Abraham Nos Cuenta Su Vida

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 14

Abraham y Patricia

Santidad de pueblo con fe y con alegría

Abraham nos cuenta su vida


1.
Nota aclaratoria: En el archivo de Fe y Alegría de Caracas están recogidas tres entrevistas
que se le hicieron en los últimos años de su vida. La más conocida y usada en Fe y Alegría
es la realizada por Antonio Pérez Esclarín y publicada en Raíces de Fe y Alegría. Testimo-
nios (Caracas 1999, pp. 7-12). Once años antes (septiembre de 1988), la Revista Familia
Cristina la había publicado sustancialmente igual, con pequeñas diferencias en la presen-
tación periodística del entrevistador. Una segunda entrevista fue realizada por Ignacio, Mar -
quínez, con motivo de los 20 años de Fe y Alegría del Perú (julio, 1986). Desconocemos
quién realizó la tercera entrevista; en un documento conservado en el archivo de Fe y Aleg -
ría (Caracas) solo aparece la fecha en que fue transcrita: el 3 de febrero de 1988.

Aquí integramos las tres entrevistas en un solo relato, para evitar las lógicas repeticiones.
Damos fe de la literalidad de cada texto integrado (con la excepción de los intertítulos, que
insertamos). Quien esté interesado en cada entrevista, puede recurrir a las oficinas de la
Dirección Nacional de Fe y Alegría en Caracas. JL

De las montañas de Churuguara


Nací el 15 de marzo de 1915. Vengo de una región del país, Los Dos Caminos,
entre Falcón y Lara, puro cardón y tuna. Me crie en Santa Cruz de Bucaral, un
pueblito muy pobre.
El pueblo vivía completamente de la agricultura: todos tenían su conuco, una pe-
queña finquita de pocas hectáreas; ahí se sembraban todos los productos;
también animalitos y gallinas y todo. El papelón también se producía.
Yo también viví de llevar sal y papelón a los sitios donde se necesitaba, y allí se lo
cambiaban a uno por granos, arroz, caraota, etc. Se mataban animales, reses, ga -
llinas… Había una gran armonía donde todos compartían. Y, cuando se iba a ha-
cer una casita, había un grupo que ayudaba a construir la casa. Había una mone -
da de 2,5 bolívares, de cinco reales, que era el jornal de un peón que trabajaba en
las fincas de los que tenían un poquito.
Y yo ayudaba a mi papá en sus labores, hasta los siete años, que murió. Así, de
chiquitito, yo nunca he jugado, huérfano; solamente mi mamá me crío. Pero yo era
como un hombrecito, porque ya trabajaba. Yo sembraba, enlazaba ganado, mon-
taba a caballo. Era un muchacho fuerte, muy fuerte. Yo trabajaba en esas labores
del campo, en haciendas de café y trabajando en el comercio. Ya a los ocho años
tenía que mantener a mi mamá, vendiendo sal, papelón…
En religión, cero
Bucaral era uno de esos pueblos que nunca tienen sacerdote, sólo esa religiosi-
dad popular de la Virgen, de la Virgen de Chiquinquirá. Y allá todos los años se
celebraba esa fiesta, y uno tenía, por vocación o intuición, esa pequeña religiosi-
dad. Ahí no había escuela, ni iglesia, ni catecismo, ni primera comunión, ni nada.
Había un maestro que daba escuelita, pero tomaba mucho aguardiente.
Yo sabía que había un ser supremo. Más nada. Nosotros teníamos una devoción
más o menos mariana. Para nosotros, la Virgen era algo como una madre, algo
tan querido; ella, tan sencilla, que uno le pedía. En aquella región era la Virgen de
Chiquinquirá, que estaba en Aregue (cerca de Carora, en Lara), donde tenía un
santuario, y siempre la familia tenía una hermana que era muy devota y siempre,
todos los años, íbamos a visitarla. Y uno tenía esa devoción a la Virgen por defe -
rencia, pero de padrenuestros y avemarías uno no sabía nada. En religión, cero.

Del monte la ciudad… y reclutado por el ejército


Éramos ocho hermanos y algunos se marcharon y los otros se fueron muriendo.
Entonces, mamá dijo: Bueno, mijo, aquí hemos enterrado a todos. Vámonos. Va-
mos a visitar a los familiares por allí.
Cuando tenía 15 años, nos vinimos de nuestro pueblo para Barquisimeto, donde
vivía una hermana mía. Y nos recorrimos a visitar toda la familia que vivía en el
Estado Lara. Yo era el único hijo varón que estaba con ella, era el menor. El otro
era tipógrafo y estaba en Barquisimeto; luego se vino a Caracas, y después se
murió. Yo andaba con mi mamá p’arriba y p’abajo, como un perrito faldero. Yo era
muy obediente…
Entonces, caí yo reclutado en el Ejército, y me separé de mamá. Después que
serví en el cuartel Jacinto Lara de Barquisimeto como un año, me trajeron para
acá, para Caracas, cuando la muerte del General Gómez. Llegamos al Cuartel
San Carlos.
Por todo, estuve sirviendo en el ejército como catorce años 1. Eso era cuando el
General Gómez. El país tenía cinco millones de habitantes y todo era un atraso;
no había escuelas ni hospitales, no se podía hablar contra el Gobierno, a uno lo
planeaban por cualquier cosa. En esa época, casi todos éramos analfabetas, ape-
nas sabíamos medio leer y hacer unos borroncitos por allí. La persona instruida
era un privilegiado. Después de la muerte de Gómez, cuando vino a mandar
López Contreras, nos empezaron a dar unas clases a la una de la tarde en el
cuartel San Carlos.
En esa época casi todos éramos analfabetas. La persona instruida era privilegia-
da. Apenas sabíamos medio leer. Luego, cuando llegamos aquí, después de la
muerte del General Gómez, ahí se daba una clase a la una de la tarde en el Cuar-
tel San Carlos. Fue como una reforma de la ley militar: a las personas que tenían

1 A pesar de la rotunda afirmación de Abraham, creemos que los años en los que estuvo en el San Carlos hay que
reducirlos más o menos a la mitad… (Nota de JL)
muchos años sirviendo –algunos, más de cuarenta– se les daba de alta, se les
mandaba a sus casas, a descansar. Y al que quería ascender un grado, lo manda -
ban a estudiar. Yo me puse a estudiar. Entonces, para obtener un grado militar, no
valían influencias ni recomendaciones, sino el estudio: que la persona se merecie-
ra ese ascenso. Ésa era la época de Medina Angarita.
Ahí, en el Cuartel San Carlos, estaba el maestro Pedro Elías Gutiérrez 2, que tenía
allí, en un local, su banda, donde se guardaban los instrumentos; y estaba el
maestro Carlos Bonet, autor de la marcha de Radio Caracas. Era gente sencilla,
muy humana, que no parecía que fueran esos grandes valores de Venezuela.
¿Sabe lo que hacía el maestro Pedro Elías Gutiérrez? Los domingos nos llevaba a
la iglesia de Las Mercedes. Íbamos a tambor batiente. Llegábamos a la iglesia a
oír la misa, y salíamos como entrábamos, porque el padre estaba de espaldas y
no entendíamos el latín. No había nada de homilía, no decía nada, la bendición y
más nada. Esa era la misión de él (el sacerdote).Yo decía: “Bueno, ya están alzan-
do una cosita blanca: cuando esa cosita blanca se alza, allá es la señal para que
nos hincáramos de rodillas”.

¿Una sanación milagrosa?


Una vez estuve yo hospitalizado en el Hospital Militar, donde está el Regimiento
ese de Honor, ahí frente a Miraflores, ese edificio blanco que está hacia el oeste.
Ahí había el Hospital. Me estaba muriendo porque la ampolleta muscular para la
gripe el cabo llanero me la puso equivocadamente en la vena, y se me cayó toda
la piel y me llevaron al Hospital Militar.
Entonces yo le dije a la Virgen, así, hablando, porque no sabía orar: "Virgen de
Chiquinquirá, dame tres años de vida y, al salir de aquí, yo voy a Aregue a visitar-
te, y te llevo una promesa, te llevo alguna cosa".
Yo creo que yo estaba consciente y no veía espejismos: un día soñé, y en el sue -
ño yo vi a la Virgen en un cardonal. Estaba preparando ella un sancocho de chivo,
con leña. Entonces, ella les dijo a los que estaban ahí (era en un campo): "Yo voy
a darle a Abraham, primero, esta taza de caldo porque tiene nueve meses que no
come". Me tomé mi taza de caldo y entonces yo me puse bueno milagrosamente.
Desperté del sueño y me sentí muy alentado. Total, hubo aquí un milagro.
Todo el mundo se quedó maravillado. Y entonces fui y le dije a Ramón Pérez, uno
de los que estaban allí, "Ramón, ¿cuánto tiempo tengo yo aquí?". Ramón me con-
testó: "tienes exactamente nueve meses". Me vestí mi guerrera y me fui para San
Carlos. Ahí me ascendieron.

Del cuartel al Aseo Urbano


Cuando salí del servicio militar, yo hice de todo. Trabajé de ayudante de una ca-
mioneta y en el Aseo Urbano; salíamos de San Agustín como a las once de la

2Pedro Elías Gutiérrez (1870-1954), autor del joropo “Alma Llanera”, considerado como “el segundo himno nacional de
Venezuela”)
noche y llegábamos amaneciendo a El Silencio para ganar nueve bolívares dia-
rios3. Después de eso, me consiguieron un trabajito en el Hospital Militar Naval,
que me consiguió un montón de gente importante: militares de influencia que yo
conocía…. Yo después fui auxiliar de farmacia. Allí me instruí mucho.

El encuentro con Patricia


Yo vivía en una piecita con mi mamá, por la Avenida Sucre, por Tinajitas, por allí
arriba. Las casitas eran baratas, y tenían agua… Y ella estaba vecinita. Detrás de
Miraflores, pasaba una calle: ahí, en una casita, vivía ella…Yo la conocí allí.
Y una vez pasé yo, y la muchacha se sonrió, y entonces yo le hablé y le invité a
pasear, y ella me llevó para la Iglesia de La Pastora y me llevó a conocer a la
Divina Pastora que está como Patrona, la Virgen con un báculo y unos ovejitos y
ahí me llevó.
Entonces, me casé por la Iglesia, porque el Dr. José Barnola 4, un hombre muy
religioso que trabajaba ahí de médico, me dijo: "Mire, Reyes, usted tiene que ca-
sarse". Me aconsejó, y yo me casé en la Iglesia San Francisco, que los Padres
Jesuitas tenían ahí para casar a las personas que viven así en concubinato y les
arreglan su cuestión por la Iglesia, gratis. Y entonces yo me aproveché y me casé
también y eso fue un paso más para estar en la Legión de María, que dicen que el
Legionario tiene que santificarse.
La verdad es que yo no recuerdo muy bien, pero eso fue entre el 42 y el 43. Era la
época de Medina. Yo tenía 23 años, y la muchacha con quien yo me casé era una
maravilla, huérfana de madre y padre (su mamá murió de parto, y su papá era de
esos hombres que andan sembrando hijos por ahí). Y mamá me dijo: “Yo voy para
Barquisimeto, pero te dejo en buenas manos”.
La muchacha me quería mucho. No sabía ni leer ni escribir… Era una santa mujer,
muy religiosa. Fue criada con la religión del pueblo, con la tradición. Ella me ayudó
a hacer la casa, cargando agua. Yo digo que tiene que ser una bendición de Dios.
Ella cargó el agua desde La Planicie hasta el cerro, a veces con un barrigón, y,
cuando llegaba, me ayudaba a pegar los adobes, y hacía la comida para los
muchachos…
Bueno, nos fuimos a vivir a un cerro, y ahí me hice mi ranchito... Ese rancho se me
quemó con unos cohetes, porque era de cartón viejo. Entonces, yo ahí dije: "bue-
no, Dios tiene que darme otra cosa". Y en ese mismo rancho hice otro rancho bien
grande y bien bueno, y yo mismo lo hice, porque era medio albañil.
Yo trabajaba en una camioneta, como ayudante, y en los ratitos iba haciendo ese
rancho. Sí, es que yo tenía mucha fuerza y voluntad. Tenía mucho entusiasmo. Yo
siempre he sido muy entusiasta para estas cosas. Y Patricia cargaba agua en una
lata desde el Observatorio Cajigal, que quedaba a unos tres kilómetros. Y ella
paleaba eso, y yo hacía los ladrillos en bloque. Todo lo he hecho con las manos.

3 Según los valores del tiempo, unos US& 3,70.


4 Hermano del preclaro jesuita Pedro Pablo Barnola (1908-86).
Eso lo ofrecí con todo el corazón, y eso es verdad que, cuando uno hace esas
cosas con un gran amor, con una entrega, Dios recibe aquello, y lo acepta con
amor, y todo el sacrificio que uno hace es nada para lo que uno recibe. Yo también
recibí mucho con la conversión mía, de ver esa gran alegría, de descubrir otro
mundo, que en este mundo hay una gran esperanza, que Dios es nuestro Padre,
que la Virgen es nuestra Madre.
Entonces, cuando lo hice y vi aquello tan bonito, tan bueno, tan extenso, entonces,
yo me hinqué de rodillas, entonces dije: "Mira, Virgen Santísima, esto está a la
orden", y recé un padrenuestro, que era lo único que yo sabía rezar entonces,
para que aceptara la casa.

El P. Vélaz y sus universitarios


Parece que la Virgen me tomó la palabra en serio. Entonces, por allí llegó el P.
Vélaz con unos muchachos y muchachas universitarios muy buenos, muy ama-
bles, muy bondadosos, muy cordiales. Él se puso con ellos a visitar familia por
familia, como lo hacía nuestro Señor Jesucristo: el contacto personal. Yo vivía ahí,
yo era uno de tantos… Estaban recorriendo el barrio; no iban buscando votos ni
nada. Uno conoce mucho, ¿ve?
Y yo veía aquellos hombres llenos de Dios, que tenían como un bálsamo, ese
bálsamo del amor, del amor de Dios que uno sabe cuando uno está por allí en
esos barrios y le llega una persona y uno por intuición sabe quién es.
Ese barrio estaba donde hoy queda el 23 de Enero y sólo se llegaba a pie. Era
puro cerro, no había nada. Entonces, los estudiantes universitarios, muchachas y
muchachos, con el P. Vélaz visitaban casita por casita y hablaban con la gente y
les preguntaban de sus problemas. La gente se sentía estimulada de que unos
jóvenes y un sacerdote jovencito los visitaran en un barrio tan abandonado, donde
no había ningún servicio, no había nada.
Vélaz –eso es lo grande, digo yo–, jamás habló de religión, ni habló de política…
Eso es clave. Él respetó. Ellos parecía que estaban iluminados, eran una bendi-
ción de Dios, porque no puede ser otra cosa. Ellos respetaron, no hablaron de
política ni de religión. Entonces, siguieron visitando…
Andaban visitando, y me dicen: "Mire, señor, nosotros andamos buscando por
aquí, visitando las familias, y ¿cuáles son las necesidades más grandes?". Yo le
dije: "Padre, aquí el agua escasea; apenas tenemos unas lucecitas que nosotros
nos las hemos robado de un poste que está por ahí, y estamos muy mal; hemos
ido al Concejo Municipal, nos hemos reunido, y nada... Pero el problema más gra-
ve que aquí tenemos es que por todo esto no hay escuela y los muchachos no
tienen donde estudiar. Los Colegios oficiales quedan muy lejos y ahí no van a reci -
bir a muchachotes que no saben ni leer, ni escribir, de todas las edades. Estamos
muy mal. En todas las familias hay muchachos de todas las edades sin escuela,
no nos los van a aceptar. Eso queda muy lejos y somos muy pobres".
Ellos visitaron buscando una casita por allá, y no hallaron nada. Entonces, los
volví a encontrar, porque Dios lo va llevando a uno, le va marcando el camino. Y
yo le dije: "Padre, yo tengo un rancho muy grande, que está desocupado. Yo lo
construí con mi mujer". Yo sabía a quién se la había ofrecido. “Vamos”, le dije.
Y yo lo llevé y le gustó mucho. Le dije: "Todo está a la orden, Padre, está a la
orden; si quiere verlo...”. Entonces, vino, entró y vio aquellos salones grandes. Yo
le dije: “Esto es suyo, esta casa es suya”. Y dijo muy contento el P. Vélaz: “Pues
claro, aquí está, aquí está la escuela”.
Para la escuela, cada uno fue trayendo su banquito. Después consiguieron unos
banquitos hechos por ellos mismos, y cajones… Aquello fue tan hermoso, que es
como una bendición de Dios, porque la familia estaba contenta. Ellos se consiguie-
ron tres maestras, estudiantes. Eso era una unión… un solo corazón. Entre ellos
establecieron una colaboracioncita de algo, que los niños aportaban, y los jóvenes
traían bolsas de ropa y de comida. Eso fue una cosa tan grande… Fe y Alegría es
un nombre tan bien puesto… alegría de recibir… alegría de dar… alegría de
darse… Ellos se dieron, dieron su tiempo, sus sábados. Les cantaban canciones,
bailaban con los muchachos. Y, antes de ir a la escuela, visitaban a todas las
familias. Ellos quedaron cultivando ese gran cariño, visitando siempre, los sába-
dos, a las familias.

¡Y nació Fe y Alegría!
Y cuando el Padre aceptó mi casa, yo comprendí que era la Virgen quien la estaba
aceptando. Entonces sentí una gran alegría de poder colaborar con las cosas de
Dios, con el servicio.
Ellos empezaron con un catecismo. Los muchachos iban todos los sábados al
catecismo, y llevaban ropita y comida para los muchachos, y aquellas muchachas
y aquellos muchachos tan amables, tan bondadosos y llenos de ternura…; esos
muchachitos del catecismo les cantaban y se entusiasmaban mucho y empezaron
a visitar casa por casa, familia por familia, para invitar al catecismo, y entonces ahí
vino la escuela. Pusieron la escuela, los muchachitos en el suelo, descalcitos, de
todas las edades. Entonces ellos pagaron a unas tres maestras. Una era Isabel
Silva, la otra era Carmen y la otra muchachita era de la Iglesia.
Los muchachos se animaron mucho con el proyecto de empezar la escuelita en
esa casa que yo había cedido con todo el cariño del mundo. Para mí fue una ale-
gría muy grande poder participar con esa obra tan buena que querían hacer por
los barrios.
Todas las familias del barrio estaban muy de acuerdo con la escuela; se pusieron
a la orden, abrieron sus casas, sus corazones. No hubo una sola persona que se
quejara, porque ellos se sentían estimulados con la visita del Padre Vélaz y de sus
jóvenes. Estaban muy contentos, estaban muy entusiasmados del proyecto de la
escuela. Esos muchachos que venían con el P. Vélaz eran casi el único contacto
con el mundo. Entonces no teníamos nadie radio. Éramos muy pobrecitos. La idea
de la escuela dio un sentido a sus vidas, una inyección de optimismo, de ganas de
vivir, de trabajar, de ver que a sus hijos esa educación les abriría las puertas del
futuro. Eso los animó mucho, vieron una gran esperanza.
Cada uno traía una sillita, un banquito. Después consiguieron unos bancos hechos
de unos cajones. Aquello fue tan hermoso... fue como una bendición de Dios. Las
familias se acercaban, estaban contentas porque ya sus hijos iban a estudiar.
Yo no sé cómo se las arreglaban. Las tres maestras se repartieron los niños, los
pusieron en grupos: los que sabían menos, los regulares y los más adelantados.
Entonces, ellos quisieron después poner los varones aparte, y entonces yo cedí
otra parte de mi rancho, y me mudé a otro rancho que tenía. Yo tenía una ale-
gría… Me sentía como estimulado. Como nos sentíamos todos. Ésta era una obra
de todos, y yo había puesto un granito de la obra, una raicecita. Cuando se hace
el bien, uno se estimula, y yo creo que esa es la gran alegría.
Nadie se imaginó que eso iba a pasar más allá, que iba a extenderse como el que
siembra una semilla, y esa semilla se va reproduciendo y va dando frutos de bien,
y donde todo el mundo colabora, donde todo el mundo se siente estimulado. gran
felicidad.
Esta obra es la demostración de lo que se puede hacer con el pueblo que está en
los cerros, no porque ellos quieran sino porque sus medios económicos no le per-
miten comprar un apartamento. Si esa gente se estimula como la estimuló el Pa -
dre Vélaz y esos jóvenes, se puede hacer de esas familias algo grande: incorpo-
rarlas a la sociedad, porque ellos valen mucho; ahí hay grandes valores en la
gente pobre, en la gente de los barrios. La prueba es cómo empezó aquello, sin
recursos humanos ni nada, y cómo pareciera que esta obra fuera obra del Padre
Vélaz y de toda la gente de los barrios marginados, donde se puede hacer una
tierra, abonándola con afecto, preparándola, cultivándola para que dé fruto.

Fe y Alegría, obra de la Virgen


Yo siento a Fe y Alegría como una obra de la virgen. Yo le ofrecí el rancho que
había hecho y ella lo aceptó. Yo rezo el rosario, los quince misterios, todos los
días, y cada día pido por Fe y Alegría. Yo le digo: “Virgen Santísima, alégrate por-
que esa es tu obra”. Y cada día le doy gracias porque pude poner mi granito de
arena y le pido que sea siempre el mismo, que nunca me sienta orgulloso, que sea
sencillo, humilde, como ella lo fue.
Yo amo a la gente sencilla, yo amo a la gente del campo, yo amo a la gente
analfabeta, yo amo al oprimido, y le pido a la Virgen que me haga uno de ellos,
que sea pequeñito, que sea como una basurita, que sea como el que no vale
nada. Que nunca me considere como algo grande porque yo no soy digno. Fe y
Alegría es obra de todos: yo lo que hice fue poner mi granito de arena, como otras
muchas personas lo están poniendo.
Quien realmente fue un fundador fue el Padre Vélaz, que derramó los sesos
viendo cómo iba a hacer para ayudar a todas esas gentes tan pobres de los
barrios. Mi mayor deseo antes de morir sería hincarme de rodillas ante la tumba
del Padre, rezar una oración, hablar con él y decirle que no nos olvide, que su
obra es como un álamo muy grande que se ha extendido por América.
Yo aquí, en el hospital, he ofrecido muchas oraciones, he ofrecido todos los sufri-
mientos, todos los dolores que he padecido, la soledad, a la Virgen. Los he ofreci-
do por Fe y Alegría.
Yo hice hace ya tiempo una especie de contrato con la Virgen, porque yo trato a la
Virgen como a mi madre. Yo le dije: “Mira, yo voy a trabajar duro en la Legión de
María y tú en Fe y Alegría”. Por supuesto, Fe y Alegría salió ganando.

La primera Comunión… de coleado


Yo no sólo entregué la casa, sino que me entregué yo mismo, me entregué a
colaborar y a recibir catecismo. Yo iba los sábados a las clases de catecismo y
recibía mucho, aprendí a rezar, a conocer a Dios. Los muchachos de la UCAB
preparaban el catecismo y siguieron viniendo, supervisando aquello cómo iba
funcionando. Entonces, ellos prepararon una primera comunión, y yo me cate-
quicé. Aprendí el Padre Nuestro, aprendí a rezar. Yo era un oyente, también, los
sábados (que era cuando se daba el catecismo). Resulta que yo me colaba y
también oía el catecismo, y me convertí también.
Y entonces, cuando prepararon la primera comunión, ya yo había cambiado de
vida, yo ya estaba preparado. Y yo me coleé en esa primera comunión, hice mi
primera comunión coleado con los muchachos. Escondido. No le dije nada al P.
Vélaz, porque me daba pena decírselo y porque me dije: "bueno, yo me conformo
con que Dios lo sepa y Él está contento con lo que yo estoy haciendo" . Después
vinieron los bautizos, matrimonios de los que vivían en concubinato, toda una obra
de santificación del barrio.

Una vida nueva… en la Legión de María


Aquello pertenecía a la Parroquia de San Ignacio que ahora se llama Jesús Obre-
ro. Y entonces, yo veía que la gente iba a misa, y una vez me invitaron. Una seño-
ra me invitó como siete veces a la Legión de María, y yo fui por complacerla. Y en-
tonces se reunieron, rezaron el rosario.
Cuando uno está así, que no cree en Dios y, bueno, cuando uno está alejado de
Dios, se esconde de Dios como Adán, porque uno le tiene miedo a Dios… Pero
cuando vi que todo el mundo se llamaba hermano, y cuando yo vi que era de la
Virgen, como Madre, pues sentí más confianza.
Y me acordé de la promesa que le había hecho, e hice otra promesa, y le dije:
“Bueno, yo no puedo ir por allá, porque eso es muy lejos. ¿Qué haces tú con que
yo vaya allá y te lleve cualquier cosa, unas flores? Vamos a hacer una cosa: yo
me voy a quedar trabajando con estos muchachos en la Legión de María, voy a
trabajar mucho, me voy a portar bien, y tú vas a ganar, porque yo te llevo algo allá,
y se acabó. En cambio aquí, voy a trabajar. Yo creo que es mejor que ir a visitarte.
Entonces, yo voy a trabajar, y tú vas a salir ganando”. Y yo aprendí la catequesis
con esos muchachos; yo también salí ganado, porque me catequizaron…
Yo oía los sermones, y eso me fue convirtiendo. Una vez me invitaron a las Sier -
vas del Santísimo, a un pequeño ejercicio espiritual de un día, y aquello me fue
llenando. Y yo dije, cónchale, descubrí un mundo, un horizonte nuevo. Yo estaba
contentísimo, y yo dije: “cónchale, la vida no es que uno nace y se muere”. Aquello
me llenó de esperanza y de fe. Hice ese rancho por allá. Yo ya era de la Legión de
María.
Yo en la Legión llevo lo que lleva Fe y Alegría, treinta años; empecé las dos cosas
juntas, cuando oí ese llamamiento.

La fe: una búsqueda de Dios


Yo, desde entonces, me siento muy feliz. Yo creo que, cuando el hombre se da, es
mucho más que dar millones, cosas materiales. Ese corazón ya nunca podrá estar
amargado aun en medio de las penas y las adversidades. Ese corazón está lleno
de Dios. A los hombres les hace falta el espíritu de entrega. Uno recibe más cuan-
do da, cuando entrega su vida, que cuando sólo piensa en instalarse. El que sólo
se preocupa por amontonar cosas, es un hombre por dentro infeliz, está lleno de
cadenas. Yo empecé mi verdadera formación cristiana como oyente en el catecis-
mo de Fe y Alegría. Después seguí con retiros espirituales. La fe es una búsqueda
continua de Dios que sólo termina con la muerte.

Abraham, uno de los ocho primeros diáconos casados de Venezuela


Parece que al Papa Pablo VI, no sé si será mal decirlo, se le metió a la cabeza
que en Venezuela debiera haber diáconos. Como de allá vino un amigo de él que
quería ordenarse de diácono, un italiano que vivía aquí, parece que quiso que
también ordenaran con él a otros Diáconos. Entonces se abrió en todas las pa-
rroquias un llamamiento. Se presentaron muchas personas, quizás más compe-
tentes y preparadas que yo, y entonces el Párroco, P. Díaz Guillén, me dijo que si
yo quería ser diácono, y dije que sí.
Allí recibí una gran formación que siguió alimentando mi fe. Nosotros íbamos a
Barquisimeto, íbamos como mendigando los fines de semana. Pero no había una
pastoral para preparar los diáconos. Entonces, nos dieron la misma pastoral de
preparación de un sacerdote. Más o menos tuvimos siete años de preparación, y
aquello fue muy duro y muchas pruebas.
Yo soy ahora diácono. Como diácono, me fui al barrio Plan de Manzano a dar ca-
tecismo, a evangelizar. Me fui con un equipo. El hombre en las cosas de Dios,
como en las cosas humanas, debe trabajar en equipo. Una empresa de un solo
hombre, cuando falla el hombre, la empresa muere. No hay que ser individualista,
sino trabajar siempre con sentido de equipo. Trabajar sobre todo con las gentes
humildes, fundiéndose con ellos. Los pobres responden cuando no se les engaña,
cuando no se les utiliza. Y responden con el corazón, con la vida. Para Dios, las
cosas pequeñas son las más grandes. Trabajando por los demás uno vive desa-
percibido para el mundo, pero no para Dios.
En este momento, yo llevo la Comunión como a 50 enfermos los primeros viernes.
Tengo que subir a cuatro superbloques, desde las cinco que me levanto, y a la una
ya he terminado, subiendo y bajando escaleras en 4 superbloques. Y también en
la Legión de María, soy director espiritual de dos grupos de señoras que traba jan
visitando hogares, dan catecismo, visitando enfermos y yo soy el director
espiritual.
La gente me recibe muy bien, maravilloso. Es un gran consuelo que uno le da a la
gente: uno les aconseja, les habla de lo que es la importancia del sufrimiento, y
uno siempre le da su pequeña evangelización, cortita, porque no se puede detener
mucho.
La prueba que más me costó fue la prueba de dejar el trabajo, porque tuve mu-
chos problemas en el trabajo. Cuando uno se acerca a Dios, parece que hay que
lo reta, parece que, aunque uno no lo diga y esté calladito, hay algo que no les cae
bien a la gente, y hay tanta guerra y tanta cosa, que uno dice, bueno, vamos a
dejarlo así. O te quedas aquí o eres diácono. Y yo me dije: bueno, así me muera
de hambre, yo sigo este llamado de Dios.

El Padre Vélaz
Yo veía al Padre Vélaz como un hombre lleno de bondad, un hombre muy huma-
no. En ese padre, en su cerebro, no había otra cosa sino hacer el bien. Yo diría
que el Padre Vélaz era un hombre que, por donde pasara, iba sembrando la
bondad de querer hacer de aquel hombre marginado, de aquel hombre a quien
nadie escuchaba… Él escuchaba a la gente, le miraba la cara, y entonces le
dejaba que hablara… y, con solamente la presencia de él, la gente sentía algo
como un bálsamo de esa persona que Dios ha predestinado para una gran obra.
Así, más o menos, me figuraría yo un poco ante él.
Al barrio lo llenaba de esperanza. Que el hombre valía algo, que no éramos una
basura, una cosa botada por allá que no valía nada: no. Nos sentíamos valorados,
nos sentíamos seres humanos. Nosotros no éramos seres humamos y él nos hizo
sentir seres humanos. Nos hizo ver que el ser humano –cualquiera que sea–, si se
ayuda, si se estimula a que sea algo, a que se supere, a que se realice por sus
propios medios, a que ponga algo de su parte para realizarse… Él siempre iba a la
familia, y ahí era como una cantera, como algo muy grande.
Él nos decía que cambiáramos de vida, que dejáramos el aguardiente, los vicios; y
que todos nos portáramos bien con nuestra señora; que el hombre debía tener
una sola mujer, porque ahí es donde se realiza el hombre. Allí es donde están los
verdaderos amigos, no los amigos de fiesta, de palitos y aguardiente: esos no son
amigos; el amigo se experimenta –por decir algo– cuando uno está preso, o en
una cama de enfermedad de un hospital.
Los verdaderos amigos son la familia. La felicidad está dentro; la familia se siente
realizada cuando la familia tiene su conciencia, que está cumpliendo con todos
sus deberes, con su trabajo. Que, cuando el hombre llegue a su casa, encuentre a
su familia, y que su mujer no esté por allí en fiestas, y que el hombre no bote sus
centavos, lo que gana, sino que los gaste con su familia en acomodar su casa, por
el bien de la familia, de sus hijos. Que el mejor capital que le puede dejar a sus
hijos es su educación, no la riqueza material: ésa se bota…
Él tenía una manera de decir tan suave, tan accesible… Él se ponía a la altura de
nosotros. Uno no lo veía tan grande, sino que le parecía que era uno de nosotros,
porque él se ponía bajito, como nosotros, como un amigo más, como un verdadero
padre. Siempre orientándonos hacia el futuro, hacia el presente. No importa el pa-
sado, sino el presente. Que tenemos que trabajar, tenemos que superarnos. Todo
el poder y toda la grandeza de un pueblo está en su familia, y debiéramos noso -
tros trabajar, economizar; que no fuéramos unos despilfarradores, que si ganába-
mos tanto debíamos guardar siquiera una parte, ahorrar, que no lo despilfarrá ra-
mos en cosas que no valía la pena, sino en acomodar la casa, en la educación de
los muchachos. Eso, más o menos, y algo más, era la figura del Padre Vélaz.
Yo lo que admiro más es aquel hombre lleno de Dios es esa ternura de ese hom-
bre, de aquella alma grande llena de Dios: sus palabras eran como un bálsamo del
amor de Dios que le calaba a uno y lo revivía y lo alegraba.
Era un hombre que tenía algo por dentro, un hombre lleno de Dios, de amor, de
ternura. Uno veía –todos los que tuvimos la dicha de conocerlo– que en el mundo
hay personas tan amables, tan bondadosas, tan buenas, que a uno se le aviva la
fe, que uno cree más en Dios. Esa entrega, ese abandono de todo, de olvidarse
de sí mismo para dedicarse a los pobres –al pobre que solamente lo utilizan cuan-
do les interesa el voto– y que esas personas quieran el bien de uno, con esa sin -
ceridad: eso es muy grande, eso es algo que no se consigue; es muy difícil en el
mundo unas personas así.
Yo veía al Padre Vélaz como un hombre lleno de bondad. Yo diría que el Padre
Vélaz era un hombre que por donde quiera que pasaba iba sembrando bondad, el
bien de ayudar al hombre marginado, al hombre que nadie toma en cuenta.
Él escuchaba a la gente, les miraba a la cara y los dejaba que hablaran, y con sola
la presencia de él, la gente se sentía alguien. Su presencia transmitía esperanza,
nos hacía ver que valíamos, que no éramos basura, que no éramos una cosa
botada por allí, sin valor.
Nos sentimos valorados, nos sentimos seres humanos, nosotros éramos seres
humanos, y el Padre Vélaz nos lo hizo sentir. Nos hizo ver que con estímulo y
ayuda podíamos progresar, levantarnos de la miseria, empezar una obra que hoy
es una cosa muy grande.
El Padre Vélaz iba siempre a la familia. Nos decía que cambiáramos de vida, que
dejáramos el aguardiente, los vicios, que respetáramos nuestras señoras, que el
hombre debía tener sólo una mujer, que ahí es donde se realiza el hombre, no
regando hijos por ahí. Y nos decía que los verdaderos amigos se experimentan en
la ayuda, cuando uno está postrado en la cama de un hospital o no tiene qué co -
mer. Que de bien poco sirven esos amigos de fiesta, de palitos de aguardiente,
donde uno bota los reales y luego no alcanzan para la comida de los muchachos,
para acomodar la casa, para atender a la mujer.
Nos decía que el mejor tesoro era la familia, que debíamos cuidar mucho ese
tesoro. Decía que debíamos trabajar y luchar por superar a la familia, que no
fuéramos despilfarradores del dinero, que guardáramos siempre una partecita de
lo que ganábamos. También nos decía que la educación era una gran riqueza.
Todo esto nos lo decía de una manera suave, sencilla. Él se ponía a la altura de
nosotros, uno no le veía tan grande, sino que parecía que era uno de nosotros. Él
se ponía bajito, como nosotros; él se ponía como un amigo. Él era un padre, siem -
pre orientándonos hacia el futuro, sin importar el pasado de cada uno.
Después de que le entregué mi casa, yo le veía muy poco, porque él siempre se la
pasaba viajando, y yo me metí con alma, vida y corazón con la Legión de María,
cumpliendo esa promesa a la Virgen de ayudar a la Virgen, de ayudar a su hijo en
los pobres.
Cuando recibí la noticia de que el P. José María Vélaz había muerto, yo me fui al
Santísimo y oré por él. Todas las noches, yo oro por él. Le dije a Dios que él debe
estar en el cielo porque el P. Vélaz es un santo. Aunque no esté canonizado, pero
el haber hecho una obra educativa tan bien organizada, del pueblo, esa entrega
de la vida de él… Él ofrendó su vida en aras de una educación tan bien concebida,
en una educación para los pobres muy de acuerdo con la vida moderna. Una edu-
cación del pueblo. Y eso que él hizo yo creo que Dios tiene que reconocerlo. Y el
P. Vélaz debe estar en el cielo, entre los bienaventurados.

¿Que cómo me veo yo?


Mira, yo me siento avergonzado de ver lo que Dios hace con uno. Es que uno es
nada, un pobre campesino insignificante, y que Dios lo ha llamado. Y yo digo: Dios
mío, ¿por qué has hecho esto conmigo?, ¿por qué tantas cosas? Es demasiado lo
que nos has dado. ¿Qué he hecho yo, que puse la primera piedra en Fe y
Alegría? ¡Cuántos han puesto su piedrita también como yo! Y ¿por qué yo, Dios
mío?
Entonces yo me siento más pequeño y digo: Dios mío, que yo me sienta como el
más pequeño servidor de Fe y Alegría, de todos los que han puesto su granito de
arena. Yo lo que hice fue poner un granito de arena en esa obra del P. Vélaz.
Bueno, yo lo que aprecio más de mí es el haberle dicho que sí a la Santísima
Virgen, el haber respondido al llamado de Dios, a ese Dios que me llamó; y el
haberme vencido a mí mismo, el haber aceptado ese reto y vencido esos obstá-
culos y haber seguido ese camino que Dios me puso. Y yo creo que, si le hubiese
dicho que no a Dios, ése hubiese sido el gran resentimiento de mi vida. Yo me
siento feliz de haber seguido el llamamiento que Dios me ha dado.
Algo muy grande me pasó a mí y todavía lo siento y quiero vivirlo

Mensaje para Fe y Alegría


Yo lo que les digo es que sigan el ejemplo del P. Vélaz, de ese hombre santo, de
ese hombre que dio su vida, y que todo lo que ellos hagan por Fe y Alegría Dios le
pagará el ciento por uno y que la felicidad está no en tener sino en darse. Y si ellos
dan su tiempo, que es lo que vale más que el dinero y que todas las cosas, vivirán
con una gran alegría de haber hecho algo en el mundo, de haberle pagado a Dios
tantas cosas que nos ha dado; de darle gracias a Dios por la mañana cuando uno
respira, por el agua, por la vida, por la encarnación, por la Eucaristía, darle gracias
a Dios por Fe y Alegría, que haya llamado a este hombre tan grande, tan santo,
para esta obra.
Tenemos que formar a la juventud, con todo lo que nosotros podamos, con peque-
ñas charlas, con pequeños ejercicios, porque, si nosotros formamos a la juventud,
estamos formando al mundo, estamos llevando la paz al mundo, porque la paz se
consigue en el corazón, así como la violencia y la agresión se engendra en el co-
razón de nosotros, nosotros tenemos que engendrar la paz. La paz hay que ense-
ñarla con el ejemplo, con la palabra, con el Evangelio.
Tenemos que oír a la juventud, que es el mundo del mañana, enseñarles la paz, a
predicar la paz con su vida, a vivir llenos de paz, y esa paz se consigue en el ser-
vicio de Dios, acercándose a Dios, llenándose de Dios. Que tengan un gran amor
a la Santísima Virgen, que imiten a la Santísima Virgen, que es su Madre, que ella
los va a llevar por ese camino y que ellos son el pueblo de Dios.
Yo les diría, como decimos los campesinos: que Dios los bendiga y los favorezca y
los haga unos hombres y unas mujeres de bien al servicio de Dios y de la Virgen
Santísima; que ellos son la tierra prometida que la llevan en ese corazón.
Nosotros también somos de tierra, tenemos mucha tierra; pero ellos son esa tierra
prometida que está en su corazón llenos de amor, llenos de ternura, llenos de paz,
llenos de Dios, que comulguen, que oren con frecuencia, porque el mundo necesi-
ta de ese bálsamo del amor de Dios que se lleva en el corazón. El mundo está he-
rido de tanta guerra, de tanto mal, de tanto odio, pero ustedes tienen el bálsamo
del amor de Dios, y el que tiene a Dios y a la Virgen en su corazón tiene ese bál -
samo que cura las heridas; ese bálsamo del hijo pródigo, de aquel hombre que
echó el bálsamo en las heridas de aquel hombre que encontró en el camino de
Jericó a Jerusalén. Pero ese bálsamo lo tienen Ustedes. No ese bálsamo material,
sino es bálsamo espiritual, el bálsamo del amor, el bálsamo de la ternura.

Hijos de Abraham y Patricia Reyes

Nombres y Apellidos Fecha de nacimiento


1 Mireya Reyes García 15 de diciembre 1943

2 Freddy Reyes García 09 de septiembre 1945

3 Carlota Reyes García 27 de julio 1947

4 Gladys Reyes García 21 de marzo1949

5 Cruz Reyes García 27 de febrero 1951

6 Nancy Reyes García 23 de abril 1953

7 Francisco Reyes García 11 de abril 1955


8 Teresa Reyes García 20 de mayo 1957

9 José Antonio Reyes García 18 de febrero 1959

10 Jesús Reyes García 15 de marzo 1961

11 Carlos Reyes García 25 de enero 1963

12 Abraham Reyes García 04 de junio 1965

13 María Patricia Reyes García 29 de enero 1969

También podría gustarte