Acosta, Cecilio. Las Letras Lo Son Todo

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Las letras lo son todo

Cecilio Acosta

La Academia de Ciencias Sociales y Bellas Letras ha tenido a bien celebrar este acto en obsequio de la Real Academia Espaola. En cuanto a m, me toca por gratitud hacer la propia ofrenda, la cual es mi voluntad extender a la memoria de mi buen padre y a mi excelente madre, a quienes tanto debo, como un pequeo tributo para ambos de mi inmenso amor filial; y adems para que me bendigan en este trance. La bendicin de los padres (lo s por experiencia) allana todos los caminos y fecunda todas las obras. Vosotros no vais a hallar mal el haberme visto pagar as esta deuda del corazn. Y luego dijo: Seor Director: Me siento profundamente conmovido. Al subir a la tribuna, os contar con algunas fuerzas para este instante solemne y noto que me faltan todas. Las grandes impresiones descargan todo su peso sobre el alma, y algunas veces hasta la oprimen. Esta Academia venezolana, compuesta de tantos amantes del saber, identificados todos en el propsito de rendir el presente culto a las letras; este concurso que se congrega como para un objeto nuevo; este certamen del ingenio que acabamos de presenciar, como una especie de aspiracin a la gloria; el sexo encantador asistiendo como un juez llamado a distribuirla; la reunin especial de hoy, hecha con el fin de tributar un homenaje de respeto y reconocimiento a la Real Academia Espaola, y el ser la causa de ello el haberme ese Cuerpo, de tradiciones tan gloriosas, distinguido con la altsima honra de Socio suyo en la

clase de Acadmico Correspondiente extranjero: todo esto tiene para m tanto de extraordinario, que (si he de decirlo con llaneza) me busco a m mismo y no me encuentro. Por qu no tengo yo a mi disposicin la elocuencia varonil de los Jovellanos, que supo siempre encerrar en clusulas de oro tanta rica joya de pensamiento sublime, o la palabra fcil, abundante y tersa de nuestro malogrado Baralt, abeja querida de todas las flores, cuando ambos en su recepcin llenaron el recinto de aquella ilustre Real Academia con su voz, para llenar yo ahora este saln con la ma y poder as dar noble hospedaje al noble obsequio acadmico? Ah! Si tal fuese! Hallara yo entonces manera, con mano ya mas firme y acertada, de derramar aqu y exponer a vuestra vista nuestros ms ricos tesoros. Presentara a Bello, el que lo supo todo, Virgilio sin Augusto y pintor de nuestra zona. Presentara la zona suya baada en luz y en roco, mula de la del cielo. Presentara a Vargas y a Cagigal, sumos sacerdotes de las ciencias. Presentara a Bolvar, la cabeza de los milagros y la lengua de las maravillas; a Pea, rival de la elocuencia antigua; a Manuel Felipe Tovar, varn ilustrado que llevo siempre puesta armadura para el honor y el honor sin mancilla como fianza del deber; a Gual, ingls por escuela y americano por sentimiento; a ngel Quintero, hombre de lneas rectas, de voluntad incontrastable, y figura sublime de estadista; a los dos Limardo, padre e hijo, ornamentos ambos de la Patria, de las ciencias y de las letras y ambos pertenecientes (yo puedo decirlo) a una familia predestinada para la gloria; a Juan Vicente Gonzlez, escritor de brillante colorido, el Tirteo de nuestra poltica y el Hrcules de la polmica; a vila, nuestro Basilio, especie de ngel con don de lenguas; A Toro, el gran pensador artista y el poeta filsofo; a Jos Hermenegildo Garca, pluma encarnada en el carcter y alma de romano con epidermis de acero; a los dos Fortiques los talentos de la diplomacia y de la esttica; a los obispos Mndez y Talavera, controversista el uno y orador

brillante el otro; a Jos Mara Rojas, generalizador profundo y publicista; a Andrs Eusebio Level, especie de urna donde caba todo lo bello; a Espinal, bizarro paladn de parlamento y poltico con el odo puesto siempre a la opinin; al doctor Arvelo, mdico sagacsimo y orculo del diagnstico; a Porras, que por su inmensidad no poda reducirse a ninguna esfera cientfica y las invada todas audaz; al doctor Cristbal Mendoza, ilustre abogado, gran patricio y grande administrador; a Jos Luis Ramos, humanista como pocos; a Revenga, Santos Michelena y Francisco Aranda, vaciados en molde para gabinete, y el ltimo de ellos adems nacido para hablar en libro siempre; a mis maestros todos, sobre quienes por la modestia que de ellos me alcanza como a su alumno, me contento con echar un mismo manto de gloria. Por ltimo, presentara a la inmortal Teresa Carreo, que tiene hoy suspenso al mundo, hasta or de su boca la misteriosa palabra del arte y ver salir de sus manos, convertido en armonas, el magnfico drama social contemporneo. Ms, evocara en masa a la antigua Colombia, que nos pertenece; hara ostentacin de sus hombres, su historia y su esplendor; levantara en alto todo ese conjunto, como para colgar en el espacio la gran va lctea de nuestro esplndido cielo; y ya as y hombrendome hasta donde me fuese posible con la Real Academia Espaola, podra decirle con justo orgullo patrio: El orador es pequeo, pero Venezuela es grande; y puesto que para ella es esa condecoracin con que se me ha distinguido, bien cabe en su pecho. Pero est visto: yo no puedo hacer tanto y la ofrenda viene ahogarme con su magnificencia. Reconozco el deber contrado, la responsabilidad abrumadora, el peso enorme echado sobre mis dbiles hombros. Dnde hallar yo fianza o caudal bastante para la paga? Cmo ha podido ser que el ltimo de los venezolanos haya sido candidato y luego favorito de tal gloria? Vamos, ya adivino: los pueblos de un mismo origen al fin lo reclaman; las razas se unifican por el espritu; y yo, en el proceso de la actual civilizacin

hispano-americana, no soy ms que un accidente, un punto de mira, como hubiera podido serlo cualquier otro compatriota mo, en ste ltimo lazo que hoy estrecha la patria de Pelayo y de Isabel la Catlica con la patria de Bolvar, de Mario, de Urdaneta, de Ribas y de Sucre. Ese acontecimiento lo considero yo feliz, no slo porque multiplica nuestros puntos de contacto con el gran mundo, sino porque, si la civilizacin va bien por todas partes, va mejor y gana ms por el camino de las letras. Las letras lo son todo. Las letras viajan, son la luz que inunda en un instante el espacio y lo colora, la arista que lleva el grano de la idea y que es arrebatada por el viento de las edades, para llevar a todas partes germen, rbol, flor y frutos. Las letras crean: Homero ha dado origen a mundos en que l no so y que hoy ruedan en el vaco de la gloria; sin la palabra de Demstenes, la suerte de Grecia no llega a Queronea: sin la de Ciceron, Catilina suplanta a Csar y precipita el tiempo de Farsalia; y el siglo de Julio II y Len X es grande, y Cnovas hubiera podido poblar el museo Po-Clementino de obras suyas, porque haba libros santos que hablan maravillas, e historiadores y poetas que son dechados. Qu siglo ese! Las galeras del Vaticano son historias del cielo; y se alcanz a ver, entre otros genios, a un Miguel ngel, que pudo desbaratar el orbe para llamarlo a juicio, y a un Rafael, que por la fuerza sola de su mano, hizo encarnar la Virgen en colores, tras de los cuales ve uno su misma gracia divina. Las letras han engendrado el canto y la armona: Beethoven, Haydn y Mozart, los maestros profundos y Rossini, Bellini y Donizetti, los maestros melodiosos, creadores todos ellos de un poder incontrastable que va derecho al alma y la cautiva, y despus que la cautiva la ensea, han calcado en su mayor parte las obras maestras que los ilustran, en las obras maestras de la poesa y de las letras; la poesa precede siempre a la msica, como el rayo de luz al arco iris. Las letras son el tesoro

inagotable de las bibliotecas, que ocupan hoy los palacios mudos del saber, as como son el oleaje incesante del periodismo, que baa, agita y fecunda industrias, opiniones, costumbres y creencias. Las letras han producido en las artes la esttica, ciencia que encanta, naturaleza que re, especie de creacin, donde no hay sonidos sin acordes, ni formas sin belleza. Las letras son en la amargura de la vida miel, en la vida de los pueblos aliento, en el espritu cultura, en los anales del gnero humano la nica pgina sin mancha, y en la corriente de los siglos el nico bajel que no hace estada ni naufraga. Las letras son las que han venido librando este progreso que tenemos, esta civilizacin que nos honra, esta libertad que es nuestro orgullo. Las letras, por fin, han necesitado del fsforo para domesticar y poner a logro el fuego, del ferrocarril para transportar el fruto que da el tipo de imprenta, y del alambre para poner a su servicio la electricidad, el nico rgano capaz de transmitir, con la rapidez que l tiene, el rayo fecundador del pensamiento. Y aqu, seores, me siento como con alas, como llevado por el hipogrifo de Astolfo, para recorrer de un vuelo los siglos. Qu queda de Roma? -Sus libros. Qu de la Edad Media? Sus crnicas. Qu del siglo XV? El Renacimiento. Que de la edad horrible de Csar Borgia? Maquiavelo. Qu de la Italia humillada del siglo XVI? Ariosto y Tasso... Ved: hay en la larga jornada de la humanidad, como se nota ahondando un poco, y a veces sin ello, una estrella que siempre va, un rastro que siempre queda, de luz todo. Ser esta la aguja misteriosa que marca sin cesar el rumbo del viaje, la voz de alerta dada a la peregrinacin del porvenir, o el hilo de la Providencia, que, oculto a veces, a veces ostensible, burla todas las lgicas para hacer triunfar la suya y hace precipitar la corriente de los sucesos hacia s, como hacia un centro absorbente? Mirad el siglo de Pericles: la musa del drama y de la historia deja ms para la Grecia y para el mundo, que las batallas de Maratn y Salamina; Tucdides casi fue el maestro de Tcito, y Eurpides fue tan grande,

que haba de ser corona histrica suya que el adusto Scrates asistiese a la presentacin de sus obras y que ms tarde hubiese de inmortalizar sus pginas la sangre preciosa de Tulio, que las lea, derramada sobre ellas por los sicarios de Antonio. Hermosos das esos, en que los juegos olmpicos fueron tambin palestra a ingenios lidiadores, hubo en ellos susurro de aplauso en el concurso, voz de grata fama corriendo de boca en boca, y en el autor afortunado, rubor de gloria baando sus mejillas!... Oh! Me siento transportado! Quisiera hacer alto delante de esa edad florida, y que levantsemos aqu tres tabernculos, para contemplar de nuevo esa transfiguracin del espritu que todava, despus de ms de veintids siglos, se ve pasar por sobre nuestras cabezas como un meteoro brillante. Qu dir ahora la barbarie (yo la interpelo para que comparezca a este lugar) , qu dir cuando, en presencia de ese espectculo esplndido, vea ella por sus propios ojos, que la sangre no deja sino sangre, las tinieblas sino olvido, y que en la posteridad, slo para la virtud hay honra y para el talento laurel?... Mi conmocin es extrema, pero prosigo. Augusto, soberano astuto y fro, para cuyo gobierno sensual y desptico no hay ms explicacin que el haberse encontrado al fin sin rivales o el haberse deshecho de ellos en tiempo, hall su ilustracin en los varones de letras de su poca, y su mejor ttulo a la vida pstera en la inmortal lisonja de Horacio y de Virgilio. El reinado de Isabel de Inglaterra se nombra menos por su infame conducta con Mara Estuardo, que por Francisco Bacn y Shakespeare. El de Luis XIV es clebre por el esplendor del espritu, que ilumin ms su gusto regio que sus triunfos; todava, despus de casi dos centurias, ese faro se alcanza a ver lo mismo: la soberbia pas, el rastro de luz se mira an; y si el gran monarca hace gran figura en la historia, es porque lleva de la mano al gran Bossuet. Ese mismo siglo XVII fue el siglo de las ciencias, as como lo fue tambin el siglo XVIII, siendo ste adems, por lo que hace a la religin y a las ciencias sociales, el de

los espritus fuertes, el de los libres pensadores. Del fondo del ltimo salt la chispa que produjo el incendio de la Revolucin francesa, el acontecimiento ms grande del mundo poltico, bautismo ese de todas las ideas, piscina probtica para todos los errores, gran biblia donde hay para la libertad anales, para el derecho enseanzas y para el progreso humano advertimientos. Espaa fue un tiempo la monarqua universal; no estara mal dicho de ella que el sol se fatigaba para recorrerla. De Carlos V, en quien recay por muerte de su abuelo materno, pudo escribir en significativa frase Montesquieu, aunque comprendiendo la Alemania tambin, que la tierra se haba ensanchado para dar espacio a su grandeza. Felipe II, su hijo, salvo la dignidad imperial que toc a Fernando su to, todo lo dems lo hered: dominios colosales que se extendan a la Pennsula, aumentados stos despus en vida suya por la adquisicin de Portugal, a Holanda, Blgica, Oceana, Asia, frica y Amrica. Este monarca poderoso pudo en su reinado hacer or su voz de las islas Chilo a las islas Filipinas, hacer hablar por gala su lengua en casi todas las cortes, poblar los mares con sus flotas, obtener la mano de Mara, triunfar en San Quintn, poner espanto a Inglaterra y colmar a Espaa con el oro de Per. Qu queda de todo eso y de lo dems del podero espaol? Queda slo (por no hablar ms de esos tiempos) la abundantsima cosecha de las letras en los siglos XVI y XVII, llena, rica y varia, de rubios granos y jugosos vinos, cosecha que casi no caba en los trojes y que rebosaba en los lagares. Quedan las obras de erudicin e inventiva, muchas de ellas inimitables, que llenaron las bibliotecas y los teatros. Quedan los escritores distinguidos y los ingenios de primer orden, algunos de ellos, puede decirse, nicos: Santa Teresa de Jess, que habl de la santidad en formas tan castas como castizas; Hurtado de Mendoza, de frase atildada, si bien concisa por extremo a fuerza de recortes. Melo, historiador cultsimo y capaz de asuntos ms vastos, como si dijramos,

Roma; Garcilaso, cuyos versos deben leerse en medio de un jardn de tomillos, que tenga nardos por cerca; Sols, estilo de filigrana; Ercilla, que compona bajo el pabelln del campamento el libro que le dio inmortalidad; Herrera, guila siempre entre las nubes; Fray Luis de Len, rival de Horacio hasta en la lengua; Fray Luis de Granada, escritor de eptetos esplndidos y enamorado del amor divino, que el saba encerrar siempre, como dentro de cajas de msica, en sus clusulas cantantes; Caldern, ro de cascadas sonoras, por la armona, y Cervantes, cuya creacin es un mundo, que sac de la nada, y cuya inmortal obra ser siempre la desesperacin de los dems, porque casi no puede tener imitadores. Tesoros todos sos preciosos, que forman como un museo en los anales de las grandezas humanas! Heme aqu, seores, de vuelta ya de mi largo, si bien rapidsimo viaje por el ancho campo de la historia. Vengo contento, muy contento, porque os traigo lo que buscaba. Os traigo, que eso que hemos aprendido y leemos diariamente en los libros del progreso, es todo cierto: que la civilizacin marcha; que la conciencia humana es tribunal; que la justicia es cdigo; que la libertad triunfa y que el espritu reina. He interrogado a los fastos de todos los siglos y todos me han respondido lo mismo. He atravesado la espesa noche de la barbarie y slo silencio he hallado all: la historia misma calla. He extendido a la humanidad delante de m, como si fuese un mapa de estudio, para examinar lo que contiene y he visto, de un lado fsiles slo, osamentas, las petrificaciones y cenizas del error, que no sabe dejar por donde pasa sino escombros, cementerios, osarios, y del otro, el panten de la inmortalidad, donde se ven viviendo en galeras esplndidas todas las conquistas del trabajo y del talento: la industria que independiza, la riqueza que sustenta, las ciencias que ilustran, las artes que adornan, el libro que ensea, el peridico que difunde, el vapor que viaja, el rayo que obedece, y el derecho que va siendo ya, por los triunfos que cuenta, patrimonio

comn y, lo que es ms, blasn acariciado de las clases oprimidas. Qu porvenir, seores! Qu gloria! Este es el punto adonde yo deseaba llegar para apostrofaros; ah lo tenis: esas son las letras, que representan realmente en el pueblo que las cultiva, el cultivo de su espritu. Aunque con desmaa, que debe perdonrseme en gracia siquiera del noble empeo que he puesto, no me ha sido difcil el haber logrado confirmar, si bien por modos diversos, el tema del certamen. Yo hubiera querido otra cosa. Hubiera querido tener voz de hechizo para evocar de sus tumbas los muertos ilustres, ojos de guila para penetrar desde la altura en los abismos del tiempo, y alas de fuego para penetrar sin fatiga la prolongadsima extensin; hubiera querido ser Plutarco, que cuenta con candor, Tito Livio que pinta con elegancia, Tcito que castiga con azote, Bossuet que crea y magnifica, y Guizot que generaliza y abarca; hubiera querido recoger hechos, deducir leyes y amontonar fastos, para de esta manera, y con tal mundo grandioso a nuestra vista, poderos decir: esa luz que deja como un rastro de estrellas detrs y lleva como un camino de estrellas delante, es la luz de la civilizacin: ved, no se extingue; ese esplendor de la ciudades, ese afn de los mercados, ese hervir de los caminos, esa facilidad de tener cada uno, por su salario, pan y goces, es el aprovechamiento de la naturaleza por la industria y el rescate del hombre infeliz por el trabajo; ved: ni la una se cansa, ni el otro cede; ese espritu que va es la libertad; este concierto que queda es el orden; esa justicia que se distribuye es el derecho. Despus de todo lo cual, si me alcanzaran las fuerzas para tanto, salvando el tiempo presente y ahondando ms, divisando ms y viendo abrirse en sucesin continua, como para dar paso al progreso, horizonte tras horizonte y bveda tras bveda, hasta tocar con el linde temporal de lo futuro, podra agregaros por ltimo con voz de aliento y esperanza: ese camino inmenso, casi infinito, que recorro slo en idea, es el camino de la humanidad, y este

palacio de cielos el palacio de las letras. Esto hubiera yo querido; pero mis fuerzas son flacas, me encuentro adems por las impresiones un tanto cansado, sobre que no quiero cansaros a vosotros, y hago alto aqu. Por una razn tan principal como la dicha me gusta esta parada; porque con haberla hecho, he podido tropezar de nuevo con mi patria, con mi querida patria. He dicho mal: ste no es un accidente, sino un hallazgo voluntario y feliz, porque yo la buscaba adrede, a fin de decir sobre ellas algunas cosas que siento aqu, aqu dentro del pecho. Cmo, en el gran festn del espritu, quedarse ella sin entrar, cuando tiene cubierto y silla? Cmo, en el vistoso alarde de la civilizacin, no formar en fila ella, cuando tiene honra ganada y prez que lleva al pecho? Yo la amo con ese cario que se tiene al lugar donde uno naci; donde atraves en infantiles juegos el verde alfombrado de la menuda yerba; donde corri tras las pintadas mariposas; donde se ve subir el humo del hogar y le sale a uno al encuentro el perro de la familia, que le halaga y le conduce donde est el rbol, el ro, la cascada, la loma, a que subi de nio uno para ver despuntar el sol de la maana; donde oy por la primera vez la voz del amor materno, tan dulce y al mismo tiempo tan desinteresado, historia sta la nica que se lee todos los das y que jams se va del corazn. Amo adems a mi patria, porque es un patrimonio esplndido. Sabis, seores, lo que existe de una manera casi visible en este lugar donde hablo? Dios, que levant su trono de regalo y pasatiempo sobre esta naturaleza colosal. Aqu son los cielos palacios de luz y de zafir, tienen los mares por asiento perlas, pisan las bestias oro y es pan cuanto se toca con las manos. Sabis lo dems que tenemos? Casi todo: aqu se conocen las cosas sin los libros, se escribe sin modelos y se va adelante sin vapor; aqu hay una precocidad que adivina, un gusto que pule, un entendimiento que abarca, una imaginacin que pinta y un espritu que vuela.

Pero todo est en bruto an, y es preciso desprender el cuarzo para dejar el oro puro, llamar la industria con garantas, que es como viene, llamar el capital con halagos, que es como viaja, y ofrecer a la civilizacin domicilio de paz, que es donde crece, para de este modo aprovechar en nuestro suelo tanto tesoro oculto y tanta riqueza natural. Oh! ste ser con el tiempo un gran pueblo, y yo asisto en idea al espectculo. Entre tanto, y en cierto sentido, el genio nacional duerme, las alas plegadas, el aliento ansioso, aguardando slo aire en que sostenerse y espacio que devorar. He aqu por qu debemos estrechar alianzas y cultivar relaciones y por qu celebro yo, y debemos celebrar todos, este nuevo vnculo que por medio de la Real Academia Espaola nos une ahora de un modo ms estrecho con Espaa. Causas ya olvidadas nos pusieron un tiempo en desacuerdo; pero ah est la historia para decirnos que somos una misma raza, y el destino que nos promete que seremos una misma familia. Ha llegado ya el momento de poner punto. Este mo no es discurso de incorporacin, ni es tampoco el discurso de orden, que ha tocado hacer con tanto brillo y sabidura a mi digno e ilustrado colega, caro amigo y condiscpulo el seor doctor Rafael Seijas, en los cuales cabe materia ms amplia, exornacin ms pulida, y compromisos ms serios, sino meramente una expresin de gratitud, en que las palabras deben ser sencillas, el tiempo de que se disponga modesto y los sentimientos candorosos. Esta gratitud es la que me empea, por una parte, con la Academia de Ciencias Sociales y Bellas Letras, que se ha dignado con tal generosidad colmarme de favores; y por otra, con la Real Academia Espaola, que tanto me ha distinguido, por haberme incorporado a su seno. Dos cosas he notado: la una, que en esta ofrenda solemne que acabamos de hacer a los estudios, todos los dones han sido ricos, menos el mo ; slo que es puro y el nico tesoro de mi casa: no tengo ms; la otra, que en los magnficos discursos que acaban de pronunciarse, he odo a mi

favor muchos e inmerecidos elogios, que yo quiero considerar como esos ramilletes de flores que algunas veces se dan por obsequio o porque hay de sobra en los jardines. A mi no me queda otra cosa que tejer con esas flores guirnaldas, para colgarlas en los muros de ste que yo quisiera llamar templo del saber, a fin de que maana, cuando venga la posteridad, pueda decir con justicia, que si no hubo quien las mereciese, s hubo quien las prodigase, por generoso culto del espritu. Y ya al descender de esta tribuna, he de expresar un voto que me sale de lo hondo del pecho: que las ciencias y las letras se difundan tanto en mi pas, que formen como una atmsfera social; que mis conciudadanos respiren por todas partes el aire de la civilizacin; y que sobrevenga por fin el reinado de paz, dicha y gloria a que est llamando, por ndole y por suerte, un pueblo tan espiritual como Venezuela.

La Opinin Nacional Caracas, 18 de Agosto de 1869. Tomado de: Primer libro venezolano de literatura, ciencias y Bellas Artes: ofrenda al Gran Mariscal de Ayacucho. Caracas: Tip. El Cojo y Tip. Moderna, 1895. Antologa general, pp.2-4.

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