Definición de Infancia
Definición de Infancia
Definición de Infancia
La infancia es un período de tiempo que abarca desde el momento del nacimiento de una
persona hasta el comienzo de su pubertad.
A pesar del hecho de que dichos plazos se consideran de forma individual, ya que no hay una
edad precisa para el inicio de la pubertad, la infancia dura aproximadamente de 11 - 14 años.
En la infancia, una persona atraviesa etapas muy importantes de desarrollo mental y físico,
las más mínimas alteraciones en las que a menudo conducen a problemas psicológicos y
fisiológicos en la edad adulta.
La infancia de una persona cubre aproximadamente el 10% de toda su vida. A pesar de que
la personalidad del niño aún no se ha formado, en estado puro ya se puede tener una idea
primaria de su carácter y temperamento.
Periodos de la infancia
La infancia se divide en cuatro períodos principales:
Infancia (desde el primer día de vida hasta un año).
Infancia temprana (niños de 1 año a 3 años).
Edad preescolar (de 3 años a 7 años).
Edad escolar primaria (de 7 años a 11 años).
Lo maravilloso de la infancia
La infancia es un momento maravilloso para muchas personas. Ya que este es un período en
el que al niño se le protege de todas las preocupaciones de los adultos. Un pequeño se
divierte con cosas muy sencillas: jugando con muñecas, coches o a las escondidas y
experimenta una alegría sincera al jugar con otros niños. Todo esto se deja de lado en la
mente de cada persona.
Durante la infancia, cuando los niños no enfrentan la crueldad e injusticia del mundo que los
rodea, estos pueden tratar a las personas sinceramente sin ponerse las máscaras sociales.
Por eso, el recuerdo de los momentos maravillosos de la infancia debe preservarse
cuidadosamente durante toda la vida.
La niñez en la historia
La niñez ha sido vista de diferentes formas a lo largo de la historia
La niñez ha sido vista de diferentes formas a lo largo de la historia. Hubo una época en que
se veía al niño como "adulto pequeño", es decir no se conocía la infancia. Luego aparecen
dos formas totalmente opuestas de ver a los niños como "esencialmente malos" o
"esencialmente buenos".
El niño, antes de la modernidad, era considerado como un adulto pequeño, hacía parte del
engranaje de una sociedad y se educaba para ser adulto, para ayudar a conservar el grupo
social. Al desintegrarse esa cohesión, se vuelca la mirada al sujeto individual. Dentro de esa
concepción empieza a configurarse el niño como sujeto, como ser real capaz de percibir el
mundo de una manera diferente a la del adulto.
El término “niño” no ha tomado su acepción moderna sino hasta el siglo XVII. Antes, no se
sabían distinguir las diversas edades, y el término de niño se aplicaba muchas veces incluso
a los adolescentes de 18 años. Sólo en los siglos XVII y XVIII aparecen palabras de sentido más
limitado, como “bambin” o “marmot”, a las que el siglo XIX añadiría la de “bebé”.
Esta conquista del niño ha sido paulatina y solo hasta principios del siglo XX, con los aportes
de la psicología congnitiva y del psicoanálisis, con los conceptos de desarrollo evolutivo, con
la mirada hacia la infancia para descubrir los origenes de los complejos y los caracteres, con
la plenitud de la conciencia histórica del hombre, es que la noción de niño llega a configurarse
como un estatuto digno de ser mirado y estudiado desde todas las disciplinas.
Mientras distintas disciplinas científicas se preocupan por entender y conocer más sobre el
niño y las etapas de su desarrollo evolutivo, la situación social y económica fue dando lugar
a la aparición de la idea del niño como propiedad, se le veía como un ser inferior, cuyo destino
debía ser controlado por los adultos; se le exigía una actitud conformista y pasiva, y se le
valoraba únicamente por su capacidad de trabajo. Así surgió también la necesidad de crear
leyes para regular el trabajo infantil.
En el contexto del interés superior del niño, la Convención Internacional de los Derechos del
Niño establece su protección en cualquier trabajo que obstaculice su desarrollo integral, y
ubica a niñas, niños y adolescentes como principales destinatarios de las políticas sociales.
Esto deja claro que la sobrevivencia económica de la familia no puede ser excusa para
justificar el trabajo infantil. No es a las niñas, niños y adolescentes a quienes compete suplir
las carencias familiares.
Aunque la concepción del niño en el plano psicológico, ético y jurídico ha evolucionado, la
realidad económica y social que dio lugar a la idea del niño como propiedad o recurso
económico persiste y sirve de sustento ideológico a la práctica del trabajo y la explotación
económica de millones de niñas, niños y adolescentes en todo el mundo.
Hace 100 años, los niños tenían una significativa presencia como fuerza laboral en los países
industrializados (en algunos casos de hasta un 50%), trabajando jornadas laborales de hasta
13 horas diarias.
En América Latina, las niñas y los niños trabajan mayoritariamente en el sector informal de
la economía, con frecuencia invisibilizados en talleres caseros de reparación, en la producción
artesanal de bienes de consumo, como vendedores ambulantes en las calles, o bien en los
basureros recolectando desechos.
Entre los años 30 y la década de los 50 el conductismo dictaminó que lo que verdaderamente
cuenta en el desarrollo es lo que viene de afuera: el aprendizaje. La psicología navega entre
dos alternativas: el niño viene a este mundo dotado de estructuras innatas y posee
mecanismos propios para el desarrollo de las mismas o bien el niño es una "tabula rasa" y
todo, lo adquiere en contacto con el medio.
La idea del juicio o de la opinión que de ellos se tiene desempeñan en el niño un papel
importante en la elaboración de esa madures psicológica en la que bordan cada día sus actos
y pensamiento.
Se debe estimular al niño, más por el esfuerzo que ha empleado, que por el resultado
obtenido. Es necesario conseguir que la aprobación de sus padres tenga para él más
importancia que una golosina.
El período de desarrollo que va de los seis a los doce años, tiene como experiencia central el
ingreso al colegio. A esta edad el niño debe salir de su casa y entrar a un mundo desconocido,
donde aquellas personas que forman su familia y su mundo hasta ese momento, quedan
fuera. Su éxito o fracaso en este período va a depender en parte de las habilidades que haya
desarrollado en sus seis años de vida anteriores. Este hecho marca el inicio del desarrollo del
niño como persona en la sociedad a la que pertenece, la cual hace exigencias que requieren
de nuevas habilidades y destrezas para su superación exitosa, y es, a través del colegio, que
se le van a entregar las herramientas necesarias para desenvolverse en el mundo adulto.
La entrada al colegio implica que el niño debe enfrentar y adecuarse a un ambiente nuevo en
el cual deberá lidiar con demandas desconocidas hasta ese momento para él, aprender las
expectativas del colegio y de sus profesores y lograr la aceptación de su grupo de pares. La
adaptación y ajuste que el niño logre a este nuevo ambiente, como veremos posteriormente,
tiene una importancia que trasciende lo inmediato.
El desarrollo del niño lo podemos separar por áreas; sin embargo existe una estrecha relación
entre los aspectos intelectual, afectivo, social y motor. Lo que vaya ocurriendo en un área va
a influir directamente el desarrollo en las otras, ya sea facilitándolo o frenándolo o incluso
anulándolo, y provocando el regreso del niño a conductas o actitudes ya superadas
En el ámbito cognitivo, el niño de seis años entra en la etapa que Piaget ha denominado
OPERACIONES CONCRETAS. Esto significa que es capaz de utilizar el pensamiento para
resolver problemas, puede usar la representación mental del hecho y no requiere operar
sobre la realidad para resolverlo. Sin embargo las operaciones concretas están estructuradas
y organizadas en función de fenómenos concretos, sucesos que suelen darse en el presente
inmediato;
Otra etapa importante es donde el niño debe desarrollar sus cualidades corporales,
musculares y perceptivas, debe alcanzar progresivamente un mayor conocimiento del
mundo al que pertenece y en la medida en que aprende a manejar los instrumentos y
símbolos de su cultura, va desplegando el sentimiento de competencia y reforzando su idea
de ser capaz de enfrentar y resolver los problemas que se le presentan. El mayor riesgo en
esta etapa es que el niño se perciba como incapaz o que experimente el fracaso en forma
sistemática, ya que esto va dando lugar a la aparición de sentimientos de inferioridad, los
cuales van consolidándose como eje central de su personalidad.
El intercambio con los compañeros permite al niño poder confrontar sus opiniones,
sentimientos y actitudes, ayudándole a examinar críticamente los valores que ha aceptado
previamente como incuestionables de sus padres, y así ir decidiendo cuáles conservará y
cuales descartará. Por otro lado, este mayor contacto con otros niños les da la oportunidad
de aprender cómo ajustar sus necesidades y deseos a los de otras personas, cuándo ceder y
cuándo permanecer firme.