Libro Geopolitica y Economía Mundial Merino Narodowski
Libro Geopolitica y Economía Mundial Merino Narodowski
Libro Geopolitica y Economía Mundial Merino Narodowski
FACULTAD DE
HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
GEOPOLÍTICA Y ECONOMÍA MUNDIAL
Facultad de HumanidadesyCienciasdelaEducación
Índice
Prólogo ___________________________________________________________________ 5
Héctor Luis Adriani
Introducción _______________________________________________________________ 6
Gabriel Esteban Merino y Patricio Nadorowski
Capítulo 1
Hacia una geografía económica y política de la complejidad __________________________ 9
Gabriel Esteban Merino y Patricio Nadorowski
Capítulo 2
El fin del siglo norteamericano. La irrumpción de China y los ciclos en la periferia ________ 39
Patricio Nadorowski
Capítulo 3
El escenario de la campaña electoral del 2015 y Trump en acción_____________________ 53
Gabriel Esteban Merino y Patricio Nadorowski
Capítulo 4
Globalistas vs Americanistas __________________________________________________ 67
Gabriel Esteban Merino
Capítulo 5
Las bases ideológicas de los Estados Unidos de América ___________________________ 90
Darío Saavedra y Federico Esquiroz
Capítulo 6
Las disputas y las alianzas entre los países desarrollados. Un recorrido
hasta nuestros días ________________________________________________________ 121
Héctor Adolfo Dupuy y Juan Cruz Margueliche
Capítulo 7
Los jugadores y los conflictos ________________________________________________ 142
Rocío Jaimarena, Gabriel Esteban Merino y Patricio Nadorowski
Capítulo 8
EEUU y China: aportes al debate sobre los diferenciales de complejidad entre ambos ____ 155
Ximena Valentina Echenique Romero y Patricio Nadorowski
Capítulo 9
La hegemonía condicionada en las instituciones económicas _______________________ 165
Karina Liliana Angeletti y Patricio Nadorowski
Capítulo 10
La estrategia del TLCAN y la relación de EEUU y México __________________________ 177
Gabriel Esteban Merino y Damian Ariel Giammarino
Capítulo 11
La Alianza del Pacífico (AP) y el Acuerdo Transpacífico (TPP),
entre globalistas y americanistas _____________________________________________ 188
Juan Andrés Amor, Andrés Leaño y Gabriel Esteban Merino
Capítulo 12
Los gobiernos nacional-populares de la región en el siglo XXI _______________________ 201
Gabriel Esteban Merino y Soledad Stoessel
Introducción
En este capítulo se intenta realizar una síntesis de los debates actuales que, entende-
mos, aportan a enriquecer a la geografía económica y política mundial para captar las trans-
formaciones globales y desarrollar nuestro enfoque. Dado que resulta difícil abordar la tota-
lidad de las posiciones y las temáticas, nos concentraremos en tratar de entender cómo los
teóricos han explicado la lógica del sistema de relaciones internacionales, las variables que
han utilizado para analizar el poder de las naciones en ese sistema, cuál ha sido el modo
(las estrategias) en que se ha ejercido ese poder y el impacto que las mismas ha tenido.
Naturalmente en las respuestas surgirá el rol específico de los EEUU, su capacidad de do-
minación, su pérdida de hegemonía y el debate sobre el multipolarismo, así como las discu-
siones alrededor de la relación centro-periferia. Se analizan primero las posturas de las
ciencias políticas y la sociología y luego, especialmente por el aporte específico a las trans-
formaciones tecno-productivas de la época, las posiciones provenientes de la economía y la
geografía económica.
A partir de ese análisis surge nuestro planteo, inscripto entre los enfoques que priorizan
los cambios en las estructuras productivas y sociales, en donde el Estado-nación (tanto en
política interna como en el plano internacional) expresan estos cambios, a la vez que son
actores de dichos procesos. El análisis de la situación internacional se realiza como un todo
y el poder de las naciones se explica en a partir del concepto de complejidad, en sus múlti-
ples dimensiones, no sólo productiva. Se trabaja –a partir del ascenso de China y el desa-
rrollo de alianzas contra-hegemónicas, especialmente en Eurasia- con la hipótesis de un
mundo multipolar, pero en el que EEUU y el polo angloamericano continúan siendo domi-
nantes (de la hegemonía condicionada al multipolarismo relativo, con aspectos de bipolari-
dad relativa). En este sentido, tomamos el concepto de transición histórica para pensar el
momento actual, el cual indica que vivimos una crisis y reconfiguración del orden mundial -
de las jerarquías del sistema interestatal, de las instituciones internacionales, de los Estados
nación- y de la economía de la economía mundial –las jerarquías en la división internacional
del trabajo, los problemas de sobre-acumulación capitalista, la revolución científico-
La geopolítica
La primera vez que fue mencionada la palabra geopolítica fue a principios de siglo XX.
Más que como disciplina, cuya existencia es discutible, resulta más interesante rescatarla
como un pensamiento (de naturaleza interdisciplinaria) sobre el poder, con su temporalidad,
en el espacio. La geopolítica clásica, que por lo general se refiere al pensamiento geopolíti-
co anterior a la Guerra Fría, tiene un carácter Estado-céntrica mientras que la geopolítica
contemporánea se centra en el análisis de actores/estructuras de poder, entre las que se
encuentran los Estados. Entre los autores clásicos se destacan Alfred Mahan, Frederick
Turner, Friedrich Ratzel, Paul Vidal de la Blanche, Halford Mackinder, Isaiah Bowman, Wal-
ter Christaller, Jacques Ancel, Karl Haushoffer. Estos autores pusieron las piedras angulares
para estudiar el poder de los Estados en relación a su ubicación espacial, realizando una
cartografía del espacio mundial desde la óptica del poder. A su vez, se estudian a partir de
allí los determinantes y las dinámicas del poder marítimo y del poder territorial/continental.
También aparecen temas que luego serán centrales en los estudios geopolíticos como la
cuestión de los recursos y el acceso a los mismos por parte de ciertos poderes/estados, la
implicancia del control de las rutas comerciales y puntos de estrangulamiento, las implican-
cias geopolíticas de las características demográficas de los estados, etc. Todo esto desde
una perspectiva de la acción: son en las potencias imperialistas, especialmente Gran Breta-
ña, Alemania, Estados Unidos y Francia, donde florecen estos pensamientos estrechamente
ligados a la empresa colonial, a la rivalidad con otras potencias y, en definitiva, al aumento
del poder estatal de la “nación” y su devenir “civilizatorio”.
Con su desarrollo, los estudios de la geopolítica siguieron distintos cursos, algunos es-
trechamente vinculados a las relaciones internacionales -especialmente en el mundo anglo-
sajón de la posguerra, cuando la palabra geopolítica adquirió un significado negativo- pero
también a otras disciplinas. El análisis marxista del imperialismo, las teorías del sistema
mundo y las teorías de la dependencia, la geografía radical, el post-estructuralismo francés
y la llamada geopolítica crítica produjeron importantes contribuciones al pensamiento geo-
político que, necesariamente, también es tomado por la geografía política y económica.
cialmente la seguridad, pero también el interés económico, y persiguen sus intereses me-
diante la fuerza y la diplomacia, combinando coerción y consenso. Se concluye con la idea
de un equilibrio impuesto por los más fuertes (Levy y Thomson, 2010). En esta definición, sin
analizar matices, entra Hans Morgenthau como pionero y Henry Kissinger como notable pro-
pagandista a la vez que actor estatal clave, así como muchos otros. También Zbigniew Brze-
zinski, aunque al igual que Kissinger se destaca como analista más que como teórico y se
desempeña como actor político estratégico. El realismo político tiene conciencia del significa-
do moral de la acción política, pero entiende que los principios morales universales no pue-
den ser aplicados a los actos estatales en su formulación universal y abstracta como guías
de la política exterior.
Pero, lo que más importa es el debate actual, allí aparecen con fuerza Gilipin y los repre-
sentantes del realismo estructural, como Gottfried-Karl Kindermann y del neorrealismo, como
Waltz. También los difíciles de clasificar, George Modelski y Robert Keohane, que parecen
representar una vuelta al liberalismo. En todos los casos se aceptará el aumento de la in-
fluencia del sistema global como un todo y se producirán diversas actualizaciones, sin modi-
ficar la matriz de solución de problemas, es decir, el pragmatismo.
Kindermann pone el foco definitivamente en el sistema internacional y en la estructura. No
abandona la importancia de la política exterior, pero la limitan respecto al viejo realismo.
Waltz del mismo modo introduce la importancia de las relaciones entre estados y otros sis-
temas, en el marco de una estructura definida según la distribución de capacidades, de nue-
vo sin mucho análisis. Lo novedoso es que asume que hay un cambio en la distribución de
capacidades, lo que genera intentos de realineamientos, tanto de los estados como de otros
agentes, aunque este proceso es aún muy pobre. Este enfoque se traducirá como veremos
luego en la estrategia de priorizar el “soft balancing” y el “soft power” de los gobiernos de-
mócratas, más inclinados hacia el globalismo y el multilateralismo, especialmente a partir de
Clinton, que aceptan como necesaria la interdependencia; mientras que los republicanos,
apelan al ya antiguo hard balancing y al hard power, más inclinados al americanismo y al
unilateralismo, especialmente a partir de George W. Bush, que les permite sostener la ilu-
sión de una hegemonía puesta en discusión por la coyuntura. Sin embargo, así planteado
puede resultar discutible ya que habría que matizarlo como veremos más adelante. Ade-
más, muchas veces en la política exterior real de los Estados Unidos se apela en lo discur-
sivo al liberalismo (utilizado para legitimar acciones como intervenciones) mientras se opera
en los hechos con principios realistas.
Dougherty y Pfaltzgraff (1993) plantean que, si bien este realismo no realiza un análisis de
los modos de producción típico, van asumiendo una perspectiva del todo y hasta tienen en
cuenta la relación entre economía y sociedad, claro que, desde otra teoría del poder, su coro-
lario fundamental es el estudio de las jerarquías del sistema mundial, lo que hace que se
haga difícil de distinguirse de los enfoques marxistas. Esta confusión surge según Cox (1993)
porque teorías de origen marxista como las de Hobsbawm o Gramsci han dado lugar a toda
una escuela que también es de resolución de problemas, aunque hay grandes diferencias,
que serán analizadas luego.
No sucede lo mismo en dos casos específicos, sobre todo autores posteriores a los
años 80s. Gilipin, si bien realista, reconoce con mucha más fuerza que Waltz a los nuevos
actores y también incorpora una mayor relación entre las escalas, pero así y todo sigue
centrando el análisis en el Estado-nación. En su bibliografía de fines de los 80s se intro-
duce en el análisis de la relación entre estado y mercado, un tema que los realistas ha-
bían tocado poco. Lo hace tratando de entender la ampliación general de ambos, sobre
todo el mercado, a todo el planeta y las interrelaciones, en una etapa en que ya crecían
las economías asiáticas, más que nada Japón. En ese contexto analiza el rol de los Esta-
dos Unidos en la garantía del libre comercio, sin caer en el extremo del neoliberalismo
radicalmente antiestatal y cuestionando el regionalismo, sobre todo europeo (Neumann,
2004). Ya en los 2000s mantiene sus principales postulados de libre comercio, y vuelve
sobre la necesidad de una institucionalidad que garantice el libre comercio. La misma
dependerá del juego de poder de los estados, sobre todo de las potencias y especialmen-
te de los Estados Unidos. Las empresas multinacionales (EMN) siguen esa lógica. Parece
querer disolver la cuestión del subdesarrollo con el caso asiático.
En paralelo hay dos casos particulares, Robert Keohane y George Modelski, ambos tam-
bién clasificados en diversos textos como estructuralistas, pero con posiciones que pueden
caracterizarse como más distantes (Barbe, 1987).
Keohane, como Gilipin surge del realismo, pero parece alejarse, sobre todo en 1977
en su libro junto a Joseph Nye (1977) y luego, en 1984 con su “Después de la hegemo-
nía”, con definiciones sistémicas de corte liberal. En el primer texto aparece el concepto
de interdependencia en que se asume la presencia de situaciones caracterizadas por
múltiples conexiones con efectos recíprocos entre países o actores (por ejemplo, las
EMN o los actores de la comunidad local). Se asume la ausencia de jerarquías. El uso
de la fuerza ya no es lo dominante, sino la negociación y las coaliciones, la cooperación.
De nuevo aparecen como centrales las instituciones internacionales, pero desde fines
de los 70s con un EEUU en caída. En el texto de 1984, se da un paso más adelante
porque se define el mundo "después de la hegemonía" pero dentro del mismo régimen y
siempre como disputa; es el momento de la multipolaridad. Como muy bien sintetizan
Piana y Cruz Tisera (2017) según esta visión ya no habrá un unipolarismo militar como
planteaban los realistas, desaparece la agenda estatal única y aparecen múltiples agen-
das y no solo estatales.
George Modelski había hecho un aporte fundamental con sus ciclos largos de liderazgo
mundial. Para el periodo que va desde fines de los 60s, habla de la decadencia de la hege-
monía americana por la competencia soviética y luego en la etapa del transnacionalismo, de
una nueva hegemonía (Taylor y Flint, 2002). Este autor plantea la creciente fragmentación
productiva y una mayor competencia entre las grandes potencias en un sistema de elevada
complejidad. En un importante libro colectivo de Modelski, Devezas, Thompson (2008) se
Versiones evolutivas
grupos económicos de los países centrales, del sector financiero o de las elites. Por eso se
basan en el éxito de los NICs o de ciertas regiones europeas para confiar en las fuerzas
endógenas de cada espacio para salir del atraso. Es un ataque frontal al concepto centro-
periferia y un retorno parcial al desarrollismo “etapista” de la posguerra.
Agnew, va por el mismo camino, aunque con un análisis de la geopolítica interesante. En
su texto junto a Corbridge de 1995, el de 1998 (Agnew, 2005) pero también en Agnew
(2008) parte de una idea del espacio que surge de la interrelación economía, especialmente
producción, comercio, consumo y política, en la que juegan actores heterogéneos, no sólo
estatales, que accionan en diversas escalas con efectos multicausales. Para eso diferencia
el concepto de imperio, como dominio, del de hegemonía, como la coerción, pero también
consentimiento. Diferenciación problemática ya que todo imperio construye hegemonía (en
distintos niveles de influencia territorial) y el momento del mero dominio a través de la coer-
ción resultan de situaciones de debilidad y/o puntos de crisis y bifurcaciones.
En la posguerra hubo dos estados imperiales que competían en la arena militar, política
e ideológica disputándose el resto del mundo. En ese período hay un aumento del rol del
Estado que luego entra en crisis. Para Agnew, es un momento de hegemonía planetaria –al
menos en el mundo occidental- por la capacidad de los EEUU de imponer los principios de
la sociedad de mercado y sus políticas (fordismo).
Con la caída de la URSS y especialmente desde los años noventa, el sistema empieza a
adoptar una fisonomía global, mucho más compleja, que el autor llama de "sociedad" mun-
dial integrada". En ella convive la superioridad militar de los Estados Unidos y la ausencia
de un enemigo, con la dependencia del ahorro (y los límites de su política monetaria) y de
los recursos naturales del resto del mundo. El resultado es una gran falta de disciplinamien-
to político de sus aliados, Estados y actores que realizan acuerdos por fuera de esta hege-
monía; esto a su vez puede minar la institucionalidad existente. Y para colmo dicha situa-
ción genera una gran heterogeneidad en los impactos territoriales que a su vez obligan a
adaptaciones culturales locales que van más allá de la globalización y explican además de
la crisis de los EEUU la pérdida de autonomía de los Estados, incluso de los países desarro-
llados (PD). Como los evolucionistas, Agnew (1993, 2000) dice que el uso del par “centro-
periferia” se basa en inferencias deterministas, las considera funcionalistas y las cuestiona
como tales. A su vez observa que hay en el fondo un uso de la escala única de análisis que
sólo produce una homogeneidad, que en la realidad no existe. Y plantea que, a partir de es-
tos análisis, una región (el centro) deja de ser vista como poseedora de ventajas iniciales
sobre otras regiones (periferias) que luego se irán reproduciendo por la dominación política
o el poder del mercado.
Para caracterizar este grupo, comenzaremos por algunos planteamientos de Cox (1993).
Este autor lo define como al conjunto de todos los que tienen en Marx una referencia impor-
tante, aunque no sea dogmática y a partir de la misma, abordan las relaciones entre el Es-
tado y la sociedad civil en relación a las relaciones de producción, a las fuerzas productivas
y a los grupos y clases sociales. Asociado a esto, según Cox todos giran alrededor de la
tendencia al estancamiento de la ley de la caída tendencial de la tasa de ganancia y al aná-
lisis de diversas formas de estabilización, aunque no en todos hay una formulación sobre la
caída ineluctable del modo de producción dominante. Sí en todos hay una forma de resis-
tencia y de pensar alternativas. Desde allí se analizan las relaciones internacionales, en las
que predomina una dimensión vertical, desde la teoría del imperialismo, diferente a la di-
mensión horizontal de rivalidad del realismo. Es decir, aparecen con claridad las jerarquías
en el sistema mundial. Esta visión se refuerza obviamente a partir del traslado a la escala
mundial del concepto de hegemonía de Gramsci, entendida como coerción más consenso y
como unidad orgánica entre las relaciones de producción y el desarrollo de las fuerzas pro-
ductivas, y el poder político e ideológico (más allá de la diferenciación de órbitas analíticas).
En todos se observa una crítica general al institucionalismo que involucra a la par a la so-
ciedad civil y al /los estados y desliga las relaciones de poder al modo de producción.
Obviamente el componente internacional aparece claramente con la categorización de
Lenin del imperialismo a partir de las lecturas Hilferding y Hobson, que a su vez desarrollará
con sus matices Rosa Luxemburgo. En dichos análisis se observa la lucha entre capitales
financieros monopólicos de los países centrales (a partir de la fusión de la gran banca con la
gran industria y su entrelazamiento estatal), mediada por la competencia entre los estados,
en su despliegue por el control de la economía mundial. Luego el tema parece abordado
desde la URSS como el enfoque del capitalismo monopolista de estado. Sin embargo, algu-
nos aspectos fundamentales ya aparecen en el Marx adulto, especialmente en los escritos
sobre China, la India y sobre todo en Irlanda, en los cuales ve cómo la burguesía inglesa
bloquea el desarrollo de la manufactura en otros países y donde el saqueo colonial destruye
el entramado económico-social frenando más que posibilitando su desarrollo: la acumula-
ción primitiva no es la antesala inmediata de procesos de industrialización en un país some-
tido al despojo (Katz, 2018). Y desde al menos la segunda internacional, hay una diferencia-
ción, aunque muy primitiva teóricamente, de la presencia de diferenciales de desarrollo en-
tre países. Todas estas miradas ponen en discusión la visiones unilineales y evolucionistas
del marxismo, ancladas en el desarrollo de las fuerzas productivas, en la cual el capitalismo
va absorbiendo/civilizando a la periferia, la cual transita etapas de desarrollo despojándose
de las formas pre-capitalistas. Mirada aún vigente también, que desde el marxismo copia el
etapismo liberal.
disminución del poder de Estados Unidos es una tendencia a largo plazo e irreversible. Pe-
tras (2012) analiza el ascenso chino sobre la base de su capacidad productiva, contra la
estrategia guerrerista norteamericana. Finaliza planteando que China sustituirá a EEUU
como principal potencia económica mundial en la próxima década, aunque deberá afron-
tar diversos desafíos, entre ellos, el riesgo de burbujas, la desigualdad social, etc. Petras
dice que puede lograrlo. En ese sentido, contradice sus escritos anteriores en los que
discutía muy duramente con quienes sostenían las tesis del declive estadounidense.
Ramonet (2002) y Chomsky (2008), aunque no los abordaremos en detalle, van por el
mismo camino. Este último plantea la idea de un “Estado global”, ejercido por Estados Uni-
dos, con un superministerio de Economía, el “triunvirato” FMI-BM-OMC, un ministerio de
Defensa, la OTAN, y hasta una estructura de apoyo ético-metafísico, la Iglesia Católica de
Roma. EE.UU. aunque en crisis, sigue siendo el poder hegemónico porque no existe otro
poder que pueda hacerle sombra. Es exagerado tomar a China (e India inclusive) como
centro principal de poder mundial dado los enormes problemas internos que posee.
Cox (1993) también se ubica claramente en su definición del conjunto referenciado en la
teoría del orden mundial marxista. Lo hace partiendo de la base de que la producción de-
termina el orden político y social, y la subjetividad (Quintanar y Castello, 2014). Su idea de
hegemonía incluye las relaciones interestatales y también entre clases de diferentes países,
sostenida sobre un conjunto de ideas coherentes que logra imponerse. Para la época ac-
tual, la producción internacional juega el rol que la industria jugó a nivel nacional, pero en
otra escala. Como veremos en Lipietz, por ejemplo, esta organización global descentraliza
la producción física de bienes a localizaciones periféricas, con salarios bajos, sin perder el
control de los procesos (Cox y Schechter, 2002). Esto significó que se aceleró el cambio del
fordismo al postfordismo y que el nuevo modelo se basó en una estructura de producción
núcleo-periferia aún más acentuado. Además, se mantiene la idea de que las finanzas se
han desacoplado de la producción para convertirse en un área independiente, lo financiero
queda subordinado, limitado al mundo específico de las finanzas. Por eso la clave es no la
moneda sino el conocimiento, bajo la forma de la capacidad de generar tecnología. Esto
obliga a pensar en una estructura de clases global extendida, que se transmite mediante
ese estado transnacionalizado y que tiene contradicciones con el orden nacionalista.
Este orden genera una nueva hegemonía basada en la estructura global del poder so-
cial, con una coalición centrada en Estados Unidos, la República Federal de Alemania y
Japón, que pierde poder a favor de Asia (especialmente China), quien, junto con otros
BRICS, está reaccionando mejor a la crisis (Cox, 2012). Aunque lo llama de otro modo, está
hablando de multipolarismo. Esta situación obliga a un ajuste de la economía americana
que aún no se ha hecho, hay sectores internos, sobre todo el militar, que lo impiden y exi-
gen una contraofensiva, explicando la crisis.
Por otro lado, están los excluidos, fuerzas contra hegemónicas expulsadas del siste-
ma (Falk, 2016). Para eso se vale del concepto de “covert world”, el sector informal y el
ilegal, del que darán cuenta varios autores. Este segmento es consecuencia del retiro
del Estado del territorio y del planeta, también es debido a las ofensivas de los EEUU
junto a la OTAN. Esto genera movimientos de resistencia y su inevitable respuesta por
parte del “establishment” la guerra contra esa supuesta ilegalidad y de nuevo la resis-
tencia (Cox y Schechter, 2002).
Mucho más rotundo acerca de la pérdida de poder de EEUU es Wallerstein. Este autor
desarrolla –a partir del análisis longue durée de Braudel y a su vez los ciclos económicos de
50-60 años de Kondrátiev- un análisis de ciclos largos asociados cada uno a una potencia
mundial, que luego completará Arrighi con los ciclos de hegemonía. En el siglo XX la poten-
cia es Estados Unidos y la crisis de hegemonía para Wallerstein se ubica a partir de los años
setenta cuando se acaba la fase A o fase de crecimiento/expansión económica de 20-25
años del ciclo de Kondrátiev. A su vez, este autor formula la tesis de que se estaría llegando
un punto en que las tendencias seculares del sistema mundo moderno estarían llegando a
sus asíntotas, produciendo una crisis estructural que no tiene posibilidad de volver al equili-
brio dinámico del sistema, es decir, a una imposibilidad del capitalismo como tal. Ello lleva a
un punto de bifurcación, en donde el futuro se dirimirá en la lucha política.
Como en los casos anteriores, en Wallerstein también hay una mayor importancia asigna-
da a la supremacía económica (productiva, comercial y financiera, en ese orden de causali-
dad). Sin embargo, cuando desarrolla la idea de centro liberal como ideología dominante del
capitalismo a partir de la revolución francesa parece dar mayor complejidad a estas cuestio-
nes: lo político e ideológico no están explicados sólo por lo económico, no existe tal diferen-
ciación de órbitas y es central el desarrollo del consenso o legitimidad de un sistema mundo.
Un tema que es central e influirá en el análisis actual es el hecho de que la decadencia es
producto de la capacidad de los rivales de copiar las capacidades y, por lo tanto, de romper
los cuasimonopolios que determinan las posiciones dominantes.
Durante la posguerra y fundamentalmente los 60s, el proceso de acumulación de capital
en el centro generó –además del tradicional rol de productor de materias primas- un traslado
a la periferia de la producción de manufacturas simples, reservándose en el centro los pro-
cesos complejos y las nuevas tecnologías. Luego se consolida la polaridad estructural en el
sistema-mundo, con un centro en el que circulan la información, las ideas, la innovación,
hay un alto nivel de consumo. En lo político, son estados-nación fuertes y una periferia co-
mo la que ya describimos, con estados-nación débiles y una semiperiferia intermedia
(Wallerstein, 1984, 2006). Este es el punto central de la crítica a la teoría de la dependencia.
Para el análisis de la crisis de los años setenta, en uno de los trabajos más importantes,
Wallerstein (2005) se plantea la contradicción más importante: la debilidad del Estado para
mediar y generar consenso, relacionada con la caída del excedente, sobre todo en las peri-
ferias, debido a diversos motivos difíciles de exponer en pocos renglones. Lo que sí en este
clima, los capitalistas tienen necesidad de los Estados, pero éstos han sido debilitados. Esto
explica la pérdida de dominio de sectores más complejos, la competencia económica entre
Estados Unidos, Europa Occidental y Japón/Asia Oriental; el endeudamiento norteameri-
cano y su vínculo funcional con China, por ende, su debilitamiento y la incapacidad de Es-
tados Unidos para recomponer la dominación. Por eso una estrategia central es el uso del
poder a nivel mundial para afectar las decisiones de otros estados, definiendo a los Estados
Unidos como una potencia en declive, militarizada (Wallerstein, 2003).
La contracara es el ascenso chino y su política de no beligerancia abierta (Wallerstein,
2005). En este sentido, Wallerstein (2017) plantea que China también ha ido declinando
significativamente porque no ha logrado avanzar en sus objetivos expansionistas y porque
parece dudosa la posibilidad de aumentar el consumo interno por los límites en el sector
financiero y productivo mismo. Sin embargo, Wallerstein (2013) apuesta a algunas realinea-
ciones importantes, que aislarán a los EEUU, pero todo muy inestable y no descarta un
escenario futuro de proteccionismo, plagado de autoritarismo o de revueltas populares, en
línea con sus escritos anteriores
Arrighi en su Largo siglo XX parte de un enfoque que incorpora a Braudel, Wallerstein y
Marx, y llega una periodización similar, aunque con cuatro ciclos de hegemonía y acumula-
ción de capital (genovés, holandés, británico y estadounidense) y con una idea de hegemo-
nía más cercana a la línea gris de “coerción y consenso” que reelabora para el sistema
mundial a partir de Gramsci (Arrighi, 2014). Silver y Slater (1999) llaman a este esquema:
represión, cooptación y reestructuración. También llega al ciclo estadounidense y explica del
mismo modo que Wallerstein la relación centro-periferia por medio de los diferenciales tec-
nológicos (Arceo, 2005) y de productividad, los cuales se verifican en el análisis de los PBI
per cápita por país. El tema es abordado profundamente en el libro A ilusão do desenvolvi-
mento (1997), es decir, un esfuerzo por mostrar la ilusión del desarrollo: realizan un aporte
fundamental mostrando que la industrialización en los países subdesarrollados (PSD) no fue
la solución para disminuir la brecha de desarrollo existente (Arrighi, Silver y Brewer, 2003).
Otra vez aparece actualizada la idea del desarrollo desigual y combinado, de la dinámica
centro-periferia, del subdesarrollo de la periferia como algo inherente a la economía capita-
lista mundial, todas cuestiones muy difundidas en las teorías de la dependencia.
En lo que hace a la época actual, el abordaje es realizado en diversos capítulos de
Arrighi y Silver (1999). De allí surge que se trata de la crisis del sistema del mundo mo-
derno y que se inicia en los años setenta. El problema central es la expansión financiera y
su autonomía respecto a lo productivo, debido a la sobreacumulación, lo que genera una
redistribución de riqueza insostenible. Las agencias internacionales juegan ese juego y
exigen un ajuste que los Estados no acompañan. Lo que se produce es una crisis de he-
gemonía, entendida como la situación en la cual el estado hegemónico (Estados Unidos)
carece de los medios o la voluntad de continuar liderando el sistema de inter-estatal en
una dirección que se percibe ampliamente como una expansión, no solo de su poder, sino
del poder colectivo de los grupos dominantes del sistema. Las crisis no necesariamente
resultan en el final de las hegemonías. (Arrighi, 2007: 150). La apuesta al militarismo de
Estados Unidos, condensada en el unilateralismo del “Proyecto para el Nuevo Siglo Ame-
ricano” de los neoconservadores que impusieron la política durante el gobierno de George
W. Bush, no hace más que acelerar la crisis y el caos. Aunque, según él se produce una
zación de América Latina). Por último, una combinación de las tres posiciones y diferentes
posibilidades resultantes de acuerdo a la tendencia que se imponga en China, en relación
con las tendencias dominantes de la transición histórica en curso (por ejemplo, en el caso
de Arrighi (2007), de acuerdo a si impone como dominante el patrón oriental y poscapitalista
o el occidental de raíz capitalista. También Amin (2013) debate fuertemente con la noción
de que China haya seguido un camino capitalista de desarrollo y describe un escenario de
complejidad con impactos diferentes para el Sur Global al ascenso de una potencia capita-
lista tradicional. La pregunta, "¿Es China capitalista o socialista?" para este autor está mal
planteada, es demasiado general y abstracta para que cualquier respuesta tenga sentido en
términos absolutos. China ha venido siguiendo una vía original desde 1950, e incluso desde
la Revolución de los Taiping en el siglo XIX.
En el mismo sentido debemos mencionar los debates acerca del rol de la inserción ac-
tual de China en Latinoamérica y África, que han ampliado notablemente sus relaciones
comerciales como veremos en diversos capítulos. Hay un enfoque que valora el discurso
chino en el sentido de establecer un vínculo sin condiciones, basado en precios justos y en
la construcción de infraestructura contra la idea de “patio trasero” que han vivido histórica-
mente África y América Latina con Europa y EEUU (RT, 2015 a y b). También hay autores
provenientes de la teoría marxista de la dependencia que reivindican a China como patrón
de acumulación sin desposesión (Martins, 2011), diferenciándolo del patrón de capitalismo
central y del patrón de capitalismo dependiente. Además, consideran que la única posibili-
dad de continuar su desarrollo y evitar una profunda crisis política, económica y social, es
generalizando un patrón mundial de acumulación sin desposesión, el desarrollo de la perife-
ria ubicada en el Sur Global y el establecimiento de un sistema policéntrico. A veces com-
plementando estas perspectivas y otras veces en tensión, están las visiones que analizan la
emergencia de China y el impacto en el Sur Global como una oportunidad histórica al desa-
fiar la unipolaridad y la hegemonía estadunidense, ampliando los márgenes de maniobra y
las posibilidades de los países periféricos para establecer proyectos propios de desarrollo,
ganar en grados de autonomía política relativa para disminuir las exacciones de los mono-
polios de los países centrales, como se dio en otros momentos de transición histórica, crisis
del orden/sistema mundial y crisis económica (como el período de entreguerras en el siglo
XX). Ello ha sido trabajado por muchos autores mencionados y hemos realizado un análisis
propio de la situación actual en Merino (2014, 2016 y 2017) entre otras publicaciones. De
este modo China puede funcionar como contrapeso estratégico. Están quienes plantean que
China es una forma de neocolonialismo porque hay un vínculo asimétrico (Izquierda Revo-
lucionaria, 2017). En una posición más elaborada y desde la teoría de la dependencia Slipak
(2014) considera a modo de hipótesis a China como subimperialista y que recrea un vínculo
centro-periferia con América Latina, cuya asimetría económica y política reproduciría el sub-
desarrollo. En función de estas problemáticas Sevares (2011), Stiglitz (2010) y Papa (2009)
alertan sobre el peligro de la reprimarización. Hanson y Robertson (2009) y Labiano y Loray
(2007) dicen que México aparece como el más vulnerable. Ferraz y Ribeiro (2004) y Barral y
Perrone (2007) lo muestran para Brasil. En la misma línea está Jenkins (2009) quien plantea
que China reproduce el patrón centro-periferia y la distribución desigual de los beneficios del
comercio. Unceta Satrustegui y Bidaurratzaga Aurre (2008) muestran que el modelo no ge-
nera ocupación sino más bien un sistema de sobre explotación de personas y del ambiente.
Mencionan el proceso de desindustrialización de algunos países que habían logrado ciertos
progresos, principalmente Sudáfrica, pero también Kenia, Lesoto, Madagascar y Suazilan-
dia. Hay páginas web dedicadas a denunciar estas cuestiones, por ejemplo, Oozebap (Xiao-
tao, 2017). El mismo enfoque puede verse en Mosquera (2015) en la web América Econo-
mía, pero son posiciones sospechadas de cierta parcialidad “pro-occidental”. Estos temas
serán retomados oportunamente.
Es muy significativa la producción teórica propia que se ha hecho desde América Latina
partiendo desde el Sur Global –con un conjunto más amplio que integran los países del
antiguo tercer Mundo— para, desde ahí, comprender la situación regional y mundial. A pe-
sar de su escasa visibilización, a partir de comienzos de siglo, al calor de la crisis del neoli-
beralismo y el Consenso de Washington, que fue seguido de un giro nacional popular en
muchos países (Merino, 2017; Merino, 2018b; Merino y Stoessel, 2018), se produce una
recuperación y actualización de gran parte de los debates teóricos de los años 60s y 70s.
Entre las más destacables de estas creaciones podemos mencionar al ya mencionado es-
tructuralismo cepalino de Raúl Prébisch y su devenir nacional desarrollista con Celso Furta-
do y Aldo Ferrer; la escuela de la Dependencia en su versión marxista (Ruy Mauro Marini,
Theotonio Dos Santos, Vania Bambirra, Ana Esther Ceceña y el más híbrido André Gunder
Frank) y en su versión desarrollista estrechamente vinculada a las tesis estructuralistas (En-
zo Faletto y Fernando Henrique Cardoso, quien luego hace un giro liberal); la filosofía de la
liberación de Enrique Dussel, Rodolfo Kusch y Arturo Andrés Roig entre otros, que tiene
estrechos vínculos con la teología de la liberación y que confluye luego con el giro decolo-
nial donde se observa una mayor influencia del posestructuralismo; y, en el plano de las
relaciones internacionales, debemos hacer referencia a la escuela de la Autonomía prota-
gonizadas por el argentino Juan Carlos Puig y el brasileño Helio Jaguaribe, que será el
blanco argumental del mencionado realismo periférico.
Las tesis básicas del estructuralismo afirman que en los países centrales la estructura es
diversificada (en términos actividades productivas) y homogénea (en términos de la produc-
tividad del trabajo) mientras que en los PSD predomina la especialización primario exporta-
dora y la heterogeneidad, dos condiciones de la estructura que en forma conjunta dan lugar
al deterioro de la relación de los términos de intercambio y por lo tanto al subdesarrollo se-
gún Raúl Prébisch y Celso Furtado. Va a desprenderse de dichas consideraciones la nece-
sidad de promover la industrialización por sustitución de importaciones y el desarrollo tecno-
lógico (con distintas variantes y matices) como forma de superar el subdesarrollo, lo cual da
lugar al nacional desarrollismo en su versión más autonomista o al desarrollismo etapista
pero pro-industrializador alineado con Washington. Y va a considerarse como fundamental
las tesis dependentistas según las cuales la estructura de poder al interior de los Estados, el
tipo de alianzas existentes entre grupos locales y extranjeros y el control del proceso de
acumulación son centrales para determinar el tipo de dependencia.
La escuela de la Autonomía es una contribución significativa, aunque poco estudiada y
con menor repercusión internacional que las otras teorías mencionadas, que además po-
see importantes articulaciones prácticas. La misma está fuertemente vinculada al pensa-
miento geopolítico latinoamericano de raíz nacionalista popular expresado, entre otros,
por el argentino Juan Domingo Perón –entre sus numerosos trabajos podemos destacar
La hora de los pueblos— o el uruguayo Alberto Methol Ferré autor de los destacados
libros El Uruguay como problema y Los Estados Continentales y el Mercosur. También un
clásico en este sentido es el pensamiento más contemporáneo de Luis Alberto Moniz
Bandeira, de quien se destaca su libro Brasil, Argentina y Estados Unidos (De la Triplie
Alianza al Mercosur), entre otros.
Como observa Briceño Ruiz y Simonoff (2017), Puig y Jaguaribe intentaron construir una
contribución teórica propia en cuanto a la organización del sistema internacional y su fun-
cionamiento, debatiendo con el realismo y la interdependencia desde la influencia de los
enfoques estructuralistas y las teorías de la dependencia. La autonomía no es una categoría
considerada por las corrientes principales de las relaciones internacionales del centro, lo
que es lógico, pues Estados Unidos o Gran Bretaña disponen de un amplio margen de ma-
niobra en el sistema internacional para estar preocupados por su autonomía (Briceño Ruiz y
Simonoff, 2017). Desde este punto de vista, la soberanía formal de un estado no implica que
este posea una autonomía suficiente para volverla real. Además, sobrepasan el enfoque
estatalista al analizar la implicancia de las multinacionales en los estados periféricos y la
cuestión económica en general. El Estado no se concibe como actor único y racional, sino
que resulta fundamental la disputa entre grupos al interior de las élites para entender las
diversas formas de inserción, que Puig (1984) formaliza de la siguiente manera: dependen-
cia paracolonial (subordinado a gran potencia), dependencia racionalizada (existe proyecto
de élite, hay una administración propia de la dependencia), autonomía heterodoxa (existe un
proyecto propio) y autonomía secesionista (proyecto que implica una ruptura estratégica con
la potencia dominante). La capacidad de un país para lograr el estatus de autonomía, que
es un objetivo político-estratégico, depende para estos autores del desarrollo de capacida-
des socioculturales, económicas y tecnológicas (Jaguaribe, 1979).
La decepción con los resultados de la industrialización por sustitución de importaciones
del planteamiento desarrollista, donde el propio Furtado afirma que el capitalismo latinoame-
ricano había llegado a un límite de expansión al agotarse el dinamismo de dicho proyecto,
va a dar lugar a diferentes propuestas, entre ellas una reconceptualización de la cuestión de
la dependencia y el desarrollo. Entre ellas, podemos mencionar la teoría marxista de la de-
pendencia, muy en relación a los movimientos revolucionarios de la región. Esta teoría im-
plica una fuerte crítica al nacionalismo metodológico, que ya vimos: el desarrollo del capita-
lismo había establecido una división internacional del trabajo jerarquizada, constituida por
clases y grupos sociales que se articulan al interior de los estados. Los países dependientes
son sujetos a los monopolios tecnológicos que articulan la circulación internacional de capi-
tales y mercancías, y tiende a adaptar su aparato productivo, comercial y financiero a ella
(Martins, 2011). Más allá de ciertas contradicciones secundarias, los grupos y clases domi-
nantes locales se asocian con los monopolios extranjeros y son un elemento fundamental
para la reproducción de la dependencia, que implica un proceso permanente de flujo hacia
el exterior de gran parte del excedente generado localmente. De esta teoría se desprenden
conceptos claves como el de superexplotación de la fuerza de trabajo en la periferia (el pa-
go por debajo del valor de la fuerza de trabajo para compensar las diferencias de productivi-
dad con el centro) y el concepto de subimperialismo para caracterizar el accionar de las
clases y grupos dominantes de ciertos países semiperiféricos industrializados como Brasil
en sus regiones. El capitalismo dependiente estaría basado en una forma específica de
expansión de la productividad y de la plusvalía extraordinaria, diferente pero combinada a la
de los países centrales. Justamente, Wallerstein produjo su visión tomando muchas contri-
buciones de la tesis dependentistas. Como analiza Katz (2018: 148):
Todas estas visiones coinciden, a pesar de sus significativas diferencias y enfoques dis-
ciplinarios, en la necesidad de la integración regional política, económica y cultural como
elemento fundamental para el desarrollo. Con el inicio del siglo y el giro político que se pro-
duce en la región, estos debates y autores son retomados y actualizados para analizar los
procesos políticos y las nuevas propuestas de integración. Como analizamos en Merino
(2017), desde distintos autores como José Antonio Sanahuja (2010), Pedro Da Motta Veiga
y Sandra Rios (2007), han identificado esta etapa como “regionalismo post-liberal”, en el
sentido de que el acento ya no está puesto en el libre comercio y las políticas para atraer
capitales, sino en las estrategias para la acumulación de poder regional, la integración polí-
tica y social, la complementación productiva, etc, aunque ello no quiere decir que se traduz-
can de forma inmediata los enunciados y las intenciones en políticas concretas. Por su par-
te, Briceño Ruiz (2013) lo caracteriza como un período que se destaca por el fin de la he-
gemonía de la “integración abierta”. Desde nuestra perspectiva (Merino, 2017), se puede
observar un enfrentamiento entre un regionalismo autónomo –que cuestiona el papel de
periferia en el orden mundial e intenta establecer estrategias de desarrollo endógeno para
posicionar a la región como bloque de poder en un escenario multipolar— y el regionalismo
abierto –que no cuestiona el lugar de periferia y el papel en la división internacional del tra-
bajo, busca estrategias de adaptación al capitalismo mundial, plantea una alianza estratégi-
ca con los Estados Unidos y, en términos más amplios, con “Occidente”, y está centrado en
el libre mercado y en la integración de las cadenas globales de valor dominadas por el capi-
tal transnacional. Desde una perspectiva propia de la teoría de la dependencia, se identifica
a dicho “regionalismo abierto” o “regionalismo liberal” como de un regionalismo dependiente
que impide el desarrollo de la región al mantener las condiciones estructurales que la defi-
nen como periférica (Ferrer, 2008; Furtado, 1985; Beigel, 2006). Los proyectos de unidad de
países emergentes que pretenden conformar bloques de mayor autonomía, en el caso Bra-
sil es la propuesta de André Martin (De Carvalho, 2017).
Por otro lado, todas las miradas mencionadas latinoamericanas mencionadas fueron ac-
tualizadas en los últimos años, a la vez que aparecieron nuevos aportes para comprender la
región. El neodesarrollismo es una de las actualizaciones. Como se estudia en Merino
(2015) en términos general y analizando el caso brasilero en específico (2018b), los autores
Morais y Saad-Filho (2011), retomando los desarrollos de Sicsú, Paula y Michel (2007) y de
Bresser-Pereira (2007), observan que el neodesarrollismo tiene dos fuentes teóricas: la
primera viene de Keynes y de poskeynesianos y neokeynesianos contemporáneos como P.
Davidson y J. Stiglitz, con potentes desarrollos sobre las imperfecciones de los mercados,
especialmente el financiero y se inspira en el concepto de complementariedad entre el Es-
tado y el Mercado, con fuerte participación del primero; mientras que la segunda fuente vie-
ne del neoestructuralismo cepalino, interpretado por Fernando Fajnzylber, Luiz Carlos Bres-
ser-Pereira e Yoshiaki Nakano e inspirador de las posiciones oficiales de la CEPAL (Naro-
dowski, 2008), que sobre la base del ya mencionado evolucionismo, pone el énfasis en la
competitividad internacional a través de la incorporación del progreso técnico, junto con la
necesidad de equidad social para el desarrollo.
Bresser-Pereira (2007), desde una mirada más conservadora, plantea que el neodesa-
rrollismo constituye un tercer discurso, en tanto estrategia nacional de desarrollo alternativa
al "populismo" latinoamericano –criticando su exceso de intervencionismo estatal, protec-
cionismo, distribucionismo y la industrialización por sustitución de importaciones-, y a la
ortodoxia del Consenso de Washington. Para dicho autor, el neodesarrollismo recupera la
idea de nación, reafirmando la importancia de la dimensión política del Estado-nación al
mismo tiempo que se delinea a América Latina como territorio geopolítico de aplicación.
El neodesarrollismo en ciertas versiones puede sintetizarse en cuatro tesis:
(1) No hay mercado fuerte sin Estado fuerte; (2) no habrá crecimiento sos-
tenido a tasas elevadas sin el fortalecimiento de esas dos instituciones y
sin la implementación de políticas económicas adecuadas; (3) mercado y
Estado fuertes solamente podrán ser construidos por una estrategia na-
cional de desarrollo; (4) no es posible atender el objetivo de reducción de
la desigualdad social sin el crecimiento a tasas elevadas y continuas.
(Siscú, Paula y Michel, 2007:509)
Con otra mirada a la citada anteriormente, algunas de características centrales del neo-
desarrollismo en Argentina y Brasil como parte de un giro nacional popular, los grupos y
fracciones que lo encabezan, sus limitaciones y su surgimiento en relación a la situación
mundial y no sólo local se trabajan en Merino (2015 y 2018) y son retomadas en el capítulo
12 de este libro.
Nuestro enfoque
Merino, 2015; Merino, 2016) y crisis de hegemonía, donde los polos emergentes desafían
el orden mundial.
Como tanto hemos trabajado en Narodowski y Remes Lenicov (2013) y abordaremos
en temas puntuales en este libro, allí se fundamentaba mediante diversos indicadores que
retomaremos luego, que podíamos considerar a Estados Unidos, Alemania, Japón, Corea
del Sur, Francia, Gran Bretaña, como países de fordismo maduro con fuertes núcleos
posfordistas. Los restantes países de la UE deberían ser considerados del fordismo con
escasas señales de reconversión, salvo algunas áreas y con muchas regiones en crisis.
China es un país en transición y altamente heterogéneo, con una estructura que combina
fordismo periférico (producción de bienes de baja-media complejidad sostenida con bajos
salarios), fordismo (gran salto en los últimos años en la producción de bienes de media-
alta complejidad) y crecientes núcleos posfordistas que empiezan a competir con el Norte
global. Queda por discutirse la sostenibilidad económica y geopolítica de la estrategia
china macro y respecto a la innovación y la influencia de sus empresas en los eslabones
más complejos, así como la posibilidad de seguir aumentando los salarios medios sin
generar otros desequilibrios (los salarios industriales promedios en China superan los de
México y Brasil en 2017, en tanto la remuneración por hora se triplicó entre 2005 y 2016).
India y en menor medida Brasil (debido a la influencia de los recursos naturales en su
comercio exterior) deberían considerarse parte del fordismo periférico por haberse basado
en los grandes diferenciales de productividad que brindan los salarios relativos bajos a
nivel mundial y una fuerte política de atracción de inversiones. Y, por último, debemos
mencionar el conjunto de países en los que sigue sobresaliendo su rol como productor de
recursos naturales, en los que sobreviven nichos del fordismo periférico y hay un fuerte
componente neotaylorista en la industria y los servicios.
En cuanto a la dimensión de la moneda como instrumento de política, la misma está
fuertemente restringida por el rol de la FED y como nos enseñaron Aglietta y Coudert
(2015), debe conciliar el crecimiento y la inflación. Cuando está en riesgo la estabilidad de
los precios en un contexto cercano al pleno empleo, más con déficits gemelos (debido no a
un problema de oferta sino al desmedido consumo público y/o privado que explica el déficit
fiscal y/o deriva en el déficit comercial), entonces la FED aumenta la tasa, el dólar se apre-
cia y el problema de balanza comercial aumenta, lo hace en beneficio de las exportaciones
de otros países. Incluso si la tasa de interés supera al aumento del PBI, la deuda seguirá
creciendo, y con ella, el déficit fiscal y/o el de cuenta corriente, según el caso. Lo contrario
sucede ante la recesión, ahí la moneda es laxa y el dólar se devalúa. Es lo sucedido hasta
1995, desde entonces las tasas de interés fueron superiores en los países emergentes y
permitieron grandes rendimientos vía carry trade que estimulaban la depreciación del dólar.
Pero para enfrentar la crisis del 2008, se estimuló de la demanda agregada y protegió a los
bancos, con una expansión monetaria que destruyó los carry trade en los emergentes y apreció
las monedas del resto del mundo, aunque sólo momentáneamente. Ahí se inicia la “guerra de
las monedas”. La política monetaria laxa y la devaluación del dólar no puede ser perma-
nente en estas condiciones debido al riesgo inflacionario, porque debe producirse junto al
ajuste y eso provocaría una caída mayor del consumo, además obligaría a Europa o Asia
asumir un costo. Los EEUU no hacen lo que quieren, China tampoco. La solución debería
pasar por un aumento del nivel de actividad superior a la tasa motivado en un incremento de
la productividad, pero eso hasta ahora no ha sucedido.
Se trata de un mundo en que los EE.UU. ha pasado por una crisis de la que no logra sa-
lir, que en ese proceso ha perdido competitividad a manos de China, su principal acreedor y
en el que Alemania sigue siendo un jugador central, especialmente en lo económico y por
su influencia en Europa junta a Francia, y Rusia en lo geopolítico. En un contexto regido por
la presencia estructural del par conceptual centro-periferia y el desarrollo desigual y combi-
nado, aunque con el ascenso de una parte de esa periferia, la de Asia Oriental, especial-
mente China. El problema para Estados Unidos es que China no es un protectorado político-
militar como Japón, su escala es mucho mayor (ya superó a Estados Unidos en PBI a pari-
dad de poder adquisitivo) y la alianza con Rusia fortalece su posición político-estratégica en
Eurasia (Merino y Trivi, 2019). La guerra comercial anunciada por el gobierno estadouni-
dense de Donald Trump tiene como trasfondo la creciente “guerra” económica, especial-
mente con China, en la cual se agudizan las luchas de concurrencia mediadas por los esta-
dos. El contexto de bajo crecimiento en el Norte Global desde la crisis financiera global de
2007-2008, profundiza esta situación y su perspectiva. Al haber bajo crecimiento la acumu-
lación de los capitales particulares se da en detrimento de los más retrasados y de los traba-
jadores. Los capitales globales acumulan en los territorios emergentes que crecen (particu-
larmente China), posibilidad que no tienen los capitales dependientes de la economía na-
cional estadounidense y del Norte Global. A su vez, el proceso conocido como globalización
económica, por el cual el comercio mundial se expandió al doble del PBI mundial y la inver-
sión extranjera directa (IED) al triple durante casi 30 años, se detuvo con la crisis que estalló
en 2008, poniéndose de manifiesto un límite estructural. El poco crecimiento que hubo en el
Norte global en los últimos años se produjo gracias a las políticas hiperexpansivas de los
Bancos Centrales. Esa política está encontrando sus límites, creando una enorme burbuja
en los bonos públicos, que posiblemente estalle. Se observa una crisis próxima, que puede
desplegarse sobre un ciclo de crisis mucho más profundo debido al agotamiento del ciclo
expansivo (A) de Kondrátiev iniciado en 1994 y a las tendencias estructurales de la econo-
mía capitalista. Ello pronostica una agudización de las luchas económicas que, de acuerdo
a como se desarrolle y se “resuelva”, va a alimentar la grieta en los Estados Unidos, la gue-
rra económica a nivel mundial y la lucha entre polos de poder en todos los planos (Merino,
2018a y 2018c).
Con la declaración de la “guerra comercial” se puso en marcha una profundización de la
política proteccionista de Estados Unidos y un bilateralismo comercial que busca proteger a
las fracciones de capital y ramas retrasadas en la economía global y fortalecer la producción
industrial de Estados Unidos frente a China, pero también frente a aliados como Alemania,
Japón o México. Los objetivos son reequilibrar el déficit comercial (agravado por las políticas
una quinta parte del de Estados Unidos en 2009 (Chirinos, 2009) hoy es una tercera parte si
lo medimos a nivel nominal y se acerca mucho más en términos de paridad de poder adqui-
sitivo. Esto sucede en un contexto en el que el gasto militar mundial aumentó en 2017 a su
nivel más alto desde el fin de la Guerra Fría, en un año en el que Estados Unidos, China y
Arabia Saudita fueron los que más dinero destinaron a la defensa, según un estudio del
Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz (SIPRI, por sus siglas en
inglés). Estados Unidos concentra el 35% del gasto militar global, China 13%, Arabia Saudi-
ta 4%, Rusia 3,8 y la India 3,7% (La Nación, 3 de mayo de 2018).
Muchos consideraban que pasarían décadas antes de que las fuerzas armadas chinas
puedan representar una amenaza para las estadounidenses (Cancelarich, 2009), pero aho-
ra esa percepción ha cambiado para el área de Asia-Pacífico.
A lo dicho podemos sumar otros temas que surgirán a lo largo del libro:
te euroasiático” (Brzezinski, 1998: 39). En este sentido, la tarea es asegurarse que ningún
Estado o ningún grupo de Estados/polos de poder obtengan la capacidad de expulsar a
Estados Unidos de Eurasia o limitar su papel de árbitro. Y esto último es justamente lo que
está sucediendo. El propio autor afirma en 2017 que “Estados Unidos también debe ser
consciente del peligro de que China y Rusia formen una alianza estratégica. Por esta razón,
Estados Unidos debe tener cuidado de no actuar hacia China como si fuera un subordinado:
esto prácticamente garantizaría un vínculo más estrecho entre China y Rusia”.
Lo planteado explica por qué puede haber un debilitamiento de la dominación de los Es-
tados Unidos, pero no quiere decir que China sea el próximo hegemón. Creemos que en las
próximas décadas serán de transición, que se expresa, entre otros modos, como una crisis
capitalista estructural y una crisis del orden geopolítico mundial. Son dos caras de la misma
moneda. La acumulación está siempre en relación al poder político y militar que la garantiza
(que sanciona las reglas de juego, construye monopolios para la valorización del valor, con-
quista territorios, disciplina a los rivales, otorga legitimidad, etc.). Y el poder político y militar
se nutre del poder económico y de la acumulación sin fin de valor para procurarse los recur-
sos de su propia reproducción ampliada. Por otro lado, como ya afirmamos, el ascenso de
China como potencia central produciría un cambio tal del sistema mundial que es difícil ima-
ginarlo en los términos actuales. El sólo hecho de agregar más de 20% de la población
mundial al centro desarrollado implicaría un desafío sistémico de difícil resolución en los
parámetros conocidos.
Como en otros períodos similares de crisis del orden mundial, crisis de hegemonía y agu-
dización de las contradicciones entre polos de poder mundial, América Latina encuentra con-
diciones para desarrollar proyectos políticos estratégicos de mayor autonomía relativa, inte-
gración regional, distribución de rentas e intentos de complejización de sus sistemas produc-
tivos, poniendo al menos en discusión su situación de periferia subdesarrollada y su condi-
ción de dependencia. A partir de comienzos del siglo XXI se cristaliza en términos institucio-
nales en algunos países claves de la región, un giro nacional-popular (Merino, 2018b) para
dar comienzo a una etapa posneoliberal (Sader, 2009). La crítica al Consenso de Washing-
ton y a las políticas neoliberales de ajuste, el nuevo rol activo del Estado en materia de regu-
lación económica e inversión, la recuperación de ciertas empresas estratégicas y sectores
financieros privatizados, las políticas distributivas a partir de la captación de una parte de las
rentas extraordinarias, los mayores grados de autonomía internacional y las intenciones de
construir un polo de poder regional son algunos de los avances que causaron preocupación
al polo de poder dominante, encabezado por los Estados Unidos. El rechazo del ALCA, la
constitución de UNASUR, del ALBA y de la CELAC, los acuerdos con China y Rusia por par-
te de muchos países de la región indicaban que se ha establecido una nueva relación de
fuerzas. A su vez, como se observa en Merino (2017) el establecimiento del Consejo de De-
fensa de la UNASUR, con un conjunto de iniciativas en este plano (como la construcción de
un avión de entrenamiento de forma conjunta y el establecimiento del Centro de Estudios
Estratégicos de Defensa), encendieron las alertas en Estados Unidos debido a la pérdida de