Ciudad y Adaptacion Al Cambio Climatico
Ciudad y Adaptacion Al Cambio Climatico
Ciudad y Adaptacion Al Cambio Climatico
Resumen
Esta relexión plantea que la investigación sobre adaptación al cambio climático en espacios ur-
banos debe tomar relevancia frente a la actual preeminencia de estudios sobre mitigación en el
sector forestal, tomando como punto de partida la situación de América Latina y el Caribe. Dos
razones sustentan esta airmación: por un lado, para cuando los efectos del cambio climático sean
plenamente observables, la mayor parte de la población residirá en ciudades (actualmente 50% de
la población mundial es urbana); y por el otro, la ciudad es foco principal de consumo y demanda
de materias primas y del despilfarro energético.
El abordaje de esta temática requiere perspectivas teóricas que integren líneas de estudio
desde las ciencias sociales y desde las ambientales, así como la reconceptualización de la ciudad
como un sistema socioambiental. Se argumenta que la ecología política urbana provee de conceptos
y metodologías adecuados para abordar el estudio interdisciplinario del ámbito urbano, y permite
revelar los retos que enfrentarán las ciudades ante un desarrollo urbanístico caótico y orientado
por intereses alejados de las necesidades de sus poblaciones.
Palabras clave: ciudades, cambio climático, adaptación, ecología política urbana, vulnerabilidad.
Abstract:
This relection suggests that more attention should be paid to research on adaptation to climate
change in urban areas given the current predominance of studies on mitigation in the forest sector,
taking the situation in Latin America and the Caribbean as its starting point. Two reasons support
*Doctora en Ecología y Desarrollo Sustentable por El Colegio de La Frontera Sur. Investigadora del Programa de Investigaciones
Multidisciplinarias sobre Mesoamérica y el Sureste, Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM. Líneas de investigación: Go-
bernanza ambiental, adaptación al cambio climático, ecología política urbana. Correo electrónico: [email protected], celia.ecologia@
gmail.com
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this claim: on the one hand by the time the effects of climate change are fully observable, most of
the population will be living in cities (currently 50% of the world population is urban), while on
the other, the city is the main focus of consumption and demand for raw materials and at the same
time, the main locus of energy waste. Addressing this issue requires theoretical perspectives that
integrate lines of study from the social as well as environmental sciences, and a reconceptualiza-
tion of the city as a socio-environmental system. It is argued that urban political ecology provides
appropriate concepts and methodologies for addressing the interdisciplinary study of urban areas,
and reveals the challenges cities face in coping with a chaotic urban development driven by inte-
rests that have little to do with the population’s needs.
Introducción
En esta relexión se plantea primero la necesidad urgente de que quienes nos hemos formado en
ciencias ecológicas adoptemos una perspectiva más amplia de nuestros objetos de estudio, que pro-
picie un diálogo más luido con los cientíicos sociales.
En deinitiva, los problemas de política ambiental son construcciones sociales cuyo abordaje
implica luchas entre diferentes racionalidades, cada una de ellas compuesta por diversos conceptos,
conocimientos y signiicados (Feindt y Oels, 2005). La coexistencia de distintas interpretaciones de
cómo debe ser el territorio puede constituir la base para una gestión ambiental más incluyente y a
la vez diversa, encaminada a superar los juicios dicotómicos que los ecólogos solemos adjudicar en
función de nuestro marco interpretativo respecto de lo que es o no natural.
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algo natural: “there is in the inal analysis nothing unnatural about New York City” (Harvey et al.,
1993), a los ecólogos nos causan extrañeza.
La intención de este documento es relexionar sobre el papel que podemos jugar los ecólogos
y otros cientíicos de las ciencias ambientales a partir de esta perspectiva más amplia y tomando
como punto de partida el escenario de crecimiento poblacional de América Latina y el Caribe.
Para ello, en primer lugar, se aporta evidencia que sustenta la relevancia de los entornos
urbanos como objeto de estudio multidisciplinario (e.g. ciencias ambientales, ciencias de la susten-
tabilidad, planiicación y urbanismo, ecología política,), especialmente en el contexto del cambio
ambiental global. Se argumenta, a continuación, que la ecología política urbana puede ofrecer
el marco teórico-analítico como fundamento para abordar el estudio de la ciudad como sistema
socio-ambiental que se conigura, sobre todo, a partir de desigualdades sociales y económicas, me-
diadas por dinámicas de poder (Swyngedouw y Heynen, 2003). La intención de este apartado no es
hacer una revisión exhaustiva de la literatura relativa a la ecología política urbana, sino presentar
sus pilares básicos de manera resumida y sencilla. En la última parte del documento se abordan
algunos elementos conceptuales que podrían ayudar a deinir un enfoque analítico que integre la
problemática de la inequidad con la de la adaptación al cambio climático en las ciudades.
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En las ciudades, esta polarización se muestra con toda su crudeza y dibuja, en el territorio
urbanizado, un mapa de fuertes contrastes sociales y espaciales. En este mapa de inequidad, los
efectos del cambio climático, manifestados localmente por medio de eventos climáticos extremos
sorpresivos (United Nations Human Settlements Programme, 2011: 169), afectan de manera dife-
renciada a los habitantes de las urbes, e intensiican la vulnerabilidad de la población más desfa-
vorecida (CEPAL, 2006: 29), sea por origen étnico, por capacidad adquisitiva o por diferencias de
género. Irónicamente, los grupos más vulnerables son los que menor consumo energético realizan
(Acselrad, 2008: 106).
Lo anterior, que es de sobra conocido (CEPAL, 2006: 9, Pelling, 2010: 12 y 13), adquiere
un matiz relevante cuando se observa la dimensión de la desigualdad, especialmente para Amé-
rica Latina, la región más inequitativa del mundo. A pesar del leve descenso ocurrido durante el
periodo 2003-2010, Latinoamérica ostenta el mayor coeiciente de Gini, con un promedio de 0.520,
dato para el año 2011, muy por encima de otras regiones con profundas brechas sociales, como por
ejemplo África Subsahariana (Jiménez y López, 2012).
Esta elevada concentración en la distribución del ingreso es el rasgo común más distintivo
de América Latina, a pesar de las diferencias entre sus países. Incluso el país menos desigual de la
región presenta un coeiciente de Gini superior al promedio de otras regiones del mundo, y de los
18 países de la región, 11 superan un coeiciente de 0.50. En Latinoamérica, el 10% de los hogares
más ricos concentra el 34.1% de los ingresos totales. Por países, los casos más extremos son los de
Honduras y República Dominicana, en donde el 40% de los hogares de menores ingresos apenas
capta el 11% del ingreso total (Jiménez y López, 2012).
En México, Chiapas es la entidad con mayor desigualdad, al acaparar, el 30% de los hoga-
res más ricos, el 63.5% de los ingresos corrientes, mientras que el 70% de hogares percibe apenas
36.5% de los ingresos corrientes (CONEVAL, 2012: 28). Sin embargo, el coeiciente de Gini chiapa-
neco todavía se mantiene por encima de la media latinoamericana (0.535 para el 2012).
Esta brecha de desigualdad se maniiesta sobre todo en las urbes latinoamericanas, donde
la pobreza ha crecido de manera vertiginosa en los últimos años. En toda la región “se han amplia-
do las distancias sociales entre unas mayorías que deben aceptar niveles de vida mínimos, y los
pequeños grupos de clase alta que viven en la opulencia. Esto se expresa claramente en la forma
de ocupación del territorio, que ha llevado a caracterizar a las ciudades actuales como divididas,
fragmentadas o segmentadas” (Ziccardi, 2008: 11).
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En México, 70% de la población reside en áreas urbanas, pero este porcentaje alcanzará el
80% para 2030 (INECC, 2013: 65). Actualmente, hay 90 millones de mexicanos que están asenta-
dos en zonas de riesgo, 70% de los cuales reside en zonas urbanas (INECC, 2013: 78).
A nivel mundial, las ciudades y los grandes centros urbanos concentran la mitad de la
población del planeta. De acuerdo con las proyecciones de Naciones Unidas en su Programa Hábi-
tat (2011), esta tendencia se mantendrá al alza. Para el 2030, se estima que 59% de la población
mundial vivirá en áreas urbanas. En naciones desarrolladas la cifra puede llegar a 81%. Mientras
tanto, en los países en vías de desarrollo el porcentaje calculado es de 55% para 2030 (United Na-
tions Human Settlements Programme, 2011: 3).
Es en las ciudades medianas y pequeñas (de menos de 500 mil habitantes y que concentran
50% de la población urbana total), donde se está dando la mayor tasa de urbanización acelerada y
caótica de los últimos años, especialmente en los países en desarrollo, donde en la actualidad viven
tres cuartas partes de la población y se concentra 90% del crecimiento urbano del mundo. Cada
año hay un incremento de 67 millones de nuevos residentes urbanos, y 91% de estos se suma a las
urbes de los países en vías de desarrollo (United Nations Human Settlements Programme, 2011:
22).
Este crecimiento urbano tiene lugar en asentamientos precarios e informales y en las áreas
marginales de la periferia. Así, las áreas urbanas con un crecimiento más acelerado son también
las que presentan peores equipamientos para enfrentar los efectos del cambio climático. Estos
nuevos espacios urbanizados se caracterizan por una falta de planiicación territorial, segregación,
pobreza y violencia; ausencia de servicios públicos e infraestructuras; alta demanda de agua; au-
mento en la producción de residuos sólidos; contaminación y, sobre todo, un déicit de gobernanza
importante (United Nations Human Settlements Programme, 2011: 21)
Algunos autores señalan que el derrumbe del Estado de bienestar, los efectos de la aplica-
ción de políticas neoliberales (Ziccardi, 2008: 9) y la desigual integración en la economía global son
las fuentes principales del crecimiento de la pobreza urbana, de la violencia y de la segregación,
especialmente en los países en desarrollo, donde la competencia interterritorial por atraer inver-
siones inancieras ha llevado a las autoridades locales a bajar los estándares de calidad ambiental,
así como a desatender la protección social de sus trabajadores (Acselrad, 2008: 107).
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La ecología política urbana podría ofrecer una plataforma conceptual para articular grupos
de investigación interdisciplinarios. Por investigación interdisciplinaria nos referimos a equipos
de investigación que, partiendo de un objeto de estudio complejo, compartan un mismo marco
teórico-conceptual y un mismo objetivo de investigación. La combinación de diferentes disciplinas
aporta una variedad de metodologías que ayudan a dar cuenta de la complejidad de lo estudiado.
Los resultados, inalmente, son interpretados a la luz de ese marco teórico-conceptual compartido.
El término de ecología política urbana se acuñó hace ya más de 15 años, a partir del trabajo
inicial de Swyngedow en 1996 (Heynen, 2013:1). La irrupción de los espacios urbanos como objeto de
estudio termina con el tradicional enfoque rural y en los países en desarrollo de la Ecología Política
en general, y abre la entrada a la consideración de lo urbano como un proceso de cambio socio-
ecológico. La ciudad se visualiza como una red de procesos socioespaciales que son a la vez locales
y globales, humanos y físicos, culturales y orgánicos, pero cuya interacción no es neutra: está
dirigida por procesos de poder que dan como resultado ambientes urbanos caracterizados por la
inequidad (Swyngedouw y Heynen, 2003). Así, la ecología política urbana provee de una aproxima-
ción integral y relacional que busca desenmarañar la interconexión de procesos socioeconómicos,
ecológicos, sociales y políticos que en conjunto conforman ciudades marcadas por la desigualdad
(Swyngedouw y Heynen, 2003).
La primera ola de formulación de la ecología política urbana se caracteriza por una aproxi-
mación constructivista y centrada en la agencia de los actores humanos (Zimmer, 2010: 344). Las
principales cuestiones abordas en esta fase tienen que ver con el análisis de los conlictos distribu-
tivos en el ámbito urbano, de la desigualdad en el acceso a los recursos, la concentración de espa-
cios de calidad ambiental óptima por parte de aquellos actores poderosos, frente a la marginación
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en zonas de riesgo e insalubres de grupos sociales desfavorecidos por factores económicos, raciales
y de género, entre otros temas.
Los enfoques neomarxistas formulados por Neil Smith o David Harvey dominaron la episte-
mología de la ecología política urbana en una segunda fase, de carácter fuertemente estructuralis-
ta (Heynen, 2013: 2; Zimmer, 2010: 345). Las críticas referidas a un excesivo énfasis determinista
sobre la producción y el signiicado de la naturaleza (Heynen, 2013: 4) impulsaron la ecología polí-
tica urbana hacia nuevos rumbos.
Así en una tercera fase, la ecología política urbana incluye ontologías no humanas y poshu-
manistas aparecen como forma de dar mayor poder explicativo al componente físico-biológico am-
biental. La naturaleza, cualquiera que sea su concepción, se convierte en actor con agencia propia.
En las más recientes revisiones de literatura (véase Domene-Gómez, 2006; Heynen, 2013;
Rapaport, 2011; Zimmer, 2010) esta tercera ola de desarrollo de la ecología política urbana, se basa
sobre todo en el pensamiento de Bruno Latour acerca de la agencia de la naturaleza y su interac-
ción con la agencia humana, articuladas en su Actor-Network Theory, las cuales son parcialmente
incorporadas. En concreto, el concepto de híbrido y el de metabolismo están ayudando a reformu-
lar los objetos de estudio de la ecología política urbana, a pesar de los desafíos metodológicos que
plantean.
Latour deine el término de híbrido como “mezclas de naturaleza y cultura” (Latour, 2004:
24, en Zimmer, 2010: 345). Los híbridos son entramados o articulaciones de diferentes entidades
que no pueden considerarse ni naturales ni culturales, son ambos. Así, los híbridos incluyen hu-
manos, no humanos y los productores de dichos entramados. Como ejemplos de híbridos están los
callejones de árboles planiicados por la municipalidad y plantados por expertos botánicos; agua
potable tratada con bacterias y agua contaminada, aire contaminado, energía solar o eléctrica, en-
tre otros (Zimmer, 2010: 345). Tres dimensiones interrelacionadas los componen: una dimensión
físico-material, otra referida a las prácticas de uso y de mercadeo, y una última dimensión dis-
cursiva, inmaterial. Los procesos mediante los que se articulan estas dimensiones de hibridación
no son neutros, están mediados por dinámicas de poder cuyo resultante, el híbrido, beneicia a
ciertos grupos en detrimento de otros Estos procesos están además enmarcados por condicionantes
ecológicas, económicas, políticas y culturales. La pregunta de investigación tiene que ver ahora
con comprender el poder sobre los procesos de hibridación, los conlictos emanados de las luchas
en torno a estos procesos y el análisis de cómo el poder permite ciertos discursos y margina otros
(Zimmer, 2010: 346-347).
los que predomina un enfoque netamente biofísico cuyo in es la cuantiicación de los lujos de
materia y energía urbanos (Rapaport, 2011: 2). Para la ecología política urbana, estos lujos no
son neutros, están politizados y dominados por determinados actores. El destino inal (los híbridos
resultantes), la forma que adoptan y su apropiación por grupos sociales determinados y en espa-
cios concretos, dependen de los intereses, concepciones y conocimientos de aquellos con el poder de
decidir cómo se transforman esos lujos de materia y energía (Zimmer, 2010: 348). Por lo tanto, la
ecología política urbana adopta una postura contraria a una cuantiicación acrítica y naturalizada
del metabolismo urbano (para una revisión de las perspectivas disciplinarias del concepto de me-
tabolismo véase Rapaport, 2011); propone, en cambio, prestar atención a los modos de regulación y
a los patrones de consumo, estudiando la gobernanza del lujo de materia y energía y las redes que
facilitan un determinado lujo de los recursos urbanos (Swyngedouw, 2006: 35).
Los procesos metabólicos son movilizados y realizados dentro de las relaciones sociales exis-
tentes y no en un vacío social y espacial. La idea de metabolismo urbano nos permite comprender
mejor el hecho de que las ciudades estén constituidas por densas redes de procesos socioecológicos
en interacción, por las que circulan conductos de agua, de deshechos, de comida, de humo, de tra-
bajo, de dinero, de cultura, entre otros, que transforman la ciudad, a la vez que la producen, en un
continuo ciclo de paisajes urbanos cambiantes (Swyngedouw, 2006: 27).
Zimmer ( 2013: 350, 351) concluye que los procesos de hibridación y metabolismo ponen de
relevancia el carácter histórico y procesual de la ciudad y considera que son un buen punto de par-
tida para el estudio de lo urbano, especialmente en los países en desarrollo, cuyas ciudades apenas
se han analizado. Su estudio, además, evidencia que el concepto de naturaleza es algo socialmente
construido y en discusión. En realidad, Zimmer señala que lo adecuado sería hablar de ecologías
políticas urbanas, dada la diversidad de procesos metabólicos y mecanismos de hibridación que
coniguran diversos paisajes urbanos y contrapuestos, incluso dentro de una misma ciudad. La
autora propone un programa de investigación de la ecología política urbana resumido en la tabla 1.
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En síntesis, la tarea más reciente de la ecología política urbana es investigar las dinámicas que
producen y reproducen ciertas condiciones socioecológicas en la ciudad. Así, se estudian no solo las
relaciones de poder, también las interacciones jerárquicas entre entidades humanas y aquellas que
no lo son. Se busca desentrañar las conexiones existentes entre la marginación de ciertos actores y
la dominación de la naturaleza por parte de grupos con poder político y económico.
Las razones de esta desatención son varias, pero principalmente se resumen en la diicultad
de precisar estrategias de adaptación a diversas escalas, ante un panorama de alta incertidum-
bre en relación a qué impactos adaptarse, de qué magnitud y en qué momento (Pelliing, 2010: 7).
Desde la ecología política y la sociología también se argumenta que es más fácil y directo convertir
las estrategias de mitigación en un problema de mercado, en el que se establecen precios de com-
pra-venta de, por ejemplo, bonos de carbono, que hacer lo propio con las posibles estrategias de
adaptación (Urry, J. 2011: 2 y 7). Y hasta ahora, el cambio climático y las soluciones propuestas
se han concebido mayormente como un problema económico a tratar en el marco de la economía
neoclásica. Al respecto Newell y Paterson (2010: 20) airman:
The history shows that by the time responses to cimate change became well established, notably
in the Kyoto Protocol of 1997, the shorts of strategies being developed had been determined by the
dominance of inancial actors, free-market ideologies and global inequalities.
Entonces, no debiera sorprendernos que hasta la fecha el grueso de iniciativas proyectadas para
combatir el cambio climático se hayan dirigido a mitigar (es decir, a reducir las fuentes de emisión
de bióxido de carbono y a retirarlo de la atmósfera). En los países en desarrollo el esfuerzo de mi-
tigación se ha focalizado en las áreas rurales mediante acciones de reforestación y restauración.
En Chiapas, por ejemplo, se han desarrollado algunas de las experiencias más innovadoras de
mitigación vía captura de carbono, de gran reconocimiento internacional (Ruiz de Oña et al., 2011).
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Sin embargo, tanto el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC, por sus
siglas en inglés) como el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), ad-
miten que los esfuerzos de mitigación no serán suicientes para evitar aumentos de temperatura
superiores a 2ºC ni mantener las concentraciones de bióxido de carbono por debajo de las 450 ppm.,
toda vez que las emisiones acumuladas en el pasado están generando ya un nivel de calentamiento
global signiicativo, con un incremento de temperatura de 0.7ºC. Esto signiica que las medidas de
adaptación son inevitables (López et al., 2014)
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La reducción del consumo pone el dedo en el corazón del funcionamiento del sistema eco-
nómico actual y abre preguntas a todos los niveles: desde el cuestionamiento del actual sistema
económico hasta la posibilidad de seguir creciendo sin emitir gases invernadero y sin modiicar
estilos de vida y de consumo. Revela cuestiones como las desigualdades de consumo norte-sur, la
disposición de desechos en países pobres provenientes del consumo de los grupos sociales favore-
cidos, dondequiera que estos se sitúen, y nos lleva a plantear la posibilidad de establecer estrate-
gias adaptativas vía reducción del consumo y estilos de vida alternativos. Son, todos ellos, temas
sumamente controvertidos y tradicionalmente poco reconocidos tanto en las políticas ambientales
internacionales como en los discursos de consumo sustentable (Paterson, 2008: 129). ¿Sería posible
introducir alguno de estos interrogantes en futuros planes de adaptación? ¿Podríamos concebir si-
quiera un plan de adaptación partiendo del concepto de metabolismo urbano político? Al menos, la
toma de conciencia de la falta de atención política a aquellos asuntos que cuestionan el status quo,
puede llevar a preguntarnos por qué no los contemplamos, cómo incluirlos en programas políticos
y qué podríamos hacer para abordarlos.
A pesar del cada vez mayor peso de la adaptación en redes y movimientos sociales, continúa
siendo un tema poco atendido en las agendas de política nacional e internacional (Pelling, 2010: 8;
Paavola y Adger, 2006). Las conclusiones de un estudio reciente sobre adaptación en zonas urba-
nas, que evalúa las estrategias e iniciativas de adaptación en curso en 100 ciudades alrededor del
mundo, ilustran el anterior argumento. Los resultados indican que las acciones de adaptación se
diseñan y ejecutan, sobre todo, desde los espacios institucionales no formales y en el nivel local de
la toma de decisiones, y adquieren una gran diversidad de formas (Castán y Bulkeley, 2013).
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mático en México: elementos para la toma de decisiones (INECC, 2013). Y aunque el documento
señala como “prioritario, dar atención a la población urbana en situación de pobreza” (INECC,
2013: 78), no se establecen lineamientos especíicos para el diseño de planes de adaptación urba-
na, o no se menciona cómo insertar la adaptación urbana en los planes de desarrollo urbano. Más
sorprendente es el hecho de que lo urbano no constituya un eje estratégico especíico (INECC,
2013: 132).
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Frente a esto, resulta imperativo poner especial énfasis en el hecho de que la adaptación al
cambio climático es, también y sobre todo, un proceso social y político que releja inequidades socia-
les y valores no sustentables, y no un asunto meramente técnico y económico (Pelling, 2010: 15).
Desde este punto de vista, las estrategias de adaptación guiadas por criterios de equidad
social y sustentabilidad ambiental (y no tanto de maximización económica), podrían ser mucho
más efectivas a largo plazo, en combinación con el establecimiento de barreras físicas (y verdes)
de infraestructura, que además abran espacios públicos de recreación ciudadana. El predominio
técnico-económico deja en un segundo plano la posibilidad de introducir criterios de restauración
de los ecosistemas como forma de adaptación al cambio climático y de diseño de una ciudad sos-
tenible.
Si bien la canalización de los ríos ofrece cierta protección frente a las inundaciones, es du-
doso que a largo plazo protejan contra futuras inundaciones que, de acuerdo a la modelización de
escenarios ante el cambio climático, se pronostican más intensas y recurrentes. De igual forma,
el impacto que pueden tener algunas de estas obras sobre poblaciones vulnerables establecidas
cauce abajo, se agrava, vía aceleramiento del agua e incremento de la fuerza de su caudal (véanse,
por ejemplo, las canalizaciones hechas en las ciudades de Tapachula, Tuxtla y ahora, en menor
escala, en la de San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, en los remanentes del humedal de altura,
seriamente amenazado por procesos de urbanización, y que resultan de gran valor ecológico, abajo
en la igura 1).
Una restauración basada en recuperar las funciones del ecosistema podría ser no solo mu-
cho más costo-eiciente, también más adecuada para absorber los impactos de los eventos climá-
ticos extremos. Contribuiría también a la ampliación de espacios públicos ecológico-recreativos
(González, 2010: 53), y diicultaría el establecimiento habitacional en zonas de alto riesgo por
inundación y deslave. Todo lo anterior favorece tanto la sustentabilidad ambiental de la ciudad
como la social.
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Fotografía tomada el 5 de marzo del 2014. Cortesía de Paulo Dittel Sarmiento. La imagen muestra ambas márgenes de los ríos cemen-
tadas, así como el vertido de aguas sin tratamiento directamente al río. Los taludes de cemento impiden el crecimiento de la vegetación
y convierten el cauce del río en una tubería muerta. De igual forma, el espacio público queda reducido y el acceso de los habitantes a
las márgenes del río imposibilitado.
Llegar a este punto requiere de aplicar por un lado la normativa existente y por otro, re-elaborar
los procesos de planiicación urbanística bajo los principios de equidad social y ambiental. El pro-
blema de la inequidad tiene raíces estructurales profundas y no se argumenta aquí que vaya a
resolverse a partir de la aplicación de medidas de adaptación. Más bien, se apunta a que el logro
de una adaptación efectiva a largo plazo necesita articularse en torno a principios de sustentabili-
dad ambiental, social y económica, que fomenten la equidad social y ambiental. Hay ya un abanico
amplio de iniciativas nacionales, municipales y transnacionales que establecen procedimientos
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para el desarrollo participativo de ciudades sustentables, junto con sistemas de monitoreo de estos
procesos de sustentabilidad urbana1.
Conclusiones
La pertinencia de usar marcos conceptuales como el de la ecología política urbana, reside en reve-
lar la conexión entre pobreza y vulnerabilidad, entre beneiciados y perjudicados en los procesos
de metabolismo urbano, de las políticas urbanas, y de los planes de adaptación y mitigación al
cambio climático. El marco de la ecología política urbana pone en el centro del análisis la cuestión
de la inequidad como eje principal y guía de preguntas de investigación tales como: ¿quiénes integran
los grupos que deciden cómo se procesa el metabolismo urbano y cuáles son los intereses que los guían?¿Cómo
Por ejemplo, los EIS (Environmental Sustainability Index) elaborados entre otros, por el World Economic Forum, que analizan sis-
temas ambientales, capacidad social e institucional, estrés medioambiental o vulnerabilidad de la población a partir de 68 variables.
1
Otro ejemplo notable, son las Agendas 21 locales, que aglutinan a cinco mil ciudades para impulsar y elaborar estrategias que avancen
ciudades sostenibles bajo los principios de transversalidad, es decir, mediante políticas horizontales, y de la participación ciudadana.
Medio Ambiente y Calidad de Vida, UOC. www.uoc.edu, extraído marzo 2014.
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contribuyen estos intereses a la generación de inequidad social y ambiental? ¿Cuáles son las prin-
cipales manifestaciones de esta inequidad? ¿Qué impactos tiene en el espacio y en el consumo de recursos
y energía? ¿Quiénes salen beneiciados y por qué?, entre otras.
Acselrad, Henri (2008). “Between Market and Justice: The Socio-Ecological Challenge”, en Jacob
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