John Snow

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John Snow, doble meriatra

46.647
Juan B. Bellido Blasco
Sección de Epidemiología. Centro de Salud Pública de Castellón.

Compartí muchos años con un al principio joven y luego ve- dad que acabaría con su vida 10 días más tarde, el 16 de
nerable anestesista. Recuerdo que al poco de empezar mis junio de aquel año, en su domicilio de Sackville Street. Este
estudios de Medicina, en 1971, le acompañaba a los quiró- postrer trabajo de Snow vino acompañado de una biografía
fanos de las clínicas en las que él ejercía. Allí verifiqué dón- escrita por su amigo y colega Benjamin Ward Richardson.
de y cómo se originaba aquel olor característico de los com- Snow supo captar la importancia de lo que al otro lado del
puestos volátiles anestésicos que impregnaban las ropas, Atlántico, sobre todo en Boston, se había descubierto; en
bajo la bata, arrastrando un aroma que aún hoy guardo en unas ocasiones aderezado con tintes de sainete (uso festivo
mi memoria. Hube de emplearme bien en la ventilación con del gas hilarante, el protóxido de nitrógeno, durante los et-
mascarilla y tubo de Guedel antes de que me permitiera in- her parties); en otras, con mimbres luctuosos entrelazados
tubar a un paciente por primera vez, día en que –lo confie- por el destino trágico de algunos de los pioneros de la anes-
so– me sobrevino la sensación de ser un poco más adulto. tesia, caso del infortunado dentista Horace Wells, cuya bio-
Concluida la licenciatura y tras un tiempo de incertidumbre, grafía dijérase imaginada por su coetáneo y conciudadano
le comenté que quería ser epidemiólogo y se sorprendió: Edgar Allan Poe. No obstante, es verdad que al lado de es-
«¿Epi qué?». Para él, lo que yo pretendía era «lo que se ha- tas circunstancias, que dieron pábulo a una entretenida
cía en Sanidad». No entré en detalles y me abandoné a la obra literaria firmada por Jean y Monique Fiolle, El alba trá-
esperanza de que a lo largo de nuestras frecuentes conver- gica de la anestesia8, hemos de constatar que también el
saciones sobre esto y lo de más allá comprendería qué era prestigioso Boston Medical and Surgical Journal (antecesor
(para mí) eso de la epidemiología. del New England Journal of Medicine) dedicaba páginas a
Un día le hablé de la conocida historia de John Snow y la los primeros hallazgos serios en esta materia.
epidemia de cólera de Londres en el verano de 1854 en Nuestro insigne epidemiólogo y anestesista (o viceversa),
pleno Soho londinenese, al abrigo de Oxford Street, Regent además, procuró a la anestesia una divulgación inusitada
Street y Piccadilly Circus. De súbito, fue a su despacho, yo entre los médicos de la época gracias a una intervención
detrás, y sacó de la estantería el volumen I de un grueso muy particular por la relevancia de la paciente: el jueves 7
tratado de anestesia de tapas rojas, «el Miller»1, buscó la de abril de 1853 «la reina Victoria dio a luz al príncipe Leo-
página 5 y me la mostró sin mediar palabra ni sentarse si- poldo [su octavo hijo] mientras recibía cloroformo de manos
quiera. Yo me acomodé en un sillón para mejor ver qué ha- de Snow». La siguiente y última hija de la reina, la princesa
bía allí que pudiera justificar semejante interrupción. En Beatriz, también vino al mundo en abril y de la misma ma-
aquella página figuraba un retrato del mismísimo John nera, por lo que este método recibió el apodo de «anestesia
Snow, con el semblante serio, luciendo sus largas patillas. de la reina». Ello redujo las reticencias que en toda innova-
Al pie de la foto leí: «J. Snow (1813-1858) médico general, ción acontecen al principio, y contribuyó de este modo, más
investigador clínico y epidemiólogo»; y en el texto: «el pri- propio del papel cuché que del British Medical Journal, a
mero de una larga saga de médicos anestesistas». acelerar la difusión de las técnicas de analgesia entre sus
A pesar de que algunos autores en el ámbito de la salud pú- colegas y a que muchos enfermos pudieran paliar los sufri-
blica, por ejemplo, Sidney Chave2, apuntan esta circunstan- mientos asociados con cualquier acto quirúrgico, que en
cia en su relato de los hechos que acaecieron recién media- aquellos tiempos eran muy desagradables.
do el siglo XIX, a mi juicio no es suficientemente conocida La aplicación de cloroformo mediante gotas depositadas so-
esta faceta de John Snow; referida casi al desgaire en los bre la mascarilla para alcanzar un estado de sueño y anal-
primeros capítulos de algunos libros actuales3 e ignorada en gesia superficial se acompaña del riesgo de parada cardíaca
no pocos tratados de higiene de la época dorada de la mi- súbita e intercurrente, sobre todo en manos inexpertas. Éste
crobiología4-7. Sin embargo, de los más de 80 trabajos que fue el método usado en la regia paciente, y ello le valió a
publicó Snow (de 1841 a 1859), el primero sobre cólera Snow –aunque sin nombrarlo directamente– una crítica ás-
data de 1849, y fue precedido nada menos que por una pera en The Lancet. Snow, empero, conocía bien este ries-
veintena de publicaciones relacionadas con la anestesia in- go y lo asumió (en realidad quien lo asumía era su paciente)
halatoria (materia sobre la que superó la cifra de 40 publi- en un escenario cuyo fracaso hubiera tenido un eco social
caciones). En 1847 se editó The inhalation of the vapour of tremendo; ahora bien, la descripción que en su diario nos
ether, y en 1858 su obra póstuma, On chloroform and ot- dejó revela cuán prudente fueron sus manos durante am-
hers anaesthetics, cuyas últimas palabras fueron escritas bas intervenciones: A twenty minutes past twelve by a clock
casi a la par que le acudieron los síntomas de la enferme- in the Queen’s apartament I commenced to give a little chlo-
roform with each pain, by pouring about 15 minims by me-
assure on a folded handerkerchief [...]. The effect of the ch-
loroform was not at any time carried to the extend of quite
Correspondencia: Dr. J.B. Bellido Blasco.
Sección de Epidemiología. Centro de Salud Pública de Castellón. removing consciousness [...]. The infant was born at 13 mi-
Avda. del Mar, 12. 12003 Castellón. nutes past one by the clock of the room (wich was 3 minu-
Correo electrónico: [email protected] tes before the right time); consequently the chloroform was
Recibido el 25-2-2002; aceptado para su publicación el 17-5-2002. inhaled for 53 minutes [...].

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Añadamos que a Snow se le atribuye el primer libro de ro la causa de esta elusión, pues era ya reconocido que el
anestesia y la ideación de aparatos para administrar vapores agua contaminada transmitía el cólera, y tan importante
y gases anestésicos que condujeron a su uso en circuito ce- «detalle» difícilmente debió pasar inadvertido al ilustre sabio
rrado. Se enfrentó, en fin, a los que afirmaban que la cirugía alemán. Aunque nunca se sabe, pues es cierto que la cien-
y el dolor iban a verse hermanados por siempre y para cia no era ajena a desdenes, pugnas y enfrentamientos oca-
siempre, y al paso contravino el agüero bíblico («parirás con sionalmente pintorescos delante y derrière les coulisses. Por
dolor») que aceptaban no pocos coetáneos. Tomó actitudes contar uno visible, del ya mencionado Pettenkofer, incrédu-
arriesgadas, siempre hacia delante. Y tal vez ese carácter lo ante los descubrimientos de Koch, digamos que acompa-
innovador, ese caminar hacia lo novedoso, antagónico a ñó sus argumentos tragándose una buena cantidad de cal-
cualquier suerte de misoneísmo en la ciencia, contribuyó a do con bacilos del cólera para rebatir a su sorprendido
que la predominante teoría miasmática no le significara un colega9. Incomprensiblemente –y gracias a Dios–, Pettenko-
impedimento a la hora de aplicarse al estudio de los famo- fer no sucumbió tras aquella imprudencia de cariz teatral
sos brotes de cólera, que se expresaban con gran fuerza que a nadie se le hubiera ocurrido. O casi, porque el Dr.
epidemiógena, y concluir que esa enfermedad se transmitía Juan Giné y Partagás, en su libro de higiene de 1875 escri-
por vía digestiva –hídrica– y no por mefitismo pútrido, como bió esta llamativa frase: «para que éstas [las deyecciones]
la generalidad de científicos creía. Con la ayuda de Henry determinen el colmo de los efectos morbosos se requiere
Whitehead, dio una vuelta de tuerca en sus investigaciones que hayan transcurrido 3 o 4 días desde su excreción, cir-
y vislumbró incluso cómo se pudo contaminar el dichoso cunstancia que explica suficientemente que algunas perso-
pozo de Broad Street, a partir de las heces de uno de los nas hayan podido deglutir la diarrea colérica recién expelida
primeros enfermos. Reservorio, mecanismo de transmisión sin sufrir la enfermedad»4. ¿Conocían este tipo de ensayos
y persona susceptible. escatológicos los imprudentes bebedores?
Entre los pocos que dieron crédito a sus hallazgos se en- Eran tiempos en los que, bien pensado, no eran insólitas las
contraban William Farr, al principio reticente, y William actuaciones de este tenor, y no hay que sorprenderse de-
Budd*; en contra, la mayoría, cuya nómina contaba nada masiado frente a estos actos de arriesgada experimentación
menos que con Max Pettenkofer, partidario del origen telúri- en primera persona. El propio John Snow, intentando hallar
co del «veneno colérico». Al parecer, el carácter y la perso- compuestos volátiles potencialmente útiles en la narcosis,
nalidad de John Snow no favorecieron la proyección pública después de observar los efectos que tales vapores tenían en
de sus relevantes hallazgos. Se ha dicho que Snow fue una los animales de laboratorio, los inhalaba él mismo para dic-
persona tímida, con una voz ronca y tenue, poco apropiada taminar acerca de sus propiedades en el ser humano, lo
para las grandes audiencias; en cambio, a corta distancia, que alimentó las conjeturas sobre su temprana muerte por
se descubría un ser humano solidario, enormemente orde- un problema vascular a los 45 años.
nado y trabajador, gran lector de textos científicos y, no Y ahora permitámonos un poco de ficción. Si Snow hubiera
cabe duda, dotado de una mente abierta y lúcida, capaz de vivido digamos que hasta los 71 años, es decir hasta 1884,
investigar e interpretar la naturaleza de los fenómenos que a habría visto cómo Robert Koch ponía sobre la mesa el vi-
su mano venían. Snow no abandonaba sus resultados en la brión colérico. No sé hasta dónde habría llegado ni en qué
estratosfera de las publicaciones académicas, sino que per- territorios se hubiera adentrado, habida cuenta de su capa-
seguía la aplicación de los nuevos conocimientos; aunque cidad fuera de lo común para la investigación y la acción;
fuesen a contracorriente. Tan a contracorriente que podían pero quizá los textos de higiene del final del XIX y principios
ser arrastrados por la opinión general, como ocurrió. del XX lo hubieran tenido en cuenta en mayor medida, pues
Y así, con posterioridad a los trabajos de Snow, en la Confe- es cierto que fueron parcos en ello, supongo que por mor
rencia Sanitaria Internacional de Constantinopla (1866) to- de los abundantes y notorios resultados que iban ofreciendo
davía se dictaminaba que «el aire ambiente es el vehículo los laboratorios.
principal del agente generador del cólera», aunque se admi- Don José Ortega llamó «terrorismo de laboratorio» a la acti-
tió que «el agua y ciertos ingesta [sic] pueden servir tam- tud propia de una época repleta de fe en la ciencia y en el
bién a este propósito», y «las vías por donde el agente tóxi- progreso basado en los laboratorios10. El filósofo defendía, y
co penetra en la economía son principalmente las bien, su oficio. La aportación de John Snow al conocimiento
respiratorias, y muy probablemente también las digestivas». del cólera no tuvo rango laboratorial, microbiológico, y tal
Poco después, en la Conferencia de Viena (1873), las cosas vez por ello fuera menos valorada en aquel contexto. Recor-
no habían cambiado sustancialmente y por las cabezas de demos, con Mervyn y Ezra Susser11, el orden cronológico de
los sabios seguía rondando con firmeza la «teoría telúrica» los sucesivos paradigmas de la epidemiología moderna:
de Focault (1849), Boubée (1864), Vial (1872) y el aludido miasmático (primera mitad del siglo XIX), teoría microbiana
Pettenkofer4. (final del XIX hasta mitad del XX) y caja negra (última mitad
Téngase en cuenta que entonces todavía los grandes de la del siglo XX, cuando el «riesgo relativo» cuaja como aproxi-
«época de oro» de la microbiología no habían entrado en mación analítica). De los resultados de Snow en 1854, en-
escena o estaban a punto. Tanto el químico francés Louis tresaco éste: la tasa de ataque en el área de las compañías
Pasteur como su «competidor» alemán, el médico (al prin- Southwark y Vauxhall fue de 71 por 10.000, la de Lambeth,
cipio) rural Robert Koch, y muchos otros esperaban turno 5. El cólera fue, por tanto, 14 veces superior en ese período
para, en el último cuarto del siglo XIX, debelar la teoría mias- entre las personas que vivían bajo la distribución del agua
mática, la creencia en la generación espontánea, descubrir impura de las compañías Southwark y Vauxhall. ¡Un riesgo
los bacilos del carbunco, la tuberculosis, el cólera (1874) y relativo!, dato emblemático del paradigma de la caja negra,
un largo y conspicuo etcétera. que habría de venir muchos años más tarde. Snow trasco-
Sin embargo, cuando en 1884 Koch presentó en sociedad nejó los paradigmas.
el vibrio colérico, en Berlín, no hizo referencia a Snow. Igno- Así pues –he aquí lo que quisiera resaltar de esta historia–,
en Jonh Snow encontramos la singularidad de haber sido
*En algún momento se atribuyó a Budd la originalidad de la idea; también se
capaz de figurar casi simultáneamente y de manera muy
ha postulado que en 1817 el ejército inglés en la India consideró posible la destacada en los orígenes de dos disciplinas tan dispares
vía alimentaria como forma de contagio del cólera. como la epidemiología y la anestesia. La primera, de emi-

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nente carácter poblacional; la segunda, primordialmente de En lo que a mí concierne, incapaz –ni en sueños– de emu-
corte individual. Pero ¿tienen algo en común estas dos es- lar a Snow, y pendiente de acudir algún día a ese pub inglés
pecialidades, más allá de su presencia en la biografía del a tomar una cerveza, sólo me resta agradecer a la casuali-
doble meriatra* John Snow? Me temo que no; o apenas sí. dad que permitiera que anestesia y epidemiología hayan
La anestesia general es una intoxicación controlada para coincidido durante muchos años en mi vida, mientras char-
eludir las sensaciones dolorosas consecuencia de la agre- laba de esto y de lo de más allá con aquel venerable colega
sión terapéutica del cirujano, con el fin de mantener a un anestesista, que era mi padre.
paciente en condiciones aptas para el acto quirúrgico (dor-
mido y relajado) sin menoscabo de las funciones vitales. Agradecimientos
Asimismo, oí decir a mi colega aludido al principio que «un Al Dr. Miquel Porta, por las sugerencias al texto original, incluyendo
anestesista es un señor medio dormido junto a un enfermo la de publicarlo. El Dr. Alberto Arnedo, Ana Torrella y el poeta (y mé-
medio despierto». Ninguna de estas definiciones, ni la seria dico) Joan Baptiste Campos también aportaron su punto de vista.
ni la de risa, tienen nada que ver con la epidemiología o los
epidemiólogos; bien que no puedo sustraerme a pensar en REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
la verosimilitud de un epidemiólogo medio dormido traba- 1. Kitz RJ, Vandam LD. Alcance de la práctica anestésica moderna. En: Mi-
jando inmerso en una colectividad medio despierta (no sé ller RD, editor. Anestesia. 2.ª ed. Vol. 1. Barcelona: Doyma, 1993.
muy bien cómo pueda interpretarse esto). 2. Chave SPW. John Snow, the Broad Street pump and after. En: Aston J,
editor. The epidemiological imagination: a reader. Buckingham: Open
La memoria de John Snow ha recobrado una merecida University Press, 1994.
atención en los últimos años, y quizá merezca unas líneas 3. Jensen MM, Wrigth DN, Orbison RA, editors. Microbiology for health
escritas fuera de aniversario o fechas señaladas. Hasta una sciences. New Jersey: Prentice Hall International Inc., 1997.
4. Giné y Partagás J. Curso elemental de higiene privada y pública. 2.ª ed.
revista como Pediatrics Infectious Disease Journal en 2001 Tomo 2. Barcelona: Librería de Juan Bastinos e Hijo editores, 1875.
le abre un hueco al Snow epidemiólogo12. El profesor Ralph 5. Forns R. Higiene individual y social. Madrid: Est. Tipográfico de V. Tor-
Fredichs, de la UCLA, ha creado una página web para el desillas, 1912.
6. Courmont J. Manual de higiene. Barcelona: Hijos de J. Espasa Editores,
disfrute de los interesados en este personaje (www.ph.ucla. 1916
edu/epi/snow/); por otra parte, la Jonh Snow Society, funda- 7. Salvat Navarro A. Tratado de higiene 1.ª ed. Tomo 1. Barcelona: Manuel
da en 1993, con 800 miembros, nos propone visitar el John Marín editor, 1920.
Snow Pub, en Broadwick Street, aun a sabiendas de que el 8. Fiolle J, Fiolle M. El alba trágica de la anestesia. Andorra: Editorial Casal
y Vall, 1959.
homenajeado fue, además de vegetariano, abstemio duran- 9. De Kruif P. Los cazadores de microbios. Madrid: Editorial Granada, 1934.
te casi toda su vida. 10. Ortega y Gasset J. ¿Qué es filosofía? 7.a ed. Madrid: Espasa Calpe, Co-
lección Austral, 1995.
11. Susser M, Susser E. Choosing a future for epidemiology. I. Eras and pa-
radigms. Am J Pub Health 1996:86:673-88.
*Meriatra: término antiguo para denominar al especialista en alguna rama del 12. Plotkin SA. John Snow learns from Louis Pasteur. Pediatr Infect Dis J
saber médico; por contraposición a pantiatra, médico general. 2001;20:1073-8.

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