Abrams - Notas Sobre La Dificultad de Estudiar El Estado
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Abrams - Notas Sobre La Dificultad de Estudiar El Estado
Philips Abrams
* * * * *
“Ayer en su sentencia, Lord Denning dijo que cuando el propio Estado está en
peligro, nuestras preciadas libertades pueden tener que pasar a un segundo
plano e incluso la propia justicia natural puede que tenga que sufrir un revés.
El error del argumento de Lord Denning es que es el gobierno quien decide
cuáles deben ser los intereses del Estado y que invoca la "seguridad nacional"
tal como el Estado decide definirla”, dijo ayer la Sra. Pat Hewitt, directora del
Consejo Nacional de Libertades Civiles.
The Guardian, 18.2.77
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noción de Estado no gozaba todavía de gran aceptación en la política o vida
intelectual inglesas. Si lo hubiera hecho así, seguramente lo habría incluido
junto a “gobierno”, “orden” y “la Constitución” como uno de esos términos
particularmente adecuados para crear una falacia, “una atmósfera de ilusión”.
Sin embargo, hacia 1919, los esfuerzos combinados de hegelianos, marxistas y
políticos habían producido un cambio: “Casi todas las disputas políticas y
diferencias de opinión –observaba Lenin–, giran ahora giran en torno al
concepto de Estado” y, más particularmente, en torno a la cuestión de qué es el
estado. Observación que pareciera ser todavía correcta entre los sociólogos:
cincuenta años de formular la pregunta no han producido ninguna respuesta
satisfactoria o siquiera ampliamente consensuada. Al mismo tiempo, esta forma
de invocar al Estado como último punto de referencia para la práctica política
(como lo expresado por Lord Denning), y la forma de objetar tales invocaciones
(como la expresada por la señora Hewitt), se han vuelto cada vez más comunes.
Hemos llegado a dar por sentado el Estado como objeto de la práctica política y
del análisis político y, al mismo tiempo, permanecemos espectacularmente
confusos en lo que respecta a qué es el Estado. Se nos insta de distintas formas a
respetar al Estado, a abolirlo o a estudiarlo, pero por falta de claridad sobre la
naturaleza del mismo, tales proyectos siguen siendo infructuosos. ¿Es que
quizás sea oportuna una nueva expurgación benthamiana?
1. El problema en general
2.
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problema resultante sobre la naturaleza y función del Estado tiene que ser
resuelto por medio del análisis de las relaciones del Estado con el campo de la
lucha de clases, desenmascarando la autonomía del primero y el aislamiento del
segundo. Con lo que se piensa al Estado, efectivamente, como una entidad
distinta, y la tarea es la de determinar las formas y modos reales de dependencia
o independencia que lo relacionan con el sistema socioeconómico.
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correctamente. De este modo se salva la credibilidad de la noción de
dominación de clase que, desde luego, está presente en todas las variedades de
marxismo, pero la demostración de tal dominación en el contexto de los estados
particulares, sigue sin lograrse. Con lo que, en este nivel, el Estado sigue sin
poder ser pensado.
2. El problema en particular
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reales por motivos de una metodología defectuosa o inapropiada u otros
motivos de consideraciones técnicas. Es una técnica muy obtusa de control del
conocimiento el afirmar que son los defectos de procedimiento de la
investigación propuesta, más que su objeto, los que justifican la denegación de
acceso. Tampoco puede haber muchos que hayan pasado por este tipo de
experiencia que duden de que “bueno” en tales contextos significa apoyo: una
sociología de la decisión, no una sociología de la crítica. Una vez más, está el
bloqueo o la distorsión de la investigación basándose en la necesidad de
proteger un interés público indefinido o, más descaradamente, los intereses de
los sujetos. Los intentos de estudiar temas tan diversos como el
comportamiento de los oficiales de la Comisión de Beneficios Suplementarios y
de sus esposas han fracasado, según mi propia experiencia, en tales puntos. Y si
uno se acerca a los niveles más serios del funcionamiento de las instituciones
políticas, judiciales y administrativas, el control o la negación del conocimiento
se vuelve al mismo tiempo más simple y, por supuesto, más absoluto: uno se
encuentra con el mundo de los secretos oficiales.
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estatutaria a los políticos electos comprometidos a luchar contra dicha política.
Y Tony Bunyan se encuentra en la extraña situación de poder demostrar la
existencia de una policía política altamente eficaz y represiva en este país en los
años 1930, mientras que su sugerencia de que dichas agencias todavía existen
en los años 1970 es descartada como “poco convincente” porque, en efecto, no
había logrado romper la densa y peligrosa barrera del secreto policial
contemporáneo. El hecho de que alguien pueda imponer el secreto es
seguramente una prueba tanto de que esa persona tiene poder como de que
tiene algo que ocultar, como infiere el sentido común.
3. Una alternativa
Ahora quiero sugerir que esta lectura sobre el problema del Estado es en
buena medida una fantasía. Y es que hemos quedado atrapados tanto en la
sociología política como en el marxismo por una cosificación que en sí misma
obstruye seriamente el estudio efectivo de una serie de problemas sobre el poder
político que deberían preocuparnos, y las ideas de la doctrina post-hegeliana
recibida probablemente hicieron que la trampa fuera inevitable. La dificultad
que hemos experimentado al estudiar el Estado surge en parte de la fuerza
absoluta del poder político: la capacidad del Sr. Rees para deportar al Sr. Agee
sin dar ninguna razón para hacerlo que no sea el interés del Estado es un hecho
y no necesita explicación. Pero tal vez sea también una consecuencia de la forma
en que nos hemos planteado ese problema.
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políticamente organizada. En otras palabras, estoy sugiriendo que el Estado,
como la ciudad y la familia, es un falso objeto de preocupación sociológica y que
ahora deberíamos ir más allá de Hegel, Marx, Stein, Gumpowicz y Weber, y
pasar del análisis del Estado a una preocupación por las realidades de la
subordinación social. Si realmente existe una realidad oculta del poder político,
un primer paso hacia su descubrimiento podría ser una negativa resuelta a
aceptar la explicación legitimadora que los teóricos políticos y los actores
políticos nos ofrecen de manera tan tentadora y ubicua: es decir, la idea de que
es “el Estado”. Mi argumento, en resumen, es que debemos tomar en serio la
observación de Engels (dicho de paso, Poder político y clases sociales, es una de
las pocas fuentes clásicas de la teoría marxista en las que el Estado no se
menciona), en el sentido de que “el Estado se nos presenta como el primer
poder ideológico sobre el ser humano”. O la noción presentada con tanta fuerza
en La ideología alemana de que la característica más importante del Estado es
que constituye el “interés común ilusorio” de una sociedad: la palabra
fundamental sigue siendo “ilusorio”. Pero antes de desarrollar este argumento,
pienso que será útil observar un poco más de cerca las dificultades del marxismo
y la sociología política en sus relaciones intelectuales contemporáneas con el
Estado.
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de las explicaciones formales de la política propuestas en los primeros días de la
sociología política tomaron la forma de modelos de entrada-salida (input-
output) y, en estos modelos, las funciones del Estado según el sentido común
(la determinación e implementación de objetivos, la aplicación de la ley, la
legitimación del orden, la expropiación y asignación de recursos, la integración
del conflicto, etc.), fueron todos característicamente asignados al output del
proceso político. Por supuesto, estos modelos eran absurdamente mecanicistas.
Sin embargo, lo que llama la atención sobre el conjunto de trabajos que los
sociólogos políticos han producido desde que su campo fue definido de esta
manera, es que casi todos se han ocupado de las funciones de entrada (input) y
no de las funciones de salida (output). Incluso después de su reconstitución
funcional, el Estado no ha sido realmente estudiado. Una vez más, Dowse y
Hughes representan de forma fiable a sus colegas. Lo que se ha estudiado es la
socialización política, la cultura política, los grupos de presión (articulación de
intereses), la clase y el partido (la agregación de intereses), los movimientos
sociales (incluida la tesis de Michel sobre la degeneración oligárquica de los
movimientos sociales), los disturbios, la revuelta y la revolución. De manera
abrumadora, se ha prestado atención a los procesos de base del sistema político
y no a las funciones centrales de coordinación y despliegue del poder. ¿A qué se
debería ello?
Una respuesta simple sería que los sociólogos políticos, como lo hacen
sus colegas en otros campos, al organizar sus intereses de investigación de esta
manera –focalizándose en los sujetos en lugar del Estado– simplemente
responden al oportunismo tímido y servil que con razón fuera objeto de crítica
por Andreski, Nicolaus, Gouldner, Schmid y Horowitz, pero que todavía parece
rampante en la determinación y selección normal de proyectos de investigación
en ciencias sociales. Las tentaciones del modo de organización de la
investigación de “ojos hacia abajo, manos hacia arriba” son convincentes y
reduccionistas, sobre todo para los individuos que se encuentran en posiciones
privilegiadas, aunque no resistan la crítica desde abajo. Sin embargo, mi
sensación es que la corrupción no es todo el argumento, ni siquiera en este país.
Creo que tampoco podemos responsabilizar a los tipos de cumplimiento de
servicios de tiempo ocupacional y la identificación semiconsciente con el poder
como Nicolaus y Horowitzen en los Estados Unidos. La sociología británica y
sus asociaciones profesionales están mucho menos implicadas,
afortunadamente, con las instituciones de poder que sus homólogos
estadounidenses. Una ventaja de no ser percibido como útil es que uno, como
académico, queda relativamente libre para hacer el trabajo que quiere hacer. En
esa medida, el fracaso de los sociólogos políticos a la hora de prestar atención al
Estado, incluso dentro de su propia problemática, debe explicarse en términos
de sus inclinaciones intelectuales más que materiales. Quizás exista una
patología estrictamente profesional de la sociología política que define los
problemas importantes e investigables de la disciplina alejada del Estado. El
aspecto más evidente de esta patología es metodológico. Los métodos distintivos
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de la sociología política, desde las encuestas de opinión pública en adelante, se
adaptan al estudio de las actitudes y comportamientos de poblaciones grandes,
accesibles y dóciles y no están adaptados para estudiar las relaciones dentro de
redes pequeñas, inaccesibles y poderosas. ¿Qué pasó con los esfuerzos de los
sociólogos políticos estadounidenses por estudiar las modestas estructuras de
poder de las comunidades locales? Todo el campo se transformó de inmediato
en un pantano de virulentas acusaciones de ineptitud metodológica. De manera
más general, desde la publicación de The Power Elite en adelante, todos los
intentos de los sociólogos políticos de examinar las funciones autoritarias o
represivas de la entidad política han sufrido esta reducción metodológica. De
Dahl a Bachrach y Baratz, a Lukes y a Abell se observa un retroceso progresivo
de hablar de práctica política a hablar de cómo se podría hablar de práctica
política; es decir, una obsesión por el buen método: mejor no decir nada a
correr el riesgo de ser acusado de revolver la mierda. La noción de que una
acumulación suficientemente grande de incursiones metodológicamente
impuras en la descripción del poder a la manera de Mills podría resultar
convincente, no parece estar siendo considerado.
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tendencia real de la sociología política tal vez no sea explicar el Estado sino
descartarlo.
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Easton de la forma en que los niños son llevados a confundir a padres,
presidentes y policías en un solo paquete de autoridad benigna).
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más importante al estudio del Estado realizada en los últimos años sea una
observación pasajera de Ralph Miliband al comienzo del capítulo 3 de El Estado
en la sociedad capitalista en el sentido de que hay un problema preliminar
acerca del Estado que rara vez se considera, pero que requiere atención si se
quiere enfocar adecuadamente la discusión sobre su naturaleza y papel. Este es
el hecho de que el “Estado” no es una cosa, que no existe como tal. En cuyo caso
nuestros esfuerzos por estudiarlo como una cosa sólo pueden contribuir a la
persistencia de una ilusión. Pero esto nos lleva al punto en el que es necesario
considerar las implicaciones de mi enfoque alternativo del estudio del Estado
por el marxismo.
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apuntalando ese principio, se encontró hablando del Estado como “en sí mismo
el ladrón”; desenmascara al Estado como una especie de objeto concreto real
sólo para reconstituirlo como otro. Pero la versión más compleja y ambigua de
esta ambigüedad marxista distintiva es, por supuesto, la de Poulantzas.
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convierte en una cuestión de descifrar la relación entre las acciones de esa
fuerza y el campo de la lucha de clases. La ambigüedad de muchas explicaciones
marxistas del Estado puede entonces entenderse no tanto como una cuestión de
error doctrinal sino más bien como la expresión de una combinación y
confusión de teoría y práctica en lugar de una verdadera unidad.
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la construcción del Estado ocurre efectivamente independientemente del Estado
hasta tal punto –la excepción principal es, naturalmente, la educación– y puede
atribuirse a agentes con una existencia bastante inmediata y concreta, tal vez
otros procesos políticos, como la mitigación de la dominación de clases,
también podría explicarse de esta manera más inmediata y concreta. En
cualquier caso, resulta extraño que en una obra escrita en la culminación de un
período en el que se había producido una reconstrucción ideológica del Estado –
como “Estado de bienestar”– tan exhaustiva como cualquier intento desde el
siglo XVII, ese tipo de vínculo entre dominación y legitimación debería haberse
ignorado. ¿Podría tener algo que ver con la incapacidad de resolver el dilema de
que el marxismo, sabiendo que el Estado es irreal “para los propósitos de la
teoría”, necesita que sea real “para los propósitos de la práctica”?
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del Estado”, del “Estado como fuerza política organizada”, etc. Estamos
nuevamente en presencia del sector inmobiliario. Y en este caso la reaparición
está bastante explícitamente ligada a consideraciones de práctica política: “la
práctica política es la práctica de la dirección de la lucha de clases en y para el
Estado”. Así, la función se convierte en lugar y el lugar en agencia y estructura:
las estructuras específicas de lo político. El quid del análisis parece ser este:
estamos interesados en el desempeño de una función particular, la cohesión, y
postulamos que esa función se desempeña en un lugar particular, estructuras
políticas, que llamamos Estado: la pregunta empírica a responder se refiere a la
relación del Estado con las luchas de clases. ¿Qué se gana entonces con
introducir e insistir en que el Estado significa tanto el nombre del lugar como el
agente de la función? ¿No sirve la denominación para hacer cosas espuriamente
no problemáticas que son necesariamente profundamente problemáticas? No
pretendo menospreciar lo que en muchos sentidos es un análisis pionero e
importante de los procesos políticos de las sociedades de clases. Pero creo que sí
necesitamos preguntarnos si la centralidad otorgada al Estado en ese análisis
nos ayuda realmente a su comprensión.
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una organización ideológicamente oculta. Esta estructura oculta de centros de
poder parece ser lo que se entiende por Estado. Y la tarea de estudiar el Estado
parecería entonces ser principalmente una cuestión de levantar la máscara
ideológica para percibir la realidad del poder estatal -el poder de clase- en
términos del cual se logra la estructuración; y en segundo lugar, una cuestión
de identificar las aparatos - funciones y personal - en y a través de los cuales
se ubica y ejerce el poder estatal. Ninguna de las tareas es inmanejable en
principio, pero la gestión de ambas presupone una concepción bastante
determinada de las funciones estatales. Y esto, como he sugerido, es lo que
Poulantzas, por buenas razones, se niega a adoptar. De modo que las funciones
se niegan a adherirse a las estructuras, las estructuras no logran absorber las
funciones. Las funciones particulares del Estado, económicas, ideológicas y
políticas, deben entenderse en términos de la función global de cohesión y
unificación estatal. La función global elude la localización estructural. Quizás
sería más sencillo prescindir por completo de la concepción del Estado como
una realidad estructural oculta e interpuesta. Si se abandonara la hipótesis del
Estado, ¿estaríamos entonces en mejor o peor posición para comprender la
relación entre las instituciones políticas y la dominación (de clase)?
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política eran todo lo que se necesitaba para una comprensión conceptual
adecuada de lo político. Mi sugerencia no es tan radical. Sólo propongo que
abandonemos el Estado como objeto material de estudio, ya sea concreto o
abstracto, mientras se sigue tomando muy en serio la idea del Estado. Las
relaciones internas y externas de las instituciones políticas y gubernamentales
(el sistema estatal) pueden estudiarse eficazmente sin postular la realidad del
Estado. Lo mismo ocurre en particular con sus implicaciones con intereses
económicos en un complejo general de dominación y sujeción. Pero los estudios
que proceden de esa manera descubren invariablemente un tercer modo,
dimensión o región de dominación: el ideológico. Y la función particular de lo
ideológico es representar la dominación política y económica de manera que
legitime la sujeción. Aquí, al menos en el contexto de las sociedades capitalistas,
la idea de Estado se convierte en un objeto de estudio crucial. En este contexto
podríamos decir que el Estado es la tergiversación colectiva distintiva de las
sociedades capitalistas. Al igual que otras (malas) representaciones colectivas,
es un hecho social, pero no un hecho de la naturaleza. Los hechos sociales no
deben ser tratados como cosas.
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proyecto ideológico. Es, ante todo, un ejercicio de legitimación, y podemos
suponer que lo que se legitima es algo que, visto directamente y en sí mismo,
sería ilegítimo, una dominación inaceptable. ¿Por qué si no todo el trabajo de
legitimación? El Estado, en resumen, es un intento de obtener apoyo o
tolerancia hacia lo insoportable y lo intolerable presentándolos como algo
distinto de ellos mismos, es decir, una dominación legítima y desinteresada. El
estudio del Estado, visto así, comenzaría con la actividad principal del Estado: la
legitimación de lo ilegítimo. Las instituciones inmediatamente presentes del
“sistema estatal” –y en particular sus funciones coercitivas– son el objeto
principal de esa tarea. El quid de la tarea es sobreacreditarlos como una
expresión integrada de interés común claramente disociada de todos los
intereses seccionales y de las estructuras (clase, iglesia, raza, etc.) asociadas con
ellos. Las agencias en cuestión, especialmente las administrativas, judiciales y
educativas, se convierten en agencias estatales como parte de algún proceso de
sujeción históricamente específico; y hecho precisamente como lectura
alternativa y cobertura de ese proceso. Considere la relación entre la aceptación
y difusión de la explicación de John Locke sobre la obligación política y la
reconstitución del gobierno sobre la base de la acumulación privada en la
Inglaterra del siglo XVIII. O considérese la relación entre la apertura de la
función pública como parte integral elemento del Estado y la escala de
operaciones alcanzadas por la producción y comercialización capitalistas en el
último cuarto del siglo XIX. No ver al Estado en primer lugar, como un ejercicio
de legitimación, de regulación moral, significa, a la luz de estas conexiones,
participar necesariamente en la mistificación, que es el punto fundamental de la
construcción del Estado.
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discurso de Fidel Castro ante el tribunal –y casi exclusivamente en ese tipo de
documentos– donde son desenmascaradas las pretensiones de los regímenes de
ser Estados.
El Estado es, entonces, en todos los sentidos del término, un triunfo del
ocultamiento. Oculta la historia real y las relaciones de sujeción detrás de una
máscara ahistórica de ilusión legitimadora: se las ingenia para negar la
existencia de conexiones y conflictos que, si se conocieran, serían incompatibles
con la pretendida autonomía e integración del Estado. El verdadero secreto
oficial, sin embargo, es el secreto de la inexistencia del Estado.
7. Descifrando la legitimidad
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modo de producción capitalista. Se puede demostrar claramente que lo primero
es así, pero lo segundo es una afirmación indemostrable, que sólo tiene sentido
en un sistema teórico cerrado pero no una validez independiente. Una vez más,
lo sorprendente es lo poco por lo que se falla: una y otra vez está a punto de
desenmascarar por completo al Estado pero, una y otra vez, sus presuposiciones
teóricas le impiden seguir su propio argumento hasta llegar a la conclusión
correcta. Así, “el papel de la ideología... no es simplemente el de ocultar el nivel
económico que siempre es determinante, sino el de ocultar el nivel que tiene el
papel dominante y el hecho mismo de su dominio”. En otras palabras, la
ideología desplaza el poder de su centro real a un centro aparente. Pero ni
siquiera esto lleva a la conclusión de que en el modo de producción capitalista,
donde “lo económico... juega el papel dominante” y donde, en consecuencia,
“vemos el predominio de la región jurídico-política en lo ideológico”, el Estado
podría ser principalmente un poder ideológico, una falsa representación
realizada de manera convincente. Lo que realmente necesita son dos objetos
distintos de estudio: el sistema-Estado y la idea-Estado. Llegamos entonces a
una cuestión fundamental. Podemos inferir razonablemente que el Estado,
como objeto especial de análisis social, no existe como entidad real. ¿Podemos
acordar con Radcliffe-Brown de que también es innecesario como entidad
formal abstracta, que es una forma inútil para el análisis de la dominación y la
sujeción? Yo creo que sí. De hecho, es lo que tenemos que hacer: en mi opinión,
el postulado del Estado sirve no sólo para no dejarnos percibir nuestro propio
encierro ideológico sino, más inmediatamente, para oscurecer el poder político
institucionalizado (el sistema estatal) en las sociedades capitalistas, que, de otro
modo, nos permitiría percibir y conocer la clase de poder que es el poder
políticamente institucionalizado. Me refiero a la falta de integración del poder
político. Esto es, sobre todo, lo que oculta la idea de Estado. El Estado es el
símbolo unificado de una falta de integración existente. No se trata sólo de una
desintegración entre lo político y lo económico, sino también de una profunda
falta de integración dentro del campo de lo político. Las instituciones políticas,
–particularmente en el sentido amplio del sistema estatal de Miliband–, no
logran mostrar una unidad de práctica, del mismo modo que descubren
constantemente su incapacidad para funcionar como un factor de cohesión más
general. Es evidente que están divididas, enfrentadas unas contra otras, y
muchas veces son efímeras y confusas. Lo que se constituye, pues, a partir de su
práctica colectiva es una serie de posiciones momentáneamente unificadas en
relación con cuestiones transitorias sin un fin y una coherencia estructurales. La
unidad de práctica duradera que logra un conjunto de instituciones políticas les
es impuesta desde “afuera” por organizaciones e intereses económicos, fiscales y
militares. En el Reino Unido, por ejemplo, la única unidad que realmente puede
discernirse detrás de la espuria unidad de la idea de Estado es la unidad del
compromiso con el mantenimiento, a cualquier precio, de una economía
esencialmente capitalista. Esta falta de integración y desequilibrio es, por
supuesto, justo lo que uno esperaría encontrar en un campo institucional que es
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principalmente un campo de lucha. Pero es precisamente la centralidad de la
lucha lo que la idea de Estado –incluso para los marxistas– logra enmascarar.
Mi sugerencia, entonces, es que deberíamos reconocer la importancia de la idea
del Estado como un poder ideológico y tratarlo como un objeto de análisis
específico. Pero las mismas razones que nos exigen hacerlo también exigen que
no creamos en la idea del Estado, que no concedamos, ni siquiera como un
objeto formal abstracto, la existencia del Estado. Intente sustituir la palabra
«Estado» por la palabra «Dios» en Poder político y clases sociales y léalo como
un análisis de la dominación religiosa y creo que verá lo que quiero decir. La
tarea del sociólogo de la religión es explicar la práctica religiosa (iglesias) y las
creencias religiosas (teología): no está llamado a debatir, y mucho menos a
creer, en la existencia de Dios.
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dominación feudal y en términos de la cuales se lo representó. Los elementos
fundamentales de esta construcción ideológica fueron, sostiene Anderson, la
adopción del derecho romano como contexto legitimador para la
administración centralizada y la formulación en el pensamiento político europeo
(desde Bodin hasta Montesquieu) de una teoría general de la soberanía que
proporcionaba una justificación general para la reconstrucción administrativa
que estaba teniendo lugar. La idea de Estado fue inventada y utilizada para
propósitos sociales específicos en un contexto histórico específico, y esa era la
realidad que tenía entonces. Se podría decir que Anderson no hace justicia a la
naturaleza turbulenta de estos procesos de construcción política. La historia
europea moderna temprana tal vez debería verse más como una lucha entre los
nobles europeos para establecer una nueva dominación –una lucha en la que los
reyes tendían a prevalecer porque las bases disponibles, tanto institucionales
como ideológicas, podían ser aseguradas por ellos como reyes de una manera
efectiva. Aparte de matar a sus rivales, los vencedores podían imponer y
legitimar la dominación noble mejor que la nobleza vencida. De manera similar,
al análisis de Anderson sobre el persistente sesgo feudal de estos regímenes en
sus relaciones con los grupos burgueses se le podría agregar un énfasis bastante
mayor en la forma en que la forma de reconstitución de la dominación feudal en
este período permitió que ciertos tipos de actividad burguesa floreciera: la crisis
de la aristocracia se resolvió mediante la creación de marcos jurídicos, políticos
e ideológicos que salvaron a la aristocracia y toleraron a la burguesía; entre los
desfavorecidos, fueron los más favorecidos. Sin embargo, tales modificaciones
no impedirían el reconocimiento de la naturaleza magistral de la obra de
Anderson en su conjunto. Para este contexto histórico particular, demuestra
cómo la idea del Estado como “velo de ilusión” se produce y reproduce en el
curso de una reconstrucción institucional enteramente concreta de dominación
y sujeción. Incluso su propio uso acrítico del término “el Estado” para indicar
relaciones y prácticas que persistentemente demuestra que son mucho más
precisamente identificables que eso, aunque debilita el impacto de su
argumento, no socava por completo la demostración histórica que logra. Ahora,
si ese tipo de desenmascaramiento radical del Estado es posible para el
absolutismo, ¿por qué no para acuerdos políticos más recientes? Por supuesto,
hay cierta franqueza y transparencia brutales en el absolutismo que las
construcciones posteriores no han reproducido. “L'etat, c'est moi” no es en
absoluto un intento de legitimación: significa claramente “Mis mercenarios y yo
gobernamos, ¿está claro?” Sin embargo, en conjunto, creo que no es la astucia
tortuosa de los empresarios políticos más recientes lo que nos ha engañado, sino
nuestra propia participación voluntaria o involuntaria en la idea de la
realidad del Estado. Si abandonamos el estudio del Estado como tal y, en su
lugar, nos concentramos en la investigación histórica más directa de la práctica
política de las relaciones de clase (y otras), podríamos desenmascarar el Estado
de Bienestar tan eficazmente como Anderson ha desenmascarado el Estado
absolutista. El Estado es, a lo sumo, un mensaje de dominación: un artefacto
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ideológico que atribuye unidad, moralidad e independencia al funcionamiento
desagregado, amoral y dependiente de la práctica del gobierno. En este
contexto, el mensaje no es decididamente el medio, y mucho menos la clave
para comprender las fuentes de su producción, o incluso su propio significado
real. El mensaje –la pretendida realidad del Estado– es el dispositivo
ideológico en términos del cual el político legitima la institucionalización del
poder. Es importante entender cómo se produce esa legitimación, pero es
mucho más importante aún captar la relación entre poder político y no político:
entre, por decirlo en términos weberianos, clase, estatus y partido. No hay razón
para suponer que el concepto, y mucho menos la creencia en la existencia, del
Estado nos ayudará en ese tipo de investigación.
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