Trabajos Masónicos de Referencia I
Trabajos Masónicos de Referencia I
Trabajos Masónicos de Referencia I
Referencia
I
Aspectos generales de la
Masonería
SERIE GRIS
[OBRAS COLECTIVAS]
2
P UEDE PEDIR ESTA OBRA EN:
www.masonica.es
O SOLICITARLA DIRECTAMENTE A
[email protected]
© 2013 EntreAcacias, S. L.
EntreAcacias, S. L.
Apdo. de Correos 32
33010 Oviedo, Asturias (España/Spain)
Teléfono/fax: (+34) 985 79 28 92
Correo electrónico: [email protected]
Edición digital
3
Reservados todos los derechos. Queda prohibida, salvo excepción
prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución,
comunicación pública y transformación de esta obra sin contar
con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La
infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de
delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código
Penal).
4
referencia (del lat. refěrens, - entins,
referente) […] 3* Noticia o *información que
se da sobre un secreto, un asunto, etc.
Diccionario de uso del español María
Moliner, Gredos, Madrid, 2007.
5
Presentación
6
en el olvido y la oscuridad de los cajones de muchas casas.
Si bien es cierto que muchos de estos trabajos, quizás la mayoría, no
dejan de ser breves reflexiones en cierto modo coyunturales, no es
justo ni razonable que muchos trabajos de profunda y labrada reflexión
intelectual sigan yaciendo en el más clamoroso de los olvidos.
Por todo ello, MASONICA.ES® entiende que es necesario poner en
valor todo este esfuerzo anónimo, discreto, humilde y, sobre todo,
esclarecedor, y hace su pequeña contribución a través de esta serie de
obras de creación colectiva agrupados bajo el título Trabajos
Masónicos de Referencia.
Los trabajos recogidos en esta colección no pretenden ser planchas
magistrales, únicas —precisamente la masonería huye de toda clase de
ostentación—, sino una muestra de las diferentes visiones de quienes
forman todo este gran entramado humano.
El criterio editorial para publicar trabajos no es tanto el de la
erudición, sino el de la amalgamación de perspectivas y la búsqueda de
la originalidad. Un esfuerzo más, en definitiva, por mostrar a la
sociedad masónica y al estudioso de la masonería el complejo mundo
de pensamiento en el que trabajan las logias.
7
Fernando
de Yzaguirre
García
8
¿Por qué la Masonería en el
siglo xxi?
PORQUE POTENCIA LA SOCIABILIDAD HUMANA
Como ya expusiera el filósofo y masón K. Christian
F. Krause a principios del siglo XIX, el impulso
básico del Hombre —mujeres y varones— es el de
la sociabilidad, y la orden masónica es la óptima
asociación dedicada al desarrollo de esa
sociabilidad como expresión de nuestra completa y
pura humanidad.
Nuestra tradición nos compromete a dar apoyo a
cualquier hermano o hermana que se encuentre en
situación de necesidad; pero más allá de este
compromiso, lo que la Logia nos propone es una
microsociedad con un funcionamiento ordenado, en
la que cada miembro asume un rol rotatorio para
interpretar una y otra vez nuestra esencia sociable.
Esta microsociedad nos da la oportunidad de
compartir múltiples experiencias, como la de
pertenecer a un proyecto auténtico y humanizante, en
el que se establecen los elementos necesarios para
que ese animal social que es el Hombre tenga la
oportunidad de reconocerse y reconciliarse con su
9
pura humanidad en medio de las contradicciones a
las que se ve sometido en su vida personal y
profesional.
La Logia es un encuentro con los otros que facilita
y orienta el encuentro contigo mismo, a través de los
complejos mecanismos de la identificación con los
demás, el reflejo en los demás, el juego de
percepciones con los demás, la disección del yo... y,
ante todo, la Logia es un espacio humano que recrea
el entorno social-natural óptimo de un ser
evolucionado: una comunidad de mujeres y varones
iguales, ordenada, democrática, que persiguen,
juntos, la interpretación de la existencia y que han
hecho de la Logia un lugar de encuentro privilegiado
donde abordar la construcción de un saber
colectivo.
10
nuestro tiempo.
Pero la Masonería no es un método dirigido a la
acción social directa, sino un método con vocación
formativa que, aplicado en compañía, va dirigido al
interior del individuo y provoca, eso sí, una nueva
comprensión de uno mismo ante los demás y, por
tanto, le capacita para percibir con todo su sentido
la realidad y, con ello, encuentra una disposición y
un propósito renovados para actuar en sociedad,
desde un yo más esclarecido. Yendo más allá, la
Masonería puede llegar a ser, si sus miembros nos
ponemos seriamente a ello, un actor educativo de la
sociedad, con especial énfasis en dos ámbitos: el
Hombre en su pura y completa humanidad, y el de
una ética metodológica y hermenéutica, siempre
desde la búsqueda de un sentido a la actividad
humana.
Aquí es, en mi opinión, donde cabría centrar los
esfuerzos de vigencia e innovación de nuestra
tradición ante nuestros conciudadanos; debemos
asumir el reto, comprender nuestra responsabilidad
ante la sociedad, y ponernos en marcha sin dilatar un
segundo más. Las Logias, como antaño, deben actuar
como verdaderos Templos de Transformación donde
mujeres y varones se preparen para responder a los
cambios que reclama el mundo y para prepararnos
para afrontar la tendencia objetivante e instrumental
11
de la lógica circundante.
La Masonería, como es sabido, no es un club, un
partido político, un ateneo cultural o un aula de
filosofía, aunque no sea del todo ajeno a algunos
objetivos depurados de todos esos contextos
sociales. La Masonería es más bien una escuela
interactiva de mejora personal; un taller donde se
experimentan con plenitud y se ejercitan los valores
de una sociabilidad auténtica, humanista y cívica;
una comunidad iniciática que posibilita la vivencia
práctica y filosófica del espacio de encuentro e
intercambio recreado en compañía de los demás,
cuya experiencia nos capacita, a cada uno, para
renovar nuestra presencia y visión del mundo
exterior e intervenir en él.
Es en este sentido en el cual la Logia actúa,
además, como escuela de formación de ciudadanos,
recreando un micro mundo de prácticas y normas de
mutuo reconocimiento que facilitan la incorporación
de elementos de compromiso y participación
democrática en la vida colectiva que caracterizan al
ciudadano moderno, heredero del habitante de la
ciudad que en el mito de Prometeo (Platón,
Protágoras), es interpelado por Zeus para que se
comprometa éticamente si quiere formar parte de la
ciudad, espacio que representa el máximo exponente
de la convivencia humana.
12
La Masonería, por tanto, no sólo lleva a cabo un
trabajo de introspección, sino que nos prepara para
los cambios que se producen continuamente en
nuestra compleja sociedad, tanto por la especial
apertura que provoca en las conciencias, como por
su especial trabajo realizado a cubierto que, no
olvidemos, favorece la germinación de nuevas ideas
y la búsqueda de sentido.
13
La Masonería es un método iniciático de
autoconocimiento y un taller de perfeccionamiento
moral, que actúa sobre el sujeto en coaligación con
otros sujetos, sirviéndose del rito y del simbolismo
como herramientas imprescindibles, y dirigido a
desplegar en cada uno su más pura humanidad.
La Logia establece el ambiente adecuado para
llevar a cabo las búsquedas que no podemos
acometer fuera, al descubierto. Ese ambiente actúa
como un microcosmos compuesto por un lenguaje
propio, una indumentaria singular, unos símbolos y
una decoración particular, una forma peculiar y
ordenada de ocupar la estancia, moverse por ella y
hablar en ella, etc. Todo ello, establece la atmósfera
adecuada para reconocerse como persona plena y
reconocer a los demás como plenas personas, y
participar de la experiencia de ser uno entre iguales.
14
heredado y que son elementos propios del método
masónico.
Gracias a los rituales y a los símbolos, en la Logia
se crea una atmósfera especial; se provoca una
actitud particular; se convocan los sentidos y el
pensamiento de una manera distinta a la habitual: la
inteligencia emocional, lo anímico y afectivo, el
inconsciente, el espíritu, la conciencia y la razón,
son interrelacionadas y estimuladas de manera
conjunta en planos no convencionales,
desplegándose entonces nuevas posibilidades para
una mayor comprensión emocional y racional del
Hombre actual y su compleja realidad, desde una
perspectiva holística.
El ritual y el simbolismo coadyuvan a la búsqueda
de sentido, y es que el sentido, como dice el filósofo
Andrés Ortiz Osés, es una sutura simbólica, un
intento de reconciliación de contrarios. Todo es
interpretación, y la Masonería, su método, con la
experiencia que provoca en nosotros, con sus
herramientas, nos capacita para interpretar, para
hurgar en los pliegues y en las sombras, en lo
sinuoso, emancipándonos de la parálisis que
provoca en el Hombre la incertidumbre, dándonos
un alivio ante la ruptura radical que representa la
extinción física, aportándonos un cabo de luz
parpadeante que nos ayude a seguir la claro-oscura
15
senda de la existencia, sin necesidad de agarrarnos a
potentes certezas —como aquella que colocaba a la
tierra en el centro del universo— y trabajar por un
mundo humano lleno de sentido, mejor que por un
mundo quimérico basado en verdades absolutas.
La senda que sigue el masón en medio del paisaje
exuberante y suscitador que constituyen el ritual y el
simbolismo, se convierte en un camino de búsqueda
de sentido, de interpretación de este mundo con lo
bueno y malo que tiene, de encuentro con uno
mismo, con los demás y con la existencia tal cual es.
Esta búsqueda permanente de sentido, es una de las
palancas más potentes del método masónico que
permite la unión dinámica —el encuentro— de los
Hombres, es decir, de los interpretadores; la unión
de las diferencias. Por eso decimos que la
Masonería es el Centro de la Unión.
16
muchas de estas disciplinas un marcado carácter
expropiador y separador de los demás, es preciso,
es imprescindible, es urgente, cultivar la tolerancia,
la mediación y el encuentro, porque no podemos
prescindir del otro por muy distinto que sea de
nosotros, y no podemos imponernos al otro. Al
considerar una sola Humanidad, o nos ponemos de
acuerdo y nos salvamos todos, o renegamos de
nuestra humanidad y aquí no se salva nadie.
Con la tolerancia, reconocemos un único nosotros;
con la mediación, gestionamos las inevitables
diferencias y conflictos que se producen en el seno
de ese nosotros; con el encuentro, se suturan las
heridas de la confrontación de diferencias.
En lo ideológico (en sentido amplio: pensamiento,
religión, política...), la Masonería propugna un
ejercicio de tolerancia que permite diferenciar entre
dos categorías fundamentales: de una parte, la
creación de un espacio donde cualquier ideología
defendida por medios lícitos tiene garantizado un
lugar; de otra, la plena libertad de elección y
conciencia para abrazar aquella ideología con la
que nos sintamos identificados. Porque la tolerancia
no equipara las ideologías como si tuvieran idéntico
valor, como no equipara todas las religiones, sino
que se compromete con su libre expresión y
convivencia dentro del orden establecido,
17
respetando que puedan ocupar un lugar en el espacio
público, pero deja al libre arbitrio de los individuos
el participar y sumarse a una u otra dándoles, en
función del apoyo democrático que reciban, el
reconocimiento de una mayor o menor presencia en
la sociedad.
La práctica de la tolerancia nos hace activos
defensores del espacio público de convivencia
como un espacio ideológicamente neutral, en el cual
se aparcan las marcas que nos diferencian para dar
prioridad a aquellas que nos hacen iguales ante el
proyecto de convivencia en común, especialmente al
método, al procedimiento, al esquema, al
comportamiento ético, que permite esa convivencia
en la diferencia.
En plena sintonía con la tolerancia, otro gran valor
identitario de la Masonería, que hoy sólo ha sido
desarrollado en parte, es la universalidad y el ideal
de una Humanidad unida, como ya expusiera Krause
al plantear el proyecto de la Alianza de la
Humanidad.
La primera ideología para la Masonería es, por
tanto, metodológica: el ejercicio activo, consciente
y comprometido del juego democrático para la
confrontación civilizada de las distintas ideologías
que se dan cita en el espacio de convivencia común,
bajo la luz de la tolerancia y la universalidad.
18
PORQUE PROMUEVE EL DESARROLLO
PERSONAL Y LA FELICIDAD DE LA
HUMANIDAD
Nuestro método tiene una gran capacidad para
actuar en cada uno de nosotros, en distintos niveles
según la persona; aflorando en cada individuo su
desnuda humanidad para conocernos mejor y tomar
posesión de nosotros mismos, aplicando una higiene
a nuestra personalidad y nuestros pensamientos,
permitiéndonos indagar en nosotros mismos así
como adquirir renovados compromisos de mejora
personal, y preparándonos mejor para ser en el
mundo y para salir al mundo.
En el reconocimiento de las diferencias, en el
manejo de una realidad oscura y luminosa como es
la humana, en la gestión constructiva de la
microfísica del poder expuesta por Michel Foucault,
en el perfeccionamiento y cumplimiento de las
reglas de juego democráticas para contener las
derivas del egoísmo humano, en la búsqueda de las
mejores condiciones para que el amor entre los
Hombres triunfe, ahí, encuentra el masón algunos de
los grandes retos para su desarrollo personal.
La Masonería es un camino posible para alcanzar
la felicidad personal, siempre y cuando
19
reconozcamos que para recorrerlo hemos de trabajar
fieles a nuestra vocación universal y buscar la
felicidad de toda la Humanidad.
Pero este camino requiere de una formulación
rigurosa y de una praxis aún más rigurosa que es
responsabilidad acometer por parte de todos sus
miembros, en particular aquellos que ostentan
responsabilidades en la organización masónica, a
través de la creación de espacios de encuentro y
reflexión que se centren en la puesta en común, en la
evaluación del método, en la contrastación de
hipótesis y en la publicación de experiencias y
resultados. Nuestra tradición ha de contribuir
decididamente al noble ejercicio de construir una
práctica y un saber que puedan aplicarse a la mejora
de nuestra sociedad.
20
Hurtado
21
Construcción y Rito
Me parece esencial el propósito fundacional de
nuestra Orden, tan a menudo manipulado y
tergiversado desde 1717: la Masonería nació con la
vocación de ser «centro de unión» de lo disperso;
unión no sólo de ideas, sino, ante todo, de
voluntades y sentimientos humanos. Y creo que cada
siglo, cada tiempo, es un hito importante en el
camino hacia la concienciación global que la
humanidad lleva milenios recorriendo.
Paradójicamente, la sangre, el sudor y las lágrimas
de cientos y cientos de generaciones, que jalonan
nuestro avance en el conocimiento del mundo,
forman parte de un proceso que los masones
deseamos y buscamos que culmine en integración,
contra cualquier otro pronóstico. Para ello, lo que
en esencia nos propone la Masonería es aprender a
mirar juntos. Decía nuestro Hermano Antoine de
Saint Exupéry que amar es mirar juntos en la misma
dirección...
Creo que para poder llegar a ver el mundo con
«nuevos ojos», primeramente habremos de
comprender que cuanto contemplamos se refleja en
cada uno de nosotros con una apariencia adaptada a
nuestros limitados sentidos y que nuestra
22
observación, condicionada por esa limitación, es
también capaz de alterar lo observado. Pero en todo
lo que creemos percibir como «real» subyace un
hilo conductor que relaciona todas las cosas entre
sí, apuntando hacia una fuente cósmica común.
Cuanto existe es manifestación de un Todo o Ser
universal. El Absoluto, si preferimos designarlo así,
es una plenitud inaccesible al Hombre, por cuanto
nuestra misma humanidad es sólo un fractal
cósmico.
Sin embargo, en virtud de esa identidad fractal,
somos todos depositarios de mucho más de lo que
aprendemos convencionalmente. El aprendizaje
racional —distinguiendo analogías, relacionando y
ordenando nuestras percepciones— es un ejercicio
que moviliza ese depósito subyacente de
conocimiento potencial mediante avances
anagógicos que solemos designar como
«intuitivos». Hoy sabemos que en nuestro ADN se
halla depositado el luengo historial de un proceso
evolutivo inconcluso que se agita gradualmente, en
cada individuo y de forma esporádica, tanto en la
nuestra como en las restantes especies animales, a lo
largo de un camino que algunos consideran diseñado
de antemano y otros suponen que se va diseñando a
sí mismo con arreglo a pautas universales. Hasta
ahora sólo nos es posible adentrarnos en ese trazado
universal matemáticamente; es decir apelando a la
23
simbología de la geometría-matemática mediante la
que se expresa la ciencia.
Por ello, hemos de aprender primeramente a
relacionar las cosas en el plano racional, ampliando
la panoplia de nuestros conocimientos a fin de poder
establecer secuencias lógicas de analogías que nos
permitan llegar a estimular nuestra intuición. Los
símbolos masónicos son sintetizaciones de valores
relacionables y traducibles de diversas formas.
Ejercitar la mente en los procesos deductivos e
inductivos, nos conduce gradualmente hacia un
nuevo nivel psíquico de amplio horizonte. Tal es, en
mi opinión, la clave de la Iniciación que los
masones emprendemos en fraternidad y que
intentamos desarrollar en las logias, necesariamente
completada fuera de ellas personal y ejemplarmente,
contribuyendo así al avance evolutivo humano. Ésa
sería también la «consigna» iniciática común a
todos los masones, matizable por la concienciación
individualmente alcanzada.
Todo esto nos invita también a analizar la
importancia contextual que puede tener el paradigma
cultural en el que se desarrolle esa vocación
simbolista humana. La Masonería andersoniana
británica afloró en el siglo XVIII en el marco de un
movimiento filosófico que apostaba por un mejor
proyecto de futuro para la humanidad, dentro de las
24
coordenadas de su espacio y tiempo, prologado ya
por el empirismo de Francis Bacon. Espacio y
tiempo, por otra parte, nada ajenos a dogmatismos
culturales y a tabúes históricos aún difícilmente
eludibles en el Siglo de la Luces. Lo que se hizo
entonces fue avanzar en la socialización del análisis
crítico que, latente durante los siglos del Medievo,
había eclosionado como fuerza impulsora del
Renacimiento, de la Reforma y de la laicización de
la investigación científica. Apelar definitivamente al
simbolismo, como método de exposición conceptual
libre, permitiría desligar a las ideas de la esclavitud
de las palabras, devolviendo a los símbolos su
valor como expresiones vectoras de experiencias y
conocimientos humanos que trascienden las
fijaciones dogmáticas tan diversamente
administradas a través del tiempo. En esencia, el
simbolismo universal ha tenido siempre como temas
referenciales ciertas constantes de la psique
humana: la muerte, la fertilidad, eros, las fuerzas de
la naturaleza, los dioses... Esos referentes han
contribuido, a lo largo de la Historia, a configurar
diversos paradigmas sociales en función de las
convicciones o intereses de grupo preponderantes,
desarrollándose en torno a ellos multitud de
formulaciones especulativas.
En las viejas civilizaciones, el mundo era intuido e
interpretado a través de creencias metafísicas
25
simbolizadas para explicar los grandes misterios
físicos; como en Eleusis, en Delfos, en Luxor y en
cientos de lugares sagrados esparcidos por todo el
planeta. En nuestro tiempo, pueden ser la
exploración y el mejor conocimiento de la
naturaleza y de los fenómenos de un universo
cuánticamente ampliado los que sustenten
matemáticamente otra posible metafísica. Pero eso
sólo no mejorará al Hombre...
La Masonería surgió como incipiente institución
pionera en un intento de unir a los hombres
fraternalmente en torno a los grandes ideales
humanistas, tratando de superar algunos de los
condicionamientos sociales más acuciantes en la
conciencia de sus fundadores. No inventó esos
ideales, latentes en todos los desarrollos filosóficos
de Oriente y de Occidente, sino que propuso su
actualización a través del trabajo en fraternidad,
subrayando el valor simbólico de los utensilios
tradicionalmente propios del oficio de los masones
constructores de edificios. Ser masón implicaría
emprender la iniciación en el «oficio» de trazar y
construir pensamiento cimentador de la propia
personalidad como premisa indispensable de una
convivencia social pacífica y justa. Los
condicionantes modelos metafísicos dogmáticamente
prefijados podrían ser un grave obstáculo para el
avance gradual en el conocimiento empírico de las
26
correspondencias universales...
Ese ideal humanista y humanitario es el «disco
duro» de la espiritualidad masónica, que encierra
diversas formas posibles de entender lo espiritual,
enlazadas entre sí por la Tolerancia activa; es decir,
una tolerancia fraternal que no se limita a aceptar
amablemente la existencia de las opiniones y
sentimientos del «otro», sino que nos mueve a
buscar y compartir con él o con ella la parcela de
conocimiento y de verdad que puedan contener,
tratando de reunir lo disperso. Una espiritualidad de
—y— para este mundo, esperando que algún día
llegue a ser mejor. Por muy utópica que esa
convicción íntima pueda ser, tiene la virtud de
alentar comportamientos éticos positivos en
cualquier medio social, traduciendo en acciones
personales los parámetros ideales de justicia,
libertad, igualdad, fraternidad, etc., universalmente
añorados.
Pero la Masonería no sólo propugna una
reeducación iniciática de la mirada que nos permita
nuestra auto-construcción como individuos, sino que
propone un método a seguir con ese fin. Llevar a
cabo una labor «metódicamente» es realizarla
minuciosamente, con conciencia de la importancia
que pueda tener cada uno de nuestros actos como
generador o determinante del acto siguiente. Todas
27
las secuencias forman parte del proceso de
construcción. No debe fallar ninguna, so pena de ver
tambalearse el resultado final. Eso constituye lo que
los masones llamamos un «rito» o método seguido
para el adiestramiento en la realización del trabajo
propio de nuestro oficio.
A través del Rito nos esforzamos en la disposición
de nuestra voluntad y de nuestras restantes
capacidades y virtudes o cualidades humanas,
coordinándolas con las de nuestros Hermanos al
servicio de un fin común. Sólo si la construcción de
nuestro templo interior es sólida podremos
proyectar hacia afuera la fuerza acumulada en él y
contribuir eficazmente a la construcción de lo que
llamamos Templo de la Humanidad. En ese sentido,
cada logia debe poder elegir y respetar alguno de
los métodos de trabajo integrados en la tradición
masónica. Lo que no significa que la masonería de
nuestro tiempo —o la del futuro— no pueda dar
vida a nuevas formulaciones rituales que recojan
escrupulosamente los valores y la intención
contenidos en las palabras y en la simbólica o
simbología fundacionales de la Orden. No ha sido
ello tarea fácil, a juzgar por algunos ejemplos del
pasado...
El método o Rito llamado Escocés Antiguo y
Aceptado, que es el tradicionalmente practicado por
28
la mayor parte de las logias francesas, españolas,
italianas e iberoamericanas desde principios del
siglo XIX, se caracteriza por subrayar la importancia
de ese «despertar» de la conciencia personal que
prepara al masón para la acción, pero opino que la
identidad masónica primigenia se recoge por igual
en los tres grados simbólicos básicos de todos los
ritos históricos del «oficio». Y también creo que la
especulación filosófica masónica puede
desvirtuarse, conduciendo en algunos casos hacia
virtuosismos trascendentalistas que no son los
inherentes al oficio. Por otra parte, reflexionando
sobre el encuentro de culturas —hoy en marcha
como nunca lo estuvo anteriormente— y pensando
en cómo habrá de traducirse la vocación masónica
universalista en el seno de una futura sociedad
global, me parece necesario reconsiderar desde
perspectivas actualizadas el paradigma cultural
bíblico en el que se ha enclaustrado la cultura de los
altos grados de los diversos métodos o ritos
practicados, todos ellos creados paralelamente a la
línea axial de la masonería prístina o primera.
Es fundamental evitar que los símbolos confundan
o anulen lo simbolizado. Por ello, es importante el
apoyo de una auténtica Tradición transmisora, no de
conceptos culturales que se hallan forzosamente en
periódica evolución, sino de la aspiración
arquetípica humana subyacente, en la medida en que
29
los arquetipos son referentes o parámetros
antropológicos universales y contrastables.
Interrumpido el vínculo con lo esencial, nuestra
Tradición podría quedar sometida a todas las
fluctuaciones de las modas intelectuales.
AMANDO HURTADO
M# M#
30
Ricardo
Serna
31
Cuatro cosas
Hoy os voy a decir cuatro cosas. Cuatro cosas de las
que debería huir a la carrera, más ligero que una
liebre, cualquier persona en su sano juicio, sea
iniciado o no lo sea. Y si lo es, con más motivo
todavía.
La primera de esas cuatro cosas o actitudes es la
indiscreción. El indiscreto es aquel tipo que, sin
tener que decir algo, lo predica a quien no debe. El
caso es comentar, ofrecer espectáculo y darse
notoriedad. Vicio feo donde los haya.
La segunda cosa de la que hay que alejarse como
de la peste es de la murmuración. El murmurador se
hace eco de la indiscreción que llega a sus oídos y
se encarga enseguida de inflar la información,
deformándola a su capricho, para extenderla luego a
diestro y siniestro por los cuatro puntos cardinales,
añadiendo a lo que ha oído alguna perla de su
propia cosecha por aquello de hacer más interesante
el asunto y darle morbo.
La tercera es la credulidad. El crédulo es ese tipo
de persona insulsa que da crédito al murmurador
con la sandez propia del simple rematado, sin
preguntarse si lo que está oyendo es digno de
32
crédito o se puede tratar más bien de un bulo o
incluso de una difamación. El crédulo, que en el
fondo es un candoroso vago moral, no se molesta en
hacer comprobaciones; simplemente da pábulo a lo
que oye de boca del murmurador y lo sigue pasando
a terceros tal y como se lo han contado a él. Eso sí,
sin exagerar en demasía.
Y la última actitud de la que hay que alejarse
despavorido es la envidia, la peor de todas con
mucho. El envidioso es el que, con indecible mala
uva, utiliza el verduguillo para rematar la faena. El
envidioso —que en realidad es hermano siamés del
rencoroso irredento, y comparte con él un corazón
de hielo y una cabeza de ajo— se encarga de
descabellar la pieza con la saña del vengador, de
quien te espera en la esquina más oscura para darte
mala puñalada trapera por la espalda. Y el caso es
que el envidioso ni siquiera sabe porqué se porta de
esa forma con su prójimo. Además de ser un
miserable, el mentiroso es a la par un pobre
desgraciado que lo pasa fatal un día sí y el otro
también, y que sufre sin tregua por parecerle que los
otros son más que él o poseen cualidades que él
jamás será capaz de tener.
Así es la vida. Entre el indiscreto, el murmurador,
el crédulo y el envidioso, el hombre más noble y
digno se puede convertir, de buenas a primeras, en
33
un elemento indeseable y criticado cuyos supuestos
pecados imperdonables andan en boca de todos.
¡Qué triste, hermanos! Y así, lo que en origen pudo
ser un simple malentendido, acaba por convertirse
en crimen de lesa patria, imperdonable sacrilegio y
abominable pecado, merecedor de escarnio
solapado y del linchamiento subliminal.
Que esto se dé en el mundo profano es, cuando
menos, injusto. Pero que se dé en la fraterna
asociación de los masones, no es solo injusto; es
además injustificable y del todo inadmisible. Es
bien cierto que hay gente que ve la paja en el ojo
ajeno sin ver la viga en el suyo.
Como escribió Diego Saavedra Fajardo allá por el
siglo XVI, «¡Oh, cuán fácilmente admite el vulgo por
ciertas las calumnias en los varones grandes!» Y es
que el hombre es débil, vaya si lo es; y sobre todo
tonto, más tonto que hecho de encargo. He dicho.
RICARDO SERNA
M# M#
34
Iván
Herrera
Michel
35
Masonería progresista y
dogmática
Una Aproximación al Tema
36
Arquitecto del Universo», la creencia en la
existencia de un «ser supremo» y la presencia en los
trabajos de un libro considerado como sagrado.
Sin embargo, la calidad de progresista o
dogmática de una Gran Logia Masónica no se agota
allí.
Si una Obediencia Masónica Inicia mujeres y
varones en igualdad de condiciones, y exige al
mismo tiempo en sus Talleres la presencia de un
libro considerado como sagrado, o la creencia
obligada en un «ser supremo», o en un «principio
creador», o impone concebir los Landmarks de una
determinada e imperturbable manera, es claro que se
trata de una Gran Logia mixta que está practicando
una Masonería dogmática.
De igual manera, una Gran Logia femenina o mixta
que impone mandamientos, y no sugerencias; no
incentiva la libertad de pensamiento y de conciencia
en sus integrantes, sino que, por el contrario, los
adoctrina intentando inculcar o reforzar disciplinas
y preconceptos, es claro que es una institución
dogmática. Y en la práctica, hay que reconocer que
este dogmatismo se presenta, indistintamente, en
Masonerías femeninas, mixtas y masculinas.
Si por el contrario, la Obediencia Masónica en
cuestión, ya sea masculina, femenina o mixta, deja
en libertad a sus Talleres para colocar o no un libro
37
que consideren sagrado, permite en su seno trabajar
o no a la Gloria del Gran Arquitecto del Universo,
tomar juramento (que es afirmar o negar algo,
poniendo por testigo a un dios o invocando algo
sagrado) o hacer en su defecto una promesa, (que es
la expresión personal de la voluntad de dar o hacer
algo), deja las cuestiones teológicas a la conciencia
de cada quien, convoca a una reflexión crítica sobre
los referentes que asume como Masónicos, etc., es
claro que se trata de una Gran Logia de pensamiento
adogmático y progresista, indistintamente del género
de sus integrantes.
En un pensamiento Masónico progresista, los
símbolos y las herramientas son interpretados
instrumentalmente y no poseen un valor en sí ni un
significado prefijado. Ya que un símbolo puede
significar algo distinto a cada Masón, como fruto de
las circunstancias y la historia personal de cada uno
de ellos. Son continentes, cuyos significantes pueden
avocarse desde la perspectiva crítica de que la
Masonería y los Masones son algo perfectible.
La naturaleza progresista o dogmática de una Gran
Logia puede ser medida, por ejemplo, por la
cantidad de libertad que otorga a sus miembros para
pensar la realidad Masónica, para juzgar su presente
valorándolo desde el «deber ser», y por el
propósito de sus especulaciones en un mundo en
38
donde la evolución de la Orden se concibe como
una exigencia de los Antiguos Landmarks, con la
convicción de que las Masonas y los Masones
actuales pueden realizar un cambio necesario en
igualdad de condiciones que los de antaño.
Precisamente, en cumplimiento y aplicación de una
concepción evolutiva impuesta por esos mismos
Landmarks.
Es una concepción de progreso Masónico, que
implica una variación en el sentido positivo de
mejoramiento, en la que la vieja premisa de
libertad, Igualdad y fraternidad —que son de las
más grandes esferas del pacto Masónico— es
armónica con una sociedad contrahegemónica,
diversa e incluyente regida por principios de
equidad, justicia, solidaridad, paz, etc.
Naturalmente, ambas formas de concebir a la
Masonería se constituyen en plataformas
perdurables sobre las que se desarrollan otras
concepciones armónicas con ellas.
En otras palabras, podemos afirmar que la
superestructura ideológica de una Gran Logia
determina su estructura de poder, de tal forma que
encontramos a lo largo y ancho del planeta
Obediencias Masónicas —tanto en el Simbolismo
como en los Altos Grados— en donde el concepto
de jerarquía se concibe ya sea emanado de
39
funciones previamente definidas y delegadas
expresamente por una asamblea democrática, o
fundamentadas en líneas rígidas de mando similares
a las que distinguen a las jerarquías eclesiásticas y
militares.
Una Masonería dogmática posee en sí misma un
espíritu conservador que se relaciona con las
fuerzas que se oponen al cambio, y con los
esquemas de control y poder coercitivo que tratan
de mantener el estatus quo. Y en todo caso, se trata
de un asunto que se relaciona con la cantidad de
libertad que se permite a sus miembros para actuar
como consideren correcto de acuerdo a su propia
conciencia. En ese ámbito, la prohibición de atentar
contra el dogma o cuestionar los mandatos de la
autoridad en ejercicio, es absoluta.
Por ello, la propuesta conservadora se limita casi
siempre a la repetición de los significados
aceptados y se valida por la aprobación que de ella
hace la clase dirigente. Mientras que el pensador
progresista define su postura filosófica de acuerdo a
su personal esquema ético y se valida por los
designios de su propia conciencia particular.
Una postura Masónica progresista no consiste, por
ejemplo, en promover la Iniciación de mujeres para
practicar sin distingo de género los antiguos dogmas
que han acompañado a algunos sectores de la Orden.
40
Eso es seguir haciendo dogmatismo, pero con
mujeres.
La posición adogmática, consistiría en asumir un
pensamiento, tanto por varones como por mujeres,
juntos o por separados, que aleje toda afirmación
formulada de forma obligante, derivada de un
absoluto o impuesta por la vía de la autoridad.
Entonces, podemos concluir que la calidad de
dogmática o progresista de una Gran Logia o de un
cuerpo de Altos Grados está ligada a la
trascendencia de la libertad y del dogma en su
interior, tanto en sus alcances personales como
institucionales.
Naturalmente, estas dos pociones ideológicas,
sicológicas e institucionales, así como sus grados
intermedios y combinados, son igualmente legítimas
y por la vía de la Tolerancia y el respeto a la
diferencia debemos aceptarlas como dos
expresiones distintas de la realidad Masónica.
Ya que el principio de buena fe que debemos
profesar al juzgar a otros Masones y Masonas, nos
impone aceptar que ambas formas de Masonería
están bien intencionadas y entienden que sus
responsabilidades iniciáticas se extienden más allá
de las columnas de sus Talleres. Independientemente
del género de sus miembros y el talante de su
pensamiento.
41
IVÁN HERRERA MICHEL
M# M#
42
Joan-Francesc
Pont
Clemente
43
Europa y la Francmasonería
A mi H# Vicenç Molina
44
construcción de una sociedad abierta, al tiempo que
defiende la desobediencia a las leyes injustas, como
última ratio de protección de las víctimas de los
abusos de poder. El combate del Francmasón por
una sociedad mejor le impide ser nacionalista y le
llama a ser universal, lo que, en primer lugar, quiere
decir europeo.
La característica esencial de la vida humana es que
se desarrolla entre los límites, entre el nacimiento y
la muerte. Ésta es la base de nuestro humanismo: la
aceptación, precisamente, de los límites, lo que nos
hace vivir con intensidad y poner nuestras fuerzas al
servicio no sólo de nuestra vida individual y
familiar, sino también al servicio de los demás. No
hay excusas de ultratumba para la inacción, para la
resignación o para el privilegio. La calavera —
presente desde la prueba de la Tierra, de los
antiguos misterios, que constituye el preámbulo de
la iniciación del Aprendiz— constituyen en la
Francmasonería el símbolo de la nada, el destino
inexorable de los injustos y de los opresores. La
Unión Europea es la patria de los derechos del
hombre y ello la convierte en la patria de los
Francmasones humanistas. Esta patria se ha
construido poco a poco —desde los sueños de
Saint-Simon, de Garibaldi o de Pi i Margall— con
hitos como la moneda única (el euro), o la supresión
de las fronteras (Schengen).
45
La situación económica europea empezó a
deteriorarse en el otoño de 2007 ante los ojos
incrédulos de un continente que se había
acostumbrado al crecimiento y a la prosperidad. Las
crisis económicas hasta ese momento tenían un
carácter cíclico y se consideraban como un
mecanismo inevitable del sistema. Desde el fin de la
segunda guerra mundial en Europea Occidental y
desde 1982 en España (más o menos a la par que en
las otras antiguas dictaduras mediterráneas) se había
ido construyendo un Estado del Bienestar sobre la
base de una creciente exigencia tributaria y de la
convicción social sobre la necesidad de vertebrar
políticamente la solidaridad.
En mi opinión, Europa se había comprometido tras
la experiencia traumática de las guerras padecidas
durante el siglo XX empezando por la Gran Guerra
de 1914-18 y acabando con la guerra civil española
de 1936-39 y la II Guerra Mundial de 1941-45, sin
obviar ni olvidar nuestra culpa colectiva sobre la
guerra de los Balcanes entre 1991 y 2001, con la
paz basada en la reconciliación, en la distensión y
en la aproximación económica y política de las
naciones. El futuro de Europa al que aspiran los
Francmasones humanistas sólo puede describirse
como una república de ciudadanos.
La esencia de la Francmasonería como experiencia
46
radica en los mensajes que transmite a quienes se
acercan a ella con la bona fides que Roma presumía
de cualquier ciudadano y que la Francmasonería
reivindica cuando expresa su confianza en el hombre
y se opone al fraccionamiento de nuestra sociedad
por lo que supone de fractura de la convivencia. La
fuerza en el corazón y en las ideas que implica
solidez de los principios e imperio de la Ley. La
suavidad en las formas, como fruto de la tolerancia
y del respeto. Y la asunción del deber, por encima
de la reivindicación de los derechos, de la
comodidad de la vida cotidiana o de la capacidad
para no ver todo aquello que no deseamos ver. Sin
importarnos las consecuencias derivadas del
cumplimiento del deber, hasta el sacrificio, como
muchos de nuestros Hermanos demostraron en el
pasado.
La Francmasonería es (o debe ser) un método
constructivo que lucha por la vivencia de la
fraternidad en la aceptación de la diferencia,
otorgándole a la idea de fraternidad un valor
revolucionario, la igualdad de los desiguales en la
libertad de todos; alejado drásticamente de la
filiación de los siervos, que es sujeción al
poderoso, desigualdad de los iguales y libertad para
unos pocos.
La Francmasonería es como el cauce de un río de
47
aguas caudalosas y no como la cuenca de un lago
estancado. La Orden está viva y despierta nuestros
sentidos, confirma nuestras intuiciones y provoca
nuestro compromiso con los demás. Si no es así, es
que hemos perdido la aguja de marear y nuestro
desconcierto no es atribuible a la Orden, sino a la
insoportable levedad, por utilizar una expresión de
Milan Kundera, de nuestra aproximación a él. En
efecto, es menester evocar que, en algún momento
de su itinerario, el Francmasón recibirá la siguiente
admonición: Estudia sin descanso, hermano mío,
para que el deseo de educar e instruir a tus
semejantes no sea una vana aspiración, sino un
fructífero pensamiento.
La Francmasonería no es la respuesta, sino el
método para formularse preguntas. La Orden no
tiene, no me cansaré de repetirlo, las respuestas,
pero tiene la virtualidad de abrir los ojos ante las
nuevas realidades para analizarlas desde la libertad
del pensamiento, sin ataduras, sin más Norte que la
vocación de servir la causa de una libertad al
alcance de todos. Es, por tanto, oportuno evocar que
en un ritual de 1909 de la Francmasonería liberal
española se lee que la libertad se halla en peligro
(…) Las naciones que, creyéndose señoras del
mundo, pretenden imponerse a las otras por el
derecho del más fuerte; los monopolios
escandalosos; los atentados a la libertad del
48
trabajo; las aberraciones del espíritu de partido y
de secta; los antagonismos de clase, raza y
condición que amenazan convertir al siglo XX en
un verdadero infierno, son los adversarios que
debemos atacar, sin cesar un momento en la lucha,
hasta que sean vencidos.
Y este programa de hace un siglo mantiene una
sorprendente lozanía, aunque a aquellas
preocupaciones haya que añadir otras, a cuyo
servicio se consagrará el Francmasón, en méritos de
una promesa tomada a modo de paradigma, o de
resumen del compromiso adquirido: propagar las
verdades útiles al progreso social, proteger al
débil y al inocente y considerar como hermanos a
los oprimidos y como enemigos a los opresores y
desenmascarar la hipocresía y la impostura, así
como combatir con las armas de la razón, la
persuasión y el buen ejemplo al fanatismo, a la
superstición, a la tiranía y a la injusticia.
Francmasonería y compromiso social son
inseparables en la vida de cada hermano, porque el
impulso fundamental de la fraternidad es dar fuerza
a sus integrantes para que no reclamen el derecho
al descanso, como de forma gráfica recoge el ritual
de clausura de los trabajos en las logias azules.
Algunas personas defienden como una especie de
dogma religioso que la única receta para el
49
momento actual es la austeridad concebida no como
la virtud del buen ciudadano, sino como el
establecimiento como única prioridad de la
reducción del gasto público y el consiguiente
desmantelamiento de las políticas de bienestar.
El diagnóstico tan ampliamente difundido y
aceptado, a la par que aplicado por los gobiernos y,
aparentemente, impuesto por los llamados
«mercados», con la ayuda de las compañías de
rating, parece reducirse a la denuncia de una
supuesta prodigalidad en la época de las vacas
gordas, sólo compensable con la austeridad más
estricta en la época de vacas flacas. Aquí la
austeridad no se reclama ya como una virtud, como
ya he señalado, sino como un castigo. En otras
versiones más suaves se preconiza la austeridad con
crecimiento, lo que, puede conducirnos al éxito en
los ajustes y al fracaso en la recuperación del
desarrollo económico. En el otro extremo, algunas
voces sacralizan el papel del déficit en el impulso
de la Economía, más allá de cualquier precaución
que evitara nuestro inexorable deslizamiento hacia
el precipicio.
La discusión anterior trata de obviarse por los
autores que, simplemente, preconizan la
recuperación de la confianza empresarial en el
futuro y la reactivación del sector bancario. Nadie
50
puede negar que al reencuentro con la confianza
mejoraría nuestra atmósfera productiva y podría
frenar la destrucción de empleo, pero me temo que
nos hallamos más ante un deseo que ante una
previsión cierta, lo que exige la búsqueda de
alternativas. Esto es lo que trato de realizar en este
breve ensayo, que someto a la consideración y
mejor criterio de mis Hermanos.
Al nivel europeo en el que hemos planteado los
trabajos de hoy, creo, efectivamente, que el valor
confianza ha de ser recuperado, precisamente en las
relaciones entre los Estados miembros de la Unión
Europea y entre los territorios con organización
subestatal, como los lander alemanes o las regiones
españolas. Hoy sufrimos una acumulación de
agravios comparativos, supuestos o reales, pero, en
lo que aquí importa, vividos con intensidad por la
población hasta el extremo de configurar el
pensamiento social. Aun a costa de la
simplificación, quienes se sitúan o se consideran en
el Norte ven con recelo a quienes se hallan en el Sur
en una ceremonia de la confusión en la que múltiples
«Nortes» se enfrentan a diferentes «Sures». La
Unión que a partir de su ampliación hacia Oriente
había experimentado un repentino conflicto Este-
Oeste, sufre ahora al mismo tiempo un nuevo
conflicto Norte-Sur. Ninguno de estos
enfrentamientos puede ser ignorado, sino que todos
51
los operadores políticos y económicos han de
tenerlos en mente porque sólo pueden curarse las
enfermedades que se tratan en la forma correcta.
Ignorar una enfermedad sólo contribuye a su
agravamiento y puede conducir a la muerte. Quiero,
por tanto, usar hoy el concepto confianza sólo para
referirme al reencuentro entre los pueblos, a la
reconstrucción del ánimo federal europeo, que es el
que condujo a la creación de las Comunidades
Europeas y a aquellos hitos de los que hablaba al
principio como la desaparición de las fronteras o la
consecución de una moneda única (con las
excepciones conocidas). Es en este marco que la
confianza sólo puede construirse sobre el
conocimiento mutuo y sobre la intensificación de los
intercambios científicos y culturales, como
avanzadilla de un flujo creciente de relaciones a
todos los niveles. La Unión sólo puede
fundamentarse en la confianza entre sus
componentes, primero, en cuanto unidades
nacionales, y, como corolario, en cuanto ciudadanos.
Se trata, por tanto, de recuperar la confianza entre
los seres humanos.
La confianza en el futuro que preconizan los
autores más optimistas no puede concebirse como un
objetivo, sino como resultado del seguimiento de un
itinerario. La primera luz de este itinerario es la
creación de certidumbre. La certidumbre nace de la
52
estabilidad política institucional (de la que forma
parte, por supuesto, la alternancia en el gobierno de
las principales fuerzas políticas), de la seguridad
jurídica (un ordenamiento estable, con reglas
europeas comprensibles y duraderas), del
cumplimiento de la Ley (y la desaparición de la
percepción de que graves infracciones quedan sin
persecución) y del ejercicio de un poder regulador
de los mercados, respetado y respetable, como
elemento indisociable del gobierno europeo.
La confianza en uno mismo y la confianza en los
demás no puede predicarse como un desiderátum,
sino que, eventualmente, volverá a percibirse
individual y colectivamente si se generan
expectativas razonables sobre las que basar la
adopción de decisiones:
I. El desarrollo del mercado de capitales
requiere que la obtención de beneficios
en la actividad productiva sea más que
una quimera, que no se vea afectada por
la inestabilidad del marco político y
económico general y que los planes de
negocio razonables (el adjetivo aquí es
muy importante) tengan alguna
posibilidad de llevarse a cabo.
II. El reforzamiento del mercado de trabajo
ha de proceder de una recuperación de la
53
cultura del esfuerzo y de la convicción de
que la suma de mérito y capacidad
conduce a una retribución suficiente que
permita vivir dignamente en un horizonte
previsible.
III. El mantenimiento y el reforzamiento de
los tres grandes pilares de las políticas
de bienestar: la educación universal,
esencialmente pública y primordialmente
gratuita, hasta los 16 años de edad; la
sanidad centrada en la cura de las
enfermedades al alcance de todos, sin
exclusiones; y la atención a los supuestos
de dependencia, en las franjas de la
sociedad menos favorecidas.
Desgraciadamente, en muchos Estados de la Unión,
no sólo en el arco mediterráneo, carecemos hoy de
razones que justifiquen la fe en expectativas
razonables de futuro, una circunstancia generadora
de desánimo y, por tanto, ello impide salir del
círculo vicioso de tendencia a la ralentización o
paralización de la actividad empresarial, única
fuente creadora de riqueza y de progreso, requisitos
ambos para el mantenimiento del nivel de empleo y
de las políticas de bienestar.
El gobierno de las naciones se halla hoy
seriamente cuestionado en muchos lugares del
54
mundo, particularmente en aquellos que se ven
afectados por la lacra de la corrupción, dentro y
fuera de la Unión Europea. Los ejemplos más
notorios excusan de realizar referencia alguna los
escándalos que han desprestigiado el noble y
necesario arte de la Política. Resulta urgente
simplificar nuestros sistemas de representación y de
gobierno, dotar de ejemplaridad a los electos y a los
miembros del Poder Ejecutivo, suprimir
duplicidades y aproximar la práctica del gobierno a
los ciudadanos (lo que, probablemente, requiera
mayor movilidad entre la dedicación a la política y
los sectores productivos privados y públicos).
En España, Grecia, Portugal o Italia, una buena
parte de los ciudadanos ha perdido la confianza en
su respectivo gobierno. Que los ciudadanos
recuperen esta confianza perdida es una tarea
colectiva, que no se limita al pequeño entorno de
cada país aislado.
Me parece que los ciudadanos de la Unión hemos
de ser capaces de salir del minúsculo reducto local,
regional o nacional en el que nos refugiamos, en el
que, en realidad, nos ahogamos, para compartir
plenamente el espacio federal del continente y para
apoyar la existencia de un poder federal fuerte,
legitimado por unas elecciones directas, y
equilibrado por un parlamento enraizado en la
55
conciencia social.
Tengo la impresión de que en los últimos cinco
años hemos retrocedido en la construcción de la
república europea. No hemos sido capaces de tener
una Constitución única y, sin embargo, hoy la
necesitamos más que nunca. No reconocemos un
poder federal, pero aceptamos el liderazgo de
algunas naciones o, lo que es peor, de algunos
gobiernos. Tenemos un parlamento elegido por
sufragio universal, pero no tenemos un gobierno que
responda ante él. Tenemos un substitutivo de
«presidencia europea», pero la presidencia sólo
estará al servicio de los ciudadanos cuando sea
elegida por ellos.
Interroguémonos a nosotros mismos: ¿no hemos
salido del estrecho mundo de los estados-nación?
No, no lo hemos hecho. ¡Qué pena da que nos cueste
tanto reconocer que pertenecemos al demos europeo
nacido no de la guerra (como las naciones) sino de
la paz! ¡Es el foedus pacificus de Kant! Nos
quedamos con los límites de unas fronteras
artificiales (en las que pensamos obtener una falsa
seguridad), cuando nuestro humanismo debería
impulsarnos a romper los límites y a descubrir la
ampliación del horizonte vital que Europa significa.
La apelación a la mano invisible del mercado
como el único camino hacia la recuperación de la
56
vitalidad de la Economía (o la emancipación de la
Economía con relación a la Política) es uno de los
nuevos mitos de este inicio del siglo XXI que, en mi
opinión, ha de ser severamente censurado. En mi
opinión, que he expresado ya en otros lugares, la
Economía sin la Política es la selva y la Ley del más
fuerte, a la vez que la Política, sin la Filosofía,
acaba creando un espacio de amoralidad. La
Política es el Arte por el cual una sociedad se
gobierna a sí misma. Las sociedades de los Estados-
Nación ya no son capaces de ejercer su
autogobierno, porque no pueden resolver ninguno de
sus verdaderos problemas. Sólo la sociedad
europea es susceptible de dar a luz un pensamiento
social de dimensión continental y capacidad de
reflexión y de comprensión mundial. La Política, si
no es europea, deja de ser Política, para ser simple
administración de la miseria y para dejarse arrastrar
por los mitos nacionalistas (el odio al otro, la
exaltación de lo propio y la ceguera del corto
plazo). De la Política, en el mejor sentido del
término, han de nacer las políticas públicas al
servicio del ciudadano.
Permítanme, por tanto, referirme a las principales
políticas, y a la principal fuente de inspiración de
tales políticas, que pueden contribuir a reincentivar
nuestro desarrollo económico.
57
Necesitamos una verdadera política industrial, en
el más amplio sentido del concepto industria, que
se refiere a las actividades realmente productivas.
La política industrial sólo puede funcionar si parte
de unas directrices europeas, de una defensa de la
misma en el contexto global, y de una concreción
suficiente en regiones y ciudades.
Hay que relanzar el mercado de capitales,
favorecer las inversiones, desarrollar el capital-
semilla y el capital riesgo, recuperar el prestigio de
las bolsas de valores protegiéndolas de los grandes
movimientos especulativos y reducir el grado de
dependencia de las empresas con relación al sistema
bancario.
Y hay que llevar a la práctica la existencia de un
único espacio económico europeo favoreciendo
todavía más la movilidad geográfica de las personas
para su desempeño laboral o profesional, lo que
podrá hacerse, entre otras medidas, mediante la
definitiva adopción del inglés como lingua franca,
el acercamiento de los países del Sur a los horarios
que habían sido los suyos y que les permitan
converger con el resto de Europa y promover el
mercado de viviendas en alquiler para romper las
cadenas del endeudamiento bancario para acceder a
una propiedad difícilmente transmisible. No me
engaño sobre la necesidad de un cambio cultural
58
para que esto sea posible, pero no creo que haya
dudas sobre su necesidad imperativa.
El cambio cultural, por otro lado, deviene la
consecuencia natural de la construcción de la que he
ido denominando en mis reflexiones en voz alta de
esta noche república europea. Como se construyó la
Francia moderna o la España que llega con retraso a
la modernidad, porque le cuesta mucho más que a
Francia resolver su conflicto interno entre dos almas
contrapuestas, la república nace de la educación
concebida como el eje vertebrador de una sociedad
buena. La educación no ha de reducirse a una
pretendida neutralidad, sino contribuir a la
emancipación de los espíritus, al fomento de la
libertad, a la difusión de valores éticos
compartidos, que superen el comunitarismo
religioso excluyente, y a la vivencia efectiva de la
ciudadanía que nace del cumplimiento de los
deberes y del respeto de los derechos, en la estela
de la jurisprudencia nacida en el seno del Consejo
de Europa.
La educación europea hará nacer una ciudadanía
europea, que dejará de ser un concepto abstracto o
reservado a las élites intelectuales, para convertirse
en una realidad vivida. No hay desarrollo
económico europeo posible sin superación de los
nacionalismos. La Francmasonería, que se reclama
59
universal, tiene un papel central en la construcción
de la ciudadanía europea.
La Francmasonería halla su verdadero sentido en
la potenciación de la naturaleza educativa de la
Orden, a la cual sirve mediante la sugerencia de
ideas innovadoras a través de la imagen. Éste es el
significado de los símbolos, inducir a quien trata de
interpretarlos para despertar el pensamiento y para
evocar los trazos de una ética compartida que ha de
nacer de la Razón humana; y hacerlo de tal manera
que, superando las fronteras culturales, ciertos
valores puedan descubrirse a sí mismos, y ser
descubiertos por todos los ciudadanos del mundo,
como universales. El primer fruto de las enseñanzas
masónicas es el amor a la Humanidad y de él se
derivan tanto el reconocimiento de los derechos
humanos como la exigencia de los correlativos
deberes civiles. Ambas cuestiones forman parte de
aquello que, innegablemente, es universal y, por
tanto, de cuanto se asocia, por su propia naturaleza,
con la Francmasonería. La progresión del
Francmasón no hace más que destacar, que la
educación masónica, se centra en la construcción de
un nosotros universal, abierto, generoso,
incompatible con cualquier segregación de un ellos
diferente, marginado y lejano, un nosotros universal
teñido de la idea de fraternidad.
60
Contra la identidad entre Francmasonería y
compromiso social, aparece en ocasiones la grave
infección producida por un virus consistente en la
conversión de las alegorías en verdades aparentes o,
dicho de otra manera, en la transformación del ritual
en un fin en sí mismo. Una tendencia enfermiza que
todavía es peor si va acompañada del
enclaustramiento de la logia en su pequeñez local y
en una especie de autocomplacencia con su
mediocridad. No es compatible la Francmasonería
liberal con la pequeñez pueblerina.
Algunos francmasones, de larga tradición de
servicio, piensan, no sin razón, que han fracasado en
su apuesta por una francmasonería emancipadora,
porque algunos o muchos de sus hermanos —como
he descrito más arriba— no han entendido que la
Orden es una provocación para el pensamiento libre
y una forma de autoexigencia ética.
Una Europa internamente fuerte será una Europa
decisiva en el mundo internacional, una potencia
capaz de equilibrar los beneficios y los perjuicios
de la globalización. Europa ha de ser capaz de
hablar con una sola voz. El gobierno federal ha de
velar por la difusión de la cultura de los derechos
humanos, por la posición correcta del euro con
relación a las otras monedas, por la contribución al
buen funcionamiento del mercado, lo que significa
61
hacer cumplir las leyes internacionales, por la
gestión de la deuda europea que substituya a las
deudas nacionales en el marco de una política
económica inteligente, y por la sostenibilidad de las
políticas públicas de bienestar.
La respuesta que yo espero hoy de la
Francmasonería ante una Europa que corre el
peligro de fracturarse consiste en su capacidad de
seguir articulando preguntas inteligentes en un
mundo asaz distinto al que le vio nacer. En cualquier
caso, de la constatación de que la tensión creativa
para la mejora de nuestra sociedad no debe
permanecer por más tiempo al margen de la Orden,
se deriva la necesidad de ensayar sucintamente los
nuevos retos que nos interpelan como francmasones.
La historia de nuestra Orden ha transcurrido desde
el tránsito del régimen señorial heredado de la Edad
Media al del Código Civil basado en la dualidad
propiedad = libertad, procedente de la Roma
clásica, extendido en la Europa continental y en las
colonias por influencia de Napoleón Bonaparte,
hasta las dos guerras mundiales, en las que de
nuevo, el mundo fue la imagen de Francisco de
Goya, de Saturno devorando a sus hijos. Tras la
Segunda guerra mundial, el mundo ha buscado la
paz, sin conseguirla, en el desesperado intento de
evitar la guerra y en la recepción en Europa de lo
62
que podríamos llamar legado socialdemócrata, en
forma de un Estado del Bienestar imperfecto, pero
inédito en la Historia. El inicio del siglo XXI ha
comportado la crisis de los valores centrales de la
segunda mitad del siglo XX y la aparición de nuevos
retos, a los que la Francmasonería debe hacer
frente:
I. El rechazo a la muerte de seres humanos
provocada por la violencia y la creciente
convicción de que ha de existir una
justicia universal aplicable,
principalmente, a los crímenes contra la
humanidad, plasmada en la creación del
Tribunal Penal Internacional.
II. La globalización de la economía, que ha
supuesto el práctico desmantelamiento de
la autoridad de los gobiernos y de los
parlamentos sobre la actividad
productiva, ha promovido movimientos
migratorios a gran escala que han
cambiado la faz de los países
industrializados y ha cuestionado el
Estado del Bienestar al ponerlo a prueba
una persistente recesión económica de
alcance mundial.
III. La depresión que ha causado sus
primeras víctimas en el arco
63
mediterráneo, y entre las que debe
destacarse el sufrimiento insoportable de
Grecia.
IV. El renacimiento del nacionalismo que
cuestiona el proceso de la Unión Europea
y que desarrolla sentimientos y opciones
políticas basadas en el racismo y en la
xenofobia, a la vez que se incrementa la
diferencia entre una minoría de ricos y
una creciente mayoría de pobres, sin una
buena protección social, acompañada de
una clase media, progresivamente
desposeída de los mecanismos privados
y públicos sobre los que se había
desarrollado.
V. La combinación de algunos de los
factores anteriores ha incrementado los
riesgos de fractura social, constatable en
algunos casos, y ha fomentado una cierta
desrepublicanización de las políticas
públicas, así como la tendencia a
abandonar servicios esenciales como la
sanidad o la educación en manos
privadas. Los jóvenes, entre otras
víctimas de este proceso, han visto
reducidas sus posibilidades de
emancipación [Cfr. COMALACE:
64
Quelles propositions la Fran-
maçonerrie peut-elle faire pour
respondre aux aspirations de la
jeunesse? Mireille Raunet, coordination
Ina Piperaki, rapporteur, juillet 2011].
VI. Y, por último, pero hoy, muy
probablemente, el tema más importante,
se han producido y se está produciendo
una revolución democrática en el Norte
de África y en Oriente Medio, que cabe
calificar de segunda independencia y de
un nuevo 1848, por referencia a cuanto
los ciudadanos franceses y de otros
países centroeuropeos reivindicaron en
aquella revolución (esencialmente, la
dignidad del hombre), de la que nacieron
los grandes rasgos configuradores de los
sistemas políticos democráticos del siglo
XX.
65
que respete a todas las lenguas. Y para ser el
corazón de una república europea, la Orden ha de
hacerse europea, desde un París también que sea
capaz de hablar otras lenguas, construirse desde la
logia como célula social hasta la federación europea
como centro de la unión. Esto exigirá cambiar
muchas cosas —y estoy seguro de que nos
resistiremos al cambio—, porque cambiar la
sociedad y recuperar la Política para los ciudadanos
nos exige entender de forma profunda la metáfora de
la muerte Hiram. El maestro, la vieja masonería
nacional, ha de yacer bajo la acacia para que sea
substituida por otro joven maestro que ocupe su
lugar, la nueva masonería europea, comprometida
con el progreso de la humanidad.
He dicho.
66
Pepe
Iglesias
67
El Espejo
Durante los trabajos desarrollados en la R# L# de
Vitoria, el V# M# de aquel taller hizo ciertos
paralelismos entre algunos rituales y el
psicoanálisis, quizás como muestra de buen anfitrión
y por deferencia a nosotros ya que en un momento
dado yo le comenté algo sobre mis estudios
profanos en esta especialidad.
El V# M# reconoció que en un momento histórico
la francmasonería tuvo una componente claramente
psicoterapéutica, antes de que la psicología saliese
a la luz como una ciencia al servicio del espíritu y
no exclusivamente como aplicación curativa de
enfermedades mentales incompatibles con el
desarrollo social habitual de cualquier individuo.
Es bien sabido que una de las funciones más
extendidas de la religión cristiana es la confesión,
que fuera de su componente exotérica no es más que
una reflexión interna mediante la cual el individuo
busca analizar sus actos físicos y espirituales de
acuerdo a unos parámetros prefijados como
arquetipos de perfección y que ayuda al individuo a
encontrarse a sí mismo con esa especie de
psicoterapia, aunque en este caso concreto esta sea
68
conductista y no analítica, de ahí quizás el gran
fiasco del cristianismo moderno.
He utilizado esta introducción para justificar el
carácter profano de esta plancha sobre una etapa de
la iniciación, porque me parece que cualquier
herramienta es válida para entender los arcanos de
nuestra Obediencia y para mí, el psicoanálisis, a
guisa de mallete y cincel, me sirvió antes de tener la
luz en muchas ocasiones para desbastar la piedra
bruta del espíritu.
EL ESPEJO
El V# M# dice: «Fíjese bien el Neófito... Mirad y si
veis algún enemigo ejecutad vuestra promesa».
Entonces, sobrecogido por la visión solemne que
perciben tus nuevos ojos y lleno de un júbilo que
recuerda los misticismos infantiles de la primera
comunión, recorres las caras de los hermanos con la
insana esperanza de encontrar a tu enemigo para
perdonarlo y unirte con en él en fraternal abrazo.
No ves a ningún enemigo, sino a hermanos que han
cambiado sus caras amenazadoras y sus agresivas
espadas, por ojos llenos de nobleza que te sonríen
amablemente dándote la bienvenida a la hermandad,
entonces, el clímax de beatitud se interrumpe y la
voz del V# M# resuena en el templo, para recordarte
69
que aún estás naciendo: «No es siempre delante de
uno que se encuentran los enemigos. Los más
temibles muchas veces están detrás. ¡Volveos!».
El corazón se te encoge, las piernas te tiemblan, la
boca sabe a cobre y solo una idea cruza tu mente: La
cagué, ahora sí que la cagué, ¿quién será el
enemigo?
Vuelves tu cabeza y de pronto ves tu cara de
imbécil, que no sabe si reír o llorar, porque no hay
situación más ridícula y embarazosa que mirarse a
un espejo delante de terceros y aun más cuando lo
que miras en ese espejo es nada menos que tu
cuerpo, desnudo de mentiras y vanidades.
Entonces recordé una vivencia dramática.
Estábamos trabajando sobre los miedos
incontrolados que nos asaltan sin fundamento en
determinadas circunstancias y que comprobada la
inexistencia de patología esquizoide alguna, su
presencia se tenía que deber a alguna manifestación
del subconsciente profundo difícil de percibir en un
análisis superficial.
Para dramatizar la situación yo me situé andando
por un suburbio de los alrededores de Madrid a las
tres de la madrugada.
Oía mis pasos sobre la tierra del descampado y
sentía una presencia que me seguía, no era la
70
primera vez que sentía aquella vivencia, desde que
siendo muy niño tenía que cruzar por el interminable
pasillo oscuro que conducía de las habitaciones del
servicio hasta el otro extremo de la casa donde
estaban las nuestras, conocía ese miedo
incontrolado, esa sensación de una presencia
incorpórea que te acecha dispuesta a cogerte por
detrás y matarte solo del susto al sentir su frío toque
en tu hombro.
Apenas si me atrevía a volver la cabeza porque
sabía que no vería a nadie.
Tampoco quería caer en la tentación de salir
corriendo porque entonces el pánico me nublaría los
ojos y todo se convertiría en una pesadilla sin final.
Notaba como los ojos de la presencia me seguían y
los pelos de la espalda se me erizaban ante el
inminente encuentro dramático que se iba a producir.
Entonces el psicoterapeuta me dijo: «¡Vuélvete!,
¡míralo!, ¡dime que ves!».
Me paré en seco.
Casi escuchaba los jadeos de la presencia por
encima de los sordos campanazos de mi corazón,
sabía que ahora lo iba a ver, iba a desenmascararlo,
a ver su rostro, pero no sabía si sería capaz de ganar
el combate que se iba a desencadenar en cuanto me
diese la vuelta.
71
De un salto me volví y espantado vi los ojos
brillantes de un lobo que con los colmillos al
descubierto se aculaba dispuesto a saltar sobre mí
en cualquier instante y arrancarme en la primera
dentellada medio cuello.
Entonces grité: «¡Un arma!»
Y el médico me lanzó mi repetidora: «Toma, está
cargada», dijo alarmado.
En un reflejo logrado después de muchos años de
práctica, encaré el arma con los dos ojos abiertos y
en el momento de apretar el gatillo vi que la mirada
del lobo decía: «Dispara, dispara de una puta vez
porque para lo que sirvo es mejor que me liquides.
Por lo menos así podré dejar de vagar detrás de ti
por toda la eternidad, tu eternidad».
—¿Quién eres, por qué me sigues? —le pregunté.
Entonces endureció su mirada y me respondió:
«¿Quién voy a ser? Pues tú, Pepín. Ese tú, el que
siempre has despreciado. El feo, el agresivo, el
salvaje. Ese que te dijeron que era malo y debías
echar lejos de tu lado. Ese niño que necesitaba ser
querido a pesar de tener grandes colmillos y pelos
por todas partes. Ese niño que tú mismo repudiaste a
golpes para parecerte a los imbéciles que te
rodeaban y a los que sabías que nunca te podías
parecer, porque a pesar de tus deseos, eras
consciente de que no eras perrito de compañía, sino
72
lobo estepario.
Buscaste tan desesperadamente el cariño que te
negaban los chuchos, que llegaste a negarte a ti
mismo como muestra de entrega ante esos necios
que no eran capaces de ver la belleza salvaje de tu
pelaje y que te humillaban con sus andrajos, que
aunque a ti se te antojaban ridículos, a la vez los
anhelabas para parecerte a ellos y ser aceptado en
su rehala. Tantos golpes te pegaron que llegaste a
creer que era cierto que tenías que cambiar, pero
cada vez que tenías que hacer piruetas para recibir
un plato de bazofia, sentías como tu sangre se
revolvía porque eras noble, pero salvaje, y tu
dignidad milenaria no podía ser domada en una
generación.
Pero la pugna entre tu nobleza montuna y el deseo
de recibir unas caricias en el pescuezo de tu ama, de
tu madre, de la mano amiga que representa el dulce
pecho materno del que a ti te privaron, fue tan
encarnizada que optaste por limarte los colmillos,
pelarte, ponerte gafas negras para ocultar tus ojos
delatores y disfrazarte de villano para poder
confundirte con la masa.
¡Dispara, dispara y mátame de una vez porque no
puedo seguir llorando detrás de ti por más tiempo!
Es terrible ser malquerido por tu propia madre,
pero aún lo es más ser despreciado por ti mismo y
73
eso es lo que tú has hecho conmigo.
Vestido de pijo por la calle Serrano queriendo
parecerte a los mugrientos parásitos que por allí
vegetan.
¡Ridículo!
Sobre todo porque cuando te tocaba recibir alguna
patada de esas que los chuchos callejeros saben tan
bien encajar con cara de pena y sumisión, tú
restallabas tus limados colmillos y yo salía de
dentro de tu garganta ávido de vengar esas injustas
humillaciones a que te sometían los villanos a cada
paso, y con un solo alarido bastaba para aterrorizar
a todo el vecindario.
Desgraciadamente eso te delataba y después,
cuando te despreciaban por no ser como ellos,
cuando se protegían de ti y volvían a sentirse fuertes
en la protección de su cobarde unión, tú te volvías
contra mí y me maltratabas hasta pisotearme las
tripas.
Ya lo has conseguido.
Me has dominado.
Ya no me atrevo a salir.
Mátame de una puta vez si no me quieres, pero no
me hagas sufrir más.
Tú quieres vivir con esta sociedad de
podredumbre y humillación, yo soy de los montes y
74
si tengo que dominar mi fuerza para no descuartizar
a un villano engreído por llevar una gorra, tendré
que adormecerme, que drogarme, que
emborracharme, o mejor directamente morir».
Os podéis imaginar cómo pude llorar sobre él,
abrazado a su peludo cuello, bebiendo sus lágrimas
y besando sus colmillos.
Aquella noche, después de la sesión, me fui en
moto al barrio de Vicálvaro, uno de los lugares más
siniestros de los suburbios de Madrid y mi hermano
lobo y yo corrimos por el descampado, aullamos y
jugamos como cachorros y ningún ser viviente se
atrevió a turbar nuestra algarada.
Después, poco a poco volví a dejarle de lado,
volví a vestirme de villano para ser querido por la
plebe y desde entonces nos miramos de vez en
cuando, con más canas, con los colmillos más
amarillos, con las patas más débiles y la tripa más
fláccida y yo le digo: «Ya lo sé, ya lo sé, ya lo sé.
Pero es que lo más práctico es ponerse en dos patas
y hacer piruetas».
Él me mira con ojos ya cansados de tantas
aventuras, de tantas lágrimas, de tantos palos y sin
abrir sus fauces, simplemente con su mirada de
desprecio y desgana me dice mortecinamente:
«Imbécil».
Creo que todo neófito tiene en la visión del espejo
75
una de las experiencias más sobrecogedoras.
Aquel que ha llegado hasta ahí no es chucho
callejero.
Aquel que ha pasado las pruebas de la tierra, el
viento, el agua y el fuego demuestra que tiene en sus
venas suficiente coraje como para que su lobo
estepario salga de su garganta y le grite:
«¡Imbécil!».
Aquel que se mira al espejo entiende los versos de
Kipling:
Si logras que se sepa la verdad que has
hablado
a pesar del sofisma del Orbe encanallado.
Si vuelves al comienzo de la obra perdida
aunque esta obra la de toda tu vida.
La codicia de los tres ladrones asesinó a Hiram,
pero él había bajado ya antes al palacio de Hermes,
donde Tubal Caín le instruyó de la tradición
luciferina, de los misterios de las profundidades de
la tierra y cuando fue asaltado en el templo supo
defender la Palabra respondiendo con orgullo:
«Trabaja y lo obtendrás».
Del mismo modo el aprendiz que ya bajó a las
entrañas de la tierra siguiendo la orden de V. I. T. R.
I. O. L., en este momento trágico, al verse con su
hombro desnudo, comprueba como las tentaciones
76
profanas le llevaron a tener ese rostro burdo pero
que a partir de ese momento deberá ir desbastando a
golpe de mallete y con el sigilo del cincel, para
poder sentirse algún día pulido y sin mácula, digno
de sentarse en el Septentrión mirando contento hacia
el Oriente, como lo va a hacer ahora por primera
vez.
PEPE IGLESIAS
M# M#
77
Manuel
Corral
Baciero
78
LA TRANSMISIÓN
INICIÁTICA EN LA FRANC-
MASONERÍA
Cuando, en momentos difíciles, nuestro V# H# Juan
José C. repite siempre la misma frase, ignoro si lo
hace como intuición, o como depurada síntesis de lo
que su camino le ha enseñado. Os recuerdo a
muchos la expresión, a otros se la presento:
«Estamos aquí para que otros puedan venir
después», dice nuestro H#, más o menos
literalmente.
Venimos de unos, iremos a otros que han de llegar.
Estamos, pues, obligados a «mantener» y
«transmitir» lo que, como cuerpo viviente pero
pasajero del momento actual de la Francmasonería,
hemos recibido de nuestros HH# pasados.
Y debemos legarlo en su integridad a los que, en el
futuro, seguirán sosteniendo y fortaleciendo los
pilares de la Orden.
Transmisión significa «Trasladar, transferir,
conducir o ser el medio a través del cual pasan las
vibraciones o radiaciones», este último concepto
relacionado con la física, pero válido
79
simbólicamente en nuestro medio de trabajo.
Una transmisión elemental requiere dos elementos:
Emisor y Receptor, entre los cuales se produce un
Flujo de información, llamémosle mensaje o
contenido, a través de un Canal.
Esta transmisión puede ser espacial o temporal,
aunque en la primera siempre hay un componente
temporal pues las condiciones físicas de nuestro
mundo impiden la instantaneidad absoluta.
El desarrollo ordenado de una Tenida es el modelo
de Transmisión en nuestro trabajo. En ella se dan, en
su forma más pura, las claves de la Transmisión
Masónica.
El análisis formal de nuestro ritual nos muestra los
elementos claves:
Una organización del proceso clara y
asumida en común por todos los
participantes.
Un canal común que debemos establecer
los presentes.
Un mensaje que fluye, el contenido en
nuestros rituales, y
Una circulación definida de la palabra y la
energía a través de unos canales
perfectamente establecidos, que confluyen
siempre en un punto: el V# M# que dirige
nuestros trabajos.
80
Añadamos que este trabajo en L# cumple otra
función importante en cualquier transmisión: la de
amplificar el mensaje que está circulando,
contribuyendo a su fortalecimiento en el espacio-
tiempo.
Aun podemos perfeccionar este análisis formal con
la adición de otros elementos que forman parte de la
Transmisión en nuestra Orden.
Tenemos Tenidas donde el mensaje transmitido
tiene mayor densidad. Recibido por primera vez por
sus protagonistas, renovado para todos los demás
participantes. Me refiero a las Tenidas
Ceremoniales, con motivo de Iniciaciones, Pases,
Elevaciones o Instalación del V# M#.
También hay Transmisión, muy especial, en las
Tenidas de Recuerdo, que nos actualizan con mayor
intensidad el contacto con todos los HH# que fueron
transmisores para nosotros y ahora están en el
Oriente Eterno.
Completan este cuadro otras de nuestras
actividades obligatorias, quizás menos formales
pero no menos contribuyentes a la transmisión: me
refiero a las Cámaras de Instrucción y la
presentación de planchas, lecturas y otros trabajos,
con la necesaria aportación de las visiones
personales de los demás HH#, en nuestros Ágapes u
otras reuniones que celebramos.
81
Nuestro sistema de Transmisión conserva del
trabajo de los constructores esa faceta de repetición
que, desgraciadamente, para algunos HH# es
sinónimo de aburrimiento, pero la reiteración de
nuestras fórmulas rituales es imprescindible para ir
moldeando nuestro interior y elevar nuestra
categoría como seres humanos, que es el objetivo.
Ya queda dicho que estamos obligados a transmitir
lo que hemos recibido. Lo heredado, que debemos
mantener en toda su pureza.
Nuestro camino personal en esta Transmisión es
encontrar, tanto adaptando e interpretando
personalmente los símbolos que hemos recibido
como interiorizando lo que nos ha sido transmitido.
En este proceso introducimos inevitablemente
aportaciones que son resultado de nuestro personal
entendimiento y de la elaboración siempre
inconclusa a la que llegamos tras el intercambio con
nuestros HH#.
Vamos puliendo la piedra con la guía de los planos
que establece nuestro V# M# y aplica junto a sus
Oficiales.
Resultado de ello es la constante actualización de
la Masonería a cada tiempo concreto, lo que nos
introduce en un problema de mayor envergadura: su
transmisión temporal.
82
En los procesos de Comunicación y Transmisión
existe un factor fundamental cuya introducción es
ahora pertinente: El Ruido, entendido como toda
perturbación que debilita, deforma o degrada el
mensaje a transmitir.
Sabemos, y hemos jurado, que debemos pasar en
toda su pureza lo que hemos recibido, teniendo unos
límites tan ciertos como difusos que son nuestros
Landmarks, unos rituales y un ordenamiento
contemporáneo y circunstancial, en forma de
Constitución y Reglamentos Generales.
Sabemos también que nuestra Orden se considera
continuadora de otras escuelas iniciáticas y
esotéricas, con una secuencia que algunos inician de
forma congruente en el Egipto faraónico y otros la
trasladan simbólicamente hasta los orígenes de la
humanidad, aunque más cercanamente sí somos
capaces de fijar unas raíces ciertas en los
constructores medievales de edificios religiosos y, a
partir de la segunda década del siglo XVIII, en el
establecimiento de la Masonería especulativa, de la
cual somos el efímero presente.
Parece documentado que en la formalización de
nuestra Masonería especulativa se llegó a la
destrucción radical de documentos que no encajaban
con la visión contingente de nuestros HH# del
momento. Es decir, se pudo añadir silencio, y quizás
83
ruido, a un mensaje hasta entonces más primordial,
que hoy ignoramos, al menos parcialmente.
Sabemos que, incluso grados, signos, palabras,
rituales y formas de reconocimiento no han sido los
mismos en los tres siglos pasados, ni son idénticos
ahora en todos los puntos de la Tierra.
¿Qué estamos transmitiendo, entonces? Me parece
natural y humano que una visión crítica a partir de
estos antecedentes pueda llenarnos de dudas, pero
es mi opinión, no basada en un inmaculado
optimismo, que, incluso con la seguridad de que
puede haber en nuestro presente algo más que
«palabras perdidas» a buscar y transmitir, aun se
nos ha legado suficiente material para contribuir al
mejoramiento trascendente y sustancial de la
Humanidad, empezando por nosotros mismos.
Puede ser cierto que no tenemos todas las claves,
como también lo es nuestra obligación, como
buscadores, de investigar y perfeccionarnos.
Uno de nuestros objetivos ha de ser depurar la
Transmisión. Hacerla excelente, en primer lugar, sin
añadir ruido ni sumar silencios a lo que ahora
tenemos.
Y luego profundizar en nuestro trabajo con la
Prudencia que debe guiarnos, la Templanza que ha
de moderarnos, la Fuerza que nos sostenga y la
Justicia que debe guiar todas nuestras acciones.
84
Conseguir simplemente esto, siempre y en todas
las facetas de nuestra vida, ya sería un gran logro.
Pasárselo a los siguientes de forma que lo
integrasen en sus individualidades sería objetivo
suficiente.
Reencontrar lo que hayamos perdido para
reintegrarlo a la Transmisión temporal sería
elevarnos aun más hacia la cima trascendente que se
nos ha encomendado.
Nosotros hemos sido elegidos para ser el canal
contingente en la Transmisión de la Tradición tal
como la mantiene nuestro Arte.
¿Por qué como individuos, aceptamos ser
necesariamente parte de una cadena que supera el
tiempo y los espacios?
¿No le sería a cada cual más cómodo trabajar por
y para sí mismo?
Creo que tener la respuesta a esta pregunta, y es
una sola palabra, la que forma la amalgama
necesaria para que el Taller trabaje, para que la
Logia funcione y para que el Templo se construya: el
concepto es Amor, la luz radiante de la que está
hecho el mundo en su eternidad.
Escribió Hermann Hesse «A los caminos sin
peligro sólo se envía a los débiles» y no es el de la
trascendencia, precisamente, camino fácil…
85
Pero es nuestro deber, hacia nosotros mismos y
hacia los demás.
86
Nicolás
Cortázar
Zaballa
87
Ser-No Ser
Atended que digo «Ser-No Ser» y no «Ser y No
Ser« como plantea la Filosofía Occidental, ni «Ser o
No Ser» como se pregunta dramáticamente
Shakespeare. La conjunción como la disyunción
separan lo que está unido. No hay Ser separado del
No Ser. Hay «Ser-No Ser» como sabemos desde
Einstein que no hay Espacio ni Tiempo sino
Espacio-Tiempo, más no al modo Taoísta de Lao Zi
o Zhuang Zi como subproducto del Uno dependiente
del dao, sino como el Uno mismo al modo en como
una vibración de la cuerda de un violín modula su
diferencia y pluralidad de seres y no seres en forma
de notas musicales.
Observad también la ausencia de pronombre
porque no exclamo ¡Yo! Ser-No Ser. Ese «Yo»
limitaría mi presentación y os haría extraños a mí y
para vosotros no sería más que Realidad externa
independiente o en el mejor de los casos, os llevaría
al idealismo fichteano de juzgarme un
desdoblamiento del Yo en «Yo-No Yo» que se
reencuentra como ajenado, típica reminiscencia del
mito de la «Caída del Alma» recogido
magistralmente por Platón, que en contacto de sus
sentidos recuerda un mundo anterior del que
88
procede que no es más que el reflejo de si mismo
sublimado.
Ved que no digo «El Ser- El No Ser» porque la
articulación determina lo que es indeterminado y
sugiere al pensamiento que se lo puede
conceptualizar cuando no es así. Aunque hay muchos
seres, no hay Un Ser o El Ser ni Un No Ser o El No
Ser. Hay Ser-No Ser como hay Haber en el vacío y
Estar en el movimiento.
Por último, antes de proseguir, comprobad que no
redundo en un confuso «Soy Ser-No Ser» que el
pobre Moisés fue incapaz de asimilar correctamente
y puso en mi boca cosas que no dije como eso que
se me atribuye de que me presenté como que «Soy el
que soy». Nada más lejos de mi intención: No se
puede predicar el ser del Ser. El Ser no es; pero no
como no es el No Ser, sino como el pensamiento no
se piensa ni el agua se moja. Porque se puede Estar
sin ser como Ser y ser sin Estar como está No Ser.
Establecido todo lo anterior en los límites
imperfectos de la comunicación humana para hablar
de lo inefable, de lo incognoscible, de lo
inimaginable, de lo informe e inasumible, paso a
expresarme de modo más reconocible al objeto de
transmitiros el gran Misterio; en consecuencia sed
generosos en la interpretación y soltad la trampa si
ya tenéis al conejo, de modo que, abandonad las
89
palabras cuando os haya llegado la idea, pues
habréis de disculparme si después de todo lo dicho,
inicio mi alocución confesándoos que:
Yo soy el Ser y el No Ser. Soy la Existencia. Pero
no una Existencia existente, sino una Existencia
Consciente. Soy la Conciencia pero no una
Conciencia consciente, sino existente. Existo como
Conciencia participada de entre los seres y no seres
en el Todo y en la Nada que nos circunda y
conforma.
Porque Yo, no soy yo. Lo mismo sucede en cada
uno de vosotros. En mi no hay Yo. Tú eres Yo. Y yo
soy tú. Nada hay en mí que no esté en ti, ni en ti que
no esté en mí. Todo y Nada está en mi y eso sucede
en ti. Así Yo lo soy Todo y lo soy Nada igual que te
sucede a ti.
Pero no me entendáis como lo hizo el pobre
Spinoza que se hizo un lio panteísta…No sois partes
de un Todo que os deja en Nada. Sois todos Todo y
Nada. Sois lo que no sois y no sois lo que sois
porque solo hay Ser-No Ser. Para que el Todo sea
todo, debe integrar la Nada. Y la Nada que es Nada
ha de ser por fuerza Todo. Por eso digo que Todo es
Nada y Nada es Todo. Sólo así podría parcialmente
reconocerme como Absoluto.
Lo que sucede a uno le sucede al Uno y lo que no
sucede a uno le sucede necesariamente al Uno
90
porque al Uno le sucede Todo y no le sucede Nada.
Distinto pues del Uno de Parménides que sólo
entendió la mitad de cuanto le transmití.
Toda diferencia, toda pluralidad, movimiento,
suceso, identidad, sensación… es y no es en mí.
Vuestra insignificante presencia es mi Grandeza.
Qohelet llegó a contemplar el Misterio pero
abrumado invirtió el mensaje con aquello de ¡Todo
es vanidad! Y lo es cuando pretendes Ser sin no Ser.
Cada uno en sí mismo es el Uno, único, irrepetible
en el tiempo y en el espacio de modo que cada uno
de los actos, aun de los más insignificantes realiza
el Todo y la Nada.
Todo y Nada es un punto sin espacio comprimido
en un instante sin tiempo en el que se subsume el
sentido y el absurdo de la Totalidad y la Nulidad
que la envuelve. Por eso, no me defino como
Absoluto, gran error de las religiones monoteístas o
del Cielo Confuciano, sensibilidades animistas, etc.,
porque quedaría fuera la mayor parte de la Realidad
que es Nada, por no hablar del Mal cuya autonomía
interna será difícil de explicar por la imposible
Teodicea. La Eternidad e Infinitud me definen mejor
por cuanto al no ser absolutas nada queda fuera de
unos límites que no tienen. El Absoluto puede
predicarse del Ser y hasta del Todo, pero no de la
Nada y el No Ser. El Tiempo, aun contado por eones
91
es temporal, es decir, limitado con principio y final
y es así como puede ser Absoluto en su marco de
referencia. Lo mismo le acontece a su aspecto
conmensurable el Espacio que nace al unísono. Pero
tanto un Espacio como un Tiempo Absolutos, dejan
fuera de si lo que queda, que siempre es muy
superior. Pues comparado con la Nada, el Todo
encoge por momentos hasta casi desaparecer. De ahí
que todos los sistemas de pensamiento, filosofías y
religiones que se han decantado por afirmar el Ser
frente a la Nada hayan fracasado estrepitosamente
en sus explicaciones últimas.
De la Nada venimos y a la Nada vamos. Entre
medias: el Todo de la Vida. Pero entonces como
advierte el Yin-Yang también está el circuito
contrario, porque el flujo del «Ser-No Ser» sería
perpetuo. Es normal que vosotros, los seres,
aborrezcáis el No Ser. Pero si el Ser con su
insignificancia es lo que es, imaginaros lo grandioso
que debe ser No Ser. Mas como en verdad os digo,
no hay por un lado Ser y por otro lado No Ser, este
flujo no es alterno en el Espacio-Tiempo como
interpretan mal algunas corrientes asiáticas en esta
imagen inspiradas, ni vamos camino del Nirvana
como creyó escuchármelo decir Siddhartha Gautamá
(Buda) que por culpa de una hiperventilación se
quedó el más cercano al umbral de mi comprensión,
sino que «Ser-No Ser» os constituye en todo
92
momento desde el principio hasta el final. Siempre
estáis siendo y no siendo.
Cada uno de vosotros, os sentís una realidad
distinta separada del Universo, del mundo, de las
montañas, las cosas, los animales, la gente, de
nuestros hermanos y padres…y sin embargo,
despojados de conceptos solo queda Conciencia que
se percibe como existente en todos los órdenes de la
realidad: intrico-material, estructura subatómica,
sistema molecular, sistema nervioso, ecosistema,
identidad humana.
Vuestra obstinación en exclusividad al Ser no es en
verdad al Ser cuanto al ser de vuestro ser y de los
seres que os rodean. Si de verdad estuvierais al
menos unidos al Ser, no os costaría nada aceptar que
sois Todo para el Todo, de igual modo que no
ponéis objeciones a convertiros en Nada en la Nada.
Y he aquí el Misterio de la Existencia: cómo de la
Unidad hay pluralidad, cómo hay Ser en vez de
Nada, qué es la Vida…todas son preguntas
equivocadas.
El Uno es múltiple, no hay Ser sin Nada, y la Vida
no es tan excepcional como creéis los vivientes. Lo
que llamáis materia inerte está más cerca de mí en
perfecta armonía que lo que os imagináis, como se
lo expliqué a Nicola quien así lo reflejó en su
«Manifiesto en favor de los objetos».
93
Porque Yo, no me conformo con que me
reconozcáis como el dios de vuestros padres; Yo
soy el Dios de vuestros dioses, la Ley de vuestras
leyes, el Juez de vuestros jueces, el Rey de vuestros
reyes, soporte de toda Realidad y Conciencia,
afirmación de los contrarios, instante que no
transcurre sin pasado ni futuro, sin Este ni Oeste, ni
arriba ni abajo, sin Palabra ni conceptos, sin forma
ni límites…
Así, Yo soy el Camino, Yo soy la Verdad y Yo soy
la Luz.
Pero no soy un camino que lleve a alguna parte; no
se puede caminar con los pies, no se puede transitar
con pasos. Soy un Camino que acaba donde empieza
sin salir de uno mismo, más no al modo del Eterno
Retorno Nietzscheano posible sólo en el Absoluto
espaciotemporal de ciclos infinitos con la variable
material finita pues en mi no hay límite ni finitud
siendo la espontaneidad creadora mi virtud.
No soy la Verdad verdadera que como tal se busca
y se presenta en su falsedad. No soy verdad que se
pueda conocer con la inteligencia ni abrazar con
experiencia o amar con el corazón. Soy la Verdad
que te atrapa y se te impone a la que te puedes
abrazar o rechazar pero poco más, pues la verdad
que se inventa, no es la verdad, la que se descubre
no es la verdad, la verdad se revela ella misma en
94
grado y cualidad según la naturaleza de cada cual.
Y finalmente no soy la Luz que hace aparecer las
sombras. No soy una Luz que ilumina en mitad de la
noche y pasa desapercibida por el día. Soy la Luz
que hay en una mota de polvo viajando a su
velocidad que sólo le es posible brillar en mitad de
la oscuridad como es gracias al silencio que se deja
oír la sabiduría.
Me habéis abrazado pero no me habéis sentido.
Me habéis oído pero no me habéis escuchado. Me
habéis mirado pero no me habéis visto. He estado
entre vosotros y no me habéis reconocido. Pero no
importa: Todos somos Uno y lo mismo. Yo os
conozco, se vuestros nombres y por eso por mi y en
mi por siempre la eternidad series conmigo.
95
Ascensión
Tejerina
96
POR TAL ME RECONOCEN
MIS HERMANOS
Venerable Maestro, queridos hermanos, en vuestros
grados y cualidades:
Es para la GLSE y, particularmente para mí, un
honor haber sido invitada a este magno encuentro
para compartir esta tribuna con oradores que han
alcanzado un gran reconocimiento Masónico más
allá de sus fronteras. Agradecida, pues, por tan
generosa invitación, entro sin más preámbulos a
considerar el interesante tema de esta convocatoria.
El análisis que voy a presentar sitúa la declaración
«Por tal me reconocen mis hermanos» en el contexto
del ritual de apertura de los trabajos en grado de
aprendiz, en el REAA, en lugar de referirme a la
mención que se hace de ella en los mementos de
instrucción. En la actualidad, muchas Obediencias
han suprimido esta apertura tan rica en significados,
en contraste con otras Obediencias que siguen
manteniendo esta fórmula. Quiero aprovechar esta
ocasión para reivindicar su recuperación
generalizada por las razones que voy a exponer.
Empecemos recordando, para aquellos que no han
practicado esta apertura, cuales son las palabras
97
exactas empleadas:
El Guarda-Templo acaba de cerrar las puertas del
taller. El Venerable Maestro ha pedido a los HH#
que ocupen su lugar. Ha llegado el momento de
iniciar los trabajos, y, para ello, una doble
precaución debe ser tomada: 1º) asegurarnos de que
el templo está debidamente cubierto, es decir, que
nada indeseable, desde el exterior, va venir a
perturbar el paréntesis de tiempo en el que
intentamos introducirnos. 2º) asegurarnos de que los
que nos encontramos dentro del templo somos
aprendices francmasones y conocemos el Arte Real
que nos permite construir y mantener ese especial y
frágil momento que es la tenida y que desafía el
dominio de las probabilidades. Una pregunta del
Venerable Maestro precipita entonces los
acontecimientos: Tras una solemne pausa, el
Venerable Maestro lanza una sorprendente pregunta:
«¿Sois Masón, H# Primer Vigilante?». A la que este
contesta: «Venerable Maestro, ¡Por tal me
reconocen mis Hermanos!».
«¡Por tal me reconocen mis Hermanos!». Esta es la
declaración que hoy requiere nuestra atención.
Intentaremos acercarnos a ella progresivamente,
girando a su alrededor, como mandan los cánones
Masónicos y hermenéuticos.
En primer lugar, hay que recordar que cualquier
98
interpretación de cualquier acto comunicativo debe
empezar situándolo dentro de un contexto. Es lo que
acabo de hacer y, a lo largo de la exposición, iremos
examinando algunos aspectos de este contexto que
me parecen especialmente relevantes para nuestro
estudio.
Vamos a ocuparnos un momento de un primer
aspecto de este contexto: nuestra frase se encuadra
dentro de un propósito general de VERIFICACIÓN
DE LA CALIDAD MASÓNICA Y DE LA
PRIVACIDAD.
99
y el malentendido está acechando siempre. Si no
queremos que nuestras buenas intenciones
constructivas se aborten al primer intento, es
necesario asegurarnos de la buena fe de los
asistentes, de que todos buscamos, por encima de
todo, la verdad, y de que aceptamos el marco de
trabajo propuesto. El reconocimiento del otro como
interlocutor válido nos garantiza que todos sabemos
cuál es la obra a realizar, que todos sabemos
manejar las herramientas y que sabemos gestionar la
acción en equipo. ¡Pues bien! Este es el propósito
de la precaución al iniciar los trabajos de verificar
que todos somos aprendices francmasones y el
hecho de que esta verificación se haga manifiesta y
protocolariamente debe recordar a los asistentes que
esta no es una cuestión baladí y que se les va a
exigir precisamente esas cualidades Masónicas.
Por otra parte y atendiendo ahora a aspectos
psicológicos, esta verificación explícita de la
calidad Masónica, empezando por la del Primer
Vigilante y después por la de todos los presentes,
contribuye a la progresiva instalación de una actitud
interna que ha de ser ganada desde la actitud profana
del cotidiano y perdido «estar ahí» hasta la sagrada
posesión del «ser dentro». Este «crescendo» interno
es el objetivo primordial de la apertura de los
trabajos, desde el momento de recogimiento cuando
el Maestro de Ceremonias nos pide que
100
abandonemos los metales fuera del Templo, hasta la
aparición de las Tres Grandes Luces en el Altar de
los Juramentos.
101
imborrable transformación se opera en el individuo,
abriéndolo a un espectro de ricas posibilidades
espirituales. Pero estas posibilidades tienen que ser
desplegadas con la práctica del Método. El
desarrollo, pues, de ese carácter Masónico es lo
que podríamos llamar la condición Masónica. Esta
vendría a ser un conjunto de cualidades,
capacidades y saberes que conducen al individuo a
la práctica de la virtud, al discernimiento ético y a
la autodeterminación.
Esta condición Masónica tiene un aire de familia
que la hace reconocible mediante unos rasgos
externos de fácil evaluación. Por ejemplo, por sus
hábitos masónicos como el de asistir asiduamente a
las tenidas de su Logia; después, por el
conocimiento práctico de nuestros ritos y
costumbres; por el empleo de un lenguaje común
salpicado de locuciones Masónicas; por unas
inclinaciones intelectuales a veces atraídas por
ciertos esoterismos y otras por discursos
racionalistas o laicistas, etc... También comparten
los masones un interés por su historia y por la
estructura institucional de la Orden, a nivel mundial.
Igualmente, suelen ser amantes de la Filosofía y las
ciencias humanas. En lo concerniente al
comportamiento, los masones suelen ser gente de
modales corteses, respetuosos, con gusto por la
oratoria y muy sociables.
102
Podemos decir, pues, que entre los Masones existe
una comprensión de término medio de lo que
significa «ser Masón».
Pero, ¿acaso todas las características que
constituyen la condición Masónica tienen una
manifestación exterior tan específica y aparente?
Pienso que no; yo creo que la principal
potencialidad que otorga eso que antes llamábamos
el «carácter» Masónico que nos siembra la
Iniciación, se desarrolla muy lentamente en la forma
de una nueva mirada con la que vemos el mundo, a
los otros y a sí-mismo; en sutiles descubrimientos de
imbricaciones, antes desapercibidas, que conectan
fenómenos y situaciones; en percepciones de lentos
pero inexorables movimientos donde antes sólo
había fijación. Y todo esto nos va convirtiendo en
mejores intérpretes de la acción humana, en mejores
reconocedores del fabuloso don de la vida, en
mejores asumidores de la precariedad humana y, por
lo tanto, más tolerantes.
Imaginemos ahora, por un momento, una situación
ficticia. Supongamos que nuestro Método, nuestras
Tradiciones, nuestros Ritos, hubieran ido perdiendo
con el tiempo, en sucesivos y pequeños cambios, su
virtud iniciática, hermética y enigmáticamente
contenida en su origen. Posiblemente, los Masones
hubiéramos conservado nuestro aire de familia, pero
103
el «carácter» de la Iniciación no se hubiera ido
implantando. Os formulo entonces la siguiente
pregunta: ¿Serían estos auténticos Masones?
Abordemos ahora el segundo término de nuestra
frase: EL RECONOCIMIENTO
En realidad, cuando el Primer Vigilante declara:
«Por tal me RECONOCEN mis hermanos», no
quiere decir que antes de entrar al Templo le hayan
manifestado que piensan que es un buen Masón o
que le hayan exigido alguna prueba de su condición
y que, habiéndola superado, los hermanos lo hayan
reconocido como tal. Más bien, lo que expresa la
acción de reconocer es que muchos de estos
hermanos estuvieron en su iniciación; que después
de observarle e instruirle juzgaron que era
merecedor de acceder sucesivamente a los grados
de compañero y maestro; que, finalmente, tras
demostrar su celo por el devenir del taller y su
maestría en el manejo de las herramientas, le
confiaron la enorme responsabilidad de cuidar de la
columna del mediodía, de ser la segunda luz y el
segundo mallete de la logia. Dicho de otra forma, la
opinión de los hermanos acerca del Primer Vigilante
viene avalada por largos años de observación por lo
que se puede decir, con un grado mínimo de error,
que los rasgos masónicos demostrados no son una
simple y mimetizada apariencia, sino que están
104
hondamente arraigados en su condición más íntima.
De tal manera que el Primer Vigilante hubiera
podido contestar a la pregunta del Venerable
Maestro con esta otra frase casi equivalente: «POR
TAL ME VIENEN ACEPTANDO MIS
HERMANOS».
Pero el término «RECONOCIMIENTO» va más
allá de la simple aceptación, porque para re-
conocer, previamente hay que conocer. Esto implica
un proceso de identificación de una realidad
objetiva (la del hermano que tenemos delante) con
unos modelos de la condición masónica elaborados
con la experiencia propia y que está en permanente
transe de perfeccionamiento a medida que nuestro
propio conocer evoluciona.
Esto, evidentemente, no quiere decir que no
incluyamos en nuestras costumbres otras fórmulas,
más expeditivas pero no más eficientes, para
asegurarnos de que estamos ante un iniciado Masón.
Me refiero al retejo y a las credenciales. Muchas
veces, cuando se trata de visitantes, son los únicos
procedimientos disponibles para tal fin. Pero no
falta en Masonería quienes prefieren los métodos
expeditivos que hasta un robot puede utilizar porque
son muy fáciles de interpretar. O tiene las
credenciales o no las tiene; o me da el toque y las
palabras correctas o no me las da; o procede de una
105
logia de una Obediencia regular o no procede.
Quizás tendríamos que detenernos aquí, ahora que
hablamos de reconocimiento, para tratar el espinoso
problema del reconocimiento entre Obediencias y
cuáles de los criterios tendrían que pesar más a la
hora de evaluar las necesidades evolutivas de la
Masonería Universal: 1) el excluyente criterio de
Origen (sólo es regular la Logia que procede de mi);
2) el criterio de la Letra (sólo es regular la Logia
que se atiene al pie de la letra a las Constituciones
de Anderson y los Landmarks); 3) el criterio del
espíritu (será regular toda Logia que siga la
Tradición con el ánimo de hallar en ella un
instrumento de progreso ético en lo personal y en lo
colectivo). Pero ello nos quitaría un tiempo
precioso que hoy escasea, así es que, por muy
tentadora que sea la ocasión, la dejaré pasar sin
mayores menciones.
Examinemos ahora el tercer término de nuestra
frase: «MIS HERMANOS».
Queda muy claro, a mi juicio, y de forma
inequívoca, que el Primer Vigilante NO recurre al
testimonio de ningún hermano u oficial en concreto,
sino al colectivo de hermanos. Esta implicación del
conjunto de hermanos me parece decisiva y una de
las características específicamente masónica. Es
más, no se puede comprender lo que significa la
106
Masonería si no se entiende esta dimensión social;
hasta el punto que si tus hermanos no te reconocen
como Masón, pues sencillamente, no eres Masón.
En el fondo, es una perogrullada, porque la calidad
de Masón no es algo que está ahí como puesto
imperturbablemente por la naturaleza o por Dios,
sino un producto cultural muy particular, en
permanente estado de factura, a la medida de y para
un colectivo de personas que se llaman a sí mismas
Masones. Por lo tanto, si hay alguien autorizado
para certificar lo que es la Masonería es
precisamente ese conjunto de personas, o sea, los
hermanos. El Masón bebe de la fuente masónica la
luz masónica y por eso, en este caso, el solipsismo
es absolutamente inadmisible. No existe el Masón
encerrado en la cueva de su subjetivismo, porque es
el pueblo masónico el que hace al Masón, el que lo
alimenta espiritualmente y el que lo reconoce.
Pero entonces, ¿quiere esto decir que el Masón
sacrifica su individualidad por el sentimiento de
grupo, que el Masón es abeja en un enjambre?
Podría ser, pero el tipo de miel que produce nuestra
colmena es uno muy particular, y es precisamente el
mejor antídoto contra la uniformidad, la
«mundanidad» y la «clonicidad»; porque esta miel
alimenta su ansia de libertad y de originalidad al
mismo tiempo que se percata de que, ejerciendo esa
107
originalidad, es la mejor forma de ser útil a la
comunidad. ¿Cómo es eso posible? Pues porque la
Masonería es el arte de equilibrar individualidad y
colectividad, una ambigüedad que arrastra el
humano y que sólo podemos gestionar si somos
plenamente conscientes de su permanente realidad y
conveniencia.
RECAPITULACIÓN
Llegados a este punto, hagamos una breve
recapitulación de lo averiguado hasta aquí.
a) La verificación de la condición masónica
de todos los presentes es un requisito muy
importante.
b) La condición masónica tiene caracteres
aparentes que son reconocibles por todos
los masones.
c) La condición masónica tiene unos
caracteres no aparentes que son
difícilmente reconocibles porque se
presentan de manera integrada en el
comportamiento.
d) El reconocimiento de esta condición
masónica está avalada por la observación
en el día a día.
e) El reconocimiento de esta condición
108
masónica está avalada por el conjunto de
los hermanos masones.
Pero ocurre que todas estas averiguaciones
podrían aplicarse a cualquier colectivo humano que
se reuniera alrededor de una tarea o interés
concreto. Entonces ¿qué falta para garantizar la
naturaleza masónica de nuestros procedimientos?
Si analizamos de cerca el resumen que acabamos
de hacer, veremos que todos los puntos recogidos
hablan de una condición masónica ya dada, que
aceptamos y reconocemos todos, aunque sea más de
una manera implícita que explícita; eso que hemos
llamado la «comprensión de término medio» de lo
que es la Masonería. Sin embargo, nada nos asegura
que esta «comprensión de término medio» de la
condición masónica sea la que debe ser. ¿Cómo
puede el Método no prever esta deriva inevitable
que provocaría la propia naturaleza humana?
Para intentar ver más claro en el tema suscitado,
consideremos ahora otros aspectos del contexto que
nos van a permitir comprender cómo el Método
prevé esta posibilidad de deterioro del sistema y
trata de llamar la atención sobre este riesgo. Me
refiero a la pregunta del Venerable Maestro, que
origina la respuesta: ¿Sois Masón, Hermano
Primer Vigilante? así como el hecho de que esta
pregunta-respuesta sea lo primero que acontece en
109
el ritual. Hasta aquí nos hemos ocupado de una
respuesta dada a una pregunta. Ahora vamos a
ocuparnos de la pregunta misma.
Resulta cuando menos extravagante que el
Venerable Maestro dude de la condición masónica
de su más cercano ayudante y codirector de los
trabajos que es el Primer Vigilante. El Venerable
Maestro sabe bien que los Hermanos Vigilantes son
Masones y que los demás hermanos también lo
saben, ¿entonces, a que viene ahora esta pregunta?,
¿cómo encajarla en el conjunto coherente que es el
ritual? Se podría explicar esta cautela del Venerable
Maestro diciendo que se trata de poner de
manifiesto que también es Masón el oficial que se
va a encargar, dentro de unos momentos, de verificar
si todos los presentes son Aprendices
Francmasones, y que, por lo tanto, está bien
cualificado para llevar a cabo esta tarea. La verdad
es que la pregunta, formulada públicamente, levanta
más sospechas que su propia ausencia. Quizás sea
esta la razón por la cual esta pregunta-respuesta
haya sido suprimida en muchos rituales. Pero
entones, si este argumento resulta insatisfactorio ¿de
qué otra forma podemos explicar la presencia de
esta pregunta-respuesta, justo al principio del ritual?
Sin embargo, si recordamos que uno de los
fundamentos constitutivos del ser humano (y también
110
del método masónico) es su capacidad para
repensarse permanentemente, o sea, cuestionarse,
hacerse preguntas, no dar nada por definitivo, ¿no
sería lógico entonces que el Venerable Maestro
iniciara los trabajos de construcción interna
planteando un humilde cuestionamiento? Y, si
estamos iniciando una Tenida Masónica, ¿Qué otro
cuestionamiento más apropiado cabe, que poner en
duda, o en revisión, o en alerta, ante todos los
presentes, el significado más primario del concepto
mismo de Masonería?
En la intimidad de su gabinete, el Venerable
Maestro se hubiera preguntado a sí-mismo, desde su
«yo anhelante»: «¿Soy verdaderamente Masón?», y
su «yo cognoscente» contestaría: «Eso parece,
puesto que yo me esfuerzo sinceramente en ello y
todos parecen reconocerme como tal…». Pero
estamos en un grupo organizado y la íntima y muda
conversación se convierte aquí en un diálogo entre
Oficiales que actúan cada uno desde la
especificidad de sus cargos: el Venerable Maestro,
con la vista puesta en el objetivo final de la obra
que hay que construir, para acomodar los planos a
este objetivo, se inquieta por la verdadera intención
de la Tenida, por la correcta actitud y la debida
aptitud: «¿Estamos seguros que esto que
practicamos es Masonería y que hemos venido aquí
con la intención de hacer verdadera Masonería?».
111
¡Tremenda pregunta! Todo queda cuestionado: el
método, la capacidad, las intenciones…
El Primer Vigilante, en su calidad de ejecutor de
las obras, sólo puede responder desde su
conocimiento, desde su experiencia, desde lo ya
explicitado. Viendo, sin embargo, el fondo que
encierra la pregunta del Venerable Maestro, le
contestaría: «Yo no puedo responderos a esa
pregunta. Lo más que puedo decir es que todos
nosotros creemos de buena fe estar practicando
buena Masonería. Y si no fuera así, en la medida en
que nuestros Ritos y Símbolos sean fieles a la
Tradición, y en la medida en que apliquemos
sabiamente el VITRIOL, la PLOMADA y la
REGLA, podremos reconstruir las vías correctas
que nos permitan permanecer entre la ESCUADRA y
el COMPÁS».
El Venerable Maestro toma conciencia de que la
Masonería Perfecta, la Masonería Perdida, es un
ideal, un horizonte hacia el que debe tender la
Masonería encarnada en hombres y mujeres. Sabe
que esta es siempre susceptible de deriva, de ceder
a las modas o a las radicalizaciones. Intenta tomar la
medida del «gap», no en términos de distancia sino
de dirección. Sabe que mientras que el método
practicado contenga los elementos simbólicos
adecuados, la Masonería actual estará abierta a la
112
posibilidad de encaminar sus pasos hacia la
dirección correcta. También sabe que la toma de
conciencia de nuestros apriorismos, de nuestros
prejuicios, para su constante revisión, es un
elemento estructural de nuestro método. El primer
prejuicio al que trata de enfrentarse públicamente, a
la hora de iniciar los trabajos masónicos, no podía
ser otro cual: ¿Qué entendemos verdaderamente por
Masonería? De esta manera abre la posibilidad de
la respuesta ponderada y sabia del Primer Vigilante
que viene a confirmarle que él también es consciente
de la imperfección, pero que, desde esta
imperfección, estamos encaminando nuestros pasos
por los senderos adecuados, evitando las avenidas
del dogmatismo.
CONCLUSIÓN
A modo de conclusión voy a resumir algunas ideas
que se derivan de la meditación en torno al tema que
hoy nos ha reunido aquí.
Si bien es difícil definir lo esencial del ser humano
en una sola frase, podemos señalar, como uno de los
fundamentos de su existencia, el pensar. Con ello no
quiero referirme simplemente a la manipulación de
representaciones mentales que conlleva el pensar. El
pensar es, esencialmente, pensar que se piensa a
113
sí mismo. Esta característica inherente al pensar es
la que permite que el a priori en que se basa toda
comprensión nos sea abierto. En la libertad que nos
viene dada por esta estructura del pensar radican las
conquistas que el hombre puede llevar a cabo en
distintas esferas. En el terreno ético y personal, la
posibilidad de que podamos adueñarnos de nuestros
propios valores y de asir el destino individual, se
asienta también en el comprender el a priori de la
comprensión.
Si esto es lo esencial en el ser humano, también,
consecuentemente, lo será en Masonería. Ahora
bien, el ejercicio de este repensarse, aún cuando sea
una posibilidad permanentemente abierta a todo
individuo, no es una actividad inmediatamente
disponible desde la cotidianidad, es decir, desde la
profanidad. El método masónico debe contener,
pues, esos elementos rompedores de la profanidad
(el desarraigo de los metales, la angostura de la
entrada el Guarda-Templo con su puntiaguda espada,
etc.); esos otros elementos que nos recuerden que
hay que profesar un permanente cuestionamiento de
lo que creemos evidente (¿Sois Masón, H. Primer
Vigilante?), y la necesidad de aproximarnos a los
asuntos hermenéuticamente, para ir desde las
apariencias hacia su sentido profundo (la Plomada,
el VITRIOL, etc.).
114
En mi opinión, este es el papel que juega la
pregunta-respuesta «¿Sois Masón, H. Primer
Vigilante? Por tal me reconocen mis Hermanos». Su
ausencia no invalida el resto del Ritual, pero con su
presencia al principio de la apertura queda abierta
la posibilidad de cuestionarse qué es lo que
verdaderamente se entiende por Masonería y por lo
tanto, queda garantizada la posibilidad de su
progresividad.
ASCENSIÓN TEJERINA
M# M#
115
Nicolás
Brihuega
116
La influencia mutua entre
anarquismo y masonería
No son muchos los trabajos que se han dedicado al
tema que figura en el epígrafe; puede decirse que se
cuentan con los dedos de una mano. Sin embargo,
existe una buena cantidad de coincidencias entre
anarquismo y masonería como para alimentar una
bibliografía notable en número, y no sólo en lo que
respecta a la ética puesta en práctica por uno u otro
colectivo, también, y de manera elocuente, en lo que
toca a la iconografía, donde encontramos
sorprendentes coincidencias; por no hablar de una
idea común de resonancias místicas y que iguala a
masones y libertarios.
Está históricamente probado que un buen número
de proletarios se iniciaron en la masonería cuando
ya eran líderes obreros o incluso antes de serlo. En
la logia se dotaban de un perfil moral y unos
conocimientos que serían su seña de identidad
personal en lo político. El obrero que se integraba
en una logia debía estar previamente alfabetizado,
de no ser así su plena incorporación al Taller habría
resultado infructuosa. Pero una vez superado este
117
escollo, y ya dentro del organismo logial, la
masonería le ofrecía una excelente plataforma para,
por ejemplo, superar el miedo escénico y atreverse
a hablar en público, una condición que debía
cumplir todo líder obrero que se preciase.
Como ilustra el profesor Álvarez Lázaro, las
logias se convirtieron (en un fenómeno extensible al
resto de Europa) en una escuela de formación del
ciudadano. Si había algo que los hermanos
practicaban entre sí, este algo era la tolerancia, el
respeto mutuo y la democracia interna.
El obrero educado en logia aprendía a ser dueño
de su persona merced al cultivo de sus virtudes
como individuo crecido en el interior de un
colectivo en el que primaba una mística moral
fortalecida al calor de la convivencia.
Un ejemplo sobresaliente de esta doble militancia
la encontramos en Anselmo Lorenzo, anarquista,
tipógrafo de profesión (la tipografía fue una cantera
de líderes obreros) y miembro de la logia «Hijos de
Trabajo» de Barcelona, logia de la que fue
Venerable Maestro. Lorenzo dejó pronto a un lado
iniciales prejuicios hacia la masonería, para acabar
convertido en un masón de pro que supo hacer
compatibles sus ideales anarquistas con los
masónicos,
Lorenzo era consciente de que su condición de
118
masón no contaba con la aprobación de muchos de
sus camaradas anarquistas, pero también sabía que
hermanos masones como Eliseo Reclus, Proudhom,
Louise Michelle o Bakunin eran miembros
destacados del movimiento libertario; e igualmente
conocía que la Iª Internacional recibió el apoyo de
las logias londinenses, las cuales llegaron a ceder
uno de sus locales para que tuvieran lugar las
tempranas reuniones de una asociación obrera que
daba sus primeros pasos.
Los sectores burgueses y pequeño burgueses más
radicalizados políticamente y afines al
republicanismo de izquierdas dieron su apoyo en los
países latinos a un obrerismo organizado en el
sindicalismo marxista o libertario, y muchos de esos
republicanos eran, además, masones, muy
especialmente en Francia, donde republicanismo y
masonería eran prácticamente indistinguibles.
La inexistencia de una bibliografía lo
suficientemente extensa sobre la relación recíproca
anarquismo-masonería se debe en gran medida a que
el estallido de la revolución de Octubre y el enorme
eco que de ésta resultara eclipsó cualquier estudio
sobre un fenómeno marginal.
Una serie de interrogantes vienen a colación
cuando se trata de ahondar en el binomio
anarquismo-masonería. ¿Cómo y por qué una forma
119
se sociabilidad iniciática, esotérica y filantrópica,
pero burguesa y liberal al fin y al cabo, pudo influir
en el movimiento obrero de signo libertario desde
prácticamente sus inicios?
Es un hecho probado que líderes de la Iª y IIª
Internacionales, ya fuera en su rama anarquista o
marxista, como Lafargue, Buonarrotti, Proudhom,
Malatesta, Salvoechea, el mismo Anselmo Lorenzo
o Ferrer i Guardia compatibilizaron perfectamente
su filiación masónica con la militancia en el seno de
una asociación internacional que se declaraba
enemiga de la burguesía.
El nexo entre anarquismo y masonería no se reduce
a lo que podría entenderse como una simple
coincidencia en el orden de la iconografía
(escuadras y compases, niveles y plomadas,
estrellas de cinco puntas —también llamadas
pentaclos—, triángulos o manos entrelazadas en
signo de aprendiz).
Por poner un ejemplo, entre otros muchos, el viejo
masón libertario Enrique Bignoni escribió en 1913 a
la logia milanesa Carlo Cattaneo que fue bajo la
bóveda estrellada de un templo masónico donde
tuvo lugar la primera reunión de la sección italiana
de la Internacional.
La sección ginebrina de la AIT, la llamada Templo
Único, convocó sus reuniones desde su primer día
120
en el único templo que por aquellas fechas poseían
las logias masónicas de la capital suiza.
Existe una foto que data del IV Congreso de la
Internacional, celebrado en Basilea en Setiembre de
1869, en la que aparece, detrás de los asistentes, una
pancarta que lleva como símbolo destacado el Delta
luminoso masónico.
Más llamativo aun, el saludo anarquista,
consistente en elevar las manos enlazadas sobre la
cabeza dibujando un arco y los dedos entrelazados,
recuerda inevitablemente a la petición de auxilio
masónica.
¿Acaso no resulta sorprendente que el
revolucionario profesional por antonomasia y
apóstol del anarquismo, Bakunin (iniciado en la
Masonería en Italia por el propio Garibaldi)
escribiera de su puño y letra un Catecismo de la
Francmasonería moderna?
En EE.UU. los sindicatos de mecánicos
ferroviarios emplean la denominación de logia para
referirse a su sindicato local y Gran Logia para
hacerlo con su organización nacional.
También en EE.UU. los sastres de la Noble Orden
de los caballeros del Trabajo obligan a los suyos a
vestir un atuendo singular y a conocer unas señas de
reconocimiento específicas para evitar el intrusismo
o el espionaje de la patronal. Curiosamente, su más
121
alta jerarquía gremial es llamada Gran Maestre
Obrero. En este mismo país encontramos al
sindicato de zapateros, los Caballeros de San
Crispín, estructurado con arreglo al organigrama de
las logias.
Ningún historiador de la Masonería que se precie
puede ignorar que la Orden de los Hijos de la Viuda
apoyó episódicamente al obrerismo como una
parcela más de su ética filantrópica y de su
tendencia, siquiera formal, al igualitarismo social.
Conforme fue desarrollándose el movimiento
obrero, la ligazón entre masonería librepensadora y
obrerismo se fue acrecentando, como fue creciendo
igualmente un sentimiento fraternal y cohesionador
dentro de los grupos revolucionarios. No podía ser
de otra manera para evitar los golpes de la
represión.
Desde la misma fecha de su fundación (principios
del XVIII), la masonería especulativa británica fue la
primera en ocuparse, y siempre desde la filantropía,
de la cuestión obrera en un país en proceso de
rápida industrialización que necesitaba
crecientemente de masas obreras desgajadas de sus
orígenes campesinos y carentes de toda propiedad,
salvo la de su fuerza de trabajo. Al calor de este
proceso, reflejado literariamente con pluma maestra
por Charles Dickens, la masonería inglesa auspició
122
la creación de escuelas, hospicios, hospitales y
centros asistenciales. De esta manera, ciertos
sectores de la burguesía británica acallaban su mala
conciencia respecto de un proceso de
enriquecimiento que dejaba miles de víctimas en el
camino del progreso tal y como era entendido por
aquélla.
Con independencia de su condición de dogmática o
liberal, la masonería ha tenido siempre la
obligación estatutaria de practicar la beneficencia y
el altruismo. La masonería inglesa cedió sus free
masons taverns para que Karl Marx convocara una
reunión, la llamada fiesta de la Fraternidad
Internacional el 5 de agosto de 1865. Se dice, es
cierto que sin apoyo documental, que su compañero
Federico Engels pertenecía a la masonería alemana.
EL paralelismo entre masonería y obrerismo
anarquista, tal y como se vivió en Francia es
paradigmático. En fechas prerrevolucionarias
localizamos logias en provincias que aceptan en su
seno a pequeños artesanos. Con la restauración
borbónica y durante la monarquía de Luís Felipe de
Orleans, considerando las logias la debilidad
económica de los obreros, se optó por rebajar las
cuotas de iniciación y se abrió la mano en lo
relativo a la exigencia de estar plenamente
alfabetizado.
123
Los masones de la AIT advirtieron en la masonería
un modelo de democracia interna a imitar; por otro
lado, la masonería estaba obligada por sus estatutos
internos a impulsar la transformación social bajo el
paraguas de la célebre triada republicana libertad,
igualdad, fraternidad. La logia era concebida, en el
sentido que le otorga el profesor Álvarez Lázaro,
como una escuela de formación del ciudadano que
proporciona, además, conocimientos iniciáticos y
científicos a fin de enterrar la ignorancia. Para
facilitar esta dinámica la Orden Masónica prestó
ayuda al proletariado en su proceso de
emancipación mediante la creación de mutualidades
de tipo proudhomniano; mutualidades que en nuestro
país alcanzaron cierta relevancia, aunque no un
sonoro éxito.
Hubo incluso grupos masónicos de un anarquismo
radical y caracterizados por un violento laicismo
antiteísta y comprometidos absolutamente con las
luchas políticas y sociales de acción directa. Este
grupo se organizó en torno a la redacción de la
revista L´action maçonique. La consigna «ni
política, ni religión» no parecía afectarles en lo más
mínimo a estas logias intensamente politizadas.
Son muchos los puntos de encuentro ideológico
entre el movimiento libertario o anarquista y el
masónico, tales como su profundo humanismo; una
124
cierta postura vital de carácter filosófico común a
ácratas y masones; el sentimiento de verse
impulsados por y hacia una Idea con mayúsculas de
ribetes claramente metafísicos; un irrenunciable
individualismo; la convicción de que una pedagogía
integral de tono universalista es el requisito
irrenunciable de todo cambio sociopolítico. Y,
resumiendo todo lo anterior, la reivindicación
masónica de una fraternidad universal, común al
anarquismo y la masonería y extensible al marxismo.
Ambas culturas políticas, la libertaria y la
masónica van a compartir una misma aspiración, un
mismo proyecto político que culmina en el logro de
una sociedad nueva, justa, igualitaria y universalista.
Y por supuesto un ideal laicista que en el
anarquismo más radical llegó a la práctica del
terrorismo, y que en el caso de las masonerías
latinas fue seña de identidad y móvil ideológico
hasta el presente. Esta acentuada fraternidad, sentida
y practicada con verdadero celo fue nota distintiva
en ambos colectivos, el ácrata y el masónico.
Hasta aquí los puntos de unión, pero los
desencuentros también existen entre dos grupos
humanos que reivindican la transformación social,
sí, pero de distinta manera. Mientras los libertarios
pretendían alcanzar esta sociedad universalista por
medio de una especie de parusía revolucionaria, los
125
masones abogaban por un reformismo también
radical (en el sentido etimológico del término: ir a
la raíz), pero reformismo al fin y al cabo, poniendo
la paz no sólo como fin sino como medio, y llevando
a la práctica una acción educativa merced al
ejemplo personal de hombres y mujeres, seres
humanos en suma «honrados y de buenas
costumbres».
NICOLÁS BRIHUEGA
M# M#
126
Ricardo
Fernández
127
Decepción
Escribir sobre un concepto abstracto, sobre un
sentimiento, un estado de ánimo o algo
imperceptible o inmaterial, resulta especialmente
difícil. Pienso que el folio en blanco se hace si cabe
más inmenso cuando se trata de desarrollar un
discurso en torno a una idea, su trascendencia o las
consecuencias más íntimas que pueden implicar para
nosotros.
Hasta la fecha creo que hemos hilado nuestros
discursos en torno a elementos que, mejor o peor,
nos resultan conocidos. Pero tejer nuestro
pensamiento en torno a una mera palabra es algo
diferente. Os animo a probarlo; os animo a intentar
expresar desde este atril no lecciones magistrales —
que en modo alguno desprecio, pues me ha
enriquecido siempre el conocimiento de mis HH y
HHªs— sino sentimientos, ideas abstractas o
concretas, pero ideas al fin y al cabo,
percepciones…
Creo que la primera vez que en el Taller escuché
una exposición que se deslizaba sobre la superficie
resbaladiza de un concepto, fue con ocasión de una
plancha en la que se hablaba del miedo ¿qué era —y
128
es— el miedo?, ¿qué hacer frente a él?
A partir de lo anterior, tras darle muchas vueltas,
sabiendo además que probablemente sería poca la
fortuna que me guiaría, me decidí a retomar aquel
bello ejemplo y busqué algo lo suficientemente
abstracto como para hablar de ello no desde la
infalibilidad, sino desde mi perspectiva; no para que
únicamente me escucharan, sino para animaros a
hablar, esto es, a compartir vuestra idea, vuestra
percepción sobre el sujeto propuesto, tan válida o
más que la mía.
Pensé en el tiempo actual y busqué alguna nota
característica en la mirada que dirijo a nuestros
días. Pensé también en otras miradas dirigidas a
esos mismos días y hallé una nota que se repite, no
sé si tanto en mi mismo o en voces ajenas:
Decepción.
Sí, queridos hermanos y hermanas, me propuse
hablar de la decepción en el día de hoy; pero no sé
si de mi decepción —que creo que realmente no
existe— o de una supuesta decepción global que,
creo, no es sino una bonita forma de autojustificar
una incapacidad general para afrontar la realidad.
En el preciso momento en que escribo estas
palabras aun no he recurrido al diccionario para
recoger una precisa definición sobre lo que es la
decepción. A priori entiendo que la mera palabra
129
podría ser la metáfora del dolor que siente quien,
teniendo claro un recorrido y una meta, encuentra el
camino irremediablemente truncado. Hay algo de
esperanza traicionada o vencida en quien se enfrenta
a la decepción, en quien la siente anidar en su
corazón a veces ya para convivir con ella hasta el
fin de sus días. Sí, hay algo de dolor en el fuero
interno de quien se ve asaltado por la decepción.
Cuanto más conozco a los hombres,
más quiero a mi perro.
La frase anterior viene atribuida en los libros de
historia a dos personajes diametralmente diferentes.
Diríamos que hasta opuestos. En boca de ambos,
expresa la decepción que sintieron ante el fenómeno
humano, ante el comportamiento de sus semejantes.
Pero no nos engañemos, no todas las decepciones
pueden valorarse del mismo modo. Oscar Wilde
tenía unos motivos muy diferentes a los de Adolf
Hitler —que recurrió a la misma cita del escritor
irlandés— para reconocerse decepcionado ante y
por sus coetáneos; y creo que todos estaremos de
acuerdo en que ambos supuestos son muy distintos.
Pero la cita anterior también me sirve para
introducir algo de lo sí me gustaría hablar: de la
decepción provocada en nosotros por el
comportamiento humano. Y no me estoy refiriendo a
quebrantos de ánimo individuales, sino a un
130
sentimiento global, perceptible en nuestros días y al
que me refería al principio de estas líneas. Creo que
todos conoceremos a un buen número de personas a
las que les asquea el comportamiento de sus
semejantes hasta tal punto que, poco más, acaban
convirtiéndose en una nueva especia de ermitaño,
ésta moderna y urbana. Las guerras, el mal uso de la
política, las deslealtades, la hipocresía, la
codicia… Tantas y tantas cosas, que existen y han
existido siempre, llevan a muchos de nuestros
semejantes a abandonar una imaginaria primea línea
y a ceder al desaliento.
Nada podemos criticar, entiendo. Ni siquiera como
masones que hacemos del ser humano el centro de
todo nuestro discurso, nada podemos argüir frente al
desaliento que acompaña a toda decepción. Para
nosotros, francmasones, perder la confianza en todo
lo bueno que puede hacer una persona es privar a
una institución que tiene por finalidad la mejora
social, la autoconstrucción, la rectificación y la
progresión individual, de su propia y más pura
esencia ¿Cómo hacer nada para la sociedad, para
los seres humanos si éstos nos han decepcionado
hasta tal punto que ya abandonamos toda esperanza?
Cierto a mi modo de ver, pero no podemos
responder nada. De una parte no somos
superhombres. Ser francmasones nos hace compartir
un anhelo, un ideal, un mismo camino al que
131
llegamos partiendo de puntos muy diversos. Pero no
somos superhombres y podemos caer en el camino.
De otra parte no somos tampoco la única institución
o colectivo, felizmente, cuya finalidad es la
emancipación humana, la liberación de todo
prejuicio a partir de la razón. Nada podemos
criticar porque cada cuál es dueño de sus propias
fuerzas, de su grado de confianza. Y cuando las
fuerzas se agotan, cuando la confianza se quiebra
resulta muy difícil reparar el daño sufrido. Se podrá
hablar de que, a pesar de todo, la decepción es un
«estado de ánimo» superable, pero dudo de que tal
afirmación pueda ser formulada como un principio
de carácter general.
Cosa bien diferente de todo lo anterior es la
decepción articulada como excusa. En nuestros días
nada hemos inventado pero, al menos a mí me
sucede, aprecio un uso excesivo y poco sincero de
la decepción. Estamos ante la coartada perfecta que
justifica la inacción de muchos: Hay decepciones
sin causa o sin causa suficiente que sirven a quienes
las exhiben (y no digo conscientemente que las
padecen) para arrojar la toalla y desentenderse de
toda cuestión social, de toda preocupación
relacionada con el padecimiento individual o
colectivo de un semejante.
En una sociedad por comparación económicamente
132
desarrollada, en la que se disfruta de un conjunto de
libertades ciudadanas desconocidas para las
generaciones que nos preceden, hay quien se siente
chasqueado, exhibe su decepción global y se
desentiende completamente de cuanto sucede a no
ser para, valiéndose de ese dolor fingido o
imaginario, criticar todo más o menos airadamente.
Esta situación sí constituye a mi modo de ver una
«conducta de riesgo». Y repito que no quiero hablar
de los francmasones exclusivamente, pues en este
punto no somos sino un componente más de la
colectividad; me refiero a la colectividad misma.
¿Qué piensan los hermanos y hermanas de la
decepción?, ¿cuándo creen que está justificada o
puede explicarse?, ¿cómo creen que puede o debe
combatirse, si es que se puede o debe?
Son algunas de las cuestiones que me gustaría
pudiéramos tratar, sólo por el placer mismo de la
dialéctica, por acostumbrarnos a plantear las
cuestiones y a abordarlas aunque sean elementos
inmateriales, por educarnos en el diálogo en este
espacio en el que más que lo sagrado, reside el
respeto. Y son algunas de las cuestiones que me
gustaría plantear porque apenas sí tengo una
respuesta, pero percibo que esta posición cómoda y
fingida de muchos, que lleva a una parálisis global,
a una indignación huera y artificial (y no me estoy
133
refiriendo a ningún fenómeno social de reciente
aparición en nuestro país), es aprovechada también
por un buen número de conductas que devienen en
actitudes parásitas.
Cuando termino de escribir este texto acudo al
diccionario de la Real Academia de la Lengua. Dice
que la decepción es el pesar causado por un
desengaño.
RICARDO FERNÁNDEZ
M# M#
134
Jesús Mari
Ruiz de Arcaute
Gándara
135
Ritmo y cadencia
Uno de los símbolos más frecuentemente
representados en la decoración y la arquitectura de
lugares sagrados es la espiral. De la misma manera
que los espejos suelen representar entradas a
mundos paralelos, el poder hipnótico y el carácter
dinámico de las espirales simbolizan posibles
caminos hacia otra dimensión de la existencia.
Se nos presentan a menudo girando sobre sí
mismas cada vez que se trata de hipnotizar a un
personaje en la ficción o para representar un salto
en el espacio y en el tiempo, y podemos incluso
experimentar vértigo cuando nos concentramos en
observar atentamente esta imagen que, sin embargo,
es una figura plana y sencilla.
Dibujar una espiral activa mecanismos de
focalización y concentración atencional y aporta
cierta sensación de movimiento y profundidad
porque representa una traslación, la que resulta de la
repetición cíclica de un círculo sobre el plano
originado por los dos ejes X e Y mientras el plano
avanza en la tercera dirección, la del eje Z,
trascendiendo dicho plano, generando un espacio y
en él un pasadizo hacia nuevos horizontes.
136
La naturaleza es pródiga en espirales con las que
nos muestra su poder y su misterio. Los remolinos,
tornados y huracanes son grandes demostraciones de
potencia, mientras que las conchas de muchos
moluscos asombran por su perfección y hacen
pensar en una inteligencia sobrenatural. Por encima
de otras formas geométricamente perfectas pero
estáticas de la naturaleza, como los cristales, las
espirales son manifestaciones dinámicas y
misteriosas que generan sensación de movimiento y
tendencia a seguirlo.
Si tenemos en cuenta la teoría pitagórica según la
cual toda la armonía del universo se basa en los
números, de la misma forma que los maestros
constructores utilizaron proporciones concretas para
concentrar las fuerzas telúricas y humanas en los
templos y sabiendo que ni siquiera las proporciones
entre los lados de una tarjeta de crédito o una
pantalla panorámica son casuales, es plausible
pensar que la relación entre el incremento
progresivo del valor del radio que forma una espiral
y su velocidad de giro pueden ser calculados
cuidadosamente para afectar a nuestra consciencia,
al igual que nos afecta el ritmo y la cadencia de un
péndulo.
Por ejemplo, conocemos con precisión el número
de imágenes por segundo perceptibles por nuestros
137
ojos y que se transmiten de forma consciente a
nuestro cerebro, pero también sabemos que
alterando esta constante podemos percibir mensajes
inconscientemente, subliminalmente, activando
resortes ocultos de nuestra psique.
Así como todo fluido tiende a generar una espiral
para introducirse en un conducto facilitando así su
circulación por el interior, del mismo modo que al
hacer girar una suspensión sobre sí misma se genera
un efecto «Whirlpool» que acumula todos los
sólidos en el centro y estabiliza la circulación del
fluido base en el perímetro, clarificándolo, en el
caso de nuestro ritual aplicamos el mismo principio
mediante la correcta circulación en Logia,
obteniendo con ello una clarificación de nuestro
espíritu durante los trabajos.
La deambulación del Maestro de Ceremonias es un
recurso importante para generar la atmósfera
apropiada durante el trabajo en tiempo sagrado. El
ritmo y la cadencia, la fluidez del movimiento,
tienen un efecto concentrador de las energías de los
HH# y HHaa# que adornan las columnas, generando
un vórtice, una espiral, cuyo centro y eje coinciden
con la vertical de la plomada y que hace efectiva la
comunicación entre los planos superior e inferior, lo
que está arriba y lo que está abajo, lo más elevado y
lo más bajo de nosotros mismos, abriendo la entrada
138
a otra dimensión de la consciencia por la que
transitamos sobre un pavimento en blanco y negro
que representa el encuentro de los extremos en un
espacio insólito.
Nuestros movimientos inciden en la percepción de
la realidad de todos los que están a nuestro
alrededor hasta el punto de que la capacidad de
seducción de algunas personas se basa en su
lenguaje corporal. La mayor parte de los rituales
conocidos obtienen su máxima fuerza mediante el
control de los movimientos y la gestualidad de
quienes los dirigen, lo que unido al efecto de la voz
humana convenientemente modulada y al poder
evocador de la música y los aromas apropiados,
ayuda a los asistentes a conseguir una alteración
significativa de su estado de consciencia que
permite cambiar su percepción de la realidad.
Las cosas no son, en efecto, como son, sino como
nosotros las percibimos, luego todo aquello que
altera nuestra percepción de la realidad transforma
efectivamente el mundo.
Cuando ponemos en práctica un ritual ponemos en
marcha una máquina poderosa que genera sinergias
para bien o para mal. Esa es la razón por la que toda
ocasión especial en la que se desea o se precisa
provocar una mayor intensidad de sensaciones está
ligada a ritmos y cadencias cuidadosamente
139
manejados, desde la danza del Derviche hasta el
canto del Chamán, la Misa o el Candomblé.
Alguna intuición, algún instinto nos llevó a realizar
las primeras pinturas rupestres, a convertir sonidos
y movimientos en canto gutural y danza primitiva, y
de alguna manera el ser humano intuye que con ello
puede llegar a generar un cierto orden dentro del
caos. Como dice el príncipe Hamlet, «hay muchas
más cosas entre el cielo y la tierra, Horacio, que las
que sospechan tus filosofías».
Entiendo que los que estamos aquí no somos
pobres incautos ni caemos fácilmente en
supercherías pero percibimos, eso sí, la música del
universo, la armonía de las esferas, un orden
subyacente sin el cual el mundo sería
espantosamente anodino.
140
Ilia
Galán
141
De las disputas entre hermanos
142
que se divulga a través de los ritos de la masonería
está enfocada precisamente a considerar esos
choques como la piedra bruta, no sólo la propia,
sino la ajena. Pulirla muchas veces es pulirse a sí
mismo, tener paciencia y comprensión con la otra
piedra bruta con la que hay en ese momento relación
y ajustarse entre sí para construir algo más grande
desarrollado entre todos, la catedral que es la suma
de la adaptación de muchas piedras, inicialmente
brutas y luego pulimentadas y encajadas,
organizadas entre sí.
Ya sabemos que una cosa es la teoría, los rituales,
y otra la práctica. El deber se sitúa en intentar que la
práctica se adecue a la teoría o a las creencias que
se entienden como buenas. Y a veces, la brutalidad
de piedras ajenas hace que no sea fácil para la
propia la adaptación y la actitud amorosa y
fraternal.
La fraternidad iniciática no es muy distinta de la
carnal, y bien sabemos cómo los hermanos se pelean
desde niños pero también se quieren y se buscan
luego, salvo que la distancia de sus espíritus se
envenene y llegue a esos casos que la historia
recoge de príncipes fratricidas que son capaces de
lo peor para lograr la corona o lo que fuere.
Cualquier convivencia en pareja, con la esposa
amada, por ejemplo, demuestra que hay momentos
143
difíciles y hasta discusiones serias, cuando no
insultos y latigazos de un odio temporal que arroja
la pasión enfurecida de un momento. A veces se
llega hasta las manos, en una demostración de
barbarie. Si esto es así entre las personas que más
amamos en el mundo, no podemos escandalizarnos
cuando vemos algo similar en otros ámbitos, como
en las grandes aglomeraciones de hermanos
espirituales propias de la masonería. Más aún
cuando el conocimiento mutuo no es adecuado, pues
así se facilita la incomprensión, de ahí la
importancia de que los hermanos se encuentren y
traten fuera de las logias, se conozcan y quieran
como amigos, no sólo como hermanos virtuales
según el rito, hermanos imaginarios.
Otras instituciones que también promueven
teóricamente todo lo contrario a la disputa, como
monasterios de monjes en los que también se llaman
hermanos o la Iglesia en su conjunto, con su ideario
de caridad y de humildad, han mostrado sobrados
ejemplos de todo lo contrario, de odio y falta de
perdón, de soberbia y horror. En realidad, si
miramos la historia, ninguna religión o institución
benéfica que sea grande en el tiempo y en número de
miembros humanos se libra de miserias humanas.
Porque el mal lo llevamos dentro, unos más grande
que otros. Basta encontrar la llama que lo encienda
y estalla en diversas medidas, según las
144
circunstancias.
Tampoco es un problema de países o de
sociedades concretas, aunque haya caracteres más
independientes y propicios a la desorganización y al
desencuentro, como en las naciones latinas si las
comparamos a las anglosajonas. Si miramos la
masonería histórica, podemos hallar que también
hubo disputas, y grandes, en otros tiempos. Es más,
basta mirar la masonería francesa o italiana para ver
los roces y desencuentros entre el Supremo Consejo
y el Gran Oriente, por ejemplo, pero también entre
logias y en relación al Gran Maestro. El caso
español es fecundo en estos ejemplos históricos en
que la fraternidad no se muestra en todo su
esplendor. Pero ningún país se libra, y en Alemania
hallamos que hermanos como Krause tuvieron
problemas, lo mismo que Fichte tampoco era bien
comprendido en ocasiones. Sin embargo, eso no
impide que los instrumentos que son los ritos ayuden
a mejorar la relación entre todos. Que señalen lo
que hay que hacer y recuerden que una de las bases
esenciales de la francmasonería es la fraternidad, el
mirar al otro con cariño y afecto, intentando
comprenderle, apoyándose unos a otros en todos sus
proyectos honrados. Eso es lo que construye, pero
siempre que se levanta un muro aparecen piedras
que no encajan y a veces se caen, por lo que hay que
rehacerlo. Lo que importa es que se siga
145
construyendo.
Por eso, la masonería promueve no tanto el bien de
quienes ostentan los cargos, puesto que no importa
tanto quien lo detente, sino el de todos, y esto
mirado de forma individual, es decir, el de todos y
cada uno de los miembros, apoyándose unos a otros.
No son los dirigentes lo fundamental, que cambian,
como el Venerable Maestro de una logia, pues son
papeles que, como diría Calderón, hay que saber
representar, al igual que el de vigilante o guarda
templo exterior. Importa aprender a ser útil en la
sociedad, o en la sociedad masónica, desde el lugar
que uno ocupe, sea el que sea. Ahí está la humildad
del masón y el que estuvo arriba ha de saber estar
abajo y eso le honrará. Pero lo mismo que los
masones se halagan y dan continuamente títulos de
grandeza, se nombran como «queridos hermanos» y
buscan apoyar, también halagándolo, al hermano
para ver lo bueno de sus pensamientos, a veces la
vanidad es mucho mayor de la deseable en quien eso
recibe y luego no sabe o no quiere ajustarse a
papeles menos vistosos. Otras sí, y son ejemplares.
De ahí que lo sano sea que, dirija quien dirija, el
rumbo lo sigan imponiendo los hermanos en un afán
de construir, apoyándose y no entorpeciéndose en
las acciones nobles. En ese empeño se ve quiénes
son los que realmente han aprendido en su espíritu
146
lo que es la masonería y quiénes se han quedado
más bien con su cáscara, con la superficie, por
muchas medallas que tengan y títulos, por muy altos
que sean sus grados, poco importa que sea un treinta
y tres o un respetable hermano, ya que el ser humano
no es moralmente perfecto en un momento y ya
puede abandonarse sino que es un ejercicio
constante el de la perfección. Por eso es sabido que
hasta los más grandes maestros son siempre
aprendices, aprendices de fraternidad también. Pero
ese aprendizaje incluye la voluntad de ser mejores y
querer mejor a los otros, no es sólo un ejercicio
intelectual. Hay que poner el corazón en juego,
porque si no, aquél con quien no se tiene sintonía,
por carácter, ideas o lo que fuere, será visto
meticulosamente con la lupa que acentúa los
defectos, y al revés. Ya Goethe, como masón,
escribió sobre la química que une o separa a las
personas en «Las afinidades electivas». La mirada
fraternal tiende a perdonar y a ver más lo positivo.
Esta es la gran virtud que en la masonería se busca
practicar para encontrarse como humanos y como
hermanos. Rito sin fraternidad es protocolo hueco,
como el beato que va a misa a diario pero luego es
mala persona. La fraternidad es esencial en la
masonería y si eso falta el resto se desmorona, lo
iniciático, el rito y todo, porque el enfoque estaría
viciado. De ahí que nos tengamos que recordar,
147
afectuosamente, con cariño, lo esencial, para poder
construir adecuadamente lo que realmente
buscamos, apoyándonos unos en otros.
ILIA GALÁN
M# M#
148
Roberto
García
Álvarez
149
Historia de la Masonería o
Masonería de la Historia
Casi desde sus inicios existe en nuestra Orden una
preocupación que lleva aparejada una pregunta de
respuesta compleja que podría resumirse en «¿Por
qué les caemos mal?». ¿Por qué hay toda una
corriente ideológica, política, filosófica y religiosa
que está obsesionada con la Masonería?
Y digo obsesionada y no preocupada porque ese
término refleja mejor lo patológico de la manía
persecutoria que a escasas décadas de aquel
legendario día de San Juan del siglo XVIII comenzó a
rondar por las cabezas de mucha gente y que cobró
forma en todo tipo de manifestaciones bien
conocidas tanto por masones como por no masones,
una serie de pensamientos que, con el tiempo y el
devenir histórico, se han ido haciendo más potentes,
adquiriendo más formas y larvándose hasta hacerse
indisociables de ciertas corrientes filosófico-
políticas.
¿Cuál puede ser la causa? Generalmente se ha
buscado en el mundo del puro idealismo, la
Masonería es democrática, es tolerante, es
igualitaria… y sus críticos no lo son, esta
150
explicación no puede dar cuenta de la realidad y es
fácil rebatirla, pues nosotros mismos damos el
argumento. Cuando se escuchan críticas de corrupta,
conspiratoria, de aspirar al poder… suele decirse
eso son los masones y no la Masonería, recordando
que el todo, a veces, suele ser mucho más que la
suma de las partes. Por tanto y siguiendo ese
razonamiento, las virtudes que se le achacan no
serían tampoco de la Orden sino de sus miembros.
Nuestra principal defensa y virtud, en cambio, es
más sencilla, no hay una masonería sino múltiples
masonerías, una por hermano. Nuestra institución no
es un club ideológico ni una agrupación religiosa, no
aspira a crear personas con las mismas ideas y
creencias, sino a reunir personas dispares en torno a
ideas de tolerancia. La Masonería ofreció, en el
pasado, un refugio para los hombres con ideales que
no casaban con las instituciones dominantes, que sí
perseguían imponer una ideología y una fe. Hoy en
día, por fortuna, aunque sigue subsistiendo esa
tendencia tanto en lo político, lo social y lo
religioso, la forma de actuar ha cambiado. Ya no se
busca imponer por la fuerza, se busca,
especialmente en sociedad y su reflejo, la política,
imponer ideales mediante una sutil obra de
ingeniería mental: la disonancia. Así, frente al palo
para imponer una fe —tanto religiosa como política
—, hoy en día se utiliza el miedo a la diferencia, el
151
miedo a sentir la más angustiosa de las sensaciones:
la disonancia entre el “yo” y los demás, ¿qué
pensarán que dirán? Para evitarlo el hombre se
aliena, alinea y aborrega; ¿sigue ofreciendo la
Masonería un refugio? Sí, ya no el refugio de la
libertad, concepto que en lógica social es imposible,
frente a la opresión, sino el refugio de la libertad y
el pensamiento frente a la alienación, la
despreocupación y el “ascenso de la
insignificancia”. Frente a una sociedad que se ve
arrastrada por sí misma y por quienes elige para
guiarla a lo vulgar, lo soez, lo pedestre y lo infantil,
la Masonería en sus Templos y sus Talleres otorga a
los hombres (y las mujeres allá donde estén), un
refugio con el permiso y, espero, la obligación de
pensar, de razonar y de unirse en lo bueno que puede
haber en la naturaleza humana.
Volviendo al tema que mencionaba al principio,
tras un tiempo de investigación me he dado cuenta
de que la causa de esta enemistad y de este ansía
paranoica de colocar a la Masonería en todas las
conspiraciones es justa respuesta a otra obsesión, y
vuelvo a utilizar, a sabiendas, el término, de muchos
masones: hacer no una Historia de la Masonería,
tarea que suele ser llevada a cabo por personas
ajenas a la Orden, sino una Masonería de la
Historia, explicar la Historia y sus acontecimientos
en términos de Masonería, no colocar a la
152
Masonería en la Historia, sino a la Historia en la
Masonería, a ver causalidades donde no hay más
que correlaciones, espurias en la mayoría de los
casos. En muchos libros de masonería se puede
apreciar esta tendencia de la que hablo, colocar a la
Masonería en todas partes aún cuando no es que no
existan pruebas, es que ni hay indicios siquiera.
Siendo así, ¿cómo ante esta búsqueda de
protagonismo, ante esta muestra de inseguridad, no
va a haber reacciones de odio y acusaciones de todo
tipo a la Masonería? Toda vez que esas mismas
acusaciones provienen de estamentos e institutos
que, al igual que estos masones, buscan, por encima
de todo colocarse en todas partes, esta reacción se
denomina “formación reactiva” y consiste en
achacar a los demás el sentimiento de uno mismo,
pintándolo como reprobable y negativo; por no decir
que, incluso, en algún libro se permite un flirteo
descarado con el lado más soez de la superstición y
la pseudociencia, alegando un hipotético origen
ultraterrestre de la Masonería. ¿Esperamos que así
nos tomen en serio?, ¿que alguien pueda concebir
entender la Masonería como algo propio de este
siglo?
Sirva como ejemplo el mismo tratamiento que en
estos textos se da a la cronología. Se habla del año
6009 V# L#. La adjetivación no tiene mayor
problema interpretativo, en efecto, responde a una
153
mitología interna de la Orden, así como muchas
otras sociedades utilizan términos parecidos.
Incluso el sumar 4.000 años a la fecha responde a
esa misma simbología interna y no tiene ningún
interés analítico. Internamente podemos aceptar que
dicha suma responde a un origen mítico, nunca
probado, de la Masonería, el problema aparece
cuando en documentación, aparentemente científica
y académica, se utiliza esa misma afirmación
simbólica como un dogma, como un hecho, sin
aportar pruebas; es decir, nuevamente la tendencia a
masonizar la historia, alegando antecedentes
masónicos en los gremios de constructores de
Egipto o Babilonia o en la antigua Sumeria. La idea
de colocar simbología masónica en todos los
acontecimientos del pasado anteriores a la Fusión
de las Logias Inglesas da pie a imaginar la Orden
como una sombra una presencia oscura inmiscuida
en los devenires de la historia sin dar jamás la cara,
sin admitir su responsabilidad, como un fantasma
que recorre el mundo, un susurro nunca pronunciado
en voz alta, abriendo así el camino a la impostura y
la paranoia. Parar semejante bola de nieve, iniciada
ya hace siglos es muy difícil, pero con estas
reflexiones propongo aquí una reflexión sobre no
sólo la historia de la Masonería sino sobre el papel
de la Masonería en la Historia abordándolo desde
coordenadas estrictamente documentales y
154
documentables, nunca míticas ni imaginativas y una
reflexión sobre nuestra propia responsabilidad con
nuestros problemas.
155
Faustino
Merchán
Gabaldón
156
Porqué estoy aquí
Recibo el encargo expreso del Venerable Maestro
de ejecutar una plancha de trazo con esta pieza de
arquitectura. Por el título podemos pensar en un
primer momento que se refiere a la esencia origen
de nuestra propia existencia.
Cuando nos formulamos esta pregunta y otras como
¿para qué?, ¿cómo?, ¿qué hago yo aquí?, es en estos
momentos cuando llegamos a la conclusión de que
nos falta algo/algo anda mal en nuestras vidas. Es
decir, estamos buscando algo que no encontramos.
Quizás a todos en algún momento de nuestra vida
nos ha parecido como si la vida no tuviera sentido.
Todos buscamos un sentido para nuestra vida.
¿Por qué estoy aquí? Bien, si Dios no existe, eso
significaría que la vida debe haber comenzado
mediante algunos procesos naturales impersonales,
no inteligentes y finalmente sin propósito alguno.
Eso significaría que en última instancia, somos tan
sin propósito como el proceso que nos hizo existir.
Entonces, la vida sería sólo un mero accidente y
nosotros también. En el plano superior nuestra vida
carecería de sentido. Sin Dios no tenemos ningún
valor intrínseco objetivo.
157
Los filósofos generalmente coinciden: Sin un Dios
absoluto para que haga las leyes, no existe ningún
valor moral absoluto. Los fundadores de los Estados
Unidos de América lo expresaron muy bien cuando
declararon: «Nosotros consideramos estas verdades
como manifiestas, que todos los hombres han sido
creados iguales, que han sido dotados por su
creador con ciertos derechos inalienables, que
entre esos derechos están el derecho a la vida, a la
libertad y, a la búsqueda de la felicidad, que a fin
de asegurar estos derechos, los gobiernos han sido
instituidos entre los hombres, los cuales derivan
sus justos poderes del consenso de los
gobernados».
Pero después de una pequeña reflexión entendemos
que nuestro Venerable se refiere a nuestra posición
en el plano del Taller y en la Masonería, en general,
ya que entendemos que la respuesta a la pregunta
anterior es un trabajo que debemos de traer hecho de
casa antes de pasar de lo virtual a lo real o como
decimos en terminología masónica «el paso de las
tinieblas a la luz».
Hago un rápido recorrido virtual en el tiempo.
Desde que me inicié en el Arte Real, en mi mochila
iba pertrechado de poderosas herramientas, dotadas
de rigor y de método científico, que fueron buenas
compañeras pero no suficientes para la búsqueda
158
«del algo más» que yo percibía me faltaba. Me
venían a mis recuerdos los comentarios de un viejo
profesor «La paciencia es una copa amarga que sólo
los fuertes pueden beber».
Después de entrar en mí mismo en la Cámara de
Reflexión, el recipiendario se eleva de las negras
profundidades, con incierta penumbra del más allá
hasta el ideal sublime de la Masonería.
Me produjo un punto de inflexión en mi
pensamiento el comentario que me hizo al término
de mi iniciación un Respetable Maestro que
representaba en el acto a la Gran Logia Provincial:
«Entre los hermanos de nuestra Orden te vas a
encontrar gente buena y otra menos buena», en esos
momentos me pareció que aquello no tenía sentido,
pues por definición la Masonería la entendemos
como una Hermandad de hombres virtuosos,
buscadores de la luz, es decir, buscadores
espirituales, fundada en el amor fraternal, con
ideales universalistas y tolerantes. Como se dice en
las Escrituras «el Espíritu sopla donde quiere» y
también que «los caminos del señor son
inescrutables».
En el tránsito de mi camino iniciático en el pueblo
masónico he buscado situar esas palabras en su justo
valor, en el camino de perfección y superación
personal que me estaba trazando, en el arte de pulir
159
la piedra bruta, con el trabajo interior.
Dejando el vil metal (soberbia, vanidad, orgullo,
etc.) en el exterior del templo hemos de adquirir los
conocimientos necesarios para determinar el sentido
original de sus símbolos y ritos, por querer recorrer
el camino lo más rápido posible, pero
afortunadamente te das cuenta que tienes que dejarte
llevar y coger tu propio ritmo, que incluye el
desarrollo de las posibilidades de orden
transcendente inherentes a la naturaleza humana, en
la completa expansión de todas las potencias del
ser.
De acuerdo con la tradición Hermética, Guénon
nos indica que la energía, que se ha dado en llamar
el egregor, se transmite en el templo por los
símbolos y los ritos que habrán de ser vivificados
por el Espíritu, a fin de que la tenida sea
verdaderamente Operativa, de lo contrario sería tan
sólo virtual o Especulativa y nos permita reunir lo
disperso y, por tanto podríamos afirmar , tal como
citan los rituales, sería «una logia justa y perfecta»,
entre otras razones, porque refleja el equilibrio y la
armonía universal con «fuerza y vigor».
No podemos olvidar que el Templo masónico
representa una verdadera síntesis del orden
universal (de la Cosmogonía) y, por consiguiente un
modelo simbólico sumamente importante cuya
160
estructura ha de conocer perfectamente el masón,
formando así parte integrante de la propia enseñanza
iniciática.
La Masonería se identifica con la Armonía y para
sus miembros ella es «la Orden», entendida como
sinónimo del propio orden Cósmico, por su
derivación de una tradición de constructores, que
entendían el Cosmos como una arquitectura, en
términos actuales como una ingeniería y, la
ingeniería-arquitectura como una imitación del
modelo cósmico.
El caos será ordenado para el proceso
cosmogónico. Dicho caos, Guénon lo asimila a las
tinieblas exteriores del estado profano, de donde
procede el recipiendario antes de su entrada en el
templo. ¡A las puertas del templo llaman
profanamente!, entrada que será para él un tránsito
de las tinieblas a la luz, al grito de ¡Luz! se produce
la iluminación progresiva de la conciencia humana.
Existe, por tanto, todo un conjunto de
correspondencias y analogías entre el proceso
cosmogónico y el proceso iniciático, pasando a ser
la logia de un estado de tinieblas y de caos a «un
lugar muy iluminado y ordenado», en expresión
masónica, que representa la antigua ciencia que
regía la construcción de los templos: «la
Geometría», ciencia masónica por excelencia, que
161
nos recuerda aquella frase que se hallaba en el
frontispicio de entrada a la Academia Platónica:
«que nadie entre aquí si no es geómetra».
En mi caso creo estar en mi camino iniciático
adecuado después de mi búsqueda personal, no
exenta de dudas, en que notaba la falta de «ese algo»
espiritual con la inestimable ayuda de mis queridos
hermanos que me hacen sentirme arropado del frío
exterior de nuestro templo.
En el seno de la francmasonería se puede aprender
a ser hombre virtuoso, leal y feliz. La enseñanza
esotérica tiene como principal característica la
progresividad, es decir, las enseñanzas propias de
cada grado conforman una unidad articulada en
ascenso intensivo y extensivo que tiene como meta
la formación del hombre como individuo y como
ciudadano, descubriendo la senda del amor a Dios y
a nuestros iguales, amándole con la pureza del
desprendimiento y la abnegación de una vida más
limpia sin fanatismos de ninguna clase, lo cual no es
fácil en estos tiempos que corren, a fin de gozar de
la sublimidad y exquisita belleza de la vida, siendo
hombres honrados, libres y de buenas costumbres.
He dicho.
164
EL SÍMBOLO Y LA
COMPLEJIDAD
Me toca a mí responder a Pablo ya que fui yo quien
atribuyó al símbolo la capacidad para «RESOLVER
LA COMPLEJIDAD».
Me permito sintetizar primero las preguntas y las
objeciones que plantea el Hno. Pablo a mi
aseveración:
I. El símbolo no resuelve la complejidad
sino que la simplifica para meterla en un
soporte concreto que puede manejar
cómodamente.
II. Si es cierto que la resuelve ¿en qué modo
lo hace?
III. Cuando el Hombre se enfrenta a una
realidad compleja su tendencia es
representarla por un símbolo para
poderla conceptuar en aproximaciones
sucesivas. ¿No equivaldría esto a
buscarnos un truco mnemotécnico para
evocar todos los aspectos de esta
complejidad? ¿Cuál sería la estructura de
tal truco?
165
IV. Si el simbolismo es un lenguaje ¿Cuál es
su sintaxis? ¿cómo llegamos a
conclusiones legítimas?
Voy a intentar responder a todas estas preguntas
desde mi punto de vista:
Algunas definiciones previas:
Resolver, solver, solución = raíz común del
indoeuropeo: «leu» que quiere decir: soltar,
desatar, dividir.
Complejidad = raíz del indoeuropeo: plek, que
quiere decir: trenzar, plegar = aquella
dificultad de entendimiento que proviene del
intrincado sistema de interrelaciones que
mantienen los entes entre sí, en el campo
observado = aquello que nos parece que está
enmarañado.
Resolver la complejidad = desenmarañar lo
enmarañado.
¡La realidad es la que es! Para comprenderla
aprendemos un lenguaje que permite representarla
en el pensamiento (¿en la conciencia?). Esta
representación no es la realidad, aunque ella misma
sea una realidad (sobre todo para nosotros mismos).
En esta representación sacrificamos totalidad a
cambio de manipulabilidad. Además, introducimos
el sesgo de nuestros prejuicios y puntos de vista. En
166
una primera mirada en torno a nosotros, observamos
que el mundo está poblado de entes físicos más o
menos discernibles en función de su apariencia. A
estos entes los tenemos perfectamente (es un decir)
identificados. Otra cosa que observamos, con
nuestros sentidos e instrumentos, es que estos entes
suelen tener unas conductas muchas de las cuales
también tenemos identificadas porque presentan
ciertas regularidades. Si seguimos mirando con más
atención vemos que esas regularidades (es decir, esa
tendencia a repetir las conductas en situaciones
similares) nos permiten anticiparnos a los hechos.
Consideramos comúnmente que comprendemos la
realidad cuando podemos pronosticar las conductas,
ya sea por la experiencia que tenemos o porque
aplicamos sistemáticamente unas leyes de conductas
que hemos ido elaborando con la experiencia
colectiva. La calidad percibida de la comprensión
dependerá de la exigencia del pronóstico. Así, en
nuestro mirar en torno hemos descubierto al menos
tres categorías de entes: los físicos, las conductas y
las explicaciones (leyes, experiencias, creencias,
etc.).
Los motivos por los cuales nuestra comprensión se
puede ver dificultada son muchos, pero ahora
quisiera llamar la atención sobre tres de ellos: la
confusión, la complejidad y la complicación (co-
implicación). La confusión (falta de nitidez, falta de
167
experiencia perceptiva, falta de discernimiento) es
en cierto grado remediable. La complejidad es más
difícil de resolver. Se dice que algo (un sistema) es
complejo cuando los elementos que lo componen
interactúan entre sí como si fueran «plexos» con
conexiones múltiples. El grado de «complexidad»
dependería del número de plexos y del número de
conexiones que cada «plexo» tenga con los demás.
El sistema tiende a un estado de equilibrio que es el
que autorregula la conducta de cada «plexo». La co-
implicación es cuando una realidad se halla en otra
lo que hace que la explicación se convierta en un
eterno remitirse la una a la otra (algo así como el
ser humano).
En la primera mirada, el mundo nos aparece
simple, abordable, con sus portentosos entes físicos
imponiéndosenos. Pero, a medida que intentamos
explicar el mundo (en el cual nos incluimos), se nos
va haciendo patente su complejidad, que, por no
estar resuelta nos crea confusión. Aquí no hay
conciencia aún de la complejidad, pero procedemos
entonces a un proceso de investigación y este nos
anuncia una complejidad que no podemos dominar.
Aparece entonces el símbolo proyectándose en ese
trozo de mundo que ha llamado nuestra atención.
Pero ¿cómo actúa?, ¿simplificándolo?, ¿quitándole
complejidad? ¡No! Agregándole algo que antes no
veíamos: un orden, una organización, una forma de
168
perspectiva en el mirar que nos hace comprender
mejor el juego de las partes dentro del conjunto. En
esta resolución no hay un simplificar la realidad, al
contrario, es agregar a la realidad que tenemos ante
los ojos unas relaciones no aparentes que organizan
la realidad, no como un conjunto de entes que la
pueblan, sino como un conjunto de «plexos» que
tienen una dimensión intrínsecamente definible y una
dimensión extrínsecamente definible (sus
relaciones). O sea, que la complejidad sigue estando
ahí, pero ahora no nos causa confusión. En efecto, el
símbolo actúa como una especie de mnemotécnica,
pero de una potencia tremenda, porque no apela a
homofonías, homomorfismos u otras semejanzas
superficiales, sino a analogías estructurales y
funcionales.
Así pues, la resolución de la complejidad no es
equiparable a la resolución de una ecuación. Es más
bien un progresivo desenmarañamiento que nunca
alcanza su fin. ¿Por qué no puede alcanzar su
culminación? 1) Pues porque significaría resolver la
complejidad de la totalidad, en la cual se encuentra
incluido el fenómeno humano, principal inyector de
complejidad (es más, el concepto complejidad es
una invención suya), y esta complejidad recursiva
sería inalcanzable. La taxonomía, pues, no deja de
ser una coagulación de este devenir que nos da una
cierta ilusión de comprensión. 2) Pues porque el
169
símbolo puede ser incorrectamente aplicado y hacer
aparecer un orden falso de las cosas, pero aún así,
la sensación de habernos resuelto la complejidad
nos la va a dar.
Pero volvamos al símbolo. Lo que intentaba decir
en el curso es que el símbolo es un estimulador de
perspectivas que iluminan complejos muy variados.
Esta iluminación actúa con la inmediatez del ver.
Debido a esta potencia intuitiva y no discursiva del
símbolo, la cultura humana ha utilizado siempre
figuras simbólicas para transmitir ideas que
ayudaran a reconocer ciertos aspectos importantes y
universales de la vida. Se ha basado para ello en un
principio aceptado también por intuición, desde el
comienzo de los tiempos del hombre: «Todo está en
todo». Por lo tanto, para comprender al hombre
puedo mirar en la naturaleza y viceversa. Antes de
descubrir la potencia del pensamiento lógico, el
hombre realizó su progreso inspirándose en la
Naturaleza, utilizando su pensamiento analógico.
Como fuente de inspiración, el método analógico
ofrece una riqueza infinita, pero tiene una limitación,
y es en la garantía de los resultados.
Lo que caracteriza la operatividad del símbolo es
su universalidad, es decir, la posibilidad de aportar
orden a cualquier escenario, sistema o aspecto de la
vida; pero sobre todo, hay que destacar su
170
aplicación sobre el complejo humano que a su vez
es un conjunto de sub-complejos (por seguir
utilizando esta nomenclatura).
Es un error pensar que un símbolo es algo muy
simple. Cierto es que la figura o el objeto que lo
representa suele ser sencillo y busca representarlo
de manera «estilizada». Su potencia está en su
estructura, en su ámbito y en su historia. Gracias a
esta naturaleza del símbolo es una herramienta que
no envejece. Las palabras van cambiando su sentido
convirtiéndose en muchos casos en lo contrario de
su original intención, pero el símbolo arrastra
consigo su sentido. Claro que hay que tomarse la
molestia de desentrañarlo y de familiarizarnos con
los vectores (por aprovechar el acertado concepto
empleado por el H# Pablo) explicativos que aporta.
Sólo cuando lo hayamos exprimido nos ofrecerá su
potencia interpretativa. Su sintaxis se encuentra en
su propia estructura y en la función que desempeña
en su ámbito, en su contexto habitual. De la
extrapolación que se haga de estos elementos a otros
contextos o complejos dependerá la fiabilidad de su
uso.
171
Luis
Algorri
172
Haz los gestos y crearás
Haz los gestos y creerás, dijo Blaise Pascal. Debió
de decirlo varias veces en su vida porque la frase
tiene variantes: «Arrodíllate y creerás» es la más
difundida. La tercera es más completa: «Actúa como
si creyeras, ora, arrodíllate, y creerás: la fe
vendrá por sí sola».
Se queda uno perplejo, ¿verdad? Está claro que
Pascal se estaba dirigiendo a alguien que no tenía fe
pero que, por algún motivo, deseaba o necesitaba
tenerla. Pascal sabía bien, por propia experiencia,
que, delante de los tremendos clérigos de su tiempo,
que se las sabían todas, era muy difícil fingir la fe;
era mucho más seguro tenerla de verdad. Pero no
deja de asombrarnos su encantador cinismo: parece
convencido, en el fondo de su alma, de que la fe no
es siempre un milagro íntimo sino, en no pocos
casos, una costumbre; no la tiene tanto por un don
divino, que es lo que nos decían de niños, como por
el efecto en la mente de una larguísima repetición de
gestos o de mantras. Y eso aconseja: insistir, insistir
en los gestos hasta que la fe aparezca, tarde lo que
tarde. No en vano Pascal es uno de los padres del
cálculo de probabilidades.
173
En todo caso, el filósofo está hablando de ritos, y
eso es lo que nos interesa: ya decía nuestro Q# H#
Antoine de Saint-Exupéry, por boca del famoso
zorro sabio de El Principito, que los ritos son
importantes. Vaya si lo son: estoy seguro, V# M#,
QQ# HH# y Has#, de que a lo largo de este curso
Masónico vamos a escuchar aquí numerosas
reflexiones, mucho más profundas y detalladas que
la mía, sobre lo que es un rito. Pasaré, pues, muy
deprisa sobre las definiciones, y sólo porque las
necesito: lo que me interesa es otra cosa.
Solemos entender por rito un conjunto de
símbolos, en no pocos casos de carácter mítico,
cuyo encadenamiento ordenado constituye una
narración. Cuando ponemos en práctica un rito
estamos recordando, reviviendo o reconstruyendo
algo que tiene mucho que ver con un relato. En un
rito intervienen, pues, tres elementos fundamentales:
los símbolos, las palabras que les dan sentido e,
inexcusablemente, la representación, o sea el
conjunto de gestos y acciones. Un bautizo cristiano
está reconstruyendo el mítico bautismo del Jordán.
Una Pascua judía trae al presente el mito del éxodo
del pueblo hebreo que abandonaba al faraón, o que
escapaba de él, que eso no está nada claro. Una
iniciación masónica es todas las iniciaciones, a
partir del relato simbólico de los viajes que
sintetizan el mito de los cuatro elementos que, según
174
los antiguos, conforman la naturaleza. Así todo. El
rito, pues, vence al tiempo: nos devuelve a los
orígenes de aquello que se representa y, gracias al
encadenamiento armonizado de símbolos, palabras y
acción gestual, lo convierte en presente.
Nosotros, los masones, somos muy conscientes de
esa nada fugaz suspensión del tiempo y aun del
espacio que entraña el rito. Cuántas veces se repite
en nuestras ceremonias que el mandil que vestimos
ha sido llevado por los masones más ilustres y por
los más humildes; o que las manos anudadas de la
Iniciación nos unen a todos los masones esparcidos
por la superficie de la tierra; o que la cadena de
unión nos engarza con los hermanos del pasado y
aun con los que están por venir.
Primera dificultad: no siempre llamamos «rito» a
un relato reconstruido o resucitado. El zorro del
Principito, cuando aconsejaba a éste que fuese
puntual para que surtiese efecto la indispensable
preparación del corazón cuando se espera la llegada
de alguien a quien se ama, no se refería a ninguna
recreación simbólico-narrativa. Estaba hablando de
los innumerables gestos, palabras o frases hechas,
actitudes o incluso maneras de manejar el tiempo, el
espacio y la distancia que usamos los seres humanos
para relacionarnos entre nosotros. También los
llamamos –lo hacía St. Exupéry– ritos, aunque quizá
175
fuese más apropiado llamarlos gestos rituales o
simbólicos.
Mi pregunta es: ¿sabemos lo que estamos
haciendo?
Yo creo que casi nunca.
Cuando tendemos la mano a alguien para
saludarlo, cosa que hacemos prácticamente a diario,
¿sabemos que ese gesto quiere decir, en su origen,
«no llevo armas». Cuando le damos un abrazo a
alguien, ¿tenemos claro de que le estamos
proponiendo «comparte mi espacio y siente mi
corazón». Cuando le decimos a alguien que ojalá
tenga suerte, ¿somos conscientes de que le estamos
poniendo en manos del dios de los musulmanes?
Cuando brindamos con alguien y hacemos chocar
con él nuestro vaso o nuestra copa, ¿nos damos
cuenta de que lo que le estamos comunicando es
«bebe tranquilo, que no te estoy envenenando».
¿Saben los militares que, cuando se llevan la mano a
la sien para saludar, en realidad están diciendo «me
levanto la visera del yelmo para que me veas la
cara».
Hay cientos de ejemplos, pero demos un paso más
allá porque hay gestos simbólicos aparentemente
más profundos. Cuando los cristianos hacen caso al
pragmático Pascal y se arrodillan ante sus clérigos,
o ante sus imágenes sagradas, ¿saben que están
176
realizando no un acto de respeto, sino de sumisión?
La cita es de Isaías, 45, 24: «Yo juro por mi nombre,
de mi boca sale palabra verdadera y no será vana:
que ante mí se doblará toda rodilla y toda lengua
jurará diciendo: ¡Sólo en Yahveh hay victoria y
fuerza!». ¿Y saben que ese gesto, que está datado ya
en el Neolítico inferior, quiere decir, según los
antropólogos, «pongo mi cabeza a la altura de tu
arma para que sepas que no me puedo defender, que
me someto a ti y así me perdones la vida». ¿Lo
saben los musulmanes cuando hacen ese mismo
gesto, llevado al extremo de apoyar la frente en el
suelo, cinco veces al día?
Un tercer paso, que nos lleva ya a ritos
propiamente dichos. Cuando Pascal formuló su
astuto consejo, que recomendaba orar sin descanso
para atraer a la fe, nadie oraba en su propio idioma:
sólo se rezaba en latín. ¿Alguien se ha molestado en
calcular cuántos millones de personas, a lo largo de
los siglos, han recitado sus plegarias sin tener ni la
más remota idea de lo que estaban diciendo? Lo
mismo pero en otro sitio: ¿qué pensarán los
musulmanes indonesios, los bengalíes, los
senegaleses o incluso los marroquíes, cuando van a
la mezquita y se les habla en árabe clásico, el
idioma del islam, que ellos ni lejanamente conocen?
Y aun hoy y entre nosotros, ¿cuántos católicos son
conscientes, aunque sólo sea por encima, de qué está
177
pasando exactamente cuándo celebran sus ritos: por
qué se sientan o se levantan o se persignan o se
arrodillan? ¿Cuántos comprenden de verdad el
significado de oraciones como el complejo Credo
católico, un apretadísimo prodigio de síntesis?
¿Cuántos saben por qué el celebrante lleva la
casulla verde, o roja, o morada? ¿Cuántos saben,
por cierto, qué quiere decir la palabra «casulla».
¿Cuántos fieles, y aun clérigos, sabrían nombrar, de
memoria y sin equivocarse, las prendas que viste el
celebrante, y decir de dónde proceden y cuál es su
significado?
Quiero decir con todo esto: en los ritos, ¿es
importante saber lo que se hace o basta sólo con
repetir y repetir y repetir gestos y frases, a menudo
incomprensibles o incomprendidas, muchas veces
mantras espléndidamente ideados, hasta que llegue,
pascalianamente, la fe, diríase que por puro asedio?
V# M#, QQ# HH# y Has#, ahí está la diferencia
esencial. A los ritos masónicos, al menos a los que
yo conozco, les pasa algo que no es único en el
mundo, pero sí una rareza estadística en la historia:
Que se entienden.
Que todo el mundo sabe lo que hace y por qué lo
hace.
Fue lo primero que me asombró en mi Iniciación, y
hoy me llena de dicha cada vez que vuelvo a verlo:
178
aquí se entiende todo. Nuestros ritos no tienen
dioses y no tienen clérigos. Aquí no hay nadie que
esté por encima de los demás ni nadie que asegure
que tiene contacto personal e intransferible con
ninguna divinidad misteriosa que sólo habla con él o
por boca de él. Cuando alguien cruza por primera
vez las puertas que hay a mi espalda, y declara que
busca la Luz del conocimiento y de la libertad, hace
o le hacen cosas que, en un primer momento, no sabe
qué significan. Casi en cualquier otro grupo humano
que yo conozca y que emplee ritos, en especial las
organizaciones religiosas, ahí se quedaría todo,
porque muchos sostienen allí que hay cosas que
nadie, o sólo unos pocos, deben saber. Eso se
llevaba, a veces, hasta el extremo de separar los
espacios. En las ceremonias de los antiguos
cristianos, de los romanos, de los griegos y desde
luego de los egipcios, había dos estancias distintas.
En una, la de mayor tamaño, estaban los fieles, que
apenas intervenían. Y en otra cámara, oculta a la
vista de la mayoría, los sacerdotes celebraban sus
ceremonias secretas, que nadie más que ellos podía
conocer.
Aquí no. Aquí, al profano se le va explicando con
todo detalle qué son, qué significan y cuáles son los
símbolos que representan todos y cada uno de los
pasos que da, de los gestos que hace, de las
palabras que dice o le dicen. Se le aclara con toda
179
exactitud qué son los cuatro viajes iniciáticos, por
qué en un momento se encuentra obstáculos en el
camino y después no, qué quiere decir la cuerda que
lleva al cuello, por qué le ponen un compás que le
pincha el pecho, qué significa ponerse al orden y de
dónde proceden exactamente esos gestos; para qué
sirven y cómo ha de usar todas y cada una de las
herramientas que habrá de utilizar ya siempre…
El rito masónico proviene, y ahí está lo más noble
y deslumbrante de todo, del hombre mismo. Y de
nada más. Del trabajo humano, de la historia del ser
humano, de la razón humana; del empecinamiento de
hombre por saber más, tanto del mundo que le rodea
como de sí mismo. Tenemos por símbolos
herramientas de trabajo que usaron y usan los
hombres para edificar lo mejor que fueran capaces
de lograr con fuerza, belleza y sabiduría. Todo lo
que vemos ahora mismo, todos y cada uno de los
objetos que nos rodean, tienen un significado que los
profanos no conocen, pero nosotros sí; y todos
proceden del corazón del hombre, de su pasado, de
su esfuerzo, de su imaginación, de su
empecinamiento en comprender o hallar una
explicación a lo que no sabe; de su memoria, de su
entendimiento y de su voluntad.
Somos una Orden iniciática. Cuando un profano
cruza esas Puertas, quien habla por él, el Gran
180
Experto, le presenta ante todos: «Es Fulanito de Tal,
humilde candidato sumergido en las tinieblas, que
pide ser admitido en los Misterios y Privilegios de
la Masonería». Una voz, hay que admitir que algo
áspera y desconfiada, pregunta: «¿Y cómo osa
intentarlo?». La respuesta del Gran Experto es
deslumbrante: «Porque es un ser humano libre y de
buenas costumbres…».
Ahí está la clave de todo. Nos llevaría muy lejos
analizar qué quiere decir, y qué no, la palabra
«iniciático», pero estoy firmemente convencido de
que esa deliciosa y antigua frase que tiene casi el
sonido de un cofre cuando se abre, «misterios y
privilegios», es casi una redundancia, porque de
algún modo, al menos a mi modo de ver, se refiere a
lo mismo: a lo que nosotros llamamos la Luz, esto
es, el conocimiento y la conciencia cabal, íntegra,
de lo que significa trabajar la condición de ser
humano. Así pues, nuestros misterios, si convenimos
en llamarlos así, no están para ser resguardados,
preservados, cultivados en la oscuridad, como se
hace con los champiñones, y luego vueltos a meter
en el cofre o en el sanctasanctorum. Los
protegemos de la mirada de los profanos tan sólo
porque ellos no conocen ni el contexto ni el método
mediante el cual esos llamados misterios se
ensamblan en la mente del masón, se armonizan y
empiezan a funcionar. Pero nuestros misterios, lo
181
que llamamos esotérico, están para ser iluminados,
comprendidos, usados en bien de quien aprende… y
en bien de la humanidad. Qué extraño misterio, qué
difícil de esconder aquel que sólo tiene sentido
cuando es útil para todo el mundo.
Y nuestro privilegio, lo sabemos todos, no es el de
poseer unos conocimientos concretos y secretos,
ocultos o sagrados que nos hagan sentirnos muy
importantes y superiores al resto de los mortales.
No lo somos. Si algo tenemos de distinto, yo creo
que de mejor, de privilegiado, es nuestra voluntad,
nuestro compromiso en la búsqueda de la Verdad, de
la Luz, del conocimiento, de la rectitud y de la
fraternidad. De la Utopía. Nuestro privilegio, el que
se anuncia al profano el día de su iniciación, es
nuestro Método. Que no contiene apenas
conocimientos específicos, sino que ejercita al
masón, a cada masón, en la forma de hallarlos, de
entenderlos, de conjugarlos y de hacerlos
provechosos. Ese es el secreto. Ese es el privilegio.
Yo creo que no hay otro. Y también creo que menos
mal.
Nuestros ritos, por tanto, son recreaciones
simbólicas y narrativas, como todos, pero antes que
ninguna otra cosa son instrumentos de trabajo. Su
objeto no es la sumisión a ninguna divinidad, la
convocatoria mágica de cualesquiera fuerzas o
182
poderes sobrenaturales ni el mantenimiento perpetuo
de ninguna estructura de poder, como sucede en
tantísimos otros casos. Son una herramienta más o,
por mejor decir, un catálogo, una antología, una
orquestación de todo el resto de nuestras
herramientas.
En los ritos masónicos caben holgadamente dioses,
libros sagrados, energías misteriosas que la Física
parece que no termina de descubrir, poderes
astrales, cábalas… y todo tipo de creencias; y
caben también la ciencia positiva, el escepticismo,
la racionalidad en todas sus formas… y todo tipo de
certezas. Nuestros ritos los practican, y no tenéis
más que mirar ahora mismo a vuestro alrededor,
creyentes, teístas, deístas, agnósticos, ateos,
apateístas y toda la variedad histórica del
pensamiento especulativo humano. Y ese es el
prodigio que se da, que yo sepa, aquí y en ningún
otro sitio: que en nuestro rito caben todas esas cosas
y seguramente muchas más, pero el rito masónico ni
las prescribe ni las prohíbe. Simplemente las
armoniza, las orquesta, las pone a funcionar en
libertad, igualdad y fraternidad; no sirve, pues, para
creer, como se resignaba Pascal, sino para crear,
para mejorar, para hacer cosas que nos sean íntima y
colectivamente útiles. Porque aquí lo que se busca,
golpe a golpe sobre la piedra bruta que es cada uno,
es lo común y esencial del ser humano, lo que nos
183
hace mejores a todos, y no la confrontación entre los
efectos, algunas veces terribles, que las distintas
maneras de pensar han producido entre los
diferentes grupos, corrientes o bandos que ha
generado la humanidad.
El rito masónico es, pues, una herramienta de
herramientas. El rito es a la Masonería lo que la
sinfonía es a la música: su expresión más completa.
Y, como pasa siempre con los útiles de trabajo, a
veces se usa bien… y a veces no tanto. ¿Es eso un
mal irreparable? Yo creo que no. Cuenta el profesor
Federico Revilla, en su monumental obra sobre
simbología e iconografía, que en algunas antiguas
ceremonias védicas, en las que se sacrificaba un
caballo, el rito debía ser celebrado con tal
inmutabilidad, con tal exactitud, que si uno solo de
los intervinientes se equivocaba en lo más mínimo,
se estropeaba toda la ceremonia y había que volver
a empezar. Esto, se me ocurre, debía de resultar
carísimo, porque si cualquiera pisaba donde no
debía o se trabucaba en la frase después de matar al
caballo, supongo que habría que comprar otro, con
lo cual aquellas ceremonias debían de tener felices
y contentos a los mercaderes de caballos… pero me
temo que a casi nadie más.
Quiero decir con esto que gente exagerada ha
habido en todas las épocas. Los masones, al menos
184
los que yo conozco, no lo somos tanto. Pero tengo
muy claro que deberíamos usar con mucho más
cuidado nuestra «herramienta de herramientas», o
sea nuestro rito. Deberíamos esforzarnos en que
nuestra sinfonía, bellísimamente escrita, sonase
como la soñaba el compositor; en este caso, los
millones de compositores que la han ido puliendo
durante más de trescientos años.
V# M#, QQ# HH#, sobre todo los más veteranos:
recordad una vez más qué os pasó por la cabeza
cuando, el día de vuestra Iniciación, escuchabais el
ruido de las espadas durante el primer viaje,
tropezabais con los obstáculos y, sobre todo, oíais
los diálogos en los que se hablaba de vosotros, o las
palabras que se os dirigían. Eran unas frases llenas
de sabiduría, de fuerza y, desde luego, de belleza.
Estoy convencido de que el rito produjo en vosotros
el mismo efecto que en mí: una impresión
hondísima. ¿Habría sido tan poderosa esa impresión
si hubieseis llegado a escuchar, aunque fuese
tenuemente, risas o comentarios? ¿Os habría llegado
al alma la catarsis de la Iniciación si el V# M# o los
Vigilantes hubiesen pronunciado aquellas palabras
con dejadez, sin ganas, sin prestarles atención, quizá
equivocándose, como si estuviesen pensando en otra
cosa o cumpliendo un mero trámite?
No, ¿verdad? Recordad la cara de los Aprendices,
185
de cualquier aprendiz, en su primera Tenida, cuando
oyen por primera vez el bellísimo diálogo en el que
se explica por qué el V# M# está sentado en Oriente
y los Vigilantes en Septentrión y Mediodía, y no es
más que un ejemplo entre muchos. Admitámoslo, eso
impresiona profundamente. Impresiona no sólo por
la hermosura de las frases sino porque, como decía
antes, se entiende: al aprendiz se le está explicando
algo muy bello y muy sutil que no sabía. Es más:
algo a lo que accede después de un trabajo muy
duro, muy costoso y muy largo.
Si la fuerza de la costumbre, si la rutina nos hace
caer en el recitado, que no es lo mismo que la
lectura atenta; si caemos en el pascaliano tedio de
repetir, repetir y repetir esas poderosas palabras
con el mismo espíritu con que las beatas rezan el
rosario después de misa de ocho: de una manera
cansina, mecánica, casi automática o distraída; si
nos limitamos a cumplir la parte verbal del rito con
la boca, pero ya no con el corazón, porque lo hemos
hecho cientos de veces, entonces el poder evocador,
la maravillosa inteligibilidad, la fuerza creativa
propia del rito masónico, sencillamente desaparece.
El rito no sirve para nada, no hace nada, no funciona
ni nos hace funcionar. Es una sinfonía desafinada. Y
todos, pero sobre todo los Aprendices, nos
quedamos con cara de vaca mirando pasar el tren y
pensando, quizá: «Bueno… No es tan diferente de
186
una misa».
Y sí lo es. De hecho, en mi opinión no tienen nada
que ver, y ya he dicho antes por qué. Se ponga
Pascal como se ponga, yo no creo que a las beatas
les llegue la fe por más rosarios que reciten; pues
tampoco creo que a los masones nos roce siquiera el
poder evocador del rito si no lo hacemos bien.
Porque el nuestro no se basa, como sucede con otros
ritos, en la repetición, en la sumisión y en la
inmutabilidad: es, repito, antes que nada creativo y
evocador. Y eso necesita algo indispensable:
corazón. A los masones, que no tenemos dogmas,
nos pasa lo que al hombre de hojalata de El mago
de Oz: que sin corazón no somos nada. Y qué
maravilla, V# M# cuando participamos en una
Tenida hecha con el corazón; cuando escuchamos
que los Oficiales dicen sus frases rituales con la
misma intensidad y el mismo amor que si se tratase
de una Plancha escrita por ellos mismos.
Si el rito es la sinfonía, el ritual, el cuaderno
impreso que todos tenemos, es la partitura que nos
permite hacerla sonar. Es verdad que esa partitura
es, a veces, difícil. Mejor dicho: como muy saben
bien los músicos, el verdadero peligro está en el
copista, que suele equivocarse, que cambia un Do
por un Re y aquello acaba sonando, como mínimo…
raro. Eso es lo que a veces nos pasa. Nuestra
187
partitura, o sea nuestro ritual, contiene bastantes
errores, casi todos fallos de traducción, que
nosotros nos limitamos a repetir una y otra vez como
si fuesen la Palabra revelada.
No lo es. El ritual es una partitura muy antigua
hecha por seres humanos. Nada menos, pero
tampoco nada más. No es el canon de la misa, ni la
Torá, ni el Corán, que no puede alterarse ni en una
coma por prescripción divina. Es una tradición, sí, y
esa sola palabra hace saltar en algunos de nuestro
HH# un respeto reverencial, casi místico; quizá
olvidamos aquella frase de sir Bertrand Russell,
quien decía que una tradición es, demasiadas veces,
«un error que ha envejecido».
Si somos humanos para equivocarnos, seámoslo
también para enmendar nuestras equivocaciones.
Hagamos, pues, uso de nuestra razón, de nuestro
Método y sobre todo de nuestro sentido común, y
corrijamos las notas equivocadas para que nuestra
maravillosa música suene como tiene que sonar.
Dejemos de buscarle tres, o cinco, o siete pies al
gato, o sea sutiles interpretaciones ancestrales, por
ejemplo, a la frase «están en su lugar y en el sitio
que les corresponde» porque, por más vueltas que le
demos, eso es una mala traducción de la frase hecha
francesa «en lieu et place», que significa «en su
sitio» y que no se debe verter literalmente al
188
español porque eso no se hace jamás con las frases
hechas. Podría poner más ejemplos, pero no lo haré
porque estábamos hablando del rito y no del ritual.
Nos podemos equivocar y desde luego que nos
equivocamos, porque somos seres humanos. Pero
hay algo que no hacemos: arrodillarnos para creer,
como recomendaba el sagaz y pragmático Pascal. En
un tiempo de resurgimiento de la ceguera
fundamentalista, los masones somos el termómetro
de la libertad: allí donde se nos persigue, es que las
cosas van mal para todos menos para quienes
detentan el poder. En un tiempo en que los valores
más apreciados por muchos son los bursátiles, los
masones seguimos defendiendo y proclamando la
utopía esencial del ser humano: la libertad, la
igualdad, la fraternidad, el progreso, el laicismo… y
la dignidad del hombre. Por eso, en nuestros ritos,
los masones nos arrodillamos poco… y nunca en
señal de sumisión. Que yo sepa, sólo lo hacemos
cuando el V# M# nos pone una espada en la cabeza
y nos recibe como hermanos, y esto por estrictas
razones de estatura: si quien ingresa en nuestra
Orden permaneciese de pie, quien le acoge no
podría estar a su altura… física. Sin duda, sí a la
moral.
Por eso y por nada más nos arrodillamos los
masones. Somos, queda dicho, seres humanos libres
189
y de buenas costumbres. Cómo iba a imponernos
nuestro rito la sumisión ni la adoración. Nuestro rito
nos impulsa hacia la libertad, hacia el conocimiento,
hacia la Luz que debe acabar iluminando a todos por
igual. Ese es nuestro privilegio. Por eso estamos
aquí.
Por qué otra cosa íbamos a estar.
LUIS ALGORRI
M# M#
190
Manuel
Arduino
Pavón
191
LOS HACES DE LEÑOS Y
LOS RAMILLETES DE
FLORES CONFORME A LA
TRADICIÓN
192
de la Logia, las unidades activas y presentes en la
celebración del rito del fuego: las almas abocadas a
darle vida y energía a los proyectos visualizados
interna y colectivamente y que son parte del Plan de
Vida, parte del proceso de Evolución.
De allí que el haz de leños también simbolice
positivamente una logia, un grupo activo en la
práctica y diseminación de los más altos ideales de
Bondad, Verdad y Belleza.
Las lenguas ardientes del fuego y las chispas que
se desprenden de los leños encendidos y que los
hacen crujir, representan la infusión espiritual de
nueva energía y de poder transmutador: de alguna
manera es siempre el fuego el elemento de la
transmutación alquímica, de allí que las diversas
manifestaciones de su presencia en el crepitar de los
leños que arden, evoque, en líneas generales, esa
actividad virtuosa de la conciencia capaz de
desencadenar un creciente proceso de iluminación
colectica.
Los trabajos y las hazañas del hombre que vigila y
que sirve se consolidan, toman coherencia y
envergadura, en la rueda en torno al fuego
ceremonial, en preparación de los grandes fastos
psicológicos, personales y colectivos, en los que
ese mismo fuego interno, fusionado con el otro de
las pasiones remanentes, hará arder la propia
193
sensibilidad y provocará verdaderas ordalías y
padecimientos que el mismo alto fuego en estado
puro, esta vez frío y espiritual, alcanzará a aliviar en
la instancia de la iniciación o maduración del alma.
Por extensión, el haz de varillas de milenrama
utilizados arcaicamente y en nuestros tiempos para
la lectura de las suertes del I Ching, así como las
varillas originales de madera del juego mágico del
Mikado, evocan esa calidad del símbolo. En ambos
casos aluden a la Rueda de las Transformaciones, a
la rueda de los acontecimientos, de la necesidad, a
la Rueda de la Vida, a Karma: un simbolismo de
Saturno gráficamente expresado en la estampa
medieval, occidental, china o japonesa, del servidor
que carga a sus espaldas el haz de leños camino a la
comunión con sus iguales.
El ramillete de flores, de flores escogidas,
representa de manera muy amplia a los devotos
servidores y amantes de la Vida, puestos en unidad,
a las almas en su esfera radiante, constituidas en un
colectivo de belleza y singularidad: los iniciados
del recinto interno de la Logia.
A diferencia del haz de leños, las flores
perfumadas y coloridas representan las cualidades y
virtudes trascendentales y vivas de las almas, las
cualidades ya plenamente desenvueltas y que bajo la
condición de unidad, de comunidad propia del
194
ramillete, ven ampliado su poder, en la medida que
se respaldan las unas en las otras. Este es el
misterio del reino de las almas, del mundo de las
ideas, esfera en que la conciencia es universal,
común, y sin embargo cada unidad conserva su
singularidad, su especial unicidad.
Siempre las flores escogidas son las ideas más
relevantes y las almas son ideas excelsas del mundo
superior. Un ramillete de flores representa la unidad
de los servidores aceptados como discípulos y
eventualmente iniciados; juntos aunque diferentes,
conformando en esa colectividad consciente en la
que viven, la proporción de belleza e inspiración
que el resto de los seres humanos necesitamos para
seguir adelante en el camino de la vida. Las huestes
de sabios, poetas y videntes conforman este
ramillete simbólico y perfuman y dan color y
carácter a nuestras existencias, generalmente
magreadas por nuestra torpe y escasa visión
espiritual.
195
en el léxico culto de los pueblos de esas regiones, el
uso de palabras cargadas con un fuerte simbolismo
de orden iniciático.
Con el tiempo las religiones exotéricas se
apropiaron de esa nomenclatura cifrada y la
emplearon en sus liturgias y en la elaboración de sus
textos fundacionales, en la mayoría de los casos
atenuando fuertemente el sentido soteriológico
inicial, aunque no anulándolo por completo.
Las palabras que nombraban productos directos de
la naturaleza remitían a los órdenes de simplicidad y
pureza (pacificación emocional, mente regenerada, o
vacuidad interior, por ejemplo) requeridos para que
tenga lugar el proceso iniciático en la vida del alma
del aspirante.
Los productos generados por la cultura humana,
como los tres que ahora estudiamos, aluden a los
trabajos o hazañas que el candidato debe practicar
sobre su entera naturaleza a fin de transmutarla y
obtener joyeles, productos de la más excelsa y
perfecta realización espiritual.
El sentido simbólico del pan ha sido
magníficamente estudiado, entre otros por gigantes
tales como René Guénon y Maurice NIchols. Aquí
ofreceremos en especial una visión más afín a la
Tradición Oculta y no tanto a la enseñanza moral
que en todos los casos se encuentra adscripta a la
196
primera.
El pan refiere al alimento superior, sapiencial, al
alimento espiritual, al alimento que el candidato
recibe en el curso del entrenamiento secreto y
privado al que se ve sometido desde que es
aceptado por un Instructor avezado en la Ciencia
Oculta, que revista en los cuadros de la Jerarquía
Planetaria. La espiga y también la mies, productos
en estado puro, evocan la calidad de la mente y del
corazón del aspirante, radiantes y cargados de la
dulzura, la contención y la templanza emocionales
requeridas para acceder a esas expansiones
supervisadas de nuestra conciencia.
El pan en sí mismo y luego el pan de la comunión,
entre los judíos y los cristianos, alude al alimento de
orden sublime, a la inspiración más elevada y
naturalmente a la transferencia de la sabiduría
iniciática, fastos que tienen lugar durante el curso
del proceso iniciático.
Se lo ofrece como pan ácimo o pan de la comunión
(hostia) en la forma de una distante semblanza o
alusión al carácter grupal de la conciencia del alma,
de la conciencia propia del ser de la sabiduría, el
cual es uno en su esfera con sus iguales, con la
iglesia espiritual propiamente dicha. No debe de
olvidarse que en el reino de las almas, en el mundo
de las ideas, la conciencia es de orden colectivo o
197
universal, unos y otros principios espirituales se
encuentran en comunión, intensamente ensamblados,
amalgamados a la perfección en la consumación del
amor inmortal, fundidos en la experiencia cumbre de
la unidad consciente.
El aceite de la unción, y por extensión la oliva,
evocan la transferencia de los Carismas o poderes
ya de orden psíquico como de orden superior que el
Iniciador proporciona al discípulo en la preparación
iniciática y en la iniciación propiamente dicha.
Obsérvese cómo la iglesia romana conserva en la
práctica de admisión de candidatos la unción de los
pies, así como en la elevación episcopal la unción
de la crisma o coronilla. La unción de la crisma
también es empleada en algunos ritos bautismales:
el bautismo simboliza la primera iniciación, el
primer despertar del centro espiritual en la cima de
la cabeza, del loto de los mil pétalos. La unción del
acólito en los pies tiene que ver con el comienzo del
proceso de adquisición de poderes de índole
subjetiva, los poderes psíquicos, que advienen como
efecto de una vida de intensa dedicación a las
prácticas y regularidades del candidato. La unción
de la coronilla del obispo alude naturalmente a la
consecución y «coronación» del alma del iniciado,
en relación con la definitiva adquisición de los
poderes superiores, crismáticos, de los Carismas
propios de las Iniciaciones Superiores. Téngase
198
presente que entre estos poderes superiores figuran
el don de la palabra u omnisciencia y el don de la
sanación, de la curación por medios energéticos y
espirituales.
Finalmente el vino, el vino de las Bacanales
propio de la tradición iniciática de la Hélade, es el
vino del ágape o banquete de las almas o dioses
(ver Platón). Conforme enseñaba la tradición
arcaica helena, es el vino el producto fermentado de
todos los esfuerzos y talentos del candidato, aquel
producto que le reporta el éxtasis, la contemplación
iluminativa auto-establecida, el samadhi de los
prácticos en la Yoga Real del Lejano Oriente. El
vino tiene que ver, directa o indirectamente, con la
exaltación de los sentidos, con el alumbramiento de
los nuevos y futuros sentidos en la familia humana,
actualmente sentidos ocultos: el de la percepción
espiritual sin velos o visión espiritual y el llamado
tacto espiritual, la expresión de la conciencia más
saturada de realidad, propia de los órdenes más
avanzados del ciclo iniciático. Ambos sentidos
ocultos están relacionados, en la anatomía del
hombre actual, con el cuerpo pituitario y la glándula
pineal, con el llamado Tercer Ojo y con la
conciencia ampliada y cumbre de la Realidad
Última.
Otro tipo de hilos o hilvanaciones psíquicas está
199
conformado por las líneas etérico nerviosas que
conforman el doble etérico o cuerpo vital. Se trata
de los así llamados, en el Tantra indostánico,
«nadis» o nervaduras sutiles. La forma global de
estos órganos sutiles es de tipo arborescente, en la
misma medida que el ser humano visto a la luz de su
constitución energética es una suerte de trama
arbórea o malla arbórea, en la que se ensamblan
múltiples aspectos de fuerzas, representados por
triples hilos y cordeles, de carácter personal e
impersonal, todas las cuales lo mantienen de alguna
forma vivo y operativo en los distintos planos de la
Manifestación.
El triple Hilo de la Conciencia, el antakarana,
tiene esa característica por contener elementos de
los tres sub-planos superiores del mundo mental, los
planos atómicos de ese nivel de la realidad, de
forma que aunque lo designamos como «hilo», es en
realidad un ensamble de tres fuerzas hilvanadas o
trenzadas de forma unitaria. Quizás una rama dentro
de una planta o árbol de Vida, de la sagrada
Saptaparna o loto de los siete pétalos o ramas: el
Hombre Real, el hombre energéticamente
considerado.
200
Existe una interesante correspondencia que en la
antigüedad sirviera de rica inspiración para
diversas obras de poesía bucólica y religiosa.
Se trata de la analogía entre el gallo, el almuecín o
almuédano que llama a la oración para el culto del
Islam y la campana de los templos cristianos y
buddhistas.
Como se sabe, al menos por observación, el gallo
reúne a su cuerpo o grupo de gallinas, apelando a
los cantos en diversas horas del día; en general los
más prestigiosos están conectados con la madrugada
y el amanecer. La luz, el, sol y las horas del día
aptas para el trabajo sobre uno mismo parecen estar
prefiguradas por la secuencia de llamados que esta
ave entona a esas horas especiales. Naturalmente se
trata de advertencias y controles a la comunidad que
subviene cada gallo y sirven para mantener
uniformizado y unido el harén, de un modo taxativo
y práctico.
Así entendidos, los cantos del gallo perfectamente
pudieron servir de inspiración en culturas
prehistóricas para el jalonamiento de las horas y de
los días, para la demarcación de las actividades, las
funciones y los roles dentro de las comunidades
humanas de cuño agrícola. No resultaría extraño ni
mucho menos descabellado reputarle una cierta
conexión con las posteriores prácticas cultuales y
201
rituales que así en la tradición buddhista del Norte,
en el ámbito de las lamaserías, como en los
conventos y templos de la cristiandad, se terminara
por implementar, siguiendo la común lógica del
llamado o convocación a la observancia de las
horas celestes y al cumplimiento de las marcas
horarias terrestres por medio del tañido de las
campanas.
Obsérvese que la campana de ambas confesiones
religiosas de alguna forma sonoriza un sonido
considerado como emblemático —quizás el sonido
propio de la entonación vocálica simple del
Pranava, del Aum, del Om, del Sonido Primordial
del Universo y de la Vida—, de allí que en la
elaboración de esas piezas se cumpla con un
específico ritual de aleaciones y perfecciones muy
singular, así en la tradición oriental como en la
occidental. Pero también las campanadas marcan las
horas fértiles para la labor diaria, para la oración y
para la meditación.
En sentido análogo, el almuecín o almuédano,
desde la altura del templo convoca a la oración a
todos los fieles del Islam, formalizando un fenómeno
magnífico de concentración de energía en un
propósito, al caso, la adoración de la fuerza unitiva
de la Vida, representada por el Primero, por Alá.
En idéntico sentido, la concentración de la energía
202
de la comunidad de creyentes y practicantes está por
detrás de la lógica de hacer sonar las campanas,
convocando, haciendo que la conciencia despierte y
se sintonice con precisos fastos colectivos,
especialmente estudiados con el régimen horario
natural y los tempos meditativos del alma, así como
con los períodos planetarios más favorables en el
curso de una jornada, ya para la oración, como la
introspección y la meditación.
De modo que, conforme a este sumario análisis
aquí sugerido, existe la posibilidad de trazar una
cierta línea de precesión y correspondencia entre la
rutina diaria del gallo en su gallinero, la resonancia
de sus llamados en su propia comunidad de especie
y entre los campesinos y los habitantes del campo, y
las prácticas propias de la demarcación de los
tiempos propicios de cada día junto a los propósitos
mejor auspiciados y más señalados, propio de
muchas religiones arcaicas, y de las actuales formas
religiosas del Islam, del Cristianismo y del
Budddhismo Mahayana.
La Naturaleza y sus Leyes están en la base de
aprendizaje de todas las generaciones humanas,
pasadas, presentes y por venir, de allí que no sea de
extrañar que el gallo culto del gallinero, haya
servido de frugal pero legítima inspiración para
hábitos colectivos posteriores, ya en las religiones
203
arcaicas de las que se tiene escasa información,
como de presentaciones más modernas del fenómeno
de la religiosidad de masas.
LA LÁMPARA
El simbolismo de la lámpara se repite en muchas
tradiciones antiguas y refiere, en términos generales,
a la mente susceptible de ser iluminada por el poder
del espíritu.
Se ha trazado una comparación entre la estructura
de la lámpara y aquella otra correspondiente al
esquema anímico. Se entiende que el cuerpo de la
lámpara, el aspecto más material, que contiene el
aceite, el combustible, la sustancia proteica,
susceptible de dar vida al fuego, a la creación, está
asociada con la mente de deseos.
La Tradición enseña que en un nivel inferior, la
mente es propulsada por los deseos o sirve de motor
para la consecución de los deseos. Este cuerpo
sólido de la lámpara, junto con el combustible,
aluden a ese aspecto de nuestra constitución
personal. El deseo es el material propio de la
creación de las cosas y de la precipitación de las
circunstancias; pero es también el factor que,
correctamente encaminado, inspirado por la alta
sensibilidad de alma, convierte la vida personal en
204
una experiencia cargada de altos propósitos y
aspiraciones. Aunque las discusiones sobre este
particular son interminables, es posible transmutar
el deseo en aspiración y conectarlo con el propósito
superior que preside las evoluciones del alma en el
mundo.
La mecha, alude al instrumento eficiente para el
encendido de la llama, a la mente propiamente
dicha, que canaliza en forma voluntaria la energía y
se pone en condiciones de recibir la iluminación
superior, el alumbramiento espiritual, la llama.
En otros contextos, es esta mecha el mismo puente
que permite conectar la mente material con la mente
superior o espiritual, de allí que se la identifica con
«el hilo de la conciencia» (antakarana), la línea de
sustancia mental sutil que unifica el hombre personal
con su naturaleza elevada, la mente inferior con la
superior. Este tendido de semejante puente supone el
emprendimiento de un trabajo específico sobre uno
mismo, pacificándose emocionalmente y
desarrollando la mente y la conciencia de un modo
firme, gradual y sostenido.
Naturalmente la llama ejemplifica el fuego del
espíritu, la flama de la conciencia superior, y en este
sentido ha también sido analizada desde una
perspectiva oculta, de cierto interés. Se puede
observar en una llama surgida de una buena mecha y
205
de buen combustible, el espectro de todos los
colores, el arco iris de colores. Esto supone que en
ese fuego superior se encuentran en potencia los
llamados Siete Rayos, Siete modalidades y
cualidades predominantes, las cuales conforman
nuestra especial tipología interna y personal. Existe
profusa literatura sobre este espléndido tema, el de
los Siete Rayos; este modesto autor recomienda de
forma entusiasta la lectura y el estudio de los
volúmenes del Tratado de los Siete Rayos de Alcie
A. Bailey.
Conforme a la tradición buddhista, el Buddha
Gautama dejó una misión común para sus monjes.
Les dijo en una oportunidad, antes de partir al
umbral del Nirvana: «Sed lámparas para vosotros
mismos». Este adagio supone que cada hombre, sólo
por su esfuerzo y mérito, es capaz de iluminarse, de
iniciarse en los altos misterios de la Vida, sin la
ayuda de interpósita persona, del sacerdocio o de
organización de ningún tipo. Y ello depende de
cuánta concentrada energía aplique al trabajo sobre
sí mismo, de la más genuina pasión por el
desentrañamiento de la verdad, que subyace en su
corazón y en el corazón de los mundos; ello depende
de la radiación continua de la conciencia del alma
permeando todas las voliciones y actos.
Por extensión, sólo aquel que se convierta en
206
lámpara para sí mismo puede iluminar el camino de
los otros hombres, pero sólo mostrar el camino;
cada alma es responsable de la solución del enigma
de la existencia y debe de realizar la gran hazaña, la
Gran Obra, por sí misma, naturalmente en unidad
con las otras almas. No hay forma de intervenir a
favor de ninguna de ellas, más allá del desarrollo de
una mente amorosa y compasiva, de la práctica de la
fraternidad incondicional y sin distinciones de
ningún tipo y del esfuerzo y control permanentes
(Ciencia de la Energía) aplicados sobre los
aspectos inerciales de la constitución personal, que
suelen limitarla y restringirla.
207
Este libro, que recoge 18 Trabajos de Arquitectura,
terminó de componerse en las colecciones de
MASONICA.ES® a Medianoche en Punto
del 21 de diciembre de 2012 (e# v#),
Solsticio de Invierno, cuando la
noche se detiene para dejar
que el Sol empiece
a renacer.
208
Índice
Presentación 6
Fernando de Yzaguirre García 8
¿Por qué la Masonería en el siglo xxi? 9
Hurtado 21
Construcción y Rito 22
Ricardo Serna 31
Cuatro cosas 32
Iván Herrera Michel 35
Masonería progresista y dogmática 36
Joan-Francesc Pont Clemente 43
Europa y la Francmasonería 44
Pepe Iglesias 67
El Espejo 68
Manuel Corral Baciero 78
LA TRANSMISIÓN INICIÁTICA EN LA
79
FRANC-MASONERÍA
Nicolás Cortázar Zaballa 87
Ser-No Ser 88
Ascensión Tejerina 96
POR TAL ME RECONOCEN MIS 97
209
HERMANOS 97
210
A LA TRADICIÓN
211