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A partir de allí, a raíz del contacto del indio con el blanco, comienza su degradación, la cual
consiste en la adopción de las costumbres del blanco incluida, además de la
comercialización de la tierra, la esclavitud. Al igual que con respecto a la tierra, aquí
también se ve una mirada de la esclavitud que la presenta como absurda, como vemos en
“Hojas rojas”:
…Son demasiado valiosos, recuerda todos los quebraderos de cabeza que nos han
dado, al tener que encontrar cosas que encargarles que hicieran. Hemos de hacer lo
que hacen los blancos.
—¿Y eso cómo es? —dijo Issetibbeha.
—Criar más negros, desbrozar más tierras, cultivar maíz para alimentarlos y luego
venderlos. Desbrozaremos la tierra y plantaremos comida y criaremos más negros
y los venderemos a los blancos por unos buenos dineros.
—¿Y con ese dinero qué haremos? —preguntó un tercero.
Se pararon a pensar un rato.
—Ya se verá —dijo el primero. Permanecieron acuclillados, concentrados, graves.
(288)
La corrupción y decadencia del indio se reflejan luego en la descripción del interior, donde
aparecen imágenes de putrefacción y enfermedad, donde reinan elementos discrepantes, y
en cuyas ventanas, que son como "ojos aquejados de cataratas" (292), se pone de manifiesto
la imposibilidad del indio de ver la naturaleza absurda de su empeño por imitar a la
sociedad blanca:
“Lo que en su día fue el salón del barco de vapor era ahora un cascarón que se
pudría lentamente. La caoba pulida, las molduras que destellaban un momento y se
apagaban bajo el moho en figuras cabalísticas, profundas; las ventanas
despanzurradas, como unos ojos aquejados de cataratas. Allí se almacenaban unos
cuantos sacos de semilla o cereal, y la parte delantera del enganche de un landó,
junto a cuyo eje se oxidaban dos ballestas de gráciles curvas, en forma de C, sin
soportar el peso de nada. En un rincón, la cría de un zorro correteaba de continuo
en una jaula de madera de sauce; tres nervudos gallos de pelea avanzaban sobre la
polvareda, y el suelo estaba picado como la viruela por sus deposiciones resecas.
[…] Del techo, suspendida por cuatro correas de pellejo de ciervo, colgaba la cama
barnizada de oro que Issetibbeha se trajo de París. No tenía ni colchón ni muelles
de somier, el bastidor tan sólo atravesado por un soporte de correas bien
trenzadas.” (292)
Asimismo, las descripciones de los integrantes de esa tribu aburguesada también contienen
un marcado componente grotesco. En “Hojas rojas”, “Issetibbeha [vuelve] a su tierra con
una cama sobredorada, un par de girándulas a cuya luz se decía que la Pompadour se
peinaba mientras Luis sonreía con suficiencia frente a su rostro en el espejo, mirándose por
encima del hombro maquillado de la dama, y unos zapatos de suela y tacones rojos” (289).
En “Un noviazgo”, Ikkemotubbe busca seducir a la hermana de Herman Cesto pasando
junto a su porche “al galope, desnudo de la cintura para arriba, con el cabello y el cuerpo
embadurnados de grasa de oso […] un chaleco de flores estampadas y su levita de color
paloma y su gorro de piel de castor, con el que estaba más apuesto que un tahúr del
Mississippi” (325). En todas las escenas hay un contraste ridículo entre costumbres
indígenas y objetos de lujo del blanco, que son absurdos en ese contexto.
Por último, otro componente de la decadencia en la obra de Faulkner está asociado
al tabú de la mezcla de razas. La madre de Issetibbeha tiene sangre negra. Issetibbeha
también se casa con una mujer negra y lo que las sucesivas mezclas de razas producen es la
degradación de la raza que se manifiesta en la discapacidad. El hijo de Issetibbeha,
Moketubbe, es un discapacitado mental y un muerto en vida, y también aparece
caracterizado como una figura grotesca. La discapacidad de Mokketubbe y su imagen
grotesca simbolizan la monstruosidad de la mezcla de razas, que genera terror en el
caballero sureño porque la degradación de la raza hace que sea imposible distinguir a los
negros de los blancos y permite que un negro pueda hacerse pasar por blanco. Simboliza
también la corrupción y decadencia de la comunidad india que, desde la perspectiva de la
sociedad blanca sureña, está destinada a desaparecer:
Tal vez pasaba unos centímetros del metro y medio de estatura, y pesaba algunos
kilos por encima de cien. Vestía una chaqueta de paño sin camisa; redondo, liso y cobrizo,
el globo de la panza abultada se le hinchaba por encima de un calzón de lino. En los pies
llevaba los zapatos de suela y tacones rojos […] Mokketubbe estaba inmóvil, con el rostro
ensanchado y amarillento, los ojos cerrados, la nariz aplastada, los brazos como aletas
extendidas. En su semblante, una expresión profunda, trágica, inerte. No abrió los ojos
cuando entraron Cesto y Berry. (293)
Además, se sugiere que Mokketubbe también es un usurpador que ha mandado
matar a su padre para ocupar su lugar. Se calza los tacones rojos (símbolo del poder) pero
éstos no le quedan, lo cual podría leerse como una metáfora de la posición que adopta la
tribu al querer imitar a una cultura que no le cuadra. Por otro lado, Mokketubbe no tiene
descendencia. Es el último heredero y por lo tanto representa el final de su linaje. Eso
también es un elemento característico del gótico, que a menudo representa en la muerte del
último heredero de una cierta dinastía, el temor asociado a la decadencia y al derrumbe de
las clases dominantes.
Como vemos, Faulkner adopta una posición ambigua al analizar la decadencia de la
aristocracia blanca sureña, puesto que por un lado, busca una explicación de carácter
moral en el castigo por los dos pecados que cometieron: la esclavitud y la asimilación
forzada del indio; y al mismo tiempo, añora ese pasado y hace una interpretación de la
cultura india como en estado de decadencia, queriendo imitar a la sociedad blanca y
destinada a extinguirse, lo cual pone de manifiesto un deseo implícito de su extinción
como cultura y estilo de vida, la noción de jerarquía de razas y de civilizaciones, y la
creencia en la supremacía blanca. A su vez, ilustra la decadencia de las tribus con
imágenes grotescas, y por medio de una narración desarticulada, que avanza lentamente
volviendo siempre sobre el pasado de forma fragmentada, tanto en relación al tiempo
como a la perspectiva desde la cual se narra, a la manera de un organismo descompuesto
en sus órganos menores, que sería la metáfora de la decadencia.
Bibliografía:
Bernheimer, Charles (edit. por T. Jefferson Klinend y Naomi Schor), Decadent subjects.
The idea of décadence in art, literature, philosophy, and culture of the Fin de Siècle in
Europe, Baltimore and London, The Johns Hopkins University Press, 2002.
Fiedler, Leslie. The Return of the Vanishing American. New York: Stein and Day, 1968.
Faulkner, William, Cuentos reunidos, traducción de Miguel Martínez-Lage, Aguilar, Altea,
Taurus, Alfaguara, S. A. de Ediciones, Buenos Aires, 2010
Magny, Claude. “Faulkner o la inversión teológica” en La era de la novela
norteamericana. Juan Goyanarte, Buenos Aires, 1972.
Pouillon, Jean, “Tiempo y destino en Faulkner” en Tiempo y novela, Editorial Paidós,
Buenos Aires.
Zinn, Howard. La otra historia de los Estados Unidos. México: Siglo XXI, 1999.