Pasion de Cristo Punto de Vista Medico

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LA CRUCIFIXION DE JESUS

Por el Dr. C. Truman Davis, M.D., M.S. Editado en Marzo de 1965. Arizona
Medicine.

LA PASION DE CRISTO DESDE UN PUNTO DE VISTA MEDICO.

“Vamos a seguir los pasos de Jesús a través de Getsemaní, durante su


juicio, cuando fue azotado, durante su caminar a lo largo de la “Vía dolorosa”
y aún durante sus últimas horas en la cruz...

Esto me llevó a estudiar la práctica conocida de la crucifixión en sí misma; o


sea, la tortura y ejecución de una persona por asfixia en una cruz.
Aparentemente, la primera práctica conocida de crucifixión fue realizada por
los persas. Alejandro y sus generales la llevaron al mundo Mediterráneo, a
Egipto y a Cártago. Los romanos la aprendieron de los cartagineses y (como
casi todo lo que hicieron) rápidamente desarrollaron un grado muy alto de
eficiencia y técnica para llevarla a cabo. Algunos autores romanos (Livio,
Cicerón y Tácito) comentan sobre la crucifixión. Múltiples innovaciones y
modificaciones están descritas en la literatura antigua. Voy a mencionar
algunos elementos que tienen importancia en este aspecto. La porción de
arriba de la cruz (patíbulo) fue colocada 60 ó 90 cm. Abajo del borde superior
de lo que comúnmente conocemos hoy en día como la forma clásica de la
cruz (cruz latina). Sin embargo, la forma usual del tipo de cruz pudo haberse
empleado con nuestro Señor, fue la “cruz Tau” (formada como la letra griega
“Tau” o como nuestra “T”). En esta cruz, el brazo horizontal estaba puesto
en un corte del borde superior. Hay evidencias arqueológicas bastante
abrumadoras de que fue en este tipo de cruz que Jesús murió.

El poste vertical, generalmente se fijó en tierra en el lugar de la ejecución y el hombre


condenado fue forzado a cargar el brazo horizontal, que se cree pesaría unos 51 kg.,
de la cárcel al lugar de la ejecución.
Sin ninguna prueba histórica o bíblica, los pintores medievales y
renacentistas nos han hecho visualizar a Cristo cargando la cruz entera.
Muchos de esos pintores y la mayoría de los escultores de la crucifixión,
muestran los clavos atravesando las palmas, pero informes históricos
romanos y trabajo experimental, han demostrado que los clavos fueron
insertados entre los huesos pequeños de las muñecas y no en las palmas,
pues de haber sido del segundo modo, las manos se hubieran desgarrado
de entre los dedos cuando soportaran el peso del cuerpo. La equivocación
tal vez sucedió por el malentendido de las palabras de Jesús a Tomás: “ve
mis manos”. Los anatomistas modernos y antiguos siempre han considerado
las muñecas como parte de las manos.

Un letrero pequeño, diciendo el crimen de la víctima, normalmente fue


cargado delante de la procesión y después clavado a la cruz, arriba de la
cabeza del crucificado. Este letrero clavado arriba de la cruz, pudiera
haberle dado, de alguna manera, la forma característica de la cruz latina.

La pasión física de Jesús comienza en Getsemaní. De los muchos aspectos


de este sufrimiento inicial, voy a hablar solamente sobre los de interés
fisiológico, como el fenómeno del “sudor de sangre”. Es interesante que el
médico del grupo, Lucas, sea el único que menciona este fenómeno.

Dice: “en medio de su gran sufrimiento, Jesús oraba aún más intensamente
y el sudor caía a tierra como grandes gotas de sangre”. Cada intento
imaginable ha sido por los estudiosos modernos para explicar
científicamente esta frase, ante la idea errónea de que esto no podría
suceder.

Ahorraríamos mucho esfuerzo consultando la literatura médica. Aunque es


muy raro, el fenómeno del sudor de sangre es bien conocido por la ciencia
clínica. Bajo gran “stress” emocional, los vasos capilares pequeños de las
glándulas sudoríparas pueden romperse y de esta manera mezclarse sangre
con sudor. Solamente este proceso hubiera podido producir debilidades
marcadas y posiblemente el shock.
Vamos a transportarnos rápidamente a la traición y al arresto de Jesús. Será
sorprendente comprender que partes importantes de la historia sobre la
pasión estén faltando, lo cual puede resultarnos frustrante, pero para ser
congruentes con nuestro propósito de analizar solamente los aspectos
físicos del sufrimiento de Cristo, será necesario.

Después del arresto, durante la madrugada, llevaron a Jesús ante el


Sanedrín y Caifás, el sumo sacerdote. Es aquí donde le causaron el primer
trauma físico. Un soldado golpeó a Jesús en la cara, porque se quedó
callado mientras Caifás lo interrogaba. Después, los guardianes del palacio
le pusieron una venda en los ojos y burlándose de El, le preguntaron quién
de ellos lo había golpeado, escupiéndole y abofeteándole el rostro.

En la mañana, Jesús, golpeado, lleno de moretones, deshidratado y


exhausto por una noche sin dormir, fue llevado desde Jerusalén hasta el
pretorio de la fortaleza Antonia, el trono del procurador de Judea, Poncio
Pilato. Estamos familiarizados, por supuesto, con las acciones de Pilato al
intentar pasar su responsabilidad a Herodes Antipas, el tetrarca de Judea.
Aparentemente, Jesús no fue maltratado en las manos de Herodes, sino
solamente devuelto a Pilato. Fue entonces, en respuesta a los gritos de la
muchedumbre, que Pilato ordenó la libertad de Barrabás y condenó a Jesús
a ser azotado y crucificado.

Hay mucho desacuerdo entre los estudiosos acerca de la práctica de


flagelaciones como preámbulo a la crucifixión. La mayoría de los escritores
romanos de este tiempo no las asocian. Muchos expertos en la materia,
creen que Pilato originalmente ordenó como castigo único, que Jesús fuera
flagelado, y que su condena a muerte por crucifixión fue solamente
respuesta a la provocación de la muchedumbre, pues como procurador no
estaba defendiendo propiamente al César contra lo que dijera Jesús. (Acerca
de ser Rey de los Judíos).

Los preparativos para la flagelación se llevaron a cabo. El preso fue


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despojado de sus ropas, y sus manos fueron atadas sobre su cabeza. Es
dudoso que los romanos intentaran seguir las leyes judías con respecto a la
flagelación. Los judíos tenían una ley antigua que prohibía más de cuarenta
azotes. Los fariseos, que siempre fueron estrictos en asuntos de ley
insistieron en que solamente le dieran treinta y nueve. (En caso de perder
uno en el conteo, estaban seguros de permanecer dentro de lo legal). El
legionario romano dio un paso adelante con el látigo (“flagrum” o “flagelum”)
en la mano. Era un látigo corto que consistía en muchas correas pesadas
de cuero, con dos bolas pequeñas de plomo en las puntas de cada una. El
látigo fue lanzado con toda fuerza una y otra vez sobre los hombros, espalda
y piernas de Jesús.

Al principio, las correas pesadas cortaron la piel solamente. Después,


mientras los golpes continuaban, cortaron más profundamente, hasta el fino
tejido subcutáneo, produciendo en inicio un flujo de sangre de los vasos
capilares y venas de la piel, y al final chorreó sangre arterial de los vasos de
los músculos.

Las bolas pequeñas de plomo, produjeron primero moretones grandes y


profundos que se abrieron con los subsecuentes golpes, y después la piel se
colgó en forma de largas tiras, hasta que el área entera fue una masa
irreconocible de tejido sangrante y desgarrado... Cuando el centurión en
cargo determina que el preso está cerca de la muerte, se detiene la
flagelación.

Jesús, medio desmayado, está entonces desatado y desplomándose sobre


el pavimento de piedra, mojado en su propia sangre. Los soldados romanos
ven con mofa que este judío provinciano proclame ser rey. Ponen una capa
sobre sus hombros y le colocan un palo en la mano, como cetro. Todavía
necesitan de una corona para hacer completa su burla. Un bulto pequeño
de ramas flexibles cubiertas con espinas largas (normalmente usadas como
leña), trenzados en forma de corona, le es incrustrada en el cuero cabelludo.
Otra vez hay un sangrado abundante (el cuero cabelludo es una de las áreas
más vascularizadas del cuerpo).

Después de burlarse de El y de pegarle en la cara, los soldados tomaron el


palo de su amo y le pegaron detrás de la cabeza, incrustándole más
profundamente las espinas en el cuero cabelludo.
Finalmente, se cansaron de su juego sádico y jalaron la capa de su espalda,
habiendo sido ya adherida a los coágulos de sangre de las heridas. Su
removimiento fue como el retiro descuidado de una gasa sobre una cirugía,
causándole extenuantes dolores, casi como si hubiera sido flagelado otra
vez. Las heridas sangraron de nuevo.

A diferencia de las costumbres judías, los romanos le regresan su ropa. El


pesado brazo horizontal de la cruz, está atado a sus hombros y a la procesión
del Cristo condenado, 18 a dos ladrones y al equipo de ejecución de los
soldados romanos dirigido por un centurión, empezando un viaje lento por la
“Vía dolorosa”. A pesar de sus esfuerzos por caminar recto, la carga de la
pesada cruz de madera combinada con el shock producido por la pérdida
copiosa de sangre, es excesiva. Se tambalea y cae. La madera áspera de
la viga penetra y raspa dentro de la piel rasgada de los músculos de los
hombros. Trata de levantarse pero sus músculos humanos han sido
utilizados más allá de sus límites. El centurión, ansioso de continuar con la
crucifixión, selecciona a un fuerte hombre norafricano que está como
expectador: Simón de Cirene, para cargar la cruz. Jesús sigue todavía
sangrando y sudando el sudor frío y pegajoso del shock. El viaje de
seiscientas cincuenta yardas de la fortaleza Antonia al Gólgota está cumplido
por fin. El preso es de nuevo despojado de sus ropas, con la exepción de
un calzón corto, que es permitido a los judíos.

La crucifixión comienza. Ofrecen a Jesús vino mezclado con mirra, una


mezcla analgésica suave que se rehúsa a tomar. Exigen a Simón poner la
cruz en la tierra y tiran a Jesús rápidamente, poniendo sus hombros contra
la madera. El legionario busca con el tacto el hundimiento al frente de la
muñeca del brazo. La atraviesa con un clavo pesado de hierro dulce, de
sección cuadrada y a través de la madera, y rápidamente se mueve al otro
lado repitiendo la operación, teniendo cuidado de no colocar los brazos
demasiado extendidos para permitir un poco de flexibilidad y movimiento.

Se levanta la parte horizontal (patíbulos) en su lugar al borde del poste y el


título que dice: “Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos”, es clavado en su lugar.
El pie izquierdo es presionado contra el pie derecho y con los dos pies
extendidos, dedos abajo, atraviesan un clavo a través del arco de cada uno,
dejando las rodillas flexionadas moderadamente.
La víctima ahora está crucificada mientras lentamente desfallece, sintiendo
más peso en las muñecas.

El dolor extenuante se esparce sobre los dedos hacia los brazos hasta
explotar en el cerebro. Los clavos en la muñeca presionan los nervios.
Mientras Jesús se impulsa hacia arriba para evitar este tormento inmenso,
pone su peso completo en el clavo de sus pies. De nuevo, otra horrible
agonía de desquebrajamiento de los nervios entre los huesos metatarsianos
de los pies.

En este punto, otro fenómeno sucede: mientras los brazos se fatigan,


grandes olas de calambres pulsan sobre sus músculos contrayéndose en un
dolor palpitante y persistente. Con estos calambres viene la incapacidad de
empujarse hacia arriba. Colgando de sus brazos, los músculos pectorales
están paralizados y los músculos intercostales están incapacitados para
reaccionar. Puede inhalar aire en los pulmones pero no puede exhalarlo.
Jesús lucha para levantarse y obtener por lo menos una respiración leve.
Finalmente se acumula bióxido de carbono en los pulmones y en las vías
sanguíneas. Los calambres disminuyen parcialmente. Espasmódicamente,
se empuja hacia arriba para inhalar y exhalar el vital oxígeno.

Es indudable que fue durante este tiempo cuando Jesús dijo las siete frases
cortas que han quedado escritas: La primera, mirando hacia abajo a los
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soldados romanos echando suerte por su capa sin costura: “Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
La segunda, al ladrón arrepentido: “Hoy estarás conmigo en el paraíso. La
tercera, mirando al joven Juan, angustiado y dolido, su apóstol amado: “He
ahí a tu madre” y mirando a María, su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. El
cuarto grito proviene del comienzo del Salmo 22: “Dios mío, Dios mío, ¿por
qué me has abandonado?

Horas de dolor sin límites, ciclos de calambres que le retuercen las


coyonturas y asfixia parcial intermitente, mientras el tejido fino de su espalda
se desgarra contra la cruz áspera. Empieza entonces otra agonía: un dolor
profundo e intenso en el pecho, cuando el pericardio se llena lentamente de
líquido y comprime el corazón.

Recordemos de nuevo el Salmo 22 (versículo 14): “Soy como agua que se


derrama, mis huesos están dislocados. Mi corazón es como cera que se
derrite dentro de mí”. Ahora casi todo está terminado. La pérdida del fluído
de los tejidos finos ha alcanzado un nivel crítico y el corazón comprimido está
luchando para bombear sangre pesada y espesa dentro del tejido fino. Los
pulmones torturados están haciendo un esfuerzo frenético para obtener
dosis pequeñas de aire. El tejido fino deshidratado manda otra tormenta de
estímulos al cerebro.

Jesús da su quinto grito: “Tengo sed”. En el Salmo 22:15, leemos: “tengo la


boca seca como una teja; tengo la lengua pegada al paladar. “¡Me has
hundido hasta el polvo de la muerte!”.

Un hisopo empapado en “poska”, el vino agrio y barato que es la bebida


común de los legionarios romanos, es acercado a sus labios.
Aparentemente no toma nada del líquido. El cuerpo de Jesús ahora se
extingue y puede sentir el escalofrío de la muerte correr por sus entrañas.
Ante esta situación, salen sus sextas palabras, posiblemente no más que un
murmullo agonizante en Juan 19:30: “Todo está cumplido”.

Su misión de redención se ha completado. Por fin puede dejar que su cuerpo


muera. Con el último aliento de fuerza, de nuevo presiona sus pies
desgarrados contra el clavo, enderezando sus piernas. Jesús toma una
respiración más profunda y emite su séptimo y último grito: “Padre, en tus
manos encomiendo mi Espíritu”.

Lo que sigue ya es conocido. Para que el día de reposo no fuera profanado,


los judíos pidieron que los hombres condenados fueran bajados de las
cruces. La manera común de terminar una crucifixión era la “crucifractura”:
el rompimiento de los huesos de las piernas. Esto prevenía de que la víctima
se empujase hacia arriba, pues la tensión no podía ser aliviada en los
músculos del pecho y producía una sofocación rápida. Las piernas de los
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dos ladrones fueron rotas pero cuando llegaron a Jesús, vieron que no era
necesario hacerlo con El. Aparentemente para estar seguro de su muerte,
el legionario clavó su lanza en el quinto pericardio del corazón.

En Juan 19:34, dice, “Y al momento salió sangre y agua.” Por eso hubo un
flujo de agua de la bolsa que rodeaba al corazón, y sangre del interior
cardíaco. Lo que concluimos es que nuestro Señor murió, no por la asfixia
común producida por la crucifixión, sino por el paro de corazón debido al
shock y contracción de éste por la presencia de fluidos en el pericardio.

Ahora, hemos vislumbrado la personificación del mal que el hombre puede


infligir al hombre y Dios. Esta no es una bella visión y es capaz de dejarnos
abatidos y desalentados. ¡Que agradecidos deberemos estar de tener una
esperanza: vislumbrar la infinita misericordia de Dios hacia el hombre, el
milagro de la expiación, y la esperanza de la mañana de la Pascua!”.

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