Experiencia Lectora Beereaders 4

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Alicia en el País de las Maravillas

Una carrera loca y una larga


historia

El grupo que se reunió en la orilla tenía un aspecto realmente extraño: los


pájaros con las plumas sucias, los otros animales con el pelo pegado al
cuerpo, y todos mojados hasta los huesos, malhumorados e incómodos.

Lo primero era, naturalmente, discurrir el modo de secarse: lo discutieron


entre ellos, y a los pocos minutos a Alicia le parecía de lo más natural
encontrarse en aquella reunión y hablar familiarmente con los animales,
como si los conociera de toda la vida. Sostuvo incluso una larga discusión
con el Loro, que terminó poniéndose muy tozudo y sin querer decir otra
cosa que “soy más viejo que tú, y tengo que saberlo mejor”. Y como Alicia
se negó a darse por vencida sin saber antes la edad del Loro, y el Loro se
negó rotundamente a confesar su edad, ahí acabó la conversación.

Por fin el Ratón, que parecía gozar de cierta autoridad dentro del grupo, les
gritó:

—¡Siéntense todos y escúchenme! ¡Les aseguro que los dejaré secos en un


santiamén! Todos se sentaron pues, formando un amplio círculo, con el
Ratón en medio.

Alicia mantenía los ojos ansiosamente fijos en él, porque estaba segura de
que iba a pescar un resfriado enorme si no se secaba en seguida.

—¡Ejem! —carraspeó el Ratón con aires de importancia—, ¿Están


preparados? Esta es la historia más árida y por tanto más seca que conozco.
¡Silencio todos, por favor! “Guillermo el Conquistador, cuya causa era
apoyada por el Papa, fue aceptado muy pronto por los ingleses, que
necesitaban un jefe y estaban a tiempo acostumbrados a usurpaciones y
conquistas. Edwindo Y Morcaro, duques de Mercia y Northumbría...”

—¡Uf! —graznó el Loro, con un escalofrío.

—Con perdón —dijo el Ratón, frunciendo el ceño, pero con mucha cortesía.

¿Decía usted algo?

—¡Yo no! —se apresuró a responder el Loro.

—Pues me lo había parecido —dijo el Ratón—. Continúo. “Edwindo y


Morcaro, duques de Mercia y Northumbría, se pusieron a su favor, e incluso
Stigandio, el patriótico arzobispo de Canterbury, lo encontró conveniente...”
—¿Encontró qué? -preguntó el Pato.

—Encontrólo —repuso el Ratón un poco enfadado—. Desde luego, usted


sabe lo que lo quiere decir.

—¡Claro que sé lo que quiere decir! —refunfuñó el Pato—. Cuando yo


encuentro algo es casi siempre una rana o un gusano. Lo que quiero saber es
qué fue lo que encontró el arzobispo. El Ratón hizo como si no hubiera oído
esta pregunta y se apresuró a continuar con su historia:

—“Lo encontró conveniente y decidió ir con Edgardo Athelingo al


encuentro de Guillermo y ofrecerle la corona. Guillermo actuó al principio
con moderación. Pero la insolencia de sus normandos...” ¿Cómo te sientes
ahora, querida? continuó, dirigiéndose a Alicia.

—Tan mojada como al principio —dijo Alicia en tono melancólico—. Esta


historia es muy seca, pero parece que a mí no me seca nada.

—En este caso —dijo solemnemente el Dodo, mientras se ponía en pie—,


propongo que se abra un receso en la sesión y que pasemos a la adopción
inmediata de remedios más radicales...

—¡Habla en cristiano! —protestó el Aguilucho—. No sé lo que quieren


decir ni la mitad de estas palabras altisonantes, y es más, ¡creo que tampoco
tú sabes lo que significan!

Y el Aguilucho bajó la cabeza para ocultar una sonrisa; algunos de los otros
pájaros rieron sin disimulo.

—Lo que yo iba a decir —siguió el Dodo en tono ofendido— es que el


mejor modo para secarnos sería una Carrera Loca.

—¿Qué es una Carrera Loca? —preguntó Alicia, y no porque tuviera


muchas ganas de averiguarlo, sino porque el Dodo había hecho una pausa,
como esperando que alguien dijera algo, y nadie parecía dispuesto a decir
nada.

—Bueno, la mejor manera de explicarlo es hacerlo.

(Y por si alguno de ustedes quiere hacer también una Carrera Loca


cualquier día de invierno, voy a contarles cómo la organizó el Dodo).

Primero trazó una pista para la Carrera, más o menos en círculo (“la forma
exacta no tiene importancia”, dijo) y después todo el grupo se fue colocando
aquí y allá a lo largo de la pista. No hubo el “A la una, a las dos, a las tres,
ya”, sino que todos empezaron a correr cuando quisieron, y cada uno paró
cuando quiso, de modo que no era fácil saber cuándo terminaba la carrera.
Sin embargo, cuando llevaban corriendo más o menos media hora, y volvían
a estar ya secos, el Dodo gritó súbitamente:

—¡La carrera ha terminado!

Y todos se agruparon jadeantes a su alrededor, preguntando:

—¿Pero quién ha ganado?

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