Divina Humanidad

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Divina humanidad
El absoluto está ya en ti

Fray Marcos

Descargado por Andres Miguel Merino ([email protected])


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Índice
INTRODUCCIÓN…………………………………………………. 3

I ACLARANDO CONCEPTOS……………………….………9
Mundo, hombre, Dios………………………………….….. 9
Evolución, Espiritualidad y religión……………….15

II MIRANDO AL PASADO…………..…………………….. 20
Pasado del mundo…………………….…………………...21
Pasado del hombre…………………….…………………..27
Pasado de Dios………………………………………………. 40
Cómo hemos llegado hasta aquí..………………….45
Relaciones………………………………………………………. 47

III ¿DÓNDE ESTAMOS?....................................52


En religión……………………………………………………… 53
En exégesis…………………………….……………………… 56
En Teología…………………………………………………….. 57
En cristología…………………………………………………. 60
En la liturgia………………………………………………….. 67
En la oración………………………………………………….. 68
En los sacramentos……………………………………….. 69
En moral………………………………………………………… 84
El mundo sigue su curso…………………..……….….84

IV HACIA DONDE CAMINAMOS……………………. 87


Futuro de la tierra………………………………………… 88
Futuro del hombre……………….………………………. 89
Dificultades para el cambio…………………………. 93
La complicada relación con Dios….…………….. 100
Una nueva comprensión de Jesús………………..102
La biblia vista con nuevos ojos…………………….105
Una moral más allá de la norma…………………. 109
Los místicos adelantaron el futuro……………….109
La punta de lanza de la evolución………........ 116
¿Qué nos queda de Dios?......................... 121
Urgencia y rotundidad del cambio……………… 122
Consecuencias del cambio………………………….. 123

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INTRODUCCIÓN

Este pequeño escrito pretende resumir mi pensamiento sobre el hombre, el


mundo y Dios. Bien entendido que no se trata de tres temas sino de tres
aspectos de un único tema. Por lo tanto nos interesan también las relaciones
entre los tres. Efectivamente, no habría ser humano si no hubiera mundo y no
habría mundo si no hubiera Dios. Tampoco habría Dios si no hubiera hombre
que lo pensara; aunque esto es más complicado de entender.

Tenemos en la recámara un interrogante, que todos nos planteamos alguna vez


si vivimos despiertos en este mundo tan chocante. ¿Qué pintamos aquí? Está
claro que no podemos conformarnos con vegetar, poniendo nuestras facultades
superiores al servicio de nuestra biología. Entonces, ¿cuál es el verdadero
sentido de mi vida? En este escrito trataremos de responder a esta pregunta.

Descubrir eso que nos trasciende es una exigencia de nuestra naturaleza


humana. Unas veces conseguiremos descubrirlo espontáneamente; en otros
casos, tendremos que adentrarnos voluntaria y conscientemente en nuevos
territorios todavía sin explorar para descubrir nuestro ser más profundo. No
podemos encontrar nuestra “salvación” dentro del ámbito de lo puramente
natural sin necesidad de acceder a lo espiritual.

Aparentemente los ateos parece que se han librado de esa cuestión, pero
escamotearla no es solucionarla. En realidad, muchos ateos están más
obsesionados con la idea de Dios y la trascendencia que los creyentes. No
debemos confundir lo que espontáneamente manifestamos, con la verdadera
actitud interior que está ahí a pesar de nosotros mismos.

Y apareció ya varias veces la palabra “Dios”. Pero ¿Qué quiero decir, cuando
digo Dios? Si nos fijamos en la letra, está claro que todos, los que hablamos el
mismo idioma, pronunciamos o escribimos la misma palabra “dios”. Pero lo que
de verdad importa es el concepto o idea de la supuesta realidad, que detrás de
ella ponemos cada uno de nosotros.

La verdad es que no encontraremos dos personas que coincidan en el concepto


que cada uno aplica a Dios. Este es un problema muy peliagudo, porque si
detrás de la misma palabra ponemos conceptos distintos, podemos estar
discutiendo años enteros sin posibilidad de entendernos. Si hubiéramos sido
conscientes de este hecho a través de la historia, se hubieran evitado todos los
conflictos religiosos, que tanto dolor han causado a la humanidad.

Las más rabiosas discusiones sobre Dios se han basado y aún se basan, en esa
diferencia de conceptos. Como no lo podemos objetivar, resulta que cada uno de
nosotros sólo podemos tener de dios una idea subjetiva. Y aquí está la madre
del cordero, porque desde esta perspectiva, empeñarnos en definir a Dios con
un lenguaje unívoco y absoluto, es un empeño abocado al fracaso.

El teísta aceptando su dios, concreto y bien definido, único e insustituible, puede


estar mucho más lejos de la verdad que el ateo, rechazando ese mismo dios.
Aparentemente esta idea es un solemne disparate, pero si tenemos en cuenta

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que toda idea de Dios es un ídolo, porque no se puede ni aproximar a la


realidad, mientras más me aferre a esa idea, más idólatra seré.

El interrogante está servido. ¿Qué es peor, ser idólatra o ser ateo? Ya sé que a
la mayoría de los creyentes no se les ocurre este dilema, pero no por eso deja
de tener importancia el planteárselo seriamente. Mucho menos peligroso es un
ateo sincero y responsable que un creyente fanático que sabe todo sobre un
dios que le empuja a rechazar a todo el que no piensa como él, convirtiéndole
en un ser inhumano.

Cuándo alguien me dice, muy serio, soy ateo, le pregunto, también muy serio,
¿qué es Dios para ti? Me diga lo que me diga, puedo responderle con toda
tranquilidad: yo también soy ateo, porque en ese dios ni creo ni puedo creer. El
dios que podemos meter en conceptos es siempre falso. No digo que no exista
Dios, quiero decir que no sé qué es.

La culpa de que muchos sean ateos la tenemos los creyentes, que hemos
colgado sobre Dios una cantidad de capisayos incompatibles con un mínimo
respeto a la racionalidad más elemental y hacia el SER en el que decimos creer.
El teísta que ha hecho de Dios un ser calcado al ser humano, sólo que con todas
sus cualidades en grado sumo, no descubre que se ha fabricado un dios a su
medida.

Precisamente porque Dios es indecible, nuestra tarea no terminará nunca. Para


mi cosecha personal, será más que suficiente el tratar de seguir humildemente
el refrán oriental: “deja de maldecir la oscuridad; ¡enciende una cerilla!”. Este
trabajo está todo él concebido bajo este lema. No pretendo que mi cerilla
alumbre a los demás. Sólo pretendo que cada uno encienda la suya.

Después de acabar la larga carrera hacia el sacerdocio y algunos años


enseñando en un colegio, tuve la suerte de hacer Bellas Artes. Yo, que había
salido a los trece años del terruño y de entre el ganado y había caminado
durante los siguientes quince años con orejeras, me encontré de repente con
jóvenes de 17 – 20 años que vivían totalmente en otro mundo. Era la época de
las persecuciones a caballo de los estudiantes en la universidad.

Este encuentro fue para mí providencial. Me di cuenta de que todo lo que había
aprendido hasta ese momento, no me permitía conectar con el pensamiento y
las inquietudes de mis compañeros de clase. Empecé entonces un camino de
actualización de mis ideas que no he abandonado hasta el presente. En ningún
momento he tenido que renegar de lo que me habían enseñado en filosofía y
teología, pero con esa base, comencé a buscar un lenguaje auténtico, que me
permitiera dialogar con la gente de a pie.

Desde ese tiempo de estudiante, la búsqueda ha sido mi principal preocupación.


Llevo cuarenta años caminado con una comunidad, que ha aceptado
acompañarme en esa búsqueda. Es ya largo el camino recorrido, pero la
inquietud por seguir buscando no ha disminuido ni un ápice. Es curioso que el
horizonte que se va abriendo delante de nosotros, es cada vez más amplio. El
hecho de estar en marcha juntos, nos da fuerza para no detenernos.

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Esta experiencia me ha animado a poner por escrito los resultados de esa


búsqueda. No pretendo descalificar a nadie. Acepto que otras personas vayan en
otra dirección. Incluso comprendo al que no se quiera mover de donde está si
eso le sirve para vivir en paz consigo mismo y en armonía con los demás. En
ningún caso pretendo que los demás piensen como yo. Lo que de verdad me
importa es que todo el mundo se atreva a pensar.

Me mueve solamente la posibilidad de que esta experiencia (la de la comunidad)


pueda ayudar a otros a caminar hacia tierras más fértiles. Soy consciente de
que la epopeya espiritual de cada uno tiene que llevarla a cabo él mismo. Pero
también es verdad que esa trayectoria es casi imposible afrontarla en solitario.
Ningún logro en la vida humana parte de cero. El logro que puede alcanzar
cualquier ser humano se basa siempre en la experiencia acumulada por vidas
anteriores.

El hombre toma el testigo de los que le han precedido y lo lleva adelante


durante un trecho del camino, consciente de que antes o después, tendrá que
entregarlo al siguiente. Lo que se nos exige es que en el trecho que nos toca
recorrer, no nos durmamos ni ahorremos esfuerzo para avanzar en la verdadera
dirección. Pero sin miedo a equivocarnos, porque cualquier error será corregido,
o por nosotros mismos si lo descubrimos o por los que vienen detrás.

Ni soy teólogo, ni soy filósofo, ni soy psicólogo, ni soy historiador etc., etc. No
soy especialista de nada, pero con lo poquito que sé de cada cosa y
apoyándome en la comunidad y en auténticos y casi siempre, anónimos
pensadores, he llegado a algunas conclusiones que pueden parecer
sorprendentes, aunque muchos seres humanos de diversos lugares y en
tiempos muy diversos, han apuntado ya en esa dirección desde hace siglos.

Intentaré que mi lenguaje sea sencillo, incluso me arriesgaré a que, con toda la
razón del mundo, muchos lo consideren simple. No encontraréis ni
razonamientos alambicados ni argumentos apodícticos. Simplemente quiero
dejar por escrito mis reflexiones en un lenguaje que pueda ser asequible a
todos. Pido disculpas de antemano, a todos aquellos a quienes les pueda
resultar inaceptable.

No pretendo que los que lean esto lo consideren como verdad absoluta. Sería
ridícula semejante pretensión. Todo lo que digo es discutible y se debe discutir.
En ningún caso llegaré a conclusiones definitivas. Todas son propuestas
abiertas. El único error nefasto será siempre abandonar la búsqueda. Cuando
dos dejan de discutir, es que uno ha dejado de pensar. Por eso, como vengo
diciendo, mi intención es hacer pensar, no que penséis como yo.

Como no puede ser de otra manera, partimos del presente tratando de


mantener los pies en el suelo. El conocimiento de lo humano está avanzando de
manera exponencial en todos los órdenes. El aspecto espiritual no es una
excepción y también está ampliando su horizonte. Este es el aspecto que nos
interesa. Comenzaremos mirando al pasado para descubrir el comienzo y origen
de todo lo que hoy somos.

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También intentaremos ir hacia delante, hasta donde lo permita la capacidad de


imaginación, incluso más allá del horizonte que puede vislumbrar nuestra razón.
Hoy estamos superando el cartesianismo y sabemos que somos mucho más que
razón. Debemos tener muy en cuenta que la realidad ha superado siempre la
fantasía más descabellada. Hoy hemos descubierto que, cuanto más se amplía
el campo de nuestro conocimiento, más cosas ignoramos.

El mundo que nos ha tocado compartir es apasionante. Estamos en un cambio


de época alucinante. No se trata de un cambio en la manera de pensar ni un
mero avance sobre lo que habíamos pensado hasta la fecha. Se trata de un
vuelco radical, como no lo ha habido desde el paleolítico, cuando el ser humano
pasó de cazador-recolector a cultivar la tierra y domesticar animales.

En ese momento se produjo un cambio astronómico. Surgió el lenguaje, pero


sobre todo apareció la escritura. Para el tema que nos ocupa, se dio un gran
salto al diferenciar lo sagrado de lo profano, al sacerdote del hombre normal.
Empezaron a construir dioses, localizándolos en lugares sagrados: cielos,
templos, lugares mágicos etc.

Hoy estamos asistiendo a una deconstrucción de todo el tinglado religioso, que


durante 12 mil años habíamos montado. Por fin, estamos desmaterializando a
Dios. También estamos superando la visión antropológica de ese mismo Dios.
No sabemos todavía lo que va a quedar de Él, pero podemos adivinar que no se
va a parecer en nada a la idea que hemos arrastrado durante tantos milenios.

Estamos aceptando la idea de que Dios es Espíritu. Esto va tener consecuencias


imprevisibles. Dejaremos de creer que puede estar aquí o allí. En absoluto
puede estar más en un lugar que en otro por la sencilla razón de que está más
allá de cualquier tiempo y lugar. Dejaremos de dirigirnos a Él como si estuviera
fuera de nosotros. Nos daremos cuenta de que la simple idea de adorarlo,
carece de sentido porque Él no está fuera del que pretende adorarle.

Y lo más importante, dejaremos de pensar que mi dios es el verdadero y los


demás son falsos. Si aceptamos que no es material, tenemos que aceptar que
está fuera de toda posible manipulación. Lo que nunca podremos hacer con un
Dios que es Espíritu, es enlatarlo. Por mucho que nos empeñemos, seguiría
estando igual fuera del bote que dentro de él.

Hemos superado, por fin, la visión de un mundo estático que permanece


idéntico a sí mismo. También hemos superado la idea del “eterno retorno” que
fue guía de muchas filosofías antiguas y modernas. Hoy son muy pocos los que
dudan de que estemos en marcha. El mundo está en evolución en todos sus
aspectos y también sabemos que el proceso es imparable. La paradoja está en
que todo lo que tenemos que conseguir estaba ya en el punto de partida.

Vivimos en el presente, pero sabemos que tenemos que cargar con un pasado.
La Paleontología, la Arqueología, la Antropología y otras muchas ciencias nos
están revelando muchos secretos sobre el pasado de la tierra y el hombre. Claro
que son ciencias provisionales, pendientes de nuevos e insospechados
descubrimientos que estarán siempre aclarando o desmintiendo lo que creíamos
saber.

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A su vez nada se movería si no hubiera una perspectiva de futuro. Esto nos


obliga a preguntarnos por los conocimientos que hoy tenemos de los tres
tiempos, pasado, presente y futuro. Puede ser interesante tratar de entender la
realidad desde estas tres perspectivas. Nos ayudará a situarnos en la vida con
realismo. Tal vez esta ampliación de la perspectiva nos ayude a superar muchos
errores y miedos irracionales.

Aunque nuestro interés se centra en lo religioso, no podemos tratar el tema


aisladamente de otros componentes de la realidad humana. Esto por dos
razones. Primera, porque durante milenios no estuvo separado lo social, lo
económico, lo religioso, lo científico todo estaba involucrado en la vida de cada
ser humano y de la sociedad entera.

Segundo, porque la radical separación que se ha querido hacer hace unos siglos,
entre lo religioso y los demás aspectos de la vida humana, nos ha llevado a una
esquizofrenia estéril y muy difícil de superar. La vida del hombre es una y única.
Si la partimos en compartimentos estancos, corremos el riesgo de
descoyuntarla. Muchas de las manifestaciones religiosas que están hoy en auge
se deben a esa necesidad que sentimos de integración.

El último siglo ha estado interesado en conocer los orígenes del hombre; en


especial, ha intrigado mucho el origen de la idea de Dios y las religiones. Para
este objetivo han servido una serie de ciencias que han aparecido en las últimas
décadas. No podemos seguir enrocados en nuestro ámbito religioso e ignorar los
increíbles avances que se han hecho en esos distintos aspectos del conocimiento
humano.

En el siglo que acabamos de dejar atrás se han escrito miles de libros sobre el
origen de las religiones. Hoy nadie se conforma con tener un conocimiento
exhaustivo de su religión. No olvidemos que nuevos descubrimientos echan por
tierra las teorías precedentes y obligan a replantearse de nuevo las conclusiones
que se daban por definitivas, tanto con relación a nuestra religión como a las
demás.

El hecho de que los nuevos descubrimientos nos obliguen a repensar nuestras


convicciones no tiene que ser un obstáculo, que nos obligue a ignorarlas y
seguir tan a gusto con nuestras certezas. Sólo con una gran dosis de humildad
podremos avanzar en el conocimiento del ser humano. Nuestros conocimientos
serán siempre limitados y susceptibles de mayores precisiones.

El último ejemplo de la limitación de nuestros conocimientos sobre el hombre,


ha sido el descubrimiento del complejo megalítico de Göbekli Tepe en el sur de
Turquía. Un gran número de estructuras megalíticas de piedra caliza,
perfectamente talladas y con esculturas y grabados de toda clase de animales,
que datan de 9.500 años AC.

En el ámbito de la arqueología, todavía se cree que en esa época no se había


descubierto la agricultura ni la cerámica ni los metales ni la rueda ni la escritura
ni la socialización del ser humano. Todo hacía pensar que eran simples

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cazadores, pescadores y recolectores. Lo que se está descubriendo en este


complejo, echa por tierra todas esas seguridades académicas.

Los hombres de hace 12,000 años, fueron capaces de diseñar y construir


complejas estructuras, con una idea de utilidad que nosotros desconocemos.
Bien entendido que no se hubiera podido llegar a construir algo semejante de la
noche a la mañana. Tuvo que preceder un periodo de aproximación que no
somos capaces de calcular. No tenemos ni idea de qué grado de conocimiento y
cultura pudieron tener los seres humanos antes de que dejaran algún vestigio
que hoy pudiéramos descubrir.

Ese grado de colaboración imprescindible para lograr una obra de esa


envergadura, hubiera sido imposible si no se hubiera contado con lenguaje lo
suficientemente elaborado para poder comunicar a todo un grupo, lo que había
ideado una sola persona. Y por supuesto que tuvo que existir la persona con
capacidad suficiente, no sólo para idear tal cosa sino para motivar a un número
tan importante de gente.

Hasta hace muy poco, se creía que sólo después de asentarse en poblaciones
estables y gracias a la ganadería y la agricultura, el hombre fue capaz de
construir ciudades y templos. Este hallazgo echa por tierra esa teoría y deja en
evidencia que en el más primitivo neolítico el ser humano fue capaz de hazañas
que exigen una gran socialización.

Debemos asumir que un tal complejo de estructuras, no pudo surgir de la noche


a la mañana. Si en esa época pudo realizarse obra tan gigantesca, quiere decir
que miles de años antes, se tuvo que desarrollar un entorno social que pudiera
dar origen a esas obras tan acabadas. Esto nos tiene que hacer pensar en las
posibilidades del ser humano de todos los tiempos, también de aquellos que
hemos creído sin cultura y conocimientos verdaderamente humanos.

Debemos aceptar que si hace doce mil años, había seres humanos que eran
capaces de planear una arquitectura tan complicada, debían poseer también la
estructura social que les permitió realizarla. Esto supone cientos de personas
dirigidas por un líder con capacidad de dirección y de convicción. Podemos
sospechar que en aquella época sólo la creencia en un ser trascendente podía
convencer a la masa.

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I
ACLARANDO CONCEPTOS
Como algunas palabras pueden significar conceptos distintos, es imprescindible
concretar lo que queremos decir con cada una de ellas. Vamos a determinar en
qué sentido vamos a utilizar cada una de las palabras empleadas. No
cuestionamos que se puedan emplear con otro significado, sólo queremos
concretar en qué sentido las vamos a utilizar nosotros en este escrito y explicar
ese significado.

Empezamos por los tres conceptos básicos, en que debe apoyarse nuestra
reflexión. Importante es analizar cada uno por separado, para que sepamos
después, de qué estamos hablando, pero sobre todo es importante descubrir la
interdependencia que tienen entre ellos. Aunque en otro tiempo se creyó que
podían estudiarse separados uno de otro, hoy sería difícil comprender al
hombre, al mundo y a Dios aisladamente sin relacionarlos entre sí.

Mundo, Hombre, Dios

Mundo

¿Qué entendemos por mundo? Aquí tomamos este término en su significado


primario y material. El conjunto de todas las cosas que tienen realidad física,
incluidas aquellas que no pueden ser percibidas por los sentidos ni siquiera con la
ayuda de los sofisticados instrumentos que hemos inventado hasta hoy. Queda al
margen de este concepto todo lo referente al mundo espiritual o puramente
conceptual.

Puede ser interesante echar un vistazo a los orígenes de este mundo que nos
acoge. Se han producido cambios drásticos en la manera de entender las
realidades físicas. Se ha operado una verdadera revolución en el modo que hoy
tenemos de comprender el mundo material. Y no hablamos sólo de la revolución
copernicana, que hizo tambalearse los cielos. Hablamos también de la última
revolución cuántica que ha puesto patas arriba todo nuestro conocimiento de la
física.

Los increíbles avances en los conocimientos científicos en todos los órdenes, nos
han obligado a cambiar la idea que teníamos de la materia. Las ciencias nos han
demostrado que la percepción directa de los sentidos es engañosa. Los sentidos,
no se han desarrollado a través de cuatro mil millones de años, para conocer la
realidad, sino para responder a las exigencias del medio en que tenía que
desarrollarse cada ser vivo y asegurar mejor la supervivencia.

Los sentidos se han ido desarrollando a través de millones de años para satisfacer
las exigencias de los seres vivos. La vida que se iba complicando cada vez más,
exigía mayor grado de seguridad. La ameba sólo sabía que algo era alimento para
ella, cuando tropezaba físicamente con esa realidad. Pero a veces, era demasiado
tarde para evitar caer en manos de otro ser vivo que le utilizaba como alimento.

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El ojo se desarrolló para poder descubrir la comida antes que los demás
competidores. O para ver al enemigo antes que él te descubriera a ti. La
acomodación al medio en que vivía, fue la primera cualidad que la vida tuvo que
desplegar para poder subsistir frente a los desafíos de las condiciones adversas.
Percibir la realidad con mayor precisión y rapidez, era la clave para sobrevivir al
competidor que buscaba lo mismo.

La preocupación por el análisis cognitivo de la realidad es increíblemente reciente.


El cerebro no se desarrolló pensando en el conocimiento, que tanto nos preocupa
hoy. Eso traía sin cuidado a los primeros homínidos que poco a poco fueron
aumentando el tamaño de su cerebro hasta que se desplegó la inteligencia. Esa
capacidad mental se empleaba sólo para asegurar la supervivencia de los
individuos y de la especie.

La satisfacción que puede producirnos hoy el conocimiento en sí mismo, sólo llegó


cuando nuestra seguridad biológica estuvo razonablemente asegurada. Los
escolásticos ya decían: primum vivere deinde philosophari. La causa del progreso
intelectual del ser humano estriba precisamente en que ha disminuido
drásticamente el tiempo y el esfuerzo que tiene que dedicar a satisfacer las
perentorias necesidades biológicas. Esto le permitió dedicarse a la especulación.

El fallo de los seres humanos consistió en creer que, de los datos que percibíamos
por los sentidos, podíamos sacar conocimiento objetivo adecuado. Al mirar lo que
estaba lejos de nosotros nos equivocamos, haciéndonos una idea falsa del
macrocosmos. Mayor fue la equivocación a la hora de interpretar lo que nos
decían los sentidos al mirar a lo que estaba cerca. En ambos casos dimos por
supuesto que el mundo se acababa donde terminaba la percepción sensorial.

Hoy sabemos que el campo de percepción de los sentidos es infinitesimal,


comparado con la realidad a la que no pueden llegar. Esta simple constatación nos
ha obligado a cambiar sustancialmente casi todo el conocimiento que creíamos
tener del mundo, tanto hacia fuera como hacia dentro de la materia que
conocíamos. Es también la razón por la que el ámbito del conocimiento se está
expandiendo exponencialmente.

En este momento, una ingente capacidad mental del ser humano la está
dedicando a conocer mejor la realidad. La satisfacción que da el simple hecho de
conocer, ha sustituido a la necesidad de buscar alimento vestido y defensa. La
estructura de nuestra sociedad permite que una parte, cada vez más pequeña de
ella se dedique a producir alimentos, ropa y cobijo y una parte cada vez mayor, se
dedique a ampliar conocimientos.

Hombre

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Ya decían los griegos que la más ardua tarea que podemos poner al hombre es
decirle: “conócete a ti mismo”. Es una tarea tan difícil ahora como cuando el homo
sapiens empezó su andadura. En realidad, hace muy pocos siglos que empezamos
a conocernos un poquito y creo que es aún mucho más lo que desconocemos. Hoy
tendemos a pensar que lo que nos hace humanos es la capacidad de razonar. Sin
embargo esto no está tan claro.

La manera de concebir al ser humano ha cambiado aún más espectacularmente


que la idea del mundo. Hoy sabemos que el hombre es fruto de una evolución que
ha durado 4.000 millones de años. No hemos caído del cielo sino que somos el
fruto de un arduo proceso de perfeccionamiento en las condiciones biológicas que,
después de tanto tiempo, nos han permitido llegar a poder pensar y querer.

En cambio, es muy probable que, lo que haya caído del cielo, sean los ladrillos con
los que se construyó la primera forma de vida. Pienso que es casi imposible que
en el corto espacio de tiempo que transcurrió desde la formación de nuestro
planeta, hasta que se empezó a desplegar la vida, hubiera tiempo suficiente para
producirse el paso desde el simple material químico a la más simple molécula
viva.

Nuestra biología se ha fraguado a través de innumerables formas de vida que


han sido nuestros verdaderos antepasados en un proceso casi infinito de
mutaciones. Somos el producto del esfuerzo de millones de millones de seres
por sobrevivir y dejar a sus descendientes una forma más segura de vida. No
fue necesaria ninguna teleología previa. Respondiendo a las exigencias
perentorias de cada individuo, en cada momento, la vida se fue perfeccionando.

En realidad, el proceso de humanización empezó en el Big Bang, hace


aproximadamente 14 mil millones de años. Cuando en la sopa primordial, algún
infinitesimal vórtice de energía se convirtió en la primeria materia. Esas
partículas se unieron para formar compuestos más complejos, comenzando una
evolución que no ha terminado. En ese primer paso estaba ya, en ciernes, no
sólo la materia que hoy conocemos sino la misma vida y la inteligencia.

El ser humano no es una marioneta fabricada por un artesano y dirigida desde


fuera por un ser superior, que le maneja sin que él pueda hacer nada para
impedirlo. Hemos descubierto y asumido la autonomía del hombre que le
permite resolver sus propios problemas. Logros o fracasos de su evolución hoy
dependen de él mismo. Esto no anula al ser humano sino que le convierte en
verdadero responsable de su pasado, su presente y su futuro.

El reciente descubrimiento del subconsciente obligó al hombre a buscar nuevas


explicaciones a los conocimientos que, hasta ahora, creía que le venían de un
mundo metafísico. Esto le liberó del sometimiento a normativas rígidas que creía
le venían de seres sobrenaturales que habitaban fuera del mundo. Ya no es
necesario acudir a seres espirituales para explicar unos fenómenos que se
producen en realidad dentro del hombre mismo.

Hoy sabemos que fantasías, sueños, visiones, revelaciones, que desde el


Paleolítico se habían considerado como venidas de fuera, se descubren como

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fruto de la actividad de la propia conciencia, aunque sea de una parte de ella


que no podemos controlar. También es verdad que ese inconsciente tiene su
propio lenguaje simbólico, que hay que saber descifrar. Esto complica mucho las
cosas a la hora de interpretar su mensaje.

La mayor parte de los conceptos religiosos en uso hasta hoy, son interpretación
simplista de este lenguaje con el que el subconsciente se dirige a la conciencia.
Cuando la conciencia no puede resolver un problema, proyecta hacia fuera lo
percibido interiormente. Pero ese proceso transcurre inconscientemente y el yo
consciente cae en la trampa de considerarlo conocimiento venido de fuera.

Para el hombre arcaico, estas visiones tenían el valor de afirmaciones


indubitables, precisamente por creer que venían de seres superiores. Estos seres
fueron imaginados de mil formas diferentes pero podemos reducirlos a dos
categorías. Unos existían desde siempre: dioses, ángeles, demonios. Otros, que
habían vivido antes como seres humanos pero se habían trasladado al mundo
trascendente, los muertos.

Estos seres que aparecían en sueños y visiones, se creía que eran superiores a los
que habitaban este mundo. Su conocimiento era infinitamente superior al de los
seres humanos y podían ayudarles a resolver problemas que les sobrepasaban.
También se daba por supuesto que podían actuar sobre las realidades de este
mundo con su mero pensar y querer (milagros).

Esas visiones y sueños se recibían como una comunicación de esos seres del más
allá, que intentaban ayudar a los hombres. Cuando esos conocimientos adquiridos
gracias a esos seres espirituales, eran relevantes para una comunidad eran
llamados “revelación”. Este fue el fundamento y el punto de cristalización para la
formación de los mitos religiosos.

Para llegar a una religiosidad que responda al nivel de conciencia del hombre
actual, debemos discernir cuál es el núcleo permanentemente válido en la
religiosidad del pasado y qué es mera vestidura arcaica, de la que tenemos que
desprendernos. Aunque esa supuesta revelación era producto del subconsciente
no por ello deja de tener un valor profundo. El error fue sólo el darles un valor
absoluto e inmutable.

Hoy tenemos la obligación de superar ese error y seguir aprovechando esa


información de manera racional. Para ello debemos tomar conciencia de que esas
supuestas revelaciones no son verdades absolutas aportadas por seres metafísicos
sino experiencias que se producen en la interioridad del hombre y que se
proyectan sobre la conciencia, sin que podamos descubrir su procedencia.

Esa interioridad del hombre así manifestada es, en cierto sentido, trascendente a
la conciencia. Se trata del resultado de cuatro mil millones de años de evolución.
Sólo sobre este fundamento inconsciente pudo desarrollarse la conciencia. La
actividad consciente, es alimentada por el inconsciente, pero también limitada y
teledirigida. Hay que estar muy alerta para no caer en la trampa de una tiranía
por su parte.

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La superación de ese mundo más allá de lo material no tiene por qué cambiar la
esencia de nuestra religiosidad. La aptitud religiosa sigue siendo una disposición
que surge de las profundidades de la persona humana que desea orientarse en
pensamientos y obras según una realidad superior al hombre (al yo). Parece claro
que existe una realidad intangible que busca hacernos bien. Debemos reconocer
que tenemos una posibilidad de trascender lo físico, lo biológico y lo mental.

Para que nuestra actitud religiosa sea auténtica, no tiene mayor importancia que
el hombre se imagine esta potencia fuera de la creación en el cielo o la considere
en lo más hondo de su ser. Lo decisivo es que el ser humano sea capaz de
escuchar sus sugerencias y descubrir hasta qué punto es capaz de vivir de
acuerdo con esas directrices, que no son aleatorias sino que tienen una finalidad
muy determinada.

En cambio, esa nueva manera de entender nuestra relación con la trascendencia,


tiene graves consecuencias para las distintas formas de comportamiento religioso.
Sacramentos, culto, ritos, sacerdocio sagrado, etc., quedan sujetos a una revisión
drástica. Incluso estamos tomando conciencia de que es posible una religiosidad al
margen de la parafernalia de una religión y desplegar una religiosidad sin religión.

La actitud defensiva radical de la Iglesia ante esta manera nueva de ver la relación
con lo trascendente, fue un signo de prudencia, pues tenía que administrar un
tesoro espiritual, cuya única clave tenía ella. Pero hoy no tiene sentido seguir
aferrada a las ideas trasnochadas, pues la sociedad está más que preparada para
dar ese nuevo paso. La reticencia al cambio es hoy insostenible y
contraproducente.

La Iglesia como conjunto de los fieles y como jerarquía, podía prestar un valioso
servicio a la sociedad si abandonara la visión arcaica y se pusiera, con todas sus
fuerzas, a dar sentido a la nueva manera de ver el mundo, al hombre y a Dios.
Son muy pocos, todavía, los sacerdotes y jerarcas que se atreven a poner al día
los instrumentos de evangelización para sacar a la gente de mitologías
trasnochadas.

Dios

El concepto de Dios es el que más ha cambiado desde el Paleolítico, pero sigue


siendo el que más tiene que cambiar. La idea de Dios ha estado cambiando desde
que se inventó. Siempre avanzando hacia la desmaterialización y por fin hacia la
deshumanización. Aún estamos a años luz de superar el antropomorfismo aplicado
a Dios, que seguimos considerando imprescindible en nuestro lenguaje. Debemos
tomar conciencia de que hay que dejar a Dios en paz de una vez.

Intentaremos profundizar en el pasado, utilizando todos los recursos de los que


hoy disponemos. Estos medios que hoy tenemos al alcance de la mano, son
infinitamente mejores que los que tenían nuestros antepasados incluso los más
recientes. Es muy probable que, al abandonar las seguridades que teníamos, nos
quedemos sin luz y aún sin aliento, pero es imprescindible que hagamos el
esfuerzo porque nos va en ello, estrictamente hablando, la Vida.

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Muchos lo han intentado en el pasado y siempre han sido incomprendidos y


duramente criticados por los oficiales de turno. Quiero recordar dos libros que
para mí fueron definitivos. Honest to God, (1963) del obispo Robinson y Quand
je dis Dieu (1977) del dominico francés Jacques Pohier. Los leí cuando mi
religiosidad estaba aún en camiseta, pero los dos me impresionaron de tal
manera que marcaron un antes y un después en mi manera de pensar.

El intentar adivinar cómo surgió la idea de Dios nos ayudará a relativizar esa
idea de Dios, de todos los dioses. Antonio Damasio dijo que “el cerebro creó al
hombre”. Yo añado: Y el hombre creó a Dios. Ese mismo cerebro nos dice
ahora, con la misma rotundidad, que esos dioses tienen garrafales defectos de
fábrica. Estamos en condiciones de corregir esos fallos, pero somos conscientes,
a la vez, de que ningún producto de una mente limitada puede ser perfecto.

Querer descubrir la idea de Dios o dioses que los primeros seres humanos tenían
es, hoy por hoy, una pretensión inútil. Pero si los paleontólogos encuentran restos
de actividad humana que no lleva implícita ningún provecho práctico para el
hombre, podemos legítimamente pensar que tuviera algún significado
trascendente. Claro que no tenemos ni idea de lo que para ellos pudiera significar
ese concepto que quiere reflejar la trascendencia.

Sabemos que los Neandertales enterraban a sus muertos con signos inequívocos
de respeto, veneración o protección. A pesar de ello, nos es imposible por ahora
descifrar el significado de esas señales. Lo mismo pasa con las pinturas de todo
tipo que ha dejado el homo sapiens en cuevas y abrigos rocosos, hace 30.000
años. Están ahí, hablando a voz en grito, pero no podemos entender lo que dicen.

Hoy estamos dando un salto de gigante en esa compresión de lo divino. Debemos


ser conscientes de la dificultad de ese proceso e incluso convencernos de que no
podrá terminar nunca. Siempre necesitaremos un apoyo conceptual para poder
pensar y hablar de Dios. Todas las ideas sobre Dios son ídolos que tenemos que
ir derribando del pedestal, pero sólo con la esperanza de sustituirlos por otros
menos burdos. A Dios no le aprehenderemos nunca tal cual es.

Los ídolos pueden seguir siendo útiles, con tal que no los confundamos con la
realidad de Dios. Nunca sabremos lo que Dios es, pero vamos sabiendo lo que
no es, que no es poco. Esta desmaterialización será siempre dolorosa. Incluso
conceptos que han sido esenciales en el pasado, debemos atrevernos a
abandonarlos. Si no lo hacemos, el mensaje religioso llegará cada vez a menos
gente.

Además de los tres conceptos ya vistos, hay otros que también necesitan alguna
aclaración. También en este caso vamos a exponer nuestra manera de ver la
realidad a la que hacen referencia. Concretar qué queremos decir con cada
palabra, evitará malentendidos y nos ayudará a situarnos en una postura crítica
ante cada uno de ellos. Recordad que lo que más me importa es que
reflexionéis sobre cada tema.

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Evolución, espiritualidad y religión

Evolución

Es un concepto muy utilizado en nuestros días, pero que también debemos


precisar. En general, se toma el concepto de evolución como la capacidad de la
materia viva de acceder a estadios más organizados de composición. Hoy sin
embargo, se tiende a ir más allá y pensar en una capacidad de la misma materia
para alcanzar el grado de organización que hoy llamamos vida biológica.

Tenemos motivos suficientes para creer que el universo entero está en


evolución. Pienso que la misma energía que hizo que en la primera sopa de
partículas X, algunas se unieran para formar quarks, es la que ha empujado a
la materia inerte a seguir un proceso de cada vez mayor complejidad. Esa
misma energía nos empuja a nosotros para ir más allá de nuestra mente y
abrirnos al espíritu.

Es muy difícil comprender que haya intelectuales que sigan negando la evolución
de la vida. Se puede discutir que la selección natural, como dijo Darwin, sea la
causa de la evolución, pero con los conocimientos que tenemos hoy en todos los
órdenes y sobre todo, con el descubrimiento del ADN, no puede quedar duda
alguna de que todos los seres vivos que hoy conocemos tienen el mismo origen.

No importa que la inmensa mayoría de los eslabones de la vida más


desarrollada se hayan perdido. Los restos fósiles que se van encontrando van
dando cada vez más pistas para intentar explicar los aparentes saltos en la
evolución, pero son aún insuficientes para llegar a una demostración definitiva
de que tal especie procede de tal otra. El desarrollo de la vida no ha sido lineal
sino reticular y plural.

La vida microscópica sigue siendo, con mucho, la más abundante en el planeta


tierra. Sin ella ninguna clase de vida sería hoy posible. Esa vida microscópica ha
sido ignorada por el hombre durante casi toda su existencia sobre la tierra.
Pensemos en la oposición radical que tuvo que aguantar Pasteur por defender la
vida que no se podía ver. Aún nos asustamos cuando nos dicen que en nuestro
ombligo tenemos más de 2.000 especies de bacterias.

Toda la vida biológica es un producto de esta energía, que hace que ninguna
clase de materia sea algo completamente inerte. Con espacio y tiempo
suficiente, parece inevitable que se alcance una organización que termine en
vida. Dice un proverbio oriental: Dame un puñado de tierra y si el tiempo es
suficientemente largo y suficientemente amplio el espacio, surgirá la
inteligencia. Esa energía original no tiene por qué detenerse una vez conseguida
la racionalidad.

Debemos aceptar con humildad que no tenemos ni idea de qué fuerza es la que
empuja a esa constante evolución, pero también está claro que esa energía es
el motor del universo y se está manifestando en todo momento. De la misma
manera, no podemos comprender que esa fuerza o energía nos lanza más allá
de lo puramente material, abriéndonos ilimitadas posibilidades de plenitud.

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Espiritualidad

Tengo especial interés en aclarar la diferencia entre espiritualidad y religión.


Suelen encontrarse relacionados, pero puede separarlos un abismo conceptual.
Sobre la religión siempre ha estado suspendida la espada de Damocles del
poder. Fue la jerarquía religiosa la que pretendió alzarse con el control de los
demás. Al principio, por estar identificada con el poder mismo y más tarde por la
pretensión del poder civil de aprovecharla en su favor.

Como es obvio, espiritualidad viene de “espíritu. Esto que parece una


perogrullada, nos obliga a determinar qué entendemos por espíritu. Hoy hemos
asumido que no es un “ente” que podemos encontrar por ahí, separado de lo
que no lo es, la materia. Espíritu es el sustrato permanente que se encuentra
fundamentando toda materia. Esa fuerza no material es la que da origen a la
espiritualidad humana.

Resumiendo mucho podíamos decir que la espiritualidad es el encuentro del


hombre con lo divino. También podíamos decir que es el encuentro del hombre
consigo mismo, porque si entendemos la palabra Dios como un ser concreto que
está en alguna parte, caemos en una trampa mayor, a la hora de vivir una
verdadera espiritualidad. Debemos ser conscientes de que estamos sobre arenas
movedizas.

La espiritualidad es una especie de imán que me hace sentir la necesidad de lo


trascendente. Sería la conciencia de que lo que soy no está circunscrito a lo que
percibo de mí. A esa trascendencia puedo llamarlo Dios o dioses o demonio o de
cualquier otra manera, pero desde tiempo inmemorial, el ser humano tuvo
conciencia de que algo mayor que él estaba ahí y condicionaba su propia
existencia.

La espiritualidad nace de lo profundo del hombre. Es común a todos los seres


humanos. La religiosidad será siempre una exigencia humana y existirá allí
donde haya un ser humano. La experiencia interior puede darse sin referencia a
una religión. Puede descubrirse el vínculo con lo divino de forma personal sin
necesidad de manifestarse al exterior en una organización visible de doctrinas,
ritos y normas.

Lo que aquí llamamos espiritualidad, podíamos llamarlo creencia, religiosidad,


veneración, adoración… En cualquier caso, siempre lleva asociada algún tipo de
relación con lo trascendente que el ser humano descubre dentro de él. Cuando
nos empeñamos en concretar demasiado esa realidad, caemos en la trampa de
cosificarla en un dios determinado y entramos en el callejón de la idolatría.

A pesar de lo dicho, una auténtica espiritualidad siempre va acompañada de


alguna clase de religiosidad, es decir, tiende a manifestarse en oraciones,
signos, etc., pero puede ser de tipo personal que no tiene por qué cristalizar en
religión organizada. Lo que aquí llamamos religión nace más tarde, como
consecuencia de la presencia de lo trascendente en el interior humano, pero
manifestado externamente en grupo.

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La espiritualidad no violenta al individuo sino que le mantiene siempre en una


paz continuada. Nace de lo más hondo del ser humano de manera espontánea,
le lleva a actitudes y acciones muy determinadas, pero no con violencia sino
espontáneamente. Todo lo que diga o haga el que ha tenido esa experiencia, le
sale de dentro con la mayor naturalidad sin necesidad de que le obliguen.

La espiritualidad descubre algo nuevo cada día. No vive apegada a un pasado


que le da seguridades sino que, como verdadera vida, está siempre creando la
realidad. La prueba de falta de espiritualidad es el apego a la norma dada, que
necesito para sentirme seguro. Esa programación no asimilada es lo que
produce esquizofrenia interior.

La espiritualidad te obliga a estar siempre buscando. Una persona espiritual


estará siempre en camino hacia mayor humanidad. Esa plenitud de humanidad
no se alcanza nunca. Por eso nunca tendrá la tentación de instalarse en lo que
ya ha conseguido y seguirá buscando sin descanso. Esa búsqueda es tal vez la
característica de su autenticidad.

La espiritualidad te enseña a aprender en todos los libros. El haber calificado de


falsas otras escrituras, ha empobrecido nuestro horizonte religioso. Romper esta
exclusividad nos va a costar mucho esfuerzo, dolor y sufrimiento pero es
indispensable para poder aprovechar el potencial que se encuentra en toda
tradición religiosa, incluida la nuestra.

La espiritualidad te invita siempre a mayor confianza y seguridad. Más allá de la


religión que está siempre provocando miedo, la espiritualidad que nace de lo
que eres en profundidad, te está llevando siempre a una confianza mayor.
Sabiendo que nada tiene que esperar ni de Dios, porque se lo ha dado ya todo,
ni de nadie porque todas las posibilidades están siempre dentro de ti.

La espiritualidad nace de lo profundo de la conciencia. Es sobre todo experiencia


personal de la realidad que te fundamenta. Por esa razón, no puede estar
sostenida por condicionamientos externos. No se construye como una casa a
base de ladrillos sumados sino que es una vida que surge y va desarrollándose
desde dentro, como un árbol o un animal recién nacido. La espiritualidad no
crece, nos inunda.

La espiritualidad te invita a ser. La creencia de que el hombre es más cuanto


más tiene, sean bienes materiales o espirituales, ha llevado a la humanidad a
una rabiosa competencia. La espiritualidad te ayuda a descubrir tu verdadero
ser y a superar la trampa de creer que lo que añades desde fuera a tu ser, te va
a hacer más grande. La espiritualidad te hace comprender que eres más
mientras más te des a los demás.

La espiritualidad te ayuda a trascender el ego. Al decir ego, queremos indicar el


falso yo. Al tomar conciencia de la verdadera realidad que somos, no
necesitamos potenciar el falso yo. Esa experiencia nos llevará a descubrir que
esa exigencia instintiva que pretende afianzar el ego no es más que una trampa
que no te deja desarrollar tu verdadero ser.

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La verdadera espiritualidad te ayuda a vivir la trascendencia dentro de la


realidad. No te invita a huir del mundo sino a disfrutar de todo lo que el mundo
puede ofrecerte para desplegar una verdadera experiencia humana. Todas las
realidades mundanas deben ser asumidas y transformadas no en beneficio
individual sino para el bien de todos.

La espiritualidad te enseña a vivir aquí y ahora. La trampa mayor de la religión


es proyectarte para el más allá. Ni el pasado ni el futuro están en nuestras
manos. Lo único que poseo es el presente que es donde debo desplegar mis
posibilidades de ser humano. Tu relación con la divinidad es eterna porque ella
es eterna. El chispazo que produce esa unión dura eternamente.

Religión

Religión sería una serie de creencias ritos y normas que expresan la religiosidad
de un pueblo. Surge cuando la experiencia personal es aceptada por una
comunidad a la que da seguridades con una serie de actuaciones externas. La
religión es un lenguaje, una forma de comunicarse y por eso, exige por lo
menos, dos personas para desarrollarse.

Por ser lenguaje, es distinta para cada sociedad. La religión será exigencia de un
grupo con necesidades comunes. La religión se amoldará a las exigencias del
clan y será cambiante; puede incluso existir al margen de la religiosidad.
Cuando esto ocurre, tenemos la religión vacía e incapaz de salvar. A pesar de
todo, la religión puede ayudarme a encontrar la espiritualidad.

La religión puede invitar a una cierta somnolencia. En cambio la espiritualidad


exige estar bien despierto, porque sólo se da cuando hay una relación
consciente con lo divino. Esa relación exige una superación de lo instintivo y una
puesta en marcha de las facultades más humanas. Si uno si instala en un nivel
puramente biológico, nunca surgirá una necesidad de la búsqueda de lo
transcendente.

La religión institucionalizada, nos obliga a ser fieles a unos paradigmas dados


del pasado, inconmovibles y fijados de antemano, que nadie puede cuestionar.
Esto puede ser bueno porque nos da la seguridad de unos cimientos sólidos.
Pero puede ser nefasto porque impide la búsqueda constante de nuevos
horizontes que nos permitan perfeccionar y vivir lo recibido.

La religión ha sido siempre motivo de división. La razón es lógica. En cuanto se


siente obligada a marcar diferencias para afianzarse, necesita también combatir
los presupuestos de las demás religiones. No sólo la historia del pasado es una
constante constatación de conflictos sino que hoy, los mayores conflictos tienen
su origen en la religión.

Con frecuencia violenta la voluntad de los individuos obligándoles a hacer o


decir lo que no quieren. Toda religión tiene su origen en la experiencia humana.
Si dejamos de atender a esa experiencia individual, cualquier persona que viva
una auténtica espiritualidad verá cercenada su nueva visión de la realidad
trascendente, que por definición no puede agotar ninguna experiencia humana.

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La verdadera espiritualidad te hace ser fiel a ti mismo, no a normas externas. La


causa del descrédito de la religión es la impresión de que bastaba cumplir las
normas para acceder a la seguridad que ofrecía, olvidando el desarrollo
personal. Este disparate seguimos manteniéndolo y nos va a costar mucho
superarlo. No puedo ser fiel a Dios sin ser fiel a mí mismo, porque sólo en lo
hondo del ser está lo divino.

La religión es siempre una programación, aunque puede llevarte a la vivencia.


En nuestra religión se han dado infinidad de casos de una auténtica vivencia
religiosa, a pesar de que las instancias oficiales han puesto el acento en el
cumplimiento de las normas. La religión te obliga a ser fiel a la norma y se
preocupa mucho menos de una maduración interior, pero puede surgir a pesar
de todo.

La principal obsesión de la religión ha sido controlar a sus fieles. Para ello se ve


obligada a inventar dogmas, normas morales y ritos. El afán por distinguirse de
las demás, le llevó absolutizar sus propias normas. No le interesa para nada lo
que tiene de común con las demás religiones. Las diferencias, aunque sean
artificiales, serán siempre sus agarraderas para la singularidad y la exclusión.

La religión es capaz de remover cielo y tierra en busca de prosélitos fieles a sus


creencias. Ese afán de proselitismo es a la vez la muestra de su debilidad. No
puede actuar de otra manera porque para ella el número y la cohesión externa
es la única prueba de su poder. No es más que la exigencia de nuestro falso yo,
proyectado en la institución.

La religión te ata a una sola Escritura. Todos conocemos el énfasis que ponen
las tres grandes religiones en sus libros sagrados. Dando valor absoluto a su
propia tradición consigue una uniformidad que le blinda ante la agresión de las
otras religiones. Con esa actitud eliminamos la riqueza que podía aportarnos la
aceptación de otras experiencias, también auténticas y beneficiosas para todos.

La religión utiliza el miedo para imponerse. Es curioso que el método que utiliza
la religión para domesticar a sus fieles, sea el mismo que utilizan los seres
humanos para domesticar a los animales; palo y zanahoria. Promete el oro y el
moro a los que son fieles a sus consignas, pero manda al infierno a los infieles.

La religión es fruto de las elucubraciones de intelectuales partiendo de las


experiencias de los místicos mal entendidas. Es por tanto, fruto de la
especulación racional. En el caso de nuestro cristianismo, los dogmas son
conceptualizaciones racionales de las expresiones del evangelio que están
hechas desde otra perspectiva.

La religión te obliga a actuar de manera prefijada. Juzga las acciones desde


fuera y con criterios aparentemente objetivos. Para nada le importan las
intenciones de las personas sino sus hechos concretos. Dice un latiguillo
eclesial: “de internis non iudicat Ecclesia”. En cambio para la religiosidad, lo que
importa de veras es la intención.

La religión va encaminada a potenciar el ego. Aunque nos está diciendo


insistentemente que no hay que ser egoístas, la verdad es que está siempre

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prometiendo un mayor rango en el estatus espiritual en la medida que seas fiel


a sus directrices. Incluso proyecta esta ilusión para el más allá.

Nuestra religión te obliga a renunciar al mundo. Fruto del maniqueísmo de los


primeros siglos, se desarrolló una dinámica nefasta. El mundo era malo por sí
mismo. Sólo renunciando a todo lo que puede ofrecerte, se podía alcanzar la
salvación. Todos hemos aprendido que los enemigos del alma son tres:
demonio, mundo y carne.

II
MIRANDO AL PASADO
Cuando hablamos de pasado, presente y futuro debemos tener muy claro de
qué estamos hablando. Últimamente se está oyendo en todas partes que hay
que vivir en el ahora o vivir en el momento presente. No es fácil tomar
conciencia exacta de lo que se quiere decir con estas expresiones. Cada uno
solemos entenderlas a nuestra manera y muchas veces sin comprender lo
profundo de la propuesta.

El tiempo es la medida del movimiento, decía Aristóteles, y por lo tanto,


depende de una mente que mida. El pasado no existe como tal porque mi
concepto del pasado está sólo en mi cabeza, pero está ahí en este instante
presente. Las huellas que ha dejado el pasado sí son reales y pueden provocar
en mí una u otra idea, pero esa idea está presente en mí, solo en el momento
que la pienso.

El futuro no es más que una proyección que tiene lugar también en nuestra
mente. No existe nada concreto en la realidad que podamos llamar futuro. La
manera que tenemos de comprender el presente como movimiento y nuestra
capacidad de pensar lógico, nos hace creer que hay algo por ahí que podamos
llamar futuro. En realidad todo está en este momento en mi mente y en ninguna
otra parte.

¿Y el presente? Más difícil todavía. ¿A qué llamo presente? Puedo decir el año
presente, pero de este año 2016, ocho meses son ya pasado y cuatro no han
llegado todavía. Lo mismo podemos decir de un día o de una hora. Si seguimos
bajando en unidades cada vez más pequeñas podemos encontrarnos con el
segundo.

Ahora bien, el segundo también se puede dividir en partes, unas ya han pasado
y otras no han llegado. Si dividimos el segundo en cien mil millones de partes,
¿Qué sería el presente? Una parte tan insignificante que ni siquiera la podemos
imaginar. ¿A qué llamamos presente? Como el pasado y el futuro el presente es
un puro ente de razón. No hay ninguna realidad a la que podemos llamar
presente.

Tanto el mundo como el hombre e incluso Dios tienen un pasado en la mente


del hombre. Este pasado no siempre es conocido y muy pocas veces tenido en
cuenta a la hora de enfocar nuestro discurso. Este viaje no se refiere a las tres
realidades en sí sino a la manera como el ser humano se ha relacionado con

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ellas en el pasado. Se trata de precisar lo más posible, qué idea tuvo el hombre
de sí mismo, de Dios y del mundo en el pasado más o menos lejano.

Pasado del mundo


La materia

En el pasado del mundo podemos considerar dos aspectos: 1) lo que pasó


realmente con este cosmos. 2) qué pensaron los seres humanos sobre el mundo
desde que tuvieran capacidad para ello. Las dos visiones tienen importancia
para nosotros en el tema que nos ocupa. Cómo percibieron el mundo los
primeros seres humanos tiene mucha importancia en el desarrollo de su
espiritualidad. Conocer lo que pasó realmente, nos ayudará a superar
mitologías.

Durante la mayor parte de la existencia del hombre sobre la tierra, se creyó que
la tierra era plana. Más tarde también durante miles de años, se creyó que era
el centro del universo. La idea que hoy tenemos de la tierra no tiene nada que
ver con lo que creían los seres humanos hace muy pocos siglos. Santo Tomás
aún creía que cada cuerpo celeste tenía asignado un angel que le movía.

La realidad terrena se consideraba inmutable. El sol y la luna habían estado


siempre ahí. Las montañas nunca habían cambiado ni de lugar ni de forma. Las
plantas y los animales habían sido siempre los mismos. El mar estuvo siempre
donde ahora está. Para ellos el pasado y el futuro de la tierra fueron y serán
siempre lo mismo. Aunque se inventaron mitos para explicar su aparición, sus
creadores la habían hecho como ahora la veían.

En los últimos siglos hemos inventado instrumentos que han ampliado de


manera inimaginable la capacidad de nuestros sentidos para percibir la realidad
material. Hoy esos aparatos incluso nos permiten detectar las ondas
gravitacionales, las primeras vibraciones del universo, emitidas justo después de
la explosión. La cartografía del universo va siendo cada año mucho más
detallada.

Conocemos el comportamiento de las galaxias y de las estrellas. Las leyes que


rigen el mundo van siendo desentrañadas, cada día que pasa, con mayor
precisión. El conocimiento de esas leyes nos permite desarrollar la ciencia y con
ella, el conocimiento de lo que no está al alcance de nuestros sentidos ni de los
instrumentos que hemos inventado. Este es el objetivo de la ciencia.

Siguiendo los métodos científicos de observación y la ley de causa y efecto,


podemos ir hacia atrás en el tiempo hasta una fracción infinitesimal de segundo
y tratar de adivinar lo que pudo pasar a partir de ahí. No podemos llegar hasta
el instante del comienzo de todo, porque entonces se produjo una singularidad y
de lo singular no se puede hacer ciencia.

Con este método se ha llega a postular un Big Bang, (gran explosión) de donde
procede el universo entero. Pero en realidad no sabemos lo que explotó de esa
gigantesca manera. Esa es la teoría mayormente aceptada hoy para explicar el

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comienzo de nuestro universo, pero no es la única. La materia que podemos


percibir bien podía ser sólo un subproducto de la realidad que no podemos
imaginar.

Hay otras teorías que también intentan explicar nuestros orígenes. Podría ser
que ese comienzo no fuera un comienzo sino el final de un universo anterior.
Tampoco es descartable que éste sólo fuera un uni-verso de los muchos que
pueden estar existiendo a la vez. Tendríamos entonces un multi-verso. También
podría haber universos de alguna clase de materia que nosotros ni podemos
sospechar ni pueden captar nuestros instrumentos.

Si miramos atrás, sabemos que tenemos unos catorce mil millones de años
desde que sucedió el Big Bang. Es una inconcebible cantidad de tiempo, pero se
agranda si consideramos que en los primeros instantes de la existencia del
mundo, las cosas sucedieron a tal velocidad, que la idea de eternidad que
tenemos es más adecuada para entenderlo. Tal vez sea útil el hacer un breve
repaso a través de esa epopeya.

Ya hemos dicho que la ciencia no puede llegar hasta el primer momento del origen
del universo. Partiendo de la velocidad de expansión de las galaxias, podemos
llegar hasta un instante después del origen del universo actual, pero las leyes
físicas, se hacen inútiles en lo que se llama una singularidad. Sabemos lo que pasó
en la primera fracción de segundo a la que podemos acercarnos con las leyes
físicas, pero no podemos adivinar lo que pasó en el primer instante.

Este tiempo original observable se reduce a 10-43 de segundo (10 elevado a


menos 43) después de la explosión. Para que de alguna manera visualices el
tema, sería algo parecido a esto. 0,000 000 000 000 000 000 000 000 000 000
000 000 000 000 01 que se lee: cien septillonésima parte de segundo. La
temperatura sería en ese instante de 1032 grados (un 1 seguido de 32 ceros).

Te lo imaginas. Seguramente me dirás, pues no. De eso se trata, de que veas que
es una fracción inimaginable. En ese instante los científicos tropiezan con lo que se
ha llamado el famoso Muro de Planck. Más allá del cuál (en tiempo) y más
pequeño que (tamaño), nada puede tener sentido físico ni como materia ni como
energía.

En ese momento el universo entero hoy conocido se encontraba reducido a 10-33


centímetros) de una pequeñez también inimaginable. Es decir millares de millares
de millares de veces más pequeño que un núcleo de átomo (10-13). Recordemos
que en este momento no existía aún la materia ni la energía. No tenemos idea de
lo que era.

En este universo incipiente las cuatro fuerzas cósmicas actuales no estaban aún
separadas una de otra. (Gravedad, fuerza electromagnética, fuerza atómica fuerte
y débil). En esos primeros instantes los acontecimientos se precipitan a un ritmo
alucinante. En esas primeras milmilmilmillonésimas de segundo, pasan muchas
más cosas que en todo el resto de la historia del universo. La densidad y la
velocidad hacen que cada instante dure casi una eternidad.

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Durante esa época que va de 10-35 segundos a 10-32, el universo se ha hinchado


1050 veces (un 1 seguido de cincuenta ceros). El universo pasa en ese tiempo al
tamaño de una manzana de diez centímetros de diámetro. Este período se llama
"era inflacionaria"; y fue mucho más importante que el resto de la historia del
universo. Desde entonces el universo, solamente creció 109. Aquella bola primera
era completamente uniforme, homogénea; un campo de fuerzas que no contenía
aún la más mínima partícula de materia, sólo partículas X de entidad desconocida.

En el 10-31 de segundo, da un salto cualitativo. Las partículas X dan paso a los


quarks, la parte de materia más pequeña que se conoce, de las que están
compuestas todas las partículas subatómicas y de las que están compuestas,
también, los electrones, fotones, neutrinos etc. y sus antipartículas. El mundo
tiene en ese momento el tamaño de un gran balón.

Para mí, ese paso de la sopa uniforme a la singularidad de una partícula, es el


inexplicable salto que posibilita la creación de todos los demás objetos materiales.
Una vez que se formó el primer grano de materia, estaba capacitado para seguir
haciendo gránulos cada ver mayores. La evolución había comenzado. El resto es
cuestión de tiempo

Las partículas recién creadas son el origen de los cambios de densidad en la sopa
primordial, que hacen posible el universo actual. La fuerza atómica fuerte, que
asegura la cohesión en el núcleo del átomo, se separa de la fuerza electro-débil.
Al final de este período el universo entero tiene un tamaño considerable: 300
metros.

El tiempo corre. Cuando estamos en 10-11 segundos, la fuerza electro-débil se


divide en dos: la interacción electromagnética y la fuerza nuclear débil. Con estas
tres y la gravitatoria, ya tenemos las cuatro fuerzas fundamentales. Entre 10-11 y
10-5, los quarks se empiezan a agrupar en neutrones y protones, y la mayoría de
las antipartículas desaparecen para dar paso a las partículas del universo actual.

Alrededor de 200 segundos después del instante inicial, las partículas elementales
se ensamblan para formar los núcleos de hidrógeno y el electrón girando
alrededor. Ya tenemos el átomo del primer elemento de la tabla periódica. Hasta
aquí, la historia del mundo ha durado sólo tres minutos. Ya dijimos que durante
ese tiempo, han pasado más cosas que en los 14.000 millones de años siguientes.
Es decir, desde ese instante, las cosas van a ir increíblemente más lentamente.

Después de 100 millones de años, se forman las primeras estrellas. Dentro de


ellas los átomos de hidrógeno y de helio se fusionan para formar elementos más
pesados de la tabla periódica, hasta el hierro. Los elementos más pesados que el
hierro se tuvieron que formar en explosiones descomunales de estrellas. Esto es
posible gracias a la presión y temperatura alcanzadas en el interior de cada
estrella cuando termina su combustible y explota.

En dirección a lo infinitamente pequeño, no ha sido menor el descomunal


avance. Hace relativamente poco (finales del siglo XIX) se consiguió demostrar
que átomo no era indivisible como habían creído los griegos y después toda la
cultura occidental. Átomo en griego significa exactamente eso, indivisible. Hoy

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ya estamos buscando y descubriendo partículas de partículas de partículas del


átomo.

Examinemos una gota de agua: está compuesta de moléculas; millones de


millones. Cada una mide 10-9 metros. Dentro de la molécula, nos encontramos con
los átomos mucho más pequeños, 10-10 metros. Cada átomo está compuesto de
un núcleo mucho más pequeño (10-14 metros) y electrones que gravitan
alrededor. Si penetramos en el corazón del núcleo, nos encontramos con dos
clases de partículas, los protones y los neutrones.

Hace más de sesenta años se descubrieron partículas más pequeñas que los
protones y los neutrones, los hadrones, compuestos ellos a su vez por entidades
más pequeñas todavía, llamados quarks (10-18 metros. Por el momento, parecen
las estructuras básicas. Se sigue especulando con partículas más pequeñas que se
irán descubriendo con el tiempo. Ejemplo, el bosón de Higgs

Si cogemos una manzana y la hacemos crecer hasta que tuviera el tamaño de la


tierra, sus átomos tendrían el tamaño de una cereza. Si tomamos en la mano uno
de esos átomos nos sería imposible ni siquiera con la ayuda de un microscopio
electrónico, ver su núcleo. Tendríamos que cambiar de escala y hacer crecer la
cereza hasta convertirla en una bola de doscientos metros de diámetro. Aun así el
núcleo no sería más que una insignificante mota de polvo. El átomo es, en su
inmensa mayor parte, vacío.

Si aumentáramos un átomo de hidrógeno hasta tener el tamaño de la cúpula de


S. Pedro, el núcleo sería como la cabeza de un alfiler y el electrón que gira a su
alrededor, como una mota de polvo. Si me decidiera a contar todos los átomos de
un grano de sal, y fuera capaz de contar mil millones por segundo; necesitaría
cincuenta siglos para hacer la reseña completa.

Si cada átomo tuviera el tamaño de una cabeza de alfiler, los átomos que
componen el grano de sal, recubrirían Europa entera con una capa de 20 cms. Si
representara un protón de un núcleo de oxígeno sobre esta mesa, como una
cabeza de alfiler, el electrón que gravita sobre él describiría una circunferencia de
más de mil kilómetros de diámetro. Este ejercicio de imaginación nos lleva a la
conclusión de que no estamos capacitados para afrontar esa escala de la materia,
pero es interesante para hacer una cura de humildad.

Si se anulara la distancia entre todas esas partículas, que componen los átomos
de mi cuerpo y se reunieran hasta tocarse una con otra, no me podríais ver,
tendría el tamaño de una mota de polvo de una milésima de milímetro. El número
total de átomos de nuestro cuerpo es de 1028. Y el número total de partículas
elementales, protones, neutrones y electrones en el universo que conocemos es
de 1080. El mundo de lo infinitamente pequeño es como el mundo de lo grande, un
inmenso vacío...

Más allá de los instrumentos, que hemos inventado, la razón es capaz de


predecir lo que no se ha visto todavía. Están a punto de descubrir la mayor
incógnita del universo. En qué consiste la materia oscura y la energía oscura, sin
las cuales no hay manera de explicar algunas cualidades del universo conocido.

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Cuanto más avanza nuestro conocimiento de la realidad, más incógnitas se


abren sobre ella misma.

Todos estos conocimientos ya adquiridos, nos impiden hoy seguir en la


ingenuidad de creer que somos el centro de la creación. Aunque hemos
superado la ilusión de creer que la tierra era el centro del universo. Todavía la
mayoría de los seres humanos siguen creyendo que somos el culmen de la
creación y que nada puede haber por encima del ser humano. La verdad es que
no conocemos prácticamente nada de todo el universo.

La vida

Tal vez la incógnita más inquietante para nuestra capacidad intelectual sea la
aparición de la vida. Se han escrito toneladas de libros sobre este tema y los
biólogos están aún muy lejos de llegar al final del camino. No busquéis rigor
científico en lo que voy a decir a continuación. Serán solamente reflexiones
personales para que tomemos conciencia del problema y nos atrevamos a
pensar.

La primera advertencia que debemos hacer es que no tenemos ni idea de la


complejidad de la vida sobre la tierra. Cuando hablamos de vida, todos
pensamos en animales y plantas que podemos percibir y con los que nos
encontramos todos los días. Sin embargo, el espectro de los seres vivos es
mucho más amplio que eso. El número de los animales pluricelulares que no
podemos ver a simple vista es inmensamente mayor del que los que vemos.
Pero es que el número de seres unicelulares es astronómico.

Los últimos estudios que se han publicado nos dicen que el 99,99 % de la vida
existente, la desconocemos. Esto quiere decir que sólo conocemos el 0,01 por
ciento de los seres vivos. Esto es ciertamente desconcertante. Parece ser que en
un sólo gramo de tierra puede haber un billón de células vivas y hasta 10.000
especies diferentes. Esto nos da una idea de lo que nos espera en el
conocimiento de la vida.

Hasta hoy no teníamos medios para descubrir esa diversidad de vida. Lo que es
inaccesible a la vista debíamos analizarlo en el laboratorio. Esto hacía imposible
un progreso rápido en la determinación de nuevas especies. Hoy con las nuevas
técnicas de secuenciación se ha abierto un nuevo horizonte por el que avanzar
en esta tarea de conocimiento de la diversidad de la vida microscópica.

Para mí, es impensable que la vida se haya iniciado en esta nuestra tierra. Hoy
ya se han descubierto los indispensables ladrillos para formar la vida en cometas
que llegan del espacio extrasolar. Sabemos que transportan azúcares como la
ribosa, aldehídos y cetonas, incluso aminoácidos con los que se montan las
proteínas como en una cadena de montaje se ensamblan las distintas piezas de
un automóvil.

Esto no es una casualidad. La vida no pudo comenzar por una intervención


externa a la materia. Por muchos mitos que se hayan inventado al respecto,
estamos muy lejos de conocer la manera en que la vida empezó. Ahora bien,
podemos estar seguros de que la vida no hubiera aparecido si en la misma

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materia no se encontraran las condiciones que permiten a “trozos” singulares de


materia emprender una andadura diferente al inmenso resto del entorno.

Aunque no sabemos exactamente en que consiste la vida, sabemos que un trozo


de materia es un ser vivo por una serie de cualidades exclusivas. Estas
cualidades podemos resumirlas en tres: 1) capacidad de interactuar con el
entorno de un modo especial (relación). 2) Capacidad de mantener su
estructura inestable aprovechando material de su entorno y convertirlo en
energía (alimentación). 3) Y capacidad de producir copias casi exactas de esa
misma estructura (reproducción).

Pero lo verdaderamente sorprendente es que eso no sería posible si ese


conjunto de materia organizada no fuera capaz de almacenar información
suficiente y poder utilizarla en el momento oportuno con una finalidad concreta.
A esta capacidad la llamamos memoria. Este concepto de memoria va más allá
de lo que normalmente entendemos por tal.

Pero incluso en los seres humanos esa capacidad de memorizar es estrictamente


física. Nuestra memoria ocupa un lugar físico en nuestro cerebro y está
disponible para cuando la necesitamos. Hay que hacer, sin embargo, una
salvedad. En el cerebro no se almacena la memoria como en un ordenador. La
memoria se almacena en los circuitos neuronales y esos circuitos dependen de
las sinapsis y por tanto de los neurotransmisores.

Me pongo muy nervioso cuando oigo explicar lo que es nuestro cerebro


comparándolo con un ordenador. Los dos tienen muy poco que ver. En el
ordenador son todo conexiones estables que dejan pasar la corriente o impiden
su paso. En los circuitos neuronales, el paso de una información tiene infinitos
matices en cada conexión. De ahí derivan las infinitas posibilidades que será
imposible reproducir mecánicamente.

Si nuestro cerebro funcionara como un ordenador, con la cantidad de


información que un niño recibe hoy, a los pocos años ya estaría atascado y
dejaría de funcionar. Gracias a que la información se graba en circuitos
neuronales, éstos tienen la capacidad de irse borrando con el tiempo y sólo
permanecen los que utilizamos y son necesarios para nuestra supervivencia. Sin
esa capacidad de olvidar, nuestra vida humana sería inviable.

Todos los organismos vivos están formados de una o más células. Cada célula
es un mundo increíblemente complejo, pero hay dos partes de ella
especialmente interesantes. Me refiero al núcleo y a la membrana celular. Todos
tenemos el convencimiento de que lo más importante es el ADN, que se
encuentra protegido en el núcleo de cada célula eucariota. Nos han aburrido
hablándonos de la importancia del ADN y eso que sólo sabemos la utilidad de un
5 % de los genes.

Pero se ha descubierto que lo verdaderamente esencial para la vida de cada


célula es su membrana. Esa membrana compuesta de fosfolípidos y varias
clases de proteínas, es la que le permite interactuar con el entorno de forma y
manera que permite a unas sustancias traspasarla y a otras no. De este modo
deja pasar lo que la célula necesita e impide el paso a lo que sería nocivo. Del

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mismo modo, permite salir lo que la célula considera desecho y retiene todo
aquello que es provechoso para ella.

Estadísticamente es imposible que la tierra sea el único lugar donde se


desarrolla esta singular forma de materia, la vida. No sé si conocemos ya toda la
cantidad de materia que existe en el universo, pero son tan descomunales los
números que no podemos hacernos idea de la proporción insignificante que en
ese conjunto podría suponer el volumen de nuestro planeta.

Estoy convencido de que el universo está plagado de vida y que desde allí ha
llegado a nuestro planeta tierra. Teniendo en cuenta los millones de años que le
costó a nuestra forma de vida llegar a la inteligencia, es casi seguro que la
inmensa mayoría de esa vida, será inconsciente. Pero también es muy probable
que existan formas de vida más desarrolladas que la nuestra. No es ningún
desatino porque sabemos que la nuestra nunca ha dejado de evolucionar.

Suponiendo que la posibilidad de que se desarrolle vida en un planeta sea de


uno por un billón, (fijaos que se trata de una proporción infinitesimal) pues aún
con esa proporción de posibilidades, el número de planetas con vida sería de
diez mil millones. Lo lógico es pensar que no se hayan desaprovechado tantas
posibilidades de desplegar vida como la nuestra. Ahora bien, aún cabe otra
posibilidad, que exista otra clase de vida basada, no en el carbono sino en otras
estructuras y otro código genético.

Ahora bien, la posibilidad de que nosotros conectemos con esas vidas


inteligentes es infinitesimal. ¿Por qué? Es relativamente sencillo tomar
conciencia de ello. Por un lado, las distancias a las que pueden estar esas
formas de vida. Sabiendo que nada puede viajar más rápido que la luz y que las
distancias a la mayoría de esos posibles mundos habitados está a millones de
años luz, queda patente la dificultad de un encuentro. Por otro, y esto nos
cuesta más imaginarlo, por la diminuta cantidad de tiempo que puede durar una
vida consciente sobre un planeta.

Si reducimos a un año el tiempo que ha trascurrido desde el comienzo del


universo, el tiempo que lleva el ser humano viviendo en la tierra sería de minuto
y medio antes de terminar el 31 de Diciembre. En el penúltimo minuto
aparecerían las primeras pinturas rupestres. Y sólo en el último segundo del año
el hombre comenzó a utilizar la ciencia para entender la naturaleza. Fijaos lo
difícil que resultaría que coincidieran dos culturas avanzadas en el mismo
segundo.

Pasado del hombre


Aunque no conocemos al detalle cómo se ha producido el proceso, hoy sabemos
que el ser humano es el fruto de una larguísima evolución. Desde las primeras
arqueobacterias, hace 4.000 millones de años, hasta nosotros, la vida se fue
abriendo camino hacia mayor complejidad. Desde ese comienzo, la misma vida
ha ido cabalgando sin interrupción a través de billones de millones de seres
hasta llegar a cada uno de nosotros.

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No parece que haya habido en este largo periodo, nuevas floraciones de vida.
Reflexionar sobre este particular puede ser de mucha utilidad. Piensa que la vida
que te atraviesa es la misma que desplegó un primer mamífero, un exótico pez,
un trilobites, una ameba, una bacteria… Es impresionante. Si la vida de la que
estás disfrutando, se hubiera interrumpido en algún eslabón de esa larguísima
cadena, tú no estarías leyendo esto.

Aunque a través de todo ese proceso evolutivo, la vida ha ido haciéndose más
compleja, siempre ha sido la misma vida que conocemos hoy. Aunque los genes
se han ido multiplicando y los seres vivos haciéndose más complicados, el
código genético es exactamente el mismo en los seres humanos que en las
primeras arqueobacterias. También esto debe hacernos pensar un poco.

En esa evolución nunca se han dado saltos. Ya los escolásticos decían: “natura
non facit saltus”. Todo fue un continuo proceso de evolución imparable, aunque
hace muy pocos años que hemos descubierto esta realidad y aún hay personas
serias que lo ponen en duda. Para entender este proceso nos vemos obligados a
señalar etapas definidas, pero teniendo muy claro que son sólo subterfugios.

Fruto de la evolución

Hace 4.00 millones de años aproximadamente, aparicio la vida bajo forma de


unicelulares procariotas (sin núcleo) tipo arqueobacterias, bacterias. Una de las
adaptaciones vitales para que la vida siga fue la capacidad de reciclar los
materiales que habían servido ya para otra vida. Lo que A desecha lo aprovecha B
y lo que B desecha lo aprovecha N que a su vez aporta a A lo que necesita (un
ecosistema).

Hace 1.500 millones de años se dio el primer salto de las células procariotas a las
eucariotas, es decir, desde las más simples sin núcleo a las que tenían ya un
verdadero núcleo que mantiene el ADN protegido del resto del citoplasma. De
este modo, los orgánulos de la célula desarrollan su actividad
independientemente del núcleo y facilitaron las distintas funciones de cada
parte.

Hace 1.000 millones de años: aparecen los organismos pluricelulares. Eran seres
vivos más complejos, compuestos de varias células con diversas funciones. Esto
les permitía un mayor tamaño y más larga expectativa de vida. Seguramente la
primera unión de dos células se realizó por azar. Una unicelular invadió otra para
destruirla; pero ésta reaccionó, y fue capaz de sacar provecho a su vez de la
invasora, resultando un conjunto con mayores posibilidades de vida.

Otra posibilidad sería que al dividirse la célula no se realizara completamente la


separación entre las dos y aprendieron a vivir unidas, formando un mismo ser vivo
más complejo. Este paso fue definitivo, porque permitió la especialización de cada
célula, que antes tenía que desarrollar ella solita todas las funciones del ser vivo.
Al poder desempeñar un único trabajo, terminó realizándolo con mucha mayor
eficacia.

Otra adaptación increíble fue que la vida apareció en un ambiente (atmósfera)


completamente carente de oxígeno. Es más, el oxígeno era letal para la materia

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viva. Los primeros vivientes aprendieron a fabricar oxígeno y a la vez a crear


defensas para que no destruyese sus estructuras. Así se aprovecharon sus
posibilidades en orden a sacar de él energía y se impidió que la vida fuera
destruida por él, que era cada vez más abundante en la nueva atmósfera que iba
creando.

Hace 700 millones de años aparece la diferenciación sexual, que abre unas
posibilidades increíbles a las variaciones genéticas. Esa diversidad dio origen al
abanico de las plantas, hongos y animales. Hace sólo 500 millones de años:
aparecen los vertebrados (peces) y hace 350 millones de años: aparecen los
anfibios, que dieron origen a los reptiles.

Hace 200 millones de años, nacieron los primeros mamíferos, que cohabitaron
durante mucho tiempo con los grandes saurios. Hace 65 millones de años:
desaparecen los grandes saurios, y dejan el campo libre a la rápida evolución de
los mamíferos, que sobrevivieron a la catástrofe por ser más adaptables a las
nuevas circunstancias mucho más adversas.

Llega el Homo Sapiens

No sería posible dilucidar cuando se produjo esa mínima divergencia entre simio
y homo, que llevó a un individuo a convertirse en homo mientras otros siguieron
siendo simios. Es un error pensar que procedemos del mono. El mono y el
hombre proceden ambos de unas especies anteriores que han desaparecido, lo
mismo que han desaparecidos los eslabones intermedios entre los primeros
homo y nosotros.

Tampoco tiene sentido querer dilucidar en qué momento el homo se convirtió en


homo sapiens. De igual manera, que no tiene sentido preguntarnos en que
instante, la noche se convierte en día. En ambos casos se trata de un proceso
imperceptible para el tiempo que nosotros manejamos. En realidad la luz
empieza a crecer desde la media noche y sigue aumentado hasta que el sol llega
a lo alto del cielo.

Hace 20 millones de años aparece el Dryopithecus, un primate arborícola. Es el


último eslabón conocido común al hombre y a los grandes monos antropoides.
Hace 10 millones de años surge el Ramapithecus, nuestro más antiguo pariente,
no común al chimpancé y al gorila. Hace 4.5 millones de años aparece el
Ardipithecus ramidus el primero de los homínidos.

Hace 4 millones de años, con el Australopithecus, se alcanza la posición erecta, y


un cerebro de 500 centímetros cúbicos. Hace 3.5 millones de años aparece el
Kenyanthropus Platyops. Hace 3 millones de años, el Homo habilis, con unos 700
cms. de masa gris. Hace entre 1.8 millones y 300.000 años, el Homo erectus, con
unos 900cms. de cerebro.

Hace entre 230.000 y 30.000 años, el homo sapiens neardentalensis. Y Hace


90.000 años: aparece el Cromañón. Es el primer ser humano digno de recibir tal
nombre; con una capacidad cerebral de 1400cms. y con signos culturales nada
despreciables. 4.000 millones de años para engendrar finalmente el homo
sapiens sapiens.

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No podemos comprender la magnitud de los cambios que se han producido en


ese proceso de evolución. Recordemos que el 98% de las especies se han
extinguido. Esto no podemos considerarlo como una catástrofe, porque gracias a
esas extinciones la vida pudo renovarse y diversificarse. El problema que hoy
tenemos es que la extinción no está compensada por la aparición de nuevas
especies.

Para fijarnos en un ejemplo de que no siempre una extinción es negativa,


podemos pensar en los dinosaurios. Si no hubieran desaparecido, nosotros no
estaríamos aquí. Aprovechando esa circunstancia, aparentemente adversa,
entre una diversidad enorme de especies animales progresan los mamíferos,
que van desarrollando el cerebro de manera gradual hasta la llegada de los
simios.

El cambio más interesante, desde nuestro punto de vista es el que se produjo a


partir de aquí. No tenemos mucha idea de cómo apareció un género singular, los
llamados simios. Menos comprensible aún es el paso de los simios al género
homo. Hasta hace poco, creíamos que había sido en menos de 1.000,000 de
años. Hoy sabemos que la diversificación duró mucho más tiempo del calculado
en un principio.

Se han descubierto utensilios de piedra que datan de más de 3,3 millones de


años. Lo que nos hace sospechar que el proceso fue mucho más lento de lo que
creíamos. Aquellos seres que fueron capaces de proveerse de herramientas, no
eran humanos, pero ya reflejaban chispazos de inteligencia que paso a paso,
terminaría en el homo sapiens.

El salto del homo al homo sapiens y por fin al, así llamado “sapiens sapiens”
(¡dos veces sabio!), desborda toda capacidad de imaginación. No sabemos
cuántas especies de homo han existido. No sabemos si esas distintas especies
procedieron unas de otras linealmente o por el contrario, se ramificaron y
entremezclaron hasta llegar a nosotros.

La verdad es que la humanización empezó con la más simple forma de vida,


mejor dicho empezó en el Big Bang. Seguramente antes de la “vida” que hoy
conocemos, existió alguna forma de organización prebiótica que sería el eslabón
entre la materia inerte y la vida. Estamos aún muy lejos de haber llegado a la
plenitud de humanidad que hoy no podemos ni imaginar. A pesar de todo, será
muy útil seguir los imperceptibles pasos que nos han traído hasta aquí.

Hoy sabemos que fue el cerebro el que trasformó al animal en ser humano, pero
eso no nos explica nada. Seguimos sin conocer cómo fue perfeccionándose ese
maravilloso órgano que nos permite operaciones mentales increíbles, hasta el
punto de relacionarnos con el mundo y con los demás de manera única. Hoy
sabemos que ha sido un proceso lentísimo pero imparable.

También sabemos que los cambios biológicos que se han producido en el


hombre durante los últimos 150.000 años, han sido mínimos. Los Neandertales
parece que tenían una capacidad craneal mayor que la del Cromañón. Sin

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embargo, fue este último el precursor del hombre actual. Lo cual quiere decir
que el volumen del cerebro no lo es todo.

El descubrimiento del ADN nos ha llevado a conclusiones sorprendentes: los seres


humanos compartimos del 20 al 30% de nuestros genes con las levaduras,
todavía unicelulares. Compartimos un 80% con una gallina, un 90% con las vacas.
En los chimpancés, el 99% de la secuencia de su ADN es idéntica a la nuestra.
Esto nos debía hacer más humildes y tomar conciencia de que, aunque hoy
desapareciera el ser humano de la faz de la tierra, aún tenía tiempo para volver a
aparecer la inteligencia

Lo específicamente humano

Pero la evolución no terminó ahí. El desarrollo del cerebro permitió a los


individuos tomar conciencia de sí mismos. Antes de ese paso, cada individuo se
consideraba inmerso en la totalidad de la creación y no era capaz de sentirse
separado de los demás seres ni de las cosas que tenía a su alrededor. Es lo que
pasa todavía en la mayoría de las especies. Se sentía océano, pero sin
conciencia de que era también ola individual.

Al descubrirse como individuo separado del resto de la creación, descubrió


también que ésta era unas veces favorable y otras, adversa. Se sintió arrojado
fuera del conjunto y con la necesidad de luchar por mantener su propia vida.
Esto lo tuvieron que hacer todas las clases de vida, pero ahora el individuo era
consciente de esa lucha a muerte por la supervivencia y esta conciencia le hacía
temer en cada momento su desaparición.

Este increíble proceso de humanización no se debió a ninguna programación


previa ni de los individuos ni de ningún ser superior. La capacidad de progresar
estaba ya en el origen de la materia. Esa materia demostró tener una energía
que la llevó a trascenderse a sí misma creando vida más y más desarrollada.
Esto no sucedió de manera programada sino que fue producto de infinitas
tentativas por hacer más segura la vida del individuo y de la especie.

Sin duda, los logros fueron muchísimo más infrecuentes que los fracasos. Pero
cada logro quedaba, de alguna manera, grabado mientras los fracasos
desaparecían con la muerte de los individuos defectuosos. La vida no es más
que una manifestación de la capacidad de memorizar de la materia. Las
mutaciones que benefician a algunos individuos tienden a mantenerse a través
de la descendencia.

Esos logros se medían, hasta hace muy poco tiempo, en orden a la mejora
biológica. Sólo en los últimos estadios de la humanización, comenzaron a
valorarse aspectos espirituales, que los primeros homínidos no estaban
capacitados para entender. Este paso fue decisivo para entrar en el ámbito de
los verdaderos valores humanos, más allá de los biológicos, de lo sicológico y de
lo racional.

Esta reflexión nos lleva a concluir que, si la religiosidad fue afianzándose en los
primeros pasos hacia la humanización, tuvo que ser porque aportaba algún
beneficio a los seres humanos. Esos beneficios tenían que estar orientados en

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un principio, a la seguridad de la vida biológica. No podemos pensar que en los


primeros pasos de la andadura humana, surgieran motivaciones altruistas o
desinteresadas.

Aparece el mundo conceptual

Un paso importante hacia la plena humanización, bien pudo ser la capacidad de


conceptos abstractos. El animal sólo ve los árboles pero nosotros somos capaces
de ver un bosque. Esto que parece una tontería, fue la clave para tomar
conciencia de la realidad de una manera completamente nueva. Los conceptos
abstractos permitieron al hombre desentrañar los entresijos de una realidad que
le desbordaba, pero de la que dependía para su supervivencia.

En el orden religioso, el hombre comenzó por descubrir fuerzas incontroladas


que podían ser adversas o favorables. El sol y la lluvia eran favorables casi
siempre, pero el fuego podía ayudarles o destruirles. Esas fuerzas concretas se
tuvieron por dioses concretos, pero llegó un momento en que se hizo
abstracción de cada ser concreto y se pensó en entidades abstractas que tenían
existencia independiente e invisible. Más tarde se llamarían dioses, ángeles,
demonios, incluso espíritus de los antepasados.

Fijémonos bien en este paso, porque será esencial para que podamos
comprender lo que hoy entendemos por Dios. El bosque no existe en realidad, lo
que tiene una existencia concreta es el roble, el pino, el abedul, etc. que pueden
estar uno junto a otro, El bosque es un concepto que creamos con nuestra
mente. Y que sólo tendrá auténtica realidad mientras haya una mente que lo
piense.

De la misma forma, la divinidad es una construcción de nuestra mente, que será


algo real mientras la estamos pensando. El que se le haya pensado existiendo
en realidad no quiere decir que exista de hecho, por muy útil que haya sido para
el ser humano esa creencia. Recordemos el argumento de S. Anselmo, que se
pasó cinco pueblos al concluir que pensar en el ser más perfecto, teníamos que
pensarlo existiendo y por lo tanto, tenía que existir.

El primer signo de religiosidad surge en la noche de los tiempos. Aunque no


tenemos medios para interpretar los datos que han llegado a nosotros, hoy
sabemos que los Neandertales ya enterraban a sus muertos con posturas
premeditadas y acompañados de objetos significativos, demostrando con ellos
que, los seres queridos fallecidos, eran para ellos algo más que podredumbre.

Pero además, en esos enterramientos había signos claros de sentimientos o de


creencia en alguna clase de supervivencia de sus seres queridos. No se
desentendían de los fallecidos como si fueran basura sino que incluso eran
capaces de manipularlos para que la manera de enterrarlos, diera cuenta de la
importancia que habían tenido para el clan o para la familia.

No sabemos lo que pudieron pensar, pero sabemos que pensaron en algo más
que en un cadáver. Las posturas de los cadáveres, claramente intencionadas,
demuestran que querían expresar algo. Lo mismo que las piedras, a veces

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talladas o pintadas y los restos de colores en los huesos e incluso de flores


alrededor del muerto están diciéndonos algo, aunque no sabemos muy bien qué.

La interpretación estrictamente religiosa de esos signos es muy discutida. Podría


tratarse de signos simplemente culturales o sociales. Aunque pretender que
aquellas gentes distinguieran esos distintos aspectos de su comportamiento es
un poco arriesgado. Aplicar nuestra idea de religiosidad a aquella gente sería
distorsionar la realidad.

También se han encontrado huesos de osos enterrados de una forma


característica, lo cual nos permite sospechar que eran signos de culto al oso en
esas poblaciones del paleolítico. Si se confirmara esta interpretación de los
datos, estaríamos ante los primeros indicios claros de respeto o temor a otros
seres que no eran los humanos. Un ser poderoso como el oso, debía ser
respetado o podía ser signo de que el hombre deseaba hacer suya esa misma
fuerza.

Sería también una confirmación de que el objeto de adoración fue desde un


principio el ser superior que puede dominarnos y contra el que no tenemos
defensas suficientes. Lo divino fue siempre lo que es más que yo y puede
hacerme daño o salvarme. La pregunta que pudieron hacer sería ¿Puedo hacer
yo algo para que esa fuerza se ponga de mi parte?

Desde el Paleolítico superior, llegó hasta nosotros otra forma de manifestación


increíble, procedente del hombre del cromañón. Hablamos de las pinturas
rupestres, que manifiestan un dominio del medio y una capacidad de
comunicación artística, que incluso hoy nos asombra. Hoy sabemos que esto fue
posible gracias al desarrollo de una capacidad muy específica del cerebro.

Nos estamos refiriendo al desarrollo de la memoria operativa que le permitió


relacionar el pasado, el presente y el futuro de los acontecimientos. Esta fue una
ventaja decisiva sobre los Neandertales y seguramente la causa de su
supervivencia y la causa de la extinción de estos últimos. Los neandertales,
posiblemente tenían mayor capacidad mental, que, por pura lógica, debía
haberles reportado alguna ventaja; pero los cromañón eran más listos y se
impusieron, aunque no sabemos exactamente por qué.

Pero lo mismo que en caso anterior, no tenemos evidencias de que se trate de


manifestaciones de una religiosidad. Las interpretaciones que hacemos no van
más allá de satisfacer nuestra pura curiosidad por dar sentido a lo que no
comprendemos. Pudieron tener un sentido lúdico o simplemente social. La
explicación de que un animal herido podía significar un intento de conjuro no
tiene mucho recorrido, porque los animales heridos no suman ni un cuatro por
ciento de los representados.

De todas formas, manifiestan una capacidad de abstracción considerable. Se


tuvo que dar un salto cualitativo para dar el paso de la realidad vista de un
animal a su representación en una pintura. Los antiguos misioneros de la
Amazonía nos contaban que los nativos eran incapaces de relacionar una
fotografía con la persona que representaba. Las pinturas rupestres que han

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llegado hasta nosotros significan una separación de la realidad y el concepto por


el que puedo hacer presente la realidad.

Resumiendo, no tenemos medios para interpretar adecuadamente los datos que


han llegado hasta nosotros de esas agrupaciones de seres más o menos
humanos. No podemos entrar en su cabeza y adivinar lo que maquinaban ni
tener idea de su relación con los demás y con la naturaleza. Seguro que se
hicieron las mismas preguntas que nos hacemos nosotros, pero cómo las
contestaron nos es imposible adivinarlo.

Primer dios, la diosa Madre

Por lo que podemos adivinar, una forma muy influyente de divinidad abstracta
fue la madre. La “madre” es un concepto. Lo único que existe en la realidad es
un mamífero concreto, que pare una creía. En un momento determinado de la
evolución, el ser humano fue capaz de abstraer la idea de madre para
aplicárselo a lo que era el origen de la vida, que era el mayor misterio que
aquellos seres podían imaginar. A ese misterio insondable que producía vida le
llamaron Diosa Madre.

Tampoco sabemos cómo ni cuándo se dio el paso del concepto del dios madre u
origen al de dios padre. Probablemente fueron los invasores del norte de Europa
que como pueblos guerreros sobrevaloraron el poder y la fuerza, los que
influyeron en las primeras civilizaciones de Oriente Medio y terminaron por
marginar el concepto de Madre e imponer el de Padre.

La idea de Dios pudo partir de la constatación de unas realidades o de unos


hechos concretos que dejan asombrados a los hombres. De esa realidad que
puedo apreciar desde los sentidos, se pasó a crear un concepto que más tarde
se personalizó como algo real, olvidándose de que había sido creación de su
mente.

El paso siguiente pudo ser la noción de causalidad. Los animales perciben los
acontecimientos, pero no la relación que existe entre unos y otros. Sólo cuando
después de un acontecimiento sucede otro, el animal aprende que de alguna
manera están unidos, pero no tiene conciencia del por qué. El paso del hombre
en esta dirección, pudo ser decisivo a la hora de procurarse alimento y
protección ante el entorno hostil.

Pero tuvo también otra consecuencia no menos decisiva. Si todo acontecimiento


tiene su causa, tenemos que buscar una causa para todo lo que sobrepasa
nuestra comprensión. Cuando no conozco la causa de algo concreto, la tengo
que buscar en algún ser desconocido que actúe en cada caso. ¿Quién causaba
los acontecimientos que no dependían de la acción del hombre ni de nada ni
nadie conocido?

Surgió así la idea de una fuerza mayor que estaba por encima de las
posibilidades de control de los hombres y que sería la causa y explicación de
todo lo que él no abarcaba, con su inteligencia incipiente. Todo lo que se movía
debía tener una energía que producía ese movimiento. También el hombre debía

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moverse por una fuerza que le poseía. Ahora bien cuando el hombre moría, esa
fuerza debía continuar de alguna manera aunque invisible.

Esa fuerza de los que morían podía seguir actuando a favor o en contra de los
que seguían vivos. Ya tenemos la necesidad de inclinar esa fuerza a nuestro
favor. El animismo estaba servido. Tan fuerte es esa tendencia que aún hoy, la
relación que tenemos con los difuntos responde a esta idea ancestral. Cuantas
veces he oído decir: dígame una misa por mi padre o mi madre, no sea que se
enfade.

Para aquellos ancestros, había otra clase de seres que ni nacen ni mueren, pero
también son causantes de acontecimientos que unas veces pueden estar a
nuestro favor y otras en contra. La fuerza que los mueve es permanente y está
siempre actuando. La idea de dios, como fuerza o como ente espiritual estaba
servida. De esta conciencia surge el despliegue de los seres divinos.

No tenemos ni idea de cuantos siglos o milenios se tardó en elaborar esta idea


de una divinidad, pero sabemos que estuvo presente desde los albores de la
humanidad y podemos encontrar su huella en los restos arqueológicos más
antiguos que el homo sapiens ha dejado. Una vez más hablamos de conjeturas,
no de certezas. Pero en los restos arqueológicos que encontramos no percibimos
saltos.

Dios y la socialización

Una vez que el homo fue capaz de elaborar conceptos, sintió la necesidad de
comunicarlos a los demás. Este fue otro paso importante. El lenguaje, primero y
durante milenios, por signos, después por sonidos articulados de forma
convencional y finalmente, hace relativamente muy poco tiempo, la escritura,
permitió hacer partícipes directamente a los demás de lo que a uno se le había
ocurrido.

Es muy difícil hacerse cargo del significado de este avance para la evolución
humana. Lo damos por supuesto, pero sin el lenguaje y la escritura, nunca
hubiéramos llegado a donde estamos. Esta novedosa forma de comunicación fue
la base de toda socialización y el fundamento de las relaciones entre individuos.
Sin este medio la posible experiencia que hubiera adquirido cada individuo no se
hubiera convertido en cultura.

Pensemos un poquito. Hasta que no apareció el lenguaje, los logros que un ser
vivo conseguía por su experiencia para mejorar su supervivencia, no se podían
trasladar a los demás más que a través del ADN. Eso exigía miles de años de
experiencia consecutiva e individual de muchos. La inmensa mayoría de esas
experiencias no cristalizaban en una mejora del ADN, y por lo tanto, los demás
individuos no se beneficiaban de los logros.

Los primeros homínidos fueron capaces de trasmitir la experiencia de un sólo


individuo directamente a otros, con lo cual, los beneficios de un logro individual
fueron capaces de extenderse a toda la especie inmediatamente. Gracias a esta
capacidad de comunicación, la evolución del hombre empezó a ser exponencial.

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Las experiencias vividas, trasmitidas y recordadas se fueron acumulando y


permitiendo la cristalización de una cultura.

Un nuevo paso se dio cuando se experimentó que, no sólo las cosas reales, sino
las actitudes y las acciones de cada uno podían favorecer o perjudicar a todos.
Se entró entonces en una dinámica de relaciones completamente distinta. Había
que hacer esto o dejar de hacer aquello, no sólo por el bien personal, sino por el
bien del grupo. Aparece así la moralidad, uno de los pilares de la socialización.

El paso siguiente es claro. Si una persona descubre las ventajas de una actitud y
de los actos a los que conduce, ¿Cómo puede obligar a otra, que no lo ve tan
claro, a realizar esos mismos actos? Si le digo que yo lo he descubierto, puede
mandarme a paseo y quedarse tan tranquilo. Hay que inventar una estrategia
infalible para que el intento de hacer bien a todo un pueblo no falle.

Surge entonces la idea de un ser poderoso que tiene capacidad de obligar a


desarrollar una determinada conducta. Ese ser superior es el que ha ordenado
que se haga esto y que se evite hacer lo otro. ¿Cómo? Ese ser poderoso lo ve
todo y puede castigarte o premiarte según le obedezcas o no. Esta referencia al
que lo ve todo, fue crucial

Ya tenemos la dinámica de la verdadera moralidad. Dios es el que manda y


ordena, pero no todo el mundo es capaz de conocer su voluntad. Surge así la
necesidad de intermediarios. Seres privilegiados que tienen una especial manera
de comunicarse con el ser supremo. Ya tenemos asegurada la necesidad de que
existan chamanes, sacerdotes, visionarios...

De un plumazo hemos resuelto dos cuestiones. La creencia en un ser que nos


controla y la necesidad de intermediarios que nos hagan saber sus deseos y
mandatos. Esta estrategia ha sido seguida por todos los jefes de todos los
pueblos en todas las edades. Lo malo es que se siga utilizando hoy. La
desaparición de los chamanes de todo pelaje será un problema para la mayoría
de las religiones.

De la necesidad de una relación con el ser poderoso, se pasó a la necesidad de


un control de la espiritualidad para uniformarla y hacerla más útil a todos. De
este modo surge la religión. No cabe duda de que ha sido muy útil durante miles
de años. Por desgracia hoy seguimos empeñados en utilizar la misma estrategia
para hacer a los seres humanos dóciles a las directrices de unos pocos más
avispados.

Del útero a la persona adulta

En el proceso de maduración de cada uno de nosotros, encontramos la


repetición de toda nuestra evolución a través de millones de años. Las distintas
etapas de una vida humana repiten los pasos que la evolución dio en el proceso
general. La vida y luego la humanidad tardó cientos de miles de años en dar
cada paso. En nuestra vida personal damos esos pasos en muy poco tiempo y
son muy pocos los que toman conciencia de este proceso.

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Todo ser humano comienza su andadura en el océano como la primera vida. El


nuevo ser parte del estado oceánico que experimenta dentro del útero. En ese
estadio no hay ninguna conciencia de individualidad. Se experimenta la realidad
como un todo y con ese todo se identifica absolutamente. Es una cosa con todo
lo que le rodea y nada echa en falta para sentir una absoluta armonía y
bienestar.

Al nacer se rompe ese estado de total identificación y bienestar. El nacimiento


es el primer desgarro. Lo primero que hace el niño es llorar… Inmediatamente
empieza a buscar lo que ya no tiene. Busca desesperadamente recuperar su
estadio anterior agarrándose a la madre. Se aferra desesperadamente a ella,
sobre todo a su pecho que le va a permitir seguir con vida.

El primer paso de individualización se produce con la conciencia del yo corporal.


El niño se identifica con su cuerpo, diferente del de su madre y el de los demás.
Se da cuenta de que si pincha el cuerpo de su madre, a él no le duele. Pero si se
pincha su cuerpo le duele. Aquí comienza otro problema, porque el niño al sentir
el dolor, empieza a temer por su vida. La inevitable separación de la madre la
interpreta también como riesgo de desaparecer.

El paso siguiente, el niño es capaz de descubrirse como algo distinto de su


mismo cuerpo. Se trata de un nuevo yo, esta vez verbal y conceptual. El cuerpo
deja de ser un absoluto y ahora se da cuenta de que él tiene un cuerpo. Ahora
el cuerpo no lo es todo, pero en él y con él, presiente la posibilidad del unirse al
universo. Necesita la totalidad y pretende comerse al mundo para poder
integrarse en él.

Poco a poco y sin percibirlo, accede a un ego más sutil. Ahora sus pensamientos
y sus deseos son distintos de él mismo. El niño es ahora alguien que tiene
mente y que tiene cuerpo. La cosa se ha complicado mucho. Se da cuenta de
que tiene cuerpo y que tiene mente. Descubre que son cosas distintas y termina
preguntándose: ¿Qué soy yo en realidad? La mayoría de los seres humano hoy
no van más allá de esta vivencia personal.

Pero el proceso de elevación sigue en los más desarrollados. Hablo de proceso


porque no se consigue de una vez ni todo el que trasciende el estadio de lo
puramente racional llega a la meta. La meta sería alcanzar la conciencia de ser
uno con el Todo y experimentar esa totalidad sin salir de sí mismo. Ya no hay
más que ese todo. Ese todo que es él mismo, es el culmen de toda la evolución.
Parece que volvemos al estadio oceánico del principio, pero ahora es una
búsqueda consciente que me permite identificarme con todo.

El problema está en que para alcanzar esa plenitud debo renunciar a la


individualidad egoísta. Puedo llegar a serlo todo, pero sólo a costa de dejar de
identificarme con mi yo. Tengo que renunciar a mi ego para desplegar mi
verdadero ser. Esto es lo que hace casi imposible este paso, porque es imposible
descubrir que a lo que renuncio, es mucho menos importante para mí que lo que
voy a alcanzar.

Las religiones no invitan a dar este paso, porque se han quedado en la pura
satisfacción del yo (ego). No pretenden llevar al ser humano a su plenitud sino

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mantenerle en una dependencia total. La propuesta de las religiones da a


entender que sólo respondiendo a las exigencias de ese yo y potenciándolo,
podrá encontrar la felicidad y la estabilidad. Paradójicamente, la religión se
convierte en el principal obstáculo para el paso final hacia la plenitud.

Todos los que han alcanzado ese estadio lo han hecho en contra o a pesar de la
religión. Tanto los místicos cristianos como los sufíes como los judíos han sido
siempre perseguidos. Este es un dato que nos tenía que hacer pensar. No
siempre es lo mejor acomodar nuestra conducta a las directrices de la religión,
porque lo que ella persigue no es el bien para el hombre sino la propia
subsistencia.

De la religiosidad a la religión

Sabemos que primero fue la religiosidad (espiritualidad) y sólo mucho más


tarde, surgió la religión. A partir de la socialización, surge la necesidad de vivir
en común esa experiencia interna. Ya se ha puesto en marcha la religión. El
paso siguiente es que los líderes utilizan la religiosidad para estructurar la
sociedad de una manera más estable y eficiente. Debemos reconocer que ese
objetivo fue beneficioso para el progreso de la sociedad.

El problema surgió cuando se hizo creer al todo el grupo que través de ellos, el
absoluto manifiesta sus exigencias ordenando ritos y normas morales. El miedo
a perder la tutela del dios asegura el cumplimiento de esas exigencias por duras
que puedan parecer. Y el sentimiento de culpabilidad por ser causa de los males
de toda la tribu, acentuó la responsabilidad de cada individuo.

Debemos tomar conciencia de que puede darse una religiosidad sin


manifestación aparente en la vida colectiva de una comunidad (misticismo,
quietismo). Pero suele darse también y con mucha más frecuencia, una religión
sin experiencia interior. Entonces tenemos una religión puramente externa que
se ha convertido en esqueleto vacío que no tiene vida. Este es hoy el verdadero
problema que nos desconcierta y paraliza.

Es lo que criticó Jesús en su tiempo, ley y templo no bastan. Pero también dejó
claro que una actitud auténtica con relación a Dios debe manifestarse siempre
en favor del hombre. Hoy nos seguimos debatiendo en el mismo dilema. Peligro
de espiritualismo y olvido de la práctica. Vuelco sobre la acción y olvido de la
vivencia interna. En un equilibrio ciertamente difícil está la verdadera
espiritualidad.

La primera exigencia de la religión, para mantenerse como tal, es concretar y


definir a Dios para que todos tengan la misma idea del ser supremo. Esto obliga
a inventarse cualidades supremas que lo hagan único y sobre todo diferente a
los demás dioses. Lo importante para la religión no es que exista o no exista ese
ser todopoderoso. Lo importante es que todo un pueblo lo perciba como tal y
acepte de él las seguridades que le ofrece.

No es nada fácil descubrir la dinámica de lo que acabo de decir. Tal vez con un
ejemplo lo podremos comprender mejor. Imaginad un niño que acaba de dar
sus primeros pasos. Se aleja de su madre y está jugando con la arena a unos

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metros de ella. De repente se oye un trueno. El niño corre despavorido hacia la


madre, se sube a su regazo y se acurruca allí. Ese simple hecho le tranquiliza.

A los pocos minutos se oye otro trueno, más potente que el anterior. El niño ni
se inmuta, sigue tan tranquilo en el regazo de su madre. Si cayera un rayo,
nada podría hacer la madre por salvar al niño, pero el niño cree que su madre lo
protegerá de todo. Su tranquilidad no nace de una visión objetiva de la realidad.
Su confianza se fundamenta en la madre, que para él es el poder absoluto que
puede librarle de todo peligro.

Las seguridades que da la religión no tienen por qué surgir de la existencia real
de una Realidad Absoluta en la que puedo confiar porque lo puede todo y sé que
está a mi favor. Basta que yo me lo crea así, para que surja efecto y viva tan
tranquilo aunque todo sea un montaje de mi interioridad. Si no me doy cuenta a
tiempo, ese montaje termina por caer. Debemos recordar que la causa de toda
desilusión es una falsa ilusión.

Hay otro aspecto que me gustaría resaltar. Metidos ya en plena historia de la


humanidad, aproximadamente a media distancia entre nosotros y la invención
de la escritura, se dio un paso decisorio y drástico. Me refiero al paso de un
pensamiento mágico o mítico a uno racional. Esto no se dio hasta la llegada de
la cultura griega.

El pensamiento lógico tuvo una influencia decisiva en la evolución de la


humanidad. Tendemos a pensar que es el único posible y no imaginamos otra
manera de entender el mundo que la que tenemos desde entonces, pero
durante la mayor parte de la existencia humana, no se desarrolló esa manera de
pensar. Descartes remató la faena al afirmar que no había otra posibilidad de
ser humano.

Sin embargo, la manera de ver el mundo en las culturas anteriores era


completamente distinta. Los primeros humanos simplemente sentían la realidad.
Su conocimiento no era discursivo sino vivencial, espontáneo y directo. Habían
superado el instinto pero seguían conociendo la realidad vivencialmente, desde
la utilidad o perjuicio que podía ocasionarles sin plantearse una comprensión
ulterior.

Eso no les impidió alcanzar sofisticadas culturas, lo que les permitió controlar de
muchas maneras la naturaleza y utilizarla en beneficio propio. Esa posibilidad de
control estaba mediatizada por fuerzas exteriores al mismo hombre, que se
sentía teledirigido y dominado por esas fuerzas o seres espirituales ajenos a él,
que le obligaban a someterse.

Los grandes filósofos griegos dieron un paso de gigante al descubrir la realidad


de la persona humana como un ser independiente y dueño de sí mismo. Había
surgido el ego personal, que le permitía identificarse como ente individual y
separado de la materia y de los dioses. Esto aportó grandes ventajas, pero
también inconvenientes porque obligaba a cada individuo a tomar sus propias
decisiones.

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El pensamiento lógico apartó al ser humano de la ensoñación de formar parte


del cosmos y su identificación con lo trascendente. Pero también le privó de su
aspecto espiritual y natural comprensión de pertenencia a la realidad total. Hubo
un periodo de transición en el cual la conexión con lo divino se realizó a través
de sueños, visiones, revelaciones, que dejaron al hombre entre dos aguas.

Pasado de Dios
Está claro que Dios no puede tener pasado ni futuro. Pero es que tampoco
puede tener presente perceptible. Todo intento de acercarnos a Dios para
conocerlo sería absurdo. Estamos hablando aquí, no de Dios en sí mismo sino de
la idea de Dios que el ser humano se ha hecho a través de su larga andadura.
También es un campo impenetrable, pero por lo menos tenemos muchos
indicios de las imágenes que de Dios se ha hecho el homo sapiens.

El oscuro fondo de lo humano

Intentaremos analizar cuál pudo ser el proceso de la creación intelectual de un


ser absoluto que me da seguridades. Lo primero que podemos constatar es que,
aunque en el proceso de humanización el hombre ha tomado conciencia de su
individualidad y se da cuenta de que está arrojado a la existencia sin
paracaídas, en lo hondo del subconsciente permanece un profundo sentimiento
de identificación con todo, que nunca le ha abandonado.

Ese subconsciente sigue teniendo cierta comunicación con la conciencia. Esa


comunicación es muy complicada, porque ambas realidades emplean un
lenguaje diferente. La conciencia ni siquiera tiene conocimiento de ese
subconsciente y cuando le llegan sus propuestas, las interpreta desde su
manera de entender y se engaña. Freud fue el primero que intentó descifrar ese
lenguaje que emplea el subconsciente, aportando así una increíble pauta para su
interpretación.

La primera trampa en la que cae el ser humano es creer que esa información le
viene de fuera. Sabe que ese nuevo conocimiento no es suyo y se lo atribuye a
seres superiores que se quieren comunicar con él. Esos seres pueden ser los
espíritus de personas que han vivido en este mundo, los antepasados o seres
totalmente espirituales que han existido siempre, dioses, demonios, ángeles.

Lo que llamamos revelación no es más que la verbalización de esos mensajes


que nos llegan de lo más profundo de nuestro yo. Revelar quiere decir quitar el
velo. Hoy sabemos que ese velo se da entre el consciente y el inconsciente.
Recordemos que los entendidos han equiparado el tamaño de esas dos
realidades con lo que sucede en un iceberg.

En un trozo de hielo flotando en el mar, ocho partes del mismo están


sumergidas en el agua, (subconsciente). Apenas dos partes de su volumen
afloran a la superficie y son visibles, (conciencia). La cantidad de información
acumulada en el subconsciente es muy superior a la que se almacena en
nuestra conciencia, pues es la suma de 4.000 millones de años de experiencia
acumulada.

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Cuando se da esa comunicación, por ahora sólo en personas privilegiadas, lo


que dice el subconsciente a la conciencia son verdades universales, La
experiencia es la misma para todo ser humano de cualquier lugar y tiempo, pero
al expresarla en conceptos, queda diferenciada por la peculiaridad de la cultura
en que se exprese. Al confundir la experiencia con la expresión cultural creemos
que no se pueden diferenciar. Esto llevó a equivocaciones garrafales.

Primeros atisbos de la religión

Algunas de esas experiencias han conseguido cristalizar en religiones. Pero por


pertenecer la misma experiencia a culturas distintas seguimos creyendo que las
experiencias son también distintas. Como consecuencia hemos pensado que los
seres sobrenaturales a quienes se las hemos atribuido son también distintos. Ahí
tenemos la causa de tantas religiones y de la necesidad de diferenciarse que
podemos descubrir entre ellas.

Algunas religiones se han enriquecido con nuevas experiencias. Pero siempre a


costa de cierta flexibilidad y abandonando todo absolutismo. La mayoría se han
ido deteriorando, convirtiéndose en estructuras rígidas y estériles, precisamente
por falta de nuevas experiencias. En cuanto una religión deja de apoyarse en la
experiencia de sus fieles, se deteriora sin remedio. Una religión sin vivencias se
convierte en un cuerpo sin espíritu y por lo tanto, muerto.

La historia de nuestra religión es una mezcla de ambas actitudes. A través de la


historia de Israel, ha habido profetas que, partiendo de su experiencia personal,
se empeñaron en revitalizar la estructura de su religión. Unas veces, fueron
sacrificados por herejes y otras fueron exaltados como verdaderos salvadores
del pueblo. Esa dinámica no ha terminado. Desde el punto de vista de la
religión, seguimos debatiéndonos entre esas dos categorías, o somos herejes o
nos proclaman profetas.

Jesús fundamenta nuestra religión

Jesús es el máximo ejemplo de profeta. La interpretación de los primeros


seguidores lo atestigua. Su experiencia de lo trascendente no tiene parangón en
toda la historia conocida, según nuestra percepción, por supuesto. Pero también
Jesús perteneció a una cultura determinada y, al tratar de comunicar a los
demás esa experiencia, no tuvo más remedio que emplear el universo
conceptual en que desarrolló su existencia.

De otro modo ninguna comunicación hubiera sido posible. La cultura semita era
vitalista, nada racionalista y menos dogmática. La manera que tenían de
comunicar ideas nuevas era el relato. Contando una historia, real o inventada,
(eso no tenía ninguna importancia para el caso) conseguían que el interlocutor
descubriera la idea que querían comunicarle.

La manera que tuvo de expresar sus experiencias más profundas, se acomodó a


ese modo de ver el mundo. Que además, partía de una visión mítica de la
realidad, con un esquema de la creación muy preciso: Dios en los cielos, el
hombre debatiéndose en la tierra y el demonio en lo más hondo, el infierno.

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Este paradigma condicionó el lenguaje de Jesús y la interpretación de la primera


comunidad.

Para comprender ese lenguaje, tenemos que ponernos en su perspectiva


histórica. Si no lo hacemos distorsionaremos su mensaje. Es lo que hicieron los
seguidores de los primeros siglos. Al querer racionalizar desde la cultura griega,
el evangelio, que fue elaborado desde una cultura vitalista y nada racionalista,
cometieron el error de sacar conclusiones racionales de un lenguaje mítico,
simbólico, vitalista.

Los cristianos griegos, que pertenecían a una cultura fuertemente racionalista, al


intentar explicar el mensaje del primer cristianismo, nos metieron a todos por
callejones, de los que aún no hemos salido. Desde esa distorsión radical se
intentó deslindar el espacio entre las doctrinas verdaderas de las falsas. Con los
dogmas del s. IV y V, quisieron asegurar una doctrina cristiana definitiva e
indiscutible.

El punto de partida de nuestra teología fueron visiones míticas, supuestamente


reveladas, contadas con un lenguaje simbólico y nada racionalista. Al
racionalizar sin más los mitos, se les hizo decir lo que no dicen si se les
entienden como mitos. De este modo, los sesudos filósofos cristianos
desarrollaron nuevas verdades deduciéndolas de presupuestos equivocados.

Los mitos no pueden ser el fundamento de verdades racionales. El mito expresa


una verdad que no se puede traducir en conceptos racionales. El acceso a esa
verdad debemos hacerlo desde otra perspectiva que nos permita intuir ese
significado que sólo el mito puede aportar. Por no tener esto en cuenta, se nos
está viniendo abajo todo el tinglado teológico, montado durante siglos.

Hoy estamos volviendo a la experiencia, para poder seguir hablando de Dios con
autenticidad. Dios es causa última de toda experiencia religiosa, pero la
conceptualización de esa vivencia, es obra del hombre. Las doctrinas, los ritos,
las normas morales no vienen directamente de Dios, sino del hombre. No tienen
valor absoluto y pueden cambiar radicalmente en cada religión. Y una misma
religión debe ir cambiándolas a través de los tiempos.

Ninguna religión es original

Otro dato muy importante que debemos tener en cuenta es que ninguna religión
es original. Todas utilizan los elementos ya disponibles en las que la
precedieron. Este dato lo conocemos desde hace muy poco, pero es demoledor
a la hora de seguir pretendiendo la exclusividad de la propia religión. Esto no
rebaja en nada la importancia de cada una de ellas, al contrario, nos tiene que
hacer valorar lo que de positivo haya en todas.

En nuestras Escrituras podemos encontrar esta influencia a todos los niveles. Ni


la creación, ni el diluvio, ni el sacrificio de Isaac, ni las tablas de la Ley, ni la
presencia de dios en la Tienda del Encuentro, ni el templo, son originales del
judaísmo. Tampoco son originales las instrucciones que Dios da a los dirigentes
para construir la casa de su dios, lo que tienen que comer o vestir. Todo esto
está determinado minuciosamente por el dios de turno en otras religiones.

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Cuando el cristianismo comenzó su larga andadura, siguió incorporando


recursos que estaban en las religiones próximas. La bajada de dios a la tierra, la
muerte de dios para salvar al hombre, la resurrección y ascensión al cielo, todos
son mitos anteriores al cristianismo. Es verdad que el cristianismo les ha dado
nuevo contenido, pero debemos ser muy cautos a la hora de valorar estos
mensajes.

El nacimiento virginal, los pastores, el pesebre, los magos, la huida del niño,
todos estos relatos están tomados de otras religiones del entorno. Por otra
parte, debemos tener muy en cuenta que los evangelios intentan explicar la
figura de Jesús desde el AT (no olvidemos que los primeros cristianos eran todos
judíos). Con frecuencia en los evangelios se dice que algo ha sucedido, para que
se cumplieran las Escrituras. La verdad es que no tenían otro clavo al que
agarrarse, sobre todo para convencer a los mismos judíos.

Ni siquiera las enseñanzas de Jesús fueron originales. La mayoría de las


parábolas son relatos anteriores a Jesús. El principal mandamiento de Jesús, el
amor, es la regla de oro de todas las religiones. Los grandes místicos anteriores
a Jesús predicaron la mayoría de sus enseñanzas. El esfuerzo de Jesús por librar
su religión de ritos vacíos, lo habían hecho ya muchísimos líderes religiosos
antes que él.

Algo muy parecido a la eucaristía, también existía antes en las religiones de


misterios de Grecia y Roma. Los ritos de enterramiento son las señales más
antiguas de religiosidad que han llegado a nosotros. La celebración de un
nacimiento fue también una señal universal de agradecimiento. El rito que
precedió a la formación de una nueva familia, también tiene un origen ancestral.

La religión se desvirtúa

Ya hemos dicho que una religión que no sea ya el medio para desplegar una
auténtica religiosidad, es un esqueleto sin carne, una religiosidad sin alma y por
lo tanto muerta. Llevamos casi veinte siglos intentando fortalecer ese esqueleto.
Hemos llegado a darle un valor absoluto, pero nos hemos olvidado de la carne
que hace posible la vida.

El andamiaje que rodea el edificio eclesial es tan fuerte y opaco, que impide ver
ningún edificio detrás de él. Lo malo es que seguimos empeñados en fortalecer
el andamiaje sin saber para qué va a servir el día de mañana. El organigrama
eclesial al que hemos dado tanta importancia, hoy la ha perdido totalmente para
la mayoría de las personas.

Los dogmas han surgido como medios para delimitar la verdad y separarla del
error, como si eso fuera posible a los humanos. Curiosamente todos se han
definido para condenar herejías. Lo que con esas verdades absolutas se buscaba
era precisamente la seguridad que no daba ya una verdadera experiencia de
Dios. Partiendo de las verdades fundamentales del mensaje cristiano, que nadie
ha discutido, nunca se ha fabricado un sólo dogma.

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La mayoría de las normas morales que hemos presentado como valor absoluto,
no son más que convencionalismos de una determinada sociedad. Pensemos,
por ejemplo, la que hemos armado con la moral sexual, pretendiendo que eran
voluntad de Dios todas las prohibiciones que, durante siglos, han destrozado
millones de vidas.

Es curioso que fuera el único campo moral donde no existía materia leve, todo
era pecado mortal. Un simple pensamiento era suficiente para precipitarte en el
infierno por toda la eternidad. Todos tenemos la experiencia dolorosa de tantas
situaciones inquietantes por esa materia. Cuántos disparates, en nombre de un
Dios que es amor.

Los ritos, que tenían que ser medios para encontrarnos con el Dios íntimo y
profundo dentro de cada uno, se han convertido en fines en sí mismo, como si
nuestra obligación fuera rendir pleitesía a un dios que exige nuestro vasallaje.
Jesús dejó bien claro que todo lo que se cocía en el templo olía a podrido. Pero
se preocupó de los demás como nadie y hablo de una religión en beneficio del
hombre.

Los mandamientos de la Iglesia siguen pensando más en ese dios soberano y


externo que en la persona humana. El primer mandamiento de la Iglesia era oír
misa. La Iglesia nunca se preocupó de la necesidad de una celebración
comprometida de la Eucaristía. Para nada se insinúa que la celebración de la
misa llevaba consigo una exigencia de mayor entrega a los demás.

El lenguaje religioso se deteriora

Tanto la liturgia como la teología siguen utilizando un lenguaje trasnochado que


no puede llegar a nadie que viva en el mundo de hoy. Ni el lenguaje mitológico
ni el acientífico pueden servir para comunicar ninguna clase de verdad a los que
se han iniciado en el lenguaje más o menos científico. El paradigma que nos
permite interpretar la realidad hoy, nos viene dado y no podemos escogerlo.

Todo ese modo de hablar tenemos que ponerlo al día para que pueda seguir
comunicando las verdades que en otro tiempo se expresaron con él. El lenguaje
simbólico también hay que traducirlo porque los símbolos no sirven de nada si
se ha perdido la clave de interpretación. La inmensa mayoría de los fieles que
asisten a nuestras liturgias no entienden nada de lo que allí se hace y dice.

Los conocimientos científicos que tenemos hoy, hacen irrelevante la manera de


hablar de realidades que hace muy poco tiempo se desconocían absolutamente,
mientras hoy tenemos un conocimiento profundo de ellas. Pensemos por
ejemplo en el descubrimiento del subconsciente a la hora de interpretar las
visiones, revelaciones, sueños, etc.

Lo que habíamos interpretado como revelación externa de Dios o de otros seres


superiores, lo interpretamos ahora como fruto de la actividad del subconsciente
que no cae dentro del ámbito de la conciencia, sino que llega a la conciencia
cuando ya ha sido elaborado y puesto en imágenes por el inconsciente. Es hora
de bajarse del burro y aceptar que Dios no utiliza ese medio para comunicarse.

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Otro ejemplo paradigmático podía ser la manera que teníamos de hablar de la


creación. Dios ni creó el mundo ni creó al hombre en el sentido que tenían hace
siglos de creación. No sólo es absurdo pensar que lo creó en seis días. Es
absurdo pensar que un buen día Dios se levantó de buen humor y se dijo: Estoy
aburrido de tanta soledad, voy a montar un tinglado de aquí te espero.

Ni siquiera a los niños se les debe enseñar cosas que en muy pocos años van a
descubrir que eran sandeces. Debemos hablarles en un lenguaje adecuado a su
edad, pero nunca engañándoles ni abusando de su ignorancia. Para comprender
que Dios es el fundamento de todo lo creado, hay otros caminos que pueden ser
incluso más adecuados que el concepto de creación.

La formulación de los dogmas de nuestra religión cristiana, está hecha en un


lenguaje puramente racionalista y formal que no dice nada al hombre de hoy. La
filosófica empleada es extraña a nuestra manera de pensar y se ha quedado en
formulaciones espiritualistas que a pesar de su pomposidad están vacías de
contenido. Por ejemplo, decir que en Jesús hay dos naturalezas y una persona,
nos deja hoy fríos.

Lo mismo que nos dejaría indiferentes afirmar lo contrario. ¿Qué significa una
naturaleza divina o una persona divina? Es ridículo pensar que conocemos a
Dios hasta poder definirle perfectamente metiéndolo en conceptos como persona
o naturaleza. Gracias a Dios, cada vez tenemos más claro que de Dios no
sabemos nada.

La manera que ha tenido nuestra religión de hablarnos del más allá, pudo servir
en otra época para promover la virtud, pero hoy lo único que promueve es una
benévola sonrisa. Son los jóvenes más inquietos los que mejor perciben esa
falta de autenticidad del mensaje religioso. Distinguen perfectamente a la
primera, un mensaje que les puede ayudar a vivir y otro que sólo habla de
cadáveres, aunque sólo sean intelectuales.

Cómo hemos llegado hasta aquí


Puede tener importancia descubrir el proceso de formación de los tinglados
teológicos, cuando nuestro objetivo es superarlos. Nuestro gran problema es
que los conceptos religiosos tienen raíces ancestrales y están grabados a fuego
en la conciencia colectiva. Se necesita una voluntad de hierro para atreverse a
superar supuestas verdades, que hemos dado por esenciales y definitivas.

Pero el hecho de que se hayan repetido durante milenios, no es garantía


ninguna de veracidad. Tampoco el haberlas propuesto como enseñanzas
comunicadas directamente por Dios nos garantiza nada. Al contrario, más bien
ha agravado el problema. Una vez presentados como venidos de Dios, va a ser
muy difícil arrancar de nuestra conciencia esas marcas hechas a fuego.

Si en el campo de la ciencia, verdades que se han defendido como definitivas


durante miles de años, tienen que dejar paso a nuevas evidencias, también y
con más razón, las verdades religiosas deben ser sometidas a crítica. Estas
tienen una dificultad añadida; al proponerlas como venidas de Dios, ¿quiénes

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somos nosotros para cambiarlas? Pero la trampa está precisamente en haberlas


atribuido a Dios sin fundamento suficiente.

Ya lo hemos dicho más arriba, en cuanto el ser humano toma conciencia de sí


mismo y supera el sentido de identidad con la naturaleza que le daba seguridad,
se ve inmerso en un entorno hostil e incontrolable y siente la necesidad de
encontrar en Otro las seguridades que no podía encontrar ni en la naturaleza ni
en sí mismo. Ese Otro terminó siendo el Absoluto, que lo puede todo y que hay
que poner de nuestra parte.

Esto le llevó a postular un Ser superior con poder infinito que podía darle la
seguridad que necesitaba para no disolverse en la nada. La necesidad le llevó a
inventarse dioses que, aunque exigían duras condiciones, les prometían
seguridades absolutas. Este esquema se ha repetido desde el Paleolítico y creo
que aún tiene cuerda para rato.

El paso siguiente fue el inventarse unas estructuras externas que le permitan


asegurar la benevolencia de esos seres superiores. Nace así la religión, como
organigrama de verdades, normas y ritos que garantizan la pertenencia a un
pueblo y el cobijo de uno o varios dioses. El objetivo de la religión es garantizar
las seguridades que el ser humano ya no puede darse a sí mismo. A cambio de
unas exigencias éticas, rituales y explicaciones míticas, se construye un ámbito
en el que cada individuo puede sentirse más seguro.

Ahora bien, mientras la religiosidad se puede considerar consecuencia inmediata


de la conciencia de sí mismo, y por lo tanto ancestral, la religión surge hace
muy poco tiempo, las más antiguas no tienen más de cuatro mil años. Justo
cuando el hombre sintió la necesidad de vivir en sociedad y de esa manera
repartirse los trabajos y ser más eficaces.

Si hubo un tiempo en que había religiosidad y no religión, no parece


descabellado pensar en un tiempo futuro en que las religiones no cumplan ya su
función y desaparezcan. Creo que estamos ya en una etapa intermedia. Existe
una gran masa de personas que habiendo nacido dentro de una religión, se han
ido por los márgenes y ya no se encuentran dentro de ella.

La Biblia, palabra de Dios

Tal vez sea la exegesis bíblica la que más nos ha ayudado en los últimos tres
siglos, a superar concepciones religiosas erróneas. Pero es también el
instrumento que más recorrido le queda por delante. Creo que para muchos
cristianos está ya superada la idea de un Dios que inspiró a los redactores lo que
tenían que decir en cada caso. Pero la mayoría sigue creyendo que los únicos
libros “sagrados” son los nuestros.

Seguimos hablando de “palabra de Dios” sin pararnos a pensar lo que estamos


diciendo. Dios no se comunica a través de signos externos, mucho menos a
través de un lenguaje hablado o escrito. La revelación de Dios es su misma
esencia. Se revela a través del ser y todos reciben esa revelación, aunque no la
perciban. En lugar de “palabra de Dios”, debíamos decir: “palabra sobre Dios”.

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Dios no tiene nada que comunicar si no es Él mismo en cada uno de nosotros.


En Dios, el conocimiento y el ser se identifican. Dándose Él nos comunica todo.
Nosotros tenemos que ir interpretando esa comunicación a través de la
experiencia interior, más allá de la racionalidad en la que desarrollamos nuestra
existencia pero que no es la única posibilidad de conocer.

Cuando esa interpretación es auténtica, podemos decir que hemos


experimentado a Dios y la expresión de esa experiencia podemos llamarla
palabra de Dios cuando es aceptada por una comunidad, pero sólo cuando sea
capaz de provocar la misma experiencia en otros, mientras tanto no son más
que sonidos o signos que necesitan traducción.

RELACIONES

Un universo relacionado

La relación entre los distintos elementos fue siempre la misma que hoy, pero el
hombre no tenía ni idea de que una tormenta pudiera depender del calor del sol
y la humedad. La tierra estaba ahí como un campo de batalla. El ser humano
tenía como principal tarea, defenderse de todo lo que era adverso y aprovechar
lo poco que podía estar a su favor. Ese fue siempre la tarea de todo ser vivo.

No entendían lo que estaba a su alcance, mucho menos lo que estaba más allá
del sol. La aparición de una nueva estrella o un eclipse de sol o de luna, era
para ellos motivo de zozobra. Ni siquiera comprendían la relación que había
entre los distintos elementos con los que trajinaban cada día. Tuvo que pasar
mucho tiempo antes que descubrieran la relación de causa a efecto que había
entre una semilla y el árbol que iba a dar frutos para comer.

Hoy hemos descubierto que nuestro mundo es mucho más complicado de lo que
creíamos, pero incluso en el pasado, los primeros seres humanos lo vivieron
como una realidad incomprensible. Entendían muy poco de lo que pasaba a su
alrededor. Las tormentas, los volcanes, el mar, la salida y puesta del sol, las
fases de la luna, todo era para ellos un misterio inexplicable.

Relación del hombre con el mundo

La relación del hombre con las cosas también está cambiando a pasos
agigantados. Ya no cuela el complejo de superioridad que hemos mantenido
durante milenios. El hombre no es más que materia que ha llegado a un grado
inusitado de complejidad. En él se puede descubrir el Espíritu, pero ese Espíritu
atraviesa también toda la realidad. La única ventaja está en que su mente le
capacita para tomar conciencia de esa realidad y puede vivirla.

No tenemos claro el grado de conciencia que pueden tener el resto de los seres
que nosotros percibimos sólo como materiales. Es mucho más difícil afirmar que
los animales, sobre todo los superiores, no tienen conciencia alguna de lo que son.
Las reacciones, a veces sorprendentes de los delfines nos tenían que hacer más
humildes a la hora de llegar a conclusiones definitivas.

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Relación del mundo con Dios

La relación del mundo con Dios no es ya la relación de la criatura con su


creador. Esa idea es hoy demasiado simplista. Hoy estamos capacitados para
pensar lo Trascendente, lo Absoluto, lo Eterno como el fundamento de toda
realidad pero desde dentro de esa misma realidad, no desde fuera, creándola o
manipulándola.

La concepción de dos mundos paralelos, el físico y el espiritual, fue muy útil


hasta ahora. Hoy estamos preparados para ver lo espiritual y lo material como
dos aspectos de la misma y única realidad. Dios, que hemos concebido como
Espíritu, no es lo contrario de la materia, sino el fundamento que hace posible la
existencia de lo creado. No debemos pensar la criatura separada de su
fundamento, pero tampoco a Dios separado de la criatura.

Platón pensaba que la “idea” de cada cosa era algo anterior y separado de la cosa
misma. El primordial y eterno mundo de las ideas era el punto de partida de todo
lo que existe. En el caso del hombre, el alma, como forma del cuerpo, existía
antes de llegar a cada cuerpo, por lo tanto podía subsistir más allá del cuerpo
cuando éste se descomponía. Es más, para él la muerte era la única liberación
para el ser humano.

Aristóteles pensaba lo contrario. Para él la forma no podía existir sin la realidad


informada y la realidad informada no podía existir sin forma. El hecho de que los
primeros Padres de la Iglesia fueran más platónicos que aristotélicos, condicionó
todo el posterior lenguaje teológico. Cuando en la Edad Media se recuperó a
Aristóteles, era demasiado tarde para poner las cosas en orden. Hoy seguimos
debatiéndonos entre las dos opiniones de estos grandes filósofos.

El ser humano se encontró con una realidad material que no dependía de él. Es
más, él mismo era el fruto de un desarrollo de esa misma materia, aunque él no
tenía aún medios para descubrirlo. Pero se las ingenió para explicar por qué esa
realidad estaba ahí. No tenía capacidad para explicar la realidad de un modo
científico, por eso acudió a mitos legendarios. De diversa manera, todas las
culturas han explicado la existencia del mundo a través de un Creador.

Los mitos sobre la creación son innumerables, pero todos responden a una
necesidad de dar sentido a esa realidad que nos desborda. Naturalmente, el que
hizo el mundo es superior al ser humano, por muy elevada conciencia que tenga
de sí mismo. ¿Quién puso allá arriba el sol, la luna, las estrellas, realidades que
son inalcanzables para el hombre? Pero también las cosas cotidianas, cada brizna
de hierba, cada flor que se abre, cada nacimiento de un animal, incluido el hombre
era un misterio.

Hoy sabemos que cada realidad que percibimos, sea grande o pequeña, esté cerca
de nosotros o esté a años luz, tiene una explicación racional. Las leyes que rigen
los procesos de la naturaleza, no están puestas por un ser superior a capricho,
sino que son sistemas cerrados que pertenecen a la misma esencia de la materia.
No se pueden cambiar sin alterar la realidad material. En este nuevo concepto no
tiene cabida un Dios que puede hacer y deshacer a capricho la realidad.

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La ley de la causalidad exige que un efecto físico sea producido por una causa
también física. Hoy sabemos que el sol no puede pararse por mucho que rece un
santo. Ni acercarse o alejarse por muy santos que sean los pastorcitos de Fátima.
Que un brazo amputado no se recupera por muchas veces que vayamos a
Lourdes. Que el hambre seguirá azotando a muchos países, por más peticiones
que hagamos a Dios, si no ponemos los medios para remediarla.

Muchos cristianos, anclados en una visión arcaica del mundo son incapaces de
imaginar otro Dios que no sea el hacedor y gobernador del universo. Sin tener en
cuenta la revolución del conocimiento que se ha operado en nuestros días, siguen
pensando en el Dios todopoderoso que puede cambiar y cambia la realidad según
su capricho. Pero resulta que la realidad material está ahí y tiene sus normas
implacables.

Todo lo que no podían comprender el hombre, no tenían más remedio que


atribuirlo a fuerzas sobrehumanas. Para el esas fuerzas debían provenir de seres
que eran infinitamente superiores a los hombres. Esas fuerzas podían construir
o destrozar el mundo en que ellos debían habitar. Pero también dependía de
ellos que las cosas siguieran como están e hicieran posible la supervivencia del
hombre.

El mismo mundo debía ser fruto de la voluntad de esas potencias que actuaban
a capricho y, con frecuencia, al margen de los intereses de los humanos. Los
mitos de la creación son una constante en todas las culturas ancestrales. En las
más primitivas escrituras ya se encuentra esta visión generalizada de un Dios o
unos dioses que crearon todo lo que existe. Cada cultura lo narra de manera
diferente, pero todas coinciden en lo esencial.

Relación del hombre consigo mismo

Es interesante intentar descubrir cómo se ha visto el ser humano desde los


primeros pasos de su historia hasta hoy. Hemos dicho que no es fácil adivinar la
conciencia que tenía de sí mismo el hombre cuando empezó su andadura. Pero
puede ser una pista el proceso que desde la concepción desarrolla todo nuevo
ser humano. Parece que el proceso de maduración de cada hombre reproduce el
proceso de la raza humana en su caminar hacia la edad adulta.

Como ya hemos apuntado, antes de nacer es uno con el océano del útero. Al
nacer empieza a desgarrarse el bienestar absoluto y empieza la lucha. Se agarra
como puede a su madre, sobre todo al pecho del que depende, poco a poco va
tomando conciencia de que es distinto de su madre, de las cosas y de los demás
seres humanos. En un momento determinado empieza a tener conceptos de las
cosas y cambia drásticamente su relación con ellas.

Termina por percibirse a sí mismo como persona individual con su propia


autonomía y responsabilidad. Se da cuenta de que cada uno de sus actos tiene
consecuencias en la marcha de su existencia. Su prosperidad depende de lo que
hace, pero también sus infortunios y desgracias pueden estar causados por sus
acciones. Todos sus actos tienen consecuencias precisas.

Relación con otros seres humanos

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Es muy significativo que sólo haya sobrevivido una sola de las muchas especies
que ha habido de homínidos. La última que desapareció, los neandertales, no se
encuentra otra causa que la aparición e invasión de su nicho vital por el
cromañón. Una vez más se hizo efectiva la ley del más capaz, que ha sido una
de las guías de toda la evolución.

La lucha por la supervivencia tuvo que tener consecuencias desastrosas para la


evolución de los seres humanos. El instinto de conservación es el más fuerte y el
más eficaz para la defensa del individuo o de la prole. Incluso los demás
individuos de su especie se convirtieron en enemigos. Hay indicios de
canibalismo que nos hablan de la dureza de los enfrentamientos por la
supervivencia.

Relación del hombre con Dios

Si la base de toda relación de Dios con el mundo empezó por ser objeto de su
creación, la relación del hombre con Dios tiene el mismo origen. Sólo el ser
humano pudo ser capaz de crear ese mundo de seres sobrehumanos de los que
dependía y a quienes tenía que respetar después de haberlo creado. Es este un
fenómeno del que todavía no nos hemos liberado.

Este abismo que separaba al hombre de Dios, tenía que ser superado con una
estrategia que resultara favorable a los mortales. Surge así una relación de
reconocimiento, alabanza, sometimiento, que le permite mantener la esperanza
a pesar de conocer su impotencia. Se inicia una relación del hombre con dios,
que no puede ser satisfactoria porque el presupuesto que la sostiene es falso.

Para el tema que nos ocupa, este comienzo es muy importante. El ser humano
empieza a comprender que tiene que aprender a lidiar desde su condición de ser
inferior, con las potencias absolutas. Esto le obliga a desplegar una serie de
actitudes que le permiten gestionar tanto las situaciones adversas como las
favorables. Como no puede hacerlo por la fuerza, tuvo que inventar otra
estrategia.

Por los poquísimos vestigios que han llegado hasta nosotros, sabemos que esta
relación no fue nada fácil. Los dioses y demonios que el mismo hombre había
creado, no siempre respondían como el hombre esperaba, con lo que
aumentaba la dependencia que les obligaba a llevar a cabo acciones para
demostrar su actitud favorable a esos seres, esperando también su favor.

Los sacrificios de seres vivos, incluso de seres humanos, presentes en


muchísimas culturas, son la demostración fehaciente de esta brutal necesidad
de aplacar a los dioses. Y no sólo se sacrificaba a los prisioneros sino que con
frecuencia se sacrificaba a los seres más queridos, para demostrar al dios el
grado de servilismo que poseían.

Hoy sabemos que la relación del hombre con Dios no es la relación de un yo con
un tú. Dios no está fuera de la creación. Desde Dios, la creación no es nada
distinto de Él. Estamos a punto de asimilar que desde nosotros mismos, tampoco
Él es nada distinto de nosotros. Lo que nos distingue de Él no es lo que somos,

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sino lo que no somos. La carencia de ser es lo que nos diferencia del Ser Absoluto.
Tendremos que seguir luchando por acercar estas ideas a todos los creyentes.

La relación con Dios no puede estar basada en el conocimiento sensible. Dios no


es perceptible por ninguno de nuestros sentidos. Tampoco la capacidad de razonar
puede llevarnos hasta Él. Sólo por lo hondo del ser, podemos conectar con Dios
verdadero. La realidad de Dios no se puede conocer, pero por paradójico que
parezca podemos vivirla.

Todo concepto, por muy adecuado que pueda parecerme, me aleja de la realidad
de Dios. El único camino para llegar a Él es la vivencia, la experiencia personal.
Como decían los escolásticos de la manera analógica de hablar de Dios: simpliciter
deversa, secundum quid, eadem. Que quiere decir: simplemente no tiene nada
que ver, pero por algún aspecto puede parecerse.

Lo que sigue es muy importante para el tema que nos ocupa. Se trata de un
concepto filosófico, pero sigue siendo útil para superar malentendidos. Dios es
acto puro. Quiere decir que en Él no cabe ninguna posibilidad de ser más o de
dejar de ser lo que es. En ningún momento puede empezar a hacer nada, ni dejar
de hacer lo que está haciendo.

Dios actúa siempre como causa primera, nunca como causa segunda. Causa
primera quiere decir que es causa de todo y siempre, sin posibilidad alguna de
cambiar. Haber metido a Dios en el orden de las causas segundas, nos ha
conducido por callejones que hoy tienen muy difícil salida. Si tuviéramos esto
claro, superaríamos la tentación de meterle en los tinglados de este mundo.

Es todopoderoso, porque todo lo está haciendo, desde siempre y para siempre. Es


nadapoderoso porque no puede hacer nada nuevo, ni dejar de hacer nada. No
tener esto en cuenta nos ha metido por callejones de los que nos va a costar
mucho salir. Si lo tuviéramos en cuenta, cambiaría drásticamente nuestra manera
de relacionarnos con él y superaríamos de una vez la religiosidad infantil que tanto
daño sigue haciendo a los que no se creen niños.

Relación entre los dioses

El hombre, que vive en primera persona la lucha entre seres humanos, llega a la
conclusión de que no sólo hay adversidad entre los dioses y los hombres sino
que intuye que también los dioses se pelean entre sí y luchan por el poder igual
que hacemos los humanos. El colmo de estas refriegas llega con el panteón
griego, donde se aprecia una lucha de todos contra todos. Como entre nosotros,
los dioses más fuertes eliminan a los débiles o los someten.

El monoteísmo judío, del que procede nuestra religión, quedó libre de esta lucha
entre dioses, pero heredó del mazdeísmo la reivindicación del demonio, que era
contra quien tenía que luchar Jesús con todas sus armas. Lucha a muerte en la
que todavía hemos sido educados la inmensa mayoría de los cristianos y en la
que viven muchísimos creyentes. Aunque está muy claro en el evangelio que el
Dios de Jesús es amor.

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En nuestro caso, al encontrarse el evangelio con la filosofía griega, se despliega


la más insólita explicación de la estructura interna de Dios. El tema de la
Trinidad no es exclusivo del cristianismo, algo parecido se da en otras muchas
religiones. Pero es que en la nuestra se ha rizado el rizo de tal manera que
merecería un análisis sicológico.

La intención fue excelente. Se trataba de hacer ver que Dios no era una mónada
impasible en la inmensidad de lo absoluto. Tampoco se podía admitir que
compartiera su reinado con otros dioses. Tenía que inventarse una relación que
dependiera sólo del amor sin rastro de división u odio, pero que tampoco
necesitara de una multiplicidad de seres para poder desarrollarse.

El descubrir a Dios como relación fue un intento magistral de la inteligencia por


explicar al Dios de Jesús. Si Dios es amor, debemos entenderlo como el que
ama, el amado y el amor. Creo que se hubieran ahorrado mucha tinta si
hubieran descubierto que Dios no es alguien que ama o alguien a quien hay que
amar sino sólo el amor mismo que está ahí, como fundamento de todo.

III
¿DÓNDE ESTAMOS?
Estamos entre el pasado y el futuro. Qué cantidad de pasado y futuro abarca
nuestro presente depende de cada uno. Aquí ese presente no va a ser una hora
ni un día ni un año. Tendremos que abarcar algo más de tiempo para poder
hacernos una idea de la situación que afrontamos. Por tratarse de realidades
espirituales, será más difícil concretar el aquí y ahora.

A nivel global es imposible hablar de una situación uniforme. Si un


extraterrestre se presentara en Sudán del sur y viera a las personas
preocupadas por la pura subsistencia, incluso muriendo de hambre y sin las más
mínimas condiciones vitales ¿qué pensaría? Mucho más si descubriera que a los
militares se les paga permitiéndoles abusar de las mujeres y robar a su antojo,
pensaría que estamos en el paleolítico.

Si se presentara en una plaza de China en el día del desfile nacional, pensaría


algo muy distinto. Viendo los vehículos que transportan los últimos modelos de
misiles y a 30.000 hombres marchando en completa sintonía quedaría
alucinado. Mucho más cuándo le dijeran que la finalidad de todo aquello era una
mayor eficiencia a la hora de matar otros seres humanos.

Pero si aterrizara en la CER y le llevaran a ver el LHC, la más descomunal


máquina realizada por el hombre, quedaría aún más asombrado. Y si le
explicaran que aquella complejidad servía para detectar las partículas más
pequeñas de materia, quedaría pasmado. Ninguna de estas opciones reflejaría la
verdadera situación del hombre hoy.

En el aspecto científico y técnico, algunos seres humanos han dado un avance


increíble. Pero curiosamente esos avances no suponen un igualitario progreso

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para toda la humanidad. El poder descubrir una nueva partícula subatómica no


nos hace más humanos. Tal vez todo lo contrario, el emplear tanto esfuerzo en
esa dirección nos puede estar engañando y haciéndonos creer que esa es la
dirección fundamental para el hombre.

Lo que a nosotros nos interesa son los avances en humanidad y todo lo que
pueda ayudarnos a conseguirla. Ese avance en humanidad sólo se puede llevar
a cabo desde una mayor comprensión de lo que somos en profundidad, es decir,
desde una verdadera espiritualidad. Incluso el tener las necesidades biológicas
cubiertas en un alto grado, no garantizaría que estamos creciendo en
humanidad.

Sabemos que han existido seres humanos muy humanos, hace muchos miles de
años y eso, por desgracia, es compatible con que la inmensa mayoría hoy no lo
seamos. Sin embargo, ser más humano debía ser la aspiración primera de todo
homo sapiens. Estamos aún muy lejos de que ese sea el objetivo de los seres
humanos en general.

Para determinar dónde estamos en el orden espiritual, tendríamos que tener


claro de dónde venimos y cuál ha sido el proceso de humanización hasta este
momento. Ya hemos visto que eso es mucho más complicado de lo que
podemos imaginar, porque suponen miles de años de evolución y la posibilidad
de acceder al conocimiento de la epopeya espiritual del hombre en todo ese
periodo, es escasísima.

La mejor prueba de lo que acabamos de decir, es que constantemente estamos


corrigiendo las deducciones que se habían hecho partiendo de datos
incompletos. Se están haciendo investigaciones a gran escala, pero la verdad es
que se avanza muy lentamente en la interpretación de los datos. Nuestro
pasado está muy lejos de una comprensión definitiva y tendremos que seguir
buscando e interpretando.

Estamos asumiendo que el ser humano no necesita hoy de la tutela de seres


metafísicos superiores, que desde fuera nos ayuden a superar nuestras
carencias radicales. Tampoco necesita el hombre moderno del control de otros
seres humanos que a través de religiones e instituciones sagradas, nos den las
seguridades que echamos de menos.

Concretando mucho nuestra pregunta y circunscribiéndola a nuestra geografía y


nuestra cultura actual, vamos a examinar la situación de nuestro tiempo y en
nuestro entorno. Me estoy refiriendo a la sociedad que podemos conocer a
través de una historia bastante segura. La mayor diferencia con el pasado es
que la cultura se está globalizando rápidamente, no sé si para bien o para mal.

En religión

Estamos viviendo un periodo de cambios tan rápidos y profundos que


seguramente no se han dado en ninguna otra época de la existencia humana.
Estamos pasando de una religión sin espiritualidad a una espiritualidad sin
religión. No es una postura ideal, pero es lo que tenemos. La capacidad de

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conocimientos y crítica que hemos alcanzado, es demoledora para la


supervivencia de las religiones al uso.

La religión que hemos recibido se ha convertido, a lo largo del tiempo, en algo


tan rígido que muchas personas la han desechado como inútil. Como en otros
aspectos de la evolución, no sobrevivirá el más fuerte sino el que tenga más
capacidad de adaptación. Hay muchos cristianos que se esfuerzan por limpiarla
con un baño, pero el resultado es un agua tan turbia, que han tirado al bebe con
el agua sucia.

La religión ha fallado porque se ha estancado y está frenando el auténtico


progreso del hombre por no tener en cuenta que la humanidad ha progresado
en estas últimas décadas más trecho que en miles de años anteriores. En vez de
ser una rémora, la religión debía ser el rompehielos que va por delante abriendo
camino en la dificultad, hacia una mayor humanización.

Es muy difícil dilucidar dónde estamos. ¿Dónde está un tren cuando camina a
300 por hora? Es muy difícil trazar una panorámica actual de la espiritualidad.
Afirmamos que la religión está en crisis. Pero esa afirmación no tiene por qué
tener una connotación negativa. Crisis es el estado natural de toda vida porque
la vida es lucha y cambio.

La vida es siempre superación de las dificultades que se le presentan al ser vivo.


Vivir es un constante movimiento hacia lo desconocido. En la medida en que la
religión es vida, estará en crisis siempre. Sólo si la religión se queda en pura
programación puede presentarse como inmutable. Pero una vez que hemos
comprendido que estamos en constante evolución, nada se puede aceptar como
inmutable

La globalización ha dejado patente la diversidad de posturas religiosas. Se


calcula que en el mundo existen hoy más de 4.000 religiones. En cada religión
puede haber posturas tan dispares que no tiene nada que ver lo que uno piensa
o vive con lo que vive o piensa otro miembro de la misma religión. Los
escolásticos decían: tot sententiae quot capita.

En nuestra religión, no todos estamos en el mismo sitio. La diferencia puede ser


abismal. Algunos piensan que no hay nada que cambiar porque las verdades
que defienden tienen un valor absoluto, pues llegan directamente de Dios. Otros
piensan que hay que cambiarlo todo porque no hay ningún valor en lo que
defendemos. Jesús lo dejó muy claro: a vino nuevo odres nuevos. Pero también
alabó al amo de casa que de su arcón sabe sacar lo nuevo y lo antiguo.

Ni una postura ni la otra podrá solucionar el problema. Es cierto que nada se


puede construir desde la nada. Las instituciones son imprescindibles en todos
los órdenes de la vida porque mantienen lo más valioso de cada experiencia
humana. En religión, que trata de desplegar el aspecto más profundo del ser
humano, es aún más cierto que necesitamos una continuidad.

Pero también es cierto que todos nos tenemos que defender de la pretensión de
toda institución de imponer un férreo control sobre cada individuo. Si no lo
hacemos, podemos permitir que arruinen nuestras posibilidades de ser personas

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humanas. Esta aparente contradicción es la clave para no entrar en callejones


sin salida.

El cambio que se está produciendo no tiene precedentes. Es lógico que estemos


atascados porque una revolución tan drástica, necesita tiempo y los
acontecimientos se están sucediendo a tal velocidad, que debemos hacer un
gigantesco esfuerzo para no quedar descabalgados. No todos estamos
preparados para llevar a cabo ese esfuerzo.

Desde el neolítico venimos sosteniendo un dios heterónomo, que está fuera y


por encima de toda realidad. Las ciencias nos dieron un ejemplo en el siglo XVI.
Cuestionando de raíz todo lo que se tenía por verdad absoluta, descubrieron que
los sentidos en los que se había confiado ciegamente, nos engañaban. Sólo
entonces se empezó a investigar de verdad la realidad. Los resultados saltan a
la vista.

Con mayor razón, debemos cuestionarnos hoy las verdades religiosas. El


subconsciente nos ha engañado durante milenios. Lo que venía de él solito, nos
ha hecho creer que venía de Dios. Nos engañó con la idea de que Dios se ha
revelado desde fuera. Hoy sabemos que debemos ir descubriendo la verdad en
nosotros, sin el comodín de lo divino. Dios se está revelando siempre a todos.

En el subconsciente tenemos un verdadero tesoro escondido, pero no es fácil


sacarlo a la superficie. La razón no tiene instrumentos para hacer suyo ese
ingente bagaje. El lenguaje del subconsciente es cifrado y encontrar las claves
de interpretación nos va a llevar aún mucho tiempo. Sería un avance el no
dejarnos engañar por la ilusión de que necesitamos recibir desde fuera la
verdad.

El error de la religión es pretender que tiene respuesta para todo. Así, nuestra
capacidad de avanzar en el conocimiento se cercena. Debemos reconocer que
hay cosas que ignoramos y preguntas que no sabemos contestar. Pero tenemos
que dar un paso más. Hay cosas que nunca llegaremos a saber. Esto no tiene
que desanimarnos. La grandeza del hombre es que nunca se termina de
construir.

A pesar de tantos indicios que nos indican lo contrario, seguimos confiando más
en las verdades formuladas que en la vivencia. La experiencia nos dice que, uno
puede estar sano aunque no sepa nada sobre la vida. Vivir será siempre mucho
más importante que aprender. Toda formulación de la verdad referida a Dios
será siempre provisional.

Estamos superando el lenguaje dualista: profano/sagrado, divino/humano. Esa


distinción fue imprescindible desde una visión mítica del mundo. Hoy sabemos
que Dios y el mundo no están separados, mucho menos opuestos. El paradigma
en que se desarrollaron las religiones hasta la fecha, ya no existe. Los
problemas que intentó solucionar, no son nuestros problemas. Es inútil que la
religión siga dando respuestas a preguntas que nadie se hace.

Se están borrando las fronteras entre lo humano y lo divino. Los auténticos


valores del cristianismo se aceptan hoy sin conexión con la religión. Incluso

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muchas veces se viven con mayor autenticidad fuera de ella. La institución está
muy pendiente de conservar su poder. Nuestra tarea será vivir esos valores sin el
corsé de la ideología. Tampoco rechazarlos por el hecho de que me vienen dados
por una institución.

Estamos empezando a descubrir que esos valores no me vienen de fuera, porque


los llevo en lo más hondo de mi ser. El camino es entrar dentro de mí y descubrir
allí la verdadera realidad de mi ser. Interiorizar lo que creíamos llegaba de fuera,
superando la sensación de imposición externa. La búsqueda tiene que ser siempre
personal. Pero será imprescindible contrastar mi experiencia con la de los demás.
Siempre será necesaria alguna forma de comunidad.

En exégesis

Este tema ha sido para mí la clave de todo el proceso de maduración que he


recorrido durante cincuenta años. Si he podido vislumbrar algo de lo que hoy se
está cociendo en los ámbitos más avanzados de nuestra religión, ha sido gracias
a magníficos exégetas que han dedicado su vida a descifrar los entresijos de un
lenguaje religioso anticuado.

He tenido la suerte de escuchar, cuando estaba haciendo el noviciado, al pionero


de la exegesis en lengua española, el famoso dominico Alberto Colunga, que con
Eloíno Nácar publicaron la primera Biblia “Nácar-Colunga” traducida
directamente del hebreo al español y que fue la versión más famosa (tal vez la
única) durante varias décadas.

Es el terreno donde más hemos progresado. Más de 300 años de exégesis nos
han permitido avances asombrosos. Ya no tenemos por divinas, realidades que
son sólo humanas, demasiado humanas. Ninguna interpretación de la Escritura
puede tenerse por definitiva o absoluta. Mucho menos debemos tomar por
absoluta la misma revelación.

Pero debemos tener muy claro, desde el principio, que la exégesis no ha hecho
más que empezar. Los medios científicos y técnicos mejoran por momentos. Nos
esperan aún muchas sorpresas. Va calando la nueva visión de la Biblia. Aunque
seguimos hablando de “palabra de Dios”, el sentido que le damos no es el
mismo, como veremos.

La Biblia es, toda ella, una obra humana sujeta a nuestras limitaciones, pero
sigue siendo un depósito inagotable de profunda experiencia religiosa. El
Vaticano II potenció su uso en la liturgia, pero queda mucho por andar en
cuanto a la comprensión de los textos. Muchos aún pretenden entender la Biblia
al pie de la letra y las interpretaciones de los exégetas no llegan a la mayoría de
los fieles.

Es desolador encontrarse con personas que ya no aceptan la literalidad, pero al


no encontrarse con una adecuada explicación exegética, se quedan sin lo
antiguo y sin lo nuevo. Más irritante resulta el escuchar a sacerdotes, que han
estudiado exégesis y han sacado sobresaliente, que siguen predicando como si
no hubieran oído nada.

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Cuando empleamos el lenguaje humano para hablar de las cosas de Dios,


solemos olvidar que las palabras serán siempre inadecuadas. Nuestro lenguaje
se fue inventando para responder a las necesidades materiales de cada época.
Cada palabra expresa un concepto que hace referencia a una realidad casera. El
problema está en que no tenemos otro y debemos seguir utilizando ese lenguaje
casero.

De Dios no podemos tener conceptos, mucho menos palabras que puedan


expresarlos adecuadamente. Nuestros conceptos tienen siempre como base las
imágenes que entran por los sentidos y que la mente elabora, más o menos.
Cuando vamos más allá de esa base, nos perdemos en ideas fantasiosas.
Podemos seguir utilizando el lenguaje, pero sin caer en la trampa de creerlo
absoluto y definitivo.

Estamos saliendo de la trampa de la literalidad, pero nos queda mucho para


entender las palabras como símbolos que, sólo aproximadamente, nos pueden
acercar a lo que otros vivieron. Todas las religiones emplean mitos, ritos,
historias, relatos legendarios, símbolos que van siempre más allá de su
significado directo. Si perdemos las claves de interpretación, se pierde todo el
contenido.

En Teología

Hace algunos años, una señora de Parquelagos me dijo: no nos compliques la


vida, predícanos cosas más sencillas. Quería decir: no nos hagas pensar, dinos
lo que hemos oído siempre, que es lo que nos da seguridades. Hace bien poco,
una persona muy inteligente me dijo: he dejado de venir a escucharte porque
no merece la pena inquietarme cada domingo con tus novedades.

La verdad es que llevo cuarenta años tratando de volver a la simplicidad del


evangelio. Encontrar esa simplicidad, es lo más complicado que he hecho en mi
vida, pero es también imprescindible si queremos vivir lo que creemos y tratar
de comunicárselo a los demás. La razón humana se encuentra mucho más a
gusto con las complicadas formulaciones teológicas que con la simplicidad de
evangelio.

He pasado los mejores cinco años de mi juventud dedicado exclusivamente a


estudiar teología. Hoy la sola idea de que podamos hacer ciencia sobre Dios me
horroriza. Los cristianos llevamos dos mil años tratando de definir a Dios
metiéndolo en conceptos de lo más variopintos. Miles y miles de volúmenes que
han intentado decirlo todo sobre Dios sin acabar nunca la tarea.

Le preguntaron una vez a Tony de Mello: ¿eso que nos dices es la teología de la
liberación? Él contestó: no, es la liberación de toda teología. Todo lo que
nosotros oigamos o digamos sobre Dios, puede orientarnos, pero con la
condición de que no lo tomemos al pie de la letra. Lo normal será que nos
desoriente, porque no aceptamos nuestra limitación y nos empeñamos en darle
un valor absoluto y definitivo.

Nuestro Santo Tomás intentó resumir todo lo que se había dicho sobre Dios en
cuatro sesudos tomos que llamamos la Suma Teológica. Cuentan que después

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de escribirla, tuvo una experiencia mística y que salió por los claustros del
convento como un sonámbulo repitiendo una y otra vez: todo es paja. ¡Cuando
trabajo nos hubiera ahorrado si se hubiera dado cuanta antes de escribirla!

Todo lo que Jesús nos dijo sobre Dios, está encerrado en una palabra de lo más
infantil: ¡Abba! Es el primer sonido inarticulado, que aprende a decir el niño. No
quiere decir nada, pero le hemos atribuido el significado de padre. Fijaos que la
palabra se pone en boca de Jesús una sola vez en el evangelio. Pero lo hace con
tal rotundidad que se ha tomado como paradigma de su predicación sobre Dios.

Dice un proverbio oriental: si tu palabra no es mejor que el silencio, cállate. A


ningún tema se puede aplicar mejor este dicho que a Dios. ¡Cuándo nos
enteraremos que todo lo que digamos sobre Él, no nos puede ayudar a
comprenderlo! Nada, absolutamente nada de lo que digamos nos puede aclarar
lo que es en realidad. Todo Dios, encerrado en un idea, será siempre un ídolo.

¿Por qué nos empeñamos en hablar y hablar sobre Dios? Muy sencillo. Nuestra
razón se siente desconcertada ante lo simple. Tiene que estar siempre
analizando dividiendo separando la realidad para poder comprenderla. Con
pretexto de explicar lo que es Dios, lo hemos partido y seccionado hasta el
infinito sin querer admitir que es lo más simple que podamos imaginar.

El proceso ha sido tan lento que no hemos caído en la cuenta del disparate que
supone querer meter a Dios en conceptos. Lo que ahora debemos intentar es
desmontar todo el andamiaje que hemos levantado a través de los siglos. Hoy
empezamos a comprender que el lenguaje mítico era mucho más adecuado para
hablar de la realidad insondable que llamamos Dios.

Los mitos surgieron para dar explicación a lo que la razón no comprendía.


Debemos superar la tentación de equiparar mito con mentira. Todos los mitos
cumplieron en su tiempo, una misión importantísima. La pregunta a la que
responde cada mito sigue siendo válida y debemos intentar darle una respuesta
más adecuada a nuestro nivel de conocimiento, pero no quiere decir que los
mitos sean mentiras.

Nuestro fallo consiste en perder la perspectiva e intentar comprenderlos como si


fueran discursos racionales. Con ello hemos perdido su significado y nos hemos
metido por callejones sin salida. Defender formulaciones míticas como
revelaciones del más allá, no tiene hoy ningún sentido. Pero tirarlas por la
borda, aludiendo que son irracionales, será muchísimo peor y tendrá
consecuencias nefastas.

No se trata de dilucidar lo que es verdad o herejía. Si no hay verdades


absolutas, tampoco podrá haber errores absolutos. Muchas verdades que hoy
tenemos por dogmas, se decidieron por un puñado de votos y a veces,
comprados. Esta consideración nos debía de hacer mucho más cautos a la hora
de valorar esas verdades que tenemos por absolutas y que llamamos dogmas.

No tiene mucho sentido discutir si son verdaderas o falsas, porque la mayoría de


esas formulaciones se perciben hoy como carentes de contenido. Los conceptos
que se quieren manejar son creación mental sin fundamento real alguno. Bajo

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apariencia de rotundidad, en realidad, no dicen nada. Si no superamos este


lenguaje, seremos incapaces de comunicar nada y además, estaremos
provocando rechazo.

La situación en la que nos encontramos ni es cómoda ni es fácil de gestionar. La


sospecha de que las cosas pueden ser de otra manera no basta. Necesitamos un
proceso de superación paulatina. Hemos dicho que la razón no nos puede llevar
a la verdad sobre Dios, pero la razón nos puede advertir de que lo que estamos
diciendo sobre Él es absurdo. El montaje que la razón creó, debe ser también
desmontado por la misma razón.

Cambiar la idea que tengamos de Dios, es la clave de todos los demás cambios.
La idea de dios apenas había cambiado desde el Paleolítico. Hoy está sufriendo
un verdadero cataclismo. Si seguimos confundiendo la idea que tenemos de Dios
con lo que Él es en realidad, el cambio será imposible. Si asumimos que no
tenemos ni idea de lo que es Dios, el cambio será inevitable.

En la Edad Media ni se planteaban la cuestión. Todo el énfasis lo pusieron en la


demostración racional de esa existencia. Aun sabiendo que la existencia de Dios
era indemostrable, los mejores teólogos dedicaron un ingente esfuerzo por
conseguir esa demostración que nunca llegaba a ser convincente. Vamos a
repasar algunas de esas genialidades que en todo caso debemos respetar.

A pesar de que tenía muy claro que de Dios no se podía decir nada con
propiedad, Santo Tomás creyó alcanzar la suma de la racionalidad cuando
“demostró” por cinco caminos diferentes esa existencia de Dios. La verdad es
que no convencieron más que a los que ya estaban convencidos. Hoy nos parece
ridículo pretender llegar con nuestra limitada inteligencia al Absoluto.

Antes de Santo Tomás, a finales del s. XI, San Anselmo, con mucho ingenio y
mayor ingenuidad, creyó encontrar la solución definitiva, aunque ya lo habían
intentado antes más de uno. Pero la conclusión a la que llega es pueril. Pensar
una realidad, mayor de la cual nada existe, exige pesarla existiendo, pero de
ahí no se sigue que exista en la realidad, sino sólo que está en la mente de una
persona.

Hoy nos parece claro que la razón humana tenía todo el derecho a crearse un
dios a su medida. Y lo hizo seguramente mucho antes de lo que habíamos
sospechado. Pero por mucho que sea nuestro empeño, seguirá siendo un dios
ideado, que sólo tiene existencia en nuestra mente, es decir, un ídolo. No
cuestionamos la “existencia” de Dios. Cuestionamos que podamos conocer y
explicar lo que es.

Un dios ideado como existente en alguna parte, es decir, un dios teísta no puede
explicar la realidad de Dios. Un dios que hace el mundo desde fuera y lo
manipula desde su trono inaccesible, es hoy inconcebible. No podemos
imaginarlo como un ser separado que crea el mundo y sigue manipulando su
creación. El conocimiento que hoy tenemos de las leyes naturales nos impide
seguir pensando en un Dios intervencionista que hace y deshace a capricho.

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La diferencia entre Dios y las criaturas no podemos reducirla a una cuestión de


grados. Si yo soy un ser, Dios no es un ser, por muy absoluto que lo piense. No
puede ser un TÚ frente al que se puede poner la criatura, como yo. Estamos
barruntando esta verdad, pero aún no la tenemos clara. Aún no podemos
asimilar que somos uno con Él. Los místicos sí fueron capaces de vivir con
naturalidad esta realidad.

En cristología

Las verdades sobre Jesucristo (Jesús el Ungido) son las que más repercusión
han tenido en nuestra vida. Debemos empezar por reconocer que no estamos
discutiendo lo que Jesús fue. Ni nosotros ni en su tiempo fueron capaces de
entenderle. Se trata de interpretar lo que de Jesús pudieron comprender los que
le vieron y escucharon. El primer paso es llegar lo más cerca posible del Jesús
histórico.

Las palabras

Los discípulos y las primeras comunidades interpretaron la figura de Jesús desde


sus condicionamientos y perspectivas. Tenemos que estar enormemente
agradecidos, pero hoy ya no basta repetir que “Jesús es Dios” o “Dios se
encarnó” o “en Jesús hay dos naturalezas pero una persona, la divina”. Lo que
importa es saber qué quisieron decir con esas palabras y que entendemos hoy
con las mismas palabras. Para la mayoría de las personas, no quieren decir
nada.

Creer que manteniendo las palabras somos más fieles a la tradición es


descabellado. Las palabras sólo son signos, sonoros o gráficos. Lo importante es
la idea que surge en nuestra mente detrás de las palabras. Pues bien, las
palabras están cambiando siempre de significado, por mucho que nos
empeñemos en congelarlas. El universo conceptual ha cambiado radicalmente
en estos veinte siglos.

¿Qué significan para nosotros hoy sustancia, accidente, esencia, persona? para
la inmensa mayoría, la idea que suscitan en nuestra mente no tiene nada que
ver con lo que quisieron decir aquellos teólogos del siglo IV. Esa aparente
fidelidad no nos lleva a ninguna parte. Mantener dos mundos paralelos, el de los
especialistas y el de la gente normal, nos lleva a una ausencia total de
comunicación que lo único que consigue es engañar a los unos y a los otros.

Cuando hace unos años me llamaron al orden, el Vicario me dijo: “A lo mejor,


usted tenía que estar dando clase en la Sorbona pero no predicando al pueblo”.
Me estaba diciendo que la verdad es privilegio de unos pocos, pero que a los
fieles no se les puede abrumar con novedades que les pueden inquietar, aunque
sean la verdad. Esta actitud está haciendo más daño entre el pueblo sencillo que
él pedrisco.

La idea que seguimos manteniendo hoy de “Hijo de Dios” tiene que cambiar
drásticamente. Los textos que podemos leer en el NT no quisieron decir lo que
nosotros hemos entendido. Podemos seguir diciendo que Jesús es Hijo de Dios,
pero debemos entenderlo como lo entendieron sus seguidores judíos. Se trataría

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de un representante de Dios que cumpliría en todo su voluntad, haciendo lo que


Él haría.

Si Dios no es un ser frente a otros seres, no puede tener un Hijo. Sería a la vez
Dios mismo y distinto de Él, lo cual es imposible. La idea de un Hijo de Dios en
sentido biológico, era radicalmente contraria al sentir del pueblo judío. No me
extraña que hoy se sigan horrorizando los judíos actuales cuando descubren
como entendemos nosotros ese concepto.

Y sin embargo, la Biblia está plagada de esta expresión “hijo de Dios”. En el AT


se llama hijo de Dios a la persona que debía representar a Dios ante su pueblo.
Se llamaba hijo de Dios al rey, una vez que era ungido y se le encomendaba la
tarea de preocuparse del pueblo. La unción le capacitaba para actuar como Dios
actuaría si estuviera en su lugar.

Se llamaba hijo de Dios al sumo sacerdote, que también era ungido para
representar a Dios ante el pueblo y al pueblo ante Dios. La unción le capacitaba
para actuar como lo haría Dios, es decir, hacía ver al pueblo que Dios cuidaba
de ellos a través de sus representantes. A través de él se sentían representados
y confiados en que atendería sus demandas.

Los primeros cristianos eran judíos y sabían perfectamente lo que quería decir
esa expresión. Cuando los escritos cristianos cayeron en manos de los filósofos
griegos, lo interpretaron literalmente, porque en su cultura sí había una
tradición de hijos de dioses en sentido estricto. Ese mal entendido se ha
mantenido en nuestra tradición a través de veinte siglos. Seguimos entendiendo
con mentalidad griega lo que fue una expresión exclusivamente judía.

La diferencia entre Jesus y Cristo, es otro de los pasos imprescindibles que


tenemos que dar para aclararnos. Jesús es un ser humano, sustantivo. Cristo es
un adjetivo calificativo que significa ungido. Jesús es un ser humano “ungido”. El
haber unido las dos palabras en una sola “Jesucristo” es una genialidad de la
primera comunidad. Utilizar “Cristo” como nombre propio y además como
sinónimo de Jesús, es una tergiversación de su experiencia.

Salvación en Cristo

Lo que hoy entendemos por salvación es otro reto que se nos plantea a los
cristianos. Parece un poco absurdo plantearnos esta cuestión, porque todos
hemos aprendido desde pequeños, que Jesús nos ha salvado. El nombre “Jesús”
significa precisamente “salvador”. Si nos planteamos esta cuestión no es para
poner en duda la salvación que podemos encontrar en Jesús. Se trata más bien,
de descubrir en qué consiste la salvación que él nos aporta.

No lo tenemos nada fácil, porque a través de los dos mil años de cristianismo
nos hemos metido por complicados callejones que nos llevaron a concepciones
aberrantes de Dios y de la salvación que nos otorga en Jesús. Hemos caído en la
trampa de una salvación que llega desde fuera, cambiando lo que somos por lo
que nos gustaría ser.

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Ya Pablo, que tuvo apuntes geniales sobre la superación de la Ley, metió la pata
a la hora de justificar la muerte de Jesús como el último y definitivo sacrifico
expiatorio. Sólo a costa de un sacrificio mayor se han podido superar los
sacrificios de la Antigua alianza. Quedó muy bien ante los judíos, pero a
nosotros nos hizo polvo.

Otro genio, S. Agustín, urdió otra trampa para la recta comprensión de la


salvación de Jesús. Se nos ha dicho que se convirtió del maniqueísmo, pero la
realidad es muy otra. Es cierto que superó la idea de dos principios supremos
uno bueno y otro malo, pero en sustitución de ese dualismo, incrustó en el
cristianismo la idea de que Dios era el principio bueno y la creación, incluido el
hombre, el malo.

La puntilla a esa nefasta interpretación de la muerte de Jesús, la dio S.


Anselmo. Aplicando a un dios soberano y justiciero los mecanismos de la justicia
humana, ideó una argumentación descabellada sobre la necesidad de un
sacrificio de valor infinito que contrarrestara el honor de Dios vulnerado por el
pecado (ofensa infinita) del hombre.

Un dios que exige la sangre de su Hijo para poder restablecer su honra, es lo


más contrario al Dios de Jesús. Jesús nos habló de un “Abba”, es decir, de un
Dios padre-madre volcado sobre el hombre y comunicándole su misma Vida.
Nada que ver con un soberano ofendido infinitamente, que exige reparación
sacrificial infinita.

La palabra “salvación” no es la adecuada, pero “redención” es mucho peor. No


podemos aceptar el lenguaje jurídico para aplicarlo a nuestras relaciones con Dios.
No podemos decir que Jesús pagó con su muerte la deuda contraída por el
pecado. El Dios que exige la muerte del Hijo para salvar al hombre es un mito
ancestral. La muerte de Jesús fue la consecuencia de una vida. Esa vida fue la que
nos salvó.

El Dios de Jesús que es “padre-madre”, no soporta esa imagen justiciera que le


hemos atribuido. Dios es amor y es perdón. No justicia que se alcanza por medio
de actos o juicios posteriores. Aplicar a Dios el modo humano de justicia es una
aberración. Poner unas condiciones tan sanguinarias para poder perdonar,
destroza al Dios de Jesús.

Jesús nos salva, porque se salvó él como ser humano. Éste es el punto de partida
para entender lo que hizo por nosotros. Aceptar esto, exige la superación de
muchos prejuicios, consecuencia de concepciones míticas. Como ser humano
empezó su vida como un proyecto a realizar. Descubriendo a Dios dentro de él
mismo, encontró allí la hoja de ruta para caminar hacia su plenitud que es, a la
vez divina y humana.

Su predicación consistió en invitarnos a recorrer el mismo camino que el transitó.


Ya la primera comunidad dio un salto en el vacío al dejar de predicar lo que él
predicó y en su lugar empezar a predicar a Cristo sin referencia al ser humano
Jesús. Este salto nos ha despistado y ha impedido una constante búsqueda de lo
que Jesús experimentó, hizo y dijo.

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La trayectoria humana de Jesús es el único marco de referencia, que puede


superar la visión mítica de la salvación. Como ya hemos dicho, sólo nos debe
interesar una salvación que sea verdaderamente humana. De nada nos sirve que
nos rescaten desde fuera o que nos echen un capote para que olvidemos nuestras
limitaciones. Nuestra salvación, como la de Jesús, tiene que consistir en ser en
plenitud lo que somos.

Porque siguió al pie de la letra el proyecto de hombre que Dios había puesto en lo
hondo de su ser, Jesús fue capaz de llegar hasta el final de la plenitud humana.
De ese modo manifestó lo que había de divino en su humanidad. Como recorrió
primero el camino, puede ser guía para cada uno de nosotros. Si él lo alcanzó,
podemos nosotros alcanzarlo.

Ese proyecto no es más que la identificación con Dios, que es don total y gratuito.
Imitarle, dándose totalmente a los demás es desplegar humanidad. La plenitud de
salvación consiste en ser capaces de darse totalmente a los demás hasta la
muerte, como hizo Jesús. El amor se convierte así en la única prueba de la
verdadera salvación.

No nos salvó de nuestros pecados, sino del único pecado que existe, el egoísmo,
es decir, todo lo que me separa del otro. Nos salvó del pesimismo al demostrar
que la salvación del hombre es posible. Nos hizo ver la grandeza de todo ser
humano al mostrarse como reflejo de Dios. Nos salvó de toda esclavitud al
demostrar que el hombre puede ser libre.

La verdadera libertad es la mejor expresión de la salvación que nos ha traído


Jesús. El secreto de esa libertad es la experiencia de Dios en él. Fundamentado en
Dios, nada ni nadie le puede inquietar. Esa identificación con Dios le capacita para
ser él mismo y le da libertad para manifestar lo que es. Nada le puede impedir
manifestarse tal cual es.

La libertad sólo es total cuando la confianza no necesita apoyos externos. La


libertad se pierde cuando necesitamos buscar seguridades para nuestro yo fuera
de nosotros mismos. El miedo a que ese “yo” desaparezca, marca la diferencia
entre libre y esclavo. Ese miedo, es el mayor obstáculo para que nuestro
verdadero ser se manifieste.

La libertad no sólo apunta al pasado, sino que proyecta hacia el futuro. Liberar a
un pájaro es desatarle o abrirle la jaula para que vuele. Libres del afán de ser
más, libres de tener más, libres de más poder, se nos abre un horizonte nuevo.
Libres de las opiniones de los demás, nos permite actuar desde nosotros mismos
sin cortapisas de ninguna clase.

El concepto de salvación que tenemos los cristianos debemos someterlo a un


riguroso examen. Para explicar el concepto de salvación que ha llegado hasta
nosotros, se montó un tinglado mitológico sobre el estado del ser humano. El
mito del hombre caído, fue el recurso utilizado para elaborar una teología
negativa sobre el hombre, que exigía, a renglón seguido, la intervención de Dios
para que el hombre tuviera futuro.

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Con los conocimientos que hoy tenemos sobre el hombre y su proceso de


evolución, no tiene ningún sentido apelar a la mitología para explicar los fallos
radicales que encontramos en nuestro ser y en nuestro actuar. El ser humano
sigue haciéndose hoy más humano, como hace un millón de años y seguirá
evolucionando mientras esté sobre la tierra.

Hoy no podemos aceptar el mito de la caída como punto de partida para hablar
de la salvación del hombre. Gracias a Dios, hemos superado la idea de un dios
antropomórfico que actúa como un ser humano más, en sus relaciones con
nosotros. Dios no influye en la realidad como causa segunda ni puede ser objeto
de la actuación de ninguna criatura.

Hoy estamos en condiciones de comprender que tampoco el ser humano tiene


capacidad de ofender a Dios, de ninguna de las maneras. No puede quedar
“damnatus”, es decir hundido en la miseria para siempre, por haber
desobedecido a Dios. Esta visión del hombre sigue siendo mitología que
pretende dar una explicación racional al mal que constatamos cada día entre
nosotros.

Los conocimientos adquiridos durante tanto tiempo nos permiten comprender


que, hoy por hoy, el hombre es el último eslabón de una evolución, que ha
durado más de cuatro mil millones de años. A pesar de esos logros, el ser
humano sigue siendo una criatura y por lo tanto limitado en todos los aspectos
de su compleja constitución.

Está claro que la salvación no puede consistir en eliminar esas limitaciones, pues
el ser humano dejaría de serlo sin las limitaciones que le constituyen. La
verdadera salvación humana tiene que conseguirse desplegando todas las
posibilidades de ser que tiene en este momento el hombre, a pesar de todas sus
limitaciones.

Creo que hoy sería más adecuado emplear otros conceptos como, plenitud,
identidad, unidad, armonía, felicidad; o como dice el budismo: iluminación,
nirvana, despertar, etc. Sin dejar de ser hombre puede experimentar como tal,
una realidad sublime, que posee y que le permite trascender esas limitaciones
sin necesidad de que alguien las elimine.

El ser humano, a pesar de las limitaciones inherentes a su condición de criatura


terrenal, puede experimentar la trascendencia. Puede vivir la presencia de lo
divino que le penetra. Puede, en el tiempo, conectar con la eternidad y vivir aquí
y ahora algo definitivo y permanente. Esta es la verdadera salvación, que los
orientales llaman iluminación.

En la segunda década del s. XXI, tenemos datos suficientes para descubrir


errores fuertes a la hora de interpretar la salvación que Jesús nos trajo. En el NT
salvación se ha equiparado a redención. La segunda acepción del verbo salvar
en el diccionario dice: “dar Dios a una persona la gloria eterna”. No hace falta
mayor comentario.

El saber distinguir la experiencia interior, del lenguaje que se utiliza para


expresarla, es una de las claves para entender los evangelios. Lo que aportó

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Jesús fue totalmente novedoso, pero no podemos pretender que existieran los
conceptos adecuados para poder comunicarlo a los demás. Esto obligó a meter
el vino nuevo en odres viejos, que al final no fueron capaces de aguantar la
fuerza de lo nuevo.

Descubrir esa novedad como un germen que tiene que desarrollarse hasta
transmitir la Vida que hay en él a todo nuestro ser, sería una manera de
entender hoy la salvación. Eso pasó en Jesús. Dios no era para él sólo el centro
de su ser sino que toda su persona quedó invadida y transformada en lo que era
el centro. Jesús fue un ser humano centrado.

La salvación ni se puede recibir ni nos la pueden dar como un todo terminado.


Es este un error que nos ha despistado durante siglos. La salvación tiene que
ser un proceso, una evolución que me va llevando desde la periferia al centro de
mi propio ser donde puedo encontrar la plenitud que soy. Descubrir esta
realidad nos obligará a ser de otra manera.

La salvación no puede consistir en alcanzar la perfección. La salvación no


eliminará mi contingencia y mis limitaciones. Mi plenitud será siempre plenitud
humana, es decir, debo alcanzarla conservando mi condición de criatura y las
limitaciones que son inherentes a mi ser. No consiste en cambiar lo que creo ser
sino en descubrir mi verdadero ser

Nos acercamos a la salvación en la medida que vamos desplegando lo mejor de


nosotros mismos y nos acercamos a la plenitud de humanidad. Esa plenitud está
ya en cada uno de nosotros pero tenemos que ir convirtiéndola en algo
realmente vivido y manifestado. En lo más hondo de nuestro ser podemos
encontrar los planos de un edificio que tenemos que ir construyendo durante
toda nuestra vida.

No hay manera de afrontar con un mínimo de rigor el tema de la salvación, si no


superamos el mito de la creación de un hombre perfecto y de su posterior caída.
Esta mitología, que no es original del cristianismo, impregna la teología que ha
llegado a nosotros e impide un planteamiento adecuado del tema. Estamos en
camino, pero tengo que recorrerlo yo.

Nunca hubo tal paraíso, por lo tanto, nunca lo pudo perder el hombre. El único
paraíso perdido es el seno materno, donde gozábamos de infinito bienestar.
Intentar, aunque sea inconscientemente, volver a esa seguridad puede arruinar
nuestra existencia, porque no nos deja afrontar la vida que, por naturaleza, es
lucha y superación.

La palabra hedonismo, podía resumir todos los apegos que ponen en peligro
nuestro crecimiento. Poner como principio motor de nuestra vida la búsqueda
del placer o la huida de todo lo que pueda ser desagradable, es la postura más
deshumanizadora que podíamos asumir. Tenemos obligación de hacer más
cómoda la vida, pero no es ese el fin último.

Cuando ponemos como objetivo la satisfacción de los sentidos, los instintos, las
bajas pasiones etc., estamos subordinando nuestro verdadero ser a nuestra
animalidad y en vez de elevarnos, rebajamos nuestra racionalidad, poniéndola al

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servicio de nuestro ser animal. Entrar por ese camino, es alejarnos de nuestras
mejores posibilidades y avanzar por el callejón sin salida de la pura sensibilidad
biológica. Es la mejor manera de arruinar nuestra existencia, convirtiéndola en
algo anodino y sin sentido.

No se trata de machacar nuestros sentimientos, emociones y apetitos, cosa que


se ha predicado en nombre de Dios. No, buscar lo que nos produce placer es
lícito y bueno. Huir de lo que nos produce dolor, es inevitable. Tanto el placer
como el dolor son inventos geniales de la evolución, para garantizar la vida
biológica. Lo nefasto es poner en eso nuestra meta y dedicarle todas nuestras
energías.

En lo hondo de todo ser humano existe el ansia de ser más de lo que cree ser.
En la medida que camine hacia esa plenitud no conocida, pero ansiada, el
hombre se va acercado a su verdadera salvación. En la medida que se instale en
la superficialidad de lo sensible, renuncia a sus mejores posibilidades de
plenitud.

Echar la culpa a Adán y Eva de todo lo malo que le acontece al hombre, fue la
manera de explicar el problema del mal que no se podía atribuir a Dios. No
tenían medios para poder explicarlo de otra manera y emplearon todo su
ingenio para buscar una solución que dejara a Dios en buen lugar y cargara toda
la responsabilidad sobre el hombre.

La interpretación literal del relato bíblico del pecado de Adán, ha dado al traste
con toda búsqueda de una solución más de acuerdo con los conocimientos de
cada época. Ese relato, mal entendido, sigue incapacitando a la mayoría de los
cristianos para encontrar una explicación del problema del mal. No hemos tenido
inconveniente en culpar a Adán y Eva de todos los desastres de la humanidad,
aunque hoy sabemos que esa explicación no tiene ningún fundamento teológico
ni posibilidad histórica de haber sucedido.

Hoy sabemos que no hubo unos primeros padres de toda la humanidad. Que
Dios no creó ningún Adán directamente. Que el homo sapiens, es el producto de
una evolución que aún no somos capaces de explicar. También sabemos que la
capacidad específicamente humana de razonar y elegir, no surgió de repente y
de una vez por todas.

La evolución llevada a cabo por los seres vivos durante más de cuatro mil
millones de años se puede considerar como una ininterrumpida y larga
salvación. Progresar es superar las limitaciones que toda vida encuentra para
mantenerse. Esta constante lucha por adaptarse al medio, hizo posible
progresos insospechados y no puede tener límite.

La tradición oriental conservó una idea de salvación menos jurídica y más de


acuerdo con el pensamiento bíblico y con los primeros Padres de la Iglesia.
Explican la salvación, no como satisfacción por una culpa cometida, con una
pena proporcional sino como una progresiva “deificación”, es decir, alcanzar
poco a poco ese estado de humanidad cada vez más de acuerdo con nuestra
naturaleza.

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La resurrección es otra de las palabras que seguimos entendiendo mal. Pablo, el


primero de los cristianos que escribió, llegó a decir: “si Cristo no ha resucitado,
vana es nuestra fe, somos los más desgraciados de los hombres.” Creo que
tiene toda la razón, pero hay que explicarlo. Yo diría más bien, si yo no he
resucitado, mi fe está vacía de contenido. No habla para nada de una muerte
física superada sino de una incorporación a la vida de Cristo.

Cuándo emplea el condicional “si”, parece dar a entender que Jesús pudo no
haber resucitado; lo cual no tiene ningún sentido. Jesús había resucitado antes
de morir. Después de la muerte no tuvo que añadirse nada a lo que era antes.
La muerte afectó a su biología, como a todos los seres vivos. Pero su verdadero
ser poseía otra Vida, la de Dios, a la que no puede afectar la muerte.

Una vez más el problema es la palabra. Empleamos “vida”, que hace referencia
primera a la biológica, para hablar de otra realidad que no tiene nada que ver
con la primera. Cuando escribo Vida con mayúscula, me refiero a una realidad
trascendente, es decir, a la misma Vida de Dios que está en nosotros y nos
capacita para desplegar nuestro verdadero ser, que sería desplegar la misma
Vida de Dios. Sólo los místicos atisbaron el sentido de lo que quiero decir.

Esa Vida (con mayúscula) ni nace ni muere. Está siempre igual y no se puede
ver afectada por los avatares de la vida biológica. Esta última nos da la
posibilidad de desplegar la verdadera Vida, pero no está condicionada por ella.
La Vida nos atraviesa, nos transforma y permanece siempre la misma. Aplicado
a Jesús como ser humano, significa que, desplegada la Vida de Dios, aunque la
física termine, sigue vivo en su verdadera Vida.

En cristología estamos navegando entre dos aguas. Para unos pocos, esa idea
de una resurrección material está superada, pero la inmensa mayoría de los
creyentes siguen aferrados a los conceptos griegos que en vez de explicar lo que
pasó en Jesús, nos han metido por callejones sin salida. Lo que fue Jesús sólo lo
puedo descubrir en la medida que yo llegue a ser lo que él fue. Sólo
desplegando la misma Vida, lo comprenderé.

El único camino para superar esas desviaciones, es recuperar el Jesús histórico


hasta donde nos permitan los medios. Sólo así nos libraremos de
interpretaciones parciales y muchas sin sentido para nosotros hoy. Si nos
separamos del Jesús histórico, nuestras elucubraciones dogmáticas seguirán sin
base. Los dogmas, en lugar de aclararnos lo que fue Jesús, seguirán
despistándonos.

En la liturgia

A medida que vaya cambiando nuestra idea de Dios, el culto, tiene que cambiar
también radicalmente. Los ritos, nacidos de mitos ancestrales se han hecho
ininteligibles y vacíos de significado real para nosotros hoy. Si ha desaparecido
el todopoderoso Soberano, deja de tener sentido los ritos que estén orientados a
darle incienso.

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Esta sería la clave de todo cambio en esta materia. Los ritos, ceremonias, gestos
y palabras, tienen que realizarse pensando en las personas, no en Dios. Nada de
lo que se dice o hace en la liturgia tiene por destinatario a un dios en lo alto. Su
objetivo es hacer presente en cada persona y en la comunidad lo divino que
siempre está ahí, en lo hondo del ser de cada uno.

Los textos que leemos de la Escritura, deben ser más variados. También debían
ser más adecuados a la situación del momento. La obligación de leer en todo el
mundo el mismo texto no tiene mucho sentido. Tampoco tenemos que tener
miedo a incorporar textos de otras tradiciones religiosas. Esto podía ayudarnos a
salir de nuestra endogamia y nos enriquecería espiritualmente.

La exégesis debe llegar a todos los fieles. Ni un solo texto sin exégesis. Esto nos
llevaría a descubrir que muchos de los textos litúrgicos deben ser renovados.
Algunos no nos dicen nada por mucho que los manipulemos, porque la visión
desde la que se escribieron está superada. Seguir entendiendo los textos
literalmente nos lleva a verdaderas barbaridades.

La mayoría de las oraciones, elaboradas hace varios siglos, no expresan ya las


inquietudes de los fieles. No deben ir dirigidas a un Dios todopoderoso, que está
en alguna parte dispuesto a echarnos una mano o no. La oración debemos
decirla para escucharla nosotros mismos. Y al descubrir nuestras carencias y
necesidades, encontrar la manera de enfocar la vida desde perspectivas más
humanas.

En la oración

Hablar de la oración es abrir un temario casi interminable. Llamamos oración a


realidades muy distintas: oración de petición por nosotros mismos o por otros,
acción de gracias, alabanza, meditación, contemplación. En la que se está
produciendo los mayores cambios es en la oración de petición. Es la que vamos
a analizar a continuación. Toda oración de petición es siempre más que una
petición. Si no fuera así, haríamos bien en olvidarnos de ella.

La oración es la manifestación que mejor refleja nuestra idea de Dios, del


hombre y del mundo. Como hemos dejado claro, el cambio en la manera de
concebir estas tres realidades ha sido abismal. No debe extrañarnos que la
oración de petición esté experimentando también cambios muy profundos. Ni
Dios va a cambiar el mundo porque yo se lo pida, ni el hombre es una
marioneta teledirigida.

Es verdad que en el evangelio se dice: “Pedid y recibiréis”, pero también se


dice: “Ya sabe vuestro Padre que de todo eso tenéis necesidad”. El evangelio
está más pendiente de que confiemos en Dios, que de la petición. En una
ocasión en que se habla de la oración de petición termina diciendo: “Cuánto
más, vuestro Padre del cielo, dará el Espíritu Santo al que se lo pide” ¿Cuántas
veces pedimos el Espíritu Santo?

La primera causa de la crisis es el cambio drástico en la manera de entender la


realidad material. El conocimiento que hoy tenemos de las leyes de la
naturaleza, hace muy difícil de entender una intervención desde fuera. No es

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fácil de comprender que un efecto físico pueda depender de una voluntad


externa y que además, no es material. La oración deja de tener sentido si sólo
esperamos de ella eficacia.

También el concepto que tenemos de Dios ha cambiado tanto que se nos hace
imposible pensarle como tapa agujeros. Hemos superado la idea de un Dios
poderoso que puede hacer lo que quiere y lo hará en favor de sus amigos o de
los que se lo piden con insistencia. Dios no puede hacer ni deshacer porque todo
lo está haciendo en cada instante. Dios no puede actuar como causa segunda
porque es causa primera, es decir, lo está haciendo todo, a la vez.

En tercer lugar, ha cambiado el concepto que tenemos del ser humano.


Sabemos que no es una marioneta movida por alguien desde las alturas. El
hombre no es un indigente que constantemente necesita del apoyo de Otro.
Somos conscientes de nuestra autonomía y responsabilidad en la marcha del
mundo. Nosotros somos los que tenemos que actuar para que el mundo sea
cada vez más humano.

Después de lo dicho, ¿tiene algún sentido la oración de petición? Si lo hacemos


para informar a Dios de una necesidad, estamos haciendo el ridículo. Si lo
hacemos para que Él cambie la realidad en mi favor, intentamos utilizarlo y
caemos en la magia. Si hacemos la petición presentándonos como merecedores
de ese favor, porque hemos sido buenos, estaremos intentando chantajearle.

Por el contrario, si al orar reconocemos nuestra limitación y nos ponemos ante


el absoluto con total aceptación de lo que es y de lo que somos, entonces
entramos en el verdadero sentido de la oración. La realidad no tiene que
cambiar para poder alcanzar mi plenitud. Soy yo el que tiene que cambiar la
actitud ante la realidad. Este paso sólo lo daremos si superamos la trampa de
ponerlo a nuestro servicio,

No es Dios el que tiene que escuchar mi oración. Soy yo el que tengo que
escucharme y descubrir mi verdadera actitud para con Él. Esto sólo lo podré
conseguir si Dios calla. Entonces el orante terminará por aceptar a Dios tal cual
es y descubrirá también su condición de criatura y todas las posibilidades que
ya tiene para desplegar su verdadero ser.

Debemos dejar claro que la oración de petición no dejará de existir nunca.


¿Puede una madre dejar de pedir que se cure un hijo que tiene una enfermedad
mortal? No estoy diciendo que debemos abandonar la petición. Estoy diciendo
que debemos hacerla desde una perspectiva más acorde con la idea que hoy
tenemos de Dios, del hombre y del mundo.

En los sacramentos

En los sacramentos se nota mucho más que en los demás ritos el cambio que se
está produciendo. Del “ex opere operato”, cuyo significado nadie pudo explicar
nunca, a poner el énfasis en el signo, y en la presencia de lo significado, que es
el verdadero objetivo del sacramento. Todavía hoy seguimos quedándonos en el
signo.

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En el bautismo se insistió, desde S. Agustín, en que el principal efecto era


eliminar el pecado original, realidad que tampoco nadie ha sido capaz de
explicar nunca. Una vez que sabemos que no ha habido ningún Adán ni Eva, no
lo tenemos fácil para seguir hablando de un pecado que se trasmite por
generación desde ellos. Además de la monstruosidad de hablar de pecado en un
recién nacido.

Hoy descubrimos en el bautismo el signo de algo sublime que está en lo hondo


de todo ser humano y que aflora en cuanto traspasamos la apariencia sensible
que nos impiden descubrirlo. Ni hacemos magia, ni se necesita ningún milagro.
Tomamos conciencia de la realidad trascendente que ya está en cada uno de
nosotros y al descubrirla nos preparamos para poder vivirla, que es de lo que se
trata.

Los disparates en la confesión no han sido menores. En primer lugar debemos


recordar que durante siete siglos no hubo confesión, sólo tenía lugar la
penitencia impuesta por la comunidad y la reconciliación posterior. Para dar
sentido a este sacramento, se nos ha convencido de que éramos capaces de
ofender a un dios, porque no habíamos obedecido unas leyes que nos había
dado desde fuera.

El dios justo necesitaba un juicio, con acusado, convicto, aceptador de una pena
y por fin de una absolución de la culpa. Todo un cambalache que funcionó
mientras la institución controló lo que cada uno debía pensar y creer. Hoy no
tiene sentido pensar en un dios como ofendido y como juez que necesita una
reparación para poder seguir amándonos. Está en contra de toda la enseñanza
de Jesús.

Hay que reconocer que no va a ser fácil. Lo que tenemos ya no nos sirve y lo
nuevo aún no ha surgido. Debemos tomar conciencia de que también nosotros
tenemos capacidad para crear nuestra manera de hacer presente a Dios en
medio de la comunidad que se reúne precisamente para eso. No debemos tener
miedo a cambiar las cosas. Si nos equivocamos, los que vengan detrás lo
corregirán.

Aclararnos en este tema es una de las necesidades más urgentes. Hemos


tergiversado hasta tal punto la comprensión de los sacramentos que es
imposible que tengan hoy el más mínimo sentido para la mayoría de los
cristianos. Si ha cambiado nuestra manera de entender al hombre, al mundo y a
Dios, tiene que cambiar también nuestra manera de expresar nuestra
religiosidad en ritos.

Considerarles acciones puntuales de Dios que hace o deshace en ellos a


capricho, nos ha metido por un callejón de difícil salida. La recordada expresión
“ex opere operato”, nacida de una visión mítica de la realidad, ha distorsionado
la manera de entender los sacramentos y nos ha alejado de una comprensión
del significado de cada uno de ellos.

Los sacramentos ni son magia ni son milagros. Son signos de una realidad
trascendente que está siempre ahí. Por lo tanto, la realidad significada ni se trae
ni se lleva; ni se pone ni se quita. Dios no necesita del signo para hacerse

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presente. Está siempre ahí, pero nosotros sí los necesitamos, porque las
realidades que están en la mente, nos entran sólo por los sentidos. El objetivo
del signo es hacer presente la Realidad para poder vivirla.

De todos los sacramentos se dice que fueron instituidos por Cristo, pero habrá que
aclarar que queremos decir con eso. No podemos pretender que Jesús en un
momento determinado de su vida instituyera cada uno de los sacramentos. Ni
siquiera su bautismo en el Jordán tiene mucho que ver con el bautismo
sacramento cristiano.

Los sacramentos surgieron como un intento de dar sentido religioso a una serie de
rituales que el ser humano, desde el origen de los tiempos venía celebrando.
Siempre se ha celebrado el nacimiento de un nuevo ser, un cambio de vida, el
intento de identificación con el dios de turno, la formación de una nueva familia, la
muerte de un ser querido etc.

Todos los sacramentos han estado en evolución a través de los siglos. Incluso en
la eucaristía, que parece ser el más elaborado desde el principio, se ha resaltado
un aspecto determinado en cada época. Si fuésemos capaces de superar la idea
de que los instituyó Jesús de una vez para siempre, tal vez podríamos
acomodarlos a la situación actual inventando nuevos signos, que llegaran a los
fieles de hoy, en vez de mantener unos gestos que hoy no dicen nada a la
mayoría.

Bautismo

Este sacramento es tan rico en significados que es imposible hacer ni siquiera un


resumen de todos ellos. No es un signo originario del cristianismo. Cuando lo
empezaron a utilizar venía ya cargado de profundos simbolismos, casi siempre
asociado a un drástico cambio de vida. El cristianismo no ha hecho más que
potenciar su valor, hasta convertirlo en el signo y seña de nuestra religión.

Estamos en un momento crucial para volver a descubrir todo el significado que


encierra este sacramento. Empezando por la superación de la mitología del
pecado original, que nos incapacita para comprenderlo. Ningún niño nace en
pecado entendido como se nos ha explicado desde San Agustín. Es mucho más
serio que la simple presencia de una mancha que alguien me ha puesto y otro
me quita.

El profundo sentido del bautismo cristiano lo encontramos en las palabras que


Juan atribuye a Jesús en el diálogo con Nicodemo: “Hay que nacer de nuevo.
Hay que nacer del agua y del Espíritu”. La clave está en que para nacer a la
Vida, hay que morir a todo lo terreno. Este morir no significa despreciarlo sino
no poner en lo material el objetivo de nuestra vida. Esta actitud que nos lleva a
la superación de la animalidad, no debemos darla por supuesta. Lleva consigo
una comprensión de lo que somos como humanos.

Cuando Pablo dice: “Si morimos con Cristo, viviremos con él”, no se refiere a la
muerte física de Jesús sino a la superación de lo sensorial con una Vida en el
Espíritu. El sentido que tiene el bautismo de Jesús en los evangelios es mucho

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más profundo de lo que nos imaginamos. Fue para él una experiencia


fundamental que marcó un antes y un después en su trayectoria vital.

Confirmación

Al ser norma común el administrar el bautismo a los niños, cobra pleno sentido
este sacramento. Efectivamente, potenciar un momento de la vida para tomar
conciencia y aceptar plenamente el bautismo, puede tener una importancia
decisiva para mi vida espiritual. Parece ser que en sus orígenes, no tenía el
significado de ratificación sino el de fortalecimiento. Los bautizados eran
personas mayores.

Jesús le dijo a Nicodemo: el que no nazca del agua y del Espíritu… La persona
mayor puede nacer del agua y del Espíritu en el mismo momento. Cuando
bautizamos a un niño, hacemos el signo del agua, pero el Espíritu sólo puede
llegar cuando tenga conocimiento suficiente. El Espíritu está ligado siempre a la
fuerza y a la iluminación, las dos características de la presencia de Dios en el ser
humano.

Cuando el que ha sido bautizado de niño está dando el paso a persona adulta,
tiene pleno sentido que utilicemos un signo sacramental para ayudarle a tomar
conciencia de la seriedad de la condición de cristiano. La trampa está en que la
mayoría de los bautizados no tienen idea del compromiso que adquirieron sus
padres y ahora deben confirmar ellos. Si no conseguimos una catequesis
continuada desde la primera comunión hasta el momento de la confirmación, no
recobrará su verdadero sentido este sacramento.

Confesión

En este tema tenemos un serio problema. Habíamos llegado a unas ideas tan
peregrinas que la inmensa mayoría de los cristianos han tirado por la borda este
sacramento. Debo insistir, la culpa no la tienen los fieles sino los sacerdotes que
le hemos tergiversado hasta el punto de hacerle completamente inútil para una
verdadera espiritualidad.

Tengo que decir de entrada, que el mayor bien que yo he hecho como
sacerdote, ha sido en el marco de algunas confesiones. Ver llegar a una persona
destrozada, con ganas de morirse y sin ningún aliciente para seguir viviendo y a
los pocos minutos verla salir sonriente y con ganas de afrontar la vida con
ilusión, no sabéis la satisfacción que produce.

Los muchos nombres que ha tenido a través de la historia es la mejor prueba de


la complejidad de este sacramento. Se le ha llamado reconciliación, penitencia,
confesión, sacramento del perdón, etc.

A partir del s. X y durante demasiados siglos se ha utilizado como instrumento


de control. El miedo a una condenación eterna ha sido la amenaza más
frustrante para la persona creyente y con buena voluntad. Esta es, a mi
entender, la principal causa de su práctica desaparición. Para mí, la aparición de
la confesión individual en el s. VII, ha sido uno de los descubrimientos más
positivos de los dos mil años de cristianismo.

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La verdad es que tardó siete siglos en descubrirse y tardó menos de dos en


estropearse. El darle un valor automático como remedio para salir del pecado
por un poder externo del sacerdote o de Dios mismo, nos ha llevado a la
devaluación total. También el haber convertido el confesionario como la taquilla
donde sacábamos el billete para poder comulgar nos ha despistado del
verdadero sentido de la confesión y la comunión.

El haber insistido de una manera desorbitada en los pecados sexuales, hasta


llegar a identificar moralidad con ausencia de lujuria, es otra de las aberraciones
que hoy los fieles no pueden soportar. El haber obligado a la gente sencilla a
revolver y revolver en la mierda, haciéndoles creer que nunca saldrían de esa
situación a no ser por una acción externa, ha sido otro de los disparates que ha
alejado de la confesión a la mayoría de los creyentes.

Ya en el AT se habla de la necesidad de superar los fallos que como seres


humanos afloran con frecuencia, pero en general, la idea que tenían de pecado
era muy distinta a la nuestra. El nombre que mejor expresa esta idea del AT es
“metanoia”, que significa un cambio de mentalidad a la hora de afrontar la vida.
Esa idea está más cerca de lo que debíamos entender hoy por confesión.

Lo que se llamó penitencia en las primeras comunidades cristianas tenía poco


que ver con lo que conocemos como confesión. Sólo hacía referencia a las
ofensas a la comunidad y eran señaladas por la misma comunidad, exigiendo
una separación de ella (excomunión) hasta que el penitente recuperara la
confianza de la misma, dando muestras externas de su arrepentimiento. No se
trataba de una reconciliación con Dios sino con la comunidad.

El gran cambio se produjo en el s. VII hacia lo que desde entonces se ha


llamado confesión. La iglesia oficial pasó, de un rechazo total (en un concilio de
Elvira, se habla de “esa nefasta y presuntuosa manera de proceder”), a la
obligación de una confesión anual en el concilio IV de Letrán (1215). Pasado por
una recomendación de la práctica en el s. IX.

Nació como elemento liberador pero pronto se convirtió en una carga opresora.
El miedo a las penas del infierno obligaba a pasar por la tortura de tener que
auto acusarse y al cumplimiento de una penitencia con frecuencia durísima.
También en este sacramento funcionó el “ex opere operato” y con este
automatismo desapareció el sentido de metanoia.

Como todos los sacramentos está constituido por un signo y una realidad
significada. El signo es la palabra que el sacerdote dice en nombre de Dios: “Yo
te perdono”. Recordemos de pasada que en el evangelio Jesús dice: “tus
pecados están perdonados”. Hoy seguimos utilizando la fórmula, pero sabemos
que ni yo puedo perdonar nada ni Dios tiene nada que perdonar.

La realidad significada en este sacramento, es el amor que es Dios.


Efectivamente, lo que estamos confesando es que Dios no falla nunca, aunque
nosotros sí fallemos. El sacramento no pretende que Dios tenga que hacer un
acto puntual de perdón. Dios es perdón siempre. Tus pecados están perdonados

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antes y después de la confesión. El sacramento tiene que hacerte ver que Dios
amor está en ti.

Debemos encajar la confesión dentro del ámbito de la virtud de la penitencia.


Aquí estamos experimentado un cambio muy profundo. Estamos superando la
idea de que Dios está encantado cuando voluntariamente nos mortificamos.
Nada más alejado de una comprensión humana del sacrificio. Dios no necesita
mis sacrificios. Soy yo el que necesito controlarme.

4,000 millones de años de evolución han producido una inercia que nos lleva a
buscar lo más cómodo, lo que me agrada, lo que menos me cuesta, etc. Para
desplegar nuestra humanidad, debemos enderezar esas tendencias, no sólo
cuando nos llevan a dañarnos a nosotros mismos y a los demás, sino en
aspectos de la vida que no son dañinos, para estar seguros que cuando llegue el
momento de la prueba, pueda responder adecuadamente.

Eucaristía

Tal vez sea más difícil que en otras materias el concretar donde estamos en
relación a la eucaristía. Es verdad que se admitió desde el principio y nunca ha
sido cuestionado. También se han mantenido casi exactamente los aspectos del
rito, pero en cuanto a la realidad significada, la diferencia de lo que se creía al
principio y lo que hoy se cree es abismal.

La presencia real, no se consideró de importancia alguna durante mucho


tiempo; en cambio en los últimos siglos fue el aspecto más sobresaliente y
distintivo del sacramento. Toda la parafernalia de adoración desarrollada
durante siglos, hubieran sido impensables para la primera comunidad. Para ellos
lo importante fue la presencia de Jesús en medio de la comunidad.

Hoy, la mayoría de los cristianos consideran la eucaristía como magia. Un


hombre con poderes especiales y revestido de ornamentos singulares, que,
repitiendo exactamente unas fórmulas mágicas, realiza un milagro sobre las
especies de pan y vino y los convierte físicamente en el cuerpo y sangre de
Cristo. Esta visión mágica estamos superándola, pero la mayoría de los fieles
siguen pensando en conceptos mágicos.

Para salir de esa dinámica el primer paso es descubrir que la eucaristía no la


celebra un sacerdote, sino la comunidad. El sacerdote preside la celebración, pero
no es ni el único ni el más importante protagonista. Lo importante es la asamblea
es decir, la comunidad reunida para descubrir a Jesús en medio de ella. Hemos
olvidado aquella frase de Jesús: “Donde dos o más estén reunidos en mi nombre,
allí estoy yo en medio de ellos”. Aquí está la clave de este sacramento.

Estamos empezando a descubrir que los signos no son el pan y el vino como
elementos materiales sino el gesto de partir el pan para ser comido y el vino
derramado, es decir bebido por todos. La presencia no está unida a la materia,
sino al gesto de partir y repartir. Las palabras quieren explicar el gesto. El gesto
es lo verdaderamente importante.

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La traducción no está bien hecha. Cuerpo en la antropología del tiempo de Jesús


significaba la persona. Para ellos cada ser humano era un todo indisoluble. Se
podían distinguir cuatro aspectos: hombre carne, hombre cuerpo, hombre alma,
hombre espíritu. Hombre cuerpo era la persona, el aspecto que nos permite
comunicarnos con los demás. Entonces habría que traducirlo por “Esto soy yo”.

Lo que nos está diciendo el signo es, que lo mismo que Jesús fue pan partido y
repartido, dejándose comer para dar Vida a los demás, debemos ser nosotros. El
gesto nos está diciendo: esto soy yo, esto tenéis que ser vosotros. A Cristo lo
hacemos presente cuando nos partimos y repartimos por los demás. Lo mismo
que él hizo presente a Dios cuando se dio a los demás totalmente.

El signo del cáliz es, si cabe, más expresivo aún. Para los judíos, la sangre era la
misma vida. No signo de la vida como para nosotros, sino la misma vida; de tal
modo que tenían prohibido terminantemente beber la sangre de los animales
porque era vida y la vida era propiedad exclusiva de Dios. Jesús al repartir el
cáliz, está diciendo: yo doy mi vida por los demás, haced vosotros lo mismo.

La realidad significada no es la presencia de Jesús en los elementos sino el don


total (amor) de Dios, significado en la manera de actuar de Jesús durante su
vida. De la misma manera que el pan y el vino son signos de la vida biológica
porque la mantienen. Jesús, dándose a los demás totalmente, es signo de la
verdadera Vida. El sacramento no hace alusión a la muerte sino a la vida de
Jesús.

La celebración de la eucaristía lleva consigo la disponibilidad para dar la vida


como Jesús. Y no me estoy refiriendo a morir por… sino a vivir volcado hacia los
demás, poniéndome a su servicio. Sin ese compromiso la celebración se queda
en puro folklore. Desde esta perspectiva, podemos comprender hasta qué punto
hemos hecho de las eucaristías un rito vacío y sin contenido alguno
verdaderamente religioso.

Comunión, no es el nombre adecuado, sin eucaristía no hay comunión. Hoy


sabemos que la comunión no tiene entidad por sí misma, que es una parte de la
celebración de la eucaristía y no se puede separar de ella. Como sacramento, la
eucaristía es el signo de la entrega total de Jesús a los demás. La comunión no
tiene sentido si no se le asocia a una eucaristía. Teníamos que descubrir
también que la eucaristía no tiene sentido si no la acompaña la comunión.

Muchos sacerdote siguen insistiendo en lo requisitos para poder comulgar.


Según ellos, hay fieles que están preparados para comulgar y otros no lo están.
Y advierten desde el público, que nadie se acerque a comulgar sino se ha
confesado antes. Esta separación de la celebración y la comunión, empobrece a
ambas y distorsiona el sacramento. Esta actitud indica la degradación que ha
sufrido este sacramento. Tan distorsionador es celebrar sin comulgar como
comulgar sin celebrar la eucaristía.

Sabemos que Jesús hizo por primera vez el gesto durante una comida festiva.
Pero nosotros hemos hecho lo posible por desvincularla de toda conexión con
una comida celebrativa, perdiendo así todo el mordiente que podía tener la

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identificación con una comida familiar o entre amigos. Descubrir la cercanía del
otro, es clave de lo que celebramos

En el relato evangélico, Jesús no tuvo inconveniente en dar el pan a Judas, aun


sabiendo que le iba a entregar unas horas más tarde. Algunos sacerdotes
manifiestan públicamente su indignación porque la gente va a comulgar sin
confesarse. Menos mal que el Papa ha dejado la cosa muy clara cuando se
atrevió a decir una frase que yo vengo repitiendo hace muchos años: “la
comunión no es un premio para los buenos, sino una ayuda para los que no lo
somos”.

Es ridículo pensar que Dios pueda considerar a unas personas preparadas para
comulgar y otras que no lo están. Otra vez asoma la oreja la visión maniquea de
nuestra religión, que nos atrevemos a aplicar incluso a Dios. Yo soy bueno y tú
eres malo. Dios me tiene que querer y premiar a mí por mis méritos y tiene que
rechazarte a ti porque no cumples su voluntad.

Estamos empezando a comprender que la relación de Dios con cada uno de


nosotros no puede estar condicionada por lo que hacemos o dejemos de hacer.
Dios me amará siempre por lo que Él es, nunca por lo que yo soy. No puede
hacer distinciones entre unos y otros en ninguna materia. Dios no es un ser que
ama, sino el Amor. Su esencia es amor y no puede dejar de amar porque dejaría
de ser.

Extremaunción

En este tema vamos a hablar no sólo del sacramento como tal sino de todo lo
que envuelve al rito y los conceptos que da por supuesto. Juan XXIII habló de
abrir las ventanas de la Iglesia para renovar el aire enrarecido. El Vaticano II fue
un vendaval que arrastró un cúmulo de nubarrones fuera del ámbito del
cristianismo. Es verdad que esa renovación no ha llegado a la mayor parte de la
comunidad, pero sigue siendo un revulsivo para todo el que quiere avanzar.

El hecho de que hayamos sustituido el nombre de “extremaunción” por el de


“unción de enfermos”, nos está hablando con toda claridad del cambio que se ha
producido en la comprensión de este sacramento. Este sacramento y toda la
parafernalia que acompañaba la ceremonia de las exequias, es la que más ha
cambiado, pero sigue sin ser comprendida y aplicada por la mayoría de los
sacerdotes.

En ella se mezclaban los más antiguos ritos mágicos con las creencias más
absurdas sobre la muerte y el más allá. No sólo estamos superando los
novísimos (muerte, juicio, infierno, gloria) sino que tenemos que abandonar la
tentación de imaginarnos el más allá como una continuación del tiempo y el
espacio. Juan Pablo II, que no podemos tachar de progresista, dejó caer en
cierta ocasión que el cielo no era un lugar.

Se armó un verdadero revuelo periodístico, como si hubiera cambiado los


fundamentos de la fe. Por lo que yo sé, la teología oficial nunca enseñó que el
cielo o el infierno fuera un lugar físico. Oficialmente siempre se entendieron las

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formulaciones sobre el más allá, como simbólicas, pero al pueblo sencillo se le


dejó ir por un camino muy distinto.

Aún hoy, la mayoría de los fieles sigue pensando en fuego real para el infierno y
en un lugar maravilloso, con Dios y todos los santos, para el cielo. Tanto el
miedo al infierno así entendido como el deseo del cielo como lugar de bienestar
infinito, nos ha metido el miedo en el cuerpo. La eternidad es ausencia total de
tiempo y espacio, no una suma infinita de ambos. La materia nunca podrá ser
eterna.

La necesidad de la confesión a la hora de la muerte para garantizar la salvación,


supuso una tortura para muchos fieles. Lo único que te podía salvar del fuego
eterno era una absolución a última hora. La fe ciega en el valor automático de
un rito, dejaba a los familiares tranquilos. No encontrabas una esquela sin el
latiguillo: “habiendo recibido los santos sacramentos y la bendición de su
Santidad”. Aunque hubiera muerto instantáneamente en un accidente.

Fíjate en el absurdo. Toda una eternidad dependiendo de la casualidad de poder


encontrar un sacerdote en el momento de la muerte. En el caso de que fuera
cierta esa creencia, ¿de qué dios estamos hablando? De nada te habrían servido
ochenta años de entrega a los demás si el último domingo hubieras faltado a
misa. Una religión así resulta patética y mantenía a los fieles en un constante
pánico.

Todavía hay sacerdotes que se resisten a superar esta dinámica. Siguen


creyendo que depende de su presencia in extremis que el difunto se haya ido al
infierno o goce toda la eternidad de la presencia de Dios. El hecho de que se
haya creído durante siglos, no garantiza que refleje la idea que Jesús tenía de
Dios, ni puede sancionar la idea de un hombre hundido en la miseria por sus
pecados.

El lenguaje de la liturgia era pavoroso. Desde el “dies illa dies irae calamitatis et
miseriae”, hasta pedirle a todos los ángeles y santos que intercedieran por el
difunto, esperando que un Dios sensible a su oración, cambiara la sentencia a
última hora. El dios que reflejaban estas expresiones estaba a años luz del
mensaje de Jesús en el evangelio. Sin embargo se ha mantenido durante siglos
sin pestañear.

El Cardenal Müller, prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, acaba


de publicar una instrucción que ha dejado al público boquiabierto. Después del
pomposo título: “Ad resurgendum cum Christo”, se queda en una sarta de
chorradas sobre las cenizas de los muertos o si es mejor enterrarlos o
incinerarlos, dando a entender que sepultarlos facilita a Dios la ardua tarea de la
resurrección.

Estamos superando la idea de una resurrección, entendida literalmente como la


recuperación del cuerpo físico para que permanezca eternamente. Como en el
caso de la eucaristía, el empleo de la palabra “cuerpo”, nos ha metido en un
buen lio. La palabra que hemos traducido por cuerpo, no significaba cuerpo sino
persona. La parte del ser humano que hacía posibles las relaciones
interpersonales. Por eso no se podía concebir un ser humano sin cuerpo.

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Para hablar de una permanencia en el ser más allá de la muerte, no


necesitamos para nada la materia corporal. Una vez que sobreviene la muerte,
lo que queda ahí del difunto no es más que un montón de estiércol. Podemos
hacernos la ilusión de que allí queda algo del ser querido, pero no deja de ser
nada más que eso, una ilusión. El asumir la distinción griega de alma y cuerpo
nos ha jugado una mala pasada.

No estamos cuestionando el respeto y la veneración que se ha tenido a los


muertos desde tiempo ancestral. Estamos tratando de comprender que hoy
podemos mantener esa veneración, sin necesidad de hacer referencia a un
cadáver. Un cuerpo que se pudre en la tierra, no representa mejor lo que es un
ser querido que un pequeño montón de cenizas. Ni uno ni otro tiene nada que
ver con lo que es el difunto.

Por fortuna hay muchos sacerdotes que están cambiando la manera de afrontar
los ritos funerarios. La misma Iglesia oficial ha dado un cambio copernicano a
los textos de la liturgia de difuntos. Hoy se insiste más en la vida que en la
muerte. Incluso en la celebración de un funeral debemos insistir en que estamos
dando gracias a Dios por la vida del difunto, no pidiéndole que tenga piedad de
sus pecados.

A la pregunta, tantas veces repetida de ¿qué va ser de mi cuando me muera? Yo


contesto: ¿Qué eras tú antes de nacer? Es un ejercicio mental que nos permite
descubrir lo absurdo de la pregunta; porque suelen decirme que no era nada y
entonces les argumento: tú eras para Dios antes de nacer, lo mismo que eres
ahora mismo y lo mismo que serás por toda la eternidad.

Yo, que soy contingente, puedo conectar con el Absoluto en un momento


determinado. Pero Dios si conecta contigo en un instante, es que está conectado
toda la eternidad, porque Él está fuera del tiempo y del espacio. En Dios no
puede haber ningún cambio. Debemos superar la idea de un Dios que hace y
deshace, pone y quita, que hoy es de una manera y mañana puede cambiar.

Lo que Dios es para ti, es siempre lo mismo, pero lo que tú puedes vivir de esa
realidad, depende de ti. No hay nada que esperar de Dios. Todo lo que Dios
puede aportar a tu ser, ya te lo ha dado. Esperar que Dios haga algo por mí,
ahora o para el más allá, es sencillamente demencial. La conclusión es sencilla.
En este instante puedes vivir la eternidad. O de otra manera, lo que será la
eternidad para ti, depende de lo que ahora vivas.

Orden

También este sacramento está empezando a conmoverse. Las connotaciones


mágicas que todavía arrastra la figura del sacerdote, están resquebrajarse.
Empezamos a comprender que nadie puede tener unos poderes divinos que la
mayoría de los mortales no tiene. El sentido de casta que el sacerdocio ha
tenido desde tiempos ancestrales, está cediendo ante la comprensión de su
carácter de servicio.

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La irrupción de la polémica del sacerdocio femenino no es más que un signo de


que estamos superando esa etapa. Los protestantes nos han tomado la
delantera y esa postura valiente puede ayudarnos mucho a superar también la
nuestra. Todos los argumentos que se dan en contra del sacerdocio de la mujer
son absurdos o interesados, esgrimidos por los que no están dispuestos a
renunciar a sus privilegios y su parcela de poder.

En este tema también tenemos que recordar el evangelio y atrevernos a sacar


del arca lo nuevo y lo viejo. Durante siglos, la eucaristía se celebraba en las
casas y la presidía el que, dentro de los reunidos, estaba mejor preparado para
hacerlo o el dueño-dueña de la casa donde se celebraba. Es bastante lógico que
el más preparado fuese el más anciano, es decir el presbítero. De ahí el nombre
al sacerdote.

El hecho de que el crecimiento de las comunidades llegase a exigir que algunas


personas se prepararan para ese ministerio, no tenía por qué haber terminado
en la casta de privilegiados. Es demencial que miles y miles de sacerdotes, que
han sido preparados para presidir una comunidad, hayan terminado como
dirigentes eclesiásticos sin más función que la honorífica de presidir y controlar
a otros.

Ya dijimos que la eucaristía la celebra la comunidad no el sacerdote. Aunque es


verdad que en toda reunión un poco seria, tiene que haber alguien que la
presida. El que preside participa como todos los demás, del sacerdocio de Cristo,
que no es un sacerdocio ministerial sino ontológico. El sacerdocio que teníamos
que valorar de verdad es el sacerdocio de los fieles, del que todos participamos.

Estamos descubriendo la incoherencia de que muchísimas comunidades


cristianas están hoy privadas de la eucaristía por la escasez de sacerdotes. El
primer paso para solucionar este problema y el del sacerdocio de las mujeres,
sería superar la concepción mágico-mítica del sacerdote. Nos queda mucho por
andar pero ya estamos en marcha.

Matrimonio

Es uno de los sacramentos que más tardó en estructurarse, tal como lo


conocemos hoy. Es también, en el que más cosas tenemos que cambiar. No
basta repetir machaconamente, indisoluble, indisoluble, indisoluble. Debemos
analizar con sumo cuidado todos los elementos que forman parte de esa
celebración, partiendo del hecho de que la celebración de la unión de una pareja
para formar un nuevo hogar, es una costumbre ancestral, que la Iglesia elevó a
la categoría de sacramento.

Por ser una institución profundamente humana, es anterior y más profunda que
lo específicamente religioso. Quiero decir que también el que no pertenezca a
ninguna religión puede aprovechar el matrimonio para crecer en humanidad.
Sólo a través de las relaciones con los demás, podemos crecer en humanidad y
la relación entre personas que puede llegar a una mayor profundidad, es la
relación de pareja.

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En esta relación tan singular entra en juego el amor, que es una posibilidad
exclusivamente humana. Me deja perplejo que hoy se hable del matrimonio sin
mencionar el amor. El amor es el valor supremo que podemos descubrir en el
ser humano. Ser más humano significa ser capaz de amar más. También
podemos decir que se acerca más a lo divino, el que más desarrolla su
capacidad de amar.

Claro que el amor del que estamos hablando no es instinto, ni pasión, ni interés
propio, ni simple amistad, ni deseo de que otro me ame. Todas esas realidades
pueden ser positivas, pero no son suficientes para determinar el amor del que
aquí hablamos. Sé perfectamente que no es fácil explicar de qué estamos
hablando. La mejor definición que he visto de amor es esta: es la capacidad que
tienen dos seres de ocupar el mismo espacio.

Sería la fusión de dos seres humanos en una unidad superior que, en vez de
aniquilar a las partes, las potencia hasta el infinito. El verdadero amor es lo más
contrario al sacrificio por el otro o a la renuncia a algo. El egoísmo destroza al
que lo da y al que lo recibe. El amor enriquece siempre a ambos.

El amor lleva consigo siempre querer al otro como ser humano y no como objeto
del que me puedo aprovechar. No se basa en las cualidades del otro, sino en lo
que yo soy. Si quiero a otro por sus cualidades, sean las que sean, cuando
desaparezcan no habrá motivo para amarle. Pero también puede suceder que
encuentre a otra persona con mejores cualidades, a la que tendré que amar más
que a la primera.

¿Qué añade a esta relación de amor, el sacramento? Este sacramento, como


todos es signo de una realidad trascendente. El signo son las palabras por las
que afirman quererse. La realidad significada es que ese amor es participación
del amor que es Dios y se hace presente en ese amor manifestado.

La primera conclusión de lo dicho hasta ahora, es que nunca habrá sacramento


si no existe auténtico amor. Fijaos que decimos amor auténtico, no perfecto.
Entre creyentes, siempre que hay amor, hay sacramento. Aunque no haya ritos.
Durante siglos no se exigió más ceremonia que la reglamentada civilmente. En
contra de lo que se cree, que se haga ante el altar o ante el juez, es irrelevante.
Siempre será preferible amor sin ceremonia a ceremonia sin amor.

La indisolubilidad no es consecuencia del rito o contrato jurídico. Los contratos,


por muchas firmas que aporten, son siempre rescindibles. Lo único que es
indestructible, es un auténtico amor. Aunque parezca insólito, la ruptura es la
mejor prueba de que nunca hubo un verdadero amor. El verdadero amor no se
puede acabar. En cambio en el falso, el egoísmo termina siempre por aparecer.

Diremos algo también sobre la sexualidad. Está claro que su marco adecuado es
el matrimonio. Creo que está superada la idea de que sólo era lícita cuando
estaba orientada a la procreación, pero quedan muchos aspectos que vamos
aclarando. El matrimonio no es la licencia de corso para satisfacer legalmente un
instinto que nos sobrepasa.

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No se trata de legitimar unos actos. Se trata de utilizar un instinto para


humanizar a las dos partes. La sexualidad humaniza cuando es expresión de un
amor auténtico. Deshumaniza cuando es la expresión de un egoísmo porque
sólo se busca la satisfacción del placer personal sin tener en cuenta al otro. No
es suficiente que normas legales la legitimen. Puede ser legítima pero
inhumana.

Dentro de este marco, queda claro que no puede existir el divorcio. Sólo es
posible la nulidad. Sólo hay sacramento, es decir, signo + significado, si hay
auténtico amor. Ni el derecho civil ni el canónico pueden ser fundamento de la
indisolubilidad. Sólo el verdadero amor, que es por sí mismo indestructible,
puede fundamentar la indisolubilidad. Pero ya dijimos que la mejor prueba de
que no hubo amor es que, en un momento determinado desaparece.

Dos palabras sobre la familia para terminar. En el NT no existe un modelo de


familia cristiano. Los valores cristianos se pueden dar en distintos modelos de
familia. El primer cristianismo se desarrolló en el ámbito del imperio romano,
que tenía una institución familiar muy bien estructurada jurídicamente. El fallo
estuvo en que la aceptaron sin analizar sus defectos.

La familia romana no tenía para nada en cuenta el amor. Era un contrato


jurídico en toda regla. Los hijos eran el objetivo de todo matrimonio. La mujer
quedaba anulada como sujeto jurídico. Estos tres defectos se terminaron
vendiendo como virtudes cristianas y se consolidaron hasta nuestros días. Hace
bien poco el Papa Francisco tuvo que decir que no se puede tener hijos como
conejos.

Se repite machaconamente que la familia está en crisis. Yo más bien creo que lo
que está en crisis es la maduración de las personas como seres humanos. Lo
humano es el valor supremo tanto en el hombre como en la mujer. Si los
valores que hemos considerado como verdaderamente humanos están en
declive, es lógico que no haya base para una convivencia verdaderamente
humana.

El verdadero enemigo del matrimonio no es el divorcio, como creen algunos sino


el que un matrimonio funcione porque los dos satisfacen su egoísmo. Las
relaciones familiares basadas en el interés, aunque sea mutuo, no hace a las
personas más humanas. Mucho peor si se basan en la dominación de uno por el
otro. Hasta ahora la mujer solía aguantar carros y carretas porque no tenía
ninguna posibilidad de subsistencia si se separaba de su marido.

La verdad es que para la Biblia (ni en el AT ni en el nuevo) se percibe problema


alguno con la sexualidad. Salvo rarísimas excepciones, se trata con la mayor
naturalidad. Se hacen sobre ella menos anotaciones que sobre el comer. El
maniqueísmo de los primeros siglos del cristianismo fue quien distorsionó el
tema hasta convertirlo en el monstruo de siete cabezas que todos hemos
conocido y temido.

Recordad, para empezar, que, durante siglos, fue el único pecado, que no
admitía materia leve. Con relación al sexo, todo era pecado mortal. El más
mínimo pensamiento impuro consentido, podía mandarte al infierno para toda la

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eternidad. Me gustaría saber quién tuvo hilo directo con Dios para hacernos
creer semejante monstruosidad.

Hoy nos horrorizan las noticias de violaciones y atribuimos esos hechos a


personas depravadas. Para descubrir la maldad de estas acciones no hace falta
ninguna revelación que nos diga que son actos inhumanos. Pero inculcar a los
niños que cualquier tontería en esa materia será castigada por Dios con el
infierno, es una depravación inadmisible.

Con relación a los anticonceptivos aún sigue la institución manteniendo normas


completamente inhumanas. No me explico por qué hemos prescindido de la
capacidad de pensar en esta materia. Estamos utilizando a todas horas métodos
no naturales para superar deficiencias biológicas. ¿Por qué en este caso no
podemos utilizar la racionalidad?

Sabiendo que el uso de preservativos es la única manera eficaz de impedir el


contagio del sida y otras graves enfermedades, incluso sabiendo que podía ser
un medio para regular la natalidad, para hacer más asequible una paternidad
responsable, se ha puesto por delante la “voluntad de Dios” y se ha considerado
pecado mortal, liberarse de una enfermedad destructiva.

En nuestra sociedad, lo normal es que dos jóvenes se enamoren alrededor de


los veinte años, pero por diversas circunstancias es muy probable que no se
puedan casar hasta los treinta y cinco. ¿Qué sentido tiene el obligarles a
permanecer “castos” durante todo ese tiempo, sólo esgrimiendo un mandato
divino, que se han sacado de la manga mentes sucias y calenturientas?

No estoy diciendo que la sexualidad de hoy sea mejor que la anterior. También
hoy encontramos aberraciones serias y destructivas. El sexo exprés o el sexo a
la carta es una devaluación sin paliativos de las personas. Una fiesta, dos
jóvenes se conocen y al cabo de media hora ya están en la cama. Esto es
también una degradación que deshumaniza, aunque los dos lo hagan
voluntariamente.

El sexo es un instinto que permite la mayor humanización y la mayor


deshumanización. Si no se maneja con clarividencia puede destrozar una vida.
Si se degrada con tanta facilidad es porque no hemos sabido encauzar la
conciencia de los jóvenes en un auténtico desarrollo sexual. Y la prohibición no
es la mejor norma de educar en esta materia tan sensible.

Yo tengo una norma muy simple para distinguir entre el sexo que humaniza y el
que deshumaniza. Estamos tratando del más potente de todos los instintos
pero la razón puede sublimarlo o deteriorarlo hasta límites casi infinitos. La
razón puede utilizar el instinto para mostrar de una manera inigualable, un
auténtico amor. Y puede utilizarlo para desplegar el más refinado de los
egoísmos.

Cualquier grado de sexualidad es positivo cuando es manifestación de un


verdadero amor y un medio para potenciar la relación de pareja. Es destructor
cuando se busca por satisfacer el placer individual sin tener en cuenta al otro e

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incluso atropellando al otro en sus sentimientos más íntimos. Esta norma es


válida en todas las circunstancias.

Con el divorcio pasa algo muy parecido. Primero se entiende mal el


sacramento, reduciéndolo a un signo externo sin contenido. Después se hace
ver que lo importante es ser fiel a ese contrato puramente formal sin tener en
cuenta si una nueva situación aconseja la superación de una situación, que
puede llevar a los seres humanos a la mayor inhumanidad.

Para que exista sacramento tiene que haber un verdadero amor. El signo del
sacramento tiene valor en la medida que hay una realidad significada. Esa
realidad es el amor. Si no existe, todo queda reducido a un garabato, por muy
sagrado que sea el lugar donde se lleva a cabo o muy cualificado que esté el
ministro que lo sanciona. Una vez más se ha llegado a dar importancia a lo
formal y olvidado lo sustancial.

El tiempo demostrará si ese amor fue auténtico. Si en un momento vemos que


no hay verdadero amor, no es que se ha terminado, porque lo verdaderamente
indestructible es un amor verdadero. La Iglesia tiene razón en que no se puede
separar lo que Dios ha unido, pero si se separa, es la mejor demostración de
que Dios no ha tenido arte ni parte. No hay nada que disolver porque no ha
habido sacramento.

Por mantener normas humanas en nombre de Dios hemos llegado al absurdo de


querer perpetuar una situación de auténtica inhumanidad en nombre de ese
mismo Dios. Obligar a convivir, incluso en la cama, a dos personas que no se
aman, es el signo más mezquino de inhumanidad. Pero al mismo tiempo es
negarle al ser humano su condición de contingente y la posibilidad de
equivocarse y rectificar.

También estamos empezando a comprender, que el fin del matrimonio no es la


procreación. La manifestación de un auténtico amor y la ayuda mutua en la
tarea de humanizarse es mucho más importante que el tener hijos como
conejos. A pesar de lo que dijo el Papa, hay todavía muchos sacerdotes que
siguen proponiendo la paternidad como fin último del matrimonio.

En el tema de la homosexualidad, hemos mantenido posturas aberrantes.


Hemos destrozado infinidad de vidas sólo porque hemos sido incapaces de
comprender distintas maneras de afrontar la sexualidad. Hemos obligado a
sentirse pecadores a muchas personas, porque sus sentimientos no coincidían
con nuestro modo de ver el sexo.

Es deprimente que, durante siglos, hayamos dado más importancia para


determinar el sexo de un ser humano, a un colgajo más o menos, en vez de
valorar la vivencia profunda de cada persona. Hoy sabemos y aceptamos que lo
que cada uno siente en lo hondo de su ser, es lo importante, aunque no esté de
acuerdo con lo que nos dice su biología externa.

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En moral

Ya hemos visto que la religión tuvo una influencia decisiva en la socialización del
ser humano. Las normas promulgadas en nombre de Dios, fueron mucho más
eficaces que las leyes que podía dictar el monarca de turno. Gracias a ellas, la
convivencia se hizo posible y mejoró el bienestar de todos. Sin esa perspectiva
la vida en comunidad hubiera sido mucho más problemática.

Pero con el tiempo, el afán de poder de los dirigentes, tergiversó ese objetivo.
Las normas morales se convirtieron en férreo control de la vida pública y
privada. Las normas, pretendidamente religiosas, se fueron acomodando a los
intereses de la autoridad. Incluso cuando se descubrió su relatividad y a veces
su perversidad, nadie se atrevía a cambiarlas, porque se ha propuesto como
voluntad de Dios.

El problema que se nos platea hoy es peliagudo. Si hemos tomado conciencia de


que los mandamientos no vienen directamente de Dios ¿Cómo darles ahora
fuerza si ya no son preceptos impuestos por una divinidad? Si recuperamos el
sentido etimológico de moral (costumbre) todo será mucho más fácil. El ser
humano descubre lo que le ayuda a ser, por la experiencia personal de cada
individuo. Esa experiencia continúa y aumenta el conocimiento de lo que es
bueno o malo para todos los ser humanos.

Ofrecer a Dios animales o productos de la tierra se creyó que era la voluntad de


Dios, aunque la gente se muriese de hambre. Sacrificar seres humanos se creyó
en algún momento de nuestra historia que era muy bueno. La necesidad de
agradar a los dioses para ponerlos de nuestra parte, nos llevó a cometer todas
esas atrocidades, pensando que les agradaría. Hoy, a los que siguen pensando
así, los llamamos bárbaros.

En esta materia, la intrincada maraña de ritualismos, que hemos tejido durante


dos mil años, está dificultando la superación de tantos traumas como se han
suscitado. La Iglesia-institución parece que no tiene nada que cambiar, pero el
pueblo llano está buscando por su cuenta y desesperadamente soluciones
aceptables.

El mundo sigue su curso

La evolución del cosmos, del sistema solar sigue su curso sin verse afectada por
la aparición del ser humano. En lo que se refiere a la tierra parece que es otro
cantar. Los avances de la técnica han sido tan espectaculares, que empiezan a
afectar a la marcha evolutiva de la vida sobre la tierra. Parece que estamos
deteriorando su habitabilidad, destruyendo sistemas biológicos enteros.

En todas las edades geológicas se han dado cambios más drásticos que en
nuestro tiempo, pero parece ser que hoy es el ser humano el que está
provocando esos cambios. A través de cuatro mil millones de años, ha habido
extinciones masivas de especies. Lo singular de nuestro tiempo es que esos
cambios son demasiado rápidos y no vamos a tener tiempo de adaptarnos a la
nueva situación.

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La solución no está en que una asociación salve de la extinción a esta o a


aquella especie. La solución estaría en conservar los hábitats que hacen posible
la diversidad de vida. Y si es inevitable que una especie desaparezca, debemos
propiciar que la naturaleza tenga recursos para hacer surgir otra u otras muchas
especies, como ha sucedido durante 4,000 millones de años.

Todos seres humanos sin excepción, deben llegar a comprender que la


racionalidad no les da patente de corso para actuar de una manera antinatural
con la naturaleza. Todo lo contrario la inteligencia nos tenía que ayudar a
encontrar una relación cada vez más natural con todo lo creado, sean minerales,
vegetales o animales. Estamos aquí para perfeccionar la naturaleza no para
destrozarla.

Humanidad y mundo hoy

En líneas generales, el hombre está construyendo un mundo más habitable para


la raza humana. Pero en esa transformación no se ha tenido en cuenta que el
ser humano vive en inevitable contacto y dependencia con todas las demás
especies y necesita de ellas para poder subsistir. Hasta hace muy poco se creía
que los recursos de la tierra eran inagotables y nadie se preocupó por mantener
un equilibrio imprescindible para que la vida siga.

En muy pocos años, la ecología ha entrado en todos los rincones de la sociedad


hasta convertirse en una de las preocupaciones fundamentales de nuestro
tiempo. La toma de conciencia de que nosotros y la tierra formamos un todo
inextricable nos está llevando a la responsabilidad y al realismo. Ya estamos
haciendo mucho por corregir los errores que hemos venido cometiendo desde
hace siglos.

Es muchísimo más lo que nos queda por hacer y con poco tiempo para rectificar.
La inmensa mayoría de los habitantes del planeta no tienen ninguna culpa de su
deterioro, pero por desgracia, son los que más están pagando las consecuencias
de los abusos. Son las grandes potencias industriales las que se han beneficiado
del abuso de los recursos y son ellos los que debían hacer el esfuerzo por evitar
el desastre. Es completamente injusto que los no culpables paguen el pato.

Si los recursos son cada vez más limitados, lo justo sería que los países con un
nivel de vida más elevado, sean los que tengan que apretarse el cinturón para
paliar el problema. No tiene ni pies ni cabeza que obliguemos a apretarse el
cinturón al que está en los huesos. Es una gran tiranía, el impedir, directa o
indirectamente, que la inmensa mayoría de la población mundial acceda a los
bienes indispensables para llevar una vida mínimamente humana.

Lo que en estos días está pasando con los refugiados de Siria y de África, es
sangrante y demuestra la actitud de los privilegiados de Europa que defienden
con uñas y dientes sus privilegios, aún a costa de infinidad de sufrimiento y
muerte. Desde que existe el hombre, ha habido migraciones en busca de
alimentos o de seguridades.

La causa de las invasiones de todos los tiempos ha sido siempre la misma,


buscar tierras más fértiles o huir de los peligros de otros seres humanos. Hoy

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sabemos que ninguna raza o etnia es originaria de la tierra que hoy la acoge.
¡Cómo podemos esgrimir el absurdo argumento de que es nuestra! El egoísmo
nos hace perder la perspectiva adecuada para juzgar las situaciones que nos
afectan.

Es deprimente que la relativa globalización sólo se haya conseguido en el


aspecto económico y sólo porque está promovida por los intereses materiales de
multinacionales o países enteros. La inmensa mayoría de las guerras desatadas
en los últimos siglos han tenido como origen los intereses económicos, aunque
hayan sido camuflados bajo otros slogans y justificantes como la paz o la
democracia.

Si los intereses materiales y egoístas siguen rigiendo la política internacional, el


mundo no tendrá porvenir alguno. La culpa de esta actitud la tenemos todos. No
basta proclamar las injusticias a nivel personal o de pequeños colectivos. Hace
falta que todos los individuos se comprometan en el cambio de actitud y el bien
de todos prevalezca incluso sobre mi interés personal.

A todos se nos llena la boca hablando de solidaridad, pero en cuanto el ser


solidario conlleve una baja en mi nivel de “bienestar” o en las prestaciones que
recibo del gobierno, se acabó la solidaridad. Para construir un mundo más
humano, debemos asumir que un bienestar de unos pocos, a costa del
sufrimiento y la miseria de la mayoría, no podemos considerarlo progreso
humano.

Dios expulsado del mundo

De la misma manera que fue el ser humano el que creó a Dios o a los dioses,
hace ya tiempo que ha empezado a destruirlos. Ya a principios del siglo XIX,
dice la leyenda que Laplace contestó a Napoleón, que se extrañó de que en su
gran obra científica, no mencionara una sola vez a Dios: “Señor, no necesito de
esa hipótesis”. Esta anécdota muestra la importancia que tuvo para la ciencia el
sacudirse el corsé de la religión con todos sus mitos.

Esta actitud es comprensible y lógica en el ámbito científico, pero expulsar a


Dios de todos los aspectos de la vida humana me parece un poco excesivo. Para
comprender esta aparente contradicción habría que distinguir entre la realidad
de Dios y los conceptos en que nos empeñamos en meter esa realidad
insondable. Dios no se opone a ninguna ciencia, pero el ídolo que hemos creado,
con frecuencia ha impedido el legítimo desarrollo del conocimiento científico.

Desde el Júpiter tonante hasta el dios del juicio final están perdiendo terreno a
marchas forzadas en la conciencia humana. Ni en nuestra propia religión tienen
ya fuerza alguna las amenazas con el fuego eterno. Los mitos ancestrales han
sido sustituidos por visiones más de acuerdo con los conocimientos que hoy
tenemos del mundo del hombre y de Dios mismo.

Una vez más hay que recordar que la razón no nos puede llevar a saber lo que
Dios es, pero nos puede decir lo que no puede ser. La necesidad de sustituir las
ideas que hemos manejado de dios o dioses, sí procede de la razón, aunque no
es ella la que tiene que dar una respuesta adecuada. El fallo que hemos

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soportado ha sido que se ha dado por buena la respuesta de la razón a un tema


que le desborda.

Hoy, al necesitar una superación del dios que se ha tenido por verdadero, o
queremos buscar otro utilizando el mismo método o nos quedamos sin nada,
como revancha por haber sido engañados. La respuesta es buscar
personalmente lo divino sin razonamientos. Sólo viviendo en lo hondo de
nuestro ser la realidad trascendente, superaremos la alternativa fatal de: o el
dios de siempre o nada.

IV
HACIA DÓNDE CAMINAMOS

Si analizar el pasado era muy difícil, mucho más complicado será adentrarnos en
el futuro. Ni la imaginación más atrevida puede, en estos momentos, prever lo
que está por venir, incluso en el horizonte más cercano. La posibilidad de viajar
a velocidades supersónicas, tanto por aire como por tierra, las posibilidades de
la nanotecnología aplicada a la medicina y la industria, el ámbito de la
interacción de la máquina y la vida, son campos que quitan el aliento.

El panorama que podemos observar en este comienzo de siglo es tan complejo


que es casi imposible atender a todos los frentes. Un siglo XX especialmente
convulso y de inmensos contrastes, da pie a cualquier interpretación, desde la
más pesimista al optimismo absoluto. Los logros y desastres que se han vivido
en estos cien años no tienen parangón en toda la historia de la humanidad.

Si pensamos en las dos guerras mundiales, en la bomba atómica, en la guerra


fría que sigue ahí, aunque congelada, en los incontables genocidios, en las
injusticias a todos los niveles, en la hegemonía absoluta de lo económico sobre
cualquier otro valor, en el hedonismo que lo invade todo, en el consumismo que
afecta incluso al que no tiene posibilidad de consumir nada, podíamos caer en el
pesimismo más absoluto y concluir que el ser humano no tiene salida alguna en
el futuro.

Si pensamos por otra parte, en la cantidad de logros alcanzados en todos los


órdenes durante ese mismo siglo, tendríamos motivos para el optimismo más
desbordante. Desde el punto de vista científico se han producido más avances
que en los dos milenios anteriores. En el campo de la astronomía se han
conseguido avances increíbles. La física cuántica nos ha llevado hasta los límites
de lo infinitamente pequeño.

No digamos nada desde el punto de vista técnico. Las gigantescas obras de


ingeniería, el desarrollo de nuevas fuentes de energía, abren horizontes
inimaginables. En sanidad se ha conseguido la superación de infinidad de
enfermedades. La lucha contra el cáncer y contra el sida, aunque no está
ganada, nos da motivos para la esperanza. En lo social los avances no han sido
menores, en muchos países se ha conseguido un bienestar económico y social
que era impensable hasta hace muy poco.

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Todo esto quiere decir que estamos ante alternativas que podíamos considerar
grandiosas. El ser humano se ha dotado de instrumentos que le permiten logros
sobrehumanos y, a la vez, de capacidad para provocar increíbles desastres y
deshumanización. En ambas direcciones puede desplegar medios
inconmensurables de integración humana y destrucción. La responsabilidad es
hoy mayor que nunca porque las posibilidades son mayores.

Futuro de la tierra
La ciencia lo tiene bastante claro. Las leyes de la evolución del cosmos son
inexorables. Aunque algunos aspectos aún se nos escapan, en líneas generales
sabemos hacia dónde camina todo el universo y en especial nuestro sistema
solar y nuestra querida tierra. Sabemos que dentro de un tiempo nuestro
planeta se convertirá en inhabitable. De la misma manera que tuvo que pasar
un largo periodo desde que se formó hasta que pudo aparecer la vida sobre él.

Sabemos que el sol se convertirá, dentro de 5,000 millones de años más o


menos, en una gigante roja que engullirá la tierra. Pero no podemos asegurar
que el calentamiento de la tierra no nos juegue una mala pasada y dentro de
muy pocos años nos encontremos con sorpresas desagradables, como puede ser
la subida del nivel del mar demoledora, si consideramos que la mayoría de las
grandes ciudades están junto a la costa.

Catástrofes de esta magnitud se han producido en todas las épocas. En algunas


de ellas se produjeron aniquilaciones masivas de especies, pero la tierra se ha
recuperado y la vida ha seguido adelante. Está claro que una catástrofe que
aniquilara hoy al ser humano, sólo sería irreversible para él. La vida seguiría en
sus formas más simples y por lo tanto más adaptables. Incluso habría tiempo
para que surgiera otra vez la inteligencia.

El futuro de la tierra como planeta no depende del ser humano, pero debíamos
preocuparnos por lo que hoy podemos hacer para evitar catástrofes que si
dependen de nosotros. Estamos empezando a tomar conciencia de lo que
significa la ecología. La tierra es nuestra casa común que tenemos que
compartir con el máximo de especies posible. Sabemos que la existencia de una
sola especie es inviable.

Hoy tenemos medios para cambiar el sentido de algunos procesos que sabemos
nos pueden llevar a la destrucción de la especie. Los recursos de la tierra para
mantener el estado de bienestar no son inagotables. Es radicalmente injusto
pretender que unos pocos sigamos desfrutando de recursos que hoy sabemos,
no podrían alcanzar a todos los humanos.

Pero los privilegiados no estamos dispuestos a reducir nuestro estado de


bienestar en beneficio de aquellos que ni siquiera tienen lo suficiente para
sobrevivir. Una distribución menos injusta de los bienes de consumo, no sólo
sería más justa sino completamente imprescindible para que todos pudiéramos
sentirnos más humanos. Si los privilegiados nos seguimos portando

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inhumanamente no podemos pretender plenitud humana ni para nosotros, ni


para los desfavorecidos.

La sensibilización que a escala mundial está aflorando sobre la necesidad de


cuidar nuestra tierra maltrecha, será una quimera si no comprendemos que el
cambio tiene que empezar por descubrir la necesidad de cuidar el espacio
interior de cada ser humano. No podremos alcanzar una armonía con la
naturaleza si no conseguimos previamente la armonía con nosotros mismos y
con los demás humanos.

En el orden de la naturaleza material nos estamos topando con límites radicales,


que condicionan nuestra manera de relacionarnos con ella. En el orden interno
de cada uno, las posibilidades no tienen fronteras y pueden desplegarse las
distintas potencialidades sin límite alguno. Es posible crecer en humanidad sin
necesidad de consumir más a toda costa.

El futuro del hombre


Por curiosidad puse en internet la frase: “el futuro del hombre”. Entradas
constatadas 32 millones. A continuación escribí: “futuro espiritual del hombre”,
896 mil entradas. Con una curiosidad incluso mayor escribí en inglés: “future
human” y aparecieron más de 1.500.000.000 de resultados. Luego apunté:
“future spíritual human” y aparecieron solamente 140 millones.

Está clara la diferencia de interés para la inmensa mayoría de los internautas. El


futuro biológico o síquico interesa más que el futuro del aspecto espiritual.
Aumentar las capacidades mentales, es una preocupación mayor que adentrarse
por una posible plenitud como humanos. La inmensa mayoría de la gente está
más preocupada por los avances de la ciencia y de la técnica que por alcanzar
un más alto nivel de humanidad.

A nosotros nos interesa cualquier futuro, pero sobre todo nos interesa el futuro
espiritual, es decir, el futuro que atañe a lo profundamente humano. Al hacer
esta opción no nos apartamos de lo material, lo biológico, lo sicológico y lo
racional. Al contrario, hoy estamos seguros que como el ser humano no avance
espiritualmente, en muy poco tiempo podemos desaparecer como especie sobre
la tierra.

El futuro del hombre integral es el punto central de nuestra búsqueda. Partiendo


de lo que somos hoy, trataremos de descubrir qué perspectivas se abren en
nuestro horizonte. Conocemos las sangrantes carencias que afectan a gran parte
de los habitantes de este planeta. Tenemos medios para superar la mayoría de
ellas. La realidad es que cada uno piensa en cómo mejorar su propia situación
sin pensar en los que están por debajo de nuestro nivel de bienestar.

Si tenemos en cuenta lo que pasa en los procesos biológicos de las demás


especies, tanto vegetales como animales, cambiará nuestra perspectiva de toda
evolución. En efecto, miles y miles de millones de granos de polen, producidos
por un árbol, se desperdician para que solamente uno llegue a fecundar un

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óvulo. Miles de millones de espermatozoides se pierden para que uno pueda


formar un nuevo ser.

¿Cuántos seres humanos han llegado a un cierto grado de “iluminación” y fueron


conscientes de lo que realmente eran? No podemos pensar que de la noche a la
mañana, los siete mil millones de seres humanos que habitan la tierra lleguen a
una verdadera humanidad. No se trata de eso. Se trata de ver de qué manera
va aumentando el número de los “conscientes” para que cambie la humanidad,
aunque no todos alcancen el mismo grado de perfección humana.

Lo importante es alcanzar una cierta masa crítica que tenga la suficiente fuerza
como para marcar la dirección de una nueva humanidad. Esta masa crítica
debería influir lo suficiente como para inclinar la balanza en favor del altruismo y
la compasión, de la preocupación por los demás, de la tolerancia y la acogida;
en una palabra, de la superación del egoísmo y el individualismo y entrar en la
dinámica de la comprensión y del amor.

El carbón y el diamante tienen la misma composición química, pero sólo una


mínima parte del carbón existente encuentra las circunstancias apropiadas para
convertirse en diamante. Algo parecido pasa con la especie humana. Todos
estamos hechos de los mismos elementos, pero muy pocos son capaces de
descubrir su verdadero valor y manifestarlo claramente, desplegando un mayor
grado de humanidad.

Los orientales ponen otro ejemplo muy drástico: hace falta una inmensa
cantidad de lodo y suciedad para que pueda surgir una flor de loto. A mí se me
ha ocurrido otro ejemplo que puede ayudarnos: para poder colocar un grano de
arena a un metro de altura, necesitamos millones y millones de granos que los
sustenten. Sin esa base, aparentemente inútil, nunca se podría mantener un
grano en lo más alto.

Puede parecernos ofensivo el aplicar esta ley a la naturaleza humana, pero la


realidad está ahí y no podemos cambiarla. La verdad es que en la naturaleza
esa ley es ciega, en cambio en la persona humana, depende de cada uno, el que
sigamos siendo masa o alcancemos la iluminación porque hemos puesto toda la
carne en el asador para conseguirlo. Cada ser humano que consigue la meta,
está dando sentido a los millones que se han quedado en pura posibilidad.

Si un pino produjera sólo los mil granos de polen que hacían falta para fecundar
mil piñones, seguramente ninguno de ellos progresaría. Por la misma razón no
tenemos que ser impacientes, debemos hacer todo lo posible por llegar a
conseguirlo, pero aunque no sea así, no por eso nuestra existencia habrá sido
inútil. Si terminamos siendo estiércol para que otra flor de loto se abra,
felicitémonos por ello.

Hay otro aspecto que me gustaría señalar. En esta explosión de espiritualidad,


es más importante la calidad que la cantidad. Aunque muy pocos seres humanos
llegaran a la iluminación, el efecto sería extraordinario en toda la humanidad. Lo
mismo que la explosión de un sólo átomo de uranio puede tener efectos
destructores en un inmenso radio. Es importante que tome conciencia de este
hecho.

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Es muy curioso que en todas las religiones se hable de algo muy parecido a un
mesías que ha de venir. Incluso en el cristianismo que hemos aceptado a Jesús
como Mesías, parece que no terminó su obra y estamos esperando que vuelva
para rematarla. Empeñarnos en echar la culpa a otro de nuestro fracaso, indica
hasta qué punto hemos desenfocado el problema.

En el orden científico es la razón la que tiene posibilidades de predecir, pero en


el orden del ser, debemos ir más allá incluso de lo que puede decirnos la razón.
Esto complica el tema de manera importante. No se trata ya de garantizar
nuestra vida biológica, sicológica o intelectual; se trata de dirigir nuestros pasos
hacia la auténtica plenitud humana y ésa está más allá de los logros científicos y
técnicos.

Estamos dando el último paso hacia la autonomía total del hombre. La tutela de
los dioses ya no es necesaria. Lo que antes se hacía porque así lo determinaban
ellos, lo tenemos que seguir haciendo, pero por convicción, es decir, por haber
tomado conciencia de que es lo bueno para nosotros y no por obediencia a un
Ser exterior a nosotros.

La trascendencia la tenemos que descubrir en lo más hondo de nosotros


mismos. Ahí se sigue manifestando como directriz que nos marca el camino de
nuestra plenitud humana. De la profundidad del ser le ha llegado al hombre
siempre la revelación, aunque en los estadios primitivos de su andadura,
interpretara que le llegaba de fuera.

El paso definitivo se presenta muy complicado, porque la mayor parte de la


gente se encuentra muy a gusto con la intervención exterior de un dios que le
sigue dando seguridades y le dispensa de la tarea de tener que descubrir dentro
de sí mismo lo que antes recibía gratuitamente de unos seres metafísicos que le
trascendían.

Mirar al futuro es posible

Por primera vez en toda la historia de la evolución, el hombre es capaz de


plantearse las posibilidades de futuro de su evolución como ser humano. La
razón le permite descubrir que el proceso evolutivo que le ha traído hasta aquí,
no tiene por qué detenerse. El paso de lo puramente biológico a lo sicológico y
más tarde a lo mental no tiene pinta de ser un punto y final sino más bien un
peldaños más que le lleva a un avance posterior.

Esta posibilidad no es una ensoñación, un desiderátum o un invento sino una


realidad con fundamento sólido en lo que sabemos sobre nosotros mismos y
nuestro pasado. En todas las épocas, desde que tenemos indicios prehistóricos,
el ser humano ha intentado ir más allá de sí mismo. Es lo que ha hecho la vida
desde que apareció sobre la tierra. El ser humano tiene motivos añadidos para
hacer lo mismo y con mayor intensidad.

Más claro aún que el argumento anterior, es el descubrir que algunos individuos
de nuestra especie han traspasado el techo normal de una evolución biológica,
sicológica y racional y se han introducido en un territorio de humanización

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inexplorado para ellos e insospechado para nosotros. Mientras más avanzamos


en la evolución, más necesaria se hace la realización de nuevas utopías.

Pero la realidad es que no se trata de descubrir nuevos territorios sino de verlo


todo con ojos nuevos y descubrir lo que está implícito en todo lo que ya somos.
La capacidad de desplegar una verdadera humanidad está disponible para todos.
No se trata de un privilegio para unos pocos sino de una realidad que está ahí al
alcance de todos. Es un error pensar que se trata de un privilegio para solo
algunos.

Podemos acelerar nuestro futuro

Hoy no podemos plantearnos con precisión cuál puede ser nuestro futuro, pero
podemos acelerar la marcha en una determinada dirección. Todos los seres
humanos somos idénticos en nuestras posibilidades. Si descubrimos que otro ser
humano alcanzó, incluso hace miles de años, una plenitud de humanidad
insospechada, no sólo tenemos derecho sino la obligación de intentarlo también
nosotros.

Sin embargo, en qué consiste ese futuro no puede ser explicado aún por la
racionalidad. Por eso, con tanta frecuencia, incluso los místicos patinan al
intentar hablar de sus vivencias. Al hablarnos de unidad, armonía, amor, paz y
bienestar, nos desconciertan porque no pueden concretar en qué consisten ni
pueden delinear el camino que les ha llevado a ese estado. El lenguaje humano
es absolutamente impotente para expresar realidades espirituales.

Todos los místicos de todos los tiempos coinciden en hablarnos de una


experiencia de unidad que sobrepasa nuestra capacidad de comprensión. Sin
embargo, nos hablan de un territorio, que aunque no ha sido explorado por
nosotros, algo muy dentro de nosotros mismos, nos dice que no es del todo
extraño a nuestros anhelos. Cualquier texto de cualquier místico que leas con un
poco de atención te llega a lo más hondo y te emociona.

La necesidad de un conocimiento racional, basado en el análisis, la división y la


contraposición de los distintos elementos para poder comprender, es inherente a
nuestra estructura racional. En toda experiencia mística, esta manera de
comprender es superada y se llega a una contemplación directa de la verdad
que es capaz de superar los contrarios, en los que la razón se apoya, para
descubrir por intuición la armonía absoluta, total.

Los místicos nos dicen: ¡es posible!

Esa vivencia de algunos seres humanos que parecen privilegiados nos está
indicando el camino de nuestro futuro como individuos. El acceso a la verdad no
racional sino intuitiva, que me haga no comprender, sino vivir la Verdad que
todo lo unifica, es el anhelo de muchas personas insatisfechas. Esa unidad no
anula sino que potencia la conciencia de ser personal, a la vez que te lanza más
allá de la individualidad, de la dualidad, de la separación.

Esta comprensión supra racional nos descubrirá que todo afán de potenciar el
individualismo y el egoísmo es una supina ignorancia. Las religiones se han

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empeñado en machacar el ego para llegar a amor desinteresado. Esta


programación no puede funcionar porque la dualidad, mucho más los contrarios,
tienen que ser superados. En este ámbito espiritual, trascendente, divino, nada
hay contrario a nada porque todo es uno.

Dificultades para el cambio


Antes de llegar a esa meta, tenemos que superar las trampas en las que nos
hemos quedado enredados. Lo que pudo ser, en un momento de nuestra
evolución, muleta necesaria para mantenernos en pie, se convierte ahora en el
mayor obstáculo para avanzar. El miedo a abandonar las muletas, es el
obstáculo más fuerte para entrar en la dinámica de la vivencia espiritual. La
programación en la que caen todas las religiones es la mayor dificultad para
desplegar la verdadera Vida.

Cambiar no va a ser fácil. El panorama que se presenta en nuestra sociedad hoy


es inquietante. Por una parte está agotando todos los recursos que podían
ayudarle a cambiar y por otra, está instalándose en una postura tan inamovible
desde el punto de vista espiritual, que todo intento de superar la situación
parece estar abocado al fracaso. Debemos tomar conciencia de que, a pesar de
la dificultad, o cambiamos o nos destrozamos como especie.

Nuestra religiosidad o espiritualidad sigue estando demasiado pendiente de


estructuras externas. La religión ha prestado un servicio valiosísimo a la
sociedad durante milenios. El problema es que hoy nos sigue tratando como
niños y nos está teledirigiendo hasta en los más mínimos detalles. Todo sigue
legislado, lo que tienes que hacer y lo que no debes hacer.

Adentrarnos por los nuevos derroteros que nos exige la evolución, puede
hacernos tambalear por tener la impresión de que hemos perdido las piernas. La
realidad es que sólo hemos desechado las muletas que no nos permiten
avanzar. Dejar las actitudes infantiles, aceptar nuestra mayoría de edad nos
obligará a desplegar todas las posibilidades de ser de cada uno.

Tenemos miedo a perder las seguridades que la religión nos había garantizado.
Si tenemos en cuenta que la religión estaba encaminada a conseguir esas
seguridades, nos daremos cuenta de la dificultad que debemos afrontar para
superar esa tentación. Si hacer esto o dejar de hacer aquello no me garantiza ya
cosa de provecho, no encontraremos motivos para seguir por ese camino.

También nos puede paralizar el miedo a equivocarnos. Si hago lo que me han


mandado no fallaré. Pero eso es una quimera. Si se ha equivocado el que te
ordeno hacer algo, el perjudicado serás tú mismo, aunque hayas puesto la
responsabilidad en el otro. El dispensarme de tomar decisiones, puede ser muy
gratificante a primera vista, pero al hacerlo, estoy renunciando a vivir mi propia
vida. Hoy son muy pocos los que están dispuestos a tal renuncia.

Nos asusta lo desconocido. Lo malo conocido es mejor que lo bueno por


conocer, dice un refrán. Siempre se ha hecho así. Esa cantinela parece que nos

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tranquiliza y nos dispensa del riesgo de tomar nuestras propias decisiones. No


estamos convencidos de que la vida es afrontar riesgos imprevisibles. Cada vez
que nos instalamos y nos negamos a caminar, morimos. La responsabilidad de
vivir es intransferible.

La comodidad es otro de los peligros que nos acechan. Seguir la inercia y


dejarse llevar por la masa y ambiente que me rodea, será siempre más fácil que
ponerse a nadar contra corriente. La comunidad no puede ser una excusa para
dejarse llevar, arropado por los demás. La comunidad debe proporcionarme un
marco adecuado para que yo desarrolle mi propia vida, no puede ser el motivo
de mi apatía y somnolencia.

Sólo lo absoluto me dispensa de necesitar seguridades. Esto lo sabe muy bien la


religión. Por eso su primer objetivo es asegurarnos de que maneja verdades y
normas absolutas, que me llevan a una absoluta seguridad. Esto, sencillamente
es una trampa. La seguridad absoluta no puede venir de fuera. Sólo nuestro
verdadero ser es la verdad absoluta que no puede fallar. Se trata de la verdad
ontológica que está más allá de la lógica.

Somos limitados y nunca podremos sostener una verdad absoluta encerrada en


conceptos. El seguir confiando en verdades lógicas, lo único que puede aportar
es un sedante para no vernos zarandeados por la duda. Preferir la seguridad, a
la libertad y la Vida, es condenarse a la esterilidad. Esto es muy difícil de
comprender para el común de los mortales que lo único que deseamos son
seguridades.

Nos han convencido de que todo está descubierto y no es necesario indagar


más. Se nos ha advertido que intentar ser original, era soberbia. La verdad es
que la trayectoria de tu existencia tienes que marcarla tú mismo, si quieres
desplegar todas tus posibilidades de ser humano. Aceptar que el simple fiel no
tiene que buscar la verdad porque la tiene ya en la Iglesia, es simplemente
renunciar a ser tú.

Siempre será más fácil seguir a un líder. Si no existe, lo creamos y lo seguimos


en manada para evitar los complejos de inferioridad y la desazón de la
búsqueda. Claro que siempre habrá otro ser humano que va por delante y te
puede ayudar a encontrar el camino. Lo nefasto es renunciar a caminar con tus
propios pies y negarte a dar a tu vida el toque de personalidad que nadie puede
dar por ti.

Nos da miedo la directa relación del hombre con Dios y por eso dejamos en
manos de otro más digno esa tarea. La verdad es que entre Dios y tú no hay
ningún espacio que pueda ocupar otro. Todo el que pretenda ser intermediario
entre Dios y tú, te está engañando, incluso aunque su intención sea digna de
elogio. Una vez más me veo obligado a recordar: todo dios que coloque ahí
fuera es un ídolo.

La inmensa mayoría de los cristianos están convencidos de que la fe consiste en


“creer lo que no vimos”. Sin embargo, en ninguna parte del AT y sólo en Pablo
del NT se habla de la fe como creencia. La fe en la Escritura es siempre la
confianza en el otro (persona) y va siempre acompañada de la fidelidad. Ahora

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que sabemos que Dios está identificado con cada uno, fe sería confiar en ti y ser
fiel a las exigencias de tu ser más profundo.

Al añadir: “porque Dios lo ha revelado”, estamos dando un salto en el vacío.


Revelar significa retirar el velo. Dios no puede desvelar nada, porque Él estará
siempre igual a las dos partes del velo. Si aceptamos que Dios revela algo a una
persona concreta, estoy afirmando que no se lo revela a los demás. Es decir que
a uno le revela y a otro le vela. No nos damos cuenta del absurdo en que
entramos, aplicándole tal actitud a Dios.

Para confiar en el otro, debo descubrir que el otro es auténtico y de fiar. Pero
para darte cuenta de eso, antes tienes que ser verdad (auténtico) tú mismo. Esa
autenticidad me capacitaría para descubrir lo que soy y serlo realmente.
Normalmente lo que nos preocupa es aparentar ante los demás lo que creo ser,
pero me trae sin cuidado lo que realmente soy.

Otro factor de dificultad para el cambio es la masa. Estamos tan acostumbrados


a la masificación que todo lo que huela a individualización nos pone en alerta.
Nos da miedo singularizarnos. Los místicos han sido siempre considerados
como bichos raros. Seguir la manada fue siempre signo de protección y
seguridad. Hasta hace bien poco, aún se repetía entre los directores
espirituales: “iter per viam vaccarum”, que se podía traducir: no salgas del
camino trillado. Aspirar a la mística era un signo de soberbia.

La plenitud de la que hablamos, todavía no puede ser conseguida por la


mayoría. Antes de alcanzar esa meta, tiene que haber exploradores arriesgados
que se atrevan a ir más allá de lo comúnmente explorado. Tardará mucho
tiempo antes de que ese territorio deje de ser lugar de exploración y se
convierta en nuestro hábitat natural.

Como ha pasado siempre en el ámbito biológico, todo avance comienza por la


osadía de un solo individuo que poco a poco es seguido por otros hasta hacerse
normal lo excepcional. Tardará mucho tiempo antes de que un número
suficiente de seres humanos desarrollen su vida en ese nuevo ámbito y
arrastren a toda la masa en esa dirección. No esperemos a ser arrastrados,
debemos intentar ir por delante y ser nosotros los que arrastremos a los
demás.

Lo que nos tiene que hacer pensar es que el ser humano personalmente tiene
capacidad para alcanzar ese estado si de verdad se lo propone con ahínco y no
se deja atrapar por las trampas que va encontrando en el camino. Aunque solo
un ser humano hubiera llegado, sería suficiente para demostrarnos que también
nosotros mismos podemos llegar. Ya lo hemos repetido, ningún ser humano
puede ser privilegiado en lo que tiene de humano.

Difícil despegue del pasado y presente

Hasta hace muy poco, el pasado era un férreo corsé que nos impedía desarrollar
el presente y más todavía planear un futuro. Cuántas veces hemos oído o
repetido la rotunda frase: siempre se ha hecho así. Ha llegado el momento de
cambiar de planteamiento. Por mucha veneración que tengamos por nuestros

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mayores, no debemos caer en la tentación de creer que ellos fueron más que
nosotros.

Para entender el presente no tenemos más remedio que tener en cuenta el


pasado. Pasado y presente condicionan nuestro futuro, pero no pueden
paralizarlo. El cosmos entero está siempre en evolución y nosotros formamos
parte de ese universo. El único ser humano que malogra su existencia es el que
se instala y se niega a afrontar el riesgo de vivir su propia vida. Incluso desde el
punto de vista biológico, la vida es superación constante de los obstáculos que
tienden a impedirla.

Las instituciones religiosas se llevan la palma al rechazar cualquier nuevo


planteamiento que no se acomode a lo que hemos recibido. Para la mayoría de
ellas todo está fijado y nadie puede osar cambiar nada. Pero debemos tener hoy
claro, que no puede haber otra salida que el cambio. Todo intento por detener el
progreso es irracional. Todo afán por refugiarse en el pasado e impedir a toda
costa lo nuevo, sería ir contra la misma condición del ser humano.

Pablo Neruda, en un momento de increíble represión social dijo en un discurso:


“podéis cortar todas las flores, no podréis detener la primavera”. Sólo un poeta
como él podía decir algo tan profundo y tan bello. Pero también el gran filósofo
Nietzsche dijo: “Nunca ha llegado más lejos el hombre que cuando no sabía a
donde le llevaban sus pasos”. Ni uno ni otro hablaban del tema que nos ocupa,
pero su reflexión es válida.

El panorama que se presenta en nuestra sociedad hoy es ambivalente. Por una


parte está despreciando todos los recursos que podían ayudarle a cambiar y por
otra está instalándose en un “statu quo” tan inamovible que todo intento de
superar la situación parece poco menos que imposible. Debemos tomar
conciencia de que, a pesar de la dificultad, o cambiamos o nos destrozamos
como sociedad.

Dificultades en lo político

Todos los regímenes han fracasado o mejor dicho, se han ido agotando uno tras
otro, por no dar más de sí. Fracasó la ley del más fuerte, fracasó la tiranía,
fracasó la monarquía, fracasó el feudalismo, fracasó el capitalismo, fracasó el
comunismo. Han fracasado todas las revoluciones, después de más o menos
años de euforia. Han fracasado los imperios y siguen fracasando los que
permanecen en activo.

Todas las ideologías de cualquier signo que sean, se han mostrado insuficientes
para dar una respuesta adecuada a la convivencia entre todos los seres
humanos. Las religiones se han conformado con mantener la cohesión entre un
número reducido de personas, sus fieles. Estos objetivos son raquíticos, hoy
insatisfactorios para la mayoría de los seres humanos. Las seguridades que
ofrecían no responden a las exigencias de una plena humanidad.

Después del Renacimiento, se creyó que el desarrollo de la Razón iba a dar


respuesta a todos los problemas que el hombre pudiera plantearse. Descartes
creyó haber descubierto el método para alcanzar la verdad absoluta. La

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Revolución francesa creyó que había dado con la panacea para todo, la
República. Estaban convencidos de que bastaba proclamar unos principios para
que todo estuviera solucionado. Pero resultó que la cacareada liberté, égalité,
fraternité, están muy lejos de ser hoy una realidad tangible.

La razón es siempre la misma, la incapacidad de satisfacer los más profundos


anhelos del hombre y de responder a los nuevos retos a los que cada sociedad
tiene que enfrentarse. Todas las instancias de poder tienden a perpetuarse.
Para ellos cualquier cambio es una mala noticia porque trae consigo la
inseguridad y la imposibilidad de planear el futuro a su antojo. Todo poder
tiende a secuestrar la sociedad para ponerla a su servicio, impidiendo el normal
progreso que es la clave de toda sociedad.

Todos los regímenes fracasarán mientras el interés se centre en otra parte que
no sea la persona humana en sí misma. Mientras las naciones tengan como
objetivo el poder, e intenten por todos los medios imponerse a las demás por la
fuerza, sea bruta o camuflada, no habrá verdadera paz. La paz que se sigue
proponiendo hoy es la paz romana: aquí no se mueve nadie o le aplasto.

El equilibrio de fuerzas en que se sustenta la convivencia mundial hoy, no puede


ser suficiente para fundamentar la armonía entre los pueblos. Mientras las
naciones sigan intentado doblegar a las demás con chantajes, no podrá haber
confianza. Yo esgrimo el petróleo, yo la tecnología, yo la cultura, yo la capacidad
de propaganda, etcetera. Desde esa actitud no podremos llegar a una confianza
mutua, que sería la base de toda relación internacional.

Dificultades en lo económico

A finales del 2016, estamos al cabo de la calle con relación a la economía. Es un


ámbito incontrolable, mejor dicho, es una parcela de la sociedad controlada por
unos pocos, cuyo único objetivo es aumentar su poder a través del dinero. Las
personas de carne y hueso sólo interesan como medios e instrumentos para
conseguir sus objetivos. Con una desfachatez asombrosa se habla de excedente
de población.

No se puede erradicar la pobreza, pero se pueden gastar cientos de miles de


millones para sostener el sistema económico que beneficia sólo a unos pocos.
No podemos aceptar más refugiados porque peligra nuestro “bienestar”. Se nos
llena la boca hablando de solidaridad, pero ponemos el grito en el cielo cuando,
para satisfacer necesidades perentorias de otros seres humanos, se recorta lo
más mínimo los servicios comunitarios. Todo es una trampa.

Hoy toda la política se reduce a la economía. Efectivamente, el dinero es la


realidad que más, si no la única, que nos preocupa a todos. Es también el
campo donde los políticos más nos engañan. Todos ellos prometen el oro y el
moro para alcanzar el poder, pero una vez alcanzado, les interesa un comino el
bienestar de los simples ciudadanos. Todos los que han alcanzado el poder,
favorecen a aquellos que les pueden ayudar a mantenerlo.

Para que la sociedad funcione es imprescindible que haya productores y


consumidores. A las personas se les paga por producir e inmediatamente se les

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tiene que convencer para que consuman lo que se produce. Si esta cadena se
rompe, el desastre está asegurado. La clave de la sociedad en la que vivimos es
convencer a la gente de que produzca y gaste, sin que tenga que preocuparse
de más.

La mayoría de los seres humanos de esta sociedad están convencidos de que su


felicidad consiste en ganar más para consumir más. Sólo una mínima minoría se
da cuenta de que hay otras alternativas para dar sentido a una existencia
humana. Esta es una de las mayores dificultades a la hora de confiar en un
futuro más pleno para la humanidad.

Dificultades en lo social

El mayor peligro que nos amenaza hoy es la convicción de que el fundamento de


nuestras relaciones sociales es el provecho personal. Nada, absolutamente nada
se mueve si no es por el interés. Todo tiene un precio y nada se consigue si no
es con dinero. Las religiones han caído también en esa trampa. Hoy por hoy,
todos los servicios religiosos tienen un precio.

Lo mismo los divorcios, si no hay abundancia de dinero se eternizan o no


llegarán a buen puerto. Parece que, gracias al Papa Francisco, las cosas están
cambiando. Las ONG sin ánimo de lucro, resultan ser sociedades que se mueven
por intereses inconfesables. Cada día saltan a los periódicos noticias de
distorsiones y corrupciones económicas. Lo inquietante es precisamente que los
descubiertos no tienen ninguna conciencia de haber hecho algo malo.

Dificultades en lo religioso

Tratándose del futuro del hombre, las dificultades mayores las vamos a encontrar
en el orden religioso. La religión va dirigida a las profundidades de lo humano, por
eso los errores en religión son, con mucho, los más difíciles de superar. La misma
religión se encarga de advertirnos de que nada debe cambiar, porque lo que ella
propone viene directamente de Dios y nadie puede osar corregirle la plana al
Absoluto.

Y sin embardo, es el ámbito donde los cambios son más imprescindibles si


queremos caminar hacia una plenitud humana. La solución no debemos buscarla
en el pasado, en ningún aspecto de la vida, mucho menos en el ámbito
religioso. No tiene sentido seguir dando respuestas a preguntas que hoy nadie
se hace. Hace unos días, oí decir a un dirigente de la Iglesia: si le quitamos las
raíces a un árbol se morirá. Pero debemos añadir: y si no le dejamos echar
brotes ¿qué pasará con él?

Ya hemos visto que la religión ha tenido mucha más importancia en la


socialización del ser humano de lo que hemos podido apreciar hasta ahora, pero
su misma estructura nos impide dar el salto hacia otro plano. Su estrategia ha
sido ofrecer seguridades, pero siempre a cambio de anular nuestra capacidad de
evolución. La religión puede seguir siendo valiosa, pero tiene que abandonar su
empeño de ser un valor absoluto.

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La religión trata de organizar la vida social e individual desde una perspectiva


externa. Para ello, utiliza dogmas, normas morales y ritos fijos e inmutables, lo
que encorseta al hombre y le impide ir más allá de sí mismo. Ha llegado el
momento de superar la necesidad de esas andaderas y atrevernos a
rechazarlas, aunque de momento perdamos la seguridad que nos han
proporcionado.

La trampa de la ciencia

El desarrollo de la ciencia ha aportado increíbles avances al ser humano. Pero


también puede conducirnos por el camino equivocado y despistarnos. El
problema no son los logros de la ciencia sino la trampa de darle valor absoluto.
Tal vez sea la ciencia lo que más nos impide seguir evolucionando hacia una
mayor plenitud humana, porque la propuesta que hace es tan atrayente y
convincente que hace imposible que seamos capaces de examinar otras
posibilidades.

Los espectaculares avances que hemos conseguido en la ciencia y en la técnica


en las últimas décadas, nos ha hecho pensar que en ella podemos encontrar la
solución a todos los problemas. Los verdaderos científicos ya se han dado
cuenta del error, pero la inmensa mayoría de los humanos seguimos fascinados
por esas luces de colores que nos halagan con sus ofertas de placer y felicidad
fácil, pero que no nos hacen más humanos.

No cabe duda que la ciencia y la técnica tienen aún un inmenso camino por
recorrer, pero por increíbles que sean sus avances no llevarán al hombre a una
mayor humanidad. Puede conseguir una vida más cómoda, más placentera, más
segura, (hoy por hoy, sólo para un reducido número de personas) pero no
puede por sí misma avanzar un ápice hacia otra manera de ser hombre.

La filosofía insuficiente

La filosofía ha conseguido infinidad de avances en la búsqueda de lo


verdaderamente humano, pero siempre se ha quedado perpleja a la puerta de lo
trascendente. Apoyado sólo en la razón, el ser humano no puede encontrar el
camino de su verdadero futuro. La razón sólo tiene capacidad de analizar una
parte de la realidad ya existente. Nunca podrá adentrarse en la misteriosa
profundidad del pasado ni descifrar lo que todavía no existe.

El mejor ejemplo de este fracaso lo tenemos en Nietzsche. Se dio cuenta de que


el hombre no tenía más remedio que evolucionar, pero creyó que sólo era
posible mirando al pasado y repitiendo o actualizando una etapa anterior. El
superhombre para él sería el hombre que se dejara llevar en todo por sus
instintos. No se dio cuenta de que lo que estaba proponiendo era una
manipulación de la razón al ponerla al servicio de la parte más baja del hombre.

Sin embargo, el esquema que él propone para explicar las distintas etapas que
debe recorrer el ser humano, es sencillamente genial: camello, león y niño. Si
en vez de entender lo de niño como una vuelta a nacer a lo viejo, lo hubiera
entendido, como Jesús, como un nacer a lo nuevo, hubiera abierto un horizonte
increíble a la humanidad.

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Nietzsche vio clara la necesidad que tiene el hombre de romper el corsé que le
viene atenazando durante milenios y le impedía seguir adelante en su evolución,
pero no descubrió la verdadera posibilidad que se le ofrece en el plano del
Espíritu, más allá de la razón. El rabioso racionalismo imperante en su tiempo le
impidió encontrar un camino adecuado para el futuro del hombre.

También han fallado todos los sistemas filosóficos, que durante milenios se han
intentado utilizar para encontrar la plenitud humana. En los últimos siglos
hemos padecido verdaderos espejismos que parecía iban a traer la solución
definitiva a los problemas del ser humano. Infinidad de ismos han sido señuelo
durante cientos de años y todos han terminado defraudando.

Ni las certezas de la modernidad, ni el nihilismo de los existencialistas, ni la


ensoñación del romanticismo dan una solución adecuada a la inquietud humana.
Ni la razón ni los sentimientos son la solución para las más profundas
inquietudes del ser humano. Hay que bajar más al fondo del ser humano para
encontrar su centro y su norte.

La complicada relación con Dios


Lo hemos repetido hasta la saciedad, debemos superar la idea de un dios al que
identificamos con un ser superior, poderoso, creador e intervencionista en la
marcha de la creación que Él mismo desplegó. Aunque haya sido muy útil durante
milenios, esa visión mítica debe abandonarse porque no soluciona el problema de
Dios, ni le deja una salida al hombre. El Ser Absoluto no puede relacionarse con
sus criaturas como si fueran realidades distintas de Él mismo. Nada puede existir
fuera de Dios. Lo mismo nosotros no debemos pensarlo como fuera de nosotros

Seguir pensando en un Dios que premia y castiga es ridiculizarle. La idea de un


dios que me ama si le obedezco, pero me manda al infierno si le ignoro, es
incompatible con el Ser eterno e inmutable a quien hemos definido como amor.
Es descabellado condicionar la postura de Dios a lo que hace o deja de hacer una
criatura. Dios es mucho más que ese soberano que podemos manipular a nuestro
antojo.

Estamos empezando a comprender que todo el tiempo que llevamos


representado a Dios sólo bajo el aspecto masculino, ha supuesto una limitación
para la comprensión del mismo. En todas las religiones de Oriente Medio
anteriores y coetáneas del cristianismo tuvo una especial importancia la Diosa
Madre Virgen. La gente sencilla hace mucho que lo ha descubierto. Pensemos en
todo el mito de María como sustitución de un Dios demasiado machista.

El mundo en que nos ha tocado vivir debe darse cuenta de esta realidad. Si de
verdad hay esperanza de que la humanidad se desarrolle hacia una mayor
cohesión social, debemos dar ya más importancia a valores estrictamente
femeninos, que han sido postergados e incluso despreciados durante los últimos
milenios. Tenemos que recuperar y valorar lo femenino, no sólo manifestado en
la mujer sino cuando también se manifiesta en el hombre.

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Si todavía no nos hemos destruido como especie es porque muchos de esos


valores han seguido presentes en la mujer a pesar del rechazo, pero también a
través de personajes masculinos. Todos los grandes artistas en todas las artes
han gozado de una sensibilidad profundamente femenina. Por eso debíamos
hablar mejor de lo femenino que de la mujer. Lo femenino debe tomar las
riendas para conducir al género humano a una mayor humanidad.

Superar la idea del hombre caído

Recordemos una vez más que debemos superar la idea mítica del hombre
empecatado, hundido en la miseria y con necesidad de que le rescaten desde
fuera. Hoy sabemos que el relato del pecado original se ha entendido mal,
porque durante los primeros siglos del cristianismo, se ha entendido desde una
visión maniquea del mundo. El mal no es un ente. Llamamos mal a la falta del
bien debido.

La serpiente en ninguna cultura del Medio Oriente se ha considerado como


símbolo del pecado o del diablo. Al contrario, en todas ha sido símbolo de la
sabiduría. Lo que el relato quiere decir es que, en cuanto el hombre pudo elegir,
empezó a fallar, no por conocer sino porque era imperfecto el conocimiento y le
llevaba a equivocarse. Todo pecado es fruto de la ignorancia disfrazada de
conocimiento.

También sabemos hoy que nunca existió un paraíso del que fueran expulsados
el hombre y la mujer. La idea mítica del paraíso bien pudo ser el recuerdo
ancestral de tiempos de abundancia idílica, en la que el hombre podía satisfacer
todas sus necesidades sin tener que esforzarse demasiado. Cuando esa
situación cambió, se vio obligado a trabajar para comer. Esto fue considerado
como un castigo.

Sólo somos personas asustadas e inseguras, fruto de una evolución que nos
dejó a la intemperie, a merced de los elementos y con la obligación de resolver
nuestros propios problemas. La evolución ha sido un lento proceso que nos ha
llevado a donde estamos hoy y que nos va a permitir seguir adelante.
Vislumbramos la dirección en la que tenemos que caminar, pero no sabemos
dónde está la meta.

No dependemos de nadie que está por ahí afuera. La idea de un dios que tengo
que poner de mi parte con rezos, sacrificios y promesas, es también
decepcionante. Ya hemos dicho que la oración de petición tal como la hemos
entendido a través de los tiempos, se manifiesta hoy completamente
inoperante, si seguimos esperando que Dios tenga que actuar para sacarnos las
castañas del fuego.

Hoy sabemos que nuestro Dios no puede “hacer” nada por nosotros. No puede
tener actos puntuales porque lo está haciendo todo a la vez. Está fuera del
tiempo. Aunque quisiera, no se puede mezclar con los acontecimientos que
condicionan nuestra vida. El mundo físico tiene sus propias leyes y ninguna
potencia externa puede alterarlas sin desencadenar un cataclismo.

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Esto no quiere decir que la oración, bien entendida, sea inútil. Una vez que el
ser humano toma conciencia de su limitación absoluta, no tiene más remedio
que buscar solución a sus carencias. Sólo pensar que no es un ser absoluto, le
puede reportar increíbles beneficios sicológicos. Tomar conciencia de que puede
relacionarse con el Absoluto, le puede abrir perspectivas insospechadas. Puede
ser el más potente motor del progreso espiritual.

El salto que hoy debemos dar es dejar de imaginarnos el Absoluto fuera en la


estratosfera como un ser separado y empezar a pensarlo dentro de la misma
realidad. No sumado a ella o en conflicto con ella sino identificado con ella como
su fundamento y su constitutivo esencial. Otra vez tropezamos con la
incomprensión de la razón. Si no separamos lo humano y lo divino no somos
capaces de comprender ni lo uno ni lo otro.

La idea de una salvación para el más allá

¡Que Dios le coja confesado! Era el grito que mejor expresaba una actitud
nefasta para el progreso del ser humano. Se da por supuesto que la salvación
sólo puede llegar cuando dejemos este mundo. En éste, lo único que podemos
hacer es debatirnos como podamos hasta que llegue el momento decisivo. Nos
convencieron que lo más importante que podíamos hacer aquí abajo, era no
pecar y si pecábamos acudir a la confesión.

Hoy nos damos cuenta de que la salvación debe consistir en algo positivo, es
decir, en desarrollar todas nuestras posibilidades de ser más humano, tomando
conciencia de que soy mucho más de lo que me he creído. Nadie me tiene que
salvar de nada. La plenitud a la que aspiro, ya está en mí lo que debo hacer es
descubrirla y vivirla aquí y ahora.

Todo lo que podemos esperar de Dios como salvación ya me lo ha dado. Si Dios


pudiera hacer algo por mí y no lo hiciera, dejaría de ser el Dios que predicó
Jesús. Creer que la pelota está en manos de Dios nos ha hundido en la miseria,
porque nos ha dispensado de trabajar para conseguir el futuro. Mucho más si
nos han convencido de que ese Dios sólo estará a mi favor si cumplo una series
de condiciones.

Otra cosa muy distinta son las posibilidades de la religión. Bien entendida,
debería ser el punto de apoyo para todo ser humano. Debía ayudarnos a
descubrir nuestro verdadero ser y animarnos a desplegarlo. Debía convencernos
de que no tenemos que tener miedo a nada ni a nadie. Debía ayudarnos a
aumentar la fe, es decir, la confianza en lo que ya soy y en lo que puedo
descubrir dentro de mí.

Una nueva comprensión de Jesús


También la idea que todos hemos tenido sobre Jesús puede ser un obstáculo
insuperable para el cambio. Hoy se nos hace incomprensible la mayoría de las
ideas que nos han inculcado sobre el hombre Jesús. Dios está encarnado en
cada una de sus criaturas y ni puede haber una criatura en la que no esté Dios,

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ni puede haber un Dios más allá de toda criatura. Dios y sus criaturas no son
dos, ni uno. Hoy se nos dice que la criatura y Dios son no-dos.

Esta idea de la no dualidad, que ya descubrieron los místicos de todos los


tiempos, es tal vez, la materia que tenía que ser objeto de nuestra reflexión más
profunda, aun sabiendo que no es por vía de reflexión por la que podemos
superar el problema. La razón es precisamente la mayor dificultad a la hora de
afrontar el posible futuro para nuestra humanidad. Es verdad que se puede
entender mal, pero eso no nos debe impedir hacer todo lo posible por
comprenderla

La idea de una encarnación biológica

Un Jesús hijo de Dios en sentido biológico, distorsiona la naturaleza de Dios.


Una interpretación literal y racionalista de los evangelios nos ha llevado a ese
callejón sin salida. Lo que quieren decirnos los evangelios de la infancia, no
tiene nada que ver con esa monstruosidad que colegimos. En el evangelio de
Juan, Jesús dice a Nicodemo: “De la carne, nace carne; del Espíritu nace
Espíritu”. Nosotros nos hemos empeñado en sostener que del Espíritu nace
carne.

La idea de Hijo que manejan los evangelios es muy distinta. Para los judíos del
tiempo de Jesús, era impensable la idea de un Hijo de Dios, entendido como lo
hemos entendido los cristianos. Para ellos ser hijo era sobre todo salir al padre,
imitar al padre, hacer en todo momento la voluntad del padre. El ideal sería que
una persona al ver actuar al hijo pudiera decir: este es hijo de fulano. Ese era el
buen hijo.

Con este sentido, como ya dijimos, se había aplicado el concepto al Rey, al


Sumo Sacerdote, al pueblo en su conjunto. Los evangelios quieren decir que
Jesús es Hijo porque cumplió siempre y en todo la voluntad de Dios. “Mi
alimento es hacer la voluntad de mi Padre”. Por ese motivo, Jesús no podía
tener padre terreno, porque entonces se vería obligado a cumplir su voluntad y
no podía ser totalmente fiel a Dios.

La idea de un Jesús taumaturgo

Debemos superar la idea de un Jesús con poderes divinos para hacer milagros.
Otra vez una interpretación literal y sin contextualización de los evangelios nos
ha despistado. Claro que nos dicen que Jesús hizo milagros. Pero en aquella
época no se tenía una idea de causalidad. Todo dependía de la voluntad de Dios
en cada instante. Todo lo que sucedía en cualquier orden de la vida, era querido
y realizado por Él.

Hoy conocemos una ley física fundamental: todo efecto tiene que proceder de
una causa de la misma naturaleza. Un efecto físico requiere una causa física.
Esa causa puede ser conocida o desconocida. En tiempo de Jesús, cuando era
desconocida lo llamaban milagro. Es curioso que a medida que crece nuestro
conocimiento de la naturaleza, va retrocediendo el ámbito de lo milagroso.

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Los que vivieron con Jesús, incluidos sus enemigos, dieron por supuesto que
hacía milagros. El problema está en interpretar lo que hizo, en un contexto
determinado. Desde una perspectiva moderna no podemos concluir que actuó
con un poder divino que doblegaba las leyes de la naturaleza. Milagros como los
de Jesús, se atribuyen a cientos de personajes anteriores y posteriores a él. En
aquel tiempo era milagro todo lo que excedía la normal comprensión de los
acontecimientos.

Algunos relatos de milagros, como las resurrecciones o las apariciones después


de la muerte, debemos interpretarlos como intentos de comunicar
simbólicamente verdades teológicas muy relevantes para los primeros
cristianos. Las verdades que quieren comunicar son lo verdaderamente
importante, no la historia que utilizan para tal fin.

El hecho de que una misma acción de Jesús fuera interpretada por unos como
acción de Dios y por otros como acción del demonio, es tan significativo, que nos
abre una buena pista para poder acercarnos al verdadero sentido de los milagros
obrados por Jesús. Para los que presenciaban los hechos era más importante
quién estaba detrás de la acción que la acción misma.

Tampoco hay que olvidar que Jesús después de los cuarenta días de ayuno,
interpretó la posibilidad de hacer milagros espectaculares como una tentación.
Esto está escrito desde la creencia de que tenía poderes divinos, pero nos advierte
que sería una deslealtad el utilizarlos en beneficio propio o en beneficio de los
demás. Está claro que durante su vida pública rechaza esa tentación de hacer
milagros para legitimar su persona o su mensaje.

Otra pista valiosa, a la hora de interpretar lo que realmente pudo pasar, la


tenemos en la insistencia de la necesidad de la fe para que el milagro se produzca,
hasta el punto de decir "todo es posible al que tiene fe". Incluso se llega a decir en
una ocasión: "No pudo hacer allí muchos milagros, porque les faltaba fe". En el
caso de la curación de la hemorroisa, la fe es la única causa del milagro. Todo esto
demuestra que el milagro no es nunca una acción unilateral de Jesús, sino una
relación entre la fe y la actitud de Jesús que responde a las expectativas de esa
confianza.

La idea de un Jesús omnisciente

El aplicar a Jesús la condición de Hijo sin matizaciones, llevó a la conclusión de


que era Dios. Desde ese momento se dio por supuesto que tenía todas las
perfecciones que podía tener Dios. Una vez colocados en esa atalaya, todo se ve
de una manera distinta. Para nosotros es imposible de encajar la idea de Dios
perfectísimo con la de hombre mortal.

Un Jesús que lo sabía todo, dejaría de ser humano. La vida humana consiste
precisamente en un movimiento continuado hacia lo desconocido. Sin este
ingrediente, la vida humana sería otra cosa. Si, por ejemplo, Jesús sabía que
después de la muerte iba a resucitar físicamente a una gloria absoluta y
definitiva, ¿qué valor podía tener el arriesgar su vida oponiéndose a una
religiosidad inhumana?

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En los evangelios encontramos numerosas muestras de que Jesús, como todo


ser humano, estuvo aprendiendo durante toda su vida terrena. “Y crecía en
estatura, sabiduría y gracia ante Dios y los hombres”. Lo que predicó no le vino
de nacimiento sino de una prolongada experiencia de treinta años. Entre líneas
se puede entrever que lo que Jesús quiso proponer a sus discípulos fue: yo he
tenido una experiencia de Dios, tened también vosotros esa misma experiencia
y daréis sentido pleno a vuestra vida.

¿Tuvo que morir Jesús para salvarnos?

Es este un tema muy peliagudo, porque nos obliga a superar una visión
maniquea de la espiritualidad que llevamos incrustada en lo más hondo desde el
principio del cristianismo. La muerte de Jesús fue consecuencia de su fidelidad a
sí mismo y a Dios. Jesús murió en la cruz por la imbecilidad y el egoísmo de los
dirigentes de turno, no porque Dios hubiera planeado, exigido o reivindicado el
sacrificio de su vida.

Un Jesús que vino a pagar una deuda, responde a la arcaica visión del hombre
caído que necesita que le levanten. Una vez superada esa idea, queda superada
la idea de un rescate externo. El paroxismo de este disparate es que Dios exige
el pago de un rescate por la ofensa infinita, que el ser humano le había infligido.
Es ridículo pensar que el hombre puede infligir a Dios una ofensa infinita. Y
mucho más, pensar que puede Él exigir una reparación.

Todo este cambalache pierde sentido en el momento que descubrimos que Dios
es otra cosa y no puede ser atrapado en nuestros conceptos materialistas. La
idea de un Dios que exige la muerte de su Hijo para perdonar al hombre caído
es una idea que ya existía en otras religiones del entorno. Esta mitología es sólo
compatible con un Dios antropomórfico que actúa y reacciona al modo humano.

La Biblia vista con nuevos ojos


En la interpretación de la Biblia es muchísimo lo que hemos avanzado en el último
siglo. Sigue siendo el campo en el que más nos queda por andar. Gracias a los
increíbles avances científicos estamos en condiciones de dar un salto de gigante
en la comprensión de los escritos bíblicos. Las consecuencias que va a tener ese
cambio tan drástico son imprevisibles.

Como pasó al principio del Renacimiento, es la ciencia la que nos vuelve a


obligar a salir de nuestra ceguera. A Galileo casi le cuesta la vida atreverse a
decir que la tierra se mueve. El argumento de la Iglesia era que la Biblia decía lo
contrario. Al final resultó que la Biblia no tenía razón pero sí el condenado
Galileo. Con la evolución a mediados del XIX sucedió algo muy parecido. La
Iglesia se opuso radicalmente porque contradecía la Biblia.

Hoy el problema es mucho más grave, porque atañe a toda la manera que
tenemos de interpretar los textos bíblicos. La nueva visión nos obliga a repensar
lo que hasta ahora creíamos y a tomar conciencia de que los relatos no quieren
decir lo que durante mucho tiempo, estábamos convencidos que nos decían. No

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va ser nada fácil dar el paso y entrar en el nuevo paradigma que lo envuelve
todo.

El primer toque de atención ha sido el descubrimiento de que todo el AT se


escribió entre el s. VII y el IV a.d.C. Está claro que en el siglo séptimo no podían
tener ni idea de lo que pasó en tiempo de Noé. Los patriarcas son personajes
míticos y todo lo que se dice de ellos no son más que relatos fantásticos
utilizando los mitos y leyendas que circulaban en las culturas y religiones del
entorno.

Haber metido a Dios en los relatos no significa que haya intervenido en la


historia para dirigirla y condicionarla. Dios no pudo elegir a un pueblo y hacer
maravillas en su favor, casi siempre en contra de los demás pueblos. Dios no
prometió a Abran ninguna descendencia ni a sus descendientes una tierra que
mana leche y miel.

Tampoco se ha encontrado rastro alguno de que haya habido una emigración del
pueblo judío a Egipto. Los egipcios llevaban a rajatabla las anotaciones de los
acontecimientos importantes del imperio. No hay ni rastro de ninguna población
judía en su territorio. En el tiempo en que se coloca el relato del Éxodo, los
egipcios tenían puestos de control en todas las fronteras. Es imposible que
salieran de Egipto 600 000 judíos sin su consentimiento.

Es improbable que un número tan descomunal, para aquella época, de personas


pasaran cuarenta años en el desierto sin dejar el más mínimo rastro. No hubo
ninguna teofanía en el Sinaí ni Moisés recibió ninguna tabla con los
mandamientos. No hubo ninguna conquista de las tierras de Canaán, porque los
judíos nunca salieron de allí. No pudieron derrumbarse las murallas de Jericó,
porque no era más que una aldea.

Está demostrado que David no fundó ningún imperio. En los descubrimientos


arqueológicos no hay ni rastros de ese poderío. En aquel entonces, Sión no era
más que un pueblucho sin ninguna capacidad organizativa y menos de un
imperio. La fastuosidad de Salomón no fue más que una leyenda fantástica.
Puede ser que construyera el primer templo, pero ahí se acabaría todo su
esplendor.

Los judíos no son una raza especial, que llegaron de alguna otra parte. Son de la
misma estirpe que los demás habitante de la región Canaán. Pudo ocurrir que
en un momento determinado, se juntaran algunas tribus y consiguieran
imponerse a las demás, pero no porque Dios los eligiera y luchara a su favor
contra las demás.

Pero entonces, ¿por qué se escribieron todos esos relatos fantásticos que no
hacen más que ponderar la intervención de Dios a favor de un pueblo, casi
siempre, machacando a otros pueblos? Todos los relatos tuvieron un objetivo
muy claro: intentar mantener la esperanza de un pueblo que se sentía
zarandeado por todas partes y con muy pocas posibilidades de subsistir.

Sobre todo a la vuelta del destierro, el pueblo judío quedó reducido a un puñado
de personas de los más bajos estamentos sociales (los pobres de Yahvé). Lo que

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intentaron, y consiguieron, los escritores fue mantener la esperanza y la energía


necesaria para superar la dificultad que experimentaban para sobrevivir como
pueblo. Lo maravilloso es que se cumplió el objetivo, aunque para ello hubo que
convencerlos de que Dios estaba de su parte.

Todo esto nos tiene que hacer pensar y aceptar que hemos estado leyendo la
Escritura de una manera equivocada. Nada de lo que cuentan tiene relación
alguna con lo que pasó. Pero las dificultades que encontraron y como fueron
capaces de superarlas, eso sí es un hecho histórico. Esto es lo que nos debía
conmover y abrirnos a la lección que aquella aptitud puede seguir dándonos
hoy.

Esta nueva visión no tiene por qué ser una catástrofe. Al contrario, abre unas
posibilidades inmensas de acercarnos a la verdad y obligarnos a superar los
fundamentos míticos que habíamos confundido con la intervención de Dios.
Conocer la verdad nunca puede ser motivo de fracaso. Lo que debemos hacer es
interpretar la Biblia de otro modo.

Entonces, ¿qué queremos decir con la expresión: palabra de Dios, tan familiar
entre nosotros los cristianos? Naturalmente no podemos emplea la frase en
sentido propio. Dios no tiene palabra. Se utiliza como un símbolo de la
comunicación. Pero Dios sólo se puede comunicar a través del ser; es decir en la
experiencia interior y profunda del hombre.

La comunicación entre Dios y el hombre es un acontecimiento tan profundo que


no puede tener expresión adecuada ni con palabras ni a través de cualquier otro
signo. Lo que llamamos palabra de Dios, no es más que un pálido reflejo de la
comunicación entre lo divino y lo humano. En un museo podemos encontrar
fósiles que nos dicen que hubo allí vida hace miles de años, pero allí no hay más
que restos muertos.

Ahora nos vemos obligados a superar la Escritura como refugio donde


resguardarnos de todo ataque externo. La Biblia es la expresión de una
experiencia profundamente humana y debemos utilizarla como motor de puesta
en marcha hacia esa misma experiencia. No se puede seguir utilizando la Biblia
como argumento para resolver todas las cuestiones habidas y por haber.

La Biblia, como obra de seres humanos, no puede estar libre de errores. La


experiencia del que escribe pudo ser auténtica, pero al trasmitirla a los demás
debe emplear un lenguaje que estará siempre expuesto a sus limitaciones. Esta
limitación no anula la veracidad de la experiencia, pero hay que tenerlas en
cuenta para poder llegar a la vivencia.

Tampoco el NT se libra de este cambia radical al que nos empuja el nuevo


paradigma. Los evangelios no son reflejo exacto de lo que hizo y dijo Jesús. La
redacción definitiva se hizo cincuenta o setenta años después de morir él. La
nueva ciencia ha puesto en evidencia la complejidad de la andadura cristiana en
sus primeros años. La visión de un único cristianismo uniforme era también
falsa.

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Durante las primeras décadas, solo encontramos rastros de Jesús en dos


grupos. Uno lo constituyeron comunidades de judíos entorno a los discípulos en
su propia tierra de Judea. Fue un movimiento de renovación religiosa de los
muchos que surgieron en Israel por aquella época. El amor predicado por Jesús
fue el aglutinante de este movimiento. Su paradigma particular fue el sermón de
la montaña.

Reconocían a Jesús, sobre todo, como el profeta galileo. Se adivina la existencia


de este grupo, a través del evangelio de Marcos y los supuestos escritos que
llamamos fuente Q. en este movimiento no se pueden encontrar rastros ni del
nacimiento virginal ni acontecimientos navideños ni pasión ni resurrección.
Tampoco aparece el concepto de muerte expiatoria ni de la glorificación de
Jesús en Cristo.

Este parece ser el embrión de la primitiva Iglesia. Esta espiritualidad quedó


completamente anulada por la predicación de Pablo, que no quiso saber nada
del Jesús que anduvo por Nazaret y metió a la primera comunidad cristiana por
otros derroteros completamente distintos.

Otro grupo de comunidades aparece en Jerusalén en torno a Santiago el


hermano de Jesús. Son judíos observantes que se mantienen fieles al templo y a
la Ley. Jesús es pare ellos el Mesías, lo creen resucitado y esperan su venida. Se
sienten el verdadero Israel. Para ellos las promesas se han cumplido en Jesús.
La muerte de Santiago, la destrucción del templo y la persecución les lleva a la
extinción.

Curiosamente, la memoria de Jesús prevalece, no por estas dos tendencias sino


gracias al judaísmo helenístico de la diáspora. Su religiosidad, fruto de la
predicación de Pablo, se basa en el amor a Cristo como resucitado-glorificado.
En ausencia de Jesús, el Espíritu toma el protagonismo y Jesús como Hijo de
Dios pasa a ser el centro de la predicación.

El descubrimiento de que el primer cristianismo pasó por estas tres etapas,


aclara muchas cosas de los orígenes. Estas comunidades, cada una a su
manera, fueron elaborando relatos, primero orales y luego escritos, sobre Jesús.
En ningún caso les interesó una biografía sino más bien dar testimonio de que el
plan de Dios se cumplió en Jesús y que esto estaba de acuerdo con su tradición.

La necesidad de aclaración histórica, es imprescindible para entender el proceso


del cristianismo en los siglos siguientes. La interpretación del cristianismo sufrió
un vuelco al encontrarse con la filosofía greco-latina. La aplicación del
pensamiento racional a las narraciones evangélicas que procedían de una
filosofía vivencial, descoyuntó el mensaje y lo hizo ininteligible para la razón y
para la vida.

La religión se convierte en una institución reglamentada y tutelada por el poder


imperial. Esta nueva visión del mensaje necesita estructuras visibles. De ahí el
surgimiento de doctrinas (dogmas), ritos fijos y una moral bien definida. Ha
comenzado el tiempo de la cristiandad. Estos descubrimientos no son conjeturas
u ocurrencias sino conclusiones científicas que han puesto todo patas arriba.

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Una moral más allá de la norma


La idea de la moral como voluntad eterna de Dios, debemos también superarla.
La voluntad de Dios llega a nosotros a través de nuestro propio ser, no desde
fuera. En una homilía se me ocurrió decir que Dios no había dado ninguna tabla
de la Ley a Moisés. En cuanto oyó tal cosa, uno de los fieles se levantó y
abandono la iglesia. El gesto quiere decir que se sigue entendiendo la Biblia
literalmente.

A las exigencias más profundas de mi propio ser, podía llamarse voluntad de


Dios. No existe ninguna norma ética absoluta dada por algún dios desde fuera.
Lo que es bueno o malo para mí o para los demás, tengo que descubrirlo
conociendo cada vez mejor mi auténtico ser, más allá de lo que me dicten mis
instintos, pasiones, apetitos, etcétera. Esto supone un proceso de maduración
que ha durado toda la andadura humana.

Lo que llamamos moral son normas que una comunidad acepta porque ha
descubierto que el hacer esto o dejar de hacer aquello es bueno para cada
individuo y para la sociedad en su conjunto. Pero de ahí a darle valor absoluto
va un gran trecho. Lo que en un momento de la historia fue bueno, puede ser
superado por algo que es mejor. Esta simple norma podría evitar infinidad de
situaciones embarazosas y a veces ridículas.

Una auténtica moral humana debe estar adaptándose siempre a las


circunstancias de cada época. No olvidemos que, como seres humanos,
seguimos estando en evolución. La distinción que quieren hacer algunos entre
moral y ética no tiene fundamento alguno. Es ridículo pensar que una cosa es la
que tenemos que hacer como seres humanos y otra como personas creyentes
que tenemos que obedecer a los mandatos de Dios.

El ser humano puede y debe decidir por sí mismo su propio destino. Pero debe
encontrarlo dentro de él mismo sin necesidad de buscar apoyos fuera de él.
Ninguna referencia fuera del mismo hombre puede tener valor absoluto. La
sociedad debe crear su propio sistema de valores, siempre al servicio de lo
humano, sin escamotear su responsabilidad. Los criterios por los que debe llegar
a esa elaboración serán vitales y estarán en constante trasformación.

Los místicos adelantaron el futuro


Entendemos por místico cualquier ser humano que haya tenido una experiencia
interior de su verdadero ser. Todos los fundadores, directos o indirectos, de
religiones han sido místicos. Podemos llamarlos también iluminados o personas
realizadas, pero en el fondo queremos decir lo mismo. Seres humanos que han
buscado en su interior la respuesta más acuciante que se puede hacer el
hombre: ¿Quién soy yo?

La experiencia mística es la misma en todos los tiempos y en todas las


religiones y culturas. Para nosotros los más conocidos son los sufíes, los judíos y

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los cristianos pero verdaderos místicos los ha habido en todas las religiones. A
pesar de las diferentes culturas y épocas y a pesar de su diferente lenguaje,
todos coinciden en lo esencial: tratar de mostrar la unidad absoluta del ser
humano con el absoluto.

Los cristianos tenemos una riquísima tradición mística. A través de muchos


siglos hemos desarrollado un lenguaje propio con el que nos entendemos, pero
al que no hay que dar valor absoluto. Los tres pasos que proponen nuestros
grandes místicos para acceder a la más alta cuota de contemplación, son solo
apuntes. La vía purgativa, la vía iluminativa y la vía unitiva, es una manera
genial de explicar una experiencia que se vive como un proceso, pero que no se
atiene a normas preestablecidas ni se puede programar a través de unos pasos
predeterminados.

Lo mismo podíamos decir del lenguaje con que nos hablan de la unión del alma
con Dios. Responde a una manera de entender al hombre, exclusiva del mundo
occidental. Un compuesto de alma y cuerpo como principios que pueden
entenderse separados el uno del otro. Esta visión del hombre es consecuencia
de la doctrina del hilemorfismo de los griegos que explica al ser humano como
un compuesto de materia y forma, como todas las demás realidades.

Hoy esa explicación metafísica nos dice muy poco. Más bien estamos
recuperando la idea bíblica del ser humano como un todo único e indivisible,
aunque podemos verle desde muchos aspectos que se integran todos en una
totalidad. En el judaísmo del tiempo de Jesús, se consideraba al hombre bajo
cuatro aspectos muy definidos: hombre carne, hombre cuerpo, hombre alma,
hombre espíritu. No es una parte del ser humano la que se une con Dios, sino
todo el ser.

También hemos visto ya, cómo hemos superado la idea de un Dios separado
que se relaciona con nosotros desde lo alto y al que tenemos que acceder como
a un Señor Soberano y absoluto que nos creó e interviene a su capricho en
nuestros asuntos. Ese dios no puede abrir un verdadero futuro para el hombre
de hoy, que es consciente de su autonomía y vitalidad. La gran experiencia
mística es que nada está separado de nada.

Aunque esta experiencia extrema se ha asociado casi siempre a personas


religiosas, no siempre ha sido así y debemos tenerlo en cuenta para no caer en
la trampa de simplificar el fenómeno. Hay relatos fehacientes de personas que
no tenían nada que ver con religiosidad alguna. Incluso ateos beligerantes se
han visto sorprendidos por vivencias que ellos mismo relatan cómo
transpersonales.

He aquí el relato de uno de ellos: “Mi experiencia de conciencia cósmica sucedió


de manera inesperada una tarde cuando me encontraba yo solo, contemplando
un anochecer especialmente hermoso (…) Entonces me di cuenta que el nivel de
luz en la habitación y en el cielo parecía estar intensificándose poco a poco. La
luz parecía venir de todas partes. Pronto llegó a ser muy brillante, pero la luz no
molestaba en absoluto. Empecé a sentirme muy bien, luego mejor todavía y
más tarde me puse eufórico. Llegó un momento en que el sentido del paso del
tiempo se detuvo enteramente. En ese momento me fundí con la luz, y todo -

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incluyéndome a mí mismo- se convirtió en una totalidad unificada. No había


separación entre mi persona y el resto del universo…”

Esto nos obliga a plantearnos una pregunta: ¿la aparición de fenómenos que
llamamos místicos, es consecuencia de una religiosidad profunda? Tal vez es
una capacidad innata de todo ser humano y lo que añade la religiosidad sea un
marco especialmente adecuado para que aparezca el fenómeno en místicos
propensos sicológicamente a la aparición de esos fenómenos.

Lo mismo que es frecuente entre los místicos que sean sujetos de fenómenos
paranormales, puede haber místicos con un equilibrio sicológico que no permita
la aparición de dichos fenómenos. Puesto que se dan también en situaciones
que no tienen nada que ver con la religiosidad de las personas, no debemos
identificarlos con la experiencia mística.

Por otra parte, hoy tenemos claro que esos fenómenos no están causados por
seres metafísicos que actúan desde poderes sobrenaturales sino producto del
subconsciente. A un sufí nunca se le aparecerá la Virgen María ni tendrá nunca
el fenómeno de la estigmatización. A Juana de Arco se le aparecían los santos,
que había contemplado de pequeña en la iglesia de su pueblo.

Tampoco tiene sentido afirmar que todos los místicos son enfermos mentales,
como he leído en algún lugar. Lo que puede ser reflejo de una debilidad síquica
es la manera que tienen algunos místicos de interpretar sus experiencias. Las
visiones narradas por alguno, tienen toda la traza de ser producto de un
subconsciente desbordado. Pero esa interpretación inexacta no invalida la
experiencia mística que la provocó.

Hoy sabemos que se pueden provocar experiencias místicas activando


artificialmente ciertas partes del cerebro. También sabemos que la utilización de
alucinógenos ha sido común en todas las épocas, por parte de chamanes,
profetas, místicos etc. Incluso podemos ir más allá y descubrir que algunos
animales y primates utilizan esas sustancias para alcanzar el placer de un
estado alterado de su sensibilidad. Esto no son especulaciones sino resultado de
largos y concienzudos experimentos de laboratorio.

El argumento de que lo experimentado en toda experiencia mística es fruto del


cerebro, no tiene valor descalificativo alguno, porque la mayor parte de la
realidad que consideramos bien real, es también fruto de la elaboración de
nuestro cerebro. El color no es algo que exista ahí fuera, es solo una
interpretación del cerebro a unas vibraciones electromagnéticas.

La mayoría de los místicos se pasan toda la vida sin visiones, ni revelaciones, ni


apariciones de seres divinos. Esto suele ser signo de un equilibrio síquico y
mental a toda prueba. La calidad de una experiencia mística no se puede valorar
por la manera que tiene cada individuo de interpretar y de contar su vivencia
interior. Es una pena que a la hora de canonizar a un santo, se tenga más en
cuenta esos fenómenos sin importancia, que su misma vida concreta y sus
relaciones con los demás seres humanos.

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En esta materia, las imágenes y los conceptos son sólo el dedo que nos apunta
a una realidad que está más allá de todo concepto. Por eso en otras culturas
han empleado otras imágenes igualmente válidas, que podemos incorporar a
nuestro lenguaje enriqueciéndolo y diversificándolo. La vivencia interior nos
lleva a encontrarnos con la Realidad. Las distintas culturas proporcionan
singulares imágenes en las que pretendemos meter la experiencia.

A veces interpretamos mal el lenguaje que utilizan y sacamos la conclusión de


que están por encima de los demás hasta creerse Dios. Nada más lejos de la
realidad. Una historieta nos ayudará a comprenderlo. Un devoto le decía a su
gurú: de verdad crees que eres Dios. El gurú le contestó: soy Dios y tú también
lo eres; la única diferencia está en que yo lo sé y tú no lo sabes. Todos somos el
Absoluto, pero la inmensa mayoría nunca lo descubrirán

Es imposible explicar la vivencia que tienen los místicos de identificación con


Dios. Se trata de una unidad absoluta y total, pero no quiere decir que se
sientan como si fueran otro Dios por encima de toda otra realidad. Se trata de
una unidad difícil de entender para el que no la ha vivido. Esta experiencia de
unidad, supera pero no anula las diferencias entre Dios y la criatura.

Otra historia nos puede ayudar. Un devoto se dirigía a Dios diciendo: Por qué al
faraón que dice: “soy dios” le has mandado a lo más hondo del infierno. En
cambio al místico que dice “soy Dios”, le has elevado a lo más alto del cielo.
Dios contestó: Cuando el faraón dice soy dios, lo dice pensando en él y
olvidándose de mí. Cuando el místico dice soy Dios, lo dice pensando en mí y
olvidándose de él.

Otro de los peligros de la literatura mística estriba en que puede dar la


impresión de que esa unión es fruto de un esfuerzo continuado. En realidad en
todas las culturas se presenta como la meta de un largo camino (subida al
monte Carmelo, Las moradas, etc.). El problema está en comprender que sin
esfuerzo no se conseguirá nunca, pero a la vez, nunca puede ser el fruto de un
esfuerzo.

Esta meta suprema de unidad absoluta con el Todo, no es un invento de los


últimos tiempos. Desde que tenemos datos históricos, descubrimos que ya
muchos seres humanos han vivido esa posibilidad y nos han hablado de ella.
Hay que suponer que son muchos más los que habiéndola vivido, no han
querido o no han sido capaces de comunicar a los demás esa vivencia.

A través de la andadura humana, ha cambiado mucho la manera de narrar una


experiencia que está más allá de lo racional. Es probable que el chamanismo
fuera fruto de una tal experiencia que se interpretaba como la identificación con
la fuerza de un animal poderoso que permitía al individuo actuar con una
energía superior a la normal. El animal en cuestión, que prestaba su fuerza al
líder, se convertiría en el tótem de toda la tribu.

Los libros sagrados más antiguos, los Vedas, ya hablan de la entrega de Dios a
los hombres escogidos, que por su unidad con Él, fueron capaces de poner en
conceptos la inspiración divina. Escritos algunos hace 3.400 años, siguen siendo

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tenidos por sagrados a todos los efectos. Estas experiencias siguen sirviendo de
inspiración a los seres humanos de hoy.

El budismo es otra filosofía-religión de las más antiguas. Hacen tan poco


hincapié en el ser supremo, que muchos la consideran atea. Pero por otra parte,
muchos consideran a los budistas panteístas. Para Buda la más alta meta fue la
realización del Nirvana. Como siempre, lo difícil es concretar que realidad se
esconde detrás de esa enigmática palabra.

Es curioso que Buda no postulara un ser absoluto con el que fundirse sino una
iluminación, es decir, una toma de conciencia de lo que ya es el ser humano.
Este dato es importante para que nos demos cuenta de por dónde pueden ir los
tiros de nuestra manera de entender el futuro. Ya eres la totalidad, ya eres
Buda, ya estás en el nirvana. Sólo tienes que descubrirlo y vivirlo.

Plotino fue otro de los grandes “místicos” no cristianos. No le interesó la


política, ni la ciencia, ni la felicidad como a los estoicos. Su principal
preocupación fue la unión con Dios. Su base filosófica fue la distinción de tres
principios; el Uno, el Espíritu y el Alma. Todo procede del uno y todo debe
retornar a Él. El movimiento descendente ya está realizado, puesto que la
consecuencia es el mundo visible. La vuelta a la unidad depende de cada uno de
nosotros.

Rumi fue uno de los más grandes místicos sufíes. Para él todo se resumía en el
amor, el resto de la realidad no tenía ningún valor. “solo el amor tierno, solo el
amor tierno, no tengo otra semilla”. “El amor es el calor y el resplandor de la
unidad. El amor es la esencia de la unidad”. Todos los místicos utilizan de una u
otra manera la imagen del amor. Seguramente porque, aunque esté hoy tan
manoseado, no hay otra realidad más profundamente humana.

No me resisto transcribir unos versos suyos que me dejaron con la boca abierta:
"Calla mi labio carnal. Habla en mi interior la calma, voz sonora de mi alma, que
es el alma de otra Alma eterna y universal. ¿Dónde tu rostro reposa, Alma que a
mi alma das vida? Nacen sin cesar las cosas, mil y mil veces ansiosas de ver Tu
faz escondida.”

Las cosas están ansiosas de descubrir su verdadera Realidad. Mucho más el ser
humano no podrá descansar hasta que se sienta en su verdadera morada
(Agustín). Ese anhelo es el que surge en cuanto vamos más allá del cascarón
superficial que nos engaña haciéndonos pensar que somos eso. Todo ser
humano que intenta conocerse a fondo, termina descubriendo algo que le
supera y trasciende pero que no está alejado de él.

No podemos hablar de la experiencia mística sin mencionar al mayor místico de


todo el cristianismo, el Maestro Eckhart. Muy poco antes que Juan de la Cruz y
de Teresa de Ávila, expuso, con un atrevido lenguaje (tal vez más complicado y
además un poco alemán), el sentido de su vivencia mística. El místico sabe que
no puede hablar de lo que ha vivido y sin embargo, no tiene más remedio que
hablar de lo que para él es simple.

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Lo que me ha llamado la atención del Maestro Eckhart es la idea de que Dios


necesita al ser humano para existir. Dice con gran osadía que la tarea de todo
cristiano es hacer de partera, es decir, dar a luz a Dios. Es una idea genial que
hoy estamos preparados para entender. El ser humano es la única criatura que
puede hacer presente conscientemente a Dios. Esa sería la tarea fundamental
de una vida.

Otra idea genial es que nos invita “a mirar profundamente las cosas y a
descubrir a Dios en ellas”. Comprender esto es imprescindible para adentrarnos
por el camino hacia la unidad. Otra idea profunda: “cuánto más débiles y
pecadores somos tanto más sentimos el deber de vincularnos a Dios mediante
un puro amor”. Esto nos puede hacer entender que no se trata de una
manifestación de nuestra propia perfección, sino de una toma de conciencia de
lo que realmente somos a pesar nuestro.

Eckhart hace una distinción entre “Deus” y “Deitas”, que puede ser clave para
avanzar en la espiritualidad del futuro. Insostenible ya la idea de un dios cosa,
persona, individuo, se abre aquí un nuevo panorama esperanzador. La Deidad
como un ámbito de lo divino que todo lo inunda y todo lo sostiene. En ese
ámbito nos desenvolvemos todos nosotros.

Juan de la Cruz y Teresa de Ávila son demasiado conocidos para tener que
explicar sus relatos místicos. Los dos usan un lenguaje idéntico, no sólo porque
vivieron la misma época, sino porque compartieron todas sus profundas
experiencias místicas. El descubrir que otra persona está experimentando lo
mismo que tú, hace que las dos se encuentren encantadas de conocerse.

Los dos tratan de explicar la experiencia como un camino que el alma debe
recorrer. Uno bajo el símbolo de las moradas, otro bajo la idea de la subida a un
monte (la subida al monte Carmelo). Insisten demasiado en el esfuerzo personal
para conseguir la meta y puede dar la impresión de que es un logro humano.
Nada más lejos de su verdadera experiencia. Según ellos mismos explican, el
esfuerzo es imprescindible, pero la obra es de Dios.

Los dos tienen muy claro que solo la “gracia” puede llevar al alma a la
consecución del objetivo supremo. Es un ejemplo más de como el lenguaje
utilizado responde a los conceptos que se manejaban en cada época. El invento
de la “gracia” ha sido una verdadera desgracia. Pensar que Dios puede darme
algo o puede no dármelo es consecuencia de un antropomorfismo aún no
superado.

Dios no tiene nada que darnos, porque nada hay fuera de Él. Se da Él mismo y
punto. Pero además no tiene partes y por eso no se puede dar más o menos. Se
da siempre infinitamente. Entre Dios y nuestro verdadero ser no hay espacio
que pueda ocupar ninguna otra realidad. De ninguna de las maneras puede
haber intermediario alguno entre Él y nosotros. Ni realidad material ni espiritual
pueden interponerse. Mucho peor es que haya personas que se han erigido
como intermediarios.

Las religiones, sobre todo la nuestra, insisten, por activa y por pasiva, en el
esfuerzo humano. Partían de la idea de un Dios en lo alto que sólo podía

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encontrarse con la criatura cuando ésta alcanzaba un grado de perfección que le


hacía merecedor de su favor. Este estado sólo se podía conseguir a base de
renuncias, privaciones y sacrificios.

Esta visión, un poco rastrera, es consecuencia de un larvado maniqueísmo que


permanece en las estructuras de nuestra religión. La identificación con el
absoluto es nuestra meta, pero es también el punto de partida de toda criatura.
Seguir pensando en toma y daca con Dios es ridículo y nos mete por un callejón
sin salida, porque se nos propone una tarea que nunca va a estar a nuestro
alcance.

Otro lenguaje peligroso es hablar de matrimonio espiritual. El alma sería la


esposa y Dios (o Cristo) el esposo. Es una imagen muy utilizada por todos los
místicos, pero debemos tener claro que no es más que un apunte. En el
matrimonio, aún en el más perfecto, permanecen ambos amantes siendo dos.
Sólo son uno en metáfora. En la vivencia de unidad con el Todo, ya no hay dos
sino una sola realidad.

Teilhard de Chardin fue uno de los últimos grandes místicos, además de


científico. Esta doble faceta de su formación le permitió superar la lucha entre
ciencia y espiritualidad. Para los científicos la religión era un lastre insoportable.
Para los teólogos la evolución era inaceptable. Teilhard alcanzó una síntesis que
nos permite tomar conciencia de una realidad que está más allá de las
aparentes contradicciones.

Toda su doctrina está resumida en el “punto omega”, que da por supuesto el


punto alfa. Para él la evolución de todo el cosmos no es más que la
consecuencia lógica de su origen. No habría evolución si no hubiera una
constante involución. El punto de partida es que Dios está en toda la realidad. El
punto de llegada será el descubrir y vivir toda la realidad en Dios. Esta es la
tarea del hombre.

A través de la biosfera en marcha durante millones de años y de la noosfera que


se está desplegando a través del ser humano, el mundo camina hacia su
plenitud, que Teilhard resume en dos conceptos, el de pleroma y el de Punto
Omega (meta de todo lo existente). Y aunque admite que aún existen fuerzas
de desintegración, confía en que las fuerzas de integración superen a las de
desintegración.

El mundo debe ser cristificado para que en él encuentre el punto de atracción y


convergencia de todas las fuerzas de unificación. A través de esa cristificación
el mundo encontrará un punto de encuentro para toda la realidad
espiritualizada. Esta realidad unificadora la llama el Medio Divino, clave para
entender su visión mística del futuro del hombre y del mundo.

Insiste en que esa evolución tiene que ser universal. No se contenta con que
unos cuantos seres humanos alcancen la conciencia de unidad, postula una
evolución hacia la unidad universal y definitiva. El ser humano es el encargado
de llevar a cabo esa tarea y el único camino es el amor. Ese amor tiene que ir
más allá del sentimiento y de la emoción que caracteriza el amor humano, debe
llegar al ágape universal y total.

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El futuro cambiará de manera drástica porque estamos a punto de descubrir por


segunda vez el fuego. Ya lo intuyó Teilhard de Chardin que decía más o menos:
cuando descubramos que el amor es la clave de nuestras relaciones con los
demás y con el mundo, empezaremos una nueva época para la humanidad.

El descubrimiento de la evolución en sentido absoluto, es decir, en todos los


órdenes de la existencia y no sólo en el de la vida, es el mayor logro en los dos
últimos millones de años. Teilhard de Chardin descubrió la verdadera evolución.
Más allá de la que propuso Darwin, que ya fue un increíble avance científico,
Teilhard habla de la evolución en sentido absoluto. El universo entero está en
evolución imparable y avanza desde las capas más materiales hacia la meta que
sería el “punto omega”, es decir, la identificación de todo en la unidad absoluta.

Pero debemos tener claro que ese proceso no parte de la pura materia sino que
presupone que en la materia más material se encuentra ya la plenitud de lo
divino, aunque escondido y camuflado. Esta idea es clave para entender todo el
pensamiento del gran místico. El punto omega no es sólo una meta a la que hay
que llegar, es también la Realidad que está ya dirigiendo los pasos de toda
realidad.

Como todos los místicos fue tratado a baquetazos por la institución y


condenado, aunque después de haber muerto. Para mí es uno de los personajes
que merecería la pena revindicar y actualizar. Su manera de hablar, a pesar de
inventar un gran número de palabras profundas, es un poco eclesiástico y
pasado de moda. Si fuéramos capaces de actualizar su lenguaje, sería uno de
los escritores más leídos

La punta de lanza de la evolución


Cuando hacemos una pregunta, estamos dando por supuesto que hay una
respuesta. Este es el principal escollo que debemos superar para dar el paso
decisivo. Se trata de superar todo intento de comprender o razonar lo que
estamos buscando. No hay nada que buscar que no tengamos ya en nosotros.
Desde el ámbito mental en el que todos vivimos, no es posible avanzar más allá
de un límite.

Es imprescindible una toma de conciencia de que hay otro camino para dar el
salto. Sin embargo, es verdad que abandonar la racionalidad para entrar en el
ámbito de la vivencia es algo que nos inquieta demasiado. La razón no tiene
manera alguna de llevarnos a la experiencia de nuestro verdadero ser, porque el
Ser escapa y está más allá de todas las capacidades racionales.

A la meta de la que estamos hablando sólo podemos llegar a través de una


vivencia interior que vaya más allá de todo lo que pueden aportarnos los
sentidos y también más allá de todo lo que puede procesar la razón partiendo
de esos datos. Hoy por hoy, la palabra que nos puede llevar al concepto es
“mística”. Claro que la manera de entenderla tiene innumerables matices, pero
eso no nos debe inquietar.

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La experiencia mística no puede ser transferida a conceptos. Esta es la razón


por la que todos los libros sobre mística nos han metido por callejones sin
salida. Nada se puede decir de lo que realmente experimenta un místico, por la
sencilla razón de que el absoluto no se puede meter en conceptos. En el
momento que intente comprender lo que le ha pasado o en qué consiste esa
vivencia, empiezo a chapotear en arenas movedizas.

Es curioso que los orientales hablen de siete dimensiones y Santa Teresa de


siete moradas. Pero no vamos a entrar en la descripción de esos estadios
porque sería demasiado prolijo. A la inmensa mayoría de los mortales nos basta
saber la dirección en la que tenemos que ir y que por muchos peldaños que
hayas subido, siempre habrá uno más por escalar. En realidad, la vida espiritual
es un proceso sin solución de continuidad, una ascensión sin escalones, que no
terminará nunca.

Unidad-amor

Es relativamente fácil convencernos de que la identificación con el Absoluto es la


meta. Es mucho más difícil tomar conciencia de que es también el punto de
partida. Aunque estemos dando los primeros pasos en el camino espiritual,
debemos tener muy claro que no tenemos que salir de nosotros para llegar al
Último. Tú ya lo eres todo, sólo te falta tomar conciencia de ello.

Ni la más pequeña partícula de materia puede estar nunca separada del


Absoluto, porque toda realidad es solo su manifestación. En el espejo sólo
aparecerá una imagen cuando la realidad se encuentre delante de él. Nosotros
sólo vemos la imagen reflejada pero algunos son capaces de adivinar la realidad
que está detrás. Lo divino es también el fundamento de todo ser humano.

La gran diferencia está en que el ser humano puede descubrir esa realidad y
vivirla conscientemente. Esta sería la meta suprema de toda vida humana. Lo
humano y lo divino no son dos planos independientes. La plenitud de lo humano
es lo divino y no hay nada divino más allá o fuera de lo que comprendemos
como humano. Ninguna religiosidad podemos alcanzar si olvidamos esta verdad.
El Dios objetivado y cosificado ha desaparecido.

En la mayoría de las religiones se considera a Dios como el creador del universo


y del hombre. Este descubrimiento ha sido el fundamento de todas las
religiones. Pero resulta que lo contrario es mucho más cercano a la verdad. Es el
hombre el que ha creado al Dios que manejamos. Esto quiere decir que si no
existiera el ser humano, no existiría ninguna idea de Dios.

Para vivir esa realidad que nos trasciende, no es necesario renunciar a nada de
lo que somos, a lo único que debemos renunciar es a lo que creemos ser y no
somos. Todas las facetas que constituyen nuestra individualidad tienen que ser
absorbidas e integradas en la totalidad del Ser, desde la materialidad de lo físico
hasta la más alta cualidad mental que la evolución ha conseguido.

Esto quiere decir que para conseguir arrastrar la realidad material hacia esa
unidad total, tengamos que utilizar la estrategia de, primero, tomar distancia de
ella. No porque esté en contra de la Realdad última, sino porque volcados sobre

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la materia, nosotros no somos capaces de descubrir lo inmaterial. Se requiere


una retirada hacia el interior de nuestro ser, para descubrir la verdad.

La distinción, y mucho más la confrontación, tradicional entre materia y espíritu


queda también superada desde esta nueva perspectiva. El espiritualista y el
materialista tienen la misma equivocada estructura mental. Uno se empeña en
renegar de la materia creyéndose sólo espíritu, el otro niega el espíritu
creyéndose sólo materia. Las dos posturas están equivocadas y es urgente
tomar conciencia de ello. Lo verdaderamente humano es lo divino.

Cuando tomemos conciencia de que todos somos uno en el Todo, el amor dejará
de ser un mandamiento y se convertirá en una manera espontánea de
manifestar nuestro verdadero ser. En esta clase de conocimiento, desaparece el
sujeto y el objeto. El que conoce, lo conocido y el conocimiento son uno. En el
caso del amor: el que ama, el amado y el amor es la misma y única realidad.

Se trata de otro amor

Para comprender esa vivencia, el concepto de amor que utilizamos


normalmente, aunque sea el más elevado, tiene que dejar paso a otra realidad.
A ver cómo lo explico. En el concepto de amor que manejamos, aunque sea el
amor a Dios e incluso el amor que Dios nos tiene, damos por supuesto que hay
un sujeto que ama y un objeto amado. Desde la dualidad, hacemos inviable el
amor del evangelio.

Al llegar la conciencia de unidad con el Todo, el que ama, el amado y el amor no


son más que una única realidad. Para los simples mortales es muy difícil
comprender este nuevo concepto del Amor. Debemos tomar primero conciencia
de que Dios no es un ser que ama, sino el amor. El que ama y el amado se han
fundido para quedar sólo el Amor

Normalmente nuestra vida espiritual está fundamentada en la pretensión de


unirnos cada vez más a Dios, pero permaneciendo nosotros como sujetos.
Debemos tomar clara conciencia de que si no dejo de ser un “ego”, será
imposible que se lleve a cabo la unión. Bien entendido que no se trata de
aniquilarse, sino de anonadarse para poder integrarse en el Uno sin dejar de ser
uno. Un concepto matemático nos puede ayudar.

En nuestra búsqueda de la unidad con Dios nos empeñamos en sumar, y 1 + 1


son 2. Con relación a Dios no hay suma sino multiplicación 1 x 1 = 1. Aquí está
la clave. Ahora bien, si a ese resultado que es Uno, lo multiplicamos por 1
volveremos a tener el resultado de 1. Y si lo multiplicamos 7 mil millones de
veces, el resultado seguirá siendo 1.

He comentado decenas de veces una frase de Schillebeeckx, que me parecía


genial. “Si pudiera quitar de mí, lo que hay de mí, quedaría Dios. Si pudiera
quitar de mí, lo que hay de Dios, quedaría nada. Hoy estoy en condiciones de
decir: si pudiera quitar de mi lo que hay de Dios, quedaría nada y si pudiera
quitar de mí lo que hay de mí, quedaría nada.

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El ejemplo matemático que parece tan simple nos lo hará comprender un poco
mejor. 1 x 0 = 0, pero también 0 x 1 es igual a 0. Yo no podía existir sin Dios,
pero tampoco mi Dios puede existir sin mí. Esta idea ya la expresó con claridad
Eckhart. Con la razón, es imposible de comprender pero es así de fácil. Si no
hay realidad reflejada en el espejo es que no hay nada delante del espejo.

Este amor del que hablamos ya no es un acto sino el propio ser manifestándose
constantemente y sin esfuerzo alguno. Al intentar explicar este punto, hasta los
mejores místicos han patinado. El afán de utilizar el lenguaje del amor humano,
nos suele despistar y dejarnos confundidos. La pareja está unida por actos de
amor. En la relación con Dios los actos de amor son la unidad manifestada.

Juan de la Cruz lo dejó muy bien expresado en sus versos: “Oh noche que
guiaste, oh noche amable más que la alborada; oh noche que juntaste amado
con amada, amada en el amado transformada”. Pero también podía haber
concluido: amado en la amada transformado. El amor del que hablamos es
la unidad. Ya lo hemos dicho, ni el que ama existe sin el amado ni queda nada
del amado al margen del que ama.

También el Maestro Eckhart nos deja alucinados cuando dice que Dios se
deshace de sí mismo para identificarse con cada uno de nosotros. Lo mismo que
nosotros tenemos que anonadarnos si queremos llegar a ser uno con Él. Es lo
que quiso expresar Pablo cuando dice: “Se despojó de su rango…” no podríamos
hablar de evolución si no hubiera una constante involución.

Muchos de los que me escuchan manifiestan su inquietud al oír que Dios no es


un ser personal, que no es padre, ni madre, ni abuelo... nadie a quien se pueda
pedir, de quien esperar algo; nadie en quien se pueda confiar para que me
saque las castañas del fuego. Sienten que se quedan huérfanos y sin
agarraderas donde sostener sus existencias.

Comprendo esa zozobra, pero no puedo compartirla porque no se trata de


eliminar la confianza en Dios sino de potenciarlo hasta el infinito. En la medida
que alguien experimente que el Otro ya no es tal sino que se ha identificado con
él, la confianza se hace absoluta, pero no tiene que salir de sí mismo para
acceder a la total seguridad de que el absoluto está de mi parte y por lo tanto,
nada tengo que temer de nada ni de nadie.

Dios no es un ser personal porque es “superpersonal”, es decir, infinitamente


más que una persona. El ego se siente incómodo ante esta perspectiva, porque
al no tener con quien confrontarse pierde toda su capacidad de afianzarse como
tal. Vivir la identificación con Dios, no conlleva ninguna pérdida sino la absoluta
ganancia de la plenitud de ser en el Ser. Santa Teresa lo dejó muy claro en una
frase lapidaria que surgió de su más profunda experiencia: “Quién a Dios tiene,
nada le falta”.

La única realidad es la Realidad Última

Esa identificación con el ser absoluto y supremo no es un logro del individuo que
sólo pueda alcanzar después de inusitados esfuerzos. Esa unidad es la Única
Realidad existente. Lo que creemos realidad no es más que pura apariencia.

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Nadie puede imaginar una ola si no es dando por supuesto que bajo ella se
encuentra el mar. Todos podemos ser ola gracias a que existe un mar que nos
sostiene.

Nuestra única tarea es superar el engaño de creernos ola autónoma y tomar


conciencia de que soy también y sobre todo mar. Esto parecería lo más sencillo,
pero el ego, nuestro falso ser, tiene que auto afianzarse a toda costa y la
artimaña que utiliza es hacer creer que él es nuestra verdadera naturaleza. El
egoísmo tiene como fundamento el falso yo. Descubierta nuestra verdadera
naturaleza, el engaño quedará patente y superado.

El ejemplo de la ola y el mar puede ser clarificador si aceptamos que no es más


que una metáfora. La ola y el mar es una sola realidad, pero efectivamente la
ola existe y está ahí. Lo importante es que esa forma exterior del agua no hace
cambiar para nada la esencia de lo que era un instante antes y seguirá siendo
un instante después. El haber sido ola durante unos instantes permanecerá para
siempre.

Ya lo hemos dicho, para que el ser humano pueda evolucionar hacia esa unidad
con el todo absoluto, ha tenido que darse una involución del absoluto. Ex nihilo
nihil fit, (de la nada nada sale) decía Parménides. Sólo si aquello que vamos a
conseguir se encuentra ya inmerso en lo que somos, será posible la locura de
alcanzarlo. Esto no quiere decir que esa presencia sea fácilmente descubierta.

La verdad es que no tenemos nada que alcanzar, porque lo somos ya todo.


Vuelvo a repetir que la experiencia de unidad no es más que una toma de
conciencia de nuestro verdadero ser. No debemos agobiarnos pensando que la
mierda que soy nunca me permitirá alcanzar la plenitud a la que aspiro. La
aspiración tiene que estar dirigida al descubrimiento, no a la elaboración de esa
realidad.

Desconcertante paradoja

Si planeamos una búsqueda, quiere decir que tenemos algo que buscar. Si
programamos un viaje, quiere decir que hay una meta a la que llegar. La verdad
es que no hay nada que buscar, ni ninguna meta a la que llegar. Nos pasa lo
que a aquel pez, que había oído hablar del océano y estaba como loco,
preguntando a todo el mundo, dónde estaba el océano. Imposible encontrarlo si
se empeña en buscar fuera.

Algo parecido le pasó a la muñeca de sal. Empeñada en saber quién era ella,
emprendió un viaje preguntando a todo el que encontraba: ¿puedes decirme
quién soy yo? Nadie fue capaz de contestarle. Siguiendo su camino llegó al
océano. Al verlo se dijo: esta cosa inmensa sabrá decirme quien soy. Al
preguntarle, el mar le contestó: entra dentro de mí y lo sabrás. Avanzó
decidida. Al ir entrando en el mar se empezó a disolver. Cuando sólo quedaba
una pizca de muñeca exclamó: ¡Ya sé quién soy!

Abandona el escrito. Cierra los ojos y quédate en silencio. Mira a lo hondo.


¡Siente! (no con los sentidos) ¡contempla! ¡Vive! ¡Goza! ¡Todo está en ti! No

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necesitas nada que no tengas ya. El futuro del que venimos hablando está ya en
ti. Pasado, presente y futuro se condensan en una sola realidad que eres tú. No
tienes que esperar a que suceda algo. Todo está sucediendo siempre en ti.
¡Despierta en este instante!

Si ardes, iluminarás

No se trata sólo de una toma de conciencia de la Realidad suprema, también es


tarea del que vive esa experiencia el hacer presente en la materia y en el
mundo esa Realidad. Como muy bien decía Teilhard de Chardin, el hombre debe
arrastrar al universo entero hacia su plenitud en ese Todo. Pablo lo había dicho
también con mucha claridad: “la creación entera sufre dolores de parto,
esperando la libertad de los hijos de Dios”.

A ese proceso, que lleva al descubrimiento de la verdadera realidad, los místicos


orientales le llamaron iluminación. También en nuestra cultura se habla con
mucha frecuencia de las tinieblas y la luz como dos etapas, una a superar y otra
a alcanzar. Nuestro quehacer es salir de las tinieblas y entrar en la luz, pero
conscientes de que no tenemos que dar ningún paso ni eliminar nada de
nosotros. Todo son metáforas que apuntan a la misma realidad: somos Todo.

El mismo sentido tienen las palabras de Jesús a Nicodemo: hay que nacer de
nuevo. Aquí la ignorancia en la que nacemos biológicamente le llama vida,
desde la que tenemos que pasar a la verdadera Vida, que es la del Espíritu. Ese
nacimiento consiste en una toma de conciencia de tu verdadera Vida. Al vernos
obligados a emplear la misma palabra “vida” corremos el peligro de
despistarnos.

¿Qué nos queda de Dios?


Del dios en el que hemos creído, hasta ahora, no debía quedar nada. Nos hemos
aferrado a la idea que cada uno nos habíamos hecho de Dios y esa idea no
puede ser nunca adecuada a la Realidad Insondable. Todos tenemos que
atrevernos a entrar de lleno en la teología apofática. De Dios nunca podremos
saber nada ni falta que nos hace. De la misma manera que no necesitamos
saber lo que es la vida biológica para vivir tan sanos.

Nos queda la Vida. El ser humano tiene que intentar ir más allá de sí mismo,
siendo, viviendo a tope y desplegando lo que está ya implícito en su ser.
Rompiendo todos los moldes que se ha creado y le encorsetan, impidiéndole
desarrollar lo que hay en el fondo de su mismo ser. Jesús lo vio muy claro, por
eso dijo a Nicodemo: “hay que nacer de nuevo” y a Pedro junto al lago: “rema
mar adentro”.

Esta VIDA es de distinta naturaleza que la biológica. La palabra “vida” tiene aquí
un sentido metafórico que designa una realidad para la que no tenemos
disponibles ni palabra ni concepto. Pero es en ella donde está el verdadero
futuro del hombre. Como dice Juan: en la palabra había Vida y la Vida era la luz
de los hombres. Insiste en que la clave es la Vida; todo lo demás es
consecuencia normal de esa Vida.

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El entender mal esta frase de Juan nos ha costado muchos quebraderos de


cabeza. La búsqueda desesperada de más conocimientos teológicos de muchas
personas de buena voluntad, se debe a este falso planteamiento. Se creen que
con más verdades aprendidas tendrán acceso a más Vida espiritual. La verdad
es justo lo contrario. Cuanto más vivas, más comprenderás, aunque no
aumenten tus conocimientos intelectuales.

Decía el Maestro Eckhart en una increíble muestra de libertad lingüística, “Pido a


Dios que me libre de dios”. Es imposible resumir mejor lo que quiero decir. Del
dios aprendido no debe quedar nada. Debemos librarnos de él para poder
encontrarnos con el verdadero Dios. Los budistas tiene una frase muy parecida:
“Si te encuentras al Buda, mátalo”. Tenemos aquí meditación para muchos
años.

Urgencia y rotundidad del cambio


Nunca antes se había visto obligado el ser humano a dar un salto hacia el
abismo. No sólo será nuevo lo que vamos a descubrir. También los instrumentos
para el cambio tenemos que inventarlos. A medida que avancemos, se hará la
luz. Tendremos que caminar a tientas, pero sabiendo que hay futuro. No se
trata de confiar en nuestra capacidad intelectual sino en lo que nos trasciende y
que está más dentro de nosotros que lo más hondo de nosotros mismos, como
bien decía S. Agustín.

El cambio no vendrá de la razón sino de la Vida. No se pueden dar normas


generales, cada Vida es un mundo. Cada uno de nosotros debemos tomar
conciencia de donde estamos y descubrir en qué dirección se debe dar el
siguiente paso, sin miedo y sin soberbia. Las dos Vidas son lo más contrario a
cualquier programación. Cada vida es irrepetible y, por lo mismo, de valor
absoluto.

Lo que podemos ser, más allá de la razón, es más importante que la misma
razón. Daniel Goleman escribió hace años el libro, “La Inteligencia Emocional”,
que considero tan importante como el descubrimiento del subconsciente. Lo que
siento y vivo será siempre más importante que lo que pienso. Este aserto no es
fácil de asimilar desde nuestra estructura mental racionalista.

La razón seguirá cumpliendo una tarea importantísima, pero debe dejar de creerse
absoluta y prepotente en todo. Debe reconocer que hay ámbitos que le
sobrepasan, en los que no debe empeñarse en entrar y menos aún monopolizar.
Aunque vemos que el futuro del hombre está más allá de lo razonable, nunca
puede ser irracional, es decir, nunca estará contra la razón. Donde termina el
ámbito de lo razonable y un poquito más allá de él, comienza el descubrimiento
total.

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Consecuencias del cambio


En nuestra cultura estamos siempre obsesionados con los resultados de lo que
planeamos. La verdad es que lo importante es el cambio mismo no las
consecuencias que se puedan derivar de él. Nuestro objetivo es ir madurando
como seres humanos. No debemos esperar resultados espectaculares. Después
del cambio, todo seguirá igual pero todo será distinto.

Sin cambiar nada, esa toma de conciencia, tendría consecuencias increíbles para
cada ser humano que se adentre por el camino del Espíritu, pero sería más
espectacular el cambio que afectaría a toda la humanidad. Aunque no todo el
mundo alcanzara el estadio espiritual, si una gran mayoría llegara, los efectos
benéficos llegarían sin duda a toda la humanidad e incluso a la creación entera.

Hoy estamos en condiciones de dar un giro copernicano a la marcha de nuestra


sociedad. Tenemos al alcance de la mano una humanidad más humana. Así de
sencillo. Debía ser la aspiración de todos, pero, en realidad, muy pocas personas
se preocupan por esta posibilidad tan simple y obvia. Todos sabemos muy bien
lo que queremos decir cuando decimos de alguien: mira qué humano es. Tal vez
nos cueste encontrar las palabras para expresarlo, pero todos entendemos la
idea.

El ser verdaderamente humano es el que ha abandonado el egoísmo, el que


está preocupado por los demás, el que intenta ayudar a todo el que lo necesita
sin esperar nada a cambio, el que no se aprovecha de nadie en beneficio propio,
el que acepta a los demás sin condiciones y sin querer cambiarles, el que se da
cuenta de que tiene todo lo que necesita para ser en plenitud, etc., etc.

Valor supremo, la persona

Reconocer el valor absoluto de la persona humana, sería la demostración del


más espectacular progreso. Sería el primer paso para alcanzar el mayor logro de
toda la historia de la humanidad. Debemos dejar de defender dioses, religiones,
doctrinas, ideologías, filosofías, conocimientos y poner por delante de cualquier
valor al ser humano concreto.

Un auténtico progreso espiritual nos llevaría a tomar conciencia de que el valor


supremo es y será siempre la persona humana, cualquier persona y en cualquier
circunstancia. Mientras no asumamos que el más alto dignatario y el mendigo
que duerme bajo un puente, tienen el mismo valor, no alcanzaremos la armonía
entre los seres humanos y seguiremos mostrando nuestras carencias en
verdadera humanidad.

No alcanzaremos esta visión hasta que no descubramos el verdadero valor de


cada uno personalmente. Mientras sigamos dando más valor a lo que creemos
ser y no somos, que a lo que realmente somos, no habrá manera de superar el
egoísmo, que es el único fallo que nos destroza como humanos. Según me
valore a mí mismo así estaré dispuesto a valorar a los demás.

Más importante lo transpersonal

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Si descubro el valor auténtico que hay en mí, tomaré conciencia de que ese
valor es el mismo en todos y cada uno de los seres humanos. Pero también
tendría pleno sentido lo contrario. Sólo en la medida que valore justamente al
otro, me puedo valorar a mí mismo. Hacer nuestra esta idea tan simple es
imprescindible para entrar en la dinámica de una auténtica relación de
fraternidad con los demás, con todos los demás seres humanos.

Cuando descubra que yo y el otro somos uno, estaré en condiciones de


identificarme con él y desaparecerá la distinción entre yo, tú y él. Tomaré
conciencia de que todo lo que hago por mí, lo estoy haciendo por él y todo lo
que haga por él lo estoy haciendo por mí. Desde esta perspectiva sería
relativamente fácil descubrir que no hay yo, ni tú, no hay él, sólo uno
nosotros.

Si no cambiamos de rumbo

Aumentará el desequilibrio en cada ser humano. La esquizofrenia se


generalizará hasta tal punto que se hará insoportable. El egoísmo de las
personas y de los pueblos también aumentará. El incontenible deseo de poseer
más, de consumir más, de mayor felicidad externa nos llevará a situaciones
insoportables y finalmente a la autodestrucción.

El abanico de posibilidades que se abre ante nosotros es cada día más amplio.
Pero debemos darnos cuenta que va en las dos direcciones, para bien y para
mal. Nunca el hombre ha sido capaz de más humanidad, pero también nunca ha
sido posible mayor capacidad de destrucción. El camino que tomemos nos puede
llevar a una increíble plenitud o a la destrucción total de la especie.

Si crecemos en humanidad

Si la experiencia interior crece hasta llegar a un número suficiente de personas,


los cambios en cada individuo y en toda la sociedad serán increíbles. La armonía
interna de los espirituales llegará también a los que no lo son. Las relaciones
entre los humanos se harán más entrañables. Extirpado el egoísmo que dirige la
mayoría de nuestras relaciones hoy, todo el mundo encontrará la paz y la vida
de cada uno cambiará.

Sin miedo, el futuro está en nuestras manos

No nos debe de asustar la responsabilidad que hoy tenemos. Los orientales


dicen que un camino de mil leguas empieza siempre por un paso. Cada uno de
nosotros debemos tomar conciencia de esa posibilidad de mejorarme y mejorar
la humanidad. El miedo a dar un paso en falso tampoco debe detenernos. Tanto
la vida biológica como la Vida espiritual, se va consiguiendo a pesar de los
fracasos cosechados.

En todas las épocas se idealizó el pasado y se creyó mejor que el presente. Sin
embargo, debemos cambiar el refranero y decir sin miedo: “cualquier tiempo
pasado fue peor”. Todo lo que conocemos de la evolución, tanto de la materia

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como de la vida, nos lo confirma. No debemos tener miedo al futuro. Aunque es


casi seguro que tendremos tropiezos, el futuro, a largo plazo, está más que
asegurado. Estamos en marcha y no podremos detenernos nunca, porque
siempre se abrirá un nuevo horizonte ante nosotros.

Las verdades absolutas no seducen hoy a casi nadie porque no existen y las que
creo poseer son una trampa. Este es un logro de la modernidad, que no tiene
marcha atrás. El tiempo de los dogmas ha pasado definitivamente. Esto nos
invita a una búsqueda constante de una verdad siempre provisional. El mayor
error del pasado lejano y reciente, fue creer que habíamos alcanzado la meta de
lo humano.

Somos cada vez más conscientes de que nadie tiene el monopolio de la verdad.
Decía Machado: “Tu verdad no, la verdad y ven conmigo a buscarla, la tuya,
quédatela”. Un proverbio oriental nos lo confirma: No hace falta que alcances la
verdad, basta con que salgas de tus errores. Si damos demasiado valor a las
verdades, es que estamos lejos de la verdadera Verdad.

También hemos descubierto que la religión no es un fin en sí misma sino un


medio para acercarnos a la meta. Como instrumento debe estar siempre
perfeccionándose para servir mejor a los objetivos que persigue. Descubierta
una herramienta mejor que la anterior, tenemos la obligación de abandonar la
vieja. Lo estamos haciendo todos los días en la vida real. ¿Por qué no somos
capaces de hacer lo mismo en el caso de los asuntos religiosos?

Muchos de los instrumentos que sirvieron a la religión durante siglos, se han


quedado obsoletos y en vez de aproximarnos a la meta nos están alejando de
ella. Todos los ritos, que se apoyan en mitos ya superados, no pueden
ayudarnos. Podemos seguir utilizándolos pero serán inútiles. Las formulaciones
dogmáticas que sirvieron durante siglos para mantener la unidad, han sido
superadas por los avances científicos y sociales.

No podremos dar este paso sin aceptar que nada de lo que hemos dado por
definitivo en religión, viene directamente de Dios. Este error radical nos ha
tenido atenazados durante miles de años. Si superamos este malentendido, no
sólo despejaremos el camino al cambio sino que el cambio se hará
imprescindible. La vida espiritual de cada ser humano nos acerca a la meta y
nos obliga a superar malentendidos.

Cualquier clase de vida biológica es siempre un proceso, un paso hacia adelante.


Con mucha más razón lo será la verdadera Vida, la espiritual. En el orden
espiritual no puede haber nada absoluto que nos permita instalarnos. Estamos
dando los primeros pasos en la búsqueda de la plenitud humana y está casi todo
el camino por recorrer. Ni nos tiene que asustar, ni nos tiene que detener en la
marcha

El futuro será grandioso

La meta hacia la que caminamos no podemos conocerla con certeza. Sabemos


que hay un camino a recorrer, pero hasta que no lo transitemos no sabremos a
donde nos lleva. Ya hemos citado una frase de Nietzsche que me dejó pasmado:

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“el hombre nunca ha llegado tan lejos que cuando no sabía a donde le llevaban
sus pasos”. Está cada día más claro que tenemos que superar lo que hoy
tenemos. Recordando cómo hemos llegado hasta aquí, podemos aventurarnos.

Una ameba nunca pudo sospechar que un descendiente suyo llegaría a ser un
ser humano. Sin embargo, allí estaban ya todos los elementos necesarios para
que un día surgiera la inteligencia. Desde nuestra manera de concebir el tiempo,
nos puede parecer exagerado el larguísimo proceso de humanización. Aún no
somos conscientes de la energía que se ha derrochado hasta llegar a nosotros.

Además, muchos seres humanos han vivido ese futuro que a través de ellos
podemos vislumbrar. Desde Buda hasta Jesús y antes y después, han existido
infinidad de seres humanos extraordinarios que han roto el techo de lo humano
y vivido y hecho presente lo Divino. Estos hombres y mujeres no han recibido
ningún privilegio, simplemente se sintieron motivados para intentar ir más allá
de las apariencias y descubrir la verdadera realidad que eran.

Esta experiencia de unidad, debemos perseguirla ahora de manera positiva y


consciente. Fue precisa la conciencia de ser ola, para llegar a descubrir
conscientemente que somos el océano. La ola dura sólo un momento y está
siempre cambiando. El océano permanece idéntico a sí mismo. Ahí podemos
apreciar la diferencia entre una vida egocéntrica y una vida en el Todo.

No se trata de volver a las andadas sino de evolucionar absolutamente hasta el


SER. Dios no es un ser, sino el SER. Nada puede haber fuera de Él. La
ignorancia nos ha hecho creer que somos distintos de Él. La sabiduría nos hará
volver a la realidad de ser uno con Él. Vivir esa realidad es el colmo de la
experiencia de una vida humana. Si superamos el miedo a perder nuestro ego,
nuestro verdadero ser llegará a su plenitud.

Superar la ambivalencia de la religión

No es verdad que la religión, ni la nuestra ni ninguna otra, tengan la culpa de


todo. A pesar de todas sus limitaciones, a pesar de todas las barbaridades que
se han cometido en su nombre, gracias a ella estamos preparados para realizar
este cambio. Todo lo que en nuestra religión nos ayude a este cambio, debe ser
potenciado. Todo lo que nos impida llegar a esta experiencia cumbre, debe ser
superado. La religión ha sido demasiada esclava del pasado.

Obsesionados por repetir cantinelas pasadas, nos hemos alejado del mensaje
original que sigue siendo válido. Debemos asumir que muchas formulaciones
religiosas son incompatibles con los conocimientos y el nivel de conciencia que
el hombre tiene hoy. Seguimos sosteniendo verdades limitadas en aras de una
fidelidad religiosa que se preocupa exclusivamente de la literalidad de las
formulaciones.

No es nuestra inteligencia la que nos tiene que marcar el camino. Los avances
más significativos en la evolución se dieron antes de surgir la inteligencia. No
tiene sentido empeñarnos en programar racionalmente el futuro. Cada día está
más claro que hay algo superior a nosotros que nos guía. Otro modo de

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conocimiento es posible y debe ser él el que nos marque la dirección de esa


plenitud que anhelamos.

Sería suficiente que la razón no pusiera obstáculos al progreso que es


imprevisible. Pero la razón puede hacer mucho más por nosotros. Debe
ayudarnos a desmontar los tinglados, que ella misma montó y puede
advertirnos de cualquier despiste que podamos tener todavía. Debemos utilizar
nuestra capacidad racional para desbrozar el camino y, como el subalterno en
las corridas, nos deje delante del toro para poder lidiarlo libremente.

Hacia una religiosidad única

La religiosidad de todo ser humano tiene que ser una y única. ¿Podemos
imaginar unas matemáticas cristianas y otras musulmanas? ¿Puede ser la física
judía distinta de la budista? Si lo que ha surgido de la misma inteligencia debe
de estar armonizado, mucho más lo que surge de lo hondo del ser humano nos
tiene que llevar a la unidad.

El motivo de la diversidad de verdades en las distintas religiones se debe a que


hemos confundido el vehículo con la carga espiritual que transportaba. Es
deprimente constatar que las luchas más sanguinarias entre seres humanos, se
han dado siempre en nombre de religiones. A veces convencidos de la
exclusividad de nuestro dios y a veces utilizando la religión y a dios para
alcanzar poder.

Las religiones han sido el estuche donde se ha almacenado la sabiduría. No


podemos olvidarlas ni denigrarlas porque nos llevaría a tener que partir de cero.
Distinguir la sabiduría y el envoltorio que hoy nos impide descubrirla, debe ser
tarea urgente. Esa sabiduría no es patrimonio exclusivo de ninguna religión. Se
encuentra diseminada en todas las religiones y no debemos marginar nada útil.

Toda experiencia religiosa auténtica, apunta más allá de si misma y nos abre
caminos insospechados de humanidad. En contra de lo que hemos creído
durante milenios, debemos proclamar alto y claro que ninguna religión tiene la
exclusiva de la verdad. Lamentablemente seguimos creyendo que el primer
deber de una religión es marcar las diferencias para afianzarse en lo absoluto de
sus verdades.

Este debía ser el principio del que tiene que partir la nueva religiosidad. Es
ridículo privarnos de esa riqueza arguyendo que sólo nuestra religión es
verdadera. Como bien dijo Schillebeeckx; “hay más verdad en todas las
religiones que en una sola”. Todas son más o menos útiles, dependiendo sobre
todo de la habilidad para utilizarlas.

FIN

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