ABC-de-las-microfábulas Luisa Valenzuela

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de las

MICROFÁBULAS
Primera edición, 2018

Valenzuela, Luisa
ABC de las microfábulas / Luisa Valenzuela ;
ilus. de Lorenzo Amengual. — México : FCE, 2018
77 p. : ilus. ; 23 × 17 cm — (Colec. Resonancias)
ISBN 978-607-16-5823-4

1. Fábulas 2. Literatura juvenil 3. Literatura argentina


I. Amengual, Lorenzo, il. II. Ser. III. t.

LC PZ7 Dewey 808.068 V125a

Distribución mundial

© Luisa Valenzuela, textos


© Lorenzo Amengual, ilustraciones

Esta edición celebra la incorporación de Luisa Valenzuela a The American


Academy of Arts & Siences y el septuagésimo quinto aniversario
de la fundación de Lorenzo Amengual.

D. R © 2018, Fondo de Cultura Económica


Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México
www.fondodeculturaeconomica.com
Comentarios: [email protected]
Tel. (55) 5227-4672

Diseño y formación: Lorenzo Amengual

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere


el medio, sin la anuencia por escrito del titular de los derechos.

ISBN 978-607-16-5823-4

Impreso en México • Printed in Mexico


de las
MICROFÁBULAS
Textos de Luisa Valenzuela ilustrados por Lorenzo Amengual
ÍNDICE

A B C Ch D
Página 10 12 14 16 18

e f g H I
20 22 24 26 28

J K L LL M
30 32 34 36 38

N Ñ o p Q
40 42 44 46 48

R S T U V
50 52 54 56 58

W X Y Z
60 62 64 66

GLOSARIO
página 69

6
MACROMORALEJA
DE LAS MICROFÁBULAS
TODA fábula es un mundo, acotado en este caso por exigencias de
este vibrante género, la minificción, y a la vez ampliado hasta el
paroxismo –para usar un término de Lewis Carroll– gracias a los
geniales dibujos de Lorenzo (Lolo) Amengual que trascienden el
concepto de mera ilustración y nos guían por inesperados caminos
de comprensión, sorpresa y juego.
Por su parte toda Moraleja, me aclara la inefable Wikipedia
con poco estilo pero no sin exactitud, «es una enseñanza que el que
escribe quiere transmitir como mensaje de su obra y se emplea prin-
cipalmente en obras normalmente dirigidas a adultos».
Las moralejas suelen ser muy breves y al grano, sin embargo
la que están leyendo nada contra la corriente y es una Macromo-
raleja de pretensiones abarcativas, concebida en torno a la idea de
complicidad.
Todo empezó en una mesa. No una mesa redonda como
sería dable temer, sino una mesa festiva de cervecería. Estábamos
allí al cabo de un encuentro literario cuando un nuevo amigo poeta,
Miroslav Sheuba, me recordó un cuentículo que publiqué mil
años atrás, «El abecedario». Gracias a Francisca Noguerol y a la
Universidad de Salamanca un buen día de 1992 me enteré que se
trataba de un microrrelato de la primera hora. En esa fecha, junto
con las celebraciones de los quinientos años del «descubrimiento»
de América, se lanzó oficialmente y con importante corpus teórico
el «descubrimiento» de un nuevo género literario llamado microfic-
ción. El mismo que escritores y escritoras habían ido alimentado, sin
reconocerle filiación o identidad alguna, a lo largo de siglos.
Para la noche de la cervecería el microrrelato ya tenía muy
prestigiosa carta de ciudadanía y tenía al brevísimo «El dinosaurio»
de Tito Monterroso como texto emblemático. Entonces Miros me
recordó aquel cuentículo que escribí en 1966 y que empieza así:
«El primer día de enero se despertó al alba y ese hecho fortuito
determinó que resolviera ser metódico en su vida. En adelante ac-
tuaría con todas las reglas del arte. Se ajustaría a todos los códigos.
Respetaría, sobre todo, el viejo y buen abecedario que es la base del
entendimiento humano.
Para cumplir con este plan empezó como es natural por la
letra A. Por lo tanto la primera semana «amó a Ana; almorzó albón-
digas, arroz con azafrán, asado a la árabe y ananás. Adquirió un an-
tifaz» etcétera, etcétera, para concluir trágicamente al llegar a la M.
Aquella noche Miros confesó que se había inspirado en ese
minicuento para comenzar a escribir un abecedario de fábulas. Pero
no encontraba animal con la letra W, se lamentó. «El wombat», le
soplé de inmediato, dado que la fauna australiana siempre me atrajo
en más de un sentido. El wombat. Y esa misma noche cuando volví a
casa busqué la foto del simpático cerdo-perro salvaje, lanudo y par-
do, y le escribí una sugerencia sobre el worm en la web con wanadoo.
Pero resultó que el planteo de Miroslav Scheuba era muy
distinto y limitaba la letra al animal y a un objeto, tales como la
zorra y la zanahoria. Así que con su anuencia me lancé a la presente
aventura «uniletrada».
Mi propuesta fue simple: usar sólo palabras que empezaran
con la letra correspondiente, salvo artículos y preposiciones. Y las
presentes microfábulas se dieron a aflorar con bastante espontanei-
dad, sorprendiéndome con cada resolución. Porque para eso sirven
las constricciones: para encontrar una historia cerrada y coherente
donde menos se piensa, para atar cabos insólitos y locos hasta llegar
a conclusiones razonables.
En la semi-duermevela del despertar matinal me podía a
barajar palabras que empezaban con idéntica letra, basándolas en
nombres de animales, claro está, y las microfábulas se iban gestando.
Como creo habitar a mis anchas en el lenguaje, el desafío
me estimulaba. En algunas oportunidades tuve un acompañante
silencioso, mi amigo y profesor de yoga Miguel Ángel Pérez. Suelo
ser errática, el yoga se vuelve ecléctico y algunas clases transcurren
frente al lago de Palermo, por lo cual en el camino me dedicaba
a lanzar palabras hermanadas por la letra inicial. «Paquidermos,
pterodáctilos y palmípedos, la plena patota», recuerdo fue una de
8
ASTUTA Aracné, araña por antonomasia, al atardecer ara las almo-
hadas de ambiciosos andariegos y átalos con autosegregadas ama-
rras afinadas para asegurarlos.
Así las alondras, al aterrizar al alba, aguardan la aparición
del astro ardiente anidando en las ansias ambulatorias de aquellos
alocados audaces que al andar de acá para allá amenazan las áreas
de acceso a las alucinaciones.

d
MORALEJA
Al llegar la noche entregate nomás al sueño.
Si sos un vagabundo de lúcida vigilia
podés caer en la red.
las peripatéticas frases que nació con displicencia, sin buscarla. A
partir de allí era menester tirar del hilo para responder al enunciado
y alcanzar una meta imprevisible, que en ese caso particular me
llenó de alegría. ¿Qué otro bicho sino el pelícano podría descender
de semejante caterva?
Pensándolo bien, la meditación y el despertar (no de la con-
ciencia sino del humilde sueño nocturno) deben de tener la misma
calidad disparadora de dislates coherentes; obra de las ondas ce-
rebrales alfa, quizá. Razón por la cual propongo acá, a manera de
«enseñanza que quiero transmitir como mensaje» (moraleja, al fin y
al cabo) que sin pensarlo dos veces se dejen ustedes arrastrar por la
marea del lenguaje, de las letras sueltas y las constricciones semánti-
cas, para abrirse a la sorpresa de encontrar en el fondo de ese magma
una inesperada perla.
BENITO el burro buzna y re-buzna. Brama en la borrasca buscando
besar a la bella burrita borrada por un brujo con burdas blasfemias
brahamánicas.
Benito la busca bajando la barranca, la busca por el bosque
brindándole bombones y bananas, la busca basándose en bramidos
bravos y en bruscos berridos.
Bulversante. Benito será burro mas no bruto ni belicoso, sus
berrinches son bienintencionados. La bella burrita en el bajío lo
barrunta y bebe brindando por su buenaventura.
En el Bar Baro el brujo bárbaro blasfema entre broncas, bo-
rracho de birra y brandy barato, la buzarda biliosa, bloqueado en su
bufante brujería, cuando Benito, bramando como bullterrier, como
bólido bírlale su burrita con un beso blando, brutal, babeante, bila-
teral, batiente, billonario.

d
MORALEJA
El que no llora no ama.
CLAUDIO, caballo coscojero, corre carreras cuadreras en Catamarca
con cascos centellantes. Celeste la colorada lo cala y se le cuelga del
cogote.
Camino al corral lo calma con caricias en la cabeza, caricias
en la crin. Cierra la compra y con cariño lo coge al caballo del cabes-
tro y lo conduce a su campo en Catriló. Cuando Claudio, el caballo
coscojero comprende el cambio, compórtase cual caballero, come
con cuidado, corre con clase.
Compite en Campo Central colocándose. Corónanlo.
Con un clamor lo consagran. Colmado, su corazón crepitan-
te canta como caja coplera.

d
MORALEJA
Con amor se corre igual de rápido
pero se llega más lejos y mejor.

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CHACHO, el chancho chúcaro, en el chat con el chico Chapulín, el
Chato: —Chancho Che, chusméame de la chacra —chacharea el
Chapulín.

—La chacra chiche, con chalet. El chiquero choto, pero yo cho-


cho de chistar en Chivilcoy, chévere, con chicha, chiclando choclos,
churrasco con chimichurri, chipá. No chapaleando con chanclos
por Chihuahua, Chapultepec o Chimalistac, Chapulín chichipío—
chamuya el chúcaro.

—Chíngale, chancho de Chivilcoy, chongo chalado, chambón,


chistoso, chapucero. ¡Chamúscate, chantajista! Chequea que todo
chancho que chifla se achata en chorrera de chorizos, chacinados,
achuras, chilorio, charcuterías para chilaquiles.

d
MORALEJA
No te burles de los otros cuando caen en desgracia,
la tuya puede ser permanente.

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DINOSAURIOS diversos diviértense en el desierto drástico. Ni los
duendes dan un denario o un dracma por sus díscolos desmanes.
Devienen desnaturalizados, dicen. Desaparecidos.
Delirio de deidades disidentes, derraman desastres por do-
quier. El dómine druida dice discursos difamatorios, desenmasca-
rándolos.
Dentro del desierto dorado de estos días los dromedarios
desatienden al demonio demencial de desaparecidos dinosaurios.
No los detestan ni los desprecian: los desconocen. Dulces, los dro-
medarios deambulan detrás de sus dueños de djilaba. Son discretos,
decentes, dignos, denuncian decadencia.

d
MORALEJA
No todo tiempo pasado fue mejor
pero sí más animado.

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