Personalismo Comunitario
Personalismo Comunitario
Personalismo Comunitario
Los invito a analizar juntos las claves de ese diagnóstico, que por supuesto no
tiene por meta el ser una mera ‘cartografía’ o mapeo de la realidad, como Michel
Foucault pretendía del rol del filósofo -¡pobre filosofía!-, sino un impulso hacia el
compromiso y las acciones concretas.
- La injusticia social es cada vez más alarmante en nuestra región siendo la pobreza
su signo más visible. Repasemos el informe de la pobreza y la indigencia que la
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) dio a conocer el pasado
5 de diciembre de 2013: “El número de latinoamericanos en situación de pobreza en 2013
asciende a unos 164 millones de personas (27,9 % de la población), de los cuales 68
millones se encuentran en la extrema pobreza o indigencia (11,5 % de los habitantes de la
región)… Si bien se registró una caída en las tasas de pobreza e indigencia en la región
en 2012 (de 1,4 y 0,3 puntos porcentuales, respectivamente, con respecto a 2011), se ha
frenado el ritmo con el que éstas se han venido reduciendo desde hace una década, indica
el estudio Panorama Social de América Latina 2013 presentado en Santiago de Chile.
En términos absolutos, la pobreza se mantiene estable en 2013 con respecto a 2012,
cuando los pobres también sumaron 164 millones de personas, aunque bajó levemente
(en 0,3 puntos) el porcentaje de la población que se encuentra en esta situación. En
cambio, los indigentes, que en 2012 totalizaron 66 millones, subieron a 68 millones en
2013 (un aumento de 0,2 puntos porcentuales)”.
Si hiciéramos el ejercicio de ponerle rostro a estos terribles los números, tampoco nos
pueden dejar indiferentes las cifras de la desnutrición a nivel mundial: si bien hay un leve
decrecimiento del número de personas hambrientas desde 1990 a la fecha, en 2012 la
FAO ha calculado que la cifra de subnutridos (mal nutridos crónicos) asciende a 868
millones, de los cuales 852 millones corresponden a países en desarrollo 1.
1
Centro de Documentación Hegoa, Boletín de recursos de información nº35, Mayo 2013.
Tema Central: Las nuevas cifras del hambre de la FAO.
http://publicaciones.hegoa.ehu.es/assets/pdfs/291/BoletIn_hegoa_nº35.pdf?1390219460
¿Cuándo seremos los latinoamericanos arropados y nutridos por el imperio del amor que
siembra sociedades justas?
- La corrupción se cuela por todos los rincones del continente invadiendo los
ámbitos más diversos; el paneconomicismo, convertido en el peso que hay que conseguir
a cualquier costa, nos domina, se cuela en nuestra vida privada, todo se comercia y
trafica: el poder del dinero y su búsqueda desaforada hiere lo más profundo de los
corazones. ¿Hasta cuándo las almas bellas podrán sobrevivir en su bondad? ¿Por cuánto
tiempo más el ingenuo podrá mantener su limpia identidad ante el ‘corazón duro’ del
resentido y el tramposo? ¿Cuándo decidiremos invertir nuestra vida en su ‘peso’
verdadero, el amor? Decía San Agustín: “Mi peso es mi amor, él me lleva doquiera voy”.
Pero ¡cuánto nos cuesta dar prioridad absoluta al peso del amor!
- Los jóvenes (y también los que no lo son tanto) son seducidos por el vértigo de
distinto signo: por las adicciones, por el placer divorciado del amor, por la diversión sin
límites, por el desenfreno de todo tipo, pero al mismo tiempo se sienten vacíos, nada
parece llenarlos del todo, el hastío y la depresión también se apoderan de sus frágiles
existencias. Buscan el éxtasis pero sólo consiguen perderse en el vértigo que brindan
todos los sucedáneos del sentido. Y nosotros, formadores universitarios, ¿dónde
estamos?, ¿dónde nuestro esfuerzo ininterrumpido y comprometido por iluminarles ese
sentido que irradia la verdad y que deben descubrir para ‘despertar’? ¿No son ellos la
muestra más clara de los valores o disvalores que nos rigen como sociedad, pero mucho
antes nos rigieron en lo personal? ¿No son ellos el espejo sin hipocresías del mundo
adulto que los rodea?
- Las familias se desintegran, el amor dura poco, los compromisos vinculares son
efímeros -hoy te amo pero mañana no lo sé- y los hijos sufren las consecuencias de
nuestra veleidad amorosa; de la desintegración familiar a la desintegración personal
media un corto trecho y los jóvenes casi inercialmente temen al compromiso con quien
aman. ¿Cómo no lo harían si ven en nosotros ese mal ejemplo que ellos se niegan a
reproducir?
- Un gran sentimiento de desánimo colectivo nos invade a los que todavía nos
tomamos en serio la realidad -que es siempre y ante todo realidad de personas-, y muy
especialmente a los educadores, pero también a los que viven dejándose vivir, viviendo
tristemente la vida de los otros para así obligarse a no pensar. Pero el desánimo no es
inocente ni falto de consecuencias: se traduce en las miradas que ya no ríen ni acarician y
que, por ende, ya no saben contagiar la esperanza, la alegría que espera siempre lo mejor
de sí y del otro. Si dejamos de confiar en el tú, ¿cómo esperar que el otro confíe en tu
palabra y en tu mano, que no se sienta perseguido, maltratado, discriminado, ninguneado,
envidiado, odiado? ¿No es el horizonte de la sospecha permanente, del descrédito al tú, el
que ha liquidado nuestra capacidad de esperanza?
¿Qué hacer con esta realidad que nos quema la mirada y vivenciamos como
dolor? ¿Cómo entender lo que nos pasa como universitarios en cuanto a esa
responsabilidad que reconocemos y adherimos pero nos cuesta incorporar al accionar
natural y cotidiano de nuestras universidades? ¿Qué papel nos cabe como universitarios
que sentimos al menos una cuota de responsabilidad ante el status quo actual? ¿Por qué
debemos reconocer que todo lo que hacemos no basta, no es suficiente? Más mega planes
universitarios, más políticas educativas, sociales y económicas, más metodologías y
tecnologías a disposición de todos, más cursos de perfeccionamiento y más ofertas
académicas de grado, posgrado y extensión, más sociedad del conocimiento y de la
información, más y más… ¿Y todo esa cuantía para qué, si nos ha mostrado al hartazgo
su insuficiencia e incompetencia para producir cambios verdaderos y duraderos,
sustentables, en la sociedad? ¿Qué nos está faltando para que nuestra esencia de personas
de palabra y compromiso académico, profesional e intelectual no caiga en saco roto sino
que redunde en una mejora real de nuestra vida personal, comunitaria y, por cierto,
universitaria? ¿Cómo se hace para mirar el futuro con esperanza? ¿Cómo llevarles
sentido y esperanza a nuestra gente -familia, amigos, alumnos, colegas, conciudadanos,
etc.- si nosotros los tenemos en baja y apenas se nos nota?
Los dirigentes. Esto es, cada uno de nosotros, puesto que aunque no seamos
rectores, decanos o directores, tenemos la misión de dirigir y formar personas en el más
alto lugar del saber, la universidad, donde los saberes convergen hacia el unum, la
diversidad y las diferencias hacia la unidad de la verdad. Pero he aquí la paradoja de
nuestra impotencia, que cada vez nos hiere más hondo como universitarios
comprometidos: es la clara conciencia de que lo que pensamos, enseñamos y escribimos
en los miles de papers y libros que producimos a diario, difícilmente llegue a la mente y
al corazón de los poderosos del mundo, máximos responsables de las injusticias, las
explotaciones, las hambrunas, las guerras, la pobreza global de nuestro continente. Pero
es nuestro deber hacer que nuestras ideas e idearios comunes lleguen al lugar de las
grandes decisiones, así nuestras impotencias se transformarán en poder al servicio de los
más vulnerables; no queremos caer en las pequeñas omisiones que conducen a las
terribles omisiones, ni ser cómplices temerosos y cómodos del gran lavado de manos y de
conciencias con que convivimos a diario. No queremos ser Pilatos y preguntar “¿qué es la
verdad?” para luego venderla al mejor postor o, directamente, ignorarla.
Vale la pena, por tanto, ahondar en nuestras convicciones y repasar algunos de los
principios fundacionales del pensamiento personalista comunitario.
3.1. La reciprocidad y la relación
2
K. Wojtyla: Amor y responsabilidad. Trad. de Jonio González y Dorota Szmidt, Palabra, Madrid 2008, p.
52.
Santa Teresa de Jesús decía en su diálogo íntimo con Dios, anticipándose en
siglos al personalismo comunitario:
“Alma, búscate en mí, búscame en ti. Fuera de ti no hay buscarme, porque para
hallarme a mí, bastará sólo llamarme, que a ti iré sin tardarme y a mí buscarme has en ti”
(Poesía 8).
Todo esto nos lleva a la médula del personalismo comunitario, que si bien no
pretende dar definiciones taxativas, sí quiere aproximarse a esa esencia de la persona que
huye del cosismo y el impersonalismo propios de las definiciones que tratan de las cosas
y no del indefinible humano. Pues bien, nada más cercano a este decir que esta bella
afirmación de santo Tomás de Aquino en pleno siglo XVIII: “el amor es el nombre de la
persona”, inaugurando con ella el recorrido remoto que el personalismo inicia de la mano
de la doctrina de la persona inspirada en las disputas teológicas en torno a la esencia del
Dios Trinitario, pero que todavía -debido a causas culturales y filosóficas- no estaba
preparada para reparar lo necesario en la categoría de relación que traspasa a la persona
esencialmente. Si nos decimos imagen y semejanza de Dios, cuya esencia es amor, es
relación trinitaria, no podemos concluir que tenemos una esencia distinta de la de Dios.
La ‘definición’ de persona, por encima de todas, se resume en el amor.
Por una parte, somos relacionales porque somos diferentes, individuos (lo no
dividido) no cortados con patrones idénticos; gracias a la diferencia nos personalizamos
llegando a la coincidencia plena de nuestra identidad, pero a su vez nos hacemos otro,
salimos de sí y nos buscamos en ese otro, nos ‘alterificamos’ haciéndonos ‘alter’. Pero
por otro lado, no es cualquier alteridad la que nos identifica, nos dignifica y nos plenifica
como personas, sino la que se da en el ámbito del amor. Si siento odio o trato al otro
como un ‘algo’ que sirve a mis fines, lo estoy cosificando y convirtiendo en un ‘ello’
(Buber) en donde lo que prima es la relación de dominio, de sujeción, que en vez de amar
tiraniza a ese otro condenándolo a una vida miserable, o, en el mejor de los casos, a la
indiferencia de una existencia sin amor. Si el amor me personaliza, la falta de amor me
despersonaliza, me deshumaniza, me impide ser todo aquello a lo que estoy llamado,
tanto el horizonte como el camino. ¿Cuántas de estas vidas sin amor pueblan nuestra
Latinoamérica?, ¿cuándo desamor se desparrama por las calles de Morelia en este
tiempo? Basta con repasar los hechos de violencia y muerte de los últimos meses y años
que nos duelen con dolor de pueblo, de comunidad.
Pero la libertad de poder decir ¡NO! nos mantiene alejados del otro, porque nos
han enseñado que el miedo al dolor o al sufrimiento es más poderoso que el riesgo
maravilloso de amar, de vivir en-amor-a-dos. Ningún miedo se apoderaría de nosotros,
paralizándonos ante el otro o ante mí mismo, si tuviéramos la conciencia de ser amados
por alguien, y si ese alguien no existiera, al menos sé que existe un Dios que me amó
desde siempre y dio su vida para que yo viva. Y esto no es un consuelo vano, sino lo más
sublime que le ha pasado al ser humano. Por eso, del mero nombre o sustantivo (el amor)
debemos pasar a los hechos (amar), a los verbos esenciales conjugados por la vida
misma: “Soy amado, luego existo” (Carlos Díaz, Soy amado, luego existo, Vol. I), es la
síntesis por la que transitamos la vida desde la concepción hasta la muerte y su negación
implica condena, traición a nuestro orden primordial. El amor es el elemento vital en el
que hemos de nadar la vida entera, porque quien no es amado no sobrevive en alta mar, y
todo lo malo que nos pasa como humanidad, que a veces sabe a muerte lenta, más
agónica o más trágica, es porque conculcamos con nuestros actos y deseos este principio
fundamental.
“En nuestra investigación no hemos querido solamente tratar del hombre, sino
combatir por el hombre” (E. Mounier, Tratado del carácter, Obras II, Prefacio).
Ahora bien, para que ese pensar se erija en una opción plenamente verdadera y
operante, debe hacerse carne y presencia. ¿Cómo hacer del discurso personalista una
práctica y una lucha, una acción política y comunitaria, un compromiso personal y un
modus vivendi de nuestras sociedades? Hay que comenzar por las universidades, desde el
poder de las ideas y el compromiso que generan. Si bien sabemos que los discursos
consolidados inevitablemente se transforman en prácticas, personales y sociales, y que a
su vez éstas inciden en los discursos, -porque como personas somos seres esencialmente
lingüísticos y encarnados, de modo que pensarnos sin discurso sería un sinsentido-, hace
falta todavía que la convicción profunda de esta verdad nos impulse creativamente al
ejercicio permanente de la presencia testimonial y el compromiso social en todos los
ámbitos, comenzando por la vida universitaria, lugar de privilegio desde donde
aprendemos-enseñamos a poner en práctica la coherencia estricta entre idea y vida,
dichos y hechos, discursos y prácticas, coherencia que la sociedad espera y exige como
prueba de autenticidad y verdad.
5. Tocar pobre: ¿quién nos guiará?
Desde nuestra mirada, se torna imperioso el ser capaces de reconstruir una nueva
escena social donde los carenciados, los invisibilizados, los sin voz, los discapacitados,
sean mirados, respetados y amados en su absoluta dignidad, unicidad e identidad. Un
mundo personalizado, rehumanizado y enaltecido donde tenga cabida la diferencia y la
vulnerabilidad, no como debilidades o depreciaciones de lo humano sino como fortalezas,
oportunidades y milagros cotidianos que nos enseñan a ser mejores personas haciendo al
mundo verdaderamente humano.
Sin duda, los más fuertes deberán adelantarse a los más débiles iluminando su
espera cual antorchas vivas portadoras del fuego que alimenta la esperanza. Sólo las
miradas de los prójimos encienden mi lámpara. Pero a veces es justamente la debilidad y
la vulnerabilidad de ese tú el camino inesperado y agraciado que nos guía.
En esto consiste la prueba por excelencia de la dignidad, esa palabra que tanto
usamos y poco comprendemos: la dignidad procede del ser amado y la indignidad de
quien nos quiera degradar, lo cual nada tiene que ver con el valor ontológico de la
persona, porque mi valor ontológico está suspendido no en el ser de la metafísica de los
filósofos sino en un Dios que me ama incondicionalmente. Mi dignidad absoluta depende
del Amor Absoluto. Por eso resulta lastimoso el que acaba con el prójimo, lo desprecia o
pisotea para auto sobrevivir, creyendo que así podrá eternizarse y salvarse; ése nunca lo
logrará y sólo cabe rezar por él. Sólo la persona es el valor absoluto y si algo lesiona su
dignidad, esto ya no puede ser un valor para mí. Sólo el amor al otro lo dignifica y lo
hace ser, lava cualquier impureza y cualquier imperfección, rescata de la muerte y del
olvido.
Pero aún podemos ir por más: el más desvalido de los seres humanos, ése del que
a veces dudamos sea una persona, puede convertirse en mi guía y maestro de vida,
porque él en su fragilidad inagotable es la expresión más poderosa del amor de Dios.
Dios lo ama y yo lo sé, y sólo por este hecho él deja que yo cure las heridas de mi
egoísmo y mi soberbia, de mi autosuficiencia y mi individualismo. No puedo resistirme a
reiterar lo relatado por Henri Nouwen en su libro Adam, el amado de Dios: “Adam, que
no pronunció jamás una sola palabra, se convirtió poco a poco en un auténtico manantial
de palabras que me permitieron expresar mis más profundas convicciones de cristiano en
los umbrales del tercer milenio. Con su vulnerabilidad, me sirvió de apoyo firme para
anunciar la riqueza de Cristo. Él, que no podía indicarme que me reconocía, podría
ayudar a otros, a través de mí, a reconocer la presencia de Dios en sus vidas”.
Es así como el misterio de la relación personal volcada en la vida de todos los días
llega a su punto culmen en el “tocar pobre” (Carlos Díaz), tan necesario y urgente para
curar nuestro ego insaciable y purificarnos de esa hiriente soberbia típica de “los que
mucho saben”, invitándonos a caminar nuestras propias nadas y orfandades.