Blazquez - Cacerias y Corridas de Toros en La Antigüedad

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Cacerías y corridas de toros en la antigüedad

José María Blázquez Martínez

Antigua: Historia y Arqueología de las civilizaciones [Web]

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[Otra edición en: Jano, ca. 1973-1974, 45-47. Versión digital por cortesía del autor, como parte
de su Obra Completa, revisada de nuevo bajo su supervisión y con la paginación original]
© Texto, José María Blázquez Martínez
© De la versión digital, Gabinete de Antigüedades de la Real Academia de la Historia

Cacerías y corridas de toros en la antigüedad


José María Blázquez Martínez
[-45→]
El origen de las corridas de toros españolas lo han visto una serie de investigadores
(Grant, Huizinga, Mariana, etc.) en los juegos circenses romanos en los que intervienen
toros. Hace muchos años que el gran hispanista A. Schulten defendió, por su parte, que
las corridas de toros hispanas no eran más que la pervivencia en esta esquina del
Mediterráneo de los juegos de toros de Creta, del segundo milenio a. de J.C., en los que
los atletas se apoyaban en los cuernos de los toros en el momento de la embestida, sal-
taban sobre el lomo de la fiera y caían detrás de ella, donde un segundo atleta los reco-
gía para impedir que cayesen al suelo, tema representado frecuentemente en pinturas,
como en el palacio de Cnosos, 1500 a. de J.C., en un ritón de Hagia Triada, 1550-1500
a. de J.C., y en gemas cretenses. En la época helenística y romana, en Grecia, los juegos
de tauromaquia estaban muy extendidos, principalmente en Asia Menor y en Tesalia; a
ellos aluden los escritores imperiales: Plinio el Viejo, Suetonio, un epigrama de Filip-
pos, un número elevado de inscripciones griegas procedentes de Larissa, en Tesalia; de
Ancyra, Afrodisias y Sinope, en Asía Menor. Un relieve de Esmirna (Asia Menor) re-
presenta magníficamente estos juegos, en los que los jinetes tesalios eran muy hábiles.
Los jinetes saltaban sobre los toros, los sujetaban por los cuernos y se los retorcían hasta
dar con las fieras en tierra. Estos juegos se representan en monedas tesalias y de otras
villas de la comarca. Algunos escritores españoles, como Isidoro Gómez Quintana y
Pérez de Guzmán, han visto en este juego tesalio el origen de las corridas de toros espa-
ñolas, pero no hay prueba ninguna de que juegos de este tipo, llamados en Grecia tauro-
kathapsia, se celebrasen nunca en España. Algunas deidades eran veneradas en Grecia
con fiestas y juegos taurinos, como Poseidón en Éfeso (Asia Menor); combates o carre-
ras de toros en honor de Neptuno se celebraban en Ancyra, y luchas de toros en honor
de Zeus había en la citada ciudad de Larissa. Las personas que intervenían en estas
luchas taurinas estaban equiparadas socialmente a los gladiadores. En Grecia, además
de estas corridas o juegos de toros, había cacerías de toros con redes, como las repre-
sentadas en los vasos de Vafio, fechados hacia el año 1500 a. de J.C., y en una caja de
marfil hallada en la necrópolis de Katsambas, en Creta, de la misma fecha. Aquí se
alancea a un corpulento toro en una montaña. En Italia los juegos de toros se celebraban
desde muy antiguo, ya que los etruscos tenían juegos en los que participaban toros, pues
en un vaso de cerámica etrusca conservado en el Museo Arqueológico de Florencia,
fechado en el siglo VI a. de J.C., sobre el vientre del vaso se representa a un grupo de
jóvenes que sujeta a los toros.
Las cacerías de toros en el Mundo Antiguo estuvieron muy extendidas por diversos
pueblos, no sólo en Grecia e Italia. En el plato de oro de Ugarit, Fenicia, fechado en el
siglo XIV a. de J.C., se representa una de estas cacerías de toros en carro con la ayuda
de perros. Los cazadores cazaban las fieras con arcos. Una escena muy parecida se re-
pite en un relieve del palacio asirio del rey Assurnasirpal II (883-859 a. de J.C.), en

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Nimrud. Se conserva un marfil de Chipre con cacería de toros también en carros. Alre-
dedor del año 500 a. de J.C. se fecha un sarcófago, procedente de Chipre, con un relieve
en el que los cazadores usan largas lanzas para abatir al toro y se protegen con escudos.
Platón, en su mito de la Atlántida, que muchos investigadores localizan en el sur de la
Península, describe cacerías de toros. Toros salvajes cazaban los etíopes, según Plinio, y
Eliano, que vivió entre los años 170-235. César ha descrito magistralmente una cacería
de uros entre los germanos: "En tercer lugar está la familia de los llamados uros. Estos
son de tamaño poco inferior a los elefantes, de aspecto, color y forma del toro. Su fuerza
es grande, así como su velocidad, y no se apiadan del hombre o bestia a la que echan la
vista encima. Los matan, una vez capturados afanosamente con trampas; de jóvenes se
endurecen con este trabajo y se ejercitan en este género de caza, y quienes matan mayor
número de ellos, trayendo ante el público los cuernos como testimonio, adquieren gran
gloria. Pero no pueden acostumbrarse a los hombres, ni ser domesticados, excepto muy
pequeños. El tamaño, forma y aspecto de los cuernos difieren mucho del de los cuernos
de nuestros bueyes. Una vez conseguidos éstos con dificultad por los labradores, los
recubren de plata y los utilizan en banquetes." Bisontes cazaban los peonios, cacerías
conocidas por Pausanias (siglo II): "Estos bisontes —escribe— son los animales más
difíciles de coger vivos, pues no hay redes que resistan su empuje. Se cazan de la si-
guiente manera: cuando los cazadores hallan un lugar inclinado por todas partes hasta
formar una hoya, le rodean con una fuerte empalizada; después, la parte inclinada y el
relleno que hay en lo más alto los cubren con pieles de buey recién [-45→46-] desollado,
y si no las tienen, usan pieles viejas hechas resbaladizas con aceite. Después, los más
diestros jinetes acosan a los bisontes hasta el lugar, y los bisontes resbalan en las prime-
ras pieles y caen rodando por la pendiente hasta el fondo." En los sarcófagos romanos
de la época de Galieno, como el conservado en la Ny Carlsberg Glyptothek de Copen-
hague, fechado hacia el año 260, se encuentran escenas de cacerías de toros. A finales
de la República romana se tienen noticias de juegos y corridas de toros en Roma; así,
Varrón habla ya de espectáculos con toros en los anfiteatros romanos. César autorizó
por vez primera, según el naturalista latino Plinio, la tauromaquia tesalia. En la época de
Nerón, a mediados del siglo I de J.C., un cebú, que se criaba en Chipre, intervino en los
juegos del anfiteatro, según Calpurnio. Por los mismos años, el filósofo Séneca alude a
los juegos circenses en los que participaban un toro y otras fieras atados por una cuerda,
y da la razón de esta combinación: se incitaba a la lucha a los animales atados; después,
uno de los bestiarii remataba al vencedor. De esta modalidad de lucha hay confirmación
artística. En la tumba de Scauro, en Pompeya, se representa un toro atado a una pantera;
un bestiarius, con una lanza, a la izquierda, excita al toro a luchar contra la pantera, que
intenta atacar a un segundo bestiarius, colocado a la derecha, que se defiende con una
lanza. En el podio del anfiteatro de Pompeya un toro ataca a un oso, estando ambas
fieras atadas, tema que se repite en un mosaico de Zliten (norte de África), de época
flavia. Es Marcial, en tiempos de Domiciano, el que ha dejado en sus versos una des-
cripción más completa de las corridas de toros en los anfiteatros, que en parte se ase-
mejan mucho ya a las modernas corridas de toros y que es el mejor comentario a la es-
cena representada en un mosaico de Alemania, hallado en Bad Kreuznach y fechado
hacia el año 250, en el que se ve a un toro que se vence por los cuartos traseros; lleva
clavada una pica en lo alto del morrillo; delante de él hay un "torero" con un trapo en su
mano derecha, que sin duda usaba como los modernos lidiadores la capa o la muleta. El
poeta hispano Marcial nos informa que para enfurecer a los toros se les quemaba la piel
con antorchas; los taurocentae los provocaban con arponcillos, equivalentes de las mo-

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dernas banderillas; a veces se colocaba en el centro de la arena un maniquí de paja,


contra el cual descargaban los toros las primeras acometidas y que volteaban por el aire.
Para matar a los toros se utilizaba generalmente una lanza, con la que se atravesaba al
animal. Una pintura de la citada tumba de Scauro representa la muerte de un toro, al que
un bestiarius ha atravesado con una lanza, que penetra por el pecho y sale por la cruz.
El bestiarius levanta ambos brazos en alto en señal de triunfo. Sobre la cornisa de un
edificio situado a la derecha del templo de Júpiter Capitolino, representado en el relieve
con escena de un sacrificio, que hizo el emperador Marco Aurelio (161-180), hay una
cacería en un anfiteatro; tres bestiarii alancean a un toro, a un león y a un leopardo. El
tema se repite en el sarcófago, de finales del siglo II, con las hazañas de Hércules, con-
servado en la Galería Borghese de Roma. Una escena muy parecida tiene un mosaico de
Pafos, en Chipre, fechado en el siglo III: un hombre se defiende de las acometidas de un
enfurecido toro con una gran lanza. Marcial celebra en el Libro de los Espectáculos la
lucha de un toro y un elefante: "Un toro, que azuzado por las antorchas acababa de cor-
near y lanzar por los aires a unos peleles, corriendo de una parte a otra del circo, murió
bajo la acometida de un cuerno más poderoso que el suyo, porque creyó que un elefante
era también una especie de pelele ligero al que podía lanzar a lo alto." Representaciones
de luchas de toros con elefantes en el anfiteatro se conocen varias, como la del mosaico
de Santa Sabina en el Aventino, de la época de Adriano y conservado en el Museo del
Vaticano.
Una moneda, acuñada por el emperador Gordiano III (238-244), representa la lucha
de un toro y un elefante en el Coliseo de Roma. Marcial alude también, en el libro cita-
do más arriba, a las luchas entre rinocerontes y toros, de las que salían siempre vencedo-
res los primeros
En la casa del emperador Gordiano I en Roma, de finales del siglo II o comienzos
del III, estaba pintada, según la Historia Augusta, obra de finales del siglo IV, una cace-
ría de fieras en el anfiteatro. En ella participaban "doscientos ciervos de cornamenta en
forma de palma, mezclados con ciervos de Bretaña; treinta caballos salvajes, diez alces,
cien toros de Chipre, trescientas avestruces de Mauritania, treinta onagros, ciento cin-
cuenta jabalíes, doscientas gamuzas y doscientos gamos"; la confirmación de este texto
es el mosaico de la Galena Borghese de Roma, con una cacería en el anfiteatro. Ocho
cazadores yacen por tierra muertos o heridos. Dos, provistos de [-46→47-] lanzas, se
oponen a un corpulento toro y a un león; otros animales representados son un ciervo, un
jabalí, un avestruz y un antílope.
Estos juegos de anfiteatro, en los que participaban al mismo tiempo gran número de
fieras, entre ellas toros, eran los preferidos por la plebe de las grandes ciudades, como se
desprende del gran número de veces que se representan en obras de arte de todo género.
Ya en el peristilo de la Casa de Lucrecio Frontón, en Pompeya, se pintó el ataque de una
pantera y un león a un toro; en la Casa de los Ceos, de la misma ciudad, en otra pintura,
se ve a un toro que huye de la acometida de un león. En un mosaico de la Villa Adriana,
de Tivoli, un león ha saltado sobre los cuartos traseros de un toro, mientras otro toro
contempla la escena en actitud de atacar. En el mosaico de Castelporciano, Italia, un
león ataca a un toro, azuzadas ambas fieras por dos bestiarii. En la taza de Nodrup, hoy
en el Museo de Copenhague, un toro se enfrenta a una pantera, composición que se
vuelve a encontrar por dos veces en el mosaico de Kabi-Hiram (Siria), fechado en el
Bajo Imperio, y en un segundo mosaico de la Basílica de Junio Baso, en Roma, siglo
IV, lo que prueba que estos juegos circenses duraron en el Imperio romano por lo menos
hasta el siglo IV o comienzos del V. Es un mosaico africano, procedente de Thysdrus, la

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actual El-Djem, el que representa la lucha de fieras en los anfiteatros romanos más
completa que se conoce. En la lucha participan diecisiete fieras, que se reparten en siete
grupos de dos, quedando tres fieras aisladas. De arriba abajo se encuentran: un cebú que
acomete a un oso erguido sobre las patas traseras en actitud defensiva; un cebú aislado,
y un segundo que embiste a un jabalí, que huye volviendo la cabeza. En la segunda fila:
un jabalí que huye, un cebú que acomete a un oso de pie, y un segundo grupo igual: un
cebú que persigue a un jabalí. Debajo de estos grupos, a la derecha, se encuentra un
cebú solo en actitud de atacar y un jabalí que corre detrás de un oso. Los dos grupos de
fieras de la parte superior son un cebú acometiendo a un oso puesto de manos, y un ja-
balí persiguiendo a un cebú. En el lado de la derecha luchan, de arriba abajo, oso y
cebú, jabalí y cebú; un oso ha hecho presa en los cuartos traseros de un jabalí y es aco-
metido por un cebú. Un jabalí brinca sobre los cuartos traseros de un cebú que huye; ja-
balí que persigue a un cebú, y oso de frente que ataca a un cebú. Frecuentemente se
adornaban los anfiteatros con ramaje y piedras, lo que explica que las mencionadas lu-
chas de la Casa de Lucrecio Frontón, de la Casa de los Ceos, de la Villa Adriana y de la
Basílica de Junio Basso, se desarrollen en el campo.
La Historia Augusta recoge la memoria de otras corridas de toros en el anfiteatro
de Roma. A mediados del siglo III, Galieno hizo soltar un cebú enorme en el anfiteatro,
al que el venator no pudo matar después de haberlo intentado diez veces; pero Galieno,
que era un hombre de fino humor, le envió una corona semejante a las utilizadas para
premiar a los buenos cazadores. Como se organizase un gran escándalo, dijo el empera-
dor: "Es difícil no matar a un toro intentándolo tantas veces." Espectáculos de esta ín-
dole, en los que intervenían toros, los había también en los anfiteatros de las provincias,
como se desprende de las Actas de Potino y de los mártires de Lyón, atormentados en el
año 177, y de Perpetua y Felicidad, que murieron en los primeros años del siglo III, en
tiempos de la persecución de Septimio Severo, en Cartago.
Los toros se utilizaban también para matar a los cristianos. Blandina, esclava en
Lyón, fue lanzada al aire repetidas veces envuelta en una red, para que no pudiera correr
o defenderse con las manos, según cuenta el historiador eclesiástico del siglo IV, Euse-
bio. Perpetua y Felicidad, "desnudas y envueltas en redes, fueron llevadas al espectáculo
y se soltó una vaca bravísima. Perpetua fue lanzada en alto por la fiera y cayó de espal-
das". Estos dos textos confirman la veracidad de la descripción de Marcial sobre los
juegos de toros en los anfiteatros: "el toro los arroja hasta los astros como pelotas", es-
cribe el poeta aludiendo a los criminales envueltos en redes y arrojados a los toros en el
anfiteatro. Una pintura sobre un cipo de Thina, Cartago, confirma la noticia de las cita-
das Actas: en ella un toro enfurecido ha lanzado a lo alto a un hombre.
Algunos otros datos se pueden espigar en la literatura antigua sobre los toros en los
anfiteatros romanos. Así, en un sarcófago de Pérgamo (Asia Menor), de la época de los
Severos, está representada la lucha de un hombre, armado de espada y escudo rectan-
gular, y un cebú; debajo hay dos cebúes en lucha con un jabalí y un león; una escena si-
milar tiene la desaparecida estela de Clunia (Burgos), en la que el luchador, por el tipo
de escudo pequeño y el puñal, es un indígena. En el siglo IV, al decir de Claudio Clau-
diano, Italia exportaba buenos toros para los anfiteatros. La exportación de toros desde
África es el tema de un mosaico de Piazza Armerina, en Sicilia.

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