Del Amor Al Odio Solo Hay 30° y Viceversa - Raquel T. Sánchez

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Todos Quieren a Shasa

Del Amor al Odio solo hay 30o


Y VICEVERSA
Título original:
Del amor al odio solo hay 30º
y viceversa. Todos quieren a Shasa
Autora:
©Raquel T. Sánchez

Cubierta: Raquel T. Sánchez


Edición y corrección:
Luis Solís
([email protected])

ISBN: 9798344725277
Sello: Independently published
Primera edición: noviembre, 2024
Alicante, España

Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro, su tratamiento informático, la


transmisión por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros
métodos, sin el permiso escrito de la autora.
RAQUEL T. SÁNCHEZ

Todos Quieren a Shasa

Del Amor al Odio solo hay 30o


Y VICEVERSA
Índice
Están vivas
El principio del fin
Damien
Mientras te espero
Y, de repente, tú
Tú, yo y el paraíso
Como Romeo y Julieta
El silencio duele, la vida sigue
La graduación
Se avecina tormenta
Dulce helado
No te puedes esconder
Truco o trato
Una gran actuación
El hielo se derrite
Nos vamos de viaje
Ibiza, ¿la isla de la pasión?
Todos a bordo
¡Un crucero de miedo!
Sibernia
Declaración de amor
Debut en alta mar
Noche de celebración
El monstruo viene a verme
Lisboa
Una comida sorprendente
¿La historia se repite?
Nuevo destino
Déjà vu
Estalla la tormenta
Blake, ¿héroe o villano?
Perdóname
Ahora o nunca
Después de la tormenta
Están vivas

E s una fría noche de invierno. Las calles están completamente


nevadas y no se ve ni un alma. Poca gente se atreve a estar
fuera de sus casas cuando cae el sol. Una mujer camina alerta por
la acera. Intenta camuflar su identidad bajo un elegante sombrero
de piel de marta y un majestuoso abrigo de visón. Tiene que llevar
cuidado de que nadie la reconozca. ¿Qué pensaría la gente si la
viera caminar sola a estas horas y dirigiéndose a un tugurio? Un
ruido provoca que se sobresalte, se asusta y mira tras ella. Acelera
el paso. Siente que alguien la está acechando. Vuelve a mirar atrás
y ve una sombra. Su corazón se acelera. Hace un intento de correr,
pero le es imposible. A sus setenta y cuatro años se resiste a
bajarse de los tacones que tanto tiempo la han acompañado,
estilizan su suntuosa figura y le dan el toque de elegancia por el
que siempre ha sido reconocida y admirada. Presa del pánico,
intenta correr de nuevo. Su tobillo se tuerce y cae bruscamente al
suelo. Aparta el abrigo para comprobar que el dolor que proviene
de la rodilla no sea nada. Ve que sus tupidas medias de cashmere
se han roto y que tiene una pequeña abrasión en la piel.
—¡Mierda!
Vuelve a escuchar un ruido más fuerte. Ahora está segura. El
ruido procede del contenedor que está en la acera de enfrente.
Agudiza la mirada y ve que una lata sale disparada del interior y
empieza a rodar calle abajo. Sin poder controlar el miedo, empieza
a sudar, le cuesta respirar y la saliva se le vuelve tan pastosa que es
casi imposible tragar. «¡Hay alguien ahí!», piensa. De repente, su
acechador. De un salto sale y se sienta justo en el borde del
contenedor.
—Maldito gato callejero, casi me matas del susto —le espeta.
El animal la mira con cara de importarle un bledo su opinión y se
queda relamiéndose la pata trasera. La mujer se incorpora, espolsa
el abrigo, acomoda el sombrero y comprueba que puede seguir
caminando. Más tranquila, sigue su marcha hasta la Taberna del
Abismo. Ha quedado allí para hablar de algo extremadamente
confidencial. No puede fiarse de nadie y nadie puede enterarse del
tema que van a tratar esta noche. Si alguien se enterara, podría ser
una catástrofe. Por eso eligió ese sitio. Es un bar de mala muerte
donde solo va gente de dudosa reputación a beber hasta caer
inertes o hasta terminar exhaustos por alguna de las palizas que
ellos mismos provocan sin sentido alguno. Nadie podría
imaginarse que ella estaría en un antro como ese. Por eso va sola.
Dejó su escolta en casa y salió sigilosa, sin que nadie la pudiera
ver.
Una vez en la puerta, mira por el pequeño cristal redondo y solo
ve unos cuantos hombres rudos sentados en la barra, con grandes y
espumosas cervezas. Se pone de puntillas para mirar alrededor y
ve algunos otros hombres sentados en mesas, tonteando con
alguna mujer, también de dudosa reputación, o con la camarera. En
otra mesa puede comprobar que a alguien el alcohol ya le ha
ganado la partida y duerme plácidamente. Antes de entrar se
coloca unas enormes gafas de sol. No sabe por qué piensa que así
no la van a reconocer, ¿quién lleva gafas de sol en una oscura
noche de invierno y con una temperatura de menos treinta grados?
Saca un pañuelo de su bolsillo para cubrir el mugriento pomo de la
puerta antes de girarlo. Y cuando entra toda elegante, con sus
pieles, gafas, su aire sofisticado y el olor a perfume de más de mil
euros, todos se giran a mirarla, incluido el bello durmiente que
despierta de su letargo. Se queda inmóvil, no se atreve a mover
una ceja, teme por su vida y que esos bárbaros borrachos se echen
encima de ella. Tres segundos más tarde deja de ser novedad y
cada uno vuelve a lo que estuvieran haciendo, ya sea beber, dormir
o meter mano a alguna de las mujeres. Ese ha sido el segundo
microinfarto que sufre esa noche, el primero fue por el gato. Al
fondo del tugurio, en la mesa más apartada le está esperando su
cita. Camina hacia él sin poder evitar que cada movimiento y cada
paso que da rezume elegancia y distinción.
—Hice bien en elegir este sitio, no creo que nadie pueda ser capaz
ni de reconocer su propia imagen al mirarse al espejo —le dice en
tono sarcástico.
—Tú siempre tan inteligente —contesta el chico.
Su cita era un joven de unos veintitrés años, de pelo negro
azabache y unos ojos grises de una profundidad tan enigmática
como un cielo nublado justo antes de una tormenta. Unos ojos que,
según quien los mire, podrían parecer fríos y calculadores o verse
cual espejos suaves y calmantes que reflejan una inteligencia
serena. Lo que está claro es que son unos ojos que invitan a
perderse en ellos. Va vestido todo de negro. Debajo de su levita de
piel lleva un jersey de lana de cuello alto lo bastante ajustado para
que se intuya su musculado torso. El pantalón vaquero le marca las
tonificadas piernas y deja entrever un paquete bien marcado. Lleva
unos guantes para ocultar las manos.
—Me alegro de que hayas elegido bien tu atuendo y vayas
completamente cubierto. Te podrían reconocer fácilmente de no
ser así —apunta la mujer.
—He aprendido de la mejor —le dedica una media sonrisa—.
¿Quieres tomar algo?
—Lo mismo que tú.
El chico le hace un gesto a la camarera para que le traiga otro
vodka. Esta asiente mientras intenta zafarse de las manos de un
garrulo baboso, pero le es imposible. El chico se levanta de golpe
de la silla, lanzándola hacia atrás con fuerza. Está viendo la
impotencia de la camarera y el desagrado que le produce ser
manoseada por un energúmeno así. El hombre la suelta y lo
desafía con la mirada. La mujer le coge del brazo y le detiene.
—No es asunto tuyo, no podemos llamar la atención —le
advierte.
La mirada de la mujer es incisiva y el chico entiende que lleva
razón. Se sienta en su silla y mira al hombre con desprecio y rabia.
—Dime, ¿qué es eso tan importante que tienes que contarme?
La camarera trae el vodka y le regala una sonrisa al chico; le da
las gracias. El chico se la devuelve.
—Están vivas —le dice antes de mostrarle la fotografía que tiene
en la mano.
—¿Segura? —pregunta perplejo—. ¿Son ellas?, ¿segura?
—Sí, completamente segura y sé dónde están. —Le enseña la
fotografía y esos ojos grises se oscurecen—. ¿Sucede algo?
—No, no, nada —«No… puede… ser. Es imposible. No pueden
ser ellas», piensa—. ¿Segura de que no se trata de un error? —
insiste.
—Ya te he dicho que no. Tienes que ir a buscarlas y luego ya
sabes lo que tienes que hacer.
El chico asiente, algo contrariado; no es necesario que pronuncie
las palabras. Sabe perfectamente lo que tiene que hacer. Le entrega
un pendrive con toda la información que necesita para realizar el
encargo y luego efectúan un brindis por la nueva era que se
avecina. Toman el vodka de golpe. Se levantan de la mesa y se
dirigen hacia la puerta de salida. Ya han hablado de todo lo que
tenían que hablar y es innecesario seguir exponiéndose.
—Adelántate tú —le dice el chico a la mujer—. Tengo algo
pendiente.
La mujer lo mira y le reprueba lo que sabe que va a hacer, pero no
puede disuadirlo. El chico camina pasos hacia atrás y se dirige a la
mesa del baboso.
—¡Oye! —le reclama el chico—. Levántate, a ver si eres tan
chulo conmigo.
El hombre se ríe. Pesa como unos ciento diez kilos; el chico no
llegará a los ochenta.
—¿Crees que tienes algo que hacer contra mí? —lo reta el
hombre.
Un nanosegundo después de terminar la pregunta, el chico le
propicia un cruzado que lo deja noqueado. La tensión se palpa en
el ambiente.
—¿Alguien quiere más? —les provoca el chico seguro de sí
mismo.
Nadie contesta y siguen a lo suyo. Le hace un gesto a la camarera
para que se acerque; esta viene corriendo directa a sus labios. Él la
aprieta contra sí cogiéndola por la cintura, la levanta y la pone a
horcajadas sobre él. Mientras sigue besándola, empieza a caminar
y se la lleva del local. La mujer no le dice nada; conoce
perfectamente al chico. Cuando toma una decisión, no hay quien
pueda hacerle cambiar de opinión.
—Mañana volaré a mi destino y cumpliré mi misión —le dice a la
mujer una vez en la calle—. Pero, esta noche, permíteme que
tenga una despedida como Dios manda. —Le aprieta el culo a la
camarera y se muerde el labio inferior.
Claramente, la chica no se puede aguantar las ganas y se retuerce.
Le aparta levemente el borde del jersey para besarle el cuello.
—Vaya, llevas una serpiente tatuada. —Ahora es ella quien se
muerde los labios—. Me encanta…
—Tranquila, luego dejo que juegues con mi otra serpiente —le
dice dejándola en el suelo. Ella se excita pensando a qué serpiente
se refiere, y no es precisamente la del brazo.
La mujer mira y sonríe; lo da por caso perdido. Se acerca para
darle un beso en la mejilla y el chico la abraza.
—Te quiero, cuídate —le dice la mujer al oído y apretándole
dulcemente un brazo.
—Lo haré —le susurra él—. Yo también te quiero, Ekaterina.
Pórtate bien mientras yo no esté. —La mujer sonríe. Él le besa la
mano y le ofrece una reverencia.
Cada uno toma una dirección diferente. El chico y la camarera,
calle abajo. La mujer vuelve por donde ha venido. Al pasar por el
contenedor, ve al gato. «Maldito gato», reniega. Cruza la calle
enfadada y se le acerca. El gato no le tiene miedo y se queda
quieto, mirándola. La mujer levanta la mano bruscamente. El
animal cierra los ojos y baja la cabeza, esperando el golpe certero
que lo deje sin vida. Para suerte del felino, la mujer percibe su
miedo y es incapaz de hacerle daño. Lo coge en brazos y se va
caminando con él.
—Vámonos a casa. —Le acaricia la cabecita—. Te llamaré
infarto. —Sonríe y el gato le responde con un dulce ronroneo.

Mientras tanto al otro lado del país, se fragua otra reunión…

El Porsche se detiene en la puerta del hotel El Palacio de los


Cielos. Recibe su nombre por ser uno de los hoteles más altos del
mundo. Prácticamente, desde la suite presidencial, situada en el
ático, se pueden acariciar las nubes. El valet abre la puerta del
copiloto para que la elegante mujer baje. Primero pone una pierna
fuera del coche, luego asoma la cabeza mirando a izquierda y a
derecha para comprobar que no haya prensa. Una vez segura de
estar a salvo de los objetivos, se baja completamente. Es una mujer
de cuarenta y cuatro años vestida con un traje de tafetán de seda y
satén chiffon, con numerosos diamantes incrustados. Sus hombros
los cubre una estola de piel blanca natural, que la protege del
intenso frío. El valet le hace una reverencia y ella ni lo mira. El
muchacho se apresura para abrir la puerta del conductor, pero llega
tarde. Un chico de unos veintitrés años está de pie con las llaves en
la mano. Va vestido con un traje de Armani, hecho a medida, que
le queda como un guante. De complexión delgada pero atlética. Su
apariencia es bastante distintiva y etérea. El cabello, de un tono
rubio casi blanco plateado, podría brillar suavemente bajo la luz,
trayendo el recuerdo de la nieve fresca o del hielo cristalino. Y los
ojos, de un color azul pálido, casi translúcido, similar al tono del
cielo en un claro día de invierno. Un chico que, aunque quisiera,
no pasaría desapercibido allá por donde fuera. El valet no se atreve
a mirarle a los ojos, sabe que ha tardado demasiado y no ha
cumplido con su obligación.
—Lo siento mucho, señor —se disculpa con aprensión.
El chico le entrega las llaves del coche, le sonríe y le regala unas
palmaditas en el hombro.
—No te preocupes, no pasa nada.
Con paso firme y seguro se reúne con la mujer, que lo está
esperando resguardada bajo el techo de la entrada del hotel.
—No deberías hablar con los empleados. Recuerda quién eres —
le recrimina.
—Es solo un pobre chico, madre. No seas así. No pasa nada por
ser amable, ¿no crees?
Le ofrece el brazo y la mujer lo acepta. Entran al vestíbulo del
hotel y todos en la recepción los saludan con una reverencia. La
mujer vagamente devuelve el saludo con un gesto altivo de su
cabeza; el chico sonríe.
—Sí pasa. No nos podemos permitir ponernos a su nivel —le
aclara—. Ya sabes lo que tienes que hacer. Te espero en el
comedor.
La mujer se dirige, acompañada por el director del hotel, al
restaurante. El chico pide hablar con el jefe de recepción, que
acude a él a toda prisa.
—¿En qué puedo ayudarle, señor?
—Despida al valet que aparcó mi coche. —Se le forma un nudo
en la garganta—. Es un inepto.
—Claro, señor. Inmediatamente.
Se reúne con la mujer en la mesa y le muestra un gesto con el que
le deja claro que ha cumplido con su orden. Ella sonríe
placenteramente.
—Tienes que hacerte respetar o te devorarán, ¿entiendes? Puede
parecer cruel, pero no lo es.
El chico sabe en qué mundo le ha tocado vivir y sabe cómo son
las reglas del juego, aunque no las comparta, ni entienda, a veces.
—Ha surgido un problema y es grave —le anuncia la mujer.
El camarero se acerca tembloroso a pedirles nota. Piden una
botella de Château Haut-Brion Blanc.
—¿De qué se trata?
La mujer le hace un gesto para que espere a que el camarero
regrese con el vino. Lo que tienen que hablar es altamente
confidencial. El camarero les sirve. La mujer alza la copa para
observar el color, se la acerca a la nariz para captar los aromas y,
por último, le da un pequeño sorbo. Al camarero le resbala una
gota de sudor por su frente.
—Exquisito, gracias.
El camarero respira aliviado; el chico intenta controlar la risa.
—Están vivas. Las sospechas se han hecho realidad. Nunca
murieron.
—Entiendo, y supongo que quieres que me encargue yo, ¿cierto?
—Eres muy inteligente. No puedo confiar en nadie más. —La
mujer levanta la copa para brindar con él.
—Cuenta conmigo.
Sus copas hacen chinchín y, con ese sonido, sellan el pacto que
les hará seguir manteniendo el poder.
El principio del fin

Un mes antes…

H oy es un día muy especial en la vida de Alexandra: por fin


se gradúa en el instituto. Su madre Elena y ella están de los
nervios. No solo es la graduación, sino que tiene que dar su recital
como solista. Es una gran violinista y el instituto quiere que sea
ella quien abra la gala de entrega de diplomas. No es que no le
guste actuar en público, está acostumbrada a ofrecer pequeños
recitales que ha ido organizando el conservatorio, donde lleva
estudiando música desde que tiene uso de razón, pero hacerlo
delante de todo el instituto justo el día de su graduación es algo
que le tensa un poco. Más que nada porque ha llegado a su
conocimiento que hay un grupo de zorritas que pretenden que ese
día sea el peor día de su vida.
Según le contó Ava, que es su mejor amiga, Lizzie Standford y su
grupo de esbirras han planeado llevar huevos podridos para
tirárselos al terminar la actuación. La historia de odio de Lizzie y
Alex, así es como todo el mundo la llama, se remonta a la escuela
primaria.
Cuando Elena decidió mudarse a Fort Worth, Alex tenía siete
años. No conocían a nadie en la ciudad y no tenían ni casa ni
trabajo. Elena quería empezar una nueva vida lejos del país donde
había nacido, un país demasiado frío decía ella, y le apetecía vivir
donde la mayor parte del tiempo hiciera calor. Pensó que Texas
sería el sitio ideal para echar raíces junto a su hija. Las historias
del lejano Oeste siempre le habían llamado la atención y quería
comprobar cuán buena vaquera podría llegar a ser. Con los pocos
ahorros que disponía alquiló un pequeño apartamento y empezó a
trabajar como cajera de un supermercado. Allí conoció a Mia, una
clienta asidua del supermercado; ella tenía una hija de cinco años:
Lizzie. Pronto, Elena y Mía se hicieron amigas, y, por ende, Alex y
Lizzie empezaron a pasar más tiempo juntas. Mia regentaba una
inmobiliaria, Fort Worth Haven Realty; en cuanto quedó una plaza
vacante, le ofreció un puesto de agente inmobiliaria a Elena, a la
que no se le daba nada mal.
Elena era una persona muy persuasiva y carismática, sabía
perfectamente cómo ganarse a la gente para cerrar cualquier venta.
Se convirtió en su vendedora estrella, lo que hizo que empezara a
ganar bastante dinero. Unos años después de estar trabajando para
Mia, decidió que ya era hora de comprarse una casa propia y dejar
aquel apartamento cutre donde vivían. Elena no quería nada
ostentoso, con una casita modesta y bonita le sobraba. Lo único
que le importaba era que esa casa fuera un verdadero hogar para
Alexandra. Por suerte, al trabajar en la inmobiliaria, encontró la
casa perfecta y a un precio muy razonable. Para aquel entonces,
Alex ya tenía diez años y podía ayudarla con la decoración de su
nuevo hogar. Entre las dos construyeron la casa de sus sueños.
Cada rincón debía reflejar la esencia y la personalidad de cada una
de ellas para que siempre recordaran quiénes eran, lo mucho que
les había costado llegar hasta allí y todos los sacrificios que habían
tenido que hacer. No había fotos de seres queridos, ni recuerdos
del pasado. En esa casa solo existían Elena, Alexandra y el futuro
que estaban a punto de construir. Ambas consiguieron que, cada
vez que giraban la llave y empujaban suavemente la puerta, una
cálida brisa de tranquilidad las envolviera como un suave abrazo
invisible y que el aire del interior fuera familiar y reconfortante,
recibiéndolas con un susurro apacible y así alejara todas las
tensiones y preocupaciones que pudieran haber acumulado durante
el día.
Dos años después de mudarse a su dulce hogar, Elena había
conseguido ahorrar el suficiente dinero como para emprender una
idea que llevaba tiempo sobrevolándole la cabeza. No es que no le
gustase el mundo inmobiliario o que no estuviese agradecida a
Mia por todo lo que había hecho por ella, que lo estaba y mucho,
pero quería hacer su sueño realidad. Con una mezcla de
sentimientos en el corazón, tuvo que decir adiós a Fort Worth
Haven Realty para decirle «hola y espero que te quedes para
siempre» a Fort Worth Dream Books.
Elena, desde niña, era una devoradora de libros, le gustaban todos
los géneros y podía leer una cantidad ingente de ellos sin cansarse.
Siempre quiso tener su propia librería, pero no una librería
cualquiera; ella quería que fuese un lugar mágico. Y lo consiguió.

Abrió una librería que parecía sacada de un cuento de hadas. La

puerta de entrada era de madera tallada, con detalles intrincados de


vides y flores, que te invitaba a descubrir un mundo de fantasía y
conocimiento. Al abrirla, un suave tintineo de campanillas te daba

la bienvenida. El interior estaba iluminado por una luz cálida. Las

paredes lucían revestidas de estanterías de madera oscura que se


elevaban hasta el techo repletas de libros de todos los tamaños y
colores. También había pequeñas escaleras rodantes para alcanzar
los volúmenes más altos, lo que daba al lugar un toque de
antigüedad y encanto. En el centro de la librería, un gran árbol de
papel maché con hojas de seda verde se alzaba majestuoso; sus
ramas se extendían hacia el techo. Entre las raíces, habitaban
acogedoras alfombras y cojines donde todo el mundo podía
sentarse y perderse en sus libros favoritos. Contaba, además, con
una pequeña zona de cafetería decorada con mesas de madera
rústica y sillas cómodas, algunas tapizadas con telas de colores
vivos y otras con cojines mullidos. Las mesas estaban adornadas
con pequeños jarrones de flores frescas y portavelas de cristal. El
aroma de café recién hecho y el inconfundible olor a libros se
mezclaban creando un ambiente irresistible. Sin duda, era un lugar
mágico. Elena se sentía muy orgullosa de haber cumplido su sueño
y de, por fin, tener la vida que merecía. Todo gracias a su esfuerzo,
tesón y coraje.
Intentó inculcarle a Alex la pasión por la lectura; no es que no
leyera, lo hacía, pero no tan ferozmente como su madre. Alex era
una virtuosa de la música, esa era su auténtica pasión. Fue en ese
momento, cuando Elena emprendió su camino empresarial en
solitario, que Lizzie y Alex comenzaron a distanciarse. Las dos
estaban en secundaria e iban al mismo curso, pese a que Alex era
dos años mayor. Por circunstancias de la vida, tuvo que perder
años de escolarización. Alex tenía doce años, Lizzie diez. Y,
aunque estaban en la misma clase, empezaron a estar en mundos
diferentes. Por aquel entonces, el padre de Lizzie acababa de
abandonarlas. Una noche, ella escuchó discutir a sus padres y oyó
cómo él le decía a su madre que la dejaba porque se había
convertido en una mujer gorda y fea, que no quedaba nada de la
mujer atractiva que él conoció. Le dijo que había conocido a una
mujer diez años más joven y que se había enamorado de ella. Se
marchó sin despedirse de su hija. Mía se quedó destrozada y el
corazón de Lizzie se rompió en mil pedazos; no solo había perdido
a su padre, sino que odiaba a su madre. Su padre la había
abandonado por su culpa, por ser una vergüenza de mujer. A partir
de ese momento ser guapa se convirtió en su mayor prioridad. A
ella no le iba a pasar lo que a su madre, nadie la abandonaría por
gorda y fea. Se apuntó al equipo de animadoras y empezó a
maquillarse. Quería convertirse en la chica más guapa, la más
popular, la más temida, la más deseada, para que nadie se atreviera
a rechazarla ¡JAMÁS!
Y lo consiguió.
Se convirtió en la típica capitana de animadoras de instituto que
encarnaba todos los estereotipos asociados con su rol. Su cabello
rubio, siempre perfectamente peinado y brillante, caía en cascada,
en ondas sacadas de un anuncio de champú. Sus ojos, a menudo de
un azul intenso, eran fríos y calculadores, reflejando una seguridad
en sí misma casi intimidante. Su tez era clara y bronceada, lograda
gracias a horas al sol y visitas frecuentes al salón de bronceado.
Siempre iba impecablemente arreglada, con una apariencia que
gritaba la perfección y el cuidado extremo. Llevaba el uniforme de
animadora con orgullo, el cual resaltaba su figura atlética y
esculpida por las horas de entrenamiento y ejercicio. En cuanto a
su personalidad, se ganó la fama de ser dominante y, a menudo,
cruel. Su actitud era arrogante y no dudaba en usar su posición de
poder para controlar y manipular a los demás. Era extremadamente
competitiva y siempre buscaba ser el centro de atención. Las
chicas de su equipo la seguían por miedo más que por respeto, y
los chicos la admiraban tanto como la temían. A pesar de su
fachada impecable, había una intensidad en sus ojos que delataba
una constante necesidad de afirmación y poder. Ella era la reina
indiscutible del instituto y se aseguraba de que todos lo supieran,
utilizando su belleza y carisma para mantener su reinado.
Alex era todo lo contrario. Su figura era enigmática y fascinante.
El cabello rubio era largo y siempre lo llevaba suelto, a menudo
desordenado de una forma que lucía descuidado, pero que le daba
un aire de despreocupada autenticidad. Sus ojos eran claros, del
color del hielo del mar, de una profundidad y una intensidad que
delataban una vida rica en pensamientos y emociones. Aunque
indudablemente era muy guapa, ella no le daba ninguna
importancia a su apariencia externa. Su tez era clara, casi pálida,
probablemente a causa del país de donde provenía, lo que
contrastaba con el entorno del instituto. Su vestimenta era sencilla
y cómoda, generalmente compuesta de jeans desgastados,
camisetas con bandas de música y una chaqueta vieja que había
visto mejores días. Al ser extranjera, añadía una capa de misterio a
su ya intrigante personalidad. Pronto dejó claro que no le
importaba en absoluto lo que pensaran los demás. Esta actitud
desafiante y segura de sí misma la hacía aún más interesante.
Siempre estaba acompañada por dos de sus grandes pasiones. Una
eran los libros. Se la podía ver con alguno en la mano, sentada en
cualquier sitio, dejándose envolver por la historia que su madre
sutilmente le colaba en la mochila. Alex nunca elegía qué libro iba
a leer. Elena se encargaba de eso. En casa tenían un tablero donde,
cuando lo terminaba, anotaba el título del libro y la puntuación que
le daba. Elena intentaba sorprenderla con la siguiente historia. Era
su pequeño juego y a ambas les encantaba. Su otra pasión era la
música, que era su rasgo más definitorio. Pasaba las horas libres
escuchando melodías que la transportaban lejos del bullicio del
instituto. Los profesores y algunos estudiantes curiosos habían
notado que a veces se perdía en sus pensamientos, moviendo los
labios al ritmo de una canción que solo ella podía escuchar. No
buscaba la compañía de otros, pero tampoco la rechazaba
agresivamente; solo prefería su propio mundo, uno en el que la
música era su refugio y escape. A pesar de su aparente desinterés
por las relaciones sociales, aquellos que se atrevían a acercarse a
ella descubrían una persona de gran profundidad y sensibilidad.
Era una presencia solitaria pero poderosa, alguien que navegaba
por el mundo con una brújula interna, guiada por el ritmo
constante de la música que tanto amaba. Y eso era algo que Lizzie
no soportaba. La consideraba competencia.
La distancia entre ellas cada vez se fue haciendo mayor hasta el
punto de llegar a ser unas completas desconocidas. Lizzie se
volvió la más popular mientras que Alex mantuvo su esencia y
siguió siendo fiel a su personalidad. Ayudaba a su madre en la
librería y era feliz, pero a veces se cuestionaba si quizá debiera
cambiar para encajar. Lizzie y su grupito la insultaban y se reían
públicamente de ella. Le gastaban bromas pesadas que le dolían
bastante. Alex sabía perfectamente quién era y se mantenía fuerte,
aunque, claro, a nadie le gusta que la humillen y todo el mundo
tiene un límite; por eso, a veces, se derrumbaba. Elena la
consolaba, le decía lo especial que era, que no les diera la
satisfacción de verla llorar y que algún día se arrepentirían de
haberse metido con la gran Alexandra y lo pagarían caro. Intentó
hablar con Mía para que reprendiera a su hija, pero solo consiguió
que Mía se posicionara a favor de Lizzie y que la amistad entre
ellas también se rompiera.
La cosa se puso aún más fea cuando, en séptimo grado, Isabella
llegó a la ciudad junto a su hija Ava, de doce años. Isabella y Elena
habían sido amigas desde que eran jóvenes y habían compartido
muchas cosas juntas. Su destino se separó cuando Elena decidió
echar raíces en Fort Worth, aunque siempre le dijo a Isabella que,
si alguna vez la necesitaba, siempre sería bienvenida. Y, por lo
visto, llegó el momento de tirar del comodín de ayuda de mejor
amiga. Se instalaron en casa con ellas. El padre de Ava tenía un
trabajo de alto secreto y lo habían destinado muy lejos. Isabella,
por motivos tanto de trabajo como personales, se veía obligada a
pasar largas temporadas fuera de casa. Necesitaba un hogar estable
donde pudiera crecer Ava. Por eso se acordó de Elena. «¿Dónde va
a estar mejor que con ella?», pensó Isabella. Alex y Ava, en ese
momento no lo sabían, terminarían por tener una relación muy
estrecha, casi como de hermanas.
Ava era una chica diferente a las que solían haber en el instituto,
lo que llamó mucho la atención de todos. Vestía con tonos oscuros,
con camisetas anchas de rock, uñas pintadas de negro y el pelo
oscuro con mechas de color rojo. Sus ojos también tenían una
tonalidad profunda y proyectaban una seguridad arrolladora. Tenía
cara de pocos amigos, como si siempre estuviera enfadada.
Realmente lo estaba. Enfadada con el mundo. Enfadada con sus
padres. Ava nació en Italia, de donde era su padre, pero en los
últimos años habían vivido en Nueva York, una gran ciudad
repleta de innumerables cosas por hacer, la cuna de la creatividad.
De repente, sin vérselo venir, se vio metida en un avión para ir a
vivir a ¡¿Fort Worth?! Según ella, un pueblo de paletos aburridos.
No solo tuvo que dejar su estilo de vida y a sus amigos, sino que
tuvo que renunciar a su grupo de rock, eso fue lo que más le dolió.
Tampoco entendía por qué su padre había aceptado ese trabajo tan
lejos, ni por qué su madre tenía que viajar constantemente. A decir
verdad, no tenía ni idea de a qué se dedicaban sus padres. Ellos
siempre le decían que a los negocios y que eran cosas de mayores.
Odiaba su nueva situación, no tenía ninguna intención de buscar
amigos en ese lugar, se sentía como pez fuera del agua, así que
decidió encerrarse en sí misma. Tenía dos opciones: dejar de
respirar hasta que su madre cediera y le concediera el deseo de
regresar a Nueva York, o esperar a tener la edad suficiente para
independizarse y volver por su cuenta. Sin embargo, ninguna de
las dos opciones era viable. La primera, porque necesitaba respirar
para no morir y, además, no era precisamente una experta en
apnea; en la piscina, apenas lograba aguantar quince segundos
bajo el agua sin respirar. La segunda opción tampoco era mejor, ya
que implicaba esperar una eternidad, considerando que la mayoría
de edad se alcanzaba a los veintiún años. La frustración la
consumía y el enojo burbujeaba en su interior. Al principio
consiguió mantenerse fría y distante, pero, un día, presenció algo
que la hizo reaccionar. Lizzie y las siamesas —así llamaban a las
esbirras porque no se separaban de ella ni para ir al baño; estaban
unidas como por un cordón umbilical— habían preparado una
broma para Alex. La habían acorralado en la parte trasera del
instituto y la estaban empujando mientras le hacían jirones la ropa
y la maquillaban como un payaso. Ava las vio de lejos y pensó que
lo mejor era pasar de largo, eso no iba con ella. Si se metía con
Lizzie, se crearía una enemiga y no estaba por la labor; así que
pasó de largo, pero no pudo irse. Una vocecilla en su cabeza no
paraba de repetirle que se acercara hasta ese grupo de pijas
matonas y les enseñara a contar hasta cinco.
—¡Oye! —gritó llamando la atención de Lizzie. Cuando esta se
volteó, Ava se acercó hasta ella—. ¿Sabes contar hasta cinco?
—¿Tú quién coño eres? —le preguntó Lizzie dejando en paz a
Alex. Las siamesas se colocaron detrás de ella.
—Vaya con la pija, sabe decir palabrotas —rio—. Repito, porque
creo que no te da para más. He dicho que si sabes contar hasta
cinco.
—Por supuesto que sé, ¿de qué vas? —Las siamesas se rieron.
Ava se acercó mucho más a Lizzie.
—¿Segura? A ver, demuéstralo —la desafió—. ¿Cuántos dedos
tengo en la mano? —Extendió la mano.
—Cinco, estúpida —se burló Lizzie.
Sin decir una palabra más, le soltó un golpe con la mano abierta
que tiró a Lizzie de culo. Alex empezó a desternillarse de la risa y,
aunque Ava se hacía la dura, se contagió de su risa. Las siamesas
estaban paralizadas, sin saber qué hacer. ¿Debían atacar a Ava?,
¿ayudar a Lizzie a levantarse?, ¿o descojonarse de la risa al verla
tirada en el suelo con toda la marca roja de los cinco dedos en su
cara de porcelana?
—¿Qué hacéis ahí paradas? ¡Ayudadme a levantar! —Miró a Ava
con cólera en los ojos—. Estás muerta —la sentenció. Alex no
paraba de reír—. Estáis muertas, las dos.
Lizzie y las siamesas se fueron maldiciéndolas. Ava ayudó a Alex
a levantarse y la acompañó al aseo para que se lavara la cara. Le
dejó su chupa de cuero para que tapara su blusa hecha trizas.
—Me gusta tu chaqueta, está guapísima —dijo Alex.
—Sí, es de mi grupo. Toco en una banda de rock.
—¿En serio? ¿Te gusta la música?
—Es mi pasión; toco la batería y la guitarra eléctrica, aunque soy
más batera que guitarrista.
—Yo toco el violín —dijo tímidamente Alex—. Música clásica.
Mi madre, ya sabes —intentó hacerse la interesante.
—Ya, bueno, no es mi estilo, pero OK.
—Me encantaría tocar contigo, si tú quieres, claro.
—No sé, no tienes pinta de que te vaya el rock.
—No me juzgues antes de conocerme, tú dame la oportunidad y
te prometo que puedo llegar a sorprenderte. —Poca gente sabía
que ella tocaba igual de bien la guitarra que el violín.
Ava asintió, había algo en aquella chica que la diferenciaba del
resto de la gente de ese instituto. Así que decidió que le daría una
oportunidad. Desde aquel día empezó a crecer entre ellas una
bonita amistad. Resultó que tenían muchas más cosas en común de
lo que ellas pensaban, y, sobre todo, había algo que las unía: el
odio hacia Lizzie. Por desgracia, desde aquel día también se inició
una guerra cruenta entre ellas.
Cuando pasaron a noveno curso, la amistad de Alex y Ava era
indestructible. Ambas se protegían de los ataques de Lizzie y
prácticamente lo hacían todo juntas. Alex dejó de ser una solitaria
y Ava dejó de estar enfadada con el mundo. Juntas crearon un
grupo de rock, The Double A. Ensayaban todos los días después
del instituto, menos los días en que Alex debía asistir al
conservatorio. Grababan en vídeo cada uno de sus ensayos con la
intención de, algún día, abrir un canal de YouTube y subirlos para
que todo el mundo viera lo buenas que eran y por si algún
productor quisiera contratarlas. Siempre decían que lo abrirían,
pero nunca lo hacían porque llegaban a la conclusión de que no
eran un grupo de verdad, solo eran dos y necesitaban a alguien
más. Buscaron a quien quisiera unirse a ellas, pero no hubo suerte.
—En este sitio de paletos no hay nadie que entienda de rock del
bueno —gruñía siempre Ava—. Vamos a tener que hacerlo solas.
¿Tú qué dices?
—No sé, tengo que preguntarle a mi madre primero. A ella no le
gusta eso de las redes sociales. Lo tengo prohibido.
—¿En serio? ¡Pero si todo el mundo tiene! ¿Qué problema tiene
tu madre?
—Ninguno, mi madre es muy enrollada, solo que le gusta
preservar nuestra intimidad. De todos modos, le preguntaré y, si
me deja, lo hacemos.
Ava aceptó a regañadientes. Si su compañera de grupo no quería
actuar en público, estaba claro que serían un grupo destinado al
fracaso.
Esa misma tarde Alex fue a Dreams Books para ayudar a Elena;
estando en la librería sería más fácil convencerla de lo de
YouTube. Cuando se lo contó, la respuesta fue un fulminante ¡NO!
Elena se puso muy nerviosa, pensaba que ese tema lo tenían más
que hablado y temía que la influencia de Ava hiciera flaquear la
confianza que tenía en su hija.
—Pero mamá, dame una razón lógica para ese no, ¡es que no
entiendo! Todo el mundo tiene redes y todo el mundo sube cosas a
YouTube. ¿Cómo pretendes que el grupo triunfe si nadie nos
escucha?
—Este tema está más que zanjado. No tengo por qué darte ningún
tipo de explicación más. Sabes todo lo que tienes que saber. Pero,
si no me dejas otra opción, te lo diré más claro: eres menor de
edad y yo soy tu madre. Punto. Aquí mando yo.
Elena no era una madre tirana, la relación que tenía con su hija
estaba basada en la confianza y la amistad, pero en ese tema tenía
que ser dura. No podía arriesgarse a que Alex estuviera expuesta
en internet, por seguridad de ambas. Tampoco podía explicarle
toda la verdad, aún la consideraba lo suficientemente joven para
entender la magnitud del peligro que suponía descubrir su
paradero. Alex pilló una pataleta típica de una niña de seis años,
aunque luego se le pasó. Sabía que si su madre era tan tajante en
ese tema sería por una razón de peso; además, no sabía estar
enfadada con ella. Esperaría a ser mayor de edad y, entonces, sería
una auténtica estrella del rock. Ahora solo quedaba convencer a
Ava de que tenían que esperar y que no se enfadara. En el instituto,
a la hora de la comida, intentó hablar con ella.
—Míralo por el lado bueno —le dijo Alex.
—Pues lo mire por donde lo mire no le veo el lado bueno. Tu
madre es un poco corta rollos. Prefiero a los míos, que pasan
olímpicamente de mí —lo soltó sin pensar, pero su rostro no
reflejaba lo mismo. Se sentía abandonada y eso la entristecía.
Aunque Elena la trataba como una hija más y le gustaba que Alex
contara con una buena amiga, pese a su rebeldía, Ava echaba de
menos a sus padres.
—Que sííí. Piensa que, cuando nos vayamos a la universidad,
conoceremos a gente que quiera unirse a nuestro grupo y ya
seremos mayores, podremos hacer lo que nos dé la gana.
Alex y Ava también se llevaban dos años. Para Alex, ser la mayor
de su clase también le sirvió de burla, la llamaban retrasada.
—Que sois un coñazo tú y tu madre. —Arrugó la boca y puso los
ojos en blanco—. Pero os quiero, así que me tocará esperar.
Se fundieron en un abrazo.
La mesa de Lizzie empezó a reírse. Las siamesas se levantaron y
fueron cuchicheando algo por cada mesa del comedor. Alex y Ava
no se dieron cuenta de la que les venía encima y continuaron
abrazadas. Cuando las siamesas volvieron a sentarse, Lizzie gritó:
—¡Son lesbianas! ¡Son lesbianas!
Todo el mundo en el comedor empezó a abuchearlas.
—¡Lesbianas! ¡Les gusta el conejo! —se reían.
Alex y Ava se percataron de que se referían a ellas y, antes de
poder reaccionar, empezó a caerles una lluvia de comida entre
insultos.
—¡Guarras! —decían unos—. ¡Pervertidas! —decían otros.
Ninguna de las dos sabía cómo actuar en esa situación, pero
sabían que, si se dejaban amedrentar, Lizzie ganaría la batalla. Ava
no estaba dispuesta a que eso pasara.
—¿Confías en mí? —le preguntó Ava a su amiga.
—Siempre.
Ava se subió a la mesa, la gente le tiraba más comida y le
prorrumpía más insultos. Impasible, le tendió la mano para que
subiera con ella. Alex cogió su mano y de un tirón la impulsó hasta
tenerla justo enfrente.
—¡¿Queréis ver algo muy lésbico, malditos hijos de puta?! —
gritó Ava girando sobre sí y señalando a todos y cada uno de los
presentes. Seguían los insultos y a la vez gritaban «¡Sííí!»—.
Ahora es cuando tienes que hacer lo que yo te diga. Confía —le
susurró a Alex.
Ava cogió suavemente la cara de su amiga y le asestó un beso en
la boca que hizo que todo el comedor se quedara en silencio y la
lluvia cesara. Ava siguió besando a Alex, quien, obediente, le
seguía el juego, cada vez más apasionadamente, dejando ver cómo
sus lenguas jugaban entre ellas. Bastó que una sola persona
aplaudiera para que todo el mundo se uniera al aplauso. El
comedor pasó de insultos y abucheos a aplausos y silbidos.
—¡Bravo! —exclamaban unos—. ¡Así se hace! ¡Con un par! —
Otros.
Lizzie se puso roja de la rabia, era una olla exprés a punto de
estallar. No podía creerse lo que estaba pasando; otra vez le habían
ganado la partida esas dos raritas. Se preparó para salir corriendo
del comedor cuando se dio cuenta de que las siamesas estaban
embobadas y aplaudiendo por lo bajito a las dos chicas que se
comían la boca. Dio dos golpes en la mesa y las hizo reaccionar.
—¡Vamos! ¡Pedazo de alcornoques! ¿Qué estáis aplaudiendo? —
las reprendió. Las siamesas dejaron de pensar por ellas mismas
para seguir siendo unas zombis descerebradas a las órdenes de la
reina malvada.
A partir de aquel día, Alex y Ava pasaron a ser las lesbianas del
instituto, cosa que a ellas les importaba una mierda. ¿Qué era lo
peor que les podía pasar porque la gente pensara eso? Bueno, que
ningún chico se les acercara, pero es que tampoco había buen
ganado en ese instituto, eran todos unos zoquetes. Ellas tenían las
miras puestas en la universidad; además, se dieron cuenta de que,
haciéndose pasar por pareja, Lizzie se encolerizaba y eso les hacía
muchísima gracia. Siguieron siendo el centro de eternos
cuchicheos mientras ellas iban a su aire. Tenían un plan bien
definido: estudiarían con todas sus fuerzas para conseguir unas
notas lo suficientemente altas como para entrar en la misma
universidad. Yale era la meta que ambas se habían fijado, el lugar
donde querían continuar su educación y, al mismo tiempo,
comenzar a tomarse en serio su sueño de formar un auténtico
grupo de rock. Su mayor ambición era convertirse en verdaderas
rockeras. Estaban absolutamente seguras de que lo lograrían, y
cualquiera que las hubiera oído tocar no podría negar su talento.
Juntas, su música sonaba de miedo. Sin embargo, aún les quedaba
un obstáculo: estaban atrapadas en el instituto, obligadas a
soportar los constantes ataques de Lizzie y las siamesas. Estas, al
ver que Ava y Alex se hacían más fuertes, habían intensificado las
humillaciones. Ava sentía un odio visceral hacia Lizzie; si hubiera
sido por ella, la habría agarrado del pelo y arrastrado por todo el
instituto. Pero, afortunadamente, Alex siempre estaba ahí para
calmarla y mantenerla bajo control.
Damien

C uando llegó el verano, Isabella trajo consigo una sorpresa.


Ava nunca le había contado a Alex, que tenía un hermano
cinco años mayor que ella.
—¡Damien! —gritó Ava abalanzándose al cuello de su hermano
—. ¡Cómo te he echado de menos! Pensaba que no te vería nunca
más.
—¿Qué dices, hermanita? Eso no va a pasar jamás.
—Llévame contigo; mamá me tiene secuestrada en este sitio de
raritos. —Damien se rio—. Te lo digo en serio, estoy encerrada,
igual que Rapunzel.
Damien giró la cabeza y se encontró con la mirada de Alex. Él
tenía diecinueve y ella dieciséis.
Cuando Alex lo vio, sintió un vuelco en el estómago y un calor
que le recorrió el pecho como si acabara de abrazar una taza de
chocolate caliente. Sus miradas se cruzaron, y ella sintió una
punzada en el corazón; una flecha de cupido había dado en el
blanco. Notó sus mejillas sonrojarse, traicionándola, mientras su
mente se convertía en una especie de parque de atracciones de
pensamientos caóticos. Intentaba mantener la calma, pero el
cosquilleo en el estómago no la dejaba. No era solo su apariencia
lo que la atrapaba, sino también su forma de moverse, su voz, y
esa manera de mirarla cual si fuera la última galleta en el bote.
Entre la timidez y la emoción, se sentía un globo a punto de
reventar, flotando entre la vulnerabilidad y la felicidad.
A Damien casi se le cae la mandíbula de la sorpresa al ver a Alex.
Sintió una atracción instantánea por ella. Su corazón se aceleró
como si estuviera subido en una montaña rusa, y pudo sentir un
ligero nudo en el estómago, uno de esos que te dan antes de hacer
algo muy tonto. Sus ojos se pegaron a ella, absorbiendo cada
detalle: el brillo de su sonrisa, la manera en que el cabello caía
sobre los hombros, y esa mirada que lo dejó fuera de combate. Los
nervios lo invadieron de tal manera que, en lugar de estar asustado,
se sintió más despierto que nunca. Un sentimiento de emoción y
esperanza lo envolvió, deseando con todas sus fuerzas que ella
sintiera lo mismo.
Cuando por fin se decidió a hablar, su cerebro entró en modo
caos, buscando a la desesperada las palabras perfectas para
impresionarla… y terminó haciendo la pregunta más absurda del
mundo. De eso no se olvidaría fácilmente.
—¿Y ella quién es? ¿Pascal? —Se le escapó una risa nerviosa.
El color de piel de Alex cambió de su blanco habitual a un rojo
volcán a punto de erupcionar. Apretó los puños e infló los cachetes
aguantándose las ganas de mandarlo a la mierda. Sus madres
estaban delante.
—¡Eres un imbécil! —soltó Alex entre sollozos y salió corriendo
escaleras arriba para encerrarse en su habitación.
—¿Tú eres tonto o qué? —le inquirió su hermana—. Menuda
cagada.
—Lo siento, lo he dicho sin pensar. Como tú dijiste que eras
Rapunzel, pues yo…
—Déjalo —le dio una palmada en la espalda.
Damien no era hijo de Blake, el actual marido de Isabella y padre
de Ava. Él vivía con su padre, por lo que pasaban muy poco
tiempo juntos, aunque el poco tiempo que compartían intentaban
aprovecharlo al máximo; eran hermanos y ambos se adoraban. A
Ava le hubiera encantado que él viviera todo el año con ella, pero
su madre, esquiva y misteriosa, le decía que no podía ser. Damien
debía estar con su padre. El tema de su hermano, junto con lo del
trabajo de su padre y el de su madre, era un misterio para Ava; no
entendía por qué Isabella no confiaba en ella y le contaba la
verdad. Al principio lo llevaba mal, pero con el tiempo se fue
acostumbrando a los secretos, a los que apenas les daba
importancia. Asentía y no hacía más preguntas.
—¿Cuánto tiempo te quedas? —preguntó Ava.
—Solo puede quedarse una semana, cariño —le respondió
Isabella.
—¡Mierda! —Ava vio la cara de enfado de su madre y de Elena y
se echó las manos a la boca—. ¡Ups! Perdón. Es muy poco tiempo
—se quejó.
—No te preocupes, hermanita, lo pasaremos bien. —La rodeó con
un brazo y le acarició el pelo, enmarañándoselo.
Mientras, Alex estaba en su habitación llorando. Se había sentido
humillada. No pensaba bajar hasta que ese personaje se fuera de su
casa. Y no entendía por qué estaba tan enfadada, estaba
acostumbrada a las humillaciones de Lizzie y no dejaba que
ninguna le afectara, pero que ese chico tan guapo la hubiera
comparado con un camaleón, por muy encantador que fuera
Pascal, le había dolido y mucho. Cuando Elena fue a buscarla para
que bajara a cenar, se negó; le dijo que quería estar sola y todos
respetaron su decisión.
A la mañana siguiente, madrugó más que en toda su vida. Bueno,
la verdad es que, como le costó pegar ojo y a las cinco seguía en
plan búho, decidió que era mejor levantarse y aprovechar el día.
Bajó al sótano, donde solía ensayar. Su madre lo había
insonorizado para que pudiera tocar sin miedo a molestar a nadie.
Enchufó la guitarra eléctrica al amplificador, abrió YouTube y
eligió la canción que iba a tocar: Still Loving You, de The
Scorpions. Comenzó con los primeros acordes y enseguida la voz
de Kaus Meine hizo que se perdiera en la melodía.

Tiempo, se necesita tiempo para


ganar nuevamente tu amor… Yo estaré allí. Amor,
solo amor puede devolver tu amor algún día. Yo
estaré allí.
Llegó el turno del primer solo de guitarra. Estaba tan inmersa
en la canción que no se dio cuenta de que alguien la estaba
observando atentamente. Damien la miraba con los ojos llenos de
emoción y deseo. Alex llevaba puesto un pijama corto y una
camiseta de tirantes finos. Uno de ellos, en el primer movimiento
brusco que realizó, se deslizó por el brazo dejando casi al
descubierto su pecho. No se había peinado y llevaba el pelo
alborotado, lo que le daba un punto de morbo brutal. Movía la
cabeza sensualmente mientras rasgaba las cuerdas con una mano y
con la otra acariciaba el mástil. Verla tocar era todo un
espectáculo. Damien se mordió el labio y tuvo que contener las
ganas de bajar las escaleras, arrancarle la guitarra y hacerla suya
allí mismo. La canción continuaba.
Si nosotros fuéramos nuevamente
todo el camino, desde el principio yo trataría de
cambiar las cosas que mataron nuestro amor. Tu
orgullo ha construido un muro tan fuerte que no puedo
atravesar. ¿Es que no hay ninguna posibilidad para
empezar de nuevo? Te sigo amando…

Llegó el segundo solo. Estaba tan guapa que no pudo seguir


escondiéndose tras las sombras y bajó el primer peldaño justo
cuando empezaba la siguiente estrofa. Cantaba Damien:

Intenta, nena, intenta confiar nuevamente en mi amor. Yo


estaré allí, yo estaré allí. Amor, nuestro amor simplemente
no debería tirarse. Yo estaré allí, yo estaré allí.

Alex se quedó congelada al verlo bajar por las escaleras;


cantaba la letra de la canción que ella estaba tocando. Iba vestido
solo con la parte de abajo del pijama, dejando el torso al
descubierto y… ¡vaya cuerpo! No había ninguna parte de él que no
estuviera perfectamente modelada. A Alex se le hizo la boca agua
y no pudo dejar de tocar. Una vez que sus miradas se encontraron
en esa habitación solo había música y mucha tensión sexual.

Si nosotros fuéramos nuevamente todo el camino, desde el


principio yo trataría de cambiar las cosas que mataron
nuestro amor. Tu orgullo ha construido un muro tan fuerte
que no puedo atravesar. ¿Es que no hay ninguna posibilidad
para empezar de nuevo? Todavía te sigo amando.

Damien continuó cantando mientras ella se preparaba para el


solo final.
A medida que él avanzaba, las emociones de Alex se
intensificaban como si alguien hubiera subido el volumen de la
vida. Las notas de la guitarra le hablaban directamente al alma y la
música tenía una conversación secreta con sus entrañas,
despertando sentimientos tan profundos que ponerlos en palabras
sería igual a querer explicar la gravedad a un globo.

Necesito tu amor… Todavía te sigo amando…

Seguía cantando Damien.

Cuando alcanzó las notas más potentes y llenas de emoción, a


Damien se le puso la piel de gallina como si hubiera metido los
dedos en un enchufe. Los vellos de los brazos y de la nuca se
erizaron, levantándose en fila cual soldados respondiendo al
llamado de la música. La conexión emocional y la intensidad de la
experiencia lo sacudieron de tal manera que, por un momento,
creyó ver fuegos artificiales sobre su cabeza.

La canción terminó…

Se quedaron parados el uno frente al otro, empapados de sudor


y embriagados por el subidón que acababan de experimentar. Se
miraron intensamente y a los dos se les escapó una sonrisa.
Damien se acercó a Alex, tanto que podía sentir el calor de su
cuerpo. Alex respiraba agitada, no sabía si por el esfuerzo de la
canción o por la excitación que Damien le provocaba.

—Ha sido brutal —musitó Damien a escasos centímetros de la


boca de Alex.
—Sí, ha sido…
De repente, un ruido provocó que dieran un salto hacia atrás.
—¿Qué leches hacéis? —preguntó Ava desde las escaleras. No
quería ni pensar que lo que estaba viendo pudiera ser verdad.
¿Damien y Alex? No, eso no podía ser. Él era su hermano y ella
era…, bueno, ella era su Alex.
—Nada —dijo Alex apurada—. ¿Sabías que tu hermano canta
de miedo?
—¿Ah, sí? ¿Te ha parecido que soy bueno? —preguntó
extrañado.
Sus ojos se volvieron a quedar pegados el uno del otro.
—Espera, espera, espera —los interrumpió nuevamente Ava—.
¿Tú no estabas enfadada con él porque te llamó lagarto?
—Camaleón —aclaró Damien.
—Pascal —corrigió ella y se volvió a enfadar—. Es verdad,
sigo enfadada contigo, no pienses que lo que ha pasado aquí
cambia las cosas entre nosotros.
—Pe… Pero yo… ¡Bah! ¡Mujeres!, no hay quien las entienda.
Damien subió de tres en tres las escaleras y desapareció de su
vista.
—En serio, tía, tu hermano canta genial. Si no me cayera tan
mal, te diría que formara parte del grupo.
—Eso es imposible —rio Ava.
—¿Por qué?
—Él tiene unas obligaciones raras que cumplir según mi madre.
Su padre es un tipo importante y él va a ser su sucesor o algo así.
—No entiendo nada.
—Ni yo. —Levantó los hombros Ava—. ¿Vamos a desayunar?
Isabella tenía una sorpresa preparada para ellos, ¡una escapada
a Disney Word! Quería compensarlos por el poco tiempo que solía
dedicarles. Le propuso a Alex que los acompañara. En un
principio, declinó la invitación, pero las súplicas de Ava fueron tan
insistentes que tuvo que aceptar. Lo que menos le apetecía era
tener que soportar a Damien durante dos días seguidos, al menos
en casa podía esconderse en su habitación o ir a la librería, y así
evitar coincidir con él, pero nunca había estado en Disney y se
moría de ganas por ir. Se podría decir que se consideraba una fan
absoluta de Disney.

Cuando estuvo delante de la puerta de entrada, sintió un


amasijo de emociones. Todo lo que había escuchado de quienes ya
habían estado allí era completamente cierto: ¡este lugar era pura
magia! Antes de entrar al parque, su emoción era tan obvia que no
podía evitar dar pequeños saltitos de felicidad, como un conejo en
una fiesta. Damien la miraba con una sonrisa. Se quedó con la
boca abierta al ver las señales y los carteles temáticos, y al oír la
música de fondo y el bullicio de otros visitantes.
Nada más cruzar las puertas, los miembros del elenco, todos
vestidos con sus uniformes temáticos, los recibieron con una
cálida bienvenida. Sus sonrisas y amabilidad los hicieron sentir
parte de la gran familia Disney, ¡con abrazos incluidos! Para Alex,
fue como si hubiera entrado en una película de fantasía. Lo
primero que vio fue Main Street, U. S. A.: las tiendas con sus
fachadas pintorescas, los carruajes tirados por caballos que
parecían salidos de un cuento, y la música alegre que sonaba por
los altavoces creaban una atmósfera de nostalgia y fantasía que la
hacían sentir como si estuviera viviendo en un sueño.
Al final de Main Street, U. S. A., el Castillo de Cenicienta se
alzaba majestuosamente. Fue un momento impresionante. Era el
símbolo icónico del parque y de la marca Disney. Verlo fue como
estar en la primera fila de un espectáculo de fuegos artificiales.
Cada rincón estaba repleto de detalles y guiños a las películas
de Disney. Desde los nombres de las tiendas hasta las decoraciones
y los personajes que paseaban como si fueran parte del decorado.
La música temática cambiaba según la zona, ¡a cada paso que daba
se transportara a una nueva aventura! Y los aromas de palomitas,
algodón de azúcar y otros snacks deliciosos hacían que la
experiencia fuera un festín para los sentidos. Ver a sus personajes
favoritos en persona: Mickey, Minnie, Goofy y las princesas
Disney, ¡un sueño hecho realidad! Poder interactuar con ellos,
sacarse fotos y pedir autógrafos era el tipo de cosas que le hacían
gritar de emoción y que se comportara como una niña en su tienda
de dulces favorita. ¡Inolvidable!
¡¿Y las atracciones?! Solo de pensar en ver Piratas del Caribe o
el mundo de Pandora y saber que pronto podría disfrutar de esos
paseos que había visto en películas y anuncios fue increíblemente
emocionante. Alex era la persona más feliz del mundo en ese
momento, su cara desprendía tanta luz que ni la presencia del
hermano de su mejor amiga podría apagarla. Puede que fuera la
magia de Disney, pero su presencia se hizo más soportable. Ava
quería ver The Snow Must Go On, de Frozen.
—Yo paso de frío —dijo Damien—. Prefiero ver el mundo de
Avatar, lo siento, pero no te acompaño.
—Yo te acompaño —dijo Isabella.
—¿Alex? —preguntó Ava.
—Mmm…, pues yo… creo que… —No le apetecía para nada
ver Frozen y no se podía creer lo que estaba a punto de decir, pero
las palabras salieron solas de su boca—. Creo que prefiero
Pandora. —Cerró los ojos esperando la reacción de Ava.
—Pues bien, luego nos vemos —dijo tan alegremente Ava—.
Vamos, mamá, que llegamos tarde.
Alex y Damien se quedaron solos.
—Lo has hecho con toda la intención, ¿verdad? —preguntó
Damien.
—¿De qué hablas?
—Querías quedarte a solas conmigo, reconócelo.
—Tus ganas, chaval, pero si aguantarte es el precio que tengo
que pagar por ver Pandora, estoy dispuesta a pagarlo. —Le dedicó
una sonrisa socarrona—. Eso sí, háblame lo justo y necesario, solo
oír tu voz me produce náuseas.
—Como quiera la princesa. —Hizo rodar sus ojos—. ¿Vamos?
Mientras caminaban juntos, Alex seguía asombrándose por cada
cosa que veía. A Damien, que no era la primera vez que visitaba el
parque, le hacía mucha gracia su naturalidad.
—Mira —señaló Damien hacia su izquierda—, estás tú
también.
Alex giró la cabeza y se encontró de lleno con Pascal. Arrugó la
nariz y le echó una mirada fulminante.
—Eres un imbécil —le espetó.
—Y tú eres encantadora… en todas tus formas. Y ahora que he
dicho eso, creo que un poco camaleón sí eres.
—¿Qué quieres decir?
—Pues que a veces pareces dulce e inocente, y otras eres fría y
cruel. —Lo miraba con expectación—. Otras pareces una mojigata
que no ha roto un plato y, de repente, te encuentro versionando un
tema de rock. Eres una caja de sorpresas, Alex Nikols.
Alex sonrió tímidamente, tomó sus palabras por un cumplido,
aunque no se lo hizo saber.
—¡Vamos! ¡Venga! ¡Ya hemos llegado! ¡Entremos! —exclamó
visiblemente emocionada.
—Vale, vale. ¡Tranquilaaaaa! —gritó Damien.
Alex le cogió de la mano y tiró fuertemente de él, casi
arrastrándolo. Damien sonrió. Ella se mostraba como una niña de
cinco años que estaba a punto de ver su película favorita.
Cuando salieron, Alex no podía disimular la sonrisa; había
vivido la mejor experiencia de su vida.
—Gracias —le dijo con los labios muy apretados. Le daba
vergüenza reconocer que se lo había pasado bien junto a él.
—No hay de qué. Ha sido un placer. —Le guiñó un ojo y ella se
ruborizó.
Esos dos días en Disney fueron muy especiales para Alex, en
todos los sentidos.
Cuando volvieron del viaje, solo quedaban un par de días para
que Damien volviera a su país. Uno de esos días, Alex, Ava y
Damien decidieron ir a la piscina. A esa piscina acudía casi todo el
instituto en vacaciones y, ¡cómo no!, allí estaba Lizzie con su
despampanante bikini. Para tener casi quince años, Lizzie estaba
muy desarrollada y tenía un cuerpo con buenas curvas. Era
imposible no fijarse en ella. Damien la vio y se le salían los ojos
de las órbitas, cosa que a Alex no le sentó nada bien.
—¿Quién es esa? —le preguntó a Ava.
—Ten cuidado con esa, hermanito. Ni te acerques. Es una
víbora. Dicen que quien la prueba muere en el acto.
—Estás exagerando —rio Damien.
—¡Que nooo! Díselo tú, Alex.
—Déjale que vaya, seguro que están hechos el uno para el otro.
—¿Tú crees? —le preguntó Damien—. ¿Crees que hacemos
buena pareja? —Alex arrugó la nariz—. Está bien, te haré caso.
Voy a divertirme un rato.
Damien se acercó a Lizzie y empezaron a hablar. Claramente,
ella se derretía por los huesos de él, pero ¿quién no? Era un chico
demasiado guapo como para no caer en sus redes.
—Será imbécil. —Alex rechinó los dientes.
—Pasa de mi hermano, todos los tíos son iguales. Van a por lo
fácil. Vamos, te echo una carrera hasta el agua.
Esa noche Damien y Lizzie tuvieron una cita. Alex estaba que
se subía por las paredes. De todas las chicas que había en el
planeta Tierra, ¿por qué ella? Hacía calor y no podía dormir, así
que cogió un libro y salió al jardín a leer un rato. Damien llegó de
su cita y la vio tumbada en la hamaca con el libro delante de su
cara. Sigilosamente, se acercó y se puso tras el libro.
—Vaya, Romeo y Julieta… —susurró Damien.
Alex dio un chillido, levantó el libro y vio la cara de tonto de
Damien.
—¿Qué demonios haces? Me has dado un susto de muerte.
—Perdona. —Damien se retorcía de la risa de ver su cara aún
más pálida, si eso era posible—. No quería asustarte. Me ha
sorprendido que estuvieras leyendo eso. Es todo un clásico. Te
hacía más leyendo a Julia Quinn que a Shakespeare.
—Para tu información, este libro nunca pasa de moda.
—¿No me digas? Estoy seguro de que no sabes ni de lo que va
—la provocó mientras se sentaba a su lado.
Alex sabía perfectamente que se estaba quedando con ella.
Incluso sin haber leído el libro, todo el mundo sabe de qué trata
Romeo y Julieta.
—¿Ves? Tenía razón —insistió Damien.
—Dos adolescentes de familias que se odian a muerte se
enamoran perdidamente y se casan en secreto. Todo se complica
con peleas y malentendidos, y, al final, ambos mueren
trágicamente, lo que hace que sus familias se reconcilien —le
suelta la parrafada como si fuera un robot—. ¿Te vale?
—O sea que ¿Romeo se enamora locamente al instante de
conocer a Julieta? —Alex asintió—. Entonces yo me siento muy
identificado con Romeo.
—¿Por? —preguntó con la voz temblorosa—. ¿Te has
enamorado de Lizzie?
—No, porque yo me enamoré de ti nada más verte.
Se acercó mucho más a ella y la cogió por la cintura para
atraerla hacia él. A ella se le escurrió el libro de entre las manos y
cayó al suelo. Quería huir, no lo soportaba y, encima, venía de
estar con Lizzie. Sabía que era un conquistador y que, si se
quedaba, estaría perdida. Le rompería el corazón. Pero su cuerpo
no respondía.
En el momento en que sus miradas se cruzaron, todo se iluminó
como si el sol hubiera surgido de repente. El tiempo se volvió más
lento y todo lo demás se desvaneció, dejándolos a ellos en su
propio universo. Había una atracción tan evidente que parecían
dos imanes acercándose sin remedio, solo que, en lugar de chocar,
estaban a punto de desatar un cortocircuito en todo el vecindario.
Sus corazones latían al mismo ritmo, llenos de emoción y un poco
de esa curiosidad traviesa de a ver qué pasa. Fue un momento
mágico, de esos sacados de película, donde las promesas no
necesitan palabras porque ya están flotando en el aire y se van
diciendo con cada mirada y cada sonrisa cómplice. Entonces, él la
besó apasionadamente, y ella respondió con la misma intensidad,
pensando que ya habría tiempo para arrepentimientos. Solo quería
disfrutar del sabor de los labios de Damien como si fuera el mejor
postre del mundo.
—Perdona por llamarte Pascal —susurró apartándose un poco
de sus labios, pero no lo suficiente como para dejar de rozarlos con
los suyos—. Me puse nervioso al verte, eres tan bonita…
—Eso se lo dirás a todas. —Le dio un pequeño mordisco en el
labio inferior—. Esta misma noche a Lizzie, por ejemplo.
—¿Lizzie? No. Es una cabeza hueca. A mí me gustas tú. —
Volvió a besarla. No quería separarse de ella, ni ella de él.
—Tenemos que parar, nos pueden pillar.
—¿Quieres parar?
Alex dudó por un momento su respuesta. Sinceramente, no
quería parar, Damien le gustaba mucho, pero sabía que, si
continuaba, más tarde se arrepentiría.
—No… —dijo finalmente.
—Pasa la noche conmigo —le propuso. Se puso de pie y le
ofreció la mano para ayudarla a levantarse.
—No creo que sea buena idea… —Si iba a su habitación, sabía
lo que iba a pasar entre ellos y no estaba segura de estar preparada
para algo así—. Entre tú y yo no puede pasar nada. Mañana te vas
y no sé si te volveré a ver.
—Shhh, calla. —Se agachó y le puso un dedo en los labios—.
Claro que nos volveremos a ver. Vendré. Y mientras tanto,
podemos seguir en contacto; existe el teléfono, las redes sociales.
—Alex negó con la cabeza—. ¿Las cartas?
—No, Damien, mejor lo dejamos aquí.
Él se acercó y volvió a besarla con más ímpetu. La levantó y la
apretó contra su cuerpo. Alex notó la excitación de Damien y eso
hizo que se deshiciera, más todavía, en aquel beso. A ella le pasó
lo mismo, podía sentir la humedad en su ropa interior.
—¿Vamos? —preguntó Damien. Alex asintió con la cabeza,
mordiéndose el labio.
—Vamos…
Llegaron a la habitación de Damien y cerraron la puerta.
Estaban de pie, el uno frente al otro, se miraban nerviosos, con la
respiración a mil por hora y con el corazón a punto de estallar. Sus
manos se entrelazaron y se acercaron más el uno al otro. Sus
latidos se sincronizaron, creando una melodía que solo ellos
podían escuchar. Él acarició suavemente su mejilla, inclinándose
para besarla con ternura. El beso comenzó con suavidad, pero
pronto fue volviéndose más profundo, más apasionado, reflejando
el deseo contenido. Ella deslizó las manos por su espalda,
sintiendo el calor de su piel a través de la camisa. Despacio,
empezaron a desvestirse, tomándose su tiempo para explorar y
descubrir cada centímetro del cuerpo del otro. No había prisa; ese
momento era solo para ellos, para disfrutar y sentirse conectados.
Se tumbaron en la cama. Él dejó caer su peso sobre ella. Se
miraron a los ojos y compartieron una sonrisa.
—¿Estás segura? —preguntó Damien con dulzura.
—Sí, lo estoy… —respondió Alex sonriéndole.
Sin apartar la mirada de sus ojos, Damien deslizó el dorso de su
mano suavemente desde el cuello hasta el hombro. Cada caricia
era un lenguaje secreto solo entre ellos. Alex se estremeció y le dio
un beso en la comisura de los labios, que hizo que sus bocas se
volvieran a encontrar con más ganas. Sus lenguas se buscaban
desesperadamente. Sus manos, temblorosas, recorrían la piel del
otro. Cada centímetro de sus cuerpos pedía a gritos el contacto que
ambos ansiaban. Hicieron el amor lento, cual si fuera un baile
íntimo donde cada movimiento, cada susurro, estuviera lleno de
significado. Se entendían sin necesidad de palabras, hablando con
las miradas y las caricias, pero siempre atentos a que el otro se
sintiera cómodo y disfrutara cada instante. Sus cuerpos se movían
juntos en perfecta armonía, se exploraban y aclamaban esa
conexión tan profunda que compartían. Agotados, se quedaron
abrazados, con los cuerpos entrelazados. La respiración volvía a la
normalidad. El silencio de la noche los envolvió. Se miraron a los
ojos sonriendo con satisfacción. Ella apoyó la cabeza en su pecho,
escuchando los latidos de su corazón. Él la abrazó con fuerza,
sintiendo su calor. Ambos sabían que habían compartido algo
especial, algo que jamás podrían olvidar.
—Entonces, yo debo ser Julieta —susurró Alex.
—¿Ah, sí?
—Sí, porque también me enamoré de ti en cuanto te vi.
Damien la miró como si fuera la persona más especial que
hubiera en el mundo y la besó con la intención de hacérselo saber.
Ella pudo sentirlo. Para ella era su primera vez y se alegró de que
hubiera sido con él. Sin quererlo, se quedaron dormidos. Desnudos
y abrazados.
—Ey, despierta, Alex —le susurró al oído con una dulzura que
le erizó la piel.
—¿Qué pasa? ¿Qué hora es?
Alex se desperezó con calma. Cuando los ojos finalmente se
abrieron por completo, una sonrisa suave se le dibujó en el rostro.
Era real. Había pasado la noche con él y, en su corazón, lo sabía:
había sido la mejor noche de su vida.
—Son las cinco. Tienes que volver a tu habitación —le dijo él
en voz baja y acariciándole el cabello—. Si nos pillan aquí, a ti te
matarán y a mí me cortarán las pelotas.
—¡Eso es injusto! —refunfuñó Alex con un puchero—. ¿Por
qué yo tengo que morir y tú solo perder las pelotas?
Los dos estallaron en una carcajada, una risa compartida que
llenó el aire con una gran complicidad. Recobraron el aliento y sus
miradas se encontraron. En ese instante, sus ojos brillaron con
intensidad. Sus almas se reconocían en el reflejo del otro.
—Buenos días… —Se acercó para rozar sus labios con los de
ella, en un beso suave y lleno de ternura.
—Buenos días… —musitó ella devolviéndole el beso,
alargándolo, para que el tiempo se detuviera.
El beso se prolongó, cálido, cargado de sentimiento, hasta que
ambos sintieron la urgencia de hablar, de liberar los miedos que les
oprimían el pecho.
—Tengo miedo —confesó Alex con voz quebrada por la
vulnerabilidad.
—¿De qué? —Él le acarició la mejilla.
—De que me hagas daño —susurró con un nudo en la garganta
—. De que hoy te vayas, te olvides de mí, conozcas a otra… y yo
solo sea una más.
—No tienes ni idea de lo que estás diciendo —respondió
tomándole la mano y llevándola a su pecho—. ¿Lo sientes? —Ella
sentía el latido firme bajo su palma—. Late por ti. Eres tú quien
provoca esto en mí.
Sus labios se buscaron de nuevo, enredándose en un beso largo,
cálido y lleno de emoción, para fundirse en él y olvidar la
incertidumbre que les acechaba.
—Yo también tengo miedo —admitió Damien con timidez.
—¿Tú? —preguntó Alex sorprendida.
—Sí… No preguntes, ¿vale? Pero mi vida no es fácil, no
siempre puedo tomar mis propias decisiones y me aterra pensar
que tal vez no pueda volver a verte, que no me lo permitan.
—Eso suena a la típica excusa de «no es por ti, es por mí» —
bromeó ella buscando aliviar la tensión.
—No seas tonta —rio suavemente, pero sus ojos reflejaban
seriedad—. Te lo digo en serio.
—Está bien, te creeré —suspiró—. Entonces, ¿qué hacemos?
—¿Quieres estar conmigo? —Damien la miró a los ojos.
—Sí… ¿Y tú conmigo?
—Sí… —Sus sonrisas iluminaron la oscuridad de la habitación
y fue como un destello de esperanza en medio de la incertidumbre
—. Hagamos una promesa.
—¿Una promesa? ¿De meñique? —Alex se mordió el labio con
una mezcla de curiosidad y emoción.
—No, eso lo hace todo el mundo. La nuestra tiene que ser
especial.
Damien sonrió y Alex, expectante, no pudo evitar sentirse
atrapada en la magia del momento.
—Hagamos una promesa de pulgar.
—Me parece bien —aceptó ella con una sonrisa.
Se sentaron en la cama. Alex, con un gesto instintivo, rodeó la
cintura de Damien con sus piernas, acercándose todo lo posible.
Entrelazaron sus pulgares y, mirándose a los ojos, él pronunció:
—Somos para siempre…
—Y siempre seremos tú y yo —respondió Alex con voz llena
de convicción.
Aquel día, Damien debía regresar a su país, pero, antes de
partir, le hizo otra promesa: el próximo verano volvería. Alex le
creyó. En lo más profundo de su corazón sentía que podía confiar
en aquel chico. Decidieron que lo mejor sería mantener su relación
en secreto; nadie podía enterarse, ni siquiera Ava. También
acordaron enviarse cartas, al estilo de Romeo y Julieta, lo que a
Alex le pareció terriblemente romántico.
Y así, Damien se marchó, llevándose un pedacito del corazón
de Alex. Ella se quedaba con otro pedazo, uno del corazón de
Damien. Ambos quedaron atados por la promesa de un amor que
ni la distancia podría apagar.
Mientras te espero

A Alex le costaba un mundo ocultarle a su mejor amiga, a


quien consideraba como una hermana, lo que había pasado
entre ella y Damien, pero había dado su palabra. No podía romper
la promesa que le había hecho, aunque cada día le resultaba más
difícil guardar el secreto.
Después de un mes desde la partida de Damien, aún conservaba el
sabor de sus besos y el calor de su piel en la memoria, como si
todo hubiera ocurrido ayer. Las noches eran lo peor; cerraba los
ojos y podía sentirlo tan cerca, tan real, que su ausencia se volvía
más dolorosa. Sin embargo, lo que la mantenía a flote era la
esperanza de recibir noticias de él. Sabía que no podía tardar
mucho más, y esperaba ansiosa la llegada de la primera carta. Esa
primera señal de que él seguía pensando en ella, tanto como ella lo
hacía en él.
Finalmente, el día llegó. Cuando regresó del instituto, una carta la
esperaba.
—Cariño, ha llegado una carta para ti. Está en la cocina —le
anunció Elena con una sonrisa.
—¿Una carta? —Alex apenas pudo contener su emoción y dio
pequeños botes de alegría. Sabía que era de Damien, lo sentía en el
aire.
El corazón le dio un vuelco cuando vio el sobre en la mesa de la
cocina. El remitente era Juliette Romesco, un nombre que habían
ideado juntos para no levantar sospechas, un juego de palabras
inspirado en Romeo y Julieta, una especie de código secreto entre
los dos.
—Sí. Por cierto, ¿quién es Juliette Romesco? —preguntó Elena
con curiosidad.
Alex se había anticipado a esa pregunta. Su mente ya había
preparado una respuesta que, esperaba, sonara convincente.
—Oh, es una violinista de la que me hablaron, muy buena, por
cierto. Como no puedo usar el móvil para comunicarme, decidí
ponerme en contacto con ella a la vieja usanza. Le escribí una
carta para hablar de música. Las cartas no están prohibidas,
¿verdad?
—No, cariño, no lo están —Elena sonrió, aparentemente
satisfecha con la explicación—. Algún día lo entenderás.
—No te preocupes, mamá. No pasa nada, confío en ti.
—Anda, ven aquí y deja que te abrace, mi mujercita —dijo
extendiendo los brazos.
Elena la apretó con tanta fuerza que a Alex le resultó imposible
escaparse de ese abrazo de osa. Forcejeó un poco para liberarse,
pero, en el fondo, le gustaba sentir el cariño de su madre. Sin
embargo, la impaciencia la consumía; estaba deseosa de ir a su
habitación, encerrarse en su pequeño mundo y descubrir lo que
Damien había escrito en esa carta. Su corazón latía con fuerza.
Mientras subía las escaleras, ya podía imaginarse las palabras de
amor que la esperaban al otro lado del papel.

¡Hola, querida Alex!


Hace apenas una semana que volví a casa, pero siento
que ha pasado una eternidad. ¿No es curioso cómo, en
tan pocos días, todo puede dar un vuelco? Quién iba a
decir que entre piques, risas y charlas hasta las tantas,
me encontraría así, completamente atrapado por ti. Lo
que empezaron siendo bromas de hermano postizo acabó
siendo mucho más de lo que esperaba. ¿Una jugada
arriesgada enamorarme de la mejor amiga de mi
hermana? ¡Vaya que sí! Pero ¿qué puedo decir? El
corazón tiene sus propios planes, y parece que los míos
han sido tomados por sorpresa.
Ahora que estoy aquí, sumergido en un mar de juntas y
reuniones interminables a las que mi padre insiste en
arrastrarme, solo puedo pensar en ti. Me paso los días
preguntándome cómo estará la chica que me robó el
corazón sin darse cuenta y mientras pensaba que solo
estaba pasando un buen rato conmigo. ¡Qué inocentes
éramos, eh! Bueno, al menos tú… Yo estaba luchando
contra lo inevitable.
Cada vez que cierro los ojos, puedo verte. Tu risa es
como esa canción pegajosa que no te puedes sacar de la
cabeza, y, créeme, no me quejo en absoluto. A veces me
sorprendo sonriendo como un tonto en medio de una
presentación de cifras, y te imaginas lo que deben pensar
los demás, ¿no? «Este tipo ha perdido la cabeza». Y sí,
puede que tengan razón, pero no me importa. Porque sé
que la culpa es tuya, y también eres la culpable de esos
recuerdos que se me cuelan entre la maraña de números.
Pero no te preocupes, que aquí sigo firme, cumpliendo
con mis obligaciones de adulto responsable en
formación. Aunque, si te soy sincero, no hay nada que
preferiría más que estar ahora mismo en tu casa, con un
bol de helado en mano, viendo alguna peli mala para
luego reírnos de lo absurda que era. Pero, bueno, ¡la
vida adulta apesta a veces! Al menos el consuelo es que
el próximo verano volveré a estar a tu lado. Esa idea es
lo único que me hace aguantar las aburridas reuniones.
Hasta entonces, sigue siendo la chica increíble que eres.
Y, por favor, no te olvides de este caballero (algo
imperfecto), que ya no tiene remedio… Estás en mi
cabeza y no creo que te vayas nunca.
Te mando un abrazo, tan fuerte como el que te daría si
estuviera ahí ahora mismo.
Con cariño,
Tu (despistado y embobado) caballero,
Damien

¡Damien!
Primero que nada, cuando leí tu carta casi me caigo de
la silla, ¡de la risa! Imaginarte sonriendo como un tonto
enamorado en medio de una junta… ¡Menuda escena!
Me encanta pensar que soy la culpable de esa sonrisa,
aunque estemos a kilómetros de distancia. Debo admitir
que me llena de orgullo saber que hasta entre números y
gráficas soy yo la que te roba la atención.
No te imaginas cuánto te echo de menos. Desde que te
fuiste, la casa se siente extrañamente tranquila, casi
como si hubiera perdido su chispa. Ya no tengo a quién
fastidiar con mis bromas ni con quién picarme por
tonterías. Mi madre sigue preguntándome por qué me
paso el día sonriendo, y yo solo le digo que estoy
recordando esa increíble semana de verano. Claro que
no le cuento que fue increíble porque tú estabas aquí.
¡Ese es nuestro secreto!
A pesar de la distancia, sigo sintiéndote cerca. Como si
en cualquier momento fueras a aparecer en la cocina
buscando algo de comer, con esa carita de no sé qué me
apetece, pero quiero algo ya. A veces me pregunto si me
extrañas tanto como yo a ti, pero luego recuerdo tu carta,
tus palabras, y se me pasa. (Y, para ser sincera,
imaginarte sonriendo como un bobo en plena junta
también ayuda).
Por cierto, el otro día me topé con la camiseta que
olvidaste aquí. ¿Te la envío o prefieres que me la quede
para tener un pedacito de ti cerca? Venga, admítelo: si
estuvieras en mi lugar, tú también te quedarías con algo
mío sin pensarlo dos veces. De hecho, estoy pensando
seriamente en quedármela como «recuerdo oficial» hasta
que vuelvas el próximo verano y, quién sabe, tal vez
entonces te robe una a propósito.
Hasta que llegue ese día, no dejes que las aburridas
responsabilidades te coman vivo, ¿OK? Prometo seguir
escribiéndote, aunque sea para contarte chorradas o
para desahogarme de lo mucho que me vuelvo loca
esperando que llegue el verano y volver a verte. ¡No me
olvides! Yo ya estoy tachando los días en el calendario.
Te mando un abrazo apretado y una sonrisa que se me
ha quedado pegada desde que te fuiste.
Tu Alex

Dos meses después llegó otra carta. Elena y Ava empezaron a


extrañarse de la excesiva efusividad de Alex cada vez que recibía
una carta de esa violinista, aunque respetaron su intimidad y no
fisgonearon entre sus cosas para ver qué ponía en esas cartas.

¡Mi Alex favorita!


Tu carta me hizo reír tanto que casi me delato en plena
reunión. Te juro que la gente debió pensar que había
perdido la cabeza. ¿La camiseta olvidada? ¡Por supuesto
que te la tienes que quedar! ¿Qué clase de caballero
enamorado sería si no dejara estratégicamente una
prenda para que su dama la mantenga cerca? Además, es
una excusa perfecta para que pienses en mí cada vez que
la veas o, mejor aún, ¡cada vez que la uses! (Sin presión,
claro. Aunque si te queda bien, no me quejo).
Por aquí todo sigue igual, aunque confieso que, desde
que me fui de tu casa, mi vida ha perdido algo de color.
Ahora me paso los días soñando despierto con que llegue
el verano o, al menos, un fin de semana largo para
escaparme. Pero, claro, esas escapadas son más difíciles
de organizar que una misión secreta de la CIA. Ya me
gustaría que mi padre tuviera algún viaje de negocios a
EE. UU. Me ofrecería a acompañarlo con una sonrisa de
oreja a oreja, y seguro que se quedaría flipando,
preguntándose desde cuándo un viaje de negocios me
hace tanta ilusión.
Por cierto, mi hermana me pregunta por ti más de lo
que te imaginas. Le solté que tú y yo no mantenemos
contacto, y se echó a reír como si lo supiera todo. A veces
pienso que ella tiene más información de la que
aparenta. Pero si es así, está haciendo un buen trabajo
guardando nuestro pequeño secretito. ¡Puntos para ella
por ser discreta!
Ah, y sí, sigo sonriendo como un idiota cada vez que
pienso en nosotros. Es una mezcla de nostalgia y
felicidad, porque, aunque no estamos juntos ahora, siento
que este amor sigue creciendo como una plantita que se
riega con cada carta que intercambiamos. Estoy
convencido de que, cuando nos veamos de nuevo, va a
ser todavía más increíble que este verano.
No te preocupes por mí, que no me estoy dejando
consumir por las obligaciones. De hecho, he
perfeccionado un truco maestro: logro que mi padre crea
que estoy superconcentrado, cuando, en realidad, estoy
pensando en ti. No sé cuánto tiempo más funcionará,
pero de momento, voy ganando. ¡Punto para mí!
Espero con ganas tu próxima carta. Hasta entonces,
cuídate, sigue siendo la increíble chica que eres y, por
favor, ¡no dejes de sonreír! Esa sonrisa es lo que más me
encanta (bueno, entre otras cosas…).
Con todo mi amor (y un poquito de nostalgia y muchas
ganas de verte),
Damien

¡Damien, mi chico distraído!


¡No me puedo creer lo que me cuentas! ¡Has
encontrado la manera de hacer que tu padre crea que
estás hiperconcentrado cuando, en realidad, tu mente
está a kilómetros de distancia, conmigo! Eres un genio
del disimulo. Pero dime, ¿qué harías si te pillara?
Porque a mí me daría un ataque de risa verte tratando de
explicar por qué estabas sonriendo como un bobo en
plena reunión. Me encanta que sigas pensando en mí
incluso en medio de todas esas obligaciones de adulto
responsable. ¡Qué campeón!
Desde que te fuiste, estoy tachando los días en el
calendario como si fuera una niña esperando las
vacaciones. Tu hermana (mi amiga, ejem) también me
hace preguntas indirectas, como quien no quiere la cosa,
intentando que suelte prenda. Pero, por supuesto, me
mantengo firme, más dura que una roca. No pienso dejar
que descubra nuestro pequeño secreto…, bueno, no
todavía. ¡Déjala que siga investigando!, va a tener que
esforzarse más si quiere sacar algo de mí.
En cuanto a tu camiseta, ¡ya se ha convertido en mi
prenda favorita oficial! Es como tener una parte de ti
aquí, aunque, claro, no es lo mismo. Pero, cuando la
vuelvas a ver, prepárate porque puede que no te la
devuelva jamás. Ya te veo diciendo «esa camiseta era
mía» y yo respondiendo «¿cuál camiseta?», ¡ja! A lo
mejor, la próxima vez soy yo quien mete una de mis
camisetas en tu maleta para asegurarme de que no te
olvides de mí.
Sé que el verano parece lejano, pero tengo la sensación
de que el tiempo pasará volando si seguimos
intercambiando cartas como estas. Me encanta que
nuestras palabras mantengan viva esta conexión, aunque
estemos lejos. Además, sé que, cuando por fin estemos
juntos otra vez, será aún mejor de lo que imaginamos.
Solo de pensarlo ya me da una mezcla de nervios y
emoción.
Prometo que seguiré sonriendo, pero solo si tú también
lo haces. Y nada de dejarte agobiar por esas
obligaciones, ¿vale? Quiero que estés tan feliz como yo
lo estaba cuando te tenía aquí. Así que sigue
escribiéndome, porque cada carta tuya es como una
dosis de vitamina D para mis días.
Con todo mi cariño (y un poquito de paciencia, pero
solo un poquito),
Tu Alex

Después de esa última carta, Alex no recibió ninguna más. Pasó


un mes…, y otro…, y otro. Pensó que ya se había olvidado de ella,
que habría conocido a alguien en su país y nunca más volvería a
saber de él. Por las noches, lloraba aferrada a su camiseta; por el
día, deambulaba como una muerta viviente. Esa sonrisa que lucía a
todas horas se había vuelto gris. Le costaba estudiar, había perdido
las ganas de tocar e incluso los ataques de Lizzie le habían dejado
de importar.
Y de repente sucedió… Al cuarto mes llegó una carta.
¡Mi querida Alex!
Primero que nada, ¡mil perdones por no haberte escrito
antes! No te imaginas la locura que ha sido por aquí.
Parece que el universo decidió ponerse en mi contra:
tormentas como si estuviéramos en pleno apocalipsis,
cortes de luz, carreteras bloqueadas… Vamos, lo típico
cuando intentas mantener una relación epistolar y el
clima decide que no. Es como si el universo hubiera
dicho «No, no, Damien, hoy no le vas a escribir a Alex».
Pero bueno, aquí estoy, contra viento y marea,
literalmente.
De verdad, ha sido frustrante. Cada día que pasaba sin
poder enviarte una carta era como si me faltara el aire.
Imagina la escena: yo, mirando el cielo encapotado,
sacudiendo los puños al aire como en una película
dramática, maldiciendo mi mala suerte. Porque lo último
que quiero es que pienses que me he olvidado de ti. ¡Eso
jamás! Si acaso, cada día sin hablar contigo solo me
hace darme más cuenta de lo mucho que te amo y lo
importante que eres para mí.
Por favor, ni se te ocurra dudar de mis sentimientos solo
por esta pausa forzada. Eres lo mejor que me ha pasado,
y ni las peores tormentas podrían apagar todo lo que
siento por ti. El solo hecho de estar escribiendo esto
ahora me hace sentir como si hubiera logrado algo
épico, como si hubiera escalado una montaña solo para
entregarte esta carta. ¿Drama? Tal vez un poco, pero tú
me entiendes.
Y sí, lo sé, el silencio ha sido terrible, pero no te
preocupes. Aquí estoy, pensándote a todas horas y
deseando con todas mis fuerzas que llegue ese momento
en que podamos estar juntos otra vez. Te prometo que voy
a hacer lo posible, ¡lo imposible incluso!, para que algo
así no vuelva a ocurrir. Aunque me toque salir en medio
de otra tormenta, estilo película de acción, para que
llegue a ti mi carta.
Con todo mi amor (y un millón de disculpas sinceras),
Tu Damien,
El luchador de tormentas

¡Damien!
No te imaginas el alivio que sentí cuando finalmente
recibí tu carta. Estos meses sin noticias tuyas me tuvieron
en un vaivén de emociones. Hubo momentos en los que
pensé que tal vez te habías olvidado de mí o, peor, que
algo había cambiado. Y sí, ya sé que suena un poco
dramático, pero la verdad es que me sentía como si me
hubieran arrancado un pedacito de corazón. Exagerada,
tal vez, pero cuando una se pasa horas dándole vueltas a
la cabeza, es fácil imaginarse lo peor.
Leer tus palabras fue como un bálsamo. Me di cuenta de
cuánto te extrañé y, sobre todo, de cuánto te quiero.
Aunque fue difícil no saber de ti, lo más importante es
que ahora sé que sigues pensando en mí (¡y entre
tormentas y todo!), y con eso me basta para sonreír como
una tonta de nuevo. Entiendo lo de las tormentas, los
cortes de luz y los planetas alineándose en tu contra,
pero mi mente, por supuesto, se dedicó a imaginar mil
escenarios catastróficos de por qué no me escribías.
Pero, bueno, dejando todo ese drama atrás, quiero que
sepas que te amo, Damien. En serio. Nunca había sentido
algo tan fuerte por nadie, y cada día que pasa me
convenzo más de que tú eres la persona con la que quiero
estar. No puedo esperar a que llegue el verano para verte
de nuevo y darte ese abrazo que tengo guardado desde
hace meses. Honestamente, no sé cuánto más voy a poder
aguantar sin ti.
Así que no te preocupes más por lo que pasó. Lo
importante es que seguimos aquí, juntos, aunque sea a
través de estas cartas (y a través de tormentas
apocalípticas). Nuestro amor es lo suficientemente fuerte
para sobrevivir a cualquier cosa, incluso al maldito
clima que parecía decidido a mantenernos
incomunicados.
Con todo mi cariño y un suspiro de alivio enorme (y el
drama controlado),
Tu Alex
Dos meses después…

¡Alex, mi amor!
No tienes idea de lo mucho que me duele saber lo mal
que lo pasaste pensando que me había olvidado de ti.
Créeme, eso no podría estar más lejos de la realidad. Si
te contara cuántas veces he releído tus cartas para
sentirte un poquito más cerca, te darías cuenta de que
olvidarte es, literalmente, imposible para mí. Eres como
esa canción que no te puedes sacar de la cabeza… solo
que mucho mejor.
Me rompe el corazón saber que te preocupaste tanto; si
pudiera, estaría ahora mismo disculpándome con un
abrazo de esos que te dejan sin aire. De verdad, lamento
que el mal tiempo se pusiera en plan villano de película y
nos haya tenido tantos meses sin contacto. Pero ahora
que todo ha vuelto a la calma, quiero que quede
clarísimo: te amo, Alex. Me encantaría que tu voz fuera
mi despertador por la mañana y mi canción de cuna por
la noche, ¡no eres un capricho, eres pura necesidad!
Nadie más ha logrado hacerme sentir tan bien como tú.
Ya no tengo miedo de lo que pueda venir. Saber que tú
estás ahí, esperando el momento en que podamos estar
juntos otra vez, me da la fuerza que necesito para
enfrentar lo que sea. Cada día sin ti es un reto, pero
nuestro amor es lo que me mantiene firme, optimista y,
bueno, con una sonrisa en medio de todo este caos.
Te prometo que, pase lo que pase, siempre voy a
encontrar la manera de comunicarme contigo. No quiero
que vuelvas a sentir esa angustia ni por un segundo,
porque lo único que quiero es verte feliz. Aunque no
pueda estar contigo en persona, espero que mis palabras
hagan un buen trabajo transmitiéndote lo mucho que
significas para mí. Y, además, ¡ya falta nada para el
verano! Cada vez estamos más cerca.
Con todo mi amor (y la promesa de que nunca te dejaré
porque, spoiler: somos para siempre),
Tu Damien

¡Damien, mi amor!
Tu carta fue justo lo que necesitaba. Ha sido como un
bálsamo para mi corazón, en serio. Saber que nunca te
olvidaste de mí y que sigues amándome con esa
intensidad tan tuya me ha llenado de una felicidad que
no puedo ni describir. Honestamente, ya no me importa
lo que pasó, ni las tormentas ni los silencios. Lo único
que quiero es mirar hacia delante, hacia ese futuro que
estoy segura de que vamos a compartir. ¡Y vaya futuro
nos espera!
Te amo, Damien, y no te imaginas lo ansiosa que estoy
por ese día en el que finalmente estemos juntos otra vez.
El verano ahora mismo parece a años luz, como si
alguien hubiera estirado el tiempo solo para ponernos a
prueba. Pero sé que todo esto va a valer la pena cuando
pueda verte, abrazarte y, por supuesto, reírme de ti por
todas las veces que dijiste que las tormentas eran tu
villano personal. Tu amor es lo que me mantiene fuerte,
aunque debo admitir que mi paciencia a veces se
tambalea (culpa mía, soy impaciente por naturaleza).
Pero ten por seguro que siempre estaré aquí, firme como
una roca, esperando por ti, pase lo que pase.
Gracias por tus palabras, por ser tan increíblemente tú
y por ser ese faro que ilumina incluso los días más grises.
No veo la hora de volver a reír contigo, de compartir
esos momentos tan nuestros, y de sentir que todo el
universo está en su sitio cuando estamos juntos. Ya me
imagino nuestras charlas infinitas y esas miradas que
dicen más que cualquier carta.
Hasta entonces, aquí seguiré, contando los días con una
mezcla de impaciencia y emoción, porque sé que nuestro
amor es lo suficientemente fuerte para superar cualquier
cosa. Te amo, Damien, y quiero que sepas que nunca
debes dudarlo. En serio, somos tú y yo contra el mundo.
¡Ya falta nada para el verano!
Con todo mi amor, (y una sonrisa gigante en el
corazón).
Y siempre seremos tú y yo.
Tu Alex
Y, de repente, tú

E ntre cartas y sentimientos encontrados, el verano hizo su


aparición. Tanto Alex como Damien comenzaron la cuenta
regresiva. El verano anterior, Damien solo pudo quedarse una
semana, pero no hizo falta más tiempo para que ambos se
enamoraran perdidamente el uno del otro. Este verano, sin
embargo, sería diferente. Isabella, con la aprobación de Cristof, el
padre de Damien, le había prometido que podría quedarse un mes
entero.
Tic, toc… Tic, toc…
El tiempo avanzaba con lentitud exasperante y la espera se hacía
interminable. Ambos deseaban con ansias que llegara el momento
de reencontrarse.
Tic, toc… Tic, toc…
Finalmente, el gran día llegó. Damien regresaba a Fort Worth.
Aunque un mes no era demasiado tiempo, para ellos era un tesoro
inigualable. Isabella y Ava fueron a recogerlo al aeropuerto. Alex,
presa de los nervios, se quedó en casa esperando. Si los meses
anteriores le habían parecido eternos, las horas que pasó
recorriendo la cocina de un lado a otro, sumida en la impaciencia,
se sintieron aún más largas. El suelo de la cocina y las suelas de
sus deportivas sufrieron un desgaste por igual.
—¡Ya estamos aquííí! —retumbó la voz de Ava por toda la casa.
Alex dio un respingo y se dirigió apresurada a la isla de la cocina,
donde había dejado la taza del sexto té que se había preparado y
una revista que había hojeado hasta el cansancio. Se sentó en un
taburete y aparentó una despreocupación que no sentía mientras
fingía leer la revista y daba largos y lentos sorbos a su té.
Ava y Damien entraron en la cocina.
—¡Mira quién ha venido! —Ava señaló a su hermano.
—Ah. Qué bien. Eres tú —respondió Alex con un tono
desganado, alzando ligeramente una ceja. Recogió la revista y la
taza de té antes de levantarse. Sin dignarse a mirar a Damien, pasó
junto a él, rozando su hombro con el de ella en un gesto apenas
perceptible—. Yuju.
Alex desapareció de la cocina, dejándola en silencio, y subió a su
habitación con paso firme.
—Pero ¿y a esta qué le pasa? —Ava frunció el ceño mientras
miraba a su hermano.
Damien se encogió de hombros con una sonrisa resignada.
—Déjala, hermanita. Creo que no le caigo bien —dijo con un
tono que intentaba ser despreocupado—. ¡Qué le vamos a hacer!
—Uhm, pensé que entre vosotros…
—¿Entre nosotros qué? —Damien levantó una ceja fingiendo
sorpresa.
—Pues, no sé, que había algo, o al menos que os habíais
arreglado —insistió Ava con curiosidad.
—Pues ya ves que no. Todo sigue igualito. Pero venga, hagamos
algo juntos. ¿Qué te apetece?
—Hace calor… ¿Vamos a la piscina? —propuso ella buscando
algo que los distrajera.
—¡Me parece genial! —exclamó Damien con entusiasmo.
—Voy a cambiarme. —Ava le dio la espalda.
—Yo subo mi maleta y nos vemos aquí abajo —respondió él
aunque ella ya había emprendido su carrera.
Sin darse cuenta, Ava chocó de lleno con su madre, quien acababa
de aparecer en la cocina.
—Señorita Thompson, ¿a dónde vas con tantas prisas? —
preguntó Isabella entre sorprendida y divertida.
—¡Perdona, mamá! —rio Ava recuperando el equilibrio—. No te
he visto. Voy a ponerme el bañador. Damien y yo nos vamos a la
piscina.
—¿Y Alex? —Isabella entrecerró los ojos con curiosidad.
—Creo que todavía me odia —añadió Damien; se encogió de
hombros y mostró una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
Isabella suspiró preocupada.
—Tenéis que arreglar lo que sea que haya entre vosotros. Si Alex
llegara a conocerte, estoy segura de que te cogería cariño —dijo
con una sonrisa maternal. «No sabes cuánto», pensó él—. Bueno,
no te preocupes, tienes un mes para solucionarlo. Dime que
pondrás de tu parte.
Damien sonrió para tranquilizarla.
—Te lo prometo, mamá. —Le dio un beso en la frente—. Pero
ahora déjame cambiarme, que tengo que ir a ahogar a tu hija en la
piscina.
Subió las escaleras con la maleta en la mano. Al llegar al último
escalón, su corazón dio un vuelco. Allí estaba ella, como si el
destino la hubiera colocado justo en ese lugar. Alex estaba de pie,
apoyada en el marco de la puerta, con una pierna cruzada y las
manos escondidas detrás de la espalda. El cabello, suelto y
desordenado, enmarcaba el rostro y caía sobre el pecho. Las
mejillas estaban sonrosadas y el brillo en los ojos lo dejó sin
aliento. Lo miraba con un deseo palpable, mordiéndose el labio
mientras él se acercaba.
—Hola. —La voz de Damien apenas era un murmullo; le
acariciaba el rostro con suavidad.
—Hola. —Alex devolvió el susurro, lo cogió de la cintura y lo
atrajo hacia ella.
—Estás… Estás…, uf, te he echado de menos. Estás preciosa —
balbuceó Damien nervioso y sincero.
—Tú también estás muy guapo —musitó ella, tímida, pero sin
apartar la mirada de sus ojos—. Te he echado de menos…
—Alex, yo…
—Calla y bésame —interrumpió ella cerrando el espacio entre
ellos.
El primer contacto de sus labios fue como una explosión. Sus
bocas se buscaron con desesperación, sus cuerpos se fundieron y el
mundo alrededor dejó de existir. Habían pasado meses soñando
con este momento, y ahora, que finalmente estaba sucediendo,
apenas podían creerlo.
—Corre, vete —susurró Alex contra los labios de Damien—,
antes de que nos pillen.
—Te veo luego —gimió él con un toque de frustración.
Alex se escapó a regañadientes de ese abrazo en el que hubiera
querido quedarse para siempre y caminó hacia su habitación con
una última mirada de anhelo.
—¡Eh! —exclamó Damien en voz baja, justo cuando Alex estaba
a punto de cerrar la puerta. Ella se giró, curiosa—. Lo has hecho
muy bien.
—¿El qué? —Arqueó una ceja con una sonrisa.
—Fingir que me odias. —Damien sonrió con picardía.
—No finjo, te odio. —Le sacó la lengua con un toque de malicia
antes de desaparecer en su habitación.
Damien se llevó las manos al pecho, fingiendo que le habían roto
el corazón, y dejó escapar una carcajada. El verano prometía ser
mucho más interesante de lo que había imaginado.
Esa noche, para celebrar el regreso de Damien, decidieron
preparar una barbacoa en el jardín. El juego de apariencias entre
Alex y Damien continuaba, y así debía ser. Fingir era la mejor
manera de evitar preguntas incómodas o, peor aún, la prohibición
de su relación. La cena transcurrió sin incidentes; ambos se
cuidaron de no cruzar ni una sola vez sus miradas.
—Bueno, yo me voy a dormir, que estoy muerta. —Elena se
estiró y dejó su plato en la mesa—. No tengo la misma suerte que
vosotros de estar de vacaciones. —Esbozó una sonrisa cómplice
mientras miraba a los tres.
—Sí, yo también me retiro —añadió Isabella—. Mañana tengo
que salir de viaje a primera hora.
—Mamá, ¿en serio? —protestó Ava con un puchero.
—Lo siento, cariño. Solo estaré fuera una semana. Cuando
regrese, podemos planear una escapada los cinco. ¿Qué os parece?
—¡Me parece una idea fantástica, mamá! —intervino Damien con
entusiasmo, rompiendo la tensión en el ambiente—. Vete tranquila,
te estaremos esperando con impaciencia.
—Gracias, mi amor —Isabella respondió con ternura y le acarició
la mejilla—. Y bien, ¿qué os gustaría hacer en la escapada?
—¡Surf! —exclamaron al unísono Alex y Damien.
—¡Vaya! Por fin os ponéis de acuerdo.
Las risas estallaron entre todos.
—¡Apruebo la moción! —Ava levantó la mano como si estuviera
en una asamblea—. ¡Yo también quiero hacer surf! Y ahora, si me
disculpáis, me voy a la cama.
—Tú ni hablar —dijo Damien agarrándola de la camiseta—.
Mamá e Isabella están cansadas de trabajar, pero tú, pequeña
caradura, te quedas con nosotros a ayudar a recoger.
—¡Ni hablar del peluquín! —Ava se soltó de su agarre y salió
corriendo, riéndose.
—No te preocupes, Damien, mañana lo hago yo —dijo Elena con
una sonrisa cansada.
—De ninguna manera, mamá —protestó Alex tomando la
iniciativa—. Nosotros nos encargamos, tú vete a descansar.
—¡Vaya, vaya! —Elena miró a Isabella con asombro—. En la
misma noche, ¡dos veces de acuerdo! ¿Te lo puedes creer, amiga?
Isabella soltó una carcajada y, tomándola del brazo, la guio hacia
la casa.
—Increíble, amiga. Venga, vámonos antes de que cambien de
opinión y empiecen a pelearse otra vez. Buenas noches, chicos.
—Buenas noches —se despidieron los dos. Las dos mujeres se
alejaron y Alex y Damien compartieron una mirada que, por un
breve instante, lo decía todo.
—Por fin a solas… —Damien dejó escapar un suspiro de alivio.
—Sí, por fin —respondió Alex con una sonrisa pícara.
—¿Y ahora qué quieres hacer? —Damien la miró con curiosidad.
—Pues… —Alex se acercó lentamente y recorrió con un dedo el
pecho de Damien, trazando un camino juguetón—, tú recoges y yo
friego los platos.
—¡Qué morro tienes! —rio Damien, divertido por la propuesta—.
¡Si tienes lavavajillas!
—¿Y qué? —Alex ya no podía contener la risa—. Hay que
llenarlo y darle al on, ¿no? Eso también es un trabajazo. —Soltó
una carcajada, disfrutando del momento—. Te espero en la cocina,
chico listo.
—Ya te daré yo a ti on… —murmuró Damien entre dientes,
apretando los labios con fingido enojo, aunque no pudo evitar
sonreír mientras la veía alejarse.
Más tarde, tras la pequeña broma, la noche los envolvió en una
calma inesperada. Se encontraron juntos en el jardín, acurrucados
en la misma tumbona donde un verano atrás se habían dado su
primer beso. Hablaron durante horas y dejaron que las risas
llenaran el aire. Las estrellas brillaban sobre ellos como testigos
silenciosos. Entre risas y confidencias, no pegaron ojo.
Esa noche no necesitaron hacer nada más. Con solo estar juntos,
abrazados bajo el cielo estrellado, sintieron que lo tenían todo.
Cuando asomó el primer rayo de sol, cada uno se fue a su
habitación.
En la mañana, la cara de Alex era todo un poema. Su sonrisa
irradiaba felicidad, pero las profundas ojeras bajo los ojos no
dejaban lugar a dudas: no había dormido en toda la noche.
Damien, por su parte, lo disimulaba mejor, aunque los constantes
bostezos lo traicionaban.
—Vaya, la parejita feliz —soltó Ava con tono burlón al entrar en
la cocina y ver a ambos desayunando, cada uno en una esquina de
la isla—. Menudo careto tenéis los dos. ¿Qué habéis estado
haciendo toda la noche? —añadió con una risa maliciosa.
—Eh… ¡Nada! ¿Qué insinúas? —Alex respondió nerviosa,
tratando de sonar despreocupada—. Me quedé leyendo hasta tarde,
no podía dejar el libro a medias. Este no sé qué habrá hecho. —Le
lanzó una mirada fingidamente despectiva a Damien—. Yo no
tengo nada que ver.
—Oye, preciosa —interrumpió Damien con sarcasmo—, este
tiene un nombre, Damien, que, dicho sea de paso, es bastante
bonito. ¿Te cuesta tanto recordarlo? —Luego giró la cabeza hacia
Ava—. Estaba agotado del viaje, y después de la paliza que me
diste en la piscina, no hubo forma de que conciliara el sueño.
—¡Menudo par! —Ava se llevó las manos a la cabeza—. Bueno,
amiga, te recuerdo que esta noche tenemos maratón de cine. No
querrás quedarte dormida en mitad de Regreso al Futuro, ¿verdad?
—¡Ay, madre! Se me había olvidado —se lamentó Alex.
—¿Olvidado qué? —preguntó Elena, que entraba justo en ese
momento en la cocina.
—Que hoy es la maratón de Regreso al Futuro —respondió Alex.
—¡Sííí! —exclamó Ava emocionada—. ¿No es lo mejor?
—¿Y cuál es el problema? —preguntó Elena algo desconcertada.
—El problema —intervino Ava— es que tu hija no ha dormido
nada porque se ha pasado la noche leyendo. Creo que deberías
llevarla a desintoxicación para adictos a los libros —bromeó con
una sonrisa traviesa.
—Ay, Alex… —suspiró Elena—. Justo hoy necesitaba que me
echaras una mano en la librería. Me llegan libros nuevos y tengo
que reorganizar todo.
—Estoy muerta, mamá. No puedo. Si no duermo toda la mañana,
esta tarde no seré persona para la maratón. —Alex hizo una pausa
dramática, pensativa, y lanzó una mirada cómplice a Damien—.
Aunque, si lo pienso bien, mi querida mejor amiga podría ir a
ayudarte, así yo puedo descansar.
Damien captó la indirecta de inmediato.
—No me malinterpretes, Elena, me encanta ayudarte —intervino
Ava, simulando resignación—, pero ¿trabajar en vacaciones?
—¡Ava Thompson! —espetó Damien—. ¿Desde cuándo eres tan
vaga?
—¿Desde que nací? —Se rio a carcajadas Ava—. Es broma,
Elena; te ayudaré encantada. Y tú —señaló a Alex—, más te vale
descansar, porque, si te duermes en el cine, ni te imaginas lo que te
espera.
Alex asintió con la cabeza y le guiñó un ojo.
—Te lo agradezco, cielo. —Elena sonrió—. Cojo mis cosas y nos
vamos. Y tú, Damien, ¿qué planes tienes?
—Oh…, no lo sé, supongo que daré una vuelta por ahí.
—De acuerdo, pues pásalo bien. Nos vemos a la hora de comer.
—Le apretó el hombro con cariño. Se acercó hasta Alex y le dio
un beso en la cabeza.
La casa quedó vacía, solos los dos.
—Por fin solos… otra vez —dijo Damien con una sonrisa
traviesa.
—Sí… —Alex lo miró con picardía—. ¿Qué te apetece hacer
ahora?
—Me apeteces tú…
—Vaya… —rio Alex sorprendida, casi atragantándose con su
propia saliva—. ¡Qué directo!
—Cuando el destino te pone la oportunidad delante, hay que
aprovecharla. —Damien se acercó lentamente—. ¿Cuántas veces
vamos a tener la casa para nosotros solos, sin que nadie nos
interrumpa, y podamos hacer lo que queramos? —dijo mientras ya
estaba a un paso de ella. La rodeó con los brazos, hundiendo el
rostro en su cuello, rozándole suavemente la piel con los labios—.
¿Qué te apetece a ti?
Alex no dudó. Lo cogió fuerte por la cintura y tiró de él. Le
recorrió lentamente la espalda hasta llegar a la nuca. Lo acarició.
Él cerró los ojos y se dejó llevar por el placer que le provocaba el
tacto de la mano en su piel. Poco a poco fue descendiendo por la
espalda hasta llegar a su culo. Con un movimiento rápido lo apretó
con fuerza y acercó su rostro al suyo. Apenas rozando los labios,
susurró:
—Me apeteces tú…
Llevaban meses esperando ese momento, deseando que llegara el
instante en el que por fin pudieran estar a solas. No se trataba solo
de la proximidad física, sino de esa intimidad tan anhelada donde
sus almas pudieran conectarse y poder dar rienda suelta a las
emociones que llevaban tanto tiempo acumulando. Al acercarse,
no hubo necesidad de palabras. Sus cuerpos, como si se
entendieran en un lenguaje único, se movían al compás, incapaces
de contener lo que ambos estaban deseando expresar. Cada caricia
era una promesa de algo más profundo. Cada beso encendía una
chispa que recorría su piel, era un fuego lento que quemaba con la
intensidad de un amor que no podía ser negado.
Sin prisas, disfrutaron del momento, saborearon cada roce, cada
mirada cómplice, cada sonrisa cargada de ternura. Subieron las
escaleras entre risas ahogadas, sin dejar de besarse. El mundo
había desaparecido y solo existían ellos dos. La ropa fue quedando
atrás, dejando un rastro de pasión contenida que encontraba su
ansiada liberación. Al llegar a la habitación de Alex, Damien la
levantó suavemente. Ella se aferró a él, entrelazó las piernas
alrededor de su cintura. La condujo hasta el borde de la cama y,
antes de dejarse llevar por completo, la miró a los ojos buscando
una última confirmación.
—¿Estás segura? —le susurró con delicadeza, como si ese
momento fuera tan frágil que pudiera romperse con la más mínima
duda.
—Me muero de ganas… —respondió ella con una sonrisa que lo
desarmó por completo.
Con ternura, la tumbó en la cama. Se dejó caer sobre ella, pero
con cuidado, como si temiera provocarle algún daño. Se
entregaron a un juego dulce, una guerra de caricias y besos donde
ambos querían conquistar todos y cada uno de los rincones del
cuerpo del otro.
No fue su primera vez, pero fue infinitamente mejor. No se
trataba de la pasión del momento, sino de la profundidad de los
sentimientos que compartían. Estar con la persona que amas lo
cambia todo. Cada roce, cada mirada llevaba el peso de algo más
grande, mucho más bonito, algo que les hacía sentir que por fin
estaban donde debían estar.
—Te quiero, Alex Nikols… —le susurró Damien al oído, con voz
entrecortada, justo antes de caer exhausto.
—Y yo a ti, Damien Taiganov… —Le acarició el rostro con
dulzura.
Se quedaron abrazados, agotados, pero en paz, sabiendo que lo
que compartían era único. Se quedaron durmiendo uno al lado del
otro, con la calma y la seguridad que solo el amor verdadero puede
ofrecer.
No se dieron cuenta de la hora hasta que un portazo abajo rompió
el hechizo. «¡Ya estamos aquí!», resonó la voz de Ava. Alex,
sobresaltada, empujó a Damien tan fuerte que lo mandó volando
de la cama.
—¡Auch! —se quejó él desde el suelo—. Eres pura dulzura, ¿eh?
—¡Déjate de dulzura! —dijo Alex histérica—. ¡Mi madre y tu
hermana están aquí!
—¡Maldición! —murmuró él con los ojos como platos—. ¿Y
ahora qué hacemos?
Unos pasos acelerados subían por las escaleras. No había tiempo
para pensar.
—¡Métete debajo de la cama! —le ordenó ella desesperada.
Damien rodó cual ninja, escondiéndose justo a tiempo antes de
que la puerta se abriera de golpe.
—¡Despierta, dormilona! —exclamó Ava desde el umbral.
—¿Qué? —balbuceó Alex, fingiendo desperezarse como si la
hubieran sacado del sueño más profundo.
—Que ya hemos vuelto, os esperamos en la cocina.
—¿Cómo? —Alex tragó saliva mientras su mente procesaba a
toda velocidad.
Ava, con una ceja levantada y una sonrisa traviesa, señaló al
suelo. Ahí, revuelta como una pista del crimen, estaba la ropa que
había quedado tirada por las escaleras.
—De nada —añadió Ava con un tono de «te pillé», antes de cerrar
la puerta.
Damien asomó la cabeza desde debajo de la cama, conteniendo
una carcajada.
—Menuda cagada. Nos ha pillado —susurró tapándose la boca.
—Tranquilo —respondió Alex aliviada—. No dirá nada. Pero esto
no puede volver a pasar. Si nuestras madres nos pillan, ¡nos
entierran vivos!
—Sí, sí —asintió Damien haciendo un gesto exagerado.
—Ahora coge tus cosas y ¡fuera! No quiero verte más por aquí.
Damien, en modo drama, se llevó una mano a la frente.
—Ay, me rompes el corazón en cada despedida, nena. —Fingió
un desmayo teatral—. Pero está bien, me voy.
Se levantó con una sonrisa de oreja a oreja, rebuscó en el montón
de ropa del suelo y empezó a vestirse.
—Sí, vete, vete. —Alex se cruzó de brazos con una sonrisa pícara
—. Pero, primero, bésame.
—Tus deseos son órdenes.
Con un salto acrobático, Damien cayó sobre la cama y la besó con
la misma pasión que había desplegado en su teatro. Se separó
lentamente…
—Volveré.
—O te buscaré yo —respondió Alex, retadora.
—Ñam… —Damien lanzó un mordisco al aire, como si quisiera
devorarla, y salió corriendo.
Ava no pronunció ni una palabra de lo que ya había dejado de ser
un secreto para ella. Sabía que esa historia pertenecía solo a su
mejor amiga y a su hermano, y lo respetó. Cuando los tres se
reunieron en la cocina, no hizo falta decir nada. Las miradas y
sonrisas de complicidad lo dijeron todo.
Desde entonces, cada noche Alex y Damien se las arreglaban para
escaparse a la habitación del otro. Eso sí, con mucho, pero mucho
más cuidado.
Tú, yo y el paraíso

A l regresar Isabella del viaje de negocios, planearon la


escapada que les había prometido. Decidieron que el mejor
lugar para hacer surf sería Hawái. Y, sin más, tomaron rumbo a su
destino. Todos estaban deseando llegar y ver esas playas que tantas
veces habían visto por la televisión.
Las playas de Hawái eran, en una palabra, alucinantes. Arena
dorada que brillaba bajo el sol, agua tan turquesa que hacía que te
preguntaras si te habías metido sin querer en una postal, y
palmeras inclinadas sobre la orilla como si estuvieran posando
para la foto perfecta de Instagram. Pero lo mejor de todo era que
no importaba si eras el típico turista que solo quería tirarse como
estrella de mar sobre la toalla o si te iban las emociones fuertes.
Cuando llegaron al hotel, una chica con camisa hawaiana les
dio la bienvenida y les puso un lei a cada uno alrededor del cuello.
Ella también llevaba uno.
—¡Bienvenidos! Mi nombre es Ria —dijo la chica, que tendría
unos diecisiete años.
Ava se echó a reír. Alex le dio un codazo.
—¡Au! ¿Qué? —se quejó Ava—. Ha dicho ría y eso he hecho.
—Mira que eres burra —susurró Alex sin poder contener la
risa.
Elena las miró y dejaron de reír.
—Si eres de los que adoran el mar —continuó Ria con su
bienvenida—, ¡prepárate! Aquí puedes surfear olas gigantes como
montañas, pero cuidado, es solo apto para valientes o para los que
tienen un seguro de vida decente. También puedes hacer snorkel
en arrecifes que se asemejan a un barrio lleno de peces tropicales
de todos los colores posibles, o probar el paddle surf si prefieres ir
de pie balanceándote como si estuvieras en un desfile sobre el
agua. —Cogió aire y continuó—. ¿Te va más la aventura en tierra?
¡No te preocupes! Puedes realizar caminatas por senderos que te
llevarán a cascadas ocultas, subir volcanes que aún parecen
enojados (tranqui, están dormidos… en su mayoría) o simplemente
pasear por la playa con un coco en la mano y el alma en paz. Y qué
decir de la gente… ¡Oh, la gente! Aquí te encuentras de todo.
Desde los locales, nacidos de la misma naturaleza y que tienen esa
calma hawaiana contagiosa, hasta surfistas bronceados con melena
al viento que hacen que ser cool sea tan fácil como respirar.
También están los turistas despistados —los señaló a ellos—,
aquellos que llevan el sombrero de paja más grande que
encontraron —justo el que llevaba Isabella, que sonrió un poco
avergonzada—, se queman en la primera hora y siguen buscando
el sitio exacto donde rodaron Jurassic Park. Y claro, no puede
faltar la pareja… —en ese momento señala a Alex y Damien,
juntando las manos y haciendo un corazón con ellas. No hizo falta
que tomaran el sol, sus caras se pusieron rojas como un tomate—,
que decide hacerse una sesión de fotos de compromiso justo en la
puesta de sol, ocupando todo el espacio como si fueran Romeo y
Julieta. —«¿Ahora quién ríe?», pensó Ria—. En resumen, las
playas de Hawái son el paraíso para todos: los que buscan paz,
adrenalina, y hasta los que simplemente quieren presumir de
bronceado en sus redes. ¡Aloha y a disfrutar!
Ria desapareció de sus vistas, aparentemente molesta por la
mofa hacia su nombre.
—ME… HE… ENAMORADO —dijo con rotundidad Ava sin
darse cuenta de que lo había dicho en voz alta.
Una vez instalados en el hotel, el grupo se dividió para
aprovechar el paraíso a su manera. Elena e Isabella optaron por el
plan más básico pero delicioso: tirarse como estrellas de mar sobre
una toalla, un Mai Tai en la mano y cero preocupaciones en la
cabeza. Mientras tanto, Alex y Damien lo tenían clarísimo desde el
principio: el surf era su objetivo. Ya se imaginaban conquistando
olas y sintiendo la adrenalina, con el sol abrazando sus cuerpos. La
única que no sabía bien qué hacer era Ava. Quedarse bajo el sol
achicharrándose no era lo suyo, y el surf tampoco la llamaba
mucho. Así que, al final, se apuntó a un grupo de snorkel. Lo que
no esperaba era que la monitora del grupo fuera, nada más y nada
menos, que el amor de su vida: Ria.
—Genial… —suspiró Ria con una mirada mezcla de fastidio y
resignación—. Me ha tocado la payasa.
—¡Genial! —Ava sonreía pícaramente—. Me ha tocado la
chica más guapa de la isla.
Aunque a Ria se le escapó una pequeña sonrisa, no iba a ser tan
fácil que se le olvidara lo que había pasado. Seguía enfadada con
Ava, así que decidió ignorarla durante toda la primera clase. Pero
lo que Ria no sabía era que Ava, cuando se proponía algo, era más
terca que una mula. Y su misión no era solo disfrutar del snorkel,
sino también ganarse la amistad de Ria, costara lo que costara.
Por otro lado, Alex y Damien no podían estar más agradecidos
de que Ava se hubiera distraído con su nueva obsesión amorosa.
Para ellos, eso significaba una cosa: tiempo a solas. Surfear juntos
era ya bastante excitante por sí solo, pero la cosa se volvía mucho
más intensa con sus cuerpos mojados bajo el sol, besos con sabor a
sal y el calor del día envolviéndolos. A medida que las olas los
empujaban hacia la orilla, cada momento compartido se sentía más
ardiente. De vez en cuando desaparecían de la vista de los demás,
buscando un rincón escondido entre palmeras y arena, donde
poder dar rienda suelta a su amor sin interrupciones. Hacer el amor
en una playa de ensueño, con el rugido del océano de fondo y el
sol poniéndose en el horizonte, era un lujo que querían saborear al
máximo. Sabían que sería un recuerdo que jamás olvidarían.
Una de esas noches, Damien decidió que era el momento
perfecto para sorprender a Alex con algo especial. Tenía en mente
una cena romántica en su habitación, pero, claro, necesitaba la
ayuda de su hermana para ejecutar el plan maestro. Así que le
pidió a Ava que no solo le echara una mano con los preparativos,
sino que, además, le cubriera ante sus madres. ¡La misión estaba
en marcha!
—¿Cenamos juntos esta noche? —Isabella lanzó una mirada a
todos—. Creo que hay un buen show y muchos Mai Tai por ahí —
dijo riéndose mientras le echaba un brazo por encima a Elena.
—Si tuviera uno en la mano ahora mismo, brindaría por ello,
amiga —contestó Elena con aire soñador.
—A ver, a ver, a ver, ¿dónde está vuestra responsabilidad,
chicas? —intervino Ava con las manos en la cintura, como si fuera
la madre de todas—. Deberíais estar dando ejemplo.
—¡Se quedó en Fort Worth! —rio Elena—. Nos la quitaron en
la aduana del aeropuerto.
Isabella explotó en carcajadas.
—Ay, cállate, cariño. ¡Estamos de vacaciones! Deja que
hagamos un poco el loco.
—Mira que eres mala influencia, mamá. —Ava fingía
indignación—. Más tarde ya pensaré el castigo adecuado para ti. Y
ya que estamos de cachondeo, porque estoy de broma, mami —
aclaró por si acaso—, Alex, Damien y yo vamos a cenar por
nuestra cuenta, ¿os parece bien?
Isabella y Elena se miraron, casi con brillo en los ojos. «¡Sííí,
noche de chicas sin hijos! ¡Por fin!», pensaron y disimularon un
poco.
—Claro, sin problema —dijo Isabella con un gesto
despreocupado—. ¡Pasadlo bien!
—Y portaos bien —añadió Elena, aunque no estaba muy
convencida de seguir su propio consejo.
Las dos se alejaron agarradas del brazo, dando pasitos de baile
y canturreando como si fueran adolescentes otra vez.
—Gracias, hermanita; te debo una —le dijo Damien a Ava con
una sonrisa cómplice.
—Nada, nada, me debes una bien gorda, aunque a ver ahora
con quién ceno yo… —respondió Ava fingiendo un puchero.
—¿Cómo que con quién? —intervino Alex un tanto confundida
—. ¡Cenas con nosotros, claro!
Damien negó con la cabeza, sonriendo.
—No, no, no, querida señorita… Tú y yo tenemos una cita muy
especial esta noche. —Enfatizó cada palabra.
—¿Ah, sí? —Alex arqueó una ceja con picardía.
—Sí. —Damien la cogió por la cintura y la acercó a él—. Cena
para dos y noche de pasión en la habitación del amor.
—Chicos, por favor, que sigo aquí delante. Me están dando
arcadas.
—Gracias, Ava, eres la mejor amiga del mundo mundial —le
dijo sin dejar de mirar a Damien.
—Sí, sí, sí, ya ni me miran cuando me hablan. Yo flipo —
arrugó la nariz—. Venga, a disfrutar tortolitos; ya me buscaré la
vida por ahí.
Damien y Alex se soltaron y se lanzaron sobre Ava para
espachurrarla en un fuerte abrazo y llenarla de besos por todos
lados.
*****
Cuando Alex entró a la habitación de Damien, ¡boom!, la magia
la golpeó de inmediato. Había dejado de ser la típica habitación
aburrida. Damien había transformado el espacio en un rincón
superromántico. Había velas por todas partes que iluminaban la
habitación con una luz suave y cálida, sin riesgo de incendio,
claro. La cama estaba llena de pétalos de rosa, como si hubiera
destrozado un jardín entero solo para ella. En la mesa, una cena
gourmet improvisada: pasta, su plato favorito. Un par de copas de
vino esperándole y, de fondo, una playlist romántica para que se
sintiera como si estuviera en una película. Él, nervioso pero
sonriendo, la miraba como si fuera lo mejor que le había pasado en
la vida.
—La cena perfecta… —musitó Damien mirándola tan solo a
ella.
—Contigo todo es perfecto —suspiró Alex.
Esa noche quedaría tatuada en sus recuerdos para siempre,
como si alguien hubiera puesto un pósit gigante en sus mentes. La
cena, aunque sencilla, tenía más amor que cualquier restaurante de
cinco estrellas Michelin. La cama…, bueno, ni el colchón más
caro del mundo se comparaba con la comodidad de estar juntos. El
sabor de sus besos, mmm…, mejor que cualquier Mai Tai de los
que disfrutaban sus madres. El aroma de los cuerpos se mezclaba
como si hubieran inventado un perfume exclusivo solo para ellos.
Y el tacto de las pieles, ¡uff!, pura electricidad, como si hubieran
descubierto el superpoder de hacer magia con una caricia. Si el
amor tuviera un nombre, para Damien sería Alex, la chica que le
desordenó el corazón de la mejor manera, y para Alex, Damien, el
chico que hizo que todas las canciones de amor tuvieran sentido.
El romance en su versión más auténtica.
*****
Ava se conformaba con un triste bocadillo y una lata de Coca-
Cola. Decidió que nada mejoraba una cena de emergencia como
un paseo por la playa. La luna llena brillaba espectacularmente,
como si hubiera decidido que esa noche era solo para ella.
Encontró un rincón perfecto y decidió tener una cita romántica
consigo misma. Sentada en la arena, mirando embobada el cielo,
ni se dio cuenta de que una silueta emergía del agua como si se
tratara de una película de sirenas.
Era Ria.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Ria todavía con algo de
resquemor en la voz.
—Ah, hola… ¿Ya me hablas? —respondió Ava con un poco de
sorpresa.
—No debería, la verdad.
—Estoy cenando. —Ava levantó su bocadillo como si fuera una
obra maestra culinaria.
—¿Un bocadillo? —Ria arqueó una ceja.
—No es un bocadillo cualquiera. Es un superbocadillo de
calamares; un respeto —Ava respondió con seriedad fingida.
Ria no pudo evitar soltar una risa.
—¿Te ríes? —Ava la miró medio ofendida.
—¡No! —gruñó Ria con un toque dramático—. ¿Qué parte no
entiendes? Mi nombre es Ria, no ríe… ¿Qué rayos te pasa con mi
nombre?
—Pe-perdona…, yo no que-quería —Ava balbuceó y se tapó la
cara de vergüenza.
Entonces, oyó una enorme carcajada. Cuando se quitó las
manos de la cara, allí estaba la chica más guapa que había visto en
su vida, riendo bajo la luz de la luna como si fuera una diosa.
—¡Me estaba quedando contigo! —Ria seguía riéndose—.
Tenías que haber visto tu cara, ¡ha sido épico!
—Ja. Ja. Ja. Muy graciosa. —Ava no pudo evitar sonreír de
medio lado—. Me lo merezco, lo admito.
—Sí, definitivamente te lo mereces.
—Bueno, ya que estamos en tablas… —Ava levantó lo que
quedaba del bocadillo—, ¿te apetece cenar conmigo? Tengo medio
superbocadillo de calamares y media Coca-Cola. No es mucho,
pero mi compañía es gratis.
Ria la miró como si estuviera loca, pero al final cedió.
—Puede que me arrepienta, pero acepto.
Quizás fue la magia de la luna llena, o la atmósfera de Hawái, o
tal vez el sabor extraño a calamares y refresco, pero esa noche, sin
saber cómo, Ria le dio a Ava el mejor regalo: un beso inolvidable.
Mientras sus labios se encontraban, Ava lo tuvo claro: Lizzie
tenía razón, le gustaban las chicas. «Maldita Lizzie, ni en
vacaciones me deja en paz», pensó con una sonrisa.
*****
Despedirse de Hawái les costó mucho a todos. Cada uno, a su
manera, se había enamorado de aquella isla y en sus corazones se
llevaban los recuerdos más bonitos y divertidos que jamás
pensaron vivir.
Aloha, Hawái.
Como Romeo y Julieta

S in que apenas se dieran cuenta, ¡zas!, solo quedaba una


semana para que Damien regresara a su país. El tiempo había
pasado volando, lo que significaba que lo habían estado pasando
en grande. Pero había un pequeño detallito: ninguno se había
atrevido a hablar sobre lo que pasaría cuando tuvieran que
separarse otra vez. ¿Cartas de nuevo? ¿Esperar un año entero para
verse? ¿Sobrevivir a la tortura de echarse de menos sin poder
hacer nada al respecto? Si el primer año había sido duro, este,
después de un mes tan intenso, prometía ser una pesadilla con
extra de sufrimiento. Ambos preferían hacerse los locos, disfrutar
del presente y que el futuro…, bueno, ya verían cómo lo lidiaban.
Antes de acabar el curso, Alex y Ava se habían apuntado a una
salida al río Trinity, organizada por el instituto. Justo era la última
semana que Damien estaría por ahí, así que le pidieron a la
organización que lo dejaran ir también. «Ningún problema», les
dijeron. ¡Perfecto!
El Trinity Trail era básicamente un recorrido genial para caminar,
correr, hacer kayak, o para esos preciosos momentos de picnic,
observación de aves y conexión con la naturaleza que tanto nos
venden en los folletos. Todo sonaba de maravilla, aunque tenía que
haber un pero, y ese pero tenía nombre y apellidos: Lizzie
Standford. ¡Sí, ella, la misma! En cuanto vio a Damien, se pegó a
él como si fuera una calcomanía resistente al agua. Lo primero que
hizo fue empujar a una de las siamesas que estaba sentada junto a
ella en el bus y obligar a Damien a sentarse a su lado. Alex y Ava
se sentaron juntas. Alex estaba a dos segundos de arrancarle los
pelos, pero tenía que hacerse la indiferente. Oficialmente, no
pasaba nada entre ellos.
Al llegar al campamento base, donde iban a explicarles las
actividades y repartirles el material, la cosa empeoró. Tocaba
formar equipos de seis y, dentro del equipo, elegir pareja. ¿Y
quiénes formaban parte de su grupo? ¡Bingo!: Lizzie y las
siamesas. Alex hizo pareja con Ava, las siamesas entre ellas, y…,
sorpresa, sorpresa, Lizzie se emparejó con Damien.
—Genial… —bufó Alex con todo el entusiasmo de una piedra.
—Nos ha tocado el peor grupo —añadió Ava, solidaria.
—¿Qué pasa, chicas? Os veo algo mustias —se burló Lizzie con
una sonrisa de ganadora—. ¡Ánimo! Nos lo vamos a pasar genial.
—Claro, si tú lo dices —respondió Ava con un resoplido.
Pero Lizzie ni se inmutó. Su objetivo era otro, y su nombre era
Damien. La cara de Alex se iba poniendo más roja, como si fuera
una olla a presión a punto de estallar, y Ava lo notaba.
—Tenemos que elegir tres actividades para el día entero —dijo
Lizzie autoproclamándose líder del grupo—. Yo me encargo de
elegirlas, ¿sí?
—¿Tú? ¿Y eso quién lo ha decidido? —intervino Ava medio
riendo.
—Yo misma, ¿algún problema? —respondió Lizzie con una risita
desafiante.
—Un montón. Para empezar, ni de broma vas a elegir tú todo —le
soltó Ava—. Somos tres parejas, ¿no? Pues cada una elige una
actividad.
Lizzie puso cara de asco, poco amiga de la democracia. Ella era
más de dictaduras, sobre todo si ella era la jefa. Pero tuvo que
ceder cuando Damien asintió dándole la razón a su hermana.
—OK, nosotros —señalando a Damien y a ella misma—
elegimos una caminata suave por el sendero —dijo con una
sonrisa de ¡qué planazo!
—¿En serio, hermanito? ¡Pfff! Nosotras elegimos kayak —
anunció Ava—. ¿Y las zombis? ¿Qué eligen?
—Ellas eligen observar aves —saltó Lizzie antes de que las
siamesas pudieran decir una palabra. Les lanzó una mirada
intimidatoria y, como buenas súbditas, asintieron.
—¡Venga ya, Lizzie! —protestó Ava—. Hagamos algo más
emocionante. Eso es un rollazo.
—Es lo que ellas han elegido —dijo Lizzie con una sonrisa que
pedía bofetada.
—No —intervino Alex con tono firme.
—¿No qué? —Lizzie arqueó una ceja.
—Ellas no han elegido nada. Has sido tú. Deja que, por una vez
en la vida, elijan por ellas mismas. Chicas —miró a las siamesas
—, ¿de verdad queréis eso?
Las pobres siamesas estaban más pálidas que un folio en blanco,
sin saber qué hacer. Estaba claro que preferían algo más divertido,
pero desafiar a Lizzie era como saltar a una piscina de tiburones.
—Eh…, ¿no? —susurró una de ellas tímidamente.
—Nos gusta, pero… no sé. Quizá podríamos…, aunque… —
balbuceó la otra sin terminar la frase.
—¡Madre mía, acaba la frase antes de que caiga la noche! —le
soltó Ava ya desesperada.
—¡Bicicleta! —gritó de repente una armándose de valor.
La cara de Lizzie se transformó en puro odio. Las traidoras habían
elegido bicicleta, ¡y ella no tenía ni idea de montar en una! Se le
veía el miedo de hacer el ridículo delante de Damien.
—Hecho —dijo Alex con una sonrisa retadora—. Empezamos
con el kayak.
Y vaya si empezaron bien. Alex y Ava no podían dejar de reírse
durante la travesía, sobre todo cuando Ava, con la complicidad de
Damien, volcó el kayak de Lizzie, tirándola de lleno al agua. Su
peinado perfecto se fue al garete y el maquillaje, bueno, digamos
que ya no era necesario ningún disfraz de Halloween. ¡1-0 para el
equipo Alex y Ava!
La salida en bici fue la siguiente actividad. Si lo del kayak ya
había sido de carcajada, esto prometía ser épico. Ver a Lizzie, con
esas pintas destrozadas tras la zambullida involuntaria, intentando
mantener el equilibrio sobre la bici mientras su manillar temblaba
como si hubiera tomado un batido de Red Bull con espresso ¡no
tenía precio!
Las siamesas, por su parte, demostraron ser unas auténticas
ciclistas de élite, y se adelantaron disfrutando del camino como si
estuvieran en el Tour de Francia. Damien, con su corazoncito de
caballero andante, se quedó al lado de la pobre Lizzie, en plan
escolta de emergencia. Ella tambaleaba de un lado al otro como si
estuviera sobre una cuerda floja.
Alex y Ava, siguiéndolos de cerca, casi se atragantaban de la risa,
viendo el espectáculo gratis. Y el verdadero momento estelar llegó
cuando, en plena bajada, Lizzie perdió completamente el control.
Fue cuesta abajo a toda velocidad, con las piernas en el aire y
gritando como si estuviera en una montaña rusa. La escena
culminó cuando una piedra malintencionada la catapultó por los
aires. ¡Boom! Tremendo guarrazo. Al principio, todos se quedaron
en shock, pensando que la cosa había sido grave, pero Lizzie se
levantó como si nada, soltando maldiciones a diestro y siniestro.
Las risas estallaron.
—Lo que está muerto no puede morir —soltó Ava imitando una
frase épica de Juego de Tronos.
Alex y Damien se doblaron de la risa, incapaces de contenerse.
Mientras Lizzie, con cara de gorila enfadado, se iba con el orgullo
pisoteado y jurando venganza por la humillación.
—¡Me las pagaréis! ¡A partir de ahora vigilad vuestras espaldas,
perras! —gritaba, con su dignidad por los suelos.
Tras esta gloriosa caída, Lizzie decidió que su plan de la caminata
suave ya no le interesaba tanto. Estaba demasiado dolorida para
seguir liderando la expedición. Sus fieles siamesas, con cargo de
conciencia por no haberla salvado del desastre, se quedaron
cuidándola como buenas seguidoras leales. Ava, dándose cuenta de
que su hermano y su amiga necesitaban un poco de intimidad, se
unió a otro grupo que iba a hacer algo más emocionante. «¡Menos
drama, más acción!», pensó.
Así que lo que iba a ser un paseo tranquilo por el sendero terminó
siendo algo mucho más interesante: un paseo romántico por el río
Trinity.
El sol empezaba a bajar, tiñendo el cielo de tonos naranjas y
rosados. El río Trinity fluía tranquilo a su lado. Alex y Damien
caminaban por la orilla, en ese silencio cómodo que solo las
miradas cómplices pueden llenar. Llevaban todo el día fingiendo
que solo eran amigos, pero, ahora, sin Lizzie y compañía
molestando, el aire se sentía cargado de algo más.
El río reflejaba las siluetas de los árboles y los últimos rayos de
luz; a lo lejos se oía el trino de algún pájaro. Alex pateaba una
piedrecita nerviosa y Damien rozaba la mano con la suya, como si
no supiera si era el momento adecuado para agarrarla.
—¿Sabes? —empezó Alex con una sonrisita juguetona—. Si me
hubiera caído de la bici como Lizzie, probablemente tú también te
habrías reído, ¿no?
Damien sonrió mirándola de reojo.
—Definitivamente. Pero luego habría ido a rescatarte.
Ella se rio dándole un ligero empujón con el hombro.
—¡Claro! Después de tomarte tu tiempo para hacerme una foto,
¿verdad?
—¡Eh! Siempre hay que inmortalizar los momentos importantes.
—Damien levantó las manos en señal de paz—. Pero, bueno,
conociéndote, seguro que te habrías levantado haciendo un chiste.
Alex sonrió. Se quedaron en silencio, sus manos finalmente se
entrelazaron de manera natural. Ambos miraban el reflejo del sol
poniéndose en el agua, pero lo que realmente les aceleraba el
corazón era la proximidad que ya no podían negar.
—Es bonito, ¿no? —murmuró Damien bajando la voz.
—Sí. —Alex miró de reojo sus manos entrelazadas—. Pero sería
más bonito si no tuvieras que irte tan pronto.
Damien la miró, ahora sin disimulos.
—Bueno, siempre puedo volver más rápido de lo que piensas. Tal
vez no me dé tiempo a caerme de ninguna bici, pero… seguro que
algo se me ocurre.
Alex rio, pero esta vez en su risa había un toque de esperanza. Se
miraron por unos segundos, antes de que él le diera un suave tirón
para acercarla un poco más.
—Mientras tanto… —él se acercó un poquito más—, supongo
que puedo disfrutar del momento. ¿Te parece?
—Me parece… —respondió con una sonrisa y un leve rubor, y
sus labios se rozaron por primera vez en todo el día.
En ese instante, el río, los árboles, el sol…, todo pasó a segundo
plano.
*****
El cansancio de un día largo los había dejado agotados, pero la
tensión entre ellos no se había disipado con el paso de las horas.
Después de llegar a casa, ducharse y cenar, se fueron a la cama
enseguida. De madrugada, cuando la casa estaba en silencio, Alex
fue a hurtadillas a la habitación de Damien. Con cuidado, abrió la
puerta. Todo estaba a oscuras. Su respiración se volvió más lenta,
expectante, mientras se deslizaba bajo las sábanas, metiéndose en
su cama con una suavidad casi fantasmal. Se colocó sobre él y, sin
decir palabra, le dio un beso cálido, lento, que parecía hablar por sí
solo.
—Hola —susurró ella con una sonrisa en la voz.
—Hola —contestó él apenas desperezándose, pero con la chispa
encendida en la mirada, aunque estuvieran a oscuras.
—Estoy agotada, pero no podía dejar pasar la oportunidad de
estar contigo esta noche —murmuró ella con los labios tan cerca
que el roce era inevitable.
—Te entiendo. Yo también estoy muerto, pero qué suerte que
hayas venido —respondió en un tono que insinuaba más de lo que
decía—. Déjame adivinar, ¿has venido a buscar mi… irresistible
cuerpo?
Alex rio suavemente, su risa le acarició la piel.
—Eres un fantasma. Pero no voy a mentirte, sí, es exactamente lo
que he venido a buscar.
Antes de que él pudiera responder con otro comentario juguetón,
ella se lanzó a sus labios con una urgencia inesperada, besándolo
con una pasión que casi lo dejó sin aliento.
—Guau… —jadeó Damien mientras se apartaba un instante—.
Estás salvaje. La naturaleza te ha transformado en una fiera.
Sin más palabras, las manos de ambos se movieron como si
tuvieran voluntad propia. Se despojaron de la ropa, que solo
interrumpía el contacto, y buscaron el calor del cuerpo del otro, el
tacto de la piel desnuda. Lo que al principio era dulce, pronto se
transformó en una vorágine de deseo, besándose y acariciándose
como si el tiempo fuera su enemigo, como si esa noche fuera todo
lo que les quedara.
Cada caricia, cada roce era una promesa no dicha, una mezcla de
amor y lujuria que los envolvía. Sus cuerpos se movían
sincronizados, con una intensidad que no pedía permiso, sino que
exigía entrega total. Hicieron el amor con una dulzura feroz,
aprovechando cada segundo, quemando sus últimas energías hasta
que no les quedó más que fundirse en un abrazo, exhaustos y
satisfechos.
El silencio volvió a reinar, pero esta vez no era vacío, sino que
estaba lleno de sus respiraciones acompasadas, de los latidos de
sus corazones entrelazados como si fueran uno solo. Se quedaron
así, abrazados, dejando que el sueño los envolviera. El eco de lo
que acababa de suceder flotaba en el aire e impregnaba el cuarto
de una paz única, compartida.

De madrugada llegó la tragedia.


Elena fue a la habitación de Alex y cuando encontró la cama
vacía, un nudo de ansiedad empezó a formarse en su estómago. La
buscó por toda la casa, su mente imaginando lo peor. Isabella y
Ava se unieron a la búsqueda, aunque Ava, con su sonrisa traviesa,
ya sabía lo que se iban a encontrar. Solo quedaba una puerta por
abrir. Y cuando las tres se pararon frente a ella y la abrieron, sus
rostros se transformaron en una mezcla entre sorpresa y horror,
como si acabaran de entrar en una película de terror de serie B.
Ojipláticas y congeladas en el umbral, el silencio se hizo denso.
Elena, con el corazón roto, pero sin perder la compostura, lo
rompió.
—¡Vestíos! ¡Ya! —exclamó con una voz tensa de desaprobación y
dirigiendo una mirada fulminante a su hija—. Alex, tú y yo
tenemos que hablar.
—Sí, Damien, lo mismo te digo —añadió Isabella con un tono
entre severo y agotado.
Ava, a un paso de soltar una carcajada, se cubría la boca para no
reír.
Elena estaba furiosa, pero no tanto porque su hija se hubiera
acostado con un chico, sino porque era ese chico. No, Alex no
podía enamorarse de él. Era una relación imposible. Él no podría
venir a vivir aquí y jamás permitiría que Alex se fuera con él. Ni
en sueños. Antes muerta. Isabella, con el ceño fruncido, le recordó
a Damien sus obligaciones, como si con esas palabras fuera a
borrar todo lo que había pasado esa noche. Les advirtieron que se
olvidaran de sus sentimientos, pero Alex y Damien se aferraban a
lo que sentían como si fuera lo último que les quedaba.
Los dos intentaron convencerlas de que se habían enamorado, que
era real, pero las madres no estaban dispuestas a ceder. Tras largas
y tensas horas de conversación, cuando la casa ya estaba en
silencio, Damien hizo las maletas. El reloj apenas marcaba las
cuatro de la madrugada cuando pretendían dirigirse al aeropuerto,
sin decir adiós, sin ruido, dejando entre ellos tan solo una
despedida silenciosa que dolía más que cualquier grito.
—Mamá, por favor, déjame despedirme de ella. No quiero que
piense que no ha significado nada para mí —le susurró Damien
con la voz rota; una lágrima resbalaba por su mejilla—. No quiero
que me odie.
—Lo mejor para ella es que te odie. A veces el odio es más fácil
de soportar que el amor que no puede ser. Tú no lo entiendes
ahora, pero algún día lo harás. —Isabella le acarició la cara con
una ternura que contrastaba con la dureza de sus palabras—. Lo
hago por los dos. Vamos, es hora de irnos.
Damien miró hacia la ventana de Alex. Entre las sombras, vio su
silueta, pequeña, frágil. Alex abrió la ventana, sus ojos hinchados
de lágrimas, su corazón roto en mil pedazos.
—¡Damien! —gritó desde la distancia; la desesperación
temblando en su voz.
—¡Alex! ¡Perdóname! —Él sentía cómo el mundo se le
derrumbaba encima.
Isabella tiró suavemente de su hombro, y Damien, antes de
girarse, le lanzó un beso al aire, sabiendo que nunca volvería a
verla.
Esa sería la última vez que sus miradas se cruzarían. Como
Romeo y Julieta, su historia se había convertido en una tragedia
moderna, en una relación destinada a morir por culpa de quienes
no la entendían.
El silencio duele,
la vida sigue

A lex lo pasó fatal tras la partida de Damien. Fue como si


hubiera desaparecido de la faz de la tierra. Ni una llamada, ni
un mensaje, ni siquiera una postal cutre. Nada. Alex no lograba
entender por qué él no había peleado por ella. Si de verdad la
quería, habría encontrado la manera de buscarla, pero no lo hizo. El
silencio de Damien dolía demasiado. En casa, nadie volvió a
mencionar su nombre. Elena e Isabella actuaban como si Damien
jamás hubiera existido. Fue borrado de la historia familiar con la
misma facilidad con la que se barre el polvo bajo la alfombra. Ava,
su hermana, estaba igual de perdida que Alex. El destino de su
hermano era un enigma para ella, como si hubiera sido tragado
hacia otra dimensión.
Con el tiempo, lo que una vez fue amor se fue transformando en
algo mucho más oscuro. El odio fue tomando el lugar que antes
ocupaban las mariposas en el estómago. Cada día sin noticias de
Damien era como echar más leña al fuego.
Cuando Alex comenzó el instituto, las cosas empezaron a
encontrar su propio ritmo. Entre las clases, los ensayos y la guerra
sin fin con Lizzie, su corazón fue cicatrizando casi sin darse cuenta.
Pero, claro, al verano siguiente, fantaseó con la idea de que Damien
aparecería por sorpresa, con esa sonrisa suya, diciendo que todo
había sido un malentendido. Spoiler: eso nunca pasó. Ni ese
verano, ni el siguiente.
Poco a poco, Damien dejó de existir para ella. Al menos, eso era lo
que se repetía a sí misma.
En el último curso, Lizzie consiguió lo imposible: romper esa
última fibra de paciencia que le quedaba. Hizo algo tan bajo que
Alex nunca, jamás, podría perdonarla. En el instituto todo el mundo
seguía convencido de que Alex y Ava estaban liadas. Nadie sabía lo
de Damien, ni un alma. Así que ese rumor funcionaba como una
muralla de acero: los chicos ni se acercaban a ellas, y si alguno se
atrevía a intentarlo, ahí estaban Lizzie y sus siamesas para
recordarles el «detalle» y asegurarse de que les bajara el ánimo… y
algo más.
En ese año, llegó un chico nuevo. De intercambio, nada menos.
Paul venía desde Inglaterra, con acento incluido, y parecía diferente
a todos. Estaría solo un semestre antes de regresar a su tierra para
graduarse allí. Tocaba el violín, como Alex, y coincidían en clase.
Fue un flechazo, pero no de esos románticos, sino de tipo amistoso,
el que te da la certeza de conocer a esa persona desde siempre. Se
entendieron enseguida y, para su sorpresa, Paul le hacía reír. Y eso
era raro, porque a Alex no le solían hacer gracia los chicos, sobre
todo después de lo de Damien. Así que… «¿Por qué no? Ya es hora
de darle una nueva oportunidad al amor», pensó. A Paul no le
preocupaban los chismes del instituto, esos que volaban como
moscas molestas; lo que provocó que Lizzie reventara de la rabia.
Ver cómo la empollona rarita tenía algo parecido a un novio le
hacía hervir la sangre.
Lizzie no iba a quedarse quieta. Intentó de todo: contó que Alex
era bollera, que seguía siendo virgen, que no tenía padre y que su
madre estaba loca de remate. Paul no le dio ni media credibilidad.
Conocía a Alex y, para él, era obvio que Lizzie solo intentaba
malmeter. Aun así, decidió preguntarle directamente si era verdad
todo lo que decían. Alex le explicó los años de acoso que llevaba
soportando de Lizzie y su séquito, y él le creyó. Fin de la discusión.
El fracaso de Lizzie no hizo más que aumentar su sed de venganza.
Y todos sabían que una Lizzie despechada era un peligro.
El último mes en Fort Worth, Paul se armó de valor para invitar a
Alex a una cita romántica. Ella aceptó con una mezcla de nervios y
emoción. Y la cita fue… casi irreal. Parecía hecha a medida para
ella. Primero, la llevó a ver La princesa prometida. ¿Casualidad?
Quizá. ¡Era su película favorita desde que tenía memoria! La que
veía con su madre en esas tardes de palomitas y mantita,
acurrucadas en el sofá. Luego, cenaron en un restaurante italiano y,
¡bingo!, Alex era una auténtica fanática de la pasta. Pero lo que
realmente la dejó flipando fue el final de la noche: patinaje sobre
hielo. Una actividad secreta que nadie conocía. Para Alex,
deslizarse sobre el hielo era como una danza mágica, una conexión
profunda con la superficie helada, una forma de sentirse libre y
ligera. Iba sola, cuando la pista estaba cerrada; solo conocía su
secreto Bryan, el encargado de limpiarla, que le permitía patinar
mientras él trabajaba. Ni su madre sabía ese secreto.
Y ahí fue cuando Alex empezó a sospechar. ¿Cómo demonios
sabía Paul todas estas cosas? La comida, bien, podría haber salido
en alguna conversación casual. Lo de la película ya era más
sospechoso. Solo tres personas conocían su amor por La princesa
prometida: su madre, Lizzie y Ava. Su madre, por razones obvias;
Ava, porque era su mejor amiga en el presente, y Lizzie, porque lo
fue en el pasado; pero ¿el patinaje?… ¡Eso era imposible! ¿Qué
estaba pasando? Su cabeza empezó a ir a mil por hora y el
desconcierto se transformó en una inquietud creciente. Así que, sin
poder aguantar más, y medio esperando que Lizzie y las siamesas
saltaran de algún rincón para humillarla, le soltó la pregunta a Paul
directamente. No podía seguir callada.
—Mira —soltó Alex visiblemente alterada—, sé lo que está
pasando aquí y no te creas que soy tonta. No voy a caer en tu
jueguecito, bueno, vuestro jueguecito.
—No te sigo —respondió Paul con su acento inglés, confundido.
—Claro que no… Sé que esto es otra broma pesada de Lizzie, ¿y
sabes qué?, paso. Yo no soy un juguete, tengo sentimientos y no
voy a dejar que tú ni nadie juegue conmigo. ¿Te queda claro?
—Clarísimo, pero ¿qué tiene que ver Lizzie en todo esto?
—¡No te hagas el tonto! —resopló mientras se quitaba los patines
de mala gana—. Ella te lo ha contado todo, ¿verdad? Lo de la
comida, lo de la película y… —Hizo una pausa, aún sin entender lo
del patinaje—. Lo tenías todo preparado para impresionarme y
luego hacerme una jugarreta.
—¿Qué? ¿Estás loca? Nooo, de verdad que no. Créeme. —Paul rio
con incredulidad y Alex lo fulminó con la mirada—. Está bien, está
bien, te diré la verdad.
—¡¿Ves?! Lo sabía.
—Calla, deja de decir tonterías y escucha. Admito que investigué
un poco. Le pregunté a Ava por tus gustos, ella me habló de la
comida y la película, pero te juro que lo del patinaje fue pura
casualidad.
—¿De verdad? —Alex lo miró fijamente y Paul se acercó tanto
que casi podía sentir el calor de su respiración.
—Si no he entendido mal, has dicho que con todo lo que he hecho
por ti… te he impresionado, ¿no? —dijo sonriendo. Alex se quedó
paralizada—. Pues este chico quiere besarte.
Paul se inclinó y la besó. Al principio, Alex intentó
corresponderle, pero los recuerdos de Damien la golpearon como
una ola. El sabor de los labios, el olor de su piel…, todo volvió a su
cabeza, y no pudo seguir.
—Perdona —se apartó visiblemente angustiada—, no puedo.
Paul, algo molesto, la llevó a casa en silencio. Al momento de
despedirse, intentó besarla; recibió una cobra monumental que lo
dejó congelado. Se le notó la irritación en la cara.
—Te arrepentirás de esto —la amenazó antes de marcharse.
Al día siguiente, Alex le contó a Ava lo ocurrido. Esta confirmó
que, efectivamente, fue ella quien le dio la información sobre sus
gustos. Paul no había mentido. Alex intentó buscarlo por todo el
instituto para disculparse, pero él había desaparecido. Le mandó
mensajes, pero no respondió. Cuando las clases terminaron y
seguía sin saber nada de Paul, decidió ir a casa de los Smith, la
familia con la que se hospedaba. Le contaron que Paul se había ido
en el primer vuelo de la mañana rumbo a Inglaterra. Los Smith le
contaron que, la noche anterior, había llegado a casa
completamente borracho y que no estaban dispuestos a consentir
ese comportamiento delante de sus hijos, así que decidieron
mandarlo de vuelta a casa de inmediato. «¿Borracho? ¡Pero si
estuvo conmigo toda la noche y no bebimos ni una gota!», pensó
Alex.
Fue Lizzie o, mejor dicho, Lucifer quien le daría las respuestas.
—¡Alex! —gritó Ava corriendo hacia ella—. Tienes que ver esto.
Le mostró una historia de Instagram que Lizzie había subido. Alex
casi no podía creer lo que veía. En el vídeo, Paul estaba
completamente borracho en una fiesta, rodeado de chicos del
equipo de rugby con sus caras difuminadas. Y aunque sus rostros
no se distinguían, tanto Alex como Ava sabían perfectamente
quiénes eran. En el vídeo, una chica le hacía preguntas mientras lo
animaba a beber más. Aunque su cara no aparecía, la pérfida voz de
Lizzie era inconfundible.
—Cuéntanos, Paul, ¿qué hiciste anoche? —preguntó Lizzie con
tono perverso.
—Eso, machote, dinos a quién te tiraste. —Rio Eric, el capitán del
equipo de rugby, seguido de las carcajadas de los demás.
Paul, borracho y tambaleándose, miró a la cámara y dijo:
—Me acosté con Alex… y gozó como una perra.
Alex sintió un nudo en el estómago, sus ojos se llenaron de
lágrimas y Ava la rodeó con los brazos.
—¡Has desvirgado a la bollera, Paul! ¡Eres el puto amo! —
vitoreaban los chicos.
Paul apenas podía mantenerse en pie. El corazón de Alex se
rompió. ¿Cómo podía haberla traicionado así? Era la segunda vez
que un chico la engañaba cruelmente.
—¡Malditos! —murmuró Alex entre lágrimas.
Su odio por Lizzie creció hasta un nivel que jamás imaginó
posible. No solo la había humillado, sino que la había ridiculizado
ante todo el instituto. Ahora todos pensarían que había perdido su
virginidad ¿con Paul? Alex sabía que nunca, nunca, perdonaría a
Lizzie. Decidió cortar todo contacto con Paul, bloqueándolo en
todas partes. Años después descubriría que nada de lo que vio en el
vídeo era cierto. Paul nunca dijo que se acostaron. Lo obligaron a
beber hasta perder casi el conocimiento, lo manipularon para
repetir lo que ellos decían y luego editaron el vídeo para mostrarlo
como culpable. Era obra de Lizzie, la auténtica maestra del mal.
—Esto no va a quedar así —sentenció Ava decidida.
—¿Qué piensas hacer? —preguntó Alex aún incrédula.
—Venganza —dijo con una sonrisa malvada.
—No, paso. Mi madre siempre dice que no hay mayor desprecio
que no hacer aprecio.
—¿Qué? ¡Vaya tontería! Yo tengo una mucho mejor: «Ojo por ojo,
diente por diente». Nos vamos a vengar, pero bien. ¡Repite
conmigo: La venganza será terrible!, ¡uh, ah, ah! —dijo Ava
emocionada.
Alex la miró escéptica, pero no pudo evitar reír.
—¡La venganza será terrible!, ¡uh, ah, ah! —gritaron entre
carcajadas.
El plan de Ava no iba a dejar indiferente a nadie y mucho menos a
Lizzie. Después de un par de semanas en las que todo el mundo
había olvidado el incidente y Lizzie se relajaba pensando que ya no
había represalias en el horizonte, Ava supo que era el momento
perfecto para ejecutar su maléfico plan. Con las mochilas a cuestas,
ella y Alex se dirigieron al campo de rugby, donde entrenaban las
animadoras. Porque sí, Lizzie había conseguido lo que siempre
quiso: era la capitana del equipo de animadoras y, como manda el
cliché, salía con el capitán del equipo de rugby. ¡Típico! La chica
mala y popular saliendo con el guaperas del instituto.
Ava, como buena estratega, había hecho sus deberes. Sabía que
Lizzie y las siamesas se quedaban después de los entrenamientos
para ver a los chicos jugar mientras el resto del equipo de
animadoras iba a las duchas. Ava había cronometrado todo: quince
minutos exactos en los que tendrían vía libre para ejecutar el plan.
Entraron en los vestuarios y, con una precisión casi militar,
cambiaron el champú por una mezcla explosiva de mayonesa,
mermelada y huevo podrido. Una bomba olfativa que haría que ni
con lejía se libraran del olor.
Pero esto no era todo; lo mejor estaba por venir. Habían colgado
cuidadosamente del techo globos llenos de pintura industrial, de esa
que ni con lija se quita. Al entrar en contacto con el vapor del agua
caliente, los globos estallarían y las teñirían de verde. Para rematar
la jugada maestra: se llevaron la ropa y las toallas, dejando a las
chicas sin más remedio que salir como Dios las trajo al mundo, o
casi. Ava y Alex, cámara en mano, estaban listas para inmortalizar
ese momento glorioso y, por supuesto, compartirlo con el mundo.
¡Ojo por ojo!
El desenlace fue digno de una película: Lizzie y las siamesas
salieron de los vestuarios chillando como locas, con el pelo hecho
una maraña asquerosa, cubiertas de pintura verde y llorando a
mares. Alex no podía parar de reírse mientras grababa, y Ava, con
un entusiasmo digno de un evento deportivo, aplaudía como si
acabaran de ganar una medalla de oro.
—¡Vamos! ¡Sííí! ¡Estáis preciosas! —las ovacionaba.
Lizzie la miró con un odio tan intenso que, si las miradas mataran,
Ava estaría seis metros bajo tierra. Pero Ava, con toda la frialdad
del mundo, le devolvió la mirada. Sabía que la guerra no había
terminado; más bien acababa de comenzar y sería épica. Subieron
el vídeo a Instagram, con los detalles más íntimos debidamente
pixelados. Durante semanas, Lizzie y las siamesas fueron la
comidilla del instituto, pero toda broma pesada tiene su precio. El
director no tardó en enterarse y decidió tomar cartas en el asunto.
Ni Ava ni Alex se quedaron calladas; justificaron lo sucedido
mostrando el vídeo que Lizzie había subido primero, pero esto solo
enfureció más al director. Convocó una reunión urgente con los
padres y la sentencia fue clara: expulsión inmediata para las cinco.
La cosa era grave, ya que les faltaban solo dos meses para
graduarse, y una expulsión significaba repetir curso. Tras ruegos y
súplicas, lograron que la sentencia se suavizara: en lugar de
expulsión, tendrían que cumplir trabajos sociales, juntas. Servirían
en un comedor social. Si ocurría cualquier roce entre ellas, estarían
fuera del instituto.
Los días siguientes fueron un espectáculo. Ver a Lizzie y a las
siamesas asistir a clase con restos de pintura verde y un ligero olor
a podrido era todo un show. Mientras tanto, Alex, después de
haberle plantado cara a Lizzie, se sentía más fuerte. Decidió que ya
era hora de pasar página con todo lo relacionado con Damien y
hacer un cambio radical de look. Se dejó guiar por Ava, la mejor
estilista que conocía, y se tiñó el pelo de rosa. Ahora sí lucía como
una auténtica rockera. Elena la vio tan feliz que no puso ninguna
pega, aunque le preocupaba que su hija fuera a aparecer en las fotos
de graduación con el pelo rosa. Alex decidió contarle toda la verdad
a su madre. Le enseñó el vídeo que Lizzie había subido. Elena, en
lugar de enfadarse, solo le dio un consejo:
—No hagas lo que no te gustaría que te hicieran. La venganza no
trae nada bueno. Si actúas con la misma maldad, ¿qué te diferencia
de ella? Serías el mismo perro con distinto collar —«Mi madre y
sus frases», pensó Alex, escapándosele una sonrisa—. Tú eres
mucho mejor que ella. Eres buena persona y eres noble, cariño.
Demuéstralo.
—Tienes razón, mamá, te lo prometo. ¿Me perdonas? —Hizo un
puchero casi tan irresistible que las comisuras de los labios de
Elena se alzaron.
—Claro que te perdono. Ven aquí. —Le tendió los brazos y Alex
se dejó envolver por ellos.
—Gracias, mamá. Te quiero.
—Y yo a ti. Por y para siempre, no lo olvides nunca.

*****
El mes que pasaron juntas en el comedor social fue,
sorprendentemente, bastante llevadero. No solo no se pelearon,
sino que parecía que, por momentos, hasta se divertían. Entre
platos sucios y cacharros, Ava hacía como que tocaba la batería y
Alex se entretenía con una vieja guitarra que tenían por allí
abandonada. A veces Lizzie se animaba a cantar con ellas y lo
curioso era que no lo hacía nada mal. Su voz encajaba a la
perfección con el dúo.
—¿Y si la metemos en el grupo? —le propuso Alex a Ava un día.
—Ni de coña —respondió Ava sin dudarlo—. Somos un grupo de
rock, no de pijas.
—Sí, pero necesitamos una vocalista, y sabes que ni tú ni yo
cantamos tan bien como ella.
—Mira, tengo que admitirlo, la pija canta bien. Pero no la quiero
en el grupo, es mala, lo echaría a perder.
—Pero se está portando bien últimamente. Puede que haya
cambiado.
—No, Alex. Hay tres cosas que no se pueden ocultar: el sol, la
luna y la verdad. Cuando todo esto acabe, Lizzie volverá a ser la
misma de siempre. ¿Te tengo que recordar lo de Paul?
Alex suspiró y terminó dándole la razón a Ava, aunque en el fondo
seguía teniendo una pequeña esperanza de que la guerra entre ellas
hubiese llegado a su fin. ¿Sería posible?
La graduación

L legó el día de la graduación y ahí estaba Alex, subida al


escenario, violín en mano. Llevaba su melena rosa recogida
en un moño alto, una camisa blanca impecable y pantalones de
vestir negros. Estaba lista para una noche de gala, pero, en
realidad, lo estaba para recibir una lluvia de huevos podridos.
Buscó a Lizzie entre la multitud y la encontró con una mirada
desafiante y su típica sonrisa retorcida. A su lado, Eric y un par de
jugadores junto a dos chicas más. Todos esperando la señal de
Lizzie para comenzar su ataque. Lo que más le dolía a Alex no era
el inminente baño de huevos, sino el hecho de haber creído, en
algún momento, que Lizzie había cambiado. Durante los días en el
comedor social, Alex realmente pensó que habían forjado una
amistad, solo para descubrir que todo había sido una farsa, un
juego más en el plan de venganza de Lizzie. Recordó las palabras
de su amiga: «La gente no cambia». Las siamesas no se unieron al
lanzamiento; estaban a ambos lados del escenario, con el móvil en
la mano, listas para grabar cada segundo. Alex bien podría
haberles contado a todos lo que estaba por suceder, pero solo tenía
rumores, nada concreto, y, en ese instituto, los rumores eran menos
fiables que un político en campaña.
Había elegido tocar Canon in D, de Johann Pachelbel,
acompañada al piano por el profesor Daniels. Aunque muchos la
consideraban una pieza típica de bodas y celebraciones, para Alex
era algo más profundo. La repetición de su estructura, la
progresión armónica…, todo le evocaba una nostalgia
inexplicable, como si le hablara de alguien o de algo que nunca
tuvo. Quizá fuera por el vacío de no haber conocido a su padre,
tema que su madre evitaba como la peste. Cuando tocaba, sentía
que podía compartir una parte de su alma a través de la música.
Colocó el violín bajo el mentón, sintiendo su peso familiar y la
textura de la madera contra la piel. En cuanto el arco tocó las
cuerdas y resonó la primera nota, todo lo demás se esfumó. Los
nervios, las miradas maliciosas, los rumores… El mundo
desapareció en cuanto la música empezó a fluir. Sentía cada
vibración del violín como si fuera una extensión de su propio
cuerpo. A medida que avanzaba la pieza, se sumergía más y más
en un trance de concentración. No había nada más en el mundo
que ese momento, ese sonido.
Cuando el último acorde sonó, una mezcla de alivio y tristeza la
invadió. Había sido intenso, emocionante. Entonces, supo que el
caos estaba por comenzar.
Bajó el violín y el arco, todavía sintiendo las vibraciones en
manos y cuerpo. Miró hacia el cielo con una sonrisa satisfecha,
llena de orgullo y una emoción casi catártica. Extendió los brazos,
cerró los ojos, tomó aire y esperó. El primer huevo voló por el aire
y se estrelló en su frente, chorreando y goteando hasta la barbilla.
La sala estalló en gritos de sorpresa. Sabía que ese sería solo el
primero, pero no les daría el gusto de verla derrumbada. Con una
calma casi desafiante, colocó el arco bajo la axila, se soltó la
melena rosa y dejó que cayera libremente sobre los hombros. Y,
como si nada, volvió a posicionar el violín.
El segundo huevo no consiguió detenerla. Tocó, esta vez con más
fuerza. Los ojos cerrados, el cuerpo balanceándose al ritmo de las
notas. Los huevos seguían lloviendo a cámara lenta, pero ella
estaba en su propio mundo. El público, atónito, empezó a ponerse
en pie. Primero uno, luego otro. Pronto todo el auditorio estalló en
aplausos. Los huevos dejaron de volar y los aplausos ocuparon su
lugar. Lizzie estaba roja de ira. «¡¿Por qué la están aplaudiendo?!
¡Es su derrota, su humillación!», gritaba furiosa. Pero cuando vio
cómo incluso las siamesas grababan emocionadas, algo en su
interior cambió. Sin poder evitarlo, una sonrisa se le escapó. «Eres
buena, Alex Nikols», murmuró para sí misma antes de unirse a los
aplausos. Alex terminó la pieza y, mirando directamente a Lizzie,
le hizo una reverencia con una sonrisa tranquila.
Antes de que pudiera bajar del escenario, Ava apareció de la nada,
saltando para abrazarla y levantarla en el aire, cubriéndose ambas
con el líquido pegajoso de huevo podrido. Elena, incapaz de
contener el orgullo, subió corriendo para abrazar a su hija. No se
percató de las cámaras, ni de que todo estaba siendo grabado con
la intención de colgar el vídeo en internet. De haberlo sabido,
nunca hubiera pisado ese maldito escenario.
Esas imágenes se viralizaron en menos de una hora. Y fue así
como descubrieron que ella seguía viva.
Se avecina tormenta

En la actualidad…

V erano, recién graduada y joven, ¿qué más podría pedir Alex?


Ese año se había dejado la piel para conseguir las mejores
notas y asegurarse un puesto en Yale. Ahora había llegado el
momento de disfrutar del mejor verano de su vida. O, al menos, eso
pensaba porque, claro, todo pintaba de maravilla hasta que Lizzie
se metió en medio de su plan perfecto. Por su culpa, Alex tendría
que cumplir la sentencia del instituto y pasar otro mes en el
comedor social. Y lo peor no era ni siquiera el comedor, sino tener
que ver la cara de Lizzie cada día. Como si eso no fuera suficiente
castigo, su madre también decidió que lo más divertido del verano
sería ayudarla en la librería por las mañanas. Con tanta faena,
apenas le quedaría tiempo para los ensayos con Ava, y justo ese
verano, el más importante de todos, en el que tenían planeado su
primer concierto. La oportunidad de sus vidas les esperaba en un
pequeño local de Arlington llamado The Texan Stage. Ava había
conseguido que las dejaran tocar allí: ¡podría ser el principio de una
carrera! Pero para que eso sucediera necesitaban ensayar y mucho.
—¡Tía! —grita Ava al entrar a la librería como un torbellino—.
¡Ya tenemos fecha para el concierto!
—¿Cuándo? —pregunta Alex con la emoción de quien lleva todo
el año esperando este momento.
—¡En una semana!
—¡¿Una semana?! ¡Estás loca! —Alex se lleva las manos a la
cabeza—. Ven, vamos a por algo fresquito que esto me lo tienes
que contar bien.
Después de pedirle permiso a su madre, se van a la zona de la
cafetería y se plantan con sendos cafés helados.
—Vamos a arrasar —declara Alex convencida.
—¡Obvio! —Ava se frota las manos—. Necesitamos meter caña
en los ensayos y también buscar a alguien que cante.
—¿Cómo que alguien que cante?
—Pues eso, que nos hace falta una vocalista de verdad, tía y lo
sabes. Nosotras tocamos buena música, pero cantar no es lo
nuestro. Tú misma lo dijiste.
Ava se pone en modo Pensador, de Rodin: mano bajo la barbilla,
ceño fruncido, fosas nasales distendidas y los labios comprimidos.
Alex la mira desconcertada.
—¿En qué piensas ahora? —Alex da un sorbo al café.
—¿Crees que Lizzie aceptará? —suelta Ava de golpe. Alex casi se
ahoga y le escupe el café en la cara.
—¡¿Lizzie?! Ni de coña. ¿Te has vuelto loca o qué?
—Tú misma dijiste que canta bien.
—Yo digo muchas tonterías, Ava, y no todas tienes que tomártelas
en serio. ¡Pero si la soportas menos que yo! Además, si lo dije fue
porque me engañó, llegué a pensar que había algo de bondad en su
corazón. Me arrepiento tan solo de haberlo pensado. Ese corazón
está igual de podrido que los huevos que me lanzó. Buscaremos a
otra persona.
—OK, ¿y conoces a alguien más, lista? Una semana, Alex…, una
semana. —Alex la mira como diciendo «la respuesta sigue siendo
no»—. Si no tocamos, no tendremos otra oportunidad hasta dentro
de dos meses, y he oído que va a ir un cazatalentos. ¡Puede ser
nuestra gran oportunidad! Venga, Alex, es verdad que yo la odio
más que tú, pero es por el grupo. Porfi, porfi…
Alex pone cara de pocos amigos, pero Ava sigue insistiendo, casi
haciendo pucheros.
—A ver, hagamos un ejercicio de imaginación —responde Alex
más sarcástica que convencida—. Supongamos que acepto. Vamos
al concierto, el cazatalentos nos ve, le encantamos y nos ofrece
grabar un disco, actuar en más sitios… ¿y después qué? ¿Vamos a
cargar con Lizzie para siempre? ¿Tú has perdido la cabeza?
—Nooo, mujer. En cuanto tengamos contrato le pegamos la patada
y buscamos a alguien que tenga un corazón bondadoso —dice Ava
riendo.
—Tú ríete. —Ava le saca la lengua—. No puedo contigo, de
verdad. —Alex la mira con incredulidad—. Y estás dando por
hecho que Lizzie va a aceptar.
—¡Claro que lo hará! Es una ególatra. En cuanto le tiren flores por
su voz celestial, se lo va a creer tanto que no habrá quien le baje de
la nube.
Alex suspira. Algo en su estómago le dice que esto no va a salir
bien.
—Déjate de agorerías. Propónselo cuando la veas luego y me
cuentas. —Ava se levanta de la silla y echa a correr.
—¿Cómo que yo? ¡Ava, ven aquí!
Demasiado tarde, Ava sale por la puerta despidiéndose fugazmente
de Elena y dejándole todo el marrón a Alex. Ahora, ella no solo
tiene que soportar a Lizzie en el comedor, sino también en su
mayor sueño: el grupo. Y para colmo, tendrá que rogarle para que
se una. ¡Fantástico! El verano que prometía ser el mejor de su vida
está empezando a ser una auténtica pesadilla.

*****
Solo han pasado cuatro días de castigo y Alex ya está al borde de
perder la paciencia. Cada vez que escucha la voz de Lizzie, siente
cómo el estómago se le revuelve. Sí, cantará como los ángeles, pero
habla como una gata en celo. La coordinadora, que no es tonta,
decidió separarlas y ponerlas en grupos distintos en cuanto notó la
tensión entre ellas. Pero hoy no hay escapatoria, Alex tiene una
misión: tragarse el asco que le tiene a Lizzie y fingir que, por
alguna razón, le cae bien. Todo por el grupo, ¿no? Cuando vea que
Lizzie está receptiva, le lanzará la bomba sobre la banda y a ver
qué pasa.
Al llegar al comedor, lo primero que ve es a Lizzie, claramente
tonteando con un chico. Está enrollando un mechón de su pelo en
el dedo como si fuera un cable de teléfono y le lanza miradas
descaradas que harían sonrojar a cualquiera. «Pobre tipo», piensa
Alex. Es un chico moreno y bastante alto, con una pinta de
gimnasio que ni te cuento. Lleva un corte de pelo tipo skin fade que
deja los laterales casi al ras de la piel, y una media barba que
parece de anuncio de perfume. Lo recorre con una rápida mirada,
pero lo suficientemente escrutadora como para fijarse que uno de
sus fuertes y musculados brazos lo lleva completamente tatuado
con una serpiente que parece estar viva y que se desliza desde la
mano hasta el cuello. Tiene puesto el delantal de trabajo y le sigue
el juego a Lizzie. Ninguno de los dos se percata de la presencia de
Alex.
—¡Hola! —saluda Alex intentando sonar casual mientras se acerca
a la escena.
El chico se gira y la mira con unos ojos grises que la dejan
paralizada, como si el tiempo se hubiera detenido. Su cuerpo se
tensa como si fuera de cristal, a punto de romperse en mil pedazos.
—¡¿Tú?! —susurra Alex casi sin aire.
—Parece que hayas visto un muerto, chica —se burla Lizzie—.
¿Qué quieres?
Un muerto, no…, pero sí a su peor pesadilla.
Es Damien.
Alex consigue apartar la mirada de él, aunque siente que se le
congela la sangre. Se obliga a respirar y enfoca su atención en
Lizzie.
—Solo quería saludar… Tranquilita, que vengo en son de paz. —
Quiere mostrarse relajada, pero su voz es temblorosa—. Llevo días
intentando hablar contigo.
—¿De qué? Tú y yo no tenemos nada de qué hablar.
Alex cuenta hasta diez antes de abrir la boca.
—Quería pedirte perdón por todo lo que ha pasado entre nosotras
y me encantaría que pudiéramos empezar de cero… si tú quieres,
claro.
Lizzie la mira con suspicacia.
—No sé… —Sonríe toda digna—. No sé si seré capaz de perdonar
todo el daño que me habéis hecho.
«Santa paciencia», piensa Alex.
Damien observa la escena en silencio.
—Hola. Me alegro de verte —interviene él, finalmente.
—Me gustaría decir lo mismo, pero no soy buena mintiendo. ¿Qué
haces aquí?
—Soy voluntario —contesta Damien con una sonrisa que le hierve
la sangre de Alex.
—No me refería a eso, y lo sabes. ¿Qué haces en Fort Worth? —
pregunta con una mirada cargada de rabia, como si estuviera a
punto de explotar.
Damien se acerca para darle dos besos, pero, en cuanto sus pieles
se tocan, Alex siente un escalofrío que le recorre el cuerpo y se
aparta bruscamente. Lizzie, que nota la tensión entre ellos, frunce
el ceño. Ella tiene planes para Damien, esta vez no se le escapará, y
no le gusta lo que acaba de presenciar. Claramente, Lizzie ha
decidido que él será su trofeo de verano y lo ha etiquetado
mentalmente como «Propiedad de Lizzie Standford». Después de
su ruptura con Eric, está más que lista para algo nuevo. A Eric lo
dejó sin remordimientos; al fin y al cabo, solo le servía para
mantener su estatus. Ahora aspira a algo más que a un simple
capitán de rugby fracasado y que dentro de veinte años terminará
convirtiéndose en un gordo, calvo y posiblemente borracho.
—Oye, Lizzie, Ava y yo vamos a tomar un helado a Cowtown
Creamery. ¿Te apetece venir? —pregunta Alex ignorando a
Damien, como si no existiera.
—¿Y qué te hace pensar que quiero ir con vosotras? —responde
Lizzie con su típico desprecio.
Alex aprieta los puños y se muerde la lengua para no mandarla a la
mierda ahí mismo.
—Yo me apunto —interrumpe Damien con una sonrisa de oreja a
oreja—. Estoy deseando ver a mi hermanita.
El rostro de Lizzie pasa de sonrojado a pálido en cuestión de
segundos.
—Bueno, si él va, entonces yo también voy —recula Lizzie como
la perra astuta que es.
—Ya, pero a ti nadie te ha invitado —espeta Alex mirando a
Damien con los ojos entrecerrados.
—Pues si él no va, yo tampoco —remata Lizzie con una sonrisa
triunfal.
«¡Mierda!», piensa Alex.
—Está bien, iremos todos. —Finge una sonrisa—. Yuju, qué
emoción —añade con sarcasmo y pone cara de asco—. Nos vemos
luego.
—Alex, espera. —Damien le agarra el brazo antes de que pueda
marcharse.
—Ni se te ocurra volver a tocarme —le advierte ella apretando los
dientes.
Él la suelta de inmediato.
—Uy, qué carácter tiene la mosquita muerta —se burla Lizzie—.
Vamos, Damien, tenemos mucho de qué hablar.
Alex se aleja para que su estómago no le juegue una mala pasada y
vomite hasta el desayuno de su primera comunión. Llevaba casi
tres años sin saber nada de Damien y lo último que se esperaba era
volver a verlo. En cuanto está sola, saca el móvil y le manda un
mensaje a Ava:
Mientras se pone el delantal de trabajo, Alex lanza una mirada
rápida a Lizzie y Damien. Siguen en pleno tonteo; él le acaricia el
pelo como si fuera la escena de una película cursi y ella ronronea
como un gato satisfecho. Alex siente que le hierve la sangre; si
fuera un dibujo animado, ya tendría humo saliéndole por las
orejas. Los puños le tiemblan de pura rabia. Se muere de ganas de
agarrar cualquier cosa —una silla, un florero, ¡lo que sea!— y
lanzárselo a la cabeza de Damien. Pero, en ese mismo instante,
como si tuviera superpoderes, él se gira y la mira directo a los
ojos. ¡Zas!, pillada. Alex baja la cabeza en una fracción de
segundo, como si así pudiera esconderse de la situación.
«¿Por qué has vuelto, Damien? Justo cuando empezaba a
olvidarte…» piensa Alex entre frustración y ganas de desaparecer.
Dulce helado

A va está sentada en una de las mesas de la heladería,


intentando no morir de aburrimiento mientras espera. Se ha
pedido un granizado de limón, y, entre sorbo y sorbo, se distrae
mirando la fantástica decoración del sitio. Cowtown Creamery es
la novedad del barrio; todo el mundo no para de chismorrear sobre
el lugar. Dicen que el dueño parece un extranjero con mucha pasta,
porque compró el local, lo reformó a velocidad de la luz y ahora
está arrasando con el negocio. La heladería, ubicada en una
esquina del centro de Fort Worth, destaca por su fachada vintage y
un enorme cartel de neón en forma de cono de helado que ilumina
la calle como si fuera Las Vegas cuando cae la noche. Las
ventanas están decoradas con vacas superfelices que pastan en
campos verdes, un guiño a Cowtown, el apodo de la ciudad. Por
dentro, el sitio tiene ese rollo acogedor de película: suelos de
baldosas en blanco y negro, mesas de mármol y sillas de hierro
forjado cual una terraza parisina. Las paredes están cubiertas de
fotos antiguas de Fort Worth y arte local, lo que le da un aire entre
histórico y moderno. Su lema es: «En Cowtown Creamery, cada
cucharada es una aventura en el corazón de Texas. Si no sales
sintiendo que has probado el mejor helado del mundo, te
devolvemos el dinero». Casi suena a desafío.
De pronto, la puerta se abre y Ava sale disparada como una bala
hacia su hermano.
—¡Damien! —Se lanza sobre él como un koala—. ¡Pensé que no
te volvería a ver nunca más! ¡Y esta vez de verdad!
—¿Qué dices, loca? Te lo he dicho mil veces, eso nunca va a
pasar —le suelta mientras la abraza fuerte—. Siento haber tardado
tanto, pero… —la baja al suelo con una sonrisa misteriosa— no he
podido.
—No pasa nada, ya lo sé…, bueno, no lo sé. Tú y mamá siempre
os traéis esos secretos raros. Espero que, algún día, me contéis
todo de una vez.
—Tranquila, mamá te lo contará cuando sea el momento. Por
ahora, mejor que no sepas nada. —La abraza de nuevo—. ¡Oye,
mírate! Estás guapísima —La hace girar con orgullo—. Seguro
que tienes una fila de pretendientes detrás.
—¡Ja! ¿Pretendientes? —se burla Lizzie—. Parece que no sabes
que tu hermana no es muy fan de los pretendientes, digamos…
—Cállate, Lizzie. No todas nos conformamos con el primer perro
que nos mueve el rabo. Algunas tenemos un poco de criterio,
¿sabes?
—No estoy entendiendo ni una palabra —dice Damien mirando
de un lado a otro.
—Ni caso, esta tía tiene media neurona y con tanto tinte rubio la
tiene mareada por el olor a amoníaco —dice Ava con una risa
malvada.
—¿Ah, sí? Pues al menos no soy una macarra desgreñada y
hortera como tú.
La cosa escala rápidamente a una guerra verbal entre Ava y
Lizzie; se lanzan insultos como si fueran pelotas de ping-pong,
olvidándose de que hay más gente a su alrededor. Damien, perdido
en mitad de todo, se vuelve hacia Alex con una expresión de «¿qué
demonios está pasando?».
—¿Me puedes explicar qué está pasando aquí? —le pregunta
Damien a Alex, quien lo mira con los ojos entrecerrados.
—Te agradecería que no me hablaras —le responde con frialdad
—. Eres el hermano de mi mejor amiga y eso significa que, por
desgracia, tengo que soportarte, pero no te confundas, no somos
amigos. Entre tú y yo no hay nada, ¿lo pillas?
—Eso ha dolido.
—Pues ponte una tirita.
—No entiendo por qué me tratas así.
—¿Quieres una explicación? —Alex levanta una ceja
sarcásticamente—. ¡Aquí la tienes! —Le hace una peineta—. Que
te den, Damien.
En ese momento, no solo Ava y Lizzie están teniendo una pelea
de gatas, sino que Alex y Damien también suben el tono. Los
cuatro están levantando tanto la voz que todo el mundo en la
heladería se ha quedado mirándolos.
El camarero, que ya se ve venir la catástrofe, se acerca a la mesa
con una sonrisa tensa.
—Perdonad, os agradecería que bajaseis un poco el tono de
vuestra animada conversación. Da la impresión de que estáis
peleando, y aquí se viene a disfrutar, no a montar una telenovela.
¿Qué vais a tomar?
—Sí, claro, perdona —se disculpa Alex rápidamente, con un
rubor en las mejillas—. Yo quiero otro granizado.
—Yo quiero… —Lizzie agarra la carta con aire teatral—
Tentación de chocolate, como tú. —Mira a Damien con una
sonrisa coqueta—. ¡Eres toda una tentación! ¡Ñam! —Suelta un
bocado al aire como si fuera un tiburón.
Ava y Alex se miran con un sincronizado ¡ugh! en la cara y hacen
el clásico gesto de meter el dedo en la boca, fingiendo que van a
vomitar.
—Yo quiero un… Amor de café. —Damien clava los ojos en Alex
con una sonrisa. Ella le responde con otra peineta.
—Perfecto, ahora mismo os lo traigo todo —dice el camarero,
claramente deseando que dejen de llamar tanto la atención—.
Gracias por vuestra colaboración —añade con un tono sarcástico.
—Dicen que el dueño de este sitio es un tipo rarísimo, que parece
que viene del Polo Norte —cuchichea Ava en cuanto el camarero
se va—. Y que está forrado.
—Eres una chismosa —le espeta Lizzie con la nariz en alto.
—¡Mira quién habla! La reina del escuadrón cotilla —responde
Ava con los brazos cruzados.
—¡Bueno, ya! —interrumpe Alex levantando la voz—. Vamos a
centrarnos, que ya nos han llamado la atención una vez y no quiero
que nos echen por montar otro numerito.
—Por una vez le doy la razón a la mosquita muerta —dice Lizzie
con una sonrisita venenosa—. Dijiste que me ibas a pedir perdón,
¿no?
Alex cierra los puños bajo la mesa, sintiendo el veneno burbujear
en su garganta. Tiene que tragarse su orgullo y reírle las gracias a
esa víbora. Y, por si fuera poco, delante de Damien. Mira a Ava,
esperando una señal para detenerla, pero Ava le devuelve la
mirada, indicándole que siga adelante, como si le estuviera
diciendo «lo estás haciendo genial, no pares».
—Sí, Lizzie, como te he dicho antes quería pedirte perdón por
todo lo que ha pasado, y me gustaría que empezáramos de nuevo.
—Mmm, creo que aún tengo que seguir pensándomelo. —Lizzie
hace una pausa dramática como si estuviera evaluando el asunto
—. Quizá, si sigues haciéndome la pelota… —Sonríe con malicia.
—Hija de puta —murmura Alex por lo bajo, apretando la
mandíbula.
—Perdona, no te he oído bien —dice Lizzie con una sonrisa de
superioridad.
—Lo que quiere decir Alex —interviene rápidamente Ava
saltando al rescate— es que hemos sido unas hijas de puta contigo
y no te lo mereces. Tú eres fabulosa, la mejor de Fort Worth.
Deberíamos tirarte pétalos de rosas cada vez que pisas y llevarte
en una carroza de oro. Somos unas envidiosas por no haberte
tratado como la princesa que eres.
Alex pone los ojos en blanco, al borde de la explosión. Sabe que
esas palabras deben estar haciéndole sentir ganas de vomitar bilis a
Ava, pero la actuación es impecable.
—Y, además —añade Ava, sin perder el hilo—, eres
increíblemente talentosa. ¿Sabías que Lizzie canta como los
ángeles? —Mira a Damien, que sacude la cabeza sin tener ni idea
de lo que está pasando—. Es verdad, todo el mundo se queda
boquiabierto cuando la oye. Por eso te queremos en nuestro grupo.
—¿En serio? —Lizzie suelta una carcajada burlona—. ¿En
vuestro grupo de fracasadas?
Ava está a punto de levantarse de la silla, claramente lista para
arrancarle esa melena tintada de raíz, pero Alex la agarra de la
mano justo a tiempo. Le lanza una mirada que dice: «Recuerda,
esto es por el grupo». Ava respira hondo y vuelve a sentarse.
—Pues que sepas que nuestro grupo de fracasadas tiene una
actuación la próxima semana en The Texan Stage —dice Alex
recomponiéndose—. Y va a ir un cazatalentos.
—¿Ah, sí? —Los ojos de Lizzie se iluminan, pero luego frunce el
ceño, desconfiada—. ¿Y por qué me lo estáis proponiendo a mí?
¿Por qué no vais vosotras solas? ¿Es una broma o qué?
—No, es completamente en serio —responde Alex intentando
sonar convincente—. Necesitamos una vocalista. Nosotras no
cantamos lo suficientemente bien, pero tú sí. Te necesitamos.
—Oh, qué bonito. ¡Me necesitáis! —dice Lizzie fingiendo
emoción—. Haberlo dicho antes, mujer, siendo así, por supuesto
que la respuesta es NO —remata riéndose a carcajadas.
—Te lo dije —escupe Ava ya sin paciencia—. Es una maldita
creída.
—¿Te lo dije? —se queja Alex—. ¡Si fue idea tuya!
—Chicas… —Damien quiere calmar el fuego, pero nadie le hace
caso.
—¡¿Mía?! ¡Fue tuya antes!
Ava y Alex empiezan a discutir. Lizzie sigue riéndose como si
fuera la reina del drama.
—¡Chicas! —Damien levanta la voz y ambas se callan—. Yo
puedo cantar con vosotras.
—¡¿Tú?! —exclama Alex sorprendida.
—¿En serio? —pregunta Ava emocionada—. ¿Harías eso?
Damien asiente con una sonrisa.
—Además de estar bueno, ¿también cantas? —Lizzie, por
supuesto, sigue en su línea.
—No me parece buena idea —protesta Alex cruzando los brazos
—. Prefiero a Lizzie.
—¿Qué? ¿Estás loca? Mi hermano canta mejor que esa gata en
celo —dice Ava fulminando a Lizzie con la mirada.
—¡Oye! Que estoy aquí, ¿eh? Podrías cortarte un poco. —Lizzie
pone cara de ofendida.
—¡Cállate, Lizzie! —explota Ava, harta.
—Alex, sabes que canto genial. —Damien le guiña un ojo. A
Alex le da un vuelco el estómago al recordar esa noche en su
sótano: ella, él y The Scorpions.
—Tengo una solución —interviene Lizzie con una sonrisa pícara
—. ¡Hagamos un grupo los cuatro!
—¿Pero no acabas de decir que no querías? —pregunta Ava,
confundida, mientras le pasa un par de servilletas.
—¿Para qué es esto? —pregunta Lizzie mirando las servilletas.
—Para que recojas las babas que sueltas cada vez que miras a mi
hermano —responde Ava divertida.
Lizzie se ríe en lugar de enfadarse y se relame los labios,
lanzándole un beso a Damien.
—Nena, tu hermano está buenísimo, y yo no puedo controlar mis
fluidos…, todos —dice con una sonrisa traviesa.
—Ugh, eso ha sido asqueroso —protesta Ava visiblemente
incómoda.
—Perdona, cariño, no es mi culpa que a ti no te gusten los tíos.
Pero a algunas de nosotras nos encantan, y mucho.
Ava siente una punzada de incomodidad. Aunque Lizzie lo diga
en broma, le molesta que juegue con el tema de su sexualidad,
algo que no ha compartido del todo con los demás. No es que le
avergüence, simplemente no está lista para sacarlo a la luz. Pero
Lizzie disfruta presionándola, como si quisiera sacarla a
empujones del armario.
—Podemos dejar de hablar de mis gustos, ¿sí? —dice Ava con
seriedad.
—Claro, claro. No se hable más. Ya tenemos grupo. Seremos
cuatro —aplaude Lizzie encantada de la vida.
—No me puedo creer lo que voy a decir, pero estoy de acuerdo
con Lizzie. —Ava se limpia la lengua con una servilleta, para
deshacerse de la sensación de haber dicho algo terrible—. ¿Tú qué
opinas, Alex?
—Sigo pensando que no es buena idea, pero… veo que soy la
única que lo cree.
—Entonces, ¡grupo de cuatro! —dice Damien con una sonrisa
triunfante.
Justo en ese momento, la puerta se abre y entra un chico que
parece sacado de una revista. Alto, con una presencia magnética
que obliga a que todas las miradas se posen en él. Lleva una
sonrisa que ilumina la sala y camina con una confianza que no se
puede fingir. Alex, de repente, siente como si su estómago hubiera
decidido subirse a una montaña rusa. Sus ojos se cruzan
brevemente y una chispa de curiosidad la sacude por dentro. Se le
suben los colores a las mejillas y una tímida sonrisa amenaza con
escapar. No puede evitar seguirlo con la mirada mientras él se
mueve por la sala, saludando a otras personas como si fuera el
protagonista de una película. Cada vez que sonríe, su cara se
ilumina aún más, y cada pequeño detalle de él la atrae más y más.
En su cabeza, Alex ya está imaginando cómo sería escuchar su
voz de cerca… Y entonces la invade una punzada de nerviosismo.
¿Y si se acercara y dijera algo ridículo? ¿Y si no es tan increíble
como parece? La memoria le trae a la mente algunas malas
experiencias pasadas, esas en las que la atracción inicial no acabó
bien. «Acuérdate de lo que pasó con Damien. No te precipites», le
recuerda esa vocecita en su cabeza. Sigue mirándolo. Hay algo en
su apariencia que le resulta intimidante. Tal vez sea su elegante
traje hecho a medida para su cuerpo atlético, aunque no demasiado
musculado. O puede que sea su cabello plateado y esos ojos azules
tan intensos que hacen de él un hombre tremendamente atractivo.
Alex está atrapada en una vorágine de emociones. Se siente
atraída, quiere acercarse, pero algo en su interior le dice que
mantenga las distancias.
—¿Estás bien? —pregunta Ava notando que algo raro pasa.
Alex sonríe, intentando restarle importancia.
—Sí, claro, todo bien —miente.
La emoción de conocerlo se enfrenta a la duda y el miedo, como
un choque de trenes en su cabeza. Finalmente, toma aire profundo,
tratando de calmar su corazón acelerado, y decide quedarse quieta,
observándolo desde la distancia.
—Será mejor que nos vayamos —interrumpe Damien casi de
repente.
—¿Qué pasa? —pregunta Ava extrañada.
—Nada, vámonos —responde Damien cortante.
Cuando se levantan para irse, las miradas de Damien y el chico se
encuentran. Es un duelo silencioso, como si hubiera una rivalidad
de esas que vienen de antes. Sin perder más tiempo, Damien saca a
las chicas del local y se ponen en marcha hacia casa. En el
trayecto, él está en modo silencioso, con la cara de alguien que
tiene algo rondándole la cabeza. Las chicas, sin embargo, siguen
con sus bromas y risas, como si nada hubiera pasado. Se despiden
de Lizzie y continúan su camino.
Al llegar a casa de Alex, encuentran a Elena en la cocina,
preparando la cena. Al ver a Damien, la sorpresa es evidente en su
rostro.
—¿Qué haces aquí? —le pregunta con un tono más frío que
cálido.
—Hola, Elena. Sí, yo también me alegro de verte —responde
Damien con ironía.
Elena se da cuenta de que su recibimiento no ha sido el más
amigable, pero los recuerdos de lo mal que lo pasó Alex después
de que Damien desapareciera aún le pesan. Aunque sabe que él no
tuvo la culpa; que fue más bien una decisión forzada, algo que
tanto ella como Isabella decidieron por él. Damien estaba
completamente enamorado de Alex, se lo confesó antes de irse.
—Perdona. —Elena suaviza el tono y lo abraza—. Yo también me
alegro de verte. ¿Sabe tu madre que estás aquí?
—No, esto ha sido cosa mía. Quería sorprender a mi hermana.
—¡Vaya si lo has hecho! —responde Ava emocionada; Damien le
saca la lengua de broma.
—Sí, ¡yupi! Un sorpresón de los buenos —añade Alex poniendo
los ojos en blanco—. Me voy a mi cuarto. Avisadme cuando esté la
cena. —Le da un beso a su madre antes de desaparecer, evitando
cruzar miradas con Damien.
—No le hagas caso, hermanito, ya se le pasará. Yo creo que aún
hay esperanza de que os llevéis bien.
—Sí, claro… Igual de probable que Superman salve el mundo
con un chaleco de kriptonita —responde Damien acariciándose la
barba y suspirando.
—Eres un friki total. —Se ríe Ava—. Pero te quiero igual.
—¿Cuánto tiempo te quedas? —Elena cambia de tema.
—No lo sé, depende.
—¿Depende de qué? —insiste Ava olisqueando el misterio.
—Yo seré friki, pero tú eres una cotilla.
—Lo sé, es mi superpoder. —Se ríe y provoca una carcajada en
Damien. Elena sigue con el ceño fruncido.
—¿Hay algo que debería saber? —Elena está claramente
preocupada.
—Tenemos que hablar…, pero será luego. Ahora tengo algo que
hacer.
Elena siente un escalofrío. Algo no anda bien, lo sabe. Si todo
estuviera bien, Damien nunca habría vuelto, y mucho menos sin
que Isabella lo supiera.
—¿Te quedas a dormir con nosotras? —pregunta Ava insistente
—. Porfa, dime que sí.
—No —responde Damien con una sonrisa—. Estoy en un hotel,
creo que es lo mejor para todos. Si luego Elena me invita, vengo a
cenar.
—¡Pfff! Estoy harta de tanto secreto y tanto misterio —protesta
Ava—. ¡Siempre igual! ¿No creéis que ya somos lo bastante
mayores como para que nos contéis qué demonios ocultáis?
Damien y Elena intercambian una mirada cómplice.
—Está bien, te lo diré —indica Damien con tono serio—. Somos
los últimos supervivientes de una raza alienígena. Llevamos
escondidos durante mucho tiempo mientras se prepara una gran
revolución para atacar a los seres que nos expulsaron. Nos están
buscando porque quieren acabar con nosotros y gobernar la
galaxia. Nuestra misión es la de volver al planeta
Meloestoyinventandotodo, reclamar lo que es nuestro y liberar al
pueblo de la esclavitud a la que los tiene sometidos el malvado
soberano.
—Sí, claro, y yo me tiro pedos de colores, no fastidies —lo
interrumpe Ava con una carcajada y se va a buscar a Alex,
soltando alguna broma sobre que a lo mejor se encuentra con un
lagarto en lugar de su amiga. Se detiene antes de subir las
escaleras—. ¿Por eso la llamaste Pascal? —Damien asiente
riéndose al recordar aquel primer encuentro con Alex—. ¿Porque
de verdad es un lagarto? —sigue divagando Ava.
—¡Chica lista! —exclama riéndose Damien.
—¡Damien! —le riñe Elena.
—¿Qué? Algún día habría que contarles la verdad, ¿no? —Le
guiña un ojo—. Me tengo que ir, estaré aquí para la cena.

Desde que salieron de la heladería y ese tipo apareció, Damien


supo que tenía que enfrentarse a él cuanto antes. No podía esperar
más para averiguar qué demonios hacía en la ciudad y cuáles eran
sus intenciones. Aceleró el paso, con su mente ya fija en Cowtown
Creamery, el lugar donde sabía que lo encontraría. Y,
efectivamente, allí estaba: el chico del pelo plateado, sentado en
una de las mesas, disfrutando de una copa de helado como si
estuviera de vacaciones.
—Sabía que volverías —dice el chico con una sonrisa
despreocupada, como si acabaran de encontrarse por casualidad.
—¿A qué has venido, Yulian? —Damien no se molesta en
disimular su impaciencia.
—Relájate, amigo. —Yulian le ofrece una silla con un gesto
tranquilo.
—Tú y yo no somos amigos. Contesta, ¿a qué has venido? —
Damien siente que la rabia le quema por dentro.
—A lo mismo que tú, amigo… —Yulian pronuncia la última
palabra con una sonrisa burlona.
Damien aprieta los puños, deseando con todas sus fuerzas
plantarle un puñetazo y mandarlo volando de vuelta al agujero del
que ha salido.
—Llámame amigo otra vez y te juro que…
—¿Qué? ¿Me vas a pegar? —lo reta Yulian acercándose
ligeramente, provocador.
—¿Qué demonios haces aquí? —Damien mantiene el control,
pero con cada palabra de Yulian le hierve la sangre.
—Te noto tenso, querido. Negocios. Como habrás notado, esta
preciosa heladería es mía. ¿Te gusta? —Yulian levanta su copa de
helado con una sonrisa de satisfacción—. No sé, me apetecía hacer
algo diferente. ¿No te parece gracioso que haya montado una
heladería? —Ríe como si todo fuera parte de un chiste que solo él
entendía.
—Déjate de gilipolleces. Has venido por ella.
—¡Bingo! Qué listo eres, Damien. Siempre tan perspicaz. —De
repente, la expresión de Yulian se endurece; esos ojos azules
pálidos toman la viveza de un cielo a punto de descargar la mayor
tormenta del siglo—. Por supuesto que sí.
—No voy a dejar que le hagas daño —amenaza Damien con una
firmeza casi letal.
—¿Ah, sí? ¿Y qué vas a hacer al respecto? Vamos, dilo. Llevo
años esperando que lo digas. —Yulian lo mira con un brillo
peligroso en los ojos.
—Te mato —dice Damien sin titubear.
Yulian vuelve a su pose relajada, como si nada de lo que Damien
dijera pudiera afectarle en lo más mínimo.
—Oh, tranquilo, superhéroe. Ya sé que te gusta pensar que eres el
gran salvador, pero déjame que te aclare algo: tú, tu abuela, tu
padre…, ninguno de vosotros tiene ni una sola oportunidad contra
lo que se avecina.
—No te atrevas a hablar de mi familia. No eres nadie para
mencionarlos. Mejor habla de la tuya. ¿Has venido a cumplir las
órdenes de papá? ¿Tiene miedo de perderlo todo y que le llegue su
merecido? —Damien está al límite—. Te ha mandado a matarlas,
¿verdad?
Yulian soltó una carcajada casi teatral.
—¡Madre mía! ¡Cuántas preguntas, Damien! Deberías reducir el
café. Te vi pidiendo un… Amor de café, ¿no? —Chasquea la
lengua—. Muy mal, amigo.
Damien no aguanta más. Sin pensarlo, su puño vuela directo a la
cara de Yulian, tumbándolo al suelo. El golpe es certero y rápido,
haciendo que Yulian sangre por la nariz.
—Uhh, qué fuerza tienes, superhéroe —se burla Yulian mientras
se limpia la sangre con la manga de la camisa.
Se levanta despacio, acercándose peligrosamente a Damien hasta
que sus caras se rozan. Sin dejar de mirarlo a los ojos, le lanza un
rodillazo directo a la entrepierna. Damien cae al suelo,
retorciéndose de dolor. Yulian lo mira desde arriba, ofreciéndole
una mano para levantarse.
Damien, con la respiración entrecortada, acepta la ayuda, pero
Yulian tira de él con fuerza para colocarlo de nuevo frente a frente.
—Nunca bajes la guardia. —Yulian se inclina hacia él sonriendo
—. El golpe puede venir de donde menos te lo esperas. No todo el
mundo juega tan limpio como tú, amigo.
Incapaz de recuperarse completamente del dolor, Damien ve
cómo Yulian se aleja tranquilamente hacia las escaleras que
conducen al piso superior, donde tiene las oficinas.
Antes de desaparecer, Yulian se gira una vez más.
—Por cierto —dice con una media sonrisa—, puede que estés
equivocado conmigo, Damien. Quizás mis intenciones no son las
que piensas. Puede que, en el fondo, tengamos los mismos
intereses…, o no. Quién sabe, ¿verdad? ¿Tú lo sabes, Damien? —
Hace una pausa y disfruta del momento—. ¡Ah! y puede que no
me haya mandado mi padre. Eso te sorprendería, ¿no? Imagínate si
me hubiera enviado otra persona.
—Eres un puto loco, igual que tu padre.
—Ja, Ja. Ja. Mi padre dice.
Damien lo fulmina con la mirada, pero Yulian simplemente suelta
una última carcajada antes de desaparecer escaleras arriba.
Cuando el dolor cede lo suficiente como para que Damien pueda
caminar, se da cuenta de que todos en la heladería los han estado
observando en silencio. No solo han escuchado cada palabra de su
conversación, sino que se han quedado enganchados al
espectáculo. Se le ha ido de las manos. Se ha dejado llevar por el
odio hacia Yulian, y quizá haya puesto la misión en peligro. ¿Y si
Yulian no miente? ¿Y si realmente no lo ha enviado su padre? La
relación entre Stepan y su hijo nunca fue la mejor. Si Yulian no era
el enviado, ¿quién más podría estar involucrado?

*****
Durante la cena, la tensión entre Alex y Damien era tan fuerte que
casi podía cortarse con un cuchillo. Alex no podía creer que su
madre lo hubiera invitado a cenar, como si todo estuviera bien,
como si nada hubiera pasado, sabiendo que la había destrozado por
completo. Y ahí estaba, sentado a su lado, como si todo lo ocurrido
hubiera sido solo una pequeña broma. Entendía que su madre lo
hacía porque él era el hijo de su mejor amiga, esa que, por cierto,
casi nunca aparecía por casa. A veces pensaba que no le importaba
mucho que Ava prácticamente se estuviera criando sin una madre
presente. ¿Y el padre? Blake… Bueno, aún no había tenido el
placer de conocerlo en persona. Desde que llegaron a Fort Worth y
se instalaron con ellas, tan solo lo había visto por videollamadas.
Ni una sola vez en carne y hueso.
Siente tanta rabia dentro de ella que si alguien le acerca una
cerilla, sale ardiendo. Está tan tensa que no puede ni comer.
Apenas toca su plato.
—¿Te pasa algo, cielo? —pregunta Elena con ese tono que
mezcla preocupación y conocimiento. Sabe muy bien lo que pasa,
pero igual decide preguntar.
Alex apenas levanta la vista.
—Nada, se me ha cerrado el estómago. —Aparta el plato antes de
levantarse de la mesa. Su mirada se detiene un segundo en Damien
—. Ha sido un día horrible, el peor en mucho tiempo. —Se da la
vuelta y se dirige a las escaleras, dejando el comedor en un
silencio incómodo.
Damien baja la cabeza. Sabe que todo eso va por él.
—Tía, no seas así —protesta Ava mirando a su hermano, abatido
por la situación.
Damien intenta disculparla.
—Déjala, tiene derecho a decir lo que siente.
Alex no puede evitar soltar una risa sarcástica y se detiene en las
escaleras, antes de subir.
—Gracias por concederme el derecho. Eres todo un caballero —
dice con un tono amargo—. Lástima que no lo hubieras sido tanto
hace unos años. —Y con esa última puñalada, sube las escaleras
sin mirar atrás.
No te puedes esconder

E lena y Damien se quedan solos. El ambiente en la sala


cambia de inmediato. Es el momento de hablar.
—Bueno, por fin estamos a solas. Ahora dime, Damien, ¿qué
haces aquí realmente? —Elena se cruza de brazos, sin ocultar su
desconfianza en el tono.
Damien se acomoda en la silla; muestra una leve sonrisa en los
labios.
—Tranquila, Elena…, ¿o debería llamarte Lena?
Elena siente cómo su cuerpo se tensa. Ese nombre. Hacía años
que nadie lo pronunciaba. Había hecho todo lo posible para dejarlo
atrás, enterrarlo junto con los recuerdos de su vida anterior. El
pasado, ese maldito pasado, volvía a alcanzarla.
—¿Quién te ha dicho ese nombre? —Aparenta calma, pero su voz
la traiciona.
—Mi abuela —Damien responde directamente—. Sé quién eres.
Elena palidece. Sus manos tiemblan; trata de procesar lo que
acaba de escuchar.
—¿Ekaterina sabe que estoy viva? —murmura para sí misma; se
lleva las manos a la cabeza—. Estoy perdida. —Comienza a
caminar de un lado a otro como un animal enjaulado.
Damien se acerca despacio para tranquilizarla.
—No te preocupes, no he venido a hacerte daño.
—¡No me toques! —grita Elena alejándose de él—. Te ha enviado
a matarme, ¿verdad? Es lo único que tiene sentido.
—No, Elena. —Damien intenta que su voz suene lo más calmada
posible—. ¿Por qué querría mi abuela matarte?
—Porque me odia. Me odia desde… Bueno, da igual, desde hace
mucho tiempo. Y yo la odio a ella por lo que me hizo.
Damien frunce el ceño; está confundido.
—¿A qué te refieres? ¿Qué te hizo exactamente? Nunca me ha
hablado de eso.
—Es una historia larga, y no tengo intención de contarla ahora.
Lo importante aquí es que si Ekaterina sabe que estoy viva,
entonces todo esto se ha acabado.
Damien suspira.
—No he venido a hacerte daño. No estás sola en esto.
—¿Qué es lo que quiere de mí? —pregunta Elena con una mezcla
de desconfianza y desesperación.
—Mi abuela solo quiere que vuelvas. Te vio en el vídeo de la
graduación de Alex.
—¡Maldita sea! No tenía ni idea de que alguien había subido ese
vídeo. —Su rostro está cada vez más pálido—. Entonces, también
sabe de Alex.
—Sí. Elena, tienes que volver.
—Ni por todo el oro del mundo. Cuando me fui de aquel país,
juré que nunca volvería y no lo haré.
—Hay gente que te necesita allí.
—Lo siento mucho, pero mi prioridad es Alex, no pienso
mezclarla en ese mundo.
—¿Cómo puedes decir eso? No tienes ni idea de lo que está
pasando allí.
—Sí la tengo. Lo sé todo, pero eso ya no es asunto mío.
—Sigue siendo asunto tuyo, no puedes mirar para otro lado como
si nada.
—Sí puedo; de hecho, es lo que pienso seguir haciendo. Supongo
que tu abuela te habrá contado por qué hui y por qué lo hice de esa
manera, ¿no?
—Me dijo que fue por Stepan. Quiso matarte; bueno, mataros.
—Y no voy a volver para que termine lo que empezó.
—Pero juntos podremos con él.
—No, Damien. Me gusta lo que he construido aquí. Alex es feliz
y puede llevar una vida tranquila, como la de cualquier persona
normal.
—Pero no sois personas normales.
—Déjate ya de tantos peros, no me vas a convencer.
—Elena, ¡escúchame! —Alza la voz—. Es posible que Stepan
sepa que estáis vivas y puede que también sepa dónde estáis.
Yulian está aquí.
Elena se queda helada. Un frío la recorre desde la nuca hasta los
pies.
—¿Yulian está aquí? —Su voz tiembla—. ¿Cómo lo sabes?
—Es el dueño de la nueva heladería del centro. —Damien
observa cómo Elena trata de procesar la información.
—Hace unos días… —Elena recuerda con claridad—vino un
chico extranjero a la librería. Me llamó la atención, pero no pensé
que… Me invitó a probar sus helados. Estuvimos hablando de
libros… Parecía tan encantador.
—No te dejes engañar. Yulian es demasiado sibilino. Puede que
parezca un niño bueno, pero no te fíes de él. A mí, a veces,
también me confunde.
—No entiendo…
—Es difícil de explicar. En ocasiones parece odiar a su padre y en
otras parece que lo adora. —Se pasa las manos por el pelo—. Lo
que tampoco me queda claro es quién lo envía, pero lo que sí sé es
que es hijo de Stepan, y solo por eso, no podemos confiar en él.
Elena se queda callada; sus pensamientos corren a mil por hora.
—Voy a preparar las maletas.
—Entonces, ¿vas a regresar? —pregunta Damien sorprendido.
—No, Damien —dice ella con determinación—. Me voy a llevar
a mi hija lejos.
Damien niega con la cabeza.
—No podrás huir eternamente, lo sabes. Stepan te encontrará,
tarde o temprano.
—Ya lo sé —admite Elena con lágrimas en los ojos—. Esta vez,
huir no servirá de nada.
—Enfrentarte a él es la mejor decisión que puedes tomar, Elena.
Además, ahora no estás sola. Tienes a Ekaterina y a mí.
Elena suelta una risa amarga, llena de cansancio y resentimiento.
—No quiero saber nada de esa mujer, pero a ti sí te necesito.
¿Sigues queriendo a mi hija?
Damien se yergue; sus ojos serios.
—Sabes que sí. Te lo dije hace tres años y mis sentimientos no
han cambiado ni un poco.
Elena lo mira un largo rato, buscando algún atisbo de duda en su
mirada, pero no encuentra ninguno. Respira hondo, como si lo que
va a decir la aplastara.
—Entonces, te necesito para sacarla de aquí. A ella y a tu
hermana. Llévatelas lejos, Damien. Lo más lejos que puedas.
Mientras tanto, yo veré cómo solucionar todo este desastre.
Damien frunce el ceño y se inclina hacia ella.
—No puedes hacerlo sola, y lo sabes. No esta vez.
—Tu madre y Blake me ayudarán. Son los mejores. Pero
prométeme algo —su voz tiembla—: no le cuentes nada de esto a
Alex. No quiero que sepa la verdad. Ella no tiene la culpa de haber
nacido en medio de este caos. Cuanto más al margen esté, mejor.
¿Lo harás?
—Te doy mi palabra. Pero, Elena, no puedes esconderle la verdad
para siempre. Huir no es la solución. Alex estará en peligro
siempre, esté donde esté, hasta que derrotemos a Stepan. Él no va
a detenerse hasta que os encuentre.
—Lo sé. Lo sé… —repite con la voz quebrada. Su respiración se
vuelve irregular. La presión está a punto de romperla y las
lágrimas se acumulan en los ojos—. Pero confío en ti para
protegerla.
Damien suelta un suspiro, frustrado, y niega con la cabeza.
—¿Y si me pasa algo? Elena, por favor…
—No quiero, Damien. No puedo volver a ese lugar… Me aterra
solo pensarlo.
Damien la abraza y siente cómo su cuerpo tiembla bajo la presión
de los recuerdos.
—Lo entiendo. No sé todo lo que tuviste que pasar, pero puedo
imaginar que fue demasiado. Eras joven, con una hija que
proteger, y estabas sola.
—En realidad, no lo estaba —murmura Elena. Sus lágrimas se
secan poco a poco—. Tu madre siempre estuvo a mi lado.
Damien asiente reconociendo el sacrificio de su madre.
—Lo sé, pero, aun así, dos contra Stepan no es suficiente. Ahora
las cosas han cambiado. Con la ayuda de mi abuela, de mi padre.
—Elena da un respingo cuando nombra a su padre. Hace tanto
tiempo que no pensaba en Cristof. Damien la observa con
curiosidad—. ¿Estás bien?
Elena asiente lentamente, pero no puede evitar la sensación de
que Cristof trae consigo otro tipo de problemas, quizás tan grandes
como los de Stepan.
—Sí…, estoy bien.
Damien continúa, aunque algo desconcertado por la reacción de
Elena.
—Juntos podremos vencer a Stepan. Mi abuela tiene algo muy
importante que decirte. Sus palabras fueron: «Haz lo que sea para
que vuelva. Necesito hablar con ella. Tiene que saber la verdad».
—¿Qué verdad? —pregunta Elena con la voz cargada de
sospecha.
—No lo sé. No quiso contarme nada más. Pero, Elena, tienes que
confiar en ella o, al menos, confía en mí.
Elena se queda en silencio. Todo esto es demasiado. Demasiado
rápido. Demasiado duro.
—Déjame pensarlo. No es una decisión que pueda tomar a la
ligera —dice finalmente—. ¿Cuánto tiempo tenemos? —pregunta
con tono urgente.
—No lo sé… —La voz de Damien es apenas un susurro.
—Por el momento, voy a hablar con tu madre. Ella me sacará de
aquí y sabrá cómo ocultarme. Tú coge a las chicas y llévalas lejos.
Donde nadie pueda encontrarlas. Si estamos separadas, al menos
no podrán atraparnos a las dos. Luego ya veré.
Damien traga saliva, comprende la magnitud de lo que le pide.
—Elena, si Stepan está cerca, estar separadas no garantiza nada.
—Lo sé, pero es lo único que se me ocurre ahora —replica ella
con desesperación—. Solo te pido que guardes esto en secreto.
Todavía no sabemos cuáles son las intenciones de Yulian. Si
hubiera querido matarme, ya lo habría hecho. Quizás… quiere
algo más de nosotras.
—¿Qué podría querer? —Damien está desconcertado.
—No lo sé. Pero lo descubriremos. Ahora, vamos a organizarnos.
En unos días nos iremos de aquí.
Damien asiente, aunque la incertidumbre lo carcome por dentro.
—Estás cometiendo un error, pero cuenta conmigo.
Ambos sellan su pacto con un apretón de manos. Damien se va y
Elena, agotada, sube a la habitación de Alex. Abre la puerta con
cuidado y la contempla mientras duerme. «Qué guapa es», piensa.
Verla tan tranquila le parte el alma. Se acerca para darle un beso en
la frente, con el corazón hecho trizas.
—Mamá…, ¿qué pasa? —murmura Alex entre sueños.
—Nada, cariño, solo vine a decirte que te quiero.
—Yo también te quiero. —La rodea con los brazos—. ¿Quieres
dormir conmigo como cuando era pequeña?
—Claro, hazme sitio. —Sonríe y se mete en la cama con ella,
abrazándola fuerte.
Alex se acurruca a su lado, volviendo a quedarse dormida. Elena,
sin embargo, permanece despierta un poco más, observándola con
ojos llenos de amor y preocupación. Hará lo que sea necesario
para protegerla. Incluso si eso significa sacrificar su propia vida. Y
si debe regresar a Sibernia y enfrentarse a Stepan, lo hará. Pero,
por ahora, necesita un momento de paz, acurrucada junto a su hija.
Entre lágrimas, finalmente se queda dormida, sabiendo que esto
solo acaba de empezar.
Truco o trato

A la mañana siguiente, Elena busca contactar


desesperadamente con Isabella, pero no logra dar con ella.
El tiempo se agota. Si Yulian ha venido a buscarlas, significa que
deben huir lo antes posible. Necesita respuestas antes de tomar
cualquier decisión definitiva. Tiene que averiguar qué pretende
Yulian. Con la mente hecha un caos, acepta que la única opción es
hablar directamente con él.
Elena no conocía a Yulian personalmente. Cuando huyó de
Sibernia, él todavía no había aparecido en la vida de Stepan. Años
después, se enteró por Isabella, quien viajaba a menudo a Sibernia,
que Stepan tenía otro hijo, Yulian. La sombra de Stepan siempre
había acechado su vida como un fantasma que nunca desaparece.
Por más que intentara borrar su recuerdo, el miedo a ese hombre
seguía tan vivo como el primer día. Solo pensar en él la hacía
temblar. Durante años había vivido con el temor de que algún día
las encontrara. Ahora, su peor pesadilla se estaba haciendo
realidad.
Cuando llega a la heladería, lo reconoce de inmediato. El chico de
la librería. Su aspecto es inconfundible, y en su semblante hay algo
peligroso y familiar que la estremece. Con el corazón latiendo a
mil por hora, Elena se acerca.
—Tú debes de ser Yulian —dice con firmeza—. Soy Elena.
—Sé perfectamente quién eres —responde él con una sonrisa fría
—. Me alegra conocerte por fin.
—Me gustaría decir lo mismo, pero primero necesito que me
digas qué has venido a buscar.
Yulian la mira con una calma inquietante, sabiendo que tiene el
control de la situación.
—Me gustaría darte buenas noticias, pero temo que no será así.
—Observa el miedo en los ojos de Elena—. Tranquila, no vengo
de parte de mi padre, si es eso lo que te preocupa.
—Si no te manda Stepan, ¿entonces quién? ¿Qué es lo que
quieres de nosotras?
Yulian la mira directamente, su expresión se endurece un poco
antes de soltar la respuesta que sabe que la destrozará.
—Quiero a tu hija.
Elena siente que el mundo se desmorona bajo sus pies.
—¿A mi hija? ¿Para qué? —Su voz apenas es un susurro.
—Eso me lo reservo para mí. —Yulian sonríe con arrogancia—.
Solo te diré que necesito a tu hija para cumplir mis objetivos.
—¿Qué objetivos?
Yulian se ríe como si estuvieran hablando de un juego trivial.
—Un verdadero mago nunca revela sus secretos —se burla—.
Pero te cuento algo: hay una buena y una mala noticia. ¿Por cuál
quieres que empiece?
—No juegues conmigo —gruñe Elena; su paciencia se agota—.
Ve al grano.
—De acuerdo, de acuerdo; te noto tensa —responde Yulian con
una sonrisa aún más amplia—. La buena noticia es que valéis más
vivas que muertas, especialmente tu hija.
Elena siente un leve alivio, al menos sabe que no quiere
matarlas… aún.
—¿Y la mala?
—Mi querido padre no piensa igual que yo. Tarde o temprano se
enterará de vuestra existencia, y cuando lo haga, os querrá
muertas. No importa dónde os escondáis, él os encontrará. Y
créeme, no tendrá piedad.
Elena se queda sin aliento, procesando cada palabra como si
fueran cuchilladas.
—Entonces, ¿qué debo hacer? —pregunta llena de desesperación.
—Debes confiar en mí. —Se inclina hacia ella—. Y hacer todo lo
que te diga.
—¿Confiar en ti? —Elena suelta una carcajada amarga que llama
la atención de varios clientes en la heladería—. ¿Estás de broma?
No me das ningún tipo de información y ¿esperas que confíe en ti?
¿Quieres que te entregue a mi hija sin más?
—Te lo digo en serio. —Yulian no se inmuta por su reacción—.
Yo puedo proteger a tu hija, ponerla a salvo. Pero, por supuesto,
hay un precio que tendrás que pagar.
—¿Qué precio?
Yulian le explica su plan con detalles. Cada palabra que pronuncia
parte el corazón de Elena en mil pedazos. Sabe que, si acepta ese
trato, nunca más volverá a ver a su hija. No obstante, sabe que no
tiene muchas opciones. Otra alternativa sería volver a Sibernia con
Damien y enfrentarse a Stepan, algo que había descartado por
completo. Si volvía, condenaría a Alex a una vida de horror.
Aceptar el trato de Yulian es, sin duda, la única forma de darle a
Alex una oportunidad de ser libre.
Elena traga saliva; siente el peso de la decisión sobre sus
hombros.
—Acepto.
—Has tomado la decisión correcta —responde Yulian satisfecho.
Elena se levanta de la mesa sin decir una palabra más, ya está
todo dicho.
—Una cosa más —dice deteniéndola—. Es muy importante que
le dejes claro a Damien que estoy de vuestra parte. Necesito que
confíe en mí y deje de lado su odio.
—Se lo diré —responde Elena con frialdad—. Pero más te vale
cumplir tu palabra.
Yulian sonríe.
—Te lo prometo. Ha sido un placer conocerte, aunque lamento
que haya sido en estas circunstancias.
Cuando Elena sale de la heladería, las lágrimas brotan sin control.
Sabe que nunca volverá a ver a su hija. Desde el momento en que
Alex nació, había luchado incansablemente para protegerla. Y
ahora estaba a punto de ofrecer el sacrificio más grande de todos.
Al llegar a casa, los encuentra ensayando para el concierto. Le
hace una señal a Damien, indicando que necesita hablar en
privado, y él entiende de inmediato.
Después del ensayo, Elena le explica a Damien todo lo que Yulian
le había dicho.
—No, Elena, no. ¿Estás loca? No puedes hacer eso. ¡Alex te
necesita! —Damien, con las manos en la cabeza, no puede creer lo
que escucha—. Ese tipo no es de fiar. ¿Por qué quiere protegerla?
¿Qué gana él con todo esto?
—No lo sé, Damien. Pero él conoce a Stepan mejor que nadie. Lo
que está claro es que necesita a Alex para algo importante. Eso lo
mantendrá motivado para protegerla y, por ahora, es lo único que
me importa. —Lo mira a los ojos, suplicante—. Pero necesito que
tú no la pierdas de vista. Quiero que te conviertas en su sombra y
te asegures de que esté a salvo. Yulian debe creer que estás de su
lado, pero actúa cuando lo creas necesario. No confío en él, pero
en ti sí, pondría mis manos en el fuego.
Damien asiente con los ojos llenos de tristeza.
—Cuenta conmigo —dice en un susurro—. Pero sabes que, si
haces lo que Yulian te ha pedido, será la última vez que…
—Lo sé… —responde Elena con la voz rota.
Una gran actuación

E sta noche es la gran actuación de la banda; también es el


principio y el fin de todo. Después de hoy, la vida de Elena y
Alex dará un giro radical. Pero, a pesar de lo que se viene, esta
noche es muy especial. Tan especial que ni Isabella ni Blake han
querido perdérselo; por primera vez han venido los dos para estar
con su hija. Ava, además de emocionada, está hecha un manojo de
nervios: ¡su padre ha venido a verla!
Elena también está nerviosa, aunque por otros motivos. Llevaba
días intentando localizar a Isabella para contarle todo lo que estaba
pasando y pedirle ayuda, pero Isabella, por cuestiones de su
trabajo, había desaparecido del mapa. Cuando por fin consiguió
encontrarla, ya era tarde, acababa de hacer el trato con Yulian.
Quizá, si hubiera podido hablar con ella antes, la historia habría
sido distinta, pero ya estaba hecho. Elena se encontraba entre la
espada y la pared. No podía contarle la verdad, aunque le partiera
el alma. Tendría que mentirle a su mejor amiga.
Cuando Isabella y Blake llegaron a Fort Worth para ver la
actuación, Elena les contó lo básico: que por culpa del vídeo las
habían descubierto y que Yulian estaba en la ciudad, aunque le
prometió que había venido a echar una mano. Nada más. Ni una
palabra sobre lo que realmente ocurría. Elena no era la única que
andaba ocultando cosas: Damien también tuvo que mentirle a su
madre.
Alex y Ava son las primeras en llegar al Stage, listas para lo que
se viene. Poco después, hace su entrada triunfal Lizzie, irradiando
carisma y una confianza tan grande que parece haberla pedido por
Amazon en tamaño extra. Se mueve como una diva que sabe que
todas las miradas están sobre ella. Y aunque no lo admitiría ni bajo
tortura, está nerviosa. Sabe que, como vocalista, será el centro de
atención, lo cual le encanta, pero una partecita de su alma humana
teme hacer el ridículo de su vida.
Para la actuación, ha elegido un look que grita «mírame» a
kilómetros: una chaqueta de cuero entallada y con botones
dorados, un top ajustado debajo, y unos pantalones de cuero
elegantes que le sientan como un guante. Completa el conjunto
con un collar de oro blanco, pulseras, anillos de diseño, un reloj de
lujo y unas gafas de sol estilo aviador, que lleva aunque sea de
noche. Botines de cuero con tacón medio y un peinado digno de
una revista: ondas suaves, trencitas chic y un maquillaje impecable
que incluye ojos ahumados y labios nude de esos que parecen de
otro planeta.
Cuando ve a las chicas, se echa las manos a la cabeza con drama
digno de telenovela:
—Pero… ¿qué? ¿Os habéis mirado al espejo? —resopla
exagerada—. ¿De qué vertedero habéis salido?
—Te recuerdo que esto es un grupo de rock, no un desfile de pijas
—le suelta Ava sin miramientos—. Menos mal que llegas, ¡eh!,
siempre te haces la importante.
—No me lo hago, cariño; lo soy. Sin mí, este grupo sería un
karaoke barato. —Lizzie se da importancia y se ajusta las gafas
con una sonrisa de superioridad—. Así que más te vale tratarme
bien.
—Qué asco te tengo —murmura Ava mordiéndose la lengua.
—¿Has dicho algo? —pregunta Lizzie con una ceja alzada.
—Venga, vamos a tener la fiesta en paz —interviene Alex
intentando calmar las aguas—. ¿Estás lista?
—¡Por favor! ¡Nací lista! —Lizzie muestra una pose dramática.
—Vete a hacer gárgaras, nena —le suelta Ava, y Alex abre los
ojos como platos—. ¿Qué? Para aclarar la voz, digo.
—No te soporto. —Lizzie finge estar indignada.
Lizzie las escanea con la mirada como si fueran proyectos fallidos
de moda. Alex lleva su clásica chaqueta de cuero negro con
tachuelas, una camiseta de su banda favorita, y unos pantalones de
mezclilla oscuros ajustados. Un cinturón con hebilla gigante,
pulseras de cuero, botas de combate negras y su melena rosa
alborotada con algunas trenzas. El maquillaje es oscuro y
dramático, con labios burdeos que gritan «no me toques».
Ava, por otro lado, va con una camiseta sin mangas con
estampado de calavera, falda de cuero con cremalleras, medias de
red rasgadas, y un gorro beanie. Lleva collares de cadenas, anillos
enormes y botines con plataforma. Con una coleta alta y las puntas
de color rojo eléctrico parece advertir que no está de humor para
tonterías.
—La verdad… me dais vergüenza —les dice Lizzie soltando un
suspiro dramático—. ¡Las dos!
—Eres demasiado pija, princesa —le replica Ava sin inmutarse.
—Y tú una garrula. Normal que no te salga novio. —Lizzie suelta
una sonrisa torcida—. Ah, no, es verdad, a ti no te van los tíos.
—¿Y tú qué sabes lo que me va? ¡Lista! —Ava frunce el ceño.
—Pues por cómo me miras las tetas, diría que te mueres por
echarme un polvo.
—No me hagas reír. Además de pija, graciosa. Cambia de tinte,
guapa; el que usas te está afectando a la inteligencia. No te tocaría
ni con un palo. No tendría nada contigo, aunque fueras la última
persona en el mundo —Ava se burla fingiendo una arcada—. ¡Qué
asco!
—Claro… ¿Y entonces por qué me estás mirando el culo? —
Lizzie se acerca peligrosamente a ella, tanto que Ava puede sentir
su perfume caro.
Ava, visiblemente nerviosa, nota cómo su corazón se acelera. Por
un segundo se olvida de todo, pero luego recuerda que es Lizzie y
que solo está jugando con ella.
—Porque creo que deberías dejar de comer donuts, lo tienes
enorme —Ava tartamudea, intenta mantener la compostura.
—Claro… —Lizzie se acerca aún más, sus labios casi rozando los
de Ava—. Te odio, mamarracha.
—El sentimiento es mutuo, princesa. —Ava le guiña un ojo.
Lizzie, ofendida, se marcha hacia la barra a pedir algo para beber.
Ava se queda pasmada, todavía procesando lo que acaba de pasar.
—¿Has visto eso? —le pregunta a Alex, que ni le responde. Sus
ojos están fijos en la puerta que se acaba de abrir.
Por la puerta aparece Damien, enfundado en una chaqueta de
cuero negro que parece sacada de una película de acción de los
noventa. Debajo, una camiseta blanca que se ciñe a su torso como
si estuviera diseñada exclusivamente para dejar claro que este
chico se toma en serio el gimnasio. Los jeans, oscuros y
desgastados, encajan tan bien que parecen haber sido pintados
sobre él. Y, por si faltara algo, una hebilla de cinturón en forma de
calavera se asoma desafiando al mundo. Completa el look con
anillos de plata, una cadena colgando del bolsillo y pulseras de
cuero. Para rematar: guantes sin dedos y unas botas de cuero que
han visto más batallas que él mismo. El pelo despeinado, pero
perfectamente calculado para aparentar que acaba de salir de la
cama con estilo, y una barba bien recortada que le da ese toque
entre rudo y «me preocupo por mi aspecto».
Alex se muerde los labios, y cómo no hacerlo. Aunque odia
admitirlo, Damien es el chico más guapo que ha visto en su vida.
Cada vez que lo ve, su corazón se convierte en un tambor
descontrolado, y verlo así vestido solo empeora la situación. Su
cuerpo reacciona antes que su cerebro. «Ni se te ocurra, Alex
Nikols», se reprende mentalmente tratando de mantener la
compostura.
—¡Hola, chicas! —saluda Damien con efusividad—. Estáis
deslumbrantes.
Le lanza una sonrisa a Alex, que rápidamente trata de disimular el
rubor en la cara y aparta la mirada. «¿Acaso no podía estar un
poco menos atractivo por una vez? Cállate, Alex», se vuelve a
reñir.
—¿Dónde está Lizzie? —pregunta ajeno al caos hormonal que ha
desatado.
—¿Me buscabas? —Lizzie aparece con una sonrisa pícara y, sin
perder un segundo, le acaricia la mejilla—. ¡Madre mía! Estás para
comerte.
—Gracias, tú tampoco estás mal —responde Damien con la
naturalidad de quien recibe piropos cada dos por tres.
—¡Oh, por favor! —exclama Alex con los ojos en blanco—. ¿Por
qué no os liais de una vez y nos ahorráis la telenovela?
Lizzie, sin perder ni un segundo, se lanza sobre Damien y le
planta un beso sacado de una película de acción, solo que con más
lengua de la necesaria. Cuando termina, le muerde el labio inferior
y lo estira, mirando de reojo a Alex como si hubiera ganado una
competición que no sabía que estaban jugando.
—De esta noche no pasa… —dice Lizzie dejando claro que sus
intenciones son cualquier cosa menos sutiles.
Le planta otro beso apasionado, como si estuviera limpiando la
garganta de Damien con la lengua. Lizzie sabe perfectamente lo
que siente Alex por Damien, y, la verdad, la situación no podría ser
más divertida para ella. Al final, se lleva al chico guapo y fastidia a
Alex al mismo tiempo.
—Bueno, chicas, ¡vamos a prepararnos que ya casi salimos! —
interrumpe Ava cortando la tensión en el aire con la delicadeza de
una cuchilla.
Ava se lleva a Lizzie para darle las últimas instrucciones. Lizzie
tiene un problema serio con la autoridad. Hacer lo que le dicen no
es su fuerte, y eso saca de quicio tanto a Ava como a Alex. Pero
esta noche Ava quiere dejar las cosas claras: son un equipo y
necesitan estar sincronizadas.
Damien y Alex se quedan solos.
—¿Celosa? —pregunta Damien con esa sonrisilla irritante que
tiene el don de hacer que quiera lanzarle algo… o besarle. Aún no
decide.
—¿Celosa? ¿De ti y Lucifer? ¡Por favor! —Alex se cruza de
brazos y pone cara de no me fastidies.
—Por tu tono de voz y tu mirada, diría que sí —provoca Damien,
que se pavonea como si acabara de ganar el premio a la arrogancia
del año.
—Más quisieras tú. Esto es simplemente porque no soporto a
Lizzie. Lo tuyo me da absolutamente igual, no te confundas. Por
mí te puedes acostar con ella las veces que quieras, casarte, tener
tres hijos, una casa con jardín y hasta un perro si te da la gana.
—Pues puede que lo haga. Pero serán cuatro hijos y dos perros.
—Damien sube la apuesta.
—Genial —contesta Alex con los dientes apretados.
—Perfecto —replica Damien con el mismo tono desafiante.
Se quedan en silencio por unos segundos, mirándose como si
estuvieran en pleno duelo del salvaje Oeste. Cada segundo que
pasa, Alex siente más calor en las mejillas. Solo imaginar a
Damien y Lizzie juntos le revuelve el estómago. En ese momento
su mirada se desvía y ve a alguien sentarse en la mesa de su
madre. ¿Es el chico de la heladería?
—¿Qué hace él aquí? ¿Y por qué se sienta con mi madre?
Damien frunce el ceño y sacude la cabeza. Su mirada se oscurece.
—Ni idea, pero no quiero que te acerques a él.
—¿Qué? —Alex lo mira desconcertada.
—Lo que oíste.
—¿Celoso? —le suelta con una sonrisa traviesa.
Antes de que Damien pueda contestar, Alex se aleja. «Esta es mi
oportunidad para devolvérsela por lo de Lizzie», piensa mientras
se acerca a la mesa, decidida a jugar con fuego.
—¡Hola! Soy Alex —se presenta con una sonrisa relajada, pero su
estómago está hecho un nudo.
—Hola, cariño —Elena responde visiblemente nerviosa—. Qué
bien que has venido. Quiero presentarte a Yulian —le indica al
chico que tiene enfrente—. Ella es mi hija, Alex.
Yulian se levanta despacio, como un felino acechando a su presa.
Se inclina para darle dos besos, pero lo hace tan lentamente y con
tanta intensidad en la mirada que a Alex se le eriza la piel. Él
sonríe de manera encantadora, mostrando unos dientes perfectos,
sacados de un anuncio de pasta de dientes.
—Un placer conocerte, Alex —le susurra al oído, apenas rozando
el lóbulo de su oreja con los labios.
—I… Igualmente —balbucea Alex sintiendo un escalofrío que le
recorre el cuerpo.
«¿Qué demonios me pasa?». Lucha por concentrarse en cualquier
otra cosa, pero Yulian la está mirando de una manera que solo le
hace pensar en besarlo.
—Eres el dueño de la heladería, ¿verdad? Estuve allí el otro día.
—Desvía la conversación para que deje de mirarle las tetas,
porque nota que sus pezones se han puesto duros.
«Genial, esto no puede ponerse más incómodo», se lamenta.
—Lo sé —responde Yulian con una voz profunda que le hace
vibrar hasta el alma—. Me fijé en ti.
Eso definitivamente no ayuda a calmarla. Entre su tono seguro y
esa mirada hipnótica, Alex empieza a sentirse atrapada. Como si
fuera un imán y Yulian el metal. Los dos se miran fijamente. El
resto del mundo ha desaparecido.
—Bueno, cielo —interviene Elena más tensa que nunca—. Creo
que deberías reunirte con tu grupo.
—Sí, tienes razón, mamá. —Alex recupera un poco la compostura
—. Por cierto, ¿de qué os conocéis?
—Digamos que somos viejos amigos, ¿verdad, Elena? —
responde Yulian, misterioso.
—Sí…, digamos que sí —tartamudea su madre.
Alex frunce el ceño. La conoce demasiado bien para no notar que
está escondiendo algo.
«¿Qué está pasando aquí?», se pregunta. Yulian le lanza una
sonrisa que es tan desconcertante como seductora.
En ese momento, aparece Blake, interrumpiendo la tensión.
—¡Alex! Por fin te veo en persona, estás guapísima, ya eres toda
una mujer.
—Gracias, Blake, yo también me alegro de verte.
—Una mujer espectacular —añade Isabella, que se acerca para
darle un beso.
Alex sonríe.
—Gracias, tú también estás guapísima.
—Lo está —añade Blake y le da un beso en los labios a su
esposa.
Isabella siempre ha sido como una segunda madre para Alex, y la
adora con todo su ser. Por un momento se queda embobada
mirándolos. La escena tiene algo casi mágico, como si fueran
personajes de una película en la que el amor no se gasta nunca. Ver
el brillo en los ojos de Isabella cuando mira a Blake, como si él
fuera algún tipo de héroe romántico salido de una novela, le toca el
corazón. Y lo mejor de todo es que Blake la mira igual o incluso
más enamorado. Como si la viera por primera vez… después de
mil años juntos. Alex no puede evitar que se le escape una sonrisa
tímida y piensa: «Qué envidia, menudo par de tortolitos eternos».
—¿Qué tal estás con mi hijo? —pregunta Isabella rompiendo la
magia del momento.
Va a responder, pero oye la voz de Ava llamándola desde la
distancia.
—¡Alex, nos toca salir! —grita.
—Luego hablamos. —Le da un beso rápido a su madre. Justo
cuando va a irse, siente que alguien la agarra del brazo.
—¿Y a mí no me das un beso? —pregunta Yulian con esa mirada
que podría derretir acero. Alex se tensa y vuelve a sentir esa
extraña excitación.
—Cla… Claro —balbucea mientras se acerca para darle un beso
en la mejilla. Yulian gira la cara a tiempo para que sus labios rocen
peligrosamente la comisura de los suyos.
—¿Me concederías el honor de invitarte a un helado después de la
actuación? —le pregunta Yulian, con esos ojos azules que la
hipnotizan.
Alex abre la boca para responder, pero vuelve a sentir un tirón en
su brazo.
—Vamos, Alex —gruñe Damien, apareciendo como un huracán
furioso.
—¡Eh! ¿De qué vas? —interviene Yulian claramente molesto.
—Te dije que no te acercaras a ella —espeta Damien apretando
los dientes.
—¿Perdona? ¿Qué está pasando aquí? ¿Os conocéis? —pregunta
Alex confundida.
—Sí, nos conocemos. —Damien clava los ojos en Yulian—. Y,
créeme, cuanto más lejos estés de él, mejor. No te conviene.
—Déjala que sea ella quien lo decida —Yulian lo desafía con una
sonrisa tranquila antes de volver su mirada suave hacia Alex—. Es
una mujer lo suficientemente inteligente como para tomar sus
propias decisiones.
Le coge la mano y se la besa, como un caballero sacado de otra
época.
—¿En serio te funcionan esos trucos para ligar? No estamos en el
siglo dieciocho, colega —se burla Damien.
—Pues a mí me gusta —recalca Alex, devolviéndole el reto con
los ojos.
Yulian infla el pecho y se acerca a Damien.
—¿Lo ves? A ella le gusta.
Damien lo empuja y Alex no puede evitar saltar.
—¿Qué coño haces? —le recrimina—. ¡No eres nadie para
decidir por mí!
—Soy tu… —Damien duda, pero no termina la frase.
—¡No eres mi nada! Así que déjame en paz —le corta Alex,
furiosa—. Y, por si te interesa, estaré encantada de tomarme ese
helado contigo después —añade mirando a Yulian.
Damien casi explota de la rabia. Rechina los dientes y fulmina a
Yulian con la mirada. No es lo que tenía en mente para esa noche.
Mira a Elena, esperando algún tipo de intervención, pero ella
agacha la cabeza, atrapada en sus propios secretos.
Mientras caminan hacia el grupo, Alex le advierte:
—Que sea la última vez que haces algo así. Tú céntrate en tu
rubia de bote y yo haré lo que me dé la gana.
Damien la mira incrédulo.
«¿Cómo es posible que le guste Yulian? ¿No se supone que estaba
enamorada de mí? Bueno, estaba…», piensa con tristeza.
—Está bien, haz lo que quieras. —Se acerca a Lizzie y le planta
un beso tan intenso que a ella casi se le doblan las rodillas.
—¡Imbécil! —grita furiosa Alex.
Damien vuelve a besar a Lizzie.
—Tía, pasa de mi hermano ya —le aconseja Ava señalando hacia
Yulian—. Creo que tienes otro pretendiente.
Alex sonríe, pero sus ojos siguen clavados en Damien, como si
pudiera fulminarlo con solo mirarlo.
—Te vas a arrepentir, Damien Taiganov —murmura en un tono
desafiante.
Ava, a su lado, se lleva las manos a la cabeza. No hace falta ser
adivina para saber que se viene una guerra épica entre su mejor
amiga y su hermano. Ambos están a punto de entrar en una
competición siniestra para ver quién puede fastidiar más al otro. Y,
como siempre en estas batallas tontas de orgullo, lo único seguro
es que los dos acabarán heridos… y ella atrapada en medio.
La actuación comienza y el escenario se ilumina con un estallido
de luces vibrantes que parpadean al ritmo frenético de la música.
La atmósfera es pura electricidad. El sonido lo llena todo: la
guitarra de Alex rasgando el aire con solos afilados, el bajo de
Damien retumbando en el pecho de todos y la batería de Ava,
poderosa, marcando el ritmo con cada golpe. Lizzie, con una voz
enérgica y a menudo rasgada, canta con pasión y carisma,
conectando con el público en cada verso. Es de esas actuaciones
que te hacen vibrar desde los pies hasta la cabeza. La gente está
enloquecida, manos en alto, saltando como si no hubiera mañana.
Cuando termina la última nota, el público estalla en aplausos,
gritos y ovaciones. Ha sido, sin duda, una actuación legendaria.
Los cuatro están que no se lo creen, sonriendo como niños el día
de Navidad, flipando por lo bien que ha salido todo. Buscan al
famoso cazatalentos entre la multitud, pero ni rastro.
Apenas bajan del escenario, Damien y Lizzie desaparecen en un
visto y no visto. Y Alex, que no es tonta, sabe perfectamente por
qué se han ido. Quieren estar a solas y celebrar lo de esta noche de
una manera especial. Se le revuelve el estómago de rabia y tristeza
a partes iguales. Pensar en Damien con otra causa que su corazón
se parta en mil pedazos. Si fuera otra chica, tal vez le dolería
menos… o quizá no, porque lo que realmente duele es él, no ella.
Con los celos a flor de piel, Alex toma una decisión arriesgada:
liarse con Yulian. Tal vez eso consiga sacar a Damien de su mente
y de su corazón de una vez por todas. Lo ha intentado mil veces,
pero verlo de nuevo y tenerlo cerca ha despertado todo lo que creía
haber enterrado. Aunque, en el fondo, sabe que se está mintiendo a
sí misma. Por mucho que se acueste con otro, nadie podrá
reemplazar a Damien.
«¿Qué pierdo intentándolo? Si no funciona, al menos me llevo un
buen polvo», piensa resignada pero decidida.
—Mamá, ¿puedo ir a tomar algo con Yulian? —pregunta Alex
con la mirada en su próximo objetivo.
—Eh…, pues, no sé —responde Elena, dubitativa, casi incómoda.
—¿Me dejas un momento a solas con tu madre? —interviene
Yulian con una sonrisa. Alex frunce el ceño. Algo en la actitud de
su madre y en la forma en que Yulian la maneja no le termina de
cuadrar.
Una vez a solas, Yulian se inclina hacia Elena y le susurra con un
tono ligeramente amenazante.
—Elena, si no quieres que tu hija sospeche, deja de actuar así.
¿Crees que no se da cuenta? —la riñe con frialdad—. Le estás
generando desconfianza hacia mí; tú y ese imbécil de Damien. El
trato era que ella confíe en mí, pero para eso tú tienes que confiar
primero.
—Lo sé, pero ¿tengo que recordarte que sois hermanos? Tu
comportamiento con ella no es precisamente fraternal. —Elena lo
mira con preocupación—. Cuéntame la verdad si quieres que
confíe en ti.
—No te debo ninguna explicación, pero hoy me siento generoso y
te diré algo. —Sonríe con suficiencia—. Voy a conseguir lo que
quiero, con o sin tu ayuda. Si colaboras, nadie sufrirá. Si no…,
bueno, lo haré de otra manera.
Elena, entre resignada y aterrada, vuelve con Alex y, con un nudo
en la garganta, le da permiso para que se vaya con Yulian.
Ava, que no ha sido incluida en ningún plan emocionante, se
queda sola.
—Aquí todo el mundo va a mojar menos yo —protesta lanzando
un suspiro dramático antes de irse a casa con sus padres,
maldiciendo su suerte.
El hielo se derrite

C aminan hacia la heladería y van comentando la actuación


entre risas y miradas fugaces. Alex siente un nudo en el
estómago: la presencia de Yulian la intimida; hay algo en él que la
atrae irremediablemente. Cuando llegan, la heladería está cerrada.
Yulian saca una llave con una sonrisa cómplice. Las luces
apagadas le dan al lugar un aire distinto, más íntimo. Al
encenderlas, Alex mira alrededor y piensa que el sitio está mucho
más bonito que la primera vez que lo visitó.
—¿Y cómo es que decidiste montar una heladería? —pregunta
jugando con el cabello.
—Me gusta arriesgarme con negocios nuevos —dice
encogiéndose de hombros—. Y, bueno, montar una heladería me
parecía una idea muy dulce, ¿no crees? —Le sonríe de tal manera
que a Alex le fallan un poco las piernas—. ¿Qué quieres tomar?
—Sorpréndeme…
—Va, te voy a preparar la especialidad de la casa.
—Mmm, además de guapo, ¿sabes preparar helados? —le
responde con una ceja levantada.
—Los mejores. —Le guiña un ojo antes de desaparecer tras el
mostrador.
Yulian se pone manos a la obra y le prepara su famoso Sueño
Tropical. Un rato después aparece con una bandeja y dos tazones
de helado.
—¡Tachán! —dice con teatralidad—. El mejor helado para la
chica más bonita del lugar.
Alex pone los ojos en blanco, pero no puede evitar sonreír.
—Eso lo dices porque no hay nadie más aquí, ¿verdad? —se burla
y chasquea la lengua.
—¡Menuda cagada! —exclama dándose una palmada en la frente
—. Quería decir del mundo entero, claro.
—Claro, claro, trata de arreglarlo —sigue ella, divertida—.
Bueno, preséntame tu especialidad, ¿no?
—¡Por supuesto! —Yulian, de repente, decide subirse a una mesa
con el helado en la mano como si fuera un maestro de ceremonias
—. Querido público, gracias por asistir. Hoy os traigo algo muy
especial: ¡el Sueño Tropical! No apto para todos los paladares.
Una mezcla exótica y refrescante de mango y piña que combina
con la cremosidad de la leche de coco. Cada cucharada es un viaje
a una playa paradisiaca, donde el sol brilla y el calor solo se
soporta con una cucharada más… —Hace una pausa dramática y
Alex aplaude divertida—. ¿Qué tal? ¿Te lo he vendido bien?
—Lo compro, pero…
—¿Pero qué?
—Tengo que probarlo primero.
—Por supuesto, señorita; permíteme.
Yulian toma una cucharilla y recoge un poco de helado. Con gesto
lento y preciso, la acerca a los labios de Alex, rozándolos apenas.
Ella se relame, mirándolo fijamente. Abre la boca y él, con una
sonrisa traviesa, le desliza la cuchara entre los labios. Alex cierra
los ojos y el helado se derrite como una explosión de sabores en su
boca. No está segura de si lo que la estremece es el Sueño Tropical
o el calor que irradia el cuerpo de Yulian tan cerca del suyo.
—¿Te gusta? —susurra él y su aliento le roza la piel. Ella asiente
sin palabras; nota que el espacio entre ellos es cada vez más
pequeño—. Ahora me toca probarlo a mí. —La mira con
intensidad.
Yulian la coge firmemente por la cintura y la acerca aún más a su
cuerpo. Con delicadeza le aparta un mechón de pelo del rostro. La
mira a los ojos buscando alguna señal que le indique si seguir o
detenerse. Pero no encuentra nada, así que se atreve y se inclina
hacia su boca. Alex siente su aliento cálido y el roce de sus labios.
Las manos de Yulian aprietan su cintura con más fuerza. A ella se
le escapa un leve suspiro y él lo toma como la señal definitiva. Se
lanza a besarla. Saborea en su boca el dulce rastro del Sueño
Tropical.
—Mmm, está rico, pero tú lo estás más —murmura Yulian sin
despegar sus labios de los de ella—. Me gustas mucho… —desliza
las manos bajo la camiseta; Alex se estremece.
Ella se aparta de golpe, como si algo dentro de su mente
encendiera una alerta roja. La incomodidad la invade y, sin previo
aviso, su mente se llena de recuerdos. Ya no es la chica ingenua
que fue cuando conoció a Damien. No piensa caer otra vez en las
mismas trampas, las mismas palabras bonitas que una vez la
rompieron en mil pedazos. Damien la utilizó, le dijo lo que quería
oír para luego deshacerse de ella como si no importara. No va a
volver a cometer ese error aunque Yulian la ponga a mil
revoluciones por minuto.
—¿Pasa algo? ¿He hecho algo mal? —pregunta Yulian con
expresión de genuina confusión.
—No, no has hecho nada mal. —Alex se sienta en una de las
sillas y toma una cucharada de su helado—. Es solo que no me
gustan las palabras vacías. —Lo mira con cautela—. ¿Cómo
puedes decir que te gusto si apenas me conoces? Es la segunda vez
que nos vemos y la primera que hablamos de verdad.
Yulian se sienta frente a ella y, con calma, toma una cucharada de
helado y se la lleva a la boca con una lentitud calculada. Cuando
saca la cucharilla, la relame. Alex, sin querer, se muerde el labio.
Él sonríe; sabe que le atrae y se da cuenta de que tendrá que jugar
bien sus cartas si quiere ganársela.
—¿Nunca te ha gustado alguien sin conocerlo? —pregunta
inclinándose un poco hacia ella—. ¿No crees en los flechazos?
—Antes sí. —Alex lo mira pensativa—. Pero ya no. Los
flechazos son pura atracción, un encaprichamiento. Para que
alguien te guste de verdad, tienes que conocerlo, saber cómo
piensa, cómo siente…, cómo es.
—Quizá tengas razón. —Yulian se queda en silencio un instante,
como si reflexionara—. Tengo que confesarte una cosa, y me da
un poco de vergüenza.
—¿Qué cosa? —pregunta ella curiosa.
—No es la segunda vez que te veo. Cuando vine a Fort Worth
buscando local, tú fuiste la primera persona que vi —admite
riendo nervioso—. Caminabas por la calle y…, bueno, me dejaste
sin palabras. Lo que te voy a decir me da mucha vergüenza, pero
la verdad es que había pensado abrir la heladería en otro sitio y,
uff, al verte supe que tenía que ser aquí, porque aquí estaba la
chica que, sin saberlo, me había robado el corazón.
Alex parpadea sorprendida. Siente un leve rubor en sus mejillas,
pero lo disimula.
—No me mires así, lo digo en serio —continúa Yulian, divertido
pero sincero—. Durante todo este tiempo te he estado observando.
No me malinterpretes, ¿sí?, no soy un acosador, pero… te he
estudiado y he memorizado cada expresión de tu cara. Sé cómo
arrugas la nariz cuando algo te molesta y cómo sonríes
tímidamente cuando algo te da vergüenza.
—¿Qué dices? —Alex lo mira entre divertida e incrédula—. No
me he dado cuenta de nada.
—Normal, tengo habilidades ninja. Hasta fui a la librería de tu
madre. Por eso nos conocemos, fue ella quien me invitó a la
actuación.
—Ahora todo tiene más sentido.
—Y ya que estamos siendo sinceros, ¿puedo preguntarte algo?
—Adelante.
—¿Qué hay entre tú y Damien? Es evidente que hay algo —
Yulian pregunta serio pero curioso.
—¡Nada! —responde Alex con firmeza—. Lo hubo, pero ya no.
Lo odio —dice recordando de golpe la imagen de Damien y Lizzie
juntos—. ¿De qué lo conoces?
—Negocios. —Yulian encoge los hombros—. Podríamos decir
que competimos en el mismo sector, pero prefiero no hablar de él
ahora mismo. Hay temas mucho más interesantes.
—¿Ah, sí? —Alex alza una ceja, provocativa.
—Si me miras así, va a ser difícil controlar las ganas de arrancarte
la ropa aquí mismo —dice él con una sonrisa traviesa.
—¿Ves? —Alex se inclina hacia él bajando la voz—. Te gusto
sexualmente, solo quieres follarme y vas de caballero creyendo
que vas a impresionar a la damisela con palabras bonitas para
conseguir el polvo de la victoria.
—Vaya. —Yulian se sorprende, pero su sonrisa no desaparece—.
Pensé que te gustaba más lo romántico que lo directo.
—¿Te das cuenta? No me conoces en absoluto. —Alex se levanta
despacio. Se acerca a él y se coloca enfrente, con los ojos fijos en
los suyos—. Una cosa es el amor… —se sienta a horcajadas sobre
él, con una sonrisa peligrosa— y otra muy distinta… es el sexo.
Yulian apenas tiene tiempo de reaccionar antes de que ella
comience a moverse, provocándolo.
—Eres una chica impredecible, yo…
—Cállate y fóllame —lo interrumpe, besándolo con una urgencia
descontrolada.
Alex no tenía muy claro qué hacía, pero eso no importaba. Yulian
la había calado: sí que era una chica romántica y no, no era de
acostarse con cualquiera. Sin embargo, aquella noche quería
olvidar a Damien y Yulian estaba dispuesto a ayudarla en esa
misión, ardiendo de deseo por ella.
Con una mezcla de nervios y decisión, Alex le quita la camiseta y
recorre su cuerpo con las manos. Él, siempre hábil, le desabrocha
el sujetador con destreza por debajo de la camiseta, acariciando
sus pechos hasta sentir la dureza de los pezones. La mira con una
sonrisa traviesa en los labios y le quita la camiseta. Lame uno de
sus pezones. Ella arquea la espalda y deja escapar un gemido que
resuena entre ellos. Siente la presión de su erección empujando
contra su entrepierna. Con un movimiento ágil, Yulian la alza en el
aire. Ella lo rodea con las piernas. Él, con paso firme, se acerca a
la mesa y la deposita suavemente sobre ella.
Los besos que le da en los labios son desesperados, como si
quisiera devorarla. Baja al cuello y le da un lametón que la
estremece.
—Acuéstate —le ordena.
Alex, sin pensarlo, obedece.
Él se coloca sobre ella y recorre su pecho con la lengua,
deteniéndose en los pezones, tan duros que podrían romper
cristales. Sigue bajando por su vientre, plantando besos como si
fueran migas de un camino que él mismo piensa recorrer una y
otra vez. Cuando llega al borde del pantalón, lo desabrocha
despacio, mirándola a los ojos. Alex jadea con deseo mientras él
tira del pantalón hacia abajo. Su dedo traza un camino sobre la tela
mojada de la ropa interior; es un explorador ansioso por descubrir
ese manantial que sabe le gustará más que cualquier cóctel
tropical. Tira de las bragas y le coloca las piernas sobre sus
hombros, besando el interior de los muslos, lentamente, hasta
llegar a su humedad. La recorre con la lengua. Desea más. Todo.
Besos, lametones… El placer se extiende por su cuerpo.
—¿Sigo? —pregunta él con esa chispa maliciosa en los ojos.
—Si paras, te mato —dice ella. «¿Qué coño estoy haciendo?»,
piensa sorprendida de lo brusca que suena su voz interior—.
¡Sigue!
Yulian no necesita más. Se lanza a devorarla con una ferocidad
que motiva a que Alex se retuerza de placer. La lengua
moviéndose con precisión. Succionando el clítoris hasta que ella
explota en un orgasmo que la deja desbordada, víctima de
pequeñas convulsiones. Él la observa, satisfecho, y tira de ella
hacia arriba hasta que sus bocas se encuentran de nuevo. La toma
por las caderas, subiéndola a su cintura.
—¿Dónde vamos? —pregunta ella con la voz llena de lujuria.
—¿No querías que te follara? —responde él con una sonrisa, y
cuando Alex asiente, vuelve a sentir el calor de la excitación arder
dentro de ella—. Pues justo eso es lo que voy a hacer.
Suben al piso de arriba, donde está la cama. Yulian la tumba con
suavidad. Se quita los pantalones con calma para revelar la
majestuosa erección que lleva esperando su momento. Se pone un
condón y se desliza sobre ella con cuidado.
—Hola… —susurra él con una ternura que contrasta con la
fiereza de antes.
—Hola… —Alex cierra los ojos y lo siente entrar en ella.
Las embestidas son lentas, suaves, pero intensas. No hay prisa,
solo placer. La besa con dulzura mientras su cuerpo se mueve en
un ritmo que la lleva a un punto de éxtasis más profundo.
—¿Te gusta? —pregunta Yulian entre jadeos.
—Sí… —contesta Alex, pero rápidamente toma el control,
poniéndose encima de él—. Ahora me toca a mí.
Se mueve sobre él con precisión. Cada movimiento es agresivo,
controlado y le arranca gemidos a Yulian, que le agarra los pechos
con fuerza. Sus cuerpos están en llamas.
—Si sigues así, me corro ya mismo —advierte él entre
respiraciones agitadas.
—Sí… Yo… también… —Ella aprieta el ritmo.
Ambos se dejan llevar y, finalmente, no pueden más. El orgasmo
los arrasa y los deja agotados. Alex se derrumba sobre él,
resoplando, con el miembro de Yulian dentro de ella.
—Ha sido brutal —dice ella aún con la respiración entrecortada.
—Entonces, llegamos a la conclusión de que no te puede gustar
una persona si no la conoces, pero sí se puede tener buen sexo.
—Por lo que acaba de pasar, diría que sí —responde entre risas.
Alex se acuesta a su lado, apoyando la cabeza en su pecho. Él
juguetea con su cabello.
—Quiero seguir conociéndote, ¿así podré decir oficialmente que
me gustas? —Sonríe Yulian—. Ahora en serio, no quiero que esto
se quede solo en sexo.
—No sé si estoy preparada para abrirme aún. Abrir mi corazón,
quiero decir. —Se sonroja—. Tampoco quiero que pienses que me
acuesto con cualquiera. De verdad, no soy así.
—Entonces, ¿por qué conmigo? —insiste él curioso.
Ella piensa en Damien por un momento antes de responder.
—Supongo que es una mezcla de cosas: la emoción de la
actuación, el subidón… y, bueno, hay algo en ti que me atrae.
—Entonces me lo tomo como un sí. —La besa suavemente—.
Mmm, estoy pensando una locura.
—¿Qué?
—Lo de esta noche ha sido increíble.
—¿Te refieres al polvo?
—No, no solo por el polvo —ríe—, sino también por la
actuación. Vosotros cuatro hacéis muy buena música.
—Ojalá más gente pensara así. Un cazatalentos debía venir esta
noche, pero ni rastro. No es tan fácil que alguien te dé una
oportunidad si no eres conocido.
—¿Qué dirías si yo os ofrezco una oportunidad? —pregunta
Yulian con una sonrisa.
Alex lo mira medio incrédula.
—¿Lo dices en serio?
—Totalmente. —Se acerca hasta uno de sus pezones y lo
succiona suavemente—. Tengo un amigo con un crucero. —
Recorre su pecho con la lengua hasta llegar al otro pezón. Ella
jadea—. Podrías actuar todas las noches ante gente importante…
—Desliza la mano por debajo de las sábanas buscando
nuevamente su humedad, que no ha tardado mucho en
manifestarse.
—¿Sí? —dice entre gemidos.
—Sí. ¿Qué me contestas?
—Sí…, sí…, mmm, te digo que sí.
—Perfecto, salimos en un par de días. —Y sus dedos vuelven a
hacerla vibrar de placer.
Alex grita y se corre otra vez, cayendo exhausta, tanto que no
tarda en quedarse dormida.
Yulian, aprovechando el momento, coge su móvil y marca un
número.
—Ya está. Es mía. Prepáralo todo, salimos para Ibiza en dos días.
Nos vamos de viaje

L lega el día de la despedida. Los cinco están a punto de tomar


el avión que los llevará a Ibiza, donde luego subirán al
crucero con el que recorrerán las islas griegas y tocarán cada
noche ante una multitud. Las chicas están emocionadas, es una
oportunidad única aunque se vean obligadas a llevar de paquete a
Lizzie, porque no tienen otra vocalista. Alex no puede evitar
sentirse irritada; tenerla cerca no la entusiasma, sobre todo cuando
la ve pegada a Damien. Aunque ella está en «algo» con Yulian, que
aún no sabe muy bien cómo definir, cada vez que los ve juntos, le
repatea el hígado. Damien tampoco soporta la cercanía entre Alex
y Yulian. Cada beso, cada abrazo le hace hervir la sangre, con
ganas de arrancarle la cabeza. Está fingiendo estar enamorado de
ella por un objetivo, pero Yulian está cruzando una línea que
debería ser infranqueable. A pesar de no compartir la misma
madre, los dos son hijos de Stepan. Damien necesita averiguar las
verdaderas intenciones de Yulian, pero le prometió a Elena que se
mantendría al margen, vigilando desde las sombras.
Alex, ajena a todo este enredo, se despide de su madre sin saber
que podría ser la última vez que la vea.
—¡Mamá, nos vamos ya! ¿Estás contenta?
—Claro que sí, cariño. Estoy segura de que os lo pasaréis en
grande, y estoy convencida de que se os abrirán muchas puertas.
—Ojalá. Yulian tiene muchísimos contactos. Es un lujo contar con
él.
—Hablando de eso…, ¿hay algo entre tú y él?
Alex se queda pensativa por un momento.
—Nooo… —dice alargando la o con un toque de risa—. Me
encanta estar con él, es inteligente y supermajo. —«Y en la cama
es un dios», piensa—. Pero si lo que me preguntas es si siento por
Yulian lo mismo que por Damien, la respuesta es no. ¿Te
molestaría que estuviera con él?
—Preferiría que no —responde con una mirada seria—. Tengo el
presentimiento de que no acabaría bien. No quiero verte sufrir otra
vez. —La abraza, ocultando sus verdaderos pensamientos. No
puede contarle la verdad—. Alex, te quiero con todo mi corazón,
eres lo mejor que me ha pasado en la vida. Siempre he hecho lo
posible por hacerte feliz, perdóname si no lo he sabido hacer
mejor.
—¡Mamá, no exageres! —Se ríe, aunque hay un leve atisbo de
preocupación en su rostro—. Hablas como si no nos fuéramos a
volver a ver jamás. En un mes estoy de vuelta. —Se separa de ella
—. ¿Estás bien? También te quiero muchísimo, y te prometo que
te llamaré todos los días, haremos videollamadas y te enseñaré
todo. Será como si estuvieras conmigo.
—Sí, cariño, todo está bien. —Elena sonríe, pero su voz tiembla
un poco—. Es solo que, como es la primera vez que estaremos
separadas tanto tiempo, me he puesto sentimental. Cuídate mucho
y, pase lo que pase, busca a Damien, no te alejes de él.
Alex la mira confundida. «¿Damien?», piensa, sin entender el
comentario.
—No creo que eso sea posible, mamá, ya tiene su mosca bien
pegada a él —dice señalando a Lizzie, quien no se despega de
Damien ni un segundo.
—Lo digo en serio, Alex. Si pasa algo, acude a Damien.
—Mamá, me estás asustando.
—Perdona. —Elena la abraza con fuerza—. Solo recuérdalo. Te
quiero mucho.
—En serio, ¿estás bien? —pregunta Alex ya un poco inquieta.
Isabella se acerca y nota que Elena está a punto de quebrarse.
—No te preocupes, Alex. A tu madre le ha dado una crisis de
hijitis. Yo me encargo de ella —bromea mientras toma a Elena por
los hombros.
Antes de irse, Isabella le insiste a Damien que cuide de las chicas
y que, si pasara algo, la llame o contacte con Blake de inmediato.
Despide a Ava con un abrazo fuerte y desea a todos un buen viaje.
Mia también ha llegado al aeropuerto a despedir a su hija.
—¿Crees que volverán vivas? —pregunta Mia, sin saber el
trasfondo de la situación.
—¿Por qué dices eso? —Elena se sobresalta.
—Tranquila —la calma Isabella con una sonrisa—, lo dice porque
entre ellas se llevan como perros y gatos.
—¿Hay algo que deba saber? —pregunta Mia algo intrigada.
—No, no te preocupes. Elena está algo nerviosa, pero todo está
bien. Se lo van a pasar increíble, ya verás —dice Isabella
apretando la mano de Elena con fuerza.
Cuando Mia se va, se quedan a solas. Isabella no tarda en abordar
la conversación que sabe que lleva días posponiendo.
—Bien, y ahora que se han ido, ¿me vas a contar qué demonios
está pasando? Y no me digas que nada, porque, desde que Blake y
yo llegamos, los dos hemos visto el miedo en tu rostro.
Elena no aguanta más y cae de rodillas. Llora.
—No quiero meterte en esto. Hazme caso, recoge tus cosas y vete
hoy mismo. —Isabella se sienta junto a ella en el suelo—. Reúnete
con Blake y no perdáis de vista a los chicos.
—Blake solo vino un día. Quería estar con su hija en un momento
tan importante para ella, pero sigue de misión. Ya sabes, cuando se
mete en un trabajo es casi imposible contactar con él. ¿Qué pasa,
Elena? No te voy a dejar sola, te lo prometí hace muchos años y
soy de cumplir mis promesas. Cuéntamelo ya.
—Está bien, te lo diré todo. Pero vamos a casa, necesito un trago.
Ya en el sofá de casa, Elena saca una botella de vodka y dos
vasos. Isabella la mira, sorprendida.
—Esto es serio si has sacado el vodka… Hace años que no
bebemos esto —dice sintiendo un nudo en el estómago—.
¡Stepan! —grita comprendiendo de repente. Elena se toma un vaso
de golpe—. ¡Dios mío, cómo no me di cuenta antes! Por eso
Damien ha vuelto sin avisar. ¡Os han encontrado!
Elena se toma otro vaso de golpe y comienza a hablar.
—El día de la graduación, cuando Lizzie le tiró los huevos a Alex,
lo grabaron todo. Subieron el vídeo a internet y se hizo viral.
Ekaterina se enteró de que Alex y yo seguimos vivas, y mandó a
Damien para buscarnos. Quiere que volvamos a Sibernia, unirnos
a ella y acabar con Stepan. —se sirve otro vaso y lo bebe sin
vacilar—. Le dije a tu hijo que no. Isabella, solo pensar en volver a
ver a Stepan me da un pánico terrible. —Una lágrima rueda por su
mejilla—. Luego apareció Yulian.
—Espera, espera, ¿Yulian? ¿Quieres decir que quien se ha llevado
a nuestras hijas es el hijo de Stepan? —Elena asiente con la cabeza
—. Madre mía, pero ¿qué me ha pasado para estar tan ciega? ¡Ay,
madre! Dame la botella.
Isabella tampoco conocía a Yulian en persona. Coge la botella y
no se molesta en rellenar el vaso, bebe directamente de ella.
—Al principio —continúa Elena—, cuando Damien me dijo
quién era, pensé que venía a matarnos, enviado por su padre. Pero
no… Sus intenciones son otras, aunque no tengo ni idea de cuáles.
—Le quita la botella para darle un trago—. Me propuso un trato.
—¿Qué tipo de trato? —Isabella está cada vez más tensa.
—Me dijo que Stepan aún no lo sabía, pero que no tardaría en
descubrirlo. Y cuando lo hiciera, mandaría a alguien a por
nosotras, que no se detendría hasta vernos muertas. El trato era que
yo me quedara aquí, sin resistirme, mientras él alejaba a Alex y a
Ava de todo esto.
—¿Qué tiene que ver Ava en esto? —exclama Isabella alarmada.
—En el vídeo salían las dos. Cuando Yulian lo vio, no sabía quién
era quién. Isabella, perdóname por lo que voy a decirte, pero no
puedo seguir ocultándotelo. El trato inicial era que Yulian se
llevaría a Alex y que Ava se quedaría aquí conmigo. Haríamos
creer a Stepan que Ava era mi hija, antes de… —Isabella salta del
sofá como si la hubieran quemado.
—¿Me estás diciendo que pensaste sacrificar a mi hija para salvar
a la tuya? —grita.
—Sí… Perdóname —Elena llora angustiada—. Me he sentido
fatal durante todo este tiempo, solo por haberlo considerado.
—No me lo puedo creer. No me lo puedo creer —farfulla
Isabella, incrédula.
—¡Pero no lo hice! Solo fue un momento de debilidad. Me dejé
llevar por el miedo. Quiero a Ava como si fuera mi hija, lo sabes.
Estaba asustada y me bloqueé, pero enseguida le dije a Yulian que
no, que tenía que salvarlas a las dos. Si se llevaba a Alex, también
tendría que llevarse a Ava. Por eso organizamos el viaje con el
grupo —dice Elena, rota por la culpa.
—Vale, tranquila. —Isabella le acerca un vaso y coge otro para sí
—. Me puedo poner en tu situación y puede que yo también
hubiera dudado por un momento. Al menos le dijiste que no.
Brindemos. —Chocan los vasos—. Ahora, ¿qué hacemos?
—Ahora solo me queda esperar.
—¿Esperar a qué?
—A que Stepan venga a por mí y me mate.
—¿Tú estás loca? ¡Ni de broma voy a dejar que eso pase!
—No te estoy pidiendo permiso, solo te estoy contando lo que va
a suceder. Por eso quiero que te vayas, ya. Si te encuentra
conmigo, también te matará.
—Ni de coña, no me voy a ningún lado, Elena. Cuando venga,
lucharemos.
—No podemos hacer nada contra él. Además, hice un trato: mi
vida por la de Alex.
—Y cuando te mate, ¿qué? ¡Irá a por Alex!
—No, tengo que hacerle creer que murió en un accidente. Si
consigo convencerlo, no la buscará. Tengo todo preparado. Tengo
la partida de defunción, incluso una tumba con su nombre en el
cementerio. Tiene que funcionar.
—Elena, es un plan de mierda. Yulian te ha engañado y tú has
caído como una tonta. ¿Por qué no me lo dijiste antes?
—Yulian me prohibió decírtelo hasta que se fueran. Sabía que
intentarías persuadirme.
—¡Hijo de puta! Sabía que podía arruinar su plan. —Isabella se
levanta furiosa—. Estás bloqueada por el miedo y no estás
pensando con claridad. Yulian tiene a tu hija y la va a utilizar para
sus propios fines, Dios sabe cuáles. No está a salvo con él. Una
vez que tú mueras… —Hace una pausa—. ¡Joder! ¡Yulian te
necesita fuera del mapa! Esto es todo por su padre. Necesita a Alex
para acabar con él. Yulian te necesita muerta y que Stepan crea que
Alex también lo está mientras prepara su jugada.
Elena se queda en shock. Se da cuenta de que puede que no solo
haya condenado su vida, sino también la de su hija.
—Isabella, yo…
—Tranquila. Yo me encargaré de todo. Aquí no va a morir nadie,
¡pero te necesito fuerte! —La zarandea por los hombros—. Elena,
despierta. Necesito que luches. Vamos a acabar con Stepan de una
vez. No más escondernos, no más huir. Es hora de enfrentarnos.
Yulian te ha engañado, pero ahora nos toca a nosotras. ¿Estás
conmigo?
—Siempre.
Ibiza,
¿la isla de la pasión?

E l avión aterriza suavemente en el aeropuerto de Ibiza. Un


coche ya los espera para llevarlos al hotel donde pasarán la
noche. Mientras recorren las carreteras de la isla, todos miran
alrededor, asombrados por la belleza del lugar.
—¡Wow! Esta isla es preciosa —exclama Lizzie con los ojos
como platos.
—Sííí, ¡es una pasada! —añade Ava emocionada—. ¿Cuánto nos
vamos a quedar aquí?
—Solo hoy, mañana zarpa el barco —aclara Yulian, entrelazando
su mano con la de Alex—. ¿Nunca habíais estado aquí? Es una
lástima que hayamos llegado de noche. No podéis ver lo realmente
espectacular que es la isla.
Damien, desde el asiento delantero, les lanza una mirada furtiva
por el retrovisor, con la mandíbula tensa. Alex lo nota y no puede
evitar que se le escape una sonrisilla. En el fondo, le gusta que a
Damien le moleste verla con Yulian.
—Gracias por traernos —dice Alex antes de darle un beso a
Yulian, uno de esos que claramente están destinados a molestar
más.
—¿Queréis que os cuente algo más de Ibiza? —pregunta Yulian.
—Sííí —Lizzie y Ava asienten emocionadas.
—No —gruñe Damien, cada vez más molesto.
—Está bien, os cuento igual —ignora Yulian—. Ibiza es una isla
en el mar Mediterráneo, famosa por su vida nocturna, discotecas,
festivales, playas espectaculares y su casco antiguo, Dalt Vila,
Patrimonio de la Humanidad. Es el lugar perfecto para perderse
entre sus calles empedradas y…
—¡Por el amor de Dios! —interrumpe Damien y suelta un bufido
—. Deja de leer en Google, hombre.
—¡Me has pillado! —ríe—. Pero oye, estás demasiado tenso para
estar en una de las islas más bonitas del mundo. Relájate un poco,
amigo. ¿O es que tu chica no sabe cómo relajarte? —dice esto
mientras le da un beso húmedo a Alex—. Suerte que mi chica es
una fiera en la cama.
Damien explota.
—¡Eres un hijo de…! —Damien lo agarra por el cuello.
—¡Déjalo, Damien! ¿Qué te pasa? —le increpa Alex y se
interpone entre los dos.
Damien suelta a Yulian, pero no sin antes lanzarle una mirada
asesina. Yulian, como siempre, le responde con una sonrisa
burlona. Lizzie se remueve en su asiento, sintiéndose cada vez más
incómoda; ¡le acaban de decir que no sabe satisfacer a un chico!, y
encima, el chico está más que colgado por la mosquita muerta de
Alex.
—Tu hermano es un gilipollas —cuchichea Lizzie a Ava—. Creo
que me voy a volver lesbiana como tú.
Ava, cansada de las bromas constantes sobre su sexualidad,
decide darle un pequeño escarmiento. Se acerca lentamente a
Lizzie y le susurra al oído:
—Te aseguro que… —coloca una mano sobre su rodilla y traza
suaves círculos con el dedo—, si probaras a estar con una mujer…
—Ava deja que su mano suba lentamente por el muslo de Lizzie,
quien, de repente y para sorpresa de Ava, se queda completamente
inmóvil, confundida—, nunca más…
El pecho de Lizzie se agita y sus mejillas se ruborizan. Ava, con
una sonrisa triunfal, comprueba cómo, lejos de reaccionar con un
manotazo, Lizzie se queda sin aliento.
Justo cuando la tensión alcanza su punto máximo, Ava retira la
mano y se da la vuelta, dejando a Lizzie totalmente desconcertada.
Ninguna de las dos dice nada, pero está claro que algo ha sucedido
entre ellas.
Cuando finalmente bajan del coche, el mal humor flota en el aire,
excepto para Alex y Yulian, que están en plena luna de miel.
—Bueno, chicos, bienvenidos a nuestro hotel —anuncia Yulian
—. Tenemos dos habitaciones: una para Alex y para mí. —Le
guiña un ojo a Alex—. Y otra para vosotros tres. Lo siento, amigo,
esta noche no mojas. —Se ríe maliciosamente.
—Te he dicho mil veces que no me llames amigo, a la próxima no
respondo —le advierte Damien visiblemente alterado.
—Tranquilo, ami…, digo, Damien —chasquea la lengua
divertido.
—¡Ah, no, no y no! —protesta Lizzie—. Yo no pienso dormir con
esta —señala a Ava—. Seguro que ronca y se tira pedos.
—Como si tú no lo hicieras —responde Ava cruzando los brazos.
—Obvio, pero los tuyos tienen que oler a podrido.
—Claro, y los tuyos huelen a Chanel Nº5, ¿no te fastidia? —dice
Alex riendo.
—¡¿Y tú de qué te ríes, mosquita muerta?!
—Es que me ha hecho gracia. Damien debe estar encantado de
que las flatulencias de su novia huelan a perfume caro.
—No es mi novia —dice Damien frunciendo el ceño.
—¡Exacto! —remata Lizzie enfadada—. ¡No somos nada!
Ava y Alex se miran sorprendidas por la respuesta de Lizzie. No
se lo esperaban.
—Voy a dar una vuelta por la isla, luego os veo —anuncia
Damien visiblemente frustrado. Necesita calmarse después de
haber perdido los nervios varias veces. Alex y Yulian se dirigen a
su habitación.
—Venga, princesa, vamos a ver la nuestra —le dice Ava a Lizzie,
sonriendo.
—Sí, pero ni se te ocurra meterte en mi cama a medianoche —le
advierte Lizzie.
—Más quisieras, rubia de bote. No me hagas recordarte que hace
un rato estabas deseando que mi mano subiera a tu monte de Venus
—le responde Ava con una sonrisa pícara.
—¿Qué? ¡Estás loca! —protesta Lizzie, roja como un tomate—.
¡Casi me da algo! Y no precisamente algo bueno. No te dije nada
solo para no armar un espectáculo. Me hubiera muerto de la
vergüenza.
—Claro, claro, lo que tú digas. —Ava sonríe con suficiencia.
Alex entra en la ducha con urgencia, como si el agua pudiera
aclarar no solo su piel, sino también el caos en su cabeza. Se siente
inquieta, atrapada en un torbellino de pensamientos.
—Estúpido Damien. ¿Qué pasa con él? —se pregunta mientras el
agua recorre su cuerpo—. Es ridículo que monte esas escenitas de
celos como si tuviera derecho, cuando entre nosotros no hay nada.
¡Y encima fue él quien empezó a tontear con Lizzie! ¡Por favor!
Fue él quien la noche de la actuación desapareció para tirársela.
¡Ah! Y fue él quien se esfumó de mi vida como si nada. ¿Y ahora
qué quiere? ¿Pretende que lo espere eternamente, como si fuera un
premio por el que debo rogar? ¡Ni de broma!
Alex ya no está dispuesta a perder más tiempo con ese
sentimiento que no lleva a ninguna parte.
—Damien tuvo su oportunidad y la dejó escapar —continúa
hablando Alex bajo la ducha—. Ahora me toca a mí ser feliz,
disfrutar de la vida. Y, por suerte, está Yulian, que sí se muestra
interesado por mí de verdad. Siempre pendiente, siempre atento,
escuchándome con una mirada de admiración. Tengo que
reconocer que me hace sentir única, especial, como si por fin
alguien me viera y me eligiera, a mí, a Alex, a la auténtica. ¿Será
eso el amor? ¿Que alguien te vea de verdad? Damien nunca lo
hizo… Para él, cualquier cosa siempre fue más importante que yo,
que nosotros. Jamás fui su prioridad.
Sin embargo, su corazón sigue dividido. Por más que lo intenta,
no logra arrancarse a Damien de la cabeza. Sabe que seguir
pensando en él solo le traerá más dolor, más sufrimiento; pero,
cuando está cerca de él, no puede evitar estremecerse, como si su
cuerpo recordara algo que su mente quiere olvidar. Al mismo
tiempo, por más que lo intenta, no consigue sentir por Yulian lo
que cree que debería. Se obliga a pensar que tiene que amarlo, que
se merece a alguien como él. Yulian lo da todo y, sin embargo, ese
sentimiento no termina de nacer. Eso la desquicia.
—No es justo. No puedo seguir aprovechándome de Yulian solo
por el sexo, aunque tengo que admitir que ¡es muy bueno! —Se ríe
y se enrolla una toalla en el cuerpo para secarse—. Pero Yulian
merece algo más que ser el clavo que saca a otro clavo. Él no
debería ser solo un parche temporal para llenar el vacío que
Damien me dejó. ¡Joder, qué complicada es la vida de adulto!
Estaba mucho mejor cuando era niña y mi única preocupación era
no perderme los dibujos animados. ¡Qué tiempos aquellos cuando
el mayor drama era si los Looney Tunes se retrasaban! —Suspira
entre risas.
Alex sale de la ducha, envuelta en la toalla, con una sensación de
frescura, como si el agua hubiera limpiado algo más que su
cuerpo. Ha despejado un poco su mente. Al menos ha revitalizado
sus energías. Ahora, lo que haga después dependerá solo de ella.
—¿Te pasa algo? —Yulian le acaricia la mejilla con esa dulzura
tan suya.
—No, será el jet lag —miente Alex forzando una sonrisa.
—¿Puedo hacer algo por ti? —susurra él con un tono sugerente
mientras le da un beso suave y tira de la toalla como quien
desenvuelve un regalo.
Alex se queda completamente desnuda.
—Eres preciosa, ¿lo sabes? —La mira con deseo—. Quiero
hacerte feliz.
Alex sonríe, esta vez un poco más sincera; pero, en el fondo, esas
palabras se sienten como si tuviera un bloque de cemento en el
pecho. Sabe que él se está enamorando, pero ella…, bueno, ella
está ahí, sobreviviendo.
—Lo sé, me lo demuestras. Estoy bien, de verdad —le miente
otra vez—. Me apetece mucho…
Y con esas palabras, Yulian ya no necesita más. La besa con
desesperación y las manos le recorren el cuerpo todavía mojado.
Alex, como si quisiera acallar todos los pensamientos con un golpe
de pasión, lo desviste torpemente. Necesita ese polvo para
silenciar el caos en su cabeza.
—¡Quítatelo todo! —le ordena Alex.
En cuestión de segundos, ambos están desnudos, respirando como
si acabaran de correr una maratón. De un empujón, Alex lanza a
Yulian sobre la cama, sorprendiéndolo por completo.
—Mmm, estás muy intensa hoy —dice Yulian con una sonrisa
traviesa—. Me gusta.
Alex, con una sonrisa aún más pícara, se sube a horcajadas sobre
él y lo mira directamente a los ojos.
—¿Y esto también te gusta?
Yulian no pierde el tiempo. Agarra sus tetas con ambas manos y
se muerde los labios con un deseo que apenas puede contener.
—Me gustas toda tú. —Sigue acariciándola. Su mirada arde de
lujuria.
Justo cuando Alex se recoge el pelo, lista para la acción, la puerta
se abre de par en par.
—¡Ay, Dios mío! ¡Qué horror! —exclama Lizzie, que, apoyada
en el marco de la puerta, está a punto de desmayarse—. No voy a
poder borrar esta imagen de mi cerebro.
Ava está detrás, congelada, con la boca abierta como si hubiera
visto un fantasma. No esperaba encontrarse a su amiga en pelotas
y a Yulian tumbado en la cama con el mástil alzado. Alex y ella se
miran un segundo. Como si alguien hubiera pulsado el botón de
reírse hasta llorar, estallan en una carcajada. Yulian se apresura a
cubrirse con la sábana. Alex recoge la toalla del suelo y se cubre
con ella.
—¡¿Qué cojones os pasa?! ¡¿No sabéis llamar a la puerta?! —
gruñe Yulian visiblemente frustrado.
—Perdón, no queríamos interrumpir tu… salto de pértiga —se
disculpa Ava con una sonrisa maliciosa y se sienta en el borde de
la cama—. Nos echaron de nuestra habitación, así que… —
Mirando a Yulian, añade con burla—: ¡Vaya! Todavía te dura, ¿eh?
—¡Ava! —la reprende Alex intentando no partirse de risa—. ¿Por
qué os han echado?
—Su hermanito —bufa Lizzie ya recuperada del susto—. Se ha
traído a una morena y quiere la habitación para él solito.
—¡Yo también la quiero! —protesta Yulian señalando su miembro
todavía erguido.
—Ya, bueno, ¡qué asco! —responde Lizzie haciendo una mueca
—. ¿Dónde dormimos?
—Baje el periscopio, capitán —bromea Ava haciendo un gesto
exagerado con la mano.
Yulian, resignado, se levanta y arrastra la sábana hasta la ducha
para darse una bien fría.
—No entiendo nada… Pensaba que Damien y tú estabais juntos
—acierta a decir Alex, todavía confundida.
—Damien es un donjuán de manual. Hoy está contigo, mañana
¡quién sabe con quién! —Lizzie se encoge de hombros—. Todo
tuyo, mosquita muerta, que yo paso.
La habitación ha pasado de ser una escena de lujuria desatada a
parecer un campamento de boy scouts montado a toda prisa. Entre
colchones improvisados y ropa tirada por todas partes, los cuatro
se acomodan como pueden, aunque el aire sigue cargado de
tensión; sobre todo para Alex, que no consigue sacarse de la
cabeza a Damien y esa maldita capacidad suya de estar siempre en
el centro de todo su caos emocional.
Ava, por su parte, no para de reírse. No se le va de la cabeza la
imagen de Yulian, desnudo bajo la sábana, en plan tienda de
campaña. Lizzie, mientras tanto, ronca como un bebé desde el
suelo, completamente ajena a todo.
Alex y Ava se miran atónitas. Están pensando lo mismo: «¡Esta
mujer tiene una habilidad para desconectar que raya lo
sobrenatural!».
—Maldita Lizzie —murmuran al unísono y estallan en risas.
Todos a bordo

P or la mañana, el grupo tiene que abandonar el hotel; en un


par de horas zarpará el barco que los llevará por todo el
Mediterráneo. Se encuentran en la entrada, esperando el taxi que
los llevará al puerto. Alex, Ava y Yulian están hechos polvo; la
mala noche se les nota en la cara, y, por supuesto, en el humor.
—Parece que no habéis dormido del todo bien —dice Damien,
que luce tan fresco como una rosa—. ¿Qué tal la noche, Yulian?
¿Disfrutaste…, amigo?
—Por supuesto que sí —responde Yulian sacudiendo la cabeza
con una sonrisa desafiante—. Dormir con la persona a la que amas
es la mejor forma de dormir. ¿Puedes decir lo mismo?
Justo entonces, una morena despampanante, como sacada
directamente de la portada de Vogue, sale por la puerta del hotel y
se dirige hacia Damien. Sin decir ni una palabra, lo rodea con los
brazos y le planta un beso de esos que te dejan sin aliento.
—Ha sido un placer pasar la noche contigo —dice con una voz
tan sensual como su presencia. Le entrega un papel—. Este es mi
número. Si alguna vez vuelves por aquí, no dudes en llamarme.
—Lo haré —responde Damien con una sonrisa descarada.
La morena se marcha y Damien se da la vuelta para encontrarse
con la mirada fulminante de Alex. Él le lanza una sonrisa ladina y
mueve los labios sin emitir sonido: «¿Qué pasa?». Alex, sin
pensarlo dos veces, le responde con la misma técnica: «Que te
jodan».
Suben al taxi y, durante el trayecto, nadie se atreve a pronunciar
palabra. Cuando llegan al puerto y ven el barco que los llevará de
aventura durante todo un mes, todo cambia. La tensión se disipa y
sus rostros, antes cansados y malhumorados, se transforman en
pura admiración. La nave es una maravilla: una obra de ingeniería
flotante, con una estructura blanca y elegante que brilla bajo el sol.
Desde abajo ya pueden ver las cubiertas llenas de piscinas,
toboganes acuáticos y áreas de recreo. Grandes ventanales adornan
los laterales, prometiendo vistas espectaculares del océano.
Al llegar a la pasarela, el capitán ya los espera. Apenas ve a
Yulian, corre hacia él y se funden en un abrazo efusivo.
—Chicos, os presento a James, mi amigo y el capitán de esta
maravilla.
—Encantado de conoceros —dice James con una sonrisa cálida
—. Espero que podamos conocernos mejor este mes. ¿Es vuestra
primera vez en un crucero?
Todos asienten con la cabeza, curiosos.
—No pasa nada —continúa el capitán—, este os va a encantar, os
lo aseguro. Pero hay un pequeño requisito antes de subir a bordo.
—¿Qué requisito? —pregunta Ava frunciendo el ceño.
—No se permiten móviles. Tenéis que apagarlos y entregárnoslos.
—¿Qué? —Lizzie pone cara de incredulidad—. ¿Qué clase de
crucero tercermundista es este?
James se ríe.
—Nada de eso. Es solo que la magia de este crucero es la
desconexión total. Nos pasamos la vida pegados al móvil y ni nos
damos cuenta de lo que ocurre a nuestro alrededor. Creedme, un
mes sin él os hará bien. Además, una chica tan guapa como tú
seguro que encuentra mil formas de entretenerse. —Le guiña un
ojo.
Lizzie se contonea, claramente halagada.
—Otra cosa… —añade James—, Yulian me contó que sois
músicos y que sois buenos.
—Los mejores —afirma Alex con seguridad.
—El público está deseando escucharos. Seguro que seréis un
éxito. Así que venga, apagad los móviles y os los guardaremos. Al
final del crucero los tendréis de vuelta, intactos.
Puede que James tenga razón y que olvidarse de todo y de todos
durante un mes no esté tan mal. Todos aceptan, excepto Damien.
Para él, dejar el móvil es como renunciar a su red de contactos.
¿Cómo se pondrá en contacto con su abuela? ¿O con Isabella?, ¿o
Blake? Toda esta norma le huele a jugada sucia de Yulian. Si no se
fiaba de él antes, ahora menos. Está convencido de que algo trama.
—Vamos, Damien —se burla Yulian—, ya has oído al capitán. Si
no dejas el móvil, no subes al barco. Tú decides.
Damien le lanza una mirada cargada de resentimiento.
—Está bien —cede—, pero no creas que esto se va a quedar así.
—¿Me estás amenazando? —replica Yulian, divertido.
—Sí.
—¡Oh, por Dios! Sois unos pesados —interviene Alex—.
¿Queréis dejar ya de medírosla? ¡Vamos, Ava! Creo que
necesitamos un día de chicas. ¿Te apuntas, Lizzie?
—Por supuesto, mejor eso que aguantar a estos dos idiotas.
—Esperad. —Las detiene Yulian—. Una cosita antes de que os
esfuméis. Estamos distribuidos en las habitaciones igual que en el
hotel, y espero —lanza una mirada significativa— que cada uno
duerma en la que le ha tocado.
Damien no puede evitar una sonrisa socarrona.
—¿No sería mejor que tengamos habitaciones separadas? —
sugiere Lizzie con un gesto travieso mientras mira a James de
arriba abajo—. Nunca se sabe si alguna tendrá plan…
James se disculpa con una sonrisa encantadora.
—Lo siento, el barco está lleno. Yulian me avisó con poca
antelación y solo pude conseguir dos cabinas.
—No te preocupes, James —interviene Yulian—. Te agradecemos
el esfuerzo. No habrá problema.
«Eso es lo que tú te crees. No voy a permitir que te quedes a solas
con Alex», piensa para sus adentros Damien.
Cuando ponen un pie en el crucero, sienten que han entrado en un
hotel de lujo, pero flotando en medio del océano. El vestíbulo
principal es digno de película: techos altísimos, candelabros que
brillan como si los pulieran cada hora y una decoración que grita
elegancia por todos lados. A su alrededor se extienden largos
pasillos alfombrados que no tienen fin y que conectan todas las
maravillas del barco.
Las habitaciones o cabinas, como las llaman aquí, varían desde
cuartitos acogedores y con todas las comodidades, hasta suites
enormes que podrían pasar por apartamentos de lujo, con balcón y
jacuzzi incluido. Cada cabina tiene su propio baño privado, una
tele gigante y una cama que, al tumbarse, parece tragarte de lo
suave que es.
Las chicas apenas sueltan las maletas y ya están deseando salir a
explorar. Corren como locas hacia la zona de restaurantes, y ahí
descubren un paraíso gastronómico. ¡Hay de todo! Bufés
interminables donde puedes comer hasta explotar y restaurantes
temáticos con comida italiana, japonesa, mexicana, ¡para todos los
gustos! Cada plato que ven les hace la boca agua.
En las cubiertas superiores, las piscinas y los jacuzzis brillan bajo
el sol, rodeados de tumbonas que invitan a echarse con un cóctel
en la mano y disfrutar de la brisa marina. Si quieren un poco más
de emoción, también tienen opciones: enormes toboganes
acuáticos, paredes de escalada y hasta una tirolesa que atraviesa el
barco.
«¿Todo esto está dentro de un barco?», se preguntan una y otra
vez, alucinadas.
Y por si fuera poco, descubren un teatro donde cada noche hay
espectáculos en vivo, un casino para tentar a la suerte, un spa para
relajarse con masajes y tratamientos de lujo, y tiendas donde
pueden comprar desde souvenirs hasta ropa de marca. Este barco
no es solo una ciudad flotante, es una ciudad de lujo y diversión
sin fin.
—Chicas —dice Ava con una mirada cómplice—, estoy segura de
que aquí no nos vamos a aburrir.
—Tienes toda la razón, Ava. Esto va a ser una experiencia
inolvidable —añade Alex emocionada.
—Sí, la única pega es que tendré que compartirla con vosotras,
pero… —Lizzie se ríe— ¡va a ser genial!
Las tres se abrazan y dan pequeños saltos de alegría.
¿Será esto el inicio de una gran amistad?
¡Un crucero de miedo!

D urante los primeros días en el crucero, no tenían que


preocuparse por actuar. Tenían todo un mes por delante para
tocar frente a un público que, al principio, pensaron que sería
escaso. Sin embargo, mientras exploraban los interminables
rincones de aquella enorme ciudad flotante, se dieron cuenta de
que estaban muy equivocados. James les mostró la sala de ensayo,
equipada con todo lo necesario: instrumentos, amplificadores,
micrófonos… Ni siquiera necesitaron traer sus propios equipos.
Yulian se había encargado de que no faltara nada. La estancia en el
barco estaba completamente planificada para ser perfecta.
Como era su primera noche en alta mar, decidieron cenar juntos,
intentando —contra toda lógica— crear un ambiente de buen rollo
entre ellos, aunque todos sabían que no sería fácil. Yulian y
Damien se odiaban a muerte, no solo por competir por el corazón
de Alex, sino también por sus oscuros intereses personales. Alex
no podía soportar a Damien por lo que le había hecho, aunque una
parte de ella seguía sintiendo algo por él. Luego estaba Lizzie, que
no soportaba a nadie, y, para ser justos, el sentimiento era mutuo.
Básicamente, estaban a un paso de convertirse en el grupo más
disfuncional del barco.
—Propongo un brindis. —Ava levanta su copa con una sonrisa—.
Por nosotros, y porque, por favor, intentemos dejar a un lado los
dramas y nos concentremos en lo que hemos venido a hacer:
música.
Ava era la única que parecía llevarse bien con todos. Bueno, casi
todos. Si había una espina en su relación con alguien esa era Lizzie
Standford. Últimamente, la había estado observando en silencio y
empezaba a sospechar que esa fachada fría y despiadada escondía
algo más. Tal vez, detrás de esa actitud de arpía, había un corazón
que aún latía bajo el hielo.
—Estoy de acuerdo con la garrula esta —dice Lizzie mirándola
de arriba abajo con desdén—. Aunque, sinceramente, podrías
haberte arreglado un poquito, ¿no?
—¿Qué? —Ava, que iba con sus vaqueros rotos y una camiseta
vieja, mira a sus compañeras, ambas vestidas con sus mejores
galas—. Aunque la mona se vista de seda…
—¿Me estás llamando mono? —interrumpe Lizzie entrecerrando
los ojos.
—Para nada —responde Ava con una sonrisa tranquila—. Los
monos son adorables, y tú, por mucho que te vistas con ropa cara,
sigues siendo igual de horrible…; pero no hablo de tu exterior,
sino de lo que llevas dentro. ¿Por qué eres así, Lizzie? ¿Por qué
siempre intentas hacer daño a los demás? ¿Quién te ha herido tanto
para que estés tan podrida por dentro?
Lizzie se queda blanca y el silencio invade la mesa como una
tormenta inesperada. La tensión es palpable hasta que aparece
James como un salvavidas.
—¿Qué tal va la cena, chicos? —pregunta con su sonrisa
característica.
—Todo perfecto —responde Alex rápidamente—. ¿Te apetece
cenar con nosotros?
—Será un placer.
James se sienta al lado de Lizzie, quien, aún afectada por las
palabras de Ava, apenas reacciona.
—Estás preciosa esta noche —le dice James en tono amable,
intentando levantarle el ánimo.
—Gracias —responde ella con desgana—. No está mal para
alguien horrible, ¿no? —Mira de reojo a Ava, mostrando que el
comentario le había llegado más de lo que quería admitir.
—Yulian mencionó que íbamos a recorrer el Mediterráneo,
¿verdad? —cambia de tema Alex, queriendo disipar la
incomodidad.
—¿Mediterráneo? —James mira confundido a Yulian.
—Sí, el mar Mediterráneo —interviene Damien con una sonrisa
irónica—. Para ser capitán, deberías tener conocimientos de
geografía, ¿no crees?
—Eso ha tenido gracia. —Se ríe James—. Claro que sé lo que es
el Mediterráneo, pero…
—Disculpa, James —le corta Yulian, que se levanta de la mesa—.
¿Podemos hablar un momento a solas?
—Claro. —James también se levanta.
Damien, cada vez más suspicaz, observa todos sus movimientos.
—No hace falta que os vayáis, ¡somos todo oídos! —bromea
Damien, pero Yulian y James lo ignoran y salen del restaurante.
Damien cruza los brazos, más seguro que nunca de que algo raro
está pasando. Al cabo de un rato, ambos vuelven a la mesa con
expresiones serias.
—Lo siento —empieza Yulian—. No tenía ni idea.
—¿De qué estás hablando? —exige saber Damien visiblemente
irritado.
—Tranquilo —interviene James—. Yulian no sabía nada y, en
teoría, tampoco vosotros deberíais saberlo hasta llegar a nuestro
primer destino. Este no es un crucero normal. Queremos que sea
una experiencia única. Se supone que íbamos a recorrer el
Mediterráneo, pero en realidad no es así.
—¡¿Cómo?! —exclama Alex sorprendida.
—El itinerario del barco cambia de forma inesperada para que la
gente se lleve una sorpresa. Llegas con la idea de un destino y, de
repente, te encuentras con otro completamente diferente. Es parte
del encanto del viaje. ¿No os parece divertido?
—No —gruñe Damien cada vez más enfadado.
—Bueno, a mí me parece muy ingenioso, hermanito. —Ava
intenta mantener la calma.
—Y si no vamos al Mediterráneo, ¿a dónde vamos? —pregunta
Alex intrigada.
Yulian intercambia una mirada rápida con James antes de fijar la
vista en Damien, esbozando una sonrisa que no presagiaba nada
bueno.
—¡Vamos a recorrer el mar Ártico! —exclama James como si
fuera lo más emocionante del mundo.
—¡Hijo de puta! Eso no lo voy a permitir, antes te mato. —
Damien se levanta de la mesa como un resorte.
El golpe a Yulian es rápido, un puñetazo certero que le revienta la
nariz en un segundo. La sangre comienza a correr, pero Yulian no
se queda quieto; le devuelve el golpe con la misma furia,
rompiéndole el labio a Damien. En cuestión de segundos, los dos
están agarrados, forcejeando y lanzándose golpes a lo loco. James
intenta separarlos, pero es como intentar detener a dos toros en
plena embestida. Los puños vuelan por todos lados y los demás en
la mesa están demasiado sorprendidos para reaccionar.
—¡Seguridad! —grita James desesperado.
Tres guardias aparecen y, tras una breve pero intensa lucha,
logran reducir a Damien. Lo inmovilizan en el suelo; uno de ellos
le clava la rodilla en la espalda, otro le pisa la cabeza y el tercero
le esposa las manos por detrás.
—¡Eh! ¡Eso es brutalidad! —protesta Ava indignada.
—Lleváoslo a dependencias —ordena James con voz firme—.
Pasará la noche bajo arresto.
—¿Qué? ¿Y qué pasa con Yulian? —Ava no puede creer lo que
está viendo—. ¡Él también estaba en la pelea! ¿Por qué solo
detienen a mi hermano?
—Él la empezó —dice James con frialdad, limpiándose el sudor
de la frente.
—No es justo —insiste Ava.
—Soy el capitán —zanja James—. Aquí la ley soy yo.
¡Lleváoslo!
Con un nudo en el estómago, el grupo vuelve a sus habitaciones,
llenos de dudas y desasosiego. Nada tiene sentido: la expresión de
sorpresa de James cuando mencionaron el Mediterráneo, la
conversación secreta con Yulian y, sobre todo, la reacción de
Damien al enterarse del verdadero destino.
—¿Estás bien? —pregunta Lizzie a Ava mientras caminan por el
pasillo.
—Déjame en paz, Lizzie. No estoy de humor para tus jueguecitos.
—Pe… pero yo… —Lizzie tartamudea—. ¡Para una vez que
intento ser empática y me tratas así! —le reprocha. Ava no le hace
ni caso—. Eso me pasa por idiota —balbucea para ella misma.
En la habitación de Yulian y Alex, la tensión no es menor. Yulian
se acerca a ella, pero lo rechaza con una mirada fría.
—¿Qué te pasa? —pregunta Yulian limpiándose la sangre de la
cara.
—No me ha gustado nada lo de esta noche —responde Alex
cruzando los brazos.
—¿Defiendes a Damien? —pregunta Yulian con incredulidad.
—No, su actitud ha sido horrible —admite ella tras una pausa—.
Pero la tuya también. Y, sin embargo, él está detenido y tú no. Qué
suerte que el capitán sea tu amigo, ¿no?
—Él empezó la pelea, es justo que lo arresten a él.
—Ya… —Alex lo mira con desconfianza—. ¿Qué está pasando
aquí, Yulian?
—¿A qué te refieres?
—No me trates como si fuera estúpida. Está claro que lo del
Mediterráneo fue una mentira. Después de hablar con James, de
repente, resulta que hay un destino sorpresa. Vamos, Yulian, no me
trago esa milonga. ¿Crees que soy tan fácil de engañar?
Yulian se siente acorralado. Quizá sea el cansancio o los golpes
que ha recibido, pero, por primera vez, se queda sin palabras.
Prefiere optar por el silencio.
«No digas nada, Yulian. Mejor quédate calladito. Recuerda que
todo lo que digas podrá ser usado en tu contra», se dice como si
estuviera en un interrogatorio policial.
—¡Eso! Tú no digas nada. Pero que quede claro: el silencio dice
más que las palabras. Me voy a dormir con las chicas, porque,
sinceramente, en este momento no me inspiras mucha confianza.
La sensación de derrota se apodera de Yulian. Si Alex empieza a
desconfiar de él, todo se complicará. Mientras observa a Alex irse,
decide que mañana intentará reconquistar su confianza. Ahora, hay
algo más importante que debe hacer.
Cierra la puerta con pestillo, se sirve un whisky y saca un móvil
oculto de su maleta. Este es el momento de dar el siguiente paso
en su plan; sin embargo, por primera vez en mucho tiempo, Yulian
siente una mezcla incómoda de satisfacción y algo que podría
describir como… ¿remordimientos? Conocer a Alex lo ha
cambiado todo. Estar con ella ha despertado en él cosas que ni
sabía que existían. Pero sabe bien lo que está en juego. Y si
cumplir su misión significa arrancarse el corazón y tirarlo por la
borda, lo hará sin titubear.
Marca el número. Al escuchar el primer tono, respira
profundamente.
—Hola, soy yo —susurra al teléfono. Al otro lado, una voz
femenina suspira—. Ahora te toca a ti hacer tu parte.
—Sabía que podía confiar en ti, como siempre —responde la voz
con un tono que suena casi orgulloso—. ¿Y la chica?
—No tiene ni idea de nada. Aunque tiene carácter, no es tan fácil
de engañar como pensaba.
—Espero que no te estés encaprichando de ella —advierte la voz,
aguda y fría—. Eso complicaría las cosas.
—¡Déjate de tonterías! —exclama Yulian apurando el whisky de
un trago—. Tenemos un problema mayor que ese. Y tiene nombre
y apellido: Damien Taiganov.
El silencio al otro lado se corta brevemente antes de que la voz
responda algo sorprendida.
—¿Damien? ¿Qué demonios hace allí?
—Estaba en Fort Worth cuando llegué —responde Yulian y lanza
un suspiro—. Parece que Ekaterina ya sabe que están vivas.
—¿En serio crees que Damien es competencia para ti? —Se ríe la
mujer—. No seas ridículo.
—No te rías —dice él con seriedad—. Ese idiota la protege con
su vida. Hubo algo entre ellos y, aunque lo nieguen, los dos siguen
sintiendo algo.
La mujer guarda silencio unos segundos, calculando. Luego suelta
un bufido de impaciencia.
—¿Han sabido desde siempre que estaban vivas?
—No, la madre de Damien es amiga de Elena. Viven juntas, pero
Isabella nunca le contó nada a su hijo. Ekaterina se enteró como
nosotros, por el vídeo.
—Bueno, no importa —dice ella con una frialdad cortante—.
Escúchame bien, no importa si se conocen, si se enamoraron, si se
odian o si siguen con sus dramas. ¡Tú céntrate en el plan!
—Lo sé, es lo que estoy haciendo. Lo estoy intentando —
responde Yulian con un deje de cansancio en la voz.
—No —lo interrumpe la mujer con su tono afilado como un
cuchillo—. ¡No lo intentes, hazlo! Confío en ti, hijo mío. Estoy
orgullosa. No me decepciones. Y mantenme informada.
—Gracias, mamá. Te quiero.
—Y yo a ti —responde Natasha antes de colgar con un clic final.
Yulian se queda en silencio, mirando el móvil como si esperara
que este le ofreciera respuestas. En lugar de eso, solo recibe el eco
de sus propios pensamientos, que le golpean con la sutileza de un
martillo. Ha hecho lo que debía; al menos es lo que quiere creer.
Sin embargo, una pequeña voz en su cabeza, esa que siempre
intenta ignorar, le susurra que algo está mal. Tal vez porque, muy
en el fondo, sabe que su madre tiene razón. Está empezando a
sentir algo por Alex, algo que no puede controlar, y eso lo hace
aún más peligroso. Puede repetir una y otra vez que todo esto es
parte del plan, que Alex es solo un peón, pero su corazón…,
bueno, ese maldito traidor no sigue las órdenes. Está fuera de
control. Se apoya en el respaldo de la silla, observando el techo
como si allí estuviera escrita la solución a su dilema.
—¿Qué demonios me está pasando? Yo no soy de esos tipos que
se enredan con las emociones; nunca lo he sido. Siempre he sido
frío y calculador, el que lo tiene todo bajo control. Pero aquí estoy,
en medio de un lío emocional digno de un culebrón, todo por una
chica que no debería importarme ni un poco. Y, sin embargo, me
importa. ¡Joder! Esto no estaba en el guion —exclama en voz baja,
frotándose el rostro con frustración.
Sibernia

S ibernia es un país remoto y misterioso, situado en una isla


perdida en el Mar de Siberia, al norte de Asia y cerca del
círculo polar ártico. Sí, suena frío y lo es. Con temperaturas que en
invierno te dejan temblando a 30 °C bajo cero, y veranos donde
calor significa apenas 10 °C. Aunque no hay que dejarse engañar
por eso: Sibernia es una joya tecnológica y económica.
El terreno es tan variado como extremo: montañas nevadas que
parecen sacadas de una postal, fiordos profundos que cortan la
costa como un cuchillo, y tundras que te hacen sentir como si
estuvieras en otro planeta. La naturaleza aquí es grandiosa, pero lo
más sorprendente de Sibernia no es su paisaje, sino su
modernidad. Pese a su reducido número de habitantes, unos
cincuenta mil (más o menos lo que cabe en un estadio de fútbol),
el país está a la vanguardia en tecnología con ciudades
ultramodernas llenas de rascacielos que desafían el frío. La
economía del país es muy superior a la de otros países. Sus
yacimientos de minerales y petróleo son la causa de que sea una de
las potencias más ricas en el mundo. También es un destino
turístico codiciado. Cada año, aventureros de todo el mundo llegan
para admirar la aurora boreal y experimentar la vida silvestre
ártica en todo su esplendor mientras disfrutan de actividades como
el kayak entre los fiordos o el senderismo por paisajes sacados de
una película de ciencia ficción.
En lo cultural cuenta con festivales como el del Oso o el de la
Aurora Boreal, que son eventos que mezclan las tradiciones
indígenas y europeas en una fusión perfecta. El idioma oficial son
el ruso y el siberiano antiguo, aunque por ahí se habla el
siberniano, que es un dialecto único que solo los locales dominan.
Es un pequeño paraíso helado.
Desde tiempos inmemorables, la dinastía de los Fjordsson había
gobernado en Sibernia como auténticos titanes, con mano firme
pero justa, asegurando la paz y el equilibrio. Siempre atentos a
cualquier amenaza externa que pudiera poner en riesgo los
valiosos recursos del país. Pero los Fjordsson no estaban solos,
contaban con la amistad y el generoso bolsillo de los Taiganov, la
familia más rica de Sibernia y los poderosos dueños de los pozos
petrolíferos. Juntos formaban un tándem imparable, haciendo que
el país no solo prosperara, sino que deslumbrara en todos los
aspectos.
Pero como suele ocurrir, lo bueno no dura para siempre. Y todo
dio un vuelco cuando Stepan Uralovich se hizo con el poder. Su
llegada fue como un huracán descontrolado que arrasó con las, ya
dañadas, relaciones con los Taiganov. El tipo no solo era
ambicioso, sino que tenía una voraz sed de poder y una gestión
catastrófica. Empezó a exprimir los recursos naturales como si no
hubiera un mañana. Las minas de oro, que habían alimentado a
Sibernia durante generaciones, comenzaron a agotarse. Stepan,
ciego de codicia, quería más, mucho más de lo que la naturaleza
podía ofrecerle. Cuando las minas se secaron, su desesperación fue
evidente. No tuvo mejor idea que apuntar sus armas hacia los
Taiganov. Declararles la guerra era la solución más rápida para
apoderarse de sus pozos petrolíferos y, con ello, devolver la
riqueza a un país que él mismo había condenado a la ruina. Sin
embargo, había un pequeño detalle: el pueblo. Stepan necesitaba
su apoyo, pero los ciudadanos, cada vez más hambrientos y hartos
de promesas vacías, empezaron a volverse en su contra. El respeto
que al principio inspiraba se desmoronó como un castillo de
naipes, dando paso al miedo, el odio y la repulsión. Las revueltas
no tardaron en surgir; grupos desertores pedían su abdicación,
cansados de la miseria en la que Sibernia se ahogaba. Y Stepan, en
lugar de atender a las demandas, respondía con violencia.
Cualquiera que se atreviera a alzar la voz en su contra acababa en
prisión o, peor aún, ejecutado. Sibernia se había transformado en
un país de terror y caos.
Mientras tanto, los Taiganov, furiosos pero astutos, no estaban
dispuestos a dejar que Stepan destrozara el país que tanto habían
ayudado a construir. Sibernia era su hogar y no iban a permitir que
un tirano se apoderara de sus pozos petrolíferos. El petróleo era su
fuente de riqueza y, aunque odiaban la idea de una guerra, sabían
que si Stepan la quería, la tendría. Con su fortuna y el apoyo de
una gran parte del pueblo, podían levantar un ejército que le
plantara cara al dictador. Una chispa de esperanza surgió cuando
Ekaterina descubrió que Elena seguía con vida. De repente, la
posibilidad de derrocar a Stepan sin derramar más sangre parecía
real. Pero el tiempo apremiaba. Si no actuaban rápido, Sibernia se
vería envuelta en una guerra devastadora que lo consumiría todo.
—Querido, tenemos que hablar de algo importante —dice
Natasha con su voz usualmente serena, pero con ese toque de
autoridad que siempre hacía que Stepan prestara atención.
Natasha, la esposa de Stepan, no era cualquier mujer. Ella era la
reina del lujo, del poder y de la ambición desmedida. No era de las
que se quedaban esperando las cosas; las tomaba. Stepan la había
conocido cuando su vida estaba patas arriba. Acababa de perder a
su primera mujer y a su hija en un accidente brutal, y cargar con el
gobierno del país no era precisamente un paseo por el parque.
Aunque Stepan era un hombre duro y aparentemente impenetrable,
incluso los titanes necesitan alguien en quien poder confiar y en
quien poder apoyarse, y Natasha, con su mente afilada como una
navaja, supo aprovechar ese momento de vulnerabilidad.
Conquistar a Stepan no fue tarea fácil, claro, pero Natasha era una
mujer atractiva, astuta y con una paciencia infinita. Poco a poco se
fue ganando su confianza. Sabía que Stepan tenía un punto débil:
su mala relación con el alcohol. Y una noche de sexo salvaje, con
chupitos de vodka de por medio, lo sedujo hasta el punto de que él
terminó confesándole uno de sus secretos más oscuros: tenía un
hijo bastardo, al que no conocía y del que apenas recordaba a la
madre. Natasha supo en ese momento que tenía la partida ganada.
A medida que las palabras de Stepan se volvían más borrosas, su
mente calculadora hilaba el plan perfecto. «Gracias, Stepan. Me
has dado todas las cartas», pensó saboreando por dentro su
victoria. Aprovechó su teatro magistral y, entre lágrimas, le reveló
que la madre de ese hijo era ella misma, que siempre había estado
enamorada de él y que Yulian era su hijo. ¡Qué golpe maestro!
Sin embargo, Natasha tenía claro que este juego no sería coser y
cantar. Sabía que deshacerse de Stepan no sería rápido ni sencillo.
Tendría que mantenerlo cerca, como quien cuida a un perro
rabioso, fingir un amor que no sentía y aparentar una lealtad que ni
en sueños existía. Cada sonrisa, cada caricia, cada palabra de
apoyo sería solo parte de un guion cuidadosamente diseñado. Pero,
si todo salía como ella lo planeaba, el premio sería inmenso: el
poder absoluto que tanto ansiaba, el control total de Sibernia y, por
supuesto, la venganza. Para que el plan funcionara, tenía que
esperar a que Yulian fuera mayor. Natasha sabía que la paciencia
era clave. Todo a su tiempo.
Y, de repente, aparece Elena. Viva. Como un mal chiste del
destino que nadie espera.
Eso lo cambia todo.
Con Elena viva, los planes podían acelerarse. La situación estaba
lista para explotar y lo mejor de todo es que no tendrían que
mancharse las manos tanto como creían.
—¿Qué ocurre? —gruñe Stepan sin levantar la vista de los
documentos que tenía frente a él. Está en su despacho, sombrío y
concentrado.
—Tengo algo que te va a encantar —sisea Natasha con un tono
provocador, acercándose a él y sentándose en sus rodillas. Saca su
móvil y, con una sonrisa malévola, se lo tiende—. Prepárate,
porque lo que vas a ver te hará volar la cabeza.
Stepan levanta una ceja y se inclina para ver mejor la pantalla. En
el vídeo, una joven toca el violín con maestría.
—¿Y? —murmura visiblemente confundido—. Es buena, pero no
tengo tiempo para conciertos.
—Espera, paciencia… —lo calma Natasha.
De pronto, en el vídeo, comienzan a caer huevos en medio del
escenario. Stepan frunce el ceño, visiblemente molesto.
—¿Esto es una broma? Tengo cosas más importantes que hacer,
Natasha. —Intenta levantarse, pero ella lo obliga a quedarse
quieto, clavando su peso sobre él.
—Mira y cállate —ordena.
El rostro de Stepan se tensa al máximo cuando reconoce a la
mujer que corre por el escenario para abrazar a la violinista. Su
cara palidece de golpe y su sangre hierve de furia.
—¡Esa maldita zorra! ¡Está viva! —Empuja a Natasha hacia el
suelo—. ¿Desde cuándo sabes esto?
—Me acabo de enterar —miente Natasha.
Stepan le tiende la mano para ayudarla a levantarse.
—La voy a matar… con mis propias manos. —Stepan camina de
un lado a otro, susurrando para sí—. Juro que te encontraré, y te
arrancaré la piel a tiras, maldita.
—Querido —Natasha lo interrumpe—, relájate.
—¿Relajarme? ¡Se ha reído de mí! y de mí no se ríe nadie. ¿Te
queda claro?
—Lo sé, lo sé, pero creo que has pasado por alto un pequeño
detalle… —le dice con una sonrisa astuta.
Stepan la mira con el ceño fruncido.
—La chica del violín —Natasha señala con un dedo la pantalla—
es Sasha. Tu hija.
El cambio en la expresión de Stepan es inmediato. Pasa de la furia
al desconcierto.
—¿Sasha? ¿Mi hija?
—Exacto. Tu hija. —Natasha sonríe de forma calculada.
—¿Dónde están? ¿Lo sabes? —Stepan la agarra por los brazos,
zarandeándola bruscamente.
—Querido, me haces daño. Están en Texas, América. En Fort
Worth, para ser exactos.
Sin soltarla, se dirige al teléfono.
—Prepara mi avión privado y reúne a los mejores hombres.
Volamos a Fort Worth.
—Sí, jefe —responde la voz al otro lado del teléfono.
—Y prepara las armas, nos vamos de caza.
Cuelga con gesto decidido. Su cabeza es un torbellino de
emociones. Está enfurecido, sí, pero también hay algo más. Un
deseo retorcido y oscuro le recorre todo el cuerpo. Elena desde
siempre le provocó una excitación perturbadora. Había algo en
someterla a sus fantasías más crueles que lo hacía sentirse
invencible. Y pensar en volver a tenerla desnuda ante él, frágil,
sumisa; y poder correrse dentro de ella mientras coge su cuello y
lo aprieta hasta dejarla sin aire para acabar con su vida le arranca
una sonrisa.
Natasha lo observa con una mirada intensa, como si estuviera
adivinando cada uno de sus pensamientos más oscuros. Se da
media vuelta e intenta escapar del despacho
—¿A dónde crees que vas? —Su voz, cargada de autoridad, la
detiene en seco.
—A ningún lado… —dice ella mordiéndose los labios.
—Ya sabes lo que tienes que hacer.
Natasha, tras años de soportar los abusos de Stepan, está más que
acostumbrada a su despiadada crueldad. ¡En ese corazón helado no
late ni una pizca de bondad! Pero, a pesar de todo, su mente sigue
calculando, tramando, esperando. Pronto llegará el momento en
que Stepan pagará por cada humillación. Se dirige a la mesa, se
quita la blusa y desabrocha el sujetador.
—Buena chica… Ahora quítatelo todo —le ordena.
Ella obedece su orden: se desnuda. Le da la espalda, se inclina y
apoya el cuerpo sobre la mesa. Stepan se acerca y la posee con la
brutalidad que ya no le sorprende. Cada embestida es una mezcla
de dolor y resistencia que la desgarra por dentro. En todos los años
que lleva casada, jamás ha hecho el amor con su marido. A Stepan
lo que le gusta es someter a las mujeres, y su mujer no es una
excepción. Pero Natasha sabe cómo inhibir el sufrimiento, a fin de
cuentas, todo es parte del plan. El día en que todo termine, Stepan
pagará caro cada uno de esos momentos.
Cuando se corre, le besa dulcemente el cuello.
—Ahora vete —le susurra al oído con una sonrisa satisfecha.
—Claro. Suerte con la caza, querido —responde ella con una
sonrisa venenosa; por dentro solo piensa: «Ya te llegará la hora,
maldito hijo de puta».
Declaración de amor

En el barco…

S on las tres de la madrugada y Alex no consigue dormir. Todo


lo que ha pasado le da vueltas en la cabeza como una espiral
de pensamientos y dudas. Su mente es un caos, llena de hipótesis
tratando de dar sentido a lo ocurrido esa noche. Nada cuadra y eso
le roba el sueño. ¿Por qué Yulian mintió sobre el destino del
barco? ¿Y por qué reaccionó Damien de esa manera? Ambos
ocultan algo y Alex lo sabe. No va a parar hasta descubrir qué es.
Se levanta con cuidado, deslizándose fuera de la cama para no
despertar ni a Ava ni a Lizzie. Sale de la habitación. En el pasillo
se cruza con una camarera que empuja un carrito de ropa sucia.
Sin pensarlo dos veces, le pregunta dónde están las dependencias
de seguridad; necesita ver a Damien. Cuando llega, lo encuentra
en una diminuta celda, tumbado en una cama aún más diminuta,
con las manos detrás de la cabeza, mirando el techo con la
tranquilidad de quien está acostumbrado a estas situaciones.
—Veo que no te cuesta mucho adaptarte a tu nueva suite. Se te ve
cómodo —se burla Alex tratando de ocultar su preocupación.
Damien gira la cabeza apenas un segundo, la mira con
indiferencia y vuelve a su posición inicial.
—¿Qué quieres, Alex? Si has venido a burlarte, puedes largarte.
Tu amante te estará esperando —escupe con una mezcla de veneno
y cansancio.
—Yulian no es mi amante, eso suena asqueroso —disiente. Siente
la necesidad de aclararlo—. Solo somos amigos.
—¡Ah, claro, amigos! —Damien se incorpora y clava sus ojos en
los de ella—. ¿Te tiras a todos tus amigos?
—¡Oye! —Alex gruñe, molesta—. No pienso permitir que
insinúes algo así.
—¿No te lo estás tirando? ¡Venga, no seas hipócrita!
Damien sonríe con malicia. Alex aprieta los labios y cierra los
ojos para contenerse.
—Bueno, ¿y qué si me he acostado con él? No tengo que darte
explicaciones —replica tratando de justificarse—. Además, tú te
tiras a todo lo que respira.
—¿Yo? —pregunta con fingida sorpresa—. ¿A quién me he tirado
yo, eh?
—A Lizzie, sin ir más lejos —Alex suelta una risa seca—, y a la
morena de Ibiza. No me digas que ahora tienes amnesia.
Damien se echa a reír tan fuerte que tiene que sujetarse el
abdomen. La risa es tan desbordante que Alex lo mira con una
mezcla de confusión y enfado.
—¿Te estás riendo de mí?
—Sí —afirma Damien sin pudor y se limpia una lágrima
imaginaria.
—¿Sabes qué? Que te den. He venido a hablar contigo, no a que
te mofes. Primero me llamas fresca y luego te ríes en mi cara.
Ojalá te pudras ahí dentro, Damien Taiganov.
Damien da un salto desde la cama y la agarra antes de que se
vaya. La sujeta suavemente por el brazo, pero con firmeza.
—Espera… Si me llamas con nombre y apellido es porque de
verdad te he molestado. Perdóname —susurra y le sonríe con esos
ojos que ahora suplican una tregua. Alex suspira y se deja caer al
suelo, apoyando la espalda en los barrotes. Él la sigue, y ambos se
sientan espalda contra espalda, rodeados por el silencio.
—¿Por qué, Damien?
—¿Por qué qué?
—¿Por qué hemos terminado así? —pregunta Alex con un nudo
en la garganta.
—No lo sé, Alex. Quizá siempre estuvimos destinados a ser un
error. —Damien suspira con pesar.
—Quiero creer que no fuimos un error, que lo nuestro fue real y
significativo —dice con voz temblorosa—. ¿Te acuerdas de cómo
nos conocimos?
—Claro que me acuerdo. —Ríe Damien nervioso—. Te llamé…
—No lo repitas, no es necesario —lo corta en seco, recordando el
apodo poco halagador con el que la llamó la primera vez que se
vieron—. Lo que quiero decir es que antes de que pasara lo que
pasó entre nosotros… nos llevábamos fatal, hasta nos odiábamos.
—Habla por ti. Yo nunca te odié, Alex. Desde el primer momento
me gustaste. Sentí una conexión que no podía explicar, como si
nuestras almas se reconocieran.
A Alex se le encoge el corazón y se gira. Damien lo nota y se gira
también. Sus ojos conectan como si fueran dos imanes
irresistiblemente atraídos el uno hacia el otro. Ninguno de los dos
puede ni quiere apartarlos. Las respiraciones se aceleran como si el
tiempo mismo hubiera decidido apresurarse, encendiendo la chispa
de una inminente tormenta de emociones. Alex aparta la mirada
primero, incapaz de sostener el peso de esos ojos grises que
parecen ver a través de su alma.
Se gira y apoya nuevamente la espalda.
—Tú a mí también… —Finalmente, confiesa algo que llevaba
guardado mucho tiempo—. No fue un error, Damien. No lo
ensucies. Lo que tuvimos fue real.
—Pero, por muy real que fuera, no era nuestro momento. Tú eras
demasiado joven y yo también. Había tantos obstáculos en nuestro
camino… Mis obligaciones, tus raíces. —Damien se detiene,
como si hubiera dicho algo que no debía.
—¿Mis raíces? —pregunta Alex confundida.
—Me refiero a que vivíamos en países diferentes. Tú en América
y yo a 30 °C bajo cero. —Damien suelta una suave risa.
—Tu vida siempre ha sido un enigma, Damien Taiganov. —Alex
se ríe, aunque apenas se le escucha.
—Lo sé.
—¿Algún día me contarás la verdad?
—Algún día… —responde él con una sombra de melancolía en la
voz.
El silencio entre ellos vuelve, pero esta vez no es incómodo. Tan
solo se escuchan sus respiraciones y sienten el leve roce de sus
espaldas, separadas únicamente por los barrotes.
—A veces no me fío de Yulian —confiesa Alex de repente.
Damien guarda silencio—. Hay algo en él que…, no sé. Puede que
me equivoque y solo sea mi enfado hablando por lo que ha pasado
hoy. ¿Qué opinas? Tú lo conoces mejor que nadie.
—¿Quieres mi aprobación para estar con él?
—No, no es eso… —Se pierde en sus pensamientos por un
momento—. Solo siento que, no sé, creo que, ¡agh!
—¿Qué? ¿Qué es lo que quieres preguntarme, Alex?
—¿Si te pregunto algo prometes ser sincero? Sin secretos, ni
máscaras. Necesito saber la verdad.
—Sí.
Alex se da la vuelta de nuevo, se arrodilla y agarra a Damien por
la cara, acercándolo a ella tanto como lo permiten los barrotes. Sus
respiraciones se mezclan, tensas, cargadas de emociones no
resueltas, creando un puente invisible entre ambos. Los corazones
laten con fuerza, sincronizados en un ritmo acelerado que refleja la
intensidad del momento. Sus miradas se encuentran y en esos ojos
ven reflejados todos los sentimientos que hasta ahora habían
guardado en silencio. Es un instante cargado de electricidad, donde
el mundo exterior se desvanece y solo existen ellos dos, inmersos
en una conexión que desafía el tiempo y el espacio.
—¿Me quieres? —susurra Alex con una intensidad que solo
puede nacer del amor desesperado.
Damien siente que todo su cuerpo tiembla ante la pregunta. Sus
ojos se llenan de una tristeza profunda mientras busca las palabras.

Tres horas antes…

Si había una cosa que no pensaba seguir tolerando Yulian era que
su amigo siguiera interponiéndose entre él y Alex, o quizá habría
que decir entre él y sus objetivos. Le había estado pasando por alto
algunas cosillas, pero lo de esa noche se había pasado de la raya.
Por su culpa, Alex no había querido pasar la noche con él. Lo peor
de todo no fue eso, sino lo que vio en los ojos de ella:
desconfianza.
No quería tener que recurrir a hacer las cosas por las malas, pero
si Damien continuaba así, no le dejaría otra opción. Cuando se
aseguró de que todos dormían, bajó a las dependencias donde
estaba arrestado con la misión de poner los puntos sobre las íes de
una vez por todas. Al llegar, lo vio tendido en esa cama estrecha,
como si nada en el mundo pudiera perturbarle.
—Damien —llamó su atención con un tono firme, aunque sin
levantar la voz.
Damien abrió los ojos con lentitud y lo miró de reojo.
—¿A qué has venido, Yulian? —respondió sin molestarse en
ocultar el hastío en su voz.
—Tenemos que hablar. —replicó Yulian con una calma calculada,
como quien ya tiene claro el resultado de una partida de ajedrez.
—¿Hablar? —Damien suspiró exasperado—. ¿De qué
exactamente?
—Esto se tiene que acabar —dijo Yulian sin rodeos—. No sé qué
necesitas para confiar en mí, pero no pienso seguir tolerando que
te metas entre Alex y yo.
Damien se incorporó levemente, mirándolo con una sonrisa
burlona.
—¿Confiar en ti? Para eso, Yulian, necesitaría que vuelvas a nacer
—se mofó.
Yulian cerró los ojos un segundo intentando contenerse. No estaba
aquí para discutir, sino para ser claro.
—Escucha por una vez y deja a un lado nuestras diferencias —
continuó más serio—. Los dos queremos lo mismo. Yo también
quiero proteger a Alex. Estoy dispuesto a ser honesto contigo si tú
también lo eres.
—¿Y qué es exactamente lo que quieres tú? —Damien cruzó los
brazos y lo observó con escepticismo.
—A Alex —respondió Yulian, firme.
—Ja. Ja. Ja… Permíteme que me ría. No te engañes, Yulian. No
quieres a Alex, solo te quieres a ti mismo. Llevas mintiéndonos
desde antes de salir de Fort Worth.
—Yo no he mentido. Si te refieres a lo del destino del crucero, te
juro que no sabía nada, y si fui a hablar a solas con James fue para
asegurarme de que no corríamos peligro.
—Ah, sí, claro. —Damien rodó los ojos—. ¿Y también quieres
que me crea que la luna es de queso?
—¡Calla y escúchame! —Yulian levantó la voz por primera vez,
pero recuperó rápidamente el control—. Voy a ser sincero y esta va
a ser la última vez que intente arreglar las cosas contigo. Si quieres
colaborar, perfecto; pero te advierto que si quieres guerra, la
tendrás.
—Habla. —Lanzó un gesto para que continuara—. Te doy una
oportunidad. Para mí también será la última.
Damien se acomodó en la cama con los brazos cruzados,
mirándolo expectante. Yulian tomó aire antes de continuar.
—Le prometí a Elena que protegería a Alex, y eso es lo que estoy
haciendo. No hay más detrás de mis intenciones. Pero tú no haces
más que sembrar dudas y desconfianza entre Alex y yo. No sé si lo
haces porque realmente no te fías de mí o porque no soportas la
idea de que ella esté conmigo. Y eso es porque sigues enamorado
de Alex.
Damien lo miró con una expresión que mezclaba sorpresa y una
pizca de rabia contenida.
—Eso es asunto mío —respondió cortante.
—Lo es —concedió Yulian—. Pero cuando interfiere en mi
relación con ella, también es asunto mío. Tuviste tu oportunidad y
la dejaste pasar. Eres un egoísta. No la dejas ir, no dejas que sea
feliz. Sigues jugando con sus sentimientos.
Damien guardó silencio por un momento, procesando lo que
Yulian decía. Las manos se le tensaron sobre las rodillas.
—¿Y tú? —le espetó finalmente—. ¿Qué estás haciendo tú? Eres
su medio hermano y estás intentando hacerle creer que estás
enamorado de ella para que confíe en ti y luego poder utilizarla
para lo que sea que tengas pensado en esa retorcida mente. Eres lo
peor.
Yulian lo miró fijamente.
—No somos hermanos —dijo de golpe, dejando que las palabras
cayeran como una bomba—. Stepan no es mi padre. Y eres un
poco pesado. ¿Cómo te tengo que decir que solo quiero
protegerla? Daría mi vida por ella. —Suspira y se sienta en el
suelo.
Damien quedó en shock, abriendo y cerrando la boca como si
intentara procesar lo que acababa de oír.
—¿Qué? ¿Cómo? ¡¿Stepan no es tu padre?! —comenzó a decir
Damien, pero Yulian lo cortó.
—No. Mi madre hizo creer a Stepan que yo era su hijo. Pero la
verdad es que no lo soy. Y no me preguntes más, porque eso es
todo lo que te voy a contar.
—Ahora entiendo muchas cosas. Por eso a veces da la sensación
de que lo odias.
Damien pasó una mano por su rostro, incrédulo. Todo comenzaba
a encajar, pero aún había algo más.
—¿Estás enamorado de ella? —preguntó Damien en voz baja,
casi como si no quisiera escuchar la respuesta.
Yulian asintió, cansado.
—No sé ni por dónde empezar… Supongo que lo mejor es ser
directo. La verdad es que me siento como si estuviera en una
montaña rusa emocional, y no puedo seguir guardándomelo.
Nunca pensé que me pasaría esto. Quiero decir, siempre he sido de
los que creen que el amor no se puede forzar, que llega cuando
menos lo esperas. Pero una cosa es creerlo y otra muy diferente es
vivirlo. Y ahora aquí estoy, tratando de entender cómo me he
enamorado de alguien sin siquiera buscarlo. Todo empezó de
manera tan simple. Ella era mi protegida y yo el encargado de
ponerla a salvo y, bueno, sí, me acosté con ella, pero como lo
puedes hacer con cualquier chica guapa que llame tu atención.
Luego, poco a poco, algo empezó a cambiar. Me di cuenta de que
cada vez que ella sonreía, mi día mejoraba, que su voz era lo
primero que quería escuchar por la mañana y lo último antes de
dormir. Al principio intenté ignorarlo. Pensé que era una tontería,
que solo era una fase o algo pasajero. Pero cuanto más trataba de
no pensar en ella, más presente estaba en mi mente. No fue un
momento específico, no hubo una chispa mágica o un algo
desencadenante. Simplemente me di cuenta de que me importaba
de una manera diferente, más profunda. Es extraño, porque nunca
lo busqué. No estaba buscando enamorarme. Pero, a veces, el
amor no necesita una invitación, ¿sabes? Se instala en tu vida sin
previo aviso y, de repente, todo cambia. Es como si mi corazón
hubiera tomado una decisión sin consultarme y estoy tratando de
aceptar lo que siento. Hay una parte de mí que está aterrada. ¿Qué
pasa si ella no siente lo mismo? ¿Y si sigue enamorada de ti? Pero
hay otra parte que se siente viva, emocionada, esperanzada.
Porque, aunque no lo esperaba, esto es real. Y creo que vale la
pena arriesgarme. Así que, supongo que eso es todo. Tenía que
decirlo en voz alta, para empezar a entenderlo yo mismo. Estoy
enamorado de ella. Y aunque no lo buscaba, no puedo imaginarme
fingiendo que no es así. Quiero protegerla, quiero amarla y
cuidarla. Déjala ir. Déjala ser feliz. Yo sé que puedo darle lo que
ella necesita.
Un silencio pesado llenó la habitación. Finalmente, Damien
respiró hondo.
—Está bien. —Soltó un suspiro que parecía cargar con todo su
orgullo—. No me interpondré más entre vosotros. Tal vez tengas
razón. Ella merece ser feliz y, bueno, yo nunca he sido
precisamente un experto en eso de hacerla feliz.
—Gracias por escucharme, amigo.
—No te equivoques, no somos amigos —añadió Damien con una
mirada fría—. Si alguna vez le haces daño, no dudaré en matarte
con mis propias manos.
Yulian asintió, consciente de que no era una amenaza vacía. Se
levantó, salió de la celda y dejó atrás las dependencias, sintiendo
que un peso enorme se había liberado de su pecho. Ya estaba
hecho. Había confesado lo que sentía y esperaba que al menos eso
pusiera fin a las interferencias.
Aunque, en el fondo, sabía que las cosas entre ellos nunca serían
sencillas.

*****
—NO… NO TE QUIERO.
Las palabras de Damien retumban en la habitación como un eco
cruel.
—Cuando te conocí, creí sentir algo más que una simple
atracción. Pensé que estaba enamorado, pero luego me di cuenta
de que no era así. Por eso no volví a por ti, no solo porque nuestras
madres nos lo prohibieran, sino porque no sentí la necesidad de
hacerlo. Lo siento. Lo mejor para los dos será que tú sigas tu vida
y yo haga lo mismo con la mía.
—Pe… Pero… has dicho…, dijiste… —balbuceó Alex; sus ojos
comenzaron a humedecerse.
—Da igual lo que dijera. ¡No te quiero de esa manera! Me
importas mucho, de verdad, pero solo como una amiga. Lo mejor
para los dos es que solo seamos amigos.
Damien regresa a la cama y se tumba con la mirada perdida en el
techo. Alex se queda inmóvil, mirándolo sin parpadear, incapaz de
digerir lo que acaba de escuchar. Su mente es un cóctel explosivo
de emociones que no sabe si agitar o dejar reposar. Después de su
confesión de amor y la devastadora respuesta que ha recibido,
siente cómo su corazón se hace más pequeño con cada latido
doloroso.
«No puedo creer que esto haya pasado. De verdad pensé que él
sentía lo mismo. ¿Cómo pude estar tan equivocada?», piensa.
Los recuerdos de los momentos compartidos se agolpan en su
mente: las risas, las miradas cómplices, esas conversaciones que
tenían un lenguaje propio. «¿Todo eso no significó nada para él?
¿Cómo pude interpretar tan mal sus señales?». Intenta no llorar;
siente una mezcla de tristeza y vergüenza.
«Me expuse tanto, le mostré una parte de mí que rara vez dejo ver
a alguien. Y ahora…, ahora solo me siento ridícula y vulnerable».
El rechazo duele más de lo que jamás imaginó, como si una parte
de ella hubiera sido arrancada de golpe. «Me dijo que soy una
persona increíble. Pero, si realmente lo soy, ¿por qué no puede
quererme de la misma manera?». Las palabras de Damien
resuenan en su cabeza como un martillo.
«Ha dicho que le importo mucho, pero no de esa manera. ¿Qué
pretende? ¿Que sea su amiga? No puedo…». Siente que el suelo
bajo sus pies se desmorona. «¿Cómo voy a mirarlo a los ojos? No
voy a poder actuar como si nada hubiera pasado». Las lágrimas,
inevitables, corren por sus mejillas, silenciosas y amargas. «Tengo
que superarlo, tengo que seguir adelante. Pero en este momento no
sé cómo. No sé cuándo dejará de doler. Siempre he pensado que el
amor es algo hermoso, algo que te llena de alegría, de luz; sin
embargo, a mí me ha llenado de una profunda tristeza y un vacío
enorme».
Sabe que necesita tiempo, que las heridas del corazón no sanan
de un día para otro. Lo había vivido antes, hacía años, cuando él
mismo le había roto el alma por primera vez. Aunque siempre
mantuvo viva la esperanza de que algún día, quizá…
Ahora, esa esperanza se ha desvanecido. «Esto también
pasará», se repite a sí misma intentando encontrar algo de
consuelo entre tanta oscuridad. «Tengo que creer que algún día
volveré a ser feliz. Pero hoy…, hoy solo quiero llorar».
Sin decir nada más, sale corriendo de la habitación. No puede
soportar estar un segundo más allí, en medio de los restos de lo
que alguna vez soñó que sería su gran historia de amor. Él
tampoco dice nada. Solo se queda tumbado en la cama, con la
mirada perdida. El eco de sus palabras sigue resonando en el aire.
Debut en alta mar

F altaban cinco días para su primera parada en Lisboa, donde


James les había advertido que descubrirían una nueva
sorpresa. Les recordó que en ese barco nunca podían dar por hecho
lo que iba a suceder; todo era posible. Esa era la magia del viaje.
Quería dejarlo claro con anticipación, especialmente para que
Damien entendiera que Yulian no tenía nada que ver con lo que
ocurriera durante esta travesía, evitando así nuevas disputas entre
ellos.
Durante esos días tendrían que actuar cada noche, lo que les hacía
una tremenda ilusión. Para eso habían venido. Yulian les explicó,
antes de embarcarse, que ese crucero no era para cualquiera. Solo
subían a bordo las personas más importantes y poderosas: desde
actores de renombre, escritores galardonados, directores de cine y
productores musicales, hasta gente del mundo de la política. Entre
ellos, había un juez español muy importante que había
desarticulado una organización internacional de tráfico de drogas,
armas y personas. Su caso tuvo una gran repercusión y lo catapultó
a la fama. También se rumoreaba que un jeque árabe
multimillonario estaba a bordo con su escolta y todo su harén de
esposas. Probablemente, ellos eran las únicas personas normales
en todo el barco.
—Bueno, chicos, ya estamos todos. —Yulian da la bienvenida a
Damien al estudio donde van a ensayar—. Esta noche es la
primera actuación y tenéis que darlo todo. Puede ser la gran
oportunidad que lleváis tanto tiempo esperando.
—¡Claro que sí! Nos vamos a meter al público en el bolsillo —
exclama Ava, la única que está realmente entusiasmada. Mira a su
alrededor—. Pero ¿se puede saber qué os pasa? Parece que estáis
en un funeral.
—Eso lo dices porque eres la única que solo piensa en el grupo —
comenta Lizzie.
—¡Claro! —responde Ava—. Es lo único que importa ahora
mismo. Recuerda, con esa memoria de pez que tienes, que vinimos
aquí a tocar y conseguir la oportunidad de nuestras vidas.
Lizzie chasquea la lengua y se desploma en un sillón, dejando
claro con su postura lo que piensa.
—¿Y a ti qué demonios te pasa? —pregunta Ava exasperada.
—Nada… Olvídame.
—Venga, chicos, centrémonos —interviene Alex mirando a
Yulian con cierta dulzura y luego a Damien, que sigue en silencio
con una expresión triste.
—Os lo digo en serio, esta puede ser vuestra gran oportunidad —
reafirma Yulian—. Pero es vital que dejemos estas tonterías de
lado. Tenemos que ser un grupo unido. Así que, chicas —señaló a
Ava y a Lizzie—, dejad ya vuestras rencillas y haced las paces, al
menos mientras estemos aquí.
—¿Paces? —Se ríe Ava—. ¡Es imposible llevarse bien con ella!
No ves que tiene el corazón congelado. A veces dudo de que
incluso se quiera a sí misma.
Lizzie aprieta los labios y sus mejillas se hinchan, como si
estuviera a punto de estallar. El grupo se queda expectante, pero,
para sorpresa de todos, hace justo lo contrario.
—Por mí, de acuerdo —pronuncia Lizzie con un hilo de voz
sosegado.
Ava abre los ojos sorprendida, sabe que algo de lo que ha dicho le
ha hecho daño. Ve el dolor reflejado en sus ojos. Y es que a veces
Lizzie puede ser hiriente y odiosa, capaz de sacar la peor versión
de una persona y, otras, parecer rota por dentro. Ahora se siente
mal.
—Buena decisión, Lizzie —le aplaude Yulian—. Yo también
tengo una buena noticia. Damien y yo también hemos arreglado
nuestras diferencias, ¿verdad?
—Sí —responde Damien.
—¿Desde cuándo? Ayer mismo os estabais peleando —puntualiza
Ava.
—Tienes razón. —Suelta una carcajada Yulian—. Anoche
tuvimos una larga conversación y llegamos a la conclusión de que
los dos somos unos idiotas. Nos sinceramos y pactamos empezar
de cero, por el bien de todos.
—¿Anoche? —pregunta Alex. «¿Cuándo? ¿Antes o después de
nuestra conversación?».
—Sí, anoche. ¿Por?
—Por nada, por nada. —Alex mira a Damien para buscar alguna
explicación.
—Es verdad lo que dice. Hablamos y llegamos a un
entendimiento —aclara Damien—. Y tengo que pediros perdón si
ha dado la impresión de que estoy en contra de vuestra relación.
Perdón. —Respira hondo—. Os deseo lo mejor y que seáis muy
felices.
Esas palabras se clavan en el corazón maltrecho de Alex. Si
anoche le dejó claro que no sentía nada por ella, lo que acaba de
decir borra cualquier duda que le quedara. Esas palabras han sido
un empujón en toda regla hacia los brazos de Yulian, y es justo lo
que piensa hacer. «Estás muerto para mí, Damien Taiganov»,
piensa.

*****
El escenario está listo, las luces se atenúan y una multitud
expectante aguarda el inicio del espectáculo. Es la primera
actuación de la banda de rock Lunar Rebels, así habían decidido
llamarse después de muchas cervezas y un par de ideas absurdas.
Entran al escenario con una energía que podría alimentar todo el
barco. Sus rostros son una mezcla de nervios y pura adrenalina.
Lizzie, siempre la primera en romper el hielo, se adelanta y grita al
micrófono «¡Buenas noches!», arrancando gritos y aplausos del
público. Ava, detrás de la batería, toma la señal y marca un ritmo
tan contundente que hace temblar el suelo. Alex y Damien se
miran un segundo, un pequeño gesto que dice «ahora o nunca».
Entonces, guitarra y bajo se fusionan en un estallido de sonido
vibrante y eléctrico. A medida que avanzan con la primera
canción, esos nervios iniciales se disipan; encuentran su groove, su
espacio. El público responde de inmediato y corean el estribillo
como si se tratara de un clásico de toda la vida.
Lizzie domina el escenario con su carisma, moviéndose con la
confianza de una estrella. Su voz se eleva por encima del ruido.
Alex se lanza con un solo de guitarra que desgarra el aire y arranca
vítores y un par de ¡vamos! del público. Damien y Ava sostienen el
ritmo como una maquinaria perfectamente engrasada. La química
entre los cuatro es palpable, algo que no se puede ensayar; está
ahí, latiendo con cada acorde.
Conforme la actuación llega a su clímax, la atmósfera se
transforma en pura electricidad. La última nota se alarga
suspendida en el aire y, luego, el silencio… seguido por una
ovación ensordecedora. La multitud enloquece, aplaudiendo,
silbando, pidiendo más. Los Lunar Rebels se miran, todavía con el
corazón a mil por hora, y saben que lo han logrado. No es solo un
debut exitoso; es el comienzo de algo mucho más grande. Un
futuro prometedor se vislumbra entre esos aplausos, y ellos están
listos para todo lo que venga.
—¡Enhorabuena, chicos! —Yulian está más emocionado que
nunca—. ¡Habéis arrasado! ¡Sois los mejores!
Alex se lanza a sus brazos y le planta un beso que hace que a
Yulian se le cortocircuite la cabeza.
—¿Y esto? —susurra Yulian todavía con la sorpresa en el rostro
—. ¿Significa que ya no estás enfadada conmigo?
—Sí —responde con una sonrisa traviesa y lo besa.
Damien mira a Ava, y entorna los ojos en un gesto que dice más
que mil palabras. Ella le agarra la mano y la aprieta con fuerza. No
necesita decir nada; conoce a su hermano demasiado bien. Sabe
que ver a Alex con Yulian le duele más de lo que está dispuesto a
admitir. Aunque se empeñe en negarlo, sigue enamorado de su
mejor amiga y eso no va a cambiar de un día para otro.
—Bueno, creo que esto merece una celebración, ¿no? —propone
Ava intentando cortar la tensión en el aire con un cuchillo
imaginario—. ¿Qué os parece si cenamos todos juntos? Ya que
hemos fumado la pipa de la paz y todo eso.
—Mmm, lo siento, pero nosotros no vamos a poder —responde
Yulian, que mira a Alex con una sonrisa que sugiere secretos y
planes privados—. Tengo una sorpresa reservada para mi chica.
«¿Su chica? Qué bonitas palabras y qué tristes a la vez. Es bonito
que alguien te considere su chica, pero duele cuando no es la
persona que tú desearías que las pronunciara», piensa Alex un
tanto aturdida. Instintivamente, lanza una mirada a Damien. Lo ve
con los ojos vidriosos y la mandíbula apretada. Cuando sus ojos se
encuentran, él desvía la mirada. Alex reacciona y vuelve a
centrarse en Yulian, esforzándose por no pensar demasiado.
—¿Qué? ¿Qué? ¡Me encantan las sorpresas!
—Pues entonces no se hable más, vamos. —Yulian le ofrece la
mano. Ella la toma, entrelazando sus dedos con los de él—. Nos
vemos mañana, chicos. Disfrutad de la noche. Nosotros, desde
luego, lo vamos a hacer.
Yulian y Alex se pierden entre la multitud, dejando atrás a un
Damien que se siente como si le hubieran dado un puñetazo en el
estómago.
—Yo lo siento, hermanita, pero no tengo mucho que celebrar esta
noche y creo que sería una pésima compañía. Mejor vais vosotras
solas. —Damien trata de mantener la compostura.
—Pe… Pero, Damien… —balbucea Ava.
—Pues nada, nos hemos quedado solas tú y yo…, genial —
suspira Lizzie con ironía.
—Me tomaré ese genial como que estás superentusiasmada por
celebrarlo conmigo —responde Ava alzando las cejas.
—¡Claro! Super, super, superentusiasmada. —Se ríe Lizzie, y
luego la mira con una sonrisa torcida—. Ava, venga ya. Hace
mucho que nos conocemos y, aunque hayamos dado un par de
caladitas a esa pipa de la paz imaginaria tuya, sabes tan bien como
yo que tú y yo nunca nos vamos a llevar bien. Tú no me soportas y
yo a ti tampoco.
—Joder…
—¿Qué? —pregunta Lizzie con una mirada desafiante.
—Que es la primera vez que estamos de acuerdo en algo —suelta
Ava con una carcajada—. Venga, Luci… —«fer», termina para sí
misma—. ¡Lizzie! Quiero decir, Lizzie. Vamos a cenar y a
bebernos hasta el agua de los floreros.
—¡Madre mía! Esto empieza a ser preocupante.
—¿El qué? No fastidies, ¿qué pasa?
—Que van dos veces en la misma noche que estamos de acuerdo
en algo.
Las dos estallan en risas. Lizzie agarra a Ava del brazo y se
dirigen a una de las mesas libres, dispuestas a darse un homenaje
merecido después de la actuación de esta noche. Puede que no se
soporten, que siempre estén a la gresca, pero como bien dice el
refrán: «Si no puedes con tu enemigo, únete a él». Y, de momento,
la noche es joven y tienen mucho que celebrar… o, al menos,
mucho que beber.
Noche de celebración

Alex y Yulian

Y ulian ha preparado una velada romántica para dos en la


habitación. Sabe que tiene que jugar bien sus cartas para
recuperar la confianza de Alex, sobre todo después de anunciar su
reciente amistad con Damien y pavonearse de su triunfo al ver
cómo este le daba su aprobación, poniéndosela en bandeja.
La suave luz de las velas, estratégicamente colocadas, crean un
ambiente cálido y acogedor. Yulian ha cuidado hasta el más
mínimo detalle para que la velada sea inolvidable. Sobre la cama,
una colcha de satén rojo combina con los pétalos de rosa
esparcidos delicadamente, formando un camino hacia una pequeña
mesa en el centro de la habitación. Sobre la mesa, una botella de
vino tinto espera el momento adecuado para ser descorchada.
Junto a ella, dos copas de cristal brillan bajo la luz de las velas.
Unas suaves notas de jazz flotan en el aire, añadiendo un toque de
intimidad. Cerca de la ventana, un ramo de crisantemos blancos,
las flores favoritas de Alex, dan un toque de frescura. Ella había
mencionado una vez, entre risas, que le encantaban, y él no lo
había olvidado. El aroma de la cena, una mezcla deliciosa de
especias y hierbas promete un festín que casi podría hacerle
sombra al principal objetivo de la noche: conquistar a Alex.
Cuando Alex entra en la habitación, su corazón se detiene por un
momento. Ver esa habitación decorada de esa manera le recuerda a
cuando estuvo en Hawái con Damien. Rápidamente saca ese
recuerdo de su mente y vuelve al presente. Sus ojos se llenan de
asombro y una sonrisa le ilumina el rostro. Yulian, en su papel de
caballero, le toma la mano y la guía hacia la mesa con un estilo
que había ensayado en su cabeza unas cincuenta veces. Le ofrece
una copa de vino mientras la música continúa envolviéndolos. La
noche transcurre entre risas, miradas profundas y conversaciones
que no tienen fin. Cada gesto de él demuestra su cariño y su deseo
de conquistarla, y cada detalle en la habitación habla de su
dedicación y cuidado.
Al final de la noche, cuando las velas se consumen y el silencio se
apodera del lugar, ambos saben que esa velada puede ser el
comienzo de algo especial.
—Hay algo que necesito decirte o creo que el corazón me va a
explotar —Yulian suelta medio en broma, medio en serio, con una
sonrisa nerviosa.
—Vaya, qué dramático —Alex responde con ese tono sarcástico
que tanto le gusta—. Pero sí, dime. No quiero ser la culpable de
que tu corazón se desparrame por toda la habitación en plena
velada romántica.
—Muy graciosa, pero estoy hablando en serio. —Yulian frunce el
ceño y sonríe al mismo tiempo como quien lucha por mantener el
control—. Escúchame antes de que me muera de vergüenza.
Alex se relaja en la silla, cruzando las piernas, y se sella los labios
con un gesto teatral, como si los hubiera cerrado con una
cremallera invisible.
—No hagas eso o me harás reír y no me tomarás en serio.
—Vale, vale. Lo siento. Prosiga usted —le hace un gesto con la
mano.
Yulian toma aire, suelta el aire, toma otro poco, lo retiene y lo
vuelve a soltar… Con el corazón latiendo con fuerza, toma
suavemente sus manos y la mira a los ojos.
—Hace tiempo que quiero decirte algo —comienza con la voz un
poco temblorosa pero llena de sinceridad—. Desde que te conocí,
todo ha cambiado. Cada vez que estoy contigo, siento que el
mundo es un lugar mejor, que todo tiene más sentido. No puedo
sacarte de mi cabeza. Estoy enamorado de ti. —Su voz suena más
segura de lo que esperaba—. No sé qué nos deparará el futuro,
pero quería que supieras lo que siento. Eres lo mejor que me ha
pasado y quiero…, bueno, quiero ser quien te haga sentir igual.
Al terminar, su mirada permanece fija en la de ella, esperando
ansiosamente una respuesta, con la esperanza de que sus
sentimientos sean correspondidos.
—Creo que es lo más bonito que me han dicho nunca. —Se
levanta de la silla y se sienta sobre las piernas de Yulian,
rodeándolo con los brazos—. Pero…
—¿Pero? —pregunta Yulian con una ceja levantada, como si se
hubiera preparado mentalmente para un golpe.
—Quiero ser honesta contigo. Lo que tuve con Damien… fue
importante para mí. Aunque quizás para él no tanto. Mi corazón
todavía guarda recuerdos de aquello y no sé si puedo
corresponderte como tú quieres…, como te mereces.
Yulian asiente sin soltarla. Está preparado para eso.
—Lo sé. Sé que compito con su recuerdo y sé que aún sientes
algo por él, habría que estar ciego para no darse cuenta, pero eso
no me asusta, todo lo contrario. Creo que todos, en algún momento
de nuestras vidas, deberíamos enamorarnos de alguien que nos
decepcione y nos rompa el corazón.
—¿Qué dices? —frunce el ceño—. Eso es horrible Nadie debería
sufrir por amor.
—Tienes razón. —La mira con intensidad, con fuego en los ojos
—. El amor debería ser una conexión profunda que trascendiera
palabras y acciones. El sentimiento de comprender y aceptar a otra
persona por completo, compartiendo alegrías y tristezas, sueños y
desafíos. Debería ser un lazo que une corazones y almas, una
fuerza que inspira y sostiene, creando un refugio seguro donde dos
personas puedan ser auténticas y crecer juntas. Todo lo contrario
no es amor. Si alguien te ama de verdad jamás podría romperte el
corazón. Por tanto, si alguien te rompe el corazón es que nunca te
ha amado de verdad.
Alex se queda callada. Pensativa. Sus recuerdos, sus sentimientos
empiezan a revolotear por su mente.
—Alex, enamorarse de la persona equivocada te prepara para
valorar a la correcta —dice con la confianza de alguien que tiene
el discurso bien aprendido—. Déjame demostrarte que yo soy esa
persona, que no soy un error.
Alex sonríe, pero esta vez es una sonrisa diferente. Más suave,
más sincera.
—Podría contestarte con palabras, pero puede que no sepa
expresarme tan bien como tú, así que prefiero hacerlo de esta
manera.
Se miran y, sin decir una palabra, ella se inclina lentamente. La
distancia entre ellos se acorta hasta que sus labios se rozan.
Entonces, con suavidad, lo besa. El beso comienza cálido. Sus
labios se exploran con delicadeza, como si estuvieran
descubriendo algo por primera vez. A medida que el contacto se
profundiza, la pasión entre ellos crece. Ella se entrega por
completo y sus manos le acarician suavemente el rostro. Su cuerpo
se acerca aún más, eliminando cualquier espacio entre ellos. El
calor de sus emociones se transmite en cada movimiento, en cada
suspiro compartido.
En ese instante, el tiempo se detiene; solo existen ellos dos y el
fuego que ese beso ha encendido. Con cada segundo, ella le hace
saber sin palabras lo mucho que lo desea. Es un beso que habla de
todo lo que quiere sentir por él: el amor, la pasión, la entrega.
Cuando finalmente se separan, sus ojos siguen fijos en los de él,
mostrando con absoluta claridad que quiere estar con él. Quiere…,
tiene…, debe enamorarse de él con todas sus fuerzas.

Damien

En la barra del bar, Damien bebe en soledad. Tiene el vaso en la


mano, pero ni el vodka logra amortiguar ese agujero negro que
lleva en el pecho. Está roto, vacío y francamente harto de sí
mismo. Ha perdido al amor de su vida, para siempre. Se rindió,
dejó de luchar y dejó que el tipo que creía el hijo de su enemigo
ganara la partida. Le jode reconocerlo, aunque sabe que las
palabras de Yulian estaban cargadas de verdades hirientes como el
acero. Alex merece alguien que nunca tenga una excusa, alguien
que la elija a ella por encima de todo, y Damien…, bueno, sabe
que él no es esa persona, nunca podrá darle eso. Sus obligaciones
pesan más que todo el amor que pueda sentir por ella. Así que ahí
está, intentando tragar su orgullo junto con el trago de vodka que
le queda.
—Debería ser delito que un chico tan guapo beba solo. —Una voz
femenina interrumpe sus pensamientos.
Damien levanta la mirada lentamente, sin entusiasmo.
—Debería —responde sin más, con el vaso en la mano.
Es una mujer atractiva, de unos veintiocho años, morena, con
unos labios que cualquiera envidiaría y unas curvas de infarto. Sus
ojos, de color miel, lucen un poco dilatados. Puede ver su reflejo
en ellos, aunque no le interesa.
—¿Puedo sentarme? —pregunta ella segura de sí misma.
—Pregúntale a la silla —masculla Damien sin molestarse en
disimular su mal humor.
—Vaya, qué simpático. ¿Siempre eres así de agradable o es un día
especial? Porque que seas guapo no te da derecho a ser un
gilipollas —responde con la paciencia de quien ya ha visto este
juego antes.
Damien no puede evitar atragantarse con su trago. Le ha hecho
gracia.
—¿Me has llamado gilipollas?
—Te has comportado como uno —responde sin inmutarse.
—Y tú como una de esas que busca un polvo rápido con frases
sacadas de películas malas: «Debería ser delito que un chico tan
guapo beba solo» —dice él imitando su tono de voz—. ¿En serio?
¿De qué peli cutre has sacado eso?
—Pensaba que sonaría mejor si lo decía con voz sexy, pero si
sonó tan patético como lo has imitado… ¡Madre mía, qué
vergüenza! —Se ríe a carcajadas, tapándose la cara—. ¿Puedo
empezar de nuevo?
Damien asiente y le da una segunda oportunidad. «Bueno, ¿por
qué no?», piensa.
—Hola, me llamo Samantha. ¿Te importa que me siente contigo y
nos tomamos algo? Estoy en esa mesa de dinosaurios de allí. —
Señala una mesa llena de hombres con traje que parecen sacados
de un museo. El más joven de ellos tendría unos ciento cincuenta
años—. Trabajo, por si te lo preguntas, y no, no soy puta, por si se
te ha pasado por la cabeza —dice riendo y él se muerde el labio
para no reírse también—. Soy abogada y esos son los socios
momificados del bufete. Unas hienas hambrientas, lo sé. El de la
corbata azul es un juez muy importante, metió en la cárcel a un
tipo muy peligroso y ahora es uno de los jueces más importantes
del mundo. Por lo que mis jóvenes colegas están compitiendo para
ver quién lo lleva a la cama, figurativamente hablando. Bueno, que
me acaban de nombrar socia del bufete y… —Hace una pausa; se
da cuenta de que está lanzándole un monólogo sin que él lo haya
pedido—. Perdona, soy de lengua suelta.
—No pasa nada —responde Damien, ahora divertido—.
Continúa, estabas a punto de darme tu número de la Seguridad
Social.
Samantha ríe y luego, sin previo aviso, suelta:
—¿Quieres follar?
Tras unos segundos de silencio, Damien no lo duda. Se levanta
del taburete y, antes de que ella pueda reaccionar, la besa con
desesperación, como quien busca ahogar su dolor en el primer
refugio que encuentra.
—Haber empezado así —murmura con una sonrisa pícara; la
toma de la mano y la arrastra fuera del bar.
Damien se repite a sí mismo que esta es la manera de olvidarse de
Alex de una vez por todas, aunque en el fondo sabe que no es tan
sencillo. Se siente como una mierda, pero va a seguir adelante con
esto. No hay vuelta atrás.
Esa noche, él y Sam terminan en la cama. No hay amor, ni
promesas, ni sentimientos que lo confundan. Es solo sexo, crudo,
vacío, sin expectativas. Dos cuerpos entrelazados que buscan
consuelo momentáneo, nada más. Pero cuando todo termina y la
oscuridad los envuelve, Damien sabe que este no es el final que
esperaba. Olvidar a Alex será mucho más complicado de lo que
está dispuesto a admitir, aunque, por ahora, se permita fingir lo
contrario.

Ava y Lizzie

Las dos están dándose un buen homenaje. La mesa es un caos de


comida, a rebosar de carne, pasta, patatas, ensaladas, pizza…
Vamos, todo un banquete digno de un bufé libre y de una
celebración como la que están teniendo. Entre jarras de cerveza,
las risas y las conversaciones ligeras fluyen con temas de música,
anécdotas del barco y otras chorradas. Ninguna de las dos quiere
entrar en terrenos más serios, pero, conforme la noche avanza y las
jarras se van vaciando, las lenguas empiezan a soltarse
peligrosamente.
—Oye, ahora que somos amigas —bromea Ava.
—Ja, ja y ja. Amigas, tú y yo, lo siento, pero eso no pega ni con
pegamento industrial —contesta Lizzie irónica.
—Estááá bieeen, mira que eres pesada y orgullosa, eh.
—¿Me estás llamando orgullosa? —Lizzie arquea una ceja.
—Y, encima, sorda. —Ava se echa las manos a la cabeza—.
¡Señora, ajústese el sonotone!
—Joder, eso ha tenido gracia. —Lizzie suelta una carcajada—.
Venga, suelta lo que sea que llevas aguantándote toda la noche.
—¿Qué ha habido entre mi hermano y tú? —Ava va directa al
grano, sin anestesia.
—Pues no debería decírtelo. Eso pertenece a nuestra intimidad,
pero ¡qué cojones! —Lizzie toma un trago de su cerveza—. Nada.
Cero. Ni la primera vez ni ahora.
—Pe… Pero yo creía… Nosotras siempre hemos creído… —Ava
parpadea confundida.
—Lo sé, entraba dentro del plan. —Le pega un trago a la poca
cerveza que le queda en la jarra—. Hicimos un trato. Fingir.
—Pero ¿por qué? No entiendo. ¿Para qué?
—Pues… él para que Alex pensara que no estaba y sigue estando
locamente enamorado de ella y yo…, pues…, no sé, ¿para
autoconvencerme de que alguien se interesa por mí? —Su rostro
se entristece. Ava ve en sus ojos dolor. «¿Puede ser que Luci…,
¡mierda!, Lizzie tenga corazón?», piensa.
—Eso suena duro —dice Ava con más empatía de la que
esperaba.
—Bah, ¿y qué? Es la verdad. ¿A quién le importa? —Lizzie
intenta mantener su pose, pero el temblor en su barbilla la delata
—. ¿A quién le importo yo de verdad?
—No digas eso. Tienes mucha gente en tu vida a quien le
importas.
—¿Ah, sí? Enumera… —la reta.
—Pues no sé… ¡Ah! Sí, tu madre, por ejemplo. Las siamesas,
esas dos pierden el culo por ti. —Rueda los ojos—. Y por no decir
todos los chicos que están locos por ti, los tienes haciendo cola.
James, por ejemplo, te hace ojitos; si tú quisieras, te lo tirabas.
Lizzie se lo toma a broma, riéndose de las supuestas conexiones
que Ava trata de pintar. Su respuesta es un torrente de amargura
que deja ver lo que realmente siente: soledad. Soledad y rechazo.
Las cicatrices invisibles de una vida de apariencias, de ser la chica
guapa y popular porque eso era lo único que tenía para aferrarse.
—Hoy te has propuesto hacerme reír. —Sus ojos se entrecierran
de la risa—. Mi madre no me quiere, me odia. ¿Las siamesas? Me
detestan, me tienen miedo. Les gustaría ser como yo, aunque les
falta valor. ¿Y los chicos? Solo me buscan porque soy fácil y
popular; cuando me conocen, salen corriendo. —Los ojos se le
humedecen.
—Lizzie…, yo…
—Ah y James no me hace ojitos. Se puede decir que tiene otras
preferencias. Es más… de tu equipo. —Le guiña un ojo—. No sé
qué le pasa a todo el mundo con cambiarse de acera, cada vez
cuesta más encontrar gente hetero.
Ava la mira con dulzura.
—No me mires así. No me tengas lástima. No soporto dar pena,
prefiero mil veces que pienses que soy una zorra estúpida y egoísta
a que soy una pusilánime.
Lizzie se levanta bruscamente y empuja la silla, que cae al suelo.
Quiere salir corriendo, pero su borrachera le juega una mala
pasada y se le enreda un pie entre las patas de la silla, lo que hace
que empiece a dar traspiés e intente mantener el equilibrio para no
perder la poca dignidad que le queda en esos momentos. Todos los
ojos se vuelven hacia ella, pero no se detiene.
—Espera, Lizzie —grita Ava.
No le hace caso, desaparece del comedor a toda velocidad.
Ava se queda en la mesa, con las manos apoyadas en la cabeza, a
ver si consigue que deje de darle vueltas. No solo por toda la
cerveza que ha bebido, sino por la sorpresa de descubrir que en ese
corazón donde siempre creyó que habitaba el hada de la maldad,
en realidad, late un corazón herido, oculto tras la máscara de una
falsa seguridad.
Ava busca a Lizzie por todo el barco.
Finalmente, la encuentra sentada junto a la piscina, con los pies
en el agua y una botella de whisky a su lado. Se acerca y se queda
de pie, mirándola. Ella sigue con la vista fija al frente. Perdida.
Vacía. Lizzie le pega un trago a la botella, levanta la cabeza y posa
sus ojos sobre Ava. Se limpia la boca con el brazo y le hace un
gesto para que se siente con ella. Ava obedece en silencio,
metiendo también los pies en el agua. Le pide la botella y le da un
trago. Sabe que no deberían seguir bebiendo, llevan demasiado
alcohol en el cuerpo y mañana pagarán las consecuencias; pero,
esta noche, hay algo en Lizzie que le provoca ternura, intriga,
necesidad de saber qué esconde bajo ese caparazón de arpía
odiosa. Su mirada es triste, su boca temblorosa y su habitual
postura erguida parece haberse roto en mil pedazos.
—¿Necesitas hablar? —pregunta Ava rompiendo el silencio.
—¿De qué? —responde cansada, con una risa amarga.
—No vale responder con otra pregunta. De lo que necesites. Sé
escuchar.
—Escuchar, ¿para qué? ¿Para que luego te rías de mí? ¿O para
usarlo en mi contra? Así tu amiga y tú pensaréis que me habéis
derrotado, ¿no? ¿Para eso? —Pega otro trago—. Vete a la mierda,
Ava.
—¡Nooo!, ¿por qué lo dices?, ¿por qué siempre piensas que todo
el mundo está en tu contra?
—Porque lo está… —La mira y suelta todo el aire de golpe hasta
desinflarse—. Estoy cansada, Ava…, cansada de luchar, cansada
de aparentar algo que no soy. Soy una cobarde, ¿lo sabías? Una
puta cobarde. Me escondo bajo esta capa de tinte rubio y
maquillaje, bajo esta ropa cara y esta personalidad de mierda que
siempre tiene que aparentar estar bien, que nada ni nadie le
importa, que nada le afecta. Pero sí lo hace, ¿sabes? Estoy cansada
de solo ser guapa cuando no lo soy, soy un monstruo.
—Lizzie, yo…
—No digas nada. —Le pone el dedo en sus labios y le da otro
trago a la botella—. ¿No querías escuchar? Pues bebe y calla… —
Le pasa la botella—. ¿Sabes que mis padres no saben ni que
existo? Apuesto a que no lo sabías. Mi madre siempre estuvo
enamorada de mi padre, estaba loca por él. Ella lo hacía todo por y
para él. ¿Has oído alguna vez lo de que, cuando tienes un hijo, el
marido pasa a un segundo plano porque la madre se vuelca con el
bebé? Pues conmigo no fue así. Mi madre se olvidaba de mí para
atender las necesidades de mi padre y tenerlo contento. Le daba
pánico que la dejara. Se arrastró, se humilló ante él suplicando por
su amor. ¿Y sabes qué hizo él? La dejó. Ese día, ella se cortó las
venas delante de mí. Yo era una niña… —Agacha la cabeza.
—Eso es horrible. —La mira, pero ella mantiene fija la mirada en
el agua—. ¿Por qué la dejó?
—Todo el mundo lo sabe —ríe sarcásticamente—: por fea.
Encontró a otra mujer mucho más guapa y joven que ella. La
acusó de haberse abandonado con los años, de haber engordado.
Le dijo que ya no le atraía sexualmente. Se fue y nunca más
volvimos a saber de él.
—¿Nunca ha vuelto por ti?
—Ni siquiera se despidió de mí. Nunca me quiso, yo siempre fui
como un mueble más de la casa para él. Bueno, para los dos…
Recuerdo las veces que intenté llamar su atención, que me vieran,
que supieran que existía, que me hicieran caso, anhelaba que me
quisieran. Nunca recibí cariño por parte de ninguno. Mi padre solo
pensaba en él y en sus cosas, y para mi madre solo existía él. Es
duro no poder entender qué has hecho de mal para que tus propios
padres no te quieran… Cuando se fue, me prometí que nunca
dejaría que alguien me despreciara por ser fea. Así que me
convertí en la chica más guapa y popular. Solo que eso… Tampoco
me ha llenado. —Lizzie se ríe, pero sus ojos están llenos de
lágrimas.
—¿Fue en ese momento cuando te alejaste de Alex?
—Sí —afirma sorbiéndose la nariz—. No podía permitirme tener
una buena persona a mi lado, una buena amiga. Ella siempre lo
fue. Yo la quería…
—No tiene sentido, Lizzie. ¿Por qué apartaste de ti a la única
persona que te quería?
—Porque yo no quería quererla. Cuando quieres a alguien eres
vulnerable. Te expones a que te hagan daño, jueguen contigo y te
abandonen. Si no quieres a nadie, nadie te puede herir.
—Lizzie, eso que me estás diciendo es, uf, no lo sé, ¿muy triste?
En ese momento pasa un camarero y les ofrece una botella de
champán.
—Gracias, no queremos —contesta Ava.
—¿Cómo que no queremos? Trae para acá. —Se pone en pie
frente al camarero, tambaleándose. Le coge la botella y le da un
beso de tornillo—. Gracias, moreno. —Lo echa dándole una
palmadita en el culo.
—Estás muy loca. —Ríe Ava—. No deberíamos beber más, a mí
ya la cabeza me da vueltas. Me queda nada para vomitar hasta la
cena de Navidad.
Lizzie estalla en una risa.
—¿Y qué más da? ¡Bebe! —Le ofrece la botella.
Se vuelven a quedar en silencio mientras comparten el líquido
burbujeante de la botella.
—¿Nos bañamos? —propone Lizzie. Ava la mira un poco
escéptica. Antes de que pueda contestarle, Lizzie se quita la ropa y
se lanza al agua en ropa interior—. Venga, anímate. El agua está
de lujo.
Ava, que tampoco está muy sobria que digamos, la mira y la ve
sonreír. Le recorre una extraña sensación. «¿Cómo una persona tan
rota por dentro puede estar siempre sonriendo? ¿Qué pasará por la
mente de esa rubia de bote cuando se apagan las luces del
escenario donde lleva toda una vida actuando?», piensa.
Imitándola, se quita la ropa y salta al agua.
—Tenías razón, está buenísima —exclama Ava.
—¿Quién?, ¿el agua o yo? —Sonríe burlona.
—Ja, ja, muy graciosa; el agua, por supuesto. —«Tú también»,
piensa. Lizzie le saca la lengua—. Entonces, ¿no hay nadie en tu
vida a quien quieras?
Esa pregunta hace que la sonrisa desaparezca de la cara de Lizzie.
—No. —Zambulle la cabeza en el agua. Cuando sale a flote ve
que los ojos de Ava están esperando a que continúe—. Ya no… No
me quiero ni a mí misma. —Le enseña las muñecas. Tiene
cicatrices de cortes—. Lo he intentado más de una vez, pero, como
puedes comprobar, no lo he conseguido. —Sumerge la cabeza a la
altura de la nariz y se acerca a ella—. ¿Qué se siente?
—¿A qué te refieres? —pregunta Ava confusa.
Lizzie está demasiado cerca.
—Lo que se siente cuando alguien te quiere. ¿Cómo es?
—Pues no sé, nunca me lo he preguntado. Supongo que es bonito.
Te sientes plena, protegida, segura de que si algo malo te llegara a
pasar hay alguien para cuidar de ti. —Hace una pausa—. Paz, sí,
eso, creo que es una sensación de paz.
—¿Crees que algún día sentiré eso?
—Claro que sí… Pero para que eso pase primero tienes que
quererte a ti misma como si fueras el mayor tesoro de tu vida y
luego tienes que abrirte a los demás. Si no te dejas conocer, porque
siempre estás a la defensiva o atacando, no permites que nadie vea
más allá de la fachada que quieres mostrar. —Lizzie rueda los ojos
—. No hagas eso con los ojos. Para ganar debes arriesgarte a
perder. Hoy has arriesgado conmigo, he visto una parte de ti que
desconocía… y me ha gustado mucho. La Lizzie a la que juegas
ser no te pega nada, la de esta noche le da mil patadas.
—Es por el alcohol; mañana seré la zorra insoportable de
siempre.
—No creo. Después de lo de hoy, a mí ya no me puedes engañar
más. Ya no puedo verte con los mismos ojos. He visto tu interior.
Tienes corazón, Lizzie Standford, y uno muy bonito, aunque
necesita cuidados intensivos.
—Me da vergüenza lo que te voy a pedir, pero necesito hacerlo.
—Dime…
—¿Me puedes abrazar?
Ava está apoyada contra la pared de la piscina. Le tiende la mano
y tira fuertemente de ella hasta que sus cuerpos se pegan el uno
contra el otro.
—No me sueltes, por favor… —Lizzie musita entre lágrimas.
—No lo pienso hacer —le susurra al oído y la aprieta más fuerte.
Al fundirse en ese abrazo tras haberse sincerado con sus
sentimientos, ambas experimentan una mezcla de alivio y
conexión profunda. Sienten cómo desaparece la tensión acumulada
y es reemplazada por una calidez reconfortante que fluye entre
ellas. Es un momento de vulnerabilidad compartida, donde el
miedo da paso a la seguridad y al entendimiento mutuo. Ese
abrazo simboliza la unión de sus emociones, el comienzo de una
nueva etapa en su relación, cargada de cariño, aceptación y la
certeza de no estar solas en lo que sienten.
Lizzie se separa un poco, la mira nerviosa. Primero a los ojos,
luego a los labios. Siente un calor que recorre su cuerpo, una
electricidad de los pies a la cabeza. Nota la piel suave de Ava y su
respiración acelerada. No entiende lo que le está pasando ni por
qué es incapaz de separase de ella; al contrario, quiere acercarse
más. La coge por la cintura y aprieta con firmeza. A Ava se le
escapa un suspiro. Lizzie sonríe y se muerde el labio inferior; se
acerca a escasos milímetros de su boca.
—No lo hagas, Lizzie. —La frena en medio de respiraciones
entrecortadas.
—¿No quieres? —Casi le roza los labios.
—No quiero… Di… Digo, sí quiero. —Le coge dulcemente la
cara y la obliga a mirarle a los ojos—. No, no quiero que hagas
algo porque estés borracha, y sí, sí quiero besarte, estoy deseando
hacerlo, y después de lo de esta noche…, me muero de ganas de
conocerte, a ti, a la verdadera. —Por las mejillas de Lizzie surcan
lágrimas descontroladas—. No llores.
—Son lágrimas de felicidad, es lo más bonito que nadie me ha
dicho jamás. Me duele el corazón, tengo una presión justo aquí. —
Coge la mano de Ava y la lleva a su pecho. Ava se tensa al notar el
roce de su piel—. ¿Es normal?
—Supongo que sí. Creo que esa maquinaria tan oxidada que
tienes ahí dentro empieza a funcionar de nuevo. —Sonríen—.
Déjame mostrarte lo sencillo que es ser amado y lo hermoso que
puede ser cuando te permites corresponder a ese sentimiento.
Lizzie la mira con dulzura. Esa chica garrula y mal vestida que
siempre la está insultando, sacando de quicio y que es todo lo
opuesto a ella… resulta que es un ser de luz precioso, puro y con
una sensibilidad que hace que le tiemble todo el cuerpo. Entonces,
en un impulso, se acerca a Ava, quien la mira sorprendida.
—Necesito hacerlo…, no me importa el mañana —susurra Lizzie
antes de besarla.
El beso es suave, un torrente de emociones que ambas han
reprimido hasta ese momento. Es el punto culminante de un deseo
contenido, donde cada latido del corazón resuena con una
intensidad nueva, como si todo el peso que llevaran cargado se
disipara en ese instante, dejándolas ligeras, flotando en la mezcla
de euforia y alivio. Cuando se separan, Lizzie apoya la cabeza en
el hombro de Ava.
Esa noche duermen abrazadas en una hamaca junto a la piscina.
Lizzie acurrucada contra Ava, quien la sostiene con ternura, como
si con ese simple gesto pudiera curar todas las heridas que la rubia
ha estado ocultando. Mientras el mundo sigue su curso, ellas
encuentran consuelo en la compañía de la otra. Sienten por
primera vez en mucho tiempo que no están solas.
El monstruo
viene a verme

Y a habían pasado varios días desde que los chicos se fueran


en ese avión hacia España. No tenían noticias de ellos y
tanto Elena como Isabella estaban muy preocupadas. Blake era el
as bajo la manga que guardaban para protegerlos en caso de que
algo malo ocurriera, pero tampoco había manera de localizarlo. ¿Y
si le había ocurrido algo a él también? Parecía como si se hubiera
abierto la Tierra y se los hubiera tragado a todos. Se temían lo
peor.
La sombra de Stepan sobrevolaba todos y cada uno de los
rincones de esa casa donde Elena había intentado con todas sus
fuerzas que fuera un lugar seguro para ella y su hija. Ahora había
dejado de serlo. Sabía que en cualquier momento su peor pesadilla
se haría realidad y vería cruzar la puerta de su amado hogar al
hombre con el que un día la obligaron a casarse.
Elena nunca estuvo enamorada de Stepan; fue su madre,
Elizabeta, la que la obligó a casarse con él. Había soñado mil
veces cómo sería esa conversación con su madre, dónde podría
mirarla a los ojos y preguntarle por qué lo hizo, por qué la vendió
de esa manera a un hombre tan horrible como Stepan. ¿Por qué?
¿Por qué hizo algo tan cruel? Nunca sabrá la respuesta. Hace años
que su madre murió en extrañas circunstancias. Según le contó
Isabella, la versión oficial fue que, en la cacería que se celebraba
todos los años para festejar la llegada del invierno, Elizabeta se
alejó demasiado y en un descuido se le disparó su arma. Cuando su
caballo regresó sin ella, manchado de sangre, supieron que algo
malo había sucedido. Ese día la estuvieron buscando
incesablemente, pero no hallaron su cuerpo, tan solo un reguero de
sangre, su abrigo maltrecho y su arma. Semanas después
encontraron los restos de un cuerpo en descomposición devorado
por los lobos; llevaba la ropa de Elizabeta. Ese fue el fin de la
reina Elizabeta Fjordsson. Tras su muerte, Elena sería su sucesora.
Pero Elena no estaba. Para todo el mundo, ella había muerto en un
accidente de coche junto a su hija; por tanto, no había ningún
sucesor legítimo de la centenaria dinastía Fjordsson. Y así fue
cómo Stepan subió al poder y comenzó a gobernar Sibernia, dando
comienzo a una nueva era: la era de los Uralovich. El país se
quedó dividido. Por un lado, los que apoyaban a Stepan, que se
dejaron vislumbrar por su elocuencia y su gran poder de
persuasión; por otro, los que vieron en él la verdad, a tan solo un
embaucador con ansias de poder y supieron de inmediato que
traería el caos y la destrucción a su país. No se equivocaron.
Stepan era un hombre cruel, sanguinario y un depravado sexual,
capaz de hacer cualquier cosa por dinero y poder. Tanto Isabella
como Elena sufrieron las agresiones de ese monstruo en sus
propias carnes, cada una a su manera. Ambas lo odiaban. Ambas le
temían. A Elena, tristemente, fue su madre quien la entregó a ese
ser; sin embargo, lo de Isabella fue algo fortuito, o, más bien, una
mala jugada del destino. Isabella nunca ocultó su odio por Stepan,
pero sí guardó como su más preciado secreto el motivo de ese
odio, ni siquiera Elena lo conocía. Así fue cómo se conocieron,
entre ese amasijo de dolor, miedo y odio. Lo que sentían por
Stepan las unió para siempre.
Y ese maldito y temido día llegó… El monstruo vino a verlas.
Era de noche. Elena e Isabella dormían. Se oyeron ruidos en la
calle.
—Despierta, Elena —susurró Isabella—. Ya están aquí.
Elena dio un salto de la cama. Estaba pálida y un sudor frío
recorría su cuerpo. Una vez en pie su cuerpo se paralizó.
—¡Elena! —La zarandeó—. ¡No! ¡Ahora no! Tienes que ser
fuerte.
—Lo siento…, no puedo.
—Lo hemos hablado muchas veces. ¡Claro que puedes! —La
abrazó—. Esto es por nuestros hijos. Confía en mí, todo va a salir
bien.
Elena lloraba. Apretó con fuerza a Isabella durante unos segundos
y luego se separó.
—Está bien. Tienes razón. Hagámoslo.
Isabella la miró con orgullo, pero también con una mezcla de
pena y nostalgia, como si sus sentimientos estuvieran atrapados
entre el presente y un pasado imposible de olvidar. Le había
prometido que su plan saldría bien cuando en realidad no estaba
segura. Había una posibilidad entre mil de que Stepan se tragara lo
que iban a contarle, pero, si no funcionaba, al menos quería que su
amiga muriera sin miedo, mirando a los ojos a su verdugo y
demostrándole que ya no le temía.
—Te quiero, confía. —La volvió a abrazar.
—Y yo a ti…
La puerta se abrió y la temperatura descendió de golpe.
—¿Dónde estás, mi amor? —vociferó Stepan.
Elena e Isabella bajaron juntas, cogidas de la mano por las
escaleras. Se acercaron a él.
—Estás preciosa para llevar muerta tantos años. —La cogió por la
cara y le lamió los labios—. Sigues estando rica. —Dejó ver una
sonrisa de triunfo malicioso. Sentía placer al saberse victorioso
sobre ella. Miró a Isabella—. ¿Tú quién coño eres?
«Maldito hijo de puta. Después de lo que mi hiciste y sigues sin
acordarte de mí. Ríete, cabrón, más me reiré yo cuando te mate
con mis propias manos», pensó Isabella.
—Yo soy…
—¡Ah! Calla, ya me acuerdo de ti. —La miró despectivamente y
sonrió—. Eres la puta sirvienta que la ayudó a huir. —Soltó una
carcajada más sonora. «Sigue sin acordarse el malnacido», pensó
Isabella—. ¡Qué bueno! Soy un afortunado. No me lo esperaba. —
Se giró para regodearse con sus hombres—. Me voy a hacer un
dos por uno. —Miró a Isabella, la cogió por detrás del cuello y la
atrajo de un tirón hacia él. Intentó besarla en la boca. Isabella le
mordió el labio con tanta fuerza que casi se lo arranca—. ¡Puta! —
gritó. Le dio un bofetón que la tiró al suelo y haciendo que fuera
ella la que sangrara por la boca. Se agachó y la cogió por el cuello;
apretó tan fuerte que el aire apenas le llegaba a los pulmones. Rio
—. No vuelvas a hacer algo así en tu vida. —La soltó cuando su
cara cambió de color—. ¿Por dónde iba? Ah, sí, voy a divertirme
bastante. La zorra heredera y la puta criada. —Las observó de
arriba abajo de manera lenta y deliberada, evaluando su valor y
despreciando su posición—. Cogedlas.
Isabella se mantuvo fuerte y segura, pero Elena no, su cara estaba
desencajada, ese hombre era superior a sus fuerzas, su sola
presencia le hacía temblar. Estaba aterrorizada. Aun así, ambas se
quedaron quietas, no pusieron resistencia. Conocían a su enemigo
y sabían que no las mataría de un simple disparo. Ese monstruo
disfrutaba con el sufrimiento ajeno y, antes de matarlas, las
torturaría. Debían aguardar hasta que vieran el momento oportuno
para ejecutar su plan. Tenían que hacerle creer que él dominaba la
situación para después engañarlo y hacerle dudar de si en realidad
le convenía matarlas o más bien las necesitaba para seguir
conservando lo que más anhelaba en el mundo: el poder. Un golpe
rápido y seco dejó sin consciencia a Isabella. Elena se quedó
rígida. La mirada de Stepan le cortaba el paso del aire a los
pulmones y dejó de respirar. Cuando estuvo a punto de
desvanecerse, un tirón de su muñeca la devolvió a la vida.
—Tranquila, cariño, a ti no te haré daño de esa manera. Tenemos
algo pendiente…
Tiró de ella y la arrastró por las escaleras. Abrió la puerta de uno
de los dormitorios y la empujó contra la cama.
—Quítate la ropa —ordenó.
—Por favor… —imploró Elena.
—Hazlo.
Stepan descargó toda la rabia que sentía por Elena en esa
habitación. Se sentía humillado, engañado, traicionado y
ridiculizado por esa mujer. Quería hacerle daño, mucho, pero
como buen psicópata que era sabía que el daño físico duele, pero
se puede olvidar pronto; sin embargo, el daño emocional, el
psicológico, te deja unas heridas casi imposibles de sanar. Esa
noche la violó repetidas veces, con su pene, con sus manos, con
cualquier objeto que tuviera cerca. Fue tan espantoso lo que hizo
con ella que el cuerpo agotado de Elena suplicó que le diera fin a
su vida. No se detuvo. La humilló y vejó de tal manera hasta que
su mente se puso en modo supervivencia. Sus ojos perdieron la
vida, su boca temblaba, la expresión de su rostro era la imagen del
miedo personificado. Cuando no pudo más, al igual que su amiga,
perdió el conocimiento.
A la mañana siguiente despertaron maniatadas al techo del sótano,
de tal manera que estaban suspendidas en el aire y sus rodillas
rozaban levemente el suelo. Isabella tenía la cara desfigurada por
los golpes. Elena era un cuerpo sin vida, que tan solo seguía
respirando.
—Buenos días, señoras. ¿Cómo habéis dormido? Yo
fantásticamente bien. —Stepan se rascó su miembro viril—.
Querida, es una suerte que tengas este espacio insonorizado.
Gracias por hacer mi vida más fácil.
—¿Qué vas a hacer con nosotras? —balbuceó Isabella.
—Divertirme. —Rio—. Y cuando me aburra, mataros. —Rio más
fuerte.
—Deberías pensarte mejor eso, cabrón —espetó Isabella.
Uno de los hombres de Stepan le dio una patada en el estómago.
—Tranquilo, no tan fuerte. No quiero que la mates tan rápido. —
Cogió a Isabella por la barbilla—. ¿Qué has querido decir?
Isabella sacudió la cabeza con fuerza para liberarse del tacto
asqueroso de su mano y escupió al suelo. Stepan sonrió.
—Eres valiente.
—No te tengo miedo. Sé algo que tú desconoces.
—¿Ah, sí? Sorpréndeme.
—Vas a morir —sentenció Isabella.
—Ja, ja, ja, no me hagas reír. Todos moriremos algún día. Unas
antes —las señaló— y otros después. —Se señaló a sí mismo.
—Sí, lo que tú no sabes es que el orden de los factores sí altera el
resultado. Tú vas primero. —Lo miró desafiante.
El rostro de Stepan cambió. La seguridad con la que hablaba
Isabella lo hizo dudar. ¿Acaso sabía ella algo que él desconocía de
verdad?
—Déjate de tonterías y habla claro de una vez.
—¿Qué pasa, rey? ¿Ahora sí me escuchas?
—¡Habla de una vez! —Cogió una táser de uno de sus hombres y
le disparó.
Una descarga eléctrica hizo que sus músculos motores se
descontrolaran y quedara incapacitada. Su cabeza se dejó caer
junto con el peso de su cuerpo; sus muñecas se desgarraron.
Stepan la agarró del pelo y levantó su cabeza, pero no respondió,
había vuelto a perder la consciencia.
—¡Puta! —exclamó con rabia.
Elena estaba inerte ante la situación. No era capaz de expresar
ninguna emoción, ni buena ni mala. Stepan dirigió su mirada a ella
y se fue acercando lentamente. Su miedo galopaba por su cuerpo
como si fuera una manada de caballos salvajes huyendo de un
incendio que estaba a punto de arrasar su hábitat. La cogió por el
cuello y apretó fuerte, muy fuerte. Le costaba respirar.
—¿Dónde está mi hija?
Cuando nombró a Alexandra fue el detonante que hizo que todo
su miedo desapareciera. Recordó lo hablado con su amiga y lo
importante que era mantenerse firme y seguir el plan. Había sido
débil, le había dado el gusto a ese monstruo. Ya no más, esa sería
la última vez que le tuviera miedo. Una lágrima descendió por su
mejilla y fue entonces cuando lo miró a los ojos.
—Tu hija será la persona que te mate. —Una sonrisa sinuosa
asomó en sus labios; estos se curvaron hacia un lado y sus ojos se
entrecerraron. Su sonrisa dejaba implícito sus planes ocultos—. Y
no está sola…
—¿Qué quieres decir? —La seguridad con que lo dijo y el cambio
en la expresión en su cara hizo que un escalofrío y la sombra del
miedo se apoderaran de su cuerpo—. ¡Habla de una puta vez! —
Volvió a apretarle el cuello con más fuerza. Esta vez Elena sonrió.
—Tu hijo. Él es quien ha planeado todo. Te quiere fuera. Te
quiere muerto y tú eres tan tonto que no lo has visto venir. Se lo
estás poniendo en bandeja. Si me matas… —miró a Isabella—, si
nos matas… estás perdido. Puedes ir despidiéndote de seguir
gobernando.
Stepan era consciente de que la relación con su hijo estaba lejos
de ser idílica. En su fuero interno sabía que ese vínculo distante lo
hacía capaz de cualquier cosa. Ambos compartían la misma
ambición desmedida y una insaciable sed de poder. Por eso,
cuando Elena le habló, sus palabras no le resultaron extrañas; solo
confirmaron lo que siempre había temido, que su hijo estaba
dispuesto a cruzar cualquier límite para lograr sus objetivos. Cogió
nuevamente la táser y la descargó en el cuello de Elena, que cayó
fulminada.
Lisboa

E l barco llega a Lisboa. Aún no saben qué sorpresa les


aguarda al llegar ahí. James tan solo les ha dicho que
estuvieran preparados y que hicieran las maletas. Durante la
comida les sería revelada y les vaticinó que la cena de esta noche
sería totalmente diferente. Por tanto, disponían de toda la mañana
para visitar la ciudad y poner los pies en tierra firme. El grupo
decide ir a recorrer las calles de esa hermosa ciudad y disfrutar de
lo que se vayan encontrando por el camino, todos menos Damien,
que tiene otras prioridades. Necesita hablar con Isabella y saber
cómo va todo. También tiene que informar a Ekaterina.
—Yo no os voy a acompañar, prefiero… —gira la cabeza y ve a
Sam— ir por libre.
Sam se acerca hasta donde se encuentran, sonriendo y sin apartar
los ojos de Damien. Sin que nadie se lo espere, se pone a gritar.
—¡Que alguien llame a la Policía! ¡Se va a cometer un delito! Un
chico tan guapo no puede andar solo por un país desconocido,
podría provocar algún infarto…, a mí la primera. —Sam pone los
brazos alrededor del cuello de Damien.
—¡Estás loca! —Damien se parte de la risa—. ¿De dónde sacas
esas frases tan malas?
—Esta es de un libro. —Sonríe—. Manual del desastre: Guía
infalible para espantar amores.
—Pues deberías revisar tus gustos literarios —dice Alex con cara
de pocos amigos.
—¿Quién es esta? —pregunta Sam.
—Nadie —responde Damien.
—¿Nadie? —pregunta Alex claramente molesta.
—Bueno, sí, es alguien. Es la novia de mi amigo. —Señala a
Yulian—. Mi gran amigo, Yulian.
«¿Amigo? ¿Ahora son amigos?», piensa Alex.
Yulian coge la mano de Sam y la besa delicadamente mientras no
aparta sus ojos de ella.
—¡Oh! Un gentleman. —Se sonroja Sam—. Encantada.
—El gusto es todo mío.
—¿A ti qué te pasa? —pregunta Alex dándole un golpe leve en el
brazo a Yulian.
—¡Auch! ¿Qué? Solo estaba siendo educado. —Se acerca a su
oído—. Solo tengo ojos para ti, no te pongas celosa. —La besa en
el cuello.
—¿Y de qué os conocéis mi hermano y tú? —pregunta Ava
curiosa.
—Sexo —afirma Sam sin pelos en la lengua.
Damien asiente cubriéndose la boca con la mano. Mira de reojo a
Alex.
—¡Cómo no! Se tira a todo lo que se menea —bufa Alex.
—Uy, parece que «nadie» lo quiere todo. Está con el rubio, pero
piensa en el moreno —resalta Sam—. Deja que te dé un consejo,
guapa: Todo no se puede tener.
—Gracias por lo de guapa. —Alex le guiña un ojo—. Deja que yo
te dé otro: Métete tus consejos por el…
—Buenooo y hasta aquí la función —interviene Ava tirando de su
amiga—. Nos vemos luego en el barco. Hermanito, como diría
Yoda, «Cuando mires al lado oscuro, cuidado debes tener, ya que
el lado oscuro te mira también».
Damien se acerca a su hermana y le da un beso en la frente.
—Que la fuerza te acompañe. —Ambos se parten de la risa.
—Mira que sois friquis —espeta Lizzie.
—Miriquisisfriquis —se burla Ava chocando con complicidad
contra su hombro.

*****
Las chicas sonríen y comentan entusiasmadas lo encantadoras que
son las calles empedradas y los vibrantes edificios adornados con
azulejos decorativos. Yulian las sigue, disfrutando en silencio de
su alegría. Sin embargo, lo que realmente le saca una sonrisa es
ese pequeño toque de celos que ha detectado en Alex hacia Sam.
Alex lo mira con una chispa en los ojos y Yulian, cómplice, le
responde con una mirada cargada de ternura.
—¡Mira! —exclama Lizzie—. ¡Una tienda de ropa! ¿Entramos?
—Con todas las que tienes en el barco, ¿en serio necesitas más
ropa? —resopla Ava.
—Sería una pena venir a Lisboa y no comprarse algo, ¿no crees?
Piensa que sería como llevarte un recuerdo del país, en vez del
típico imán para la nevera. —Se ríe.
—Eso ha sido bueno. Lo admito. —Suelta una carcajada Ava.
Alex observa divertida la escena. En la conversación que tuvo con
su mejor amiga, antes de bajar del barco, esta le confesó que su
opinión sobre Lizzie había cambiado, que ya no la veía tan odiosa
como antes, que quería darle una oportunidad y conocerla mejor.
Y, por lo visto, el sentimiento era recíproco; Lizzie también
demostraba interés por Ava. Sin duda, algo había cambiado entre
ellas, y cualquiera que estuviese a su lado lo podía notar. Sus
miradas tenían un brillo distinto, y sus palabras, antes cargadas de
tensión, ahora transmitían una sutil complicidad.
—Vosotras id, que yo prefiero visitar esa librería de ahí —dice
Alex, señalando al otro lado de la calle—. ¿Me acompañas? —le
pregunta a Yulian.
—Será un placer —responde él sin dudar.
Lizzie agarra a Ava de la mano y prácticamente la arrastra dentro
de la tienda. Al cruzar el umbral, ambas se quedan sin palabras.
Todo en ese lugar grita lujo: la luz suave que realza cada prenda,
las estanterías de mármol y madera, los pequeños detalles
decorativos que están diseñados para que sientas que entraste a un
lugar exclusivo, muy lejos de una simple tienda de ropa.
Lizzie, como pez en el agua, coge montones de ropa para
probarse. Ava, que no suele ser muy de compras, se deja contagiar
por su entusiasmo y hasta elige un par de prendas para ella.
—¿Cuántas has cogido? —pregunta Lizzie.
—Solo dos. —Ava se sonroja—. Esta ropa no es muy de mi
estilo.
—¿Solo dos? —Lizzie ríe—. A ver, enséñamelos, pero puestos,
claro. ¡Pasa y te doy puntuación!
Ava sale del probador con su conjunto: una blusa de seda con
escote en V, pantalones anchos y unos mocasines. Lizzie la mira
de arriba abajo con una sonrisa que delata más de lo que Ava
espera.
—Estás muy guapa —dice tímidamente Lizzie acercándose para
acomodarle la blusa.
—¿Gracias? —Sonríe Ava—. Suena raro.
—¿El qué? —Da un paso más hacia ella.
Aunque aquella noche Lizzie la tenga un poco borrosa, no puede
olvidar el sabor de ese beso. Un simple beso que hizo que algo
despertara en su interior. Había intentado dejar de pensar en Ava
de esa manera, pero no lo había conseguido. Lizzie le ajusta el
cuello de la blusa y, al rozar su piel, siente un escalofrío recorrer
todo su cuerpo.
—No lo sé… Palabras bonitas hacia mí —Ava susurra, atrapada
en esa mirada que ha empezado a desarmarla. Cuando la mira con
esos ojos no ve ni rastro de Lucifer.
—Me toca a mí… —Se aleja Lizzie.
Cuando Lizzie sale del probador con su primer conjunto, Ava
siente que el aire de la tienda se hace más denso. La falda de cuero
ceñida y la blusa de seda le sientan de maravilla.
—¡Guau! —Ava traga saliva con dificultad—. Estás increíble.
Lizzie le regala una sonrisa coqueta levantando sutilmente una de
las comisuras de sus labios y vuelve a entrar al probador.
—¿Por qué tardas tanto? —le pregunta al ver que no sale del
probador.
—Voy a necesitar ayuda con la cremallera, ¿entras?
Ava vuelve a tragar saliva y nota cómo le sudan las manos. Corre
la cortina y la ve con un vestido verde esmeralda. Casi deja de
respirar.
—¿Sucede algo? —Lizzie nota la reacción de Ava.
—Sucede todo… —responde con un murmullo.
Sin pretenderlo, sus cuerpos se ven atraídos por una fuerza
irresistible. Se miran con deseo, con ganas, pero con miedo.
—¿Me ayudas? —vuelve a preguntar.
Lizzie se gira lentamente, dejando al descubierto su espalda
desnuda ante los ojos de Ava, cuyas manos empiezan a temblar,
como si de repente no supiera qué hacer con ellas. En el espejo,
Lizzie observa cada detalle de su rostro: los labios entreabiertos,
los ojos más oscuros de lo habitual, la tensión en cada músculo.
Sabe que Ava está nerviosa, aunque lo disimula bajo esa máscara
de tranquilidad. Ella también lo está. ¿Cómo no estarlo? La
cercanía entre ambas hace que el aire se cargue de algo que Lizzie
aún no entiende del todo.
Nunca se había sentido atraída por otra mujer. Nunca. Pero Ava…
Ava es diferente. Una excepción que le desmonta todas las reglas
que pensaba tener. Quizás fue desde aquella noche, cuando se
atrevió a abrirse por completo y le mostró a Ava su versión más
cruda y real, que todo cambió. Esa conexión que surgió entre ellas
iba más allá de lo físico. Había algo en Ava que tocaba partes de su
alma que Lizzie ni siquiera sabía que existían. Un toque suave,
pero capaz de desatar una tormenta interna. Y ahora, el miedo y la
excitación se arremolinan en su pecho, luchando por el control.
Pero también hay una certeza que asoma en el caos: esto no es solo
una atracción física. Es algo más, algo profundo que las arrastra
hacia lo desconocido, hacia un abismo del que tal vez no puedan
volver. Lizzie siente que está a punto de descubrir algo crucial,
algo que puede cambiar todo lo que conoce y todo lo que es. Y eso
la asusta y la excita a partes iguales.
Ava, con una suavidad que contrasta con la tensión del momento,
aparta su cabello con delicadeza. Se muerde los labios,
conteniendo una emoción que amenaza con desbordarse, y deja
que su dedo trace un recorrido lento y deliberado desde la nuca
hasta la base de la espalda. El simple roce provoca un gemido que
Lizzie no puede contener. Sin pensarlo, Ava se inclina hacia
delante, rozando con los labios la piel de Lizzie, Respira su aroma.
Un perfume hecho para encender cada célula de su cuerpo. Sus
miradas se cruzan en el espejo. Los ojos de Lizzie, ahora más
oscuros, se clavan en los de Ava con una intensidad que grita
deseo, necesidad, entrega. Y con otro gemido, esta vez más fuerte,
Lizzie deja claro lo que ambas ya saben. Ava sonríe, una sonrisa
traviesa y llena de intención mientras sus manos suben la
cremallera del vestido con una lentitud exasperante, como si
saboreara cada segundo, cada centímetro de piel cubierta.
Al llegar al final, Ava no se detiene. Se inclina hacia el cuello de
Lizzie y deposita un beso suave, que envía un escalofrío directo
por su columna y provoca que el cuerpo de Lizzie reaccione con
un estremecimiento incontrolable.
Sus ojos se encuentran una vez más, y esta vez no hay duda, no
hay vacilación. Lo que empezó como una chispa se ha convertido
en un fuego incontrolable que las consume. Lo sienten en la forma
en que sus cuerpos responden con cada roce, cada mirada. Esto es
algo inevitable, una verdad que ha estado esperando este momento
para explotar con toda su fuerza. No hay escapatoria, no hay
frenos. Lo que sienten es real, poderoso, y está a punto de
desatarse por completo. Y ya no importa lo que venga después.
—¿Te apetece jugar? —le pregunta Lizzie con un brillo travieso
en los ojos.
Ava arquea una ceja, divertida pero también nerviosa.
—Me da miedo imaginar lo que pasa por tu cabeza.
—Nada malo, te lo prometo. Tú eliges qué conjunto llevo yo para
la cena de esta noche y yo elijo el tuyo. ¿Qué te parece?
—Me parece perfecto. —Ava ríe—. Con una pequeña condición.
—Dime.
—Que luego dejes que sea yo quien te lo quite…
El corazón de Lizzie da un vuelco, pero no duda ni un segundo en
acercarse para susurrarle al oído:
—Trato hecho.

*****
Alex, al entrar en la librería, no puede evitar pensar en su madre.
Le prometió que la llamaría todos los días para que no se
preocupara, y desde que había subido al barco no sabía nada de
ella. Se muerde el labio, desea sacarse esa sensación de encima,
pero Yulian, como siempre, está un paso por delante y ya la ha
leído como un libro abierto.
—No te agobies, Alex —dice mientras hojea un libro al azar—.
Tu madre sabe que estás bien. James lo tiene todo bajo control.
Seguro que ya la han llamado para decirle que te lo estás pasando
en grande. —Hace una pausa dramática antes de añadir con un
tono travieso—. Y también que hay un chico encantador haciendo
que este viaje sea inolvidable.
Alex sonríe y lo mira de reojo, levantando una ceja con picardía.
—¿Ah, sí? ¿Y cuándo voy a conocer a ese chico tan encantador?
—Le guiña un ojo, jugando con él.
Yulian pone cara de ofendido falso, pero enseguida la rodea por la
cintura, acercándola más a él con un gesto que parece decir: «¡Vas
a ver!».
—¡Oye, serás mala! —Se ríe—. ¿No crees que estoy poniendo
todo de mi parte para hacerte feliz?
—Sí, no tengo queja alguna —responde ella antes de besarle
suavemente.
Yulian se detiene por un segundo y la mira con más seriedad.
—Quiero hacerte feliz de verdad, Alex. Dime qué necesitas y te lo
daré.
Alex ladea la cabeza y sonríe, disfrutando del momento.
—¿Ahora mismo? —Se muerde suavemente el labio; su mirada
juguetona se encuentra con la de él.
—Sí, ahora mismo. —La expresión de Yulian se suaviza.
—Acércate… —susurra ella mientras le da un beso en el cuello
—. Quiero… un libro —dice rompiendo el hechizo solo para
después sonreír—. Y un café.
Yulian se ríe, relajado y divertido.
—Me lo pones fácil. Venga, vamos. —Le toma la mano y la guía
hacia las estanterías—. Elige el que quieras.
Alex no tiene que buscar demasiado. Nada más entrar, un libro en
particular atrapa su atención como si le estuviera esperando. Ya lo
había leído millones de veces, pero esa edición… es simplemente
irresistible. La portada negra y profunda contrasta con los detalles
dorados y plateados que la decoran. En el centro, un corazón
partido en dos, con un intrincado patrón floral, representa la
tragedia del amor dividido. Las dos mitades del corazón están
entrelazadas con cintas doradas que llevan los nombres de los
protagonistas, escritos en una tipografía clásica y romántica. A lo
largo de los bordes, enmarcando la imagen, se encuentran
delicados motivos renacentistas en relieve, añadiendo un toque de
lujo y elegancia. En la parte inferior, en letras doradas, se lee
William Shakespeare, el nombre del autor, con una pequeña
ilustración de un balcón y una luna llena, simbolizando la famosa
escena del balcón.
Lo coge con cuidado entre las manos y lo abraza contra el pecho.
—¿Romeo y Julieta? —pregunta Yulian curvando una sonrisa.
—Sí, es mi libro favorito. Y esta edición… es simplemente
preciosa.
—Lo es. —Se acerca para besarla suavemente—. Casi tan
preciosa como tú.
Alex sonríe, pero algo en su interior se revuelve. «Ojalá esos
labios fueran los de Damien», piensa y se siente culpable por el
pensamiento. Se esfuerza por concentrarse en Yulian, en su cariño
y en la forma en que la mira con ternura, pero no puede sacarse a
Damien de la cabeza. Es como una sombra persistente que no la
deja en paz.

*****
Damien deja a Sam tomándose algo en una terraza y se dirige a
una tienda de telefonía con la determinación de un soldado en
misión. Esta vez no va a dejar que le quiten el móvil. Se asegurará
de esconderlo bien, como si fuera un tesoro. Apenas tiene el
teléfono nuevo en las manos, lo enciende y marca. Primero llama a
Isabella. Nada. Después, a Elena. Silencio total. Frustrado y con
los nervios a flor de piel, llama a Blake, pero su móvil está
apagado. «Algo va mal», lo siente en el estómago como una
punzada afilada. No le queda más remedio que recurrir a
Ekaterina.
—Soy yo. Dime que tienes buenas noticias —dice directamente,
sin rodeos.
—¿Damien? —pregunta Ekaterina con una mezcla de alivio y
enojo—. ¿Dónde demonios te habías metido? Llevo días
intentando localizarte y no ha habido manera. Esperaba que tú me
dieras las noticias. ¿Todo bien?
—Nosotros estamos bien, estamos en Lisboa —suelta de golpe.
—¿Lisboa? —repite Ekaterina, incrédula—. ¿Qué haces ahí? El
plan era otro.
—Cambiaron el destino a última hora y nos requisaron los
móviles. Larga historia, ya te la contaré. Lo importante es… mi
madre. —La preocupación se filtra en su voz.
—¿Qué pasa con tu madre? Déjate de tanto misterio, ¿qué ocurre?
—Se quedó con Elena, y no consigo localizar a ninguna de las
dos. Blake tampoco responde. —Suelta un suspiro que casi lo
rompe—. Necesito que vayas a América.
—Ahora mismo no pudo moverme de aquí, están atacando los
pozos de petróleo. Tenemos que defender lo nuestro. —Su
respuesta es directa, pero Damien no está para excusas.
—¡Abuela! Mi madre te necesita…, yo te necesito. Si Stepan las
ha encontrado, necesitarán ayuda. ¡Ve, ya!
Ekaterina suspira pesadamente al otro lado de la línea, su voz
pierde parte de la dureza habitual.
—OK, cálmate. Voy a hablar con tu padre, la situación se nos ha
ido de las manos. Nada de esto tendría que haber pasado. Si Elena
hubiera aceptado cuando se lo propusiste, puede que…
—No importa lo que pudo o no haber pasado. Lo único que
importa ahora es saber si están a salvo de Stepan. —Damien siente
el calor de la rabia y el miedo en su pecho.
—Si Stepan ha dado con ellas, sabes lo que eso significa. —
Ekaterina no suaviza el golpe. Pero Damien no puede, ni quiere,
aceptar esa posibilidad.
—Conozco a mi madre. No se quedaría de brazos cruzados.
Luchará por su vida y la de Elena, lo sé. Quiero creer que están
vivas. Pero necesito que vayáis. ¡Urgente!
Ekaterina asiente en silencio, como si pudiera verlo a través del
teléfono.
—Salimos de inmediato, te lo prometo. Pero, dime, ¿la chica está
bien?
—Sí…, ajena a todo, por ahora. Yulian no le ha dicho nada. —
Damien siente que sus palabras salen más rápido de lo que
pensaba.
—¿Y te fías de él? —pregunta Ekaterina con ese tono que sabe
exprimir verdades incómodas.
Damien duda, algo que le cuesta admitir incluso para él mismo.
—No lo sé, abuela. Pensaba que su plan era quitar a su padre de
en medio y quedarse con todo. Por eso la necesitaba viva, pero me
dijo que se había enamorado de ella. —Sabe que la conversación
va hacia un terreno resbaladizo.
—¿Y le crees?
Damien deja escapar un suspiro, derrotado por la verdad que no
quiere aceptar.
—Odio decirlo, pero sí, le creo. Lo veo en sus ojos cuando la
mira. No es solo deseo, hay algo más, algo que me recuerda a lo
que yo sentía por ella. Es imposible no enamorarse de Alex —
admite con la voz quebrándosele al final.
Ekaterina guarda silencio unos segundos antes de hablar. Cuando
lo hace, su tono es más suave de lo esperado.
—¿Y tú? ¿Cómo estás? La querías…
—La quiero… —la corrige Damien sintiendo que el nudo en su
garganta se aprieta—. Siempre la quise. Solo que nunca supe
demostrárselo. Fallé cuando más me necesitaba, y ahora… sé que
la he perdido para siempre. Es como si el destino me estuviera
castigando, obligándome a verla feliz con otro. Aun así, no me voy
a interponer. No puedo dejar de pensar en ella, pero no puedo ser
tan egoísta…, solo quiero que esté bien.
Ekaterina deja caer una pausa cargada de significado.
—Si lo que dices es verdad, contigo o con él, ella volverá. Y si
Elena está muerta, Alex ocupará el lugar que le corresponde. —Un
silencio tenso se instala entre los dos—. Damien, ella es nuestra
última esperanza. Necesitamos parar todo esto, si no, podría ser
nuestro fin y el de todos.
—Busca a Elena y a mi madre; de ella me encargo yo. Te volveré
a llamar.
Una comida
sorprendente

— amas y caballeros, bienvenidos a su última comida


en este barco —proclama James. Su voz resuena con

D una mezcla de entusiasmo y misterio.


El comedor se llena de murmullos, entre risas y miradas curiosas.
Todos buscan adivinar cuál será la gran sorpresa que se avecina.
—Como ya les dije al inicio de esta travesía, este viaje está
cargado de sorpresas que no los dejarán indiferentes. Créanme,
jamás podrán olvidarlo —añade con una sonrisa que oculta más de
lo que revela—. Bien, ¿están preparados?
El comedor estalla en vítores y aplausos, con manos alzadas,
todos contagiados por la emoción del momento.
—Mis compañeros van a ir pasando por sus mesas con un saquito
como este. —James levanta un pequeño saco de terciopelo, negro
y elegante, atrayendo todas las miradas—. En su interior hay unas
pelotitas de colores. Sin mirar, deberán elegir una. Decidan quién
será el encargado de su grupo en sacar la pelotita.
—Creo que, de nosotros, Lizzie es la que debería meter la mano
en el saquito —propone Ava con una chispa traviesa en los ojos.
—¿Yo? ¿Y eso por qué? —Lizzie frunce el ceño con un toque de
suspicacia.
—Porque, de todos, eres la más tocapelotas —responde Ava antes
de estallar en una carcajada. Dos segundos después, el resto del
grupo la sigue, incluida Lizzie, que no puede evitar reírse también.
—Qué simpática… —le da un suave golpe en el brazo con el
puño.
—Auch —Ava se queja en tono juguetón y se inclina hacia el
oído de Lizzie, con sus ojos brillando de una manera diferente,
más íntima—. Tenemos que seguir aparentando que nos llevamos
mal.
—¿Por qué? —pregunta Lizzie con una sonrisa que oculta su
curiosidad.
—Para que no se note lo mucho que me gustas. —Ava le roza
suavemente el lóbulo de la oreja con sus labios, un gesto tan sutil
que apenas se percibe, pero que enciende algo en Lizzie.
—¿Te gusto?
—Mucho… —responde con voz más grave y desliza la mano
sobre la pierna de Lizzie, apretándola con una presión que es a la
vez reconfortante y electrizante. Un suspiro escapa de los labios de
Lizzie, un sonido que dice mucho más de lo que las palabras
podrían expresar.
En ese momento, un camarero se acerca y ofrece el saquito.
Lizzie mete la mano y saca una bola de color púrpura.
—Perfecto, ya tenéis todos vuestra pelotita —continúa James con
una sonrisa enigmática, sus ojos brillan con la expectativa de lo
que vendrá—. Si os habéis fijado al atracar, habréis visto tres
barcos más pequeños al lado del nuestro, cada uno con una
bandera de un color diferente. A partir de este momento,
continuaréis vuestra aventura en el barco cuya bandera coincida
con el color de vuestra pelotita.
—¿Cuál es el destino de los barcos? —pregunta Damien con un
tono cargado de desconfianza.
—Cada barco tiene un destino diferente que descubriréis a bordo
—responde James con una sonrisa que apenas disimula su
diversión.
—¿Y si nos negamos a subir? —insiste Damien. Su voz suena
más tensa.
James lanza una mirada rápida a Yulian, esperando que su amigo
logre calmar a Damien antes de que sus dudas contagien al resto
del grupo.
—Damien, relájate. No pasa nada. —Yulian trata de sonar
tranquilizador—. Ya hablamos de esto. Es solo una experiencia
diferente, algo divertido. No hay nada de qué preocuparse.
—Sí, deja de ser tan plasta —salta Alex con un tono de
exasperación mal disimulada—. Llevas todo el viaje
amargándonos al resto. Deberías ir a un psicólogo a que te trate
esa obsesión de pensar que todo el mundo te persigue y conspira
contra ti. Esto no es Juego de Tronos.
El comentario de Alex provoca algunas risas nerviosas entre los
demás, pero la tensión sigue palpable en el aire. Damien,
visiblemente molesto, abre la boca para replicar, pero Yulian lo
detiene con una mano en el hombro.
—Vamos, Damien —dice Yulian en voz baja, casi en un susurro
—. Es solo un juego. Nadie te está obligando a nada. ¿No crees
que es hora de dejar las paranoias y disfrutar un poco?
Damien mira a Yulian por un largo segundo antes de soltar un
suspiro resignado. Sin decir una palabra más, asiente lentamente,
aunque la inquietud en sus ojos sigue presente. Mientras tanto,
James observa el intercambio con una sonrisa que, por un breve
instante, oculta más de lo que muestra.
—Estupendo —exclama James—. Disfrutemos de la comida.
¿La historia se repite?

E katerina había intentado por todos los medios resolver esto


en silencio. Pensaba que sería más fácil. Imaginó que, en
cuanto Elena supiera lo que estaba ocurriendo en el país, la sangre
que corría por sus venas despertaría su lado más guerrero. Quiso
creer que el amor por su patria y por su apellido sería más fuerte
que el odio que sentía hacia ella. Pero se equivocó. Quizá nunca
debió enviar a Damien a buscarla. Ahora, está segura de que el
solo hecho de escuchar su nombre bastó para que Elena decidiera
no mover un dedo por este país, y mucho menos para ayudarla a
ella.
Elena nunca le perdonó, ni a ella ni a su madre, Elizabeta, haberle
prohibido estar con Cristof, el amor de su vida. Esa decisión
cambió su destino para siempre, obligándola a casarse con Stepan,
lo que la condenó a una vida de sufrimiento y dolor. El rencor se
había enraizado profundamente en el alma de Elena, y ni siquiera
la urgencia de la situación actual pudo desenterrar esos viejos
agravios. Ekaterina sabe que el pasado había creado un abismo
insalvable entre ellas, y cualquier esperanza de reconciliación
había quedado sepultada bajo años de resentimiento y heridas
abiertas. Se lamenta en silencio, preguntándose si tal vez debería
haber ido ella misma a buscarla, haberle suplicado perdón por el
terrible error cometido y, finalmente, haberle revelado toda la
verdad. Durante años, Ekaterina había estado en la oscuridad,
ignorante de ese secreto devastador, hasta que Elizabeta se lo
confesó todo. Era una verdad demasiado dolorosa, una verdad que
había destrozado demasiadas vidas.
El impacto de esa revelación fue un golpe que Ekaterina jamás
podría olvidar. ¿Cómo pudo Elizabeta hacer algo así? Debería
odiarla, debería haberla matado con sus propias manos, pero no
podía, tan solo sentía lástima por ella, aun sabiendo que el daño
que causó fue devastador. Tras aquella confesión, ambas hicieron
un juramento de silencio. Revelar la verdad a esas alturas no
cambiaría nada; solo añadiría más sufrimiento a quienes ya habían
perdido tanto. Elena y Cristof nunca podrían estar juntos. Elena
estaba muerta y contarle a Cristof la verdad solo le causaría un
dolor mayor. ¿Qué sentido tenía desenterrar esos fantasmas? Sin
embargo, ahora es diferente. Elena está viva y quizá debería
contarle la verdad a su hijo.
Ekaterina sabe que su hijo no puede marcharse a buscar a Elena
en estos momentos, la guerra acaba de empezar y debe quedarse al
mando. Envía en su avión privado a tres de sus mejores hombres a
buscarlas. Confía en ellos plenamente y está segura de que en
pocas horas tendrá noticias. Mientras tanto, sabe que debe tener
una conversación sincera con su hijo.
—Cristof, necesito hablar contigo —dice Ekaterina con el
semblante serio.
—¿No puede esperar? Han puesto explosivos en uno de los
pozos. Tengo que ir urgente.
—¿Ha habido algún herido?
—Por suerte, solo han sido daños materiales. Hemos capturado al
culpable. Es un hombre de Stepan. Tengo que ir a evaluar los
daños. No podemos permitirnos perder la producción de ese pozo
y menos ahora. La cosa se está poniendo fea, madre.
—Lo sé, pero lo que te tengo que contar es importante.
—¿De qué se trata?
—Es sobre Lena.
El estómago de Cristof le da un vuelco. «Lena…». Hace tanto
tiempo que no piensa en ella, que no pronuncia su nombre… Oírlo
nuevamente y que sea su madre quien lo pronuncie le provoca una
sensación agridulce.
—¿Lena? ¿A qué viene eso ahora?
—Está viva… —La cara de Cristof se descompone y es incapaz
de emitir ningún sonido—. Ella y Sasha. Nos enteramos hace un
mes.
—¿Nos? —pregunta confuso.
—Damien y yo.
Cristof empieza a dar vueltas por toda la habitación, nervioso,
confundido y sin entender nada.
—Mandé a Damien a que las buscara —continúa Ekaterina—.
Pensé que, si volvían, podríamos impedir esta guerra y echar a
Stepan del lugar que nunca le ha correspondido y del que
suciamente se apropió. —Cristof sigue en silencio—. Lena no
quiso, no quiere saber nada de todo esto.
—¿Y por qué mandaste a Damien? Tendría que haber ido yo.
—Lo mandé porque él…, porque las conocía desde hace años. —
Suspira—. Cristof, todo este tiempo Isabella ha sabido que estaban
vivas. ¿La familia a la que se refería que tenía en América? Eran
ellas.
—¡¿Cómo?! —Se echa las manos a la cabeza—. ¿Por qué no me
dijo nada?
—Lena no quería que nadie de su pasado supiera que estaba viva.
Isabella respetó su decisión. Supongo que no ha sido fácil para ella
tampoco ocultarte algo así. Entiéndela.
—No sé qué pensar ahora mismo, me da la sensación de haber
estado viviendo en una mentira. ¿Damien lo sabía?
—No, él se enteró de quiénes eran cuando yo se lo dije.
—¿Y cómo te enteraste tú?
Ekaterina le muestra el vídeo. La cara de Cristof cambia de golpe.
Sus ojos brillan y una sonrisa que no puede controlar le cubre la
cara.
—Está guapísima, ya casi no me acordaba de ella. Está viva… No
me lo puedo creer.
—Stepan también sabe que están vivas.
El semblante de Cristof se vuelve oscuro y las comisuras de sus
labios caen de golpe.
—¡¿Cómo?! Están en peligro, irá a por ellas. Tenemos que
ayudarlas.
—Tranquilízate. He mandado a tres de mis mejores hombres allí,
van de camino en mi avión privado. Si Lena continúa con vida,
tienen orden de traerla quiera o no quiera.
—Dirás de traerlas, ¿no?
—No. Sasha está con Damien. Se la llevó lejos para protegerla.
Después de hablar y de fallar en el intento por convencerla para
que regresaran, hicieron un trato.
—¿Qué trato? —pregunta temiendo lo peor.
—Lena se quedaría para enfrentar a Stepan, distraerlo y darle
margen a Damien y Yulian a que escondieran a Sasha.
—¿Yulian? ¿Qué dices?
—Sí, te estoy contando toda la verdad. Aunque te parezca raro,
Yulian quiere deshacerse de su padre. No sabemos qué oculta, cuál
es su verdadero interés por Sasha, pero lo que sí es seguro es que
no está a favor de Stepan. Por el momento nos viene bien su
ayuda. Damien no dejará que le pase nada malo a la chica. —Hace
una pausa—. ¿Te acuerdas de aquel verano en el que Damien se
enamoró?
—Sí, por supuesto. Lo pasó muy mal. Volvió con el corazón
destrozado.
—La chica de la que se enamoró es Sasha.
—Vaya, la historia se repite… Tiene gracia. —Una sonrisa suave
y melancólica surge de sus labios al recordar—. Isabella y Lena le
prohibieron estar juntos, exactamente igual que tú y Elizabeta
hicisteis conmigo y con Lena.
—De eso también quiero hablarte; bueno, mejor necesito que me
acompañes a un sitio. Quiero que hables con alguien, lo entenderás
todo de una vez por todas. No quiero más mentiras ni más secretos
entre tú y yo.
Cristof asiente, pero su mente está lejos de estar en calma. La
información que acaba de recibir no solo le da vueltas en la
cabeza, sino que le arranca del pecho sentimientos que creía
enterrados hace tiempo. Esos recuerdos, esos miedos, resurgen con
una fuerza que lo paraliza. ¿A qué verdad se refiere su madre? ¿De
quién tiene que oírla? Cada pregunta es un golpe en el estómago
que lo deja sin aire. Se siente como si estuviera frente a un océano
furioso, viendo un tsunami acercarse inexorablemente, dispuesto a
arrasar con todo lo que conoce. Y él, atrapado en ese momento, no
puede moverse, no puede pensar con claridad. El pánico lo
consume mientras contempla el caos que amenaza con desatarse,
sabiendo que, una vez que la ola golpee, nada volverá a ser igual.
Durante el trayecto hasta llegar al lugar donde se encuentra esa
persona, Ekaterina y Cristof no dicen ni una palabra más. Cuando
por fin llegan, justo antes de entrar en la casa donde aguarda toda
la verdad, Ekaterina abraza a Cristof.
—Perdóname, hijo mío. —Rompe a llorar Ekaterina.
Cristof la mira con los ojos abiertos, incapaz de entender nada.
Ekaterina abre la puerta de la casa y se dirige a un dormitorio. En
una cama yace una mujer, conectada a una máquina de respirar y
rodeada por dos enfermeras. No puede verle bien la cara.
Ekaterina pide a las chicas que se vayan. Se acercan más a la cama
y es cuando puede reconocer a esa persona.
—¿Tú? —pregunta perplejo Cristof.
La mujer se quita la máscara de oxígeno y le sonríe; luego mira a
Ekaterina y dice con un hilo de voz:
—Gracias. Estaba esperando este momento desde hace mucho
tiempo. Por fin voy a poder descansar.
Tras contarle toda la verdad, su voz se apaga, y Cristof siente que
el suelo bajo sus pies se desmorona.
—Voy a buscar a Lena. No intentes detenerme, madre.
—No lo haré.
Nuevo destino

T res barcos, tres destinos diferentes. ¿Ha sido cosa del azar?
¿Casualidad? El barco con la bandera púrpura emprende su
marcha hacia el mar ártico. Más concretamente a Siberia.
El nuevo barco es mucho más pequeño, aunque bastante robusto y
resistente para poder navegar en aguas frías y desafiantes como las
que se van a encontrar. Su casco está reforzado para enfrentar al
hielo sin problemas y solo tiene una capacidad para cien personas,
incluida la tripulación. No tiene nada que ver con las lujosas
instalaciones del transatlántico, aunque cuenta con cabinas
acogedoras, un restaurante y áreas de observación con ventanas
panorámicas. El objetivo de esta ruta es que los pasajeros disfruten
de una experiencia íntima y cercana a la naturaleza, con
plataformas exteriores para avistar fauna ártica, como osos polares
y ballenas.
James sigue siendo el capitán de este barco. La tripulación no es
la misma; son caras nuevas. A la hora de la cena, todo el mundo se
reúne en el restaurante, tanto pasajeros como tripulación. Excepto
el timonel y un par de personas, que tienen que encargarse de que
el barco no se vaya a pique.
—Bienvenidos a su nuevo hogar. Me encanta ver tanta juventud
reunida —exclama James.
La mayoría de los pasajeros son gente joven. Aplauden
entusiasmados.
—En este barco, mucho más modesto, como han podido
comprobar, continuaremos nuestra aventura. Olvídense de lujos y
de cosas superficiales. Aquí estamos para disfrutar de la parte más
salvaje y auténtica de la naturaleza. Van a ver especies de animales
que probablemente no hayan visto jamás y disfrutarán de unos
paisajes que quedarán grabados en sus memorias para siempre.
Abríguense bien y disfruten, porque la vida es más bonita bajo
cero. ¡Brindemos! —Levanta una copa—. ¡Por la vida!
Todos levantan sus copas. Las miradas de Damien y Yulian se
cruzan al mismo tiempo que James termina el brindis. Un susurro
silencioso escapa de los labios de Damien.
—Hijo… de… puta.
Yulian cruza los brazos con actitud desafiante y una amplia
sonrisa en la cara.
Algo está pasando. Damien lo siente en el aire, como una alarma
que suena solo para él. Mientras los demás están disfrutando la
cena, riendo, emocionados por la aventura, hay algo en la
tripulación que lo pone en alerta. No parece que estén allí para
ayudar, más bien para tenerlos a todos bajo control.
Sam, siempre atenta, se inclina hacia él, besándolo suavemente en
la mejilla.
—¿Pasa algo? Te noto inquieto.
Damien, en lugar de sentarse con su grupo, decide unirse a la
mesa de Sam, rodeado de sus viejos socios y el juez Navarro,
quien no deja de jactarse de su gran logro. Son los únicos
pasajeros que pasan la barrera de los cuarenta.
—Usted es un héroe —dice uno de los socios, inflando aún más el
ego del juez.
—La justicia llevaba años detrás de Dante «El Fuego» Valenti —
añade otro con un tono de admiración casi ridículo.
Damien se aclara la garganta, un poco fastidiado.
—Disculpen, ¿quién es ese tal Dante?
—¡Chico! ¿En qué cueva vives? Ha salido en todos lados. Dante
Valenti, alias El Fuego, el mafioso más peligroso de los últimos
años: asesino, extorsionador, narcotraficante, proxeneta… Vamos,
que tiene un currículum que haría sonrojar a cualquier villano de
película. Nadie se atrevía a dictar sentencia contra él… hasta que
llegó el juez Navarro. Este hombre tiene más huevos que todo el
comedor junto.
Entre aplausos y risas, Navarro hace reverencias, encantado con
su nueva fama de héroe. Sam, mientras tanto, mira a Damien con
una expresión de «sácame de aquí, por favor».
—Alguien tenía que hacerlo —continúa el juez, hinchado de
orgullo—. Muchos lo intentaron, pero entre amenazas y accidentes
fortuitos, todos se echaron atrás. Yo, sin embargo, no podía
permitir que un miserable como ese siguiera campando a sus
anchas. Lo declaré culpable y lo mandé a pudrirse en la cárcel. Ese
cabrón no va a ver la luz del sol en mucho tiempo.
—Y que conste que lo han amenazado varias veces —apunta otro
de los carcamales peloteros.
Damien, que ya tiene suficiente del monólogo del juez, le lanza
una mirada cómplice a Sam mientras le aprieta la pierna bajo la
mesa.
—¡Oh, vaya! Parece que tenemos a un héroe de carne y hueso
entre nosotros. Samantha, este hombre es un superhéroe. ¿No
tienes nada que decir?
—Oh, sí, claro —dice ella con ironía, aunque disfrazando su voz
con un tono sensual—. Juez Navarro, es usted un auténtico
semidiós.
Con esa voz, podría decir cualquier cosa y nadie se daría cuenta
de la burla. Excepto Damien, que se muerde los labios tratando de
no reírse.
—Te odio —le susurra al oído.
—Me deseas —responde él sin perder la compostura.
Al otro lado del comedor, el ambiente está un poco tenso. Yulian,
con los brazos cruzados, no puede contener más su frustración.
—¿Se puede saber qué te pasa? —le suelta a Alex sin filtro—.
Mira, soy muy paciente, pero estoy harto de tu actitud. ¿Ahora por
qué estás enfadada? —Señala a Damien, que se encuentra en el
otro extremo—. ¿Es por él?
—¿Él? ¿Qué tiene que ver él? —Alex levanta una ceja; se
muestra evasiva, como siempre.
—No lo sé, dímelo tú. —Desesperado, se pasa una mano por el
pelo, que ahora está tan revuelto como sus pensamientos.
—¿De verdad quieres que te lo diga? —Alex le lanza otra
pregunta, como si estuvieran jugando a ver quién pierde primero
los nervios.
Yulian resopla, exasperado. Dirigiéndose a Ava y Lizzie, casi les
suplica:
—Chicas, ¿le podéis decir a vuestra amiga que deje de volverme
loco y responda de una vez?
—¿Qué? ¿Perdona? —responde Ava con otra pregunta, apoyando
a su amiga. Apenas puede contener la risa. Lizzie la sigue,
tapándose la boca. Observan cómo Yulian se pone rojo como un
tomate. Aunque, puede que Ava no estuviera prestando atención a
la conversación, ya que no aparta la mirada de Lizzie, que lleva
puesto el vestido verde que escogió para ella en aquella tienda de
Lisboa.
—Vale, a ver… —empieza Alex, ahora más seria, después de un
sorbo largo de vino—. El problema, Yulian, es que nos prometiste
que este viaje sería para tocar, para darnos a conocer, ¡y no hemos
conocido a nadie importante! Y ahora estamos metidos en este
barco de… de… de mierda. Sí, así es, de mierda, muertos de frío y
todo para ver… ¿osos polares? ¡Venga ya! Nos has engañado. Y
encima —hace una pausa, coge aire y lo expulsa lentamente—,
estoy segura de que Damien tenía razón cuando te pegó. No creo
que no supieras lo que pasaba desde el principio.
—Ah, claro —resopla Yulian otra vez, más molesto—. Ya tenía
que salir el gilipollas este en la conversación.
—¡Oye! Cuidado con lo que dices, que estás hablando de mi
hermano. Un respeto. —Ava le lanza una mirada fulminante.
Yulian rueda los ojos y hace un gesto con la mano dando por
finalizada la conversación. Se levanta y se va hacia la barra,
cabizbajo.
—Eso, vete. Mentiroso de mierda —murmura Alex entre dientes.
Lizzie le llena de nuevo la copa a Alex, quien la vacía de un trago.
—Venga, niña, ya se ha ido. Ahora cuéntanos la verdad —dice
Lizzie intrigada.
—¿La verdad? ¡Me cago en la verdad! —exclama Alex con rabia
y una risa nerviosa.
—Estás pillada por Damien, admítelo ya —dispara Lizzie sin
rodeos, echándose hacia atrás, con una sonrisa pícara y bebiendo
de su copa—. Lo has estado siempre. Los dos lo habéis estado
siempre. Ve y dile que quieres estar con él.
Alex se queda muda, mirando de reojo a Damien, que sigue
hablando con Sam.
—No pienso humillarme más. Me dijo que no me quería. Que
fuimos un error y que lo mejor que me podía pasar es estar con
Yulian. —Su voz suena menos convencida.
—Todo mentiras… —farfulla Lizzie—. Puede que tú no te des
cuenta, pero se pasa el día observándote. No mires, justo en este
momento lo está haciendo.
Ava, hasta ahora callada, asiente lentamente.
—Es verdad, Alex. Mira que yo te quiero y siempre te apoyo en
todo, pero en esta ocasión Lizzie tiene razón. Tú y mi hermano
siempre habéis sido unos tontos. —Sonríe de manera cómplice.
—Di que sí, tú tan sutil como siempre. —Se ríe Lizzie.
—La sutileza es mi superpoder, qué le vamos a hacer, soy así. No
creo que pueda cambiar. —Se encoge de hombros.
—No cambies. A mí me encanta cómo eres.
—¿Te encanta? —pregunta Ava sonrojada.
—Me encanta —afirma Lizzie.
—¿Y vosotras? —Alex se detiene un momento, cambiando de
tema—. ¿Qué hay entre vosotras dos? —Las mira con curiosidad.
—Nada —responde Ava, colorada como un tomate.
—Nada —repite Lizzie con una sonrisa juguetona, entrelazando
sus dedos con los de Ava.
El brillo en los ojos de Ava revela el efecto del gesto, un brillo
especial que no le pasa desapercibido a su mejor amiga. Alex
sonríe, feliz por ellas.
—Hacéis una pareja preciosa. ¡Brindemos! —propone Alex
levantando su copa.
—¿Por nosotras? —sugiere Ava.
—Por el amor —susurra Alex—, pero por el amor verdadero. El
que te deja el corazón cálido, no como si hubiera pasado el peor de
los huracanes por él. El que no duele, el que te escoge una y otra
vez.
—¡Por el amor! —susurra Lizzie.
Las tres chocan las copas y sella ese momento especial con un
brindis. Alex no puede evitar mirar de reojo a Damien, cuyo brazo
está alrededor de Sam. Mira a Yulian, que tiene el rostro
encolerizado y los ojos clavados en ella.
—Chicas, yo… necesito salir a tomar aire —anuncia Alex, que se
siente atrapada—. Necesito pensar, poner todos mis sentimientos
en orden. Tener la mirada de Damien y de Yulian clavada en mí
solo hace que sienta una presión en el pecho que me ahoga.
Necesito respirar.
—Claro, ve. Nosotras nos quedamos disfrutando de la cena y del
vino, ¿a qué sí, rubia de bote? —contesta Ava entre risas y
guiñándole un ojo a Lizzie.
—Claro que sí, garrula; la noche es demasiado larga para estar
sobria. —Lizzie le devuelve el gesto.
—Yo flipo con vosotras. —Sonríe Alex—. Vuelvo en un rato. Os
quiero, chicas.
—Alex, ¡espera! —La detiene Lizzie cogiéndola de un brazo.
—Dime.
—Quería decirte que… yo…, que yo también te quiero.
Perdóname por haber sido tan imbécil contigo durante todos estos
años. —Su voz llena de sinceridad se quiebra.
—Tranquila, Lizzie. Todo olvidado.
Se funden en un abrazo profundo, dejando atrás el pasado y
permitiendo que todos los sentimientos reprimidos durante tantos
años, por un odio injustificado, fluyan libremente.
Alex se aleja.
—Bueno, nos hemos quedado solas… otra vez —susurra Ava con
la voz teñida de complicidad.
—Sí —responde Lizzie dejando que el susurro se deslice entre
ellas.
—¿Te encanta? —pregunta Ava con una sonrisa juguetona.
—Me encanta… —confirma Lizzie. Sus ojos brillan con una
chispa de travesura.
—Me encanta que te encante. —Ava se acerca hasta chocar su
hombro con el de ella.
Ambas estallan en una carcajada sonora, una risa que resuena con
la libertad de quienes ya no temen ser juzgadas. Sin preocuparse
por la opinión de los demás, se inclinan la una hacia la otra y se
dan un breve y dulce beso bajo las atentas miradas de todos los
presentes.
Alex se dirige a la puerta. Antes de salir, un hombre de la
tripulación la detiene:
—Perdone, señorita, no puede salir.
—¿Qué? ¡¿Por qué?! Necesito ir un momento a mi habitación.
Alex vuelve indignada a la mesa.
—Esto es surrealista.
—¿Qué pasa? —pregunta Ava.
—¡Nos tienen secuestradas! —dice entre risas irónicas.
—No me asustes, Alex. Lo del secuestro ¿es broma no? —
pregunta Lizzie.
—Sííí. Es broma, Lizzie, tranquila. Lo que sí es verdad es que no
nos dejan salir. Dicen que son órdenes de James.
—A ver, a ver, a ver —dice a cámara lenta Ava—. Amiga mía con
el pelo de color rosa…
—En serio, ¿tienes algún problema con el tinte de pelo? Que si
rubia de bote, que si color rosa… Te recuerdo que tú también lo
tienes teñido —apunta Lizzie alzando una ceja.
—Cuando te pones en plan Lucifer, me gustas mucho más. —Le
guiña un ojo, disfrutando de la pequeña provocación.
—No sé qué he visto en ti —responde Lizzie y le devuelve el
guiño con una sonrisa divertida.
—Luego debatiremos eso tú y yo… a solas. Ahora tenemos una
misión más importante: sacar a nuestra amiga de aquí. Nosotras no
somos del tipo de chicas que se dejan secuestrar. ¿Estáis conmigo?
—Ambas asienten con determinación—. Y ya que has sacado tu
lado más Lucifer —se gira hacia Lizzie frotándose las manos—,
¿montamos un espectáculo?
Lizzie sonríe como una niña que está a punto de hacer travesuras.
—¿Pelea falsa para distraer a los guardias? —dice Lizzie con
entusiasmo.
—¡Hecho! —exclama Ava.
—Ahora tengo claro lo que he visto en ti.
Tras un fugaz beso, comienzan a fingir una pelea, lanzándose
insultos y acusaciones que de inmediato captan la atención del
vigilante. Justo cuando parece que se van a pegar, el hombre
interviene. Alex aprovecha la oportunidad para salir del restaurante
sin ser vista.
—Eh, tranquilo, gorila, suéltame —le dice Ava al hombre que la
tiene agarrada por la muñeca—. Ya está, solo ha sido un pequeño
brote psicótico, pero ya nos relajamos. Prometido.
—¿Está bien, señorita? —le pregunta el vigilante a Lizzie, con
preocupación.
—Oye, ¿y a mí por qué no me lo preguntas? ¿Qué pasa?, ¿que sus
tetas son mejores que las mías? —protesta Ava, finge estar
ofendida—. Eso duele, ¿sabes? —Se lleva una mano al corazón en
un gesto dramático.
—No llores, cariño; a mí me gustan tus tetas —responde Lizzie y
ambas se parten de risa.
—Venga, gorila, a tu jaula. La rubia es para mí —remata Ava
haciendo una peineta mientras se alejan.
Las dos regresan a su mesa para seguir disfrutando de la cena y
del buen vino.
Damien ha estado atento durante todo el espectáculo y ha visto
salir a Alex.
Yulian, sumido en sus propios pensamientos, sigue ajeno a todo.
—¿A dónde ha ido Alex? —pregunta Damien inquieto.
—Joder, hermanito, no se te escapa una. A respirar un poco; pero
no te preocupes, está bien. —Ava le da un codazo a Lizzie para
que siga el juego.
—¿Puedo sentarme con vosotras?
—Claro, estamos en familia —responde Lizzie con una sonrisa
pícara.
—Ya veo, ya. —Damien asiente con la cabeza, estudiando la
situación—. Y desde cuándo estáis… ¿liadas?
—No pongas etiquetas a nuestro amor, hermanito. Somos almas
libres que solo buscan conectar en este mundo de locura. —Ava se
lleva una mano al corazón en otro gesto teatral.
—Sí, claro, claro. —Damien gira un dedo sobre la sien,
insinuando que está loca—. Eres consciente de que a mi hermana
le falta un tornillo, ¿no? —le pregunta a Lizzie con una sonrisa de
complicidad.
—Lo sé, somos dos locas que han terminado encontrándose. —
Suspira Lizzie y su expresión se vuelve más seria—. Es curioso
cómo la vida te pone delante a esa persona especial y te empeñas
en no querer admitir que esa loca hace que tu propia locura sea
más llevadera. Hasta que un día la miras a los ojos y ves tu cordura
reflejada en los suyos. Y luego estás tú, un loco que lleva años
haciendo el tonto, dejando escapar su oportunidad. —Mira a
Damien con intensidad.
Damien la observa, perplejo por sus palabras. Lizzie le devuelve
la mirada y, con un tono decidido, le dice:
—Deja de hacer el tonto. Ve a buscarla, ya.
Silencio.
—¿Sabes qué? Tienes toda la razón. —Se levanta rápido de la
silla.
—Espera, no vas a poder salir —le advierte Ava—. Los vigilantes
no te van a dejar, han prohibido la salida al exterior. Por eso hemos
formado la pelea, para despistarlos y que Alex pudiera escapar.
—¿Por qué no quieren? —Ava se encoge de hombros—. Voy a
ver qué pasa.
Damien se acerca a uno de ellos y le pregunta. Le dicen que no
pueden salir, ya que fuera se avecina una tormenta y sería
peligroso andar por la cubierta. Vuelve a la mesa.
—Dicen que hay tormenta y es peligroso estar fuera.
—¡Ostras! —exclama Ava.
—¿Qué? —pregunta Lizzie.
—Pues que Alex está fuera.
—No te preocupes, voy a por ella. Saldré por la cocina sin que me
vean. Vosotras —las mira a las dos— no os mováis de aquí,
¿entendido? —Ellas asienten.
Yulian está absorto en sus pensamientos, sentado en un taburete
en la barra, con una cerveza en la mano y la mirada perdida en el
reflejo de las botellas alineadas frente a él. La situación con Alex
no ha ido como esperaba, y ahora sabe que las cosas tomarán un
rumbo diferente, uno que había tratado de evitar. Desde que llegó a
Fort Worth, tuvo claro su objetivo y estaba dispuesto a hacer lo
que fuera necesario para alcanzarlo. Pero conocer a Alex lo
descolocó. Esa chica despertó en él sentimientos reales, tan reales
que, por un instante, pensó que las cosas podrían ser distintas, que
tal vez no tendría que seguir con su plan inicial. Si ella se hubiera
enamorado de él, todo habría sido más fácil, más… humano. Pero
no lo ha hecho. Esta noche, Alex le ha dejado claro que su corazón
sigue siendo de Damien. No hay vuelta atrás. «Ojalá…», piensa
Yulian con amargura. Siente la presencia de alguien que se sienta a
su lado. No se gira, simplemente sigue mirando al frente, sin ganas
de compañía.
—Debería ser delito que rubios tan guapos anden bebiendo solos
con esa carita de rescátame. Con una carita así, cualquiera se
ofrece a hacerte compañía. —La voz de Sam lo saca de su
ensimismamiento.
Yulian suspira; reconoce la voz sin necesidad de mirar.
—¿Qué haces aquí? —responde con tono seco, pero sin sorpresa.
—Julieta salió corriendo y Romeo fue tras ella. —Sam le arrebata
la cerveza de las manos y le da un largo trago, dejando claro que
no se va a ir tan fácilmente.
Yulian frunce el ceño y se gira para mirarla.
—¿Qué diablos dices? —le pregunta desconcertado.
—Que la palomita se escapó de la jaula —aclara con una sonrisa
traviesa en los labios y le devuelve la botella vacía.
Yulian siente cómo un escalofrío le recorre la espalda. La
preocupación se transforma en furia.
—¡Mierda! —Lanza la botella vacía sobre la barra con más fuerza
de la necesaria. Las piezas de su plan se desmoronan. No tiene
tiempo que perder.
Busca a James con la mirada y le da la señal.
Déjà vu

A lex está furiosa, aunque no logra comprender del todo el


origen de su rabia. ¿Es la sensación de traición por parte de
Yulian? ¿El resentimiento por haberle mentido sobre el grupo? ¿O,
tal vez, el dolor de ver a Damien con Sam lo que la destroza por
dentro? Las palabras de Damien en las dependencias, «No te
quiero, fuimos un error», rebotan en su cabeza y se clavan más
profundo en su corazón con cada repetición. Necesita un respiro,
despejarse, porque, entre la ira y la confusión, se siente como un
huracán a punto de arrasar con todo.
—Vamos, Alex, respira —se dice a sí misma, intentando
racionalizar.
Su reacción con Yulian puede que haya sido exagerada. Tal vez él
no sepa nada de lo que está pasando en este viaje. Además,
siempre ha sido bueno con ella y siempre le ha sacado una sonrisa
en los peores momentos. Pero, claro, en su cabeza no puede
decidir si está más dolida por el engaño, por Damien o por lo
patética que se siente al perder el control. Necesita encontrar un
equilibrio y entender qué está sucediendo dentro de su propio
corazón.
Busca su abrigo entre las cosas esparcidas por la habitación. Por
suerte, hay una cafetera en las habitaciones, así que se prepara un
termo de café fuerte, pensando que el calor de esa bebida será su
único aliado en la fría cubierta.
Antes de salir, coge el libro que Yulian le regaló en Lisboa. Lo
sostiene entre las manos, sintiendo una oleada de nostalgia. Los
dedos acarician el lomo con ternura. Ese regalo es un recuerdo de
aquel día maravilloso que pasó junto a Yulian, paseando por las
calles de Lisboa, entre risas, caricias y miradas cómplices. Por un
breve momento, aquel día, ella logró apartar a Damien de su
mente. Sin embargo, el libro no es cualquier libro; es Romeo y
Julieta, la historia con la que todo comenzó con Damien.
—¡Agh! Ahora me siento fatal por todo. —Sale de la habitación,
como si al hablar en voz alta pudiera expulsar algo del peso que
lleva en el pecho.
En la cubierta, busca el rincón más apartado posible. Se sienta,
apoya la espalda y prepara su café. Abre el libro para distraerse
con la historia de siempre, pero los pensamientos siguen
atormentándola, como mosquitos que no puede espantar. Hasta
que, poco a poco, las palabras de Shakespeare empiezan a calar,
logrando que se sumerja en la lectura. El silencio, el café caliente
y las olas de fondo la envuelven. Y durante un breve instante, es
solo Alex y su libro. Nada más importa.
Hasta que alguien interrumpe esa tranquilidad.
—Vaya, Romeo y Julieta —murmura una voz que conocía
demasiado bien.
—¡Joder, qué susto! —Se lleva la mano al pecho e intenta
recuperar el aliento—. Esto es un maldito déjà vu.
Damien sonríe, con esa sonrisa que siempre logra descolocarla.
—Recuerdo la primera vez que te vi leyendo ese libro, tumbada
en tu jardín… Estabas preciosa esa noche.
—¿Qué quieres, Damien? En serio, ¿pretendes volverme loca? —
No pudo evitar que su tono suene menos agresivo de lo que
pretendía.
—No.
Se sienta a su lado, manteniendo esa sonrisa que ahora luce más
melancólica que burlona.
—Pues lo parece.
—¿Crees que si las familias de Romeo y Julieta les hubieran
permitido estar juntos… habrían sido felices?
Alex suspira. Está cansada de pelear. Sonríe y clava la mirada en
esos ojos grises que siempre hacen que se pierda en ellos.
—Puede ser. —Cierra el libro lentamente—. Puede que su vida no
fuera fácil, pero su amor habría demostrado ser más poderoso que
cualquier prohibición. Supongo que, si se hubieran atrevido a
luchar por su amor, habrían construido algo fuerte, algo real. Y,
seguramente, tendrían que enfrentarse a la desaprobación y a las
dificultades cuando el mundo pareciera estar en contra, pero estoy
segura de que cada obstáculo solo fortalecería su vínculo. Con el
tiempo, es posible que sus familias llegasen a comprender la
profundidad de su amor y, aunque quizá no lo aceptaran por
completo, al menos respetarían la decisión de los amantes de forjar
su propio destino. Su historia sería un testimonio de la fuerza del
amor verdadero.
—Guau, me has dejado sin palabras. —Damien sonríe y se
acaricia la barbilla—. Habría que proponerle a Shakespeare que
reescribiera el final. El tuyo me gusta más.
—Claro, si no estuviera muerto, podríamos intentarlo —bromea
dejando escapar una risa.
Se miran. La tensión entre ambos es innegable. Alex se pone roja
y Damien no sabe qué hacer con las manos. Sin pensar demasiado,
le coge una de sus manos.
—Alex, yo…
—Damien, tú… —suspira profundamente— no sabes ni lo que
quieres. Me hiciste creer tantas cosas y luego desapareciste. Ahora
estás aquí, y no sé qué hacer con todo esto que siento. Me dijiste
que fuimos un error y en estos momentos veo en tus ojos lo que tu
boca no se atreve a decir. ¿Qué quieres, Damien? No sé quién eres
realmente.
Damien la mira intensamente, como si sus ojos pudieran
responder por él.
—Soy el idiota que no ha dejado de pensar en ti. El cobarde que
no luchó por lo que teníamos, y me arrepiento cada día de eso,
sobre todo ahora que sé toda la verdad.
—¿Sabes por qué nos prohibieron estar juntos? —pregunta Alex
aún confusa.
—Eso ya no importa. Lo único que importa es que debí haber
luchado por ti —dice suavizando su tono—. Dime, ¿qué ves en
mis ojos?
—Que te mueres de ganas de besarme —susurra ella.
Damien se inclina y le acaricia con suavidad la mejilla.
No aparta sus ojos de los de ella, solo los desvía brevemente para
mirar sus labios, que se entreabren en un gesto de deseo,
esperando que ese beso finalmente suceda. Sus labios están a
punto de encontrarse cuando un ruido fuerte rompe el momento.
Ambos se tensan, escuchando voces y pasos apresurados en la
cubierta.
—¿Qué está pasando? —pregunta Alex preocupada.
—No tengo ni idea. No te muevas, iré a echar un vistazo. —
Damien le suelta la mano a regañadientes y se dirige hacia el
origen del ruido.
Al cabo de un rato, regresa agitado y visiblemente nervioso.
—¡Vamos! ¡Levántate! —le ordena a Alex con urgencia.
—¿Qué pasa? —pregunta ella asustada.
—No lo sé. Hay hombres armados por el barco. Tenemos que
escondernos.
—¿Será la tripulación? —Ella racionaliza mientras guarda el libro
y el termo en la mochila.
—No lo creo. —Damien le tiende la mano para ayudarla a
levantarse. Coge la mochila y se la pone sobre los hombros.
—Me asomé por las ventanas del comedor. Han apartado las
mesas y tienen a toda la gente sentada en el suelo, amenazados con
fusiles de asalto.
—¡Ava y Lizzie están allí! —exclama Alex en voz alta,
aterrorizada.
—Shhh, no hables tan alto. —Damien se le acerca—. Tengo que
esconderte hasta que descubra qué está pasando.
—No te pienso dejar solo —replica Alex con determinación.
—Me da igual lo que pienses, escúchame bien. Tengo que
protegerte, pero también necesito sacar a mi hermana y a Lizzie de
allí. Si estoy preocupado por tu seguridad, me lo vas a poner más
difícil, ¿entiendes? —Alex asiente a regañadientes—. Sé de un
lugar donde no te encontrarán.
La conduce rápidamente a un pequeño cuarto de limpieza en la
planta baja del barco.
—Quédate aquí. Bloquea la puerta y no dejes entrar a nadie, a
menos que sea yo. ¡Alex! ¿Lo has entendido?
—Sí, sí, pero tengo miedo, Damien. —Lo abraza con fuerza.
—Te prometo que no te va a pasar nada. —La aprieta contra sí.
Se separan, pero solo lo suficiente como para poder mirarse a los
ojos. Damien apoya su frente contra la de ella. Sus ojos están
llenos de deseo y de un miedo terrible.
—Tengo miedo, Damien.
—No pienso dejar que nadie te haga daño. Volveré a por ti.
—¿Me lo prometes?
—Te lo prometo. Te amo, Alex —dice Damien intentando
separarse de ella.
—Espera. —Lo sujeta un segundo más; no quiere dejarlo ir.
Damien le sonríe, una sonrisa llena de promesas.
—Yo también te amo.
Y, con esas palabras, Damien la besa, desatando todo lo que
ambos habían reprimido durante tanto tiempo. Luego, se aparta
con dificultad y desaparece por el pasillo, dejándola con el corazón
en un puño y la promesa de regresar.
Estalla la tormenta

L a puerta del comedor se abre de golpe y cuatro tipos


armados hasta los dientes irrumpen con una calma
espeluznante. Son los mismos que Damien había visto antes. Se
colocan como en un desfile, formando un pasillo por el que entra
un hombre de aspecto impecable: abrigo largo, guantes de cuero y
un sombrero Fedora sacado de una película de gánster. Con aire de
superioridad, avanza hasta la zona más alta del comedor, se quita
el abrigo con una parsimonia teatral, lo coloca cuidadosamente
sobre una silla, seguido del sombrero.
—¡Buenas noches a todos! —saluda con una sonrisa maliciosa
mientras se despoja de los guantes—. ¡Vaya, qué gustazo teneros a
todos juntitos en un solo lugar! Aunque, por vuestras caras, no lo
estáis pasando tan bien como yo, más bien diría que lo estáis
pasando… ¿de miedo? —Lanza una carcajada y se pasea entre las
mesas, disfrutando de la tensión que él mismo ha creado—.
Permitidme presentarme —dice con voz suave, como si no acabara
de dejar a todo el mundo al borde del colapso nervioso—. Soy
Dante Valenti.
En ese instante, el aire en el comedor se vuelve más denso. Los
abogados se miran incrédulos. El juez Navarro palidece.
—¡Ah!, veo que algunos de vosotros ya me conocéis —añade con
un toque de diversión. Se acerca a Lizzie y le acaricia la mejilla
con una familiaridad repugnante—. Tranquila, preciosa. Mis
chicos no morderán… a menos que sea necesario. —Le guiña un
ojo y suelta una carcajada estridente—. Como decía, hay aquí un
grupito que en su día pensó que podían tocarme los cojones. —
Hace una pausa dramática—. Pero, spoiler: no lo consiguieron.
Dante aplaude lentamente, invitando a sus hombres a unirse al
aplauso. Todos en el comedor miran estupefactos.
—¡Un fuerte aplauso para el juez Navarro! —grita con ironía—.
Venga, hombre, levántese. No sea tímido.
El juez Navarro, que apenas puede sostenerse en pie, se levanta
como puede y se arrastra hacia Dante, con las piernas temblándole
como gelatina.
«Esto no puede ser real. Yo metí a este tipo en la cárcel. No puede
ser el mismo Dante Valenti», piensa el juez. Pero ahí está Dante,
mirándolo con una sonrisa tan amplia que parece disfrutar cada
segundo de su agonía.
—Venga, no seas soso. ¡Saluda a tu público! —lo anima Dante.
—Ho… Ho… Hola… —tartamudea el juez, sudando a mares.
—¡Buhh! —lo abuchea burlándose de él.
Dante se acerca a uno de sus hombres y le pide una pistola.
—Venga, estoy seguro de que puedes hacerlo mejor. —Dante le
acerca peligrosamente la pistola a la cabeza.
—¡Hola! —levanta la voz el juez.
—¡Eso es! ¡Así me gusta! —Le da un par de palmadas en la
espalda y baja la pistola—. Ahora, cuéntale a todo el mundo tu
gran hazaña, cómo fue que me encerraste.
El juez, tembloroso, apenas puede balbucear algo coherente.
—Soy Alejandro Navarro, juez del Tribunal Supremo…, en
España. Fui yo quien condenó a Dante Valenti. —Traga saliva, con
la mirada fija en la pistola—. Lo declaré culpable y lo envié a
prisión. Pero ese hombre no era usted.
Dante asiente con una sonrisa cínica.
—Ajá, y ahora te estarás preguntando: ¿Quién era ese hombre y
qué cojones pasa aquí? —Dante se acerca aún más, con la
diversión bailando en sus ojos—. Yo soy Dante Valenti, el
auténtico, el genuino, y tú, amigo mío, eres hombre muerto
Le encañona nuevamente con la pistola y el juez empieza a
lloriquear, suplicando por su vida.
—Aquí no se le ve tan valiente como en la sala rodeado de todos
sus hombres, ¡eh!
—Por favor, por favor, yo solo cumplía con mi obligación. No me
haga daño.
—Se lo advertí en un par de ocasiones, que desistiera en su
empeño de hacerse el héroe, pero usted no podía estarse quietecito.
—Soy un representante de la ley, mi deber es hacer que se
cumpla.
—¿Su deber? Su deber es hacer lo que yo le diga. ¿Sabe una
cosa? Yo estaba sentado en esa sala cuando usted creyó mirarme a
los ojos y declararme culpable. ¿Y sabe lo que vi en sus ojos? —El
juez niega con la cabeza—. Vi placer, satisfacción. No lo hizo
porque fuera su trabajo, lo hizo por la gloria y el reconocimiento y
para que el resto de sus colegas lo consideraran un superhéroe.
Dante echa un vistazo rápido al resto de los abogados que lo
acompañan y, de repente, una sonrisa grande y rutilante ilumina
todo su rostro.
—¡No me lo puedo creer! ¡En serio! ¿Qué haces aquí?
Sam se levanta del suelo y se lanza a abrazarlo. Él la levanta y le
da unas cuantas vueltas por el aire.
—¿Cuánto tiempo hace que no nos vemos? —pregunta exaltado.
—Demasiado —responde ella.
—Buas, tienes muchas cosas que contarme. —La hace girar sobre
sí misma para comprobar que sigue siendo una mujer muy
atractiva—. No puedo esperar, te invito a algo.
—Claro, será un placer.
—Dame un segundo, princesa. —Le besa dulcemente la mano—.
Como iba diciendo —vuelve a dirigir la atención al juez—, este
hombre disfrutó creyendo que me había derrotado y ahora me toca
disfrutar a mí.
Sin más, Dante le dispara en una pierna. El grito desgarrador de
Navarro inunda el comedor y cae al suelo, retorciéndose de dolor.
El pánico se apodera de los pasajeros, los gritos estallan por todas
partes, pero los matones de Dante se encargan de acallarlos
rápidamente, con miradas amenazantes y las armas listas.
—Bueno, chicos, ¡tenéis la noche libre! ¡Divertíos como queráis!
—anuncia como si acabara de inaugurar una fiesta de gala—.
¿Vamos, princesa? —le dice a Sam, y se aleja con ella como si no
acabara de hacerle un agujero al juez en plena pierna.
Los hombres de Dante no pierden tiempo y empiezan a escanear a
la gente como depredadores. Uno de ellos se detiene frente a Ava y
Lizzie, que permanecen agachadas en el suelo, abrazándose fuerte
para protegerse la una a la otra.
—Vaya, vaya, pero qué par de bellezas tenemos aquí —dice uno
de los hombres con una sonrisa lasciva—. Vamos a divertirnos,
nenas.
—No, gracias —espeta Ava con más coraje del que siente.
El hombre suelta una carcajada.
—No era una pregunta, bonita. He dicho que vamos.
Justo cuando se agacha para agarrar a una de ellas, otro de los
hombres se pone entre él y las chicas.
—¿Qué coño haces, Pete? —le increpa el tipo, molesto por la
interrupción.
—Tranquilo, Ricky. Estas dos ya tienen dueño —dice el recién
llegado—. Son para mí. ¿Algún problema con eso?
Ricky lo mide con los ojos, pero acaba cediendo.
—Ninguno. —Levanta las manos en señal de rendición—. No
quiero líos contigo.
Pete se gira hacia Ava y Lizzie y las mira con los ojos abiertos de
par en par. Su cara refleja el miedo y la angustia que siente de
verlas allí. Se lleva un dedo a los labios, indicándoles que guarden
silencio. Ava parpadea, incapaz de creer lo que está viendo.
—¿Papá? —murmura ella sin emitir sonido.
Blake, o Pete, como lo han llamado, asiente con los ojos llenos de
desesperación.
—¿Estáis bien? —pregunta moviendo solo los labios.
Ambas asienten, todavía en shock. Él les sonríe intentando
tranquilizarlas.
Pero Ricky no tarda en volver a importunar. Lo coge por el
hombro para girarlo bruscamente.
—Oye, ¿qué diablos haces, Pete?
—Nada, admiro la carne fresca.
—Pues elige chuletón. Te concedo ese honor. Escoge a una, pero
la otra es mía —dice dando un paso hacia Lizzie—. O me llevo a
las dos y te jodes.
—Ni hablar.
—Mira, Pete, te lo voy a dejar claro. Respeto tu posición y el trato
de favor que tienes con Dante, pero, si no me llevo a una de estas
zorras, les pego un tiro aquí mismo. Llevo días sin follar y tengo
que descargar mis pelotas.
—Son unas crías —intenta disuadirlo.
Blake empieza a ponerse nervioso, sabe que no va a poder
impedir que se salga con la suya sin formar un buen espectáculo,
algo que no se puede permitir. Si eso pasara, tanto él como ellas
estarían muertos.
—¿De repente te ha dado amnesia? ¿A qué coño te crees que nos
dedicamos?
La banda de Dante es una de las más peligrosas del mundo. El
tráfico humano es una de las actividades que más dinero le
proporcionan.
Blake se gira de nuevo para mirar a las chicas.
—Perdóname —le dice a Lizzie solo moviendo los labios. Coge a
Ava de la muñeca con brusquedad y tira de ella para ponerla de pie
—. Esta es para mí.
—Genial, me encantan las rubias.
Blake coge con fuerza a Ava de la mano. Ella se resiste. Él la
aprieta con más fuerza, no la piensa soltar.
—No digas ni una palabra.
Ava lo mira aterrorizada. «¿Mi padre pertenece a una banda
criminal?», piensa. En ese momento siente asco por él. Es un
monstruo y va a permitir que ese pedazo de mierda destroce a
Lizzie.
Dante, que nota que algo pasa, se acerca hasta donde están.
—¿Se puede saber qué pasa? Estoy tomando algo tranquilamente
con una vieja amiga.
—Todo en orden, jefe—responde Blake—. Me llevo a esta para
mí.
Dante mira a Ava de arriba abajo y sus labios se curvan hacia un
lado.
—Genial, pásalo bien, pero no estropees la mercancía.
«¿La mercancía? ¿Somos mercancía?», le da un vuelco el
estómago a Ava.
—Tranquilo, la trataré bien; al que deberías de recordárselo es a
ese pedazo de idiota —señala a Ricky, que está en el suelo
besando a Lizzie mientras ella lucha por quitárselo de encima—.
Si no le dices nada, la va a destrozar. —Mira de reojo a Ava—. Es
una rubia muy guapa y podríamos sacar mucha pasta por ella.
Dante posa la mirada sobre Lizzie y sobre su hombre, que está
demasiado acelerado.
—Yo me encargo de esto. —Le hace un gesto con la cabeza,
dándole permiso para que se vaya.
Blake y Ava salen a toda prisa del comedor.
—¡Eh! ¡Ricky! —grita Dante llamando la atención de su hombre.
—¿Qué pasa, jefe? —Suelta a Lizzie de golpe y se levanta.
Lizzie se agarra con fuerza las rodillas contra su pecho
haciéndose un ovillo para volverse invisible.
—¿Qué diablos haces con la chica?
—Nada…, eh, yo solo quería divertirme un poco.
—Pues para. Esta noche no. Deja a la chica en paz. Te quiero
vigilando, así que aleja tu polla de ella.
—Sí, jefe. —Antes de irse, clava sus ojos en Lizzie—. Volveré a
por ti —murmura sin emitir sonido y le sonríe con los ojos
inyectados en deseo.
Dante se agacha con cuidado para comprobar que Lizzie esté
bien. Ella, paralizada por el miedo, mantiene la cabeza baja,
negándose a enfrentar la realidad. Dante le levanta la barbilla
obligándola a mirarlo. Lizzie, temblando, cede al contacto. Pero
cuando sus miradas se cruzan, lo que ve en los ojos de Dante no es
la amenaza que esperaba, sino una calma extraña que, aunque no
completamente reconfortante, la hace sentir un inesperado alivio.
Dante tiene algo innegablemente atractivo, una mezcla de peligro
y magnetismo que confundiría a cualquiera. Su presencia es
imponente; todo en él, desde su porte hasta su voz, emana un
control absoluto. Si las circunstancias fueran otras, tal vez, solo tal
vez, Lizzie podría haber caído en el hechizo de su elegancia. Pero,
en esta situación, su encanto no es más que otro matiz de la
amenaza que él representa.
—¿Estás bien, preciosa? —pregunta con voz suave.
Lizzie no sabe qué responder. Entre el miedo, el desconcierto y el
nerviosismo, solo logra balbucear.
—Sí… No… No sé…
Dante esboza una media sonrisa, como si hubiera escuchado esa
respuesta un millón de veces antes.
—Tranquila, tranquila, no te va a pasar nada. Ese imbécil no
volverá a molestarte. Aunque, bueno, es comprensible que se haya
sentido atraído por una chica tan bonita como tú.
La respiración de Lizzie se entrecorta, no sabe si llorar, reírse,
agradecer el cumplido o escupirle a la cara.
—Gra… Gracias —acierta a decir.
—No me las des, solo digo la verdad. —Le guiña un ojo y se
vuelve para llamar a uno de sus hombres—. ¡Marlon! —Al
instante, un tipo fornido aparece junto a ellos—. Quiero que te
encargues de que nadie toque a esta chica, ¿entendido? —Marlon
asiente y se mantiene cerca, como una sombra protectora.
Lizzie respira más aliviada, tiene la protección de Dante, pero no
puede dejar de pensar en lo que le estaría ocurriendo a su amiga.
Dante vuelve con Sam, quien lo ha estado observando todo el
tiempo.
—Perdona por el espectáculo —dice él apretando su brazo—. Mis
chicos pueden ser unos salvajes cuando les sueltan la correa.
—No te preocupes, te entiendo. —Pone su mano encima de la de
él—. ¿Cómo está Navarro? ¿Sigue vivo o decidiste que ya era hora
de mandarlo al otro lado?
—Oh, él está bien. —Dante ríe—. Solo quería asustarlo un poco,
darle un pequeño adelanto de lo que le espera. No lo mataré tan
fácil.
—Sabía que harías algo así. —Samantha sonríe ampliamente.
Dante levanta su vaso y brinda por su pequeña victoria.
—No me esperaba encontrarte aquí, ha sido una grata sorpresa.
—Ya sabes que suelo mantenerme al margen del campo de batalla
—sonríe Sam—, pero cuando me propusieron el trabajo y supe
que el encargo era para ti, no lo dudé ni por un momento. No podía
perderme el espectáculo. —Suelta una carcajada—. Cuando vi que
metían a la cárcel a ese pringado pensando que eras tú, casi me
meo de la risa. Me ha costado mucho morderme la lengua y tener
que aguantar las fanfarronadas y los golpes de pecho de esos
abogados inútiles y del juez creyéndose un héroe. Casi los mato yo
misma.
—Te entiendo. —Ríen—. No sé cómo te voy a pagar lo que has
hecho por mí. Ponerme al juez en bandeja ha sido un detallazo.
Eres como un ángel de la guarda. —Levanta su vaso para brindar
con ella.
—¿Molesto? —pregunta una voz familiar.
—¡Para nada! Ven, siéntate con nosotros. —Dante le da una
palmada en el hombro—. No sé si darte las gracias o darte una
paliza. Cuando me propusiste esta entrega, no me podía imaginar
que me iba a llevar esta sorpresa.
James se ríe de buena gana y toma asiento.
—Sabía que te iba a gustar. Menos mal que conseguí convencerte
para que aceptaras.
James y Samantha llevaban años trabajando para Dante, cada uno
desempeñando un papel clave en la maquinaria de su imperio
criminal.
Samantha era su abogada en la sombra, una experta en maniobras
legales que sabía cómo destruir pruebas y desviar la atención de
las autoridades hacia otras personas cuando Dante corría el riesgo
de ser capturado. No dudaba en inculpar a inocentes si eso
significaba proteger a su jefe. Su lealtad no era gratuita: Dante la
recompensaba generosamente, permitiéndole disfrutar del estilo de
vida lujoso que tanto le gustaba. Para Sam, el dinero y el lujo eran
sus grandes pasiones, y no había nada que no estuviera dispuesta a
hacer para mantenerlos.
James era el cerebro detrás de las operaciones más peligrosas. Sus
«cruceros exclusivos» eran una fachada. Sabía cómo montar el
escenario para que todo pareciera un accidente trágico en las aguas
del Ártico mientras, en realidad, los pasajeros eran transportados
en otro barco, como mercancía a otros destinos más oscuros.
James recibía una buena comisión por cada transacción. Este tipo
de operaciones eran muy lucrativas para Dante, quien podía
recoger casi un centenar de personas en un solo golpe. Sin
embargo, la frecuencia con las que podían ejecutar un plan tan
audaz era limitada. Fingir un accidente marítimo y eliminar todas
las pruebas no era tarea fácil. En su última operación, estuvieron
peligrosamente cerca de ser descubiertos. Este incidente hizo que
Dante se mostrara reacio a repetir la maniobra, pero James logró
convencerlo, prometiéndole que no se arrepentiría si aceptaba. Le
esperaba un premio mayor: el juez.
Aunque esta vez James organizó el crucero por razones más
complejas.
Una de esas razones era, por supuesto, el dinero. No solo cobraría
la comisión de Dante, sino que también recibiría el doble por parte
de la persona que realmente lo había contratado. Y aquí es donde
entra en juego la segunda razón por la que lo hizo: la amistad.
Quien realmente había solicitado sus servicios no era otro que su
buen amigo Yulian.
James, Sam y Yulian eran amigos desde hacía mucho tiempo.

La noche en que el supuesto Dante fue arrestado, los tres estaban


cenando juntos. Durante toda la velada, ese caso fue el tema
central de la conversación. Tras la cena, con las copas de por
medio, James se sintió cada vez más relajado con sus amigos,
hasta el punto de comenzar a revelar los entresijos de su sociedad
con Dante. Sam, quien también había bebido de más, no tardó en
unirse, dejando que su lengua se soltara. Aunque no participaba
directamente en las entregas, su papel era crucial. Como abogada
de la compañía de cruceros, se encargaba de negociar cuantiosas
indemnizaciones para las familias de las víctimas, asegurándose
de que olvidaran el incidente y no investigaran más allá de lo
necesario. Todo estaba cuidadosamente planeado.
—¡Qué hijos de puta sois! —exclamó Yulian y riendo incrédulo—.
Lo tenéis todo montado de maravilla. ¿De verdad nunca os han
pillado?
James soltó una carcajada, orgulloso de su obra maestra.
—Nunca. Para eso está Sam. Es la mejor en hacer desaparecer
cualquier prueba. No me preguntes cuál es su secreto, solo te diré
que es infalible.
Sam, sonriendo, le dio un ligero golpe en el brazo.
—Eres un idiota. No es magia, solo soy una buena abogada que
sabe cómo jugar sus cartas.
—Estoy flipando, de verdad. ¿Cuántas veces lo habéis hecho? —
preguntó Yulian con una mezcla de asombro y admiración.
—Unas cuantas —respondió James con una sonrisa cómplice—.
Cada vez que ocurre un «trágico accidente», Dante paga las
indemnizaciones a las familias de las víctimas, la compañía de
cruceros desaparece y nosotros esperamos un tiempo prudente
antes de crear una nueva empresa en otro país. Y vuelta a
empezar. ¿Qué te parece?
—Peligroso, pero jodidamente perfecto. —Yulian negó con la
cabeza, como si no pudiera creer lo que oía—. ¿Y cuánto os paga
Dante por cada entrega?
—Mucho —intervino Sam riendo—. Más de lo que podrías gastar
viviendo a todo lujo durante una década.
—¡Brindemos! —Yulian levantó su copa—. Por mis amigos, que
son unos auténticos cracks.
Alzaron sus copas y brindaron, sin imaginar que aquella
conversación sería clave más adelante.

Cuando Natasha le propuso a Yulian encargarse de Alex, fue


entonces cuando recordó aquella conversación. Era el plan
perfecto: James organizaría el viaje y Sam se ocuparía de que el
juez Navarro estuviera presente, asegurando la participación de
Dante. Yulian sabía que sus amigos aceptarían sin dudarlo;
recibirían lo pactado con Dante y él, para endulzarles el trato, les
pagaría el doble.
El plan de Yulian era simple en su ejecución, pero brillante en su
objetivo: su padre se encargaría de eliminar a Elena y Alex
desaparecería sin dejar rastro. Después, solo quedaría deshacerse
de Stepan, y eso no sería difícil. El pueblo lo odiaba; la miseria y
el hambre que había traído a Sibernia, además de la guerra contra
los Taiganov, lo habían condenado ante los ciudadanos. Yulian
solo tenía que aprovechar el descontento del pueblo a su favor.
Tenía el discurso listo en su cabeza. Primero, anunciaría que
Elena y su hija seguían vivas; después, les haría creer que él había
salido en su búsqueda para traerlas de vuelta a Sibernia, así se
ganaría el favor del pueblo.
El pueblo adoraba a Elizabeta y su cariño por Elena no se había
extinguido, incluso después de su supuesta muerte. Aunque Alex
era una desconocida, el linaje Fjordsson aún tenía peso. Con eso,
Yulian inclinaría la balanza a su favor.
Entonces contaría que Stepan había matado a Elena y que Alex
había desaparecido en un trágico accidente en el barco que la traía
de regreso a casa.
El pueblo, enfurecido, exigiría la caída de Stepan. Y así, él se
presentaría como el héroe, el líder legítimo que Sibernia
necesitaba. Todo encajaba como un guante. Ya se veía como el
nuevo rey, con todo el poder y la riqueza a su disposición.
—Déjame que te presente a alguien. —James se levanta y guía a
Yulian, que había permanecido escondido debajo de una mesa todo
el rato, hacia donde estaban los demás—. Este es Yulian, el
principito del que te hablé.
—Eres muy gracioso, James —responde Yulian con una sonrisa
forzada—. Encantado. —Estrecha la mano de Dante y hace una
ligera reverencia hacia Sam—. Sam…
—¡Vaya! Parece que ya os conocéis todos —exclama Dante
sorprendido.
—Somos viejos amigos —aclara Sam devolviéndole la sonrisa a
Yulian.
—Estos dos me han hablado mucho de ti —dice Yulian mirando a
Dante con admiración—. Todo bueno, por supuesto —añade
rápidamente al ver que Dante frunce el ceño—. Te admiro. Creo
que el imperio que has construido es digno de un genio.
—Oh, gracias, chaval —responde Dante inflando un poco el
pecho, claramente complacido.
—Hablo en serio —continúa Yulian—. Y, además, quiero
agradecerte por aceptar este viaje. Me has hecho un favor enorme.
Dante gira su mirada hacia James, levantando una ceja con
desconfianza.
—¿De qué habla este tipo, James?
James se encoge de hombros, intenta sonar casual.
—Bueno, verás, no te lo mencioné antes porque no lo vi
necesario, pero la idea de esta entrega fue de Yulian. Fue él quien
sugirió entregarte al juez Navarro.
Dante se vuelve hacia Yulian con los ojos entrecerrados.
—¿Y qué sacas tú de todo esto?
Yulian no se inmuta.
—Necesitaba hacer desaparecer a una persona, y vuestro método
es el mejor para hacerlo. Simple y efectivo.
Un silencio incómodo se apodera del ambiente, hasta que Dante
lo rompe con una carcajada.
—¡Me cae bien este chaval! —Mira a James y a Sam—. Me gusta
su estilo. —Dante rodea a Yulian con un brazo y le da una
palmadita en la cabeza—. Vamos a sentarnos y hablar de negocios,
¿no? —Señala una mesa cercana.
—Por supuesto —responde Yulian con un tono afable.
—Primero negocios, alcohol…, y luego ya hablaremos de
mujeres —añadió con una risa maliciosa y echando una rápida
mirada hacia Lizzie, que seguía acurrucada en el suelo.
Blake,
¿héroe o villano?

B lake arrastra a Ava por la cubierta del barco sin dejarle


siquiera tiempo de articular palabra. Con rapidez, abre la
puerta de una de las habitaciones y la empuja dentro, asegurándose
de que nadie los ha seguido antes de cerrar con pestillo.
—¿Qué demonios hacéis vosotras aquí? —espeta Blake
visiblemente tenso.
Ava, todavía jadeando, lo mira incrédula.
—¿Me estás tomando el pelo? ¡Estamos de vacaciones! ¿No te lo
dijo mamá? Pero esa no es la cuestión. La verdadera pregunta es
¿qué haces tú trabajando con secuestradores, matones y asesinos?
¿Es a eso a lo que te dedicas? ¿Por eso tanto secretismo sobre tu
trabajo? ¿Mamá y tú sois criminales?
—¡Baja la voz! —Blake mira alrededor como si las paredes
tuvieran oídos—. Supuestamente, te he traído aquí para… —Se
detiene, incapaz de continuar la frase.
—Para violarme, ¿no? —pregunta con la voz rota por el miedo—.
Lo mismo que va a hacer tu amiguito con Lizzie. Joder, papá,
explícamelo porque me estoy volviendo loca.
—A Lizzie no le va a pasar nada, ni a ti tampoco —le susurra con
firmeza—. Me encargaré de eso, lo juro.
La lleva hasta la cama y se sientan, el silencio entre ellos está
lleno de preguntas sin responder.
—Papá, cuéntame la verdad —le suplica Ava. Sus ojos buscan
alguna respuesta en los de su padre.
Blake suspira, incapaz de ocultar más nada.
—No tenemos mucho tiempo, así que te daré la versión corta. Soy
un agente encubierto, Ava. Estoy infiltrado en esta banda y, si me
descubren, estoy muerto. No puedo decirte más, solo que confíes
en mí.
Ava lo mira boquiabierta. Esa explicación tiene mucho más
sentido que la idea de que su padre fuera un criminal.
—¿Mamá también? —pregunta con asombro en su voz. Blake
asiente—. ¡Guau! Es increíble.
Blake aprovecha el momento de calma para preguntar algo que lo
inquieta.
—Escucha, cariño, ¿está tu madre en el barco?
Ava niega con la cabeza.
—No, mamá se quedó en Fort Worth con Elena. ¿No has hablado
con ella?
—No. He intentado contactar, pero no ha habido manera. Elena
tampoco responde. Y los teléfonos de Damien, Alex, y el tuyo no
tienen señal.
—Nos quitaron los móviles al subir al barco. Nos dijeron que nos
los devolverían cuando llegáramos a nuestro destino final. Yulian
prometió que él se encargaría de avisaros de que estábamos bien.
—¿Yulian? ¿Quién más está en este barco? —Blake siente una
creciente preocupación.
—Alex, Lizzie, Damien, Yulian y yo. —Blake se lleva las manos
a la cabeza, intenta procesar la gravedad de la situación—.
Después de la actuación en Arlington, Yulian nos propuso este
crucero. Dijo que habría productores importantes y que tal vez
conseguiríamos un contrato… ¡Mentira! Ni uno solo ha dicho nada
—bufa enfadada—. Mamá y Elena nos dieron permiso para venir.
¿No sabías nada? —Blake niega con la cabeza—. Le pidieron a
Damien que cuidara de nosotras y que, si necesitábamos algo, te
llamáramos a ti.
—¡Mierda! —Blake golpea la cama con frustración.
—¿Qué… Qué pasa? —pregunta Ava con miedo en la voz.
—Soy idiota. Cuando estoy infiltrado, no siempre puedo tener mi
teléfono cerca, me podrían descubrir y esta gente no se anda con
rodeos. —Se pasa la mano por el pelo echándolo hacia atrás,
tratando de mantener la calma—. ¿Sabes si Damien consiguió un
teléfono?
Ava se encoge de hombros.
—No lo sé. Damien ha estado muy raro todo el viaje. Cuando
atracamos en Lisboa se fue solo, dijo que tenía cosas que hacer.
¿Crees que intentó llamarte?
—Recibí una llamada de un número desconocido. Ahora estoy
seguro de que fue él. ¡Mierda, mierda, mierda! ¿Cómo he sido tan
tonto?
—Papá, no es culpa tuya. No podías saberlo.
—¿Dónde están Damien y Alex? No los he visto en el comedor
—pregunta Blake poniéndose de pie.
—Salieron antes de que…, bueno, ya sabes, antes de que nos
secuestrarais.
—Voy a buscarlos. Quédate aquí, cierra la puerta con llave y no
abras bajo ningún concepto. Volveré con ellos y con Lizzie, te lo
prometo.
Ava lo miró con ojos llenos de temor.
—Papá…
—Te lo prometo —le asegura antes de salir corriendo.
Mientras va por el pasillo, con el corazón latiéndole a mil por
hora, Blake siente un golpe seco en la cabeza que lo tumba de
inmediato. Quiere levantarse, pero algo, o alguien, lo mantiene
inmovilizado contra el suelo.
—¿Qué…? ¿Qué demonios…? —murmura aturdido.
—Quédate quieto o te mato, cabrón —gruñe una voz que le
resulta familiar.
—¿Damien? —logra articular Blake.
El pie que lo presiona cede y Blake se da la vuelta.
—¿Blake? —Damien lo mira confundido—. ¿Qué haces aquí?
—Estoy en una misión —responde poniéndose de pie—. Lo
último que esperaba era encontrarme con vosotros. ¿Estáis bien?
Damien sacude la cabeza.
—No estoy seguro. Lizzie y mi hermana no sé cómo están. Alex
está a salvo, la tengo escondida. ¿Qué está pasando, Blake?
—Tu hermana está bien, está en esa habitación. —Señala la
puerta—. A Lizzie no pude sacarla del comedor. Tenemos que
volver por ella y salir de aquí cuanto antes.
—¿Salir? —A Damien se le escapa una risa amarga—. Estamos
en medio de la nada, rodeados de hombres armados. ¡Es una
locura!
—Cálmate —le ordena Blake con firmeza—. Perder los nervios
no va a ayudarnos. Vamos, entremos en una habitación, estamos
demasiado expuestos aquí.
Blake abre la primera puerta que encuentra y ambos se deslizan
en el interior. Cierra la puerta con cuidado antes de volver a hablar.
—Escucha, sé cómo opera esta gente. Esta noche se
emborracharán hasta perder el conocimiento, y probarán parte de
la mercancía.
—¿A qué te refieres con mercancía? —lo interrumpe Damien,
horrorizado por el pensamiento que acaba de tener.
Blake suspira antes de responder.
—Esta gente está metida en tráfico humano. Las personas en este
barco serán vendidas como esclavos sexuales o para… cosas
peores.
Damien palidece al escuchar eso.
—¿Qué clase de cosas? —Su voz tiembla.
—Hay gente muy perturbada que compra personas para satisfacer
sus deseos más retorcidos. Lo sé, es una locura, pero es la realidad.
Estoy aquí para desmantelar la organización, pero todo se ha
complicado. ¡Maldita sea!
Damien respira hondo, desesperado.
—¿Y ahora qué hacemos?
Blake toma aire, organizando sus pensamientos rápidamente.
—Tenemos que huir, ¡ahora mismo! Este barco está equipado con
balsas salvavidas automáticas. Se inflan al contacto con el agua.
Están diseñadas para soportar bajas temperaturas y vienen con un
paquete de emergencia estándar para sobrevivir veinticuatro horas.
Lanzaremos una al mar y luego saltaremos nosotros. Cuando
estemos lo suficientemente lejos de la vista de todos, la
activaremos.
Damien asiente, la idea toma forma en su mente.
—De acuerdo, podría funcionar.
—Va a funcionar. —Blake lo mira con determinación—. Tú ve a
la cubierta norte, donde están las balsas. Ocúpate de lanzarla al
mar, pero primero asegúrate de conectar el inflado manual, si no,
en cuanto la lances al agua se inflará automáticamente. Amárrala
bien para que no se aleje. Luego vuelve por tu hermana y Alex. Yo
iré a por Lizzie. Nos encontraremos allí. ¿De acuerdo?
Damien respira hondo y asiente con firmeza.
—Hagámoslo.
Perdóname

E n el comedor, la noche se iba animando por momentos. De


los cuatro hombres armados que había, solo uno, encargado
de vigilar a los pasajeros, permanecía sobrio. Los demás, como
había predicho Blake, estaban borrachos como cubas. Ricky,
molesto por no haber podido tener a Lizzie, decidió buscar una
nueva presa y, esta vez nadie se lo impidió. Se la llevó a un rincón
oscuro, donde descargó su frustración y toda esa testosterona que
le quemaba. Mientras tanto, Marlon y otro hombre llamado Rob se
divertían con los abogados, desnudos y atados en el centro de la
sala, junto al juez, que seguía desangrándose y gimiendo de dolor.
Los dos mercenarios jugaban a un macabro juego de chupitos: el
que perdía, se bebía uno y soltaba un puñetazo a uno de los pobres
hombres indefensos. Entre el miedo palpable de los pasajeros y las
carcajadas de los mercenarios, la atmósfera era tan intensa que
podía sentirse en cada respiración.
—A ver, principito, ¿a quién necesitas quitarte de encima y por
qué? —Dante pregunta con su característico tono burlón.
—Pues, verás, ahora mismo no está aquí. Supongo que estará en
su camarote. —Ríe Yulian despreocupado—. No me preocupa, no
puede salir del barco. Esa chica es la única que puede arruinar mi
plan.
—Ah, ¿una mujer? Mujeres…, siempre complicándonos la vida.
—Lanza una mirada cómplice a Sam—. No te ofendas.
—No lo hago —responde con firmeza—. Hombres, si no fuera
por nosotras, ni siquiera sabríais ataros los zapatos. Pero si preferís
seguir en vuestra burbuja de superioridad, adelante, no os
despertaré de vuestros delirios.
—Me encanta tu carácter, abogada —dice Dante con una sonrisa
maliciosa—. Pero volvamos a lo nuestro, chaval. No me des más
rodeos y cuéntame tu plan.
—Soy de Sibernia, una pequeña isla en el mar de Siberia. Un país
increíblemente rico en petróleo y oro. Pero mi padre, que es quien
lo gobierna, aunque no debería, lo ha llevado a la ruina. Se casó
con la legítima heredera, pero ella huyó con su hija, haciendo creer
a todos que murieron.
—¿Y no murieron? —pregunta Dante con interés.
—No. La chica de este barco es la hija. Y necesito que
desaparezca.
—¿Y la madre?
—Muerta. Mi padre se encargó de eso. —Sonríe siniestramente
—. Ahora me toca a mí asegurarme de que la hija no sobreviva.
—¿Y por qué todo este show para eliminar a una simple chica?
—Porque no puedo matarla sin más. Supuestamente, he venido a
buscarla para llevarla de vuelta a su hogar, pero, por desgracia,
ambos sufriremos un desafortunado accidente del que solo yo
sobreviviré. Mi padre quedará como el villano por la muerte de la
madre y yo seré el héroe. A él lo odiarán y a mí me amarán, y así,
sin mover un dedo, heredaré todo. Y levantaré Sibernia. El país
será mío.
—Vaya, vaya, vaya. ¿Y cómo de rico es tu país?
—Sibernia es uno de los países más ricos del mundo.
—Entiendo. —Dante sonríe; sus ojos brillan llenos de codicia.
Blake respira hondo frente a la puerta del comedor, tratando de
prepararse mentalmente. Cuando entra, su corazón se encoge al
ver el caos, pero sabe que debe mantener la compostura. Localiza
a Lizzie, ilesa, y luego su mirada se detiene en la mesa donde está
Dante.
—¡Mierda! Yulian está con él. —Siente un escalofrío recorrer su
espalda—. Si me reconoce, estoy muerto.
Ve una gorra en el suelo, la recoge y se la pone, cubriéndose el
rostro lo mejor que puede. Se acerca a Lizzie, agachándose junto a
ella.
—Hola, ¿estás bien? ¿Te han hecho daño? —le susurra con voz
temblorosa.
—Señor Thompson, ¿cómo está Ava? —pregunta ella, más
preocupada por su amiga que por sí misma.
—Ava está bien, a salvo. ¿Y tú?, ¿cómo estás? —Blake quiere
sonar calmado, aunque la tensión lo consume por dentro.
—Muerta de miedo, pero no me han hecho nada… si es a lo que
se refiere —responde sollozando—. El jefe les prohibió tocarme.
—Voy a sacarte de aquí. Haz todo lo que yo te diga, ¿entendido?
Lizzie asiente con un leve movimiento de cabeza, pero sus ojos se
abren de par en par cuando ve a Ricky acercarse sigilosamente por
detrás de Blake. Ricky le da un par de pataditas para llamar su
atención, pero Blake no se gira.
—Oye, tú. Esa chica está prohibida. Se la pidió el jefe.
—Oh, ¿en serio? —Blake improvisa, tirando de la visera de la
gorra hacia abajo—. No lo sabía. La otra me supo a poco y venía a
por su amiga.
—¿Dónde está la otra chica? —pregunta Ricky con sospecha en
la voz.
—Em, verás, ya me conoces. —Blake se levanta—. Se me fue un
poco la mano y…, ya sabes, ahora es comida para los peces.
Ricky estalla en una carcajada.
—¡Qué cabrón eres, Pete! Como el jefe se entere de que ha
perdido una venta, el que va a alimentar a los peces vas a ser tú.
—Ya, bueno, pero tú no vas a decir nada, ¿verdad?
—Qué hijo de puta… No, claro que no. Pero a esa déjala, si no
quieres que Dante te corte las pelotas.
Blake mira a Lizzie, que tiene los ojos inundados en lágrimas.
Debe tomar una decisión, aunque le duela. Vuelve a agacharse
para hablarle en voz baja.
—Lo siento, perdóname. No puedo sacarte de aquí… Si Yulian
me reconoce, estamos todos muertos. —Lizzie lo mira con pánico
—. Ava, Alex y Damien me esperan en cubierta para huir. La
posibilidad de salir con vida es…
—Por favor, dile que gracias —le interrumpe Lizzie.
—¿Gracias? ¿A quién? —pregunta Blake confundido.
—Dile a Ava… que gracias, que nunca nadie me hizo sentir tan
querida como ella. Dile que lo siento, por todos esos años en los
que fui una imbécil y no le di la oportunidad de entrar en mi vida,
pero que en este viaje lo ha hecho y se quedará en mi corazón para
siempre. —Sonríe entre lágrimas—. Dile que gracias por
enseñarme lo que es el amor. ¿Lo harás?
—Te lo prometo. —Blake intenta levantarse, pero se detiene,
volviendo a ponerse a su altura—. Y te prometo que volveré a por
ti. No sé cuándo ni cómo, pero lo haré. —Le acaricia la mejilla
con el pulgar—. Sé fuerte, por favor.
Lizzie observa cómo Blake se levanta y se dirige hacia la puerta,
llevándose con él la esperanza de salir con vida de allí. Lágrimas
resbalan de sus ojos. «Adiós, Ava».
—¡Eh! ¿Dónde vas ahora? —lo intercepta Ricky con
desconfianza.
—Voy a dar de comer a los peces. —Ríe Blake—. Ya sabes…
—¿Y por qué no me miras cuando hablas? —insiste Ricky, que
nota algo extraño.
—Ahora vuelvo y te lo enseño. Esa zorrita me ha dejado la cara
hecha trizas, me da vergüenza mostrarla. —Blake lucha por
mantener la compostura.
Ricky, aunque está borracho y le cuesta mantenerse en pie, no es
ningún idiota. Lleva demasiados años en este negocio como para
dejarse engañar. El comportamiento de Blake le ha parecido
sospechoso desde el principio, y su instinto le dice que algo no
cuadra. Sin perder tiempo, se dirige hacia la mesa donde está
Dante, consciente de que lo que tiene que decir no puede esperar.
—Jefe, ¿puedo hablar con usted un momento? —Intenta sonar
tranquilo, aunque su tono revela urgencia.
Dante levanta la vista con fastidio, interrumpido en medio de una
conversación importante.
—¿Qué pasa, Ricky? ¿No ves que estoy hablando de negocios?
—responde Dante claramente irritado.
—Lo sé, jefe, y no quiero interrumpir, pero creo que esto es
importante —insiste Ricky.
Dante frunce el ceño, sabe que Ricky no suele alarmarse por
tonterías. Se disculpa con sus invitados y se levanta de la mesa,
guiando a Ricky hacia la barra para poder hablar en privado.
—¿Qué pasa? —Dante pregunta con un tono más serio.
—Es Pete. Lo he notado raro, jefe. Creo que está tramando algo a
nuestras espaldas. —Ricky mantiene su voz baja, pero la
preocupación es evidente.
—¿Y qué diablos podría estar tramando? —Dante lo mira con
incredulidad.
—No lo sé, jefe, pero lo que hizo con esas dos chicas antes me
tiene mosqueado. Ahora ha venido medio escondiéndose y quería
llevarse a la rubia. —Ricky señala discretamente a Lizzie—. La
misma que usted, ya sabe, tiene en mente.
Dante se queda en silencio por un momento, procesando la
información. Su expresión cambia de curiosidad a ira contenida.
—¿Y se la quería llevar a dónde? —Trata de mantener la calma.
—No tengo idea, jefe. —Ricky se encoge de hombros—. Dice
que con la otra se le fue la mano y la mató.
La furia de Dante se desata. Golpea la barra con el puño y
provoca que varios vasos tintineen.
—¿Me lo estás diciendo en serio? —pregunta, aunque ya sabe la
respuesta. Ricky asiente rápidamente, con miedo a la reacción de
Dante—. Ese imbécil no sabe lo que ha hecho. Esa tía era mi
dinero y os he dicho mil veces que con mi dinero no… se… juega.
—Su ira va creciendo—. Me va a pagar con su sangre hasta el
último maldito dólar que me ha hecho perder. ¡Maldito hijo de
puta!
Ricky traga saliva, viendo la furia en los ojos de su jefe.
—¿Qué quiere que haga, jefe? —Ricky está listo para lo que sea.
—Quiero que vayas por él y me lo traigas aquí, ¡ya! —ordena con
la voz cargada de veneno. Se detiene un momento y mira hacia
donde estaba sentado antes—. Pero, primero, ¿ves a ese de ahí? —
Señala hacia su nuevo y joven amigo que muestra una expresión
despreocupada.
—¿El rubito mono? —Ricky lo identifica de inmediato.
—Sí, ese mismo. Llévatelo a mi habitación y enciérralo. No
quiero que se meta en medio de esto —Dante ordena, calculador.
—Hecho, jefe.
Ricky se acerca a Yulian con un tono firme y le dice que Dante ha
dado órdenes de que lo acompañe. Sin hacer preguntas ni mostrar
resistencia, Yulian asiente y lo sigue.
Ahora o nunca

D amien llega a la cubierta norte con el corazón acelerado y


los nervios a flor de piel. Con los ojos como platos, busca la
dichosa balsa que Blake le había descrito. Para su alivio, la
localiza casi al instante. Con las manos temblorosas, activa el
inflado manual, lanza la balsa al agua y la ata al barco. Junto a la
balsa, hay un pequeño botiquín de emergencias y una pistola con
tres bengalas. Sin perder tiempo, se quita la mochila, abre la
cremallera y guarda el botiquín y la pistola. Antes de cerrar la
mochila, su mirada se detiene en el libro de Romeo y Julieta. Lo
saca, lo sostiene con cuidado y una sonrisa suave asoma en su
rostro al recordar el primer beso que compartió con Alex, un beso
que encendió una llama en su corazón, una llama que aún arde con
fuerza. Con un suspiro, vuelve a la realidad, mete el libro y se
ajusta la mochila en los hombros, decidido a reunirse con las
chicas. Avanza rápidamente hacia el interior del barco y se detiene
frente a la puerta de la habitación donde está su hermana. Golpea
con insistencia, pero no hay respuesta. Insiste.
—¿Ava? —susurra—. Soy yo, Damien. Ábreme.
La respuesta viene, temblorosa pero clara:
—¿Damien? ¿De verdad eres tú?
—Sí, soy yo. Ábreme ya, no tenemos tiempo.
La puerta se abre de golpe y los dos hermanos se abrazan con
fuerza. Ava tiembla, pero la presencia de Damien la reconforta.
Desde pequeños, él siempre había sido su héroe y, ahora, en medio
de este caos, ese papel es más real que nunca.
—Pensé que te había pasado algo —murmura Ava todavía
temblando—. No me vuelvas a dejar.
—No lo haré. Estamos juntos y vamos a salir de aquí.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo. ¿Alguna vez te he mentido? —Habla con
seguridad, pero sabe que no debería hacer promesas en medio del
infierno—. Vamos, debemos ir a por Alex. Tu padre nos espera en
la cubierta.
—¿Alex está bien? —pregunta Ava con preocupación.
—Sí, pero cada segundo que perdemos aumenta el riesgo. Ya
habrá tiempo para preguntas, ¡vámonos!
Coge la mano de Ava con firmeza y descienden por las escaleras
metálicas que conducen a la bodega, donde Alex está escondida.
Al llegar, Damien llama a la puerta con suavidad.
—¡Alex! Soy yo —murmura—. Estoy con Ava.
La puerta se abre lentamente y Alex aparece con los ojos
hinchados de tanto llorar. Al ver a Damien y Ava, rompe a llorar de
nuevo. Ha pasado tanto tiempo en esa oscuridad, asustada,
escuchando ruidos e imaginando lo peor, que no puede creerse que
Damien esté ahí. Ha cumplido su promesa y ha regresado a por
ella. Está a salvo.
—¡Ey! —interrumpe Ava, sonriendo y limpiando las lágrimas de
Alex—. Menos mal que estás bien. No sé qué haría sin ti.
Alex se lanza hacia Ava y la abraza como si su vida dependiera de
ello.
—Ni yo sin ti —responde Alex todavía llorando—. Pensé que no
te volvería a ver.
—Por suerte, tenemos a nuestro héroe sin capa. —Ava lanza una
mirada de agradecimiento a su hermano, antes de fundirse en otro
abrazo con su amiga.
—Chicas… —interrumpe Damien, sin éxito—. ¡Chicas!
—¡¿Qué?! —responden al unísono, entre risas y lágrimas.
—En serio, es hora de irnos —dice él apretando la mandíbula—.
Va… mo… nos… ¡ya!
Con sigilo y cuidado suben hasta la cubierta. Damien se asoma
para asegurarse de que no hay nadie a la vista. Cuando está seguro,
les hace una señal para que lo sigan. Se dirigen a la cubierta norte,
donde Blake los espera. Pero algo no va bien. Está solo.
Lizzie no está con él.
Ava se detiene en seco, y con un tono que rompe el alma,
exclama:
—¡No!… No me digas que… ¡No!
—¿Qué pasa? —pregunta Alex confundida.
—Lizzie… No está con él —dice arrastrando las palabras.
Alex, sin entender, mira a Damien buscando respuestas. ¿Qué
hace Blake aquí? ¿Y dónde está Lizzie? Él, sin decir mucho, se
limita a asentir.
—Lo sé, Alex. Es una larga historia y algo complicada. Confía en
mí.
—Lo hago…
Damien le sonríe acariciando su mano fugazmente. Luego se
dirige hasta su hermana, la abraza con fuerza y con voz firme le
susurra al oído:
—Lo siento mucho, hermanita, pero debemos continuar. No
tenemos tiempo.
Ava, sin decir ni una palabra, comienza a andar.
Cuando llegan con Blake, la mirada de Ava es una daga. Él baja la
cabeza, sin poder mantener el contacto visual.
—Lo siento, cariño —murmura.
—¿Está muerta?
—No, no está muerta —responde Blake rápidamente, tratando de
calmarla—. Pero no pude sacarla de allí. Nos habría puesto en
peligro a todos, pero le di mi palabra de que volvería a por ella. —
Le coge de la cara con las dos manos, obligándola a mirarlo a los
ojos—. Te prometo que volveré por ella.
Blake la abraza, pero Ava no responde; sus brazos cuelgan inertes
a los costados. Su mente vuela hacia Lizzie y su corazón se rompe
un poco más. Sabe que no la volverá a ver. Sabe que su padre ha
hecho lo correcto, aunque el dolor es demasiado grande para
aceptar, en estos momentos, que dejó atrás a la chica de la que
empezaba a enamorarse.
—¿Estás bien? —le pregunta Alex rodeándola con un brazo y
atrayéndola hacia sí.
Ava asiente débilmente, su mirada se pierde en el horizonte.
—Debes creerle. Estoy segura de que tu padre hizo todo lo que
pudo —añade Alex en un susurro, reconfortándola. Ambas saben
que esas palabras no llenarán el vacío que ha dejado en ella Lizzie.
—Tenemos que irnos ya —dice Damien mientras el reloj sigue
corriendo en su cabeza.
—¿La balsa está lista? —pregunta Blake sin perder el enfoque.
—Sí, todo preparado.
—Perfecto. —Blake asiente satisfecho—. Ahora escuchadme
bien. Saltaremos por la borda y nadaremos hasta la balsa. —Los
mira uno a uno—. Tenéis que nadar rápido, de lo contrario, el agua
helada podría mataros en minutos. No hay margen para dudas ni
miedos, ¿entendido?
Todos asienten, conscientes de lo que está en juego.
—Bajaré yo primero —continúa Blake—, mi cuerpo está más
acostumbrado al frío y puedo aguantar más tiempo en el agua.
Damien, tú serás el último. Ayuda a las chicas a bajar con cuidado.
No perdáis demasiado tiempo.
Blake amarra una cuerda al barco y comienza a descender
lentamente, con movimientos seguros y calculados. Una vez en el
agua, levanta la mano para dar la señal.
Ava es la siguiente. Damien la guía hasta el borde, sosteniéndola
con firmeza hasta que ya no puede sujetarla y la ve descender por
la cuerda.
Alex se queda un momento más, su rostro lleno de preocupación
y tristeza.
—¿Crees que todo va a salir bien?
Damien se acerca a ella y la envuelve en un abrazo. Alex hunde el
rostro en su cuello, respirando su olor, y lo aprieta con fuerza,
buscando consuelo en su calor. Sus manos suben hasta la nuca de
Damien, acariciando su piel, tratando de grabar cada sensación en
la memoria, por si esa fuera la última vez. Damien se aparta
ligeramente, apoyando su frente en la de ella. Por un instante,
ambos se quedan en silencio, compartiendo el mismo aire,
sintiendo las respiraciones del otro.
—Todo va a salir bien —le susurra Damien. Su aliento cálido
llena el pequeño espacio entre ellos. La intensidad de sus palabras
más que una simple promesa es una afirmación—. Y cuando todo
esto termine, podremos estar juntos. Hemos perdido demasiado
tiempo.
Alex lo mira con una chispa en los ojos:
—Somos para siempre —dice con una sonrisa pícara.
Damien la observa con un brillo de sorpresa en su mirada.
—Todavía te acuerdas —susurra tocado por sus palabras.
—Nunca lo he olvidado —dice Alex con la voz llena de emoción
y levanta su pulgar. Él levanta el suyo y los entrelazan.
—Y siempre seremos tú y yo —completa Damien, recordando el
juramento que hicieron hace años, un juramento que ha resistido el
paso del tiempo y las dificultades.
Sus labios se encuentran en un beso que encapsula todo lo que
sienten, un gesto que va más allá de las palabras, lleno de amor,
promesas y una conexión tan profunda que trasciende el momento.
Finalmente, con dificultad, se separan, como si dejaran una parte
de sí mismos en ese último beso. Damien ayuda a Alex a subirse a
la borda del barco y la sostiene mientras desciende por la cuerda.
A medida que ella baja, sus ojos se mantienen fijos en los de
Damien, como si quisiera llevar consigo su imagen y la fuerza de
su presencia para enfrentar lo que venga.
—Te quiero, Alex Nikols. —Una sonrisa tierna acompaña el
mensaje.
—Te quiero, Damien Taiganov. —Alex le devuelve la sonrisa con
la misma intensidad y con su corazón latiendo al unísono con el de
él.
Con una última mirada cargada de significado, Damien se asegura
de que Alex llegue al agua de forma segura. Una vez que ella está
a salvo, respira hondo y se prepara para seguirla. Su mente está
enfocada en la misión que aún le queda por cumplir, pero su
corazón está anclado a la promesa de un futuro juntos.
—¡Alto ahí! —Una voz resuena con furia.
Damien, con una calma que no siente, suelta disimuladamente el
cabo de la balsa y se gira hacia Ricky, quien le apunta con una
pistola. Detrás de él, Yulian observa con frialdad.
—¿Quién eres y qué haces ahí? —inquiere Ricky.
—Tranquilo. —Damien levanta las manos; sus ojos brillan con
desafío—. No voy armado.
Yulian, con la certeza del que lleva la ventaja, interviene.
—Es uno de los pasajeros que faltaban. ¿Dónde está Alex? —
pregunta impaciente.
—¿Quién es Alex? —Ricky está desconcertado.
Damien esboza una sonrisa amarga.
—Cómo no, Yulian. Estás con ellos, ¿verdad? Eres una rata
traicionera, digno hijo de tu padre.
—Alex es otra pasajera —le aclara Yulian a Ricky—. ¡Contesta,
Damien!
Damien lo mira con desprecio.
—Está donde no podrás alcanzarla, maldito hijo de puta.
—Toma, coge esto. —Ricky le entrega la pistola a Yulian—.
Apúntale, y si intenta algo, no dudes en disparar. Voy a buscar
ayuda.
Ricky se aleja dejándolos solos. Entonces, en un abrir y cerrar de
ojos, el caos se desata. Damien busca huir y, ¡pum!, un estruendo
ensordecedor rompe la noche. Un disparo lo alcanza en el muslo,
haciendo que se tambalee.
—¡Quieto, Damien! O volveré a disparar.
Damien cae al suelo, sus manos se aferran a la herida, el dolor es
tan insoportable que parece como si un hierro al rojo vivo se le
hubiera incrustado en la carne y le estuviera quemando hasta el
alma. Se gira levemente. Sus ojos se clavan en Yulian. Con una
mirada llena de desafío, una sonrisa socarrona que se dibuja en los
labios y con una fuerza de voluntad sobrehumana, se impulsa
hacia la borda del barco. Su pierna tiembla al hacer fuerza, pero
logra alzarse, preparándose para saltar.
Un segundo estallido… ¡¡¡Pum!!!
El segundo disparo es más certero. La bala le atraviesa la espalda
y su cuerpo cae al agua en un chapoteo sordo, envuelto en la
oscuridad de la noche. Yulian corre hacia la borda, su corazón late
desbocado. Alcanza a ver vagamente el cuerpo de Damien
flotando en el agua, una sombra inerte en el inmenso océano.
Desde la distancia, Alex presencia la escena, con el corazón en un
puño. La luz de la luna, con su brillo cruel, ilumina el cuerpo de
Damien cayendo al mar, y siente cómo el mundo se le desmorona.
—¡Tenemos que ir a ayudarlo! —suplica con lágrimas corriendo
por su rostro—. Podría estar vivo.
Blake, con el rostro endurecido por la decisión, mira hacia la
borda del barco, donde ve una figura asomarse.
—No, Alex, lo siento. Si nos acercamos, nos descubrirán. Damien
nos protegió hasta el final. Si nos atrapan, su sacrificio será en
vano.
Alex se derrumba en la balsa, no puede controlar sus lágrimas.
Ava, a su lado, murmura entre sollozos ahogados:
—Gracias, papá. Otro muerto que dejamos atrás.
—No digas eso —le reprocha Alex con voz quebrada—. Lizzie
no está muerta; sin embargo, Damien sí.
—No seas ingenua, Alex. Ya no somos unas niñas. Lo sabemos
perfectamente y mi padre también. Los dos están muertos,
acéptalo; yo lo he hecho.
Y, con el corazón roto, la balsa se va alejando, llevándose los
sueños, las promesas y el amor de los que quedan atrás.
Dante y sus hombres llegan junto a Yulian. El frío en el ambiente
solo hace más tensos sus gestos.
—¿Qué demonios ha pasado? —pregunta Dante con la furia
contenida en cada palabra.
—El pasajero… que faltaba… lo encontramos… Intentó saltar…
Tuve que dispararle —responde Yulian con voz temblorosa al
enfrentarse con la realidad de lo que acaba de hacer.
—Bien hecho, chico. Hiciste lo que tenías que hacer. —Dante le
da unas palmaditas en la espalda, un gesto que debería ser
tranquilizador, pero que solo acentúa el peso de la culpa sobre
Yulian—. ¿Y la chica?
—No estaba con él —responde Yulian.
—Buscadla por todo el barco —ordena Dante a sus hombres con
un tono que no admite réplica—. Por mí, como si tenéis que
desmantelar todo este maldito barco. Quiero a esa chica aquí.
Los hombres de Dante regresan al rato con malas noticias.
—Jefe, ni rastro de la chica. Tampoco de Pete, ni del cuerpo de la
otra pasajera. Pero falta una de las balsas salvavidas.
Dante suelta una risa oscura que llena de inquietud el aire.
—¿De qué te ríes? Pareces imbécil —le espeta Yulian—. ¡Han
huido! ¿No lo entiendes? Necesito a esa chica muerta.
La sonrisa de Dante se desvanece y su mirada se vuelve gélida.
—Uno —dice con una calma escalofriante—, si han huido en una
balsa, no sobrevivirán. Están diseñadas para aguantar veinticuatro
horas. Las bajas temperaturas los matarán. Si no mueren
congelados, se ahogarán. —Hace una pausa—. Y dos, no vuelvas a
hablarme así. Y mucho menos vuelvas a llamarme imbécil.
Yulian palidece. Traga saliva sintiendo el peso de sus palabras.
—¡Encerradlo! —ordena Dante a sus hombres—. Ya pensaré qué
hago con este idiota. —Se acerca a Yulian y le da dos palmaditas
en la cara—. Principito, ¿qué hago contigo? —Se ríe con un deje
de crueldad—. Encerradlo bien y vigilad al resto. Un fallo más y
lo pagaréis con vuestras vidas.
Los hombres de Dante lo atrapan y se lo llevan mientras Yulian
pide perdón entre gritos y sollozos.
Dante regresa al comedor, donde Sam y James lo esperan.
—¿Todo bien? —pregunta Sam presintiendo de que algo pasa.
—No —responde Dante—. El principito ha resultado ser más
estúpido de lo que creía. La chica se le escapó y mató a un chico.
—Romeo y Julieta —ríe Sam.
—¿Romeo y Julieta? —pregunta Dante con el ceño fruncido.
—La chica y ese chico al que ha matado, bueno, yo los llamo así.
Quizá algún día te cuente la historia.
—Mejor así. No estoy para cuentos. Por cierto, vuestro amiguito
es mi prisionero. Se acabaron las concesiones. Ahora es parte de
mi mercancía, ¿algún problema?
Sam y James se miran, el miedo en sus ojos es palpable.
—Ninguno —responde Sam con rapidez—. Por mí como si lo
matas.
—Lo mismo digo. Nosotros trabajamos para ti. Si la cagó, él
sabrá.
—Es lo que quería oír. —Sonríe Dante complacido—. Ahora, si
me disculpáis, tengo una cita que atender.
Con pasos seguros, se dirige hacia donde está Lizzie. Ella lo ve
acercarse con los ojos abiertos de par en par, llenos de terror.
Lo sabe.
Lo ve en su mirada.
Ha llegado la hora.
No hay escapatoria.
No queda esperanza.
Está muerta.
Dante la toma de la mano con una fuerza que duele y la arrastra
sin piedad.
—Deja de comportarte como una niña —le susurra con una
crueldad helada—. O lo hacemos por las buenas, o por las malas.
Tú decides.
Después de la tormenta

Dos meses después…

C uando el avión aterriza en Dallas, los tres se miran, agotados


pero aliviados. Alex, Ava y Blake están vivos, de vuelta a
casa, aunque el término hogar ya no signifique lo mismo.
Lo que comenzó como un viaje lleno de emoción y promesas
acabó en un infierno helado del que escaparon de milagro. Al tocar
tierra firme, sienten una mezcla de agradecimiento y vacío. Están
ahí, sí, pero ya no son las mismas personas que se despidieron
llenas de sueños. Algo profundo se quebró en el Ártico, algo que
no se cura con abrazos ni palabras de consuelo.
El mes a la deriva fue un infierno. Un frío que calaba en los
huesos, hambre que les mordía por dentro, y una desesperación
que oscurecía hasta el último rayo de esperanza. Hubo momentos
en los que todos pensaron que no saldrían con vida. Estaban
atrapados en medio de la nada, sometidos a temperaturas que el
cuerpo humano no está hecho para soportar. Si meses atrás alguien
les hubiera dicho a Alex o a Ava que estarían luchando por
sobrevivir en las gélidas aguas del Ártico, habrían creído sin dudar
que morirían. Y, sin embargo, ahí estaban, vivas. Blake, por otro
lado, aunque estaba entrenado para situaciones como esa, incluso
para peores, nunca imaginó tener que enfrentarse al terror de ver a
su hija y a Alex en peligro, la angustia y el miedo de pensar que
podría perderlas en cualquier momento, lo paralizaba.
Al bajar del avión, Blake las mira con ojos llenos de orgullo,
reconociendo en ellas a verdaderas guerreras, pero las chicas
alegres y entusiastas que, hace un par de meses, cogieron un avión
en ese mismo aeropuerto con la emoción de vivir la experiencia
más emocionante de sus vidas, de conocer el mundo y tocar con su
grupo de rock, no eran las mismas que acababan de regresar. Las
jóvenes que ahora pisaban suelo estadounidense estaban heridas,
rotas tanto física como emocionalmente. El dolor se reflejaba en
sus miradas y el horror estaba grabado en sus corazones.
Corazones que ya no latían con la misma inocencia, porque ambas
habían perdido demasiado en ese mar cruel.
Tras el rescate fueron ingresados en un hospital, hasta recuperarse
de todas las secuelas que el mar había dejado en sus cuerpos.
Alex había perdido varios dedos de la mano izquierda: el pulgar,
el índice y el corazón. La congelación había devorado su carne
hasta provocar una gangrena que obligó a los médicos a
amputarlos. Con esos dedos, también se desvaneció su sueño de
convertirse en una guitarrista prodigiosa. Sin embargo, lo que más
la atormentaba no era la falta de dedos, sino la imagen imborrable
del cuerpo de Damien hundiéndose en las profundidades del
abismo helado, una visión que regresaba cada vez que cerraba los
ojos. Su corazón, no su dedo sino el que aún latía en su pecho, se
había congelado junto con él.
Ava, ahora apoyada en muletas, cojeaba con una pierna insensible
por el entumecimiento. Los médicos le prometieron que algún día
recobraría la fuerza. Le recomendaron evitar el frío hasta que se
recuperara por completo. En Fort Worth, donde las temperaturas
eran cálidas, podría encontrar alivio. Pero ¿y su corazón? Ningún
calor del mundo podría devolverle lo que había perdido en ese
mar. Su hermano y… Lizzie. Solo pensar en las atrocidades que
podrían estar haciéndole, si es que seguía con vida, la destrozaba
por dentro. Si le hubieran dado a elegir entre su pierna o regresar
por ella, no habría dudado ni un segundo.
Blake había mantenido su fachada de fuerza. Después de todo, era
su deber mantenerlas vivas. Pero cada vez que pensaba en lo que
había perdido sentía que un nudo invisible le apretaba el pecho.
Los remordimientos de no haber vuelto a por Damien y de dejar a
Lizzie allí lo torturaban una y otra vez. Cuando el barco pesquero
los encontró a la deriva, con apenas un hilo de vida, lo primero que
preguntó fue si habían encontrado el cuerpo de un chico. La
respuesta fue un no tajante. Los pescadores le dijeron que, si había
caído al mar, la supervivencia era imposible.
En el aeropuerto, dos policías, uno de mayor edad y otro más
joven, los esperan en la terminal.
—Señor Thompson, es un placer tenerlos de vuelta, sanos y
salvos —dice el policía mayor extendiendo la mano hacia Blake
—. Señoritas —añade con una inclinación de cabeza hacia Alex y
Ava.
—Gracias por venir a buscarnos. Estamos agotados —responde
Blake.
Los tres quieren ir a casa, pero los agentes tienen otros planes
para ellos.
—No tienen nada que agradecer, es nuestro deber. Los llevaremos
a un hotel, pero antes…
—¿Un hotel? —interrumpe Alex—. Quiero ir a casa. Necesito ver
a mi madre.
—Yo también —secunda Ava con la misma urgencia.
—Señoritas, cálmense —interviene con suavidad el policía más
joven.
—Señor Thompson… —insiste el policía mayor.
—Blake, llámame Blake, por favor.
—Está bien, Blake. Primero necesitamos pasar por la comisaría.
El jefe de Policía necesita hablar con usted.
—¿Ocurre algo? ¿Mi madre está bien? —Alex siente un
hormigueo de ansiedad que le recorre el estómago.
El policía más joven la mira con una expresión extraña y, sin
añadir una palabra más, los acompañan fuera, donde un coche los
espera.
Alex apoya la cabeza contra la ventanilla del coche, mirando el
paisaje que pasa rápidamente. Ava se sienta en medio, entre ella y
su padre. Apoya la cabeza en el hombro de Blake, que la rodea con
un brazo en un gesto protector. El coche avanza en silencio. De
repente, algo despierta a Alex de su ensoñación, haciendo que salte
del asiento, casi golpeando el techo del coche.
—¡Alto! ¡Alto! ¡Pare el coche! ¡Pare el coche, le digo! —grita
con la voz quebrada.
El coche frena bruscamente y se detiene por completo.
Están justo enfrente de Dream Books, la librería de su madre. O
lo que queda de ella. Todo ha sido consumido por el fuego. No
queda rastro alguno de aquel maravilloso lugar que su madre había
creado con tanto esfuerzo y amor.
—¿Qué… ha… pasado? —Las palabras se arrastran
dolorosamente de la boca de Alex.
—Precisamente de eso queríamos hablarles —responde el policía
mayor con tono sombrío.
Al llegar a la comisaría, el jefe Brown los recibe en su despacho.
—Siéntense, por favor —les dice señalando unas sillas.
Los tres se sientan en silencio.
—¿Quieren algo de beber? —pregunta Brown tratando de
ofrecerles algo de consuelo.
—No, gracias —responde Alex con impaciencia—. Hable de una
vez por todas.
—Tranquila, Alex —le dice Blake.
Ava permanece en silencio, pálida y con la mirada perdida. El
entumecimiento que siente en la pierna se extiende ahora por todo
su cuerpo.
—Lamento profundamente comunicarles… —Brown carraspea
antes de continuar—. Hallamos el cuerpo sin vida de la señora
Thompson en la casa de los Nikols.
Alex gira la cabeza hacia Ava y le aprieta la mano, pero Ava no
responde, incapaz de sentir nada. «Damien…, Lizzie…, y ahora su
madre», piensa. El corazón de Ava se detiene por un instante, antes
de que su cuerpo se desplome en el suelo.
—¡Ava! ¡Cariño! —Blake se lanza hacia ella y le sujeta la cabeza
—. ¡Un médico!
Ava recupera la conciencia, aunque sus ojos se entrecierran y se
vuelven hacia adentro.
—¿Estás bien? —le pregunta Blake con preocupación. Ava
asiente débilmente—. Un vaso de agua, por favor.
Brown le acerca un vaso de agua y Blake lo lleva a los labios de
Ava, que bebe pequeños sorbos con dificultad.
—¿Mejor? —le pregunta con ternura. Se muestra fuerte pese al
dolor que lo consume por dentro. Él también acaba de enterarse de
la muerte de su esposa.
Vuelven a sentarse en las sillas. Alex aprieta con fuerza la mano
de Ava y la mira con dulzura; lucha por contener las lágrimas.
—Continúe, por favor —pide Blake con voz tensa.
—Está bien. Cuando llegamos a la residencia de los Nikols,
encontramos la casa con signos evidentes de violencia. Todo
estaba destrozado. En una de las habitaciones, la de la señora
Nikols, había un rastro de sangre, tanto en la cama como en el
suelo.
—¿Mi madre también está…? —La voz de Alex tiembla, incapaz
de terminar la frase.
—Lo peor lo encontramos en el sótano. Allí hallamos el cuerpo de
su esposa. —Brown dirige su mirada a Blake, porque es incapaz
de enfrentarse a los ojos de las chicas—. Había demasiada sangre
y claros signos de tortura.
—¿Torturaron a Isabella? —Blake aprieta la mandíbula y los
puños con furia contenida.
—Lo siento mucho.
—¡¿Y mi madre?! —grita Alex desesperada.
—Cotejamos el ADN de la sangre en el sótano y pertenecía tanto
a la señora Thompson como a la señora Nikols. Lo siento, de
verdad.
—¡¿Y mi madre?! —insiste Alex con voz quebrada—. ¿Dónde
está mi madre?
—Hallamos restos humanos en el incendio de la librería. Creemos
que quien perpetró esa atrocidad la llevó hasta allí y prendió fuego
al lugar, con ella dentro.
—¿E… esos re… restos e… eran de mi ma… madre? —Las
lágrimas caen por sus mejillas.
—Lo siento mucho. Aunque estaba todo demasiado consumido
por las llamas, encontramos una mano. Pertenecía a la señora
Nikols. Lo siento, de verdad.
Alex rompe a llorar. Elena lo era todo para ella, su madre, su
mejor amiga, su única familia…, su todo. Necesita gritar, pero no
consigue que la garganta emita ningún sonido. Un dolor
insoportable le oprime el pecho y la deja sin respiración. Se ahoga.
Blake quiere obtener más información.
—¿Saben quién ha podido ser? ¿Tienen algún sospechoso?
—No. Lo siento. Por el momento no tenemos nada. No hemos
encontrado huellas, ni restos de ADN ni tenemos ningún testigo de
los hechos.
—Quiero ir a casa. —Alex tiene el rostro desencajado.
—No es recomendable. El escenario del crimen sigue sin limpiar,
no deberían ver algo así. Los hemos alojado en un hotel.
Mandaremos al equipo de limpieza en cuanto firmen los papeles.
—He dicho que quiero ir a casa —repite Alex con una
determinación inquebrantable.
Ante la insistencia de Alex por regresar a casa, el mismo coche
que los trajo a comisaría los lleva hasta allí.
—Yo… Yo… Yo no puedo…, no puedo entrar —tartamudea Ava,
paralizada por el miedo.
—No te preocupes. —Alex la abraza con fuerza—. Entraré yo
sola. Blake, lleva a Ava al hotel. Nos veremos allí más tarde.
—¿Estás segura? No quiero dejarte sola —responde Blake con
preocupación.
—Estaré bien. Tu hija te necesita más que yo en este momento.
—Gracias —murmura Ava con un hilo de voz.
Blake y Ava se alejan en el coche de policía. Alex se queda sola
frente a la casa que una vez fue su refugio.
Por primera vez, al abrir la puerta, no siente aquel suave abrazo
invisible, aquella cálida brisa de tranquilidad que siempre sentía al
llegar a casa. Esta vez, el horror de la desolación la invade. En su
mente, todavía resuena el calor de los momentos que compartió
con su madre en cada rincón de ese hogar. Cada mueble, cada foto,
cada cuadro representan su vida, sus recuerdos, su seguridad.
Ahora, todo está destruido.
Sube lentamente a la habitación de su madre. El rastro de sangre
en el suelo y la cama la hacen estremecerse. «Aquí pasó algo
terrible», piensa con un nudo en el estómago. Respira hondo y
desciende hacia el sótano. Al abrir la puerta, siente que el aire le
falta y su cuerpo comienza a temblar. La escena es aún peor de lo
que imaginaba. Sangre por todas partes, demasiada. Dos cuerdas,
que cuelgan del techo, son macabros testigos de lo que allí
sucedió. «Las ataron y las torturaron», se dice, horrorizada por su
propio pensamiento. En el suelo, la silueta marcada donde
encontraron el cuerpo de Isabella clama por justicia. Alex se
agacha, se besa los dedos que aún conserva de su mano y los
coloca suavemente sobre el suelo. «Lo siento mucho, Isabella»,
susurra con la voz quebrada, dejándose caer de rodillas. Las
lágrimas brotan sin control. «¿Aquí mataron a mi madre
también?», pregunta al vacío, sin esperar respuesta.
Llora desconsolada hasta que el agotamiento la vence y, sin darse
cuenta, se queda dormida, acurrucada junto a la silueta marcada en
el suelo.
Despierta aturdida y con el cuerpo adolorido. Se dirige
nuevamente al piso superior. Ve los libros desparramados por el
suelo, algunos destrozados, y comienza a recogerlos. Los coloca
en la librería y un torrente de recuerdos la invade, como aquellas
tardes que pasó con su madre, eligiendo un libro para leer juntas
en el sofá. La nostalgia, el dolor y la rabia se entrelazan en su
corazón. «¿Quién pudo hacer algo tan monstruoso?», se pregunta y
pasa los dedos por los lomos de los libros que quedan en pie. De
repente, su mano se detiene en uno de ellos, su favorito,
milagrosamente intacto. Lo toma y lo acaricia con ternura.
«Romeo y Julieta», una leve sonrisa se asoma en el rostro y una
lágrima cae sobre la cubierta del libro.
Guiada por una necesidad que no entiende del todo, se dirige al
sofá y se sienta. Abre el libro. Siente que, de alguna manera, leerlo
la conecta con su madre… y con Damien.
Algo llama su atención.
En el interior del libro hay algo. Un papel doblado. «Esto no
estaba aquí», murmura. Su voz apenas es un susurro.
Con manos temblorosas despliega el papel y comienza a leer en
voz alta. Reconoce la letra al instante: es la de su madre.
Hola, mi amor:
Si estás leyendo esto, es porque ya no estoy contigo.
Siento si estas palabras te suenan duras; lo siento con
todo mi corazón, pero necesito contarte la verdad, una
verdad que he guardado demasiado tiempo. Necesito que
seas fuerte y que me escuches con atención.
Primero, lo siento. Siento no poder estar a tu lado,
haberte dejado sola en este mundo. Eres lo más bonito de
mi vida, mi razón de ser. No te imaginas cuánto te quiero.
Desde el primer instante en que te pusieron entre mis
brazos, te he amado con toda mi alma. Eres lo mejor que
me ha pasado jamás.
He intentado protegerte, mantenerte al margen, pero
fallé. Perdóname, por tantas cosas…, pero, sobre todo,
por haberte mentido. Debí contarte la verdad cuando aún
podía hacerlo, pero no lo hice. Te juro que por un tiempo
creí que mi pasado nunca volvería, que no nos
encontraría, pero me equivoqué. Sí lo ha hecho y ha
conseguido lo que en su día no pudo: acabar con mi
vida.
Tu verdadero nombre es Alexandra Fjordsson, aunque
todos te llamaban Sasha en el lugar donde naciste. Eres
la heredera de la dinastía Fjordsson en Sibernia, un país
en el mar de Siberia. Mi nombre es Lena Fjordsson, y soy
hija de la reina Elizabeta Fjordsson, tu abuela. Quizás te
estés preguntando qué demonios estoy diciendo, pero
necesito que sigas leyendo.
Tú naciste en Sibernia. En ese entonces, yo estaba
casada con tu padre, Stepan Uralovich.

—¿Uralovich? ¿Ese no es el apellido de Yulian? —Se cubre la


boca con las manos, incrédula ante lo que su mente comienza a
comprender.
Continúa leyendo y su corazón late con fuerza.
Tuve que huir del país porque nuestras vidas corrían
peligro. Tu padre planeaba matarnos para tomar el
control del reino, y apropiarse de toda la riqueza y el
poder. No podía permitir que te hiciera daño. Fue
entonces cuando conocí a Isabella, quien me ayudó a
escapar de las garras de Stepan. Fingí nuestra muerte en
un accidente de coche y huimos. Primero a Italia y,
después a Estados Unidos, donde intenté empezar de
nuevo contigo. Tras la misteriosa muerte de tu abuela, tu
padre consiguió su propósito: gobernar. Por un tiempo,
creí que podíamos tener una vida tranquila, pero todo se
torció.
Tu padre nos encontró.
Te envié de viaje para alejarte, para que él no te
encontrara. Yo me quedé, sabiendo que debía
enfrentarme a él. Perdí. Es un hombre despiadado,
movido solo por el poder y la codicia.
Siento mucho que te hayas enterado así. Ojalá nunca
hubieras tenido que saberlo, lo que significaría que ese
maldito hombre jamás nos habría encontrado.
Eres una Fjordsson. La legítima heredera, y aunque
espero que no elijas reclamar lo que es tuyo, porque eso
significaría enfrentarte a ese monstruo, creo que lo justo
es dejar que esa decisión la tomes tú. Si decides hacerlo,
no estarás sola. Ponte en contacto con Ekaterina o con
Cristof, la abuela y el padre de Damien; ellos te
ayudarán en todo lo que necesites. Te dejo sus contactos
al final de esta carta.
Mi vida, mi niña, perdóname. Te amo tanto que las
palabras se quedan cortas para expresar lo que siento.
Sé fuerte. Sé auténtica. Sé tú.
Siempre estaré a tu lado, aunque ya no puedas verme.
Te quiero por y para siempre.
Tu madre, Elena.
Lena Fjordsson
Ekaterina: (756)98707865
Cristof: (756)25348609

Termina de leer la carta y, con un sollozo ahogado, la aprieta


con fuerza contra su pecho. Su cuerpo se desploma contra el sofá,
y las lágrimas, que hasta ahora había contenido, fluyen libremente,
dejando un rastro ardiente en sus mejillas. No quiere detenerlas; no
podría. Su madre le ha pedido que sea fuerte y piensa serlo, pero
hoy no. Hoy necesita llorar, necesita liberar el dolor que le está
rompiendo el alma, que le oprime el pecho hasta casi asfixiarla.
—Mamá… Isabella… Damien… —solloza entrecortadamente,
como si al nombrarlos pudiera traerlos de vuelta.
En su desesperación, no se da cuenta de que alguien ha entrado
en la casa. Ha estado observándola, escuchando sus sollozos,
absorbiendo el dolor que ella siente. La presencia la sacude de
repente; salta del sofá, con el pánico reflejado en los ojos mientras
el libro y la carta caen al suelo. Busca algo, cualquier cosa para
defenderse, y lo único que encuentra es una estatuilla de Mickey
Mouse que trajo de su viaje a Disney. La empuña con manos
temblorosas.
—¡Quieto! —grita y alza a Mickey como si fuera una espada
—. ¿Quién coño eres?
El intruso la mira con una calma inquietante; sus ojos reflejan
algo más profundo, algo que ella no puede discernir en ese
momento.
—Bonitas palabras las de tu madre. Se nota que te amaba
profundamente. Lamento mucho lo que ha pasado.
—¡¿Qué quién coño eres?! —insiste Alex. Su voz vibra con una
mezcla de miedo y confusión.
—Soy Cristof Taiganov.
El nombre la sacude como un rayo.
—¿El padre de Damien? —pregunta desconcertada.
El silencio que sigue es denso, cargado de un significado que
aún no alcanza a comprender.
—Soy tu padre.
Sus palabras se clavan en ella como un cuchillo. La
incredulidad la invade y sacude sus pensamientos. «No puede ser.
Mi madre dijo que mi padre es Stepan, su asesino. Cristof es el
padre de Damien. Si este hombre dice la verdad, eso significa que
Damien y yo… ¡No puede ser!».
—Estás mintiendo. ¿Quién eres en realidad? —sisea
aferrándose a la estatuilla como si fuera su única ancla en ese mar
de confusión.
—No miento —responde Cristof con voz grave y segura—. He
venido para llevarte conmigo a Sibernia. Una vez allí, conocerás
toda la verdad y podremos vengarnos de Stepan. Recoge tus cosas.
Nos vamos.
El peso de sus palabras la hunde aún más en la incertidumbre.
Todo lo que creía saber se desmorona ante ella, y la promesa de
venganza, de descubrir la verdad, la tienta y la aterroriza en igual
medida. Permanece un buen rato en silencio, mirando al suelo.
Sin pronunciar una sola palabra, agarra el libro que contiene la
carta de su madre y lo aprieta con tanta fuerza que sus nudillos se
vuelven blancos, como si temiera que se le escapara todo lo que
ese libro significa. Sube a su habitación. Cada paso que da se
siente más pesado que el anterior. Abre una maleta con manos
temblorosas y, con un cuidado, coloca dentro algunas prendas, el
libro y las cartas de Juliette Romesco. Es como si estuviera
empacando pedazos de su propia alma.
Cuando regresa al salón, Cristof la observa con una mezcla de
expectación y ansiedad. Sus ojos buscan desesperadamente una
señal de lo que ella ha decidido. Se fija en que lleva una maleta en
la mano. Alex lo mira y sonríe.
—Está bien. Iré contigo a Sibernia.

Continuará…
AGRADECIMIENTOS
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a todas las
personas que han estado a mi lado, apoyándome y alentándome
cuando yo misma no encontraba fuerzas ni inspiración. Estos
meses han sido intensos, una verdadera montaña rusa de
emociones mientras daba forma a este libro.
Gracias, de corazón, a mi familia, por su paciencia en mis días
más grises y por su incondicional apoyo.
Gracias a Paula y Lourdes, por ser las primeras en leer mis
palabras, entregándome siempre sus opiniones más sinceras y
necesarias.
Gracias a Jennifer, por su pasión incansable, sus valiosos
consejos y su enorme profesionalidad, que han sido una gran
ayuda para mí.
Gracias a Luis, por sus sugerencias literarias y, sobre todo, por
ser una persona de gran nobleza.
Y gracias a cada uno de vosotros que habéis decidido
sumergiros en estas páginas. Gracias por darme la oportunidad de
poder compartir un pedacito de mí.

Mil gracias a todos…

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