Petite Box06
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Bestealismo o Zoofilia
No podría decir cuando empezó, sólo sé que lo que parecía ser un amor
meramente altruista y afectivo, fue degradándose en algo que me
avergüenza frente a las miradas de otros, sin embargo, no me importaba
que pasara tras puertas cerradas, fuera de las cuatro paredes no podía
pretender más que todo era normal, yo era normal.
–Qué bueno– Odiaba a esa perra chihuahua que siempre cargaba incluso
en su bolso, era una maldita rata de pelo café que me mordía y ruñía mis
muebles, no la soportaba, recordando momentos de odio remembré uno
dulce, cuando casi la doy en adopción a otra persona para así deshacerme
de ella –Deshazte de esa rata, por culpa de ella no tienes novio, te los
espanta todos– No pudo decir nada porque yo tenía la razón, celebré el
punto a mi favor abriendo una de las cervezas.
–Te eh dicho que no hagas eso– Me puse de inmediato de pie –Se pone a
llorar cuando lo dejas encerrado solo en una habitación– La iba regañando
mientras me dirigía a mi cuarto, desde afuera podía escuchar los lamentos
que provenían del interior, que se calmaron cuando me escuchó pararme
frente a la puerta.
Casi me tumba como siempre, pero para eso iba al gimnasio, para evitar
cosas como esa y ser capaz de cargarlo con más facilidad, eso y que no
me arrastrara cuando lo llevaba de paseo. Por fin pude hacer que se
sosegara un poco, mimándolo y acariciando su cabeza, pobrecillo,
¿cuánto tiempo había estado ahí aprisionado?, mi hermana era cruel.
–¡Qué asco!– Cuando creí que nadie me veía ella estaba parada a mis
espalas –¿Cómo puedes darle besos al perro?– Se alejó haciendo sonidos
que expresaban su desagrado y yo sonreí disgustado.
–Exagerada– Así era –La boca de un perro es más limpia que la de una
persona, incluso le cepillo los dientes– No iba a convencerla y no lo hice.
Me quedé solo con el perro cuando ella se fue y cerró la puerta con su
llave, nota, debía quitársela cuando tuviera oportunidad, podía sonar mal
lo primero, no obstante era afortunado, tenía suerte de que no hubiera
decidido quedarse a pasar la noche como de vez en cuando se le ocurría
y para colmo era yo quien tenía que quedarse en el sillón y ella en mi
cama.
No pude evitar soltar una suave risa al verlo, tan tonto, esperando ansioso
por algo tan simple, me hacía sentir feliz, desde mucho antes me producía
una dicha el pensamiento de tenerlo y que me cuidara como yo lo cuidaba.
Era un perro suertudo, no cualquiera comía de la comida que cocinaba su
dueño como si fuera a servirle a otra persona, aunque claro, sabía que
darle y que no darle, aun así comía en el suelo, era incómodo para el
comer en la mesa, aunque era suficientemente alto para robarse alguno
que otro bocadillo de encima, como sucedía en cenas y reuniones con
amigos a los que invitaba.
Como me traía recuerdos, el primer beso, que tonto llamarlo así, tan
tímido e inseguro, sólo de mi parte, en donde no sabía qué clase de
persona si es que me podía llamar persona, me convertiría y no me
arrepentía, lo besé como lo haría con cualquier mujer con la que quisiera
intimar, sintiendo como en mi estómago crecía la emoción. Que podía
tratarse de un abuso a los animales, por favor, los perros no son
estúpidos, saben bien cómo se siente uno con ellos y saben cómo
reaccionar, ni siquiera fui yo quien comenzó todo, fue Toby, que en su
adolescencia y la testosterona de un macho joven, el muy infeliz se
frotaba en mi pierna cuando se hallaba necesitado, ¿por qué demonios en
mí?, ni siquiera en los muebles o en mi hermana cuando venía de visita,
en mí.
Lo pensé por unos minutos antes de cerrar los ojos y descansar, no era
un pensamiento repentino, sino uno que me asediaba por lo menos hacia
un mes, uno en que cada vez que pensaba mis tripas se retorcían e
incomodaban, que me hacía enrojecer y acalorarme, decepcionarme y
mortificarme, quizás era hora de intentar algo más, tal vez sí,
probablemente no, pero durante esa noche no, mañana era mi día libre,
era mejor decisión para intentarlo entonces, me quedé dormido,
acobijado por una presencia reconfortante.
Hice las rutinas del día y para las doce de la tarde, estaba libre, ¿qué hacer
con el tiempo?, quizás sacarlo de paseo, eso hice y se alegró por mi gentil
acto, prácticamente me arrastró por las calles, en un parque le solté para
que fuera a divertirse sin mí, como un niño sin vigilancia, mala idea,
cuando comenzó a molestar a unos adolescentes en medio de su picnic
por un trozo de pastel, ¿de quién era la culpa?
Fue divertido, pero ese día también se tenía que ir, de regresó a casa me
quedé pensando en mi dilema, había dicho que hoy, pero no podía,
simplemente no podía hacerlo, pasaron los días y seguí sin poder hacerlo,
seguía teniendo un sentimiento de culpa.
–¡Porque eso no se quita por arte de magia y es una mierda tener que
estar quitando semen de los sillones, de mi pantalón y otros mueble!, ¡por
eso!– Seguí escupiéndoselo en la cara –Y grita más fuerte, ¡se me hace
que no te oyeron en china!– ¡Gracias, gracias!
Apenas recapacitó que lo gritó para todos los vecinos, quiso disculparse,
pero yo ya le había quitado mis llaves y echado de mi apartamento.
Busqué entre mis cajones una crema que había comprado desde hacia
mucho tiempo precisamente para este cometido y me subí en la cama,
quedando de rodillas con las piernas abiertas, también era la primera vez
que hacía algo como el sexo anal, como si fuera a dejar que otro hombre
me penetrara, no tenía atracción hacia ellos, no, era muy poco atractivo
el pensamiento, pero saber que lo hacía con la intención de dejar a Toby
estar dentro de mí, me emocionaba como nada podía hacerlo, mi erección
era una prueba, no debería dejarlo esperando, ni tampoco a mí.
Embarré mis dedos con el viscoso liquido del frasco y los acerqué a mi
ano, nada inusual, los sentía resbalándose en mi interior, pero me
interesaba más hacer el agujero grande, Toby no era algo para tomármelo
de broma, pase unos minutos haciendo eso hasta que dejé de sentir que
me molestara con unos tres dedos dentro, era caliente, se sentiría como
si lo hiciera con una perra de verdad, no tenía que preocuparse.
–Toby– Lo llamé golpeando la cama y el saltó arriba a mi señal, creí que
lo más difícil sería convencerlo, ni siquiera tenía una idea bien formada
de cómo lo iba a hacer, pero de eso se encargó mi hermana.
Por Dios, estaba teniendo sexo con un perro y se sentía tan bien, bien se
quedaba corto, era increíble, no sé qué tan fuerte gritaba, pero no tenía
tiempo de pensar en los sonidos que salían de mi boca.
Era grande y si le añadía que no se contenía en lo absoluto cuando
embestía contra mi trasero, sin miedo de lastimarme o dañarme, en ese
aspecto Toby era egoísta, sin ser consciente del placer o dolor, lo hacía
insuperable. Alcé la cadera porque estaba impactando directamente con
el lugar donde mejor se sentía y use una mano procurando no perder el
equilibrio para masturbarme, no fui tan exitoso con eso, caí de bruces y
en su lugar me aferré a una almohada, dejándolo seguir golpeándolo de
esa forma tan deliciosa.
Opté por imitarlo y cerré mis ojos, embozando la tonta risa que quería
invadirme, pero no pude hacer lo mismo con la sonrisa alegre que tiró de
las comisuras de mis labios, ¿era lo qué quería?, probablemente, pero por
el momento no había nada mejor, me burlé del miedo que tuve en un
principio, no estaba nada mal, lamí mis labios resecos, quizás si tuviera
otro perro, no, Toby era suficiente, sólo lo necesitaba a él.
–No debiste haberte quedado ahí toda la noche– Le dije cuando comencé
con los labores de higiene, no me tomó ni un segundo excitarme al pensar
en lo que sucedió por la noche, seguía bastante dilatado, unos dos o tres
dedos podían caber fácilmente, no lo dudé, pensé que había tenido
suficiente anoche, pero tal parecía estaba equivocado y como si no fuera
todo, sus ojos cafés estaban mirándome, estaba tan mal, a escalas
insospechadas y aun así mi cuerpo se movió por sí solo, me masturbé en
el baño con el peor tipo de pensamientos en la cabeza, qué pensaría mi
hermana de mí, por un lado sentía culpa, sería una vergüenza para todos
los que me conocieran, mientras que por otro lado, estaba bien, siempre
y cuando no me descubrieran.
–En verdad lo lamento, ya hablé con uno de tus vecinos– No debería haber
hecho eso y yo debería de mudarme pronto –Es que... cuando entre y te
vi... De por sí ya pensaba que eras rarito–
–¿Eh?– Exclamé.
–Porque me da la gana–
–Quien sabe– Bromeé –Puede que tenga planeado ir a pasear al perro– Los
podíamos jugar a lo mismo.
En cuanto terminé de lavar los platos y secar mis manos, miré a Toby que
seguía en la cocina esperándome, sonreí, quizás ya sabía que iba a hacer
por el resto de la noche.
FIN
Notas finales: