Relato Medico de La Crucifixion de Jesus
Relato Medico de La Crucifixion de Jesus
Relato Medico de La Crucifixion de Jesus
La Crucifixión de Jesús
La Pasión de Cristo desde un punto de vista médico
Vamos a seguir los pasos de Jesús a través de Getsemaní, durante su juicio, cuando fue azotado, durante su
caminar a lo largo de la “Vía Dolorosa” y aún durante sus últimas horas en la cruz... Esto me llevo a
estudiar la práctica conocida de la crucifixión en sí misma; o sea, la tortura y ejecución de una persona por
asfixia en una cruz. Aparentemente, la primera práctica conocida de crucifixión fue realizada por los
persas. Alejandro y sus generales la llevaron al mundo Mediterráneo, a Egipto y a Cartago. Los romanos la
aprendieron de los cartaginenses y (como casi todo lo que hicieron) rápidamente desarrollaron un grado
muy alto de eficiencia y técnica para llevarla a cabo. Algunos autores romanos (Livio, Cicerón y Tácito)
comentan sobre la crucifixión. Múltiples innovaciones y modificaciones están descritas en la literatura
antigua. Voy a mencionar algunos elementos que tienen importancia en este aspecto. La porción de arriba
de la cruz (patíbulo) fue colocada 60 ó 90 cm. abajo del borde superior de lo que comúnmente conocemos
hoy en día como la forma clásica de la cruz (cruz latina). Sin embargo, la forma usual del tipo de cruz que
pudo haberse empleado con nuestro Señor, fue la “cruz Tau” (formada como la letra griega “Tau” o como
nuestra “T”). En esta cruz, el brazo horizontal estaba puesto en un corte del borde superior. Hay evidencias
arqueológicas bastante abrumadoras de que fue en este tipo de cruz que Jesús murió.
El poste vertical, generalmente se fijó en tierra en el lugar de la ejecución, y el hombre condenado fue
forzado a cargar el brazo horizontal, que se cree pesaría unos 51 Kg. de la cárcel al lugar de la ejecución.
Sin ninguna prueba histórica o bíblica, los pintores medievales y renacentistas nos han hecho visualizar a
Cristo cargando la cruz entera. Muchos de esos pintores y la mayoría de los escultores de la crucifixión,
muestran los clavos atravesando las palmas, pero informes históricos romanos y trabajo experimental, han
demostrado que los clavos fueron insertados entre los huesos pequeños de las muñecas y no en las palmas,
pues de haber sido del segundo modo, las manos se hubieran desgarrado de entre los dedos cuando
soportaran el peso del cuerpo. La equivocación tal vez sucedió por el malentendido de las palabras de
Jesús a Tomás: “ve mis manos”. Los anatomistas modernos y antiguos siempre han considerado las
muñecas como parte de las manos. Un letrero pequeño, diciendo el crimen de la víctima, normalmente fue
cargado delante de la procesión y después clavado a la cruz, arriba de la cabeza del crucificado. Este
letrero clavado arriba de la cruz, pudiera haberle dado, de alguna manera, la forma característica de la cruz
latina. La pasión física de Jesús comienza en Getsemaní. De los muchos aspectos de este sufrimiento
inicial, voy a hablar solamente sobre los de interés fisiológico, como el fenómeno del “sudor de sangre”.
Es interesante que el médico del grupo, Lucas, sea el único que menciona este fenómeno. Dice: “en medio
de su gran sufrimiento, Jesús oraba aún más intensamente y el sudor caía a tierra como grandes gotas de
sangre”. Cada intento imaginable ha sido usado por los estudiosos modernos para explicar científicamente
esta frase, ante la idea errónea de que esto no podría suceder. Ahorraríamos mucho esfuerzo consultando la
literatura médica. Aunque es muy raro, el fenómeno del sudor de sangre es bien conocido por la ciencia
clínica. Bajo gran “stress” emocional, los vasos capilares pequeños de las glándulas sudoríparas pueden
romperse y de esta manera mezclarse sangre con sudor. Solamente este proceso hubiera podido producir
debilidades marcadas y posiblemente el shock.
Vamos a transportarnos rápidamente a la traición y al arresto de Jesús. Será sorprendente comprender que
partes importantes de la historia sobre la pasión estén faltando, lo cual puede resultarnos frustrante, pero
para ser congruentes con nuestro propósito de analizar solamente los aspectos físicos del sufrimiento de
Cristo, será necesario. Después del arresto, durante la madrugada, llevaron a Jesús ante el Sanedrín y
Caifás, el sumo sacerdote. Es aquí donde le causaron el primer trauma físico. Un soldado golpeó a Jesús en
la cara, porque se quedó callado mientras Caifás lo interrogaba. Después, los guardianes del palacio le
pusieron una venda en los ojos y burlándose de El, le preguntaron quién de ellos lo había golpeado,
escupiéndole y abofeteándole el rostro. En la mañana, Jesús, golpeado, lleno de moretones, deshidratado y
exhausto por una noche sin dormir, fue llevado desde Jerusalén hasta el pretorio de la fortaleza Antonia, el
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“Haciendo discípulos de todas las naciones”
trono del procurador de Judea, Poncio Pilato. Estamos familiarizados, por supuesto, con las acciones de
Pilato al intentar pasar su responsabilidad a Herodes Antipaz, el tetrarca de Judea. Aparentemente, Jesús
no fue maltratado en las manos de Herodes, sino solamente devuelto a Pilato. Fue entonces, en respuesta a
los gritos de la muchedumbre, que Pilato ordenó la libertad de Barrabás y condenó a Jesús a ser azotado y
crucificado. Hay mucho desacuerdo entre los estudiosos acerca de la práctica de flagelaciones como
preámbulo a la crucifixión. La mayoría de los escritores romanos de este tiempo no las asocian. Muchos
expertos en la materia, creen que Pilato originalmente ordenó, como castigo único, que Jesús fuera
flagelado, y que su condena a muerte por crucifixión fue solamente respuesta a la provocación de la
muchedumbre, pues como procurador no estaba defendiendo propiamente al César contra lo que dijera
Jesús. (Acerca de ser el Rey de los Judíos).
Los preparativos para la flagelación se llevaron a cabo. El preso fue despojado de sus ropas, y sus manos
fueron atadas sobre su cabeza. Es dudoso que los romanos intentaran seguir las leyes judías con respecto a
la flagelación. Los judíos tenían una ley antigua que prohibía más de cuarenta azotes. Los fariseos, que
siempre fueron estrictos en asuntos de ley, insistieron en solamente le dieran treinta y nueve. (En caso de
perder uno en el conteo, estaban seguros de permanecer dentro de lo legal). El legionario romano dio un
paso adelante con el látigo (“flagrum” o “flagelum”) en la mano. Era un látigo corto que consistía en
muchas correas pesadas de cuero, con dos bolas pequeñas de plomo en las puntas de cada una. El látigo
pesado fue lanzado con toda fuerza una y otra vez sobre los hombros, espalda y piernas de Jesús. Al
principio, las correas pesadas cortaron la piel solamente. Después, mientras los golpes continuaban,
cortaron más profundamente, hasta el fino tejido subcutáneo, produciendo en inicio un flujo de sangre de
los vasos capilares y venas de la piel, y al final chorreó sangre arterial de los vasos de los músculos. Las
bolas pequeñas de plomo, produjeron primero moretones grandes y profundos que se abrieron con los
subsecuentes golpes, y después la piel de la espalda se colgó en forma de largas tiras, hasta que el área
entera fue una masa irreconocible de tejido sangrante y desgarrado. Cuando el centurión a cargo determina
que el preso está cerca de la muerte, se detiene la flagelación.
Jesús, medio desmayado, es entonces desatado y cae desplomándose sobre el pavimento de piedra, mojado
en su propia sangre. Los soldados romanos ven con mofa que este judío provinciano proclame ser rey.
Ponen una capa sobre sus hombros y le colocan un palo en la mano, como cetro. Todavía necesitan de una
corona para hacer completa su burla. Un bulto pequeño de ramas flexibles cubiertas con espinas largas
(normalmente usadas como leña), trenzados en forma de corona, le es incrustado en el cuero cabelludo.
Otra vez hay un sangrado abundante (el cuero cabelludo es una de las áreas más vascularizadas del
cuerpo). Después de burlarse de El y de pegarle en la cara, los soldados tomaron el palo de su mano y le
pegaron a lo ancho de la cabeza, incrustándole más profundamente las espinas en el cuero cabelludo.
Finalmente, se cansaron de su juego sádico y jalaron la capa de su espalda, habiendo sido ya adherida a los
coágulos de sangre y al suero de las heridas. Su removimiento fue como el retiro descuidado de una gasa
sobre una cirugía, causándole extenuantes dolores, casi como si hubiera sido flagelado otra vez. Las
heridas sangraron de nuevo.
Por deferencia a las costumbres judías, los romanos le regresan su ropa. El pesado brazo horizontal de la
cruz es atado a sus hombros y la procesión del Cristo condenado, dos ladrones y el equipo de ejecución de
los soldados romanos, dirigido por un centurión, empieza un viaje lento por la “Vía Dolorosa”. A pesar de
sus esfuerzos por caminar recto, la carga de la pesada cruz de madera combinada con el shock producido
por la pérdida copiosa de sangre, es excesiva. Se tambalea y cae. La madera áspera de la viga penetra y
raspa dentro de la piel rasgada de los músculos de los hombros. Trata de levantarse, pero sus músculos
humanos han sido utilizados más allá de sus límites. El centurión, ansioso de continuar con la crucifixión,
selecciona un fuerte espectador norafricano, Simón de Cirene, para cargar la cruz. Jesús sigue todavía
sangrando y sudando el sudor frío y pegajoso del shock. El viaje de seiscientas cincuenta yardas de la
fortaleza Antonia al Gólgota está cumplido por fin. El preso es de nuevo despojado de sus ropas, con la
excepción de un calzón corto, que es permitido a los judíos.
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“Haciendo discípulos de todas las naciones”
La crucifixión comienza. Ofrecen a Jesús vino mezclado con mirra, una mezcla analgésica suave que se
rehúsa tomar. Exigen a Simón poner la cruz sobre la tierra y tiran a Jesús rápidamente, poniendo sus
hombros contra la madera. El legionario busca con el tacto el hundimiento al frente de la muñeca de su
brazo. La atraviesa con un clavo pesado de hierro dulce, de sección cuadrada y a través de la madera, y
rápidamente se mueve al otro lado repitiendo la operación, teniendo cuidado de no colocar los brazos
demasiado extendidos para permitir un poco de flexibilidad y movimiento. Se levanta la parte horizontal
(patíbulos) en su lugar al borde del poste y el título que dice: “Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos”, es
clavado en su lugar.
El pie izquierdo es presionado contra el pie derecho y con los dos pies extendidos, dedos abajo, atraviesan
un clavo a través del arco de cada uno, dejando las rodillas flexionadas moderadamente. La víctima ahora
está crucificada. Mientras lentamente desfallece poniendo más peso sobre los clavos en las muñecas, un
ardiente dolor insoportable se esparce sobre los dedos a través de los brazos hasta explotar en el cerebro -
los clavos en las muñecas presionan los nervios intermediarios. Mientras Jesús se impulsa hacia arriba para
evitar este tormento inmenso, pone su peso completo en el clavo de sus pies. De nuevo, otra horrible
agonía de resquebrajamiento de los nervios entre los huesos metatarsianos de los pies. En este punto, otro
fenómeno sucede. Mientras los brazos se fatigan, grandes olas de calambres pulsan sobre sus músculos
contrayéndolos en un dolor palpitante y persistente. Con estos calambres viene la incapacidad de
empujarse hacia arriba. Colgando de sus brazos, los músculos pectorales están paralizados y los músculos
intercostales están incapacitados para reaccionar. Puede inhalar aire en los pulmones pero no puede
exhalarlo. Jesús lucha para levantarse y obtener por lo menos una respiración leve. Finalmente se acumula
bióxido de carbono en los pulmones y en las vías sanguíneas. Los calambres disminuyen parcialmente.
Espasmódicamente, se empuja hacia arriba para exhalar y respirar el vital oxígeno. Es indudable que fue
durante este tiempo cuando Jesús dijo las siete frases cortas que han quedado escritas:
La primera, mirando hacia abajo a los soldados romanos echando suerte por su capa sin costura,
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
La segunda, al ladrón arrepentido, “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.
La tercera, mirando al joven Juan, angustiado y dolido, su apóstol amado, “He ahí a tu madre”, y
mirando a María, su madre, “Mujer, ahí tienes a tu hijo”.
El cuarto grito proviene del comienzo del Salmo 22, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?” Horas de dolor sin límites, ciclos de calambres que le retuercen las coyunturas y
asfixia parcial intermitente, mientras el tejido fino de su espalda se desgarra contra la madera
áspera. Empieza entonces otra agonía: un dolor profundo e intenso en el pecho, cuando el
pericardio se llena lentamente de suero y empieza a comprimir el corazón. Recordemos de nuevo
el Salmo 22:14, “Soy como agua que se derrama, mis huesos están dislocados. Mi corazón es
como cera que se derrite dentro de mí”. Ahora casi todo está terminado. La pérdida del fluido de
los tejidos finos ha alcanzado un nivel crítico y el corazón comprimido está luchando para
bombear sangre pesada y espesa dentro del tejido fino. Los pulmones torturados están haciendo un
esfuerzo frenético para obtener dosis pequeñas de aire. El tejido fino deshidratado manda otra
tormenta de estímulos al cerebro.
Jesús da su quinto grito, “Tengo sed” Recordemos otro versículo del profético Salmo 22: “Tengo
la boca seca como una teja; tengo la lengua pegada al paladar. ¡Me has hundido hasta el polvo de
la muerte!” Un hisopo empapado en “poska”, el vino ágrio y barato que es la bebida común de los
legionarios romanos, es acercada a sus labios. Aparentemente no toma nada del líquido. El cuerpo
de Jesús ahora se extingue y puede sentir el escalofrío de la muerte correr por sus entrañas Ante
esta situación, salen sus sextas palabras, posiblemente no más que un murmullo agonizante.
“Todo está cumplido”. Su misión de redención se ha completado. Por fin puede dejar que su
cuerpo muera.
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“Haciendo discípulos de todas las naciones”
Con el último aliento de fuerza, de nuevo presiona sus pies desgarrados contra el clavo,
enderezando sus piernas. Jesús toma una respiración más profunda y emite su séptimo y último
grito, “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.
Lo que sigue ya es conocido. Para que el día de reposo no fuera profanado, los judíos pidieron que los
hombres condenados fueran bajados de las cruces. La manera común de terminar una crucifixión era la
“crucifractura”, el rompimiento de los huesos de las piernas. Esto prevenía que la víctima se empujase
hacia arriba, pues la tensión no podía ser aliviada en los músculos del pecho y producía una sofocación
rápida. Las piernas de los dos ladrones fueron rotas pero cuando llegaron a Jesús, vieron que no era
necesario hacerlo con el, cumpliendo la escritura, “No le quebrarán ningún hueso”. Aparentemente para
estar seguro de su muerte, el legionario clavó su lanza en el quinto pericardio del corazón. En Juan 19:34,
dice: “Y al momento salió sangre y agua”. Por eso hubo un flujo de agua de la bolsa que rodeaba el
corazón y sangre del interior cardiaco. Lo que concluimos a través de la evidencia clara es que nuestro
Señor murió, no por la asfixia común producida por la crucifixión, sino por un fallo de corazón debido al
shock y contracción de éste por la presencia de fluidos en el pericardio. Ahora, hemos vislumbrado la
personificación del mal que el hombre puede infligir al hombre y a Dios. Esta no es una bella visión y es
capaz de dejarnos abatidos y desalentados.
¡Qué agradecidos deberemos estar de tener una esperanza: vislumbrar la infinita misericordia de Dios
hacia el hombre, el milagro de la expiación y la esperanza de la mañana de la Pascua!