Prevaricacion INJUSTO DE LA
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DOI: 10.7764/R.482.3
RESUMEN: Una aproximación a los tipos de prevaricación judicial exige revisar el baremo
desde el cual se determina su contenido de injusto. Tradicionalmente, la cuestión se ha de-
batido entre la teoría objetiva y la subjetiva acerca de la prevaricación. Sin embargo, la teoría
objetiva parte ingenuamente de la existencia de preceptos jurídicos inequívocos, mientras que
la subjetiva supone que se llega al derecho mediante la sola convicción del juez. A partir de
una exploración en los elementos de una decisión judicial correcta, el trabajo plantea que la
prevaricación supone una decisión judicial insostenible que a su vez conlleva una subsunción
incorrecta.
*
LL.M. y Doctor por la Albert-Ludwigs-Universität Freiburg. Profesor de Derecho Penal en la Universidad Al-
berto Hurtado. El presente trabajo se enmarca en el proyecto Fondecyt regular N. 1180596, cuyo investigador
responsable es el autor y quien agradece la imprescindible colaboración brindada por el Mg. Claudio Quintana
y el licenciado Juan Ignacio Cuitiño; asimismo, el autor agradece las observaciones críticas formuladas al bo-
rrador del presente trabajo por los profesores Dra. Flavia Carbonell y Dr. Héctor Hernández con motivo de un
workshop sobre “decisión judicial y error” desarrollado en septiembre 2020.
1
Art. 111. Los jueces son personalmente responsables por los crímenes de cohecho, falta de observancia de
las leyes que reglan el proceso, i en jeneral por toda prevaricación o torcida administración de justicia. La lei
determinará los casos i el modo de hacer efectiva esta responsabilidad.
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las constituciones del siglo 20. Ese ímpetu puede explicar la regulación extremadamente
casuística de la prevaricación en los artículos 223, 224 y 225 del Código Penal (CP) con
la tipificación, en esa época, de nada menos que quince hipótesis repartidas en los diversos
numerales de estos preceptos2. Cada una de ellas parece responder a la voluntad del legis-
lador de someter al juez a uno u otro principio básico de la jurisdicción, como el de legali-
dad, probidad o jerarquía3. En medio de la siempre pujante demarcación entre legislación y
jurisdicción, las normas sobre prevaricación judicial propia aspiran a cumplir una función
peculiar. Se trata del art. 223 N. 1, del art. 224 N. 1 y N. 2 y del art. 225 N. 1 y N. 2 CP4.
El texto de estas disposiciones pareciera expresar la doble intención del legislador en orden
a sujetar al juez a las normas de derecho material extraídas a su vez de preceptos legales en
el momento de fallar una causa civil o criminal –“ley expresa y vigente”– y, con antelación
a ello, a las “leyes que reglan la substanciación de los juicios” civiles o penales, esto es, las
normas de derecho formal. En clave de los principios rectores de la jurisdicción, tales nor-
mas suponen la voluntad de someter al juez al principio de legalidad, incluida la legalidad
del proceso5. O, recurriendo a una expresión más plástica de Binding sobre la tarea propia
del juez, parten de la premisa de que la legalidad es “su única profesión”6.
Esa pretensión del legislador, empero, supone una determinada visión acerca de la
función jurisdiccional. Los tipos de prevaricación aparecen construidos sobre la base de lo
que puede llamarse un “paradigma clásico de decisión judicial”7. Esto es, un modelo que
acota la tarea jurisdiccional a la función de aplicar el derecho vigente en un caso concreto8.
Desde el punto de vista del razonamiento judicial, ese modelo se estructura en la forma del
silogismo cuyo núcleo es la operación de subsunción del hecho comprobado bajo el su-
puesto descrito de modo abstracto por la norma general9. Sin embargo, esa concepción, tan
antigua como el derecho moderno y después reforzada por el más puro positivismo jurídi-
co10, se ha resquebrajado por tendencias desarrolladas simultáneamente a lo largo del siglo
20 tanto en el plano de la legislación como en el de la jurisdicción. En el suelo de la tradi-
ción jurídica continental, la legislación contemporánea ha tendido a abandonar el marco
sistemático de la codificación para empezar a articularse en la forma de “leyes de medidas”
2
Originalmente ubicado en el título sobre “delitos que afectan los derechos garantidos por la Constitución” y
después trasladado bajo el título “de los delitos cometidos por empleados públicos en el desempeño de sus cargos”,
el párrafo dedicado a la prevaricación fue objeto de discusión en las sesiones 35 de 5.5.1871, 49 de 21.7.1871,
150 de 6.06.1873 y 152 de 10.06.1873, de la Comisión Redactora del Código Penal Chileno (1873).
3
Véase la notable y todavía vigente exposición de Acosta (1983) pp. 105 y ss.
4
Por todos, Ossandón y Rodríguez (2008) pp. 192 y ss., 208 y ss.; no obstante, estos autores desglosan los
tipos del art. 224 N. 2 y del art. 225 N. 2 de la prevaricación judicial propia.
5
En este sentido, Acosta (1983) pp. 115 y ss.
6
Binding (1905) t. 2, p. 554, invocando el art. 150 de la Carolina: se encuentra obligado (bei seinem eydt und
seiner seel seligkeyt schuldig) a juzgar según su mejor comprensión con igualdad y justicia.
7
Caracciolo (2011) pp. 2 y ss., en contraste con varios “paradigmas discrecionales”.
8
En tanto los programas del derecho son siempre condicionales y jamás finales, Luhmann (1993) pp. 195 y ss.,
pp. 187 y ss.
9
Un formidable estudio de este modelo ofrece Engisch (1960) pp. 22 y ss.; después Larenz y Canaris (1995)
pp. 91 y ss.; muy claro Weinberger (1988) pp. 187 y ss.
10
Haverkate (1977) pp. 40 y ss.
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Sobre la racionalidad de la “comprensión de la ley” Esser (1972) pp. 83 y ss.; en nuestro contexto, una ma-
nifestación grotesca de esa tendencia se ha plasmado en las recientes “leyes con nombres”.
12
Sobre la racionalidad y responsabilidad del juez Esser (1972) pp. 116 y ss.
13
Esser (1972) pp. 30 y ss., 48 y ss., 68 y ss., 76 y ss. (p. 80: “la lógica es presupuesto, pero no fundamento
del conocimiento. Ella no puede garantizar la decisión acerca de la elección de la norma y su rol determinante
para la solución del conflicto”), 106 y ss., 121.
14
Véase la exposición de Ossandón y Rodríguez (2008) p. 194 y s.
15
Hilgendorf (2009) núm. marg. 47 y ss.
16
Kohler (1904) p. 614 y s.
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Es posible observar una conexión entre esta teoría y el “movimiento del derecho libre”, Haverkate (1977)
p. 120 y s., respecto de esta escuela.
18
Certera crítica de Müller y Christensen (2013) t. 1, pp. 223 y ss., pues el precepto no contiene ni porta la
norma, sino que esta surge recién de la atribución de significado por el juez en el caso concreto, usando la regla
(invocando los “juegos de lenguaje” y la “forma de vida” en Wittgenstein).
19
Binding (1905) t. 2, p. 558 y s.
20
Binding (1905) t. 2, p. 560.
21
Una valoración equilibrada de la discusión en Bacigalupo (2004) pp. 385 y ss.
22
Rudolphi (1970) pp. 610 y ss.
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Acosta (1983) p. 110 y s.; crítica al concepto de “administración de justicia” en Guzmán Dalbora (2008)
pp. 20 y ss.
24
Wilenmann (2011) pp. 537 y ss.
25
Así, entre otros, Rudolphi (1970) pp. 627 y ss.
26
Hart (2012) pp. 33 y ss. (“diversidad de normas jurídicas”), p. 49 y s. (accesorias en relación con las reglas
que cumplen una función primaria), p. 101 (reglas de tipo primario y reglas de tipo secundario), pp. 113 y ss.
27
Bierling (1894) t. 1, pp. 108, 133 y ss., 135.
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aplicación de las normas jurídicas primarias en el caso concreto”28. Pues bien, en la medida
en que las normas de sanción contempladas para la prevaricación a su vez tienen como su-
puesto el “fracaso o insuficiencia” de alguna norma secundaria, los tipos correspondientes
cumplen una función auxiliar en relación con esta segunda clase de normas, es decir, su fin
y sentido radica en asegurar la vigencia de las normas secundarias e indirectamente de las
primarias; en breve, se trata de normas terciarias.
En segundo lugar, y siempre al interior de ese plexo de normas, los tipos de prevari-
cación evidencian una peculiaridad adicional que los vuelven incluso únicos. Esta radica en
que el destinatario de estas normas de comportamiento es el propio juez, cuya posición en
el ordenamiento jurídico es desde luego muy diversa a la de los ciudadanos o de las partes
del proceso, pero también diferente a la de otros funcionarios que intervienen en este. El
proceso es el espacio contemplado por el Estado para el reconocimiento de los derechos
subjetivos y en su interior este le confiere al juez la tarea fundamental de adoptar una de-
cisión acerca de la existencia o no de las pretensiones jurídicas canalizadas por esa vía29. La
posición que ocupa este sujeto es única, en tanto funge como intermediario autoritativo
entre la ley y “aquellos que quieren o deben escuchar la voz viva de ella acerca de la existen-
cia de sus derechos o deberes en el caso concreto”30. En un sentido práctico, el juez se ubi-
ca, en el caso concreto, sobre la ley al determinar su contenido y el alcance de las expresio-
nes particulares de manera definitiva mediante la interpretación que les propia. Como dice
Binding: “en esa posición, nadie se le equipara en el Estado, ni siquiera el rey, mientras este
no sea juez”31. Dicho lo anterior con otras palabras, el ordenamiento jurídico se expresa a
través del juez, es decir, y como lo plantea el propio Kelsen, este crea derecho32.
En la distribución de las tareas estatales, el juez cumple la función jurisdiccional
asignada al tribunal en un Estado de Derecho. Tal función se traduce en la solución de los
conflictos de intereses mediante la sentencia judicial cuyo contenido radica en la clasifica-
ción de un caso individual bajo uno genérico acerca de la cual existe una controversia o en
la calificación normativa de un determinado comportamiento siempre controvertida33. En
este sentido, es posible concretar el bien jurídico postulado en los términos de la “adminis-
tración de justicia” y precisarlo para así colegir que lo protegido por las normas de compor-
28
Bierling (1894) t. 1, p. 137.
29
Binding (1905) t. 2, pp. 514 y ss.
30
Binding (1905) t. 2, p. 553.
31
Binding (1905) t. 2, p. 553 y s.
32
Kelsen (1960) p. 419 y s., aunque en una formulación algo enrevesada: “una norma que determina la crea-
ción de otra norma se aplica en la creación determinada por aquella de la otra norma. Aplicación del derecho es
al mismo tiempo creación del derecho” (página original: 240); críticos Alchourrón y Bulygin (2015) p. 217
nota 17.
33
Alchourrón y Bulygin (2015) pp. 204 y ss., distinguiendo luego entre sentencias declarativas, que con-
tienen una proposición sobre la clasificación de un caso individual bajo el genérico y cuyo efecto normativo
es solo secundario porque se encuentra asignado por otra norma, y sentencias normativas, que contienen una
norma reguladora del caso individual y cuyo efecto normativo es primario.
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En este sentido recurren también al concepto de función jurisdiccional para la justificación de estos tipos
penales Guzmán Dalbora (2008) p. 21 y s.; Ossandón y Rodríguez (2008) pp. 168 y ss.
35
Así lo reconoce explícitamente Acosta (1983) pp. 111 y ss.
36
Guzmán Dalbora (2008) p. 129 y s.
37
Guzmán Dalbora (2008) p. 130.
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el caso, en otras palabras, al ejercer la facultad de juzgar las causas civiles o penales someti-
das previamente a su conocimiento. El principio de la jurisdicción, entonces, que sirve de
fundamento a estas normas es el de estricta sujeción del tribunal al derecho. Este principio,
si bien no se encuentra explícitamente reconocido, surge de una interpretación sistemática
del art. 76 CPR en relación con los artículos 1 y 12 del COT38. En consecuencia, las nor-
mas de comportamiento subyacentes a estos tipos de prevaricación se justifican por el fin
de asegurar la vigencia efectiva del principio de sujeción al derecho en el momento de fallar
una causa civil o criminal, es decir, conectan con ese principio básico que obliga al juez a
someterse al derecho en ese hito esencial del camino de la jurisdicción39.
38
Wilenmann (2011) pp. 543 y ss., 546 y s.
39
Esta obligación forma parte del “código judicial” al cual se refiere Hart (2012) p. 37, o integra el “sistema
del juez” al que se refieren Alchourrón y Bulygin (2015) pp. 211 y ss.
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La paradoja de la jurisdicción Luhmann (1993) pp. 320 y ss.
41
Caracciolo (2011) p. 3.
42
Carbonell (2017) p. 22.
43
Carbonell (2017) p. 23.
44
Weinberger (1988) p. 187.
45
Weinberger (1988) p. 188 y s.; Larenz y Canaris (1995) pp. 91 y ss.
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cisión se estructura de ese modo y la conclusión se infiere de las premisas aceptadas como
válidas, ella se encuentra justificada internamente46.
Las premisas de la decisión, empero, han de ser válidas para que la conclusión sea
correcta. Y las premisas son válidas si se encuentran justificadas externamente. Según
Wróblewski, una decisión se justifica externamente “cuando sus premisas están calificadas
como buenas según los estándares utilizados por quienes hacen la calificación”, esto es,
“por el crítico”47. La justificación de cada premisa exige la realización por parte del juez de
un conjunto de actividades cuyo resultado es una premisa normativa válida y una premisa
fáctica verdadera. Luego, la operación de subsunción implica la creación de una norma ju-
rídica particular que, por definición, es el producto de una acción del juez. Es decir, aquí
la decisión judicial es vista como un conjunto de acciones del juez que funda las premisas y
da lugar a la decisión como resultado. Es aquí donde se realiza el auténtico trabajo jurídi-
co48. Este radica en la elaboración previa de las premisas y de la norma particular, actividad
cabalmente orientada por la precomprensión del juez. Según Esser, en ella el juez valora
previamente la adecuación del “modelo de la regla jurídica” para la solución actual del
“conflicto jurídico” surgido del hecho ventilado en el proceso49. Al realizar esta actividad,
el juez asume una responsabilidad de cara a las partes y a los potenciales involucrados en
la “situación de conflicto”, cuyos intereses forman un “horizonte de expectativas” del cual
aquel no puede escapar50.
Ciertamente que la premisa normativa no se descubre ni se encuentra, sino que más
bien el juez la selecciona en un proceso íntegramente orientado por su precomprensión
del caso. Tampoco la premisa fáctica se reduce a un “hecho desnudo”, sino que surge de
un proceso de pregunta previa, valoración probatoria y decisión conducido por el juez51. Y
desde luego que la norma particular, como bien dice Esser, “no se encuentra dada, sino que
entregada” al juez52. Es este sujeto el que crea o construye la norma jurídica particular en el
caso concreto53. Por ende, la acción de aplicación del derecho en un caso concreto no se re-
duce a una operación lógica de subsunción. En definitiva, consiste en una decisión del juez.
Pero esta decisión no es libre, pues cada una de las actividades previas se encuentra someti-
da a límites, reglas y estándares propios de una tradición jurídica determinada.
46
Wróblewski (2013) p. 52 y p. 61.
47
Wróblewski (2013) p. 52 y p. 61.
48
Müller y Christensen (2013) pp. 207 y ss., 275 y ss.
49
Esser (1972) pp. 31 y s., 41 y s., 43 y ss., 48 y ss., 54.
50
Esser (1972) pp. 68 y ss., p. 77 (no se trata entonces de una técnica, por lo que tampoco corresponde hablar
aquí de lex artis), pp. 136 y ss.
51
Confrontar con Coloma (2017) pp. 86 y ss.
52
Esser (1972) p. 135.
53
Incluso Müller y Christensen (2013) pp. 235 y ss., llegan a sostener que produce la norma jurídica gene-
ral en el marco de la solución de un caso concreto (p. 280 y s.), pues al principio solo hay un texto carente de
normatividad y el “trabajador jurídico” le asigna un significado estructuralmente dependiente del uso en el caso.
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Tarello (2018) p. 67.
55
Otra visión parece tener Kelsen (1960) pp. 424 y ss., de esta operación que define como un acto de com-
probación (“Feststellung”) de la norma jurídica general, aunque enseguida reconoce que como operación no es
puramente declarativa, sino que tiene un carácter constitutivo.
56
Niegan dicha normatividad Müller y Christensen (2013) p. 185 y s. (“el texto de la norma no es normativo”).
57
Sobre el concepto de validez, véase Engisch (1971) pp. 71 y ss.: la validez supone que la instancia generado-
ra de normas es reconocida en tanto pretende realizar una “idea de derecho” con su legislación; sobre la “idea de
derecho” como “teoría del derecho correcto”, esto es, de los principios y valores fundamentales a los cuales debe
servir el derecho, pp. 196 y ss., 280 y ss.
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Caracciolo (2013) p. 19 y s.
59
Caracciolo (2013) p. 23.
60
Crítico de estas distinciones Ferrer (2005) pp. 61 y ss.
61
Caracciolo (2013) p. 26.
62
Taruffo (2010) p. 99 y s.
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Ferrer (2005) pp. 96 y ss.
64
Caracciolo (2013) pp. 30 y ss., en discusión con Kelsen.
65
Hruschka (1965) pp. 20 y ss.: “proposiciones son siempre respuestas a preguntas decisivas. No existe ningu-
na proposición que no se refiera a una pregunta”.
66
Hruschka (1965) pp. 35 y ss.
67
Hruschka (1965) pp. 59 y ss.
68
Frisch (2013) p. 858 y s.
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supone excluir otra explicación del acontecimiento que sea diversa a ella69. Es decir, las
preguntas que se formulan en el marco de la valoración de la prueba surgen de la lógica y la
experiencia, pero también sus respuestas. Lógica y experiencia no solo le dan estructura a
esta actividad, sino que también constituyen la substancia de las respuestas en la medida en
que entregan las razones que fundan su resultado70. En este sentido, Taruffo ha precisado
que la aplicación de la lógica y de las máximas de la experiencia en el proceso de valoración
probatoria permite confirmar la hipótesis aplicando los criterios de inferencia. La confirma-
ción surge de la conexión entre la afirmación que inicialmente tiene un carácter hipotético
y las pruebas que confirman su “veracidad”. Para la confirmación es menester que las prue-
bas sean entre sí convergentes, esto es, que la afirmación que se configura como hipótesis
conclusiva de la inferencia no resulte excluida, falsificada o contradicha por hipótesis alter-
nativas referidas al mismo hecho71. Asimismo, las inferencias que permiten dicha conexión
entre pruebas e hipótesis fundan su validez y fiabilidad en los criterios que son usados a tal
efecto. Aquellas son aptas para atribuir un grado considerable de fiabilidad a la respectiva
conclusión cuando se basan en un fundamento cognoscitivo, de modo que esta es mayor o
menor según la clase de conocimientos que le sirve de base, por ejemplo, si se trata de co-
nocimientos científicos o solo de nociones de sentido común72.
La decisión final sobre los hechos, esto es, la narración construida por el juez resuel-
ve la controversia atribuyendo a cada hipótesis el grado de confirmación que le corresponde
sobre la base de las pruebas que se refieren a ella. En una escala gradual, este puede variar
desde una confirmación fuerte, débil o ninguna de la hipótesis hasta la no confirmación de
su falsedad, su confirmación débil o fuerte73. El grado de confirmación exigido para consi-
derar verdadera la hipótesis previamente objeto de prueba depende del estándar probatorio
que rige en el proceso respectivo. Se pueden distinguir al menos tres, esto es, desde el están-
dar de convicción que rige en el proceso penal hasta el de evidencia clara y convincente o
solo de preponderancia de la evidencia que se postulan para el proceso civil74. Superado el
estándar correspondiente, el paso final en la construcción de la premisa menor radica en la
articulación de una narración sobre los hechos que se plasma en un texto. La narración que
el juez ofrece es un conjunto ordenado de enunciados fácticos, cada uno de los cuales ha
obtenido de las pruebas disponibles, racionalmente valoradas, una confirmación probatoria
suficientemente fuerte75. Este texto corresponde a la motivación de la sentencia y en esta
deben justificarse los enunciados que narran los hechos principales del caso en el sentido
de explicitar las razones por las que es racional considerar que son verdaderos, es decir, se
deben indicar las inferencias probatorias que atribuyen grados adecuados de confirmación a
69
Frisch (2013) p. 860 y s., donde se refiere también a la prueba indiciaria.
70
Frisch (2013) p. 862 y s.
71
Taruffo (2010) p. 235 y s.
72
Taruffo (2010) p. 237 y s.
73
Taruffo (2010) p. 246 y ss.
74
Taruffo (2010) pp. 249 y ss.; en defensa del estándar de convicción Frisch (2013) pp. 863 y ss., 868 y ss.;
sobre el estándar probatorio en el proceso civil Larroucau (2012) pp. 789 y ss.
75
Taruffo (2010) p. 253.
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esos enunciados76. Además, la motivación debe ser plena en el sentido de ofrecer las razones
por las cuales a otros enunciados se les atribuye un grado débil de confirmación o ningu-
no77. Por último, ella debe ser congruente y coherente. De este modo, concluye Taruffo, si
la motivación existe efectivamente, es además completa y coherente, entonces se puede de-
cir que la narración de los hechos construida por el juez cuenta con una válida justificación
racional, en la medida en que resulta confirmada por el análisis crítico de todas las pruebas
disponibles; por ende, se puede decir que “enuncia la verdad”78.
76
Taruffo (2010) p. 268 y s.
77
Taruffo (2010) p. 270 y s.
78
Taruffo (2010) p. 273 y s.
79
Engisch (1960) pp. 23 y s., 25 y s.
80
Engisch (1960) pp. 85 y ss., p. 89, p. 105: “comprobación fáctica es y permanece lógica, experiencial y
conceptualmente observación elaborada, mientras que subsunción implica equiparación del caso a juzgar con
los objetos acuñados por la ley”; una definición más plástica en Puppe (2011) p. 61: “una subsunción es la pro-
posición de que algo real, una cosa, el atributo de una cosa, un hecho, satisface un concepto determinado. Pero
esa realidad como tal nos está dada también solo en conceptos, a las cosas en sí y su conocimiento inmediato no
llegamos nunca”.
81
Engisch (1960) p. 14 y s., 32 y s.
82
Wróblewski (2013) p. 118 y s.
83
Tarello (2018) p. 70 y s., p. 175.
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ki, tal situación se presenta por la ambigüedad o la vaguedad de la “norma”. Una expresión
es ambigua cuando tiene más de un sentido, es decir, cuando se puede atribuir más de un
significado al precepto. En cambio, la vaguedad de la “norma” deriva de la incerteza acerca
de si el hecho queda o no abarcado por su extensión84. En tales casos, el juez aplica las di-
rectivas de interpretación a fin de explicar el sentido correcto del precepto, sentido que solo
puede aclararse en su contexto, distinguiéndose al efecto entre el lingüístico, el sistémico y
el funcional85.
En tales supuestos de ambigüedad o vaguedad del precepto legal se vuelve nece-
sario continuar con la actividad de la interpretación. O como dice Aarnio: “la tarea es
interpretación”86. El resultado de esta actividad es la atribución de un significado al precep-
to, momento en el cual surge la norma propiamente tal. En este sentido, dice Tarello: “El
intérprete detecta, decide o propone el significado a atribuir a un documento, constituido
por uno o más enunciados, cuyo significado no está en absoluto preconstituido a la activi-
dad del intérprete, siendo más bien resultado de ella. Antes de la actividad del intérprete,
del documento objeto de la interpretación se sabe solo que expresa una o más normas, no
cuál es esta norma o cuáles sean estas normas: ‘norma’ significa simplemente el significado
que ha sido dado, se decide dar o se propone dar, a un documento que se considera, sobre
la base de indicios formales, exprese alguna directiva de acción”87. Cuando esta actividad
es emprendida por el juez, esta siempre se lleva a cabo en relación con el caso individual
sometido a su conocimiento y juicio –art. 3 inciso 2 del Código Civil (CC). Y, por ende,
dicha actividad se realiza sobre el trasfondo de la “disputa semántica” entre las partes acerca
del precepto jurídico que funge como premisa mayor, esto es, sobre el significado que cabe
atribuirle al precepto. De todas las posibilidades de lectura del texto legislativo, es menester
fijar una como definitiva88. Por consiguiente, la norma que surge como resultado de la atri-
bución de significado al precepto luego de esa disputa es la norma jurídica particular.
Tal norma como resultado supone una decisión del juez, en el sentido de que pone
término a la “disputa semántica”. Como acto, esta decisión se encuentra sometida a una
pretensión de corrección89. Su realización exige satisfacer ciertos criterios de corrección
que se encuentran cristalizados en reglas y estándares de argumentación propios de una
tradición jurídica determinada. Cuando se trata de la interpretación de un precepto legal,
en nuestra tradición se han fijado reglas de interpretación en los artículos 19 y siguientes
del CC90. En los términos de Wróblewski, estas reglas contienen directivas de interpre-
tación de primer grado91. Son pautas que deben seguirse para alcanzar una justificación
84
Wróblewski (2013) p. 120 y s.
85
Wróblewski (2013) pp. 124 y ss.
86
Aarnio (2016) p. 164.
87
Tarello (2018) p. 101 y s.; también Guastini (2016) pp. 50 y ss.; ya Kelsen (1960) pp. 26 y ss., se refiere
al sentido (“Sinn”) subjetivo y objetivo del acto de voluntad.
88
Müller y Christensen (2013) p. 198.
89
Alexy (1983) p. 263, como parte del “discurso práctico”.
90
Una revisión crítica del estado de la discusión sobre estas reglas ofrece Quintana (2011) pp. 109 y ss.
91
Wróblewski (2013) pp. 128 y s.
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Rojas A., Luis Emilio “Sobre el contenido de injusto de la prevaricación judicial”
óptima de la decisión jurídica92. Así, las reglas del art. 19 inciso 1 así como de los artículos
20 y 21 orientan la interpretación a las palabras usadas por el legislador93. Dirigen esta ac-
tividad en orden a una indagación “puramente semántica” del precepto o a la explicación
del sentido en su contexto lingüístico. Luego, la regla del art. 22 CC recoge el así llamado
“elemento lógico” y orienta la interpretación al contexto sistémico, esto es, reconoce así la
“interpretación sistemática”94. Y si la máxima latina “in claris non fit interpretatio” no es
más que una directiva metodológica, entonces la regla del art. 19 inciso 2 CC puede con-
cebirse como una directiva de sentido que orienta la interpretación al telos asignado por
el legislador al precepto legal, reconociéndose así la “interpretación teleológica”95. De este
modo, se pone de relieve la tríada de directivas de interpretación que sugiere un camino a
seguir en la realización de esta actividad para atribuirle un significado al precepto jurídico:
la interpretación semántica, sistemática y teleológica96. En esta labor interpretativa, el juez
cuenta con el apoyo previo de la dogmática jurídica y de la jurisprudencia, en tanto con-
junto de proposiciones acerca del derecho y elaboración conceptual del mismo97. La virtud
de la dogmática radica en su insaciable pretensión de construcción de un sistema, mientras
que lo peculiar de la jurisprudencia consiste en que, como dice Alexy, sus “proposiciones se
usan no solo para compartir propuestas, sino que para la ejecución de acciones”98.
Si la aplicación de cada una de esas directivas conduce a la atribución de un signifi-
cado diverso al precepto, según Wróblewski han de considerarse las directivas de interpreta-
ción de segundo grado, que guían al juez en la preferencia por una u otra directiva de sen-
tido. La aplicación de estas reglas de segundo grado, a su vez, depende de lo que llama la
“ideología estática o dinámica” acerca de la “norma”, en el sentido de que una concepción
estática da primacía a las directivas lingüísticas y sistémicas, junto con entender la interpre-
tación teleológica en base a la ratio legis del legislador histórico, mientras que una concep-
ción dinámica resalta la directiva funcional obteniendo así mayor elasticidad en el sentido
de la “norma”99. Ahora bien, y aún partiendo de una “ideología dinámica”, cuando el juez
se ve confrontado actualmente con el caso individual y la aplicación de las reglas de inter-
pretación conduce a un resultado que considera en algún sentido contrario al principio de
92
Aarnio (2016) pp. 164 y ss.; bajo la clasificación de Alexy entre reglas y principios, son “principios de la
interpretación jurídica”.
93
Contemplan una “indagación puramente semántica” según Quintana (2011) pp. 150 y ss.
94
Desde una perspectiva hermenéutica Quintana (2011) pp. 158 y ss., distingue el significado, que se indaga
en el ámbito de la literalidad, y el sentido que surge del contexto, los fines y la ratio; sobre los “elementos” ló-
gico, gramatical, histórico y sistemático de la interpretación, con el disímil status del elemento teleológico en el
Savigny temprano y tardío, ver Müller y Christensen (2013) p. 128 y s.; sobre el origen del elemento del telos
en Ihering, Haverkate (1977) pp. 112 y ss.
95
Como aclara Aarnio (2016) p. 204 y s., dicho punto de vista interpretativo no es subjetivo, pues se recons-
truye no solo en base a los “travaux préparatoires” sino que en conexión con el momento de la interpretación.
96
Wróblewski (2013) pp. 124 y ss.; Puppe (2011) pp. 77 y ss.; Zippelius (2012) pp. 41 y ss.; Larenz y Ca-
naris (1995) pp. 141 y ss.; por su parte Alexy (1983) p. 294 y s., suma el argumento histórico y el argumento
comparativo, junto con reformular el teleológico.
97
Alexy (1983) pp. 307 y ss.; ver también Esser (1972) pp. 90 y ss.
98
Alexy (1983) p. 337.
99
Wróblewski (2013) pp. 128 y ss.
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Rojas A., Luis Emilio “Sobre el contenido de injusto de la prevaricación judicial”
justicia, todavía tiene que observar ciertos criterios antes de decidir el caso conforme a su
propio “sentimiento de justicia”. Esta es la situación en la cual se encuentra el juez cuando
estima que el texto legislativo debe ser complementado o considera atribuirle un significado
que va más allá del que surge de la aplicación de las directivas de interpretación de primer
grado. En tal situación parece colocarse la regla del art. 24 CC, en la medida en que supone
ya la aplicación de las “reglas de interpretación precedentes”, incluida por ende la del art.
23. Pues bien, antes de resolver de ese modo el juez tiene que preguntarse si la corrección
o integración buscada no es más que un propósito netamente político-jurídico o, por el
contrario, puede emprenderse de lega lata, para lo cual debe ponderar entre los valores de la
seguridad jurídica y el principio de justicia. Según Zippelius, si estima que puede proceder
así, el juez igualmente debe tomar distancia de concepciones valorativas personalísimas y
preguntarse qué decisión hermenéuticamente plausible se orienta mejor al “ethos jurídico”
dominante en la comunidad100.
100
Zippelius (1970) p. 243 y s.
101
Engisch (1963) p. 14; crítico Haverkate (1977) pp. 156 y ss.
102
Ya en este sentido Frisch (1983) pp. 366 y s., 399.
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71
Rojas A., Luis Emilio “Sobre el contenido de injusto de la prevaricación judicial”
103
Bemmann (1969) p. 69.
104
Coincidentes en ese punto de partida Saliger (2005) p. 142 y s.; Schuhr (2008) p. 605.
105
Cfr. Kuhlen (2017) núm. marg. 42 y ss., 57 y ss.; crítico Hilgendorf (2009) núm. marg. 47 y ss.
106
Saliger (2005) pp. 143 y ss., recurre también a este baremo, pero sin ofrecer luego criterios de concreción.
107
Schuhr (2008) pp. 603 y ss.
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Rojas A., Luis Emilio “Sobre el contenido de injusto de la prevaricación judicial”
que supone un trabajo con los puntos de vista encontrados: “las conclusiones, en cambio,
son siempre correctas o incorrectas, jamás sostenibles o insostenibles”108. En el ámbito de la
aplicación del derecho, los criterios de aceptabilidad tienen que buscarse en la metodología
jurídica y, por ende, la sostenibilidad de una proposición jurídica depende de que se pueda
argumentar para fundarla de manera metódicamente intachable: “en la parte deductiva se
exige el seguimiento de las leyes de la lógica, incluidas sus reglas de conclusión”. Los crite-
rios de aceptabilidad, a su vez, se diferencian según se trate de la búsqueda de las normas
del derecho vigente, que suponen la aplicación de reglas de delimitación y preferencia, o
de la comprobación fáctica109. Pues bien, “la insostenibilidad de la decisión es un factor
constitutivo del injusto de la prevaricación”110. Este supone una decisión judicial incorrecta
porque su fundamentación es insostenible a la luz de las reglas básicas para la construcción
de las premisas de la decisión. Se trata de una decisión cuya premisa normativa se apoya en
puntos de vista interpretativos inaceptables por no ser fungibles entre sí, o cuya premisa
fáctica se funda en una valoración de la prueba irracional por ilógica o no reconducible a
las máximas de la experiencia. De este modo, es posible trazar una escala gradual que va
desde una decisión judicial correcta en un extremo a una incorrecta pero sostenible entre-
medio –clase de decisión que no funda aún lo injusto de la prevaricación– hasta llegar a
una decisión judicial incorrecta e insostenible fundante de tal injusto en el otro extremo.
Es muy interesante constatar que nuestra jurisprudencia se ha pronunciado en un
sentido muy similar al propuesto en casos donde se resolvían querellas de capítulos. Así,
en un fallo muy antiguo, que se pronuncia respecto de un capítulo en que se imputa a un
juez la infracción de los artículos 148, 224 y 225 CP por haber mantenido personas –que
habrían incurrido en el antiguo delito de vagancia– privadas de libertad más de 48 horas,
la Corte de Valparaíso se refiere al art. 225 sobre negligencia inexcusable aclarando que “el
mero error en la aplicación de las leyes no constituye responsabilidad sino cuando se incu-
rre en él por negligencia o ignorancia que revisten esa condicion, es decir, toda vez que im-
plica una injusticia de aquellas que no pueden esplicarse por una interpretacion razonable
sino que, por el contrario, aparece de un modo claro i evidente, exenta de toda discusion
lójica i racional la notoria contravencion del precepto de la lei”111. Casi un siglo después,
la Corte Suprema se pronuncia en términos similares al conocer por vía de casación de los
capítulos imputados a un juez civil bajo los artículos 224 N. 2 y 225 N. 1 CP por diversas
infracciones a las reglas del procedimiento ejecutivo, sosteniendo que para la prevaricación
no basta “la presunción general del conocimiento de la ley, sino que debe exigirse un cono-
cimiento efectivo, no solo de su tenor, sino de su correcta interpretación; en otras palabras,
‘el prevaricato no consiste en que una resolución sea contraria a la ley o en que el Juez
aplique equivocadamente el derecho’, sino que la incorrección jurídica de lo resuelto debe
ir unida a la incorrección moral del juez, a la conciencia de este de estar aplicando una dis-
108
Schuhr (2008) p. 604 y s.
109
Schuhr (2008) p. 606 y s.; atañen, entonces, a las precondiciones de la aceptabilidad racional del resultado
de la interpretación, según Aarnio (2016) p. 279 y s.
110
Schuhr (2008) p. 610.
111
Galleguillos con Silva (1898).
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Rojas A., Luis Emilio “Sobre el contenido de injusto de la prevaricación judicial”
posición en forma contraria a lo que su texto y sentido señalan”112. En un caso más reciente
se trataba de una querella de capítulos presentada en contra de los integrantes de la Corte
de Iquique con motivo de la resolución de un recurso de hecho que había sido presentado
en contra de una sentencia del juez de garantía que a su vez había resuelto un incidente
acogiendo la solicitud de exigencia previa de la querella de capítulos respecto de una jueza
de policía local imputada por diversos delitos. Pues bien, en ese caso, la Corte de Arica,
junto a otras consideraciones generales acerca de esa exigencia previa, sostiene respecto del
art. 224 N. 1 que “dicha conducta exige negligencia o ignorancia inexcusables, vale decir,
sea una falta de aplicación o descuido, o bien, un desconocimiento, que en ambos casos
han de ser de tal intensidad, que sean indicativos de un comportamiento en el juez que
suponga un manifiesto y absoluto desconocimiento del ordenamiento jurídico, de manera
que la errónea aplicación del mismo no pueda verse amparada en las posibilidades de inter-
pretación de la norma. Ello no puede ser de otra forma, ya que la negligencia o ignorancia
inexcusables exigidas por el tipo penal deben diferenciarse del mero error interpretativo o
aplicatorio de las leyes, y conforme al propio relato de los hechos que sustentan la querella,
no se visualiza una actuación contraria a la Ley, que ponga de relieve un absoluto descono-
cimiento de la misma, excluyendo toda razonable interpretación”113.
Pues bien, si la diferencia entre una decisión incorrecta pero sostenible y una insos-
tenible depende de la aplicación del método del derecho en la fundamentación de sus pre-
misas, entonces la configuración del injusto de la prevaricación supone la infracción de las
reglas básicas de interpretación y argumentación jurídica. Esta es precisamente la tesis que
Rudolphi había sostenido en 1970, pensando en particular en los casos en que la ley con-
tiene elementos indeterminados o confiere ámbitos de discrecionalidad: “Derecho es aquí
la norma de decisión concreta obtenida de la ley por el juez en el caso individual correspon-
diente con los medios y métodos de la interpretación científico-jurídica, esto es, observando
los deberes jurídicos que lo vinculan; prevaricación entonces es la desviación de esa norma
de decisión necesariamente inequívoca”114. Esta tesis suele descalificarse por supuestamente
concebir la prevaricación como mera “contravención al método” o reducir su contenido de
injusto a la mera “infracción del deber”115. Esta crítica, empero, no se percata de que para
llegar a la norma particular siempre hay que pasar por la interpretación del precepto legal
correspondiente, aunque esta se agote en una indagación puramente semántica. De modo
que lo único que garantiza una construcción de la norma jurídica particular sometida a los
principios de igualdad y de seguridad jurídica es, en definitiva, la sujeción del juez a las mis-
mas reglas de interpretación y estándares de argumentación que aplicaría cualquier otro juez
en su lugar, esto es, que fluyen de la misma tradición jurídica a la cual pertenecen.
112
Banco de Concepción con Wettlin (1996).
113
Estrada con Chiesa y otros (2012).
114
Rudolphi (1970) p. 619.
115
Crítica, entre otros, de Saliger (2005) p. 145 y s.
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116
Binding (1905) t. 2, p. 559.
117
Binding (1905) t. 2, p. 559.
118
Taruffo (2010) p. 254 y ss.
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para superar el estándar y opta por la contraria que ha recibido un grado muy débil de con-
firmación, decide conforme a la regla del “in dubio pro reo”119. La subsunción incorrecta
que resulta de la interpretación incorrecta de un precepto jurídico pertinente, como bien
advierte Binding, conduce a un “pseudoprecepto”, es decir, a una incorrecta norma jurídica
particular. Esta surge como consecuencia de la actividad de interpretación y argumentación
realizada con infracción a las reglas básicas y los estándares propios de una tradición jurídica
determinada. Aquí también se presenta una asimetría entre un caso civil y uno penal. Pues,
en un caso penal rige la prohibición de analogía solo “in malam partem”, de modo que el re-
sultado consistente en la no subsunción del hecho bajo la norma por razones teleológicas no
es necesariamente incorrecto120. Como sea, la subsunción incorrecta como resultado de una
decisión judicial puede ser corregida o no por vía de casación en el fondo o de nulidad, mas
no la realización de una acción del juez que infringe las reglas más básicas de interpretación
y argumentación jurídica, acción que entonces merece ser contrarrestada mediante la aplica-
ción de las normas de sanción de la prevaricación judicial.
3. El aspecto subjetivo
El análisis de cualquier cuestión de orden subjetivo supone la configuración previa
del contenido de injusto propio de la prevaricación judicial, esto es, que se ha dictado
una decisión judicial incorrecta como consecuencia de una labor de construcción de sus
premisas realizada de modo insostenible, es decir, con infracción de las reglas básicas de in-
terpretación y argumentación jurídica. Lo anterior implica que, si la decisión judicial como
resultado es incorrecta, pero la fundamentación de la premisa normativa o fáctica todavía
se encuentra amparada por dichas reglas básicas, entonces la pregunta por el dolo ni si-
quiera se plantea121. Dolo, entonces, supone conocimiento de que la acción contraviene las
reglas básicas de interpretación y argumentación jurídica, conocimiento que implica, a su
vez, una decisión del juez por el resultado incorrecto. Por consiguiente, la prevaricación por
ignorancia o negligencia radica en la dictación de una decisión judicial incorrecta fundada
en premisas construidas de modo insostenible, pero donde la infracción de las reglas de in-
terpretación o de argumentación jurídica se explica por el desconocimiento inexcusable de
estas reglas o la poquísima diligencia del juez en su aplicación, respectivamente.
V. CONCLUSIONES
1. Los tipos de prevaricación judicial propia se encuentran construidos sobre la base
de la vinculación del juez al derecho legislado en el momento de fallar una causa civil o
penal. En este sentido, sus normas de comportamiento, cuyo destinatario es el propio juez,
se fundan en la protección de un presupuesto básico del ejercicio correcto de la jurisdicción
como es el principio de legalidad.
119
Clásico Frisch (1974) pp. 283 y ss., quien la concibe como una “regla de decisión” que forma parte de las
“reglas sobre aplicación del derecho” y cuyo fundamento radica en el principio de justicia.
120
Puppe (2011) p. 109 y s.
121
En este sentido, Frisch (1983) p. 366 y s.
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2. Una decisión judicial correcta, esto es, justificada interna y externamente, que
resulta de la aplicación del derecho legislado en un caso concreto, civil o penal, gira en tor-
no al eje de la subsunción de un hecho comprobado bajo un precepto legal interpretado.
La corrección de la decisión judicial supone, entonces, un precepto legal válido que funge
como premisa mayor, una proposición fáctica que enuncia la verdad y la subsunción del
hecho así comprobado bajo la norma que resulta de la aplicación de las reglas básicas sobre
interpretación jurídica.
3. Lo injusto de la prevaricación supone una decisión judicial incorrecta e insoste-
nible, ya sea porque toma como premisa mayor un precepto inválido o porque la premisa
fáctica se construye de manera irracional o porque la actividad de la interpretación contra-
viene las reglas básicas de este arte. El resultado propio de esta acción es una decisión judi-
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