Como Polvo en El Viento

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SELLO TUSQUETS

COLECCIÓN ANDANZAS

Como polvo en el viento 970 Leonardo Padura LEONARDO PADURA FORMATO 14,8X22,5 CM
RUSITCA CON SOLAPAS

COMO POLVO
SERVICIO
«Padura tiene un maravilloso sentido de la narración,
y construye las historias de manera muy seductora, CORRECCIÓN: PRIMERAS
con un estilo extraordinario.»

Oscar Hijuelos
EN EL VIENTO DISEÑO CARLOS

REALIZACIÓN

Leonardo Padura / COMO POLVO EN EL VIENTO


«Padura ya es el mejor escritor contemporáneo de su

© Ivan Giménez / Tusquets Editores


país, y uno de los más importantes de Hispanoamérica.» EDICIÓN

José Manuel Martín Medem, El Mundo


CORRECCIÓN: SEGUNDAS

«Padura es un magnífico creador de personajes verosí-


DISEÑO
miles, complejos, en especial los de suma fragilidad.»

Carlos Zanón, Babelia (El País) REALIZACIÓN

Ilustración de la cubierta:
«Un narrador de eficacia incuestionable.» © Simone Betz / Arcangel CARACTERÍSTICAS
Leonardo Padura (La Habana, 1955), antes de recibir el
Nadal Suau, El Cultural (El Mundo) Premio Princesa de Asturias de las Letras en 2015 por IMPRESIÓN CMYK
el conjunto de su obra, había logrado el reconocimien-
«No dude el lector que todo lo que se cuenta en una El día comienza mal para Adela, joven neoyorquina to internacional con sus novelas policiacas protagoni-
historia de Padura, por remoto que le parezca, le con- de ascendencia cubana, tras recibir la llamada de su zadas por Mario Conde: Pasado perfecto, Vientos de cuares-
cierne. Pura vida.» madre. Llevan enfadadas más de un año, porque ma, Máscaras, Paisaje de otoño, Adiós, Hemingway, La nebli- PAPEL FOLDING 240 g
Ricardo Baixeras, El Periódico Adela no solo se ha trasladado a Miami, sino que na del ayer, La cola de la serpiente y La transparencia del
vive con Marcos, un joven habanero recién llegado tiempo, traducidas a numerosos idiomas y merecedoras PLASTIFÍCADO BRILLO

a Estados Unidos que la ha seducido por completo de premios como el Café Gijón, el Dashiell Hammett, el
UVI
y al cual, por su origen, su madre rechaza. Marcos le Premio de las Islas 2000, el Brigada 21 y el Premio de
cuenta a Adela historias de su infancia en la isla, Novela Histórica Barcino. Las primeras han dado origen
RELIEVE
arropado por un grupo de amigos de sus padres, lla- a la serie televisiva Vientos de La Habana (Premio Platino).
mado el Clan, y le muestra una foto de la última También es autor de La novela de mi vida, El hombre que BAJORRELIEVE
comida en que, siendo él niño, estuvieron juntos amaba a los perros (Premio de la Crítica en Cuba, premio
veinticinco años atrás. Adela, que presentía que el Francesco Gelmi di Caporiacco, Carbet del Caribe, Prix STAMPING
día se iba a torcer, descubre entre los rostros a al- Initiales y Prix Roger Caillois), Herejes (Premio de Novela
guien familiar. Y un abismo se abre bajo sus pies. Histórica Ciudad de Zaragoza), del libro de relatos Aque- FORRO TAPA
Como polvo en el viento es la historia de un grupo de llo estaba deseando ocurrir, y de la novelización de Regreso a
amigos que ha sobrevivido a un destino de exilio y Ítaca, así como de los ensayos reunidos en Agua por todas
www.tusquetseditores.com dispersión. ¿Qué ha hecho la vida con ellos, que se partes. Con Como polvo en el viento, un canto a la amistad, a
PVP 22,90 € 10264070
habían querido tanto? ¿Cómo les ha cambiado el los invisibles y poderosos hilos del amor y las viejas lealta- GUARDAS
tiempo? ¿Volverá a reunirlos la fuerza de los afec- des, Padura ha escrito una novela deslumbrante, un retrato
tos? ¿O sus vidas son ya polvo en el viento? 9 788490 668610 humano conmovedor, otra obra cumbre en su trayectoria. INSTRUCCIONES ESPECIALES

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LEONARDO PADURA
COMO POLVO EN EL VIENTO

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1.ª edición: septiembre de 2020

© Leonardo Padura, 2020

Diseño de la colección: Guillemot-Navares


Reservados todos los derechos de esta edición para
Tusquets Editores, S.A. – Av. Diagonal, 662-664 – 08034 Barcelona
www.tusquetseditores.com
ISBN: 978-84-9066-8610
Depósito legal: B. 11.191-2020
Fotocomposición: Moelmo
Impresión y encuadernación: Black Print
Impreso en España

El papel utilizado para la impresión de este libro está calificado como papel ecológico
y procede de bosques gestionados de manera sostenible.

Queda rigurosamente prohibida cualquier forma de reproducción, distribución, comu-


nicación pública o transformación total o parcial de esta obra sin el permiso escrito
de los titulares de los derechos de explotación.

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Índice

  1. Adela, Marcos y la ternura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13

  2. Cumpleaños . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85

  3. ¿Hace calor en La Habana? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 139

  4. La hija de nadie . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 225

  5. Quintus Horatius . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 289

  6. Santa Clara de los amigos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 347

  7. La mujer que les hablaba a los caballos . . . . . . . . . . 421

  8. Los ríos de la vida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 493

  9. Los fragmentos del imán . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 551

10. La victoria final . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 607

Nota y gratitudes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 667

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Adela, Marcos y la ternura

... nada era real, excepto el azar.

Paul Auster,
La trilogía de Nueva York

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Adela Fitzberg escuchó el toque de trompetas que hacía de alar-
ma para las llamadas familiares y leyó la palabra Madre en la
pantalla del iPhone. Sin darse tiempo para pensar, pues la ex-
periencia le advertía que resultaba más saludable no hacerlo, la
muchacha deslizó el tembloroso auricular verde.
—¿Loreta? —preguntó, como si pudiera ser otra persona
y no su madre quien la llamaba.
Solo tres horas antes, mientras desayunaba con su habi-
tual desgano matinal el falso yogur griego, quizás realmen-
te light, reforzado con cereales y frutas, y respiraba el aroma
del café revitalizador que cada día Marcos se encargaba de
colar, la joven había sentido la tentación de manipular su te-
léfono.
Siguiendo aquel impulso inusual en ella, había revisado el
registro de llamadas y constatado que Madre no la había pro-
curado ni una sola vez en los últimos dieciséis meses: en todo
ese tiempo, según la memoria telefónica, siempre había sido ella,
luego de combatir contra sus aprensiones, quien había estable-
cido la comunicación con Loreta, a un ritmo promedio de dos
veces por mes. Tal vez por el precedente de haber realizado una
búsqueda tan inhabitual, que de pronto comenzaba a adquirir
un sentido telepático, Adela no se había sorprendido demasia-
do. Quizás solo se concretaba una caprichosa casualidad. Por
eso, sin permitirse pensar, había saltado al vacío. Si sobrevivía,
ya vería qué había en el fondo.
—Ay, Cosi, ¿cómo tú estás?

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La voz grave, propia de una persona adicta al tabaco y al
alcohol —aun cuando su madre juraba que jamás había fuma-
do y su hija nunca la había visto beber algo más fuerte que un
Bloody Mary o un par de copas de vino tinto—, el uso del
enfático tú del cual la mujer no había conseguido desprenderse
cuando hablaba en español y el mote de Cosi con el cual la
llamaba desde que era una bebé —solo cuando estaba muy
molesta con ella le decía Adela, y Adela Fitzberg, con nombre
y apellido subrayados, si llegaba a estar muy muy molesta—
ratificaron lo evidente. Además, pronto añadirían la convic-
ción de que el resultado de la comunicación abierta por Lore-
ta, luego de tantos meses, sería joderle el día. ¿Para eso había
quedado su madre?
—Bien... En mi trabajo... Acabo de llegar... Estoy bien...
—Y no se atrevió a preguntar cómo estaba ella y mucho me-
nos si pasaba algo. Ni soñar con decirle que no era el mejor
momento para hablar, pues otra vez se había retrasado a causa
del tránsito infernal de un expressway, que Loreta proclamaba que
contribuía a envenenar al mundo y los pulmones de su hija.
—Me alegro por ti... Yo estoy fatal...
—¿Estás enferma?, ¿te pasa algo? ¿Qué hora es allá?
—Ahora... Las seis y dieciocho... Todo está oscuro todavía...
Muy oscuro, un poco frío... Y no, no estoy enferma. Enferma
del cuerpo... Te llamo porque soy tu madre y te quiero, Cosi.
Y porque te quiero necesito hablar contigo. ¿Tú crees que pueda?
—Claro, claro... ¿No estás «enferma del cuerpo»? ¿Qué te
pasa, Loreta?
Adela cerró los ojos y escuchó el suspiro largo, clásicamen-
te trágico de su progenitora. Como una suerte de venganza de
su inconsciente, mientras su madre la apodaba Cosi, desde niña
ella llamaba a Loreta por su nombre y solo le decía Madre cuan-
do tenía deseos de matarla.
—¿Cómo te va con tu novio?
Esta vez fue Adela la que suspiró.
—¿No habíamos quedado hace tiempo en que no querías
saber nada de mi novio? No, tú no me llamas para eso, ¿verdad?

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Otro suspiro, más largo, más profundo. ¿Real? En la última
conversación que habían sostenido tras una llamada realizada
por Loreta, la madre le había jurado que jamás volvería a in-
teresarse por la vida íntima de su hija y le espetó de nuevo que,
si quería revolcarse todavía más en la mierda, allá ella: ade-
más de oler a mierda, pues terminaría tragando mierda. Y Adela
sabía que su madre era de las personas que solían cumplir sus
promesas.
—Hay que sacrificar a Ringo —dijo al fin la voz trasno-
chada.
—¿De qué estás hablando, Madre?
Como una súbita avalancha, la imagen del caballo de brillan-
te pelaje castaño, con una estrella de pelo blanco en la frente
a la cual debía su nombre de Ringo Starr, se había armado en la
mente de la joven, desplazando a la de su interlocutora. Desde
que Loreta se había instalado en The Sea Breeze Farm, la gran-
ja equina en las inmediaciones de Tacoma, su primer y mayor
amor había sido aquel hermoso Cleveland Bay. Porque el semen-
tal, ya adulto, de ojos siempre pálidos y algo llorosos, como los
de una persona afligida y lúcida, muy pronto la había escogido
a ella como su alma gemela.
A lo largo de los años —¿diez, doce?— que llevaba vivien-
do en aquel rancho del noroeste del país, Loreta había insis-
tido en que la atención del semental constituía su misión per-
sonal, y cuidó de él como no se había ocupado de nada ni
nadie en su vida. Sobre el lomo generoso del ejemplar de la
estirpe de los corceles de tiro de la casa real inglesa, beneficián-
dose de su paso enérgico y de una docilidad no habitual para su
carácter de caballo entero y sangre caliente, también Adela ha-
bía paseado por la granja y los bosques de ese rincón del mun-
do en donde su madre se había confinado.
—No me hagas repetir esas palabras, Cosi.
—¿Pero qué le pasa? La última vez que hablamos... Bueno,
fue hace tiempo... —se interrumpió la joven, lamentando ha-
ber pensado que su madre la llamaba por alguno de sus habi-
tuales incordios o para burlarse de sus relaciones sentimenta-

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les y la decisión de irse a vivir con su novio nada menos que
a Hialeah. Aunque de todas maneras le jodería el día: de hecho,
con lo dicho ya lo estaba haciendo.
—Cólicos... Rick y yo llevamos días lidiando con él... Bus-
camos otra opinión... El mejor veterinario de acá lo ha estado
atendiendo. Pero hace dos días tuvimos un diagnóstico defi-
nitivo. Se le hizo la punción abdominal..., está grave. Y ya es
demasiado viejo para una cirugía, pero demasiado fuerte y no
queríamos... Yo ya lo sabía, pero el veterinario nos ratificó lo
único que se puede hacer.
—Por Dios... ¿Está sufriendo?
—Sí... Hace días... Lo tengo muy sedado.
Adela sintió que se le dificultaba tragar.
—¿No tiene remedio?
—No. No hay milagros.
—¿Qué edad tiene ahora Ringo?
—La misma que tú... Veintiséis... Aunque no lo parezca ya
él es un anciano...
Adela meditó la respuesta y tragó en seco antes de decir:
—Ayúdalo entonces, Loreta.
Un nuevo suspiro llegó por la línea y Adela esperó.
—Es lo que voy a hacer... Pero no sé si debo hacerlo yo
o encargar a Rick. O al veterinario.
—Hazlo tú. Con cariño.
—Sí... Es muy duro, ¿sabes?
—Claro que lo sé... Eres como su madre —soltó la joven,
sin segundas intenciones.
—Eso es lo peor... Lo peor... Porque tú todavía no tienes
idea de lo que es ser madre y no poder... Lo que una disfruta
y sufre por ser madre.
—Tú has sufrido mucho, ¿verdad? ¿Y no has podido qué?
—preguntó Adela sin intentar contenerse. A pesar de la solem-
nidad del momento, otra vez había caído en la trampa, siempre
caía, y se preparó para la descarga materna. Por eso se sorpren-
dió con la salida de Loreta.
—Nada más quería decirte esto. Saber que tú estabas bien,

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decirte que te quiero mucho mucho, y... Cosi, no puedo seguir
hablando. Creo que voy...
—I’m so sorry... —dijo Adela, y solo en ese instante cayó en
la cuenta de lo desatinado de sus últimas preguntas y de la mag-
nitud del dolor que debía de estar sufriendo su madre: todo el
tiempo le había hablado en español, siempre usando el delator
tú cubano y, contra la lógica de la experiencia del último año
y medio, había sido su madre la que había llamado y, más aún,
quien había cortado la comunicación. Debía de estar devastada
con la decisión a la que se veía abocada, al punto de ser inca-
paz de aceptar el duelo verbal que se había prefigurado.
Adela permaneció unos instantes mirando su iPhone y, sin
poder evitarlo, imaginando el momento en que Loreta manipu-
laba la tremebunda jeringa metálica y pinchaba la piel castaña
del cuello de Ringo para enviarlo al sueño eterno. Los ojos sus-
picaces y dulces de la bestia nacida con una estrella en la frente
la miraron desde el recuerdo. Dejó caer el teléfono en la gaveta
superior de su buró, la cerró con cierta violencia y se puso de
pie. Avanzó por el corredor que conducía al vestíbulo del local
destinado a Special Collections de la Universidad donde había lo-
grado agenciarse una plaza como especialista en bibliografía cu-
bana y, al pasar frente a la mesa de Yohandra, la referencista, le
dijo que necesitaba coger aire y tomarse un café.
—¿Pasa algo? —le preguntó Yohandra.
—Sí... No, nada... —musitó Adela, sin deseos de explicar
la revoltura de sentimientos que le había provocado la llamada
de su madre y la visión de los ojos del caballo, pero se volvió
hacia Yohandra—. ¿Me regalas un cigarro?
Yohandra la miró con las cejas enarcadas y luego sacó un pi-
tillo de la caja que guardaba en su bolso.
—¿Tan jodida estás? —preguntó, y le tendió el cigarro y un
encendedor.
Adela susurró un gracias, trató de sonreír y luego apenas
afirmó cuando su compañera, señalando la pantalla de su com-
putadora, le comentó que parecía que de verdad el presidente
Obama iría a Cuba, qué tipo más bárbaro... Adela salió al jar-

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dín arbolado que rodeaba el recinto de la biblioteca, donde la
recibió el empujón del calor húmedo de Miami que ya im-
peraba a esas horas de la mañana de abril. El cielo, nublado
hacia el norte, advertía de las altas probabilidades de que caye-
ra otro chaparrón vespertino en Hialeah y quizás también más
al sur, en Miami, lo que convertiría su trayecto de vuelta por el
Palmetto en una tortura física y psicológica siempre dispuesta
a aplastarla.
Siguiendo la estela del aroma del café cubano recién hecho,
caminó por el campus hasta el merendero ubicado en la plan-
ta baja del edificio de Arts and Humanities y pidió un café con
poca azúcar. Con el vaso de plástico en la mano salió otra vez
al jardín y buscó el banco más apartado y sombreado para be-
ber la infusión y fumar a hurtadillas el primer cigarro que en-
cendía en ni sabía cuántos meses. Para un día de mierda, una
adicción mierdera, pensó, negándose a sentirse vulnerable mien-
tras disfrutaba la invasión de nicotina. Adela Fitzberg tuvo en ese
momento la convicción de que su mal ánimo no se debía al in-
minente sacrificio del viejo Ringo. O no solo a eso. Además de
amargarle el día con una mala noticia, ¿por qué la había llama-
do Loreta?

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