Jesus Ensena Sobre El Divorcio
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(Mr 10:1-12) “Levantándose de allí, vino a la región de Judea y al otro lado del
Jordán; y volvió el pueblo a juntarse a él, y de nuevo les enseñaba como solía. Y se
acercaron los fariseos y le preguntaron, para tentarle, si era lícito al marido repudiar
a su mujer. El, respondiendo, les dijo: ¿Qué os mandó Moisés? Ellos dijeron: Moisés
permitió dar carta de divorcio, y repudiarla. Y respondiendo Jesús, les dijo: Por la
dureza de vuestro corazón os escribió este mandamiento; pero al principio de la
creación, varón y hembra los hizo Dios. Por esto dejará el hombre a su padre y a su
madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne; así que no son ya más
dos, sino uno. Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre. En casa
volvieron los discípulos a preguntarle de lo mismo, y les dijo: Cualquiera que repudia
a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra ella; y si la mujer repudia a su
marido y se casa con otro, comete adulterio.”
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Algunas consideraciones preliminares
Nosotros debemos tener cuidado de no tratar este tema con la misma frivolidad que lo
hacían los fariseos. Es cierto que el divorcio es un tema complejo y controvertido, y sin
duda, hay que tratarlo, pero sin olvidar que toca las emociones de las personas a un nivel
profundo, tan profundo que se puede decir que pocas desdichas hay más grandes que la
de un matrimonio desgraciado. Por lo tanto, al hablar de todo esto, no podemos exponerlo
simplemente como un tema doctrinal frío, sino que debemos pensar siempre en personas,
en relaciones rotas y en mucho sufrimiento.
Sin embargo, en nuestra búsqueda de respuestas acerca del tema, no podemos dejar que
sea nuestro corazón el que nos guíe, sino que como en cualquier asunto relacionado con
la moral y la doctrina, debemos confiar en la infalible Palabra de Dios, y no en nuestro
engañoso corazón. Y en esto necesitaremos especialmente la ayuda del Señor, porque en
muchas ocasiones, las personas que más se interesan por este asunto, lo hacen porque
están implicadas emocionalmente en una ruptura matrimonial. Una situación así no ayuda
para descubrir la voluntad de Dios, sino más bien para escuchar lo que se adapte a lo que
nosotros mismos esperamos.
También tendremos que estar especialmente alerta para que nuestras convicciones sobre
el tema no se vean influidas por los patrones de moralidad de la sociedad en la que
vivimos, sobre todo cuando vemos cómo nuestra cultura cada día se aparta más de los
principios de las Escrituras. En este sentido, es preocupante ver las grandes diferencias
que encontramos entre los comentaristas bíblicos en función de la cultura en la que viven
o de la época en la que han escrito.
Y por último, en un asunto tan complejo como éste, y en el que grandes hombres de Dios
han adoptado diferentes puntos de vista, no pretendemos decir la última palabra sobre el
tema. Por supuesto, hablamos con la convicción que el estudio de la Palabra de Dios nos
produce, pero nunca pretendemos infalibilidad. Además, tratándose de un tema muy
amplio, es imposible resolver todas las cuestiones que se puedan plantear, algunas de
ellas muy complejas.
Dicho todo esto, abordamos este estudio con un corazón dividido, porque por un lado
trataremos sobre el matrimonio, uno de los regalos más hermosos que Dios ha dado a la
humanidad, y por otro, el divorcio, que tanto dolor y sufrimiento ha traído a millones de
personas.
¿Qué es el matrimonio?
Aunque en todas las sociedades el matrimonio es una institución reconocida y
reglamentada, no fue el hombre quien la diseñó, sino que fue Dios mismo quien lo hizo en
el comienzo de la creación, antes incluso de que el pecado entrara en el mundo.
Puesto que fue Dios quien instituyó el matrimonio, nadie puede decirnos mejor que él
cuáles son sus características y su propósito. El libro de Génesis nos da algunos detalles
sobre esto:
• Debía ser el cauce para la preservación de la raza: “Fructificad y multiplicaos” (Gn
1:28).
• Serviría a los cónyuges de compañía, ayuda y apoyo mutuos: “No es bueno que el
hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él” (Gn 2:18).
• Implicaba un compromiso de amor y entrega: “Serán una sola carne” (Gn 2:24).
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Podemos decir que el propósito de Dios en cuanto al matrimonio es que un hombre y una
mujer hallen dentro de él una hermosa relación en todos los campos: espiritual, afectivo,
sexual, social...
La importancia del matrimonio como fundamento de la sociedad está fuera de toda duda.
La historia confirma de manera notable que cuanto más se acercan las leyes de un país a
lo que la Biblia enseña sobre el matrimonio, todas las estructuras sociales funcionan
mejor y la moralidad es más elevada.
El matrimonio es un pacto
Para comprender correctamente la importancia del matrimonio desde la perspectiva
bíblica, hemos de verlo como un pacto divino. Esto subraya la gran solemnidad que
entraña contraer matrimonio.
Esto quiere decir que el matrimonio es mucho más que un compromiso humano. Dios
mismo interviene para unirlo de forma permanente e indisoluble.
(Mr 10:9) “Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.”
Así que, los que se casan quedan unidos por la ley de Dios (no sólo por las leyes civiles
de los hombres) de forma permanente, y sólo la muerte los puede separar.
(Ro 7:2-3) “Porque la mujer casada está sujeta por la ley al marido mientras éste
vive; pero si el marido muere, ella queda libre de la ley del marido. Así que, si en
vida del marido se uniere a otro varón, será llamada adúltera; pero si su marido
muriere, es libre de esa ley, de tal manera que si se uniere a otro marido, no será
adúltera.”
En otras ocasiones la Escritura se refiere también al matrimonio como a un pacto divino:
(Pr 2:17) “... La cual abandona al compañero de su juventud, y se olvida del pacto
de su Dios.”
(Mal 2:14) “... Jehová ha atestiguado entre ti y la mujer de tu juventud, contra la cual
has sido desleal, siendo ella tu compañera, y la mujer de tu pacto.”
El matrimonio ilustra la relación de Dios con su pueblo. El matrimonio, como unión
indisoluble, es usado tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo para ilustrar la
relación íntima y permanente de Dios con su pueblo.
(Ez 16:8) “Y pasé yo otra vez junto a ti, y te miré, y he aquí que tu tiempo era tiempo
de amores; y extendí mi manto sobre ti, y cubrí tu desnudez; y te di juramento y
entré en pacto contigo, dice Jehová el Señor, y fuiste mía.”
(Is 54:5) “Porque tu marido es tu Hacedor; Jehová de los ejércitos es su nombre...”
(Ef 5:31-32) “Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su
mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es este misterio; mas yo digo esto
respecto de Cristo y de la iglesia.”
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Por esta razón, el Señor Jesucristo se expresó con tanta contundencia: “Así que no son
ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” (Mt
19:6). Siguiendo la ilustración del Señor, podríamos decir que para un hombre y una
mujer casados, el divorcio sería lo mismo que si les arrancasen un brazo o una pierna del
cuerpo.
No cabe duda de que la intención original de Dios en cuanto al matrimonio era que éste
fuera indisoluble. Esta es la deducción lógica del lenguaje empleado por Dios: “un pacto”,
“una sola carne”, “hasta que la muerte los separe”, “sujeta por la ley mientras vive”. Por lo
tanto, el divorcio debe ser considerado como una violación flagrante de la institución
divina. Y por supuesto, implica también el fracaso del hombre en su fidelidad hacia Dios, y
la ruptura de la relación entre ambos.
• A todo esto hay que añadir la angustia por los hijos, las tensiones por la custodia y
la pensión. Y el propio dolor de los hijos y las consecuencias que también acarreará
para ellos en el futuro.
• Normalmente se produce también cierta ruptura social con las personas
relacionadas con los cónyuges.
En nuestros días, muchas parejas se lanzan al divorcio sin haber examinado bien las
consecuencias, y sin haberse parado a pensar en otras opciones que les pudieran ayudar
a madurar y superar sus problemas.
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El divorcio en la actualidad
La tendencia en nuestros días es una clara disminución del número de personas que se
casan, y un aumento constante de divorcios. Esto sin mencionar que cada vez hay más
países en los que se reconocen las uniones homosexuales como “matrimonio”. No cabe
duda de que toda esta situación tiene que entristecer profundamente el corazón de Dios.
Algunas cifras sobre el divorcio.
• En España, el aumento de divorcios en los últimos años ha sido espectacular. En
2005 se produjo un incremento de las rupturas del 10,55% respecto al año anterior.
Del año 2005 con respecto al 2000 el incremento fue del 45,7%.
• En Europa la tendencia es similar. Según datos de la UE, de las parejas europeas
que se casaron en los años 60 se han divorciado el 14%, de las que lo hicieron en
la década de los 80, 20 años después, lo han hecho el doble.
• En Estados Unidos. El 50 por ciento de los matrimonios termina en divorcio y el 75
por ciento de los divorciados vuelve a casarse. Sin embargo, de éstos el 61 por
ciento de hombres y 54 por ciento de mujeres se divorcian nuevamente.
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• La cultura de “todo el mundo lo hace”. Cuando una pareja empieza a tener
desacuerdos, hacen lo que todo el mundo; se separan. Y esto es una cadena que
no tiene fin: los hijos de padres divorciados, muy probablemente seguirán el mismo
ejemplo.
• El cristianismo y sus valores sobre el matrimonio han dejado de ser relevantes para
la sociedad moderna. De hecho, son constantemente atacados y ridiculizados
desde todos los ángulos.
• El divorcio se ha introducido también en el cristianismo, y la mayoría de confesiones
cristianas han flexibilizado sus posturas doctrinales y pastorales para adaptarse a
las nuevas situaciones, ganando terreno la permisividad y la tolerancia en cuanto al
tema del divorcio.
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Ahora bien, ¿cómo se puede llegar a separar un matrimonio? Parece que la respuesta
lógica, dado el contexto de la pregunta de los fariseos, es por medio del divorcio.
Evidentemente el divorcio separa lo que el matrimonio une. Podemos decir por lo tanto,
que quien se divorcia está separando algo que Dios ha unido, lo cual significa desafiar
arrogantemente a Dios. Tal vez debamos incluir también a otras terceras personas. Por
ejemplo, una persona que se mete por medio del matrimonio y lleva a uno de ellos al
adulterio.
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divorcio. Algunos interpretaban que se refería al “adulterio”, pero esto no es probable,
porque ese pecado estaba castigado con la pena de muerte, y en ese caso no sería
necesario el divorcio (Lv 20:10) (Dt 22:22). Otros pensaban que significaba algo
indecoroso en la conducta de la mujer que causara el descontento del marido.
La conclusión más probable es que Moisés no estaba dando una causa legítima para que
el hombre repudiase a su mujer, sino que por medio de esta expresión “indefinida”,
abarcaba todas las posibles causas que ellos usaban a diario para repudiar a sus
mujeres.
Pero lo que el pasaje sí que deja claro es que la mujer que era repudiada quedaba
“envilecida” (Dt 24:4). En este caso no tiene tanto que ver con una impureza ceremonial,
como con el hecho de que había sido humillada por el marido al ser repudiada.
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protegieran a las mujeres repudiadas y desamparadas, aunque esas medidas no
reflejaran el designio original de Dios para el matrimonio.
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“Cualquiera que repudia a su mujer y se casa con otra,
comete adulterio contra ella”
Ante la nueva pregunta de los discípulos, Jesús amplía su respuesta y habla no sólo del
divorcio, sino también del nuevo matrimonio de una persona que se ha divorciado. Y si
hemos entendido el principio que el Señor expresó en cuanto a la indisolubilidad del
matrimonio, no nos costará entender que cualquier nuevo matrimonio se constituye en un
acto de adulterio.
Jesús indicó claramente que si el hombre o la mujer que repudia se vuelve a casar
después del divorcio, comete adulterio. Por supuesto, tanto en aquella época como en la
nuestra, la legislación civil permite ese tipo de situaciones, pero el Señor dijo que es un
acto de inmoralidad que contraviene la clara voluntad de Dios y lo definió como adulterio.
La razón para esta conclusión está en que a los ojos de Dios el matrimonio no había
quedado anulado, sino que seguía en vigencia.
En este sentido, es interesante considerar también un pasaje similar que encontramos en
el evangelio de Lucas: (Lc 16:18) “Todo el que repudia a su mujer, y se casa con otra,
adultera; y el que se casa con la repudiada del marido, adultera.”
Notamos que Jesús vuelve a afirmar que el nuevo matrimonio de alguien que ha
repudiado a su cónyuge se constituye en adultero. Pero lo que aporta este pasaje, es que
la persona que ha sido repudiada, también comete adulterio si se vuelve a casar, y lo
mismo la persona que se casa con ella.
Lo que está diciendo nos puede resultar asombroso: la mujer que ha sido repudiada, y
que supuestamente es la parte inocente en este divorcio, comete adulterio si se vuelve a
casar. Aunque no ha hecho nada para que el marido se divorcie de ella, y aunque ha
quedado abandonada, sin embargo, será considerada como adúltera a los ojos de Dios si
se vuelve a casar. Y lo mismo cualquier hombre que se case con la mujer abandonada y
repudiada. En otras palabras, podemos decir que la oposición de Jesús a volver a casarse
después de un divorcio no depende de las condiciones del divorcio, sino de la
indestructibilidad del lazo matrimonial.
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Comencemos por considerar brevemente el pasaje que encontramos en (Mt 5:31-32):
“También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio. Pero yo os
digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella
adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio”.
Como ya hemos dicho, Jesús se oponía a las interpretaciones de los fariseos que hacían
de la obediencia a la ley una cuestión puramente externa y ritual. Por ejemplo, ellos
habían llegado a justificar el repudio de la mujer con la única condición de que se le
entregara un documento con el cual pudiera volver a casarse con otro hombre. Para ellos,
lo importante no era la inviolabilidad del matrimonio, sino solamente el detalle técnico del
certificado de separación.
Para entender la amonestación que Jesús les hace aquí, debemos darnos cuenta
primeramente de que en estos dos versículos está continuando con el tema del adulterio
del que comenzó a hablar en (Mt 5:27-30). Él se había dirigido a los judíos legalistas para
decirles que hay otras formas de adulterio además de la física: “Yo os digo que cualquiera
que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón”. A continuación,
el Señor les dijo que el divorcio que ellos practicaban tan alegremente, era una forma de
empujar a la mujer repudiada al adulterio, y que eso era también un pecado del que ellos
eran responsables.
Para intentar entender el versículo, vamos a leerlo primeramente quitando la “cláusula de
excepción”: “El que repudia a su mujer hace que ella adultere; y el que se casa con la
repudiada, comete adulterio”. ¿Por qué dice Jesús que una mujer inocente que ha sido
repudiada comete adulterio? Está claro que la mujer no se convierte en adúltera
simplemente por haber sido repudiada. La razón la debemos buscar en el hecho de que
Jesús presuponía que la mujer se volvería a casar, y esa nueva relación sería adúltera,
aunque ella hubiera sido injustamente repudiada. El hecho de que Jesús hablara así es
porque evidentemente para él el matrimonio inicial seguía siendo válido y las nuevas
relaciones las consideraba como adúlteras y pecaminosas, independientemente de lo que
autorizaran las leyes civiles o religiosas. Por lo tanto, lo que estaba haciendo era llamar la
atención a los fariseos, porque aunque ellos pensaban que estaban en su derecho de
repudiar a la mujer con tal de que le dieran una carta de divorcio, Jesús les hace notar
que de hecho estaban “empujándolas” al adulterio.
Pero ahora tenemos que pensar en la “clausula de excepción”: “El que repudia a su mujer,
a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere”. Si hemos entendido que lo que
Jesús estaba reprendiendo era la forma en que los fariseos hacían adulterar a sus
mujeres, lo que ahora está diciendo es que esto no sería así en el caso de que la mujer ya
hubiera cometido adulterio antes del divorcio. En ese caso, el marido no sería
responsable del pecado de adulterio de la mujer, ni haría que ella adulterara, porque de
hecho, ya había adulterado.
También es importante notar que el texto no dice nada acerca de si el marido inocente
podía volver a casarse con otra mujer. Siguiendo el principio de indisolubilidad del
matrimonio que Jesús enseñaba, lo lógico sería pensar que, de la misma manera que una
mujer inocente que era repudiada injustamente por su marido cometía adulterio si
emprendía una nueva relación (Lc 16:18), de igual modo, también el marido inocente que
había sufrido el adulterio de su mujer, sería considerado adultero si se volviera a casar
con otra mujer.
Muchos vienen a este pasaje en busca de algún tipo de permiso de parte del Señor para
divorciarse de sus cónyuges y así poder emprender una nueva relación con otra persona.
Pero el Señor no da aquí ninguna razón válida para un nuevo matrimonio. La fuerza del
pasaje radica precisamente en el punto opuesto: la indisolubilidad del matrimonio, la
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condena del divorcio como una forma de pecado, y también de las nuevas relaciones que
surgen a partir de él.
Consideremos ahora el pasaje que encontramos en (Mt 19:9): “Y yo os digo que
cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra,
adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera”.
Estos versículos son parecidos a los que ya hemos considerado de Mateo 5, sin embargo,
el contexto aporta nuevos datos que debemos considerar para entender correctamente el
sentido de lo que Jesús estaba enseñando. En este caso, como en el del Evangelio de
Marcos, la enseñanza de Jesús vino como respuesta a una pregunta malintencionada de
los fariseos: “¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa?”. Jesús les
recordó el plan original de Dios al crear el matrimonio y expresó su carácter indisoluble.
También explicó que lo que Moisés había escrito en (Dt 24:1-4) se debió a la dureza del
corazón del hombre, pero que nunca había sido la intención de Dios. Por lo tanto, llegó a
decir que “lo que Dios juntó, no lo separe el hombre”. De alguna manera, lo que estaba
dándoles a entender era que cuando ellos emprendían un divorcio, estaban manifestando
una actitud arrogante y desafiante contra Dios, rompiendo algo que el mismo Dios había
unido para siempre. Y en este contexto es donde encontramos la cita que ahora
estudiamos.
En este punto no debemos perder de vista la pregunta en la que los judíos insistían: “¿Es
lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa?”. Como ya hemos visto, Jesús
no contestó la pregunta inmediatamente, sino que regresó a las Escrituras para
recordarles la importancia del matrimonio desde la perspectiva divina. Esto se hacía
necesario, puesto que como ya hemos dicho anteriormente, los fariseos estaban mucho
más interesados en el divorcio que en el matrimonio, por lo que el Señor tuvo que colocar
cada cosa en su lugar antes de responderles. Pero finalmente, el Señor abordó su
pregunta y la contestó: la única razón legítima para dar una carta de divorcio es si ha
habido inmoralidad sexual.
En su contestación, el Señor trató la cuestión tal como ellos la practicaban: daban una
carta de divorcio a su mujer y se casaban con otra. Jesús dijo que si hacían esto sin que
mediara adulterio por parte de sus mujeres, al volverse a casar estarían cometiendo
adulterio. Pero la cuestión que nos preocupa ahora, es determinar cómo se debería
considerar el nuevo matrimonio de la parte inocente que había sufrido la infidelidad de su
cónyuge antes del divorcio. Lo cierto es que el Señor no contesta a esta pregunta. Sin
embargo, aunque no hace ninguna valoración de este hecho, está claro que el Señor
asumía que se volvería a casar. Pero, ¿estaba el Señor de acuerdo con esto? Ya hemos
considerado en el caso de (Lc 16:18) que la parte inocente sería culpable de adulterio si
emprendía una nueva relación, aunque en aquel caso el Señor también asumió que
probablemente lo haría. Lo más correcto en este caso sería aplicar el principio de
indisolubilidad del matrimonio que el Señor enseñaba constantemente.
Pero en cualquier caso, el pasaje enseña algo importante, y es que el adulterio es una
causa justificada para que la parte ofendida rompa la convivencia con su cónyuge. Lo que
no sirve, sin embargo, es para autorizar el nuevo matrimonio de ninguna de las partes.
¿Cómo podemos estar seguros de que ésta es la interpretación correcta?
Fundamentalmente porque coincide con los principios que el Señor enseñó en las demás
ocasiones que trató este tema, y también por los comentarios que el apóstol Pablo hizo
sobre este pasaje y que consideramos a continuación.
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La enseñanza de Pablo (1 Co 7:10-16)
El pasaje citado se divide claramente en dos partes que tienen que ver con lo que el
Señor dijo acerca del divorcio y nuevo matrimonio (1 Co 7:10-11), y lo que el apóstol
Pablo enseñó acerca del mismo tema adaptando las enseñanzas de Jesús a las nuevas
situaciones que se estaban produciendo en las iglesias cristianas (1 Co 7:12-16). Por
supuesto, tanto el Señor como su apóstol enseñaban una misma cosa y no entraban en
oposición, por eso, cuando Pablo dice: “mando, no yo, sino el Señor” (1 Co 7:10) y luego
“y a los demás yo digo, no el Señor” (1 Co 7:12), debemos entender sencillamente, que
en algunos casos concretos el Maestro ya había enseñado sobre el tema, mientras que
en otros, el apóstol trata casos nuevos que se producían por la llegada del evangelio,
cuando sólo uno de los dos cónyuges se convertía. En ese caso, el apóstol tiene que
adelantar nueva enseñanza, igualmente inspirada, y por supuesto, en completa armonía
con lo que el mismo Señor ya había enseñado sobre el tema.
Comencemos por ver los versículos de (1 Co 7:10-11): “Pero a los que están unidos en
matrimonio, mando, no yo, sino el Señor: Que la mujer no se separe del marido; y si se
separa, quédese sin casar, o reconcíliese con su marido; y que el marido no abandone a
su mujer”.
Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que Pablo se está refiriendo al pasaje que
antes hemos considerado en (Mt 19:1-12). Cuando escuchamos la expresión del apóstol:
“Que la mujer no se separe del marido”, recordamos las palabras del Señor: “Lo que Dios
juntó, no lo separe el hombre”. Y cuando Pablo dice: “Si se separa...”, se estaría refiriendo
a la única causa de divorcio que el Señor contemplaba: “Por causa de fornicación”.
Teniendo, entonces, evidencia de la relación entre este pasaje de 1 Corintios y el de
Mateo 19, es importante volver a considerar el tema que antes hemos dejado pendiente
con la nueva luz que el apóstol nos ofrece aquí. La cuestión era la siguiente: ¿puede la
parte inocente que ha sufrido la infidelidad de su cónyuge divorciarse y volverse a casar?
Pablo recoge el “mandamiento” del Señor: “Que la mujer no se separe del marido; y si se
separa, quédese sin casar, o reconcíliese con su marido” (1 Co 7:10-11). He aquí la
respuesta del Señor a la cuestión que nos planteábamos en el apartado anterior.
La conclusión es que si bien es verdad que el adulterio ofrece a la parte inocente el
derecho al repudio, ninguno de los dos cónyuges tiene el derecho a una nueva unión
matrimonial. Esta prohibición se funda en el principio enseñado por Jesús: el hombre y la
mujer forman una sola carne; por lo tanto, lo que Dios ha unido no lo separe el hombre. Y
tampoco debemos perder de vista el propósito de esta prohibición: “reconcíliese”. Nunca
olvidemos que la solución que Dios aporta es siempre la reconciliación y la restauración,
no un nuevo matrimonio.
A continuación el apóstol aborda la cuestión de lo que nosotros llamamos hoy
matrimonios mixtos, es decir, los casos en que uno de los cónyuges es cristiano y el otro
no: (1 Co 7:12-16) “Y a los demás yo digo, no el Señor: Si algún hermano tiene mujer que
no sea creyente, y ella consiente en vivir con él, no la abandone. Y si una mujer tiene
marido que no sea creyente, y él consiente en vivir con ella, no lo abandone. Porque el
marido incrédulo es santificado en la mujer, y la mujer incrédula en el marido; pues de otra
manera vuestros hijos serían inmundos, mientras que ahora son santos. Pero si el
incrédulo se separa, sepárese; pues no está el hermano o la hermana sujeto a
servidumbre en semejante caso, sino que a paz nos llamó Dios. Porque ¿qué sabes tú, oh
mujer, si quizá harás salvo a tu marido? ¿o qué sabes tú, oh marido, si quizá harás salva
a tu mujer?”.
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Pablo escribió la carta a los corintios para contestar diversas preguntas que éstos le
habían hecho. ¿Qué hacer en el caso de que un hombre casado se convirtiera pero su
mujer no? ¿No corría la parte creyente el peligro de perder su fe? ¿Cómo es posible que
un creyente pueda formar “una sola carne” con alguien que no comparte su fe? ¿Y los
niños? ¿No recibirán una influencia negativa del cónyuge no creyente? Estas y otras
preguntas semejantes debieron preocupar a los creyentes en Corinto. Veamos los
principios en los que el apóstol basa su enseñanza.
La parte cristiana no debe tomar jamás la iniciativa de la separación: “Si algún hermano
tiene mujer que no sea creyente, y ella consiente en vivir con él, no la abandone”. La
unión conyugal sigue teniendo el mismo carácter sagrado. El abismo entre la fe y la
incredulidad no justifica en modo alguno ni la separación ni la disolución. Es importante
recordar esto a aquellos que después de convertirse incluyen su “viejo” matrimonio en
aquella afirmación de Pablo: “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas
pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Co 5:17). Para el apóstol inspirado, la
conversión no anulaba el matrimonio, sino todo lo contrario. Dios da el mismo valor al
vínculo matrimonial sea anterior a la conversión o posterior a ella, sea entre creyentes o
entre incrédulos, compartan los dos la fe o no lo hagan. Dios da el mismo valor al pacto
matrimonial en todos los casos, aunque esto no quita, por supuesto, que la vida
matrimonial será diferente si se tiene al Señor dentro o si está fuera.
El creyente no se contamina al vivir al lado del incrédulo; ¡todo lo contrario! Es el no
creyente quien resulta “santificado” por la presencia del cristiano: “Porque el marido
incrédulo es santificado en la mujer”. Por supuesto, esta bendición no trae en sí la
salvación a la parte no creyente, aunque le coloca en una situación muy privilegiada para
alcanzarla.
En el caso de que el incrédulo tome la iniciativa de separarse, el creyente no tendrá otra
opción que aceptar un hecho consumado: “Pero si el incrédulo se separa, sepárese; pues
no está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre en semejante caso, sino que a paz
nos llamó Dios”. En este contexto, el estar “sujeto a servidumbre” debemos entenderlo
como la obligación de permanecer con él o ella.
Surge ahora nuevamente la cuestión: ¿Tiene el creyente inocente que ha sido
abandonado por el inconverso el derecho de volver a contraer un nuevo matrimonio?
Si interpretamos que “no está sujeto a servidumbre en semejante caso” como que tiene
libertad para comenzar un nuevo matrimonio, tal interpretación estaría en oposición a lo
que el mismo Señor Jesucristo enseñó, y que Pablo ha recogido más arriba: “si se separa,
quédese sin casar”.
Además, si aceptamos esta opción como válida, entonces estaríamos dando una
interpretación que entraría en conflicto también con lo que un poco más adelante el
mismo apóstol enseñó: (1 Co 7:39) “La mujer casada está ligada por la ley mientras su
marido vive; pero si su marido muriere, libre es para casarse con quien quiera, con tal que
sea en el Señor”. Esto coincide con lo que dijo también en (Ro 7:2-3).
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lo negará. ¿Se debe constituir un tribunal eclesiástico, al estilo de la Iglesia Católica, que
determine si un caso debe ser considerado como una “causa de excepción” válida? ¿No
conduciría esto a los pastores a desarrollar una casuística que fácilmente se convertiría
en un legalismo al estilo de los judíos?
En el caso de dos personas que se divorcian porque no comparten su fe, en algunas
ocasiones está muy claro quién es el creyente y quién el incrédulo, pero
desgraciadamente, cada vez hay más casos de divorcio dentro de las iglesias evangélicas
y resulta complicado por sus vidas y testimonios saber con certeza cuál de ellos es
creyente. ¿Debemos hacer siempre culpable al que se va?
¿A partir de qué momento la persona puede volver a casarse? ¿Inmediatamente? ¿Debe
transcurrir un tiempo concreto? ¿En qué medida podemos decir que esta actitud tiene en
cuenta el bien de los hijos fruto del primer matrimonio?
Siendo cuestiones tan importantes, nos extraña que la Palabra no dé ninguna indicación
al respecto.
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autoridad eclesiástica. Por ejemplo, una pareja de católicos casados civilmente hace
veinte años y que ha tenido tres hijos, puede divorciarse y volverse a casar por la Iglesia
Católica porque su matrimonio inicial carece de validez a sus ojos.
Cuidado pastoral
Somos conscientes de que lo que hemos expuesto en este estudio puede resultar
devastador para algunos, añadiendo más sufrimiento al dolor producido por algo que tal
vez no hubieran querido que ocurriera. ¿Qué actitudes positivas se deben tomar frente a
este tema?
Primeramente recordar el dicho: “más vale prevenir que curar”. Las iglesias y sus pastores
deben dar una enseñanza bíblica profunda sobre la importancia del matrimonio, en
especial a aquellos que están pensando en casarse. Se debe explicar con claridad el
carácter indisoluble del matrimonio, y enseñar que el divorcio es una triste desviación
pecaminosa del ideal divino. Se debe comprender que el divorcio no es la solución a los
problemas, como demuestra el hecho de que un porcentaje muy elevado de divorciados y
vueltos a casar, se divorcian nuevamente. Se debe enseñar que el matrimonio sólo puede
funcionar correctamente sobre la base del esfuerzo y sacrificio de cada uno de los
cónyuges, y que en aquellas ocasiones en las que no se alcanza el ideal divino, la
solución está en el perdón y la reconciliación que sólo son posibles por la gracia de Dios.
Pero también en vista del elevado número de personas divorciadas que vienen a las
iglesias evangélicas, se hace necesario tener un ministerio pastoral específico para
divorciados que ha de estar orientado principalmente hacia la reconciliación (1 Co 7:11).
Como cristianos no debemos olvidar que el contexto amplio de toda la Biblia, y del
Sermón del Monte en particular, proclama un evangelio de reconciliación. ¿No adquiere
gran significado que el Amante Divino estuviera deseando reconquistar aun a su esposa
adúltera, que, bajo la figura del matrimonio, representa a Israel? Dios mostró el camino
del perdón y la reconciliación de una manera patente en el caso del profeta Oseas,
cuando le mandó casarse con una ramera y después rescatarla, luego que ella se
vendiera a sí misma a otro hombre (Os 1-3). Es la misma forma en que Dios perdonó a
Israel. “Dicen: si alguno dejare a su mujer, y yéndose ésta de él se juntare a otro hombre,
¿volverá a ella más? ¿No será tal tierra del todo amancillada? Tú, pues, has fornicado con
muchos amigos; mas ¡vuélvete a mí!, dice Jehová” (Jer 3:1). Y es también el espíritu y la
disposición que Dios quiere que haya en nuestros corazones, aun cuando la ofensa
pueda ser tan grave como la infidelidad conyugal. De ahí que el corazón de Dios añada
esa cláusula: “O reconcíliese con su marido”. Lo que quiere decir que, aun en el peor de
los casos, cabe el recurso del perdón y la reconciliación.
Ciertos casos son tan complejos que escapan a toda solución definitiva. Cualquiera que
haya examinado un cierto número de situaciones sabe cuán delicados y difíciles son
algunas situaciones. ¿Qué hacer cuando el divorcio se ha consumado y no hay
posibilidades de reconciliación, sobre todo si uno de los cónyuges se ha casado de nuevo
y ha tenido otros hijos? ¿Debe una persona que se ha divorciado, y vuelto a casar, ser
aceptada en plena comunión en la iglesia cristiana? No nos atrevemos a dar una
respuesta definitiva a todos los casos que se puedan presentar, pero será necesario
tomar decisiones sin apartarnos en lo revelado en la Palabra de Dios.
Y por supuesto, nunca debemos olvidar que la iglesia debe ser una comunidad de perdón,
donde cada uno de nosotros podamos ser restaurados de nuestros fracasos y
encontremos el ánimo para seguir sirviendo al Señor.
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Conclusiones
Tal vez nuestra tarea como iglesia sea recuperar la fuerza del matrimonio bíblico como
una institución divina indisoluble, en lugar de estar enfatizando las causas de divorcio.
Sólo de esta forma se podría invertir también las consecuencias de lo que vivimos. Esta
es la prioridad de la enseñanza de Jesús.
Sin embargo, al terminar este estudio, no podemos ocultar que tenemos la triste impresión
de que la iglesia cristiana ha sustituido las palabras de Cristo por las normas de un mundo
caído. Por ejemplo, incluso aquellos que entienden que cuando una persona divorciada
que se vuelve a casar está cometiendo adulterio, sólo le piden que reconozca que el día
que se casó cometió un pecado y se arrepienta de ello, aunque no se le pide ningún otro
tipo de cambio. No podemos dejar de asombrarnos ante esta postura en la que el
arrepentimiento se reduce a unas simples palabras pero no a un abandono del pecado.
Tendremos que revisar seriamente si este concepto del arrepentimiento se corresponde
con lo que la Palabra de Dios nos enseña: “Haced, pues, frutos dignos de
arrepentimiento” (Mt 3:8).
En el ámbito del cristianismo moderno se hace necesario que surjan hombres de Dios
fieles que no tengan miedo de predicar lo que nuestro Señor Jesucristo enseñó, aunque
esto deje asombrados a los demás cristianos y al mundo entero. ¿Qué diría de nosotros
aquel gran profeta que fue Juan el Bautista? El perdió su vida por denunciar el divorcio y
nuevo matrimonio de un hombre pagano, Herodes. Su reprensión todavía resuena en las
páginas de la Biblia: “No te es lícito tener la mujer de tu hermano” (Mr 6:18). Seguramente
nosotros le criticaríamos por ser demasiado estricto, y le habríamos recomendado que
tuviera una mente más abierta, que no fuera tan radical... Sin embargo, él recibió la
aprobación de su Señor (Lc 7:28), ahora queda por ver si nosotros también la
recibiremos.
Preguntas
1. ¿Qué es el matrimonio? ¿Cuál es su propósito? ¿Qué valor da Dios al matrimonio?
¿Cómo lo ha demostrado? Aporte las citas que lo justifiquen.
2. ¿Qué detalles de la Escritura nos sirven para concluir que el matrimonio es una unión
indisoluble?
3. ¿Cómo entendían los fariseos el matrimonio y el divorcio? ¿Y el Señor Jesucristo?
4. ¿Cuál fue la razón por la que Moisés permitió dar carta de repudio a los judíos en (Dt
24:1-4)? ¿Por qué fue incluido en la Biblia este texto si no contaba con la aprobación
de Dios?
5. ¿Qué dijo Jesús acerca del nuevo matrimonio de un divorciado? ¿Y el apóstol Pablo?
¿Qué causas justifica la Biblia para un divorcio? Explique con pasajes bíblicos sus
respuestas.
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