Divina Humanidad
Divina Humanidad
Divina Humanidad
Divina humanidad
El absoluto está ya en ti
Fray Marcos
Índice
INTRODUCCIÓN…………………………………………………. 3
I ACLARANDO CONCEPTOS……………………….………9
Mundo, hombre, Dios………………………………….….. 9
Evolución, Espiritualidad y religión……………….15
II MIRANDO AL PASADO…………..…………………….. 20
Pasado del mundo…………………….…………………...21
Pasado del hombre…………………….…………………..27
Pasado de Dios………………………………………………. 40
Cómo hemos llegado hasta aquí..………………….45
Relaciones………………………………………………………. 47
INTRODUCCIÓN
Aparentemente los ateos parece que se han librado de esa cuestión, pero
escamotearla no es solucionarla. En realidad, muchos ateos están más
obsesionados con la idea de Dios y la trascendencia que los creyentes. No
debemos confundir lo que espontáneamente manifestamos, con la verdadera
actitud interior que está ahí a pesar de nosotros mismos.
Y apareció ya varias veces la palabra “Dios”. Pero ¿Qué quiero decir, cuando
digo Dios? Si nos fijamos en la letra, está claro que todos, los que hablamos el
mismo idioma, pronunciamos o escribimos la misma palabra “dios”. Pero lo que
de verdad importa es el concepto o idea de la supuesta realidad, que detrás de
ella ponemos cada uno de nosotros.
Las más rabiosas discusiones sobre Dios se han basado y aún se basan, en esa
diferencia de conceptos. Como no lo podemos objetivar, resulta que cada uno de
nosotros sólo podemos tener de dios una idea subjetiva. Y aquí está la madre
del cordero, porque desde esta perspectiva, empeñarnos en definir a Dios con
un lenguaje unívoco y absoluto, es un empeño abocado al fracaso.
El interrogante está servido. ¿Qué es peor, ser idólatra o ser ateo? Ya sé que a
la mayoría de los creyentes no se les ocurre este dilema, pero no por eso deja
de tener importancia el planteárselo seriamente. Mucho menos peligroso es un
ateo sincero y responsable que un creyente fanático que sabe todo sobre un
dios que le empuja a rechazar a todo el que no piensa como él, convirtiéndole
en un ser inhumano.
Cuándo alguien me dice, muy serio, soy ateo, le pregunto, también muy serio,
¿qué es Dios para ti? Me diga lo que me diga, puedo responderle con toda
tranquilidad: yo también soy ateo, porque en ese dios ni creo ni puedo creer. El
dios que podemos meter en conceptos es siempre falso. No digo que no exista
Dios, quiero decir que no sé qué es.
La culpa de que muchos sean ateos la tenemos los creyentes, que hemos
colgado sobre Dios una cantidad de capisayos incompatibles con un mínimo
respeto a la racionalidad más elemental y hacia el SER en el que decimos creer.
El teísta que ha hecho de Dios un ser calcado al ser humano, sólo que con todas
sus cualidades en grado sumo, no descubre que se ha fabricado un dios a su
medida.
Este encuentro fue para mí providencial. Me di cuenta de que todo lo que había
aprendido hasta ese momento, no me permitía conectar con el pensamiento y
las inquietudes de mis compañeros de clase. Empecé entonces un camino de
actualización de mis ideas que no he abandonado hasta el presente. En ningún
momento he tenido que renegar de lo que me habían enseñado en filosofía y
teología, pero con esa base, comencé a buscar un lenguaje auténtico, que me
permitiera dialogar con la gente de a pie.
Ni soy teólogo, ni soy filósofo, ni soy psicólogo, ni soy historiador etc., etc. No
soy especialista de nada, pero con lo poquito que sé de cada cosa y
apoyándome en la comunidad y en auténticos y casi siempre, anónimos
pensadores, he llegado a algunas conclusiones que pueden parecer
sorprendentes, aunque muchos seres humanos de diversos lugares y en
tiempos muy diversos, han apuntado ya en esa dirección desde hace siglos.
Intentaré que mi lenguaje sea sencillo, incluso me arriesgaré a que, con toda la
razón del mundo, muchos lo consideren simple. No encontraréis ni
razonamientos alambicados ni argumentos apodícticos. Simplemente quiero
dejar por escrito mis reflexiones en un lenguaje que pueda ser asequible a
todos. Pido disculpas de antemano, a todos aquellos a quienes les pueda
resultar inaceptable.
No pretendo que los que lean esto lo consideren como verdad absoluta. Sería
ridícula semejante pretensión. Todo lo que digo es discutible y se debe discutir.
En ningún caso llegaré a conclusiones definitivas. Todas son propuestas
abiertas. El único error nefasto será siempre abandonar la búsqueda. Cuando
dos dejan de discutir, es que uno ha dejado de pensar. Por eso, como vengo
diciendo, mi intención es hacer pensar, no que penséis como yo.
Vivimos en el presente, pero sabemos que tenemos que cargar con un pasado.
La Paleontología, la Arqueología, la Antropología y otras muchas ciencias nos
están revelando muchos secretos sobre el pasado de la tierra y el hombre. Claro
que son ciencias provisionales, pendientes de nuevos e insospechados
descubrimientos que estarán siempre aclarando o desmintiendo lo que creíamos
saber.
Segundo, porque la radical separación que se ha querido hacer hace unos siglos,
entre lo religioso y los demás aspectos de la vida humana, nos ha llevado a una
esquizofrenia estéril y muy difícil de superar. La vida del hombre es una y única.
Si la partimos en compartimentos estancos, corremos el riesgo de
descoyuntarla. Muchas de las manifestaciones religiosas que están hoy en auge
se deben a esa necesidad que sentimos de integración.
En el siglo que acabamos de dejar atrás se han escrito miles de libros sobre el
origen de las religiones. Hoy nadie se conforma con tener un conocimiento
exhaustivo de su religión. No olvidemos que nuevos descubrimientos echan por
tierra las teorías precedentes y obligan a replantearse de nuevo las conclusiones
que se daban por definitivas, tanto con relación a nuestra religión como a las
demás.
Hasta hace muy poco, se creía que sólo después de asentarse en poblaciones
estables y gracias a la ganadería y la agricultura, el hombre fue capaz de
construir ciudades y templos. Este hallazgo echa por tierra esa teoría y deja en
evidencia que en el más primitivo neolítico el ser humano fue capaz de hazañas
que exigen una gran socialización.
Debemos aceptar que si hace doce mil años, había seres humanos que eran
capaces de planear una arquitectura tan complicada, debían poseer también la
estructura social que les permitió realizarla. Esto supone cientos de personas
dirigidas por un líder con capacidad de dirección y de convicción. Podemos
sospechar que en aquella época sólo la creencia en un ser trascendente podía
convencer a la masa.
I
ACLARANDO CONCEPTOS
Como algunas palabras pueden significar conceptos distintos, es imprescindible
concretar lo que queremos decir con cada una de ellas. Vamos a determinar en
qué sentido vamos a utilizar cada una de las palabras empleadas. No
cuestionamos que se puedan emplear con otro significado, sólo queremos
concretar en qué sentido las vamos a utilizar nosotros en este escrito y explicar
ese significado.
Empezamos por los tres conceptos básicos, en que debe apoyarse nuestra
reflexión. Importante es analizar cada uno por separado, para que sepamos
después, de qué estamos hablando, pero sobre todo es importante descubrir la
interdependencia que tienen entre ellos. Aunque en otro tiempo se creyó que
podían estudiarse separados uno de otro, hoy sería difícil comprender al
hombre, al mundo y a Dios aisladamente sin relacionarlos entre sí.
Mundo
Puede ser interesante echar un vistazo a los orígenes de este mundo que nos
acoge. Se han producido cambios drásticos en la manera de entender las
realidades físicas. Se ha operado una verdadera revolución en el modo que hoy
tenemos de comprender el mundo material. Y no hablamos sólo de la revolución
copernicana, que hizo tambalearse los cielos. Hablamos también de la última
revolución cuántica que ha puesto patas arriba todo nuestro conocimiento de la
física.
Los increíbles avances en los conocimientos científicos en todos los órdenes, nos
han obligado a cambiar la idea que teníamos de la materia. Las ciencias nos han
demostrado que la percepción directa de los sentidos es engañosa. Los sentidos,
no se han desarrollado a través de cuatro mil millones de años, para conocer la
realidad, sino para responder a las exigencias del medio en que tenía que
desarrollarse cada ser vivo y asegurar mejor la supervivencia.
Los sentidos se han ido desarrollando a través de millones de años para satisfacer
las exigencias de los seres vivos. La vida que se iba complicando cada vez más,
exigía mayor grado de seguridad. La ameba sólo sabía que algo era alimento para
ella, cuando tropezaba físicamente con esa realidad. Pero a veces, era demasiado
tarde para evitar caer en manos de otro ser vivo que le utilizaba como alimento.
El ojo se desarrolló para poder descubrir la comida antes que los demás
competidores. O para ver al enemigo antes que él te descubriera a ti. La
acomodación al medio en que vivía, fue la primera cualidad que la vida tuvo que
desplegar para poder subsistir frente a los desafíos de las condiciones adversas.
Percibir la realidad con mayor precisión y rapidez, era la clave para sobrevivir al
competidor que buscaba lo mismo.
El fallo de los seres humanos consistió en creer que, de los datos que percibíamos
por los sentidos, podíamos sacar conocimiento objetivo adecuado. Al mirar lo que
estaba lejos de nosotros nos equivocamos, haciéndonos una idea falsa del
macrocosmos. Mayor fue la equivocación a la hora de interpretar lo que nos
decían los sentidos al mirar a lo que estaba cerca. En ambos casos dimos por
supuesto que el mundo se acababa donde terminaba la percepción sensorial.
En este momento, una ingente capacidad mental del ser humano la está
dedicando a conocer mejor la realidad. La satisfacción que da el simple hecho de
conocer, ha sustituido a la necesidad de buscar alimento vestido y defensa. La
estructura de nuestra sociedad permite que una parte, cada vez más pequeña de
ella se dedique a producir alimentos, ropa y cobijo y una parte cada vez mayor, se
dedique a ampliar conocimientos.
Hombre
Ya decían los griegos que la más ardua tarea que podemos poner al hombre es
decirle: “conócete a ti mismo”. Es una tarea tan difícil ahora como cuando el homo
sapiens empezó su andadura. En realidad, hace muy pocos siglos que empezamos
a conocernos un poquito y creo que es aún mucho más lo que desconocemos. Hoy
tendemos a pensar que lo que nos hace humanos es la capacidad de razonar. Sin
embargo esto no está tan claro.
En cambio, es muy probable que, lo que haya caído del cielo, sean los ladrillos con
los que se construyó la primera forma de vida. Pienso que es casi imposible que
en el corto espacio de tiempo que transcurrió desde la formación de nuestro
planeta, hasta que se empezó a desplegar la vida, hubiera tiempo suficiente para
producirse el paso desde el simple material químico a la más simple molécula
viva.
La mayor parte de los conceptos religiosos en uso hasta hoy, son interpretación
simplista de este lenguaje con el que el subconsciente se dirige a la conciencia.
Cuando la conciencia no puede resolver un problema, proyecta hacia fuera lo
percibido interiormente. Pero ese proceso transcurre inconscientemente y el yo
consciente cae en la trampa de considerarlo conocimiento venido de fuera.
Estos seres que aparecían en sueños y visiones, se creía que eran superiores a los
que habitaban este mundo. Su conocimiento era infinitamente superior al de los
seres humanos y podían ayudarles a resolver problemas que les sobrepasaban.
También se daba por supuesto que podían actuar sobre las realidades de este
mundo con su mero pensar y querer (milagros).
Esas visiones y sueños se recibían como una comunicación de esos seres del más
allá, que intentaban ayudar a los hombres. Cuando esos conocimientos adquiridos
gracias a esos seres espirituales, eran relevantes para una comunidad eran
llamados “revelación”. Este fue el fundamento y el punto de cristalización para la
formación de los mitos religiosos.
Para llegar a una religiosidad que responda al nivel de conciencia del hombre
actual, debemos discernir cuál es el núcleo permanentemente válido en la
religiosidad del pasado y qué es mera vestidura arcaica, de la que tenemos que
desprendernos. Aunque esa supuesta revelación era producto del subconsciente
no por ello deja de tener un valor profundo. El error fue sólo el darles un valor
absoluto e inmutable.
Esa interioridad del hombre así manifestada es, en cierto sentido, trascendente a
la conciencia. Se trata del resultado de cuatro mil millones de años de evolución.
Sólo sobre este fundamento inconsciente pudo desarrollarse la conciencia. La
actividad consciente, es alimentada por el inconsciente, pero también limitada y
teledirigida. Hay que estar muy alerta para no caer en la trampa de una tiranía
por su parte.
La superación de ese mundo más allá de lo material no tiene por qué cambiar la
esencia de nuestra religiosidad. La aptitud religiosa sigue siendo una disposición
que surge de las profundidades de la persona humana que desea orientarse en
pensamientos y obras según una realidad superior al hombre (al yo). Parece claro
que existe una realidad intangible que busca hacernos bien. Debemos reconocer
que tenemos una posibilidad de trascender lo físico, lo biológico y lo mental.
Para que nuestra actitud religiosa sea auténtica, no tiene mayor importancia que
el hombre se imagine esta potencia fuera de la creación en el cielo o la considere
en lo más hondo de su ser. Lo decisivo es que el ser humano sea capaz de
escuchar sus sugerencias y descubrir hasta qué punto es capaz de vivir de
acuerdo con esas directrices, que no son aleatorias sino que tienen una finalidad
muy determinada.
La actitud defensiva radical de la Iglesia ante esta manera nueva de ver la relación
con lo trascendente, fue un signo de prudencia, pues tenía que administrar un
tesoro espiritual, cuya única clave tenía ella. Pero hoy no tiene sentido seguir
aferrada a las ideas trasnochadas, pues la sociedad está más que preparada para
dar ese nuevo paso. La reticencia al cambio es hoy insostenible y
contraproducente.
La Iglesia como conjunto de los fieles y como jerarquía, podía prestar un valioso
servicio a la sociedad si abandonara la visión arcaica y se pusiera, con todas sus
fuerzas, a dar sentido a la nueva manera de ver el mundo, al hombre y a Dios.
Son muy pocos, todavía, los sacerdotes y jerarcas que se atreven a poner al día
los instrumentos de evangelización para sacar a la gente de mitologías
trasnochadas.
Dios
El intentar adivinar cómo surgió la idea de Dios nos ayudará a relativizar esa
idea de Dios, de todos los dioses. Antonio Damasio dijo que “el cerebro creó al
hombre”. Yo añado: Y el hombre creó a Dios. Ese mismo cerebro nos dice
ahora, con la misma rotundidad, que esos dioses tienen garrafales defectos de
fábrica. Estamos en condiciones de corregir esos fallos, pero somos conscientes,
a la vez, de que ningún producto de una mente limitada puede ser perfecto.
Querer descubrir la idea de Dios o dioses que los primeros seres humanos tenían
es, hoy por hoy, una pretensión inútil. Pero si los paleontólogos encuentran restos
de actividad humana que no lleva implícita ningún provecho práctico para el
hombre, podemos legítimamente pensar que tuviera algún significado
trascendente. Claro que no tenemos ni idea de lo que para ellos pudiera significar
ese concepto que quiere reflejar la trascendencia.
Sabemos que los Neandertales enterraban a sus muertos con signos inequívocos
de respeto, veneración o protección. A pesar de ello, nos es imposible por ahora
descifrar el significado de esas señales. Lo mismo pasa con las pinturas de todo
tipo que ha dejado el homo sapiens en cuevas y abrigos rocosos, hace 30.000
años. Están ahí, hablando a voz en grito, pero no podemos entender lo que dicen.
Los ídolos pueden seguir siendo útiles, con tal que no los confundamos con la
realidad de Dios. Nunca sabremos lo que Dios es, pero vamos sabiendo lo que
no es, que no es poco. Esta desmaterialización será siempre dolorosa. Incluso
conceptos que han sido esenciales en el pasado, debemos atrevernos a
abandonarlos. Si no lo hacemos, el mensaje religioso llegará cada vez a menos
gente.
Además de los tres conceptos ya vistos, hay otros que también necesitan alguna
aclaración. También en este caso vamos a exponer nuestra manera de ver la
realidad a la que hacen referencia. Concretar qué queremos decir con cada
palabra, evitará malentendidos y nos ayudará a situarnos en una postura crítica
ante cada uno de ellos. Recordad que lo que más me importa es que
reflexionéis sobre cada tema.
Evolución
Es muy difícil comprender que haya intelectuales que sigan negando la evolución
de la vida. Se puede discutir que la selección natural, como dijo Darwin, sea la
causa de la evolución, pero con los conocimientos que tenemos hoy en todos los
órdenes y sobre todo, con el descubrimiento del ADN, no puede quedar duda
alguna de que todos los seres vivos que hoy conocemos tienen el mismo origen.
Toda la vida biológica es un producto de esta energía, que hace que ninguna
clase de materia sea algo completamente inerte. Con espacio y tiempo
suficiente, parece inevitable que se alcance una organización que termine en
vida. Dice un proverbio oriental: Dame un puñado de tierra y si el tiempo es
suficientemente largo y suficientemente amplio el espacio, surgirá la
inteligencia. Esa energía original no tiene por qué detenerse una vez conseguida
la racionalidad.
Debemos aceptar con humildad que no tenemos ni idea de qué fuerza es la que
empuja a esa constante evolución, pero también está claro que esa energía es
el motor del universo y se está manifestando en todo momento. De la misma
manera, no podemos comprender que esa fuerza o energía nos lanza más allá
de lo puramente material, abriéndonos ilimitadas posibilidades de plenitud.
Espiritualidad
Religión
Religión sería una serie de creencias ritos y normas que expresan la religiosidad
de un pueblo. Surge cuando la experiencia personal es aceptada por una
comunidad a la que da seguridades con una serie de actuaciones externas. La
religión es un lenguaje, una forma de comunicarse y por eso, exige por lo
menos, dos personas para desarrollarse.
Por ser lenguaje, es distinta para cada sociedad. La religión será exigencia de un
grupo con necesidades comunes. La religión se amoldará a las exigencias del
clan y será cambiante; puede incluso existir al margen de la religiosidad.
Cuando esto ocurre, tenemos la religión vacía e incapaz de salvar. A pesar de
todo, la religión puede ayudarme a encontrar la espiritualidad.
La religión te ata a una sola Escritura. Todos conocemos el énfasis que ponen
las tres grandes religiones en sus libros sagrados. Dando valor absoluto a su
propia tradición consigue una uniformidad que le blinda ante la agresión de las
otras religiones. Con esa actitud eliminamos la riqueza que podía aportarnos la
aceptación de otras experiencias, también auténticas y beneficiosas para todos.
La religión utiliza el miedo para imponerse. Es curioso que el método que utiliza
la religión para domesticar a sus fieles, sea el mismo que utilizan los seres
humanos para domesticar a los animales; palo y zanahoria. Promete el oro y el
moro a los que son fieles a sus consignas, pero manda al infierno a los infieles.
II
MIRANDO AL PASADO
Cuando hablamos de pasado, presente y futuro debemos tener muy claro de
qué estamos hablando. Últimamente se está oyendo en todas partes que hay
que vivir en el ahora o vivir en el momento presente. No es fácil tomar
conciencia exacta de lo que se quiere decir con estas expresiones. Cada uno
solemos entenderlas a nuestra manera y muchas veces sin comprender lo
profundo de la propuesta.
El futuro no es más que una proyección que tiene lugar también en nuestra
mente. No existe nada concreto en la realidad que podamos llamar futuro. La
manera que tenemos de comprender el presente como movimiento y nuestra
capacidad de pensar lógico, nos hace creer que hay algo por ahí que podamos
llamar futuro. En realidad todo está en este momento en mi mente y en ninguna
otra parte.
¿Y el presente? Más difícil todavía. ¿A qué llamo presente? Puedo decir el año
presente, pero de este año 2016, ocho meses son ya pasado y cuatro no han
llegado todavía. Lo mismo podemos decir de un día o de una hora. Si seguimos
bajando en unidades cada vez más pequeñas podemos encontrarnos con el
segundo.
Ahora bien, el segundo también se puede dividir en partes, unas ya han pasado
y otras no han llegado. Si dividimos el segundo en cien mil millones de partes,
¿Qué sería el presente? Una parte tan insignificante que ni siquiera la podemos
imaginar. ¿A qué llamamos presente? Como el pasado y el futuro el presente es
un puro ente de razón. No hay ninguna realidad a la que podemos llamar
presente.
ellas en el pasado. Se trata de precisar lo más posible, qué idea tuvo el hombre
de sí mismo, de Dios y del mundo en el pasado más o menos lejano.
Durante la mayor parte de la existencia del hombre sobre la tierra, se creyó que
la tierra era plana. Más tarde también durante miles de años, se creyó que era
el centro del universo. La idea que hoy tenemos de la tierra no tiene nada que
ver con lo que creían los seres humanos hace muy pocos siglos. Santo Tomás
aún creía que cada cuerpo celeste tenía asignado un angel que le movía.
Con este método se ha llega a postular un Big Bang, (gran explosión) de donde
procede el universo entero. Pero en realidad no sabemos lo que explotó de esa
gigantesca manera. Esa es la teoría mayormente aceptada hoy para explicar el
Hay otras teorías que también intentan explicar nuestros orígenes. Podría ser
que ese comienzo no fuera un comienzo sino el final de un universo anterior.
Tampoco es descartable que éste sólo fuera un uni-verso de los muchos que
pueden estar existiendo a la vez. Tendríamos entonces un multi-verso. También
podría haber universos de alguna clase de materia que nosotros ni podemos
sospechar ni pueden captar nuestros instrumentos.
Si miramos atrás, sabemos que tenemos unos catorce mil millones de años
desde que sucedió el Big Bang. Es una inconcebible cantidad de tiempo, pero se
agranda si consideramos que en los primeros instantes de la existencia del
mundo, las cosas sucedieron a tal velocidad, que la idea de eternidad que
tenemos es más adecuada para entenderlo. Tal vez sea útil el hacer un breve
repaso a través de esa epopeya.
Ya hemos dicho que la ciencia no puede llegar hasta el primer momento del origen
del universo. Partiendo de la velocidad de expansión de las galaxias, podemos
llegar hasta un instante después del origen del universo actual, pero las leyes
físicas, se hacen inútiles en lo que se llama una singularidad. Sabemos lo que pasó
en la primera fracción de segundo a la que podemos acercarnos con las leyes
físicas, pero no podemos adivinar lo que pasó en el primer instante.
Te lo imaginas. Seguramente me dirás, pues no. De eso se trata, de que veas que
es una fracción inimaginable. En ese instante los científicos tropiezan con lo que se
ha llamado el famoso Muro de Planck. Más allá del cuál (en tiempo) y más
pequeño que (tamaño), nada puede tener sentido físico ni como materia ni como
energía.
En este universo incipiente las cuatro fuerzas cósmicas actuales no estaban aún
separadas una de otra. (Gravedad, fuerza electromagnética, fuerza atómica fuerte
y débil). En esos primeros instantes los acontecimientos se precipitan a un ritmo
alucinante. En esas primeras milmilmilmillonésimas de segundo, pasan muchas
más cosas que en todo el resto de la historia del universo. La densidad y la
velocidad hacen que cada instante dure casi una eternidad.
Las partículas recién creadas son el origen de los cambios de densidad en la sopa
primordial, que hacen posible el universo actual. La fuerza atómica fuerte, que
asegura la cohesión en el núcleo del átomo, se separa de la fuerza electro-débil.
Al final de este período el universo entero tiene un tamaño considerable: 300
metros.
Alrededor de 200 segundos después del instante inicial, las partículas elementales
se ensamblan para formar los núcleos de hidrógeno y el electrón girando
alrededor. Ya tenemos el átomo del primer elemento de la tabla periódica. Hasta
aquí, la historia del mundo ha durado sólo tres minutos. Ya dijimos que durante
ese tiempo, han pasado más cosas que en los 14.000 millones de años siguientes.
Es decir, desde ese instante, las cosas van a ir increíblemente más lentamente.
Hace más de sesenta años se descubrieron partículas más pequeñas que los
protones y los neutrones, los hadrones, compuestos ellos a su vez por entidades
más pequeñas todavía, llamados quarks (10-18 metros. Por el momento, parecen
las estructuras básicas. Se sigue especulando con partículas más pequeñas que se
irán descubriendo con el tiempo. Ejemplo, el bosón de Higgs
Si cada átomo tuviera el tamaño de una cabeza de alfiler, los átomos que
componen el grano de sal, recubrirían Europa entera con una capa de 20 cms. Si
representara un protón de un núcleo de oxígeno sobre esta mesa, como una
cabeza de alfiler, el electrón que gravita sobre él describiría una circunferencia de
más de mil kilómetros de diámetro. Este ejercicio de imaginación nos lleva a la
conclusión de que no estamos capacitados para afrontar esa escala de la materia,
pero es interesante para hacer una cura de humildad.
Si se anulara la distancia entre todas esas partículas, que componen los átomos
de mi cuerpo y se reunieran hasta tocarse una con otra, no me podríais ver,
tendría el tamaño de una mota de polvo de una milésima de milímetro. El número
total de átomos de nuestro cuerpo es de 1028. Y el número total de partículas
elementales, protones, neutrones y electrones en el universo que conocemos es
de 1080. El mundo de lo infinitamente pequeño es como el mundo de lo grande, un
inmenso vacío...
La vida
Tal vez la incógnita más inquietante para nuestra capacidad intelectual sea la
aparición de la vida. Se han escrito toneladas de libros sobre este tema y los
biólogos están aún muy lejos de llegar al final del camino. No busquéis rigor
científico en lo que voy a decir a continuación. Serán solamente reflexiones
personales para que tomemos conciencia del problema y nos atrevamos a
pensar.
Los últimos estudios que se han publicado nos dicen que el 99,99 % de la vida
existente, la desconocemos. Esto quiere decir que sólo conocemos el 0,01 por
ciento de los seres vivos. Esto es ciertamente desconcertante. Parece ser que en
un sólo gramo de tierra puede haber un billón de células vivas y hasta 10.000
especies diferentes. Esto nos da una idea de lo que nos espera en el
conocimiento de la vida.
Hasta hoy no teníamos medios para descubrir esa diversidad de vida. Lo que es
inaccesible a la vista debíamos analizarlo en el laboratorio. Esto hacía imposible
un progreso rápido en la determinación de nuevas especies. Hoy con las nuevas
técnicas de secuenciación se ha abierto un nuevo horizonte por el que avanzar
en esta tarea de conocimiento de la diversidad de la vida microscópica.
Para mí, es impensable que la vida se haya iniciado en esta nuestra tierra. Hoy
ya se han descubierto los indispensables ladrillos para formar la vida en cometas
que llegan del espacio extrasolar. Sabemos que transportan azúcares como la
ribosa, aldehídos y cetonas, incluso aminoácidos con los que se montan las
proteínas como en una cadena de montaje se ensamblan las distintas piezas de
un automóvil.
Todos los organismos vivos están formados de una o más células. Cada célula
es un mundo increíblemente complejo, pero hay dos partes de ella
especialmente interesantes. Me refiero al núcleo y a la membrana celular. Todos
tenemos el convencimiento de que lo más importante es el ADN, que se
encuentra protegido en el núcleo de cada célula eucariota. Nos han aburrido
hablándonos de la importancia del ADN y eso que sólo sabemos la utilidad de un
5 % de los genes.
mismo modo, permite salir lo que la célula considera desecho y retiene todo
aquello que es provechoso para ella.
Estoy convencido de que el universo está plagado de vida y que desde allí ha
llegado a nuestro planeta tierra. Teniendo en cuenta los millones de años que le
costó a nuestra forma de vida llegar a la inteligencia, es casi seguro que la
inmensa mayoría de esa vida, será inconsciente. Pero también es muy probable
que existan formas de vida más desarrolladas que la nuestra. No es ningún
desatino porque sabemos que la nuestra nunca ha dejado de evolucionar.
No parece que haya habido en este largo periodo, nuevas floraciones de vida.
Reflexionar sobre este particular puede ser de mucha utilidad. Piensa que la vida
que te atraviesa es la misma que desplegó un primer mamífero, un exótico pez,
un trilobites, una ameba, una bacteria… Es impresionante. Si la vida de la que
estás disfrutando, se hubiera interrumpido en algún eslabón de esa larguísima
cadena, tú no estarías leyendo esto.
Aunque a través de todo ese proceso evolutivo, la vida ha ido haciéndose más
compleja, siempre ha sido la misma vida que conocemos hoy. Aunque los genes
se han ido multiplicando y los seres vivos haciéndose más complicados, el
código genético es exactamente el mismo en los seres humanos que en las
primeras arqueobacterias. También esto debe hacernos pensar un poco.
En esa evolución nunca se han dado saltos. Ya los escolásticos decían: “natura
non facit saltus”. Todo fue un continuo proceso de evolución imparable, aunque
hace muy pocos años que hemos descubierto esta realidad y aún hay personas
serias que lo ponen en duda. Para entender este proceso nos vemos obligados a
señalar etapas definidas, pero teniendo muy claro que son sólo subterfugios.
Fruto de la evolución
Hace 1.500 millones de años se dio el primer salto de las células procariotas a las
eucariotas, es decir, desde las más simples sin núcleo a las que tenían ya un
verdadero núcleo que mantiene el ADN protegido del resto del citoplasma. De
este modo, los orgánulos de la célula desarrollan su actividad
independientemente del núcleo y facilitaron las distintas funciones de cada
parte.
Hace 1.000 millones de años: aparecen los organismos pluricelulares. Eran seres
vivos más complejos, compuestos de varias células con diversas funciones. Esto
les permitía un mayor tamaño y más larga expectativa de vida. Seguramente la
primera unión de dos células se realizó por azar. Una unicelular invadió otra para
destruirla; pero ésta reaccionó, y fue capaz de sacar provecho a su vez de la
invasora, resultando un conjunto con mayores posibilidades de vida.
Hace 700 millones de años aparece la diferenciación sexual, que abre unas
posibilidades increíbles a las variaciones genéticas. Esa diversidad dio origen al
abanico de las plantas, hongos y animales. Hace sólo 500 millones de años:
aparecen los vertebrados (peces) y hace 350 millones de años: aparecen los
anfibios, que dieron origen a los reptiles.
Hace 200 millones de años, nacieron los primeros mamíferos, que cohabitaron
durante mucho tiempo con los grandes saurios. Hace 65 millones de años:
desaparecen los grandes saurios, y dejan el campo libre a la rápida evolución de
los mamíferos, que sobrevivieron a la catástrofe por ser más adaptables a las
nuevas circunstancias mucho más adversas.
No sería posible dilucidar cuando se produjo esa mínima divergencia entre simio
y homo, que llevó a un individuo a convertirse en homo mientras otros siguieron
siendo simios. Es un error pensar que procedemos del mono. El mono y el
hombre proceden ambos de unas especies anteriores que han desaparecido, lo
mismo que han desaparecidos los eslabones intermedios entre los primeros
homo y nosotros.
El salto del homo al homo sapiens y por fin al, así llamado “sapiens sapiens”
(¡dos veces sabio!), desborda toda capacidad de imaginación. No sabemos
cuántas especies de homo han existido. No sabemos si esas distintas especies
procedieron unas de otras linealmente o por el contrario, se ramificaron y
entremezclaron hasta llegar a nosotros.
Hoy sabemos que fue el cerebro el que trasformó al animal en ser humano, pero
eso no nos explica nada. Seguimos sin conocer cómo fue perfeccionándose ese
maravilloso órgano que nos permite operaciones mentales increíbles, hasta el
punto de relacionarnos con el mundo y con los demás de manera única. Hoy
sabemos que ha sido un proceso lentísimo pero imparable.
embargo, fue este último el precursor del hombre actual. Lo cual quiere decir
que el volumen del cerebro no lo es todo.
Lo específicamente humano
Sin duda, los logros fueron muchísimo más infrecuentes que los fracasos. Pero
cada logro quedaba, de alguna manera, grabado mientras los fracasos
desaparecían con la muerte de los individuos defectuosos. La vida no es más
que una manifestación de la capacidad de memorizar de la materia. Las
mutaciones que benefician a algunos individuos tienden a mantenerse a través
de la descendencia.
Esos logros se medían, hasta hace muy poco tiempo, en orden a la mejora
biológica. Sólo en los últimos estadios de la humanización, comenzaron a
valorarse aspectos espirituales, que los primeros homínidos no estaban
capacitados para entender. Este paso fue decisivo para entrar en el ámbito de
los verdaderos valores humanos, más allá de los biológicos, de lo sicológico y de
lo racional.
Esta reflexión nos lleva a concluir que, si la religiosidad fue afianzándose en los
primeros pasos hacia la humanización, tuvo que ser porque aportaba algún
beneficio a los seres humanos. Esos beneficios tenían que estar orientados en
Fijémonos bien en este paso, porque será esencial para que podamos
comprender lo que hoy entendemos por Dios. El bosque no existe en realidad, lo
que tiene una existencia concreta es el roble, el pino, el abedul, etc. que pueden
estar uno junto a otro, El bosque es un concepto que creamos con nuestra
mente. Y que sólo tendrá auténtica realidad mientras haya una mente que lo
piense.
No sabemos lo que pudieron pensar, pero sabemos que pensaron en algo más
que en un cadáver. Las posturas de los cadáveres, claramente intencionadas,
demuestran que querían expresar algo. Lo mismo que las piedras, a veces
Por lo que podemos adivinar, una forma muy influyente de divinidad abstracta
fue la madre. La “madre” es un concepto. Lo único que existe en la realidad es
un mamífero concreto, que pare una creía. En un momento determinado de la
evolución, el ser humano fue capaz de abstraer la idea de madre para
aplicárselo a lo que era el origen de la vida, que era el mayor misterio que
aquellos seres podían imaginar. A ese misterio insondable que producía vida le
llamaron Diosa Madre.
Tampoco sabemos cómo ni cuándo se dio el paso del concepto del dios madre u
origen al de dios padre. Probablemente fueron los invasores del norte de Europa
que como pueblos guerreros sobrevaloraron el poder y la fuerza, los que
influyeron en las primeras civilizaciones de Oriente Medio y terminaron por
marginar el concepto de Madre e imponer el de Padre.
El paso siguiente pudo ser la noción de causalidad. Los animales perciben los
acontecimientos, pero no la relación que existe entre unos y otros. Sólo cuando
después de un acontecimiento sucede otro, el animal aprende que de alguna
manera están unidos, pero no tiene conciencia del por qué. El paso del hombre
en esta dirección, pudo ser decisivo a la hora de procurarse alimento y
protección ante el entorno hostil.
Surgió así la idea de una fuerza mayor que estaba por encima de las
posibilidades de control de los hombres y que sería la causa y explicación de
todo lo que él no abarcaba, con su inteligencia incipiente. Todo lo que se movía
debía tener una energía que producía ese movimiento. También el hombre debía
moverse por una fuerza que le poseía. Ahora bien cuando el hombre moría, esa
fuerza debía continuar de alguna manera aunque invisible.
Esa fuerza de los que morían podía seguir actuando a favor o en contra de los
que seguían vivos. Ya tenemos la necesidad de inclinar esa fuerza a nuestro
favor. El animismo estaba servido. Tan fuerte es esa tendencia que aún hoy, la
relación que tenemos con los difuntos responde a esta idea ancestral. Cuantas
veces he oído decir: dígame una misa por mi padre o mi madre, no sea que se
enfade.
Para aquellos ancestros, había otra clase de seres que ni nacen ni mueren, pero
también son causantes de acontecimientos que unas veces pueden estar a
nuestro favor y otras en contra. La fuerza que los mueve es permanente y está
siempre actuando. La idea de dios, como fuerza o como ente espiritual estaba
servida. De esta conciencia surge el despliegue de los seres divinos.
Dios y la socialización
Una vez que el homo fue capaz de elaborar conceptos, sintió la necesidad de
comunicarlos a los demás. Este fue otro paso importante. El lenguaje, primero y
durante milenios, por signos, después por sonidos articulados de forma
convencional y finalmente, hace relativamente muy poco tiempo, la escritura,
permitió hacer partícipes directamente a los demás de lo que a uno se le había
ocurrido.
Es muy difícil hacerse cargo del significado de este avance para la evolución
humana. Lo damos por supuesto, pero sin el lenguaje y la escritura, nunca
hubiéramos llegado a donde estamos. Esta novedosa forma de comunicación fue
la base de toda socialización y el fundamento de las relaciones entre individuos.
Sin este medio la posible experiencia que hubiera adquirido cada individuo no se
hubiera convertido en cultura.
Pensemos un poquito. Hasta que no apareció el lenguaje, los logros que un ser
vivo conseguía por su experiencia para mejorar su supervivencia, no se podían
trasladar a los demás más que a través del ADN. Eso exigía miles de años de
experiencia consecutiva e individual de muchos. La inmensa mayoría de esas
experiencias no cristalizaban en una mejora del ADN, y por lo tanto, los demás
individuos no se beneficiaban de los logros.
Un nuevo paso se dio cuando se experimentó que, no sólo las cosas reales, sino
las actitudes y las acciones de cada uno podían favorecer o perjudicar a todos.
Se entró entonces en una dinámica de relaciones completamente distinta. Había
que hacer esto o dejar de hacer aquello, no sólo por el bien personal, sino por el
bien del grupo. Aparece así la moralidad, uno de los pilares de la socialización.
El paso siguiente es claro. Si una persona descubre las ventajas de una actitud y
de los actos a los que conduce, ¿Cómo puede obligar a otra, que no lo ve tan
claro, a realizar esos mismos actos? Si le digo que yo lo he descubierto, puede
mandarme a paseo y quedarse tan tranquilo. Hay que inventar una estrategia
infalible para que el intento de hacer bien a todo un pueblo no falle.
Poco a poco y sin percibirlo, accede a un ego más sutil. Ahora sus pensamientos
y sus deseos son distintos de él mismo. El niño es ahora alguien que tiene
mente y que tiene cuerpo. La cosa se ha complicado mucho. Se da cuenta de
que tiene cuerpo y que tiene mente. Descubre que son cosas distintas y termina
preguntándose: ¿Qué soy yo en realidad? La mayoría de los seres humano hoy
no van más allá de esta vivencia personal.
Las religiones no invitan a dar este paso, porque se han quedado en la pura
satisfacción del yo (ego). No pretenden llevar al ser humano a su plenitud sino
Todos los que han alcanzado ese estadio lo han hecho en contra o a pesar de la
religión. Tanto los místicos cristianos como los sufíes como los judíos han sido
siempre perseguidos. Este es un dato que nos tenía que hacer pensar. No
siempre es lo mejor acomodar nuestra conducta a las directrices de la religión,
porque lo que ella persigue no es el bien para el hombre sino la propia
subsistencia.
De la religiosidad a la religión
El problema surgió cuando se hizo creer al todo el grupo que través de ellos, el
absoluto manifiesta sus exigencias ordenando ritos y normas morales. El miedo
a perder la tutela del dios asegura el cumplimiento de esas exigencias por duras
que puedan parecer. Y el sentimiento de culpabilidad por ser causa de los males
de toda la tribu, acentuó la responsabilidad de cada individuo.
Es lo que criticó Jesús en su tiempo, ley y templo no bastan. Pero también dejó
claro que una actitud auténtica con relación a Dios debe manifestarse siempre
en favor del hombre. Hoy nos seguimos debatiendo en el mismo dilema. Peligro
de espiritualismo y olvido de la práctica. Vuelco sobre la acción y olvido de la
vivencia interna. En un equilibrio ciertamente difícil está la verdadera
espiritualidad.
No es nada fácil descubrir la dinámica de lo que acabo de decir. Tal vez con un
ejemplo lo podremos comprender mejor. Imaginad un niño que acaba de dar
sus primeros pasos. Se aleja de su madre y está jugando con la arena a unos
A los pocos minutos se oye otro trueno, más potente que el anterior. El niño ni
se inmuta, sigue tan tranquilo en el regazo de su madre. Si cayera un rayo,
nada podría hacer la madre por salvar al niño, pero el niño cree que su madre lo
protegerá de todo. Su tranquilidad no nace de una visión objetiva de la realidad.
Su confianza se fundamenta en la madre, que para él es el poder absoluto que
puede librarle de todo peligro.
Las seguridades que da la religión no tienen por qué surgir de la existencia real
de una Realidad Absoluta en la que puedo confiar porque lo puede todo y sé que
está a mi favor. Basta que yo me lo crea así, para que surja efecto y viva tan
tranquilo aunque todo sea un montaje de mi interioridad. Si no me doy cuenta a
tiempo, ese montaje termina por caer. Debemos recordar que la causa de toda
desilusión es una falsa ilusión.
Eso no les impidió alcanzar sofisticadas culturas, lo que les permitió controlar de
muchas maneras la naturaleza y utilizarla en beneficio propio. Esa posibilidad de
control estaba mediatizada por fuerzas exteriores al mismo hombre, que se
sentía teledirigido y dominado por esas fuerzas o seres espirituales ajenos a él,
que le obligaban a someterse.
Pasado de Dios
Está claro que Dios no puede tener pasado ni futuro. Pero es que tampoco
puede tener presente perceptible. Todo intento de acercarnos a Dios para
conocerlo sería absurdo. Estamos hablando aquí, no de Dios en sí mismo sino de
la idea de Dios que el ser humano se ha hecho a través de su larga andadura.
También es un campo impenetrable, pero por lo menos tenemos muchos
indicios de las imágenes que de Dios se ha hecho el homo sapiens.
La primera trampa en la que cae el ser humano es creer que esa información le
viene de fuera. Sabe que ese nuevo conocimiento no es suyo y se lo atribuye a
seres superiores que se quieren comunicar con él. Esos seres pueden ser los
espíritus de personas que han vivido en este mundo, los antepasados o seres
totalmente espirituales que han existido siempre, dioses, demonios, ángeles.
De otro modo ninguna comunicación hubiera sido posible. La cultura semita era
vitalista, nada racionalista y menos dogmática. La manera que tenían de
comunicar ideas nuevas era el relato. Contando una historia, real o inventada,
(eso no tenía ninguna importancia para el caso) conseguían que el interlocutor
descubriera la idea que querían comunicarle.
Hoy estamos volviendo a la experiencia, para poder seguir hablando de Dios con
autenticidad. Dios es causa última de toda experiencia religiosa, pero la
conceptualización de esa vivencia, es obra del hombre. Las doctrinas, los ritos,
las normas morales no vienen directamente de Dios, sino del hombre. No tienen
valor absoluto y pueden cambiar radicalmente en cada religión. Y una misma
religión debe ir cambiándolas a través de los tiempos.
Otro dato muy importante que debemos tener en cuenta es que ninguna religión
es original. Todas utilizan los elementos ya disponibles en las que la
precedieron. Este dato lo conocemos desde hace muy poco, pero es demoledor
a la hora de seguir pretendiendo la exclusividad de la propia religión. Esto no
rebaja en nada la importancia de cada una de ellas, al contrario, nos tiene que
hacer valorar lo que de positivo haya en todas.
El nacimiento virginal, los pastores, el pesebre, los magos, la huida del niño,
todos estos relatos están tomados de otras religiones del entorno. Por otra
parte, debemos tener muy en cuenta que los evangelios intentan explicar la
figura de Jesús desde el AT (no olvidemos que los primeros cristianos eran todos
judíos). Con frecuencia en los evangelios se dice que algo ha sucedido, para que
se cumplieran las Escrituras. La verdad es que no tenían otro clavo al que
agarrarse, sobre todo para convencer a los mismos judíos.
La religión se desvirtúa
Ya hemos dicho que una religión que no sea ya el medio para desplegar una
auténtica religiosidad, es un esqueleto sin carne, una religiosidad sin alma y por
lo tanto muerta. Llevamos casi veinte siglos intentando fortalecer ese esqueleto.
Hemos llegado a darle un valor absoluto, pero nos hemos olvidado de la carne
que hace posible la vida.
El andamiaje que rodea el edificio eclesial es tan fuerte y opaco, que impide ver
ningún edificio detrás de él. Lo malo es que seguimos empeñados en fortalecer
el andamiaje sin saber para qué va a servir el día de mañana. El organigrama
eclesial al que hemos dado tanta importancia, hoy la ha perdido totalmente para
la mayoría de las personas.
Los dogmas han surgido como medios para delimitar la verdad y separarla del
error, como si eso fuera posible a los humanos. Curiosamente todos se han
definido para condenar herejías. Lo que con esas verdades absolutas se buscaba
era precisamente la seguridad que no daba ya una verdadera experiencia de
Dios. Partiendo de las verdades fundamentales del mensaje cristiano, que nadie
ha discutido, nunca se ha fabricado un sólo dogma.
La mayoría de las normas morales que hemos presentado como valor absoluto,
no son más que convencionalismos de una determinada sociedad. Pensemos,
por ejemplo, la que hemos armado con la moral sexual, pretendiendo que eran
voluntad de Dios todas las prohibiciones que, durante siglos, han destrozado
millones de vidas.
Es curioso que fuera el único campo moral donde no existía materia leve, todo
era pecado mortal. Un simple pensamiento era suficiente para precipitarte en el
infierno por toda la eternidad. Todos tenemos la experiencia dolorosa de tantas
situaciones inquietantes por esa materia. Cuántos disparates, en nombre de un
Dios que es amor.
Los ritos, que tenían que ser medios para encontrarnos con el Dios íntimo y
profundo dentro de cada uno, se han convertido en fines en sí mismo, como si
nuestra obligación fuera rendir pleitesía a un dios que exige nuestro vasallaje.
Jesús dejó bien claro que todo lo que se cocía en el templo olía a podrido. Pero
se preocupó de los demás como nadie y hablo de una religión en beneficio del
hombre.
Todo ese modo de hablar tenemos que ponerlo al día para que pueda seguir
comunicando las verdades que en otro tiempo se expresaron con él. El lenguaje
simbólico también hay que traducirlo porque los símbolos no sirven de nada si
se ha perdido la clave de interpretación. La inmensa mayoría de los fieles que
asisten a nuestras liturgias no entienden nada de lo que allí se hace y dice.
Ni siquiera a los niños se les debe enseñar cosas que en muy pocos años van a
descubrir que eran sandeces. Debemos hablarles en un lenguaje adecuado a su
edad, pero nunca engañándoles ni abusando de su ignorancia. Para comprender
que Dios es el fundamento de todo lo creado, hay otros caminos que pueden ser
incluso más adecuados que el concepto de creación.
Lo mismo que nos dejaría indiferentes afirmar lo contrario. ¿Qué significa una
naturaleza divina o una persona divina? Es ridículo pensar que conocemos a
Dios hasta poder definirle perfectamente metiéndolo en conceptos como persona
o naturaleza. Gracias a Dios, cada vez tenemos más claro que de Dios no
sabemos nada.
La manera que ha tenido nuestra religión de hablarnos del más allá, pudo servir
en otra época para promover la virtud, pero hoy lo único que promueve es una
benévola sonrisa. Son los jóvenes más inquietos los que mejor perciben esa
falta de autenticidad del mensaje religioso. Distinguen perfectamente a la
primera, un mensaje que les puede ayudar a vivir y otro que sólo habla de
cadáveres, aunque sólo sean intelectuales.
Esto le llevó a postular un Ser superior con poder infinito que podía darle la
seguridad que necesitaba para no disolverse en la nada. La necesidad le llevó a
inventarse dioses que, aunque exigían duras condiciones, les prometían
seguridades absolutas. Este esquema se ha repetido desde el Paleolítico y creo
que aún tiene cuerda para rato.
Tal vez sea la exegesis bíblica la que más nos ha ayudado en los últimos tres
siglos, a superar concepciones religiosas erróneas. Pero es también el
instrumento que más recorrido le queda por delante. Creo que para muchos
cristianos está ya superada la idea de un Dios que inspiró a los redactores lo que
tenían que decir en cada caso. Pero la mayoría sigue creyendo que los únicos
libros “sagrados” son los nuestros.
RELACIONES
Un universo relacionado
La relación entre los distintos elementos fue siempre la misma que hoy, pero el
hombre no tenía ni idea de que una tormenta pudiera depender del calor del sol
y la humedad. La tierra estaba ahí como un campo de batalla. El ser humano
tenía como principal tarea, defenderse de todo lo que era adverso y aprovechar
lo poco que podía estar a su favor. Ese fue siempre la tarea de todo ser vivo.
No entendían lo que estaba a su alcance, mucho menos lo que estaba más allá
del sol. La aparición de una nueva estrella o un eclipse de sol o de luna, era
para ellos motivo de zozobra. Ni siquiera comprendían la relación que había
entre los distintos elementos con los que trajinaban cada día. Tuvo que pasar
mucho tiempo antes que descubrieran la relación de causa a efecto que había
entre una semilla y el árbol que iba a dar frutos para comer.
Hoy hemos descubierto que nuestro mundo es mucho más complicado de lo que
creíamos, pero incluso en el pasado, los primeros seres humanos lo vivieron
como una realidad incomprensible. Entendían muy poco de lo que pasaba a su
alrededor. Las tormentas, los volcanes, el mar, la salida y puesta del sol, las
fases de la luna, todo era para ellos un misterio inexplicable.
La relación del hombre con las cosas también está cambiando a pasos
agigantados. Ya no cuela el complejo de superioridad que hemos mantenido
durante milenios. El hombre no es más que materia que ha llegado a un grado
inusitado de complejidad. En él se puede descubrir el Espíritu, pero ese Espíritu
atraviesa también toda la realidad. La única ventaja está en que su mente le
capacita para tomar conciencia de esa realidad y puede vivirla.
No tenemos claro el grado de conciencia que pueden tener el resto de los seres
que nosotros percibimos sólo como materiales. Es mucho más difícil afirmar que
los animales, sobre todo los superiores, no tienen conciencia alguna de lo que son.
Las reacciones, a veces sorprendentes de los delfines nos tenían que hacer más
humildes a la hora de llegar a conclusiones definitivas.
Platón pensaba que la “idea” de cada cosa era algo anterior y separado de la cosa
misma. El primordial y eterno mundo de las ideas era el punto de partida de todo
lo que existe. En el caso del hombre, el alma, como forma del cuerpo, existía
antes de llegar a cada cuerpo, por lo tanto podía subsistir más allá del cuerpo
cuando éste se descomponía. Es más, para él la muerte era la única liberación
para el ser humano.
El ser humano se encontró con una realidad material que no dependía de él. Es
más, él mismo era el fruto de un desarrollo de esa misma materia, aunque él no
tenía aún medios para descubrirlo. Pero se las ingenió para explicar por qué esa
realidad estaba ahí. No tenía capacidad para explicar la realidad de un modo
científico, por eso acudió a mitos legendarios. De diversa manera, todas las
culturas han explicado la existencia del mundo a través de un Creador.
Los mitos sobre la creación son innumerables, pero todos responden a una
necesidad de dar sentido a esa realidad que nos desborda. Naturalmente, el que
hizo el mundo es superior al ser humano, por muy elevada conciencia que tenga
de sí mismo. ¿Quién puso allá arriba el sol, la luna, las estrellas, realidades que
son inalcanzables para el hombre? Pero también las cosas cotidianas, cada brizna
de hierba, cada flor que se abre, cada nacimiento de un animal, incluido el hombre
era un misterio.
Hoy sabemos que cada realidad que percibimos, sea grande o pequeña, esté cerca
de nosotros o esté a años luz, tiene una explicación racional. Las leyes que rigen
los procesos de la naturaleza, no están puestas por un ser superior a capricho,
sino que son sistemas cerrados que pertenecen a la misma esencia de la materia.
No se pueden cambiar sin alterar la realidad material. En este nuevo concepto no
tiene cabida un Dios que puede hacer y deshacer a capricho la realidad.
La ley de la causalidad exige que un efecto físico sea producido por una causa
también física. Hoy sabemos que el sol no puede pararse por mucho que rece un
santo. Ni acercarse o alejarse por muy santos que sean los pastorcitos de Fátima.
Que un brazo amputado no se recupera por muchas veces que vayamos a
Lourdes. Que el hambre seguirá azotando a muchos países, por más peticiones
que hagamos a Dios, si no ponemos los medios para remediarla.
Muchos cristianos, anclados en una visión arcaica del mundo son incapaces de
imaginar otro Dios que no sea el hacedor y gobernador del universo. Sin tener en
cuenta la revolución del conocimiento que se ha operado en nuestros días, siguen
pensando en el Dios todopoderoso que puede cambiar y cambia la realidad según
su capricho. Pero resulta que la realidad material está ahí y tiene sus normas
implacables.
El mismo mundo debía ser fruto de la voluntad de esas potencias que actuaban
a capricho y, con frecuencia, al margen de los intereses de los humanos. Los
mitos de la creación son una constante en todas las culturas ancestrales. En las
más primitivas escrituras ya se encuentra esta visión generalizada de un Dios o
unos dioses que crearon todo lo que existe. Cada cultura lo narra de manera
diferente, pero todas coinciden en lo esencial.
Como ya hemos apuntado, antes de nacer es uno con el océano del útero. Al
nacer empieza a desgarrarse el bienestar absoluto y empieza la lucha. Se agarra
como puede a su madre, sobre todo al pecho del que depende, poco a poco va
tomando conciencia de que es distinto de su madre, de las cosas y de los demás
seres humanos. En un momento determinado empieza a tener conceptos de las
cosas y cambia drásticamente su relación con ellas.
Es muy significativo que sólo haya sobrevivido una sola de las muchas especies
que ha habido de homínidos. La última que desapareció, los neandertales, no se
encuentra otra causa que la aparición e invasión de su nicho vital por el
cromañón. Una vez más se hizo efectiva la ley del más capaz, que ha sido una
de las guías de toda la evolución.
Si la base de toda relación de Dios con el mundo empezó por ser objeto de su
creación, la relación del hombre con Dios tiene el mismo origen. Sólo el ser
humano pudo ser capaz de crear ese mundo de seres sobrehumanos de los que
dependía y a quienes tenía que respetar después de haberlo creado. Es este un
fenómeno del que todavía no nos hemos liberado.
Este abismo que separaba al hombre de Dios, tenía que ser superado con una
estrategia que resultara favorable a los mortales. Surge así una relación de
reconocimiento, alabanza, sometimiento, que le permite mantener la esperanza
a pesar de conocer su impotencia. Se inicia una relación del hombre con dios,
que no puede ser satisfactoria porque el presupuesto que la sostiene es falso.
Para el tema que nos ocupa, este comienzo es muy importante. El ser humano
empieza a comprender que tiene que aprender a lidiar desde su condición de ser
inferior, con las potencias absolutas. Esto le obliga a desplegar una serie de
actitudes que le permiten gestionar tanto las situaciones adversas como las
favorables. Como no puede hacerlo por la fuerza, tuvo que inventar otra
estrategia.
Por los poquísimos vestigios que han llegado hasta nosotros, sabemos que esta
relación no fue nada fácil. Los dioses y demonios que el mismo hombre había
creado, no siempre respondían como el hombre esperaba, con lo que
aumentaba la dependencia que les obligaba a llevar a cabo acciones para
demostrar su actitud favorable a esos seres, esperando también su favor.
Hoy sabemos que la relación del hombre con Dios no es la relación de un yo con
un tú. Dios no está fuera de la creación. Desde Dios, la creación no es nada
distinto de Él. Estamos a punto de asimilar que desde nosotros mismos, tampoco
Él es nada distinto de nosotros. Lo que nos distingue de Él no es lo que somos,
sino lo que no somos. La carencia de ser es lo que nos diferencia del Ser Absoluto.
Tendremos que seguir luchando por acercar estas ideas a todos los creyentes.
Todo concepto, por muy adecuado que pueda parecerme, me aleja de la realidad
de Dios. El único camino para llegar a Él es la vivencia, la experiencia personal.
Como decían los escolásticos de la manera analógica de hablar de Dios: simpliciter
deversa, secundum quid, eadem. Que quiere decir: simplemente no tiene nada
que ver, pero por algún aspecto puede parecerse.
Lo que sigue es muy importante para el tema que nos ocupa. Se trata de un
concepto filosófico, pero sigue siendo útil para superar malentendidos. Dios es
acto puro. Quiere decir que en Él no cabe ninguna posibilidad de ser más o de
dejar de ser lo que es. En ningún momento puede empezar a hacer nada, ni dejar
de hacer lo que está haciendo.
Dios actúa siempre como causa primera, nunca como causa segunda. Causa
primera quiere decir que es causa de todo y siempre, sin posibilidad alguna de
cambiar. Haber metido a Dios en el orden de las causas segundas, nos ha
conducido por callejones que hoy tienen muy difícil salida. Si tuviéramos esto
claro, superaríamos la tentación de meterle en los tinglados de este mundo.
El hombre, que vive en primera persona la lucha entre seres humanos, llega a la
conclusión de que no sólo hay adversidad entre los dioses y los hombres sino
que intuye que también los dioses se pelean entre sí y luchan por el poder igual
que hacemos los humanos. El colmo de estas refriegas llega con el panteón
griego, donde se aprecia una lucha de todos contra todos. Como entre nosotros,
los dioses más fuertes eliminan a los débiles o los someten.
El monoteísmo judío, del que procede nuestra religión, quedó libre de esta lucha
entre dioses, pero heredó del mazdeísmo la reivindicación del demonio, que era
contra quien tenía que luchar Jesús con todas sus armas. Lucha a muerte en la
que todavía hemos sido educados la inmensa mayoría de los cristianos y en la
que viven muchísimos creyentes. Aunque está muy claro en el evangelio que el
Dios de Jesús es amor.
La intención fue excelente. Se trataba de hacer ver que Dios no era una mónada
impasible en la inmensidad de lo absoluto. Tampoco se podía admitir que
compartiera su reinado con otros dioses. Tenía que inventarse una relación que
dependiera sólo del amor sin rastro de división u odio, pero que tampoco
necesitara de una multiplicidad de seres para poder desarrollarse.
III
¿DÓNDE ESTAMOS?
Estamos entre el pasado y el futuro. Qué cantidad de pasado y futuro abarca
nuestro presente depende de cada uno. Aquí ese presente no va a ser una hora
ni un día ni un año. Tendremos que abarcar algo más de tiempo para poder
hacernos una idea de la situación que afrontamos. Por tratarse de realidades
espirituales, será más difícil concretar el aquí y ahora.
Lo que a nosotros nos interesa son los avances en humanidad y todo lo que
pueda ayudarnos a conseguirla. Ese avance en humanidad sólo se puede llevar
a cabo desde una mayor comprensión de lo que somos en profundidad, es decir,
desde una verdadera espiritualidad. Incluso el tener las necesidades biológicas
cubiertas en un alto grado, no garantizaría que estamos creciendo en
humanidad.
Sabemos que han existido seres humanos muy humanos, hace muchos miles de
años y eso, por desgracia, es compatible con que la inmensa mayoría hoy no lo
seamos. Sin embargo, ser más humano debía ser la aspiración primera de todo
homo sapiens. Estamos aún muy lejos de que ese sea el objetivo de los seres
humanos en general.
En religión
Es muy difícil dilucidar dónde estamos. ¿Dónde está un tren cuando camina a
300 por hora? Es muy difícil trazar una panorámica actual de la espiritualidad.
Afirmamos que la religión está en crisis. Pero esa afirmación no tiene por qué
tener una connotación negativa. Crisis es el estado natural de toda vida porque
la vida es lucha y cambio.
Pero también es cierto que todos nos tenemos que defender de la pretensión de
toda institución de imponer un férreo control sobre cada individuo. Si no lo
hacemos, podemos permitir que arruinen nuestras posibilidades de ser personas
El error de la religión es pretender que tiene respuesta para todo. Así, nuestra
capacidad de avanzar en el conocimiento se cercena. Debemos reconocer que
hay cosas que ignoramos y preguntas que no sabemos contestar. Pero tenemos
que dar un paso más. Hay cosas que nunca llegaremos a saber. Esto no tiene
que desanimarnos. La grandeza del hombre es que nunca se termina de
construir.
A pesar de tantos indicios que nos indican lo contrario, seguimos confiando más
en las verdades formuladas que en la vivencia. La experiencia nos dice que, uno
puede estar sano aunque no sepa nada sobre la vida. Vivir será siempre mucho
más importante que aprender. Toda formulación de la verdad referida a Dios
será siempre provisional.
muchas veces se viven con mayor autenticidad fuera de ella. La institución está
muy pendiente de conservar su poder. Nuestra tarea será vivir esos valores sin el
corsé de la ideología. Tampoco rechazarlos por el hecho de que me vienen dados
por una institución.
En exégesis
Es el terreno donde más hemos progresado. Más de 300 años de exégesis nos
han permitido avances asombrosos. Ya no tenemos por divinas, realidades que
son sólo humanas, demasiado humanas. Ninguna interpretación de la Escritura
puede tenerse por definitiva o absoluta. Mucho menos debemos tomar por
absoluta la misma revelación.
Pero debemos tener muy claro, desde el principio, que la exégesis no ha hecho
más que empezar. Los medios científicos y técnicos mejoran por momentos. Nos
esperan aún muchas sorpresas. Va calando la nueva visión de la Biblia. Aunque
seguimos hablando de “palabra de Dios”, el sentido que le damos no es el
mismo, como veremos.
La Biblia es, toda ella, una obra humana sujeta a nuestras limitaciones, pero
sigue siendo un depósito inagotable de profunda experiencia religiosa. El
Vaticano II potenció su uso en la liturgia, pero queda mucho por andar en
cuanto a la comprensión de los textos. Muchos aún pretenden entender la Biblia
al pie de la letra y las interpretaciones de los exégetas no llegan a la mayoría de
los fieles.
En Teología
Le preguntaron una vez a Tony de Mello: ¿eso que nos dices es la teología de la
liberación? Él contestó: no, es la liberación de toda teología. Todo lo que
nosotros oigamos o digamos sobre Dios, puede orientarnos, pero con la
condición de que no lo tomemos al pie de la letra. Lo normal será que nos
desoriente, porque no aceptamos nuestra limitación y nos empeñamos en darle
un valor absoluto y definitivo.
Nuestro Santo Tomás intentó resumir todo lo que se había dicho sobre Dios en
cuatro sesudos tomos que llamamos la Suma Teológica. Cuentan que después
de escribirla, tuvo una experiencia mística y que salió por los claustros del
convento como un sonámbulo repitiendo una y otra vez: todo es paja. ¡Cuando
trabajo nos hubiera ahorrado si se hubiera dado cuanta antes de escribirla!
Todo lo que Jesús nos dijo sobre Dios, está encerrado en una palabra de lo más
infantil: ¡Abba! Es el primer sonido inarticulado, que aprende a decir el niño. No
quiere decir nada, pero le hemos atribuido el significado de padre. Fijaos que la
palabra se pone en boca de Jesús una sola vez en el evangelio. Pero lo hace con
tal rotundidad que se ha tomado como paradigma de su predicación sobre Dios.
¿Por qué nos empeñamos en hablar y hablar sobre Dios? Muy sencillo. Nuestra
razón se siente desconcertada ante lo simple. Tiene que estar siempre
analizando dividiendo separando la realidad para poder comprenderla. Con
pretexto de explicar lo que es Dios, lo hemos partido y seccionado hasta el
infinito sin querer admitir que es lo más simple que podamos imaginar.
El proceso ha sido tan lento que no hemos caído en la cuenta del disparate que
supone querer meter a Dios en conceptos. Lo que ahora debemos intentar es
desmontar todo el andamiaje que hemos levantado a través de los siglos. Hoy
empezamos a comprender que el lenguaje mítico era mucho más adecuado para
hablar de la realidad insondable que llamamos Dios.
Cambiar la idea que tengamos de Dios, es la clave de todos los demás cambios.
La idea de dios apenas había cambiado desde el Paleolítico. Hoy está sufriendo
un verdadero cataclismo. Si seguimos confundiendo la idea que tenemos de Dios
con lo que Él es en realidad, el cambio será imposible. Si asumimos que no
tenemos ni idea de lo que es Dios, el cambio será inevitable.
A pesar de que tenía muy claro que de Dios no se podía decir nada con
propiedad, Santo Tomás creyó alcanzar la suma de la racionalidad cuando
“demostró” por cinco caminos diferentes esa existencia de Dios. La verdad es
que no convencieron más que a los que ya estaban convencidos. Hoy nos parece
ridículo pretender llegar con nuestra limitada inteligencia al Absoluto.
Antes de Santo Tomás, a finales del s. XI, San Anselmo, con mucho ingenio y
mayor ingenuidad, creyó encontrar la solución definitiva, aunque ya lo habían
intentado antes más de uno. Pero la conclusión a la que llega es pueril. Pensar
una realidad, mayor de la cual nada existe, exige pesarla existiendo, pero de
ahí no se sigue que exista en la realidad, sino sólo que está en la mente de una
persona.
Hoy nos parece claro que la razón humana tenía todo el derecho a crearse un
dios a su medida. Y lo hizo seguramente mucho antes de lo que habíamos
sospechado. Pero por mucho que sea nuestro empeño, seguirá siendo un dios
ideado, que sólo tiene existencia en nuestra mente, es decir, un ídolo. No
cuestionamos la “existencia” de Dios. Cuestionamos que podamos conocer y
explicar lo que es.
Un dios ideado como existente en alguna parte, es decir, un dios teísta no puede
explicar la realidad de Dios. Un dios que hace el mundo desde fuera y lo
manipula desde su trono inaccesible, es hoy inconcebible. No podemos
imaginarlo como un ser separado que crea el mundo y sigue manipulando su
creación. El conocimiento que hoy tenemos de las leyes naturales nos impide
seguir pensando en un Dios intervencionista que hace y deshace a capricho.
En cristología
Las verdades sobre Jesucristo (Jesús el Ungido) son las que más repercusión
han tenido en nuestra vida. Debemos empezar por reconocer que no estamos
discutiendo lo que Jesús fue. Ni nosotros ni en su tiempo fueron capaces de
entenderle. Se trata de interpretar lo que de Jesús pudieron comprender los que
le vieron y escucharon. El primer paso es llegar lo más cerca posible del Jesús
histórico.
Las palabras
¿Qué significan para nosotros hoy sustancia, accidente, esencia, persona? para
la inmensa mayoría, la idea que suscitan en nuestra mente no tiene nada que
ver con lo que quisieron decir aquellos teólogos del siglo IV. Esa aparente
fidelidad no nos lleva a ninguna parte. Mantener dos mundos paralelos, el de los
especialistas y el de la gente normal, nos lleva a una ausencia total de
comunicación que lo único que consigue es engañar a los unos y a los otros.
La idea que seguimos manteniendo hoy de “Hijo de Dios” tiene que cambiar
drásticamente. Los textos que podemos leer en el NT no quisieron decir lo que
nosotros hemos entendido. Podemos seguir diciendo que Jesús es Hijo de Dios,
pero debemos entenderlo como lo entendieron sus seguidores judíos. Se trataría
Si Dios no es un ser frente a otros seres, no puede tener un Hijo. Sería a la vez
Dios mismo y distinto de Él, lo cual es imposible. La idea de un Hijo de Dios en
sentido biológico, era radicalmente contraria al sentir del pueblo judío. No me
extraña que hoy se sigan horrorizando los judíos actuales cuando descubren
como entendemos nosotros ese concepto.
Se llamaba hijo de Dios al sumo sacerdote, que también era ungido para
representar a Dios ante el pueblo y al pueblo ante Dios. La unción le capacitaba
para actuar como lo haría Dios, es decir, hacía ver al pueblo que Dios cuidaba
de ellos a través de sus representantes. A través de él se sentían representados
y confiados en que atendería sus demandas.
Los primeros cristianos eran judíos y sabían perfectamente lo que quería decir
esa expresión. Cuando los escritos cristianos cayeron en manos de los filósofos
griegos, lo interpretaron literalmente, porque en su cultura sí había una
tradición de hijos de dioses en sentido estricto. Ese mal entendido se ha
mantenido en nuestra tradición a través de veinte siglos. Seguimos entendiendo
con mentalidad griega lo que fue una expresión exclusivamente judía.
Salvación en Cristo
Lo que hoy entendemos por salvación es otro reto que se nos plantea a los
cristianos. Parece un poco absurdo plantearnos esta cuestión, porque todos
hemos aprendido desde pequeños, que Jesús nos ha salvado. El nombre “Jesús”
significa precisamente “salvador”. Si nos planteamos esta cuestión no es para
poner en duda la salvación que podemos encontrar en Jesús. Se trata más bien,
de descubrir en qué consiste la salvación que él nos aporta.
No lo tenemos nada fácil, porque a través de los dos mil años de cristianismo
nos hemos metido por complicados callejones que nos llevaron a concepciones
aberrantes de Dios y de la salvación que nos otorga en Jesús. Hemos caído en la
trampa de una salvación que llega desde fuera, cambiando lo que somos por lo
que nos gustaría ser.
Ya Pablo, que tuvo apuntes geniales sobre la superación de la Ley, metió la pata
a la hora de justificar la muerte de Jesús como el último y definitivo sacrifico
expiatorio. Sólo a costa de un sacrificio mayor se han podido superar los
sacrificios de la Antigua alianza. Quedó muy bien ante los judíos, pero a
nosotros nos hizo polvo.
Jesús nos salva, porque se salvó él como ser humano. Éste es el punto de partida
para entender lo que hizo por nosotros. Aceptar esto, exige la superación de
muchos prejuicios, consecuencia de concepciones míticas. Como ser humano
empezó su vida como un proyecto a realizar. Descubriendo a Dios dentro de él
mismo, encontró allí la hoja de ruta para caminar hacia su plenitud que es, a la
vez divina y humana.
Porque siguió al pie de la letra el proyecto de hombre que Dios había puesto en lo
hondo de su ser, Jesús fue capaz de llegar hasta el final de la plenitud humana.
De ese modo manifestó lo que había de divino en su humanidad. Como recorrió
primero el camino, puede ser guía para cada uno de nosotros. Si él lo alcanzó,
podemos nosotros alcanzarlo.
Ese proyecto no es más que la identificación con Dios, que es don total y gratuito.
Imitarle, dándose totalmente a los demás es desplegar humanidad. La plenitud de
salvación consiste en ser capaces de darse totalmente a los demás hasta la
muerte, como hizo Jesús. El amor se convierte así en la única prueba de la
verdadera salvación.
No nos salvó de nuestros pecados, sino del único pecado que existe, el egoísmo,
es decir, todo lo que me separa del otro. Nos salvó del pesimismo al demostrar
que la salvación del hombre es posible. Nos hizo ver la grandeza de todo ser
humano al mostrarse como reflejo de Dios. Nos salvó de toda esclavitud al
demostrar que el hombre puede ser libre.
La libertad no sólo apunta al pasado, sino que proyecta hacia el futuro. Liberar a
un pájaro es desatarle o abrirle la jaula para que vuele. Libres del afán de ser
más, libres de tener más, libres de más poder, se nos abre un horizonte nuevo.
Libres de las opiniones de los demás, nos permite actuar desde nosotros mismos
sin cortapisas de ninguna clase.
Hoy no podemos aceptar el mito de la caída como punto de partida para hablar
de la salvación del hombre. Gracias a Dios, hemos superado la idea de un dios
antropomórfico que actúa como un ser humano más, en sus relaciones con
nosotros. Dios no influye en la realidad como causa segunda ni puede ser objeto
de la actuación de ninguna criatura.
Está claro que la salvación no puede consistir en eliminar esas limitaciones, pues
el ser humano dejaría de serlo sin las limitaciones que le constituyen. La
verdadera salvación humana tiene que conseguirse desplegando todas las
posibilidades de ser que tiene en este momento el hombre, a pesar de todas sus
limitaciones.
Creo que hoy sería más adecuado emplear otros conceptos como, plenitud,
identidad, unidad, armonía, felicidad; o como dice el budismo: iluminación,
nirvana, despertar, etc. Sin dejar de ser hombre puede experimentar como tal,
una realidad sublime, que posee y que le permite trascender esas limitaciones
sin necesidad de que alguien las elimine.
Jesús fue totalmente novedoso, pero no podemos pretender que existieran los
conceptos adecuados para poder comunicarlo a los demás. Esto obligó a meter
el vino nuevo en odres viejos, que al final no fueron capaces de aguantar la
fuerza de lo nuevo.
Descubrir esa novedad como un germen que tiene que desarrollarse hasta
transmitir la Vida que hay en él a todo nuestro ser, sería una manera de
entender hoy la salvación. Eso pasó en Jesús. Dios no era para él sólo el centro
de su ser sino que toda su persona quedó invadida y transformada en lo que era
el centro. Jesús fue un ser humano centrado.
Nunca hubo tal paraíso, por lo tanto, nunca lo pudo perder el hombre. El único
paraíso perdido es el seno materno, donde gozábamos de infinito bienestar.
Intentar, aunque sea inconscientemente, volver a esa seguridad puede arruinar
nuestra existencia, porque no nos deja afrontar la vida que, por naturaleza, es
lucha y superación.
La palabra hedonismo, podía resumir todos los apegos que ponen en peligro
nuestro crecimiento. Poner como principio motor de nuestra vida la búsqueda
del placer o la huida de todo lo que pueda ser desagradable, es la postura más
deshumanizadora que podíamos asumir. Tenemos obligación de hacer más
cómoda la vida, pero no es ese el fin último.
Cuando ponemos como objetivo la satisfacción de los sentidos, los instintos, las
bajas pasiones etc., estamos subordinando nuestro verdadero ser a nuestra
animalidad y en vez de elevarnos, rebajamos nuestra racionalidad, poniéndola al
servicio de nuestro ser animal. Entrar por ese camino, es alejarnos de nuestras
mejores posibilidades y avanzar por el callejón sin salida de la pura sensibilidad
biológica. Es la mejor manera de arruinar nuestra existencia, convirtiéndola en
algo anodino y sin sentido.
En lo hondo de todo ser humano existe el ansia de ser más de lo que cree ser.
En la medida que camine hacia esa plenitud no conocida, pero ansiada, el
hombre se va acercado a su verdadera salvación. En la medida que se instale en
la superficialidad de lo sensible, renuncia a sus mejores posibilidades de
plenitud.
Echar la culpa a Adán y Eva de todo lo malo que le acontece al hombre, fue la
manera de explicar el problema del mal que no se podía atribuir a Dios. No
tenían medios para poder explicarlo de otra manera y emplearon todo su
ingenio para buscar una solución que dejara a Dios en buen lugar y cargara toda
la responsabilidad sobre el hombre.
La interpretación literal del relato bíblico del pecado de Adán, ha dado al traste
con toda búsqueda de una solución más de acuerdo con los conocimientos de
cada época. Ese relato, mal entendido, sigue incapacitando a la mayoría de los
cristianos para encontrar una explicación del problema del mal. No hemos tenido
inconveniente en culpar a Adán y Eva de todos los desastres de la humanidad,
aunque hoy sabemos que esa explicación no tiene ningún fundamento teológico
ni posibilidad histórica de haber sucedido.
Hoy sabemos que no hubo unos primeros padres de toda la humanidad. Que
Dios no creó ningún Adán directamente. Que el homo sapiens, es el producto de
una evolución que aún no somos capaces de explicar. También sabemos que la
capacidad específicamente humana de razonar y elegir, no surgió de repente y
de una vez por todas.
La evolución llevada a cabo por los seres vivos durante más de cuatro mil
millones de años se puede considerar como una ininterrumpida y larga
salvación. Progresar es superar las limitaciones que toda vida encuentra para
mantenerse. Esta constante lucha por adaptarse al medio, hizo posible
progresos insospechados y no puede tener límite.
Cuándo emplea el condicional “si”, parece dar a entender que Jesús pudo no
haber resucitado; lo cual no tiene ningún sentido. Jesús había resucitado antes
de morir. Después de la muerte no tuvo que añadirse nada a lo que era antes.
La muerte afectó a su biología, como a todos los seres vivos. Pero su verdadero
ser poseía otra Vida, la de Dios, a la que no puede afectar la muerte.
Una vez más el problema es la palabra. Empleamos “vida”, que hace referencia
primera a la biológica, para hablar de otra realidad que no tiene nada que ver
con la primera. Cuando escribo Vida con mayúscula, me refiero a una realidad
trascendente, es decir, a la misma Vida de Dios que está en nosotros y nos
capacita para desplegar nuestro verdadero ser, que sería desplegar la misma
Vida de Dios. Sólo los místicos atisbaron el sentido de lo que quiero decir.
Esa Vida (con mayúscula) ni nace ni muere. Está siempre igual y no se puede
ver afectada por los avatares de la vida biológica. Esta última nos da la
posibilidad de desplegar la verdadera Vida, pero no está condicionada por ella.
La Vida nos atraviesa, nos transforma y permanece siempre la misma. Aplicado
a Jesús como ser humano, significa que, desplegada la Vida de Dios, aunque la
física termine, sigue vivo en su verdadera Vida.
En cristología estamos navegando entre dos aguas. Para unos pocos, esa idea
de una resurrección material está superada, pero la inmensa mayoría de los
creyentes siguen aferrados a los conceptos griegos que en vez de explicar lo que
pasó en Jesús, nos han metido por callejones sin salida. Lo que fue Jesús sólo lo
puedo descubrir en la medida que yo llegue a ser lo que él fue. Sólo
desplegando la misma Vida, lo comprenderé.
En la liturgia
A medida que vaya cambiando nuestra idea de Dios, el culto, tiene que cambiar
también radicalmente. Los ritos, nacidos de mitos ancestrales se han hecho
ininteligibles y vacíos de significado real para nosotros hoy. Si ha desaparecido
el todopoderoso Soberano, deja de tener sentido los ritos que estén orientados a
darle incienso.
Esta sería la clave de todo cambio en esta materia. Los ritos, ceremonias, gestos
y palabras, tienen que realizarse pensando en las personas, no en Dios. Nada de
lo que se dice o hace en la liturgia tiene por destinatario a un dios en lo alto. Su
objetivo es hacer presente en cada persona y en la comunidad lo divino que
siempre está ahí, en lo hondo del ser de cada uno.
Los textos que leemos de la Escritura, deben ser más variados. También debían
ser más adecuados a la situación del momento. La obligación de leer en todo el
mundo el mismo texto no tiene mucho sentido. Tampoco tenemos que tener
miedo a incorporar textos de otras tradiciones religiosas. Esto podía ayudarnos a
salir de nuestra endogamia y nos enriquecería espiritualmente.
La exégesis debe llegar a todos los fieles. Ni un solo texto sin exégesis. Esto nos
llevaría a descubrir que muchos de los textos litúrgicos deben ser renovados.
Algunos no nos dicen nada por mucho que los manipulemos, porque la visión
desde la que se escribieron está superada. Seguir entendiendo los textos
literalmente nos lleva a verdaderas barbaridades.
En la oración
También el concepto que tenemos de Dios ha cambiado tanto que se nos hace
imposible pensarle como tapa agujeros. Hemos superado la idea de un Dios
poderoso que puede hacer lo que quiere y lo hará en favor de sus amigos o de
los que se lo piden con insistencia. Dios no puede hacer ni deshacer porque todo
lo está haciendo en cada instante. Dios no puede actuar como causa segunda
porque es causa primera, es decir, lo está haciendo todo, a la vez.
No es Dios el que tiene que escuchar mi oración. Soy yo el que tengo que
escucharme y descubrir mi verdadera actitud para con Él. Esto sólo lo podré
conseguir si Dios calla. Entonces el orante terminará por aceptar a Dios tal cual
es y descubrirá también su condición de criatura y todas las posibilidades que
ya tiene para desplegar su verdadero ser.
En los sacramentos
En los sacramentos se nota mucho más que en los demás ritos el cambio que se
está produciendo. Del “ex opere operato”, cuyo significado nadie pudo explicar
nunca, a poner el énfasis en el signo, y en la presencia de lo significado, que es
el verdadero objetivo del sacramento. Todavía hoy seguimos quedándonos en el
signo.
El dios justo necesitaba un juicio, con acusado, convicto, aceptador de una pena
y por fin de una absolución de la culpa. Todo un cambalache que funcionó
mientras la institución controló lo que cada uno debía pensar y creer. Hoy no
tiene sentido pensar en un dios como ofendido y como juez que necesita una
reparación para poder seguir amándonos. Está en contra de toda la enseñanza
de Jesús.
Hay que reconocer que no va a ser fácil. Lo que tenemos ya no nos sirve y lo
nuevo aún no ha surgido. Debemos tomar conciencia de que también nosotros
tenemos capacidad para crear nuestra manera de hacer presente a Dios en
medio de la comunidad que se reúne precisamente para eso. No debemos tener
miedo a cambiar las cosas. Si nos equivocamos, los que vengan detrás lo
corregirán.
Los sacramentos ni son magia ni son milagros. Son signos de una realidad
trascendente que está siempre ahí. Por lo tanto, la realidad significada ni se trae
ni se lleva; ni se pone ni se quita. Dios no necesita del signo para hacerse
presente. Está siempre ahí, pero nosotros sí los necesitamos, porque las
realidades que están en la mente, nos entran sólo por los sentidos. El objetivo
del signo es hacer presente la Realidad para poder vivirla.
De todos los sacramentos se dice que fueron instituidos por Cristo, pero habrá que
aclarar que queremos decir con eso. No podemos pretender que Jesús en un
momento determinado de su vida instituyera cada uno de los sacramentos. Ni
siquiera su bautismo en el Jordán tiene mucho que ver con el bautismo
sacramento cristiano.
Los sacramentos surgieron como un intento de dar sentido religioso a una serie de
rituales que el ser humano, desde el origen de los tiempos venía celebrando.
Siempre se ha celebrado el nacimiento de un nuevo ser, un cambio de vida, el
intento de identificación con el dios de turno, la formación de una nueva familia, la
muerte de un ser querido etc.
Todos los sacramentos han estado en evolución a través de los siglos. Incluso en
la eucaristía, que parece ser el más elaborado desde el principio, se ha resaltado
un aspecto determinado en cada época. Si fuésemos capaces de superar la idea
de que los instituyó Jesús de una vez para siempre, tal vez podríamos
acomodarlos a la situación actual inventando nuevos signos, que llegaran a los
fieles de hoy, en vez de mantener unos gestos que hoy no dicen nada a la
mayoría.
Bautismo
Cuando Pablo dice: “Si morimos con Cristo, viviremos con él”, no se refiere a la
muerte física de Jesús sino a la superación de lo sensorial con una Vida en el
Espíritu. El sentido que tiene el bautismo de Jesús en los evangelios es mucho
Confirmación
Al ser norma común el administrar el bautismo a los niños, cobra pleno sentido
este sacramento. Efectivamente, potenciar un momento de la vida para tomar
conciencia y aceptar plenamente el bautismo, puede tener una importancia
decisiva para mi vida espiritual. Parece ser que en sus orígenes, no tenía el
significado de ratificación sino el de fortalecimiento. Los bautizados eran
personas mayores.
Jesús le dijo a Nicodemo: el que no nazca del agua y del Espíritu… La persona
mayor puede nacer del agua y del Espíritu en el mismo momento. Cuando
bautizamos a un niño, hacemos el signo del agua, pero el Espíritu sólo puede
llegar cuando tenga conocimiento suficiente. El Espíritu está ligado siempre a la
fuerza y a la iluminación, las dos características de la presencia de Dios en el ser
humano.
Cuando el que ha sido bautizado de niño está dando el paso a persona adulta,
tiene pleno sentido que utilicemos un signo sacramental para ayudarle a tomar
conciencia de la seriedad de la condición de cristiano. La trampa está en que la
mayoría de los bautizados no tienen idea del compromiso que adquirieron sus
padres y ahora deben confirmar ellos. Si no conseguimos una catequesis
continuada desde la primera comunión hasta el momento de la confirmación, no
recobrará su verdadero sentido este sacramento.
Confesión
En este tema tenemos un serio problema. Habíamos llegado a unas ideas tan
peregrinas que la inmensa mayoría de los cristianos han tirado por la borda este
sacramento. Debo insistir, la culpa no la tienen los fieles sino los sacerdotes que
le hemos tergiversado hasta el punto de hacerle completamente inútil para una
verdadera espiritualidad.
Tengo que decir de entrada, que el mayor bien que yo he hecho como
sacerdote, ha sido en el marco de algunas confesiones. Ver llegar a una persona
destrozada, con ganas de morirse y sin ningún aliciente para seguir viviendo y a
los pocos minutos verla salir sonriente y con ganas de afrontar la vida con
ilusión, no sabéis la satisfacción que produce.
Nació como elemento liberador pero pronto se convirtió en una carga opresora.
El miedo a las penas del infierno obligaba a pasar por la tortura de tener que
auto acusarse y al cumplimiento de una penitencia con frecuencia durísima.
También en este sacramento funcionó el “ex opere operato” y con este
automatismo desapareció el sentido de metanoia.
Como todos los sacramentos está constituido por un signo y una realidad
significada. El signo es la palabra que el sacerdote dice en nombre de Dios: “Yo
te perdono”. Recordemos de pasada que en el evangelio Jesús dice: “tus
pecados están perdonados”. Hoy seguimos utilizando la fórmula, pero sabemos
que ni yo puedo perdonar nada ni Dios tiene nada que perdonar.
antes y después de la confesión. El sacramento tiene que hacerte ver que Dios
amor está en ti.
4,000 millones de años de evolución han producido una inercia que nos lleva a
buscar lo más cómodo, lo que me agrada, lo que menos me cuesta, etc. Para
desplegar nuestra humanidad, debemos enderezar esas tendencias, no sólo
cuando nos llevan a dañarnos a nosotros mismos y a los demás, sino en
aspectos de la vida que no son dañinos, para estar seguros que cuando llegue el
momento de la prueba, pueda responder adecuadamente.
Eucaristía
Tal vez sea más difícil que en otras materias el concretar donde estamos en
relación a la eucaristía. Es verdad que se admitió desde el principio y nunca ha
sido cuestionado. También se han mantenido casi exactamente los aspectos del
rito, pero en cuanto a la realidad significada, la diferencia de lo que se creía al
principio y lo que hoy se cree es abismal.
Estamos empezando a descubrir que los signos no son el pan y el vino como
elementos materiales sino el gesto de partir el pan para ser comido y el vino
derramado, es decir bebido por todos. La presencia no está unida a la materia,
sino al gesto de partir y repartir. Las palabras quieren explicar el gesto. El gesto
es lo verdaderamente importante.
Lo que nos está diciendo el signo es, que lo mismo que Jesús fue pan partido y
repartido, dejándose comer para dar Vida a los demás, debemos ser nosotros. El
gesto nos está diciendo: esto soy yo, esto tenéis que ser vosotros. A Cristo lo
hacemos presente cuando nos partimos y repartimos por los demás. Lo mismo
que él hizo presente a Dios cuando se dio a los demás totalmente.
El signo del cáliz es, si cabe, más expresivo aún. Para los judíos, la sangre era la
misma vida. No signo de la vida como para nosotros, sino la misma vida; de tal
modo que tenían prohibido terminantemente beber la sangre de los animales
porque era vida y la vida era propiedad exclusiva de Dios. Jesús al repartir el
cáliz, está diciendo: yo doy mi vida por los demás, haced vosotros lo mismo.
Sabemos que Jesús hizo por primera vez el gesto durante una comida festiva.
Pero nosotros hemos hecho lo posible por desvincularla de toda conexión con
una comida celebrativa, perdiendo así todo el mordiente que podía tener la
identificación con una comida familiar o entre amigos. Descubrir la cercanía del
otro, es clave de lo que celebramos
Es ridículo pensar que Dios pueda considerar a unas personas preparadas para
comulgar y otras que no lo están. Otra vez asoma la oreja la visión maniquea de
nuestra religión, que nos atrevemos a aplicar incluso a Dios. Yo soy bueno y tú
eres malo. Dios me tiene que querer y premiar a mí por mis méritos y tiene que
rechazarte a ti porque no cumples su voluntad.
Extremaunción
En este tema vamos a hablar no sólo del sacramento como tal sino de todo lo
que envuelve al rito y los conceptos que da por supuesto. Juan XXIII habló de
abrir las ventanas de la Iglesia para renovar el aire enrarecido. El Vaticano II fue
un vendaval que arrastró un cúmulo de nubarrones fuera del ámbito del
cristianismo. Es verdad que esa renovación no ha llegado a la mayor parte de la
comunidad, pero sigue siendo un revulsivo para todo el que quiere avanzar.
En ella se mezclaban los más antiguos ritos mágicos con las creencias más
absurdas sobre la muerte y el más allá. No sólo estamos superando los
novísimos (muerte, juicio, infierno, gloria) sino que tenemos que abandonar la
tentación de imaginarnos el más allá como una continuación del tiempo y el
espacio. Juan Pablo II, que no podemos tachar de progresista, dejó caer en
cierta ocasión que el cielo no era un lugar.
Aún hoy, la mayoría de los fieles sigue pensando en fuego real para el infierno y
en un lugar maravilloso, con Dios y todos los santos, para el cielo. Tanto el
miedo al infierno así entendido como el deseo del cielo como lugar de bienestar
infinito, nos ha metido el miedo en el cuerpo. La eternidad es ausencia total de
tiempo y espacio, no una suma infinita de ambos. La materia nunca podrá ser
eterna.
El lenguaje de la liturgia era pavoroso. Desde el “dies illa dies irae calamitatis et
miseriae”, hasta pedirle a todos los ángeles y santos que intercedieran por el
difunto, esperando que un Dios sensible a su oración, cambiara la sentencia a
última hora. El dios que reflejaban estas expresiones estaba a años luz del
mensaje de Jesús en el evangelio. Sin embargo se ha mantenido durante siglos
sin pestañear.
Por fortuna hay muchos sacerdotes que están cambiando la manera de afrontar
los ritos funerarios. La misma Iglesia oficial ha dado un cambio copernicano a
los textos de la liturgia de difuntos. Hoy se insiste más en la vida que en la
muerte. Incluso en la celebración de un funeral debemos insistir en que estamos
dando gracias a Dios por la vida del difunto, no pidiéndole que tenga piedad de
sus pecados.
Lo que Dios es para ti, es siempre lo mismo, pero lo que tú puedes vivir de esa
realidad, depende de ti. No hay nada que esperar de Dios. Todo lo que Dios
puede aportar a tu ser, ya te lo ha dado. Esperar que Dios haga algo por mí,
ahora o para el más allá, es sencillamente demencial. La conclusión es sencilla.
En este instante puedes vivir la eternidad. O de otra manera, lo que será la
eternidad para ti, depende de lo que ahora vivas.
Orden
Matrimonio
Por ser una institución profundamente humana, es anterior y más profunda que
lo específicamente religioso. Quiero decir que también el que no pertenezca a
ninguna religión puede aprovechar el matrimonio para crecer en humanidad.
Sólo a través de las relaciones con los demás, podemos crecer en humanidad y
la relación entre personas que puede llegar a una mayor profundidad, es la
relación de pareja.
En esta relación tan singular entra en juego el amor, que es una posibilidad
exclusivamente humana. Me deja perplejo que hoy se hable del matrimonio sin
mencionar el amor. El amor es el valor supremo que podemos descubrir en el
ser humano. Ser más humano significa ser capaz de amar más. También
podemos decir que se acerca más a lo divino, el que más desarrolla su
capacidad de amar.
Claro que el amor del que estamos hablando no es instinto, ni pasión, ni interés
propio, ni simple amistad, ni deseo de que otro me ame. Todas esas realidades
pueden ser positivas, pero no son suficientes para determinar el amor del que
aquí hablamos. Sé perfectamente que no es fácil explicar de qué estamos
hablando. La mejor definición que he visto de amor es esta: es la capacidad que
tienen dos seres de ocupar el mismo espacio.
Sería la fusión de dos seres humanos en una unidad superior que, en vez de
aniquilar a las partes, las potencia hasta el infinito. El verdadero amor es lo más
contrario al sacrificio por el otro o a la renuncia a algo. El egoísmo destroza al
que lo da y al que lo recibe. El amor enriquece siempre a ambos.
El amor lleva consigo siempre querer al otro como ser humano y no como objeto
del que me puedo aprovechar. No se basa en las cualidades del otro, sino en lo
que yo soy. Si quiero a otro por sus cualidades, sean las que sean, cuando
desaparezcan no habrá motivo para amarle. Pero también puede suceder que
encuentre a otra persona con mejores cualidades, a la que tendré que amar más
que a la primera.
Diremos algo también sobre la sexualidad. Está claro que su marco adecuado es
el matrimonio. Creo que está superada la idea de que sólo era lícita cuando
estaba orientada a la procreación, pero quedan muchos aspectos que vamos
aclarando. El matrimonio no es la licencia de corso para satisfacer legalmente un
instinto que nos sobrepasa.
Dentro de este marco, queda claro que no puede existir el divorcio. Sólo es
posible la nulidad. Sólo hay sacramento, es decir, signo + significado, si hay
auténtico amor. Ni el derecho civil ni el canónico pueden ser fundamento de la
indisolubilidad. Sólo el verdadero amor, que es por sí mismo indestructible,
puede fundamentar la indisolubilidad. Pero ya dijimos que la mejor prueba de
que no hubo amor es que, en un momento determinado desaparece.
Se repite machaconamente que la familia está en crisis. Yo más bien creo que lo
que está en crisis es la maduración de las personas como seres humanos. Lo
humano es el valor supremo tanto en el hombre como en la mujer. Si los
valores que hemos considerado como verdaderamente humanos están en
declive, es lógico que no haya base para una convivencia verdaderamente
humana.
Recordad, para empezar, que, durante siglos, fue el único pecado, que no
admitía materia leve. Con relación al sexo, todo era pecado mortal. El más
mínimo pensamiento impuro consentido, podía mandarte al infierno para toda la
eternidad. Me gustaría saber quién tuvo hilo directo con Dios para hacernos
creer semejante monstruosidad.
No estoy diciendo que la sexualidad de hoy sea mejor que la anterior. También
hoy encontramos aberraciones serias y destructivas. El sexo exprés o el sexo a
la carta es una devaluación sin paliativos de las personas. Una fiesta, dos
jóvenes se conocen y al cabo de media hora ya están en la cama. Esto es
también una degradación que deshumaniza, aunque los dos lo hagan
voluntariamente.
Yo tengo una norma muy simple para distinguir entre el sexo que humaniza y el
que deshumaniza. Estamos tratando del más potente de todos los instintos
pero la razón puede sublimarlo o deteriorarlo hasta límites casi infinitos. La
razón puede utilizar el instinto para mostrar de una manera inigualable, un
auténtico amor. Y puede utilizarlo para desplegar el más refinado de los
egoísmos.
Para que exista sacramento tiene que haber un verdadero amor. El signo del
sacramento tiene valor en la medida que hay una realidad significada. Esa
realidad es el amor. Si no existe, todo queda reducido a un garabato, por muy
sagrado que sea el lugar donde se lleva a cabo o muy cualificado que esté el
ministro que lo sanciona. Una vez más se ha llegado a dar importancia a lo
formal y olvidado lo sustancial.
En moral
Ya hemos visto que la religión tuvo una influencia decisiva en la socialización del
ser humano. Las normas promulgadas en nombre de Dios, fueron mucho más
eficaces que las leyes que podía dictar el monarca de turno. Gracias a ellas, la
convivencia se hizo posible y mejoró el bienestar de todos. Sin esa perspectiva
la vida en comunidad hubiera sido mucho más problemática.
Pero con el tiempo, el afán de poder de los dirigentes, tergiversó ese objetivo.
Las normas morales se convirtieron en férreo control de la vida pública y
privada. Las normas, pretendidamente religiosas, se fueron acomodando a los
intereses de la autoridad. Incluso cuando se descubrió su relatividad y a veces
su perversidad, nadie se atrevía a cambiarlas, porque se ha propuesto como
voluntad de Dios.
La evolución del cosmos, del sistema solar sigue su curso sin verse afectada por
la aparición del ser humano. En lo que se refiere a la tierra parece que es otro
cantar. Los avances de la técnica han sido tan espectaculares, que empiezan a
afectar a la marcha evolutiva de la vida sobre la tierra. Parece que estamos
deteriorando su habitabilidad, destruyendo sistemas biológicos enteros.
En todas las edades geológicas se han dado cambios más drásticos que en
nuestro tiempo, pero parece ser que hoy es el ser humano el que está
provocando esos cambios. A través de cuatro mil millones de años, ha habido
extinciones masivas de especies. Lo singular de nuestro tiempo es que esos
cambios son demasiado rápidos y no vamos a tener tiempo de adaptarnos a la
nueva situación.
Es muchísimo más lo que nos queda por hacer y con poco tiempo para rectificar.
La inmensa mayoría de los habitantes del planeta no tienen ninguna culpa de su
deterioro, pero por desgracia, son los que más están pagando las consecuencias
de los abusos. Son las grandes potencias industriales las que se han beneficiado
del abuso de los recursos y son ellos los que debían hacer el esfuerzo por evitar
el desastre. Es completamente injusto que los no culpables paguen el pato.
Si los recursos son cada vez más limitados, lo justo sería que los países con un
nivel de vida más elevado, sean los que tengan que apretarse el cinturón para
paliar el problema. No tiene ni pies ni cabeza que obliguemos a apretarse el
cinturón al que está en los huesos. Es una gran tiranía, el impedir, directa o
indirectamente, que la inmensa mayoría de la población mundial acceda a los
bienes indispensables para llevar una vida mínimamente humana.
Lo que en estos días está pasando con los refugiados de Siria y de África, es
sangrante y demuestra la actitud de los privilegiados de Europa que defienden
con uñas y dientes sus privilegios, aún a costa de infinidad de sufrimiento y
muerte. Desde que existe el hombre, ha habido migraciones en busca de
alimentos o de seguridades.
sabemos que ninguna raza o etnia es originaria de la tierra que hoy la acoge.
¡Cómo podemos esgrimir el absurdo argumento de que es nuestra! El egoísmo
nos hace perder la perspectiva adecuada para juzgar las situaciones que nos
afectan.
De la misma manera que fue el ser humano el que creó a Dios o a los dioses,
hace ya tiempo que ha empezado a destruirlos. Ya a principios del siglo XIX,
dice la leyenda que Laplace contestó a Napoleón, que se extrañó de que en su
gran obra científica, no mencionara una sola vez a Dios: “Señor, no necesito de
esa hipótesis”. Esta anécdota muestra la importancia que tuvo para la ciencia el
sacudirse el corsé de la religión con todos sus mitos.
Desde el Júpiter tonante hasta el dios del juicio final están perdiendo terreno a
marchas forzadas en la conciencia humana. Ni en nuestra propia religión tienen
ya fuerza alguna las amenazas con el fuego eterno. Los mitos ancestrales han
sido sustituidos por visiones más de acuerdo con los conocimientos que hoy
tenemos del mundo del hombre y de Dios mismo.
Una vez más hay que recordar que la razón no nos puede llevar a saber lo que
Dios es, pero nos puede decir lo que no puede ser. La necesidad de sustituir las
ideas que hemos manejado de dios o dioses, sí procede de la razón, aunque no
es ella la que tiene que dar una respuesta adecuada. El fallo que hemos
Hoy, al necesitar una superación del dios que se ha tenido por verdadero, o
queremos buscar otro utilizando el mismo método o nos quedamos sin nada,
como revancha por haber sido engañados. La respuesta es buscar
personalmente lo divino sin razonamientos. Sólo viviendo en lo hondo de
nuestro ser la realidad trascendente, superaremos la alternativa fatal de: o el
dios de siempre o nada.
IV
HACIA DÓNDE CAMINAMOS
Si analizar el pasado era muy difícil, mucho más complicado será adentrarnos en
el futuro. Ni la imaginación más atrevida puede, en estos momentos, prever lo
que está por venir, incluso en el horizonte más cercano. La posibilidad de viajar
a velocidades supersónicas, tanto por aire como por tierra, las posibilidades de
la nanotecnología aplicada a la medicina y la industria, el ámbito de la
interacción de la máquina y la vida, son campos que quitan el aliento.
Todo esto quiere decir que estamos ante alternativas que podíamos considerar
grandiosas. El ser humano se ha dotado de instrumentos que le permiten logros
sobrehumanos y, a la vez, de capacidad para provocar increíbles desastres y
deshumanización. En ambas direcciones puede desplegar medios
inconmensurables de integración humana y destrucción. La responsabilidad es
hoy mayor que nunca porque las posibilidades son mayores.
Futuro de la tierra
La ciencia lo tiene bastante claro. Las leyes de la evolución del cosmos son
inexorables. Aunque algunos aspectos aún se nos escapan, en líneas generales
sabemos hacia dónde camina todo el universo y en especial nuestro sistema
solar y nuestra querida tierra. Sabemos que dentro de un tiempo nuestro
planeta se convertirá en inhabitable. De la misma manera que tuvo que pasar
un largo periodo desde que se formó hasta que pudo aparecer la vida sobre él.
El futuro de la tierra como planeta no depende del ser humano, pero debíamos
preocuparnos por lo que hoy podemos hacer para evitar catástrofes que si
dependen de nosotros. Estamos empezando a tomar conciencia de lo que
significa la ecología. La tierra es nuestra casa común que tenemos que
compartir con el máximo de especies posible. Sabemos que la existencia de una
sola especie es inviable.
Hoy tenemos medios para cambiar el sentido de algunos procesos que sabemos
nos pueden llevar a la destrucción de la especie. Los recursos de la tierra para
mantener el estado de bienestar no son inagotables. Es radicalmente injusto
pretender que unos pocos sigamos desfrutando de recursos que hoy sabemos,
no podrían alcanzar a todos los humanos.
A nosotros nos interesa cualquier futuro, pero sobre todo nos interesa el futuro
espiritual, es decir, el futuro que atañe a lo profundamente humano. Al hacer
esta opción no nos apartamos de lo material, lo biológico, lo sicológico y lo
racional. Al contrario, hoy estamos seguros que como el ser humano no avance
espiritualmente, en muy poco tiempo podemos desaparecer como especie sobre
la tierra.
Lo importante es alcanzar una cierta masa crítica que tenga la suficiente fuerza
como para marcar la dirección de una nueva humanidad. Esta masa crítica
debería influir lo suficiente como para inclinar la balanza en favor del altruismo y
la compasión, de la preocupación por los demás, de la tolerancia y la acogida;
en una palabra, de la superación del egoísmo y el individualismo y entrar en la
dinámica de la comprensión y del amor.
Los orientales ponen otro ejemplo muy drástico: hace falta una inmensa
cantidad de lodo y suciedad para que pueda surgir una flor de loto. A mí se me
ha ocurrido otro ejemplo que puede ayudarnos: para poder colocar un grano de
arena a un metro de altura, necesitamos millones y millones de granos que los
sustenten. Sin esa base, aparentemente inútil, nunca se podría mantener un
grano en lo más alto.
Si un pino produjera sólo los mil granos de polen que hacían falta para fecundar
mil piñones, seguramente ninguno de ellos progresaría. Por la misma razón no
tenemos que ser impacientes, debemos hacer todo lo posible por llegar a
conseguirlo, pero aunque no sea así, no por eso nuestra existencia habrá sido
inútil. Si terminamos siendo estiércol para que otra flor de loto se abra,
felicitémonos por ello.
Es muy curioso que en todas las religiones se hable de algo muy parecido a un
mesías que ha de venir. Incluso en el cristianismo que hemos aceptado a Jesús
como Mesías, parece que no terminó su obra y estamos esperando que vuelva
para rematarla. Empeñarnos en echar la culpa a otro de nuestro fracaso, indica
hasta qué punto hemos desenfocado el problema.
Estamos dando el último paso hacia la autonomía total del hombre. La tutela de
los dioses ya no es necesaria. Lo que antes se hacía porque así lo determinaban
ellos, lo tenemos que seguir haciendo, pero por convicción, es decir, por haber
tomado conciencia de que es lo bueno para nosotros y no por obediencia a un
Ser exterior a nosotros.
Más claro aún que el argumento anterior, es el descubrir que algunos individuos
de nuestra especie han traspasado el techo normal de una evolución biológica,
sicológica y racional y se han introducido en un territorio de humanización
Hoy no podemos plantearnos con precisión cuál puede ser nuestro futuro, pero
podemos acelerar la marcha en una determinada dirección. Todos los seres
humanos somos idénticos en nuestras posibilidades. Si descubrimos que otro ser
humano alcanzó, incluso hace miles de años, una plenitud de humanidad
insospechada, no sólo tenemos derecho sino la obligación de intentarlo también
nosotros.
Sin embargo, en qué consiste ese futuro no puede ser explicado aún por la
racionalidad. Por eso, con tanta frecuencia, incluso los místicos patinan al
intentar hablar de sus vivencias. Al hablarnos de unidad, armonía, amor, paz y
bienestar, nos desconciertan porque no pueden concretar en qué consisten ni
pueden delinear el camino que les ha llevado a ese estado. El lenguaje humano
es absolutamente impotente para expresar realidades espirituales.
Esa vivencia de algunos seres humanos que parecen privilegiados nos está
indicando el camino de nuestro futuro como individuos. El acceso a la verdad no
racional sino intuitiva, que me haga no comprender, sino vivir la Verdad que
todo lo unifica, es el anhelo de muchas personas insatisfechas. Esa unidad no
anula sino que potencia la conciencia de ser personal, a la vez que te lanza más
allá de la individualidad, de la dualidad, de la separación.
Esta comprensión supra racional nos descubrirá que todo afán de potenciar el
individualismo y el egoísmo es una supina ignorancia. Las religiones se han
Adentrarnos por los nuevos derroteros que nos exige la evolución, puede
hacernos tambalear por tener la impresión de que hemos perdido las piernas. La
realidad es que sólo hemos desechado las muletas que no nos permiten
avanzar. Dejar las actitudes infantiles, aceptar nuestra mayoría de edad nos
obligará a desplegar todas las posibilidades de ser de cada uno.
Tenemos miedo a perder las seguridades que la religión nos había garantizado.
Si tenemos en cuenta que la religión estaba encaminada a conseguir esas
seguridades, nos daremos cuenta de la dificultad que debemos afrontar para
superar esa tentación. Si hacer esto o dejar de hacer aquello no me garantiza ya
cosa de provecho, no encontraremos motivos para seguir por ese camino.
Nos da miedo la directa relación del hombre con Dios y por eso dejamos en
manos de otro más digno esa tarea. La verdad es que entre Dios y tú no hay
ningún espacio que pueda ocupar otro. Todo el que pretenda ser intermediario
entre Dios y tú, te está engañando, incluso aunque su intención sea digna de
elogio. Una vez más me veo obligado a recordar: todo dios que coloque ahí
fuera es un ídolo.
que sabemos que Dios está identificado con cada uno, fe sería confiar en ti y ser
fiel a las exigencias de tu ser más profundo.
Para confiar en el otro, debo descubrir que el otro es auténtico y de fiar. Pero
para darte cuenta de eso, antes tienes que ser verdad (auténtico) tú mismo. Esa
autenticidad me capacitaría para descubrir lo que soy y serlo realmente.
Normalmente lo que nos preocupa es aparentar ante los demás lo que creo ser,
pero me trae sin cuidado lo que realmente soy.
Lo que nos tiene que hacer pensar es que el ser humano personalmente tiene
capacidad para alcanzar ese estado si de verdad se lo propone con ahínco y no
se deja atrapar por las trampas que va encontrando en el camino. Aunque solo
un ser humano hubiera llegado, sería suficiente para demostrarnos que también
nosotros mismos podemos llegar. Ya lo hemos repetido, ningún ser humano
puede ser privilegiado en lo que tiene de humano.
Hasta hace muy poco, el pasado era un férreo corsé que nos impedía desarrollar
el presente y más todavía planear un futuro. Cuántas veces hemos oído o
repetido la rotunda frase: siempre se ha hecho así. Ha llegado el momento de
cambiar de planteamiento. Por mucha veneración que tengamos por nuestros
mayores, no debemos caer en la tentación de creer que ellos fueron más que
nosotros.
Dificultades en lo político
Todos los regímenes han fracasado o mejor dicho, se han ido agotando uno tras
otro, por no dar más de sí. Fracasó la ley del más fuerte, fracasó la tiranía,
fracasó la monarquía, fracasó el feudalismo, fracasó el capitalismo, fracasó el
comunismo. Han fracasado todas las revoluciones, después de más o menos
años de euforia. Han fracasado los imperios y siguen fracasando los que
permanecen en activo.
Todas las ideologías de cualquier signo que sean, se han mostrado insuficientes
para dar una respuesta adecuada a la convivencia entre todos los seres
humanos. Las religiones se han conformado con mantener la cohesión entre un
número reducido de personas, sus fieles. Estos objetivos son raquíticos, hoy
insatisfactorios para la mayoría de los seres humanos. Las seguridades que
ofrecían no responden a las exigencias de una plena humanidad.
Revolución francesa creyó que había dado con la panacea para todo, la
República. Estaban convencidos de que bastaba proclamar unos principios para
que todo estuviera solucionado. Pero resultó que la cacareada liberté, égalité,
fraternité, están muy lejos de ser hoy una realidad tangible.
Todos los regímenes fracasarán mientras el interés se centre en otra parte que
no sea la persona humana en sí misma. Mientras las naciones tengan como
objetivo el poder, e intenten por todos los medios imponerse a las demás por la
fuerza, sea bruta o camuflada, no habrá verdadera paz. La paz que se sigue
proponiendo hoy es la paz romana: aquí no se mueve nadie o le aplasto.
Dificultades en lo económico
tiene que convencer para que consuman lo que se produce. Si esta cadena se
rompe, el desastre está asegurado. La clave de la sociedad en la que vivimos es
convencer a la gente de que produzca y gaste, sin que tenga que preocuparse
de más.
Dificultades en lo social
Dificultades en lo religioso
Tratándose del futuro del hombre, las dificultades mayores las vamos a encontrar
en el orden religioso. La religión va dirigida a las profundidades de lo humano, por
eso los errores en religión son, con mucho, los más difíciles de superar. La misma
religión se encarga de advertirnos de que nada debe cambiar, porque lo que ella
propone viene directamente de Dios y nadie puede osar corregirle la plana al
Absoluto.
La trampa de la ciencia
No cabe duda que la ciencia y la técnica tienen aún un inmenso camino por
recorrer, pero por increíbles que sean sus avances no llevarán al hombre a una
mayor humanidad. Puede conseguir una vida más cómoda, más placentera, más
segura, (hoy por hoy, sólo para un reducido número de personas) pero no
puede por sí misma avanzar un ápice hacia otra manera de ser hombre.
La filosofía insuficiente
Sin embargo, el esquema que él propone para explicar las distintas etapas que
debe recorrer el ser humano, es sencillamente genial: camello, león y niño. Si
en vez de entender lo de niño como una vuelta a nacer a lo viejo, lo hubiera
entendido, como Jesús, como un nacer a lo nuevo, hubiera abierto un horizonte
increíble a la humanidad.
Nietzsche vio clara la necesidad que tiene el hombre de romper el corsé que le
viene atenazando durante milenios y le impedía seguir adelante en su evolución,
pero no descubrió la verdadera posibilidad que se le ofrece en el plano del
Espíritu, más allá de la razón. El rabioso racionalismo imperante en su tiempo le
impidió encontrar un camino adecuado para el futuro del hombre.
También han fallado todos los sistemas filosóficos, que durante milenios se han
intentado utilizar para encontrar la plenitud humana. En los últimos siglos
hemos padecido verdaderos espejismos que parecía iban a traer la solución
definitiva a los problemas del ser humano. Infinidad de ismos han sido señuelo
durante cientos de años y todos han terminado defraudando.
El mundo en que nos ha tocado vivir debe darse cuenta de esta realidad. Si de
verdad hay esperanza de que la humanidad se desarrolle hacia una mayor
cohesión social, debemos dar ya más importancia a valores estrictamente
femeninos, que han sido postergados e incluso despreciados durante los últimos
milenios. Tenemos que recuperar y valorar lo femenino, no sólo manifestado en
la mujer sino cuando también se manifiesta en el hombre.
Recordemos una vez más que debemos superar la idea mítica del hombre
empecatado, hundido en la miseria y con necesidad de que le rescaten desde
fuera. Hoy sabemos que el relato del pecado original se ha entendido mal,
porque durante los primeros siglos del cristianismo, se ha entendido desde una
visión maniquea del mundo. El mal no es un ente. Llamamos mal a la falta del
bien debido.
También sabemos hoy que nunca existió un paraíso del que fueran expulsados
el hombre y la mujer. La idea mítica del paraíso bien pudo ser el recuerdo
ancestral de tiempos de abundancia idílica, en la que el hombre podía satisfacer
todas sus necesidades sin tener que esforzarse demasiado. Cuando esa
situación cambió, se vio obligado a trabajar para comer. Esto fue considerado
como un castigo.
Sólo somos personas asustadas e inseguras, fruto de una evolución que nos
dejó a la intemperie, a merced de los elementos y con la obligación de resolver
nuestros propios problemas. La evolución ha sido un lento proceso que nos ha
llevado a donde estamos hoy y que nos va a permitir seguir adelante.
Vislumbramos la dirección en la que tenemos que caminar, pero no sabemos
dónde está la meta.
No dependemos de nadie que está por ahí afuera. La idea de un dios que tengo
que poner de mi parte con rezos, sacrificios y promesas, es también
decepcionante. Ya hemos dicho que la oración de petición tal como la hemos
entendido a través de los tiempos, se manifiesta hoy completamente
inoperante, si seguimos esperando que Dios tenga que actuar para sacarnos las
castañas del fuego.
Hoy sabemos que nuestro Dios no puede “hacer” nada por nosotros. No puede
tener actos puntuales porque lo está haciendo todo a la vez. Está fuera del
tiempo. Aunque quisiera, no se puede mezclar con los acontecimientos que
condicionan nuestra vida. El mundo físico tiene sus propias leyes y ninguna
potencia externa puede alterarlas sin desencadenar un cataclismo.
Esto no quiere decir que la oración, bien entendida, sea inútil. Una vez que el
ser humano toma conciencia de su limitación absoluta, no tiene más remedio
que buscar solución a sus carencias. Sólo pensar que no es un ser absoluto, le
puede reportar increíbles beneficios sicológicos. Tomar conciencia de que puede
relacionarse con el Absoluto, le puede abrir perspectivas insospechadas. Puede
ser el más potente motor del progreso espiritual.
¡Que Dios le coja confesado! Era el grito que mejor expresaba una actitud
nefasta para el progreso del ser humano. Se da por supuesto que la salvación
sólo puede llegar cuando dejemos este mundo. En éste, lo único que podemos
hacer es debatirnos como podamos hasta que llegue el momento decisivo. Nos
convencieron que lo más importante que podíamos hacer aquí abajo, era no
pecar y si pecábamos acudir a la confesión.
Hoy nos damos cuenta de que la salvación debe consistir en algo positivo, es
decir, en desarrollar todas nuestras posibilidades de ser más humano, tomando
conciencia de que soy mucho más de lo que me he creído. Nadie me tiene que
salvar de nada. La plenitud a la que aspiro, ya está en mí lo que debo hacer es
descubrirla y vivirla aquí y ahora.
Otra cosa muy distinta son las posibilidades de la religión. Bien entendida,
debería ser el punto de apoyo para todo ser humano. Debía ayudarnos a
descubrir nuestro verdadero ser y animarnos a desplegarlo. Debía convencernos
de que no tenemos que tener miedo a nada ni a nadie. Debía ayudarnos a
aumentar la fe, es decir, la confianza en lo que ya soy y en lo que puedo
descubrir dentro de mí.
ni puede haber un Dios más allá de toda criatura. Dios y sus criaturas no son
dos, ni uno. Hoy se nos dice que la criatura y Dios son no-dos.
La idea de Hijo que manejan los evangelios es muy distinta. Para los judíos del
tiempo de Jesús, era impensable la idea de un Hijo de Dios, entendido como lo
hemos entendido los cristianos. Para ellos ser hijo era sobre todo salir al padre,
imitar al padre, hacer en todo momento la voluntad del padre. El ideal sería que
una persona al ver actuar al hijo pudiera decir: este es hijo de fulano. Ese era el
buen hijo.
Debemos superar la idea de un Jesús con poderes divinos para hacer milagros.
Otra vez una interpretación literal y sin contextualización de los evangelios nos
ha despistado. Claro que nos dicen que Jesús hizo milagros. Pero en aquella
época no se tenía una idea de causalidad. Todo dependía de la voluntad de Dios
en cada instante. Todo lo que sucedía en cualquier orden de la vida, era querido
y realizado por Él.
Hoy conocemos una ley física fundamental: todo efecto tiene que proceder de
una causa de la misma naturaleza. Un efecto físico requiere una causa física.
Esa causa puede ser conocida o desconocida. En tiempo de Jesús, cuando era
desconocida lo llamaban milagro. Es curioso que a medida que crece nuestro
conocimiento de la naturaleza, va retrocediendo el ámbito de lo milagroso.
Los que vivieron con Jesús, incluidos sus enemigos, dieron por supuesto que
hacía milagros. El problema está en interpretar lo que hizo, en un contexto
determinado. Desde una perspectiva moderna no podemos concluir que actuó
con un poder divino que doblegaba las leyes de la naturaleza. Milagros como los
de Jesús, se atribuyen a cientos de personajes anteriores y posteriores a él. En
aquel tiempo era milagro todo lo que excedía la normal comprensión de los
acontecimientos.
El hecho de que una misma acción de Jesús fuera interpretada por unos como
acción de Dios y por otros como acción del demonio, es tan significativo, que nos
abre una buena pista para poder acercarnos al verdadero sentido de los milagros
obrados por Jesús. Para los que presenciaban los hechos era más importante
quién estaba detrás de la acción que la acción misma.
Tampoco hay que olvidar que Jesús después de los cuarenta días de ayuno,
interpretó la posibilidad de hacer milagros espectaculares como una tentación.
Esto está escrito desde la creencia de que tenía poderes divinos, pero nos advierte
que sería una deslealtad el utilizarlos en beneficio propio o en beneficio de los
demás. Está claro que durante su vida pública rechaza esa tentación de hacer
milagros para legitimar su persona o su mensaje.
Un Jesús que lo sabía todo, dejaría de ser humano. La vida humana consiste
precisamente en un movimiento continuado hacia lo desconocido. Sin este
ingrediente, la vida humana sería otra cosa. Si, por ejemplo, Jesús sabía que
después de la muerte iba a resucitar físicamente a una gloria absoluta y
definitiva, ¿qué valor podía tener el arriesgar su vida oponiéndose a una
religiosidad inhumana?
Es este un tema muy peliagudo, porque nos obliga a superar una visión
maniquea de la espiritualidad que llevamos incrustada en lo más hondo desde el
principio del cristianismo. La muerte de Jesús fue consecuencia de su fidelidad a
sí mismo y a Dios. Jesús murió en la cruz por la imbecilidad y el egoísmo de los
dirigentes de turno, no porque Dios hubiera planeado, exigido o reivindicado el
sacrificio de su vida.
Un Jesús que vino a pagar una deuda, responde a la arcaica visión del hombre
caído que necesita que le levanten. Una vez superada esa idea, queda superada
la idea de un rescate externo. El paroxismo de este disparate es que Dios exige
el pago de un rescate por la ofensa infinita, que el ser humano le había infligido.
Es ridículo pensar que el hombre puede infligir a Dios una ofensa infinita. Y
mucho más, pensar que puede Él exigir una reparación.
Todo este cambalache pierde sentido en el momento que descubrimos que Dios
es otra cosa y no puede ser atrapado en nuestros conceptos materialistas. La
idea de un Dios que exige la muerte de su Hijo para perdonar al hombre caído
es una idea que ya existía en otras religiones del entorno. Esta mitología es sólo
compatible con un Dios antropomórfico que actúa y reacciona al modo humano.
Hoy el problema es mucho más grave, porque atañe a toda la manera que
tenemos de interpretar los textos bíblicos. La nueva visión nos obliga a repensar
lo que hasta ahora creíamos y a tomar conciencia de que los relatos no quieren
decir lo que durante mucho tiempo, estábamos convencidos que nos decían. No
va ser nada fácil dar el paso y entrar en el nuevo paradigma que lo envuelve
todo.
Tampoco se ha encontrado rastro alguno de que haya habido una emigración del
pueblo judío a Egipto. Los egipcios llevaban a rajatabla las anotaciones de los
acontecimientos importantes del imperio. No hay ni rastro de ninguna población
judía en su territorio. En el tiempo en que se coloca el relato del Éxodo, los
egipcios tenían puestos de control en todas las fronteras. Es imposible que
salieran de Egipto 600 000 judíos sin su consentimiento.
Los judíos no son una raza especial, que llegaron de alguna otra parte. Son de la
misma estirpe que los demás habitante de la región Canaán. Pudo ocurrir que
en un momento determinado, se juntaran algunas tribus y consiguieran
imponerse a las demás, pero no porque Dios los eligiera y luchara a su favor
contra las demás.
Pero entonces, ¿por qué se escribieron todos esos relatos fantásticos que no
hacen más que ponderar la intervención de Dios a favor de un pueblo, casi
siempre, machacando a otros pueblos? Todos los relatos tuvieron un objetivo
muy claro: intentar mantener la esperanza de un pueblo que se sentía
zarandeado por todas partes y con muy pocas posibilidades de subsistir.
Sobre todo a la vuelta del destierro, el pueblo judío quedó reducido a un puñado
de personas de los más bajos estamentos sociales (los pobres de Yahvé). Lo que
Todo esto nos tiene que hacer pensar y aceptar que hemos estado leyendo la
Escritura de una manera equivocada. Nada de lo que cuentan tiene relación
alguna con lo que pasó. Pero las dificultades que encontraron y como fueron
capaces de superarlas, eso sí es un hecho histórico. Esto es lo que nos debía
conmover y abrirnos a la lección que aquella aptitud puede seguir dándonos
hoy.
Esta nueva visión no tiene por qué ser una catástrofe. Al contrario, abre unas
posibilidades inmensas de acercarnos a la verdad y obligarnos a superar los
fundamentos míticos que habíamos confundido con la intervención de Dios.
Conocer la verdad nunca puede ser motivo de fracaso. Lo que debemos hacer es
interpretar la Biblia de otro modo.
Entonces, ¿qué queremos decir con la expresión: palabra de Dios, tan familiar
entre nosotros los cristianos? Naturalmente no podemos emplea la frase en
sentido propio. Dios no tiene palabra. Se utiliza como un símbolo de la
comunicación. Pero Dios sólo se puede comunicar a través del ser; es decir en la
experiencia interior y profunda del hombre.
Lo que llamamos moral son normas que una comunidad acepta porque ha
descubierto que el hacer esto o dejar de hacer aquello es bueno para cada
individuo y para la sociedad en su conjunto. Pero de ahí a darle valor absoluto
va un gran trecho. Lo que en un momento de la historia fue bueno, puede ser
superado por algo que es mejor. Esta simple norma podría evitar infinidad de
situaciones embarazosas y a veces ridículas.
El ser humano puede y debe decidir por sí mismo su propio destino. Pero debe
encontrarlo dentro de él mismo sin necesidad de buscar apoyos fuera de él.
Ninguna referencia fuera del mismo hombre puede tener valor absoluto. La
sociedad debe crear su propio sistema de valores, siempre al servicio de lo
humano, sin escamotear su responsabilidad. Los criterios por los que debe llegar
a esa elaboración serán vitales y estarán en constante trasformación.
los cristianos pero verdaderos místicos los ha habido en todas las religiones. A
pesar de las diferentes culturas y épocas y a pesar de su diferente lenguaje,
todos coinciden en lo esencial: tratar de mostrar la unidad absoluta del ser
humano con el absoluto.
Lo mismo podíamos decir del lenguaje con que nos hablan de la unión del alma
con Dios. Responde a una manera de entender al hombre, exclusiva del mundo
occidental. Un compuesto de alma y cuerpo como principios que pueden
entenderse separados el uno del otro. Esta visión del hombre es consecuencia
de la doctrina del hilemorfismo de los griegos que explica al ser humano como
un compuesto de materia y forma, como todas las demás realidades.
Hoy esa explicación metafísica nos dice muy poco. Más bien estamos
recuperando la idea bíblica del ser humano como un todo único e indivisible,
aunque podemos verle desde muchos aspectos que se integran todos en una
totalidad. En el judaísmo del tiempo de Jesús, se consideraba al hombre bajo
cuatro aspectos muy definidos: hombre carne, hombre cuerpo, hombre alma,
hombre espíritu. No es una parte del ser humano la que se une con Dios, sino
todo el ser.
También hemos visto ya, cómo hemos superado la idea de un Dios separado
que se relaciona con nosotros desde lo alto y al que tenemos que acceder como
a un Señor Soberano y absoluto que nos creó e interviene a su capricho en
nuestros asuntos. Ese dios no puede abrir un verdadero futuro para el hombre
de hoy, que es consciente de su autonomía y vitalidad. La gran experiencia
mística es que nada está separado de nada.
Esto nos obliga a plantearnos una pregunta: ¿la aparición de fenómenos que
llamamos místicos, es consecuencia de una religiosidad profunda? Tal vez es
una capacidad innata de todo ser humano y lo que añade la religiosidad sea un
marco especialmente adecuado para que aparezca el fenómeno en místicos
propensos sicológicamente a la aparición de esos fenómenos.
Lo mismo que es frecuente entre los místicos que sean sujetos de fenómenos
paranormales, puede haber místicos con un equilibrio sicológico que no permita
la aparición de dichos fenómenos. Puesto que se dan también en situaciones
que no tienen nada que ver con la religiosidad de las personas, no debemos
identificarlos con la experiencia mística.
Por otra parte, hoy tenemos claro que esos fenómenos no están causados por
seres metafísicos que actúan desde poderes sobrenaturales sino producto del
subconsciente. A un sufí nunca se le aparecerá la Virgen María ni tendrá nunca
el fenómeno de la estigmatización. A Juana de Arco se le aparecían los santos,
que había contemplado de pequeña en la iglesia de su pueblo.
Tampoco tiene sentido afirmar que todos los místicos son enfermos mentales,
como he leído en algún lugar. Lo que puede ser reflejo de una debilidad síquica
es la manera que tienen algunos místicos de interpretar sus experiencias. Las
visiones narradas por alguno, tienen toda la traza de ser producto de un
subconsciente desbordado. Pero esa interpretación inexacta no invalida la
experiencia mística que la provocó.
En esta materia, las imágenes y los conceptos son sólo el dedo que nos apunta
a una realidad que está más allá de todo concepto. Por eso en otras culturas
han empleado otras imágenes igualmente válidas, que podemos incorporar a
nuestro lenguaje enriqueciéndolo y diversificándolo. La vivencia interior nos
lleva a encontrarnos con la Realidad. Las distintas culturas proporcionan
singulares imágenes en las que pretendemos meter la experiencia.
Otra historia nos puede ayudar. Un devoto se dirigía a Dios diciendo: Por qué al
faraón que dice: “soy dios” le has mandado a lo más hondo del infierno. En
cambio al místico que dice “soy Dios”, le has elevado a lo más alto del cielo.
Dios contestó: Cuando el faraón dice soy dios, lo dice pensando en él y
olvidándose de mí. Cuando el místico dice soy Dios, lo dice pensando en mí y
olvidándose de él.
Los libros sagrados más antiguos, los Vedas, ya hablan de la entrega de Dios a
los hombres escogidos, que por su unidad con Él, fueron capaces de poner en
conceptos la inspiración divina. Escritos algunos hace 3.400 años, siguen siendo
tenidos por sagrados a todos los efectos. Estas experiencias siguen sirviendo de
inspiración a los seres humanos de hoy.
Es curioso que Buda no postulara un ser absoluto con el que fundirse sino una
iluminación, es decir, una toma de conciencia de lo que ya es el ser humano.
Este dato es importante para que nos demos cuenta de por dónde pueden ir los
tiros de nuestra manera de entender el futuro. Ya eres la totalidad, ya eres
Buda, ya estás en el nirvana. Sólo tienes que descubrirlo y vivirlo.
Rumi fue uno de los más grandes místicos sufíes. Para él todo se resumía en el
amor, el resto de la realidad no tenía ningún valor. “solo el amor tierno, solo el
amor tierno, no tengo otra semilla”. “El amor es el calor y el resplandor de la
unidad. El amor es la esencia de la unidad”. Todos los místicos utilizan de una u
otra manera la imagen del amor. Seguramente porque, aunque esté hoy tan
manoseado, no hay otra realidad más profundamente humana.
No me resisto transcribir unos versos suyos que me dejaron con la boca abierta:
"Calla mi labio carnal. Habla en mi interior la calma, voz sonora de mi alma, que
es el alma de otra Alma eterna y universal. ¿Dónde tu rostro reposa, Alma que a
mi alma das vida? Nacen sin cesar las cosas, mil y mil veces ansiosas de ver Tu
faz escondida.”
Las cosas están ansiosas de descubrir su verdadera Realidad. Mucho más el ser
humano no podrá descansar hasta que se sienta en su verdadera morada
(Agustín). Ese anhelo es el que surge en cuanto vamos más allá del cascarón
superficial que nos engaña haciéndonos pensar que somos eso. Todo ser
humano que intenta conocerse a fondo, termina descubriendo algo que le
supera y trasciende pero que no está alejado de él.
Otra idea genial es que nos invita “a mirar profundamente las cosas y a
descubrir a Dios en ellas”. Comprender esto es imprescindible para adentrarnos
por el camino hacia la unidad. Otra idea profunda: “cuánto más débiles y
pecadores somos tanto más sentimos el deber de vincularnos a Dios mediante
un puro amor”. Esto nos puede hacer entender que no se trata de una
manifestación de nuestra propia perfección, sino de una toma de conciencia de
lo que realmente somos a pesar nuestro.
Eckhart hace una distinción entre “Deus” y “Deitas”, que puede ser clave para
avanzar en la espiritualidad del futuro. Insostenible ya la idea de un dios cosa,
persona, individuo, se abre aquí un nuevo panorama esperanzador. La Deidad
como un ámbito de lo divino que todo lo inunda y todo lo sostiene. En ese
ámbito nos desenvolvemos todos nosotros.
Juan de la Cruz y Teresa de Ávila son demasiado conocidos para tener que
explicar sus relatos místicos. Los dos usan un lenguaje idéntico, no sólo porque
vivieron la misma época, sino porque compartieron todas sus profundas
experiencias místicas. El descubrir que otra persona está experimentando lo
mismo que tú, hace que las dos se encuentren encantadas de conocerse.
Los dos tratan de explicar la experiencia como un camino que el alma debe
recorrer. Uno bajo el símbolo de las moradas, otro bajo la idea de la subida a un
monte (la subida al monte Carmelo). Insisten demasiado en el esfuerzo personal
para conseguir la meta y puede dar la impresión de que es un logro humano.
Nada más lejos de su verdadera experiencia. Según ellos mismos explican, el
esfuerzo es imprescindible, pero la obra es de Dios.
Los dos tienen muy claro que solo la “gracia” puede llevar al alma a la
consecución del objetivo supremo. Es un ejemplo más de como el lenguaje
utilizado responde a los conceptos que se manejaban en cada época. El invento
de la “gracia” ha sido una verdadera desgracia. Pensar que Dios puede darme
algo o puede no dármelo es consecuencia de un antropomorfismo aún no
superado.
Dios no tiene nada que darnos, porque nada hay fuera de Él. Se da Él mismo y
punto. Pero además no tiene partes y por eso no se puede dar más o menos. Se
da siempre infinitamente. Entre Dios y nuestro verdadero ser no hay espacio
que pueda ocupar ninguna otra realidad. De ninguna de las maneras puede
haber intermediario alguno entre Él y nosotros. Ni realidad material ni espiritual
pueden interponerse. Mucho peor es que haya personas que se han erigido
como intermediarios.
Las religiones, sobre todo la nuestra, insisten, por activa y por pasiva, en el
esfuerzo humano. Partían de la idea de un Dios en lo alto que sólo podía
Insiste en que esa evolución tiene que ser universal. No se contenta con que
unos cuantos seres humanos alcancen la conciencia de unidad, postula una
evolución hacia la unidad universal y definitiva. El ser humano es el encargado
de llevar a cabo esa tarea y el único camino es el amor. Ese amor tiene que ir
más allá del sentimiento y de la emoción que caracteriza el amor humano, debe
llegar al ágape universal y total.
Pero debemos tener claro que ese proceso no parte de la pura materia sino que
presupone que en la materia más material se encuentra ya la plenitud de lo
divino, aunque escondido y camuflado. Esta idea es clave para entender todo el
pensamiento del gran místico. El punto omega no es sólo una meta a la que hay
que llegar, es también la Realidad que está ya dirigiendo los pasos de toda
realidad.
Es imprescindible una toma de conciencia de que hay otro camino para dar el
salto. Sin embargo, es verdad que abandonar la racionalidad para entrar en el
ámbito de la vivencia es algo que nos inquieta demasiado. La razón no tiene
manera alguna de llevarnos a la experiencia de nuestro verdadero ser, porque el
Ser escapa y está más allá de todas las capacidades racionales.
Unidad-amor
La gran diferencia está en que el ser humano puede descubrir esa realidad y
vivirla conscientemente. Esta sería la meta suprema de toda vida humana. Lo
humano y lo divino no son dos planos independientes. La plenitud de lo humano
es lo divino y no hay nada divino más allá o fuera de lo que comprendemos
como humano. Ninguna religiosidad podemos alcanzar si olvidamos esta verdad.
El Dios objetivado y cosificado ha desaparecido.
Para vivir esa realidad que nos trasciende, no es necesario renunciar a nada de
lo que somos, a lo único que debemos renunciar es a lo que creemos ser y no
somos. Todas las facetas que constituyen nuestra individualidad tienen que ser
absorbidas e integradas en la totalidad del Ser, desde la materialidad de lo físico
hasta la más alta cualidad mental que la evolución ha conseguido.
Esto quiere decir que para conseguir arrastrar la realidad material hacia esa
unidad total, tengamos que utilizar la estrategia de, primero, tomar distancia de
ella. No porque esté en contra de la Realdad última, sino porque volcados sobre
Cuando tomemos conciencia de que todos somos uno en el Todo, el amor dejará
de ser un mandamiento y se convertirá en una manera espontánea de
manifestar nuestro verdadero ser. En esta clase de conocimiento, desaparece el
sujeto y el objeto. El que conoce, lo conocido y el conocimiento son uno. En el
caso del amor: el que ama, el amado y el amor es la misma y única realidad.
El ejemplo matemático que parece tan simple nos lo hará comprender un poco
mejor. 1 x 0 = 0, pero también 0 x 1 es igual a 0. Yo no podía existir sin Dios,
pero tampoco mi Dios puede existir sin mí. Esta idea ya la expresó con claridad
Eckhart. Con la razón, es imposible de comprender pero es así de fácil. Si no
hay realidad reflejada en el espejo es que no hay nada delante del espejo.
Este amor del que hablamos ya no es un acto sino el propio ser manifestándose
constantemente y sin esfuerzo alguno. Al intentar explicar este punto, hasta los
mejores místicos han patinado. El afán de utilizar el lenguaje del amor humano,
nos suele despistar y dejarnos confundidos. La pareja está unida por actos de
amor. En la relación con Dios los actos de amor son la unidad manifestada.
Juan de la Cruz lo dejó muy bien expresado en sus versos: “Oh noche que
guiaste, oh noche amable más que la alborada; oh noche que juntaste amado
con amada, amada en el amado transformada”. Pero también podía haber
concluido: amado en la amada transformado. El amor del que hablamos es
la unidad. Ya lo hemos dicho, ni el que ama existe sin el amado ni queda nada
del amado al margen del que ama.
También el Maestro Eckhart nos deja alucinados cuando dice que Dios se
deshace de sí mismo para identificarse con cada uno de nosotros. Lo mismo que
nosotros tenemos que anonadarnos si queremos llegar a ser uno con Él. Es lo
que quiso expresar Pablo cuando dice: “Se despojó de su rango…” no podríamos
hablar de evolución si no hubiera una constante involución.
Esa identificación con el ser absoluto y supremo no es un logro del individuo que
sólo pueda alcanzar después de inusitados esfuerzos. Esa unidad es la Única
Realidad existente. Lo que creemos realidad no es más que pura apariencia.
Nadie puede imaginar una ola si no es dando por supuesto que bajo ella se
encuentra el mar. Todos podemos ser ola gracias a que existe un mar que nos
sostiene.
Ya lo hemos dicho, para que el ser humano pueda evolucionar hacia esa unidad
con el todo absoluto, ha tenido que darse una involución del absoluto. Ex nihilo
nihil fit, (de la nada nada sale) decía Parménides. Sólo si aquello que vamos a
conseguir se encuentra ya inmerso en lo que somos, será posible la locura de
alcanzarlo. Esto no quiere decir que esa presencia sea fácilmente descubierta.
Desconcertante paradoja
Si planeamos una búsqueda, quiere decir que tenemos algo que buscar. Si
programamos un viaje, quiere decir que hay una meta a la que llegar. La verdad
es que no hay nada que buscar, ni ninguna meta a la que llegar. Nos pasa lo
que a aquel pez, que había oído hablar del océano y estaba como loco,
preguntando a todo el mundo, dónde estaba el océano. Imposible encontrarlo si
se empeña en buscar fuera.
Algo parecido le pasó a la muñeca de sal. Empeñada en saber quién era ella,
emprendió un viaje preguntando a todo el que encontraba: ¿puedes decirme
quién soy yo? Nadie fue capaz de contestarle. Siguiendo su camino llegó al
océano. Al verlo se dijo: esta cosa inmensa sabrá decirme quien soy. Al
preguntarle, el mar le contestó: entra dentro de mí y lo sabrás. Avanzó
decidida. Al ir entrando en el mar se empezó a disolver. Cuando sólo quedaba
una pizca de muñeca exclamó: ¡Ya sé quién soy!
necesitas nada que no tengas ya. El futuro del que venimos hablando está ya en
ti. Pasado, presente y futuro se condensan en una sola realidad que eres tú. No
tienes que esperar a que suceda algo. Todo está sucediendo siempre en ti.
¡Despierta en este instante!
Si ardes, iluminarás
El mismo sentido tienen las palabras de Jesús a Nicodemo: hay que nacer de
nuevo. Aquí la ignorancia en la que nacemos biológicamente le llama vida,
desde la que tenemos que pasar a la verdadera Vida, que es la del Espíritu. Ese
nacimiento consiste en una toma de conciencia de tu verdadera Vida. Al vernos
obligados a emplear la misma palabra “vida” corremos el peligro de
despistarnos.
Nos queda la Vida. El ser humano tiene que intentar ir más allá de sí mismo,
siendo, viviendo a tope y desplegando lo que está ya implícito en su ser.
Rompiendo todos los moldes que se ha creado y le encorsetan, impidiéndole
desarrollar lo que hay en el fondo de su mismo ser. Jesús lo vio muy claro, por
eso dijo a Nicodemo: “hay que nacer de nuevo” y a Pedro junto al lago: “rema
mar adentro”.
Esta VIDA es de distinta naturaleza que la biológica. La palabra “vida” tiene aquí
un sentido metafórico que designa una realidad para la que no tenemos
disponibles ni palabra ni concepto. Pero es en ella donde está el verdadero
futuro del hombre. Como dice Juan: en la palabra había Vida y la Vida era la luz
de los hombres. Insiste en que la clave es la Vida; todo lo demás es
consecuencia normal de esa Vida.
Lo que podemos ser, más allá de la razón, es más importante que la misma
razón. Daniel Goleman escribió hace años el libro, “La Inteligencia Emocional”,
que considero tan importante como el descubrimiento del subconsciente. Lo que
siento y vivo será siempre más importante que lo que pienso. Este aserto no es
fácil de asimilar desde nuestra estructura mental racionalista.
La razón seguirá cumpliendo una tarea importantísima, pero debe dejar de creerse
absoluta y prepotente en todo. Debe reconocer que hay ámbitos que le
sobrepasan, en los que no debe empeñarse en entrar y menos aún monopolizar.
Aunque vemos que el futuro del hombre está más allá de lo razonable, nunca
puede ser irracional, es decir, nunca estará contra la razón. Donde termina el
ámbito de lo razonable y un poquito más allá de él, comienza el descubrimiento
total.
Sin cambiar nada, esa toma de conciencia, tendría consecuencias increíbles para
cada ser humano que se adentre por el camino del Espíritu, pero sería más
espectacular el cambio que afectaría a toda la humanidad. Aunque no todo el
mundo alcanzara el estadio espiritual, si una gran mayoría llegara, los efectos
benéficos llegarían sin duda a toda la humanidad e incluso a la creación entera.
Si descubro el valor auténtico que hay en mí, tomaré conciencia de que ese
valor es el mismo en todos y cada uno de los seres humanos. Pero también
tendría pleno sentido lo contrario. Sólo en la medida que valore justamente al
otro, me puedo valorar a mí mismo. Hacer nuestra esta idea tan simple es
imprescindible para entrar en la dinámica de una auténtica relación de
fraternidad con los demás, con todos los demás seres humanos.
Si no cambiamos de rumbo
El abanico de posibilidades que se abre ante nosotros es cada día más amplio.
Pero debemos darnos cuenta que va en las dos direcciones, para bien y para
mal. Nunca el hombre ha sido capaz de más humanidad, pero también nunca ha
sido posible mayor capacidad de destrucción. El camino que tomemos nos puede
llevar a una increíble plenitud o a la destrucción total de la especie.
Si crecemos en humanidad
En todas las épocas se idealizó el pasado y se creyó mejor que el presente. Sin
embargo, debemos cambiar el refranero y decir sin miedo: “cualquier tiempo
pasado fue peor”. Todo lo que conocemos de la evolución, tanto de la materia
Las verdades absolutas no seducen hoy a casi nadie porque no existen y las que
creo poseer son una trampa. Este es un logro de la modernidad, que no tiene
marcha atrás. El tiempo de los dogmas ha pasado definitivamente. Esto nos
invita a una búsqueda constante de una verdad siempre provisional. El mayor
error del pasado lejano y reciente, fue creer que habíamos alcanzado la meta de
lo humano.
Somos cada vez más conscientes de que nadie tiene el monopolio de la verdad.
Decía Machado: “Tu verdad no, la verdad y ven conmigo a buscarla, la tuya,
quédatela”. Un proverbio oriental nos lo confirma: No hace falta que alcances la
verdad, basta con que salgas de tus errores. Si damos demasiado valor a las
verdades, es que estamos lejos de la verdadera Verdad.
No podremos dar este paso sin aceptar que nada de lo que hemos dado por
definitivo en religión, viene directamente de Dios. Este error radical nos ha
tenido atenazados durante miles de años. Si superamos este malentendido, no
sólo despejaremos el camino al cambio sino que el cambio se hará
imprescindible. La vida espiritual de cada ser humano nos acerca a la meta y
nos obliga a superar malentendidos.
“el hombre nunca ha llegado tan lejos que cuando no sabía a donde le llevaban
sus pasos”. Está cada día más claro que tenemos que superar lo que hoy
tenemos. Recordando cómo hemos llegado hasta aquí, podemos aventurarnos.
Una ameba nunca pudo sospechar que un descendiente suyo llegaría a ser un
ser humano. Sin embargo, allí estaban ya todos los elementos necesarios para
que un día surgiera la inteligencia. Desde nuestra manera de concebir el tiempo,
nos puede parecer exagerado el larguísimo proceso de humanización. Aún no
somos conscientes de la energía que se ha derrochado hasta llegar a nosotros.
Además, muchos seres humanos han vivido ese futuro que a través de ellos
podemos vislumbrar. Desde Buda hasta Jesús y antes y después, han existido
infinidad de seres humanos extraordinarios que han roto el techo de lo humano
y vivido y hecho presente lo Divino. Estos hombres y mujeres no han recibido
ningún privilegio, simplemente se sintieron motivados para intentar ir más allá
de las apariencias y descubrir la verdadera realidad que eran.
Obsesionados por repetir cantinelas pasadas, nos hemos alejado del mensaje
original que sigue siendo válido. Debemos asumir que muchas formulaciones
religiosas son incompatibles con los conocimientos y el nivel de conciencia que
el hombre tiene hoy. Seguimos sosteniendo verdades limitadas en aras de una
fidelidad religiosa que se preocupa exclusivamente de la literalidad de las
formulaciones.
No es nuestra inteligencia la que nos tiene que marcar el camino. Los avances
más significativos en la evolución se dieron antes de surgir la inteligencia. No
tiene sentido empeñarnos en programar racionalmente el futuro. Cada día está
más claro que hay algo superior a nosotros que nos guía. Otro modo de
La religiosidad de todo ser humano tiene que ser una y única. ¿Podemos
imaginar unas matemáticas cristianas y otras musulmanas? ¿Puede ser la física
judía distinta de la budista? Si lo que ha surgido de la misma inteligencia debe
de estar armonizado, mucho más lo que surge de lo hondo del ser humano nos
tiene que llevar a la unidad.
Toda experiencia religiosa auténtica, apunta más allá de si misma y nos abre
caminos insospechados de humanidad. En contra de lo que hemos creído
durante milenios, debemos proclamar alto y claro que ninguna religión tiene la
exclusiva de la verdad. Lamentablemente seguimos creyendo que el primer
deber de una religión es marcar las diferencias para afianzarse en lo absoluto de
sus verdades.
Este debía ser el principio del que tiene que partir la nueva religiosidad. Es
ridículo privarnos de esa riqueza arguyendo que sólo nuestra religión es
verdadera. Como bien dijo Schillebeeckx; “hay más verdad en todas las
religiones que en una sola”. Todas son más o menos útiles, dependiendo sobre
todo de la habilidad para utilizarlas.
FIN