Literatura Regional Contemporánea. Segunda Etapa

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SEGUNDA ETAPA (desde 1980 hasta nuestros días)

Como anotamos en acápites anteriores, la literatura huanuqueña no presenta nexos de


continuidad entre las distintas etapas de su discurrir histórico, lo que ha imposibilitado
su desarrollo y modernización en épocas tempranas. Incluso en la primera etapa del
siglo XX, más cercana a nosotros, y a pesar de la presencia de una obra realmente
valiosa, sus escritores casi no influyeron en las generaciones posteriores, debido a que el
grueso de la población huanuqueña prácticamente los desconocía. Sin embargo, las
cosas han ido cambiando gradualmente y, en la actualidad, esta literatura se ha
incrementado cuantitativa y cualitativamente y ha logrado, en cierta medida, insertarse
en el contexto de la literatura nacional en condiciones muy expectantes, sobre todo a
partir de la obra de escritores como Andrés Cloud, Samuel Cardich y Mario A.
Malpartida, conocidos como el grupo de Los Tres en Raya. Varios factores han
contribuido en la cristalización de este fenómeno, los mismos que han hecho factible la
modernización de la sociedad huanuqueña, que detallaremos a continuación.
En los años 60 del siglo XX, nuestra sociedad vio colmadas sus expectativas de
contar con un centro de estudios universitario. A iniciativas del, en ese entonces, rector
de la Universidad Nacional del Centro del Perú, Dr. Javier Pulgar Vidal, prestigioso
geógrafo huanuqueño, en 1962 se creó una sucursal de dicha universidad huancaína.
Dos años después, en 1964, esta sucursal adquirió vida autónoma, naciendo de esa
manera la Universidad Nacional Hermilio Valdizán. Consideramos que la fundación de
este centro superior de estudios es pieza clave en el desarrollo cultural del Huánuco
actual, pues dinamizó, en forma gradual –e, incluso, inadvertida muchas veces–, la vida
intelectual de la región. Entre otras cosas, este hecho significó que un buen número de
jóvenes de la región, sin oportunidades para profesionalizarse, lograra al fin ese
objetivo. Vista en perspectiva, es innegable que el papel cumplido por esta universidad
es de mucha gravitación en el desarrollo cultural de la región y aún no se le ha calibrado
en su verdadera dimensión.
Otro hecho destacable es la desarticulación del gamonalismo de la región, como
consecuencia del proceso de reforma agraria puesto en ejecución por el último gobierno
de las Fuerzas Armadas, presidido en una primera etapa por el general Juan Velazco
Alvarado (1968-1975), en un intento por modernizar la sociedad peruana. Y aunque sus
resultados no fueron favorables sino más bien negativos para la economía y agricultura
regionales, sirvió para el surgimiento de nuevos propietarios y para poner término al
absurdo segregacionismo que existía entre los habitantes de la ciudad de Huánuco y los
de las provincias altoandinas, integrándolas mejor.
Siguiendo al sociólogo e historiador Nelson Manrique, la ola migratoria del campo a
la ciudad que se inició en la década de 1940, a consecuencia del crecimiento de la
población rural, de la desleal competencia entre los productos agrícolas importados que
gozaban de subsidios y la producción agrícola tradicional del país, el abandono de las
haciendas por los gamonales para controlarlas desde Lima y la progresiva reactivación
de los movimientos campesinos –que en el período 1956-1964 adquirieron un carácter
masivo y por primera vez en la historia peruana alcanzaron una dimensión
efectivamente nacional, comprometiendo a millones de campesinos pobres en las
movilizaciones más grandes desde el levantamiento de Túpac Amaru II, a fines del siglo
XVIII–, cambió definitivamente la fisonomía del país. El gamonalismo fue perdiendo
poder e influencia hasta que recibió el tiro de gracia cuando, en 1969, se promulgó la
Ley de Reforma Agraria. Esto ha propiciado y acelerado, aunque tardíamente, la
modernización de la sociedad peruana en su conjunto. Huánuco y sus provincias no
fueron ajenos a este fenómeno social.

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Por otro lado, la cobertura nacional que adquirieron, a partir de la década de 1970,
los servicios de prensa escrita, telefonía fija y móvil, televisión de señal abierta y
cerrada (por cable), Internet, etc., variaron sustancialmente nuestras posibilidades de
contacto con el resto del país y del mundo. Huánuco, como casi todas las capitales
regionales del país, entró a formar parte del proceso de la globalización mundial, con
grandes ventajas de información de distinta índole para sus pobladores.
A todo esto hay que agregar dos fenómenos sociales que se produjeron casi
simultáneamente y que se interrelacionan entre sí: el narcotráfico y la violencia política.
El primero, enclavado básicamente en el Alto Huallaga, entre las décadas del 70 al 90
del siglo pasado, propició, por un lado, una falaz prosperidad que saneó la fortuna de
algunas familias huanuqueñas mediante el lavado de activos o la franca incursión en el
narcotráfico, y por otro, movilizó a grandes masas de campesinos de las zonas
altoandinas hasta los centros de producción y acopio de coca y pasta básica de cocaína.
La violencia armada, que se estableció en el Alto Huallaga a mediados de los años
80, tuvo como protagonistas al Movimiento Revolucionario Túpac Amaru, grupo
subversivo insertado en la tradición de la guerrilla latinoamericana tributaria de la
Revolución cubana, que fue desplazado casi de inmediato por el Partido Comunista del
Perú Sendero Luminoso, de filiación maoísta y de una posición doctrinaria que
absolutizaba la violencia armada, a la que consideraba el eje organizador de la futura
sociedad peruana, que debía ser “militarizada” para garantizar la dictadura del
proletariado de manera permanente. Enfrentados a ellos estaban las Fuerzas Armadas y
la Policía Nacional, lo que originó una ola de violencia inusitada que dejó enormes
pérdidas para el Estado peruano y miles de muertos y desaparecidos, no solo en el Alto
Huallaga, sino también en gran parte del territorio nacional. La subversión recibió un
duro golpe cuando en 1992 fue capturado el líder senderista Abimael Guzmán junto a
casi toda la dirigencia de su partido. Sin embargo, todavía permanecieron algunos
remanentes de este grupo armado, que para sobrevivir terminó convirtiéndose en cuerpo
de choque del narcotráfico, en un proceso que había comenzado casi inmediatamente a
su llegada al Alto Huallaga. La violencia subversiva y estatal dio pie a un nuevo
desplazamiento migratorio de campesinos y pequeños propietarios rurales que tuvo
como destino inmediato la capital del departamento, cuya población creció a un ritmo
muy superior de lo que se conocía hasta entonces. Huánuco, en definitiva, dejó de ser la
“ciudad de las huertas”, para convertirse en una urbe en pleno proceso de
modernización.
Es dentro de este marco histórico y social que surge la nueva literatura huanuqueña.
Ahora bien, a pesar de alguno que otro autor que escapa a esta generalidad, hasta antes
de los 70 se cultivaba en Huánuco una literatura que se había estancado en el
costumbrismo del siglo XIX, amén de ser sumamente candorosa y superficial y estar
plagada de imperfecciones y lugares comunes. Pero, todo ello cambió. En 1985, tres
escritores que habían obtenido sendos reconocimientos en los concursos literarios más
prestigiosos del país, publicaron un libro que vendría a constituirse en hito de crucial
importancia en las letras regionales, pues marcó el inicio de una narrativa no solo nueva,
sino también más cuajada, de mayor rigor y perspectivas que la que se cultivaba en esta
parte del país. Nos referimos al volumen Tres en raya, que nos ofrecía dos relatos de
cada uno de sus autores, y que sería el anticipo de tres libros claves para la narrativa
local: Malos tiempos de Samuel Cárdich, Pecos Bill y otros recuerdos de Mario A.
Malpartida y Usted comadre debe acordarse de Andrés Cloud.
Sin embargo, como es lógico, las cosas no surgieron por generación espontánea. La
edición de las mencionadas obras fue el resultado de un proceso que se venía gestando
desde por lo menos algo más de una década atrás. En efecto, a principios de los años 70,

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un grupo de jóvenes amantes de las artes, desde los claustros de la Universidad
Nacional Hermilio Valdizán y de la de, por ese entonces, Gran Unidad Escolar Leoncio
Prado, no escatimaba esfuerzos para organizarse y poder realizar labor eficaz en ese
sentido. Surgen entonces modestas publicaciones mimeografiadas, generalmente de
fugaz existencia, que intentaban encauzar los escarceos literarios e intelectuales de sus
promotores. De todos ellos, los esfuerzos de mayor trascendencia lo constituyeron, por
un lado, la aparición de la revista literaria Insurgencia (1973-1983), órgano de difusión
del Movimiento de Con-tienda Literaria del mismo nombre, dirigido por Víctor
Domínguez Condezo y Julio Armando Ruiz Vásquez; y, por otro, la revista literaria
Punto Aparte (1975-1977), dirigida por Mario A. Malpartida Besada. De la primera
llegaron a editarse nueve entregas, y en sus páginas se difundió muestras literarias,
sobre todo poéticas, de la mayoría de escritores locales en actividad, y de la segunda
cinco números, que darían su aporte de equilibrio entre la expresión y el contenido de
los textos, como respuesta a la sobrevaloración del segundo aspecto por parte de los
responsables del grupo Insurgencia, quienes, de acuerdo con la tendencia predominante
de la época, prestaron mayor atención al mensaje comprometido o social que debería
tener la literatura.
A los nombres de los Tres en Raya (Cloud, Cárdich y Malpartida) hay que sumar los
de Virgilio López Calderón, Raúl Vergara Rubín, Elí Caruzo García, Juan Giles Robles,
John Cuéllar Irribarren, entre otros.
Por último, si bien es cierto que la narrativa es el género que ha alcanzado un mayor
desarrollo y que la poesía cuantitativamente está muy a la zaga, debemos ameritar la
producción poética de Samuel Cárdich, una especie de paladín solitario, que se eleva
por sobre todos sus coterráneos, pues ha logrado captar la atención de la crítica
nacional. Sin embargo, no debemos dejar de citar a algunos poetas de generaciones
posteriores que, como Víctor Domínguez Condezo, Julio Armando Ruiz Vásquez,
Miguel Rivera Asencios, Rubén Milla Arrieta, Víctor Ponce Santamaría, Andrés Jara
Maylle, Víctor Rojas Rivera, César Mosquera Herrera, Jacobo Ramírez Mays, Irving
Ramírez Flores, Ángel Santillán Leaño y otros, están produciendo una obra poética
realmente valiosa.

Los Tres en Raya y su aporte a la literatura regional


La narrativa huanuqueña, sobre la base del trabajo creativo desplegado mayormente por
Cloud, Cárdich y Malpartida, ha alcanzado un desarrollo no sólo cuantitativo, pues
superaron con largueza lo escrito y publicado en el lapso anterior, sino también en
cuanto a su calidad formal y temática, constituyéndose en una de las literaturas del
interior del país que, sobrepasando las fronteras locales y regionales, se ha colocado en
un lugar expectante en el quehacer literario nacional.
Así mismo, existe la preocupación por parte de estos escritores de hacer una
narrativa enraizada geográficamente en Huánuco y sus provincias, pero no de manera
exclusivista, sino ampliando ese marco geográfico a contextos nacionales y extranjeros
con el único fin de enriquecerla y universalizarla, es decir, de darle trascendencia:
escaparon así de una chata visión localista. El lenguaje mismo, lleno de hojarasca,
lugares comunes, facilismo y afectación que ha dominado por siglos la literatura
huanuqueña (salvo los casos ya mencionados), ha evolucionado hasta alcanzar una
originalidad, precisión y naturalidad, que le han dotado de madurez e innegable calidad
estética. Se da, también, el claro predominio de una literatura de carácter urbano, sin
que esto signifique un abandono total y definitivo de lo rural y campesino, puesto que,
entre otros aspectos, viene a ser el reflejo del proceso de migración de la población
campesina hacia la ciudad.

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La modernizaron o “puesta al día” de nuestra narrativa es consecuencia de la
utilización, por parte de los Tres en Raya, de una amplia gama de técnicas y recursos
estilísticos propios de la literatura universal contemporánea, hecho que ha elevado en
gran medida sus posibilidades y su consiguiente calidad estética. Lo anterior es
corroborado por la presencia de una temática rica y variada que aborda desde aspectos
relacionados con la problemática social, pasando por la evocación del mundo infantil y
adolescente, el amor en sus muchas variantes, la huanuqueñidad, hasta la alusión a una
problemática de corte individual, sin desdeñar el tratamiento de otros temas de diversa
índole.
La actual narrativa huanuqueña está inserta como totalidad dentro de una literatura
realista y de connotaciones críticas, puesto que sus obras no eluden de ninguna manera
cuestionar la realidad social que predomina en la actual sociedad peruana, pero sin que
esto tampoco signifique la ausencia del ludismo, lo fantástico, lo onírico, lo maravilloso
y lo mágico.

Virgilio López Calderón (Huánuco, 1936-2017)


Jesús Virgilio López Calderón, el Cronista de Huánuco, es un profesional de la
medicina que ha incursionado con éxito en los predios de la literatura. Ha escrito poesía
y cuento, pero es en la crónica tradicionista donde ha conseguido sus mejores logros.
Estudió en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos, en la misma que se doctoró en 1975 con la tesis Conducta sexual del habitante
de altura. Entre otros cargos públicos, fue alcalde de la localidad pasqueña de Huariaca
(1970-1973) y concejal de los municipios provinciales de Cerro de Pasco (1968-1970) y
Huánuco (1980-1983). También fundó el Policlínico del Instituto Peruano de Seguridad
Social de Huánuco, dirigiéndolo entre los años de 1977 a 1986. Actualmente, es docente
de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Hermilio Valdizán.
Ha publicado los siguientes libros de crónicas literarias: Crónicas del ayer (1987, en
coautoría con Andrés Cloud), Gaucho Besada y otras crónicas del ayer (1988), Miguel
Guerra y más crónicas del ayer (1992), La fiesta de Bermúdez (1993), Nuevas crónicas
del ayer (2000), Conchamarca (2005), Huallayco vida y otras crónicas del ayer (2006),
La Runtuca y otras historias de amor (2007), Huariaca y nuevas crónicas del ayer
(2008) y El Beaterio y nuevas crónicas del ayer (2011). La reunión de todas sus
crónicas publicadas figura en las tres ediciones del volumen Mis crónicas del ayer
(2004, 2008 y 2013).
Su literatura se caracteriza por el rescate de las tradiciones, personajes, lugares,
hechos, y hasta del léxico, pertenecientes al pasado mediato de Huánuco, aunque
también contiene anécdotas o sucesos acontecidos en épocas muy anteriores, en la
Colonia, por ejemplo. Al respecto, Mario A. Malpartida manifiesta que López Calderón
es uno de los escritores más identificados con una literatura a la que se le puede
adjetivar como auténticamente huanuqueña, de innegable esencia regional, y que ese
sería su aporte más significativo.
Desde su primer libro, Virgilio López Calderón ha denominado a sus textos como
“crónicas”, género de muy difícil definición, pero que muy bien podría emparentarse
con la tradición palmista, porque, a su manera, asedia lo mismo la historia que las
costumbres o la anécdota pintoresca, sin que haya una demarcación precisa sobre dónde
termina la historia y dónde comienza la imaginación. Siguiendo a Malpartida, la crónica
de López Calderón sería una “crónica literaria”, de creación original, cercana a la
tradición palmista por la conjunción de elementos dispares como la historia, el cuento,
la novela corta, la leyenda, la sabiduría popular y la picardía del lenguaje, agregándose a
todo esto otros elementos como la historia regional, anecdotarios, la ternura y la fina

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ironía, dentro de una atmósfera generalmente idílica. De esta forma, los textos de
nuestro autor oscilan entre la crónica costumbrista, la crónica histórica, la crónica
testimonio, la crónica semblanza o propiamente la tradición. Ninguna en particular, sino
una amalgama perfecta de todas ellas. Sea cual fuere la variedad a la que perteneciera,
de ninguna manera dejan de ser textos estrictamente literarios en los que su autor pone
en juego su sensibilidad artística para conducir una historia llena de calor humano.
Finalmente, cabe acotar que en las crónicas de López Calderón abundan precisiones
aparentemente verdaderas e históricas, pero no a la manera del “parrafillo histórico” de
la tradición palmista, ocupando solo un sector del relato. López Calderón despliega
estos datos en todo el texto, en permanente función fáctica o apelativa que lo conecta
indesligablemente con el lector. A la profusión de nombres geográficos, calles,
domicilios, vecindarios, personas con nombres, sobrenombres y apellidos propios, hay
que agregarle minibiografías pintorescas o genealogías mínimas respecto de sus
personajes, aun de aquellos que transitan por la periferia de la estampa central.
Completa el tratamiento un lenguaje irónico que, muchas veces, rompe el esquema
académico de las descripciones y las remembranzas, en las que no solamente están
presentes anécdotas de la infancia y la juventud, sino también hombres y mujeres
expertos en la práctica de usos, costumbres y tradiciones de la huanuqueñidad.
Otro aporte literario de López Calderón se da respecto al lenguaje utilizado en sus
crónicas, un lenguaje identificado plenamente con el habla regional como sustento
expresivo de nuestra literatura. Sus crónicas nos permiten identificar una serie de giros y
frases propios del habla huanuqueña en sus diferentes niveles, así como un listado de
hipocorísticos pertenecientes al habla familiar de la región, básicamente aquellos que
subsisten desde tiempos pretéritos y que corresponden a la mayoría de sus carismáticos
personajes.
Para Andrés Cloud, López Calderón es “el más versado conocedor, degustador y
difusor, a través de sus crónicas literarias, de las diferentes celebraciones, festividades,
ocurrencias, costumbres, personajes, particularidades lingüísticas, etc., del Huánuco
actual y de antaño; merced a ello es el más importante cronista (o tradicionista)
huanuqueño de todos los tiempos”.

Víctor Domínguez Condezo (Coquín, Huánuco, 1939)


Toda la vida y obra de Venancio Víctor Domínguez Condezo se ha caracterizado por su
arraigada y profunda fe en el destino trascendental de la cultura popular, en especial de
nuestra ancestral cultura andina. Su trayectoria en ese sentido ha sido invariable desde
sus poemarios Baladas sin nombre (1968), Kantares del aravek (1977) y Florilinda y el
cantar de Vedoco (2004), pasando por Wayraviento. Cantos y leyendas de tierra nativa
(1986), 13 zorros vueltos a contar por el tío Venancio (1994) y Los hijos de Pacha y
Punchao (2010), hasta sus ensayos Heroica resistencia de la cultura andina (1988),
Problemas de interferencia quechua-español. Estudio sociolingüístico en el Huallaga
andino (1991), Jirkas kechwas. Mitos andinos de Huánuco y Pasco (2003), por citar
algunos.
Estudió Educación en la Universidad Nacional del Centro del Perú e hizo estudios
de postgrado en la Universidad Nacional Enrique Guzmán y Valle. Después de ejercer
la docencia en la Universidad Nacional Daniel Alcides Carrión, de Cerro de Pasco, lo
hizo en la Universidad Nacional Hermilio Valdizán. Fundó en esta última la revista
literaria Insurgencia (1973-1983), que tuvo nueve entregas y aglutinó a los escritores
locales que estaban en actividad por esos años. Actualmente es director de la Escuela de
Postgrado de la Universidad de Huánuco.

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Cultor de una poesía nativista y reivindicativa, según Andrés Cloud, se advierten
dos momentos en sus textos líricos. El primero se caracteriza por estar imbuido de un
fuerte contenido social y político, pero que en el plano estético presenta más
deficiencias que aciertos. El segundo momento, en cambio, está marcado por su
percepción del mundo andino y con un estilo tierno y diáfano empieza a cantar a las
mujeres y a los hombres comuneros, a los animales y plantas serranas, al viento
(wayra), al aguacero (chicchimpa), al arco iris, (turmanya), al puquio, a los jirkas, a la
comunidad, a los pueblos antiguos cuyas huellas los siglos no han podido destruir
completamente, etc. Enhebrando armoniosamente expresiones castellanas y quechuas,
estos poemas nos trasladan a un mundo prístino, pero sin perder de vista el trasfondo
social de nuestra patria. El sentimiento campesino, el lirismo andino, la jocunda alegría
del pueblerino, pero también la voz de protesta de los runacuna (hombres del Ande), se
trasuntan en estos versos con visión, latido y música auténticamente popular. Leamos
una muestra de su poesía:

PILLPINTO

Pillpinto, pillpinto,
yana pillpinto,
sombrita de cóndor
en el nativo pajonal.

Pillpinto, pillpinto,
yurag pillpinto,
flor de papa colorada
de la chacra comunal.

No te alejes, pillpinto,
de la estancia andina;
cuidate, ay, pillpinto,
de la granizada.

Pillpinto, pillpinto,
de alturas libres,
vuelavuela dichosito
como cóndor chiquito.

Pillpinto negro,
pillpinto blanco,
préstame tus alitas
para volar contigo.

Terco defensor de la cultura andina nos ha legado una serie de recopilaciones sobre la
literatura oral de los pueblos huanuqueños, sobre todo de su natal Coquín. Mitos y
leyendas que no solo han sido reunidos en varios volúmenes, sino que también han sido
sometidos a análisis rigurosos para explicarnos mejor el proceso de resistencia que a lo
largo de los siglos ha sostenido nuestra cultura ancestral para sobrevivir.

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Andrés Cloud (Huánuco, 1941-2020)
Indudablemente que el escritor Andrés Cloud Cortez es uno de los pilares de la gran
transformación que tuvo la narrativa huanuqueña a partir de los años ochenta del siglo
pasado. Con Mario A. Malpartida y Samuel Cárdich, hizo posible que, por primera vez,
la literatura huanuqueña estuviese considerada en importantes antologías, de las cuales
los escritores de estas latitudes estaban marginados, salvo los casos solitarios de
Amarilis Indiana y Adalberto Varallanos.
Andrés Cloud ha incursionado con pulso firme en los predios del cuento, la novela,
el ensayo y el periodismo. Parte de estas incursiones han tenido el mérito de ser
reconocidas en importantes certámenes literarios nacionales (Premio Nacional de
Cuento Francisco Izquierdo Ríos, Premio Copé de Cuento, El Cuento de las Mil
Palabras, El Cuento de las Dos Mil Palabras, etc.). Aparte de ello, Cloud ha
desempeñado una importante labor de difusión cultural, no solamente desde la cátedra
universitaria, sino también desde las tribunas editoriales y periodísticas.
Tiene publicados hasta la fecha nueve libros de cuentos: Usted comadre debe
acordarse (1987), Cielo de Congona (1989), Bajo la sombra del limonero (1998), En la
vida hay distancias (1999) y ¡Eso! y otros sucesos (2007), Murmullos, minimalías,
marginalidad (Del pulgar al meñique y viceversa) (2011), De tres en tres (2013) y Los
colores del arcoíris (2018). Así mismo, ha publicado cuatro novelas: Los últimos días
de papá Ata (1999), ¡Ay, Carmela! (2003), El gran desafío (2005) y El regreso del
Principito (2014). También tienen dos libros de ensayos: Partida doble. Huánuco: sus
letras y otras historias (2004, con Mario A. Malpartida) y Los cien años de Esteban
Pavletich (2008). En cuanto a antologías y ediciones colectivas, se cuenta con los
siguientes títulos: Convergencia: 12 cuentos (1984), Tres en raya (1985, en coautoría
con Samuel Cárdich y Mario A. Malpartida), Antología Huanuqueña Siglo XX (1989-
1992, 3 tomos: poesía, narrativa y ensayo), Enconjunto (1989, junto a Cardich,
Malpartida, Virgilio López Calderón y Raúl Vergara Rubín), Convergencia. Narrativa
enconjunto (2002, con Cárdich, Malpartida, López y Vergara), Huánuco: lecturas
infantiles (2008, con Miguel Rivera Asencios), En tiempos del uniforme comando
(2008, junto a Andrés Santamaría Hidalgo, Edmundo Panay Lazo, Pedro Lovatón Sarco
y Luis Sara Ratto), El cuento en Huánuco. De Virgilio López Calderón a Mario A.
Malpartida Besada (2009) y Canción de otoño. Antología de cuentos (2009, selección
personal). Por último, en 2019, publicó la primera parte de un libro misceláneo
(contiene crónicas, poesía, microrrelatos y otro tipo de escritos) titulado El inconcluso
cuaderno manuscrito de Zandro Duclós Tercé.
El crítico Manuel Jesús Baquerizo Baldeón, ferviente admirador de los Tres en
Raya, acotaba que Andrés Cloud “es un narrador alerta a las innovaciones y novedades
que introdujeron los escritores del llamado BOOM” de la narrativa hispanoamericana.
Refiriéndose a sus libros Usted comadre debe acordarse y Cielo de Congona,
consideraba también que sus cuentos abordan “los conflictos y angustias que viven los
habitantes del campo, la aldea y las ciudades de provincias como efecto del progreso y
la modernidad”. Y agregaba: “En ese sentido, los dos [él y Samuel Cardich] han escrito
los relatos más patéticos sobre la migración y la diáspora campesina”.
Siguiendo al mismo Baquerizo, de los catorce cuentos que integran esos dos libros,
doce “están escritos invariablemente en primera persona”, lo que “nos permite escuchar
a los mismos protagonistas, que casi siempre son de estirpe popular”. Otra característica
importante es que, en todos los relatos, incluso en los que no están narrados en primera
persona, “nadie escribe. Solamente alguien fantasea en aparente discurso oral”. Esta
oralidad tiene la virtud de producir “en el relato una objetividad plena, esa objetividad
que se ha venido persiguiendo en la novela, desde [Gustave] Flaubert y Henry James

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hasta los novelistas franceses del nouveau roman”. El castellano que utiliza en estos
relatos es “regional y oral”.
Respecto a la composición narrativa que predomina en los libros ya mencionados,
Baquerizo manifiesta: “Los relatos están construidos a partir de la asociación mnémica,
azarosa e incidental de recuerdos y evocaciones. No tienen la linealidad y el rigor
argumental estrictamente cronológico de los relatos tradicionales. No hay en ellos una
trama que seguir. El cuento puede consistir en una simple sucesión de recuerdos,
hilvanados por la conexión fortuita de la emoción o de las circunstancias”. Así mismo,
indica que “(o)tra característica de la narrativa de Cloud consiste en empezar el cuento
con el episodio central –o sea, in media res– y, luego, a partir de ese episodio, va
uniendo, como piezas dispersas, recuerdos, conversaciones, monólogos, revelaciones,
en una operación de avances y retrocesos y en un entrejuego de tiempos, tal como si se
tratara de un rompecabezas”. Esto no es otra cosa que una “manera pluridimensional de
configurar la realidad”.
Por ultimo, para Baquerizo, “(e)n la narrativa de Andrés Cloud hay dos estilos de
contar: a) el dramático, adusto y seco, como en «El eucalipto de Sacramento» y «Con la
soga al cuello»; y b) el humorista, socarrón y festivo, cuyo arquetipo es «Usted comadre
debe acordarse». Además, el autor suele ensayar también el cuento grotesco e irónico
(v.gr., «Como niños en el jardín» de Cielo de Congona). Es en lo segundo, donde
alcanza sus mejores logros y donde su temperamento parece expresarse con más
espontaneidad y verosimilitud”.
Estas características aludidas por el crítico huancaíno –empleo de un bagaje múltiple
y variado de técnicas narrativas contemporáneas, narración por lo general hecha en
primera persona, naturaleza oral de los relatos, composición narrativa no lineal o no
secuencial, colocación del lector en medio de los acontecimientos, configuración
pluridimensional de la realidad, diversificación de estilos, etc.– se van a advertir
igualmente en sus siguientes libros. En todos ellos, que suman alrededor de ocho
decenas de relatos, Cloud insiste en la utilización de estos recursos, que le han permitido
enriquecer en gran medida la estructura y el contenido temático de sus relatos.

Samuel Cárdich (Huánuco, 1947)


Samuel Armando Cárdich Ampudia es uno de los escasísimos ejemplos de escritor
huanuqueño que se maneja con la misma destreza en los predios de la poesía y la
narrativa. Docente de las universidades Daniel Alcides Carrión, de Cerro de Pasco, y
Hermilio Valdizán, de Huánuco, llegó a dirigir, así mismo, la Dirección Regional de
Cultura y recibió reconocimientos en los concursos literarios más importantes del país.
Ha publicado los siguientes libros de poesía: Hora de silencio (1986), De claro a
oscuro (1995), Mudanza (1999, obra poética reunida hasta entonces), Último tramo
(2002), Blanco de hospital (2002), Puerta de exilio (2008), La mella del tiempo (2014),
Agua de gotera (2016, antología), Heredar la tierra (2018), Poesía reunida (2020)
Memoria del dolor (2020), Lira de los colores ilustres (2021) y Aquí ardió el fuego
(2022). También los siguientes libros de cuentos: Malos tiempos (1986), Tres historias
de amor (1996), La muerte puede llegar mañana (2003), País de otra gente (2005),
Cruce de caminos (2008), El desfile de los años baldíos (2018), Cuentos viajeros
(2020), así como El último petirrojo (2008) y Cuentos del Oidor, colección de cinco
cuentos independientes: La casa del guayacán (2010), El retorno del jinete incógnito
(2010), La pequeña Anette (2010), Se busca un colibrí (2010), Lito Granito y el duende
(2013), y también La vaquita (2021) y Beto, el espantapájaros (2023). Publicó las
novelas Crónica del primer amor (2015), El paraíso exiguo (2018) y Náufragos de la
noche (2022)

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Como narrador, Samuel Cárdich ha sido muy elogiado por su especial capacidad
para explorar el lenguaje en sus diversas posibilidades, por su intención crítica y
sublevante al encarar la realidad social (Ricardo González Vigil), así como por su
envidiable prestancia en utilizar los recursos estilísticos de la narrativa contemporánea
(Manuel Baquerizo). Como poeta, ha alcanzado cimas que muy pocos poetas de la
región han logrado escalar, gracias a su obra de elevada condición lírica y surcada de
intenso desgarramiento interior. Con su obra narrativa y poética ha contribuido en gran
medida a modernizar, no solamente la literatura huanuqueña, sino también al conjunto
de las literaturas regionales, bastante al margen del oficialismo capitalino. Todo ello,
por supuesto, con trabajo riguroso, talento del bueno y auténtico compromiso estético.
Su poemario Hora de silencio, según el crítico Ricardo González Vigil, posee una
nota sobresaliente, que impregna cada una de sus imágenes, cada uno de sus versos, y
que puede hacerse extensiva a casi toda su poesía: la autenticidad, cualidad de las más
difíciles de transmitir al lector (ella hace que se sienta verdadero, desgarradoramente
verdadero lo que se lee), y de las más importantes de la creación estética. Gracias a ella
nada resulta gratuito, retórico, impostado: todo brota fresco, natural, con esa “difícil
facilidad” de la expresión –ora sencilla ora refinada– necesaria para decir lo que el
poema requiere. La poesía de Cárdich, tradicional y moderna, posee un lirismo tan
insobornable que no decae ni al narrar recuerdos (evita los prosaísmos y efectos
antilíricos de la poesía narrativa de los años 60 y siguientes), enhebrando una suerte de
neorromanticismo melancólico y desvalido.
Hora de silencio está marcado por la ausencia definitiva de un familiar: una tía del
poeta. Como en el toque estremecedor que se estila en las honras fúnebres, el Silencio
domina las páginas de esta elegía. Silencio como réquiem, como clausura de vida, como
pérdida de lo amado. El poeta vive una hora de silencio, traspasado por la soledad y la
nostalgia, la angustia y el vacío. Agoniza ante el imperio de la Muerte, ante el absurdo
de volverse Nada.
La elegía comprende cinco partes o secciones. En la primera, titulada «Señas de la
historia», que agrupa a ocho textos de carácter lírico-narrativo, se evocan pasajes claves
de la vida de la tía, desde el momento en que sus ojos “se abrieron fascinados / para
contemplar la luz / velada aún por los arabescos de la sombra”, hasta que su cuerpo,
“cubierto por una blanca sábana, / se deslizó cual tristísima barca / para atracar en el
desolado puerto del silencio”.
«Noche ritual», la segunda sección, es el angustioso repaso del velatorio, ancestral
costumbre que permite reunir a parientes, amistades y curiosos para acompañar al que
da sus primeros pasos hacia el infinito olvido. Este sentido poema es seguido por los
cinco de la tercera sección, «Los días en declive», lúcidas instantáneas que nos
muestran la fugacidad de los seres y las cosas; son poemas narrativos con una intensa
carga lírica y simbólica. El yo poético se solaza con la efímera y sublime belleza que la
cotidianidad nos depara por instantes, lo que ejerce un apropiado contraste con el dolor
de la pérdida, acentuando su significado y cumpliendo, al mismo tiempo, una suerte de
catarsis.
Las dos últimas secciones, «Dimensión de la ausencia» y «El fin», contienen nueve
textos de aliento eminentemente lírico, propio para la reflexión y la expresión más
honda del dolor y la soledad. Son textos de gran intensidad dramática donde el yo
poético –el hombre, en suma– se siente impotente para explicarse la tragedia de la vida,
que es la muerte, es decir, el silencio, el fin.
De claro a oscuro es el itinerario del hombre de un estado feliz, luminoso, a un
estado de infelicidad, obscuro. La travesía que se muestra en el poemario es el de una
travesía bohemia: embriagarse en la taberna con desesperación tratando de dar la

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espalda al infortunio; salir del bar, hastiado de la indiferencia, en busca de consuelo en
el cariño a toda prueba de la madre, y nuevamente errar beodo por la noche en soledad,
a solas con el mal. El mal, “ese oneroso dolor”, se ensaña con el hombre y lo
ensombrece brutalmente, y esa evasión, la borrachera, no sirve sino para hacer más
patente lo atrozmente prieta que es la noche del cuerpo y del alma. El hombre de De
claro a oscuro es como esos héroes de las tragedias griegas condenados al dolor por la
pura y total fatalidad.
Último tramo es un largo discurso poético constituido por veintidós textos, donde
incide en la temática del dolor. La enfermedad, el mal, anonada al hombre, quien no
comprende por qué le está sucediendo aquello, y el único consuelo que encuentra se da
en ese “hablar sin tregua”, no de la vida ni de lo vivido, “solo de la nada”, “de la nada
enemiga / mortal de la palabra”, que es la poesía. Y Blanco de hospital es la plasmación
de la también dolorosa experiencia del enfermo que tiene que soportar esa “temporada
en el infierno” que es la permanencia en un hospital. Sin embargo, a pesar de todo, hay
amigos, hay fraternidad, lo que hace posible que el hospital se llene de flores y surja el
consuelo entre los que sufren. En esa breve plaquette, resalta un poema sobrecogedor:
«Hospital docente». Pocos textos poéticos se conocen que posean tan terrible
dramatismo, a pesar de que el estilo quiere ser seco, distanciado y hasta irónico. Es una
defensa desgarrada de la dignidad humana.
Por el momento se cierra la producción poética de Samuel Cárdich con el volumen
Puerta de exilio, que confirma su madurez poética. Diestramente rítmico, florecido en
imágenes que el lector revive embelesado, el fluir poético de Cárdich se despliega fiel a
sí mismo, a sus temas entrañables: el paisaje, la soledad preferentemente nocturna, la
memoria perpetuada de la infancia y del amor –tanto familiar como erótico–, el mar del
deseo, el paso del tiempo –con el desgaste mayor que llamamos enfermedades– y la
fruición de escribir poesía. Aunque hay páginas de melancolía y desazón, en Puerta de
exilio prima el cántico a la existencia humana en concordancia “con el canto que pone la
naturaleza en el aire / para atenuar el largo agobio de las horas”. Es una poesía sapiente
en comunión con el cosmos. (Ricardo González Vigil)
De su libro Malos tiempos ha dicho Manuel Baquerizo que lo primero que llama la
atención es la ausencia de aquellos viejos tópicos que caracterizaron a la literatura
regional de las décadas pasadas, pues en sus ficciones difícilmente se podrá encontrar la
descripción de detalles ambientales, cuadros de costumbres o pinturas de paisajes; y si
los hay, estarán completamente transfigurados y recreados por la nostalgia y el
recuerdo. La realidad imaginaria de sus cuentos, por lo general, abarca personajes,
situaciones y escenarios del universo urbano de provincias. En esto, Cárdich es un
notable renovador de la materia literaria, pero lo es más todavía en su personalísimo
estilo de enfocar dichos temas. A este cuentista no le preocupa tanto registrar los hechos
y acontecimientos sino verbalizar la repercusión que estos sucesos tienen en la vida
íntima de sus criaturas. Cárdich incorpora en sus cuentos la subjetividad del hombre
contemporáneo y se mueve en la pura subconsciencia de sus personajes. En vez de la
contemplación del mundo, nos presenta una autocontemplación del individuo. Tal vez
por eso, los conflictos en los relatos de Cárdich son más psicológicos que sociales. Las
técnicas que mejor habrían de prestarse para este enfoque tenían que ser naturalmente la
primera persona gramatical, el monólogo interior y el relato objetivo, que permiten una
identificación mayor del lector con los personajes y su universo literario.
Samuel Cárdich es un formidable conocedor de las capas medias provincianas. Lo
que no significa que su obra narrativa sea un documento sociológico, ni mucho menos
que el autor pretenda hacerlo. Sus relatos –de índole más bien imaginaria y poética–
están situados en una fase histórica en que la vida rural principia a ceder espacio a la

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vida urbana y en que la ciudad crece rápidamente, ante la mirada perpleja y
desorientada del poblador originario y del emigrado. Sus personajes –seres apartados de
sus propios usos culturales, deslumbrados por los espejismos de la gran urbe y por el
embrujo de la modernidad y sometidos a la neurosis del consumismo– encarnan, en
forma por demás grotesca y ridícula, esta confrontación entre el mundo tradicional y el
mundo contemporáneo. Que sepamos, nadie había revelado hasta ahora esta realidad
difusa e inédita y tan inmediata, a la vez. Ningún autor había sabido desentrañar, con la
emoción y la fuerza expresiva de Samuel Cárdich, la angustia dilacerante que viven las
poblaciones emergentes. Y pocos han podido penetrar en sus anhelos, delirios,
frustraciones y desesperanzas, con esa risueña ternura, con la simpatía y humor, que
recuerdan a menudo la carcajada doliente y la tristeza irrisoria de Gógol y Dostoievski.
En lo cual es más intenso y entrañable que, por ejemplo, Julio Ramón Ribeyro, el
escritor nacional a quien más se parece –dicho sea de paso– por su estilo de narrar y por
su amarga poetización de los sectores empobrecidos de la sociedad capitalista.
En las ficciones narrativas de Cárdich, las mujeres son quienes sufren más el
impacto de la modernidad, de la llegada de las nuevas ideas y de los cambios que
implica el proceso de urbanización de la aldea. «Recuento» –el texto que mejor ilustra
este problema– describe el desventurado fin de una joven de provincia que emigra a la
capital, atraída por los señuelos del progreso. Relato de “iniciación”, muestra el
doloroso descubrimiento de esta joven de lo que es el macrocosmos citadino. Vera
Susana tiene 20 años, de pronto reniega de su aldea, llamada La Esperanza, porque,
dice, “es un pueblo chico que produce de todo menos esperanza”. Los “folletines y las
revistas de vanidades que leía” habían forjado en su imaginación un engañoso mito:
“creía que Lima era el ansiado edén y que aquí iban a encarnarse los sueños”. Viaja a la
capital para trabajar de secretaria, hacerse modelo profesional y, por añadidura, estudiar
alguna otra carrera más, pero termina brutalmente atrapada en las redes del narcotráfico.
Este tema ya se ha hecho un leitmotiv en la narrativa peruana, pero Cárdich ahonda más
en la repercusión moral del problema. Para el campesino y aldeano no hay nada tan
aterrador como la pérdida del buen nombre. El sentimiento del honor sigue siendo en él
muy vivo y fuerte.
En el relato «Déjala ir, criollita», de ambiente también citadino, el autor expone el
drama de una mujer que no tiene otro horizonte que el de una existencia pobre y
degradada. Un día es tentada por un rufíán para que entregue a su hija a la conductora
de un burdel, llamada Mestiza. La argumentación del mandadero no puede ser más
descarada e impúdica y llena de humor: “Mestiza quiere enderezarle el destino
sacándola de esta barraca de tablas para ponerla a trabajar en una de las cuarenta
habitaciones de lujo del amplio local que vamos a inaugurar en breves días”.
La estructura del cuento tiene la apariencia de un diálogo. Quien habla es Tacho, el
rufián, y la interlocutora es Diodola. Las reacciones de esta las conocemos solamente
por las palabras, las apreciaciones y los comentarios de Tacho. Con este original
procedimiento, el autor sortea cualquier caída en el melodrama y en el patetismo y nos
ofrece más bien una comedia grotesca plena de humorismo: “Me respondes que debo
tener las pelotas de este tamaño para venir con toda pachocha a hacerte una proposición
de esta índole”. “Eso es, así me gusta: que me indiques con una amplia sonrisa que estás
dispuesta a conversar con más tranquilidad y detalle sobre el brillante futuro que le
espera a tu hija”. El relato, como se ve, tiene un desarrollo enteramente coloquial,
sostenido en todo momento por el pintoresco modo de hablar criollo, pícaro y
canallesco de las prostitutas y rufianes.
Todo verdadero artista crea sus propios mitos. El mito de Cárdich parece ser la
infancia. En efecto, los héroes de sus ficciones son casi siempre niños y mujeres que

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empiezan a despertar ante un mundo extraño y complejo. En el cuento «En esta casa
llena de niños», por ejemplo, la protagonista y narradora es una pequeña, que va
descubriendo en forma adolorida, tierna e íntima la dura existencia de una familia de
clase media baja. Ella confiesa que tiene que contar esta historia “porque es necesario
que hable para que vaya saliendo por mi boca esa larga tristeza que tengo”. El hecho es
que la madre, de condición modesta, vive paradójicamente encandilada con el lujo y
placeres de los ricos. Y como no puede participar materialmente de estos goces, se
dedica, de modo extravagante, a fisgonear las fiestas de la vecindad para reproducirlas
luego en su imaginación: “Se iba a mirar la fiesta de los ricos (…) y mirando la fiesta se
quedaba toda la noche para después regresar cansada como si ella hubiera ido a bailar”,
explica con raro discernimiento la niña.
Estos relatos describen el drama de la gente humilde y de la pequeña burguesía
provinciana, que se atormenta por ascender en la escala social y ocupar lugares
expectantes. Cárdich, con su gran arte para calar en sus sueños y amarguras, es su mejor
poeta y analista. Huánuco, ciudad de reciente y relativa modernidad, tiene en él a su
intérprete más agudo. Pero el escritor es capaz, igualmente, de desplegar ingenio y
humorismo cuando pulsa otros temas. Por ejemplo, en su cuento más popular, «Un
ángel bajado del cielo», con una fantasía desaforada a lo Gabriel García Márquez, hace
la parodia de un relato popular que trata de la credulidad y la fe ingenua del campesino
que fácilmente puede ser engañado por una patraña pseudoreligiosa. El protagonista de
este relato es un licenciado, ex servidor del convento, quien, en complicidad con la
maestra de la escuela rural, simula ser un ángel enviado por Dios para salvar al pueblo
de sus pecados. La grotesca mascarada da lugar a una divertida serie de concentraciones
de fe, de rogativas y recogimientos, de limosnas y tribulaciones, hasta que el engaño es
descubierto. El relato está inspirado en una anécdota que circuló años atrás en Huánuco.
al parecer, el hecho habría ocurrido realmente en la comunidad de Pomacucho y
alrededores. Manuel Scorza también lo recoge en su novela El cantar de Agapito Robles
(1977). Cotejando ambos textos se puede advertir la superioridad literaria de Cárdich en
el manejo narrativo. Scorza, a fuerza de hipérboles, convierte la anécdota en una
descomunal caricatura; en cambio, nuestro autor compone una risueña ficción, cargada
de fantasía y humor, utilizando la perspectiva de un narrador ficticio. El hablante –en
este caso un personaje campesino, anónimo– conoce la historia solo indirectamente, por
lo que no se compromete con la verdad de los sucesos y se limita a reproducir lo que él
ha oído contar (“dice él dijo”, “comuneros dice crearon”, “dice rizó en quechua”, “solo
voy a cuentarte que en parte principal ángel dice le dijo”). La forma distanciada de
narrar que supone el “dice”, “dijo”, significa que el campesino de hoy ya no es tan
crédulo. El cuento produce por eso en su trasfondo una sensación de ambigüedad y
sarcástica sospecha.
El estilo más conveniente para esta manera de enfocar la realidad tenía que ser, de
hecho, el relato objetivo. En las ficciones de Cárdich surge constantemente un yo
narrador que no es del autor sino de uno de sus personajes literarios. El autor desaparece
por completo del escenario. Ya no hay, por lo tanto, quien analice, quien comente o
juzgue los hechos y la conducta de los personajes, ni siquiera quien guíe los relatos. Los
cuentos están referidos siempre desde el punto de vista de los mismos protagonistas o de
la persona ficticia que actúa como testigo o intermediaria. Esta técnica reduce
naturalmente el espectro de la realidad que se muestra, pero esta realidad es más directa
y emocionalmente más rica que la expuesta en las narraciones convencionales, escritas
en tercera persona y en forma omnisciente. Samuel Cárdich, por supuesto, no recurre a
estos sofisticados procedimientos por mero ejercicio lúdico o por exhibir un notable
conocimiento de la narrativa moderna, sino porque lo exige su cuentística y el mundo

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que describe, donde nada es sólido ni seguro y donde todo parece estar amenazado de
rupturas, de cambios y de zozobra.
Una muestra de ello es, monólogo de un niño de once años. El cuento carece de
historia o argumento. Toda la acción se enmarca dentro de la conciencia del personaje.
Lo que aquí se refiere es una sucesión de recuerdos, de emociones y de experiencias
(juegos, abusos del gobernador, despojo de Telo Reynoso, relaciones eróticas, etc.); o
sea, una realidad evocada y revivida por la memoria infantil. Pero lo interesante y
sugestivo de esta evocación es que los recuerdos del niño se confunden en un juego de
correspondencias entre lo real y lo imaginario, entre lo personal y lo histórico, entre sus
pretensiones y los hechos: maldades del gobernador se confunden con el “juego de los
apaches”, la creciente del río con la leyenda de la princesa Mamayatay y el sentimiento
de odio y de muerte con la furiosa inundación causada por el desbordamiento del río.
Todo esto naturalmente expuesto mediante un torbellino de imágenes, con una prosa
desbordante, sin puntuación y sin pausa, y con un intenso ritmo lírico.
La elección del punto de vista resulta igualmente crucial en «En esta casa llena de
niños». En el relato habla una niña, quien cuenta la historia de sus padres a la monja del
convento, que no es sino una interlocutora, como Diodola en «Déjala ir, Criollita». Esta
perspectiva le permite al autor poner de relieve la individualidad de la niña, cuyo
discurso, transido de infinita ternura y delicada ironía, aparece siempre en primer plano.
Samuel Cárdich nos ofrece un cuento de estilo lineal, donde la acción se desenvuelve
progresivamente hasta alcanzar el desenlace.
Malos tiempos viene a ser un libro que renueva y enriquece las procedimientos y
técnicas narrativos, tempranamente introducidos por Carlos Eduardo Zavaleta y Julio
Ramón Ribeyro en el cuento peruano. Cárdich llega en esto hasta el relato plenamente
objetivo y la supresión completa del autor.
Samuel Cárdich es, además, un buen prosista que tiene la gran virtud de trasponer el
ritmo oral del lenguaje a la obra literaria. El autor es capaz de asumir, con la mayor
naturalidad, el habla del niño, del campesino, del criollo y del hombre de barriada; lo
recrea y le da forma artística. En «Día de crecida», el discurso del niño –aparte del
empleo de los diminutivos y de las palabras gruesas– se distingue por la intensa
animización de las cosas (“el río Huacarmayo”, dice, “baja con cólera”, “se acerca con
odio”, “sigue como un loco”) y por la metaforización general del universo campestre.
«La carta poderosa» es, a su vez, una suerte de pastiche (“estilización literaria”, le
llamaría Mijaíl Bajtin), una parodia humorística de la escritura de aquellas misivas
remitidas en cadena a diversas personas, para que estas a su turno las reproduzcan y las
envíen a otras. Son cartas generalmente redactadas en una prosa burda e irregular, con
faltas ortográficas y una sintaxis enrevesada. El cuento, al mismo tiempo que una sátira
carnavalesca de esa costumbre tan difundida en el bajo pueblo, constituye una
excéntrica exploración de la contracultura popular.
En general, los cuentos de Cárdich tienen el sabor idiomático de la cultura criolla y
plebeya. Solamente en «Un ángel bajado del cielo» el autor hace una recreación del
español dialectal o regional. El intento de trasponer a la literatura escrita la manera de
hablar del campesino quechuahablante (o hablante en español bilingüe incipiente), al
igual que otras unidades lingüísticas heterogéneas, representa, por supuesto, uno de los
más grandes aciertos de Samuel Cárdich. Expresa a cabalidad –quiérase o no– la
dislocación lingüística y cultural y la encarnizada confrontación entre los mundos que
representan la realidad del país.

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Mario A. Malpartida Besada (Lima, 1947)
Ambrosio Malpartida Besada, su verdadero nombre, es un escritor, si bien no originario
de esta región por el lugar de nacimiento, pues nació en la ciudad de Lima, está
entroncado con ella por raigambre familiar y por derecho de permanencia. Estudió
Educación en la Universidad Nacional Hermilio Valdizán y trabajó por muchos años en
la filial huanuqueña del Instituto Nacional de Cultura, de la que llegó a ser su director
(1976-1991). Como tal realizó una intensa labor de difusión y promoción cultural,
implementando ciclos de recitales literarios, panoramas de pintura, festivales de teatro y
encuentros regionales de escritores. Fue fundador y director de la revista cultural Kotosh
(1976-1991), la más importante de su género en Huánuco, así como de la revista
literaria Punto Aparte (1975-1977). Con Andrés Cloud, codirigió otra revista literaria:
Enconjunto (2001). También realizó labores docentes en la Escuela de Comunicación
Social de su alma máter y en reconocidos colegios de la localidad.
Es miembro fundador de la Agrupación Cultural Convergencia, desde la que, junto a
Cloud, Cardich y otros, dieron un nuevo impulso a la literatura regional, insertándola
dentro del contexto de la literatura nacional en condiciones muy expectantes por la
evidente calidad estética de sus obras. Su producción intelectual consta de los siguientes
títulos: Pecos Bill y otros recuerdos (1986), Un bolero más y otras canciones del
recuerdo (1989), Cercos y soledades (1990), Además del fuego (1999), Con olor a vino
(2007), El fantasma de un cajón y otras apariciones (2008), Ajuste de cuentos.
Ficciones autobiográficas (2012), El hombre que inventaba recuerdos (2016), El juego
del espejo (2017), Hablando de ausencias (2019), Sombras de la guerra (2020), Una
melena dorada en la tribuna (2023), en narrativa corta; El viejo mal de la melancolía
(2002), Una loma bendita (2003), Ciudad de agosto (2011) y El mago del papel (2022),
en novela; Partida doble. Huánuco, sus letras y otras historias (2006, al alimón con A.
Cloud), Literatura huanuqueña en marcha (2012) y Cuentos en el purgatorio (2014), en
ensayo. Una amplia selección de sus mejores cuentos fue editada por la Universidad
Ricardo Palma con el título de Cuentos rodados (2006).
Luego de una obra inicial publicada en revistas locales, y no considerada después
por el propio autor, el gran despegue literario de Mario A. Malpartida Besada se
produce cuando un texto suyo, «La oscuridad de adentro», resulta finalista en la III
Bienal del Premio Copé, convocado por Petróleos del Perú, en 1983. A partir de
entonces otros relatos suyos serán distinguidos en concursos tan importantes como el
que acabamos de nombrar y en El Cuento de las Mil Palabras, de la revista Caretas.
En líneas generales, la narrativa corta de Malpartida se caracteriza por presentar
relatos de temática, factura y atmósfera disímiles y en donde van enlazadas nostalgias,
melancolías, ternuras y tristezas, narradas con una prosa compleja y técnica, perifrástica
a veces, pero siempre armoniosa y sutil, no exenta de un tono intimista, confidencial,
testimonial y hasta confesional en ciertas ocasiones. En ese sentido, los mayores
aciertos de este autor estarían en aquellos relatos referidos al mundo de la infancia y la
adolescencia. [Andrés Cloud] A todo esto hay que agregar la intensa pero, al mismo
tiempo, delicada sensualidad que emana de algunos de sus personajes femeninos, como
las protagonistas de «Reina de todas las sombras», «Como un corazón» o «Rosita de
fuego».
En Pecos Bill y otros recuerdos hay seis cuentos, seis niños o adolescentes que
monologan y seis maneras de encauzar un sentimiento que pudo ser nuevo y
revitalizador en los moldes vaciados por una experiencia anterior. En este caso, las
presiones que determinan las conductas están instaladas al interior de los personajes y se
presentan como recuerdos, con la terrible circularidad de un tiempo que no creímos que
se repitiera. Un amor y su correspondiente llanto («Ese mal viento otra vez»)

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instalándose en una zona del alma inaugurada por una experiencia anterior: el viento se
llevó una vez la cometa, ahora se llevará al primer amor. La vida del ahora subversivo
Pecos, repitiendo aquello que ya de niño lo solía hacer: alejarse, desaparecer sin dejar
rastro («¿Te acuerdas de Pecos Bill?»). «La cruz de La Esperanza» es la reflexión del
niño que defiende su techo erigido en medio de la invasión. En «La oscuridad de
adentro» el Negro juega con un libreto ajeno, con un esquema de feria, y falla. La vida
haciéndose a imagen de las letras de los boleros, encauzada por los recuerdos y lo que
dicen esas canciones, en los textos «Ritmo y sabor» y «Los colores de la vida».
El viejo mal de la melancolía es una novela intimista, de introspección, de una
morosidad refinada en la reconstrucción de la memoria, en el rescate de la experiencia
juvenil. Está dividida en dos partes: la primera lleva el título «Del lar nativo» y consta
de ocho capítulos; la segunda se titula «De estos lares» y contiene cinco capítulos que
tienen la particularidad de complementar la historia narrada en la primera parte y, sin
embargo, poder funcionar independientemente, salvo el último capítulo que es el cierre
de toda la historia. El lenguaje es pulcro y con pasajes de intenso lirismo, propios del
estilo nostálgico de Malpartida. La estructura funciona sobre la base de una suma de
recuerdos que van armando gradualmente la historia en la primera parte, y en la
segunda, se nos presenta momentos claves de la vida del protagonista en el lugar de su
autoexilio, que tienen que ver, por otro lado, con la historia reciente de Huánuco.
Además, la novela está narrada en tercera persona, intercalada por breves incursiones de
la primera e, incluso, de la segunda.
Eduardo Arnao, Carmela Zúñiga y Daniel Quinto son los vértices de un triángulo
sentimental que surge en los años de la adolescencia y que marca a fuego a sus
protagonistas. Arnao es escritor, profesor de filosofía y funcionario público jubilado,
con algunos libros de poemas publicados; su amigo íntimo de la infancia e inicios de la
juventud fue Daniel Quinto, que activa en la política y que está casado con Carmela
Zúñiga, pintora ella y, en aquellos tiempos, los evocados con tanta tristeza, enamorada
de Arnao. Éste, sin avisar a nadie, mientras otros jóvenes de su edad se habían inmolado
por sus ideales, ha partido a la sierra central tratando de mitigar los remordimientos
causados por su cobardía o indiferencia al no haber participado de lleno en esa lucha
(frustrada, es cierto, como tantas luchas emprendidas) por un mundo mejor y en la que
ofrendaron su vida o su libertad un puñado de hombres generosos a mediados de los
años 60.
Veinticuatro años después retorna invitado por su sobrina Esther. Es entonces
cuando se produce el reencuentro, tantas veces soñado, con la mujer que seguía amando
con la intensidad del primer amor y que, al partir a su nuevo destino, había abandonado
sin una palabra de despedida. Sólo que ese reencuentro no tiene el sentido que siempre
quiso que tenga, sino otro diferente, más acorde con la vida normal de las personas,
porque Carmela y él solamente recuerdan las cosas con pesar, sin reproches, pero
después se separan para seguir el curso de sus vidas ya establecidos durante esos
veinticuatro años de ausencia de Eduardo Arnao. Toda la fuerza de la nostalgia de un
hombre que ha sufrido un distanciamiento prolongado de la mujer que ama y del terruño
y de los amigos y de lo que fue antes, junto a otros desarraigos, se muestran con fina y
tierna melancolía en las páginas de esta novela, en un constante retrotraerse hacia el
pasado. Eduardo Arnao torna a la provincia y resuelve “recomponer su vida”,
previamente deshaciéndose “de unas cartas viejas con retazos de su historia,
aventándolas al aire”, desde un puente de cal y canto, “aguas abajo” –como reza el título
del capítulo en el que se narra esta decisión– y venciendo para siempre “la seducción
del río”, es decir, del suicidio.

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El viejo mal de la melancolía tiene doble ambientación, Lima y Huánuco, pero es
esta segunda ciudad la que adquiere un papel preponderante, cosa que no ocurría en los
libros anteriores de su autor. La resignación final de Arnao –quedarse en la provincia-,
que no tiene una pizca de degradación, funciona como un símbolo de la aceptación del
capitalino al resto del país. Si la regla general era que el provinciano se adapte a la
capital, ahora es todo lo contrario: es el costeño el inmigrante el que tiene que asimilarse
a una nueva realidad y terminar amándola. Por lo menos eso es parte del mensaje que
esta novela nos sugiere en sus páginas plenas de añoranzas.

Elí Caruzo García (Tingo María, 1963)


Elí Caruzo García es, por el momento, el mayor representante sobresaliente que tiene la
literatura de la zona selvática de Huánuco. Escritor autodidacta, su caso es digno de
elogio, pues, a despecho de todas las dificultades que entrañan las falencias de un medio
tan adverso al cultivo de la literatura como el suyo, y con escasas ligazones con los
circuitos culturales del país, ha construido un universo narrativo no solo enraizado en la
selva del Alto Huallaga y Tingo María, sino que se proyecta a otros ámbitos nacionales
e, incluso, internacionales. Los libros de cuentos que tiene publicados hasta el presente
son: El mejorero y otros cuentos (2003), Flor silvestre (2011), La venganza del
mejorero (2013), La niña de los ojos pardos (2016), Destino marcado (2018), Perdidos
en el bosque con miss Brigitte (2019) y La medallita de miss Brigitte (2019).
Oswaldo Reynoso nos dice que por sus relatos desfilan diversos personajes insólitos
con historias, a veces, tristes, de humor o de heroísmo cotidiano. Valiéndose de
estructuras narrativas modernas y de un trabajo inteligente del lenguaje, que toma como
referencia algunos localismos, confiriéndoles categoría literaria, nos presenta el mundo
de una región sacudida por la violencia en sus diversas manifestaciones.
Por su parte, Mario A. Malpartida indica que su repertorio temático está signado por
infidelidades, triángulos pasionales, desengaños, la muerte, el deterioro moral, el amor
oculto, la violencia familiar, el sentimiento de culpa, la discriminación social, la
hipocresía religiosa, la irreverencia frente a los valores morales y la violencia política
que sacudió su entorno con sus lamentables secuelas. Para ello no vacila en inmiscuirse
en la conciencia de sus protagonistas y presentar por dentro el drama que ellos viven,
recuperando en algunos casos la verdadera dimensión humana de hombres y mujeres
marginales, en el fondo víctimas de la época y su medio social.
Comentemos brevemente dos textos suyos. En el cuento «El mejorero», el texto
que lo dio a conocer y que forma parte de su primer libro, se establece una historia
pasional llena de sensualidad. Un joven chacarero, que vivía con sus tíos, se enamora de
Mariana, una muchacha que hacía las veces de doméstica. Está a punto de casarse con
ella, cuando descubre que también era amante de su tío Gumersindo. La historia
discurre sin que nada haga presagiar un final tan dramático e inesperado. Es un clásico
final abierto, un final sin final, para que el lector resuelva el conflicto en su
imaginación: “Recordé entonces que en el bolsillo de mi pantalón tenía una filuda
navaja. Y lentamente, mientras la buscaba, el instinto sanguinario despertaba
apoderándose de todo mi ser”.
«La furia del Chacal» es un relato de su tercer libro. En él, un oficial del ejército,
el sanguinario teniente Chacal, retorna con su tropa muy de mañana a El Olivar, un
pequeño poblado selvático, en busca de las armas y los heridos de una columna
subversiva, comandada por Espartaco, con la que había sostenido un enfrentamiento a la
media noche. Por ello, la historia presenta dos perspectivas temporales que se van
intercalando: un tiempo presente, que corresponde al retorno del teniente a El Olivar, y
un tiempo pasado, inmediato, que nos muestra la reacción de los pobladores después del

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enfrentamiento armado. Esta estructura, muy semejante a la que usa Vargas Llosa en
sus últimas novelas, está manejada en pequeño con mucha solvencia por Elí Caruzo,
configurando a «La furia del Chacal» como uno de sus mejores textos a nivel de
tecnicismo narrativo. La atmósfera de tensión y preocupación en que se sume el pueblo,
que no quiere ser víctima ni del ejército ni del senderismo, también está reflejada de
manera muy convincente.

Andrés Jara Maylle (Huánuco, 1964)


El profesor, poeta, crítico y periodista de opinión Andrés Avelino Jara Maylle es una de
las nuevas voces de la poesía huanuqueña que ha logrado configurar una obra de
evidente calidad estética y que, en ese sentido, garantiza una continuidad en la
evolución de este género literario en la región. Titulado como profesor de Lengua y
Literatura en la Universidad Nacional Hermilio Valdizán, ejerce la docencia en su alma
máter, donde ha ocupado algunos cargos de importancia.
Es autor de los siguientes libros: Entonando retornos (1997), Huánuco y su poesía.
Antología general (2005), Bajo el mismo cielo (2009) y Entre el mar y la montaña
(2019), en poesía; Tres autores: tres visiones. Una aproximación a la literatura
huanuqueña a través de los Tres en Raya (2010), en ensayo y en coautoría con Rossy
Majino Gonzales y Patricia Castillo Uculmana; así como una reunión de sus crónicas
periodísticas: Ciudad desnuda. Una visión de la problemática huanuqueña
contemporánea (2010) y Ciudad desnuda II (2017).
Sobre su primer poemario, Entonando retornos, se ha dicho que lo caracteriza su
autenticidad, su honesta y natural manera de mostrarnos un mundo interior lacerado
pero, al mismo tiempo, vital. Se advierte en él, así mismo, una conmovedora
sensibilidad, sobre todo en los poemas que discurren por el pequeño universo familiar,
tan caro, tan añorado, y que el poeta supo plasmar en versos de íntimo y magistral
lirismo.
Bajo el mismo cielo, su segundo poemario, ya es un libro de madurez que lo
consagra como uno de los poetas más importantes de la región . Este conjunto de 44
textos poéticos se destaca, entre otras cosas, porque supone una evidente superación de
los recursos expresivos de este autor respecto de su primer libro, mostrándolo como un
artífice de la palabra, que construye su discurso poético con un aliento lírico de altos
quilates que se mantiene incólume de principio a fin, sin decaer un solo instante.
Samuel Cardich advierte que, en este libro, hay un fino lirismo que, yendo a la par
con la captación del entorno familiar o geográfico, trasciende con mayor eficacia el
sentimiento prístino que expresan sus versos. También en Bajo el mismo cielo es más
constante el uso de la poesía coloquial y de la segunda persona para dirigirse a seres
animados e inanimados, estableciendo con esa técnica un discurso de una efusión
poética memorable, que va desde el canto al terruño al erotismo, pasando por el amor
filial y el recuerdo emocionado de la propia niñez. Dividido en cuatro secciones
trabajadas con la misma eficacia expresiva, Bajo el mismo cielo es una obra de gran
belleza lírica, donde el discurso estético no decae en ningún momento debido al atinado
manejo del lenguaje y de las imágenes, logrando con ello establecer una profunda
comunicación con el lector.
Leamos una muestra de su poesía.

AMOR POR ESTE CIELO

Yo solo sé que quiero


a esta comarca velada por tres montañas,
quiero toda su geografía:

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sus estrechos valles, sus ensenadas,
sus campos verdes y sus lomas con pastos y ganado.
Quiero a su río que pasa imperturbable
desdeñando los clamores del gentío que lo mira,
adoro a cada canto que se disemina por sus orillas
infinitas
y que llegaron hasta aquí rodando
desde muy lejos en tiempos inmemoriales
para embellecer este territorio,
quiero también la arena de sus meandros y sus playas
que me dan su calor de mediodía al contacto con mis
pasos.
Quiero cada palmo de su suelo,
a las grises rocas que se empinan
en los sinuosos recodos de sus pocos caminos.
A los cactos ermitaños que triunfan en la aridez
de las montañas,
quiero a su cielo azul que resplandece en las mañanas,
quiero a su sol ígneo que reverbera en el espacio
y con el que cocino mis memorias,
quiero su luna nativa, cómplice nocturna
de mis amores y melancolías pasadas.
Quiero a sus aguaceros que súbitamente aparecen
en las tardes encapotando el cenit cercano,
adoro sus vientos que atemperan la mañana
y arrecian en las horas vespertinas contorsionando
el follaje de sus bosques.

Yo, orate de amor por este suelo,


solo sé que quiero el limo divino de este lar
porque de él fui hecho a imagen y semejanza
de los primeros hombres que orlaron con sus manos
pueblos de piedra y barro
y sintieron en su frente la tibieza de este valle
escondido entre tres montañas tutelares.

OTROS AUTORES
Julio Armando Ruiz Vásquez: Palabra vivida (1986) y Miel de luna (1992), poesía
Raúl Vergara Rubín: No solo en tiempos de amor y trigales (1991), cuentos; El
retorno (2011) y El peregrino (2018), novelas
David Machuca Chocano: Ladrón de empanadas (2012), poesía
Miguel Rivera Asencios: Palabra en octaño (1995), Voz de la palabra (2005), poesía;
La niña y el lirio (2013), cuento
Luis Hernán Mozombite: Enturbiando el amor (2015), poesía, y Un buen amigo y
otras historias (2016), cuento
Víctor Manuel Rojas Rivera: El otoño y otras nostalgias (1998), Estación de los
olvidos (1998), poesía; De choques y fugas (2010), cuentos, y El duende Azul (2016),
novela
Rosario Sánchez Infantas: …Y, no pongas esa cara (2004) y Cómo aprendí a volar
(2012), novelas cortas; La otra orilla (2018) y Distancias (2023), cuentos
Gloria Dávila Espinoza: Redobles de Kesh (2005), Kantos de ishpingo (2007), poesía;
La firma (2010) y El hijo de Gregor Samsa (2010), novelas

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John Cuéllar Irribarren: Sin antídoto (2008), poesía; El cuarto enigmático y otras
narraciones (2011) y El hombre que falseaba su historia y otras narraciones (2013),
cuento
Mito Ramos García: Caniche en su fuga hacia la muerte (2008), novela
Jacobo Ramírez Mays: Cantos de soledad, amor y muerte (2009) y Juguetes perdidos
(2012), poesía; Cuatro puertas hay abiertas (2014), crónicas.
Irving Ramírez Flores: La luz inmóvil (2010), Concierto mío (2011) y Al caer de la
noche (2013), poesía
Hugo Arias Hidalgo: Cuadernos de Babel (2011), Perfumario (2012), Holografías
(2018), poesía
Marlon Maraví Rojas: Testimonio del hombre que caminaba (2011), poesía, y La
espera y otros textos terrenales (2013), crónicas periodísticas
Juan Giles Robles: Agujeros negros (2014), cuentos
Ángel Santillán Leaño: La tentación del fuego (2013), poesía
Mirko Vilca Venancio: La oración del pródigo (2010), poesía; Ritos nocturnos (2012),
El ají que no picaba (2013), cuentos, y la novela Melgarejo (2016)
Jhonny Ramírez de la Cruz: Naufragios (2014), Vértigos (2015), Neuralgias (2015) y
En la otra morada (2017), en poesía, y El redimido (2018), cuento y teatro
Helí Ronald Leyva Echeverría: La fortaleza de la unidad (2014), El hijo del huayco y
otros cuentos (2015), La esfera mágica y otros cuentos (2016), Manos cruzadas (2017),
El titán de los Andes (2017), El hijo de la luna (2017) y El guerrero legendario (2018),
cuentos.
Valentín Sánchez Daza
Alex Ginés Vega: La azul fisura (2006, 2014) y Poemas tercos (2015), en poesía;
Nuestra señora de los discos rotos y el Ayhuallá stereo (2015), novela y cuentos; Los
black metal también lloran (2018), novela, y Pollito zombie (2019), cuento e historieta.
Rossy Majino Gonzales: Dónde está el amor (2018), cuento, y Entre dioses y herejías
(2019), poesía.
Jorge Cabanillas Quispe: Cuentos impunes (2018) y El sendero de las sombras
(2019), cuento.
Arthur Irving Chávez Ponce: El lienzo de Blake (2019), cuento
Etc.

BALANCE CRÍTICO DE LA LITERATURA REGIONAL EN HUÁNUCO


En primer lugar, debemos aceptar que se desconoce mucho del desarrollo histórico que
ha tenido el arte literario en nuestra región. Hay largos períodos de los cuales apenas
tenemos vagas noticias. Por ejemplo, no sabemos qué sucedió entre mediados del siglo
XVII y la rebelión frustrada de Gabriel Aguilar, o en casi todo el siglo XIX. El arte
literario ha tenido, pues, una evolución bastante intermitente, lo que ha redundado
negativamente en el desarrollo cultural de Huánuco. En ese sentido, no contamos —
como lo aseveró en su momento Andrés Cloud— con una tradición cultural, como sí la
tienen otras regiones, verbigracia, Arequipa, Cusco, Puno, La Libertad, por citar las más
connotadas.
Sin embargo, los datos conseguidos en la elaboración de esta investigación nos
permiten aseverar que la literatura regional cuenta con autores que, gracias a su esfuerzo
personal, han conseguido ubicarse en un lugar expectante dentro del contexto de
laliteratura nacional. De esa manera, podemos considerar los nombres de Amarilis,
Diego de Aguilar y de Córdoba y Francisco Fernández de Córdoba, en la época
colonial; de Adalberto y José Varallanos, Miguel de la Mata, Esteban Pavletich y
Graciela Briceño, en la primera mitad del siglo XX, y de Andrés Cloud, Samuel Cardich

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y Mario A. Malpartida, después. Es cierto que todavía nos falta mucho por recorrer en la
consolidación de una tradición cultural y literaria, pero el surgimiento de nuevos
valores, en lo que va del presente siglo, nos permite mirar con confianza el futuro.
En este proceso ha sido fundamental el surgimiento de centros de educación
superior en la región, como es el caso de la Universidad Nacional Hermilio Valdizán,
cuyo sustancial aporte aún no ha sido valorado en su verdadera dimensión. Así mismo,
se debe reconocer el papel cumplido por el Instituto Nacional de Cultura-Filial Huánuco
(hoy Dirección Desconcentrada del Ministerio de Cultura), institución estatal que, a
través de varias actividades culturales —conversatorios y recitales literarios, congresos
de escritores, concursos de poesía y cuento, festivales de teatro escolar, publicación de
revistas, etc.— realizadas desde las últimas cuatro décadas del siglo pasado, también ha
contribuido en buena medida con este proceso.
Evidentemente que nuestra literatura regional se ha modernizado enriqueciéndose,
tanto a nivel formal como temático, con los aportes de la literatura universal
contemporánea, fenómeno facilitado en las últimas décadas gracias a la acelerada
globalización propiciada por la difusión del Internet.
Otro aspecto a considerar es el hecho de que nuestros escritores ya no necesitan
emigrar a la capital para profesionalizarse, lo que ha motivado, sobre todo a partir de los
años 80 del siglo pasado, que la producción literaria sea hecha desde la región, y no —
como sucedía en épocas anteriores— fuera de ella. Esto ha propiciado un mayor
acercamiento entre autores y lectores, a todas luces, muy satisfactorio. Por otro lado,
gran parte de las obras literarias publicadas en la primera década del siglo XX han sido
reeditadas.
Por último, el surgimiento de sellos editoriales en la región es un punto más a favor
del desarrollo cultural de Huánuco, pues ha facilitado en gran medida una mayor
publicación de obras literarias a bajo costo.

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