Breve Historia de Israel y Palestina
Breve Historia de Israel y Palestina
Breve Historia de Israel y Palestina
Palestina
Marcos Aguinis
Nº 56-57
No es fácil reducir una historia larga a un artículo. Lo intentaré.
Un chiste judío propone que los antiguos israelitas marcharon de Egipto a Canaán
por la tartamudez de Moisés. Dios le ordenó: "Lleva mi pueblo a la Tierra
Prometida, la tierra que mana leche y miel; llévalo a Canadá", y Moisés repitió a sus
columnas con gran esfuerzo: "¡Vamos a Can… can… na… án!". Y allí los encajó.
¿De dónde se obtuvo el vocablo? Fue otra ofensa romana. Palestina se escribía en
latín Phalistina y hacía referencia a los filisteos, que la Biblia menciona desde Josué
hasta David. Significa "pueblo del mar". Habían llegado desde Creta,
probablemente tras la implosión de la civilización minoica, y se establecieron en la
costa suroeste del territorio. Jamás lograron conquistar el resto del país y
terminaron integrados por completo en el reino de David. Nunca más hubo filisteos
ni grupo alguno que los reivindicase. Se convirtieron en judíos. Quizás Einstein,
Kafka, Marc Chagall, Ariel Sharón, Golda Meir y muchos otros notables descienden
de antiquísimos filisteos convertidos en judíos, ¿quién lo puede saber?
La palabra Phalistina, además, no tuvo suerte. A ese territorio –que adquirió
relevancia extraordinaria por la Biblia, base del cristianismo y luego del Corán– los
judíos lo siguieron llamando Eretz Israel (tierra de Israel) y los cristianos Tierra
Santa, y después los árabes lo bautizaron Siria Meridional. Los cristianos fundaron
el efímero reino latino de Jerusalén en la primera Cruzada, y durante el Imperio
Otomano se convirtió en una provincia irrelevante: el vilayato de Jerusalén. El país
perdió brillo, se despobló y secó. Viajeros del siglo XIX como Pierre Loti y Mark
Twain testimonian en sus escritos que atravesaban largas distancias sin ver un solo
hombre.
Los nacionalismos judío y árabe nacieron casi al mismo tiempo. El judío a fines del
siglo XIX y el árabe a principios de XX. Este último floreció en Siria, a cargo de
pensadores y activistas cristianos que recibieron influencias europeas. Los sirios
acusaron a los sionistas, es decir, a los nacionalistas judíos, ¡de haber inventado la
palabra Palestina para quedarse con Siria Meridional! En realidad, ese nombre
había resucitado como una palabra neutra frente al desmoronamiento del Imperio
Turco.
***
La presencia judía en Tierra Santa fue una constante asombrosa. El alma judía
añoraba año tras año, siglo tras siglo, milenio tras milenio, la reconstrucción de
Eretz Israel con intenso fervor, parecido al que, mucho antes, había florecido junto
a los nostálgicos ríos de Babilonia. Nunca dejaron de repetir: "¡El año que viene en
Jerusalén!". A fines del siglo XIX empezaron a llegar oleadas de inmigrantes que se
aplicaron a edificar el país con caminos, kibutzim, escuelas, institutos técnicos y
científicos, forestación obsesiva, universidades, teatros, naranjales, una orquesta
filarmónica, aparatos administrativos. En 1870 fundaron en Mikvé Israel la
primera escuela agrícola de la región.
***
Después de la Guerra de Iom Kipur, en 1973 (también iniciada por Egipto), el nuevo
presidente de Egipto, Anuar el Sadat, empezó a reconocer que no tenía sentido
negar la existencia de un país tan sólido como Israel. Ante la sorpresa universal,
decidió visitar Jerusalén. Aunque esperaba ser bien recibido, no esperaba que lo
aplaudieran y agasajaran con una lluvia de júbilo y gratitud. Empezaron las
negociaciones con el duro Menajem Beguin y, en menos de un año, se firmó la paz
entre ambos países. A cambio de la paz, Beguin aceptó entregar hasta el último
grano de arena del desierto del Sinaí. Y no sólo arena: entregó aeropuertos, pozos
de petróleo, rutas, centros turísticos y hasta ordenó la evacuación de la populosa
ciudad de Yamit, construida entre Gaza y el Sinaí, para que nada de Israel
permaneciera en territorio egipcio. El encargado de evacuar por la fuerza a los
colonos judíos fue Ariel Sharón. Este general no imaginaba que, mucho después,
debería repetir el operativo en la Franja de Gaza. Con esta cesión de tierras
equivalentes a casi tres veces el tamaño de Israel, caía la acusación de su vocación
expansiva, por lo menos entre quienes piensan con lógica. Por supuesto que esta
paz fue duramente condenada por todos los demás países árabes.
En el tratado con Egipto, Israel prometió la autonomía de los árabes que habitaban
Gaza y Cisjordania. Autonomía significaba otorgarles el manejo de todas las áreas,
menos la defensa y las relaciones exteriores. Es decir, no llegaban a la
independencia ni a la soberanía. Así lo entendió Beguin, pero seguramente Sadat
pensaba que la autonomía conduciría, de forma inexorable, a la independencia. La
idea de los dos Estados que viven y prosperan uno al lado del otro, que nació en la
saboteada partición de 1947, resucitaba con fuerza. Gracias al contacto directo con
los israelíes, que resultaba inspirador, los árabes de Palestina tomaron conciencia
de su identidad nacional y se aplicaron a la conformación de una narrativa que les
otorgase respaldo.
***
En 1993 Simón Peres e Isaac Rabin decidieron resucitar al debilitado Arafat para
conseguir la solución del largo conflicto. La primera Intifada había tenido el mérito
de consolidar la flamante identidad nacional árabe-palestina, incluso entre los
israelíes. Era un buen momento, entonces, para un recononcimiento recíproco y
avanzar hacia la tan postergada paz. Se firmaron los Acuerdos de Oslo, que les valió
a los tres personajes citados el Premio Nobel de la Paz. Nacióla Autoridad Nacional
Palestina y empezó la transferencia de poderes. Los temas más difíciles quedaron
para el final, cuando los aceitase una mayor confianza mutua.
Pero sucedió lo contrario, debido a la acción de los grupos armados autónomos que
la Autoridad Palestina no quiso inhibir. Al Fatah, liderado por el mismo Yaser
Arafat, constituyó las Brigadas de Al Aqsa, que cometían crímenes condenados en
inglés y felicitados en árabe. Engordaban los grupos
fundamentalistas Hamás y Yihad Islámica, que no aceptaban ningún acuerdo.
Arafat, en lugar de ejercer la posición del estadista que monopoliza el poder, seguía
con las ilusiones del guerrillero que dejaba hacer a los terroristas para minar la
resistencia israelí. Alcanzó cumbres del doble discurso. Condenaba cada atentado
mientras estimulaba su multiplicación. Las primeras mujeres asesino-suicidas
fueron jóvenes palestinas que calificó de "rosas de nuestra causa". Era evidente que
mentía: su objetivo no era la paz con Israel, sino destruirlo con otros medios.
A los pocos días, con la pueril excusa de un paseo de Ariel Sharón por la explanada
del Templo (que había consentido Jamil Jagrib, responsable palestino de
seguridad), desencadenó la injustificada y criminal segunda Intifada, que duró
cinco años, con miles de muertos por ambas partes, exacerbación del odio en lugar
de la confianza y un empeoramiento profundo de la calidad de vida palestina.
El rechazo a las concesiones de Camp David fue una siniestra repetición de los Tres
Noes lanzados en Jartum. Bloqueó el camino de los acuerdos y cargó dinamita a la
violencia. Pero consiguió que el mundo viese a los palestinos como la víctima
inocente, inerme e indiscutible; por lo tanto, impermeable a cualquier crítica. Todo
lo que hacían se justificaba por el martirio de la cruel ocupación. De esa forma,
nadie exigió a la Autoridad Palestina que ejerciera el monopolio de la fuerza y
pusiese fin a la metralla de los atentados. Nadie exigió que invirtiera en salud,
educación y construcción en vez de en armas los multimillonarios recursos que
recibía de la Unión Europea y los Estados Unidos. Ni siquiera que terminase con la
enorme corrupción que hasta un intelectual palestino como Edward Said criticó,
encendido de rabia. Gran parte del dinero volaba hacia bancos extranjeros. La
viuda de Arafat es ahora una millonaria que disfruta las delicias de París mientras
se conmueve por el heroísmo de los suicidas (ni ella ni su hija piensan suicidarse,
por supuesto).
***
Israel existirá y continuará existiendo hasta que el islam lo destruya, tal como
destruyó a otros en el pasado.
Y en el artículo 6 se dice:
El Día del Juicio Final no llegará hasta que los musulmanes se enfrenten a los judíos
y los maten a todos. Entonces, los judíos se esconderán detrás de las rocas y de los
árboles, y las rocas y los árboles gritarán: "¡Oh, musulmán, hay un judío escondido
detrás de mí! ¡Ven y mátalo!".
Quienes suponen que Hamás se conforma con un Estado palestino que permita
alguna coexistencia con Israel deben fijarse en el artículo 11:
La tierra de toda Palestina es un ‘waqf’ [posesión sagrada del islam] consagrado para
futuras generaciones islámicas hasta el Día del Juicio Final. Nadie puede renunciar a
esta tierra ni abandonar ninguna parte de ella.
Las filas se cerrarán, los luchadores se unirán con otros luchadores y las masas de
todo el mundo islámico acudirán al llamado del deber proclamando en voz alta: ¡Viva
la yihad! Este grito llegará a los cielos y seguirá resonando hasta que se alcance la
liberación, los invasores hayan sido derrotados y logremos la victoria de Alá.
No deja espacio para las iniciativas de paz, que son condenadas en otra parte del
feroz artículo 13:
Las iniciativas de paz y las supuestas soluciones pacíficas, así como las conferencias
internacionales, se contradicen con los principios de Hamás. Esas conferencias son un
inaceptable medio para designar árbitros de las tierras del islam a los infieles. No hay
solución sin la yihad. Las iniciativas, las propuestas y las conferencias internacionales
de paz son una pérdida de tiempo.
La demonización del sionismo permanece anclada en centenarios mitos
paranoicos, cuya fuente falsa y venenosa no tienen pudor en revelar, como lo
ilustra el artículo 32:
No hace falta ser avispado para advertir que proyectan sobre el diminuto Israel su
propia hambre de expansión territorial. Son ellos quienes aspiran a un califato que
se extienda desde el Atlántico hasta Indochina, y luego más. En sus escuelas
enseñan que España pertenece al islam y deberá ser recuperada. El objetivo más
alto no es ahora la creación de un Estado palestino, sino la victoria universal de la
fe y la legislación islámicas. Su programa aspira a que rijan las leyes de la sharía,
imposibles para la civilización occidental. Como lo expresa el delirante artículo 22,
hasta la Revolución Francesa es abominable, y seguro que las tres famosas palabras
–libertad, igualdad, fraternidad– serán sospechosas.
A Hamás, sin embargo, no lo votaron por este programa teocrático-nazi, sino por
la corrupción, ineficacia e hipocresía de Al Fatah y los líderes de la Autoridad
Palestina. Una encuesta reveló que el 75% de los palestinos que votaron por Hamás
aspiraban a la solución de un Estado propio que conviviera lado a lado con Israel.
Hamás se presentó como la única opción que tenía las manos limpias. No ganó por
su fanatismo reaccionario y judeofóbico, sino por el desencanto de los palestinos.
La irresponsable segunda Intifada, desencadenada por la hipócrita Administración
anterior, trajo la parálisis de una solución negociada. Además, produjo un
incremento de las muertes, las represalias, la desocupación y la miseria. A Hamas
ya no le alcanzará con lavarse las manos y echar la culpa de todo a Israel.
***
Es verdad que el Corán lo dice, pero como todo libro religioso extenso, escrito en
circunstancias históricas determinadas, exhibe expresiones contradictorias,
algunas durísimas y otras más dulces que la miel. Igual sucede con la Biblia.
Corresponde a los hombres interpretar esos textos y enfatizar sus contenidos
nobles.
Históricamente el odio a los judíos fue más intenso entre los cristianos que entre
los musulmanes. Los cristianos acusaban a los judíos de ser "los asesinos de Dios",
los musulmanes sólo de haber enmendado la Biblia para que no figurase el anuncio
de la llegada de Mahoma. Ambos son hechos deleznables (de haber sido ciertos),
pero más horrible, desde luego, es el primero. Si los judíos pudieron "asesinar a
Dios" –como se predicó durante centurias desde todos los púlpitos–, ¿qué puede
impedir que cometan otros crímenes, y de lo más atroces? Se los acusó de
envenenar los pozos cuando había una peste (y se carneaba entonces judíos con
entusiasmo enérgico), se los acusó de utilizar la sangre de niños cristianos para
amasar el pan de la Pascua (¡?) (y nació el delirante y repetido libelo del crimen
ritual, que llevaba a renovadas y jubilosas matanzas). El judío fue el Shylock voraz
por una libra de carne, el judío pobre que se despreciaba por sucio y débil o el rico
que rapiñaba sin culpa. Fue el personaje siniestro de Los Protocolos de los Sabios de
Sión, que redactó la policía secreta del Zar para estimular los pogromos. Fue El
judío internacional del resentido Henry Ford. En Mein Kampf, Hitler prometía hacer
lo que finalmente hizo ante la indiferencia de la civilización occidental. Auschwitz.
Haj Amín el Huseini, el amigo de Hitler
El plan nazi de encerrar a todos los judíos del mundo y exterminarlos como si
fuesen cucarachas por un odio sedimentado durante siglos en Europa tuvo un éxito
casi total. En pocos años liquidó un tercio de ese pueblo gracias a la sistemática
técnica industrial de la muerte. Ese plan recibió el apoyo del líder árabe de
Palestina Haj Amín el Huseini, gran muftí de Jerusalén. Este clérigo fanático, que
espoleaba a destruir las comunidades judías porque importaban costumbres
"degeneradas" como la igualdad de la mujer, la apertura de teatros y orquestas, la
edición masiva de libros, los ideales de la democracia y el socialismo, se ofreció a
colaborar con la Solución Final. Viajó a Berlín por un largo período y prometió
erradicar cada judío de Palestina y sus alrededores "con los métodos científicos del
Tercer Reich". Planeó erigir otro Auschwitz en Nablús, sobre las colinas de Samaria.
Su lema, difundido por radios nazis, fue: “Mata a los judíos dondequiera los
encuentres, para agradar a Alá y a la Historia”. Se fotografió varias veces con Hitler.
Apareció en los noticieros de cine haciendo el saludo nazi. También se reunió con
el nazi y asesino croata Ante Pavelic, para sellar el mismo pacto.
Con la técnica del "miente, miente que algo queda", los antisemitas buscan imponer
la versión de que el Estado de Israel es un producto artificial del Holocausto y
fue creado de la nada por las Naciones Unidas. Falso, basta leer la prensa de
entonces. Debemos insistir una y otra vez en que la construcción del tercer Estado
judío (los dos primeros están descriptos en la Biblia) empezó de forma intensa en
el último cuarto del siglo XIX, cuando todavía era dueño del Medio Oriente el
Imperio Otomano y no había señales de nacionalismo árabe, que recién apareció
en Siria a principios del XX. El flamante movimiento sionista (movimiento de
liberación nacional y social del pueblo judío) creó en 1903 el Keren Kayemeth
Leisrael para reacaudar dinero con el cual comprar a los efendis radicados en
Beirut o Damasco sus pobres tierras palestinas y erigir los primeros kibutzim en
forma legal. También se usaba parte del dinero para una campaña frenética de
forestación, la primera en la historia, que aún los partidos ecologistas no se atreven
a reconocer. El Imperio Turco miraba con sospecha estas actividades de
crecimiento acelerado, máxime cuando Palestina era parte del marginal y
pobrísimo Vilayato de Jerusalén.
Israel: el Estado vino después
Necesitamos machacar ciertos datos para entender mejor el conflicto árabe-israelí.
En 1909 nació Tel Aviv sobre dunas de arena, sólo habitada por arañas y cangrejos.
En la década del 20 los pioneros judíos fundaron la Universidad Hebrea de
Jerusalén, entre cuyos primeros gobernadores de honor figuraron Albert Einstein
y Sigmund Freud. También se creó la primera Orquesta Filarmónica del Medio
Oriente, inaugurada por el director antifascista Arturo Toscanini. Surgió el
dinámico teatro Habima. Se estableció un Instituto de Ciencias en Rehovot, la
Universidad Técnica en Haifa y la Escuela de Artes Bezalel en Jerusalén. Se fundó
la Histadrut, primera central obrera del Medio Oriente, toda una revolución social.
Se multiplicaron los kibutzim, los moshavim, las aldeas y las ciudades, se tendieron
caminos, abrieron puertos y fundaron instituciones educativas. Vastas extensiones
desérticas se cubrieron con el manto esmeralda de los naranjales. Las colinas
pedregosas y ardientes de Judea, devastadas por los dientes de las cabras y el
abandono de siglos, empezaron a ser embellecidas por el color de los pinos que se
plantaban en sus laderas. El pantano del extremo norte, Hula, generador de una
epidemia sostenida de paludismo, del que no se salvaba nadie, ni David ben Gurión,
fue poco a poco desecado. La febril actividad judía inyectó a ese pequeño país más
prosperidad de la que existía en los grandes vecinos. Era un ariete ciclópeo de
modernidad, progreso, cultura. Revolucionaba toda la región.
Y, sin embargo, ¡aún no se había producido el Holocausto ni las Naciones Unidas
habían tomado cartas en el asunto! Pero había nacido el conflicto árabe-israelí. No
tanto porque aumentaba el número de judíos ni porque estos judíos quitasen algo
a los árabes. No. El conflicto radicaba en la oferta. Esa oferta era progreso,
modernidad, ciencia, arte, estudios seculares, igualdad de la mujer, democracia.
Una oferta que impulsaba a dejar la Edad Media. Gran insulto a los cavernarios.
El país más vulnerable
El presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, el hombrecito de la sonrisa cínica y
los ojitos de rata, envió una misiva de diez folios a Angela Merkel, canciller de
Alemania, que, luego de ser traducida, provocó un ataque de náuseas. Ella decidió
no contestar. El iraní pedía la obscena colaboración de Alemania para destruir
Israel y el judaísmo, autores de todos los males que aquejan al mundo. Los
considera el mal absoluto, capaces de las peores atrocidades. Llamea odio, además
de fanatismo irracional. ¿Dónde radica el mal de Israel? En sus virtudes, desde
luego. Virtudes insoportables para quienes se empeñan en vivir como Mahoma en
el siglo VII.
"La diferencia de Israel y Occidente con nosotros –ha dicho el líder del Hezbolá– es
que ellos aman la vida y nosotros la muerte". Para que no haya equívocos,
Nasrala suele gritar: "¡Amo la muerte!". Pulsión tanática igual a la de los nazis. Las
SS usaban trajes negros y calaveras porque también amaban la muerte y
consiguieron su objetivo: 50 millones de cadáveres en Europa, además de la ruina
total de Alemania. El ayatolá Rafsanyani lo confirmó:
Con nuestra bomba atómica mataremos los 5 millones de judíos de Israel, y aunque
Israel pueda enviarnos bombas de respuesta, sólo mataría 15 millones de iraníes,
cifra despreciable ante los 1.300 millones de musulmanes que somos en el mundo.
En los tiempos de la postmodernidad, importa cada vez menos por dónde pasa lo
bueno y por dónde lo malo. ¿Interesa, por ejemplo, que los jóvenes israelíes sueñen
con ser inventores y científicos, mientras que los de Hezbolá y Hamás sueñan con
ser mártires? No, no interesa. ¿Interesa que en Israel no se predique el odio a los
árabes, que constituyen el 20 por ciento de su población y viven mejor que en
muchos países árabes, mientras entre los árabes son superventas Los protocolos de
Sión y Mein Kampf y en la TV egipcia se ha difundido una serie vomitiva donde los
judíos extraen sangre de niños para bárbaros rituales? Lo único que interesa es que
los palestinos parecen más débiles frente al poderío de Israel. Pero ¿acaso el
conflicto es palestino-israelí, o árabe-israelí? ¿No fueron los Estados árabes
quienes frustraron la pacífica partición de Palestina en dos Estados? ¿No fueron los
que iniciaron las grandes guerras del Medio Oriente? ¿No son los que expulsaron a
todos sus judíos? ¿No son los que han evitado resolver el drama de los refugiados?
El conflicto no es palestino-israelí sino árabe-israelí; o, mejor dicho, entre la
modernidad democrática y un autoritarismo revestido de variadas tendencias que
se mezclan con fijaciones teocráticas o nostalgias medievales.
© elmed.io
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