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JUEGOS ARDIENTES: UN

MENAGE ROMÁNTICO
TARA CRESCENT
Traducido por
CINTA GARCÍA DE LA ROSA
Copyright © 2019 Tara Crescent
Todos los Derechos Reservados
Traducción del original de Cinta García de la Rosa
http://cintagarcia.com

Ninguna parte de este libro debe ser reproducida de ningún modo, ni por ningún
medio electrónico o mecánico incluyendo sistemas de almacenamiento y
recuperación de la información, sin el permiso por escrito de la autora. La única
excepción es cuando alguien escriba una reseña, ya que podrán citar fragmentos
cortos en sus reseñas.

Este libro es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares, e incidentes
son producto de la imaginación de la autora o han sido usados de modo ficticio.
Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, sucesos, o lugares es
pura coincidencia.
Creado con Vellum
ÍNDICE

Juegos Ardientes
1. Nina
2. Scott
3. Zane
4. Nina
5. Scott
6. Nina
7. Zane
8. Nina
9. Scott
10. Nina
11. Zane
12. Nina
13. Nina
14. Scott
15. Nina
16. Zane
17. Nina
18. Scott
19. Nina
20. Zane
21. Nina
22. Zane
23. Nina
24. Scott
25. Nina
Epílogo
Lean un Fragmento Gratis de Palabras Ardientes
Acerca del Autor
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JUEGOS ARDIENTES

Cinco noches. Sin reglas. Sin límites. Es la hora de los


Juegos Calientes.

Érase una vez, en un tiempo muy lejano, yo me había


enamorado de Scott Leyland y Zane Marshall. Nuestro trío
había sido sexi, caliente, y apasionado. Yo pensaba que
duraría para siempre.

Me equivoqué.

Todo termina.

Ahora Scott y Zane están en New Summit con la intención de


recuperarme, y yo estoy igual de decidida a resistirme. Ya me
enamoré de ellos una vez. No permitiré que vuelva a suceder.

Entonces proponen un desafío, uno cuyo premio es mi


corazón.

Cinco noches con ellos. Cinco noches de placer. Cinco noches


de pecado travieso.
Y al término de esos días, si aún quiero alejarme, ellos no me
detendrán.

Es un reto que pretendo ganar.

Aunque no estoy segura de querer hacerlo.


1

NINA

—¿Q ué es eso que he oído de que el doctor Bollington va


a vender tu edificio? —me pregunta Maggie—. ¿Es
uno más de los chismes de New Summit, o es verdad?
—Es cierto —confirmo tristemente—. Me habló de ello la
semana pasada.
El doctor Bollington, mi cruz, mi casero del infierno, ha
decidido poner en venta el edificio que alberga mi bar, La
Coqueta Alegre. Normalmente me habría puesto a dar
volteretas por la calle ante la idea de tener un nuevo casero,
pero la economía de New Summit está floreciendo y varias
franquicias van husmeando en busca de oportunidades
inmobiliarias de primera. Si le vende el edificio a una de esas
franquicias, no tengo duda de que me desahuciarán.
—Voy a intentar no ponerme nerviosa por ello.
Maggie, Becky, y yo estamos en el China Garden, el
restaurante que Maggie dirige junto con su madre y su
hermano. Las tres hemos adoptado la costumbre de comer
juntas una vez a la semana, normalmente los martes.
Mia y Cassie se unen a nosotras con frecuencia, pero
ambas tenían otros planes hoy. Cassie está pintando el salón
de la casa que sus dos hombres, James y Lucas, están
reformando, y Mia está con sus novios, Ben y Landon, en
Nueva York, en una especie de firma de libros.
Sí, lo han leído bien. Mis dos amigas están en tríos. New
Summit es el paraíso de los ménage à trois. A este paso, toda
la ciudad se verá implicada en relaciones poco
convencionales, y las costuras de las leyes de la realidad se
rasgarán.
No es que yo tenga tiempo de pensar en todo eso. A pesar
de lo que les he dicho a Maggie y a Becky, me he pasado la
semana pasada aterrorizada ante la idea de la inminente
venta. Cuando abrí La Coqueta Alegre quince meses antes, mi
padre me prestó cien mil dólares para que mi negocio
pudiera despegar. Desde entonces le he entregado cada dólar
que gano y que me puedo permitir. Voy bastante adelantada
con la devolución de mi préstamo, pero aún le debo sesenta
mil dólares. Si me veo obligada a reubicar La Coqueta Alegre,
estaré jodida.
—¿El doctor Bollington no acaba de venderles a Ben y a
Landon el edificio de Mia? —pregunta Becky con el ceño
fruncido.
—Sí.— Está helando fuera, y el gran bol de sopa agridulce
calienta mis entrañas mientras la tomo—. Por desgracia, la
tienda de muebles junto a mí acaba de cerrar y no consigue
encontrar otro inquilino para ella. Sin inquilinos…
—Se le está acabando el dinero —Maggie sacude la cabeza
—. Mi madre siempre pensó que Bollington era terrible con
sus finanzas. ¿Encontrará comprador?
Seis meses antes habría estado segura de que el tiempo
jugaba a mi favor, pero New Summit estaba creciendo de un
modo inesperado. Están construyendo una enorme
urbanización en las afueras de la ciudad. Matthew Steadman,
el capataz de la construcción, nos dice que las casas estarán a
la venta en primavera y espera que todas las casas se vendan.
—Mucha gente joven trabaja desde casa actualmente —
me dijo la semana pasada, sonando sorprendentemente
como un agente inmobiliario—, y no pueden permitirse vivir
en Manhattan.
Antes de que Bollington soltara su noticia bomba, yo
estaba bastante encantada con la inyección de gente nueva
en la pequeña ciudad que ha sido mi hogar durante los
últimos veinte meses. Pero ahora la floreciente economía
está en mi contra. Los edificios del centro se han convertido
de repente en productos muy deseados. Starbucks compró un
edificio en la esquina noroeste de Water y Main el año
pasado, y las franquicias están husmeando en busca de
espacio que alquilar.
—Esperemos que no —digo, cruzando los dedos sobre mi
regazo—. Hablemos de otra cosa. Maggie, ¿qué novedades
tienes?
—Mi madre va a comprar una casa —responde.
Agarrando un rollito de primavera, lo moja en un pequeño
recipiente de salsa de ciruela picante que tiene al lado—.
Fuimos a ver la casa piloto de la nueva urbanización ayer.
Levanto una ceja sorprendida.
—¿Vas a mudarte fuera del centro?
Una amplia sonrisa aparece en su rostro.
—Yo no —responde—. Mi madre. Va a vivir sola.
—Vaya —Maggie volvió a mudarse al apartamento de su
madre cuando su padre murió, y lleva viviendo con ella desde
hace tres años. Aunque Maggie nunca se queja, sospecho que
ha sido todo un reto para mi amiga—. ¿Qué lo ha provocado?
Becky suelta una risita.
—¿No lo sabes? —pregunta—. La señora Zhang y Patrick
Fowler fueron vistos paseando por el parque juntos. Fueron
al cine la semana pasada, y el sábado por la noche el Corolla
rojo de la señora Zhang estuvo aparcado en la puerta de la
casa de Lucas y James toda la noche —se sirve arroz frito en
su plato desde la bandeja del centro—. Maggie, has crecido
aquí, así que quizás seas inmune a ello, pero esta ciudad es
tan chismosa que es una locura.
—Dímelo a mí —gruñe Maggie—. Cada vez que voy al
supermercado, la señora Fischer intenta sacarme
información. Incluso tuvo la caradura de preguntarle a
Dominic cómo se sentía ante la idea de que Patrick se uniera
a nuestra familia.
El hermano de Maggie es intensamente celoso de su
intimidad. Tengo que reprimir una risita cuando me imagino
su reacción ante la intromisión de la señora Fischer.
—¿Cuándo se muda?
Todavía queda un rollito de primavera en el plato y nadie
parece quererlo. Becky ha pasado al arroz y Maggie tiene un
rollito a medio comer delante de ella. Ya me he comido tres
de esos deliciosos rollitos y me pregunto en silencio si
parecería muy avariciosa si cojo el último.
—No estoy segura —responde Maggie—. Creo que la
cuadrilla de Matthew aún tiene que terminar los interiores.
Zane pensaba que pasaría un mes antes de que ella pudiera
recibir sus llaves.
«Zane.» Mi corazón deja de latir cuando oigo ese
nombre. «No puede ser.» El Zane que yo conocía era estrella
del rock, no promotor inmobiliario.
Solo que Zane no es un nombre muy común.
—¿Zane? —pregunto, asombrada de que mi tono se
mantenga casual—. ¿Es el de la inmobiliaria?
Maggie niega con la cabeza.
—Es el cantante de un grupo llamado Evolving Whistle —
contesta—. Charlamos un rato mientras nos enseñaba el
lugar. El padre de Zane es el constructor y Zane le está
ayudando, creo, mientras él y su amigo Scott trabajan en su
nuevo álbum —se abanica de un modo exagerado—. Son dos
hombres guapísimos —añade.
Becky deja el solitario rollito de primavera en mi plato
mientras Maggie continúa hablando.
—Estuvieron preguntando por La Coqueta Alegre —dice
—. Creo que podrían tocar en tu noche de micro abierto.
Y con esas palabras, mi apetito desaparece por completo.
En cierta ocasión, yo había estado locamente enamorada
de Zane Marshall y Scott Leyland. Durante año y medio viajé
con su grupo mientras iban de gira por Norteamérica y
Europa. Lo había dejado todo por ellos hasta que me quedó
meridianamente claro que, aunque yo estaba enamorada
hasta las trancas de ellos, mis sentimientos no eran
correspondidos.
Así que un día me marché y, justo como había
sospechado, ellos nunca intentaron averiguar por qué. ¿Por
qué iban a hacerlo? No tenían escasez de mujeres
desesperadas por ocupar mi lugar al lado de las estrellas del
rock que eran tan sexis que debería ser pecado.
Ahora, veinte meses más tarde, están en New Summit.
Mis emociones están patas arriba. Furia y rabia entran en
conflicto con la profunda herida que pensaba que el tiempo
había curado. La semana pasada tuve finalmente una cita por
primera vez desde que dejé a Scott y a Zane. He intentado
olvidarles. He luchado con todas mis fuerzas para tener paz
mental.
Y aquí están para arruinarlo todo. Para destrozar mi
corazón otra vez.
Pero esta vez no se los permitiré.
2

SCOTT

T odo se desmoronó cuando Nina se marchó.


Evolving Whistle era nuestro grupo de garaje. Zane
era el vocalista y a veces tocaba el piano. Yo tocaba la
guitarra principal. Jeremy Knox era el bajo, y Andy Lloyd
tocaba la batería. Éramos cuatro chicos que fuimos al
instituto juntos, nos creíamos músicos, y tocábamos porque
nos gustaba.
Entonces una de nuestras canciones fue seleccionada para
un anuncio televisivo y Evolving Whistle explotó.
Al principio la fama era adictiva. Noche tras noche, las
chicas se nos lanzaban al cuello, todas deseando probar la
polla de una estrella del rock; nosotros éramos jóvenes y
estúpidos, y nos encantaba.
Pero todo se volvió aburrido jodidamente pronto.
Recuerdo la noche en la que decidí que estaba harto.
Algunas chicas habían subido a nuestra suite después del
concierto. Nos arrancamos la ropa, encendimos porros,
abrimos botellas de cerveza. Una fan rubia había estado
frotando su coño contra mi polla cuando mi madre llamó, y
me di cuenta de que me daba vergüenza contestar al
teléfono. Me daba vergüenza ser la persona en la que me
había convertido.
Un par de meses después, Zane y yo conocimos a Nina en
Boston. Habíamos terminado un concierto y estábamos
buscando un sitio donde comer en el North End. Mientras
caminábamos junto a un diminuto bar, vimos a la solitaria
camarera que estaba trabajando en el local, una diminuta
mujer de pelo oscuro con ojos verde botella. Ella levantó la
mirada y nuestros ojos conectaron. Ahí lo supe. Ella era la
elegida.
No había durado. Dieciocho meses más tarde, un día
después de su vigésimo-quinto cumpleaños, hizo las maletas
y nos abandonó.
Durante meses tras la partida de Nina, me dolía respirar.
No conseguía componer nuevas canciones. Me quedaba
mirando mi guitarra y mi estómago se retorcía formando un
nudo. Fue un completo desastre.
Ahora estamos en la ciudad donde Nina vive, y tanto Zane
como yo estamos evitando hablar del tema tabú. Sabemos
que es la dueña de un bar en la ciudad, pero ambos nos
estamos manteniendo alejados de él.
Nina me rompió el corazón cuando se marchó sin hablar
con nosotros, dejando solo una breve nota pedante que no
explicaba nada. No quiero encontrarme con ella y no quiero
recuperarla. Nunca voy a concederle a nadie ese tipo de poder
sobre mi corazón.
3

ZANE

N o estoy en New Summit por Nina. Solo estoy aquí


porque mi padre necesita un favor.
Esto es lo que pasa con mi padre. Es un buen
hombre, pero es un loco adicto al trabajo. Su compañía de
construcción siempre ha sido lo primero en su lista de
prioridades. Eso lo sé. Mi hermana lo sabe, y mi madre
también lo sabe.
Solo que, tras treinta y cuatro años de sentirse como una
segundona, mi madre tuvo suficiente. Hace tres meses que lo
dejó, y esa fue la llamada de atención que mi padre
necesitaba. Fue tras mi madre, le prometió que las cosas
serían diferentes, y desde entonces ha estado
sistemáticamente buscando gente para que se haga cargo de
todos sus proyectos.
—La urbanización está casi acabada —me había dicho
cuando llamó—. Todo lo que tienes que hacer es dirigir el
proceso de ventas.
—En New Summit —había dicho yo secamente. Sí, está
bien. Lo admito. No soy un puto santo, ¿está bien? Busqué a
Nina en Google para ver dónde había acabado viviendo.
—Por favor, Zane —había dicho.
Fue su “por favor” lo que me convenció. Mi padre nunca
me ha pedido nada. No se quejó cuando me marché para
tocar con mi grupo en vez de unirme a su negocio. Se pasa
todo el tiempo trabajando, pero nunca he dudado que me
quiere.
Así que aquí estamos. El momento es bastante
conveniente. Por primera vez en meses no tenemos nada
programado en nuestras agendas. Tras más de cinco años de
estar de gira sin parar y de grabaciones sin fin, finalmente
tenemos tiempo para tomarnos unas vacaciones.
Hay muy poco que hacer en New Summit: no hay
discotecas, ni conciertos clandestinos, nada. El único bar
decente está regentado por mi ex novia. Pensé que echaría de
menos la energía de Manhattan, pero la tranquilidad es
sorprendentemente agradable.
Llaman con fuerza y repetidas veces a la puerta principal.
Frunciendo el ceño ante el ruido, me dirijo a abrirla.
—Si es alguna cría vendiendo galletas de las Girl Scout,
me voy a poner de mal humor —murmuro con pesimismo.
Scott levanta la mirada con una sonrisa.
—No le arranques la cabeza a la niña —aconseja—. Es por
una buena causa. Cómprame un par de cajas de galletas de
menta.
No hay ninguna Girl Scout en la puerta.
Es Nina.
Viste vaqueros y un jersey negro de manga larga. Una
bufanda de lana color verde musgo rodea su cuello. Sus
mejillas están sonrosadas por el frío y sus ojos verdes brillan
de rabia. Y cuando la veo, los dos años desaparecen.
—¿A qué coño estás jugando, Zane? —comienza a decir
con voz baja y peligrosa—. ¿Qué estás haciendo en mi
ciudad?
Por el rabillo del ojo veo que la furgoneta de Matthew
aparca delante de la última casa por terminar.
—¿Te gustaría gritarme en la calle, o prefieres entrar?
Ella ve a Matthew y suelta una maldición por lo bajo.
—Bien.
Me aparta para entrar furiosa en el salón, con una mueca
enfadada en el rostro. Nina es bastante diminuta, pero cada
centímetro de su cuerpo irradia ira.
Han pasado veinte meses desde que se marchó. «Pensaba
que ya la había olvidado,» pero el calor que recorre mi
cuerpo me dice que no soy tan inmune a Nina como me
gustaría ser.
El cuerpo de Scott se queda rígido cuando la ve y sus ojos
se vuelven precavidos.
—Nina —dice—. ¿A qué debemos este placer?
—No —ella sacude la cabeza con vehemencia—. No
vamos a charlar educadamente, Scott. No tienen derecho a
hacer esto. No pueden entrar contoneándose en New
Summit, y no pueden pisotear mi corazón otra vez —respira
hondo y, cuando continúa, la vida ha desaparecido de su voz
—. ¿Por qué están aquí, y cuándo se marchan?
Scott aprieta los labios con rabia.
—Tal vez nos mudemos aquí —responde fríamente—.
Siempre he querido dirigir una sala de conciertos, y he oído
que hay un edificio vacío junto a tu bar —su sonrisa no llega
a sus ojos—. ¿No está tu edificio a la venta? Puede que lo
compre.
El rostro de Nina se queda pálido.
—No lo harías —susurra, con sus manos apretadas
formando puños—. Ni siquiera tú llegarías tan lejos.
Scott se encoge de hombros.
—Ya me conoces, nena —dice sin piedad—. Soy un
cabrón con un puto montón de dinero.
Debería ponerle punto y final a esa conversación. Scott no
tiene intención de quedarse en New Summit. Solo está
atacando desde el centro de su dolor. Solo que yo no quiero
ser el pacificador y no quiero aliviar sus miedos. «Pensaba
que ya la había olvidado,» pero la rabia en mi corazón hace
que me dé cuenta de que me estaba mintiendo a mí mismo.
—¿Por qué estás actuando como si tú fueras la parte
agraviada, Nina? —la miro enarcando una ceja—. Estuvimos
juntos durante dieciocho meses, pero ni siquiera pudiste
despedirte en persona. Ni siquiera un aviso. Solo te
marchaste una noche mientras estábamos en el escenario…
¿y eres tú quien está enfadada con nosotros?
Mi voz comienza a subir. Respiro hondo y me obligo a
calmarme.
Nina suelta una risa aguda y de incredulidad.
—Vaya revisión de la historia tan fantástica, Zane —
suelta ella—. ¿Vas a quedarte ahí fingiendo que no te lo viste
venir? Durante dieciocho meses yo fui el segundo plato. El
grupo siempre iba primero. Se te ha olvidado de un modo
muy conveniente lo descolocada que me sentía, ¿verdad? Yo
seguía diciéndoles que no quería vivir en la carretera, y
seguían ignorándome para poner toda su concentración en el
siguiente concierto. ¿Se suponía que tenía que seguirles
como un perrito toda la vida?
—Yo tenía que concentrarme en el siguiente concierto —
le rujo, herido en lo más profundo ante la noción de que ella
piensa que era secundaria al grupo—. ¿Te crees que a mí me
gustaba estar en la carretera? ¿Piensas que yo disfrutaba de
los asquerosos moteles, los bares llenos de humo, la fatiga
constante? Lo estaba haciendo para asegurar nuestro futuro.
—Nuestro futuro —ella sacude la cabeza con expresión
resignada—. Estaban tan ocupados pensando en el futuro
que se les olvidó el presente. No me dejaron otra opción.
Tú no nos diste otra alternativa.
Inhalo con fuerza. Durante treinta y cuatro años, mi
madre esperó a que su marido se diera cuenta de lo que era
importante, y él nunca lo había hecho. Yo soy igual de
estúpido. Mi cuerpo se rebeló cuando Nina se marchó y perdí
mi voz durante una semana; aún así no lo comprendí, pero
ahora que ella está aquí, lo entiendo.
Ella se mete las manos en los bolsillos.
—Todo el mundo tiene un precio —dice, su mirada
pasando de mí a Scott—. ¿Cuál es el suyo?
—Quieres que nos vayamos.
—Sí.
No hay vacilación en su voz y una parte de mi corazón se
hace pedazos, pero al mismo tiempo la determinación
endereza mi espalda. «Pensaba que la había olvidado,» pero
no. Voy a luchar por ella.
—Nos marcharemos —respondo—. Con una condición.
—¿Qué quieren?
—Que juegues a un juego con nosotros.
Su cuerpo se pone tenso. Le habíamos dicho eso mismo la
noche en que la conocimos, y sus ojos habían brillado de
anticipación y deseo; «pero eso fue entonces y esto es
ahora.» Ella recuerda la frase porque responde usando las
mismas palabras que había pronunciado hacía más de tres
años.
—¿Cuáles son las reglas? —susurra.
—Eres nuestra durante cinco noches, desde las seis de la
tarde hasta las seis de la mañana. Sin restricciones. Sin
reprimirse.
—¿Esto va de sexo? —pone los ojos en blanco, con un
asco claramente visible en su rostro—. Por supuesto que sí.
Su suposición me deja sin aliento. Sacudo la cabeza,
sintiendo una profunda sensación de pérdida al darme
cuenta de lo poco que ella creía que nos importaba.
Junto a mí, Scott se ríe sin ganas.
—El sexo nunca fue el problema entre nosotros, Neen —
dice con sequedad—. Puedo entrar en tu bar y, en menos de
diez minutos, puedo encontrar a alguien que quiera
acostarse conmigo. Nuestra vida sexual fue jodidamente
buena, pero eso no era por lo que estábamos juntos.
Ella abre la boca para decir algo, pero Scott levanta una
mano para detenerla.
—Si ganas el juego —dice él—, puedes pedirnos lo que
quieras, y si entra en nuestras posibilidades concedértelo, lo
haremos.
—¿Se irán de la ciudad si hago lo que ustedes quieran
durante cinco noches?
—Sí —intervengo con voz dura.
Ella me mira a los ojos.
—Bien, Zane —dice—. Jugaré su juego. Venga.
4

NINA

—Q ue juegues a un juego con nosotros.


Zane dice esas palabras y el presente
se disuelve. Estoy en Boston de nuevo,
viendo a Zane Marshall y a Scott Leyland
por primera vez.
Es tarde y el bar en el que trabajo está muerto. Es otra
noche terrible para las propinas y no estoy segura de cómo
voy a pagar el alquiler este mes, pero me siento demasiado
paralizada como para que me importe. Tengo veintitrés años
y estoy acostumbrada a luchar por sobrevivir.
Casi es la hora de cerrar cuando siento el peso de una
mirada sobre mí. Levantando la vista, veo a Zane y a Scott
por primera vez. Dos hombres altos, ambos con pelo oscuro,
uno con barba y el otro bien afeitado, y los dos me están
mirando como si yo fuera una golosina deliciosa y no
hubieran comido durante días.
Trabajo en un bar. Estoy acostumbrada a que me coman
con los ojos; me he acostumbrado por cansancio a que los
hombres me desnuden con los ojos. Esta vez no me siento
asqueada.
Me siento intrigada.
Entran y toman asiento en la barra. Comenzamos a
charlar, pero no recuerdo ni una palabra de la conversación.
No, el recuerdo que se me ha quedado clavado es el modo en
que me sentía. Viva y chispeante, con cada nervio de mi
cuerpo alerta, esperando a que dieran el primer paso.
Entonces Scott sugiere que cierre el bar y bajemos las
persianas sobre las ventanas.
—Nina —dice con voz inesperadamente seria—. Juega a
un juego con nosotros.
—¿Cuáles son las reglas? —pregunto. Llegados a ese
punto, está claro que ambos están interesados en mí y que,
de algún modo, en su mundo eso no es un problema. Parte de
mí está asombrada por ello, pero una parte más profunda y
salvaje de mí está excitada. La idea de que los dos me
compartan es de lo más ardiente.
—¿Reglas? —los labios de Zane forman una sonrisa—. La
primera regla, Nina, es que nosotros creamos nuestras
propias reglas.
Mi garganta se seca, le doy la vuelta al letrero de la puerta
para que diga “Cerrado” con velocidad indecente. Bajo las
persianas y vuelvo con ellos, añadiendo un contoneo a mis
caderas.
—¿Y la segunda regla? —le doy pie.
Los ojos azul cielo de Scott se entretienen en mi rostro. Su
expresión es intensa, incluso débilmente atribulada.
—Durante el juego —dice—, todo el mundo dice la
verdad.
Mi corazón da un vuelco al oír eso.
—Es un juego de gran riesgo —respondo. Estoy
intentando sonar frívola, pero mi voz sale temblorosa—. La
verdad es algo peligroso.
—Es un juego de gran riesgo —concuerda Scott—. Del
único tipo que merece la pena jugar. ¿Estás interesada?
Dejo de lado toda precaución.
—Sí.
—Bien —sus ojos se llenan de ardor—. Quítate las bragas,
cariño, y dámelas.
Los miro con los ojos como platos. Tengo veintitrés años y
no soy virgen, pero aún así me quedo asombrada por sus
palabras. Comparándome a ellos, me siento muy protegida e
inexperta.
—¿Aquí?
Como respuesta, Zane alarga su mano.
Mi cuerpo se acalora.
—Acabo de conocerlos.
Los ojos de Scott se clavan en mí.
—Recuerda la segunda regla, Nina —dice—. Nada de
mentiras. ¿Quieres tener sexo con nosotros esta noche, Nina,
o quieres que nos vayamos?
Dicen que nada de mentiras, como si fuera fácil, como si
no necesitara mantenerme dentro de mi duro y frívolo
caparazón para protegerme. Nada de mentiras, dicen,
mirándome con calor primitivo y desnudo, haciéndome
olvidar todas las razones por las que eso es una mala idea.
Con las manos temblorosas me quito las bragas por
debajo de mi falda. Siento la cara ardiendo, mis pechos
pesados, y un deseo líquido llena mi núcleo.
—Buena chica —dice Zane con aprobación. Se mete el
trozo de tela en el bolsillo y mis mejillas se ruborizan. Acabo
de darle mi ropa interior a un completo extraño. Soy una
chica mala, mala.
—Esto no parece justo —la voz de Scott suena seria, pero
sus ojos brillan de diversión—. ¿Zane recibe un regalo y yo
no?
Mis labios tiemblan por voluntad propia.
—Tienes razón —digo solemnemente—. ¿Vas a pelearte
con él por mis bragas?
Él se ríe.
—Tengo una idea mejor —responde—. Quítate el
sujetador, cielo.
Parte de mí se pregunta si usan los términos afectivos
como cielo y cariño solo porque no recuerdan mi nombre.
«Por supuesto que es por eso, Nina,» me digo bruscamente.
Son músicos de un grupo. Incluso yo he oído hablar de
Evolving Whistle. Una de las tres chicas con las que vivo en
mi estudio de Jamaica Plain pone sus discos todo el tiempo.
Deben de tener miles de mujeres lanzándose sobre ellos.
«¿Qué esperabas?»
—Nina —Scott levanta una ceja—. ¿Voy a tener que
repetirlo?
Está bien, puede que conozcan mi nombre después de
todo.
—Lo siento —le digo a Scott, mi rostro se abre en una
sonrisa. Echo las manos hacia atrás y desabrocho mi
sujetador, luego bajo las tirantas y me lo saco a través de mi
camiseta.
Los labios de Scott se curvan ante mi modestia.
—Sabes que tu camiseta tendrá que desaparecer en algún
momento de esta noche, ¿verdad?
Pues claro. No soy una auténtica idiota.
—Estoy siguiendo las instrucciones —respondo con
descaro—. Pediste mi sujetador, así que me lo he quitado y te
lo he dado.
—Ah, ¿así es como estamos jugando entonces? —Zane se
acerca más a mí, como un depredador tras su presa. Mis
pezones se hinchan hasta parecer duros guijarros,
empujando contra mi camiseta rosa chillón—. Dime, Nina,
¿vas a obedecer todas nuestras órdenes?
Respondo a su pregunta con otra de mi cosecha.
—¿Siempre son tan mandones?
Scott me examina de pies a cabeza, su mirada acaricia
despacio todo mi cuerpo, haciendo que me sienta necesitada,
erizada, y excitada.
—¿Eso te molesta? —pregunta, con sus ojos clavados en
los míos.
Zane se sitúa detrás de mí y me rodea la cintura con sus
brazos, tirando de mi espalda contra su duro pecho. Mi pulso
se acelera y una oleada fresca de calor llena mi centro.
—Recuerda la segunda regla —susurra en mi oído.
—La segunda regla parece diseñada para avergonzarme
—susurro con voz mohína—. No creo que me guste.
Se ríen suavemente.
—Dinos, Nina —insiste Scott—. ¿Te molesta que seamos
mandones?
Oh demonios. De perdidos al río.
—No —susurro—. Creo que debería molestarme, pero no
es así.
—La regla número uno, cariño, es que nosotros ponemos
las reglas —dice Scott—. Solo nosotros tres. No hay
“deberías” en esta sala. El mundo no puede opinar sobre
nuestras vidas personales.
«Tal vez no si eres una estrella del rock.» Por una noche
quiero vivir la vida en su mundo, un mundo en el que no
permiten que las opiniones de los demás influyan en lo que
hacen.
Zane da un paso atrás, y otro más, tirando de mí con él.
Me presiona contra la pared trasera del bar.
—¿Qué deberíamos hacer contigo, Nina? —pregunta con
voz contemplativa.
Scott se mete detrás de la barra y siento una puñalada de
alarma.
—Oye —le digo—, si te bebes el alcohol me meterás en un
lío. Mi jefe me lo descontará de mi nómina.
Él pone los ojos en blanco.
—No quiero beberme tu alcohol, cielo —responde—.
Quiero darme un festín con tu cuerpo.
Coge algo del bar, pero no consigo ver qué es. Zane, por
otro lado, parece saber exactamente qué está pasando.
—Buena idea —dice con aprobación—. Dame uno, ¿está
bien?
Es un cubito de hielo. Bueno, dos cubitos de hielo. Zane
sostiene uno en su mano, igual que Scott. Mis ojos deben
haberse puesto redondos por la sorpresa, porque Scott parece
divertido.
—No tienes ni idea de lo que vamos a hacer con estos
cubitos, ¿verdad?
Se me ocurren un par de ideas, pero estoy segura de que
van a encontrar modos de ampliar mi educación.
—En realidad no —admito.
—Vamos a corromperte, cariño —dice Zane entre dientes
—. De todas las maneras. Dime la verdad, Nina. ¿Quieres
salir corriendo?
Joder, sí. Pero no, y mi necesidad es más fuerte que mis
nervios.
—No —levanto la barbilla y los miro fijamente a los ojos
—. Quiero jugar.

E SE DÍA HICIERON que me corriera. Zane se había arrodillado


delante de mí y había hecho subir el cubito de hielo por mis
piernas, y por todas partes que el frío me tocaba, su cálida
boca se posaba después. El cubito se había acercado más y
más a mi vagina, y mientras Zane me tentaba, la boca de
Scott se cerró sobre la mía en un intenso beso que me hizo
arder, poseyéndome y envolviéndome.
Después, mientras mis músculos seguían
estremeciéndose por la intensidad del orgasmo que la
talentosa boca de Zane había provocado, Scott había alargado
una mano hacia mí.
—No vamos a follarte en este bar, Nina —había dicho—.
Por muy tentador que me resulte inclinarte sobre esta barra y
hundir mi polla en tu suave coño, no voy a hacerlo. Quiero
hacerlo bien. ¿Vendrás a nuestro hotel?
Asumámoslo. Nunca he podido decirles que no a Zane y
Scott.

M E PASO el resto del día con el piloto automático puesto.


Trabajo tras la barra de La Coqueta Alegre el martes por la
noche, y mi pulso se acelera cada vez que un hombre con
cabello oscuro entra. Cuento mis ganancias al final de la
noche, y luego limpio los mostradores y me aseguro de que la
barra está de un limpio inmaculado. Saco la basura al
contenedor en la parte de atrás del edificio,
estremeciéndome por el aire frío, luego me dirijo a casa.
«Estás loca, Nina,» me digo mientras me cepillo los
dientes. «Deberías haber visto que iban de farol. Scott no va
a comprar tu edificio. Solo estaba intentando sacarte de tus
casillas.»
Pero no puedo arriesgarme. Si se quedan en New Summit,
tendré que marcharme. Sin importar lo mordaz que llegue a
ser mi padre acerca de mi incapacidad por cumplir mis
compromisos, no puedo quedarme. No puedo trabajar en el
bar y verlos marcharse con mujeres con las que liguen en La
Coqueta Alegre. No soy tan fuerte.
Los primeros meses con Zane y Scott habían sido geniales.
Había viajado con ellos. Entre sus brazos me había sentido a
salvo y, por primera vez desde que mi madre muriera y mi
padre se volviera a casar, sentí la sensación de pertenecer a
algún sitio.
Pero tras el primer año no podía ignorar el hecho de que
yo no era nada más que la novia de Zane y Scott. Ellos
estaban viviendo sus sueños, pero a mí se me había olvidado
lo que era tener objetivos propios. Iba vagando de ciudad en
ciudad con ellos, y me juzgaba a mí misma por mi falta de
ambición.
Un par de veces, intenté hablar con ellos sin entusiasmo
sobre el futuro, pero la conversación nunca llegó a nada.
Zane quería protegerme y cuidarme, y Scott se negaba a
mantener conversaciones emocionales. Yo sabía que ellos me
querían a su manera, pero no era suficiente.
Ahora han vuelto a New Summit y yo he accedido a pasar
cinco noches con ellos.
Doy vueltas en la cama. Me quedo despierta durante
muchísimo rato, pero me quedo dormida por fin. En mis
sueños, voy huyendo de una amenaza oscura y amenazante,
pero no importa cuanto me esfuerce, no puedo escapar.
5

SCOTT

U na vez Nina se marcha, miro a mi amigo.


—¿De qué demonios iba todo eso, Zane?
Él levanta la barbilla.
—Me di cuenta de algo mientras Nina estaba aquí —dice
—. Quiero recuperarla.
—¿Qué carajos?
¿De dónde ha salido esa idea? Claro que la idea de volver
con Nina es atrayente. Los dieciocho meses que estuvimos
juntos fueron los mejores meses de mi vida, pero Zane está
loco si piensa que tenemos la más mínima oportunidad con
Nina. ¿Es que no ha visto lo mucho que parece odiarnos?
—Ella tiene razón, ¿sabes? —Zane se sienta en el sofá y
mira fijamente la chimenea con la mirada vacía—. No la
valoramos. Todo giraba en torno a Evolving Whistle. A la
siguiente gira. El siguiente disco. Cualquier estupidez que
Chris quisiera que hiciéramos. Durante dieciocho meses, ella
puso su vida en pausa y nos siguió por todas partes. ¿Y qué le
dimos nosotros?
Suspiro con fuerza. Chris Muller, el mánager de nuestro
grupo, nos hacía firmar agobiante gira tras agobiante gira,
llevándonos al agotamiento. Cada noche llegábamos
tambaleándonos a nuestras habitaciones, totalmente
desprovistos de energía, y lo único que hacía nuestras vidas
soportables era el saber que Nina estaría allí, con su cuerpo
suave y cálido, su brillante sonrisa, sus ojos verdes brillando
de deseo mientras alargaba los brazos hacia nosotros…
—No le dimos nada, Zane —respondo enfadado—. Lo
entiendo, ¿está bien? No soy idiota. Pero eso no cambia nada
—por mucho que quiera, no puedo retroceder en el tiempo y
arreglar lo que hicimos—. No somos quienes para jugar con
ella. No debería haberle dicho que estaba planeando comprar
su edificio, y tú no deberías haber sugerido este juego loco.
Tuvimos nuestra oportunidad con Nina y la jodimos.
Zane levanta la mano.
—Escúchame —dice—. Nina parece odiarnos, ¿cierto?
Se me cierra la garganta y asiento sin palabras.
—¿Qué es lo contrario al odio? —continúa.
¿Es este el momento para que Zane sea tan críptico?
—Lo contrario al odio es la indiferencia.
—Exacto.
De repente lo comprendo.
—Crees que todavía le importamos.
No sé si soy optimista o si estoy alucinando a lo bestia,
pero cuando pienso en recuperarla mi corazón golpetea mi
pecho y la esperanza llena mis pulmones.
—¿Quieres recuperarla, Scott? —Zane me lanza una
mirada seria—. No estoy haciendo esto por sexo.
No, por supuesto que no. Lo que sentíamos por Nina era
mucho más que atracción sexual. Teníamos una intimidad
que la gente no consigue encontrar en toda una vida. Lo que
teníamos era real.
—Sí —en el momento en que digo esas palabras en voz
alta, se me quita un peso de encima—. La verdad es que sí.
Solo hay un problema. Tenemos solo cinco noches para
hacer que esto suceda.
6

NINA

M
noches.
e paso la mayor parte del miércoles por la mañana
esperando a que suene el teléfono. Scott y Zane no
me dijeron cuando sería la primera de nuestras

—Tendremos que prepararlo todo —había dicho Zane con


irritante ambigüedad cuando pregunté—. Nosotros te
llamaremos.
—No puedo dejarlo todo para estar a su entera
disposición —había replicado yo. Pero eso no es cierto.
Cuanto antes comience este estúpido juego, antes terminará.
No voy a estar tranquila hasta que sepa que Scott y Zane
están de vuelta y a salvo en Nueva York.
A las cuatro de la tarde me dirijo al bar. Lucas y James,
mis dos camareros, tenían que abrir La Coqueta Alegre y,
claro, los encuentro tras la barra.
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunta James tan pronto
como me ve.
Lucas frunce el ceño.
—Tienes un aspecto horrible, Nina —dice con franqueza.
—No podía dormir —admito—. Iba a volverme loca de
atar en mi apartamento, así que pensé que bien podría bajar
y ayudar —paso la mirada por el bar casi vacío—. No es que
necesiten ayuda en este momento.
—Se llenará pronto —responde James—. Lucas acaba de
comprobar el sonido para la Noche de Micro Abierto.
Estamos listos.
—Está bien. Iré a ver cómo les va a Sophia y a Reagan en
la parte de atrás —respondo. Ya es casi la hora feliz y la
cocina va a estar llena de pedidos pronto.
James se aclara la garganta e intercambia una mirada con
Lucas.
—Antes de que te vayas, Nina, ¿podemos preguntarte
algo?
Mi primer pensamiento va hacia La Coqueta Alegre.
—No me digan que dimiten —digo con la boca seca. No es
fácil encontrar buenos empleados, y James y Lucas son los
mejores—. Sé que van a abrir un par de bares, y estoy segura
de que están husmeando, pero no quiero perderlos.
Aumentaré sus horas, pagaré más, lo que sea.
Lucas suelta una risotada.
—Nina —dice suavemente—, por supuesto que no vamos
a dimitir. Nos diste trabajo cuando lo necesitábamos con
desesperación. No te dejaríamos en la estacada. No, esto es
personal —saca una pequeña caja de una joyería de su
bolsillo—. Estamos pensando en pedirle a Cassie que se case
con nosotros —dice—. A ver, sé que no será ni legal ni
oficial, pero pensé que podríamos hacer una pequeña
ceremonia.
—Oh, Dios mío —chillo bien fuerte—. Es una idea genial.
Dejen que vea el anillo.
Lucas me lanza la caja y la abro. El anillo es precioso. Tres
diamantes están alojados en un triángulo, y la forma
recuerda a un trébol.
—Cassie va a ser muy feliz —les digo, tragándome el
nudo en mi garganta. «No siento celos de Cassie,» insisto.
«No me estoy imaginando a Zane y a Scott pidiéndome que
me case con ellos.»
—Lo será, ¿verdad? —James se pasa la mano por el pelo
—. A ver, nuestra relación no es exactamente tradicional.
Esto no va a recordarle lo mucho que se está perdiendo, ¿no
crees?
—Idiotas —les digo con cariño—. Cassie los quiere a los
dos. Va a estar emocionada —les doy un abrazo.
Justo entonces suena una incisiva tos detrás de mí.
—Si estamos interrumpiendo algo —dice Scott con voz
helada—, entonces podemos volver en otro momento.
Por supuesto.
7

ZANE

S iento como si alguien me hubiera dado una patada en


el estómago cuando Scott y yo entramos en La Coqueta
Alegre, y veo a Nina abrazando a dos chicos.
Se libera de su abrazo y me mira con rabia.
—Hola, Zane —dice, su voz igual de fría que la mía—. Y
Scott. Vaya un placer inesperado —nos mira como si
acabáramos de salir de debajo de una piedra, y entonces hace
las presentaciones—. James y Lucas, les presento a Scott y a
Zane. James y Lucas trabajan en el bar. Scott y Zane ya se
marchaban.
El peso en mi pecho se aligera.
—No, no nos vamos —le digo con una sonrisa, señalando
la funda de la guitarra en la mano de Scott—. He oído que es
Noche de Micro Abierto.
—Está bien —dice con dulzura—. Los llevaré a una mesa
—agarrando un par de menús del bar, nos lleva a una mesa
junto a la ventana—. James se pasará por aquí dentro de un
minuto para tomar nota de sus bebidas —dice—. Tenemos
hora feliz desde las cuatro y media hasta las seis. Toda
nuestra cerveza de barril cuesta cuatro dólares la pinta, y los
aperitivos están a mitad de precio. ¿Alguna pregunta?
Ella pronuncia cada palabra mordiéndola entre dientes,
mirándonos con rabia y dolor en sus ojos, y el
arrepentimiento me domina. Me siento como un cabrón.
—Nina —digo calladamente, cubriendo su mano con la
mía para llamar su atención—. Lo siento.
Ella se queda paralizada.
—¿Por qué? —susurra.
Me arrepiento de tantas cosas. Siento cómo todo acabo
entre nosotros. Siento haber estado tan implicado en
Evolving Whistle hasta el punto de no decirle lo mucho que
me importaba. Cada minuto de cada día que pasé con Nina,
yo debería haberla adorado y no lo hice.
—Siento haber supuesto que estabas saliendo con esos
chicos —mis labios se curvan—. Fue estúpido por mi parte.
Accediste a jugar a un juego ayer, y no lo habrías hecho si
estuvieras con alguien.
Ella me dedica una larga mirada con expresión
impenetrable.
—Gracias —dice finalmente—. Tienes razón. Ahora
mismo no estoy saliendo con nadie.
—Nosotros tampoco —digo calladamente.
Ella nos lanza una medio sonrisa.
—Lo sé —dice—. Cuando salíamos, las mujeres seguían
lanzándose a sus pies, pero eso nunca me preocupó. Confío
en ustedes. No son de los que ponen los cuernos. Si
estuvieran con alguien, nunca habrían sugerido el juego.
No estamos jugando, Neen. Contigo nunca ha sido un
juego.

J AMES SE ACERCA al cabo de unos minutos para tomar nota de


nuestras bebidas, y pedimos una pinta para cada uno de la
cerveza local.
—Están en un grupo, ¿verdad? —me pregunta—.
¿Evolving Whistle?
Hemos tenido mucho éxito este último par de años, tanto
como para que nos reconozcan ocasionalmente los extraños
por la calle. Nuestro mánager Chris está encantado por
nuestra fama, pero tanto Scott como yo encontramos la
atención desconcertante.
—Sí —admito—. ¿Nos has visto tocar?
—Sí, tocaron en un concierto en Brooklyn hace tres
meses.
—En el Way Station —recuerda Scott.
James asiente.
—Sí, fue ese el local. ¿Van a tocar esta noche? Hacemos
actuaciones de diez minutos, pero si se quedan hasta el final
pueden volver a tocar si quieren —nos dedica una mirada
directa—. A menos que Nina quiera que se vayan.
—Creo que se nos permite quedarnos por el momento.
—Hmm —su mirada permanece en nosotros—. ¿De qué
conocen a Nina?
—Solíamos salir —dice Scott.
James asiente de modo sombrío.
—Permítanme que sea directo, caballeros —dice—. Me
gusta Nina. Es una buena jefa y es una buena persona. Si le
causan algún problema, los echaré de aquí a patadas.
No consigo decidir si debería sentirme irritado porque
este tipo nos está amenazando con echarnos, o alegrarme
porque Nina tiene gente en su vida que la cuida. Me decanto
por contento.
—Me parece justo —digo llanamente—. Y sí, nos gustaría
tocar unos temas.
8

NINA

U n poco después de las seis, James sube al


improvisado escenario que hemos instalado contra la
pared trasera de La Coqueta Alegre.
—Damas y caballeros —dice, dándole unos golpecitos al
micrófono para llamar la atención de todo el mundo—.
Bienvenidos a la Noche de Micro Abierto de La Coqueta
Alegre. Tenemos mucha gente en nuestra lista hoy, así que
les recuerdo rápidamente que mantengan su actuación
dentro de los diez minutos o menos. Sin más dilación,
démosle un cálido aplauso a nuestra primera artista: Sandra
Jones.
Normalmente no me quedo los miércoles. Es duro para mí
verme rodeada de músicos, pero hoy escucho las actuaciones.
Bueno. ¿A quién quiero engañar? Quiero oír a Zane y a Scott.
El bar está abarrotado hasta los topes para cuando Zane y
Scott suben al escenario. Como he hecho innumerables
veces, los veo transformarse en estrellas del rock tan pronto
como se sitúan frente al público. En persona, ambos hombres
son bastante introvertidos, pero cuando se levantan para
actuar, cambian.
—Hola a todos —dice Zane en el micrófono, mirando en
torno a la sala con una sonrisa pícara—. Soy Zane Marshall y
este es Scott Leyland. Estamos en New Summit trabajando en
nuestro próximo álbum, y vamos a tocar un par de las nuevas
canciones para ustedes.
Ti any Slater está entre el público con el teléfono en alto.
Probablemente lo está grabando, y yo estoy segura de que el
improvisado espectáculo de Scott y Zane acabará en YouTube
antes de que acabe el día. «Buena publicidad,» pienso con
acritud. Chris Muller, el mánager de Evolving Whistle,
aprobará sin duda ese movimiento.
Entonces empiezan a tocar y no puedo seguir pensando.
Nunca te dije lo mucho que me importaba,
Pensaba que lo sabías.
Cuando me deslizaba dentro de ti, me sentía en casa,
Pensaba que lo sabías.

C UANDO ME SONREÍAS , mi corazón se calentaba,


Cuando llorabas, mi mundo se desmoronaba,
Eras mi cielo y mi sol. Tú eras la luna y las estrellas…
Pensaba que lo sabías.

NO ESPERABA ENAMORARME ,
No sabía qué era el amor.
Me acurrucó como una cálida manta,
Pero tenía miedo…
Pensaba que lo sabías.

TE ADORABA ,pero te marchaste,


Pensaba que el amor era suficiente, pero no lo era,
Eras mi cielo y mi sol. Lo eras todo…
Pensaba que lo sabías.
No puedo respirar. La sala da vueltas a mi alrededor y
todo mi cuerpo tiembla. No puedo soportarlo. «No me digan
qué es el amor,» quiero gritarles. «No intentaron
detenerme. No intentaron encontrarme. Eligieron su música
sobre mí.»
La bandeja que llevo traquetea y se derrama cerveza por
los bordes de las pintas. La dejo cuidadosamente sobre el
borde de la barra antes de que se me resbale de las manos.
—¿Puedes llevar esto a la mesa tres? —le digo a Lucas sin
mirarle a los ojos, sabiendo que voy a encontrar
preocupación ahí, sabiendo que estoy a punto de un colapso
nervioso.
Y huyo.

E L MENSAJE de texto llega más tarde esa noche desde el


teléfono de Zane.
“Mañana por la noche”, dice. “A las seis. No llegues
tarde”.
Comienza el juego.
9

SCOTT

E l timbre de la puerta suena poco después de las diez


de la mañana siguiente. Nina, pienso, con mi corazón
acelerándose, pero es nuestro mánager Chris.
Maravilloso.
—¿Qué estás haciendo aquí?
No me molesto en ocultar la hostilidad en mi voz. El
mánager de nuestro grupo y yo nos detestamos. Chris tiene
la mala costumbre de hacer lo que le dé la gana que crea que
es bueno para Evolving Whistle, sin considerar el precio que
nosotros tengamos que pagar. Es implacablemente
ambicioso, y no le importa una mierda que nos quememos a
largo plazo siempre y cuando ganemos mucho dinero para él
a corto plazo.
Por desgracia, es el primo de Andy. Por mucho que Zane y
yo queramos despedirle, no queremos enemistarnos con
nuestro baterista. Andy es un buen hombre.
—Vi su actuación de anoche en un bar local —me aparta
para pasar al salón, donde Zane está bebiendo una taza de
café—. Buen trabajo, chicos. El video está recibiendo
montones de “me gusta” y está siendo muy compartido.
Zane le mira con el ceño fruncido.
—¿Qué quieres, Chris?
Se sienta en el sofá.
—He firmado una gira de tres meses por Asia para el mes
que viene —dice—. Nos dará la oportunidad de ir a algún
lugar cálido durante el invierno.
—No estoy interesado —dice Zane de inmediato—. Como
ya te he dicho repetidas veces, no estoy preparado para
volver a irme de gira hasta el otoño. Y tal vez ni siquiera
entonces.
—Chicos, esta mierda ya está firmada.
Típico del puto Chris Muller. Decimos que no a algo y él va
y lo hace de todos modos, y entonces nosotros tenemos que
lidiar con las consecuencias.
Pero esta vez no voy a permitir que suceda. Ayer me di
cuenta de que quiero recuperar a Nina, y si queremos tener
alguna esperanza de conseguirlo, necesitamos demostrarle
que la ponemos a ella antes que nada más.
—No me importa —le digo a Chris llanamente—.
Dejamos claro que necesitamos un descanso. Te dijimos que
no íbamos a ir de gira, y tú lo hiciste de todos modos a
nuestras espaldas. Lo siento, Chris, no vamos a rescatarte
esta vez. Llama a las salas de conciertos y cancélalo.
Me mira con rabia, una fea expresión en su rostro.
—Para ti es fácil decirlo —ruge—. Tu padre te dejó una
burrada de dinero, pero eso no es cierto para Zane, o Andy, o
Jeremy. Tal vez deberías pensar en ellos.
Zane levanta una ceja.
—Scott no necesita pensar por mí —responde con voz
dura—. Soy totalmente capaz de pensar por mí mismo. El
dinero no es lo más importante del mundo, Chris. Estoy tan
quemado que, durante más de un mes, he tenido que
obligarme a cantar. Estás agarrando algo que amo y lo estás
pervirtiendo hasta convertirlo en algo que temo, y no voy a
seguir soportándolo.
Chris se pone de pie.
—Se trata de Nina, ¿cierto? —suelta—. Oh sí, no soy
tonto. Conozco la auténtica razón por la que están en esta
ciudad, y no es porque necesiten tiempo libre o vender casas
para la empresa de tu padre. Se trata de esa nenita suya.
Desde que la conocieron, el grupo empezó a importarles una
mierda.
La absoluta injusticia del comentario de Chris me deja sin
respiración. No a Zane. Se pone de pie con su rostro crispado
por la rabia.
—Márchate —dice—. Antes de que me olvide de mis
modales y haga algo que pueda lamentar. Y Chris… no nos
llames. Nosotros te llamaremos.
10
NINA

M e presento en casa de Zane y Scott a las seis en


punto el jueves por la tarde. He pasado otra noche
sin dormir, y siento los ojos rasposos por la falta de
sueño, pero mi corazón está endurecido. No sé a lo que están
jugando con las disculpas y las canciones de amor, pero no
me interesa averiguarlo.
Cinco noches. Solo tengo que sobrevivir a ellas y se
marcharán de mi vida para siempre.
«Esto solo es sexo, Nina. Siempre te lo has pasado bien
en la cama con ellos. Encierra tus emociones y estarás bien.»
Scott abre la puerta. Lleva puesto un traje que
probablemente cuesta tanto como el alquiler que le pago al
doctor Bollington cada mes, y debajo lleva una camisa
blanca. Sin corbata.
—Hola Neen —dice fácilmente—. Pasa.
—¿Debería haberme arreglado más?
Yo había supuesto que solo íbamos a liarnos en el
dormitorio de arriba, pero a menos que Scott se ponga traje
para darle al tema, los he entendido mal.
Sus ojos me recorren, observando mis vaqueros oscuros y
mi sudadera roja con capucha.
—Estás bien así —una sonrisa tira de sus labios—. Te
pareces a Caperucita Roja.
En mi rostro aparece una sonrisa como respuesta, por
mucho que intento contenerla.
—¿Te convierte eso en el lobo malo?
Él se ríe.
—Por lo que recuerdo, el lobo malo estaba muy interesado
en comer con la Caperucita.
—Creo que estaba interesado en comérsela, Scott, no en
comer con ella.
—Semántica —dice con una sonrisa divertida—. Entra.
Zane está en la cocina. Tenemos tiempo de tomarnos una
copa antes de irnos.
Coge mi abrigo y lo sigo dentro de la casa, mi piel
cosquillea de anticipación.
El martes había estado demasiado enfadada como para
mirar a mi alrededor, pero hoy examino la casa con
curiosidad. La planta principal es un espacio abierto
cuadrado, con una cocina que recorre toda una pared, y
grandes puertas de cristal que llevaban al patio trasero. La
casa está limpia y ordenada, y los muebles son impecables.
No encaja con nada de lo que conozco sobre Scott o Zane.
Entonces lo entiendo. Por supuesto. La empresa del padre de
Zane construyó la urbanización.
—Esta es la casa piloto, ¿verdad?
Zane también lleva un traje, uno de cuadros escoceses
grises que le sienta como un guante. Su cabeza está inclinada
sobre una tabla de queso, pero levanta la vista cuando oye mi
voz.
—Lo es —dice—. Mi padre es el constructor. Estoy
cuidando de la casa hasta que vendamos las casas.
Maggie había dicho lo mismo.
—¿Por eso están en New Summit? —cuando Zane
confirma la auténtica razón por la que están aquí, una aguda
puñalada de decepción me recorre—. ¿No están aquí para
acosarme?
—Acosar no es exactamente mi estilo —responde Zane,
apuntándome con dos dedos. Ante ese gesto, un rayo de
lujuria me perfora. Se me había olvidado lo guapos que son.
Se me había olvidado el calor carnal que siempre ardía entre
nosotros.
—¿Una copa, Neen? Hay una botella abierta de Syrah, o
también hay un pack de seis cervezas artesanas en el
frigorífico. La cerveza negra es bastante buena.
Zane es un pedante de la cerveza.
—Si dices que la negra es buena, entonces me tomaré una
cerveza negra —respondo. Robo una loncha de cheddar de su
tabla mientras espero a que me la sirva. Necesito un minuto
para recuperar la compostura; aún estoy alterada por la
descarga eléctrica de deseo que me recorrió el cuerpo.
—¿Tienes hambre? Hemos montado un picnic, pero si
estás muerta de hambre puedo hacerte algo de comer antes
de irnos.
¿Un picnic? Esas palabras enfrían mi incómoda lujuria.
Está helando. Hay una humedad en el aire que hace que el
frío sea peor, y no se me ocurre un día más horrible para
comer fuera. ¿Están intentando matarme?
—Es invierno —digo con un lamento—. No pensé que la
hipotermia sería parte integral de estos juegos.
Zane se ríe de mí.
—No vamos a hacerte comer fuera, Neen. Sé que el frío te
aterroriza.
Los antepasados de Zane son de Islandia. Tiene sangre
vikinga en sus venas. ¿Yo? No tanto.
—No me aterroriza —replico—. Le tengo un respeto
adecuado al aire libre. No me pillarán burlándome de la
Madre Naturaleza.
Scott me tiende una cerveza en un vaso y le doy un sorbo.
Como esperaba, es excepcional.
—Vamos a hacer un viaje —responde Scott débilmente—.
No te preocupes. Te traeremos de vuelta para las seis de la
mañana.
Esa es la menor de mis preocupaciones. Estoy mucho más
preocupada por lo que va a pasar en las horas entre ahora y
las seis.
Pero conozco a Scott y Zane, y si han tomado la decisión
de que no van a contármelo, no hay nada que pueda decir que
haga que cambien de opinión. En vez de intentar luchar una
batalla perdida, me como otro trozo de queso. ¿Por qué no?
Todavía no he encontrado un queso cheddar que no me
gustase.

M IENTRAS BEBO MI CERVEZA , nos sentamos en el sofá y nos


ponemos al día.
—Háblanos de La Coqueta Alegre —me pide Scott con sus
ojos azules clavados en los míos—. ¿Cuándo lo abriste?
—Hace quince meses —respondo.
—Cinco meses después de que nos dejaras —Zane me
examina—. Hablaste de abrir un bar muchas veces, pero no
pensé que tendrías suficiente dinero ahorrado como para
abrir uno de inmediato.
—No lo tenía —la segunda regla del juego es la
honestidad—. Mi padre me dio un préstamo para empezar.
—¿Se hablan de nuevo? —me pregunta Scott—. Cuando
estábamos juntos, tuve la impresión de que no te hablabas
con tu familia.
—Es complicado.
Miro fijamente mi cerveza. Nunca les he contado a Zane y
a Scott la historia completa. Incluso cuando estábamos
juntos, siempre evitaba el tema de mi familia.
«Admítelo, Nina. No fueron solo sus giras las que
mataron la relación. Tú tampoco te abriste por completo a
ellos.»
—¿De qué modo?
Zane se recuesta contra el sofá. Si alargo la mano podría
tocarlo, sentir el calor de su piel bajo mis dedos. Es tentador.
Muchas veces, tras un concierto o una larga sesión de
práctica, los tres nos sentábamos, probábamos cervezas, y
comíamos queso. Aun cuando han pasado dos años, este es
un ritual familiar, uno que está grabado en mi corazón.
Eso está en el pasado, Nina.
—Mi madre murió cuando yo tenía trece años —
murmuro—. Cáncer. Se fue apagando durante dos años. Fue
muy duro para mi padre. O eso pensaba yo, porque volvió a
casarse al cabo de seis meses. Dos meses después, Joanne dio
a luz a gemelos.
Sus cejas se elevan cuando hacen las cuentas y se dan
cuenta de que mi padre había engañado a mi madre mientras
esta se moría.
—Yo estaba enfadada —musito—. Me sentí sustituida por
Jacob y Joshua. Mi padre ya no tenía tiempo para mí. Así que
me portaba mal. Me metía en muchos líos y, como respuesta,
mi padre y mi madrastra se volvieron más estrictos conmigo.
Cuando cumplí diecisiete años, hui a Boston.
La expresión de Scott es de comprensión, como sabía que
lo sería. Su relación con su familia es igualmente
problemática. Sus padres eran distantes, y a Scott lo criaron
sus niñeras. Cuando su padre murió, su madre se mudó a
Irlanda.
—Ya va por el marido número tres —dijo una vez cuando
le pregunté, y su tono me había advertido que no preguntara
más.
—¿Van las cosas mejor ahora? —pregunta Zane. De los
tres, Zane es el único con una vida familiar más normal.
Conocí a sus padres y a su hermana cuando fueron a ver
Evolving Whistle durante una de las giras, y su cálido afecto
solo había reforzado lo mucho que le faltaba a mi vida.
—De alguna manera. Las cosas van bien más de lo que se
podría esperar, dadas las circunstancias.
La concentración de mi padre sigue estando en Jacob y
Joshua. Yo soy la hija problemática con la que no sabe qué
hacer, así que alivió su conciencia prestándome el dinero
para abrir La Coqueta Alegre. No soy una desagradecida, no
me malinterpreten. Me encanta La Coqueta Alegre, pero
cuando mi padre alardea de lo bien que les va a los gemelos
en baloncesto quiero gritar y señalar que él nunca asistió a
ninguno de mis partidos después de que mi madre
enfermara.
Zane se pone de pie.
—Es hora de irnos —dice con brusquedad.
11
ZANE

H a sido abandonada por todas las personas de su vida.


Por su padre, quien eligió a sus nuevos hijos por
encima de la hija que estaba llorando la pérdida de su
madre. Y por nosotros. Puede que nosotros no le hubiéramos
prometido explícitamente amarla y adorarla hasta el fin de
nuestros días, pero nuestros cuerpos sí que lo hicieron. Le
pedimos que abandonara sus propios sueños para venirse
con nosotros, y ante la primera señal de problemas tomamos
el camino más fácil. En vez de luchar por Nina, la dejamos
huir. Igual que su padre.
Me juro que lo arreglaré.

S ALIMOS y Nina se queda con la boca abierta cuando ve la


limusina aparcada en la entrada.
—¿Están seguros de que no necesito cambiarme de ropa?
—pregunto con cautela—. ¿A dónde vamos exactamente?
—A Manhattan —responde Scott—. Va a ser una noche
larga, Neen.
—No me digan —dice ella, mirando su teléfono—. Serán
las nueve y media antes de que lleguemos a la ciudad. ¿Qué
han planeado?
—Eres tan impaciente —dice Scott—. Lo descubrirás
pronto, Nina. ¿Qué prisa hay?
—No soy una persona paciente —responde, con sus ojos
brillando de diversión—. No me digas que se te ha olvidado.
Mis labios se curvan en una sonrisa.
—Creo recordar que teníamos modos de promover el buen
comportamiento.
Los recuerdos son vívidos. Recuerdos del cuerpo desnudo
de Nina entre nosotros dos, sus piernas separadas, su vagina
húmeda y preparada, sus pezones duros como guijarros por
el deseo. Si cierro los ojos, puedo oír su voz tomada cuando
nos suplicaba que le permitiéramos correrse, cuando nos
suplicaba que la folláramos fuerte, cuando nos suplicaba
más…
Toda la sangre en mi cuerpo va corriendo a mi polla.
Requiere un esfuerzo ignorar mi erección, pero lo hago. Esto
no va de mis necesidades; el sexo nunca fue el problema
entre nosotros tres. Esto va de anteponer Nina a todo.

E L TRÁFICO que va a la ciudad es ligero. Es jueves por la noche;


la mayoría de los coches están saliendo de Manhattan, no
entrando. Comemos nuestro picnic y el tiempo vuela, y antes
de que nos demos cuenta vamos saliendo del Hudson
Parkway. Nina echa un vistazo por la ventana.
—La 57 Oeste —dice leyendo el letrero de la calle que está
iluminado por las brillantes luces de la ciudad—. ¿Van a
decirme ahora a dónde nos dirigimos?
Nina odia las sorpresas. El suspenso debe de estar
volviéndola loca.
—Al MOMA. Fue idea de Scott.
Sus ojos se abren como platos y toma aire con fuerza.
—Se han acordado —susurra.
F UE algo así como un año después de que comenzáramos a
salir. Evolving Whistle había estado en la zona de Nueva York
en una agotadora gira de cuatro semanas. Chris había
firmado contratos con una sala diferente todas las noches, y
cuando no estábamos practicando pues estábamos
escribiendo nuevas canciones.
Un sábado, en medio de toda esa locura, Nina había
preguntado si queríamos ir al MOMA con ella durante un par
de horas.
—Nina, tenemos que ensayar —había dicho yo,
pasándome una mano por el pelo—. Nuestro ritmo no iba
bien anoche y la cagamos pero bien. Tenemos que solucionar
esa mierda.
—No hay problema —había dicho ella—. Iré yo sola
entonces.
Ella no había sonado decepcionada, eso lo recuerdo. Había
sonado como si hubiera estado esperando que la
rechazáramos.
Volviendo la vista atrás, ese fue el momento en que las
cosas habían empezado a cambiar para peor. Ese día, cuando
no fuimos al museo con ella.
Scott es más introspectivo que yo. Por eso ha elegido el
MOMA hoy. Tal vez si podemos volver al lugar donde todo
empezó a ir mal, podamos comenzar a arreglar nuestros
errores.
La miro ahora.
—Ese día, ¿por qué era importante para ti ir al MOMA?
Ella no nos mira a los ojos.
—Fue hace mucho tiempo —murmura—. Solo estaba
siendo una tonta.
—Por favor, Neen —dice Scott suavemente—. Sé que era
importante. No lo vi entonces, pero lo veo ahora. Por favor,
dinos por qué.
La segunda regla es la honestidad, pero no se puede
obligar la participación en el juego. Estamos haciendo
equilibrios en el borde del precipicio, e incluso, el más ligero
movimiento puede enviarnos en caída libre. Hoy nos habló
un poco sobre su padre. ¿Volverá a confiar en nosotros otra
vez?
Contengo la respiración. Si no puede contarnos por qué el
MOMA era importante, entonces no quedan esperanzas de
recuperar a Nina. Sin confianza, no tenemos nada.
—Ese sábado —dice ella, aún mirando su propio regazo,
con sus dedos entrelazados con fuerza—, era el aniversario
de la muerte de mi madre. Justo antes de caer enferma, las
dos habíamos hecho una excursión madre e hija al MOMA. Le
encantaba el arte moderno —se limpia los ojos con el dorso
de su mano—. No quería ir sola.
La culpa cae sobre mí como un peso físico. Estaba
llorando a su madre muerta y la dejamos sola.
Junto a mí, Scott se ha puesto blanco.
—Nina —empieza a decir, luego sacude la cabeza
indefenso—. Lo siento mucho. No lo sabía.
Ella levanta la mirada al oír eso.
—Estaban ocupados —responde. Sus labios forman una
triste sonrisa—. No se castiguen por ello; también fue culpa
mía. Sabía que si les contaba por qué los quería allí conmigo,
lo habrían dejado todo y habrían estado allí para mí. Lo
sabía, pero no se los conté de todos modos porque quería
poner a prueba su amor por mí. Mi padre eligió a Joanne y a
los gemelos antes que a mí, y en vez de trabajar en mis
problemas en cuanto a eso, formulé pruebas para que
ustedes demostraran su amor. Si hubieran ido al MOMA
conmigo sin saber por qué, eso habría demostrado que me
querían —ella sacude la cabeza—. No fue lo más maduro que
se me ocurrió hacer.
Oigo lo que está diciendo, pero no voy a librarme de la
culpa tan fácilmente. Nos habíamos comprometido con ella y
no cumplimos nuestra promesa.
La limusina aparca delante del museo.
—¿Quieres entrar? —le pregunta Scott.
Ella sostiene su mirada.
—¿O qué? ¿Cuál es la otra opción?
—O Zane y yo abandonamos —responde—. Y nos
marchamos. Esto ya no es un juego, Nina. Esto ya es
auténtico.
Aunque mi corazón se hunde, Scott tiene razón. Puede que
quisiéramos una segunda oportunidad, pero no estoy seguro
de que nos lo merezcamos.
Ella se queda en silencio durante el segundo más largo de
mi vida, y entonces una sonrisa aparece en su rostro.
—Han reservado una visita privada al MOMA tras la hora
del cierre —dice ella—. Parece una lástima desperdiciar todo
ese esfuerzo. Vamos.
12
NINA

«¿Q ué quieres, Nina?»


No conozco la respuesta a eso. Estoy funcionando
por puro instinto. Puede que mi amiga Mia tome decisiones
calmadas y racionales, pero yo no soy así. Yo soy emocional e
impulsiva, y nunca he sido capaz de decirles que no a Scott y
a Zane. Dejé mi trabajo como camarera y me fui con ellos
cuando solo los conocía de unos días. Salto sin red de
seguridad. Siempre lo he hecho.
«Y te has estrellado y has ardido por eso,» dice mi voz
interior con insidia.
Acallo esa voz. Mañana por la mañana puedo intentar
buscarle el sentido a lo que está pasando, pero ahora mismo
voy a vivir únicamente en el momento. Voy a entrar a ver
unas increíbles obras de arte.

D OS HORAS MÁS TARDE , estoy flotando en una nube.


—Ha sido absolutamente fantástico —digo, volviendo a
entrar en la limusina con Zane y Scott a cada lado—. Muchas
gracias por llevarme.
Scott me mira con una sonrisa indulgente.
—Nunca he visto a nadie tan emocionada por unos
cuadros —dice—. De nada, Nina.
Zane ha estado en silencio la mayor parte del tiempo
desde que averiguó por qué yo había querido ir al MOMA. De
repente he terminado con el pasado. Está bien, no eran
perfectos, pero yo tampoco lo era.
—Así que este juego —digo, apoyando mi mano en su
muslo—, ¿era algo más que visitar las atracciones culturales
más excelentes de Manhattan?
Sus labios se curvan en una media sonrisa.
—¿Estás preparada para subir al siguiente nivel, Nina?
Todo o nada.
—Sí —respondo con mi corazón golpeteando en mi pecho
—. Estoy preparada.
Los ojos de Scott brillan de ardor.
—Hemos venido preparados para esa posibilidad —abre
un cajón debajo del bar y saca una bolsa de papel marrón—.
¿Quieres saber qué hay aquí dentro?
—Sí.
Igual que la primera vez que nos conocimos, mi deseo
supera con creces a mis nervios. Puede que mi pulso vaya a lo
loco, pero mi cuerpo palpita de deseo.
—Abre la bolsa —instruye Zane. Se recuesta contra el
asiento de cuero de la limusina y estira las piernas
perezosamente delante de él. Puede que parezca relajado,
pero puedo leerle muy bien, y hay cierta tirantez alrededor
de su boca que sugiere que no está tan tranquilo como
parece.
La división está levantada, y estoy razonablemente segura
de que el chófer no puede ver ni oír nada, pero aún así me
siento pícara y descarada por lo que estoy a punto de hacer.
Scott nota mi vacilación.
—Oye, Tony —dice en voz bien alta.
No hay respuesta.
—No te preocupes, Neen —me reafirma Zane—. No
puede ver nada. Ahora… ¿qué tal si volvemos al juego?
Sí, el juego que pretendo ganar. Con dedos ligeramente
temblorosos, abro la bolsa de papel y saco un grueso y
pesado tapón anal de cristal.
—No deberían haberlo hecho —digo ligeramente,
intentando ocultar la oleada de lujuria que me recorre
cuando veo el juguete sexual—. No he comprado nada para
ustedes.
También hay lubricante en la bolsa. Estoy bastante segura
de saber a dónde lleva todo esto.
—¿Debería introducirme esto? —les pregunto.
Llevo un jersey y vaqueros. Para insertar el tapón voy a
tener que desnudarme por completo. No me extraña que
Scott no tuviera ningún interés en que me cambiara de ropa.
Zane levanta las cejas.
—¿Y privarnos del placer de hacerlo? —una sonrisa
arruga su cara—. Quítate la ropa, Nina. Toda.
La limusina es amplia y espaciosa. Si me paro a pensar,
perderé los nervios. Nunca antes he estado desnuda en un
coche. Hemos tonteado en el asiento trasero de los taxis,
pero eso era magrearse. Esto es definitivamente el siguiente
nivel.
Así que no pienso. Solo obedezco y eso es mucho más
fácil. Desabrocho mis vaqueros y me los quito contoneando
las caderas, quitándome las bragas al mismo tiempo. El
asiento de cuero está frío bajo mi culo desnudo, pero
continúo, quitándome el jersey y la camiseta para finalmente
quitarme mi sujetador de encaje negro.
Me observan mientras me desnudo con ojos ardientes.
—Buena chica —murmura Scott cuando termino—.
Túmbate sobre tu estómago, cariño. Apoya la cabeza en el
regazo de Zane mientras inserto este tapón en tu trasero.
Me dice “cariño” y otra sacudida de calor me recorre. Me
posiciono como me han ordenado. Mi boca está a
centímetros de la polla de Zane. Su erección abulta sus
pantalones, y yo froto mi palma contra su dura longitud que
empuja hacia delante.
—Nada de eso —me regaña alejando mi mano—. Esto no
va sobre nosotros hoy, Nina. Hoy se trata de ti.
Espera. ¿Sin sexo? ¿En serio? ¿Van a excitarme y a
torturarme sin dejar que me corra? Seguro que no serían tan
crueles.
No tengo tiempo de preguntarle a Zane lo que quiere
decir. Siento el goteo del lubricante en mi ano, y Scott inserta
el tapón lenta y firmemente dentro de mí.
Gimoteo. Han pasado veinte meses y estoy desentrenada.
El tapón parece enorme y me está ensanchando de un modo
incómodo.
—Sácalo —gruño—. Es demasiado grande.
—Calla —Scott acaricia mi culo antes de darle una fuerte
nalgada—. No lo estás intentando. Deja de ponerte tensa y
podrás soportarlo.
Reprimo mi respuesta cortante. Tiene razón. Tan pronto
como obligo a que mis músculos se relajen, el tapón se
desliza en su lugar, mis músculos se cierran alrededor de su
cuello.
—Buena chica —dice Scott, su voz cálida y aprobadora—.
Levántate. Es la hora de tu recompensa.
Más vale que mi recompensa sea un orgasmo.
—¿Sabes? —dice Zane pensativamente con un brillo
divertido en los ojos—. No hemos tomado el postre.
Scott se limpia las manos con un rollo de papel de cocina
convenientemente situado, mientras que Zane abre el
pequeño frigorífico instalado en la consola de la limusina.
Saca un bol de fruta y un bote de nata montada.
—Deberíamos solucionarlo.
Mi respiración se acelera.
—Túmbate otra vez, Nina —dice—. Esta vez de espaldas.
Scott se desliza del asiento, situándose entre mis piernas.
—Durante dos años —gruñe—, he soñado con tu sabor —
su dedo acaricia los suaves pliegues de mi vagina y yo lanzo
la cabeza hacia atrás, inundada por el calor—. Me gusta esta
reacción, Nina.
Mis caderas suben para encontrarse con su mano, pero él
no lo acepta.
—No tan rápido, cariño —dice—. Es un viaje largo de
vuelta a New Summit. No hay prisa. Tenemos todo el tiempo
del mundo.
Explora mi raja despacio, tentándome, acariciándome por
todas partes excepto en mi clítoris. Sosteniendo mi mirada,
se lleva el dedo hasta su boca y lo chupa. Mis mejillas se
ruborizan.
—Mucho mejor que el recuerdo.
—Venga, el postre —Zane sacude el bote en su mano,
luego sujeta la punta contra mi pezón y aprieta. Inhalo con
fuerza mientras cubre mis puntas rosadas con nata montada
—. ¿Quieres algo de fruta, Nina?
«Oh Dios, sí.»
Temblores de deseo recorren mi cuerpo cuando Zane
arrastra una fresa sobre mi pezón endurecido, y luego la
lleva a mis labios.
—Come.
Abro la boca. La acidez de la fresa explota en mi lengua,
mezclada con la dulzura de la nata. Esto es tan travieso, tan
pervertido. Me retuerzo de ardor, mi espalda presiona contra
el frío cuero de la limusina, mi cabeza se apoya sobre el
regazo de Zane, y mi trasero se frota contra el asiento. El
tapón anal se mueve dentro de mí cada vez que me sacudo,
cada vez que los dedos de Scott pasan por mi coño con una
cuidadosa exploración.
Mis pensamientos se disuelven hasta llegar a nada.
—Creo que yo también tomaré una fresa —anuncia Zane.
Moja la fruta en la nata montada y, cuando la frota contra mi
pezón, juro que voy a entrar en combustión espontánea—.
Hmm —dice—. Dulce.
Justo entonces, las manos de Scott abren mucho mis
muslos.
—Estoy preparado para saborear más dulzura —dice.
Inclina su cabeza hacia mí y su lengua lame mi raja. Cuando
llega a mi clítoris, lo succiona entre sus dientes y casi me
levanto del asiento al arquearme como respuesta.
—Estoy bastante seguro de que yo estoy tomando el
postre más delicioso —dice.
Zane se ríe.
—Estoy seguro de que sí. Pero… —añade, succionando un
pezón entre sus labios mientras hace rodar el otro entre su
pulgar y su índice—, no me quejo demasiado.
Mientras el coche acelera en la noche, me retuerzo en el
asiento trasero, desnuda, expuesta, indiferente. Scott
continúa lamiéndome, con lentitud y firmeza. Mis pezones
palpitan y mis pechos parecen pesados bajo la cuidadosa
atención de Zane.
Sus manos exploran cada centímetro de mi cuerpo.
Acarician mi piel y cubren mis pechos, dándole toquecitos a
la base del tapón anal, alojándolo más profundamente dentro
de mi cuerpo. Sus bocas devoran mi piel, su barba incipiente
pincha mi tierna piel. Mi centro comienza a enrollarse bajo
su asalto sensual, cada vez más apretado. Un ardiente dolor
como lava derretida fluye por mi cuerpo, un impaciente
deseo por llegar a mi orgasmo, el cual está tan cerca, pero
pulula con frustración fuera de mi alcance…
Entonces Scott desliza dos dedos en lo más profundo de
mi vagina, retorciéndolos para encontrar mi punto G. Su
lengua lame mi clítoris una y otra vez, el ritmo profundo y
constante, y la presa se derrama. Exploto con intensidad que
destroza el alma, y puede que nunca vuelva a ser capaz de
volver a unir las piezas.

H ACEN que me corra dos veces más en el camino de vuelta a


casa. Scott y Zane cambian de posición, y entonces Zane
entierra su cabeza entre mis piernas y hace que me corra,
luego Scott insiste en hacerlo otra vez. Aunque puede que
estén deseosos de verme tener orgasmos de un modo
indefinido, tras el tercer clímax no consigo mantener los ojos
abiertos por más tiempo.
Me quedo dormida en el asiento trasero de la limusina,
aún desnuda, tapada con el grueso abrigo de Scott. «Y esto
es solo la primera noche,» pienso. El último pensamiento
coherente que tengo antes de que el agotamiento me
reclame. «¿Puedo sobrevivir a cuatro noches más?»
Ya conozco la respuesta a esa pregunta. Solo que no me
gusta.
13
NINA

M
amables.
i padre me llama el viernes inesperadamente.
—He oído que han puesto tu edificio a la venta
—dice tras un breve intercambio de comentarios

—Sí —he estado esperando toda la semana a que él me


llame por eso. Costó cien mil dólares montar La Coqueta
Alegre, y sin el préstamo para empezar que me dio mi padre,
nunca habría podido abrir mi bar. He devuelto parte del
dinero, pero aún le debo sesenta mil dólares. Estoy
convencida de que está flipando con la decisión del doctor
Bollington de poner mi edificio a la venta—. No hay ofertas
hasta ahora, así que es un alivio.
—Estoy seguro de que estás al tanto de la situación —se
aclara la garganta—. Debo admitir, Nina, que tuve muchas
dudas en cuanto a prestarte el dinero. Estabas viviendo como
una nómada, conviviendo con esos dos músicos, y supe que
tenía que hacer algo para intervenir. No pensé que fueras a
tener éxito con tu bar, pero me equivoqué. Perseveraste con
ello y estoy orgulloso de ti.
No es nada nuevo que a mi padre le desagraden Scott y
Zane. A ver. ¿Qué padre, sin importar lo distante que sea,
quiere que su hija tenga un trío con dos músicos?
Su alabanza, por otro lado, me pilla por sorpresa.
—Gracias —digo con rigidez, sin saber cómo responder
—. Agradezco que me lo digas.
—Sí, bueno…
Su voz se pierde y parece estar tan inseguro como yo. Un
incómodo silencio crece entre nosotros. La verdad es que,
cuando eres una adolescente, ves el mundo en blanco y
negro. No hay tonos grises. Mi padre se acostó con alguien
mientras mi madre estaba en el hospital, y yo lo usé contra
él. Se casó con Joanne solo unos meses después de la muerte
de mi madre, y le juzgué con dureza.
De adulta soy más tolerante. Mi padre estuvo allí para
cada una de las citas médicas de mi madre. Su esposa estaba
muriendo, su hija estaba apenada, y él solo era humano.
Puedo entender ahora porqué querría buscar alivio en los
brazos de otra mujer, de un modo que no podía entender
cuando tenía trece años.
—Joanne se estaba preguntando si te gustaría comer con
nosotros el domingo —dice—. Los chicos tienen un torneo
de baloncesto por la mañana, pero volveremos a casa al
mediodía.
—Eso estaría bien —respondo con honestidad—, pero
desgraciadamente ya tengo planes —respiro hondo. No voy a
ir de puntillas evitando el tema; mi padre desaprueba a Scott
y a Zane, pero va a tener que lidiar con el hecho de que soy
una adulta que puede tomar sus propias decisiones—. Scott y
Zane están en New Summit —confieso—. Voy a pasar el fin
de semana con ellos.
Toma aire ruidosamente.
—Scott y Zane están en New Summit —repite llanamente
—. ¿Estás pensando en retomar tu relación con ellos?
Miro fijamente por la ventana. Ha empezado a nevar.
Suaves copos caen del cielo y cubren mi patio trasero con
nieve polvo, escondiendo las imperfecciones de mi jardín
bajo una inmaculada alfombra blanca.
—No lo sé.
—¿No? —suena frustrado conmigo—. La última vez que
te pidieron que viajaras con ellos, dejaste tu trabajo sin
pensártelo dos veces. Si te lo vuelven a pedir, ¿qué vas a
decir? ¿Vas a decir que no?
Nunca he podido decirles que no a Scott y a Zane. Nunca.
—No lo sé, papá. ¿Está bien? No tengo todas las
respuestas.
Suspira en el auricular.
—Nina —dice con voz ronca—. Sé que no tengo derecho a
decirte qué hacer con tu vida. Después de que tu madre
muriera, no fui el padre perfecto. Cometí errores. La jodí.
Mucho.
Vaya. Mi padre nunca me ha dicho esas palabras. Esta es
la primera vez que admite que podría tener algo de culpa en
nuestra problemática relación.
—Pero —continúa diciendo—, aún me preocupo por ti.
Cuando estuviste con esos músicos —dice con asco claro en
su tono—, ibas sin rumbo y a la deriva. Ahora tienes tu
propio negocio, uno que has construido desde la nada. ¿Estás
preparada para renunciar a él?
No. Ese es mi primer pensamiento instintivo. No estoy
preparada para renunciar a La Coqueta Alegre. No puedo
regentar mi bar y viajar con Evolving Whistle al mismo
tiempo. El año pasado el grupo se pasó la mayor parte del
tiempo en Europa. Ir de gira es su modo de ganarse la vida.
No los veo dejándolo.
Mi padre hace una buena observación. Cinco noches es
todo lo que puedo tener. Después de eso, sin importar lo
mucho que quiera que Scott y Zane se queden, tendré que
dejarles ir. Nuestras vidas son demasiado diferentes, y
nuestras necesidades no pueden reconciliarse. Nosotros tres
no estamos destinados a estar juntos. A veces no hay felices
para siempre.
Terminamos nuestra conversación. Me quedo mirando
fijamente la nieve, y entonces mi teléfono vuelve a sonar.
Esta vez es un mensaje de Scott. “Mañana. Seis de la tarde.
¿Nuestra casa?”
Me quedo mirándolo durante mucho tiempo. Luego tecleo
mi respuesta. “No”.
«Es la primera vez que les digo no a Scott y Zane.»
14
SCOTT

T ras el viaje de vuelta en limusina del jueves por la


noche, creo que hemos dado un giro nosotros tres.
Entonces le envío un mensaje a Nina y recibo su
respuesta. “No”.
—No —Zane lee el mensaje en voz alta, luego me clava
una mirada seria—. Algo va mal.
—No me digas —le suelto a mi amigo—. Soy bien
consciente de ello.
Zane levanta su mano.
—Antes de que te escondas en tu habitación con tu
guitarra y escribas tristes canciones de amor, párate a pensar
por un momento. ¿Qué aprendimos ayer?
—No tengo ni puta idea —rujo—. Sé que quiero darte un
puñetazo en la cara.
Ignora mi rugido.
—Puede que Nina se mantenga firme y luche la mayor
parte del tiempo, pero ayer aprendí que se retrae cuando está
realmente disgustada. Y —añade con exagerada paciencia—,
si se siente vulnerable, deberíamos estar ahí para ella.
Tiene razón. Maldita sea. Y va a sentirse arrogante por
ello también, pero estoy deseando lidiar con sus burlas
porque tiene toda la razón sobre Nina.
—¿Trabaja en el bar los viernes por la noche?
Zane sacude la cabeza.
—No, lo hacen los dos camareros que conocimos, James y
Lucas —le dedico una mirada inquisitiva y él se encoge de
hombros—. Esta es una pequeña ciudad chismosa. He
aprendido que James y Lucas están en una relación con la
misma mujer, una amiga de Nina llamada Cassie, y también
he sabido que presentan un programa de internet sobre sexo.
Es todo muy escandaloso, o eso me dijo la mujer del
supermercado.
Me da igual. No estoy interesado en chismorreos
malintencionados.
—Entonces, ¿Nina está en casa?
Zane asiente.
—Vamos.
Cojo mi abrigo.
—Necesitamos parar a comprar comida china primero.
A Nina le encanta la comida china. Es su comida de
consuelo y, si está disgustada, voy a presentarme en su casa
con una sopa agridulce picante.
—Buena decisión.
15
NINA

T ras responder al mensaje de texto de Scott, me pongo


mi gruesa chaqueta de invierno y me dirijo al China
Garden. Tengo la intención de comerme dos raciones
de rollitos de primavera para ver si curan mi dolorido
corazón.
—Hola, Maggie —saludo a mi amiga, quien está
trabajando recibiendo a los clientes hoy—. ¿Puedo hacer un
pedido para llevar?
—Claro —dice rápidamente—. Dominic me cubre dentro
de veinte minutos. Si quieres comer aquí, yo te acompañaré.
Normalmente aceptaría su oferta. Hoy no.
—¿Podemos dejarlo para otro día?
—Por supuesto —mira mi rostro con el ceño fruncido—.
¿Has estado llorando, Nina? —me pregunta—. ¿Va todo bien?
—En realidad no.
Las palabras de mi padre resuenan en mi cabeza y, sin
importar cómo lo vea, no puedo negar la verdad de sus
palabras. Si sigo viéndome con Scott y Zane, va a haber un
momento en el futuro próximo en el que tendré que elegir
entre La Coqueta Alegre y ellos.
Tres años antes, los habría escogido a ellos. Ahora soy
mayor y he aprendido que necesito tener mi propio
propósito. No puedo verlos vivir sus sueños y renunciar a los
míos. Ese camino solo lleva al resentimiento.
—¿Quieres hablar de ello?
Si se lo cuento todo a Maggie, voy a romper a llorar en
medio de un restaurante abarrotado, y para cuando salga el
sol mañana por la mañana, toda la ciudad de New Summit
sabrá que esa mujer que regenta La Coqueta Alegre tuvo un
ataque de nervios en público.
—Hoy no, Maggie.
Me lanza una mirada preocupada.
—¿Esto tiene algo que ver con Scott y Zane? —mi cabeza
se levanta de golpe y debo parecer sorprendida, porque se
explica mejor—: Mi madre y yo estábamos visitando una de
las casas nuevas y te vimos hablando con ellos.
No sé por qué, pero mi primer impulso es mentirle a
Maggie.
—Solo estaba inspeccionando el lugar —digo,
manteniendo un tono ligero—. Tras nuestro almuerzo del
otro día, pensé en ir a ver qué aspecto tenían las casas, eso es
todo.
Ella no parece convencida, pero abandona el tema.
—Está bien —dice—. ¿Te apetece tomar algo?

Y A ME HE COMIDO un rollito de primavera de la caja y he


vaciado el arroz frito en un bol cuando llaman a la puerta.
Son Scott y Zane.
Mi corazón da un vuelco en mi pecho. Me obligo a
reprimir la alegría que siento cuando los veo allí.
—No estoy de humor para juegos.
—Bien —responde Zane, sosteniendo una abultada bolsa
de plástico en sus manos. Reconozco el logo de la pagoda roja
del China Garden—. Nosotros tampoco. Por otro lado,
estamos de humor para comer comida china. ¿Quieres?
Zane y Scott no tienen una relación especial con la comida
china. Han traído comida para mí. Sería maleducado y
descortés por mi parte rechazarles.
—Pasen.
Entran y miran en torno a mi colorido y abarrotado
espacio. Las paredes están pintadas de un turquesa brillante
que me recuerda al océano. Las fotos que tomé mientras
viajaba con Scott y Zane están por todas partes. Pero solo
paisajes. Aunque les hice muchas fotos a los dos hombres
durante nuestros dieciocho meses juntos, esas están
enterradas en una caja en el fondo de mi armario.
—Parece que te nos has adelantado —dice Scott con
remordimiento, señalando las cajas de comida china sobre la
mesa—. Maggie podría habernos avisado.
—¿Le dijeron que venían aquí? —me encojo—. Genial,
ahora va a saber que soy una mentirosa.
—¿Somos un secreto, Nina? —exige Zane—. ¿Prefieres
que tus nuevas amistades no sepan nada sobre nosotros?
Suspiro.
—Por supuesto que no —voy a la cocina para agarrar un
par de platos más mientras los chicos disponen las cajas
sobre la mesa. Además de la sopa agridulce picante y los
rollitos de primavera, también tienen ternera y brócoli,
gambas con verduras, un pedido de pollo con anacardos, y
más arroz frito—. ¿A cuántas personas pretendían
alimentar? —pregunto, mirando el enorme festín—. ¿No les
advirtió Maggie sobre las raciones en el China Garden? Son
enormes.
—Nos advirtió. No sabíamos con exactitud lo que te
apetecía.
Maldita sea. Dejen de ser amables conmigo.
Les debo la verdad o, al menos, parte de ella. No soy la
chica que era y no los haré pasar por más locas pruebas
nunca más, exigiéndoles que las pasen para demostrar su
amor.
—No pretendía rechazarlos —digo a modo de disculpa—.
Mi padre llamó. Dijo algo que me disgustó.
Scott me rodea con su brazo y Zane me ofrece un rollito
de primavera. Le doy un bocado y permito que me lleven
hasta el sofá.
—Siéntate —me instruye Zane—. Dinos qué necesitas.
Estamos aquí para ti. Si quieres hablar, te escucharemos. Si
quieres quejarte, somos todo oídos.
No quiero hacer ninguna de las dos cosas. Solo quiero
apoyarme en sus hombros y fingir por una noche que esto no
va a acabar en desastre.
—¿Se quedarán conmigo? —susurro—. ¿Toda la noche?
Zane se inclina y sus labios rozan los míos.
—Por supuesto que sí, Neen.
Comemos en silencio. Una vez hemos terminado, Zane
deja las sobras en el frigorífico mientras Scott lava los platos,
ignorando mis protestas. Abro la despensa y miro el
contenido de mi botellero.
—Se me ha acabado la cerveza —les digo—, pero hay vino
tinto si quieren beber.
—Suena bien —acepta Scott al instante, levantando la
mirada del fregadero, donde está metido en agua jabonosa
hasta los codos.
—¿Y desde cuándo lavas los platos? —le pregunto.
—Siempre lavo los platos —responde con calma—. No
viste esa parte de mí en la gira, eso es todo —me sonríe—.
Tras años de locura, es agradable hacer cosas normales. Lo
he echado de menos.
—Has echado de menos lavar los platos —sacudo la
cabeza irónicamente—. Es lo más raro que he oído nunca.
V OLVEMOS a instalarnos en el sofá con vasos de vino en
nuestras manos, con Scott y Zane a cada lado.
—¿Puedo preguntarles algo? ¿Por qué no me follaron
anoche? Saben que los deseaba. Si hubieran pedido… —mi
voz se detiene y los miro, esperando su respuesta.
—Yo no lo habría pedido —responde Scott de inmediato.
Zane asiente su conformidad.
—¿Por qué no?
Los ojos de Scott se clavan en los míos y no puedo desviar
la mirada.
—No quiero hacerte el amor, Nina —dice calladamente—,
si la única razón por la que estás haciendo esto es para que
puedas ganar un juego y nos saques de tu vida. Las cosas no
funcionaron entre nosotros, Nina, pero ¿tanto nos odias?
Me trago el nudo de mi garganta.
—No los odio —susurro—. No es por eso por lo que
quiero que se vayan —miro fijamente la copa de vino en mi
mano—. No puedo soportar la idea de verlos con otra
persona —admito con un hilo de voz.
Zane se ríe con dureza.
—Cuando te marchaste, —dice—, te llevaste la alegría de
nuestros mundos. Hemos existido en piloto automático
desde entonces. No hay nadie más, Nina. Nadie puede
compararse contigo.
Han pasado dieciocho meses. No está diciendo lo que creo
que está diciendo, ¿verdad? Los dos son imanes para las
chicas. Las mujeres babean por Zane, atraídas por sus ojos
oscuros y su voz enternecedora. Cuando ven a Scott salir a
escena, y sus dedos vuelan sobre su guitarra, le miran
poniéndole ojitos, esperando que sus talentosos dedos
toquen todas sus fibras.
Proceso sus palabras. Me prometieron que este juego no
iba de sexo. No van a tocarme a menos que yo se lo pida.
Las palabras revolotean en la punta de mi lengua.
No puedo mentirles a Scott y a Zane, y fingir que tenemos
un futuro. Mi conversación con mi padre dejó muy claro que
los tres no tenemos futuro.
Pero los deseo esta noche.
Tragándome mis nervios, apoyo mis palmas sobre sus
muslos, mis dedos se curvan alrededor de sus fuertes
músculos.
El martes había ido a su casa, les había gritado para que
se marcharan de la ciudad y dejaran mi vida tranquila.
El miércoles me habían cantado una serenata en mi bar,
cantando una canción de amor con letras tan emotivas que
pensar en esas palabras hace que se me cierre la garganta de
emoción.
Ayer habían planeado una visita privada fuera de horas al
MOMA y me dieron orgasmos en la limusina de vuelta a casa.
Y hoy, porque pensaban que estaba disgustada,
aparecieron con comida china. Porque no querían que
estuviera sola.
Han cambiado. Yo he cambiado. El martes no me habría
acostado con ellos, sin importar cuanto calor corriera por
mis venas. Hoy no puedo negar mi deseo. No puedo
esconderme de la verdad.
—Los deseo esta noche —digo—. Por favor…
La mirada de Scott está turbada.
—Estás triste —comienza a decir. Sé lo que va a decir a
continuación. No quieren aprovecharse de mi confusión.
Antes de que cada uno de ellos pueda expresar ese
pensamiento, me pongo de pie. Con horror me doy cuenta
por primera vez de lo que llevo puesto. Un chándal
descolorido y un viejo jersey azul marino deshilachado.
Probablemente parezco un completo desastre.
Me desnudo. La sala está ligeramente fría y se me pone la
carne de gallina.
—Los deseo —repito—. Por favor, no me hagan suplicar.
Sus ojos nunca abandonan mi cuerpo y ambos se levantan.
—Haremos que nos supliques que te dejemos correrte,
Nina —dice Zane, su voz baja y callada—. Haremos que
supliques que dejemos de torturarte, que nos demos prisa,
que nos pongamos un condón de una puta vez… —sus labios
se curvan en una sonrisa—. Pero Neen, nunca vamos a hacer
que supliques estar con nosotros.
—Aquí no —interviene Scott—. Hemos esperado este
momento durante veinte meses. Puedo esperar a que
lleguemos al dormitorio. Creo.
Rujo de frustración y una sonrisa tira de las comisuras de
la boca de Scott por mi impaciencia. Los guio escaleras arriba
hasta mi dormitorio y ellos me siguen, sus ojos están
clavados en mi culo. En el momento en que entro en la
habitación, Zane me tira sobre la cama y los dos se abalanzan
sobre mí, besándome, acariciándome, explorando cada
centímetro de mi cuerpo.
Los deseo tanto que me duele todo el cuerpo. Mi estómago
se estremece y mi coño se siente pesado de deseo. Sus
caricias son posesivas, sus besos apasionados, pero quiero
más. Necesito sentir sus cuerpos desnudos contra el mío.
—Esto no es justo —protesto—. Aún están vestidos.
Una sonrisa recorre el rostro de Zane. Sus pulgares rozan
mis pezones y observa cómo se hinchan en respuesta a su
tacto.
—Tienes razón —acepta. Se quita la camiseta y la tira a
un lado. Inhalo bruscamente cuando esos abdominales como
una tabla de lavar aparecen a la vista, y él se ríe. Tirando de
mí contra su cuerpo, roza mi oreja con sus labios—. Eres tan
jodidamente hermosa, Nina —susurra.
Le sonrío, envuelta por su calor.
—Tú también eres bastante sexi —respondo, recorriendo
con mis dedos la pizca de pelo que cubre los duros músculos
de su pecho. Su polla abulta sus pantalones y paso mi mano
por su erección, frotando su gruesa verga, sintiendo cómo se
endurece más por mi tacto.
Él gruñe y mi cuerpo se emociona por su reacción.
—Quítate los pantalones —animo a Zane—. Tú también,
Scott.
Scott obedece, sus pantalones y su camiseta vuelan por la
habitación. Se tumba en la cama también, y su pecho
presiona contra mi espalda. La punta de mis dedos caracolea
por mi piel y acarician la curva de mi hombro antes de
deslizarse hacia abajo para cubrir mi trasero.
Se me corta la respiración.
—¿Vas a volver a darme una nalgada? —pregunto, con mi
piel cosquilleando de anticipación. Puedo sentir la gruesa
polla de Scott empujando contra mis nalgas, y si no me azota
o me folla, puede que grite de frustración.
—Tal vez.
Delante de mí, Zane hace rodar mis pezones entre su
pulgar y su dedo índice, haciéndome gemir de placer. Le
rodeo con mis brazos y ladeo mi cabeza para darle un beso;
sus labios rozan los míos suavemente antes de acercarme
más y profundizar su beso.
He echado tanto de menos esto.
Zane captura mi boca con hambrienta urgencia, y su
lengua baila y juguetea con la mía. Al mismo tiempo, la mano
de Scott se cuela entre mis piernas. Gruño cuando sus dedos
separan mis labios. Estoy tan húmeda, tan preparada.
Scott se ríe.
—Estás empapada, Neen —dice, metiendo dos dedos en
mi caliente y resbaladizo canal.
Gimoteo mientras me folla con sus dedos.
—Más —suplico.
—¿Más? —Zane levanta una ceja y sus labios forman una
sonrisa arrogante—. Eso es bastante ambiguo, Nina. Dinos
exactamente lo que quieres.
En cualquier otro momento podría sentirme avergonzada
por lo que Zane me está pidiendo que haga, pero no ahora.
Mi deseo va a toda potencia y amenaza con desbordarse, y
los necesito ahora. Los preliminares torturantes pueden
esperar; necesito que me llenen sus gordas pollas.
—Fóllame.
Mis dedos desabrochan el botón de los pantalones de
Zane. Bajándole la cremallera, se los bajo por las caderas,
agarrando con impaciencia su gruesa verga. Cierro mis dedos
alrededor de la base y bombeo con mi puño ese acero
aterciopelado, perdida en el deseo. Zane gruñe, apretando los
ojos, y su rostro se contrae de deseo.
Con mi otra mano, la alargo hacia atrás y toqueteo
buscando la erección de Scott.
—Oh, sigue así, cariño —respira en mi oído cuando
encuentro su pene—. Eso es. Quieres mi polla, ¿verdad? La
quieres profundamente dentro de ti, llenándote hasta el
fondo. ¿Verdad que sí, Nina?
—Sí —exhalo, mi cerebro nublado por la lujuria.
Los dedos de Zane se unen a los de Scott en una lenta
exploración de mi coño. Los dos acarician mis pliegues y
juguetean con mi botón hasta que estoy dolorida, hasta que
soy una temblorosa bola de deseo.
—Ahora —jadeo—. Por favor, fóllenme.
Hicieron que me corriera ayer, una y otra vez, con sus
bocas y sus dedos, y yo quiero devolverles el favor. Quiero
que se entierren hasta el tope dentro de mí.
—Sí, joder —gruñe Scott—. No puedo esperar más, Neen.
Zane y yo vamos a follarte tan a conciencia que vas a tener
problemas para andar en línea recta.
Sí. Por fin.
—Promesas, promesas —me burlo con una amplia
sonrisa.
—¿Tienes lubricante? —pregunta Zane.
Niego con la cabeza.
—Hay aceite para bebés en el cuarto de baño —respondo
—. En el primer cajón de la derecha.
—Eso servirá.
Zane se libera de mi agarre y se dirige al cuarto de baño,
quitándose los pantalones y los calzoncillos por el camino.
Regresa diez segundos más tarde con el aceite.
Estoy tan excitada que no puedo respirar.
Scott cambia de posición, tumbándose de espaldas. Coloca
un condón sobre su larga longitud y tira de mí hasta
situarme encima de él.
—Móntame —ordena con voz ronca.
Bajo despacio sobre su polla, jadeando por el modo en que
mis músculos se estiran para acomodarle.
—Ha pasado mucho tiempo —gimoteo mientras me
empalo en su verga que empuja contra mí—. Sienta tan bien.
—Sí, joder —sisea Scott. Sus manos aprietan mis pechos
y pellizcan mis pezones, y me levanto de su longitud, casi
haciendo que salga por completo de mí antes de volver a
hundirme—. Tan bien.
Zane también se pone un condón.
—Inclínate hacia delante —dice, empujando la parte baja
de mi espalda. Hago lo que me pide, mis pezones rozan el
vello del pecho de Scott, y siento el goteo del aceite infantil
sobre mi trasero.
Me quedo sin respiración.
—Tendremos cuidado —promete Zane, malinterpretando
mi anticipación por miedo. Empuja un dedo dentro de mi
culo y jadeo cuando la sensación de estar llena crece dentro
de mí.
Debería decirle que no tengo miedo, sino que las
sensaciones me asaltan desde todas direcciones. Puro calor
irradia por todo mi cuerpo y mis pensamientos se van con el
viento. Zane añade otro dedo y, cuando lo hace, el pulgar de
Scott traza un suave círculo alrededor de mi clítoris.
Mis músculos se contraen ante su tacto.
—Nina —gruñe Scott—, si sigues así voy a explotar.
—Todavía no.
Zane retira sus dedos. La cabeza de su polla empuja contra
mi culo. Tomo aire con fuerza cuando mis músculos se
estiran para acomodar su grosor. Oh Dios, estoy tan llena. La
polla de Scott en mi coño, la verga de Zane en mi trasero… se
me había olvidado lo sobrecogedoramente bien que se sentía
al hacerlo.
Entonces comienzan a moverse.
He estado peligrosamente cerca del orgasmo desde que
Zane me tirara sobre la cama. Cuando siento que ambos
entran y salen de mí, no puedo contenerme más. Exploto en
un millar de piezas. Atrapada entre sus cuerpos, me retuerzo
mientras oleada tras oleada de placer me inundan.
Aumentan el ritmo. Coordinan sus embestidas, ambos
saliendo de mí, dejándome con una sensación de vacío, luego
empujando al unísono. No tengo tiempo de recuperarme.
Paso de un orgasmo directamente al siguiente. Estoy llena,
tan llena. Exploto entre los dos, casi sollozando por la
intensidad de mi clímax.
Están justo ahí conmigo. Scott sujeta mis caderas y los
dedos de Zane se clavan en mi trasero, y sus caderas se
sacuden cuando ambos se vacían dentro de mí.

D ESPUÉS ME ACURRUCO entre sus cuerpos y escucho su


respiración mientras duermen, profunda y regularmente.
Casi me mató dejarles la primera vez.
Y voy a tener que hacerlo de nuevo.
16
ZANE

U n débil sol invernal se esfuerza por abrirse camino


saliendo desde atrás de un cielo lleno de nubes, pero
cuando despierto en la cama de Nina me siento como
el tipo más afortunado del mundo.
A mi lado, Nina está profundamente dormida, su rostro
parece en paz y extrañamente vulnerable. Scott ya está
despierto. Está apoyado sobre un codo y la está mirando con
expresión torturada.
—Debería haber ido tras ella —dice, su voz un susurro en
la callada habitación—. No debería haber permitido que
pasaran casi dos años. Si tu padre no hubiera pedido ayuda
con su urbanización…
Me estremezco ante la idea. Scott tiene razón. Se nos ha
dado una segunda oportunidad, y no voy a joderla.
Necesitaremos hacer muchos cambios en nuestras vidas.
No podemos estar de gira constantemente; Nina tiene un bar
que regentar y necesitará estar allí. Tendremos que recortar
conciertos o incluso disolver Evolving Whistle.
Eso no es algo malo.
Mi padre ha estado insinuando que le gustaría que yo
trabajase en el negocio familiar. Ha construido su empresa
desde cero y tiene docenas de empleados. Sé que quiere pasar
la empresa a la siguiente generación, y mi hermana Tía
nunca ha expresado un auténtico interés en el negocio
inmobiliario.
¿Y Scott? Aunque mi compañero en el grupo había lanzado
la idea de comprar el edificio de Nina porque estaba
enfadado, ha expresado un real interés en dirigir una sala de
conciertos. Si comprara el edificio de Nina y convirtiera el
espacio junto a La Coqueta Alegre en un recinto para
conciertos…
Me estoy adelantando. Le hemos prometido cosas a Nina
antes y no las hemos cumplido. Esta vez voy a hacerlo bien.
Las palabras no son suficientes. Necesito actuar. Necesito
demostrarle a Nina que he cambiado.
Esta vez voy a poner sus necesidades por delante. Como
debería haber hecho desde el principio.
Los ojos de Nina parpadean y se abren, y nos encuentra
mirándola fijamente.
—¿Tengo un grano en la nariz? —pregunta adormilada—.
Porque si es así, no me lo digan.
Me río.
—No hay grano —le aseguro—. Aunque tengo un
problema con el que podrías ayudarme.
Sus labios se sacuden.
—Ah, erección mañanera —se sienta en la cama,
desperezándose con pereza, y no puedo dejar de mirar sus
pechos. Joder, es preciosa—. Vaya dicha para mis ojos.
En unos sesenta segundos voy a perder la habilidad de
pensar. Antes quiero que sepa lo que siento.
—Nina —digo, cerrando mi mano alrededor de su
muñeca para evitar que agarre mi polla—. Cuando te
marchaste, dejé que mi orgullo se interpusiera en lo que
importaba —respiro hondo y la miro a sus ojos verdes—.
Debería haber ido tras de ti, y debería haber hecho lo que
fuera para mantenerte en mi vida. Esta vez no cometeré el
mismo error.
Sonríe ampliamente.
—Vaya tema más serio para una perezosa mañana de fin
de semana —dice ella con tono ligero—. Puedo pensar en
formas más divertidas de empezar el día. ¿Y ustedes?
Hay algo en su tono que no suena a verdadero. A juzgar
por el ceño fruncido en el rostro de Scott, él también lo
presiente. Pero han pasado veinte largos meses desde que
Nina estuviera en la cama con nosotros. Cuando rodea mi
polla con sus labios, se me olvida lo que voy a decir y me
rindo al placer que recorre todo mi cuerpo.
17
NINA

S oy una auténtica cobarde.


Podría haberles contado por qué estaba disgustada,
pero no lo hice. ¿Saben por qué? Porque estoy
aterrorizada.
Durante los últimos cinco años, la única prioridad en la
vida de Zane y Scott ha sido su grupo. Estaban de gira
constantemente. Han lanzado cinco discos. Han vivido sus
vidas en la carretera, sacrificando cualquier parecido con la
normalidad por la recompensa del éxito.
Ya les va bastante bien. Cuentan con gran reconocimiento
en la escena musical indie. En cualquier momento un sello
discográfico de los grandes podría llamar a su puerta.
Comparado con eso, ¿qué les ofrezco yo? Soy una ex
camarera, propietaria de un bar con una relación
problemática con mi familia, profundas cicatrices por la
muerte de mi madre, y una tendencia a huir cuando me
siento vulnerable.
Puedo ver todos los indicios.
En vez de enfrentarme a mis problemas directamente,
estoy refugiándome en un poderoso cóctel de sexo y
negación.
E S sábado y estoy trabajando tras la barra de La Coqueta
Alegre. James, Lucas, y Cassie han terminado finalmente con
las reformas de su casa, y van a dar una fiesta de
inauguración para celebrarlo. Como todo el mundo a los que
conocemos van a la celebración, decidí cerrar temprano.
—Estaré allí a las ocho —le prometí a Cassie esta mañana
—. Cerraré el bar a las siete y me dirigiré a tu casa tan pronto
como consiga echar al último borracho.
A las seis y media, la puerta se abre. Levanto la cabeza
para avisar a los recién llegados de que cerramos en treinta
minutos, pero las palabras mueren en mis labios. Son Zane y
Scott.
—Te llamé antes esta tarde, Nina —dice Zane, sentándose
en un taburete y mirándome con una ceja levantada—. No
contestaste.
Cuando llamó estaba sintiendo lástima de mí misma y no
podía soportar la idea de hablar con él.
—No oí el teléfono —miento—. He visto la llamada
perdida hace unos minutos.
—¿Ibas a devolvernos la llamada? —pregunta Scott, y su
mirada es súper perceptiva.
—Por supuesto —respondo con ligereza—. Ha sido una
tarde ajetreada, eso es todo. ¿Qué pasa con el interrogatorio?
—¿Por qué no me creo ni una palabra de lo que estás
diciendo, Nina? —pregunta Zane—. Te estaba llamando para
decirte que la segunda noche del juego era esta noche —se
encoge de hombros—. O podrías abandonar.
No puedo abandonar. He estado pensando en ello. No
pondré a Scott y a Zane en una situación en la que se vean
obligados a elegir entre su grupo y yo. Los quiero demasiado
como para hacer eso. Ganar el juego es mi única forma de
escapar. Si puedo convencerles de que no estoy interesada en
retomar nuestra relación, entonces se marcharán de New
Summit.
«Cuatro noches más, Nina.» Puedes hacerlo.
Levanto la barbilla.
—No voy a abandonar.
—Bien.
Zane me tiende una bolsa blanca de plástico. Incapaz de
resistirme, echo un vistazo dentro para encontrar algún tipo
de prenda, rosa fucsia y negro, y un par de tacones negros.
Mi pulso comienza a acelerarse. «¿Es esto lo que creo que
es?»
—Cuando sea la hora de cerrar el bar, quiero que cierres
las persianas, Nina. Cierra la puerta con llave, ve a la
trastienda, y cámbiate con ese conjunto.
Oh cielo santo. Mátenme ahora. Vamos a recrear la noche
en la que nos conocimos. Es la primera vez una vez más y no
creo que pueda hacerlo. Hace tres años yo me sentía recelosa,
pero aún así estaba espabilada y preparada para la aventura.
Ya no soy esa mujer. He visto nuestro futuro y no hay un
felices para siempre reservado.
No puedo fingir.
Tanto Scott como Zane me están observando con los ojos
entrecerrados. Ya es hora de que realice una actuación
ganadora de un Oscar.
—Prométanme —digo, guiñándoles un ojo, aunque mi
corazón se está rompiendo por dentro—, que esta vez no van
a recorrer mi cuerpo con cubitos de hielo.
Los labios de Zane forman una media sonrisa.
—Esa no es una promesa que pueda cumplir.
La Coqueta Alegre está casi vacía; solo hay dos grupos de
personas aquí. Mientras Zane y Scott esperan en la barra, me
acerco a las mesas con las rodillas temblorosas y los aviso de
que vamos a cerrar en media hora. Cuando se marchan,
cierro las persianas, echo la llave a la puerta, y apago el
cartel de Abierto. Luego me giro hacia ellos.
—¿Ahora qué?
Scott enarca una ceja.
—Quítate las bragas, cariño, y dámelas —dice, repitiendo
las palabras que me dijo la primera noche en que nos
conocimos.
Hace tres años me enrollé con Zane y con Scott en un bar,
y marcó un comienzo para nosotros. Esta vez, cuando
hagamos el amor, es una señal de que el fin está cerca.
18
SCOTT

U na semana más tarde, Zane y yo hablamos


finalmente sobre el futuro de Evolving Whistle, y
ambos estamos de acuerdo. Si hay que elegir entre
Nina y el grupo, ambos elegiremos a Nina. No hay
comparación, ni de lejos.
Pero Evolving Whistle no es solo nosotros dos. Andy y
Jeremy también necesitan opinar.
Hemos decidido deliberadamente no incluir a nuestro
mánager Chris Muller en esta reunión. Le va a dar un infarto
al oír nuestra decisión, pero así es la vida. Sigue
presionándonos, diciéndonos que estamos a punto de firmar
con uno de los principales sellos discográficos, pero yo soy
realista y sé que no hay muchas posibilidades de que eso
pase. Chris nos ha estado diciendo lo mismo durante los
últimos cinco años, y empujándonos a realizar gira tras
agotadora gira se está convirtiendo en alguien muy rico.
Durante las últimas dos semanas he sido más feliz de lo
que lo he sido en los últimos veinte años. He encontrado la
musa que había perdido. Soy más creativo. La música parece
algo fácil y divertido, no el implacable trabajo penoso en el
que se había convertido desde que Nina nos dejó.
Zane y yo somos increíblemente afortunados. Hemos
vuelto a encontrar a Nina. Una segunda oportunidad es algo
raro, y no vamos a malgastarla.
«¿Y qué hay de Nina?» Una voz en lo más profundo de mi
cabeza me pregunta. «Ella nunca ha dicho claramente que
quisiera una segunda oportunidad.»
Desecho esa voz. Puede que Nina no hubiera dicho esas
palabras, pero sus acciones hablan con más fuerza que sus
palabras. La noche en la que comimos comida china en su
casa, el sábado pasado en La Coqueta Alegre, antes esta
semana cuando pasó toda la noche con nosotros… esas cosas
nos dicen todo lo que necesitamos saber.

J EREMY Y A NDY llegan a la una el sábado por la tarde.


—¿Cómo les va a tus padres? —le pregunta Andy a Zane,
mientras nos instalamos en los sofás para ver el partido de
fútbol—. ¿Ha perdonado tu madre a tu padre ya?
—Creo que les va mejor —responde Zane—. Por
supuesto, ahora están de vacaciones. La auténtica prueba
será cuando vuelvan a casa.
Abro un par de bolsas de patatas fritas y dejo un pack de
seis cervezas sobre la mesita de café. Andy coge una, pero
Jeremy niega con la cabeza.
—No voy a beber —responde—. ¿Tienen refrescos?
—Hay un par de latas de Coca-Cola en el frigorífico —
contesto—. Pensaba que iban a quedarse toda la tarde. Hay
mucho tiempo para que se te pase el pedo antes de volver a la
carretera.
—No, no es eso —Jeremy respira hondo—. Necesito
contarles algo, chicos —dice con una expresión resuelta en
su rostro—. Tengo un problema con la bebida.
Andy, Zane, y yo intercambiamos miradas. No creo que
ninguno de nosotros sepa qué decir a continuación.
—¿Ah sí? —pregunta Zane tras una larga pausa.
—Sí —Jeremy abre la lata de Coca-Cola y da un trago—.
En público tenía reglas muy estrictas —dice—. Tenía un
límite de dos copas y tendía a tomar solo cerveza. Pero
después de los conciertos, en la intimidad de mi habitación
del motel, cuando no había nadie a mi alrededor, me bebía
media botella de whisky cada noche.
—Joder —la voz de Andy suena atónita—. Nunca lo
supimos.
—Soy un borracho altamente funcional —dice Jeremy con
ironía—. Pero soy un borracho de todos modos. Me he
despertado en mitad de la noche cubierto de vómito. Empecé
a dejar un cubo al lado de la cama todas las noches que
estábamos en la carretera para no destrozar las sábanas. Era
un puto desastre, pero era brillante recuperando la
compostura por la mañana. Se me daba genial mantenerlo en
secreto.
Mira directamente a Zane.
—Por primera vez en cinco años he pasado dos semanas
durmiendo en la misma cama —dice—. Ha sido bueno para
mí, Zane. Durante cinco años me he dicho que Evolving
Whistle era lo más importante en mi vida, pero no lo es. Mi
abuelo era un alcohólico que usaba a su mujer e hijos como si
fueran sacos de boxeo. Toda mi familia tiene una relación
profundamente problemática con el alcohol. Voy a hacer lo
que sea que haga falta para asegurarme de que no soy otra
estadística Knox.
Le lanza una mirada firme a Zane.
—No voy a ir a la gira por Asia este invierno —dice—. No
me importa lo que Chris diga. De hecho, voy a dejar el grupo.
—¿Qué gira por Asia? —pregunto sin comprender—. Le
dijimos a Chris que la cancelara.
Andy frunce el ceño.
—¿Estás seguro? Hablé con él hace dos días. Me dijo que
seguíamos adelante, y que estaría decepcionando a todo el
mundo si yo no cooperase.
Jeremy asiente.
—Sí, a mí me dijo lo mismo.
—¿Es de eso de lo que creen que va esta reunión? —exige
Zane—. ¿Pensaban que íbamos a hablar sobre la gira?
—Sí —replican ambos con idénticas expresiones infelices
en sus rostros—. Te quiero, amigo —añade Andy—, pero no
puedo hacerlo. Estoy con Jeremy. Quiero dejarlo. Sé que esto
va a sonar a sacrilegio, pero ya no me importa una mierda.
—No es por eso por lo que los he llamado —dice Zane. Su
voz suena crispada por la rabia—. Chris les mintió. Como ha
dicho Scott, le dijimos que se olvidara de lo de Asia. No sé por
qué iba a decirles que nos habíamos apuntado.
—Yo sí —dice Andy—. A ver, venga ya. Digamos las cosas
como son, ¿está bien? Chris ha hecho esta clase de jugarreta
antes. Divide y vencerás, ese es su estilo. Y no es solo con
nosotros cuatro. ¿Recuerdan esa extensión de la gira de hace
dos años? Le dijo a Nina que estaba todo organizado, aun
cuando no lo había discutido con ustedes, y ella se puso
furiosa. Estoy bastante seguro de que fue por eso por lo que
se marchó.
—¿Tú sabías la razón por la que se había marchado Nina?
—miro a Andy con rabia, mis manos formando apretados
puños. Yo pensaba que Andy era mi amigo, maldita sea.
¿Cómo pudo ocultarnos eso? —¿Por qué no nos lo contaste?
Él mira de frente mi mirada rabiosa.
—Porque pensé que era la razón equivocada pero el
resultado correcto. Nina se sentía desgraciada en la
carretera, Scott. Tú eras demasiado jodidamente terco como
para verlo, y Zane estaba demasiado ocupado persiguiendo
su sueño como para prestar atención —le da un largo trago a
su cerveza—. Y tenía razón, ¿verdad? Ninguno de ustedes se
preocupó lo bastante como para ir tras ella.
—Basta —la voz de Zane suena dura—. Todos la jodimos
de unas mil formas diferentes. No puedo volver y arreglar el
pasado, pero puedo aprender de mis errores —le lanza a
Andy una mirada firme—. Chris es tu primo —dice—. Lo
habría despedido hace años si no fuera por eso.
—Ojalá hubieras hablado conmigo —responde Andy con
tristeza—. Yo creía que seguías con Chris porque te gustaba
tu estilo de vida de estrella del rock. Nos estaba consiguiendo
contratos y tú estabas persiguiendo tu sueño.
—No sé lo que estaba haciendo —Zane tiene una
expresión frustrada en el rostro—. Nunca tuve ni un
momento para pensar. Siempre había algo que hacer.
—Eso no fue un accidente, ¿verdad? —dice Jeremy—.
Chris nos mantenía ocupados por un motivo. Si hubiéramos
hablado entre nosotros, nos habríamos dado cuenta de que
todos éramos infelices.
Jeremy ha dado en el clavo.
—¿Por qué nos llamaron hoy? —pregunta Andy—. Si no
fue por lo de Asia, ¿entonces por qué?
Intercambio otra mirada con Zane.
—Nina vive en New Summit —admito—. Durante las
últimas dos semanas hemos… eh… reconectado.
Hay una gran sonrisa en el rostro de Jeremy.
—Follando como conejos, quieres decir —dice por lo bajo
—. ¿Cómo le va?
—Realmente genial —dice Zane radiante—. Es la dueña
de un bar llamado La Coqueta Alegre. Está ocupada todo el
tiempo. Le va genial —nos mira a los tres—. Ustedes son mis
amigos —dice calladamente—. Debería haber visto que eran
infelices. Siento no haberme dado cuenta.
—¿Y ahora qué? —pregunto—. Jeremy quiere dejarlo. Y
Andy también.
Zane parece más calmado de lo que yo había esperado que
estuviera.
—Creo que la respuesta es clara —responde—. Hemos
terminado —levanta su botella de cerveza hacia nosotros—.
Nos ha ido bien —dice.
Andy está quemado. Jeremy tiene un problema con el
alcohol. Nosotros perdimos a la mujer que amábamos. El
precio de la fama es demasiado alto y estamos hartos de
pagarlo.
Choco mi botella con la suya.
—Por Evolving Whistle —digo—. Por el fin de una era —
pienso en los ojos verdes de Nina y añado—: Y por el
comienzo de una nueva.
—A Chris no va a gustarle esto —advierte Andy—. Va a
intentar hacernos cambiar de idea.
Sonrío sombríamente.
—Que lo intente.
19
NINA

E l domingo por la mañana, Maggie me hace una visita.


—Escúpelo —dice bruscamente—. Me mentiste
sobre Zane y Scott. Cuando viniste a por comida para
llevar el viernes pasado parecía que habías estado llorando, y
no fuiste a la fiesta de Cassie del sábado pasado ni a nuestra
comida del martes —se sienta en mi sofá y me clava una
mirada estricta—. No voy a ir a ninguna parte hasta que me
cuentes qué está pasando.
Pongo los ojos en blanco.
—Reina del drama —me burlo—. Sé que tienes que estar
en el trabajo a la una. Voy a hacer café. ¿Te apetece una taza?
—¿Viene con una porción de verdad? —pregunta con
intención.
Ay.
—Está bien —digo levantando las manos—. Te lo contaré
todo. Leche y dos de azúcar, ¿cierto?
—Sí, por favor.
Pongo la cafetera. Mientras se hace, le cuento a Maggie lo
que ha estado pasando. Cuando termino de contarle toda la
historia, la miro con un gesto de impotencia.
—No tengo otra opción —digo con voz apagada—. A
veces las cosas simplemente no funcionan.
Ella suelta un bufido.
—Estás siendo ridícula —me dice—. Y tú me acusas de
ser una reina del drama. Le dijo la sartén al cazo.
—¿Qué quieres decir? —pregunto dolida—. Venga,
Maggie. No alucinemos. Por un lado, Scott y Zane tienen una
auténtica posibilidad de conseguir la fama y la gloria. Por
otro lado, está el sexo ardiente. ¿Qué crees que van a escoger?
—No lo sé —responde—. No conozco a Scott y a Zane,
¿recuerdas? Ahora bien, te diré que cuando entraron en el
restaurante, solo era “¿Te acuerdas de aquella vez en la que
Nina comió pollo con anacardos en Londres? A ella le gusta
eso. Vamos a pedir eso”. Y así durante veinte minutos.
Una sensación de calor recorre mi cuerpo. Se habían
acordado de que adoro la comida china y realizaron un
auténtico esfuerzo por elegir mis platos favoritos.
—Eso no demuestra nada —digo débilmente.
—Demuestra que se preocupan por ti —responde Maggie
—. Pero eso ni siquiera es lo más importante —me mira con
el ceño fruncido—. Lo más importante es que no te
corresponde tomar esa decisión.
—Claro que sí. Estoy implicada.
—Has decidido que no dejarás La Coqueta Alegre para irte
de gira con ellos —dice con intención—. Pero no les diste la
oportunidad de decidir lo que quieren hacer ellos. Vas a
decirles que quieres que se vayan porque crees que ellos no
van a renunciar a sus giras. Y esa, Nina, no es tu decisión. Es
suya.
—Quiero protegerlos.
Ella sacude la cabeza.
—Quieres protegerte a ti misma —responde—. Te da
miedo poner en riesgo tu corazón. Te da miedo que te hagan
daño.
«Tiene razón. Tengo miedo.»
No les conté a Scott y a Zane por qué el MOMA era
importante para mí. No les conté por qué me marchaba antes
de irme, y ahora estoy repitiendo ese patrón por tercera vez.
Tengo que contarles lo que es importante para mí. Ahora
lo veo con absoluta claridad. Tengo que confiar en que
encontraremos un modo de que las cosas funcionen.
Tengo que saltar sin red de seguridad y espero que estén
conmigo para sujetarme.

A LAS CINCO de la tarde estoy de pie frente a su puerta, mi


mano está levantada para llamar al timbre cuando esta se
abre. Zane sale con un montón de cajas vacías de pizza en sus
manos.
—Nina —dice, con una expresión de placer llenando su
rostro cuando me ve—. Qué sorpresa más agradable.
Tengo el estómago revuelto por los nervios.
—¿Han dado una fiesta?
—Jeremy y Andy vinieron y los cuatro vimos el fútbol.
Casi te encuentras con ellos. Se marcharon hace veinte
minutos.
Me gustan los compañeros del grupo de Zane y Scott. A
diferencia de Chris, ambos hombres habían hecho todo lo
posible para hacerme sentir parte del grupo.
Hablando del mánager del grupo, estoy un poco
sorprendida de que no haya sido parte de la reunión. Él
siempre estaba pululando a su alrededor.
—¿Chris no estaba?
Niega con la cabeza, pero no se explica.
—Íbamos a llamarte —dice—. No has visto el especial de
navidad de Doctor Who, ¿verdad? ¿Quieres verlo con nosotros
esta noche?
Cuéntales por qué estás aquí, Nina. Sé sincera con ellos.
Diles que no quieres dejar el bar y que no puedes irte de gira
con ellos.
Pero mi resolución se ha debilitado. Jeremy y Andy
estuvieron aquí hoy. Dudo que ambos hombres condujeran
tres horas solo para ver fútbol. No, estuvieron aquí para
hablar de cosas relacionadas con Evolving Whistle, y
respecto a eso, no puedo interponerme.
¿Qué sabe Maggie de tomar riesgos? Su madre la quiere y
su hermano la trata como si fuera una princesa. El padre de
Maggie no escogió a su segunda familia en vez de a su hija,
pero mi padre sí que lo hizo. Maggie no puede comprender
por qué me niego a colocarme en una posición en la que
alguien pueda rechazarme una vez más, pero yo sí.
—Claro —respondo—. Doctor Who suena genial.
20
ZANE

V emos el especial, pero mi atención no está puesta en


el Doctor.

a hacer.»
«Dile lo que han decidido. Dile lo que el grupo va

Puedo anticipar la siguiente pregunta de Nina. Ella podría


preguntarme qué piensa Chris de todo esto. Y tiene razón de
sentirse escéptica. Justo antes de que nos dejara, le dijimos
que íbamos a tomarnos un respiro de todas las giras, y lo
siguiente que oyó de boca de Chris fue que habíamos
conseguido contratos para fechas adicionales.
Me siento tentado de permanecer en silencio hasta que
hablemos con nuestro mánager, pero eso tampoco está bien.
Andy señaló antes que podríamos haber ido tras Nina cuando
se marchó, pero no lo hicimos. Si la hubiéramos seguido,
habríamos descubierto que Chris Muller estaba jugando con
nosotros, poniéndonos a todos en contra de todos,
manipulándonos como marionetas en su búsqueda de fama y
riqueza.
—Nina —digo cuando el especial de navidad acaba—.
Scott y yo tenemos algo que contarte.
—¿De qué se trata? —pregunta con expresión reservada.
—Andy y Jeremy estuvieron aquí hoy para hablar del
futuro de Evolving Whistle. Hemos decidido que necesitamos
concentrarnos en otras cosas en este momento —no le
cuento nada sobre el desánimo de Andy o sobre el
alcoholismo de Jeremy; no son mis secretos como para
divulgarlos—. Como en ti —mi corazón golpetea en mi
pecho mientras espero a que reaccione.
—¿Qué significa eso?
Scott responde antes de que pueda hacerlo yo.
—Vamos a retirarnos —responde—. Si te parece bien, he
pensado que podría comprar tu edificio y abrir un espacio
para conciertos al lado de tu bar. Zane está planeando en
trabajar para la empresa de su padre. Y lo que es más
importante —dice—, queremos una segunda oportunidad
contigo.
Finalmente nos mira.
—¿Están seguros? —su voz suena vacilante—. Ustedes
aman Evolving Whistle. Todo el mundo parece creer que van
a conseguir un enorme contrato durante los próximos seis
meses.
Pongo los ojos en blanco.
—Lo dudo, Neen. Por mucho que quiera un contrato
discográfico, no voy a esperar sentado. Tendría mejores
opciones de ganar la lotería.
Honestamente, ni siquiera lo quiero ya. Si una
discográfica llamara a nuestra puerta mañana, los
rechazaría. La conversación de hoy con mi grupo me ha
hecho ver el coste real de nuestro éxito. El sueño perdió su
magia hace mucho tiempo.
—No están bromeando —dice maravillada—. Lo dicen en
serio.
—Nunca he dicho nada más en serio en mi vida —le digo
—. Ya te perdí una vez, Nina. No quiero volver a perderte.
—Yo tampoco quiero perderlos —dice ella. Entrelaza sus
dedos con los míos y apoya la cabeza en el hombro de Scott
—. Yo también quiero una segunda oportunidad con ustedes
—sus labios forman una sonrisa burlona—. Y esta vez
prometo que prestaré atención a la regla número dos.
Regla número dos: jugamos el juego con honestidad.
—Es una buena regla —digo con solemnidad—. Pero esto
ya no es un juego, Nina. Nunca lo fue.
El reloj de pie del salón da las seis en ese momento y Scott
sonríe.
—Bueno —dice despacio—, yo estoy de acuerdo con Zane.
Nuestra relación no es un juego. Sin embargo, solo hemos
usado tres noches de las cinco. ¿Tal vez podamos jugar un
poco?
Ella se ríe.
—¿Qué tienes planeado?
Scott se pone de pie.
—Vamos, Nina —dice, alargando la mano hacia ella—.
Descubrámoslo.
21
NINA

U n par de días más tarde, mientras desayunamos,


Scott pide cita con el agente inmobiliario del doctor
Bollington.
—No sé cómo sentirme ante la idea de que te conviertas
en mi casero —me burlo de él—. ¿Y si me retraso con el
alquiler?
Scott se ríe.
—Nunca pensé en las cientos de posibilidades que esto
me ofrece —dice con un brillo perverso en los ojos—. Creo
que tendré que inclinarte sobre la barra y castigarte.
Un ramalazo de calor me inunda ante esa idea.
—¿Castigarme? —pregunto con fingida modestia como si
no tuviera ni idea de a qué se refería Scott. Zane nos está
observando a los dos con una sonrisa—. ¿A qué te refieres
con lo de castigarme?
Scott se pone de pie.
—¿Qué te parece, Zane? La isleta de esta cocina parece de
la altura adecuada como la barra de Nina, ¿verdad que sí? Tal
vez podamos hacer una demostración.
Zane sonríe ampliamente.
—Qué buena idea —se gira hacia mí—. Ya sabes como va,
Neen —dice, sus labios mientras se curvan—. Desnúdate.
Levanto la vista. Las cortinas están descorridas y
cualquiera que pase puede vernos.
—New Summit es una ciudad de chismosos —aviso.
—Tienes razón —Zane se levanta y cierra las cortinas.
Vuelve con el cordón de la cortina en las manos y un brillo
divertido en los ojos—. Desnúdate —repite.
Me quito la ropa rápidamente. Deseo a Scott y a Zane, y
me niego a fingir lo contrario.
—Buena chica —Scott me sonríe—. Creo que sé lo que
Zane está planeando hacer con ese cordón —dice como si
estuviéramos teniendo una conversación—. Inclínate sobre
la encimera, Nina, y lleva tus manos a la espalda.
Obedezco una vez más. Mis pechos presionan contra el
frío granito de la encimera, y el frío envía una descarga por
mi sistema. Se me pone la carne de gallina.
—No te preocupes, Neen —dice Zane, acariciándome la
espalda—, pronto te daremos calor.
Sujeta mis muñecas en el sitio y las ata con el cordón de la
cortina. Cuando termina, compruebo las ataduras para ver
con qué facilidad podría liberarme de ellas, y la respuesta es
que no era tan fácil. Aún así no estoy preocupada lo más
mínimo. Zane, Scott, y yo hicimos un montón de cosas
fetichistas durante nuestro tiempo juntos, y ni una sola vez
me hicieron sentir que no estaba a salvo. Puedo confiar en
ellos sin reservas.
—Ahora que la tenemos donde la queremos —bromea
Scott—, supongo que deberíamos discutir el asunto de su
alquiler, señorita Templeton.
—Lo siento mucho, señor Leyland —digo, intentando
sonar como una inquilina cuyo casero ha venido a pedir un
alquiler que no tiene—. Tendré su dinero pronto, lo prometo.
Zane se alza imponente delante de mí y me clava una
mirada severa.
—Eso es lo que dijo el mes pasado, y el mes anterior,
cielo. ¿Y sabe dónde la vi ayer? En el centro comercial.
¿Compró algo allí?
«Los juegos de rol son lo mejor.» Reprimo mi sonrisa y
sueno contrita.
—Solo un par de zapatos, señor.
Scott suelta una risita.
—Señor. Me gusta como suena eso.
Pongo los ojos en blanco.
—Por supuesto que te gusta —digo con sarcasmo,
olvidando mi papel por un segundo.
Nalgada. La palma de Scott conecta con mi culo con un
golpe agudo. Me giro para mirarle y encuentro sus ojos
brillando por mí.
—Teniendo en cuenta su situación actual, señorita
Templeton —dice con severidad—, no creo que el sarcasmo
le haga ningún bien.
El dolor ha desaparecido, dejando puro calor atrás.
—Ah, ¿sí? —le pregunto con insolencia—. Creo que el
sarcasmo mejora todas las situaciones.
Zane se sitúa detrás de mí y le llega el turno de darme
nalgadas. Al mismo tiempo, mete su pie entre mis tobillos.
—Abra las piernas —ordena—. Si no tiene dinero para el
alquiler, señorita Templeton, quizás podamos llegar a otro
acuerdo.
Estoy a punto de votar con entusiasmo a favor de los otros
planes cuando suena mi teléfono. Está sobre la mesa de café.
—¿Puedo ver quién es? —les pregunto—. Por si acaso es
del bar.
Zane se acerca al teléfono y mira la pantalla.
—Es tu padre —dice.
Es frustrante lo inoportuno que es. Mi padre y yo hemos
estado jugando al tú la llevas con el teléfono durante las
últimas veinticuatro horas. Quiero contarle que Scott va a
comprar mi edificio. No voy a ocultarle la verdad a mi padre;
prefiero que todo salga a la luz.
—Le llamaré al cabo de unos minutos —murmuro.
Scott sonríe con picardía.
—No deberías ignorar las llamadas de tu padre, Nina —
dice. Coge el teléfono y lo lleva a la encimera. Dándole al
botón de descolgar, pone la llamada en manos libres.
—Hola, Nina —dice mi padre, su voz suena fuerte en la
silenciosa habitación—. Dejaste un mensaje diciendo que
necesitabas hablar conmigo.
Voy a matarlos a los dos. A Zane por atarme las manos
para no poder colgar esta llamada, y a Scott por contestar.
—Hola, papá.
Necesito hacer un esfuerzo consciente para mantener mi
voz en calma porque Zane está recorriendo mi trasero con
sus manos. Luego mete la mano entre mis piernas y desliza
un dedo dentro de mi vagina. Tengo que tragarme un jadeo
sorprendido.
Con dificultad, devuelvo mi atención al teléfono.
—Quería hablar contigo —respiro hondo—. Scott va a
comprar el edificio de Bollington —le cuento a mi padre—. Y
Scott, Zane, y yo estamos saliendo de nuevo.
Hay un silencio absoluto al otro lado de la línea.
«Maravilloso.»
—Sé que no te gustan Zane y Scott —digo de prisa. Parte
de mí no quiere que ambos hombres escuchen esta
conversación, pero claro, nada de lo que estoy diciendo es
nuevo para ellos.
—No es que no me gusten Zane y Scott —interviene mi
padre—. ¿Qué te ha dado esa idea?
—Eh… ¿todo lo que has dicho siempre?
Por el rabillo del ojo, veo a Scott abrir otro paquete, sus
labios están curvados en una sonrisa traviesa, y sacudo la
cabeza hacia él. «Te mataré,» digo sin voz, pero él sonríe y
finge no entenderme. Más bien empuja algo que parece un
huevo dentro de mi vagina y, cuando está instalado dentro de
mí, comienza a vibrar.
Cojo aire con fuerza, olvidándome por un segundo que
estoy intentando mantenerme en silencio. Cuando me
acuerdo, intento convertirlo en una tos.
—¿Estás ocupada, Nina? Suenas distraída.
Zane y Scott se están esforzando por no reírse de mis
cuitas.
—Acabo de ver una hormiga —suelto, diciendo lo primero
que se me pasa por la mente—. Me estoy preguntando si
habrá una colonia en alguna parte.
—¿Has visto una hormiga? —mi padre suena escéptico—.
¿En invierno?
Soy una malísima mentirosa.
—Lo sé. Es raro, ¿verdad?
—Mucho —dice. Estoy bastante segura de que no se cree
ni una palabra de mi historia—. Volviendo a nuestra
conversación anterior, Nina, me malinterpretaste.
—¿De qué modo?
El huevo está vibrando en mi vagina, y quiero rendirme a
las vibraciones y permitirme flotar en una nube de deseo. Lo
que mi padre está diciendo es importante, maldita sea. Miro
con rabia a Scott y Zane. «Mi venganza será terrible, amigos
míos. Solo esperen a que me desate.»
—No me gustaba el estilo de vida nómada que tenían —
aclara mi padre—. Y era difícil para mí lidiar con el hecho de
que tu relación estaba tan lejos de lo común. Pero aparte de
eso, no tengo nada en contra de Zane y Scott. Siempre me
parecieron unos jóvenes educados y con buenos modales.
“Jóvenes educados y con buenos modales” es la versión
de mi padre de un brillante cumplido. A continuación, les
concederá el premio Nobel.
—Oh —las vibraciones del huevo aumentan y, una vez
más, tengo que luchar contra las oleadas de placer para
concentrarme en mi conversación—. Bueno, voy a seguir
viéndolos, pero te alegrará saber que no van a salir tanto de
gira.
—Es bueno saberlo —mi padre se aclara la garganta—.
Solo quiero que seas feliz, Nina. Y si eso sucede con Scott and
Zane, pues que así sea —su voz se vuelve brusca—. Joanne
siempre ha querido conocerlos. Tal vez los tres podrían venir
a comer un día de estos.
—Claro.
Nos despedimos y mi padre cuelga.
Una vez estoy segura de que la línea está muerta, lanzo
una mirada asesina hacia ellos.
—Desátenme, imbéciles, para que pueda estrangularlos.
¿En serio? ¿Un vibrador en mi vagina mientras estoy
hablando con mi padre?
Zane se ríe.
—Estabas triste la última vez que hablaste con él —señala
—. ¿No crees que esto es una mejora?
—Además —añade Scott—, hemos oído a tu padre. Somos
educados y tenemos buenos modales, Nina. No somos idiotas
—desata mis muñecas y masajea la rigidez de mis hombros.
Acercándome a él, susurra en mi oído—. ¿Quieres continuar
con esta conversación arriba?
Puedo sentir su gruesa erección contra mi culo.
—Por fin, algo en lo que estamos de acuerdo —muevo mi
trasero contra él y él inhala con fuerza—. ¿Cómo pago
exactamente los tres meses de alquiler que le debo?
—Suba las escaleras, señorita Templeton —contesta Zane
—, y lo descubrirá.
Todo va genial. Estamos juntos y somos felices. No tengo
que elegir entre Scott y Zane, y La Coqueta Alegre. Debería
estar encantada.
Aún así, en la parte más profunda y oscura de mi corazón,
aún queda un diminuto rastro de miedo. Esto parece
realmente un gran sueño. Pero antes o después voy a
despertar.
22
ZANE

P arece una cabronada soltarle nuestra decisión a Chris


por teléfono, así que le llamo y sugiero que nos
reunamos.
—Quiero discutir el futuro de Evolving Whistle —le digo
—. ¿Quieres quedar en Lafayette para tomar el aperitivo el
jueves?
—Claro.
Normalmente, cada vez que he mencionado el futuro del
grupo, Chris se lanza a soltar una larga parrafada sobre todas
las cosas que quiere que hagamos. Esta vez no. Su rápida
aceptación me toma por sorpresa.
—Genial —digo—. Scott y yo te veremos a las once.
Tendremos que salir de New Summit a las siete para
llegar a la ciudad a tiempo, pero me siento bastante deseoso
de sacrificar nuestro sueño por una oportunidad de decirle a
nuestro mánager exactamente cómo van a ser las cosas en el
futuro.

L LEGAMOS A M ANHATTAN UN POCO TARDE . Para cuando entramos


en Lafayette ya son las once y cuarto. No vemos a Chris por
ninguna parte.
—¿Puedo ayudarlos? —pregunta la recepcionista.
Su tono es sensual y deja bastante claro que se alegra de
ayudarnos con cualquier cosa, pero no estoy interesado.
—Hemos quedado aquí con un amigo —respondo, usando
el significado más liberal de la palabra “amigo”—. Chris
Muller. Dijo que había hecho una reserva. ¿Ha llegado ya?
Su mirada recorre su libro.
—Lo siento —dice—. No tengo ninguna reserva a nombre
del señor Muller. ¿Puede que esté con otro nombre?
Scott frunce el ceño.
—Inténtelo con Zane Marshall o Scott Leyland —le dice.
Ella comprueba la lista y vuelve a negar con la cabeza.
—Lo siento, señor. Tampoco tenemos ninguna reserva
con esos nombres. ¿Les gustaría añadir sus nombres a la
lista? La espera es normalmente unos cuarenta minutos para
una mesa para dos.
—Vamos a ser tres —digo automáticamente. Mi teléfono
suena y murmuro una disculpa a la recepcionista como
respuesta. Es Andy, nuestro baterista.
—Zane —dice, y hay una nota de estrés en su voz que me
inquieta—, ¿están tú y Scott en Lafayette con Chris?
—Scott y yo estamos aquí —respondo—. Pero no hay ni
rastro de Chris. ¿Por qué?
—Puede que la haya jodido —admito—. Estaba charlando
con Chris ayer y estaba diciendo que iba a comprarse un
coche nuevo. Un caro deportivo, un Ferrari.
Tengo un presentimiento en la boca de mi estómago
mientras Andy continúa.
—Tenía que detenerle, Zane. El grupo gana mucho dinero
ahora mismo, pero Chris no puede permitirse ese coche si
nos separamos. Así que le conté nuestra decisión.
Permanezco en calma. Así que Chris sabía de qué iba la
reunión de hoy.
—Sí, es desafortunado, pero viviremos. No pasa nada.
Andy suena triste.
—No estoy tan seguro de eso —dice—. Chris no puede
llegar a nosotros cuatro, pero aún tiene otro objetivo.
Nina.
Chris ya cree que Nina es la razón por la que no queremos
ir a su gira por Asia. La última vez que habló con Nina le
mintió, le dijo que habíamos extendido las fechas de nuestra
gira, y ella nos abandonó. Como consecuencia, Scott y yo
habíamos estado tan destrozados que terminamos haciendo
lo que Chris quería, demasiado deprimidos como para
enfrentarnos a él.
Chris no quiere que dejemos de hacer giras.
Definitivamente no quiere que nos separemos. Ir a por Nina
funcionó una vez.
—Por eso no está aquí —digo en voz alta cuando las
piezas caen en su sitio. «Por supuesto.» Mientras estamos
en Manhattan, Chris es libre de verter sus palabras
venenosas en el oído de Nina para hacerle creer que Evolving
Whistle es más importante que ella.
Tenemos que volver de inmediato. «Antes de que sea
demasiado tarde.»
23
NINA

S cott y Zane pasaron el miércoles por la noche en mi


casa, pero se marcharon temprano el jueves.
—Tenemos que ir a Manhattan —dice Scott—, pero
deberíamos estar de vuelta por la noche.
Espero a que se ofrezca a darme más información, pero no
lo hace y no pregunto. «Mira, Nina,» me sermoneo a mí
misma, «te dijeron que querían una segunda oportunidad y
Scott te dijo que va a hacer una oferta por tu edificio. Las
cosas van bien. No quieres ser el tipo de novia que necesita
saber donde están sus hombres todo el tiempo, ¿verdad?
Porque eso es una locura.»
—Diviértanse —les digo alegremente—. Esta noche
estaré trabajando si deciden tomarse una copa cuando
vuelvan.
Como ya estoy despierta, me dirijo a La Coqueta Alegre.
Siempre hay algo que hacer cuando regentas un bar. Un
barril de una nueva cervecería estaba malo; recibimos quejas
de tres clientes diferentes sobre la apestosa cerveza antes de
ponerlo en el grifo. He estado intentando llamarles para
quejarme por su control de calidad, pero nunca cogen el
teléfono. Estoy decidida a dar con ellos hoy.
Y luego están las cosas rutinarias. Reagan necesita
tomarse unos días libres la semana que viene para comprar
un coche usado. Patrick le echó un vistazo al suyo y lo
declaró inseguro para la conducción, y yo confío en el padre
de James sin condiciones. Tengo que ajustar las horas de
trabajo, pedir comida y bebida, pagar facturas… la lista es
interminable.
El bar está vacío cuando entro. Me dirijo directamente a
mi despacho y me concentro en el trabajo, sin levantar la
vista hasta que oigo una serie de fuertes golpes en la puerta
poco después de las diez.
«Lucas debió haber olvidado su llave,» pienso. «No es
propio de él.» Me levanto para dejarle entrar, pero cuando
abro la puerta, no es Lucas quien está ahí.
Es la última persona a la que esperaba volver a ver.
Chris Muller, el mánager de Evolving Whistle, está frente
a mí con expresión grave en el rostro.
—Nina —dice—, necesitamos hablar.
Sin palabras, me aparto y él entra. Su mirada recorre el
interior de La Coqueta Alegre.
—Bonito bar —dice con desprecio.
Lo último que quiero en el mundo es tener una
conversación banal con este hombre, así que voy al grano.
—¿Por qué estás aquí, Chris?
—Porque Zane y Scott están cometiendo un terrible error
—responde—. Están planeando mudarse a este estúpido
pueblo muerto. Van a abandonar el grupo —me mira con
rabia—. Por tu culpa.
Mi primera reacción instintiva es sentirme culpable, pero
enderezo mi espalda.
—Son adultos —digo fríamente—, son capaces de decidir
lo que los hace feliz.
—No seas ridícula, Nina —suelta—. Siempre han estado
ciegos en lo que a ti respecta. Lanzas una sonrisa incitante,
te abres de piernas, y bum —hace chasquear los dedos—. El
único cerebro con el que están pensando ahora mismo es con
el que tienen entre las piernas.
Me abrazo a mí misma.
—No me importa la opinión que tengas sobre nuestra
relación, Chris —hace muchísimo frío en el bar. Debería
subir la calefacción antes de abrir—. No comprendo por qué
estás aquí. Si tienes algún problema con Scott y Zane,
deberías intentar hablar con ellos.
—¿Sabes dónde están ahora, Nina? —Chris interpreta
correctamente mi mirada vacía, y la sonrisa burlona en su
rostro se vuelve más grande—. No, por supuesto que no.
Están en Manhattan, almorzando con un ejecutivo de
adquisiciones de Sony. Les han ofrecido un contrato para
grabar tres álbumes. Tendrán una semana para tomar la
decisión, pero ¿sabes lo que me dijo Zane? Que no importa lo
que Andy quiere, ni lo que Jeremy quiera. Lo va a rechazar.
Por tu culpa.
No. No pueden hacer eso. La voz de Zane resuena en mi
cabeza. “Por mucho que quiera un contrato discográfico, no
voy a esperar sentado. Tendría más oportunidades de ganar
la lotería”.
No puedo permitir que dejen escapar esto. Y menos por
mí. No puedo vivir con eso sobre mi conciencia. Un día van a
mirarme y van a darse cuenta de que nunca merecí la pena, y
no puedo enfrentarme a esa expresión en sus ojos. No puedo
enfrentarme a su arrepentimiento.
La puerta principal se abre y entra Lucas. Cuando nota mi
expresión, sus ojos pasan a estar preocupados.
—Nina, ¿va todo bien?
—Piensa en lo que acabo de decir, Nina —Chris se pone
de pie—. Rompe con ellos. Sabes que es lo correcto.
Chris Muller es una persona despreciable que nunca ha
hecho nada a menos que le beneficie de algún modo. La
razón por la que está aquí es por su parte en el contrato de
tres discos, no porque le importen Zane y Scott.
No importa, porque tiene razón.
Solo queda una cosa por hacer, y es terminar con Scott y
Zane. Esta noche.
24
SCOTT

C omo le ponga las manos encima a Chris Muller, que


Dios me ayude. Rodearé su garganta con mis dedos y
apretaré hasta que deje de respirar.
—Esto es culpa mía —dice Zane en tono sombrío
mientras íbamos a toda velocidad hacia New Summit—. Yo
quería contárselo a Chris en persona, no por teléfono. Yo
sugerí el aperitivo en Lafayette. Le he dado ventaja.
—¿Estamos jugando al juego de la culpa? —pregunto,
adelantando a un lento Buick que está acaparando el carril
izquierdo—. Yo soy quien no le dijo a Nina a donde íbamos.
Yo soy quien quiso que nuestra reunión con Chris fuera una
sorpresa —Nina parece feliz, pero en el fondo presiento que
aún está un poco inquieta. Yo creía que era porque no
habíamos hablado con nuestro mánager. Mis labios forman
una amarga sonrisa—. Vaya puta sorpresa está resultando
ser.
—No, eso son tonterías.
Zane vuelve a marcar el número de Nina con frustración
grabada en su rostro. Hemos intentado llamarla desde que
salimos corriendo de Lafayette, pero no contesta al teléfono.
Un frío escalofrío recorre mi espalda. Cuando es ciertamente
importante, Nina no lucha. Se retira.
Ahora se está retirando. Puedo sentirlo.
—Esto no es culpa nuestra. Esta vez no —continúa
diciendo Zane—. No, esto es culpa de Chris. Vamos a buscar a
Nina, vamos a explicarle lo que pasó, y luego vamos a
despedir al bastardo por esta treta. Vamos a arreglar este
desastre.
«Eso espero, amigo.» De verdad espero que tengas razón.

S ON las tres de la tarde para cuando llegamos a New Summit.


Nos dirigimos directamente a La Coqueta Alegre, donde Nina
estaba planeando pasar la mayor parte del día, pero no se la
ve por ninguna parte. El bar está casi vacío. Solo una mesa
está ocupada por dos mujeres, quienes conversan con la
cabeza agachada. Lucas está tras la barra, su cabeza está
inclinada sobre su teléfono.
Levanta la vista cuando entramos y su expresión se vuelve
hostil.
—Ustedes dos —dice con asco—. ¿Qué quieren?
—¿Dónde está Nina? —suelto. No estoy de humor para las
mierdas de este tipejo.
—Que te jodan, colega —replica—. Tal y como yo lo veo,
desde que ustedes entraron en la vida de Nina, no han hecho
más que conseguir que se sienta miserable. Ustedes y sus
amigos.
—Espera —dice Zane bruscamente—. ¿Qué amigos?
El camarero parece mantener una lucha interna consigo
mismo, pero luego cede.
—Un tipo rubio —dice—. Pelo engominado hacia atrás.
Vestido con traje y corbata.
Ese es nuestro mánager.
—¿Habló con Nina? —mi voz suena urgente—. ¿Oíste lo
que le dijo? Hemos pasado por su casa y su coche no está allí.
No responde al teléfono. ¿Dónde está?
—Si no quiere hablar con ustedes, no voy a decirles donde
está —Lucas se cruza de brazos con expresión terca—. Ya les
he dicho suficiente.
—Por el amor de Dios —explota Zane—. No somos los
malos en esta situación. Amamos a Nina. Esto es todo un
estúpido malentendido provocado por nuestro mánager, y
tan pronto como encontremos a Nina y le contemos la
verdad, vamos a despedir a ese puto mentiroso.
Las mujeres de la mesa levantan la cabeza al oír el
estallido de Zane. Reconozco a una de ellas. Es Maggie, la
amiga de Nina, la que trabaja en el único restaurante chino
de esta ciudad. Nos mira con expresión severa.
—¿Aman a Nina?
—Sí —respondo sin vacilación.
Su expresión permanece escéptica.
—¿Entonces por qué no le contaron lo de su contrato
discográfico? —pregunta con intención—. No deberían
habérselo ocultado.
—¿Qué contrato discográfico? —pregunta Zane sin tener
ni idea.
—El que fueron a rechazar a Manhattan —responde ella.
Frunzo el ceño.
—Hoy fuimos a Manhattan —digo despacio—, para
decirle a nuestro mánager que vamos a disolver el grupo.
Habíamos quedado con él para almorzar, pero nunca
apareció.
Los ojos de Maggie se abren mucho.
—Estuvo aquí —dice ella—. Le dijo a Nina que era culpa
suya que fueran a rechazar un contrato de tres discos.
—Mintió —digo simplemente—. Es algo que le
caracteriza.
Ambas mujeres intercambian una mirada.
—Está bien —dice Maggie por fin—. No hagan que me
arrepienta de esto. Nina va de camino a la cabaña de su
familia. Está a una hora de distancia —me da la dirección—.
Se marchó hace solo media hora —añade—. Probablemente
vaya por las carreteras secundarias, así que bien podrían
alcanzarla antes de que llegue allí.
—Gracias —digo, mi voz rebosaba de gratitud—. Te
prometo que no te arrepentirás.
25
NINA

D urante veinte minutos conduzco en piloto


automático, parpadeando para contener las lágrimas
y poder ver la carretera. Scott y Zane me han llamado
al teléfono repetidas veces, pero no puedo hablar con ellos,
todavía no.
¿Cómo puedo permitirles que rechacen un contrato de tres
discos? No puedo hacer eso. Puede que estén contentos con
su decisión hoy, pero más adelante van a ver que otro grupo
lo consigue a lo grande y van a pensar que esos podrían
haber sido ellos.
Si Zane y Scott me miran con resentimiento en la mirada,
no creo que pudiera soportarlo. No soy lo bastante fuerte.
Deben haber sabido que yo reaccionaría así. Es por eso que
no me dijeron lo del contrato; deben haber sabido que yo
querría que lo aceptaran. Eso solo me pone más rabiosa. Si
me lo hubieran contado, tal vez podríamos haber averiguado
qué hacer juntos. En vez de eso, tomaron la decisión por mí y
estoy furiosa por su prepotencia.
«Eh, ¿Nina?» Mi conciencia me molesta de un modo
incómodo. «¿No es este un caso de “ver la paja en el ojo
ajeno”? ¿No ibas a hacerles lo mismo a Zane y Scott antes de
que Maggie te metiera con sus gritos algo de sentido en la
cabeza?»
«La situación no es la misma,» intento razonar, pero sé
que solo estoy poniendo excusas. Yo pensaba que Scott y
Zane deberían concentrarse en el grupo, así que yo iba a
ganar el juego y a pedirles que abandonaran New Summit sin
darle a nuestra relación una oportunidad.
Scott y Zane están haciendo lo mismo. Ellos creen que
deberían concentrarse en mí, así que van a rechazar un
contrato discográfico en vez de darle al grupo una
oportunidad.
Pero no quiero una relación así.
Les prometiste que no te olvidarías de la regla número
dos, Nina.
Hace veinte meses hui de ellos. No quiero volver a huir;
quiero luchar. Si fracaso tras intentarlo, que así sea, pero
quiero mirar atrás y poder decir que hice todo lo que pude.
Y entonces hago algo que no he hecho nunca. Piso los
frenos y el coche se detiene. Giro el volante, doy un giro de
ciento ochenta grados en la desierta carretera comarcal, y
vuelvo a New Summit.
Esta vez voy a enfrentarme a mis miedos.
Estoy a diez minutos de mi casa cuando veo el coche de
Scott yendo a toda velocidad hacia mí. Va unos cincuenta
kilómetros por encima del límite de velocidad, yendo en
dirección opuesta. Me apoyo en mi claxon para llamar su
atención, y el coche frena con un chirrido antes de dar
marcha atrás.
Es bueno que no haya nadie a la vista. Si Joe Laramie
estuviera aquí, Scott se ganaría una buena multa por exceso
de velocidad.
Scott aparca en el arcén y los dos se bajan del coche. Nos
miramos fijamente a través de la carretera.
—¿Nina? —pregunta Scott titubeante.
—Chris mintió —suelta Zane.
—¿Qué?
—No hay contrato discográfico —dice Zane—. Solo era
Chris intentando sembrar la discordia entre nosotros.
Sé que a Chris le gusta tomarse la verdad a la ligera, pero
seguro que no podía pensar que una mentira de tal magnitud
permanecería sin desvelarse. Pero claro, él habría contado
con que yo saliera huyendo.
—Pero tiene razón —me quedo donde estoy, apoyada
contra mi coche, en mi lado de la carretera—. No puedo
pedirles que renuncien a su grupo por mí. No puedo ser tan
egoísta.
—¿Chris dijo eso? ¿Dijo que tú eres la razón por la que
vamos a disolver el grupo? —Zane sacude la cabeza, con una
pequeña sonrisa jugueteando en sus labios—. Nina, te
queremos, pero si crees que vamos a sacrificar nuestro grupo
y nuestras carreras por ti, estás completamente equivocada.
Le miro con la boca abierta. No estoy segura de en qué
parte de esa extraordinaria frase debo concentrarme. ¿En que
Zane me está diciendo que me quiere, o en la parte en la que
no van a sacrificarse por mí?
Zane continúa hablando.
—Nina, ¿sabes por qué estamos en New Summit?
—Para vender la urbanización de tu padre.
—¿Pero sabes por qué estoy aquí en vez de mi padre?
Porque tras soportar toda una vida de estar casada con un
adicto al trabajo compulsivo, mi madre tuvo suficiente.
Abandonó a mi padre.
No puedo decir que me sorprenda la noticia. No creo que
David Marshall se haya tomado unas vacaciones en su vida, y
Barbara Marshall es la mujer más paciente del mundo.
—Y mi padre —continúa Zane—, finalmente entró en
razón y se dio cuenta de lo que era importante —me lanza
una mirada firme—. No quiero que pasen treinta años para
descubrir lo que me importa de verdad, Nina. Cuando
llamaste a la puerta, nos gritaste, y nos dijiste que nos
largáramos de la ciudad, supe lo que había perdido.
Da un paso hacia la carretera vacía.
—No voy a retirarme del grupo por ti, Nina —dice
firmemente—. Lo estoy haciendo por mí. Tú me haces feliz y
quiero retenerte. Llámame egoísta, pero quiero amarte el
resto de mi vida.
Sin darme cuenta de lo que hago, doy un paso adelante.
—Durante meses después de que te marcharas, Nina —
dice Scott—, perdí la habilidad de componer música.
Teníamos que producir un disco y no tenía ni canciones ni
letras. Estaba vacío —respira hondo—. Cuando los tres
estamos juntos, Nina, me siento completo —él también da
un paso hacia la carretera—. No me importa no volver a
escribir una canción nunca jamás, Nina. Evolving Whistle es
solo un grupo. Pero perderte, Nina, me destrozará.
Da otro paso hacia delante. Ambos están donde cualquier
coche podría atropellarles, y quiero gritarles para decirles
que dejen de ser idiotas, pero mi lengua está paralizada. Mis
pies, sin embargo, saben qué hacer. Imitan a Scott y a Zane,
y yo también entro en la carretera, reuniéndome con ellos en
el centro.
—Todos éramos infelices —dice Scott suavemente—.
Pero Chris nos mantenía tan ocupados que no teníamos
tiempo de darnos cuenta de ello. No importa lo que suceda
entre nosotros tres, porque no voy a volver a esa vida de
nuevo. Ese no es el final feliz que quiero.
Respiro hondo y me tiro de cabeza y sin red a la vista.
Ellos me agarrarán.
—El final feliz que quiero —susurro—, los incluye a
ustedes dos —me trago el nudo en mi garganta—. Vivimos
en New Summit y regento La Coqueta Alegre, y cada noche
vuelvo a casa con ustedes dos. Porque los quiero.
—Me gusta ese final feliz —dice Zane—. Una
modificación. Las noches en las que trabajes hasta tarde,
cuando salgas del bar, estaremos allí, porque me preocupa
que conduzcas a casa tan tarde de madrugada.
Parpadeo rápidamente. Estúpidas lágrimas.
—Una vez compre tu edificio —añade Scott—, iré a La
Coqueta Alegre a comer de vez en cuando, encantado porque
habré acabado de contratar a una banda increíble. Y
llamaremos a Zane, y los tres abriremos una buena botella de
cerveza para celebrarlo.
La sensación de ligereza en mi pecho se expande, y mi
corazón siente que podría explotar.
—Esa es una buena historia.
Scott y Zane me rodean con sus brazos y los abrazo con
fuerza.
—No es una historia, Nina —dice Zane—. Es nuestro
futuro si alargamos la mano y lo agarramos.
Copos de nieve caen desde el cielo. Está helando. Estamos
de pie en mitad de la carretera, la visibilidad es
absolutamente terrible, y en cualquier momento un coche
podría atropellarnos a los tres.
Pero entre sus brazos nunca me he sentido más arropada
o segura en mi vida.
—Esta noche —susurro—, es la noche final del juego.
—No, Nina —me corrige Scott—. Es la primera noche del
resto de nuestras vidas.
Les sonrío a los dos.
—Me gusta como piensas —le digo a Scott—. Vamos a
casa a hacer que sea memorable.
EPÍLOGO
NINA

Tres meses más tarde…

E s primavera en New Summit, y todo es bastante


perfecto.
—Bueno, bueno —dice Zane en tono de chanza—,
mira quien está de buen humor hoy.
—El sol ha salido por fin —replico. Está bien. Admito que
puede que haya estado un poco cascarrabias cuando hace frío
y está oscuro todo el tiempo—. Ha sido un largo y miserable
invierno, y hace calor fuera. Estoy tan feliz que ni siquiera
me importa tener que ir a trabajar.
Scott está sentado en la mesa de la cocina, leyendo algo en
su teléfono mientras bebe su segunda taza de café.
—No te agotes, nena —dice, levantando la mirada con
una sonrisa—. Tenemos un día largo por delante.
Normalmente estaría hablando de sexo, pero hoy, aparte
de ser un día cálido y soleado, es la inauguración de la sala de
conciertos de Scott.
La semana pasada, la cuadrilla de Matthew Slater vino a
La Coqueta Alegre y dieron los últimos toques a la reforma
del espacio de al lado: derribaron la pared que dividía La
Coqueta Alegre del espacio de conciertos de Scott.
—No voy a competir contigo —había dicho Scott justo al
comienzo—. No estoy interesado en dirigir un bar y una
cocina y todas las cosas que haces. Así que, si te apuntas,
conseguiré contratar a grupos y los fans pueden ir a La
Coqueta Alegre a por comida y bebida.
¿Que si me apunto a tener más clientes? Pues claro que sí,
muchas gracias.
—Tienes entradas para todos nosotros, ¿verdad? —le
pregunto a Scott. El lugar va a estar abarrotado esta noche y
les prometí a mis amigas asientos especiales—. Necesito diez
entradas.
—¿Diez? —Zane enarca las cejas.
—Sí —cuento con los dedos—. Mia, Ben, y Landon —digo
—. Cassie. James, Lucas, y Sophia tienen que trabajar, así que
no necesitamos entradas para ellos. Con Maggie son cinco.
Luego están Dominic, Becky, Patrick, el padre de James, y
Ángela, la madre de Maggie. Y también le prometí a Matthew
que le guardaría un asiento.
—Eso es toda la ciudad —dice Scott lastimeramente,
luego me sonríe—. Me apunto, Neen.
Le devuelvo la sonrisa.
—Eres el mejor.
Scott lleva una camiseta gris y calzoncillos, y está
reclinado hacia atrás, sus piernas están estiradas delante de
él, con aspecto delicioso. Zane, junto a él, no lleva camiseta,
maldita sea. Todos esos deliciosos abdominales a la vista y
no puedo resistirme.
—Me siento muy agradecida —ronroneo.
Ambos levantan la mirada ante mi tono y Scott deja el
teléfono a un lado.
—¿Cómo de agradecida? —pregunta.
Me dejo caer al suelo y gateo hacia ellos. Me observan, sus
ojos están brillando de calor, y me instalo sobre mis talones
entre ellos.
—Dejen que se lo demuestre —susurro, mi voz ronca de
deseo—. Dejen que les chupe las pollas.
Mirándome a los ojos, Zane se saca la polla despacio. Ya la
tiene dura, gruesa y larga, y cuando veo lo preparado que
está para mí me estremezco de calor, y un poderoso dolor
llena mi centro.
—Ven aquí, Nina —ordena—. Rodea mi pene con esos
bonitos labios.
Es una orden que estoy feliz de obedecer.
Rodeo con mi puño la verga de Zane y recorro su cabeza
con mi lengua, torturándole antes de abrir mi boca y tomar
toda su longitud por mi garganta. Él gruñe, lanzando la
cabeza hacia atrás, y separando los muslos.
—Así, Nina —dice con voz ronca, agarrándome del
cabello—. Joder, sí.
Su rostro está recorrido por profundas líneas de placer y
no quiero parar, pero tampoco quiero desatender a Scott. Por
el rabillo del ojo veo que Scott se saca la polla de sus
calzoncillos y comienza a masturbarse.
Bueno, eso no parece justo. ¿Por qué tendría que
divertirse solo Zane?
Sin retirar mi boca de la polla de Zane, busco con la mano
la dura longitud de Scott y cierro mi palma alrededor de su
creciente erección. Acaricio su verga suavemente, frotando
mi pulgar sobre su punta, esparciendo su pre-semen
alrededor de su cabeza, y me veo recompensada con un
profundo gruñido.
Me pierdo en el placer, alternando entre los dos, lamiendo
sus gruesas pollas y posicionándome de modo que pueda
tomar más de sus longitudes por la garganta. Sus
respiraciones se aceleran mientras hago mi magia y mi
cuerpo se calienta en reacción a su obvio deseo.
—Basta —gruñe Zane al fin—. Voy a correrme si sigues
así, Nina.
Vuelvo a sentarme sobre mis talones, una perversa
sonrisa curvándose en mis labios.
—Ese es el objetivo.
—Todavía no, cariño —dice Scott. Solo me llama eso en la
cama, y una oleada de lujuria me inunda cuando oigo la
ronca seda de su voz—. Primero quiero hacerte gritar de
placer.
Zane me levanta y me deja sobre la mesa. Retira las tazas
de café y luego tira de mí hasta el borde, quitándome los
pantalones cortos. Mis bragas están empapadas con las
señales de mi excitación, y se ríe cuando ve lo húmeda que
estoy.
—Alguien está cachonda —bromea.
—Todas las veces —concuerdo con fervor. Me libero de
las bragas y abro mis piernas en clara invitación.
—Joder —la voz de Zane suena irregular, sus ojos están
ardientes de lujuria—. Estás empapada, nena. ¿Quieres mi
polla dentro de ti? ¿Profundo y duro? ¿Justo como te gusta?
Recorre mis pliegues con un dedo.
—No me tortures, Zane —gimoteo—. ¿Por favor?
No quiero preliminares; chuparles las pollas ya había sido
bastante excitante. Me siento impaciente por recibir lo
bueno. Por que su dura polla arremeta dentro de mí, que me
embista hasta que grite de placer y suplique más.
—¿Por favor? —vuelvo a suplicar.
—Creo que puedo encontrar algo mejor que puede hacer
tu boca.
Scott se alinea con mis labios. Ajusto mi posición sobre la
mesa, y abro la boca con gusto, tomando su longitud por mi
garganta.
Las manos de Scott acunan mi cuello mientras chupo.
Mientras tanto, los dedos de Zane sujetan mis muslos y
empuja dentro de mí con una poderosa embestida,
llenándome por completo.
Tenemos un día ajetreado por delante. Los polvos
rapiditos son raros en mi mundo, pero hoy es una excepción.
Zane arremete contra mí, su pulgar está frotando mi clítoris
con un ritmo muy familiar que siempre me lleva al límite.
Hoy no es una excepción.
Gimoteo y jadeo sobre la polla de Scott. Mis caderas se
elevan para unirse a los urgentes empujones de Zane. Sus
talentosos dedos juegan conmigo y me retuerzo contra él,
con la sangre palpitando en mi cabeza.
Todos estamos cerca del orgasmo. Scott me agarra del
pelo y se corre bien hondo en mi garganta, y yo me trago
hasta la última gota. Los empujones de Zane se vuelven más
rápidos y más salvajes, y entonces convulsiona contra mí
cuando explota de alivio. En el instante en el que le siento
correrse, me rindo a mi propio orgasmo, permitiendo que las
oleadas de éxtasis me inunden.
Exhausta, floja, y completamente saciada, sonrío.
—Así de agradecida me siento.

S COTT TIENE tres increíbles grupos independientes reservados


para actuar esta noche. Como sorpresa especial, Andy y
Jeremy van a venir esta tarde y el ahora difunto grupo
Evolving Whistle tocará unas cuantas canciones.
—Solo como una tarde de práctica —dice Zane—. Si
sonamos mal, pues que así sea.
Aunque Evolving Whistle ya no existe, Scott toca su
guitarra cada día. Zane canta en la ducha. Por lo que he oído,
Andy y Jeremy hacen lo mismo.
Con Chris fuera, finalmente han podido volver a encontrar
alegría en la música otra vez.
Oh sí, Chris Muller, el mánager del demonio, está fuera de
juego. Después de su artimaña con lo del sello discográfico,
el grupo le despidió colectivamente antes de disolverse
formalmente. El mundillo de los grupos independientes está
bastante unido, y se ha corrido el rumor de que Chris fue el
motivo por el que Evolving Whistle decidió separarse. Nadie
quiere tocarle ni con un palo de diez metros.
No le tengo lástima. Chris recibió exactamente lo que se
merecía.
En otro orden de cosas, mi relación con mi familia ha
mejorado a pasos agigantados. Tal vez sea porque estoy
protegida por el amor de Scott y Zane, pero finalmente he
podido superar los eventos que rodearon la muerte de mi
madre. Me llevo bien ahora con mi padre y mi madrastra
Joanne, y hace dos semanas fui a ver a los gemelos jugar al
baloncesto por primera vez. Mi padre tiene razón: son
bastante buenos.
Mi padre ha aceptado a regañadientes que su hija está
saliendo con dos hombres.
—¿Por qué no te buscas a un agradable contador o algo
así? —gruñe de vez en cuando. Venga ya. ¿Un contador? Mi
padre vive en el mundo de la fantasía si cree que voy a
cambiar a Scott y a Zane por otra persona.
Los padres de Zane han vuelto a estar juntos. A pesar de
todos los pecados de David, este adora a Bárbara. Se llevó un
susto de muerte cuando ella se marchó, y desde entonces la
ha antepuesto a todo. Ahora se toman vacaciones
regularmente. Están en Venecia en estos momentos.
—Lo siento, pero no podremos volver a tiempo para tu
inauguración, Scott —se había disculpado Bárbara cuando
hablamos con ellos este fin de semana—. Pero he querido ir a
Italia toda mi vida.
Por supuesto que conocen la naturaleza poco
convencional de nuestra relación; siempre lo han sabido y
nunca les ha molestado.
—Mi hijo es el vocalista de una banda de rock —me había
dicho Bárbara una vez secamente cuando comenté el tema—.
Siempre y cuando no esté metiéndose rayas de coca cada
noche, me siento contenta.
La madre de Scott sigue en Irlanda y su relación continúa
siendo educada pero distante.
—No todo puede arreglarse —dice Scott encogiéndose de
hombros—. No te preocupes, Nina. No me molesta. Está en el
pasado y yo estoy mucho más interesado en el presente.

E S el primer Sábado Peatonal de la temporada. La zona


principal del centro está cerrada al tráfico, y todos los
negocios dentro de la zona peatonal tienen rebajas en la
acera. Un pequeño mercado de agricultores está haciendo
bastante negocio en el aparcamiento de la esquina de Main y
Water.
Toda la ciudad parece estar fuera de sus casas junto con
una horda de turistas. Mia tiene percheros con vestidos
primaverales expuestos fuera de su tienda. Cassie está
repartiendo muestras gratuitas de un delicioso moca helado
y liquidando todas sus magdalenas. Calle abajo, Maggie está
vendiendo sin parar rollitos de primavera. Y, por supuesto,
como el único bar decente en la zona del centro, La Coqueta
Alegre está lleno todo el día.
Para cuando dan las siete en punto, estoy esforzándome
por mantener los ojos abiertos.
—¿Por qué no vas a casa y te echas una siesta? —sugiere
Maggie.
—No puedo —gruño—. El grupo está ensayando allí.
Mia se ríe.
—Vete a cualquiera de nuestras casas —dice—. ¿Quieres
las llaves de mi casa?
Considero su oferta. Es tentadora, pero no debería
hacerlo. La casa de Mia está a solo diez minutos de distancia
caminando, pero también es una de las noches más
ajetreadas en la historia de La Coqueta Alegre. Cada mesa
está ocupada y, en la barra, la gente está más apretada que
en una lata de sardinas.
—Debería estar aquí —insisto.
James, quien pasa por allí en ese momento, oye mi
comentario y pone los ojos en blanco.
—Nina —dice—, lo tenemos todo bajo control. Si estás
agotada, descansa un poco.
—Te diré algo —dice Maggie—. Mi casa está a solo un
minuto de aquí. Está lo suficientemente cerca por si
necesitas volver corriendo.
—Está bien —la señora Zhang ha comprado una de las
casas en la nueva urbanización, y Maggie vive sola ahora en
su apartamento arriba del China Garden. Estaré tan cerca que
puedo volver de un tropezón—. Gracias, Mags.

D OS MINUTOS MÁS TARDE , estoy en el apartamento de mi amiga.


Estoy a punto de echarme esa siesta cuando dos palabras en
la ventana del buscador del ordenador portátil de Maggie
llaman mi atención.
Juro que no es culpa mía. Las palabras ocupan la mitad de
la pantalla y es imposible no verlas. Palabras Ardientes.
Espera un momento. ¿No es esa la página web donde
aspirantes a ser escritores pueden publicar sus historias
guarras? Una sonrisa se extiende por mi rostro. Oh,
totalmente voy a darle la lata a Maggie por esto.
Comprendo despacio que la página que estoy mirando (no
leyéndola todavía, ¡en serio!) es el portal de autor y mi
alegría se intensifica. Maggie no está leyendo relatos
guarros. Los está escribiendo. Su última entrada parece
titularse “Ethan y Lars se tiran a las animadoras”.
Vaya. Paren las rotativas. Ethan y Lars… ¿Se trata de Ethan
Burke y Lars Johansen, el dúo que acaba de comprar el
edificio frente al China Garden?
Una amplia sonrisa cubre mi rostro. Maggie está
escribiendo relatos obscenos sobre sus nuevos vecinos. Voy a
pasármelo en grande en nuestra comida con las chicas del
próximo martes.

E L ESPECTÁCULO COMIENZA a las nueve y media. A las nueve


menos cuarto, una fila de gente serpentea alrededor de la
manzana mientras los ansiosos portadores de una entrada
esperan a que se abran las puertas.
—Es bueno que Bollington ya no sea el dueño de este
edificio —dice Cassie, examinando la multitud—. ¿Te
imaginas su reacción?
Maggie sonríe taimadamente.
—Estoy segura de que a Nina se le da mucho mejor
manejar a su actual casero —bromea—. ¿Qué pasa si te
retrasas con el alquiler, Neen?
Me ruborizo, pensando en todos los juegos de rol entre
inquilina traviesa y casero en los que Scott, Zane, y yo nos
hemos recreado, y la mesa rompe a reír.
—Oh, ya sabes cómo es, Maggie —respondo ligeramente
—. Nos intercambiamos algunas “palabras ardientes”.
Maggie se pone de color escarlata, y Mia, Cassie y Becky
nos miran con curiosidad a las dos.
—¿Me estoy perdiendo algo? —pregunta Becky.
Maggie se encoge.
—Se me olvidó apagar el ordenador, ¿verdad? —pregunta
con recelo.
—Estaba en la pantalla —levanto las manos—. Prometo
que no curioseé. Demasiado.
Ella se ríe.
—No te culpo. Yo tampoco podría haberme resistido —se
gira hacia las demás—. Cuando estoy aburrida, escribo
historias guarras para pasar el tiempo.
—Sobre Ethan y Lars —añado amablemente. Vamos. No
puedes esperar que me guarde eso para mí.
Cassie levanta las cejas.
—¿Tus vecinos Ethan y Lars? ¿Los dos tipos a los que
llamas cabrones arrogantes?
—¿Los llamó así? —Mia se inclina hacia delante, sus ojos
oscuros brillan con una mezcla de diversión y curiosidad—.
¿Cuándo?
Maggie tiene la cara roja como una remolacha.
—¿Podemos hablar de otra cosa? —suplica.
Por suerte para Maggie, Andy y Jeremy entran en La
Coqueta Alegre en ese momento. Me levanto de un salto y los
saludo con un abrazo, así que dejamos de lado el tema de
Ethan y Lars por ahora.

E L ESPECTÁCULO ES FANTÁSTICO . Evolving Whistle tocan la última


ronda de canciones y casi hacen que la casa se venga abajo.
Una vez se apagan las últimas notas, los empleados de La
Coqueta Alegre se ponen en modo limpieza.
—Vete a casa —me dice Lucas—. Lo tenemos controlado.
Normalmente protestaría, pero hoy quiero celebrarlo con
Scott y Zane.
—Gracias —digo agradecida. Me quito el delantal y lo
cuelgo tras la barra, luego salgo.
Zane y Scott están allí, apoyados contra el coche de Zane.
—¿Llevan esperando mucho rato? —pregunto con tono de
disculpa—. Tuve que ayudar a los chicos a limpiar.
—No mucho —dice Zane—. ¿Te acuerdas de ese día, hace
tres meses, cuando los tres estábamos en mitad de la
carretera y decidimos apoderarnos de nuestro futuro?
Cada palabra que dijimos ese día está grabada en mi
cerebro.
—Sí —susurro.
—¿Recuerdas lo que dijiste al final? —me pregunta Scott.
Sus labios se curvan hacia arriba—. Querías irte a casa y
hacer que la noche fuera memorable.
—Estoy bastante segura de que lo hicimos —respondo—.
Tres veces, si me acuerdo correctamente. Una vez en el sofá
del salón, una vez en las escaleras, a medio camino de la
cama, y luego, finalmente, en el dormitorio.
Zane baja la mirada hacia mí.
—¿Quieres hacerlo otra vez?
Entrelazo mis dedos con los suyos.
—¿Otro juego? —pregunto alegremente—. ¿Cinco noches
otra vez? ¿Cuáles son las reglas?
—Nada de cinco noches —Zane y Scott sacuden sus
cabezas—. El resto de nuestras vidas.
Mi corazón comienza a latir a lo loco cuando Scott saca
una cajita del tamaño de un anillo de su bolsillo.
—Este es un juego de grandes riesgos —susurro.
—El único tipo de juego que merece la pena jugar —
responde Zane—. ¿Interesada?
—Oh, sí —«Sí, sí, sí, claro que sí»—. Por supuesto.

¡G RACIAS POR LEER la historia de Nina, Scott, y Zane! Espero


que te hayan encantado tanto como a mí.

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ARDIENTES

Si van a escribir historias ardientes sobre sus vecinos, no les den pollas
pequeñas.

¿Amar a tus vecinos? De eso nada. No va a pasar nada.

Ethan Burke y Lars Johansen son la perfección masculina


cincelada, con sus arrogantes sonrisas, sus abultados
bíceps, y sus abdominales como tablas de lavar.

También son imbéciles ricos y arrogantes. Puf.

Se supone que debo desmayarme con sus sonrisas que


provocan que las bragas se derritan, pero me niego a recibir
el mensaje. Tras nuestra pelea por una plaza de
aparcamiento, les incluí en una historia caliente.

Y cuando llega el momento de describir su… ejem…


equipamiento, me vuelvo tacaña. ¿Cómo de tacaña? Piensen
en cinco centímetros.

Autora mala.
Por desgracia para mí, ellos encuentran la historia.

Y me obligan a leérsela. Mientras me demuestran lo


equivocada que estaba. Delicioso centímetro tras delicioso
centímetro.

Para que conste, están muy bien dotados.

Nunca he sido más feliz de escribir una retractación.

Maggie:
El Lamborghini rojo está en mi plaza de aparcamiento otra
vez.
Al parecer, si tienes un coche lujoso, no tienes que
comportarte como un ser humano civilizado.
Estoy preparada para volverme loca. «Estúpidos,
egoístas, engreídos billonarios que se creen con derecho a
todo,» murmuro para mí, irritada hasta el infinito. Mis
nuevos vecinos, Ethan Burke y Lars Johansen, puede que
fueran agradables a la vista, pero ninguna cantidad de sex-
appeal va a evitar que llame a la grúa para que se lleven el
carísimo coche deportivo italiano.
Regla de Vida Número 45: No aparquen en una plaza que
esté marcada como Reservada, a menos que realmente esté
reservada para ustedes.
Miren, no soy una cabrona. El primer día que el coche
apareció en mi plaza, puse los ojos en blanco y aparqué en el
aparcamiento grande a dos manzanas del restaurante. «Tal
vez no vieron el letrero que dice “Reservado para el China
Garden”,» pensé caritativamente. «No hagas un problema
de esto, Maggie.»
Mi paciencia vaciló la segunda vez, pero apreté los dientes
y dejé una nota bastante seca debajo de su limpiaparabrisas.
Están en mi plaza de aparcamiento. El letrero que dice
“Reservado” no es una sugerencia. ¿Puedo sugerirles que
practiquen sus habilidades de comprensión lectora?
Bueno, está bien. La nota sonaba enfadada, pero ¿pueden
culparme de verdad? Solo porque el aparcamiento de dos
billonarios esté siendo repavimentado no les da derecho a
aparcar de un modo despótico en mi plaza. Podrían haberse
comportado como buenos vecinos y pedir permiso, pero por
supuesto, no lo hicieron. Supusieron que como eran más
ricos que Dios, simplemente podían hacer lo que les viniera
en gana.
«Esta vez no, cabrones.»
Mis brazos están cargados con las bolsas de la compra y,
para empeorar las cosas, está lloviendo. La fría y húmeda
llovizna se mete bajo mi piel y me cala hasta los huesos. Se
supone que es primavera, pero el clima no parece haber
recibido el mensaje. Para cuando vuelvo a mi apartamento,
mi ropa está empapada, estoy temblando de frío, y estoy
furiosa. Por regla general no soy una persona beligerante,
pero hoy voy a llamar a la grúa para que se lleven el
Lamborghini.
Marco el número de Joe Laramie.
—Joe —le digo al policía cuando contesta al teléfono—, el
odioso coche deportivo de los billonarios está en mi plaza de
aparcamiento —mi voz sube por la frustración—. He tenido
que aparcar en el aparcamiento disuasorio del centro otra
vez. Tengo frío, me siento desgraciada, y quiero romper su
parabrisas con una piedra. Haz algo.
Joe se ríe de buen humor. El alto y grandulón policía fue al
instituto conmigo y es uno de mis mejores amigos. Incluso
fuimos juntos al baile del instituto un año. Aunque nos
besamos al final de la noche, había sido como besar a mi
hermano. Qué asco. Después de eso, nuestra relación ha
seguido siendo amistosa y cálida, pero estrictamente
platónica.
—No hace falta que dañes su propiedad, tigresa —dice
con tono divertido—. Ahora mismo voy.

Ethan Burke y Lars Johansen son los más recientes


residentes de New Summit, y desde que se mudaron allí un
mes atrás, todo el mundo en la ciudad contiene el aliento de
curiosidad sobre ambos hombres.
Según Google, fundaron una empresa mediática de
vanguardia mientras aún estaban en la universidad. El año
pasado se la vendieron a un gran gigante tecnológico de
California por tres billones de dólares, dejando a ambos
hombres con aproximadamente un billón para cada uno, e
internet está lleno de especulaciones sobre lo que los dos
están planeando hacer a continuación.
Al principio me había sentido excitada ante la perspectiva
de tener nuevos vecinos, en especial vecinos con suficiente
dinero como para restaurar el edificio de ladrillos que se
estaba desmoronando al otro lado de la calle y devolverle su
antigua gloria. El edificio Morris-Stanton era una
monstruosidad, con ventanas rotas, pintura descascarillada,
y un aire general de negligencia. Montones de posibles
inquilinos han visitado el lugar, pero todos huyeron
asustados por las extensas reformas necesarias para hacer
que el hotel que había estado vacío tanto tiempo fuera
habitable. Así que cuando se vendió el edificio el año pasado,
y las cuadrillas de obreros descendieron sobre el lugar para
reformarlo, me sentí encantada.
Cuando resultó evidente que mis nuevos vecinos eran
unos bombones y que yo tenía una visión clara de su
principal sala de estar desde mi dormitorio al otro lado de la
calle, me quedé aún más encantada.
Por supuesto, debería haber sabido que todo era
demasiado bueno para ser verdad. Uno no se convierte en
billonario antes de los treinta siendo amable. Se consigue
pisoteando a todos los demás, y sin prestar atención a las
reglas y los dictados. Incluyendo los letreros sobre plazas de
aparcamiento reservadas.
«Pues vaya con tus sucias fantasías, Maggie.»
Me ducho rápido, abriendo el grifo hasta que el agua sale
hirviendo, y me empapo de su calor. Me siento mucho mejor
para cuando bajo las escaleras. Ha dejado de llover mientras
estaba en la ducha, y el sol ha salido tras tres días de llovizna
incesante. Me siento casi tentada de decirle a un sonriente
Joe Laramie que no me importa lo del estúpido Lamborghini.
Uno de los billonarios también está fuera, hablando por
teléfono con el ceño fruncido. Joe asiente en su dirección.
—Podrías simplemente ir a decirle que mueva su coche,
Mags —dice pacíficamente.
—No es su coche —respondo con brevedad—. Ethan
conduce un Land Rover. Este es el coche de Lars.
Joe levanta una ceja.
—Lars, ¿eh? —dice con tono socarrón—. Maggie May,
permíteme que te dé un consejito amistoso. Si quieres ligar
con un hombre, no hagas que la grúa se lleve su coche. Los
hombres pueden volverse un poco obsesivos con sus coches
—le lanza una mirada apreciativa al coche deportivo rojo
cereza que está ahora mismo en mi plaza de aparcamiento—.
En especial uno tan hermoso como ese.
Desde el otro lado de la calle, los ojos de Ethan se fijan en
nosotros dos. Joe levanta la mano en un saludo amistoso, y
Ethan asiente con brusquedad.
Regla de Vida Número 3: No sientan lujuria por unos
imbéciles.
«Gilipollas.» Probablemente piensa que es demasiado
bueno para esta ciudad. Mi resolución se endurece ante el
gesto desdeñoso.
—No estoy interesada en ninguno de ellos —digo,
mintiendo entre dientes—. Creo que son unos imbéciles
desconsiderados, y este coche está definitivamente aparcado
en mi plaza. Quiero que se lo lleve la grúa.
Joe sacude la cabeza, pero saca el teléfono.
—De acuerdo —dice—. Queda en tu conciencia. Llamaré a
Tom. Pero Mags, estos tipos son tus vecinos. ¿De verdad
quieres entrar en guerra con ellos?
Por el rabillo del ojo veo un empapado trozo de papel bajo
el limpiaparabrisas del coche deportivo de Lars Johansen. Es
mi nota. El cabrón ni siquiera se ha molestado en leerla.
Es la hora de la guerra.
—Llama a la grúa —digo con voz plana.

Lars:
Tras un año de ser uno más de los ricos ociosos, estoy
muerto de aburrimiento y más que preparado para comenzar
una nueva aventura. Esta vez, en el mundo de las editoriales.
La idea de ReadStream es sencilla. Queremos crear
historias con la profundidad de un libro y la experiencia
interactiva de un videojuego realmente bueno. Estoy
convencido de que la siguiente oleada de innovación en el
mundo editorial implicará libros con experiencias de lectura
mejoradas, y las cinco grandes editoriales están demasiado
ocupadas protegiendo su negocio existente como para
abrazar el cambio de buen grado. Nueva York está estancada,
desesperada, y moribunda.
Lo cual me lleva a la reunión de hoy con Helena Wu.
Helena es una agente que representa a Cara Sandoval-Nez,
quien ha escrito una hermosa novela de exuberante fantasía
ambientada en una América alternativa, una no descubierta
por Cristóbal Colón.
Renee, mi Directora Editorial, nos ha estado presionando
con fuerzas para que adquiramos esta novela para que sea
nuestro primer proyecto, y tiene razón. Ahora solo tengo que
convencer a la escéptica agente de que somos la mejor
editorial para la novela de su cliente.
Estoy esperando que sea algo así como una batalla cuesta
arriba. Somos una editorial que acaba de empezar, y se dice
por ahí que tres editoriales neoyorquinas están pujando
fuerte por el libro.
Y claro, la frase inicial de Helena no es muy alentadora.
—Señor Johansen —dice, dedicándome una penetrante
mirada a través de sus gafas de montura negra—, ¿sabe
cuántas nuevas editoriales fracasan?
Frente a mí, Ethan contiene una sonrisa. Yo pensaba que
la primera pregunta de Helena sería una fácil; Ethan predijo
que la experimentada agente iría directa a la yugular. Le debo
cincuenta dólares.
—El noventa por ciento de las editoriales fracasan
durante los primeros dos años —respondo—. He
investigado, señora Wu. Déjeme decirle por qué ReadStream
es diferente y por qué creo que somos la mejor editorial para
“Una Tierra Invadida por el Canto del Cuervo”.
Íbamos bien encaminados a exponer nuestros argumentos
cuando, de repente, suena el teléfono de Ethan. Mira la
pantalla y sale de la sala con una disculpa murmurada. Lo
cual significa que la llamada es de la loca de su ex mujer,
Catalina.
Suspirando para mí, vuelvo a la presentación. Catalina
presionó mucho para conseguir el divorcio hacía dos años,
pero en cuanto la empresa se vendió por billones, había
empezado a llamar a Ethan casi todos los días. Le he dicho a
mi amigo un millón de veces que bloquee su número, pero
Ethan tiene un punto débil, y ese es la supermodelo de su ex
mujer.
Tras cuarenta y cinco minutos de discusión, creo que lo
hemos clavado. Renee y yo hemos convencido a Helena del
valor de la proposición de ReadStream y, seamos honestos, el
adelanto de medio millón de dólares que estamos dispuestos
a ofrecerle a Cara Sandoval-Nez tampoco hace daño.
—Le expondré su oferta a Cara —nos promete Helena—.
Por supuesto, ella tomará la decisión final, pero estoy segura
de que quedará impresionada por lo que ReadStream está
ofreciendo.
Estamos levantándonos para estrecharnos la mano
cuando Ethan vuelve a entrar en la sala.
—Le dejaste claro al restaurante chino de ahí enfrente que
estás aparcando allí, ¿verdad? —me pregunta.
—Sí —respondo asombrado—. Tú estabas allí cuando
hablé con Dominic la semana pasada. Nos pasamos casi una
hora hablando de coches. ¿Por qué?
Los ojos de Ethan bailotean de alegría.
—Porque la grúa se está llevando el Lambo —responde—.
Creo que deberías ir a rescatar a tu bebé, Lars.

Ethan:

Bueno, está bien. Admito que estoy un poco demasiado


divertido por esta situación, pero honestamente, Lars es todo
un bebé sobre su colección de Lamborghini, así que no puedo
resistirme. Hace dos días se enfadó conmigo porque me comí
una patata frita en su coche. «Una puta patata frita.» No
entiendo ese tipo de obsesión. Yo conduzco un Land Rover
que soportará todos los abusos a los que lo someta. Por lo
que a mí concierne, un coche es una herramienta para
llevarte del punto A al punto B.
Además, Lars se lo tiene bien merecido por ignorar esa
nota.
Le dije a mi amigo que solucionara el malentendido de
inmediato. Sí, Dominic Zhang le dijo que estaba bien que
aparcara allí, pero por lo que puedo ver, el joven no vive en
ese sitio, sino su hermana mayor, Maggie.
Tras otro largo festival de quejas de Catalina, esta vez de
unos cuarenta y cinco putos minutos, necesito que algo me
levante el ánimo, así que sigo a Lars escaleras abajo,
preparado para observar el circo que va a tener lugar. La grúa
ha aparcado delante del restaurante y un tipo grande está
deslizando un par de plataformas rodantes bajo las ruedas
delanteras del orgullo de Lars.
Esto va a ser bueno.
—¿Qué demonios está haciendo? —Lars cruza la calle
corriendo, su voz se eleva por el pánico—. ¿Está intentando
destrozar mi transmisión?
El conductor de la grúa detiene lo que está haciendo y se
encoge de hombros con gesto de impotencia. Parece un poco
aliviado de no tener que llevarse el coche.
—No hay muchos Lamborghini en esta ciudad —dice—.
Estoy haciendo lo mejor que puedo.
A favor de Lars, diré que no fue un auténtico cabrón, así
que no se desahogó con el conductor de la grúa. En vez de
eso, se gira hacia el policía.
—Soy Lars Johansen —se presenta—. Este es mi coche.
¿Puede decirme cuál es el problema?
Cuando bajé antes, escuchando a Catalina quejarse sobre
alguna cosa u otra, vi a Maggie Zhang hablando con el
policía, pero ahora, cuando sale por su puerta, la observo por
primera vez.
Es absolutamente preciosa.
He acudido al China Garden a pedir comida para llevar
antes. He visto a Maggie allí, con su cabello recogido en un
elegante moño, su cuerpo envuelto en un blanco delantal de
chef. A veces, trabaja recibiendo a los clientes y otras veces
está en la cocina, pero nunca le he prestado mucha atención.
Siempre ha sido parte de la escena.
Soy un idiota.
Su pelo cuelga suelto sobre sus hombros, húmedos
mechones rizándose alrededor de su rostro. Sus labios son
suaves y rosados, su rostro libre de todo maquillaje.
Claramente no lleva sujetador bajo su camiseta gris, y juro
que puedo ver la silueta de sus pezones contra el fino tejido.
—El problema —dice ella, dirigiéndose hacia Lars, con su
barbilla levantada y sus ojos brillando de irritación—, es que
está en mi plaza de aparcamiento por tercera vez en cuatro
días.
Lars le lanza una mirada incrédula.
—Vivo enfrente suyo —replica—. ¿No ha podido llamar a
mi puerta y pedirme que lo mueva? En vez de hacer eso va y
llama a la grúa.
Ella se cruza de brazos y el movimiento hace que sus
firmes pechitos suban. Soy consciente de que los estoy
mirando fijamente como si fuera un adolescente, pero no
puedo evitarlo. ¿Cómo demonios no me he dado cuenta de lo
preciosa y exuberante que es Maggie Zhang?
—No es responsabilidad mía asegurarme de que esté
siguiendo las restricciones de aparcamiento, señor Johansen
—salta ella.
Lars se pone de rodillas y examina el coche con cuidado.
—Han arañado la pintura —dice, recorriendo sus dedos
por un lateral de su coche. Mira a Maggie con furia—.
Debería enviarle la factura.
—Puede intentarlo —ruge ella—. Y yo la trataré del
mismo modo que usted trató mi nota.
Por muy entretenido que sea esto, es hora de que yo
intervenga. Cruzo la calle y levanto la mano a modo de
saludo.
—Soy Ethan Burke —le dedico a Maggie mi sonrisa más
encantadora—. Ha habido una especie de malentendido.
De cerca, Maggie es aún más guapa de lo que era al otro
lado de la calle, y está aún más enfadada.
—El único malentendido que puedo ver —dice con
frialdad—, es que piensan que por ser ricos tienen el permiso
para hacer todo lo que quieran, sin considerar las
consecuencias.
Mi malhumor aumenta ante esa acusación injusta e
irritante. Este es el tipo de mierdas que a Catalina se le daba
tan bien hacer durante nuestros dos años de matrimonio, y
ya estoy harto de mujeres tempestuosas.
—Si habla con su hermano —le digo con acritud—,
descubrirá que le dijo a Lars que le parecía perfectamente
bien que aparcase su coche allí mientras volvían a
pavimentar nuestro aparcamiento.
Los labios de Maggie forman una pequeña O.
—¿Dominic les dijo que aparcaran aquí? —pregunta el
policía, girándose hacia Maggie con una triste sonrisa—. La
verdad es que eso suena típico de él. Parece que se le olvidó
comentarte lo del acuerdo, Mags.
El rostro de Maggie se calienta por la vergüenza.
—Lo siento —le dice con rigidez a Lars—. Debería
haberlo comprobado —se muerde el labio inferior, sus
dientes marcan la suave piel de un modo que encuentro
difícil de resistir—. Pagaré el arreglo de su arañazo.
Sin decir ni una palabra más, se gira en redondo y vuelve
a entrar. El policía levanta una ceja hacia nosotros.
—Bienvenidos a New Summit, caballeros —dice—. Soy
Joe Laramie. El conductor de la grúa es Tom Ramírez, quien
también quita la nieve de las carreteras en invierno.
Nos estrechamos la mano con cordialidad y nos
preparamos para marcharnos. Mientras cruzamos la calle, la
voz de Joe nos detiene.
—No estarán planeando enviarle la factura a Maggie,
¿verdad?
Lars se da media vuelta con expresión avergonzada en el
rostro. Como había predicho, mi amigo se ha calmado y se
siente como un imbécil.
—No, por supuesto que no —dice—. No debería haber
perdido los nervios.
Joe se ríe.
—Maggie es famosa por tener ese efecto en los hombres.
Me lo dices o me lo cuentas. Me siento un poco aturdido
por nuestro encuentro, y a juzgar por la expresión en el
rostro de Lars, no soy el único.
Sigue leyendo Palabras Ardientes.
ACERCA DEL AUTOR

Tara Crescent escribe ardientes romances contemporáneos para lectoras que


disfrutan de héroes sexis y dominantes, así como de fuertes y atrevidas heroínas.

Cuando no está escribiendo, puedes encontrarla acurrucada en un sofá con un


buen libro, a menudo con un gato en su regazo.

Vive en Toronto.

Tara también escribe ciencia-ficción romántica bajo el nombre de Lili Zander.


Echa un vistazo a sus libros en: http://www.lilizander.com

Encuentra a Tara en:


www.taracrescent.com
[email protected]
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LA SERIE ARDIENTE

Terapia Ardiente
Charla Ardiente
Juegos Ardientes
Palabras Ardientes

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