Taller 6
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Taller 6
TALLER No. 6
El escandaloso éxito de Cien años de soledad en toda América Latina (cien mil ejemplares
en un año) y su aceptación casi unánime por la crítica más exigente y por el público más
general, han impedido hasta cierto punto la consideración de un problema literario que
subyace a ese éxito: el problema del flagrante anacronismo que representa, desde cierto
punto de vista, esta extraordinaria novela.
Porque, en efecto, cuando toda América Latina parece disparada hacia la modernidad,
luchando a brazo partido y en todos los campos para salir del subdesarrollo, de su condición
colonial, de su oprimente atmósfera de provincia marginada; cuando en el terreno político
como en el cultural el gran esfuerzo de nuestros pueblos está orientado a ejercer la presión
más directa sobre los centros dirigentes del mundo actual; cuando el crecimiento caótico
pero incontenible de las capitales ha puesto en primer plano el conflicto del hombre
enajenado de las grandes ciudades; en ese preciso instante, Gabriel García Márquez capta
la atención de lectores y críticos con un libro que a primera vista va a contrapelo de ese
movimiento general de contemporaneidad. ¿Cómo explicar este anacronismo no sólo del
libro sino del mismo público que lo lee y lo celebra?
A primera vista, Cien años de soledad retrasa el reloj del tiempo. En un panorama literario
que dominan Rayuela, Paradiso y Tres tristes tigres*, García Márquez se da el lujo de contar
una historia interminable sobre un pueblo colombiano perdido en una maraña de selva,
montaña y pantanos; de contar su historia poniendo bien claro el acento en la violencia
política, en la explotación económica del capital nacional y extranjero, en el fraude y en el
atropello, temas y motivos bien conocidos de la (aparentemente) difunta novela de la
protesta social que tanto engendro ha suscitado en nuestra América.
Y aún agregaría más: en momentos en que hasta el menor plumífero se siente autorizado
a componer complejas y/o precarias estructuras temporales, García Márquez, con
indiferencia por la técnica exterior, se larga a narrar una historia absolutamente lineal y
cronológica, una historia como las de antes: con su principio, su medio y su fin. Cuántos
lectores, a quienes irrita Rayuela y enfurece Cambio de piel, no han suspirado, se han
distendido del todo en sus poltronas mientras seguían fascinados el hilo de una narración
que jamás pierde impulso ni parece enredarse nunca, y han proclamado que esta sí, esta
es la gran novela de América Latina: la novela de la tierra, de la protesta, de la anécdota,
de la narración que corre sin esfuerzo y no obliga al lector a ninguna sospechosa álgebra.
Obras cuya propuesta literaria rompen con el manejo tradicional de la forma de contar. Adaptado de:
Rodríguez Monegal, Emir (1982) Gabriel García Márquez. Madrid: Taurus.
Con el siguiente fragmento comienza la novela “Sin remedio” de Antonio Caballero. Los
sucesos tienen lugar en la madrugada. Los protagonistas son Escobar, un poeta frustrado,
y Fina, la mujer con quien vive.
A los treinta y un años Rimbaud estaba muerto. Desde la madrugada de sus treinta y un
años Escobar contempló la revelación, parada en el alféizar como un pájaro: a los treinta y
un años Rimbaud estaba muerto. Increíble.
Fina seguía durmiendo junto a él, como si no se diera cuenta de la gravedad de la cosa. Le
tapó las narices con dos dedos. Fina gimió, se revolvió en las sábanas; y después, con un
ronquido, empezó a respirar tranquilamente por la boca. Las mujeres no entienden.
Afuera cantaron los primeros pájaros, se oyó el ruido del primer motor, que es siempre el
de una motocicleta. Es la hora de morir. Sentado sobre el coxis, con la nuca apoyada en el
filo del espaldar de la cama y los ojos mirando el techo sin molduras, Escobar se esforzó
por no pensar en nada. Que el universo lo absorbiera dulcemente, sin ruido. Que cuando
Fina al fin se despertara hallara apenas un charquito de humedad entre las sábanas
revueltas. Pensó que ya nunca más sería el mismo que se esforzaba ahora por no pensar
en nada; pensó que nunca más sería el mismo que ahora pensaba que nunca más sería el
mismo. Pero afuera crecían los ruidos de la vida. Sintió en su bajo vientre una punzada de
advertencia: las ganas de orinar. La vida. Ah, levantarse. Tampoco esta vez moriremos.
Vio asomar una raja delgada de sol por sobre el filo de los cerros, como un ascua. El sol
entero se alzó de un solo golpe, globuloso, rosado oscuro en la neblina, y más arriba el cielo
era ya azul, azul añil, tal vez: ¿Cuál es el azul añil? Y más arriba todavía, de un azul más
profundo, tal vez azul cobalto. Como todos los días, probablemente. Aunque esas no eran
horas de despertarse a ver todos los días. Nada garantizaba que el sol saliera así todos los
días. No era posible. Decidió brindarle un poema, como un acto de fe.
Y era un lánguido sol lleno de eles, de día que promete lluvia. Quiso despertar a Fina para
recitarle su poema. Pero ya había pasado el entusiasmo.
Quieto en la cama vio el lento ensombrecerse del día, las agrias nubes grises crecer sobre
los cerros, el trazado plomizo de las primeras gotas de la lluvia, pesadas como piedras. Tal
vez hubiera sido preferible estar muerto. No soportar el mismo día una vez y otra vez, el
mismo sol, la misma lluvia, el tedio hasta los mismos bordes: la vida que va pasando y va
volviendo en redondo. Y si se acaba la vida, faltan las reencarnaciones. El previsible
despertar de Fina, el jugo de naranja, el desayuno.
Tomado y adaptado de: Caballero, A. (2004). Sin remedio, Bogotá: Alfaguara, pp. 13-14
LA PÉRDIDA DE LA PRIVACIDAD
No obstante, con Internet se rompen los límites que nos protegían y la privacidad queda
expuesta. Esta desaparición de las fronteras ha provocado dos fenómenos opuestos. Por
un lado, ya no hay comunidad nacional que pueda impedir a sus ciudadanos que sepan lo
que sucede en otros países, y pronto será imposible impedir que el súbdito de cualquier
dictadura conozca en tiempo real lo que ocurre en otros lugares; además, en medio de una
oleada migratoria imparable, se forman naciones por fuera de las fronteras físicas: es cada
vez más fácil para una comunidad musulmana de Roma establecer vínculos con una
comunidad musulmana de Berlín. Por otro lado, el severo control que los Estados ejercían
sobre las actividades de los ciudadanos ha pasado a otros centros de poder que están
técnicamente preparados (aunque no siempre con medios legales) para saber a quién
hemos escrito, qué hemos comprado, qué viajes hemos hecho, cuáles son nuestras
curiosidades enciclopédicas y hasta nuestras preferencias sexuales. El gran problema del
ciudadano celoso no es defenderse de los hackers sino de las cookies 1, y de todas esas otras
maravillas tecnológicas que permiten recoger información sobre cada uno de nosotros.
Adaptado de: Eco, U. (2007). La pérdida de la privacidad. A paso de cangrejo. Bogotá: Random House
Mondadori.
4. ¿Cuál de los siguientes enunciados sintetiza mejor el contenido del primer párrafo?
a. Una profunda tradición intelectual ha configurado el concepto de límite como el
espacio de defensa que crean los seres a su alrededor.
b. Internet ha generado cambios en el concepto tradicional de límite, tal como lo
define la etología y la antropología.
c. Por naturaleza los seres vivos exigen el respeto del propio espacio, y esto aplica
incluso para las relaciones que se dan en Internet.
d. Los estudios de la etología y la antropología nos permiten comprender por qué
Internet vulnera la intimidad de las personas.
1
Información que se recoge sobre los hábitos de navegación del usuario.
5. En el tercer párrafo, cuando el autor menciona a las naciones que se forman fuera
de las fronteras físicas, hace referencia a
a. los individuos de una misma cultura que viven en territorios diferentes.
b. la fluencia migratoria que genera el amplio número de turistas.
c. el encuentro virtual de personas de pensamientos diferentes.
d. las comunidades virtuales que se crean en el ciberespacio.