdo que es— proclamo con veracidad.
—No deseo contradecir al Kumicho, pero Fudo Akiro es muy listo y no
te olvides que tiene en su poder a la joya.
Elimino la distancia que nos separa y rodeo el cuello de Hideaki con una
de mis manos lazándolo del suelo.
—Si tu intención es no contradecirme, ¿por qué hablas? Y no necesito
que nadie me recuerde, que tiene a la que tú llamas la joya, porque me
pertenece, me robo lo mío y no voy a descansar hasta recuperarla y
hacérselo pagar —proclamo dominado por la furia intensa que me embarga.
El semblante de Hideaki refleja el horror ante mi ataque de furia.
—Fudo suéltalo —ordena el maestro detrás de mí.
Poco a poco inspiro y expiro en un loco intento por transmitir lago de
calma a mi cuerpo y deshago mi agarre al consejero.
—Hideaki informa al consejo que el Kumicho solucionará este maldito
entuerto, así me cueste la vida —proclamo ante la atenta mirada de los
presentes.
Hideaki asiente.
—¿Habéis localizado el aparato, Azumi? —pregunta con una voz rasposa
consecuencia de mi ataque el consejero.
Mis ojos vuelan a la mujer que da y leve respingo ante mi observación.
«Miedo, lo huelo a kilómetros»
—Yo…-empieza y todo encaja en mi cerebro, al igual que cuando
consigues todas las aras de un cubo de Rubik.
—¡Habla! — grito esperando que se explique.
—Mi padre lo tiene en su caja fuerte— informa al fin.
—Maldita hija de perra, callaste por celos. Te voy a matar— grito
enfurecido y el maestro me sujeta por detrás para impedir que me abalance
sobre la perra traidora que ha omitido información para que encontrara a
Kayda.
Hideaki opta por la fabulosa idea de llevarse Azumi, alejándola de mi
vista, porque soy capaz de matarla allí mismo y no me pesaría.
Una vez solos el maestro me libera y lo fulmino con mi mirada.
—Debes contenerte, la presión te hace errar, Fudo. — aconseja.
—Esa maldita ocultó información y no voy a permitir que se vaya de
rositas. — proclamo cerrando mis manos en puños.
—Es una joven encandilada por un hombre, la rivalidad entre mujeres es
habitual. El culpable tú, si no proclamaras a cada rato lo que crees tener con
mi hija— regaña y me molesta.
—No divagues, Tanaka. No creo nada, tengo y te pido encarecidamente
que no te inmiscuyas porque lo que siento por ella saca al hijo de puta que
duerme en mi interior— advierto.
Media hora es lo que tardan Azumi y Hideaki en volver. Ella porta en sus
manos un aparato muy parecido a una tablet electrónica.Me lo ofrece
titubeante a la espera de mi reacción, yo ni siquiera la mío. Porque cada vez
que la veo recuerdo su maldad y las ansias de matarla resurgen.
Capítulo 55
Kayda
Abro los ojos, aturdida para toparme con los profundos y malévolos ojos
de Akiro Shinoda y la malicia que veo bailando en sus ojos golpe mi alma
como una bala. Durante años intuí que el hermano de mi padre adoptivo no
era alguien bueno, no me importó, simplemente, me dediqué a evitarlo, a
ignorarlo.
Desde siempre mi código de honor personal no se ha regido por lo bueno
o lo malo, ya que mi naturaleza se ha inclinado más hacia lo malicioso, lo
sanguinario, desterrando lo devoto, o santificado.
—La joya durmiente despertó— proclama con una sonrisa torcida
cargada de desprecio.
Permanezco en el suelo mis pies y mis manos atados con bridas, remuevo
mis manos y lastimo mis muñecas sin conseguir que la cinta de plástico se
afloje ni un ápice.
—Akiro, eres un hijo de perra— exclamo y la sorpresa se muestra en su
rostro.
—Ichiro se quejaba continuamente de tu boca sucia y tus malos modales,
y nunca fui testigo de ello, por lo que oírte maldecir como un vil patán me
asombra. No mereces la veneración que te profesan— anuncia con cara de
asco.
—No la pedí, la veneración de la que hablas— rebato y no pierdo de
vista el lugar en el que me encuentro.
Un aroma a salitre inunda mis fosas nasales y el metal que descansa bajo
mi trasero y mis piernas y las paredes que nos rodean me da la ligera idea
de que estamos en un barco.
«Joder, si es difícil escapar en tierra firme, ni decir en mitad del océano.
Por mi bien, espero que el barco esté atracado aún en el puerto».
No veo por ningún lado mi Shodai y me cabrea.
—¿Dónde está el cobarde tu hijo? —interrogo.
La carcajada que emite resuena en todo el sitio.
—Veo que conoces bien mi legado, sobrina. Lástima que no sepas elegir
bando —comenta.
—Y el idiota de Li Zuang, ¿no da la cara? —insisto, necesito recabar
información, aunque con cuidado porque Akiro no es ningún principiante,
pronto vislumbrará mi juego de preguntas.
—Li Zuang tiene sus propios asuntos. — corrobora-Ahora te portarás
bien mientras los viejos del consejo me entregan la cabeza del bastardo de
Fudo en bandeja a cambio de su preciada joya.
Es un iluso si supone que One se dejara coger de las bolas por el consejo
de la yakuza, no lo conoce. Él es quien manda y no sigue ningún código que
no sea el suyo propio.
—Esperaremos, entonces —digo de forma irónica.
Akiro
El olor a mar provoca que respire hondo mientras miro al horizonte, los
hombres de Zuang vigilan la cubierta donde en este momento me
encuentro. Él ha tenido que regresar a Pekín problemas internos, dijo. Pero
más de cien hombres me apoyan sumados los que ya lo hacían desde
años.Mi pecho se estremece recordándome el mal sabor que me trae todo lo
acontecido. Porque tenía el poder en la punta de mis dedos y me lo arrebato
el maldito demonio que años atrás deje vivir.
Ahora debo conseguir el poder a malas sacrificando miles de hombres de
la organización, lo cuales han muerto desde que detoné esta maldita guerra.
Las vidas perdidas me importan poco, aunque sí los activos en las filas de la
yakuza que representan.
La bruja que tengo cautiva en la bodega del barco es otra preocupación
añadida, porque ni muerto Fudo me otorgara su lealtad. La joya es una
pieza rebelde que reconozco que jamás lograré dominar.
«Siempre puedes casarte con ella», propone mi retorcida mente.
Sonrío ante la idea que poco a poco toma forma en mi cabeza, el
matrimonio con Ichiro está descartado. En primer lugar, mi legado está
acabado, a pesar de que gracias a su colaboración he conseguido hacerme
con Kayda.Pero no perdonaré su traición, con la misma empezó este
conflicto sin su acusación, el consejo me hubiera elegido como el nuevo
Kumicho a pesar de que Fudo quería competir.
La “lástima y la compasión” no forman parte de mi naturaleza, ni
siquiera con mi sangre.
Evoco la llamada de Hana, se cortó de forma brusca, y experimento
cierta curiosidad por saber qué quería decirme. Seguro que tan solo me
contactó para escupirme sus quejas con respecto a mi sobrino. Hana
Sumiyhosi odiaba a Mónica, la madre de Fudo porque siempre quiso ser la
esposa de mi hermano. Cuando Mónica murió, ella se apresuró a echarle el
lazo a Kenichi para conseguir su propósito.La aparición de Fudo truncó sus
planes igual que los míos, porque ella quería ser la albacea de la herencia de
sus hijas.
La detesto, sin embargo, es una espía en casa de los Shinoda y la
aprovecho.
—Padre.
Escuchar su voz y llamarme de esa forma retuerce mis entrañas. Creo que
las expectativas que deposité en mi hijo y la posterior decepción han
provocado que lo desprecie y lo odie. No lo siento como sangre de mi
sangre, Más bien como una garrapata insulsa que entorpece mi ascenso al
poder. Me giro y lo miro con atención.
—Tenemos un trato, ¿no? - pregunta y las dudas se perciben en su leve
titubeo.
Botang mi hombre de confianza, permanece en silencio a mi derecha.
—Sí. — contesto apático
Mi hijo asiente y decide desaparecer de mi vista.
—Elimínalo en cuanto me largue. —ordeno dirigiéndome a Botang y este
asiente sin preguntas, sin reproches.
Ichiro
Aprensión es el sentimiento que despierta en mí mi progenitor, nunca ha
sido un padre amoroso, ni siquiera fue capaz de prestarme mucha atención.
Con los años mendigué por su atención sin éxito y aguanté sus quejas y
críticas esforzándome en ser el hijo que le ansiaba. Mientras bajo las
escaleras hacia la bodega, acepto que jamás tendré ni su atención ni su
aceptación. He hecho un trato con el diablo para librarme del demonio de
Fudo, sin embargo, supongo que no fue la mejor decisión. Porque la
sospecha de que mi padre se deshará de mí sí o si sigue latente en mi
interior. Accedo a la bodega y los hombres que custodian la misma me
dejan pasar.
Entro y la mujer que hay tirada en un rincón me aniquila con su oscura
mirada. Kayda es rebelde, pasional, impulsiva, pero si alguien puede
sacarnos de aquí es ella. Aunque la desprecio y la odio, es mi única
oportunidad para escapar de mi padre.
«Si no salgo de este maldito barco, soy hombre muerto, lo sé»
— ¡El cobarde da la cara, esto sí que es una sorpresa! — exclama con
sarcasmo.
—Estar aquí me gusta tanto como a ti. Pero nos necesitamos— abordo, la
necesito y me necesita.
Saco un pequeño cuchillo y recorto la distancia que nos separa
agachándome frente a ella que me observa con detenimiento.Corto las
bridas de sus manos y no se lo piensa agarrándome con fuerza del cuello.
—Suéltame —siseo— necesitamos salir de aquí si no queremos morir,
así que por una vez hazme caso.
—Eres un cobarde, un mentiroso y un manipulador. Te recuerdo que
estoy aquí gracias a ti— rebate sin soltarme.
—Lo admito la pifié, pero ahora debemos ser rápidos si no queremos
morir —insisto.
Kayda no deja de observar mi rostro determinando si debe o no confiar
en mí.
«Rezo a pesar de nos creyente a los ancestros espirituales para que se
decida pronto si no estamos muertos»
Capítulo 56
One
Esperar a que oscurezca resulta un suplicio titánico con respecto a mi
control. En el mismo instante en el que encendí la tablet parpadeo el punto
rojo desvelando la ubicación de la Shodai las ansias de salir corriendo en
busca de mi dragona me atraviesan como un rayo.
Está en un barco, en el puerto de Tokio, y suplico que no le dé por zarpar.
He reunido a más de cien hombres para abordar el maldito buque.
Siguiendo los consejos del maestro, la mejor opción es esperar a que
anochezca para realizar la incursión y pillar a Akiro y sus hombres
desprevenidos.
—Estamos listos— pronuncia Kimura abordándome mientras me coloco
mi catana a la espalda. También llevo una Glock sujeta a muslo derecho.
—Pues vámonos— sentencio saliendo de la casa para abordar los
vehículos.
Al llegar al puerto dejamos los vehículos y cincuenta de mis hombres,
con Kimura al frente, se visten con trajes de buzo. Son los encargados de
neutralizar la seguridad del barco. Agarro unos prismáticos y veo como en
cada punto clave hay hombres armados.
Es necesario acceder por mar porque a la que nos acerquemos nos
neutralizarían de inmediato.
Entretanto, Hideaki de acuerdo con nosotros, ha contactado con Akiro
para mañana por la mañana.
«Será tarde», reitera mi mente.
Me lleno de paciencia mirando el reloj a cada rato esperando la señal de
Kimura para lanzarme a la borda del buque y acaba con esta pantomima
orquestada por Akiro.
El cosquilleo en mis dedos no cesa ante la expectación de tener a mi
merced a mi enemigo al hombre que mató a mis padres adoptivos.
Cuarenta y cinco minutos tarda el jefe de la lata guardia en darme la
señal para que subamos al barco.
—Vamos— aliento y los cincuenta hombres restantes avanzan delante de
nosotros, el maestro camina a mi lado.
He intentado persuadirlo de que se quedara y no he conseguido
convencerlo.
Ni rastro de los vigías, tan solo mis hombres que ha ocupado sus puestos
a simple vista nada ha pasado. Trepamos por la pasarela hasta acceder al
buque, el silencio y el sigilo son nuestros aliados. Con una señal de mi
mano indico al resto que se dispersen en busca de Akiro y de Kayda.El
maestro y yo localizamos unas escaleras que dan acceso a las bodegas del
buque.
Kayda
Ichiro corta con el pequeño cuchillo que empuña las bridas que rodean
mis tobillos. No es seguro confiar en él, no obstante, no tengo alternativa.
Oteo toda la bodega en busca de mi Shodai no pienso salir de aquí sin ella.
La localiza arrinconada cerca de unas cajas de madera.
—Date prisa —azuza Ichiro.
Empuño mi arma dispuesta a derribar a los dos hombres que según Ichiro
franquea la puerta. Camino de tras de mi ex prometido que se ve ridículo
con un puñal en su mano del tamaño de un cuchillo patatero.
Concentrada en ese pensamiento, no calculo y choco con la espalda
cuando se detiene de forma brusca.
— ¡Joder!
—¿Qué crees que haces, hijo? —La pregunta y la voz son
inconfundibles.
Nuestro intento de fuga se ha frustrado antes de empezar.
Ichiro intenta retroceder y el temblor en su cuerpo delata el pánico que le
tiene a Akiro. Desplazo mi cuerpo hacia la derecha
—Padre…— titubea Ichiro y la mano que sujeta el cuchillo tiembla.
No da tiempo a más, Botang se abalanza sobre Ichiro con su catana
empuñada, atravesando su torso con ella sin pestañear. Al sacar la hoja de
su cuerpo se desploma en el suelo con los ojos abiertos de par en par.
Vuelo mis ojos a Akiro y continua impasible, acaban de matar a su hijo y
ni se ha despeinado.
—Era tu hijo— grito-Eres un maldito— acuso alzando la hoja de mi
Shodai a modo de defensa.
—Kayda, no te recomiendo enfrentarte a mí— advierte.
Rebelde, hasta el fin de mis días, voy a salir de aquí viva o muerta. Ataco
primero a Botang y por el rabillo del ojo observo a los dos hombres que
respaldan a Akiro desenfunda sus armas, pero le laza la mano para
detenerlos.Me concentro en atacar al asesino de Ichiro, nos enfrascamos en
un choque de voluntades a través de nuestras catanas.
«Es bueno, pero yo más», recuerda mi mente.
La diferencia entre mi contrincante y yo es la temeridad, que él crea que
con la Shodai actúo de manera impulsiva, es una ventaja que no voy a
desestimar.Quien me Conoce saber que no hay rival en Japón para mi arte
con la catana, la manejo desde pequeña, ahora entiendo el porqué. Ser hija
del honorable maestro Tanaka me otorgó la pasión, nací con habilidad y
perfeccioné el uso. Por lo tanto, que teman mis enemigos, que en el arte de
la catana no tengo rival.
Mi hoja roza el rostro de Botang y la sorpresa se vislumbra en sus opacos
ojos. Aprovecho la ventaja y de nuevo lanzo una estocada a su pecho que
para mi sorpresa detiene a tiempo.El ruido de la puerta al abrirse consigue
que pierda la concentración y mi rival aprovecha para tajarme en el brazo
derecho. Tras Akiro mi padre deja fuera de juego con dos movimientos a los
hombres que cubren la espalda de Akiro y One se lanza con su catana sobre
mi tío. Akiro Shinoda hace gala de sus reflejos y lo esquiva. Embelesada en
la escena cometo un error de principiante y Botang aprovecha para
agarrarme por la espalda colocando la hoja de su catana en mi cuello.
—Quietos o le rebano el cuello.
Me maldigo en silencio por mi error de aprendiz, porque he colocado la
partida a favor de los malos.
Capítulo 57
One
Ver a Kayda luchando por su vida, entretanto Akiro ejerce el papel de
espectador, provoca que arda mi garganta. Desenvaino mi catana y avanzo
contra él para atravesarlo con la misma. Akiro aplica sus reflejos y esquiva
mi golpe, mientras su acólito aprovecha para agarrar a Kayda a traición y
colocar el frío acero sobre su cuello.El acto me inmoviliza, mis pies se
clavan en el suelo ante la amenaza. En mi mente se reproduce una imagen
similar años atrás, el rostro de Kayda se disipa y lo reemplaza el de mi
padre adoptivo. El pánico y la impotencia se agolpan en mi corazón que
palpita frenético ante la situación.
«No puedo perderla, a ella no», vocea mi mente.
—Fudo veo que estabas ansioso por entregarme tu cabeza— provoca
Akiro resaltando la malicia en las líneas de expresión de su rostro.
—Eres un malnacido y voy a lograr que pagues por todos tus crímenes—
amenazo.
—Sobrino, me subestimas, llevo años tramando mi ascenso al poder y no
me lo dejaré arrebatar por un bastardo — proclama, seguro de sí mismo.
—Siento informarte que ya te lo arrebaté— anuncio en un acto de
provocación, necesito entretenerlo para darle opción al maestro a revertir la
situación precaria en la que se encuentra Kayda.
«Confío en Tanaka»
—No seas iluso. El consejo te otorgo el título de Kumicho porque no
tenía más opción. Pero con tu muerte ese título será mío — asevera.
—Tengo una pregunta, tío-aplico todo el desprecio que siento en cada
sílaba — ¿Por qué me dejaste vivir años atrás?
En su semblante se muestra la sorpresa ante mi cuestión.
—Creo que los años te vuelven más precavido. La juventud consiguió
que me jactara que la cárcel sería peor castigo para un bastardo como tú
Nunca considere que sobrevivieras en su interior. Pero me equivoqué —
confiesa y lo creo.
—Un error que va a pagar muy caro —aseguro—. Pagarás por
arrebatarme a mis padres adoptivos y por dejarme cumplir una condena que
no era mía.
—Siento decepcionarte sobrino, pero no dejaré que salgas vencedor en
esta guerra— asevera con seguridad, dejándose llevar por la excitación que
le otorga llevar ventaja.
«La ventaja en el juego es algo efímero, en ocasiones la tienes y al
minuto la pierdes».
Mientras hablamos justo cuando voy a responderle a Akiro por ser un
iluso. Por mi lado derecho pasa a una velocidad extrema, una estrella Ninja
de ocho puntas se clava justo entre los ojos de Botang, la mano derecha de
Akiro. Sus ojos se petrifican y su cuerpo se tambalea haca atrás. Kayda es
rápida, y aprovecha para deshacerse de su agarre, alzando su Shodai con
ambas manos, asestándole el golpe mortal a Botang en el centro de su
pecho.Akiro se gira contrariado al ver que su hombre ha caído y la ventaja
que tenía a desaparecido. Intenta alcanza a Kayda y está sin dudar, corta una
de sus manos con la hoja de catana.
El chillido estrepitoso retumba en la sala y Akiro cae de rodillas mientras
sujeta con la mano ilesa su brazo.
—Hija de perra— sisea.
Me aproximo con mi espada, me coloco frente a él y lo miro
directamente a sus ojos.
—El demonio y la bestia no pueden convivir en este mundo— sentencio
antes de lanzar la hoja de mi catana contra su cuello, sesgando el mismo. Su
cabeza se desprende de su tronco rodando igual que una pelota hasta quedar
frente a los ojos sin vida de su hijo.
La sangre rodea su cuerpo inerte y como paradoja, colocando a lado del
de su hijo.
«Mi tío y su legado son historia y he cumplido mi venganza».
La adrenalina y énfasis son las únicas emociones que recorren mi cuerpo.
Doy la vuelta y veo frente a mí a mi dragona, mirándome, escrutándome
con sus profundos ojos de hechicera. Un alivio intenso se instala en mi
tórax junto con el resurgir de las ganas que le tengo. Me abalanzo sobre ella
y le planto un beso salvaje, despiadado, posesivo. Uno que pretende
transmitirle sin palabras el inmenso miedo que tuve de perderla. Ella
responde soltando su Shodai y rodeando mi cuello. Abre la boca y nuestras
lenguas se enzarzan en una batalla de posesión, nuestros dientes chocan
ansiosos por más.
Un leve carraspeo logra arrancarme de la fiebre del anhelo.
—Creo que deberíamos salir del buque —aconseja Tanaka incómodo.
Enfilamos las escaleras hasta cubierta donde Kimura nos espera.
—Ni rastro de Li Zuang— certifica.
Un cabo suelto, el jefe de la tríada se nos ha escapado y me enfurece.
—Akiro dijo que Li Zuang estaba en Pekín —informa Kayda que
permanece junto a mí.
—Bueno, Kimura reúne a los hombres, nos largamos— ordeno.
Kayda mi mira con curiosidad.
—No olvido, no perdono. Tranquila dragona, Li Zuang pagará por sus
fechorías — afirmo y Kayda sonríe con malicia.
Regresamos a casa Shinoda, el maestro es el encargado de informar al
consejo del resultado de la incursión y de las muertes de Akiro y su hijo.
Aún queda explicarle a mi dragona que Hana Sumiyhosi tampoco será un
obstáculo para nosotros.
—Kayda— empiezo abordando el tema en la parte trasera de la furgoneta
donde viajamos.
—¿Ahora soy Kayda? — bromea haciendo un mohín infantil con sus
labios que me incita a borrárselo a besos y lametazos.
—Hana está muerta— al grano no quiero darle muchas vueltas.
Kayda pestañea asombrada por la revelación.
—¿La mataste? — pregunta y en su voz no hay rastro de pesar.
—Sí, después de comprobar que le pasaba información a Akiro.
—Bueno, no puedo decir que lo sienta, ella nunca fue una madre real
para mí— confiesa frotándose nerviosa las manos.
—Su destino estaba sellado, para mi gusto tardé mucho en matarla—
comento frío.
—Si visto desde ese punto de vista, hermanito, te armaste de paciencia—
comenta con sarcasmo.
Me abalanzo sobre ella y la aprisiono entre mi cuerpo y la ventana del
vehículo.
—Dragona, el sarcasmo no me gusta y pagarás por ello en cuanto
crucemos el umbral de la puerta. — amenazo pasando la punta de mi lengua
por sus acolchados labios.
Kayda
Traspasamos el umbral de casa y One no me permite escabullirme, por
el contrario, me retiene como una esclava en su dormitorio, ignorando lo
que piensen el resto de los habitantes de casa. One es insaciable y me
convierte a mí en una mujer ansiosa que parece no tener suficiente de él.
Incluso en la ducha entra conmigo.Acaricia mi espalda con sus manos,
inclino mi cuerpo hacia delante y le ofrezco mi trasero para que refriegue su
verga entre mis cachetes. Sus dedos no tardan en alcanzar mi clítoris y
pellizcarlo para robarme un intenso gemido. La humedad entre mis piernas
se entremezcla con el agua que baña nuestros cuerpos.
Mi corazón bombea henchido de felicidad, porque ahora sí que ha
llegado el momento de aceptar que estoy enamorada hasta el tuétano de mi
hermanastro.Desconozco si él siente lo mismo o no, pero me conformo con
las atenciones que me prodiga.
—Mi pasional dragona— susurra con su boca pegada a mi oreja.
Me gira para mirarme directamente a los ojos y pega su cuerpo al mí. Mis
brazos vuelan hacia su cuello.
—Mia —proclama y mi ego se enaltece con dimensiones estratosféricas.
No hay un te quiero, ni te amo, ni palabras amorosas, sí que me brinda
palabras calientes cargadas de posesión. Ensartándome con su erección
mientras apoya mi espalda en las baldosas de la ducha sin darme tregua.
Juntos somos, fuego, pasión, deseo, anhelo y ganas y mientras dure voy a
dejarme arrastrar en la tormenta de este hombre que es un demonio sexual
que me regala el cielo del placer cada vez que me toca.
Epílogo
Kayda
Dos días después
Los enfrentamientos en los suburbios no han cesado, en esta ocasión ya
no son orquestados por Akiro Shinoda sino por la tríada. Cada vez se
vuelven más violentos. Mientras no tenemos descanso, el maestro, mi padre
se dedica a calmar los ánimos en el consejo de la organización que culpan
en silencio al nuevo Kumicho y por supuesto a mí.
Soy Kayda Tanaka, la joya letal de la yakuza y como tal no me dejo
amedrentar, junto a Fudo Shinoda, conocido entre los pandilleros con el rey
en sombras, nuevo Kumicho de la yakuza combatimos a los traicioneros
hombres de la tríada y mantenemos el territorio que gestiona la yakuza
desde hace trescientos años.Marco de nuevo el número de Yasu y de nuevo
mi llamada es enviada al buzón de voz. No localizar a mi hermana instala
cierta inquietud en mi interior, necesito comunicarle la muerte de nuestra
madre y me preocupa su reacción. A pesar de que Hana nunca desempeño
un papel amoroso con nosotras, no dejaba de ser su madre biológica.
—Kayda, la universidad, no tiene noticias de Yasu desde hace semanas—
informa Kimura interrumpiendo en el salón.
—Mierda. ¿No puede ser? Kimura averigua si llegó a coger el vuelo de
regreso— ordeno al jefe de la lata guardia.
Asiente y desaparece de nuevo para encargarse.
Yasu no es de las que huyen, además a pesar de los acontecimientos la he
mantenido al margen de muchas cosas, cargando yo con gran parte de la
preocupación. Siento unas manos rodeando mi cintura. Su aroma es
ineludible y sus labios en mi cuello me enciende al segundo.
—One, no localizo a Yasu —informo a bocajarro.
One me mira arqueando una ceja a modo de interrogación.
— ¿Qué es lo o que sospechas, dragona? — pregunta.
Con One a veces no o necesito palabras consigue leerme igual que si
fuera un libro abierto.
—Su desaparición no puede ser fortuita— traslado mis preocupaciones
en voz alta.
One
Escucho con atención a Kayda, percibo su inquietud ante la desaparición
de Yasu y entiendo sus sospechas. A fin de cuentas, estamos sumidos en una
guerra contra la tríada y las monedas de cambio son primordiales en este
tipo de enfrentamientos.
Rodeo con mis brazos sus hombros.
—La encontraremos —proclamo y es más una promesa que un anuncio.
Porque por ella todo, quemaría el mundo entero por una sonrisa en su
boca, el sentimiento de posesión y protección cuando se trata de mi dragona
supera los límites normales. La joya no pertenece a la yakuza es mía, lo fue
desde el primer día que se plantó en la entrada de mi apartamento en
Tarragona y aunque lo negué, me resistí, peleé contra lo que provocaba en
mí, no sirvió para apagar esta obsesión. Hoy ya no lucho, hoy acepto que
Kayda Tanaka es la mujer por la que desataría un infierno si ella me lo pide.
FIN.
NOTA AUTORA
Querido/os Lector/es
Si has llegado hasta aquí, solo puedo agradecerte y esperar que hayas
disfrutado de esta historia. Te quiero animar a dejar tu opinión en Amazon.
Os dejo el prólogo y el primer capítulo para ir abriendo boca…
El Lobo
La historia de Yasu la hermana de Kayda y One.
El Lobo

Libro I EL Líder de los Maotang

Shelly Kengar
Prólogo
La mafia roja era mi vida, nací formando parte de ella, crecí, me instruí e
incluso rocé el anhelo de dirigirla como máximo líder de la más sangrienta
mafiya, pero ese sueño se truncó. Deserté, hui a pesar de que era una
sentencia de muerte, aunque confieso que no soy fácil de vencer…
De la bratva no se sale, no se huye, pero soy el ejemplo de lo contrario.
Me hice con el control de una de las organizaciones de asesinos más
sangrienta de Rusia, los Maotang, desafié a su líder y lo abrí en canal como
el animal que era.
Autóctona de una región que linda con China, por lo que la tríada me
respeta y, por otro lado, controlo que Rusia no invada el territorio.
Elegí ser cazador, porque el rol de presa no va con mi personalidad,
aprendí a esquivar a la que fue mi familia durante años, la bratva, por lo que
en la actualidad me temen más que me buscan.
Desde que abandoné la mafia me persiguen, aunque reconozco que
después de años de búsqueda encarnizada por parte del pakhan de la mafia
roja, Pavel Sokolov, mi tío, ese viejo cabezota, ha bajado la guardia. Ya no
me siento tan asediado.
La mafia no perdona, cobra deudas con sangre, y Pavel se rige por ese
código de honor. Yo también, a pesar de no pertenecer a la mafia, mamé
esas enseñanzas desde niño, por lo que a mis treinta y seis años no cambiaré
el código por el que rijo mis acciones.
Li Zuang líder de la tríada y socio, me hizo un encargo y yo lo realicé,
pero ahora las cosas han empeorado. La tríada se encuentra inmersa en una
guerra contra la yakuza que está dejando regueros de muertos en las calles
de Tokio y Pekín.
Así que tengo a buen recaudo el paquete que robé para Li Zuang mientras
observo como ambas organizaciones se matan entre sí.
El paquete, cuyo nombre es Yasu Shinoda la hija del difunto Kumicho de
la yakuza permanece en los calabozos de mi fortaleza en las montañas. No
me interesa, tan solo es una pieza más en este tablero donde solo ganan los
que dominan.
Sé que mi momento llegará y lo aprovecharé para lanzarme con más
poder y seguir llenando mis arcas de dinero.
Soy Akim Sokolov líder de los Maotang y esta es mi historia.
Capítulo 1
Yasu Shinoda
Durante el trayecto en coche hasta el aeropuerto no consigo dejar de
pensar en Kayda, en mamá y en todos los acontecimientos que han sucedido
en poco tiempo. Me cuesta demasiado considerar que ya no volveré a ver a
mi padre nunca más. Ser consciente de esa realidad en concreto instala un
enorme nudo en mi garganta y necesito respirar fuerte y soltar el aire
lentamente para no empezar a llorar.
Los últimos días he valorado la posibilidad de abandonar mis estudios en
Estados Unidos, quedarme al lado de mi hermana y juntas superar cualquier
obstáculo, porque a fin de cuentas de mi recién descubierto hermano no me
fio ni un pelo. Es demasiado frío, su aura transmite una crueldad forjada en
su alma por años y es algo que no me gusta.
Después de muchas vueltas, creo que, a pesar de sentirme una egoísta, no
debo abandonar el sueño de estudiar la carrera de bellas artes, he luchado
durante años para poder acceder a la mejor universidad y ahora no puedo
tirar la toalla. Kayda es fuerte, lista e inteligente y no se dejará amedrentar
por Fudo ni por ninguno.
De momento, al menos tengo la tranquilidad de que ha conseguido
persuadir a nuestro hermanastro de no sacar de nuestra casa a mamá como
un perro. Aunque Hana Sumiyhosi en ocasiones se merece muchas cosas,
no considero que sea necesario echarla de la que fue su casa durante años.
Elevo mis ojos y observo que el conductor y el copiloto que me
acompañan van concentrados en el tráfico, hoy no es Kimura, a estos creo
que no los conozco.
Cuando llegamos al aeropuerto, uno de ellos se apresura a abrir mi puerta
para que salga mientras el otro carga mi equipaje.
—Gracias —digo cogiendo el asa de la maleta.
—¿La acompañamos? —pregunta.
—No será necesario, puedo yo sola —contesto con amabilidad.
Sonrío al ver cómo acepta mi respuesta sin más, estoy convencida de que
si Kimura hubiera venido las cosas no serían así. El jefe de la alta guardia
se toma muy en serio nuestra seguridad, siempre lo ha hecho.
Avanzo por los pasillos de la terminal del aeropuerto hacia el mostrador
para chequear mi billete y mi equipaje. Mi vuelo sale en una hora, así que
calculo que tengo tiempo de sobras. Cuando llego veo una cola
interminable que provoca que suelte un suspiro frustrado, porque no
esperaba tanta gente. Espero que la cola avance pronto porque si no cabe la
posibilidad de que pierda el vuelo, lo que me apetece bien poco.Miro mi
móvil para quemar un poco el aburrimiento, chequeo las redes sociales y
reviso los WhatsApp, también abro la galería de imágenes para toparme con
la primera foto. Un selfie de Kayda y mío de la noche que compartimos una
gran tarrina de helado. Sonrío embalsada mirándola mientras recuerdo la
satisfacción de esos momentos con mi hermana.
Echo de menos verlas todos los días como cuando éramos más pequeñas,
pero ambas debemos cumplir nuestros sueños, y son muy diferentes. Kayda
se decantó desde bien pequeña por las armas y artes marciales, hacerse un
hueco en la organización era su meta y me siento orgullosa porque a pesar
de las arcaicas reglas patriarcales, mi hermana parece haber encontrado u
lugar en la yakuza. Mientras yo siempre he anhelado ser una ilustradora,
desde que sujeté el primer lápiz con pocos años para dibujar, captar las
almas con mi arte ha sido mi hándicap.
—Perdón, señorita, ¿es la última?
La voz gruesa y masculina que suena detrás de mi espalda me saca de
mis pensamientos. Giro mi cabeza para ver a un hombre que me saca una
cabeza, fornido, con piel blanca y cabello negro. Sus ojos melados
adornados con unas espesas pestañas son profundos y a la vez misterioso.
«Despierta, idiota», me reprende mi mente para que deje el
embelesamiento y conteste.
—Sí —contesto, avergonzada por el repaso visual que acabo de
propinarle al desconocido.
—Gracias —responde con una sonrisa torcida.
¡Ufff!, es un hombre muy atractivo, alto, fornido, con ese aire de peligro
que siempre me ha atraído, le dedico una última mirada de reojo y me
obligo a mirar al frente.
«¿Que te pasa no estás aquí para ligar?», me regaña mi consciencia.
El eco de su voz aún resuena en mi cabeza, tiene un acento duro, no sé
determinar bien la zona, pero no es americano, tampoco japonés, por
supuesto, quizás ruso o polaco. Barajo posibilidades mentalmente para
matar el aburrimiento de la espera.
Después de más de veinte minutos en la fila del mostrador logro el
objetivo de chequear mi equipaje y mi billete.
Miro mi reloj y compruebo que aún me queda tiempo para tomar un café
en uno de los establecimientos de la terminal.
Me siento en un taburete para degustar mi bebida caliente y casi escupo
al ver como el buenorro que tenía a mi espalda en la fila viene directo hacia
mí.
«¡No puede ser!». Me digo mentalmente, con los nervios a flor de piel.
—Disculpe, señorita. ¿Le importa que me siente con usted? — pregunta
con una amabilidad dulzona que atonta mis hormonas.
—No…, no me importa— contesto y percibo cierto titubeo en mis
palabras.
Resulta extraño, porque es una de esas escenas de las series en el que el
tipo guapo y macizo se fija en la chica y todo es perfecto.
«No estás en una telenovela, ni en una novela romántica», de nuevo mi
conciencia me insta a bajar los pies a la tierra.
Lo reconozco mi carácter soñador suele meterme en muchos líos, espero
que en esta ocasión no sea así. Lo observo reprimiendo mi descaro mientras
pide su bebida, parece mayor, al menos más que yo. Diría que unos
veinticinco o incluso más.
—¿Hacia dónde vuelas, гатита,(gatita)? — pregunta.
En ese instante me siento tentada a contestarle:
«Vuelo hacia donde me lleve el viento, bien alto, bien lejos, porque me
siento que necesito huir, para paliar el dolor que aún embargan mi pecho
por la muerte de mi padre».
Sin embargo, opto por ser políticamente correcta, a fin de cuentas, estoy
compartiendo un rato con un perfecto desconocido en la cafetería de una
terminal, tampoco es para abrirle mi alma de par en par.
—A Washington, ¿y tú? — contesto interesándome por su destino.
—¿Crees en las casualidades, гатита? —interroga con una de sus negras
cejas arqueadas a modo divertido.
No entiendo la palabra con la que se refiere a mí, parece ruso o polaco,
pero desconozco su significado, espero que no sea un insulto.
—No creo en el destino— asevero con sinceridad.
—Bueno, bueno, será cuestión de convencerte de que las casualidades
suceden a cada minuto. Me presento, soy Damyan Sokolov —anuncia
poniendo demasiado énfasis en su presentación.
—Yasu Shinoda —correspondo alzando mi mano para que la estreche,
aunque logra sorprenderme porque la sujeta entre la suya transmitiéndome
un calor intenso y posa sus gruesos labios en el dorso de esta. El tiempo
pasa volando y charlar con Damyan aligera mi pena, es un hombre
divertido, y él escucha prestándome la atención que necesito para casi
explicarle mi vida entera. Por el altavoz escuchamos el aviso para embarcar
y nos apresuramos a pagar y poner rumbo al avión.Camino con paso ligero,
no nos encontramos a mucha gente, parece que la casualidad a la que hace
alusión mi recién encontrado desconocido se ha desplegado para darnos
intimidad. Damyan va detrás de mí, no lo veo, pero su presencia es
imposible de ignorar, en silencio imagino que nos toca en el mismo asiento.
«No dices que no crees en el destino». Al ataque de nuevo mi afilada
mente bajándome de las nubes.
Uno de mis grandes defectos es soñar despierta, razón por la cual el
empujón que recibo me pilla totalmente desprevenida. Sin que pueda ni tan
solo ver al artífice, con fuerza me lanza contra la pared del pasillo. Ni
tiempo tengo de gritar pidiendo auxilio, porque una mano enorme tapa mi
poca mientras vendan mis ojos sumiéndome en la profunda oscuridad.
He pasado de vivir en una escena de película romántica, “amor en el
aire” o “cita en la terminal” a una de terror” Secuestro en la terminal”
Las lágrimas bañan mis mejillas mientras soy arrastrada a algún lugar
que desconozco porque la tela oscura tapa mi visión.
«¿Y Damyan? ¿Estará herido?». Las preguntas se suceden en mi mente
bombardeándome.
De repente escucho voces, el idioma no lo entiendo, juraría que es ruso,
cada vez lo tengo más claro. Me vapulean sin cuidado metiéndome en algún
sitio, mi piel roza el frío suelo por lo que determino es de metal. Estoy en
un lío, y gordo. Porque quizás el sueño por el que tanto lucho se vea
truncado. Si como sospecho quienes me han secuestrado son rusos, no creo
que sean cualquier ruso sino la bratva.
Como hija del Kumicho de la yakuza siempre he tenido claro que esto
podía pasar, así que hago lo que aprendí desde la cuna, mantener la calma
en situaciones extremas.
PROXIMA PUBLICACIÓN 2024

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