Soy Emilio Calatayud

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SELLO ALIENTA

COLECCIÓN
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SOLAPAS

Y VOY A HABLARLES DE...


¿Cómo actúa el sistema judicial español cuando Emilio Calatayud es abogado, escritor y magis-
los infractores o los malhechores son menores? UN LIBRO PARA LOS QUE QUEREMOS QUE NUESTROS Con la colaboración de Carlos Morán trado. Juez de menores de Granada, es conoci-
SERVICIO 28/1

¿Cuáles son los mecanismos existentes para re- HIJOS VIVAN EN UN MUNDO MEJOR Prólogo de Alba y Emilio, hijos del autor do por sus sentencias ejemplares. Tras un paso
insertarlos socialmente? ¿Cómo se deben enca- efímero por la abogacía y la empresa, accedió a CORRECCIÓN: PRIMERAS
rar los incipientes, y por otra parte alarmantes, Emilio Calatayud, juez de Menores de Granada y reconocido por sus sentencias
Epílogo de Lourdes Maldonado la carrera judicial en 1980, y desde diciembre
DISEÑO 21/1
nuevos hechos delictivos derivados de la era ejemplares, desgrana en este libro sus treinta años de experiencia profesional de 1988 dirige del Juzgado número 1 de Meno-

EMILIO CALATAYUD
digital? con un colectivo especialmente vulnerable, el de los menores, al que a diario res de Granada.
ve enfrentarse a nuevos retos producto de un mundo cada vez más cambiante. REALIZACIÓN

Y además, ¿cuál debe ser el papel de las fami- Es autor de Reflexiones de un juez de Menores
En clave abiertamente pedagógica, Calatayud nos sitúa en el universo de los EDICIÓN
lias en la educación de los hijos? y ¿cómo debe (Dauro) y, junto a Carlos Morán, ha escrito Mis
menores de edad y analiza minuciosamente los riesgos que corren: los de
defender la sociedad española a sus menores? sentencias ejemplares (La Esfera de los Libros).
siempre —pero no por ello ya superados— y los actuales —y más descono- CORRECCIÓN: SEGUNDAS
En este libro encontrarás las respuestas a estas También es coautor de Legislación básica sobre
cidos—, consecuencia de la era global, de las nuevas tecnologías y de los
preguntas que atañen a prácticamente todos menores infractores (Editorial Comares). Es co-
efectos de la crisis económica y de valores que padecemos. DISEÑO
los ciudadanos y comprenderás los entresijos nocido y reconocido por sus curiosas sentencias
de un mundo a menudo relegado a los enten- A partir de ejemplos reales, el autor disecciona cómo actúa el sistema judicial judiciales, basadas en la educación más que en REALIZACIÓN

BUENAS, SOY
didos y que Emilio Calatayud, con la ayuda del español para reinsertar socialmente a los menores y analiza los avances que el mero castigo.
periodista Carlos Morán, ha plasmado en esta se han experimentado en los últimos años. Asimismo, advierte de la aparición
CARACTERÍSTICAS
obra con un lenguaje llano y ameno para los no y el incremento alarmante de nuevos tipos de actos delictivos, y proporciona Carlos Morán es licenciado en Ciencias de la Infor-
expertos. las pautas de lo que hay que cambiar en la sociedad para un futuro mejor, no mación y periodista del diario Ideal de Granada. IMPRESIÓN 2 tintas
sólo por la vía legislativa sino también desde el punto de vista familiar y social.
Tras leer esta obra:
En definitiva, un libro para padres que deseen proteger y educar a sus hijos
• Conocerás cómo actúa el sistema judicial con
para que vivan en un mundo mejor, pero también para quienes llevan las rien-
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das del país y tienen la llave para que la educación siga siendo nuestra mayor
los menores que delinquen en España, y sabrás
riqueza y garante de un futuro mejor.
en qué hay que incidir para mejorarlo.
• Si eres padre o madre, tendrás unas pautas
BUENAS, SOY PLASTIFÍCADO mate soft touch

que te guiarán en la educación de tus hijos. UVI

• Si eres menor, aprenderás a qué te enfrentas.


• Y si eres un político, sabrás que queda mucho
por hacer…
«Ahora que tanto demandamos un pacto por la educación, por el empleo, ¡qué
acertado el juez Calatayud con su llamamiento de emergencia nacional para
un gran pacto por el menor!»
Del epílogo de Lourdes Maldonado, periodista y presentadora de Antena 3 Noticias.
EMILIO CALATAYUD RELIEVE

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Y VOY A HABLARLES DE... STAMPING

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ALIENTA EDITORIAL
Grupo Planeta
PVP 14,95€ 10039030
www.alientaeditorial.com Diseño de cubierta: Departamento de Arte y Diseño,
www.planetadelibros.com Área Editorial Grupo Planeta GUARDAS
www.facebook.com/AlientaEditorial Fotografía de cubierta: © Jesús Marín- Diario de Cádiz
@Alienta
INSTRUCCIONES ESPECIALES
Emilio Calatayud

Buenas, soy
Emilio Calatayud
y voy a hablarles
de..
101 elecciones para construir
tu propio camino
hacia la felicidad
Traducido por Ana García Bertrán

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© 2014 Emilio Calatayud,
con la colaboración de Carlos Morán

© Centro Libros PAPF, S.L.U., 2014


Alienta es un sello editorial de Centro Libros PAPF, S. L. U.
Grupo Planeta
Av. Diagonal, 662-664
08034 Barcelona

www.planetadelibros.com

Diseño de cubierta: Departamento de Arte y Diseño, Área Editorial Grupo Planeta


Imagen de cubierta: © Jesús Marín - Diario de Cádiz

ISBN: 978-84-15678-73-1
Depósito legal: B. 2.736-2014
Primera edición: marzo de 2014
Preimpresión: Victor Igual, s.l.
Impreso por Artes Gráficas Huertas, S.A.

Impreso en España - Printed in Spain

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático,


ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia,
por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos
mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código
Penal).
Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún
fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono
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SUMARIO

DEDICATORIAS Y AGRADECIMIENTOS ..................................... 9


PRÓLOGO..................................................................................... 13
INTRODUCCIÓN ........................................................................... 15

1. CÁNCER ............................................................................... 27
2. POLÍTICA ............................................................................. 37
3. CRISIS .................................................................................. 45
4. HIJOS ................................................................................... 53
5. TIRANOS .............................................................................. 63
6. TRASTORNOS ...................................................................... 71
7. INTERNET ............................................................................ 77
8. PADRES ................................................................................ 93
9. LEY ....................................................................................... 107
10. JUSTICIA ............................................................................. 127
11. DECÁLOGO ........................................................................... 135
12. ESPERANZA ......................................................................... 157 7

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BUENAS, SOY EMILIO CALATAYUD Y VOY A HABLARLES DE...

13. REPASO ................................................................................ 165

APÉNDICE.................................................................................... 168
EPÍLOGO ...................................................................................... 171

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1. CÁNCER

EL DIAGNÓSTICO
Buenas, soy Emilio Calatayud. El invierno que hizo de puente
entre 2008 y 2009 fue malo para Azucena, mi mujer, y, por aña­
didura, para todos los que la queríamos. Sufrió varios catarros
violentos y una neumonía. Una tos ronca no la abandonaba ni de
noche ni de día. Aunque siempre fue menuda y ligera, tenía una
constitución de adolescente, adelgazó demasiado. Estábamos preo­
cupados.
La primavera y el verano fueron peores. A finales de junio de
aquel año, Azucena se sometió a una serie de exhaustivas pruebas
médicas. Acabábamos de volver de la boda de nuestra sobrina y
ahijada Eva en la soleada Formentera, pero ella no terminaba de
encontrarse bien. En sus pulmones había una mancha que resultó
ser un tumor maligno especialmente complicado. Ése fue el diag­
nóstico. A partir de ese momento, todo fue cáncer.
El barco se había quedado sin velas y amenazaba con navegar
a la deriva. Pero la familia, que es lo más importante, cogió los
remos y sorteó la zozobra.
Emilio, mi hijo mayor, había finalizado sus estudios de Far­ 27

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macia y tenía previsto viajar a África para colaborar con una


ONG. Renunció y sustituyó a Azucena al frente de nuestra bo­
tica.
Alba, la pequeña, también iba a dejar Granada para cursar
una carrera en Madrid, pero se resistía a irse. Deseaba cuidar de
su madre. Su hermano la convenció para que se fuera. Le dijo
que formarse en la universidad sería su contribución a la familia.
Como es natural, Azucena no quería el cáncer en su vida y
nosotros tampoco. Nadie lo quiere. Pero aprendimos a sobrelle­
varlo. Lógicamente a ella le tocó enfrentarse a la parte más dura:
dos delicadas intervenciones quirúrgicas, quimioterapia, radiote­
rapia... Y salió adelante.
En cuanto a mí, estaba de los nervios. Cuando escuchas la
palabra «cáncer» te asustas y las dudas se agolpan en tu cabeza.
Dependiendo de cómo esté el paciente, el ánimo va de un extre­
mo al otro. Ahora la euforia y, al instante siguiente, el dolor y el
pesimismo. Es como tener fiebre. La mente no para. El trabajo
pasa a un segundo plano. Vives a plazos. Todo gira alrededor del
cáncer.
Todo es cáncer.

MESES FELICES
Gracias a Dios, el tratamiento funcionó y los médicos no detec­
taron células malignas en el castigado organismo de Azucena. La
naturaleza nos había concedido una tregua. El cáncer es una gue­
rra que se compone de muchas batallas. Y hay que librarlas todas.
Mi mujer cogió peso y empezamos a hacer excursiones a las
playas de Granada y de Málaga, donde el verano dura diez meses.
Pescadito frito, la brisa marina, un ligero bronceado... Azucena
tenía un aspecto inmejorable. Nadie diría que había estado en­
ferma.
De cuando en cuando, me invitaban a dar alguna conferencia
y ella venía conmigo. Lo pasábamos bien. Fueron unos meses
felices. Técnicamente estaba curada.
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CÁNCER

UNA METÁSTASIS
Pero un mal día la tregua llegó a su fin. Azucena había pasado las
sucesivas revisiones y nada hacía presagiar lo que ocurrió. Volvía­
mos de Málaga, donde, precisamente, habíamos participado en
un acto de la Asociación contra el Cáncer. El destino tiene estos
caprichos. Yo iba al volante, y mi mujer, en el asiento del copilo­
to. De repente, empezó a hablar de forma incoherente y, acto
seguido, sufrió un ataque epiléptico. Todavía no sé cómo, pero
conservé la serenidad y no sufrimos un accidente. Rápidamente,
la llevé al hospital en el que la habían tratado para que la exami­
nasen. En los pulmones seguía sin haber nada, pero el problema
se había trasladado: los médicos encontraron una metástasis en el
cerebro. La fiebre del desasosiego retornó con más fuerza si cabe.
No teníamos tiempo para lamentarnos. Había que actuar con
celeridad. Azucena debía entrar de nuevo en el quirófano. Cono­
cíamos muy bien al neurocirujano que la iba a intervenir: era mi
hermano. La enferma estaba en buenas manos. No nos equivoca­
mos. La operación fue bien y, en pocos días, recibió el alta; sin
embargo, era el inicio de otra batalla. Una más: Azucena debía
someterse de nuevo a varias sesiones de radioterapia, esta vez, en
la cabeza.
Al poco tiempo, perdió el pelo —algo que no le había ocurri­
do hasta entonces, pese a la dureza de la medicación— y volvió a
adelgazar ostensiblemente. Además, estaba como desorientada.
A veces, se quedaba mirando la televisión y yo sabía que no veía
nada. Su mente estaba en otro sitio. En esos momentos yo me
preguntaba: «¿Qué estará pensando?».
Entramos en otra fase de bandazos en la que se alternaban la
esperanza y el temor. Si estaba con ella, mal, pero si no estaba con
ella, peor.
«¿Qué estará pensando?». Ahora, con la perspectiva del tiem­
po, me doy cuenta de que esa incógnita no tiene respuesta. Es
imposible saber de verdad cómo se siente un enfermo que es
consciente de que puede morir en cualquier momento. O la víc­
tima de una catástrofe o un atentado terrorista... Tienes que pa­ 29

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sar por ello. Por más que quieras, no puedes meterte en su piel.
Y yo digo que es una suerte que sea así. De lo contrario, no po­
dríamos vivir.
Es una suerte, y ahora hablo como juez de Menores, que no
podamos ponernos en el lugar de un hombre que ha perdido a su
mujer porque le ha volado la cabeza de un tiro el hijo de ambos,
un niño de sólo catorce años. Ese hombre existe; yo lo he cono­
cido. Y después de la tragedia seguía queriendo al chaval. Al aca­
bar la vista, ambos se fundieron en un abrazo. ¿Quién puede
juzgar a ese padre? ¿Qué habríamos hecho nosotros?

LA DESPEDIDA
Azucena no estaba bien, eso era obvio, pero no esperábamos un
desenlace inminente. Era el verano de 2011. Mi hijo estaba en la
farmacia y mi hija se había cogido unas pequeñas vacaciones. Ha­
cía mucho calor en Granada. El día, tranquilo. Era un espejismo.
Azucena tuvo una muerte rápida e indolora. Llamé a los servicios
de emergencia, pero no pudieron hacer nada. Me despedí de ella.
Fue el 25 de agosto de 2011 a las catorce horas y dos minutos.
La noche anterior habíamos estado hablando en el jardín de
lo humano y lo divino. Fue una conversación sosegada y profun­
da. Ella se fumó un cigarro y yo otro. Ahora sé que fue su forma
de decirme hasta siempre.

VIUDO Y VIEJO
Hace poco me hicieron una entrevista y el periodista me pregun­
tó que si me arrepentía de algo. Sobre todo —respondí— de no
haber dicho más veces a mi mujer y a mis hijos que los quería. Es
una de las lecciones que me enseñó el cáncer. Es uno de los lados
positivos del cáncer, porque los tiene. Aprendes que para los en­
fermos es tan importante el cariño como los medicamentos. Sé
de personas a las que les dieron seis meses de vida, pero vivieron
dos años porque siempre había alguien a su vera que les decía que
las quería: una esposa, un hijo, un amigo...
30 Tras el fallecimiento de mi mujer, me quedé vacío y sin fuer­

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CÁNCER

zas. Llevaba muchos meses hiperactivado y la constante tensión


nerviosa me pasó factura, llamó a mi puerta para cobrarse lo
suyo.
Me fui a Ruidera, en Ciudad Real, mi otra patria chica, a la
casa en la que tantas vacaciones estivales habíamos pasado juntos
Azucena y yo. Me senté en el porche y me vi viudo, viejo y solo.
A mi lado estaba la urna que contenía las cenizas de mi mujer.
Tenía cincuenta y cinco años, pero es que me casé con Azuce­
na cuando ella apenas había cumplido los veintiuno, y yo, los
veinticuatro. Éramos unos niños. Alguna vez he dicho que mi
mujer se crió conmigo. Y ahora no estaba.
No sabía qué iba a ser de mí. Quizá me hiciera adicto al tra­
bajo o me daría a la bebida... Yo qué sé. Estaba abierto a todo. Así
se lo dije a mis hijos. Pero, al final, me limité a sobrevivir. Supon­
go que fue una especie de mecanismo de defensa. Me levantaba,
iba al juzgado, comía algo y me echaba una larga siesta. Me des­
pertaba ya avanzada la tarde, daba un pequeño paseo —el agota­
miento no me abandonaba—, cenaba algo por ahí y volvía a la
cama. De lo que se trataba era de pasar el menor tiempo posible
en una casa que se me caía encima. Al día siguiente, vuelta a em­
pezar. Otro día más. La rueda de la rutina giraba y giraba. Aun­
que lo parezca, yo creo que no era una depresión. Estaba triste,
sí, pero no hundido. Era una etapa del duelo y tenía que atrave­
sarla.
No quedaba otra.

SIN HISTORIA
Mis hijos estaban ahí, claro, pero el mayor tenía que encargarse
del negocio familiar y Alba estudiaba en Madrid. Y no convives
tanto como cuando eran pequeños, es normal. También tenían
que seguir construyendo sus vidas. Y ahí fue muy importante el
papel de Sofy y Mathieu, sus respectivas parejas.
A mí, aunque suene frívolo, el fútbol —soy hincha del Real
Madrid, pero sin fanatismos, de «La Roja», con fanatismos, y
simpatizante del Granada CF— me ayudó a ir orientándome. 31

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Las reuniones con los amigos del Albaicín para ver los partidos
fueron un buen antídoto contra la soledad y la tristeza. No es
nada científico, pero a mí me sirvió. Me apoyé mucho en Torcua­
to y Miguel, dos taberneros que son tan buenos para levantar el
ánimo como el mejor de los psicólogos. Gracias a ellos conocí
bien a Estani, un profesor de música especialmente dotado para
el blues con el que había coincidido alguna vez, pero sin profun­
dizar. Nos hicimos buenos amigos y llegaron las confidencias.
Estani tenía una hermana que padecía un cáncer de mama muy
avanzado. Los médicos poco podían hacer ya por ella. Hablamos
mucho. Pronto se sumó a las tertulias otra hermana de Estani.
Y congeniamos. Ya lo he dicho en otra parte: los vecinos del Al­
baicín nos ayudamos.
Empezaba a tener la mente más clara y caí en la cuenta de lo
que me sucedía: me había quedado sin historia, o al menos, eso
fue lo que sentí entonces. Durante todo el tiempo que estuvimos
juntos, Azucena y yo habíamos tejido un relato que sólo nosotros
dos conocíamos, habíamos compartido vivencias que eran exclu­
sivamente nuestras. Y era eso lo que había perdido.
Hoy tengo claro que no estaba equivocado, pero tampoco era
lo cierto. Seguí recordando muchos momentos de mi vida con
Azucena. A menudo, le digo que la quiero y le doy las gracias por
lo que me ha dado y lo que me da.
Pero el tiempo fue atemperando los recuerdos —los dulces,
los buenos, los malos y los peores— y, poco a poco, fui reinven­
tándome. Era yo, pero no era el mismo. Y la «hermana de Estani»
adquirió personalidad propia. Pasó a ser algo más, mucho más.
El cáncer nos había unido. Y, casi sin darnos cuenta, estábamos
tejiendo un nuevo relato. Entonces entendí que las historias no
se pierden ni se solapan: se engarzan unas con otras y forman
parte de un todo. Es lo que llamamos nuestra vida.
Actualmente estoy en plena forma física y espiritual. Hay
quien dice que soy un juez blando —lo cual es, cuando menos,
discutible—, que soy demasiado amable con mis «choricillos»
32 —así es como llamo cariñosamente a los «clientes» de mi tribu­

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CÁNCER

nal—. Tengo una respuesta para eso: si la vida me ha dado a mí


una segunda oportunidad, ¿cómo no voy a dársela yo a los cha­
vales a los que juzgo?

Posdata: Cuando redactaba estas líneas, me he acordado a menu­


do de mi padre, el abogado don Carlos Calatayud —al que ya me
he referido al principio de este libro y del que volveré a hablar
ahora—, que entró en una larga agonía justo cuando a Azucena
le descubrieron el cáncer. Él estaba en Ciudad Real, donde desa­
rrolló toda su carrera como jurista, y lo visité siempre que pude.
Mi padre siempre me decía que yo no era un juez estrella ni
un juez estrellado, sino una persona con estrella. Tenía razón.
Ahora mismo, y a pesar de los pesares, soy moderadamente feliz.

Apéndice
Reflexionar por escrito sobre la muerte de mi mujer ha sido do­
loroso, pero también liberador. Pero este capítulo no estaría
completo sin el comentario que hice el 6 de septiembre de 2009
en el blog que comparto con Carlos Morán, cuando decidimos
hacer público que Azucena estaba enferma. Ella creía —y noso­
tros, su familia, estuvimos de acuerdo— que podía servir para
ayudar a otras personas. Precisamente por eso he querido que
aquel desahogo forme parte de este libro. Es la fotografía de un
momento angustioso y, a la vez, cargado de esperanza. Decía así:
«A finales del pasado mes de junio, mi mujer, Azucena, se
hizo una serie de pruebas que determinaron que tenía un cán­
cer... Un cáncer de pulmón. A partir de ahí, cambia completa­
mente su vida y la nuestra, la de su familia. Todas nuestras pers­
pectivas cambian de repente. Todos los esquemas se rompen,
pero también te das cuenta de la importancia de la familia y de
la unión. Mi mujer, que es farmacéutica, tuvo que darse de baja,
y mi hijo, que acababa de terminar su carrera cuarenta y ocho
horas antes, la sustituyó. Él tenía la idea de irse a Inglaterra o a
trabajar con una ONG en Sierra Leona, y yo le había animado
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a que lo hiciera. Pero me dijo: “No te preocupes, yo me hago


cargo del tema”. Sólo tiene veintitrés años. Mi hija, de diecio­
cho años, tiene que irse a estudiar a Madrid, pero duda. Quiere
quedarse junto a su madre. Su propio hermano la convence de
que tiene que estudiar, que va a ser una época muy bonita de su
vida y que tiene que divertirse, pero que nunca debe olvidar que
lo principal es sacarse la carrera..., que ésa va a ser su contribu­
ción a la familia. Se produce una unión tremenda entre todos.
Es la parte bonita de esta historia. Porque dentro de lo malo,
nadie quiere que le pase esto y nosotros no somos una excep­
ción, hay una parte bonita. Otro de los efectos de esta situación
es que lo vives todo con mucha intensidad. El trabajo pasa a un
segundo plano. No estoy tranquilo ni estoy nervioso: estoy aco­
jonado. Creo que todo el mundo entiende qué es lo que quiero
decir. No sabes qué va a pasar y el ánimo cambia a cada instante.
Azucena ha sido operada dos veces y, gracias a Dios, ha salido
bien... Ya le han dado el alta. Pero ahora tiene que empezar la
quimioterapia y de nuevo, la incertidumbre. Al oír la palabra
“cáncer” se te revuelven las tripas. No sirve de nada negarlo. Te
entran todas las dudas del mundo. A lo largo de las veinticuatro
horas, y dependiendo de cómo se encuentre mi mujer, el ánimo
va dando bandazos. De repente, lo ves todo negro y al minuto
siguiente estás lleno de esperanza. Cambias de pensamientos
cinco mil veces al día. Así que acabamos agotados. La intensi­
dad cansa, cansa mucho. Pero insisto en que hay cosas positivas.
La respuesta de las personas que nos quieren está siendo extraor­
dinaria. Gracias a nuestros familiares y compañeros de trabajo y
amigos, porque son ambas cosas... Para un enfermo de cáncer es
tan importante el cariño como las medicinas. Por eso queremos
dejar patente nuestro agradecimiento a los profesionales que
han atendido a mi mujer. Gracias a Sara, no recuerdo el apelli­
do, que fue la residente que nos atendió en las Urgencias del
Hospital Ruiz de Alda y que tuvo el detalle de llamarnos a casa
para comunicarnos lo que estaba pasando. Gracias también al
neumólogo José Manuel González de Vega y al cirujano Abel
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CÁNCER

Sánchez Palencia, que nos han brindado un trato que ha ido


más allá de lo profesional para meterse en el terreno del cariño:
ni Azucena ni yo tenemos palabras para ensalzar su honestidad
y buen hacer. Gracias también a Carlos, enfermero; al médico
Javier Zafra... Y a Chon, Esperanza, Fina, Maite, Vicky, Pilar...
Estamos teniendo una atención inmejorable. Pero también es
cierto que hemos observado falta de medios. Es vergonzoso que
en España, donde contamos con uno de los mejores sistemas
sanitarios públicos del mundo, haya una sola enfermera para
toda una planta llena de pacientes... y pacientes que están gra­
ves. Tengo la impresión de que se pierde mucho dinero en «chu­
minás» y en burocracia, cuando tenemos unos profesionales
realmente buenos. Mi mujer tenía y tiene plena confianza en los
médicos y en el personal de aquí. Nunca se planteó la posibili­
dad de viajar al extranjero para tratarse. Porque la sanidad pú­
blica andaluza funciona bien a pesar de la burocracia. Nunca
pensamos en abandonar Granada. También tengo que decir que
hemos querido contar lo que nos está pasando porque pensa­
mos que es bueno que se hable. Nosotros no queremos ocultar
el problema que tenemos. En cuanto tuvimos la confirmación
de que era cáncer, se lo dijimos a nuestros amigos. Es bueno
desahogarse. Es bueno expulsar lo que lleva uno dentro. Hay
que cuidar al enfermo y a los cuidadores del enfermo. Gracias
por seguir ahí».

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