Agba-Lagba Apuntes Sobre Las Fundadoras de La Ocha en Cuba
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Dentro de la Regla de Ocha existe una subordinación del género femenino al masculino en casi todos los
niveles de la vida ritual. Su estructura de género no permite la igualdad de funciones entre hombres y mujeres
en la práctica religiosa, sustentada en la tradición oral (mitos, leyendas, tabúes, cantos, rezos, etc.), en la que la
contribución de la subordinación femenina a la dominación masculina es innata e ineludible.
Dichas restricciones sexuales se legitiman desde su cosmovisión e impactan en la división sexual del trabajo.
Los orichas varones durante la creación del mundo cumplieron roles característicos de la masculinidad: la
fortaleza física en el ámbito material y espiritual, el conocimiento, el ejercicio del poder. Mientras, las orichas
fueron mensajeras del Dios supremo, cocineras, artesanas, vendedoras del mercado, comerciantes, esposas,
además de coquetas, sexuales y maternales, “roles propios” de la feminidad. La diversidad de funciones según
el sexo dio lugar a relaciones de poder constituidas como relaciones sociales; creencias avaladas por una
mitología legitimadora, reproductora y preservadora de prescripciones ético-morales transmitidas por la
oralidad ―sin un Texto Sagrado único en la Regla de Ocha pero en la Regla de Ifá con un corpus religioso
literario totalmente masculinizado―, y mitos admitidos como algo común por la totalidad y sensibles a
múltiples interpretaciones.
Los hombres y mujeres fueron creados por Obatalá a imagen y semejanza de los orichas, con los cuales
establecieron relaciones de parentesco, por lo que los mortales iniciados en sus dioses tutelares reprodujeron
en su mayoría aquellos arquetipos de conducta característicos de cada divinidad, entre los que adquirió
especial importancia lo establecido como femenino y masculino.
El hombre iniciado en la Santería mantiene una hegemonía sobre las mujeres y conserva el conocimiento ritual.
Cumple las funciones más importantes: es el tamborero u olú batá u omó Añá, percusionista heterosexual
encargado de percutir esta batería instrumental sagrada mediante la cual se establece un diálogo con los
orichas, y propicia su descenso al plano terrenal e interacción con las personas; es el único capacitado para
realizar sacrificios de cuadrúpedos a los orichas (ashogún); y único iniciado en el culto a la divinidad de la
farmacopea, Osain, especialización que también le está vedada a las mujeres y los homosexuales. Junto a estos
últimos comparte la categoría de santeros o babalochas, padrinos de santo y maestros de ceremonia u obá
oriaté.
Dentro del universo de mujeres practicantes ―las aleyas o no iniciadas, las espiritistas, las iyawós, las
iyalochas―, la figura de la iyalocha madrina de santo, iniciadora de fieles en la práctica, está llamada a ser un
símbolo de su familia ritual. Aunque tiene la potestad de dirigir ceremoniales de iniciación, es confinada a
labores domésticas como la preparación del cuarto donde se realizan las actividades rituales, mantener su
limpieza; la preparación de las aves sacrificadas para su degustación; el servir las vísceras de los cuadrúpedos
sacrificados a los orichas; mantener limpios todos los recipientes utilizados en las ceremonias y servir la comida
a los oficiantes mayores.
Anteriormente las mujeres podían ejercer como oriateses dentro de la Santería, pero hoy no abundan y ni tan
siquiera a las que reciben el cuchillo o Pinaldo se les autoriza a sacrificar a los animales de cuatro patas durante
las ceremonias de iniciación. Además del reto que entraña enfrentar esos prejuicios sexistas y machistas
presentes en las mismas creyentes, en relación con su identidad genérica y su autoimagen religiosa, estatus
incuestionables ―según las mismas mujeres― apoyadas en criterios conformistas: “es lo predestinado para mi
sexo”, “como siempre fue así, pues así debe ser”, “en las religiones de hombres no deben estar las mujeres,
deben respetarlas, así como hay religiones de mujeres”, “es el pago de la deuda de lo que sucedió con Eva que
se comió la manzana en el paraíso”, sin visos de cambio o cuestionamiento crítico que busca una
transformación.
Otro factor determinante es el cuerpo. El cuerpo y la necesidad de controlarlo y disciplinarlo desde la religión
por la hegemonía masculina, símbolo de purificación o no de lo sagrado según su estado: saludable o enfermo,
por ejemplo, a lo que se disponen restricciones sexuales. Y del cuerpo, sus fluidos: el ciclo menstrual la
restringe de atender a sus santos, pasar por debajo del fundamento de Osain ―que en una de sus
representaciones cuelga de una cuerda amarrada en el techo―, no debe participar en actividades religiosas
ligadas al espiritismo (misas, etc.), no debe confeccionar la comida de los tamboreros en un Añá ni acercarse a
él, entre otras.
La mujer dentro del sistema Ocha/Ifá debería asumir posturas feministas. No admitir complaciente la
hegemonía basada en una tradición que ella misma se ha encargado de perpetuar ―producto de la
subordinación femenina― y que en sus inicios la visualizó como un “ente no confiable” (Alfredo O´Farrill citado
por Vila & Pérez, 2009).
Fueron esos espacios de principios del siglo XIX donde muchas mujeres lideraron ceremoniales de ciertas
deidades que hoy son privativos del ejercicio religioso de los babalawos: instauraron varios cultos de orichas
importantes como Olokun, Ochosi, Yewá y Odúa. De las sacerdotisas que se mantuvieron a inicios del siglo XIX
se encuentran Malaké la grande, Malaké la chiquita y Dadá.
Entre las pioneras ya de principios del XX, estuvieron las iyalochas Ña Caridad (cuyo nombre religioso o de
santo fue Igoro), Ña Rosalía (Efunshe), Ña Teresita Ariosa (Ochun Bumy), Ña Merced (Ordoro sumi), Ña Belen
(Apoto), Calixta Morales (Odedei), Timotea Albear (Ayaileu Latuán), Ma Monserrate Oviedo (Obatero), Africana
(Ogun fumito) y el babalocha Octavio Samá (Obadimelli u Obadimeji). Fueron iniciadores de otros sacerdotes
importantes como Ferminita Gómez (Ochabi) y Nicolás Angarica (Oba tolá).
Al centro de las disputas por el poder y el prestigio estaba la discrepancia entre las santeras y maestras de
ceremonia (oriaté) de origen africano: Timotea Albear (Latuán) y Ma Monserrate (Obatero), que llevó a
establecer maneras propias de ejercer la Santería bajo la mirada aprobatoria o no de las dos grandes jerarcas.
Cualquier contradicción tanto en la praxis como personal, era considerada una amenaza que podía ser
enfrentada con la hechicería (ogú) y la calumnia. El fin de la guerra levantó fronteras estáticas entre La Habana
y Matanzas, las dos provincias en las que se instalaron por separado las dos olorichas.
Obadimeji, quien fuera iniciado por segunda vez en La Habana por Latuán, en la Regla de Ocha y luego Obá
Oriaté fue el que estandarizó los ceremoniales junto a la iyalocha Ña Rosalía (Efunshe). Único discípulo
masculino de Latuán más reconocido, Leonel Gámez y Águila de Ifá recogieron en un texto:
“(…) trabajando a su lado y sirviendo como sus brazos y ojos después que ella llegó a ser demasiado anciana
para realizar rituales ella misma. Interesante es el hecho de que después de la muerte de Latuán, la posición de
Obá Oriaté fue dominada por hombres, que desplazaron gradualmente a las mujeres que hasta ese tiempo
habían ejercido el cargo. Para el momento de la muerte de Obadimeji en octubre de 1944, la posición de Obá
Oriaté fue casi exclusivamente una función masculina. Obadimeji entrenó a dos discípulos conocidos, Tomás
Romero (Ewín Letí) y Nicolás Valentín Angarica (Obá Tolá). A pesar de ser enseñado por una de las Iyalorishas
más grandes de la religión Lucumí, él nunca entrenó ni enseñó a una mujer”.
Con la desaparición de las primeras mujeres oriatés de la Regla de Ocha, murió una tradición que fue siendo
usurpada por el poderío masculino. En ninguno de los sistemas oraculares de Ocha/Ifá aparece alguna
contravención para el no ejercicio de la mujer como Obá Oriaté, excepto las relacionadas ―en sentido
general― con el período menstrual o cuando la iniciada, sacerdotisa o la neófita se encuentra en estado de
gravidez.
El 15 de febrero de 2003 se fundó en La Habana el Consejo de Mayores Obateros de la República de Cuba, con
personalidad jurídica, como dispositivo de preservación de la tradición y reconocimiento de esta
especialización dentro de las prácticas de la Regla de Ocha, además de conmemorar a sus fundadores y
seguidores. Varios acuerdos desde entonces fueron divulgados, estableciendo los principios morales y éticos
del ejercicio, y la delimitación de roles y no intromisión, además de trabajar con las nuevas generaciones. En
ninguno de ellos hace alusión a exhortar y retomar la presencia de la mujer con mayor fuerza, pues aunque
algunas realizan la adivinación mediante el dilogún, generalmente son de avanzada edad. La nómina de este
consejo está integrada por 20 sacerdotes, solo una es mujer.
Sobre esta princesa egbadó, recoge el oriaté Ronald Mendible, en su texto Diáspora afrocubana o tradicional:
dos legados para discernir:
“Rosalía Abreu Efunshe Worikondo omo Oshosi fue proveniente de la ciudad de Egbado como Oba Tero. Se
dice que fue princesa de Egbado. Junto a La Tuan, ella como Olorisha y La Tuan como Oriaté, ejercieron un gran
poder sobre el Cabildo San José 80, que incluso fue confundido como Cabildo Efunshe por historiadoras como
Lydia Cabrera en la década de 1950. Se dice que era transportada por La Habana por sus seguidores en una silla
de seda para que quedara claro que era reina. Los hechos que rodean la llegada de Efunshe a La Habana son
enigmáticos, ya que muchos afirman que nunca fue esclava. Aunque algunas fuentes indican que fue traída al
ingenio Gramosa, de ahí su segundo apellido, aunque no hay expediente de este molino de azúcar. Fue madre
de Calixta Morales Ode dei, llamada en Lucumí Atikeké (pequeño regalo), por lo que se supone que tuvo
problemas para concebir. Se supone que tuvo relaciones con Kaindé, un babalawo asociado al Cabildo San José
80. Luego de la retirada de Oba Tero, La Tuan y Efunshe unen fuerzas y establecen una sólida reputación en La
Habana, La Tuan actuaba como Oba Oriaté para todos los ahijados de Efunshe. Su hija Ode Dei fue ordenada
por el primer ahijado de Efunshe en Cuba, Luis Suárez, Oshun Miwa. Efunshe heredó la dirección de San José
80 en (…) 1890 y ordenó a varios Olorishas en La Habana hasta su muerte a finales de 1920. La influencia de
Efunshe es tan grande que la mayoría de los Olorishas en La Habana reclaman ser descendientes de allá y no
del Cabildo San José 80. Efunshe apoyó a La Tuan en la competencia que existió entre esta y Oba Tero, aunque
se mantuvo detrás del escenario. Ella instituyó la ahora práctica común de recepción de más de un oricha
durante la iniciación (Eleguá, Obatalá, Oyá, Oshún, Yemayá, Shangó) así como la práctica de tirar los dilogún o
caracoles, dos veces para conseguir una letra compuesta. Conocida como ‘la Reformadora de la Religión’, a
Efunshe también se le acredita el origen del ritual iniciatorio conocido como ‘el Pinaldo’ o cuchillo, que se
realizó la primera vez sobre Octavio Samar Rodríguez, como una segunda iniciación para confirmar el primero
que se había hecho en Matanzas. Esta ‘confirmación’ ritual fue la fuente de su nombre de Osha, Obadimeyi, o
‘el Rey coronó dos veces’”.
Ña Pilar Fresneda, precursora del asentamiento directo del oricha Babalú Ayé
Odulami, sacerdote consagrado en el oricha Obatalá y oriaté (maestro de ceremonia en la Santería), certifica
que Ña Pilar o Pilar Fresneda fue una autoridad en el conocimiento de Babalú Ayé, un oricha que suscita
polémica entre las modalidades lucumíes y ararás. Los lucumíes ―de ascendencia yorubá― no podían
consagrarlo directamente a las personas que iniciaban en su culto al ser este abandonado en África, y solo a
través de los orichas Obatalá, Yemayá y Ochún; los ararás sí atesoraban ritos, ceremonias y cantos de esta
divinidad llamada entre ellos fodún, para una consagración directa, lo que legitimó su derecho.
Las prácticas religiosas ararás provienen de los descendientes de esclavos cuyo origen étnico es del antiguo
Dahomey (hoy Benín). Aunque muy similares a las de la Regla de Ocha en general, los nombres de sus
deidades, su lengua, los cantos, instrumentos musicales, etc., poseen características propias. Sus deidades
reciben el nombre genérico de vodú o fodún.
Babalú Ayé es una deidad mayor sincretizada con el Lázaro de las muletas de la parábola bíblica,
posteriormente canonizado por la religiosidad popular y la influencia del oricha africano. Es un enfermo leproso
que sana, compadece y alivia; va acompañado siempre por unos perros lazarinos, sus muletas y el ajá o
escobilla para ahuyentar la enfermedad. Lleva cocidos en su lengua 13 caracoles o cauris y sus ofrendas son
fundamentalmente a partir de granos; se le sacrifican chivos machos y palomas y su bebida es el vino seco.
Viste de tela de saco, indumentaria que también llevan sus devotos en signo de petición o agradecimiento por
un milagro concedido, mayormente en cuestiones de salud.
Pilar Fresneda, según cuenta Odulami, fue iniciada directa a este oricha en la provincia de Matanzas, donde
tuvo un cabildo arará notable y aprendió de sacerdotisas de renombre de esa modalidad. Fue madrina de
Margot Ponce o Margot San Lázaro, de quien se ocupó de realizar la ceremonia de consagración directa luego
de que el mencionado oricha a través de la misma Margot, en trance, exigiera a su hija y no la oricha Yemayá a
la que se estaba realizando las ceremonias consagratorias.
Sobre sus rituales, apunta Odulami:
“Cuando asentaba a Babalú Ayé no hacía itá (lectura del porvenir), sino que ese día bajaba el oricha por alguno
de sus caballos y estos hacían los vaticinios. En las ceremonias del igbodú (cuarto de consagración), el oriaté
lucumí participaba hasta un punto, luego salía y Ña Pilar y sus ahijados continuaban con las celosamente
preservadas ceremonias, hasta hoy.
“Años después (…) fue la propia Pilar quien introdujo la presencia de los awoses (sacerdotes de Ifá) en el itá,
cuando sus hijos Bartolo primero, Víctor después, se hacen babalawos. Esta modificación quedó establecida
hasta hoy.
“Los habaneros consagrados en la Regla Arará debían presentarse ante los tambores homónimos que están en
Matanzas. Esto se volvió muy complicado por la distancia y Pilar mandó a construir un juego de tambores, los
que juramentó en Matanzas y luego los trajo para La Habana.
“He visto ese juego de tambores en Pogolotti, en casa de Ofelia Bonilla, oló Oshún, nieta religiosa de Pilar. Ella
los custodia con profundo amor y respeto. Los otros dos únicos juegos están: uno en la ciudad de Matanzas y el
otro en Perico, que fueron de la africana Florentina Zulueta. (…) Fue muy coherente en la realización del culto a
su adorado oricha. Con sus ahijados recorría hospitales para socorrer a los que necesitaban ayuda.
“Los muchos ahijados que consagró como el awó Víctor Gómez, Taurina Montalvo, Severiana Torres Martínez,
entre otros, más los descendientes, cuidaron y cuidan con celo su legado”.
Conocida como La China de Maximiliano, Aurora Lamar (Matanzas, 13 de febrero de 1900-La Habana, 19 de
septiembre de 1965) fue iniciada en el culto al oricha Aggayú por su padrino José “Pata de palo” Urquiola (Eshu
Bi) y su oyugbona Panchita Lamar, “La China” (Oshun Miwa), junto a los que fundó la rama o linaje de La
Pimienta. Considerada una de las sacerdotisas de la Santería más prolíferas de la Isla, inició más de 500
personas, fue la que introdujo su práctica en las provincias orientales.
La oralidad popular recoge como memorables sus travesías en tren hacia el oriente del país, junto a los demás
santeros, maestros de ceremonia, tamboreros, para realizar los ritos iniciáticos. Los últimos años de su vida
trabajó vinculada al prestigioso oriaté Lamberto Samá (Oggun Touyé).
Según el oriaté Ronald Mendible, en su texto Diáspora afrocubana o tradicional: dos legados para discernir, la
sacerdotisa Fermina Gómez (Oshabí), fue conocida como la reina de Olokun. Fue una de las ahijadas más
notables de Obatero, y se encargó de expandir el conocimiento de orichas de procedencia Egbadó como
Olokun, Yewá, Bromú, Bronsiá y Oduduwa. Iniciada en el culto a Ochun, debido a las discrepancias territoriales,
no se le reconocía su sacerdocio, por lo que fue reiniciada (se le viró el oro) en el culto a Yemayá. Junto a su
madrina Obatero, desarrollaron la Regla de Ocha en Matanzas, con ceremoniales y especificidades diferentes a
las de La Habana, como los cuestionados santos directos.