La Adoracion Que Agrada A Dios
La Adoracion Que Agrada A Dios
La Adoracion Que Agrada A Dios
(Ef 5:2) "Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y
sacrificio a Dios en olor fragante."
Por lo tanto, adorar a Dios implica también sumisión y obediencia. No podemos
adorarle sin haber rendido previamente nuestra voluntad ante él para servirle
en todo cuanto nos manda. Ya hemos visto un buen ejemplo de esto en el
pasaje de Apocalipsis antes citado, en el que en una escena celestial "los
ancianos se postran delante del que está sentado en el trono, y adoran al que
vive por los siglos de los siglos, y echan sus coronas delante del trono" (Ap
4:10). El hecho de colocar sus coronas a los pies del Señor es una forma de
expresar su sumisión, reconocimiento y entrega absoluta.
La conclusión de todo esto es que no podemos reducir nuestra adoración a
unas bonitas expresiones de nuestros labios, porque antes de que Dios escuche
lo que decimos, primeramente mira nuestros corazones. Esta fue la razón por
la que tanto Jesús como los profetas del Antiguo Testamento tuvieron que
reprender reiteradamente al pueblo de Israel:
(Mr 7:6) "Respondiendo él, les dijo: Hipócritas bien profetizó de vosotros Isaías,
como está escrito: Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos
de mí."
Su problema consistía en que cuando ofrecían su adoración a Dios, lo que
decían sus labios no se correspondía con la actitud interior de sus corazones.
No había obediencia a su Palabra, lo que era una triste evidencia de su falta de
amor por él (Jn 14:15).
Ahora bien, una vez que hemos señalado que la adoración surge de un corazón
que ama y se entrega completamente a la voluntad de Dios, hay que decir
también que le adoramos cuando nos dirigimos a él para expresarle la
admiración que le profesamos. Esto lo podemos hacer principalmente por
medio de la oración y también del canto.
(He 13:15) "Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de
alabanza, es decir, fruto de labios que confiesen su nombre."
Por supuesto, esta admiración surge y crece en nosotros al considerar por
medio de su Palabra cómo es él; su naturaleza, sus atributos, su carácter y
también sus obras. Es entonces cuando nos rendimos a él mientras nos
deleitamos en contemplar de forma reverente su gloria.
También es importante aclarar que la adoración va más allá de nuestras
acciones de gracias por sus bendiciones recibidas. Debemos notar la diferencia
entre adoración y acción de gracias. Porque mientras que en la acción de
gracias el foco de nuestra atención está en las cosas que hemos recibido de
Dios, en la adoración la atención se centra en lo que Dios mismo es.
Podemos pensar en una sencilla ilustración que nos puede ayudar a entenderlo
mejor: Imaginemos unos novios que han quedado para verse. En un momento
el chico saca un precioso anillo que le regala a su novia. Inmediatamente la
muchacha mira el regalo fascinada mientras se lo pone en el dedo y le da las
gracias a su novio. Pero según va pasando el tiempo, el anillo pasa a un
segundo plano y toda la atención de la chica vuelve a estar puesta
nuevamente en su amado, en quien no ve más que virtudes.
Y de la misma manera, nosotros también estamos maravillados de la gracia de
Dios sobre nosotros y de sus muchas bendiciones, pero más importante que
cualquiera de ellas, es Dios mismo, a quien admiramos y adoramos por quién
es él. En este sentido el apóstol Pedro hizo un breve resumen de nuestra nueva
posición en Cristo, pero no se detuvo ahí, sino que expresó que todo esto que
hemos recibido por gracia nos debe llevar a "anunciar sus virtudes" en un
espíritu de auténtica adoración.
(1 P 2:9) "Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa,
pueblo adquirido por Dios para que anunciaseis las virtudes de aquel que os
llamo de las tinieblas a su luz admirable."
Tenemos que tener mucho cuidado con esto, porque con facilidad nos
detenemos pensando en lo que ahora somos en Cristo y en cuántas
bendiciones hemos recibido de él, y no llegamos a adorarle por lo que Dios
mismo es. Si queremos ser verdaderos adoradores tenemos que dejar de
pensar en nosotros mismos para concentrar toda nuestra atención en quién es
Dios.
2. El papel de la música en la adoración
Ya hemos dicho que en la Biblia encontramos dos maneras principales de
adorar a Dios: por medio de la oración y también con el canto. En el libro de los
Salmos, que podríamos decir que servía de "himnario" para los creyentes del
Antiguo Testamento, encontramos la letra de muchos cánticos de adoración.
Por cierto, este es el libro más largo de la Biblia, lo que nos da una idea de la
importancia que Dios da a la música.
Sin embargo, habiendo dicho esto, hay que decir también que es un error
limitar la adoración exclusivamente al canto, porque también encontramos
otras muchas ocasiones a lo largo de la revelación bíblica en las que diferentes
personas adoraron a Dios por medio de sus oraciones.
Y por otro lado, no todas las canciones que cantamos son de adoración y
alabanza a Dios. Y aunque en muchos círculos se asocia "la alabanza" con el
periodo dedicado a la música, esto no es exacto. Hay himnos en los que el
tema es la confesión, o la petición de protección, o la acción de gracias por
algún don recibido... pero no la adoración. Así que, si buscamos adorar a Dios
con nuestra música, será necesario elegir bien las canciones, prestando
especial atención a su letra.
Además, la música, como todas las cosas buenas que Dios ha creado, se
pueden usar de una forma inapropiada. Y no cabe duda de que el uso de la
música en la adoración a Dios conlleva varios peligros de los que ninguno
estamos libres. Reflexionemos sobre algunos de ellos:
En primer lugar, en algunas culturas es muy fácil dejarse llevar por el ritmo de
la música sin pensar en nada de lo que dice su letra. En otros casos podemos
tararear canciones cristianas "pegadizas" sin reflexionar en ningún momento
en su contenido. Otras veces la música tiene ritmos tan "fuertes", que es casi
imposible entender su letra. En todos estos casos, no es posible tener una
experiencia de intimidad con el Señor que nos lleve a una auténtica adoración.
Debemos recordar la exhortación del salmista: "Cantad con inteligencia" (Sal
47:7). Porque cantar o escuchar música cristiana sin prestar atención a lo que
se dice, no es algo que debamos identificar con la adoración.
En segundo lugar, y es muy triste decirlo, parece que muchas veces los
cristianos se fijan más en los cantantes que en Dios mismo. Parecen sentir por
ellos una fascinación similar a la que los del mundo tienen por sus ídolos
musicales. Pero el tiempo de adoración no es para exhibirnos a nosotros
mismos, o los dones que Dios nos ha dado, sino para dirigir nuestras miradas
hacia Dios. Siempre existe la tentación de convertir esos dones y talentos en el
centro de la adoración, usurpando así el lugar que legítimamente sólo le
corresponde al Señor. Los cantantes cristianos tienen una gran responsabilidad
en este punto.
En tercer lugar, algunos cantantes cristianos, conocidos actualmente como "los
grandes adoradores", son responsables del tremendo empobrecimiento de
mucha de la adoración que hoy se ofrece a Dios por medio de la música. Sólo
hay que ver la pobreza de sus letras, que en muchos casos sólo consiste en
unas sencillas frases que se repiten indefinidamente. Esta escasez de términos
y conceptos en la adoración no tiene nada que ver con la riqueza que brota de
las Sagradas Escrituras.
En cuarto lugar, también existe el peligro de pensar que Dios está más
presente en nuestra adoración cuando contamos con buenos medios técnicos,
bien sea de sonido, iluminación, coros, cantantes famosos... Pero eso no es
cierto. De hecho, esto nos puede llevar fácilmente a la arrogancia. El profeta
Isaías nos ha dejado un hermoso versículo que conviene recordar en relación a
esto: "Así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el
Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de
espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón
de los quebrantados" (Is 57:15). A Dios no le impresiona nuestra super
organización, porque él es el Alto y Sublime, el que habita la eternidad. Y su
presencia en nuestras vidas sólo está garantizada por un corazón quebrantado
y humilde ante él.
En quinto lugar, en muchas ocasiones se han sustituido los himnos
congragacionales que todos los creyentes podían cantar juntos, por otro tipo de
canciones que sólo pueden ser cantadas por un interprete sobre un escenario.
Esto priva a la iglesia de identificarse adecuadamente con la adoración,
dejándola en manos de los "profesionales", mientras que el resto de la
congregación sólo puede dar palmas y aguantar de pie por largos periodos de
tiempo sin poder hacer otra cosa.
En sexto lugar, a nadie se le escapa el hecho de que en el día de hoy la música
cristiana se ha convertido para algunos cantantes en un importante negocio
que no sólo les reporta grandes beneficios económicos, sino también fama y
popularidad similares a las de los cantantes del mundo. Y con el fin de ampliar
su mercado, no dudan en imitar los ritmos mundanos o de alternar canciones
dedicadas al Señor con otras de carácter totalmente profano.
Ahora bien, habiendo considerado algunos de los peligros que puede haber
cuando se utiliza la música en la adoración, debemos volver a enfatizar que su
uso correcto no debe ser nunca despreciado. Por el contrario, aunque no
necesitamos la música para adorar a Dios, sin embargo, la Biblia nos enseña
que es un aspecto importante de nuestra relación con él. Como ya hemos
dicho, todo el libro de los Salmos es un buen ejemplo de esto. Y en nuestro
tiempo es muy importante que el Señor siga levantando a hermanos con dones
que sean capaces de crear nuevas composiciones musicales que nos ayuden
en nuestra alabanza a Dios por medio del canto.
3. Dios y la obra de la Cruz deben estar en el centro de nuestra adoración
Aunque esto es obvio, siempre debemos recordar que sólo podemos dirigir
nuestra adoración a Dios. Es importante que tengamos cuidado con esto. No
olvidemos que Dios es celoso y no comporte la adoración de su pueblo con
nadie más.
(Is 42:8) "Yo Jehová; este es mi nombre; y a otro no daré mi gloria, ni mi
alabanza a esculturas."
(Ex 34:14) "Porque no te has de inclinar a ningún otro dios, pues Jehová, cuyo
nombre es Celoso, Dios celoso es."
Dios tiene que ser el centro de nuestra adoración, y todo lo demás debe quedar
en un plano secundario. Es más, en último término, no necesitamos ninguna
otra cosa para adorar a Dios.
Ahora bien, ¿por qué decimos esto que parece tan evidente? Bueno, porque
siempre que queremos hacer algo para el Señor, el camino está lleno de
tentaciones. Por ejemplo, como ya hemos señalado, es relativamente fácil que
el líder de alabanza se convierta en el centro de la adoración, o que nuestra
adoración esté enfocada más en el hombre que en Dios, gloriándonos de
nuestra nueva posición ante Dios en lugar de mirar a Cristo y su obra en la cruz
por medio de la cual hemos recibido todo lo que somos y tenemos.
En este punto es importante decir también que la cruz de Cristo debería tener
un lugar central no sólo en nuestra vida y servicio, sino también en nuestra
adoración. Sin la obra de la cruz, nosotros todavía estaríamos bajo la ira de
Dios, expuestos al juicio y a la condenación. Es por la cruz que hemos
encontrado la reconciliación con Dios y es allí donde podemos apreciar de
forma totalmente nítida cómo es Dios. El apóstol Pablo expresó con claridad el
lugar central que la cruz ocupaba en su ministerio y adoración:
(Ga 6:14) "Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor
Jesucristo"
Así pues, la adoración debe estar centrada en Dios y en la obra suprema de
Cristo en la cruz. Sin embargo, debemos decir aquí que lamentamos cómo la
cruz ha ido desapareciendo de muchas de las canciones de adoración cristiana.
Se habla mucho del triunfo de Cristo, de su exaltación en gloria, de su
majestad... y aunque todo es completamente cierto y lo suscribimos sin
reservas, nunca deberíamos olvidar que Jesús fue "coronado de gloria y de
honra, a causa del padecimiento de la muerte" (He 2:9). Los profetas del
Antiguo Testamento anunciaron "los sufrimientos de Cristo, y las glorias que
vendrían tras ellos" (1 P 1:11). Y las huestes celestiales adoran al Cordero que
fue inmolado (Ap 5:12). Toda adoración que no tome en cuenta la obra de la
cruz siempre será pobre e incompleta.
Por otro lado, tampoco debemos olvidar que es imposible honrar al Padre sin
honrar al Hijo.
(Jn 5:23) "Para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra
al Hijo, no honra al Padre que le envió."
Nunca está de más hacer énfasis en esta gran verdad, máxime cuando hay
grupos llamados cristianos que niegan la naturaleza divina del Hijo y que por lo
tanto no le adoran como Dios. Pero como vemos, la Palabra nos enseña lo
contrario: "que todos honren al Hijo como honran al Padre". Encontramos
numerosos ejemplos de esto en personas que durante el ministerio terrenal de
Jesús le adoraron, lo que era especialmente significativo si tenemos en cuenta
que la mayoría de ellos eran judíos monoteístas que de ninguna manera
habrían hecho algo parecido con nadie que no fuera Dios. Veamos algunos
ejemplos:
(Mt 2:11) Los magos venidos de oriente adoraron a Jesús cuando lo
encontraron en Belén.
(Mt 14:33) Los discípulos le adoraron cuando subió a la barca después de haber
calmado la tempestad.
(Mt 28:8) Las mujeres que habían ido a la tumba le adoraron después de su
resurrección.
(Mt 28:17) También los once discípulos le adoraron cuando le vieron resucitado.
(Jn 9:38) Un ciego sanado por el Señor también le adoró.
Y por último, quizá debemos añadir una reflexión acerca de la adoración que la
Iglesia Católica ofrece a la virgen María. En cuanto a esto, ya hemos dicho que
Dios es celoso y no comparte su gloria con nadie más. Quien se atreva a
hacerlo tendrá que darle cuentas por ello. Además, no encontramos ni un solo
ejemplo en la Biblia en la que los cristianos dieran culto a María, ni que
tampoco le atribuyeran ninguno de los títulos con los que el catolicismo
pretende honrarle, dándole a veces más importancia a ella que al mismo Hijo
de Dios.
4. La adoración no es una actividad opcional
Debemos decir también que este reconocimiento de la dignidad absoluta de
Dios que hacemos por medio de la adoración no es una actividad optativa. Dios
está buscando que su pueblo sea un pueblo de adoradores, que anuncian las
virtudes de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable (1 P 2:9). Tan
importante es el tema, que aparece una y otra vez a lo largo de toda la Biblia.
Todo comenzó en el huerto del Edén cuando el hombre decidió que iba a dejar
de adorar a Dios.
Posteriormente Dios llamó a Abraham de Ur de los caldeos para formar a partir
de él un pueblo que dejando los dioses paganos que había en su entorno,
adoraran al único Dios verdadero. De esta manera, tanto Abraham, como su
hijo Isaac o Jacob, se caracterizaron por ser hombres de tienda y altar, es decir,
peregrinos y adoradores.
En el libro de Éxodo vemos que Dios envió a Moisés para liberar a Israel de la
esclavitud de Egipto y que de esta manera pudieran adorarle. En este sentido
es interesante notar la lucha que Faraón sostuvo con Moisés con el propósito
de impedir que el pueblo fuera adorar a Dios. Primero se negó a ello con total
rotundidad, pero después de que las diversas plagas fueron haciendo mella en
él, fue cediendo, pero siempre poniendo condiciones: en principio obligándoles
a ofrecer sus sacrificios a Dios dentro de la tierra de Egipto (Ex 8:25-27), luego
dejando que sólo fueran los varones del pueblo (Ex 10:8-11), más tarde
impidiéndoles que llevaran animales para el sacrificio (Ex 10:24-26), hasta que
finalmente, como no podía ser de otra manera, Dios ganó el pulso a Faraón y
éste les dejó salir sin condiciones para que adoraran a su Dios fuera de Egipto
con todo lo que eran y tenían.
En su viaje por el desierto Dios les dio la Ley junto con diversas instrucciones
acerca de cómo debían adorarle. Además les mandó construir un tabernáculo
donde Dios manifestaba su gloria en medio de su pueblo.
Más adelante, vemos a lo largo de todos los libros históricos y proféticos del
Antiguo Testamento el énfasis y la importancia que la adoración tenía en la
vida del pueblo de Israel. En relación a esto, el rey David jugó un papel muy
importante, porque tuvo en su corazón edificar una casa permanente a Dios
donde su pueblo pudiera adorarle. Y aunque él no pudo materializar el
proyecto, dejó todo preparado para que su hijo Salomón lo llevara a cabo. Este
ejemplo fue seguido también por algunos de los reyes que les sucedieron en el
trono, pero en contraste con esto, debemos subrayar el pecado de Jeroboam, el
rey que hizo pecar a Israel al levantar dos lugares de adoración idolátrica, lo
que sirvió para que el pueblo abandonara el culto a Jehová. Muchos fueron los
profetas que denunciaron su pecado y que hicieron un llamamiento a la nación
para que se volvieran a la adoración al único Dios verdadero.
Desgraciadamente no tuvieron éxito, y por su insistencia en seguir a los dioses
paganos, la nación fue llevada en cautiverio; Israel a Asiria y Judá a Babilonia.
El Señor Jesucristo continuó en la misma línea que los profetas del Antiguo
Testamento, denunciando en el mismo templo la falsa adoración que Dios
estaba recibiendo. Él llegó a decir que los religiosos de su tiempo habían
convertido la casa de Dios en una cueva de ladrones (Mt 21:13), lo que le
acarreó el odio homicida de los líderes religiosos de Israel.
Los apóstoles que predicaron el evangelio en medio de culturas paganas,
tuvieron como objetivo reconciliar a los hombres con el único Dios verdadero, a
fin de que se volvieran adoradores suyos. Pablo exhortaba a los idólatras de
Listra de esta manera: "Os anunciamos que de estas vanidades os convirtáis al
Dios vivo, que hizo cielo y la tierra, y todo lo que en ellos hay" (Hch 14:15). Y
en otro lugar, el mismo apóstol denunció a los paganos en Roma porque
"habiendo conocido a Dios no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias",
sino que "cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto
a las criaturas antes que al Creador" (Ro 1:21-25). Y esta actitud del hombre
siempre atrae sobre él la ira de Dios.
En el libro de Apocalipsis vemos que la actividad constante en el cielo es la
adoración. De hecho, este libro nos enseña que el acto que determina nuestro
destino final es la adoración: ¿Adoraremos a Dios o a la bestia y a su imagen?
Todos adoramos algo, aunque no nos demos cuenta de ello. Si no adoramos a
Dios, adoraremos a algo o alguien más. Y en Apocalipsis vemos que el final de
nuestra historia se decide por la cuestión de a quién adoramos.
Queda claro a lo largo de toda la revelación bíblica, que el propósito por el que
hemos sido creados y redimidos es para que seamos adoradores de Dios. Y
como decíamos, esta no es una actividad opcional, sino que como hacía el rey
David, debemos exhortarnos continuamente a nosotros mismos para adorarle:
(Sal 103:1-2) "Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo
nombre. Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios."
5. Adoración pública y privada
Muchos cristianos asumen que determinadas reuniones de la iglesia guardan
una relación especial con la adoración, y sin duda, esto es totalmente correcto.
Pero cabe la posibilidad de caer en la equivocación de pensar que sólo en esas
reuniones podemos adorar a Dios. Pensar así sería un grave error, porque Dios
espera que en cada momento de nuestras vidas le adoremos. Por eso, junto
con nuestro tiempo de oración diario debemos dedicar tiempo también a la
adoración.
En realidad, los cultos que dedicamos en la iglesia para alabar a Dios son un
reflejo de lo que diariamente hacemos en la intimidad con el Señor. Si no
pasamos tiempo cada día adorando a Dios, nuestros cultos serán fríos. Y no se
puede hacer responsable de esto exclusivamente al pastor o al líder de
alabanza. Cada creyente debe ir preparado para adorar a Dios. Recordemos la
ordenanza en el Antiguo Testamento que prohibía que ningún israelita se
presentase delante del Señor con las manos vacías (Ex 23:15) (Ex 34:20). El
tipo de ofrendas podían variar; había becerros, ovejas, cabras o incluso
palominos. Una persona podía traer desde un animal tan grande como un
becerro, hasta uno tan pequeño como un palomino, pero de ninguna manera
podía ir con las manos vacías. Y ahora en nuestro tiempo, no podemos llegar a
la iglesia para ver que han preparado los líderes, descargando sobre ellos toda
nuestra responsabilidad de adorar a Dios. Cada uno de nosotros debemos
implicarnos en ello, y para esto es imprescindible llegar preparados desde
nuestros hogares, habiendo pasado tiempo cada día de la semana en la
presencia del Señor.
6. ADORACIÓN Y SERVICIO
A veces la adoración puede parecer algo muy teórico y abstracto, pero de
ninguna manera podemos entenderlo así. El Señor Jesús nos enseñó que
adoración y servicio tienen que ir íntimamente ligadas.
(Mt 4:10) "Entonces Jesús le dijo: Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor
tu Dios adorarás, y a él solo servirás."
La adoración que no involucra nuestro servicio a Dios no es verdadera. Hacerlo
bien implica la entrega a Dios de nuestras energías, tiempo, trabajo, lealtad,
amor, todo cuanto somos y tenemos.
Y también implica el servicio a nuestros semejantes.
(He 13:16) "Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de
tales sacrificios se agrada Dios."
(Fil 4:18) "Pero todo lo he recibido, y tengo abundancia; estoy lleno, habiendo
recibido de Epafrodito lo que enviasteis; olor fragante, sacrificio acepto,
agradable a Dios."
Estos dos pasajes emplean los sacrificios del Antiguo Testamento para ilustrar
que la ayuda mutua entre los creyentes debe formar parte de la adoración que
Dios desea recibir. Por lo tanto, la adoración es algo muy práctico.
7. A DIOS NO LE AGRADA CUALQUIER TIPO DE "ADORACIÓN"
Los profetas de la antigüedad advirtieron al pueblo de Israel que mucha de la
adoración que ofrecían a Dios, él la aborrecía. Veamos los fuertes términos en
los que Dios expresó esto:
(Is 1:12-14) "¿Quién demanda esto de vuestras manos, cuando venís a
presentaros delante de mí para hollar mis atrios? No me traigáis más vana
ofrenda; el incienso me es abominación; luna nueva y día de reposo, el
convocar asambleas, no lo puedo sufrir; son iniquidad vuestras fiestas
solemnes. Vuestras lunas nuevas y vuestras fiestas solemnes las tiene
aborrecidas mi alma; me son gravosas; cansado estoy de soportarlas."
(Am 5:21-24) "Aborrecí, abominé vuestras solemnidades, y no me complaceré
en vuestras asambleas. Y si me ofreciereis vuestros holocaustos y vuestras
ofrendas, no los recibiré, ni miraré a las ofrendas de paz de vuestros animales
engordados. Quita de mí la multitud de tus cantares, pues no escucharé las
salmodias de tus instrumentos. Pero corra el juicio como las aguas, y la justicia
como impetuoso arroyo."
La idea de que "todo vale" en la adoración no sólo es falsa, sino que además es
sumamente peligrosa.
8. Adorar incorrectamente puede ser peligroso
Debemos tener presente que el verdadero adorador siempre se acerca a Dios
consciente de su propia indignidad. Recordemos las palabras del profeta Isaías
cuando vio al Señor en su trono alto y sublime:
(Is 6:5) "¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios,
y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos
al Rey, Jehová de los ejércitos."
O las de Job:
(Job 42:5-6) "De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me
aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza."
O las del apóstol Pedro:
(Lc 5:8) "Viendo esto Simón Pedro, cayó de rodillas ante Jesús, diciendo:
Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador."
Nosotros también debemos recuperar este santo temor y reverencia ante el
Señor, no olvidando que Dios es fuego consumidor (He 12:28-28). Tomemos
buena nota del caso Nadab y Abiú, los hijos del sumo sacerdote Aarón, los
cuales ofrecieron fuego extraño que Dios no les había pedido y fueron
consumidos por él dentro del mismo tabernáculo (Lv 10:2).
9. Beneficios de la adoración
No adoramos a Dios para ser bendecidos, pero indudablemente lo somos en la
medida en que lo hacemos. No cabe duda de que a través de la adoración
encontramos gozo, bendición, satisfacción y propósito para nuestras vidas.
Además, la adoración nos transforma y nos prepara para la vida eterna. Porque
ya sabemos que ésta será nuestra ocupación primordial en el cielo, cuando nos
unamos al coro de millones de seres que ya le están adorando. Así que, la
adoración nos acerca más a lo que seremos eternamente.
Y también, en la medida que vamos creciendo en nuestra adoración a Dios,
nuestra visión de quién es él se irá ampliando y ensanchando, llegando a
conocerle mucho mejor y de forma más personal.
"El Padre tales adoradores busca que le adoren"
Después de estas consideraciones preliminares sobre lo que es la adoración,
comenzamos ahora a considerar lo que el Señor Jesucristo le enseñó a la mujer
samaritana acerca del tema. En primer lugar tenemos que detenernos en la
sorprendente afirmación que el Señor hizo: "El Padre tales adoradores busca
que le adoren".
Es probable que muchas personas piensen que Cristo llevó a cabo la obra de la
cruz con el fin de librarnos de la condenación eterna en el infierno, y sin duda
este es uno de los beneficios que recibimos todos aquellos que creemos en él,
pero sin duda no es la meta final de nuestra salvación. En nuestro pasaje el
Señor le explicó a la mujer samaritana que lo que Dios estaba buscando en
último término eran auténticos adoradores. Este era el objetivo final de su
misión. Para entenderlo correctamente tenemos que remontarnos al comienzo
de la historia del hombre, cuando haciendo uso de la libertad que Dios le había
dado, decidió creer a la serpiente que le incitaba a comer del árbol prohibido
con la falsa promesa de que serían como Dios (Gn 3:5). Al hacerlo, el hombre y
la mujer dejaron de tener a Dios como el centro de sus vidas, usurpando ellos
mismos esta posición. En su nueva condición, dejaron de rendir su adoración a
Dios, alejándose así de la razón por la que habían sido creados. Esta actitud
trajo graves consecuencias para toda la raza, la más evidente fue la muerte,
pero también dejó al hombre sin una verdadera razón para vivir, algo que
desde entonces produce una constante sensación de vacío en el hombre. Ahora
bien, la obra de Cristo en la cruz tiene el propósito de restaurar la relación del
hombre con Dios, no sólo perdonando sus pecados, sino también volviendo a
colocar a Dios en el centro de su vida, creando una correcta relación donde el
hombre nuevamente vuelva a adorarle como el único Dios verdadero. Así pues,
tenemos que deducir que el propósito de la conversación que Jesús tuvo con la
samaritana tenía como finalidad llevarle a ser una verdadera adoradora de
Dios. Y por supuesto, esta debe ser también nuestra meta cuando predicamos
el evangelio a las personas inconversas.
Este es el propósito por el que el hombre fue creado, y no puede haber nada
más noble y que llene su vida de una forma tan plena como adorar a Dios. Sin
embargo, el pecado ha trastornado gravemente nuestros sentidos, de tal
manera que incluso después de convertirnos seguimos experimentando dentro
de nosotros mismos la tensión que nos produce muchas veces el querer seguir
siendo el centro de nuestras propias vidas. Esto se refleja incluso hasta en la
forma en la que oramos, donde manifestamos que en la mayoría de las
ocasiones nuestras preocupaciones y anhelos giran en torno a nosotros
mismos. Acudimos a Dios cargados con inmensas listas de peticiones que en la
mayoría de los casos tienen como fin librarnos de enfermedades, angustias y
problemas. Queremos recibir sus bendiciones y que nos prospere en todo lo
que hacemos. Y aunque todas estas cosas pueden ser legítimas, cuando el
Señor nos enseñaba a orar, puso en primer lugar la gloria de Dios. En (Mt 6:9-
15) podemos notar que antes de que el Señor dijera que debemos pedir por el
pan nuestro de cada día, o por el perdón de nuestros pecados, o el ser librados
de tentación, primero nos enseñó a buscar la gloria del Padre y el cumplimiento
de su voluntad:
(Mt 6:9-10) "Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos,
santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el
cielo, así también en la tierra."
Con esto que decimos queremos mostrar que la adoración no es algo que surge
de forma natural del corazón humano, ni siquiera del creyente. De hecho,
mucho de lo que llamamos adoración no es más que una expresión de lo
contentos que estamos con la nueva condición que ahora tenemos como
creyentes. Pero nos cuesta mucho colocarnos a un lado para centrar toda
nuestra atención en Dios y en su gloria. Para hacerlo es imprescindible la obra
regeneradora y santificadora del Espíritu Santo en nuestras vidas, de otra
manera nunca llegaremos a ser los adoradores que el Padre espera que
seamos.
De todo lo anterior se deduce que los adoradores que Dios está buscando son
aquellos que han entrado en una nueva relación con él por medio de la fe en su
Hijo. Estos son los adoradores que el Padre está buscando. Porque mientras
que no arreglemos nuestra relación con Dios por medio de la conversión y
seamos regenerados por su Espíritu Santo, nuestro corazón seguirá estando en
rebeldía, buscando una y otra vez el volver a ser el centro de toda la atención.
Y en esa condición es imposible adorar a Dios.
"LA HORA VIENE CUANDO NI EN ESTE MONTE NI EN JERUSALÉN ADORARÉIS AL
PADRE"
La mujer había preguntado sobre la adoración verdadera, y el Señor le estaba
dando las claves para saber cuáles eran sus características fundamentales.
Ahora es interesante notar que aunque el lugar designado por Dios para que su
pueblo le adorara era Jerusalén, sin embargo, Jesús le anuncia un cambio que
abriría los horizontes para una adoración universal. Estaba llegando "la hora"
para este cambio. Como veremos a lo largo de todo el evangelio de Juan, "la
hora" se refiere a la culminación de la obra de Cristo en la cruz y su posterior
glorificación. Y fue el rechazo de los mismos judíos, quienes lo llevaron a la
cruz, lo que abrió las puertas para esta nueva adoración universal, sin
diferencias entre judíos y gentiles. Y uno de los aspectos más importante de
esta nueva adoración es que ya no sería en un lugar concreto. A partir de ese
momento todos los lugares sagrados han dejado de tener importancia. En este
sentido es importante no olvidar que fue en el mismo momento en el que Jesús
entregaba su vida en la cruz, que el velo del templo fue rasgado
milagrosamente de arriba a abajo (Mr 15:38). De esta manera Dios estaba
diciendo que se habían terminado las limitaciones para entrar a la presencia de
Dios, quedando el camino abierto para que todas las personas pudieran entrar,
y no sólo el sumo sacerdote judío una vez al año (He 9:6-8).
A partir de ahí Dios no está ligado a edificios, sino a su pueblo, que forma un
templo santo en el Señor:
(Ef 2:19-22) "Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos
de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento
de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo
mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un
templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente
edificados para morada de Dios en el Espíritu."
Dios no sustituyó el templo en Jerusalén por otro templo o iglesia en otra parte
del mundo. Ahora los verdaderos adoradores no se reúnen en un punto
geográfico concreto, o en un edificio, sino en torno a una persona: el Señor
Jesucristo.
(Mt 18:20) "Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí
estoy yo en medio de ellos."
LA VERDADERA ADORACIÓN ES MORAL
Es significativo que antes de que Jesús le describiera a la mujer samaritana la
clase de adoradores que el Padre buscaba, le mandó que llamara a su
marido (Jn 4:16-18). Esto puso al descubierto la vida inmoral que la mujer
estaba viviendo. Y fue necesario hacerlo así, porque antes que de pudiera
ofrecer un tipo de adoración que agrada a Dios, su pecado debía ser expuesto,
confesado y perdonado.
Con esto coincide el salmista.
(Sal 24:3-4) "¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar
santo? El limpio de manos y puro de corazón; el que no ha elevado su alma a
cosas vanas, ni jurado con engaño."
Vez tras vez los autores bíblicos insisten en que la adoración sin moralidad es
totalmente desagradable a Dios:
(Pr 15:8) "El sacrificio de los impíos es abominación a Jehová"
(1 S 15:22) "¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en
que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor
que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros"
(Am 5:21,24) "Aborrecí, abominé vuestras solemnidades, y no me complaceré
en vuestras asambleas? Pero corra el juicio como las aguas, y la justicia como
impetuoso arroyo"
(Is 1:11-17) "¿Para qué me sirve, dice Jehová, la multitud de vuestros
sacrificios? Hastiado estoy de holocaustos de carneros y de sebo de animales
gordos; no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos. ¿Quién
demanda esto de vuestras manos, cuando venís a presentaros delante de mí
para hollar mis atrios? No me traigáis más vana ofrenda; el incienso me es
abominación; luna nueva y día de reposo, el convocar asambleas, no lo puedo
sufrir; son iniquidad vuestras fiestas solemnes. Vuestras lunas nuevas y
vuestras fiestas solemnes las tiene aborrecidas mi alma; me son gravosas;
cansado estoy de soportarlas. Cuando extendáis vuestras manos yo esconderé
de vosotros mis ojos; asimismo cuando multipliquéis la oración, yo no oiré;
llenas están de sangre vuestras manos. Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad
de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; aprended a
hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano,
amparad a la viuda."
Y esto mismo es lo que Jesús denunció tantas veces en el comportamiento de
los fariseos. Asistían a la sinagoga y al templo, escudriñaban las Escrituras,
ayunaban, oraban y daban diezmos. Su vestimenta, su manera de hablar y de
comportarse eran exageradamente religiosa. Sin embargo, sus corazones
estaban llenos de pecado, de codicia y de orgullo. Jesús los describió como los
que "devoran las casas de las viudas y por pretexto hacen largas
oraciones" (Mr 12:40). Su corazón no se correspondía con su religiosidad
externa, por lo que el Señor los denunció con mucha seriedad:
(Mt 23:27) "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois
semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran
hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda
inmundicia."
Todos nosotros debemos examinarnos bien antes de adorar a Dios. Porque
nuestra adoración no será agradable si por ejemplo estamos haciendo negocios
de una forma deshonesta, si estamos manteniendo una relación inmoral o
abrigando resentimiento y venganza contra alguien que nos ha hecho daño.
Esto tiene que ver con la misma naturaleza de Dios. Veamos lo que que dijo el
apóstol Juan:
(1 Jn 1:5-6) "... Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Si decimos que
tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos y no practicamos
la verdad."
(1 Jn 2:4,9) "? El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal
es mentiroso, y la verdad no está en él? El que dice que está en la luz y
aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas."
Dios contrasta nuestras profesiones verbales con la realidad moral de lo que
vivimos. Y para que la adoración sea agradable a Dios debe haber una unión
indisoluble entre ellas.
De hecho, cuando el pecado está presente en nuestras vidas nos resulta
imposible adorarle de forma genuina. El rey David experimentó esto cuando
pecó con Betsabé, la mujer de Urías heteo (2 S 11). Y aunque él ocultó el
pecado y actuó como si no hubiera pasado nada, sin embargo, su comunión
con el Señor se vio afectada inmediatamente y se dio cuenta de que no podía
adorar a Dios. El mismo David escribió un Salmo en el que relata su angustia:
(Sal 32:3-4) "Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el
día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano; se volvió mi verdor
en sequedades de verano."
Pero todo cambió cuando David confesó su pecado. A partir de ahí la comunión
con Dios fue restaurada y nuevamente brotaron la adoración y la alabanza.
(Sal 32:5,11) "Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré
mis transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado...
Alegraos en Jehová y gozaos, justos; y cantad con júbilo todos vosotros los
rectos de corazón."
"LOS VERDADEROS ADORADORES ADORARÁN AL PADRE EN ESPÍRITU"
Como hemos visto, el Señor le explicó a la mujer que la adoración aceptable a
Dios no dependía del lugar en el que se ofrece, sino del estado del corazón del
que lo rinde. Ahora vamos a ver también que la verdadera adoración se basa
sobre dos hechos primordiales: debe ser "en espíritu y en verdad".
¿Qué significa esto de adorar a Dios "en espíritu"?
En primer lugar, con estas palabras Jesús nos estaba enseñando que la
naturaleza de nuestra adoración debe estar de acuerdo con la naturaleza del
Dios a quien adoramos, y "Dios es Espíritu". Esto quiere decir que no tiene
partes corporales ni limitaciones materiales. Esta es una de las razones por las
que Dios prohibió siempre en su palabra que los hombres hicieran ninguna
representación de él. El profeta Isaías lo expresó de la siguiente manera:
(Is 40:18) "¿A qué, pues, haréis semejante a Dios, o qué imagen le
compondréis?"
Si leemos toda la porción de este capítulo, nos daremos cuenta que Dios
estaba indignado con su pueblo porque hacían representaciones de él que
intentaban embellecer de todas las formas posibles. Pero esto, además de ser
absurdo, era algo que Dios mismo había prohibido en la ley:
(Ex 20:4-5) "No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en
el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás
a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito
la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de
los que me aborrecen"
Por lo tanto, en nuestra adoración a Dios no debemos usar imágenes porque no
se corresponden con su naturaleza espiritual, ni tampoco le agradan.
En segundo lugar, la adoración "en espíritu" tiene que ver con el nuevo
nacimiento o la conversión, que como recordaremos debía ser por el
Espíritu (Jn 3:5-8). De esta manera llegamos a ser "hijos de Dios" (Jn 1:12) y así
adquirimos el derecho de tratar a Dios como nuestro Padre. Este es un detalle
importante. Notemos que no dice que "Dios busca adoradores", sino que el
"Padre busca adoradores". Para la verdadera adoración tiene que haber una
relación íntima con Dios, debe ser nuestro Padre, y esto sólo es posible por la
conversión.
En tercer lugar, se trata de una adoración en la que el espíritu tiene un papel
primordial. Esto quiere decir que lo más importante es que la adoración surja
del corazón. Eso es lo que Dios mira principalmente cuando escucha nuestras
oraciones. No se fija tanto en el lugar donde lo hacemos, ni tampoco en la
postura corporal que adoptamos al hacerlo. Los samaritanos discutían sobre el
lugar correcto para adorar, y los fariseos se gloriaban en sus ritos exteriores.
En nuestros días algunos cristianos parecen creer que la adoración está
íntimamente ligada con el movimiento de nuestro cuerpo y por eso elaboran
elegantes coreografías. Otros aplauden con las manos, se balancean y gritan
constantemente sus aleluyas. En contraste los hay que prefieren adorar de
rodillas, sentados o de pie. Frente a todo esto debemos volver a repetir que la
verdadera adoración es "en espíritu". Nuestros movimientos corporales no
pueden añadir nada a la adoración. Aunque siempre tendremos que tener
cuidado para que nuestra actitud al adorar sea compatible con la seriedad y
reverencia que nuestro Dios merece (He 12:28-29). Porque no sería digno de él
que adoptáramos bailes sensuales al estilo del mundo para adorar a nuestro
Dios. Y de la misma manera, tampoco sería apropiado un grado de seriedad
extremo, que pareciera que el adorador se encuentra asistiendo a un funeral.
En cualquier caso, insistimos en que Dios escudriña nuestros corazones antes
de escuchar lo que nuestros labios dicen (Is 29:13). Y también sabemos que es
posible doblar la rodilla físicamente sin doblegar nuestro corazón y voluntad
ante sus mandamientos. Ninguno estamos libres de poner el énfasis en los
aspectos externos de la adoración, y en este sentido debemos recordar las
frecuentes advertencias del Señor Jesucristo sobre los peligros de una religión
externa. Por esta misma razón, no debemos hacer depender nuestra adoración
de nada externo. Y quizá en este punto podamos preguntarnos, por ejemplo,
qué ocurriría en muchas iglesias si eliminasen la música de los cultos de
adoración.
En cuarto lugar, la adoración verdadera es la respuesta de nuestro espíritu al
Espíritu de Dios. Esto significa que es el Espíritu Santo el que nos permite y nos
insta a adorar. Veamos cómo lo expresaba Pablo:
(Ef 2:18) "Porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un
mismo Espíritu al Padre."
(Ro 8:15) "Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez
en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual
clamamos: ¡Abba Padre!"
(Ro 8:26) "Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues
qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo
intercede por nosotros con gemidos indecibles."
En realidad, necesitamos que el Espíritu Santo venza la resistencia que hay en
cada uno de nosotros para adorar a Dios. Porque todos sabemos que la
naturaleza humana es egocéntrica, mientras que la adoración está centrada en
Dios. Es por eso que necesitamos que el Espíritu Santo nos pueda elevar de
nosotros mismos, pueda cambiarnos y enfocar nuestra devoción en Dios.
"Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en verdad"
Por otro lado, debemos adorar al Padre "en verdad". Esto nos recuerda que
Dios es racional y que la verdadera adoración debe involucrar nuestra mente.
Esto implica en primer lugar que si no pensamos lo que hacemos cuando
adoramos, Dios no recibe nuestra adoración. Cantar bellos himnos, orar de
forma mecánica y repetitiva sin pensar en lo que decimos, esto no le agrada a
Dios. Como Jesús dijo, esto no es más que "vanas repeticiones" y
"palabrería" (Mt 6:7). ¿Qué sentido puede tener incluso que expresemos
hermosos términos bíblicos en frases gastadas de las que hemos olvidado su
verdadero significado?
En la verdadera adoración debe estar involucrada nuestra mente. Sin lugar a
dudas, estos conceptos son extraños en gran parte del cristianismo moderno,
donde lo que importa en la adoración son los sentimientos y el estado de
ánimo. Pero el Señor repitió varias veces que nuestro amor por él debe incluir
también nuestra mente:
(Mt 22:37) "Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con
toda tu alma, y con toda tu mente."
Debemos cuidarnos de cualquier forma de adoración emocional que no utiliza
cabalmente el intelecto. Es cierto que en ocasiones parece que una adoración
así está en un nivel superior, pero eso es falso. Nuestra mente debe tomar
parte activa en nuestra adoración. Es necesario que prestemos atención y
entendamos lo que cantamos y oramos.
(1 Co 14:15-16) "¿Qué, pues? Oraré con el espíritu, pero oraré también con el
entendimiento; cantaré con el espíritu, pero cantaré también con el
entendimiento. Porque si bendices sólo con el espíritu, el que ocupa lugar de
simple oyente, ¿cómo dirá el Amén a tu acción de gracias? pues no sabe lo que
has dicho..."
Dios insiste en que nuestros cultos de adoración tienen que ser comprensibles
para todos. Por esta razón el apóstol Pablo escribiendo a los Corintios dedicó un
capítulo entero para poner orden en el culto público (1 Co 14), y su finalidad
era que las personas pudieran entender lo que se decía. Con esta finalidad
impidió que todos hablaran a la vez (1 Co 14:31), también prohibió hablar en
lenguas en la iglesia si no había intérprete, porque de otra manera las
personas no entenderían lo que se decía (1 Co 14:28). El jaleo, el griterío
incomprensible, el bullicio no tiene nada que ver con la verdadera adoración,
más bien, puede dar la justa impresión de que estamos locos (1 Co 14:23).
Tampoco podemos convertir la adoración en una repetición ciega de frases
como si se tratara de un mantra que los budistas repiten una y otra vez sin
pensar en lo que dicen, o como el rosario que los católicos rezan a toda
velocidad sin reflexionar sobre lo que dicen, únicamente concentrados en llevar
bien sus cuentas.
En segundo lugar, no existe tal cosa como una adoración verdadera basada en
la ignorancia. Jesús mismo tuvo que decir a la mujer samaritana que "vosotros
adoráis lo que no sabéis", lo que descalificaba su adoración. Y de la misma
manera, el apóstol Pablo predicó el evangelio a los atenienses para que dejaran
de adorar "al Dios no conocido" (Hch 17:23). Es imposible adorar a un Dios a
quien no se conoce.
Por esta razón, Dios se ha revelado para que sus criaturas le conozcan y
puedan adorarlo tal como él es. Porque si ignoramos su Palabra, lo más
probable es que estemos adorando a un dios que es producto de nuestra
propia imaginación y además lo estaremos haciendo de una forma que le
desagrada. Así pues, la verdadera adoración debe estar arraiga en su Palabra
revelada. Debemos conocer a Dios antes de poder adorarle correctamente.
La lectura y exposición de las Escrituras deben ocupar un lugar muy
importante en nuestros cultos de adoración. De esta manera conoceremos a
Dios y podremos adorarle correctamente. Además, el considerar en la Biblia
cómo los santos de la antigüedad adoraban a Dios, también servirá para
enriquecer nuestra propia adoración. Dios no puede ser adorado por un pueblo
que no conoce su Palabra. En este sentido, podemos considerar el terrible daño
que la Iglesia Católica hizo por siglos cuando prohibió al pueblo llano tener y
leer la Biblia en su propia lengua. Pero el mismo daño nos hacemos a nosotros
mismos, si teniendo ahora la libertad de disponer de la Palabra, no la leemos ni
la estudiamos.
En tercer lugar, los verdaderos adoradores se ajustan a lo enseñado por Dios
en toda su Palabra. Este era el gran problema de los samaritanos, que sólo
admitían los cinco primeros libros de la Biblia, rechazando el resto. Pero como
el Señor mismo enseñó, tan grave era quitar de la Palabra como añadir, y esto
era lo que hacían por su parte los judíos. Ellos habían añadido sus propias
tradiciones, al punto de que no dejaban ver la Palabra, y por esta razón Jesús
les dijo que "en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos
de hombres" (Mt 15:9). Nada importaba que su adoración estuviera dirigida al
Dios verdadero si no tenían en cuenta lo que él había dicho.
La historia bíblica nos ha dejado abundantes testimonios del hecho de que
cuando el hombre no basa su adoración en la Palabra, fácilmente su adoración
se vuelve supersticiosa, absurda y en muchos casos cruel.
Por lo tanto, la verdadera adoración debe consistir en la respuesta espontánea
del hombre a algún concepto, a alguna percepción de carácter de Dios que
aprendemos por su Palabra y que enciende nuestro corazón.
Y esto debe ser así también cuando nuestra alabanza la expresamos a través
de la música. El apóstol Pablo exhortó sobre esto a los colosenses:
(Col 3:16) "La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos
y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en
vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales."
Notemos que para poder enseñar, exhortar o cantar al Señor, primeramente
debemos estar llenos de la Palabra de Dios.
No obstante, el conocimiento de la Palabra, no garantiza por sí mismo que vaya
a haber una verdadera adoración. Siempre es posible tener muchísimo
conocimiento acerca de la Biblia y nunca arrodillarse ante Dios en adoración.
Pero tampoco el extremo opuesto es mejor, es decir, el de aquellos que que
tienen mucho "celo de Dios, pero no conforme a ciencia" (Ro 10:2). Debemos
cuidarnos de no caer en ninguno de los dos extremos.