Nicolas Malebranche, Méditations (Español)

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 386

UY LEBRANCHE

i'O ills Dl' '.x i üii I':


Dig tizado por looglc
OE U V1ì E S
.h:

.V:tLEBRANCHE

I 'H A ltl-EN'l'I Plt ET C*, LIH ttAIllliS- DlTliU h-*


08, NU*t l)U 1,0U YR k

tx7l

Dig tizado por loog lc


XÉOIIàIIONS CMREIIANOS

ACUERDO DEL I. AUTOR

Corner nde estoy convencido de que el Yerbe


étei'ncl es la Casa universal ' de los espíritus, y que
este mismo Verbo, hecho carne, es el uuteui y el
coiisom- ituiteur de itott'e fe *, creo que debo hacerle
hablar en estas Mcditaciones como el veriÎable
H'n'tre *, iJui enseña a todos los hombres por la
autoridad d e su H'n'tre *.
i'-rol y por la evidencia de sus luces. Pero lamento
mucho no hacer sus respuestas
Sé que soy un hombre, y que si el yo "ei-be, al que
estoy unido como al resto de las inlelligencias, me
habla claramente en el pl os secreto de mi razón,
tengo un cuerpo insolente y rebelde que no puedo
acallar y que a menudo habla más alto que el propio
Dios ¡ Tengo un golpe que me parece hacer pltis dc la
moitica de mi ser: no puedo separar mis intereses de
los suyos. Su bien y su
A \' E RTl SSE$1ü N'1' l3fi L'A ti'l'ü Ull .

Éstas son mi felicidad y mi miseria.


f)e fine sorte je ne puis l'entendrc siins t'motioii,
lui iin poser silence sans inquiétude, lui contredit e
sans peine et sans douleur, en un moi, le maltrai-
sin hacerle daño.
11 ne faut donc pas attribuer à notre inail rc coin
mun tous les réponses '{ue je donne dans cet ouvrable
comme dc sa pai't. Las verdades que aquí se difunden
son de liii, l a s ei't eui's son mías. Pues no me cabe
duda de que me dejé seducir por su imaginación, por
mucho que me esforzara en ignorarlo y rechazar sus
respuestas. Esos
Jui aiment uniquement la veritc ne doivent jiNnais
croire personne sur sa }'arole. Si les hablo en
nombre del Yerbe eterno, no es que desee
sorprender su pictc; e s , todavía
un cuello, que no reconozco n i n g ú n otro niaÏ tue
No quiero proponérselo a nadie más. Que los lecleiii
lo interpreten fielmente,
Que escuchen atentamente sus respuestas; que se
rindan sólo a la evidencia, y discernirán
suficientemente bien si es un embustero quien les
habla, o si es su maestro quien les instruye. Por lo
demás, someto todas mis reflexiones no sólo a la
auto ridad de la Iglesia, que preserva lo sagrado de
la tradición, sino también al juicio de las
autoridades.
que saben mejor que yo cómo consultar el
y silenciar sus sentidos, su imaginación y sus
pasiones. Creo que debería haber sido advertido
que, pour comprendre elaii'einent ces âlêdilations, il est
comme ntccssaire d' avoir lu la Ilrclierclie de lu I
ét'ité, ou alu moins de s'ap{iliquer ù cette lec- ftire avec
une attention s'!'i ieuse et sans aucune
}irèoccupation il'csprit. Ces conditions sont un peti
ilurcs. plais comme je n''ii ccrit ceci pour toute sorte
de Jicrsoniies, ce ne sont pas tant là des con-
'litions que j'cxige que dos avis nécessaires pour ne pas
}ias perder su lem ps ct con'lamner la vci'ite sans
l'entendre. I t es permisible para :rnteu i's suponer
}'our known vi'rilcs deja prouvces. Les juge- ments peu
cqiiitaliles que quelques personnes ont portes sur le
Ti'uité Ur ht !S "atiii'e et 'lr la Gr "tre m'o- lili*ent :a
'lon ner encore i c i cet avis.
P R I ËR E

Oh Sabiduría Eterna, yo no soy mi propia luz; los


cuerpos que me rodean no pueden iluminarme; las
inteligencias mc'mes, no conteniendo en su ser la razón
que las hace sabias, no pueden comunicar esta razón a
mi espíritu. Sólo tú eres el tornasol de los años y de los
hombres; sólo tú eres la razón universal de los espíritus;
tú mismo eres la sabiduría del universo, sabiduría eterna,
inmutable, necesaria, que hace sabias a las criaturas e
incluso al Creador, aunque de manera muy
d i f e r e n t e . 0 mi verdadero y único Maestro,
muéstrate a mí, hazme ver la luz en tu luz. Sólo a ti me
dirijo, sólo a ti quiero consultarte. Habla, hierba Eterna,
la palabra del Padre, la palabra q u e siempre se ha
dicho, que se dice y que siempre se dirá; habla, y habla
lo bastante alto para hacerte oír a pesar del confuso ruido
que mis sentidos y mis pasiones agitan sin cesar en mi
mente.
Pero, ù Jcsus, te ruego que no hables en me tpic pr ur tu
gloi re, é t de ne me conniiitre que vos grandesurs; car tous
les trésors de la s:igcsse et dc la science de Dieu mc'me
sont renfermcs dans vous *. Quien te conoce a ti conoce a
su Padre, y quien te conoce a ti conoce a su Padre.
y tu Padre es perfectamente feliz. Hazme saber, pues,
Jesús, lo que eres y cómo todas las cosas subsisten en ti.
Penetra mi mente con el resplandor de tu luz; abrasa mi
corazón con el ardor de tu amor, y dame en el curso de
este trabajo, que estoy componiendo únicamente para tu
alabanza, expresiones claras y verdaderas, vivas y
animadas, en una palabra dignas de ti, y tales que
aumenten en mí, y en los que quieran meditar
c o n m i g o , el conocimiento de tu grandeza y el
sentimiento de tus beneficios.
primera meditación
{,ns C orpn no nos iluminan, y no somos ä nuestra*8s- mèmes riotre
razón y nuestra lumiëi-e.

1. 11 Me parece que el mayor bien que poseo


actualmente es mi razón, y que si yo mismo fuera la
causa de mi iluminación y conocimiento, sería al mismo
tiempo la causa de la yet'feetion de mi ser. Incluso
podría ser la causa de mi propia rebeldía -pues como
son el placer y la alegría los que me hacen feliz y
contento, encuentro tanta satisfacción cuando la luz de
la verdad se vierte en mi mente, que el que me ilumina
es el que me hace feliz.
2. Siento que la luz se difunde en mi m e n t e en la
medida en que la deseo, y que para e l l o hago un cierto
esfuerzo, q u e llamo attentiôn. Ese esfuerzo, que es
ciertamente mío, es por tanto la causa de la producción
de mis ideas: así yo soy mi propia razón y mi propia luz.
Y puesto que los nuevos descubrimientos me producen
placer y alegría, yo soy la verdadera causa de mi
perfección y felicidad.
3. Pero cuidado, espíritu mío, no te engañes... la luz
se difunde en ti, cuando la deseas, y concluyes que la
prometiste. Pero, ¿crees que tus deseos son capaces de
producir algo? ¿Lo ves claro? ¿Existe un vínculo
necesario entre tus deseos y su realización?
N FDl'1'ATI0h S Cll RÈTIE8 n rs.

4. Vas un poco demasiado rápido. Hay tal vez un


sol so/etf ' para los espíritus, como ves uno para los cuerpos.
Tal vez haya una luz y una sabiduría eternas, una razón
universal, inmutable, necesaria, que ilumina a todos los
hombres y los hace razonables. Si fuese tal luz la que os
hace sombra, si aquel que contiene las ideas de todos los
seres os amase tanto como para estar dispuesto a
comunicarse a vosotros en proporción a vuestros
d e s e o s , ¿no seríais muy miserables al sacar de su
bondad las razones de vuestra ingratitud? ¿No seríais
muy poco razonable juzgar que vuestros deseos son la
verdadera causa d e vuestra iluminación, 4 la causa de la
fidelidad y exactitud con que este soberano rai- hijo os
daría lo que deseáis en el momento en que lo deseáis?
ü. En cuanto quieres pensar en cualquier objeto, la
idea de ese objeto se presenta en tu mente: pero puede
ser que estés pensando en otra cosa.
.ine favor que debéis reconocer tanto más fácilmente
cuanto que os es concedido más prontamente, es tal vez
que las voluntades de vuestro Dios, que son inmutables
y siempre eficaces, concuerdan con la vuestra, y que de
este modo hacen lo que queréis y lo que creéis hacer. En
realidad estás haciendo un esfuerzo por representarte tus
ideas: o más bien quieres, a pesar de los problemas y
resistencias que encuentras, representártelas. Pero este
esfuerzo que haces va acompañado de un sentimiento
por el que Dios te muestra tu impotencia y te hace
reclamar sus dones. ¿Ves claramente que este esfuerzo
es un signo seguro de la eficacia de tus deseos?
Cuidado! este esfuerzo es a menudo ineficaz, y no ves
claramente que es eficaz en sí mismo.
b. ¿Por qué crees que eres la causa de tus ideas?
2A¥M1ÈQR MàD1T*TI0N. 0

¿Sabes siquiera lo que es una idea? ¿Sabes de qué está


hecha? ¿Sabe siquiera si está hecha? ¿Se hunde en la
nada en cuanto d e j a s d e pensar en ella o s e a l e j a
de ti? ¿La revives, o la vuelves a llamar, cuando se te
presenta de nuevo, deseando volver a verla? Si l a
l l a m a s d e n u e v o , ¿por qué medios la obligas a
volver? Y si la vuelves a producir, ¿con qué poder, con
qué habilidad, según qué modelo la haces tan parecida a
sí misma?
7. Esto es justo lo que es seguro. Quieres pensar,
por ejemplo, en un cuadrado, y la idea de este
cuadrado se te presenta: todo lo demás es aún
incierto. Por lo tanto, puedes juzgar que tus
voluntades suelen ir acompañadas de determinadas
ideas; estás c o n v e n c i d o de ello por la sensación
interior que tienes de lo que ocurre en tu interior.
Pero, ¿por qué juzgar que tú eres realmente la causa?
¿La formarás de la nada o de los cuerpos que te
rodean? Si de la nada, entonces puedes crear. ¿Pero
según qué modelo? ¿ D e d ó n d e sacas ese modelo?
Pero si tienes un modelo que no has hecho, ¿de qué te
servirá la idea que dices haber hecho? El modelo te
servirá, porque es realmente tu moilële, y no tu idea,
lo que te ilumina y lo que consultas. Deja
'lonc allí tu pretendida idea, y reconoce que el autor de
tus modelos es el autor de tu conocimiento.
C. ¿Crees, tal vez, que recibes o te formas las ideas que
tienes de los cuerpos que te rodean? Pero no escuchéis
a vuestros sentidos. ¿Creéis que estos cuerpos son
visibles en sí mismos, que pueden actuar en vosotros y
representarse ante vosotros? ¿Crees que una figura
puede producir una idea, y un movimiento local una
sensación agradable o desagradable?
MtDT*AJ0NS C3lÆTlrNNcS.
9. El cuerpo más capaz de actuar en ti es,
aparentemente, aquel al que tu espíritu está
inmediatamente unido: pues si los que te rodean
actúan en ti, sólo actúan a través de él. Dime, pues,
¿cuál es su forma, su tamaño, su situación? ¿Es esta
glándula la que se llama tyneo/e, o alguna otra parte
vecina? Si tu cuerpo o la parte principal que animas
en tu cuerpo no puede representarse a sí misma para
ti, ¿cómo puede esta parte misma representarte a los
cuerpos que te rodean?
40 Pero tal vez dirás que eres tú el que te aplicas al
mundo exterior; que te extiendes entre ellos; que los
penetras, o q u i e n h a y a recibido la impresión, y
que les metes tus ideas: pues no hay fantasías que no
te formes, ni extravagancias que no apoyes, ni
sandeces que no estés dispuesto a decir para defender
el honor de tus poderes imaginarios. ¡Ánimo pues!
extiéndete hasta en la cieua por tus tetas ü'suales.- o si
t i e n e s miedo de desaparecer en estos grandes
espacios, y de abandonar el cuerpo que animas, recibe
con cuidado la impresión o el resplandor de los astros;
multiplica tus facultades y disponlas para recibirlo;
divídete en dos partes, una de las cuales espiritualice
las imágenes de estos cuerpos introducidas y traídas a
ella por el primero de los sentidos, y la otra las reciba
perfectamente transformadas en ideas. Ánimo! Tú
tienes tu propia luz gracias a tu habilidad y poder: sólo
necesitas la presencia de los cuerpos para verlos. He
aquí que eres un perfecto filósofo: pues no tienes que
r e c u r r i r a Dios para explicarte l a s cosas más
difíciles. Pero te seduce tu imaginación. ¿No ves que
estos dos tan cacareados inlelectos no s o n más que
puras ficciones, y que el filósofo sólo los imagina en
nombre de Dios?
Plt E R lÈ RE HÉ li l'I A TION . 11
¿para halagar su orgullo y cubrir su ignorancia?
t 1. Cuestiona tu razón, consulta tu conse.iencia,
entra en ti mismo. ¿Tienes alguna idea o algún
sentimiento interior de estos dos poderes y de estas
otras facultades que te concedes tan gratuitamente?
Debes sentirlos, si te los atribuyes: debes conocerlos,
si los utilizas. Quieres juzgar sin examen: quieres
distinguirte de ti mismo sin razón 2 Sólo debes decir
lo que puedes ver; sólo debes atribuir lo que puedes
sentir interiormente. De otro modo adivinamos al
azar, nos elevamos en ideas, nos envanecemos, y el
orgullo y el amor propio hacen del cristal d e l
hombre un compuesto fantástico de grandeza y poder
imaginarios.
t2. Entonces te pregunto, ¿qué acción produces
cuando, con los ojos abiertos, ves lo que te rodea?
¿Sientes interiormente la acción de tu intelecto ayis-
cantado? ¿Qué! ¿no sabes ni sientes nada de lo q u e
haces? ¿Pero n o e s e s o u n a prueba evidente de que
no haces nada? ¿Expresas desde el cuadrado que ves o
desde su
imagen corporal el it1é- nui la representa, y no conoce ni
siente la acción. por la que realiza esta ex- actuación.
¿Presión? ¿Quién l e dijo que estaba implicado en esta
operación?
13. Pero, te pregunto, ¿cuándo pensarás en tomar tus
decisiones?" Porque las imágenes corpóreas de los
objetos, suponiendo que existan tales imágenes, no son
intelectos: no pueden expresarse ante ti. ¿Actuarás sobre
lo que te es desconocido? Pero, ¿quién te advertirá que
actúes, quién se retractará de tu acción? Así que
multiplica tus acciones si quieres defender tu poder y tu
independencia.
14. Lorsque lu vois proche dc toi un carré ou un c
cr*!e en dilférclilcs situations, les yi'ojettions qui se
NËDII II0Ns tu1rT1z^NES.

Los efectos d e estas figuras sobre vuestro nervio óptico


son todos diferentes y , p o r c o n s i g u i e n t e , las
imágenes corporales que se forman de ellas en vuestro
cerebro no pueden ser l a s mismas: deben parecerse en
t o d o a paralelogramos o elipses y, sin embargo, sólo
veis siempre el mismo cuadrado o círculo". ¿Con qué
habilidad expresas ideas que son similares a estas
figuras, y completamente disímiles a las imágenes q u e
pretendes expresar?
15. Por el contrario, cuando ves ciertas figuras en un
cuadro, te representas figuras completamente distintas;
c u a n d o ves elipses, te representas círculos, y t e
formas ideas intelectuales de cuadrados sobre imágenes
corpóreas de paralelogramos. ¿Cómo puedes dejarte
engañar por tus propios poderes, a pesar de todos tus
conocimientos y fuerza de voluntad? ¿Y cómo expresas
ideas que no se parecen ni a las imágenes en las que las
expresas, ni siquiera al objeto que rodea a estas
imágenes pre-tendidas?
16. Puesto que estos poderes te engañan, no te
gloríes en ellos; y puesto que son contrarios a tus
deseos, no los llames tus poderes. No están en tu poder
si actúan en ti a pesar tuyo. No eres tú quien actúa a
través de ellos, puesto que se resisten a tu acción, puesto
que actúan contra tus eforls, o puesto que actúan sin tu
pensamiento.
17. Tal vez estarás de acuerdo en que las ideas de los
objetos que te rodean son producidas en ti por un poder
que no conoces y que no te pertenece, siempre que se te
conceda también que este poder produce tus ideas sólo a
partir de tu propia subsencia.

' \ '0)''. lo d "uxiùfii0 d "tretieii clii* fr 3fefrip/ty+Jr/tie-


l'liEMlLltü AËDla'Al'lUh.

Quieres encerrar todas las cosas dentro de ti; y si sientes


que no las encierras todas por el momento, al menos
pretendes encerrarlas en el poder y en sus ideas.
ì 8. Pero, te ruego, ¿se pueden sacar de un ser tan
limitado c o m o tú, las idćes d e todos los s e r e s ; de un
ser . de una sola especie, las ideas de todas las especies;
d e un c y déréglć tre imperfecto, las ideas que tú tienes
de per- ł'ección y de orden? Encontraréis en l a
mutabilidad de vuestra naturaleza verdades necesarias,
e n la inconstancia de vuestras voluntades leyes
incapaces de cambio, en un espíritu de pocos días,
verdades y leyes eternas?
49. Penetráis en los cielos, perforáis los abismos;
descubrís el movimiento y la situación de las estrellas,
adivináis la calidad y la forma de los metales: incluso os
extendéis más allá de los cielos, pues sobrepasáis los
límites del mundo que estáis considerando, y sin
embargo os imagináis que encerráis en vosotros mismos
todo l o q u e veis. ¿Te crees tan grande como para
encerrar en ti los inmensos espacios que ves? ¿Crees
q u e tu ser puede recibir modißcatioiis que representan
para ti el infinito? ¿Acaso piensas que eres lo bastante
grande p a r a c o n t e n e r e n t i la idea de todo lo
que puedes concebir en lo que se llama un átomo? Pues
comprendes claramente que la parte más pequeña de la
materia que imaginas, al poder dividirse en infinidad,
contiene potencialmente una infinidad de figuras y
relaciones todas diferentes.
20. Sin embargo, cuando piensas en espacios
inmensos, no sólo ves modificaciones innatas, ves una
sustancia infinita: no la ves, pues, en ti mismo.
2ł . Respóndeme a esto. Puedes ver claramente que el
hiperbolo

y sus asíntotas, y un número infinito de líneas


semejantes, prolongadas l "inflni, se acercan siempre sin
juntarse jamás: ves evidentemente que uno puede
acercarse a la raíz de S, de 6, de 7, d e b, de 10, y de un
número infinito de números semejantes, sin juntarse
jamás; ¿cómo, te lo ruego, te motivarás a representarte
estas cosas?
'22. ¿Cómo, tú que eres un ser particular, puedes
modificarte para representar una figura en general?
¿Cómo, tú que no eres todo cristal, sino sólo espíritu,
puedes ver cuerpos en ti mismo? ¿Cómo podrías ver e n
t i m i s m o una centésima o una centésima; en ti mismo
que no puedes ni multiplicarte por cien ni dividirte en
cien'? ¿Concibes que la modificación de un Ser
particular pueda ser una modificación universal; que uno
pueda ver en sí mismo una centésima o una centésima,
que no pueda ni multiplicarse por cien ni dividirse en
cien?
'lr abarcan los cuerpos y las modificaciones de los
cuerpos en seres que sólo contienen las propiedades de
los espíritus; tju on peut diviser à l'intlni les esprits,
comme les corps, afin d'en multiplier les parlies?
23. Ne nonc,ois-tu pas qu'un cercle en général nc
peut c*tre fait, et qu'il peut ë tre connu'* Ne sens-tu pas
que les corps que tu vois sont entièrement distingués Ile
toi? ¿Y no comprendes que los números q u e comparas
entre sí y cuyas relaciones conoces son muy diferentes
de tus tzioüiücaciones, que no puedes comparar e n t r e
s í , y de las que no puedes descubrir ninguna relación?
24. Os imagináis que es necesario que las ideas
sean modos de ser vosotros, alln que las percibís tan
claramente como vosotros: y no os cuidáis de no
comprender nada en vuestras propias sensaciones,
que, ciertamente, son modihcaciones de vuestra
substancia.
SA. ¿Eres consciente de cuáles son tu placer y tu alegría,
tu dolor y tu tristeza? ¿Puede comparar
I':i r y i î: n r N ù f' I7A IoX . t5

¿estas cosas juntas para reconocer sus relaciones tan


claramente c o m o usted sabe que 6 es doble 3, y que el
cuadrado del apoyo d e un ángulo recto es igual a los
cuadrados de los dos lados? ¿Si usted sabe solamente
sus nioililîcations de una manera muy imperfecta,
porqué usted pone sus itlces de su número, como si sin
eso usted no podría verlos tan claramente como usted lo
hace?
2G. Sientes tus m o d i f i c a c i o n e s , pero no las
conoces: conoces tus ideas y las cosas a través de sus
ideas, pero no las conoces: en cuanto quieres aplicarte a
alguna idea, ésta se te presenta ¡y aunque quieras sentir
placer o alegría, tus voluntades no producen nada en ti.
Entonces, ¿cómo es posible que no veas la diferencia
entre tus modificaciones y tus ideas?
27. No modi fles p:is como quieres, y piensas ii l o
q u e quieres. ¿De dónde viene esto, si no es que no
fuiste hecho para sentir o para conocerte a ti mismo,
sino para conocer la verdad que no está en ti? No
conoces claramente tus sensaciones, aunque estén dentro
de ti y sean una misma cosa contigo. ¿De dónde viene
esto, si tú eres tu p r o p i a luz, si tu subsistencia es
inteligible, si tu sustancia es luz i//ii minonfe; pues te
concedo que es luz, pero illutiiinrr. '?
28. Sabe, pues, que no eres más que tinieblas, q u e no
puedes conocerte claramente considerándote a ti mismo, y
que hasta que no te veas en tu idea o en la que te
representa a ti, a ti y a todos los seres de un modo
inteligible, serás ininteligible para ti mismo. Tal vez en tus
meditaciones ulteriores reconozcas la verdad de lo que te
estoy diciendo en este momento: sólo convéncete de que
las ideas a través de las cuales percibes el mundo no son
las mismas a través de las cuales te percibes a ti mismo.
iiË DITA TIO N s C till TI ss NsS .

los objetos no son modificaciones de su subs- tancia,


puesto que conoce claramente sus ideas, y sólo conoce
por sentimiento interior, y de un modo muy confuso e
imperfecto, sus propias modificaciones, y eneol e por
l a s otras i'a razones que le he propuesto.
DESDE EL SIGLO XI hasta kDITAJ "IOÜ
J,i's an ges peu v''nt aussi nous e''laii-er pai- eu x-in 'crues. II',J a que li*
ï 'r-lit- 'li- D ii'ii qui aoit la i'a ison ti ri irerselle des es}u-it s.

1. Estoy convencido de que los cuerpos que me


rodean no pueden iluminarme, y que el cuerpo al que
estoy m'as estrechamente unido es enteramente ins'isil.
No conozco ni sus entrañas, ni su situación, ni su rostro:
por eso no creo que pueda por ltii-nic'me hacerse sentir
o representarse a mi m e n t e .
2. Estoy de acuerdo en que no soy mi propia luz, que
no puedo formar mis propias ideas dentro de mí, y que
cuando tengo este poder, me e s absolutamente
imposible utilizarlo.
3. Al final, estoy convencido de que quien me
instruye me muestra algo distinto de mi sustancia
cuando me retrotrae al infinito, cuando me hace
consciente del orden, cuando me hace pensar en los
cuerpos.
4. l conocimiento nic'me que yo'.ii de mi Gt re y sus
modificaciones es tan confuso y tan imperfecto, que
también me parece que no puedo c*trc intclli¡;ible 4 me-
mëme; y que fant que sólo me miraré a mí, no podré c*trc
intclli¡;ible 4 me- mëme; y que fant que sólo me miraré a
mí, no podré c*trc intclli¡;ible 4 me- mëme.
discover ja mais ce -l - je suis; car je ne vois en moi t1"* t
lùlwes; et pc ut c*trc que ma substiince n'est pas plus
intelligible par elle-même que celle des corps qui
in'environnent. Es cierto que me s i e n t o , pero n o me
veo, no me conozco. Y si me siento
f8 x i: "iTAz'ioxs c M t\ f '"i cxn es.

es rjti'on me toca; eai no puedo actuar en mí. Pero cuando


pude sentir por mí mismo, cuando pude actuar en mí
mismo y producir en mi sustancia todas las mo-
dificaciones de placer y dolor de que es capaz y por las
que me siento a mí mismo, descubro tanta diferencia
entre sentir y connaltre, que me parece que puedo mc
sentir y que no puedo mc connaltre ; que me es necesario
sentir sólo en mí mismo cuando soy tocado, y que es
improbable que pueda verme en mí mismo incluso
cuando estoy iluminado.
5. Si no puedo actuar en mi interior ni iluminarme, si
no puedo producir ni mis placeres ni mi luz, ¿quién podrá
instruirme y hacerme feliz? No tengo algún dćmon
lfimilier que me gobierne, que pónbtre mi espíritu y que
le commuńique su lu - mi6re? Puras inteligencias, si vous
Gtes capables d'ć- clairer les hommes, faites-vous con
naitre i1 eux! fites- vous? ()u'ótes-vous? Ćtes-votis
vćriiablement lumi6re et puissance 6 notre ćgar d? Si cela
est, que les hommes vous rend les honneurs qui vous sont
dus, et qu'ils ont tous les sentiments de reconnaissance
ponr les obligiitions qu'ils vous ont. Nuestros padres
adoraban al sol, porque estaban convencidos de que
irradiaba la luz que ilumina los cuerpos y el calor que les
da vida; y tú mismo das luz y movimiento a los espíritus.
Peut-6tre que c ' est vous aussi qui gouvernent les astres,
qui leur communiquez letirs inłluences et qui donnent par
eux la vie et la fóconditć 4'toutes choses. Pero no quiero
róvćos porbuenas acciones que sólo tienen que ver con la
vida de vuestro cuerpo. Quiero rendirte u n homenaje
espiritual por los favores espirituales que recibo de ti.
Creo que lo s o i s , pues veo que sois los únicos capaces
de actuar en mí, y siento que alguien actúa en mí. Por eso
quiero
jg

6. Tranquila, pobre mente. Suspende tu juicio. Eres más


razonable que los paganos: tus pensamientos son más
elevados que los suyos. Haces bien en elevarte por encima
de ti mismo y de los cuerpos, pero no te detengas todavía;
atraviesa incluso las inteligencias más puras y perfectas, si
quieres encontrarte con aquel a q u i e n debes adorar por la
indulgencia de su bondad y por la soberanía de su pureza.
Trataré de conducirte hasta él; por favor, trata de seguirme.
7. Cuando hablas con otras p e r s o n a s , éstas
comprenden y aprueban tus sentimientos; cuando tus
amigos se rinden cuentas entre s í y hablan entre ellos,
hablan entre sí. ¡Cuidado! ¿Cómo puede ser que todos
los hombres se entiendan y estén de acuerdo entre sí, si
la razón que consultan es una razón particular? ¿Podéis
concebir que el genio que pensáis iluminar sea capaz de
difundir generalmente la misma luz en todas las mentes,
y que una inteligencia particular pueda ser la razón
universal que haga razonables a todas las naciones del
mundo?
8. Sabes que los demás ven l o q u e tú ves, si se
aplican a ello como tú; sabes incluso que no pueden ver
las cosas de modo distinto a como tú las ves:
experimentas, por el contrario, que pueden juzgar las
cosas que tú ves de modo distinto a como tú las juzgas.
¿De dónde viene esto, si no es que vuestras ideas o el
proyecto inmediato de vuestra mente es el de todos los
espías, y que el principio de vuestros juicios os
pertenece sólo a vosotros; si no es que vuestra razón es
unis ersal, inmutable, necesaria, y que vuestra mente está
limitada y vuestras voluntades cambiantes y pat-
ticulares? Por tanto, no adores a los ángeles ni a los
limones: son seres tan individuales como tú, con
intelectos limitados.No dependas
9O a lÉ DITATION S CDI RÉTIED N ES.

No tienes ninguna relación inmediata con e l l o s , no


recibes de ellos ni la luz que te ilumina, ni el
movimiento que te anima.
9. Veo que tu imaginación todavía quiere seducirte
hacia la subordinación de las causas. Te inclinas a creer
que la luz, que ilumina todas las mentes, se propaga
primero a las inteligencias más puras; que de allí rćłlćchs
y fluye a las de segundo o r d e n , y que así se comunica
como por grado jtis a ti. Pero el origen de tu s)'stcme es
que tu mente ama la proporción y el orden. Disfrutas más
d e l cli rito de las aguas y de las cascadas de las fuentes
que del curso uniforme de los ríos; pues descubres, con
placer, varias relaciones en el gran número de cuencas,
que reciben agua de un lado y la devuelven d e l otro.
Ainsi tu te forme arcc plaisir certains ordres d'i
пtelli¡;cnceз pt-ur rece - voir et pour répandre
suceessivement la lumière.
t0. No estáis solo en este pensamiento, este
sentimiento se ha convertido en fe común: pero es que
l a s opiniones más agradables suelen parecer las más
sólidas; entran fácilmente en la mente, cuando ya han
gnć el corazón. Nos gusta naturalmente lo que nos
agrada; y la imaginación es mucho más feliz cuando
piensa en Dios como un soberano que da sus or- denes a
sus ministros y los instruye en sus poderes, que cuando
la mente piensa en él como una causa universal que lo
hace todo en todas las cosas inmediatamente y por liii-
mime.
I. ¿No sientes que la luz de tu razón está siempre
presente para ti, que habita en tu interior, y que cuando
entras en ti mismo puedes iluminarte plenamente? ¿No te
das cuenta de que te responde por sí misma en cuanto la
interrogas, cuando sabes interrogarla con atención seria,
cuando tus sentidos y tus pasiones están inactivos?
en el respeto y en el silencio? Entonces, ¿qué necesidad
tienes de que los demonios te sean favorables † No son
ellos quienes te iluminan, puesto que, sin que los
consultes, oyes que te responden.
I*. kenfre en ti mismo y escúchame, y compara lo que
v o y a decirte con lo que te enseña l a religión que
profesas. Así es como la x'èridad J'arle a todos los que la
aman, y que por ardientes deseos le ruegan que los
alimente con su sustancia:
13. No soy como el pan que sustenta l a vida del
cuerpo; no estoy dividido en partes para ser distribuido
entre los hombres. Y o mismo alimento y nutro a los
espíritus, pero ellos n o me transforman en su sustancia.
Me doy enteramente a todos, y enteramente a cada uno
d e ellos. Los he creado para hacerlos semejantes a mí y
para alimentarlos con mi sustancia; y son tanto más
razonables cuanto más me llenan y me poseen más
perfectamente. Yo soy la sabiduría de Dios mismo',
verdad eterna, inmutable, necesaria. Y aunque sólo mi
padre me p o s e e completamente, sin embargo me
deleito en estar con los hijos de los hombres. Me
comunico con todos los espíritus en la medida en que
son capaces de hacerlo; y por la razón que les doy, los
uno entre sí e incluso con mi padre: porque sólo a través
de mí los espíritus pueden tener alguna conexión y algún
comercio entre sí.
14. Pero los hombres son tan miserables, que en lugar de
Como ya no me consultan, se vuelven traidores. Como ya
no me consultan, se vuelven traidores; ya no pueden
h a c e r compañía a nadie, especialmente a mi padre: el zar
les hace sentirse como en su propia compañía.
? *CDR€TIE8NES SEDŒ*TI0NS.

los hombres pueden, por las mismas pasiones, unirse por


un tiempo; pero no puede h a b e r sociedad duradera, ni
sociedad con Dios, sino a través de mí. Sin embargo, me
compadecí de ellos. Cuando se volvieron sensibles,
groseros y carnales, me hice visible p a r a enseñarles con
mi oración y con los ejemplos de mi vida; y como ya no
querían volver a sí mismos, me aparecí ante ellos y, con
milagros que golpeaban sus sentidos y los sorprendían,
los obligué a escucharme: Les enseñé con mi paciencia
cómo conservar la sobriedad entre los hombres, y les hice
comprender, por las penas que sufrí, que el pecador sólo
puede volver a la gracia con Dios m e d i a n t e una
penitencia seria. Así les enseñé de un m o d o sensible, y
al alcance de l o s más simples y estúpidos, cómo los
hombres deben establecer una sociedad eterna entre ellos
y con Dios; y por la dignidad de mi persona les gané un
olvido general de sus pecados.s: porque soy el salvador de
los hombres*, y los libero constantemente, no de sus
males actuales, que les son n e c e s a r i o s para que, como
pecadores, vuelvan al orden, sino de sus pecados que les
impiden tener a c c e s o a Dios y reconciliarse con su
padre.
4 ü. ¿Qué, Jesús mío! ¿Eres tú mismo quien me habla
en lo más secreto de mi r a z ó n ? ¿ E s tu voz la que
oigo? Cuánta luz has derramado en un instante sobre mi
mente! ¿Qué! ¿Eres tú solo quien ilumina a todos los
hombres? ¡Ay, qué estúpido fui cuando creí que tus
criaturas me hablaban, cuando tú me respondías! ¡Qué
estúpido fui, cuando imaginé que yo era mi propia luz!
¡yo mismo, cuando tú me iluminaste! Qué insensato fui,
cuando quise dar a las inteligencias el culto y el
reconocimiento que sólo te debo a ti 10 mi único
maestro! Que los mismos ángeles te adoren con todos sus
espíritus, ya que sólo tú eres su razón y su luz, y que los
cuernos sepan que tú los penetras de tal manera que,
cuando creen que se responden y hablan solos, ¡eres tú
quien les habla y los sostiene! Sí, luz del mundo, ahora
lo comprendo; eres tú quien nos ilumina, cuando
descubrimos cualquier verdad; eres tú quien nos exhorta,
cuando vemos la belleza del orden; Eres tú quien nos
corrige, cuando oímos los secretos reproches de la razón;
eres tú quien nos castiga o nos consuela, cuando
sentimos remordimientos que nos desgarran las entrañas
o palabras de paz que nos llenan de alegría. De pronto
has iluminado mi m e n t e , y comprendo claramente
que sólo tú eres nuestro Maltro, que sólo tú eres el
verdadero pastor de nuestras almas; que sólo tú eres no
sólo la sabiduría de Dios, sino también la verdadera luz
que ilumina a todos los hombres. Una vez había leído
estas verdades en vuestras sagradas escrituras °, pero
sólo las comprendí d e un modo muy imperfecto. Te
comparaba con los hombres que llamamos nuestros
maestros, y de los cuales los más sabios y doctos no son
a lo sumo más que fieles monitores; pues no pensaba que
hablases incesantemente a la mente en lo más secreto de
la razón; y aunque sabía que eres la sabiduría del
P a d r e , no pensaba que Gtes
también el nùtre, o la razón iniivcrselle 4 que todos los
espíritus están unidos y por larjuelle solo son rai-
sonnables.
t6. ¡Ay, cómo se les ocurre a los hombres no
reconocer al que les da la vida! Se esfuerzan
mucho.Tienen incluso bastante curiosidad por saber
cuál es el alimento de los chinos o de los tártaros,
hablan de ello con placer, querrían tal vez probarlo,
pero nunca discuten la verdadera naturaleza de los
espíritus, l a razón universal, que los hace a todos
razonables, y en la cual nos deleitamos en la verdad;
Por último, viven sin saber quién los alimenta, y su
ingratitud es tal que ni siquiera quieren conocer a
aquel que los colma de bienes.
17. 11 Es cierto que te ocultas a los ojos de los
hombres y que no permites que permanezca oculta la
mano que tanto bien les hace; pero eso n o justifica su
ingratitud. Aunque no tengas necesidad d e nuestra
gratitud, y lo demuestres s u f i c i e n t e m e n t e b i e n
por la forma en que respondes insensiblemente a tus
favores, debemos, sin embargo, serte agradecidos; y si
no te lo devolvemos, ¿cómo podremos merecer la
continuación de tus beneficios?
18. 1.os atenienses, que no conocían al verdadero
Dios, tenían "1resto un altar al Dios desconocido". Pero,
por desgracia, entre los hombres que no conocen a aquel
que es la víctima y la luz del espíritu, algunos
consideran los cuerpos que los rodean como el principio
de su conocimiento y como la verdadera causa de los
placeres que disfrutan; y otros, menos estúpidos y más
soberbios, se imaginan que pueden conocerlo.
Todos' 17, 2a.
¡Dios! ¡Qué orgullo, qué venganza, qué ingratitud!
19. ()Que aquellos que te conocen como un Dios
que se aplica int:essammcntc a ellos, actuando en
ellos, iluminándolos, exhortándolos, corrigiéndolos,
consolándolos, te den incesantemente gracias por los
favores que les haces, para que merezcan otros
nuevos y los hagas finalmente dignos de poseerte
eternamente. ()Que los que, no conociendo la obra
secreta por la que actúas en nosotros, no conocen al
autor de su ser, ni al que les da movimiento y vida en
todo momento, vuelvan a buscar a su bienhechor con
todas sus fuerzas, con amor, afán y perseverancia, y
que erijan un altar al bien desconocido, hasta que te
reveles a ellos. Pero ¡ay de los necios que buscan la
perfección de su ser en lo que está debajo de ellos, la
luz de su espíritu en los objetos visibles, la causa de
su felicidad en los cuerpos, el movimiento y la vida
en las criaturas muertas e incapaces de toda acción ay
de los su- perbes que se contentan consigo mismos,
que piensan que pueden hacerse sabios y felices por
sus propios esfuerzos, y que imaginan que producen
en sí mismos los placeres que disfrutan de los cuerpos,
y las ideas que los iluminan en presencia de los
objetos, o según los diferentes deseos que la curiosidad
despierta en ellos l
TERCERA MEDIT.1Tl0N
La verdad habla a los hombres en dos rnaiiit'res; cómo es en - ti-rroye,
y sobre r|ucls temas debe ser cuestionada, a fin de reve - voii- si:s
rë]ionscs.

I. Oh Jesús, luz y vida mía, aliméntame con tu


sustancia, comparte conmigo el pan celestial que da
fuerza y salud al espíritu. N o p u e d o vivir para ti si
no vivo de ti: nunca estaré animado por tu espíritu si no
estoy iluminado por tu luz; y si no estoy estrechamente
unido a ti, nunca seré perfectamente razonable. Como tu
único Maestro, te ruego que me incluyas entre tus fieles
discípulos, y me des las reglas que debo seguir para
comprender tu doctrina y sacar provecho de ella, pues a
menudo me e n c u e n t r o en grandes dificultades. A
menudo soy incapaz de distinguir tu voz de las secretas
inspiraciones que mis pasiones forman en mí. No s é
cómo interrogarte para obligarte a responderme. Ni
siquiera sé qué es lo primero que debo querer saber.
2. .para que puedas discernir las respuestas de la
verdad de las del error, debes ver, mi querido discípulo,
que hablo a los hombres sólo de dos maneras: o hablo a
sus mentes inmediatamente y a través de mí mismo, o
hablo a sus mentes a través de sus sentidos. Como razón
universal y luz
"o iSlË M 5 zIŸ "i7'1 "i 0X. t'ï

Como sabiduría encarnada y proporcionada a su


debilidad, les instruyo por la iöi, e s decir, por las
Sagradas Escrituras y la autoridad visible de la Iglesia
universal. Por eso, cuando oigan una respuesta que no
e s t é acompañada de pruebas ni confirmada por la fe,
tengan cuidado de no dejarse seducir: no soy Yo quien
les habla. Los pensamientos que entonces tenéis son
sentimientos confusos inspirados por vuestras pasiones,
o vanos fantasmas formados por vuestra imaginación, o
impresiones o prejuicios que debéis a la opinión y a la
costumbre.
3. Pero debéis notar que no instruyo a los hombres
por la fe, o por una autoridad que golpea los sentidos,
cuando les hablo de méritos que nada tienen que ver
con la religión; porque, como los hombres poco pueden
pretender ser sabios y felices sin las ciencias humanas, no
tuve que enseñarles estas ciencias por una autoridad
visible. Aún hoy, el trabajo de la meditación es
absolutamente necesario para obtener una visión clara
de la verdad, y no vine a la tierra para ahorrar a los
hombres este trabajo. Aunque no los libero
enteramente de su con- cupiscencia cuando esparzo la
caridad en sus corazones, tampoco disipo sus tinieblas
cuando instruyo sus mentes por la infalibilidad de mi
doctrina; porque, además de que la fe sólo se extiende
a cierto número de verdades, sólo la evidencia
ilumina perfectamente la mente.
4. Sin embargo, aunque nunca enseño de manera
sensible las verdades que no es necesario conocer para
honrar a mi p a d r e , y p a r a regular l a mente y el
corazón de uno, a menudo mu e s t r o al e-l-t't de
manera puramente inteligible varias verdades que
pertenecen a mi padre, y que no es necesario conocer
para honrar a mi padre, y para regular la mente y el
corazón de uno.
como àÏËD1'fAS'IUSS GIIR Ét*lg IÛyS.

fe. Pues cuando mis discípulos vuelven en sí y me


consultan con todo el respeto y aplicación necesarios,
revelo a sus mentes muchas verdades que sólo ellos
conocían con certeza, a causa de l a infalibilidad de mi
palabra.
5. Pero, como la religión contiene misterios
completamente incomprensibles para la mente
humana, y como las verdades de la moral son a
menudo tan complejas que se necesita un gran
esfuerzo para comprenderlas claramente, el camino
más corto y seguro para aprender sobre religión y
moral es leer las Escrituras y escuchar a la Iglesia, que
conserva la mayor parte de la tradición, y a través de
la cual sigo hablando a los fieles. Sin embargo, como
se supone que las verdades de fe son incontestables,
podemos y debemos meditar en mi ley día y noche, y
pedirme humildemente luz y comprensión.
6. Sabed, pues, que la evidencia y la fe nunca pueden
engañar; pero no toméis lo razonable por evidencia, ni la
opinión de unos pocos doctores por fe. La evidencia
excluye toda incertidumbre de la mente; la verosimilitud
deja algo de oscuridad. Por lo tanto, debes suspender tu
juicio con respecto a la verosimilitud, porque todavía
eres libre de suspenderlo; y la regla que debes observar
en la búsqueda de las con- necciones naturales es hacer
uso continuo de tu libertad, retener tu consentimiento
hasta que ya n o puedas negarlo a la evidencia de la
verdad.
7. Puesto que la fe incluye mi palabra escrita o no
escrita, y puesto que esta fe es de todas las edades y de
todas las naciones, a las que se ha predicado el
Evangelio, no debes temer someter tu mente a ella; pues
no es posible que cristianos de diifjrcnts siglos y de puys
l'ort éloip-n rs se hayan puesto de acuerdo para corromper
la pu rcté
ile su fe, por la que muchos de ellos han derramado su
sangre: además de que gobierno invisiblemente mi
Iglesia y de que no tengo intención de privarla de su
universalidad, que es el carácter sensible del verdadero
k'glisp, y el modo más corto para que la gente sencilla y
tosca la distinga de todas las sectas particulares.
8. Gepenilant no desprecia absolutamente las rrai-
semblanzas ni las opiniones comunes de los médicos,
aunque estas opiniones no traspasen los límites de su
{iays et el1es ont Otó inconnues dans les siècles pas-
sos. Pon cada cosa en su lugar: si sólo te parece
verosímil, considérala como tal; pues al menos en esto
lleva la imagen de la verdad, al menos es verdadera en
algún sentido. Y como la fe no te lo enseña todo, si
rechazaras como falsas las opiniones que has recibido,
tal vez estarías condenando la realidad. No debes
rechazar como contrarias a la fe las opiniones cerradas
que la Iglesia permite que se enseñen. Debes
consultarme sobre esto; y si sabes interrogarme bien,
te haré comprender que hay opiniones particulares de
ciertos doctores, que son muy ciertas y muy ú1
"irl''nles.
0. Te agradezco, con mi único respeto, la importante
instrucción que acabas de darme. 11 Me parece que
ahora podré distinguir tu palabra de las que hasta ahora
me han engañado. ¿Es usted
único que dice lo obvio - !oi'sque usted cnsei- inez las
ciencias humanas, piir fe cuando nos
instruiscz de 1:i religion; y quoique s'ous n'enseignicz
par la foi les veritès qui n'ont aucun rapport à lii
religion, vous promesses de me découvrir avec
évir1enc'e beaucoup de vérité de foi, pour vu que je
sache bien rous interroger pour vous obliger à me
répondre. Je vous demande donc de me dire quelle est
cette manière de répondre à mes questions.
J0

'le vous consulter qui est toujours récompensée d'une


connaissance claire et évidente de la vérité.
J 0. 'Ya sabes en parte lo que me pides, mi querido
discípulo, ya te lo he dicho; pero n o le das importancia.
¿No recuerdas que a menudo he vuelto a ti tan pronto
como lo has deseado? Tus deseos bastan, pues, p a r a
obligarme a responderte. Es verdad que quiero que se
rece por mí, antes de derramar mis gracias. Pero tu deseo
es una oración natural que mi espíritu forma en ti. Es el
verdadero amor a la verdad el que reza y obtiene la vista
de la verdad; porque yo hago el bien a los que me aman:
me revelo a ellos y los alimento con la manifestación de
mi sustancia. Por tanto, sus oraciones son siempre
atendidas, siempre que oren atenta y perseverantemente,
siempre que me pidan lo que pueden recibir de mí, o, en
fin, siempre que me pidan lo que poseo c o m o
sabiduría y verdad eternas.
l J. Por ejemplo, si me pregunta despreocupadamente si
l'àrne est immortelle, je ne répondrai pas; car si tu
demande sans attention, c'est 1:frite d'amour.
J 2. Si me lo pides con atención pero sin insistencia, si
tu alma mueve tu cuerpo, te responderé, pero tan en voz
baja que no oirás claramente mi respuesta; porque tu
amor es demasiado grande para obtener lo que pides.
13. Si deseas descubrir la razón entre la diagonal de
un cuadrado y su raíz, tu deseo, aunque violento y
perseverante, será vano e inútil; porque con este deseo
trastornado pides más de lo que puedes recibir.
4 4 . Si me pides que te enseñe a doblar una taza con
el r' Ile y el compás, ni siquiera sabes lo que me estás
pidiendo: así que no te escucharé. Si, por el contrario,
insistes, te diré que debes -
TaOWlÈME MÆoiT*Tio¥. 3t

man des une chfise impossible; et afin que tu demeure cs


en repos, je te fera en voir l' impossibilité.
15. ERfin, si queréis q u e os enseñe lo que piensa
vuestro enemigo, el éxito de un negocio, o algún secreto
de la naturaleza, no os responderé todavía, porque sería
pedirme que os diera lo que no poseo precisamente en
calidad de sabiduría y verdad eternas, o en la r}ualidad
de la razón universal de los espíritus. Lo que me pedís
tampoco es necesario para que lleguéis a ser sabios y
felices. No es el conocimiento de estas verdades lo que
os hace justos y razonables: no son verdades de las que
podáis nutriros. Son hechos que pueden ser necesarios
para la conservación de tu cuerpo; pero no es a mí a
quien debes consultar en estas ocasiones. Cuestiona los
sentidos que te he dado. Mira a tu enemigo a través de
tus ojos; ten cuidado con su aire y sus ademanes,
pregunta a los que conversan con él, y tal vez aprenderás
lo que deseas.
IG. Como los acontecimientos futuros y muchos otros
s'triles dependen de la voluntad de Dios, e incluso a
veces de la de los hombres; como no son verdades
eternas, no las contengo en mi substancia. Como no son
verdades eternas, no las contengo en mi substancia.
Como tales, los espíritus que me contemplan no las
descubren en mí; a u n q u e soy la ëgle inmutable de
todas las voluntades divinas por las cuales todas las
cosas han sido producidas, como estas voluntades no
son emanaciones necesarias d e mi substancia, no
pueden ser reconocidas con *.videncia concibiéndome
como la razón univcr.de los intelectos. Sin embargo,
como Dios sólo quiere según el orden prescrito por su
sabiduría, consultándome se p u e d e aprender no sobre
los seres que Dios ha creado, sino sobre el modo en que
los ha creado, o al menos evitar muchos de l o s errores
comunes a los filósofos que
MEDITAT IONS CI1RË'1IEN DES.

consultarse a sí mismos en lugar de interrogarme *.


17. Esto es lo que siempre estoy dispuesto a darte, e
incluso lo que estoy obligado a darte, si me lo pides con
suficiente cuidado y persistencia. Estoy dispuesto a
mostrarte todas las conexiones entre las ideas claras que
tienes de las cosas, siempre q u e estas conexiones no
sean demasiado complejas; porque, si te lo preguntas,
debes saber lo que me pides, para que puedas
reconocerlo cuando te lo presente. También debes tener
bastante capacidad para recibirla, porque tu esperanza es
muy liniitJ, y la dependencia en que está de tu cuerpo la
divide extremadamente.
18. Cuando has buscado las relaciones de los
nombres, ¿no las has descubierto siempre? C u a n d o
comparaste líneas, superficies, sólidos y supersólidos
e n t r e sí con la atención necesaria, ¿no aprendiste
un gran número de verdades? Te di una respuesta clara a
estas preguntas porque sabías exactamente lo que me
preguntabas, y porque p o s e o , como sabiduría eterna o
razón universal, lo que querías de mí.

lil. Ge pendant, mi querido discípulo, no sigas


haciéndome esas preguntas. No disfruto con estas
preguntas que no honran a mi padre. Yo contengo este
tipo de verdades en mi interior, y las revelo a aquellos
que desean verlas. Pero como soy la vida de los
espíritus, así como su luz, prefiero enseñarles las
verdades que alimentan el alma y que, al mismo tiempo
que iluminan la mente, penetran, agitan y hasta

' Ver la primera sección de ' rrttte 'le .II''i'nle.


y a v i v a r el corazón. Cuando vine a la tierra a
enseñar a los hombres, no les enseñé geometría,
astronomía, ni nada de lo que los sabios de este siglo
se jactan de saber, porque éstas son cosas que suelen
inflamar las mentes de aquellos cuyos corazones están
corrompidos. La luz que voluntariamente difundo es
una luz que calienta la voluntad y produce el amor de
Dios; porque, como amo a mi Padre con un amor
infinito, me complazco en enviar este amor para que
llene de caridad todas las mentes que ilumino.
20. Sólo puedes llegar a ser sabio y razonable
uniéndote a la razón; pero hay formas de unirse que son
bastante vanas e inútiles. Puedes hablar conmigo,
escuchar mis respuestas, y aún así permanecer loco e
insensato. Sabed que todos los espíritus están unidos a
mí, que los filósofos, los impíos e incluso los demonios
no pueden separarse enteramente de mí, pues si ven
alguna verdad necesaria, es en mí donde la descubren, ya
que no hay verdad eterna, inmutable y necesaria fuera de
mí. Por tanto, penetro e ilumino todas las mentes. Pero
¿de qué le sirve a un demonio saber que dos y dos son
cuatro, o i n c l u s o conocer exactamente la relación
entre l a circunferencia d e un círculo y su diámetro? Si
e s m á s s a b i o , no es ni más sabio ni más feliz; y
probablemente no querrías estar unido a mí como lo está
el más saw.int de los impíos y el más iluminado de los
espíritus malignos.
ü1. Comprende, pues, hoy que no sólo s o y la
"verdad eterna", sino también el orden inmutable y
necesario; que como verdad ilumino a los necesitados.
g ili t D ITA TI0sS CU R ÉTI En N fi S.

que me consultan para que sean más doctos, y que como


una orden regulo a los que me siguen para que sean más
perfectos. Sabed que yo soy la ley eterna, ley que Dios
mismo consulta constantemente y que sigue
inviolablemente; i:ar yo soy la sabiduría de mi padre, él
me ama no como un hombre que ama a su hijo, hace que
su hijo se le parezca, sino que me ama por necesidad de
su naturaleza como a un hijo que es consustancial con él,
y al que aporta toda su sustancia.
2x*. Consultadme, pues, no sólo como verdad, sino
como orden, o como ley inmutable de los espíritus, y
regularé vuestro amor, os daré la vida, os daré la fuerza
para vencer vuestras pasiones; y como recompensa de
vuestros éxitos, compartiré con v o s o t r o s mi gloria y
mis placeres por toda la eternidad. Pero si sólo me
consultáis como la verdad, pasaréis por un erudito en la
mente de los que viven en las tinieblas. Pero finalmente,
me cansaré de tus importunidades, t e abandonaré a ti
mismo, serás el esclavo de tus pasiones durante tu vida y
la víctima de mi justicia por t o d a l a eternidad.
23. Por qué crees que dejé perecer a los antiguos
filósofos, que los entregué a pasiones vergonzosas, que
cayeron en e l último desor- dres'f Es p o r q u e abusaron
de mi facilidad para responderles, que me pusieron al
servicio de sus ambiciones, que se sirvieron de mis luces
para hacerse deslumbrar a los ojos de los hombres. Por eso,
toma
¡;arde para ti. Yo s o y e l orden tanto como la verdad, y
debes contemplar la belleza del o r d e n mucho más que
l a evidencia de la verdad; porque si la belleza del
orden g a n a tu corazón, te hará más perfecto. Pero,
¿qué...?
TX01SIÈME MŻDIŒ*TT0fl. 3$

-Aunque la evidencia de la verdad i l u m i n e tu mente, n o


te librará de tus miserias. ¿Es correcto que te responda
según tus deseos? ¿No te corresponde a ti decidir de qué
debemos hablar? ¿No deberías hacer algo
¿Quieres esforzarte por devolverme el respeto que me es
debido1? Por último, ¿quieres ser semblante de los
impíos que me contemplan con agrado, cuando los
ilumino con la luz de la verdad, y que me aborrecen,
cuando los reprendo y condeno con la manifestación del
orden?
*4. Oh Jesús, mi único maestro, ¿qué me enseñas
ahora? Ay, ¿qué será de mí si me castigas por todas las
faltas que tu luz revela en mí? Qué desgracia he tenido
d e s e r mantenido por ti para satisfacer mis pasiones,
de ser consultado por ti para traicionarte, de ser obligado
por ti a brillar tu luz sobre m í para ganar la estima de
aquellos a quienes creas y conservas sólo para ti. 0
¡Dios! Me odio cuando me revelas mi orgullo, mi
ingratitud, m i insolencia. Me veo lleno de pecado
cuando me miro en tu espejo. Me avergüenzo de mi
uglinessii r, cuando descubro en s ous la belleza del
orden; pues si la beautć del orden me hizo en otro tiempo
liorror, hoy me corre de confusión y vergüenza. "
*o. Oh Jćsus! deja que los espíritus malignos vean
tu belleza para que se humillen ante ti, para que te
odien y te amen; y no esperes el día en que tu
presencia los llene de vergüenza y desesperación,
porque, incapaces de soportar el resplandor de tu
belleza, se volverán a las tinieblas y se preciarán en el
infierno. En cuanto a mí, te confieso ahora mis
fechorías, para que me devuelvas el orden, y para que
tu belleza borre mi fealdad, y para que tus intimidades
disipen mis tinieblas.
0 Jesús, continúa mostrándome la belleza del orden: la
prefiero infinitamente a la evidencia de la verdad, ya
que no puedo amar esta belleza sin agradarte, y no puedo
ver la evidencia de la verdad sin agradarte.
CUARTO HÉDITO.tTl0ü

Verdades necesarias, orden inmutable y loie eterno en general.

. 0 Dios, ¡qué obseciones y tinieblas en mi mente!


No puedo comprender lo que es el orden, y quiero
hacer de él la regla de mis rolontés. Sí comprendo que
la belleza del orden es más amable que todas las
bellezas sensibles. Sí, lo sé ¡ pero en qué consiste esta
belleza es lo que no puedo descubrir. Cuanto más
pienso en ella, más se aleja de mí; y cuando hago algún
esfuerzo por retenerla, se me escapa y se desvanece
como un fantasma que desaparece en la luz. Ay, ¿no
ofenden mis desórdenes la belleza del orden? ¿No la
aborrece la fealdad de mis pecados? Pero, si es así,
¿cómo es que esta belleza, que se me escapa cuando
trato de m i r a r l a , se me presenta cuando la descuido,
y que hasta quisiera que me olvidara? ¡¿De dónde
viene que me represente mis desórdenes, que me
muestre sus encantos, que me exhorte a amarla? 0
belleza que siento siempre dentro de mí, y que no
puedo contemplar según mis deseos!
89 )IÉDITA7'10NS Cü9LTtMMNüS.
a ti. Pero aunque tu luz me penetra, no puedo descubrir
quién eres. Me parece q u e t e conozco, cuando no
pienso en ti; pero cuando te contemplo, no entiendo
nada de ti.
2. Oh Jesús! me dijiste que eras el orden además de
la verdad, y yo lo creí. pero ¿qué concebí entonces?
Verdad, orden, ¿qué concibo cuando pienso en ti?
Cuando los pensamientos de los hombres están de
acuerdo con el orden, son verdaderos; cuando sus
acciones están en orden, son justas. Cosa extraña 1 sé
cuándo los pensamientos son verdaderos, sé cuándo las
acciones son j u s t a s , y no comprendo qué es eso de
que la verdad y el orden lo regulan todo. Oh mi
unirJue maltre, sólo me confundo cuando no me
iluminas. Quiero pasar por encima de todas las
bellezas sensibles para elevarme hasta ti. Pero, ¡ay! no
encuentro asidero en nada que no tenga cuerpo. No
estoy acostumbrado a contemplar bellezas puramente
inteligibles. El peso de mi cuerpo agobia mi espíritu,
retrocedo y me dejo llevar por la irnaginación, que me
tranquiliza y me calma representándome proporciones
de figuras, bellezas sensibles, sombras y tenues rayos
de la belleza que deseo. Oh Jesús, hazme comprender
cómo interpretas la verdad y el orden: r e v é l a m e l o s ,
y hazme saber con precisión qué es lo q u e amo con
tanto ardor, para que mi amor por ti aumente en
proporción a mi conocimiento.
3. Hay, hijo mío, mucho más sentimiento que
de luz en todos los pensamientos que tienes s o b r e la
vida y el orden. Os detenéis demasiado en expresiones
sensibles, con las que solemos h a b l a r d e estas
cosas, y estas expresiones más bien despiertan en
vosotros
89

sentimientos que ideas claras. E n t r a e n ti mismo


y escúchame sólo a mí.
4. Cuando ves que 2 por 2 son 4 y que 2 p o r 2 no
son 5, estás viendo verdades; porque es una verdad que 8
por 2 son 4, o que 2 por 2 n o son S. Pero ¿qué ves
entonces sino una relación de igualdad entre 2 por 2 y 1,
o una relación d e desigualdad entre B por 2 y S? Así
pues, las verdades no son más que relaciones, pero
relaciones reales e inteligentes. Pues si un hombre
imaginase que ve una relación d e rgualdad entre 2 veces
2 y 5 , o una relación d e desigualdad entre 2 veces * y
4, vería una falsedad, vería una relación que n o sería, o
más bien creería ver l o que en realidad n o ve. ú. Ahora
bien, todas las relaciones pueden reducirse a tres clases:
relaciones e n t r e dioses creados, relaciones entre ideas
inteligibles y relaciones entre dioses y sus ideas. Pero
como en mi sustancia sólo contengo ideas puramente
inteligibles, sólo las relaciones entre estas ideas son
verdades eternas, inmutables y necesarias. La relación
de igualdad entre 2 por 2 y 4 es una verdad e t e r n a ,
inmutable y necesaria; pero las relaciones entre los
seres creados o entre estos seres y sus ideas no
pudieron comenzar antes de que estos seres fueran
producidos, pues no hay relación entre las cosas que
no son: una nada considerada como tal no puede ser
doble o triple de otra nada, ni siquiera ser idéntica a
ella.
positivamente iguales.
6. Así soy la verdad eterna, porque encierro en mí
todas las verdades necesarias. Soy la verdad porque
no hay nada inteligible fuera de mí: no es que dé luz a
los espíritus como una cualidad que los ilumina, sino
que les revelo mi sustancia como la vcridad o realidad
inteligible de la que se nutren; es que soy la verdad,
porque no hay nada inteligible fuera de mí.
4g MËD1T*T10NG C0Q€T1ExnES.

que los uno inmediatamente a mí en cuanto a la razón


que los hace razonables; que me entrego enteramente a
cada uno de ellos, que los penetro y lleno toda la
capacidad que tienen para recibirme. Pero tú n o estás
en c o n d i c i o n e s d e comprender claramente cómo
me comunico a los hombres.
7. Si has de comprender ahora cómo soy el orden, la
regla, la ley inmutable y necesaria de Dios mi padre y de
todos los espíritus creados, debes saber que entre las
ideas inteligibles que contengo hay
)' tiene relaciones d e magnitud y relaciones de per-
fección. Las relaciones de magnitud se dan entre las
ideas de seres de la misma naturaleza, como entre la
idea de un metro y l a idea de un pie; y las ideas de
números miden o expresan exactamente estas
relaciones, si no son inconmensurables. Las relaciones
de perfección se dan entre las ideas de seres o modos
de ser de distinta naturaleza, como entre el cuerpo y la
mente, entre la redondez y el placer. Pero estas
relaciones no se pueden medir con exactitud. Te basta
comprender que el espíritu, por ejemplo, es más
perfecto o más noble que el cuerpo, sin saber
exactamente en cuánto; y no lo dudarás, si sabes
distinguir el alma del cuerpo, y si comparas lo que
sucede a tu cuerpo con las admirables propiedades de
tu espíritu.
8. Ot , existe esta diferencia entre las relaciones de
magnitud y las relaciones de perfección, que las
relaciones de magnitud' son verdades puras,
abstractas, inetafísicas, y que las relaciones de
perfección son verdades y al mismo tiempo leyes
inmutables y necesarias; son las reglas inviolables de
todos los movimientos de la mente. Así pues, estas
verdades son el orden que Dios mismo consulta en
todas sus operaciones; pues, como ama siempre todas
las cosas en proporción a lo amables que son, los
diferentes grados de perfección resuenan en todo el
universo.
OUATRT ÉBG BÉDII'Ag'IOX. 4.1

Los diferentes grados de su amor y la subordi- nación


que establece entre sus criaturas. Es verdad que ahora
todo está en desorden; pero esto es consecuencia del
pecado, que lo ha corroído todo por la necesidad
misma del orden; pues el orden mismo quiere el
desorden para castigar al pecador, ya que no es justo
que el pecador mande sobre su cuerpo. Pero no quiero
explicaros ahora por qué Dios, que ama el orden, ha
permitido el pecado, que lo ha sumido todo en la
confusión y el desorden.
t. Para que comprendas claramente que Yo soy el
orden inmutable y la ley eterna, es necesario que te
convenzas de dos verdades indiscutibles: la primera,
que mi padre me ama por un amor necesario, p o r q u e
me engendra por la necesidad de su naturaleza y me
comunica toda su sustancia; la segunda, que yo contengo
necesariamente en la simplicidad de mi ser diferentes
perfecciones, puesto que sé que h a y diferentes
perfecciones en las criaturas, y que sólo puedo
conocerlas por la diferencia d e sus ideas que están en
mí. Finalmente, si lo que hay en mí representando un
cuerpo fuese en todos los sentidos las mismas
perfecciones que lo que hay en mí representando un
espíritu, puedes ver que no podría conocer la diferencia
entre un espíritu y un cuerpo, puesto que sólo puedo
descubrir las diferentes perfecciones de las criaturas por
las diferencias que se encuentran en sus ideas.
4.0. Si, pues, es verdad que mi padre me ama por la
necesidad de su naturaleza, y que yo contengo en la
infi- nidad de mi substancia y en la simplicidad de mi
ser diferentes perfecciones, pues es una de las
propiedades de lo infinito comprenderlo todo y
permanecer simple, es evidente que mi padre tiene
necesariamente más a- que mi padre.
* Yot-. le.s toni:ersoïJoiis cfti-éÏieiine s, deux i('me enti-etien, de yJ. ilition
ile 1G87', ou le deuxiiime entretien su i' la Mort.
4g um@azioss en Rí:ricssss.
Quiero decir p a r a mi sustancia, en cuanto es
participable por un ser más noble que por otro menos
noble; Y suponiendo que la idea que tengo del espíritu
del hombre contenga cien veces más perfección que la
idea que tengo de su cuerpo, es necesario que Dios, que
ama todas las cosas en la medida en que son amables,
ame cien veces más el espíritu inteligible que el cuerpo
inteligible. Sin embargo, no h a y nada en mí que Dios
no ame infinitamente; porque Dios no ama nada con un
amor finito, e incluso no hay nada en mi sustancia que
no sea infinitamente amable.
11. Te sorprende que, por una parte, diga que Dios
ama desigualmente las perfecciones desiguales que
poseo, y que, por otra, te asegure que mis diversas
perfecciones, y los diferentes grados de amor según los
cuales Dios las ama, son eífectivamente infinitos. Pero
debes saber que existen las mismas relaciones entre los
in0nis que e n t r e los flnis, y que no todos los inflnis
son iguales. Hay iníinis que son el doble, el triple y el
céntuplo unos de otros; y aunque el más pequeño de los
infinitos es infinitamente mayor que cualquier magnitud
linie, por grande que uno se la imagine, y así entre el
flni y el infi ni no puede haber ninguna relación flni que
la mente humana pueda comprender, al menos puedes
medir exactamente las relaciones de grandetir que los
inllnis tienen entre sí; del m i s m o modo que a menudo
se pueden descubrir las relaciones entre números
inconmensurables, sin poder determinar nunca las
relaciones que estos números tienen con la unidad, o con
cualquier parte de la unidad. Cuando Dios concibe una
infinidad d e decenas y una infinidad de unidades,
concibe una infinidad diez veces mayor que una auidad.
Dicu concibe sin duda que dos cuerpos pueden moverse
a lo largo de la e t e r n i d a d ; ahora sabe que dos
cuerpos pueden moverse a lo largo de la eternidad; ahora
sabe que dos cuerpos pueden moverse a lo largo de la
eternidad; ahora sabe que dos cuerpos pueden moverse a
lo largo de la eternidad.
qtiATR 1Èàf E B ÉDI'I'ATIOX .

todas las líneas descritas por l o s c u e r p o s que


c r e ó , y que puedes considerar en movimiento durante
siglos infinitos. Si, entonces, supones que uno de estos
c u e r p o s se mueve una, dos o tres veces más rápido
que algún otro, la línea de su movimiento será una, dos o
tres veces mayor que la descrita por este otro cuerpo. Así
ves claramente que los infinitos pueden t e n e r
relaciones finitas entre sí; incluso pueden tener
relaciones infinitas entre sí; porque la mente representa
infinitos infinitamente mayores que los demás". pero no
es necesario que me detenga para hacerte comprender
esto.
t2. Si concebís claramente que mi padre, por la
esencia neta de su naturaleza, ama desigualmente,
aunque en tiiimeiit, las perfecciones desiguales,
aunque infinitas, que contengo en la inmensidad de mi
sustancia i n f i n i t a , no tendréis dificultad en
comprender que todas las relaciones de perfección que
hay en mí son el orden necesario, la ley eterna, la
regla inmutable de todos los movimientos de los
espíritus creados; Porque, puesto que Dios ama todas
las cosas en proporción a lo amables que son, por la
necesidad de su naturaleza, no puede crearlas sin
orden, ni imprimir en las mentes de los hombres
ningún motivo para amar sin orden, o para amar más
lo que es menos amable. Así, pues, todo amor natural
es necesariamente conforme a la voluntad de Dios,
que nunca puede distraerse del orden.
4.3. ¿Por qué crees que todos los hombres aman
naturalmente la belleza? Porque toda belleza, al menos la
q u e es objeto de espril, es visiblemente una imitación
del orden. Si un pintor experto en su arte ha dispuesto de
tal manera todas las figuras de un ta-
' Comun si u n cor ps se i'e nuiait e n ati g n- nt ant sun rnou reiiie nt w'l
'iii i iii-l' ile progrt-ssioii tlii i "a nt totitc l'i-ti-r rlit t. ct i up 1'pp p tp- pară t
cc m ourJ-im'nl a \ t-r ti n atit re qtii s-rait ii n ifor urc.
gËDlTA7'I0tiS C BRÉTIE2i 2f ES.

Cuando el personaje principal es el más en-sque,


cuando los colores de su vestimenta son los más vivos,
cuando la mirada de su rostro y la postura del cuerpo
de todos los que le rodean nos llevan a considerarle, y
muestran los movimientos del alma que deben
moverles en su ocasión, todo será agradable en la obra
de este pintor, por el orden que en ella se encuentra.
Cuando cada uno ocupa el lugar que le corresponde en
una asamblea, y cuida de agradar y honrar a la persona
de mayor calidad o mérito conocido, nada ofenderá;
pero si un hombre deshonesto, ya sea por sus modales
o por sus discursos, quiere atraer la atención o el
respeto que él mismo debe a otro, necesariamente
desagradará a las mismas personas que no tienen
ningún interés en él, porque ofenderá al orden. El
orden debe notarse en todas las cosas, porque se
encuentra en todas partes; y los que lo conocen y
hacen de él la regla de sus acciones, se hacen siempre
amables, porque se conforman a lo que amamos por
una impresión natural e invencible.
Id. El orden y la verdad se encuentran incluso en las
bellezas sensibles, aunque es sumamente difícil
descubrirlos en ellas; pues este tipo de bellezas no son
más que proporciones, es decir, verdades ordenadas o
relaciones justas y reguladas. Por ejemplo, una voz es
bella cuando las vibraciones o sacudidas que produce en
el aire s o n conmensurables. Una voz, por el contrario,
es áspera y canta mal cuando sacude el aire con
sacudidas o viliraciones cuyas proporciones son
incomparables; y cuanto más se acercan estas
proporciones a la igualdad, más dulces se vuelven las
eonson- narinas, aunque n o siempre sigan siendo las
más agradables, porque el oído, al percibir proporciones
demasiado simples, se disgusta con ellas por la misma
razón que la mente se cansa de contemplar
0 "Tíil diiE ii ÉDIzA ZION . 4s

verdades demasiado fáciles de dćcover. Пe no es


neanmoinä que el alma descubra estas relaciones entre
las vibraciones que causan los diferentes sonidos, ni
que se afßße por ellas o se regocije en ellas parг sí
misma ; Pero es porque está así hecha para conocer la
verdad, que, a condición de que los movimientos que
suceden a su cuerpo no la hieran o no le sean útiles,
Dios tuvo que hacer sentir placer al alma, cuando las
relaciones de estos movimientos podían medirse por
algo finito; y por el contrario, quiso hacerle sentir
algún dolor, cuando estos movimientos son
inconmensurables y por consiguiente incomprensibles
para la mente humana. Пar debéis saber que Dios
tiene precedencia en el alma sobre todos los
sentimientos agradables o desagradables que se daría a
sí misma, si, teniendo un gran amor a la verdad y al
orden, pudiera obrar en sí misma y con- nalizar
exactamente todos los movimientos que se producen
en su cuerpo. Algún día os hablaré más de estas
verdades.
15. Sin embargo, ten mucho cuidado de no embotar
tus sentidos de la belleza, ni de hacer que tu gusto sea
demasiado fino y delicado para discernirlas. No hay nada
que debilite tanto la mente y corroa tanto el corazón.
Como las relaciones sensibles se descubren con placer,
pronto descuidarás la búsqueda de las relaciones
inteligibles, que son las únicas que pueden iluminar tu
mente. Cuando se ama una belleza que conmueve los
sentidos, no se imagine que se la ama por el orden que en
ella puede hallarse, porque la mayoría de las veces no se
lo descubre allí; es a uno mismo a quien se ama, es el
propio placer; y si se amara algo distinto d e uno mismo,
no sería a Dios a quien se amaría, sino al objeto sensible;
no sería la verdadera causa del propio placer, sino aquello
que es ocasión de él. Sin embargo, el movimiento de
amor que Dios infunde en el hombre no es obra suya.
1S "ÉDIzACIONES CB R1 "I IEN NES.

Se da al hombre para que se detenga y se ame a sí


mismo. El hombre no es su propio bien; n o p u e d e
hacerse más feliz ni más perfecto; Dios le imparte el
movimiento para que se eleve por encima de sí mismo y
de los objetos sensibles, para q u e busque la verdad y
ame la belleza del orden. Así debe estar siempre en
acción, hasta que haya encontrado a q u i e n a m a por el
amor natural, del que abusa para amar a las criaturas.
Oh Jesús! orden, verdad, luz, alimento sólido de los
espíritus, ¡te debo mil gracias por todo el bien que me
haces! Oh pastor de nuestras almas! que habitas en lo
más secreto de nuestra razón, y que nos nutres sin cesar
con la sustancia in- decible de la verdad, ¡que todos los
espíritus te adoren y te den gracias por tus beneficios!
¡Ay, qué piensan los hombres! Cantan tus alabanzas
cuando has alimentado sus cuerpos con l a carne de los
animales y los frutos de la tierra; pero se olvidan de darte
gracias cuando has alimentado sus espíritus con tu
sustancia; a veces se imaginan que no han recibido nada
de ti, y con frecuencia hasta se jactan de tus dones. Sin
embargo, oh bondad sin fin, continúas ofreciéndote a
ellos para q u e , viviendo de ti, conserven la vida; pero,
impasibles ante tus beneficios, te rechazan con
desprecio, o al menos sin saber que eres su bienhechor.
Oh maná celestial! eres el pan de los ángeles, y los
hombres carnales te miran como pan hueco y ligero; no
pueden pensar en ti sin repugnancia y una especie de
horror. Contienes en ti todo lo que hay de delicado y
sutil en los platos más exquisitos, y te prefieren a l o s
puerros, cebollas y coles, alimentos terrenales y
grasientos que les llenan de vapores y humos.
iuAi'niiies u sniTAi'ion . ii

de humo, a ti, ò verdad inteligible, que penetras t o d a s


l a s mentes con tu )umière I
¡Oh Dios, perdona nuestra ingratitud e ignorancia!
Todos somos ingratos y necios, o más bien estúpidos y
desgraciados; el pecado nos somete al cuerpo, y a través
del cuerpo nos golpea con una ceguera y una
insensibilidad increíbles. Apiádate, pues, de nosotros y
líbranos de la tiranía de este cuerpo que confunde todas
las facultades de nuestra alma.
Oh Jesús, ¿cuándo será q u e , sentados a tu mesa en
tu reino, saborearemos en paz la dulzura infinita de la
verdad? ¿Cuándo será q u e , viviendo en tu sustancia,
llenos y penetrados por ti, te amaremos sólo a ti y a tu
poro en la unidad de tu espíritu?
Oh Jesús, me consuela e n este momento el sagrado
alimento de tu cuerpo, pues sé que quieres alimentar con
él a los hombres, enseñarles de modo sensible que tú
eres realmente su vida y su alimento, y que un día
vivirán de tu sustento mediante la contemplación
pacífica y continua de la verdad. Me consuela, pues, la
participación que se me d a e n el sacrificio pacífico de
tu cuerpo y de tu sangre. Pero mi consuelo no es
completo. Tu sacramento no hace más que aumentar mis
deseos, y aunque realmente te recibo, pues te poseo sin
reconocerte, siento que sólo te poseo de un modo muy
imperfecto. Porque, ay, ¿es poseer la verdad, vivir en su
sustancia, no contemplarla? ¿Estás lleno y p e n e t r a d o
del esplendor del Padre cuando has sido recibido bajo las
apariencias sensibles del alimento ordinario? ¿No
estabas velado, Jesús, en este sacramento p a r a
darnos la garantía de que un día cambiaría nuestra fe?
NÊDI3'A t "î0NS C BRÈ3"1ÑIfNIiS.

¿Que ahora te tenemos sin saberlo, pero que llegará el


feliz día en q u e sabremos claramente de qué manera
eres la risa y el alimento de nuestro espíritu?
QUINTA MEDITACIÓN
Sólo Dios es la verdadera causa de todo lo que sucede en el mundo.
Él actúa según ciertas leyes, por lo que podemos decir que las
causas segundas tienen el poder de hacer lo que Dios hace a
través de ellas.

t . Oh Jesús mío! tú eres la razón unirersal de los


espíritus y su ley inviolable; tú eres la luz y la
sabiduría eterna; tú eres el orden inmutable y necesario.
Dios sólo ilumina a los hombres por ti, que eres su
Verbo; sólo los gobierna por ti, que eres su ley. El
hombre no es ni su ley ni su luz. Su sustancia no es
más que tinieblas; nada puede ver contemplándose a
sí mismo; y como depende de Dios, no es dueño d e
sus actos. A ti te corresponde darle la ley: tú eres su
modelo y su ejemplo; en ti se formó, también en ti
debe reformarse. Continúa, pues, mi único maestro,
enseñándome las verdades que deben regir mi
conducta, y condúceme a rendir a mi creador los
deberes de una criatura razonable y agradecida.
2. Siento dentro de mí una inñnidad de cambios, y
juzgo por ellos que toda la naturaleza está en continuo
movimiento; y como no puede haber efecto o cambio sin
una causa o sin la acción presente de algún poder,
imagino que todos los objetos e s t á n e n c o n t i n u o
movimiento.
60 it8orrz'нons caa£risв "ss.
También estoy muy inclinado a creer que yo mismo
tengo una fuerza o poder real, puesto que produzco en mi
cuerpo los movimientos que se llaman voluntarios.
También estoy muy inclinado a c r e e r q u e y o
mismo tengo una fuerza o poder real,
puesto que produzco en mi cuerpo al menos los
movimientos que se llaman voluntarios; pues, en cuanto
a los que sirven para la digestión, la respiración u otros
fines semejantes, me parece que se realizan en mí sin mí.
Sin embargo, cuando m e adentro en mí mismo para
encontrar alguna idea clara de fuerza o p o d e r , cuando
pienso en las fuerzas móviles por las que los cuerpos se
ponen en movimiento, en l a fuerza q u e tiene el fuego
para causarme dolor, o en la fuerza que yo mismo tengo
para unirme a los cuerpos que me rodean o para
separarme de ellos, cuando pienso seriamente en todas
estas cosas, me encuentro en un extraño dilema.
'Yo. Mis sentidos me dicen que los objetos sensibles
actúan
Pero cuando pienso que me digo a mí mismo que soy yo
quien produce mis ideas, y que en esto me equivoco;
cuando pienso que mis ideas aparecen ante mí, tan
pronto como quiero, tan pronto como mi brazo se
mueve, tan pronto como lo deseo, y que sin embargo
mis voluntades no tienen el poder de producirlas;
cuando pienso, además, en los preceptos que
*Creo que debo suspender mi juicio hasta que tu luz
aparezca y me determine. Aumenta mi amor a la verdad,
para que mi atención se renueve y puedas responder a
esta oración natural tan pronto como la hayas
adormecido en mí .
CInÇtTà¥E XÉDIT*TT0¥.
4. Escucha, escucha, hijo mío: mantén tus sentidos
e n silencio; olvida tus prejuicios y todo lo opi- nión.
Vacía tu mente de todo lo que tu cuerpo ha in- tro'1uit: al
menos no le prestes atención por un tiempo. Escúchame.
¿Puede un cuerpo pequeño o grande, cuadrado o
redondo, o, si quieres, blanco o negro, frío o caliente,
moverse por sí mismo? Di sólo lo que entiendas. Sólo
hay un pie de materia en el mundo ¡ Asumiré que es así,
para que tu mente no esté dividida. ¿Será Ge corps capaz
de moverse? En la idea que tienes de la materia,
¿encuentras algún poder en ella? Usted n o contesta.
Pero, suponiendo que este cuerpo tenga realmente el
poder de moverse, ¿hacia qué l a d o irá? ¿según qué
grado de velocidad se moverá? ¿Sigues callado? Incluso
quiero que e s t e c u e r p o tenga suficiente libertad y
conocimiento para determinar su movimiento y el grado
de su velocidad: quiero que sea dueño de sí mismo. Pero,
¡cuidado! vas a ponerte de nuevo en aprietos; porque,
suponiendo que e s t e c u e r p o se encuentre rodeado
de otros, ¿qué será de él cuando se encuentre con uno
cuya solidez y tamaño desconozca? 11 ¿dirás, dale algo
de su fuerza moribunda? Pero, ¿quién te ha enseñado
esto? (}¿Quién te ha dicho que el otro la recibirá?
t)¿Qué11 parte de esta fuerza le dará? y ¿cómo podrá
comunicarla o difundirla? ¿Lo veis claro?
5. Cierra, hijo mío, los ojos del cuerpo y abre los de
la mente; o al menos cree sólo lo que te dicen tus
sentidos. Tus ojos, en verdad, t e dicen que cuando un
cuerpo en reposo recibe una sacudida deja de estar en
reposo. Creas lo que creas, es un hecho; y los sentidos
s o n buenos testigos de los hechos. Pero no juzgues
que los cuerpos tienen una corteza moribunda en sí
mismos, o que pueden contagiarla a a q u e l l o s con
quienes se encuentran, pues no sabes nada al respecto.
S9 cllRflTlEnnEs.
Te equivocabas, hijo mío, cuando juzgabas que tus
deseos producían tus ideas, porque tus ideas nunca
dejaban d e acompañar a tus deseos. Hoy caes e n un
error semejante; pues juzgas que los cuerpos mueren uno
tras o t r o , p o r q u e un cuerpo nunca se conmociona
sin ser mil. Corres demasiado deprisa. Por lo que ves
que sucede, juzga que el choque de los cuerpos es
necesario, de acuerdo con el orden de la naturaleza, para
que los movimientos puedan comunicarse; pero déjalo
a s í , si no quieres caer en el error. Azul, si quieres
aumentar tus conocimientos, consulta tu razón y
escúchame.
6. Dios es un ser infinitamente perfecto: sus
voluntades son eficaces por sí mismas; pues es una gran
perfección que todo lo que se quiere se realice por la
eficacia m i s m a de su voluntad. Si, pues, Dios tiene la
voluntad de que se cree un cuerpo, sólo eso lo pondrá en
movimiento, y la influencia de la voluntad de Dios será
la fuerza motriz de ese cuerpo. Dios no debe, pues, crear
elres para hacer de ellos las fuerzas moribundas de los
cuerpos; porque estos seres serían inútiles. ¿Hace un ser
sabio por medios compuestos lo que puede hacer por
medios más simples? Si sus voluntades fuesen eficaces,
¿pensaría en fabricar instrumentos para llevar a cabo sus
deseos? Pero, hijo mío, ¿crees que ese ente que Dios
crearía para d o t a r al cuerpo de una fuerza motriz
podría moverse por sí mismo? Si fuera un c u e r p o ,
¿ h a b r í a cuerpos que pudieran moverse a sí mismos y
a los demás? Si fuera u n espíritu, ¿qué orden habría en
la unidad de los espíritus creados para mover los
cuerpos? Pero quiero enseñarte que sólo el q u e crea los
cuerpos puede moverlos, y que el más poderoso de los
espíritus no tiene realmente fuerza para mover los
cuerpos.
QUINTO MEDIT*Tî0N. 5S
agitar lo que llamamos un átomo. Renueva tu actitud.
7. Cuando Dios ha creado un cuerpo, te imaginas
que para que siga existiendo basta que Dios lo deje
allí, y que estando hecho subsistirá suficientemente por
sí mismo. Cuando has hecho una obra, permanece sin
que trabajes más en ella: ni siquiera puedes destruirla
sin alguna acción; pero, hijo mío, no juzgues a Dios
por ti mismo. Los hombres no dan ser a la materia con
que trabajan; la suponen ya hecha. El cuerpo existe
porque Dios quiere que exista; sigue existiendo porque
Dios sigue queriendo que exista; y si Dios dejara de
querer que este cuerpo existiera, desde ese momento
ya no existiría. Pues si este cuerpo siguiera siendo,
aunque Dios hubiera dejado de querer que fuera, sería
independiente; pero tan independiente que Dios ya no
podría aniquilarlo. Para que Dios pudiera aniquilar este
cuerpo, sería necesario que Dios quisiera que este
cuerpo no fuera, sería necesario que Dios fuera capaz
de tener una voluntad cuyo fin fuera la nada. Ahora
bien, la nada no tiene nada de bueno ni de capaz. Por
tanto, Dios no puede amarla ni quererla de forma
positiva. Dios puede aniquilar su obra, porque habría
querido que esta obra subsistiera: pues las voluntades
de Dios, aunque eternas e inmutables, no son
necesarias; son arbitrarias con respecto a los seres
creados. El mundo no es una emanación necesaria de
la Divinidad. Dios puede crearlo por un tiempo con
una voluntad eterna e inmutable. Pero Dios no puede
tener una voluntad positiva y práctica de destruirlo; no
puede actuar para no hacer nada; su acción no puede
tender a la nada. tiela es clara. Así pues, puesto que los
cuerpos existen porque Dios quiere que sean, y puesto
que no dejan de ser, porque Dios no deja de crearlos,
es claro que existen porque Dios quiere que sean.
5.
0.4

Si queremos que lo sean, es evidente que la creación y


la conservación no son más que una sola acción en
Dios'. Suponiendo esto:
8. Dios sólo puede crear un cuerpo en reposo o e n
movimiento. Ahora bien, un cuerpo está en reposo
porque Dios siempre lo c r e a o lo mantiene en el
mismo lugar; está en movimiento porque Dios
siempre lo crea o lo mantiene en diferentes lugares
sucesivamente. Así, para q u e un Espíritu renuncie a
un cuerpo en reposo, o detenga un cuerpo en
movimiento, debe obligar a Dios a cambiar s u
conducta o acción; porque, si Dios no cesa de querer,
y por consiguiente de conservar un cuerpo en un lugar
determinado, ese cuerpo no dejará de estar allí; será,
pues, inmóvil. Y si Dios n o c e s a de conservar un
cuerpo sucesivamente en diferentes lugares, ningún
poder podrá detenerlo o atarlo en el mismo lugar. La
fuerza moribunda de los cuerpos es la acción
todopoderosa de Dios, que los conserva sucesivamente
en lugares diferentes; n i n g ú n espíritu esenemigo de
la acción de Dios, ningún poder puede cambiarla, por
lo que sólo Dios puede mover los cuerpos. Un cuerpo
en movimiento no puede por sí mismo mover el cuerpo
que encuentra; pues no puede mover el cuerpo sin darle
alguna fuerza moribunda. Ahora bien, la fuerza
mortecina no está en los cuerpos que se mueven, sino
sólo en D i o s , ya que es sólo la acción de Dios la que
los crea o los conserva sucesivamente en distintos
lugares; los cuerpos no pueden, pues, comunicar una
fuerza que no tienen, sino una fuerza que no podían
comunicar cuando la tenían;
\'Hy. I''s f"/,'r'/r" ll ' .y/'/" /" .4/i*/z//'/iy si*//ll?, rrj't iùmr rnl ï-rt.
8. Pero, hijo mío, si sólo Dios mueve la materia,
sólo Él produce, como verdadera causa, todos esos
efectos naturales que algunos filósofos atribuyen a
una naturaleza ciega, a formas, facultades y virtudes
de las que no tienen idea; pues nada sucede en el
mundo material sino por el movimiento de algunas
partes visibles o invisibles. Si el fuego arde, si el aire
goza, si el sol brilla, es por el movimiento de sus
partes. La tierra produce flores y frutos sólo porque el
agua de la lluvia se filtra a través de los raci- nos
hasta los árboles de las plantas plantadas, y al
congelarse allí hace que se desmoronen, y si el sol,
por el mo- vimiento de sus partes, no levantara desde
encima de los mares los vapores que se condensan en
lluvia, la tierra, ya no regada, no tendría fertilidad. No
quiero enseñaros aquí física, pero os aseguro que
nunca concebiréis claramente otros principios de los
cambios que ocurren en el mundo que los que
dependen del movimiento, porque de él depende la
forma misma de los cuerpos.
t)ue si h u b i e r a otros, no sería dił'flcil demostrarte
que sólo Dios sería la causa; pero no debemos atribuir a
Dios efвtos imaginarios. Reconoce, h i j o mío, que
Dios lo hace todo. Ama y teme sólo a él; ninguna
criatura puede actuar en ti o en lo que te rodea.
Desprecia todos esos poderes imaginarios de naturaleza
ciega que los filósofos paganos han inventado, bien para
e n c u b r i r su ignorancia, bien para justificar su
idolatría, bien para acomodar l a débil imaginación del
eom- mun de los hombres.
40. 0 mi único maestro, comprendo bien que los
cuerpos no tienen en sí mismos la fuerza motriz que
los transporta, y que, si la tuvieran, no podrían
esparcirla con tanta exactitud, nifortnidad y prontitud
como lo hacen los suyos.
56 MED1T5Tl0NS CDRiT1ENNES.
movimiento a los que encuentran. Pero que todo se
haga por movimiento es lo que me cuesta comprender.
9¿Qué! No tiene el fuego, por ejemplo, la virtud de
producir calor, y por el calor sequedad? Si presento una
sábana3e húmeda al fuego, veo que la calienta, y que
por el calor la seca. Estos son hechos, y mis sentidos
son irreprochables cuando se trata de hechos; ¿por
qué, entonces, no puedo juzgar, sobre la base de su
testimonio, que hay un principio de calor y sequedad
en el fuego?
¡t 1. 9ue tri es grossure, mon cher fils; mais que tu es
prompt et téméraire dans tes jugements! Podéis juzgar
que hay en el fuego un principio de calor y de sequedad;
eso es cierto en cierto sentido. Pero principio, cha- leur y
Pêcher esse son tres términos de los que no oyes hablar y
a los que atribuyes ideas falsas. T e imaginas que esto
está claro; pero es porque claramente crees entender las
cosas que has dicho u oído decir cien veces, aunque
nunca las hayas concebido. Una vez más, no quiero
enseñarte ahora física, ni el uso q u e debes h a c e r de
tus sentidos. Pero para no dejarte sin respuesta, presta
atención a esto. Un paño mojado es un paño en el que
hay agua. Un paño expuesto al fuego s e seca, lo que
significa que el agua ha sido expulsada de él. Pero,
¿quién puede e x p u l s a r un cuerpo de un lugar en el
que se encuentra? ¿Será el calor? ¿Puedes ver claramente
que el calor puede empujar un c u e r p o y sacarlo de su
lugar? Dudas, y tienes alguna razón. Si unos pocos
cuerpos invisibles, debido a su pequeñez, salieran del
fuego en gran número y chocaran con las partes de agua
que están en la tela, puedes ver claramente que podrían
expulsarlos. Pero, ¿puedes dudar de que el fuego está
constantemente expulsando a estos pequeños cuerpos?
Nada, hijo mío, se destruye: cada día se echa mucha leña
al fuego.
ChOUËMc BÆDŒ'tT1ON. 57

No puede verse salir, lo que significa que sale


dividido en partes, que son invisibles debido a su
pequeñez. N o p u e d e verse salir, por lo que sale
dividido en partes, que son invisibles debido a su
pequeñez. Ahora bien, hijo mío, son tus partes
invisibles las que, por su movimiento, dan lugar al
calor que atribuyes al fuego y a la sequedad que
imparte al lino que se expone a él, y hay un principio
en el fuego para todo esto; pero no puedes ver
claramente que este principio no es más que una
comunicación continua del movimiento de una
materia muy sutil y muy agitada, a menos que tengas
buenos conocimientos de física'.
2. ¡Oh verdad interior! ¡Oh luz pura e inteligible
de los espíritus! ¡Cuántas cosas se descubren cuando
entras en ti mismo y ves dónde puedes ser iluminado!
¡Cuán engañosos son nuestros sentidos, cuán limitada
su acción, cuán equívoco y confuso su testimonio!
Tienes mucha razón al repetirme que debo callarlos si
quiero escuchar tu voz y comprender claramente lo
que me dices. La dificultad que tenía para
convencerme provenía del hecho de que mis ojos
están realmente ahí para ver partes invisibles, y que
me inclino naturalmente a creer que lo que no veo no
está ahí. Llevo tanto tiempo juzgando todas las cosas
por mis sentidos que veo que mi mente está llena de
infinidad de errores y prejuicios. Señor, ¿por qué m e
h a s dado un cuerpo que me llena de tinieblas, y que
a cada momento me saca de tu presencia para
esparcirme y disiparme entre los cuerpos? Cuando
veas, Señor, que estoy siendo penetrado, detenme a
mis pies. Enséñame el uso que debo hacer de mis
sentidos, y continúa haciéndome comprender cómo
sólo Dios es la causa de todos estos efectos, que yo
atribuía a virtudes ocultas de naturaleza
imaginaria.
• Véase SituJe de Platón, p. 170 y ss. de la traducción francesa.
S6 LIÉ DITAT IONS Cfl RÊTtEfl NES.

movimiento 1 los que encuentran. Pero me cuesta creer


que todo se produzca por el movimiento. t)uoi ¿No
tiene el fuego, por ejemplo, la virtud de producir
calor, y por el calor, sequedad? Si presento un lino3e
húmedo al fuego, veo que lo calienta, y que p o r e l
calor lo seca. Estos son hechos, y mis sentidos son
menos que irreprochables cuando se trata de hechos.
¿Por qué, entonces, no puedo juzgar, sobre la base de
su testimonio, que hay un principio de calor y
sequedad en el fuego?
¡t 1. 9ue tri es gross, mon cher fils; mais que tu es
prompt et téméraire dans tes jugements! Puedes juzgar
que hay un principio de calor y sequedad en el fuego; eso
es cierto en cierto sentido. Pero principio, calor y
sequedad son tres términos que no entiendes y a los que
atribuyes ideas falsas. Te imaginas que esto está claro;
pero es porque claramente crees entender las cosas que
has dicho u oído decir cien veces, aunque nunca las
hayas concebido. U n a vez más, n o quiero darte
lecciones de física ni del uso q u e debes h a c e r de tus
sentidos. Pero para n o dejarte sin respuesta, ten esto en
cuenta. Un paño escaldado es un p a ñ o en el que hay
agua. Cuando se e x p o n e al fuego, el lino se seca, por
lo que el agua e s expulsada de él. Pero, ¿quién puede
e x p u l s a r un cuerpo de un lugar en el que se
encuentra? ¿Será el calor? ¿Ves claro que el calor puede
empujar un c u e r p o y expulsarlo de su lugar? Dudas, y
tienes alguna razón. Si unos pocos cuerpos invisibles,
debido a su pequeñez, salieran del fuego en gran número
y golpearan las partes de agua que están en la tela, ves
claramente que podrían expulsarlos. Pero, ¿puedes dudar
de que el fuego no esté expulsando constantemente estos
pequeños cuerpos? Nada, hijo mío, se destruye: cada día
se echa mucha leña al fuego.
Clx QUI CM E iiÈ DIT.tTI0N.

y ya n o se encuentra allí; por lo tanto, d e b e salir. No


se puede ver cómo s a l e , así q u e sale dividido en
partes, que son invisibles debido a su pequeñez. Ahora
bien, hijo mío, son estas partes invisibles las que, por su
movimiento, excitan el calor que tú a t r i b u y e s al
fuego y la sequedad que imparte al lino que está
expuesto a él, y hay un principio en el fuego para todo
esto; pero tú no puedes ver claramente que este
principio no es más que una comunicación continua del
movimiento d e una materia muy sutil y muy agitada, a
menos que t e n g a s buenos conocimientos de física*.
2. ¡Oh verdad interior! Oh luz pura e inteligible de
los espíritus, ¡cuántas cosas descubrimos cuando
miramos en nuestro interior y vemos dónde
resplandeces! 9 ¡Qué engañosos s o n nuestros sentidos,
qué limitada su acción, qué equívoco y confuso su
testimonio! Tienes mucha razón al repetirme que debo
callarlos si quiero escuchar tu voz y comprender
claramente lo que me dices. La dificultad que tenía para
convencerme provenía del hecho de que m i s ojos están
realmente ahí para ver partes invisibles, y que me inclino
naturalmente a creer que lo que no veo no está ahí.
Llevo tanto tiempo juzgando todas las cosas por mis
sentidos que veo que mi mente está llena de infinidad de
errores y prejuicios. Señor, ¿por qué m e h a s dado un
cuerpo que me llena d e tinieblas, y que a cada
momento me saca de tu presencia para esparcirme y
disiparme entre los cuerpos? Cuando veas, Señor, que
estoy siendo penetrado, detenme a tus pies. Enséñame el
uso que debo hacer de mis sentidos, y continúa
haciéndome comprender cómo sólo Dios es la causa d e
todos estos efectos, que yo atribuía a las virtudes ocultas
de una naturaleza imaginaria.
' Yo}-. le 'i "itnJe de Plat on, p. 170 ss. de la fi' trad.
u éo iTATioNs cii RÉ'ri r''n uss.

13. Tu atención es todavía demasiado débil y está


demasiado paralizada para poder comprender
claramente e l uso que debes hacer de tus sentidos'.
Sabed, sin embargo, que todo lo que pasa a la mente
sólo a través del cuerpo es sólo para el cuerpo; que los
sentidos sólo hablan rectamente en su propio interés;
y que si queréis utilizar su testimonio para aseguraros
de la verdad misma, nunca dejaréis de equivocaros.
Esto es lo que puedo decirte, pero aún no estás en
condiciones de comprenderlo debidamente. En cuanto
a la causa de los efectos naturales, si continuáis
atentos, pronto quedaréis satisfechos.
l'i. Estás plenamente convencido de que sólo Dios
mueve los cuerpos por la misma acción por la cual los
produce o los conserva sucesivamente en diferentes
lugares; y empiezas a creer que ningún cambio tiene
lugar en el mundo material sino por el movimiento de
las partes que lo componen: así ves claramente que Dios
lo hace todo como causa verdadera y como causa
general. Pero, además de la causa general, hay un
número infinito de causas parliculares: además de la
causa verdadera, h a y causas naturales, que debéis
llamar ocasionales, para eliminar la peligrosa
ambigüedad que surge de la falsa idea que los Filósofos
tienen de la naturaleza. Escúchame bien.
ES. Dios, para formar o preservar el mundo material-
riel, ha establecido ciertas leyes generales de la
comunicación de los movimientos; no os diré cuáles
son, porque no es necesario; y actúa constantemente
según estas leyes. iii un cuerpo choca a otro según un
cierto grado de velocidad, el cuerpo chocado se moverá
siempre de la misma manera. Podéis estar seguros de
esta verdad por mil y un experimentos. Se puede...
' Esto se explica lo -t au Ïong en el pt'emier booki'e del Re-
cIiei'cIie debido En I'''''it4.
69

Podrías incluso aprender esto consultando


cuidadosamente la idea que tienes de un Dios sabio,
de una causa general, de una naturaleza inmutable:
porque la conducta de Dios debe llevar el carácter de
sus atributos. Pero los principios abstractos te
avergüenzan, porque suele ser más fácil juzgar la
causa por los efectos, que los efectos por la naturaleza
de la causa. Suponiendo esto, cuando un cuerpo está
en movimiento, tiene ciertamente la fuerza de mover a
otro en consecuencia de las leyes de comunicación de
los movimientos que Dios sigue constantemente.
Podemos decir que este cuerpo es la causa física o
natural del movimiento que comunica, porque actúa
en consecuencia de las leyes naturales. Pero no es en
absoluto la verdadera causa. 8 No es una causa natural
en el sentido de la filosofía de los paganos: es
absolutamente sólo una causa ocasional que determina
por el choque la eficacia de la ley general según la cual
debe actuar una causa general, una naturaleza
inmutable, una sabiduría infinita, que prevé todas las
consecuencias de todas las leyes posibles, y que sabe
formar sus designios sobre la mayor proporción de
sabiduría, simplicidad y fecundidad que de- cubre
entre las leyes y la obra que deben pro- ducir. Pero un
día te lo explicaré más extensamente.
46. Del mismo modo, puede decirse que el fuego
tiene la virtud de calentar, secar, quemar, vitrificar,
blanquear ciertos cuerpos y ennegrecer otros, endurecer
la tierra, y ablandar y hacer fluida la cera, los minerales
y los metales. Esto puede decirse, no porque el fuego
t e n g a alguna rertu o poder real, sino porque, como
consecuencia de las leyes naturales de las
comunicaciones y movimientos, es una necesidad que el
fuego, cuyas partes están en continuo movimiento,
sacuda las partes del cuerpo expuestas a él, y así lo
caliente; que haga que el cuerpo salga del fuego.
Ii 0

primero las partes del agua, como l a s más fáciles de


mover, y por esto el sbche; que se separe.Luego que
separe y quite las partes mismas d e este c u e r p o ,
y p o r e s t o e l brttle; que haga deslizar y pulir las
partes de la ceniza, dejando todo el camino a la
materia sutil, y por esto el vitrifle ; que endurezca la
tierra, expulsando el agua que la ablandaba, y haga
blandos la cera y los metales, e incluso ßuidos,
separando cada parte de su vecina, y haciendo que
todas se deslicen unas sobre otras de mil maneras
diferentes.
l7. Enfln puede decirse que el sol es la causa
general de infinidad de bienes que Dios nos ha hecho;
pues con su calor hace fértil la tierra y todos los
animales, y con su luz nos permite gozar de mil
maneras de los objetos que nos rodean. Pero no tiene
virtud propia. Es sólo materia que sólo tiene fuerza
por el movimiento que la anima, y sólo Dios es la
verdadera causa de este movimiento. El sol es la
causa de mil y mil efectos admirables, pero es una
causa ocasional, o una causa natural, de acuerdo con las
leyes naturales de las comunicaciones y del movimiento.
Pues, hijo mío, recuerda
bien ceoi: DIEiJ 2iE COMMIJnIOUE SA PUISSAN fiE AUX C
RÉATURES 0U'EN LES ÉTABLIS5AN'P CAUSAS OCCASION-
NELLES POUR PI:0DUIRE CERZAI2tS EFFETS, E2i CONSÉ-
QU£.NCE DE LAS LEYES 9t1'IT SE HACE PARA EX ECUTE g SUS
DES- SEÑAS DE A HAS IÈRE A IF0 RM E'I' CONSTANTE, POR LOS
MÁS SIM PLES YOIES, MÁS DIGNOS ES DE 9A SABIDURÍA EZ DE
S£S AUTR IiS A'PTflI BU TS.
18. Los filósofos paganos y casi todos los
los hombres imaginan que la luz viene del sol, y que el
fuego es la verdadera causa del calor que sienten cuando
se acerca. La acción de mi padre no es aparente a los
sentidos; su mano omnipotente es invisible. Pero no se
puede mirar al sol sin verlo.

c*tre ébloui; et le feu qui se fait sentir par là chaleur, se


fait aussi voir par la lumière. E s una noción común que
no puede haber efecto sin causa. Un hombre tiene una
pieza de fruta en sus manos; la ve, la saborea y la
encuentra dulce y agradable; ¿ a qué atribuirá esta
dulzura sino a la fruta? ¿Qué tomará como causa de la
felicidad q u e disfruta cuando se alimenta de ella? Dios
no aparece ante él, su operación no tiene nada que sentir.
L a f r u t a habla a todos sus sentidos, y sus sentidos
satisfechos le seducen; pues ¿qué importa a los sentidos
de dónde viene el placer con tal de que lo saboreen? Este
hombre creía en la fantasía, creyó toda su vida que la
dulzura y la amargura estaban en l a f r u t a , y que
tenían el poder de hacerse sentir en el alma. 11 ha
convivido con personas que han creído lo mismo, o al
menos que siempre han hablado como si realmente lo
creyeran. ¿Será capaz de dejar atrás sus prejuicios, será
capaz de examinarlos, será capaz incluso de dudar de
ellos? Este pensamiento, hijo mío, no sólo se le ocurrirá
a él. Y si, por piedad o por un principio de religión, s e
cree obligado a leer que Dios lo hace todo, lo dirá con
la boca, e incluso de buena fe, pero sin saber claramente
lo que dice. No se permitirá atribuir a las criaturas un
verdadero poder de obrar. Dios lo hará todo por una
acción inin- tellable, y las criaturas por una fuerza
enteramente natural. Dios lo hará todo, pero si se
examinan de cerca sus sentimientos, no se entenderá
nada; o se verá que Dios lo ha hecho todo, pero q u e
ahora deja que todo se haga, y ya no hace nada.
49. Entiendo, mi único maltrecho, que no hay
Nada puede ser más cierto que lo que me dice: yo
mismo tengo pruebas personales de ello. Hasta ahora mi
EDIT*TIOxS ChR2TIxN8BS.
Mis sentidos me han guiado; hasta ahora mis sentidos
me han seducido. Como dijo tu apóstol, nuestra fuerza
y nuestra capacidad vienen de ti. ¡Tú nos iluminas,
pero nuestros sentidos nos ciegan! Tú nos hablas en lo
más secreto de nosotros mismos; pero nuestros
sentidos nos s a c a n de nosotros mismos y gritan tan
fuerte, hablan tan vívida y agradablemente, que no
oímos tu voz, ni discernimos tus respuestas. En cuanto
abro los ojos de mi cuerpo, mi alma se extiende hacia
fuera, y todos los objetos que me rodean me hacen
creer que realmente tienen el poder de actuar unos
sobre o t r o s y sobre mí mismo; y siempre he creído
que para aprender sobre este tema, tenía que basarme
en experiencias falsas y engañosas. Señor, ¿quién me
librará de este cuerpo que me ciega, sino de este
cuerpo que me entra1na y me hace esclavo del último
de los † de este cuerpo pecaminoso que no sólo me
representa los objetos sensibles como verdaderos
bienes, sino que también me obliga a amarlos y a
buscarlos? Después de todo, creo ahora que sólo tú
puedes actuar en mí; pero todavía siento que tengo un
apego a estos objetos que tu luz me hace despreciar ¡
Siento que los amo. Hey- las! ¿los amaría tanto como
a ti, los amaría más que a ti, puras y castiles delicias
de los espíritus, única y verdadera causa de mi
riqueza, fuente fecunda de mi iluminación y de mis
placeres, amaría todos estos vanos objetos más que a
ti? No lo creo; pero cuando vuelvo en mí, me
encuentro ante ti tan corrompido, tan indolente, tan
desdichado, que sólo puedo d e c i r que no me
conozco. Sau-
veur des péclieurs, en quelque état. que je sois, jc ne
puis rien sans s'ous, ne m'oubliez pas.
SEXTA MEDITACIÓN
Sólo Dios hace, como causa iéritable, por las leyes generales de la
unión del alma y del cuerpo, lo que los hombres hacen como
causas ocasionales o naturales. En qué consiste el poder que tienen
los hombres de \ "''\lIuii- o rI'aimer le hien.

4 . Oh mi único maestro, que la luz inteligible es


diferente de aquella sensible que se extiende sobre el
cuerpo; y que los objetos cambian de rostro, de modo
y de precio, cuando los miramos sucesivamente con
una y otra de estas dos luces l Señor, me parece que
veo ahora dos mundos diferentes. Pues cuando abro los
ojos de mi cuerpo para contemplar el universo,
descubro mil y mil bellezas, y encuentro, por así
decirlo, en las partes que lo componen un número
infinito de pequeñas Divinidades, que por su propia
f u e r z a producen todos esos maravillosos efectos que
me deslumbran y encantan. Pero cuando cierro los
ojos y vuelvo en mí, su luz hace que todo desaparezca.
No veo más que materia impotente: la tierra se vuelve
estéril y sin belleza: todos los colores y demás
cualidades sensibles se desvanecen, y hasta el sol
pierde en un instante su brillo y su calor.
2. 9¡Pero los objetos de nuestros sentidos son vanos y
despreciables! ¿Cómo podemos amarlos? ¿Qué razón
tenemos para temerlos? Es el poder de la Divinidad que
él
S4 IIÉ DITATION S CII BÉTIS N "i LS.

Pero vemos estos objetos y no vemos este p o d e r . Pero


v e m o s estos objetos y no vemos este p o d e r . Así que
usamos todo el movimiento que Dios da al alma para
amarlo, para correr hacia estos objetos vanos y
abrazarlos. L o que abrazamos es un fantasma; pero lo
abrazamos con placer, aunque se desvanezca en el aire. Y
p o r q u e queremos ser felices, y el placer actual
nos hace felices en el presente, estamos constantemente
corriendo, abrazando y reteniendo nada: siempre
seducidos, y siempre llenos de esperanza; siempre
activos, y nunca contentos.
3. 0 verdad interior! t)que hace tu luz, la
Hombres ridículos I Me parece ver a un grupo de ciegos
que s e han puesto a buscar tesoros en viejas ruinas.
Ardientes, celosos, in- quietos, llenos de esperanzas,
desprovistos de sentido y razón, escarban bajo piedras
que ya han sido removidas durante seis mil años. Sin
embargo, cuando su luz deja de iluminarme, sigo
inmediatamente sus pasos, su renovación me molesta, su
ardor me agita: corro, me inquieta, m e cansa; pero me
con- sumo a su ejemplo, y a la dulzura q u e saboreo al
hacer como ellos. Incluso siento, convencido como estoy
de la vanidad de los bienes p a s a j e r o s , siento, digo,
q u e hace falta algo más que tu luz para mantenerme en
el afán con que sigo a los demás. Señor, a p a r t a mi
vista de l a conducta y de las acciones de los hombres, y
haz desaparecer los fantasmas8- mes que abruman mis
sentidos. Mi razón es débil; vivo demasiado de la
opinión; soy demasiado propenso a la imitación; no
puedo escucharte sin dificultad, y siempre abro los ojos
con placer.
4. Así que, morí flls, debes vencer tu pereza y tus
placeres, si quieres que te responda y
que yo te instigo. 11 con tal de que me consultes, bien
vale la pena pedir la luz que doy; y si no prestas mucha
atención, nada entenderás de lo que voy a decirte, y
pronto olvidarás lo que ya te he enseñado; esfuérzate,
pues, por seguirme y por merecer mis dones.
5. Tit es assex nos persuade de que la materia es
una na- tura impotente, que sólo actúa por efecto del
movimiento.
Pero estoy seguro de que aún no estáis suficientemente
convencido de que los Espíritus no tienen poder sobre
los cuerpos, ni sobre los Espíritus inferiores. Todavía os
inclináis a creer que vuestro tiempo anima vuestro
cuerpo en este sentido, que es de él de quien recibe todos
los movimientos que s e p r o d u c e n en él, o al menos
los que se llaman voluntarios, y que dependen realmente
de vuestras voluntades. Renuncia, hijo mío, a tus
prejuicios y no juzgues nunca í1 respecto a los eß'ets
naturales, q u e una cosa es efecto de otra, porque la
experiencia te enseña que nunca deja de seguirla. De
todos los falsos principios, éste es el más peligroso y el
más cargado de error. Como el afecto de Dios es siempre
uniforme y constante, porque sus voluntades son
constantes y sus leyes inviolables, si seguís este falso
p r i n c i p i o , aunque Dios lo haga todo, concluiréis que
no hace nada. P e n s a b a s que tus voluntades
producían tus ideas por la liilćlité a'ec Jaquelle je les
rendends préscntes h l'esprit selon ses dćsirs. Tu pensais
que lcs corps qui se cho-
Son la verdadera causa del movimiento que cometen
entre sí, porque los cuerpos nunca se conmocionan sin
ser conmovidos, y nunca se mueven sin ser
conmovidos.
sin sobresaltarse. Finalmente, fue por el mismo
principio que juzgó que el fuego producía calor, la luz
del sol luz, y todos los objetos que le rodean, los
cambios que nota en ellos y las sensaciones que siente
en ellos.
66 N É DITATI02f S £ BR fTIEN DES.

Todavía te inclinas a creer que es el alma la que imparte


movimiento y vida al cuerpo. Aún hoy te inclinas a
creer que es el alma la que imparte
m o v i m i e n t o y v i d a al cuerpo, p o r q u e
imaginas que este cuerpo se vuelve frío e inmóvil por la
a u s e n c i a d e su alma; y piensas que tú eres la
verdadera causa del movimiento de tu brazo y de tu
lengua, porque el movimiento de estas partes sigue
inmediatamente a tus deseos. Conténtate completamente
con este falso principio, o añade a las falsas
consecuencias que de él sacas, que los puerros, las
cebollas y las coles son de tu propiedad. ¿Coméis pan,
eonhtures y perdices sin placer? Pero el placer real os
hace realmente felices; pensad, pues, en estos objetos de
baño como las causas reales de vuestra felicidad.
Justificad la perturbación de los cuerpos voluptuosos y
amorosos. Pero teme al fuego, a la peste y a la fiebre:
s o n dioses terribles, tienen el poder de hacerte infeliz,
y tal vez de destruirte. Ah, hijo mío, hay un principio
diferente que debe regir el movimiento de los sentidos y
los movimientos del cuerpo e n r e l a c i ó n con los
bienes necesarios p a r a l a conservación de la vida;
hay un principio diferente que debe regir los
movimientos de la mente en la búsqueda de la verdad, y
los movimientos del corazón en relación con los bienes
verdaderos, en relación con la verdadera causa del bien y
del mal. Nunca te esforzarás demasiado por reconocer la
diferencia entre estos dos principios. Así que escúchame
con toda la atención que puedas reunir.
6. La razón es que Dios actúa siempre de manera
uniforme y constante, y que debía establecer en el
propio cuerpo las causas ocasionales que determinan
la eficacia de sus leyes. Siendo los cuerpos
impetrables, era su impacto lo que debía servir de
base a las leyes generales del movimiento.
SIXTEB E B EDITA TION . ti7

caciones de los movimientos, para que Dios, en la


necesidad del cambio, cambiase lo menos posible, para
que siguiese constantemente leyes simples y generales,
para que tuviese el carácter de los atributos divinos. Para
juzgar de la eficacia de las criaturas, debemos mirar en
nuestro interior y consultar sus ideas; y si podemos
descubrir en sus ideas alguna fuerza o virtud, debemos
atribuírsela; porque debemos atribuir a los seres lo que
concebimos claramente q u e contienen las ideas que los
representan. Este es el principio según el cual debes
examinar los objetos que te rodean; este es el principio
que debe regir los j u i c i o s de tu mente y los
movimientos de tu corazón: el otro principio debe regir
solamente los juicios de los sentidos y la conducta
necesaria para la conservación de la vida. Es indistinto
para el bien del cuerpo saber si el fuego contiene o no
contiene, produce o no produce calor. No es la razón la
que debe regular los movimientos del cuerpo; son la
experiencia, el sentimiento y el instinto. Puedes
acercarte al fuego si te sientes mejor cuando estás cerca
de él; pero sólo debes amar por la razón. Cualquier
movimiento de la piel excitado por los sentidos no está
regulado; cualquier amor a los cuerpos es brutal,
p o r q u e cualquier juicio basado en el principio que
has seguido h a s t a a h o r a es extremadamente
propenso al error.
7. Si, pues, deseas aclararte, si tu alma da
movimiento y vida a tu cuerpo, o si mueves tu brazo o tu
lengua como una verdadera causa, trata de de- corrs'rir
en la idea de tu Ser si existe una relación natural y
necesaria entre tus voluntades y el movimiento de las
partes de tu cuerpo; O al menos, puesto que la idea que
tienes de ti mismo no es clara, c o m o te mostraré algún
día, juzga esta cuestión por la sensación interior que
tienes de l o que sucede dentro de ti.sse en ti, te lo
permito. Pues, aunque tus sentidos te engañen
ti 8 N EDI TACIO NES CRISTIANAS.

siempre, tu conciencia o el sentimiento interior que


tienes de lo que pasa dentro de ti nunca te engaña. Abre
los ojos, te iluminaré y te libraré de tus prejuicios.
8. Cuando se cree que el alma d a al cuerpo
movimiento y vida, que es ella la que difunde el calor a
todos los miembros, que digiere los alimentos en el
estómago y los distribuye a todas las demás partes ;
Cuando creemos que todas estas cosas, o las que parecen
ser la causa, dejan de tener lugar cuando el alma
abandona el c u e r p o , nos equivocamos en dos sentidos,
tanto en el principio como en las conclusiones que
sacamos de ellas; pues e s falso que la ausencia d e l
alma sea la causa de que el cuerpo pierda movimiento y
calor. Por el contrario, es porque el c u e r p o ya no está
p r e p a r a d o p a r a realizar sus funciones por lo que
el alma lo abandona. ¿Alguien le ha dicho alguna vez a
Yu q u e e l a l m a ha abandonado un cuerpo que está
sano y completo? ¿Quién le ha dicho q u e e l a l m a
abandona el cuerpo inerte después de muerto o sin
movimiento? Los egipcios, que emilian los cuerpos y los
hacen incorruptibles para fijar en ellos las almas, no
e s t a b a n d e a c u e r d o c o n u s t e d . No tenían
razón. Pero s i comprendierais más claramente que
ellos l o q u e e s que un alma abandone un c u e r p o ,
veríais también que estáis equivocados.
9. ¿Has visto alguna vez alguna relación entre los
deseos de un alma y el calor de su cuerpo? ¿Cómo es
que un hombre muere de frío y permanece inmóvil,
cuando nunca le falta su alma, principio del calor y
del movimiento? Pero, ¿por qué el calor del fuego le
seca y le quema? ¿Por qué no detiene el movimiento
de su sangre si él es su dueño? El ilm, dirás, no es la
causa del calor ajeno. Pero, ¿comprendes realmente la
diferencia entre estos dos tipos de calor, extraño y
natural, y que e l i l m , que no puede disminuir, es la
causa del calor?
seis Eus y Ë o i z '7iux. gg

¿puede producir la segunda? No te des la libertad, hijo


mío, de asegurar positivamente lo que ni siquiera
entiendes.
. 4 0 Pero estoy dispuesto a suponer que el alma lo
hace todo en el cuerpo, incluso la digestión y la
distribución de los alimentos; quiero que todo
dependa de su acción, tanto como depende de ella el
movimiento de las manos, de los pies y de la lengua,
¿cómo puedes concluir que tiene un poder real sobre
su cuerpo? El deseo que tienes de mover el brazo va
siempre seguido de su efecto; ¿así que tú eres la
verdadera causa de su movimiento? ¿No ves, Ills
mío, que siempre asumes como verdadero el principio
que acabas de reconocer como falso? El fuego nunca
te quema sin que sientas dolor. Pero el fuego no es la
causa real de este dolor, porque estás de acuerdo en
que sólo Dios es capaz de actuar en el alma y hacerla
infeliz.
11. Escucha, mi Ols. Un hombre no puede mover e l
b r a z o a menos que los espíritus animales se
propaguen de ciertos músculos a sus antagonistas, los
inflen y acorten, y tiren de las partes atacadas por los
tendones; en una palabra, el brazo no puede moverse sin
algún cambio en las partes que lo componen. Pero un
campesino o un jugador de copa que n o sabe si tiene
músculos, espíritus animales, o lo que hay que hacer
para mover el brazo, no deja de moverlo tan hábilmente
como el más diestro anatomista. ¿Se puede hacer, se
puede incluso querer lo que no se sabe hacer? ¿Podemos
querer que los espíritus animales se reflejen en ciertos
músculos sin saber si tenemos espíritus y músculos?
Podemos querer mover los dedos porque vemos y
sabemos que los tenemos; pero ¿podemos querer
empujar espíritus que no vemos?
70 NËD1T*TT0NS CBRËT!EN]E5.
que no conocemos? ¿Podemos transportarlos a músculos
igualmente desconocidos, a través de los tubos de
nervios igualmente invisibles, y elegir rápida e
inevitablemente el que responde a l dedo que queremos
mover? Pero sea como fuere, hijo mío, estos
p e n s a m i e n t o s son cuerpos. Recuerda lo q u e ya te
he dicho: su fuerza agonizante es la acción de Dios,
q u e los crea y los conserva sucesivamente en
d i f e r e n t e s lugares; la voluntad del hombre no
puede vencer la acción d e Dios. La voluntad del
hombre no puede sobreponerse a la acción de Dios. N o
p u e d e , p u e s , cambiar el lugar del más pequeño d e
estos espíritus; no puede colocarlo donde Dios no lo
coloca, donde Dios no lo crea ni lo conserva. Tus deseos
o tus esfuerzos no son, p u e s , las causas reales que,
por su efecto, producen el movimiento de tus miembros,
ya que tus miembros sólo se mueven por medio de estos
espíritus. No son, pues, más que causas ocasionales que
Dios ha establecido para determinar la eficacia de las
leyes de unión del alma y del cuerpo, por las cuales
tenéis el poder de mover los miembros de vuestro
cuerpo. Las estableció p a r a unir los Espíritus con los
cuerpos, y por medio de sus cuerpos con los que les
rodean; y a s í unirlos a todos y formar estados y
sociedades particulares; y así hacerlos capaces de las
ciencias, de la disciplina, de la religión, y así
proporcionar a Jesucristo y a sus miembros mil medios
de propagar la fe, d e instruir y santificar a los
hombres, y edificar así su gran obra, la Iglesia de Dios;
Supuesta la diversidad de méritos y sacrilegios, era
necesario que los hombres tuvieran una víctima que
sacrificar a Dios, y que pudieran i n m o l a r s e d e mil
maneras diferentes. Todo esto se hace, como puedes ver,
como resultado de
SlXIÈàlE ltËDlTATt0 N.

de estas leyes, de manera sencilla, general, uniforme y


constante, digna de la sabiduría, de la inmutabilidad y de
los demás atributos divinos. Nada, hijo mío, es más
digno de tu aplicación e investigación que el
conocimiento particular de estas l e y e s : su sencillez y
fecundidad son admirables. Pero quiero instruirte en las
verdades de la religión, que te son aún más necesarias.
l)ue1que día contemplarás con calma la conducta d e
Dios y la sabiduría que ha vertido en todas sus obras.
l2. Así que ten cuidado, hijo mío; ya que no eres re-
tu brazo se mueve sólo como consecuencia de las leyes
generales de la unión d e l alma y el cuerpo, tus
voluntades son por sí mismas enteramente ineficaces.
Pues, como t u b r a z o sólo se mueve porque Dios ha
querido que se mueva s i e m p r e q u e tú mismo lo
desees, suponiendo que tu cuerpo esté dispuesto a ello,
cuando mueves tu brazo h a y dos voluntades que
contribuyen a su movimiento, la de Dios y la tuya.
E s t á s s e g u r o de que e x i s t e una conexión
necesaria entre las voluntades de un ser omnipotente y
sus efectos, y no ves ninguna conexión entre tus deseos
y su ejecución. Por tanto, la fuerza que produce el
movimiento procede de Dios, como consecuencia nada
menos que de tu propia voluntad ineficaz.
i 3. Si Dios hubiera establecido esta ley para ser cumplida
gener-
Pero seríais muy necios y ridículos si o s imaginaseis
produciendo estos efectos por la eficacia de vuestras
voluntades: tendríais, sin embargo, las mismas razones
para llamaros creadores que las que tenéis para creer
q u e s o i s verdaderamente movedores. Pero cuidado
con esto. Suponiendo que Dios, para castigar tu orgullo,
hubiera establecido
uL DUA'i'iti NS c.iiltETl Em ES.

Creo que en esta suposición no seríais tan ridículos


como para jactaros de vuestro poder. Sin embargo
vuestras voluntades, como causas ocasionales,
determinaría la eficacia de esta l e y . 0 loÎ l mqn hijo,
porque Dios es fiel a cumplir tus deseos, y porque de
este modo te comunica su poder en l a m e d i d a
e n q u e eres capaz de ello, ¡debes jactarte de ello,
debes atribuirte una eficacia que sólo se le debe a él!
l4. Y te imaginas que este esfuerzo, del que tienes
un sentimiento interior, es la causa real del
movimiento que le sigue, porque este movimiento es
fuerte y violento e n proporción a la magnitud de tu
esfuerzo. Pero, hijo mío, ¿ves claramente que hay
alguna relación entre lo que llamas esfuerzo y la
determinación de los espíritus animales en los tubos
nerviosos que sirven a los movimientos que quieres
producir? No te detengas más en el principio de tus
errores, cuya falsedad ya te he mostrado de tantas
maneras. Creed lo q u e concebís claramente, y n o
lo que sentís confusamente. Pero, ¿no sientes incluso
que tus esfuerzos son a menudo impotentes? Otra cosa
se hace e[fuerte, y otra cosa eficaz. Es bastante
extraño que tu esfuerzo, por el que Dios te muestra tu
impotencia y te hace merecer su acción en tu favor,
sea la causa de tu calvario.
e ingratitud. Sepa, mi Ols, que su
esfuerzos sólo difieren de vuestras otras voluntades
prácticas en los sentimientos dolorosos que los
acompañan, y que Dios, que es el único que regula,
según ciertas leyes generales, los sentimientos del
alma en relación con la conservación de sus recursos
naturales, es el único que tiene el poder de
cambiarlos.
la vida, debe hacerle sentir el alma de la debilidad o de
la
ltXlÜltS ltLDlTAîfUN.

dolor y pena, cuando hay muy pocos espíritus animales


en el cuerpo o cuando la carne de los m ú s c u l o s está
molesta por el trabajo.
15. Si, pues, es verdad que el hombre no tiene ningún
poder ni sobre su propio cuerpo ni sobre los que le
rodean, si es cierto que no es su propialuz y que no
puede ni proyectar ni representar sus propias ideas; en
una palabra, si no tiene ningún poder real ni sobre el
mundo material ni sobre el mundo inteligible, ¿de qué
puede vanagloriarse? Son muchas las cosas de las que
puedevanagloriarse. El hombre se cree dueño absoluto
d e su voluntad, y e n esto se equivoca de muchas
maneras. Voy a mostrarte precisamente en qué
consiste su poder, para que no te atribuyas nada que no
te pertenezca. Escúchame con atención, esto tiene
todavía una importancia muy grande. t G. Debes saber,
hijo mío, que Dios sólo actúa para sí mismo, que sólo
hace y mantiene tu mente para sí mismo.
1*0Ur él, y que así te lleva hacia él m i e n t r a s te
mantiene 1 "ètre '; que es este movimiento natural
que Dios imbuye en ti incesantemente por el bien en
general, es decir, por Él, que es propiamente tu
voluntad, pues esto es lo que te hace capaz de amar
generosamente todas las cosas buenas. Ahora bien,
este impulso natural es absolutamente invencible: tú
no eres en modo alguno su dueño. No depende de ti
querer ser feliz y amar el bien en general. Ya ves,
pues, que en este sentido no eres dueño de tu
voluntad.
47. Dios te lleva invenciblemente a amar el bien en
general, pero no te lleva invenciblemente a amar bienes
particulares. Por lo tanto, tú eres dueño de tu propia
voluntad c o n r e s p e c t o a estos bienes. No te
imagines, sin embargo, que puedes, como verdadera causa,
cambiar...
74 BàDI *TI08S C8RÉT1EMNRS.
Voy a explicarte en qué consiste el poder que tienes
de amar bienes distintos, un poder miserable, un
poder de pecar, porque sólo se puede amar a Dios
como bien propio o causa de la propia perfección y
felicidad.
18. Dios te conduce constantemente hacia el bien en
general; este movimiento mismo es indeterminado.
Cuando descubres por la vista de tu mente, o gustas por
los sentidos un bien p a r t i c u l a r , o más bien,
seducido por tus sentidos o por una luz confusa, juzgas
que cierto objeto es un bien; inmediatamente este
movimiento indeterminado se determina naturalmente
hacia el bien que conoces o sientes, y esto sin esperar
que tú lo ordenes, porque este movimiento es puramente
natural. Así pues, n o p u e d e s ser dueño de tu amor
si no eres dueño de tu propio amor.
Sólo puedes cambiar l o s movimientos de tu corazón
cambiando las ideas del bien, porque sólo puedes amar a
través del amor natural del bien.
49. Cuando seis bienes se presentan a tu mente al
mismo tiempo, y uno es mejor q u e e l otro, si en ese
momento eliges y te decides, necesariamente amarás el
que te parezca mejor, suponiendo que no tengas otra
opinión y que desees absolutamente elegir. Pero
siempre puedes suspender tu consentimiento con
respecto a los bienes falsos o abandonarlos; siempre
puedes examinar y suspender el juicio que debe
regular tu elección, lo cual supone que la capacidad
que tienes de pensar no esté completamente llena de
pasiones o sentimientos demasiado viles. Ahora bien,
es este poder de suspender tu juicio con respecto a los
bienes falsos y al error lo que depende propiamente de
ti. Pero cuidado, este poder sólo lo tienes por el amor
que Dios te imparte constantemente por el bien en
general.
6IZIÆMR ¥ÆAIT*TI08. 7*
Detenerse en los bienes falsos y en el error es Yo' -
tienes movimiento para ir más lejos. Pero, hijo mío, no
siempre sigues este mo v imien to; te detienes antes del
final.
tiempo '. Así los consentimientos que son sólo evteii e y
sólo pecado, son sólo de vosotros; porque los
consentimientos positivos, que tienden al bien, no son
tanto consentimientos como movimientos que continúan,
y que vosotros no disipáis por vuestra pereza y vuestra
negligencia. 11 No es necesario que explique más estas
cosas.
20. Así como podéis suspender vuestro
consentimiento a los bienes falsos o a las ideas confusas,
es claro que podéis cambiar la situación o el rostro que
las cosas han tomado en vuestra mente, y cambiar así
todas6 l a s determinaciones de vuestras voluntades';
porque el bien que parecía el mejor parecerá el menor, y
lo que era verosímil resultará falso. Son la luz y el
sentimiento los que determinan positiva y naturalmente
el amor. Ahora bien, vuestras voluntades son las causas
ocasionales de vuestras luces; y los objetos que golpean
vuestros sentidos, y el curso de los espíritus animales,
son las causas ocasionales de vuestros sentimientos (por
sentimientos entiendo aquí en general todos los
pensamientos en los que el cuerpo tiene alguna parte).
Así es que si suspendéis vuestro consentimiento, y por
vuestra atención examináis las diferentes caras de los
objetos que se os presentan; o aún si lo suspendéis por
largo tiempo, y la presencia de los objetos o el curso
fortuito de los espíritus cambia vuestros sentimientos, os
encontraréis en tal estado que no tendréis más que
desprecio y aversión por un objeto que se había hecho
enemigo de vuestro corazón.
24. No te hablo, hijo mío, de la ayuda de mi gracia,
aunque sin ella no puedas restablecer tu li-
' Véase la Respuesta a la segunda objeción en el tercer capítulo de la
RJpoii.'e 'i Îa Dise. de N. 2 rnnu/d.
C Hfl ËTI EN N ES NÉDITA TION S.

su salud extremadamente debilitada por los continuos


esfuerzos de la concupiscencia. Fuma tu impotencia
general. Reconoce que el poder que tienes de amar y
de hacer el bien sólo proviene d e l movimiento que
te imparto, y procura seguir este movimiento, para
que te conduzca al verdadero bien para el que Dios te
lo dio. Puedes no seguir este movimiento: eso es
propiamente potestad tuya. Pero el efecto de este
deseo sólo puede ser el error y el pecado. Por lo tanto,
no os gloriéis de este poder, para que mi gracia os
libre de él, y os dé esta feliz impotencia que
proporciona a mis santos un gozo incomprensible.
22. Sí, Salvador mío, reconozco mi impotencia. Tú
creaste al hombre en perfecta libertad; le diste el poder
de consentir en el bien y en el mal. Pero desde su
caída, la concupiscencia le ha hecho impotente para
hacer el bien, a menos que le fortalezcas con la ayuda
de tu gracia. Salvador de los pecadores, ven y líbrame
de esta fatal libertad que tengo de hacer el mal, de la
servidumbre del pecado, de este poder q u e t e n g o
s ó l o p a r a abusar del movimiento que Dios me da
sólo para elevarme a él. Pero si sólo soy débil e
impotente, si no soy dueño absoluto de mis voluntades,
¿cómo podría serlo de los movimientos corporales que
dependen de ellas? ¿Cómo podrían los objetos
sensibles tener el poder de actuar en mí y en los cuerpos
que me rodean? No, Señor, el poder que da el ser y el
movimiento a los cuerpos y a los espíritus sólo se
encuentra en ti. No reconozco otra causa verdadera
que la eficacia de tu voluntad. Todas las criaturas son
impotentes: no las temo, no las amo. Sé el único objeto
de mis pensamientos, y la lata general de todos los
movimientos de mi corazón.
SÉPTIMA MEDITAT10N

laeaucou p más en la forma en que los exi'cu te. De ahí el hecho de


que haya tantas intrínsecas e irrë gtilidades en el mundo. Por eso Dios
permite el mal. Lo que es la Providencia. No está permitido tentar a
Dios. De la coin binaison du natui-el aYoc li' fi i'iral, du moins Plans
les ét t nom rs les }ilus gèiii'ra u x .

J. Oh mi único maltrecho, ¡cómo me seducen los sentidos,


y cómo el comercio del mundo me llena de falsas ideas!
(Q u é fantasmas, qué ilusiones, qué quimeras, me
representa mi imaginación 10 verdades eternas, haz
desaparecer por el resplandor de tu l u z todo lo que no
tiene cuerpo ni solidez; m u é s t r a m e objetos reales;
disipa mis tinieblas; líbrame de mis prejuicios.
2. Cuando abro los ojos para considerar el mundo
visible, me parece descubrir en él tantos defectos que
sigo inclinado a creer, como he oído tantas veces, que
es obra de una naturaleza ciega que actúa sin designio.
Gar, si a veces actúa de una manera que muestra una
inteligencia infinita, también a veces descuida todo lo
que hace de tal manera que parece que es el azar el
que lo regula todo.
3. Ciertamente, Dios no hizo el mundo para los peces;
y hay más mares en el mundo que tierra habitable. ¿De
qué l e sirven al hombre estos mon-
jg GÉ DSTATIONS £f1R ÉTIEN NE9.

¿Montañas inaccesibles, los Sahlons de África y tanta


tierra estéril? Cuando miro nuestros mapas del mundo,
que representan la tierra más o menos como es, no veo
nada que demuestre inteligencia en quien la formó.
Imagino, o bien que sólo son los escombros
Pues no hay uniformidad en la situación de la tierra y
el mar. Después de todo, no hay uniformidad en la
situación de la tierra y del mar; y si examino
solamente el curso de los ríos, todo me parece tan
irregular que no puedo creer que esté regulado por
ninguna inteligencia, ni que las aguas hayan sido
creadas para la conveniencia de la humanidad. Veo
países inhabitables por falta de agua; y todos los días
se corrigen los defectos de la naturaleza por medio de
acueductos, sin que creáis que se insulta vuestra
sabiduría. Oh rai- hijo universal de los espíritus, ¿qué
misterio escondes bajo una conducta que parece tan
poco regular a los mCmes que te consultan con alguna
atención †.
4. Ten cuidado, hijo mío, te enfrentas a dificultades
que son evidentes para todos, pero que pocas personas
están en condiciones de comprender. Procura estar muy
atento a lo que v o y a decirte.
5. Para juzgar la belleza de una obra y, por tanto, la
sabiduría del artesano, no sólo debemos considerar la
obra en sí, sino compararla con
l*SY0ies por las que se formó. Un pintor pensó una vez
que estaba dando pruebas suficientes de su habilidad.
el compás, dibujando simplemente un círculo sin
utilizar el compás. Esto se debe a que tal círculo,
aunque imperfecto en sí mismo, hace más honor a la
persona que lo marca ligeramente sobre el papel que
una figura muy compuesta y regular descrita con la
ayuda de instrumentos matemáticos. Para juzgar la
obra por la obra, no es necesario, pues, considerar el
or-
SE PTIË SI E Ut É 01T.\ T10 "i.

la f o r m a e n q u e a c t ú a el obrero. Ahora bien,


como los hombres toscos y estúpidos sólo ven 1 obra de
Dios, y no conocen el modo en que Dios la construyó,
los defectos s'isibles de la obra les llaman la atención y
la incomprensible sabiduría de los reyes no les llama la
atención.
admirar al autor,
6. Si consideramos sólo la obra en sí, podría haber
mucha más sabiduría en el menor
insectos y cuerpos organizados que en el resto del
mundo. Pero considerando tanto el trabajo como las
formas en que se lleva a cabo, parece haber mucha más
sabiduría en la construcción del mundo que en la
formación de un insecto.
7. I.uando consideramos los cuerpos organizados, el
fin del trabajador y su sabiduría se manifiestan en parte
en la construcción de la máquina. Podemos ver
claramente que el Azul no es la obra de un lntsard. Todo
en ella está formado por un diseño específico y por
voluntades individuales. Todo en ella está formado por
un diseño específico; pues es obvio por la posición y
construcción d e los ojos que están hechos para ver, y
'Jue todas las partes que están hechas para ver.
componen el cuerpo de anilTlifj2X SOnt destinado a
determinados usos. Y todo está formado por voluntades
particulares, pues los cuerpos organizados no pueden ser
producidos sólo por las leyes de la comunicación motriz.
Las leyes de la naturaleza sólo pueden darles
gradualmente su crecimiento ordinario.
8. Las leyes críticas de la comunicación del
movimiento pueden reducirse a estas dos. La primera es
que los cuerpos m us tcnd''ri t iï continúan len r mouse
ment en línea recta. La segunda es que los cuerpos en
movimiento siempre se mueven desde el lado en el que
tienen menos prisa y desde el que se moverían con mayor
velocidad.
promentally p- 1* l'lionnelles it sus masas, si el res-
destino no cambió nada. Ahora se puede ver que estos
dos
XèDt'z'ATi0zfs Cit RËzz IzRnES.

leyes, ni siquiera semejantes, no pueden formar una


máquina cuyos resortes sean infinitos, y cada uno de los
cuales tenga su utilidad. Estas leyes no pueden producir
una gallina o una perdiz a partir de un huevo informe.
Los animales deben estar ya formados en los huevos de
los que nacen. ()uando hayáis examinado atentamente lo
que os digo, os convenceréis.
0. Pero todo este mundo visible se ha conservado
durante tantos años, y hasta podría haberse formado
precisamente como es por las leyes generales de la
comunicación de los movimientos; suponiendo que las
primeras impresiones del movimiento hubiesen tenido
ciertas determinaciones, y cierta cantidad de fuerza
que sólo Dios conoce. No se necesita ninguna
inteligencia en los cielos para regular sus movimientos.
No hay divinidad en las n u b e s que forme las
tempestades, y responda a las lluvias según las
necesidades de los labradores. Todo este mundo subsiste
l**r la eficacia y la fecundidad de las leyes de la naturaleza
que Dios ha establecido, y según las cuales actúa sin cesar.
Si
Si las lluvias dan sed a la tierra y si las granizadas la
maduran; si las heladas y el sol queman las plantas, y si
el rocío las humedece y refresca, no te imagines que Dios
cambia sus caminos. Todos estos efectos no son más que
consecuencias de las mismas leyes naturales. Leyes que
destruyen, derriban, disipan, 1 oiiusc de su simplicidad:
pero al mismo tiempo tan fü- condes que establecen lo
que han derribado; tan l'écondes que cubren de frutos y
flores las mismas tierras que han asolado por las heladas
y por el grc'le. Los s'iblons de África, los desiertos de
Arabia, los vastos mares del Océano, las rocas
inaccesibles, y esas montañas siempre cubiertas de nieve,
que os muestran el efecto del hasai'd, son las
consecuencias necesarias de estas leyes. Ni Dios
estableció las leyes de la Naturaleza porque tuvieran que
producir algo de
6I

Las estableció porque, siendo extremadamente sencillas,


no dejan de formar y componer obras admirables.
40. 11. Hay más mares que tierra habitable; pero hay
tierra suficiente para los hombres que necesito para
formar mi Iglesia. Por eso, hijo mío, te diré algún día que
todo fue hecho por mí y para mí; y que todos los
hombres que vienen al mundo no son más que materiales
que mi padre me proporciona, para que yo los santifique
con mi gracia, y levante de ellos este templo espiri- ritual
en el que Dios morará eternamente, y que fue objeto de
su amor aun antes de la creación d e l m u n d o . El
orden natural me proporciona suficiente material, e
incluso hay muchos que no pondré en práctica. ¡Cuántos
paganos, mahometanos y herejes hay en el mundo que
podrían entrar en la Iglesia si el orden en que estoy
construyendo mi obra me permitiera utilizarlo! Sabed,
pues, que sólo hay demasiada tierra habitable para los
hombres que necesito para edificar mi obra.
t 4. Es verdad que el mundo visible sería más perfecto
si las tierras y los mares estuvieran más justamente
ordenados; si, siendo más pequeño, pudiera sostener a
tantos hombres; si las lluvias fueran más regulares y los
ríos más fértiles; en una palabra, si no hubiera tantos
monstruos y desórdenes. Pero Dios quiso q u e
supiéramos que es el mundo futuro el que será su propia
obra o el objeto de su complacencia y la fuente d e su
gloria.
l°. El mundo actual es una obra descuidada. Es la
morada de los pecadores; había que crear el desorden. El
hombre no es como Dios lo hizo;

' è'/-//e-. I , 4 ; I /'ef/-. J , û 0 .


89 "£"ITA TI0 "S GHR ÉTI sN NES.

tuvo que vivir en ruinas, y la tierra que cultivaba no


era más que los escombros de un mundo más perfecto.
Estas puntas rocosas en medio del mar, y las
escarpadas crestas que las rodean, son prueba
suficiente de que el océano inunda ahora una tierra
desmoronada. La irregularidad de las estaciones t u v o
que acortar la vida de aquellos que ya no pensaban
más que en el mal; y la tierra arruinada, sumergida por
las aguas, tuvo que llevar hasta el fin de los siglos las
marcas perceptibles de la venganza divina. Así pues, el
mundo presente, considerado en sí mismo, no es una
obra en la que la sabiduría de Dios aparezca tal como
es. Pero el m u n d o p r e s e n t e , considerado en
relación con la simplicidad de las formas en que Dios
lo conserva, considerado en relación con los pecadores
que puede salvar y los justos que ejercita y prueba de
mil maneras, considerado en relación con el mundo
futuro, del que es la prefiguración expresa a través de
los acontecimientos más importantes; en una palabra,
el mundo presente, considerado e n relación con todas
sus circunstancias, es tal que sólo la sabiduría infinita
puede comprender toda su belleza.
43. ()uando los filósofos paganos atribuyen a una
naturaleza ciega los efectos que dependen de la acción
unida y constante de mi padre; cuando los impíos
critican al autor de una obra basándose en faltas
accidentales; cuando los supersticiosos o los paganos
imaginan falsas divinidades que luchan entre sí
incesantemente: todos ellos son ignorantes y necios. Si
el viento rompe la fruta antes de que esté madura, no
e s efecto de una naturaleza ciega, ni de un Dios
inconsecuente, ni de un Dios malvado que se opone a
los designios de un Dios benéfico. Se trata
simplemente de que la simplicidad de las leyes que
Dios ha establecido, y que sigue con coherencia, tiene
necesariamente consecuencias desgraciadas para la
humanidad. Dios previó estas consecuencias. Gar él es
sabio:
¥EPTTtME M£DT*'f0N. *
Pero como Él es bueno, no estableció sus leyes para
efectos similares. Estableció las leyes de la naturaleza
por su fecundidad, no por su esterilidad. R e p i t o , las
estableció porque, aunque son muy pocas en número,
no pueden dejar de ser lo suficientemente fructíferas
para proveer todo lo que es necesario para su gran
propósito; para la estructura de este templo espiritual,
cuyos cimientos son inconmovibles, y del cual yo soy el
sacerdote soberano.
por toda la eternidad según el orden irrevocable de
hIelchise- dech'.
l4. Oh Salvador mío, puedo ver que el principal
propósito de Dios no es el mundo presente: esta obra
parece estar demasiado descuidada, mil faltas la desvían.
H a y demasiadas irregularidades y monstruos entre
los cuerpos, demasiada malicia y desoridad en las
mentes. fie no puede ser objeto de la complai- sancia de
quien sólo ama lo que e s t á d e acuerdo con el orden.
Pero, ¿no se extiende la providencia de Dios hasta lo
último del mundo? ¿No es Dios quien todo lo dirige,
quien todo lo regula, quien todo lo dispone y ordena,
tanto en el mundo presente como en el futuro? Cómo
entonces....
a. Hijo mío, ¿no entiendes lo que acabo de decir? Sí,
es Dios, y sólo Dios, quien hace y regula todo. Pero
siempre sigue las mismas leyes. Siempre toma los
caminos que más reflejan el carácter d e sus atributos.
Y como los caminos más sencillos son los más sabios,
siempre los sigue en la ejecución de sus designios; e
incluso sólo define sus designios comparando todas las
obras posibles con todas las maneras posibles de ejecutar
cada una de ellas. Porque como su in-
8t )tËDPVÀTfOflS GîlhËl'tù:NlÑgS.

tal)igencc es infinito, comprende claramente todas las


consecuencias necesarias que dependen de todas las
leyes posibles; y como es infinitamente sabio no deja de
elegir el designio que tiene una mayor proporción de
fecundidad, belleza y sabiduría con los reyes capaces de
ejecutarlo. Fue Dios quien hizo el agua en la arena y en
el mar, así como en la tierra.
Sólo él hace crecer los frutos y los rompe antes de que
estén maduros; sólo él produce t a n t o monstruos como
animales prefabricados; sólo él construye y derriba,
destruye y repara, hace y regula todo. Pero sólo actúa
como consecuencia de las causas ocasionales que ha
establecido para determinar la eficacia de su acción, y
ésta es la causa de las irregularidades que se encuentran
en su obra. Dios es el único que mueve los cuerpos; pero
sólo los mueve cuando reciben una descarga, y cuando
un cuerpo recibe una descarga, Dios nunca deja de
moverlo. Así pues, la acción de Dios es siempre
constante y uniforme; sigue siempre las leyes muy
simples que ha establecido. Y es la uniformidad de su
acción la que, en ciertos encuentros, ha conducido
necesariamente a consecuencias desgraciadas o inútiles.
16 Una de las leyes que Dios estableció para unir los cuerpos
los espías, es que el alma sufre dolor e n relación con
las partes del cuerpo que están heridas; y esto, para que
pueda remediarse rápidamente. A un hombre le cortaron
un brazo h a c e tres meses, y t o d a v í a siente el
mismo dolor en el brazo que ya no tiene que si todavía
lo tuviera. ¿De dónde viene eso, hijo mío, si no es
porque la acción de Dios es siempre uniforme y
constante? Al fin y al cabo, sólo Dios actúa en el alma
del hombre, pues sólo Él, que da a los espíritus lo suyo,
puede modificar su sustancia de diferentes maneras y
hacerlos infelices. Pero como sucede en e l a l m a de
este hombre el mismo chan-
SE P'l'lÈ ätE H1.SiIZA TION ss
Dios debe hacerle sentir el mismo dolor que si todavía
tuviera ese brazo y su pulgar estuviera realmente herido.
Por la misma razón l a imaginación y los sentidos excitan
c o n s t a n t e m e n t e mil pensamientos falsos y vanos,
y en el sueño tenemos tantas representaciones
extravagantes e inútiles. Así pues, es Dios quien hace y
regula todo, pero según las leyes que ha establecido,
habiendo previsto que tienen, con su obra, mayor
relación de sabiduría y fecundidad que cualquier otra ley
con cualquier otra obra.
t7. Ahora bien, la providencia de Dios consiste
principalmente en dos cosas. La primera es que,
habiendo podido primero determinar los movimientos de
tal modo que h u b i e r a muchas irregularidades y
monstruos, comenzó, al crear el mundo y todo lo que en
él hay, a mover la materia, por ejemplo, de tal modo que
hubiera el menor número posible de desórdenes en la
naturaleza, y en la combinación d e la naturaleza con la
gracia. La segunda es que Dios remedia con milagros
los desórdenes que surgen c o m o consecuencia de la
simplicidad de las leyes naturales, siempre q u e el
orden así lo exija; pues el orden es u n a ley con
respecto a Dios de la que nunca prescinde.
IS. Así pues, Dios tiene dos clases de leyes que rigen
su conducta. Una es eterna y necesaria, y es el orden; la
otra es arbitraria, y son las leyes generales de la
naturaleza y de la gracia. Pero Dios sólo estableció estas
últimas porque el orden s e lo exigía. Por tanto, es el
orden eterno, inmutable y necesario el que incluyo como
per-
' Yoy. la Repotise ou preniiei- vei'set des Re-f k!!!-!- el thcvl. do

II.
86 MIDI TAZI02i9 C ORÉTIflttli ES.

Hijo divino, y como sabiduría eterna, que es la ley


que mi Padre siempre consulta, que ama
invenciblemente, que sigue inviolablemente, y por la
cual hizo y conserva todas las cosas.
ti). Cuando oigas que Dios permite ciertos desórdenes
naturales, como la generación de monstruos, la muerte
violenta de un hombre bueno o algo parecido, n o
imagines que hay una naturaleza a la que Dios ha dado
su poder y a la que a veces deja actuar sin tomar parte en
ella; d e l mismo modo que un príncipe deja actuar a
sus ministros y permite desórdenes q u e no puede
impedir. Dios es quien provoca todo, tanto el bien como
el mal; h a c e q u e la ruina de una c a s a caiga sobre
un justo que va a llevar una vida miserable, así c o m o
sobre un villano que va a degollar a un hombre bueno.
Pero Dios hace el bien y permite el mal, en el sentido de
que quiere directa y positivamente el bien y no quiere el
mal. Digo que no quiere el mal: porque no estableció las
leyes de la naturaleza para que produjeran monstruos,
sino p o r q u e , siendo muy sencillas, debían, sin
embargo, producir una obra admirable. Es la belleza y la
regularidad de la obra lo que Dios desea positivamente:
en cuanto a la irregularidad que s e encuentra en ella, la
previó como una consecuencia necesaria d e l a s
l e y e s naturales; pero no la quiso. Pues si las mismas
l e y e s h u b i e r a n podido hacer su obra más perfecta
y regular de lo que es, ciertamente las habría creado. De
modo que Dios quiere positivamente la perfección de su
obra, y sólo indirectamente quiere la imperfección que
en ella se encuentra. 11 hace e l b i e n y permite el
mal, porque p a r a el bien ha establecido las leyes
naturales, y sólo como consecuencia d e las leyes
naturales se produce el mal. Hace el bien p o r q u e
quiere que su obra sea perfecta ¡ hace el m a l , no
porque quiera que sea perfecta.
8'ï

p o r q u e quiere positiva y directamente hacerlo, sino


p o r q u e quiere que su forma de actuar sea sencilla,
°e6" -e, uniforme y constante, p o r q u e quiere que su
conducta sea digna de él y lleve visiblemente el carácter
de sus atrihuts.
20. Si Dios actuase por medio de voluntades
particulares como l a s inteligencias limitadas, no
habría monstruos en la naturaleza; las lluvias se
extenderían sobre las tierras sembradas con más
abundancia que sobre la arena y el mar; un hombre que
hubiese perdido un b r a z o no sentiría nunca dolor en
él; pues supongo que el designio de Dios es h a c e r
fértiles las tierras por medio de la lluvia, y unir el alma
con el cuerpo por medio de los sentimientos que produce
en ella en relación con el cuerpo. No podría decirse que
Dios permite ciertas desgracias o ciertos desórdenes a
menos que se supusiera que comparte su poder con una
naturaleza no regulada e independiente en su acción; ni
siquiera tentaríamos a Dios, o incluso a esta naturaleza
imaginaria, a menos que supusiéramos que e s t á sujeta
a ciertas leyes. Después de todo, si la conducta de Dios
no tuviera que ser uniforme y constante, para ser sabios y
dignos de él, ¿qué peligro habría en arrojarse por la
ventana confiando en su bondad? Pero, como Dios es el
único que lo hace todo, y como debe obrar de manera
u n i f o r m e y c o n s t a n t e , siguiendo las leyes
generales que él mismo se ha prescrito, es tentado
cuando se ve obligado, p a r a conservar su obra, a
realizar milagros o a actuar por voluntades particulares.
Su bondad se contrapone a su sabiduría; se le dice que su
obra perecerá si él mismo no cambia sus costumbres; se
aumentan los trastornos de la naturaleza si él mismo no
perturba sin razón la simplicidad d e sus caminos.
2t . 0 sabiduría eterna 1 que Dieii es admirable en
su conducta l Ya que esto es un signo seguro de un buen
88 ii EDlzxZiONS CIIfl ETi E "NES.

Para poder prever todas las consecuencias par- ticulares


de las leyes generales, entiendo que Dios tuvo que actuar
en consecuencia de ciertas leyes, de modo que su
conducta llevara el carácter dii principal de sus atributos.
Entre los filósofos, los que afirman que Dios dio a todos
los seres ciertas virtudes o facultades y las primeras
impresiones, para que luego llevaran a cabo todos sus
designios sin que él interfiriera más, dan a Dios mucha
sabiduría y previsión; pero lesionan su soberanía por esta
especie de independencia que atribuyen a los seres
creados. Los que, por el contrario, afirman que Dios lo
hace todo por voluntades p a r t i c u l a r e s , y que está
a p l i c a d o a su obra como un relojero a un reloj que se
pararía e n cualquier momento sin su ayuda, dejan a
Dios su soberanía y a la criatura su dependencia, pero
quitan al Creador su sabiduría y hacen su obra criticable
y digna del mayor desprecio. Pues, ¿por qué hacer que
una persona sienta dolor en un brazo que ya no tiene,
suponiendo que los sentimientos deban regularse en
relación con la conservación del cuerpo? ¿Por qué hacer
llover sobre una tierra estéril, si sólo debe llover para
hacerla fértil? ¿No nos lleva esto a creer que todo es
impulsado por una naturaleza ciega? M e parece que
sólo el comportamiento que a c a b a s de
e x p l i c a r m e lleva la marca de una sabiduría infinita
y de una soberanía completa y absoluta. Estoy
plenamente convencido de que Dios hace y conserva
todo, y que sus caminos son muy sencillos y muy
fecundos; que siguiendo constantemente muy pocas
leyes, produce una in11- nidad de obras admirables.
'22. ¡Oh mi único maestro! Hubiera creído hasta pre
sentía que los efectos milagrosos eran más dignos de su
padre que los ordinarios y naturales l pero
SBPTÏÊME ät ÉDI7AI'I0N. R3

Ahora comprendo que el poder y la sabiduría de Dios


son más aparentes, para los que piensan bien de ellos, en
los efectos más comunes que en los que atraen y
asombran la mente por su novedad. Que aquellos que
imaginan la naturaleza como el principio de los
e f e c t o s ordinarios, y que juzgan todas las cosas por
la impresión que causan en sus sentidos, dejen de
admirar los efectos extraordinarios: necesitan los
milagros para elevarse h a s t a ti. Pero que los que
reconocen que e r e s la única causa de todas las cosas
adoren constantemente tu sabiduría en la sencillez y
fecundidad de tus caminos. Eres mucho más admirable
cuando cubres la tierra de frutos y flores, por las leyes
generales de la naturaleza, que cuando, por voluntades
particulares, haces caer fuego del cielo para reducir a
cenizas a los pecadores y a sus hijas. Pero si hubieras
combinado de tal modo lo físico con lo moral, que el
diluvio universal y otros acontecimientos considerables
fueran las consecuencias necesarias de las leyes
naturales, ¡cuán sabia, me parece, h a b r í a sido tu
conducta! ¿No sería mucho más justo y providente haber
establecido leyes que, además de un n ú m e r o
i n f i n ito de efectos admirables, hubieran asolado la
tierra precisamente en el momento en que la corrupción
era moneda corriente, que haber hecho, por medio de
"voluntades particulares y milagrosas", que las aguas
subieran tan alto como las montañas más altas? 0 mi
verdadero y único maestro, ¿no es una consecuencia
necesaria d e l a s leyes naturales que la tierra, en el
momento del diluvio, se hundiera en los abismos, y que
las aguas sobre las que se asienta el mundo fueran
elevadas y empujadas h a s t a l a s m o n t a ñ a s m á s
a l t a s por el peso de estas mismas tierras cuando se
hundieron? Pues, para ahogar las montañas más altas de
A r m e n i a , sería necesario,
D0 ÆÉD1T*Tî0NS CDRÉTIENNE9.
me parece, quince veces más agua de la que ha creado.
Por otra parte, ¿no p o d r í a este flujo desigual de
tierras haber modificado la solidez y, por consiguiente,
el movimiento cotidiano de la Tierra? Pues la más sólida
a la derecha o la más alejada d e su centro0 teniendo
más fuerza para continuar su movimiento, debe
necesariamente desplazarse hacia el círculo mayor, y,
permaneciendo allí, darle ese movimiento de
paralelismo que da tantos problemas a los filósofos.
¿ N o p o d rí a esta desigualdad de tierras
colapsadas, unas más cerca del centro que otras, h a b e r
hecho el plano de la eclíptica oblicuo al del ecuador, y
así haber causado la irregularidad de las estaciones y
acortado la vida de los hombres culpables de toda clase
de crímenes? De hecho, no se menciona l a lluvia antes
del diluvio*: era una fuente, o más bien un vapor o
rocío, que lavaba la tierra y la hacía fértil. Antes del
diluvio, Dios aún no había mostrado el arco iris en las
nubes como señal de su alianza con la humanidad. Como
la superficie de la tierra era unitaria y de manantial
continuo, l o s v a p o r e s , según las leyes observadas
en la naturaleza, no podían caer en forma de lluvia sobre
los lugares habitados por l o s primeros hombres; tenían
que extenderse hacia los polos e inundarlos.
23. Pero este diluvio de fuego que vendrá al final de
los siglos, cuando la malicia de los hombres esté en su
apogeo y hayáis dado la última pet'fección a vuestra
iglesia, ¿no se producirá todavía este derrocamiento
universal e irreparable por la sabia combinación de las
leyes de la naturaleza con las de la gracia? Este fuego
central, esta materia sutil que contiene la tierra y que
pone

¡! Geti. 2, 5, G.
9t

La tierra ya no puede contenerlo, y se extenderá por


nuestros campos cuando ya no podáis soportar la
magnitud y la enormidad de nuestros crímenes. Las
nuevas estrellas que aparecen en los cielos, ¿no son
planetas encendidos por materia sutil, demasiado
abundante para permanecer todos encerrados en su
centro? Y las leyes de la naturaleza, que hacen
desaparecer algunas de ellas disminuyendo la materia
sutil que las rodea y las hace brillar, ¿no están tan
sabiamente combinadas con las leyes de la gracia, que
esta misma materia sutil de las estrellas, oscurecida y
reducida a planetas, entra en el vórtice de nuestra
tierra y la incendia, justo en el momento en que
habréis dado la última perfección a vuestra Iglesia?
Oh mi querido maestro! ¿me estoy extraviando? no
me contestas a todo esto. Por favor, no dejes de
instruirme e iluminarme.
24. Ánimo, hijo mío, admira la conducta de tu Dios.
Sigue los principios que te he explicado. Pero considera
tu juicio sobre tus nuevas re0exiones. ¡Ay de los impíos
que no quieren milagros, porque los consideran una
prueba del poder y de la providencia de Dios! Pero no
temas disminuirlos, porque al hacerlo sólo tratas de
justificar y mostrar la sabiduría de su conducta. Sin
embargo, mi querido discípulo, debes saber que, como la
sencillez de las leyes naturales no puede realizar todo lo
que el orden quiere que Dios haga, es necesario que a
veces ocurran milagros para añadir lo que faltaría a su
obra si no actuara.

' fifJré. suivante, art. 26, fl7, fl8-


09 CURËTIAN HET*TI0NS.
nunca sabrá por voluntades particulares, o si alguna
inteligencia, en consecuencia d e un orden establecido
desconocido para ti, lo determinó a actuar de manera
diferente de lo que exigen las leyes naturales conocidas
por ti.
IIUITIÊME MÉfiIT.àTI0N
Dilféi'ence de la conducta de Dios bajo la ley y bajo la gi-5ce. Reieoiis
tleà oraciones del a.gliso. Que no debemos esperar que Dios h a g a
milagros en nuestro f a v o r , y que debemos servir a la naturaleza y a
la gracia. Que los milagros son a menudo consecuencia de alguna

4. Oh Dios, ¡qué grande eres, qué justo, qué bueno,


qué poderoso! ¡Cuán sabio eres en tu conducta, cuán
eficaz en tu acción, c u á n sencillo y, sin embargo,
c u á n fecundo en tus reyes! Todas las inteligencias te
admiran y te alaban por haber acomodado de tal modo
los efietos de tu poder con los de tu bondad y tu justicia,
que a menudo el pecador se encuentra castigado
inmediatamente después de su crimen, y el j u s t o
liberado de las desgracias que le parecían inevitables. 0
¡Jesús! mi sabiduría, mi razón, mi luz; continúa
instruyéndome y librándome de mis prejuicios.
2. Te equivocas, hijo mío, al pensar que el pecador
suele ser castigado inmediatamente después de su
crimen. Esto sucede raramente, y los justos en esta vida
no están exentos de las últimas miserias. a simplicidad
de las leyes naturales no permite que los pecados
individuales sean castigados a menudo tan pronto como
se cometen; y el orden, que es la regla de mi
providencia,

' Et i:. rte Jrrif. no'. Te''ï. , tg. md ïïoiiorri ï.


fi $ ÆËDIT*Tt0N9 CdRÉT1RNNR9

no quiere que los justos deliren siempre por los males


que les apremian, por mucho que recen por ello. Mis
padres según la carne clamaron al cielo en sus
aflicciones t e m p o r a l e s , y fueron librados. Esa era la
gracia del Antiguo Testamento. Pero la gracia del Nuevo
Testamento a menudo purifica a mis hijos e n espíritu
mediante aflicciones que duran hasta e l final de su
sacrificio.
3. Pablo, mi apóstol, hubiera querido que le librase de
una enfermedad que le apremiaba. A menudo me
suplicaba que lo hiciera, pero yo le decía que e s en la
enfermedad donde se perfecciona la virtud, y que mi
gracia le era debida: y desde entonces se deleitó en sus
molestias y en sus necesidades. Los ultrajes y las
persecuciones le fortalecieron, y sacó tanta fuerza de sus
debilidades que escribió a los Corintios, por medio de
mi espíritu, que cuando era débil, era cuando se sentía
fuerte y poderoso.
4. Yo mismo, cuando estaba consumando mi
sacrificio con el más cruel e infame de los tormentos,
grité de dolor como si hubiera sido abandonado a la
furia y a la ira de mis enemigos. He sido tratado, no
como un hombre, sino como un gusano, como el
odium de los hombres, como el objeto del desprecio
y del odio de la escoria del pueblo. Drenado de
espíritus y de sangre, acribillado de heridas, lleno de
confusión, clavado en un humilde madero, levantado
a la vista de un pueblo ingrato que me injuriaba, fui
el modelo perfecto de los "malvados", de los
"malvados", de los "malvados", de los "malvados", de
los "malvados", de los "malvados", de los "malvados".
Cristianos. Tal es la gracia del Nuevo Testamento.
Los que pertenecen a la Nueva Alianza ya no son de
este mundo. Han muerto en él por el bautismo. Viven
una vida nueva conmigo en Dios.

• 3fatlh. 23, /i5.


DUtTÆÈtAE }AËDITSTION. 9ä

Pero esta vida está oculta hasta que yo aparezca en mi


gloria. En una palabra, tienen derecho a los bienes
eternos que yo disfruto; pero no deben poseerlos hasta
que hayan sufrido con paciencia todos los males de esta
vida presente.
6. Todos los días se ve que las personas más
buenas están en la última miseria. Pero, a excepción
de algunos santos extraordinarios, el Antiguo
Testamento no muestra que Dios haya dejado en la
miseria a los justos o a sus hijos. No soy joven", dijo
David, "pero todavía no he visto a un justo
abandonado, ni a sus hijos mendigando pan. En
tiempo de hambre t e n d r á n en abundancia, pero los
impíos perecerán. Así pues, la Nueva Alianza encaja
perfectamente con la simplicidad de las leyes de la
naturaleza, causa de tantos males en el mundo. En
efecto, prometiendo a los justos los bienes eternos en
recompensa de su paciencia, no es necesario que Dios
haga a menudo milagros para librarlos de sus males
actuales, por grandes que sean. Basta con que les
conceda la gracia, con la que pueden vencer todas las
tentaciones que salen d e l orden natural. En lugar del
primer pacto, que no daba en sí la gracia y no
prometía bienes verdaderos, el orden, que exige que
toda oración hecha con fe sea atendida, obligaba a la
bondad de Dios a realizar a menudo lo que se llaman
milagros, y a perturbar, al menos en apariencia, la
simplicidad de sus caminos, para conceder a los
judíos, que eran siempre un poco groseros y carnales,
lo que le pedían o el equivalente; digo siempre un
poco groseros y carnales.
* Junior fui, etenim senui, et non Didi justutn derelictuai, etc.
[Sal. è8. j
* Iiifi'à art. 26, fl7, £8 y ss.
älÏllal'fA7'l0 NS fi11R ÉTIE 2iN1.S'

porque la gracia no les fue dada con la misma


abundancia con que se da a los cristianos. Ten cuidado,
hijo mío, de no murmurar contra Dios cuando te
encuentres abrumado por los problemas. Recuerda que
perteneces a la Nueva Alianza. Este fue maldecido por la
ley y manchado en la cruz. Pero bajo la gracia debes
soportarla cada día h a s t a que estés atado. Ya no es el
instrumento d e l tormento de los impíos, es el material
del fuego que debe eonsumir víctimas. L a he honrado,
la he santificado, por ella he hecho que todos los males
que sufren los justos durante un tiempo merezcan una
recompensa que no tendrá fin.
6. Que los impíos se enfurezcan y desesperen, cuando
y que los cristianos, que no s o n suficientemente
conscientes de la diferencia entre l a gracia de los dos
pactos, se imaginan que son criminales en la medida en
q u e son miserables. Para ti, hijo mío, que nunca te
abandone la alegría. No tiembles hasta q u e tengas
autoridad y poder en tus m a n o s , y no t e m a s el
hambre hasta que te veas e n abundancia d e todas las
cosas.
7. Para que merezcas la verdadera bondad, p a r a
q u e poseas a Dios, es absolutamente necesario que
luches contra ti mismo. Pues parece que en realidad
estás trabajando para tu propia ruina cuando haces la
guerra contra tu pasión dominante. Entonces nos
inmolamos, nos paralizamos, nos aniquilamos, incluso
nos reducimos a un estado peor que la nada; lo cual e s
imposible para la naturaleza sin l a ayuda de la gracia.
OP, doy mucha más gracia a los que están e n l a
desgracia y en la miseria que a los que viven en e l
brillo de los honores y en l a abundancia de las
riquezas. A todos los justos,

Ûrf/. 3, Y. 13.
uuri'i1M1 iiïiui'rx'i'io1. 97

pobres y ricos, tengan la ayuda que necesitan para


perseverar en la justicia: pero tengo un cuidado especial
por los que se encuentran en un estado que conviene a
los pecadores. Temblad, pues, cuando seáis levantados,
y que vuestra abundancia os preocupe, pero que la
alegría sólida os penetre y os consuele en medio de
vuestras miserias'. Elegí a los pobres, a los débiles, a los
despreciables, a los necios según el mundo, para
confundir a los sabios, a los ricos, a los grandes de la
tierra ¡ para enseñar a los hombres a gloriarse sólo de
mí, que les fui dado por Dios para ser su sabiduría, su
justicia, su rtdención y su santificación.
8. 0 Jesús, tú eres verdaderamente mi sabiduría y mi
fuerza; todo lo que me dices ilumina mi mente y
p e n e t r a e n mi corazón. Prosperidad
Ya no m e estremecen los malvados; y a no me
sorprende la miseria de las buenas gentes. t)que los
filósofos atribuyen al último de los cielos el cuidado y
la acción d e la Providencia: que los impíos me digan
maliciosamente que siempre estás de parte de los más
fuertes. Son unos miserables que no conocen tus
caminos. El aire decidido y burlón, y los modales
insolentes y arrogantes de los falsos eruditos nunca
me harán dudar de los sentimientos que me transmitís.
Los libertinos comparten la ignorancia, la ceguera, la
brutalidad y el orgullo. Nuestra luz les hiere: hacen la
vista gorda por miedo a que se les recuerde, y son lo
bastante insolentes para criticar el orden de las cosas.
.secreto y maravilloso de tu conducta.
9. Pero he aquí de nuevo una dificultad que me
angustia; si Dios actúa siempre de las maneras más
sencillas, si cumple constantemente l a s leyes que ha
establecido una vez, ¿no es en vano que le pidamos sus
necesidades, y si no le pedimos en vano nuestras
necesidades?
• Ï Cu/". 1, ''. 2G, 97, y8, etc.
* /!v/'/. 3, ''. ó, 30, 3J .
96 M ÉDITA T10NS G HRÉTIEN liBS -

que la iglesia ordena oraciones públicas para obtener


la lluvia en tiempo de sequía y esterilidad † ¿No es
tentar a Dios, pedirle sin sujeción un milagro,
obligarle a perturbar el orden y la sencillez de sus
caminos, oponer en una palabra su bondad a su
sabiduría, querer que se apresure a esparcir la lluvia,
antes de que las leyes que ha establecido, y que sigue
constantemente, le obliguen a ello? Confieso que esto
todavía me avergüenza.
' 10. Te avergüenzas, hijo mío, porque no
comprendes claramente lo que ya te he dicho.
Comprende, pues, que mi padre me ama
invenciblemente, y que el orden inmutable y necesario
que contengo como sabiduría eterna es, con respecto a
Dios mismo, una ley in- riolable. El orden exige que
todas las obras de mérito sean recompensadas. Por lo
tanto, las oraciones nunca pueden ser inútiles para
aquellos que oran con fe. Un pueblo entero se
encuentra en una situación desesperada si Dios no hace
llover y realiza un milagro en su favor; ¿ c r e e s que es
tentar a Dios implorar su ayuda? Sabed, no flls, que es
tentar a Dios pedirle un milagro, cuando sin milagro
podemos librarnos de algún mal; porque el orden no
permite que Dios perturbe la uniformidad y sencillez
de su conducta, sin una necesidad urgente. Pero no es
tentar a D i o s pedirle en general un milagr o , cuando
sin él no podemos evitar perecer o ser atacados por
tentaciones muy peligrosas. Sin embargo, llamo
milagro no sólo a t o d o l o que Dios hace por
voluntades particulares, sino también a todo lo que no
es consecuencia n e c e s a r i a de las leyes naturales
que le son conocidas y cuyos efectos son comunes.
41. Pero todo lo que puedas pedir a Dios
llueva o h a g a s o l , rara vez pregunta
OCTAVA EDICIÓN 99

Quiero que ames a mi padre según toda la capacidad


que te ha dado para hacer el bien, porque los judíos
consideran l o s frutos de la tierra como verdaderos
bienes: ésa es su bendición. Ve y pídeme la verdadera
bondad y la gracia para merecerla. Pídeme que te
conceda el honor de sufrir por la verdad, que te dé
parte en mi cruz y en mis sufrimientos, o al menos
que te dé la paciencia suficiente para sufrir, sin
refunfuñar, todos los males de esta vida presente.
18. Elisa ordena oraciones públicas para obtener lluvia
del cielo. Pero esto distribuye a todo el pueblo, entre el
cual hay muchos que no pueden soportar los males
extremos, y entre los cuales hay muchos pecadores que
no merecen mayores gracias. Este comportamiento
enseña a los hombres que sólo Dios es el dueño. Es
proporcional al mayor número de cristianos, que sin
duda tienen algo del espíritu judío. Por último, es raro
que la Iglesia ordene tales oraciones. Ella pide
constantemente el verdadero bien para sus hijos; pero
sólo en el m á s a l l á , y en relación con el bien eterno,
les desea el bien pasajero.
J 3. Oh mi único maestro, ¿qué debo pensar de la
conducta d e aquellos que, sin tener en cuenta el orden
de la naturaleza, se imaginan que en todas las ocasiones
debes protegerlos de una manera p a r t i c u l a r ? Es la
grandeza de su fe, o una confianza fuerte y voluntaria, lo
que les hace despreciar los medios humanos? A menudo
son personas de piedad: pero ¿es su piedad iluminada? 7
¿Debo entrar e n sus sentimientos, y regular mi
conducta de acuerdo con ellos?
1 4. No condenes a nadie en p a r t i c u l a r , pero
nunca te comportes de forma extraordinaria. La piedad
de
t00 x Ë Dl'z'Aerf' xs c ii Ré i "lE fr' x "s .

Aquellos que afirman estar bajo el hechizo de un


particular y extraordinario amor a Dios, a menudo
pueden ser sinceros, pero por lo general no son ni sabios
ni iluminados. Casi siempre está lleno de amor propio y
de orgullo secreto; porque el orgullo y el amor propio
atraen todas las cosas hacia sí, incluso a Dios y todos sus
atributos, su poder, su bondad y su providencia. Incluso
les parece a los hombres que Dios sólo es bueno en la
medida en que se esfuerza por hacerles el bien; y que no
deben detenerse en las reglas de su sabiduría cuando se
trata d e ayudarles. Pero recuerda que Dios sigue
constantemente las leyes generales que muy sabiamente
ha establecido; y que, si quieres que te proteja, debes
someterte a estas mismas leyes.
J 5. Le había prometido, cuando fue llevado a Roma,
que nadie se perdería en la tempestad; sin embargo,
actuó como si su salvación dependiera sólo de su
cuidado y vigilancia. Y yo, que siempre he sido el
principal objeto de la misericordia de Dios, he huido en
varias o c a s i o n e s d e la furia de Hebreo y de los
judíos, como si no hubiera confiado en la protección de
mi padre. Es tentar a Dios mezclar las formas naturales
con las palabras humanas. Debemos usarlas siempre que
nos estén permitidas, y quien, sin ninguna inspiración
particular, las descuide y pretenda tener a Dios como
protector, es un milagrero y un presuntuoso, o tal vez un
necio y un demente.
lti. Qtie les ho ninies sont sa iris et rirl icu les 'bc s'ima-
giner 'pic God trou ble ra s'ins raison l'ordre ef 1:i si ni -
plicili' de ses voies potir s'a'-corrnnoiler .i le ur fiintaisie! et
'ju'ils sont im Jei'uilc*nls et tème* rai res i l i i n s la eon-
liiince qu'i s ont en moi! Ain pe ul. nion fil-, se con li er

^ 1f'//f//. 3, t 3 : /t*///+, 7, I : nt J 0. :\0.


ii fiïz'1'i: x s uï: ntz'A'zfox. to

en l a justicia de su causa; podemos esperar su curación


desde el cielo. Sí, sin duda, puesto que es Dios quien lo
hace todo. Pero si q u i e r e s curarte, tienes que tomar
la medicina cuando creas q u e h a s i d o p r o b a d a .
S i quieres ganar tu c a s o , tienes que buscar pruebas
que lo demuestren, y no imaginar que Dios hará
milagros a tu favor.
4.7. Es verdad que Dios es bueno, y que concede
bienes mayores que la salud o el ganar un pleito a
quienes, en la sencillez de su corazón, abandonan a su
guía el cuidado de sus asuntos y de su salud, p o r q u e
temen que los afanes de la vida los desvíen de mejores
aplicaciones. Pero n o hablo de aquellos que desprecian
y sacrifican1 los bienes de l a t i e r r a , y que por ello
merecen, no la abundancia de las riquezas, sino la
abundancia de la gracia.
Me refiero a la clase d e hombres que, llenos de un
orgullo y un a m o r p r o p i o insoportables, esperan que
Dios piense en ellos, y luego que piense en ellos.
sus llamas, y le culpan de las desgracias que les ocurren,
cuando por su parte viven e n oi
:-i y la pereza.
18. Odio la ceguera más terrible, que consiste en que
ni siquiera piensan en el gran negocio de su salvación, y
lo dejan enteramente a la bondad de Dios. Dicen que es
asunto mío, que todo lo esperan de mi cuidado, y que, si
están entre los predestinados, Dios sabrá santificarlos sin
que ellos se preocupen de ello.
que les inquieta. La salvación, dicen, no es el éxito d e l
que corre, sino el beneficio
el que hace rniscricor'le . Decir que Dios no nos salva
sin nosotros, es negar su poder; y es desconfiar de su
bondad y carecer de fe, que a
Oír que Dios nos ama en Aquel que hace dignos de su
indulgencia a los seres más despreciables. Dieti
t0g HÉDITAT108S C HR ËT$Ei$ NET.

quiere santificar a todos los hombres, nadie puede


resistirse a su voluntad: vivamos, dicen, confiados.
Confiando, honramos todos los atributos divinos.
49. Escucha, Ols, Dios quiere salvar a toda la
humanidad, pero por los medios más sencillos, por los
medios verdaderos que llevan la mejor impronta de sus
atributos; y sólo se salvarán los que entren e n el orden
de sus caminos. No necesito hablarte ahora del orden de
la gracia; algún día te hablaré más de eso. Sólo quiero
hacerte comprender que la naturaleza puede, y debe,
ponerse al servicio de la gracia; y que a menudo nos
metemos en problemas porque nos damos cuenta de que
estos dos órdenes no tienen nada que ver el uno con el
otro.
20. El mal tiempo, una enfermedad o alguna falta de
amor propio impiden q u e un libertino busque el objeto
d e su pasión; c o m o su concupiscencia no se
despierta por e l m o m e n t o , entonces puede convertirle
un grado de gracia que en otras circunstancias no tendría un
efecto considerable. Hay quien persevera en gracia hasta la
muerte habiendo vivido sesenta y cinco años en pecado, y
hay quien habiendo vivido sesenta años en estado de gracia
n o persevera hasta la muerte. Así pues, e l genio de la
gracia e incluso el de la perseverancia dependen de la
combinación del orden de la gracia con el de la naturaleza.
Lo mismo sucede con todas las demás f o r m a s d e
gracia; pues todas las formas de gracia obran tanto más en el
corazón cuanto menos obstáculos encuentran, y ahora hay
muchos obstáculos que son consecuencia necesaria de las
leyes de la naturaleza. 2'hubiera soportado pacientemente su
pobreza si no hubiera e n c o n t r a d o el art;ento d e su
prójimo a su alcance; y tal fue lo bastante tocado por Dios
para restaurar un robo, si, 'en el momento de la g r a c i a ,

* Mé'l. .fiif, A/ff, ñ/ 1', vtc.


' f'-nffd de /n Nrtf i're ef roe /' fii''lrc, 'lett xii'rnn }iart ii' dti second
discurso.
O tJ ITI1M E M EDITACIÓN . 1.0.3

la presencia de un niño no había re Y8lllc pa- ternal


amor, o algún otro objeto otra pasión latente.
21. Ahora bien, si la salvación depende de la combinación
de
Aunque Dios quiere salvar a todos los hombres, sólo
salvará a los que puedan salvarse, Dios actuando como
debe actuar según las incomprensibles reglas de la
naturaleza. Pues, aunque Dios quiere salvar a todos l o s
h o m b r e s , sólo salvará a los que puedan salvarse,
actuando Dios como debe actuar según las
incomprensibles r e g l a s d e su sabiduría.
z*2. El propósito de Dios en su L'gI ise es hacer una obra
digna de él. Quiere que su Iglesia s e a grande, porque
quiere que todos los hombres s e a n sattve's'. Quiere que
sea b e l l a , porque la snnc/i/icafi'on de l o s
h o m b r e s es lo que quiere la Jiïus°. Dios ama, pues, la
grandeza y la belleza de su obra, pero ama más las reglas de
su sabiduría. Quiere salvar a todos los h o m b r e s , pero
sólo salvará a los que pueda salvar, actuando como debe
actuar. Corresponde a los hombres seguir sus caminos. Dios
n o cambiará para ellos el orden, la uniformidad, l a
regularidad de su conducta. La acción de un Dios debe
tener el carácter de los atributos divinos.
23. Así pues, mi querido discípulo, procura que la
naturaleza sirva a la gracia si quieres asegurar tu
salvación. Evita todas las cosas q u e excitan las
pasiones; evita los placeres de los sentidos; no puedes
probarlos sin hacerte esclavo de ellos, y puedes
despreciarlos antes de haberlos probado. Evita la
compañía de los libertinos.
*IF''"'.2,/i.
}04 MI DITA TI0 "S CB RÉi'iENNES.

la de los grandes; huye de los espíritus cohechores y de


los falsos eruditos. Habla poco; escucha poco a los
hombres; entra a menudo en ti mismo; ora sin cesar; y,
para que seas constante e incesante en tus ejercicios de
piedad, no esperes que yo te exhorte incesantemente a
hacerlos; Pero hazte una ley inviolable de retiro y
oración a ciertas horas del día, de modo que el sonido de
l a hora que llega baste para despertar tus buenas
costumbres, tus costumbres te dispongan a la oración, y
para que, haciendo que la naturaleza sirva a la gracia, al
menos los pensamientos de orar vengan a tu mente por
leyes generales y ordinarias y sin que Dios actúe en ti de
un modo particular.
S4. Comprendo muy bien, mi soberano maestro,
que para realizar sus planes, cualesquiera que sean, no
debemos esperar que Dios haga milagros en nuestro
favor. Actuar por voluntades particulares me parece
actualmente tan indigno de un ser inmutable y de una
inteligencia que no conoce límites, que me sorprende
que los milagros sean tan frecuentes. Me inclino a
creer que todas estas historias extraordinarias son sólo
el efecto de la debilidad de las imaginaciones
supersticiosas, o al menos que todo lo que nos parece
milagroso no lo es.
25. Por lo común, hijo mío, lo que parece milagroso es
realmente lo que parece; pero todo lo que es milagroso
rara vez e s efecto de una voluntad particular de Dios;
casi siempre es efecto de alguna ley general desconocida
para ti, que Dios, por una voluntad particular, ha
establecido para producir elfeles que tienden al bien y a
la perfección de su obra.
26. Milagro es un término equiroco. O se toma
' Yoy. la ilepon,te au pl'riniiet- verset 'les Ilé/t. phil. el Alilot. ike
M. Arnauld, cli. ii.
il UITiÈ x ii " ÉDIzA'ri0x .

para señalar un efecto que no depende de las leyes


generales conocidas por los hombres, o más
generalmente, para un efecto que no depende de
ninguna ley ni conocida ni desconocida. Si se toma el
término milagro en el primer sentido, ocurren
infinitamente más milagros de lo que pensamos; pero
ocurren muchos menos si se toma en el segundo
sentido.
27. Para que lo comprendas claramente, recuerda que
es Dios quien lo hace todo por la fuerza omnipotente de
su voluntad, que sólo él actúa por su propia eficacia, y
que no comunica su poder a las criaturas a menos que las
establezca por leyes generales, causas ocasionales para
producir determinados efectos. Por ejemplo, Dios te dio
el poder de cambiar de brazo, en cuanto estableció, por
una de las leyes de la unión d e l alma con el cuerpo,
que los espíritus animales se vertieran en tus músculos
según tu voluntad. Dios ha querido y no cesa de querer
que así sea. Ahora bien, todas las voluntades de Dios son
eficaces. Por tanto, sólo Él mueve tu b r a z o por la
eficacia d e su voluntad, pero como resultado de tus
deseos, que son en sí mismos ineficaces. Él ha
establecido las leyes naturales de la unión del alma y del
cuerpo, que sigue constantemente, y por medio de ellas
te comunica la fuerza que necesitas.
.ts sobre t u cuerpo, y a tu cuerpo lo que ahora tiene
sobre tu espíritu; debes estar plenamente convencido de
ello después de todo lo que te he dicho.
28. Ahora bien, Dios ha comunicado su poder a
inteligencias que vosotros no veis, por leyes
desconocidas para vosotros*. Gar sabes bien que Dios
ha sometido el mundo presente a los ángeles, y que me ha
dado a mí, como hombre, todo el poder en el cielo y en
la tierra, no sólo sobre el mundo presente, sino también
en el futuro.
10 GM£Dïz'A 7IoNS €By9TÎ r'.xXsS.

el mundo futuro'. Gar es por mí que Dios ha dado la ley


y los bienes que la ley prometía a sus observadores; y es
por mí que ha hecho la nueva alianza y ha dado a los
hombres toda clase de bienes. Así pues, todos los efectos
extraordinarios que no son más que consecuencias de
mis deseos o de los de las inteligencias, son milagros
c o n respecto a los hombres, pero no son absolutamente
milagros. Son milagros en el primer sentido, pero no
e n e l segundo, puesto que no son producidos por
Dios mediante voluntades particulares, sino como
consecuencia de las leyes generales que Dios ha
establecido, comunicándome a mí y a las inteligencias su
poder de realizar su obra, mediante causas segundas, d e
una manera sencilla, regular y constante, y que lleva la
marca de su sabiduría e inmutabilidad.
fl9. Ahora bien, ni yo ni los ángeles deseamos sin gran
razón producir efectos que perturben el orden de la
naturaleza y sorprendan al mundo. Todos trabajamos
para el mismo fin; yo construyo mi Iglesia, y l o s ángeles
son mis ministros; mis deseos llevan la gracia a las
almas, y la acción de los ángeles quita o disminuye los
obstáculos que los demonios y la naturaleza desordenada
ponen a la eficacia de mi gracia. Actúo inmediatamente
en los espíritus, por la luz que difundo en ellos, y en los
corazones por los sentimientos espirituales q u e les
toco, para conducirlos al bien. Mis ministros sólo actúan
en los cuerpos, con los cuales los espíritus tienen
diversas relaciones, y mi madre y los santos interceden
ante mí en favor de los que los invocan. Pero es el orden
el que gobierna todos nuestros deseos. Me refiero al
orden inmutable y necesario, que adjunto como

' Véase la Respuesta a la bis.serï "f ion de M. Arnauld, y la última


Ier.lnircïssemetit du fi-Oiïi de In Nat.ure ef de le Grdce. - ffeôr. 2,
DUîTîËRE DÉDIT*Tî0N.
orden que es incluso la regla d e l a s voluntades de mi
padre y que él ama con un amor sub- tancial y necesario.
Gar no imagines que mi padre determina todas mis
voluntades, ni las de los ángeles y santos, mediante sus
voluntades particulares. Como hombre, se me ha dado
pleno poder en el cielo y en la tierra, y por consiguiente
soy libre de e l e g i r mis materiales y de hacer como me
plazca la obra que Dios me ha dado para hacer: pero el
orden inmutable es mi regla y mi ley inviolable; puedo
hacer cualquier cosa, pero no puedo querer nada que sea
contrario a él. Dios quiere el orden inmutable y necesario
de una voluntad inmutable y necesaria. No podemos
concebir al Ser infinitamente perfecto sin amor al orden;
y si le suponemos creador de algunos espíritus, no
podemos concebirle sin la voluntad de que estos espíritus
se conformen al orden. Así es que el orden en general es
l a regla de nuestros deseos, y no ciertos deseos
particulares por los cuales Dios regula nuestra acción y
hace inútil el poder que nos ha dado. Pues el poder de las
creaciones consiste sólo en la libertad de querer, ya que
no tienen eficacia en sí mismas. Así pues, todo lo que
hacemos a medias, Dios lo realiza como consecuencia de
las leyes generales que ha establecido y que le son
desconocidas. Dios sólo actúa p o r m e d i o d e
voluntades particulares cuando el orden lo permite o l o
exige; lo cual e s rarísimo, por las razones que te he
dado. El orden, hijo mío, regula, pues, nuestros deseos o
nuestra acción; pero como no tienes un conocimiento
perfecto ni d e l orden ni de la obra espiritual que
estamos consluyendo, no te es posible comprender las
razones de nuestra con- ducción. Permanece firme en lo
que comprendes, procura alimentarte y mantenerte con
ello, y hazte así digno de q u e continúe instruyéndote.
J ti S

ü0. Te agradezco, mi único maestro, por toda la


iluminación que me das. Pero ¡ay! cuándo podré
contemplar la belleza de la casa de Dios y admirar la
sabiduría de tu conducta en la construcción d e tu obra 1
Si la sabiduría de Salomón sorprendió a la reina de Saba;
si la vista del templo y el maravilloso orden que en él se
observaba la llenaron de asombro; en una palabra, si lo
que sólo era la figura del templo espiritual que
construyes para gloria de tu padre tomó el espíritu de tan
sabia e ilustrada reina, ¿qué he de pensar de la realidad
misma? Cuándo gritaré como este ilustre príncipe en los
movimientos de santa alegría: Verne est sermo çiient
uudioi in terrâ meâ cuper sermonibus fuir et sapientiû
tuâ, et non credebatn nari-antibuc mihi donec ipsu seui,
et vidioculis tneis, ef probaoi guod media pars mihi nu.ntiatu
non fueril. fajoi' est sapientin et opern fun quàm ruinor
guère oiidiui. Ileati kiri tui et beati semi tui qvi Etant
coram te cempr.r, et audiunt saf'ienliam tuatn. dit
Dominos tous benedictus cui cotnylacuisti, et R eight te su-
yes' tht-onutn Israel *.

3 /tej/. 10.
NUEVA IIEDITATIÓN
De la puissance de Dieu. fjuc la création est possible : deu x causes
de l'crreui- de ce rtains }iliilosoplies sur ce sujet : la prcniic'rt-,
9u'on n'a pas d'idüe claire de puissance ; la seconde, que l'é tei-
dueintelligilile est ûtei'iielle et infi nie, mais que l'étendue maté-
rielle est crcte. ïjue lt-s espi-its ne sont pas dos inodifical ions
particulit-rcs de la rai son univei-se Ht*; que ri'a)'unt point d'itlüi-
claire de notre à me, nous ue Jeou tt-1aii-cir les difflctiltüs '@

J. Oh eterno Yerbe! tu sustancia inteligible es infinita,


ninguna mente lini puede comprenderla; pero toda
mente puede y debe alimentarse de ella. Pues he
aprendido que sólo tú eres el alimento, el dado, la razón
de todas las inteligencias. Incluso eres el Yerbe o el rai-
son del Padre, así como el nuestro, aunque de forma muy
diferente. Así, aunque n o p u e d a comprender la
sabiduría innata que Dios sigue en su conducta, siempre
puedo aprender algo consultándote. Tengo ahora una
difíicultú que me avergüenza y que le ruego me aclare.
¿Cómo e s posible que hayas sacado de la nada esta
masa de materia que parece no tener límites, y de la que
has formado este mundo visual? ¿Existe alguna relación
entre la nada y la sustancia material, y puede alguna vez
hacerse algo a partir de la nada? 7 Se dice que derivamos
nuestro origen de la nada. Pero, lejos de comprender esta
verdad, no veo nada q u e la haga plausible; pues la
nada y la sustancia material no tienen nada en común.
( tO ÆËD1T*T10NS CDRÉTîENOES.
ser son dos términos que mi mente no puede unir, y
entre los que no puede descubrir ninguna relación.
2. T a m p o c o hay, mi querido hijo, relación entre la
nada y el ser, y no es de la nada de d o n d e derivas tu
origen. 8 Yo soy el principio de todas las cosas, y es por el
poder infinito de Dios que las criaturas reciben su
existencia. Os gustaría comprender cómo la voluntad de mi
Padre es tan eficaz que da y sostiene todas las cosas. Pero
en vano te atormentas por averiguarlo. ¿No t e he dicho ya
que sólo debes consultarme acerca de lo que yo declaro ser
la sabiduría eterna y la razón unificada de los espíritus?
Cuando me preguntabais sobre la conducta de Dios, ¿no os
respondí en la medida en que os encontraba capaz de
soportar estas grandes verdades? Me preguntabais lo que
debía daros en vuestra calidad de razón univei-sal d e l o s
e s p í r i t u s . Pero queréis saber por qué una cosa existe
sólo porque Dios la tiene. Me pedís una idea clara y
destilada de esta eficacia infinita que da y d a el ser a
todas las cosas. No puedo darte ahora una respuesta que te
satisfaga; tu petición es indiscreta. Me preguntas por el
poder de Dios; pregúntame por su 4 sabiduría, si quieres
que te satisfaga ahora. No doy a los hombres n i n g u n a
idea distinta que responda a la palabra de p o d e r o de
eficacia, p o r q u e Dios no ha dado nunca ningún poder
real a las criaturas, y sólo debo dar ideas para dar a conocer
las obras de Dios y la sabiduría de su conducta. Los
hombres mueven sus brazos por un poder que no les
pertenece y que debe serles desconocido. Nunca
encontraréis relación alguna entre la voluntad de los
intelectos y los efectos más leves; pues, aunque creáis que
Dios es el único que tiene poder para obrar, nunca
encontraréis relación alguna entre la voluntad de los
intelectos y los efectos más leves.
N EU \'I È$l E GÉ DITATION .

hace lo que quiere, no es que creas claramente que hay una


razón necesaria entre la voluntad de Dios y los efectos, ya
que no sabes cuál es la voluntad de Dios, sino que es obvio
que Dios no sería omnipotente si sus voluntades absolutas
quedaran sin efecto.
3- ¡Qué estúpidos y ridículos son los filósofos! Se
imaginan que la creación es imposible, p o r q u e no
conciben que el poder de Dios sea
lo suficientemente grande como para hacer algo con él.
Pero, ¿conciben realmente que el poder de Dios es capaz
d e mover un fardo? Si tuvieran cuidado, no concebirían
ni l o u n o más claramente que lo otro, puesto que no
tienen una idea clara de efi ciencia ni de poder; de modo
que, si siguieran su falso principio, podrían decir que Dios
no es bastante poderoso para dar movimiento a la materia.
Pero esta falsa conclusión les llevaría a sentimientos tan
impertinentes e impíos que se convertirían inmediatamente
e n objeto del desprecio y la indignación hasta de las
personas más incultas; pues pronto se verían reducidos a
sostener que no hay movimiento ni cambio e n e l
mundo, o bien que todos estos cambios no tienen causa
que los produzca, n i sabiduría que los regule.
4. Pero, ya que quieres alguna prueba de que el
Te las mostraré sin darte una idea clara ni de poder ni
de eficacia. Sin embargo, no esperes pruebas positivas,
que den luz y evidencia en tu mente; esto no puede
h a c e r s e sin la ayuda de ideas claras. Espera pruebas
negativas, pero lo suficientemente fuertes como para
persuadirte invenciblemente de la verdad de la que
tienes dudas.
ii. Si la materia fuera increada, Dios no podría crearla.
3t ÉDITA TIONS Cfi h ÉTIENNES.

Pues Dios no puede mover la materia ni disponerla


sabiamente si no la conoce. Ahora bien, Dios no puede
conocerla a menos que le dé el ser; pues Dios sólo puede
derivar su conocimiento de sí mismo; nada puede actuar
en él ni iluminarle. Por tanto, si Dios no viera en sí
mismo, y por el conocimiento que tiene de sus
voluntades, l a existencia de la materia, ésta le sería
eternamente desconocida. Por lo tanto, no podría
ordenarla ni formar ninguna obra a partir de ella. Ahora
bien, vuestros filósofos están tan de acuerdo como
vosotros en que Dios puede mover los cuerpos. Así pues,
aunque no tengan una idea olar de poder o eficiencia;
aunque no vean ningún vínculo entre la voluntad de Dios
y la producción de criaturas, deben reconocer que Dios
creó la materia, si no quieren hacerlo impotente e
ignorante,
Esto e s corromper la idea que tenemos de él y negar
su existencia.
fi. Si tuvieras, mi querido discípulo, una idea clara
de la eficacia o del poder, verías claramente que la
materia sería inmóvil si fuera increada, porque los
cuerpos sólo son capaces de movimiento porque el
que les da el ser puede hacerlo suc- sivamente en
diferentes lugares así como en el mëine. G:ir no
imagines que Dios fatiga a los cuerpos y luego les
comunica una fuerza moribunda para ponerlos en
movimiento'. Repasa en tu mente las verdades que ya
te he demostrado. La fuerza moribunda de los cuerpos
consiste únicamente en la eficacia de la
Es la voluntad de quien le da vida incesante y
sucesivamente en distintos lugares. Creación y
conservación son una misma acción. Los cuerpos son,
porque Dios quiere que sean; se con-
tï3

tiniient d'c*tre, parce que Dieu continue de vouloir qu'ils


soient. Porque si Dios dejase d e querer que fuesen,
dejarían de ser; de otro modo serían in-dependientes;
Dios ni siquiera podría aniquilarlos, puesto que nada
puede s e r objeto d e una voluntad positiva por parte de
Dios. Por último, están en movimiento, p o r q u e Dios
quiere que estén sucesivamente en distintos lugares. Así
pues, si Dios no d ier a el ser a la materia, no podría
moverla; puesto que, para dar el ser de tal o cual
m a n e r a , es necesario ante todo p o d e r dar el ser.
7. Pero como los hombres imaginan que realmente
tienen el poder de mover los cuerpos, y que no tienen
el poder de producirlos, juzgan que mover y crear son
efectos de dos poderes muy diferentes; que el poder de
mover no es muy grande, pero que el de crear es
infinito. Y ciertos filósofos, que pretenden refinar los
sentimientos de los demás, tfimeraircly juzgar que
Dios tiene el poder de mover los cuerpos, sin tener el
poder de darles vida; que es la más falsa de todas las
opiniones. Debes estar plenamente convencido de todo
esto, si has comprendido bien que, fuera de Dios, no
hay poder real, y que toda eficacia, por pequeña que la
supongamos, es algo divino e infinito.
8. Hay otra razón más por la que los homrncs se inclinan por
creen que la materia es increada; es porque cuando
piensan en la extensión no pueden evitar verla como un
entre necesario. En efecto, con-
El mundo fue creado en espacios inmensos, y estos
espacios nunca han comenzado, y ni siquiera Dios puede
destruirlos; d e m o d o q u e .
4t4 iiÉ o ii "a lui ri s c iinÉi "i INN ss .

Al relacionar la materia con estos espacios, porque la


materia andfec- tivcmenl no es otra cosa que espacio o
extensión, consideran la materia como un Ser eterno.
9. Pero hay que distinguir dos clases de extensión: una
inteligible, la otra material. La extensión inteligible es
eterna, inmensa, necesaria'; es la inmensidad del Ser
divino, como en fiiiimento participable por la criatura
corpórea, como representante de una materia inmensa; es, en
una palabra, la idea inlligible de una infinidad de
mundos posibles; es lo que tu mente contempla cuando
piensas en el infinito. Es a través de esta extensión
inteligible que conoces este motivo visible; porque el
mundo que Dios ha creado es invi- sible para sí mismo.
La materia no puede actuar en tu mente ni representarse
a sí misma ante ella; sólo es inteligible a través de su
idea, que es la "extensión inteligible"; sólo es visible y
sensible porque, en presencia d e los cuerpos, Dios
representa la extensión inteligible a la mente, y la hace
sensible a través de los diferentes colores u otras
sensaciones, que sólo son modihcaciones de tu ser. Gar
es sólo Dios quien actúa en los Espíritus, es sólo él quien
puede iluminarlos y tocarlos.
4.0. El otro tipo de extensión es la materia de la que se
compone el mundo; lejos de que la percibas como un ser
necesario, es sólo la fe la que te habla de su existencia. El
mundo empezó y puede dejar de ser; tiene ciertos límites
que puede no tener. Crees verlo, y es invisible, y le
atribuyes lo que ves cuando no ves nada q u e le
pertenezca. Ten cuidado, pues, de no juzgarte
demasiado-.
¡! \'cj". Enfr'efier .en'' lel :ï/''*'iy'/'y.w'yr/t', eiJt. 8, n. 8.
. el segundo À / i f i 'efie'i aur /'z nic'-/.
HEU VIÈ H E MË DITATION

de lo que no ves en modo alguno. La extensión


inteligible te parece eterna, necesaria, infinita; cree lo
que ves. Pero no creas que el mundo es eterno, ni que la
materia de que se compone es inmensa, eterna,
necesaria; no atribuyas a la criatura lo que sólo pertenece
al Creador, y no confundas mi sustancia, que Dios
engendra por la necedad de su s e r , con mi obra, que yo
produzco con el Padre y el Espíritu Santo por una acción
enteramente libre.
41. Esto, me parece, aclara mis dudas. Atribuí al
mundo material l o q u e descubrí en el mundo
inteligible, y encontré bastante razonables l o s
sentimientos temerarios e impíos de algunos filósofos
sobre la eficacia de vuestras voluntades. Confieso que
juzgué el poder de D i o s sin razón, puesto que lo
juzgué sin idea.
.ora, ¿no tenía yo alguna razón p a r a creer que la
eternidad es eterna? ¿No debemos juzgar las cosas por
sus ideas? ¿Podemos juzgarlas de otro modo? Y, puesto
que no puedo dejar de considerar l a e x t e n s i ó n
inteligible como inmensa, eterna, necesaria, ¿no tengo
razones para creer que la extensión m a t e r i a l tiene
todos los mismos atributos?
42. 11 debe, mi querido diSC'l' -. juzgar las cosas por sus
ideas; es la única manera de juzgarlas.
fijarse en sus atributos esenciales y sólo en las
circunstancias d e su existencia. La idea que tienes de
la extensión te la representas como divisible, móvil,
impenetrable. Juzga sin temor que esencialmente tiene
estas propiedades; pero no juzgues que es inmensa o
eterna. Puede que no lo sea en absoluto, o que tenga
límites muy estrechos. No tienes razón al creer que
sólo hay un palmo de extensión material*, aunque
tengas e n mente una inmensidad infinita de extensión.
M E DITATIO NS C11R ÉTIEN N ES.

Lejos estáis de juzgar por ella que el mundo es


infinito, como hacen algunos filósofos. Tampoco
debéis juzgar por ella que el mundo es eterno, porque
consideráis la extensión inteligible como un éter
necesario, cuya duración n o tiene principio ni puede
tener fin; pues, aunque debéis juzgar de la esencias de
los elementos por las ideas que los representan, nunca
debéis juzgar por ellas de su existencia.
J 3. Qué peligroso es, hijo mío, especialmente en el
campo de las matemáticas, entender las cosas sólo a
medias 1 A menudo creemos saber lo suficiente para
juzgarlas, aunque no entendamos nada de ellas; y los
más leves errores en esta parte de la filosofía son de
consecuencias infinitas. l desdichado Spinosa pensaba
que la creación era imposible, y por U ¿en qué error no
cayó? Cuanto más se razona correctamente, tanto más
se extravía uno cuando sigue un principio falso. Un
hombre que razona equivocadamente puede
enderezarse y volver a tomar los caminos comunes por
el azar y el prejuicio; pero un hombre exacto y
temerario sigue constantemente el error y se pierde sin
recursos, ya que el error nunca conduce a la verdad por
sí mismo.
11. ¡Oh Jesús mío! nunca me abandones; que tú
Tu luz guía cada uno de m i s pasos y regula cada uno
de mis pensamientos. Dejadme más en la simplicidad de
mi ignorancia, sometido a la autoridad de vuestra palabra
y bajo la guía de mi Madre, vuestra querida E s p o s a ,
que compartir conmigo esta luz que deslumbra y
enfurece a los espíritus cuando carecen de caridad y
humanidad. Las verdades taphísicas son sublimes y de-
licadas, y es difícil que los hombres de carne y hueso se
mantengan firmes e n la contemplación d e estas
verdades. Su imaginación les seduce, y tomando por
principios incuestionables sentimientos que halagan una
de s u s pasiones, imprudentes, tú-
N EU YlÈàl E M É DITE TI0?l

0 Salvador mío 1 ayúdame siempre a distinguir entre lo


que es razonable y lo que es probable, y fortalece mi
atención para que nunca esté de acuerdo con nada hasta
que me vea obligado a hacerlo por la evidencia de tu luz
o por la autoridad de tu palabra! mi cuerpo agobia mi
mente cuando se eleva a verdades abstractas. 11 no
encuentra apoyo en pensamientos que nada tienen que
ver con el sentimiento; y cansado por sus esfuerzos,
descansa y trata de consolarse con una posesión
imaginaria de la verdad. A p ó y a m e en mi búsqueda.
Forma en mí deseos lo bastante grandes para merecer ser
cumplidos; o al menos, si mi amor por la verdad no es lo
bastante ardiente ni lo bastante puro para merecerlo, no
pienses q u e , seducido por el error, viviré una vida que
no vale la pena vivir.
' ontenido y sin preocupaciones.
4ù . Oh fuerza mía y luz mía! ¿ p u e d o obtener de ti
saber lo que soy, y qué es esa su bslanza que siento en
mí capaz de conocer la s eridad y amar el bien? Soy,
pero ¿por cuánto tiempo? ¿Soy eterno o dejaré de serlo?
S o y , pero ¿qué soy? Pienso, pero ¿cómo? Siento que
quiero, pero qué, no sé claramente qué es querer.
Cuando pienso en mis cuerpos, veo de lo que son
capaces; los comparo entre sí y descubro sus relaciones.
Pero por más q u e intento representarme a mí mismo,
no puedo descubrir lo que soy. Cuando sufro algún
dolor, lo conozco: pero antes de sufrirlo, no tenía idea de
que mi sustancia fuera capaz de él; e incluso mientras lo
sufro, no comprendo ni lo que e s , ni qué relación puede
tener con mi sustancia.
No quiero verte, ni conmigo, ni con lo que me rodea. En
una palabra, sólo soy tinieblas para mí mismo, mi
sustancia no sería inteligible; y si tú no me iluminas con
tu luz, no podrás comprenderme.
0î8 M ù Dit A7t0nS CItR 'l'Ix "X sS.

Si no me dejo guiar por tu luz, el amor que siento por


la verdad me llevará a algún error. Porque me siento
inclinado a creer que mi sustancia es eterna, que soy
parte del ser divino, y que todos mis diversos
pensamientos no son sino modificaciones particulares
del Rai- son universal.
4 G. Ah 1 hijo mío, ¡qué mal conduces tus
pensamientos! y ¡qué temerario serías, si entraras en lo
más mínimo en sentimientos tan impíos y bizarros! La
mente perversa que los publicó creyó que la creación era
im-
g p o s i b l e , y es este falso principio el que le ha conducido a
estos errores. Pero, en cuanto a ti, ¿no te he demostrado
que es necesario atribuir a Dios un poder infinito, aunque
no tengamos una idea clara de él? Hijo mío, cree sólo lo
que comprendas claramente, y no pongas nunca en duda
los sentimientos comunes en aras de unas cuantas
razones plausibles. Ahora me pides una información que
no estoy resuelto a compartir contigo. Pero, para
satisfacerte, estoy dispuesto a darte una razón por la que
no te doy lo que me pides. Escúcheme bien.
t 7. Se pueden conocer las cosas de dos maneras:
por el sentimiento o por la idea. E l s e n t i m i e n t o
no ilumina la mente, pero las ideas esparcen tanta luz
que corresponde a quien las contempla descubrir
todas las propiedades de los objetos que presentan. Si
sabes que el cuadrado de la diagonal de un cat're es el
doble de ese cuadrado, y que esta diagonal es
inconmensurable con sus lados, es porque tienes u n a
idea clara d e l a medida, y que contemplándola
puedes descubrir sus relaciones. Ahora bien
19

tienes una idea clara de la Expansión, porque te describo


la expansión inteligible que contengo, como ya te he
dicho, y sobre la cual se forma la expansión material. No
te puede faltar luz, porque ves la sustancia que es la
única que ilumina a todas las inteligencias. Y si
volvieras a m i r a r con alguna atención las relaciones
de l a e x t e n s i ó n , descubrirías tantas de ellas, y
verías que aún habría tantas otras por descubrir, que
quedarías plenamente convencido de que si ignoras un
número infinito de eridades geométricas, ello no se debe
al defecto de tu idea, sino sólo a la debilidad y pequeñez
d e tu mente. Así pues, las ideas puras iluminan
perfectamente la mente, y a través de ellas podemos
satisfacer nuestra curiosidad acerca de los objetos que
representan.
18. Pero no ocurre lo m i s m o c o n l a s ideas
sensoriales; los sentidos siempre te engañan, y el
sentimiento interior que tienes de ti mismo nunca va
a c o m p a ñ a d o d e luz. Me pides que te enseñe lo
que son realmente tu sustancia, tu pensamiento, tu
deseo, tu dolor. No puedes saber estas cosas claramente
hasta que t e haga contemplar la idea de tu s er,
mostrándote lo que hay en mí que te representa. Pues
aparte de mí, nada es inteligible. Yo no puedo ser tu luz
para ti mismo, ni ninguna inteligencia puede serlo para
otra inteligencia. Tú sabes que eres, y que piensas,
amas, alivias; porque tienes un sentimiento interior de
tu ser y de sus modificaciones, un sentimiento interior
que te impresiona, pero, una v e z más, un sentimiento
sin luz que no puede iluminarte; un sentimiento que
no puede enseñarte lo que eres, ni servirte para resolver
las dificultades que te avergüenzan. t9. Ahora bien, hijo
mío, no debo darte ahora una idea clara de tu sustancia,
por dos razones
î9 O i¥1É G1'I',ATI0 h S ti HR ÉTIE h N ES.

principales. En primer lugar, porque si fueras claramente


consciente de lo que eres, ya no estarías tan unido a tu
cuerpo. Ya no lo considerarías una parte de ti mismo.
Infeliz como eres ahora, ya no te preocuparías por la
preservación de la vida. Ya no tendrías una víctima que
ofrecer a Dios; pues en lugar de ofrecerte como sacrificio
a mi justicia por las miserias que acompañan a la vida y
la muerte que le pone fin, porque consideras tu cuerpo
como tu p r o p i o ser, te creerías, por el contrario,
liberado de todos los males por la muerte. Así pues,
siendo pecador, conviene que te tomes a ti mismo por el
cuerpo al que estás unido, para que salves tu propio ser
mediante el suplicio debido a todos los pecadores.
20. En segundo lugar, porque la idea de un alma es
una
un objeto tan grande y tan capaz de extasiar la mente con
su belleza, que si se tiene la idea de su tamaño, no se
puede pensar e n otra cosa. Pues si la idea de escala, que
no representa más que cuerpos, fascina tanto a los físicos
y a los geómetras que a menudo olvidan todos sus
deberes para contemplarla; Si un matemático se deleita
tanto comparando magnitudes para descubrir sus
relaciones, q u e a menudo sacrifica sus placeres y su
salud para encontrar las propiedades de alguna línea,
¿qué aplicación no darían los hombres a la búsqueda de
las propiedades de su propio ser y de un ser
infinitamente más noble que los cuerpos? ¿Qué alegría
no derivarían de comparar entre sí, a través de una visión
clara de l a mente, tantas modificaciones diferentes,
c u y o mero sentimiento, aunque débil y confuso, les
ocupa tan extrañamente?
21. Pues debes saber que el alma contiene en su interior
ella es la fuente de todo lo que es bello en el mundo,
N EU viÈ xi: uïirnTxriux.

t*e" colores, estos olores, estos sabores y una serie de


otros sentimientos de los que nunca has sido tocado, son
sólo modificaciones de tu sustancia. Esta armonía que te
arrebata no está en el aire que golpea tu oído; y estos
inflnis placeres, de los que los más voluptuosos sólo
tienen un débil sentimiento, están encerrados en la capa-
cidad de tu alma. Ahora bien, si tuvieras una idea clara
de ti mismo, si vieras en mí este espíritu-arquetipo sms
el cual has sido formado, descubrirías tantas bellezas y
tantas verdades al contemplarlo, que nJgli¡;carias todos
tus deberes. Descubrirías con extrema alegría que
podrías gozar de una inflnidad de placeres; conocerías
claramente su naturaleza; los compararías sin cesar unos
con o t r o s , y descubrirías verdades que te harían tan
digno de tu aplicación, que absorto en la contemplación
de tu ser, lleno de ti mismo, de tu grandeza, de tu
nobleza, de tu belleza, no podrías pensar en otra cosa.
Yais, hijo mío, Dios no te hizo para pensar sólo en ti. Te
hizo para Él. Así que no te revelaré la idea de tu ser,
excepto en el tiempo feliz, cuando la visión de la
esencia misma de tu Dios borre toda tu belleza, y te
haga despreciar todo lo que eres para que sólo puedas
pensar en contemplarlo.
22. Ahora bien, mientras no tengas presente en tu
mente la idea de tu alma, todos los esfuerzos que hagas
por conocerte serán inútiles para ti. Nunca te
responderé directamente, por mucho que m e ruegues.
Pues sólo puedo responderte o iluminarte haciéndote
ver en mi sustancia, que es siempre luz, lo que deseas
saber. Digo que no puedo responderte directamente
sobre lo que concierne a la naturaleza y a las
propiedades del universo.

' Aecàerc/ie de In PtrftJ, liv. I.


1s9 MËVIf*TI08S Ch£ËTIENNES.
del espíritu; porque si eres cuidadoso, sólo indi-
camente y por la clara idea que tienes del c u e r p o ,
reconoces que tu alma no es material ni mor- tel.
23. Ves claramente en la idea que t i e n e s d e
extensión que todas las modificaciones que tienes d e
la materia se reducen a figuras o a ciertas relaciones
de distancia, y por eso concluyes que el placer, el
dolor y todo lo demás, que sólo puedes detectar en ti por
el sentimiento interior que tienes de ti mismo, no
pueden pertenecer a la sustancia corpórea, sino a otra
que llamas alma, espíritu, inteligencia... porque totite
manière d'être ne peut subsister sans quel substance, la
manière d'un ëtre n'étant n'étant que l'substance mme
d'une certaine f'içon; porque totite manière d'être ne
peut subsisler sans quel substance, la manière d'un ëtre
n'étant n'étant que l' ê t r e ou la substance mGme
d'une certaine f'içon. Ahora', sabiendo que tu alma es
un ser o una substancia d i s t i n t a del cuerpo, juzgas
que es inmortal; porque sólo se destruyen los modos
de los seres, y que los seres o substancias no pueden
volver a la nada, ya que, según las leyes orrlinarias de
la naturaleza, es tan imposible sacar una substancia de
la nada como hacerla volver a ella. Pero todas estas
con- clusiones se basan únicamente en la idea clara
que tienes del cuerpo, y en modo alguno en la idea del
alma, puesto q u e reconoces que tu alma no es
material, no por n i n g u n a idea clara que tengas de
ella, sino porque ves claramente en la idea de la
materia, que lo que sientes en ti mismo no puede
pertenecer al cuerpo.
n*4. No esperes, pues, que responda clara y
directamente a las preguntas que puedas hacerme sobre
todo lo que ocurre en ti y sobre las infinitas propiedades
de tu ser. Esfuérzate, por tu sumisión a las verdades de
la fe, y por tu fidelidad en la observancia de mis
preceptos y consejos, en merecer algún día una perfecta
comprensión de lo que ahora crees, y de las infinitas
propiedades de tu ser.
NE UYIÈ N li H ÉD ITATION.

No t e enredes en preguntas inútiles y demasiado


elaboradas, no sea que tu mente se hinche de orgullo, tu
pereza se detenga en lo verosímil y, seducido por el
error, te encuentres en esos caminos remotos donde
siempre hay grandes peligros. Este es, hijo mío, el
camino más corto y seguro para el conocimiento de la
verdad. Sí, el mejor precepto de lógica que puedo darte
es que vivas como un hombre del pueblo. Porque es
mucho mejor pasar algunos años en la ignorancia, y
llegar a ser un erudito para siempre, que adquirir durante
algunos días, y con gran dificultad, un conocimiento
muy imperfecto, y pasar una eternidad e n las tinieblas.
95. Me confieso a ti, mi único Maestro, y ya no
deseo consultarte más que sobre los x'eritos que son
necesarios para conducirme a la posesión de los
verdaderos bienes. El tiempo es corto, la muerte se
acerca, y debo entrar en la eternidad como yo quiera.
El pensamiento de la muerte cambia todos mis puntos
de vista y rompe todos mis planes. Todo desaparece o
cambia de rostro cuando pienso en la eternidad. Las
ciencias abstractas, por brillantes y sublimes que sean,
no son más que vanidad, las abandono. Quiero estudiar
religión y moral; quiero trabajar por mi propia
perfección y felicidad, y abandonar todas esas
ciencias vanas, de las que está escrito que quienes las
practican, en vez de hacerse sabios y felices, sólo
aumentan sus trabajos y sus preocupaciones.
1JIXllî3lE àlÉDlTATI0N
Para estar sólidamente atados, los placeres deben combinarse con el
tipo de alegría que no procede de la razón. Sólo Dios actúa en
nosotros y produce los placeres y la alegría que nos hacen felices y
contentos. Sabiduría y bondad de Dios visibles en las únicas-
iinvenciones que nos da de los objetos sensibles en consecuencia de
las leyes tle I'uliion d e l alma y del cuerpo,

1. Te doy gracias, razón mía y luz mía, por todas


las verdades que me has enseñado; las aconsejo
entrañablemente en este lugar de mi memoria, donde
guardo lo que tengo de más precioso; y repaso una y
otra vez, como los avaros, sus riquezas, pero con tanto
más gozo cuanto que hay diferencia entre sus bienes y
los que tú me das. Sé, mi único maestro, que eres el
único que puede iluminar las mentes; cuál es la
manera, c u á l e s son los temas sobre los que debo
preguntarte, y cuál es el carácter particular por el que
tus respuestas se distinguen de todas las que dan tus
criaturas; estoy convencido de que creaste a todos los
seres por un poder al que n a d a es capaz de resistirse,
y de que eres el único que puede iluminar las mentes.
'que los gobierno con una sabiduría que no puede ser
:issez admirer. Por favor, continúe educándome;
deseo invenciblemente ser L.eureux; ¿en qué consiste
la felicidad; de quién puedo esperarla; y qué debo
hacer para obtenerla?
S. Si reflexionas un poco sobre lo q u e sientes en tu
interior, reconocerás fácilmente que sólo hay
el placer y la alegría reales que nos hacen felices y
contentos. Todo placer hace feliz a quien lo disfruta
'en el momento en que lo disfruta, y le hace tanto más
feliz cuanto mayor es. Pero sólo los hace sólidamente
felices cuando se combina con la alegría, que es lo
único que hace que el espíritu esté contento.
3. El placer es un sentimiento que toca y modifica el
alma, que la sorprende y advierte a su razón, y que le
advierte, pero de un modo muy confuso, que el
verdadero bien está presente. Pues el placer de
c u a l q u i e r clase sólo puede ser producido en el alma
por Aquel que, estando por encima de ella, puede actuar
en ella y hacerla feliz. Pero el placer no revela en modo
alguno quién es el que realmente actúa en e l a l m a ,
c u á l es la causa que lo produce; de modo que los
cuerno mes imaginan sin pensar que el primer objeto que
se presenta directamente a sus sentidos en el mismo
instante en que sienten algún placer, es la verdadera
catise que lo produce en ellos. Se acercan a este objeto
por el movimiento de su voluntad, como por el de su
cuerpo; y porque sienten en este acercamiento un
aumento, y luego alguna conti- nuación del mGnie
placer, tleme uris unidos de cuerpo y espíritu este mc'me
objeto, y así se confirman en su error sobre el
tèmoi6nage de sus sentidos. Sin embargo
al menos como la mente no ve claramente quo
Como la fe, la razón y la experiencia mismas s e
o p o n e n a los juicios de los sentidos, y como los horn
mes no están persuadidos de que la acción por la que
gozan de los placeres de los sentidos merezca ser
recompensada, a u n q u e sean en cierto modo felices
por el goce de estos placeres, de ningún modo son
felices; y si no son felices, puedes ver que no pueden ser
sólidamente felices. Por lo tanto, para que
t96 mÏiDITATlONS CHR ÈTI EN fl ES-

ser sólidamente feliz, tu alegría debe ser igual a tus


placeres, y acompañarlos sin cesar.
4. Pero cuidado, hay dos tipos de alegría. A la que
me refiero es un sentimiento que nunca se anticipa a
la razón. Esta alegría se suscita naturalmente en los
espíritus por el conocimiento que tienen de sus
perfecciones y de su felicidad, pues tan pronto como
descubres en ti alguna perfección, o sientes algún
placer justo y razonable, sientes alegría. Basta incluso
que esperéis el goce de algún bien sólido y razonable,
para que os sintáis agradablemente movidos por este
género de alegría. Ahora bien, cuando esta alegría
acompaña constantemente a los placeres prevenientes,
hace sólidamente feliz a quien la disfruta. Y del
mismo modo que cuanto más intensos son los placeres
preventivos, mayor es la felicidad, cuanto mayor es la
alegría de la que hablo, más sólida es la felicidad.
li. Esta alegría se expresa naturalmente en el alma por
el sentimiento confuso de algún placer, que se disfruta o
se espera disfrutar; impide todo conocimiento, aunque
presupone algún sentimiento. Un hombre de buen
carácter está actualmente en un banquete, o espera
estarlo; se despierta en él una especie de alegría que
presupone o bien el sabor actual de la carne, o bien su
sabor futuro. Pero este tipo de alegría es de la misma
naturaleza que el placer anticipatorio que implica. Es
enteramente sensible, y en absoluto razonable. Te hace
feliz desde el momento en que toca tu alma, igual que el
placer anticipatorio; pero no te hace sólidamente feliz,
porque no puede satisfacer a una mente razonable, que,
queriendo ser sólidamente feliz, sólo puede encontrar la
felicidad en la posesión de bienes reales.
G. La razón de esto es que cada hombre, no importa lo
que
DI.tIÈGE
SUD1TAT
I0N1 - 7

dcrégle qu'on le suppose, potirvo néanmoins que 1:i


riiison no se extingue enteramente en él, todo hombre,
digo, sabe al menos de una manera extremadamente
confusa y oscura, por una parte que Dios es justo, que
tuvo o r d e n , que no puede recompensar Ô é s o r - d re;
y p o r otra que los cuerpos son indignos de a- mor, que
no pueden ser el bien de los espíritus, y que por
consiguiente Dios no puede hacer felices a los que los
tienen. Porque sabemos naturalmente que tenemos un
amo, que este amo ama el orden, y nunca nos
abandonamos a nuestras pasiones sin aprehender las
consecuencias.
7. Cuando un hombre aifamous derrama sus tripas en el
vian-
des, ou méme lorsque un homme se réjouit fi la vue
d'une table bien couverte et témoi¡; ne un peu trop par
l'air de son visage qu'il est agréablement surpris, n'est-il
pas vrai qu'il shockant les personnes qui aiment
sincèrement les s rais bien, et qu'il a quelque honte de
lui-méme s'il Fait réflexion que son air joyeux et content
a découvert le dercglement de son amour? Supongamos,
sin embargo, que no es la presencia de ciertos amigos lo
que le molesta, sino la presencia de alguna persona
desconocida cuya estima y buena voluntad está más
ansioso por ganarse.
¡;i-àces. Es, pues, imposible amar a los cuerpos sin tener
algún sentimiento confuso de la propia bajeza y desor-
dersidad, e incluso sin aprehender la s engecia d e un
Dios celoso que penetra en el fondo de los corazones,
que quiere ser amado singularmente, y que sólo ama su
gloria y la perfección d e su propio ser.
ti. Así la alegría que impide 1:i razón y que se
excita en el alma por el gusto o el as'ant- gusto de
algún placer sensible, no puede hacer contento a un
espíritu que está tan unido a la razón o al orden, por
más que se esfuerce en separarse de él, que
constantemente recibe de él en lo más secreto de sí
mismo, reproches y remordimientos que le turban en
sus placeres y que le inquietan.
y 1D t7Azlox S CIIBE1'tr.Xn sS .

I:ins su descanso. Porque si los hombres tienen


tanta cïtagria cuando son malos en las mentes de aquellos
a quienes estiman, ¿cómo podrían ser felices cuando
s o n m a l o s c o n s i g o mismos, o más bien cuando
son malos con la razón universal de las mentes, y que
por lecho serían malos en las mentes de todos los
hombres razonables si fueran conocidos por l o q u e
son? ¿Cómo p o d r í a n tener una alegría sólida cuando
están mal con aquel que castiga indispensablemente todo
desorden, pero que castiga los placeres que sólo duran un
momento con tormentos que nunca terminarán?
0. entenderlo claramente, mi único maestro, o más
bien estoy convencido por el sentimiento interior que
tengo de mí mismo, que es el placer el que hace feliz, y
que no puede hacer sólidamente feliz a quien lo disfruta
si no v a acompañado de este tipo de alegría que no
impide la razón. Y desde este lecho reconozco
Ju'il no es p o s i b l e ser sólidamente feliz por el
goce de placeres sensibles que la razón no prueba y
aprueba. Cualquiera que sea la alegría que acompaña
al goce de estos placeres, lejos de favorecerla la razón,
excita, por el contrario, su enemiga tristeza en el
fondo del corazón, que perturba los placeres más
dulces y sensibles. Pero, ¿cuál es esta razón que
produce o excita en mí mi tristeza y que se opone a mi
alegría mientras disfruto de los placeres?
' y mi alegría; me hace infeliz con el tiempo
Incluso me gusta lo que me hace feliz. Pero ¿puede la
vista de mis desórdenes actuar en mí y causar todas las
inodific:iciones de morí è t r e , a pesar de la invencible
incli- nación que siento en mí ser heu- reux? 1 1 Hay
laic n cosas que no oigo.
segundo meditatiofl . 19 9

10. "Pronto saldrás de dudas, hijo mío, si consultas tu


sentido interior de l o q u e sucede dentro de ti y si
prestas atención a mis respuestas. Entra en ti mismo
p a r a sentirme y escucharme, para consultar tu
conciencia y tu razón. El
El sentimiento interior que tienes de lo que ocurre en
ti mismo te enseña que la alegría se despierta en ti a la
vista de tus perfecciones y la tristeza a la vista de tus
desórdenes y tus miserias. Sientes que estos
sentimientos se manifiestan en ti a pesar tuyo. Tú no
eres la causa de ellos. I J. La piel de un hombre está
tan corrompida que quiere ahuyentar la tristeza furiosa
que le encuentra en sus libertinajes, y no puede
disiparla. (jti'en doit-il conclure † Deux vérités
essentiellcs: prends-y garde, l'une qu'il combat contre
un plus puissant que in i, et l'autre que cet Otre
puissant dont il dépend veut qu'il soit parrait. Si un
hombre se entristece por su desgracia, ¿qué debe
concluir? Que el que le da o le conserva la 6tre quiere
que sea
ser feliz.
4S. Saehe, pues, q u e sólo Dios actúa en los espíritus
y que puede hacerlos .todos felices y dichosos y
perfecto; feliz por el disfrute de los placeres, por...
para piir la coúrormidad con e l o r d e n . Pues es s ó l o
el gusto del placer lo que le hace a uno feliz, así como
e s sólo el amor a l o r d e n lo que le hace a uno
perfecto.
13. Sabed que Dios sólo actúa en vosotros por su
gloria y por vuestro bien, y porque es su gloria que
vosotros, como obra suya, seáis perfectos y es vuestro
bien que seáis felices; os hace sentir tristeza cuando
vuestro amor se desordena o cuando sufrís alguna
desgracia. Pero, como ama más su gloria que el bien d e
su creación, l a tristeza que hace sentir a los hombres
e n medio de sus libertinajes es aguda y desesperante;
mientras que la tristeza que sufren los justos en la
persecución es más severa.
t$*

* c. -m- i e . z..t:-a y 'le pain son


- -w n-- co-dades del bien y del mal:
.- el e*prit sabe lo que
- - -- - z ' -= -. ? .=u. que lo conoce por él,
-ne .e .e 1 it tre en relación con el
- - - =u..menü dc color discernir
- -- . '- i::i aece-claire que l'esprit en con- s
i ---w*- ù .> ":en:-s, sabores, sonidos par- c -
c u'< a lu cc'rps, un lenguaje que ella
.-:u-st peor que la de riiison; y
.. -v.....a ie Lorp- lue tu sois, les olijets 'i
.... .c j.u'a.-ntit toujours de la mc^rne
u - -< ii '':rp_- recibir-oi e su impresión
-a - .e :..1.:retite. C-ir, piir exemple, sans

si, e tarif capa ble d' agir en a.ia..wm.> par faitement l'tout
ce qui se passe
, a - 'i o.- y en los que te rodean. G'is
. a '> *as .ait peur connaitre les cor{'s. No
van a actuar en ti. Usted debe
-c. les' preuves courtes du sentiment les
.-a : -'. gato como ec tuyo, para que sin ûtrc dis-
i. aws elllploycr tu razón y t:i luz al ac*:_ ü e tu
s'rai bien.
• '. F- - : eterno ri tc ! q u é orden, qué sabiduría,
¿'i< _v ñ: t 'i ilans la coti'ltiite dc mon Dit-u l 9ue les
WAX kME ÆË01T TÜ?.
"¡Pero qué insensatos son los hombres que los
escuchan para aprender sobre el bien de la mente! Pero
qué insensatos son los hombres que los escuchan para
aprender sobre el bien del espíritu 1 Toman todo al
revés, invierten el orden de todas las cosas. Consultan
sus sentidos y sus pasiones en la búsqueda del
verdadero bien. Obligan a los
Introducen la enemistad a pesar de las salvaguardias
que la naturaleza ha establecido, y entonces se
convierten en las víctimas de la
dCinncnt muerte lo su cor{'s por d0' I* ' ORSdéguisés. Y a
la hora de elegir los verdaderos bienes, ima-
Escuchan a sus pasiones en vez de callarlas. Escuchan a sus
pasiones en lugar de callarlas, y así dan muerte a sus
almas, despreciando el consejo, el remordimiento, en
una palabra, los esfuerzos de la razón.
20. 0 nión Dios, sólo tú eres la verdadera causa de la
placeres que e x p e r i m e n t a m o s en el uso de los
bienes del cuerpo; ¡cuán i* rtante es esta verdad! ¡Qué
estupidez es considerar los objetos sensibles como
verdaderos placeres!
¡buena! ()¡Que i n g r a t i t u d olvidarte, sabiendo que
eres la única causa de nuestros placeres! ¡Qué temeridad
forzar tu bola para hacernos felices aunque te ofendamos!
Volup- tous, qué creéis que hacéis en vuestros
libertinajes:* Escuchad y hablad. Estáis obligando a Dios,
en consecuencia con las leyes que ha establecido, a
haceros bien en el tiempo en q u e le ofendéis. Obligáis a
aquel que sólo quiere el orden a recompensar el desorden
en el tiempo presente. Hacéis que Dios sirva a sus
iniquidades. ()uel ceguera l ¡Qué injusticia! ¡Qué
brutalidad! 1 0 Dios, ¡qué paciente eres ahora! ¡Pero un día
tu venganza será terrible!
t30 ÆÉDIV*T10NS CHRÉTIENNES.
siempre va acompañada de alguna dulzura interior que
les consuela y les hace sentirse mejor.
soportes.
14. Así pues, estas diferentes clases de tristeza enseñan
mucho a los hombres s o b r e l o que deben hacer en
estos encuentros. Pues la tristeza de los libertinos, al ser
desesperante, les enseña que si no cambian no deben
esperar ser felices; En cambio, la tristeza de los justos
está tan atemperada por la esperanza que, aunque les
lleva a dejar su estado por no ser aquél para el q u e
Dios les creó, les permite permanecer en él con
paciencia, merecer sus recompensas y sacrificar al amor
del orden el amor de su propio ser o de su felicidad.
Aprende hoy, pues, mi querido discípulo, que la
voluntad de Dios, que por su e f i c a c i a produce en ti
todos l o s sentimientos que te asaltan y todos los
movimientos que te mueven, está siempre con- formada
al orden y l l e n a d e bondad para sus criaturas, y mira
esta verdad como un principio fecundo capaz de suscitar
en tu mente una inflnidad d e méritos d e última
consecuencia.
45. Pero para que puedas descubrir más fácilmente
las consecuencias de este principio, ten cuidado con lo
que voy a decirte. Tienes un cuerpo, tu alma está unida
a él e incluso depende de él desde el pecado. Dios lo ha
querido así por razones de las que te hablaré un día.
Amas este cuerpo, quieres conservarlo y debes hacerlo.
Por tanto, debes esforzarte por encontrar dos clases de
bien, el de tu cuerpo y el de ti mismo¡ porque el bien de
tu cuerpo no es tu propio bien, y debes tener dos marcas
diferentes para discernir estas dos clases de bien.
Vuelve, pues, a tu principio, examínalo, y verás que
Dios hace constantemente en ti lo que el orden requiere.
Pues el orden requiere que el b i e n del
D lx iÈ VIE uünITa TION.

Que el bien de la mente sea buscado con aplicación, y el


bien del cuerpo discernido sin dificultad. Pues no e s t á
bien que tu mente se distraiga constantemente de su
verdadero bien para comparar la relación entre los
cuerpos que te rodean y el cuerpo que estás animando.
La orden quiere que seas advertido por la corta pero
incontestable prueba del sentimiento de lo q u e debes
hacer para conservar la vida.
16. Considera de nuevo tu principio, y verás que
Dios actúa en el hombre con tal bondad, que le hace
en cierto modo feliz con sentimientos muy dulces
cuando le obedece conservando el cuerpo que le ha
dado. Pues si pruebas una fruta que por sí misma no
tiene nada de agradable ni puede comunicarte nada de
lo que es, la encuentras, sin embargo, llena de dulzura
para ti. Los venenos te parecen amargos o ardientes,
es cierto, pero eso es porque no debes alimentarte de
ellos. Puedes decir que el calor, el frío, el dolor y el
trabajo te molestan, pero e s p o r q u e e l orden
actual te exige depender de tu cuerpo, al que sólo te
unió la primera institución de la naturaleza.
4 7. Antes del pecado, el hombre no sufría nada a
pesar suyo; su cuerpo obedecía a su espíritu, y no podía
distraerlo ni dividirlo con sentimientos reflexivos o
rebeldes. El orden lo quería a s í , y el amor que Dios
tiene a su obra, cuando es como él la hizo, no le
permitía hacerla infeliz de ninguna manera. No es justo
que Dios suspenda las leyes de la comunicación de los
movimientos, ni que haya excepciones en las leyes de
la unión del alma y del cuerpo en favor de un pecador
y de un rebelde. Sin embargo, el oro...
C HRfiTIEN.N ES H EDIT TIONS-

El amor y la bondad de Dios aparecen siempre en


estas leyes que ha establecido, porque enseñan al
hombre cuál es el vínculo del cuerpo por un camino tan
curvo y tan agradable, que no le impiden, a pesar suyo,
aplicarse a su verdadero bien. fi.ar no son estas leyes,
sino la concupiscencia la que ahora turba tu razón y
corrompe tu corazón.
t8. lues sentiments de plaisir et de douleu r sont des
preuves courtes et incontestables du bien et du mal: il
n'est pas nécessaire que l'esprit connais.ec ce qui se
passe dans son corps. Dios, que lo conoce por sí
mismo, toca al alma como debe ser en relación con los
objetos sensibles. Los sentimientos del cuerpo
disciernen los cuerpos; no es necesario que el espíritu
conozca la trama de ellos. Los olores, los sabores y los
sonidos hablan al alma, para bien del cuerpo, un
lenguaje que ella oye más rápidamente que el de la
razón; y en cualquier situación corporal en que os
encontréis, los objetos que os rodean os parecen siempre
de la misma manera, aunque vuestro cuerpo reciba su
impresión de un modo completamente diferente. Gar,
por ejemplo, si e s t á s e n c o r v a d o c o n la cabeza
inclinada, los objetos te parecerán rectos, pero tú no te
darás cuenta de ello. Si c o m p r e n d e s lo que te digo,
Dios te dará de repente los mismos sentimientos sobre
los objetos que te darías a ti mismo, si, p u d i e n d o
actuar en tu interior, conocieras perfectamente todo lo
que ocurre en tu cuerpo y en los que te rodean. Esto es
porque no estáis hechos para conocer los cuerpos, no
son para vuestro bien, no pueden entrar en vosotros.
Debes
por las' breves pruebas de sentir la
relación que tienen con la tuya, para que sin ninguna
perturbación puedas usar tu razón y tu luz p a r a buscar
tu verdadero bien.
l9. Oh eterna vcridad! q u é orden, qué sabiduría, qué
bondad en la conducta de mi Dios l t)ue lcs
¡Qué necesarios son los sentidos y l a s pasiones en la
búsqueda de los bienes corporales, y qué bien regulados
están cuando se consideran en relación con la
conservación de la vida! Pero qué tortuosos son los
hombres que los escuchan para conocer el bien del
espíritu 1 Lo toman todo al revés, trastornan el orden de
todas las cosas. Pues consultan sus escnios y sus
pasiones en la búsqueda de las mejores cosas; y utilizan
su rai- son para preservar su salud y su vida. Fuerzan el
sentido del gusto mediante un ellört de riiison, o se
seducen a sí mismos mediante deliciosos ragùts;
introducen :i ainsi el cn- nemi a pesar de los resguardos
que la naturaleza puso . y d a n muerte fi sus cuerpos
mediante isones disfrazadas. Y cuando se trata de elegir
lo que es realmente bueno, se imaginan que son
Creen que el placer es su verdadero carácter. Escuchan
sus pasiones en lugar de callarlas, y así dan rienda suelta
a sus pasiones a pesar de los consejos de los demás, de
sus remordimientos, en una palabra, de los esfuerzos de
la razón.
20. 0 nión Dios, sólo Tú eres la causa legítima de los
placeres que disfrutamos en el uso de los bienes
corporales; ¡qué in-portante es esta verdad! Hc1:¡qué
estupidez es considerar los objetos sensibles como
razones
¡Qué ingratitud olvidarte, sabiendo que eres la única
causa de nuestros placeres! 9¡Qué empor- tamiento forzar
tu bondad para hacernos f e l i c e s en el mismo
momento en que te olfateamos! Yolup- tueux, ¿qué crees
que haces con tus libertinajes'* Escucha y tiembla. Estáis
obligando a Dios, como consecuencia de las leyes que ha
establecido, a que os haga el bien en el tiempo en q u e
os servís de él. Le obligáis a Él, que sólo quiere orden, a
recompensar el desorden. Hacéis que D i o s sea Yir a
vuestras iniquidades. ¡Qué cruel es esta injusticia! ¡Qué
brutalidad, oh Dios, qué grande es ahora tu paciencia!
¡Pero en el día venidero tu venganza será t e r r i b l e !
MEDITACIÓN ONZlÎiàIE

Podemos saber algo de los designios de Dios consultando al soberano:


i-aison. l3essein de Dieu fians l'union de l'àmo ct du corps.
Respuesta a una objeción.

t . 0 ¡Jesús! puesto que eres la sabiduría del Padre,


entras en todos sus consejos; y puesto que eres el orden
necesario y la ley eterna, tus surgimientos son siempre
seguidos, tu Padre te ama por la necesidad de su s e r , no
hace nada sin ti, ni siquiera puede querer nada sin
consultarte. Oh sabiduría eterna, ¿no quieres enseñarme
los designios que ha tenido al producir su obra?
(¡Cuántas oraciones tengo que hacerte, cuántas
aclaraciones tengo que pedirte! Pero el temor de
ofenderte me r e t i e n e ; temo faltarte al respeto
queriendo entrar, por así decirlo, en la confianza que
tienes con tu Padre. En las m6ditaciones precedentes,
me has permitido preguntarte por todas las verdades
q u e encierras como Verbo divino. Me has pedido que
comparta contigo lo que posees de sabiduría y de
verdad eternas. Pero cuando pienso que un docto
filósofo' ha dicho que es insensato querer descubrir los
fines que Dios ha tenido en la construcción del mundo;
cuando pienso que tengo que preguntarte por todas las
verdades que encierras como Verbo divino.

' Descartes, Prixcipe# 'te phi'locopJiie, primera parte, aI-t. 28.


0nZI f:XE BE0Iz'Az'z0x.

sonrisas que vuestro apóstol ha dicho que los juicios de


Dios son inescrutables, que sus caminos son muy
diferentes de los nuestros, y que nadie ha entrado en el
secreto de sus consejos, me veo obligado, porque temo
no haber oído bien las respuestas que ya me habéis dado
sobre este tema. Le ruego que me libere del aprieto en
que me encuentro, y me haga saber si es una curiosidad
que le ofende, el que yo desee saber algo d e l o s
planes de su Padre.
°. N o p u e d e s , hijo mío, rezarme de una manera más
agradable para mí y más útil para ti. Me complace
compartir contigo todo lo que poseo como tu eterno
Salvador, como ya te he explicado. No os detengáis en lo
que os digan los hombres, por muy doctos que sean, si yo
no conf rmo en sus sentimientos por la evidencia de mi
luz. El conocimiento de las causas flnales no es necesario
en la física de que habla vuestro filósofo; pero es
absolutamente necesario en religión. Si fuera demasiado
p r e s u n t u o s o afirmar que Dios no hizo las obras por
los cuerpos, que Dios quiere ser merecido más bien que
poseído, que Dios hizo el mundo presente por el mundo
futuro, ya veis que toda l a religión se vendría abajo.
3. Sabed, pues, que todas las voluntades de mi Padre
son siempre c o n f o r m e s a l orden; porque si los
caminos de Dios están tan alejados de los de los
hombres, es porque las voluntades de los hombres están
desordenadas. n a d i e ha entrado en el secreto de los
consejos de Dios. Esto es verdad en el sentido de que
n a d i e puede encontrarles defectos, de que n a d i e
puede conocer los detalles. Pero no es verdad en el
sentido de que nadie pueda saber nada de los planes de
mi Padre.
hom. 11, 33.
M'!dii. III.
13 G \U D1TA 7tû5S Cü RL7f£N fi ES.

que decir que Dios puso ojos en la parte superior de la


cabeza para que pudiéramos ver de lejos? ¿Es temerario
pensar que Dios puso dientes en la boca para aplastar la
fruta y hacerla más apta para comer? Esto es tan obvio
que resulta bastante r i d í c u l o suponer que es el azar el
que dispone así las partes del cuerpo humano. Así que no
tengas miedo de decirme lo que quieres. Me complace
sobremanera hacer saber a los hombres que la conducta
de Dios es infinitamente sabia, justa, regulada, constante
y uniforme, y que sus planes son siempre conf or mes al
orden, digno de su sabiduría y bondad.
4. Dime, pues, razón mía y luz mía, que asistes a
todos los consejos de mi creador, y que quieres iluminar
a todas las inteligencias, ¿por qué me ha dado Dios un
cuerpo? ¿Por qué n o me hace sentir placer en el
ejercicio de la virtud como en el goce de los cuerpos?
Dios me hizo y me conserva sólo para sí, y mi cuerpo en
firme me aplica sólo a sus necesidades. El placer me une
a los objetos que
parece que lo repito, y no pruebo ninguno de ellos -
cuando pienso en bienes reales, al menos no los pruebo
tan regularmente como en e l uso de bienes sensibles. I
Me gustaría saber las razones de este comportamiento, si
usted cree que soy capaz de entrar y llevarlo.
5. Es necesario, hijo mío, que estés muy atento a
mis respuestas para entenderlas con claridad, es
necesario que me escuches con mucha humedad y
respeto, para que lo que te voy a decir te sea de
provecho. tiar si tus sentidos y tus piissiones no callan,
si tus prejuicios se mezclan con mis respuestas, y si 1
"mente
'orgullo o Î.a pereza y tu negligencia te hacen juzgar ile
lo que no concibes. claramente, caerías
en errores tanto más peligrosos cuanto que el ve-
ti NZI ÈM£ 2iÉDlTATl02f '

Las cosas que quiero enseñarte son de mayor


importancia. Así que sé humilde, atento, respetuoso,
desafíate a ti mismo y deposita tu confianza en mí. Sobre
todo, no te rindas ante lo obvio; es l a naturaleza de la
verdad; es el efecto de la luz; es una señal segura de que
soy yo quien habla. Así que escúchame. Lo que deseas
saber d e p e n d e d e dos principios.
6. La primera es que la regla de los designios de Dios
e s el orden; la segunda es que los modos o maneras de
Dios no son los mismos.
Los designios de Dios deben llevar necesariamente el
carácter de sus atributos.
7. Según el primer principio, todas las recompensas
deben ganarse de alguna manera; nadie en el orden
debe ser feliz sin haber adquirido algún derecho a la
felicidad a través de su trabajo. Dios es lo
suficientemente bueno como para exigir a sus criaturas
que se sacrifiquen, o al menos algo, para poder
disfrutar eternamente de él. En una palabra, el orden
exige que los que han merecido sean recompensados,
que los que no han merecido sean castigados, y que los
que ni han merecido ni no han merecido no sean ni
recompensados ni castigados. Porque no creas que
Dios, como los hombres, puede ser misericordioso o
clemente por capricho, sin sabiduría ni razón. La
misericordia y clemencia de mi Padre están en
perfecta armonía con las reglas de la justicia; y la
justicia que imparte a los buenos va siempre
acompañada de bondad y misericordia, ya que nadie
puede en rigor de justicia merecer un bien tan grande
como el de poseer a Dios eternamente.
S. Ahora bien, la obra o mérito de las criaturas
razonadoras consiste en el buen uso que hacen de su
libertad: y uno hace buen uso de su libertad cuando se
conduce únicamente por la razón en la búsqueda y
elección de su bien. Así pues, la obra o el mérito
los espíritus es tanto mayor cuanto que sufren la-
l3ô A DITA TIONS CHR É'I'I1'. N2iES.

Porque todos los espíritus quieren ser felices, y el


placer hace feliz a quien lo disfruta. Porque todos los
espíritus quieren, sin duda, ser felices, y el placer hace
felices a los que lo disfrutan. No pueden querer ser
infelices, y el dolor hace infelices a los que lo sufren.
Así pues, el que sacrifica estos placeres presentes al
amor del orden, el que prefiere el dolor real al
desorden, el que ama el verdadero bien por medio de
la razón, y el que no eclipsa el juicio de los sentidos,
merece, porque se sacrifica por medio de estas
diversas luchas. Ofrece al justo lo que es capaz de
darle; le hace el honor de mantener su palabra; y por
el dolor que sufre voluntariamente, aunque le ponga 18 en
un estado de ansiedad.
peor que la nada, da testimonio a Dios de que le cree
justo, fiel, poderoso y soberano. fiar todas las acciones
me-
os ritos honran los atributos divinos y son los verdaderos
sacrificios que D i o s exige a sus criaturas antes de
colmarlas legítimamente de la gloria que les ha
concedido.
9. Era, pues, necesario q u e el alma estuviese unida
al cuerpo, p a r a que, recibiendo por medio de éste
infinidad de sentimientos agradables y desagradables,
como lo probáis c o n s t a n t e m e n t e , tuviese
siempre algo que sacrificar a l amor del orden y a l
honor del verdadero bien, y para que pudiese, por
infinidad de méritos diferentes, recibir con alguna
justicia una gloria que respondiese a ellos, pero que los
superase infinitamente. ¿Por qué crees que mi Padre me
formó en un cuerpo? Fue para que pudiera ser su
pontífice; fue para que pudiera tener a l g o q u e
ofrecerle. Como sabéis, al Señor no le gusta recibir
holocaustos ni los demás sacrificios de la ley judía. Todo
cristiano, en parte, es sacerdote como yo. Tiene un
sacrificio que hacer,
¡! Heèr. 8, li. Ps'. 39.
//eôi . 10.
ONZIÈ M EDITA3'I0h. t39

podía decir a su Dios: Zfos/iaiti ef ohlatio- tient tiofuis/i,


coi-pus nufem aptasti niihi. No es que la destrucción del
cuerpo por la muerte sea el sacrificio que Dios pide a los
hombres. Los pecadores y los impíos ofrecen este mismo
sacrificio a Dios. L o q u e Dios exige a las criaturas
razonables es un sacrificio espiritual. la
aniquilación del del alma; es la privación de los
placeres; es el sufrimiento del dolor; éstas son las
disposiciones interiores. Dios es espíritu y quiere ser
adorado en espíritu y en verdad. Así pues, como e l
alma recibe i n f i n i d a d d e sentimientos diferentesa
través de su cuerpo, d e b í a estar unida a él para tener
constantemente algo que sacrificar yconservar así el
goce eterno del bien soberano.
10. Oh eterno Yerbe! ¡ q u é orden, qué sabiduría, qué
bondad en los designios y en la conducta de tu Padre!
pero ¿qué? es Dios quien da sin cesar todos los
s e n t i m i e n t o s que tengo de los objetos, del placer, del
dolor y de t o d o l o demás. No es mi cuerpo, porque el
cuerpo no puede actuar sobre el espíritu: es a través de
los sentimientos del alma que podemos ofrecer un
sacrificio spi- ritual, porque es a través de estos
sentimientos que el alma misma se sacrifica. Sin estos
sentimientos, sacrificar la propia v i d a y derramar la
propia sangre e s o f r e c e r a Dios un sacrificio
semejante al de los judíos, es inmolar una bestia. En eso
estoy de acuerdo. Pero ¿por qué este c u e r p o , puesto
que no puede actuar en mí2, no puede Dios, sin este
cuerpo impotente y terrenal, dar a mi alma los mismos
sentimientos que yo tengo, y al hacerlo, hacerme reiterar
mis sentimientos y sacrificar mi s e r ? Pero tú, Salvador
mío, ¿por qué tomaste un cuerpo? Tú que p u d i s t e ,
s i n su ayuda, dar a tu alma todos los sentimientos
dolorosos que sufriste en t u pasión; sentimientos que
fueron la materia de tu salvación.
îtO 91ËD ITD TIO h S C 0 CÉTI EN N ES.

rrificio? Por favor, resuelva esta duda, que parece


derribar todo lo q u e intenta establecer.
J 1. mi querido hijo, cuando no puedas comprender l a
respuesta a la dificultad que te propones, no debes dudar de
las verdades que comprendes. Pues todos los que t i e n e n
bastante espíritu para formarse buenas dificultades, no
siempre tienen bastante para entrar en los principios de que
depende la aclaración d e esas mismas dificultades.
4 J. Es cierto que los cuerpos no actúan en
espíritus, y que sólo el que da y conserva tu ser puede
iluminarte y cambiar los cambios de tu ser. Es cierto que
Dios no ha
Y, sin embargo, es cierto que Dios, según las reglas de
su sabiduría, tuvo que darte un cuerpo, y la razón de
esto depende del segundo principio que ya te he
explicado: a saber, que la voluntad de Dios es eficaz
en sí misma, y que tu cuerpo no contribuye en modo
alguno a la eficacia por la que se producen en ti todos
los sentimientos di- versos de que estás tocado. Y, sin
embargo, es cierto que Dios tuvo, según las reglas de
su sabiduría, que darte un cuerpo, y la razón de ello
depende del segundo principio que ya te he explicado:
a saber, que las formas en que Dios lleva a cabo sus
designios deben llevar necesariamente el carácter de
sus atributos. Te demostraré este principio una vez
más, y responderé a tu dificultad. Escuchadme.
13. ¿No es evidente que Dios no puede desdeñarse a sí
mismo, despreciar su sabiduría o rechazar mis consejos?
Siendo sabio, debe actuar sabiamente; siendo inmutable,
.actuando constantemente; siendo una causa universal,
actuando
¿actuará por leyes generales, en una palabra, de
acuerdo con lo que es? ¿Hará un ser sabio por medios
compuestos lo que puede hacer por medios simples?
¿Actuará por voluntades particulares cuando bastan
algunas voluntades generales? y, si un curso de acción
uniforme, constante y regulado puede formar una obra
digna de él, ¿seguirá un curso de acción extraño,
cambiante y no regulado?
0N7.iÈ" s "ÉDITATI0s. ttI

¿que marca la inonstancia y la ignorancia en quien la


sigue? Te digo la misma verdad de varias maneras,
para que te impacte y te obligue así a considerarla;
porque lo que te digo es abstracto, y debes, por así
decirlo, sentirlo para recordarlo adecuadamente y
permanecer firmemente convencido de ello.
f 4. examina la conducta que Dios vincula en el orden
de la naturaleza, mira los cuerpos que te rodean; al
mismo-
Nadie recibe un choque sin ser movido, y n a d i e
s u f r e d a ñ o sin recibir un choque. Si dos cuerpos
chocan, se transmiten mutuamente su movimiento de
manera constante y uniforme. Todos los c u e r p o s
grandes caen de arriba abajo; su velocidad aumenta en la
misma proporción; no pueden discernir ni la calidad ni la
piedad de las personas. Dios envía la lluvia con la
intención de hacer fértil la tierra, y así llueve sobre la
arena y en el mar, llueve sobre las carreteras, llueve
igualmente sobre las tierras desigualmente cultivadas.
¿No queda claro con todo esto que Dios no actúa por
voluntades particulares? La lluvia hace crecer los frutos y
el granizo los rompe. ¿Crees que Dios cambia su
propósito? ¿No ves que es l a misma ley general de la
comunicación de movimientos la que forma y propaga la
lluvia y el g r a n i z o , la que hace crecer las plantas y las
seca, la que d a vida y muerte a todas las cosas? Recorre
toda la naturaleza, considera todos los o b j e t o s d e tu
scns, examina todo lo que sucede dentro de ti c o n
ocasión de l o q u e sucede fuera, y verás siempre que los
efectos naturales llevan el carácter de la causa que les da
el ser; verás que todo es producido por una causa
universal que sigue constantemente el mismo curso de
acción, y que establece leyes generales muy simples y
muy fecundas, cuya eficacia está siempre determinada
por a l g u n a causa ocasional: no podrás dudarlo si te
miras a ti mismo y ves que todo es producido por una
causa universal que sigue constantemente el mismo curso
de acción, y que establece leyes generales muy simples y
muy fecundas, cuya eficacia e s t á siempre
determinada por alguna causa ocasional.
NE DI TA T IONES £ H R ÉTI EN NES.

Recuerda bien lo que te he dicho en tus amonestaciones


anteriores. Convéncete de este principio y no lo olvides;
porque de todos los principios es el más fecundo. i 5. Ya
consideres, pues, la idea q u e t i e n e s de Dios, ya
examines su conducta, verás claramente que, a u n q u e
l o hace todo, no obra por voluntades particulares,
p o r q u e obrar por leyes generales es signo seguro de
una sabiduría infinita que todo lo prevé, de una causa
universal que todo lo hace, de un ser inmutable y
constante tanto en sus designios como en su conducta.
Así, aunque Dios sólo actúa en los espíritus, aunque
todos los cuerpos son im-
1*' issantes, tuvo que unir los espíritus a los cuerpos,
para q u e estas dos substancias fuesen las causas
ocasionales de los cambios que les ocurren. 11 a
Tuvo que dar al cuerpo, con ocasión de los deseos del
alma, esa secuencia de movimientos y situaciones que es
necesaria para l a conservación de la vida: n a d a e s
más sabio, nada es más simple, nada e s t á mejor
regulado. Tu cuerpo no puede ser sacudido sin sacudirte,
y tú no puedes ser movido sin que tu cuerpo cambie de
posición y de postura; tú consideras tu cuerpo como tu
propia sustancia, a causa de las leyes de unión entre el
alma y el cuerpo. Por eso, cuando sacrificas t u
c u e r p o a l amor del orden, parece que te sacrificas a
ti mismo.
16. Por estas mismas leyes se relacionan todas las
obras de Dios, y todos los hombres establecen y
observan entre sí las reglas de la sociedad civil. Estas
leyes, aunque sumamente sencillas y generales, son tan
fecundas que sus efectos son de gran alcance. Por medio
de estas leyes, Dios no sólo preserva el mundo presente,
UNDÉCIMO M ED1TATI0N.

sigue formando el mundo futuro, porque la gracia da a


los hombres la fuerza de sacrificar a Dios todos los
sentimientos que sienten a consecuencia de estas leyes, y
merecen todos esos grados de gloria que harán el
resplandor y la belleza de la Jerusalén celestial.
Finalmente, Dios resucitará un día a todos los hombres;
Devolverá a los justos y a los impíos sus mismos
cuerpos, no porque los cuerpos s e a n capaces de
recompensa o porque puedan actuar por sí mismos en los
espíritus de los elegidos o de los réprobos, sino para que
Dios, por nuevas leyes de la unión de estas dos
substancias, las establezca como causas ocasionales de
los placeres que serán la recompensa de los justos y de
los dolores que serán el castigo de los i m p í o s , y que
actúe siempre de este modo en formas simples,
uniformes, constantes y generales, en una palabra,
propias de su sabiduría y de sus demás atributos.
17. Por qué crees que Dios hizo este mundo
material y visible † ¿Piensas que la materia es capaz
de hacer algún honor a Dios, o que Dios se complace
en considerar la belleza de su obra? No la vio Dios
antes de hacerla? Y no sabía que, siendo eficaces sus
voluntades, no dejarían de producirla, y una inflnidad
de otras, si así lo quería? Es, dirá, para que los
espíritus creados admiren al autor. Esto es verdad en
cierto modo; pero ¿no recordáis que todos los cuerpos
son ellos mismos invisibles a los Espíritus? ¿No
sabéis que las bellezas sensibles de los cuerpos sólo
están en la mente de los que los miran? que el brillo de
los colores, la dulzura de las frutas y todas las demás
cualidades están en vuestra alma y no en los objetos
que os rodean? 2 Sabed, pues, que Dios creó los
cuerpos para que fuesen las causas ocasionales de su
acción en los Espíritus, a fin de obrar por medios muy
sencillos.
(t4 3tLD ITAT10HS C 0 R ÉTIEN h ES.

su acción fue siempre regulada, uniforme y constante,


digna de una sabiduría que no conoce límites.
18. Oh mi único maestro, ¡cómo me enseñas verdades
en las que nunca había pensado! (lue los hombres no
temen ni aman a las criaturas, no son las causas
verdaderas las que ayudan a Dios en su acción; son sólo
las causas ocasionales las que determinan la eficacia de
sus leyes. Ninguna criatura comparte la fuerza y el poder
de vuestro Padre, y todas las criaturas le sirven, para
justificar su sabiduría, en l a ejecución de sus designios.
t)odos los espíritus admiran esta conducta; ¡qué
simplicidad, pero qué fecundidad en las leyes que
regulan los cuerpos! qué bondad y justicia en las que
adornan los espíritus! qué orden y sabiduría en los
designios y en la conducta de vuestro Padre! Yo lo adoro
y me someto a él.
DUODÉCIMA ÜIËDITATION

Deberes generales del hombre para con Dios. No pueden cumplirse sin
la gracia. Cómo podemos obtenerla y q u é debemos hacer para que
surta en nosotros el efecto para el que fue dada.

ti Jesús l Cuando comparo las acciones de mi vida


pasada con las obligaciones que te debo, ¡me reconozco
tan indigno de tus favores q u e no me atrevo a pedirte
nada! Pero cuando pienso que nada puedo hacer sin t i ,
el deseo que me h a s dado de cumplir mis deberes para
contigo me impulsa a pedirte que me los muestres ahora;
y la inclinación interior que tengo a la felicidad me
impulsa c o n s t a n t e m e n t e a instruirme en la conducta
que debo seguir, para que tu gracia, sin la cual nada es
posible, haga en mí la obra para la que me la das, y me
conduzca a esa vida bienaventurada para la que has
creado a t o d o s l o s hombres.
J. Hijo mío, el conocimiento de tus derechos depende
del conocimiento de mi sabiduría y de mi poder; y debes
sacar las reglas de tu conducta de la sabiduría y sencillez
d e la mía.
2. Es mi poder el que te da y conserva tu ser en
todo momento. Así pues, tu ser y todos los momentos
de su duración me pertenecen. Por lo tanto, sólo debes
utilizar el tiempo según mis deseos; de lo contrario
HL DlRATI0N S C11RÉ'1'IEiSNES.

cometer una injusticia que no puedo dejar de castigar;


porque, por mi naturaleza, soy justo, celoso de mi gloria,
y tan delicado con todo lo que ofende al orden y a la
justicia, que nada puede escapar a mi sentimiento. Tú
sabes muy bien que no te he hecho esto sin un propósito
o para abandonarte a ti mismo, y comprendes claramente
que es una contradicción para mí actuar de otra manera
que no sea para mí mismo. Por lo tanto, hijo mío, utiliza
el tiempo o la duración d e tu ser según mis deseos.
ü. Es por mi poder que actúo en ti y que te ilumino
con mi luz. Sin mí, nada pensarías, nada verías, nada
concebirías; todas tus ideas están en tu sustancia y todo
tu conocimiento me pertenece. Por eso debes ocupar tu
mente sólo conmigo y sólo e n relación conmigo. Crees
que te ilumino para hacerte brillar a los ojos de los
hombres, y que te alimento con la verdad para que
trabajes por tus propios intereses † ¿No es Tridente que
el que se alimenta d e mi sustancia debe vivir sólo
según mis deseos? Vive sólo para mí, y busca sólo mi
gloria.
4. Es mi poder el que te transporta constantemente
hacia el bien en general. Como sólo actúo para mí, no
muevo ninguna mente sin darle una impresión
invencible del bien en g e n e r a l , e s decir, de mi
sustancia, que es la única que contiene todos los bienes.
Esta i n v e n c i b l e y continua impresión que produzco
en ti es tu voluntad, o la facultad que te hace capaz de
amar todas las cosas buenas en general. Así puedes ver
que debes amarme con todas tus fuerzas, puesto que
toda la fuerza que tienes para amar procede de mí; y que,
puesto que sólo puedo obrar por mí mismo, n o p u e d o
darte ningún movimiento para amar otra cosa que no sea
yo mismo o que no tenga relación conmigo.
5. 'fu me dois, mon ßls, aimer par justice; mais to
" 0UZiËM E il É DITA TION .

rue también debe amar por amor propio. Porque sólo yo


puedo s e r bueno contigo. Soy el único que actúa
verdaderamente en la mente. Los cuerpos que te rodean
no pueden hacerte ni bien ni mal. Incluso las
inteligencias más nobles no pueden por sí mismas
cambiar las modificaciones del último de los seres. Es mi
poder el que lo hace todo, el bien y el mal. Las causas
naturales no son más que causas ocasionales que
determinan el efecto de las leyes generales que he
establecido para actuar siempre de una manera digna de
mí, como ya te he explicado. Por eso debes amarme sólo
a mí, ya que soy el único que produce en ti los placeres
que sientes cuando algo sucede en tu corazón.
G. Tampoco debes temerme, pues ninguna criatura
tiene poder real para hacerte sufrir el menor daño. Son el
placer y el dolor los que te hacen feliz o infeliz en
proporción a su fuerza. Tú deseas absolutamente ser
feliz. Por lo tanto, tu amor propio no puede iluminarse a
menos que ames la verdadera causa del placer. No deseas
ser infeliz: por lo tanto, teme la verdadera causa del
dolor, si eres sabio.
7. Pero el fuego te hace feliz, dirás. Pues bien,
acércate a él. Puedes, mediante el movimiento de tu
cuerpo, unirte a los objetos que son las causas
naturales u ocasionales de tu felicidad. Puedes
acercarte al fuego; pero no debes amarlo. Puedes
evitar a un hombre
Jui te persigue; pero no debes temerle. Separa los
movimientos del alma de los del cuerpo. Los
movimientos del alma sólo deben tender hacia el uno
Sólo yo estoy por encima de ella, sólo yo soy lo
bastante poderoso para actuar en ella; pero si los
movimientos de tu cuerpo están determinados por los
objetos que te rodean, lo consiento.
8. Pero recuerda, hijo mío, que no debes hacerme
servir pasiones injustas, ni obligarme, como
consecuencia de las leyes naturales que he establecido,
a hacerte feliz con placeres que no mereces. Recuerda
que eres débil, que el uso de los bienes sensibles
despierta tu concupiscencia, y te hace considerar los
cuerpos como verdaderos bienes. Pues cuando
disfrutáis de algún placer, veis ante vuestros ojos, y
tocáis con vuestras manos, el objeto que parece causar
ese placer, y no veis ni sentís la verdadera causa que
lo produce. Así tu amor termina con el objeto que
golpea tus sentidos, y no piensas sólo en el poder
invisible de tu Dios. Además, los placeres que
disfrutas ensucian tu imaginación, perturban t u
atención y te hacen esclavo de falsos bienes. Por
último, mi querido hijo, recuerda que, como pecador,
no puedes volver al orden sin hacer penitencia, y que,
como cristiano, debes ganarte el derecho a poseer los
verdaderos bienes trabajando tanto como yo. No
puedes ser feliz en este mundo. Eso está decidido. Un
hombre justo debe vivir por su fe. Debe hacerme el
honor de tomarme la palabra y, confiando en mis
promesas, sacrificar su felicidad presente por la que le
estoy preparando en el cielo.
9. Ahí tienes, hijo mío, tus deberes para con Dios en
general, y las razones de estos deberes derivadas de la
soberanía del Creador sobre sus criaturas. En cuanto a
tus deberes para con e l prójimo, te los explicaré en
otra ocasión. Pero ámalo como a ti mismo, o más bien
como debes amarte a ti mismo, procurando
proporcionarle el verdadero bien. Así cumplirás
perfectamente la ley. Pues todos sus preceptos se
contienen en estos dos: El primero: Diligec Dominum
Deum tuum e:c toto cot''le tuo, et e:c toti' anim'"i tuu, et
eæ toto mente tu'", et e:c toto' eirtute lu'"'; el segundo:
Diliyei proximum tuvm tanqunii-.
DOtJZI È ME MÉ D1TAZ I 0N

leipsiim. In àis dunlius mandatis onirersa fer yendet et


.'
P°°pÉetif-

J 0. Oh mi Salvador, que el hombre se vea obligado a


grandes cosas; que sus deberes se extienden mucho más
allá de 1 9uoi! sacrificar sin cesar sus placeres e n honor
del verdadero bien; sus placeres presentes a los placeres
que sólo podrá gozar después de la muerte, que, en lo
que concierne a la imaginación y a los sentidos, es u n a
verdadera aniquilación. ¿Es vivir, morí Dios, renunciar a
todo lo que nos hace amar la vida; y puede un hombre
matarse rompiendo iibsolutamente con los placeres? Es
posible m a t a r s e , como lo prueba la historia. Pero,
¿podemos querer aplazar ser felices hasta e l
m o m e n t o en que imaginamos que ya no lo seremos?
Ciertamente, los que se quitaron la vida sólo pensaban en
liberarse de la vida; buscaban o bien hacerse felices por
el momento, o bien evitar por el momento los problemas
que temían. Porque naturalmente preferimos la felicidad
a la vida, y la nada en sí no es tan terrible como el dolor.
Es sacrificarse, es enterrarse vivo, para escuchar, pero sin
cesar, a la propia razón y a la propia fe. Sólo este
pensamiento me asusta. Y si no me apoyas, lejos de
seguir exactamente las órdenes que me escribes, tal vez
ni siquiera t e n g a fuerzas para decidirme.
11. Hijo mío, compara el tiempo con la eternidad: ¿ves
alguna relación? Dios quiere que te entregues a él antes
de que él se entregue a ti; ¿hay alguna injusticia en ello?
Te g u s t a r í a ser coronado antes de tu victoria; pero ¿es
eso razonable? Dios es el amo, hijo mío. Él no debe quitar
la ley a sus criaturas. Yo soy su ley, y su ley inviolable.
Él me ama incondicionalmente, y sólo ama a aquellos
que constantemente me consideran como la ley de su
conducta. Lilche que tú
i àfïit-e. I 2, 30; Vnff/i. J, t2 -
N CDITA TIOCS ü tl RÉMI EN NES.

es, teméis el combate, y veo en vuestro corazón que casi


querríais que no hubiera nada que esperar después de la
vida, ni dolor ni recompensa. Pero sabed que sólo hice el
mundo presente para el mundo futuro, y que es en la
variedad del trabajo y de las luchas, en los principios
legítimos del mérito y de la recompensa, donde extraeré
la mayor gloria.
t2. El temor que tienes de mi justicia t e da más
tristeza que la confianza que tienes en mi bondad te da
consuelo y alegría. Estás desanimado, hijo mío. Pero
cuando piensas en luchar, sólo confías en la fuerza q u e
sientes. Eres más débil de lo que crees. No puedes hacer
nada sin mí; pero con mi ayuda nada te es imposible.
Sabed que mi yugo es suave, y que la carga que
impongo es ligera por la fuerza que doy a los que me
sirven. La mansedumbre y la paz que difundo en el
corazón de los hombres supera todos los sentimientos
más vivos y agradables; y los que han r e n u n c i a d o a
los placeres y a las grandezas humanas reciben, en
proporción a su fe, una alegría q u e sólo puede
imaginarse por el sentimiento que de ella resulta. Sí, hijo
mío, el anticipo del verdadero bien hace infinitamente
más feliz que el gusto presente del bien pasajero. Porque
si la esperanza de recibir alguna recompensa del propio
príncipe da tanta alegría a l o s que quieren
establecerse de algún modo en el mundo, ¿qué alegría
debe haber en los que están convencidos de que Dios no
es impotente ni engañoso, que mantendrá la palabra que
ha confirmado con juramento, y que no romperá el pacto
que ha firmado con la sangre de su Hijo, para dar a los
hombres toda causa de desilusión 1 ¿Qué alegría debería
haber para aquellos que tienen en mí un establecimiento
en esta ciudad ' cuyos cimientos han sido puestos
durante siglos?
f/eGi'. 11.
yovziè yE zt ùon'Az'io1. j5't
que esperan, con una confianza firme y completa, que
Dios mismo será su recompensa; una recompensa, mis
üls, cuya grandeza no puedes imaginar; una
recompensa, inaqnn nfmis, infinitamente mayor de lo
que puedes merecer; digna, no de la generosidad de
los reyes de la tierra, sino de la grandeza, el poder y la
bondad de tu Dios; inaynn niiitïà, demasiado grande
incluso para aquel que merece ser llamado padre de
todos los fieles por la grandeza de su fe.
13 . Pero, hijo mío, como no puedes, sin el curso del
cielo, aumentar tu fe, y esa esperanza que es el principio
d e la alegría de mis discípulos; como no puedes, sin
mí, cumplir los dos grandes preceptos de que
dependen la ley y los profetas, voy a prescribirte la
conducta que debes observar, no sólo para que obtengas
la gracia, sino también para que produzca en ti el efecto
para el que h a s i d o dada, que es la conversión y
santificación de las almas. Esta sabia conducta que
d e b é i s seguir depende de la que yo mismo sigo,
como os dije al principio. Escuchadme con toda la
atención de que s e á i s capaces.
i 4. Como la sabiduría de Dios n o le permite actuar
en todo tiempo p o r voluntades particulares, según te
he mostrado en tus meditaciones anteriores, ya puedes
comprender que, para que obtengas la gloria que
necesitas, es necesario que conozcas cuál es la causa
ocasional o natural que determina la verdadera causa de
todo bien, para derramar esta lluvia celestial en los
corazones. Ahora te enseño que soy yo, como mediador
entre Dios y los hombres, como cabeza de la iglesia y
como:irchilecto del templo clerical; pues todo pulso es
causa de todo bien.
*ntice nt'n hr Sourire datis le ciel ef sur fr ferre '. Dieti n'a
t 59 CH RéTISN N ES M ÉDITATIONS .

el mundo f u t u r o ' * . S o y xml sumo sacerdote de los


bienes eternos. Yo soy el oi Salv- tnon que debe elevar al
gloii e de mi Padre el sf'it i- tual ed'i fice de la Iglesia!. Dios
me ha dado yovt- materiales de este Tr.mple i'ivant tout,es
las nociones de tet" e 5. Todo lo tengo en la casa de mi
Padre. Soy el mediador entre Dios y los hombres *. Rezo
siempre por ellos, y todas mis oraciones son escuchadas ®.
Yo animo mi Iglesia,
como el alma anima al cuerpo; y en consecuencia yo
termino, como causa ocasional o natural, por mis deseos,
la eficacia de la ley general de la gracia que Dios
estableció para la salvación de los hombres y para la
construcción de su gran obra, el Jerusa- lem celeste. Este
e s el orden de la g r a c i a . Dios quiere salvar a todos
los hombres en su Hijo. Yo soy el primero de los
predestinados, y n a d i e se salva si no es por mí; porque
sólo por mí, como cabeza de la Iglesia y mediador entre
Dios y los hombres, se derrama la gracia en el corazón
de los hombres.
4 5. Por eso, Ron 111s, cuando te falten fuerzas para
vencer tus pasiones, acude a mí con la firme fe de que
está en mi poder ayudarte. Creed que si rezo a mi
Padre, me oirá indefectiblemente, y que os dará gracia
en proporción a mi deseo de haceros bien. Si eres
justo ante Dios, nunca le rezarás en vano en mi
nombre; pero si eres pecador, tus oraciones serán
inútiles hasta que yo añada las mías. Sin embargo,
como he venido a salvar a los pecadores, no temas.
Persevera en la oración, preocúpame con tus
* /fe/.r. 2, 5.
8 J ôf'//. 6, 11; .lpoc. 3, t 2.

t Ilehi-, '3, fi, 10, 21.

^ hefH'. 7, 25; J'ua/t. 11, ii!î.


DUODÉCIMO MàDITATI0x.

y te prometo que no te despediré con la vergüenza y la


confusión que mereces por tus actos.
t6. Cuando el frío te penetra y te hiela, te acercas al
fuego con alegría y sin vacilar, porque estás
convencido, por experiencia sensible, de que es la
causa ocasional del calor. Así acércate a mí con
alegría y sin vacilar, cuando tu amor por el verdadero
bien languidece y se enfría; puesto que Dios me ha
establecido como causa natural u ocasional de la
gracia, y todos mis deseos son eficaces. Tengo
siempre el deseo general de salvar a los pecadores; a
vosotros os corresponde determinar este deseo en
relación con vuestras necesidades, rogándome
humildemente y con una fe que realce mi poder y mi
calidad de mediador: de lo contrario, mis deseos sólo
serán suscitados por la idea de las muchas bellezas con
que quiero adornar la futura Iglesia, y por el amor que
tengo a todos los hombres en general. La gracia te será
concedida raramente, no será proporcionada a tus
necesidades, y otros más di- ligentes ocuparán el lugar
que tú deberías ocupar en el cielo.
t7. Aquí, hijo mío, en general, es lo que debes hacer
para obtener la gracia que necesitas; lo explicaré con
más detalle m á s a d e l a n t e . Pero no basta
.para obtener la gracia, debemos tener cuidado de no
hacerla inútil; porque a menudo los pecadores y los
justos reciben muchas gracias que no producen en
ellos el efecto que deberían tener si se hubieran
preparado para recibirlas según las reglas que voy a
prescribiros, que no son otra cosa que los consejos de
mi evangelio.
48. Recuerda, hijo mío, lo que ya te he dicho tantas
veces sobre la conducta de Dios en la ejecución de sus
planes; pues, una vez más, es sobre esta base como se
lleva a cabo la voluntad de Dios.
)54 B2DIT*T10NS C8RâT1ENNLs.
debes regular tu propia conducta, para que la gracia
tenga todo el efecto que deseo. Permíteme explicarte.
l9. No hay nada en los pescadores que merezca
bondad: pues sabéis muy bien que la gracia debe
evitar la muerte, y que no se da según los méritos; y
no podéis conocer los detalles ni la secuencia de los
efectos que dependen del orden de la gracia. Cuando
los labradores aran y siembran su tierra, no e s su
trabajo lo que determina a Dios a distribuir la lluvia.
Es el orden de la naturaleza q u e Él ha
e s t a b l e c i d o , un orden cuyas consecuencias no se
pueden prever. Podemos saber que la lluvia cae como
consecuencia de las leyes generales de la
comunicación de los movimientos; pero no podemos
adivinar con precisión e l tiempo, la duración y la
cantidad de la lluvia. Del mismo modo, podemos saber
que la lluvia de gracia cae sobre la humanidad como
consecuencia natural de la ley general que Dios ha
establecido para salvar a todos los hombres en su Hijo.
Porque la fe os enseña que estoy construyendo un
edificio espiritual del que los hombres s o n las piedras
vivas, y que todos l o s deseos que tengo para mi
edificio s e cumplen siempre. Pero no podéis saber
con precisión el tiempo de vuestra vocación, ni cuándo
formaré los deseos que responderán a la gracia sobre tal
o cual; no podéis conocer la fuerza o la grandeza de la
gracia que es siempre proporcionada a ellos, y esto por
varias razones. ü0. 1º Porque mis deseos se forman
sobre la idea de ciertas bellezas con que quiero
adornar a mi esposa, y que te son enteramente
desconocidas. 2º Porque están regidos por el orden,
que es la ley que yo sigo inviolablemente, y de la que
usted sólo tiene u n conocimiento muy imperfecto.
hecho. 3º Porque son gratuitos en muchas situaciones,
y a menudo puedo posponer lo que estoy haciendo
para otro momento. 4º Porque los materiales que
utilizo no son todos igual de adecuados para mi
diseño.
D0UfTE S BËDT*TI0N.
Esta combinación está sujeta a infinitos cambios en cada
momento. Por ejemplo, si necesito mártires para crear un
determinado efecto en k "¡;lise, se puede ver que Francia,
donde actualmente no hay persecución, no puede
proporcionarme material. Por último, como n a d i e tiene
una idea clara del alma, no hay manera de saber qué obra
puedo formar de ella. Así, aunque se supone que la gracia
caerá sobre los hombres en proporción a mis deseos, es
i m p o s i b l e conocer los detalles y dar cuenta del tiempo,
la abundancia y las demás circunstancias de este
acontecimiento celestial.
*1. Si, pues, es cierto que la lluvia de la gracia no cae
siempre sobre las mismas personas, y que, cuando lo
hace, no es siempre con la abundancia necesaria para
penetrar y ablandar los corazones demasiado
endurecidos por los ardeiii-s de la concupiscencia, no
cabe duda de que los hombres deben cuidar y trabajar de
su parte para asegurar su vocación y hacer que la gracia
sea eficaz a su respecto. Porque supongo que sabéis que
mi gracia obra tanto más cuanto menos resistencia
encuentra; y que tal grado de deleite espiritual que
conquiste a un pecador, cuya concupiscencia no esté
activamente excitada por algún objeto peligroso, no
podrá cambiar una mente que se halle al presente e n
agitación y en el movimiento brutal de su pasión
dominante. Supongo que sabéis que podemos, por la
razón, por el amor propio, por el temor al infierno o por
los medios más comunes, evitar los placeres que aún no
hemos probado y a los que, por tanto, aún no estamos
esclavizados; y que de este modo podemos prepararnos
para los placeres del mundo.

' Yep . le Tr'iité Je lo Morale, primera parte, cli, 8.


MEDIT*T10N5 CRISTIANO.
De tal manera, que concedida la gracia del deleite o de
la conversión, no se dejará de estar verdaderamente
convertido.
ü2. Debes, muchacho, imitar a los labradores. La
experiencia les ha enseñado a regular su conducta según
las leyes de la naturaleza. No esperan que haga
milagros en su favor. Ellos aran con precisión,
siembran sus tierras en abundancia, de modo que, si
llueve y no graniza, recogerán con alegría los frutos de
su trabajo; y es muy raro que la lluvia falte o que el
granizo les aflija, hasta el punto de hacerles
arrepentirse de las molestias que se han tomado y del
grano que han esparcido. Trabaja como ellos, desbroza
la tierra, prepara el terreno de tu corazón para que mi
palabra dé fruto. No os faltará la lluvia de la gracia,
puesto que creéis que soy vuestro salvador y vuestro
maestro; porque amo demasiado la salvación de los
cristianos para abandonarlos a sus enemigos. Pero no
esperes esas gloriosas gracias x-icas que rompen los
corazones más endurecidos. Rige tu conducta por la
mía. Quiero salvar a los hombres por los medios más
sencillos, y sólo dispenso gracias extraordinarias y
milagrosas de acuerdo con ciertas exigencias de mi
Iglesia, que actualmente son más raras de lo que crees.
Tomad el pltis sfir. El asunto es de infinitas
consecuencias; y todos los trabajos de la vida pre
sente, por grandes que sean, nada tienen que ver con
las recompensas que preparo para los que dedican
generosamente sus placeres al amor del orden.
23. Si Dios, obrando como debe obrar, extendiera
su gracia por medio de voluntades particulares, es
claro que siempre tendría el efecto para el que la da,
un ser sabio siempre proporcionando los medios a su
fin. Y puesto que Dios no abandona primero a los
justos, y les da la gracia para que sur-
D0UzI È N E " ËDITAT i0N.

tentaciones, nunca serían vencidos. Puesto que Dios no


puede ignorar el uso que se hará de su gracia, o mejor
dicho, puesto que no puede actuar como si no
penetrara en los corazones y n o previera las
determinaciones futuras de las voluntades, la caída de
los justos recaería de algún modo sobre él. Gar se
tendría razón para pensar, o bien que Dios no tendría
una voluntad sincera de salvar, no digo a todos los
hombres, no digo a los pecadores, digo incluso a los
j u s t o s , a los que están unidos a mí por la caridad; o
bien que le faltaría sabiduría y previsión para no
haber proporcionado los medios al fin que se
proponía, no dando siempre su gracia a los justos
incluso la victoria sobre las tentaciones.
23. Si Dios derramara las lluvias ordinarias con l a
intención de hacer fértil la tierra, y si actuara por
voluntades particulares, es seguro que no caerían sobre
l a s arenas y en el mar. Caerían sólo sobre las tierras
sembradas o capaces de fertilidad, y estarían mucho
mejor reguladas de lo que están. Ahora bien, es cierto
que Dios derrama su gracia sobre los "homiies" sólo
para que den frutos dignos d e ella. Y, sin embargo, a
menudo cae sobre corazones endurecidos. Se rechaza a
quienes harían buen uso de ella y se da a otros que la
rechazan con desprecio. No es proporcionada a las
necesidades actuales de aquellos a quienes se les da. Y
quien recibe una g r a c i a sin fruto, p o r q u e está ante
el objeto de su pasión, habría sido cons'erti, si esta
misma gracia le hubiera sido concedida un momento
antes. Dios no da, pues, su gracia por voluntades
especiales; su sabiduría le hace pecar. Porque si fuera tan
digno de una sabiduría que no conoce límites, obrar por
x oies compuestos, como obrar por caminos simples,
M EDICIONES C11R £TIE "Vss.

La conducta de Dios sería una prueba de que n o quiere


salvar a todos los hombres.
25. Por eso, hijo mío, vigila siempre, para que no seas
incapaz de recibir la lluvia de la gracia cuando caiga
sobre ti. Trabaja por quitar la m a l a h i e r b a que la
concupiscencia hace crecer en el terreno de tu corazón, y
no esperes a que yo proporcione mis dones a tu
debilidad y negligencia. En una palabra, actúa como si tu
salvación dependiera de tus cuidados y mi gracia fuera
muy escasa. Porque si no estás dispuesto a recibirme
cuando venga a visitarte, encontraré a otros que estén
dispuestos a recibir el efecto de mi buena voluntad; y los
introduciré en el edificio espiritual de la Iglesia para que
gocen eternamente de l a gloria que tengo preparada
para los vigilantes.
¡Oh Jesús! Pero eres tú la causa natural, ocasional o
distributiva de la gracia. 9¿No la proporcionas a nuestras
necesidades? ¿Por qué no conoces todas nuestras
disposiciones y debilidades, y el uso que debemos hacer
de la gracia que nos das, y n o quieres salvar a todos
aquellos por quienes moriste? ¿Por qué permites que
tantas naciones anden por sus propios caminos, y por
q u é das incluso a los justos puertas que sabes que
serán inútiles para su salvación?
26. ¿Quién t e h a dicho, hijo mío, que yo, c o m o
hombre, como causa ocasional de la gracia, deba
conocer al presente todas las determinaciones futuras de
las voluntades, y obrar según este conocimiento? Sólo
Dios, por su propia naturaleza, penetra en los corazones
y conoce siempre el futuro de cualquier clase que sea,
' Véase el TraitJ de ïo Noture et de la Grdce, deu xième disc0urs, art.
4 7 y lo que sigue, o la fl#ponse a los versos segundo y tercero. de las
flé/tezions Philosoplii'fiiec et 2"/iéo/o9Jqties de M. Arnaiiht.
DOUZ IÈ$tf'1 MÉDITÉ TIO N.

contingente o necesario. Sólo sé, respecto a lo que debe


suceder en el mundo, l o que a mi Padre le place
revelarme. Como el mundo no es una emanación
necesaria de la Divinidad, nada sabría de lo que sucede
si mi Padre no me revelase sus voluntades, cuyos efectos
son infinitos. Pero, ¿debo pedir siempre a mi Padre que
me revele, antes de tiempo, todas las consecuencias o
efectos de mis deseos? ¿Lo e x i g e e l orden? ¿No
d e b o regular la distribución de la gracia según las
necesidades de los justos? ¿Es necesario que pida
siempre a mi Padre que me revele todos los usos buenos
o malos que los hombres harán de mis favores, antes de
dárselos? ¿Debo g o b e r n a r su negligencia futura, y
estar tan indispen- sablemente establecido en ella, que la
gracia nunca sea útil para la salvación de los que la
reciben? Pero quiero q u e sepas que tengo más
consideración por la debilidad de los hpmnies q u e por
el rigor, y q u e regulo en parte, por el conocimiento del
futuro, la distribución de mis gracias.
27. Si afirma que actualmente conozco todos los
libres movimientos de las voluntades, concluir de esto
que carezco de amor para con los hombres, puesto que
mi gracia no los santifica a todos, sabed que me hacé i s
más injusticia que si indiscretamente desconocierais mi
conocimiento; porque es cierto en cierto sentido que es
limitado, especialmente en lo que se refiere a l a s
verdades con- tingentes: pero mi caridad es tan grande
que se extiende a todos los hombres, y que si el orden me
lo permitiera.todos se salvarían.
x*S. L o sé todo, hijo mío, pero no creo que
j fi p Mö01T*TlUNS ?¥¥2?JENNE1.

no todas las cosas en la actualidad. Esto es muy


diferente, no lo confundas. Sabes que 2 por 2 son 4,
aunque n o siempre piensas en ello; no te haría muy feliz
pensar en ello todo el tiempo. Una mente simple sería
necesariamente ignorante si pensara siempre en las
mismas cosas. Esto no necesita prueba. Uno conoce una
verdad, la posee, cuando por su trabajo o de otro modo
ha adquirido el derecho a ella, y c u a n d o se
p r e s e n t a a su mente siempre que lo desea. Así que
no sé nada. Pues no hay nada en lo que quiera pensar que
no venga inmediatamente a mi mente sin trabajo y
aplicación por mi parte. En verdad poseo todos los
tesoros de la sabiduría y del conocimiento de Dios. Pero
como yo soy el objeto que me hace feliz, un objeto
inflni; yo, que soy flni, no debo querer pensar siempre al
presente en cosas que no me son necesarias para realizar
mis planes. Conservaré mi iglesia, aunque la malicia de
los cristianos que viven actualmente se me resista. Y, si
ya no puedo encontrar materiales adecuados para mi
edificio en la tierra que habitáis, enviaré predicadores al
otro mundo, y allí realizaré milagros que no debería,
según la orden, realizar en lugares donde la verdad d e
mi kvangilc esté suficientemente demostrada. Estos
milagros me proporcionarán más material del que
necesito, y mi gracia dará mucho más fruto allí que en tu
país, donde te parece que todo el mundo ha resuelto
combatirme.
20. Pero lo que pienso o no pienso en este momento
a las circunstancias extraordinarias creadas por la
combinación de la naturaleza y la gracia, que pueden
hacer inútil la ayuda que presto a los justos, ¿qué se
puede concluir razonablemente contra mi caridad para
con los hombres? ¿No les he dado, por todo lo que he
hecho por ellos, pruebas suficientemente claras de mi
amor hacia ellos?
nouziiias uénrrazios. Î6I

amor, ¿y no deben creer que tengo razones que debo


preferir a sus deseos? Ge no es, una vez más, el
conocimiento de las determinaciones futuras de las
voluntades libres, lo que debe regular la acción por la
que difundo la gracia. Debo regular mis deseos o mi
acción según la voluntad que estoy construyendo.
Debo basarlos en las necesidades de los justos, no en
su negligencia. Se dejan vencer: no es culpa mía.
Podrían haber luchado, habrían salido victoriosos.
' ieux. Actúo como debo actuar, consultando a Yerbe
como Yerbe, como razón, como sabiduría eterna,
consultando el orden del que sólo tenéis u n
conocimiento muy imperfecto. Si restringiera mis dones
al conocimiento de los acontecimientos libres, el orden
de la gracia ya no sería digno de la infinita sabiduría de
Dios. No es necesario que os diga esto, y vuestra
atención está ya demasiado cansada. El con- duito en l a
construcción de mi obra debe llevar el carácter de una
ciiusa ocasional y de una mente finita, que por el derecho
de su naturaleza no penctra los corazones, y no piensa
actualmente fi todos los acontecimientos que dependen
de causas l i b r e s , para que Dios pueda
--la gloria de mi orrage, y que ad-
admirar eternamente la infinita sabiduría de quien
hace todas las cosas por los medios más sencillos.
Oh Salvador mío! la sabiduría de Dios sobrepasa
infinitamente todas nuestras calles. ûliilhcur a los que
critican tu conducta; quiero someterme a ella sin
e.xaminarla; sólo tienes demasiada compasión de los
hombres, aunque a menudo se quejan de ti, son ingratos
e insolentes, y reconozco que he hecho tan mal uso de tu
gracia, que cuando me dejaras sin ayuda, no tendría
motivos para quejarme de tu conducta.
DECIMOTERCERA MEDITACIÓN

links 1s gràce en gênèral. G*ces de luz y sentimiento que producen y


conservan la caridad. En particular, las causas ocasionales de las
gracias de l u z .

4. Oh Sabiduría Divina, Eterno Yerbe del Padre


Todopoderoso, te deleitas en conversar con los
hombres; enseñas a los gobernantes cómo reinar;
inspiras a los legisladores las leyes que establecen,
pero los pequeños y los grandes son libres de
consultarte; eres la razón universal de los espíritus, y
los ángeles, los hombres e incluso los demonios,
reciben de ti todo lo que tienen de luz y conocimiento.
El cielo, es verdad, es el lugar principal de tu morada
y de tus actos; pero no encierra la sustancia inteligible
de tu ser, ni da límites a tu bondad; tú iluminas toda la
tierra; todos podemos gozar de tu luz y alimentarnos
de tu sustancia; tu luz, que en el cielo es la felicidad
de los santos y en la tierra la esperanza de los justos,
produce un fuego que devora y desespera a los
demonios y a los condenados. El sol brilla
irregularmente según las estaciones; la noche lo oculta
a nuestros ojos, a menudo se eclipsa y se cubre de
manchas; pero, Padre de las luces, tú eres la luz que
nos ilumina.
TRRIZ1Ë'ŒE NËD1T*T10N. 18 8

siempre brillante y luminoso; siempre estás dispuesto a


disipar la oscuridad de la mente; no estás sujeto al
cambio, ni a las revoluciones que p r o d u c e n
sucesivamente días y noches. ¥Me has enseñado estas
verdades, y me complazco en pensar en ellas a menudo
°. Pero, c i e g o como estoy, rodeado y penetrado como
estoy por tu luz, me encuentro a menudo en densas
tinieblas. Señor, hazme ver, abre mis ojos, ayúdame a
caminar seguro por la senda que conduce a la vida.
Nada puedo sin la ayuda de tu gracia, pero ¿qué debo
hacer para obtenerla, cómo conservarla, qué uso debo
hacer de ella, para que produzca en mí todo el efecto
para el que me la das? Explícame, mi único maestro,
pero en detalle y de manera simpática y sensible, las
verdades por las que debo regular mi conducta, para
q u e p u e d a entrar en el gran plan que estás llevando
a cabo para gloria de tu Padre, y para q u e p u e d a
m e r e c e r tener alguna parte en la herencia que estás
preparando para tus elegidos.
fl. Me das alegría, mi querido hijo, por las oraciones
que me haces. Los que me invocan me honran, y los que
me invocan con la intención de honrar a mi Padre y de
aprender sus deberes, me conmueven profundamente y
todos los buenos espíritus se alegran. Todos en el cielo
se alegran cuando un pecador se convierte, porque los
que aman e l o r d e n s e a l e g r a n cuando saben que
los hombres tratan de conformarse a él*. ¿No sientes
como una gran alegría cuando la gente te cuenta sus
obras?
MEDITACIONES CDRETIFKN.
de gente buena? El amor, aunque débil e imperfecto, que
sientes por el orden, se extiende entonces a estas almas
generosas; las amas, las honras, querrías incluso d a r l e s
muestras de tu estima y ayudarlas en sus miserias. Juzga,
pues, por U, hijo mío, del amor que t e tengo, y si temes
que, por mi parte, no te doy toda la ilustración que
deseas y necesitas.
3. Quiero que sepas, sin embargo, que ahora no
puedes, sin trabajo y sin problemas, comprender
plenamente las verdades que voy a explicarte. El
hombre que se ha convertido en pecador está
condenado a "ganarse la vida con el sudor de su
frente". No lo entendáis, mis lls, simplemente como la
vida del cuerpo; vuestro cuerpo no es vuestro propio
Gtre. Los ricos n o trabajan para ganarse esta vida
miserable. Oíd, desde la vida y el alimento de la ingle,
el decreto irrevocable que Dios ha pronunciado contra
el pecador; oídlo desde la verdad que es el pan con
que se nutre y engorda el espíritu: porque n o
p o d é i s , sin el trabajo de la meditación, nutriros de
las verdades que deben regular vuestra conducta y
preservaros de la muerte; no podéis comprenderlas
claramente sin una gran atención. Ahora bien, toda
atención que se refiera al verdadero bien es penosa y
desagradable, porque desde el pecado el cuerpo pesa
sobre el espíritu. Lo interrumpe constantemente para
aplicarlo a objetos que halagan los sentidos y las
pasiones; arroja desorden y confusión en todas las
ideas del alma, y sin vigilancia y acción continuas es
imposible discernir las verdades puras que dan fuerza y
salud al alma, de ciertas verdades sensibles por las que
el hombre se conduce, para conservar una vida llena
de tibieza.
TzEGDzME Æ2DIT*T10N. i6&
sères, y hacer algún établissemcnt en el lugar de
su exilio.
4. Me pides, hijo mío, que te explique detalladamente
los medios por los que los hombres pueden obtener la
ayuda de la gracia. Se trata de una petición muy general.
Antes de responderla elairenient et sans ćquiroque, debo
adjuntar ideas parłiculares a los términos que la
expresan. La palabra q'-üce significa muchas cosas
diferentes; pero, cuando sólo habría una clase: como
entre los hombres hay justos y pecadores, podemos decir
que los hay y al mismo tiempo que no hay medios de
obtener la gracia; porque los justos pueden hacer lo que
los pecadores no pueden. La gracia no se da según los
"méritos"; debe venir antes que nuestras voluntades. Los
pecadores no pueden merecerla ni hacerse dignos de ella;
no pueden obtenerla por sí mismos, pero la oración
constante de los justos puede mucho; oíd los que
permanecéis unidos a mí en la caridad obtendréis lo que
pedís'. Así pues, ya ves en parte la necesidad de definir
los términos y de resolver por partes tu pregunta
inacabada, para que mis respuestas no te den ocasión de
caer en el error.
5. La gracia principal, la que nos hace justos y
agradables a Dios, es la caridad o amor al orden, amor
que debe reinar en el corazón y al que deben sacrificarse
todos los demás amores; pues Dios no considera justos a
todos los que tienen algún amor al orden, ya que no hay
hombre que esté privado de este amor. N a d i e es
justo a los ojos de Dios', si el a-

*Jf'r/f/i.*0, ù 7 .
MÉD1TAT10NS CDR#TIENNAS.
El amor que tiene al orden reina absolutamente y no
sufre igual; y nadie es perfectamente justo hasta que el
amor que tiene al orden es el único principio de todos
los movimientos de su corazón, que sólo se encuentra
en el otro rie. Ahora bien, el amor a l o r d e n , la
caridad ardiente y dominadora, no puede adquirirse
por las fuerzas del libre albedrío; es una gracia que el
hombre no puede obtener sino por el curso de la
gracia; es una gracia habitual, que no puede obtenerse
sino por el auxilio de la gracia presente, o por el
bautismo, respecto de los niños, que ciertamente no
tienen poder para procurarla. Y queréis saber cuáles
son los medios por los que podemos obtener la ayuda
necesaria para adquirir esta gracia excelente, que nos
hace agradables a los juegos de Dios.
6. Para que estés plenamente satisfecho de lo que
deseas saber, en vez de consultarme a mí, vuélvete
hacia ti mismo, y consulta el sentimiento interior que
tienes de lo que sucede dentro de ti. Cuando
comienzas a amar algún objeto, ¿qué sientes en tu
interior que da origen a este nuevo movimiento de
amor? f4r ¿no es que descubres, por una clara visión
de la mente, o que juzgas, por el sentimiento confuso
de algún placer, que este objeto es un bien para ti? Si
amas los bienes verdaderos, los bienes del es- prito,
¿no es que reconoces claramente que son amables? Si
amas los cuerpos, ¿no es 1 porque, al acercarte a
ellos, te sientes tocado por algún p l a c e r ? Consulta
tu memoria para descubrir el principio de todas las
inclinaciones que te dominan.
o que te han dominado, y reconocerás que e l l o s
Si non ex Deo cliaritas sed ex lioniinibus, vicerunt Pelagiani : si
antein ex Deo, vicimus Pelagianos. 2 uy., De yi-at. et libero arh.
c. l8.
TflEIZIÈ NE MÉ OITA T10 N.

todas deben su origen a la luz o al sentimiento, o a uno


u otro de estos principios de todas las determinaciones
de las voluntades. Así, las dos gracias actuales que
sirven para producir en el corazón del hombre la
gracia h:ibitual o la caridad dominante, se reducen, en
general, o a gracias d e l u z , o a gracias de
sentimiento, o más bien a gracias de luz y sentimiento
unidas. Se trata ahora de explicaros los medios por los
que podéis obtener estas clases de gracia.
'i. Bien sabes, hijo mío, q u e sólo Dios actúa
inmediatamente en los espíritus; que sólo él los
ilumina por la luz que derrama en ellos, y que los
anima y agita por los diversos sentimientos con que
modifica su sustancia. Es, pues, necesario, para
obtener el auxilio de la gracia, conocer los medios por
los que Dios se hace actuar en las mentes de los
hombres. Ahora bien, en general, sólo hay dos de
estos medios. El primero es la necesidad del orden;
pues Dios nunca deja de cumplir lo que el orden
exige. El segundo medio son las causas ocasionales
que Dios ha establecido para llevar a cabo sus
designios; porque la eficacia de la voluntad de Dios,
en el orden de la naturaleza y en el de la gracia, debe
estar determinada por la acción de alguna causa
ocasional, como ya os he dicho y como os explicaré
más extensamente.
ö. El primer medio es absolutamente inútil para los
pecadores, pues no pueden hacer que el orden y la
justicia exijan que Dios les haga un favor.
Ciertamente uno no puede, por el poder de su libre
albedrío, hacer la menor acción que sea meritoria de
las verdades de la voluntad de Dios.
H ÉD ITATIONS C 0 R üTl ET N ES.

bienes. Es verdad que todos los pecadores pueden


merecer alguna recompensa, porque no hay ninguno, por
corrompido que esté, que no tenga alguna idea y aun
algún amor al orden; pero no pueden merecer nada que
conduzca a la posesión de bienes, porque el amor natural
que tienen al orden es demasiado débil para vencer el
amor propio y sacrificarlo a la verdad y a la justicia. Por
tanto, como los pecadores no pueden merecer la gracia, no
pueden obligar a Dios, por el invencible amor que
t i e n e a l o r d e n y a la justicia, a prestarles la ayuda
que necesitan.
9. Pero como los justos están animados por la caridad,
que están en condiciones de merecer. Pueden, por la
fuerza in- vincible de la justicia, y a consecuencia de l o s
pro- cesos que les he h e c h o , obligar a Dios a aumentar
su gracia; pueden hacerlo haciendo buen uso de la gracia
que han recibido. Sin embargo, si Dios diera a los justos
precisamente lo que merecen por la necesidad del orden,
lejos de crecer en caridad, no perseverarían mucho
tiempo en la justicia: tan grande es la debilidad que les
ha causado el pecado. 11 Es necesario, hijo mío, que rece
sin cesar por los elegidos, y que tenga por ellos un
cuidado particular; porque, aunque Dios nunca los
abandona primero, caen y pecan a menudo sin ayuda
extraordinaria y en todo sentido pura gracia. Así
podemos decir que Dios abandona a los justos cuando
sólo les presta la ayuda que necesitan para vencer a sus
enemigos, porque los hombres no tardan e n fallarme.
En otras palabras, el primer medio no es

' Yo3. lo ï "z'riffJ rte 3forri/r, pi-etnièrr: pa i-tie, cli. 3.


• Es en este sentido que hizo prondro -i-eIques pnssapos des l-ércs
r}ui elise nt quo Dieu uliandon ne quel'}nefois le.s just.
TR EIZIÉ HE M ÉDI'YATI0N .

Pero, para el segundo medio, que consiste en la causa


ocasional que Dios ha establecido para determinar la
eficacia de sus leyes, o de las leyes que Dios ha
establecido para determinar la eficacia de sus leyes.
Pero, para el segundo medio, que consiste en la causa
ocasional que Dios ha establecido para determinar l a
efflcacy d e sus leyes o
Te explicaré todo esto, pero repasa una y otra vez en
tu mente lo que ya te he dicho. Te explicaré todo esto;
pero repasa una y otra vez en tu mente lo que ya te h e
dicho.
10. La luz y el sentimiento son, en general, los dos
principios de la determinación de las voluntades. Para
q u e ames el orden, debes ver su belleza y gustarla.
No puedes ver ni gustar esta belleza a menos que Dios
te ilumine con alguna luz y te modifique o te toque
con algún placer; y, para que Dios actúe en ti y te dé el
conocimiento y el gusto de la belleza d e l orden,
debes determinar la eficacia de su voluntad por la
causa ocasional que ha establecido para santificarte y
formar su obra de una manera sabia, uniforme y
constante, y que lleva las características de sus
atributos. Yo soy esta causa ocasional; sólo por mí se
va a los infiernos; quien me invoque se salvará. Todo
esto es verdad, pero es todavía tan general e inacabado
que harías mal en darte por plenamente satisfecho.
t4. En cfet, mon flls, consulte le sentiment intérieur
que tu avez de ce qui se passe en toi; ni: sens-tu pas
que tu penses ä ce que tu veux? Cuando deseas
resolver un problema de geometría o impulsar algún
principio de metafísica, ¿no ves que la luz se propaga
en ti ä proporción de tus deseos † Así puedes concluir
que si tus voluntades no son las verdaderas causas de
tu conocimiento, el de la
Œ70
L a atención de la mente es así una oración natural
que obtiene inmediatamente de Dios la luz y la
indigencia de las verdades más elevadas, sin que sea
necesario que asuma el papel de mediador, autor de la
gracia, cabeza de la Iglesia.
4 2. Es verdad, hijo mío, que yo no soy siempre la
causa ocasional o natural de la luz que ilumina a los
espíritus. Como sabiduría eterna y razón universal fles
intelligcnccs, soy la verdadera causa de la luz. Como
hombre, soy la causa temp or al; pues sólo en mí
subsiste la obra de Dios. Pero no soy siempre la causa
ocasional. Vosotros pensáis lo que queréis; vuestros
deseos s e c o n c e d e n a menudo. 0bstante, estoy
de acuerdo en que se concedan siempre en presencia
de las ideas. En una palabra, quiero que tus deseos sean
las causas ocasionales o naturales de tu conocimiento.
Pero sabed que soy Yo quien forma en vosotros el
ardiente deseo que tenéis de contemplar la belleza del
orden; sabed que soy Yo quien produce en vuestro
corazón, por el placer que suscito en él, el amor que
tenéis a los bienes verdaderos; y que nadie puede
siquiera desear, como debe, su curación, buscar e
ignorar a su médico, a menos que Yo le rescate de la
somnolencia y de la insensibilidad a que le ha reducido
el pecado. La vanidad y la curiosidad pueden atraer la
atención suficiente para resolver un problema. Uno
puede amar las verdades especulativas por la fuerza
del libre albedrío, e incluso las verdades prácticas
cuando pueden conciliarse con sus propias incli-
naciones; pues los pecadores no odian el orden y la
justicia en todas las cosas. Pero sin mi ayuda es
imposible pensar seriamente en la conversión. No
puedes prepararte para luchar contra t i m i s m o por
tus propias fuerzas. Inevitablemente quieres ser heu-
TREIZlÉ.'4 E GÉ DITAT10N.

No podemos, por tanto, sin una fe fuerte y una gran


confianza e n las promesas de Dios, sacrificar el placer que
nos hace felices en el presente a cosas que no
saboreamos o ni siquiera vemos.
13. Hijo mío, debes saber que el primer hombre,
antes de su caída, estaba animado por la caridad; y que
por la fuerza de esta c a r i d a d , era dueño de su mente
y de sus pensamientos. No teniendo entonces concu
piscencia, sus seiis, su imaginación y sus pasiones
permanecieron en respetuoso silencio y nunca
encontraron sus ideas. El orden quiso que así fuese, y
el mismo orden, aunque inmutable en sí mismo, quiere
ahora lo contrario; porque entonces era justo que el
cuerpo estuviese sujeto a la mente, y ahora no es justo
que Dios suspenda las leyes de la naturaleza en favor
de un criminal. Adán era, pues, en todos los sentidos,
perfectamente libre: era dueño d e su atención; podía
contemplar la belleza y el orden y alimentarse única y
piiisiblemente de mi sustancia; n o tenía necesidad de
mí:ino era necesario para que me amase que yo
prùrinsse su voluntad por algún placer, càrrr no tenía
ningún placer contrario que combatir, y la dulzura de
l a dicha que saboreaba, daiis e l estado feliz en que
yo le había puesto, debía bastarle para satisfacerse
hasta el día dc su recompensa plena y completa.
t4. Pero el hombre ya no se encuentra en el mismo
estado. Sus deseos, es verdad, son todavía hoy las causas
ocasionales de sus ideas, pero no es siempre dueño de
sus deseos; su concupiscencia excita un número infinito
de ellos a pesar suyo. Los objetos de sus deseos
involuntarios se presentan al alma; la sorprenden, la
tientan, la seducen; a veces los resiste por obra de la
atención, y persigue la verdad que se le escapa; pero
pronto se cansa, porque ama demasiado el reposo; no
está mucho tiempo sin darse placer, porque está
demasiado cansada.
17g C II RéTIE Nn ES HÉ DIZA TION S .

quiere invenciblemente ser feliz. Por eso, Ills míos, es


necesario que la gracia prevenga a la voluntad y
forme en ella buenos deseos por u n a especie de
iiistinto y sentimiento preventivos; de otro modo la
luz nunca sería bastante grande ni bastante brillante
para cambiar las desordenadas determinaciones del
corazón humano; Y como la concupiscencia actúa
constantemente y produce en el justo, por medio de
los placeres preventivos, mil deseos indelebles que
debilitan poco a poco la caridad, la gracia actual de la
selección sigue siendo necesaria para sostener y
aumentar la caridad habitual. A s í q u e la gracia del
sentimiento debe combinarse c o n l a luz para
adquirir y conservar hasta el fin el amor primordial al
orden y a la justicia.
t ù. Mi discípulo amado dijo a través de mi
e s p í r i t u que la unción de la gracia enseña toda la
verdad y que los ungidos por ella no necesitan que nadie
los instruya. La unción produce luz; porque cuando
pensamos con placer en a l g o , pensamos en ello con
atención. Ahora bien, la atención de la mente nunca deja
de ser recompensada por l a visión de la verdad, siempre
q u e sea constante y seria; Y esta misma unción no deja
de producir y mantener la caridad, porque nunca
dejamos d e amar un objeto cuando tiene todas las
características del verdadero bien, cuando es bello a la
vista y agradable al gusto, es decir, cuando la mente
reconoce, por una luz e v i d e n t e , que es un bien, y
cuando se convence de ello por el sentimiento del gusto.
IO. Ahora bien, yo no sólo soy la verdadera causa y
la causa meritoria de esta unción o de esta selección
de gracia, en una palabra, de todas las especies de
gracia del sentimiento que son en gran número, yo
soy en-
TREIZI ilälE II ÉDIZAZION

Voy a explicaros lo que deben hacer los hombres,


para que me persuadan a tocarlos profundamente y a
difundir esa unción saludable y eficaz que los
envuelve y sostiene la caridad en sus corazones.
l7. Yo presupongo dos cosas: primero, que los
hombres crean en mí, y segundo, que deseen ya los
bienes verdaderos. 11 Deben creer en m í , de lo contrario
no pueden i n v o c a r m e ; deben desear los bienes
verdaderos, de lo contrario nunca me los pedirán, por
muy convencidos que estén de que s o y yo quien los
distribuyo. Esto es eliiir. Así, es cierto que doy a los
hombres estas primeras gracias sin que ellos interfieran o
s i n que las merezcan en modo alguno. Pero no siempre
sucede lo mismo con los que ya han recibido la fe y el
deseo de conversión. Pueden estar preparándose p a r a
recibir la gracia, y pueden estar urgiéndome, c o m o
causa natural, a actuar en ellos; o, para decirlo más
claramente, pueden estar obligándome, por el amor q u e
tengo a los pecadores, a formar ciertos deseos con
r e s p e c t o a ellos, deseos que nunca dejan de ser
seguidos por la lluvia de la gracia. Finalmente, los que
tienen una castidad justificable pueden atraer hacia sí la
gracia de dos maneras más eficaces. Pueden hacerlo por
la necesidad del orden, que a los ojos de Dios es una ley
inviolable; porque pueden, haciendo buen uso de la
ayuda que acompaña siempre a la caridad, merecer
continuamente nuevas gracias; y p o r q u e no sólo soy
el Arzobispo de la Iglesia, sino también su Cabeza y su
Esposo, y amo más a los verdaderos fieles que a los que
no hacen lo que se les dice.
' 3férï. .fi et Off; fr'iifc dc la Afiïtire cf de fa Grdce, segunda
intervención.
t74 il Ë0I "IATI0 "S cn RïiTIR "n "S.

Soy un solo cuerpo con los infieles y pecadores que


aún no están unidos a mí por la caridad, y los justos
pueden persuadirme más fácilmente que los demás
hombres a q u e ruegue por su santificación. En
general, pues, los justos pueden obtener la gracia de
dos maneras muy eficaces: por el mérito de sus
oraciones, ya que el orden y la justicia son la regla
inviolable de la voluntad divina; y por el favor
especial que tienen c o n m i g o , que derramo la lluvia
de la gracia según mis deseos, c o m o sacerdote
soberano de los bienes futuros establecidos por la ley
general d e la gracia, por la que Dios quiere salvar a
todos los hombres en su Hijo. Por tanto, suponiendo
que los hombres sientan al menos la corrupción de
sus corazones y la cruel servidumbre a que los ha
r e d u c i d o el pecado, suponiendo que crean que yo
puedo librarlos de ella y que lo deseen, he aquí lo que
deben y pueden hacer para obtener y aumentar los se-
cursos de luz o de sentimiento que necesitan.
Comienzo con la ayuda de la luz.
18. Como todo hombre tiene al menos alguna idea del
orden, o de su deber, aunque a menudo no piense en
ello, debe considerar esta idea con atención. Debe
rogarme con su atención, que es la oración natural, así
como c o n l a invocación, que es la oración de la fe y
de la gracia, porque la gracia presupone la naturaleza, y
la naturaleza debe servir a la gracia. D e b e , digo,
r o g a r m e , de todas las maneras posibles, q u e l e
dé una idea clara del orden, para que pueda reconocer
sus propias faltas a su luz. Difícilmente puede uno
contemplar la belleza del orden sin sentir horror de sí
mismo, sin encontrarse insoportable. Pero, cuando uno
reconoce su fealdad y su diformidad, no deja de sentirse
i m p r e s i o n a d o por él.

* joon. J ù, 6.
TR tilZ IÈ NE H ÉD1TATI01.

iivoir honte. Nos gusta ocultarnos; nos despreciamos,


n o s odiamos, incluso nos odiamos en c i e r t o modo;
finalmente queremos aniquilarnos, en el sentido de que
quisiéramos, al menos en parte, si pudiera hacerse sin
dificultad, dejar de ser lo que somos. Pero, como no
podemos amar la nada cuando esperamos curarnos, el
que cree que soy el salvador de los hombres y que puedo
liberarlos de la esclavitud del pecado, se siente
impulsado, por l a fuerza de su amor propio esclarecido,
a invocarme; y esto con t a n t o más fuerza y
perseverancia, cuanto más despierta y sostiene por l a
vista del orden el deseo que le inspiro de su c u r a c i ó n .
-
J 9. Pero, como la idea de orden es abstracta y no
tiene nada de tangible, se escapa fácilmente; requiere
atención y un esfuerzo serio y arduo para mantenerla
fija ante l o s ojos de la mente. Para ello, debemos
tratar de hacernos conscientes de ella, contemplando
las acciones virtuosas y heroicas de las personas de
bien. La belleza d e l arte, revestida, por decirlo así,
de la persión nes que todo lo hace deslumbrar, golpea,
a través de los sentidos. la mente d e l más tosco y
estúpido, y casi nunca deja de ser amada, cuando brilla
en nuestros amigos o parientes.
20. Y cuando tengas un amigo o pariente a q u i e n
veas animado del amor a la justicia, debes corsi - durar
cada paso, para que su conducta, toda visible, nos
estimule a la bondad a través de nuestros sentidos. Pero
como los hombres, por santos q u e s e a n , tienen
siempre defectos, no debes mirarlos tanto como modelos
en los que instruirte, cuanto como espejos en los que
considerar con placer la belleza d e l orden, que es lo
único que debe entrar en la ecuación.
1 7 ti ilL DITACIÓN S C nRÉrI EhH ES .

el objeto de tu amor, y la regla inviolable de tu con-


duit.
21. Sin embargo, hijo mío, si quieres un modelo
intachable, fíjate en la vida que llevé entre los horn mes.
No puedes considerar este modelo en exceso. Pero has
de saber que, para que te conformes a él con mayor
seguridad, debes seguir consultando el orden tal como es
en sí mismo. Porque no es imitarme hacer lo que yo he
hecho. Para imitarme, debéis hacer lo que yo he
h e c h o , pero con el mismo espíritu y en circunstancias
semejantes, lo cual no puede hacerse a menos que
salgáis del orden que se hace visible al alma por las
acciones que golpean sus sentidos, y a menos que
volváis a menudo sobre vosotros mismos para
contemplar el orden inteligible, la justicia, la razón, l a
ley eterna e inviolable de todas las inteligencias.
2-*. Como la mayoría de los hombres no son aptos
para el trabajo de la meditación, y no pueden entrar en
sí mismos para escuchar en silencio la voz puramente
inteligible de la razón, deben instruirse en sus deberes
leyendo los libros sagrados, y regular sus
sentimientos por la autoridad infalible de mi palabra.
Amo a los hombres, conozco sus miserias, sé los
remedios que necesitan; deben, pues, seguir mis
consejos sin vacilar. Soy sabio, pero soy bueno;
¿puedo engañarlos? Que lean, pues, las palabras de
mi Evangelio con fe reverente; que obedezcan lo que
en él prescribo; y por rudos y estúpidos que sean,
aprenderán más verdades, o al menos no serán tan
propensos al error, como los libertinos y los más
voluptuosos de todos ellos.

23. Cuando uno no está en condiciones de trabajar,


debe beneficiarse del trabajo de los demás. Los santos
sacerdotes, llenos de amor por el Teligión, meditaban
día y noche sobre la ley de Dios.
No están en condiciones de descubrir las sublimes
verdades que les he enseñado. Sin embargo, no debemos
t o m a r l e s tanto la palabra que no me consultan a
menudo para ver si hablo a la mente, como ellos lo
hacen a los ojos. Han sido hombres y t a n - jetos al
error. Cuando hablan como testigos de la doctrina de su
siglo, debemos a c e p t a r su testimonio y respetar mi
posición en la tradición de la Iglesia. Pero cuando
proponen sus propios sentimientos, h a y q u e
e s c u c h a r l o s con cierta desconfianza, y nunca
rendirse completamente a menos que yo lo ordene.
24. Los consejos y ejemplos que doy en el Evangelio
sólo son útiles a quien los lee con cuidado y atención.
De lo contrario, n a d i e puede hacer de él la regla de su
conducta. En cuanto a la lectura d e l a s obras de
piedad, la predicación, la conversación con personas
virtuosas, los buenos ejemplos, su principal utilidad es
que hacen perceptible la belleza inteligible d e la orden;
una belleza en sí misma demasiado pura y demasiado
casta para atraer a los corazones corrompidos, una
forma demasiado abstracta y demasiado elevada para
agradar a los hombres y reformarlos, si no la
proporciono a su debilidad.
2ä. 0 raon unique maltre, estoy convencido de que
orden debe ser la única **6 ° *e mit Conducta, y mi ley
inviolable; y veo tiien que todo lo q u e has hecho en
la tierra fue para descubrirme la
belleza y hazme amable en todas las cosas. Oh amor
dominante del orden y de la justicia 1 0 caridad, que es
el único que puede darme vida y hacerme agradable a
los ojos de Dios, reina en mi corazón, destruye todos
estos amores desordenados que las falsas bellezas han
hecho nacer en mí. Sabiduría eterna, tú eres la luz y la
razón del hombre, pero después de su caída
s7 8u É DiT z10 NS C u hÉ'i IE N CS.

sigues siendo su salvador: pues en este e s t a d o


necesita un salvador, porque ya n o puede ver fijamente
la luz, ni seguir constantemente la razón. La vida del
alma es el amor dominante del orden; pero si el hombre
puede ver la belleza del orden en parte, no puede
contemplarlo con placer sin ti. N o p u e d e conmoverse
lo bastante para preferirlo a todas las cosas, a menos que
tú se lo h a g a s amable con la dulzura de tu gracia.
Aprende, pues, Salvador mío, lo q u e debo hacer para
obtener este deleite interior que debe producir y
mantener la caridad en mi c o r a z ó n . Veo bien l o
q u e debo hacer para obtener e l a u x i l i o de la luz;
pero no conozco el medio d e obtener el auxilio del
sentimiento, que es el más inmediato y el más eficaz
para llenarme de tu amor.
amor.
DECIMOCUARTA MEDITACIÓN

De la grèce de sentiment, ou de la délectation intériui'c. F.lle es ahora


necesario para producir y mantener el cliarit ü eoi- tre los esfuerzos
de la concupiscencia. Jesucristo, como hombre, es la causa ocasional
y natural de este 'espacio de yi-üt-e, según l a s tres cualidades
que lleva, de mediador entre Dios y los hombres, de arquitecto del
templo eterno y de cabeza de la Iglesia.

Hoy, mi querido discípulo, deseo declararte algunas


verdades que son esenciales a la religión que profesas, y
hacerte comprender así, en la medida de tus
posibilidades, lo que deseas saber. Escúchame, pues, con
todo e l respeto y la atención q u e d e b e s a mi
palabra.
4 . El hombre no sólo está hecho para conocer la
verdad, sino también para amar el bien: es capaz de
amar tanto como de razonar. Yo soy su rai- hijo',
como sabes; sólo yo lo elijo y lo hago razonable. Pero,
¿quién crees que anima su amor por el orden? Has de
saber, hijo mío, que es el Espíritu Santo. Toda mente
es naturalmente razonadora; toda mente tiene también
naturalmente amor al orden. Ningún espíritu puede ser
razonable sino por la sabiduría eterna; ningún espíritu
puede también amar el orden sino por la acción del
amor substancial y divino. Tú subsistes, Ills mío, por
el poder de la era. Tú con-
M ÉD ITATIONS C11 Il ËTl EN fl ES.

Amas el orden por inspiracio'n del Espı'ritu Santo.


Eres hecho por la Santísima Trinidad; cada dis'ine
persona ha impreso en ti su propio carácter, y no
puedes ser una criatura agradable a Dios a menos que
seas perfectamente reformado según tu modelo. Pues,
desde el pecado, el hombre ha dejado de ser una
remachada y expresa ima¡;e de la S a n t í s i m a
Trinidad; los rasgos que Dios había formado apenas
aparecen ya; y esta imagen es tan noble y tan perfecta
que n a d i e más puede reformarla, nadie más
p u e d e agrandarla, que aquel que, aun creándola, no
había hecho más que esbozarla.
2. El hombre, después del pecado, sigue unido a fi
razón. Queda también en él algún movimiento de
amor al bien. Porque si el hombre estuviera
enteramente separado de la razón, carecería
absolutamente de inteligencia; si el Espíritu Santo no
actuara en él, no tendría ningún movimiento de amor
por el bien; porque el hombre no es para sí mismo ni el
principio de su amor, ni el de su conocimiento. Pero
¿qué s e r í a una mente sin intoligencia y sin amor?
¿Puede un ser sabio crear o preservar una criatura así?
El pescador, por lo tanto, todavía lleva las marcas de
su origen, y el carácter de las personas de la Trinidad
que le dan el ser. Sigue siendo la imagen de Dios, pero
es una imagen cuyos rasgos están casi completamente
alterados. Es una imagen que debe ser reparada, que
debe ser perfeccionada, y eso sólo puede hacerlo la
razón universal de las inteligencias, y eso lo paga el
amor sustancial, principio general de todos los
movimientos de los Espíritus. Gar, recuerda bien que,
así como Dios engrandece a las criaturas sólo por su
propia luz, y así como sólo puede hacerlas razonables
por la razón, también sólo puede animarlas por el
amor que se tiene a sí mismo.
'(jUA TOflZIÈ ME MÉDITA'P10N.- î8î

sólo puede actuar para sí mismo; sólo puede amar lo


que es bueno.
3. Como la luz precede al amor, debía comenzar la
reforma del hombre, y darle preceptos y consejos de
manera proporcionada.
1 su debilidad. Tomé, pues, un cuerpo para enseñar a los
hombres de un modo que pudieran comprender; y por el
sacrificio que hice de este c u e r p o a Dios,
m e r e c í ser sentado a la diestra del Todopoderoso,
y después enviar al Espíritu Santo para que fuese en mi
obra, como en la Santísima T r i n i d a d , la perfección
y confirmación de todas las cosas. Es verdad que, por la
dignidad de mi persona, he tenido siempre el derecho de
misión respecto del Espíritu Santo, como mi Padre lo
tiene respecto de mí, puesto que procede de mí, como yo
soy engendrado de mi Padre. Pero antes de poder
enviarlo a los hombres, éstos debían reconciliarse con
Dios en mi persona. También h a b í a que prepararlos
con las instrucciones necesarias; para e l amor d e las
inteligencias creadas,
el ejemplo del amor sustancial y divino, no puede
existir antes de la luz: la presupone, procede de ella,
es producido por ella.
4. Así como el hombre, aunque unido
esencialmente a la razón, no percibe ahora la verdad, a
menos que la verdad se haga sensible, y tome un
cuerpo para golpearle por sus sentidos; así, aunque no
tenga voluntad ni capacidad de conocer, a no ser por la
impresión continua del amor divino, no puede seguir
esta im- presión, a no ser que la unción del espíritu le
atraiga por alguna suavidad preveniente. El espíritu del
hombre, aunque sostenido por el poder del Padre,
penetrado por la luz del Hijo, animado por el
movimiento del Espíritu Santo, está unido a un cuerpo,
que no sólo lo llena de buenas ideas, sino que también
excita en su c o r a z ó n media docena de
movimientos trastornados. Y, como quiere en vinci-
IIE DITATI ONS CI1 H ÉTI EN N ES.

No es posible q u e el cuerpo n o se inquiete y


perturbe, si no encuentra en l a búsqueda de la verdad y
en el ejercicio de la virtud alguna dulzura actual, que le
haga con- templar y obrar con placer. 11 Era, pues,
necesario, para proporcionar el remedio al mal que el
pecado había causado, no sólo instruir a los hombres por
medio de los sentidos, sino también merecerles la gracia
del sentimiento, o ese deseo interior que hace que los
hombres amen, como por instinto, una belleza que sólo
deberían amar por la razón.
o. Gar has de saber, morí hijo, que hay dos maneras
de amar y atar, el instinto y la razón. Amamos una
cosa por instinto, cuando la amamos sin saber que es
buena, o capaz de hacernos más felices o más
perfectos. Pero amamos por razón, cuando el
movimiento del alma está determinado por la visión
clara de la mente, cuando vemos claramente que l o
que amamos es bueno, o capaz de aumentar nuestra
perfección o felicidad. es por in.stinto que los
borrachos aman el vino. No saben por una visión clara
de la mente que el vino es bueno; lo sienten confuso
por la sensación del gusto; porque la mente nunca ve
claramente lo que no lo es. Lo mismo sucede con
todos los bienes falsos: los amamos sólo por el instinto
del sentimiento. Pero cuando se trata de los bienes
verdaderos, los bienes del espíritu, los amamos, o más
bien deberíamos amarlos, puramente por la razón.
Porque para que el amor sea perfectamente racional,
meritorio en todos los sentidos, enteramente conforme
a su principio, el amor substancial y divino, no debe
provenir de la luz; debe estar gobernado únicamente
por la razón; el placer real no debe ser su único
principio o motivo, sino que lo acompaña, lo sostiene.
OU*T08ZTà x M€OITATT0N.
sea su recompensa; pero que n o a r r u i n e su pureza.
G. El hombre sólo puede conservar su vida utilizando
los bienes del cuerpo; debe acercarse a ellos, unirse a
ellos y alimentarse de ellos. Pero si estos objetos
llegaran a l a mente tal como son en sí mismos, su uso
sería insoportable. Era necesario, pues, q u e al
acercarse a ellos Dios hiciese sentir al espíritu placeres
que n o tienen, y que los hombres fuesen advertidos, por
la prueba breve pero incontestable del sentimiento, de lo
que deben hacer para su conservación; de modo que su
única ocupación fuese buscar los bienes del espíritu,
admirar y adorar al autor d e su s e r , y merecer su
recompensa por un amor de elección y por el sacrificio
puro y meritorio de una obediencia con- tinua.
7. Ge que fue sabiamente establecida por Dios para
salvar al hombre de su inocencia, y para proporcionarle
algún sujeto de mérito, se ha convertido, por el
pecado y como consecuencia del orden inmutable de
la justicia, en el principio de todas sus regulaciones;
porque, como los hombres siguen los juicios de los
sentidos, que siempre deciden a favor de los objetos
sensibles, consideran estos objetos como sujetos
dignos de su aplicación y de su cuidado. Los cuerpos
llevan el carácter sensible del verdadero bien; nos
sentimos felices en su disfrute. La razón no enseña a
todos que sólo Dios es la verdad, por la dulzura que
experimentamos cuando nos familiarizamos con los
objetos de nuestras pasiones. Los que saben esto no
siempre piensan en ello cuando lo necesitan; y si
piensan en ello, sus sentidos pronto disipan los
pensamientos abstractos que se oponen a su felicidad
presente. En una palabra, la razón habla bajo.
Hay que tener paciencia para escucharla. No halaga; hace
falta paciencia para e s c u c h a r l a , hace falta virtud
para escucharla.
18* EDN'*T101S CD8ÉTIEN>F1.
seguirlo. Pero los sentidos, que se han vuelto insolentes y
rebeldes como castigo por el pecado, hablan tan alto,
pero tan agradable y vagamente, que la mente, seducida y
dominada, sigue ciegamente todos l o s deseos que
inspiran.
8. En el estado miserable a que el hombre está
reducido, los pecadores no pueden, pues, amar el
verdadero bien por la sola razón, aunque el verdadero
bien deba ser amado de este modo. Puesto que tienen que
vencer la concupiscencia, Dios debe infundir en sus
almas alguna ¡;i àce d e sentimiento, a fin de determinar,
como por instinto, el movimiento trastornado de sus
corazones hacia el verdadero bien. Dios debe inspirarles
una concupiscencia santa para contrarrestar la
concupiscencia criminal.
0. Todo placer produce un amor natural por el objeto
que lo causa o que parece causarlo; porque, queriendo
in- vinciblemeiit ser feliz, y el placer real haciéndole a
uno realmente feliz, uno está naturalmente inclinado a
unirse de voluntad con la causa de su felicidad. Ahora
bien, no es posible que el amor de elección, y p uramente
razonable, subsista por mucho tiempo saR6 Conforme
al amor natural. Si, pues, la caridad no se sostiene
contra los continuos impulsos de la concupiscencia por
gracias reales del sentimiento que hacen encontrar
algún tlouceu r en el ejercicio d e la virtud, o, lo que
e s l o m i s m o , que esparcen amargura y horror sobre
los objetos sensibles, no es posible que las" j.mismas
listas subsistan mucho tiempo sin perder el amor
dominante a los bienes verdaderos, sobre todo si viven
en los placeres y en los honores, y si no t i e n e n
particular cuidado de fortalecer su razón y sus buenas
costumbres con el alimento del espíritu.
t0. Estoy tratando, hijo mío, para convencerte de todo.
maneras que tienes una extrema necesidad de mi
ver.nuestra, y que la gracia particular de sentir es
absolutamente necesaria al pecador, para que pueda
convertirse, y
I)UATORZ1ËôlE GÉ DITAT10N .

al justo para que persevere hasta el lino. Hago esto


porque tus sentimientos no son lo mismo que tus luces.
Tu luz depende en parte de tu atención y de tu esfuerzo.
Pero, por mucho que te esfuerces, no puedes suscitar en
ti ningún sentimiento, ni de placer ni de dolor, porque las
causas ocasionales de los cambios de tu sustancia n o se
encuentran en ti. Por eso debes reconocer tu impotencia,
el orgullo de tu fuerza, y estar constantemente agradecido
a mí, que fui establecido el día de mi triunfo como causa
ocasional o distributiva del verdadero bien, por la ley
general de la gracia, según la cual Dios quiere realizar su
gran plan en mí y por medio de mí. Ahora debo
explicaros las tres cualidades principales que poseo,
como c a u s a ocasional y distributiva de la gracia,
.según la cual debéis considerarme constantemente, para
que se despierte vuestra fe y podáis invocarme con
plena y total confianza.
4 t . La primera de estas tres cualidades es que soy
el arquitecto del templo espiritual que Dios debe
habitar eternamente; la segunda es que soy la cabeza
cuya influencia anima y protege el cuerpo místico de
la Iglesia; la tercera es que soy el mediador entre Dios
y los hombres. Estas tres cualidades son un poco diferentes,
aunque a primera vista os parezcan las mismas; y
tengo otras cualidades además de éstas, que tienen
que ver con mi Iglesia, que sin embargo no es tan
necesario q u e os explique por ahora.
4 2 Sanhe, hijo mío, que Dios actúa sólo para su
gloria, y que formó el mundo presente sólo para hacer
para sí un templo en el que habita y donde recibe los
honores divinos. Necesita un templo, un pontífice,
una víctima, un sacerdote, un culto digno de él. Pero
Dios no habita en templos materiales*. El
3 cf. 7, â8.
î 86 nl ÉD1TATI0HS CBR ÉTI£. N N ES.

Sólo en e l templo vivo de su Iglesia puede la subslancia


inteligible de su ser revelar su muerte o el lugar de sus
delicias. No penséis que el lugar propio d e la Divinidad
es el tabernáculo que Moisés construyó en el desierto, o el
templo material que Salomón erigirá para gloria del Dios
de los judíos. 11 El Dios vivo necesita un templo v i v o ,
un culto espiritual, sacrificios de santidad y justicia. El
tabernáculo era la imagen de l a Iglesia, militante y
temporal en la tierra; el magnífico y soberbio templo de
Jerusalén, de la Iglesia victoriosa y triunfante en el cielo.
Para los fieles, los miembros del cuerpo, del que yo soy la
cabeza, son verdaderamente el templo sagrado donde
habita el Espíritu Santo, y en el que la Santísima Trinidad
hace su morada agradable.
13. Los reyes más renombrados que gobernaron la
judíos son David y Salomón. Ambos son también las
figuras más llamativas de mi conducta; pues como el
Antiguo Testamento es sólo para el Nuevo, lo más
significativo del primero representa lo más significativo
d e l segundo. Darid es la figura de mi dura vida en la
tierra, y Salo- mía d e la gloria y felicidad que disfruto
en el cielo. Ahora bien, David, durante su vida, reunió
los materiales necesarios para construir el templo,
pero no lo construyó. Yo también, por mis continuos
sufrimientos y por el sacrificio que ofrecí en la cruz, he
adquirido derecho sobre todas las naciones de la tierra.
Pero n o empecé a enviar el Espíritu Santo, y a utilizar
los materiales vivos con los que ahora estoy
construyendo el templo espiritual de la Iglesia, hasta
después de haber entrado en posesión de mis derechos °,
hasta después de haber sido

' ffeôr. 3, 5, fl.


^ Filius ineus ea tu, ego hodie genui te. Postula ii me, et dabo tibi
pentes lia-reditatenituain. .2 ; Cet i . û, ù . j
9 U TOlizIÈ" E " ÉDiTATiOx . t6T
reconocido como el verdadero Salomón, el príncipe
más sabio, poderoso y famoso que jamás haya
reinado sobre el pueblo elegido por Dios.
4 4. ahora, pues, hijo mío, estoy levantando el edificio
espiritual de la iglesia, y santificando por la onc- ción
del espíritu santo' todas las partes que han de
componerla. iluminado por la sabiduría eterna, a la que
estoy personalmente unido, estoy formando la más
y el l-lus terminado. Deseo colocar en mi templo
bellezas dignas de la majestad
de la grandeza y santidad de aquel por quien lo cons-
truyo. Así trabajo sin cesar, por el esfuerzo de mis
deseos, para llevar a cabo mis grandes designios, y la
lluvia de gracia se derrama sobre los hombres en
proporción a estos mismos deseos. Es abundante
cuando mis deseos son ardientes, es general cuando
mi deseo es general; cesa y continúa cayendo si yo
ceso o si continúo queriendo que caiga: pues es por la
acción de mi voluntad que la gracia se extiende sobre
los hombres, como es por la acción de la tuya que
todas las partes de tu cuerpo se mueven °.
15. Pero, como es indiferente que sea Pedro o Juan
quien haga tal efecto en mi templo; cuando actúo en
calidad d e arquitecto, y no de jefe' de l a Iglesia, no
formulo mis deseos sobre tales o cuales materiales rn
particular, sino sobre la idea que tengo de ciertas pro-
piedades de que es capaz el alma en gencr, de las cuales
tengo perfecto conocimiento. Actúo como un arquitecto
que, para realizar el diseño que se ha formado, desea
columnas de una determinada piedra en general,
y no una masa e n p a r t i c u l a r . Lil l-1uie
'le gr-àce se rfipandant sur les ilmes qui sont sem-
lilables '1 l'idce qui me sert ii régler mes désirs, les per-
Las personas cuya concupiscencia está menos excitada,
que siguen más de cerca mis consejos, que son más fieles
a mi gracia, entran en mi edificio con más frecuencia que
las demás; y, cuando tengo lo que quiero, me formo
nuevos deseos" determino en otra parte la lluvia de la
gracia p a r a llevar a cabo nuevos designios; y actúo de
este modo incesantemente para traer a la Iglesia a
cuantos hombres puedo, actuando, sin embargo, siempre
con orden, y no queriendo hacer mi templo grande y
amplio.Sin embargo, actúo siempre con orden, y no
quiero que mi templo se dilapide haciéndolo grande y
amplio. Pero tú no estás en condiciones de comprender
claramente por qué el orden que sigo en mis acciones y
la proporción que quiero poner en mi trabajo me impiden
poder salvar a todos los hombres. Limítate a trabajar para
eliminar los obstáculos que impiden la eficacia de mi
gracia, sigue mis consejos, rehúye los placeres,
*renuncia a los honores-.
velar, rezar y vivir en reclusión, para que mi
gr3ce te encuentre dispuesto para que entres en mis
planes, y que otro no tome tu corona y tu recompensa'.
t6. Esta segunda cualidad, en la que debéis
considerarme a menudo, es la de cabeza de la Iglesia.
Todos los cristianos son miembros de mi cuerpo; están
formados de mi carne y de mis huesos *,' como H've
sido de A- dam; pues la formación y el matrimonio d e
los dos primeros
los hombres se sienten figuras vivas y e.xpresivas en la
formación de la iglesia, así como en su matrimonio.
Como líder, animo a la "iglesia, y contagio sin cesar
suavidad y vida a todos los que forman parte de mi
cuerpo. Los vigilo, los protejo y no permito que sufran
los q u e e s t á n b a j o mi cuidado.

s Co/. 2, fil, t, t 8; Z'////. I, 2 9 .


* /ôirf. 5, .''0, 3l, ss-
Q UA T0 RZiÈ" E MÉD I A TI 0 N . t89

unidos por la caridad sean tentados más allá de sus


fuerzas. Sólo permito que la tentación los ponga a
prueba, para que se fortalezcan con el ejercicio; para
que, con los sacrificios que ahora ofrecen en honor del
verdadero bien, adquieran una corona que nunca se
marchitará, y para que merezcan una gloria que
eternamente formará parte de l a belleza de mi obra.
t7. Es cierto que incluso los justos son a veces
derrotados por las tentaciones que los atacan; pero
pudieron vencer. Tuvieron que luchar para obtener la
gloria del triunfo. No fue su debilidad, sino su
negligencia; no fue mi infidelidad, sino la suya propia
la que los perdió. Si no les animé en la batalla con una
gracia extraordinaria de sentimientos, fue porque
tenían que vencer con la fuerza de su fe y de su
caridad, para que su mérito fuera mayor y su gloria más
deslumbrante.
4ö. Escucha esto, hijo mío. La gloria de sentir
Pero cuando la victoria es una consecuencia necesaria
de su e f i c a c i a , el vencedor no ha merecido nada. La
virtud debe amarse por la razón, no por el instinto. Dios
quiere que le sirvamos por la fe, que cumplamos sus
promesas, que seamos firmes en su palabra, a pesar de
las dificultades y las sequías. El placer es la recompensa
del mérito, n o su principio. Cuando lo sacrificas todo a
él, no e s t á s sacrificando a una víctima; sólo sigues tus
instintos naturales; sólo buscas tu propia felicidad.
Pi'evenante delect:ición es necesaria para hacer natural
la caridad y fortalecerla contra los continuos esfuerzos
de la concupiscencia; pero sólo debo dar de ella lo
menos posible o sólo hasta cierto punto que no
perjudique el mérito y la gloria que, según el orden, debe
adquirir un justo en tal lucha. Este justo es vencido, pero
iiË DITxTI0 "S CH RÉTIEN NES.

es culpa suya. Yo dispenso mis gracias a los justos, al


menos según el orden de la justicia, que me es
claramente conocido por mi unión con el Yerbe; pues
las doy a menudo y en abundancia, como
consecuencia de los planes que formo y realizo. Pero
no debo regular mis dones según su negligencia,
aunque conozco al presente por revelación, tan pronto
como quiero, las futuras determinaciones de sus
voluntades'.
19. El que esté de pie, que tenga cuidado d e n o
caer. Yo le sostendré si es débil, pero que tenga cuidado
con sus propias fuerzas. Si se duerme, será sorprendido:
que vigile. Si lucha sin mí, s e r á derrotado; que m e
p i d a ayuda. Q u e vigile y rece. Pero si descuida
hacerlo, me cansaré d e cultivarlo, como un árbol
infructuoso que no responde a mis justas esperanzas.
Quiero absolutamente que luche sin cesar, que renuncie
a los placeres, a la grandeza y a sí mismo, que sacrifique,
en una palabra, su pasión dominante, cualquiera q u e
s e a , porque quiero llenar incesantemente d e gloria y
de santidad el templo vivo de mi I g l e s i a , que sólo
debe y puede conseguirse por méritos legítimos.
20. Hijo mío, tú eres el templo de Dios vivo ° ¡eres
parte de mi sustancia °; debo sacrificarte como lo hago
para santificarte, para glorificarte conmigo. Si comparto
c o n t i g o mi cruz', e s para darte parte de mi gloria,
para llevarte de la Iglesia militante a la Iglesia
triunfante, para q u e la sustancia espiritual de tu ser
haga un bello efecto en el templo giratorio que estoy
construyendo. El celo de

¡! Mad. XII.
' 2 Col". 6, 16.
^ Hebr. 3, tt.
cuerno. 8, t7; Co/. t, 9À.
Q H AT0lt Z IÈ UE äl É DITA'rI0 N . t9t

Ardo en ardor por la gloria de mi Padre: nada puedo hacer


demasiado grande, demasiado santo, demasiado soberbio
para él. Lo siento por los tibios y los cobardes; no entran en
mis planes como debieran; no trabajan por su propia
felicidad ni por la gloria de mi obra. Me veré obligado a
vomitarlos, pues no están preparados para formar mi
cuerpo. Lo que feytis/e se y "s/i/Je todavía, que el sai'nt
confirmar. a santificarse: yo feu.t terminar bien- f'if mi
É'qfise y i'etiJi e a cluiciin sc/ott su 'ruïo'r.s *.
21. La tercera cualidad, la que más tiene que ver
ahora con los hombres, y especialmente con los
pecadores, es la cualidad de mediateui*°. Nadie viene a
mi Padre sino vosotros*. Es en vano que los pecadores se
dirijan al cielo; la lluvia de la gracia no cae sobre ellos a
menos que yo intervenga. Dios no escucha a los
pecadores; de lo contrario, la religión sería falsa; yo
habría muerto en vano; y como los justos caen a
menudo, también deben tenerme como abogado ante el
P a d r e . Es verdad que pueden merecer continuamente
nuevas gracias por l a fuerza de su fe y de su caridad;
pero si yo los abandonase a los cursos ordinarios que
Dios les da a consecuencia del estado en que se
encuentran, les f a l t a r í a a menudo ñde- lidad y
perseverancia. Debo aplicarme a ellos, prevenir su
caída, compadecerme de sus debilidades; porque, aunque
lleno de gloria, no soy un pontífice insensible a sus
problemas; me hago cargo de sus necesidades, sufro en
sus persecuciones,

Jjsoc. 3, JB.
• Ibid, 23, I t, j2.

* Galat. 2, 91.
t3s M Íi DITA TI0 NS CII RÉT1EN N ES.

Siento su miseria tanto como me lo permite mi condición


actual. Como sacerdote soberano de la verdadera
bondad*, estoy siempre en presencia del que ha- bita el
Santo de los Santos, y quemo el incienso de vuestras
oraciones; pero las purifico, las santifico con las mías,
las hago dignas d e ser atendidas, p o r q u e entré en el
cielo después de haber roto el velo y sacrificado la
víctima que era la única que podía daros libre acceso a
mi Padre.
22. Considérame, pues, mi querido hijo, según las
tres cualidades que ostento, como arquitecto del
templo vivo, como cabeza de la Iglesia de la que se
derrama el espíritu que le da vida, y como mediador
entre Dios y los hombres. Sígueme sin cesar por estos
tres caminos, y diséñate de tal modo que yo, como
sabio arquitecto, te introduzca en mi edificio; como
cabeza de la Iglesia, te haga perfecto y te llene de
gloria; como mediador entre Dios y los hombres, te
obtenga el perdón de tus pecados y una gracia bastante
abundante para conducirte rápidamente a la posesión
de los bienes verdaderos. Hijo mío, ya me has
deleitado bastante tiempo con la atención de tu
espíritu; ábreme ahora un poco tu corazón.
53. Cuando iluminas m i mente con tu luz y llenas mi
corazón de un ardor santo, siento, como tus discípulos
en el camino de Lmmaus, que arde en mí un fuego
secreto cuando me explicas el sentido de tus Escrituras y
considero tu bondad, tu g r a n d e z a y tus cualidades.
Que todas las naciones adoren la sabiduría del verdadero
Salomón y acudan en masa a entrar en el edificio del
antiguo templo1. que todos los fieles del mundo entren
en el templo del verdadero Salomón.
* Hebn, 7, 25.
Itid, e, i1, 1 t.
pU*T0QZIàMR M€niT*T10N.

Hazles saber que tienes grandes planes para ellos


como cabeza de la Iglesia, y que por el sacrificio de la
mortificación continua merecen una gloria digna de
tus santos. Por último, haz que todos los hombres
sepan que en ti tienen un salvador, un mediador, un
abogado, un sumo sacerdote según e l orden de
Melquisedec, siempre vivo para interceder por ellos;
que acudan ante el trono de tu gracia con el corazón
lleno de fe, para obtener el perdón de sus pecados y la
ayuda necesaria en sus necesidades. Estos son los
deseos que tú formas en mí; haz que perduren, que me
animen, que me muevan a la acción. Haz que pueda
comunicarlos a quienes quieran seguir con alegría sus
movimientos; o, al menos, haz que estos deseos me
purifiquen, me sacrifiquen, me santifiquen y me unan
a ti por lazos que nada podrá romper jamás, ni el
mundo, ni el infierno, ni siquiera la muerte.

II. {7
0$INZIÈME MEDITATION
Para obtener la ayuda que necesitamos, debemos pensar
constantemente en las tres cualidades de Jesucristo expuestas en el
capítulo anterior, y en cuál es la causa ocasional o natural de la
gracia. He aquí algunas maneras de recordarlo. La mejor es
dedicar cada día un tiempo fijo a la oración. Las partes esenciales
de la oración, y su utilidad en general.

4. T e he expuesto, mi querido hijo, tres cualidades


importantes que la Escritura me atribuye, y según las
cuales debes considerarme siempre. La mayoría de los
hombres me consideran sólo como la causa meritoria
del verdadero bien; no saben con suficiente claridad
que soy la causa física, ocasional y distributiva, y que
son mis deseos los que determinan infaliblemente la
eficacia de la buena voluntad de Dios para con los
hombres. Se imaginan que si Dios a c t ú a en ellos, y
los convierte, es sólo porque yo he deseado que les sea
benévolo. Piensan que Dios actúa como los hombres,
por voluntades particulares; o que si sigue ciertas
leyes, l e s son enteramente desconocidas. En una
palabra, no me consideran como la causa natural de
toda la ayuda que necesitan; y e s por esta razón que
carecen de fe y que no se acercan a yt'opitialot're alec
c on plena y completa confianza. Como éste es el
fundamento de la religión, quiero recordártelo y
explicártelo.
g£!IfiZlÈ NE NÉDIT'ATt0îi.

2. Cuando un hombre sufre de frío y quiere reanimar


sus miembros ya casi muertos, sepa, hijo mío, que es en
vano que ruegue a Dios para que dé a su cuerpo calor y
movimiento. Puesto que la causa general no actúa por
medio de voluntades particulares a menos que el orden y
la justicia lo exijan absolutamente, este hombre morirá
de frío si el mérito de su oración no exige la acción de
un Dios, o si no sabe que el fuego es la causa ocasional
del calor, y si no se acerca a él para que, según las leyes
generales de la naturaleza, la causa verdadera, que es la
causa de todas las cosas, le devuelva el movimiento y la
vida. Del mismo modo, cuando un hombre cae en
pecado, es en vano que invoque al Sei-
¡;neur: Si no habita en mí, morirá en su
desesperación'. Pues, como Dios no actúa nunca sino
según la ley del orden inmutable °, o según las leyes
generales que ha establecido y que sigue
constantemente, puesto que el hombre no tiene
méritos naturales que se refieran a bienes verdaderos,
Dios no le salvará nunca sino como consecuencia de
la acción de una causa ocasional. Pero si me conoce, y
por la fuerza de su fe viene a mí, que soy el verdadero
propiciatorio, el trino de la gracia, el salvador de los
pecadores: en una palabra, la causa ocasional del
verdadero bien, yo rogaré por él, y mi Padre me
escuchará. Los que crean en ti tendrán vida eterna. Así
pues, que el pecador se preocupe de sus problemas,
pero que no olvide q u e en mi persona tiene un
abogado, un mediador, un intercesor que obtiene
inevitablemente todo lo que pide.
3. ¡Ah, hijo mío! ¡Cuántos pecadores hay que se llaman a sí
mismos pecadores!

* F''offë de In h'nffri-e el r/r /rz /î/-rI''c, j'i-nnJir2r discurso.


Rom. 3, 2s.
' /oan. 6, À 7 .
MEDI'FATI0NS CBR ETIENN ES.

Cuando uno de mis discípulos les señala la vanidad de la


grandeza humana y los placeres de esta vida presente,
convencidos por el poder de la verdad, se excusan de
su debilidad y ceden al torrente que los arrastra.
Miserables como son, ¿dónde está su fe? Si creen que yo
soy su vida, su fot ce, su sabiduría, su jusfi/icafïon y su
rêdemytion ¿por qué no me invocan con confianza?
¿Acaso un hombre que anhela el amor no s e duerme a
la vista d e una mesa cubierta de frutas? ¿ A c a s o
un hombre que sufre de frío no se acerca al fuego con
alegría? ¿ N o emplea cada g r a m o de fuerza que tiene
para luchar contra el frío que le penetra o el hambre que
le aprieta?
. p a r a acercarse a la causa ocasional de su felicidad?
4. Si los cristianos estuvieran convencidos de las
cualidades que poseo, y de que soy la causa ocasional
que Dios ha establecido como fundamento de la ley
general de la gracia, no disculparían su impotencia. No
dudando de que nada pueden hacer sin mí °, m e
pedirían constantemente ayuda y permanecerían
victoriosos sobre sus enemigos. Pero no me conocen,
ni se molestan en conocerme. Me llaman su salvador,
y perecen sin pensar en mí. Dicen que yo soy su
sabiduría, pero no siguen mis consejos. Confiesan con
la boca que soy su mediador, pero rara vez acuden a
mí para reconciliarse con mi Padre. P r o c u r a ,
pues, hijo mío, no olvidar nunca las cualidades que la
Escritura me atribuye, y mírame.
gUINZIÈNE ètÉDI7ATI0N. {97
constantemente como causa ocasional o distribuidora de la
gracia, como sacerdote soberano de los bienes verdaderos,
como cabeza de la Iglesia, como arquitecto del templo
eterno. Renueva en todo momento tu fe en Él, para que
puedas acercarte al reino de Dios y satisfacer todas tus
necesidades con una finalidad plena e iluminada.
Oh Salvador mío! Nunca debo olvidar tus qua-
lidades; pero como no soy dueño de mis pensamientos, y
como el encuentro de los objetos y los movimientos
desinhibidos de la concupiscencia excitan
constantemente en mí otros muy importunos, y que
pueden hacerme perder todo l o que acabas de
enseñarme, ¿qué puedo hacer para conservar e l
recuerdo de ellos?
Tienes razón, hijo mío, en desconfiar de ti mismo; es
decir, por muy profundamente que sientas los
sentimientos que te inspiro, pronto perderás el recuerdo
de ellos si no tratas de conservarlos. He aquí, pues,
algunas maneras de utilizar objetos que golpean los
sentidos para subrayar ideas abstractas que pueden
disiparse en cualquier momento.
S. Cuando entras en una iglesia, y no puedes i r t e
muy lejos, tu espíritu también se va al cielo. Sabed que
he roto el velo, que he entrado por mi s.mig en el Santo
de los Santos, y que allí actúo ahora como puente y
mediador entre Dios y los hombres. No os detengáis en
lo que vuestros ojos os leen cuando asistís al sacrificio
de la Misa; pensad que en el cielo hago por mí mismo lo
que hacía en el altar por el ministerio del sacerdote bajo
apariencias sensibles. Las ceremonias d e la Iglesia, las
alabanzas a Dios que el clero canta en el coro y las
oraciones que se rezan por mi intercesión, deben hacerte
pensar en la belleza de la Iglesia triunfante, que ofrece al
Padre y al Hijo una continua sucesión de oraciones y
alabanzas. Mirad en
î 98 x£orra ions can£ziEun xs.
En la persona del of0ciante, pontífice del verdadero
bien, actuando como sacerdote según el orden
irrevocable de Melquisedec en presencia del Dios
virante, y en la persona de los ministros, las legiones de
ángeles y el gran número de los elegidos, que en mí y
por mí bendicen incesantemente a quien los colma de
bienes. Uníos en espíritu y corazón al sacrificio que
ofrezco sin cesar, para que Dios reciba vuestra
adoración y vuestras oraciones.
6. La Iglesia militante es para la Iglesia triunfante
lo que yo fui en la tierra y lo que soy ahora en el
cielo. En la tierra estuve en el sufrimiento y la
ignominia. Ahora estoy rodeado de gloria y disfruto
de mil placeres. Pero fui y sigo siendo el mismo. La
Iglesia en la tierra lucha y combate sin cesar; la
Iglesia en el cielo goza de los frutos de sus victorias.
Pero la una y la otra son un solo cuerpo. Así como yo
tuve que vivir en el sufrimiento y soportar una prueba
cruel antes de poder tomar posesión de la gloria que
disfruto, así también es necesario que mis miembros
en la tierra luchen sin cesar antes de que puedan poseer
la gloria que les ha sido preparada. Así pues, cuando
sufras en tu propia persona o en la de tus amigos;
cuando incluso veas generalmente a alguien en la
miseria, piensa que es un miembro del cuerpo del que
Yo soy la cabeza. Piensa que es una piedra que estoy
cortando y trabajando para hacer un ornamento para
mi templo. Que esto te sirva para mirarme como
cabeza de la Iglesia y arquitecto del templo. Recuerda
que tu alma está a prueba en tu cuerpo, y no pidas
nunca que te libre de los males que te purifican.
Regocíjate en la
.sufrimientos, aseguras tu felicidad. Glorifícate e n e l
oprobio, y pasarás a la gloria. Recuerda lo que he hecho
por ti en la tierra, y lo que te prometo en el cielo. Entra,
hijo mío, en mi des-
ÇU I h ZfÈ NE MÈDf7A3'tO1. t 09

senos. Z rolocidad de mi Padre y mía es tu s'incfi/ic'ifton


*, porque la voluntad d e mi Padre y mía es su gloria y
tu felicidad. Pero e l orden es que la recompensa hay
que ganársela, y la herencia d e l c i e l o bien vale que
hagáis todo lo posible por obtenerla. Ánimo, pues, mis
£1! en todas las dificultades que encuentres para vivir
como cristiano, recuerda que tienes el honor d e ser
miembro del cuerpo del cual yo soy la cabeza, y que no
puedo hacerte œus-re e introducirte en mi edificio, a
menos que corte de ti todo lo que es indigno de la
santidad de la casa de Dios. No puedo darte una razón
más ordinaria, y en la que sea más necesario que me
consideres como cabeza de la Iglesia y arquitecto del
templo eterno, que las miserias encontradas en la
presente sierra. La experiencia os proporcionará muchas
más, y la ayuda que sentiréis después de invocarme
aumentará de tal m o d o la confianza que debéis tener
en mí, que nunca me olvidaréis cuando necesitéis alguna
ayuda particular.
7. Pero, para acostumbrarte a invocarme, no hay
medio más seguro que tomar cada día un tiempo fijo
para dedicarlo a l a oración. 11 Hijo mío, debes
prescribirte esta ley y hacer de ella un hábito, de modo
que el sonido de la hora naciente baste para hacerte
pensar en mis cualidades y en tus necesidades, y a s í ,
haciendo que la naturaleza sirva a la gracia, tengas al
menos el pensamiento de orar, sin que Dios actúe en ti
de modo particular. Muchas personas, hijo mío, se
olvidan de Dios, y viven en una extraña confesión,
porque no tienen esta saludable práctica.
9s0 B£Dî3''Tï0xS cBR £TIEXxEs.

sienten deseos de hacerlo sólo cuando los excito con


una g r a c i a de sentimiento más fuerte que los
deseos reales de su concupiscencia. Como rara vez
doy esta clase de gracias, y como la concupiscencia se
fortifica constantemente, incluso en el uso necesario
d e l o s bienes sensibles, la mente se vuelve rígida,
el corazón se endurece, uno se vuelve insensible, o
más bien no tiene más que aversión y horror por todo
lo que puede devolver la fuerza y la salud al alma.
8. Para que comprendas claramente, mi querido
discípulo, qué e s l a oración y por qué e s necesaria,
recuerda sólo lo que ya te he dicho: a saber, que sólo hay
dos principios que acaban y detienen el movimiento
inquieto de la v o l u n t a d , la tibieza que lo descubre
en la mente, y el placer preventivo o de otro tipo que
hace que el alma lo saboree. Pues esto basta para que
reconozcas que en general la oración sólo tiene dos
partes e s e n c i a l e s , l a atención de la mente y el
afecto del corazón, ya que la atención produce
naturalmente la luz, y el afecto renueva en cierto modo
el placer, o al menos mantiene a l alma en el
movimiento que el placer ya ha producido en ella.
9. La atención es una oración natural, que la mente
El afecto del corazón, del que te hablo ahora, es un
movimiento real que tú produces libremente en ti mismo
por la fuerza de tu caridad, excitado por la luz que
siempre te doy como resultado de tu atención. El afecto
del corazón, del que te estoy hablando a h o r a , es un
m o v i m i e n t o r e a l q u e tú produces libremente en
ti mismo por la fuerza de tu caridad, excitado por la luz
que siempre te doy como resultado de tu atención. Ïliiis
debo explicarte esto más extensamente, no sea que, por
falta de una adecuada

¡! Med. III.
9U i N z i Ë riz uË oiTaTi0s. 90t

Si no entiendes lo que te digo, no te estás equivocando.


40. Sabéis muy bien que puesto que Dios crea y
conserva los espíritus sólo para sí, los impulsa
constantemente hacia sí; y que es esta impresión
continua de Dios la que hace la voluntad de los hombres,
puesto que sólo son capaces de amar cualquier bien
p a r t i c u l a r por el amor natural e invencible que Dios
les da por el bien en g e n e r a l *. Ahora bien, la luz
puede determinar e l movimiento general del alma hacia
un bien particular; pues basta que un objeto nos parezca
bueno para que nos sintamos inclinados a amarlo. Así
pues, puesto que a menudo eres dueño de tu atención, y
puesto que la atención es la causa ocasional de la luz, es
evidente que puedes excitar en ti el amor de ciertos
objetos, no produciendo en tu corazón algún nuevo
movimiento de amor, sino determinando diversamente
un amor que es tan antiguo como tú mismo.
4 t . Del mismo modo, cuando un hombre tiene caridad
o cualquier otro amor habitual, si imagina claramente el
objeto de su amor, esto bastará para despertar en él algún
afecto. Pero aunque de este modo pueda mantener el
movimiento de su caridad, p o r l a que entiendo la
disposición natural o necesaria de moverse hacia el
verdadero bien, no puede, sin embargo, aumentarlo.
Porque sólo los sentimientos aumentan los movimientos
involuntarios, o las disposiciones naturales para
moverse; sólo el placer aumenta positivamente el
movimiento natural del alma. La luz por sí sola deja a la
mente en paz; no la transporta; sólo la h a c e moverse
hacia el objeto que le parece bueno, suponiendo, además,
que el alma tenga movimiento para ello. De este modo la
luz puede aumentar...
* fi-ztiï# 'fe la Nriftn-e et rte /n fii-rlce, ti-oisiiuuo dist'ours; Ref/t. de
f,q $'éyité, liv. I Y , rli . 1 ; }ii-eini0i- ',elnîrc'i.s'.seuicnî, l i v . I et ailleui-s.
94 2 MEDIT*TI0NS CD ETIEâflES.
Sin embargo, no aumenta esa misma caridad. El
placer, por e l c o n t r a r i o , determina
invenciblemente las mentes en proporción a su fuerza;
no sugiere otro movimiento que el que es la esencia
de la voluntariedad. Sólo c u a n d o queremos ser
felices n o s rendimos a él, porque el placer nos hace
formalmente felices. Así pues, sólo la gracia del
sentimiento puede aumentar el movimiento de la
caridad. Pero como tú mismo no eres la causa
ocasional de tus sentimientos, debes recurrir a mí para
que promueva en ti este género de gracia; y si
c u i d a s de conservar la "caridad", que es una
c o n s e c u e n c i a d e ella, ten por seguro que no
dejaré de aumentarla.
4 2. Pero aunque la luz no aumenta directamente y
por sí misma el movimiento de la caridad, sí lo
aumenta debilitando la concupiscencia, su enemiga.
Son, hijo mío, los afectos los que mantienen y
fortalecen las pasiones; pues así como para perder los
malos hábitos basta dejar de formarlos, así también
p a r a debilitar las pasiones basta alejarse de los
objetos que las excitan. Ahora bien, la luz que la
mente recibe en la razón revela mil razones para evitar
estos objetos. 11 A cada uno le está permitido mirar en
su interior, comparar el tiempo con la eternidad, los
bienes de la vida presente con los que la fe nos
promete en la otra. Hay que comparar para poder
elegir, y hay que comparar

' Por cliai-idad debemos entender aquí siempre el hábito 'jue la dë-
lectation de la gr5ce pi-oduit en nous par son efficace propre, et non
}ias que uno acrtuiort 1 eonsentii- ä la gràce; car' cette dernière i:spèce
de charité, purement libre et méritoire, peut d'augmenter i:ri mille
manières sans aucun plaisii- préi-enant. (Véase el 3fJ'ïJ/cïJoq
Del artículo 13 al artículo 20 se aplican las siguientes disposiciones.
* Ti-allé de la Nntwe et de lu Grince tercer discurso.
pVINZ1Ÿ x MâDTT*T1On.
Cuando se trata de elegir en un asunto de esta
importancia, hay que ser serio. Finalmente, una vez
hecha la elección, s e requiere conducta, firmeza y
perseverancia; y la atención de la mente es necesaria
para todo esto, y así proporciona mil maneras de
suavizar las emociones de la concupiscencia, y hacer
que el camino de la virtud parezca más suave y
agradable a la mente.
13. Cuando la luz n o s revela la vanidad de los
placeres y la grandeza de este mundo, el desorden de las
pasiones, la fealdad del vicio; entonces nuestra caridad,
aunque débil, al estar apoyada en la razón que con su luz
realza todas sus debilidades, está en mejores condiciones
de vencer y subsistir largo tiempo que una caridad mayor,
pero menos iluminada, menos servida, menos fortalecida
por e l auxilio de la oración. Las adecciones del corazón,
suscitadas por obra de la atención en los que t i e n e n
caridad, suelen incluso ir acompañadas de una dulzura
interior que después hace al alma siempre sensible al
placer que la h a c e feliz, en el amor del verdadero
b i e n , sobre todo cuando no hace mucho tiempo que uno
se h a convertido, por la vivacidad de algún placer
preventivo. Pues cuando uno ha sido tocado por algún
placer con respecto a un objeto, durante algún tiempo n o
piensa en este objeto sin sentir inmediatamente algún
placer. Así los santos afectos conservan la caridad d e
muchas maneras; incluso la aumentan indirectamente,
p o r q u e debilitan la concupiscencia, que sólo se opone
al bien cuando se despierta.
l4. Es verdad, hijo mío, que los que carecen de
caridad no tienen fuerza suficiente para suscitar en ellos
afectos puros y santos. La luz sola, sin la caridad, no es
capaz de formar en el corazón un acto de amor a Dios
sobre todas las cosas; es necesario tener caridad para
ello.
2.0 $ ät Ë DOTATIONS CHR ÊTIENfl ES.

Es, pues, necesario que prevenga y prepare 1* la


voluntad por medio de la delcctación interior. Pero hasta
el más corrompido de los pecadores puede, por la fot-ce
de su amor propio, y me refiero a un amor propio
ilustrado y razonable, y no sólo a un amor propio
insensato y bruto, ser fuente de inspiración para los demás.
t! pueden, digo yo, ya que quieren ser sólidamente
felices, buscar dónde pueden encontrar una felicidad
sólida y firme.
Todavía no pueden amar la belleza del orden como
deberían; pero pueden odiar la fealdad del pecado
mismo, y reconocer la vanidad de los bienes pasajeros.
Todavía no pueden amar la belleza del orden como
deberían; pero pueden odiar la fealdad del mismo pecado,
reconocer la vanidad d e los bienes p a s a j e r o s y
temer hacerse esclavos de ciertos placeres que todavía no
han probado. Con semejantes acciones, suscitadas en la
oración por la luz de la verdad, pueden remover mil
obstáculos a la eficacia de la gracia. Si sienten en sí
mismos la ley del pecado que los mantiene en sus
desórdenes, corrvaincus de su debilidad, pueden ser h
umiliados. Si creen que yo soy su Salvador, y si desean
ser curados, pueden invocarme. N u n c a harán nada
meritorio sin mi ayuda; n o m e invocarán; no desearán
su curación como debieran. pero mi ayuda no falta ii
ccu.x 'jui son huqibles y vigilantes. La lluvia de la gracia
es más abundante sobre los cristianos que la lluvia
ordinaria en los lugares más tempestuosos. No cae
siempre, pero cae en abundancia sobre los que tratan de
aprovecharla. No es el trabajo de los labradores lo que
hace llover; pero es raro que se acuerden de su trabajo.
El trabajo de los campesinos no es contrario a la gracia,
pero nunca se arrepentirán de estar preparados para
recibirla. Pueden recurrir a la ayuda de la gracia para
crear nuevas, pero no es para los labradores.
para aumentar la lluvia'jui regar su ciimpagneæ
0UIN[ÆËME MÉDTT&TÆ0N. 906

IS. Hasta aquí, mi querido discípulo, t e he hablado


de la o-razón tal como puede lograrse con los auxilios
que acompañan ordinariamente a la disposición en que
u n o s e encuentra; he supuesto que el pecador actúa
p o r a m o r propio, y el justo p o r la fuerza que le d a
l a caridad, sin considerar los auxilios extraordinarios
que no son consecuencia del estado en que uno se
encuentra... y, sin embargo, puedes juzgar, por las cosas
que te he dicho, que la o-razón es de un orden muy
elevado.He supuesto que el pecador obra por amor
propio, y el justo por la fuerza que le da la caridad, sin
considerar los auxilios extraordinarios que no son
consecuencia del estado en que uno se encuentra... y, sin
embargo, podéis juzgar, p o r l a s c o s a s q u e o s
h e d i c h o , que la razón es de grandísima utilidad, y
aun de indispensable necesidad, especialmente respecto
de los que viven en el comercio del gran mundo y son
constantemente solicitados al mal por la gloria y los
placeres. t6. Pero si conocieras los favores que hago a
l o s que consagran su mente y su corazón a mi gloria,
por el esfuerzo de su atención y la pureza de sus afectos,
pensarías que todo e l tiempo que dedicas a l a acción
y aun a las más santas obras de caridad sería perdido.
Sabed, hijomío,que sólo para él hizo Dios los espíritus, y
que el hombre nunca está mejor dispuesto que cuando
su mente está vuelta hacia la luz y su corazón se mueve
hacia el verdadero amor. L a verdadera adoración n o
consiste en l a postración del cuerpo ante una imagen
d e p i e d r a , sino en la aniquilación d e l e s p í r i t u a
la vista de la grandeza y santidad de Dios; ésta es la
adoración espiritual que deseo en mis hijos y en mis
miembros. Aprecio especialmente a los que adoran a
Dios en espíritu y en verdad. C u i d o
extraordinariamente de purificarlos, de sacrificarlos, de
santificarlos; son l o s ornamentos más preciosos d e
mi templo. Puesto que son los que más honran a Dios,
¿no es justo que yo les dedique el mismo cuidado?
cación 2
l7. No quiero contarte, hijo mío, las comunicaciones
extraordinarias y divinas que yo
ÑËDITATIONS CBRËTIENNES.

Son bienes que hay que sentir, y que no se pueden


expresar a quien n u n c a los ha probado; traspasan
todo sentimiento y no caen en la imaginación. La
palabra hablada puede producir nuevas ideas en la
mente, pero nunca puede suscitar nuevos sentimientos;
sólo puede despertar el recuerdo de aquellos de los que
hemos sido despojados. Por eso, si quieres cosechar
los excelentes frutos d e la oración, debes probarla.
Aplícate a la oración, usa t u mente y tu corazón como
debes, desprecia todos los objetos sensibles; no son
dignos de tu atención. No ames a ninguna criatura;
Dios te hizo sólo para Él. Si los objetos que te rodean
pueden iluminarte y hacerte razonable, dirígete a ellos,
de acuerdo. Si alguna criatura puede actuar en ti y
hacerte feliz, ámala. Pero si sólo yo soy tu luz, si sólo
Dios es tu bien, ¿por qué piensas en cuerpos, por qué
persigues objetos que están por debajo de ti y son
incapaces de actuar en ti? 2
48. Si n o supieras, hijo mío, que sólo Dios actúa en
ti, y que todas las criaturas son sólo seres impotentes o
causas ocasionales de lo que sucede en tu alma, tal vez
podrías pensar en ellas y amarlas en proporción al bien
que pudieran hacerte; pero ¿cómo puedes preocuparte
por ellas y amarlas, sabiendo que la verdadera causa de
tu felicidad e s celosa de ellas 't Dios no actúa en ti si no
te acercas a estos objetos. Quiero que t e a c e r q u e s a
ellos con tu cuerpo, pero a Dios con tu mente. Usa tus
sentidos para regular los movimientos de tu cuerpo en
r e l a c i ó n con los objetos que te rodean; ése es su uso
natural. Pero vive por la razón; usa tu mente p a r a
r e g u l a r los movimientos de tu corazón hacia la
verdadera causa de tu vida.
i) ül NZIÈ UE MÉ D1ZATl0n .

tu felicidad. Lo que te digo sólo parece irrazonable a


los que se confunden con su cuerpo, que no distinguen
entre amar y acercarse, temer y huir, descuidar y
permanecer inmóviles: en una palabra, entre los
movimientos del alma, que sólo deben tender hacia
Dios, y los movimientos del cuerpo, por los que
podemos acercarnos a los objetos sensibles. Ah, mis
Ols 1 cuán necesaria e s p a r a ti la oraison, para que
te conduzcas según estos principios, para que cumplas
con tus deberes para con Dios, para que camines
siempre en su presencia, y para que regules en orden
todos los movimientos de tu mente y de tu corazón 1
No dejes de practicarla, y verás, por el cuidado que
tendré de ti, que la molestia que encontrarás en ella al
principio te será bien recompensada en el futuro.
19. Oh mi verdadero y único maestro, enséñame
ayúdame a acallar mis sentidos y mis pasiones, o alza
tu voz, para que, a pesar del confuso ruido que excitan
en mí, pueda oír claramente tus respuestas. Mi mente
trabaja a través de su atención, pero a menudo sus
esfuerzos son inútiles; mi ima- ginación, preocupada
y entristecida por el hecho de que me aplico tanto a mi
trabajo, es en vano.
a temas donde ella no oye nada, viene 1 a través de ella y disipa
todas -
disipa todas mis ideas antes incluso de que hayan-
que han suscitado adecciones saludables. Oh Verbo
hecho carne, razón de las inteligencias que han tomado
un cuerpo para hacer sensible la verdad a los hombres
carnales! acepta mi debilidad, y háblame ante todo un
lenguaje que no espante todas las potencias de mi alma.
Tú sabes que deseo incitantemente ser feliz; dame razón
de amar los bienes verdaderos, p a r a que me
disgusten; dame repugnancia de l o s bienes falsos, para
que los aborrezca; por la dulzura de tu gracia, sostén la
atención de mi mente, que se repugna por el temor de la
verdad.
9 08 IIIÜ DITATIONS C H RÉTIE E LES.

una tarea angustiosa que parecerá ingrata a cualquier


persona de fe mediocre.
80. Ánimo, hijo mío, reconoce tu debilidad para
hacer el bien; y cuando sientas q u e tu cuerpo,
corrompido por el pecado, te agobia, invócame como
tu Salvador. Pero cuidado: ¿por qué reconoces tu
debilidad y acudes a mí? ¿No querías probar tus
fuerzas? Continúa, pues, hijo mío, con tu oración, para
q u e , si no surte efecto, t e humilles e implores mi
ayuda; y para que, si va acompañada de mi gracia, te
ayude a avanzar en la virtud. Sin embargo, te advierto
que no siempre te daré una gracia de sentimiento
suficientemente viva para atraerte a la oración, si por
tu parte no haces que la naturaleza sirva a la gracia. No
te olvides, pues, de hacer ley el dedicar a este ejercicio
cierta hora del día, y el resto del tiempo no dejes que
tu mente y tu corazón se llenen de deseos y cuidados
superlativos. Nunca podrás saborear la oración si te
abandonas a tus pasiones; porque el placer da impulso
a los movimientos del corazón,
• Tendría que darte cada día gracias extraordinarias y
milagrosas de sentimiento para llevarte a la oración, si
al mismo tiempo tu corazón se moviera hacia el
objeto de alguna pasión violenta. Velad, pues, y orad;
porque es necesario velar para orar. Debes velar no
sólo para orar útilmente...
.ment, sino también para orar correctamente. Debemos
prepararnos antes de orar, de lo contrario estamos
tentando a Dios; le estamos pidiendo que haga milagros
y que perturbe la sencillez de sus caminos y la
uniformidad de su conducta.
SEIZIÈIIE àI ÉDlT.àTI0N
Jesucristo tiene pas.igei-s deseos y calles deseos estables ct perma-
nentes. Los pi-emicrs infltii:ncent la pràce actual, y los sec0nds
Ï 'habitli0lle. f.'esf de éstos que dt'gcitd el eflicare de los sacre-
mentos de la nueva alianza, que dan la caridad por la que se tiene
derecho a los bienes }ironi es por l a alianza. Di ffi'i-once entre el
amor actual y el amor habitual. Fin q uoi consisten c la justifica- tión.
Contrición y atrición. Efectos del sacramento de la p''n itencia, y lo
que debe h a c e r s e para prepararse a él.

Oh luz y razón mía, vengo ante ti para recibir mi


sustento ordinario y las reglas de mi c o n d u c t a . ¿Qué
más puedo hacer para participar debidamente de las
influencias que, como cabeza de la Iglesia, difundes
entre los miembros que la componen? ¿Es necesario
invocarte incesantemente, y no hay otros medios que los
que me has prescrito para obtener lo que deseo?
4. Sí, hijo mío, hay otras, pero las que te he explicado
son las más necesarias. Mediante el uso de los
sacramentos, m e d i a n t e l a s obras de caridad,
mediante los actos de penitencia, puedes obtener muchas
gracias, pero d e un modo distinto que m e d i a n t e la
invocación y la oración. Para que podáis comprender
claramente lo que voy a deciros, escuchadme
seriamente.
2. Sabes muy bien que Dios nunca da sus d o n e s a
los hombres, me refiero a los dones que en todos los
sentidos son puros dones, si yo no lo l l e v o a esto con mis
acciones.
9 10 N Ëlll'l "A'l ION S t." H R ËTI EN N ES.

deseos, que son las causas ocasionales que le determinan


como causa verdadera a actuar según las leyes ge-
nerales que ha establecido, como ya os he dicho tantas
veces; ahora tengo deseos de dos clases. Tengo deseos
de dos clases. Unos son efímeros, transitorios y
particulares; otros son estables, permanentes y generales.
Estos últimos consisten en una disposición firme y
constante de mi voluntad hacia ciertos fines, que tienden
a la santificación de mi Iglesia y a la ejecución de mi
obra.
3. Los deseos actuales suelen distribuir la gracia
actual, y los deseos estables y permanentes la gracia
humana. Cuando te acercas a mí con fe, suscitas en mí
deseos actuales; también recibes la ayuda que
necesitas. Pero cuando os acercáis a los sacramentos
con las disposiciones necesarias, recibís la gracia
corriente, porque en todo momento tengo el deseo
estable, permanente y general de que todos los que se
acercan a los sacramentos reciban la gracia
justificante, cuando no se oponen a su eficacia. Por
esta razón, todos los sacramentos de la Nueva Alianza
obran la gracia, y son los canales por los que ésta
fluye incesantemente desde la cabeza de la Iglesia a
los miembros que la componen. Pero esto debe
entenderse en cuanto a la gracia habitual y
justificante, que da derecho a los justos a los auxilios
que Dios les ha prometido para perseverar en el bien,
y no en cuanto a estos mismos auxilios; porque un
niño, un enfermo, un hombre a quien supongo incapaz
de hacer uso de su libertad, pueden, sin embargo,
recibir la gracia habitual por medio de los
sacramentos, o un aumento de esta gracia sin el
auxilio actual de las gracias sagradas.
4. Si quieres formarte una idea de mi modo de actuar,
piensa que soy como un arquitecto que quiere levantar
un vasto y suntuoso edificio para gloria de su príncipe.
El espíritu lleno de su gran designio y
Ordena que se traigan l o s materiales necesarios.
Construye sus máquinas y vigila constantemente para
que su obra progrese y todo contribuya a la ejecución de
su diseño. Por tanto, puedo reconocer en este arquitecto
deseos similares a los míos. Porque tiene deseos
presentes y pasajeros con respecto a las necesidades
particulares y pasajeras de su obra, o de los materiales
que se presentan a sus ojos, y deseos p e r m a n e n t e s
c o n r e s p e c t o a l a s necesidades generales y
continuas. Desea constantemente que funcionen las
máquinas que ha preparado; desea que n o s e sequen
los ríos que le traen los materiales; desea que no se
derrumbe nada que ya pueda construir.
S. Si el alma del hombre diera forma y crecimiento al
cuerpo según sus deseos, como yo hago con la Iglesia,
que es mi cuerpo*, tendría sin duda una serie de
pensamientos y deseos, que podrían daros una idea
bastante exacta de la acción por la que llevo a cabo mi
obra. Ge sería a través de los deseos
:ictual y particular que el alma haría todos aquellos
movimientos que llamamos voluntarios, y que deben
cambiar la situación del cuerpo con relación a los
objetos que se suceden. Pero sería por deseos
permanentes que haría la digestión, y que daría al
corazón y a los pulmones los movimientos que
llamamos naturales e involuntarios, porque en todo
tiempo estos movimientos son necesarios para la
formación y conservación del cuerpo. Investigando así
los diversos deseos de un arquitecto ° que está
llevando a cabo algún gran diseño, o de un km e a
quien Dios ha dado el poder de hacerse un cuerpo y de
mantenerlo en forma, es posible comprender cómo se
forma y se mantiene el cuerpo.

' vif,. i; i 5, iii. ü, 30 i col- i, 18, etc.


• I for. 3, lG ; A yoc. J, ) 2.
MEDITER IONES C11CEZI EN 0 ES .

guardar *, usted puede formar una cierta idea general


de la acción por la cual ahora estoy construyendo mi
trabajo. He aquí dos meses de mi conducta.
8. Mientras estuve en la tierra, ya había elaborado el
plan que llevaba a cabo en el cielo. Para ello enseñé a mis
apóstoles y discípulos con la palabra y el ejemplo.
Después de mi resurrección, les di mis órdenes durante
los cuarenta días que precedieron a mi triunfo y a mi
ascensión. Y después de haber entrado en el Santo de los
Santos, d e s p u é s d e h a b e r m e sentado a
la derecha de mi Padre, después de h a b e r sido hecho
sacerdote soberano de los bienes verdaderos según el
orden de Melquisedec, comencé en seguida la ejecución
de mi obra; envié al Espíritu Santo; hice mis liberaciones;
puse todo en movimiento para proporcionarme los
materiales adecuados a mis propósitos. Entonces todas
l a s naciones de la tierra me fueron dejadas ^ para que
nada fallara en mi obra. Así, lejos de impedir a mis
apóstoles que predicasen a los gentiles, los animé c o n
revelaciones y milagros ®. Incluso vine en persona a
defender celosamente la sinagoga ° y a hacer de ella el
apóstol de las naciones. Los judíos se oponían demasiado
a mis planes; el deseo de mi obra era demasiado
urgente, y yo no podía retrasar por más tiempo la
construcción del templo que mi Padre debía habitar.
7. Así que ahora tengo un gran pueblo que gobernar
y defender. Todas las naciones de la tierra son

¡! JÏ'ph. fi, t5, 1 G. 5, 30, etc.


dc/. 1, 3.

• Sal. fl, 8; hehi'. ü, ii.


° 2 cï. 10, 5.
SEIZ#BE ÆiDIT*TI0fl. 9't
sometidos a mis leyes, y luchen generosamente bajo
mi bandera contra el mundo y el infierno. Debo
iluminarlos contra los enemigos invisibles, debo
sostenerlos contra el poder de los fuertemente
armados, debo darles el valor de despreciar al mundo
y de vencerse a sí mismos. He previsto todas estas
cosas, hijo mío. Por eso, antes de ascender al lugar
donde me encuentro actualmente, restableci el orden
que ves en la Iglesia para preservar su fe y su
disciplina, y establec siete sacramentos para mantener
y aumentar su santidad. Porque por los sacramentos
consagro a mis miembros; los vivifico, los santifico,
les doy fuerza para vencer sus pasiones y los
conduzco a la gloria que les está preparada en el cielo.
8. Pues debes saber, hijo mío, que los sacramentos
que he instituido no son como los de la sinagoga. La
primera alianza no prometía el verdadero bien, y los
sacramentos de aquella alianza eran sólo signos externos
por los que el pueblo d e D i o s , figura de la Iglesia,
podía distinguirse de las naciones idólatras. Pero los
sacramentos que he establecido no son sólo signos y
ceremonias por los que mis hijos pueden distinguirse de
los hijos de las tinieblas; s o n también fuentes de gracia.
Puesto que la Nueva Alianza promete verdaderas
bendiciones, estos sacramentos tenían que dar derecho a
ellas restaurando la gracia justificante en el alma, que
también proporciona la ayuda necesaria en tiempos de
necesidad para conservarla. Por eso debo tener siempre
el deseo firme, constante e irrevocable de que todos los
que en general se acercan a los sacramentos con las
disposiciones necesarias reciban la gracia o un aumento
de la gracia.

* Act. 4, 3.
° £ev. flfi.
- fleur. 7 , is; s-/. 3 y i; ri°". ù. ii. *, *a.
1 31Ë IHTAT10N S £ D H ÉTIE N N ES.

de la gracia habitual, que les permitirá recibir los


verdaderos bienes que Dios ha prometido a los hombres
en la nueva alianza que ha hecho con ellos por mi
mediación.
9. Juzga ahora, mi querido hijo, l o que debes hacer, y
si puedes descuidar el uso de los sacramentos que he
establecido para tu santi0cación. ¿Condenas mi conducta
dejando inútiles los medios que he dispuesto para tu
salvación? ¿Crees que eres bastante fuerte, y que tu
caridad es bastante fuerte, para vencer tus pasiones? Ah!
no te conoces ni conoces a los enemigos contra los que
tienes que luchar. Pero quiero que tengas razón en no
temer nada: ¿tienes razón en no trabajar para aumentar tu
c a r i d a d , y unirte a mí de la manera más estrecha
posible? ¿Tienes miedo de ser demasiado grande en el
cielo, de tener una gloria demasiado grande, de estar
demasiado cerca de la majestad y de la santidad de Dios,
de gozar eternamente de una bienaventuranza demasiado
dulce y demasiado agradable? 2 (¿Quién, pues, puede
impedirte que te acerques a mí en los sacramentos,
sabiendo que allí me encontrarás dispuesto a hacerte
bien? Aquí estoy, hijo mío, manantial que mana sin
cesar; ven y sacia tu sed. Bebe largos sorbos de agua que
apagará el ardor de la concupiscencia y se convertirá en
ti en una fuente que brotará hasta la vida eterna.
0. 0 Salvador mío, perdona mi ignorancia, mi
estupidez y mi insensibilidad. No conocía la eficacia
de tus sacramentos; y como no sentía nada
extraordinario en ellos, los consideraba como algo
vacío de gracia y sin virtud. Es cierto que era la fe la
que regulaba mis sentimientos. También me parece
que siempre los ha regido. Pero apenas ha regido mi
conducta. He creído, al menos confiadamente, todo lo
que se propone
S EIZ1ÉilïE GÉ DITàTI0J'i. 9 î5

Creo, pero no he hecho lo queme manda. Siempre he


sido tan estúpido y tan insensible a todo lo que
concierne a mi salvación, que sólo desde que usted
h a b l a a mi corazón me siento conmovido por mis
desórdenes y dispuesto a llevar otra vida. En efecto, me
hablas tan vivamente q u e siento que te soy querido,
y que mis males te afectan infinitamente más que a mí
mismo. Ahora que estás en la gloria, ¿deberías pensar
en los hombres? ¿No deberías dedicarte enteramente a
contemplar las perfecciones infinitas de tu Padre0 y a
gozar de tu felicidad? Sin embargo, piensas e n
nosotros, te compadeces de nuestras miserias, sientes
nuestros males. Incluso parece a los que juzgan la
capacidad de los espíritus por l o q u e sienten en sí
mismos, que todos tus esfuerzos se dirigen a salvarnos.
8 Pues siempre estás deseoso de ayudar a los que te
invocan. Eres consciente d e todas las necesidades de
tus miembros, y te preocupas de satisfacerlas. Por
último, conservas cuidadosamente e n t u alma las
disposiciones habituales que influyen de muchas
maneras en la gracia de los que se acercan a los
sacramentos. Oh Señor, qué ciegos debemos e s t a r
para extraviarnos, teniéndote a Ti como guía; qué
desdichados debemos ser para perecer, teniéndote a Ti
como salvador; qué ingratos, abandonados,
desesperados,
¡para conocerte y ofenderte! Oh mi única
Maestro, continúa hablándome de tus sacramentos y
del uso que debo hacer de ellos para obtener y
conservar la gracia sin la cual no puedo hacer nada
agradable a los ojos de Dios.
41. Hijo mío, h a y siete sacramentos: el bautismo,
la confirmación, la penitencia, l a Eucaristía, el Extremo
Crisma, etc.

' ffeör. #, 15; Ach. 8, 5.


8 18 MEDIT*T1ONS ûDRIfENNES.
unción, orden y matrimonio . I ilon ne ä man u ri ètre
tout non veau por el bautismo. Le comunico
abundantemente mi espíritu por la c o n f i r m a c i ó n .
Si cae en pecado, lo levanto por la penitencia. L e
alimento con el alimento divino de la Eucaristía. Le
libero de sus enfermedades mediante la oración
extrema. Ordeno a mi Iglesia q u e tenga obispos,
sacerdotes y ministros que la dirijan en mi nombre y
por mi poder. Y uno al hombre y a la mujer por el
vínculo indisoluble del matrimonio, para mostrar
incesantemente el amor q u e eternamente tendré a mi
esposa, y para que los cristianos me proporcionen los
materiales necesarios para mi propósito, iivcc una
intención tanto más pura y santa, cuanto que la unión
de los cuerpos es impura y brutal e n los demás
hombres. N o quiero, hijo mío, hablarte en detalle de
los sacramentos que ya has recibido, ni de los que
recibes pocas veces: me limitaré a la penitencia y a la
Eucaristía, por ser los únicos cuyo uso te es más
necesario para purificarte de tus pecados, y para
fortalecer tu caridad contra los continuos esfuerzos de
la concupiscencia.
t2. Para que entiendas e l efecto principal del
.sacramento de la penitencia, debo explicarte la
diferencia entre el estado de gracia y el d e pecado, y
cómo se pasa de uno a otro. Sabes muy bien que un
hombre está en estado d e g r a c i a cuando su corazón
está dominado por la avaricia, y que está en estado de
pecado cuando reina en él la concupiscencia; pero esto,
hijo mío, es tan general que no puedes entender nada del
efecto de los sacramentos. Escúchame, y al mismo
tiempo averigua lo que sucede en tu interior.
t3. La voluntad del hombre puede amar un objeto de
dos maneras d i f e r e n t e s , con un amor actual y c o n
un
sElzlÈaz iiüoiTa'rios. sii
amor habitual. Este amor es natural y necesario ante el
libre consentimiento de la voluntad; y es libre,
razonable y meritorio, al menos de una recompensa
moderada y común, cuando la mente no está
invenciblemente inclinada a consentir en lo que es
natural, sino que consiente en ello por elección y por
razón. Pero es meritorio de una felicidad
extraordinaria, cuando se sacrifica a este amor
rilisonnable rluelque amor natural que el senlimento
del bien ha producido en e l a l m a . Cuando el espíritu con-
duit por la r a z ó n , merece gozar de los derechos debidos a
la naturaleza razonable; pero para merecer un estado más
feliz, no basta con comportarse por la razón, h a y que
ofrecer a Dios algún sacrificio. 11 debemos sufrir algún mal
e n honor del verdadero bien, o al menos privarnos por su
causa de algún bien del que podríamos gozar libremente si
quisiéramos. Por eso Dios prohibió a los primeros hombres
comer frutos hermosos a la vista y agradables al gusto. Por
eso la concupiscencia misma es muy útil para mis
propósitos. Proporciona a los hombres el material p a r a
diversos sacrificios, y muchos temas de mérito y
recompensa'.
4.4. El amor habitual no es un movimiento del alma,
sino un peso, una inclinación, una disposición a
moverse. Este amor sólo puede expresarse en términos
generativos y metafóricos. Gar. como el hombre no tiene
ideas distintas del alma, no es posible mostrarle
distintamente en qué consiste la naturaleza de sus
hábitos. Ciertamente, no podemos explicar claramente
las costumbres o los atributos de seres d e l o s que
no tenemos una idea clara. Si
' flec/'. de lu Fei-Jïe, cap. 7 de la segunda parte del liv. III, y
en el Eclnii-cissenieiit stu- este mismo Capítulo.
9t3 M ÉDITATI ONS C ORËTIEN DES.

Si no tuvieras una idea clara de la extensión, nunca serías


capaz de concebir lo que e s un círculo, una esfera, un
cubo o un cilindro; así que nunca se te podría hacer
comprender por qué una esfera es más fácil de mover
que un cubo, por qué un cilindro no puede moverse
fácilmente en todas direcciones, y otras cosas similares.
t o. I.uando uno está agitado por algún amor actual,
ya sea natural o razonable, uno no sabe claramente
qué es este amor; pero uno siente bien su acción,
porque uno es consciente o tiene un sentimiento
interior de todos sus sentimientos y de todos sus
movimientos activos. Pero no sucede lo mismo con el
amor habitual. Todas las disposiciones del alma le
son completamente desconocidas, excepto cuando se
excitan. Y entonces, aunque sienta que está dispuesta
a amar ciertos objetos, sólo puede juzgar muy con-
fusivamente de la fuerza y grandeza de su disposición
actual, no puede compararla con la que no siente
dentro de sí en ese momento. Y por eso el hombre no
puede estar seguro de si lo que reina en él es la caridad
o la concupiscencia.
6. Ahora bien, el amor habitual, así como el actual,
se divide en dos clases: en amor habitual natural y en
amor habitual razonable; aquí contrapongo natural a
razonable. El amor natural es producido en el hombre
p o r sentimientos que se anticipan a su razón, que
colman su capacidad de pensar, y que le llevan así de un
modo invencible a amar el objeto que los causa o parece
causarlos. Lo razonable, en cambio, es producido en el
hombre por movimientos mediocres, que nacen de la luz,
o que no son invencibles. Pues el amor actual produce
naturalmente un amor habitual del mismo tipo.
t7. Ahora bien, el amor habitual, aunque necesario y
natural, es un
SE IZIÈ NE bl ÉDITA TION .

La relación es buena cuando tiene por objeto a Dios, y


es mala y desordenada cuando se relaciona con los
objetos sensibles. Un niño que viene al mundo con un
amor habitual natural y necesario, que lo perturba y lo
hace inclinarse a preferir los objetos sensuales a Dios,
es un hijo de la ira. Dios lo odia, porque su corazón
está desordenado, y Dios sólo puede amar el orden.
Por eso será condenado y privado de la herencia de los
hijos. Pero no será castigado con l a pena debida al
mal uso de la libertad. Del mismo modo, un niño que
recibe por el bautismo la caridad habitual, o un amor
dominante al orden y a la justicia, pero natural y
necesario, es ciertamente amado por Dios; porque su
corazón está regulado, y Dios ama el orden. Por tanto,
se salvará, participará de la herencia de los hijos. Pero
sólo por pura gracia recibirá la recompensa que sólo es
debida al buen uso que haga d e su libertad con la
ayuda de la gracia.
i 8. I.uando en un corazón hay dos amores habituales de
distinta clase, es decir, uno natural y necesario, y otro
razonable y meritorio, Dios tiene siempre más en
c u e n t a el razonable que el natural. Así, aunque la
concupiscencia sea más fuerte que la caridad, y aunque
los justos tengan más inclinación al mal que al bien,
siguen siendo agradables a Dios ¡suponiendo que su
concupiscencia sea n a t u r a l y necesaria;pues si reina
en ellos por su culpa, son pecadores ante Dios. Por
consiguiente, un hombre es justo cuando su amor habitual
y libre es más fuerte hacia el bien que hacia el mal, y
cuando su corazón está más dispuesto por este tipo de
amor habitual a amar a Dios que a las criaturas.
1'3. Ahora es necesario, hijo mío, que notes
cuidadosamente que el hombre no siempre actúa por la
fuerza de su
$g 0 IAÉDlT*T10NS CURËTIENNES.
La razón de ello es que, puesto que el amor habitual
sólo actúa cuando se despierta, si el amor habitual a
los honores duerme, por así decirlo, cuando se
despierta el amor a las riquezas. La razón de ello es
que, puesto que el amor habitual sólo actúa cuando se
despierta, si el amor habitual a los honores duerme,
por así decirlo, cuando se despierta el amor a las
riquezas, aquel que es más ambicioso que avaro amará
realmente más las riquezas que los honores, aunque
normalmente esté más inclinado al amor a los honores
que al amor a las riquezas. Así, quien habitualmente
ama el orden y la justicia sobre todas las cosas, puede
cometer injusticia; y, por el contrario, quien tiene más
inclinación habitual a enriquecerse que a hacer
justicia, puede, sin cambiar su inclinación dominante,
actuar por amor a la justicia.
20. El pecador cuyo amor habitual a los bienes
falsos es mayor que su amor habitual a l orden y a la
justicia puede, por tanto, con la ayuda de la gracia, que
estimula su amor habitual, aunque débil, al orden,
preferir realmente a Dios a todas las cosas. Ahora bien,
como un acto de amor a Dios no cambia el estado del
alma desde el principio, ésta sigue estando
habitualmente dispuesta, por un hábito adquirido
libremente, a preferir el objeto de su pasión a todo lo
demás. El pecador que ha formado este acto de amor
no se hace por ello justo ante Dios, puesto que no
tiene todavía la caridad; pero si este pecador, que
forma o ha formado con la ayuda de mi gracia un acto
de amor a Dios sobre todas las cosas, se acerca al
sacramento de la penitencia antes de haberlo
retractado, sabe, hijo mío, que recibe, por la eficacia
de este sacramento, la ca- ridad dominante o gracia
justificante'. Así, la pre-paración necesaria para el
sacramento de la penitencia ren-

° caja. ï'rtU., sess. t /J, ea}i. #.


9EZILMS MËDIT*T1UN.
Sin embargo, este sacramento no es inútil para la
justificación: no sólo porque cualquier amor real o
virtual de Dios por todas las cosas no justifica al
pecador, sino también porque este sacramento aumenta
la caridad en los justos que se acercan a él con las
disposiciones necesarias.
21. 11 Hay, hijo mío, esta diferencia entre un acto de
contrición y un acto de atrición, que el primero contiene
un a':te de amor a Dios lo bastante fuerte para cambiar la
disposición habitual del alma, pues los actos forman y
cambian los hábitos; y que el segundo sí contiene algo de
amor a Dios, pero demasiado imperfecto y débil para
vencer la haliitud que le es contraria. Después de un acto
de contrición, el pecador se hace justo, ya que suele
inclinarse a preferir a Dios sobre todas las cosas. El
sacramento no le justifica, pero aumenta su caridad y su
derecho a la ayuda necesaria para mantenerla. Pero,
después de un acto d e atrición, el pecador muere siendo
todavía pecador, ya que, aunque prefiera al Creador a la
criatura, suele inclinarse a preferir la criatura al Creador.
De modo que si muere sin recibir la gracia del
sacramento, Dios, que juzga al alma según la disposición
habitual y constante que encuentra en ella, y n o según
las disposiciones presentes, que cambian en todo tiempo,
no puede menos de condenarla como criminal y digna de
las penas del infierno.
22. Por eso, hijo mío, como no puedes estar seguro de
tener caridad, tendrás gran necesidad de salvación si
necesitas acercarte con frecuencia al sacramento de la
Penitencia para purificarte de tus pecados. Ten cuidado,
sin embargo, d e n o abusar de mi bondad; prepárate
para tan santa acción con la oración y la devoción
sincera.
t S9 MÉDlT*Tî0NS CdRËTIENNES.
arrepiéntete; lava tus pecados con tus lágrimas a n t e s
d e lavarlos en mi sangre, porque esta sangre, que
aplaca la ira de Dios, clama venganza contra los que
la rechazan y profanan. Soy yo, hijo mío, quien
bautizo, confirmo y absuelvo a los pecadores de sus
pecados. No creas que te confiesas ante un hombre
propenso al error; piensa que te confiesas ante mí: por
tanto, no disimules nada; humíllate, arrepiéntete del
miserable estado a que te ha reducido el pecado, y yo
romperé los lazos que te mantienen cautivo bajo el
dominio del demonio.
Oh Jesús mío! me asustas 1 tengo miedo de
presentarme ante ti y mostrarte mis úlceras! Si sólo
toco por detrás los flecos de tu manto, me curaré. ¿Por
qué he de presentarme ante ti? Tú sabes lo que me
aflige: ¿por qué mostrártelas? Temo profanar tu
sangre; temo...
53. ¿Tienes miedo, hijo mío, de reconocerme como
tu salvador y de revelarme tus males como a tu
médico? ¿Quieres probarme como a tu juez? Si no te
lavo con mi sangre, no tendrás parte en mi herencia; y
si no me declaras tus pecados en la persona de mis
ministros, no te daré la absolución por medio de ellos.
Mis sacerdotes me representan; no deben actuar como
ciegos; deben saber lo que hacen. Cuidado, hijo mío,
no sea que tu pereza y negligencia s e a n causa de
temor, y que la vergüenza de decir a un hombre lo que
no te avergüenzas de hacer a los ojos de Dios, te haga
descubrir tus desórdenes. Escúchame: así debes
prepararte para recibir la absolución de tus pecados en
el sacramento de la penitencia.
24. Cuando sientas que tu conciencia está cargada
con algún-
Sg lZlÈät E M ÉDlTA'ft0X. t9 3

ese pecado, soy yo, como tu razón, quien ya te hace


sentir este peso, y quien excita, para tu bien, la inquietud
que te turba y te preocupa. Piensa, pues, primero en la
santidad de Dios, teme su justicia, y dite, a menudo, que
es cosa terrible caer en las manos del Dios v i v o ; ha la
muerte es incierta, y a ella sigue la aniquilación. recuerda
entonces que yo soy el salvador de los pecadores, y que en
mi persona t i e n e s un poderoso intercesor ante Dios.
Llora, gime, humíllate, desprecia e l miserable estado en
que te ha puesto el pecado, y acude a mí con confianza y
alegría: honrarás tus cualidades, y yo me complaceré en
librarte de los males que te abruman. Reci'nipcns tu fe, y
te convencer's de que verdaderamente tengo la cualidad
que me das. Únete, pues, al movimiento de amor que te
inspiro para recompensar tu confianza; ven y póstrate a
mis pies en presencia del Padre, y confiesa tus pecados
con humildad, sinceridad y arrepentimiento. Aprovecha
el presente movimiento que te d o y para obtener, por la
eficacia del sacramento, la caridad justificante, el amor
imperante al orden y a la justicia que has perturbado. No
pospongas tu conversión, no endurezcas tu corazón, n o
te hagas más criminal por una mortal indiferencia y por
u n a peligrosísima indolencia. No te resistas a la
penitencia que te impone; compara las penas que te
ordena sufrir con aquellas de las que te libra y con la
gracia inestimable que te comunica por el sacramento de
la Sagrada Comunión; gracia que te coloca entre los hijos
d e Dios y te da derecho a los bienes eternos. No penséis
en buscar otros sacerdotes q u e sean más
i n d u l g e n t e s , porque puede que mañana no os haga
la misma gracia que os estoy haciendo hoy. Soy, pues,
más indulgente
" Ë DITATIO N S C u IiËTl Es NES .

y los pecadores que quieran encontrar sacerdotes


indulgentes no siempre encontrarán en mi persona un
salvador siempre dispuesto a librarlos de sus miserias.
Por último, hijo mío, cuando hayas recibido la
absolución, no olvides inmediatamente tus dones y mi
bondad. Recuerda que has sido librado de las penas
eternas y que has sido lavado con mi sangre.
Conserva cuidadosamente tu caridad
lâÎSSfi 1 No intentes apagar el espíritu que te anima; los
rechules son peligrosos; se necesita más gracia, y yo te la
doy.
menos. Vigila, reza, evita las ocasiones de pecado, y no
esperes a que tu caída te haya d a d o la muerte o te haya
hecho insensible a la pérdida que h a s hecho. Toma
como encargado a alguien c o n experiencia, piedad y
conocimiento; examina cuidadosamente para hacer una
buena elección, pero no pinches más. No cambiarás
voluntariamente de médico cuando e s t é s seguro de
que conoce bien tu temperamento y tus iniir- mitades.
Ten cuidado, sin embargo, de no fiarte de su palabra si
te da consejos contrarios a los míos. Cuando te lo diga
claramente en lo más secreto d e tu mente, no debes
consultar a nadie más: tu maestro es propenso al error,
puede e n g a ñ a r t e ; es indulgente, es s e n s i b l e a
l a amistad, puede engañarte. Debes preferirme a mí
antes que a tu director; pero, en caso de duda, nunca
debes preferir a nadie antes que a ti mismo.
à5. Te doy gracias, mi salvador y mi único maestro,
por los excelentes remedios que proporcionas para
nuestros males y por las saludables instrucciones que me
das para ayudarme útilmente. ¡Ay, de cuántas maneras
aplicas a los pecadores el precio de tu sangre! y ¿qué no
haces para facilitármelo?
SEI2IÈ UE MED ITATTON.

1 Señor, ¡cuán querida te es nuestra salvación! Pero


¡qué ingrato e insensible es el hombre! ¡No siente sus
males, no reconoce sus beneficios! Como un enfermo
insensato que insulta a los médicos y que, moribundo
como está, se cree con fuerzas suficientes para seguir
adelante, no siente, Señor, su impotencia para hacer el
bien y desoye libremente las órdenes que tú 1
prescribes. Oh sabio médico de mi alma! Quiero
seguir humildemente tus consejos y utilizar tus
remedios con todo sentimiento posible de gratitud 1
Lávame, purifícame en tu sangre, devuélveme la vida
por tu muerte; no permitas que me extravíe y vuelva a
caer en mis desórdenes; por último, ¡dame un guía fiel
que me conduzca por tus caminos, que me apoye en
mis debilidades y que me levante pronta y
caritativamente de mis caídas!
VEINTISIETE 1IEDIT.UTlOX
Raisons de 1'iiistitution de l'cucliaristie. Effets de cc sa crctiieiit.
Pi-èparations ií le rece roir.

4. Estoy roici fi a vuestros pies, mi unir ue maestro,


apremiado por un extrc'me'le deseo de oíros hablar sobre
la más augusta de vuestras serenidades. Sorprendido de
la eficacia del bautismo, de la confirmación y de la
penitencia, que me habéis explicado más extensamente,
mi mente se transportó de gozo al pensar en la Lucaristía.
Imaginé que si tanto bien haces a los hombres con un poco
de agua, una gota de aceite y unas palabras llenas de tu
Espíritu, que el sacramento que contiene realmente tu
cuerpo, tu sangre, tu alma y tu sagrada persona, debe ser
un principio de gracia tan fecundo y tan divino, que en
adelante nada podría fallarme si supiera aprovecharlo.
Oh Salvador mío, aumenta mi alegría, satisface mis
justos deseos "no rehúses explicarme el misterio que has
establecido para colmarnos de tus favores".
2. Tienes razón, hijo mío, al creer que la Eucaristía es
una fuente extraordinaria y divina de gracia. Los demás
sacramentos son más canales que fuentes; difunden la
gracia, pero no contienen el principio y e l autor de ella.
Justifican a quienes los reciben, pero no están
establecidos para dar al alma toda la fuerza y perfección
que necesita.
nix -szeriExs uZoIzazios.
de que es capaz. Yo instituí el bautismo para dar hijos a
mi Iglesia; la confirmación para darles valor contra los
ataques del enemigo; la penitencia para devolverles la
gracia; la extrema reconciliación para librarlos de sus
enfermedades; el orden y el matrimonio para el bien de
mi Iglesia en general, para dar a mis ministros el derecho
a la dignidad de su ministerio. Los casados deben, como
ministros según el orden de la naturaleza, ofrecerme y
prepararme a su manera materias que mis m i n i s t r o s ,
según un orden más santo y más elevado, pueden
bendecir, consagrar y santificar. Así, los demás
sacramentos no dan ordinariamente a los cristianos más
que lo necesario para conservar su cJualidad, pero los
justos reciben por la Eucaristía toda la fuerza y toda la
perfección de que son capaces. Hijo mío, voy a decirte
las razones principales por las que se instituyó este
sacramento. Escúchame con mucha a t e n c i ó n .
3. Casi siempre actúas como si tu cuerpo formara
parte de tu propio ser, y que tu alimento y tu vida
fueran ese pan material del que te ríes, y que pudieras
encontrar tu felicidad entre los objetos que abruman
tus sentidos. Seducido y cegado por el cuerpo al que
estás unido, piensas naturalmente que sus bienes y sus
males te son comunes. Te equivocas, hijo mío, en
cuanto dejas de mirar en tu interior para escucharme.
Este tú al que me dirijo y que me escucha es una
sustancia espiritual que puede existir enteramente sin
tu cuerpo. Esta sustancia está unida a un cuerpo, y con
él hace lo que se llama un hombre; pero lo que tú
conoces del hombre no es J'/tomme. Nunca olvides
estas palabras llenas de significado que aprendiste
cuando aún eras un niño. El hotn me es un compuesto
de dos sustancias, de este tú que concibes lo que te
estoy diciendo, y de tu cuerpo, una sustancia terrestre,
animal, insensible. Ahora bien, tu cuerpo
BRDï3'A3'I0X5 CERÉI'ïEXNES.

su alimento, y tú el suyo. Entre los cuerpos encuentra


algo para conservar su vida y su perfección, que sólo
consisten en una perfecta circulación de los seres
humanos y en la recta conformación de sus mem-
bros. Pero tú, mi querido hijo, no encontrarás, no digo
en los cuerpos, sino entre las liiteligencias más
perfectas, ninguna sustancia inteligible capaz de
nutrirte, perfeccionarte, celarte. La subsistencia
espiritual de tu ser sólo puede nutrirse de la sustancia
inteligible de la razón. Te lo he dicho cien veces; tú lo
crees, incluso estás plenamente convencido. Pero eso
es cuando lo piensas, y no lo piensas lo suficiente.
4. tjue si tu n'y penses pas assez, mon cher fils, toi
qui a mérité par ton attention d' apprendre cette vé-
rité, ces philosophes grossiers qui se imaginent
recevoir de leurs sens tout ce qu'ils ont de
connaissances; ces philosophes superbes qui se croient
être à eux mêmes leur maltre et leur raison; le
commun des hommes qui ne fait pas seulement
attention d e quel c6té vient de la lumière qui lui
frappe, y pense-t-il? No ves que los hombres, como
las bestias más estúpidas e insensibles, comen lo que
les doy sin reconocerme como su benefactor; y que
mientras lo que les doy esté de acuerdo con su
naturaleza o halague su gusto, lo comen sin preguntar
qué es. ¿No es esto alimentarse brutalmente de la
razón y utilizar la luz sin pensar que viene del sol?
Cuando a los borrachos se les presenta un vino que les
hace felices, preguntan qué país lo produce. Cuando
se pone en la mesa algún plato desconocido, todos
quieren saber su nombre y tal vez cómo prepararlo.
Pero nadie se molesta en averiguar c u á l e s la
subespecie que alimenta el espíritu. Lejos de buscar
con
DIX-SEP3'1ÈME MÉDI7A'ïî0X.

En cuanto quisiste hablar de ello, ¿te acuerdas? Algunas


mentes ingenuas y estúpidas te interrumpieron como si
hicieras preguntas inútiles; te llamaron visionario; l o
ú n i c o q u e hiciste fue excitar sus burlas.
5. Sin embargo, hijo mío, las personas más ingratas y
obstinadas aman naturalmente lo que les alimenta. Lo
cuidan con placer; lo buscan con esmero. Y esto es justo
y natural, porque es justo y natural amar lo que puede
hacer bien. Si los objetos sensibles pudieran nutrir tu
propia sustancia, podrías pensar en ellos, amarlos,
buscarlos. Pero los cuerpos que te envuelven no pueden
tener ningún efecto sobre tu propio ser, ni siquiera sobre el
cuerpo que animas. Estoy dispuesto, sin embargo, a que
te acerques a él por el movimiento local; pero no puedo
permitir que te unas a él por el movimiento de tu amor.
Pues sólo debes amar tu propio alimento, sólo tu vida, tu
razón, la causa de tu perfección y felicidad. Ciertamente
debes amar sólo a Dios, puesto que estás obligado a
amarlo con todas tus fuerzas. Así pues, hijo mío, si los
hombres se convencieran de un modo sensible y
palpable de que yo soy su razón, el alimento de su
espíritu, el principio de su vida y de su p e r f e c c i ó n ,
tendrían sin duda la razón más poderosa y justa que
existe para unirse a mí con todas las potencias de su
alma. He querido darles esta razón. Viendo que no
podían entrar fácilmente en sí mismos, me serví de la fe
que habla al espíritu por medio de los sentidos. Les
enseñé, por medio de la institución del sacramento de mi
cuerpo y de mi sangre, que yo soy verdaderamente su
alimento, que a ellos corresponde vivir de mi sustancia;
y que si el soluto tiene la carne de que alimentan sus
cuerpos, no se puede, sin ingratitud, sin ceguera, sin falta
de fe en mi sustancia.
M ÉniTazio "s cdn£Tis "n ss.

extraña sensibilidad, acercarse a mi sacramento sin


amor.
6. Una de las razones por las que he dado a los
hombres este pan celestial es para mostrarles claramente
que yo soy el pan que nutre la sustancia de sus almas en
el momento presente, y así inducirles a amarme con
todas sus f u e r z a s ; pero que esto, hijo mío, no es lo
principal 1 No pienso tanto en marcar el pasado como en
ñ$urar el futuro. Escúchame. Los bienes pasados y
presentes son sólo sombras y figuras de los bienes
venideros. El 4º es necesariamente el alimento y la vida
de todas las inteligencias; pero todavía no me he
comunicado a los hombres sino de una manera muy
imperfecta.
7. El hombre, antes de su pecado, podía ciertamente
vivir por la razón, podía comer libremente del fruto
que da la inmortalidad; pero este fruto no tenía
entonces ciertos atractivos sensibles que hacen que no
queramos comer otros. Tan pronto como el hombre
cayó en el pecado, el acceso al árbol de la vida le fue
estrictamente prohibido a él y a su posteridad; y si
algunas personas se han nutrido de sabiduría y han
consultado seriamente la razón, sabe, hijo mío, que lo
han hecho sólo de una manera muy imperfecta, o que
han merecido esta gracia sólo por la gracia de su fe °;
pues e l único modo de llegar a comprender las
verdades capaces de alimentar la mente es por el
mérito y la ayuda de una fe humilde y sumisa. Por
eso me he comunicado a los hombres sólo
imperfectamente, ya en el desierto, ya en el paraíso
terrenal. Pero en el cielo me entregaré enteramente a
ellos. Mis hijos vivirán única y tranquilamente de mi
sustancia; ya no podrán comer ningún otro fruto.
Dix- szeztùuz yùDjrxzîon. 93t

Encontrarán en mí una dulzura inexplicable, pues


contengo en la simplicidad de mi ser una variedad infinita
de rasgos y bienes. Los que comieron maná en e l
d e s i e r t o murieron, pero los que se alimenten de mi
sustancia vivirán eternamente. Los judíos comieron el
cordero con hierbas amargas °, de pie y comiendo, como
la gente en el miedo y el dolor. Pero los cristianos en el
cielo se sentarán a mi mesa. Comerán del mismo Cordero
de Dios; compartirán la víctima; estarán unidos a Dios en
la misma sustancia, y a su manera gozarán de la misma
elicidad. Ésta, hijo mío, es tu esperanza, éste es tu fin,
éste es el objeto de tus deseos. E s t o es también lo
principal que he querido mostrar en la Eucaristía, que
Dios recibe como sacrificio y tú como sacramento; pues
si ahora comes realmente mi cuerpo y bebes mi sangre,
no debes dudar de que serás alimentado en el cielo por mi
sustancia. Por la Eucaristía, pues, os muestro que yo soy
realmente la razón y el alimento del hombre ®, pero por
este misterio os muestro también otras muchas
comunicaciones de nuestro ser. Te doy la esperanza de
una felicidad de la que no puedes formarte una idea
demasiado grande. Incluso te doy una idea muy estricta
de ella. Así pues, este misterio debe suscitar en tu
corazón deseos y movimientos que te mantengan siempre
en suspenso h a s t a q u e disfrutes de los bienes que te
he prometido.

' £t/r. 92, 60; J//oc. IÎi, * .


^ 3/nff/t. 2ü, t l.
"ËDITATIO NS CII R ÉTIEZ Vss.

S. ¿Puedes, hijo mío, después de esto, pensar en los


golpes que te rodean y alimentarte de placeres
sensibles, tú que debes vivir sólo de mi sustancia, y
que tienes la firme seguridad de que un d í a gozarás
de todos mis placeres? ¿Serás como el hijo de un
soberano, que llora por un juguete y toma una
manzana de su corona? Piensa, hijo mío, piensa
seriamente en tu dignidad, en tus cualidades, en tus
esperanzas; vive ahora sólo del anticipo de los bienes
eternos, y desprecia todos esos objetos pueriles que
comparten tu corazón con el mío y que te detienen en
tu camino hacia el verdadero bien.
9. Cuando me hablas, soy como un niño que oye
razones; me avergüenzo de mí mismo y de la debilidad
de mis inclinaciones. Pero en cuanto
que ya no estoy en tu presencia, vuelvo a caer en la
infancia; una nimiedad me detiene, me entretengo
perdiendo el tiempo con el que podría ganar la
eternidad. ¡Qué insensibilidad! El infierno está a
punto de devorarme. Señor mío, ¡que no haya
infierno! Pero puedo perder bienes dignos de la
magnificencia de un Dios, bienes hechos verdaderos
por la sangre de un Dios, bienes que hacen l a
felicidad del mismo Dios; puedo perder estos
b i e n e s , pero por una eternidad, y estoy sin
preocupación. Siempre como un niño, cojo barro y
tejas rotas; me entretengo construyendo una choza que
sólo puede contener la más pequeña y última parte de
mi ser. Esta choza se derrumbará antes de terminar;
incluso puedo sentir cómo la construyes; al menos sé
que todo se derrumbará bajo mis pies cuando muera.
Y sin embargo, firme en mis grandes designios, me
complazco en confesarme, reducirme y en5urcirme.
Desdichado que soy1 -¿quién es el príncipe contento
con su fortuna y su gloria?
93]
¿Y viviré contento cuando haya construido el
establecimiento que deseo? Pero cuanto más vivo, más
temo a la muerte; así que no puedo vivir contento
hasta que piense en la muerte. Pero la cruel se acerca,
aquí está, y yo estoy en la eternidad. Señor, ¿dónde estará
mi morada, mi alimento, mis placeres? Oh Jestis, qué
felices son aquellos a quienes hablas sin cesar; se
consideran aquí abajo como viajeros; viven en tiendas
como Abraham, Isiah y Jacob'. Llenos de esperanza,
firmes en tu promesa, desprecian generosamente las
posesiones pasajeras. Se establecen en la ciudad santa,
cuyos cimientos son inquebrantables y cuyo arquitecto
y fundador es Dios mismo. Oh mi único Maestro,
ilumíname sin cesar; rompe, Salvador mío, los lazos
que me mantienen cautivo. \Me prometes la verdadera
bondad; me d a s prenda de tu promesa por medio de tu
sacramento. Pero mi mente es tan pequeña y débil, mi
corazón tan bajo y quebrantado, que el menor destello
de las bellezas de los sentidos me abruma y agita; y
entonces el recuerdo de tus promesas y todos los
pensamientos sólidos que me inspiras se desvanecen
por completo de mi mente.
Un hombre que carece de alimento carece de vigor y
de generosidad; pero cuando su cerebro está lleno de
espíritu y sus venas de salud, está listo p a r a formar
planes generosos. El sacramento de mi cuerpo y de mi
sangre es alimento para tu espíritu. Os falta corazón, sois
todavía de inclinaciones viles y bajas: venid a mí y
tomad generosidad y fuerza. Mi sacramento no sólo
marca que soy tu razón, sino que en el cielo seré tu vida,
tu alimento, tu felicidad;
93 4 & ÉD ITSZ10 flS C lJ RÉ?'l Eh 2i ES

también sostiene el valor en el camino que conduce a los


verdaderos bienes que representa y promete. Si he
ocultado mi sustancia y mi espíritu bajo la apariencia de
un alimento ordinario, es para convenceros d e m a n e r a
sensata de que mi sacramento es para vuestra alma lo que
el pan y el vino son para vuestro cuerpo. Yo soy, en
efecto, el verdadero pan del cielo. Yo soy el pan vivo y el
pan que da la vida; quien se alimenta d e él no deseará
jamás n i n g ú n otro; no sentirá más que repugnancia y
envidia por los placeres de que se alimentan los
voluptuosos. El que come mi carne y bebe mi sangre,
permanece en mí y tú en él. Y como yo vivo para mi
Padre, el que man- ąera "iøra poш mo'. bïo's en véi-ité en
vet ilé Os digo queвe si no manąes mo c/totr y no óois mi
sangre, no tendréis vida en vosotros; lloráis en el desierto
como cien' gui uno comió la marina; en n'enlretas pas dans
la tei-re pi-omise, tu ne "iøras pas ètei-nellement .
11. Pero cuidado, hijo mío, necesitas grandes
para recibirme con provecho. El pan y el vino no
devuelven la vida a los muertos, ni devuelven siempre
la salud a los enfermos; pero fortalecen mucho a los
que están débiles y hambrientos: lo mismo sucede con mi
cuerpo y mi sangre. Dan mucha fuerza a los que gozan
de perfecta salud y no tienen más enfermedad que su
debilidad y languidez. (Así pues, los que están sanos,
es decir, dispuestos, rectos, hambrientos y sedientos de
justicia, aunque débiles, cansados, 1ansiosos, coman muy
a menudo del pan y del vino que les he preparado.
Pronto se recuperarán y avanzarán por el camino que
conduce a la inmortalidad. Qtie aquellos que están
afligidos por alguna enfermedad y que no sienten dentro
de sí esta apremiante hambre y
esta ardiente sed de justicia, cuiden de purgarse de su
pecado con el sacramento de la penitencia, y de sus
malas inclinaciones con ejercicios de piedad. De lo
contrario, el uso frecuente de mi sacramento los
endurecerá y los pondrá en peligro de muerte. El pan y
el vino suelen ser alimentos demasiado fuertes para los
enfermos, y si toman demasiado, corren peligro de
perder la vida. Los que tienen apego a Dios pueden ser
ellos mismos criminales, pues nadie puede saber cuánto
amor sienten por la aceituna de su pasión. Es lícito
amar al padre; pero el hijo que ama a su padre más que
yo no está en condiciones de recibir nada. Por lo tanto,
aquellos que todavía sienten dentro de sí considerables
apegos a la creación deben prepararse para la
comunión con el temor. Deben trabajar para salir de
este estado y no acercarse con frecuencia y confianza a
lo sagrado y misterioso, que dan muerte a lo profano e
impuro. Pero para aquellos cuyos corazones están
corrompidos por un apego criminal, que nunca se
acerquen a la mesa sagrada en este estado. Ma chait es
un veneno tan pt csente a los que están llenos de carne
corronipue, que les hiela la sangre y los hace
enteramente insensibles. Cuando estos h) pocritos
vienen a sentarse a mi mesa con mis amados discípulos
el día de mis victorias, parecen tener algún
sentimiento. El horror y la agitación les sorprenden y
preocupan; pero permanecen fríos, insensibles y
endurecidos, buscando, como J udas, atraerme a sus
pasiones. Hace falta un milagro extraordinario para dar
movimiento y vida a estos miserables. Así pues, üls
míos, alimentaos a menudo de mi sustancia; pero
eaamine y purifique de antemano vuestro corazón; y
para

° Jfof fù. IO, 3".


4.î G N EDIâ'ATI0NS CO RÉTI £1N NES.

no olvides j u z g a r t e y condenarte".
J û. Si supieras, hijo mío, lo q u e hago mediante la
administración de mi sacramento en las almas bien
preparadas, pensarías que tienes que trabajar sólo para
preparar tu propia alma.
neur. Te considerarías cruel contigo mismo si no
desearas por un día recibirme; y te conmovería
sensiblemente el resentimiento de los que se niegan a
recibir el bien que deseo hacer. ¿Podría estar en un Rime
sin hacer nada, yo que trabajo constantemente para
santificarlos?
Yo, que, urgido por los hombres, busco a los pecadores
incluso en el lugar de su libertinaje; que, lleno d e celo
por la realización de mi propósito, hago que s e busquen
materiales por toda la tierra". ¿Quién es el arquitecto que
descuida las mejores piedras para su edificio? ¿Qué clase
de
¿Quién es el escultor que rechaza un material que ha
rezumado bajo el cincel? Pero, ¿qué alma se negaría a
dar a los miembros de su cuerpo todo el afecto de que
son capaces? Pero en cuanto a mí, soy demasiado
constante, demasiado sabio, demasiado benévolo, para
dejar de conceder a un a l m a que me recibe como es
debido, dones acordes con las cualidades de que soy
portador.
4.3. La Eucaristía, considerada como sacramento, obra
gran gracia en los que la reciben; pero no creas que
carece de efecto si la consideras sólo como
sacramento. Al contrario, hijo mío, sabe que el
sacrilegio de la Eucaristía es la fuente de todas las
gracias, y que la comunión con este sacri-

ICo''. tt,3{.
flce de mil maneras, todas las cuales difieren de la
comunión sacramental. Todos los que asisten a Misa y
que, elevándose en espíritu al cielo, me invocan como
pontífice siempre vivo para que interceda por ellos, no
dejan de participar en este sacrificio. S i n d u d a ,
participan de él, si me ofrecen a mi Pura como víctima
que quita los pecados del mundo. Y puesto que este
sacrificio representa las diversas formas en que me he
ofrecido a Dios en la tierra, y puesto que también
representa el sacrificio que ofrezco como sacerdote
según el orden de Melquisedec, y puesto que ni
siquiera difiere en cuanto a la calidad de la víctima y
de la persona que sacrifica, es cierto q u e es la causa
de todas las gracias que se conceden a los hombres. Es
cierto que el mismo sacramento de mi cuerpo y de mi
sangre opera la gracia sólo porque es comunión con
este sacrificio. Hijo mío, son muchas las cosas que
podría decirte para explicarte con detalle la esencia y
los efectos del sacrificio de la Misa. Todo lo que
necesitas saber en general es que es un resumen de los
misterios de la religión y de todo lo que he hecho por
la salvación de la humanidad.
I J. ¡Oh Salvador mío! cuando pienso en tus misterios
y repaso en mi mente todo lo que has hecho por mi
salvación, mi admiración, mi estupidez, mi ingratitud
m e inquietan y me preocupan; me odio; n o p u e d o
e s t a r orgulloso de mí mismo. Lo que
Quisiera decirte hoy lo que eres para nosotros, y que
nunca lo olvidaré, y que te confesaré mis fechorías y mi
ingratitud, para que no pienses más en ellas.
Tú eres la razón del hombre, siempre dispuesta a
responderle cuando te consulta con su atención. El
hombre se vuelve entonces carnal desde el péehé; ya
no puede entrar en sí mismo para contemplar la
verdad.
GO8 AÄDT*TT0NS CRRETiEmxEs.
instruidle mediante la ley y los profetas, y tomad sobre
vosotros carne sensible para hablarle a través de sus
sentidos. El hombre es un pecador. Ha provocado la ira
de Dios; ha merecido la muerte. Pagáis por él; h a c é i s
su paz a vuestra costa; sufrís por él el más cruel e íntimo
de los tormentos; y por este medio le sacáis del infierno y
le dais mi derecho a vuestra herencia. Lo purificas por el
bautismo; lo fortaleces por la confirmación; lo elevas por
la penitencia; lo alimentas, lo consagras por la
Eucaristía; lo iluminas con tu luz; lo animas con tu
espíritu; tu gracia guía cada uno de sus pasos y santifica
todas sus acciones.
Por eso ahora, 8 Jesús mío, eres mi sabiduría, mi
razón, mi luz, mi redención, mi justificación, mi
santificación, mi alimento y mi vida, mi fuerza y mi
defensa; pero en la otra vida seguirás siendo mi
perfección, mi felicidad y mi recompensa. Tú serás
eternamente mi cabeza, mi rey, mi sacerdote soberano
y la santa victima en la que mi ser será sacrificado a
Dios, consumido en Dios y devuelto a Dios como
víctima olorosa. Es por ti que Dios habitará en
nosotros como en su templo; que nos hará partícipes
de su gloria como hijos suyos; que seremos partícipes
de todos sus placeres como sus amados y elegidos. En
vosotros y por vosotros, Dios será todo para todos, y
nosotros llegaremos a ser como dioses mediante la
comunión más perfecta del tesoro divino. ¿Quién
puede comprender la grandeza de estas bendiciones?
¿Quién, pues, puede completar la grandeza de mi
ingratitud? No he hecho por ti un objeto digno de
infinito amor, de continua adoración, de eterna
gratitud; no he hecho por ti lo que un avaro hace por
ti.
DI.Y - SE f "I2 Eü E M ÉDf'IA7l UN . 83 9

Hombre irrogante por el oro, hombre ambicioso por el


vino, hombre ambicioso por la necia y vana gloria.
Oh, Salvador mío, no permitas que te cuente en detalle
mi ingratitud; no puedo pensar en ella sin horror.
Anatema al que n o te ama. Pero, oh Jesús, perdona
ahora a los que te aman, perdona a los que desean
sinceramente conocer tus caminos y arder de amor por
ti. Por ingratos, estúpidos, locos, miserables que hayan
sido hasta ahora, Salvador de los pecadores, olvida sus
desórdenes y sálvalos.
DECIMOCTAVOMEDITACIÓN
Otros medios de obtener la gracia. Jesucristo se ocupa
especialmente de los que trabajan en su obra, de la salvación de
las almas y de ladificación de los fieles.

Sacerdote soberano de la verdadera bondad, derramas


sobre los hombres esa lluvia celestial que produce frutos
para la eternidad. Pero a menudo me encuentro seco y
estéril a tus pies, como una tierra sin agua. Sí, Señor,
¿seré capaz de soportar este frío y estos rigores extremos
que la santidad de Dios hace sentir a nuestras almas? Oh
mediador entre Dios y los hombres, oh salvador de los
pecadores, no me olvides. Haz mi paz con Dios, y
continúa instruyéndome en los medios por los cuales
pueda obtener la ayuda d e tu gracia.
1. Ya te he dicho muchas cosas sobre esto, morí
querido hijo; pero más bien te cansarás de
interrogarme que yo de responderte, pues ciertamente
te tengo más amor que tú a ti mismo, mc'ine. No
esperes que te abandone por estas sequías que te
angustian. Es en estos tiempos difíciles cuando pongo
a prueba la virtud de las almas generosas; es entonces
cuando les hago merecer la corona que corresponde a
los que sufren el martirio o sacrifican su felicidad al
amor del orden. El placer de cualquier clase define el
mérito; lejos de ser su principio, es su recompensa.
Todo placer actual te hace feliz hoy ¡ para que no te
abandones a ti mismo de la manera más ordinaria.
pura y meritísima, si renuncias a ella con gusto.
Sientes que has encontrado la vida, por mucho que
pretendas ofrecerte a la muerte. El placer es la vida del
alma, y el dolor es más terrible que la misma muerte.
2. Sin embargo, hijo mío, tienes razón en temer
e.xtrínsecamente esos estados desgraciados en que el alma
está como abandonada a sí misma, sin fuerza y sin
movimiento hacia el verdadero bien. Tu sequedad es a
veces el resultado de tu negligencia y de tu orgullo. Es
mejor para vosotros merecer menos que correr grandes
peligros. Pero esto no es ventajoso para la belleza de mi
obra. Esta belleza exige que mis hijos cometan sacrilegio de
la manera más meritoria y más pura. Pues la gloria y la
belleza de l a Iglesia triunfante presuponen los trabajos y
los méritos de la Iglesia militante. Ay de aquellos que no
perseveren hasta el fin. Por eso, hijo mío, en estos estados
de soledad, cuida de humillarte y de invocarme; no te
abandonaré. Recuerda las palabras que dirigí al cielo para
consolarte: "Dios mío, ¿me has abandonado? Muere firme
en tu fe, y como yo terminarás tu sacrificio en paz. Tus
últimas palabras serán como las mías. Dirás lleno de
alegría, y c o n plena confianza: tion yèi'e, ie remels tnon
öme entrée

Ya te he explicado los principales medios por los que


puedes obtener la ayuda que necesitas; pero como temes
quedarte sin ella, voy a enseñarte lo que debes hacer
para atraer siempre hacia ti mis ojos y mis bondades.
él. El más ardiente de mis deseos es el de tatniet
mi cuerpo', santificar mi iglesia, completar la
Joriii. 4, ii.
9 t9 uùnrrarions cnn£zIxh "Es.
templo que mi Padre me ha ordenado construir en su
honor. Quiero hacer este templo tan grande y tan
perfecto como sea posible, en la medida en que la
perfección y la grandeza puedan conciliarse entre sí, y
teniendo en cuenta muchas reglas y circunstancias que
no es necesario que te diga ahora. Así pues, hijo mío,
me aplicaré a ti de m a n e r a especial, si tú también
contribuyes d e m a n e r a especial a la grandeza y
perfección de mi ous'rage. Pues no hago todas las
cosas inmediatamente por mí mismo; me sirvo d e
l o s instrumentos que la naturaleza y la gracia me
proporcionan. Escúchame con atención, no sea que
cambies de opinión y caigas en el error.
4. Sabe, pues, hijo mío, que hago que la naturaleza
y la gracia sirvan a mis propósitos, que antes de
actuar, su-pongo la naturaleza, que considero su
orden, y que generalmente, sin cambiar ninguna de sus
leyes, me sirvo de ella para llevar a cabo mi obra. Por
ejemplo, aunque puedo iluminar las mentes
inmediatamente por mí mismo, como sabiduría eterna
y verdadera causa de todo lo que sucede, y aunque
puedo hacerlo todavía como causa ocasional que
determina infaliblemente el efecto de las voluntades
divinas, sin embargo he enviado predicadores y
apóstoles, y h e establecido en mi Iglesia testigos de
la fe que estáis obligados a creer. Podría convertir a
todos los herejes avergonzándolos de antemano. Pero
la sencillez de mis reyes y el orden que debo seguir
n o me lo permiten. Mi conducta debe reflejar mis
cualidades. Soy Dios: por tanto, debo actuar en Dios a
través de reyes sencillos, generales, uniformes y
constantes. Soy un hombre: por tanto, debo actuar
como un hombre y valerme de reglas simples,
generales, uniformes y constantes.
• Fp/ier. 4, 11.
• Ti-ailt de la Nalui-e et de la Gt'dce, primer discurso.
nix-n UiTi ü ii E u £ n iTATioN .

Debo respetar la conducta de mi Padre y la sencillez


de sus caminos, y no pedirle un milagro sin razón.
Debo, pues, utilizar la naturaleza para la gracia,
cuando nada me obliga a utilizarla de otro modo.
Yo. Pero, hijo mío, si hago que la naturaleza sirva a la
gracia, mucho más estoy haciendo que l a g r a c i a
sirva a la gracia moderna. La naturaleza sólo por
accidente sirve a la gracia; pero la gracia sirve a la gracia
11 tanto por accidente como por su mérito. La naturaleza
nunca merece la gracia interior; sólo puede negar la
gracia relativa, p e r o el buen uso de la gracia merece la
gracia interior, así como la gracia relativa. Por gracias
relativas entendemos aquellas que tienen que ver con la
edificación de los dioses, y que en sí mismas no santifican
a quienes las reciben.
6. Par exernple, un particulier qui, par ses disposi- tions
naturelles, est plus propre qu'aucun autre .i exécuter
quelqu'un de mes dess.-ins, merece por lfi que le emplee en
ello, y que le dé las gracias rclativcs, como el don de
lenguas, miraclcs u otros dones que eran tan frecuentes
law'squ'ils eran né - saires ä l'établissement di' mi k'glisc;
pero no merece las gracias interiores por sus disposiciones
naturales, porque, estando todo hombre corrompido por el
pecado, n ul hombre no está preparado para recibir las grlce
interiores. Un hombre de viva imaginación y buenas
facultades de persuasión tiene alguna inclinación a predicar
el Evangelio, por lo que puedo elegirlo y, aun como a
Judas, elevarlo a la gracia relativa del apostolado en
atención a estas inclinaciones. Pero desde el pecado, no hay
en el hombre otra disposición a la gracia que la que la
gracia divina pone en él. Por tanto, el hombre no puede
merecer la gracia interior por las disposiciones que le da la
naturaleza, ni por las que él mismo se da mediante las
fuerzas del libre albedrío.
tre. Pero el justo, por las disposiciones que adquiere con
la gracia, puede ponerse en tal estado que yo le tendré
más consideración que a muchos otros.
7. Amo a todos los justos, hijo mío. Son miembros
de mi cuerpo; están hechos de mi carne y de mis
huesos; y nadie odia su propia carne*; al contrario, la
alimenta y la cuida. Pero tengo un afecto especial por
aquellos que entran en mis planes, que contribuyen con
su trabajo al edificio que estoy construyendo, y que
aportan oro, plata, piedras, etc. a los cimientos que he
echado.
¡!preciosos o incluso madera y paja, en proporción a su
fuerza °,- ¡permitiré el contt aire reur que yrofunenl la lvi
santidad de tnon templo! El que es súbdito
t'te chute et de si andale à yuelyu'un de tires enfants, il oni-
di'att mI€°^ I* **' !-!' qti'on lui ttiit une yiei t e au cou et
qu'on jet'"it au fond de la mer. 11 s'oppose à mes des-
destruye lo que construyo, impide o retrasa la obra de
D io s , y causa la condenación de todos los re-
!prouvës qui naissi-nt pendant ce retardation. El ardor
que me impulsa a completar y embellecer mi obra,
'suscita en mí mil deseos diferentes que os serán
sumamente ventajosos, si secundáis mis intenciones y
hacéis que mis designios sirvan a los talentos que la
gracia y la naturaleza os han dado. Observad, pues, las
reglas que voy a prescribiros.
8. Cuando converses con el mundo, procura edificarlo
con tus modales y modestia. La mayoría de la gente se
siente más atraída por los modales que golpean los
sentidos que por los discursos que sólo pueden ser
comprendidos por l a mente. Aprendemos con

Ey'/ie.s. ii, 30, :J0.


* I f.'o/-. 3, 12.
DIK-DETIËME MËDlT*T10N. gt5

-Hay que humillarse ante los hombres, pero en


presencia del Dios vivo hay que estar panza abajo.
Debes humillarte ante los hombres, pero en presencia
del Dios vivo debes estar panza abajo. Si atraes
El espíritu del hombre no está hecho para ocuparse de
ti, ni su corazón para morar en ti. Sé, pues, humilde y
modesto; adopta la postura de un hombre que adora;
no seas orgulloso, para que los que se vuelven hacia ti
se vuelvan como tú hacia aquel a quien adoras, que es
el único que merece nuestra adoración.
9. Antes de hablar, intenta conocer la fuerza y la
capacidad de quienes te escuchan. Respeta a los
ronscienccs débiles y delicados; hay un gran número de
ellos. Cuida de que, por tu indiscreción, no causes
escándalo entre las personas a las que he lavado.
+t purificado en mi siing '. Hay muchas verdades
No todo el mundo puede hacerlo. A menudo no hay
mucho peligro en esconderse, pero hay mucho más de
l o que crees en hablar.
10. Así que cuando la necesidad de defenderla le
obligue a romper su silencio, tenga cuidado. Quien le
ataque se dará cuenta de que le guardas rencor. 11 Ni
siquiera se le ocurrirá pensar que es el amor a la religión
y a la moral lo que l e impulsa, pues no puede dar a los
demás lo que no siente en su interior. Debes respetar tu
propia debilidad para no ofender a los demás. A ppuie
donc d'abord ce qu'il dit de bon ¡ car afin qu'il reçoive le
bien que tu veux lui faire, il faut aupa- ravant que tu
dédomma ges son amour-propre. En
ht É DITDTIONS CH R ÉZIE i'i NES.

Si a un paciente le gusta su dolencia, hay que engañarle


p a r a q u e s e cure. Todo el mundo ama sus
opiniones, pero aprecia especialmente los prejuicios que
favorecen sus pasiones. Pensad, pues, que queréis
iluminar a un ciego que se contenta con su ceguera, que
duerme muy tranquilo en la oscuridad y que no soporta
una luz que le perturba y preocupa cruelmente.
11. fiela sólo sirve para excitar las j'assions, y
principalmente el orgullo, que es lo más peligroso.
tihacun quiere entonces demostrar que tiene ingenio, y
atraerse la estima de los demás, a costa de la verdad.
Los que odian la verdad p o r q u e les duele suelen
estar en mejores condiciones de recibirla que los que
hablan con displicencia de todo porque la verdad no les
toca. Los insensibles suelen ser l o s más enfermos.
12. Si juzgas que hay cierto amor por la verdad, y
que existe el deseo de conocerla, esta es la con-
ducción que debes mantener normalmente, en terroge,
pero como discípulo, para que tu propio amor
renueve y fortalezca tu atención. Encuentra lo que
hay de bueno en las respuestas que recibas, sin
considerar antes el resto. Descubre la verdad de tal
manera que te imagines a ti mismo descubriéndola,
para que todos los que están contigo t e n g a n una
mente. Atribuye a los demás pensamientos sólidos,
que no expresan a medias, y que tal vez no tengan.
Para que un hombre ame la verdad, debe pertenecerle,
y debe ser tocado por ella; debe verla como un
producto de su mente.
13. Cuando sientas que la verdad está bien asentada
en la mente de la gente por la fuerza de su influencia y
por tus útiles sorpresas, asegúrate de que llega hasta el
corazón, que lo anima, que lo purifica, que lo
DI.ï-0 U IT lËàI E HÉDITATl0 fi.

el r*6le con la ayuda de mi gracia, pues sin ella nada


podéis hacer. El hombre planta y riega, pero yo doy el
incremento. Ante todo, pues, suscita en ti los
movimientos que la verdad debe hacer allí.
naltre, y luego expresar tus sentimientos sin con- traerte.
Debes ser penetrado para tocar a los demás; pero yo no
dejaré de ayudarte y de penetrarte con mi amor, si sólo
conversas en el mundo con la intención de construirlo y
de trabajar en mi obra.
14. Cuando se encuentran con personas que tienen
un gran amor por la verdad, entonces no tienen que
dar tantos pasos. Su amor les dará atención, y la
atención les dará luz. No temas darles de comer carne
demasiado sólida; la digerirán bien. Explícales tus
principios; por abstractos que sean, llegarán a ellos,
los examinarán, los juzgarán. Si te equivocas, ellos te
iluminarán. Los que tienen gran amor y respeto por la
verdad no se dejan engañar fácilmente. Nunca toman
la palabra de cuerno a cuerno, sólo se rinden a la
razón. Sólo siguen, hijo mío, la luz y la evidencia; sólo
se someten a la autoridad de la fe. Esta es su regla, como
lo es la tuya. No se detienen en los modales; no tienen
en cuenta sus propios intereses; acallan sus sentidos y
sus pasiones, y me escuchan con respeto. No hay en
ellos atrincheramiento, ni prejuicio, ni nada que huela
a disputa o parcialidad. Comunícate, pues, todo lo que
puedas con estas personas, para que a través de ellas
puedas llegar a comprender las verdades que ya crees
por la fe, y para que puedas compartir con ellas las
bendiciones que te he concedido. No seas tacaño con
mis dones; úsalos para mis propósitos, y te colmaré de
favores más allá de tus expectativas.
45. Disfruta de la jubilación: el negocio de
NË6IT*T1ONS GVRETIEhNES.
Odias el mundo. Contento con mis respuestas y mis
favores, ya no quieres nada más. Haces bien; pero
puedes hacerlo mejor; anda, no temas exponer tu
salvación, exponiendo la verdad. La defenderás sin
herir, o al menos sin quebrantar la caridad, con tal que
entres a menudo en ti mismo, y que mires a aquellos a
quienes hablas como personas a quienes me dirijo, de
modo que trabajes por su santificación y ellos por la
tuya. Con- tribuye, pues, a su salvación, y asegurarás
la tuya, porque me mandarás que cuide especialmente
d e todo lo que te concierne. Seguramente, hijo mío,
seguramente, si cumples con mi deber, no olvidaré el
tuyo. t G. No, Señor, no olvidarás mis asuntos
si yo hago los t u y o s . Porque no los olvidaste cuando
no hacía la mía o la tuya.
¡Cuántas veces he derribado lo que tú habías construido!
¡Cuántas veces he corrompido lo que tú habías
santificado! Cuántas veces he derribado lo que tú habías
construido 1 cuántas veces he corrompido lo que tú habías
santificado l ¡cuántas veces he escandalizado a tus
amados hijos! Dios, ¿no he arrojado al infierno a muchas
almas por las que derramaste tu sangre y que ahora,
llenas de rabia y desesperación, te lilasfeman y me
maldicen, en vez de bendecirte eternamente si no fuera
por mí? Al menos es cierto que he retrasado tu obra. Soy,
pues, la causa de la condenación eterna de todos los
paganos, mahometanos y herejes que nacerán y morirán
d u r a n t e el tiempo en que tu obra se r e t r a s e . Oh,
Dios! cuánto daño he causado, y daño irreparable 1
¿Cómo me has sostenido h a s t a ahora, y cómo podrías
sostenerme, si yo no hubiera tenido la intención de
trabajar en tu obra?
DIK-BUITIË¥E *ŻDITA't0N:
*dificio de toda la fuerza que me darás? Sí, Salvador
mío, arquitecto del templo vivo que Dios habitará para
siempre, y para el cual hizo todas las cosas, aquí estoy
en tu presencia, dolido por los males q u e he causado;
estoy en tus manos, como un instrumento dispuesto a
seguir todos tus movimientos, hazme el honor de
emplearme en los últimos oficios de tu casa. De lo
contrario, huiré a los desiertos para hacer penitencia por
mis fechorías, y rogaré al dueño de la viña que envíe
obreros más fuertes y diligentes que yo para trabajar en
ella.
-t3 Jesús, que ardes en deseos de completar y santificar
nuestra Iglesia, ¿cómo sufres a estos libertinos, que
'arruinan abiertamente lo que estás construyendo, estas
personas voluptuosas que interrumpen la santidad de tu
templo, estas mujeres
!imnзodestes que, con sus maneras lascivas e
impúdicas, arrojaron a los infiernos almas que los
ingenios
:ivez rachequées au prix de votre sang î ¿Dónde está este
celo de
.la casa de Dios, que os levantó contra la gente que no
daba suficiente honor a un templo material que tuvo su
mayor magnificencia de Herodes - * el templo del
Espíritu Santo está siendo destruido. 13Está derribado,
está desolado, y vosotros no aparecéis; ¿ha de hacer
también el diablo su ous'rage, y habéis de sufrir ahora
que sus ministros os quiten vuestros materiales y
vuestros hijos, para entregárselos a él? Ministros del
infierno, ¿qué creéis que hacéis? Comeréis un cordero.
Pero ¡qué terrible será un día la ira del cordero! En ese
gran día diréis: "¡Montes!
.i-ochers lombez sur none et none cache-- à la colère de l'a-
yneao °. El peso de las rocas y las montañas te resultará
más liviano de soportar que su presencia. l-piénsalo
seriamente y deja de combinar tus d e m o n i o s soнs
950 ÆËDIT*TI0NS C8RàTIEMNsS.
Satanás, para gloria de Lucifer y de sus ángeles. 0 Jesús,
enséñame a reparar los desórdenes que he causado en tu
obra, para que e l día de tu venganza me cubra tu justa
ira. Y hazme útil para la edificación de los fieles, a fin de
asegurar mi salvación por las gracias especiales que
concedes a los que trabajan bajo tus órdenes para llevar a
cabo tus planes.
47. Hijo mío, la salvación está asegurada por toda
clase de buenas obras'. El que da limosna redime sus
pecados; y pondré a mi diestra con mi amado al que
me haya alimentado, vestido y visitado en la persona
del pobre °. Pero el que une la limosna espiritual a la
corporal, el que alimenta, conforta y sostiene a mis
hijos en el duro y penoso camino de la virtud, se aplica
mucho más a sus necesidades que el que los alivia en
su miseria. La pobreza de espíritu es mayor, o al
menos más peligrosa, que la pobreza de c u e r p o . La
indigencia es f u e n t e d e méritos y sacrificios para
quien la sufre pacientemente; pero la ignorancia nunca
es buena para nada. Por eso, hijo mío, procura conocer
las necesidades espirituales de mis hijos. Y cuando
estés en condiciones de combinar la limosna con la
instrucción, procura con tus dones que reciban tus
instrucciones y se beneficien de ellas. Cuando instruyes
a tu prójimo, sin ningún esfuerzo por tu parte, no haces
ningún sacrificio, pues te quedas con lo que das. Sin
embargo, haces a los que te escuchan el mayor bien
que el hombre es capaz de hacer. Cuando das
limosna, no haces mucho bien a l que la recibe; el dinero
que le das puede tentarle y ya no tentarte a ti; disminuirá
su mérito, nea**-.
menos aumentará la tuya. fiar naturalmente que re
' //r///. ù, 2/î ; mlle'. 1 t , ù t .
^ 1fn/fbi. 2ü, 33; mc'. û, 30.
"i.?-ü UmŸM û B£DiJ'A1'i0W. z1

barnes lo que trae como parte de tu propio c^li-e, por lo


que haces algún sacrificio al despojarte de él. Pero si
con tus caritativas instrucciones sustentas la virtud de
aquellos cuya miseria alivias, tu caridad será completa y
perfecta. Entre otros méritos, tendrás el de la gracia; y
como por medio de ti mis miembros recibirán sólido
alimento, me aplicarás a ti de un modo especial.
18. Hay, hijo mío, mucho mérito en las
enfermedades. Difunden, por decirlo así, el asco y el
horror; comunican a menudo sus males; y, cuando
vences tu repugnancia y tu aprensión, para aliviarlas
del bien que les haces, te dicen injurias. Sólo el deseo
y la caridad pueden llevar a las personas a su servicio.
Pero a menudo hay más mérito que ganar y mucho
más provecho que sacar de aquellos cuyos corazones
están corrompidos y que siguen ciegamente los
movimientos de sus pasiones. Su conversación tiene
algo extraño y desagradable, que mis hijos encuentran
difícil de soportar; sus enfermedades son contagiosas;
y cuando te expones a aliviarlas, son extrañas y
caprichosas, y te alejan de su presencia. Sin embargo,
hijo mío, es a estos enfermos a los que he venido a
curar'; su salvación es obra mía; y c u i d a r é
especialmente de tu salud si ayudas a curarlos. Esto
es, pues, lo que debes hacer para trabajar felizmente.
19. Su pasión dominante no debe ser atacada
abiertamente en primer l u g a r , aunque sea el principio
de la corrupción de su corazón. El rrialad nunca sufrirá
esta operación si no desea ardientemente su

* Cabina. 8, J2.
x£nrraziohs cn "ùriE8nrs.
El paciente ve su pasión dominante como su vida, su
felicidad, su propio ser. El paciente ve su enfermedad
dominante como su vida, su felicidad, su propio ser.
Asesinas a un hombre, lo aniquilas, incluso lo reduces
a un estado peor que la nada, cuando le quitas todo lo
que le hace feliz. ¿Cómo quieres que te escuche con
agrado, que siga tus consejos, que te deje hacer lo que
quieras, o más bien que se clave un puñal en el pecho
para tentarte? Piensa, pues, hijo mío, que estás
tratando con un paciente que sigue su propia luz y sus
propios movimientos, y que sólo podrás cambiar su
corazón modificando el modo de ser de las cosas en
su mente, en su imaginación, en sus sentidos, lo cual
es infinitamente más difícil de lo que crees.
20. Para curar las heridas de su imaginación, no
puedes borrar las huellas que el objeto de su pasión ha
grabado en su cerebro; sólo puedes llegar a su mente y a
su corazón a través de sentidos siempre fieles a la pasión
que le domina. Debes, pues, engañar a sus guardianes
s i n que se den cuenta; debes despertar las
inclinaciones naturales de las que esta pasión abusa;
debes ofrecer a sus inclinaciones bienes sólidos y
duraderos; y, cuando estas inclinaciones ineminadas
vayan acompañadas de pasiones bastante fuertes y más
capaces de razonar, entonces debes, con la ayuda de
estas pasiones, atacar, pero poco a poco, a la que
r e i n a , y recordar constantemente a la mente que tiene
esclavizada los males eternos en los que la ha sumido1 y
los bienes sólidos de los que la ha privado.
21. Un pecador nunca debe ser tomado de nuevo tan
pronto como él
cometió el p e c a d o . 11 primero debe dejarse enfriar.
DIX-DUITIzME *éDT*TÆOw. 963
su ardiente pasión. Los remedios son peligrosos cuando se
administran durante un ataque; casi siempre aumentan el
ardor de la fiebre. Sin embargo, cuando hay escándalo y
tienes derecho a reprender, entonces, más en beneficio de
los demás que del c u l p a b l e , debes reprenderle con
fuerza y a veces con dureza. Pero, después de haberle
reprendido de e s t e m o d o , debes, en particular,
ablandar su corazón amargado. Debes t e n e r la humildad
de pedirle perdón, como si h u b i e r a s faltado a la
caridad que le debes, y no tratar de justificar t u
comportamiento. Es mejor para él creer que nos faltó la
caridad por un momento que imaginar que nos sigue
faltando. flfl. Habría, mis Ols, mucho que decir sobre este
tema según las diferentes circunstancias d e tiempos,
lugares y personas ¡ pero eso sería ir demasiado lejos.
Usted debe haber estudiado la ciencia del hombre. De todas
las ciencias humanas, es la que tiene mayores utilidades,
tanto para el tema que te estoy enseñando como para
muchos otros de trascendencia. Pero si sois humildes,
pacientes, perseverantes, llenos de caridad y compasión
para con estos desdichados pacientes, casi siempre
obtendréis su curación; vuestra caridad y compasión os
darán habilidad y luz; vuestra humanidad y paciencia os
darán acceso a todas partes, y vuestra perseverancia ganará
la p a r t i d a ; porque c u a n d o habléis al oído, no
dejaré de hablar al corazón. Pero recuerda siempre que
e s t á s tratando con enfermedades contagiosas, y que
el aire que respiras está corrompido. Sólo este r e c u e r d o
o s servirá de salvaguardia; os dará vigilancia; os llevará a
la oración y al retiro; pediréis ayuda a aquel para quien
trabajáis; y, sin esta ayuda, el comercio mundano es
infinitamente más peligroso de lo que pensáis.
piensa.
H E DITACIÓN 5 CII RLTIE N ES.

23. Todavía hay muchas maneras de trabajar por mi


obra, por la edificación de mi Iglesia. No sólo hay que
curar a los enfermos, sino también mantener la salud de
los que están bien. Incluso debéis aumentar sus fuerzas y
aliviarlos contra las tentaciones con vuestro ejemplo, c o n
vuestras palabras, con oraciones fervientes y continuas.
T e n e d cuidado de q u e no caigan en la tentación y el
escándalo. 11No pueden ver a sus pies; las piedras en e l
camino de los ciegos deben s e r lavadas. Por eso debes
velar por ellosPor eso debes velar por ellos cuando
duermen, llorar por ellos cuando se alegran, luchar por
ellos cuando se dejan atrapar por sus enemigos; pero
también debes luchar con los que luchan, llorar con los
que lloran y ser partícipe de todas las buenas acciones
que hagan mis hijos; siempre diligentes para aumentar la
extensión de mi templo con la conversión de los
pecadores y para embellecerlo con l a santificación de
los justos; vuestra alegría arde de celo por la gloria de la
casa d e Dios, esta casa espiritual de la que yo soy el
fundamento inerradicable, despreciando todo, descuidando
todo lo que debe perecer y trabajando por la eternidad.
¿Qué consuelo
no tener! el trabajo loco durará para siempre. A
Sin ti, toda gracia sería inútil; ella estaría en el infierno.
¡Qué amor, qué vínculo, qué conocimiento por su parte!
¿Crees que podrías rezar para salvarla? ¿Crees que ella
puede olvidar, o que puedo hacerlo yo, que con tu obra te
has convertido en parte de mi herencia, en miembro d e
mi cuerpo, en ornamento de mi templo, en adorno de mi
hogar?
cantará eternamente las alabanzas de celti i cuya gloria
sólo busco? Ve, hijo mío, si trabajas en mi obra, si
haces mis oraciones, no temas,
ni.x -nurrlE Ms aÉ CITACIÓN.
Yo haré el vuestro; no temáis, os digo: vuestro temor
me deshonra; me acusa de negligencia, infidelidad e
ingratitud; soy el salvador de los pecadores;
¿abandonaría yo a mis hijos y a mis ministros?
e4. Oh Salvador mío 1, ¡qué felices son los que están
entre tus hijos y tus ministros! ¡Qué grande es el honor
del sacerdocio! Tienes en tus manos la salvación de la
humanidad; no vivas en la ociosidad. Dais la muerte
eterna a los que perecen por vuestra negligencia; Dios se
enojará con ellos. Redimid, pues, el tiempo perdido;
arrebatad al demonio y a sus ministros las almas que
pertenecen a Jesucristo por tantos títulos: él os ha hecho
dispensadores de los sagrados misterios. Tenéis en
vuestro poder tanto la fuente de la gracia como los
canales por donde fluye; salvad, pues, a los pecadores,
santificad a los justos, trabajad por la gloria del Señor, por
el templo eterno, por la e'li ficación del costado de
Cristo; asegurad vuestra salvación, vuestra corona,
vuestra gloria, enviando al cielo almas que alaben al
S e ñ o r y nunca os olviden. Te reconozco en esta
calidad de mi Salvador. ¿Quién soy yo para contribuir a
la perfección de tu obra? Tengo miedo, pero quiero
vencer mi miedo; quiero confiar en tu ayuda, porque sé
q u e sólo puedo trabajar bajo tu dirección con la fuerza
que tú me des. Aliméntame bien con tu sustancia,
vivifícame con tu espíritu, ilumíname, fortaléceme y
utilízame: estoy en tus manos como un instrumento que
sólo saca su fuerza y su acción del movimiento de tu
gracia.
DECIMONOVENA MEDITACIÓN
Jesucristo se aplica particularmente a los que viven en liumilidad y
penitencia, porque entran en sus designios y aceptan fácilmente
la forma que quiere darles, para hacer de ellos ornamentos de su
Iglesia.

4. Oh Jesús, que el edificio que construyes sea santo y


magnífico; será digno de la santidad y majestad de tu
Padre. 11 ha sido siempre el objeto de sus deseos; será el
sujeto de su complacencia por toda la eternidad. Dios
sólo hizo el mundo presente, este mundo q u e pasa y
renace, para el mundo futuro, la Jerusalén celestial, cuyos
cimientos son inconmovibles, para este templo espiritual
que Dios habitará con honor. Cuando pienso que
vosotros poseéis todos los tesoros de la sabiduría y de la
ciencia de Dios, no siento más que desprecio por la
magnificencia del templo de los judíos, a pesar de que
fue construido por el más sabio de los reyes, y por el
aparato de su tabernáculo, que, sin embargo, fue obra de
los más famosos y hábiles obreros que jamás hayan
existido. Dios eligió a Bésélêel y a Ooliob en el desierto.
Los dotó de sabiduría e inteligencia, y los dotó de una
habilidad increíble para exér.uter todos los er.e des- seins
drins la consfi-ucfión del tabet-naele *. También elevó a
Salomón p o r e n c i m a d e ellos y de todos los sabios
del mundo °; quiso hacer a través de él unos
* A.*r'r/. 3 i y 35.
* 3 fteg'. ù .
nix-sxuviirx ä é n i z a r i o s . ss7
algo más magnífico. Pero, Señor, tú no recibiste el
espíritu de Dios a medida', tu Padre te comunicó toda
su sabiduría, tú subsistes en su Palabra -. l)uelle debe
hacer fitre la belleza y la magniñcencia de tu obra 1
Era necesario que Salomón filtrara al más sabio de los
hombres, porque debía con- struir la sombra y la
flgureza del templo eterno. tjue por tanto será la
belleza de este templo1 Oh Jesús, será di- gne de rotre
sabiduría. Pero más que eso, responderá a los deseos
extremos que tienes por la gloria de tu Padre.
Responderá al amor que tienes por los hombres, por
tus hijos, por tus miembros, por la Iglesia, tu amada
esposa. tju'heureux sont ceuxuz qui habitent dans
votre maison ! . ils en voient la magnificence ; mais ils
en admircnt la sainteté, le sacrifice, le culte continuel
selon l'ordre irrévocable de Melchisédech. Te
alabarán a ti y a tu Padre en la unidad del Espíritu
Santo por los siglos de los siglos. 2 ¡Oh Jesús!
¿Cuándo tendré por fin libre acceso al Santo de los
Santos, y veré descubiertos tus sagrados misterios?
¿Cuándo seré lavado en la sangre del Cordero, lleno
de confianza y alegría, en presencia del Dios vivo,
rodeado de su esplendor y gloria? Me alimento día y
noche con mis lágrimas, cuando pienso en la grandeza
de mis esperanzasa , cuando pienso que un día entraré
en la casa de Dios y veré allí su tabernáculo. 0
Jerusalén celestial l ¿cómo puede uno vivir contento y
entonar cánticos de júbilo en el lugar de su

^Fs. 63,S.
exilio"? ¿Podemos arrepentirnos de los cuerpos y
alegrarnos a la vista de los objetos sensibles, cuando
esperamos ver bellezas inteligibles dignas d e la
majestad del mismo Dios; cuando esperamos ser
alimentados con l a sustancia del Yerbe eterno, y beber
eternamente de un torrente de placer y deleite? 0 Jesús,
que no se frustren mis esperanzas. Aumenta aún más mi
confianza y alegría continuando instruyéndome en lo
que debo hacer para asegurar mi salvación.
°. No descuides, mi querido hijo, contribuir a la
edificación de la iglesia como acabo de decirte; pero si
te ves incapaz de hacerlo, al menos toma la firme y
constante resolución de vivir en humildad y penitencia
y de no escanciar a nadie; y te prometo que tendré
especial cuidado de ti. No os imaginéis que me
comporto caprichosamente, que elijo sin razón, y que
me aplico a vosotros de un modo particular, si vivís
como la gente ordinaria. Tengo mis propias reglas
para llevar a cabo mis planes y las cumplo
inviolablemente. No puedo comprenderlas todas. Pero
he aquí algunas razones por las q u e cuidaré de ti, si
haces lo q u e acabo de ordenarte. Escucha

3. La belleza de los templos materiales reside, entre


otras cosas, en la delicadeza de la factura de cada una
de las partes que los componen. Pero para que un
mármol sin forma se convierta en el ornamento de un
edificio, tiene que resistir durante mucho tiempo al
martillo y obedecer al cincel de quien lo trabaja y lo
termina. Se pierde tiempo y esfuerzo cuando se
quiere dar forma a un mármol demasiado quebradizo
y tercio; y cuesta mucho cuando es demasiado duro.
Así que los obreros no emprenden
D1X-MEUY1ÈÆE *tDIT*Tt01.

de bellas obras, o rechazan con ehagt en los materiales


que tienen llerté; y no siempre quieren emplear el
tiempo y el dolor que es necesario para trabajar los que
son demasiado duros.
4. La belleza espiritual del templo de la Iglesia reside,
entre otras cosas, en la diversidad de los méritos de los
santos y en la gloria que los rodea. Pero para que un alma
informe y corrompida llegue a ser lo suficientemente santa
y pura como para causar un bello efecto en mi m e n t e ,
d e b e sufrir la persecución del mundo, de la carne y del
demonio. Este es el martillo que uso para h a c e r l a bella
y radiante un día. D e b e obedecer humildemente al
cincel, y pensar siempre que se está trabajando en ella, que
se la está terminando, que se la está purificando, que se le
está dando lujo y brillo, para que agrade a los ojos de aquel
por quien es Imitada. Debe ser orgullosa, como mi 8pôtre,
en sus in fii-midades y en sus o//ftcfiones; sabiendo bien
que el o'rtu es pei-f'ectionne en el weak'sse, y que es
entonces cuando hago fiarai'tt-e vía pufssanc-. '; sabiendo
bien que la aflicción produce l- katiencia, la paciencia e-
pt-euve, et l'épreuve cette espét-ance qui ne li'oinpe yolnt;
este término esperanza°, que produce el fore-goùt de los
bienes verdaderos haciéndolos eomm-. presentes, y que
da al alma una alegría y una paz que sobrepasa todo
sentimiento. No trato con esas almas ásperas y altivas
que no soportan el martillo °, y que estallan al menor
golpe que se les da; desapruebo a todos aquellos a
quienes no puedo ablandar fácilmente. También
r e c h a z o los corazones duros, demasiado inflexibles,
demasiado insensibles a mi gracia. No me falta material

' noz . 5' 3.


280 iirnrraeons tunézisnøzs.
para cumplir mi voluntad. Tengo en mi mano a todas
las naciones de la tierra. Ay de los que se resistan al
bien que quiero hacerles! Otros recibirán sus coronas,
y sin ellos triunfaré en todos mis planes.
$. Pero, alma mía, cuando encuentro un. Pero, hijo
mío, cuando encuentro un alma que sigue todos los
movimientos de mi gracia, que obedece por igual al
cincel en todas partes, que no se acobarda en las
persecuciones que recibe', recordando siempre que a
esto están destinados mis hijos, entonces me aplico a
ella de un modo especial, y empleo la habilidad que
me inspiran mi sabiduría y mi amor para hacer de ella
un ornamento exquisito, un vaso escogido, un
ornamento especial para mi Iglesia. ¿Quién es el
arquitecto que rechaza los materiales que no encajan
en sus diseños? ¿Quién es el obrero enamorado de su
insulto, que descuida un trabajo que le honra? Si un
escultor encuentra un mármol o un trozo de madera
blando y flexible entre otros muchos que se hacen
añicos bajo el cincel, ¿lo dejará entre las piezas
descuidadas? Y yo, ¿no cuidaría, no conservaría con
extraordinario esmero un alma cuyo orgullo y dureza
ya he mostrado felizmente por la secreta operación de
mi gracia? ¿Abandonaría yo un compromiso, un
compromiso que debería honrarme, yo que soy sabio
en mis empresas, firme en mi compromiso, y más
enamorado de mi compromiso que un marido de su
mujer? He derramado mi sangre para adquirir los
materiales de mi Iglesia, y descuidaría los que están a
medio trabajar, yo, hijo mío, que considero la ea-
lución de los hombres y la construcción d e mi templo
como la obra para la que Dios me ha colmado de
sabiduría, como la obra para la que Dios, que está
plenamente satisfecho de sí mismo, se ha complacido
en tomar la baja calidad de mi trabajo.

* Jpoc. 3, I ž.
TEN-]EUYIÈNE IAÉDIT*TI0N.
y humillante creador? Ali, nion
.f11s, si sois humildes y pacientes en vuestras
aflicciones, y si n o dais a mis hijos motivo para caer o
para sufrir, temed más bien que deje allí mis planes, que
deje de traeros, de daros un lugar honroso, d e
c o l m a r o s de bendiciones y de gracias. Pero aún
quiero darte una idea más clara de las razones que tengo
para interesarme especialmente por los que se vuelven a
la humildad y a la penitencia. Te hablo ahora como tu
razón: vuelve a ti mismo, acalla tu imaginación,
a b a n d o n a tus prejuicios y escúchame. Pero no
consientas en nada hasta que yo te obligue a ello con l a
evidencia d e mi luz.
- 6. Yo soy, como sabes, la razón, la verdad, el
orden inmutable y necesario'; yo soy la sabiduría de
Dios y su ley inviolable. Dios no hace nada sin mí;
me ama invenciblemente, y has aprendido por mis
escritos turcos que yo estaba con él cuando extendió
los cielos y los sostuvo sobre sí mismos, cuando
equilibró las aguas con la tierra y dio sus leyes para
conservar el hermoso orden de la naturaleza. Así
pues, hijo mío, consúltame bien, y verás en mí, en la
medida en que te sea posible en esta vida, no sólo la
ley de Dios, o la regla inviolable de sus voluntades,
sino también sus atributos esenciales; pues no sólo
soy la sabiduría de mi Padre, sino que m e comunica
toda su sustancia.
7. ¿No ves claramente en tu razón que Dios es un ser
infinitamente perfecto, que su conocimiento no conoce
límites y que nada es capaz de resistirse a la eficacia de
su voluntad? Sin duda lo ves en mí. Pero tened en
cuenta esto: ¿no hay
afoPra7loss cuRúrisns es.
¿No hay ninguna ley que regule y limite, por a s í
d e c i r l o , su poder, o más bien la eficacia d e sus
voluntades? ¿Puede pecar?¿Puede hacer algo indigno de
él o que no l e corresponde? Si s ó l o hiciera un animal,
por ejemplo, ¿podría convertirlo e n monstruoso o darle
sombras poco útiles? 11 Podría, si quisiera. Pero, ¿puede
querer? A mi luz ves claramente que no puede; p o r q u e
no puede querer lo que e s contrario al orden y a la
razón. Pensad, pues, seriamente en la razón, y procurad
aprender de ella, en el silencio d e vuestras almas, de
vuestras pasiones y sobre todo de vuestra imaginación,
algo de los designios y de la conducta de Dios: Porque
sólo por medio de la razón los i n t e l i g e n t e s tienen
trato con Él y admiran sus maravillas; así como sólo por la
misma r a z ó n , aun encarnada, inmortalizada y
consumada en Dios, los pecadores tienen acceso a mi
Padre para rendirle sus deberes y recibir sus beneficios.
8. ¿Contempla el orden, la razón y la justicia
esencial? ¿Es usted un altenativo? ¿Puede Dios hacer
feliz o infeliz a un hombre que no lo ha merecido?
¿Puede darle el cielo o arrojarlo al infierno? 11 Puede si
quiere. Pero cuidado, ¿puede quererlo? No cedas a tus
prejuicios. Recuerdas lo que oíste sobre el primer
hombre y que oíste mal; piensas en los niños que
mueren antes del uso de razón, y te turbas en vez de
iluminarte. Es a mí a quien debes consultar; vuelve a ti
mismo. Es el placer presente el que hace a uno presente
y formalmente feliz: no digo justo o par- hecho, cuidado
1 es el dolor el que hace a uno presente y formalmente
infeliz: no digo cri- minal o imperfecto. Ahora bien,
Dios es el único que causa dolor y placer en la 4 alma.
Contesta, pues. Dios
nl.\\ - NEU YIËM E ÉDITA T10N .

¿puede igir sin razón? Pero, ¿cuál puede s e r la razón


para causar placer o dolor en un entorno, si no es para
recompensar y poder? Piénsalo seriamente. V e o que os
imagináis que Dios sólo puede por bondad hacer feliz a un
cuerno me, y que incluso está en poder de su key- mencia
perdonar al pecador, sin sacar ninguna razón d e su
pecado. l'"ausses ideas, pensamientos humanos,
sentimientos tJangereux. Dios puede, p o r bondad,
comunicar sus perfecciones a sus criaturas, e incluso
d a r l e s el cielo o una visión clara de la esencia divina;
pero no puede, sólo por bondad, darles el placer del goce,
p o r q u e la recompensa no se da p o r razones de
bondad, sino por razones de justicia. Dios, plenamente
satisfecho por la dignidad d e mis sufrimientos, puede,
sin ninguna otra satisfacción, perdonar al pecador. Puede
mostrar y muestra misericordia por mí. P e r o no puede
s e r misericordioso, c o m o te imaginas; no puede sino
c a s t i g a r el desorden. La satisfacción d e una persona
divina fue necesaria para reconciliarte con Dios. Este es
el principio de tu fe y el fundamento de tus esperanzas.
9. Supongamos, hijo mío, que Dios no desea actuar
Gertaine- ment, étant juste, il ne peut qu'il ne récompense
le mé- rite. Así se ve claramente que la razón esencial
para hacer felices a los hombres es una razón de orden y
de justicia que Dios sigue violentamente. Pero
supongamos, si es posible, que Dios no quiere obrar por
un principio de justicia; ¿ n o puede, en este supuesto,
hacer feliz a quien ha merecido serlo 2 Ciertamente que
puede, aunque sea bueno, según la idea que tenéis de
964

bondad, porque esta bondad nos obliga a no hacer


nada. Por tanto, puedes ver claramente que la razón
esencial para hacer felices a las personas no es una
razón de bondad. Así pues, cuando hagáis que Dios
actúe por razones de bondad en cosas que sabéis que
debería hacer por razones de justicia, tened cuidado
de no hacerle actuar como vosotros por ca- precio y
fantasía. Te gustaría que te hiciera feliz sin haberlo
merecido; pero ¿te gustaría que, sin ser culpable, te
hiciera infeliz? Puesto que sois culpables, no queréis
eso; porque por eso os hacéis un Dios misericordioso,
con una clemencia extraña e irregular. Vuestras
voluntades, vuestras imaginaciones, nunca serán la ley
de Dios. Tenéis que ser dignos del cielo o del infierno,
para que Dios os dé uno u otro; porque Dios es
esencialmente justo, y la felicidad, por no decir la
perfección, es una recompensa que sólo se da por
justicia. Porque, una vez más, cuando Dios comunica
su ser y sus perfecciones a las criaturas, cuando las
ilumina y las anima, actúa por bondad. Pero cuando
las hace felices o infelices, actúa por justicia y sigue
una ley inviolable.
10. Adán, hijo mío, era perfecto antes de su pecado,
pero para ser justos, no era ni feliz ni infeliz. Era feliz
en el sentido de que tenía todo lo necesario para
merecer ser feliz, y que no era en a b s o l u t o infeliz;
pero no gozaba todavía del placer que conduce al bien,
del placer por el que gozamos del bien, del placer que
nos hace realmente felices. Los placeres sensoriales de
que gozaba c o n ocasión de los objetos, y como
consecuencia de las leyes g e n e r a l e s d e l a unión
d e l alma y del cuerpo, eran una especie de
recompensa por someterse a la orden de Dios, que
quería que conservase su vida; p e r o estos placeres n o
le hacían muy feliz, a él que estaba hecho para ser feliz.
TEN-N EUYIII M£- HÉ1DITAYI0N.

También fue un hombre que, al renunciar a algunos de


esos placeres, ofreció a Dios el sacrificio de la
obediencia y se ganó una felicidad que nunca terminaría.
t 1. Los niños que mueren sin bautismo se
condenan. Puesto que nacen en el desorden, Dios, que
ama el orden, no puede amarlos en ese estado. Ge son
hijos de la ira: no tendrán parte en la herencia de los
elegidos. Pero no sufrirán el dolor que se llama
sentido; n o sufrirán tristeza. Serán infelices en el
sentido d e q u e no poseerán la felicidad para la que
fueron hechos. Si tienen, si quieres, tristeza y los demás
sentimientos que, en esta v i d a , acompañan a la
privación del b i e n , esto no puede hacerlos infelices
en el sentido que te he explicado; porque la tristeza es
el sentimiento más agradable que puede tener un
hombre c u a n d o no tiene el bien que desea. Pero no
juzguéis al alma separada del cuerpo y que no tiene
ningún bien que a d q u i r i r ; no la juzguéis, digo, por
la serie de sentimientos que acompañan a vuestras
pasiones, y que Dios, que es el único que actúa en el
alma, os da ahora e n r e l a c i ó n con los objetos que
os rodean, en relación con el bien que debéis buscar y
el mal que debéis huir, y que ya no os dará cuando no
tengáis ni bien que adquirir ni mal que evitar. En una
palabra, un niño que muere sin bautismo se encontrará
en un estado tal que l e dará lo mismo ser o no ser. No
sentirá ni placer ni dolor. Porque, suponiendo que no
haya hecho ni buen ni mal uso de su libertad,
s u p o n i e n d o que no haya merecido ni no
merecido, siendo Dios justo, no estará triste ni infeliz
en el sentido que os he explicado. Sin embargo, no te
apresures a concluir que los niños no hacen ningún
uso de su libertad, y que son i n c a p a c e s de pecar d e
ninguna manera 8.
8G6 MEDITACIONES CRISTIANAS9.
12. Pero un niño regenerado por el bautismo será
feliz, en todos los sentidos. Tendrá el cielo y el placer de
1 goce, no porque él haya merecido este goce, sino
porque yo lo he merecido por él. 11 vuelve al o r d e n
por la eflicaee del bautismo; su corazón se vuelve hacia
Dios, aunque actualmente la concupiscencia lo aplica a
los objetos que golpean sus sentidos. Entonces Dios, que
ama el orden, le dará la herencia que corresponde a los
hijos. 11 contemplará las perfecciones del Ser divino,
puesto que Dios hace espíritus sólo para él. El orden se
lo pedía. Pero no tendría el placer del goce si no se le
aplicara el mérito de mi sacrificio. Su felicidad es pura
gracia, puesto que no merecía ser feliz por sí mismo. Y
los mismos santos que ofrecieron a Dios los sacrilegios
que dan derecho a la felicidad del goce, no tendrían en el
cielo más que placeres mediocres, y que corresponderían
exactamente a los males que han sufrido por justicia, si,
por la dignidad de m i sacrificio, yo no les hubiera
merecido una felicidad que sobrepasa infinitamente el
mérito de sus buenas obras.
t3. Pero, hijo mío, puedo ver que tienes problemas
para librarte de tus prejuicios e impedir que juzgues a
Dios por ti mismo. Porque quisieras no tener ley,
temes dar una a Dieti; y porque prefieres el poder y la
independencia a la sabiduría y la justicia, prefieres
hacer a Dios injusto y bizarro antes que someterlo a
mis leyes. Pero cuidado; cuando Dios sigue la razón,
cuando obedece al orden, sólo stiitúa su propia luz,
sigue siendo independiente. Vuestra sabiduría y
vuestra razón no son vuestra propia sustancia; no sois
vuestra propia luz; pero, como yo soy consustancial a
mi ser, la razón, la sabiduría, el orden, la ley de Dios,
es su propia sustancia: de modo que se somete a mis
leyes y a la ley de Dios.
ri ix- N su v iÉ ii E iii urraPios. t67
permanece 'tLsoluto e independiente. No creas nada de
lo que te diga acerca de la conducta de Dios, si es que
puedes llegar a creerlo. Porque cuando hablo al hombre
como su razón, debe creerme 'sólo cuando le obligue a
ello por la fuerza de la evi- dencia. Si e s t á s cansado de
escucharme como una verdad inteligible, sométete a la
autoridad de mis Escrituras. Escúchame, e s a través de
ellas que te instruiré.
J4. Fue necesario, mi û l-, que yo sufriera la muerte
para entrar en posesión de mi yloi't e . Si hubiera habido otro
medio igualmente legítimo de ganarlo, ¿crees que lo
habría despreciado? Pierre fue 1 i -6'nait ainsi, et vou- lait
un jour me détourner de ce chemin dur et fâcheux °. Pero
nunca recibió de mí una petición más dura. Le llamé
Satanás para hacerle aborrecer la doblez en que se
hallaba. Y aunque un mes antes le había alabado por
haber sido instruido en mis cualidades desde lo alto, y le
había p r o m e t i d o levantar mi Iglesia en lo alto, y darle
las llaves del reino de los cielos, le dije groseramente
delante de los discípulos: "Aléjate de mí S a t a n á s . Me
estás tendiendo una trampa porque no tienes gusto por las
cosas de Dios, sino sólo por las cosas del mundo.
Entonces, llamando a la gente y a mis discípulos, alcé la
voz y les dije: "Si alguno quiere venir a mí, que se vaya a sí
mismo, y que se vaya al mundo.
de su creencia y que me suiae. Porque el que
voudi-a sauret' -- ¡kerdra, y el que pei-dr° R°°-'! --
mpuro de mí se salvará. Podéis, pues, juzgar por estos
palabras contenidas en mi Evangelio y por el ejemplo

8 gtcc. " 7J, t8. zÎcf. IT, 3.


8 zz///' 1û, 2J
9 /èzr/ ¿Y I?
46e B 5hl7A7i0m S C ßBsz'iExXBs.

que te he dado, tanto en el curso de mi vida como en las


circunstancias de mi muerte, que la cruz es el verdadero
camino que conduce a la gloria, que a Dios sólo s e l e
puede tener después de haberle sacrificado tu propio ser,
y que gozarás de él de tantas m á s maneras cuantos
m á s sacrificios le hayas hecho.
J 5. 11. Hijo mío, debemos v o l v e r a l o r d e n si
queremos ser agradables a los ojos de Aquel que no
puede sufrir el desorden. Pero ¿cómo puede el pecador
volver al orden? El castigo es debido al pecado, el orden
de la justicia lo exige; el pecador no puede, pues, volver
al orden si no sufre por sus pecados. Demasiado feliz
Si mis sufrimientos no santificaran los suyos, no podría
evitar la ira del Dios que le sigue. El que vive en los
placeres, lejos de volver al orden, obliga al que sólo
recompensa el orden a recompensar, p o r a s í
d e c i r , e l desorden. Gar, sabes muy bien que
sólo Dios produce en el alma todos los placeres de que
goza mediante el uso de los bienes sensibles. Ahora bien,
los voluptuosos s e sirven hábilmente de las leyes que
Dios ha establecido y que observa con constancia, para
obligarle a hacerles felices precisamente en e l
m o m e n t o e n q u e merecen ser castigados. Ponen a
Dios al servicio de sus pecados y le piden que les
recompense. Qué desconsideración, qué brutalidad, qué
insolencia! Para los penitentes, son sumamente
perjudiciales a los placeres; no piden a Dios que les dé lo
que no es suyo; no le obligan a recompensar el desorden;
se sirven humildemente de las leyes de la naturaleza para
hacer que un Dios justo actúe con justicia, y para
recuperar sus pecados.

! h'fie t3, 23.


TEN-R EU ¥1È NS MEDITACIÓN t6 9

el castigo que merecen. Por supuesto, se niegan a que


los purifique con las aflicciones ordinarias y los
ponga en orden compartiendo con ellos mi cruz.
Viven de su fe. Me hacen el honor de tomarme la
palabra, demasiado contentos con el anticipo que les
da la grandeza de sus esperanzas. Así, como amo
inmensamente el orden y la justicia, como amo mi
propia razón, el eterno ¥ e r b o en el que subsisto,
aprecio particularmente a los pecadores penitentes
que vuelven al orden, y de los que puedo hacer un
ornamento en el templo espiritual de la Iglesia, donde
no puede entrar el desorden.
46. Si eres p o b r e , no niegues tu gracia.
Bienaventurados los pobres: de ellos es el reino de los
cielos. Si estás afligido, alégrate por la grandeza de tus
esperanzas. Bienaventurados los que lloran, porque
serán consolados: su tristeza se convertirá en alegría, y
n a d i e p o d r á q u i t a r l e s su felicidad. Y si sois
perseguidos por causa de la justicia, que vuestra alegría
sea tal que no podáis contenerla. El reino de los cielos
o s pertenece. Sois dichosos si los hombres o s
insultan y os oprobian, si os persiguen y dicen toda clase
de mal de vosotros. Tienes una gran recompensa en el
cielo. En resumen, si eres infeliz y miserable, recuerda
la suerte de Lázaro y del rico voluptuoso; y comprende,
si puedes, que debes querer ser infeliz en este mundo
para merecer ser feliz en el otro. Eso, hijo mío, es una
extraña paradoja. Pero si consideras q u e eres un
p e c a d o r q u e m e r e c e e l i n f i e r n o , que eres
un cristiano que tiene por modelo el crucifijo, que eres
un viajero que va camino de su patria, y que debe, con
sus trabajos y sacrificios, ganarse el descanso y la gloria
eternos, verás que no eres un pecador que merezca el
infierno.
W0 M€DIT*TI0NS CDRxTI NNES.
que "esta paradoja sólo aparece a los sentidos y en modo
alguno conmociona a la razón.
47. Mi querido hijo, ponte humildemente bajo el
martillo que te pone a trabajar. Yo trabajo para tu
gloria cuando e r e s perseguido. Sufre en silencio y
consuélate sólo conmigo. ¿Por qué te quejas a tus
amigos de tu perseguidor? Despiertas sus pasiones, les
llenas de un odio que mata sus almas. 1'u usas la
amistad que te tienen para hacerlos mis enemigos y
perderlos ellos mismos. ¡Pobre consuelo, impaciencia
siempre indiscriminada! Puesto que eres un escollo
para los débiles, y puesto que no avanzo en mis
objetivos aplicándome a ti, te abandonaré. Tus
desgraciados amigos se ocuparán de tus intereses y de
tus pasiones. Ellos te vengarán; te librarán de tu
aflicción y de mis manos, y tú serás lo bastante necio
como para imaginar que Dios ha cuidado
especialmente de tu inocencia.
18. ¡Qué necesarias son la paciencia y la humildad!
Un pobre que sufre incesantemente su miseria hace que
los que le consideran sientan gran aprensión d e verse
reducidos a este estado. Les i n s p i r a avaricia, y es
fuente de perdición y escándalo. Pero cuando tiene la
alegría extendida sobre su rostro, y lejos de quejarse se
considera indigno del honor de la pobreza, esa
generosidad cristiana es edificante, y que imprime
fuertemente en las mentes de la gente el desprecio por
la grandeza humana 1 El que carece de paciencia y
humildad en sus asuntos no hace progresar sus propios
asuntos ni los míos; no merece nada y no edifica a
nadie. 11 comienza su infierno en esta vida y sufre como
un demonio. Por eso, hijo mío, acepta respetuosamente
la parte que te doy en mi cruz 4, y llévala con el mismo
espíritu que yo, para que te santifique a ti y a los que
estén presentes en tu sacrificio. Si te apartas de
IIEDITACIÓN YlNGTIÊNE
Dec modems pour ùter le.s em pücliements b l'efhcaee de la gràce.
Jubilación. Vigilancia.

ł. Entiendo, mi único hermano, que para encontrar los


medios de obtener la ayuda de vuestra gracia, basta
consideraros según las tres cualidades que lleváis, de
mediador, arquitecto y cbef de la Iglesia, o, por decirlo
en una palabra, de la causa ooca- sional que determina la
eficacia de la ley general d e la gracia, por la que Dios
siente que todos los hombres se salven en su Hijo. Veo
que todo lo que intentas decirme se basa en estas tres
cualidades, y m e parece que no se puede decir nada
sobre este tema que no se derive de ellas. Estoy, pues,
plenamente satisfecho en cuanto a los medios de obtener
la ayuda de Nuestra gracia. Я Pero, Salvador mío, ¿qué
debo hacer para que la gracia presente, sin perder nada
de su eficacia, produzca o aumentos en la gracia habitual
o caridad justificante? t)¿Qué debo hacer para que la luz
que difundes en mi mente y los sentimientos con que
tocas mi c o r a z ó n obren en mí todo el efecto para el
que me los das? ¿De qué me sirve obtener el auxilio de
tu gracia y llevar una vida que lo haga inútil? ¿No
profana esto la sangre de la nueva alianza, apaga tu
espíritu y te crucifica de nuevo? Ah 1 Señor, que n o sea
yo como aquel siervo
sostenme en el ejercicio de la penitencia, y hazme
beber ahora el amargo cáliz de las aflicciones, para que,
sentado a tu mesa, beba eternamente del torrente de la
voluptuosidad de Dios, como habla tu Escritura.
YINGTIENE IIEDLTATION
uro} ens to ùter le.s ent pùcliements ä l'emcace de la gràee.
Jubilación. I'igilancia.

1. Entiendo, mi único maestro, que para encontrar los


medios de obtener la ayuda de vuestra gracia, basta
consideraros según las tres cualidades que lleváis, de
mediador, arquitecto y cabeza de la Iglesia, o, por
decirlo en una palabra, de causa ocasional que determina
l a obliteración de la ley general d e la gracia, por la
que Dios quiere salvar a todos los hombres en su Hijo.
Veo que todo lo que acabas de decir se basa en estas tres
cualidades, y m e parece que no se puede decir nada
sobre este tema que no se desprenda de ellas. Estoy,
pues, plenamente satisfecho en cuanto a los medios de
obtener la ayuda de vuestra gracia. Pero, Salvador mío,
¿qué debo hacer para que la gracia presente, sin perder
nada de su eficacia, produzca o aumente la gracia
habitual o caridad justificante? 7 (t)qué debo hacer para
que la luz que respondes en mi espíritu y los
sentimientos con que tocas mi corazón operen en mí
todo el efecto para el que me los das 2 Pues ¿de qué
sirve obtener el auxilio de tu gracia? y llevar una vida
que la hace inútil l ¿No es eso profanar la sangre de la
nueva alianza, apagar tu espíritu y crucificarte de nuevo?
Ah1 Señor, que n o sea yo como ese siervo
H ÉDITATION S C O RL'1'1ENN ES.

ni a los haliitantes de Garphanaum, que serán castigados


más severamente que Sodoma y Gomorra, por el
desprecio que han mostrado a tus favores. Comprended
por mí lo que debo hacer para remover todos los
obstáculos que el mundo, la carne y el demonio ponen a
la efli-
6"*ce, para que mi corazón, preparado para recibirla, sea
como esa buena tierra que rinde treinta, sesenta y cien a
uno.
k*. Tu corazón, hijo mío, será c o m o esta tierra',
como esta tierra buena, si estás siempre atento a mi
palabra, si ella echa r a í c e s profundas en tu corazón, y
si, cuando quiere crecer y producir su fruto, la mala
hierba no se apodera de él y lo barre. Debes volver a
menudo sobre ti mismo y prestar atención cuando te
hablo en lo más secreto de tu mente; de lo contrario, mi
gracia no echará raíces en tu corazón; será grano
sembrado en el camino, que los transeúntes pisotean y
del que se alimentan los pájaros. Pero si las raíces
sembradas por la semilla no son profundas, el menor
calor quemará la hierba, y el grano que cae en terreno
pedregoso brotará rápidamente, pero también se secará
pronto, porque las raíces no pueden proporcionarle la
frescura y el alimento que necesita. La mayoría de los
hombres escuchan mi palabra con alegría, mi gracia la
hace germinar rápidamente en ellos, pero rara vez
cooperan con ella; sólo el deleite que les hago encontrar
en su deber les da alegría y alimento.
que los sacude; y, en cuanto cesa, dejan de actuar.
La lluvia del cielo hace germinar en ellos mi palabra; pero la
La lluvia no puede empapar las piedras, no puede
quedarse en ellas. Sin ella, no se puede hacer nada. El
calor

* 3f "ffè. 13.
v lscziEiix a£oWazioN.
Cuando llegue el momento, todo debe secarse. Por eso,
mis queridos 0 ls, atesorad el espíritu que os inspiro;
fortaleceos con mi ayuda en las buenas costumbres;
aprovechad vuestra libertad con la fuerza que o s doy:
en una palabra, acostumbraos a actuar por la fe y la
razón, así como por el sentimiento y el instinto. Pero
como las malas hierbas agrupan a las buenas cuando se
apoderan de ellas, y al menos comparten el sudor y el
alimento, arráncalas pronto; crecen deprisa y sorprenden
a los descuidados. Desprecia las riquezas antes d e
poseerlas; huye de los placeres antes de disfrutarlos;
teme los honores. Son b i e n e s falsos, pero engañosos,
que no se pueden poseer sin peligro; a menudo basta
haberlos disfrutado para esclavizarse a ellos; penetran en
el corazón, y a veces lo ocluyen por completo. Esta mala
hierba, que al principio parece proteger a la doncella del
ardor del sol y de la muerte de los animales, la sofocará
algún día después de haberle chupado todo su alimento.
3. No tengo nada mejor que decirte, hijo mío, sobre lo
que d e s e a s saber que lo que te he dicho de cien
maneras diferentes. Lee sin cesar el Evangelio con el
respeto y la atención q u e s e debe a mi palabra, bien
convencido de que conocía perfectamente la enfermedad
de los h o m b r e s . y
q u e deseaba sinceramente el 6 -*-iF. Si crees que soy la
sabiduría del mismo Dios y q u e he amado tanto
hombres que derramar mi sangre por ellos, no
dudarás de que no hay ningún riesgo en seguir
exactamente mis consejos. Pero estoy dispuesto a
darte razón de mis instrucciones y a mostrarte los
principios de los que puedes sacar luz para reconocer
con evidencia la verdad de las cosas que ya crees por
fe. Escúchame con seriedad.
fiil£ DITATI0 "s C-iiRÉTizNNES.

4. De todos los consejos de mi Evangelio, los que


tienden principalmente a favorecer la eficacia de la
gracia se reducen generalmente a la privación y
vigilancia cristianas. Debemos privarnos c u a n t o
podamos de todo lo que pueda compartir la capaeidad
d e l a mente y del corazón. Este es mi primer
consejo. Pero como por mucho que se haga no se
puede abandonar el mundo, abandonar el propio
cuerpo, liberarse de la importunidad de las pasiones,
de la imaginación, de los sentidos, en una palabra,
separarse de uno mismo y del amor propio, hay que
estar en continua vigilancia, y éste es el segundo que
debe, a falta del primero, favorecer la eficacia de la
gracia. La observancia de estos consejos no presupone
ni excluye la ayuda de la gracia; porque hay muchas
cosas que se pueden hacer mediante un movimiento de
amor propio, aunque sin mi ayuda no se pueden
observar exactamente mis consejos, ni merecer nada
para la eternidad por observarlos. Así pues, estos
consejos conciernen en general a todos los cristianos,
tanto a los pecadores sin gracia como a los pecadores
y justos secotirus de la gracia; y si u n o s y otros
fuesen fieles en observarlos según sus fuerzas actuales,
mi gracia convertiría tarde o temprano a los pecadores,
y los justos no dejarían de perseverar hasta el fin.
ü. Comprenderás claramente la necesidad de este
consejo si consideras que, a causa del pecado de Adán,
todos los hombres nacen con concupiscencia, c o m o
c o n s e c u e n c i a necesaria de las leyes de
l a " u n i ó n d e l a l m a y d e l c u e r p o " , leyes que,
p o r otra parte, están muy sabiamente establecidas; que
la concupiscencia consiste únicamente en la pérdida que
el hombre ha hecho del poder de suspender con certeza
las leyes de las comunicaciones de los movimientos, y
que las leyes de la "unión del alma y del cuerpo", leyes
que, por otra parte, están muy sabiamente establecidas,
son una consecuencia necesaria de las leyes de la "unión
del alma y del cuerpo".

' tite/recette de la Véi-it4 éclaircissement sui' lo peché originel...


97T
que todos los o b j e t o s s e n s i b l e s q u e
actúan sobre el cuerpo fracturan el
alma y la obligan a tener
pensamientos y movimientos en
relación con eox, y que, dejando
incluso en los objetos más sensibles
que actúan sobre el cuerpo, el alma
se ve obligada a tener pensamientos
y movimientos en relación con eox,
y q u e , p a r a i m p e d i r q u e l a acción de los
objetos llegue a la sede del alma o a la parte principal
del cerebro, sobre la cual están establecidas las leyes
de la unión del alma y del cuerpo, que hacen al
hombre de estas dos sustancias opuestas; que todos
los objetos sensibles que actúan sobre el cuerpo frap-
pentan el alma y la obligan a tener pensamientos y
movimientos en relación con eox, y que, dejando
incluso en el cerebro y en los nervios que sirven a las
pasiones huellas de su acción, ensucian la
imaginación y corrompen el corazón, de modo que
b a s t a haberlos disfrutado un momento para quedar
esclavizado a ellos hasta el fin,

6. Si, digo, reflexionáis seriamente sobre todo esto,


comprenderéis muy claramente que el más esencial de
mis consejos para quitar los impedimentos ii la erncace
de mi gracia, e s huir de todo l o q u e ocupa la mente
y divide el corazón; porque cuando el gràee presente
encuentra la concupiscencia actualmente excitada por la
presencia o el recuerdo de algunos.Es obvio que no tiene
todo el efecto que tendría si la mente estuviera libre y
clara y la concupiscencia dormida o en menor
movimiento. Para equilibrar una b a l a n z a , hay que
poner en el platillo vacío tanto peso como hay en el
platillo opuesto. Del mismo modo, para devolver a l
alma el equilibrio de la perfecta libertad, necesitamos
una gracia tanto más fuerte y abundante cuanto más
lastrado está el corazón hacia la tierra por el peso actual
de la concupiscencia excitada. El grado de gracia o de
sentimiento reflexivo que sería capaz d e convertiros si
vuestra concupiscencia estuviese adormecida, os será
enteramente inútil si os encuentra en la agonía de alguna
pasión violenta. Así, una mirada, una palabra o un
movimiento indiscreto pueden
978 N ËDîTA'l'lUN S CB RÉ7ï ENR8S.

entre la causa de tu condenación, a causa de la continua


combinación del orden de la naturaleza con el de la
gracia.
7. Porque no te imagines que siempre estoy liquidando
la donación
de mi gracia sobre las disposiciones de los hombres;
nada es más perjudicial ni a mi bondad ni a mi sabiduría.
Sigo las reglas; y sin cambiar nada en las leyes de la
naturaleza, sabré reformarla o sacar de ella lo que
necesito p a r a llevar a cabo mis planes. Respeto la
conducta de mi Padre; no quiero perturbar sin razón el
orden y la sencillez de sus caminos. Las leyes de la
naturaleza tienen muy a menudo consecuencias
desastrosas a causa del pecado que lo ha corrompido
todo; pero he preferido buscar todos los medios posibles
para evitar estos efectos desastrosos que anular estas
leyes. Asumo, pues, que la naturaleza está corrompida y
que estas leyes han sido sabiamente establecidas, y hago
que todo sirva a mis propósitos; porque es para reparar
la naturaleza, sin ofender sus leyes, por lo que he dado
al mundo tan grandes ejemplos y tantas in- strucciones
saludables.
8. Juzgad, pues, por todo esto, l a utilidad del retiro
por el que rompemos s ú b i t a m e n t e con el mundo.
¡De cuántos peligros te libras! Cuántos lazos se rompen
por esta acción sabia y prudente! 1 Hijo mío, el mundo
respira un aire hediondo4 ; todo en él es contagioso, sobre
todo para los que son demasiado desenvueltos y t i e n e n
u n a imaginación viva y delicada. Hablan sin cesar de
falsos bienes con un aire, un tono y unos movimientos
de estima y de ardor que estremecen el corazón.
al corazón el veneno que lo mata. Cuando abres los ojos,
ves el brillo deslumbrante de la risa y la pompa de la
grandeza humana que abruma y postra a l a s
imaginaciones más fuertes. Prometen disfrutar de los
placeres, de la buena mesa, de pasar o perder el tiempo y
d e amar la vida.
vixcriùuE x ünrraziox . t7q

Jugar, cazar y bailar son los más inocentes de los


placeres, y no hay delito en cometer esta increíble
injusticia: entregarse todo, aunque se pertenezca a
Dios, y ligarlo todo a uno mismo: a Dios, que crea,
conserva y anima al hombre; a mí, que lo adquirí por
mi sangre.
9. Tú no estás, hijo mío, en el gran mundo del
comercio, y no corres un peligro tan grande como
muchos otros. El mundo no tiene grandes
El mundo está suficientemente muerto y crucificado
para ti, y tú apenas vives para el mundo. Sin embargo,
ten cuidado, el asunto tiene consecuencias. Juzga, por
los principios que te he explicado, si te es tan fácil
salvarte en el estado en que te encuentras como en
algún lugar de retiro; no te engañes voluntariamente;
tu salvación está en juego. Si la facultad es la misma,
quédate como estás; pero si es un poco menor,
compara las ternidades con la eternidad, y descubre, si
puedes, la justa estimación de la mayor facilidad con
que puedes salvarte en un estado que en el otro. ¡Ah 1
hijo mío, nada finito puede compararse c o n inlini! El
menor grado de facilidad para escapar es mejor que
todos los bienes imaginables. Un jugador es un necio
que, en una partida en la que están en juego cien mil
eeus, no escatima todas sus ventajas por nada. No hace
falta una vocación especial para abandonar el mundo.
Sabemos claramente por la razón, nos lo asegura la fe,
nos convence la experiencia que en todo momento
encontramos temas de c(iute y escándalo. El retiro es
la vocación general de los cristianos. Basta ser
razonable para evitar los peligros; pero, para
permanecer en medio de los peligros, es necesario ser
razonable.
9 80 MËDiT*Tt0NS CBRàTENNES.

De lo contrario, la muerte es brutalmente enfrentada y


finalmente encontrada, y el alma, llena de rabia y
desesperación, se arrepiente eternamente de su
negligencia.
10. Huye, pues, del mundo y evita con cuidado
todos los oficios peligrosos, y dedícate a ellos sólo por
el deseo apremiante de iluminar a los ciegos y de
contribuir a la edificación de mi Iglesia. Nada es más
digno de tu cuidado y atención que tu propia salvación
y la de los demás. Si buscáis establecimientos o el
apoyo de vuestra fortuna en este mundo que se
derrumba, corréis el riesgo de no entrar nunca en la
ciudad santa que existirá eternamente; porque las
riquezas y grandezas de este mundo son espinas que
os pincharán y os preocuparán de tal manera que
vuestro corazón, agitado por mil movimientos
diferentes, tal vez no reciba nunca la semilla de la
palabra de una manera útil.
l t. No basta, hijo mío, e v i t a r las compañías
peligrosas para e l i m i n a r todos los obstáculos a la
eficacia de la gracia: si eso fuera posible, tendrías que
romper todo contacto con el resto de la naturaleza. Todo
lo que pasa a tu mente o a tu corazón a través de los
sentidos, y que yo no he santificado, es capaz de
corromperte. Los sentidos nunca hablan sino a favor del
cuerpo, y Dios sólo os ha dado un cuerpo, tan bueno
como el mío, como víctima que debéis,
.tan bien como yo, sacrularlo para merecer su
recompensa. Los sentidos son insolentes y rebeldes; no
guardan medida; no tienen en cuenta ni las
circunstancias de los tiempos, ni l a santidad de los
lugares, ni la cua-lidad de las ocupaciones en que uno se
encuentra. La imaginación y las pasiones son del mismo
humor. Puesto que deben su nacimiento a los sentidos,
siguen ciegamente sus intereses. La imaginación es una
loca que no puede
w5Gz'izMx uÉDII'AI'IOn . 98t

pasiones, que no quieren nada que sea sabio, moderado


o razonable. Tal grado d e gracia no puede operar con
toda su fuerza a menos que la mente esté libre y el
corazón vacío y abierto. Pero los sentidos aplican
fuertemente la mente a los objetos que les llaman la
atención, la imaginación la disipa y distrae en todo
momento, las pasiones la confunden y perturban de mil
maneras; el corazón se llena así del amor a los objetos
sensibles y se cierra a todas las demás cosas. No
podemos, pues, eliminar los obstáculos que se oponen a
la eficacia d e l a gracia si no mortificamos nuestros
sentidos, regulamos nuestra imaginación y moderamos
nuestras pasiones, lo cual sólo puede hacerse fácilmente
mediante l a privación de los placeres.
l2. El hombre desea invenciblemente ser feliz; el
placer presente le hace realmente feliz. Es, pues,
natural que todas las potencias del alma se despierten
y se agiten, y que todo se ponga en movimiento en el
cuerpo por el goce presente de los placeres. El hombre
está hecho para amar, buscar y poseer el bien. Ahora
bien, el placer actual indica al alma de un modo
confuso, pero vívido, que el verdadero bien está
presente; pues sólo el verdadero bien puede actuar
realmente en ella, y el alma nunca se siente mejor que
alguien actúe realmente en ella y la haga feliz que a
través del placer. 11 Por tanto, no es posible, por muy
filosófico que uno sea, mantener la mente libre y
ocuparla forzosamente con objetos que no la afectan
mientras se disfruta de los placeres sensuales: placeres
que aplican tanto el alma como el cuerpo a los objetos
que los causan o parecen causarlos. Pero los placeres
que se han hecho sentir en el cuerpo y que se han
hecho sus amos dejan todavía huellas de su acción y
marcas de su victoria en el cerebro y en ciertos
nervios; y estas huellas, despertando el recuerdo de
los placeres del pasado, dejan una huella en el cuerpo.
g 81iÉ DIZA TI0 NS CiIRÀZIE n DES.

Pero sin querer ser feliz, busca estos falsos bienes. Así
pues, es evidente que no se pueden acallar los sentidos,
la imaginación y las pasiones para escuchar mi palabra y
seguir los buenos movimientos q u e inspiro, si no se
rompe absolutamente con los placeres. He aquí, pues,
hijo mío, lo que debes hacer.
l3. Debes evitar cuidadosamente los placeres que
nunca has disfrutado; y eso es fácil para ti, porque no
eres esclavo de ellos, ya que tu imaginación aún no está
manchada por ellos. Un borracho no puede, sin una
gracia extraordinaria, librarse de la servidumbre a q u e
s e ha comprometido. Pero un hombre que nunca ha
bebido vino, y cuya imaginación no ha sido corrompida
p o r discursos con- tagiosos sobre los efectos del vino,
puede sin dificultad, y por razones de amor propio,
impedirse a sí mismo beberlo, si no se ve obligado a ello
por la compañía o por algún respeto humano.
*4. En cuanto a los placeres que has disfrutado, y que
por
En consecuencia, te has convertido en esclavo, y como
no puedes prescindir de mi ayuda, debes
necesariamente invocarme como tu salvador, para que te
libere de tu esclavitud. Pero, para prepararte a mi gracia,
compara estos placeres con los que te promete la fe y
con los males eternos con que te amenaza; considera que
eres pecador y digno de castigo, y que obligas a Dios a
hacerte feliz como consecuencia de las leyes que ha
establecido y que sigue constantemente. Piensa que eres
cristiano y que tu modelo no es Adonis, sino un hombre
atado a una cruz, con gran dolor y cubierto de confusión
y vergüenza. Alégrate d e tener, en estos placeres que
está en tu mano disfrutar, algo que ofrecer como
sacrificio a Dios en reconocimiento de sus beneficios y
para merecer tu recompensa. Busca razones".
vmcziéuE ii£nrrzrios. sei
hacer ridícula e impertinente la pasión que te impulsa, tú
que debes reconocer que sólo Dios está por encima de ti
y es capaz de hacerte feliz, y prepararte con reflexiones
semejantes a forjar y llevar a cabo, con mi ayuda,
propósitos generosos.
4$. Pero recuerda siempre que, para vencer tus
pasiones, debes huir de los objetos que las producen.
Está mucho más en tu poder evitar la acción de estos
objetos que moderar l o s movimientos que excitan en
tu corazón. El movimiento de l o s pies, de los brazos y
de los ojos está enteramente sometido a tu voluntad;
puedes huir, puedes bajar la voz, puedes evitar el golpe
que te da el objeto; pero cuando el objeto te ha herido el
párpado, ya no está en tu poder no sentir tu herida;
porque el movimiento de los nervios que están
relacionados con las pasiones no depende de tu
voluntad. Cuando la imaginación se ensucia con las
huellas infames que una belleza sensible ha impreso en
ella, no está en poder de ii in e Ale l'i pu ri lie r ou
d'efl':icer e ntie rement ces huellas crini i helles. Los a
nima u.x } esp rits prenncn t su curso J tous nioments et
em pc'''1icnt que la pla ie ne refei'me. 11.1.int fiiire a t;ra
nde y forie res'ulsion
csprits; autre ment la 1* '- - u vre et le
mal s'ai{;rit de iniiniére qu'on ne pu ut
racle. Pero no es muy difícil de hacer.
mal et dc come i i er lii plireté de so n imiq;inat il
est au pou voi i' de l'änie de bouclier les a
lesquelles les olijets on t com merce
para poder
84 H£DiZ "ZI0 "S Cti RéTiE""BS.

sacudirte. Huye al desierto si quieres que hable


familiarmente a tu corazón. Cuando tus sentidos, tu
imaginación y tus pasiones estén par- ticularmente
silenciosos, entonces la semilla de mi palabra echará
inevitablemente raíces profundas en tu alma con la ayuda
de mi gracia; y lejos de esos objetos fúnebres que turban
la mente y dividen el corazón, darás pacientemente
frutos dignos de un alma que verdaderamente t i e n e fe
y grandes esperanzas.
t7. Ven, hijo mío, si puedes abandonar el mundo, no
puedes abandonarte a ti mismo. Llevas contigo un
enemigo que te hará una guerra cruel hasta la muerte.
Tu cuerpo, este cuerpo de pecado que debe ser
destruido, este cuerpo que Dios te ha dado como a mí
para que im- molándolo te santifiques y merezcas así
legítimamente tu recompensa; este cuerpo, digo, no se
dejará atar a la hoguera como una víctima inocente.
Por el contrario, si no vigilas constantemente las eons-
piraciones secretas que formará para llevarte, no dejará
de inmolarte al demonio, y de consumirte en el ardor
de tus propias pasiones; y la víctima que debería ser el
sujeto de tus méritos y de tus triunfos será, si no te
vigilas, la fuente de tu vergüenza y de tu tormento. Sí,
hijo mío, estás siendo probado en tu cuerpo, y esta
prueba es dura, pero es para ver si finalmente serás
hallado digno d e entrar en mi templo y gozar de la
felicidad del mismo Dios. Así que prepárate para la
batalla. No te imagines que ya no hay nada que Temer
porque ya no ves muchos enemigos fuera. Mantente
siempre vigilante, mortifica tus pasos, prepáralo todo
para el sacrificio. Serás tentado4 , pero no tienes nada
que temer, mientras seas vigoroso. Cuando estés lejos
de los objetos que despiertan pasiones violentas,
bastará la ayuda ordinaria de mi gracia para obtener la
victoria, siempre que no seas demasiado débil.
VixGølÈME MgDi A7ToX. g 00

es no dejarse coger por sorpresa. He aquí algunas


razones por las que debe estar constantemente alerta.
t8. Piensa a menudo en la grandeza de tus
esperanzas, y ese trabajo ligero aumentará
extraordinariamente tu recompensa. Grana también a
veces en los su- plicios eternos. Si eres más sensible a
los males que a los bienes, esta reflexión es necesaria
para refrescar tu mente y mantenerla alerta. En una
palabra, piensa en lo que llegarás a ser un día, y nunca
pecarás. t9. Añade al pensamiento de la eternidad el
de la presencia de Dios. Estas son las dos reflexiones
más limpias que puedes hacer para despertar la mente
de su sueño natural. Recuerda que Dios te ve hacer las
cosas, que es él quien te da el ser, el movimiento y la
vida; que es él quien hace todo lo que hay en ti y todo
lo que te rodea. Él e s q u i e n t e electriza, él es
quien te anima, él e s q u i e n te deleita o te hiere
c u a n d o se trata de objetos. Es él quien mueve tu
brazo y transporta tu cuerpo según tus deseos. Con
estos pensamientos en mente, ¿podrías obligar a Dios
a servir a la iniquidad, a mover tu brazo para una
acción inicua?
correcto o incluso indecente, para hacerte disfrutar de
placeres con ocasión de cuerpos cuyo uso te prohíbe,
para iluminar tu mente sobre temas para los que no te
hizo?
20. mira d e n t r o d e ti para averiguar qué te
p a s a . Intenta descubrir las flexibilidades del amor
propio y cuál es tu pasión dominante. Tomarás más
fácilmente la firme y generosa resolución de combatirla
cuando veas claramente el peligro al que te expone.
Recuerda que la mente es rápida, pero la carne es lenta.
Desafía tus fuerzas, vigila y reza para no caer en la
tentación. El espíritu humano está demasiado вıime de sí
mismo; forja con facilidad designios generosos, pero el
peso
su cuerpo le pesa y le hace impotente para hacer el bien.
98G MiDîT*TIONS CBRËTÆENNES.
Estudia al hombre, su enfermedad, sus debilidades,
sus ineli- gencias, las leyes de la unión del alma y el
cuerpo, los sentidos, la imaginación, las pasiones. Este
estudio es necesario para tu orientación, y si piensas
detenidamente en lo que ocurre en tu interior, pronto
te convertirás en un erudito en la materia.
21 . No olvidéis pensar en lo que he hecho por
vosotros; no viváis e n l a ingratitud como los
cristianos comunes. Yo soy vuestro modelo además
de vuestro Salvador; si no os formáis en el hijo del
hombre humillado en la tierra, no os reformaréis en el
Hijo del Dios vivo rodeado de gloria y majestad.
J2. Establece como ley inviolable dedicar ciertas
horas del día a la oración, a fin de obtener de mí la
luz para reconocer a tus enemigos y la fuerza para
vencerlos. Recuérdate a menudo tus obligaciones, lo
que debes a Dios como a tu creador, lo que me debes a
mí como a tu señor, lo que debes a los demás
hombres como a mis miembros y servidores. Dichoso
tú si te encuentro cumpliendo con tu deber; en verdad
te digo que te estableceré sobre todos mis bienes.
Pero vigila siempre, porque los l°ilios del hombre
llegan como un ladrón cuando no se piensa en ellos.
No es que pretenda sorprendernos; es que no cambia
sin razón el orden de la naturaleza, que no espera que
muramos hasta que estemos preparados para morir
bien. Debemos, pues, estar constantemente vigilantes;
pero lo que os digo a v o s o t r o s , s e lo digo a
todos: debemos estar vigilantes.
23. Oh Salvador mío, si la vigilancia es necesaria
incluso para los que viven en reclusión, ¿cuál debería
ser la preocupación de los que están en medio de las
ciudades y en compañía del gran mundo; de este mundo
lleno de pompa y orgullo, que sólo busca elevarse; de
este mundo inmerso en la voluptuosidad, que sólo
piensa en regocijarse?
para no ser sacudido por la agitación de los que corren
hacia la gloria, y el corazón lo bastante puro para n o ser
corrompido por el aire y los modales contagiosos de los
que sólo respiran placeres; que vivan en los palacios
cerrados donde reparten los honores§, o en esas casas de
placer donde habita la voluptuosidad. Pero los que se
dejan excitar por todos estos bellos objetos, sepan que no
son más que decoraciones teatrales, hechas de barro o de
algodón; o más bien puras fantasías que no despiertan la
imaginación, y que se esfuman en cuanto uno se acerca a
ellas para abrazarlas.
TRAITO

AM0UR DE DIEU
EN 9tlEL SEi'i S IL D01Z ÉTRE DÉSINTÉ RESSÉ

Dios se conoce perfectamente a sí mismo, sus


atributos, sus per- tenecias, toda su sustancia, no sólo
según lo que es en sí mismo, o tomado absolutamente;
sino también según lo que es, tomado en relación con
todas las criaturas posibles, es decir, en cuanto que es su
idea o modelo eterno.
Dios ama invenciblemente su sustancia porque se
completa en sí mismo. Sólo en este amor consiste su
voluntad. No es una im- presión que le venga de otra
parte, ni que le lleve a otra parte. Nada puede amar
sino por la complacencia que tiene de sí mismo, nada
sino en relación consigo mismo; porque sólo en sí
mismo encuentra la causa, por decirlo así, de su
perfección y de su felicidad.
Puesto que las criaturas participan desigualmente de
su ser, imitan desigualmente sus perfecciones, tienen
más o menos relación con él, es evidente que las ama
desigualmente, ya que nada ama sino por el amor que
se tiene a sí mismo, según el orden inmutable de las
perfecciones de que participan sus criaturas. Este
orden inmutable es ciertamente la regla in- riolable de
las voluntades divinas *. Es la ley eterna,

' Yoy. Ie- JtfJd. C7trdt, méô. IY; fi 'filé de 3for. cit. I.
890 TR*ÆTÉ DE L'AMOUR DE DIEU.
sino que es también la ley natural y necesaria de todas las
inteligencias. Gar e s obvio que Dios no puede dar a sus
criaturas una voluntad que tienda allí donde la suya n o
tiende, que n o ame las cosas en proporción a lo que son
amables, o según la relación que guardan con su
sustancia, a la que ama invenciblemente. flien sólo es,
pues, justo, razonable, agradable a Dios, lo que es
conforme a l orden inmutable d e sus perfecciones.
San Agustín no distingue ordinariamente la caridad
o amor de Dios del amor de la justicia o amor del
orden; porque la idea de Dios como justicia soberana
es más adecuada para regular nuestro amor que
cualquier otra idea de Dios que la imaginación
pudiera corromper y así engañarnos; Pero como el
orden de que hablo no es más que la relación entre las
perfecciones divinas, tanto absolutas como relativas,
es claro que el amor al o r d e n no es más que el
amor a Dios, y a todas las cosas en relación con Dios.
Amar el orden es amar las cosas según su relación con
las perfecciones divinas; y es amar a Dios
considerado en sí mismo más que a todas las cosas,
puesto que contiene en sí, y de un modo infinitamente
perfecto, las perfecciones de todas las cosas.
Si para ser justos debemos querer siempre l o q u e
Dios quiere, es única y precisamente porque Dios quiere
siempre según el orden inmutable de sus per- fecciones,
y nunca puede contradecirse. En esto debemos tener
cuidado. Porque cuando atribuimos a Dios voluntades
puramente arbitrarias o independientes de esta ley, e
imaginamos que someternos a ella es ser engañados,
caemos en el error y en el desorden. Hacemos a Dios
injusto, ése es el error; y la desregulación consiste en la
conformidad de su voluntad con la voluntad de Dios.
TR ITR DE N'A n0UR Ds: DIEU.

voluntad con la de un Dios imaginario. La ley eterna


No es arbitrario; es el orden inmutable de las
perfecciones divinas. Dios, por ejemplo, puede quitar
a sus criaturas lo que libremente les ha dado; pero el
dominio soberano que tiene sobre ellas no le da
derecho a tratarlas injustamente. Ette es pura
generosidad; pero el bien y el mal, el placer y el dolor,
la recompensa y el castigo, deben regularse según el
orden inmutable de la justicia, que el juez justo ama
invenciblemente y por necesidad de su naturaleza.
Como Dios sólo actúa para sí mismo, sólo hizo el in-
La perfección de nuestra naturaleza consiste, pues, en
consultar la razón y seguirla: me refiero a esa razón
soberana que ilumina a todos los hombres, a esa luz
interior que nos permite distinguir entre la verdad y la
mentira, entre la justicia y la injusticia. La perfección
de nuestra naturaleza consiste, pues, en consultar la
razón y seguirla: q u i e r o d e c i r esa razón
soberana que ilumina a todos los hombres, esa luz
interior que nos permite d i s t i n g u i r l a verdad de
la falsedad, la justicia de la injusticia. Dios quiere
ciertamente esta perfección de nuestro ser; quiere q u e
la queramos. Si la quiere, digo, no por una voluntad
puramente arbitraria, sino por el amor invencible que
tiene al orden inmutable. Buena prueba de ello es la
inclinación n a t u r a l que todavía tenemos después
del pecado a la verdad y a la justicia, en una palabra, a
la razón. Esta inclinación se siente aún, a pesar de la
corrupción de la naturaleza; y seguimos siempre sus
impresiones cuando no se opone a ella la inclinación
que tenemos por el orden inmutable.
. placeres desenfrenados. Es a través del amor que sienten
por
Que amen a los justos y los prefieran a los que son
como ellos. Nuestros hombres han hecho
su rhxrri ns r'aaoiin riz nizi:.
algún amor por el orden inmutable de la justicia; pero
no son justos, porque este amor no es dominante, y no
quieren sacrificar a él lo que en el presente les agrada
más.
Pero hay que señalar que sólo podemos amar lo que
agrada, y sólo odiar lo que desagrada. Si amamos el
orden, es porque la belleza del orden agrada; si
amamos los objetos sensibles, es porque agradan. Lo
mismo hay que decir de lo que se odia. Es
absolutamente imposible querer algo si nada nos
conmueve; es imposible que el alma se estremezca,
que reciba alguna impresión, algún movimiento, si
nada la golpea. Pero hay placer y placer: placer
esclarecido, luminoso, razonable, que nos lleva a amar
la verdadera causa que lo produce, a amar el
verdadero bien, el bien del espíritu; placer confuso
que suscita el amor a las criaturas impotentes, a los
bienes falsos, a los bienes del cuerpo. El primero nos
hace amar lo que razonablemente debemos amar, y
nos hace más perfectos, además de más felices. La
segunda nos arruina, porque nos hace amar lo que el
orden nos prohíbe amar. Pero todos los placeres
reales, en cuanto placeres, nos hacen en cierto modo
felices, aunque sólo los placeres razonables nos hacen
sólidamente felices y nos conducen al goce del sumo
bien; pues los demás van acompañados de molestias,
ansiedades y temores de la verdadera miseria que les
seguirá eternamente.
Por lo tanto, es cierto que todos los hombres, ya sean
justos o
injustos, aman el placer en general, o quieren ser
felices, y que ésta es la única razón por la que
generalmente acaban haciendo todo lo que hacen. Es
tan cierto que todos los hombres aman el placer, que
si a veces se privan de él, es por causa de él, o por
causa de ser felices.
Ta IT£ DE L'x "0U h DE DiEU. s9*

Esto s e debe a que la inclinación que tienen por la


perfección de su ser es contraria a ella, e s decir, que
la vista y el amor del orden inmutable les produce
horror. Pues la gracia de Jesucristo, por la que se
resisten los placeres desenfrenados, es en sí misma un
placer santo; es la esperanza y la vanguardia del
placer soberano. Quien está animado por el amor al
orden tiene al menos cierto horror a los placeres que
se relacionan con los objetos sensibles. Pero quítale
este h o r r o r , y la roilä tomada, suponiendo que la
belleza del orden n o le conmueva, no le complace.
Todos los hombres quieren ser felices y perfectos; o si
no queremos distinguir la felicidad de la perfección,
porque la verdadera felicidad es inseparable de ella,
todos los hombres quieren invenciblemente ser felices.
El deseo de la dicha formal o del placer en general es l a
esencia de la voluntad, en c u a n t o es capaz de amar el
bien. Es este amor propio que los que estudian el
corazón humano están de acuerdo en que es imposible de
destruir, y que es el principio o motivo de todos nuestros
movimientos particulares. El amor a la bienaventuranza
debe ser una impresión natural común a todas las
inteligencias, puesto que descubrimos en nuestra propia
voluntad que en esto todos los hombres son semejantes:
Beatos es-e se velle omnes in corde suo ai- dent, dice
San Agustín, tantaque e.-t hac in re nefurrr buinanæ
conspirotio, ut non fallatur homo qui hoc e:i- animo suo
de animo conjicit ali'eno. (De Trinitate, lib. t 3,

Si es verdad, entonces, como dice San Agustín, que


todos los hombres buscan la beatitud en t o d o l o que
hacen, bueno y malo: Depellendie tniseriæ ca sa et acqait-
endie beniiiui:tint's cavsa fa'éunt otnhes quidi]ut'd
GetTR*iTé DE L*Æ0DR DE DIEU. .

el boni faeiunt vel mali (en el Salmo 32), si, como


dice de nuevo (de Trinitate, 13, 8), el amor de
bienaventuranza es una impresión del Creador que es
soberanamente bueno e inmutablemente feliz en sí
mismo; en una palabra, si este amor es sólo el
movimiento natural que llamamos voluntad, está claro
que sólo podemos amar a Dios por el amor de
bienaventuranza, ya que sólo podemos amar por su
voluntad. Así pues, todo amor a Dios es interesado en
e l s e n t i d o d e que el motivo de este amor es que
Dios nos toca como nuestro bien, y que estamos
convencidos de que sólo él puede llenar el corazón
que se ha hecho para sí. Pero no debemos confundir
tiiofi/s con /în. Nuestra voluntad, el amor de beatitud,
es una impresión de Dios común a los buenos, a los
malos, incluso a los condenados; el deleite de la gràea
por la que le gofitene como nuestro bien, y la belleza
del orden por el que nos toca y nos reforma en nuestra
ley, proceden también de él. Pero todo esto nos une a
Dios como a nuestro bien; éstos son los motivos por
los que tendemos a Dios como a nuestro /în.
Los santos contemplan las perfecciones divinas; la
belleza de estas perfecciones les agrada, e s decir, la
calle o percepción con que estas perfecciones les afectan
es viva y agradable, pues el placer es sólo una
percepción agradable. Esta contemplación
agradable es, pues, su beatitud formal o les hace felices.
Pero esta contemplación es ciertamente inseparable de
las perfecciones contempladas, porque la percepción es
inseparable de la idea que la causa, y sólo puede
referirse a esa idea. Así pues, el amor al placer es el
motivo que nos hace amar a Dios como fin; es el motivo
que nos hace amar lo que agrada o lo que produce la
percepción placentera. Al fin y al cabo, la percepción sin
idea no es percepción; no hay placer en el alma.
znurZ nx L'aaoua us meu. ats
cuando nada la complace. El placer o la percepción
placentera están, pues, naturalmente relacionados con
la idea que da origen a la emoción placentera, o con
lo que esa idea presenta. Así pues, si se quita a los
santos el amor al placer o a la percepción
p l a c e n t e r a , se quita el amor a la idea y, en
consecuencia, el amor a Dios, pues la idea de Dios
sólo puede ser Dios, ya que ninguna otra cosa puede
representar lo infinito. Así, además del amor a la
bienaventuranza formal, incluyes necesariamente el
amor a la bienaventuranza objetiva o amor a Dios; es
decir, si Dios no produce en ti el motivo de su amor,
es imposible que lo ames como tu fin, como tu bien
soberano.
Es verdad, se dirá, que los santos no pueden amar las
perfecciones divinas si su belleza no les c o n m u e v e , si
no les agrada en absoluto. Pero los santos no aman estas
perfecciones por el placer que les hace formalmente
felices. Aman a Dios en sí mismo y por sí mismo, y en
absoluto por sí mismos. Se olvidan de sí mismos y se
pierden, por así decirlo, en la piedad; sólo se relacionan
con Dios, y por la perfecta conformidad d e su voluntad
con la suya, se transforman de tal manera que Dios lo es
todo en ellos y ellos nada.
No pretendo aprobar o refutar todo lo que hay de
cierto o falso en estas y otras proposiciones similares,
ni tratar en profundidad el buen o mal quietismo. El
respeto que me merecen quienes se han empeñado en
aclarar este asunto no me lo permite, y el poco
conocimiento y experiencia que tengo de los caminos
ex- traordinarios me lo prohíbe. Sólo pretendo
explicar lo que pienso al respecto, ya que uno de mis
amigos me ha involucrado desgraciadamente en su
último trabajo, a pesar de la intención que tenía de
seguirlo de cerca.
IO ö TBAIT2 DE L*H0UR DE DIEU.
silencio profundo; tengo que explicar mis sentimientos,
entonces:-- no se toman bien.
Creo que es verdad que los placeres que
experimentan los santos a la vista de las perfecciones
divinas no son distintos de estas mismas
percepciones. Estos placeres no son, como acabo de
decir, más que percepciones, pero verdaderas y
agradables, de estas perfecciones, ya que toda
sensación agradable o desagradable no es más que la
percepción de una idea que afecta al alma de diversos
modos. Pues no debemos imaginar que una misma
idea afecte siempre al alma de la misma m a n e r a .
Puede afectarle a partir de un número infinito de
percepciones muy diferentes; lo que pone de
manifiesto que las ideas son muy distintas de las
percepciones que tenemos de ellas. Si, por ejemplo,
pienso en mi mano sin verla ni sentirla, la percepción
que tendré de ella será muy distinta de la que tendría
si la mirase con los ojos abiertos; y será distinta de
todas las que tendría si la metiese en agua caliente o
fría, en el fuego, etc. Así, el color, el calor, el frío, el
placer que uno siente en la mano, no son otra cosa que
percepciones de diversas clases, y de las cuales hay
varias especies.Percepciones, digo, todas producidas
por la misma idea, de la mano realmente presente al
alma y actuando en ella por su ef2cace; porque todas
nuestras ideas particulares son sólo la sustancia de
Dios mismo en cuanto se relacionan con las criaturas,
como he explicado en otra parte, y este subestado es
eficaz por sí mismo. Sólo el subestado de Dios, dice
San Agustín, puede actuar inmediatamente en los
espíritus, iluminarlos, ani- merlos y hacerlos felices y
perfectos. /niinuavii noéù animal humanam et mentem
rationalem son uegetari, nm beatifieari, non i!luniinari,
midi ab ipsa sulistantia Der
{Tract. S3, en Joan).
Por lo tanto me parece 1- que el amor al placer en
general
vsxiT£ nr r'amovii °s °'su- *'
se convierte naturalmente en amor de tal o cual bien,
cuando la idea de tal o cual bien produce en el alma la
agradable percepción por la que este bien se le hace
sensible; y que entonces, si el alma consiente, si
d e s c a n s a en este placer, lo que nunca debe hacer
cuando este placer no representa claramente la
verdadera causa que lo pro- duce, descansa en este bien
del que tiene la percep- ción. Ella ama este bien no sólo
con una na-
tura, pero todavía de un amor libre.
2º Que cuanto más viva y agradable e s l a
percepción, tanto más ardiente es el amor natural; cuanto
más se llena el alma del objeto que le agrada, cuanto
más s e ocupa de él, tanto más se olvida de sí misma
cuando sigue toda la im- presión que el placer hace en
ella.
3º t)uando la percepción agradable representa para
el alma la verdadera causa que la produce, lo que
nunca sucede en los placeres confusos de los sentidos
que no se relacionan con Dios, que es la verdadera
causa, sino con los objetos sensibles, el alma debe
amar lo que se le presenta; porque entonces es el
verdadero bien. Ahora bien, el amor es tanto más
perfecto c u a n t o mayor es por el verdadero bien; y
no podemos seguir demasiado de cerca los
movimientos producidos en nosotros por el deleite de
la gracia, porque este deleite se relaciona
naturalmente con el verdadero bien.
4- El b i e n soberano, el bien del espíritu, en una
palabra el verdadero bien, debe y quiere ser amado no
con un amor de instinto, semejante a aquel con que
amamos los cuerpos, sino con un amor iluminado. Así
pues, el alma no debe amar más lo que percibe más
viva y agradablemente; a menudo ni siquiera debe
amarlo. Sólo debe entregarse al placer cuando ese
placer es la percepción vívida y dulce del verdadero
bien. Pues sólo el goce del v e r d a d e r o bien nos
hace sólidamente felices, contentos y perfectos.
Ahora bien, el amor a la felicidad y a la per-
908 z'RA1J'é DE L "AM0yR DB DISL .

Sección están luchando entre sí, porque este es el


tiempo del me- rito y el alma está siendo probada en
su cuerpo. Ge que nos agrada ahora nos corrompe, nos
trastorna y nos priva de la verdadera felicidad. Esto se
debe a que todos nuestros placeres, excepto los de la
gracia, se relacionan con objetos sensibles, que no son
su verdadera causa. Pero en el cielo todo lo que nos
agrada nos perfeccionará; todos nuestros placeres
serán puros y nos unirán a la verdadera causa que los
produce. Cuanto mayores sean nuestros placeres, más
estrecha será nuestra unión con Dios; cuanto más
perfecta sea nuestra transformación, por decirlo así,
más se olvidará el alma de sí misma, más se
aniquilará, más Dios será todo en ella.
Cabe señalar que no amamos tanto nuestro ser como
nuestro bienestar. No hay hombre que no ame más la
aniquilación de su ser que ser eternamente infeliz, por
leve que sea su dolor. Dios nos hizo así para q u e nos
amáramos sólo por Él, que es el único que puede
hacernos sentir bien. P o r e s o , a l parecer, no nos
dio una idea clara de nuestra alma, para que n o n o s
preocupáramos demasiado por su
excelencia. Pues sólo la conocemos por el sentimiento
interior; y sólo sabremos claramente lo que somos
cuando la vista de las perfecciones divinas n o nos
permita enorgullecernos de la excelencia d e nuestro
ser.
Por ejemplo, ¿por qué se ahorca un avaro o se
suicida un enamorado cuando se ven privados para
siempre de lo que aman? Es porque consideran la
muerte como la aniquilación de su ser, y prefieren el
no ser a verse privados del ser. ¿Cómo es que un
amante se olvida tanto de sí mismo que sólo le
importa el objeto que ama?
que en el disfrute del objeto amado. Así, cuanto mayor
es el placer, tanto menos se in- teresa el amor que
produce, o tanto menos hay de retorno sobre uno mismo;
tanto más se aniquila uno a sí mismo, se pierde, se
transforma en el objeto amado, asume sus intereses,
entra en sus inclinaciones.
Si el placer enturbiado por la razón y turbado por el
remordimiento, si el placer confuso, o cuya verdadera
causa no se conoce claramente, transforma el alma en el
objeto amado; si nuestro corazón está en nuestro tesoro,
como dice Jesucristo, ¿qué no hace en l o s s a n t o s
e l placer iluminado, ese placer infinitamente dulce y
apacible por el que diosentaron la sustancia misma d e
la Divinidad? ¿Es posible concebir una transformación
más perfecta, un amor más puro, o un amor menos
interiorizado que el de los santos, que conocen
claramente su vacío y la impotencia de su naturaleza, y
que saben bien que no son en sí mismos su propia luz, su
propia vida o su propia bienaventuranza, sino una pura
capacidad para el bien soberano? N o p o d e m o s ,
pues, seguir demasiado de cerca la impresión que
produce en nosotros el p l a c e r , cuando este placer está
iluminado, cuando es la percepción viva y agradable, no
de una criatura impotente, sino de la verdadera causa que
lo produce; cuando se relaciona c o n el verdadero bien
y nos une a él. L a gracia de Jesucristo es un santo
placer; es, c o m o señala San Auguslin (De cpirit. et
litt., e. 4), una santa satisfacción. ¿Debemos resistirnos a
ella y no seguir los movimientos que nos inspira?
¿Consentir esta gracia nos hace amar a Dios de un modo
indigno d e Él?
Pero, se dirá, debemos amar a Dios por amor a Dios.
Confieso que no debemos amar a Dios por otro bien que
no sea Él, pues Él es e l único bien verdadero.
Debemos amarle para poseerle y gozar de Él. Esta es
nuestra
900 znait2 ne r xxouR es ninu.
soberano bien, ese es el fin al que todos nuestros esfuerzos
movimientos de los que es la verdadera causa.
Esto no es lo mismo que responder, continuaremos.
11 debemos amar a Dios por Dios, en el sentido de que
sólo debemos amar la bienaventuranza formal, e s
d e c i r , sólo debemos querer ser sólidamente felices
mediante el disfrute de Dios porque Dios quiere que
seamos felices. ¿Por qué quieres ser feliz? Responde, por
favor.
No me preguntes por qué quiero ser feliz, pregúntaselo
a quien me hizo. El amor a la dicha es un sentimiento
natural: pregúntale al Creador. Si fuera mi elección,
podría responderte, porque conocería el motivo. El amor
a la bienaventuranza objetiva, el amor a Dios, es de mi
elección; y todos los que aman a Dios bien pueden decir
por qué. fi Es porque, queriendo ser sólidamente felices,
dichosos y perfectos, creen, a pesar de las ilu- siones que
ahora les hacen los objetos sensibles, que sólo hay Dios
que puede hacerlos así; y por eso su amor ahora es
meritorio. Es porque están convencidos de que la
beatitud formal es inseparable de la objetiva; que la
percepción viva y agradable del b i e n , que es el goce
del bien, no puede ser sin la presencia del bien; y que el
röou- vemento del alma que esta percepción suscita, y
que ellos siguen de buen grado, sólo puede tender hacia
el bien del que es la percepción.
Sin embargo, puedo decirte que Dios quiere que yo
sea feliz, p o r q u e me hizo libre, y que no podría
premiarme ni castigarme, como tampoco podría
merecerme ni demeritarme, si el placer o el dolor, la
perfección o la corrupción de mi naturaleza me fueran
indiferentes. Puedo deciros que habiendo querido
necesariamente que su
ZRAITÉ DE L'AHOUR D8 DH.U. 3 0ž

Cuando la ley, el orden inmutable, era también


nuestro, era necesario no sólo que la belleza de esta
ley nos agradase, sino también que amásemos
naturalmente lo que nos agrada. Уoilä por qué los que
se conforman con esta ley se reггiegan de alegría, y
qчe tmuble y horror saicsissent los que se resuelven
contra ella. Todos quieren invenciblemente ser
felices; pero unos esperan que su desvío sea
recompensado, y otros están iotźrieurèizient œenacés
de que su rebeldía sea castigada. Así, el de.sir
inrincible de la relicidad está en perfecta sintonía con
el amor a la justicia. 11 nos hace querer lo que Dios
quiere que queramos; y cuando está iluminado por la
luz de la razón, ex "itado por la fe y el deleite de la
gracia, nos conduce a toda la perfección y a toda la
felicidad de que somos capaces.
La perfección soberana, p o d r í a decirse, es no
q u e r e r ser ni perfecto ni perfecta. La perfección y la
b e a t i t u d f o r m a l son creadas; sólo debemos
querer al Creador. El deseo de la propia perfección es
avaricia espiritual; el deseo de la beatitud formal, de la
propia felicidad, no es más que un amor propio tantas
veces condenado por los santos. Estos deseos sólo sirven
para preocuparnos. El amor puro no es otra cosa que la
plena conformidad de nuestra voluntad con la de Dios.
En la duda7
No, no lo dudo, pero por lo visto no lo oigo como tú.
Quitemos los equi- voques. 4 Creo que la voluntad de
Dios, que es nuestra regla, no es necesariamente la que
permite el mal, porque ciertamente Dios no quiere
positivamente todo lo que permite. Lo que Dios quiere
no es siempre la regla de lo que nosotros queremos. Por
ejemplo, Dios quiere cien personas justas cien veces más
que una sola.
30è A MOU R D6 D1BU.

fiar, como dice el Apóstol, no debemos hacer el mal para


que de él resulte el bien. Lo que Dios quiere que
queramos es nuestra regla precisa. Pero ¿cómo podemos
saber l o q u e Dios quiere que hagamos c o n respecto
a cosas que no están claramente marcadas en la ley
escrita? H a y , por ejemplo, personas que afirman que
es una propiedad contraria a la caridad perfecta o al amor
puro desear más l o s dones de Dios para uno mismo que
para otro, e incluso más que para otros cien, por la razón
d e q u e uno debe amar al prójimo como a sí
mismo. 11Afirman que San Pablo deseó
f e r v i e n t e m e n t e separarse de Jesucristo por
la salvación de sus hermanos, y que supuesto, dicen, que
Dios lo quiso, hay que poner los ojos en blanco ante su
muerte.
la condena e t e r n a " . ¿Cómo podemos hacer

Ya he dicho que la voluntad de Dios no era más que el


amor que se tenía a sí mismo, la eomplacencia que tenía
en sus divinas perfecciones; que se conocía
perfectamente, y que quería ser exactamente como es.
Nuestra voluntad será, pues, enteramente conforme a la
suya, si le amamos, si le queremos tal como e s , si los
movimientos de nuestra voluntad están regulados por el
orden inmutable de la justicia. El pecador no quiere que
Dios sea lo que es; si lo quiere poderoso, no será feliz; o,
si lo quiere justo, lamentaría que fuera impotente, pues
nadie puede ser eternamente infeliz. Quien quiere ser
feliz más de lo que merece por sus otros leones
santificados en Jesucristo, no ama a Dios
verdaderamente como es, porque querría que Dios
quisiera lo que el orden inmutable de su justicia le
impide. Los santos
TR IT£ DE z " 0iiR Dz DIE U. s03

en el cielo, que ven y aman a Dios tal como es, sólo


quieren para sí el grado de felicidad que está escrito
en la ley divina. Por eso están completamente
contentos, sin celos hacia los demás, e incluso sin
compasión por los condenados; pues, además de amar
a Dios t a l como es, las personas sabias nunca
desean lo que consideran imposible.
Aquellos, pues, que sólo quieren ser felices en la
medida en que les conviene serlo, que trabajan con
todas sus fuerzas para adquirir las virtudes, para
regular toda su conducta en la ley divina, sabiendo bien
que Dios es justo y que éste es el único modo de
aumentar su felicidad, su futuro goce del verdadero
bien, su complacencia en Él, su transformación, por
así decirlo, en la Divinidad: en una palabra, aquellos
que quieren a Dios tal como es y que actúe siempre en
ellos según esto.-En una palabra, los que quieren a
Dios tal como es y que actúe siempre en ellos según lo
que es, quieren a Dios como Dios se quiere a sí
mismo, aman a Dios como Dios se ama a sí mismo.
No puede haber voluntad más conforme con la
voluntad de Dios que la suya. En esto consiste, pues,
el amor puro.
Es cierto que aman a Dios por sí mismos, en el
sentido de que quieren ser felices a través de su disfrute.
Pero - su última estaño es Dios, ya que sólo tienden
hacia él. Lejos de detenerse en sí mismos, como los
estoicos supuestamente sabios, o en los objetos
sensibles, como los kpicurianos, reconocen el vacío y la
impotencia de las criaturas.
2º Aman a Dios por Dios, porque quieren
. sólo para él y que están felices de disfrutar de él a solas.
3º Se aman a sí mismos por Dios y lo relacionan
todo con él, incluso su propia bienaventuranza, ya que
pretenden gozar de él sólo en la medida en que él lo
quiera; que lo quiera, digo, no desde un punto de vista
puramente arbitrario, desconocido, ima-
804 TBxiTé DB I.'"g£iUR DE DIzU.

La voluntad d e Dios n o e s capaz de lo ordinario,


sino de una voluntad siempre regida por el orden
inmutable de la justicia.
4- Quieren ser felices sólo por la gloria de Dios,
porque quieren que Dios sea l o q u e e s y que
actúe en ellos sólo como es. Pues in8n Dios no se
gloría sino en ser lo que es y en obrar siempre según
lo que es. Dios no puede obrar sino por su voluntad,
que no es otra cosa que el amor que siente por sus
perfecciones, en las que se realiza y de las que se
gloría. Dios no s e gloría de nuestra adoración y
alabanza, sino que nosotros nos gloriamos de ella,
pues nuestra verdadera gloria es ser como debemos
ser. El motivo de su amor es que quieren ser felices;
pero este motivo deriva únicamente de Dios, que sólo
nos lo ha dado para llevarnos a Él, para que le
amemos como propio. El amor de la bienaventuranza
formal es físico y necesario, y las eom- manilezas se
refieren sólo al amor de elección, al amor libre, a lo
que depende de nosotros. La Sagrada Escritura
presupone siempre en nosotros el amor de
bienaventuranza f o r m a l ; ésta es una verdad
incontestable. ¿Sería capaz de corromper los hechos
pat y aniquilar los puros?
amor7
La beatitud es creada, pero t a m b i é n l o es el
amor a esa beatitud. Todo esto v i e n e del Creador y
no depende de nosotros. Lo que depende d e
n o s o t r o s con la gracia. Es amar corrime sou verain
bien la causa que nos hace capaces de amar. Nuestra
perlección también es creada; pero como consiste en
seguir a la razón, en amar al orilre, es decir, en amar a
Dios sobre todas las cosas y a todas las cosas según la
relación que tienen con Dios, es ass^zËw m/.zzJ><z fiw
@w
7RAI3'E DB L'AN0g R DE DE EU.

Con respecto a nuestro prójimo, debemos amarlo


como a nosotros mismos, en el sentido de que
debemos amarlo como a nosotros mismos, es decir,
debemos desearle el mayor bien y hacer lo que
dependa de nosotros para que un día pueda gozar de él
con nosotros; porque Dios es un bien común a todos
los espíritus, y todos pueden gozar de él sin disminuir
nada de su abundancia con respecto a nosotros.
Pero si pudiéramos suponer que un don de Dios tan
útil para nuestra salvación, pues no hablo de bienes
temporales, no se nos daría a nosotros si se diera a
otros cien, me parece cierto que deberíamos querer
este don antes que otros cien mil, por la razón de que
debemos amar a Dios con todas nuestras fuerzas
infinitamente más que a todas las cosas, y que no es
amarle así como para preferir la salvación de todos los
hombres a la suya propia. Porque no podemos amar a
Dios perfectamente como a su soberano bien si no
gozamos de él, si su subestancia no nos adora y nos
agrada. Por eso el precepto de amar a Dios sólo puede
cumplirse perfectamente en el cielo. Dios nos hizo
sólo para sí, por lo que debemos preferir nuestra
propia salvación a la de todos los demás; pues sólo
queremos y amamos por voluntad propia, no por
voluntad ajena. Es amor propio si se quiere, pero es
iluminado y ordenado: no de acuerdo con lo que Dios
quiere en general, sino con lo que Dios quiere que cada
uno de nosotros quiera en particular.
Los hombres gentiles, dirán, alabarán a Dios más q u e
uno
solo. Así es preferir la propia salvación a la gloria de
Dios. Pues bien, la sigo queriendo, pero a una gloria
ajena, a una gloria que no es la regla y el fin de las
voluntades divinas, a una gloria que Dios no tuvo
prefiero su verdadera gloria. Dios sólo obtiene su
verdadera gloria
806

de sí mismo. Quiere que todos los espíritus le adoren y le


alaben, porque esto está de acuerdo con e l orden
inmutable de la justicia; pero es tan improbable que esta
gloria sea la regla y la norma de su conducta, que el
mayor número de hombres le blasfemará eternamente.
¿No demuestra esto que Él, que sólo puede actuar para
su propia gloria, no deriva esta verdadera gloria de las
alabanzas que recibe? Dios se complace en sus atributos,
se gloría de poseerlos, ésa es su gloria. Si actúa, lo hace
siempre de una manera que lleva el carácter de los
atributos de los q u e se jacta; en ello encuentra su
gloria. Que los hombres blasfemen contra la
Providencia; lleva el carácter de la divinidad; por eso
Dios n o la cambiará; no s e d e s v i a r á de su camino
para complacerlos y ganar su alabanza, porque no es de
ellos sino únicamente de sí mismo de donde deriva su
gloria; Pero el que desea poseer el bien supremo y
q u i e r e ser feliz en este goce sólo como lo exige el oro
de la justicia, desea a Dios tal como es y obrar en él sólo
según l o q u e es. Quiere la gloria de Dios y su gloria
verdadera y sólida; quiere y ama a Dios como Dios se
ama a sí mismo y como él se ama a sí mismo; pero
suponiendo que fuera condenado como tal, puesto que
ya no goza de la piedad, le sería imposible gozar de ella
y ser completo en ella.
Esta objeción suele hacerse contra lo que acabo de
establecer, a saber, que todo amor a Dios es
necesariamente interesado, en el sentido de que el
placer es su móvil, tomando generalmente p o r
placer la modi0cación de la mente, la percepción
placentera que suscita en ella todo lo que agrada.
Quien ama de verdad a su anti le ama, se dice, sin
contrapartida alguna por su parte.
Tn "ITé DE L" u0U h DE DiEU. 307
sin recibir ni esperar beneficio alguno. La amistad
sincera es perfectamente desinteresada; ¿es posible que
la caridad perfecta no lo sea?
Respondo que es un gran error creer que la
misericordia es desinteresada en el sentido en que
afirmo que no lo es la caridad, pues si somos
cuidadosos veremos lo contrario. Si amamos a
alguien sólo porque creemos que es un hombre
bueno, es porque siempre tenemos algo de amor por
la justicia y este amor se extiende sobre la persona
que creemos justa. Ahora bien, la belleza de la
justicia sólo se ama porque atrae naturalmente a todos
los hombres, aunque no suela atraerles tanto como los
objetos sensibles que les conmueven más vivamente.
O si nuestro amigo nos parece injusto e irrazonable,
sólo podemos amarle porque nos ama, porque toma o
ha tomado nuestros intereses; y es claro q u e nuestra
amistad se funda en que nos amamos y que la
ingratitud nos desagrada; finalmente, si le amamos
por sus modales o por las cualidades que queramos,
es ciertamente porque estas cualidades nos agradan. A
menudo amamos a las personas sin poder decir por
qué, porque no hemos pensado en la razón que suscitó
nuestro amor, pero cuando pensamos en ella la
descubrimos.
Pero no ocurre lo mismo con el amor de Dios que
Debemos amar sólo a Dios como nuestro bien, pues es
cierto que sólo Él tiene el poder de hacernos felices.
Ahora bien, es evidente que todo movimiento de la
voluntad que esté de acuerdo con un juicio verdadero es
un movimiento recto y agradable a Dios, puesto que es
un movimiento que expresa el juicio que Dios tiene de sí
mismo. Pero de ningún modo debemos pensar que
nuestro amigo sea nuestro bien, que tenga un poder real
de actuar en nosotros; pues todo crea-
308

Los juicios falsos son igualmente poderosos a este


respecto, y cualquier movimiento de la voluntad de
acuerdo con un juicio falso es un movimiento
desordenado.
Sin embargo, si suponemos que este amigo tiene algún
tipoel que espèce de pouvoir de nous rendre heureux, et
qu'il le juge ainsi lui-même, il trouverra sans doute très
mau- vais que nous ne s'adressions pas à lui dans le be-
soin que nous en arons, surtout si il peut nous secours
sans qu'il lui cofite rien, ou sans qu'il fait rien qui soit
contraire à ce qu'il se doit à lui-même, parce que notre
conduite à l'égard exprimait un jugement contraire fi
celui qu' il porte d e ses qualités, dans les- que je suppose
qu' il a de la complaisance. 11 tendría alguna razón para
creer que no querríamos imponerle una nueva obligación
de amarle, y eso sin duda le chocaría. Pero si creyera ver
en nuestros corazones q u e le amamos de verdad,
juzgaría que algún secreto orgullo es la causa de nuestra
reserva hacia él, y q u e despreciamos el bien que podría
darnos, lo cual no le agradaría en absoluto si juzgara de
otro modo que nosotros, y si él fuera, como lo es Dios,
la causa del movimiento que tendríamos por este bien.
Ahora bien, el deseo de ser feliz es un m o t i v o del que
sólo Dios es causa; cuanto mayor es el placer, más viva y
agradable es la percepción de la satisfacción divina;
cuanto más unida está el alma a Dios, más se ve, por
decirlo así, obligada a amarle. Si somos razonables, no
queremos ser tocados por este santo placer, sólo
queremos gozar de la bienaventuranza en la medida en
que el orden de la justicia lo exija, e n l a medida en
q u e Dios pueda concedérnosla, sin hacer nada contra lo
que se debe a sí mismo; o más bien, queremos que sólo
actúe según l o que es, que actúe como Dios, pero como
un Dios soberanamente bueno e inmensamente feliz,
c o m o dice San Agustín. Y así,
TRAITŹ DB ß 'A øOCR DE Dl6Lf. 3 09

si pretendemos amar a Dios sólo si nos agrada, sin


gustar que es bueno, o al menos sin la firme esperanza
de que un día lo poseeremos con agrado, e s decir,
mediante el vino y las dulces percepciones que su
sustancia producirá en nuestra alma. estamos
pretendiendo lo imposible. reducimos la caridad o el
puro aiвour de Dios a un juicio especulativo de las
perfecciones directas; pues no podemos aiшer a Dios
con amor de unión, ni siquiera con amor de
coæplaisance, si su sustancia no nos toca, o si no
esperamos que nos toque agradablemente, si en realidad
no nos agrada. Sólo podemos tomar p:ı rt ä la alegría de
nuestro amigo por el placer que recibimos tanto nosotros
como él; no podemos aiшer sin un motivo, y todo mt'tif
no es más que una modificación de uno mismo, una
percepción agradable de un objeto que agrada, del que
gozamos o esperamos gozar. La percepción que los
santos tienen de Dios en el cielo es ь - l a r y ape-rable;
como clara, lo conocen, lo es- timentan, lo juzgan; como
ape-rable, lo tienen. Es confundir las cosas pretender
que la percepción, como clara, de un objeto en sí mismo
y sin relación con nosotros, es el шotif de nuestro amor;
como pretender que c o m o agradable debe ser el шotif
de nuestros juicios. Digo de un objeto con- sidero en sí
mismo y sin relación con nosotros; porque la clara per-
cepción de un objeto en relación con nosotros, o como
capaz de hacernos f e l i c e s , es el único m o t i v o al
que debemos rendirnos. El placer es el motivo d e l
amor; pero nunca debemos admitir que Dios, a menos
que tengamos claro que es la verdadera causa.
De todo lo que acabo de decir se sigue: l- que el amor
de Dios, el más puro meæe, es int4ress4 en ee sentido
de que es eacité por l a impresión natural que
tenemosтon- por la perfección y relicidad de nuestro ser,
BIO TR*ITk DE L'*HOUR DE DIEU.
en una palabra, por el placer tomado en general, o por
las percepciones placenteras que se relacionan con la
verdadera causa que las produce y que nos hace amarla.
t° Ese amor puro es el amor a Dios tal como es, así
como poderoso, sabio, etc.; porque a s í es como Dios
se ama a sí mismo: y este amor es tanto más ardiente
cuanto que Dios, precisamente t a l c o m o es, y no
como la imaginación puede representárselo, nos agrada
tanto más, cuanto que es el placer o la percepción dulce
y apacible que los santos tienen de las perfecciones
divinas lo que les hace oiiblientes a ocuparse sólo de él.
3º Así pues, el amor a Dios sólo como poderoso o
benéfico, tomando esta palabra según las ideas vulgares,
no lo justifica. Es un amor humanamente deshonesto a
Dios, no a Dios t a l c o m o es. Sólo es justo quien ama
a Dios t a l como es. Y a l a inversa: sólo el justo
puede amar a Dios tal como es; porque ciertamente sólo
podemos amar su bien, y Dios no puede ser el bien de
quien no es justo; porque aunque Dios es poderoso y
bien hecho, es justo; como actúa siempre según lo que
es, no puede usar su poder para premiar la injusticia que
se le hace. Él es el bien de los buenos y el mal de los
malos. Cnst eletto eleetus eris et tum perverso
perverteris ' . Sin embargo, el amor a Dios como
bienhechor nos incita fuertemente a amar a Dios tal
como es, pues puesto que a menudo amamos a nuestros
bienhechores incluso en sus vicios, tendríamos que ser
muy desagradecidos y muy poco razonables para n o
amar a Dios tal como es, sobre todo cuando estamos
convencidos de que sin esto es imposible que nos colme
de beneficios.
4- Pero que el amor de Dios como nuestro verdadero
z'R'iz'£ o8 I . AXoVR "z " I "U. 8 I '¥

La bienaventuranza objetiva, como causa de nuestra


perfección, así como de nuestra felicidad, como
nuestra luz, nuestra ley inviolable, la causa de nuestra
justicia, ciertamente nos hace agradables a Dios
cuando este amor es dominante. Pues el amor al orden que
nos hace perfectos es el amor a Dios tal como es, y a
todas las cosas s e g ú n su relación con él, en la
medida en que son amables. Pero para amar el orden
es necesario que nos guste. No se puede ser sólidamente
feliz y ser irrazonable, tener un corazón
desequilibrado. Para ser verdaderamente felices, no
basta que Dios nos dé percepciones arriesgadas y
agradables de una cosa buena, que se relacionan con
una criatura impotente y que la razón nos prohíbe
amar. Debemos complacernos en el goce del
verdadero bien, e incluso saber que este goce será
eterno, porque estando nuestra voluntad perfectamente
conforme con la de Dios, Él tendrá siempre la bondad
de comunicarse a nosotros.
S° tju'un homme jusle et qui a le pur amour ne doit
y ni siquiera puede aceptar seriamente su
condenación. No debe hacerlo, pues siendo justo,
cometería una injusticia contra sí mismo al consentir
la de un Dios imaginario, de la que el Dios verdadero
es incapaz, ya que el Dios verdadero es justo y sólo
puede querer u obrar según lo que es. Y nadie puede
aceptar su condenación, a menos q u e encuentre más
placer real o esté seguro de que tendrá más al aceptarla,
de lo que temería el dolor en una condenación
imaginaria que no causa ningún daño real; Porque
cuando se nos proponen dos cosas para hacer una
elección, bien podemos suspender nuestro
consentimiento, puesto que somos libres; pero cuando
nos decidimos, sólo podemos hacerlo por lo que más
nos agrada, o por lo que menos nos desagrada al
presente, o por lo que esperamos que nos dará más
placer.
ia*nÉ Dn L*M0UR DE DWU.
Siempre m e complazco en el sentido más amplio.
Parecería que incluso quienes imaginan que aceptan
verdaderamente su condenación sólo intentan hacerlo
para asegurar su salvación, por miedo a ofender a Dios
y ser condenados. Tal vez crean que para asegurar su
salvación y erradicar la condenación es necesario querer
aceptarla. Así, el amor propio que desean destruir, en
lugar de regularlos, los engaña.
6º t)no obstante un man)uste debe y puede aceptar-
su .aniquilación, suponiendo que Dios lo quiera. Esta
suposición, aunque imposible en cierto sentido, no
destruye la idea del Dios verdadero, como lo hace la
de la condenación de los justos; porque el ser es pura
libertad, pero el bien y el mal deben ser regulados por
la justicia. Los justos deben, pues, aceptar su
aniquilación, p o r q u e sería injusto por su parte no
hacerlo.
no conforman su voluntad a la del verdadero Dios; y
podrían, porque sólo existe el deseo de ser ben-
o ser Jias desafortunado que es invencible.
Ser precisamente como es, sin bien ni mal presentes
ni futuros, parece tener poca importancia para la
voluntad, pues sin alguna esperanza o temor de otra
vida, y sin el dolor presente de quitarse la vida,
parecería que todos los que son actualmente
miserables y están plenamente convencidos de que
nunca se librarán de sus miserias estarían dispuestos a
hacerlo.
7- Después de su pecado, Adán, sabiendo que
merecía una eternidad miserable, tuvo que amar a
Dios tal como es, pero ya no pudo; puesto que Dios,
que era su bien y su lino, ya no podía ser su bien, sino
sólo su mal o la verdadera causa de su dolor eterno.
Ya no podía ser capaz más que de la desesperación,
que produce necesariamente el deseo de no ser más.
TRATADO SOBRE E L ANOUB DE DIOS 3t3

Pero habiendo producido en Adán el conocimiento del


Mediador la esperanza de que Dios se convertiría en su
bien, pudo entonces amarlo t a l como es.
8- 9Si, a pesar de todo, Dios le h u b i e r a devuelto el
amor dominante por el orden, podría haber amado a
Dios como vengador y haberse decidido a castigarle, a
condición, sin embargo, de que la belleza de la justicia o
el horror de la injusticia fueran un motivo más fuerte y
más vivo que el dolor; e s d e c i r , que el orden
inmutable de la justicia le agradara más, o que la
injusticia le horrorizara más que el dolor real. Es en este
sentido que he dicho en otra parte que quien es Dios
como le ayuda tiene en medio un gran dolor; y que no es
amarle como merece ser amado, creer simplemente que
es el único que puede causarnos sentimientos ogratos.
La objeción a la que contestaba delimita la palabra
placer a los placeres confusos y sensibles. Y cuando aquí
digo que no podemos amar sino lo que es placentero, me
refiero a la palabra placer en su sentido más pleno.
Además, nunca mencioné la cuestión en cuestión en las
Conoet cations chrétiennes. Para hacerse una idea de
mis sentimientos sobre el tema, sería mejor leer el
Z'rni/ë de tnoraie que he escrito, o al menos el capítulo
VIII. Este tratado tiene mucho más que ver con la
cuestión que n o s o c u p a , y es más reciente que los
Conuet-sati'ons que compuse hace más de veinte años.
Hay que creer que los autores son menos ignorantes a
los cincuenta que a los treinta o cuarenta, y que los
esfuerzos que deben hacer para avanzar en el
conocimiento de la verdad no son en vano. Pero,
además, no debemos imaginar que todo lo que dice un
autor es realmente su propio sentir. Porque muchas
cosas se dicen por prejuicio o por fe ajena, y porque a
primera vista parecen verdaderas, sobre todo cuando lo
que se d i c e no interesa al autor.
81 4 TAAJTÉ DE J/*N0UR DE DîEU.
el tema tratado. 11 Hay cientos de lugares en mis cartas
que son contrarios a los sentimientos que la gente ha
tratado de atribuirme. Se puede decir con verdad que
uno tiene un sentimiento definido sólo con respecto a
cuestiones que ha examinado seriamente, y todos los
pasajes que uno amontona para valerse de la autoridad
d e otros ni siquiera prueban que aquellos a quienes uno
cita tuvieran realmente la opinión que uno les atribuye.
Se podría probar lo contrario con otros pasajes de los
mismos autores; y tal vez si volvieran al mundo, nos
dirían de buena fe que nunca habían examinado el tema
sobre el que se pretende que su autoridad sirve para
decidir.
9- También se deduce de los principios que he tratado
d e establecer: que la indiferencia hacia la propia
bienaventuranza, perfección y felicidad no sólo es
imposible, sino que es muy p e l i g r o s o
pretenderla, porque sólo puede inspirar infinita
despreocupación por la propia salvación, que debe
llevarse a cabo, como dice el Apóstol, con cinismo y
temblor. Пesta indiferencia con la que pretendemos
destruir enteramente el amor propio sólo lo coшbat en
apariencia. Es u n a victoria imaginaria que nos hace
tanto m á s orgullosos cuanto menos eofíticos. 11 Es
cierto que para llegar a ello hemos tenido que luchar
contra la razón y contra la im- presión natural que Dios
pone en nosotros por la dicha. Esta llamada vietoire
cofites mucho en este lugar; pero no cofites quizá nada
de lo que más irrita al eorrupted a- moor-propre. 40-
Estos estados de sequedad en que no se tiene gusto por
la virtud son muy peligrosos; sería entonces imposible
resistir a las tentaciones si no se estuviera sostenido al
menos por un secreto horror al pecado; porque el asco
del vicio nos toca a veces tan vivamente y más
vivamente que el gusto de la virtud;
TRA ITÉ DB L'A" 0U n DE "iS U.

Esto, digo, sería imposible, ya que no es posible


perseverar en el bien sin la gracia de Jesucristo; pues,
según San Agustín, la ayuda de la gracia de Jesucristo
consiste sólo en sentimientos semejantes. Sólo la luz y
el sentimiento determinan nuestras diversas necesidades:
la luz es la gracia del Creador, y el sentimiento la del
Reparador. El estado de sequedad es el más
m e r i t o r i o , pero no es el más sdr.
• 0"...debemos esforzarnos con todas nuestras
fuerzas para adquirir las virtudes, para lograr nuestra
propia perreción, mediante el deseo
Sabe bien que, siendo Dios justo, es una necesidad
que lo uno esté regulado por lo otro. Este deseo de ser
felices, cuyo abuso hace ladrones y avaros, debe
hacernos avaros de esa avaricia espiritual que algunos
condenan como contraria a la voluntad de Dios. IIæc
est voluntus Dei sanctificatio vestra dice San Pablo.
Eetote perfecii situt Puter vester eælestis yet-[ectue est,
dice el mismo Jesucristo. No se puede desear
demasiado la perfección. Pero no debemos imaginar
que podemos adquirirla sin la ayuda de Jesucristo, sin
esas gracias de luz viva y de sentimiento por las que
la belleza del orden nos conmueve y el desorden nos
horroriza; porque el amor propio debe estar
iluminado, y al mismo tiempo profundamente
conmovido por los bienes verdaderos, para poder
amarlos.
I 8- De aquí se sigue que esta proposición, "11 no
debe desearse la bienaventuranza sino porque Dios la
quiere", es por lo menos equívoca. es por lo menos
equívoca; porque es falsa en el sentido de que supone
que depende de nosotros querer ser felices, o que
podemos tener motivos anteriores a desear la
bienaventuranza, por los cuales podemos quererla o n o
quererla, que es el principio de todos nuestros deseos. Es
más o menos como si
316 Zn iTË Dz L'x "0UR DI'. DIsU.

solíamos decir que sólo debemos serlo porque Dios


quiere que lo seamos. El motivo de nuestro deseo
natural de bienaventuranza está en Dios, que es su
autor, y no en nosotros. Pero esta proposición es
verdadera en el sentido de que, deseando ser
sólidamente felices en el goce del bien soberano,
debemos con- tentarnos con el grado de goce que nos
será prescrito en la ley eterna, porque este grado más
pequeño satisface suficientemente el deseo natural
que tenemos de bienaventuranza; y que, cuando
tenemos razones para estar contentos, y somos sabios
e ilustrados, no despreciamos lo que no sólo es
injusto, sino absolutamente imposible. Pero ahora que
estamos en condiciones de merecer la gracia con
nuestra cooperación, cuanto más amamos a Dios, más
podemos aspirar a la más alta perfección, porque
cuanto mayor es la felicidad de los santos, cuanto más
gozan plenamente de Dios, más ardiente es su amor y
más perfecta su transformación.
Me parece que tengo demasiado que decir para
demostrar que no soy de la opinión que se me ha
atribuido, y que no sin razón no quiero llegar a ella.
Para terminar, y con la estima y amistad que tengo por
el autor de El conocimiento de mí mismo, necesitaba
buenas razones, o al menos razones que yo creía
buenas, para distanciarme de lo que él piensa sobre el
amor desinteresado. Pero si este ensayo basta para dar
a conocer mis sentimientos sobre ésta y sobre algunas
otras cuestiones conexas, dudo mucho que baste para
convencer a otros; pues, aparte de que es demasiado
breve y de que da por supuestas muchas cosas
probadas en otras partes, el tema es más oscuro y más
difícil de lo que se cree. Puesto que sólo conocemos
nuestra alma y sus facultades a través de la
T RH ITD DE L'A MOU R DE D HU .

Es imposible definirlos con claridad, o, por


consiguiente, mantener la evidencia en el propio
razonamiento. Ruego a los que no son de mi sentir
que se guarden sobre todo de juzgar a Dios por sí
mismos, y de no creerle capaz de desear nada contra
el orden inmutable de la justicia. A menudo
humillamos a la Divinidad, y solemos atribuirle
designios y conductas semejantes a los nuestros; ésta
es una fuente fecunda de error. Él quiere
invenciblemente ser lo que es; quiere también que lo
queramos y lo amemos como es, y no como nos gusta
creer q u e es.

@7.
ENTRETIEN
D' U N P H I LO S0 P H E C H R É T l ES

UN FILÓSOFO CHINO
EN

EXlSTB?fCR B7 LX NATURB DE D1BU

LOS CBISIOS. - ¿Quién es ese Señor de los cielos


que has venido desde tan lejos a anunciarnos? No lo
conocemos, y no queremos creer otra cosa que lo que
estamos obligados a creer por la evidencia. Por eso
sólo creemos en la materia y en Zy, esa verdad
soberana, sabiduría y justicia, que subsiste
eternamente en la materia, que la f o r m a y la
dispone en el bello orden que vemos, y que ilumina
también esta porción de materia epiirada y organizada
de que estamos compuestos. Pues es necesariamente
en esta verdad eterna, a la que todos los hombres están
sometidos, unos más, otros menos, donde ven las
verdades y leyes eternas que son el vínculo de todas
las sociedades.
EL CflÎl YlE2i. - El Dios que os anunciamos es el
mismo cuya idea está grabada en nosotros y en todos los
hombres, pero como no le p r e s t a n suficiente atención,
no lo reconocen tal como es y lo desfiguran extrañamente.
Yoilù por qué Dios, para devolvernos su idea, nos declaró
por medio de su profeta que él es el que es, es decir el ser
que contiene en su esencia todo lo que es real o imaginario.
82 0 ENTRETIEh n'us ruirosorii s en R£TI flN.
de perfección en todos los s e r e s , ser infinito en todos
los sentidos, en una palabra, ser.
Cuando llamamos Señor del cielo al Dios que
adoramos, te imaginas que sólo pensamos en él como
en un gran y poderoso emperador. Vuestro Z.y, vuestra
justicia soberana, está infinitamente más cerca del idre
de nuestro Dios que el de este poderoso
e m p e r a d o r . No os dejéis engañar por nuestra
doctrina. Os repito que nuestro Dios es el que es, el ser
infinitamente perfecto, el Ser. Este rey del cielo al que
consideráis nuestro Dios no sería más que tal ser, no
más que un ser particular, no más que un ser Ont.
Nuestro Dios es el Ser sin restricción ni limitación
alguna. Contiene en sí mismo, de un modo
incomprensible para cualquier mente litigante, todas
las perfecciones, todo lo que hay de verdadera realidad
en todos los Seres creados y posibles. Contiene en sí la
misma realidad o perfección de la materia, el último y
más imperfecto de los seres, pero sin su imperfección,
su limitación, su nada; pues no hay nada en el ser, ni
limitación en el infinito de todos los tipos. Mi mano no
es mi cabeza, mi silla mi habitación, ni mi mente la
tuya. Contiene, por así decirlo, una infinidad d e nada,
la nada de todo lo que no es. Pero en el Ser
infinitamente perfecto no hay nada. Nuestro Dios es
todo lo que es allí donde está, y está en todas partes.
No intentes comprender cómo es esto, pues eres un
llni, y los atributos del infinito no serían sus atributos
si una mente llni pudiera comprenderlos. Podemos
mostrar que es así; pero no podemos explicar cómo es;
sólo podemos mostrar que debe ser incomprensible e
inexplicable para cualquier mente finita.
xn cuisois. - Estoy de acuerdo en que l a idea de que
mt
391

Pero negamos que este infinito exista. Pero negamos


que este infinito exista. ü'eit una ficción, una imaginación
sin realidad.
EL CRISTIANO . - Sostienes, y con razón, que hay una
regla soberana y una verdad soberana que ilumina a
todos los hombres, y que pone este hermoso orden en el
universo. Si te dijeran que esta v e r d a d s o b e r a n a
es sólo una función de tu mente, ¿cómo probarías su
existencia? Ciertamente, la prueba de su existencia no es
más que una continuación de la del Ser infinitamente
perfecto. Pronto lo verás. He aquí, sin embargo, una
demostración muy sencilla y natural de la
e x i s t e n c i a d e Dios, y la más simple de todas las
que podría darte.
No pensar en nada y no pensar en nada, no ver nada y
no p e r c i b i r , es la misma cosa. Así que todo lo
que l a m e n t e percibe inmediata y directamente es
algo o existe: digo inmediata y d i r e c t a m e n t e ,
cuidado; porque sé muy bien, por ejemplo, que cuando
dormimos, e incluso, en muchos casos, cuando estamos
despiertos, pensamos en cosas que no son. Pero estas
cosas no son e l objeto inmediato y directo de nuestra
m e n t e . El objeto inmediato d e nuestra m e n t e ,
incluso en nuestros sonidos, es muy real. Pero si este
objeto fuera la nada, no habría diferencia en nuestros
sueños: porque no hay diferencia entre la nada y la nada.
Hecho, una vez más, todo lo que la mente percibe
inmediatamente es real. Ahora, pienso en el infinito,
percibo el infinito inmediata y directamente. Por lo tanto
es. Pero si n o l o f u e r a , al percibirlo, no
percibiría nada, por lo que no percibiría nada. Así, al
mismo tiempo percibiría y n o percibiría, lo cual es una
contradicción manifiesta.
flg g sNTflETIEH o'ra raicosoras cnR£TtEN
es cu mois. - Admito que si el objeto inmediato de tu
mente fuera el infinito, al penetrar en él tendrías
necesariamente que existir; pero entonces el objeto
inmediato de tu mente es sólo tu propia mente. Quiero
decir que percibes el infinito sólo porque esa porción
de materia organizada y sutilizada, que llamas mente,
te lo representa ¡ por lo que no se sigue que el infinito
exista absolutamente y fuera de nosotros, porque
pensemos en él.
LE CHhûTl ES. - Aparentemente, se l e podría dar la
misma respuesta con respecto al por o a la verdad pura
que usted recibe por el primero de sus principios; pero
eso sólo sería una respuesta indirecta. Así que, por favor,
tened cuidado. Esta porción de materia organizada y
sutilizada que llamáis espíritu es realmenteiiient flnia. No
podemos p u e s , viéndola inmediatamente, roir el
infinito. Ciertamente, donde sólo hay dos realidades no se
puede ver cuatro. Porque habría dos realidades que
veríamos y que, sin embargo, n o serían. Pero lo que no
es nada no puede ser percibido. No percibir nada y no
percibir nada es lo mismo. Por lo tanto, es o b v i o que
en una porción finita de materia o en una mente finita, no
podemos encontrar suficiente realidad para ver el infinito.
Presta a t e n c i ó n a esto. La idea que t i e n e s del
espacio, ¿no es sólo una ilusión? La que tenéis de los
cielos es muy vasta; pero ¿no sentís dentro de vosotros
que la idea d e l espacio la sobrepasa in0niinent2 ¿No os
responde, esta idea, que cualquiera que sea el
movimiento que deis a vuestra mente para recorrerlo,
nunca lo agotaréis, porque de hecho no tiene límites?
Pero si tu mente, tu propia sustancia, no contiene realidad
suficiente para descubrir en ella lo infinito en extensión,
tal infinito, un inllni particular, ¿cómo podrías
¿Cómo es que la materia, sutilizada a su antojo, puede
representar lo que no es? Podría preguntarle cómo es
que la materia, sutilizada a su antojo, puede
representar lo que no es; cómo es que órganos
particulares, sujetos a cambios, pueden ver o
representar verdades eternas e inmutables y leyes
comunes a todos los hombres; porque sus opiniones
me parecen paradojas insoportables.
rs caisois. - Tu razonamiento es sólido, pero no es sólido,
porque va en contra de la experiencia. ¿No sabes que un
pequeño tnbleau puede re-presentarnos grandes campañas,
un gran y magnífico palacio? 11 No es necesario, pues, que
lo que representa contenga en sí toda la realidad que
representa.
L8 CBR£TtEN. - Un pequeño cuadro puede
representarnos grandes campañas; un d i s c u r s o
completo, una deseripción d e un palacio puede
representárnoslo. Pero no es ni el cuadro ni el discurso e l
objeto im- mediato de la mente, que ve palacios o
cafnpagnes. Los palacios, incluso los palacios materiales
que miramos, no son el objeto inmediato de la mente que
los v e ; es la idea de los palacios; es lo que toca o afecta
activamente a la mente, lo que es su objeto inmediato. 11 Es
cierto que un cuadro r e p r e s e n t a l o s palacios sólo
p o r q u e refleja la luz, la cual, entrando en nuestros ojos y
sacudiendo el nervio óptico, y a través de él el cerebro, de la
misma manera que lo harían los palacios, por consiguiente,
c o m o consecuencia de las leyes culturales del uso del
alma y del cuerpo, las ideas que son las únicas que
representan v e r d a d e r a m e n t e los objetos, que
son las únicas que constituyen el objeto inmediato del es-
prito. Pues debes saber que no vemos los objetos materiales
en sí mismos. No los vemos inmediata y directamente,
aunque los vemos con frecuencia.
3.8.4 £-in Th ET1ET D'Uï4 PBI L0S0PB£- C BC t-TI ET

que no lo son. Esta es una verdad que puede


demostrarse de cien maneras.
rz enmois. - Yo lo quiero. Pero se te dirá que es en el Zy
donde vemos todas las cosas, pues es nuestra luz. Es la
fuente de la verdad, así como del orden y la regla. Es en él
que veo los cielos, y que veo los espacios infinitos que
están por encima de los cielos que veo.
es £t1R£TIEfl. - ¿Cómo, en el Zy? Vuelve a tomar el
principio. A percibe le neatit et ne aperce voir, c'est la
méine chose. Por lo tanto uno no puede percibir cien
reales él As donde hay solamente diez; para habría cuatro-
nota diez r{i'i no siendo punto no podría ser aprendido,
Por lo tanto ''n n o p u e d e apei'cevoir e n el Zy todas
las cosas, si no c''ntient éminem ment todos los ëi res, si el
Ly no es el ser en Il niment perfecto, que es el Dios qtie
nosotros adœ rons. Es en él donde podemos ver el cielo y
los espacios infinitos que sentimos n o p o d e r
agotar, porque encierra su realidad en sí mismo. Pero
nada finito eoiitenunt lo in-finito. Por este mismo hecho
de que percibimos la inllii i, d e b e ser. Todo esto se
funda en el principio m u y obvio y simple de que la nada
no puede ser percibida directamente, y que no percibir
nada y no percibir nada s o n la misma cosa.
es t:ii mois. - Le confieso de buena fe que no tengo
nada que replicar como monstl'ación de la existencia de
1 ser inll ni. Sin embargo, no estoy conquistado por ello.
Siempre me parece que cuando pienso en el infinito,
pienso en la nada. "
EL cii lt ETIEN - Pero cómo, a nada 2 t)uand cuando
usted little.srz a un pie d e ètendue o materia, usted piensa
en algo. Cuando ves cien o mil, por supuesto lo que ves
tiene tal o cual mil veces más realidad. Aumentar aún más a
A3'r.c u2t PnELosoPIlE cnlnols.
infinito, y fácilmente concebirás que quien piensa en el
infinito está muy lejos de pensar en la nada, puesto que
lo que pensarías es mayor que cualquier cosa que hayas
pensado jamás. Pero esto es lo que es. La percepción
que el infinito te toca es tan ligera que cuentas como
nada lo que te toca tan ligeramente. Permíteme que te lo
explique.
Cuando te pincha una espina, la idea de la espina
produce en tu alma una percepción sensible que
llamamos dolor. Cuando miras la extensión de tu
habitación, la idea de ella produce en tu alma una
percepción menos v i v a que llamamos color. Pero
cuando miras al aire, la percepción que estos espacios, o
más bien que la imagen de estos espacios produce en ti,
ya no es, o casi, vívida. Finalmente, cuando cierras los
ojos, la idea de los inmensos espacios que entonces
concibes sólo te toca con un yercej'tiun puramente
intelectual. Pero, por favor, ¿debemos juzgar la realidad
de las ideas por la vivacidad de las percepciones que
producen en ti? Si es así, debes creer que hay más
realidad en la punta de una espina que nos pincha, en un
carbón que nos quema, o en sus islas, que en todo el
universo o en su idea. 11 Ciertamente, debemos juzgar
la realidad de las ideas por lo que vemos que contienen.
Los niños creen que el aire no es nada, porque su
percepción del mismo no es sensible. Pero los filósofos
saben muy bien que hay tanta materia como aire.
en un pie cúbico d e aire que en un pie cúbico de agua.
plomo. 11 Por el contrario, parece que las ideas deberían
afectarnos con menos fuerza c u a n t o más grandes
son. Y si el cielo parece tan pequeño en comparación c o n
lo que es, quizá sea porque la capacidad que tenemos para
percibirlo es demasiado pequeña para tener una percepción
vívida y sensible de todo s u tamaño.
z si znrhzTizs n'un rn1rosorBz cnRñTis8
ileur. Pues es cierto que cuanto más vívidas son nuestras
percepciones, tanto más comparten nuestra mente, y
tanto más llenan nuestra capacidad de percibir o de
pensar, capacidad que ciertamente tiene límites muy
estrechos. La idea de lo infinito en extensión contiene,
pues, más realidad que la de los cielos; y la idea de lo
infinito en toda clase de seres, lo que responde a este
rnot, el e/t-e, el ser infinitamente perfecto, contiene aún
más realidad, aunque la percepción con la que esta idea
nos toca sea la más ligera de todas; tanto más ligera
cuanto que es más vasta, y en consecuencia
infinitamente más manejable p o r q u e es inlinie.
Para que comprendas mejor todo esto, y la realidad y
eficacia de las ideas, sería bueno que reflexionaras sobre
dos verdades: la primera, que no vemos los objetos en sí
mismos, y que ni siquiera sentimos nuestro propio
cuerpo en sí mismo, sino a través de nuestra idea; la
segunda, que una misma idea puede afectarnos con
percepciones completamente distintas.
La prueba de que no vemos los objetos en sí mismos
es evidente, pues vemos algunos que no existen fuera,
como cuando estamos dormidos, o cuando el cerebro
está demasiado distraído por alguna enfermedad. Lo que
vemos entonces no es ciertamente el objeto, puesto que
el objeto no es, y la nada no es visible; pues no ver nada
y no ver es lo mismo. Es, pues, por la acción d e l a s
ideas sobre nuestra mente por lo que vemos los objetos;
es también por la acción de las ideas por lo que sentimos
nuestro propio cuerpo; pues hay mil experiencias en las
que personas a las que se les ha cortado un brazo siguen
sintiendo mucho tiempo después que la mano les duele.
Con toda seguridad, la mano que entonces les toca y que
les produce la sensación de dolor no es la que les
cortaron; por lo tanto, sólo puede ser la idea de la mano,
como consecuencia de la agitación del cerebro.
AYEG A PHILOSOPHER ü H I h 0 I S . :j37
inl'lables a los que uno tiene cuando se hiere la mano.
Esto se debe a que la materia de que se compone
nuestro cuerpo no puede influir en nuestra mente; sólo
aquel que es superior a ella, y que la creó, puede
hacerlo a través de la idea del cuerpo, es decir, a
través de su esencia misma, en cuanto que es
representativa d e l a extensión; lo cual os explicaré a
su debido tiempo.
Es cierto que una misma idea puede afectar a nuestra
alma de maneras muy diferentes. Si tu mano estuviera en
agua demasiado caliente y al mismo tiempo tuvieras una
gota en ella, y si la miraras con los mismos ojos, podrías
ver que está demasiado caliente.
lassiez, l' idée de la même main vous toucherait de l rois
sentiments tlifierents: douleur, chaleur, couleur.
Así pues, n o debemos juzgar que la idea que tenemos,
cuando pensamos en la extensión con l o s ojos
cerrados, es diferente de la que tenemos cuando los
abrimos en medio del campo; es sólo la misma idea de la
extensión la que nos toca con percepciones diferentes.
Cuando tienes los ojos cerrados, sólo tienes una
percepción muy débil o pura intelección, y siempre la
misma percepción de las partes ideales de la extensión;
pero cuando los tienes abiertos, tienes varias
percepciones sensoriales, que son de varios colores, que
te llevan a juzgar las partes ideales de la extensión.
La existencia y la verdad de los cuerpos, porque la
operación de Dios en vosotros no es perceptible, si
atribuís a los objetos q u e n o percibís en sí mismos
toda la realidad que sus ideas representan para vosotros.
Ahora bien, todo esto sucede como consecuencia de las
leyes generales de la unión del alma y del cuerpo. Pero
es necesario
Sería una digresión explicarles todo esto en detalle.
Volvamos al tema que nos ocupa.
Cuanto más lo pienses, más claro lo verás. ¿Todavía
crees que pensar en inlini es no pensar en nada, no
percibir nada? 2
43 8z "T nETIEN D'Uh i'B I L0S0 Pu c GuRŸTI EN

es caixois. - Sé muy bien que, cuando pienso en el


infinito, estoy muy lejos de pensar en la nada; pero
entonces no pienso en un mero s e r , en un ser particular
y determinado. Ahora bien, ¿no es el Dios que adoras un
ser así, un ser p a r t i c u l a r ?
El Dios que adoramos no es tal ser en e l sentido de
que su esencia sea limitada, sino que es todo ser. Pero es
tal ser en el sentido de que es el único ser que contiene,
en la simplicidad de su esencia, todo lo que hay de
realidad o de perfección en t o d o s l o s seres, que sólo
son participaciones infinitamente limitadas (no digo
partes), sólo imitaciones infinitamente imperfectas de su
esencia; Pues una de l a s propiedades del ser en fi ni es
ser una, y en cierto sentido todas las cosas; es decir,
perfectamente simple, sin composición alguna de partes,
realidades o perfecciones, e irnitable o imperfectamente
practicable de infinidad de maneras por seres diferentes.
Pero esto es lo que una mente, aunque finita, puede deducir
claramente de la idea del Ser infinitamente perfecto.
¿Crees tú mismo que tu Zy, tu sabiduría soureraine, tu
regla" verdad, es un compuesto de muchas realidades
diferentes, de todas las diferentes ideas q u e te
descubre? Pues he oído que la mayoría de tus médicos
creen que es en la Zy donde ves todo lo q u e ves.
LB CBI80IS. - Todos nosotros encontramos muchas
cosas en el Zy que no podemos comprender, incluida la
combinación de su simplicidad con su multiplicidad.
Pero estamos seguros de que existe una sabiduría y una
regla divina que nos ilumina y lo regula todo. Vosotros
aparentemente situáis esta sabiduría en vuestro Dios, y
nosotros creemos que subsiste en la materia; la materia
ciertamente existe; pero hasta ahora no hemos sido
capaces de comprenderla.
A Y EC VN PnILOSOPO E C U1N0Iü .

n'arons n'arons corn ainctis de l'existence de i'olrc Dieu .


Es verdad que la prueba que acabáis de darme de su
existencia es muy convincente, y tal que no sé qué
responder; pero es tan escasa que no me convence del
todo. ¿No tenéis otras más sensibles?
EL GRIEGO - Te daré cuanto quieras, pues no hay
nada x'i-ible en el mundo que Dios ha creado de lo que
no podamos elevarnos al conocimiento del Creador,
s i e m p r e que razonemos con justicia; y así es como te
convenceré de su existencia, siempre que observes esta
condición, cuida de seguirme y de no replicar nada que
no entiendas claramente.
C u a n d o abres l o s ojos en medio del campo, en el
mismo entorno en que los abres, descubres un inmenso
número de objetos, cada uno según su tamaño, su forma,
su movimiento o su r-l-Ofi, su proximidad o s u
distancia, y desacoplas todos estos objetos por
percepciones de colores de todo tipo.
diferentes. Averigüemos cuál es la causa de las p- -r-
tiones tan rápidas que tenemos de tantos objetos; i:ettc
La causa sólo puede ser o los objetos mismos, y los
órganos de nuestro cuerpo que reciben las
impresiones de ellos, o nuestra alma, si ahora la
separamos de sus órganos, o la f.y, o el Dios a quien
adoramos, y a quien creemos que actúa
constantemente dentro de nosotros con ocasión de las
impresiones de los objetos en nuestro cuerpo.
t ° Creo que estás de acuerdo en que olijets nc f'int
que ré0échir la lumiüi-e de nos yeua. 2º Comme je su{"
pose que vous savez com en ent sont läits les yeux, je
crois que i ous conx'eucz encore qu'ils ne font que
rassembler les rayons, qui sont rè fléchis de cliatpic
point des objets, en amant dc points sur le ncrfrapti'pic,
où se trous e le fo) er des h uiiicurs transJ'arentes de l'a
il.
3 30E "T R ETiE x D' rN Fn I L0S0 Pn E C BR É'rt E"

Ahora bien, es evidente que este encuentro de rayos


sólo sacude las fibras de este nervio, y a través de él
las partes del cerebro donde terminan estos nervios, y
también los espíritus animales o estos pequeños
cuerpos que pueden estar entre estas fibras. Ahora
bien, hasta este punto no hay ningún sentimiento, ni
ninguna percepción de los objetos.
rE ciiiN0IS. - Esto es lo que nuestros médicos os
negarán. Lo que llamamos espíritu o alma no es, según
ellos, más que materia organizada y sutilizada. Las
sacudidas de las ilebras del cerebro, combinadas con
los movimientos de estos pequeños cot-ps, o de estos
espíritus ani- maos, son lo mismo que nuestras
percepciones, nuestros juicios, nuestros razonamientos,
en una palabra, son lo mismo que nuestros diversos
pensamientos.
EL CRISTIANO - Aquí estás, detenido en seco; pero
eso es porque no estás cumpliendo con la condición
prescrita. Me replicas lo que no concibes claramente;
pues yo concibo claramente todo lo contrario. Concibo
claramente, por la idea de extensión o materia, que es
capaz de figuras y movimientos, de rap- tos permanentes
o sucesivos de distancia, y nada más; y digo sólo lo que
concibo claramente. Incluso encuentro que hay menos
conexión entre el movimiento de pequeños cuerpos, la
agitación de las fibras de nuestro cerebro y nuestros
pensamientos, que entre el cuadrado y el círculo, que
n a d i e ha confundido jamás el uno con el otro. Porque
el cuadrado y el círculo concuerdan al menos en que
ambos son modificaciones de la misma sustancia; pero
las diversas vibraciones del cerebro y de los espíritus
animales, que son modificaciones de la materia, no
concuerdan en absoluto con los pensamientos de la
mente, que son ciertamente modificaciones de otra
sustancia.
Llamo sustancia a aquello que podemos percibir por
sí solo, sin p e n s a r e n nada más; e inodi0eación
A Y EC UJ'f P II I LOSOPB E C 0 INOIS.

La sustancia o modo d e ser, que no podemos percibir


p o r n o s o t r o s m i s m o s . Así, digo que la materia o
extensión creada es una sustancia, p o r q u e puedo pensar
e n l a extensión sin pensar en otra cosa; y digo que
las figuras, que la redondez, por ejemplo, es sólo una
modihcación de la sustancia, p o r q u e n o podemos
pensar en la redondez sin pensar en la extensión; pues la
redondez e s sólo la extensión misma de tal modo.
Ahora bien, así como podemos tener alegría, tristeza,
placer, dolor, sin pensar en la extensión; así como
podemos percibir, juzgar, i.iisonner, crainJre, espérer,
liiiïr, aimer, sans penser à l'étendue, je veux dire sans
apercevoir de l'étendue, non dans les objets de nos
perceptions, objets qui peu vent avoir de l'tlendue, mais
dans les perceptions mëmes de ces objets, il est clair que
nos perceptions ne sont pas des modifications de notre
cers'eau, qui n'est que de l'étendue diverscinent con-
figurée; mais uniquement de notre esprit, substance seule
c:ipal'le de pensei-. Es x'rai nêiin menos que casi
siempre pensamos como consecuencia de lo que ocurre
en nuestro cerebro: de lo que podemos con- cluir que
nuestra mente está unida a él, pero en modo alguno
vinculada a él.
que nuestra mente y nuestro cerebro son u n a misma
sustancia. De lionne fe, concebir-
¿Está claro para usted que las diferentes disposiciones y
movimientos de los cuerpos pequeños o grandes son
pensamientos o sentimientos diferentes? Si crees esto
claramente, dime ¿en qué disposición de fibras
cerebrales consiste l a alegría o la tristeza, o cualquier
otro sentimiento?
CHINO. - Confieso que no lo veo claro. 'Äúbut it'Äôs
f'tu £ l'icn qc e ctI'i soit 'iii si, et que nos perceptions nc
soient que des m'itlifici'ins de la matiere. €.ar, par
e.xemple, dùs qu'une f'piiic mous
B 3SE NT R E TI EN D'UN PH I LOSOPB E CB ÏIÉT1 ES

pincha el dedo, sentimos dolor, y lo sentimos en el dedo


pinchado; señal segura de que el dolor está sólo en el
pinchazo, y de que el dolor está sólo en el dedo.
EL CH RLTIANO - No estoy de acuerdo. Como la
espina es puntiaguda, estoy de acuerdo en que hace un
agujero en el dedo; pues lo concibo claramente, ya
que una extensión es impenetrable para cualquier otra
extensión. Es una contradicción q u e dos sean uno;
así que no es posible que dos pies cúbicos sean uno.
Por lo tanto, la espina que pincha el dedo
necesariamente hace un agujero en él. Pero si el
agujero en el dedo es lo mismo que el dolor que se
sufre, y si este dolor está en el dedo pinchado, o en
una modificación del dedo, no estoy de acuerdo. C:m
uno debe juzgar que dos cosas son diferentes cuando
uno tiene ideas diferentes de ellas, cuando uno puede
pensar en una sin pensar en la otra. Un grano en un
dedo no es lo mismo que el dolor. Y el dolor no está
en el dedo, o un modilicatioti del dedo. La experiencia
nos ha enseñado que el dedo duele incluso a q u i e n
l e han cortado el brazo y ya no tiene dedo. Por tanto,
sólo puede ser, como ya os he dicho, la idea del dedo
la que modifique con un sentimiento de dolor nuestro
àmc, e s decir, esta sustancia del hombre capaz de
sentir. Ahora bien, esto sucede como consecuencia de
las leyes generales de la unión del alma y el cuerpo,
que el Creador ha establecido, para que retiremos la
mano y conservemos el cuerpo que nos ha dado. No
voy a explicarme más ¡ porque la condición que he
puesto es que sólo me respondas lo que entiendas
claramente. Por favor, recuérdalo. xE caisois. - Bueno
1, tanto si la malaria es capaz de pensar como si no, se
te dirá que lo que somos capaces de pensar, que
nuestra alma será lo único capaz de pensar.
*YSC UN PBIL0S02DE CdIN0I@. 33 3

x'raie causa de todas las diferentes percepciones que


tenemos de los objetos cuando abrimos los ojos en
medio de una cain pagne. Se dirá que el conocimiento
que el alma tiene de las diversas proyecciones o
imágenes q u e los objetos trazan sobre el nervio óptico,
forma esta variedad de percepciones y sensaciones. fiela
me p a r e c e bastante plausible.
EL CUERNO ETIÁTICO. - Esto puede parecer
plausible, pero ciertamente no es verdad; porque, 1º no es
verdad que la prima sepa que tales o cuales proyecciones se
hacen en el nervio óptico; ni siquiera sabe cómo está hecho
el ojo, y si está revestido del nervio óptico; 2º suponiendo
que sepa todo esto, puesto que no c o n o c e ni la óptica ni
la geometría, no podría, a partir del conocimiento de las
proyecciones de los objetos en sus o j o s , concluir ni su
fi¡;ura ni su tamaño : su forma, porque la proyección de un
círculo, por ejemplo, nunca es un c í r c u l o , excepto en un
solo caso; su tamaño, p o r q u e no es proporcional al de
las proyecciones cuando no están a igual distancia; 3º
suponiendo que conociera perfectamente la óptica y la
geometría, no habría podido, en el mismo instante en que
abrió los ojos, sacar este número casi infinito de
consecuencias, todas necesarias para situar todos estos
objetos en su d i s t a n c i a , y atribuirles sus figuras,
por no hablar de esta sorprendente variedad de colores con
que los vemos cubiertos; todo esto, hoy como ayer, sin
error o con los mismos errores, y coincidiendo en esto con
un gran número d e otras personas; 4º tenemos la
sensación interior de que todas nuestras percepciones de los
objetos s e hacen en nosotros sin nosotros, e incluso a
pesar nuestro, c u a n d o nuestros ojos están verdes y los
miramos. Sé, por ejemplo, que cuando el sol toca el
horizonte, no es más grande que el cielo.
33 zNTaxliCN DE A 881L0S0P8" CDQ#?1EN
cuando está en nuestro meridiano, e incluso que su
proyección sobre mi nervio óptico es algo menor; y sin
embargo, a pesar de mis conocimientos, creo que e s
más grande. Creo que es por lo menos un millón de
veces más grande que la Tierra, y la veo más pequeña
sin comparación. Si me muevo de oeste a este mirando a
la luna, veo que se mueve del mismo lado que yo, y sé
que se va a poner por el este. Sé que la altura de la
imagen que se pinta en mi ojo de un hombre que está a
diez pasos de mí, disminuye a la mitad cuando se h a
acercado a cinco; y sin embargo lo veo del mismo
tamaño, y todo esto independientemente.
'el conocimiento de las razones en que se fundan las
percepciones que tenemos de todos estos objetos; cat'
muchas personas que ven los objetos mejor que los que
saben óptica no conocen estas razones. En efecto, e s
evidente que no es el alma la que se da esta variedad de
percepciones que tiene de los objetos en cuanto abre los
ojos en medio del campo.
rE cumois. - Confieso que tenía que ser el ZJ/ .
LE CH RETI Ex - Sí, sin duda, si por Zÿ se entiende un
ser poderoso, inteligente, que actúa siempre de manera
uniforme, en una palabra, un ser inllnormalmente
perfecto. Fíjate sobre todo en dos cosas: la primera, que
es necesario que la causa de todas las percepciones que
tenemos de los objetos conozca perfectamente la gco
metría y la óptica, cómo están compuestos los ojos y los
miembros del cuerpo de todos los horn mes, y los
diversos cambios que se producen en ellos a cada
momento, quiero decir al menos aquellos sobre los que
es necesario regular' nuestras percepciones; z*° 'duc este
ciiusc razona tan justc y tan prontc,
A''GC UW PaILOs 0 PME CBzr UIS.

Que se vea que ella es indnimentemente inteligente,


cualidad que tú negaste a LU; y que ella descubre a
simple vista las consecuencias más remotas de los
principios según los cuales ella actúa sin cesar en todos
los hombres y en un instante.
Para que veas más claramente lo que pienso al
respecto, digo que, suponiendo que sea yo quien me dé
la percepción de la distancia de un objeto que sólo
estaría a tres o cuatro pies de mí, es necesario que
conozca la geometría, cómo se componen mis ojos y los
cambios que en ellos se producen, y que razone de la
siguiente manera: por los conocimientos q u e t e n g o
de geometría, sé cómo se componen
mis ojos y los cambios que en ellos se
producen, y razono de la siguiente
manera: por los conocimientos que
tengo de geometría, sé cómo se componen mis ojos y los
cambios que en ellos se producen.
También conozco por su situación los dos ángulos que
sus ejes, que convergen en el mismo punto del objeto,
hacen con la distancia de mis ojos: aquí se hacen tres
cosas conocidas en un triángulo, su base y dos
ángulos; hecha la perpendicular trazada desde el punto
del objeto str r el medio de la distancia que hay entre
mis yen.x, que marca la distancia del objeto
directamente opuesto a mí, puede saberse por los
conocimientos que tengo de geometría; pues esta
ciencia me enseña que un triángulo se determina
cuando se da un centro con dos ángulos, y que de aquí
no se deduce lo q u e busco. Pero si cerrara un ojo,
como sólo habría dos cosas conocidas, la distancia de
los ojos y un ángulo, el triángulo quedaría indefinido,
y en consecuencia ya no podría, por este medio,
percibir la distancia del objeto. Podría conocerla por
otro medio, pero con menos precisión que por éste. A
través del supuesto conocimiento que tengo de lo que
ocurre en mis ojos, conozco el tamaño de la imagen
que se pinta en el fondo de mi ojo. La óptica me
enseña que cuanto más elocuentes son los objetos, más
pequeñas son sus imágenes o proyecciones.
Entonces, por el tamaño de la imagen, debo juzgar que el
objeto, cuyo tamaño ordinario conozco más o menos,
está también a tal o cual distancia. Pero como este
método no es tan exacto, tengo que u t i l i z a r mis dos
ojos para averiguar con más exactitud la distancia a la
que se encuentra el objeto. Del mismo modo, cuando un
hombre se acerca a mí, juzgo por los medios precedentes
u otros semejantes que la distancia de él a mí disminuye;
pero como, por el conocimiento que tengo de lo que pasa
en mis ojos, sé que l a proyección de él en el fondo de
mis ojos aumenta proporcionalmente a lo más cerca que
está, y como la óptica me dice que las alturas de las
imágenes de los objetos están en proporción recíproca
con sus distancias, juzgo con razón que debo darme una
percep- ción de este hoœ me que sea siempre igual en
tamaño, aunque su imagen disminuya.en mi nave óptica.
Cuando miro un objeto y la proyección del mismo en el
fondo de mi ojo cambia constantemente de lugar, puedo
ver que el objeto se mueve. Pero si camino al mismo
tiempo que lo miro, como también conozco la cantidad
de movimiento q u e me estoy dando, aunque la imagen
de este objeto cambie de lugar e n la parte posterior de
mis ojos, debo verlo inmóvil, salvo que el movimiento
que sé q u e me estoy dando al caminar no es
proporcional al cambio de lugar que sé que ocupa l a
imagen de este objeto en mi nervio ó p t i c o .
Es evidente que si no siguiera exactamente el tamaño
de las proyecciones trazadas sobre el nervio óptico, la
situación y los movimientos de mi cuerpo, y
divinamente, por decirlo así, la óptica y la geometría,
cuando dependiera de mí formar en mí las percepciones
de los o b j e t o s , nunca podría percibir la distancia, el
tamaño, la situación y el movimiento.
NY NG U N PIII L0S0 RHE C El N01S,

de cualquier cuerpo. Por eso e s necesario que la causa de


todas las percepciones q u e tengo, c u a n d o abro los
ojos en medio de una campa gne, conozca exactamente
t o d o esto, puesto que todas nuestras percepciones están
reguladas únicamente por ella. .de modo que la regla
invariable de nuestras percepciones es la geometría u óptica
perfecta; y su causa ocasional o natural es únicamente lo
que sucede en nuestros ojos y en la situación y movimiento
de nuestro cuerpo. Por ejemplo, si me muevo tan
uniformemente, como ocurre a veces e n un barco, que no
siento este movimiento, la orilla me parecerá que se mueve.
Del mismo modo, si m i r o un objeto a través de una lente
afín o cóncava, que aumenta o disminuye la imagen que s e
forma de él en el ojo, siempre lo veré como más grande o
más pequeño d e l o q u e e s ; y a u n q u e conozca el
tamaño d e este objeto, nunca tendré una percepción
sensible de él sino en relación con la imagen que se forma
de él en los ojos. Esto se debe a que el Dios que adoramos,
creador de nuestras almas y de nuestros cuerpos, para unir
estos dos subestados de que se compone el hombre, ha
hecho ley general el darnos en cada inst.int todas las
percepciones de los objetos '4sensibles que deberíamos
darnos a nosotros mismos, si, conociendo
p e r f e c t a m e n t e l a geometría y la óptica, y lo que
pasa en nuestros ojos y en el resto de nuestro cuerpo,
pudiéramos además de eso, únicamente como consecuencia
de este c o n o c i m i e n t o , actuar en nosotros
mismos, y producir allí nuestras sensa- ciones en relación
con estos objetos. En efecto, puesto que Dios nos hizo para
que nos ocupásemos de Él y de nuestros deberes para con
Él, quiso enseñarnos, sin ap}ilicación alguna por nuestra
parte, por el camino corto y seguro de las sensaciones, todo
lo que es necesario para la conservación de la vida, no sólo
la presencia y situación de los objetos que nos rodean, sino
también la manera como sentimos respecto a ellos.
I1- $9
3.8 ENTR EGA D E UN PO I L0S01'I1E C O RETIEN

sus diversas cualidades, útiles o perjudiciales.


P r e s t a d ahora seria atención a la multiplicidad de las
sensaciones que tenemos de los objetos sensibles, no
sólo por los ojos, sino por los demás sentidos; a la
prontitud con que nos protegen, a la exactitud con que nos
advierten, a los diversos grados de fuerza o vivacidad de
estas s e n s a c i o n e s , proporcionados a nuestras
necesidades, no sólo en vosotros y en mí, sino en todos
los límites, y esto en todo momento. fionsi4er en li n las
reglas invariables y las leyes generales de todas nuestras
percepciones, y admirar profundamente la inteligencia y
el poder infinito del Dios que adoramos, la uii- forrnit6
de su conducta, su bondad para con los hombres, su
aplicación a susnecesidades en el verano de la vida
presente. Pero que su bondad paternal, que nuestra
religión nos enseña que tiene para con sus hijos, está por
encima de todo esto 1.
a su hijo que a su trabajo.
LOS cniNoIs. - Me parece que vuestra doctrina es
muy parecida a la de nuestra secta, y que el f.y y el Dieti
que honráis son muy semejantes. Las gentes de este
pavimento son idólatras; adoran la piedra y la madera, o
a ciertos dioses particulares que han imaginado que
están en c o n d i c i o n e s d e ayudarles. Yo también
creía que este Gobernador del cielo, a quien vosotros
llamáis vuestro Dios, era de la misma clase, más
excelente y más poderoso que el del pueblo, pero seguía
siendo un Dios imaginario. Pero veo que vuestra
religión merece ser examinada seriamente.
LA cneéTiEn. - Comparad vuestra doctrina con la
nuestra sin prejuicios. Estáis mucho más obligados a
hacerlo que vuestra bondad eterna lo estará por este
examen. La religión que seguimos no es producto de
nuestra mente. Nos fue enseñada por esta
CV EC L'N PO I L0S0I'1J li COI]'i0IS. 3.3.9

soberano vé ritó que llamáis el por, y lo con- lirmó por


un gran número de milagros, que consideraréis fábulas,
prcrenos como estáis de la sublimidad de vuestros
conocimientos. la tàclie de desengañaros por
razonamientos hu manos. Pero no creo que nuestra fe
dependa de ello. Está basada e n l a auloridad divina, y
proporcionada a la capacidad de todos los hombres.
Tú dices que el Por es la verdad suprema. yo también:
pero he aquí cómo yo lo entiendo. Dios, el ser infinitamente
perfecto, que contiene en sí todo lo real o perfecto, como ya
te h e demostrado y explicado, puede, tocándome con sus
realidades efectivas, pues no hay nada impotente en Dios,
es decir, tocándome con su esencia, en cuanto que es
participable contigo y con todos los seres, descubrirme o
representarme todas las c o s a s . Digo esto t o c á n d o m e ,
porque, aunque mi mente es capaz de pensar o percibir,
sólo puede percibir aquello que la totica o modifica; y tal es
su grandeza, que sólo su Creador puede actuar
inmediatamente en ella. Es en el verdadero por donde
reside la vida de las iuteligencias, la luz que las ilumina.
Pero esto es lo que los hombres carnales y groseros no
comprenden. Por eso digo que el verdadero By es la verdad
soberana; es porque contiene en su esencia, en la medida
en que es imitable de infinitas m a n e r a s , l a s ideas o
arquetipos de todos los Gires, y porque nos revela estas
ideas. Quitad las iilécs, y q u i t a r é i s las verdades; pues
es evidente que las verdades no son más que las relaciones
entre las ideas. Dios sigue estando 1:t sujeto a la erainc
vtrite, en el sentido de que no puede engañarnos, incumplir
sus promesas, etcétera. Pero no es necesario detener ahí
estos dii'ers sentidos, según los cuales s e puede decir que
Dios es la sou i era i ne v t r i d a d .
3$ 0 EL Tftr.TI EN D'Ui'i PIII LOSOPII E CH h ÉTI EN

Dime ahora: ¿cómo entiendes que el por es la verdad †


Pero ten cuidado que esta palabra vériié sólo significa
rappo rt. Gar 2 et 2 sont 4 n'est une vérité que parce qti'il
y a un rapport d'éga1ité entre 2 et 2 et 4. Del mismo
modo, 2 y fl no son 5 sólo es verdad porque hay una
desigualdad entre 2 y 2 y o. Entonces, ¿qué quiere decir
verdad soberana o relación soberana? ¿Qué realidad
encuentras en una relación, o en una relación soberana?
Si un cuerpo es el doble de grande que otro, puedo ver
que es más real. Pero para negar la realidad de los cuerpos,
hay que negar su r e l a c i ó n . Por lo tanto, la relación que
existe entre los cuerpos es básicamente sólo los mismos
cuerpos. Así pues, la £p sólo puede ser la verdad
soberana p o r q u e , siendo infinitamente perfecta,
contiene en la simplicidad de su esencia las ideas de
todas l a s cosas que ha creado y puede crear.
Dices que el by sólo puede existir en la materia.
¿Acaso afirmas que sólo c o n s i s t e en las 'diversas
íigu res que tienen los cuerpos que componen el
universo, y que el by es sólo el orden y la ordenación
que existe entre ellos? Qué poco sería tu por, si
consistiera sólo en eso! y que la materia misma, el
último y más despreciable de los subestados, estaría por
encima de ese Zy, del que tantas negaciones tienes!
Porque ciertamente la sustancia vale más que sus
diversas disposiciones; lo que n o perece, que lo que es
perecedero.
CllINOIs. - Por Zy no entendemos simplemente la
disposición de la materia, sino esa sabiduría subterránea
que dispone las partes de la materia en un orden
maravilloso.
LOS CtlflúTIEs . - En esto, vuestra doctrina es
semejante a la nuestra. Pero ¿por qué sostenéis que la £y/
no subsiste en sí misma, y que no puede subsistir en sí
misma?
A \'EC UN PH I LOS0 I'O E C HI NOIS.

que no es inteligente, y que no sabe ni lo que es ni lo que


hace? Esto nos lleva a pensar que usted cree q u e l a f.y
es sólo la figura y disposición de los cuerpos. La figura y
la disposición de los cuerpos no pueden existir sin los
cuerpos mismos, y carecen de inteligencia. La redondez,
por ejemplo, de un cuerpo no es ciertamente más que el
propio c u e r p o en tal forma, y no sabe lo que es. ()
uando ves una obra bella, dices que hay mucho trabajo
en ella. Si q u e r é i s d e c i r con esto que l a
p e r s o n a que la compuso estaba iluminada p o r
la por. por la sabiduría sou ve- raina, pensaréis como
nosotros. Si queréis decir que la idea 'ju'a el obrero de su
obra está en el by, y que es este iilée qtii iluminó al
obrero, conseritirons a l l í . El by no existe, pues, en la
disposición de las partes de que se compone el ous'i age,
ni, por la misma razón, en la disposición de las partes del
cerebro del obrero. El by es una luz común a todos los
cuernos, y todas estas disposiciones de la materia no son
más que niodilicaciones particulares. Estas disposiciones
pueden perecer y cambiar, pero el by es eterno e
inmutable. Por lo tanto, subsiste en sí mismo, no sólo
independientemente del mal, sino independientemente
de las inteligencias más sublimes, que reciben de él la
excelencia de su naturaleza y la sublimidad d e su
conocimiento. ¿Por qué, entonces, menospreciáis el por,
el sou veraine sa gesse, hasta el punto de sostener que
"no puede subsistir sin la materia"? Pero, una vez más,
¡qué extraños pa'adoxes, si es cierto q u e los sostienes!
Vuestro By no es inteligente. Él es la sabiduría soberana,
y no sabe ni lo que es ni lo que 1*it. 11 ècl'iire todos los
lioinmes, les da sabiduría e inteligencia, y no es s'iige él
mismo-.
:nc*me.11 ciertamente ordena las partes de la materia
3t9 ET T n ET IEC D'CN PO I L0S0 PHE CH RËT1 E.N

Coloca sus ojos en la parte superior de la cabeza del


hombre, para que pueda ver desde más lejos, pero sin
saberlo, e incluso sin quererlo. Gar sólo actúa por la
ciega impetuosidad de su naturaleza benéfica. Esto es lo
que he oído que piensa de su LJ. ¿Hace esto justicia a
aquel de quien deriva todo lo que es?
LE Cl1m0IS. - Decimos que el Por es la suprema
sabiduría y la soberana justicia; pero por respeto a él no
nos atreveríamos a decir que es sabio o que es justo. Pues
son la sabiduría y la justicia las que hacen a uno sabio
y justo; y por eso la sabiduría es mejor que la sabiduría, la
justicia que la justicia. ¿Cómo puedes
Decir de tu Dios, el ser infinitamente perfecto, que es
sabio... Pues la sabiduría que lo hará sabio sería más
perfecta que él, y de ella derivaría su perfección. Lfi
CER1-TIEN - El ser infinitamente perfecto es s a b i o .
Pero él es su propia sabiduría; él es la sabiduría misma.
No es sabio por una sabiduría ajena y cliinié- rica; es su
propia luz, y la luz que ilumina todas las inteligencias. Él
es justo, y la justicia es esencial y original. 11. Él es
bueno, y la bondad misma. Él es todo lo que es, necesaria
e independientemente de cualquier otro Ser, y todos los
seres derivan de él todo l o que tienen de realidad y
perfección; el ser infinitamente perfeccionado es
autosuficiente, y todo lo que ha hecho está en constante
necesidad de él.
Lz cuisois. - 0 "oi! lzsouver'iine sabiduría sería sabio
e1l''-môme? Me parece claro que esto se contradice,
porque los lex ines y los qualilés son diferentes de los
sujels. ¡buena sabiduría sabia! cómo así 1 es sabiduría
que hace sabia, pero no e s sabia en sí.
Lfi G11R ïiTliN. - Veo que imaginas que h a y formas y
cualidades abstractas que no son las formas y cualidades de
un sujeto; que hay formas y cualidades abstractas que no
son las formas y cualidades de un sujeto; que hay formas y
cualidades abstractas que no son las formas y cualidades de
un sujeto; que hay formas y cualidades abstractas que no
son las formas y cualidades de un sujeto.
A Y EC UN l'B1L0S0 PO E C0 INOIS . S43

una sabiduría, una justicia, una bondad abstracta, que no es


la sabiduría de ningún s e r . Jf ç abstracciones que
trompen1. ¿Qué crees que hay una figura abs- tractable,
una redondez, por ejemplo, que hace redonda a una
pelota, y sin la cual un cuerpo cuyos puntos de
superficie están todos igualmente distantes del centro no
sería redondo? Cuando hago esta justicia a Zy, decir de
él que es independiente de la materia, su ge, jusle,
todopoderoso, en una palabra in finiment par- fait, y que
le adoro en esta cualidad, ¿creéis que en esto no soy
justo, independientemente de vuestra justicia abstracta e
imaginaria, si en esto hago a Ly el honor que le es
debido? Una vez más, tus abstracciones te engañan.
Pero debo explicarle cómo concibo que Bieu es su
propia sabiduría, y en qué sentido es la nuestra.
E l Dios que adoramos es el ser infinitamente perfecto,
como ya te h e explicado, y cuya existencia te he
demostrado. Ahora bien, conocerse a sí mismo es la
perfección. Así pues, el ser infinitamente perfecto se
conoce perfectamente a sí mismo y, por consiguiente,
conoce también todas las formas en que su esencia infinita
puede ser imperfectamente participada o imitada por todos
los seres particulares.
t fi HiS, SOÎt Cl'tcs, soit possibles; es decir, ve en su
esencia las ideas o arquetipos de todos estos seres.
Ahora bien, un ser infinitamente perfecto es también
omnipotente, puesto que la omnipotencia es perfección.
Por consiguiente, puede querer y, en consecuencia, crear
estos seres. Así pues, Dios ve en su esencia infinita la
esencia de todos los seres linis, es decir, la idea o
arquetipo de todos e s t o s s e r e s . También ve su
existencia y todos sus modos de existir por el
conocimiento que tiene de sus propias voluntades, ya
que son sus voluntades las que les d a n el ser. Así
pues, el Ser infinitamente perfecto es para sí mismo su
propio ser; no obtiene su conocimiento más que de sí
mismo; y si él
3$ tE NTRETIE "4 D' U N Pïl ILOSO PME C O R ÉTI EU

conoce la materia que tan artísticamente dispone en


relación con los fines que se propone, como es evidente
en la construcción de animales y plantas, sólo la conoce
p o r q u e la ha hecho. Pues si fuera eterna, no habría
formado de ella tantas obras admirables, ya que ni
siquiera tenía conocimiento de ella, puesto que el ser en
perfección finita sólo puede sacar su conocimiento de sí
mismo. Ves, pues, cuán sabio es Dios, y cómo su
sabiduría es suya.
Dios es también nuestra sabiduría y la fuente de
nuestro conocimiento, porque es el único que actúa
i n m e d i a t a m e n t e sobre nuestras mentes y les
revela las ideas que contiene de los seres que ha creado y
puede crear; es decir, porque toca nuestras mentes por su
influencia siempre eficaz, no según todo lo que es, sino
sólo según lo que representa de lo que vemos. Para que
te des cuenta de lo que quiero decir, imagina que el plano
de este muro es inmediatamente visible, y por sí mismo
capaz d e actuar sobre tu mente y hacerse ver por ella.
O s he demostrado que esto no es verdad; porque hay
una diferencia infinita entre los cuerpos que vemos
inmediata y directamente; quiero decir entre las ideas de
los cuerpos inteligibles y los cuerpos materiales, que
miramos volviendo y enlazando nuestros ojos hacia
ellos. Supongamos, digo, que el plano de este médium es
capaz d e actuar sobre tu mente y hacerse ver por ella,
es evidente que podría hacerte ver toda clase de líneas
curvas y rectas, y toda clase de líneas, sin que tú vieses el
plano. Pues si el plano te tocara sólo como una línea y tal
línea, y el resto del plano no te tocara, y se volviera
perfectamente transparente, verías la línea sin ver el
plano, aunque vieras la línea sólo en el plano, y por la
acción del plano.
AYSC A VDI10S0flDE CBINOÆS.
en tu mente, porque de hecho este plano contiene la
realidad de todas las clases de líneas, sin lo cual no
podría representártelas en sí mismo. Así Dios, el ser
infinitamente perfecto, conteniendo en sí todo lo que hay
de real o perfecto en todos los e l e m e n t o s , puede
r e p r e s e n t á r n o s l o s , tocándonos con su esencia,
no tomada absolutamente, sino tomada como relativa a
estos Seres, puesto que su esencia infinita contiene todo
lo que hay de real en todos los elementos finitos. Así,
sólo Dios actúa inmediatamente en nuestras almas; sólo
él es nuestra vida, nuestra luz, nuestra sabiduría. Pero
ahora sólo nos revela en sí mismo las ciencias humanas,
y lo que nos es necesario en relación con la sociedad y la
conservación de la vida presente, unas veces como
consecuencia de nuestra atención, y otras como
consecuencia de las leyes generales de la unión del alma
y del cuerpo. Se reservó el derecho d e instruirnos en las
cuestiones r e l a t i v a s a la vida futura por medio de
su Verbo, que se hizo hombre y nos enseñó la religión
que profesamos. Veis, pues, que no menospreciamos la
sabiduría soberana del verdadero Ly sosteniendo que es
sabio, puesto que él es su propia sabiduría y luz, y la luz
de nuestras mentes. Pero si el £y no se conocía a sí
mismo, y no sabía lo que hacía; si no tenía ni voluntad ni
libertad; si todo lo hacía en la momia por una
impetuosidad ciega y necesaria, por excelentes que
fueran sus obras, no veo que, en la dependencia en que
aún lo colocáis de la materia, merezca el elogio que le
hacéis.
EL CHINO. - Veo que no hay contradicción entre que
Dios sea sabio y sabiduría, incluso en la forma en que lo
explicas. Pero usted sigue concibiendo a nuestra f.y
como el orden inmutable, la ley eterna, la regla misma y
la justicia. ¿Cómo con-
EN TH ETIEN D'Ufi l'M I L0S0 PH 'i CtIR ÉTÎ k2i

der el Zy con vuestro Dios? ¿Cómo va a ser justo, y al


mismo tiempo la justicia y la regla?' Nuestros doctores
némesis no saben si tu Dios existe; pero todo el mundo
sabe que hay una ley eterna, una regla inmutable, una
justicia soberana mucho más allá de la ley.
Nuestro by es una ley soberana a la que vuestro mismo
Dios está obligado a someterse. Nuestro by es una ley
soberana a la que incluso vuestro Dios está obligado a
someterse. EL CIlfl£TIANO - Tus abstracciones te seducen
de nuevo. ¿Qué clase d e ser es esta ley y esta regla?
¿Cómo subsiste en la materia?
¿Qué es el *6'slateii r? Dices que es eterno. Concibe,
pues, que el Creador es Eterno. Es necesario e
inmutable, dices; di que es eterno.
por lo tanto también que el legislador es necesario, y
que no es libre ni de formar ni de seguir o no seguir
esta ley. Concibe que esta ley es inmutable y eterna
sólo p o r q u e está escrita, p o r decirlo así, en
caracteres eternos en el orden inmutable de los
atributos o perfecciones del legislador, del ser
infinitamente hablado. Pero no digas que subsiste en
la materia. M e explico.
El ser infinitamente perfecto se conoce a sí mismo
perfectamente, y se ama a sí mismo invenciblemente,
y por la necesidad de su naturaleza. No se puede concebir
un ser infinitamente perfecto de otro modo. Su voluntad
no es, como la nuestra, una impresión que le viene de
otra parte; sólo puede ser el amor natural que se tiene
a sí mismo y a sus perfecciones divinas. De aquí se
sigue que necesariamente estima y ama más a los
seres que participan más de sus perfecciones. Por
consiguiente, estima y ama más al hombre, p o r
ejemplo, que al caballo; al hombre virtuoso que se le
parece, antes que al hombre vicioso, que desfigura la
imagen que lleva de la Divinidad; pues sabemos que
Dios creó al hombre en su im:ige
*YEC Eh fdÆLOSUPHE C111N0}S.

y a su semejanza. El orden eterno, inmutable y


necesario que existe entre las perfecciones que Dios
encierra en su esencia infinita, del que todos los seres
participan desigualmente, es, pues, la ley eterna,
necesaria e inmutable. Dios está obligado a seguirla; pero
permanece independiente, pues sólo está obligado a
seguirla p o r q u e no puede equivocarse ni imitarse,
avergonzarse de lo que es, dejar de estimarse y amarse a
sí mismo, dejar de estimar y amar todas las cosas en la
medida en que participan de su esencia. Nada le obliga a
seguir esta ley sino la infinita e infinita excelencia de su
ser, excelencia que conoce perfectamente y ama
invenciblemente. Dios es, pues, esencialmente justo, y la
justicia me mc, y la rë¡;lc invariable de todos los
espíritus que se eorruptan, si dejan de conformarse fi
esta' rùle, es decir, si dejan d e estimar y il'ainier todas
las cosas en la propoi'tion de que son eslimablcs y
aimables, en la proporción en que parlicipan das'antage
aux pe'fcctiuns di vinci.
Como es en el in(Animento ser perfecto, o. a piirler como
tú, 'liins le by, que vemos todas las verdades o todas las
relaciones que hay entre las ideas eternas e im muablcs que
contiene, es evidente que vcyons allí las r:l a s
relaciones que regulan los juicios de la espt'it y al mismo
tiempo los movimientos del corazón, así como las que
regulan sólo los juicios de la mente; en una palabra, las
relaciones que tienen fuerza de ley, así como las que son
purenicn l spcc'ul ili ts. En otras palabras, la ley eterna está
en Dios y Dios nir'rue, puesto que esta ley consiste sólo en
el orden el i inm uable è teriiel de pe i f''et ions 'li i ines. Y
esta ley es notifitc a todos los hombres-- p:ir la unión
natural, aunque n :iintenant r i 'air' ii'lic, que ellos* han
ss 8ENTR r.TI E" ii' U N PH1L0S0PM s CiICË l t ss

con la razón soberana, o como razonables; y además por los


sentimientos d e aprobación o de cercanía interior con que
esta misma razón los consuela cuando obedecen esta l e y ,
o los consterna cuando no la obedecen, se convencen de
que les ha sido encomendada. Pero c o m o los hombres se
han vuelto demasiado apresurados, demasiado gordos,
demasiado esclavos de sus pasiones, e n una palabra,
incapaces de llegar a un acuerdo con esta sublime ley, y de
seguirla eonilantemente, todos ellos necesitan la
iluminación y la ayuda de nuestra santa religión. No sólo
explica plenamente todos nuestros deberes, sino que
también nos da toda la ayuda que necesitamos para
practicarlos.
Conde':i rez pues sin prejuicio su doctrina sobre el Zy
con la que acabo de exponerle. Vuestros doctores eran
muy ilustrados, estoy de acuerdo; pero eran hombres
como yo y como nosotros. Y sabemos que existe un
Dios, un ser infinitamente perfecto, no sólo por una
infinidad de pruebas que creemos demostrativas, sino
también p o r q u e Dios mismo fue convencido por los
autores de nuestras Escrituras. Sin embargo, dejando a
un lado la autoridad divina de nuestros libros sagrados y
la de tus maestros, considera si es posible que tu Ly, sin
convertirse en el nötre, es decir el ser inùnin ent par r.
ello, pueda ser la luz, la sabiduría, la regla que aclare
todo el horn mes. ¿Podríamos ver en él todo lo que
v e m o s allí, si él no nos dijera eminentemente la
realidad de ello? ¿No es evidente que lo que vemos
inmediata y claramente no es nada, y que no ver nada y
no ver nada son la misma cosa? ¿Cómo se abren esos
espacios invisibles en tu £J? Me refiero a aquellos que tu
mente percibe imnié-
A Y EC U fl PBI LOSOPd E £1i1lfl0IS . 3 i i)

No hablo de esos espacios materiales que no vemos en sí


mismos, y por consiguiente que podríamos ver, o más
bien creer que vemos, sin que existieran, y a los que, sin
embargo, atribuís una existencia eterna que ciertamente
sólo contiene su idea. Gar la idea de estos e-spacios o de
los espacios que son el objeto inmediato y directo de
vuestra mente son necesarios y eternos, puesto que no es
más que la esencia del ser perfecto infi- meiit como
representante de estos espacios. Di, pues, como
nosotros, que el verdadero By, que nos ilumina
inmediatamente, y en el que encontramos todos los
objetos de nuestro conocimiento, es infi nimen I
perfecto, y contiene eminentemente en la par'faite
simplicidad de su esencia todo lo que hay de verdadera
realidad en todos los seres finitos.
Haz justicia al verdadero Zy, confesando de buena fe
que él es esencialmente justo, puesto que amando
necesariamente su esencia, ama también todas las cosas
en la medida en que son más perfectas, puesto que son
más perfectas sólo porque participan más de ella. Di
también que él es la justicia misma, la ley eterna, la
regla invariable, puesto que esta ley eterna no es más
que el orden inmutable de las perfecciones que encierra
en la infinitud y simplicidad de su esencia: un orden que
es la ley misma de Dios, y la regla de su yolidad y la de
todas las criaturas. Pero cuidado con vuestras
abstracciones, con las vanas sutilezas de vuestros
doctores. No existen tales formas o cualidades
abstractas. Todas las cualidades son sólo modos de ser
de ciertas sustancias. Si amamos a Dios sobre todas las
cosas, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos,
entonces seremos justos, sin estar, por así decirlo,
formados de una forma abstracta de justicia.
pii n o aparece por n i n g u n a p a r t e .
3s0 z x R E7 I D' Ux PBI 5OsOPII E CBB 07'IC n

Verás que es la £y la que dispone la materia en el


bello orden que vemos en el universo, que es la £y la que
da a los animales y a las plantas todo lo necesario para la
conservación y propagación de su especie. Por lo tanto, es
evidente que actúa en relación con ciertos fines. Sin
embargo, sostenéis que no es sabio ni inteligente, y que
hace todo esto por la ciega impetuosidad de su naturaleza
benéfica. ¿Qué prueba tienes de tan extraña paradoja?
Cll IN0lS. - T.a voici: e est que si le L y était intel-
ligent comme vous le pensez, étant bienfaisant par sa
nature, il n'y aurait pas de monstres ni aucun desor- dre
dans l'univers. ¿Por qué haría el Por hacer nacer un niño
con dos ojos un niño con dos ojos? ¿Por qué haría crecer
el trigo para luego devastarlo con tormentas? ¿Puede un
ser infinitamente sabio e inteligente cambiar sus planes
en cualquier momento y deshacer inmediatamente lo que
ha hecho? El universo está lleno de manil'estes
contradicciones: señal segura de que quien lo gobierna
no es ni sabio ni inteligente.
El que nos dio ojos y los colocó en la parte superior
de la cabeza, ¿no pretendía que los utilizáramos para ver,
y para ver m á s a l l á ? El que dio alas a los pájaros no
sabía ni quería que pudieran volar por los aires? ()¡Más
bien dices, en cuanto a los desórdenes del universo, que,
siendo tu mente flni, no conoces los diversos flns ni los
diversos designios del f.y, cuya sabiduría es infinita! Del
hecho de que el unirers está l l e n o d e efietas que se
contradicen entre sí, concluyes que Ly no es sabio; y
inoi, yo concluyo demostrativamente lo contrario. Así es
como.
El Por, o mejor dicho, el ser infinitamente perfecto
al que adoro, debe actuar siempre de acuerdo con lo
que es, de una manera conforme a sus atributos y
portadora de su carácter.
A Y EC H li PIII LOSO I'BE C II I SOIS. 30I

Gar, fíjate, no tiene otra ley o regla para su conducta que


el orden inmutable de sus propios atributos. Es
necesariamente en este orden donde encuentra el
motivo o la regla que le determina a obrar de una
manera y no de otra; porque sólo se determina a sí
mismo por su voluntad, y su voluntad no es otra cosa
que el amor que se tiene a sí mismo y a sus per-
fecliones divinas. No hay ninguna impresión que le
venga de otra parte y le lleve a otra parte; lo que os
digo se reiifirma necesariamente en la idea del ser
infinitamente perfecto. Ahora bien, formar para sí
leyes generales de las comunicaciones de los
elementos, leyes generales de la unión del alma y del
cuerpo, y otras leyes semejantes, después de haber
previsto todas las consecuencias, puede ser ciertamente
el carácter de una sabiduría y de una presciencia
infinitas; y, por el contrario, obrar en todo momento
por voluntades particulares revela una sabiduría y una
presciencia limitadas, como es la nuestra. Además,
actuar por leyes generales tiene el carácter de una
causa general; la uniformidad de conducta expresa la
imiouta- bilidad de la causa. Esto es evidente y
resuelve sus dificultades. El por, dices, rastrilla las
cosechas que ha cultivado: por lo tanto no es sabio.
Está constantemente haciendo y deshaciendo cosas, se
contradice a sí mismo: por lo tanto cambia de opinión,
o más bien actúa por una impetuosidad ciega y
natural. Te equivocas; pues, por el contrario, es
porque el verdadero Zy sigue siempre las leyes muy
simples de las comunicaciones de los movimientos,
que las tormentas duermen y que ra--6entaron las
cosechas, que la mejor de las tormentas y la mejor de
las cosechas son la misma.
también producido por las mismas leyes, había hecho una
matanza.
Gar todo lo que ocurre naturalmente en la materia no es
sino una continuación de estas leyes. Es la misma
conducta la que produce efectos tan diferentes. Es
porque Dios no vacila en actuar que sigue siempre las
mismas l e y e s , lo que puede verse en la unidad de
tantas cosas.
3 S2 FSTR ETIE iS D'UN PfII L0S0T'D E CHRLS'I ES

efectos contradictorios. Es a causa de la siniplicidad de


estas leyes que los frutos son devastados; pero la
fecundidad de estas mismas l e y e s es tal que pronto
reparan el daño que han hecho. Son tales, en una
palabra, estas leyes, que su licitud y su fecundidad,
unidas, hacen más por el caracleer de los atributos
divinos que cualquier otra ley más fecunda pero menos
simple, o más simple pero menos fecunda. Gar Die u se
distingue no sólo por la excelencia de su orrage, sino
también por la simplicidad de sus caminos, y por la
sabiduría y uniformidad d e su conducta.
Dios ha establecido las leyes generales de la unión d e l
alma y del cuerpo, a consecuencia de las cuales, según las
diversas impresiones que se producen en el cerebro,
debemos ser advertidos de la presencia de objetos, o de lo
que surge en nuestro cuerpo. En el cerebro d e un hombre
que ha perdido un brazo, se produce la misma impresión que
cuando tenía gota en el pequeño flotador. Del mismo modo,
en el cerebro d e un señor que duerme se produce la
misma impresión que en el de su padre recientemente
fallecido. ¿Por qué éste es advertido de la presencia de su
padre, y el otro sufre todavía los dolores d e l gaznate en
un dedo que ya no tiene? Es porque Dios n o quiere
componer sus caminos, ni perturbar la uniformidad y
generalidad de su conducta, p a r a remediar 3 ligeros
inconvenientes.
Como consecuencia de las mismas leyes, cuando un
hombre quiere mover su brazo, lo mueve, sin que el
hombre sepa siquiera qué hacer para moverlo. Es
evidente que el fin de esta ley es necesario 1 para la
conservación de la vida y de la sociedad; pero ¿por qué
no hay excepción, y Dios, que ordena la limosna y
prohíbe el homicidio, contribuye por igual a quien tiende
la mano para ayudar al prójimo y a quien es su enemigo?
Esto es cierto.
A1' EC UN PHILOSO PIIl'i C11I NOIS .

que Dios no quiere privar a sus caminos de su


sencillez y generalidad, y que reserva para el día de su
venganza la tarea de castigar el abuso criminal que los
hombres hacen del poder que les comunica mediante
el establecimiento de sus leyes.
No te imagines que la momle es la obra más excelente
que Dios puede h a c e r , sino que es la más excelente que
Dios puede hacer por caminos tan sencillos y tan sabios
como los q u e usa. Si quieres, puedes comparar la obra
con los caminos, toda la obra y en todo momento con todos
sus caminos; porque es la composición de toda la obra,
junto con los caminos, lo que lleva el mayor carácter de los
atributos divinos que Dios ha elegido. Pues sólo determinó
tal o cual obra por su voluntad, siguiendo su m o t i v o
y su ley; pero su voluntad sólo es el amor que se tiene a sí
mismo, y su motivo y su ley sólo son el orden inmutable y
necesario que hay entre sus divinas perfecciones. Como el
ser infinitamente perfecto es a u t o s u f i c i e n t e ,
no es libre de hacer nada; pero como n o es libre de elegir
el mal, quiero elegir un fin que no sea infinitamente
autosuficiente, y mentir así sobre l o q u e realmente es.
Así que no humanices a Dirinity, nunca juzgues por
rousme 'le l'ùt re in@ i nien l parf'tit. Un hombre que
construye una casa y pocos días después la arroja a l
s u e l o , es muy probable que muestre, por el client'inge-
ment de su conducta, su inconstancia, su arrepentimiento,
su falta de previsión; porque sólo actúa por voluntades o
con designios particulares y limitados. Pero la causa
universal actúa y debe actuar incesantemente por
voluntades generales, y seguir exactamente las voluntades
de todos.
leyes que se ha prescrito -l--cs habiendo pFéVtl todas las
consecuencias; después, digo, de haber pi'cvu y s oulu
positiva e ilirectcmentalmente todos los efectos nui rinden
4.0.
35A £8T£T1EN D'tN ?DILOSO£PE CPRËTIEN
Por lo tanto, el hombre es más perfecto, porque es a
causa de estos efectos buenos por lo que ha elaborado
estas leyes, pero ha previsto y sólo ha permitido los
malos, e s decir, indirectamente ha querido que
sucedan. Pues no quiere estos efectos malos
t4irectivamente; los quiere sólo porque quiere
directamente obrar según lo que es, y conservar en su
conducta la generalidad y uniformidad que le son
propias, de modo que se ajuste a sus atributos. No es,
sin embargo, que cuando el orden de estos atributos
divinos le exige o le p e r m i t e actuar por medio de
voluntades particulares, no lo haga, como sucedió en
el establecimiento de nuestra santa religión; pues
sabemos que ha sido confirmado por varios milagros.
El principio gêné ral de todo esto es que las causas
actúan según lo que son. Así pues, para saber cómo
actúan, en lugar de consultarnos a nosotros mismos,
debemos consultar la idea que tenemos de estas
causas. Tu emperador es de la misma naturaleza que
tú; sin embargo, n o imagines que debe actuar como tú
actuarías en una ocasión similar. Porque si estuviera
más orgulloso de su dignidad que de su naturaleza,
podría tomar medidas que a ti nunca se te ocurrirían.
Con- sulta la idea del ser infinitamente perfecto, si tú
quiero saber algo sobre su conducta.
Pero ¿no veis, además, que es absolutamente necesario,
para l a conservación del género humano y el
establecimiento de las sociedades, que el verdadero By
actúe incesantemente en nosotros como consecuencia de
las leyes generales de l a unión del alma y del cuerpo,
cuyas causas naturales u ocasionales son los diversos
cambios que se producen en las dos sustancias de que
están compuestos los hombres? Basta suponer que Dios
no nos diera siempre las mismas percepciones, cuando
en nuestros ojos o en nuestro cerebro hay las mismas im-
presiones; eso solo destruiría todas las sociedades. A
A\'EC UN PBI LOSOP11E G11IN0 ES. 3.i5

el padre ignoraría a su hijo, y su amigo a su amigo.


Una piedra se confundiría con pan, y en general todo
estaría en una confusión espantosa. Quitad la
generalidad de las leyes naturales, y todo vuelve a
caer en un caos en el que ya no se sabe nada, porque
las voluntades de las distintas partes son las mismas.
La verdadera £p que gobierna el mundo nos es
totalmente desconocida. Podríamos pensar, por ejemplo,
que tirándonos por la ventana escaparíamos tan seguros
de nuestra casa como por l a s escaleras, o que
confiando en Dios, cuya naturaleza es benevolente,
caminaríamos sobre las aguas sin sumergirnos. Así que
no pienses que Zç actúa por impetuosidad ciega por los
males que te están ocurriendo. Deja a vuestra
imaginación, iluminada por el conocimiento de las leyes
generales, que se ocupe de los de l a vida presente; y
nos envía a enseñaros lo necesario para evitar los de la
vida futura, que son ciertamente mucho más de temer.
No temo decir q u e hace a sus criaturas todo el bien que
puede hacerles, pero obrando como debe obrar, cuidado
con esta condición, obrando según e l orden inmutable
de sus atributos; porque Dios ama infinitamente más su
propia bondad que su propia obra. La felicidad del
hombre no es el fin de Dios, quiero decir su fin
principesco, su último fin. Dios es su p r o p i o estaño: su
último fin es su gloria; y cuando actúa, es para actuar de
acuerdo con lo que él es, siempre de una manera que
lleva el carácter de sus atributos, porque no tiene otra ley
o regla para su conducta.
Lu cIIIN0is. - Admito q u e es necesario que
el señor sabe lo que hace, e incluso que quiere hacerlo;
y me parece muy bien la respuesta que acaba de dar a la
objeción que le planteé.
3S 0ENT R ETI EN D'Uh PH I L0S0 PH E Ch R ET I Eh

no creen que sea cierto, por dos razones. La primera


es que es una contradicción que algo pueda estar hecho
de la nada. La segunda es que puedo afirmar sobre una
cosa lo que sé que es cierto en la idea que tengo de
ella. Por ejemplo, puedo afirmar que un cuadrado
puede dividirse en dos triángulos iguales y
semejantes, porque tengo una concepción clara de él;
del mismo modo puedo afirmar que la extensión es
eterna, porque tengo una concepción eterna de ella.
EL CRISTIANO. - Respondo a tu primera observación
que es cierto que Dios mismo no puede hacer algo de la
nada, a menos que la nada sea la base o el objeto de la
obra, o a menos que la obra esté formada o compuesta de
nada, pues habría una clara contradicción. La obra sería
y no sería al mismo tiempo, lo cual sólo es una
contradicción. Pero que el ser infinitamente perfecto, y
por tanto omnipotente, pues la omnipotencia está
contenida en la idea del ser infinitamente perfecto,
quiera y produzca e n c o n s e c u e n c i a los ëtros
cuyas ideas o modelos están contenidos en su esencia,'
que conoce perfectamente, no hay en ello contradicción
alguna; pues la nada y el ser pueden sucederse. Dios ve
en sí mismo la idea d e extensión y, por tanto, puede
querer producirla. Si lo hace y, sin embargo, no se
produce, no es omnipotente ni, por consiguiente,
infinitamente perfecto. Niega, pues, la existencia de un
ser infinitamente p e r f e c t o , o admite que podría haber
creado la materia, e incluso que sólo él la crea, puesto
que la mueve y la dispone en el orden que admiramos.
Pues, siendo infinitamente perfecto, independiente,
extrayendo su conocimiento sólo de sí mismo, e incluso
conociendo desde toda la eternidad todo lo que sabe que
debe suceder, si no hubiera creado la materia, no sólo no
conocería los cambios que le ocurren, ni siquiera si
existe.
CON Ui'l l'OÎLOSO PM E CB t NOIS. 3.5 '

CtIIN0Is. - Confieso q u e no comprendo la menor


conexión entre la voluntad de vuestro Dios y la existencia
de un retu.
es cnn £Tiz". - Pues bien, ¿qué concluyes de esto, que
un ser infinitamente perfecto no puede crear un fetu?
Niega, pues, que exista tal cosa como un ser
infinitamente p e r f e c t o , o más bien admite que hay
muchas cosas que ni tú ni yo podemos comprender.
Pero, de buena fe, ¿puedes ver claramente alguna
conexión entre la acción de tu £,y, cualquiera que sea, o
entre su '-o- lonté (si ahora estás de acuerdo en que no
hace nada sin saber y 'o querer hacerlo) y el movimiento
d e un feto? En cuanto a mí, yo también as'oue. mi
ignorancia: no veo ninguna relación entre una voluntad y
el mous'e- ment de un cuerpo. La verdadera Ly me ha
dado dos ojos de una estructura maravillosa,
proporcionados a l a acción d e l a luz. En cuanto los
abro, tengo, a pesar mío, varias 1--- opciones de objetos
diferentes, cada uno de un cierto tamaño.
tamaño, color, figura, y el resto. 0 "yo lo hago todo
en mí y en todos los hombres? G'e-t un ser infinitamente
inteligente y todopoderoso. 11 lo hace porque así lo quiere.
Pero, ¿cuál es la relación entre la voluntad del soberano eft-
e y e l menor de estos efectos? No veo claramente esta
relación, pero la deduzco de l a idea que tengo de este ser.
Sé que las voluntades de un ser omnipotente deben ser
necesariamente eficaces hasta el punto de hacer todo lo que
no contiene conti'a- dicción. 0-y veré a Dios t a l como es,
que es lo que mi religión me hace esperar, comprenderé
claramente e n q u é consiste e l oficiamiento de sus
voluntades. Lo que ahora comprendo es que es una
contradicción q u e tu By pueda mover un feto por su
propia v o l u n t a d , si la existencia de este feto no es
el resultado de la v o l u n t a d del verdadero By. Gar si
Dios quiere y p o r t a n t o crea, o conser ve este fetu en
tal o cual l u g a r , y no puede creev
8 b8 Eh TflETIEs n'us run cosorn ri cil RùTlEx
que no lo crea en ningún otro lugar, estará donde Él
quiera que esté, y nunca en ningún otro lugar. Esto se
debe a que sólo Él, cuya voluntad siempre eficaz da
existencia a los cuerpos, puede moverlos o hacer que
existan sucesivamente en lugares diferentes.
xE CBINOIS. - Gela está muy bien. Pero ¿cuál es tu
respuesta a mi segundo preu sue de la eternidad de la
Extensión † no es demostrativa ? no podemos afirmar l o
que concebimos claramente ? Ahora bien, cuando
pensamos en la extensión, p e n s a m o s e n ella como
eterna, necesaria, infinita. Entonces la extensión no se hace;
es e t e r n a , n e c e s a r i a , i n f i n i t a .
EL CH R£TIANO - Sí, indudablemente, la extensión
que percibes inmediata y directamente, la extensión
inteligible, es eterna, necesaria, infinita. Gar es la idea o
arquetipo de la extensión creada, que percibimos
inmediatamente; y esta idea es la esencia eterna de Dios
mismo, como relativa a la extensión material o como
representativa de la extensión de que se compone este
universo. Esta idea no está hecha, es eterna. Pero la
extensión en cuestión, de la que esta idea es el modelo,
es creada en el tiempo por la voluntad del
Todopoderoso. ¿Sigues confundiendo las ideas de los
cuerpos con los cuerpos mismos? De l a existencia de la
idea de que vemos un magnífico palacio, ¿podemos
concluir q u e este palacio existe?
Esta proposición es verdadera; podemos decir de
una cosa lo que concebimos claramente que está
cerrado en la esencia de esa cosa. La razón de esto es
que los seres se ajustan necesariamente a las ideas de
quien los creó, y que vemos en la esencia de quien los
creó las mismas ideas sobre las que los creó.
*YEC UN PDtLOSOPBE CH(N01Ü 3.59

las modificaciones de nuestra propia substancia, como Dios


no hizo el mundo a base de mis ideas, sino a base de las
suyas, no podré arnrmar de ningún fitre lo que puedo ver
claramente encerrado en la irlêe que tendría de él. Pero de
la idea que tenemos de l o s s e r e s , n o podemos
concluir que existan realmente. De l a e x t e n s i ó n
eterna, necesaria, infinita de lo extendido, n o
p o d e m o s concluir que exista otra extensión eterna,
infinita necesaria; ni siquiera podemos concluir que existan
cuerpos. L'èt re infiniment piirf.iit voit dans son essence
une infinité de mondes pos-iblcs 'le difiérents genres dont
n' avons nullt: id êe, parce que nous ne conn:ii,sons pas
toutes les m: iiièrus ü ''nt son e.ssence peut ètre participée
ou itnpiu r.'irez '"t imitée; en peut-on conclure qtie tous les
inod é le; de ces mondes sont exécutés? Es 'lone lvi deiit que
de la existencia necesaria de las ideas, no podemos concluir
l a e.x islencia necesaria de los seres de los que estas ideas
son los modelos; sólo podemos, 'litns los idi es de los
s e r e s , descubrir sus propiedades, porque estos seres
fueron hechos por aquel mismo en quien vemos sus ideas.
'I'A ltl E DE MATERIALES

M Ë D I TA T IO N S" C H 11ÉT I fi N E S.

PR EMIÉflE V Ë.DlTÀTION

Los cuerpos no todos iluminan pae, cr no somos ä nosotros- mc^més


nuestra razón0n y nuestra luz.... ...... ..... ..... ..

DP:£1XIÉ M E MÈDITATIOS

Los ángeles también pueden iluminarnos por sí mismos. Sólo la Palabra


de Dios 9es la rtión universal de los espíritus. l"

TERCERA MEDITACIÓN

La verdad habla a los hombres de dos maneras: cómo se la


interroga y sobre qué temas hay que interrogarla para recibir sus
respuestas. ... . . . . . . . ... . . . . . . .. . . .. . ... ..........................................2"

Dea vèritès nécessaires, de l'ordre immuable, iit des lois éternelles


en général...............................................................................................rt
l'ex llLfi DE.S MA J'I ÈR ES.

I.INï)U l k M E Mf.DITATIOh

Sólo Dios es la verdadera causa de todo lo que ocurre en el mundo.


Él igita regularmente según ciertas leyes, como resultado de las
cuales podemos decir que las causas segundas tienen el poder de
king s rr q r Uien fait par eIIee... . . .. .. .......................................................4fl

SEXTO MË0l'tA'I'IOK

Sólo Dios es quien, por las leyes g e n e r a l e s de la unión del alma


y el cuerpo3 , hace lo que los hombres quieren como causas
ocasionales o naturales. Este es el poder que tienen los hombres
para querer o realizar el bien. fl:1

SEPTUM k M Éfl1 "fATION

La sabiduría de Dios no sólo se ve en sus obras, sino mucho más en la


forma en que las lleva a cabo. P o r e s o hay tantos monstruos e
irregularidades en el mundo. C ó m o permite Dios el mal. ¿Qué es
la Providencia? No está permitido tentar a Di0u. De la combinaisop
du naturel avec le moral, du moine dans les evéneniente les plue
généraux. 77

HlJl1'IkMk MEDIT.à "flON

Diferencia en la conducta de Dios bajo la ley y bajo la gi'àce. Rai-


sone de las oraciones de la iglesia. Que no debemos esperar que
Dios haga milagros en nuestro soñador, y que debemos hacer que
la naturaleza sirva a Grecia. Que los milagros son a menudo el
resultado de ciertas leyes g e n e r a l e s . .. .... ... .......
......"..............................................................................................l3

MEDITACIÓN NLU YIEME

I el poder de Dios. Que la cl-éation est posBihle: deux cacher de l'ei-


reur de cei-tains p)iiIusophes sui- cu sujet - la première, rju'oi n' a
pas d'idée claire de puissance; ta seconde, ¢|ue l'étri'- due intelligible
est éternelle et infinie, mais que l'titendue maté- rielle est cree. Que
los espíritus no son pai-ticuli'es modificaciones de la razón u ni
vei'selle; 9 ue, n'ayant pas d'idte
clairo do notim àme, nous ne pouvoiis éclaircii- les difhcultés qui la
regardent.." . . . . . . . . . . . . . . - . . . . . . . . . . . . . . . . ...........10

lllX IEM E MEDITACIÓN

Pu il- c^ti-e "cIiduit!eiJt liecireu x, il raut r¡ue les ylaisit-s auient Joii'¢s
avec cette esptce de joie r|ui la prévient yoillt IB i-ai9on. Que sólo Dios
actúa en nosotros y produce en nosotros los placeres y la alegría
que nos hacen felices y contentos. Sabiduría y bondad de Dios
dana visible
las sensaciones que nos da de los objetos sensibles como resultado
de-
quencia de las leyes de la uni0n de 1':ame y col-ps.......................124

ONZ1Î.M E MÉDlTA'1"1ON

Algunos clioae de los designios de Dios pueden conocerse


consultando la razón soberana. El designio de Dios en la unión d e l
alma y el cuerpo. Respuesta a una objeción. .................................134

43OUZIEM MÈD1'1'A'l'ION

Estos son los deberes generales del hombre para con Dios. No
pueden cumplirse sin la gracia. Cómo podemos obtenerla, y qué
debemos hacer para que produzca en nosotros el efecto para el
que es dada. . . . . . .. . . . . .. . ... ... . . . . .. . . .. ...............................14S

i'RP:lZTH MEDITATION

De la gracia en general. Las gracias de la luz y del sentimiento que


producen y conservan la caridad. Es decir, las causas ocasionales de
las gracias de la luz... .. . . - ...........................................................lö2

tjUATOBZI fi DE MÉDIT.ATION

Del griïco del sentimiento, 9u de la dèlectation interior. Es necesario


ahora producir y mantener eliarit ü cor- tre los esfuerzos de la
concupiscencia. Josus Cristo, como hombre, es la causa ocasional y
natural d e este género de gracia, según las tres cualidades que
lleva, de mediador entre Dios y los hombres, de arcli itocte del
templo étei'nol, y de cabeza de la Egliee. , . .. .. .. . . .. . . . . . .... .. .
... . . ... . . . ...................................................................................l iil
it 8 S N'A BLE DiiS "A'1'1E H iis .

QUINZIfiME àIEDlTATJON ' '

Para obtener la ayuda que necesitamos, debemos pensar


constantemente en las tres cualidades de Jesucristo expuestas en e l
capítulo anterior, y en cuál es la causa ocasional o natural del
sufrimiento. He aquí algunas maneras de recordarlo. La mejor
manera es reservar cada día u n tiempo específico para la oración.
Las partes esenciales de la oración, y su utilidad en general. l b4

üEIZI ÈME MÈDITATION

J esucristo tiene deseos fugaces y deseos estables, perma- nentes.


Los primeros influyen en nuestra vida presente, mientras que los
segundos influyen en nuestra vida habitual. La eficacia de los
sacramentos de la nueva alianza depende de estos deseos, que nos
dan la caridad por la que tenemos derecho a los bienes
prometidos por la alianza. Diferencia entre amor actual y amor
h a b i t u a l . Eli en qué consiste la justificación. Contrición y
atrición. Elfete del sacramento de la penitencia, y lo que se debe
hacer para t o m a r parte en él..................................................200

D1K-SEPTIk "M ü M£DrrATiON

llaisolie dii l'institution de l'eucliaristie. Eifots de co saci-ement.


Preparativos para la recepción. ......................................................Ei

il X-HU1'i'IüM E MkDITA'fIOh

Otros ciudadanos para obtener la gracia. J esu8-Christo s'appli9uo par-


ticulièrement it ceu x qui travaillent à son ouvrage, au ealut des à
mes, à l'ëdiflcation des fidèles..............................................................ali

MEDITACIÓN DIX-NET YIfiME

Jesucristo se aplica particularmente a los que viven e n humildad y


penitencia, porque entran en sus planes y reciben fácilmente la
forma que Él quiere darles, para hacer de ellos ornamentos de su
Iglesia.............................................................................................'25G
T'ABLC DCS MA1'IÏ3 Rï2S. :l ii 'i

MEDITACIÓN YINGTIEJilE

Medios para óter lee emp8cliements ã l'efficnco de 18 grãce. De


jubilación. De vigilancia. ...............................................................27il

'l'nzrrñ ne L'xuova ne DisU, r.ri Qvst seNs in norr t ns i'£siN-


Tinsssé ................................................................................................................t8s

Enasiisi u'un rir icosoeiiz ciin£iizs xvzc es ra icosoeiis ciunois sUn


r'exisrgnch sz cx sxavRe os Dleu... ... . . ... . ...........................- . ii i il

Dig tizado por looglc

También podría gustarte