Blazquez - Cacerias y Corridas de Toros en La Antigüedad
Blazquez - Cacerias y Corridas de Toros en La Antigüedad
Blazquez - Cacerias y Corridas de Toros en La Antigüedad
Nimrud. Se conserva un marfil de Chipre con cacería de toros también en carros. Alre-
dedor del año 500 a. de J.C. se fecha un sarcófago, procedente de Chipre, con un relieve
en el que los cazadores usan largas lanzas para abatir al toro y se protegen con escudos.
Platón, en su mito de la Atlántida, que muchos investigadores localizan en el sur de la
Península, describe cacerías de toros. Toros salvajes cazaban los etíopes, según Plinio, y
Eliano, que vivió entre los años 170-235. César ha descrito magistralmente una cacería
de uros entre los germanos: "En tercer lugar está la familia de los llamados uros. Estos
son de tamaño poco inferior a los elefantes, de aspecto, color y forma del toro. Su fuerza
es grande, así como su velocidad, y no se apiadan del hombre o bestia a la que echan la
vista encima. Los matan, una vez capturados afanosamente con trampas; de jóvenes se
endurecen con este trabajo y se ejercitan en este género de caza, y quienes matan mayor
número de ellos, trayendo ante el público los cuernos como testimonio, adquieren gran
gloria. Pero no pueden acostumbrarse a los hombres, ni ser domesticados, excepto muy
pequeños. El tamaño, forma y aspecto de los cuernos difieren mucho del de los cuernos
de nuestros bueyes. Una vez conseguidos éstos con dificultad por los labradores, los
recubren de plata y los utilizan en banquetes." Bisontes cazaban los peonios, cacerías
conocidas por Pausanias (siglo II): "Estos bisontes —escribe— son los animales más
difíciles de coger vivos, pues no hay redes que resistan su empuje. Se cazan de la si-
guiente manera: cuando los cazadores hallan un lugar inclinado por todas partes hasta
formar una hoya, le rodean con una fuerte empalizada; después, la parte inclinada y el
relleno que hay en lo más alto los cubren con pieles de buey recién [-45→46-] desollado,
y si no las tienen, usan pieles viejas hechas resbaladizas con aceite. Después, los más
diestros jinetes acosan a los bisontes hasta el lugar, y los bisontes resbalan en las prime-
ras pieles y caen rodando por la pendiente hasta el fondo." En los sarcófagos romanos
de la época de Galieno, como el conservado en la Ny Carlsberg Glyptothek de Copen-
hague, fechado hacia el año 260, se encuentran escenas de cacerías de toros. A finales
de la República romana se tienen noticias de juegos y corridas de toros en Roma; así,
Varrón habla ya de espectáculos con toros en los anfiteatros romanos. César autorizó
por vez primera, según el naturalista latino Plinio, la tauromaquia tesalia. En la época de
Nerón, a mediados del siglo I de J.C., un cebú, que se criaba en Chipre, intervino en los
juegos del anfiteatro, según Calpurnio. Por los mismos años, el filósofo Séneca alude a
los juegos circenses en los que participaban un toro y otras fieras atados por una cuerda,
y da la razón de esta combinación: se incitaba a la lucha a los animales atados; después,
uno de los bestiarii remataba al vencedor. De esta modalidad de lucha hay confirmación
artística. En la tumba de Scauro, en Pompeya, se representa un toro atado a una pantera;
un bestiarius, con una lanza, a la izquierda, excita al toro a luchar contra la pantera, que
intenta atacar a un segundo bestiarius, colocado a la derecha, que se defiende con una
lanza. En el podio del anfiteatro de Pompeya un toro ataca a un oso, estando ambas
fieras atadas, tema que se repite en un mosaico de Zliten (norte de África), de época
flavia. Es Marcial, en tiempos de Domiciano, el que ha dejado en sus versos una des-
cripción más completa de las corridas de toros en los anfiteatros, que en parte se ase-
mejan mucho ya a las modernas corridas de toros y que es el mejor comentario a la es-
cena representada en un mosaico de Alemania, hallado en Bad Kreuznach y fechado
hacia el año 250, en el que se ve a un toro que se vence por los cuartos traseros; lleva
clavada una pica en lo alto del morrillo; delante de él hay un "torero" con un trapo en su
mano derecha, que sin duda usaba como los modernos lidiadores la capa o la muleta. El
poeta hispano Marcial nos informa que para enfurecer a los toros se les quemaba la piel
con antorchas; los taurocentae los provocaban con arponcillos, equivalentes de las mo-
actual El-Djem, el que representa la lucha de fieras en los anfiteatros romanos más
completa que se conoce. En la lucha participan diecisiete fieras, que se reparten en siete
grupos de dos, quedando tres fieras aisladas. De arriba abajo se encuentran: un cebú que
acomete a un oso erguido sobre las patas traseras en actitud defensiva; un cebú aislado,
y un segundo que embiste a un jabalí, que huye volviendo la cabeza. En la segunda fila:
un jabalí que huye, un cebú que acomete a un oso de pie, y un segundo grupo igual: un
cebú que persigue a un jabalí. Debajo de estos grupos, a la derecha, se encuentra un
cebú solo en actitud de atacar y un jabalí que corre detrás de un oso. Los dos grupos de
fieras de la parte superior son un cebú acometiendo a un oso puesto de manos, y un ja-
balí persiguiendo a un cebú. En el lado de la derecha luchan, de arriba abajo, oso y
cebú, jabalí y cebú; un oso ha hecho presa en los cuartos traseros de un jabalí y es aco-
metido por un cebú. Un jabalí brinca sobre los cuartos traseros de un cebú que huye; ja-
balí que persigue a un cebú, y oso de frente que ataca a un cebú. Frecuentemente se
adornaban los anfiteatros con ramaje y piedras, lo que explica que las mencionadas lu-
chas de la Casa de Lucrecio Frontón, de la Casa de los Ceos, de la Villa Adriana y de la
Basílica de Junio Basso, se desarrollen en el campo.
La Historia Augusta recoge la memoria de otras corridas de toros en el anfiteatro
de Roma. A mediados del siglo III, Galieno hizo soltar un cebú enorme en el anfiteatro,
al que el venator no pudo matar después de haberlo intentado diez veces; pero Galieno,
que era un hombre de fino humor, le envió una corona semejante a las utilizadas para
premiar a los buenos cazadores. Como se organizase un gran escándalo, dijo el empera-
dor: "Es difícil no matar a un toro intentándolo tantas veces." Espectáculos de esta ín-
dole, en los que intervenían toros, los había también en los anfiteatros de las provincias,
como se desprende de las Actas de Potino y de los mártires de Lyón, atormentados en el
año 177, y de Perpetua y Felicidad, que murieron en los primeros años del siglo III, en
tiempos de la persecución de Septimio Severo, en Cartago.
Los toros se utilizaban también para matar a los cristianos. Blandina, esclava en
Lyón, fue lanzada al aire repetidas veces envuelta en una red, para que no pudiera correr
o defenderse con las manos, según cuenta el historiador eclesiástico del siglo IV, Euse-
bio. Perpetua y Felicidad, "desnudas y envueltas en redes, fueron llevadas al espectáculo
y se soltó una vaca bravísima. Perpetua fue lanzada en alto por la fiera y cayó de espal-
das". Estos dos textos confirman la veracidad de la descripción de Marcial sobre los
juegos de toros en los anfiteatros: "el toro los arroja hasta los astros como pelotas", es-
cribe el poeta aludiendo a los criminales envueltos en redes y arrojados a los toros en el
anfiteatro. Una pintura sobre un cipo de Thina, Cartago, confirma la noticia de las cita-
das Actas: en ella un toro enfurecido ha lanzado a lo alto a un hombre.
Algunos otros datos se pueden espigar en la literatura antigua sobre los toros en los
anfiteatros romanos. Así, en un sarcófago de Pérgamo (Asia Menor), de la época de los
Severos, está representada la lucha de un hombre, armado de espada y escudo rectan-
gular, y un cebú; debajo hay dos cebúes en lucha con un jabalí y un león; una escena si-
milar tiene la desaparecida estela de Clunia (Burgos), en la que el luchador, por el tipo
de escudo pequeño y el puñal, es un indígena. En el siglo IV, al decir de Claudio Clau-
diano, Italia exportaba buenos toros para los anfiteatros. La exportación de toros desde
África es el tema de un mosaico de Piazza Armerina, en Sicilia.