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• Revista Conexxión, Año 7, Número 19, (Enero - Abril 2018), pp.

34 -43, ISSN: 2007-4301 •

Transformando la escuela con valores

Transforming the school with values

Recibido: Septiembre 2017


Leonel Del Carmen Narváez Hernández Aceptado: Noviembre 2017
Docente en Secundaria del Estado “José María Morelos y Pavón”,
San Cristóbal de las Casas, Chiapas.

| Resumen | Abstract
El presente artículo tiene como objetivo The purpose of this article is to contribute to
coadyuvar a la formación de sujetos integrales the formation of integral subjects capable of
capaces de establecer vínculos afectivos de establishing emotional, coexistence and ethically
convivencia y éticamente responsables al responsible links by strengthening pedagogical
fortalecer los valores pedagógicos en favor values in favor of building a more just and
de la construcción de una sociedad más justa harmonious society. The methodology used in this
y armoniosa. La metodología utilizada en la research is designed with a qualitative approach,
presente investigación está diseñada con un based on analysis, reflection and documentation.
enfoque cualitativo, con base en el análisis, la As a result, there was a need to exercise and
reflexión y la documentación. Como resultado promote education in values in a coordinated
se encontró la necesidad de ejercer y promover way, from the family and strengthening it at school
la educación en valores de manera coordinada, at all times, occupying a privileged place in the
desde el seno familiar y fortaleciéndolo en la formation of citizens capable of transforming
escuela en todo momento, ocupando un lugar reality and democratic processes.
privilegiado en la formación de ciudadanos
capaces de transformar la realidad y los
procesos democráticos. | Keywords: Values, school, family, students,
context.
| Palabras clave: Valores, escuela, familia,
alumnos, contexto.

| Introducción
Estamos viviendo en un mundo con grandes transformaciones, la familia no es ajena a todo ello. Por
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ende, uno de los grandes desafíos actuales es afrontar temas de la educación y la formación sin
responsabilizar únicamente al sistema educativo. Ante una sociedad así es preciso reflexionar sobre
la nueva tarea de la escuela y la familia como instituciones responsables de la enseñanza de valores y
normas sociales.

“Nuestra sociedad es cada día más compleja y está en continua transformación. Nadie es capaz de
pronosticar cómo serán en el futuro, incluso próximo, las relaciones de trabajo, las jubilaciones, las
nuevas familias, el impacto de las nuevas tecnologías por venir, el constante aumento de la esperanza

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de vida, pues ya se habla de más de cien años como media de vida para los hoy nacidos…” (Elzo, Feixa y
Giménez Salinas, 2006, p. 11).

Por lo anterior, es importante fomentar e inducir desde el seno familiar el estudio de la racionalidad
cotidiana, donde se pueda construir a través de lo afectivo y del ejemplo, el uso correcto del diálogo para
una mejor formación de los sentidos y los sentimientos humanos. En este sentido, es imprescindible
se inculque el estudio de la filosofía y las humanidades para fortalecer una inteligencia bien formada
que permita situarse y entender a esta sociedad.

Observar lo anterior es primordial para la educación del adolescente, la construcción de un ambiente


de aprendizaje basado en el diálogo y la comunicación para tomar decisiones y asumir compromisos
de manera responsable. La formación de valores debe estar implícita en la educación, porque forma
parte de su esencia, promueve el crecimiento personal y propicia la autorrealización.

Para ello la escuela y la familia deben buscar puntos de convergencia, asumir un compromiso y su
responsabilidad como agentes de socialización.

Por ejemplo, el docente permite la participación activa en el proceso de aprendizaje de valores y normas
afines que fortalezcan la comunidad escolar mediante la convivencia y al fijar metas a corto, mediano
y largo plazos.

En este sentido, es importante contar con docentes y directivos comprometidos que briden
oportunidades equivalentes en el aprendizaje con contenidos y estrategias didácticas donde los
alumnos analicen, reflexionen, dialoguen; usen juicios éticos cada vez más complejos que les permitan
ser ciudadanos democráticos que fomenten la participación en el trabajo colaborativo con habilidades
para el diálogo, la solidaridad, la confianza, la negociación y la escucha activa.

| Desarrollo
Los valores han estado presentes a lo largo de la historia de la humanidad como agentes de cambio
y transformación social, que han contribuido a la formación integral de las personas. En este sentido,
podemos señalar puntualmente que para el ser humano los valores siempre han existido, pero que
han variado a través del tiempo. Podemos citar algunos ejemplos significativos que estructuran el
comportamiento del ser humano como lo es la justicia, libertad, responsabilidad, honestidad, las
costumbres, tradiciones, esquemas sociales, etc.
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“El objetivo de la formación en valores es el desarrollo de sujetos autónomos capaces de construir sus
propias estructuras al respecto. No se trata de transmitir determinados valores sino de promover el
desarrollo de la capacidad de formular juicios morales y de actuar en consecuencia” (Schmelkes, 2004,
p. 92).

Lo anterior implica reconocer a la familia como primera escuela de la vida (el seno valoral), que juega un
papel muy importante en la formación integral de los hijos, que a través de un ambiente de amor pretende
transmitir esos valores que formarán una persona buena capaz de convivir en la sociedad. Es así que,
la institución familiar es el escenario perfecto para transmitir vínculos de afectividad, motivacionales,

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emocionales, valores positivos, entre otros, siendo este el mecanismo autorregulador de la conducta
social que permita mejorar la personalidad y propiciar una mejor convivencia.

La escuela y la familia son los pilares responsables de compartir principios y valores en la sociedad que
permitan al alumno desarrollarse intelectual y valoralmente. “Los valores inculcados y reforzados en su
debida oportunidad contribuyen a la toma de conciencia, crecimiento, cultivo y desarrollo de la persona.
Es por ello que se deben proponer temas, estrategias pedagógicas, recursos, actividades y dinámicas
para crear espacios de reflexión, acción y compromiso en las clases de ética y valores de la educación
formal, básica y media, grupos de estudios a nivel familiar, empresarial, seminarios, talleres, encuentros
y retiros” (Cuevas Reyes, 2004, p. 9).

En este sentido, es importante promover los lazos de convivencia a través de espacios de bienestar
afectivo que fomenten modelos de enriquecimiento, basados en el respeto de la dignidad humana y los
derechos humanos. Para ello se requieren personas capaces de reconocer la pluralidad social, cultural
y lingüística del país, que practiquen valores democráticos con responsabilidad social y apego a la ley.

Se puede afirmar que a través de la socialización el ser humano podrá adaptarse, actuar y desenvolverse
de acuerdo al entorno social en el que vive. Pinto (2016) afirma: “La educación de los padres conduce a
sus hijos a reconocer tanto sus propios límites intelectuales como los sociales, desarrollando un juicio
reflexivo para actuar a partir de la conflictiva confluencia de lo que desea y puede hacer” (p. 275).

Por tanto, la formación de valores y actitudes tiene que ser una responsabilidad conjunta. Desde el hogar
los padres contribuirán para que sus hijos formen de manera integral su personalidad e identidad; en la
escuela se practicarán los valores a través de la transversalidad entre diferentes áreas de conocimiento
al adquirir contenidos culturales, religiosos, políticos y educativos.

Dicho lo anterior, como educadores y padres sabemos la importancia del conocimiento de nuestros
hijos. “Se asume que el papel de la escuela es impulsar en los alumnos su desarrollo como personas,
por medio de la reflexión de las circunstancias que se les presentan día a día y les plantean conflictos de
valores” (SEP, 2011, p. 16). Así, crear un ambiente adecuado en la escuela permitirá el desarrollo integral
del alumno al prepararlo y motivarlo para ser un mejor humano comprometido consigo mismo y con
los demás, favoreciendo establecer relaciones interpersonales, la construcción de su identidad y la
regulación de sus emociones.

Asimismo, la labor docente consiste en construir sociedades mejores, con sistemas democráticos y
personas más justas que puedan enfrentar el futuro con mejores herramientas.
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“Los valores son contenidos que pueden ser aprendidos y enseñados, y el centro educativo no es el
único lugar donde se puede trabajar. Sería deseable que la educación en valores no se promoviera sólo
desde las áreas curriculares o los temas transversales, sino que también nos basáramos en la imitación
de modelos y en las prácticas de la vida cotidiana en la familia y en otros contextos” (Pino, 2009, pág. 3).

En ese sentido, la educación fortalece valores. El contexto es claro, la importancia de crear ciudadanos
activos y participativos es una meta de todos los actores implicados en esta transformación social, que
tanto requiere nuestro país.

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Es preciso resaltar que el docente debe predicar con el ejemplo, con actitudes positivas entre sus
alumnos con calidad ética y moral, capaces de entender y poner en práctica sus conocimientos
profesionales, innovando sus estrategias de manera sistemática y cuidando su deontología al transmitir
valores de forma intencionada, influyendo de manera directa en diferentes escenarios, creando
aprendizajes afectivos, habilidades socio-culturales y normas de conducta viables para la convivencia.

Ahora bien, no podemos obviar los contenidos trasversales que también son un factor importante para
el desarrollo integral del alumno, a través de temas interdisciplinarios como los ambientales, sociales,
sexuales, de salud, de consumo, etc., que se articulan con otras asignaturas proporcionándoles una
gama de conocimientos significativos.

Por otra parte, es necesario incluir dentro de los programas de estudio un universo de temas educativos,
morales, éticos y disciplinarios que favorezcan la transformación del sujeto dentro de su comunidad, a
medida que vayan entendiendo su realidad humana. Es decir, los ejes transversales serán el instrumento
que fortalezca los valores éticos y morales a través de la enseñanza, transmisión o imitación de modelos
por parte de maestros, familia y el contexto cotidiano.

Desde esta perspectiva, los padres de familia entienden la educación como un proceso de mejora para
sus hijos que permitirá fecundar frutos para una mejor forma de vida. Los padres son el ejemplo en casa
y son los primeros en educarse y mejorar cada día. El niño necesita una línea congruente fraternal donde
haya concordancia entre lo que se piensa, se dice y se hace.

“Es necesario impulsar a la escuela a recuperar su papel como formadora de valores, pues su labor
tiene que ser formativa y no sólo informativa, y los docentes deben reconocer el carácter valoral de
su quehacer cotidiano. La cuestión de los valores representa un problema acerca de la responsabilidad
humana y el significado del hombre en su interacción con el mundo que lo rodea, entre lo que es o lo que
debería ser” (Cortés, Velez, Pérez, Sánchez y Delgado, 2007, p. 7).

En consonancia con lo anterior, nuestra sociedad está viviendo cambios que repercuten en la
educación formativa de los alumnos. Como se sabe, los padres de familia únicamente se interesan por
la educación académica de sus hijos, dejando a un lado la educación con valores. Sin duda, es necesario
reflexionar y hacer un análisis crítico de la realidad social para disminuir la crisis que se está viviendo en
la educación formativa.

Así mismo, la transversalidad educativa es un instrumento que permite la interrelación de la escuela


con los padres de familia y la sociedad. Los enfoques pedagógicos de los contenidos, metodologías,
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áreas formativas interdisciplinarias permiten formar globalmente modelos de convivencia basados


en la responsabilidad, los compromisos, el respeto, la empatía y la igualdad. Los docentes en el aula
favorecerán directamente la transmisión de valores pedagógicos a través de instrumentos o recursos
didácticos que moldearán la conciencia y el comportamiento. En ese sentido, es necesario crear
condiciones favorables de convivencia de los actores sociales al asumir los retos y compromisos para la
mejora de la escuela.

“Cuando en nuestras escuelas logremos crear las estructuras que permitan desarrollar a las personas,
podremos tener la certeza de que estaremos en una posición privilegiada para proponernos lo mismo

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con nuestros alumnos. De esta manera estaremos tomando en cuenta esa constante aspiración de
los padres de familia, en cuanto a esperar de la escuela una formación de valores, y habrá bases para
procurar satisfacerla” (Schmelkes, 2010, p. 78).

Como docentes tenemos la misión de formar alumnos comprometidos consigo mismos y con la
sociedad. Sin embargo, debemos respetar los valores éticos, morales e individuales dependiendo del
contexto social congruentes con la cultura y los hábitos de cada comunidad que se irá transformando y
adaptando, por lo que es menester que la convivencia actual favorezca nuestra calidad de vida.

El código de ética es muy importante en la labor docente, ya que permite ser guía, orientador, asesor
y confidente de sus alumnos, de ahí que la confidencialidad respecto de la comunicación con el alumno
es vital y reforzará la confianza entre ambos. Entonces, el docente no sólo transmite conocimientos en
el aula, también escucha, motiva y propicia una armoniosa convivencia escolar.

La escuela como universo de conocimientos y agente de cambio social, a través de maestros,


directivos, alumnos y padres de familia motiva un clima escolar positivo para el presente y futuro. Existe
lamentablemente un deterioro social muy marcado en nuestros días, donde los niveles de violencia en
todos los ámbitos son recurrentes y afectan la vida de todos los ciudadanos.

Los contenidos transversales y la educación en valores refuerzan los principios éticos y morales que
fortalecerán las conductas, hábitos y comportamientos socialmente aceptados en la comunidad, de
la mano de un aprendizaje significativo. “La educación Integral es aquella que prepara al individuo en los
tres ámbitos: científico, tecnológico y humano, con una escala de valores bien definida (…)” (Antonia et
al., 2009, p. 14).

Educar con valores supone enseñar a los alumnos a asumirse como ciudadanos capaces de analizar
crítica y reflexivamente el medio social y aportar en el mejoramiento del mundo desde el conocimiento
y la valoración de la propia cultura, asumiendo sus roles sociales con compromiso.

Así, el docente debe descubrir el significado de la educación ética en su vida personal para poder
formar éticamente. Es decir, descubrir los valores humanos que proclama y vivirlos, esta es la única
manera de educar verdaderamente a los alumnos. Si un educador no ha descubierto el sentido de
su vida, no ha experimentado la liberación de sus miedos, frustraciones, complejos, no se ha sentido
amado por los suyos y por Dios, no se ha sentido perdonado, no ha sentido la alegría de vivir, el gozo,
la esperanza, no ha despertado la sensibilidad ante los problemas y situaciones de los demás, no se
ha sentido ciudadano comprometido con su espacio vital. Entonces, no tendrá idea de qué significa
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formarse en valores y por tanto no podrá ser formador; podrá enseñar teorías, conocimientos, pero no
podrá educar. Enseñamos realmente lo que somos, transmitimos nuestro mundo interior, aunque no
hablemos de él, y ese lenguaje oculto es lo que realmente captan nuestros alumnos.

Es importante que los alumnos sientan y perciban el interés del profesor hacia la forma de ver su mundo
y que encuentren el apoyo necesario que promueva los aprendizajes, además de crear un sujeto seguro
de sí mismo, con una personalidad que le brinde la confianza para relacionarse en pares, tener conciencia
de sí mismo y de la unidad, donde se relacione con los propios recursos del medio social y fortalezca sus
acciones positivas dentro y fuera del aula.

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• Revista Conexxión, Año 6, Número 18, (Septiembre - Diciembre 2017), pp. 36-42, ISSN: 2007-4301 •

Buscar las estrategias adecuadas e innovar es obligación del docente, también desarrollar habilidades
de comunicación y crear un buen espacio físico para promover la participación activa del alumno,
la resolución de conflictos y la construcción de un grupo sólido de trabajo. “La construcción de un
ambiente escolar con estas características requiere que docentes y directivos tengan la disposición
de formar a los alumnos en habilidades para el diálogo, la negociación y la escucha activa dentro de la
escuela, así como realizar actividades de autoformación para apoyar a los alumnos en el desarrollo de
las competencias cívicas y éticas” (SEP, 2011, p. 30).

Hay que destacar que los espacios de convivencia en la escuela facilitan el trabajo armónico y
colaborativo, con una atmósfera de confianza, afecto y seguridad que favorecerá a maestros y alumnos
hacia una escuela democrática y dialogante.

No olvidemos que hablar de valores en este tiempo es un tema que nos concierne a todos, en especial
a la escuela como espacio de convivencia que promueve el desarrollo armónico e integral del individuo
y de la sociedad. De aquí surge la necesidad de conocer como docentes la importancia de formar a
los educandos con valores para construir una sociedad respetuosa, democrática y humana. Por tanto,
es necesario que en la práctica docente se lleven a cabo contenidos transversales que les permitan
favorecer el uso de valores pedagógicos para influir en la formación de ideas, actitudes y crecimiento
humano.

Hay que destacar que vivimos en un mundo donde la crisis de valores impacta en acciones negativas
y destructivas que muestran la pérdida de respeto a la propia vida. Hoy se violan los derechos humanos, la
propiedad, no hay justicia, se destruye el medioambiente, hay hambre, miseria, etc. Ante este escenario
desolador se han buscado respuestas para la realidad que vivimos.

Por tanto, “La educación en valores y [la] transversalidad en el currículum responden, en su origen
a una escuela abierta a la vida, que se remonta a movimientos de la Escuela Nueva, y en ese sentido
no tendría un carácter de novedad, sino de recuperación actual de un viejo mensaje. No sólo porque
hayan emergido nuevos problemas sociales que nos preocupan para un futuro, ni por algunos graves de
comportamiento, se tiene que educar en valores, sino para recuperar la función educativa de la escuela,
que no quiere limitarse a una reproducción de los valores vigentes” (Bolivar, 1998, p. 18).

Con este enfoque, podemos aseverar a la escuela como principio del pluralismo ideológico, pretende
ser la vía que contribuya a una formación integral de la diversidad multicultural de los alumnos. En este
contexto, el espacio educativo debe tener calidad moral para compartir normas y valores. La escuela
como tal, debe ser comprensiva, donde no exista la discriminación, para todos, siempre abierta a la vida,
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que favorezca la educación a clases marginadas y necesitadas.

Sin embargo, es una obligación del sistema educativo adaptar su currículum y los programas de estudio
de acuerdo al contexto donde se desarrolla cada estudiante para respetar su cosmos, el modelo
democrático de su comunidad, la interculturalidad y el pluralismo ideológicos. Respetar cada uno de los
valores morales, éticos y culturales enriquecerá la forma de vida de cada región rescatando su estilo de
vida de la comunidad a la que pertenecen.

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Vaillant (2008) afirma: “La escuela y sus docentes necesitan transformarse al compás de los cambios
que se están operando en los sistemas sociales y económicos” (p. 45) (pág. 45). Es evidente entonces,
el compromiso moral que tiene la escuela en su quehacer educativo cotidiano al sensibilizar, mejorar
la calidad de sus acciones, aceptando y reconociendo las diferencias de cada persona, así como
buscando respuestas viables a la desvalorización humana. Es así que, de generación en generación la
escuela ha sido promotora de valores entre los jóvenes y ha contribuido a la socialización, siendo ésta
un medio de cohesión social y convivencia efectiva.

No podemos negar que los jóvenes hoy viven muy distinto, sin embargo, es necesario orientar de
manera correcta toda esa energía que se desperdicia en situaciones de libertinaje o que ponen en
riesgo su integridad emocional y física. Cabe señalar que no hay una nueva juventud y los valores son y
serán siempre los mismos: inmutables y universales; a menos que la esencia del hombre cambie.

“La construcción de una sociedad, comienza por la formación de sus ciudadanos, a través de la
educación en valores (…) y del fortalecimiento de los sistemas democráticos y políticos del país,
estableciendo como política de Estado una rigurosa construcción social y colectiva, que sustenten
las bases del pueblo organizado, donde sus ciudadanos sean los actores principales en el desarrollo y
progreso de sus comunidades” (Carrero, 2013, p. 584).

Los valores son universales y nadie debe estar exento de ellos, son el principio para una vida plena, son
necesarios para que el hombre alcance su plenitud e integración de manera libre y feliz. Sin embargo, no
podemos formar valoralmente si no educamos con calidad en las escuelas, comprometiéndonos todos
los actores sociales a formular propuestas positivas que conduzcan a nuestros estudiantes a niveles de
complejidad creciente con sentido crítico, que promuevan juicios y criterios personales con grado de
autoconciencia y conciencia social.

Todo lo anterior debe ocurrir en un ámbito escolar de calidad donde la escuela enfrente los nuevos
retos e incluya las comunidades marginadas favoreciendo la diversidad cultural, implementando
mejores metodologías de enseñanza y aprendizaje, así como la adquisición de valores y actitudes.

En efecto, debemos asumir nuestra responsabilidad como agentes socializantes frente a la


transformación de nuestros alumnos. No es una tarea fácil, pero a través de la investigación y el
fortalecimiento pedagógicos podemos cambiar el rumbo de la educación en México. De la misma
manera, incluir alumnos con necesidades especiales en las escuelas regulares es un proceso complicado
que necesita condiciones adecuadas.
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Leiva (2013) dice: “La educación inclusiva puede ser concebida como un proceso que permite
abordar y responder a la diversidad de las necesidades de todos los educandos a través de una mayor
participación en el aprendizaje, las actividades culturales y comunitarias y reducir la exclusión dentro y
fuera del sistema educativo” (pp. 3-4).

Es evidente que un enfoque de esta magnitud traerá como consecuencia muchos debates, esto no
quiere decir que no se comparta la idea de poder integrar algún día a alumnos con necesidades
especiales a la escuela regular. Aquí el punto radica en la falta de compromisos y de una política

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educativa deficiente en cada entidad federativa, como: falta de infraestructura, aulas y construcción
de escuelas, de recursos a las escuelas marginadas, de compromisos gubernamentales, de personal
capacitado, poco interés por las autoridades educativas en la actualización y mejoramiento de los
maestros, etc.

En general, es necesaria una revisión exhaustiva en el sistema educativo nacional y de sus políticas para
hacer un análisis de las responsabilidades de cada instancia y mejorarlo, centrando las necesidades
de los alumnos en ello. “Vivimos en una sociedad cambiante y (…) [con] prisa, en la que las normas o
los valores se modifican y en la que los medios de comunicación tienen un enorme poder para presentar
y difundir los cambios” (Fuentes, 2013, p. 27).

En este contexto, podemos aseverar que a través de la historia se han modificado los patrones de
conducta humana que derivaron en la actual descomposición social. Respetar y valorar las diferencias
culturales es una tarea de todos los actores sociales. Actualmente vivimos en una sociedad donde la
tecnología ha sobrepasado barreras y ha repercutido en la formación integral de los alumnos con el
uso del internet, tabletas, equipos móviles, etc. Debemos adecuar su uso correcto para que las nuevas
generaciones construyan espacios de vida más sanos y justos.

Finalmente, podemos agregar que la educación es la causa final de la formación del hombre con
todo el cúmulo de conocimientos adquiridos durante su proceso educativo, con contenidos
interdisciplinarios que harán de él, un sujeto crítico, reflexivo, democrático, justo, etc., capaz de
integrarse de manera consciente y comprometido dentro de la sociedad.

| Conclusiones
La escuela como eje medular de los aprendizajes también juega un rol importante en la formación
integral y significativa de los alumnos a través de la transmisión de valores que contribuirán a formar
ciudadanos conscientes y capaces de interrelacionarse con el mundo. En ese sentido, transformar
la escuela con valores es una tarea ardua para todos los actores sociales, quienes participarán de
manera activa y articulada para la formación de su propia vida.

En este contexto, la educación como guía esencial para la difusión de valores orientará a los alumnos
a interpretar la vida con responsabilidad a través de la enseñanza de los maestros (y la comunidad
escolar completa) y principalmente el escenario donde se aprende mejor, el seno familiar. Así, los padres
trasmiten valores universales que forman ciudadanos capaces de comportarse y actuar de manera
responsable ante los demás, respetando su medioambiente y construyendo una historia personal y
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colectiva.

Asimismo, las áreas de conocimiento que promueven la educación en valores consideran la


necesidad de que la escuela y los maestros sean células de transmisión de los principios éticos y
morales, a través de los temas transversales, que enriquecerán la labor formativa al establecer
conexiones con otras áreas de conocimiento. Estos instrumentos articuladores e interdisciplinares
contribuyen a los aprendizajes significativos de los estudiantes promoviendo en ellos la afectividad, el
autocuidado, la convivencia democrática, el cuidado del ambiente, entre otros. Tengamos presente

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que todas estas áreas disciplinarias son aprendizajes integrales que contribuyen al desarrollo de
ciudadanos conscientes, capaces de convivir de manera armónica en la sociedad.

“Al permitirnos vivir congruentemente, como docentes, los valores de solidaridad, responsabilidad y
compromiso, la búsqueda de la calidad nos pone en condiciones de proponernos formar integralmente
a nuestros alumnos, y quizás también a sus familias, en los valores de identidad, libertad y compromiso,
equidad y justicia, solidaridad y congruencia” (Schmelkes, 2010, p. 83).

Los valores, entonces, como principios que marcan la actitud y el comportamiento de las personas en
la sociedad de manera coherente y armoniosa juegan un papel muy importante para la transformación
del comportamiento humano. Formar al hombre con valores es una tarea ardua que compete a todos y
que a lo largo de la historia ha sido un tema trascendental que determina la convivencia social. Por ello,
es indispensable que el seno familiar vuelva a retomar estos principios básicos desde el hogar, para que
los hijos puedan enfrentar un futuro con mejores herramientas y una formación integral y significativa
que propicie una buena calidad de vida.

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