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la formulació de l’imperatiu categòric com a Llei Universal, i com a Fi en si mateix, i la il·lustració

d’aquestes formulacions aplicant-ho a exemples).

Fonamentació de la metafísica dels


costums
Capítol I
1. 1ª condició del valor moral

Todo el mundo ha de confesar que una ley, para valer moralmente, esto es, como
fundamento de una obligación, tiene que llevar consigo una necesidad absoluta; que el
mandato siguiente: no debes mentir, no tiene su validez limitada a los hombres, como
si otros seres racionales pudieran desentenderse de él, y asimismo las demás leyes
propiamente morales; que, por lo tanto, el fundamento de la obligación no debe
buscarse en la naturaleza del hombre o en las circunstancias del universo en que el
hombre está puesto, sino a priori exclusivamente en conceptos de la razón pura.

2. El fonament del valor moral


Ni en el mundo, ni, en general, tampoco fuera del mundo, es posible pensar nada que
pueda considerarse como bueno sin restricción, a no ser tan sólo una buena voluntad.
El entendimiento, el gracejo, el Juicio, o como quieran llamarse los talentos del
espíritu; el valor, la decisión, la perseverancia en los propósitos, como cualidades del
temperamento, son, sin duda, en muchos respectos, buenos y deseables; pero también
pueden llegar a ser extraordinariamente malos y dañinos si la voluntad que ha de hacer
uso de estos dones de la naturaleza, y cuya peculiar constitución se llama por eso
carácter, no es buena. Lo mismo sucede con los dones de la fortuna. El poder, la
riqueza, la honra, la salud misma y la completa satisfacción y el contento del propio
estado, bajo el nombre de felicidad, dan valor, y tras él, a veces arrogancia, si no existe
una buena voluntad que rectifique y acomode a un fin universal el influjo de esa
felicidad y con él el principio todo de la acción.

3. Virtuts materials i valor moral

La mesura en las afecciones y pasiones, el dominio de sí mismo, la reflexión sobria, no


son buenas solamente en muchos respectos, sino que hasta parecen constituir una
parte del valor interior de la persona; sin embargo, están muy lejos de poder ser
definidas como buenas sin restricción -aunque los antiguos las hayan apreciado así en
absoluto-. Pues sin los principios de una buena voluntad, pueden llegar a ser harto
malas; y la sangre fría de un malvado, no sólo lo hace mucho más peligroso, sino mucho
más despreciable inmediatamente a nuestros ojos de lo que sin eso pudiera ser
considerado.
4. Independència del valor moral
La buena voluntad no es buena por lo que efectúe o realice, no es buena por su
adecuación para alcanzar algún fin que nos hayamos propuesto; es buena sólo por el
querer, es decir, es buena en sí misma. Considerada por sí misma, es, sin comparación,
muchísimo más valiosa que todo lo que por medio de ella pudiéramos verificar en
provecho o gracia de alguna inclinación y, si se quiere, de la suma de todas las
inclinaciones. (...)La utilidad o la esterilidad no pueden ni añadir ni quitar nada a ese
valor. Serían, por decirlo así, como la montura, para poderla tener más a la mano en el
comercio vulgar o llamar la atención de los poco versados-, que los peritos no necesitan
de tales reclamos para determinar su valor.

5. La finalitat natural de la raó pràctica


(...) si en un ser que tiene razón y una voluntad, fuera el fin propio de la naturaleza su
conservación, su bienandanza, en una palabra, su felicidad, la naturaleza habría
tomado muy mal sus disposiciones al elegir la razón de la criatura para encargarla de
realizar aquel su propósito. Pues todas las acciones que en tal sentido tiene que realizar
la criatura y la regla toda de su conducta se las habría prescrito con mucha mayor
exactitud el instinto; y éste hubiera podido conseguir aquel fin con mucha mayor
seguridad que la razón puede nunca alcanzar.(...)

En realidad, encontramos que cuanto más se preocupa una razón cultivada del
propósito de gozar la vida y alcanzar la felicidad, tanto más el hombre se aleja de la
verdadera satisfacción.(...)

En el juicio de los que rebajan (...) los grandes provechos de la razón (para alcanzar la
felicidad)(...) está implícita la idea de otro y mucho más digno propósito y fin de la
existencia, para el cual, no para la felicidad, está destinada propiamente la razón; y ante
ese fin, como suprema condición, deben inclinarse casi todos los peculiares fines del
hombre.(...) resulta que el destino verdadero de la razón tiene que ser el de producir
una voluntad buena, no en tal o cual respecto, como medio, sino buena en sí misma
(...).Esta voluntad (...) ha de ser el bien supremo y la condición de cualquier otro(...)

6. El valor moral del deure


Ser benéfico en cuanto se puede es un deber; pero, además, hay muchas almas tan
llenas de conmiseración, que encuentran un placer íntimo en distribuir la alegría en
tomo suyo, sin que a ello les impulse ningún movimiento de vanidad o de provecho
propio, y que pueden regocijarse del contento de los demás, en cuanto que es su obra.
Pero yo sostengo que, en tal caso, semejantes actos, por muy conformes que sean al
deber, por muy dignos de amor que sean, no tienen, sin embargo, un valor moral
verdadero y corren parejas con otras inclinaciones; por ejemplo, con el afán de honras,
el cual, cuando, por fortuna, se refiere a cosas que son en realidad de general provecho,
conformes al deber y, por tanto, honrosas, merece alabanzas y estímulos, pero no
estimación; pues le falta a la máxima contenido moral, esto es, que las tales acciones
sean hechas, no por inclinación, sino por deber.

7. Exemplificació del deure pel deure


(...) conservar cada cual su vida es un deber, y además todos tenemos una inmediata
inclinación a hacerlo así. Mas, por eso mismo, el cuidado angustioso que la mayor parte
de los hombres pone en ello no tiene un valor interior, y la máxima que rige ese cuidado
carece de un contenido moral. Conservan su vida conformemente al deber, sí; pero no
por deber. En cambio, cuando las adversidades y una pena sin consuelo han arrebatado
a un hombre todo el gusto por la vida, si este infeliz, con ánimo entero y sintiendo más
indignación que apocamiento o desaliento, y aun deseando la muerte, conserva su vida,
sin amarla, sólo por deber y no por inclinación o miedo, entonces su máxima sí tiene un
contenido moral.

8. On rau el valor moral de les accions


La segunda proposición es ésta: una acción hecha por deber tiene su valor moral, no en
el propósito que por medio de ella se quiere alcanzar, sino en la máxima por la cual ha
sido resuelta; no depende, pues, de la realidad del objeto de la acción, sino meramente
del principio del querer, según el cual ha sucedido la acción, prescindiendo de todos los
objetos de la facultad del desear. Por lo anteriormente dicho se ve con claridad que los
propósitos que podamos tener al realizar las acciones, y los efectos de éstas,
considerados como fines y motores de la voluntad, no puede proporcionar a las
acciones ningún valor absoluto y moral. ¿Dónde, pues, puede residir este valor, ya que
no debe residir en la voluntad, en la relación con los efectos esperados? No puede
residir sino en el principio de la voluntat (...).

9. La llei moral de la voluntat


Pero ¿cuál puede ser esa ley cuya representación, aun sin referirnos al efecto que se
espera de ella, tiene que determinar la voluntad, para que ésta pueda llamarse buena en
absoluto y sin restricción alguna? Como he sustraído la voluntad a todos los afanes que
pudieran apartarla del cumplimiento de una ley, no queda nada más que la universal
legalidad de las acciones en general -que debe ser el único principio de la voluntad-; es
decir, yo no debo obrar nunca más que de modo que pueda querer que mi máxima
deba convertirse en ley universal.

10. Exemplificació dela llei moral de la raó


¿Podría yo decirme a mí mismo: cada cual puede hacer una promesa falsa cuando se
halla en un apuro del que no puede salir de otro modo? Y bien pronto me convenzo de
que, si bien puedo querer la mentira, no puedo querer, empero, una ley universal de
mentir; pues, según esta ley, no habría propiamente ninguna promesa, porque sería
vano fingir a otros mi voluntad respecto de mis futuras acciones, pues no creerían ese
mi fingimiento, o si, por precipitación lo hicieren, pagaríanme con la misma moneda;
por tanto, mi máxima, tan pronto como se tornase ley universal, destruiríase a sí
misma.

(Por tanto) Para saber lo que he de hacer para que mi querer sea moralmente bueno, no
necesito ir a buscar muy lejos (...) bástame preguntar: ¿puedes creer que tu máxima se
convierta en ley universal?

Capítol II

11. La raó com a fonament de la moralitat


Por todo lo dicho se ve claramente: que todos los conceptos morales tienen su asiento y
origen, completamente a priori, en la razón, y ello en la razón humana más vulgar tanto
como en la más altamente especulativa; que no pueden ser abstraídos de ningún
conocimiento empírico, el cual, por tanto, sería contingente; que en esa pureza de su
origen reside su dignidad, la dignidad de servirnos de principios prácticos supremos;
(…) Pues la más vulgar observación muestra que cuando se representa un acto de
honradez realizado con independencia de toda intención de provecho en este o en otro
mundo, llevado a cabo con ánimo firme bajo las mayores tentaciones de la miseria o de
atractivos varios, deja muy por debajo de sí a cualquier otro acto semejante que esté
afectado en lo más mínimo por un motor extraño, eleva el alma y despierta el deseo de
poder hacer otro tanto. Aun niños de mediana edad sienten esta impresión y no se les
debieran presentar los deberes de otra manera.

12. Diferència entre imperatius de la voluntat


Pues bien, todos los imperativos mandan, ya hipotética, ya categóricamente. Aquéllos
representan la necesidad práctica de una acción posible, como medio de conseguir otra
cosa que se quiere (o que es posible que se quiera). El imperativo categórico sería el que
representase una acción por sí misma, sin referencia a ningún otro fin, como
objetivamente necesaria.

13. Definició de l’imperatiu categòric


Por último, hay un imperativo que, sin poner como condición ningún propósito a
obtener por medio de cierta conducta, manda esa conducta inmediatamente. Tal
imperativo es categórico. No se refiere a la materia de la acción y a lo que de ésta ha de
suceder, sino a la forma y al principio de donde ella sucede, y lo esencialmente bueno
de la acción consiste en el ánimo que a ella se lleva, sea el éxito el que fuere. Este
imperativo puede llamarse el de la moralidad.

14. Felicitat vs Moralitat


En suma: nadie es capaz de determinar, por un principio, con plena certeza, qué sea lo
que le haría verdaderamente feliz, porque para tal determinación fuera indispensable
tener omnisciencia. Así, pues, para ser feliz, no cabe obrar por principios determinados,
sino sólo por consejos empíricos: por ejemplo, de dieta, de ahorro, de cortesía, de
comedimiento, etc.; la experiencia enseña que estos consejos son los que mejor
fomentan, por término medio, el bienestar. De donde resulta que los imperativos de la
sagacidad hablando exactamente, no pueden mandar, esto es, exponer objetivamente
ciertas acciones como necesarias prácticamente; hay que considerarlos más bien como
consejos (consilia) que como mandatos praecepta) de la razón. Así, el problema:
«determinar con seguridad y universalidad qué acción fomente la felicidad de un ser
racional», es totalmente insoluble.

15. Cas pràctic 1


1.º Uno que, por una serie de desgracias lindantes con la desesperación, siente despego
de la vida, tiene aún bastante razón para preguntarse si no será contrario al deber para
consigo mismo el quitarse la vida. Pruebe a ver si la máxima de su acción puede
tornarse ley universal de la naturaleza. Su máxima, empero, es: hágome por egoísmo un
principio de abreviar mi vida cuando ésta, en su largo plazo, me ofrezca más males que
agrado. Trátase ahora de saber si tal principio del egoísmo puede ser una ley universal
de la naturaleza. Pero pronto se ve que una naturaleza cuya ley fuese destruir la vida
misma, por la misma sensación cuya determinación es atizar el fomento de la vida,
sería contradictoria y no podría subsistir como naturaleza; por tanto, aquella máxima
no puede realizarse como ley natural universal y, por consiguiente, contradice por
completo al principio supremo de todo deber.

16. Cas pràctic 2


2.º Otro se ve apremiado por la necesidad a pedir dinero en préstamo. Bien sabe que no
podrá pagar, pero sabe también que nadie le prestará nada como no prometa
formalmente devolverlo en determinado tiempo. Siente deseos de hacer tal promesa,
pero aún le queda conciencia bastante para preguntarse: ¿no está prohibido, no es
contrario al deber salir de apuros de esta manera? Supongamos que decida, sin
embargo, hacerlo. Su máxima de acción sería ésta: cuando me crea estar apurado de
dinero, tomaré a préstamo y prometeré el pago, aun cuando sé que no lo voy a verificar
nunca. Este principio del egoísmo o de la propia utilidad es quizá muy compatible con
todo mi futuro bien estar. Pero la cuestión ahora es ésta: ¿es ello lícito? Transformo,
pues, la exigencia del egoísmo en una ley universal y dispongo así la pregunta: ¿qué
sucedería si mi máxima se tornase ley universal? En seguida veo que nunca puede valer
como ley natural universal, ni convenir consigo misma, sino que siempre ha de ser
contradictoria, pues la universalidad de una ley que diga que quien crea estar apurado
puede prometer lo que se le ocurra proponiéndose no cumplirlo, haría imposible la
promesa misma y el fin que con ella pueda obtenerse, pues nadie creería que recibe una
promesa y todos se reirían de tales manifestaciones como de un vano engaño.

17. Cas pràctic 3


Una cuarta persona, a quien le va bien, ve a otras luchando contra grandes dificultades.
Él podría ayudarles, pero piensa: ¿qué me importa?¡Que cada cual sea lo feliz que el
cielo o él mismo quiera hacerle: nada voy a quitarle, ni siquiera le tendré envidia; no
tengo ganas de contribuir a su bienestar o a su ayuda en la necesidad! Ciertamente, si
tal modo de pensar fuese una ley universal de la naturaleza, podría muy bien subsistir
la raza humana, y, sin duda, mejor aún que charlando todos de compasión y
benevolencia, ponderándola y aun ejerciéndola en ocasiones y, en cambio, engañando
cuando pueden, traficando con el derecho de los hombres, o lesionándolo en otras
maneras varias. Pero aun cuando es posible que aquella máxima se mantenga como ley
natural universal, es, sin embargo, imposible querer que tal principio valga siempre y
por doquiera como ley natural, pues una voluntad que así lo decidiera se contradiría a
sí misma, ya que podrían suceder algunos casos en que necesitase del amor y
compasión ajenos, y entonces, por la misma ley natural oriunda de su
propia voluntad, veríase privado de toda esperanza de la ayuda que desea.

18. Valor incondicionat de l’ésser racional


Ahora yo digo: el hombre, y en general todo ser racional, existe como fin en sí mismo,
no sólo como medio para usos cualesquiera de esta o aquella voluntad; debe en todas
sus acciones, no sólo las dirigidas a sí mismo, sino las dirigidas a los demás seres
racionales, ser considerado siempre al mismo tiempo como fin. Todos los objetos de las
inclinaciones tienen sólo un valor condicionado (...). Los seres cuya existencia no
descansa en nuestra voluntad, sino en la naturaleza, tienen, empero, si son seres
irracionales, un valor meramente relativo, como medios, y por eso se llaman cosas; en
cambio, los seres racionales llámanse personas porque su naturaleza los distingue ya
como fines en sí mismos, esto es, como algo que no puede ser usado meramente como
medio, y, por tanto, limita en ese sentido todo capricho (y es un objeto del respeto).

19. Formulació imperatiu categòric: el valor intrínsec de l’home


Según el concepto del deber necesario para consigo mismo, habrá de preguntarse quién
ande pensando en el suicidio, si su acción puede padecerse con la idea de la humanidad
como fin en sí. Si, para escapar a una situación dolorosa, se destruye él a sí mismo, hace
uso de una persona como mero medio para conservar una situación tolerable hasta el
fin de la vida. Mas el hombre no es una cosa; no es, pues, algo que pueda usarse como
simple-medio; debe ser considerado, en todas las acciones, como fin en sí. No puedo,
pues, disponer del hombre, en mi persona, para mutilarle, estropearle, matarle.
(Prescindo aquí de una determinación más precisa de este principio, para evitar toda
mal inteligencia; por ejemplo, la amputación de los miembros, para conservarme, o el
peligro a que expongo mi vida, para conservarla, etc. Todo esto pertenece propiamente
a la moral.)

20. Llei moral i universalitat


Según este principio (la idea de la voluntad de todo ser racional como una voluntad
universalmente legisladora), son rechazadas todas las máximas que no puedan
compadecerse con la propia legislación universal de la voluntad.

21. Autonomia (llibertat) i legitimitat moral


La heteronomía de la voluntad como origen de todos los principios ilegítimos de la
moralidad Cuando la voluntad busca la ley, que debe determinarla, en algún otro
punto que no en la aptitud de sus máximas para su propia legislación universal y, por
tanto, cuando sale de sí misma a buscar esa ley en la constitución de alguno de sus
objetos, entonces prodúcese siempre heteronomía. No es entonces la voluntad la que se
da a sí misma la ley, sino el objeto, por su relación con la voluntad, es el que da a ésta la
ley. Esta relación, ya descanse en la inclinación, ya en representaciones de la razón, no
hace posibles más que imperativos hipotéticos: «debo hacer algo porque quiero alguna
otra cosa». En cambio, el imperativo moral y, por tanto, categórico, dice: «debo obrar
de este o del otro modo, aun cuando no quisiera otra cosa». Por ejemplo, aquél dice:
«no debo mentir, si quiero conservar la honra». Éste, empero, dice: «no debo mentir,
aunque el mentir no me acarree la menor vergüenza». Este último, pues, debe hacer
abstracción de todo objeto, hasta el punto de que este objeto, no tenga sobre la
voluntad el menor influjo, para que la razón práctica (voluntad) no sea una mera
administradora de ajeno interés, sino que demuestre su propia autoridad imperativa
como legislación suprema.

22. Autonomia i independencia de la Bona Voluntat.


La voluntad absolutamente buena, cuyo principio tiene que ser un imperativo
categórico, quedará pues, indeterminada respecto de todos los objetos y contendrá sólo
la forma del querer en general, como autonomía; esto es, la aptitud de la máxima de
toda buena voluntad para hacerse a sí misma ley universal es la única ley que se impone
a sí misma la voluntad de todo ser racional, sin que intervenga como fundamento
ningún impulso e interés.
Capítol III

23. Llibertat com a autodeterminació


Voluntad es una especie de causalidad de los seres vivos, en cuanto que son racionales,
y libertad sería la propiedad de esta causalidad, por la cual puede ser eficiente,
independientemente de extrañas causas que la determinen, así como necesidad natural
es la propiedad de la causalidad de todos los seres irracionales de ser determinados a la
actividad por el influjo de causas extrañas. La citada definición de la libertad es
negativa y, por tanto, infructuosa para conocer su esencia. Pero de ella se deriva un
concepto positivo de la misma que es tanto más rico y fructífero. El concepto de una
causalidad lleva consigo el concepto de leyes según las cuales, por medio de algo que
llamamos causa, ha de ser puesto algo, a saber: la consecuencia. De donde resulta que
la libertad, aunque no es una propiedad de la voluntad, según leyes naturales, no por
eso carece de ley, sino que ha de ser más bien una causalidad, según leyes inmutables,
si bien de particular especie; de otro modo una voluntad libre sería un absurdo.

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