El Libro de Esteban Gras - JRR
El Libro de Esteban Gras - JRR
El Libro de Esteban Gras - JRR
ESTEBAN GRAS
Nunca he logrado saber (pese a mi gran experiencia) si son los libros los que llegan a las personas
o son las personas quienes llegan a los libros. Cuando Delia me encontró (o yo la encontré a ella,
qué más da) lo primero que hizo fue olerme, llenó sus pulmones con todo mi aroma, respiró una
buena cantidad de polvo y estornudó un par de veces. Después de pagarle al librero me llevó a
casa, creo que estuve a mitad de precio. Ese mismo día fue a la biblioteca y me leyó de principio
a fin; me devoró, como suele decirse. Nunca antes había hecho tan feliz a una persona, tampoco
alguien había pasado mis páginas con tanta suavidad y rapidez, todo sucedió tan rápido que
llegué a sentirme exhausto, en un momento incluso quise que Delia se detuviera, pensé que no
sería capaz de seguirle el ritmo. Ahora ha pasado una semana y Delia me lee nuevamente (no le
importan mucho mis terribles defectos de redacción, o el hecho nefasto de que estoy a punto de
desmoronarme). Esta vez me lee con más calma y detenimiento, la acompaño mientras se toma
un café, cuando va camino a casa, justo antes de dormirse, cuando espera a alguien. Delia me lee
Creo que ha hecho algunos dibujos basados en mi historia. Ella es el tipo de joven a la que le
gusta hojear novelas y yo soy el tipo de libro que tiene algo especial qué narrar. A diferencia de
otros lectores tiene un gran cuidado conmigo. Tiene la piel muy tersa y sus manos son delgadas.
En el mundo de las personas habríamos sido buenos amigos (a lo mejor algo más, quién puede
saberlo). ¡Llevo tanto tiempo pasando inútilmente de mano en mano, de librería en librería, de
puedo evitarlo, por un lado he sufrido las consecuencias de ser tratado con mucha brusquedad,
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Igual que lo hacía Esteban Gras años y años atrás, Delia vive en la vieja casa 34 de la Calle
Arcadia y usa como separador de lectura un billete egipcio muy antiguo. ¡No es coincidencia!
Esteban Gras fue mi autor. También fue mi primer lector. Había comprado aquel billete en una
tienda de curiosidades. Se decía que era un billete maldito, que todos sus propietarios habían sido
perseguidos por el espíritu de alguien del siglo XIX. Esteban no creía aquella maldición. Yo sí la
creía, incluso llegué a ver el fantasma muchas veces. Esteban no llegó a percibirlo. Debe ser
porque nunca se tomaba en serio las supersticiones, creencias y habladurías de este tipo, basta
con decir que cuando me escribió evitó cualquier elemento fantástico. Era un hombre muy serio,
la mañana y tomaba una ducha de inmediato, hacía ejercicio con su esposa durante una hora,
siempre desayunaba frutas a las siete y media, luego se ponía un traje e iba al trabajo. Era el
representante legal de una fábrica de máquinas trituradoras de papel. Esteban Gras regresaba a
casa a las cinco de la tarde y leía por dos horas. Luego cenaba. A las diez de la noche se dedicaba
a escribir su novela (es decir, a escribirme) y a veces no paraba hasta que volvía a amanecer. Me
sorprendía que tuviera tanta energía y sobre todo que (siendo un hombre escéptico y racional)
—Cuando estoy leyendo y veo este billete –le dijo una vez a su esposa— recuerdo la leyenda,
aquella de que este trozo de papel transporta un fantasma. Sé que es una estupidez, pero me hace
pensar que en cualquier momento puedo dejar el mundo de los vivos, desaparecer, evaporarme.
Eso me ayuda a leer más deprisa. Siempre hay poco tiempo para las cosas realmente importantes.
Cuando Delia me llevó a aquella antigua casa y empezó a separar su lectura con un billete
idéntico al que usaba Esteban Gras, pensé, como es natural, que no se trataba de una casualidad.
Entre ambas personas debía existir necesariamente un tipo de vínculo. Los libros estamos
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acostumbrados a ver todos los hechos con lógica novelista: unimos cabos a cada instante,
buscamos ver los hilos que mueven el mundo en su totalidad. Delia y Esteban debían tener en
común más que un hábito de lectura y un lugar de residencia. Muy pronto supe que mi encuentro
con ella no había sido fortuito. Delia me había estado buscando. ¿O la buscaba yo a ella?
Tuvieron que pasar muchos años para que nos encontráramos, casi una eternidad, aunque quizá
esté exagerando. Los libros, además de no creer en las casualidades, somos impacientes. Odiamos
el tiempo muerto, llevamos esto en la tinta como las personas llevan en la sangre el color de su
Hoy en la tarde, desde el escritorio que hay al fondo de la habitación, escuché una charla entre
—En algún punto pensé que no podría encontrarlo —le decía ella—, pensé que no existía, que
—Has tenido suerte —le contestó él conectando y desconectando algunos de los cables del
aparato—. Si lo piensas, ya han pasado más de cincuenta años desde que se publicó. Aunque
Luego de esto Delia se acercó al escritorio, me tomó y me puso en las manos de Marco. Él tenía
la piel muy áspera y las uñas largas y sucias. Me acarició bruscamente por un buen rato antes de
ir a mi primer capítulo. Fue bastante desagradable. Marco no sabe cómo tratar cuidadosamente un
libro viejo. Se le da mejor interactuar con aparatos electrónicos. Me recuerda a Clara, una
maestra de escuela que me albergó en su casa durante tres años y que se pasaba las noches
leyendo frente a la pantalla de su computador. Estaba muy entusiasmada cuando me compró pero
nunca llegó a leerme. Varias veces la escuché decir que prefería los libros digitales, pero que
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coleccionaba los de papel. Debo aceptar que día tras día odié profundamente su computador y
llegué a desear que estallara frente a su cara. Sentía que la máquina era una fuente inagotable de
falsos libros, una pequeña fábrica de impostores. Por entonces me parecía inimaginable que
existieran novelas que, pese a no estar hechas de papel, se hicieran llamar libros. Ahora que he
sufrido en tinta y papel todo el paso del tiempo, soy consciente de que hay momentos en los
cuales sería preferible estar hecho de bits que de frágil pulpa de celulosa.
Por la conversación que pude escuchar entre Delia y Marco (aparte de confirmar que me estoy
haciendo viejo) pude darme cuenta de algo importante: Delia es descendiente de Esteban Gras
(¡Qué predecible! Ya lo sospechaba); tan pronto supo que su bisabuelo había sido escritor buscó
su obra durante años. Ciertamente no debió ser muy fácil hallarla. La obra de Esteban Gras no es
fácil de encontrar, se reduce a una sola publicación: yo. No se trata de una célebre novela de gran
tiraje escrita por un hombre reconocido. No soy un best seller. Cuando Esteban terminó de
escribirme ahorró apenas lo suficiente para imprimir doce ejemplares. Creo que mis hermanos y
yo nunca nos vendimos bien. Sí, soy una publicación autofinanciada de tan solo una docena de
libros (de los cuales, además, sólo me consta que sobrevivo yo).
—Ojalá encuentres otro ejemplar algún día. Es una lástima que a este le falte la última parte.
Así es. Además de todo estoy incompleto. Aunque casi nadie parece darse cuenta, aparte de la
última página me falta la primera. En ella Esteban había escrito con su pluma una dedicatoria
Eugenia Vega, estimada amiga, por desgracia ya conoces el final de esta historia.
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Con gratitud, Esteban Gras.
Aquella página la perdí mientras se realizaba mi primera lectura. La mujer que me leía la arrancó
cuando aún no llegaba a mi final. Supongo que la guardó en algún sitio. Luego me lanzó a la
basura. De allí me salvó un mendigo un día después. La mujer no quería que su esposo la
descubriera leyendo una novela escrita por Esteban Gras. Quizá tampoco quería descubrirse a sí
misma en mis capítulos. En realidad estoy lleno de ella. Esteban ni siquiera se tomó la molestia
de disfrazar su nombre (Eugenia) o su apariencia (cabello negro, ojos marrones, labios delgados).
Aquella mujer y mi autor tuvieron una relación realmente problemática y tempestuosa. En fin,
aquella es (como yo) una corta y aburrida historia. La última página la perdí poco después.
Sucedió cuando el mendigo que me había rescatado del basurero dejó que su hijo de cinco años
jugará conmigo. Habría preferido quedarme en la basura, siempre he lamentado mucho esa
pérdida.
Puede decirse que (en resumen) soy un libro infeliz y amargado. Desde que mi autor me obsequió
a aquella mujer desgarradora, nunca he sido leído por completo. Por el contrario, he vivido con el
temor de ser leído cada vez menos. Como suele sucederles a muchos hombres viejos con
problema de memoria, los libros corremos siempre el riesgo de perder poco a poco todo nuestro
contenido. La semana pasada, mientras Delia me leía en un parque, sentí que la página 68 se
desprendía de mí. Pensé que esa importante parte de lo que soy saldría volando por el aire. Si
hubiera estado en mi poder, me habría cerrado de golpe. Supongo que ahora es peligroso que me
lean al aire libre. Soy un libro joven. Lo sé. He visto enciclopedias mantenerse intactas un siglo
después de haber salido de la imprenta. La verdad es que soy un libro joven pero defectuoso. Fui
una publicación de bajo costo, ni siquiera cuento con una tapa dura. Ahora, en la que debería ser
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la mitad de mi vida, la brisa más leve amenaza con hacerme pedazos. Lo que no estaría del todo
mal dado que me he vuelto (prematuramente) un aburrido libro para leerse solo en interiores.
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LECTURAS
Sentimental. Eso es lo que se supone que soy. Es algo que se sabe a primera vista, y no lo digo
comenzó a escribirme quería que fuera una novela histórica. Esperaba lograr una obra que se
gustaba mucho esta idea, le parecía demasiado aburrida y muy poco comercial. A él le angustiaba
esto bastante, no lo supe porque su semblante fuera el de un hombre triste y tuviera la costumbre
de lamentarse (el solía ser reservado y parco de palabras), sino porque a veces (mientras me leía)
yo lograba ver lo que él pensaba. Teníamos ese tipo de conexión. Su esposa lo consideraba un
escritor mediocre, sin perspectiva, y se lo hacía saber cada vez que tenía la oportunidad. Ella
sencillamente no creía que existiera alguien a quien le interesara leer una novela sobre un tema
como ese. A muchos escritores les importa muy poco (como a Esteban Gras) si sus libros tendrán
o no tendrán suficientes lectores, si se venderán bien o no. Ella no entendía esto, ¿cómo alguien
Esteban Gras quería alejarse todo lo posible de su propia vida. Le fascinaba la idea de adentrarse
en la mente y el cuerpo de personajes históricos muy remotos y desconocidos para él. Su esposa
quería que él fuera más ambicioso, que escribiera sobre asuntos de moda, sobre temas vivos, no
acerca de personas muertas hace siglos. Esteban llegó a preguntarse si alguna vez su esposa en el
fondo (como él) habría deseado ser alguien del pasado, si en algún momento de su vida habría
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querido vivir en la América precolombina, en Japón durante la década de los años treinta,
conocer la Grecia antigua o algo por estilo. Cuando pensaba en esto concluía que ella
probablemente (de haber podido hacerlo) habría vuelto al pasado y habría sido ella misma, pero
Siempre he sentido que mi verdadero destino fue ser una novela histórica. Nunca me pareció una
idea disparatada. Esteban daba la impresión de ser un excelente historiador, es una lástima que su
proyecto se viera frustrado. Eso sucedió cuando supo que (pese a querer alejarse de sí mismo por
medio de la escritura) solo podía escribir sobre su vida personal, en especial acerca de lo mucho
Según algunos, soy un testimonio sobre el desamor y la angustia; según otros, soy una ficción
sentimental. Algunos creen que soy una combinación de ambas cosas. Lo único que puedo decir
con certeza es que durante algún tiempo fui bastante romántico, muy emotivo, muy sensible, muy
pasional. Ciertamente he llegado a sentir un gran cariño por muchos de mis lectores. Podría
decirse que soy un libro enamoradizo, he estado obsesionado con la sensación de las manos de
muchas personas (a todas ellas las esperaba impacientemente y me afligía cuando no llegaban a
sentirse a gusto conmigo). Con el paso del tiempo, sin embargo, me he convertido en un libro
sentimental del tipo deprimente. Cada día me siento más como un tratado de pesimismo y
sufrimiento que como una historia de amor. Creo que me he vuelto más consiente del paso de los
días y del inevitable fin de todas las cosas. No puedo dejar de pensar que nada bueno perdura. No
mi vida. Las compañías agradables siempre terminan pronto. En determinado momento todos se
cansan de mí, se alejan antes de terminar de leerme, o me leen por entero y de repente se olvidan
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en un reloj de mesa. Suele ser así de sencillo. He pasado el ochenta por ciento de mi vida estando
cerrado y meditando sobre el significado de la soledad. El otro veinte corresponde al tiempo que
he estado enamorado de los ojos que me leen (debo decir que prefiero los ojos claros porque en
ellos me reflejo menos). Pero ya basta de lloriquear. A decir verdad los últimos días me he
Delia he terminado de leerme por segunda vez y ahora me está restaurando. Probablemente al
acabar me pondrá en su estante de libros. Cuando eso suceda vendrá una temporada más de
silencio y quietud. Es tan aburrido permanecer cerrado, es como estar dormido. En este momento
ella limpia mi lomo con químicos, me desempolva y le pone pegamento a las páginas que están a
punto de desprenderse. Mientras lo hace (no sé por qué, debe ser un efecto de las sustancias)
tengo la impresión de que alguien me observa. No puedo decir que me sienta observado por
Delia, se siente más como si alguien que no logro ver se fijara en mí desde la distancia, desde un
sitio oculto entre el suelo y las paredes de la habitación. Procuro no prestarle mucha atención a
esta sensación. Si Esteban Gras hubiera hecho de mí una novela de suspenso en lugar de una de
amor, pensaría que un peligro asecha entre las sombras y que mi peor enemigo planea deshacerse
de mí. Creo, por el contrario, que sencillamente Delia me pone un poco nervioso. Tiene ojos
claros y es una joven muy bella. En realidad me siento muy bien estando en sus manos, no me
gustaría llegar a decepcionarla. Fue un alivio para mí que ella no encontrara cosas inusuales
escondidas entre mis páginas, ¡qué vergonzoso habría sido! Casi siempre que alguien me lee
encuentra pequeños objetos, me refiero a cosas de antiguos dueños. Cada vez que pienso en esto
Andrés puso su licencia de conducción entre mis páginas, exactamente entre la 186 y la 187.
Según la licencia, había nacido un tres de octubre, su tipo de sangre era O positivo, sabía
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conducir todo tipo de vehículos y debía usar lentes. Recuerdo que era alguien bastante torpe y
despistado. Cuando leía mi séptimo capítulo me perdió en un taxi y una joven llamada Lucía se
topó conmigo. Cuando encontró aquel trozo de plástico sonrío por algunos minutos. Una semana
después (de alguna manera) logró encontrar a Andrés y devolverle su licencia. Creo que buscó su
café y un año más tarde estaban casados. Es curioso lo que algunas personas ponen en los libros y
son increíbles las cosas que pueden llegar a suceder a partir de algo tan nimio.
A falta de separadores de lectura apropiados he tenido que soportar (entre otras cosas) facturas de
chocolates, volantes de comida rápida, hojas secas de árboles y cheques sin cobrar. Casi todas las
personas que usaron conmigo este tipo de objetos no mostraban interés solo por mí. Disfrutaban a
la vez muchos libros (montones y montones): un día leían reportajes, otro día leían artículos
volúmenes de filosofía, en fin, nunca era sencillo llamar por completo su atención (en
consecuencia, transcurría mucho tiempo desde que me empezaban hasta que me terminaban).
Debe ser por esto que me he sentido mucho mejor con quienes leen un libro a la vez y se
empeñan en terminar pronto lo que han iniciado (aunque debo aceptar que despedirse de un lector
Delia es de mi tipo favorito de lectores, no solo ha mostrado gran interés por lo que digo en mis
cuidadosa y amable. A veces me habla de diversos asuntos como si conversara con una persona.
Me gusta escucharla, es como cuando podía saber lo que Esteban Gras pensaba. Delia me ha
dicho que en su familia se hablaba de mi existencia, pero nadie había intentado buscarme hasta
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que ella lo hizo. Lamenta mucho que me falte una parte, esto la atormenta y la angustia (para ser
sincero) más de lo que me entristece y me mortifica a mí mismo. Dice que buscará al menos otro
Aparte de Delia, solo en dos ocasiones alguien ha querido leerme más de una vez. Primero lo
hizo el mismo Esteban Gras. Le gustaba escribir sobre sus experiencias casi tanto como le
gustaba leerse a sí mismo. Treinta años después lo hizo Michel. Michel era un extranjero que me
había robado de una tienda de libros de segunda mano y luego se había propuesto traducirme al
francés. Lo intentó durante dos semanas sin tener mucho éxito. Creo que fuimos felices por una
temporada, a ambos nos gustaba el café (a él su sabor, a mí su aroma). Días después pasé a
manos de su amiga Patricia y no volví a verlo. Mi relación con los lectores siempre es efímera.
Incluso si les agrado y desean pasar un poco más de tiempo conmigo, el romance difícilmente se
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MIGRACIONES
La restauración terminó y es como si fuera treinta años más joven. Al acabar conmigo (tal y
como pensé que sucedería) Delia me ha puesto en el estante de libros de su habitación. Estoy en
un sitio alto y tengo una excelente vista del cuarto. El estante es limpio, cómodo y tengo algunos
compañeros agradables. Seguro piensan algo sobre mí, a lo mejor que estoy viejo y soy tosco (la
mayoría de ellos están casi nuevos y tienen limpias y lindas tapas duras). A lo largo de mi vida
aparadores. En una ocasión estuve tres años en el fondo de un armario, fue una temporada
bastante sofocante, todo fue tan aburrido que llegué a leerme a mí mismo un par de veces. El
armario tenía una humedad, creo que fue allí donde adquirí el moho. Aún no sé si las manchas
que tengo entre la página 123 y la 248 fueron otro resultado de aquel encierro, lo cierto que
también pude contraerlas doce años después de mi publicación. Por entonces vivía en la
biblioteca de un hombre llamado Pablo, alguien a quien le gustaba leer en voz alta y que a
menudo escupía al hablar. En una ocasión su saliva casi borró una de mis palabras favoritas:
Un joven muy bien vestido acaba de entrar en el cuarto. Delia está recostada en la cama con los
ojos cerrados y él camina despacio y muy silenciosamente. Cuando está cerca de ella se queda
observándola y juega con la corbata que le cuelga en el pecho. Delia se despierta y lo ve allí de
pie, inmóvil ante ella. Él le habla con caballerosidad. Quiere saber si desea conversar con él un
poco. Ella niega con la cabeza y se incorpora. Le pregunta cómo ha entrado y él se acerca a la
ventana.
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—Preguntas lo mismo cada vez que vengo. No necesito que me abran la puerta, soy Makalani.
Delia guarda silencio por un minuto. Luego le pide al visitante que se vaya. Él deja de jugar con
su corbata y empieza a salir. Se mueve con mucha suavidad, como si no tocara el suelo con los
—¿Dónde has estado? –le pregunta ella—. ¿Cuándo te vi la última vez? ¿Hace cuatro meses?
—No he sabido de ti desde hace cuatro meses con veintiún días –responde él—. Francamente no
quería que te despertaras, solo quería verte. Me iba a ir enseguida, no era mi intención molestar.
—No me agradan estas visitas inesperadas. Eso es todo. No debí pedirte que te fueras, fui
El joven sonríe débilmente. Luego empuña su mano derecha y da tres golpes en la puerta.
—Como ves –le dice—, no tengo más opción que aparecer de repente. Tú tienes el billete y yo
soy Makalani.
Pronto ambos empiezan a hablar sobre lo que cada uno ha hecho en los últimos meses. Él
menciona algo acerca de visitar El Cairo y luego Delia le habla de mí, de lo mucho que me buscó
en todas las librerías de la ciudad y de lo feliz que la hizo encontrarme a mitad de precio.
También le habla de mi restauración, de los químicos que usó y del cuidado que tuvo con cada
una de mis páginas. Él se acerca al estante de los libros, me busca y después le pide a ella que me
tome y me abra. Estando cerca de él puedo ver que es un joven delgado y que sus ojos (tal y
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como yo los recordaba) son grises y profundos. Tiene una mirada penetrante, como si pudiera
—Conozco este libro. Estuve allí cuando Esteban Gras lo escribió. Casi no recuerdo de qué se
—No todavía.
Luego de que salí de la imprenta, Esteban Gras empezó a leerme y a usar como separador de
lectura el billete egipcio. Creo que fue por aquellos días que vi por primera vez a este fantasma
llamado Makalani. A diferencia de Delia, Esteban Gras era incapaz de percibirlo. Como he dicho,
era un escéptico. Esto no parecía importarle mucho al joven fantasma, que hablaba todo el tiempo
aunque Esteban no pudiera escucharlo. En una ocasión le relató cómo quedó unido al destino de
aquel billete.
Makalani murió a finales a del siglo XIX. Vivía en El Cairo, específicamente en el Barrio Copto,
un sitio ubicado en la parte antigua de la ciudad. El barrio le gustaba porque estaba lleno templos
silenciosos, de casas antiguas y de calles estrechas y adoquinadas. Vivía allí con su tío Rashidi,
que era jardinero (según él, un hombre sabio y misterioso). Durante una visita a las Pirámides de
Guiza, Rashidi le dijo a Makalani que cuando la vida acaba la conciencia no desaparece, solo
migra.
—Es curioso –exclamó el joven—. Siempre he pensado que cuando alguien se marcha, alguien
más llega al mundo en ese preciso instante. Lo que dices es todo lo contrario, que nadie
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—Se puede migrar a cualquier lugar que se desee —respondió el tío—. Estas pirámides no sólo
son construcciones de piedra. Son la morada de antiguas personas. Hay quienes creen que hay
sitios que son capaces de alojarnos por siempre. En realidad no solo hablamos de lugares,
también de cosas.
Una mañana Makalani despertó sintiéndose mal. Tenía un fuerte dolor de cabeza y un fuerte
escalofrío que le recorría el cuerpo sin cesar. Podía ser un resfriado, una simple indisposición, un
malestar de los que desaparecen después del desayuno, pero Makalani (por alguna extraña razón)
estuvo seguro de que ese mismo día (si su tío estaba en lo cierto) tendría que decidir a dónde
migrar. Rashidi le pidió a su sobrino que alejara estos pensamientos de su mente, que se
—Está bien —le dijo Makalani—, dejaré de pensar en esto, me tranquilizaré y seré paciente.
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Rashidi accedió a la petición de su sobrino. Más tarde, cuando el malestar se agrabó y el dolor se
volvió insoportablemente intenso, Makalani sacó de su bolsillo un billete de una libra y lo miró
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AUTORRETRATO
Hoy Makalani ha silbado una canción y se ha encerrado en el armario de Delia. Fue una canción
triste y hermosa, aunque imagino que habría sonado mejor en un clarinete, un saxófono o una
flauta. Hace décadas lo había escuchado interpretar esa melodía. Siempre me ha gustado (además
de decir cosas en cada página) oír y observar lo que sucede a mi alrededor. Marco, el amigo de
Delia, repara todo tipo de máquinas. Repara teléfonos celulares, televisores, reproductores de
música, incluso refrigeradores, aunque aún no logra reparar el computador que está en la
habitación. Viene todos los sábados, desarma la máquina y pasa horas y horas revisando circuitos
y mecanismos. Mientras él se dedica a esto Delia dibuja (hoy ha sido uno de esos sábados).
—Aún no identifico cuál es el problema —le dice él luego de pasar todo el día conectando y
desconectando cables.
—Puede ser un problema con el sistema operativo, el procesador, incluso puede ser una falla de
—Siento curiosidad por la novela que escribió tu bisabuelo —sigue diciendo él—. ¿Puedo leerla?
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—No todavía —le contesta Delia enseguida—. Además ya hay otra persona que quiere leerla.
Al oír esto Delia va a su escritorio, abre un cajón y saca de allí su antiguo billete egipcio.
—La persona que está interesada en leer el libro —dice enseñándole el trozo de papel— es este
Marco (quizá pensando que ella bromea) empieza a sonreír. Ella continúa:
—Este billete ha estado en mi familia desde hace mucho tiempo. Pertenecía a Esteban Gras, al
—Eso lo entiendo, lo que no comprendo es cómo ese papel puede querer leer un libro.
—En realidad no se trata del billete en sí, aunque es un billete especial —dice Delia al fin—.
Algún día te diré qué oculta y comprenderás. Por ahora seguiré dibujando.
El último dibujo que he podido ver desde aquí representaba a una niña cargando un zorro en sus
hombros. A Delia le encanta dibujar y tiene bajo su cama una caja repleta de bocetos. Hace poco
la abrió y esparció todas sus creaciones en el suelo. Dos de los dibujos me llamaron la atención.
El primero, en el cual un hombre y una mujer alimentan un par de cabras, parecía ser la
Aunque desde el principio ambos fueron conscientes del regreso del esposo y de la
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murmullo del bosque. Todas las mañanas, luego de tomar un baño de agua caliente,
Cir, dos bellas cabras blancas que tenían la costumbre de saludarlos bajando la cabeza
El segundo dibujo era de un corazón humano siendo expuesto al calor de una llama. A lo mejor
también Delia es muy sentimental (como yo) y cuando se enamora ama con la intensidad del
fuego. Aunque también es posible que dibuje lo primero que se le ocurre, aunque no lo considero
Cuando aún era muy joven conocí a alguien a quien también le encantaba dibujar. Era un
adolescente, he olvidado su nombre pero no su manera de hablar, usaba palabras que no se suelen
escuchar mucho en personas muy jóvenes, palabras como: inefable, arrebol, sempiterno o
sublimidad. Sus dibujos eran tan auténticos como su vocabulario. Una noche, días antes de que
decidiera vender sus libros (yo incluido), observé cómo elaboraba un autorretrato. En el dibujo su
rostro tenía una expresión bastante extraña. Era una mezcla de satisfacción y decepción. Él lo
llamó "La ambigüedad", otra palabra que no siempre se llega a escuchar en personas tan jóvenes.
Creo que desde entonces he deseado tener un rostro humano. Los rostros de las personas pueden
desesperación, o el interés y la indiferencia. Yo, en cambio, nunca podré decir "aquí" y a la vez
estar diciendo "allá" (por más que lo intento las dos palabras aparecen separadas). Tampoco
puedo narrar a la vez mi primer y mi último capítulo (siempre hay toda una novela de por medio).
Lo encuentro angustiante.
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—¿Qué tal si el próximo sábado te explico mejor el asunto del billete? Luego puedo leer el libro
en voz alta, así lo escuchará la persona que está interesada y también lo escucharás tú.
Marco se muestra de acuerdo y enseguida se marcha. Tan pronto lo hace Makalani sale del
armario de Delia. Cuando ella lo ve deja de dibujar y le pregunta qué ha estado haciendo allí
con su corbata. Esta vez la canción no suena triste ni hermosa, sino agresiva y demasiado fuerte.
—Hace mucho —empieza a decirle—, alguien que podía percibirme le habló acerca de mí a la
¿Sabes lo que es eso? Nadie creía lo que él decía y el billete que me contiene se volvió una
curiosidad barata. Querían venderme, era como ser un fenómeno de circo. No la pasé muy bien
Hace muchos años, mientras Esteban Gras leía mi quinto capítulo y separaba su lectura con el
billete egipcio, Makalani se presentó en su estudio y le agradeció por haberlo sacado de aquella
tienda de curiosidades. Esteban (por supuesto) no escuchó una sola palabra. Los siguientes días
Makalani siguió presentándose y agradeciéndole una y otra vez. Nunca tuvo éxito. Al final optó
por imaginar que Esteban en verdad lo escuchaba pero era demasiado tímido como para
contestar, de esta forma podía hablarle cada noche sin sentir que estaba completamente solo y
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—Tengo curiosidad por saber algo —le expresa Delia un rato más tarde—. ¿Esteban Gras podía
verte?
—Lo dudo —afirma Makalani sentándose en el suelo—. Solo una vez llegó a escucharme y
Poco después Delia retoma su dibujo y cuando lo acaba se lo enseña a Makalani. Desde donde
Delia lo observa detenidamente por un momento, luego dirige la mirada al dibujo y respira muy
hondo.
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OSCURIDAD
Es de noche y Delia llora en la oscuridad del cuarto. No puedo verla, pero la escucho sollozar. El
eco de su llanto se confunde con el crujido de las paredes y de la madera del piso; son los sonidos
de una casa vieja en una noche de tormentos. Yo también estoy nervioso y angustiado, me
entristece lo que ha sucedido y no puedo evitar lamentar la desesperación que sufre Delia.
Makalani guarda silencio; se cansó de pedirle que se tranquilizara y aceptara los amargos
acontecimientos tal y como son, pero ella no es el tipo de persona que se calma con un par de
Delia estuvo fuera de casa toda la mañana y la tarde. Volvió Antes de que anocheciera y se
acercó al estante de los libros. Parecía cansada. Quise que me tomara pero prefirió alcanzar uno
de sus libros sobre extraterrestres y viajes al espacio (sospecho que son sus lecturas favoritas).
Era el atardecer y un débil rayo de luz entraba por la ventana y le daba directo en el rostro. Su
cabello brillaba como el cobre. Pronto, sin embargo, apareció Makalani y empezó a llover, he
notado que cuando está presente baja la temperatura, todo se oscurece un poco y el buen tiempo
—No importa —le dijo ella—. Es solo que al libro de Esteban Gras le falta la última parte,
alguien se la arrancó. Llevo mucho tiempo buscando otro ejemplar pero no es sencillo, estoy
exhausta.
Makalani se acercó a ella, la miró fijamente y luego puso sus manos encima de las de ella.
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—No existen más ejemplares del libro de Esteban Gras –afirmó Makalani con seriedad—, dos
Delia no dijo una sola palabra y por un momento no movió un solo músculo de su cuerpo.
También a mí me sorprendieron mucho las palabras del fantasma. Creo que si no fuera un libro,
sino una persona (y pudiera hablar y moverme como todos), habría reaccionado de la misma
forma, adoptando una actitud silenciosa e inmóvil, sin embargo no es el caso: mi reacción fue
sobresaltarme y caer del estante. No es la primera vez que logró sobresaltarme, esto me ha
llegado a suceder en dos ocasiones. La primera vez ocurrió cuando la mujer a la cual Esteban me
había regalado arrancó mi primera página. Luego pasó cuando aquel niño de cinco años me
arrancó la última. En ambos casos salté y caí al suelo. Supongo que (de alguna manera) esta es
una situación similar, pues ahora sé que todos mis hermanos fueron arrancados del mundo y que
yo, como consecuencia, soy el residuo deprimente y estropeado de una novela que ya no existe
completa.
Cuando Delia me recogió del suelo le preguntó a Makalani cuál había sido la razón por la cual
Esteban había hecho una cosa como esa. No es usual que un escritor destruya su propia obra. El
fantasma se sentó en el suelo y habló. Mientras ella lo escuchaba acariciaba mi cubierta con la
Cuando Esteban Gras se casó (empezó a decir Makalani) fue consciente de que unía su vida a la
mujer incorrecta. No la amaba, nunca se había sentido a gusto con ella, jamás le había agradado
lo suficiente. Si se casaba con ella era claro que no lo hacía simplemente porque se había hecho
mayor y no deseaba pasar solo el resto de su vida (lo que en verdad temía), sino porque Eugenia,
la mujer de la que estaba enamorado, había elegido a otro hombre y esto lo mortificaba
profundamente. Eugenia era una joven científica. Su esposo solía llevar sombrero, gafas oscuras
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y todo el tiempo estaba fotografiando aves; hacían una excelente pareja, sin embargo Esteban
sentía que al casarse con aquel hombre ella había perdido el rumbo y que ahora él mismo (si
quería que algún día sus caminos se cruzaran) debía perderlo igualmente.
La había conocido en el centro de la ciudad. Ambos compraban hojas de papel. Ella compraba
papel de estraza y él papel de alto gramaje. En su primera charla discutieron sobre qué tipo de
cinta entintada era la más adecuada para usar en una máquina de escribir Underwood. Se vieron
muchas más veces, él le hablaba de su interés por la escritura y ella de su más reciente
investigación. De pronto, cuando todo marchaba de la mejor manera (y sin que pareciera existir
una razón) ella se alejó de él y contrajo matrimonio con el fotógrafo de aves. A lo mejor no
deseaba pasar toda su vida al lado de un típico hombre de escritorio. Esteban intentó contactarse
nuevamente con Eugenia pero su esposo (que estaba al tanto de los encuentros entre ambos) se lo
Tiempo después, cuando Esteban Gras volvió a encontrarse con Eugenia en el centro de la ciudad
(nuevamente comprando papel), ella le agradeció que le hubiera enviado una copia de su libro y
se hubiera tomado la molestia de escribir una dedicatoria. Él le preguntó si lo había leído. Ella
negó con la cabeza y confesó que lo había lanzado a la basura, temiendo que su esposo la
rechazo y al fracaso. Aquel mismo día reunió todos los libros que tenía impresos y los destrozó.
Aunque pensó prenderles fuego optó por hacerlos trizas (uno por uno) con la más potente
máquina trituradora de papel que había en la fábrica en la que trabajaba. Si su libro no había
logrado cautivar a aquella mujer (y por el contrario ella había deseado deshacerse del ejemplar a
toda costa) debía tratarse de una novela desprovista de cualquier valor y atractivo, todo debía ser
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destruido, no sería fácil, pero acabaría por tolerarlo y empezar de nuevo (de las cenizas de aquel
fracaso tendría que surgir algo que estuviera a la altura de la mujer a la que amaba).
—Pude escribir sobre un tema de moda —decía Esteban mientras observaba cómo las páginas se
convertían en pequeños trozos de papel—. Pude hacerlo, pero soy un necio. Probablemente así
Eugenia habría disfrutado más la lectura y habría querido, tal vez, hablar conmigo acerca de la
historia, el ritmo, los personajes, los espacios, sin importar lo que pensara aquel hombre...
Después de que todo esto sucediera Esteban Gras no volvió a escribir otra novela. Lo intentó en
varias oportunidades pero siempre dejaba todo inconcluso, tampoco volvió a ver a Eugenia.
Algunas veces Makalani lo observó redactar extensas cartas dirigidas a ella. Cada vez que
intentó escribir algunos relatos cortos sobre las guerras de independencia hispanoamericanas,
pero prefirió dejarlo al notar que la trama desembocaba (una y otra vez) en la historia misma de
su desamor. Al final decidió consagrarse a la esposa que había elegido y concentrarse (pese a la
insomnio, Esteban fue a su escritorio y abrió el cajón en el cual ocultaba todas las cartas que
jamás había tenido el valor de enviar y las puso todas en un paquete (junto con sus relatos
Para cuando Makalani terminó de contar esta historia, Delia había dejado de acariciar mi
cubierta. En lugar de esto me sostenía con firmeza y miraba (demasiado molesta) hacia la
ventana. Por un momento pensé que se levantaría, tomaría impulso con su brazo y me arrojaría
hacia la calle.
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—Nunca conoceré el final del libro de Esteban Gras —dijo abriéndome en una página al azar,
—Si pudiera hacerlo, te daría un poco de agua ahora mismo —le expresó Makalani—. Mi tío
decía que era lo mejor que se le podía ofrecer a alguien que se sentía mal.
En aquel punto sentí una gran conmoción. No recuerdo muy bien cómo sucedió, pero sentí que
caía fuertemente. Cuando volví en sí estaba arrojado (y completamente abierto) sobre el suelo del
En este momento (como he dicho antes) es de noche y Delia llora en la oscuridad del cuarto. No
puedo verla, pero la escucho sollozar y el eco de su llanto se confunde con el crujido de las
paredes y de la madera del piso. Ahora pienso que estos no son simplemente los sonidos de una
casa vieja en una noche de tormentos. Veo que algo brilla en la oscuridad y no es la primera vez
que siento como si alguien se fijara en mí desde la distancia, desde un sitio oculto entre el suelo y
las paredes.
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VOCES
Es de día y Delia me levantó del suelo. Makalani no ha vuelto a hablar y parece haber perdido
color. Él (como yo) sufrió demasiado durante la noche. Si los libros y los billetes estuviéramos
hechos de sangre en lugar de tinta, anoche los dos habríamos muerto desangrados luego del
violento ataque. Cuando escuché los chillidos y sentí los mordiscos supe que se trataba de un
ratón hambriento. El ataque fue una gran sorpresa para mí, a decir verdad, lo primero que se me
había ocurrido cuando vi aquel par de ojos brillando en la oscuridad fue que era un gato. En ese
momento me había alegrado. Los gatos son buenos amigos de los libros, también de los lectores,
de los escritores y de los libreros. Tengo buenos recuerdos de todos ellos, son silenciosos y tibios,
como Parca (la gata de mi décimo dueño), que tenía la costumbre de limpiarme el polvo con su
pelo al pasar cerca. Era completamente negra y tenía diminutas manchas blancas (como un cielo
nocturno). Ojalá el animal de las sombras hubiera sido Parca y no un roedor. Era uno grande y
respiraba con fuerza. Tuve mucho miedo cuando sentí sus patas sobre mi lomo y sus dientes se
clavaron en mis hojas. Mis letras y palabras empezaron a ser trituradas dentro de su boca y a
deshacerse sobre su lengua. Cada segundo que transcurría era un nuevo agujero y cada nuevo
agujero era un motivo más de desesperación. También el billete egipcio (que yo llevaba como
separador) perdió un buen trozo de papel. Nada peor para un libro incompleto y un billete antiguo
que caer en los dientes de un ratón desalmado. Cuando la digestión del animal inicia ya se ha
Makalani no se ha sentido bien desde entonces, no ha dicho una sola palabra. Si el billete sufre
algún daño es el fantasma el que afronta las consecuencias. Tampoco yo me siento bien,
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francamente ahora todo es menos claro, es confuso y más desesperanzador. Delia se disculpó con
el fantasma y lloró mucho al ver los destrozos del ratón, está profundamente arrepentida de
habernos arrojado al pasillo y solloza constantemente. Si antes sentía que estaba lejos de conocer
por completo la novela de Esteban Gras, ahora sabe que su objetivo es totalmente irrealizable. Yo
lo lamento por ella, creo que no ha sido culpa suya, nadie es culpable en un accidente. Me han
arrojado varias veces a múltiples lugares y es la primera vez que un roedor se interesa por mí.
Tuve mala suerte. A lo largo de los años había sido consciente de que algo así podría suceder
(especialmente cuando he tenido que pasar largas temporadas en cajas olvidadas en sótanos
húmedos), pero siempre pensé en el asunto como si se tratara de algo remoto y poco probable.
Imagino que muchas personas piensan lo mismo sobre ser mordidas por una víbora o ser atacadas
Hace unos minutos llegó Marco. Está sorprendido por el semblante de su amiga y le ha pedido
que le explique lo que sucede. Ella, aunque parece preferir guardar silencio, accede a su petición
—No entiendo.
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—Sí —responde ella guardando el billete en su cartera—. Aunque es una mala comparación. Él
no es malvado, no es un fantasma peligroso y vengativo. Ríete de mí, pero te aseguro que en este
momento está junto a la ventana y luce muy inofensivo. Le gusta contemplar la ciudad y silbar
—No, no puedo —dice Marco dejando de sonreír—, pero te creo. Sé algunas cosas sobre este
asunto, hay un gran número de libros en Internet acerca de temas extraños. Es para sorprenderse.
—Este billete no está embrujado, Makalani es agradable, no hay nada que temer. ¿Ves este gran
—Lo lamento.
—Ahora mismo estoy pensando en mi vida –dice sin dejar de ver hacia la ciudad—, es como si la
viera pasar frente a mí. Dicen que esto es lo que pasa cuando uno muere, sin embargo yo ya estoy
Ella le explica:
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—No te lo decía a ti, se lo decía a Makalani —al decir esto extrae un billete nuevo de su cartera y
—Ha pasado tanto tiempo –dice en un tono muy bajo—. Me he convertido en papel y como tal
estoy destinado a degradarme poco a poco. No está mal. Me convertiré en polvo llevado por el
viento, seré arrastrado a muchos países y conoceré más personas de las que creí posible.
—¡Estás loco! –exclama Delia intentando tocarle una mano a Makalani, pero atravesándola como
Él susurra lentamente:
—No hay de qué preocuparse, a lo mejor en ciertos casos, cuando alguien se marcha, alguien más
llega al mundo en ese mismo instante. No estarás sola. Ahora quiero escucharte leer el libro de
Esteban Gras.
Ella se acerca al estante de libros, se limpia un par de lágrimas frente a mí y me toma entre sus
—Makalani quiere escucharme leer —le dice a Marco—, espero que no te desagrade.
sienta al lado de Delia justo cuando ella me abre en mi primer capitulo. Es extraño, siempre
prefiero que me lean en silencio, pero esta vez siento que estaría muy bien que Delia no lo
hiciera. En una ocasión un hombre me leyó por completo en voz alta. Tenía un tono de voz
áspero y grave. Mi historia, escuchada de su boca, sonaba como una narración de horror. Este no
era el único problema, a menudo le dolía la garganta, se cansaba demasiado pronto y terminaba
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abandonándome cuando yo menos lo esperaba. A veces también pasaba por alto algunas de mis
palabras y no parecía darse cuenta, continuaba como si nada sucediera. En aquellos momentos
Antes de empezar a leerme Makalani se fija en mí y le dice a Delia (su voz parece apagarse):
—Este libro es como yo: está muriendo, está desapareciendo cada día un poco más —al afirmar
esto juega con su corbata—. Fíjate en sus páginas. Está lleno de agujeros y la última página no es
—Antes de regalar este libro Esteban Gras escribió una dedicatoria en la primera página. Ya no
—No lo recuerdo muy bien – sigue hablando Makalani—, algo sobre el décimo capítulo del
—Es tu decisión. Si llegas a hacerlo, recuerda que su nombre completo era Eugenia Vega.
Además de darle ese nombre a la protagonista de su historia, Esteban escribió así su nombre en la
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Makalani deja de jugar con su corbata y se cruza de brazos.
—No te agradan los amores imposibles ni los finales infelices. ¿Por qué te interesa el libro de
Makalani guarda silencio, mira fijamente a Delia por unos segundos. Después pone su dedo
Era una mañana fría y silenciosa en muchos bosques de Nueva Granada. En uno en
oscurecido. Blas E., un militar de alto rango que luego de traicionar a la Corona
escapaba del general Isidro y su ejército, se detuvo al pie de un árbol con el fin de
descansar. Llevaba dos días huyendo de las tropas y empezaba a creer que ya era hora
levantó y caminó lenta y pacientemente por algunos minutos, intentando salir del
bosque. Momentos después vio a lo lejos una gran hacienda y a una mujer de
sombrero que recogía los frutos de un naranjo. Al acercarse a ella el joven militar,
que en su niñez había visto y amado ese rostro, de repente lo recordó todo. Años
atrás, en los tiernos años de su infancia, se había enamorado de Eugenia Vega, una
hermosa niña mestiza que al crecer había huido de su pueblo con un noble andaluz.
Aquel joven acababa de llegar de su país cuando la conoció y se vio cautivado por su
belleza. De inmediato ella también se fijó en él, se enamoró y desde ese instante no se
separaron el uno del otro. Pronto, ya que su unión no era aprobada por los padres del
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joven —ambos de ascendencia noble—, se unieron en secreto y huyeron juntos. ¿Por
qué ella se había interesado por el noble andaluz? Blas, desilusionado, no lo pudo
entender. Más tarde, habiendo crecido, se casó con otra mujer y fue infeliz. Ellos, por
su parte, y sin que nadie lo sospechara, recorrieron casi todo el territorio —tan
desconocida para muchos. En su pueblo los buscaron durante meses, pero no lograron
Ahora, luego de tanto tiempo, Blas acababa de hallar a Eugenia en aquella fría
El tono de voz de Delia (al contrario del de Makalani) es suave, dulce y da cierta calma, es como
el viento cuando hace demasiado calor (o como diría Blas E.), como el cálido rostro de la mujer
34
DESVANECERSE
Cada vez que Delia lee mis páginas yo me intereso por ella profunda e incondicionalmente. El
cuarto y la casa entera se desvanecen ante mí y me parece que solo existe su mirada. Todo mi
basto universo de letras, sistemas y signos se reduce al encuentro maravilloso, a ese instante
compartido en el cual ella entra en mi mundo y yo entro en el suyo. Ella no lo sabe, pero yo
disfruto enormemente ver con detenimiento la forma en que sus ojos me atraviesan yendo de
punto a punto, de coma a coma, y amo sentir sus manos suaves y cuidadosas posadas en mí. Soy
alguna forma somos uno solo. La lectura de ayer (frente a Makalani y Marco) fue muy distinta a
todas las demás. Ella estaba preocupada por el fantasma y lucía muy distante, me leía
esto también yo me sentí muy ajeno a ella y acabé por distraerme. Inevitablemente me fijé en
cada rincón del cuarto, en las pinturas suspendidas en los muros, en el polvo que había sobre el
escritorio, en el sonido que entraba desde la calle. También pude ver que Marco dormía en la
cama. Más tarde (cuando ya llevaba bastante tiempo de haberse iniciado la lectura) vi que
Makalani se levantaba del suelo y flotaba torpemente hacia la ventana. Luego pude escuchar que
desde allí silbaba su melodía favorita. Esta vez el fantasma no parecía ser el mismo, le costaba
demasiado llevar el ritmo de su canción y parecía tener problemas para mantenerse en el aire.
Mientras esto sucedía Delia no paró de leer ni un solo instante, como si ya supiera en qué estado
se encontraba Makalani y sencillamente quisiera evitar verlo de esa manera. No mucho después
la melodía fue apagándose poco a poco, mientras el fantasma se desvanecía en el aire como el
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Luego de que Delia se percatara de la ausencia de Makalani se puso de pie y permaneció inmóvil
en el centro de la habitación. Después de unos minutos despertó a Marco y le dijo que debía salir.
Mientras hablaba pude notar que no dejaba de mirar hacia la puerta y de mover las manos con
mucho nerviosismo. Marco, inquieto, le preguntó a dónde iría y ella le explicó que tenía mucho
Dicho esto Delia se marchó. Ha pasado mucho tiempo y es posible que la mujer ya no exista, o
que haya envejecido tanto que ya no recuerde muchas cosas, pero Delia piensa que si no puede
leer la obra completa de Esteban Gras, puede al menos intentar conocer a la mujer que inspiró
tanto a su bisabuelo y a la que este dedicó su único libro. Ella también está segura de que es
posible recuperar mi primera página, pues cree que la necesito para estar completo. Existe cierta
diferencia entre lo que se desea y lo que se necesita. Delia piensa que necesito estar completo en
todo sentido, y que incluso debo recuperar aquella parte (una hoja de papel que, salvo por la
dedicatoria, está completamente en blanco); yo quisiera, por el contrario, tan solo recuperar mi
última página. Los cierres son tan importantes como los comienzos, pero nunca he considerado
Cuando Delia salió del cuarto me dejó sobre la cama. Desde allí pude ver de cerca a Marco, que
luego de dormir un poco más empezó a trabajar nuevamente en la reparación del computador. La
máquina (que parece ser bastante antigua) debe estar realmente descompuesta. De tanto en tanto
Marco desesperaba (probablemente por no lograr terminar la reparación), entonces ponía sus
manos encima del teclado y cerraba los ojos. Después oprimía las teclas fuertemente, como un
experto mecanógrafo o un músico agresivo intentando hacer sonar un piano roto. Esa es su
manera de tranquilizarse.
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Cuando Marco se marchó no tardó en empezar a anochecer. Él había olvidado ponerme en el
estante de los libros y desde la cama pude ver de cerca el paisaje que ofrecía la ventana en la que
tantas veces Makalani había disfrutado de las puestas de sol. Cuando una golondrina pasó
cantando pensé en él, en su billete, en sus historias, en El Cairo, en su tío Rashidi y en todos los
lugares y personas que debió llegar a conocer durante tantos años. Desee enormemente que
regresara, que fuera nuevamente mi separador de lectura y el amigo de Delia. Quise que entrara
silbando su canción y jugando con su corbata, pero todo fue silencio y soledad en el dormitorio.
Sin embargo, cuando finalmente se hizo de noche escuché un ruido procedente de la puerta.
Esperé que fuera Makalani (realmente lo consideré posible) pero me vi nuevamente ante el ratón
y frente a su mirada hambrienta. El podía olerme y venía por mí, lo supe enseguida, había estado
Hace un par de días Delia preparó una trampa para ratas bajo el estante de los libros. Puso un
trocito de pan sobre ella. Tan pronto cruzó el umbral el animal se acercó a la trampa y la olió con
desconfianza. Pensé que el sonido de su cuerpo siendo aprisionado hasta la muerte sería
espantoso, pero el ratón se alejó de allí y vino directamente hacia mí. Avanzaba lentamente y con
mucha tranquilidad, seguro de que yo no iría a ningún sitio. Pese a la poca luz, pude ver con
mucho detalle su lengua babeante. También podía escuchar sus dientes rechinando de felicidad y
ver sus ojos brillantes. Cuando estuvo lo suficientemente cerca como para morderme prefirió
olfatear y lamer. Lo hizo durante un buen rato, lo cual fue bastante espeluznante y molesto (aún
ratón solo me ha mordido en el lomo, lo hizo una única vez, pues justo cuando dio inicio a su
festín Delia regresó y se vio obligado a huir antes de que ella entrara en la habitación. Sé que
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Cuando Delia encendió la luz me vio en su cama. Luego me levantó y me puso en el estante de
los libros. Se veía cansada y triste. Esta mañana, contrario de lo que cabría esperarse, luce alegre
y tiene un aspecto muy sereno. Luego de darse una ducha me toma y habla de la misma forma
Cuando pronuncia aquellas apalabras deseo poder responderle que tiene razón, que es cierto, que
no debió hacerlo, que fue aterrador y que espero que nunca más vuelva a cometer tal falta contra
mí.
—Estos próximos días me extrañarás bastante —dice después poniéndome en el estante de los
libros nuevamente—. Planeo salir y encontrar a Eugenia a toda costa. Tal vez aún conserve la
¿Se me puede juzgar por haber perdido la esperanza? Creo que además de aquella primera página
también ha dejado de importarme todo lo que dejé entre los dientes del ratón. Debe ser porque
comprendo bien que jamás podré recuperarme de estas últimas pérdidas. También es probable
que haya heredado de mi autor (como hereda un hijo ciertas cualidades de su padre o de su
madre) cierto conformismo y resignación frente a las desgracias de la vida. Ahora acepto todos
mis vacíos y todos mis agujeros, acepto todo esto con tranquilidad y tolerancia, pues el tiempo
también transcurre para los libros y de algo tienen que alimentarse los ratones. Esta actitud me
recuerda al mayor acto de renuncia de Esteban Gras, que envió a Eugenia todas las cartas y
relatos que había escrito a lo largo de los años, siendo consciente de que ella tal vez desecharía
sus escritos (como había hecho conmigo) y todo se perdería inevitablemente. ¿Qué será de mí
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Siento (como Makalani) que me desvanezco. Pronto desistiré, lo he decidido, renunciaré a toda
esperanza de integridad, a toda posibilidad de completitud. Teo, un anciano que conocí hace
algunos años, era incapaz de terminar cualquier libro que iniciaba. Le había pasado así toda su
vida. Por esta razón sus libros favoritos eran antologías poéticas y compilación de relatos
(también le costaba demasiado llegar al punto final de este tipo de libros, pero su frustración era
menor). Cuando decidió leerme solo pudo llegar a mi quinto capítulo. Creo que su principal
problema era tener sobre su mesa más volúmenes de los que podía abarcar su cabeza. En todo
caso, pienso que Teo leyó en mi mucho más de lo que otros ahora mismo encontrarían entre mis
39
DESEQUILIBRIO
Marco ha reparado por fin el aparato. ¿Cuántas semanas le ha costado lograrlo? ¿Cuánto tiempo
ha pasado desde que Makalani se marchó? ¿En verdad Makalani se marchó? ¿Qué ha sucedido
concierto experimental para piano. ¿Delia encontró a Eugenia? Siento que no tengo respuestas, ni
siquiera siento que esté formulando las preguntas correctas. Escasamente tengo conciencia de mí
mismo y recuerdos imprecisos y despedazados como un cristal roto. Recuerdo que el ratón volvió
y pudo trepar el estante de los libros. ¿Me devoró? ¿Me devoró completamente? Lo dudo.
¿Cuánto queda de mí? ¿Queda algo de mí? Marco ha reparado por fin el computador. ¿Lo había
mencionado ya? Estoy tan desorientado, no tengo una imagen clara de todo lo que ha sucedido
¿Qué me pasa? Delia trabaja en su escritorio uniendo pequeños trozos de papel, cada uno de ellos
es del tamaño de un frijol. Sospecho que se trata de mí: una versión ya no sólo incompleta, sino
también destrozada de lo que soy (en realidad, de lo que fui y no volveré a ser). Sí, puedo verme
allí completamente destripado. Me han vuelto confeti. El roedor tiene cierta afición por mi papel,
un capricho enfermizo (me ha comido y ahora solo soy migajas y despojos). En muchos lugares
sigo intacto, pero la vista de los trozos de papel me descompone. ¿Estoy insistiendo mucho en
esto? Me disculpo, no pienso con claridad. No sé si ya lo he dicho, pero estoy vuelto trizas
(literalmente hablando). Ahora mismo debo escucharme como alguien fuera de sí, como un
desequilibrado, aunque valoro poder expresarme con cierta soltura. En una ocación conocí a una
persona que (lamento si soy demasiado anecdótico, lo encuentro inevitable, mi atarea siempre ha
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sido narrar) debido a un accidente de bicicleta había perdido la capacidad de completar oraciones
de más de diez palabras. Tampoco lograba retener en su cabeza una idea por más de unos cuantos
Quisiera verte mañana nuevamente, ¿te parece bien?, estando contigo logro...
Debido a esto el hombre se cansó de leerme cuando llegó (naturalmente) a mi undécima palabra.
ampliando sus frases. Cuando recobró por completo sus capacidades me retomó pero seguí sin
agradarle mucho. ¿Es posible recuperarse del ataque de un ratón como de un accidente de
bicicleta? Delia trabaja en su escritorio y Marco, entre tanto, digitaliza los dibujos en los que ella
ha estado trabajando desde hace meses. El computador ya funciona, Marco lo reparó. Creo que
Delia no sólo está angustiada por mí. Pese a todos sus intentos por encontrarla, Eugenia sigue
—No está viva —le dijo hace un par de días a Marco—. Encontré su tumba en el cementerio.
Parece reciente.
—Es probable que haya vivido en esta ciudad hasta el final de sus días, pero no es fácil encontrar
a alguien que sepa cosas acerca de ella, por ejemplo qué casa ocupó durante su vida.
41
—¿Seguirás buscándola?
—Aún no has agotado todas tus opciones —le hizo saber él—, déjamelo a mí.
—No, quiero dejar todo atrás. Restauraré el libro de Esteban Gras, o lo que queda de él, entonces
lo guardaré en un sitio seguro y me olvidaré de todo. Debo dejar de pensar en esto al menos por
un par de años. Estoy cansada de fracasar. ¿Crees que deba poner más trampas para el ratón?
—No creo que funcione —dijo Marco pausadamente—. Parece que es astuto.
Marco tiene razón. Se trata de un animal sagaz, que consigue todo cuanto se propone. Esa noche,
mientras ascendía por el estante, me miraba directo al título y babeaba a borbotones. Algunos
lectores dicen que devoran libros, lo dicen en sentido figurado, solo los lee rápidamente. No
entiendo por qué la metáfora, las historias que ellos leen van a sus cabezas, no a sus estómagos. A
decir verdad nunca antes había despertado apetito real y genuino en criatura alguna.
Definitivamente no es que me sienta halagado. El animal tenía unos dientes enormes y me los
clavó en todas partes brutalmente, sin piedad, sin preámbulos. Las páginas que conservo intactas
no son mis favoritas, pero aprecio que no acabaran siendo digeridas por aquel roedor. Delia ha
sufrido bastante por esto y se empeña en restaurar lo que puede. Siente demasiada culpa y es lo
suficientemente obstinada como para aceptar que estoy acabado. ¿He dicho que estoy acabado?
Esa no es la palabra indicada. Para ser exacto, más que una novela acabada parezco un libro
Delia trabaja en su escritorio uniendo pequeños trozos de mí. ¿He dicho que conservo algunas
páginas? Debo lucir deprimente. Quizá lo mejor sea que Delia (tal y como ella misma lo ha
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expresado) me guarde en un lugar seguro y deje atrás todo esto. Seré como una momia en un
sarcófago olvidado bajo las arenas del Cairo. Siempre quise conocer Egipto, lo quise desde que
Esteban puso entre mis páginas el billete maldito que albergaba a Makalani. ¿Habrá llegado el
fantasma al Barrio Copto, el sitio en el cual vivió con su tío Rashidi? Quizá el viento lo ha
arrastrado a su ciudad natal. Nunca está mal (en especial cuando todo ha terminado) volver a los
sitios del pasado, a los instantes del comienzo, al punto preciso del origen. Estoy vuelto trizas.
¿Qué es ese ruido? Marco ha reparado por fin el computador. Me pregunto cuál es exactamente el
inicio de un libro. ¿Su cubierta, su título, su dedicatoria, su primera oración? ¿Cuál es su final?
Es confuso. ¿Qué significado tiene un punto final cuando siempre puede haber otra lectura?
Llaman a la puerta. Delia desaparece y pasan algunos minutos. ¿O se trata de horas? Estoy tan
desorientado. Creo que escucho un silbido en el pasillo. ¿Makalani? Delia cruza la puerta en
compañía de un joven que viste un traje. También Makalani silbaba y vestía un traje.
—¿Vega?
El joven no es (evidentemente) Makalani. Makalani jugaba con su corbata y tenía la piel morena
(no pálida) y los ojos grises (no marrones). ¿O he olvidado la apariencia del fantasma? Ahora que
estoy llegando al final de mi existencia me preocupo más por las preguntas que por las
respuestas. ¿Quién es Cristóbal Vega? ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que Makalani se marchó?
¿En verdad se marchó? ¿Qué sostiene Cristóbal en sus manos? En otra ocasión escuché que cada
vez que alguien sale, alguien más entra. No sé si ya lo he dicho, pero estoy vuelto trizas.
43
INQUIETUDES
Ahora mismo Delia, Cristóbal y Marco trabajan fuertemente. Ella debe estar cansada, aunque
luce muy alegre. Hace poco me ha restaurado una vez más. Ha hecho un gran trabajo con los
trozos de papel dejados por el ratón y estoy (gracias a su ayuda) un poco menos incompleto que
antes (también menos desorientado), aunque las páginas que me quedan son todavía muy pocas y
están todavía en mal estado. No soy ni la mitad de lo que era antes del ataque del roedor, aunque,
para ser sincero, el moho se habría expandido también en el papel con el que alimenté al animal
(estoy muriendo, de un modo u otro). Pero no hay de qué preocuparse. Este es mi destino natural
y el ciclo que siguen todas las cosas. Es solo que soy tan joven. Insisto: he visto enciclopedias
mantenerse intactas un siglo después de haber salido de la imprenta. Yo, en cambio, desaparezco
Cuando Delia entró en la habitación con Cristóbal, Marco lo saludó con un ademán y hubo una
conversación. Según pude enterarme, el joven es nieto de Eugenia Vega, vivió con ella gran parte
de su vida y cuando ella murió (lo que sucedió hace un par de meses) encontró en el desván de su
casa un gran paquete cerrado de hace cincuenta años. El paquete estaba firmado por Esteban Gras
y contenía una gran cantidad de correspondencia, relatos incompletos y papeles sueltos. Mientras
—Quise saber quién había sido Esteban Gras —le dijo Cristóbal a Marco—, cuando leí el
contenido del paquete no entendía por qué escribía tanto sobre mi abuela. Ahora veo todo con un
poco más de claridad y perspectiva. Delia me ha explicado todo realmente bien. Parece que le
44
—¿Dices que has revisado todo lo que hay en el paquete? —le preguntó ella.
—No lo creo, el paquete estaba completamente cerrado. Yo mismo lo encontré. A lo mejor ella
Marco intervino:
En ese momento, al ver al joven de traje ante la ventana, pensé inevitablemente en Makalani. Tal
—Dado que se trataba de un escritor, pensé que lo más probable era que hubiera información
sobre él en la biblioteca.
información detallada, solo un artículo escrito por él en un periódico. Trataba sobre las guerras de
historia y aparecían sus datos personales, entre ellos la dirección de residencia: Calle Arcadia,
Casa 34.
45
—Hiciste una excelente búsqueda —observó Marco.
—Nunca se me ocurrió revisar los periódicos, lo único que he logrado hallar es su única novela,
pero le faltan algunas partes y el moho está acabando con el papel. Definitivamente debo leer el
Cuando Cristóbal extrajo de su maletín la copia del artículo de Esteban Gras también puso
—Esto es lo que contenía el paquete, puedes conservarlo todo y quizá darle a los escritos más
sentido que yo. Para serte sincero hay cosas que me cuesta entender.
Delia fue hasta su escritorio y abrió el gran sobre. Luego se dispuso a leer rápida y
superficialmente cada una de las cartas, relatos y papeles. Mientras ella hacía esto Marco y
Cristóbal hablaban acerca de varios asuntos, entre ellos Internet y la reparación del computador.
—Nunca me han gustado mucho los computadores —comentaba Cristóbal—, aunque facilitan la
lectura.
—Internet ofrece grandes ventajas —respondía Marco—, los libros suelen ser menos costosos y
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Un rato después Marco le enseñó a Cristóbal algunos de los dibujos que intentaba digitalizar para
Delia. Él se fijó en uno en especial. Este representaba uno de mis capítulos: un hombre y una
mujer alimentando un par de cabras al pie de una montaña. Al tomarlo se acercó a Delia.
—Creo que salta a la vista –le respondió—, es el dibujo de un hombre y una mujer alimentando
—Sí, eso lo sé. Puedo verlo yo mismo. Lo que me interesa es saber de dónde sacaste la idea.
—En realidad es una ilustración. En el libro de Esteban Gras, en el décimo capítulo, los dos
protagonistas de la narración pasan tiempo juntos en una hacienda que queda cerca de una
—Leí algo parecido en uno de los escritos que tienes ante ti.
Cuando Cristóbal se sentó frente al escritorio empezó reunir las hojas de papel que no eran cartas
o cuentos incompletos, después Delia las revisó pacientemente y al final le dio un abrazo al
joven. Aquellas hojas sueltas eran partes del manuscrito original del libro de Esteban Gras.
También yo me alegré enormemente al escuchar esto y por poco resbalo del estante. Quizá
(pensé) cada vez que un libro desaparece, otro más hace una gran entrada.
Ahora mismo Delia, Cristóbal y Marco (como ya he dicho) trabajan fuertemente, parecen hacer
un gran equipo. Delia, en su escritorio, ilustra otros de mis capítulos. Siento como si estuviera
sentado frente a ella y me fotografiaran. Cristóbal, con las partes del manuscrito original en su
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mano derecha (leyendo todo en voz alta) y yo en su mano izquierda, intenta darle un sentido
global a toda la historia escrita por Esteban. Marco, sentado frente al computador, y como si se
tratara de una pieza musical, teclea y mecanografía decididamente todo cuanto lee Cristóbal.
apoderaba de Blas E., era hora de que los dos se despidieran y tomaran caminos
unión, una parte de su corazón permanecería allí para siempre junto al suyo. Él se
estremeció cuando, mientras pensaba en esto, ella tomó sus manos, las besó
asintió con un movimiento de cabeza. Odiaba aceptar que jamás volvería a verla y
que quizá ella nunca pensaría de nuevo en él. Todo acabaría allí, con los dos dentro
ocultar el dolor que sentía al ver arrebatada una vez más, sin remedio y quizá para
Muy pronto el libro de Esteban Gras experimentará una gran metamorfosis, estará completo, será
ilustrado y estará disponible en la virtualidad, un nuevo mundo del que no sé nada con certeza.
No puedo alcanzar a imaginarme qué se sentirá una vez que esté terminado. Una vez yo lo estuve,
fue hace tantos años y durante tan poco tiempo. Ya no importa, de cualquier modo me quedan tan
solo unos meses de vida. A lo mejor desapareceré en una semana, en dos días, en unas horas,
48
El libro digital de Esteban Gras ya no será un grupo de hojas de papel unidas por pegamento, lo
constituirá un sin fin de palabras hechas de bits y vivirá por siempre junto a los dibujos de Delia.
Es afortunado. Compartir mi existencia con las creaciones de Delia (soy un sentimental) sería
como estar unido a ella para siempre. La primera persona a la cual conocí estaba enamorada y
deseaba algo similar a esto. Ahora una parte de él (dentro de mí) pasa sus días en una montaña en
compañía de Eugenia. La relación entre ambos durará, de esta forma, más de lo que duraron los
matrimonios que ambos conservaron a lo largo de sus vidas. Lo único que él tuvo que hacer fue
tomar su pluma y enfrentarse a una hoja en blanco. Él era otro sentimental, y como yo con mis
Tal vez al final el libro que Marco digitaliza se llevará algo de mí, aunque quizá muy poco. En
realidad me gustaría unirme por completo a él. ¿Será posible? ¡Llevo una eternidad pasando
cuando la vida acaba la conciencia no desaparece, solo se desplaza a otro sitio. ¿A dónde migrar?
ladrones de páginas o ratones merodeadores. Ese será un buen lugar desde el cual seguir
combatiendo la soledad y haciéndome las mismas preguntas que aún no logro contestar. Nunca
he sabido (a pesar de mi experiencia) si son los libros los que llegan a las personas o son las
personas quienes llegan a los libros. Esta incertidumbre me deja en blanco. Lo sé, esta es una de
esas inquietudes que no tienen respuesta (la vida está llena de cuestiones similares) pero este
completamente natural que sea así: todos los libros odiamos las cosas que no pueden resolverse.
narración los problemas se solucionan es frecuente que llegue el final y acabe la lectura (adiós,
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adiós). Es entonces cuando se entra en un estado de somnolencia, todo se vuelve bastante
monótono, carente de sentido y ser un libro es (sin remedio y quizá para siempre) algo tan
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