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P. ÁNGEL PEÑA O.A.R.

SANTA CATALINA LABOURÉ


Y LA MEDALLA MILAGROSA

LIMA – PERÚ

1
SANTA CATALINA LABOURÉ Y LA MEDALLA MILAGROSA

Nihil Obstat
Padre Ricardo Rebolleda
Vicario Provincial del Perú
Agustino Recoleto

Imprimatur
Mons. José Carmelo Martínez
Obispo de Cajamarca (Perú)

LIMA – PERÚ

2
ÍNDICE GENERAL

INTRODUCCIÓN

Catalina y su familia.
PRIMERA PARTE: LAS APARICIONES
Aparición de San Vicente.
Aparición de Jesús sacramentado.
Primera aparición.
Mensaje de María.
Revolución de 1830.
Segunda aparición.
Tercera aparición.
La medalla milagrosa.
Noticia histórica.
Comisión investigadora.
Hospicio de Enghien.
SEGUNDA PARTE: LOS ÚLTIMOS AÑOS
La guerra.
La Comuna.
El último año de vida.
TERCERA PARTE: LOS CARISMAS Y SU MUERTE
Dones sobrenaturales: a) Profecía.
b) Cosas extraordinarias. c) ¿Bilocación?
Anécdotas.
Así era ella.
Su muerte.
Milagros después de su muerte
CUARTA PARTE: LAS MARAVILLAS DE DIOS
Conversión de Alfonso de Ratisbona.
Un milagro de María.
Los santos y la medalla.
El poder de Dios y la medalla:
a) Padre Giovanni Salerno. b) San Maximiliano Kolbe.
c) Santa Teresa de Calcuta
El sillón de la Virgen.
Cuerpo incorrupto.

CONCLUSIÓN
BIBLIOGRAFÍA

3
INTRODUCCIÓN

La vida de santa Catalina Labouré es una vida hermosa, especialmente por


las apariciones que tuvo de la Virgen María y por las maravillas que Dios ha
obrado en el mundo entero por medio de la famosa medalla, llamada milagrosa.
Ella era una sencilla ama de casa desde los doce años, en que su hermana mayor
se fue al convento, y ella quedó al frente de los trabajos de la casa, ya que su
madre había muerto.

Después de mucho rezar, pudo al fin conseguir el permiso de su padre


para entrar al convento de las hijas de la Caridad, donde se santificó haciendo los
trabajos más humildes. Primero fue cocinera, después lavandera y más tarde le
encargaron el cuidado de los ancianos del hospicio.

Toda su vida vivió oculta, ya que nadie sabía que a ella se le había
aparecido la Virgen María. Solamente se lo contó a su director espiritual, el padre
Aladel, haciéndole prometer que no manifestaría a nadie su identidad. Así pasó
desapercibida de todos. Parecía una religiosa normal, pero su amor a Jesús
sacramentado era inmenso y, cuando estaba en oración, miraba continua y
fijamente la imagen de la Virgen. Se distinguía de todas cuando rezaban el
rosario en común. Su devoción y fervor eran únicos; y lo mismo su atención a los
pobres, enfermos y ancianos.

En tiempo de revoluciones sociales, cuando los sacerdotes y las religiosas


eran perseguidos a muerte por los anticlericales comuneros, ella aseguraba a
todas las hermanas que no les pasaría nada, porque la Virgen María había
prometido protegerlas de todo mal. Y así sucedía, porque, mientras asesinaban
sacerdotes y religiosas de otras Comunidades, las hijas de la Caridad y los
sacerdotes lazaristas o vicentinos quedaban indemnes.

Aprendamos de su vida a amar mucho a Jesús sacramentado, a quien veía


casi todos los días durante el noviciado. A amar a María, como ella la amaba sin
poder disimularlo, e igualmente a san Vicente de Paúl y santa María Marillac, sus
fundadores; y en general a todos los santos para vivir el cielo en la tierra; es
decir, unidos a todos los santos y ángeles que viven entre nosotros y nos ayudan
en la medida en que los invocamos.

Nota.- Proceso se refiere el libro publicado por el padre René Laurentin titulado
Procès de Catherine, Ed. Lienhart, París, 1979. En este libro se encuentran los mejores
testimonios del Proceso de canonización.
Los textos de las apariciones de la Virgen están tomados del libro del padre
Edmundo Crapez, La venerable Catalina Labouré, Barcelona, 1911.

4
CATALINA Y SU FAMILIA

Dos días después de la proclamación del Terror el 4 de junio de 1793 en


Francia, Pedro Labouré, que había pensado en su adolescencia ser sacerdote y
había ido al Seminario, se casó con Luisa Magdalena Gontard de 23 años. Ella
vivía en Senailly y en ese lugar pasaron ambos esposos los primeros años de su
matrimonio. Tuvieron 17 hijos, de los que sobrevivieron diez. Los cuatro
primeros nacieron en Senailly y los otros en Main-les-Moutiers, una aldea de 200
habitantes, perteneciente al pueblo de Moutiers Saint-Jean, de 400 habitantes,
donde estaba la iglesia parroquial, que había sido restaurada y embellecida por la
familia Labouré. El pueblo pertenecía al departamento de Cote d´Or en el antiguo
condado de Borgoña, en Francia.

Catalina nació el 2 de mayo de 1806 en Fain-les-Moutiers. El mismo día


fueron a inscribirla en el registro civil y fue firmada, no sólo por su padre, los
testigos y el oficial encargado del registro, sino también por su madre, que firmó
con su nombre: Louise Madeleine Gontard, dame Labouré. Al día siguiente de su
nacimiento, recibió el bautismo de manos del padre Jorge Mamer, benedictino
exclaustrado del monasterio de Moutiers. Le pusieron por nombre Catalina y a
este nombre la familia le añadió el de Zoé, gloriosa mártir, cuya fiesta se
celebraba el día de su nacimiento. Y Zoé fue el nombre familiar con que se le
conoció en el pueblo.

Su madre murió el 9 de octubre de 1815, a los 46 años, cuando Catalina


tenía nueve. Su hermana María Antonieta, llamada Tonina, tenía siete y el último
de todos, Augusto, tenía seis.

Catalina y Tonina fueron recogidas por su tía Margarita, hermana de su


padre, que vivía en Saint Remy. La tía Margarita estaba casada con Antonio
Jeanrot, comerciante de vinagre, y tenía dos hijos y cuatro hijas. La tía, dedicada
al comercio, había dejado el cuidado de las dos niñas a una niñera y, como su
padre las extrañaba y quería tenerlas en casa, las llamó, después de estar dos años
con su tía.

Otra razón para llamarlas era que la hija mayor, María Luisa, quería entrar
al convento de Langres como religiosa. Lo que hizo en efecto el 22 de julio de
1818, en el noviciado de las hijas de la Caridad de París, después de haber estado
tres meses de postulante en Langres.

Catalina, una vez ya en su aldea de Fain-les-Moutiers, con 12 años, hizo


su primera comunión y, desde entonces, algunos dicen que se volvió mística,
orando más y frecuentando la iglesia parroquial.

5
Un sacerdote, que conoció a Catalina de niña, escribió sobre ella en enero
de 1896: Recuerdo a las compañeras de su edad con las que se divertía, cuando
sus padres la llevaban a la fiesta de Cormarin, a casa de sus primos y primas.
Ella no era hermosa, pero era buena y siempre amable y dulce con sus
compañeras y con los niños que molestaban, buscando poner paz. Si había algún
pobre, ella le daba las golosinas que tenía. En la misa patronal, Catalina rezaba
como un ángel y no volvía la cabeza a derecha e izquierda, como hacen otros
niños, sino que estaba seria y recogida. En una palabra, era un niña santa que la
Virgen preparaba para llenarla de favores y darnos a nosotros la medalla
milagrosa 1.

Una vez que se fue al convento su hermana María Luisa, Catalina, con 12
años, se hizo cargo de las labores de la casa. Al principio tenía la ayuda de una
criada, pero a sus 14 años se quedó sola con su hermana Tonina y las cosas
fueron mejor que antes. Cuidaba a su hermanito Augusto como una madre,
llevaba la comida a los segadores de su padre, que eran doce o catorce, cocinaba,
lavaba, sacaba leche a las vacas, recogía los huevos del gallinero, echaba comida
a los cerdos, distribuía el forraje al rebaño y lo llevaba al abrevadero, sacaba agua
del pozo, hacía el pan en el horno de casa y los jueves iba al mercado de
Montbard a unos l5 kilómetros a comprar las cosas necesarias. Cuando llegaba el
invierno, mataba uno o dos cerdos y había que preparar el tocino, las morcillas, el
jamón, etc. Además cuidaba el palomar donde había setecientas u ochocientas
palomas, que, al verla, volaban a su alrededor y algunas se posaban mansamente
sobre sus hombros. Según Tonina, era un espectáculo hermoso ver cómo las
atraía 2.

Un obrero que trabajó en su casa, manifestó que un día la vio subida a una
mesa, abrazando una imagen de la Virgen 3. Hizo su primera comunión con doce
años y comenzó a ayunar los viernes y sábados. Tonina se lo dijo a su padre y
éste se lo prohibió.

Se consolaba con asistir a misa los domingos en la iglesia de su aldea,


adonde venía un sacerdote de la parroquia de Moutiers. Deseaba ir a misa todos
los días y algunos iba durante la semana a la iglesia parroquial y permanecía
largo tiempo de rodillas sobre las losas frías en invierno, lo que le ocasionó
dolores de rodillas a lo largo de su vida. Pero entre semana le gustaba también ir
al hospicio de Moutiers-Saint-Jean, dirigido por las hijas de la Caridad. De esa
manera empezó a conocerlas y a desear ser religiosa como ellas y como su
hermana María Luisa.

1
Proceso pp. 231-232.
2
Proceso p. 74.
3
Proceso p. 268.

6
Un día tuvo un sueño. Le pareció estar en la iglesia, en la capilla
consagrada a las almas del purgatorio. Un sacerdote muy anciano, de figura
respetada, se presentó en la capilla y se revistió de los ornamentos para celebrar
la santa misa. Ella asistió, impresionada por la presencia de este sacerdote
desconocido. Después de la misa, el sacerdote le hizo una señal para que se
acercara, pero ella, temerosa, se retiró hacia atrás sin quitarle la vista. Saliendo de
la iglesia, entró en una casa de la aldea para visitar a un enfermo. Allí encontró al
anciano sacerdote que le dijo: Hija mía, está bien cuidar enfermos. Ahora huyes
de mí, pero un día serás feliz de venir a mí. Dios tiene sus designios sobre ti, no
lo olvides.

Ella, sorprendida, se alejó y, saliendo de esa casa, le pareció que sus pies
no tocaban tierra y, al momento en que entraba en su casa, se despertó,
convencida de que todo no era más que un sueño. Ella tenía entonces 18 años.
Sabía leer un poco, pero menos escribir. Le pidió a su padre ir a casa de su
cuñada, que tenía un colegio en Chatillon, para recibir lecciones y así aprender a
leer y escribir bien. Su padre no quería desprenderse de ella y, a duras penas, se
lo permitió.

Ella, preocupada por la visión de su sueño, se lo contó al sacerdote de


Chatillon y él le respondió que creía que el anciano era san Vicente, que la
llamaba a ser hija de la Caridad. Su cuñada la llevó a visitar a las hijas de la
Caridad de Chatillon y ella se asombró al ver en el locutorio un retrato
perfectamente semejante al sacerdote de su sueño. Preguntó quién era y le
aseguraron que era san Vicente de Paúl. Así entendió que él quería ser su padre.

Cuando le manifestó a su padre su deseo de ser religiosa, se opuso. Ya le


parecía suficiente haber dado a su hija mayor a san Vicente; y darle otra, que
llevaba tan bien las cosas del hogar, le parecía demasiado. Él pensó que,
mandándola a París a casa de uno de sus hijos, que tenía un restaurante de
obreros, podía hacerle cambiar de opinión y olvidarse de su vocación. Su
hermano estaba contento con su labor y deseaba casarla con alguno de los
clientes, que se fijaban en ella y le proponían matrimonio, pero su respuesta
invariable era decirles que estaba comprometida con Jesús y no quería otro
esposo.

Su hermano, que desde hacía un año era viudo, se casó el 3 de febrero de


1829 y ya los servicios de Catalina no eran tan necesarios. Además, dos mujeres
para dirigir una casa, era demasiado y ella aprovechó para escribir a su cuñada y
a su hermana María Luisa, Superiora de la casa de la hijas de la Caridad de
Castelsarrassin. Su hermana le contestó de inmediato y le decía: Deseo que pases
algún tiempo con la cuñada (de Chatillon) como ella misma te ha propuesto para

7
que te eduques e instruyas, cosa que a veces hace suma falta. Cuida de aprender
el francés algo mejor de lo que se habla en nuestro pueblo. Y aplícate a escribir,
a hacer cuentas y, sobre todo, a la piedad, al fervor y al amor de los pobres.
Catalina tenía 23 años.

Su cuñada era Juana Gontard, casada con su hermano Humberto, el cual


en el ejército había ganado la medalla de Santa Elena. Fue guardia de Corps de
Carlos X, teniente y luego capitán de gendarmes y Caballero de la Legión de
honor. Murió en 1865 como un valiente.

Su cuñada dirigía en Chatillon un colegio aristocrático frecuentado por la


nobleza de la comarca, que estaba instalado en un antiguo convento de
carmelitas. Allí fue Catalina a estudiar, pero no se encontró a gusto con aquellas
jóvenes mundanas y adelantó poco en los estudios.

No obstante, aprovechaba el tiempo libre para visitar en Chatillon el


convento de las hijas de la Caridad, soñando con que un día cercano pudiera
ingresar para ser totalmente de Jesús. Allí conoció a sor Victoria de Séjole, quien
la apoyó y le pidió a su Superiora que la aceptara de postulante. Ella se
comprometió a instruirla en todo lo que debía saber una hija de la Caridad.

Su cuñada viajó a Fain para convencer a su padre, quien al fin le permitió


que hiciera lo que quisiera, pero le aseguró que él no le daría dinero para la dote.
Entonces su cuñada y su esposo, que era su hermano, aceptaron pagar los 1.500
francos de dote y las religiosas de Chantillon la recibieron allí de postulante. La
prueba de querer entrar al convento había sido dura, pero al fin había triunfado.
El 22 de enero de 1830 Catalina entró al postulantado de Chatillon y el 30 tomó
el hábito. Allí pasó tres meses, ayudando a las hermanas en el servicio de los
pobres, ya que los jueves y domingos les servían un plato de sopa. Además se
dedicaba al estudio y a la oración. A los tres meses la enviaron a la Casa Madre
de la calle du Bac de París.

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PRIMERA PARTE
LAS APARICIONES
APARICIÓN DE SAN VICENTE

Catalina entró en la Casa Madre de París, de la calle du Bac, el 21 de abril


de 1830. Era el miércoles antes de la traslación de las reliquias de san Vicente de
Paúl, que tuvo lugar el 25 de abril. Hacía varios años que, por motivo de las
revoluciones constantes, el cuerpo de san Vicente había sido escondido y en esta
oportunidad se presentó a la veneración pública y sus restos fueron trasladados
con mucha solemnidad con obispos, sacerdotes y fieles, desde la Casa Madre de
las hijas de la Caridad a la iglesia de nuestra Señora, del noviciado de los padres
de la Misión (vicentinos) en la calle Sèvres N° 95 de París. Monseñor Quelen,
arzobispo de París, estaba muy feliz ese día al ver tanta manifestación de fervor
católico por las calles de la ciudad.

Catalina escribió: Llegué a la Casa Madre el 21 de abril de 1830. Era un


miércoles antes de la traslación de las reliquias de san Vicente de Paúl. Alegre y
dichosa por haber llegado para este gran día de fiesta, me parecía que nada me
quedaba que hacer en la tierra.

Yo pedía a san Vicente todas las gracias que a mí me hacían falta y


también para las dos familias (de san Vicente, los sacerdotes de la Misión, e
hijas de la Caridad) y para Francia entera: me parecía que las necesitaba
mucho. En fin, yo rogaba a san Vicente con fe viva que me enseñara lo que debía
pedir.

Y cuantas veces volvía de San Lázaro (durante la novena, a que


diariamente iban en peregrinación las hermanas) ¡me daba tanta pena! Me
figuraba que iba a encontrar de nuevo en la Comunidad (en la casa de la calle
Bac) a san Vicente, o al menos su corazón, que se me aparecía cuantas veces
volvía de San Lázaro.

Tenía el consuelo de verlo (el corazón) encima del relicario donde


estaban expuestas algunas pequeñas reliquias de san Vicente, en la capilla de las
hermanas. Se me apareció tres veces distintas en tres días seguidos: blanco,
color de carne, cosa que anunciaba la paz, la calma, la inocencia y la unión; y
después lo vi rojo de fuego, del que debe encender la caridad en los corazones.
Pensaba yo que toda la Comunidad debía renovarse y extenderse hasta los
confines del mundo. Y después lo vi rojo negro, lo cual me entristecía el corazón;
me daba tanta tristeza que me costaba trabajo superar y no sabía ni por qué, ni
cómo se refería esta tristeza al cambio de gobierno.

9
Uno de los días oí una voz interior que me dijo: “El corazón de san
Vicente está profundamente afligido por los grandes males que vendrán sobre
Francia”. El último día de la octava vi el mismo corazón de san Vicente y la voz
interior me dijo: “El corazón de san Vicente está un poco consolado, porque ha
obtenido de Dios por intercesión de la Virgen María que sus dos familias no
perezcan en medio de los males y que Dios se servirá de ellas para reanimar la
fe 4.

APARICIÓN DE JESÚS SACRAMENTADO

Nos dice: También fui favorecida con otra gran merced: Ver a nuestro
Señor en el Santísimo Sacramento como lo vi durante todo el tiempo del
noviciado, excepto cuando tenía duda, que entonces, a la vez siguiente, ya no
veía nada, porque yo quería profundizar y dudaba del misterio y creía
engañarme.

El ver a Jesús sacramentado duró ocho o nueve meses, es decir, todo el


tiempo del noviciado; y, como ella misma afirma, revistió carácter excepcional el
día 6 de junio de 1830.

El día de la Santísima Trinidad se me apareció nuestro Señor en el


Santísimo Sacramento, como un rey, con la cruz en el pecho, lo que acaeció
durante la santa misa. Al Evangelio me pareció que la cruz se caía a los pies de
nuestro Señor y me pareció que nuestro Señor era despojado de sus ornamentos;
todo cayó por tierra. Allí es donde tuve yo las ideas más negras y más tristes; allí
es donde tuve las ideas de que el rey de la tierra estaba perdido y sería
despojado de sus vestiduras reales, y de ahí las ideas que tuve —no podré
explicarlas— sobre la pérdida que se tramaba.

PRIMERA APARICIÓN

Vino luego la fiesta de san Vicente donde, la víspera, nos hizo nuestra
buena Madre Marta una plática sobre la devoción de los santos, en particular
sobre la devoción a la santísima Virgen, lo que me dio (tan gran) deseo de ver a
la santísima Virgen, que me acosté con el pensamiento de que aquella misma
noche vería a mi buena Madre. ¡Hacía tanto tiempo que deseaba verla!... Al
cabo me dormí. Como se nos había dado un trozo de tela de un roquete de san

4
Proceso pp. 77-78.

10
Vicente, yo corté la mitad, me la tragué y me dormí, pensando que san Vicente
me obtendría la gracia de ver a la santísima Virgen.

Por fin, a las once y media de la noche (del 18 de julio de 1830) oí que me
llamaban por mi nombre: “¡Hermana mía, hermana mía, hermana mía!”.
Despertándome, miré hacia el lado en que oía la voz, que era el lado del pasillo.
Descorro la cortina y veo un niño, vestido de blanco, como de cuatro a cinco
años, que me dice: “Ven a la capilla, la santísima Virgen te espera”. En seguida
me asaltó la idea: “¡Pero me van a oír!” El niño me responde: “No te preocupes
son las once y media, todo el mundo duerme bien; ven, yo te espero”.

Me vestí aprisa y me dirigí hacia el niño que permanecía de pie, sin


separarse de la columna de mi lecho. Me siguió, o mejor, le seguí yo a él siempre
a mi izquierda, por donde quiera que él iba. Estaban encendidas las luces en
todos los sitios por donde íbamos, lo cual me admiró mucho; pero, bastante más
sorprendida, al entrar en la capilla, se abrió la puerta apenas la hubo tocado el
niño con la punta del dedo. Pero mi sorpresa fue todavía más completa cuando
vi encendidas todas las velas y cirios, lo que me recordaba la misa de media
noche. Sin embargo, yo no veía a la Virgen.

El niño me llevó al presbiterio al lado del sillón destinado al padre


Director, y allí me puse de rodillas; el niño quedó de pie todo el tiempo.
Pareciéndome largo el tiempo, miraba por si las guardias (las hermanas
encargadas de velar por la noche) pasaban por la tribuna.

Llegó, al fin, la hora. El niño me avisó. Me dijo: “He aquí la Virgen. Aquí
está”. Oí como un rumor, como el roce de un vestido de seda, que venía del lado
de la tribuna del lado del cuadro de san José, y venía a colocarse (la Virgen)
sobre las gradas del altar del lado del Evangelio en un sillón parecido al de
santa Ana; sólo que la Virgen no tenía la misma cara que santa Ana. (Alude al
cuadro de santa Ana que se ve aún encima de la puerta de la sacristía).

Yo dudaba que fuese la santa Virgen, pero el niño, que estaba allí, me
dijo: “Mira la Virgen”. Me sería imposible decir lo que experimenté en aquel
instante, lo que pasó dentro de mí, me parecía que no veía a la santa Virgen.
Entonces el niño me habló, no como niño, sino como hombre, el más enérgico, y
palabras las más enérgicas. Entonces, mirando a la Virgen, me puse de un salto
a su lado, de rodillas sobre las gradas del altar, con las manos apoyadas en las
rodillas de la santísima Virgen.

Allí pasé unos momentos los más dulces de mi vida. Me sería imposible
decir lo que sentí. Ella me dijo cómo debía portarme con mi director, y otras
cosas que no debo decir; la manera de portarme en mis penas, y acudir

11
(mostrándome con la mano izquierda el sagrario) a arrojarme al pie del altar y
desahogar allí mi corazón, y allí recibiría todos los consuelos de que tuviese
necesidad... Le pregunté por lo que significaban todas las cosas que yo había
visto, y ella me lo explicó todo...

Estuve allí no sé cuánto tiempo. Lo único que sé, cuando ella se marchó,
que sólo vi algo que se extinguía; en fin, sólo una sombra que se dirigía al lado
de la tribuna por el mismo camino por donde había venido.

Me levanté de las gradas del altar y vi al niño donde lo había dejado, el


cual me dijo: “Se fue”. Tomamos el mismo camino, todo iluminado y
constantemente iba el niño a mi izquierda. Creo que este niño era el ángel de mi
guarda, que se había hecho visible para hacerme ver a la santísima Virgen,
porque yo le había rezado mucho para que él me obtuviese este favor. Estaba
vestido de blanco, llevando una luz milagrosa consigo, es decir, estaba
resplandeciente de luz, de unos cuatro a cinco años de edad. Vuelta a mi lecho,
eran las dos de la madrugada. Oí dar la hora y no me volví a dormir

MENSAJES DE MARÍA

Ella escribió que le dijo la Virgen María: Hija mía, Dios quiere confiarte
una misión; te costará trabajo, pero lo vencerás pensando que lo haces para la
gloria de Dios. Tú conocerás cuán bueno es Dios. Tendrás que sufrir hasta que
se lo digas a tu director. No te faltarán contradicciones, pero te asistirá la
gracia; no temas. Háblale con confianza y sencillez, ten confianza, no temas.
Verás ciertas cosas, díselas. Recibirás inspiraciones en la oración.

Los tiempos son muy calamitosos. Han de llover males sobre Francia,
será volcado el trono, el mundo entero será afligido por desdichas de todas
clases (la santísima Virgen estaba muy triste al decir esto), pero ven a los pies de
este altar, donde se prodigarán gracias a todos los que las pidan con confianza y
fervor, a todos, grandes y pequeños.

Hija mía, deseo conceder mis gracias en particular a esta Comunidad, a


la que amo mucho. Tengo pena, hay en ella grandes almas: no se observa la
Regla; deja que desear la regularidad; en las dos Comunidades hay gran
relajación; dile al que está encargado de ti, aunque no sea el Superior, que él
debe hacer todo lo posible para poner la Regla en vigor; dile de mi parte que
vigile sobre las malas lecturas, la pérdida de tiempo y las visitas…

12
Cuando vuelva a ser puesta en vigor la Regla, habrá una Comunidad que
vendrá a unirse a la vuestra. Esto no es costumbre, pero yo lo deseo... di que se
la reciba. Dios la bendecirá y ellas gozarán aquí de una grande paz 5. La
Comunidad se hará grande.

Llegarán grandes males. Grande será el peligro, pero no temas. Dios y


san Vicente protegerán la Comunidad... (la santísima Virgen estaba
continuamente triste). Entonces yo misma estaré contigo. Siempre he velado por
ti. Te concederé muchas gracias... Vendrá un momento en que el peligro será
grande, se creerá todo perdido. Entonces yo estaré contigo, ten confianza.
Reconocerás mi visita y la protección de Dios y de san Vicente sobre las dos
Comunidades...

No será lo mismo en otras Comunidades. En ellas habrá víctimas... (al


decirme esto la Virgen santísima tenía las lágrimas en los ojos). En cuanto al
clero de París, también tendrá víctimas... Morirá el señor arzobispo. Hija mía,
será despreciada la cruz, correrá la sangre por las calles (aquí la Virgen no
podía hablar, se veía la pena en su semblante). Hija mía, el mundo entero se
entristecerá.

A estas palabras, pensaba yo: ¿Cuándo será esto?”. Lo comprendí muy


bien: cuarenta años. A este propósito me preguntó el padre Aladel: “¿Sabes si tú
y yo lo veremos?”. Le respondí: “Si nosotros no lo vemos, otros lo verán”.

Tales son las palabras mismas de sor Catalina Labouré acerca de su


inefable plática con la santísima Virgen durante la noche del 18 al 19 de julio de
1830.

5
Esto sucedió en 1850, cuando se realizó esta predicción; entraron dos comunidades en la familia de san
Vicente; la de las hermanas de la Caridad, fundada por Elisabeth-Ann Seton (que llegará a ser la
primera santa canonizada de los Estados Unidos) y la de las hermanas de la Caridad de Austria, fundada
por Leopoldo de Brandis.

13
REVOLUCIÓN DE 1830

Cuando la Virgen le habla de 40 años, se refiere al año 1870, año de la


guerra con Prusia, de la derrota y de la toma del poder por los comuneros
anticlericales, que querían hacer desaparecer a Dios, la religión y todas las
personas y objetos sagrados. Pero antes vendría otra revolución ese mismo año
1830.

El 27 de julio de 1830, ocho días después de la primera aparición de la


Virgen, estalló una formidable revolución. Muchas iglesias fueron profanadas,
echadas por tierra las cruces, devastadas e incendiadas las casas religiosas:
perseguidos y maltratados los sacerdotes; el mismo arzobispo de París tuvo que
esconderse. Parecían repetirse los tristes días del Terror de 1793. Sor Catalina
aseguró al Padre Aladel que los vicentinos y las hijas de la Caridad no sufrirían
daños.

Uno de los días la sierva de Dios fue con una compañera al cementerio
del padre Lachaise, que domina París, y se sintió asustada por el pensamiento de
los incendios que consumirían una parte de la capital (como así sucedió) 6.

El padre Chinchon refiere: En un momento dado de la revolución de julio,


la casa de Enghien fue asaltada por los comuneros. Las hermanas se refugiaron
en la sala de la Comunidad del segundo piso, llevando consigo la Eucaristía.
Desde ese lugar oían a los comuneros que algunos querían entrar en la sala de
la hermanas, pero uno de ellos se oponía; y no les pasó nada. En esos días sor
Catalina se mostró muy valiente ante sus hermanas, asegurándoles que no les
harían daño y que la santísima Virgen las protegería 7.

Otro día se presentó en la calle Sèvres una pandilla de jóvenes, a cuyo


frente iba un niño de 12 a 14 años que él solo hacía más ruido que los demás,
gritando y asegurando que había visto entrar armas.

El buen padre Salhorgne, Superior general, que había ido a recibirlos, sin
disfraz alguno, con su sotana, de que jamás se había desprendido, habló con el
muchacho, diciéndole que aquello era falso, pues en la casa no había entrado
arma alguna. No logrando hacerle callar, le preguntó: “Bueno, hijo mío:
¿quieres ver mis armas?”. “Sí, señor, muéstrelas”. Y el padre entonces le
presentó su breviario, que llevaba consigo. Lo miró el muchacho, y agregó el
padre: “¿Quieres ver las balas que uso?”. Y abriendo el breviario le enseñó las
estampas que servían de registros. “¡Oh, señor cura, estampas”, exclamó el

6
Proceso p. 220.
7
Proceso p. 221.

14
pobre chico lleno de alegría. “¿Quieres una?”. “Sí, señor”, contestó él. Y
cogiéndola se fue con aire de triunfo, seguido de toda la pandilla 8.

Los desventurados volvieron al día siguiente para derribar la cruz que


preside el frontispicio de la casa, pero la energía de nuestro padre Esteban, dice
sor Pineau, les hizo alejarse prontamente y, desde ese día, no ocurrió nada más
y nadie volvió a perturbar la tranquilidad de los misioneros 9.

Según testimonio del mismo padre Esteban: “La joven hermana del
noviciado (sor Catalina) lo había predicho a su confesor”. Sor Catalina había
dicho también al padre Aladel “que un obispo iría a San Lázaro a pedir refugio,
que se le podía recibir sin temor y que allí estaría seguro”. En efecto, el padre
Aladel, que no hacía gran caso de las revelaciones de Catalina, regresaba triste
un día de la calle du Bac a la de Sèvres, cuando he aquí que al llegar a San
Lázaro le dijo el padre Salhorgne que “Monseñor Frayssinous, obispo de
Hermopolis y ministro de cultos de Carlos X, acababa de suplicarle que le diera
asilo”. Temiendo el padre que allí no habría seguridad, puso algunos reparos a
la demanda de Monseñor Frayssinous, y éste se había retirado a Saint Germain
en Laye. Como observa sor Pineau, a quien debemos esta noticia, la revelación
en cuestión tenía un sello de verdad que difícilmente dejaría de reconocerse 10.

SEGUNDA APARICIÓN

El 27 de noviembre de 1830, que era el sábado anterior al primer


domingo de Adviento, después del punto de la meditación (a las 5 p.m.) me
pareció oír ruido del lado de la tribuna, al lado del cuadro de San José, como el
crujido de un traje de seda.

Habiendo mirado yo hacia esta parte, vi a la Virgen a la altura del cuadro


de san José. La Virgen estaba en pie, vestida de blanco, con un traje de seda
blanco aurora, mangas lisas, un velo blanco que caía hasta abajo; a través del
velo vi sus cabellos y encima un encaje como de tres centímetros de ancho, sin
pliegues, es decir, ligeramente apoyado sobre los cabellos; el rostro bastante
descubierto; los pies apoyados en una esfera, es decir, en media esfera, o al
menos a mí me pareció sólo la mitad, y además teniendo en las manos una esfera
que representaba el globo; tenía ella las manos levantadas a la altura del pecho
de una manera muy natural; los ojos levantados al cielo... Allí su rostro era de
toda belleza; yo no podría expresarlo.

8
Proceso p. 56.
9
Ibídem.
10
Proceso pp. 212-213.

15
Y luego, de pronto advertí en sus dedos, anillos cubiertos de piedras
preciosas, unas más bellas que otras, unas más grandes y otras más chicas, que
lanzaban rayos de luz, unos más bellos que otros; estos rayos salían de las
piedras; las más grandes (despedían) los rayos más grandes que se alargaban
sin cesar, y las más pequeñas, los más pequeños, y alargándose sin cesar hacia
abajo llenaban todo lo bajo y yo no veía sus pies...

En ese momento en que yo estaba contemplándola, bajó los ojos la


santísima Virgen mirándome, dejó oír su voz y me dijo estas palabras: “Esta
esfera que ves representa al mundo entero, particularmente a Francia... y a cada
persona en particular...”. Aquí ya no sé expresarme sobre lo que sentí y lo que
vi, la hermosura y el resplandor de rayos tan hermosos... “Es el símbolo de las
gracias que derramo sobre los que me las piden”, haciéndome comprender cuán
grato es rogar a la Virgen y cuán generosa era ella con las personas que le
ruegan, cuántas gracias concede a las personas que se las piden y cuánto gozo
experimenta al concederlas...

En este momento, se formó un cuadro alrededor de la Virgen, un poco


ovalado, donde había, en lo alto del cuadro, estas palabras: “Oh María, sin
pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos”, escritas en letras
de oro. Entonces se dejó oír una voz que me dijo: “Haz acuñar una medalla
según este modelo; todas las personas que la lleven recibirán grandes gracias,
llevándola al cuello, las gracias serás abundantes para las personas que la
lleven con confianza…”.

Al punto me pareció que el cuadro se daba la vuelta, y yo vi el reverso de


la medalla. Inquieta por no saber lo que había que poner en el reverso de la
medalla, un día, durante la meditación, me pareció oír una voz que me decía:
“La M y los dos corazones dicen bastante”.

Sor Catalina aclaró algunos detalles: Los anillos de las manos eran en
número de tres en cada dedo; el más grueso junto a la mano; uno de tamaño
mediano en el medio y uno más pequeño en la extremidad. Cada anillo estaba
cubierto de piedras preciosas de tamaño proporcionado. La jaculatoria: “Oh
María, sin pecado concebida” formaba un semicírculo, comenzando a la altura
de la mano derecha, pasando por encima de la cabeza de la Virgen y terminando
a la altura de la mano izquierda. Por último, en el reverso del cuadro vio
Catalina el monograma de la Virgen formado por una M coronada de una cruz y
con una barra en la base, y debajo de dicha letra M, los dos Corazones de Jesús
y de María, que ella distinguió, porque uno estaba rodeado de una corona de
espinas y el otro traspasado por un puñal. Por lo que hace a las doce estrellas,

16
que han figurado siempre en el reverso de la medalla milagrosa, esta
particularidad fue dada de viva voz por la hermana después de las apariciones.

TERCERA APARICIÓN

Pensando siempre en la santa Virgen, me parecía que volvería a verla y


vivía con esta esperanza. Un día (de diciembre de 1830) a las cinco y media de
la tarde, después del punto de meditación, en profundo silencio, me pareció oír,
de pronto, un ruido como el crujido de un vestido de seda que venía del lado del
altar.

Vi a la Virgen cerca y detrás del sagrario. Estaba vestida de blanco, de


estatura mediana, teniendo bajo sus pies una esfera blanca; su traje era de seda
blanco aurora, su vestido era alto; su cabeza estaba cubierta con un velo blanco
que caía por cada lado hasta los pies. El rostro muy descubierto, era tan bello
que me sería imposible describir su belleza arrebatadora. Las manos levantadas
a la altura del pecho con mucha naturalidad, teniendo una esfera que
representaba el globo, rematada por una pequeña cruz de oro. De pronto, se le
adornaron los dedos con anillos y piedras preciosas de muy grande brillo. Los
rayos de luz que de ellos salían irradiaban en todas direcciones, lo que inundaba
la parte baja de modo que no se veían los pies de la Virgen. Las piedras más
gruesas despedían rayos mayores, y las más pequeñas, más pequeños. Deciros lo
que yo sentí en el momento en que la Virgen ofrecía el globo a nuestro Señor, es
imposible…

Mientras yo estaba ocupada en contemplar a la Virgen, se dejó oír en el


fondo de mi corazón una voz que me dijo: “Estos rayos son el símbolo de las
gracias que la santísima Virgen alcanza para los que se las piden”.

Las piedras preciosas de las que no sale nada, son las gracias que se
olvidan de pedirme. ¡Oh! qué hermoso será oír decir: “María es la Reina del
Universo, particularmente de Francia”; y los niños exclamarán: “y de cada
persona en particular”, con alegría y exaltación. Será ese tiempo de paz, de
gozo y de ventura que será largo. Ella será llevada triunfalmente y dará la vuelta
al mundo.

Al finalizar la tercera aparición, la Virgen dijo a Catalina: En adelante ya


no verás más, hija mía, pero oirás mi voz en la oración. La Virgen se quejó de
que se descuidara la acuñación de la medalla y, al decirle Catalina que el padre
Aladel no le creía, dijo: Estáte tranquila, vendrá un día en que él hará lo que yo
deseo. Es mi siervo y temerá disgustarme.

17
Observemos algunos detalles: La Virgen era de mediana estatura, el velo
de color blanco aurora le cubría la cabeza y bajaba por ambos lados hasta los
pies; en los cabellos tenía una especie de cofia que terminaba en un encaje como
de dos dedos de ancho. Tenía bajo sus pies una esfera blanca; los ojos unas veces
miraban al cielo y otras los tenía bajos; la voz de la Virgen se hacía oír en el
fondo del corazón. También había una serpiente a sus pies de color verdoso con
pintas amarillas. Las manos estaban a cierta altura, sosteniendo el globo de la
tierra, pero en un momento desapareció y sus brazos quedaron extendidos en la
forma de la medalla milagrosa. Los anillos luminosos de las manos eran tres en
cada dedo y cada anillo estaba cubierto de piedras preciosas. La jaculatoria: Oh
María, sin pecado concebida, formaba un semicírculo comenzando a la altura de
la mano derecha, pasando por encima de la cabeza de la Virgen y terminando a la
altura de la mano izquierda.

La Virgen se quejó del poco fervor con que se rezaba el rosario. En 1856
el padre Aladel le mandó que escribiera los acontecimientos sobrenaturales que
había tenido en 1830. Ella obedeció con repugnancia y comenzó refiriendo la
visión del corazón de san Vicente y después las apariciones de la Virgen. En l876
escribió de nuevo por obediencia una relación de las apariciones. Otra copia fue
encontrada después de su muerte entre sus papeles. Estos tres escritos
concuerdan perfectamente y sólo difieren en algunos detalles, lo que indica que
no se copian unos a otros.

El padre Aladel le escribió al padre Guillou: A fines del año 1830 la


hermana N..., novicia en una Comunidad de París consagrada al servicio de los
pobres, creyó ver durante la oración, y como en un cuadro, a la santísima Virgen
tal y como se representa de ordinario bajo el título de la Inmaculada
Concepción, de pie y con los brazos tendidos, y de cuyas manos salían en forma
de haz, rayos de resplandor maravilloso, y oyó estas palabras: “Estos rayos son
el símbolo de las gracias que María obtiene para los hombres”. Alrededor de la
imagen leyó esta corta invocación escrita en caracteres de oro: “¡Oh María, sin
pecado concebida! rogad por nosotros que recurrimos a Vos”. Después de
haberlo estado mirando por algunos momentos, volvióse el cuadro, y en su
reverso vio ella la letra M coronada por una cruz y, debajo, los Sagrados
Corazones de Jesús y de María. De nuevo se dejó oír entonces la voz que le dijo:
“Hay que hacer acuñar una medalla según este modelo y los que la lleven
bendita y hagan con piedad esta corta plegaria, gozarán de una singular
protección de la Madre de Dios”.

Dicha novicia me lo refirió todo en seguida, pero yo le confieso a V. que


lo tomé como pura ilusión de su imaginación piadosa, y me limité a decirle
algunas palabras sobre la devoción a María, haciéndole notar que la imitación
de sus virtudes era el mejor modo de honrarla y de asegurarse su protección.

18
Retiróse ella sin volver a ocuparse de lo que había visto. Seis meses después,
tuvo idéntica visión y, habiéndomela referido, yo opiné como la primera vez y la
traté a ella del mismo modo. En fin, después de otro intervalo igual, de seis
meses, vio y oyó por tercera vez las mismas cosas, pero entonces le dijo además
la voz que la santísima Virgen no estaba contenta de que se descuidara así la
acuñación de la medalla. En esta ocasión no dejé de dar importancia al asunto,
aunque no lo manifesté así, y me entró cierto temor de disgustar a la que con
justo título llama la Iglesia: “Refugio de los pecadores”.

LA MEDALLA MILAGROSA

El 30 de junio de 1832 fueron acuñadas dos mil medallas y el padre


Aladel le envió algunas al arzobispo, que quiso probar de inmediato la eficacia
de la medalla. Estaba preocupado por el estado espiritual de un obispo
constitucional, que había juramentado según las leyes del Estado en contra de la
Iglesia. Era Monseñor Pradt, antiguo obispo de Malinas, que estaba casi
moribundo. Además, su muerte podía causar escándalo y desórdenes, como había
sucedido con el entierro del obispo constitucional Gregorio. Así pues, fue a
visitar al enfermo. La primera vez le rehusaron la entrada, pero el enfermo envió
sus excusas y le pidió que viniera a verlo. En esta segunda visita, el enfermo se
arrepintió de sus errores y, después de recibir los últimos sacramentos, murió esa
misma noche en los brazos del arzobispo, quien quedó lleno de alegría por el
efecto de la medalla que le había podido colocar en el pecho.

En marzo de 1832 se desató el cólera en París en pleno carnaval. En total


hubo unas 18.400 defunciones oficiales, pero en realidad fueron más de 20.000.
Monseñor Quelen, arzobispo de París, se enteró de la epidemia en su retiro, en
que estaba oculto, pues un motín popular lo había expulsado de su obispado el 15
de enero de 1831. Inmediatamente volvió para consolar al pueblo que sufría,
visitando los hospitales. Este gesto del prelado aplacó a los revoltosos y, a
petición del arzobispo, el padre Esteban abrió la casa de San Lázaro para el
cuidado de los enfermos del cólera. A fines de mayo, la epidemia parecía
retroceder, pero a finales de junio volvió a recrudecer y volvió el pánico. El
fabricante de las medallas entregó las primeras 1.500 medallas el 30 de junio. A
primeros de julio de 1832 le entregaron a Catalina la primera medalla y dijo:
Ahora hay que propagarla.

Las medallas se distribuyeron primero en la región de París por las hijas


de la Caridad entre los enfermos del cólera y hubo muchas curaciones y
conversiones. Pronto comenzó a llamarse medalla milagrosa. En dos años en la
región de París y Lyon se habían vendido ocho millones de medallas.

19
En 1839 la medalla había sido distribuida en el mundo entero y se
contaban milagros desde China a Abisinia, Rusia, Estados Unidos, etc. Para 1842
ya se habían distribuido más de 68 millones de medallas. Eran varios los orfebres
que las fabricaban, porque el primer fabricante, el señor Vachette, no se daba
abasto para atender las solicitudes de Francia y del mundo entero.

El padre Aladel ante estas manifestaciones multitudinarias acerca de la


medalla, se emocionaba y se decidió a publicar una pequeña Notice (noticia) o
folleto sobre el origen de la medalla y responder así a las preguntas que le
dirigían y, a la vez, publicar los hechos más resaltantes y milagros que habían
sucedido con el uso de la medalla. En seis ediciones sacó un total de 110.000
ejemplares en dos años. En él se refieren más de 100 curaciones y 40
conversiones realizadas por medio de la medalla.

La medalla, repartida por millones en el mundo entero, contribuyó a


popularizar la creencia en la Inmaculada Concepción y a preparar la definición
dogmática, además de obrar innumerables conversiones y curaciones,
especialmente la conversión de Alfonso de Ratisbona.

NOTICIA HISTÓRICA

El padre Guillou escribió en 1834 en la Noticia histórica sobre el origen


de la medalla: Como al presente, en París sobre todo, se habla mucho de una
medalla milagrosa de la Virgen santísima, y aun se citan multitud de prodigios
obrados, tanto en la capital como en las provincias donde profusamente se ha
extendido, en favor de los que la llevaban con fe y confianza en María; después
de haberme asegurado yo, por mí mismo y con sumo cuidado, del origen de la
medalla y de los prodigios más notables que con ella se relacionan, creo poder
complacer a los fieles haciéndoles participantes del fruto de mis investigaciones.
Al conocerlo, se sentirán indudablemente edificados y consolados y movidos a
arrojarse con nuevo fervor en los brazos de Aquella que parece tenderlos hacia
nosotros deseosa de vencer nuestra ingratitud con sus beneficios. Esta medalla
que representa, por un lado, a la Inmaculada Concepción y, por el otro, la letra
M coronada por una cruz y, debajo, los Sagrados Corazones de Jesús y de
María, ha sido revelada a una piadosa joven consagrada en una Comunidad de
París.

He aquí, ante todo, un extracto de la carta que me envió el respetable


sacerdote que dirigía a esa buena religiosa y con el cual he tenido la honra de
hablar largamente sobre las diversas circunstancias de la revelación de la
medalla y sobre las maravillosas conversiones y curaciones que
poderosísimamente la recomiendan a la piedad. No podía yo beber en mejor

20
fuente, y cúmpleme, por lo demás, dar aquí testimonio de mi profundo
reconocimiento a tan digno eclesiástico que con no menor prontitud que
benevolencia me ha comunicado todo lo que, según sus propias palabras, creía
él que podía redundar en honra de la santísima Virgen.

El relato tuvo una tirada de 10.000 ejemplares y se agotó en dos meses. La


segunda tirada de 15.000 ejemplares se agotó en menos de un mes. La tercera
tirada fue de 37.000 números y así sucesivamente.

COMISIÓN INVESTIGADORA

Carlos Chevalier certifica: En 1836 el padre Aladel, de acuerdo con el


padre Esteban obtuvo del obispo un reconocimiento canónico de la medalla
milagrosa. A este efecto el 11 de febrero se dirigieron al arzobispo para
suplicarle que hiciera una encuesta sobre el origen, carácter y efectos de la
medalla milagrosa. Esta encuesta fue hecha por orden del arzobispo bajo la
dirección del padre Quentin, canónigo de la iglesia metropolitana, Vicario
general y promotor de la diócesis. Comenzó el 16 de febrero de 1836. Primero
fue interrogado el padre Aladel, lamentando que no se pudiera hablar
personalmente con la hermana, que no quería darse a conocer. La encuesta
terminó el 13 de julio de ese mismo año. Entre los interrogados estuvo el padre
Esteban, procurador general de los vicentinos, y muchas hijas de la Caridad,
incluyendo personas seglares. El resultado favorable de la encuesta fue
presentado al arzobispo, aunque no hubo ninguna declaración oficial de la
autoridad eclesiástica 11.

Las conclusiones de la Comisión fueron estas: Habiéndose examinado


detenidamente y discutido todo lo relativo a la realidad de la visión y sobre la
fidelidad de la relación que de ella se ha hecho, a fin de averiguar si podía
prestarse cumplida fe tanto a la una como a la otra:

La Comisión opina que la visión no ha podido ser imaginaria ni


fantástica, ni tampoco efecto de un sueño o de una mente exaltada. Se ha
igualmente comprobado, que no ha podido intervenir en las declaraciones de la
vidente, ningún sentimiento de orgullo, de vanidad, amor propio o ambición, ni
de ningún otro humano interés, dada la oscuridad absoluta en que la hermana
favorecida ha querido permanecer. Los efectos maravillosos atribuidos a la
medalla, que nos han sido presentados y discutidos, corroboran la opinión
emitida sobre su origen sobrenatural, y dada la extraordinaria rapidez con que
se ha propagado, y las gracias señaladas que por ella han alcanzado los fieles,

11
Proceso p. 202.

21
parece como que el cielo ha querido confirmar la realidad de la visión y la
verdad de la relación que de ella se ha hecho, aprobando así la acuñación y la
propagación de la susodicha medalla 12.

HOSPICIO DE ENGHIEN

Después de estar casi un año en la Casa Madre, sor Marta entregó su


informe que dice sobre Catalina: Fuerte, estatura mediana. Sabe leer y escribir
para ella, parece de buen carácter. Ingenio y juicio poco brillantes. Suficientes
recursos, piadosa. Se esfuerza en la perfección.

Fue destinada al hospicio de Enghien, adonde llegó en febrero de 1831, a


5 kilómetros de la Casa Madre. Tenía 24 años y allí vivirá unos 46 años más. La
destinan a la cocina. La cocinera titular es sor Vincent de 35 años que le gusta
mucho ahorrar y Catalina prefiere ser espléndida, no le gustan las restricciones.
El padre Aladel le aconseja que tenga paciencia y tolere a su compañera, jefa de
cocina. La nombran responsable del gallinero y cultiva el huerto; en esto, como
campesina, está en sus dominios. Hay millares de gallinas y palomas y cuida
también de dos o tres vacas, de los cerdos y conejos. Y desde 1861 también del
caballo. A veces atendía en el comedor y en la portería, sobre todo dando algo a
los pobres. Era trabajo pesado, pero le gustaba.

También fue destinada a la lavandería y a cuidar a los ancianitos. A ellos


los cuidó durante 40 años, renunciando a los paseos para atenderlos mejor y
cuidando de darles todos los consuelos y cuidados a su alcance. Los preparaba
para recibir los últimos sacramentos y ninguno murió sin estar reconciliado con
Dios; y muchos con una santa muerte, solicitando que se celebraran muchas
misas por ellos después de su muerte.

También a veces, cuidaba a los niños del orfanato. Se hizo querer de ellos,
que la rodeaban, y ella los acariciaba con la más dulce y hermosa de sus sonrisas.

El 3 de mayo de 1835 hizo sus votos en la capilla de Enghien, diciendo:


Yo Catalina Labouré, en presencia de Dios y de toda la corte celestial, renuevo
mis promesas y hago voto a Dios de pobreza, castidad y obediencia, y de
trabajar en el servicio corporal y espiritual de los pobres enfermos, nuestros
verdaderos amos, en la Compañía de las hijas de la Caridad. Así lo pido por los
méritos de Jesucristo crucificado y la intercesión de la santísima Virgen.

12
Encuesta canónica, Informe del promotor, p. 30, 1836.

22
Aquí se observa el cuarto voto que hacen las hijas de la Caridad: Servir
corporal y espiritualmente a los pobres. Catalina se sentía feliz de oír los
milagros realizados por medio de la medalla. Solamente, de vez en cuando, le
mandaba avisos al padre Aladel para que erigiera un altar conmemorativo de las
apariciones, diciéndole que muchas gracias e indulgencias serían concedidas y
que todo ello sería en beneficio suyo y de la Comunidad. Él, por su parte, como
simple capellán, callaba y esperaba tiempos más propicios.

Algunos años después, el padre Esteban, su gran amigo, fue elegido


Superior general de los vicentinos y él fue elegido asistente de la Congregación y
director de las hermanas. En ese momento, los dos forjaron un proyecto para
erigir a María Inmaculada un altar más digno. La providencia vino en su ayuda,
ya que el gobierno donó a la Comunidad dos magníficos bloques de mármol
blanco en agradecimiento por las atenciones brindadas por las hermanas a los
enfermos del cólera y a los huérfanos. Un bloque de mármol fue destinado para
el altar y el otro para la imagen de la Inmaculada. Esto se realizó en 1880 al
celebrar los 50 años de las apariciones.

Por otra parte, la Congregación de las hermanas aumentaba más cada día
por las abundantes vocaciones. La capilla quedaba pequeña. Para agrandarla, el
arquitecto tuvo que respetar el lugar de la aparición en su integridad primitiva.
Por otra parte, sor Catalina le manifestó al padre Aladel que la Virgen María
deseaba que él fundara una Congregación de hijas de María, de la que él sería el
Superior. La Virgen concedería muchas gracias a través de esta Congregación
(no de religiosas, sino de mujeres laicas). El padre Aladel publicó un Manual de
las hijas de María en 1848. En 10 años publicó 25.000 ejemplares.

23
SEGUNDA PARTE
LOS ÚLTIMOS AÑOS
LA GUERRA

El 19 de julio de 1870 el emperador de Francia declaró la guerra a Prusia.


Durante esta guerra de 1870 todas las hermanas estaban temerosas. La prensa
anunciaba victorias cuando en realidad eran derrotas. La hermana Catalina estaba
encargada de una sala del hospicio donde estaban militares heridos. Una
compañera tuvo la inspiración de hacer rezar a las niñas mayores 63 veces el Oh
María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos para
obtener la victoria sobre los prusianos. Sor Catalina iba todos los días a
acompañarlas a rezar el rosario. Cuando en este tiempo anunciaban una
pretendida victoria, ella sonreía incrédula, porque sabía que era lo contrario. Y
dijo: Los prusianos entrarán en París. Alguna hermana le dijo que era ave de mal
agüero y ella suspiró profundamente.

Esos días ordenaron a todos los heridos recuperados del hospicio que
tomaran las armas para defender París. Sor Catalina estaba conmovida y les daba
a los soldados una medalla milagrosa, asegurándoles que rezaría por ellos. ¡Qué
desgarrador para ella verlos partir sin volverlos a ver! Ella insistió a alguna
hermana: Los prusianos entrarán en París, pero no tengan miedo, la Virgen nos
protegerá. Y se puso a sollozar. Otras también lloraron juntas. Después, con
algunas hermanas, fueron a la ventana para ver desfilar a los soldados, que
parecían tristes. Catalina anotó: Habrá víctimas entre ellos, no todos regresarán.
Vamos a rezar por ellos 13.

El 2 de septiembre los franceses son derrotados en Sedán. Los prusianos


se acercan a París. Las hermanas de las 30 casas de los suburbios de París se
refugian en la Casa Madre de la calle du Bac. Allí acude mucha gente a pedir
comida y hay días que reparten 1.200 comidas. El 18 de septiembre los prusianos
ponen sitio a París. Las hermanas confían en la protección de la Virgen y ponen
la medalla en las puertas y ventanas. Una hermana dice: Conviene disimularlas
(los prusianos eran mayoritariamente protestantes), pero sor Catalina responde:
No, pongámoslas en el centro del portón.

Los prusianos entran en París y se firma una paz humillante. La Virgen


había pedido oraciones el 17 de enero de 1871. Se había aparecido en el pueblo
francés de Pontmain a cuatro niños. Ella tomó el crucifijo ensangrentado con la
sangre de su divino Hijo y lo sostuvo con ambas manos, como sostiene el
sacerdote la hostia santa, y lo mostró a Francia, como si quisiera decir a todos
13
Proceso, pp. 147-148.

24
que era un pueblo infiel, y que miraran a Jesucristo, en quien estaba su salvación.
La Virgen les pidió a los niños rezar. Según el testimonio del niño José
Barbedette, que después fue sacerdote y religioso, las manos de la Virgen estaban
tendidas hacia abajo como en la medalla milagrosa. En otro momento
desapareció el crucifijo ensangrentado y las manos de la Virgen, que tenía
elevadas, volvieron a caer y tomar su posición primera, abriéndose como en la
medalla milagrosa. Y el 28 de enero se firmó el armisticio de paz.

El día 17 de enero de 1871, día de la aparición de Pontmain, algunas


hermanas habían encontrado a Catalina en el jardín mirando al cielo. Ella miraba
fijamente hacia el oeste. Parecía seria y recogida. Una compañera le preguntó qué
veía. Respondió que era la primera vez que veía el cielo así. Algunos días
después, una compañera recibió una carta en la que le decía que la Virgen María
se había aparecido a unos niños en Pontmain, asegurando que su Hijo se dejaría
ablandar. Ese día se detuvo el avance prusiano, rechazados por una fuerza
invisible 14.

LA COMUNA

Después del armisticio con los prusianos, sor Catalina, ante una prevista
guerra civil para tomar el poder, anunció: Tendremos guerra con muchos
muertos. ¡Cuánta sangre, cuántas madres llorarán a sus hijos! ¡Los hijos
lucharán contra sus padres! ¡Cuántas lágrimas, cuánta sangre! Alguien le
preguntó: “¿Cómo lo sabes?”. “Yo lo sé”, respondió, sin querer responder más.
Y se puso a sollozar 15.

Sus predicciones no tardaron en cumplirse. La víspera de san José, el 18


de marzo, la Comuna tomó el poder y una terrible guerra civil se desató. En París
hubo una tremenda matanza y las hermanas fueron obligadas a salir de París. La
Superiora, Madre Dufès, tuvo que huir a Versalles, pero sor Catalina le manifestó
antes de salir: Esté tranquila, a su regreso todas las cosas estarán en su lugar.
La Virgen ha venido, ha pasado por la sala de la Comunidad, ha entrado en su
oficina y se ha sentado en su silla. De hecho, al regresar, a fin de mayo,
encontró la casa intacta.

Los comuneros anticlericales asesinaban por doquier. Iban contra Dios,


contra los sacerdotes y contra todas las cosas sagradas. Un día se presentaron en
Enghien y dijeron que al día siguiente tendría lugar una batalla y querían una
medalla. Sor Catalina, que siempre tenía alguna, les dio una a cada uno.

14
Proceso pp. 149-150,
15
Proceso p. 151.

25
Alguien le dijo a uno de ellos: “Pero tú no crees, ¿para qué quieres una
medalla, si no crees ni en Dios, ni en el diablo, ni en el cielo, ni en el infierno?”.
“Sí, es cierto, pero mañana vamos a luchar y la medalla nos protegerá”.

Una tarde dos rebeldes de la Comuna preguntaron por sor Catalina. Uno
de ellos como amenazando, puso su revólver bajo la garganta de una hermana.
Otra le dijo: “Meta su revólver, yo se la voy a traer, si me asegura que no le van
a hacer ningún daño”.

- La vamos a llevar a Reuilly. El ciudadano Felipe pide que vaya, pero no


le hará ningún daño y yo mismo la devolveré.
- Ahí está, guardad las armas, yo cuento con vuestra palabra.

Sor Catalina los siguió sin dificultad, asegurando que no le pasaría nada
y encomendándonos que rezáramos. Las hermanas se pusieron de rodillas y
rezaron, temiendo que en cualquier momento se oyera un disparo. Después de
dos horas, ella regresó acompañada de los dos comuneros, que la cuidaron
durante el trayecto 16.

El domingo hacia las 6 p.m., salieron a Saint Denis todas las hermanas de
la Casa. Al día siguiente cada una se fue por su cuenta. Sólo quedó en Casa sor
Catalina y su compañera, pero también tuvieron que ir a Ballainvilliers. En la
Casa no quedó ninguna religiosa. Era ya el mes de mayo, mes de María. El 24 de
mayo asesinaron al arzobispo de París, Monseñor Darboy, en la prisión de la
Roquette. Esta noticia se conoció en París el 28 de mayo.

Algunas hermanas temían que les hicieran algo y que incendiaran su Casa
como habían incendiado otras casas religiosas e iglesias, pero Catalina les
aseguraba que la Virgen había prometido que protegería sus Casas y a las
hermanas.

El 30 de mayo las tropas de Mac-Mahon entraron en París y desalojaron a


los comuneros. Catalina les dijo: Ya les decía yo, para ellos ha sido el fin por
haber tocado a Nuestra Señora de las Victorias. El lunes 30 todas regresaron a
París para terminar el mes de mayo 17.

El 31 de mayo de 1870 estaban ya en Enghien. La casa estaba en


desorden, pero los destrozos eran mínimos. Catalina, que al irse se llevó la
corona de la Virgen de la capilla, se la volvió a poner a la Virgen. La imagen del

16
Proceso pp. 152-153.
17
Proceso pp. 153-156.

26
jardín tenía una tela roja y estaba maltratada, quizás la hicieron caer. La Virgen
había cumplido su palabra. Catalina se lo había manifestado a la Superiora sor
Dufès: La Virgen le había dicho: Yo guardaré la casa. Volveréis antes de que
acabe el mes de María. Ambas familias vicentinas, de hombres y mujeres, habían
sido increíblemente protegidas y, al regresar sanos y salvos, cantaban mil
historias por las que estaban agradecidos.

En la casa de Reuilly quedaron heridos unas 30 comuneros, que se habían


instalado en el dormitorio de los huérfanos. La encargada, sor Mauche, vio
aquellos rostros hostiles y desconfiados de anticlericales y acudió a sor Catalina
para que le diera medallas. Esperó dos días para encontrar el momento favorable,
porque no quería provocar la ira de aquellos blasfemos. Y una tarde les dijo:

- Amigos, quiero pedirles un favor.


- ¿Qué quiere usted?
- Permiso para rezar una oración.
- Récela.

La hermana rezó un padrenuestro y estalló en sollozos. No se atrevió a darles


la medalla, pero en la noche fue dejando la medalla en cada almohada. Por la
mañana, cuando regresó de la misa, todos se la habían colgado al cuello y le
daban las gracias.

A las 7 a.m. vinieron unos coches y se los llevaron a Versalles. Todos fueron
ejecutados. Eran los vencidos de la revuelta. El ejército versallés había perdido
877 hombres y fusiló a 20.000 por las calles durante una semana sangrienta (21-
28 de mayo de 1871). La vida se normalizó y Catalina volvió a cuidar de sus
ancianos 18.

Poco después de lo que antecede, Catalina tuvo un sueño que le contó a su


sobrina María Antonieta: Acababa de morirme e iba al cielo en donde entraba
por una puerta muy brillante. Me encontré allí primero con mi padre, luego con
mi hermano más joven, Augusto; luego con tu madre. Le dije a mi padre: “¿No
está aquí María Luisa? Y mi padre me contestó: “No, no está aquí. La estamos
esperando” 19.

Su padre murió el 19 de marzo de 1844. Su hermana Tonina cayó gravemente


enferma y fue a visitarla. Murió el 20 de enero de 1874. El 30 de noviembre de
1876 murió su hermano Augusto. Su hermana María Luisa había abandonado la
Congregación el 26 de abril de 1834. Su salida le preocupaba a Catalina, pues

18
Laurentin René, La vida de Catalina Labouré, Ed. Ceme, Salamanca, 1984, pp. 184-186.
19
Ib. p. 192.

27
parecía que todo iba bien su vida. Había sido incluso Superiora con 33 años y
manifestaba a Catalina que era feliz, sobre todo cuando Catalina quiso ingresar.
Su salida se debió a una calumnia y por ello la habían depuesto de Superiora en
1829. Se colocó de institutriz en París.

Catalina le escribió recordándole la carta que la misma María Luisa le había


escrito a ella en 1829, en la que le decía: Si en estos momentos una persona fuera
lo suficientemente poderosa para ofrecerme, no ya un reino, sino todo el
universo, miraría todo eso como el polvo de mis zapatos, ya que estoy
convencida de que no encontraría en la posesión del universo la felicidad y el
contento que siento en mi querida vocación.

María Luisa pensó bien su situación, dejó su orgullo de lado y presentó su


solicitud de ser aceptada nuevamente. El Consejo la aceptó el 26 de junio de
1845 y tomó de nuevo el hábito en Enghien, en la misma casa de Catalina,
cuando ya María Luisa tenía 50 años. Fue enviada a Turín con otras tres
hermanas. Sirvió de enfermera en la guerra de Italia y murió como una buena
religiosa en 1882.

ÚLTIMO AÑO DE VIDA

El año 1876, último año de su vida, Catalina sintió la necesidad, después


de 46 años de confiar sus recuerdos a la Superiora para animar la devoción a
María y su reconocimiento por haber escogido a su Comunidad. Así podía morir
tranquila.

La Madre Dufès escribió: En la entrevista en que me confió su secreto sor


Catalina, me repitió que la Virgen santísima se le había aparecido teniendo una
esfera en las manos a la altura del pecho. Entonces vio a la excelsa Madre
ofrecer dicha esfera y mover los labios, comprendiendo sor Catalina que la
Virgen santísima rogaba por el mundo entero. Yo hice una exclamación,
diciendo: “Nunca se ha hablado de la esfera (en las manos de la Virgen
santísima); si hablamos de ella ahora, van a decir que usted ha perdido la
cabeza”. “No sería la primera vez que me han tenido por loca, pero hasta mi
último aliento diré que la Virgen santísima se me ha aparecido, teniendo la
esfera del mundo en sus manos”. “¿Qué decía la Virgen al ofrecerla?”. “Yo no
sé, pero comprendí que rogaba por el mundo entero”. “Y después —pregunté—
¿qué fue de la esfera (ofrecida por la Virgen)?”. “De eso no sé nada”.

Sor Catalina hizo entonces ademán de extender las manos, y continuó:


“No vi más que rayos de luz que caían sobre el globo que la Virgen santísima
tenía debajo de los pies, y especialmente sobre un punto del mismo donde estaba

28
escrita la palabra “Francia”. La santísima Virgen tenía las manos abiertas.
“Pero —repuse yo— va usted a causar perjuicio a la medalla si habla de la
esfera”. “No, no, que no se toque a la medalla; que se haga una imagen con la
esfera y que se levante un altar en el mismo sitio en que se apareció la santísima
Virgen. Esa imagen ha sido el tormento de toda mi vida, y no quisiera
presentarme a la santísima Virgen antes de que haya sido hecha”. Y sor
Catalina citó los nombres de dos hijas de la Caridad, de las más recomendables
por sus virtudes y por sus directas relaciones con el padre Aladel, que podrían,
decía, confirmar la veracidad de sus palabras, a saber: “Sor Pineau, primera
hermana encargada de la sacristía de la Casa de la calle de Bac, y sor María
Grand de Boulogne, antigua secretaria de la Casa-noviciado en tiempos del
mismo padre Aladel.

Lo primero que hizo sor Dufès fue ponerse en relación con las dos
hermanas designadas por sor Catalina, y al efecto escribió, aunque muy
perpleja, a sor Grand, que era entonces Superiora del hospital de Riom. La
contestación de ésta, que tiene fecha de 24 de junio de 1876, decía así: Sí, mi
buena sor Dufès, nuestra dulce Reina se ha aparecido teniendo el orbe terráqueo
en sus benditas y virginales manos, caldeándolo con su amor, oprimiéndolo
contra su corazón misericordioso y mirándolo con inefable ternura. Todavía
tengo yo el dibujo, o más bien, el esbozo de un prospecto que se hizo hace mucho
tiempo representándola así. No sé si podré encontrarlo entre nuestros libros y
papeles, porque es, repito, de fecha remota. Tal vez a petición de la hermana, el
digno y venerado padre Aladel pensaba conservar este memorable recuerdo
para hacer una nueva imagen representando esta (primera fase de la) aparición;
pero todo quedó así. Esta segunda (parte de la) visión no contradice en nada a
la primera, porque la santísima Virgen se mostró, creo, con los brazos tendidos y
con los haces de rayos de luz cayendo sobre el mundo, inundándolo con su
misericordia y cubriéndolo especialmente a Francia, con sus benditos dones.
Parece que mientras la augusta Madre oprimía al mundo contra su corazón
virginal, resplandecían en sus manos maternales diamantes y piedras preciosas,
cuyas irradiaciones envolvían a nuestra miserable tierra, enriqueciéndola con
sus misericordias y liberalidades. Lo mismo acontecía cuando se abrían sus
manos esparciendo sobre el mundo oleadas de bendición y de amor. ¡Cuánto, mi
buena Sor Dufès, me complazco en recordar estas cosas!

La Madre Dufès tomó las cosas en serio y mandó hacer una imagen de la
Virgen con el globo de la tierra en las manos tal como Catalina la había visto en
la visión y con la serpiente a sus pies. Ella pidió que sobre el globo de la tierra se
colocará una cruz, que el rostro de la Virgen no fuera, ni demasiado joven ni
demasiado sonriente, sino de gravedad mezclada de tristeza, que desaparecía
cuando el rostro de María se iluminaba con claridades radiantes de amor; sobre
todo, en el momento de la oración.

29
La imagen fue realizada por el escultor Robert Froc. Catalina al verla
exclamó: La Virgen era mucho más hermosa. La colocaron en la capilla de
Reuilly en 1876. Otra semejante la colocaron en la Casa Madre de París en 1880.
Catalina le recalcó a la Superiora que ella sólo había sido un instrumento de la
Virgen, porque no sabía ni siquiera leer, ni escribir bien y menos hablar
correctamente el francés.

TERCERA PARTE
LOS CARISMAS Y SU MUERTE

DONES SOBRENATURALES

a) PROFECÍA

Dice el padre Meugniot: Cuando yo manifesté deseos de ser sacerdote, mi


tía Catalina se preocupó de que fuera a estudiar al colegio de Montdidier,
dirigido por los padres vicentinos. Durante mis años de estudio, ella me
preguntaba si estaba bien. En mis vacaciones iba a París y la veía algunas
veces. En una de mis visitas me dijo: “Si tú quieres entrar para sacerdote, te
recibirán”. Y entonces añadió con una sonrisa que yo consideré una broma:
“Puedes llegar a ser Superior”. Me habló del beato Perboyre, a quien tenía gran
devoción. E insistió: “Puedes ir de misionero” 20. De hecho, este sobrino llegó a
ser sacerdote vicentino. Estuvo 19 años de misionero en China, en Hong-Kong, y
fue Superior y procurador de la Misión.

Sor Clavel anota: Un día se desató un incendio en una casa vecina a la


nuestra en Enghien. Las llamas lamían nuestro techo hasta el campanario. Yo vi
a la sierva de Dios en medio del jardín, rezando el rosario y diciendo: “No
teman nada, todo va a pasar”. De hecho nuestra casa quedó indemne 21.

Sor Cosnard nos dice: El año 1873 fue construida una iglesia en las
cercanías de la casa de Enghien. Sor Catalina quería que se llamase de la
Inmaculada Concepción, pero se llamó de Santa Radegunda. Ella sintió pena
por ello, pero me manifestó: “A pesar de todo, se llamará Inmaculada
Concepción. Y eso me lo remitió varias veces y creo que eso se lo dijo también a
otras personas. De hecho, el 28 de marzo de 1877, por orden del cardenal
20
Proceso p. 332.
21
Proceso p. 298.

30
Guibert, arzobispo de París, se le llamó de la Inmaculada, cuando el mismo
cardenal había puesto el nombre de santa Radegunda.

Otro día, en 1865, me dijo: “Nosotras dejaremos Enghien”.


- ¿Por qué dices eso?

Sus ojos se iluminaron y respondió: Sí, yo he visto escrito “Hospicio de


Enghien” sobre un gran castillo. Ella me lo repitió varias veces y se sabe que el
duque de Aumale, cuando llegó a ser propietario del castillo de Amboise, lo
destinó a recoger ancianos, que todavía están en la casa de Enghien. Este traspaso
se debió hacer ya hace unos meses, cuando la muerte del duque, pero los trámites
de sucesión ocasionaron el retraso. Y yo creo que a esto se refería la sierva de
Dios 22.

El 1 de mayo de 1901 el hospicio de Enghien fue trasladado al castillo de


Amboise a orillas del río Loira, poniéndose sobre la puerta el letrero: Hospicio de
Enghien y de Orleans.

Sor Tanguy afirma: Hace dos años yo le manifesté a sor Cosnard mi pena
por el traslado que se iba a hacer de los restos de Catalina al castillo de
Amboise. Ella me respondió: “¿Cómo te extrañas?”. Catalina me dijo un día:
“Yo veo a los ancianos en un castillo y en la entrada de ese castillo un letrero
que dice: “Hospicio de Enghien”. Otro caso de profecía: Después de la
revolución de julio de 1830 el padre Piau, capellán del castillo de las Tuileries,
durante el reinado de Carlos X, estaba sin oficio y la sierva de Dios le aconsejó
ir a Suiza, porque allí tenía una misión que cumplir. Él fue a Monthey y encontró
una casa de señoras del Sagrado Corazón de Jesús, donde fue acogido y donde
prestó sus servicios (cumpliéndose así la profecía de sor Catalina) 23.

María Antonieta Duhamel, sobrina de sor Catalina, declaró: Ella murió el


31 de diciembre de 1876. Yo fui a visitarle el 15 de agosto con mis dos hijas. Ella
le dio estampas y recuerdos para la primera comunión a la mayor. Yo le dije que
no corría prisa, porque haría la primera comunión el año próximo, pero ella me
respondió: “El año próximo ya no viviré”. Yo le insistí que no sería así, pero
volvió a decir: “No me crees, pero yo no veré el año 1877”. Unas horas antes de
su muerte, el 31 de diciembre, fui a visitarla y me despedí, diciéndole que
vendría al día siguiente para desearle un “Feliz año”. Pero ella insistió: “Tú me
verás, pero yo no estaré viva” 24.

22
Proceso pp. 266-267.
23
Proceso p. 240.
24
Proceso pp. 246-247.

31
Su entierro tuvo lugar el 3 de enero, fiesta de santa Genoveva, a quien san
Vicente les dio como modelo a seguir. Ella había dicho que no haría falta féretro
ni cintas en él; y la colocarían en la capilla de Reuilly. Ella fue llevada por una
legión de hijas de María. Así se cumplía la profecía que le había hecho al padre
Aladel de que la santísima Virgen quería que él fundara una Congregación o
Confraternidad de hijas de María 25. Y también que no haría falta féretro ni
cintas.

Sor Cosnard refiere: La sierva de Dios, durante los años que hemos estado
juntas, muchas veces me dijo que habría reliquias bajo la capilla de Reuilly y
que habría una capilla subterránea. No daba más explicaciones y lo decía en un
tono misterioso sin referirse a ella misma. En cuanto a la construcción de esta
capilla subterránea, esto se realizó en 1896 con las contribuciones de un buen
sacerdote de Barcelona, José Dadorda, devoto de la sierva de Dios, que pagó los
3.000 francos para la obra 26.

b) COSAS EXTRAORDINARIAS

María Antonieta Duhamel nos dice: Cuando mi madre, hermana de


Catalina, cayó enferma en su lecho de muerte el 18 de enero de 1874, ya llevaba
15 meses enferma. Desde hacía dos o tres días estaba en estado comatoso, no
hablaba y creo que no conocía a nadie. Mi tía vino a verla y entró en su cuarto.
Ella nos pidió a mi hija y a mí que la dejáramos sola. Estuvo una hora y no sé
qué pasó entre ellas, pero cuando la sierva de Dios salió, nos dijo que fuéramos
a ver a la mamá. La encontramos despierta y hablando como siempre. Nos hizo
las últimas recomendaciones y, al cabo de una hora, cayó de nuevo en el estado
comatoso del que no salió hasta su muerte, que vino dos días más tarde. Después
de la muerte de mi tía y de que fuera publicada su santidad y los sucesos de las
apariciones, me hizo pensar que lo que acabo de relatar tuvo algo de
sobrenatural 27.

Anota una de sus antiguas compañeras: Una tarde yo había cerrado todas
las puertas del jardín y de la casa con cerrojo y pestillo y llevé las llaves a la
Superiora. Sor Catalina había subido a su dormitorio, yo la había visto. A la
mañana siguiente, después de vestirme, bajé a abrir las puertas y me aseguré
que todas las hermanas estaban en el dormitorio. Cuál no fue mi sorpresa al ver
la cama de Catalina en orden y vacía. Yo fui a la Superiora y le dije: “Es algo
muy raro, yo no he abierto aún las puertas y sor Catalina no está en el

25
Proceso pp. 262-263.
26
Proceso p. 261,
27
Proceso p. 249.

32
dormitorio. ¿Por dónde ha ido?”. “Búsquela”, me dijo la Superiora. Yo la
busqué por todas partes, en el granero, en la bodega… y nada. Fui a la capilla,
la llamé y nada. Fui al jardín, las puertas estaban cerradas y yo era la única de
la casa que tenía las llaves. Fui al medio del jardín y la veo de pie delante de la
imagen de la Virgen con las manos juntas y los ojos fijos en María. La llamo y
nada. Una vez, dos, tres veces y no me respondía. Fui a la Superiora y le cuento
todo. Ella sonríe y me dice: “Déjela tranquila”. Yo fui a la capilla y a las cuatro
y media se abre la puerta y Catalina se coloca en su lugar 28.

c) ¿BILOCACIÓN?

Sor Cosnard refiere: El día de la gran peregrinación a Lourdes (puede ser


del año 1873, día de la primera peregrinación nacional) yo estaba de portera en
nuestra casa de Enghien con otra hermana y sor Catalina se nos acercó llena de
alegría y nos contó lo que en ese momento sucedía en Lourdes. Decía: “Es la
misma Virgen María, la Inmaculada”. Parecía que asistía en espíritu a esa
magnífica ceremonia, porque ¿cómo ella habría podido hablar así en el mismo
momento en que pasaban los hechos? 29.

ANÉCDOTAS

Una hermana que deseaba conocerla, oyó un día a la Superiora que en su


Casa estaba la hermana de la medalla milagrosa y la invitó a cenar el jueves
siguiente. Esta hermana fue a cenar y le pidió a la Superiora no mostrársela
para que ella pudiera adivinar quién era. Llegó el jueves y vio a muchas
hermanas que iban a la oficina de la Superiora, pero no observó nada especial.
La Superiora la llevó a la capilla y, después de las oraciones comunes, fueron al
comedor y saludó a una anciana que servía a todas. La anciana le respondió con
una sonrisa agradable: “Bienvenida, hermana”.

Después de la cena, la Superiora le preguntó: “Bien, ¿cuál es esa


hermana?”. Y la hermanita contesto: “Ya sé, es la ancianita que sirvió en el
comedor”. Ella tiene unos ojos que han visto a la Virgen las otras no miran
como ella. Era sor Catalina. La Superiora no respondió más que con una
sonrisa. Más tarde esa hermana fue compañera de sor Catalina y pudo tener con
ella mucha confianza y amistad. Decía que una sola mirada de sor Catalina
bastaba para dar fuerza y coraje en las penas y dificultades de la vida. Un día de

28
Proceso p. 146.
29
Proceso p. 265.

33
fiesta, tomando juntas el café le preguntó esta hermanita a sor Catalina:
“¿Usted estaba en el postulantado en 1830?”.

- Sí.
- ¿Usted ha conocido a la hermana de la medalla?
- ¡Cómo quiere que la conozca en tan gran número de hermanas!
- La hermana de la medalla y la del escapulario deben ser superiores
(especiales). Puede ser que ya estén muertas y se las debería conocer.
- Quién sabe, sólo Dios sabe.

Sor Catalina no dijo más y la hermana guardó silencio, pero sor Catalina
se ponía muy seria, cuando se tocaba este asunto tan delicado para ella 30.

La Madre Dufès declaró: Ella daba mucha importancia al rezo del


rosario. Todas nosotras quedábamos emocionadas, cuando se rezaba el rosario
en común, por el acento grave y piadoso con que ella pronunciaba las palabras
del avemaría. Ella, que siempre era muy humilde y reservada, no podía menos
de censurar la ligereza y la poca atención que ponían las hermanas en el rezo de
esta oración tan bella y eficaz 31.

Una hermana que la miraba con detenimiento, sólo observó que en la


oración no tenía los ojos bajos, sino permanentemente fijos en la imagen de la
Virgen. Normalmente ella no lloraba, pero le salían las lágrimas cuando alguien
contaba hechos de conversiones o curaciones obtenidos por intercesión de la
Virgen o bien, como en 1871, cuando veía los males que había en la Iglesia y en
Francia.

Sor Sidonia Amelia nos dice: Un día estábamos todas en la sala de recreo
y una hermana dijo: “La hermana que dice que vio a la Virgen, sin duda vio un
cuadro”. Y sor Catalina, que normalmente hablaba poco, respondió con firmeza:
“Mi querida, la hermana que vio a la Virgen la vio en carne y hueso como tú y
yo”. Después se puso a trabajar y se cambió la conversación 32.

Unas hermanas observaron que en todas las fiestas de la Virgen,


especialmente en la Inmaculada Concepción, siempre estaba enferma y recibía
estas enfermedades como regalos de la Virgen. Un año la llevaron el 8 de
diciembre con otras hermanas a pasear en un carruaje y, al subir a él, hizo un mal
movimiento y se rompió la muñeca. No dijo ni una palabra, pero momentos
después la vieron con un pañuelo sosteniendo el brazo. La Superiora le preguntó

30
Proceso pp. 142-143.
31
Proceso p. 45.
32
Proceso p. 227.

34
qué le había pasado y ella respondió: Es un ramo de flores, todos los años la
Virgen me envía uno.

Trataba a Dios como un niño a su padre: A una hermana que se quejaba


de que no sabía qué hacer en la oración, le respondió: “Es muy fácil. Yo voy a la
capilla y le hablo a Dios”. Él me responde, él sabe que yo estoy ahí y que yo
espero lo que necesito y lo que él me quiere dar. Yo estoy siempre contenta.
Escuchar a Dios y hablarle, eso es oración. Haz como yo y verás” 33.

Otro caso. A fines de junio de 187l el doctor Marjolin, médico del hospital
San Eugenio, hoy hospital Trousseau, vino a proponer a la Madre Dufès que
recogiera a unos treinta huerfanitos, que estaban en convalecencia. La Madre
aceptó y se encargó de llevarlos al asilo donde estarían al abrigo de todo peligro
de la guerra. Estoy convencida de que fue debido a la protección de la Virgen, a
lo que Catalina no fue extraña. Todo pasó en paz 34.

Monseñor Meugniot, su sobrino, nos dice: Ella misma me contó que un


día la Superiora general había querido nombrarla Superiora de una casa y que
ella le había suplicado que no, diciéndole: “Usted sabe muy bien que no soy
capaz. Por favor, envíeme de nuevo a Enghien” 35.

Sor Clavel dice: Unos días antes de morir sor Catalina, estando acostada,
pidió que le dieran una manzana cocida. Y como tardaban en dársela, mostró un
poco de impaciencia. Sor Angélica se escandalizó y dijo a Monseñor Chinchón,
nuestro confesor, que estaba allí, que estaba asombrada de cómo una persona
que había visto a la Virgen, manifestaba ese deseo y tenía poca paciencia.
Monseñor reprendió a sor Angélica y le recordó de un santo que en la hora de su
muerte había pedido un dulce 36.

Ciertamente fue juzgada ligeramente por algunas hermanas. Sus


pretendidas faltas de mortificación consistía en tomar alguna vez una pastilla; un
pequeño pedacito de azúcar, una taza de leche o una manzana cocida. Un día una
hermana le preguntó: “¿Le gusta el azúcar?”. Le respondió: “No, pero me hace
digerir mejor, porque no tengo dientes” 37.

Acostumbraba a dar un paseo después de las comidas por el jardín


acompañada de otra hermana. Iban a una imagen de la Virgen y rezaban juntas
un avemaría. ¡Qué avemaría! Resonaba en los oídos de la hermanita como una
33
Proceso pp. 141-142.
34
Proceso p. 293
35
Proceso p. 335.
36
Proceso p. 300.
37
Proceso p. 141.

35
dulce melodía. Jamás sor Catalina le parecía más hermosa que en ese momento.
Sus ojos luminosos se elevaban al cielo, hacia la Virgen, sus manos estaban
piadosamente juntas y el timbre de su voz llegaba al corazón. Era un minuto de
cielo sobre la tierra. Y, cuando añadía tres veces: “Oh María, sin pecado
concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos”, su voz temblaba de
emoción.

Su compañera le decía: “¿Qué miras en el cielo? ¿Ves algo?”. Y Catalina


respondía: “Vamos a pasear” 38.

Es interesante, al respecto, conocer que la bandera oficial del Parlamento


europeo tiene doce estrellas sobre un fondo azul. Muchos no conocen su origen.
Cuando en 1950 se convocó a un concurso abierto a todos los artistas del viejo
continente para escoger la bandera de la futura Europa unida, el joven artista
alemán Arsene Heitz hizo el boceto escogido, que ahora es la bandera oficial de
Europa. La bandera fue elegida oficialmente el 8 de diciembre de 1955, un día
mariano por excelencia, fiesta de la Inmaculada Concepción. El artista aclaró por
qué había escogido las doce estrellas con fondo azul como bandera: Inspirado
por Dios, tuve la idea de hacer una bandera azul sobre la que se destacaran las
doce estrellas de la medalla milagrosa de Rue du Bac de París. Arsene Heitz
dijo también que era muy devoto de María, que rezaba el rosario todos los días y
que, cuando se convocó al concurso, él estaba leyendo la historia de santa
Catalina Labouré y se dio cuenta de que, en la medalla milagrosa, la Virgen
mandó grabar su imagen, rodeada de doce estrellas como la Virgen del
Apocalipsis.

Cuando alguien le hizo notar al responsable de la Comisión de


calificación, Paul M.G. Levy, un judío, que no eran doce los miembros de la
Unión europea en ese momento, él dijo que doce era el símbolo de plenitud como
aparece en la Biblia. Por tanto, fue escogida por un judío sin motivos
confesionales, pero podemos decir que no fue una casualidad que la bandera de
la Unión europea, basada en la medalla milagrosa, sea la bandera de María,
porque ella vela sobre Europa como una madre. Y, aunque no todos la
reconozcan como Madre, Ella sí los reconoce a todos como hijos 39.

38
Proceso pp. 144-145.
39
Citado por De Fiores Stefano, Los caminos del espíritu con María, Ed. San Pablo, Madrid, 1997.

36
ASÍ ERA ELLA

Era muy trabajadora y llevaba sus obligaciones con orden y


responsabilidad. A los ancianos los trataba con mucho cariño y la querían como a
una madre, pero también tenía carácter fuerte y, cuando había que ser firme, ella
se ponía seria para evitar malos comportamientos. Su amor a los ancianos lo
manifestaba de muchas maneras con su sonrisa y atención. Y cuando llegaban los
primeros frutos del huerto, los repartía, con permiso de la Superiora, primero a
los pobres y a los ancianos. Las hermanas no podían cogerlos, sino después de
haberlos repartido a sus preferidos.

El arzobispo de París quiso conocerla. También quiso conocerla Alfonso


de Ratisbona, el gran convertido por la medalla, pero el padre Aladel tuvo que
explicarles que ella no quería de ninguna manera ser conocida y que, por tanto,
era inútil hacer preguntas. Esto dio lugar a que en la Comunidad se hablara de
que a la hermana favorecida con las apariciones, se le habían borrado de la
memoria todos los detalles. Gracias a esto sor Catalina pudo permanecer muchos
años oculta en sus modestos oficios de cocina, lavandería, lechería, etc., y sobre
todo atendiendo a los ancianos del hospicio de Enghien, sin que supieran quién
era. Los detalles de las apariciones sólo se le borraron cuando quisieron
interrogarla durante la encuesta canónica, nada más. La Virgen la protegía así.
Sin embargo, a pesar de su vida oculta y de su silencio, algunas hermanas
sospechaban que ella era la vidente de la Virgen y, si no se lo decían
abiertamente, la observaban con atención para analizar su comportamiento. Si le
veían en alguna ocasión algo que no parecía muy virtuoso, se les quitaba la idea
de que ella pudiera ser la escogida. Y así algunas dudaban, otras sospechaban y
no faltaban quienes la veían la más santa de la Comunidad y la más digna de
haber recibido esas gracias sobrenaturales.

No era nada mística. No tenía raptos ni éxtasis espectaculares, solamente


trataba de cumplir fielmente sus obligaciones y ser muy piadosa y recogida en la
capilla durante los actos litúrgicos, especialmente durante la misa y el rezo del
rosario.

Ella era buena y amable con todos, pero también tenía sus preferidos,
aunque no lo daba a conocer, ya que era tan sencilla como prudente. Su silencio
era casi continuo. En todo buscaba la mirada de Dios. Era humilde servidora de
María Inmaculada y no se preocupaba del qué dirán. El Señor y su madre eran el
amor de su corazón 40.

40
Proceso pp. 140-141.

37
Según testimonio de una de sus antiguas compañeras: Su exterior era la
imagen de su bondad de su alma cándida y pura. Su estatura era un poco más de
la media, su físico bastante fuerte. Caminaba derecha sin afectación y con una
dignidad natural. Su caminar era grave y lleno de modestia. Su frente elevada
reflejaba su inocencia y sus ojos limpios, como los cielos en un hermoso día,
reflejaban la pureza angelical de su alma. Sus ojos, de un azul celeste, lanzaban
rayos luminosos. Su boca era fina y sonriente; aunque su fisonomía era seria, su
sonrisa le daba un encanto divino 41.

SU MUERTE

En 1876 cayó gravemente enferma. En el mes de diciembre le llevaban la


comunión de vez en cuando. Sor Charvier, al verla tan contenta un día de
comunión, le preguntó por qué no la pedía todos los días. Y contestó: Cuando
me traen al buen Dios estoy muy contenta, pero prefiero hacer lo que hacen
todos. No quiero distinguirme en nada de los demás 42.

El padre Carlos Chevalier nos dice: Unos días antes de morir, ella le pidió
a la Superiora que reuniera junto a su cama a 63 jovencitas del orfelinato para
rezar las letanías de la Inmaculada, añadiendo la invocación: “Oh María, sin
pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos”. Ella pedía estas
63 invocaciones por los 63 años que se considera que vivió la Virgen María y
por el rosario de santa Brígida que rezan las hijas de la Caridad 43.

El 20 de septiembre aseguró: No necesitaré coche fúnebre. Iré a Reuilly.


No se necesitarán cintas (cordones mortuorios que algunas personas toman en la
mano mientras el coche fúnebre va avanzando). Y así fue.

A una hermana que le preguntaba si tenía miedo de morir, le respondió:


“¿Miedo? ¿De qué? Yo voy a encontrar a nuestro Señor, a la santísima Virgen y
a san Vicente 44.

Sor Cabanes nos dice: Estuve presente cuando recibió los últimos
sacramentos, lo que hizo con grandes sentimientos de piedad. Ella pidió perdón
a todas las hermanas como se acostumbraba entre nosotras y renovó sus votos,
según está establecido en nuestra Regla. Su celo por la difusión de la medalla la
acompañó hasta el último día y, unas horas antes de morir, yo la vi preparando

41
Proceso p. 140.
42
Laurentin René, o.c., pp. 224-225.
43
Proceso p. 208.
44
Proceso p. 174.

38
algunos paquetitos con medallas, que ella enviaba como recuerdos a nuestras
hermanas 45.

En sus últimas horas, ella pidió que repitieran muchas veces la


invocación: “Terror de los demonios, rogad por nosotros” 46.

La Superiora sor Dufès declaró: El último día de su vida, 31 de diciembre


de 1876, fui a visitarla por la mañana y me dijo que no vería el día siguiente. Yo
me permití contradecirla. Ella estaba convencida, a pesar de que aparentemente,
según el médico, duraría aún varios días 47.

Murió de problemas del corazón a las 7 p.m. sin dar señales de sufrimiento
y como durmiendo en el Señor.

El mismo día de la muerte de Catalina, el 31 de diciembre de 1876, la


Superiora, Madre Dufès buscó los papeles autógrafos que Catalina había escrito
sobre las apariciones y los leyó a la Comunidad.

Sor Dufès anota: El día que murió, yo manifesté a los Superiores el deseo
de que sus restos quedaran en la misma Casa donde murió, pero eso era
contrario a las costumbres y reglamentos de la policía. Me dirigí a la señora
Maréchale de Mac-Mahon, esposa del presidente de la República, para pedir la
autorización. Y ella misma consiguió el permiso y vino a casa a rezar ante el
cuerpo de la sierva de Dios. Yo estaba preocupada por el lugar donde debía
enterrarse y el día 1 de enero por la mañana, al despertar, oí como una voz
interior o exterior que me dijo claramente: “La bóveda que está debajo de la
capilla de Reuilly”.

Fui a visitar la bóveda, donde nadie había sido enterrado y que había
servido durante el asedio de París para conservar el vino destinado a los
soldados de la enfermería. Hice venir al comisario de policía para verlo y le
pareció apropiada y él mismo nos obtuvo el permiso del prefecto ese mismo día.

Los funerales tuvieron lugar el día 2 a las 10 a.m. en la capilla del


hospicio de Enghien, para todos los clérigos y muchos vicentinos que llegaron
para esta ceremonia. Más de 250 hermanas se reunieron de distintos lugares.
Los ancianitos a quienes ella había servido, marcharon a la cabeza del cortejo.
La sierva de Dios fue colocada en un ataúd de plomo y en otro de roble. La
señora Maréchale quiso pagar los gastos.

45
Proceso p. 272.
46
Proceso p. 217.
47
Proceso pp. 187-188.

39
Hubo una enorme afluencia de gente y durante dos días puse religiosas
junto a su cuerpo, una a la cabecera y otra a sus pies, para hacer tocar objetos
religiosos que la gente presentaba. Yo vi muchos señores que hacían tocar el
cuerpo con sus relojes. Muchas personas, incluso religiosas, recalcaron que su
frente tenía una blancura y un resplandor extraordinario. Quizás fuera porque
durante la aparición de 1830, su frente tocó las rodillas de la santísima Virgen.

El día de su entierro no cantaron cantos fúnebres, sino cantos alegres,


como el “Magnificat” y “Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros
que recurrimos a Vos”. En procesión se llevaron sus restos al lugar de la
sepultura. Las hijas de María iban con sus banderas y gran cantidad de gente,
que quería tocar su féretro con medallas y otros objetos piadosos. Y esto sucedió
en los tres días que estuvo sin sepultar 48.

Afirma sor Tanguy: En el momento de bajar el cadáver al panteón de la


casa de Reuilly, en lugar de cantar el “De profundis” se cantó “Oh María, sin
pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos”. En nuestras
almas había más alegría que tristeza. Nadie tenía deseos de llorar 49.

MILAGROS DESPUÉS DE SU MUERTE

Sor Tanguy refiere: Una joven religiosa de Amiens estaba muy enferma y
nos escribió a la casa de Enghien, pidiendo alguna cosa que hubiera pertenecido
a sor Catalina para conseguir por su intercesión la salud o, al menos, la
resignación para cumplir la voluntad de Dios. Yo le envié un pedacito de tela
que había usado la sierva de Dios. Se la aplicó a la parte enferma y, por la
noche, vio a sor Catalina que le dijo: “¿Por qué no quieres morir? Estarás
mucho mejor con el buen Dios”. A partir de ese momento ella tuvo resignación y
tuvo una buena muerte 50.

Sor Henriot declaró: Una de mis hermanas, de 40 años, con muchos hijos,
estaba gravemente enferma de tristeza y me mandó aviso de que fuera a verla
pronto. Era la víspera del día en que iban a llevar al panteón el cuerpo de sor
Catalina. Pedí permiso a la Superiora para estar toda la noche junto a su cuerpo
con otra compañera y repetimos centenares de veces: “Oh María, sin pecado
concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos”. A partir de ese momento
mi hermana fue mejorando hasta curarse totalmente. Ella vive aún y ha tenido

48
Proceso p. 247.
49
Proceso p. 239.
50
Proceso pp. 239-240.

40
varios hijos. También recuerdo el caso de una de nuestras hermanas, ciega, que
fue curada por intercesión de sor Catalina hacia 1880 51.

Sor Lenormand anota: Yo sufría de mucho tiempo una enfermedad grave a


la médula espinal, como consecuencia de una fiebre tifoidea, que había tenido en
1859. Ningún remedio me curaba. En febrero de 1877 hicieron en la casa de
Clichy una novena para pedir mi curación y, al noveno día, me llevaron a
Reuilly, al sepulcro de la sierva de Dios, donde rezamos con mucho fervor por
mi curación. Esa misma tarde, de regreso a Clichy, yo pude subir las escaleras
con bastón y arrodillarme. Al poco tiempo fui curada totalmente y ahora puedo
cumplir todas mis obligaciones 52.

Emilia Pieneau comenta la curación de una joven de 19 años que estaba


paralizada y se curó después de orar en la tumba de la sierva de Dios. También
ha visto a una joven de 20 años que estaba muy enferma y se curó
instantáneamente después de orar también en la tumba de sor Catalina. Ella
vino a nuestra capilla de la calle Du Bac a dar gracias a la Virgen María 53.

La Madre Dufès refiere: Oí a una religiosa digna de fe que hace cinco o


seis años, una mujer obrera llevó a su hijo de cinco años, enfermo de
nacimiento, que nunca había caminado y tenía unos pies y manos pequeñitos, a
la tumba de sor Catalina y lo colocó sobre ella. La hermana que los
acompañaba invitó al niño a rezar: “Oh María, sin pecado concebida, rogad por
nosotros que recurrimos a Vos”. El niño rehusó varias veces. Parecía ser un
niño poseso. Al final, después de mucho insistir, el niño repitió la invocación y,
al instante, se levantó y pudo caminar y subió por sí mismo las escaleras 54.

Y sigue diciendo: He sabido que muchas gracias han sido concedidas por
su intercesión. Y muchos ex-votos han sido colocados de año en año después de
su muerte en la capilla donde está enterrada. Yo he recibido cartas que testifican
gracias recibidas de la Inmaculada por intercesión de sor Catalina, gracias de
curaciones, consideradas milagrosas. Sor Caron me escribió el 14 de enero de
1880 que ella había sido curada de un eczema, que no se curaba con ningún
remedio, después de dos novenas hechas a la Virgen por intercesión de sor
Catalina. Lo mismo sucedió a sor Josefina que me escribió en enero de 1880,
curada de las consecuencias de una pleuresía 55.

51
Proceso p. 331.
52
Proceso p. 275
53
Proceso pp. 217-218.
54
Proceso p. 190.
55
Proceso p. 190.

41
CUARTA PARTE
LAS MARAVILLAS DE DIOS

CONVERSIÓN DE ALFONSO DE RATISBONA

Alfonso de Ratisbona escribió el 12 de abril de 1842: Mi primer


pensamiento y el primer grito de mi corazón al momento de mi conversión fue
ocultar este secreto en el fondo de un claustro a fin de escapar del mundo que no
me podría comprender; y de darme totalmente a Dios, que me había hecho
entrever y gustar las cosas de otro mundo. Yo no quería hablar sin el permiso de
un sacerdote. Él me ordenó decir lo que me había sucedido. Yo lo hice en la
medida que me fue posible de viva voz. Hoy, después de algunas semanas,
trataré de dar algunos detalles... Si yo sólo debiera contar el hecho de mi
conversión, una sola palabra bastaría: El nombre de María... Mi familia es
bastante conocida, porque es rica y es de primera categoría en Alsacia. Hubo
mucha piedad en mis antepasados, tanto judíos como cristianos. Mi abuelo fue el
único judío en tiempos del rey Luis XVI de Francia, que obtuvo, no sólo el
derecho de poseer propiedades en Estrasburgo, sino también tener títulos de
nobleza. Así era mi familia, pero en la actualidad las tradiciones religiosas las
han dejado de lado.

Yo comencé mis estudios en el colegio real de Estrasburgo, donde hice


más progreso en la corrupción del corazón que en la instrucción de la
inteligencia. Nací en 1814 y en 1825 un acontecimiento golpeó a mi familia. Mi
hermano Teodoro se declaró cristiano y, después, fue más lejos; se hizo
sacerdote y ejerció el ministerio en la misma ciudad bajo la vista de mi
inconsolable familia.

Esta conducta de mi hermano me sublevó y cogí odio a su hábito y a su


ministerio. Educado en un ambiente de jóvenes cristianos indiferentes como yo,
no había sentido ni simpatía ni antipatía por el cristianismo, pero la conversión
de mi hermano, que yo veía como una inexplicable locura, me causó horror.

Se me retiró del colegio y me pusieron en una Institución protestante. Los


hijos de las grandes familias protestantes de Alsacia y Alemania venían a
formarse y se dedicaban más a los placeres que a la ciencia…

Muy joven perdí a mi madre y, poco después, a mi padre, pero me quedó


un tío, el patriarca de toda la familia, un segundo padre, que no había tenido
hijos y había puesto todo su afecto en los hijos de su hermano. Este tío, después
que obtuve mi diploma de licenciado de abogado, me llamó a Estrasburgo y me

42
preparó el camino para sucederle. Yo podría contar sus dádivas: caballos,
carruajes, viajes..., él no me rehusaba ningún capricho… Sólo me hacía un
reproche: mis continuos viajes a París. Tenía razón. Yo sólo amaba los placeres,
los negocios me impacientaban, el aire de las oficinas me ahogaba. Pensaba que
estaba en el mundo para disfrutar… Pero había un vacío en mi corazón y no era
feliz en medio de tanta abundancia de cosas materiales.

Tenía una sobrina (Flora) hija de mi hermano mayor (Adolfo) que desde
que éramos niños me la habían designado para ser mi esposa. Ella se
desarrollaba con gracia a mis ojos y en ella veía todo mi porvenir y toda la
esperanza de felicidad… Será muy difícil imaginar una jovencita más dulce, más
amable, más graciosa que ella. Era para mí una creación muy particular, que
parecía haber sido creada para completar mi existencia. Y, cuando las familias
fijaron el día del matrimonio, tanto tiempo deseado, yo creí que ya no me
faltaría nada a mi felicidad. Después de la celebración de la pedida de mano, yo
veía a toda mi familia llena de felicidad. Mis hermanas sólo me hacían un
reproche: amar demasiado a mi novia, porque ellas estaban celosas. El único
miembro de mi familia que me era odioso era mi hermano Teodoro (el
sacerdote)... Y (por él) tomé odio a los sacerdotes, a las iglesias, a los conventos,
y, sobre todo, a los jesuitas, cuyo solo nombre me provocaba furor.

Felizmente, mi hermano fue trasladado a la iglesia de nuestra Señora de


las Victorias de París. Dijo al despedirse que rezaría por la conversión de sus
hermanos y hermanas...

Como mi novia tenía 16 años, se juzgó conveniente postergar el


matrimonio y me fui de viaje, esperando la hora de nuestra unión...

Llegué a Roma y visité con monótona admiración las galerías, circos,


iglesias, catacumbas y las innumerables magnificencias de Roma. El ocho de
enero vi a un amigo de la infancia, Gustavo de Bussières. Fuimos a cenar a casa
del padre de mi amigo. Al entrar en el salón, encontré al hijo mayor de esta
familia, Teodoro de Bussières, que había sido protestante y se había hecho
católico, lo que era suficiente para inspirarme una gran antipatía…

Uno de los días, fui a visitar al señor Teodoro de Bussières (el convertido
católico). Él me habló de las grandezas del catolicismo y yo le respondí con
algunas ironías e imputaciones que había leído u oído. No hice más por respeto
a la señora y a los niños, que jugaban junto a nosotros. Al fin me dijo:

- Como detestas la superstición y profesas doctrinas liberales, ¿tendrás el


coraje de someterte a una prueba inocente?
- ¿Qué prueba?

43
- Será llevar un objeto que te voy a dar, una medalla de la Virgen. ¿Te
parecerá ridículo verdad? Pero yo le doy un gran valor a esta medalla.

Esa propuesta me sorprendió. Mi primera reacción fue reírme a sus


espaldas. Al final consentí en tomar la medalla como pieza que ofrecería a mi
novia. Dicho y hecho. Me puso la medalla al cuello. Y yo grité riéndome: “Ah,
ah, ya soy católico, apostólico y romano”.

Era el demonio que profetizaba por mi boca. Y el señor Teodoro continuó:


“Ahora hay que completar la prueba. Debes rezar mañana y tarde el
“Memorare”, la oración Acordaos de san Bernardo (Acordaos, oh piadosísima
Virgen María que jamás se oyó decir que alguno de los que han acudido a
vuestra protección haya sido abandonado de Vos…)”.

Yo lamenté en ese momento no tener a mano una oración hebrea para


ofrecérsela a fin de que la prueba fuera igual. Él me insistió que, si no rezaba la
oración, la prueba sería nula y que probaría una vez más la obstinación que se
reprochaba a los judíos. Yo no quise dar mayor importancia al asunto y le
aseguré que lo haría. El señor Bussières fue a buscar la oración, invitándome a
copiarla. Y yo le dije que me quedaría con el original y le daría mi copia.

Por fin nos separamos y fui a pasar la tarde a ver un espectáculo,


olvidándome de la medalla y del Memorare, pero, al llegar a mi residencia,
encontré un papel del señor Bussières, que había venido a visitarme,
invitándome a visitarlo antes de mi partida de Roma. Yo debía restituirle su
oración de san Bernardo y, al día siguiente, hice las maletas y copié la oración.

Era ya el 16 de enero, fui a sellar el pasaporte y hacer los trámites para


la partida... Las palabras de la oración las sentí vivamente en mi espíritu. Me
venían continuamente y las repetía sin cesar como esas estrofas de música que se
tararean sin cesar.

Fui a visitar al señor Bussières y darle la oración copiada... Quería ver al


Papa y el señor Bussières me aseguró que lo vería el primer día de San Pedro.
Salimos juntos a pasear y hablamos de diversas cosas… También hablamos de
cosas religiosas y yo las tomaba a risa. Él me dijo: “A pesar de tus arrebatos,
tengo la convicción de que un día serás cristiano, porque tienes un fondo recto
que me asegura que Dios te dará la luz… Los paseos en carruaje se repitieron
los dos días siguientes y duraban una o dos horas. El miércoles 19 de enero, lo
vi y parecía triste. Sus preocupaciones habían disminuido su afán proselitista y
yo pensé que se había olvidado de la medalla milagrosa, mientras que yo
murmuraba continuamente la oración de san Bernardo.

44
En la noche del día 19 al 20 me desperté sobresaltado y vi delante de mí
una gran cruz negra de una forma particular, pero sin Cristo. Yo hice esfuerzos
para quitármela de la vista, sin embargo, no podía evitarla, aunque volviera la
vista a otra parte. No sé cuánto tiempo duró esto. Al fin me dormí y, al despertar,
ya no pensé más en ello. Ese día 20 escribí a la hermana menor de mi novia y le
decía: “Que Dios te guarde”. Ese mismo día recibí carta de mi novia y, al final,
me escribía: “Que Dios te guarde”. Parecía que ese día estaba bajo el cuidado
de Dios.

Si alguien me hubiera dicho en la mañana de ese día: Tú te has levantado


judío y te acostarás cristiano”, lo habría mirado como al más loco de los
hombres. Después de haber desayunado en el hotel y llevado las cartas al
correo, fui a ver al joven Gustavo de Bussières, que había regresado de caza,
por lo que había estado ausente varios días. Nos separamos a las 11 a.m. y yo
me fui a un café de la plaza España a leer los periódicos… Era mediodía: Si en
ese momento un interlocutor me hubiera dicho: “Alfonso, dentro de un cuarto
de hora tú adorarás a Jesucristo, tu Dios y Salvador, te prosternarás en una
pobre iglesia, te golpearás el pecho a los pies de un sacerdote en un convento
de jesuitas, donde pasarás el carnaval para prepararte para el bautismo, listo
para inmolarte por la fe católica; y renunciarás al mundo, a sus pompas, a sus
placeres, a la fortuna, a las esperanzas, a tu porvenir y hasta a tu novia, al
cariño de tu familia, a la estima de tus amigos, al afecto de los judíos y no
aspirarás más que a seguir a Jesucristo y a llevar su cruz hasta la muerte..., yo
digo que, si tal profeta me hubiera hecho tal predicción, lo habría juzgado el
hombre más insensato del mundo. Y, sin embargo, es esa locura la que hace
hoy mi cordura y mi felicidad.

Saliendo del café, me encuentro el carruaje de Teodoro de Bussières. Él


se detiene y me invita a subir para dar un paseo. Acepté con gusto. Él me pidió
permiso para detenerme unos minutos en la iglesia de San Andrés delle Frate.
Me propuso quedarme en el coche, pero preferí salir para visitar la iglesia. Allí
se estaban preparando los funerales de uno de los buenos amigos del señor
Bussières. Era el conde de Ferronnays. Su muerte súbita era la causa de su
tristeza. Él me dijo que sería cuestión de unos diez minutos.

Visité la iglesia: pequeña, pobre y desierta. Estaba casi solo. Ningún


objeto de arte llamaba mi atención. Paseé la mirada a mi alrededor
maquinalmente. Me acuerdo solamente que un perro negro saltaba y brincaba
delante de mí. Pronto el perro desapareció, la iglesia entera desapareció y no vi
nada, oh mi Dios, vi una sola cosa.

La palabra humana no puede expresar lo que es inexplicable. Toda


descripción, por sublime que sea, sólo será una profanación de la inefable

45
verdad. Yo estaba prosternado, bañado en lágrimas, cuando el señor Bussières
me llamó a la vida. No podía responder a las preguntas que me hacía. Yo
agarraba la medalla que llevaba el cuello y besaba con emoción la imagen de la
Virgen. ¡Era ella!

Yo no sabía dónde estaba, no sabía si era Alfonso u otra persona. Sentía


un cambio tal que creía ser otra persona. La alegría más ardiente llenaba el
fondo de mi alma. No podía hablar, no quería revelar a nadie lo que había
pasado. Sentía en mí algo tan sagrado y solemne que pedí un sacerdote. Y,
cuando estuve en su presencia y recibí la orden de hablar, hablé en la medida
que me era posible, de rodillas y con el corazón temblando. Mis primeras
palabras fueron palabras de reconocimiento para el señor de La Ferronnays y
para la Archicofradía de Nuestra Señora de las Victorias. Yo sabía con certeza
que el señor La Ferronnays había rezado por mí, aunque no sabría decir cómo
lo sabía… Yo salía como de una tumba, de un abismo de tinieblas y estaba vivo,
totalmente vivo y lloraba y veía en el fondo del abismo las miserias de las que
había sido sacado por una misericordia infinita… Pensaba en mi hermano
Teodoro con una alegría indecible…

Me pregunto cómo entendí ciertas verdades, porque yo nunca abrí un


libro de religión, jamás había leído una página de la Biblia y el dogma del
pecado original, totalmente olvidado o negado por los judíos de nuestros días,
nunca había ocupado mis pensamientos. ¿Cómo llegué a esos conocimientos?
No lo sé. Lo que yo sé es que, entrando en la iglesia, ignoraba todo, y saliendo,
yo veía claro. No puedo explicar este cambio... Yo no tenía conocimiento de la
letra, pero entreveía el sentido y el espíritu de los dogmas. Yo los sentía más que
verlos y los sentía por los efectos inexpresables que producían en mí. Todo
pasaba dentro de mí...

Lo cierto es que el mundo no valía nada para mí: las prevenciones contra
el cristianismo, ya no existían; de los prejuicios de mi infancia, no había la
menor huella. El amor de Dios había tomado posesión en lugar de cualquier
otro amor. El amor a mi novia lo veía bajo un nuevo punto de vista. Yo la amaba
como se ama a un objeto que Dios tiene entre sus manos, como un precioso
regalo que hace amar mucho más al donante.

Pedí a mi confesor, el padre Villefort, y al señor de Bussièrs, que


guardaran mi secreto sobre lo que había pasado. Pensaba encerrarme en un
convento de trapenses para ocuparme solamente de las cosas eternas. Pensaba
que, en mi familia y entre mis amigos, me creerían loco y así podría escapar
mejor del mundo.

46
Sin embargo, mis Superiores eclesiásticos me dijeron que las injurias y
los falsos juicios eran parte del cáliz de un verdadero cristiano. Yo estaba
dispuesto a todo y pedía insistentemente el bautismo. Querían postergarlo y yo
gritaba: ¡Los judíos que oyeron la predicación de los apóstoles, fueron
bautizados de inmediato; y ustedes quieren retardar el bautismo a quien ha
oído a la reina de los apóstoles!

Entré al convento de los jesuitas para un retiro bajo la dirección del


padre Villefort. Este hombre de Dios es una personificación de la caridad
celestial. Todos los días durante el retiro el Superior general de los jesuitas
venía él mismo a verme y sus palabras me llenaban de alegría, de luz y de vida.
Su recuerdo hoy día es suficiente para recordar la presencia de Dios. No tengo
palabras para expresar mi reconocimiento por Teodoro de Bussières y por la
familia de La Ferronnays, a la que tengo una veneración muy especial.

Llegó por fin el 31 de enero y una multitud de almas piadosas y


caritativas me rodearon de ternura y simpatía. No diré todo lo que se refiere mi
bautismo, confirmación y primera comunión, gracias inefables recibidas el
mismo día de manos del cardenal Patrizi, vicario de Su Santidad.... Yo tenía
deseo de ver al Papa y, como nuevo hijo de la Iglesia, fui presentado al Padre de
todos los fieles. Creo que, desde mi bautismo, sentí por el Papa sentimientos de
respeto y amor de un hijo a su padre. Todas mis ansiedades se derrumbaron
cuando lo vi tan sencillo, humilde y paternal. No era un monarca, era un padre
de bondad, que me trataba como a un hijo bien amado.

Las cartas de mi familia me dieron total libertad. Esta libertad se la


consagro a Dios y se la ofrezco ahora con toda mi vida para servir a la Iglesia y
a mis hermanos bajo la protección de María 56.

Observemos ahora algunos detalles de la conversión de Alfonso desde el


punto de vista del barón de Teodoro de Bussières, que refiere: Al regresar yo a la
iglesia (de san Andrés delle Frate), lo descubro arrodillado en la capilla del
arcángel san Miguel. Me acerco a él y lo toco tres o cuatro veces antes de que él
se dé cuenta de mi presencia. Vuelve su rostro hacia mí entre lágrimas, junta sus
manos y me dice: “Cómo ha rezado por mí ese señor (el señor La Ferronnays)”.
Yo sentía que estaba en presencia de un milagro. Lo levanto, lo guío y lo llevo,
por así decir, fuera de la iglesia y le preguntó qué tiene.

- Llévame a donde quieras, después de lo que he visto, yo obedezco.

56
Conversion de Marie Alphonse Ratisbonne, racontée par lui-même, París, 1842.

47
Le pregunto que me diga lo que ha pasado. Él saca de su pecho la
medalla milagrosa y la llena de besos y lágrimas. Él sólo responde con
exclamaciones entrecortadas: “Soy feliz. Dios es bueno. Qué plenitud de gracias
y cuánta bondad”. Después, pensando en los herejes e incrédulos, llora y me
pregunta si está loco, pero él mismo responde: “No, yo estoy cuerdo, no estoy
loco”.

Cuando se calma un poco, radiante y transfigurado, me da un fuerte


abrazo y me pide que lo lleve a un confesor. Quiere saber cuándo recibirá el
bautismo, sin el cual no podría vivir. Y me explica que él no dirá nada, sino con
el permiso de un sacerdote. “Porque lo que tengo que decir, sólo lo puedo decir
de rodillas”. Lo llevo a los jesuitas, al padre Villefort, que le pide que se
explique. Entonces saca su medalla, la abraza y grita: “La he visto, la he visto”.
Después se calma y dice: “Estaba en la iglesia cuando, de golpe, he sentido una
emoción inexpresable, levanté mis ojos y todo el edificio había desaparecido
ante mis ojos. La sola capilla concentraba toda la luz y, en medio de aquellos
rayos, apareció de pie, sobre el altar, grande, brillante, llena de majestad y
dulzura, la Virgen María tal como está en la medalla. Una fuerza irresistible me
lanzó hacia ella. La Virgen me hizo un gesto con la mano de arrodillarme y me
parecía decirme: “Está bien”. No me ha hablado, pero yo lo he comprendido
todo” 57.

Yo estaba con Alfonso y el padre Villefort, cuando el general Chlapouski


entró y le dijo: “Señor, ¿usted ha visto la imagen de la Virgen? ¿Cómo ha
sido?”. Alfonso le interrumpió: “¿La imagen? Yo la he visto a ella misma en
realidad como una persona, como lo veo a usted” 58.

Después de dejar al padre Villefort, fuimos a dar gracias a Dios a Santa


María la Mayor y después a San Pedro. Me decía, tomándome las manos:
“Ahora comprendo el amor de los católicos por las iglesias y la piedad que los
lleva a adornarlas y embellecerlas”. Junto al altar donde estaba el Santísimo
Sacramento parecía perder el conocimiento, si no se alejaba pronto. Le parecía
tremendo estar ante la presencia de Dios vivo y me decía: “Aquí no tengo miedo,
estoy protegido por una misericordia inmensa... y quería pasar la noche junto al
féretro del señor La Ferronnays, porque se admiraba del lazo poderoso que lo
unía a él 59.

El 31 de enero de 1842 en la iglesia de Gesù de los jesuitas de Roma, fue


su bautismo. Después del bautismo se celebró una misa en la que comulgó,

57
Conversion de Marie Alphonse Ratisbonne, escrita por Teodoro de Bussièrs, París, 1859, pp. 27-29.
58
Ib. p. 34.
59
Ib. pp. 30-31.

48
derramando abundantes lágrimas de emoción. El nuevo convertido recibió la
bendición del Papa en una audiencia especial, en la que el Papa le regaló un
crucifijo, que conservó toda su vida, y le bendijo muchas medallas milagrosas
para que propagara su devoción.

Su hermano Teodoro, ya sacerdote, se reunió con él en marzo y así los dos


pudieron celebrar la alegría de la conversión de Alfonso. Para perpetuar la
memoria del milagro de su conversión, Alfonso de Ratisbona hizo construir la
actual capilla de la casa de huérfanas de la providencia, dedicada a la santísima
Virgen de la medalla milagrosa, en la que todos los años el 20 de enero,
aniversario de su conversión, celebra la misa el Superior general de los padres
vicentinos.

Para evitar falsas interpretaciones, el Papa Gregorio XVI ordenó una


encuesta canónica, y el día 3 de junio del mismo año 1842, el cardenal Patrizi,
juez ordinario de la Curia Romana, hizo pública la siguiente declaración oficial:
“El eminentísimo y reverendísimo señor cardenal Vicario de la ciudad ha
declarado y pronunciado definitivamente, que consta plenamente el verdadero e
insigne milagro obrado por Dios, por mediación de la bienaventurada Virgen
María, en la conversión instantánea y completa de María Alfonso Ratisbonne,
del judaísmo.

Y por cuanto es bueno y conveniente revelar y confesar las obras de Dios,


Su Eminencia se digna permitir que a la mayor gloria de Dios y acrecentamiento
de la devoción de los fieles a la bienaventurada Virgen María, pueda publicarse
e imprimirse la relación de este milagro insigne, al que puede dársele pleno
crédito y autoridad”.

Alfonso entró en el noviciado de la Compañía de Jesús y se hizo jesuita.


Su hermano Teodoro le daba vueltas a la idea de establecer una Congregación de
sacerdotes y religiosas, dedicada a la salvación de los judíos. Un día el padre
Aladel le escribió: Una hija de la Caridad ha encontrado dos niñas, cuya madre
se muere, y de las que poco se ocupa su padre. Son israelitas lo mismo que sus
padres. Una tiene catorce años y la otra once. La hermana les ha puesto la
medalla milagrosa y dice que sus padres las cederían sin dificultad a quien se
encargase de instruirlas. La hermana ha pensado en usted.

A la mañana siguiente fue con el padre Aladel a visitar a los padres,


quienes aceptaron que las educaran como católicas. Como ya eran diez las chicas
israelitas al cuidado de las hijas de la Caridad en la casa de la providencia,
comenzaron en París el primer catecumenado parara bautizarlas y éste fue el
fundamento de la Congregación de Nuestra Señora de Sión, dedicada
especialmente a la conversión de los judíos. Para este efecto, el padre Alfonso,

49
con el permiso del Papa, salió de los jesuitas para unirse a la nueva Congregación
y trabajar junto con su hermano Teodoro. A los diez años de la fundación, ya
había hecho 200 bautismos y 22 abjuraciones del protestantismo.

El 27 de agosto de 1855, el padre Alfonso se embarcaba en Marsella


rumbo a Jerusalén para establecer allí la primera casa de Nuestra Señora de Sión.
Compró el antiguo pretorio de Pilatos, que convirtió en el convento del Ecce
Homo de religiosas de Nuestra Señora de Sión. Su iglesia fue erigida por el Papa
León XIII en basílica en 1902. En 1865 inauguró el hospicio de Ain Karim a
cargo de las mismas religiosas; y en 1876 el Instituto de San Pedro de artes y
oficios, dirigido por los misioneros de Nuestra Señora de Sión. Murió el 6 de
mayo de 1884, cargado de méritos en Ain Karim a los 70 años de edad.

UN MILAGRO DE MARÍA

El señor Patrick Neger, su esposa Elisabeth y sus dos hijos, Pathy de tres
años y Ludovic de veintitrés meses, visitaron el santuario de la Virgen de la
medalla milagrosa en la calle du Bac de París, donde compraron unas medallas
milagrosas, que se pusieron al cuello. Allí mismo encomendaron a Dios y a
María su viaje a España, que realizarían al día siguiente, 26 de noviembre de
1983, en la aerolínea colombiana Avianca.

A la mañana siguiente, se levantaron felices para emprender el viaje y se


dirigieron al aeropuerto Charles de Gaulle de París. Tomaron el avión de
Avianca con destino a Madrid; pero, cuando el avión se encontraba muy cerca
del aeropuerto de Barajas, en Madrid, perdió altura y cayó incendiándose.
Murieron 183 pasajeros; solamente hubo 8 sobrevivientes. Entre ellos, toda la
familia Neger. Patrick saltó por los aires al caer el avión a tierra y se desmayó.
Recuerda: “Cuando volví en mí, me encontré en medio del campo rodeado de
trozos del avión. Parecía una pesadilla, pero no lo era. En esto, pude ver la
silueta de una mujer con dos niños. Era mi esposa con mis dos hijos. Todos
estábamos vivos. Ciertamente, la Virgen María no defraudó nuestra confianza en
ella y nuestra familia siempre considerará el estar vivos como un milagro de
María”.

50
LOS SANTOS Y LA MEDALLA

El beato Juan Gabriel Perboyre, martirizado en China en 1840, conocía ya


el valor de la medalla. El santo cura de Ars, en 1836, colocó sobre el altar de la
capilla de la Virgen una imagen de madera de la Inmaculada Concepción de la
medalla milagrosa. En 1835 y 1836 una religiosa suiza vio a la Virgen de la
medalla como un eco de la aparición del 27 de noviembre de 1830.

El padre Degenettes, párroco de Nuestra Señora de la Victorias, tuvo la


idea de consagrar su parroquia al Inmaculado Corazón de María y fundó una
archicofradía para obtener la conversión de los pecadores. El éxito fue tan rápido
que el mundo entero no tardó en oír hablar de los milagros asociados a las
oraciones de los cofrades. Ellos toman como insignia la medalla milagrosa y se
comprometen a rezar la oración de la medalla: Oh María, sin pecado concebida,
rogad por nosotros que recurrimos a Vos.

Los mártires de Uganda fueron a la hoguera llevando la medalla


milagrosa. Santa Micaela del Santísimo Sacramento la llevó toda su vida. El
padre Aladel fundó por deseo de la Virgen la Asociación de las hijas de María, y
todas llevan como distintivo la medalla milagrosa, como la llevaron santa María
Goretti y santa Bernardita, que fueron hijas de María. También fue hija de María
santa Teresita del Niño Jesús; y una imagen de la medalla milagrosa la curó y le
sonrió. El famoso cardenal inglés Newman se colgó al cuello la medalla el 22 de
agosto de 1845, dos meses antes de su conversión el 9 de octubre de ese año.

EL PODER DE DIOS Y LA MEDALLA

a) PADRE GIOVANNI SALERNO

El padre Giovanni Salerno, fundador de la Congregación de los Siervos de


los pobres del tercer mundo, nos dice: Un día llegué a Coyllurqui al anochecer.
Me trajeron a un cabo de la guardia civil tendido sobre una camilla
improvisada. Los parientes que lo cargaban, me dijeron que, desde hacía ocho
días, no comía y que echaba continuamente sangre por la boca. También en mi
presencia siguió arrojando sangre hasta llenar una vasijita. Estaba realmente
muy grave y yo no tenía medicinas ni siquiera para cortar la hemorragia...

La mujer del enfermo me suplicaba que hiciera todo lo posible para


salvarlo. Entonces, tuve que hablarle muy claro, diciéndole que se necesitaba un
milagro de la Virgen María para poderlo curar. Debo decir que, curando a los
enfermos, he recurrido siempre mucho a la medalla milagrosa y también en este
caso les hablé al enfermo y a su mujer de las grandes gracias que la Virgen

51
santísima concede a los que con mucha fe llevan consigo su medalla milagrosa.
Viendo la viva fe de los dos, puse la medalla milagrosa al cuello del enfermo y,
junto con su esposa, recitamos tres avemarías.

Hacia la medianoche, un fuerte estruendo, proveniente de la verja del


dispensario, me despertó sobresaltado, mientras un extraño calor inundaba mi
habitación. Me levanté a toda prisa para comprobar qué había sucedido, pero
pensé que lo que había provocado aquel estruendo podía haber sido uno de los
hijos del enfermo al visitar a su padre.

A la mañana siguiente, fue grande mi asombro, cuando lo encontré


sentado sobre la cama. ¡Estaba comiendo un buen trozo de pollo! Con calma me
contó que hacia medianoche, la Señora representada en la medalla milagrosa lo
había visitado y le había tocado la frente y él había sanado inmediatamente. Más
adelante quiso que le diera una gran cantidad de aquellas medallas para dar a
conocer a todos el poder misericordioso y materno de la Virgen María. ¡Cuántos
kilos de medallas milagrosas hemos repartido entre los pobres! Podría narrar
muchos otros prodigios obrados por la Virgen santísima por medio de la
medalla milagrosa, cuando ésta se lleva puesta con mucha fe 60.

b) SAN MAXIMILIANO KOLBE

San Maximiliano Kolbe fundó la Milicia de la Inmaculada para conseguir


la conversión de los herejes y, especialmente, de los masones. Para pertenecer a
esta Milicia era preciso consagrarse a María, llevar la medalla milagrosa y rezar
al menos una vez al día la oración: Oh María, sin pecado concebida, rogad por
nosotros que recurrimos a Vos y por todos los que no recurren y especialmente
por los masones. Distribuyó personalmente miles de medallas milagrosas, que
llamaba balas de pequeño calibre.

Refiere el padre Alberto Zrzilli: Un día íbamos de paseo por la calles de


Roma, cuando éramos estudiantes y un individuo se puso a blasfemar. El padre
Kolbe se le acercó y le ofreció una medalla milagrosa, que aquel hombre aceptó
y se la metió al bolsillo. Más tarde supe que este señor había mejorado en sus
costumbres 61.

Otro caso, referido por el padre Kolbe: Hace unos días vino una señora
para pedirme que fuera a un enfermo que no quería confesarse. Había ido ya el

60
Salerno Giovanni, Misión andina con Dios, Ed. Edibesa, Madrid, 2002, pp. 47-48.
61
Summarium super dubio del Proceso de canonización, p. 123.

52
sacerdote don H., el cual me había enviado a aquella señora, ya que sus
tentativas habían fracasado.

- ¿El enfermo ora a la Virgen rezando al menos un avemaría al día?, le


pregunté.
- Se lo propuse, pero él contestó que no cree en la Virgen.
- ¡Se lo ruego, llévele esta medallita, dije yo, dándole una medalla
milagrosa. ¡Quién sabe si la aceptará por respeto a usted y permita que
se la ponga al cuello!
- La aceptará por respeto a mí.
- Bien, llévesela y ruegue por él; por mi parte trataré de ir a visitarlo.

Fui a visitarlo, aunque en lo profundo de mi alma me atormentaba la


duda sobre el resultado de la visita. La única esperanza estaba en la medallita
que el enfermo tenía consigo. Durante el trayecto recé el rosario. Después de un
penoso camino llamé a la puerta del hospital. Me acompañaron enseguida al
pabellón de enfermedades contagiosas, donde se encontraba el enfermo. Me
senté junto a su cama y empecé una conversación. Me enteré de su estado de
salud, pero en breve la conversación se centró en temas religiosos. El enfermo
me manifestaba sus dudas y yo trataba de aclarárselas.

Durante la conversación vi en su cuello un cordoncito azul, precisamente


el de la medallita. “Tiene la medalla, pensé, entonces la batalla está ganada”.

De improviso el enfermo me dice:


- Padre, ¿podríamos llegar a la conclusión?
- Entonces, ¿usted quiere confesarse?, le pregunto.

Por toda respuesta un llanto copioso trastornó su pecho enflaquecido...


Los sollozos duraron un buen rato. Cuando el enfermo se calmó, inició la
confesión. ¡Gloria a la Inmaculada por esta victoria! 62.

Otra conversión: Se trata de un joven empleado. Había sido estudiante


universitario en la facultad de leyes, pero estaba muy atrasado en el campo
religioso. En una palabra, era lo contrario de aquel que comúnmente se llama
“progresista”. En calidad de capellán del hospital consideré mi deber ocuparme
también de su pobre alma. En los momentos libres, conversaba de buena gana
con él sobre problemas de fe. Sin embargo, su argumento conclusivo era: “Yo
necesito pruebas más claras”.

62
Carta de agosto de1924, publicada en la revista Rycerz Niepokalanej, pp. 148-150.

53
Veía que no quería instruirse y despreciaba las buenas lecturas. Entonces,
¿qué podía hacer? Encomendé todo el asunto a la Inmaculada, por intercesión
de la virgen de Lucca, Gema Galgani, fallecida hace poco en olor de santidad y
ya conocida en todo el mundo.

Al otro día, partiendo de lejos, dirigí la conversación sobre la confesión,


pero la argumentación procedía con dificultad; de improviso se abrió la puerta y
se presentó justo un familiar, que le dijo que se diera prisa porque era hora de
irse. Y se fueron después de un breve saludo.

Me quedé solo... “¿Cómo concluirá este asunto?”, me dije a mí mismo.


Me puse de rodillas y supliqué con pocas palabras, pero fervorosamente, a la
Inmaculada por intercesión de Gema.

De pronto me viene una inspiración: salgo al pasillo y allí encuentro a


dicho familiar. “Discúlpeme, le dije dirigiéndome a él, aún debo despachar un
asunto con este señor”. “Por supuesto, pase”, contesta.

Mi “hereje” estaba ya saliendo de su habitación con la maleta en la


mano: yo lo invité a la mía. Tras cerrar la puerta, tomé una “medalla
milagrosa” y se la di como recuerdo. La aceptó por cortesía. Entonces le
propuse de nuevo confesarse.

No estoy preparado. ¡No! ¡Absolutamente no!”, fue su respuesta. Pero...


al mismo tiempo cayó de rodillas, como si una fuerza superior lo hubiera
obligado a hacerlo. La confesión empezó y lloró como un niño 63.

- El ministro plenipotenciario del Japón en Polonia, señor Kawai, casado


con una católica, estaba muy grave en Varsovia. El padre Kolbe fue a visitarlo.
Escribe: “Me contó que durante una visita a Francia, en Lourdes había oído que
allí desde el tiempo de las apariciones, los milagros nunca habían cesado. Él
mismo, mezclado entre la muchedumbre de peregrinos procedentes de todas
partes y caminando por Lourdes, había oído hablar de los milagros, había
constatado claramente la atmósfera religiosa de aquel lugar; sin embargo no
había advertido en sí el deseo de una vida de fe.

Fui a visitarlo y ofrecí al enfermo, a través de su esposa, la medalla


milagrosa y lo encomendé a la misericordia de María, orando por el enfermo
para que se curase y obtuviese el don de la fe.

63
Artículo publicado en la revista Rycerz de enero de 1924, pp. 3-4.

54
La Reina del género humano hizo su obra y el enfermo pidió el bautismo.
El ministro quiso adoptar el nombre de Francisco. De las manos del Nuncio bajó
el agua santa sobre su cabeza y las palabras: “Francisco, yo te bautizo en el
Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”...

Con el santo bautismo el ministro experimentó una gran alegría interior,


que era evidente también en su cara. Durante las horas que le quedaron de vida,
el ministro gozó de esta alegría y paz. Nos repitió algunas veces a los que
estábamos a su alrededor: “¿Por qué no he abrazado antes esta religión y no he
sentido antes esta felicidad?” 64.

c) SANTA TERESA DE CALCUTA

La Madre Teresa de Calcuta nos cuenta: Uno de nuestros médicos,


oculista, trabaja mucho con nuestros pobres y es muy amable con ellos. Dedica
dos horas diarias a ellos. Durante esas dos horas no atiende a nadie más que a
los pobres, todo gratis: consulta, lentes, medicinas… Un día me dijo: “Madre,
tengo un cáncer maligno y dentro de tres meses moriré”.

Fue a USA y le dijeron lo mismo. Regresó a Calcuta y su familia lo llevó


al hospital. Fui a visitarlo al hospital, llevé una medalla de la Virgen milagrosa
y le pedí que dijera: “María, Madre de Jesús, dame la salud”.

Encargué a su familia que rezara también a Nuestra Señora. A pesar de


ser una familia hindú, debieron rezar con mucha fe. Después de tres meses,
tiempo al cabo del cual supuestamente tenía que morir, el oculista vino a mi casa
y me dijo: “Madre, fui al doctor, me examinó con rayos X, me hizo análisis y no
encontró ni rastro del cáncer”. Un auténtico milagro. Ahora lleva una cadena al
cuello con la medalla milagrosa 65.

- El 7 de diciembre de 1988 ocurrió un grave terremoto en Armenia, que


provocó la muerte de 55.000 personas. La Madre Teresa fue a visitar a los
damnificados con cuatro hermanas. Visitó un hospital para niños heridos en el
terremoto y los saludó a todos y le regaló a cada uno una medalla milagrosa.

- Cuando fue a Nicaragua para pedir el permiso para fundar una casa, el
gobernante sandinista Daniel Ortega la recibió en una sala grande de
conferencias. La Madre Teresa iba acompañada de otra hermana y del padre

64
Artículo escrito por el padre Kolbe en la revista Mugenzi no Seibo del Japón en diciembre de 1933, pp.
351-363.
65
Arribas Pedro, Mi comunidad son los pobres, Ed. Trípode, Caracas, 1990, p. 87.

55
Leo Maasburg. El gobernante empezó a hablar durante casi media hora sobre la
legitimidad de la guerrilla, etc. Al terminar, la Madre se levantó y le preguntó:

- ¿Tiene hijos?
- Sí, siete.
- ¿Tiene esposa?
- Sí.

Y ella sacó de su bolso varias medallas milagrosas y, después de besarlas,


le dio una para cada uno de sus hijos, para su esposa y otra para él,
explicándole que debía llevarla al cuello con una cadenilla o cuerda 66.

Cuando la Madre estuvo en Alemania, al terminar un viaje en helicóptero,


empezó a repartir caramelos, chocolates y medallas. Primero le dio al piloto,
quien se sintió conmovido y dijo: He transportado durante 25 años a muchas
personalidades de todo el mundo, pero nadie me ha regalado nada. Hoy ha sido
la primera vez. La Madre Teresa me ha dado un chocolate y una medalla
milagrosa 67.

Dice el padre Leo Maasburg: Un día entramos a visitar la capilla de la


calle du Bac en París, donde tuvo lugar la aparición de la Virgen de la medalla
milagrosa. Al reconocerla, salieron a recibirla las religiosas de la Comunidad
con la Superiora. La Madre Teresa les dijo que las medallas milagrosas eran su
principal instrumento pastoral y que había repartido miles de ellas. Solía dar
una a cada persona que encontraba después de besarla. La Superiora le dijo:
“Nosotras podemos regalarle algunas. ¿Cuántas necesita?”. Y la Madre Teresa
le respondió: “Hasta ahora he repartido 40.000”. No creo que le regalaran
tantas, pero las maletas estaban llenas de ellas 68.

En 1992 pensó en abrir una casa en Bagdad. La ciudad estaba destrozada


por la guerra con Estados Unidos. Buscó una casa adecuada y, cuando la
encontró, dejó una medalla milagrosa en el lugar para que Dios actuara y la
consiguió. Allí fundó un hogar para niños lisiados y desnutridos.

- Lush Gjergji manifestó que la Madre le contó: Estaba en Londres,


teníamos necesidad de una casa. Las hermanas me recomendaron que sería
oportuno comprar una determinada casa por muchas razones. Pero allí vivía un
hombre duro, que no la quería vender en absoluto. Yo les dije a las hermanas:
“Tened fe. Mañana iré a verle y besaré la medalla (milagrosa) de la Virgen y

66
Maasburg Leo, Madre Teresa, Ed. San Paolo, 2010, pp. 76-77.
67
Ib. p. 82.
68
Ib. p. 169.

56
entonces todo será más fácil”. Por la mañana lo hizo así. Al mediodía aquel
señor vino a verme y me dijo: “Quiero vender mi casa y quiero además que sean
ustedes las que la compren”. El precio era exacto al nuestro. Vean, ésta es obra
de la Virgen 69.

- Durante su estancia en Rusia, decidió recibir un niño con grave


discapacidad. Se llamaba Andrés y, según el parte médico, no tenía posibilidades
de sobrevivir. No podía caminar y se arrastraba por el suelo. Al principio
Andrés parecía un niño malo. Las hermanas tuvieron conocimiento de haber
sido maltratado y abandonado por su madre natural. Fue operado y la Madre
Teresa le dio una medalla milagrosa para que la llevara al cuello, diciéndole
que desde ese momento la Virgen María sería su madre. El niño no cesaba de
besar la medalla… Andrés mejoró de tal manera que fue adoptado por una
familia de Novosibirsk y llegó a ser un monaguillo del obispo, y después fue a
estudiar a la universidad 70.

- En 1971 la Madre hizo una visita a Inglaterra para establecer allí el


noviciado. Encontró una casa apropiada por un precio de 9.000 libras
esterlinas, pero ella insistió en que lo máximo que podía pagar era 6.000. Como
solía hacer cuando encontraba una casa apropiada, arrojó una medalla
milagrosa en el jardín de la propiedad y, cuando volvió a visitar la casa, el
agente inmobiliario le dijo que aceptaba las 6.000 libras porque le gustaba la
idea de que la casa se llenara de amor. Recorrió algunas partes de Inglaterra,
hablando de que quería construir un noviciado para sus hermanas y la gente
empezó a darle dinero que echaba en una bolsa que llevaba. Cuando contó el
dinero, comprobó que la suma ascendía a 5.995 libras esterlinas y se pudo
comprar la casa 71.

EL SILLÓN DE LA VIRGEN

La Madre Dufès escribió al Superior general una carta en 1895 en la que


le dice literalmente: He aquí las palabras que ella me dijo. Oí un ruido como el
roce de un vestido de seda, levanté los ojos y vi una Señora que bajaba de
costado de la tribuna, se prosternó ante el sagrario y se sentó en el sillón del
padre Richenet (Director de las hijas de la Caridad) 72.

Sor Emilia Pineau anota: Al sillón donde se sentó la Virgen se le cambió


la tela y se colocó en la sacristía para que se sentaran los sacerdotes. En 1880,
69
Gjergji Lush, La Madre Teresa de Calcuta, Ed. Encuentro, Madrid, 1988, p. 210.
70
Maasburg Leo, o.c., pp. 181-182.
71
Spink Kathryn, Madre Teresa, Ed. Plaza & Janes, Barcelona, 1997, p.136.
72
Proceso, p. 165.

57
con ocasión de celebrar los 50 años de la aparición, se cambió por segunda vez
la tela y se colocó el sillón en 1a capilla y muchas personas que se han sentado
en este sillón, han sido curadas de diversas enfermedades 73.

CUERPO INCORRUPTO

La presencia del cuerpo de Catalina en la casa de Enghien lo consideran


las hermanas como un pararrayos y una protección de Dios por medio de ella. Su
tumba sigue siendo después de tantos años un lugar de peregrinación para
muchas personas que buscan por su intercesión con milagros de curación y
conversión.

Su cuerpo está incorrupto. Sor Dufès refiere: Cuatro meses después de su


muerte, un delegado de la prefectura de policía fue a visitar la bóveda y, al ver
el féretro con su cuerpo que todavía no había sido enterrado, se indignó, pero
casi al momento se calmó y pidió algunos informes sobre la hermana que estaba
en el féretro. Yo quise ver en este cambio súbito la influencia misteriosa de la
sierva de Dios 74.

El miércoles 22 de marzo de 1933 se verificó el reconocimiento oficial del


cuerpo de Catalina Labouré, trasladado a la Casa-Madre de las hijas de la
Caridad desde su sepulcro de la Casa de la Providencia de Reuilly, en donde
había permanecido cincuenta y seis años desde que fue allí sepultado el 3 de
enero de 1877.

El reconocimiento canónico fue presidido por Su Eminencia el cardenal


Verdier, arzobispo de París, en presencia del reverendísimo padre Vicario
General de la Congregación de la Misión, de la Madre Superiora General de las
hijas de la Caridad, de otras autoridades y de un gran número de misioneros, de
hijas de la Caridad y de hermanitas del Seminario.

Abrióse el féretro de plomo que contenía los venerados restos,


apareciendo el cuerpo de sor Catalina todo entero. He aquí las palabras del acta
notarial firmada por los cirujanos: “El cuerpo se halla en perfecto estado,
conservando toda la piel; sus músculos tienen toda su flexibilidad, las vísceras
están íntegras, desecadas, sin que la putrefacción haya invadido ninguna parte
del cadáver”.

73
Proceso, p. 166.
74
Proceso pp. 189-190.

58
Apareció su rostro acentuadamente moreno, mostrando las señales de la
muerte, pero de ningún modo repulsivo; las manos blancas, en las que tenía el
rosario, cubiertas aún de carne, excepto dos dedos algo ennegrecidos; hábito
gris, el collete, el delantal y las medias, intactos, como si se los acabaran de
poner.

Extraídas por los cirujanos las partes destinadas para reliquias, fue
retirado el corazón que apareció íntegro, para la Casa de Reuilly, en la que la
bienaventurada permaneció muchos años de su vida religiosa, y, mientras se
cantaba el “Magnificat”, los médicos envolvieron el cuerpo en un lienzo de
seda, colocándolo en un ataúd tapizado de blanco.

El doctor Robert Didier, dijo con asombro: El color gris-azul de su iris


persiste aún. El cuerpo estaba incorrupto. Hoy, su cuerpo incorrupto, con un
tratamiento de cera en manos y rostro, está en una urna de cristal y se puede
visitar en la capilla de Nuestra Señora de la medalla milagrosa, en la Casa Madre
de las hijas de la Caridad de la calle du Bac de París.

Fue beatificada por el Papa Pío XI el 28 de mayo de 1933, y canonizada


por Pío XII el 27 de julio de 1947. Su fiesta se celebra el 28 de noviembre y la de
la Virgen de la medalla milagrosa el 27 de noviembre cada año.

59
CONCLUSIÓN

Después de haber leído la vida de santa Catalina Labouré y las maravillas


que Dios hizo en su vida a través de las apariciones de la Virgen María y de los
efectos milagrosos realizados en el mundo entero por medio de la medalla
milagrosa, podemos decir que fue escogida por Dios desde toda la eternidad para
traer a la tierra un mensaje de luz y amor. Dios tiene compasión y misericordia
de esta humanidad caída, que a veces se aleja de Él por caminos equivocados.
Pero siempre está dispuesto a perdonar y a mandar a su madre, como tantas veces
lo ha hecho, para darnos esperanza.

Miles y miles fueron las conversiones y curaciones realizados por Dios


por intercesión de la Virgen por medio de la medalla milagrosa. Y, aunque su
director espiritual al principio no le daba importancia, al final obedeció y se
acuñaron millones de medallas, haciendo Dios maravillas memorables.

Fue famosa la conversión de Alfonso de Ratisbona, pero hubo muchas


más dignas de mención. Y, como hemos visto, los efectos de esta medalla no han
desaparecido. Hoy, lo mismo que en el siglo XIX, Dios sigue haciendo milagros.
Por eso, varios santos como la Madre Teresa de Calcuta, san Maximiliano Kolbe,
etc., la han valorado y la han recomendado.

Alegres por estas maravillas que Dios sigue obrando en nuestros días,
pidamos al Señor que aumente nuestra fe para no decir que la medalla o el
escapulario de la Virgen del Carmen son supersticiones, sino objetos de fe a
través de los cuales manifestamos nuestro amor a Dios y a nuestra Madre, al
igual que los esposos llevan su anillo como recuerdo de su matrimonio y
manifestación de su mutuo amor.

Que Dios te bendiga por medio de María; y no te olvides que tienes un


ángel custodio, que siempre te ayuda y te acompaña.

Tu hermano y amigo del Perú.


P. Ángel Peña O.A.R.
Agustino recoleto

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BIBLIOGRAFÍA

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Paris, cuarta edición, 1835; primera edición de 1834.
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Crapez Edmundo, La venerable Catherine Labouré, Ed. Spes, 1947.
Crapez Edmundo, La venerable Catalina Labouré, Barcelona, 1911.
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Ed. Spes, Paris, 1947.
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Processus apostolicus... super virtutibus et miraculis in specie inchoativus et
continuativus (1909-1912).
Procès apostolique pour la beatification de Catherine Labouré (1909-1912).
Procés informatif de beatification de Catherine Labouré (1896-1900).
Richomme Agnes, Sainte Catherine Labouré, Ed. Fleurus, 1971.
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Yver Colette, La vie secrete de Catherine Labouré, Ed. Spes, 1935.

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