Dossier Història)
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En cuanto a la técnica narrativa sigue las formas tradicionales y el realismo barojiano, que era
el modelo vigente para estos escritores que trataban de crear una novela que expresara la
conflictiva sociedad de aquella época y las inquietudes y el malestar general en que se vivía. Por
todo ello, las obras de esta época son anunciadoras de la novela social, pero aún no se les puede
dar este calificativo –y habrá que esperar a las que se escriban en los años 50- porque la censura
oficial ejercía sobre los intelectuales y artistas una presión que provocaba el que los novelistas
se inhibieran ante toda denuncia de las medidas políticas y económicas del régimen franquista.
2. La autora y su obra
La joven escritora Carmen Laforet (Barcelona 1921) sorprendió a todo el mundo ganando el
Premio Eugenio Nadal con su primera novela Nada en 1945, una de la novelas que causó mayor
sorpresa y que mayor éxito ha tenido en toda la narrativa de postguerra.
La acción se sitúa en Barcelona, poco después de terminada la guerra. Una joven, Andrea, llega
a la ciudad para iniciar los estudios universitarios y va a vivir a casa de su abuela y sus tíos, en
un piso de la calle Aribau. Allí se encuentra, en un ambiente sórdido y asfixiante, con unos
personajes desequilibrados y míseros, material y moralmente, con los que es imposible la
convivencia. Un clima también de sordidez y frustración se respira en la Universidad y, en
general, en toda la ciudad; y así, el entusiasmo inicial de Andrea se convierte, poco a poco, en
desencanto. La peripecia vital de la protagonista sirve para testimoniar el deprimente estado
colectivo de toda la sociedad española en los primeros años de la posguerra. La novela, que
narra en primera persona, directa y literalmente, esa realidad desoladora, es un bello relato
impregnado de lirismo y espontaneidad, en el que se adivina, por su sinceridad, algunos rasgos
autobiográficos (a pesar de que la autora ha insistido en que la novela no era autobiográfica,
aunque sí captaba la realidad de un momento histórico concreto, la realidad de una ambiente y
una sociedad barcelonesa marcada por una guerra y los años inmediatos de oscura posguerra).
La autora apenas nos da unas pinceladas de la pre-historia de la vida de Andrea antes de llegar a
Barcelona. El año intenso y a la vez vacío va a ser la materia exclusiva del relato. En la
estructura, aparentemente parece que la historia quedará abierta, al final se abre una nueva
etapa para Andrea, pero la novelista muestra una voluntad de cierre narrativo al repetir los
gestos de la protagonista. El abandono de la casa a la que llegaba al comienzo de la obra la lleva
a hacer un balance final:
“Bajé la escalera despacio. Sentía una viva emoción. Recordaba la terrible esperanza, el
anhelo de vida con que las había subido por primera vez. Me marchaba ahora sin haber
El tiempo del relato –se enmarca en dos comienzos de otoño- no tiene fecha histórica precisa.
Carmen Laforet escribió la novela en Madrid, de enero a septiembre de 1944, y el relato se
situaría pocos años antes de estas fechas. En la novela, el fluir del tiempo se irá marcando con
rasgos tópicos: la mención de la estación, del mes; las sensaciones de frío, calor; las fiestas que
marcan la sucesión temporal: Navidades, verbena de San Juan.
La Universidad: es descrita vagamente; hay unas mínimas referencias a sus claustros, su reja,
su puerta, pero casi ni existen las aulas, ni los profesores, ni los estudios. Sabemos que se sienta
en el último banco de la clase y poco más.
La casa de la calle Aribau: En ella entra cuando se inicia el relato y de ella saldrá cuando
termine. Su primera mirada al interior desde la puerta recogerá su esplendor pasado, su
decadencia ruinosa, su caos, su suciedad, como lugar devastado por el paso de esa reciente
guerra que dejó a sus habitantes sin medios, sin ánimos para reorganizar sus vidas. Le asignan
como habitación el salón de la casa, lleno de muebles abigarrados, con hedor a porquería de
gato, y dormirá en una cama turca, todo en medio de un gran desorden. Irá configurando a los
personajes a partir de los espacios que ocupan: la criada Antonia, siempre vestida de negro, y su
perro también negro, reinará en la cocina. La pelirroja Gloria y Juan, su enloquecido esposo, y
el niño –sin nombre- en su habitación, como “el cubil de una fiera”. Tía Angustias, en el único
cuarto limpio y ordenado. La abuela, más fantasmagórica que nadie, va como flotando sin que
se describa su habitación, refugio de las víctimas de los demás. Y por fín Román, el
manipulador que maneja los hilos de la casa desde su buhardilla, por encima de todos,
perturbándolos, enfrentándolos, destruyéndolos desde su mundo aparte, limpio y en orden, lleno
de encanto, con su violín, su chimenea, sus libros…
Los muebles, antaño elegantes y de calidad, hablan de otro tiempo vivido, son como restos del
naufragio en el que se ha hundido esta familia tras la guerra. La contienda proyecta su sombra
sobre la casa y sus habitantes. Son seres destrozados, enloquecidos, que viven la miseria y pasan
hambre, griten y se pelean. Tras la marcha de la tía Angustias a un convento, Andrea ocupará su
habitación, pero seguirá sin tener intimidad porque el espacio deberá seguir abierto a todos por
la presencia del teléfono. Nunca pudo tener intimidad como puso en evidencia el episodio del
pañuelo regalo de su abuela y que ella regaló a Ena.
Respecto a Los personajes, el mundo femenino invade la obra. Los hombres quedarán casi
siempre desdibujados, a excepción de Román y Juan. En su vida universitaria sobresale Ena,
personaje idealizado, a la que se unirá su madre; mientras su novio, su padre quedan en un
segundo plano. Pons, el otro compañero universitario de Andrea, le introducirá en un grupo
masculino de ricos que juegan a ser bohemios. El mundo de la casa de la calle Aribau queda
también absorbido por las mujeres: Angustias, Gloria, la abuelita, la criada. Román es el único
hombre con personalidad en la novela. El enloquecido Juan es un muñeco a sus manos y
descarga su brutalidad continuamente sobre Gloria. Angustias encarna la moral de la época –
siempre hablando del pecado y de los peligros de la ciudad para una joven como Andrea-.
Gloria es una mujer maltratada por los dos hermanos, uno la tortura psicológicamente y el otro
le propina constantes palizas de manera arbitraria. Ella, a pesar de todo, resiste y no pierde su
carácter ingenuo y , a veces, jovial. La abuelita, bondadosa, fantasmal, salvadora, solo sale de su
mutismo y de sus rezos con su arrebato de cólera por los planes de Gloria; se erige así como una
madre protectora. La protagonista y narradora, Andrea, tiene 18 años, y prácticamente no
tenemos datos sobre su aspecto físico; resulta una chica rara, infrecuente, introvertida, que sólo
observa lo que ocurre a su alrededor; no es nada coqueta y su manera de vestir y arreglarse está
muy condicionada por su pobreza. Es
una chica, en el fondo, de gran sensibilidad, y así lo demuestra en el análisis que hace de sus
propias sensaciones y de todo lo que les pasa a los personajes que la rodean.