Relampago 21-25
Relampago 21-25
Relampago 21-25
Tras el ingreso en el hospital de la base judía (?), todo fue de «primera clase»:
rápido, positivo y amable.
Fui sometido a las correspondientes analíticas y a primera hora de la tarde del
jueves, 5 de julio, entraba en quirófano. No disponía de historia clínica y eso
complicó, al principio, el diagnóstico diferencial. Los médicos sospechaban cuál era el
problema, pero no tenían una seguridad total. Podía tratarse de una úlcera péptica o
quizá de varices esofágicas.
Un médico joven y negro quiso tranquilizarme. «Estas intervenciones —susurró—
las hacemos doscientas veces al día... ¡Ánimo!»
Mentía, pero lo agradecí.
Mis últimos pensamientos, antes de caer en el pozo de la anestesia, fueron para Él
y para ella...
Horas después despertaba en una habitación pequeña, soleada y espartana. La
única compañía era un suero. Brillaba en lo alto.
Una ventana, timidísima, me enseñó el desierto del Negev. Allí pasaría casi una
semana.
Esa misma noche, el cirujano negro —nunca supe su nombre— se presentó en la
habitación y me puso al día.
La intervención fue un éxito.
No se trataba de un síndrome de Mallory-Weiss, afortunadamente [11]. Eso
hubiera complicado las cosas...
También fue descartado un origen respiratorio de los vómitos de sangre
(hemoptisis).
El problema se hallaba en una úlcera péptica que estaba dañando la arteria
gastroduodenal y ocasionando hemorragias digestivas preocupantes[12]. En definitiva,
el clorhídrico, al perforar la mucosa, provocaba aquel intenso dolor.
La intervención (una vagotomía troncular con piloroplastia) fue limpia y
relativamente cómoda. La úlcera era oval, con un diámetro de 1,2 centímetros.
El cirujano no habló sobre el origen de la úlcera. Podía ser múltiple, pero intuí
que la causa se hallaba en el estrés provocado en el proceso de inversión de masa de
los swivels y también, con seguridad, en la excitación vivida durante el tercer «salto»
en el tiempo.
Por supuesto guardé silencio sobre dicha sospecha.
Lo que interesaba es que el mal había sido conjurado.
Sea como fuere, debía mantenerme alerta. No era bueno abusar de determinados
medicamentos. La úlcera podía aparecer de nuevo[13]. Tendría que vigilar las dosis de
antioxidantes...
El postoperatorio fue bueno y tranquilo. Miento: fue todo menos tranquilo, pero
por razones ajenas a la operación quirúrgica...
Veamos.
Debo seguir narrando, pero con orden...
No se produjeron nuevos episodios de dolor, o de vómitos de sangre. Recuperé la
normalidad en la presión sanguínea, el pulso se estabilizó, y la anemia fue remitiendo.
Tampoco se registró recurrencia de heces alquitranadas.
Al poco, ante la satisfacción del equipo médico, empecé a dar cortos paseos, y a
ingerir alimentos no irritantes (especialmente leche y dosis de antiácidos). Los
israelitas me proporcionaron hidróxido de aluminio, con un laxante que contenía, creo,
hidróxido de magnesio (el hidróxido de aluminio, como es sabido, es susceptible de
originar un impacto o impacción fecal tras el desarrollo de una hemorragia
gastrointestinal).
Esa noche del jueves, 5 de julio, fui sedado con fenobarbital, a razón de 15
miligramos por dosis.
Dormí plácidamente...
Y llegó el viernes, día 6, con otra sorpresa...