Unitat 3 Mvcast Revisado-12
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Unidad 3
Inicio de la vida
(J. JAFO, 10 palabras clave en bioética, Estella: Verbo Divino, 2000, p. 88)
Sumario
En este primer tema sobre el inicio de la vida nos centraremos únicamente en dos
aspectos importantes: la reproducción humana asistida y el estatuto epistemológico del
embrión. En la próxima unidad analizaremos la cuestión del aborto.
Uno de los campos de la bioética que más eco suscita en los medios de
comunicación es el de las nuevas técnicas de reproducción humana asistida. A partir del
nacimiento en 1978 de Louise Brown, la primera niña probeta, hasta el nacimiento en
2008 de Javier, el primer niño histológicamente compatible para curar a su hermano,
uno de los mal denominados “niños medicamento”, no pasa una semana o un mes en los
que no se produzcan noticias en este terreno.
d) Transferencia embrionaria, TE. Es la fase final del proceso. Entre 24-48 horas
después de la fecundación, el embrión es transferido a través de una cánula o
catéter al interior del útero, donde realiza por sí solo el proceso de implantación
y continúa su ulterior desarrollo embrionario.
La técnica se denomina también FIVTE, de acuerdo con sus dos últimas fases. Su
finalidad es resolver, sobre todo, problemas de esterilidad femenina (especialmente la
obstrucción de trompas de Falopio, en la que la terapia alternativa, la microcirugía
tubárica, ha obtenido pocos resultados). También se utiliza para ciertos problemas de
esterilidad masculina (por ejemplo, la oligospermia, ya que para la FIV un número bajo
de espermatozoides es suficiente).
la ruina del hombre. Nuestro tiempo, más que en tiempos pasados, necesita de
esta sabiduría para humanizar más todas las cosas nuevas que el hombre va
descubriendo. Está en peligro el futuro del hombre, a no ser que surjan
hombres más sabios”.
- La instrucción presenta una visión del ser humano como una totalidad
unificada. Insiste en que lo corpóreo no es un aspecto accidental o parcial de la
persona. Por lo tanto, toda intervención sobre el cuerpo humano afecta a la
persona misma.
- Basándose en esta concepción antropológica del ser humano, presenta la “ley
moral natural” fundamentada en “la naturaleza corporal y espiritual de la
persona humana”. También es importante la afirmación de que no se rechazan
las nuevas tecnologías “por el hecho ser artificiales”, sino por su relación con
la dignidad de la persona.
- A partir de esta visión de la ley moral natural, la instrucción deduce la
originalidad de la transmisión humana de la vida que se deriva de la
originalidad misma de la persona humana. Esta concepción antropológica, no
meramente biológica, lleva a considerar el acto sexual como “un acto
inseparablemente corporal y espiritual”. Como consecuencia de esta visión
antropológica, “para ser conforme con el lenguaje del cuerpo y con su natural
generosidad, la unión conyugal debe realizarse respetando la apertura a la
generación y la procreación de una persona humana debe ser el fruto y el
término del amor de los esposos”.
- Hay, además, un segundo argumento por el que se descalifican las técnicas de
reproducción humana asistida: la exigencia ética de que el nuevo ser sea
llamado a la vida en un contexto personal y no técnico. Toda persona tiene el
derecho de ser “el resultado de una donación” y “debe ser acogida en el gesto
de unión y de amor de sus padres”.
- La Donum vitae insiste en el valor de la vida del ser humano llamado a la
existencia. Subraya que la vida física no agota en sí misma el valor de la
persona, ni representa el valor supremo del hombre. Considera la vida como un
“valor fundamental”, ya que sobre él se apoyan todos los demás valores de la
persona. Se insiste también en la “inviolabilidad del derecho a la vida humana
del ser inocente desde el momento de la concepción hasta la muerte”. Más
adelante subraya que la vida humana debe ser respetada desde el momento de
la fecundación.
1
Ya disponéis de este documento para realizar su lectura completa.
3. EL ABORTO
tal como la atribuimos al recién nacido, o existe un fundamento objetivo para conferirle
un valor menor o, incluso, no hay que reconocerle ninguna relevancia ética o jurídica?
El valor fundamental de la vida humana del recién nacido puede explicarse desde un
triple trasfondo ético: la percepción del cuerpo como algo verdaderamente humano, la
convicción que le corresponde un auténtico “destino humano” y, finalmente, su
indefensión y su falta de autonomía que no devalúan su significado humano, sino que
más bien refuerzan la idea de protección. ¿Qué hay que decir de la vida humana no
nacida en torno a este trasfondo ético?
La percepción del cuerpo humano no se da de forma directa. Ni existe desde una
corporeidad humana desde el inicio del desarrollo embrionario. Sin embargo, es
importante destacar que la adquisición de una configuración corpórea humana es muy
precoz: en el momento que la medicina empieza a hablar de feto, e incluso dos semanas
antes, ya estamos ante un ser que tiene una apariencia marcadamente humana.
Todavía es más significativo el concepto de destino humano. En efecto, este destino
humano se prolonga en fases precedentes del desarrollo embrionario, en el que existe
igualmente un ser capaz de personalizarse. El inicio del destino humano empieza a
constituirse el cigoto, cuando surge una nueva realidad que estará en continuidad con las
fases ulteriores de su desarrollo, en un proceso que se desarrollará de forma continuada.
Finalmente, hay que hacer referencia a la absoluta dependencia del nuevo ser
respecto del organismo materno, aunque sea, al mismo tiempo, “autónomo”. Parece que
de la misma manera que la dependencia del recién nacido no justifica su desprotección
ética, lo mismo cabe decir de las etapas anteriores. En ambos casos estamos ante seres
que no tienen voz para defender por sí mismos su propia vida y somos los demás
quienes debemos protegerlos, precisamente debido a su gran indefensión.
b) Ámbito de la investigación
- La utilización para investigación de embriones sobrantes de reproducción
asistida, con el consentimiento previo de sus titulares.
- La aplicación de la técnica de transferencia nuclear para generar embriones
somáticos en el laboratorio y emplearlos para investigación y futuras terapias,
con ciertos requerimientos y garantías.
Ante este amplio espectro de prácticas que la legislación española contempla como
legales y que implican intervención sobre el embrión, en una fase más o menos
avanzada de su desarrollo, se da respuesta a diferentes demandas de la sociedad, algunas
de ellas ya cubiertas hace muchos años como son las del ámbito de reproducción
asistida y que se han actualizado, y otras más recientes, del contexto de la investigación
biomédica que exigía un marco jurídico que permitiera sacar adelante proyectos en el
campo de las células madre embrionarias, entre otros.
TÍTULO II
De la interrupción voluntaria del embarazo
CAPÍTULO I
Condiciones de la interrupción voluntaria del embarazo
2
La Ley Orgánica 11/2015, de 21 de septiembre, para reforzar la protección de las menores y
mujeres con capacidad modificada judicialmente en la interrupción voluntaria del embarazo
modificó el artículo cuarto de la Ley Orgánica 2/2010, de 3 de marzo, de salud sexual y reproductiva
y de la interrupción voluntaria del embarazo: «Para la interrupción voluntaria del embarazo de
menores de edad o personas con capacidad modificada judicialmente será preciso, además de su
manifestación de voluntad, el consentimiento expreso de sus representantes legales». La Ley 1/2023,
de 28 de febrero, por la cual se modifica la Ley Orgánica 2/2010 anula la modificación de 2015. En
el artículo 13 bis dice: «Las mujeres podrán interrumpir voluntariamente su embarazo a partir de los 16
años, sin necesidad del consentimiento de sus representantes legales».
Carta encíclica Evangelium vitae del sumo pontífice Juan Pablo II, a los obispos, a
los sacerdotes y diáconos, a los religiosos y religiosas, los fieles laicos y todas las
personas de buena voluntad sobre el valor y el carácter inviolable de la vida humana.
III. NO MATARÁS
La santa ley de Dios
“Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mt 19, 17): Evangelio y
mandamiento
52. “En esto se le acercó uno y le dijo: "Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para
conseguir vida eterna?"“ (Mt 19, 16). Jesús responde: “Si quieres entrar en la vida,
guarda los mandamientos” (Mt 19, 17). El Maestro habla de la vida eterna, es decir, de
la participación en la vida misma de Dios. A esta vida se llega por la observancia de los
mandamientos del Señor, incluido también el mandamiento “no matarás”. Precisamente
éste es el primer precepto del Decálogo que Jesús recuerda al joven que pregunta qué
mandamientos debe observar: “Jesús dijo: "No matarás, no cometerás adulterio, no
robarás..."“ (Mt 19, 18)
El hombre, imagen viva de Dios, es querido por su Creador como rey y señor. “Dios
creó al hombre –escribe san Gregorio de Nisa– de modo tal que pudiera desempeñar su
función de rey de la tierra... El hombre fue creado a imagen de Aquél que gobierna el
universo. Todo demuestra que, desde el principio, su naturaleza está marcada por la
realeza... También el hombre es rey. Creado para dominar el mundo, recibió la
semejanza con el rey universal, es la imagen viva que participa con su dignidad en la
perfección del modelo divino”. Llamado a ser fecundo y a multiplicarse, a someter la
tierra y a dominar sobre todos los seres inferiores a él (cf.Gn 1, 28), el hombre es rey y
señor no sólo de las cosas, sino también y sobre todo de sí mismo 39 y, en cierto sentido,
de la vida que le ha sido dada y que puede transmitir por medio de la generación,
realizada en el amor y respeto del designio divino. Sin embargo, no se trata de un
señorío absoluto, sino ministerial, reflejo real del señorío único e infinito de Dios. Por
eso, el hombre debe vivirlo con sabiduría y amor, participando de la sabiduría y del
amor inconmensurables de Dios. Esto se lleva a cabo mediante la obediencia a su santa
Ley: una obediencia libre y gozosa (cf. Sal 119 118), que nace y crece siendo
conscientes de que los preceptos del Señor son un don gratuito confiado al hombre
siempre y sólo para su bien, para la tutela de su dignidad personal y para la consecución
de su felicidad.
Como sucede con las cosas, y más aún con la vida, el hombre no es dueño absoluto
y árbitro incensurable, sino –y aquí radica su grandeza sin par– que es “administrador
del plan establecido por el Creador”.
53. “La vida humana es sagrada porque desde su inicio comporta "la acción
creadora de Dios" y permanece siempre en una especial relación con el Creador, su
único fin. Sólo Dios es Señor de la vida desde su comienzo hasta su término: nadie, en
ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser
humano inocente”. Con estas palabras la Instrucción Donum vitae expone el contenido
central de la revelación de Dios sobre el carácter sagrado e inviolable de la vida
humana.
Desde sus inicios, la Tradición viva de la Iglesia –como atestigua la Didaché, el más
antiguo escrito cristiano no bíblico– repite de forma categórica el mandamiento “no
matarás”: “Dos caminos hay, uno de la vida y otro de la muerte; pero grande es la
diferencia que hay entre estos caminos... Segundo mandamiento de la doctrina: No
matarás... no matarás al hijo en el seno de su madre, ni quitarás la vida al recién
nacido... Mas el camino de la muerte es éste:... que no se compadecen del pobre, no
55. No debe sorprendernos: matar un ser humano, en el que está presente la imagen
de Dios, es un pecado particularmente grave. ¡Sólo Dios es dueño de la vida!Desde
siempre, sin embargo, ante las múltiples y a menudo dramáticas situaciones que la vida
individual y social presenta, la reflexión de los creyentes ha tratado de conocer de forma
más completa y profunda lo que prohíbe y prescribe el mandamiento de Dios. En efecto,
hay situaciones en las que aparecen como una verdadera paradoja los valores propuestos
por la Ley de Dios. Es el caso, por ejemplo, de la legítima defensa, en que el derecho a
proteger la propia vida y el deber de no dañar la del otro resultan, en concreto,
difícilmente conciliables. Sin duda alguna, el valor intrínseco de la vida y el deber de
amarse a sí mismo no menos que a los demás son la base de un verdadero derecho a la
propia defensa. El mismo precepto exigente del amor al prójimo, formulado en el
Antiguo Testamento y confirmado por Jesús, supone el amor por uno mismo como uno
de los términos de la comparación: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mc 12, 31).
Por tanto, nadie podría renunciar al derecho a defenderse por amar poco la vida o a sí
mismo, sino sólo movido por un amor heroico, que profundiza y transforma el amor por
uno mismo, según el espíritu de las bienaventuranzas evangélicas (cf. Mt 5, 38-48) en la
radicalidad oblativa cuyo ejemplo sublime es el mismo Señor Jesús.
Por otra parte, “la legítima defensa puede ser no solamente un derecho, sino un
deber grave, para el que es responsable de la vida de otro, del bien común de la familia
o de la sociedad”. Por desgracia sucede que la necesidad de evitar que el agresor cause
daño conlleva a veces su eliminación. En esta hipótesis el resultado mortal se ha de
atribuir al mismo agresor que se ha expuesto con su acción, incluso en el caso que no
fuese moralmente responsable por falta del uso de razón.
orden público y la seguridad de las personas, no sin ofrecer al mismo reo un estímulo y
una ayuda para corregirse y enmendarse.
57. Si se pone tan gran atención al respeto de toda vida, incluida la del reo y la del
agresor injusto, el mandamiento “no matarás” tiene un valor absoluto cuando se refiere
a la persona inocente. Tanto más si se trata de un ser humano débil e indefenso, que
sólo en la fuerza absoluta del mandamiento de Dios encuentra su defensa radical frente
al arbitrio y a la prepotencia ajena.
Por tanto, con la autoridad conferida por Cristo a Pedro y a sus Sucesores, en
comunión con los Obispos de la Iglesia católica, confirmo que la eliminación directa y
voluntaria de un ser humano inocente es siempre gravemente inmoral. Esta doctrina,
fundamentada en aquella ley no escrita que cada hombre, a la luz de la razón, encuentra
en el propio corazón (cf. Rm 2, 14-15), es corroborada por la Sagrada Escritura,
transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y
universal.
Cada ser humano inocente es absolutamente igual a todos los demás en el derecho a
la vida. Esta igualdad es la base de toda auténtica relación social que, para ser
verdadera, debe fundamentarse sobre la verdad y la justicia, reconociendo y tutelando a
cada hombre y a cada mujer como persona y no como una cosa de la que se puede
disponer. Ante la norma moral que prohíbe la eliminación directa de un ser humano
inocente “no hay privilegios ni excepciones para nadie. No hay ninguna diferencia entre
ser el dueño del mundo o el último de los miserables de la tierra: ante las exigencias
morales somos todos absolutamente iguales”.
constituye la fuerza implorante de los gemidos y del llanto del recién nacido. Se halla
totalmente confiado a la protección y al cuidado de la mujer que lo lleva en su seno. Sin
embargo, a veces, es precisamente ella, la madre, quien decide y pide su eliminación, e
incluso la procura.
Es cierto que en muchas ocasiones la opción del aborto tiene para la madre un
carácter dramático y doloroso, en cuanto que la decisión de deshacerse del fruto de la
concepción no se toma por razones puramente egoístas o de conveniencia, sino porque
se quisieran preservar algunos bienes importantes, como la propia salud o un nivel de
vida digno para los demás miembros de la familia. A veces se temen para el que ha de
nacer tales condiciones de existencia que hacen pensar que para él lo mejor sería no
nacer. Sin embargo, estas y otras razones semejantes, aun siendo graves y dramáticas,
jamás pueden justificar la eliminación deliberada de un ser humano inocente.
59. En la decisión sobre la muerte del niño aún no nacido, además de la madre,
intervienen con frecuencia otras personas. Ante todo, puede ser culpable el padre del
niño, no sólo cuando induce expresamente a la mujer al aborto, sino también cuando
favorece de modo indirecto esta decisión suya al dejarla sola ante los problemas del
embarazo: de esta forma se hiere mortalmente a la familia y se profana su naturaleza de
comunidad de amor y su vocación de ser “santuario de la vida”. No se pueden olvidar
las presiones que a veces provienen de un contexto más amplio de familiares y amigos.
No raramente la mujer está sometida a presiones tan fuertes que se siente
psicológicamente obligada a ceder al aborto: no hay duda de que en este caso la
responsabilidad moral afecta particularmente a quienes directa o indirectamente la han
forzado a abortar. También son responsables los médicos y el personal sanitario cuando
ponen al servicio de la muerte la competencia adquirida para promover la vida.
inaugura una nueva vida que no es la del padre ni la de la madre, sino la de un nuevo ser
humano que se desarrolla por sí mismo. Jamás llegará a ser humano si no lo ha sido
desde entonces. A esta evidencia de siempre... la genética moderna otorga una preciosa
confirmación. Muestra que desde el primer instante se encuentra fijado el programa de
lo que será ese viviente: una persona, un individuo con sus características ya bien
determinadas. Con la fecundación inicia la aventura de una vida humana, cuyas
principales capacidades requieren un tiempo para desarrollarse y poder actuar”. Aunque
la presencia de un alma espiritual no puede deducirse de la observación de ningún dato
experimental, las mismas conclusiones de la ciencia sobre el embrión humano ofrecen
“una indicación preciosa para discernir racionalmente una presencia personal desde este
primer surgir de la vida humana: ¿cómo un individuo humano podría no ser persona
humana?”.
Por lo demás, está en juego algo tan importante que, desde el punto de vista de la
obligación moral, bastaría la sola probabilidad de encontrarse ante una persona para
justificar la más rotunda prohibición de cualquier intervención destinada a eliminar un
embrión humano. Precisamente por esto, más allá de los debates científicos y de las
mismas afirmaciones filosóficas en las que el Magisterio no se ha comprometido
expresamente, la Iglesia siempre ha enseñado, y sigue enseñando, que al fruto de la
generación humana, desde el primer momento de su existencia, se ha de garantizar el
respeto incondicional que moralmente se le debe al ser humano en su totalidad y unidad
corporal y espiritual: “El ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde
el instante de su concepción y, por eso, a partir de ese mismo momento se le deben
reconocer los derechos de la persona, principalmente el derecho inviolable de todo ser
humano inocente a la vida”.
61. Los textos de la Sagrada Escritura, que nunca hablan del aborto voluntario y,
por tanto, no contienen condenas directas y específicas al respecto, presentan de tal
modo al ser humano en el seno materno, que exigen lógicamente que se extienda
también a este caso el mandamiento divino “no matarás”.
La tradición cristiana –como bien señala la Declaración emitida sobre este punto
por la Congregación para la Doctrina de la Fe– es clara y unánime, desde los orígenes
hasta nuestros días, en considerar el aborto como desorden moral particularmente grave.
Desde que entró en contacto con el mundo greco-romano, en el que estaba difundida la
práctica del aborto y del infanticidio, la primera comunidad cristiana se opuso
radicalmente, con su doctrina y praxis, a las costumbres difundidas en aquella sociedad,
como bien demuestra la ya citada Didaché. Entre los escritores eclesiásticos del área
griega, Atenágoras recuerda que los cristianos consideran como homicidas a las mujeres
que recurren a medicinas abortivas, porque los niños, aun estando en el seno de la
madre, son ya “objeto, por ende, de la providencia de Dios”. Entre los latinos,
Tertuliano afirma: “Es un homicidio anticipado impedir el nacimiento; poco importa
que se suprima el alma ya nacida o que se la haga desaparecer en el nacimiento. Es ya
un hombre aquél que lo será”.
62. El Magisterio pontificio más reciente ha reafirmado con gran vigor esta doctrina
común. En particular, Pío XI en la Encíclica Casti connubii rechazó las pretendidas
justificaciones del aborto; Pío XII excluyó todo aborto directo, o sea, todo acto que
tienda directamente a destruir la vida humana aún no nacida, “tanto si tal destrucción se
entiende como fin o sólo como medio para el fin”; Juan XXIII reafirmó que la vida
humana es sagrada, porque “desde que aflora, ella implica directamente la acción
creadora de Dios”. El Concilio Vaticano II, como ya he recordado, condenó con gran
severidad el aborto “se ha de proteger la vida con el máximo cuidado desde la
concepción; tanto el aborto como el infanticidio son crímenes nefandos”.
Ninguna circunstancia, ninguna finalidad, ninguna ley del mundo podrá jamás hacer
lícito un acto que es intrínsecamente ilícito, por ser contrario a la Ley de Dios, escrita en
el corazón de cada hombre, reconocible por la misma razón, y proclamada por la
Iglesia.
63. La valoración moral del aborto se debe aplicar también a las recientes formas de
intervención sobre los embriones humanos que, aun buscando fines en sí mismos
legítimos, comportan inevitablemente su destrucción. Es el caso de los experimentos
con embriones, en creciente expansión en el campo de la investigación biomédica y
legalmente admitida por algunos Estados. Si “son lícitas las intervenciones sobre el
embrión humano siempre que respeten la vida y la integridad del embrión, que no lo
expongan a riesgos desproporcionados, que tengan como fin su curación, la mejora de
sus condiciones de salud o su supervivencia individual”, se debe afirmar, sin embargo,
que el uso de embriones o fetos humanos como objeto de experimentación constituye un
delito en consideración a su dignidad de seres humanos, que tienen derecho al mismo
respeto debido al niño ya nacido y a toda persona.
64. Una atención especial merece la valoración moral de las técnicas de diagnóstico
prenatal, que permiten identificar precozmente eventuales anomalías del niño por nacer.
En efecto, por la complejidad de estas técnicas, esta valoración debe hacerse muy
cuidadosa y articuladamente. Estas técnicas son moralmente lícitas cuando están
exentas de riesgos desproporcionados para el niño o la madre, y están orientadas a
posibilitar una terapia precoz o también a favorecer una serena y consciente aceptación
del niño por nacer. Pero, dado que las posibilidades de curación antes del nacimiento
son hoy todavía escasas, sucede no pocas veces que estas técnicas se ponen al servicio
de una mentalidad eugenésica, que acepta el aborto selectivo para impedir el nacimiento
de niños afectados por varios tipos de anomalías. Semejante mentalidad es ignominiosa
y totalmente reprobable, porque pretende medir el valor de una vida humana siguiendo
sólo parámetros de “normalidad” y de bienestar físico, abriendo así el camino a la
legitimación incluso del infanticidio y de la eutanasia.