Libro Geopolitica y Economía Mundial Merino Narodowski

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Merino, Gabriel Esteban; Narodowski, Patricio

Hacia una geografía económica


y política de la complejidad

EN: G. Merino y P. Narodowski (Coords.). (2020). Geopolítica y


economía mundial : El ascenso de China, la era Trump y América
Latina. La Plata : Universidad Nacional de La Plata ; EDULP. pp.
9-38

Merino, G.; Narodowski, P. (2020). Hacia una geografía económica y política de la


complejidad. En G. Merino y P. Narodowski (Coords.), Geopolítica y economía mundial : El
ascenso de China, la era Trump y América Latina. (pp. 9-38) La Plata : Universidad Nacional
de La Plata ; EDULP. https://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/libros/pm.2647/pm.2647.pdf

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Libros de Cátedra

Geopolítica y economía mundial


El ascenso de China, la era Trump
y América Latina

Gabriel Esteban Merino y Patricio Narodowski


(coordinadores)

FACULTAD DE
HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
GEOPOLÍTICA Y ECONOMÍA MUNDIAL

EL ASCENSO DE CHINA, LA ERA TRUMP


Y AMÉRICA LATINA

Gabriel Esteban Merino


Patricio Narodowski
(coordinadores)

Facultad de Humanidades฀y฀Ciencias฀de฀la฀Educación
Índice

Prólogo ___________________________________________________________________ 5
Héctor Luis Adriani

Introducción _______________________________________________________________ 6
Gabriel Esteban Merino y Patricio Nadorowski

Capítulo 1
Hacia una geografía económica y política de la complejidad __________________________ 9
Gabriel Esteban Merino y Patricio Nadorowski

Capítulo 2
El fin del siglo norteamericano. La irrumpción de China y los ciclos en la periferia ________ 39
Patricio Nadorowski

Capítulo 3
El escenario de la campaña electoral del 2015 y Trump en acción_____________________ 53
Gabriel Esteban Merino y Patricio Nadorowski

Capítulo 4
Globalistas vs Americanistas __________________________________________________ 67
Gabriel Esteban Merino

Capítulo 5
Las bases ideológicas de los Estados Unidos de América ___________________________ 90
Darío Saavedra y Federico Esquiroz

Capítulo 6
Las disputas y las alianzas entre los países desarrollados. Un recorrido
hasta nuestros días ________________________________________________________ 121
Héctor Adolfo Dupuy y Juan Cruz Margueliche
Capítulo 7
Los jugadores y los conflictos ________________________________________________ 142
Rocío Jaimarena, Gabriel Esteban Merino y Patricio Nadorowski

Capítulo 8
EEUU y China: aportes al debate sobre los diferenciales de complejidad entre ambos ____ 155
Ximena Valentina Echenique Romero y Patricio Nadorowski

Capítulo 9
La hegemonía condicionada en las instituciones económicas _______________________ 165
Karina Liliana Angeletti y Patricio Nadorowski

Capítulo 10
La estrategia del TLCAN y la relación de EEUU y México __________________________ 177
Gabriel Esteban Merino y Damian Ariel Giammarino

Capítulo 11
La Alianza del Pacífico (AP) y el Acuerdo Transpacífico (TPP),
entre globalistas y americanistas _____________________________________________ 188
Juan Andrés Amor, Andrés Leaño y Gabriel Esteban Merino

Capítulo 12
Los gobiernos nacional-populares de la región en el siglo XXI _______________________ 201
Gabriel Esteban Merino y Soledad Stoessel

Bibliografía ______________________________________________________________ 222

Los autores _____________________________________________________________ 255


CAPÍTULO 1
Hacia una geografía económica y política
de la complejidad
Gabriel Esteban Merino y Patricio Narodowski

Introducción

En este capítulo se intenta realizar una síntesis de los debates actuales que, entende-
mos, aportan a enriquecer a la geografía económica y política mundial para captar las trans-
formaciones globales y desarrollar nuestro enfoque. Dado que resulta difícil abordar la tota-
lidad de las posiciones y las temáticas, nos concentraremos en tratar de entender cómo los
teóricos han explicado la lógica del sistema de relaciones internacionales, las variables que
han utilizado para analizar el poder de las naciones en ese sistema, cuál ha sido el modo
(las estrategias) en que se ha ejercido ese poder y el impacto que las mismas ha tenido.
Naturalmente en las respuestas surgirá el rol específico de los EEUU, su capacidad de do-
minación, su pérdida de hegemonía y el debate sobre el multipolarismo, así como las discu-
siones alrededor de la relación centro-periferia. Se analizan primero las posturas de las
ciencias políticas y la sociología y luego, especialmente por el aporte específico a las trans-
formaciones tecno-productivas de la época, las posiciones provenientes de la economía y la
geografía económica.
A partir de ese análisis surge nuestro planteo, inscripto entre los enfoques que priorizan
los cambios en las estructuras productivas y sociales, en donde el Estado-nación (tanto en
política interna como en el plano internacional) expresan estos cambios, a la vez que son
actores de dichos procesos. El análisis de la situación internacional se realiza como un todo
y el poder de las naciones se explica en a partir del concepto de complejidad, en sus múlti-
ples dimensiones, no sólo productiva. Se trabaja –a partir del ascenso de China y el desa-
rrollo de alianzas contra-hegemónicas, especialmente en Eurasia- con la hipótesis de un
mundo multipolar, pero en el que EEUU y el polo angloamericano continúan siendo domi-
nantes (de la hegemonía condicionada al multipolarismo relativo, con aspectos de bipolari-
dad relativa). En este sentido, tomamos el concepto de transición histórica para pensar el
momento actual, el cual indica que vivimos una crisis y reconfiguración del orden mundial -
de las jerarquías del sistema interestatal, de las instituciones internacionales, de los Estados
nación- y de la economía de la economía mundial –las jerarquías en la división internacional
del trabajo, los problemas de sobre-acumulación capitalista, la revolución científico-

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tecnológica y la transnacionalización productiva y financiera, etc. Con ello, se produce una


transformación de la relación polar centro-periferia y se despliegan un conjunto de procesos,
desplazamientos y contradicciones que creemos necesarios indagar y analizar desde una
mirada latinoamericana. Seguramente, como veremos, para encontrarnos al final con más
preguntas que respuestas.

La geopolítica

La primera vez que fue mencionada la palabra geopolítica fue a principios de siglo XX.
Más que como disciplina, cuya existencia es discutible, resulta más interesante rescatarla
como un pensamiento (de naturaleza interdisciplinaria) sobre el poder, con su temporalidad,
en el espacio. La geopolítica clásica, que por lo general se refiere al pensamiento geopolíti-
co anterior a la Guerra Fría, tiene un carácter Estado-céntrica mientras que la geopolítica
contemporánea se centra en el análisis de actores/estructuras de poder, entre las que se
encuentran los Estados. Entre los autores clásicos se destacan Alfred Mahan, Frederick
Turner, Friedrich Ratzel, Paul Vidal de la Blanche, Halford Mackinder, Isaiah Bowman, Wal-
ter Christaller, Jacques Ancel, Karl Haushoffer. Estos autores pusieron las piedras angulares
para estudiar el poder de los Estados en relación a su ubicación espacial, realizando una
cartografía del espacio mundial desde la óptica del poder. A su vez, se estudian a partir de
allí los determinantes y las dinámicas del poder marítimo y del poder territorial/continental.
También aparecen temas que luego serán centrales en los estudios geopolíticos como la
cuestión de los recursos y el acceso a los mismos por parte de ciertos poderes/estados, la
implicancia del control de las rutas comerciales y puntos de estrangulamiento, las implican-
cias geopolíticas de las características demográficas de los estados, etc. Todo esto desde
una perspectiva de la acción: son en las potencias imperialistas, especialmente Gran Breta-
ña, Alemania, Estados Unidos y Francia, donde florecen estos pensamientos estrechamente
ligados a la empresa colonial, a la rivalidad con otras potencias y, en definitiva, al aumento
del poder estatal de la “nación” y su devenir “civilizatorio”.
Con su desarrollo, los estudios de la geopolítica siguieron distintos cursos, algunos es-
trechamente vinculados a las relaciones internacionales -especialmente en el mundo anglo-
sajón de la posguerra, cuando la palabra geopolítica adquirió un significado negativo- pero
también a otras disciplinas. El análisis marxista del imperialismo, las teorías del sistema
mundo y las teorías de la dependencia, la geografía radical, el post-estructuralismo francés
y la llamada geopolítica crítica produjeron importantes contribuciones al pensamiento geo-
político que, necesariamente, también es tomado por la geografía política y económica.

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Las relaciones internacionales y el debate liberalismo-realismo

Como mencionamos, el pensamiento geopolítico clásico en el mundo anglosajón de


posguerra y, un poco más allá, occidental, quedó contenido en buena medida en el estu-
dio disciplinar de las relaciones internacionales, manteniendo su carácter estado-céntrico.
La primera discusión que vertebra esta disciplina es la de liberalismo-realismo, la cual se
encuentra condicionada naturalmente por las diferencias entre la teoría social y la teoría
política clásicas y las posiciones críticas. Entre las primeras, con una fuerte influencia
desde el período de entreguerras y que persiste, está el realismo. Surge como una crítica
del utopismo, heredero del liberalismo del siglo XIX y su ilusión del equilibrio basado en el
patrón ético y en una comunidad internacional de valores compartidos. Parte del análisis
del poder de los estados, deja de lado la política interna y se dedica a la exterior con un
enfoque de solución de problemas, pragmático, con un elemento normativo fuerte. Pue-
den considerarse entre los antecedentes la idea hobbesiana de poder, el equilibrio de
poder de Hume y la ética weberiana de la responsabilidad, “libre” de valores. También la
tradición que proviene de Tucídides o Maquiavelo influyen notablemente en este pensa-
miento. Para Cox (1993) es un enfoque al servicio de la gestión de los grandes poderes
del sistema internacional, especialmente durante el siglo XX, Estados Unidos. También
podemos observar una influencia de los clásicos del pensamiento geopolítico como Hal-
ford Mackinder, Alfred Mahan, Karl Haushofer o Friedrich Ratzel en el pensamiento realis-
ta clásico como el de Hans Morgenthau o Raymon Aron, aunque ello no sea lineal.
Para el liberalismo, por el contrario, la cuestión principal en las relaciones internacionales
pasa por la “exportación” de la democracia occidental, junto con la llamada economía de
“mercado” (capitalismo) y los valores occidentales. Según los liberales, “las democracias no
se atacan entre sí”, ya que en dichos regímenes las masas tienen una gran influencia en las
élites políticas y en tanto la guerra es una carga para las masas, estas se inclinarán hacia la
paz. El liberalismo argumenta la guerra no es inevitable, sino que puede ser controlada a
partir del establecimiento de instituciones y normativas regulatorias para los Estados, no sólo
externas sino también internas. Herederos teóricos de la tradición de John Locke e Immanuel
Kant, y retomando los principios idealistas del orden internacional del presidente norteameri-
cano Woodrow Wilson y del pacifista N. Angell, algunos de los autores clásicos del liberalis-
mo son Alfred Zimmern (con su apuesta a un gobierno mundial cuyo prototipo es la Sociedad
de Naciones) y David Mitrany (para quien la cooperación internacional es el mejor método
para apaciguar los antagonismos en el sistema internacional).
Según el planteo del realismo los países se mueven en un entorno anárquico, en el senti-
do de que ningún estado reconoce árbitro ni ley superior a su voluntad. Asumen diferenciales
de capacidades tanto económicas (nunca muy analizadas) como geográficas, culturales,
políticas y militares, pero se focalizan en el mundo bipolar con el que conviven (en el momen-
to en que emerge esta visión), con escasa atención de los países pobres y naturalmente sin
un enfoque centro-periferia. Observan que a los países los mueve el interés nacional, espe-

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cialmente la seguridad, pero también el interés económico, y persiguen sus intereses me-
diante la fuerza y la diplomacia, combinando coerción y consenso. Se concluye con la idea
de un equilibrio impuesto por los más fuertes (Levy y Thomson, 2010). En esta definición, sin
analizar matices, entra Hans Morgenthau como pionero y Henry Kissinger como notable pro-
pagandista a la vez que actor estatal clave, así como muchos otros. También Zbigniew Brze-
zinski, aunque al igual que Kissinger se destaca como analista más que como teórico y se
desempeña como actor político estratégico. El realismo político tiene conciencia del significa-
do moral de la acción política, pero entiende que los principios morales universales no pue-
den ser aplicados a los actos estatales en su formulación universal y abstracta como guías
de la política exterior.
Pero, lo que más importa es el debate actual, allí aparecen con fuerza Gilipin y los repre-
sentantes del realismo estructural, como Gottfried-Karl Kindermann y del neorrealismo, como
Waltz. También los difíciles de clasificar, George Modelski y Robert Keohane, que parecen
representar una vuelta al liberalismo. En todos los casos se aceptará el aumento de la in-
fluencia del sistema global como un todo y se producirán diversas actualizaciones, sin modi-
ficar la matriz de solución de problemas, es decir, el pragmatismo.
Kindermann pone el foco definitivamente en el sistema internacional y en la estructura. No
abandona la importancia de la política exterior, pero la limitan respecto al viejo realismo.
Waltz del mismo modo introduce la importancia de las relaciones entre estados y otros sis-
temas, en el marco de una estructura definida según la distribución de capacidades, de nue-
vo sin mucho análisis. Lo novedoso es que asume que hay un cambio en la distribución de
capacidades, lo que genera intentos de realineamientos, tanto de los estados como de otros
agentes, aunque este proceso es aún muy pobre. Este enfoque se traducirá como veremos
luego en la estrategia de priorizar el “soft balancing” y el “soft power” de los gobiernos de-
mócratas, más inclinados hacia el globalismo y el multilateralismo, especialmente a partir de
Clinton, que aceptan como necesaria la interdependencia; mientras que los republicanos,
apelan al ya antiguo hard balancing y al hard power, más inclinados al americanismo y al
unilateralismo, especialmente a partir de George W. Bush, que les permite sostener la ilu-
sión de una hegemonía puesta en discusión por la coyuntura. Sin embargo, así planteado
puede resultar discutible ya que habría que matizarlo como veremos más adelante. Ade-
más, muchas veces en la política exterior real de los Estados Unidos se apela en lo discur-
sivo al liberalismo (utilizado para legitimar acciones como intervenciones) mientras se opera
en los hechos con principios realistas.
Dougherty y Pfaltzgraff (1993) plantean que, si bien este realismo no realiza un análisis de
los modos de producción típico, van asumiendo una perspectiva del todo y hasta tienen en
cuenta la relación entre economía y sociedad, claro que, desde otra teoría del poder, su coro-
lario fundamental es el estudio de las jerarquías del sistema mundial, lo que hace que se
haga difícil de distinguirse de los enfoques marxistas. Esta confusión surge según Cox (1993)
porque teorías de origen marxista como las de Hobsbawm o Gramsci han dado lugar a toda

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una escuela que también es de resolución de problemas, aunque hay grandes diferencias,
que serán analizadas luego.
No sucede lo mismo en dos casos específicos, sobre todo autores posteriores a los
años 80s. Gilipin, si bien realista, reconoce con mucha más fuerza que Waltz a los nuevos
actores y también incorpora una mayor relación entre las escalas, pero así y todo sigue
centrando el análisis en el Estado-nación. En su bibliografía de fines de los 80s se intro-
duce en el análisis de la relación entre estado y mercado, un tema que los realistas ha-
bían tocado poco. Lo hace tratando de entender la ampliación general de ambos, sobre
todo el mercado, a todo el planeta y las interrelaciones, en una etapa en que ya crecían
las economías asiáticas, más que nada Japón. En ese contexto analiza el rol de los Esta-
dos Unidos en la garantía del libre comercio, sin caer en el extremo del neoliberalismo
radicalmente antiestatal y cuestionando el regionalismo, sobre todo europeo (Neumann,
2004). Ya en los 2000s mantiene sus principales postulados de libre comercio, y vuelve
sobre la necesidad de una institucionalidad que garantice el libre comercio. La misma
dependerá del juego de poder de los estados, sobre todo de las potencias y especialmen-
te de los Estados Unidos. Las empresas multinacionales (EMN) siguen esa lógica. Parece
querer disolver la cuestión del subdesarrollo con el caso asiático.
En paralelo hay dos casos particulares, Robert Keohane y George Modelski, ambos tam-
bién clasificados en diversos textos como estructuralistas, pero con posiciones que pueden
caracterizarse como más distantes (Barbe, 1987).
Keohane, como Gilipin surge del realismo, pero parece alejarse, sobre todo en 1977
en su libro junto a Joseph Nye (1977) y luego, en 1984 con su “Después de la hegemo-
nía”, con definiciones sistémicas de corte liberal. En el primer texto aparece el concepto
de interdependencia en que se asume la presencia de situaciones caracterizadas por
múltiples conexiones con efectos recíprocos entre países o actores (por ejemplo, las
EMN o los actores de la comunidad local). Se asume la ausencia de jerarquías. El uso
de la fuerza ya no es lo dominante, sino la negociación y las coaliciones, la cooperación.
De nuevo aparecen como centrales las instituciones internacionales, pero desde fines
de los 70s con un EEUU en caída. En el texto de 1984, se da un paso más adelante
porque se define el mundo "después de la hegemonía" pero dentro del mismo régimen y
siempre como disputa; es el momento de la multipolaridad. Como muy bien sintetizan
Piana y Cruz Tisera (2017) según esta visión ya no habrá un unipolarismo militar como
planteaban los realistas, desaparece la agenda estatal única y aparecen múltiples agen-
das y no solo estatales.
George Modelski había hecho un aporte fundamental con sus ciclos largos de liderazgo
mundial. Para el periodo que va desde fines de los 60s, habla de la decadencia de la hege-
monía americana por la competencia soviética y luego en la etapa del transnacionalismo, de
una nueva hegemonía (Taylor y Flint, 2002). Este autor plantea la creciente fragmentación
productiva y una mayor competencia entre las grandes potencias en un sistema de elevada
complejidad. En un importante libro colectivo de Modelski, Devezas, Thompson (2008) se

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desarrolla un enfoque sobre la globalización, donde ésta es una construcción de institucio-


nes, con un elevado quantum de auto-organización, de aprendizaje evolutivo, como sucedió
con Kehoane; así parece oponerse al realismo y volver a un enfoque utópico o liberal. En
términos de contenido ofrece poco ya que analiza el período contemporáneo como una "era
de la información", no más que eso.
Desde Argentina una mirada inspirada en estas corrientes es el Realismo Periférico de
Carlos Escudé (2012), quien elabora su enfoque a partir de los años noventa, en pleno auge
neoliberal, el Consenso de Washington, la derrota política de los nacionalismos populares en
América Latina, el alineamiento con Estados Unidos de la Argentina y el abandono absoluto
del paradigma de la autonomía. Retomando el par conceptual centro-periferia de Raúl Pré-
bisch y la CEPAL, pero para llevarlos de la economía a las relaciones internacionales, Escu-
dé parte del análisis realista de la estructura proto-jerárquica del orden internacional, en la
que existen países centrales que imponen las reglas de juego y países periféricos que deben
aceptarlas. El costo de no aceptar las reglas, de rebelarse, es demasiado grande y el resul-
tado es lapidario para el país que lo intente, según esta mirada. No confrontar con las poten-
cias occidentales y en particular con Estados Unidos y el Reino Unido es uno de sus princi-
pios doctrinarios, así como la aceptación del lugar de periferia.

Versiones evolutivas

En este apartado analizaremos sucintamente dos enfoques muy importantes en el deba-


te sobre la globalización, que concluyen con la idea de la heterogeneidad sistémica, nos
referimos al evolucionismo neoshumpetereano y al planteo de Agnew, aunque sólo el se-
gundo representa un aporte focalizado en la geopolítica. Los dos puntos de vista, han tenido
mucha importancia en los últimos años, sobre todo a partir de la aparición de libros muy
frecuentados como Storper (1997) y Knox y Agnew (1994).
El evolucionismo, realiza un análisis del pasaje del fordismo al posfordismo –como lo ha-
rán los regulacionistas con una perspectiva que podemos considerar neomarxista- a partir
del concepto de innovación de Schumpeter, de otro modo al que lo hará Wallerstein adap-
tándolo al enfoque sistémico. No nos detendremos en todo el planteo, sí diremos que el
motor del desarrollo pasa a ser la innovación, entendida como proceso social y que de ese
modo se entienden los grandes ciclos de la historia económica. La variable explicativa es el
cambio tecnológico y el actor central es la firma, capaz de aprovechar sus capacidades para
innovar y crecer (Kline y Rosemberg, 1986). Incluso con una escasa preocupación por el
subsistema financiero. El proceso parece entenderse, al menos en las interpretaciones más
usuales, como fluido, sin asimetrías o con asimetrías resueltas en la propia organización
económica. Por eso hay un cambio en el rol del Estado, que como en el neoinstitucionalis-
mo, gana en peso regulatorio y lo pierde en intervención directa (Lundvall, 1992; Nelson y
Sampat, 2001). En ese contexto, se diluyen las ventajas del punto de partida de los grandes

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grupos económicos de los países centrales, del sector financiero o de las elites. Por eso se
basan en el éxito de los NICs o de ciertas regiones europeas para confiar en las fuerzas
endógenas de cada espacio para salir del atraso. Es un ataque frontal al concepto centro-
periferia y un retorno parcial al desarrollismo “etapista” de la posguerra.
Agnew, va por el mismo camino, aunque con un análisis de la geopolítica interesante. En
su texto junto a Corbridge de 1995, el de 1998 (Agnew, 2005) pero también en Agnew
(2008) parte de una idea del espacio que surge de la interrelación economía, especialmente
producción, comercio, consumo y política, en la que juegan actores heterogéneos, no sólo
estatales, que accionan en diversas escalas con efectos multicausales. Para eso diferencia
el concepto de imperio, como dominio, del de hegemonía, como la coerción, pero también
consentimiento. Diferenciación problemática ya que todo imperio construye hegemonía (en
distintos niveles de influencia territorial) y el momento del mero dominio a través de la coer-
ción resultan de situaciones de debilidad y/o puntos de crisis y bifurcaciones.
En la posguerra hubo dos estados imperiales que competían en la arena militar, política
e ideológica disputándose el resto del mundo. En ese período hay un aumento del rol del
Estado que luego entra en crisis. Para Agnew, es un momento de hegemonía planetaria –al
menos en el mundo occidental- por la capacidad de los EEUU de imponer los principios de
la sociedad de mercado y sus políticas (fordismo).
Con la caída de la URSS y especialmente desde los años noventa, el sistema empieza a
adoptar una fisonomía global, mucho más compleja, que el autor llama de "sociedad" mun-
dial integrada". En ella convive la superioridad militar de los Estados Unidos y la ausencia
de un enemigo, con la dependencia del ahorro (y los límites de su política monetaria) y de
los recursos naturales del resto del mundo. El resultado es una gran falta de disciplinamien-
to político de sus aliados, Estados y actores que realizan acuerdos por fuera de esta hege-
monía; esto a su vez puede minar la institucionalidad existente. Y para colmo dicha situa-
ción genera una gran heterogeneidad en los impactos territoriales que a su vez obligan a
adaptaciones culturales locales que van más allá de la globalización y explican además de
la crisis de los EEUU la pérdida de autonomía de los Estados, incluso de los países desarro-
llados (PD). Como los evolucionistas, Agnew (1993, 2000) dice que el uso del par “centro-
periferia” se basa en inferencias deterministas, las considera funcionalistas y las cuestiona
como tales. A su vez observa que hay en el fondo un uso de la escala única de análisis que
sólo produce una homogeneidad, que en la realidad no existe. Y plantea que, a partir de es-
tos análisis, una región (el centro) deja de ser vista como poseedora de ventajas iniciales
sobre otras regiones (periferias) que luego se irán reproduciendo por la dominación política
o el poder del mercado.

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El análisis a partir del marxismo, de Braudel


y el regulacionismo

Para caracterizar este grupo, comenzaremos por algunos planteamientos de Cox (1993).
Este autor lo define como al conjunto de todos los que tienen en Marx una referencia impor-
tante, aunque no sea dogmática y a partir de la misma, abordan las relaciones entre el Es-
tado y la sociedad civil en relación a las relaciones de producción, a las fuerzas productivas
y a los grupos y clases sociales. Asociado a esto, según Cox todos giran alrededor de la
tendencia al estancamiento de la ley de la caída tendencial de la tasa de ganancia y al aná-
lisis de diversas formas de estabilización, aunque no en todos hay una formulación sobre la
caída ineluctable del modo de producción dominante. Sí en todos hay una forma de resis-
tencia y de pensar alternativas. Desde allí se analizan las relaciones internacionales, en las
que predomina una dimensión vertical, desde la teoría del imperialismo, diferente a la di-
mensión horizontal de rivalidad del realismo. Es decir, aparecen con claridad las jerarquías
en el sistema mundial. Esta visión se refuerza obviamente a partir del traslado a la escala
mundial del concepto de hegemonía de Gramsci, entendida como coerción más consenso y
como unidad orgánica entre las relaciones de producción y el desarrollo de las fuerzas pro-
ductivas, y el poder político e ideológico (más allá de la diferenciación de órbitas analíticas).
En todos se observa una crítica general al institucionalismo que involucra a la par a la so-
ciedad civil y al /los estados y desliga las relaciones de poder al modo de producción.
Obviamente el componente internacional aparece claramente con la categorización de
Lenin del imperialismo a partir de las lecturas Hilferding y Hobson, que a su vez desarrollará
con sus matices Rosa Luxemburgo. En dichos análisis se observa la lucha entre capitales
financieros monopólicos de los países centrales (a partir de la fusión de la gran banca con la
gran industria y su entrelazamiento estatal), mediada por la competencia entre los estados,
en su despliegue por el control de la economía mundial. Luego el tema parece abordado
desde la URSS como el enfoque del capitalismo monopolista de estado. Sin embargo, algu-
nos aspectos fundamentales ya aparecen en el Marx adulto, especialmente en los escritos
sobre China, la India y sobre todo en Irlanda, en los cuales ve cómo la burguesía inglesa
bloquea el desarrollo de la manufactura en otros países y donde el saqueo colonial destruye
el entramado económico-social frenando más que posibilitando su desarrollo: la acumula-
ción primitiva no es la antesala inmediata de procesos de industrialización en un país some-
tido al despojo (Katz, 2018). Y desde al menos la segunda internacional, hay una diferencia-
ción, aunque muy primitiva teóricamente, de la presencia de diferenciales de desarrollo en-
tre países. Todas estas miradas ponen en discusión la visiones unilineales y evolucionistas
del marxismo, ancladas en el desarrollo de las fuerzas productivas, en la cual el capitalismo
va absorbiendo/civilizando a la periferia, la cual transita etapas de desarrollo despojándose
de las formas pre-capitalistas. Mirada aún vigente también, que desde el marxismo copia el
etapismo liberal.

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Pero lo que importa, es el debate actual, el de la interdependencia y la globalización. En


ese sentido, debemos decir que hay diversas ramificaciones que coinciden en el conjunto
anterior, pero con diferencias. Desde los 60s, y como una continuidad de la teoría del impe-
rialismo, debemos mencionar a Petras y a Cox. Y también a la teoría marxista de la depen-
dencia con autores como Ruy Mauro Marini, Theotonio Dos Santos, Ana Esther Ceceña y
Vania Bambirra que, influenciados por el neomarxismo de Sweezy, Baran, Amin y Mandel (y
en contraste con la versión soviética) y la original mirada de André Gunder Frank, elaboran
un conjunto de categorizaciones para analizar la relación centro-periferia que luego devie-
nen en análisis de la globalización. Desde posiciones poskeynesianas aunque con influen-
cias marxistas se tiene el antecedente del estructuralismo latinoamericano, ambos enfoques
serán retomados más adelante.
En paralelo, con la misma base, discutiendo con la ortodoxia y con la teoría de la depen-
dencia, se encuentran la línea investigativa de Braudel, de Wallerstein (que retoma los ci-
clos largos de Kondratieff y a su vez incorpora a Schumpeter) y de Arrighi. Recuperando a
Marx e influenciado por los estudios urbanos, también a Neil Smith y Arrighi, surge el Nuevo
Imperialismo de Harvey (2004). En paralelo, pero también a partir del problema de la caída
tendencial en la tasa de ganancia, surge el regulacionismo de Lipietz. Por otro lado, desde
su crítica al realismo y con una buena dosis de evolucionismo neoshumpeterano, Agnew.
Todos tienen un punto de vista actual, una forma de entender las relaciones internacionales
con un fuerte sesgo en los cambios socio-tecno productivos, una definición de cómo se ges-
tiona ese poder, un planteo sobre el rol específico de los EEUU, sobre el unilpolaris-
mo/bipolarismo/multipolarismo y, obviamente, sobre la relación centro-periferia.
Para Petras (2003) hay un sistema imperial que genera una estructura imperial. Las
estructuras nacionales son diversas según se trata del Estado imperial dominante, países
centrales colaboradores o de los subordinados. El primero es Estados Unidos, sustentado
tanto en el poder económico como el militar; su gobierno es el núcleo del sistema y el mis-
mo se extiende mediante instituciones interestatales tales como el FMI. Por eso la perife-
ria existe como una parte central de las relaciones internacionales de poder. El mundo es
unipolar, la hegemonía es estadounidense y se divide en centro y periferia (Petras, 2003).
En Petras y Veltmeyer (2015) se reafirma la idea central, y de nuevo cuestionan a quienes
plantean la pérdida del poder estatal, la nueva institucionalidad y la competición geopolítica.
El blanco es Amin y Arrighi entre otros. Los llama los teóricos del «nuevo imperialismo».
Sin embargo, se le presta especial atención a retomar la idea de que –como veremos
luego con Harvey- importa el avance del capital en tiempo y espacio, y que ha tomado
una forma de capitalismo extractivo, pero asume que la agencia del Estado imperial facili-
ta este avance. No queda clara la definición del mismo ni el perfil tecno-productivo del
capitalismo actual. Y, sobre todo, Petras cambia la tesis de hegemonía estadounidense y
observa un declive: la pérdida de la hegemonía del imperialismo norteamericano, si bien si-
gue pesando, augura para el futuro un descenso continuado, reduciendo la capacidad de Wa-
shington para dictar políticas o dominar relaciones económicas y políticas. Se plantea que la

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disminución del poder de Estados Unidos es una tendencia a largo plazo e irreversible. Pe-
tras (2012) analiza el ascenso chino sobre la base de su capacidad productiva, contra la
estrategia guerrerista norteamericana. Finaliza planteando que China sustituirá a EEUU
como principal potencia económica mundial en la próxima década, aunque deberá afron-
tar diversos desafíos, entre ellos, el riesgo de burbujas, la desigualdad social, etc. Petras
dice que puede lograrlo. En ese sentido, contradice sus escritos anteriores en los que
discutía muy duramente con quienes sostenían las tesis del declive estadounidense.
Ramonet (2002) y Chomsky (2008), aunque no los abordaremos en detalle, van por el
mismo camino. Este último plantea la idea de un “Estado global”, ejercido por Estados Uni-
dos, con un superministerio de Economía, el “triunvirato” FMI-BM-OMC, un ministerio de
Defensa, la OTAN, y hasta una estructura de apoyo ético-metafísico, la Iglesia Católica de
Roma. EE.UU. aunque en crisis, sigue siendo el poder hegemónico porque no existe otro
poder que pueda hacerle sombra. Es exagerado tomar a China (e India inclusive) como
centro principal de poder mundial dado los enormes problemas internos que posee.
Cox (1993) también se ubica claramente en su definición del conjunto referenciado en la
teoría del orden mundial marxista. Lo hace partiendo de la base de que la producción de-
termina el orden político y social, y la subjetividad (Quintanar y Castello, 2014). Su idea de
hegemonía incluye las relaciones interestatales y también entre clases de diferentes países,
sostenida sobre un conjunto de ideas coherentes que logra imponerse. Para la época ac-
tual, la producción internacional juega el rol que la industria jugó a nivel nacional, pero en
otra escala. Como veremos en Lipietz, por ejemplo, esta organización global descentraliza
la producción física de bienes a localizaciones periféricas, con salarios bajos, sin perder el
control de los procesos (Cox y Schechter, 2002). Esto significó que se aceleró el cambio del
fordismo al postfordismo y que el nuevo modelo se basó en una estructura de producción
núcleo-periferia aún más acentuado. Además, se mantiene la idea de que las finanzas se
han desacoplado de la producción para convertirse en un área independiente, lo financiero
queda subordinado, limitado al mundo específico de las finanzas. Por eso la clave es no la
moneda sino el conocimiento, bajo la forma de la capacidad de generar tecnología. Esto
obliga a pensar en una estructura de clases global extendida, que se transmite mediante
ese estado transnacionalizado y que tiene contradicciones con el orden nacionalista.
Este orden genera una nueva hegemonía basada en la estructura global del poder so-
cial, con una coalición centrada en Estados Unidos, la República Federal de Alemania y
Japón, que pierde poder a favor de Asia (especialmente China), quien, junto con otros
BRICS, está reaccionando mejor a la crisis (Cox, 2012). Aunque lo llama de otro modo, está
hablando de multipolarismo. Esta situación obliga a un ajuste de la economía americana
que aún no se ha hecho, hay sectores internos, sobre todo el militar, que lo impiden y exi-
gen una contraofensiva, explicando la crisis.
Por otro lado, están los excluidos, fuerzas contra hegemónicas expulsadas del siste-
ma (Falk, 2016). Para eso se vale del concepto de “covert world”, el sector informal y el
ilegal, del que darán cuenta varios autores. Este segmento es consecuencia del retiro

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del Estado del territorio y del planeta, también es debido a las ofensivas de los EEUU
junto a la OTAN. Esto genera movimientos de resistencia y su inevitable respuesta por
parte del “establishment” la guerra contra esa supuesta ilegalidad y de nuevo la resis-
tencia (Cox y Schechter, 2002).
Mucho más rotundo acerca de la pérdida de poder de EEUU es Wallerstein. Este autor
desarrolla –a partir del análisis longue durée de Braudel y a su vez los ciclos económicos de
50-60 años de Kondrátiev- un análisis de ciclos largos asociados cada uno a una potencia
mundial, que luego completará Arrighi con los ciclos de hegemonía. En el siglo XX la poten-
cia es Estados Unidos y la crisis de hegemonía para Wallerstein se ubica a partir de los años
setenta cuando se acaba la fase A o fase de crecimiento/expansión económica de 20-25
años del ciclo de Kondrátiev. A su vez, este autor formula la tesis de que se estaría llegando
un punto en que las tendencias seculares del sistema mundo moderno estarían llegando a
sus asíntotas, produciendo una crisis estructural que no tiene posibilidad de volver al equili-
brio dinámico del sistema, es decir, a una imposibilidad del capitalismo como tal. Ello lleva a
un punto de bifurcación, en donde el futuro se dirimirá en la lucha política.
Como en los casos anteriores, en Wallerstein también hay una mayor importancia asigna-
da a la supremacía económica (productiva, comercial y financiera, en ese orden de causali-
dad). Sin embargo, cuando desarrolla la idea de centro liberal como ideología dominante del
capitalismo a partir de la revolución francesa parece dar mayor complejidad a estas cuestio-
nes: lo político e ideológico no están explicados sólo por lo económico, no existe tal diferen-
ciación de órbitas y es central el desarrollo del consenso o legitimidad de un sistema mundo.
Un tema que es central e influirá en el análisis actual es el hecho de que la decadencia es
producto de la capacidad de los rivales de copiar las capacidades y, por lo tanto, de romper
los cuasimonopolios que determinan las posiciones dominantes.
Durante la posguerra y fundamentalmente los 60s, el proceso de acumulación de capital
en el centro generó –además del tradicional rol de productor de materias primas- un traslado
a la periferia de la producción de manufacturas simples, reservándose en el centro los pro-
cesos complejos y las nuevas tecnologías. Luego se consolida la polaridad estructural en el
sistema-mundo, con un centro en el que circulan la información, las ideas, la innovación,
hay un alto nivel de consumo. En lo político, son estados-nación fuertes y una periferia co-
mo la que ya describimos, con estados-nación débiles y una semiperiferia intermedia
(Wallerstein, 1984, 2006). Este es el punto central de la crítica a la teoría de la dependencia.
Para el análisis de la crisis de los años setenta, en uno de los trabajos más importantes,
Wallerstein (2005) se plantea la contradicción más importante: la debilidad del Estado para
mediar y generar consenso, relacionada con la caída del excedente, sobre todo en las peri-
ferias, debido a diversos motivos difíciles de exponer en pocos renglones. Lo que sí en este
clima, los capitalistas tienen necesidad de los Estados, pero éstos han sido debilitados. Esto
explica la pérdida de dominio de sectores más complejos, la competencia económica entre
Estados Unidos, Europa Occidental y Japón/Asia Oriental; el endeudamiento norteameri-
cano y su vínculo funcional con China, por ende, su debilitamiento y la incapacidad de Es-

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tados Unidos para recomponer la dominación. Por eso una estrategia central es el uso del
poder a nivel mundial para afectar las decisiones de otros estados, definiendo a los Estados
Unidos como una potencia en declive, militarizada (Wallerstein, 2003).
La contracara es el ascenso chino y su política de no beligerancia abierta (Wallerstein,
2005). En este sentido, Wallerstein (2017) plantea que China también ha ido declinando
significativamente porque no ha logrado avanzar en sus objetivos expansionistas y porque
parece dudosa la posibilidad de aumentar el consumo interno por los límites en el sector
financiero y productivo mismo. Sin embargo, Wallerstein (2013) apuesta a algunas realinea-
ciones importantes, que aislarán a los EEUU, pero todo muy inestable y no descarta un
escenario futuro de proteccionismo, plagado de autoritarismo o de revueltas populares, en
línea con sus escritos anteriores
Arrighi en su Largo siglo XX parte de un enfoque que incorpora a Braudel, Wallerstein y
Marx, y llega una periodización similar, aunque con cuatro ciclos de hegemonía y acumula-
ción de capital (genovés, holandés, británico y estadounidense) y con una idea de hegemo-
nía más cercana a la línea gris de “coerción y consenso” que reelabora para el sistema
mundial a partir de Gramsci (Arrighi, 2014). Silver y Slater (1999) llaman a este esquema:
represión, cooptación y reestructuración. También llega al ciclo estadounidense y explica del
mismo modo que Wallerstein la relación centro-periferia por medio de los diferenciales tec-
nológicos (Arceo, 2005) y de productividad, los cuales se verifican en el análisis de los PBI
per cápita por país. El tema es abordado profundamente en el libro A ilusão do desenvolvi-
mento (1997), es decir, un esfuerzo por mostrar la ilusión del desarrollo: realizan un aporte
fundamental mostrando que la industrialización en los países subdesarrollados (PSD) no fue
la solución para disminuir la brecha de desarrollo existente (Arrighi, Silver y Brewer, 2003).
Otra vez aparece actualizada la idea del desarrollo desigual y combinado, de la dinámica
centro-periferia, del subdesarrollo de la periferia como algo inherente a la economía capita-
lista mundial, todas cuestiones muy difundidas en las teorías de la dependencia.
En lo que hace a la época actual, el abordaje es realizado en diversos capítulos de
Arrighi y Silver (1999). De allí surge que se trata de la crisis del sistema del mundo mo-
derno y que se inicia en los años setenta. El problema central es la expansión financiera y
su autonomía respecto a lo productivo, debido a la sobreacumulación, lo que genera una
redistribución de riqueza insostenible. Las agencias internacionales juegan ese juego y
exigen un ajuste que los Estados no acompañan. Lo que se produce es una crisis de he-
gemonía, entendida como la situación en la cual el estado hegemónico (Estados Unidos)
carece de los medios o la voluntad de continuar liderando el sistema de inter-estatal en
una dirección que se percibe ampliamente como una expansión, no solo de su poder, sino
del poder colectivo de los grupos dominantes del sistema. Las crisis no necesariamente
resultan en el final de las hegemonías. (Arrighi, 2007: 150). La apuesta al militarismo de
Estados Unidos, condensada en el unilateralismo del “Proyecto para el Nuevo Siglo Ame-
ricano” de los neoconservadores que impusieron la política durante el gobierno de George
W. Bush, no hace más que acelerar la crisis y el caos. Aunque, según él se produce una

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disminución de la probabilidad de las confrontaciones militares abiertas entre potencias,


pero al mismo tiempo se amplifica la competencia. Se puede empezar a hablar de multi-
polaridad. La crisis de hegemonía está trabajada en profundidad en su último gran libro,
Adam Smith en Pekín, donde Arrighi (2007) intenta entender “la riqueza de las naciones”.
Allí plantea que el modelo productivo chino y de Asia oriental, distinto históricamente al
occidental, está basado en el mercado, en la división social del trabajo (diferente a la divi-
sión técnica del trabajo), la utilización de mano de obra intensiva en contraposición al ca-
pital intensivo, el desarrollo desde el mercado interno basado en la agricultura y la indus-
tria en contraposición al desarrollo desde el comercio exterior, y el desarrollo a partir de
redes productivas. Este, modelo combinado, con el capitalista occidental, supera el mo-
delo de la corporación vertical estadounidense. Arrighi parte ante todo de que en China se
da un desarrollo a través del mercado y que el Estado justamente promueve y desarrolla
el mercado combinando las formas orientales de acumulación sin desposesión, con ele-
mentos del patrón occidental que se volvió dominante en el mundo a partir del siglo XIX y
pudo subordinar a Asia Pacífico, que hasta ese entonces mostraba iguales y hasta mayo-
res grados de desarrollo. La crisis de occidente, que se expresa como ineficiencia relativa
de las grandes corporaciones verticales, sobreacumulación de capital y financiarización
(típico fenómeno que aparece en las fases de declive en los ciclos hegemónicos), da una
posible superioridad a China. Pero no sabe qué línea va a prevalecer en China y deja esta
cuestión abierta. Desde este análisis anuncia una posible nueva hegemonía asiática y una
nueva escalada de militarización americana que según el autor no resolverá nada y pro-
ducirá una nueva debacle de Estados Unidos. El peligro que el gigante asiático siga una
vía capitalista típica puede tener un grave impacto sobre la cuestión ambiental.
Hay un tema que Wallerstein y Arrighi, en alguna medida, no prestan tanta atención, que
refiere a las implicancias de las transformaciones actuales en lo productivo, particularmente
las implicancias del posfordismo. Este punto es central porque nos debería explicar final-
mente la descentralización productiva hacia los PSD y la pérdida de competitividad de los
EEUU, aspectos que son tratados profundamente por el evolucionismo y el regulacionismo
a partir del análisis del pasaje del fordismo al postfordismo. Aquí expondremos sólo a Lipietz
(1987, 1994,1997), quien funda su enfoque en la esfera productiva y de allí a la organiza-
ción del estado y a la división internacional del trabajo. La transición de la que se habla sur-
ge de cambios en el modo de organización del trabajo a partir de nuevos compromisos de
involucramiento con los trabajadores calificados, para lograr aumentos de productividad
basados en la innovación, en cada una de las unidades especializadas que funcionan de
modo autónomo, ganando en especialización pero al mismo tiempo maximizando la escala,
focalizándose en la producción de bienes y servicios cargados de conocimiento, tema muy
trabajado por estos enfoques y que hemos analizado en otros textos. Como contraparte hay
un desdoblamiento de los procesos productivos en regiones de mano de obra con distinto
grado de calificación, sindicalización y remuneración, lo que da lugar a un mosaico de mo-
delos económicos (en donde predominan el neotaylorismo, el fordismo, el fordismo periféri-

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co, el posfordismo), sociales y regulatorios, aunque siempre dentro de un proceso de rees-


tructuración del estado y debilitamiento del Estado de Bienestar, en diferentes intensidades
(Narodowski, 2008). La periferia corresponde a los países en los que se produce bajos for-
mas neotayloristas, los BRICS (las semiperiferias del sistema mundo) son los países donde
predomina el fordismo periférico, aunque en este sentido China está en plena transforma-
ción avanzando rápidamente en mayores niveles de complejidad económica en su territorio.
En Lipietz (2011) se aclaran algunos puntos más actuales, por un lado, que lo financiero
funciona como una variable dependiente, pero que explica la manifestación de la crisis, co-
mo en Arrighi, debido al subconsumo (el autor ahora llama al régimen liberal productivista).
Explica la debilidad americana y la fortaleza asiática por el lado de los desbalances comer-
ciales (debidos al aumento de la tecnificación en China y al nivel global de subconsumo) y al
fenómeno en su conjunto como el inicio de la "economía casino". Además, por sus inclina-
ciones políticas, trabaja el tema de la crisis ecológica y la contra la crisis alimentaria. Pero
sus análisis pierden peso.
Para entender el punto de vista del regulacionismo sobre la fortaleza estadounidense a
partir de la moneda, el dólar, podemos seguir en enfoque de Aglietta, que junto a Coudert
han escrito en 2015 un libro muy claro al respecto. Naturalmente hay diversas líneas inves-
tigativas dentro del regulacionismo e infinidad de autores que no hemos podido exponer, por
ejemplo Boyer. Ellos sostienen que, aunque haya cambiado la regla monetaria en los 70s
luego de la crisis, subsiste la cuestión de que el dólar representa un problema más para el
mundo que para los Estados Unidos, por la fijación de los precios del comercio exterior y de
casi todas las monedas nacionales al dólar. La política monetaria de Washington sirve al
objetivo de cuidar el ciclo económico interno: tasa de interés y crecimiento económico van
de la mano y lo demuestran con datos, salvo excepciones.
Claro que mientras la apertura era menor y la balanza comercial norteamericana era po-
sitiva la virtud era absoluta, pero ahora que esta situación se ha revertido, el valor real efec-
tivo del dólar es importante para todos. Los autores marcan que para ganar en competitivi-
dad y salir de la crisis el valor se depreció. Si bien parece una elección de la autoridad mo-
netaria, la misma tiene restricciones. Tal es así que la moneda sigue apreciada y el desba-
lance de la cuenta corriente no cesa: ser moneda refugio tiene sus costos. Al mismo tiempo
muestran que esa política influye fuertemente sobre el resto del mundo, cuando es expansi-
va, los capitales van a otros países y viceversa, eso explica diversos auges y crisis de los
emergentes, que a veces, dicen, alcanza con un discurso de la Fed. Las explicaciones que
nos brindan nos servirán en el capítulo respectivo.
Harvey (2004) va a coincidir con el planteo general de Arrighi (al que también adhiere Li-
pietz) respecto a la imposibilidad de afrontar los problemas de sobreacumulación y la inca-
pacidad de acumular a través de la reproducción ampliada sobre una base sustentable sino
con financiarización y por ende volatilidad. Y de Arrighi y Wallerstein –pero también de Li-
pietz- ha tomado el rol de las periferias. Lo hace para entender al imperialismo actual como
de “acumulación por desposesión” –como en otros libros anteriores- retomando los concep-

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tos regulacionistas de fordismo y postfordismo pero prestando especial atención al incre-


mento de la plusvalía absoluta mediante la tercerización de las partes maduras de los pro-
ceso productivos y la apropiación (muchas veces violenta) de los recursos naturales, gene-
rando procesos de desposesión: de la tierra, de activos a través de privatizaciones y compra
de empresas locales luego de depreciarlas a través de crisis, devaluaciones, etc., así como
también la desposesión sobre trabajadores a partir, por ejemplo, de bajas de salarios.
Esto permite un abordaje multiescalar. Como en Arrighi, Estados Unidos se militariza de-
bido a su mayor debilidad económica, por eso no ha abandonado su condición imperialista,
aunque el despegue definitivo de China (incluyendo un aumento de su mercado interno)
puede ser grave para la potencia de occidente. Este escenario explica –de un modo similar
a Arrighi- el pasaje del multilateralismo centralizado de los 90s a una situación de caos cuyo
final ninguno de los dos se anima a predecir.
Samir Amin (1998) le da a este tipo de enfoques un aporte interesante ya que permite in-
tegrar otras dimensiones de análisis. Para él, la lucha entre polos de poder implica un en-
frentamiento permanente –interimperialista y entre imperialismo y pueblos— por los cinco
monopolios que aseguran el dominio y la hegemonía en el sistema mundial capitalista: el
monopolio tecnológico, el monopolio del dinero, el monopolio del acceso a los recursos na-
turales, el monopolio de los medios de comunicación y el monopolio de las armas de des-
trucción masiva. Resulta fundamental debatir estos puntos para incorporar al análisis di-
mensiones como las relaciones de fuerzas a nivel militar, la influencia en el plano comunica-
cional, el poder financiero y el acceso a recursos naturales, entre otros, que permita aumen-
tar la complejidad de nuestro enfoque. Por ejemplo, si vemos a Rusia meramente desde el
plano de la producción económica y de su poder financiero, la ubicaríamos en la semiperife-
ria mundial. Pero si observamos su peso en el campo militar o en el acceso y monopoliza-
ción de recursos naturales, claramente forma parte del centro. También con estas otras
dimensiones se puede analizar en toda su magnitud el poderío de China y las consecuen-
cias de su ascenso, por ejemplo, en lo que respecta al acceso a los recursos naturales.
Hay un corolario que debe ser analizado, al que no llegan nítidamente ni Wallerstein ni
Harvey, incluso contradeciría a Arrighi, aunque si, por ejemplo, Martin Jacques. Este, autor
en un discutido libro de 2009 hipotetiza el absoluto futuro dominio económico, político y mili-
tar chino e incluso un total cambio de hegemonía. El mundo ya no tendría el sello del capita-
lismo norteamericano-anglosajón. Esto parece prematuro. Además, hay una consecuencia
de este ascenso que tampoco ha sido tocada por muchos de los autores mencionados, pero
si es una parte fundamental del debate de la coyuntura en los países subdesarrollados
(PSD), por eso merece un llamado de atención, que es el rol de China, al menos en esta
transición. Desde estas perspectivas existen tres posiciones o cuatro, que aquí sólo men-
cionaremos para dejar planteado el debate. China como potencia anti-imperialista y oportu-
nidad, china como imperialismo tan nocivo o peor que el de EEUU, China como polo impe-
rial pero que a su vez equilibra las relaciones de fuerzas con EEUU y da una oportunidad
estratégica a la periferia (aunque con el siempre presente riesgo de profundizar la primari-

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zación de América Latina). Por último, una combinación de las tres posiciones y diferentes
posibilidades resultantes de acuerdo a la tendencia que se imponga en China, en relación
con las tendencias dominantes de la transición histórica en curso (por ejemplo, en el caso
de Arrighi (2007), de acuerdo a si impone como dominante el patrón oriental y poscapitalista
o el occidental de raíz capitalista. También Amin (2013) debate fuertemente con la noción
de que China haya seguido un camino capitalista de desarrollo y describe un escenario de
complejidad con impactos diferentes para el Sur Global al ascenso de una potencia capita-
lista tradicional. La pregunta, "¿Es China capitalista o socialista?" para este autor está mal
planteada, es demasiado general y abstracta para que cualquier respuesta tenga sentido en
términos absolutos. China ha venido siguiendo una vía original desde 1950, e incluso desde
la Revolución de los Taiping en el siglo XIX.
En el mismo sentido debemos mencionar los debates acerca del rol de la inserción ac-
tual de China en Latinoamérica y África, que han ampliado notablemente sus relaciones
comerciales como veremos en diversos capítulos. Hay un enfoque que valora el discurso
chino en el sentido de establecer un vínculo sin condiciones, basado en precios justos y en
la construcción de infraestructura contra la idea de “patio trasero” que han vivido histórica-
mente África y América Latina con Europa y EEUU (RT, 2015 a y b). También hay autores
provenientes de la teoría marxista de la dependencia que reivindican a China como patrón
de acumulación sin desposesión (Martins, 2011), diferenciándolo del patrón de capitalismo
central y del patrón de capitalismo dependiente. Además, consideran que la única posibili-
dad de continuar su desarrollo y evitar una profunda crisis política, económica y social, es
generalizando un patrón mundial de acumulación sin desposesión, el desarrollo de la perife-
ria ubicada en el Sur Global y el establecimiento de un sistema policéntrico. A veces com-
plementando estas perspectivas y otras veces en tensión, están las visiones que analizan la
emergencia de China y el impacto en el Sur Global como una oportunidad histórica al desa-
fiar la unipolaridad y la hegemonía estadunidense, ampliando los márgenes de maniobra y
las posibilidades de los países periféricos para establecer proyectos propios de desarrollo,
ganar en grados de autonomía política relativa para disminuir las exacciones de los mono-
polios de los países centrales, como se dio en otros momentos de transición histórica, crisis
del orden/sistema mundial y crisis económica (como el período de entreguerras en el siglo
XX). Ello ha sido trabajado por muchos autores mencionados y hemos realizado un análisis
propio de la situación actual en Merino (2014, 2016 y 2017) entre otras publicaciones. De
este modo China puede funcionar como contrapeso estratégico. Están quienes plantean que
China es una forma de neocolonialismo porque hay un vínculo asimétrico (Izquierda Revo-
lucionaria, 2017). En una posición más elaborada y desde la teoría de la dependencia Slipak
(2014) considera a modo de hipótesis a China como subimperialista y que recrea un vínculo
centro-periferia con América Latina, cuya asimetría económica y política reproduciría el sub-
desarrollo. En función de estas problemáticas Sevares (2011), Stiglitz (2010) y Papa (2009)
alertan sobre el peligro de la reprimarización. Hanson y Robertson (2009) y Labiano y Loray
(2007) dicen que México aparece como el más vulnerable. Ferraz y Ribeiro (2004) y Barral y

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Perrone (2007) lo muestran para Brasil. En la misma línea está Jenkins (2009) quien plantea
que China reproduce el patrón centro-periferia y la distribución desigual de los beneficios del
comercio. Unceta Satrustegui y Bidaurratzaga Aurre (2008) muestran que el modelo no ge-
nera ocupación sino más bien un sistema de sobre explotación de personas y del ambiente.
Mencionan el proceso de desindustrialización de algunos países que habían logrado ciertos
progresos, principalmente Sudáfrica, pero también Kenia, Lesoto, Madagascar y Suazilan-
dia. Hay páginas web dedicadas a denunciar estas cuestiones, por ejemplo, Oozebap (Xiao-
tao, 2017). El mismo enfoque puede verse en Mosquera (2015) en la web América Econo-
mía, pero son posiciones sospechadas de cierta parcialidad “pro-occidental”. Estos temas
serán retomados oportunamente.

Miradas desde Latinoamérica

Es muy significativa la producción teórica propia que se ha hecho desde América Latina
partiendo desde el Sur Global –con un conjunto más amplio que integran los países del
antiguo tercer Mundo— para, desde ahí, comprender la situación regional y mundial. A pe-
sar de su escasa visibilización, a partir de comienzos de siglo, al calor de la crisis del neoli-
beralismo y el Consenso de Washington, que fue seguido de un giro nacional popular en
muchos países (Merino, 2017; Merino, 2018b; Merino y Stoessel, 2018), se produce una
recuperación y actualización de gran parte de los debates teóricos de los años 60s y 70s.
Entre las más destacables de estas creaciones podemos mencionar al ya mencionado es-
tructuralismo cepalino de Raúl Prébisch y su devenir nacional desarrollista con Celso Furta-
do y Aldo Ferrer; la escuela de la Dependencia en su versión marxista (Ruy Mauro Marini,
Theotonio Dos Santos, Vania Bambirra, Ana Esther Ceceña y el más híbrido André Gunder
Frank) y en su versión desarrollista estrechamente vinculada a las tesis estructuralistas (En-
zo Faletto y Fernando Henrique Cardoso, quien luego hace un giro liberal); la filosofía de la
liberación de Enrique Dussel, Rodolfo Kusch y Arturo Andrés Roig entre otros, que tiene
estrechos vínculos con la teología de la liberación y que confluye luego con el giro decolo-
nial donde se observa una mayor influencia del posestructuralismo; y, en el plano de las
relaciones internacionales, debemos hacer referencia a la escuela de la Autonomía prota-
gonizadas por el argentino Juan Carlos Puig y el brasileño Helio Jaguaribe, que será el
blanco argumental del mencionado realismo periférico.
Las tesis básicas del estructuralismo afirman que en los países centrales la estructura es
diversificada (en términos actividades productivas) y homogénea (en términos de la produc-
tividad del trabajo) mientras que en los PSD predomina la especialización primario exporta-
dora y la heterogeneidad, dos condiciones de la estructura que en forma conjunta dan lugar
al deterioro de la relación de los términos de intercambio y por lo tanto al subdesarrollo se-
gún Raúl Prébisch y Celso Furtado. Va a desprenderse de dichas consideraciones la nece-
sidad de promover la industrialización por sustitución de importaciones y el desarrollo tecno-

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lógico (con distintas variantes y matices) como forma de superar el subdesarrollo, lo cual da
lugar al nacional desarrollismo en su versión más autonomista o al desarrollismo etapista
pero pro-industrializador alineado con Washington. Y va a considerarse como fundamental
las tesis dependentistas según las cuales la estructura de poder al interior de los Estados, el
tipo de alianzas existentes entre grupos locales y extranjeros y el control del proceso de
acumulación son centrales para determinar el tipo de dependencia.
La escuela de la Autonomía es una contribución significativa, aunque poco estudiada y
con menor repercusión internacional que las otras teorías mencionadas, que además po-
see importantes articulaciones prácticas. La misma está fuertemente vinculada al pensa-
miento geopolítico latinoamericano de raíz nacionalista popular expresado, entre otros,
por el argentino Juan Domingo Perón –entre sus numerosos trabajos podemos destacar
La hora de los pueblos— o el uruguayo Alberto Methol Ferré autor de los destacados
libros El Uruguay como problema y Los Estados Continentales y el Mercosur. También un
clásico en este sentido es el pensamiento más contemporáneo de Luis Alberto Moniz
Bandeira, de quien se destaca su libro Brasil, Argentina y Estados Unidos (De la Triplie
Alianza al Mercosur), entre otros.
Como observa Briceño Ruiz y Simonoff (2017), Puig y Jaguaribe intentaron construir una
contribución teórica propia en cuanto a la organización del sistema internacional y su fun-
cionamiento, debatiendo con el realismo y la interdependencia desde la influencia de los
enfoques estructuralistas y las teorías de la dependencia. La autonomía no es una categoría
considerada por las corrientes principales de las relaciones internacionales del centro, lo
que es lógico, pues Estados Unidos o Gran Bretaña disponen de un amplio margen de ma-
niobra en el sistema internacional para estar preocupados por su autonomía (Briceño Ruiz y
Simonoff, 2017). Desde este punto de vista, la soberanía formal de un estado no implica que
este posea una autonomía suficiente para volverla real. Además, sobrepasan el enfoque
estatalista al analizar la implicancia de las multinacionales en los estados periféricos y la
cuestión económica en general. El Estado no se concibe como actor único y racional, sino
que resulta fundamental la disputa entre grupos al interior de las élites para entender las
diversas formas de inserción, que Puig (1984) formaliza de la siguiente manera: dependen-
cia paracolonial (subordinado a gran potencia), dependencia racionalizada (existe proyecto
de élite, hay una administración propia de la dependencia), autonomía heterodoxa (existe un
proyecto propio) y autonomía secesionista (proyecto que implica una ruptura estratégica con
la potencia dominante). La capacidad de un país para lograr el estatus de autonomía, que
es un objetivo político-estratégico, depende para estos autores del desarrollo de capacida-
des socioculturales, económicas y tecnológicas (Jaguaribe, 1979).
La decepción con los resultados de la industrialización por sustitución de importaciones
del planteamiento desarrollista, donde el propio Furtado afirma que el capitalismo latinoame-
ricano había llegado a un límite de expansión al agotarse el dinamismo de dicho proyecto,
va a dar lugar a diferentes propuestas, entre ellas una reconceptualización de la cuestión de
la dependencia y el desarrollo. Entre ellas, podemos mencionar la teoría marxista de la de-

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pendencia, muy en relación a los movimientos revolucionarios de la región. Esta teoría im-
plica una fuerte crítica al nacionalismo metodológico, que ya vimos: el desarrollo del capita-
lismo había establecido una división internacional del trabajo jerarquizada, constituida por
clases y grupos sociales que se articulan al interior de los estados. Los países dependientes
son sujetos a los monopolios tecnológicos que articulan la circulación internacional de capi-
tales y mercancías, y tiende a adaptar su aparato productivo, comercial y financiero a ella
(Martins, 2011). Más allá de ciertas contradicciones secundarias, los grupos y clases domi-
nantes locales se asocian con los monopolios extranjeros y son un elemento fundamental
para la reproducción de la dependencia, que implica un proceso permanente de flujo hacia
el exterior de gran parte del excedente generado localmente. De esta teoría se desprenden
conceptos claves como el de superexplotación de la fuerza de trabajo en la periferia (el pa-
go por debajo del valor de la fuerza de trabajo para compensar las diferencias de productivi-
dad con el centro) y el concepto de subimperialismo para caracterizar el accionar de las
clases y grupos dominantes de ciertos países semiperiféricos industrializados como Brasil
en sus regiones. El capitalismo dependiente estaría basado en una forma específica de
expansión de la productividad y de la plusvalía extraordinaria, diferente pero combinada a la
de los países centrales. Justamente, Wallerstein produjo su visión tomando muchas contri-
buciones de la tesis dependentistas. Como analiza Katz (2018: 148):

Compartió la crítica a las teorías liberales del desarrollo y las concepcio-


nes positivistas de la modernización. Cuestionó la presentación de Occi-
dente como un modelo a imitar y polemizó con el mito de alcanzar el bie-
nestar a través de la simple expansión del capitalismo.

Todas estas visiones coinciden, a pesar de sus significativas diferencias y enfoques dis-
ciplinarios, en la necesidad de la integración regional política, económica y cultural como
elemento fundamental para el desarrollo. Con el inicio del siglo y el giro político que se pro-
duce en la región, estos debates y autores son retomados y actualizados para analizar los
procesos políticos y las nuevas propuestas de integración. Como analizamos en Merino
(2017), desde distintos autores como José Antonio Sanahuja (2010), Pedro Da Motta Veiga
y Sandra Rios (2007), han identificado esta etapa como “regionalismo post-liberal”, en el
sentido de que el acento ya no está puesto en el libre comercio y las políticas para atraer
capitales, sino en las estrategias para la acumulación de poder regional, la integración polí-
tica y social, la complementación productiva, etc, aunque ello no quiere decir que se traduz-
can de forma inmediata los enunciados y las intenciones en políticas concretas. Por su par-
te, Briceño Ruiz (2013) lo caracteriza como un período que se destaca por el fin de la he-
gemonía de la “integración abierta”. Desde nuestra perspectiva (Merino, 2017), se puede
observar un enfrentamiento entre un regionalismo autónomo –que cuestiona el papel de
periferia en el orden mundial e intenta establecer estrategias de desarrollo endógeno para
posicionar a la región como bloque de poder en un escenario multipolar— y el regionalismo
abierto –que no cuestiona el lugar de periferia y el papel en la división internacional del tra-

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bajo, busca estrategias de adaptación al capitalismo mundial, plantea una alianza estratégi-
ca con los Estados Unidos y, en términos más amplios, con “Occidente”, y está centrado en
el libre mercado y en la integración de las cadenas globales de valor dominadas por el capi-
tal transnacional. Desde una perspectiva propia de la teoría de la dependencia, se identifica
a dicho “regionalismo abierto” o “regionalismo liberal” como de un regionalismo dependiente
que impide el desarrollo de la región al mantener las condiciones estructurales que la defi-
nen como periférica (Ferrer, 2008; Furtado, 1985; Beigel, 2006). Los proyectos de unidad de
países emergentes que pretenden conformar bloques de mayor autonomía, en el caso Bra-
sil es la propuesta de André Martin (De Carvalho, 2017).
Por otro lado, todas las miradas mencionadas latinoamericanas mencionadas fueron ac-
tualizadas en los últimos años, a la vez que aparecieron nuevos aportes para comprender la
región. El neodesarrollismo es una de las actualizaciones. Como se estudia en Merino
(2015) en términos general y analizando el caso brasilero en específico (2018b), los autores
Morais y Saad-Filho (2011), retomando los desarrollos de Sicsú, Paula y Michel (2007) y de
Bresser-Pereira (2007), observan que el neodesarrollismo tiene dos fuentes teóricas: la
primera viene de Keynes y de poskeynesianos y neokeynesianos contemporáneos como P.
Davidson y J. Stiglitz, con potentes desarrollos sobre las imperfecciones de los mercados,
especialmente el financiero y se inspira en el concepto de complementariedad entre el Es-
tado y el Mercado, con fuerte participación del primero; mientras que la segunda fuente vie-
ne del neoestructuralismo cepalino, interpretado por Fernando Fajnzylber, Luiz Carlos Bres-
ser-Pereira e Yoshiaki Nakano e inspirador de las posiciones oficiales de la CEPAL (Naro-
dowski, 2008), que sobre la base del ya mencionado evolucionismo, pone el énfasis en la
competitividad internacional a través de la incorporación del progreso técnico, junto con la
necesidad de equidad social para el desarrollo.
Bresser-Pereira (2007), desde una mirada más conservadora, plantea que el neodesa-
rrollismo constituye un tercer discurso, en tanto estrategia nacional de desarrollo alternativa
al "populismo" latinoamericano –criticando su exceso de intervencionismo estatal, protec-
cionismo, distribucionismo y la industrialización por sustitución de importaciones-, y a la
ortodoxia del Consenso de Washington. Para dicho autor, el neodesarrollismo recupera la
idea de nación, reafirmando la importancia de la dimensión política del Estado-nación al
mismo tiempo que se delinea a América Latina como territorio geopolítico de aplicación.
El neodesarrollismo en ciertas versiones puede sintetizarse en cuatro tesis:

(1) No hay mercado fuerte sin Estado fuerte; (2) no habrá crecimiento sos-
tenido a tasas elevadas sin el fortalecimiento de esas dos instituciones y
sin la implementación de políticas económicas adecuadas; (3) mercado y
Estado fuertes solamente podrán ser construidos por una estrategia na-
cional de desarrollo; (4) no es posible atender el objetivo de reducción de
la desigualdad social sin el crecimiento a tasas elevadas y continuas.
(Siscú, Paula y Michel, 2007:509)

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Para los autores nacional neodesarrollistas, la globalización constituye un proyecto de


desintegración nacional, de debilitamiento intelectual, económico y cultural, de subordina-
ción en el escenario global. De cierta forma, el neodesarrollismo en su versión más naciona-
lista pretende constituirse en una estrategia de desarrollo capitalista para salir de la condi-
ción de periferia dependiente a través del impulso de un “capitalismo nacional” asociado.
Una de las políticas centrales para esta corriente, aunque menos explícita en lo teórico, es
el apoyo a la formación de las grandes empresas nacionales, transformándolas en agentes
competitivos frente a las multinacionales tanto en el mercado interno como en el mercado
internacional, a través de créditos y otros incentivos regulatorios para adquisiciones y fusio-
nes, y también a través del apoyo diplomático, en especial las relaciones Sur-Sur (Morais y
Saad-Filho, 2011).
Aldo Ferrer es una referencia fundamental en el pensamiento nacional desarrollista que
influyó en los gobiernos nacional populares de la región. Dicho autor propone el concepto de
densidad nacional como un conjunto de condiciones para generar desarrollo: integración
social, liderazgo con estrategias de acumulación de poder nacional, la estabilidad institucio-
nal y la política de largo plazo. Entiende que el desarrollo implica poner en marcha procesos
de acumulación nacional en sentido amplio (económica, política, cultural, científico-
tecnológica), que quedar librados a las fuerzas de la globalización sólo desarticulan los es-
pacios nacionales y los subordina a centros de decisión extranjero y, por supuesto, frustran
los procesos de acumulación/desarrollo, (como sucedió desde 1976) retrotrayendo al país a
etapas previas de menor complejidad y productividad en el empleo de los factores. La inte-
gración regional y en especial la alianza con Brasil a través del MERCOSUR, son funda-
mentales para el desarrollo (Ferrer, 2008).
También la escuela de la autonomía, especialmente el pensamiento de Jaguaribe, fue
retomado en los últimos años por autores nacionalistas como Marcelo Gullo y su concepto
de insubordinación fundante. Para Gullo (2015) el debate central es cómo alcanzar el nuevo
umbral de poder a nivel regional, logrando crear un estado continental, siguiendo la pers-
pectiva señalada por Perón y Methol Ferré. Ningún Estado de América Latina ha llegado
aún al estadio de autonomía plena y todos los Estados suramericanos, aunque en distintos
grados, están sujetos a una doble subordinación: a las estructuras hegemónicas de poder
mundial y, específicamente, al dominio de la potencia bajo cuya área de influencia se en-
cuentran, Estados Unidos. En el ámbito de la realidad internacional solo los Estados que
alcanzan el umbral de poder son verdaderos “sujetos” de la política internacional. Los Esta-
dos que no llegan a ese umbral de poder, aunque puedan alcanzar una gran prosperidad
económica, tienden a convertirse, inevitablemente, en “objetos” de la política internacional.
(Gullo, 2015) Los Estados de América del Sur solo a través de la integración económica
podrán forjar una economía altamente tecnificada y asociarse en un nuevo Estado que les
permitirá alcanzar, juntos, el nuevo umbral de poder marcado ahora por la irrupción de Es-
tados Unidos como Estado-nación industrial continental tecnológico. Para ello es necesario
crear un MITI suramericano al estilo japonés, para determinar qué sectores productivos

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podrían adquirir en plazos relativamente cortos (10 a 15 años) competitividad internacional.


Es necesario fortalecer y operativizar la alianza argentino-brasileña-venezolana como único
camino real para alcanzar la unidad de América del Sur (Gullo, 2015). Deben conjugarse un
proceso de insubordinación ideológica con un fuerte impulso estatal.
Por otro lado, Martins en Globalización, dependencia y neoliberalismo en América Latina
(2011) propone una provechosa articulación entre la teoría de la dependencia y sus últimos
desarrollos de Marini y Dos Santos, con el enfoque del sistema mundo, especialmente el
expresado por Arrighi. Entre otras cuestiones, apunta a que al trasladarse el eje de desarro-
llo hacia el este de Asia se abren nuevas oportunidades para la periferia; observa que China
no puede ser un sucesor hegemónico de Estados Unidos en el sistema mundial (por su
origen asiático y periférico, por su tamaño demográfico-territorial, por las característica de su
modelo político); y analiza que el agotamiento de las tendencias seculares del capitalismo
histórico (que toma de Wallerstein pero también de las contribuciones de Dos Santos sobre
las implicancias de la revolución científico-técnica), frente a lo cual afirma que América Lati-
na se encuentra en una encrucijada histórica en las próximas décadas: someterse a una
potencia decadente y la imposición de un conjunto de políticas que profundizan la depen-
dencia, para impulsar a dicha potencia y sufrir un destino similar a las colonias asiáticas de
Gran Bretaña en el siglo XIX, o lanzarse en la búsqueda de autodeterminación y desarrollo.
Los gobiernos progresistas y/o de influencia neodesarrollista no pudieron romper con las
estructuras fundamentales de la dependencia e impulsar el desarrollo (por ejemplo, no pu-
dieron revertir las tendencias primarizantes de la economía), a pesar de sus avances. Tam-
bién en Katz (2015) encontramos una caracterización y crítica al neodesarrollismo desple-
gado, según el autor, por los gobiernos “progresistas” de Brasil y Argentina en el siglo XXI.
Allí diferencia entre neodesarrollismo y neoliberalismo, a la vez que establece que los prime-
ros han intentado canalizar la renta agrominera hacia el mercado interno y la recomposición
industrial. Fallaron en ese objetivo, pero tuvieron una pretensión ausente en sus adversarios
librecambistas (Katz, 2015). A partir de esta crítica, establece la necesidad de la vía socialis-
ta para quebrar los límites estructurales al desarrollo.
Por otro lado, debemos mencionar a aquellos autores que hacen hincapié en la dimen-
sión extractivista del neodesarrollismo a nivel nacional y regional y por ello su subordinación
político estratégica a la geopolítica del capitalismo transnacional. Según esta perspectiva, el
desarrollo sobre las bases neoliberales, la explotación de recursos naturales para la expor-
tación de commodities como núcleo central de la economía y la hegemonía del capital
transnacional en los países de la región se articulan con procesos de construcción política y
articulación hegemónica posneoliberales que no presentan un ruptura sino que parecieran
más bien brindar una nueva hegemonía para la dependencia y el saqueo de recursos, aun-
que en una nueva relación de fuerzas más favorable a los sectores populares (Svampa,
2011; Féliz y López, 2010).

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Con otra mirada a la citada anteriormente, algunas de características centrales del neo-
desarrollismo en Argentina y Brasil como parte de un giro nacional popular, los grupos y
fracciones que lo encabezan, sus limitaciones y su surgimiento en relación a la situación
mundial y no sólo local se trabajan en Merino (2015 y 2018) y son retomadas en el capítulo
12 de este libro.

Nuestro enfoque

Inspirados en Lipietz y en Cox, adherimos a la idea de que el pasaje al posfordismo sig-


nificó la dislocación de los procesos productivos, la conformación de ese mosaico de mode-
los de Lipietz (Narodowski y Lenicov, 2013) y esa interdependencia de la que daban cuenta
parcialmente los neorrealistas. En este contexto se dio primero el auge japonés, que llega a
la cúspide en los años ochenta al calor del toyotismo, la tercerización y descentralización
productiva hacia Corea y los llamados Tigres Asiáticos, aunque quedó encerrado en los
estrechos límites de ser un protectorado político militar estadounidense y debió, por lo tanto,
acatar las restricciones impuestas por Reagan en función de su estrategia para retomar la
hegemonía de los EEUU (Conceiçao Tavares y Fiori, 2017). Luego, se produce el ascenso
chino, a partir primero de obtener importantes niveles de autonomía política-militar y cierto
bienestar básico en materia de salud y educación por la revolución de 1949 encabezada por
Mao Tse Tung; luego con las reformas de Deng Xiaoping que atrajo los capitales de la diás-
pora china, absorbió niveles inferiores del proceso de tercerización japonés y, más tarde, de
occidente, convirtiéndose en la gran plataforma industrial mundial.
El cambio cualitativo que se produce con la transnacionalización productiva, financiera y
la revolución científico-técnica es que el “centro” se distribuye en red global, aunque despa-
rejo y predominando los centros posfordistas en los tradicionales países centrales, mientras
que China comienza a devenir de taller manufacturero del mundo a centro productivo-
tecnológico (y financiero también) con creciente capacidad de competir con el Norte global y
sus centros posfordistas (Merino 2014 y 2016). Zhongguancun, el centro tecnológico de
Pekín surgido alrededor de la Academia China de las Ciencias, tiene un desarrollo compa-
rable a los de primer nivel mundial. Y a pesar de que Estados Unidos se mantiene por de-
lante de China en materia de Inteligencia Artificial, acaparando el 33% de las capacidades
totales de la IA, el gigante asiático lo sigue por detrás con el nada despreciable 17% y una
gran proyección.
El proceso de deslocalización profundiza las periferias al interior de los espacios cen-
trales y emergen pequeños centros de la Red global en territorios periféricos, generando
múltiples tensiones, territorialidades en pugna y espacialidades múltiples. Para la produc-
ción y apropiación de riqueza social a nivel global, la red descentralizada, con autonomía
relativa de sus elementos, controla los flujos de dinero, información y mercancías. A ello
debemos agregar el control de los medios de producción estratégicos propios del para-

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digma posfordista. Se produce, al mismo tiempo, un proceso de descentralización, frag-


mentación e hiperespecialización de activos físicos, al tiempo que se centraliza-
monopoliza el capital-dinero, el conocimiento estratégico (Know How) y la tecnología es-
tratégica a un nivel sin precedentes. La Red transnacional, en lo local, se organiza como
nodo que enlaza, media y coordina una estructura flexible, informal y tercerizada. Los
nodos lo componen la estructura formal de la gerencia local de la Red, y los núcleos de
ensambles, núcleos productivos-tecnológicos y las empresas de comercialización-
realización global. Los demás actores que no tiene esa escala y capacidades, no pueden
organizar un proyecto global sino insertarse como proveedor hiperespecializado de una
cadena de valor global controlada por transnacionales, a no ser que se desarrollen blo-
ques regionales con núcleos productivos, tecnológicos y financieros promovidos por el
Estado, conformando cadenas de valor propias con capacidad de competir y/o articularse
con mayor fortaleza en las CGV (Merino 2011, 2014, 2016).
Cuando nos referimos al concepto de complejidad en el plano productivo, se trata de la
producción de conocimiento que se traduce en la generación y aplicación –como procesos
integrados y no sólo la compra exógena- de alta tecnología y a su vez la integración del
diseño y el marketing mediante “formas simbólicas” (además, los servicios complejos inclu-
yen las altas finanzas y otros). A su vez, separados de sus bases físicas o integrados a
ellas, los “productos culturales” que generan consumos emocionales y dan lugar a servicios
de entretenimiento, comunicación, cultivación propia, ornamentación, sin una distinción clara
entre lo simbólico y lo utilitario. Es lo que hemos llamado a partir de Lash y Urry (1994),
producción de estética. En ambos casos sobresale un patrón de competencia vía precios y
diferenciación del producto por marcas.
Como en Lipietz y en Arrighi creemos que el cambio de régimen –y la consecuente crisis
norteamericana de los 70s- generó las necesidades de financiarización del consumo que
explican la expansión y aparente independencia relativa del capital financiero, la “alianza
sino-americana” y los desbalances comerciales y en cuanto al consumo y el riesgo continuo
de burbujas. Además, coincidimos con Arrighi en que la financiarización es un fenómeno
propio de la crisis de hegemonía, de la fase declinante del ciclo sistémico, que expresa tam-
bién un problema de sobreacumulación de capital, no sólo un problema de realización por
falta de consumo.
La posición estadounidense sigue siendo dominante, proyectándose como polo de po-
der angloamericano (Merino, 2016). La misma se sustenta, como en el fordismo, por su
capacidad tecnológico-productiva, el rol global de su moneda y finanzas, la capacidad
militar y su control de armas de destrucción masiva, el acceso a los recursos naturales y
el control que ejerce sobre gran parte de los monopolios mediáticos globales y la industria
cultural. Sin embargo, en cada una de estas dimensiones surgen los límites que explican
un debilitamiento de ese dominio, lo que nos permite hablar de un "unipolarismo condicio-
nado" (Narodowski y Zapata, 2009), que deviene en multipolarismo relativo (Narodowski y

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Merino, 2015; Merino, 2016) y crisis de hegemonía, donde los polos emergentes desafían
el orden mundial.
Como tanto hemos trabajado en Narodowski y Remes Lenicov (2013) y abordaremos
en temas puntuales en este libro, allí se fundamentaba mediante diversos indicadores que
retomaremos luego, que podíamos considerar a Estados Unidos, Alemania, Japón, Corea
del Sur, Francia, Gran Bretaña, como países de fordismo maduro con fuertes núcleos
posfordistas. Los restantes países de la UE deberían ser considerados del fordismo con
escasas señales de reconversión, salvo algunas áreas y con muchas regiones en crisis.
China es un país en transición y altamente heterogéneo, con una estructura que combina
fordismo periférico (producción de bienes de baja-media complejidad sostenida con bajos
salarios), fordismo (gran salto en los últimos años en la producción de bienes de media-
alta complejidad) y crecientes núcleos posfordistas que empiezan a competir con el Norte
global. Queda por discutirse la sostenibilidad económica y geopolítica de la estrategia
china macro y respecto a la innovación y la influencia de sus empresas en los eslabones
más complejos, así como la posibilidad de seguir aumentando los salarios medios sin
generar otros desequilibrios (los salarios industriales promedios en China superan los de
México y Brasil en 2017, en tanto la remuneración por hora se triplicó entre 2005 y 2016).
India y en menor medida Brasil (debido a la influencia de los recursos naturales en su
comercio exterior) deberían considerarse parte del fordismo periférico por haberse basado
en los grandes diferenciales de productividad que brindan los salarios relativos bajos a
nivel mundial y una fuerte política de atracción de inversiones. Y, por último, debemos
mencionar el conjunto de países en los que sigue sobresaliendo su rol como productor de
recursos naturales, en los que sobreviven nichos del fordismo periférico y hay un fuerte
componente neotaylorista en la industria y los servicios.
En cuanto a la dimensión de la moneda como instrumento de política, la misma está
fuertemente restringida por el rol de la FED y como nos enseñaron Aglietta y Coudert
(2015), debe conciliar el crecimiento y la inflación. Cuando está en riesgo la estabilidad de
los precios en un contexto cercano al pleno empleo, más con déficits gemelos (debido no a
un problema de oferta sino al desmedido consumo público y/o privado que explica el déficit
fiscal y/o deriva en el déficit comercial), entonces la FED aumenta la tasa, el dólar se apre-
cia y el problema de balanza comercial aumenta, lo hace en beneficio de las exportaciones
de otros países. Incluso si la tasa de interés supera al aumento del PBI, la deuda seguirá
creciendo, y con ella, el déficit fiscal y/o el de cuenta corriente, según el caso. Lo contrario
sucede ante la recesión, ahí la moneda es laxa y el dólar se devalúa. Es lo sucedido hasta
1995, desde entonces las tasas de interés fueron superiores en los países emergentes y
permitieron grandes rendimientos vía carry trade que estimulaban la depreciación del dólar.
Pero para enfrentar la crisis del 2008, se estimuló de la demanda agregada y protegió a los
bancos, con una expansión monetaria que destruyó los carry trade en los emergentes y apreció
las monedas del resto del mundo, aunque sólo momentáneamente. Ahí se inicia la “guerra de
las monedas”. La política monetaria laxa y la devaluación del dólar no puede ser perma-

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nente en estas condiciones debido al riesgo inflacionario, porque debe producirse junto al
ajuste y eso provocaría una caída mayor del consumo, además obligaría a Europa o Asia
asumir un costo. Los EEUU no hacen lo que quieren, China tampoco. La solución debería
pasar por un aumento del nivel de actividad superior a la tasa motivado en un incremento de
la productividad, pero eso hasta ahora no ha sucedido.
Se trata de un mundo en que los EE.UU. ha pasado por una crisis de la que no logra sa-
lir, que en ese proceso ha perdido competitividad a manos de China, su principal acreedor y
en el que Alemania sigue siendo un jugador central, especialmente en lo económico y por
su influencia en Europa junta a Francia, y Rusia en lo geopolítico. En un contexto regido por
la presencia estructural del par conceptual centro-periferia y el desarrollo desigual y combi-
nado, aunque con el ascenso de una parte de esa periferia, la de Asia Oriental, especial-
mente China. El problema para Estados Unidos es que China no es un protectorado político-
militar como Japón, su escala es mucho mayor (ya superó a Estados Unidos en PBI a pari-
dad de poder adquisitivo) y la alianza con Rusia fortalece su posición político-estratégica en
Eurasia (Merino y Trivi, 2019). La guerra comercial anunciada por el gobierno estadouni-
dense de Donald Trump tiene como trasfondo la creciente “guerra” económica, especial-
mente con China, en la cual se agudizan las luchas de concurrencia mediadas por los esta-
dos. El contexto de bajo crecimiento en el Norte Global desde la crisis financiera global de
2007-2008, profundiza esta situación y su perspectiva. Al haber bajo crecimiento la acumu-
lación de los capitales particulares se da en detrimento de los más retrasados y de los traba-
jadores. Los capitales globales acumulan en los territorios emergentes que crecen (particu-
larmente China), posibilidad que no tienen los capitales dependientes de la economía na-
cional estadounidense y del Norte Global. A su vez, el proceso conocido como globalización
económica, por el cual el comercio mundial se expandió al doble del PBI mundial y la inver-
sión extranjera directa (IED) al triple durante casi 30 años, se detuvo con la crisis que estalló
en 2008, poniéndose de manifiesto un límite estructural. El poco crecimiento que hubo en el
Norte global en los últimos años se produjo gracias a las políticas hiperexpansivas de los
Bancos Centrales. Esa política está encontrando sus límites, creando una enorme burbuja
en los bonos públicos, que posiblemente estalle. Se observa una crisis próxima, que puede
desplegarse sobre un ciclo de crisis mucho más profundo debido al agotamiento del ciclo
expansivo (A) de Kondrátiev iniciado en 1994 y a las tendencias estructurales de la econo-
mía capitalista. Ello pronostica una agudización de las luchas económicas que, de acuerdo
a como se desarrolle y se “resuelva”, va a alimentar la grieta en los Estados Unidos, la gue-
rra económica a nivel mundial y la lucha entre polos de poder en todos los planos (Merino,
2018a y 2018c).
Con la declaración de la “guerra comercial” se puso en marcha una profundización de la
política proteccionista de Estados Unidos y un bilateralismo comercial que busca proteger a
las fracciones de capital y ramas retrasadas en la economía global y fortalecer la producción
industrial de Estados Unidos frente a China, pero también frente a aliados como Alemania,
Japón o México. Los objetivos son reequilibrar el déficit comercial (agravado por las políticas

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de hiper-estímulos de la administración Trump y el keynesianismo militar) y, sobre todo,


reforzar la “seguridad nacional” (ya que la industria es la base de la defensa) y asegurar los
monopolios tecnológicos estadounidenses frente a sus rivales. En el último discurso del
Estado de la Unión, Trump fue particularmente enfático en la promesa sobre importantes
inversiones en las próximas industrias tecnológicas de importancia estratégica.
Esto sucede porque, como veremos con mayor profundidad, con la asunción de Do-
nald Trump se realiza un cambio de las correlaciones de fuerzas en Estados Unidos a
favor de lo que definimos como fuerzas americanistas y nacionalistas (con solapamien-
tos y contradicciones) en detrimento de las fuerzas globalistas. Obviamente que se man-
tiene cierta unidad estratégica condensada en el estado, pero claramente se observan
cambios en las políticas estatales, en las geoestrategias desarrolladas para la persecu-
ción de intereses geopolíticos (por ejemplo, en relación a Cuba, a Irán, la OMC, el G-20,
etc.), expresándose una fractura en los grupos dominantes y una polarización política
que debilita a los Estados Unidos. La estrategia nacionalista-americanista, resumida en
el eslogan “Estados Unidos primero”, es el producto de un conjunto de actores que ven
como una amenaza la pérdida de la capacidad de decisión nacional-estatal y la pérdida
de la primacía mundial a partir de la subordinación a instituciones “globales”, acuerdos y
tratados multilaterales, respeto por las alianzas tradicionales, emergencia de potencias
desafiantes, etc. Converge en el nacionalismo-americanismo un conjunto de capitales
retrasados y/o con menor grado de transnacionalización, más dependientes del mercado
interno estadounidense y del hardpower gubernamental.
Si analizamos las distintas dimensiones mencionadas para un análisis complejo, obser-
vamos que el declive relativo de Estados Unidos y el polo angloamericano es general. Esto
es lo que hace que Estados Unidos aun siendo dominante ya no pueda ser árbitro, sino
parte, lo que se observa un conjunto de conflictos claves a nivel mundial: Irak, Irán, Siria,
Venezuela, el Mar del Sur de China, Sudán, Ucrania, Yemen, etc. En lo que hace a lo mili-
tar, los EEUU siguen siendo la potencia más fuerte pero no logra imponerse. Las resisten-
cias al ejercicio de su fuerza, la recuperación por parte de Rusia de su enrome poder militar
y su influencia en Eurasia y el desarrollo ultra-acelerado del poder militar por parte de China,
marcan claros límites para Estados Unidos. Esto se profundiza con las contradicciones exis-
tentes al interior de la OTAN o el hecho de que un aliado clave como Turquía (segundo
ejército de la OTAN) se haya alejado de Washington y se haya acercado relativamente al
eje Moscú-Pekín. Si uno de los monopolios centrales del poder mundial es el de las Armas
de Destrucción Masiva y las capacidades de los complejos militares-industriales-
tecnológicos, hay varios datos que demuestran un acortamiento de la brecha que separaba
a Estados Unidos de las otras potencias.
El rearme que encaró en los años 2000s se da en paralelo con el fortalecimiento de las
fuerzas armadas chinas (Department of Defence of Australia, 2009), éstas siguiendo una
vieja tradición que no debería pasarse por alto (Kissinger, 2014) contradice la supuesta no
beligerancia (Narodowski, Zapata, 2009). Mientras el presupuesto de defensa chino ya era

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una quinta parte del de Estados Unidos en 2009 (Chirinos, 2009) hoy es una tercera parte si
lo medimos a nivel nominal y se acerca mucho más en términos de paridad de poder adqui-
sitivo. Esto sucede en un contexto en el que el gasto militar mundial aumentó en 2017 a su
nivel más alto desde el fin de la Guerra Fría, en un año en el que Estados Unidos, China y
Arabia Saudita fueron los que más dinero destinaron a la defensa, según un estudio del
Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz (SIPRI, por sus siglas en
inglés). Estados Unidos concentra el 35% del gasto militar global, China 13%, Arabia Saudi-
ta 4%, Rusia 3,8 y la India 3,7% (La Nación, 3 de mayo de 2018).
Muchos consideraban que pasarían décadas antes de que las fuerzas armadas chinas
puedan representar una amenaza para las estadounidenses (Cancelarich, 2009), pero aho-
ra esa percepción ha cambiado para el área de Asia-Pacífico.
A lo dicho podemos sumar otros temas que surgirán a lo largo del libro:

A) la Iniciativa geoestratégica de la Franja y de la Ruta por parte de China, que involucra


a unos 60 países donde habitan 4.400 millones de habitantes (63 por ciento de la población
mundial), se encuentran 75% de las reservas energéticas conocidas al mundo y se produce
55% del PBI mundial;
B) el enorme flujo de IED en Asia, África y América Latina que disputa el monopolio de
acceso a los recursos naturales;
C) la disputa en el monopolio monetario y financiero a través de la internacionalización
del yuan, apoyada por los Swaps cambiarios bilaterales con los Bancos centrales, los inten-
tos por constituir el petro-yuan, la compra de oro junto con Rusia (mayores compradores del
pasado año) en relación con la hipótesis de apuntalar sus monedas retornando a alguna
forma de patrón oro en detrimento del dólar y la creación de enormes instituciones financie-
ras multilaterales como el BAII, aspectos que se retoman en el capítulo 9;
D) La creación de instituciones de seguridad como la Organización para la Coopera-
ción de Shanghái junto con Rusia y otros países de Asia central, a la que se sumaron
nada menos que la India y Paquistán, que consolidan un eje de poder euroasiático con-
trahegemónico. En un artículo en The Economist que analiza la cumbre de la OCS 2014,
se puede ver con claridad la amenaza que significa dicha institución emergente para el
poder angloamericano:

[La OCS] en efecto, plantea un desafío al orden mundial encabezado por


EEUU, pero uno mucho más sutil (…) China no es sólo un desafío al or-
den mundial existente. Poco a poco, desordenadamente y, al parecer sin
un final claro a la vista, está construyendo una nueva. “Pax Sinica. China
is trying to build a new world order, starting in Asia” (TheEconomist, 20 de
septiembre de 2015. Traducción propia).

Como observa Brzezinski, la “primacía global de los EE.UU. depende directamente de


por cuánto tiempo y cuán efectivamente pueda mantener su preponderancia en el continen-

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te euroasiático” (Brzezinski, 1998: 39). En este sentido, la tarea es asegurarse que ningún
Estado o ningún grupo de Estados/polos de poder obtengan la capacidad de expulsar a
Estados Unidos de Eurasia o limitar su papel de árbitro. Y esto último es justamente lo que
está sucediendo. El propio autor afirma en 2017 que “Estados Unidos también debe ser
consciente del peligro de que China y Rusia formen una alianza estratégica. Por esta razón,
Estados Unidos debe tener cuidado de no actuar hacia China como si fuera un subordinado:
esto prácticamente garantizaría un vínculo más estrecho entre China y Rusia”.
Lo planteado explica por qué puede haber un debilitamiento de la dominación de los Es-
tados Unidos, pero no quiere decir que China sea el próximo hegemón. Creemos que en las
próximas décadas serán de transición, que se expresa, entre otros modos, como una crisis
capitalista estructural y una crisis del orden geopolítico mundial. Son dos caras de la misma
moneda. La acumulación está siempre en relación al poder político y militar que la garantiza
(que sanciona las reglas de juego, construye monopolios para la valorización del valor, con-
quista territorios, disciplina a los rivales, otorga legitimidad, etc.). Y el poder político y militar
se nutre del poder económico y de la acumulación sin fin de valor para procurarse los recur-
sos de su propia reproducción ampliada. Por otro lado, como ya afirmamos, el ascenso de
China como potencia central produciría un cambio tal del sistema mundial que es difícil ima-
ginarlo en los términos actuales. El sólo hecho de agregar más de 20% de la población
mundial al centro desarrollado implicaría un desafío sistémico de difícil resolución en los
parámetros conocidos.
Como en otros períodos similares de crisis del orden mundial, crisis de hegemonía y agu-
dización de las contradicciones entre polos de poder mundial, América Latina encuentra con-
diciones para desarrollar proyectos políticos estratégicos de mayor autonomía relativa, inte-
gración regional, distribución de rentas e intentos de complejización de sus sistemas produc-
tivos, poniendo al menos en discusión su situación de periferia subdesarrollada y su condi-
ción de dependencia. A partir de comienzos del siglo XXI se cristaliza en términos institucio-
nales en algunos países claves de la región, un giro nacional-popular (Merino, 2018b) para
dar comienzo a una etapa posneoliberal (Sader, 2009). La crítica al Consenso de Washing-
ton y a las políticas neoliberales de ajuste, el nuevo rol activo del Estado en materia de regu-
lación económica e inversión, la recuperación de ciertas empresas estratégicas y sectores
financieros privatizados, las políticas distributivas a partir de la captación de una parte de las
rentas extraordinarias, los mayores grados de autonomía internacional y las intenciones de
construir un polo de poder regional son algunos de los avances que causaron preocupación
al polo de poder dominante, encabezado por los Estados Unidos. El rechazo del ALCA, la
constitución de UNASUR, del ALBA y de la CELAC, los acuerdos con China y Rusia por par-
te de muchos países de la región indicaban que se ha establecido una nueva relación de
fuerzas. A su vez, como se observa en Merino (2017) el establecimiento del Consejo de De-
fensa de la UNASUR, con un conjunto de iniciativas en este plano (como la construcción de
un avión de entrenamiento de forma conjunta y el establecimiento del Centro de Estudios
Estratégicos de Defensa), encendieron las alertas en Estados Unidos debido a la pérdida de

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influencia relativa y el eclipse de la Organización de Estados Americanos (OEA) como espa-


cio principal de coordinación regional.
Sin embargo, el problema de la primarización, concentración y extranjerización de las
economías, así como la escasa complejidad más allá de ciertos nichos en algunos países,
afectó el desarrollo de este polo de poder regional. También su grado de fragmentación
política, le impidió obtener la escala de poder suficiente para consolidarse. Además, la
región continuó estando atravesada por proyectos estratégicos contrapuestos (Briceño
Ruiz, 2013; Merino, 2017) que obturaron un proceso homogéneo de unidad. Si analizamos
los cinco monopolios descriptos por Samir Amin y descriptos en las páginas anteriores, los
cuales hemos reformulado en otros trabajos en seis dimensiones de análisis del desarrollo
de un polo de poder, vemos que en ninguna de dichas dimensiones se habían logrado un
avance considerable.
En el escenario mundial presentado, América Latina juega un papel cada vez más re-
levante y puede convierte crecientemente en un territorio en disputa, consolidando un pro-
ceso de profundización periférica, especialmente con el giro neoliberal o a la “derecha” que
se produjo recientemente. Para evitar dicha situación, se deben acrecentar sus niveles de
integración y cooperación para definir una estrategia propia mancomunada, condición im-
prescindible en el objetivo de abandonar su condición de periferia y dependencia. Este de-
bate lo retomaremos en algunos de los capítulos siguientes.

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