01 Terapia Ardiente - Tara Crescent
01 Terapia Ardiente - Tara Crescent
01 Terapia Ardiente - Tara Crescent
MENAGE ROMÁNTICO
TARA CRESCENT
Traducido por
CINTA GARCÍA DE LA ROSA
Copyright © 2019 Tara Crescent
Todos los Derechos Reservados
Traducción del original de Cinta García de la Rosa
http://cintagarcia.com
Ninguna parte de este libro debe ser reproducida de ningún modo, ni por ningún medio electrónico o
mecánico incluyendo sistemas de almacenamiento y recuperación de la información, sin el permiso por
escrito de la autora. La única excepción es cuando alguien escriba una reseña, ya que podrán citar
fragmentos cortos en sus reseñas.
Este libro es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares, e incidentes son producto de la
imaginación de la autora o han sido usados de modo ficticio. Cualquier parecido con personas reales, vivas
o muertas, sucesos, o lugares es pura coincidencia.
Creado con Vellum
ÍNDICE
Terapia Ardiente
1. Mia
2. Benjamin
3. Landon
4. Mia
5. Benjamin
6. Landon
7. Mia
8. Benjamin
9. Mia
10. Landon
11. Mia
12. Benjamin
13. Mia
14. Mia
15. Benjamin
16. Mia
17. Landon
18. Benjamin
19. Mia
20. Landon
21. Mia
22. Benjamin
23. Mia
Epílogo
Acerca del Autor
Otras Obras de Tara Crescent
TERAPIA ARDIENTE
Claro que nunca he tenido un orgasmo con él, ni con nadie más a decir verdad,
pero las relaciones son algo más que un buen polvo. (Y no es que con él hubiera
sido bueno alguna vez. Algo adecuado es más acertado. De acuerdo, ¿a quién
quiero engañar? Dennis no sabía encontrar el camino hacia ahí abajo ni
aunque llevara una linterna y un mapa).
MIA
V oy a resumir lo mucho que mi vida apesta con una lista de tres puntos.
1. Aunque llevo sin practicar sexo con mi novio desde hace más de un
mes, me propuso matrimonio anoche en un restaurante extremadamente
abarrotado, y dije que sí. Porque todo el mundo me estaba mirando y yo
no quería ser la chica que le rompiera el corazón en un lugar público.
Aun cuando en realidad no estaba segura de querer casarme con Dennis.
2. Una vez volví a casa, comencé a pensar sobre si estábamos haciendo lo
correcto. Así que fui a su casa para hablar con él y lo encontré
hundiendo su polla en el coño ansioso de Tiffany Slater. Eso no era
bueno.
3. Comencé a gritar. En vez de arrastrarse, me devolvió los gritos. Me
acusó de ser frígida y de que nunca había podido hacer que me corriera.
Claro. Como si fuera culpa mía que le tenga que dibujar un mapa hacia
mi clítoris.
4. (Vale, he mentido. Es una lista de cuatro puntos). Lo peor de todo fue
que, cuando lancé su estúpido anillo de compromiso contra su
blancuzco trasero, fallé. El gran momento dramático… arruinado.
BENJAMIN
LANDON
S olo hay una palabra que puedo usar para describir a la mujer que espera
en mi despacho. Sexi.
Tiene veintitantos años. Sus ojos brillan como verdes esmeraldas. Su
cabello es oscuro y lustroso, cayendo en cascada por sus hombros con largas
ondas sueltas. Su cuerpo es del tipo con el que los hombres sueñan: exuberante y
con curvas.
Solo que ella es una posible clienta, por el amor de Dios. Y aunque Ben
bromea diciendo que se follaría todo lo que lleve falda, yo tengo límites. Las
clientas siempre están prohibidas.
—Señorita Gardner —la saludo con mi sonrisa más profesional—. Soy el
doctor West. Este es el doctor Long. Por favor, tome asiento.
Hago un gesto con la mano hacia el sofá burdeos oscuro y ella se sienta en el
borde. Sus dedos están apretados hasta formar puños y aún tiene que pronunciar
palabra.
—¿Qué la trae por aquí hoy, señorita Gardner? —pregunta Ben de modo
alentador.
Ella se muerde el labio inferior. Mi polla toma nota del modo en que sus
dientes marcan la carne y me remuevo en mi sillón, intentando discretamente
ajustar mi posición. Dios, esto es humillante. Soy terapeuta sexual. He visto a
personas follando en este despacho y nunca he tenido que luchar contra una
erección.
Carajo. Mi verga se endurece aún más ante la idea de ver a Mia Gardner
desnuda.
Vale. Concéntrate, Landon. Ella ha venido aquí en busca de ayuda.
—Señorita Gardner —me inclino hacia delante—. No pasa nada. Puede
contarnos qué sucede. Todo lo que diga en este despacho es confidencial.
Estamos aquí para ayudar.
Ella asiente.
—Tengo un problema —dice con el rostro ruborizado. Su voz es apenas un
susurro—. Creo que no disfruto del sexo.
—¿Por qué piensa eso? —le pregunta Ben.
Su mirada cae sobre su regazo.
—Nunca he tenido un orgasmo —susurra—. Mi prometido pensaba que yo
era frígida.
¿Tiene un prometido? No sé por qué me molesta tanto.
Ben es de más ayuda que yo.
—Es bastante común no tener un orgasmo con una pareja.
—No es solo con Dennis —confiesa, con sus manos arrugando el tejido de
su falda—. Nunca he sido capaz de correrme con ninguna pareja.
—Las parejas a veces se ven atrapadas en la rutina —sugiero—. Encuentran
útil hablar entre sí de sus fantasías. Juegos de rol. Fetiches. Cualquier cosa que
les saque de su ritmo.
Su rostro se vuelve rojo fuego.
—¿Ha intentado contarle lo que le excita a usted? —continúo diciendo.
—¿Qué le excita, señorita Gardner? —la voz de Ben cae una octava y sus
ojos brillan ardientes. Vaya. Benjamin Long también está interesado en esta
chica. Vaya, vaya.
—Me da demasiada vergüenza— ella no puede ni mirarnos.
—Si no nos lo cuenta, no podemos ayudarla.
—Es que no puedo —se lamenta.
Tengo una idea brillante, lo cual es un milagro, teniendo en cuenta que la
mayor parte de mi sangre está acumulada en mi pene.
—A veces, cuando nuestros clientes tienen problemas para relajarse, usamos
la hipnosis.
—Buena idea, doctor West —dice Ben, lanzándome una mirada de reojo.
Vuelve a girarse hacia Mia—. ¿Le gustaría intentarlo?
Ella vuelve a morderse el labio inferior. Puedo verla debatir en su cabeza.
—Grabamos la sesión —le aseguro—. Así que no tiene que preocuparse
sobre lo que diga.
Ella parece llegar a una conclusión.
—Sí —asiente—. De verdad que quiero solucionar este problema que tengo
y, si eso es lo que hace falta, hagámoslo.
Ben es el hipnotizador.
—Túmbese en el sofá —le instruye a Mia mientras yo preparo la cámara.
Ella traga saliva pero obedece. Se estira en el terciopelo burdeos oscuro y su
falda se sube hasta medio muslo. Su piel se ve cremosa y suave y muy palpable.
—No tiene nada de qué preocuparse —le asegura Ben—. A pesar de lo que
se oye, no podemos hacer que haga nada durante la hipnosis que usted no haría
de otro modo. Es solo para tranquilizarla.
La mira profundamente a los ojos, cabrón con suerte.
—Relájese —dice, su voz es baja y reconfortante—. Deje que sus músculos
se hundan en el sofá —arrastra las frases, las sílabas lentas y suaves—. Inhale.
Llene su pecho y los pulmones con aire.
Ella obedece y sus pechos empujan contra su camisa. Quiero recolocarme
pero no puedo. Hasta que Mia no se duerma, los movimientos bruscos la
sorprenderán y la sacarán del trance.
—Bien —continúa diciendo Ben—. Ahora exhale lentamente. Vacíe sus
pulmones.
Tras varias respiraciones regulares, Ben procede a pasar al siguiente paso. A
pesar de lo que se ve en la cultura popular, no necesitas un reloj balanceándose
para hipnotizar a alguien. Solo se necesita un objeto focal.
Por desgracia, Ben me elige a mí.
—Quiero que mire el rostro del doctor West —instruye—. Concéntrese en él.
No aparte los ojos de Landon, Mia.
Sus bonitos ojos se encuentran con los míos. Hay una nota de nerviosismo
allí, pero desaparece conforme Ben continúa con cada paso. Tras cinco minutos
de lento y paciente estímulo, sus ojos se vuelven pesados y su respiración se
equilibra.
Ben asiente hacia mí. Está preparada.
—Estábamos hablando de sexo, Mia —digo—. Díganos lo que desea.
—Dennis era indeciso —murmura ella, su voz suave—. A veces yo quería
que tomara el control.
—¿Que tomara el control cómo?
Ella vacila.
—Yo quería que me empujara contra una pared —susurra—. Que pusiera
mis manos sobre mi cabeza y me sujetara en el sitio. Quería que fuera enérgico.
Quería que me poseyera.
«Mantente en calma, Landon».
—¿Qué más?— Mi voz suena contenida—. ¿Sobre qué fantasea?
—Quería que me azotara —responde ella—. Quiero que un hombre me
ponga sobre su regazo— su expresión se vuelve soñadora—. Que me baje las
bragas y me ordene que acepte mi castigo como una buena chica. Y si no
obedezco, que me ate las muñecas para no poderme mover.
Oh carajo.
Incluso hipnotizada, sus mejillas se sonrojan.
—Entonces, una vez que termine de azotarme, quiero que me empuje hasta
ponerme de rodillas y me meta su polla en mi boca.
Ben produce un ruido estrangulado con su garganta. Por suerte eso no
detiene a Mia Gardner, porque continúa hablando.
—A veces —susurra—. Incluso sueño con más de una polla. Una en mi
vagina, otra en mi culo. Tomándome con fuerza.
Esta chica nos matará a los dos. Sus fantasías son sucias y pervertidas, y yo
quiero cumplirlas.
«Es una posible clienta, mamón. Mantén tu pene dentro de los pantalones».
Ben ha oído suficiente. Saca a Mia Gardner de su trance hipnótico. Cuando
vuelve a estar sentada en el sofá, con la espalda recta, sus manos apretadas sobre
su regazo, él dice suavemente:
—¿Recuerda lo que nos ha dicho que desea? —le pregunta.
Ella sacude la cabeza.
Trago saliva. Mia es una combinación irresistible de chica buena por fuera y
sexi zorra pervertida cuando sus inhibiciones desaparecen. Siguiendo el
procedimiento, copio la grabación en un pen drive y se lo doy.
—Por si quiere escucharlo más tarde —digo a modo de explicación.
Ben respira hondo para tranquilizarse.
—Suena a que usted quiere ponerle picante a su vida sexual —dice—. Tal
vez sus problemas con los orgasmos estén ligados a eso. ¿Ha probado a hablar
con su prometido?
Su prometido. Vaya gilipollas debe de ser ese tipo. Si yo tuviera una mujer
como Mia en mi cama, me aseguraría de darle placer.
Ben dice ligado y yo pienso en Mia, estirada en el sofá, sus brazos sobre la
cabeza, atadas con una corbata. No mía; nunca me pongo corbata. Pero la
corbata de Ben funcionaría bien.
—No puedo. Hemos roto.
Una inesperada sensación de triunfo me recorre la sangre. Sí. Está soltera y
sin compromiso. «Cuéntame más de tus fantasías», quiero animarla. Ben y yo
hemos compartido mujeres en el pasado. No hemos hecho algo así desde hace
mucho tiempo, pero por esta mujer me alegraría hacer una excepción.
—Tenemos otras opciones —dice Ben—. Si lo desea, podemos explorar la
opción de usar sustitutos sexuales para ayudarla a tener un orgasmo durante el
sexo.
Ella se sienta más erguida.
—¿Un sustituto? ¿Se refiere a que alguien tenga sexo conmigo mientras
ustedes miran?
—Somos profesionales con licencia —contesto—. Sé que suena raro, pero
no es tan malo como suena.
Ella se pone de pie de un salto, sus palmas presionadas contra sus mejillas.
—No puedo —dice, sus ojos salvajes—. ¿En qué estaba pensando? Oh Dios
mío, necesito salir de aquí.
Ella sale corriendo de mi despacho. Yo me quedo mirando fijamente su
espalda que se aleja.
—Bueno, ha ido bien —musita Ben—. Ahora tengo que ir a gritarle a Amy.
Vaya día de mierda.
4
MIA
S e supone que los loqueros no deben de ser tan guapos. Se supone que
tienen que ser regordetes y calvos, y no estar buenísimos.
Los doctores Landon West y Benjamin Long claramente no
recibieron esa circular.
Caramba. Creo que casi me dio un ataque al corazón cuando entraron en el
despacho. Cuando el doctor Long me dijo que me tumbara en el sofá, casi me
corro en cuestión de segundos. Escuchar su voz profunda, mirarle a sus ojos
marrón chocolate, sentir su cálida sonrisa recorriéndome… Mierda. Incluso
ahora, pensar en él hace que me duela la entrepierna.
Y luego está el doctor West. Pelo oscuro, barba de varios días cubriendo su
rostro, hombros anchos, y, si no me equivoco, vislumbré algo de tinta bajo las
mangas de su camisa. Landon es un chico malo de los pies a la cabeza. Es como
un cebo para una chica buena como yo.
Había un brillo travieso en los ojos del doctor West cuando me miró al final
de la sesión, como si le hubiera sorprendido lo que yo había dicho. Se le había
puesto dura cuando me tendió la grabación; pude echarle un vistazo a su polla
abultando sus pantalones.
Quieren observar cómo un extraño hace que me corra.
Trago saliva. Cuando me lo dijeron, una palpitación de pura lujuria me había
recorrido el cuerpo, y me había imaginado uniéndome a ellos. Me había
imaginado la gran palma de Ben amasando mis pechos. Los fuertes brazos de
Landon separando mis rodillas para encontrar mi vagina empapada.
Luego recuperé el sentido. Las chicas buenas no van a terapeutas sexuales.
¿En qué estaba pensando? Dennis tenía razón. Soy una pervertida.
Hablando de lo cual, me pone nerviosa el no acordarme de lo que les he
contado. Con dedos temblorosos, enciendo mi ordenador portátil y conecto el
pen drive que me dio Landon.
“Túmbese en el sofá.”
Al oír la voz del doctor Long, mi mano se desliza entre mis piernas. Estoy
empapada. Mis bragas están húmedas, mi vagina resbaladiza de deseo.
“¿Qué le pone, Mia? ¿Con qué fantasea?”
La voz de Landon West es profunda. Suave como la seda. Cierro los ojos y
me reclino en mi futón. Abriendo los muslos, me concentro en mi clítoris,
trazando pequeños círculos alrededor de la erecta protuberancia.
“Dennis era indeciso,” me oigo decir. “A veces quería que tomara el mando.”
Me arden las mejillas. No puedo creer que haya dicho eso en realidad.
Aunque me siento mortificada, sigo tocándome. Presiono sobre mi clítoris
con más fuerza que antes. Cerrando los ojos, me imagino haciéndolo delante de
los dos médicos. Ellos no serían tímidos. Serían enérgicos y dominantes. Me
ordenarían que abriera las piernas más. Me ordenarían que me desnudara.
Casi como si estuviera en trance, me quito las bragas. Saco mis pechos de las
copas de mi sujetador, y mi pulgar roza mis pezones hasta que se ponen duros de
deseo. Los pellizco entre la punta de mis dedos, gruñendo por el placentero dolor
que irradia de mis pechos hacia el resto de mi cuerpo.
“Quiero que me azoten,” dice la Mia hipnotizada. “Quiero que me pongan
sobre el regazo de un hombre.”
Espera, ¿qué? ¿Les he dicho eso? No me extraña que me miraran raro.
Froto con más fuerza, mi culo rozándose por el futón, mis dedos tirando de
mis pezones frenéticamente. Todo mi cuerpo se tensa y se agita, y una presión
familiar me llena. Ningún hombre ha sido capaz de hacer que me corra, pero soy
una experta en provocarme a mí misma los orgasmos. Tengo mucha práctica.
Puedo pasar de cero a sesenta en menos de cinco segundos. No tengo nada que
envidiarle a Ferrari.
“A veces,” dice suavemente la Mia ninfómana, “incluso sueño con más de
una polla. Una en mi vagina, otra en mi culo. Tomándome con fuerza.”
Eso es todo lo que necesito. Oigo mis fantasías más profundas y oscuras
expresadas en voz alta, y es suficiente para llevarme al límite. Mis músculos se
estremecen y sufren espasmos, y mi cuerpo se inunda de placer.
Cuando recupero la habilidad de pensar, me siento fatal. No estoy más cerca
de encontrar una solución a mis calamidades con los orgasmos y, lo que es peor,
los doctores Long y West, dos de los hombres más sexis que he visto en mucho
tiempo, probablemente piensan que soy una perra.
5
BENJAMIN
LANDON
—me pregunta.
—¿Te parece bien que me busque un trabajo para después de clase?
MIA
BENJAMIN
MIA
V aya, vaya. Puede que Mia sea una buena chica, pero tiene un lado
salvaje.
Tirando de Mia hasta sentarla en mi regazo, saboreo la sensación
de su redondo trasero frotándose contra mi polla. La tengo dura como una piedra
y ansío aliviarme. Y estoy más que un poco celoso de Ben por haber podido
saborearla.
Con retraso, mi conciencia hace acto de aparición. Mia fue drogada anoche.
Se ha despertado en la habitación de invitados de Ben, y acaba de correrse. No
está pensando con claridad.
No me malinterpreten; la deseo. Quiero meter mi polla en su apretado coñito
y poseerla, pero es importante que ella quiera lo mismo. Mia parece estar
bastante protegida, y aunque sueña con que dos hombres la posean, podría no
querer poner en práctica sus fantasías.
—Mia —rodeo su cintura con mis brazos y aspiro el aroma de su pelo. Huele
a jazmín y a rosas y, por un segundo, mi resolución se tambalea.
—Landon —su voz suena como un suspiro. Se gira en redondo, se sacude
sobre mi regazo, y se dirige a nosotros dos—. Muchas gracias —sus mejillas se
tiñen con un rubor encantador—. Debería devolveros el favor.
A veces deseo poder pensar con mi polla. La idea de estar enterrado en su
suave canal es tan tentadora.
—Por mucho que eso me gustaría —le digo seriamente—. No quiero que te
sientas presionada a hacer nada.
Ella abre la boca para decir algo y levanto mi mano para detenerla.
—Tómate tu tiempo para pensar en ello, y si aún nos deseas a los dos,
reúnete con nosotros para cenar esta noche.
Ben me mira de reojo.
—Parte de mí quiere llamar a Landon aguafiestas —le gruñe a Mia—. Pero
tiene razón.
No consigo leer la expresión en el rostro de Mia.
—¿A qué hora es la cena? —pregunta—. ¿Y puedo traer el postre?
—A las siete —respondo de inmediato—. Y Mia, tú serás el postre.
Mia se marcha justo después de desayunar y, por mucho que quiero hablar
con Ben sobre lo que ha pasado, tampoco tengo tiempo que perder; tengo que
irme a trabajar. Ni Benjamin ni yo disfrutamos en particular de tener que trabajar
los fines de semana, pero es una parte inevitable de nuestro negocio. Nuestros
clientes tienen vidas ajetreadas y, a menudo, el único tiempo disponible que
tenían para reunirse con nosotros era el fin de semana. A lo largo de los años
hemos perfeccionado nuestros horarios para que cada uno de nosotros solo
trabaje un sábado al mes.
Es una encantadora mañana de verano mientras paseo hacia mi casa para
darme una ducha rápida antes de dirigirme a la consulta. No hay casi nadie en las
calles bordeadas de árboles, y en la calma puedo oír el sonido de los pájaros
gorjeando. En mañanas como esta, no echo de menos Manhattan para nada.
Sophia está en la cocina haciéndose una tostada cuando entro.
—¿Dónde estuviste anoche? —me pregunta, luego sacude la cabeza—. No
importa, no me lo digas. No quiero saber nada sobre la vida sexual de mi
hermano mayor. Es demasiado raro.
—Como si fuera a contarte algo —le quito un trozo de tostada con
mantequilla de su plato, ignorando su mirada indignada—. Le eché un vistazo a
tu bar anoche.
—¿Y? —mi hermanita me lanza una mirada de esperanza—. ¿Estaba bien?
Carajo, no. No estaba bien para nada. Unos imbéciles drogaron las bebidas
de Mia y Cassie. No quiero que Sophia se acerque para nada a ese lugar.
Solo que Sophia ya no es una niña. Cuanto más protector me vuelvo, más va
a rebelarse. Dentro de un año tendrá dieciocho años y ya no tendrá que seguir
escuchando mis consejos. No puedo ladrarle órdenes a Sophia y esperar que
obedezca.
—Drogaron a un par de mujeres allí anoche —le cuento—. Una vez Nina
Templeton lo descubrió, echó del bar a los cabrones que lo hicieron, pero sigo
preocupado por ti, Soph. Me pone nervioso que estés en un ambiente así.
Ella unta mantequilla en su tostada.
—Soy menor de edad —contesta—. No estaré en el bar ni de lejos.
—Lo sé —he sido su hermano mayor toda mi vida, pero no puedo evitar que
crezca—. Prométeme que no beberás allí.
Su rostro se ilumina con una amplia sonrisa.
—Lo prometo —contesta de inmediato—. Landon, confía en mí. Quiero ser
chef. Beber es lo último en lo que estoy pensando.
—En ese caso, solicita el puesto, niña —echo un vistazo a mi reloj y me
pongo de pie—. Necesito irme a trabajar y esta noche no voy a estar en casa otra
vez. Nada de fiestas salvajes, ¿vale?
Sus ojos se entrecierran, especulando.
—¿Dos noches seguidas? ¿Quién es tu mujer misteriosa?
Sacudo la cabeza. Ni siquiera sé por qué Sophia se molesta en preguntar.
Sabe que no hablo de mi vida privada con nadie.
Llego al trabajo una hora antes de mi primera cita. Para mi sorpresa, Amy
está allí, y lo que es peor, no está en la zona de recepción; está en mi despacho,
rebuscando algo en mi archivador.
Da un salto cuando entro.
—Hola, Landon —tartamudea—. No esperaba verte tan temprano.
Frunzo el ceño. Es sábado; nuestra recepcionista no trabaja los fines de
semana. No tengo ni idea de lo que está haciendo aquí.
—¿Por qué estás aquí? —pregunto bruscamente—. ¿Y qué necesitas de mi
despacho?
Sus ojos miran al suelo.
—No estaba segura de si había preparado el papeleo del señor Wallace para
su cita de esta mañana —contesta—. No vivo muy lejos, así que pensé en venir a
mirar.
Sí, claro. Amy va a comprobar que ha hecho bien su trabajo cuando los
cerdos vuelen. Le dedico una mirada escéptica.
—¿Por eso estás aquí?
Ella se aclara la garganta.
—Hay otra razón —admite—. Esperaba poder hablar contigo cuando el
doctor Long no estuviera.
No tengo tiempo para Amy. Jason Wallace llegará pronto y necesito releer
las notas sobre su caso para pensar en su plan de tratamiento.
—Estoy un poco ocupado esta mañana, Amy —digo llanamente—. Que sea
rápido.
Me mira a los ojos con atrevimiento.
—Me preguntaba si querrías salir alguna vez. Ya sabes, como en una cita.
Maldición. Debería haber adivinado que se trataba de eso. Amy ha estado
insinuando que le gustaría salir conmigo desde que empezó a trabajar para
nosotros. Por desgracia, aun cuando no fuera una empleada, no estoy interesado.
Hay una vena desagradable y moralista en Amy, y no soporto a la gente así.
Aún así, intento rechazarla suavemente.
—Lo siento, Amy. Eres una empleada. No puedo salir contigo. Eso viola mi
ética profesional.
—¿En serio? —enarca las cejas—. Anoche te marchaste de La Coqueta
Alegre con Mia Gardner. Ella es una paciente, ¿verdad?— Una fea expresión
cruza su cara—. Estoy segura de que el Colegio de Psicoterapeutas estaría muy
interesado en saber que estás acostándote con una paciente.
—La señorita Gardner no es una paciente —no sé por qué me estoy
justificando con nuestra recepcionista—. Ella decidió no usar nuestros servicios
tras una consulta inicial.
Me hierve la sangre. Respondo muy mal a las amenazas y no puedo creer
que Amy Cooke esté intentando chantajearme. El doctor Bollington es el
representante local del Colegio, y sé que le encantaría tener una oportunidad de
implicarnos en una investigación de caza de brujas.
Intentamos darle a Amy una segunda oportunidad, pero no parece querer
aceptarla. Tomo una rápida decisión. No podemos tener trabajando en nuestra
consulta una persona en la que no confiamos. Teniendo en cuenta la naturaleza
de lo que hacemos, la confidencialidad es algo absolutamente necesario.
—Estás despedida —digo bruscamente—. Recoge tus pertenencias y
márchate.
—¿Qué? —su voz apenas suena por el asombro.
—Ya me has oído.
Veo como absorbe la noticia, luego el rostro de Amy se contrae de rabia.
—Esto es por esa zorra, ¿verdad? —dice con sorna—. La jodida Mia
Gardner. Bueno, te cansarás pronto de ella. No te dará lo que necesitas. Ni
siquiera puede conseguir que su prometido mantenga la polla dentro de los
pantalones. Como si ella fuera a mantener tu interés.
—Recoge tus cosas —repito, mi voz suena peligrosa. «Cómo se atreve esta
zorra a hablar de Mia» —Y vete. Ahora.
11
MIA
T odavía tengo que conocer a alguien a quien no le guste la lasaña, así que
eso es lo que estoy cocinando. Para acompañarla, hago una simple
ensalada. Mezcla de lechugas, tomatitos cherry de la localidad, aceitunas
de Kalamata, y mozarela de búfala, aderezado con aceite de oliva virgen extra y
vinagre balsámico.
Tardo un par de horas en prepararlo todo. Mientras sofrío la carne picada de
ternera antes de montar las capas con la pasta, intento preguntarme cuándo fue la
última vez que me esforcé tanto por una mujer. Nunca cociné para Becky;
comíamos en restaurantes pijos en Manhattan. Cada vez que contemplaba
prepararle una comida, decidía que no merecía la pena ensuciar la cocina.
No estoy seguro de qué es diferente ahora. Tal vez sea que mi cocina en New
Summit es mucho más grande que la cocina de mi apartamento en el SoHo.
Quizás sea más fácil cocinar cuando la luz del sol entra por las puertas del patio
que mirando a la pared trasera del edificio. Tal vez sea porque puedo oír a los
pájaros cantar mientras troceo tomates para una salsa marinara.
O a lo mejor se trata de la mujer para la que estoy cocinando.
Landon y yo hemos compartido mujeres antes. No recientemente y nunca de
un modo serio. Mientras cocino, me descubro preguntándome cómo
funcionarían las cosas si estuviéramos en una relación de verdad con Mia. New
Summit es una ciudad pequeña y chismosa. Muchos de los residentes de toda la
vida están escandalizados por nuestras poco convencionales técnicas de terapia.
A pesar de los milagros que conseguimos, las sustitutas están consideradas solo
un peldaño por encima de las trabajadoras sexuales. El doctor Bollington, el
representante local del Colegio, nos ha dicho abiertamente que quiere que
cerremos la consulta.
A pesar de su oposición, estamos más ocupados de lo que esperábamos estar.
La gente contacta con nosotros con discreción, buscando ayuda para sus
problemas sexuales. Landon y yo hemos salvado más matrimonios y relaciones
de las que podemos contar. Es esa sensación de satisfacción la que nos hace
seguir. Dios sabe que ninguno de nosotros necesita el dinero de nuestra consulta;
los dos ganamos una obscena cantidad de dinero por los libros de autoayuda que
hemos escrito juntos.
Unos minutos antes de las siete, llaman a la puerta del patio y Landon entra
con una botella de vino tinto. Poco después aparece Mia, y Landon la deja entrar
mientras yo saco el pan del horno y lo dispongo sobre una bandeja.
—Vaya, huele genial aquí.
Dejo lo que estoy haciendo y la admiro. El vestido verde le sienta
estupendamente, y se ve radiante y preciosa con la cara sin maquillar.
No parece el tipo de chica que acepta formar parte de un trío. Las apariencias
pueden engañar a veces.
—Pareces un caramelito —le digo con una sonrisa.
Ella se ríe.
—Nunca me han llamado así antes —ella mira la comida con asombro—.
Has cocinado. Nunca me habría imaginado que fueras de los que cocinan.
—Estoy lleno de sorpresas.
Landon pone los ojos en blanco.
—Mia, ¿te apetece algo de beber? ¿Vino, cerveza, o champán?
—Vino, por favor —responde—. Después de anoche, debería mantenerme
alejada de la cerveza durante un par de semanas.
Los tres tomamos asiento. Me he tomado tiempo para poner la mesa, otra
cosa que nunca hice con Becky. Velas flotantes parpadean en bandejitas de
cristal, y el gran ramo de hortensias añade color a mis electrodomésticos gris
pizarra.
—Pensé que podríamos comer aquí —digo, haciendo un gesto hacia las
puertas del patio—. Es una noche agradable. Bien podríamos aprovecharla.
Mia toma asiento y mira alrededor.
—Esto es precioso —dice—. Has hecho un gran trabajo con la reforma.
Levanto una ceja y Landon hace lo mismo.
—¿Cómo sabes que he estado reformando la casa? —le pregunto.
Ella se ríe.
—Esto es New Summit —contesta—. Todo el mundo lo sabe todo. Esta casa
solía tener un aspecto horrible. Eres algo así como el héroe de la ciudad porque
la has arreglado.
—Es bueno saberlo —digo secamente—. Ni Landon ni yo nos sentimos
populares.
Sus labios se tuercen en una mueca triste.
—¿Te está dando problemas el doctor Bollington? —adivina astutamente—.
Ignóralo. Es mi casero. Cuando no se está quejando por Cassie, está
despotricando sobre Nina y La Coqueta Alegre. Sinceramente, si no hubiera
nada de lo que quejarse, no sé qué haría con su vida.
—¿No se mantiene ocupado con su consulta? —interviene Landon.
Ella sacude la cabeza.
—En realidad no —dice encogiéndose de hombros—. Es siempre tan
moralista que yo no acudiría a él en busca de ayuda. ¿Irían ustedes?
Eso explica gran parte de la oposición que nos presenta el doctor Bollington.
El hombre se siente claramente amenazado.
La conversación fluye fácilmente entre nosotros. Hablamos de los libros que
hemos leído últimamente y las películas que hemos visto. Finalmente, el tema
vuelve a nuestro trabajo.
—¿Se excitan? —pregunta Mia, inclinándose hacia delante, con sus mejillas
rosadas—. ¿Cuando las mujeres expresan sus fantasías en su consulta?
—No antes de ti —responde Landon.
Llega mi hora de subir de nivel.
—Tengo que hacer una confesión —le digo—. Generalmente no sugerimos
sustitutos hasta que hemos probado otras alternativas, y en realidad no vemos
cómo sucede el sexo. Pero me sentí realmente atraído por ti y quería volver a
verte. Si te hubieras convertido en nuestra paciente, eso no podría haber
sucedido nunca, así que podría haber exagerado un poco las cosas.
—¡Me asustaste para que me fuera! —suena indignada, pero sus ojos brillan
con diversión—. Eso es terrible.
Me encojo.
—Sí, lo siento.
Ella suelta una risita.
—No pasa nada, Ben. Solo estaba bromeando contigo. Para ser honesta,
incluso si no hubieras sugerido un sustituto, no habría vuelto.
—¿Por qué? —Landon se inclina hacia delante con expresión decidida—.
¿Por qué no habrías vuelto?
—Yo también me sentía atraída por ustedes —susurra—. Me habría pasado
cada sesión fantaseando sobre ustedes dos.
13
MIA
B
limpia.
en y yo nos deshacemos de Bollington, de Amy, y del ex llorón de Mia.
Una vez han salido de allí, me giro hacia Mia, quien está temblando.
Sus labios tiemblan y sus ojos se llenan de lágrimas, pero se las
¡G RACIAS POR LEER la historia de Mia, Ben, y Landon! Espero que te hayan
encantado tanto como a mí.
Tara Crescent escribe ardientes romances contemporáneos para lectoras que disfrutan de héroes sexis y
dominantes, así como de fuertes y atrevidas heroínas.
Cuando no está escribiendo, puedes encontrarla acurrucada en un sofá con un buen libro, a menudo con un
gato en su regazo.
Vive en Toronto.
Tara también escribe ciencia-ficción romántica bajo el nombre de Lili Zander. Echa un vistazo a sus libros
en: http://www.lilizander.com
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