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UNIDAD 1 - HISTORIA ARG. Y AM. 1 - 2ºAyB HISTORIA - Prof.

Sabattier

Método para
la interpretación
de la historia argentina
MÉTODO DE INTERPRETACIÓN DE LA
HISTORIA ARGENTINA.

Nahuel Moreno
1
Índice

Introducción

Capítulo I. Independencia y crisis


Desarrollo de las fuerzas productivas
Relaciones de producción

Capítulo II. El rosismo


Relaciones comerciales y diplomáticas con el extranjero
Desarrollo de las fuerzas productivas
Relaciones de producción: unitarios y federales
Los unitarios
Rivadavia: agente de las inversiones inglesas
Enfiteusis
La independencia uruguaya
Los federales
El rosismo contra los productores criollos de Buenos Aires
Rosas creador de la gran oligarquía terrateniente
Ley de Aduanas de 1835
Crisis del rosismo
Las montoneras y el pueblo
El revisionismo

Capítulo III. Acumulación primitiva capitalista


Situación de conjunto de la economía y la política mundiales en esta etapa.

Capítulo IV. Argentina: país dependiente del capitalismo británico

Capitulo V. La “década infame”

Capitulo VI. El peronismo

2
Introducción
Desde hace cuatrocientos o quinientos años no hay ningún país del mundo —menos aun los países euro-
peos y americanos— cuya historia pueda interpretarse de otra manera que no sea refiriéndola minuto a
minuto, segundo a segundo, a la historia del conjunto de la humanidad. Hasta el siglo XV aproximadamen-
te, cuando surgió el mercado mundial, las relaciones entre los pueblos eran accidentales y esporádicas. La
sociedad incaica, por ejemplo, vivía separada del proceso histórico mundial y recién con la colonización
española se vio sumergida en él. Pero a partir de entonces, no se puede hablar más de la civilización incaica,
peruana o cuzqueña si no es ligándola a ese proceso. Este es el profundo cambio que experimentan los
países y la historia universal en su conjunto desde hace más cuatro siglos. Analizar la historia de un país
determinado como parte de ese todo que es la economía y la política mundial es, entonces, la primera
herramienta conceptual que utilizaremos para desentrañar los fenómenos que atañen a la Argentina.
El segundo elemento a considerar en cualquier estudio histórico serio, que generalmente ha sido tomado
sólo anecdóticamente, es el desarrollo de las fuerzas productivas. Ninguna escuela argentina de historia
toma este desarrollo como patrón de medida esencial para establecer las etapas históricas. ¿Qué es concre-
tamente el desarrollo de las fuerzas productivas? Trataremos de definirlo diciendo que entre el hombre y la
naturaleza se formaliza un vínculo para el desarrollo material, e incluso —aunque este en discusión—
cultural. Para ello se necesita cierta organización de la sociedad una técnica y, fundamentalmente herra-
mientas. Estas son las fuerzas productivas. Por eso, al juzgar una etapa determinada debemos responder esta
simple pregunta: ¿logró o no la sociedad de ese país, en ese lapso, sacar mayores frutos de la naturaleza?
Aquí reside lo primordial, y no en las interminables discusiones entre distintos historiadores (discusiones
entre ranas y sapos, según decía Einstein al referirse a las que sostenían los físicos colegas suyos) sobre si tal
o cual hecho fue progresivo o no. Un caso típico de discusiones inútiles es el que se centra en la figura de
Juan Manuel de Rosas. Lo decisivo no es saber si el vencido en Caseros mató más que su vencedor, Urquiza.
O si éste recibió dinero brasileño. Esos elementos son importantes, pero nunca más que el hecho fundamen-
tal del desarrollo de las fuerzas productivas acaecido en el periodo rosista o en el que le siguió.
El tercer elemento a considerar es el que se refiere a las relaciones de producción o relaciones entre las
clases. Es indispensable, entonces, que precisemos primero la existencia de las clases, qué relaciones se
establecen entre ellas, el grado de explotación de unas por otras, quién o quiénes detentan el poder político,
cómo están subdivididas. Este tercer elemento a analizar se halla íntimamente ligado al anterior, es decir al
desarrollo de las fuerzas productivas, si bien debemos tener en cuenta que dicha ligazón no es de ningún
modo mecánica y que pueden existir entre ambos contradicciones más o menos violentas.
Ahora si, con la combinación de estos tres elementos, estamos en condiciones de definir las etapas histó-
ricas de cualquier país. La consecuencia con este procedimiento científico, precisamente, es que nos ha
permitido la elaboración de tesis que después, sólo después, han sido confirmadas por historiadores profe-
sionales. Basta con citar la teoría de la colonización española de América; fuimos los primeros en caracte-
rizarla como capitalista. Sergio Bagú, entre otros, confirmó luego con erudición y brillantez nuestra tesis.
Lo mismo podría decirse de nuestra caracterización de que Rivadavia fue agente del imperialismo financie-
ro inglés, durante una corta etapa de la evolución de éste; José María Rosa, mucho después que nosotros,
tomó esa caracterización sin molestarse en citarnos ni en autocriticarse por no haberse dado cuenta del
fenómeno durante casi tres décadas, a pesar de ser un especialista en el tema.
No obstante, tenemos la obligación de alertar a los jóvenes estudiosos: la sola utilización de los tres
elementos enumerados no es suficiente “para hacer historia”. Ese es el error de muchos historiadores que se
reclaman marxistas. Con el uso de los mismos podemos encuadrar y definir etapas. Para “hacer historia”
realmente, habría que tomar en consideración una variedad de factores subjetivos: los personajes, los pro-
yectos de los partidos políticos (incluso de los individuos), el papel de la gran personalidad, la importancia
de las creencias, la vigencia de las ideas, los detalles de las luchas, el análisis de los programas, del arte, de
la ciencia, etcétera. Entonces sí, del conglomerado de factores que actúan unos sobre otros resultaría el
acaecer histórico. Por eso es que no definirnos esta obra como un trabajo de historia argentina, ya que
nuestro objetivo central es precisar las grandes etapas de nuestra historia. Si cumplimos con nuestra meta
habremos avanzado más que muchos historiadores, incluso que aquellos que se reivindican marxistas.
Los tramos a recorrer serán los siguientes:
1) De la independencia y crisis total. Comienza con el surgimiento del Virreinato del Río de la Plata y
culmina con la crisis del año 1820.

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2) De la organización del país alrededor de la provincia de Buenos Aires, basada en la aparición y desen-
volvimiento de tres nuevas ramas de las fuerzas productivas: el saladero, la lana y el perfeccionamiento de
la curtiembre. Es una etapa de gran desarrollo de la producción, pero circunscrito a una provincia, la de
Buenos Aires. El país se organiza al servicio de la misma.
3) De la organización nacional, etapa mejor definida como de acumulación primitiva capitalista. Es la que
va de 1850 a 1880. En ella surgen todas las clases que caracterizan a un país capitalista y comienza un
desarrollo de las fuerzas productivas provocado por la aparición de la agricultura. Todo el país se integra en
una estructura capitalista.
4) De 1880 a 1930. Continúa este proceso de acumulación primitiva capitalista, pero deformado, porque
el país pasa a ser dependiente del capitalismo británico. La independencia lograda en 1810 comienza a
perderse en 1880 y el país cambia su situación de independiente a dependiente y, ya en el 90, pasa a ser
categóricamente dependiente. Es una etapa muy amplia que se podría subdividir en dos: la de los gobiernos
de la oligarquía y la de los de la clase media, los radicales, pero que tiene la característica general señalada
anteriormente, es decir, la dependencia.
5) La que se inicia en el año 1930 y dura hasta 1943. Se da un paso todavía más atrás: en 1880 se había
retrocedido de independiente a dependiente; desde 1930 —como consecuencia de la penetración del impe-
rialismo británico— se pasa a ser semicolonia. Esta época, que un sector nacionalista católico denominó
felizmente “década infame”, ha sido caracterizada como de dominio del imperialismo inglés, pero sin pre-
cisar categóricamente el hecho básico: la Argentina deja su situación de dependiente para pasar a ser, lisa y
llanamente, una semicolonia inglesa.
6) De la etapa peronista. A partir de 1943 el país adquiere una independencia relativa, retaceada, frente al
imperialismo.
7) La que se abre desde 1955 y en la que nos transformamos en una semicolonia política y económica del
imperialismo yanqui.
Aclarando que en este trabajo analizaremos las primeras seis etapas, puntualicemos que si esta clasifica-
ción global es correcta disponemos de los elementos esenciales para comprender la historia argentina. Si así
no fuera, en tanto que investigadores serios debemos tratar de dar con las definiciones correctas de los
distintos tramos por los que ha transitado nuestro suceder histórico. Es lo fundamental, insistimos, más allá
de los vericuetos de los fenómenos políticos.

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Capítulo I
Independencia y crisis

Fieles a nuestro método, nos ocuparemos primero de la ubicación de la Argentina en la política y en la


economía mundial en la etapa precursora de la independencia. Mucho se ha hablado de la influencia britá-
nica en el proceso de la emancipación argentina; sin embargo, el Virreinato del Río de la Plata era una parte
importante, pero parte al fin, de un todo, el imperio español.
No es casual que la mayoría de los historiadores argentinos no estudien en profundidad las contradiccio-
nes entre las partes componentes de ese todo y su metrópoli. Sin definir con precisión la dinámica y las
contradicciones del imperio español en su conjunto es imposible comprender la independencia argentina y,
en general, la latinoamericana.
El español, igual que el, austrohúngaro o el ruso, eran imperios atrasados que sufrían la influencia del
desarrollo capitalista en el occidente europeo. Justamente por su atraso y por limitar con esos países capita-
listas, a diferencia de China o la India, sus gobiernos absolutistas hacían esfuerzos denodados por provocar
un desarrollo de sus países industrializándolos. Trataban de perpetuar el feudalismo pero, al mismo tiempo,
lograr por todos los medios un desarrollo capitalista impulsado desde arriba, burocráticamente, controlado
por sus gobiernos. Así ocurría en la Rusia zarista y, en forma más aguda, en el imperio español. Por cierto
que esto nada tiene que ver con la famosa “leyenda negra” que tejieron sobre España algunos intelectuales
al servicio de ingleses para justificar luego la penetración en las colonias americanas. En este sentido,
debemos recordar la denuncia del especialista en arte moderno francés Jean Cassou, que desenmascara a
dichos intelectuales. En realidad, España realizó grandes esfuerzos durante todo el siglo XVIII para lograr
el tan ansiado desarrollo capitalista. Su política tendía a transformar el imperio en una metrópoli del mismo
signo que Paris o Londres. Era consciente de lo que afirmaba un sociólogo y economista de la época:
“Europa trata a España como las Indias de América”. Es decir, España se negaba a ser tratada como colonia.
Los emperadores españoles se esforzaron por remediar la situación, sobre todo Carlos II y Carlos III, que
protegieron decisivamente la industria de la Península. Además de prohibir el tráfico ilegal de metálico, que
perjudicaba a los comerciantes españoles en sus negocios con el Lejano Oriente, se impidió la importación
de artículos textiles y de otros productos.
La creación del Virreinato del Río de la Plata se inserta dentro de ese objetivo. No es serio afirmar que la
independencia argentina y la latinoamericana se produjeron como consecuencia de la decadencia económi-
ca del imperio español. Es justamente lo opuesto: la independencia argentina y la latinoamericana fueron
consecuencia de las tendencias centrifugas que produjo el importante desarrollo capitalista que se dio du-
rante fines del siglo XVIII en el imperio español. Existen numerosos datos que lo demuestran. Por ejemplo,
resulta inconcebible que los historiadores argentinos no digan que la industria textil de Barcelona, a fines
del siglo XVIII, pocos años antes de nuestra independencia, tenía tantos obreros como la industria textil
argentina a comienzos de la década de 1940, más de cien mil trabajadores. No menos sorprendente es que al
hablar de la situación económica europea no se señale que España, junto con Inglaterra, fue de los primeros
países que utilizaron máquinas a principios del siglo XIX. La diferencia fundamental entre el desarrollo
español y el de las grandes potencias capitalistas reside en el hecho de que mientras en España las fuerzas
productivas crecían en proporción aritmética, en Inglaterra, Francia, Holanda y los Países Bajos lo hacían en
proporción geométrica. En ese sentido, España se encontraba en desventaja con relación a sus competido-
res, pues en valores absolutos y relativos iba quedando rezagada.
Las tendencias separatistas más recalcitrantes del imperio español eran las que se daban en las zonas de
mayor desarrollo capitalista. Esas tendencias, por lo demás generalizadas a lo largo de la geografía imperial,
se acentuaban en las regiones vasca y catalana. Lo contradictorio y complejo del proceso económico espa-
ñol explica las tendencias centrifugas. En efecto, en España el desarrollo capitalista tuvo lugar sobre una
base feudal de características inusuales en el siglo XVIII, de cada veinte españoles, uno era noble. En 1789
la nobleza peninsular estaba representada por ciento diecinueve Grandes de España, quinientos treinta y
cinco títulos de Castilla, medio millón de otros nobles entre duques, condes y marqueses. Cada uno de estos
parásitos pesaba, obviamente, sobre otros diecinueve españoles. Sumemos a eso los curas y tendremos la
estratificación de esa sociedad. Fue en los marcos de la misma que se intentó iniciar un desarrollo armonio-
so que, al mismo tiempo, no alterara las estructuras sociales dominantes. Con los gobiernos de los Carlos se
logró proteger la industria y las producciones regionales, y fueron los sectores protegidos y desarrollados,

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precisamente, los que trataron de independizarse para sacarse de encima el inmenso aparato gubernamental
burocrático y feudal que por un lado favorecía las tendencias capitalistas en germen y por el otro perpetuaba
los privilegios de los señores de la tierra y el atraso. El contrabando comenzó a florecer como resultante
inicial de esta contradicción. Uno de los primeros actos de Carlos III después de subir al trono fue disponer
una investigación de la vida económica de su imperio. La tesis principal del informe que se le presentó en
1761 fue que “de todos los delincuentes dedicados al tráfico de contrabando [...] los peores son los ingle-
ses”1. Las zonas desarrolladas pretendían ligarse directamente al mercado mundial y evitar la barrera de
trabas que frenaban el desarrollo capitalista, apropiándose de gran parte de la renta con impuestos diversos.
¿Por qué Cataluña y la Vascongada no lograron su independencia, a pesar de las fuertes tendencias sepa-
ratistas, y en cambio la consiguió Latinoamérica? La explicación hay que buscarla en la posición geográfi-
ca, que es la que explica también la supervivencia, un siglo más, de los imperios austrohúngaro y zarista. No
olvidemos que los medios de comunicación del imperio español eran marítimos. Para cubrir la distancia
que separaba la metrópolis de las colonias necesitaba de un medio de comunicación que exige un gran
desarrollo técnico: la marina, ya sea mercante o de guerra. Es decir, las tendencias centrífugas de un imperio
marítimo como el español se hacían más fuertes debido a que para mantener centralizado dicho imperio era
necesaria una gran rama de la industria capitalista, la naviera, en la que España estaba atrasada. Era por su
propio atraso relativo que el imperio hispánico no podía competir con los grandes imperios occidentales.
Así se produjo un gran vacío, que fue utilizado por las regiones coloniales de España, y dentro de ellas, por
las zonas que más se habían adentrado en el proceso capitalista en los cincuenta años previos a la indepen-
dencia: Venezuela, Colombia y el Río de la Plata. En 1780, al producirse la rebelión de Tupac Amaru, se
notaron crudamente las oposiciones a la Corona que había engendrado el desarrollo de vastas regiones. Era
lógico, entonces, que “buen número de respetables y bien establecidos criollos del Alto Perú mostraran una
marcada repugnancia para ayudar a la Corona contra los rebeldes y buena disposición para explotar el
descontento de las clases inferiores de la sociedad con el fin de crear obstáculos al Gobierno”2.
Es por eso que también hubo incidentes en Mendoza —se aplaudieron las victorias de los indios y se
quemaron retratos de Carlos III— y en Nueva Granada (Colombia), donde los comuneros se rebelaron
contra las autoridades y al amenazar a Bogotá con la violencia obligaron a modificar el sistema de rentas.
En síntesis: Un imperio atrasado, semifeudal que impulsa el desarrollo capitalista, provoca tendencias
centrífugas, no centrípetas, que no tienden a consolidar el poder sino a debilitarlo, a destruirlo. Las colonias
de América se liberan porque el medio de comunicación marítimo debilita aun más ese poder y posibilita
que las regiones más dinámicas, de mayor desarrollo capitalista (Venezuela, Colombia y el Río de la Plata)
inicien el proceso de separación de la Madre Patria.

Desarrollo de las fuerzas productivas


Habiendo precisado ya cual era el contexto mundial en que se produjo la independencia de las colonias,
pasaremos a ocuparnos del desarrollo de las fuerzas productivas. El Virreinato del Río de la Plata, una
creación política sabia que no tuvo nada de arbitraria, estableció un organismo jurídico–político de sólida
base económica. Una unidad bien equilibrada, por cierto. En especial durante el último cuarto del siglo
XVIII y los primeros años del XIX, la comunidad que tenía como centro a Buenos Aires experimentó un
crecimiento que no se puede comparar con ningún otro ocurrido en los dominios españoles. Aumentaron
considerablemente la población, el comercio y la producción, lo que redundó en una mejora del nivel de
vida. Se comenzaron a pavimentar e iluminar las calles y las escuelas se llenaron de alumnos. Muchos
jóvenes viajaban a Córdoba o Chuquisaca para graduarse en distintas especialidades. En 1801 apareció el
primer periódico y el auge cultural incluyó la lectura de clásicos franceses y exitosas representaciones
teatrales. El virreinato, creado en 1776, y la Argentina después, iban a ser un embudo en cuanto al desarrollo
de las fuerzas productivas y a la estructura económica, por cuyo pequeño agujero, el puerto de Buenos Aires,
se vertería al mundo la enorme producción de oro y plata del Alto Perú. Las exportaciones de plata que se
realizaban a través de Buenos Aires alcanzaban un promedio anual de un millón seiscientos mil pesos, entre
1748 y 1753, y las mismas superaban por lo menos en siete veces a las de cuero3. Al respecto, digamos que
hubo una tendencia en muchos historiadores a negar el papel rector de la minería del Alto Perú en la estruc-
tura general del Río de la Plata, tendencia felizmente superada. La realidad es que todo el virreinato se
integró a partir del mineral de oro y plata, que extraído de la región que actualmente pertenece a Bolivia era
embarcado en el puerto de Buenos Aires. Los españoles tenían muy buenas razones para fincar su interés
básico en la explotación minera, ya que de todas las Mercancías, el oro y la plata en barras, debido a su valor

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en función de su peso, soportaban airosamente los altos costos de transporte desde los centros de produc-
ción hasta los alejados mercados de Europa.
La salida del metálico por Buenos Aires originó una de las más enconadas rivalidades entre los virreinatos
de Lima y Buenos Aires. Técnicamente resultaba mucho más económico el transporte por Buenos Aires. Por
ejemplo, los tejidos de contrabando por Lima hacia el Alto Perú valían diez o veinte veces más qué los que
entraban por Buenos Aires, por cuanto el camino por el Río de la Plata es casi llano hasta Potosí, en contras-
te cor el camino desde Lima. No olvidemos que aún hoy llegar al Cuzco es obra de titanes, porque se debe
cruzar al ras de cuatro mil metros. Los mineros del Alto Perú y los comerciantes de Buenos Aires se coliga-
ron durante muchos años para sacar el metal por nuestro puerto por las razones antedichas y por la posibili-
dad de contrabandear, en detrimento de los comerciantes limeños. Esta sorda pugna se patentizó en la época
en que lima era puerto único para el comercio con España. Por entonces, existía un camino hacia el istmo de
Panamá y la salida se hacía por Portobello. Sólo dos o tres puertos podían comerciar con la metrópoli. Pero
luego, por Real Cédula de 1765, se puso fin a la política de puerto único y se autorizó a comerciar a cinco
puertos. En 1768 se amplió el permiso a Campeche y Yucatán y en 1776 a Santa Marta. En realidad, cabría
decir que la política de apertura había tenido un tímido comienzo en el reinado de Felipe V en 1720, pero
quedó paralizada. Se concretó y consolidó el libre comercio a partir de 1776 y se realizaron grandes esfuer-
zos por mantener la producción existente, puesto que la minería del Alto Perú comenzaba a entrar en deca-
dencia a raíz de sus métodos anticuados, que en definitiva están los mismos que España habla introducido
ciento cincuenta años antes. El problema era de difícil solución: los socavones se inundaban y los procedi-
mientos químicos entraban en desuso. Aun así, el ritmo de producción se conservaba. Los metales seguían
saliendo por Buenos Aires y a su influjo se estructuraban todas las zonas del virreinato. Se creaba una
especie de espina dorsal desde el Alto Perú hasta Buenos Aires y de Buenos Aires hasta el Alto Perú. Desde
el litoral y Tucumán se exportaban burros y caballos al Altiplano, en especial los primeros. Había un gran
comercio de ganado en pie desde el litoral que cubría en sentido inverso el mismo recorrido que los produc-
tos mineros, invernaban seis meses en Córdoba y luego pasaban a Tucumán. En Lerma (Salta) se vendían
anualmente al norte seis mil burros y de cuatro a seis mil caballos. En Tucumán se confeccionaban tejidos
para el Alto Perú. Había obrajes en todo el virreinato. En el sur se fabricaban excelentes carretas. La yerba
mate se exportaba desde el Paraguay a todas las regiones; Santa Fe era el puerto de cabotaje que monopoli-
zaba el producto. Corrientes era la zona de producción de pequeños buques. Los aguardientes ordinarios se
elaboraban en Cuyo. En Córdoba se cultivaba el trigo. Por último, digamos que la región más rica y poblada
del país era Tucumán, por ser la más próxima al Alto Perú. Mientras todo el Litoral contaba con ciento
treinta mil habitantes, en Tucumán vivían alrededor de ciento cuarenta mil.
Esta estructura de conjunto es la que explica la creación del Virreinato del Río de la Plata4. Se trataba de
zonas productivas dependientes de una producción destinada al mercado mundial: los metales preciosos. Se
ha exagerado la importancia que por entonces tenía la producción de cueros. Cierto es que la exportación de
los mismos iba adquiriendo mayor importancia, pero todavía no jugaba un papel fundamental. Era más bien
una variante capitalista de la caza. Se mataban animales en gran cantidad y se les sacaba el cuero, que era
exportado en pésimas condiciones, secado al sol y sin salar, perdiéndose un gran porcentaje al ser atacado
por la polilla. Con posterioridad a 1750 se realizaron intentos serios por poner fin al sistema basado en la
caza y comercialización y establecer una industria en que la caza fuese reemplazada por la cría. “Entre 1771
y 1775 el Cabildo de Buenos Aires, que expresaba los puntos de vista de los comerciantes y estancieros, se
quejó al Gobernador por la matanza de novillos, terneros y vaquillonas y, como consecuencia de ello, se fijó
un sistema de licencias para cría de ganado que, si los estancieros hubieran podido hacer cumplir, habría
representado un primer paso hacia la producción racionalizada e industrial”5. En el gobierno de Vértiz se
hicieron intentos de salar la carne, pero fracasaron porque, entre otras cosas, la sal de Salinas Grandes era
muy mala y aún no se la traía de Río Negro. Recién en el período 1810–1815 se superaron los inconvenien-
tes. La industria mejoró en calidad y cantidad y los casi tres millones cien mil cueros vendidos a Gran
Bretaña en el lapso citado son una prueba elocuente.
La independencia argentina tuvo lugar con esta estructura económica y con el desarrollo de las fuerzas
productivas que hemos descrito a grandes rasgos. Cuando ocurrió nos encontramos con una fuerza produc-
tiva en total decadencia, la minería del Alto Perú (la mina de plata de Potosí se inundó y dejó de funcionar),
y una nueva producción en ascenso: la ganadería del Litoral. Esta contradicción iba a ser la causa de la crisis
que asoló el país después de la independencia y explica la división entre los distintos sectores de clase.
Comenzó un periodo de diez años de inestabilidad que, en última instancia, fueron reflejo de la crisis de una

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fuerza productiva superada por el surgimiento y perfeccionamiento de otra constituida por los saladeros, la
lana y los cueros salados.. El primer establecimiento saladeril se instaló en Ensenada en 1810. Ya hacia
1815 los saladeros se habían transformado en gran industria nacional con la fundación de “Las Higueritas”,
la gran empresa de Rosas, Terrero y Anchorena, en Monte Chingolo. A riesgo de ser insistentes, recordemos
este hecho decisivo: la decadencia de la producción metalífera significó el ocaso del interior y la ruptura de
la relación entre todas esas regiones, porque la nueva producción surgió en el Litoral y, sobre todo, en la
provincia de Buenos Aires.
Buenos Aires, de puerto único, se transformó también, incluida su región de influencia, en el aparato
productivo más importante del país. Esto originó problemas en el Congreso de Tucumán de 1816, cuando
un grupo de diputados del norte planteó la necesidad de una nación fuerte, centralizada, con capital en
Cuzco. Eran los representantes del sector burgués minero, que aspiraba a recuperar su producción y organi-
zar el país a su servicio. De haber triunfado dicha variante y haberse construido la nación en función de sus
intereses, toda la estructura del proceso histórico argentino hubiera variado, porque nos encontraríamos con
una burguesía minera parecida a la del norte de Chile. No obstante, los acontecimientos no se desenvolvie-
ron en beneficio de los sectores mineros y su decadencia y la de sus representantes políticos, que aspiraban
a que la capital estuviera en el Alto Perú y a mantener la unidad de todo el virreinato sólidamente estructu-
rada, favoreció por lo tanto directamente a la nueva burguesía ganadera del Litoral en ascenso.

Relaciones de producción
¿Qué relaciones existían entre las clases? El análisis del tercer elemento fundamental del proceso históri-
co se toma difícil por las características de la época. En principio, no existían clases nacionales sino regio-
nales. Había zonas económicas pero no un mercado nacional ni una burguesía nacional; cada región defen-
día sus intereses como conjunto, y dentro de las mismas podemos apreciar la coexistencia de distintas
clases. Veamos a los sectores explotadores, privilegiados. Los mismos constituyen una constante en nuestra
historia y en la de Latinoamérica, pues están claramente delimitados por sus intereses antagónicos: los
productores ligados a la producción nacional, y los importadores, denominados “compradores” por los
escritores marxistas. En Asia y Africa, por ejemplo, es el sector burgués más poderoso, pues casi no existe el
productor nacional. Pero en Latinoamérica, justamente por su desarrollo capitalista más avanzado que en
los continentes citados, por estar íntimamente ligada al mercado mundial desde la colonización, surgió una
fuerte clase capitalista productora a la que podemos llamar terrateniente, estanciera, minera, etcétera, pero
totalmente diferente a la compradora en cuanto a la composición individual del grupo y a sus intereses
sectoriales. Es imposible comprender la historia argentina o latinoamericana en general si no se advierte
que hay una división tajante, una tremenda lucha, entre los importadores o compradores y los productores,
lucha que tiene lugar, fundamentalmente, en torno a los impuestos de aduana. En efecto, ¿qué se ha de
gravar para solventar los gastos del estado, las importaciones o las exportaciones? La elucidación de esta
cuestión, también sistemáticamente olvidada por muchos historiadores argentinos, arrojará luz sobre la
política económica y social seguida desde el poder por prominentes figuras. Mitre, por ejemplo, gravaba las
exportaciones y daba libertad absoluta a los importadores; Sarmiento y todos los gobiernos que le siguieron
liberaron las exportaciones y gravaron las importaciones. Rosas liberó importaciones y exportaciones, mal
que le pese al revisionista José María Rosa, según veremos en el capítulo correspondiente. Sin embargo, la
pugna entre productores y comerciantes, la mera división de la burguesía, eje fundamental de la historia
argentina en el siglo pasado, no explica por sí sola los problemas muy complejos que anidaban dentro de
cada uno de los sectores.
Los productores estaban claramente divididos entre los que producían para el mercado interno o regional,
es decir, sombrereros, lecheros o quinteros de Buenos Aires, chacareros de Córdoba, viñateros de Mendoza,
ganaderos del Litoral (que vendían su ganado al Alto Perú), que vamos a ver representados en el parlamento
del periodo rosista (el grupo encabezado por Baldomero García entre los años 1832–1835) y los productores
para la exportación. Estos últimos mantenían, en general, buenas relaciones con el país que les compraba;
defendían el derecho de que los productos que salían de nuestro territorio no se gravaran, pero más allá de
eso no eran proteccionistas, en oposición a la burguesía que producía para el mercado regional, que lo era,
y rabiosamente. En especial en países como la Argentina, de gran atraso manufacturero, ese proteccionismo
era llevado hasta límites increíbles, porque se pretendía practicarlo incluso provincia por provincia, corno
en el caso de Corrientes.

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Resumamos, entonces, los elementos necesarios para comprender a los grandes sectores explotadores:
primero, los importadores, librecambistas furiosos o, al menos, librecambistas con respecto a la importa-
ción. Segundo, los productores, subdivididos entre los que producen para el mercado regional o interno,
proteccionistas a ultranza, y los exportadores, que practicaban una política oportunista, ya que no eran
consecuentemente proteccionistas ni librecambistas. De estos sectores, al no haber un mercado nacional ni
clases nacionales, el que surgió como más unido a escala nacional fue la burguesía comercial el gran impor-
tador de Buenos Aires, que tenía sus agentes en Córdoba, Santa Fe y Corrientes, y el gran almacenero, que
vendía sus productos en cada población y era el adalid en miniatura de la libre importación a través del
planteo de lo barato de sus mercancías. Era la clase minoritaria pero, insistimos, más cohesionada, más
sólidamente integrada en todo el país, a diferencia de la burguesía productora, más mezquina, ligada a su
región, de miras más estrechas. Esta última actuaba en frente único y no como partido político, siendo ese
frente sumamente débil, ya que se fracturaba en cualquier momento en función de los intereses regionales
que lo componían. Recuérdese que no se trataba de una burguesía nacional productora, sino de muchas
burguesías y pequeñas burguesías regionales productoras, que a su vez estaban divididas por el problema de
exportación o producción para el mercado interno.
La independencia va a originar el surgimiento de dos grandes partidos políticos, los unitarios y los federa-
les, en función de los sectores de clase apuntados más arriba6. Del lado de los trabajadores existía un peque-
ño campesinado, como los quinteros y lecheros de los pueblos y ciudades, que constituían un sector bastante
próspero que trabajaba para el mercado regional. En algunas provincias del interior había esclavos y peones
en condición de semiesclavitud (Jujuy) y artesanos, este último un sector muy importante. Junto con ellos
podernos citar a los desclasados o semivagos que rodeaban las ciudades debido al poco desarrollo indus-
trial, con el agregado de que en el Litoral, en la inmensa pampa, se daba un tipo de vago que después fue
incorporado al folklore y reivindicado como gaucho, palabra que deriva del portugués Garrucho, “vago”. El
gaucho vivía en los intersticios de la sociedad colonial y persistió cuando el país ya se había independizado.
Distintos sectores, pues, confluirán en Mayo. Productores para el mercado interno o el internacional,
burgueses comerciales e intelectuales revolucionarios se aliarán para obtener la independencia. Distintas
fueron las motivaciones que los llevaron a plegarse al proceso, como distintas fueron las actitudes que
adoptaron en relación a la conducción política y económica de la Revolución. Quien resumió las aspiracio-
nes de todos ellos, convirtiéndose en verdadero árbitro entre los mismos, fue Mariano Moreno, ilustrado
abogado jacobino. Muchas de las posiciones contradictorias que le apuntaban algunos autores fueron pro-
ducto, precisamente, de la necesidad de reflejar los intereses casi siempre contrapuestos de importadores y
exportadores productores7. Así, en 1809 su Representación de los Hacendados influyó en la sanción de la
ordenanza aprobada por el virrey Cisneros con la que se daba un paso decisivo hacia el libre comercio,
aspiración de los exportadores de cuero y sebo a Inglaterra y de los comerciantes importadores8. Fue el
mismo Moreno del artículo 4° del Plan de Operaciones que el gobierno provincial de las Provincias Unidas
del Río de la Plata debe poner en práctica para consolidar la grande obra de nuestra libertad e independencia
(conocido como Plan de Operaciones), que planteaba: “Nuestra conducta con Inglaterra debe ser benéfica,
debemos proteger su comercio, aminorarles los derechos, tolerarlos y preferirlos, aunque suframos algunas
extorsiones”. El artículo 30 del mencionado plan mostraba, en cambio, a un Moreno proteccionista, defen-
sor de la producción nacional: “Elevar cargos contra el Virrey Cisneros y las autoridades españolas por
haber atentado contra el bienestar general al conceder franquicias de comercio libre con los ingleses, el que
ha ocasionado quebrantos y perjuicios”. Es, decir, el propio autor de la Representación de los Hacendados
adecuó sus tesis a las necesidades de la Revolución. La síntesis morenista, enarbolada años después por sus
partidarios (Paso, su hermano Manuel Moreno, etcétera) coincidiría con los históricos de las fuerzas pro-
ductoras del país, encarnados intereses en la década del 30 por los federales en el poder, aunque quien lideró
el proceso fue el ala derecha reaccionaria de los saladeristas rosistas. En todos los trabajos de Moreno,
algunos de los cuales contaban con la aprobación de Belgrano, Castelli y otros, se reflejaron los esfuerzos de
los intelectuales revolucionarios para que el país se sumara a la marcha de los tiempos.
Otro sector de peso en los días de Mayo fue el que representaba a los que se habían consolidado económi-
camente durante la vigencia de la antigua estructura del virreinato, los ganaderos del Litoral que vendían
ganado en pie en el Alto Perú. Su portavoz más destacado fue Cornelio Saavedra, cuyos roces con Moreno
eran consecuencia de la contradicción entre los viejos sectores productores para el mercado virreinal y los
nuevos sectores ligados al comercio exterior. En efecto, muchas de las medidas propugnadas por Moreno
debían chocar con los intereses de los productores virreinales puestos a competir con la manufactura impor-

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tada. Por otro lado, los ganaderos del Litoral que vendían en el Alto Perú querían defender y fortalecer la
estructura virreinal.
También merece destacarse en los años precursores un sector que se benefició con la guerra de la indepen-
dencia. Es la burguesía que proveía a los ejércitos, clase que también actuó en Francia proveyendo de armas
a los ejércitos de la Revolución de 1789 primero, y a los de Napoleón después. Su influencia en la historia
nacional aún no ha sido debidamente analizada por el marxismo. Es sabido que el general San Martín,
estratega moderno y organizador admirable, artífice junto con Bolívar de la idea de unidad americana para
oponerse a la prepotencia de las potencias extranjeras, denunció aparentemente a este grupo al atacar desde
Mendoza a la camarilla de Alvear.
En septiembre de 1811, caída la Junta Grande, se adueñó del Poder el sector de la burguesía comercial
acaudillado por Bernardino Rivadavia, secretario del Triunvirato. Derogó todas las restricciones que pesa-
ban sobre las importaciones de manufactura inglesa Y se inició el nuevo periodo que culminará a fines de la
década del 20 con el ascenso al gobierno del ala derecha del federalismo. En esta etapa se promovió la
separación de la Banda Oriental (Uruguay) del territorio nacional y se acentuaron, tal corno lo veremos en
el capítulo siguiente, los reclamos de los productores y comerciantes nacionales estrangulados por la impor-
tación9.
Uno de los temas que más polémica ha originado dentro de la izquierda argentina, y en general entre los
investigadores, es la determinación de si la conquista y colonización de América fue una empresa capitalista
o feudal. Sin tomar en cuenta las consideraciones de carácter jurídico (que tomadas aisladamente son ajenas
al marxismo) según las cuales resulta irrebatible que la Corona consideraba estas tierras como sus feudos y
vasallos a sus habitantes, ni las relaciones de producción establecidas por los españoles, que hasta pueden
ser catalogadas de semi esclavista, sino, el objetivo del sistema económico implantado que, sin duda, era el
de percibir ganancias a través de la producción en gran escala para el mercado mundial, no podemos ‘menos
que señalar que la empresa fue capitalista. Marx define el feudalismo en sus rasgos básicos: posesión de una
pequeña parcela por parte del siervo; pago de tributo al señor; producción e intercambio escasos. El objeti-
vo del feudalismo no fue, evidentemente, la ganancia. Por eso definimos corro capitalista la conquista y
colonización del sur de América, pues aunque no haya originado una sociedad capitalista como Inglaterra,
la meta, al igual que en el sur de los Estados Unidos, fue extraer ganancias. Podemos citar el caso de
Sudáfrica, con sus minas de oro y diamantes, como un ejemplo similar actual. Los dueños de las minas
establecen con las tribus relaciones esclavistas o semi esclavistas, pero las minas de oro son los lugares
donde se asienta la paridad dólar–oro en el mundo capitalista. Las minas de Katanga (Congo) son las que
mayor beneficio económico brindaron en los últimos diez o quince anos, constituyéndose en la empresa
capitalista más redituable del mundo. Es secundario si allí las relaciones de producción son capitalistas o
tribales, si explotan a obreros, esclavos o vasallos. Lo mismo ocurría en América, donde —como acertada-
mente dijo Bagú— se daba “una concepción de casta sobre una realidad de clases”. Los españoles, portu-
gueses, ingleses o alemanes, por ejemplo, no fueron al sur de los Estados Unidos a hacer un feudo. Los que
se dirigieron al norte de América, en cambio, fueron campesinos que pretendían reproducir una sociedad
feudal. Por eso, la colonización del norte de Estados Unidos fue feudalista sin feudalismo, porque los cam-
pesinos que allí se radicaron se encontraron sin una clase terrateniente feudal que los quisiera explotar,
aunque en algunos casos, como Nueva York, hubiera campesinos con status feudal, y la del sur fue capitalis-
ta sin capitalismo, pues la mano de obra estaba formada por esclavos africanos. Por la misma razón, algunos
de los grandes pensadores y políticos de la burguesía mundial que fijaron las bases de las libertades demo-
cráticas y burguesas, como los Derechos del Hombre y del Ciudadano, fueron grandes esclavistas del sur de
los Estados Unidos.
¿Cómo siendo esclavistas se plantearon la igualdad del hombre ante la ley y una ideología liberal, como
Washington por ejemplo? Es un misterio indescifrable para la concepción mecanicista de la historia. Para la
concepción dialéctica, en cambio, es sencillo: porque se trataba de una clase capitalista que al encontrarse
en el mercado con fuerza de trabajo barata (los esclavos) y al ser sus objetivos las grandes ganancias,
hicieron lo mismo que las poderosas sociedades de Londres y Nueva York que hoy en día explotan las minas
de Sudáfrica. No podemos decir que dejaron de ser capitalistas porque carecían de obreros, ya que su
objetivo, insistimos, era obtener beneficio, que extraían de sus esclavos. Era un capitalismo sin capitalismo,
porque fue la negación de una estructura típicamente capitalista y originó una clase que hizo producir
desaforadamente a la naturaleza. Recientemente, alemanes y norteamericanos descubrieron que los españo-
les explotaban a fondo sus minas: en el ochenta por ciento de los yacimientos que esos imperialismos

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trabajan en la actualidad hay socavones ya tapados hechos por sus antecesores hispánicos. Dinamismo
típico del capitalismo, no del feudalismo. No creemos que resulte sorpresiva, a esta altura del análisis, la
afirmación de que los españoles no hacían un feudo con los indígenas, sino que estaban obsesionados por la
producción para el mercado mundial y la ganancia. Veamos el siguiente cuadro:

Cantidad de plata que entró en Sevilla procedente de América (en ducados)10

Para la Corona
Período Particulares Total
española
1586–1590 9.651.855 18.947.302 28.599.157
1596–1600 13.169.182 28.145.019 41.314.201

Por otra parte, las investigaciones de prestigiosos historiadores como Pirenne han demostrado que en la
Europa de la Edad Media se dieron numerosas formas burguesas sobre bases feudales. La falta de mano de
obra en abundancia por la traba de los gremios, entre otras cosas, impedía la existencia del ejército indus-
trial de reserva característico del capitalismo moderno. Se puede afirmar, siguiendo asimismo estudios
efectuados en la Universidad de Cambridge, que excepto en los siglos IX al XII no existió en Europa
ninguna forma feudal pura. Aquí, en Sudamérica, se da una forma muy peculiar, combinada: formas de
explotación semi esclavistas más que feudales, porque no hay población suficiente que origine, al igual que en
la Europa del Medioevo, un ejército industrial de reserva y posibilite relaciones de producción capitalista.

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Capítulo II
El rosismo
La etapa que se abre en el país a partir de 1820 es, tal vez, la más polémica de la historia argentina.
Obviamente, el periodo previo al gobierno de Rosas y el de su gobierno propiamente dicho son los que han
provocado las más arduas discusiones entre los especialistas de todas las tendencias. Por otra parte, la
corriente histórica que se autodefine como “revisionista” se ha detenido especialmente en este periodo, lo
que nos obliga a ser más precisos y polémicos en nuestras afirmaciones.

Relaciones comerciales y diplomáticas con el extranjero


Durante esta etapa se produjeron cambios decisivos en el comercio exterior argentino y en las relaciones
del país con el extranjero. Por supuesto, desapareció toda influencia española. El vacío dejado por el mono-
polio español fue ocupado por Inglaterra, que no llegó, sin embargo, a conquistar una situación tan privile-
giada como España. Se produjo ya el triángulo que iba a ser casi una constante del comercio exterior
argentino: el país que domina o predomina en las exportaciones no las controla en la misma forma. Hubo un
cambio, también espectacular, en cuanto a lo que se exportaba: desaparecieron los metales preciosos y su
lugar fue ocupado por la carne salada, los cueros y la lana. Exceptuando los cueros, exportación conocida ya
bajo el virreinato, las otras dos exportaciones eran nuevas.
Es necesario precisar, o directamente abandonar, una definición propia de la mayor parte de los historia-
dores marxistas o nacionalistas, el acostumbrado lugar común de asegurar que Inglaterra y Francia ya eran,
en esa época, modernas potencias imperialistas11. El imperialismo moderno no se da a principios del siglo
XIX sino a fines del mismo (en sus, dos últimas décadas), con una excepción que enseguida analizaremos.
Si aceptamos el término imperialismo debemos aceptar que hubo, entonces, tres tipos claramente diferen-
ciados del mismo durante el siglo diecinueve. Hasta el año 1850 predominó el capital comercial; hasta el
1880 el industrial, y recién entonces comenzó el verdadero imperialismo de los grandes monopolios, el
capital financiero y las exportaciones de capitales a los países atrasados.
Podemos advertir dos etapas en lo que hace a la relación anglo–argentina en este tramo de la historia
argentina. La primera, de 1815 a 1825, exhibe un fenómeno raro que luego se interrumpe abruptamente:
aparece capital financiero a través de numerosas inversiones. La originalidad del hecho (no olvidemos que
el imperialismo y las exportaciones de capital recién se dieron en forma masiva a partir de 1880) influyó
para que pasara inadvertido a numerosos historiadores. (hacia 1815 se produjo una extraordinaria disposi-
ción de capitales en la City londinense, que por la especial situación político–militar del Viejo Continente
(guerra con Napoleón) no encontraban allí posibilidades de inversión. En consecuencia, esta situación se
prolongó hasta 1825 aproximadamente. Latinoamérica fue centro de importantes inversiones de capital,
proceso éste estudiado, entre otros, por el economista Tougan Baranowsky. Mientras la prensa inglesa exal-
taba las riquezas de América para estimular las inversiones, una verdadera fiebre se apoderó de “príncipes,
aristócratas, políticos, funcionarios, abogados, médicos, poetas, eclesiásticos, filósofos, jóvenes, mujeres
casadas y viudas, que se precipitaron a colocar su dinero en empresas de las que nada conocían, a no ser el
nombre”12. El flujo de capitales hacia el Nuevo Continente se frustró, no obstante, por dos factores parale-
los: la quiebra de las fantásticas empresas iniciadas en varias regiones americanas y la apertura del mercado
europeo a las inversiones y mercancías inglesas tras la definitiva derrota de Napoleón Bonaparte y el co-
mienzo del desarrollo del capitalismo en Europa13. Esta, junto con Estados Unidos, se iba a transformar en
el principal centro de atracción para el comercio y las finanzas inglesas.
La segunda etapa, de 1825 a 1850, presenta el desarrollo de un imperialismo capitalista de carácter comer-
cial, no industrial. Es decir, el principal afán de los grandes capitalistas ingleses no era todavía invertir o
vender grandes volúmenes —la revolución industrial era muy débil y recién adquirió impulso en la década
de 1850— sino controlar el comercio de cada país.
La Argentina, ligada estrechamente al mercado mundial, se abastecía de la mayor parte de los productos
industriales, principalmente textiles, en Inglaterra. El amigo de Rosas, Sir Woodbine Parish, escribía en
1838: “Tómense todas las piezas de su ropa; examínese todo lo que le rodea; y exceptuando lo que sea
cuero, ¿qué cosa habrá que no sea inglesa? Si su mujer tiene una pollera hay diez probabilidades contra una
de que será manufacturada en Manchester. La caldera de ella en que cocina su comida, la taza de loza
ordinaria en la que come, su cuchillo, sus espuelas, el freno, el poncho que lo cubre, todos son efectos
llevados de Inglaterra”14.
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Para completar el cuadro de nuestras importaciones, cabría añadir que “Alemania predominaba en el
ramo de ferretería; que la harina y las maderas eran casi exclusivamente suministradas por los norteameri-
canos; que Brasil nos abastecía de azúcar, yerba mate, ron, arroz, café y algunos artículos textiles, de los
cuales buena proporción eran exportaciones procedentes de la India”15.
El desarrollo capitalista francés hizo que, poco a poco, éste comenzara a penetrar en el Río de la Plata y
que se produjera una seria competencia entre ambos colosos, que tenía como eje dos puertos: Montevideo,
centro del comercio francés, y Buenos Aires, del británico. No es de sorprender, entonces, que un agudo
observador inglés haya afirmado que “todo mejoramiento que se haga en nuestras maquinarias de la patria
y que se traduzca en reducciones del precio de estas manufacturas contribuye (y tal vez no sepamos hasta
qué punto) a crear el bienestar entre las clases más pobres de estos remotos países y tiende a perpetuar
nuestro dominio sobre sus mercados”16.
Las exportaciones aumentan en forma considerable durante la década de 1820, para disminuir su ritmo de
crecimiento posteriormente, hasta estabilizarse en las cifras de la década anterior.

Exportaciones de Buenos Aires, excluidos metales y dinero17

Productos 1822 1829 1830


Cueros (vacunos, yeguarizos, chinchilla, lanares y otros) 2.849 3.728 3.616
Tasajo 351 330 446
Astas y cerdas 161 200 237
Lana 33 30 329
Varios 147 189 331
Totales 3.541 4.477 4.959

Entre 1836 y 1850 decayó el tasajo; la lana aumentó de 1.812 toneladas en 1837 a 7.681 en 1850.
El tasajo se exportaba a Brasil y Cuba para el consumo de los esclavos; no se dependía para su transporte
de los mercantes extranjeros, ya que el país tenía sus propios buques. Es que “para no depender del transpor-
te británico, así como para acarrear la sal necesaria desde el puerto de Patagones, los saladeristas poseían o
fletaban pequeñas goletas o sumacas (la más importante era la ‘Concepción’ de Roxas y Patrón) que traían
la sal del sur y llevaban tasajo a Montevideo y Brasil”18. Otras exportaciones, como los cueros y lanas, iban
a Europa, principalmente a Inglaterra, y eran controladas por comerciantes ingleses.
Este predominio inglés en el comercio exterior argentino bajo Rosas se reflejó en el terreno diplomático;
hasta echar una ojeada a los documentos oficiales del propio Foreign Office. El 25 de agosto de 1838, en
plena época de Rosas, el ministerio inglés se permitía comentar que “al romper con el almirante francés Le
Blanc, Rosas se había arrojado, en brazos de su amigo Mandeville (representante inglés) quedando la ocu-
pación de las Malvinas, ocurrida en 1832, completamente relegada al olvido. El gobierno se apartó de la
política llevada hasta entonces, para recalcar, tanto en privado como en público, que las operaciones france-
sas constituían en realidad un ataque a la posición privilegiada británica y que el éxito de las mismas
significaría la caída del partido favorable a Inglaterra”19. Corrían los días en que Rosas bloqueaba el puerto
de Montevideo y provocaba la desesperación de las potencias europeas ante la perturbación que dicho
bloqueo (que apuntaba contra Rivera, amigo y protegido de los franceses) causaba al tráfico comercial con
el Río de la Plata. También por entonces, a pesar de las desavenencias momentáneas con los ingleses, que
instaban a Rosas a terminar el conflicto con Rivera, el mismo Mandeville, informando al Foreign Office,
decía que Rosas había reiterado su aprobación al convenio comercial anglo–argentino de 1825 y que consi-
deraba a Inglaterra nación privilegiada (“la considero el baluarte de nuestra independencia”)20. Cuatro años
más tarde, Mandeville le proponía a Rosas la mediación conjunta de Inglaterra y Francia para terminar la
guerra contra Rivera. La discusión no parecía llegar a buen puerto. “Le hablé, entonces —informó Mande-
ville— en mi carácter oficial de ministro británico y en mi condición privada de amigo”21. Podríamos
continuar con el análisis de distintos documentos del la Foreign Office para arribar a la conclusión de que la
influencia británica en nuestra política exterior e interior fue decisiva durante el gobierno de Rosas. Años
después de las entrevistas entre Rosas y Mandeville, al decaer la estrella del Restaurador, la actitud de los
ingleses hacia su persona no fue precisamente hostil22. Es que en Inglaterra se “comprendía” perfectamente
la actitud del elenco rosista, igual que antes se había comprendido a Rivadavia. Como los ingleses tenían un
pacto a escala mundial con el capitalismo francés, por el cual se repartían el mundo bajo cuerda, y a veces

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