Del Amor Al Odio Solo Hay 30° y Viceversa - Raquel T. Sánchez
Del Amor Al Odio Solo Hay 30° y Viceversa - Raquel T. Sánchez
Del Amor Al Odio Solo Hay 30° y Viceversa - Raquel T. Sánchez
ISBN: 9798344725277
Sello: Independently published
Primera edición: noviembre, 2024
Alicante, España
Un mes antes…
La canción terminó…
¡Damien!
Primero que nada, cuando leí tu carta casi me caigo de
la silla, ¡de la risa! Imaginarte sonriendo como un tonto
enamorado en medio de una junta… ¡Menuda escena!
Me encanta pensar que soy la culpable de esa sonrisa,
aunque estemos a kilómetros de distancia. Debo admitir
que me llena de orgullo saber que hasta entre números y
gráficas soy yo la que te roba la atención.
No te imaginas cuánto te echo de menos. Desde que te
fuiste, la casa se siente extrañamente tranquila, casi
como si hubiera perdido su chispa. Ya no tengo a quién
fastidiar con mis bromas ni con quién picarme por
tonterías. Mi madre sigue preguntándome por qué me
paso el día sonriendo, y yo solo le digo que estoy
recordando esa increíble semana de verano. Claro que
no le cuento que fue increíble porque tú estabas aquí.
¡Ese es nuestro secreto!
A pesar de la distancia, sigo sintiéndote cerca. Como si
en cualquier momento fueras a aparecer en la cocina
buscando algo de comer, con esa carita de no sé qué me
apetece, pero quiero algo ya. A veces me pregunto si me
extrañas tanto como yo a ti, pero luego recuerdo tu carta,
tus palabras, y se me pasa. (Y, para ser sincera,
imaginarte sonriendo como un bobo en plena junta
también ayuda).
Por cierto, el otro día me topé con la camiseta que
olvidaste aquí. ¿Te la envío o prefieres que me la quede
para tener un pedacito de ti cerca? Venga, admítelo: si
estuvieras en mi lugar, tú también te quedarías con algo
mío sin pensarlo dos veces. De hecho, estoy pensando
seriamente en quedármela como «recuerdo oficial» hasta
que vuelvas el próximo verano y, quién sabe, tal vez
entonces te robe una a propósito.
Hasta que llegue ese día, no dejes que las aburridas
responsabilidades te coman vivo, ¿OK? Prometo seguir
escribiéndote, aunque sea para contarte chorradas o
para desahogarme de lo mucho que me vuelvo loca
esperando que llegue el verano y volver a verte. ¡No me
olvides! Yo ya estoy tachando los días en el calendario.
Te mando un abrazo apretado y una sonrisa que se me
ha quedado pegada desde que te fuiste.
Tu Alex
¡Damien!
No te imaginas el alivio que sentí cuando finalmente
recibí tu carta. Estos meses sin noticias tuyas me tuvieron
en un vaivén de emociones. Hubo momentos en los que
pensé que tal vez te habías olvidado de mí o, peor, que
algo había cambiado. Y sí, ya sé que suena un poco
dramático, pero la verdad es que me sentía como si me
hubieran arrancado un pedacito de corazón. Exagerada,
tal vez, pero cuando una se pasa horas dándole vueltas a
la cabeza, es fácil imaginarse lo peor.
Leer tus palabras fue como un bálsamo. Me di cuenta de
cuánto te extrañé y, sobre todo, de cuánto te quiero.
Aunque fue difícil no saber de ti, lo más importante es
que ahora sé que sigues pensando en mí (¡y entre
tormentas y todo!), y con eso me basta para sonreír como
una tonta de nuevo. Entiendo lo de las tormentas, los
cortes de luz y los planetas alineándose en tu contra,
pero mi mente, por supuesto, se dedicó a imaginar mil
escenarios catastróficos de por qué no me escribías.
Pero, bueno, dejando todo ese drama atrás, quiero que
sepas que te amo, Damien. En serio. Nunca había sentido
algo tan fuerte por nadie, y cada día que pasa me
convenzo más de que tú eres la persona con la que quiero
estar. No puedo esperar a que llegue el verano para verte
de nuevo y darte ese abrazo que tengo guardado desde
hace meses. Honestamente, no sé cuánto más voy a poder
aguantar sin ti.
Así que no te preocupes más por lo que pasó. Lo
importante es que seguimos aquí, juntos, aunque sea a
través de estas cartas (y a través de tormentas
apocalípticas). Nuestro amor es lo suficientemente fuerte
para sobrevivir a cualquier cosa, incluso al maldito
clima que parecía decidido a mantenernos
incomunicados.
Con todo mi cariño y un suspiro de alivio enorme (y el
drama controlado),
Tu Alex
Dos meses después…
¡Alex, mi amor!
No tienes idea de lo mucho que me duele saber lo mal
que lo pasaste pensando que me había olvidado de ti.
Créeme, eso no podría estar más lejos de la realidad. Si
te contara cuántas veces he releído tus cartas para
sentirte un poquito más cerca, te darías cuenta de que
olvidarte es, literalmente, imposible para mí. Eres como
esa canción que no te puedes sacar de la cabeza… solo
que mucho mejor.
Me rompe el corazón saber que te preocupaste tanto; si
pudiera, estaría ahora mismo disculpándome con un
abrazo de esos que te dejan sin aire. De verdad, lamento
que el mal tiempo se pusiera en plan villano de película y
nos haya tenido tantos meses sin contacto. Pero ahora
que todo ha vuelto a la calma, quiero que quede
clarísimo: te amo, Alex. Me encantaría que tu voz fuera
mi despertador por la mañana y mi canción de cuna por
la noche, ¡no eres un capricho, eres pura necesidad!
Nadie más ha logrado hacerme sentir tan bien como tú.
Ya no tengo miedo de lo que pueda venir. Saber que tú
estás ahí, esperando el momento en que podamos estar
juntos otra vez, me da la fuerza que necesito para
enfrentar lo que sea. Cada día sin ti es un reto, pero
nuestro amor es lo que me mantiene firme, optimista y,
bueno, con una sonrisa en medio de todo este caos.
Te prometo que, pase lo que pase, siempre voy a
encontrar la manera de comunicarme contigo. No quiero
que vuelvas a sentir esa angustia ni por un segundo,
porque lo único que quiero es verte feliz. Aunque no
pueda estar contigo en persona, espero que mis palabras
hagan un buen trabajo transmitiéndote lo mucho que
significas para mí. Y, además, ¡ya falta nada para el
verano! Cada vez estamos más cerca.
Con todo mi amor (y la promesa de que nunca te dejaré
porque, spoiler: somos para siempre),
Tu Damien
¡Damien, mi amor!
Tu carta fue justo lo que necesitaba. Ha sido como un
bálsamo para mi corazón, en serio. Saber que nunca te
olvidaste de mí y que sigues amándome con esa
intensidad tan tuya me ha llenado de una felicidad que
no puedo ni describir. Honestamente, ya no me importa
lo que pasó, ni las tormentas ni los silencios. Lo único
que quiero es mirar hacia delante, hacia ese futuro que
estoy segura de que vamos a compartir. ¡Y vaya futuro
nos espera!
Te amo, Damien, y no te imaginas lo ansiosa que estoy
por ese día en el que finalmente estemos juntos otra vez.
El verano ahora mismo parece a años luz, como si
alguien hubiera estirado el tiempo solo para ponernos a
prueba. Pero sé que todo esto va a valer la pena cuando
pueda verte, abrazarte y, por supuesto, reírme de ti por
todas las veces que dijiste que las tormentas eran tu
villano personal. Tu amor es lo que me mantiene fuerte,
aunque debo admitir que mi paciencia a veces se
tambalea (culpa mía, soy impaciente por naturaleza).
Pero ten por seguro que siempre estaré aquí, firme como
una roca, esperando por ti, pase lo que pase.
Gracias por tus palabras, por ser tan increíblemente tú
y por ser ese faro que ilumina incluso los días más grises.
No veo la hora de volver a reír contigo, de compartir
esos momentos tan nuestros, y de sentir que todo el
universo está en su sitio cuando estamos juntos. Ya me
imagino nuestras charlas infinitas y esas miradas que
dicen más que cualquier carta.
Hasta entonces, aquí seguiré, contando los días con una
mezcla de impaciencia y emoción, porque sé que nuestro
amor es lo suficientemente fuerte para superar cualquier
cosa. Te amo, Damien, y quiero que sepas que nunca
debes dudarlo. En serio, somos tú y yo contra el mundo.
¡Ya falta nada para el verano!
Con todo mi amor, (y una sonrisa gigante en el
corazón).
Y siempre seremos tú y yo.
Tu Alex
Y, de repente, tú
*****
El mes que pasaron juntas en el comedor social fue,
sorprendentemente, bastante llevadero. No solo no se pelearon,
sino que parecía que, por momentos, hasta se divertían. Entre
platos sucios y cacharros, Ava hacía como que tocaba la batería y
Alex se entretenía con una vieja guitarra que tenían por allí
abandonada. A veces Lizzie se animaba a cantar con ellas y lo
curioso era que no lo hacía nada mal. Su voz encajaba a la
perfección con el dúo.
—¿Y si la metemos en el grupo? —le propuso Alex a Ava un día.
—Ni de coña —respondió Ava sin dudarlo—. Somos un grupo de
rock, no de pijas.
—Sí, pero necesitamos una vocalista, y sabes que ni tú ni yo
cantamos tan bien como ella.
—Mira, tengo que admitirlo, la pija canta bien. Pero no la quiero
en el grupo, es mala, lo echaría a perder.
—Pero se está portando bien últimamente. Puede que haya
cambiado.
—No, Alex. Hay tres cosas que no se pueden ocultar: el sol, la
luna y la verdad. Cuando todo esto acabe, Lizzie volverá a ser la
misma de siempre. ¿Te tengo que recordar lo de Paul?
Alex suspiró y terminó dándole la razón a Ava, aunque en el fondo
seguía teniendo una pequeña esperanza de que la guerra entre ellas
hubiese llegado a su fin. ¿Sería posible?
La graduación
En la actualidad…
*****
Solo han pasado cuatro días de castigo y Alex ya está al borde de
perder la paciencia. Cada vez que escucha la voz de Lizzie, siente
cómo el estómago se le revuelve. Sí, cantará como los ángeles, pero
habla como una gata en celo. La coordinadora, que no es tonta,
decidió separarlas y ponerlas en grupos distintos en cuanto notó la
tensión entre ellas. Pero hoy no hay escapatoria, Alex tiene una
misión: tragarse el asco que le tiene a Lizzie y fingir que, por
alguna razón, le cae bien. Todo por el grupo, ¿no? Cuando vea que
Lizzie está receptiva, le lanzará la bomba sobre la banda y a ver
qué pasa.
Al llegar al comedor, lo primero que ve es a Lizzie, claramente
tonteando con un chico. Está enrollando un mechón de su pelo en
el dedo como si fuera un cable de teléfono y le lanza miradas
descaradas que harían sonrojar a cualquiera. «Pobre tipo», piensa
Alex. Es un chico moreno y bastante alto, con una pinta de
gimnasio que ni te cuento. Lleva un corte de pelo tipo skin fade que
deja los laterales casi al ras de la piel, y una media barba que
parece de anuncio de perfume. Lo recorre con una rápida mirada,
pero lo suficientemente escrutadora como para fijarse que uno de
sus fuertes y musculados brazos lo lleva completamente tatuado
con una serpiente que parece estar viva y que se desliza desde la
mano hasta el cuello. Tiene puesto el delantal de trabajo y le sigue
el juego a Lizzie. Ninguno de los dos se percata de la presencia de
Alex.
—¡Hola! —saluda Alex intentando sonar casual mientras se acerca
a la escena.
El chico se gira y la mira con unos ojos grises que la dejan
paralizada, como si el tiempo se hubiera detenido. Su cuerpo se
tensa como si fuera de cristal, a punto de romperse en mil pedazos.
—¡¿Tú?! —susurra Alex casi sin aire.
—Parece que hayas visto un muerto, chica —se burla Lizzie—.
¿Qué quieres?
Un muerto, no…, pero sí a su peor pesadilla.
Es Damien.
Alex consigue apartar la mirada de él, aunque siente que se le
congela la sangre. Se obliga a respirar y enfoca su atención en
Lizzie.
—Solo quería saludar… Tranquilita, que vengo en son de paz. —
Quiere mostrarse relajada, pero su voz es temblorosa—. Llevo días
intentando hablar contigo.
—¿De qué? Tú y yo no tenemos nada de qué hablar.
Alex cuenta hasta diez antes de abrir la boca.
—Quería pedirte perdón por todo lo que ha pasado entre nosotras
y me encantaría que pudiéramos empezar de cero… si tú quieres,
claro.
Lizzie la mira con suspicacia.
—No sé… —Sonríe toda digna—. No sé si seré capaz de perdonar
todo el daño que me habéis hecho.
«Santa paciencia», piensa Alex.
Damien observa la escena en silencio.
—Hola. Me alegro de verte —interviene él, finalmente.
—Me gustaría decir lo mismo, pero no soy buena mintiendo. ¿Qué
haces aquí?
—Soy voluntario —contesta Damien con una sonrisa que le hierve
la sangre de Alex.
—No me refería a eso, y lo sabes. ¿Qué haces en Fort Worth? —
pregunta con una mirada cargada de rabia, como si estuviera a
punto de explotar.
Damien se acerca para darle dos besos, pero, en cuanto sus pieles
se tocan, Alex siente un escalofrío que le recorre el cuerpo y se
aparta bruscamente. Lizzie, que nota la tensión entre ellos, frunce
el ceño. Ella tiene planes para Damien, esta vez no se le escapará, y
no le gusta lo que acaba de presenciar. Claramente, Lizzie ha
decidido que él será su trofeo de verano y lo ha etiquetado
mentalmente como «Propiedad de Lizzie Standford». Después de
su ruptura con Eric, está más que lista para algo nuevo. A Eric lo
dejó sin remordimientos; al fin y al cabo, solo le servía para
mantener su estatus. Ahora aspira a algo más que a un simple
capitán de rugby fracasado y que dentro de veinte años terminará
convirtiéndose en un gordo, calvo y posiblemente borracho.
—Oye, Lizzie, Ava y yo vamos a tomar un helado a Cowtown
Creamery. ¿Te apetece venir? —pregunta Alex ignorando a
Damien, como si no existiera.
—¿Y qué te hace pensar que quiero ir con vosotras? —responde
Lizzie con su típico desprecio.
Alex aprieta los puños y se muerde la lengua para no mandarla a la
mierda ahí mismo.
—Yo me apunto —interrumpe Damien con una sonrisa de oreja a
oreja—. Estoy deseando ver a mi hermanita.
El rostro de Lizzie pasa de sonrojado a pálido en cuestión de
segundos.
—Bueno, si él va, entonces yo también voy —recula Lizzie como
la perra astuta que es.
—Ya, pero a ti nadie te ha invitado —espeta Alex mirando a
Damien con los ojos entrecerrados.
—Pues si él no va, yo tampoco —remata Lizzie con una sonrisa
triunfal.
«¡Mierda!», piensa Alex.
—Está bien, iremos todos. —Finge una sonrisa—. Yuju, qué
emoción —añade con sarcasmo y pone cara de asco—. Nos vemos
luego.
—Alex, espera. —Damien le agarra el brazo antes de que pueda
marcharse.
—Ni se te ocurra volver a tocarme —le advierte ella apretando los
dientes.
Él la suelta de inmediato.
—Uy, qué carácter tiene la mosquita muerta —se burla Lizzie—.
Vamos, Damien, tenemos mucho de qué hablar.
Alex se aleja para que su estómago no le juegue una mala pasada y
vomite hasta el desayuno de su primera comunión. Llevaba casi
tres años sin saber nada de Damien y lo último que se esperaba era
volver a verlo. En cuanto está sola, saca el móvil y le manda un
mensaje a Ava:
Mientras se pone el delantal de trabajo, Alex lanza una mirada
rápida a Lizzie y Damien. Siguen en pleno tonteo; él le acaricia el
pelo como si fuera la escena de una película cursi y ella ronronea
como un gato satisfecho. Alex siente que le hierve la sangre; si
fuera un dibujo animado, ya tendría humo saliéndole por las
orejas. Los puños le tiemblan de pura rabia. Se muere de ganas de
agarrar cualquier cosa —una silla, un florero, ¡lo que sea!— y
lanzárselo a la cabeza de Damien. Pero, en ese mismo instante,
como si tuviera superpoderes, él se gira y la mira directo a los
ojos. ¡Zas!, pillada. Alex baja la cabeza en una fracción de
segundo, como si así pudiera esconderse de la situación.
«¿Por qué has vuelto, Damien? Justo cuando empezaba a
olvidarte…» piensa Alex entre frustración y ganas de desaparecer.
Dulce helado
*****
Durante la cena, la tensión entre Alex y Damien era tan fuerte que
casi podía cortarse con un cuchillo. Alex no podía creer que su
madre lo hubiera invitado a cenar, como si todo estuviera bien,
como si nada hubiera pasado, sabiendo que la había destrozado por
completo. Y ahí estaba, sentado a su lado, como si todo lo ocurrido
hubiera sido solo una pequeña broma. Entendía que su madre lo
hacía porque él era el hijo de su mejor amiga, esa que, por cierto,
casi nunca aparecía por casa. A veces pensaba que no le importaba
mucho que Ava prácticamente se estuviera criando sin una madre
presente. ¿Y el padre? Blake… Bueno, aún no había tenido el
placer de conocerlo en persona. Desde que llegaron a Fort Worth y
se instalaron con ellas, tan solo lo había visto por videollamadas.
Ni una sola vez en carne y hueso.
Siente tanta rabia dentro de ella que si alguien le acerca una
cerilla, sale ardiendo. Está tan tensa que no puede ni comer.
Apenas toca su plato.
—¿Te pasa algo, cielo? —pregunta Elena con ese tono que
mezcla preocupación y conocimiento. Sabe muy bien lo que pasa,
pero igual decide preguntar.
Alex apenas levanta la vista.
—Nada, se me ha cerrado el estómago. —Aparta el plato antes de
levantarse de la mesa. Su mirada se detiene un segundo en Damien
—. Ha sido un día horrible, el peor en mucho tiempo. —Se da la
vuelta y se dirige a las escaleras, dejando el comedor en un
silencio incómodo.
Damien baja la cabeza. Sabe que todo eso va por él.
—Tía, no seas así —protesta Ava mirando a su hermano, abatido
por la situación.
Damien intenta disculparla.
—Déjala, tiene derecho a decir lo que siente.
Alex no puede evitar soltar una risa sarcástica y se detiene en las
escaleras, antes de subir.
—Gracias por concederme el derecho. Eres todo un caballero —
dice con un tono amargo—. Lástima que no lo hubieras sido tanto
hace unos años. —Y con esa última puñalada, sube las escaleras
sin mirar atrás.
No te puedes esconder
En el barco…
Si había una cosa que no pensaba seguir tolerando Yulian era que
su amigo siguiera interponiéndose entre él y Alex, o quizá habría
que decir entre él y sus objetivos. Le había estado pasando por alto
algunas cosillas, pero lo de esa noche se había pasado de la raya.
Por su culpa, Alex no había querido pasar la noche con él. Lo peor
de todo no fue eso, sino lo que vio en los ojos de ella:
desconfianza.
No quería tener que recurrir a hacer las cosas por las malas, pero
si Damien continuaba así, no le dejaría otra opción. Cuando se
aseguró de que todos dormían, bajó a las dependencias donde
estaba arrestado con la misión de poner los puntos sobre las íes de
una vez por todas. Al llegar, lo vio tendido en esa cama estrecha,
como si nada en el mundo pudiera perturbarle.
—Damien —llamó su atención con un tono firme, aunque sin
levantar la voz.
Damien abrió los ojos con lentitud y lo miró de reojo.
—¿A qué has venido, Yulian? —respondió sin molestarse en
ocultar el hastío en su voz.
—Tenemos que hablar. —replicó Yulian con una calma calculada,
como quien ya tiene claro el resultado de una partida de ajedrez.
—¿Hablar? —Damien suspiró exasperado—. ¿De qué
exactamente?
—Esto se tiene que acabar —dijo Yulian sin rodeos—. No sé qué
necesitas para confiar en mí, pero no pienso seguir tolerando que
te metas entre Alex y yo.
Damien se incorporó levemente, mirándolo con una sonrisa
burlona.
—¿Confiar en ti? Para eso, Yulian, necesitaría que vuelvas a nacer
—se mofó.
Yulian cerró los ojos un segundo intentando contenerse. No estaba
aquí para discutir, sino para ser claro.
—Escucha por una vez y deja a un lado nuestras diferencias —
continuó más serio—. Los dos queremos lo mismo. Yo también
quiero proteger a Alex. Estoy dispuesto a ser honesto contigo si tú
también lo eres.
—¿Y qué es exactamente lo que quieres tú? —Damien cruzó los
brazos y lo observó con escepticismo.
—A Alex —respondió Yulian, firme.
—Ja. Ja. Ja… Permíteme que me ría. No te engañes, Yulian. No
quieres a Alex, solo te quieres a ti mismo. Llevas mintiéndonos
desde antes de salir de Fort Worth.
—Yo no he mentido. Si te refieres a lo del destino del crucero, te
juro que no sabía nada, y si fui a hablar a solas con James fue para
asegurarme de que no corríamos peligro.
—Ah, sí, claro. —Damien rodó los ojos—. ¿Y también quieres
que me crea que la luna es de queso?
—¡Calla y escúchame! —Yulian levantó la voz por primera vez,
pero recuperó rápidamente el control—. Voy a ser sincero y esta va
a ser la última vez que intente arreglar las cosas contigo. Si quieres
colaborar, perfecto; pero te advierto que si quieres guerra, la
tendrás.
—Habla. —Lanzó un gesto para que continuara—. Te doy una
oportunidad. Para mí también será la última.
Damien se acomodó en la cama con los brazos cruzados,
mirándolo expectante. Yulian tomó aire antes de continuar.
—Le prometí a Elena que protegería a Alex, y eso es lo que estoy
haciendo. No hay más detrás de mis intenciones. Pero tú no haces
más que sembrar dudas y desconfianza entre Alex y yo. No sé si lo
haces porque realmente no te fías de mí o porque no soportas la
idea de que ella esté conmigo. Y eso es porque sigues enamorado
de Alex.
Damien lo miró con una expresión que mezclaba sorpresa y una
pizca de rabia contenida.
—Eso es asunto mío —respondió cortante.
—Lo es —concedió Yulian—. Pero cuando interfiere en mi
relación con ella, también es asunto mío. Tuviste tu oportunidad y
la dejaste pasar. Eres un egoísta. No la dejas ir, no dejas que sea
feliz. Sigues jugando con sus sentimientos.
Damien guardó silencio por un momento, procesando lo que
Yulian decía. Las manos se le tensaron sobre las rodillas.
—¿Y tú? —le espetó finalmente—. ¿Qué estás haciendo tú? Eres
su medio hermano y estás intentando hacerle creer que estás
enamorado de ella para que confíe en ti y luego poder utilizarla
para lo que sea que tengas pensado en esa retorcida mente. Eres lo
peor.
Yulian lo miró fijamente.
—No somos hermanos —dijo de golpe, dejando que las palabras
cayeran como una bomba—. Stepan no es mi padre. Y eres un
poco pesado. ¿Cómo te tengo que decir que solo quiero
protegerla? Daría mi vida por ella. —Suspira y se sienta en el
suelo.
Damien quedó en shock, abriendo y cerrando la boca como si
intentara procesar lo que acababa de oír.
—¿Qué? ¿Cómo? ¡¿Stepan no es tu padre?! —comenzó a decir
Damien, pero Yulian lo cortó.
—No. Mi madre hizo creer a Stepan que yo era su hijo. Pero la
verdad es que no lo soy. Y no me preguntes más, porque eso es
todo lo que te voy a contar.
—Ahora entiendo muchas cosas. Por eso a veces da la sensación
de que lo odias.
Damien pasó una mano por su rostro, incrédulo. Todo comenzaba
a encajar, pero aún había algo más.
—¿Estás enamorado de ella? —preguntó Damien en voz baja,
casi como si no quisiera escuchar la respuesta.
Yulian asintió, cansado.
—No sé ni por dónde empezar… Supongo que lo mejor es ser
directo. La verdad es que me siento como si estuviera en una
montaña rusa emocional, y no puedo seguir guardándomelo.
Nunca pensé que me pasaría esto. Quiero decir, siempre he sido de
los que creen que el amor no se puede forzar, que llega cuando
menos lo esperas. Pero una cosa es creerlo y otra muy diferente es
vivirlo. Y ahora aquí estoy, tratando de entender cómo me he
enamorado de alguien sin siquiera buscarlo. Todo empezó de
manera tan simple. Ella era mi protegida y yo el encargado de
ponerla a salvo y, bueno, sí, me acosté con ella, pero como lo
puedes hacer con cualquier chica guapa que llame tu atención.
Luego, poco a poco, algo empezó a cambiar. Me di cuenta de que
cada vez que ella sonreía, mi día mejoraba, que su voz era lo
primero que quería escuchar por la mañana y lo último antes de
dormir. Al principio intenté ignorarlo. Pensé que era una tontería,
que solo era una fase o algo pasajero. Pero cuanto más trataba de
no pensar en ella, más presente estaba en mi mente. No fue un
momento específico, no hubo una chispa mágica o un algo
desencadenante. Simplemente me di cuenta de que me importaba
de una manera diferente, más profunda. Es extraño, porque nunca
lo busqué. No estaba buscando enamorarme. Pero, a veces, el
amor no necesita una invitación, ¿sabes? Se instala en tu vida sin
previo aviso y, de repente, todo cambia. Es como si mi corazón
hubiera tomado una decisión sin consultarme y estoy tratando de
aceptar lo que siento. Hay una parte de mí que está aterrada. ¿Qué
pasa si ella no siente lo mismo? ¿Y si sigue enamorada de ti? Pero
hay otra parte que se siente viva, emocionada, esperanzada.
Porque, aunque no lo esperaba, esto es real. Y creo que vale la
pena arriesgarme. Así que, supongo que eso es todo. Tenía que
decirlo en voz alta, para empezar a entenderlo yo mismo. Estoy
enamorado de ella. Y aunque no lo buscaba, no puedo imaginarme
fingiendo que no es así. Quiero protegerla, quiero amarla y
cuidarla. Déjala ir. Déjala ser feliz. Yo sé que puedo darle lo que
ella necesita.
Un silencio pesado llenó la habitación. Finalmente, Damien
respiró hondo.
—Está bien. —Soltó un suspiro que parecía cargar con todo su
orgullo—. No me interpondré más entre vosotros. Tal vez tengas
razón. Ella merece ser feliz y, bueno, yo nunca he sido
precisamente un experto en eso de hacerla feliz.
—Gracias por escucharme, amigo.
—No te equivoques, no somos amigos —añadió Damien con una
mirada fría—. Si alguna vez le haces daño, no dudaré en matarte
con mis propias manos.
Yulian asintió, consciente de que no era una amenaza vacía. Se
levantó, salió de la celda y dejó atrás las dependencias, sintiendo
que un peso enorme se había liberado de su pecho. Ya estaba
hecho. Había confesado lo que sentía y esperaba que al menos eso
pusiera fin a las interferencias.
Aunque, en el fondo, sabía que las cosas entre ellos nunca serían
sencillas.
*****
—NO… NO TE QUIERO.
Las palabras de Damien retumban en la habitación como un eco
cruel.
—Cuando te conocí, creí sentir algo más que una simple
atracción. Pensé que estaba enamorado, pero luego me di cuenta
de que no era así. Por eso no volví a por ti, no solo porque nuestras
madres nos lo prohibieran, sino porque no sentí la necesidad de
hacerlo. Lo siento. Lo mejor para los dos será que tú sigas tu vida
y yo haga lo mismo con la mía.
—Pe… Pero… has dicho…, dijiste… —balbuceó Alex; sus ojos
comenzaron a humedecerse.
—Da igual lo que dijera. ¡No te quiero de esa manera! Me
importas mucho, de verdad, pero solo como una amiga. Lo mejor
para los dos es que solo seamos amigos.
Damien regresa a la cama y se tumba con la mirada perdida en el
techo. Alex se queda inmóvil, mirándolo sin parpadear, incapaz de
digerir lo que acaba de escuchar. Su mente es un cóctel explosivo
de emociones que no sabe si agitar o dejar reposar. Después de su
confesión de amor y la devastadora respuesta que ha recibido,
siente cómo su corazón se hace más pequeño con cada latido
doloroso.
«No puedo creer que esto haya pasado. De verdad pensé que él
sentía lo mismo. ¿Cómo pude estar tan equivocada?», piensa.
Los recuerdos de los momentos compartidos se agolpan en su
mente: las risas, las miradas cómplices, esas conversaciones que
tenían un lenguaje propio. «¿Todo eso no significó nada para él?
¿Cómo pude interpretar tan mal sus señales?». Intenta no llorar;
siente una mezcla de tristeza y vergüenza.
«Me expuse tanto, le mostré una parte de mí que rara vez dejo ver
a alguien. Y ahora…, ahora solo me siento ridícula y vulnerable».
El rechazo duele más de lo que jamás imaginó, como si una parte
de ella hubiera sido arrancada de golpe. «Me dijo que soy una
persona increíble. Pero, si realmente lo soy, ¿por qué no puede
quererme de la misma manera?». Las palabras de Damien
resuenan en su cabeza como un martillo.
«Ha dicho que le importo mucho, pero no de esa manera. ¿Qué
pretende? ¿Que sea su amiga? No puedo…». Siente que el suelo
bajo sus pies se desmorona. «¿Cómo voy a mirarlo a los ojos? No
voy a poder actuar como si nada hubiera pasado». Las lágrimas,
inevitables, corren por sus mejillas, silenciosas y amargas. «Tengo
que superarlo, tengo que seguir adelante. Pero en este momento no
sé cómo. No sé cuándo dejará de doler. Siempre he pensado que el
amor es algo hermoso, algo que te llena de alegría, de luz; sin
embargo, a mí me ha llenado de una profunda tristeza y un vacío
enorme».
Sabe que necesita tiempo, que las heridas del corazón no sanan
de un día para otro. Lo había vivido antes, hacía años, cuando él
mismo le había roto el alma por primera vez. Aunque siempre
mantuvo viva la esperanza de que algún día, quizá…
Ahora, esa esperanza se ha desvanecido. «Esto también
pasará», se repite a sí misma intentando encontrar algo de
consuelo entre tanta oscuridad. «Tengo que creer que algún día
volveré a ser feliz. Pero hoy…, hoy solo quiero llorar».
Sin decir nada más, sale corriendo de la habitación. No puede
soportar estar un segundo más allí, en medio de los restos de lo
que alguna vez soñó que sería su gran historia de amor. Él
tampoco dice nada. Solo se queda tumbado en la cama, con la
mirada perdida. El eco de sus palabras sigue resonando en el aire.
Debut en alta mar
*****
El escenario está listo, las luces se atenúan y una multitud
expectante aguarda el inicio del espectáculo. Es la primera
actuación de la banda de rock Lunar Rebels, así habían decidido
llamarse después de muchas cervezas y un par de ideas absurdas.
Entran al escenario con una energía que podría alimentar todo el
barco. Sus rostros son una mezcla de nervios y pura adrenalina.
Lizzie, siempre la primera en romper el hielo, se adelanta y grita al
micrófono «¡Buenas noches!», arrancando gritos y aplausos del
público. Ava, detrás de la batería, toma la señal y marca un ritmo
tan contundente que hace temblar el suelo. Alex y Damien se
miran un segundo, un pequeño gesto que dice «ahora o nunca».
Entonces, guitarra y bajo se fusionan en un estallido de sonido
vibrante y eléctrico. A medida que avanzan con la primera
canción, esos nervios iniciales se disipan; encuentran su groove, su
espacio. El público responde de inmediato y corean el estribillo
como si se tratara de un clásico de toda la vida.
Lizzie domina el escenario con su carisma, moviéndose con la
confianza de una estrella. Su voz se eleva por encima del ruido.
Alex se lanza con un solo de guitarra que desgarra el aire y arranca
vítores y un par de ¡vamos! del público. Damien y Ava sostienen el
ritmo como una maquinaria perfectamente engrasada. La química
entre los cuatro es palpable, algo que no se puede ensayar; está
ahí, latiendo con cada acorde.
Conforme la actuación llega a su clímax, la atmósfera se
transforma en pura electricidad. La última nota se alarga
suspendida en el aire y, luego, el silencio… seguido por una
ovación ensordecedora. La multitud enloquece, aplaudiendo,
silbando, pidiendo más. Los Lunar Rebels se miran, todavía con el
corazón a mil por hora, y saben que lo han logrado. No es solo un
debut exitoso; es el comienzo de algo mucho más grande. Un
futuro prometedor se vislumbra entre esos aplausos, y ellos están
listos para todo lo que venga.
—¡Enhorabuena, chicos! —Yulian está más emocionado que
nunca—. ¡Habéis arrasado! ¡Sois los mejores!
Alex se lanza a sus brazos y le planta un beso que hace que a
Yulian se le cortocircuite la cabeza.
—¿Y esto? —susurra Yulian todavía con la sorpresa en el rostro
—. ¿Significa que ya no estás enfadada conmigo?
—Sí —responde con una sonrisa traviesa y lo besa.
Damien mira a Ava, y entorna los ojos en un gesto que dice más
que mil palabras. Ella le agarra la mano y la aprieta con fuerza. No
necesita decir nada; conoce a su hermano demasiado bien. Sabe
que ver a Alex con Yulian le duele más de lo que está dispuesto a
admitir. Aunque se empeñe en negarlo, sigue enamorado de su
mejor amiga y eso no va a cambiar de un día para otro.
—Bueno, creo que esto merece una celebración, ¿no? —propone
Ava intentando cortar la tensión en el aire con un cuchillo
imaginario—. ¿Qué os parece si cenamos todos juntos? Ya que
hemos fumado la pipa de la paz y todo eso.
—Mmm, lo siento, pero nosotros no vamos a poder —responde
Yulian, que mira a Alex con una sonrisa que sugiere secretos y
planes privados—. Tengo una sorpresa reservada para mi chica.
«¿Su chica? Qué bonitas palabras y qué tristes a la vez. Es bonito
que alguien te considere su chica, pero duele cuando no es la
persona que tú desearías que las pronunciara», piensa Alex un
tanto aturdida. Instintivamente, lanza una mirada a Damien. Lo ve
con los ojos vidriosos y la mandíbula apretada. Cuando sus ojos se
encuentran, él desvía la mirada. Alex reacciona y vuelve a
centrarse en Yulian, esforzándose por no pensar demasiado.
—¿Qué? ¿Qué? ¡Me encantan las sorpresas!
—Pues entonces no se hable más, vamos. —Yulian le ofrece la
mano. Ella la toma, entrelazando sus dedos con los de él—. Nos
vemos mañana, chicos. Disfrutad de la noche. Nosotros, desde
luego, lo vamos a hacer.
Yulian y Alex se pierden entre la multitud, dejando atrás a un
Damien que se siente como si le hubieran dado un puñetazo en el
estómago.
—Yo lo siento, hermanita, pero no tengo mucho que celebrar esta
noche y creo que sería una pésima compañía. Mejor vais vosotras
solas. —Damien trata de mantener la compostura.
—Pe… Pero, Damien… —balbucea Ava.
—Pues nada, nos hemos quedado solas tú y yo…, genial —
suspira Lizzie con ironía.
—Me tomaré ese genial como que estás superentusiasmada por
celebrarlo conmigo —responde Ava alzando las cejas.
—¡Claro! Super, super, superentusiasmada. —Se ríe Lizzie, y
luego la mira con una sonrisa torcida—. Ava, venga ya. Hace
mucho que nos conocemos y, aunque hayamos dado un par de
caladitas a esa pipa de la paz imaginaria tuya, sabes tan bien como
yo que tú y yo nunca nos vamos a llevar bien. Tú no me soportas y
yo a ti tampoco.
—Joder…
—¿Qué? —pregunta Lizzie con una mirada desafiante.
—Que es la primera vez que estamos de acuerdo en algo —suelta
Ava con una carcajada—. Venga, Luci… —«fer», termina para sí
misma—. ¡Lizzie! Quiero decir, Lizzie. Vamos a cenar y a
bebernos hasta el agua de los floreros.
—¡Madre mía! Esto empieza a ser preocupante.
—¿El qué? No fastidies, ¿qué pasa?
—Que van dos veces en la misma noche que estamos de acuerdo
en algo.
Las dos estallan en risas. Lizzie agarra a Ava del brazo y se
dirigen a una de las mesas libres, dispuestas a darse un homenaje
merecido después de la actuación de esta noche. Puede que no se
soporten, que siempre estén a la gresca, pero como bien dice el
refrán: «Si no puedes con tu enemigo, únete a él». Y, de momento,
la noche es joven y tienen mucho que celebrar… o, al menos,
mucho que beber.
Noche de celebración
Alex y Yulian
Damien
Ava y Lizzie
*****
Las chicas sonríen y comentan entusiasmadas lo encantadoras que
son las calles empedradas y los vibrantes edificios adornados con
azulejos decorativos. Yulian las sigue, disfrutando en silencio de
su alegría. Sin embargo, lo que realmente le saca una sonrisa es
ese pequeño toque de celos que ha detectado en Alex hacia Sam.
Alex lo mira con una chispa en los ojos y Yulian, cómplice, le
responde con una mirada cargada de ternura.
—¡Mira! —exclama Lizzie—. ¡Una tienda de ropa! ¿Entramos?
—Con todas las que tienes en el barco, ¿en serio necesitas más
ropa? —resopla Ava.
—Sería una pena venir a Lisboa y no comprarse algo, ¿no crees?
Piensa que sería como llevarte un recuerdo del país, en vez del
típico imán para la nevera. —Se ríe.
—Eso ha sido bueno. Lo admito. —Suelta una carcajada Ava.
Alex observa divertida la escena. En la conversación que tuvo con
su mejor amiga, antes de bajar del barco, esta le confesó que su
opinión sobre Lizzie había cambiado, que ya no la veía tan odiosa
como antes, que quería darle una oportunidad y conocerla mejor.
Y, por lo visto, el sentimiento era recíproco; Lizzie también
demostraba interés por Ava. Sin duda, algo había cambiado entre
ellas, y cualquiera que estuviese a su lado lo podía notar. Sus
miradas tenían un brillo distinto, y sus palabras, antes cargadas de
tensión, ahora transmitían una sutil complicidad.
—Vosotras id, que yo prefiero visitar esa librería de ahí —dice
Alex, señalando al otro lado de la calle—. ¿Me acompañas? —le
pregunta a Yulian.
—Será un placer —responde él sin dudar.
Lizzie agarra a Ava de la mano y prácticamente la arrastra dentro
de la tienda. Al cruzar el umbral, ambas se quedan sin palabras.
Todo en ese lugar grita lujo: la luz suave que realza cada prenda,
las estanterías de mármol y madera, los pequeños detalles
decorativos que están diseñados para que sientas que entraste a un
lugar exclusivo, muy lejos de una simple tienda de ropa.
Lizzie, como pez en el agua, coge montones de ropa para
probarse. Ava, que no suele ser muy de compras, se deja contagiar
por su entusiasmo y hasta elige un par de prendas para ella.
—¿Cuántas has cogido? —pregunta Lizzie.
—Solo dos. —Ava se sonroja—. Esta ropa no es muy de mi
estilo.
—¿Solo dos? —Lizzie ríe—. A ver, enséñamelos, pero puestos,
claro. ¡Pasa y te doy puntuación!
Ava sale del probador con su conjunto: una blusa de seda con
escote en V, pantalones anchos y unos mocasines. Lizzie la mira
de arriba abajo con una sonrisa que delata más de lo que Ava
espera.
—Estás muy guapa —dice tímidamente Lizzie acercándose para
acomodarle la blusa.
—¿Gracias? —Sonríe Ava—. Suena raro.
—¿El qué? —Da un paso más hacia ella.
Aunque aquella noche Lizzie la tenga un poco borrosa, no puede
olvidar el sabor de ese beso. Un simple beso que hizo que algo
despertara en su interior. Había intentado dejar de pensar en Ava
de esa manera, pero no lo había conseguido. Lizzie le ajusta el
cuello de la blusa y, al rozar su piel, siente un escalofrío recorrer
todo su cuerpo.
—No lo sé… Palabras bonitas hacia mí —Ava susurra, atrapada
en esa mirada que ha empezado a desarmarla. Cuando la mira con
esos ojos no ve ni rastro de Lucifer.
—Me toca a mí… —Se aleja Lizzie.
Cuando Lizzie sale del probador con su primer conjunto, Ava
siente que el aire de la tienda se hace más denso. La falda de cuero
ceñida y la blusa de seda le sientan de maravilla.
—¡Guau! —Ava traga saliva con dificultad—. Estás increíble.
Lizzie le regala una sonrisa coqueta levantando sutilmente una de
las comisuras de sus labios y vuelve a entrar al probador.
—¿Por qué tardas tanto? —le pregunta al ver que no sale del
probador.
—Voy a necesitar ayuda con la cremallera, ¿entras?
Ava vuelve a tragar saliva y nota cómo le sudan las manos. Corre
la cortina y la ve con un vestido verde esmeralda. Casi deja de
respirar.
—¿Sucede algo? —Lizzie nota la reacción de Ava.
—Sucede todo… —responde con un murmullo.
Sin pretenderlo, sus cuerpos se ven atraídos por una fuerza
irresistible. Se miran con deseo, con ganas, pero con miedo.
—¿Me ayudas? —vuelve a preguntar.
Lizzie se gira lentamente, dejando al descubierto su espalda
desnuda ante los ojos de Ava, cuyas manos empiezan a temblar,
como si de repente no supiera qué hacer con ellas. En el espejo,
Lizzie observa cada detalle de su rostro: los labios entreabiertos,
los ojos más oscuros de lo habitual, la tensión en cada músculo.
Sabe que Ava está nerviosa, aunque lo disimula bajo esa máscara
de tranquilidad. Ella también lo está. ¿Cómo no estarlo? La
cercanía entre ambas hace que el aire se cargue de algo que Lizzie
aún no entiende del todo.
Nunca se había sentido atraída por otra mujer. Nunca. Pero Ava…
Ava es diferente. Una excepción que le desmonta todas las reglas
que pensaba tener. Quizás fue desde aquella noche, cuando se
atrevió a abrirse por completo y le mostró a Ava su versión más
cruda y real, que todo cambió. Esa conexión que surgió entre ellas
iba más allá de lo físico. Había algo en Ava que tocaba partes de su
alma que Lizzie ni siquiera sabía que existían. Un toque suave,
pero capaz de desatar una tormenta interna. Y ahora, el miedo y la
excitación se arremolinan en su pecho, luchando por el control.
Pero también hay una certeza que asoma en el caos: esto no es solo
una atracción física. Es algo más, algo profundo que las arrastra
hacia lo desconocido, hacia un abismo del que tal vez no puedan
volver. Lizzie siente que está a punto de descubrir algo crucial,
algo que puede cambiar todo lo que conoce y todo lo que es. Y eso
la asusta y la excita a partes iguales.
Ava, con una suavidad que contrasta con la tensión del momento,
aparta su cabello con delicadeza. Se muerde los labios,
conteniendo una emoción que amenaza con desbordarse, y deja
que su dedo trace un recorrido lento y deliberado desde la nuca
hasta la base de la espalda. El simple roce provoca un gemido que
Lizzie no puede contener. Sin pensarlo, Ava se inclina hacia
delante, rozando con los labios la piel de Lizzie, Respira su aroma.
Un perfume hecho para encender cada célula de su cuerpo. Sus
miradas se cruzan en el espejo. Los ojos de Lizzie, ahora más
oscuros, se clavan en los de Ava con una intensidad que grita
deseo, necesidad, entrega. Y con otro gemido, esta vez más fuerte,
Lizzie deja claro lo que ambas ya saben. Ava sonríe, una sonrisa
traviesa y llena de intención mientras sus manos suben la
cremallera del vestido con una lentitud exasperante, como si
saboreara cada segundo, cada centímetro de piel cubierta.
Al llegar al final, Ava no se detiene. Se inclina hacia el cuello de
Lizzie y deposita un beso suave, que envía un escalofrío directo
por su columna y provoca que el cuerpo de Lizzie reaccione con
un estremecimiento incontrolable.
Sus ojos se encuentran una vez más, y esta vez no hay duda, no
hay vacilación. Lo que empezó como una chispa se ha convertido
en un fuego incontrolable que las consume. Lo sienten en la forma
en que sus cuerpos responden con cada roce, cada mirada. Esto es
algo inevitable, una verdad que ha estado esperando este momento
para explotar con toda su fuerza. No hay escapatoria, no hay
frenos. Lo que sienten es real, poderoso, y está a punto de
desatarse por completo. Y ya no importa lo que venga después.
—¿Te apetece jugar? —le pregunta Lizzie con un brillo travieso
en los ojos.
Ava arquea una ceja, divertida pero también nerviosa.
—Me da miedo imaginar lo que pasa por tu cabeza.
—Nada malo, te lo prometo. Tú eliges qué conjunto llevo yo para
la cena de esta noche y yo elijo el tuyo. ¿Qué te parece?
—Me parece perfecto. —Ava ríe—. Con una pequeña condición.
—Dime.
—Que luego dejes que sea yo quien te lo quite…
El corazón de Lizzie da un vuelco, pero no duda ni un segundo en
acercarse para susurrarle al oído:
—Trato hecho.
*****
Alex, al entrar en la librería, no puede evitar pensar en su madre.
Le prometió que la llamaría todos los días para que no se
preocupara, y desde que había subido al barco no sabía nada de
ella. Se muerde el labio, desea sacarse esa sensación de encima,
pero Yulian, como siempre, está un paso por delante y ya la ha
leído como un libro abierto.
—No te agobies, Alex —dice mientras hojea un libro al azar—.
Tu madre sabe que estás bien. James lo tiene todo bajo control.
Seguro que ya la han llamado para decirle que te lo estás pasando
en grande. —Hace una pausa dramática antes de añadir con un
tono travieso—. Y también que hay un chico encantador haciendo
que este viaje sea inolvidable.
Alex sonríe y lo mira de reojo, levantando una ceja con picardía.
—¿Ah, sí? ¿Y cuándo voy a conocer a ese chico tan encantador?
—Le guiña un ojo, jugando con él.
Yulian pone cara de ofendido falso, pero enseguida la rodea por la
cintura, acercándola más a él con un gesto que parece decir: «¡Vas
a ver!».
—¡Oye, serás mala! —Se ríe—. ¿No crees que estoy poniendo
todo de mi parte para hacerte feliz?
—Sí, no tengo queja alguna —responde ella antes de besarle
suavemente.
Yulian se detiene por un segundo y la mira con más seriedad.
—Quiero hacerte feliz de verdad, Alex. Dime qué necesitas y te lo
daré.
Alex ladea la cabeza y sonríe, disfrutando del momento.
—¿Ahora mismo? —Se muerde suavemente el labio; su mirada
juguetona se encuentra con la de él.
—Sí, ahora mismo. —La expresión de Yulian se suaviza.
—Acércate… —susurra ella mientras le da un beso en el cuello
—. Quiero… un libro —dice rompiendo el hechizo solo para
después sonreír—. Y un café.
Yulian se ríe, relajado y divertido.
—Me lo pones fácil. Venga, vamos. —Le toma la mano y la guía
hacia las estanterías—. Elige el que quieras.
Alex no tiene que buscar demasiado. Nada más entrar, un libro en
particular atrapa su atención como si le estuviera esperando. Ya lo
había leído millones de veces, pero esa edición… es simplemente
irresistible. La portada negra y profunda contrasta con los detalles
dorados y plateados que la decoran. En el centro, un corazón
partido en dos, con un intrincado patrón floral, representa la
tragedia del amor dividido. Las dos mitades del corazón están
entrelazadas con cintas doradas que llevan los nombres de los
protagonistas, escritos en una tipografía clásica y romántica. A lo
largo de los bordes, enmarcando la imagen, se encuentran
delicados motivos renacentistas en relieve, añadiendo un toque de
lujo y elegancia. En la parte inferior, en letras doradas, se lee
William Shakespeare, el nombre del autor, con una pequeña
ilustración de un balcón y una luna llena, simbolizando la famosa
escena del balcón.
Lo coge con cuidado entre las manos y lo abraza contra el pecho.
—¿Romeo y Julieta? —pregunta Yulian curvando una sonrisa.
—Sí, es mi libro favorito. Y esta edición… es simplemente
preciosa.
—Lo es. —Se acerca para besarla suavemente—. Casi tan
preciosa como tú.
Alex sonríe, pero algo en su interior se revuelve. «Ojalá esos
labios fueran los de Damien», piensa y se siente culpable por el
pensamiento. Se esfuerza por concentrarse en Yulian, en su cariño
y en la forma en que la mira con ternura, pero no puede sacarse a
Damien de la cabeza. Es como una sombra persistente que no la
deja en paz.
*****
Damien deja a Sam tomándose algo en una terraza y se dirige a
una tienda de telefonía con la determinación de un soldado en
misión. Esta vez no va a dejar que le quiten el móvil. Se asegurará
de esconderlo bien, como si fuera un tesoro. Apenas tiene el
teléfono nuevo en las manos, lo enciende y marca. Primero llama a
Isabella. Nada. Después, a Elena. Silencio total. Frustrado y con
los nervios a flor de piel, llama a Blake, pero su móvil está
apagado. «Algo va mal», lo siente en el estómago como una
punzada afilada. No le queda más remedio que recurrir a
Ekaterina.
—Soy yo. Dime que tienes buenas noticias —dice directamente,
sin rodeos.
—¿Damien? —pregunta Ekaterina con una mezcla de alivio y
enojo—. ¿Dónde demonios te habías metido? Llevo días
intentando localizarte y no ha habido manera. Esperaba que tú me
dieras las noticias. ¿Todo bien?
—Nosotros estamos bien, estamos en Lisboa —suelta de golpe.
—¿Lisboa? —repite Ekaterina, incrédula—. ¿Qué haces ahí? El
plan era otro.
—Cambiaron el destino a última hora y nos requisaron los
móviles. Larga historia, ya te la contaré. Lo importante es… mi
madre. —La preocupación se filtra en su voz.
—¿Qué pasa con tu madre? Déjate de tanto misterio, ¿qué ocurre?
—Se quedó con Elena, y no consigo localizar a ninguna de las
dos. Blake tampoco responde. —Suelta un suspiro que casi lo
rompe—. Necesito que vayas a América.
—Ahora mismo no pudo moverme de aquí, están atacando los
pozos de petróleo. Tenemos que defender lo nuestro. —Su
respuesta es directa, pero Damien no está para excusas.
—¡Abuela! Mi madre te necesita…, yo te necesito. Si Stepan las
ha encontrado, necesitarán ayuda. ¡Ve, ya!
Ekaterina suspira pesadamente al otro lado de la línea, su voz
pierde parte de la dureza habitual.
—OK, cálmate. Voy a hablar con tu padre, la situación se nos ha
ido de las manos. Nada de esto tendría que haber pasado. Si Elena
hubiera aceptado cuando se lo propusiste, puede que…
—No importa lo que pudo o no haber pasado. Lo único que
importa ahora es saber si están a salvo de Stepan. —Damien siente
el calor de la rabia y el miedo en su pecho.
—Si Stepan ha dado con ellas, sabes lo que eso significa. —
Ekaterina no suaviza el golpe. Pero Damien no puede, ni quiere,
aceptar esa posibilidad.
—Conozco a mi madre. No se quedaría de brazos cruzados.
Luchará por su vida y la de Elena, lo sé. Quiero creer que están
vivas. Pero necesito que vayáis. ¡Urgente!
Ekaterina asiente en silencio, como si pudiera verlo a través del
teléfono.
—Salimos de inmediato, te lo prometo. Pero, dime, ¿la chica está
bien?
—Sí…, ajena a todo, por ahora. Yulian no le ha dicho nada. —
Damien siente que sus palabras salen más rápido de lo que
pensaba.
—¿Y te fías de él? —pregunta Ekaterina con ese tono que sabe
exprimir verdades incómodas.
Damien duda, algo que le cuesta admitir incluso para él mismo.
—No lo sé, abuela. Pensaba que su plan era quitar a su padre de
en medio y quedarse con todo. Por eso la necesitaba viva, pero me
dijo que se había enamorado de ella. —Sabe que la conversación
va hacia un terreno resbaladizo.
—¿Y le crees?
Damien deja escapar un suspiro, derrotado por la verdad que no
quiere aceptar.
—Odio decirlo, pero sí, le creo. Lo veo en sus ojos cuando la
mira. No es solo deseo, hay algo más, algo que me recuerda a lo
que yo sentía por ella. Es imposible no enamorarse de Alex —
admite con la voz quebrándosele al final.
Ekaterina guarda silencio unos segundos antes de hablar. Cuando
lo hace, su tono es más suave de lo esperado.
—¿Y tú? ¿Cómo estás? La querías…
—La quiero… —la corrige Damien sintiendo que el nudo en su
garganta se aprieta—. Siempre la quise. Solo que nunca supe
demostrárselo. Fallé cuando más me necesitaba, y ahora… sé que
la he perdido para siempre. Es como si el destino me estuviera
castigando, obligándome a verla feliz con otro. Aun así, no me voy
a interponer. No puedo dejar de pensar en ella, pero no puedo ser
tan egoísta…, solo quiero que esté bien.
Ekaterina deja caer una pausa cargada de significado.
—Si lo que dices es verdad, contigo o con él, ella volverá. Y si
Elena está muerta, Alex ocupará el lugar que le corresponde. —Un
silencio tenso se instala entre los dos—. Damien, ella es nuestra
última esperanza. Necesitamos parar todo esto, si no, podría ser
nuestro fin y el de todos.
—Busca a Elena y a mi madre; de ella me encargo yo. Te volveré
a llamar.
Una comida
sorprendente
T res barcos, tres destinos diferentes. ¿Ha sido cosa del azar?
¿Casualidad? El barco con la bandera púrpura emprende su
marcha hacia el mar ártico. Más concretamente a Siberia.
El nuevo barco es mucho más pequeño, aunque bastante robusto y
resistente para poder navegar en aguas frías y desafiantes como las
que se van a encontrar. Su casco está reforzado para enfrentar al
hielo sin problemas y solo tiene una capacidad para cien personas,
incluida la tripulación. No tiene nada que ver con las lujosas
instalaciones del transatlántico, aunque cuenta con cabinas
acogedoras, un restaurante y áreas de observación con ventanas
panorámicas. El objetivo de esta ruta es que los pasajeros disfruten
de una experiencia íntima y cercana a la naturaleza, con
plataformas exteriores para avistar fauna ártica, como osos polares
y ballenas.
James sigue siendo el capitán de este barco. La tripulación no es
la misma; son caras nuevas. A la hora de la cena, todo el mundo se
reúne en el restaurante, tanto pasajeros como tripulación. Excepto
el timonel y un par de personas, que tienen que encargarse de que
el barco no se vaya a pique.
—Bienvenidos a su nuevo hogar. Me encanta ver tanta juventud
reunida —exclama James.
La mayoría de los pasajeros son gente joven. Aplauden
entusiasmados.
—En este barco, mucho más modesto, como han podido
comprobar, continuaremos nuestra aventura. Olvídense de lujos y
de cosas superficiales. Aquí estamos para disfrutar de la parte más
salvaje y auténtica de la naturaleza. Van a ver especies de animales
que probablemente no hayan visto jamás y disfrutarán de unos
paisajes que quedarán grabados en sus memorias para siempre.
Abríguense bien y disfruten, porque la vida es más bonita bajo
cero. ¡Brindemos! —Levanta una copa—. ¡Por la vida!
Todos levantan sus copas. Las miradas de Damien y Yulian se
cruzan al mismo tiempo que James termina el brindis. Un susurro
silencioso escapa de los labios de Damien.
—Hijo… de… puta.
Yulian cruza los brazos con actitud desafiante y una amplia
sonrisa en la cara.
Algo está pasando. Damien lo siente en el aire, como una alarma
que suena solo para él. Mientras los demás están disfrutando la
cena, riendo, emocionados por la aventura, hay algo en la
tripulación que lo pone en alerta. No parece que estén allí para
ayudar, más bien para tenerlos a todos bajo control.
Sam, siempre atenta, se inclina hacia él, besándolo suavemente en
la mejilla.
—¿Pasa algo? Te noto inquieto.
Damien, en lugar de sentarse con su grupo, decide unirse a la
mesa de Sam, rodeado de sus viejos socios y el juez Navarro,
quien no deja de jactarse de su gran logro. Son los únicos
pasajeros que pasan la barrera de los cuarenta.
—Usted es un héroe —dice uno de los socios, inflando aún más el
ego del juez.
—La justicia llevaba años detrás de Dante «El Fuego» Valenti —
añade otro con un tono de admiración casi ridículo.
Damien se aclara la garganta, un poco fastidiado.
—Disculpen, ¿quién es ese tal Dante?
—¡Chico! ¿En qué cueva vives? Ha salido en todos lados. Dante
Valenti, alias El Fuego, el mafioso más peligroso de los últimos
años: asesino, extorsionador, narcotraficante, proxeneta… Vamos,
que tiene un currículum que haría sonrojar a cualquier villano de
película. Nadie se atrevía a dictar sentencia contra él… hasta que
llegó el juez Navarro. Este hombre tiene más huevos que todo el
comedor junto.
Entre aplausos y risas, Navarro hace reverencias, encantado con
su nueva fama de héroe. Sam, mientras tanto, mira a Damien con
una expresión de «sácame de aquí, por favor».
—Alguien tenía que hacerlo —continúa el juez, hinchado de
orgullo—. Muchos lo intentaron, pero entre amenazas y accidentes
fortuitos, todos se echaron atrás. Yo, sin embargo, no podía
permitir que un miserable como ese siguiera campando a sus
anchas. Lo declaré culpable y lo mandé a pudrirse en la cárcel. Ese
cabrón no va a ver la luz del sol en mucho tiempo.
—Y que conste que lo han amenazado varias veces —apunta otro
de los carcamales peloteros.
Damien, que ya tiene suficiente del monólogo del juez, le lanza
una mirada cómplice a Sam mientras le aprieta la pierna bajo la
mesa.
—¡Oh, vaya! Parece que tenemos a un héroe de carne y hueso
entre nosotros. Samantha, este hombre es un superhéroe. ¿No
tienes nada que decir?
—Oh, sí, claro —dice ella con ironía, aunque disfrazando su voz
con un tono sensual—. Juez Navarro, es usted un auténtico
semidiós.
Con esa voz, podría decir cualquier cosa y nadie se daría cuenta
de la burla. Excepto Damien, que se muerde los labios tratando de
no reírse.
—Te odio —le susurra al oído.
—Me deseas —responde él sin perder la compostura.
Al otro lado del comedor, el ambiente está un poco tenso. Yulian,
con los brazos cruzados, no puede contener más su frustración.
—¿Se puede saber qué te pasa? —le suelta a Alex sin filtro—.
Mira, soy muy paciente, pero estoy harto de tu actitud. ¿Ahora por
qué estás enfadada? —Señala a Damien, que se encuentra en el
otro extremo—. ¿Es por él?
—¿Él? ¿Qué tiene que ver él? —Alex levanta una ceja; se
muestra evasiva, como siempre.
—No lo sé, dímelo tú. —Desesperado, se pasa una mano por el
pelo, que ahora está tan revuelto como sus pensamientos.
—¿De verdad quieres que te lo diga? —Alex le lanza otra
pregunta, como si estuvieran jugando a ver quién pierde primero
los nervios.
Yulian resopla, exasperado. Dirigiéndose a Ava y Lizzie, casi les
suplica:
—Chicas, ¿le podéis decir a vuestra amiga que deje de volverme
loco y responda de una vez?
—¿Qué? ¿Perdona? —responde Ava con otra pregunta, apoyando
a su amiga. Apenas puede contener la risa. Lizzie la sigue,
tapándose la boca. Observan cómo Yulian se pone rojo como un
tomate. Aunque, puede que Ava no estuviera prestando atención a
la conversación, ya que no aparta la mirada de Lizzie, que lleva
puesto el vestido verde que escogió para ella en aquella tienda de
Lisboa.
—Vale, a ver… —empieza Alex, ahora más seria, después de un
sorbo largo de vino—. El problema, Yulian, es que nos prometiste
que este viaje sería para tocar, para darnos a conocer, ¡y no hemos
conocido a nadie importante! Y ahora estamos metidos en este
barco de… de… de mierda. Sí, así es, de mierda, muertos de frío y
todo para ver… ¿osos polares? ¡Venga ya! Nos has engañado. Y
encima —hace una pausa, coge aire y lo expulsa lentamente—,
estoy segura de que Damien tenía razón cuando te pegó. No creo
que no supieras lo que pasaba desde el principio.
—Ah, claro —resopla Yulian otra vez, más molesto—. Ya tenía
que salir el gilipollas este en la conversación.
—¡Oye! Cuidado con lo que dices, que estás hablando de mi
hermano. Un respeto. —Ava le lanza una mirada fulminante.
Yulian rueda los ojos y hace un gesto con la mano dando por
finalizada la conversación. Se levanta y se va hacia la barra,
cabizbajo.
—Eso, vete. Mentiroso de mierda —murmura Alex entre dientes.
Lizzie le llena de nuevo la copa a Alex, quien la vacía de un trago.
—Venga, niña, ya se ha ido. Ahora cuéntanos la verdad —dice
Lizzie intrigada.
—¿La verdad? ¡Me cago en la verdad! —exclama Alex con rabia
y una risa nerviosa.
—Estás pillada por Damien, admítelo ya —dispara Lizzie sin
rodeos, echándose hacia atrás, con una sonrisa pícara y bebiendo
de su copa—. Lo has estado siempre. Los dos lo habéis estado
siempre. Ve y dile que quieres estar con él.
Alex se queda muda, mirando de reojo a Damien, que sigue
hablando con Sam.
—No pienso humillarme más. Me dijo que no me quería. Que
fuimos un error y que lo mejor que me podía pasar es estar con
Yulian. —Su voz suena menos convencida.
—Todo mentiras… —farfulla Lizzie—. Puede que tú no te des
cuenta, pero se pasa el día observándote. No mires, justo en este
momento lo está haciendo.
Ava, hasta ahora callada, asiente lentamente.
—Es verdad, Alex. Mira que yo te quiero y siempre te apoyo en
todo, pero en esta ocasión Lizzie tiene razón. Tú y mi hermano
siempre habéis sido unos tontos. —Sonríe de manera cómplice.
—Di que sí, tú tan sutil como siempre. —Se ríe Lizzie.
—La sutileza es mi superpoder, qué le vamos a hacer, soy así. No
creo que pueda cambiar. —Se encoge de hombros.
—No cambies. A mí me encanta cómo eres.
—¿Te encanta? —pregunta Ava sonrojada.
—Me encanta —afirma Lizzie.
—¿Y vosotras? —Alex se detiene un momento, cambiando de
tema—. ¿Qué hay entre vosotras dos? —Las mira con curiosidad.
—Nada —responde Ava, colorada como un tomate.
—Nada —repite Lizzie con una sonrisa juguetona, entrelazando
sus dedos con los de Ava.
El brillo en los ojos de Ava revela el efecto del gesto, un brillo
especial que no le pasa desapercibido a su mejor amiga. Alex
sonríe, feliz por ellas.
—Hacéis una pareja preciosa. ¡Brindemos! —propone Alex
levantando su copa.
—¿Por nosotras? —sugiere Ava.
—Por el amor —susurra Alex—, pero por el amor verdadero. El
que te deja el corazón cálido, no como si hubiera pasado el peor de
los huracanes por él. El que no duele, el que te escoge una y otra
vez.
—¡Por el amor! —susurra Lizzie.
Las tres chocan las copas y sella ese momento especial con un
brindis. Alex no puede evitar mirar de reojo a Damien, cuyo brazo
está alrededor de Sam. Mira a Yulian, que tiene el rostro
encolerizado y los ojos clavados en ella.
—Chicas, yo… necesito salir a tomar aire —anuncia Alex, que se
siente atrapada—. Necesito pensar, poner todos mis sentimientos
en orden. Tener la mirada de Damien y de Yulian clavada en mí
solo hace que sienta una presión en el pecho que me ahoga.
Necesito respirar.
—Claro, ve. Nosotras nos quedamos disfrutando de la cena y del
vino, ¿a qué sí, rubia de bote? —contesta Ava entre risas y
guiñándole un ojo a Lizzie.
—Claro que sí, garrula; la noche es demasiado larga para estar
sobria. —Lizzie le devuelve el gesto.
—Yo flipo con vosotras. —Sonríe Alex—. Vuelvo en un rato. Os
quiero, chicas.
—Alex, ¡espera! —La detiene Lizzie cogiéndola de un brazo.
—Dime.
—Quería decirte que… yo…, que yo también te quiero.
Perdóname por haber sido tan imbécil contigo durante todos estos
años. —Su voz llena de sinceridad se quiebra.
—Tranquila, Lizzie. Todo olvidado.
Se funden en un abrazo profundo, dejando atrás el pasado y
permitiendo que todos los sentimientos reprimidos durante tantos
años, por un odio injustificado, fluyan libremente.
Alex se aleja.
—Bueno, nos hemos quedado solas… otra vez —susurra Ava con
la voz teñida de complicidad.
—Sí —responde Lizzie dejando que el susurro se deslice entre
ellas.
—¿Te encanta? —pregunta Ava con una sonrisa juguetona.
—Me encanta… —confirma Lizzie. Sus ojos brillan con una
chispa de travesura.
—Me encanta que te encante. —Ava se acerca hasta chocar su
hombro con el de ella.
Ambas estallan en una carcajada sonora, una risa que resuena con
la libertad de quienes ya no temen ser juzgadas. Sin preocuparse
por la opinión de los demás, se inclinan la una hacia la otra y se
dan un breve y dulce beso bajo las atentas miradas de todos los
presentes.
Alex se dirige a la puerta. Antes de salir, un hombre de la
tripulación la detiene:
—Perdone, señorita, no puede salir.
—¿Qué? ¡¿Por qué?! Necesito ir un momento a mi habitación.
Alex vuelve indignada a la mesa.
—Esto es surrealista.
—¿Qué pasa? —pregunta Ava.
—¡Nos tienen secuestradas! —dice entre risas irónicas.
—No me asustes, Alex. Lo del secuestro ¿es broma no? —
pregunta Lizzie.
—Sííí. Es broma, Lizzie, tranquila. Lo que sí es verdad es que no
nos dejan salir. Dicen que son órdenes de James.
—A ver, a ver, a ver —dice a cámara lenta Ava—. Amiga mía con
el pelo de color rosa…
—En serio, ¿tienes algún problema con el tinte de pelo? Que si
rubia de bote, que si color rosa… Te recuerdo que tú también lo
tienes teñido —apunta Lizzie alzando una ceja.
—Cuando te pones en plan Lucifer, me gustas mucho más. —Le
guiña un ojo, disfrutando de la pequeña provocación.
—No sé qué he visto en ti —responde Lizzie y le devuelve el
guiño con una sonrisa divertida.
—Luego debatiremos eso tú y yo… a solas. Ahora tenemos una
misión más importante: sacar a nuestra amiga de aquí. Nosotras no
somos del tipo de chicas que se dejan secuestrar. ¿Estáis conmigo?
—Ambas asienten con determinación—. Y ya que has sacado tu
lado más Lucifer —se gira hacia Lizzie frotándose las manos—,
¿montamos un espectáculo?
Lizzie sonríe como una niña que está a punto de hacer travesuras.
—¿Pelea falsa para distraer a los guardias? —dice Lizzie con
entusiasmo.
—¡Hecho! —exclama Ava.
—Ahora tengo claro lo que he visto en ti.
Tras un fugaz beso, comienzan a fingir una pelea, lanzándose
insultos y acusaciones que de inmediato captan la atención del
vigilante. Justo cuando parece que se van a pegar, el hombre
interviene. Alex aprovecha la oportunidad para salir del restaurante
sin ser vista.
—Eh, tranquilo, gorila, suéltame —le dice Ava al hombre que la
tiene agarrada por la muñeca—. Ya está, solo ha sido un pequeño
brote psicótico, pero ya nos relajamos. Prometido.
—¿Está bien, señorita? —le pregunta el vigilante a Lizzie, con
preocupación.
—Oye, ¿y a mí por qué no me lo preguntas? ¿Qué pasa?, ¿que sus
tetas son mejores que las mías? —protesta Ava, finge estar
ofendida—. Eso duele, ¿sabes? —Se lleva una mano al corazón en
un gesto dramático.
—No llores, cariño; a mí me gustan tus tetas —responde Lizzie y
ambas se parten de risa.
—Venga, gorila, a tu jaula. La rubia es para mí —remata Ava
haciendo una peineta mientras se alejan.
Las dos regresan a su mesa para seguir disfrutando de la cena y
del buen vino.
Damien ha estado atento durante todo el espectáculo y ha visto
salir a Alex.
Yulian, sumido en sus propios pensamientos, sigue ajeno a todo.
—¿A dónde ha ido Alex? —pregunta Damien inquieto.
—Joder, hermanito, no se te escapa una. A respirar un poco; pero
no te preocupes, está bien. —Ava le da un codazo a Lizzie para
que siga el juego.
—¿Puedo sentarme con vosotras?
—Claro, estamos en familia —responde Lizzie con una sonrisa
pícara.
—Ya veo, ya. —Damien asiente con la cabeza, estudiando la
situación—. Y desde cuándo estáis… ¿liadas?
—No pongas etiquetas a nuestro amor, hermanito. Somos almas
libres que solo buscan conectar en este mundo de locura. —Ava se
lleva una mano al corazón en otro gesto teatral.
—Sí, claro, claro. —Damien gira un dedo sobre la sien,
insinuando que está loca—. Eres consciente de que a mi hermana
le falta un tornillo, ¿no? —le pregunta a Lizzie con una sonrisa de
complicidad.
—Lo sé, somos dos locas que han terminado encontrándose. —
Suspira Lizzie y su expresión se vuelve más seria—. Es curioso
cómo la vida te pone delante a esa persona especial y te empeñas
en no querer admitir que esa loca hace que tu propia locura sea
más llevadera. Hasta que un día la miras a los ojos y ves tu cordura
reflejada en los suyos. Y luego estás tú, un loco que lleva años
haciendo el tonto, dejando escapar su oportunidad. —Mira a
Damien con intensidad.
Damien la observa, perplejo por sus palabras. Lizzie le devuelve
la mirada y, con un tono decidido, le dice:
—Deja de hacer el tonto. Ve a buscarla, ya.
Silencio.
—¿Sabes qué? Tienes toda la razón. —Se levanta rápido de la
silla.
—Espera, no vas a poder salir —le advierte Ava—. Los vigilantes
no te van a dejar, han prohibido la salida al exterior. Por eso hemos
formado la pelea, para despistarlos y que Alex pudiera escapar.
—¿Por qué no quieren? —Ava se encoge de hombros—. Voy a
ver qué pasa.
Damien se acerca a uno de ellos y le pregunta. Le dicen que no
pueden salir, ya que fuera se avecina una tormenta y sería
peligroso andar por la cubierta. Vuelve a la mesa.
—Dicen que hay tormenta y es peligroso estar fuera.
—¡Ostras! —exclama Ava.
—¿Qué? —pregunta Lizzie.
—Pues que Alex está fuera.
—No te preocupes, voy a por ella. Saldré por la cocina sin que me
vean. Vosotras —las mira a las dos— no os mováis de aquí,
¿entendido? —Ellas asienten.
Yulian está absorto en sus pensamientos, sentado en un taburete
en la barra, con una cerveza en la mano y la mirada perdida en el
reflejo de las botellas alineadas frente a él. La situación con Alex
no ha ido como esperaba, y ahora sabe que las cosas tomarán un
rumbo diferente, uno que había tratado de evitar. Desde que llegó a
Fort Worth, tuvo claro su objetivo y estaba dispuesto a hacer lo
que fuera necesario para alcanzarlo. Pero conocer a Alex lo
descolocó. Esa chica despertó en él sentimientos reales, tan reales
que, por un instante, pensó que las cosas podrían ser distintas, que
tal vez no tendría que seguir con su plan inicial. Si ella se hubiera
enamorado de él, todo habría sido más fácil, más… humano. Pero
no lo ha hecho. Esta noche, Alex le ha dejado claro que su corazón
sigue siendo de Damien. No hay vuelta atrás. «Ojalá…», piensa
Yulian con amargura. Siente la presencia de alguien que se sienta a
su lado. No se gira, simplemente sigue mirando al frente, sin ganas
de compañía.
—Debería ser delito que rubios tan guapos anden bebiendo solos
con esa carita de rescátame. Con una carita así, cualquiera se
ofrece a hacerte compañía. —La voz de Sam lo saca de su
ensimismamiento.
Yulian suspira; reconoce la voz sin necesidad de mirar.
—¿Qué haces aquí? —responde con tono seco, pero sin sorpresa.
—Julieta salió corriendo y Romeo fue tras ella. —Sam le arrebata
la cerveza de las manos y le da un largo trago, dejando claro que
no se va a ir tan fácilmente.
Yulian frunce el ceño y se gira para mirarla.
—¿Qué diablos dices? —le pregunta desconcertado.
—Que la palomita se escapó de la jaula —aclara con una sonrisa
traviesa en los labios y le devuelve la botella vacía.
Yulian siente cómo un escalofrío le recorre la espalda. La
preocupación se transforma en furia.
—¡Mierda! —Lanza la botella vacía sobre la barra con más fuerza
de la necesaria. Las piezas de su plan se desmoronan. No tiene
tiempo que perder.
Busca a James con la mirada y le da la señal.
Déjà vu
Continuará…
AGRADECIMIENTOS
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a todas las
personas que han estado a mi lado, apoyándome y alentándome
cuando yo misma no encontraba fuerzas ni inspiración. Estos
meses han sido intensos, una verdadera montaña rusa de
emociones mientras daba forma a este libro.
Gracias, de corazón, a mi familia, por su paciencia en mis días
más grises y por su incondicional apoyo.
Gracias a Paula y Lourdes, por ser las primeras en leer mis
palabras, entregándome siempre sus opiniones más sinceras y
necesarias.
Gracias a Jennifer, por su pasión incansable, sus valiosos
consejos y su enorme profesionalidad, que han sido una gran
ayuda para mí.
Gracias a Luis, por sus sugerencias literarias y, sobre todo, por
ser una persona de gran nobleza.
Y gracias a cada uno de vosotros que habéis decidido
sumergiros en estas páginas. Gracias por darme la oportunidad de
poder compartir un pedacito de mí.