LIBRO - Alicia CAP 3
LIBRO - Alicia CAP 3
LIBRO - Alicia CAP 3
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Pero la insolencia de sus normandos...» ¿Cómo te
sientes ahora, querida? —continuó, dirigiéndose a
Alicia.
—Tan mojada como al principio —dijo Alicia en
tono melancólico—. Esta historia es muy seca, pero
parece que a mi no me seca nada.
—En este caso —dijo solemnemente el Dodo,
mientras se ponía en pie—, propongo que se abra un
receso en la sesión y que pasemos a la adopción in-
mediata de remedios más radicales...
—¡Habla en cristiano! —protestó el Aguilucho—.
No sé lo que quieren decir ni la mitad de estas pala-
bras altisonantes, y es más, ¡creo que tampoco tú sa-
bes lo que significan!
Y el Aguilucho bajó la cabeza para ocultar una
sonrisa; algunos de los otros pájaros rieron sin disi-
mulo.
—Lo que yo iba a decir —siguió el Dodo en tono
ofendido— es que el mejor modo para secarnos sería
una Carrera Loca.
—¿Qué es una Carrera
Loca? —preguntó Alicia, y
no porque tuviera muchas
ganas de averiguarlo, sino
porque el Dodo había hecho
una pausa, como esperando
que alguien dijera algo, y
nadie parecía dispuesto a
decir nada.
—Bueno, la mejor manera de explicarlo es hacerlo.
(Y por si alguno de vosotros quiere hacer también
una Carrera Loca cualquier día de invierno, voy a
contaros cómo la organizó el Dodo.)
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Primero trazó una pista para la carrera, más o
menos en círculo («la forma exacta no tiene impor-
tancia», dijo) y después todo el grupo se fue colocan-
do aquí y allá a lo largo de la pista. No hubo el «A la
una, a las dos, a las tres, ya», sino que todos empeza-
ron a correr cuando quisieron, y cada uno paró cuan-
do quiso, de modo que no era fácil saber cuándo
terminaba la carrera. Sin embargo, cuando llevaban
corriendo más o menos media hora, y volvían a estar
ya secos, el Dodo gritó súbitamente:
—¡La carrera ha terminado!
Y todos se agruparon jadeantes a su alrededor,
preguntando:
—¿Pero quién ha ganado?
El Dodo no podía contestar a esta pregunta sin
entregarse antes a largas cavilaciones, y estuvo largo
rato reflexionando con un dedo apoyado en la frente
(la postura en que aparecen casi siempre retratados
los pensadores), mientras los demás esperaban en
silencio. Por fin el Dodo dijo:
—Todos hemos ganado, y todos tenemos que re-
cibir un premio.
—¿Pero quién dará los premios? —preguntó un
coro de voces.
—Pues ella, naturalmente —dijo el Dodo, seña-
lando a Alicia con el dedo.
Y todo el grupo se agolpó alrededor de Alicia, gri-
tando como locos:
—¡Premios! ¡Premios!
Alicia no sabía qué hacer, y se metió desesperada
una mano en el bolsillo, y encontró una caja de confi-
tes (por suerte el agua salada no había entrado den-
tro), y los repartió como premios. Había exactamente
un confite para cada uno de ellos.
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—Pero ella también debe tener un premio —dijo
el Ratón.
—Claro que sí —aprobó el Dodo con gravedad, y,
dirigiéndose a Alicia, preguntó—: ¿Qué más tienes en
el bolsillo?
—Sólo un dedal —dijo Alicia.
—Venga el dedal —dijo el Dodo.
Y entonces todos la rodearon una vez más, mien-
tras el Dodo le ofrecía solemnemente el dedal con las
palabras:
—Os rogamos que aceptéis este elegante dedal.
Y después de este cortísimo discurso, todos aplau-
dieron con entusiasmo.
Alicia pensó que todo esto era muy absurdo, pero
los demás parecían tomarlo tan en serio que no se
atrevió a reír, y, como tampoco se le ocurría nada que
decir, se limitó a hacer una reverencia, y a coger el
dedal, con el aire más solemne que pudo.
Había llegado el momento de comerse los confi-
tes, lo que provocó bastante ruido y confusión, pues
los pájaros grandes se quejaban de que sabían a po-
co, y los pájaros pequeños se atragantaban y había
que darles palmaditas en la espalda. Sin embargo,
por fin terminaron con los confites, y de nuevo se
sentaron en círculo, y pidieron al Ratón que les con-
tara otra historia.
—Me prometiste contarme tu vida, ¿te acuerdas?
—dijo Alicia—. Y por qué odias a los... G. y a los P.
—añadió en un susurro, sin atreverse a nombrar a los
gatos y a los perros por su nombre completo para no
ofender al Ratón de nuevo.
—¡Arrastro tras de mí una realidad muy larga y
muy triste! —exclamó el Ratón, dirigiéndose a Alicia y
dejando escapar un suspiro.
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—Desde luego, arrastras una cola larguísima —dijo
Alicia, mientras echaba una mirada admirativa a la
cola del Ratón—, pero ¿por qué dices que es triste?
Y tan convencida estaba Alicia de que el Ratón se
refería a su cola, que, cuando él empezó a hablar, la
historia que contó tomó en la imaginación de Alicia
una forma así:
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ria. ‘Yo seré
la que diga
todo lo que
haya que de-
cir, y tam-
bién quien
a muer-
te con
de
ne.’
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Y una vieja Cangreja aprovechó la ocasión para
decirle a su hija:
—¡Ah, cariño! ¡Que te sirva de lección para no de-
jarte arrastrar nunca por tu mal genio!
—¡Calla esa boca, mamá! —protestó con aspereza
la Cangrejita—. ¡Eres capaz de acabar con la paciencia
de una ostra!
—¡Ojalá estuviera aquí Dina con nosotros! —dijo
Alicia en voz alta, pero sin dirigirse a nadie en parti-
cular—. ¡Ella sí que nos traería al Ratón en un san-
tiamén!
—¡Y quién es Dina, si se me permite la pregunta?
—quiso saber el Loro.
Alicia contestó con entusiasmo, porque siempre
estaba dispuesta a hablar de su amiga favorita:
—Dina es nuestra gata. ¡Y no podéis imaginar lo
lista que es para cazar ratones! ¡Una maravilla! ¡Y me
gustaría que la vierais correr tras los pájaros! ¡Se
zampa un pajarito en un abrir y cerrar de ojos!
Estas palabras causaron una impresión terrible
entre los animales que la rodeaban. Algunos pájaros
se apresuraron a levantar el vuelo. Una vieja urraca
se acurrucó bien entre sus plumas, mientras murmu-
raba: «No tengo más remedio que irme a casa; el frío
de la noche no le sienta bien a mi garganta». Y un
canario reunió a todos sus pequeños, mientras les
decía con una vocecilla temblorosa: «¡Vamos, queri-
dos! ¡Es hora de que estéis todos en la cama!» Y así,
con distintos pretextos, todos se fueron de allí, y en
unos segundos Alicia se encontró completamente
sola.
—¡Ojalá no hubiera hablado de Dina! —se dijo en
tono melancólico—. ¡Aquí abajo, mi gata no parece
gustarle a nadie, y sin embargo estoy bien segura de
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que es la mejor gata del mundo! ¡Ay, mi Dina, mi
querida Dina! ¡Me pregunto si volveré a verte alguna
vez!
Y la pobre Alicia se echó a llorar de nuevo, porque
se sentía muy sola y muy deprimida. Al poco rato, sin
embargo, volvió a oír un ruidito de pisadas a lo lejos
y levantó la vista esperanzada, pensando que a lo
mejor el Ratón había cambiado de idea y volvía atrás
para terminar su historia.
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