Ur, Asur y Babilonia
Ur, Asur y Babilonia
Ur, Asur y Babilonia
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Hartmut Schmökel
ePub r1.0
Titivillus 04.03.2022
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Título original: Ur, Assur und Babylon
Hartmut Schmökel, 1955
Traducción: Vicente Román García
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I - SUMER ARCAICO
Uruk, 2900 a. J. C.
Cuando el corto anochecer se extiende sobre el país llano del Eufrates vuelven a
casa los rebaños del templo a los gritos de los pastores morenos y desnudos. Es
primavera y la hierba recién nacida tiene jugo y fuerza. Las ovejas y las cabras están
gordas y los corderos siguen ágiles a sus madres, que marchan pesadamente con las
ubres llenas. Todavía falta tiempo para la esquila; la piel les cuelga a los animales y
las hilanderas de los patios del templo tendrán mucho trabajo este año.
La nube de polvo que levantan los numerosos pies que se arrastran por el suelo
oscurece la entrada cubierta a través de la puerta de la ciudad de Uruk y ondea sobre
los corrales de Eanna, del santuario de Inanna. Los vaqueros, que se ríen de los
pobres pastores, los reciben con insultos. Entre los balidos del ganado pequeño se
mezclan los mugidos de las vacas recién ordeñadas y el resoplar de los animales.
Esperan la cebada que sacarán de los graneros del templo y que les darán, como todas
las tardes. Las cabras y las ovejas han entrado ya en sus rediles junto a las murallas
del santuario; el trabajo de los pastores del templo ha terminado por hoy, y se
apelotonan alrededor del despacho para tomar sus raciones de cerveza y pan.
Las calles de los barrios de Uruk —como gargantas entre las murallas de barro,
interrumpidas aquí y allá sólo por las puertas de las casas o por una pequeña capilla—
están ahora llenas de vida con el fresco del anochecer. Los carpinteros, los orfebres y
herreros, alfareros, canteros y los elegantes cortadores de cilindros-sellos salen de sus
talleres instalados en los portales del templo y se van charlando a su casa. Las
mujeres, con el negro pelo atado arriba y con blusas de lana remangadas, traen agua
del río en sus grandes cántaros, viéndoselas pronto trastear en el hogar o moler aprisa
el último grano para las tortas de la cena. Soldados con yelmo de bronce, el escudo
rectangular colgado y las picas sobre el hombro, vuelven a sus cuarteles. Quizá
efectuaron hoy un servicio de zapa y tuvieron que reparar las defensas del río
arrastradas en la última crecida. Escribas, sacerdotes y funcionarios, con sus vestidos
de rizadas vedijas pasean orgullosos, y los muchachos dejaron al fin los duros bancos
de barro de la escuela del templo. Saltan sacudiendo sus pizarras de arcilla por las
plazas y serpentean ahora ágiles entre los cargados asnos de una caravana que, bajo
los golpes de sus arrieros, llevan pacientemente cestos, sacos y tubos desde las anchas
barcazas del muelle del Eufrates hasta el almacén. Ahora suenan órdenes y voces que
detienen a los viandantes y los hacen echarse a un lado: a lo largo del paso abierto por
una muchedumbre que se inclina, respetuosa, avanza el príncipe-sacerdote con manto
de pieles y diadema real, de vuelta de una visita al canal de riegos recién construido,
dirigiéndose hacia la puerta de Eanna para entrar en su casa situada dentro del recinto
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sagrado. Chirriando en sus piedras angulares se cierran las puertas de los almacenes y
despachos y suspirando de alivio colocan los administradores y listeros sus tablas
llenas de cifras en los estantes. El trabajo ha terminado por hoy, incluso para los
esclavos del jardín, que colocan ahora las mamparas ante las acequias de los
palmerales y huertos y cierran los accesos a las plantaciones en las cercas de adobe.
El viento que llegó con la caída de la oscuridad mezcla el perfume de las hierbas
en flor de la estepa con el olor del ganado, los fuegos de leña y el río que está por
cima de la pequeña ciudad sumeria. Lleva también el aroma áspero de la mirra y el
incienso a los patios y callejas que rodean el recinto del templo. Como de costumbre,
los ciudadanos cansados por el trabajo alzan sus ojos a la terraza que se eleva por
encima de todos los tejados y murallas y en la que se hallan dos santuarios. Son el
orgullo de la ciudad y propagan por el país la gloria de sus arquitectos. Construido
totalmente con la rara y preciosa caliza, en vez de con adobes, se alza allí el mayor
santuario que construyó el hombre hasta ahora: sus dimensiones son de 30 por 80
metros; dentro hay un patio en forma de T, 62 metros de largo por 12 de ancho, a
cuyo alrededor se hallan distribuidas simétricamente y con los accesos en eje, 11
cámaras. La Cella, el sanctasantorum, se encuentra en la habitación central de la
cabecera y se entra a ella por el patio. El santuario está abierto a los fieles por
numerosas entradas. La divinidad invita a sus adoradores a su casa.
El templo de piedra caliza, con la preciosa arquitectura de sus murallas provistas
de hornacinas, está orientado de SO. a NE. Lo completa un segundo santuario, bonito
y erigido sobre la terraza norte-sur en innumerables jornadas, de 14 por 18 metros,
cuya belleza se basa en los mosaicos en colores de su patio —clavos de arcilla con
cabezas de colores empotrados en las paredes de adobes formando modelos en
zigzag, triángulos y rombos— y también en el pórtico que le precede, de 15 por 17
metros. Este pórtico está constituido por 4 pilares semirredondos en cada una de las
paredes transversales y 8 pilares redondos en blanco y negro. Tenemos, pues, dos
templos íntimamente unidos y en los que viven dos divinidades estrechamente
relacionadas: Inanna, la Señora de Uruk, y su amante Dumuzi, divinizado por su
elección. Para ellos son los fuegos sagrados, que lanzan su resplandor hacia las
poderosas murallas produciendo un efecto ondulante debido a la colocación de las
hornacinas. También se oye la canción de los dioses al anochecer, perteneciente a los
últimos sonidos del día, como el último balido de los rebaños sagrados, como el
rumor del Eufrates… La cantan los sacerdotes y las vestales, resonando en las
paredes como si llevara a los fieles promesa de protección divina contra los malos
espíritus para toda la noche.
Esta ciudad de Unuk-Uruk es todavía joven, y los ancianos recuerdan aún los
relatos de sus padres, según los cuales el pueblo sumerio se ubicó antiguamente en la
laguna de Eridu, en el borde occidental del Golfo Pérsico, tras una larga emigración
desde el Oriente. Hace ya varios siglos que se alza aquí un templo varias veces
reconstruido por los escasos habitantes del país. El lugar fue la primera colonia de los
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inmigrantes y en el recinto sagrado le debieron aportar sus ofrendas al dios bueno y
sabio Enki, el «señor de las profundidades del agua», que les había regalado las artes
de la civilización y los había encaminado. En Enki tenemos el dios más antiguo de
Sumer, y si confirmamos que su culto se practicaba también en la isla Tilmun (la
actual Bahrain), situada en el Golfo Pérsico a unos 700 kilómetros al sureste de
Eridu, y que según los viejos mitos sumerios protegía el país de Meluchcha —la costa
sur del golfo—, tenemos con ello una prueba seria del camino seguido por los
inmigrantes, venidos quizá de la India por tierra y por mar.
Desde Eridu, que jamás alcanzó importancia política alguna, aunque conservó su
santidad durante milenios, se colonizó Uruk. Y el mito nos cuenta cómo Inanna le
quitó a su padre Enki, cautivado por sus encantos, durante un banquete en que se
bebió mucho, las «fuerzas divinas»— todas las invenciones celestes, composiciones y
artes en las que se basa la civilización. El embriagado Enki se las regaló:
«Con todo mi poder, con todas mis fuerzas quiero regalarle a Inanna, mi hija
pura, el dominio, la divinidad, la tiara… ¡quiero regalarle el trono real!». Inanna, la
pura, lo tomó todo. «Con todo mi poder, con todas mis fuerzas quiero regalarle a
Inanna, mi hija pura, el alto cetro…, el sublime templo, ¡quiero regalarle los rebaños
y el reino!». Inanna, la pura, lo tomó todo…
La diosa sabe guardar también su tesoro después que Enki volvió en sí y
llevárselo a su nuevo santuario de Uruk. Pero no por eso olvidaron en Uruk a Enki y
a Eridu[1]. La primera epopeya, recientemente conocida, de «Enmerkar y el señor de
Aratta», nos relata que el rey Enmerkar de Uruk, que aparece también como el
inventor de la escritura, construyó con todas las fuerzas del país a Enki, en Eridu, su
templo de Eapzû, «casa de la profundidad del agua». Pero Uruk se convirtió en la
capital del joven Estado de Sumer, donde se adoraba al lejano y sublime dios celestial
An y —con mucha más alegría y devoción— se veneraba en Eanna, la «casa del
cielo», a Inanna, la Gran Madre, diosa del amor y dadora de la fecundidad.
Ahora, como había llegado la primavera, la ávida y amorosa diosa no está ya sola
en su recinto sagrado. El pastor Dumuzi —quizá uno de los reyes más antiguos de
Uruk— ha sido sacado por la tenebrosa reina del infierno, Ereshkigal, de su reino de
las tinieblas, Kurnugea, el «país sin retorno», para volver al mundo de la luz y a los
brazos de Inanna con los primeros brotes y flores. Se lo devolvía a pesar de su
ignominiosa traición. Antiguamente la misma Inanna bajó a Kurnugea, pero su
tenebrosa y enemiga hermana Ereshkigal la retuvo triunfante y la castigó con crueles
azotes. Para salvarse y conservar en el mundo el amor, la fecundidad y el crecimiento
—todo esto había desaparecido durante su viaje a los infiernos— había entregado a
cambio a su amante. Siete demonios arrancaron al horrorizado amante de su trono de
Uruk-Kullaba y en la época que comienza la sequía del verano lo bajaron al reino de
la muerte. Inanna fue liberada, pero pronto empezó a consumirla la nostalgia del
amado, el «señor de los rebaños» y heroico luchador contra los demoníacos animales
de rapiña que diezmaban los rebaños. Y sucedió que al fin se le permitió resucitar de
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los infiernos por medio año, durante la primavera y principios del verano. Su vuelta
era celebrada con las grandes fiestas de Año Nuevo, en las que Inanna y Dumuzi —al
que los babilonios llamarían después Tannuz y los griegos Adonis— festejaban la
«boda sagrada» en una capilla del templo, apartada y muy adornada, para garantizar
así todos los años el crecimiento y la prosperidad de los campos y huertos, el amor y
la fecundidad de los rebaños y de los hombres, y el firme y feliz orden del mundo.
Todo el pueblo tomaba parte en el acontecimiento secreto y bienhechor. El príncipe-
sacerdote tratado con el título de «Ensi» y la sacerdotisa superior del templo de
Inanna, representaban públicamente en el estrado de la Cella del templo este apogeo
del transcurso religioso del año en forma de un festín sagrado—, rito que pronto
pasaría a todas las parejas de dioses en Sumer y que viene siempre representado
como «symposion» en los relieves e imágenes de los cilindros[2]. No sólo convencía a
los creyentes de la realidad del suceso sobrenatural, sino que pronto les dio también
una dignidad divina a los dos protagonistas de los papeles principales del auto
sacramental. Volveremos a encontrar este círculo de creencias en la época de la
primera dinastía de Ur.
La fe y la vida eran todavía una misma cosa en este período arcaico de la historia
babilónica; la edificación de los estados-ciudades sumerios nos testimonia estos
hechos. Pronto se desarrollaron junto con Eridu y Uruk otras comunidades
independientes y llenas de vida en Ur, Lagash, Umma, Nippur, Adab, etc. Era dogma
indiscutible que toda la tierra pertenecía a los dioses a quienes rezaba el pueblo
sumerio. El señor invisible de la ciudad y de sus tierras, cuyo santuario empezó
pronto a alzarse por encima de los tejados de las casas de los ciudadanos, estaba
representado en la tierra por el príncipe-sacerdote, que era al mismo tiempo caudillo
de las fuerzas militares. Así, pues, el templo no sólo era el lugar del culto, sino
también la sede del gobierno y de los tribunales. Pronto se convirtió también en el
centro económico de la creciente colonia. Aquí se almacenaban las cosechas de grano
y aceite, dátiles y hortalizas; aquí se concentraban los rebaños, se distribuía la carne
de los animales sacrificados, se aprovechaban las pieles y pellejos; en los talleres del
templo trabajaban los artesanos, en los patios se reunían los comerciantes y tratantes,
en otros aposentos planeaban los arquitectos sus edificios, y los constructores de los
canales y los entendidos en riegos diseñaban su sistema para regar el país con las
aguas del Eufrates, sus brazos y sus afluentes, sistema realizable únicamente a base
de un trabajo común. Todos eran servidores y fieles de su dios que, en los despachos
del templo, les daba regularmente a cambio de su aplicación los alimentos y vestidos
necesarios para vivir, les hacía justicia, los protegía contra los enemigos humanos y
demoníacos, aceptaba complacido sus ofrendas y los invitaba a sus fiestas para que
participaran tanto en las alegrías de la vida como en los acontecimientos divinos. A
esta forma de vida político-económica se le ha dado el nombre de «socialismo estatal
religioso». Parece haber imperado hasta mediados del tercer milenio como estructura
social y estatal del antiguo Sumer.
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Sin la ayuda de los caracteres escritos no podemos imaginarnos el gran
rendimiento de una economía estatal tan organizada y cuya base era tanto la
explotación de todas las fuerzas como el abastecimiento adecuado de todos los
habitantes. Asistimos así al nacimiento de la escritura más antigua brotada de los
primitivos puntos, rayas y marcas de las liquidaciones y listas. El barro de las
crecidas, abundante, amasado con facilidad y endurecido con rapidez, ofrecía junto
con el buril de caña un material cómodo. Las dotes pictóricas o aritméticas
predestinaban a tal o cual hombre al oficio de escribano. Los caracteres aumentaron
pronto a un número aproximado de 2.000. Pero con la misma rapidez se impuso una
simplificación que los redujo en dos tercios. Esta simplificación se llevó a efecto al
expresar con la misma imagen conceptos emparentados, como por ejemplo «arado» y
«labriego», o también colocando pronto junto a la imagen su sonido, independiente
del primitivo sentido, obteniéndose así una cómoda escritura silábica. A ella se unió
la numeración, que empleaba tanto el sistema decimal como el sexagesimal y podía
expresar valores elevados al igual que pequeños números quebrados.
Los excavadores alemanes que desde 1913 investigaron los cúmulos de ruinas de
Uruk (la actual Warka), descubrieron innumerables tablillas de 4 por 11 centímetros
de lado cubiertas de cifras y escritura arcaica. Representan exclusivamente
comprobantes de la economía del templo y las más antiguas proceden del nivel Uruk
IVa (3.000/2.900)[3]. Se trata de la escritura más antigua de la humanidad, pues desde
aquí llegó a Egipto la idea de la escritura, para tomar allí su evolución propia. El arte
de escribir nació, no para gloria de los reyes, ni para alabanza de los dioses, sino de
las necesidades económicas cotidianas de un pueblo laborioso e inteligente que
luchaba en el nuevo país por su existencia. La invención de la escritura, imposible de
apreciar en sus efectos, fundamental para el desarrollo de la cultura espiritual de
Occidente, es quizá la mayor hazaña de los sumerios.
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II - LA ÉPOCA DJEMDET-NASR
Uruk, 2800 a. J. C.
Desde hace unos 300 años se hallan asentados en el país los súmenos, pueblo de
estatura mediana, cráneo braquicéfalo, nariz recta y saliente, boca pequeña, labios
finos y mandíbula inferior corta. La región a la que le dieron su nombre abarca la
mitad occidental del actual Iraq Arabi y con sus 20.000 km2 corresponde
aproximadamente a la extensión de Westfalia. Durante estos primeros siglos del
tercer milenio ha cambiado mucho su fisonomía. Predominan las comarcas
esteparias, cuyo carácter se asemeja mucho al desierto en la época de sequía; mas se
han reducido los grandes pantanos, se aseguraron parcialmente las orillas de los ríos y
de innumerables corrientes, y grandes franjas de las proximidades se han convertido
en tierras de labor. El trabajo duro, enérgicamente reunido y conscientemente
aplicado del pueblo radicado ahora entre las corrientes, ha creado un sistema de
riegos que contiene con elevados diques las crecidas de primavera y otoño
ocasionadas por las lluvias y el deshielo en Armenia. Mediante canales, elevadores,
acequias y regueras, se lleva el agua de las corrientes al suelo de las estepas, rara vez
humedecido con las lluvias, haciendo de él exuberantes jardines y palmerales
datileros, fértiles campos de cereales y jugosos prados que jamás se secan por
completo. Aquí está el origen de aquella obra de la que se vanaglorian a través de los
milenios los reyes, gobernadores y demás potentados de Mesopotamia. Una obra que
garantiza la alimentación de una población de millones y que se ha vuelto a
emprender en el Iraq actual con medios modernos y muy costosos. Este sistema de
riegos fue destruido en primer lugar por el despótico gobierno romano, la indolencia
parta y las matanzas del mogol Gengis Kan. Las once doceavas partes de esta región
tan rica en otros tiempos se transformaron en desierto[4].
Por entonces, en la época sumeria antigua, empieza a florecer el país. Sus cereales
—trigo, cebada y otras especies inferiores— su aceite y su ganado —bueyes, ovejas,
cabras, asnos, cerdos y aves—, no sólo bastan para el abastecimiento de la población
creciente, sino que se exportan también al Norte, Este y Oeste. El producto permite la
importación de la tan necesitada madera de construcción, de la roca, de los metales
preciosos y de otras necesidades de la economía y la civilización cuya elaboración,
efectuada por una industria rápidamente desarrollada, vuelve a ofrecer nuevas
mercancías para la exportación. Los admirables vasos de piedras procedentes del
nivel Uruk III deben haber sido junto con los cilindros uno de los artículos más
codiciados[5].
Sobre esta base se desarrolla un comercio que abarca una esfera de ventas cada
vez más amplia y cuyas huellas podemos seguir con asombro hasta el Elam (Persia
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suroccidental), a veces hasta la India, y por otro lado hasta el golfo de Isos y en
particular en Egipto, sobre todo en la llamada cultura Negade II. El descubrimiento
del famoso mango de marfil de Djebel-el-Arak[6] con sus relieves claramente
pertenecientes a la época sumeria de Djemdet-Nasr marcó la etapa hacia el
conocimiento de que la influencia cultural y económica de Sumer alcanzó gran
amplitud. En el cúmulo de Tell Brak, 120 kilómetros al Noroeste de Messul se
descubrió en el llamado templo Eye un santuario construido totalmente en el estilo
sumerio. La epopeya ya citada de «Enmerkar y el señor de Aratta» nos habla de
grandes entregas de cereales en la región al Norte del Tigris, y no se tardará mucho
hasta que por medio del intercambio comercial lleguen a Mesopotamia el marfil indio
e incluso cilindros-sellos procedentes del ámbito de la todavía enigmática cultura del
Indo, de Amri, Mohendyo-Daro y Harappa (milenios IV/III). La laboriosidad de sus
habitantes produjo en este país un fruto realmente inmenso. Del paciente trote de los
asnos alrededor de la noria, del sudor de los trabajadores en las acequias, en los
canales recién excavados en los terraplenes y en los encauzamientos de los ríos
arrastrados con demasiada frecuencia por las crecidas; del esfuerzo para procurar
agua a los campos sedientos; de la lucha perenne contra las malas yerbas, la arena
arrastrada por el viento, y los animales de rapiña que diezmaban los rebaños, empezó
a afluir una corriente casi inagotable de felicidad a las ciudades de Sumer.
Aunque a grandes rasgos la cultura urbana de este período sigue siendo una
continuación de la época Uruk, algunas observaciones nos aconsejan hacer un corte
en la historia antigua de Sumer. De esta época, 2800/2700, se exhumó en toda Asia
Anterior una cerámica hermosa, pintada vivamente en negro y rojo, denominada
Djemdet-Nasr, según su primer yacimiento situado a unos 40 kilómetros al Noroeste
de Babilonia y que dio nombre a toda la época. En vez del adobe normal o
desmesurado se emplea ahora casi exclusivamente un pequeño ladrillo estrecho, el
llamado «remito». Junto con el cilindro vuelven a aparecer en gran número los sellos
arcaicos, y disminuyen las dimensiones de los templos. Quizá se hayan hecho
efectivas aquí influencias orientales, elamitas, que más que transformar el cuadro
general de la antigua cultura sumeria, fueron elaboradas por ella de un modo fecundo.
Entre los estados-ciudades de Sumer, Uruk tuvo en todo tiempo la primacía. Su
fundación y expansión no sucedió siempre de forma pacífica; antiguas efigies de
cilindros representan escenas de combates que demuestran la existencia de luchas
entre los inmigrantes y los indígenas, así como entre los mismos estados-ciudades
sumerios[7]. La riqueza de Uruk se refleja en los templos, que conocemos muy bien
por las excavaciones. Hacia finales de la época Uruk, 2850 a. J. C. aproximadamente,
podemos confirmar una planificación totalmente nueva del santuario de Eanna. Se
derribaron entonces los viejos edificios del culto, empleando la preciosa caliza del
templo grande para la construcción de una escalinata, y sobre la nueva terraza se
erigió el «templo C», de 22 por 56 m, conservado casi por completo en su planta, y
luego, en posición transversal a él, el gigantesco «templo D»[8], de más de 50 por 80
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m., cuya cella mide 7 por 12 m. La planta de este templo, el mayor de Sumer,
corresponde a la del santuario de caliza, pero lo rebasa en número de habitaciones y
por las proporciones diferenciadas. El arquitecto sumerio consiguió resolver también
la pesadez de estas paredes, probablemente sin ventanas y con un espesor de 2,5 a 5
m, aumentando el empleo de la técnica de la hornacina y transformándola en «sonora
ligereza», como la llamó el mismo excavador. Las terrazas sobre las que yacen los
santuarios van subiendo más y más, y el desarrollo conduce consecuentemente a la
construcción de ziggurats, esa manifestación de torre por fases en forma de pirámide
que volvemos a encontrar en Egipto, Polinesia y México.
Un paso importante en este sentido lo constituye el santuario de An, de la época
Djemdet-Nasr y exhumado también en Uruk, accesible por una larga escalinata y que
recibió el nombre de «Templo Blanco[9]» por el jalbegue parcialmente conservado de
sus paredes y cuyas murallas eran todavía más altas que un hombre cuando se
desenterraron. Con sus medidas de 17 por 22 m, la arquitectura clásica de hornacinas
y varios aposentos dispuestos alrededor de una habitación central, puede considerarse
como templo típico de la época. Construcciones semejantes se encontraron en el
Diyala, una nueva esfera de colonización de Sumer descubierta al norte del Tigris
inferior, donde los montículos de ruinas de Chafadji, Tell Asmar, Ishtshali o Tell
Agrab harán que pronto se hable de ellos.
Durante los siglos xxix y xxviii habían de producir los sumerios sus mayores
aportaciones artísticas en los ámbitos del grabado. Tenemos en primer lugar el fino
arte de la glíptica, la elaboración de sellos y cilindros, que sólo había de florecer en la
antigua Asia Anterior[10]. En el período de Uruk son todavía raros, pero ahora
aparecen estas preciosas piezas cada vez con más frecuencia, con modelos,
emblemas, figuras míticas y también efigies totalmente realistas[11], tan bien grabados
que su impronta en una arcilla blanda nos ofrece una imagen excelente parecida a un
relieve. Los cilindros-sellos del antiguo Sumer son todavía gruesos y frecuentemente
de una altura de 7-8 cm, alcanzando su impronta una superficie rectangular de hasta
16 cm de longitud. En ella supo grabar el artista esas maravillosas escenas que
podemos contemplar hoy llenos de asombro. El tesoro en motivos de la glíptica es
inmensamente rico en estos siglos y comprende tanto la escena realista de caza como
los actos del culto, donación de ofrendas, procesiones, procesos míticos,
representaciones simbólicas y muchos más. Encontramos al rey en el combate,
triunfando sobre sus enemigos; vemos a Dumuzi alimentando a los animales sagrados
de los rebaños; hallamos los bueyes recién bendecidos y los rebaños sagrados de
ovejas. Somos testigos de las luchas que han de efectuar los pastores contra los fieros
leones para proteger sus animales; vemos una procesión en un barco por el río y hasta
podemos acompañar a los grandes cazadores sumerios en una cacería por las
montañas del Norte. Ante la contemplación de esta última efigie de sello[12], ya
famosa, el lector debe detenerse un instante y escuchar la historia que nos cuenta…
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La noche no había traído ninguna brisa fresca. El calor yacía como una pesada
cubierta sobre la árida estepa. Las hierbas ralas del suelo crujían de puro secas, la
maleza extendía sus brazos hacia el Eufrates. Desde la crecida de la primavera había
descendido mucho el nivel de las aguas, aunque no obstante el río seguía ofreciendo
refugio a toda clase de aves acuáticas. Un chacal ladraba en los alrededores a la hoz
pálida de la luna, que descansaba en el mar oscuro del cielo como una barca. La
mañana no estaba ya lejos.
El gran perro de caza, de poderosas garras, estiraba las orejas y gruñía. Entonces
se despertaban los cazadores que habían dormido a la orilla del río y se disponían
para el viaje. Volvían de una larga expedición a las montañas de más allá del Tigris,
en las que habían cazado ante todo cabras monteses. Habían bajado en una balsa por
la vía arcaica del Shatt-el-Hai, que unía las dos corrientes como primitivo canal
natural, y se dirigían ahora por el Eufrates hacia su ciudad. Otro día, o día y medio
aún, siguiendo la orilla, y llegarían a Uruk; y con la claridad de la mañana se vería
pronto la silueta del templo.
De pronto salió el sol. Utu, el dios solar de Sumer, ascendía de los infiernos como
entre dos montañas. ¿No estaban allí los dos haces de rayos que salían de sus
hombros? Los viajeros se detenían en muda actitud de adoración. Parecía que el dios
brillante había escuchado sus oraciones. Al dirigirse hacia el Oeste les vino una
claridad de un punto más allá de la estepa —la luz del sol había alcanzado las altas
murallas del Templo Blanco, y con su reflejo los dioses de su ciudad natal saludaban
desde lejos a los hijos que volvían. La gratitud y la dicha llenaban su corazón, se
inclinaban humildes ante Inanna, la Señora de la ciudad, que ahora añoraba sola a su
amante Dumuzi, vuelto al reino de Kurnugea. A ella serían ofrendados los preciosos
trofeos de los cuernos largos y retorcidos que llevaban en sus zurrones. Y si el
sacerdote estaba satisfecho con su botín de pieles, astas y cuernos de gamo, botín que
les había costado mucho trabajo traer, quizá recibiera un grabador de sellos el
encargo de hacerles un cilindro-sello bienhechor con la efigie de su gran hazaña
cinegética…
Los cazadores marchaban incansables, y poco a poco se iba alzando en la estepa
la grande y poderosa Uruk con sus murallas marrón claro, sus torres, puertas y
templos coronando los mejores edificios. Habían llegado a la meta y daban gracias a
los dioses que les habían protegido visiblemente en su aventurera excursión. Su deseo
también se había cumplido. Entusiasmado con su narración, un artista del taller del
templo creó aquel sello admirable por su sencillez y que llevaba siempre el jefe de la
expedición de cazadores atado al cuello con una cuerda. Presentaba las débiles curvas
de su coto de caza en el río, las cimas que seguían como una cadena el valle fluvial,
la ascensión de los cazadores y de su perro. Tampoco se olvidó el árbol característico
en las alturas —visible a la derecha del grabado— y se fijó por último el instante en
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que, tras la muerte de la hembra (tendida a la derecha del arquero) y haber cogido el
chivato (por encima del arco a la derecha), el arquero tensa el arma para lanzar su
último disparo sobre el macho, que intenta escapar por una colina pelada y vuelve su
poderosa cabeza hacia los perseguidores; pero una flecha en el nacimiento del cuello,
lo retiene. El acontecimiento se fijó para siempre en el pequeño y mágico cilindro,
que representa hoy la escena de caza más antigua que conocemos después de las
pinturas rupestres de la prehistoria.
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todos sus esfuerzos son inútiles sin la bendición divina y por eso llevan agradecidos a
la divinidad sus ofrendas de frutas, leche, queso, pescado, pájaros y la carne de los
mejores corderos. Así van subiendo al recinto sagrado del templo, en donde entramos
en la banda superior de relieves. El símbolo triple del llamado haz de juncos nos dice
que se trata de Inanna[17], la figura más significativa del panteón sumerio. Y ahí está
la misma diosa en persona, con larga túnica, y cabello suelto, levantando clemente
una mano, bajo su bandera santa, y que recibe amistosa las ofrendas que le son
llevadas por los mejores de sus adoradores. Ante ella aparece un sacerdote desnudo
—la costumbre más antigua del culto prescribe la desnudez a los servidores de los
dioses— y le presenta una vasija cónica llena de frutos. Aunque el relieve roto apenas
lo revela[18], le sigue probablemente el rey-sacerdote en su túnica de solemnidades,
cuya ancha cola es sostenida por un funcionario de la corte. Tras la diosa se hallan
algunos requisitos del templo: el altar colocado en un pedestal con forma de carnero;
detrás, las figuras de dos adoradores vestidos, ofrendas y vasijas llenas de regalos —
dos de ellas parecidas a nuestro vaso—, figuras de animales provistas de pitorro,
utilizadas para la ofrenda del aceite bendito, y otras cosas. Es indudable que los
medios expresivos del artista de esta tercera esfera superior y más sagrada son al
menos suficientes. No obstante, el lenguaje gráfico es claro e impresionante, y la
seriedad consciente —reflejada además con una excelente acentuación de los
músculos— de los oferentes de la segunda banda de relieves, es emocionante. Sobre
toda la obra puede colocarse el lema «Santificación», y considerar como un símbolo
de gratitud a la diosa por la paz, el bienestar y la prosperidad, este gran vaso de
alabastro del templo de Inanna.
Pero hay una segunda obra del arte de Uruk en la época Djemdet-Nasr que nos
atrae, si cabe, con más fuerza, porque nos transmite un primer contacto directo con la
humanidad de aquellos tiempos de hace casi 5.000 años. Se trata de la escultura
humana más antigua: la famosa cabeza de mármol de la «Dama de Warka[19]», la
reproducción en tamaño natural del rostro de una mujer, que con su secreta
espiritualidad no tiene igual hasta ahora en la antigua Asia Anterior. En esta escultura
de efectos modernos halló su poderosa expresión el primer gran florecimiento de la
cultura humana —la época clásica de Sumer—.
Aunque una máscara simultánea procedente de Tell Brak, cerca de Mossul, ofrece
una representación de la divinidad grotesca y miedosa, en esta efigie, que no sabemos
si reproduce una diosa o una sacerdotisa, se manifiesta tanto la secreta belleza
femenina como el recogimiento de la divinidad y la sabiduría sobrenatural,
inasequible al hombre. De ello dan pruebas la boca abnegada, la pureza de la frente y
los grandes ojos divinos de la escultura— incrustados antiguamente igual que las
cejas.
Puede ser que los nobles rasgos de la obra de arte procedan de una sacerdotisa
suprema de Inanna, de sangre real, que en la «boda sagrada» representó a la misma
divinidad y se unió al rey-sacerdote que hacía de Dumuzi. Su creador supo unir en
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ella lo eterno y lo terrenal y sublimarlo en una manifestación abstracta. Todavía no
sabemos para qué sirvió esta mascarilla en el templo. ¿Formaba parte de una estatua
del santuario compuesta de material diverso? Los agujeros de la cara interior parecen
indicarnos que se podía fijar en ella una peluca. Mas estas cuestiones parecen muy
superficiales ante la fuerza expresiva que posee este hermoso rostro, cargado de una
seriedad pesada y abnegada. Suponemos que por él habla toda la tensión interior de
aquella época, así como de su fe, encerrada en el misterio que rodeaba a Inanna y a
Dumuzi, girando alrededor del problema central del eterno «morir y resucitar».
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III - KISH Y LAS CIUDADES DEL DIYALA
Kish, 2600 a. J. C.
La fama de Sumer se había extendido con sus caravanas comerciales por los
cuatro puntos cardinales; la leyenda de su riqueza iba de boca en boca. El espejismo
del caluroso desierto les presentaba a los beduinos ciudades de altas torres,
palmerales exuberantes que hacían ondear los vientos frescos del atardecer y lagos
brillantes llenos del agua codiciada. Se sabía que también allí, en las tierras fértiles,
apenas llovía en el invierno, pero la fama hablaba de la tupida red de canales y
acequias que daban vida y prosperidad al país durante todo el año. En el cañaveral de
los pantanos se podían cazar numerosas aves acuáticas, la pesca se podía practicar en
los ríos y canales, y los campos, las plantaciones y los huertos colmaban a sus
laboriosos cultivadores con un rendimiento exuberante. Y si las noches de invierno
eran a veces heladas, si los meses de estío yacían bajo un calor opresor y sofocantes
tempestades de arena roja, el otoño y la primavera reparaban estos daños con sus
brotes y flores.
Por tanto, no puede extrañar que los vecinos pobres, aunque más combativos,
cedieran a la continua tentación y entrasen en el vergel apenas defendido al principio,
como nuevos miembros de una larga serie de conquistadores que en el curso de
milenios se impondrían como meta de sus correrías la fértil Mesopotamia. Son
semitas —los primeros empellones de aquellos acadios que unos siglos después
fundarían un gran imperio bajo Sargón— y proceden evidentemente de las regiones
fronterizas sirio-arábigas del Eufrates medio, donde fundaron su primera colonia en
Mari, el actual Tell Hariri. Marchando por el Eufrates abajo se acercan a las fronteras
de Sumer y se establecen en el país posterior de Accad, donde construyen la base de
Kishi-Kish, el actual Tell Oheimir, a unos 20 km al NE de Babilonia. En poco tiempo
—con las armas o pacíficamente— parecen haber penetrado en todo Sumer, cuya
base cultural permanece inalterada en lo esencial, aunque le imprimen ciertos rasgos
determinados, muy claros y arqueológicamente demostrados, de su propio ser.
Entre la época Djemdet-Nasr y el período siguiente, se nota efectivamente una
ruptura notable, y el desarrollo cultural del Sumer antiguo sufre cierta paralización.
Con los invasores viene también una cerámica más tosca, una forma nueva de ladrillo
que sólo puede calificarse de regresiva. En vez de construir con los ladrillos normales
y de gran formato del período Uruk o el «remito» de la época Djemdet-Nasr, se
edifica ahora con el ladrillo plano-convexo, un ladrillo rectangular cuya superficie
mayor está abombada y que parece un pastel bien esponjado. Esta forma de ladrillo
poco manejable aporta una nota extraña en la arquitectura, que sólo se explica por
una tradición constructora, voluntariamente conservada, de los invasores. Se ha
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opinado que representa ofrendas de panes —y hasta se puede comprobar todavía el
«ombligo», la impresión del pulgar en el centro— y que se querían construir a los
dioses sus templos y paredes con panes benditos.
Pero no sólo el material, sino también la forma de construcción del mismo
santuario está sometida ahora a otras leyes. Como nos muestran particularmente las
excavaciones americanas efectuadas en los tells de la región del Diyala (al norte del
Tigris inferior), los cimientos de los edificios religiosos están ahora metidos en la
tierra y tapados con una capa de arena pura, que representaría probablemente con
particular acentuación «el suelo bendito». Y los mismos santuarios no tienen ya la
forma del alto templo abierto, accesible por varias puertas, con sus numerosas
cámaras alrededor de un patio rectangular o en forma de T, sino que se presentan
ahora como los llamados templos-hogar, únicamente accesibles por una sola puerta
situada lejos del altar, al final de uno de los laterales de la habitación rectangular del
culto. Una influencia extranjera se manifiesta también en el arte de los cilindros y
relieves. En lugar del estilo vivo y realista aparece la tendencia hacia la
representación esquemática y abstracta que se muestra con mayor claridad que en
ningún otro en el tipo de cilindro de la llamada «banda de figuras[20]».
Pero no es sólo la expresión externa de la vida sumeria la que parece haber
cambiado transitoriamente; también la estructura social de las ciudades sumerias es
sacudida por nuevas ideas. La unidad del Estado y Templo dada en el «socialismo
religioso de Estado», de trono y altar, se separa en una coexistencia de palacio y
santuario, rodeándose ambos con murallas propias[21] y entrando en competencia
económica y política el uno con el otro. Un espíritu guerrero parece suplir el antiguo
pacifismo de Sumer. Los estados-ciudades, con su población incrementada por los
inmigrantes, empiezan a disputarse el país, se vislumbran nuevas sedes reales, como
Chamazi, Adab o Akschak, cuyas dinastías nos relatará, hacia fines del milenio, la
«lista real de Sumer». El poder se desplaza claramente hacia el Norte bajo la
influencia de los primeros acadios, en donde la citada obra histórica de la época
moderna de Sumer sitúa también la «primera dinastía después del diluvio», con
veinte soberanos. Se localiza en la ya citada Kish, a 160 km de Uruk, donde se
adoraba al dios guerrero Zababa, y se inicia con Etana, que se convirtió más tarde en
mito y subió a los cielos. «Él unió todos los países», se dice allí, y quizá se esconda
en ello un recuerdo histórico verdadero. Pues por los informes de un siglo más tarde
de los príncipes Eannadú y Entemena de Lagash —los documentos históricos más
antiguos que tenemos, en el verdadero sentido de la palabra—, sabemos que el rey
Mesilim de Kish arregló una vez una disputa entre Lagash y su vecina ciudad de
Umma y erigió como testimonio permanente de esta decisión una estela
conmemorativa en las nuevas fronteras fijadas por él en su calidad de primer rey
supremo del país sumerio. La lista de reyes sumerios, no siempre fidedigna, no lo
nombra, pero él mismo nos legó el puño de una maza ornada con relieves y varias
inscripciones —la escritura había hecho grandes progresos entre tanto—, en las que
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podemos percibir por primera vez la palabra de un príncipe sumerio. Se trata de
textos cortos de consagración de poco valor histórico para nosotros. Poco más o
menos dicen así:
«Mesilim, rey de Kish, edificador del templo de Ningirsu, se lo consagró a
Ningirsu. Lugal-shag-engur (era entonces). Ensi de Adab».
Lo mismo que la supremacía política pasa a Kish, en las fronteras con Sumer, la
ciudad de Nippur, a 50 km al sureste de Kish (la actual Niffer, a 150 km al sureste de
Bagdad), pasa a ocupar el primer plano con autoridad creciente como centro
religioso. Aquí se alzaba el templo de Ekur, «casa de la montaña», y en él se adoraba
al originario dios del viento Enlil, que —como An— subió hasta convertirse en
«Señor de los países» y en «Rey de los dioses», y que con An y Enki forma la
trinidad sumeria más antigua. Señor de los destinos, soberano implacable, aunque
dador también de la vida y de la fertilidad, se convirtió por una evolución no
explicada todavía —Nippur no desempeñó jamás ningún papel político—
seguramente gracias a la inteligencia y energía de sus sacerdotes, en dios del imperio,
cuya sentencia daba después al potentado correspondiente el dominio de todo el país.
Lo volveremos a encontrar al tomar en consideración el panteón de Sumer.
Mesilim, evidentemente el príncipe más poderoso de su época, nos legó en su
calidad de «soberano secular» el ejemplo más antiguo de un palacio, en su residencia.
Se trata del llamado «palacio A» de Kish, que pronto halla su correspondencia en dos
edificios muy parecidos de Eridu[22], uno de los cuales mide 65 por 45 metros y
parece con ello formar parte de un tipo normal de los primeros tiempos de Accad.
Una muralla con pilares sobresalientes y puertas con torres, rodea esta construcción
dinástica formando un rectángulo. A través de la puerta se llega a una ancha
habitación transversal. El palacio mismo, un cuadrado fácil de defender, domina el
patio interior. Contiene pórticos, salas del trono, de recepción y de justicia, y también
habitaciones para vivir y para la administración. El techo del palacio A se apoya en
columnas de 1,50 m de gruesas y mide unos 22 por 8 m. De las necesidades
defensivas de un tiempo inseguro procede también la construcción de murallas
urbanas, cuyas huellas encontramos en todas partes por el país, pero cuyo testimonio
clásico nos lo ofrece la obra enorme de la corona mural de Uruk[23]. Durante el año
1849 había dado ya con sus restos el geólogo inglés W. K. Loftus. Mas hasta 80 años
más tarde no se lo tomaron en serio los excavadores alemanes y dedicaron todo su
celo a la investigación. Tuvieron suerte para poder identificar casi por completo el
curso de la muralla gracias a la humedad del suelo durante la campaña de 1934/35,
humedad excepcionalmente favorable y que muy raras veces tiene lugar. De ello
resultó que los arquitectos de la fortificación de Uruk no sólo habían planeado
monumentalmente, sino que llevaron a cabo su obra con el empleo despiadado de
todas las fuerzas. Una muralla doble de 9,5 km de longitud rodeaba no sólo los
barrios de casas y los santuarios, sino también los jardines, tierras de labor y prados,
aunque se interrumpía en dos lugares, al Norte y al Sur, por dos puertas aseguradas
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con torres rectangulares y de 3,5 m de anchas. 800 torres semicirculares colocadas a
una distancia de 10 m, con un espesor de muralla de 5 m y una guarnición inclinada
hacia el enemigo[24], nos instruyen acerca de la proporción de los gastos y esfuerzos
que se emplearon aquí para proveer a la ciudad de una inexpugnable muralla
protectora. La leyenda se apoderó de esta obra que después parecía casi sobrehumana
y se la atribuyó a Gilgamesh, el hombre-dios y rey mítico de Uruk. El poema épico
que lleva su nombre nos relata en la primera tabla los trabajos de la construcción:
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hogares, con patios, celdas para los sacerdotes, oficinas y almacenes, en cuyo centro
está la cella, o en los que varios grupos de habitaciones, con su respectiva cella cada
uno, están agrupados en un gran edificio. A pesar de tanta acumulación de aposentos,
no se consigue la monumentalidad de los antiguos templos de Uruk.
El campo de ruinas de Kafadyi (a unos 25 km al NE de Bagdad) reveló un templo
de configuración distinta. Su exhumación le ha dado su fama a esta gran ciudad, en
otro tiempo tan rica en templos, y cuyas ruinas yacen solitarias en la estepa muerta
sin que sepamos siquiera su antiguo nombre. Queremos decir el templo oval de
Kafadyi[25], que presenta una forma totalmente nueva de construcción religiosa. La
vista aérea nos muestra como las viviendas de los ciudadanos —no se ha excavado
más que la parte delantera— se estrechaban contra las murallas del recinto sagrado, y
nos permite reconocer en las ruinas arrancadas a la arena la brillante unidad del
edificio, de una longitud máxima de 80 m. En la reconstrucción de la izquierda
vemos la única puerta de la muralla exterior, por la que se penetra en el patio anterior
con sus oficinas, talleres, administraciones y sus verjas para el ganado. El patio es
dominado por la muralla interior, mucho más fuerte, que rodea el recinto sagrado en
sentido estricto formando un ovoide. Adosadas a las murallas tenemos aquí las
habitaciones de los sacerdotes y sacerdotisas, las cámaras del tesoro y los aposentos
para las necesidades del culto. Encuadran un patio rectangular con varios pozos y del
que parte una escalera que conduce al tejado de las viviendas interiores (izquierda).
Un escalón más arriba se alza una terraza —a la derecha del cuadro— que lleva el
santuario, al que se llega por una escalinata. Sólo el pequeño templo en forma de
hogar está abierto; en él residía la efigie de la diosa del amor Inanna, a quien estaba
consagrado el santuario, según reza la inscripción de una maza votiva hallada en el
lugar. El templo dominaba el doble anillo de murallas, atrayendo la mirada de los
fieles de la ciudad. El hermoso templo debía alzarse ante sus ojos de forma parecida a
la reflejada por nuestra reconstrucción de todo el edificio.
Los arqueólogos de las ciudades del Diyala que descubrieron las plantas de los
templos, torturados por el calor, tormentas de arena y plagas de moscas, fueron
premiados de otro modo por sus esfuerzos y tenacidad. De los escombros de las
cámaras del templo, de unos pequeños depósitos empotrados en los suelos de las
habitaciones del culto, sacaron un gran número de estatuillas de orantes de 30 a 90
cm de altura[26], las primeras efigies completas del arte sumerio. El asombroso
descubrimiento tuvo lugar el año 1934 en el templo de Abba de Tell Asmar. Cedamos
la palabra por unos instantes a Seton Lloyd, uno de los arqueólogos:
«Al seguir la zanja hasta él rincón norte del altar descubrimos nuestro mayor
hallazgo, un tesoro de estatuas que estaba enterrado en el suelo… La artesa en que
yacían tenía 80 por 50 cm de grande… Las estatuas pesadas estaban en el suelo y las
restantes empaquetadas por encima con gran cuidado». En un admirable estado de
conservación se le ofrecía al espectador una colección de doce estatuillas de
alabastro, compuesta de diez figuras masculinas —todas de pie menos una— y dos
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femeninas, también erectas. Todas tenían en común la actitud y una conmovedora
expresión facial de orantes, así como el hecho de que sus formas no se atienen
rigurosamente a las medidas humanas, sino que más bien recuerdan líneas
geométricas. Un estilo uniforme presta formas casi triangulares al cabello y a la
barba, las narices, los labios salientes y los codos. Los dedos de las manos, que
aparecen cogidas una con la otra, y los de los pies, semejan rectángulos largos y
estrechos, el pecho sobresale como un prisma, las cejas corren en dos medios arcos
regulares y unidos por encima de la nariz, tal como vimos ya en la cabeza de Warka,
y la mitad inferior del vestido se divide por lo general en una serie de rectángulos
iguales terminados en punta.
Es evidente que esta transformación ha sido consciente y no por incapacidad,
demostrándose también en las efigies de guerreros en forma de relojes de arena, que
aparecen en la más antigua pintura sumeria que se ha conservado, el cuadro de un
vaso. El artista ha «desmaterializado» las figuras creadas por él para ayudar así a que
irrumpa mejor la idea de su creación, lo que consigue. Todavía nos habla directa y
elocuentemente el gesto de la adoración con toda la diversidad de los orantes y por
encima de los límites del tiempo y de la nacionalidad, Y los rostros vueltos hacia la
divinidad, con los ojos incrustados, de concha o de lapislázuli, muestran con una
vivacidad insólita, tanto en éstas como en otras figuras de orantes exhumadas en los
tells del Diyala, las emociones más diversas de temor y contrición, recogimiento y fe,
gratitud, bondad y meditación. A veces nuestra mirada recae también sobre rasgos
alegres e incluso picarescos. Es evidente que aquí trabajó un artista inspirado —quizá
el director de un grupo de escultores a los que intentó instilar su espíritu y su
intuición—, cosa que resulta también de la comparación de sus creaciones con una
estatuilla de príncipe de Eridu, poco más o menos contemporánea suya, cuya rigidez
espiritual está muy alejada de la vivacidad elocuente y espiritualizada de aquellas
figuras.
¿Qué piden estos hombres cuyos cuerpos se consumieron hace 4.500 años y cómo
llegaron sus imágenes a las pequeñas tumbas situadas debajo del suelo bendito de los
templos? Queja y oración, tal como las hallamos frecuentemente en los textos
religiosos del Sumer moderno, son una necesidad básica de la devoción sumeria. Los
dioses están lejos, son rigurosos y hay que pedirles las cosas con insistencia. En sus
manos tienen el destino de lo terrenal y envían a los mortales, según les place,
alegrías y dolores, la enfermedad o la muerte, mas también la vida larga y feliz. Pero
la humilde súplica ablanda su corazón; de ahí que la oración incesante ayude a acallar
a los dioses, a obtener clemencia y a que los hombres consigan el goce tranquilo de
los bienes de este mundo: salud, felicidad y larga vida. Nació así la curiosa costumbre
de que reyes y altos funcionarios, sacerdotes, princesas y mujeres del templo de alto
rango, llevaran una estatuilla representativa al santuario más sagrado de su dios[27],
donde rezaba continuamente ante la divinidad en representación de su retrato vivo.
Lo mismo que los vivos, las imágenes también tuvieron que ceder el sitio a las
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generaciones nuevas. Entonces, puesto que su santidad prohibía alejarlas del recinto
bendito, eran enterradas en el suelo de las habitaciones del templo, hasta que llegaron
otras concepciones religiosas y se perdió la costumbre tan extendida, gracias a la cual
se han conservado tantas estatuas y cuya revelación da un sentido claro a su
existencia. Aunque su «tecnificación» de la oración nos resulte extraña, las estatuas
que creó merecen nuestra total admiración por la vivacidad impresionante de la
expresión y por la asombrosa capacidad de su creador para arrancarle a la piedra
muerta una manifestación espiritual. Tenemos justificación suficiente para hablar
aquí de un arte expresionista. Y sin embargo, o precisamente por eso, las figuras de
orantes de la época Mesilim producen un efecto realista.
A ellas pertenecen también esas hermosas cabezas de un formato a menudo muy
pequeño, que representan mujeres influyentes o acomodadas como, por ejemplo, la
dama con la gran peluca de Tell Agrab, o la muchacha con el peinado en corona[28].
Esculturas éstas que, como se ve, nos permiten también echar un vistazo a los
peinados de su época. A este grupo pertenece también ese misterioso orante
arrodillado, de alabastro, que lleva un amuleto de pez en el cuello y, como un
Laocoonte sumerio, está rodeado todo él de serpientes. Todas estas piezas,
prescindiendo de su importancia artística, nos dan a conocer el tipo de la población
sumeria hacia los años 2600, mezclada ya probablemente con los primeros acadios.
Nos muestran la forma de llevar el cabello y la barba, y nos dan también una
explicación de sus vestidos: los hombres, la falda de vedijas y a veces un manto de
pieles sobre ella; las mujeres, un vestido, también de vedijas, abierto en los dos
hombros, o una túnica de lana o lino con varios dobleces, o plisada[29].
Junto con la estatuilla aparece el relieve como segunda esfera de la escultura en la
época Mesilim, y a decir verdad, en contraste con el estilo redondo del período
Djemdet-Nasr, se presenta ahora en su forma plana. Las necesidades del culto
pusieron también aquí el martillo y el escoplo en las manos de los canteros, naciendo
así las particulares losas sagradas de 25 por 30 cm, por lo general, agujereadas en el
centro[30], —quizá para colgarlas en las paredes de los templos—, exhumadas en Tell
Asmar, Kafadyi, Shuruppak, Lagash y Ur, y que representan escenas religiosas. En la
parte superior vemos, por ejemplo, la pareja divina (o Ensi y la sacerdotisa suprema
que los encarnan) sentados uno enfrente de otro, dispuestos para el symposion, el
símbolo de la boda sagrada, rodeados de escanciadores, músicos y bailarinas. En la
segunda banda los portadores acarrean vino en pesadas vasijas, pasa un animal que va
a ser sacrificado, y aparece un tiro de bestias que acerca las ofrendas, o las comidas y
bebidas. Lo representado tiene indudablemente gran importancia religiosa y se ha
supuesto que estas placas ocuparon a menudo en el sanctasantorum el lugar de la
imagen de la divinidad. Aunque estas efigies no demuestran a menudo más que una
buena técnica de artesanía, es digna de admiración la movilidad de las escenas y el
arte de reproducir figuras reales.
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Sabemos también por piezas halladas en Kafadyi que aparte de la elaboración de
la piedra, existía también una escultura de cobre y bronce[31], pudiendo confirmar de
nuevo una asombrosa capacidad y una impresionante estilización. Hay hermosos
soportes figurativos con hombres desnudos, de miembros finos y en actitud orante.
En el templo de la diosa Nintu se exhumó la figura de unos 10 cm de altura de una
pareja de luchadores que se sujetan por las caderas y muestran su arte[32]. Limita casi
con la acrobacia, pues los dos atletas desnudos (salvo un taparrabos) mantienen sobre
la cabeza dos vasijas de barro del tamaño de medio hombre, y seguramente no había
que dejarlas caer en la lucha[33]. Probablemente se ha retratado aquí una
representación durante las fiestas del templo, cuyo sentido religioso desconocemos
todavía. Pero podemos considerar la pieza con toda seguridad como una ofrenda.
Dedicaremos por último nuestra atención a un exvoto que constituye una prueba
más del arte de la elaboración del metal[34]. Tiene su importancia especialmente para
la historia de la técnica. Pues la cuadriga de cobre de Tell Agrab, de 7,2 cm y
desenterrada en 1936/37, es el testimonio más antiguo del arte de los aurigas en este
mundo[35], junto con la efigie simultánea de un cilindro, algunas placas y
representaciones de vasos, así como los pequeños modelos en arcilla de carros de dos
y cuatro ruedas procedentes de Kish, a los que se unen también los hallazgos
originales de restos de carros y arneses descubiertos en las tumbas reales de Ur. La
pequeña obra de arte muestra un carruaje con dos ruedas macizas bajas y una
frontalera, al que están uncidos cuatro animales parecidos a los caballos.
Probablemente se trata de onagros, el «asno-caballo», que por entonces recorrían en
grandes manadas Mesopotamia y Persia. Un cazador de Hagenbeck pudo coger una
pequeña manada de estos animales, casi extinguidos, durante el verano de 1954 en el
desierto salado de Desht-Kevir, en Persia. Los dos animales interiores van sujetos al
yugo, mientras que los dos exteriores parecen estar sujetos a los animales de varas
con ayuda de una especie de collera. El conductor tiene una rienda en la mano
izquierda. Por lo menos al principio los animales se dirigen con bastante crueldad por
medio de una anilla introducida verticalmente en el labio superior, asegurándose
contra los bocados mediante una banda ancha colocada en el hocico como un bozal.
Queremos ser lo bastante humanos y desear a nuestro auriga que pudiera sujetar su
cuadriga al iniciar el galope y mantenerse él mismo de pie en la estrecha plataforma;
fue por entonces, hace 4.500 años, cuando el hombre se atrevió por primera vez a
uncir a un carruaje los asnos usados solamente como animales de carga, poniendo así
la primera piedra para el elevado arte del auriga y también para la técnica fatal de la
aplicación del carro de guerra.
El sencillo modelo de cobre puede haber sido ofrecido por su dador a la divinidad
competente[36] —pues ya empiezan a diferenciarse los caracteres y deberes de los
dioses— con el ruego de protegerlo de las caídas peligrosas y otros accidentes del
nuevo deporte. Mas el maestro que creó el pequeño modelo de cobre vivió con toda
seguridad el mismo instante en que el joven príncipe se atrevió a hacer el primer
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viaje. Después, cuando se le hizo el encargo, estudió detalladamente todas las
particularidades técnicas de la reciente invención. Y quizá los globos de los ojos
incrustados con concha blanca, de los animales del tiro, nos cuenten algo de la
temerosa impresión que le produjo al tranquilo peatón la fogosa cuadriga, la primera
de su tiempo.
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IV - LA PRIMERA DINASTÍA DE UR Y EL
PREDOMINIO DE LAGASH
Lagash, 2360 a. J. C.
Cargado con un rico botín se ha retirado el ejército del gran rey de Umma. Umma
tuvo siempre a su enemigo y rival en la vecina ciudad de Lagash. Lleva consigo a su
buen príncipe Urukagina, a Shagshag, su inteligente mujer, y a la corte, dejando tras
sí la ciudad destruida en su mayor parte, sobre la que se alzan en una nube oscura de
destrucción, el polvo de las murallas derrumbadas y el humo de los incendios. La
queja de los sacerdotes resuena como un solo grito de horror en los templos
profanados, cuya santidad no respetó esta vez la soldadesca por orden de su señor.
Mujeres, ancianos y muchachos forman una larga cadena en el muelle pasándose a
toda prisa unos a otros los cubos de agua para apagar el fuego. La cogen del ancho
brazo de agua, medio canal y medio río, que desde antiguamente une el Tigris y el
Eufrates y al que hace unos días apenas debía su bienestar la rica ciudad comercial de
Lagash. De las casas en llamas sacan el mobiliario cotidiano que despreciaron los
saqueadores: mesas y sillones de mimbre, banquillos, camas y banquetas para los
pies, arcas de arcilla o —como cosa preciosa— de madera, los pucheros y jarros del
hogar y un par de cántaros del sótano. Y la pequeña hijita aprieta, sollozando, la
ovejita de arcilla que suena tan bien al sacudirla y que por poco le hubieran pisado los
mayores con sus prisas. Luego, poco a poco, al entrar la oscuridad se va apagando el
ruido, los incendios, chispeando aquí y allá los pequeños fuegos de los rincones
apartados de los patios, en los que guisan algo de comer los pocos habitantes que han
quedado con vida y se encuentran agotados.
Los soldados de Lugal-Zaggisi no descubrieron todas las provisiones. La guardia
que han dejado tiene más que suficiente y no se preocupa de los lagashianos
derrotados. En el barrio de Girsu han quedado algunas casas en pie. Los tiestos de las
vasijas rotas llenan la callejuela y crujen a nuestro paso al tener que andar a oscuras.
En la cabaña de un solo piso que quedó allí abandonada y que sobrevivió el día
espantoso, suena la voz de un cantante. Es una voz quebradiza y al acercarnos más
notamos que un anciano relata a medio cantar una melodía monótona, triste y
ferviente, a la que se mezclan a veces los modestos sonidos de las cuerdas de un arpa.
A oscuras penetramos en el inmueble, pues las casas de Sumer son todas parecidas y
apenas cambiarán en Mesopotamia para innumerables generaciones[37]. Entramos por
una puerta cuya jamba gira en una piedra angular firmemente empotrada y llegamos a
un vestíbulo. En él se halla el mortero para machacar el grano y de aquí sale también
la escalera que conduce a la azotea o solana. Después alcanzamos el patio con el
hogar y el tubo de desagüe, y a menudo también con un pozo. A su alrededor están
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los aposentos y cámaras, entre los que destaca la habitación principal, colocada,
generalmente, en el lado sur. Éste es ya el patio. La monótona declamación se
interrumpe y como las nubes acaban de descubrir la luna, podemos ver la figura del
trovador, sentado a la entrada del cuarto de estar. La cabeza calva y barbada dirige a
nosotros sus ojos apagados y una mano seca aparta a un lado el arpa con un
movimiento inseguro. Ahora sabemos por qué los guerreros perdonaron su casa y su
persona: el viejo, cuya falda de pieles deja libre la mitad superior del cuerpo flaco,
está ciego. Lo tranquilizamos, nos sentamos a su lado y ahora, desde bien cerca,
podemos reconocerlo. Es un cantor del templo, del santuario principal de la ciudad,
que pertenece a Ningirsu (al «señor de Girsu»), y que hoy compartió la suerte de los
otros templos. Al preguntarle por su relato se coloca el arpa delante y vuelve a
empezar su canto que se le ocurrió a estas horas de la noche tras el día terrible y en el
que la pregunta y la queja, la maldición y la sentencia son una misma cosa: un texto
que, escrito más tarde, habría de sobrevivir miles de años:
Los hombres de Umma han incendiado, prendieron fuego al Antasurra, robaron
plata, robaron piedras preciosas, ¡vertieron sangre en Tirash, el palacio! Sí,
vertieron sangre en el templo de Enlil y más sangre en el santuario de Baba…
El anciano mueve lentamente la parte superior del cuerpo de un lado a otro, la voz
palatal sale tenebrosa y nos llena más y más de una tristeza desconsoladora. Cita el
nombre de otro santuario que fue profanado hoy, y otro y otro más; hasta una docena
de templos y capillas de la ciudad enumera el viejo en su lamentación, se detiene,
toca dos cuerdas del arpa y luego continúa:
Éste fue el fin de Lagash, que no se recuperó de este golpe hasta varios siglos más
tarde. La victoria de Lugal-Zaggisi, que se alzaría pronto en señor de todo Sumer,
puso fin a un siglo y medio en que Lagash (hoy Tello) había desempeñado un papel
glorioso. Con el florecimiento del comercio sumerio la ciudad había llegado a la
prosperidad. Está situada en la orilla oriental del Shatt-el-Hai, a unos 60 km al NE de
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Uruk, y probablemente era importante no sólo para el tráfico Norte-Sur, sino que
mediante un canal directo con el mar lo era también para el comercio ultramarino.
Quizá sucediera cuando cambió la dinastía en Kish y una antigua tabernera llamada
Kubaba se erigió en reina y Lagash se sacudió bajo el inteligente príncipe (Ur-
Naushé) la autoridad de Kish e hizo política propia. Las numerosas inscripciones de
este príncipe[38] hablan en su mayor parte de su gran actividad construyendo templos
y las ricas ofrendas que hizo al guerrero Ningirsu y a su esposa Baba, a la diosa
Nanshé —hija de Enki, señora de las fuentes y los ríos, y también diosa de la justicia
— o a la «madre de la ciudad». Gutumdug. Pero también nos hablan de la
construcción de canales y empresas comerciales para la importación de la madera y la
diorita. Las listas y cuentas de los últimos años de Ur-Naushé, el incremento
considerable de las empresas de Lagash y los «relieves familiares» del activo príncipe
nos lo presentan con todos los miembros de su familia[39], citados por sus nombres,
llevando la espuerta de ladrillos o de argamasa y cooperando así «oficialmente» a la
construcción de los santuarios. En Eannadú, el hijo de Ur-Naushé, que pudo construir
sobre los cimientos de su padre, tenemos al primer soberano de Sumer que se halla a
la luz clara de la historia[40]. Su «Estela de los Buitres», por desgracia incompleta, el
documento histórico más antiguo que encontraron los afortunados arqueólogos
franceses de Lagash-Tello en la década de los años ochenta del siglo pasado,
representa en relieve sobre piedra caliza al dios Ningirsu, apresando a los enemigos
de Eannadú en su red, luchando ante su falange de guerreros y, por último, presente
en el entierro solemne de sus soldados. El nombre de «Estela de los Buitres», dado a
este monumento de 1,60 de altura, rodeado de relieves e inscripciones, proviene de
un fragmento que nos muestra la macabra escena de unos buitres que se pelean en el
campo de batalla por las cabezas cortadas de los vencidos. Él texto está escrito
todavía en los caracteres de la escritura monumental, junto a la «cuneiforme», que
desde hacía tiempo se venía empleando para el uso diario. En este informe de la
victoria de Eannadú es donde aparece aquel rey de Kish ya nombrado, Mesilim; aquí
oímos hablar del combate victorioso y del mesurado tratado de paz con Umma y
luego de las ulteriores empresas guerreras en cuyo transcurso Eannadú penetró en
Elam, «la cordillera asombrosa», sometió a Ur, Uruk y Akshak (frente a Seleucia, en
el Tigris), y puso bajo su dependencia a la misma Kish.
Su nieto Entemena nos legó una extensa inscripción cónica que cita otra vez la
prehistoria de Lagash y las hazañas de Eannadú y nos anuncia una nueva fijación de
fronteras con el peligroso vecino de Umma (hoy Djocha, a 30 km al NO de Lagash y
a 50 km al norte de Uruk). Inscripciones sagradas, por ejemplo en las piedras
angulares de las puertas, nos demuestran la construcción de grandes templos a
Nigirsu, Nanna, Enki, Ninchursang, Enlil, Gatumdug y otras divinidades. Con la
formación del reino superior los dioses de los vasallos y vecinos reciben también sus
templos en la capital. En la inscripción de una plaquita de arcilla leemos el tratado de
fraternidad con el rey Lugalkinishedudu de Uruk, y en Ur se descubrió una estatuilla
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en diorita, del príncipe, que confirma también su actividad constructora de templos en
esta ciudad.
Entemena no ahorró tampoco las ofrendas y fundaciones, aunque los sacerdotes
empiezan ya a mirar con envidia la creciente influencia de palacio, pues la corona se
convierte también ahora en un factor económico[41]. Los documentos conservados,
facturas, contratos comerciales de todas clases, demuestran la existencia en esta
época de un sistema administrativo, económico y comercial bien marcado que
discurre desde hace tiempo por caminos jurídicos fijos y que por otro lado conduce
rápidamente a fuertes diferencias de clases y a la explotación económica. Lugalanda,
el cuarto sucesor de Entemena, impuesto evidentemente en el trono por la oposición
clerical, posee siete grandes fincas, y su esposa Baranamtarra —las mujeres
inteligentes y enérgicas eran capaces de sobreponerse ya a las limitaciones sociales y
jurídicas de entonces— lleva un sello propio, conservado igual que el de su marido, y
posee 66 Ha. de tierra; aparte de ello mantiene relaciones comerciales independientes
con la princesa de Adab. Por su parte los sacerdotes parecen haber explotado el poder
que disfrutaban sin ningún escrúpulo en su propio enriquecimiento.
En Lagash tiene lugar, pues, la primera reforma social de que nos habla la
historia. Urukagina es llevado evidentemente al poder por el partido legitimista
anticlerical tras nueve años de gobierno de Lugalanda. De sus textos —documentos
de construcciones, consagraciones y negocios—, que además presentan también a la
reina como socio independiente— se destaca un «Contrato con Nigirsu» en el que
enumera los pecados de los codiciosos sacerdotes, corta radicalmente sus ganancias,
por ejemplo en los entierros, suprime el derecho de prioridad de los superiores,
reduce el aparato administrativo y protege a las viudas y los huérfanos de los abusos.
«… Habló y liberó así a la gente de Lagash de la sequía, el robo y el asesinato… él
introdujo la libertad; el poderoso no debía cometer ningún abuso con la viuda o la
huérfana…». El partido clerical no se debió alegrar mucho con estas innovaciones, y
quizá tendiera sus hilos hacia Umma y su ambicioso rey Lugal-Zaggisi. De todos
modos durante el séptimo año de gobierno de Urukagina es cuando tiene lugar el
choque guerrero del que ya oímos hablar y que naturalmente no sólo asestó un gran
golpe a Urukagina sino también a la misma Lagash.
Por las amargas palabras de ajuste de cuentas que pronunció un lagashiano
refiriéndose a Nisaba, la diosa de Umma y al «agresor» y que pusimos en boca de un
viejo cantor del templo, sentimos todavía cuán inaudito fue para los sometidos el
procedimiento de Lugal-Zaggisi. Los templos y recintos sagrados figuraban como
sacrosantos para los sumerios incluso en tiempos de guerra. Y aquí se había
sobrepuesto un Ensi, un «rey-sacerdote» en persona, a los venerables mandamientos
de costumbre y religión en una forma brutal y sacrilega, y es evidente que no tuvo
escrúpulo alguno. Pero parece como si su modo de hacer la guerra, con una crueldad
desconocida hasta entonces, obedeciera a un reconocimiento desesperado, como si
estuviera al servicio de un gran objetivo: la presión de los semitas del Norte se iba
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agudizando cada vez más y sólo podía detenerla la reunión de todas las fuerzas de
Sumer. Lugal-Zaggisi se consideraba el hombre que realizaría esta obra. La victoria
sobre Lagash, la rica vecina del Este, aseguraba su financiación; la conquista de
Uruk, adonde trasladó pronto su residencia, aumentó su reputación, y Ur y Larsa
cayeron en sus manos. Consiguió incluso conquistar Kish, y cuando después entró
también en Nippur, no dudaron los sacerdotes de Enlil en otorgarle el título de «Rey
de los países». Ahora podía reunir todas las dignidades de los templos sumerios más
importantes, llamándose de aquí en adelante, por ejemplo, «Rey de Uruk, rey del
país, sacerdote de An, profeta de Nisaba, gran ensi de Enlil, dotado de entendimiento
por Enki, dotado de nombres por Utu, proveedor de Inanna, hijo de Nisaba,
amamantado con leche sagrada por Ninchursang, alumno principal de Ninabuhadu,
de la señora de Uruk, admirado de los dioses».
Pero su inspiración era fortalecer también el poder de Sumer en las tierras
alejadas, y el elemento semita del Norte no podía ofrecerle por lo pronto ninguna
resistencia duradera. La inscripción que ensalza sus hechos habla de que Enlil «puso
bajo sus pies los países y le allanó los caminos desde la salida hasta la puesta del sol,
desde el Mar Inferior hasta el Superior (Mediterráneo), pasando por el Tigris y el
Eufrates». Esta expansión del poderío sumerio hasta Siria debe haber fortalecido
extraordinariamente la influencia cultural de Sumer en estas regiones occidentales. El
mismo texto nos dice que durante los veinticinco años de gobierno de Lugal-Zaggisi
«los países vivían seguros» y la tierra «era alimentada con el agua de la alegría». El
destino no accedió naturalmente al último y más ardiente ruego del envejecido
monarca, y nosotros, que conocemos el proceso histórico, no lo leemos sin cierto
pesar:
¡Que Enlil, el rey de los dioses, exponga a An, su amado padre, mi ruego de
añadirle vida a mi vida! ¡Que las tierras se habiten con seguridad; que me dé
gentes en abundancia, numerosas como la hierba! ¡Que haga correr las «tetas del
cielo», que mire el país con benevolencia! ¡Que los dioses no cambien el buen
destino que me han asignado! ¡Que siga siempre como pastor que va a la cabeza!
¿Se cumplió la maldición de los dioses de Urukagina, de Lagash? Al final de la
vida de Lugal-Zaggisi tiene lugar la victoria del acadio Sargón, quien dice triunfal
que hizo clavar el cuello de Lugal-Zaggisi en una horca y colocarlo ante el templo de
Enlil, en Nippur, precisamente ante el santuario del dios que le había dado el dominio
de Sumer y a quien iba dirigida su mayor oración.
La caída de Lugal-Zaggisi cierra un segundo período de esplendor de Sumer,
igual que su ascensión había terminado con la gloria y el esplendor de la ciudad de
Lagash. Su proyecto de unir a todo Sumer en un gran imperio no era nuevo. En una
época históricamente imprecisa, al menos antes de la mitad del milenio, parece haber
querido realizarlo ya un rey, Lugalannemundu, de Adab (hoy Bismaya, a unos 65 km
al norte de Uruk). Una inscripción nos dice que venció a trece príncipes y que erigió
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un templo pomposo a Nintu, la esposa de Enlil. Pues de que esta tradición histórica
tenga algo de verdad. En todo caso, tras la asimilación de aquella primera ola de
inmigración acadia de la época Mesilim, la supremacía política volvió a pasar otra
vez al Sur.
La lista de reyes súmenos contiene una primera dinastía de Ur y como fundador
suyo figura el rey Mesannepadda, conocido también por las inscripciones sagradas.
Pero no menciona a su hijo Aannepadda, que alcanzó cierta fama por la construcción
del templo de Ninchursang (hoy ya desenterrado), cerca de el-Obed, con su famoso
relieve en cobre de águila leontocéfala y sus frisos de caliza[42]. Tampoco habla de
Meskalamdug, reconocido en las tumbas reales de Ur por el yelmo y el sello de
oro[43]. En algún momento consiguió este príncipe adquirir cierto predominio,
apareciendo así por primera vez a la luz de la historia la tan nombrada Ur (hoy
Muqajjar, a 65 km al sureste de Uruk, por entonces cerca de la desembocadura del
Eufrates, en la antigua costa del Golfo Pérsico). Aquí se adoraba al dios lunar Nanna
que figuraba como hijo de Enlil y Ninlil, y a su esposa Ningal, la «Gran Señora»; y
aquí se erigió ya durante la primera dinastía (hacia 2500) una ziggurat, cuyo tronco
fue reconstruido después por Unammu, con ladrillos cocidos, conservándose así hasta
nuestros días[44].
Lo mismo que Uruk fue excavado por arqueólogos alemanes, este lugar lo fue por
los ingleses, especialmente desde 1922 por Sir Leonard Woolley. La sensación más
grande la causó, entre todos los descubrimientos, la exhumación del cementerio real
de Ur en los años 1926-1931, pocos años después del descubrimiento de la tumba de
Tutankamen por Howard Carter y siendo una especie de pandán sumerio a aquella
sensación egiptológica[45]. Los ricos hallazgos permiten formarnos una gran idea de
las costumbres, el arte y la fe del pueblo sumerio hacia mediados del milenio III.
Al SE del recinto sagrado dedicado al dios lunar Nanna, dieron los excavadores
con un cementerio gigantesco, usado durante mucho tiempo, con más de 1800
sepulcros —simples fosas y féretros—, cuyo estudio exigió varias campañas.
Dispersas entre ellas se encontraron a una altura variable dieciséis tumbas de unos
diez metros de profundidad y un fondo cuidadosamente alisado, con una o varias
cámaras, hechas de piedra caliza y cubiertas con bóvedas de cañón o cúpulas. En
ellas se habían sepultado a reyes, princesas y altas sacerdotisas, con abundantes
ofrendas. Pero el principal enterrado masculino de la cámara interior faltaba, pues al
parecer fue trasladado después, abandonando todos los tesoros. En la cámara
principal, en la antecámara y en la rampa (Dromos) que conducía al pozo, se
encontraron los cadáveres del séquito, servidores, bailarinas y guardia personal, con
los aurigas en sus carruajes tirados por asnos o bueyes. Se pudieron contar hasta
ochenta personas sepultadas en la misma tumba, creyéndose al principio que se
trataba de sacrificios humanos. Aparecían guerreros con casco de cobre en la cabeza
y dos lanzas, y un grupo de nueve muchachas con abundantes adornos para el pelo,
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cuello y vestidos, en oro, plata, carneola y lapislázuli, yacían alrededor de sus
instrumentos de música; la arpista tenía todavía su mano en las cuerdas.
Todas las sepulturas, invioladas, ofrecían gran abundancia de valiosas ofrendas.
Había vasos de oro y plata, utensilios de cobre y oro[46], liras y arpas con
hermosas incrustaciones, cuyas cajas sonoras terminaban a menudo en cabezas de
toro repujadas en oro y provistas a veces de una barba de lapislázuli[47] —el toro es
un símbolo arcaico de la fecundidad—; magníficos puñales y dagas, joyas
preciosas[48], juegos de damas con fichas de incrustaciones y una barquilla de plata,
con bancos y remos[49], en el que el muerto debía atravesar el río Chubur, que
limitaba con el reino de los muertos, el Styx de los sumerios. Había también figurillas
de animales, en oro[50], para adornar los cinturones, anillas de riendas en plata con
estatuillas de toros y mulas, guarniciones de escudos con relieves y como singular
tesoro el llamado estandarte de mosaico de Ur[51], de 50 cm de largo, más de 20 cm
de alto y 12 cm de espesor en la base, adelgazándose hacia arriba. El estandarte
muestra en tres bandas del lado anterior y otras tres del posterior, en incrustaciones de
oro, escenas de guerra y paz, banquetes, ofrenda de víctimas, transporte de dádivas,
carros de guerra, escenas de combates y soldados. Se halló el casco de oro de
Meskalamdug[52], que imita las orejas y el peinado, y su sello también de oro[53],
vasos de metal precioso y dos machos cabríos hechos de oro, plata, concha y
lapislázuli con asfalto sobre un núcleo de madera. Se levantan sobre las patas traseras
y parecen comer de una planta con flores. Asimismo aparecen algunas
representaciones en trabajos de incrustación, símbolos evidentes de la creencia de los
muertos, orientada hacia los misterios de Inanna-Dumuzi.
El mensaje de estas imágenes que muestran el symposion, el símbolo de la boda
sagrada, los héroes protectores del ganado y otros motivos de la esfera de Dumuzi; la
curiosa ruptura de las bóvedas en las cámaras mortuorias de los difuntos masculinos y
el descubrimiento de los acompañantes, junto a los cuales suele hallarse todavía el
pequeño vaso del veneno y que no presentan huella alguna de muerte violenta,
condujeron a A. Moortgat, en relación con los resultados de la investigación de las
tumbas de la tercera dinastía de Ur, hacia 2000 a. J. C, a la teoría de que los príncipes
enterrados en las tumbas fueron en su vida actores de la Boda Sagrada del culto,
elevándose así al rango divino de Dumuzi representado por ellos y siendo «amantes
de Inanna» —representada a su vez por la sacerdotisa suprema. Ninshubad, una de las
principales difuntas femeninas enterradas con gran séquito y muchas ofrendas, puede
haber sido una de esas protagonistas de Inanna, la diosa del amor. Pero el rey elevado
resucitaría, como Dumuzi, representándose quizá esta resurrección simbólicamente,
por ejemplo en la primera fiesta de Año Nuevo después de la muerte, rompiendo la
sepultura y trasladando el cadáver a otra tumba más alta o llevándola a un mausoleo
construido encima de la tierra. Quizá se creyera que junto con él resucitaría también
el séquito inmediato de su vida, que probablemente había colaborado en la
enmarcación mímica del acto religioso de la Boda Sagrada. Por eso iba a la muerte
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junto con su señor real, hecho dios, igual que el séquito de la sacerdotisa suprema
Ninshubad, que había encarnado a Inanna; según el mito, ésta también vuelve
incólume del reino de los muertos. Así, pues, los hombres y mujeres más próximos al
rey, tras la última ceremonia fúnebre celebrada en la sepultura, bebían un vaso de
veneno que al principio sólo mareaba, según se supone, y luego actuaba con mucha
rapidez, para caer al suelo tras su señor muerto en esa posición de durmientes que
tenían todavía al exhumarlos. ¿Y quién dirá que la fe, que según la palabra de la
Escritura es capaz de trasladar montañas, no le regaló a su parte inmortal ese
despertar del sueño eterno con que soñaba su devoción?
Un par de inscripciones sagradas halladas en Ur y el-Obed, las tumbas y sus
muertos, la exuberancia de las ofrendas y, por último, algunos nombres de la lista de
reyes, es todo lo que sabemos de la Primera dinastía de Ur. Por ahora desconocemos
su relación con Kish, su disputa con Lagash, a cuyos poderosos príncipes les niegan
los historiadores el título de reyes y que ni siquiera cuentan. La arqueología es un
campo lleno de sorpresas. Quizá se alce también alguna vez mediante hallazgos
imprevistos el velo que se extiende sobre estos misteriosos reyes, su actuación
política y sus enigmáticas creencias. Sus tumbas han sucumbido al proceso ulterior de
las excavaciones y solamente el informe de Woolley nos habla aún de los antiguos
reyes de Ur, la ciudad de la luna, de donde según la Biblia partió hacia Occidente
Terach, el padre de Abraham.
La gran cantidad de dioses y templos que nos nombran las diversas inscripciones,
dan fe de la existencia, a mediados del III milenio, de un Panteón sumerio que fue
desarrollándose al principio en la evolución propia de los estados-ciudades
individuales y luego, ante el nacimiento de grandes formaciones políticas, alrededor
de una capital. Cierto que el dios de la ciudad, que antiguamente reunía en sí todas las
fuerzas e incumbencias divinas, sigue siendo todavía el señor de su colonia y en
quien más fe tienen sus ciudadanos. Pero allá donde un rey superior ofrecía en su
ciudad un hogar a los dioses de sus vasallos o donde quería que se adorase a los
soberanos celestiales en los lugares adecuados, se originó la necesidad de un orden,
de un sistema religioso-cultural, más fácilmente asequible con la creación de un
esquema familiar. Los dioses se convirtieron en padres, hijos e hijas, hermanos y
hermanas, así como en personas decorativas, criados y doncellas. Las imágenes del
culto del séquito divino fueron colocadas en nichos y capillas laterales del Santuario.
La misma diferencia existía también en el ámbito de su actuación: guerreros y
artesanos, escribas y artistas eligen sus dioses; la ganadería y la agricultura, la caza, la
pesca, el comercio y la industria son dedicados a una figura divina particular o a un
círculo de dioses. Los contrastes del mundo terrenal se reflejan pronto en el del más
allá; los poderes ctónicos y cósmicos se cortan mutuamente; las fuerzas de la
destrucción y de las tinieblas se enfrentan a las de la luz, de la prosperidad, de la
creacción de la vida y de la sabiduría.
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Los grandes dioses como An, Enlil y Enki se unen y forman una trinidad superior.
A todo esto el dios del sol Utu, el de la luna Nanna y la diosa del amor Inanna, están
más próximos al hombre y son más comprensibles para él, ocupando siempre la
primacía el principio eterno y omnipresente del amor, la fecundidad y la maternidad
bajo el nombre de Inanna o el de Mach («Excelsa»)[53a], Ninmach («Sublime
Señora»), Ningal («Gran Señora»), Ninsun, Nintu («Señora de los nacimientos») o
Ninchursang («Señora de la cordillera cósmica»). Umma venera a su dios Sihara, que
también es adorado en el Diyala, y a su esposa fraterna Nisaba. En Kish ocupa el
primer plano el dios de la guerra Zababa, en Lagash predominan de nuevo Ningirsu y
Baba, mientras que el templo principal de Utu, Ebabbar («Casa brillante»), se alza en
Larsa (hoy Senkereh, a unos 25 Km al SE de Uruk). Se les sirve con ofrendas de
incienso y bebidas —agua, aceite, leche de animales domésticos y ciervas[53b]. El
chivo y la oveja son las principales víctimas, y quizá hayamos de interpretar los
numerosos exvotos de ovejas de arcilla como regalo que recibía de la alfarería del
templo el oferente de una oveja y que luego podía poner en el altar.
Mas los dioses necesitan también mesa, cama, sillones y arcas. El mito cuenta
cómo Inanna trasplantó a su jardín el joven árbol Chuluppu desde la orilla del
Eufrates para cuidarlo y criarlo y hacerse después el trono y la cama de su madera.
Pero los demonios se apoderan del árbol recién plantado, hasta que tiene que
intervenir el robusto Gilgamesh para ayudar a la diosa. Así, pues, los príncipes y ricos
regalan a las divinidades lo que éstas necesitan, sin olvidar la oración y la
contraoferta que desean: salud, poder, y una vida larga y feliz. La costumbre de poner
en el templo estatuillas de orantes sigue en vigor y gracias a ella hemos recibido
numerosas efigies grandes y pequeñas de los hombres de aquella época, de las que
recientemente se exhumaron hermosos ejemplares en Mari, lejana, pero perteneciente
a la esfera cultural de Sumer.
La historia de Eannadú y Entemena nos ha demostrado que la época Ur I practicó
también las armas junto con las obras piadosas, y por las representaciones de la Estela
de los Buitres[54], el estandarte de mosaico de Ur y otros documentos estamos en
condiciones de decir algo sobre el ejército y la técnica bélica de este «Imperio
Medio», de Sumer. La tropa, formada con hombres semiesclavos o con los
procedentes de una «clase con herencia» obligada a prestar servicios y provista de un
feudo, disponía de infantería y guerreros que luchaban en los carros. El armamento de
la infantería lo constituían la lanza y la espada corta, y quizá también un hacha de
doble filo. Los oficiales llevaban como distintivo de su dignidad la maza, mientras
que el rey portaba la espada en forma de hoz. Los guerreros se protegían con mantos,
cascos cónicos y escudos rectangulares que cubrían todo el cuerpo, hechos de madera
con guarnición de metal y que presentan nueve bollos de relieve ordenados en tres
filas. La infantería atacaba formando una falange impetuosa y cerrada con las lanzas
en ristre, como aparece claramente en la estela de los Buitres[55]. La guarnición del
carro de combate debía componerse de dos hombres, auriga y guerrero. Se utilizaba
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tanto un tipo de carro ligero de dos ruedas como uno pesado de cuatro ruedas, tirado
al menos este último por cuatro animales parecidos al caballo, según el estandarte de
mosaico. Un saliente anterior protegía ahora la parte inferior de la guarnición; en esta
pared anterior iba un depósito para las jabalinas, el arma del combatiente en carro.
Los abanderados precedían al ejército portando símbolos de campaña en forma de
emblemas de dioses —águilas o buitres—.
No debemos imaginarnos que el reclutamiento militar de un Eannadú o incluso de
un Lugal-Zaggisi era pequeño. La tierra bien cultivada abastecía de alimento a una
gran población y estaba muy poblada. El número de habitantes de Lagash debía
ascender por entonces a unos 36.000. En consecuencia hemos de calcular que
empleaban unidades de infantería de cien y hasta de mil hombres y escuadras de diez
o veinte carros de combate. En caso de necesidad se llamaba a filas ciertamente a
todos los aptos para la guerra, además de la casta de los guerreros. Poseemos
matrículas en las que sólo faltan los administradores de los almacenes, cocineros,
cerveceros, comerciantes y sacerdotes. Los caudillos no olvidaban hacer las honras
guerreras a los caídos en el campo de batalla, y así vemos organizar una ceremonia
militar de entierro para los caídos, dirigida por Eannadú en la Estela de los Buitres.
Sin embargo, el sistema bélico de Sumer no resistió a la gran prueba que le esperaba
ante la aparición del acadio Sargón. La nueva técnica combativa y el superior
impulso guerrero de los jóvenes conquistadores semitas lo paralizaron rápidamente.
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V - EL IMPERIO DE ACCAD
Los súmenos no son hombres de la estepa. Su patria es el país de las tierras bajas
fluviales. Llegados enigmáticamente a la costa noroccidental del Golfo Pérsico, las
colonias urbanas crecen a lo largo de las dos corrientes, de sus afluentes y pronto
también de los grandes canales derivados de ellos. El riego artificial hacen que sean
cultivables las tierras próximas al río, de tal modo que produce pan y aceite y
alimenta en sus prados los rebaños rápidamente incrementados. Por el contrario, las
grandes extensiones de la estepa jamás pertenecieron a los sumerios, y los desiertos
con sus escasos oasis y fuentes les fueron tan inasequibles como los fértiles valles de
las infinitas y altas cadenas montañosas del Zabro, al Norte. Pero precisamente la
habitabilidad condicionada, peligrosa y casi azarosa de las estepas que rodeaban las
tierras fértiles de las grandes corrientes, impulsaba hacia éstas a los duros y parcos
habitantes de aquellos distritos. Así, pues, entre las colonias amuralladas de los
sumerios y sus campos de cultivo estuvieron siempre dispersas las tiendas negras de
la gente de la estepa, hasta las que raras veces llega el poder del señor de la ciudad.
Esta «segunda fuerza» de Mesopotamia es semita y, como ya hemos visto, al final de
la época Djemdet-Nasr había llegado a ser por primera vez tan numerosa que llevó a
cabo una palpable irrupción en el desarrollo cultural del antiguo Sumer. El péndulo
volvió a oscilar para atrás, Ur y Lagash volvieron a desempeñar sus papeles sumerios,
y el fuerte Lugal-Zaggisi de Uruk consiguió, a pesar de la aversión y de las
maldiciones de sus compatriotas, crear un gran reino con los estados individuales y
las federaciones.
En la corte del rey Urzababa de Kish, un vasallo de Lugal-Zaggisi, servía en sus
últimos años de gobierno, hacia 2350 a un funcionario de ascendencia semita, hijo de
un tal Laipu, que gozaba de gran reputación entre los miembros de su tribu y que
probablemente procedía de una familia de jefes. Aquí, en el flanco norte del
verdadero Sumer, predominaba la población semita desde los días de Mesilim, y el
usurpador Lugal-Zaggisi les era mucho más odiado que los ciudadanos de los
Estados-ciudades de las tierras bajas. El cortesano de Kish, tan capaz como
ambicioso, tiene que haber aprovechado este sentimiento rebelde. Su lema «Todo el
poder al Norte semítico» fue acogido con entusiasmo, aumentaron sus partidarios, y
pudo así deshacerse en primer lugar de su débil señor y proclamarse a sí mismo rey
de Kish. Con ello se creó la plataforma desde la que se inició la ascensión del gran
acadio. Se impuso un nombre de soberano semita, de significación programática al
hacerse llamar Sharrukenu, «Soberano justo»; nosotros lo conocemos por Sargón de
Accad. Pronto fue suyo todo el Norte, mayormente semita y le puso el nombre de su
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tribu[56]. En un día fatal emprendió su pueblo, del que había sacado un ejército a base
de dureza y tenacidad, la batalla definitiva contra los sumerios de Lugal-Zaggisi.
Este encuentro se decidió a favor de Sargón gracias también a una nueva técnica
de guerra. Los pesados sumerios avanzaban con las lanzas y los gigantescos escudos
en apretada falange y no poseían un arma móvil de ataque más que en los carros de
combate. Los acadios parecen haber despreciado este caro y difícil aparato de guerra,
cuyo manejo apenas dominaban. Sus armas eran las de la caza y las propias de ligeras
contiendas de la estepa, a saber, el dardo, la flecha y el arco[57]. Luchaban con mucha
movilidad y sin escudo, en el orden abierto de los beduinos, ante el que los sumerios
deberían estar sin saber qué hacer. Los acadios vencieron, Lugal-Zaggisi cayó en
manos de Sargón y éste se apoderó de las ciudades de Sumer. Pero reconoció la
grandeza de la obra de su vencido. Prosiguió consecuentemente y con mano de hierro
la política de Lugal-Zaggisi y creó un gran Estado centralizado, cuyo núcleo no se
llamó ya naturalmente Sumer, sino Accad. Fue el primer soberano de la antigua Asia
Anterior que se construyó una residencia propia, a la que denominó también Agade-
Akkad, para no irritar así a los ciudadanos de la «liberada Kish». La adornó con
templos del salvaje Zababa y de la versión semita de Inanna, de la guerrera Ichtar
Anunitu; se construyó un palacio y grandes muelles a la orilla del río, hasta donde,
según los informes, llegaban pronto los barcos marítimos de Tilmun y Arabia del Sur.
Todavía no sabemos dónde estuvo situada esta fundación de Sargón. Parece
seguro que no estaba muy lejos de Kish y de la Babilonia posterior. Y como no se
reconstruyó tras su destrucción por los Guti —siglo y medio después—,
desaparecieron también sus últimas huellas. Si alguna vez se descubriera entre los
numerosos tells de aquella región, los arqueólogos podrían encontrar allí inauditas
aclaraciones históricas. Pues en el constructor de Accad tenemos al primer príncipe
del rango de un soberano universal. Conquistó Elam y Tilmun (Bahrein) al Este, lo
mismo que el país oriental del Tigris, Asiria y Siria. Y no existe motivo alguno para
dudar de que la epopeya posterior del «rey de las batallas» —describe la victoriosa
campaña de Sargón en Asia Menor— contiene el núcleo histórico de una dominación
de Accad sobre Capadocia. Y se habla de que el gran conquistador visitó incluso
Chipre.
El «Rey de las cuatro regiones del mundo» se creó un aparato de funcionarios, los
«hijos del palacio»; en todas partes salvo en el Sur sumerio, cuya tradición supo
respetar, puso gobernadores, y la tradición habla de un ejército permanente de 5.400
hombres que tenía siempre dispuesto. La centralización sirvió ciertamente al nuevo
«culto imperial». Sargón y sus sucesores no se conformaron con la divinización
efectuada a través de los ritos del servicio de Dumuzi, sino que se hicieron adorar
como reyes-dioses en vida. Delante de su nombre llevan el símbolo divino. Esta
deificación no impedía en modo alguno la adoración de las antiguas divinidades de
Sumer y de los nuevos dioses de los acadios. La gente de la estepa de otras veces
prefieren, en contraste con los poderes ctónicos de la fe sumeria, las divinidades
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astrales, los «dioses luminosos». Junto al guerrero Zababa de Kish vemos destacarse
a Istar Anunitu, representada por Venus y provista también de aspectos bélicos; y
encontramos además al dios semita del sol, Schamasch[58], que tiene su templo en
Sippar, versión acadia del dios lunar, llamado Sin, y al dios soberano Dagan, que
pertenece a Occidente y era conocido de los acadios antes de entrar en Mesopotamia.
Sargón le ofrendó víctimas a este dios, que aparece 1000 años después con los
filisteos bíblicos, durante su campaña del Oeste en Tutul (Hit).
El camino hasta el dominio de un gran imperio de una extensión superior a todo
lo anterior fue pedregoso. No faltaron los reveses, y ya anciano tuvo Sargón que
reducir una gran rebelión. Pero su nombre se hizo pronto legendario, y conocemos
aquella leyenda transmitida después a Moisés y según la cual su origen es el
siguiente: su madre, una sacerdotisa comprometida a no tener hijos, vino a la ciudad
de Azipiranu y dejó a su hijo en el Eufrates metido en un cestito de mimbre: un
jardinero lo encontró y lo crió hasta que la diosa Istar se enamoró de él y le regaló el
dominio sobre los «cabezas negras». Un milenio más tarde juega todavía un papel en
la literatura de los hittitas como legendario héroe real junto con su nieto Naram-Sin.
Sus hazañas se hicieron una parte fija de las crónicas babilónicas; textos de los
augurios —por ejemplo para los buenos indicios en la observación del hígado— se
referían a él y contaban particularidades de su vida, y hasta se ha intentado por
primera vez reproducir su reino en una especie de mapa.
Sergón, el acadio, pensó en dar preferencia al idioma de los semitas respecto al de
los sumerios. Así, pues, sus escribas se vieron ante la difícil tarea de cambiar ahora a
la lengua acadia la escritura del país adaptada ya al idioma sumerio. Y lo
consiguieron, naturalmente no sin que los sonidos de los símbolos silábicos sufriesen
cambios considerables. Y así —aunque en copias posteriores en su mayoría
precisamente por la destrucción y la imposibilidad de encontrar Agade— hallamos
junto con los textos históricos sumerios también textos bilingües y acadios. Una serie
de textos de Sargón originariamente independientes han sido recopilados por un
escriba de los primeros tiempos postsumerios en una gran tabla; leemos en ella:
«Desde el Mar Superior hasta el Inferior, Enlil no le dio ningún enemigo a
Sargón, el rey del país… Sargón, el rey del país, reconstruyó Kish, les regaló su
ciudad como lugar de residencia… Desde el límite del mar amarraba al muelle de
Agade los barcos de Meluchcha, los barcos de Magan y los barcos de Tilmun.
Sargón, el rey, adoraba a Dagan en Tutul… El (Dagan) le dio el País Superior, Mari,
Jarmuti e Ibla hasta el bosque de cedros (Amanus o Líbano) y las montañas de plata
(Tauro). Enlil no le dio ningún enemigo a Sargón, el rey. Ante él toman diariamente
su comida 5.400 soldados…».
Una suerte inaudita hizo que se descubriera en Nínive la magnífica escultura en
bronce de la cabeza de un rey[59], en la que por causas internas estamos justificados a
reconocer el rostro del gran soberano. La frente se alza oculta entre la corona del
pelo, la diadema y los rizos cuidadosamente peinados, las cejas muy enarcadas y
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espesas nos hablan de su fuerza de decisión y de su tenacidad, mientras que los ojos
parecen expresar agudeza de ingenio y desprecio humano incluso en su actual estado
semidestruido. Por encima de los milenios, el primer gran rey —emperador y dios en
una misma persona— nos contempla majestuosamente y exigiendo el más profundo
respeto.
El gobierno de Sargón debió durar más de cinco decenios; sus dos hijos Rimush y
Manishutusu, sucesores suyos, tenían que ser bastante viejos cuando reinaron. Había
que aplastar grandes levantamientos para mantener la existencia del imperio. Pero la
fidelidad del ejército acadio se acreditó en muchas batallas cuyas cifras de caídos y
prisioneros anotó exactamente Rimush en una especie de diario de guerra: en la lucha
contra Ur y Umma cita 8.040 muertos y 5.460 prisioneros, y en la batalla de Kazallu,
en el país del Tigris Oriental, contó incluso 12.650 muertos y 5.864 prisioneros —
aunque no estamos seguros en modo alguno de que se trate siempre de exageraciones.
Manishtusu aseguró el predominio sobre Elam venciendo a 32 ciudades «allende el
mar», debiendo haber dispuesto, en consecuencia, de una flota. Se ha conservado un
busto del rey, hecho en Susa y consagrado por un funcionario acadio a una divinidad
elamita, a quien le falta naturalmente la poderosa viveza de la cabeza de Sargón y que
testimonia la amplitud del poderío acadio. Alcanzó su punto culminante bajo el nieto
de Sargón Naram-Sin, el «dios de Akkad» o también el «poderoso dios», a quienes
los historiadores babilonios le atribuyen 37 años. Aplastó una gran rebelión urdida
por Kish, celosa de la continua preferencia de Agade, sometió el país de Magan
(Arabia del Sur) e hizo prisionero a su rey Mani, y por primera vez penetró un
ejército acadio en la gigantesca cordillera del Zagro para civilizar a los pueblos
salvajes de las montañas, alejadas a unos 500 km en dirección Norte y con una altura
superior a los 4.000 m en los picos de Kub-i-Ushtaran, el Qal’eh y el Kuh-i-Karbush.
La famosa estela de Naram-Sin, el testimonio más brillante del arte del relieve en
su época, erigida primeramente en la ciudad de Sippar[60], llevada después a Susa
como botín de guerra tras un ataque elamita y descubierta allí de nuevo, nos habla en
imágenes impresionantes de los combates en las altas montañas. Otro monumento de
la victoria fue hallado en el Kurdistán, al lado de un afluente del Tigris, en Pir
Hüssein, al NE de Diarbekir. Príncipes sirios quedan sometidos y los sólidos castillos
de Accad aseguran por todas partes el dominio de la casa real mediante gobernadores.
Entre ellos se destaca en primer término la gigantesca construcción de Tell Brak, al
NO de Nínive, a orillas de un afluente del Chabur. Los ladrillos sellados de sus
murallas conservaron hasta nuestros días el nombre de Naram-Sin, que quizá tuviera
para la posteridad un eco mítico superior al de Sargón. Inscripciones reales fingidas
encomian la época feliz dirigida por él; en Chattusa, la capital del reino hitita de Asia
Menor, nos lo encontramos un milenio más tarde, y los textos de los augurios de
Babilonia añaden a su nombre el respetuoso complemento: «a quien el mundo estaba
sometido». Pero en sus tiempos encontramos también los primeros indicios de una
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ciencia histórica exacta en forma de apuntes cronológicos: se trata de las llamadas
fórmulas anuales de fechas, con las que se creó una cronología relativa:
«Año en que Naram-Sin puso los cimientos del templo de Enlil en Nippur y del
templo de Inanna en Zabalam».
«Año en que Naram-Sin llevó la desembocadura del canal E-erinna a Nippur».
A la muerte de este gran príncipe acadio empezó a decaer rápidamente la
fundación de Sargón. Sharkalisharri (hacia el año 2220) se agotó a pesar de su
nombre altisonante («Rey de todos los reyes») en difíciles combates que hubo de
efectuar en las «cuatro regiones del mundo». Venció a los salvajes Guti en las
montañas del Norte, entre el curso superior del Diala y el gran Zab, y oímos que
consiguió hacer prisionero a su príncipe Sharlak. Pero luego vinieron las disputas por
el trono; la lista real sumeria nombra los cortos reinados de seis reyes y pregunta:
¿Quién era rey? ¿Quién no lo era?. Durante este interregno parece haber salido de
Uruk una reacción sumeria. Se originó una lucha de todos contra todos que fue
aprovechada por el ya mencionado pueblo bárbaro de los Guti para efectuar un
ataque. Esta invasión puso fin al imperio de Accad hacia el año 2150. Su capital fue
destruida hasta sus cimientos, y los «dragones de las montañas» tampoco respetaron
Uruk ni Ur. Sobre Sumer y Accad se extiende un silencio mortal a lo largo de un
siglo, poniendo fin a un florecimiento cultural único, con nuevas formas marcadas
por las fuerzas nuevas de los acadios.
La literatura sumeria posterior expresó las penas de aquellos tiempos en una serie
de cantos fúnebres muy sentidos sobre la destrucción de las ciudades más famosas de
su país. El más conocido de todos estos cantos es la queja acerca de la destrucción de
Ur, puesta en boca de Ningal, la esposa del dios lunar Nanna. ¡Los dioses de Sumer
abandonan sus ciudades —Ur, Nippur, Lagash, Isin, Uruk y Eridu están ahora
desamparadas! Ningal llora amargamente día y noche por el hundimiento de Ur, pues
el viento y la lluvia pasan ahora por su santuario derruido… La perdición cayó sobre
Ur en forma de tormenta, huracán, fuego, tinieblas y calor ardiente; los muertos se
pudren en las murallas de la ciudad; las puertas están taponadas de cadáveres. Ningal
ya no es reina de la ciudad y quisiera permanecer entre sus ruinas como un toro caído
y no volverse a levantar.
¡Oh dolor!, clama por su ciudad, ¡oh dolor!, por su casa, en la que se apagó el
canto de su pueblo y a la que ya no llevan sus ofrendas ningún pescador, ningún
pajarero… Pero Ur, enterrada en polvo y ceniza, extiende sus manos como un ser
humano hacia Ningal, su señora, y le implora que vuelva, como un buey a su establo,
como una oveja a su redil, como un niño a su habitación.
La cultura de Akkad, que sucumbió ante el ataque de los Guti, se destaca de la
sumeria con rasgos prominentes. Y se manifiesta ya en lo puramente externo. El traje
de la época es diferente: cuando el acadio lleva la mitad superior del cuerpo al
descubierto y no viste más que una falda, ésta no consiste más que en un paño
rectangular tejido, adornado con flecos en la parte estrecha. Por atrás llega hasta las
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corvas o hasta media pantorrilla y por delante sólo hasta la rodilla[61]. El traje entero
deja libres el hombro y el brazo derechos, es cruzado de izquierda a derecha y se
sujeta alrededor de las caderas con un cinturón. La parte inferior de una estatua de
Manishtusu, en diorita, nos muestra además un vestido suntuoso que llega hasta los
pies, va adornado con flecos anudados y denota una animación casi clásica mediante
una reproducción acentuada del pliegue que va de la cadera izquierda hacia la
derecha. Los soldados llevaban al parecer un manto que dejaba libres ambos brazos y
les permitía, por consiguiente, una total libertad de movimiento. Las mujeres
preferían túnicas plisadas sujetas con un cinturón, las matronas unos vestidos-abrigo
provistos de un escote puntiagudo con aberturas para meter las manos. Para cubrirse
la cabeza usaban mucho un gorro cónico abombado en los bordes, aparte de boinas y
cofias en forma de cojines[62]. El peinado de los hombres evita tanto el afeitado de la
cabeza como el de la barba y presenta el pelo cortado tanto largo como corto; el
cabello largo era anudado en la nuca[63]. El artístico y suntuoso peinado de la cabeza
de Sargón lleva una trenza a la frente sujeta por un aro de metal. Como la misma
escultura muestra, se lleva además una barba entera corta o larga, cuidadosamente
peinada y ondulada en los aristócratas. Las mujeres recogen su cabello en la nuca en
un nudo alargado que se suelta y se sujeta con una diadema[64]. Las personas de esta
época —hombres con rasgos bien marcados y mujeres de un gran encanto a veces—
nos son conocidas por varias esculturas.
El arte figurativo de la época acadia alcanza ahora una altura admirable
rechazando la estilización geométrica[65], por ejemplo, período Mesilim, y adoptando
el naturalismo del arte Djemdet-Nasr. Naturalmente también hay aquí productos
convencionales y provinciales, como algunas cabezas y estatuas de Asur[66], ahora
acadia, y de las ciudades sumerias del Sur, que al parecer no fueron capaces de
adaptarse a los nuevos tiempos o que rechazaron lo acadio. Pero junto a ellos
encontramos también obras maestras de la escultura, como la cabecita de una
muchacha hallada en Asur, semejante a un retrato, la pequeña cabeza en alabastro de
un Ensi de Adab[67], o como coronación de este arte, la efigie de Sargón en cobre
repujado, de tamaño natural.
Entre los relieves se destaca una estela de Lagash[68] con la representación de
combates individuales, y ante todo el ya citado monumento a la victoria de Naram-
Sin, de casi 2 m de alto, que presenta, vivaz, y en una reproducción magistral[69], la
figura guerrera del rey en el combate de las montañas. Tenemos aquí una verdadera
composición: Bajo los emblemas divinos, reproducido en un tamaño descomunal,
está el rey armado, vencedor de sus enemigos, con el gorro de cuernos de los dioses
en la cabeza, al pie de un abrupto cono rocoso. Uno de sus enemigos ha caído, otro se
halla en lucha con la muerte, a un tercero le pone Naram-Sin el pie en el pecho.
Herido por una flecha cae otro adversario, mientras que detrás de él hay uno que
implora piedad con los brazos en alto. Debajo, y todavía con el arma en la mano,
vemos a un guerrero en actitud semejante —aunque nunca igual— de entrega, y un
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piso más abajo se halla otra variante de este tema. Todos los enemigos miran
fijamente al terrible luchador Naram-Sin, y hacia él miran también los seis guerreros
acadios armados de venablos y hacha de guerra, que lo siguen por la escarpada senda
montañosa en una acometida victoriosa. El genial artista erigió aquí un monumento
tanto al ímpetu guerrero como a la gran personalidad de caudillo de Naram-Sin, pero
ha fijado también algo del ser conquistador de los acadios, de cuyas fuerzas se nutrió
él asimismo para crear. ¡Qué progreso desde la Estela de los Buitres de Eannadú,
persistente en la monumentalidad rígida! No obstante, nuestro relieve tiene padrino;
poseemos un relieve único de Sargón —por desgracia mal conservado— que traza la
línea de unión entre ambos monumentos. Se ha subrayado con toda razón que las
obras de arte del período acadio no son inferiores a las famosas creaciones del poco
más o menos simultáneo «Imperio Antiguo» de Egipto.
Los fuertes impulsos que la victoriosa capa acadia de la población dio al arte de
su época[70], se pueden distinguir con la misma claridad en los cilindros, en cuyas
imágenes da un fruto maravilloso la unión de la gran tradición sumeria del período
Djemdet-Nasr con la fuerza representativa de los acadios. En ellos luchan héroes con
leones o toros, leones hacen presa en búfalos, dioses sentados en sus tronos reciben a
sus adoradores, dirigidos por la divinidad protectora, oferentes traen sus animales,
seres fabulosos tiran del carro de guerra de la divinidad; Utu, rodeado de haces de
rayos, asciende de los infiernos y sale de las puertas del cielo abiertas por sus
servidores; Etana marcha hacia el cielo, Dumuzi se mide con el demonio
leontocéfalo, siendo ayudado por Inanna, y algunos campesinos van tras sus arados
tirados por bueyes. Notemos aquí como cosa curiosa entre los cilindros de esta época,
una pieza de importación aparecida en Tell Asmar, en el Diala, evidentemente de
origen indio —presenta un elefante, un rinoceronte y un cocodrilo. Los cilindros
acadios, que llevan ahora más a menudo que en la fase Ur-I una pequeña inscripción,
por ejemplo, el nombre del propietario o un texto votivo, seducen todos por su
suntuosa composición, la claridad de sus imágenes y la vivaz riqueza de su expresión
— ventajas que no volverá a presentar la glíptica hasta pasado un buen milenio, en el
Imperio Medio asirio.
La arquitectura de Accad casi no nos es conocida más que por los palacios,
circunstancia que no será casual en este período de los soberanos divinizados. A decir
verdad, oimos en los textos sagrados y en las fórmulas anuales, que Sargón, Naram-
Sin y Sharkalisharri se preocuparon por la construcción de templos y ziggurats. Y la
nueva costumbre de utilizar en los proyectos oficiales de construcción ladrillos
provistos con el nombre sellado del constructor, nos ha aportado en Nippur incluso
uno de estos sellos para ladrillos de unos 11 cm de longitud y anchura con la
siguiente leyenda en escritura monumental: «Naram-Sin, constructor del tempo de
Enlil»; un santuario perteneciente con toda seguridad al período acadio, pero que no
ha sido exhumado hasta ahora. Los grandes soberanos preferirían construir palacios,
que al mismo tiempo eran bases defensivas, en las principales ciudades de su imperio,
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y ya hemos dicho que muy al Norte, en Tell Brak, se han descubierto los restos de una
de estas construcciones gigantescas de Naram-Sin con cinco patios y murallas de 10
m de anchas. Edificado sobre un templo de la época Djemdet-Nasr, este poderoso
palacio poseyó probablemente una capilla para el culto del «dios». Naram-Sin. Una
residencia principesca semejante —aunque naturalmente menos extensa— se alzaba
también en Eshnunna, a orillas del Díala, a la que no podemos dejar de rendirle una
pequeña visita.
Su entrada —posiblemente por razones de defensa— sólo era accesible a través
de un callejón de 15 m de largo y apenas 3 m de ancho, limitado por dos salientes
contrapuestos de la muralla, entre las murallas del palacio y las del terreno vecino.
Por estas razones el portal de entrada no tenía más que 1,80 m de ancho, mientras que
el espesor de las murallas exteriores llega a los 2 m. Atravesamos la entrada y nos
encontramos en un patio anterior de 17 por 4 m. A la derecha hay un edificio con
unas 10 habitaciones —la puerta no tiene más que 1 m de ancha—, en el que debían
albergarse el portero y la guardia. También había a disposición de los visitantes un
lavabo y un retrete junto a la puerta de entrada. En el centro de la muralla
longitudinal Sur se abría a la derecha una puerta de 2 m de ancha, a través de la cual
se pasaba a un gran patio interior (10 por 12 m) rodeado de habitaciones para los
trabajos de la casa. Las que se encuentran en la pared de enfrente, se habrán de
considerar como salas de recibir. De ellas se pasaba a otro patio rodeado de cinco
cuartos y de 10 por 5 m. Cocina con hogar (6,5 por 3 m) y comedor (7,5 por 3 m) con
pozo de filtro, sobre el que se lavaban las manos después de comer, indican que aquí
estaban los cuartos de estar y los comedores de los funcionarios de la corte. A las
verdaderas viviendas privadas del príncipe no se llegaba desde los recibidores más
que a través de dos habitaciones alargadas, parecidas a un corredor, se atravesaba una
sala de 9 por 4 m y se alcanzaba por fin el último gran patio de palacio (11 por 5 m) a
cuyo alrededor había otras siete habitaciones, por lo general pequeñas. Aquí estaban,
por fin, el rey y su familia «entre ellos», y los hogares, vasijas y cacharros hallados
—la época poseía una cerámica de formas hermosas— y además utensilios de la casa,
así como peines de marfil y cajitas de coloretes, demuestran que esta parte del palacio
pertenecía en su mayor parte a las mujeres. Además, bajo el callejón que recorría la
muralla oriental del palacio, de 72 m de larga, corría un canal abovedado de desagüe
—hallado en gran parte intacto durante las excavaciones—, que recogía una serie de
desagües procedentes de las habitaciones respectivas. Con ello vemos que se cuidaba
mucho de la higiene. Para mantener frías las habitaciones se colocaban en las
ventanas durante el día verjas de arcilla cuadradas, de 45 cm de lado y provistas de
aberturas circulares triples de 8,5 cm de diámetro.
Las ruinas del viejo Eshnunna nos han ilustrado suficientemente la casa civil[71].
Estas ruinas confirman nuestra afirmación anterior de que la vivienda de la antigua
Asia Anterior no sufrió cambios decisivos. A través del corredor de la casa y quizá de
un cuarto del portero, se llega al patio a cuyo alrededor están las habitaciones para
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vivir y trabajar y en el que no faltaba tampoco el retrete —habiéndose comprobado a
veces ¡hasta un asiento recubierto de asfalto! Filtros de arcilla recogían el agua sucia;
existían, además, ventanas.
La costumbre, aparecida a mediados del milenio, de no enterrar a los muertos en
cementerios, sino en el sótano de las mismas casas —a veces se construían incluso
una pequeña capilla—, parece haber continuado en uso. Las tumbas de Ur
pertenecientes al período acadio no presentan ninguna diferencia en la forma de
entierro con respecto a la época anterior. Se colocaba al muerto en un féretro de
madera, mimbre o barro, y quién moría como pobre había de conformarse a menudo
con una simple estera en la que se envolvía su cuerpo sin alma. Se añadían los
utensilios de diario y quizá alguna joya; el muerto descansa en cuclillas y echado a un
lado, con los brazos vueltos hacia arriba por los codos y las manos cerca de la boca
—una posición que le debía facilitar al muerto tomar su comida.
El ejemplo del cuidado de los muertos nos muestra cómo lo viejo seguía vigente
en la época nueva: el pasado no se había separado bruscamente del presente. Incluso
en el período acadio, tan movido, brillante y creador de aspectos totalmente nuevos,
el desarrollo apenas afluyó como una corriente arrolladora, sino más bien dentro de
un cauce ancho y tranquilo. El poder de la tradición apenas se aprecia en ningún otro
sitio más que en Antiguo Oriente, y veremos que el secular domino extranjero de los
Guti tampoco fue capaz de romperla.
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VI - RENACIMIENTO SUMERIO
Ur, 2050 a. J. C.
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promesa de establecer una forma de derecho al ser proclamado rey y con la que
espera crear una base sólida para las relaciones jurídicas, económicas y sociales de
Sumer y Akkad, en completa anarquía desde el periodo de los Guti. Los reunidos
alrededor del rey en la sala de justicia del palacio —los príncipes, los sacerdotes de
todos los templos importantes, funcionarios, oficiales, notables, grandes comerciantes
y también los embajadores de los países aliados— permanecen inmóviles y con un
gesto de aprobación o descontento, según su posición y temperamento. Algunos de
ellos no pueden reprimir cierto aburrimiento de incomprensión durante la larga
lectura: son de lengua acadia y sólo pueden seguir parcialmente la conferencia
pronunciada en el idioma tradicional sumerio. Pero todos sienten que hoy es un día
grande en la historia de Ur.
Ur-Nammu ha procurado que la proclamación de la nueva ley se celebre con toda
la pompa tradicional. En cada uno de los numerosos santuarios, construidos en su
mayoría durante los últimos años, se ha festejado el acontecimiento con víctimas
solemnes, himnos y oraciones[72]; Nanna y Ningal, la principal pareja divina de la
ciudad, tan arruinada antiguamente por los Guti y reconstruida ahora por Ur-Nammu,
han recibido magníficas ofrendas en su templo de Ekishnugal, reedificado con toda
suntuosidad; también se erigió una estela con hermosos relieves en varias bandas que
presentan al rey partiendo para el trabajo sagrado con el pico al hombro y luego
rezando ante las divinidades sentadas. El pueblo celebra con cuantiosos regalos de los
almacenes reales su fiesta, en la que los cortesanos de Ur-Nammu proclaman la nueva
ley… Ahora resuenan en sus oídos las ovaciones de sus súbditos al abandonar el rey
el palacio y la sala de justicia bajo el aplauso del impresionante auditorio, y al
mostrarse a los ciudadanos de Ur en la escalinata vestido con la túnica solemne, que
le llega hasta los tobillos, con la barba larga y cuidadosamente peinada, y en la
cabeza el gorro redondo abombado en los bordes, que conocemos ya por la cabeza de
Bismaya. Puede darse por satisfecho con el éxito propagandístico de su acción
política, y su mirada descansa orgullosa en la obra más grande que creó en su capital,
la ziggurat de Nanna, que se alza brillante y poderosa más de 20 m por encima de la
residencia, asegurada contra las inclemencias del tiempo por su revestimiento a base
de ladrillos cocidos y rodeada por un doble anillo de murallas.
El príncipe constructor, a quien Uruk, Eridu, Lagash y Nippur también deben la
reconstrucción de sus templos[73], lleva metida en la cabeza la medida y los detalles
arquitectónicos que tanto le interesa: el revestimiento con ladrillos cocidos bañados
en asfalto, y todos con el sello de Ur-Nammu, tiene un espesor de 2,5 metros en el
escalón inferior, y el volumen de la torre escalonada asciende en la base a 62 por 47
m. Las paredes están divididas aquí por pilares colocados cada 4,4 m; cada uno tiene
una anchura de 2,6 m y sobresale 0,45 m. Aparte de la capa de ladrillos cocidos, las
inclemencias del tiempo se combaten también con un cuidadoso drenaje del núcleo
de adobes; unos pozos de desagüe conducen cualquier agua de lluvia a los lados NO
y SO. Una escalinata central y dos laterales constituyen la subida al primer piso del
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sagrado edificio, cuyo empedrado está a 11 m por encima del suelo de las terrazas. El
segundo escalón mide 36 por 26 metros y tiene más de 16 de alto, el tercero sobresale
más de 20 m por encima del patio del templo y tiene todavía un perímetro de 20 por
11 m. Y en todo lo alto brilla con sus ladrillos azules vidriados el aposento nupcial de
Nanna y Ningal, un templo de una habitación, maravilloso por su acentuada sencillez,
cuyo resplandor lleva Utu, el dios solar, por todo el país de Sumer…
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secas como el fuego purificador,
quiero reducir su temor
igual que se perdió el miedo del monte Aratta.
No ha de resucitar jamás
lo mismo que una ciudad maldita de An.
Como el lugar castigado por Enlil,
¡jamás volverá a resurgir!
Inanna abre llena de cólera y de ira la «casa de la batalla» y reúne sus armas y
ayudantes, ataca al enemigo y lo aniquila. Colocándose sobre el vencido, canta luego
un himno a sí misma: quizá se creara este himno para las fiestas de la victoria de
Utuchengal en el templo Eanna de su residencia de Uruk, cuya señora era Inanna.
Todavía no sabemos cómo se realizó el traspaso de poderes de Uruk a Ur, de
Utuchengal a Ur-Nammu, aunque hemos de suponer que el preferente dominio
sumerio no era ya posible en el país y por eso Ur-Nammu demostró su inteligencia
buscando la unión del elemento sumerio con el acadio. Bajo este lema pudo unirse
Mesopotamia y aspirar a una situación de paz y bienestar largamente deseada, que
consiguió bajo los reyes de la III Dinastía de Ur durante un siglo. De ahí que no le
fuera muy difícil a Ur-Nammu fundar su imperio; lo colocó bajo el lema de una
restitución de la antigua grandeza y magnificencia, aunque también de las antiguas
costumbres y de la fe tradicional. En la medida en que progresaron en el país el
orden, la tranquilidad y la seguridad, creció su bienestar y avanzaron la industria y el
comercio. Una política fiscal, al parecer moderada, permitía, sin embargo, que
afluyeran cuantiosos medios a la corte de Ur y colocó a Ur-Numma en situación de
reemprender y llevar a cabo su mayor deseo: la reconstrucción de los templos del
país. En todos los yacimientos se encuentran sus documentos de fundación y clavos
de arcilla, en todas las murallas exhumadas de los santuarios aparecen los ladrillos
con su nombre y con frecuencia se esconden en ellas las figuras inaugurales de
bronce, de unos 25 cm de altas, que representan a Ur-Nammu como obrero en la
construcción sagrada del templo, con las dos manos sujetando la espuerta en la
cabeza.
«Ur-Nammu, el poderoso héroe, el señor de Uruk, el rey de Ur, el rey de Sumer y
Accad, le ha construido su querida casa, se la ha reconstruido a Nanna, el hijo
predilecto de Enlil, su rey».
Así o de forma semejante rezan los textos fundacionales para el dios lunar Nanna
en Ur, Inanna y An en Uruk, Utu en Larsa, Enlil y Ninlil en Nippur, Enki en Eridu[74],
hallados en los sitios citados o en otros. Y por muy cortos y uniformes que sean nos
dan noticia de una obra gigantesca, separación de escombros, planificación,
reconstrucción; todo estaba dedicado al resurgimiento de los viejos santuarios, y sus
huellas se han podido confirmar arqueológicamente por todas partes. De la noticia de
que Ur-Nammu unió Ur con Eridu mediante canal de 15 Km, hemos de deducir que a
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pesar de su obra favorita no olvidó la economía y el comercio. La cantidad de
documentos comerciales y los textos económicos de los tiempos de la III dinastía de
Ur, nos demuestran el volumen y la intensidad de la vida comercial de aquella época,
que en su exagerada satisfacción por escribir, anotaba en una tablilla de barro todo
contrato, incluso el más simple, y depositaba el documento en un depósito oficial.
Hasta qué punto prosperaron entonces las empresas comerciales en las regiones
seguras de Asia Anterior, nos lo prueban las inscripciones de otro príncipe que, como
contemporáneo de Ur-Nammu y de Shulgi, reinada como vasallo de Ur-Nammu en
Lagash después de su victoria sobre Namchani, documentada en el prólogo de su
código, y que evidentemente poseía una independencia considerable. Nos referimos a
Gudea, en quien tenemos una de las figuras más amables de Sumer y quizá de todo el
Oriente Antiguo[75]. También sus aspiraciones tendían a una restitución de la cultura
y fe sumerias, y quizá la consonancia ideal con el soberano de Ur le proporcionó
aquella generosidad que nos sorprende y que le aseguró una influencia considerable
en Uruk. La soberanía indiscutible de Ur-Nammu fue la que, como se dice en una de
sus numerosas inscripciones, le «abrió los caminos desde el Mar Superior al Inferior»
—aunque atribuya también este hecho a su dios Ningirsu y a las bendiciones que
irradiaban de la terminación de su templo. Como señor de la metrópoli comercial más
importante entre el curso bajo del Tigris y el Eufrates, cerca ya de la desembocadura,
Gudea podía jactarse de disponer de todos los bienes del mundo cultural de entonces.
Y siempre encontramos en los extensos textos que se han conservado de él, grabados
en grandes cilindros de barro, en tonelitos de arcilla, conos, ofrendas, numerosas
estelas y estatuas[76], los informes de estas empresas comerciales que le aportaron los
tan preciados troncos de cedro del Amanus sirio, la madera de los plátanos de Ibla en
el Eufrates central, el oro del país Chachu, otras maderas de Tilmun, diorita de
Magan y muchas cosas más:
«De la ciudad de Ursu, de los montes Ibla, traía él maderas de zabalu, grandes
maderas de aschuchu, madera de plátanos, madera de los montes. Del Umanu, del
monte de Menua, de Basalla, de la montaña de Amurru traía grandes bloques de
piedra. De Kagalad, de los montes de Kimash sacaba cobre de los montes de
Meluchcha importaba madera de uschu. Traía oro en polvo de los montes de Chachu,
asfalto de Magda, de los montes a orillas del río. En los montes de Barshib cargaba
grandes barcas con piedras de nalua».
Gudea tampoco se asustaba del lenguaje de las armas y nos habla de la lucha y la
victoria contra el Anshan elamita, aquella región cuya capital era Susa y de la que
milenio y medio más tarde saldría el persa Ciro. Como buen gobernante —un pastor
de su pueblo y, según sus textos, con deseos de equipararse a la imagen ideal sumeria
de un soberano religioso— Gudea se preocupó por el bienestar de sus súbditos, cuyo
número ascendía, según él, a 216.000. Oímos que puso grandes plantaciones de
árboles y expulsó de Lagash a «los malos hechiceros que torturaban a su pueblo».
Pero su principal preocupación era el cuidado del culto y de los templos, y su riqueza
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le permitió la realización de monumentales proyectos culturales, el mayor de los
cuales sería la edificación del templo de Ningirsu Eninnu («Casa de los cincuenta»).
Gudea nos cuenta en su «himno a la construcción», grabado en dos grandes cilindros
de barro y cuyo texto llena 1.365 casillas, cómo construyó este templo, cómo su dios
le participó en sueños el deseo de tener un templo nuevo y magnífico, cómo Gudea
intentó varias veces informarse ante la adivina de los sueños, la divina Nanshé, sobre
las particularidades de esta obra, cómo se realizaron los trabajos y cómo todos los
súbditos tuvieron que contribuir a la terminación de la construcción sagrada no sólo
con su trabajo manual sino también con su devoción y su bondad humana.
Con esta gigantesca poesía, en la que se mezclan profundas oraciones, Gudea
creó no solamente un monumento literario único, sino que también conservó para la
posteridad un testimonio de su devoción verdadera y entregada incondicionalmente a
la fe tradicional y arraigada de su pueblo, testimonio que nos proporciona además
preciosas explicaciones sobre las ideas que en su época se tenía de Dios. Se ha
alcanzado ahora ese nivel en que el panteón comprende una infinidad de dioses
principales y secundarios. Los mismos súmenos dan una suma global de 3.600, y
ciertamente era una ciencia teológica, de por sí, conocer la naturaleza y actividad de
todas estas divinidades grandes y pequeñas, dominantes y servidoras inasequibles y
caritativas[77]. Sobre el concepto del Sumer posterior nos informan en cierto modo
algunas reproducciones de relieves y cilindros, mientras que faltan estatuas de dioses,
excepción hecha de algunas efigies de piedra —un hecho válido también para el
primero y segundo período y nada extraño si lo estudiamos más a fondo. Las grandes
estatuas compuestas de diferentes materiales preciosos y colocadas en el
sanctasantorum de los templos famosos, fueron al parecer botín de la soldadesca
desenfrenada o de reyes y generales avariciosos y sin escrúpulos.
Tras un gobierno largo, de más de treinta años —por el que tan a menudo y con
tonos de verdadera devoción había rezado a su dios— murió este príncipe conocido
hasta en su semblante por las cabezas de sus numerosas estatuas, dejando a su hijo, y
después a su nieto, la soberanía de Lagash. Ambos continuaron vasallos de Ur y
pagaban regularmente sus tributos; se han conservado las facturas con los sellos de
los controladores reales. El mausoleo subterráneo de estos descendientes de Gudea
pudo ser desenterrado por los arqueólogos franceses, que durante varias generaciones
habían trabajado con éxito en la antigua y rica ciudad comercial.
En Ur, a Ur-Nammu le sucedió su hijo Shulgi (hacia 2046-1998), que como
celoso restaurador y constructor de templos siguió los pasos de su padre y consiguió
ampliar aún más el imperio de Ur III: desde Susa, en Oriente, Alalach (hoy Tell
Atchana) al norte de Siria, y desde la colonia comercial de Kanesh de la antigua
Asiria en Capadocia, los pueblos miran hacia Ur como centro suyo. En el Zagro,
Shulgi logró varias victorias y pudo volver a titularse «Rey de las cuatro regiones del
mundo», decidiéndose también a dar vida otra vez al reinado divino del período
acadio. Su nombre lleva —aunque no siempre— el símbolo divino, y en los himnos
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se le ensalza como «dios de todos los países», comparándosele con el dios solar.
Mediante la consumación de las Bodas Sagradas se convirtió también en Dumuzi, el
amante divino de Inanna. Y en calidad de tal hizo construir en el famoso cementerio
real de Ur, para su padre, su madre y él mismo, aquella extraordinaria tumba a 10 m
bajo tierra y con bóvedas de cañón, que Sir L. Woolley pudo exhumar esta vez en
perfecta conservación. Presenta una construcción rectangular de 30 por 25 metros y
sobre ella, ya en la superficie, los cimientos de un mausoleo en el que quizá los
muertos divinizados eran sacados en resurrección simbólica y enterrados durante las
fiestas de Año Nuevo —actos del culto a los muertos y de los misterios Inanna-
Dumuzi que se manifiestan como rigurosa observancia de las tradiciones procedentes
de la época de la primera Dinastía de Ur, hacia 2500. Los sucesores de Shulgi
también lo alabaron y ampliaron la tumba subterránea con arreglo a sus necesidades,
de tal modo que los cuatro soberanos de la tercera Dinastía de Ur muertos en su
capital yacen enterrados —o, como se creía, hasta la segunda venida— en esta
sepultura gigantesca.
Shulgi obtuvo una notable distinción personal con el inventario de las tablillas de
barro que aparecieron en la década de los veinte de este siglo y proceden todas de
Puzrish-Dagan (actualmente Drehem, 10 km al SE de Nippur). Si este lugar se
consideró antiguamente como una fundación residencial de Shulgi, comprobóse
luego que había aquí un dominio real, una especie de estación de cría de animales.
Las existencias, listas de entrada y salida, conservadas en escritura cuneiforme, nos
permiten echar un vistazo a la extensa explotación de una finca dedicada a la
selección de razas, que por un lado había de satisfacer las necesidades de carne de la
cocina de la corte, con su gran número de comensales, funcionarios, médicos,
satélites, guardia personal, cantores y cantantes, músicos y músicas, mujeres del
harén y servicio—, y por otro lado servía evidentemente a las inclinaciones ganaderas
y zoológicas del soberano. Se criaban en ella tanto animales domésticos como
salvajes, junto con los bueyes, asnos, cabras, ovejas y cerdos; también el uro, bisonte,
ciervo y gamo —la leche de las ciervas era ofrecida a los dioses como bebida—, una
pequeña especie de mufflon (ovis laris-tancia), oveja de melena (ammotragus), cabra
montes, cabra sacacorchos (capra falconeri) y jabalíes. Sorprende la frecuente
citación del oso en su forma siria y caucásica, que era domesticado y cuyas crías eran
entregadas regularmente a la cocina de la corte: los sumerios opinaban, como el
antiguo maestro Brehm, que «la caza del oso joven tenía un gusto exquisito». Los
osos adultos eran empleados junto con los jabalíes para la vigilancia de las puertas de
la ciudad, como en la Berna medieval. Tampoco faltaban gacelas y antílopes (gazella
dorca, marica, subgutturosa), así como monos y avestruces. La afición de Shulgi da
una idea a los zoólogos y amantes de los animales de nuestro tiempo, acerca de la
variada fauna mayor de la antigua Asia Anterior.
La creación imperial de Ur-Nammu y Shulgi continuó existiendo también bajo el
hijo de este último, Bursin (leído también Amarsin, hacia 1997-1989). Las fórmulas
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anuales de este príncipe hablan de la destrucción de Urbilum-Arbela y otras empresas
guerreras, de nombramientos de sacerdotes supremos en Ur, Uruk y Eridu y otras
acciones religiosas; los documentos comerciales testimonian el incesante
florecimiento del comercio y la economía. Bajo Shusin (hacia 1988-1980, el nombre
es ya semita) se divisan claramente los signos del peligro que amenaza al país y al
pueblo. Para contrarrestar los avances de tropeles cada vez mayores de tribus semitas
procedentes del Oeste, este rey se ve obligado a la característica medida defensiva de
la construcción de un limes (pared fronteriza), que se erigió en el Eufrates medio y
recibió el nombre de Muriq Tidnim («el que mantiene alejado el país de Tidnum»).
Estos beduinos del desierto sirio, denominados cananeos orientales, amorritas, o
mejor, semitas occidentales, asombran a los portadores de la refinada y antigua
cultura del país, tanto por su barbarie como por su sobriedad. Conocemos una
narración mítica de las bodas de una hija del dios Numushda de Kazallu, en el país
del Tigris oriental, con el dios de los semitas occidentales Martu, que denota un
antiguo contacto de esta ciudad con los invasores. Y en esta poesía se habla del dios
Martu —y naturalmente de su pueblo—, que come carne cruda, no ha habitado nunca
en ninguna casa y que, cuando muere, no es enterrado.
Es comprensible que ante este peligro para las costumbres de Sumer y Akkad se
le diera la mayor importancia a la conservación de las instituciones religiosas
tradicionales, que conferían protección y felicidad. Se acentúa la divinidad del
soberano, se le construyen templos propios, y los cilindros-sellos lo presentan en
calidad de dios recibiendo en su trono a un peticionario conducido por una divinidad
protectora[78]. La «Boda Sagrada» cultual se lleva a cabo con todo detalle: cadenas de
perlas rotuladas que se han encontrado en Uruk y pertenecientes a dos sacerdotisas
lukur —una de ellas es la misma reina Dabbatum— muestran a sus propietarios como
«novias divinas» de este acto litúrgico, y hasta se ha conservado el himno de amor
dirigido al «dios». Shusin por una de las altas sacerdotisas del templo de Baba, cuyo
contenido denota no sólo una participación litúrgica en este acto, sino también una
participación sentimental y que podemos citar aquí casi por entero. Tras unas
palabras de ensalzamiento a la reina madre que dio a luz al «puro» (es decir, Shusin),
a la reina Dabbatum y al mismo rey, dice así:
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Dulce como su palabra es su regazo, como su bebida…
Shusin, que me agraciaste, ¡cuán clemente fuiste conmigo,
amado de Enlil, Shusin, mío, rey mío, dios de tu país!
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Se ha desencadenado la mala borrasca,
el huracán, para recorrer el tiempo
y anular la ley, derribó el viejo
y justo orden de Sumer. ¡Pasó la época
de los buenos soberanos! Las ciudades
del país están ahora en ruinas y vacíos
los apriscos… La madre no cuida ya ningún niño,
el padre no llama cariñoso a la esposa,
ni la amada se alegra en el pecho del marido…
El trono real está en lugar extraño
¿dónde se hallará la sentencia justa?
¡Oh dolor!, el rey de Sumer partió de palacio,
Ibbisin marchó al país de los elamitas,
a tierras lejanas en la frontera de Anshan,
y como pájaro al que han destruido el nido…
¡Oh, Sumer, país del miedo porque los hombres vacilan;
el rey marchó y sus hijos lloran!
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naturalmente, diverso, y abandonado a la discreción del señor. Los esclavos de
alquiler eran explotados hasta el máximo, según su fuerza de trabajo. Los evadidos
eran asegurados con cadenas a los pies cuando se los volvía a coger. Por otro lado el
esclavo parece haber tenido un derecho de reclamación contra su señor y podía
cambiar de casa cuando encontraba otro propietario más amable y éste estaba
dispuesto a efectuar el pago del precio de compra o el cambio. Incluso se da el caso
de que un esclavo se case con una mujer libre; evidentemente le estaba permitida
también cierta propiedad privada. Si las relaciones jurídicas reflejaban el cuadro de
un orden fijado a lo largo de generaciones, la cultura espiritual de Sumer había
arraigado aún más profundamente con un crecimiento orgánico.
Para ello disponía de todo un sistema escolar que había sido creado para las
clases dirigentes de los sacerdotes y de los funcionarios administrativos, de los
escribas, jueces y médicos. Concentrado al principio en los templos, cambió después
y pasó al menos en parte a ser competencia del palacio. La instrucción general dada
en las escuelas consistía en primer lugar en aprender a escribir, leer y calcular. Desde
el período Djemdet-Nasr hay en Uruk, Nippur, la «ciudad del diluvio». Shuruppak
(hoy Fara, a mitad de camino entre Uruk y Nippur) y en otros lugares, numerosos
«textos escolares» en los que los aprendices del abecedario de la escritura cuneiforme
hacían ejercicios de copia, elaboraban grandes listas de dioses, profesiones o
utensilios y otros deberes escolares más amargos. En la clase estaban ordenados en
fila los bancos de barro sin respaldo y junto al pasillo los depósitos para el material
de escribir. La clase tenía ciertamente el mismo aspecto que el aula 300 años más
joven del palacio de Mari que descubrieron intacta los arqueólogos franceses
recientemente[80]. Con los primeros conocimientos adquiridos aquí vino el orgullo y
el respeto, fácil de exigir a los «iletrados», ante los «hijos de la casa de las tablas»,
como se llamaban los escolares de Sumer. Su protectora era la diosa Nisaba, natural
de Umma, hermana y esposa de Shara, que originariamente —como casi todas las
divinidades femeninas— fue diosa de la fecundidad y luego señora de los panaderos;
el mismo Shulgi se califica una vez de «sabio escribano de Nisaba». Han llegado
hasta nosotros poesías escolares en las que resuena a veces el humor tan raro en el
Antiguo Oriente —o al menos escrito tan pocas veces—, introduciéndonos así en la
vida y las penas de los alumnos:
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miraba a mi madre y le decía:
—¡Dame el desayuno, que tengo que ir a la escuela!
Mi madre sacaba dos panes del horno
y me miraba cuando bebía sediento.
—¡El pan para la escuela! Y ya me iba.
El vigilante me detenía en la escuela:
—¿Por qué vienes tan tarde? Entonces
tenía miedo, mi corazón empezaba a latir,
iba al maestro. —¡Vete a tu sitio!
Acto seguido veía mi tablilla,
se encolerizaba y entonces me daba azotes…
Pero al fin todos sus esfuerzos se ven premiados, aprueba el examen y la alegría
reina en la casa de los padres así como en el maestro, que piensa en unos honorarios
especiales:
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números y elevadas fracciones que requería la contabilidad de la corona, el templo y
la economía privada; no sólo tenía que dominar la culta escritura cuneiforme de tal
modo que pudiera escribir fluida y legiblemente sus caracteres en renglones
superpuestos de sólo 3 mm de altura sobre tablas que a menudo tenían una superficie
de 2,5 por 3,5 cm; además tenía que dominar también la escritura monumental clásica
empleada sobre todo en los documentos oficiales del Estado y sagrados, con sus
caracteres trazados linealmente, con frecuencia jeroglíficos todavía, que aparece en
los cilindros-sellos de la época —en su mayoría muy convencionales— y con cuyo
cultivo y conservación se quería manifestar la unión ininterrumpida con el gran
pasado sumerio.
La Medicina de esta época no parece haber estado sometida en modo alguno,
como quizá crean algunos, a aquel ambiente supersticioso de exorcismos, conjuros y
demás prácticas de la magia, que tan mala fama dieron a la medicina de los
posteriores tiempos babilónicos («caldeos») y asirios[81]. Recientemente se encontró
entre los textos cuneiformes exhumados por los norteamericanos hace unos cincuenta
años en Nippur, una tablilla de barro pequeña, sólo de 5 por 10 cm, que reproduce un
manual de medicina redactado en sumerio y que procede de los años 2100
aproximadamente. Las instrucciones citan en seis apartados un gran número de
ingredientes vegetales y minerales para fines curativos y determina el modo en que el
paciente ha de tomar estas mezclas a menudo muy amargas; por lo general las debe
beber mezcladas con cerveza. Por desgracia falta la denominación de las
enfermedades para las que se han pensado las medicinas. Pero lo sorprendente de este
manual médico es que no contiene ninguna clase de fórmulas mágicas o conjuros:
evidentemente la alta medicina de Sumer no estaba sometida a ellas. El médico se
llama a-zu o ia-zu, es decir, el «entendido en el agua» o el «entendido en el aceite», el
vocablo pasó a la lengua acadia y no nos parece en modo alguno imposible que la
palabra griega para «curar», iáomai, proceda de aquí. El médico sumerio pudo dejar
las huellas de su actividad sobre todo cuando como corifeo de su especialidad se
convirtió en médico de cámara del rey. Tenemos un ejemplo de ellos en
Urlugaledinna, que nos ha legado su tarjeta, en el mejor sentido de la palabra[82]. Fue
el médico de corte de aquel príncipe Urningirsu de Lagash (hacia 1990 antes de J. C),
que conocimos ya como hijo de Gudea y constructor de un mausoleo subterráneo. Su
hermoso sello presenta a un dios barbado con alto turbante y larga túnica, cuya mano
derecha sostiene un objeto que no se puede distinguir con exactitud (¿quizá una
medicina en forma de pildora?), y además dos agujas de coser heridas colgadas de un
árbol, dos botes de pomada colocados en pedestales y al lado una inscripción
compuesta en la escritura monumental: «¡Oh, dios Edinmugi, visir del dios Gir, que
ayuda a las hembras en parto Urlugaledinna, el médico, es tu servidor!».
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La Filología, practicada principalmente por sacerdotes instruidos, se esforzaba
ciertamente por la conservación y la comprensión del sumerio, olvidado ya por el
pueblo, que fue retrocediendo más y más a los ámbitos del idioma oficial y aún más
de la lengua del culto. Listas de palabras, silabarios, vocabularios sumero-acadios,
textos bilingües y traducciones[83] caían dentro de su esfera de trabajo, que se habría
de ampliar aún durante los siglos que siguieron a la invasión de los semitas
occidentales.
La Cronología se preocupaba de fijar el transcurso del tiempo mediante el
establecimiento de fórmulas oficiales para los años de gobierno de los reyes y
príncipes, consistentes en titularlos con un acontecimiento especial del
correspondiente espacio de tiempo. Estos nombres de años los encontramos ya en la
época acadia; ahora se convirtieron en una institución fija, habiéndose conservado los
de Gudea, Urningirsu y Ugme de Lagash y los de los cinco soberanos de la tercera
Dinastía de Ur. Entre las 46 fórmulas anuales de Shulgi encontramos, por ejemplo,
las siguientes:
(Año 1). «Año en que Shulgi fue proclamado rey».
(Año 16). «Año en que los habitantes de Ur fueron reclutados como arqueros».
(Año 23). «Año en que se devastó Simmurrum».
(Año 28). «Año en que el Ensi de Anshan se casó con la hija del rey».
(Año 32). «Año en que se construyó el templo de…».
Compiladas en listas semejantes, estas anotaciones ofrecían la posibilidad de
abrazar de una ojeada grandes espacios de tiempo del pasado y fijar sus
acontecimientos. A ello iba unida una especie de ciencia histórica. Por una parte
había de componer las largas listas de reyes y atender a las grandes partidas históricas
en los a menudo extensos textos de fundación y consagración de los príncipes
contemporáneos. Por otro lado convertía las principales personalidades históricas de
Sumer —hombres como Lugalannemundu, Lugal-Zaggisi, Sargón, Naram-Sin,
Utuchengal— en objeto de una exposición glorificante, creando, además, la llamada
literatura Narû, esas inscripciones reales fingidas y provistas de maldiciones y
bendiciones que siguen siendo todavía en muchos casos las únicas fuentes relativas a
los citados soberanos. La fijación de estos textos tuvo lugar durante la época
postsumeria llamada Isin-Larsa (siglos XIX-XVIII antes de nuestra era), aunque los
orígenes de ese género yacen ya en nuestro período.
Junto a estas ciencias «profanas» se cultivaban las propiamente teológicas en los
templos, con una intensidad especial. Y de la doctrina de los augurios, los oráculos,
los conjuros, la astronomía, la astrología o las materias más sujetas a la práctica,
como el servicio de ofrendas, recitación, música cultual, etc., se destacan los
esfuerzos por la poesía religiosa, por la cosmogonía, la doctrina de los dioses y de la
sabiduría, que condujeron decisivamente a la creación de una literatura sumeria. Los
ya citados y extensos «Himnos de la construcción» de Gudea forman su primer
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testimonio importante y se les considera como «una de las composiciones poéticas
más grandes e instructivas de los sumerios». Pero también las numerosas obras
literarias que conocemos sobre todo por los textos de Nippur de la época Isin-Larsa y
que se pueden clasificar en epopeyas, mitos, himnos, lamentaciones, proverbios y
«sabidurías», hemos de considerar que se formaron en la época de Ur III, aunque
ciertamente muchas de sus fijaciones y la mayoría de sus contenidos —transmitidos
oralmente a lo largo del tiempo— son mucho más viejos.
Como prueba de la «literatura de sabiduría» citaremos unos trozos de una poesía
sumeria dada a conocer en 1954, que merece atención especial por ser un preludio del
Job bíblico. En este texto (escrito hacia 1700 a. J. C.) se habla de un hombre devoto y
justo, caído en amarga miseria, y que, aunque se siente inocente, no maldice a su
dios, sino que lo conmueve con su humilde oración y es así redimido, pues él sabe
muy bien que «ninguna madre parió todavía un hijo sin pecado». He aquí algunos
versos de la conmovedora lamentación del castigado:
Entre todas las creaciones que han fijado y conservado la fe y la vida espiritual
del tercer milenio sumerio, ocupan el primer puesto los mitos de Sumer, por su
influencia en los babilónicos, en los bíblicos y luego en la literatura clásica, pues en
ellos se explica la primera teoría humana del origen del mundo y de la creación de los
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dioses y de los hombres. Todavía no se han reunido en un sistema coherente, sino que
se hallan aislados o enfrentados unos con otros. Pero su abundancia produce estupor,
y sus concordancias con las mitologías de Babilonia, Siria, Israel y Grecia son a
menudo tan estrechas que hemos de ver en ellos el principio y el modelo de todo
aquel rico y exuberante mundo legendario. Tenemos, por ejemplo, los mitos del
origen, según los cuales lo primero que existió fue el primitivo mar, personificado en
la figura de la diosa Nammu. Nammu dio a luz por sí sola, sin fecundación, a An, el
dios masculino del cielo, y a Ki, la diosa de la tierra. De la unión de estas dos figuras
primitivas nace el dios del aire Enlil, que separa ahora a An y a Ki: An se construye
el cielo, y Enlil la tierra como fortaleza suya. Para iluminar la oscuridad lapislázuli
del cielo, Enlil creó el dios lunar Nanna, y éste a su vez al dios del sol Utu, que brilla
más que su padre. Enlil se une a su madre Ki, y de esta unión nace con la
colaboración de Enki —cuyo origen mítico no se ha aclarado todavía— la vida
vegetal y animal de la tierra. Los hombres, por último, son una creación de Enki, en
la que Nammu y Ninmach van de la mano, creación obtenida «del barro del primitivo
océano»; el bondadoso dios los instruye también en las artes de la civilización. Enlil
«vuelve a repetir el buen día, saca la semilla de la tierra, crea la azada y el arado,
convierte a Enten, el dios de los campesinos, en su “constante y fiel trabajador de los
campos”», y junto con Enki envía a Lahar, el dios del ganado, y a Ashnan, la diosa de
los cereales, del cielo a la tierra, para regalarle el favor de los rebaños y del grano.
Luego tenemos los grandes mitos de la lucha con el dragón, en los que Kur, el
«Grande de Abajo», es vencido por Enki, Inanna o el dios de la guerra, de la caza y
de la luz Ninurta (el Nimrod de la Biblia). Existe también la leyenda del amor de
Enlil hacia la hermosa Ninlil —precedente de las aventuras amorosas del griego Zeus
—, de la que nacen el dios lunar Nanna y otras divinidades. Tenemos noticia del árbol
chuluppu que se plantó Inanna, y de Gilgamesh, que se lo salvó de los demonios, y
sabemos la bajada de Enkidú a los infiernos, de donde vuelve a fuerza de mucho
rogar su inconsolable amigo Gilgamesh, y sólo por un corto plazo de tiempo.
Gilgamesh lo aprovecha para preguntarle febrilmente por la vida de los difuntos…
Shukallituda supera al astuto cuervo en la plantación de hermosos grupos de árboles;
Inanna se duerme cansada bajo su sombra, Shukallituda cohabita con la durmiente,
huye, y la enojada, por vengarse, manda sobre el país una plaga de sangre semejante
a la de Moisés II, 7… Aparece Enmerkar, y también Ür-Nammu se presenta ya como
figura mítica, y siempre volvemos a encontrar a Inanna y a su amante Dumuzi en la
estepa, donde estando con los rebaños es muerto por Bilulu y es llorado por Inanna,
en los infiernos, donde tiene que servir a Ereshkigal, y en Uruk, donde está sentado
en su brillante trono y espera a Inanna; mas con ella aparecen los siete demonios
galla, que lo arrastran al reino de los muertos con el consentimiento de su traidora
amada… Una abundancia casi inagotable de figuras y sucesos adquieren vida ante
nosotros, encantándonos por el modo extraño, y sin embargo familiar, en que se nos
presentan. Comprendemos con todo respeto que se abre ante nuestros ojos el cuadro
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más antiguo que pintaron los hombres de la edad mítica, que con esta historia
entramos en una zona en que los dioses no se habían despedido todavía del mundo de
los hombres. Fe, poesía y filosofía —pues no es raro que ésta se oculte tras la forma
mítica de exposición y se nos presente casi desnuda en la «poesía de Job» sumeria—
se han reunido aquí por primera vez y han creado una obra de la que se alimentarán
los milenios. Debemos su conservación a la ilustración de los últimos tiempos
súmenos y a un devoto respeto unido a ella por los tradicionales bienes espirituales de
un gran pasado.
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VII - AUGE DE LOS SEMITAS OCCIDENTALES
Shubat-Enlil, 1720 a. J. C.
En la segunda mitad del siglo XVIII a. J. C., el rey Samsi-Adad de Asiria, primero
de su nombre, escribió a su hijo Jasmach-Adad, gobernador de Mari, un gran número
de cartas que, junto con otros 20.000 documentos de correspondencia, se conservaron
en el archivo de Mari-Tell Hariri y que se conocen desde 1935. He aquí extractos de
algunas de ellas.
«A Jasmach-Adad: Habla Samsi-Adad, tu padre. Referente a los hijos de
Wilanum, que están contigo, te había indicado tenerlos bajo vigilancia para el caso
de que se concertase una alianza posterior con ellos. La alianza con Wilanum no se
lleva a efecto; por eso ordeno que sean encarcelados. Mata en la misma noche a
todos los hijos de Wilanum que estén contigo… ¡Nada de guardia de honor, ni duelo!
Que se preparen sus tumbas, deben morir y serán enterrados».
«A Jasmach-Adad: Habla Samsi-Adad, tu padre… Me has escrito con motivo de
la correría de saqueos que han emprendido por el país… También en Rapiqum han
saqueado el país, se han hecho francamente inaguantables… Aconséjate de
Tarimshakim y La’um y comunicad a Bachdi vuestra decisión para que las tropas se
pongan en marcha y sean arrasadas sus regiones. Luego, en el tiempo de la
recolección, su aliado caerá sobre ellos como un pesado puño: bajarán a la orilla del
Eufrates y después, cuando sus ovejas beban en las ensenadas, se llevará a cabo una
gran expedición punitiva contra ellos».
«Me has notificado que tomaste la ciudad de Tillabnim y no mataste a sus
habitantes, sino que los perdonaste y los dejaste ir. Este proceder que has elegido es
muy bueno y vale un talento de oro».
«Referente a mi mensajero de Tilmun me has escrito que penetró en la casa de un
comerciante, quiso llevarse un tronco de palmera y fue golpeado, por eso no me lo
has podido mandar todavía. Esto es lo que me has comunicado. Se le puede castigar.
¿Pero no puede montar en un burro? ¿Por qué no lo has enviado ya? Según mis
indicaciones debieras haberlo mandado hace veinte días, ¿por qué no lo haces?…
En cuanto a la explotación del mineral de cobre: todo en orden. Los cargadores
llevarán el cobre hasta unas diez o veinte horas dobles y tú encarga entonces a los
hijos de los grandes y a los especialistas que reúnan el mineral de cobre. Deben
separar cuidadosamente las impurezas y suciedad… y el mineral lavado según la
impecable limpieza con ayuda del agua… Después ha de tener lugar la trituración y
la recogida. Otra cosa más: Aún queda una carga de sésamo. Hay que enviármela lo
antes posible para que pueda hacer uso de ella».
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«En cuanto a lo de las barcas, manda construir sesenta. Te mandaré
inmediatamente al constructor de botes Silli-Ea; escribe, pues, a Mari para que te lo
envíen, y construye en Tutul 60 barcas. ¡No deben ser negligentes con ellas!».
«Escribe a Tutul para que te envíen un agricultor que sepa manejar el arado y
trazar surcos[84]. ¡Mándalo a Ishkurluti!».
«El próximo mes es Adar, y el día 16 tendrán lugar las fiestas de Año Nuevo.
Estarán presentes los embajadores de Eshnunna. Tu tiro solemne de asnos y tus
caballos has de enviarlos para la fiesta de Año Nuevo. El carro y los arreos tienen
que renovarse. Después que se hayan uncido aquí durante las fiestas de Año Nuevo,
te los devolveré. El día que leas esta tablilla tus asnos no vacilarán y se me enviarán
a la mayor brevedad».
«He inspeccionado a los cocineros; se han colocado demasiados para el
suministro del wedu. Tienes contigo a Abdunawir y a Sillimail. Cuando recibas esta
carta prepara una fuerte tropa de custodia y un hombre de confianza me los traerá
con el portador de esta tablilla. Si no me mandas a esta gente, se me marchan los
últimos aprendices de cocinero».
«En cuanto a ti, ¿cuánto tiempo hemos de llevarte todavía con andadores? ¿Eres
pequeño, no eres hombre, no te ha salido todavía vello en las mejillas? ¿Cuánto
tiempo vas a pasar aún sin saber gobernar tu casa? ¿No ves a tu hermano que
manda ya grandes partes del ejército? Al menos gobierna bien tu palacio, tu casa».
«¡Tu hermano ha derrotado aquí a un caudillo, pero tú estás allí entre las
mujeres! ¡Cuándo marches con el ejército hacia Qatna, sé un hombre! ¡Lo mismo
que tu hermano se ha creado ya un nombre, hazte tú también famoso en tu país!».
Las cartas que hemos visto aquí de Samsi-Adad tratan de política, estrategia,
economía, comercio, agricultura, representación y educación de príncipes. Y si nos
ocupamos más de la voluminosa correspondencia de este príncipe, del que hasta
ahora conocemos 129 cartas, nos damos cuenta de que se preocupó efectivamente de
todas y cada una de las cosas de su Estado. Con el descubrimiento del archivo de
Mari, que contiene también 100 cartas de los dos hijos del rey —el príncipe heredero
Ishmedagan era gobernador de Enkallatum (40 km al sureste de Asur, en el Tigris),
Jasmach-Adad era virrey de Mari—, con este descubrimiento, pues, Samsi-Adad I
entra en la serie de las personalidades mejor conocidas de la antigua Asia Anterior.
En realidad este importante príncipe merece todo nuestro interés. Procedía de Terqa
(a 50 km de Mari, Eufrates arriba), donde había un gran templo de Dagan y su padre
Ilakabkabu era príncipe de la ciudad. Jachdunlim de Mari lo desterró, pero el joven
Samsi-Adad consiguió por caminos llenos de peripecias afirmarse en Ekallatum y
desde allí extender su dominio sobre Asur, sacudida por disturbios internos: «Samsi-
Adad, hijo de Ilakabkabu, marchó hacia Karanduniash (Babilonia) en tiempos de
Naram-Sin (de Asur)…, venció a Irishum (de Asur) y se sentó él mismo en el trono».
Es éste el último ejemplo de una subida al poder por parte de usurpadores semitas
occidentales, de las que había habido muchas desde los tiempos de Ishbierra de Isin y
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Naplanum de Larsa. Además, Samsi-Adad desplazó aquí en Asur a un miembro de su
tribu. Pues desde hace 200 años los semitas occidentales constituyen la capa principal
de la población al Norte y al Sur, en los principados sirios de Karkemish, Aleppo,
Charrán y Qatna lo mismo que en Isin, Larsa, Eshnunna y Babilonia, que entra ahora
en la historia. ¿Cómo sucedió este desarrollo?
La victoria de Isbierra sobre Ibbisin en el año 1955 a. J. C. derumbó el quebradizo
edificio del imperio de Ur III; Mesopotamia del Norte, Accad y Sumer se
desmembraron en numerosos pequeños estados que, individualmente, fueron botín
fácil de los nuevos conquistadores. El mismo Ishbierra, «que no conocía rival», pudo
mantener su posición dominante desde su sede de Isin, pero en Larsa, 140 km al
sureste, reinaba ya una dinastía que se convirtió pronto en un serio adversario de Isin.
A través de dos siglos el predominio político del Sur estaba tan pronto en una sede
principesca como en otra, por eso se ha denominado este primer período postsumerio
época Isin-Larsa.
Étnicamente los súmenos habían desaparecido, su idioma se refugiaba en los
templos y en los cuartos de los sabios, y nuevos dioses eclipsaron a los viejos, sin
desplazarlos por ello. Tenemos, por ejemplo, el dios sirio de la tormenta Adad, el
antiguo dios-soberano acadio de Occidente, Dagan, que quisiera ganar la posición de
Enlil, y el dios de los semitas occidentales Martu. Encontramos además el dios solar
Shamash, que ocupa el lugar de Utu, y el lunar Sin, que se pone en el de Nanna; Istar,
con un fuerte manto astral y con acentuados rasgos guerreros, toma el papel de
Inanna. Isbierra introduce en la ciudad conquistada por él el culto de Ninisinna, la
«Señora de Isin», y un nuevo dios que los nómadas del desierto habían visto en el sol
temprano, tan importante para ellos, llamado Marduk, se alza en Babilonia y con la
prosperidad de esta ciudad, cuyo nombre significa «Puerta divina», se pondrá a la
cabeza del panteón.
Por de pronto, la semitización del país no va más allá, la ambición de legitimidad
de los nuevos gobernantes garantiza más bien la continuación, en muchos aspectos,
de la cultura tradicional del país. Isbierra no piensa más que en meterse dentro de la
tradición del la III dinastía de Ur suprimida por él, se llama a sí mismo «Rey de Ur»,
y sus veintitrés fórmulas anuales, publicadas recientemente, no se diferencian en nada
de las de los últimos reyes de Ur: También aquí se trata de nombramientos de
sacerdotes supremos, construcción de templos, no sólo en Isin sino también en otras
ciudades, dedicados a Enlil, Ninlil, Ninurta e Inanna, o de campañas contra los
antiguos enemigos del país en Oriente y Occidente. Sus sucesores son «Reyes de
Sumer y Accad», aceptan pronto la divinización del soberano y celebran la «Boda
Sagrada». Poseemos un himno a Iddin-Dagan de Isin (hacia 1900 a. J. C.) del que se
deduce evidentemente que en las fiestas de Año Nuevo consumó la boda cultual con
la representante de Inanna:
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Se lava a la Señora para el sagrado regazo,
se la lava para el regazo de Iddin-Dagan,
se prepara un baño para la sagrada Inanna,
se salpica el suelo con perfumada madera de cedro.
El rey va con la cabeza levantada
al santo regazo, al seno de Inanna,
Ama-ushungal se echa a su lado,
el rey acaricia su cuerpo sagrado.
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también directamente por Sargón de Accad y los soberanos de la III dinastía de Ur. Y
aquí, en el Tigris y el Gran Zab, se asentaba una población nacida de la mezcla entre
aborígenes —no sumerios— y semitas, que culturalmente no fue muy productiva,
pero sí muy dura y acostumbrada a guerrear. Sus tierras se diferenciaban
esencialmente de la seca estepa y del caluroso país aluvial del Sur. En el invierno
hacía mucho frío, y mientras apenas se podía encontrar palmeras, había en las faldas
de las montañas bosques de plátanos, tamariscos, moreras y encinas, y en los valles
verdes praderas y arroyos que jamás se secaban. En la primavera se cubrían los
prados de flores, pero cuando el tiempo estaba despejado se podían ver al Norte y el
Este las altas montañas del Kurdistán, cuyas cimas conservaban a menudo sus gorros
de nieve hasta el mes de junio.
A la caída del imperio de Ur III, Asiria había reconquistado también su libertad, y
su combatividad la preservó de convertirse en fácil botín de la invasión de los semitas
occidentales. En contraste con los invasores Asur —lo mismo que en el extremo
meridional el «país marítimo» situado a las orillas del Golfo Pérsico —acentuó la
tradición sumero-acadia. Desde ahora tomó por sí misma la protección otorgada hasta
entonces por los reyes de Ur a aquellas colonias comerciales fundadas por
comerciantes de Asur, muy avanzadas, sobre todo en la Kanesh de Asia Menor (hoy
Kültepe, a 750 km de Asur en dirección NO), en cuyas ruinas se habrían de conservar
numerosos documentos comerciales, participando así en las considerables ganancias
que proporcionaba el comercio con Asia Menor.
Asur no cae bajo el dominio de los semitas occidentales hasta alrededor del año
1850. Ilushuma no construye solamente murallas urbanas y un templo a Istar, sino
que alcanza también contra los potentados meridionales éxitos tan grandes que tuvo
que haber disfrutado una especie de supremacía sobre ellos. Con arreglo a un
documento encontrado pudo fijar incluso en Nippur y Ur «la libertad de los acadios»,
es decir, dictar reducciones de impuestos. Su hijo Irishum I, a quien la recién
descubierta lista de reyes asirios cita como primer príncipe con los años exactos de
gobierno, nos es conocido por las numerosas inscripciones de sus construcciones, una
copia de las cuales se halló en la Kanesh de Asia Menor.
Esta estrecha unión político-comercial con el noroeste continuó todavía bajo el
nieto de Irishum, Sargón I de Asur (hacia 1780), pero parece que se interrumpió poco
después de su muerte por los efectos de la invasión de los hititas en Asia Menor. El
cierre de las fronteras con los mercados septentrionales motivó un rápido descenso de
las ganancias con el comercio de exportación y tránsito, lo cual tuvo por
consecuencia una reducción del antiguo poder asirio. De esta forma, el enérgico
príncipe de Esnunna, Naram-Sin, cuyo palacio se ha desenterrado en Tell Asmar,
pudo extender su dominio sobre los vecinos asirios del noroeste y proclamarse a sí
mismo Rey de Asur. Las listas reales citan detrás de él a Irishum II, (hacia 1750 a.
J. C.), elevado al trono mediante una reacción nacional; pero éste era todavía un niño
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y no pudo resistir al gran campeón Samsi-Adad. Ya hemos conocido el lacónico
informe que nos relata el dominio de este último.
Samsi-Adad y su facción guerrera no se conformaron con la relativamente
pequeña Asiria (que por entonces se llamaba todavía Subartu). Al Oeste y al Suroeste
atraía el rico Mari cuya capital del mismo nombre, por su situación a orillas (L 60 y
sig.) del Eufrates y la ruta de las caravanas, era el lugar de cambio más importante del
comercio de Siria y obtenía continuamente grandes ganancias de él. Un tal Jaggidlim
había fundado allí una dinastía y su hijo Jachdunlim había gobernado con tanto éxito
que por último dominaba una región de siete principados. En el curso de esta política
de expansión sucedió que Ilakabkabu tuvo que marcharse de Terqa, y esta antigua
cuenta pensaba saldarla ahora su hijo Samsi-Adad. Jachdunlim perdió la vida en una
revolución palaciega, que debió ser incitada por Samsi-Adad; de todas formas atacó
inmediatamente y se hizo soberano de la ciudad y del país. Mientras que las princesas
cayeron en sus manos —después las instruyó en la música— y mató a los príncipes
de que se pudo apoderar, el joven Zimrilim consiguió escapar y halló asilo en la
Aleppo siria.
El vencedor convirtió a su hijo Jasmach-Adad en gobernador y poco después en
virrey del Estado conquistado, aunque como muestran sus cartas, vigüaba
continuamente al poco enérgico príncipe, que no poseía ni las aptitudes militares ni
las técnico-administrativas de su hermano, el príncipe heredero Ismedagan, sino que
más bien parece haber considerado el palacio de Mari como una especie de
Sanssouci. Para Samsi-Adad, Mari era algo más que un puesto exterior de segundo
orden y una productiva plaza comercial: de aquí partían los hilos tendidos hacia los
cuatro puntos cardinales, aquí se abría la puerta del mundo, y el inteligente rey supo
aprovechar esta circunstancia. Su ambición se había trazado una gran meta: como
quiera que los vecinos del Sureste y del Sur —la autónoma Esnunna y la
independiente Babilonia— le impedían la expansión en este sentido, se propuso
establecer su dominio en el Oeste y Noroeste. Metió en una red de alianzas más
estrechas o sueltas a los importantes —que entran con toda claridad en nuestro campo
visual con el descubrimiento de la correspondencia de Mari—, Estados del Belich,
del Eufrates medio y de Siria norte, Charrán, Karkemish, Aleppo, Chamat, Qatna y
otros; con Ishiadad, el rey de Qatna (hoy Mishrife, en el Orontes), concertó un
matrimonio político uniendo a su hijo Jasmach-Adad con una hija de este príncipe
sirio.
Una estela de victoria descubierta cerca de Mardin, a 300 km al noroeste de Asur
—dentro del estilo de Naram-Sin de Akkad— muestra la penetración asiria Tigris
arriba, desde donde venía ahora el tributo del «país superior», y el «país de Laban, en
la costa del gran mar». Una parte de Siria, con toda seguridad, estaba sometida a
Samsi-Adad. Con Babilonia se concertó un pacto de amistad basado en la ayuda
mutua y en el intercambio de noticias políticas, según el cual la cancillería asiria
enviaba a Hammurabi copias de las cartas recibidas de otros príncipes. La
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construcción de un gran palacio y de un nuevo y grandioso templo a Enlil en Asur, la
ulterior actividad de construcciones religiosas para Dagan y el dios del estado asirio
Asur, la configuración de los títulos, y por último y sobre todo la fundación de su
propia residencia, llamada Shubat-Enlil (Vivienda de Enlil), fuera de Asur, donde
siguió siendo considerado como un usurpador, explica junto con las numerosas
inscripciones que Samsi-Adad no quería ser un simple reyezuelo entre muchos de sus
iguales. Igual que los soberanos de Akkad se llama “Rey de la Totalidad”, y subraya
que “An y Enlil lo han llamado a que su nombre sea grande entre los reyes que le
precedieron”. Así, pues, quiere ser un gran soberano como Sargón o Naram-Sin, un
elegido único de Enlil, el señor de las tablas del destino[85].
Los planes de este inteligente príncipe, que sabía atacar brutalmente y guardar
también la medida, que era tan buen estratega como administrador, conocedor de los
hombres y padre de sus soldados, fueron cortados de forma trágica por el destino. Al
mismo tiempo que él vivían dos potentados en el espacio relativamente estrecho de
Mesopotamia, que lo igualaban en aptitudes de gobernante e incluso lo superaban: en
Larsa se había afianzado una familia de príncipes elamitas que ganó una gran
influencia con Warad-Sin y sobre todo con su hermano y sucesor Rim-Sin (1758-
1698), y en Babilonia subió al trono Hammurabi en 1728, el más grande de todos los
príncipes semitas occidentales.
Pero es notable que cuando murió Samsi-Adad en 1717, incluso en Esnunna
denominaran un año con arreglo a este acontecimiento: los contemporáneos lo
tomaron como una fecha de importancia histórica mundial[86]. De hecho, a pesar de
su manifiesta capacidad, no pudo mantener el imperio paterno su hijo y sucesor Isme-
Dagan, que bajo la dirección de su padre se había acreditado en su puesto de
gobernador de Ekallatum, contra Esnunna, los pueblos montañeses del norte y el sur
babilónico. Estuvo siempre en estrecho contacto con Jasmach-Adad de Mari, a quien
después de su ascensión al trono siguió aconsejando como lo venía haciendo hasta
entonces el padre. Parece haber sido vencido por Rimsin de Larsa, y éste tuvo que
ceder a su vez ante Hammurabi. Mucho menos pudo mantenerse aún Jasmach-Adad
en Mari. El legítimo heredero del trono de Mari, Zimrilim, que vivía exilado, vio que
había llegado su hora y recuperó las posesiones del padre. Isme-Dagan permaneció
aún varios decenios, 1677 aproximadamente, como rey de Asiria —quizá en calidad
de vasallo de Babilonia, o también como rey independiente en un resto montañoso de
su país. Acto seguido se hundió la fundación de Samsi-Adad en la carencia de
historia durante 200 años —probablemente bajo los efectos de la invasión de los
churritas, que en primer término había puesto en movimiento grandes tropeles de
pueblos montañeses bárbaros en dirección a Asiria.
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estrechamente unidos: la victoria de los semitas occidentales y el esfuerzo espiritual
por conservar la herencia del pasado. El archivo del templo de Nippur, procedente de
esta época, que exhumaron los americanos a comienzos de siglo, nos muestra que su
«casa de las tablillas» —una especie de academia sumeria— intenta asegurar para el
presente y el futuro, y conservar fecundo el conocimiento, la poesía y la fe de Sumer
en un esfuerzo múltiple y digno de admiración.
Partiendo de estas tendencias la ciencia alcanza ahora un florecimiento notable en
muchos aspectos. La lista real sumeria, compuesta de muchas tradiciones
individuales locales y provistas de notas históricas, que empieza en la remota
antigüedad con Alulim de Eridu —«cuando el reino descendió de los cielos estaba
éste en Eridu»— y pasando por primitivos reyes legendarios, por Uruk y Kish lleva
hasta el último rey de la dinastía Isin, Damiqilishu (hacia 1750) o a su antecesor
Sinmagir, esta lista es un meritorio intento de historiografía que procura dominar un
milenio de historia con sus innumerables nombres de soberanos. La copia de los
antiguos textos históricos y la consecuente redacción de las historiadoras
inscripciones reales, que incluyen bendiciones y maldiciones y tienden a sacar las
enseñanzas del pasado, crean el tipo de historiografía con el que los secos o incluso
esquemáticos nombres de los siglos pasados se despertaron a una vida nueva y
propia. Se cultiva el idioma sumerio, perdido ya en la boca del pueblo, se comentan
los textos antiguos, se traducen, se establecen catálogos enteros[87] para resumir los
tradicionales monumentos literarios según las necesidades prácticas, creándose ese
trabajo filológico que, por un lado, recibió la literatura sumeria en general, y por otro
habría de facilitar tres milenios y medio más tarde la interpretación del sumerio,
aislado totalmente en la historia lingüística.
Junto al escriba está el aritmético, que no sólo utiliza las cuatro reglas funda-
damentales, sino que domina también potencias, raíces, medios algebraicos, cálculos
de superficies y determinaciones de capacidad. El llamado texto del problema,
descubierto recientemente en Tell Harmal, la antigua Shaduppum (en la periferia de
Bagdad), y provisto de un dibujo, demuestra también que la matemática de esta época
abarcaba, por ejemplo, el tema de un Euclides, sin penetrar, naturalmente, en la
abstracción de demostración y teorema. Se cultivan solícitamente la astronomía y la
astrología. Junto a muchas otras cosas, los signos del Zodiaco utilizados en la
actualidad, son una herencia de aquellos esfuerzos, de entre los que despertaron una
atención especial los cálculos impecables de las fases de Venus, obtenidos solamente
cien años más tarde en los tiempos de Ammisaduqa de Babilonia. Podemos ver lo
mucho que se apreciaba el arte de la medicina por dos cartas del archivo de Mari:
Una vez Jasmach-Adad de Mari le ruega a su padre Samsi-Adad, en interés de un
funcionario enfermo de muerte, que le ceda el médico Meranum, teniendo en cuenta
que se trata de un viaje de 240 km y a través de una región insegura por los asaltos de
los beduinos. Otra vez Isme-Dagan, el príncipe heredero asirio y gobernador de
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Ekallatum, envía un especialista médico a Mari para la investigación de yerbas
medicinales cuya eficacia se había experimentado.
A Jasmach-Adad: te habla Isme-Dagan, tu hermano… Las yerbas con las que
me ha tratado tu médico son excelentes. Cuando se inicia cualquier enfermedad,
esta hierba la cura. Aquí te envío al médico Samsi-Adad-Tukulti. ¡Debe analizar
inmediatamente esta yerba! ¡Después me lo devuelves!
Entre las artes goza de gran reputación la música, tanto la religiosa como la
profana. Tiene ya una larga historia tras sí y utiliza una gran cantidad de
instrumentos, muchos de los cuales pasarían después a Occidente para encontrarlos
luego en Grecia. Sellos y placas de inscripción de la época Mesilim (hacia el 2600a.
J.C.)[88], hallazgos en las tumbas reales de Ur I (2500) y reproducciones en relieve de
Gudea (2000) nos ilustran sobre la existencia de arpas y liras de distinta forma y
tamaño, atabales con platillos, timbales, bombos, tambores, a veces de gran volumen,
flautas, pífanos dobles, sistros, etc. Se cultivaba también la música de orquesta y el
canto a coro. Todavía no sabemos si lo determinante para la música del Antiguo
Oriente era la escala de siete o de cinco notas; hemos de suponer intervalos de quinta,
de cuarta y de segunda.
La rama sacra de la música está íntimamente unida a una extensa poesía de
himnos en alabanza de los dioses, de sus santuarios y de los reyes divinizados, y
también en lamentación de algunas ciudades castigadas duramente por el destino.
Esta poesía cultual, que imita naturalmente los antiguos modelos por su forma y su
contenido —ya hemos mencionado el himno a la construcción de Gudea como su
mayor obra antigua—, encuentra ahora su forma clásica. En nosotros produce un
efecto extraño su estilo monótono que a veces se repite incansablemente, pero nos
permite sospechar la profunda devoción de Sumer y echar un vistazo a la liturgia de
los primeros tiempos postsumerios. Muchas cosas son ya mero convencionalismo,
pero podemos estar seguros de que estos poderosos cantos no dejaron por ello de
impresionar a los participantes del culto. Oigamos una canción a Enlil, el señor del
mundo, que transcurre como sigue:
Sabio Señor ¿quién conoce tu voluntad? Estás dotado de fuerza, ¡oh señor de
Ekur, nacido en la montaña, tú, señor del Esharra! ¡Fuerza poderosa, oh padre
Enlil! Dingirmach te crió, animador del combate, que dispersas las montañas,
como harina, como cereal segado. Por tu padre marchaste contra el país de la
indignación y te acercaste a las montañas. Doblas el país enemigo como una caña.
Sometes todos los países enemigos bajo un lema: «Soy el sello de todas las
murallas enemigas». Vences a los poderosos y te apoderas de la puerta celeste,
coges el cerrojo del cielo, rompes su candado y alejas de la puerta celestial la
cerradura. Deshaces el país que no se somete, No dejas que se alcen comarcas
enemigas. Señor, ¿cuándo dejas en paz a un país enemigo, quién puede aplacarte?
Nadie puede cambiar la orden de tu boca, nadie se atreve a enfrentarse con ella.
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¡Soy el Señor, el león del santo An, sí, soy el héroe del país sumerio! ¡Alegro los
peces del lejano mar, hago volar los pájaros, soy también el campesino que ara los
campos, soy Enlil! Verdaderamente tú eres el Señor, el héroe de tu padre, y ningún
enemigo escapa a tu derecha, ni ningún malo a tu izquierda. Cuando sentenciaste a
un país enemigo, jamás se volvió a levantar, enviaste tu maldición al país del
escándalo. ¡Soberano de Ekur, tu fuerza llega lejos! ¡Tú, el primero entre los
dioses, el supremo entre los dioses Anunnaki, Señor Enlil, eres el que conduce el
arado, el supremo entre los dioses Anunnaki, Señor Enlil, eres el que lleva el
arado!
He aquí una lamentación de Inanna por el desaparecido Dumuzi («Estepa» tiene
el sentido de «Infiernos»):
Iddin-Dagan—An te ha fijado
un gran destino en su templo.
Iluminó la corona, que tan bien te sienta,
con el claro resplandor de los rayos,
te hizo el pastor de Sumer,
puso a tus pies el país enemigo;
Enlil te miró con confianza,
te dio, oh Iddin-Dagan,
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un lema inmutable:
fortalecer la buena dirección de Sumer,
establecer la armonía entre los hombres,
que Sumer y Accad descansen
bajo tu protección y darles abundante
comida, y agua dulce, a los hombres.
Esto te encargó Enlil.
Iddin-Dagan, pastor en su corazón,
tú eres quien aseguraste
el lema invariable de Enlil.
Enlil te dio un amplio espíritu,
¡Iddin-Dagan, sabiduría pura!
¡todos los países ensalzan tu honor!…
Canciones de este tipo debieron entonarse, por ejemplo, en las fiestas de la subida
al trono o en la de Año Nuevo con sus ceremonias de nupcias divinas. Los himnos a
los santuarios ocupaban su lugar en la liturgia de las fiestas de los templos, las
lamentaciones de Inanna por su amado en los ritos de aquellas fiestas otoñales de
Dumuzi-Tammuz, que nos testimonia Ezequiel (8, 14) para el templo de Jehová en
Jerasalén más de mil años después. Se conservaron a lo largo de los siglos; pero aquí
llegó el momento de su escritura definitiva, y aunque todavía no las comprendamos
por completo, nos facilitan sin embargo, una idea de la lírica religiosa del período
postsumerio. Ante el carácter conservador de toda la devoción del antiguo Oriente,
podemos terminar con los cantos más viejos de los templos de Sumer.
Si la religión conserva también el respeto por la tradición bajo los aspectos de los
nuevos dioses, el derecho se manifiesta acentuadamente reformista en relación con
las crecientes tensiones sociales. Siempre oímos decir de los reyes de de Isin que
«restablecieron el derecho en Sumer y Accad» —debiendo interpretar el concepto
«restablecimiento» como transformación y nueva ordenación. La jurisprudencia
estatal, la ordenación de los procesos, protocolos, sistema de testigos, instancias de
apelación, están establecidos ya desde hace tiempo en la época Ur III, como
conocemos por los innumerables documentos jurídicos, y aunque la ordenación
jurídica más antigua y conocida sigue siendo todavía la de Ur-Nammu de Ur, apenas
puede dudarse de que existieron ya códigos mucho antes.
El período Isin-Larsa nos ha proporcionado hace poco dos de estos códices:
Durante las excavaciones iraquíes de 1948/49 se desenterraron las leyes reformistas
de Bilalama de Esnunna, escritas en acadio, pertenecientes a mediados del siglo XIX
a J. C. y que, según el prólogo, contienen preferentemente artículos de derecho civil y
comercial —una ordenación de precios para mercancías básicas, como cereales y
aceite, estipulación de sueldos e intereses, derecho de esclavos, indemnizaciones,
penas por heridas corporales—. En 1947 se descubrió el Códice de Lipitistar de Isin,
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escrito en sumerio y cuya parte conservada trata del cultivo de los huertos,
determinaciones de la responsabilidad, encubrimiento de esclavos, pérdida de la
propiedad de terrenos, leyes matrimoniales y de herencia, así como la responsabilidad
por el alquiler de niños. Ambas leyes atestiguan el cumplimiento de las formas y
normas tradicionales en el derecho, seducen por su suavidad y dan más importancia a
la indemnización que a la pena, es decir, que lo más importante es la reparación.
Entre los documentos procesales de la época merece consideración especial el
protocolo de una vista por asesinato, conservada en una tableta de barro descubierta
en Nippur. Procede de los tiempos de Ur-Ninurta de Isin (hacia 1850 antes de
Jesucristo) y nos dice lo siguiente: Un empleado del templo fue muerto por tres
hombres, y éstos comunicaron su crimen a la mujer del asesinado sin que ella
presentase denuncia. El asunto se hizo sospechoso y fue transferida la causa por el
juzgado real de Isin para su vista en Nippur. Contra los tres autores del crimen y la
mujer acusada de encubridora declararon nueve testigos y exigieron la pena de
muerte para los cuatro acusados, mientras que otros dos testigos declararon en favor
de la mujer con los argumentos siguientes: ella no participó en el crimen, cuando su
marido vivía era siempre maltratada, fue alimentada por él y desde su muerte sufre
necesidades económicas aún mayores. En consecuencia ya ha sido bastante castigada.
Los tres asesinos fueron condenados a ser muertos ante la sede de su víctima,
mientras la mujer parece haber sido puesta en libertad.
La tablilla de barro cocido que nos cuenta esta historia de un acta judicial de hace
3800 años sólo tiene un tamaño de 10 por 5 cm. Pero tras el pequeño y sencillo
documento, que se puede rodear con la mano, se alza invisiblemente toda la digna
grandeza del derecho sumerio ordenado hasta el último detalle y la seriedad rigurosa
e invariable del sistema jurídico que como lo ordenaba la ley, sabía pronunciar la
sentencia justa tras el concienzudo examen y audición de todos los testigos.
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VIII - HAMMURABI Y SU ÉPOCA
Babilonia, 1690 a. J. C.
A comienzos del año 1902 los excavadores franceses encontraron en las ruinas de
la Susa persa (hoy Shush, 200 km al norte de Abadán) una estela de diorita[89] de 2,25
m de alta que procedía de Babilonia y probablemente fue transportada hasta allí a
principios del siglo XII a. J. C. como botín de una incursión elamita, más de 300 km
hacia el Este. Por entonces representaba un famoso trofeo de 500 años, pero en ella se
había grabado en escritura monumental la obra jurídica de Hammurabi, el gran rey de
los babilonios, reproducido en relieve encima del texto ante el dios solar Shamash. El
orgulloso capturador de la magnífica pieza, que antiguamente estaba con toda
seguridad enclavada en el lugar adecuado para conocimiento público del nuevo
derecho —por ejemplo en el patio anterior del templo de Shamash— no tuvo ningún
reparo en borrar una parte de los artículos para crear así espacio para su propia
inscripción triunfal. No obstante, la realización de este plan no se efectuó. Lo mismo
que el monumento a la victoria de Naram-Sin de Akkad, el gran código se conservó
para la posteridad gracias a un ataque de los enemigos jurados de Babilonia, los
elamitas; su descubrimiento le dio a Hammurabi (1728-1686) en la ciencia moderna a
lo largo de cincuenta años[90], la fama del primer legislador de la historia —en tal
medida que durante mucho tiempo se nombraban simultáneamente a este príncipe y
su ley. Desde hace poco sabemos que Hammurabi no pisaba en modo alguno tierra
virgen con su empresa legislativa, sino que tuvo antecesores en Ur-Nammu de Ur,
Bilalama de Esnunna y Lipitistar de Isin, el más viejo de los cuales gobernó 300 años
antes. Mas el destronamiento de Hammurabi no es completo. Pues su Código, con sus
300 artículos, cuyas indicaciones no penetraron en modo alguno en todas partes,
sigue siendo el más extenso y se diferencia tanto por su contenido, particularmente en
el derecho penal, de sus antecesores que con él se inicia una nueva época del derecho.
Si juzgamos con arreglo a los criterios humanitarios no es «progresiva», pues viene
determinada por aquel principio del Taitón, que la Biblia describe tan acertadamente
con la frase de «ojo por ojo, diente por diente», Pero aquí observamos ni más ni
menos que la irrupción de normas jurídicas semitas, tal como correspondían a la
creciente «des-sumerización» de esta época y al joven mundo semita en constitución.
Como en el «libro de la federación» israelita, 500 años más moderno, predomina
todavía en el derecho penal la rápida y dura ley del desierto. Sobre las penas en
dinero y propiedades se halla el azotamiento, luego la mutilación y por último la
ejecución del culpable, que puede agudizarse aún con el empalado, quemando o
ahogando al reo. El arquitecto paga con la muerte el hundimiento de una casa
construida sin la debida solidez cuando perezca en él un inquilino, y hay una especie
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de responsabilidad de clan: en caso de que los escombros de la casa derrumbada
entierren al hijo del propietario, tiene que morir también el hijo del arquitecto.
Prescripciones de idéntica rigidez son empleadas también con el médico al que se le
muera el paciente. Con la pena de muerte se castiga también el adulterio, la calumnia
grande, el atentado contra la propiedad. Mas no por ello existe arbitrariedad alguna;
la condena no puede tener lugar hasta que no haya sido demostrado impecablemente
el delito del acusado.
Menos evidente, aunque sí conocible, es también la variable posición del Código
de Hammurabi respecto al derecho procesal, comercial y civil. Además, es bien
manifiesto que las leyes de Hammurabi no reflejaban todo el derecho vigente de su
Estado, sino que sólo contenían la parte reorganizada. Ello quizá sea debido a la falta
de una ordenación sistemática; en todo caso la echamos de menos, como podemos
comprobar dando un ligero vistazo al contenido del corpus. En él, los artículos 1-5
tratan del derecho procesal (acusación injusta, jueces, testigos, ordalías); artículos 6-
25: protección a la propiedad (hurto y robo); artículos 26-41: obligaciones del cargo y
feudos; artículos 42-88 aproximadamente: relaciones de posesión de otros
propietarios de tierras (laguna de unos 10 artículos) artículos 100-126: negocios
monetarios (deuda, préstamo); artículos 127-177 (!): derecho familiar; artículos 178-
184: mujeres del templo y concubinas; artículos 185-195: adopción; artículos 196-
227: daños corporales; artículos 228-240: construcción de casas y de barcos; artículos
241-277: alquiler; artículos 278-282: sistema de esclavos. No queremos dejar de citar
al menos algunos artículos de este código clásico de la antigua Asia Anterior, que fue
copiado en los siglos posteriores y utilizado siempre como modelo:
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regaló a Hammurabi los «cabezas negras» (es decir, los hombres) y Marduk le
encargó que fuera su pastor. Las largas y tradicionales formulaciones que anuncian el
cuidado de todos los santuarios del país de un modo semejante a los himnos reales,
termina poco antes del comienzo de la verdadera ley con las palabras siguientes:
«Cuando Marduk me envió para digirir a los hombres y para traer la felicidad al
país, entonces restablecí el derecho y la justicia en el país y fomenté el bienestar de
los súbditos».
La seriedad con que el gran soberano se tomó este deber que le había
encomendado su dios, se deduce también de las 150 instrucciones por carta de su
cancillería que se han conservado para la posteridad y que están dirigidas a dos altos
funcionarios de la Administración: el gobernador del norte de Babilonia, Siniddinam,
residente en Sippar, y al gobernador de Babilonia del Sur, Shamash-Chasir de Larsa,
así como por las cartas del ministro Awil-Ninurta. Aquel momento personal que nos
llamó la atención en los escritos de Samsi-Adad, de Asur, desaparece aquí por
completo. A cambio de ello encontramos en estas disposiciones, promulgaciones y
decisiones una abundancia de material para el esfuerzo realmente grandioso de
Hammurabi por implantar el orden y el derecho en todo el país. Todo el que se sentía
engañado podía dirigirse a él en última instancia, o incluso denunciar contra la
corona; el soborno y el desfalco eran perseguidos implacablemente. A cada
ciudadano se le garantizaba su propiedad rural; la confiscación de la propiedad,
efectuada —por ejemplo— por los colonos de nuevas ciudades sometidas, encontraba
raras veces aprobación y —como última posibilidad— podía ser devuelta por vía de
gracia. En las empresas guerreras era un principio dar el mejor trato posible a los
habitantes. El rey se preocupaba de todo caso particular que le era conocido y decidía
rápida, escueta y definitivamente en los asuntos más pequeños:
«A Shamash-Chasir: habla Hammurabi. Igmilsin me ha comunicado lo siguiente:
Tal como me había encargado mi señor, he inspeccionado los huertos que están
confiados a Aplijaum y Sinmagir. En estos jardines se han contado árboles, pero
nadie los vigila. Esto es lo que me han comunicado. Cuando leas esta carta…
deberán vigilar los jardines que se le han encomendado. Y en cuanto a los árboles
talados: ¿han sido talados por los guardas o por otra mano? Examina el asunto y
envíame información completa».
El culto y la observancia del derecho, cuestiones de finanzas y de impuestos,
administración y burocracia, sistema militar, trabajos públicos, comercio e industria,
agricultura y ganadería son supervisadas y fomentadas por Hammurabi siempre con
la misma energía, y no cometemos ningún error al considerar su Estado como el
mejor administrado de su tiempo.
¿Quién fue este destacado príncipe cuya fama duró un milenio y a quien los reyes
caldeos del siglo VI a. J. C. tomaban todavía por modelo, y cómo llegó al poder que
supo aplicar tan excelentemente para el bienestar de sus súbditos? Su familia estaba
ya en el trono de la ciudad desde hacía cinco generaciones, sin que se sepa más de
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ella. Un semita occidental llamado Sumuabum había podido fundar hacia 1830 —
quizá en relación con la incursión de Ilushuma de Asur en Babilonia del Sur— un
pequeño dominio en Babilonia (cerca de Hille, 60 kilómetros al sur de Bagdad). Su
sucesor Sumulailu aseguró la nueva residencia con murallas y destruyó la vecina
Kish, enemiga naturalmente del nuevo potentado, sometiendo además Sippar, al
noroeste, y Kazallu, más allá del Tigris. Su hijo Sabum construyó al dios de la
ciudad, Marduk, el templo de Esangila[91], que alcanzaría después una fama tan
grande. Del nieto de este príncipe se dice en las fórmulas anuales que participó como
aliado de Rimsin, de Larsa, en la conquista de Isin y luchó también con Ur. Gozaba
ciertamente una relación de dependencia bastante suelta con la poderosa Larsa,
apoyada por Elam, y la ascensión de Samsi-Adad I al trono de Asur le ofreció la
posibilidad de un juego diplomático entre los dos centros del poder al Norte y al Sur.
No podemos determinar hasta qué punto la aprovechó, pero sabemos que su hijo y
sucesor Hammurabi no dejó escapar en ningún momento la menor oportunidad de
esta clase.
Junto con las aptitudes legisladoras y políticas, este príncipe, el mayor de los
soberanos semitas occidentales[92], poseía también la circunspección, la tenacidad y
la paciencia de un político deslumbrador. Estos dones precisamente eran
indispensables para un príncipe en una época en que la existencia de pequeños
Estados obligaba a federarse. Estos dones le ponían en situación de participar en los
sucesos diplomáticos, incluso desde una posición inicialmente débil. La
correspondencia de Mari nos muestra la habilidad con que Hammurabi supo
entenderlo. Para ello tuvo que empezar con muy poco, cosa que hasta ahora no se
sabía: en el primer decenio de su gobierno se enfrentó al Noroeste con el poder
cerrado del antiguo imperio asirio, al Norte limitaba con Esnunna, políticamente
enemigo y protegido por Elam, mientras que todo el Este y Sureste estaba en manos
del capaz Rim-Sin de Larsa. Las relaciones diplomáticas eran estrechas no sólo entre
estos estados, sino también con los países de la Alta Mesopotamia y de Siria,
dominados igualmente por los semitas occidentales. En todas las cortes estaban los
enviados y agentes extranjeros, que representaban también a aquellas potencias de
Babilonia. La correspondencia diplomática era muy numerosa y el espionaje muy
activo en todas partes. En un cambio continuo los diferentes dinastas contraían
alianza entre sí, según la constelación política del momento. Poseemos una carta de
Mari escrita en los últimos años de Rim-Sin, que nos describe la situación siguiente:
diez o quince reyes estaban con Rim-Sin de Larsa, con Ibalpel de Esnunna, con
Hammurabi de Babilonia y Amutpiel de Qatna, respectivamente, mientras que
Jarimlim de Jamchad (Aleppo) se apoyaba hasta en veinte príncipes.
Hammurabi aprendió a tocar magistralmente en el teclado de los mutuos
contrastes y ambiciones. A los cinco años había llegado tan lejos que pudo desplazar
precavidamente su esfera de influencia hacia el Norte y el Sur. Sin duda alguna fue
una suerte para él que en 1717 muriese Samsi-Adad de Asur. Acto seguido Zimrilim
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volvió de Aleppo y expulsó de Mari a Jasmach-Adad, el débil hijo del gran rey. En
vez de enfrentarse con un vecino poderoso en el Norte, Babilonia tenía ahora dos
Estados enemigos y debilitados. Hammurabi se apresuró a firmar una alianza con el
nuevo señor de Mari, asegurándose así Babilonia del Norte y ciertas regiones hacia la
frontera asiria. Siguen quince años de una alianza triple Larsa-Mari-Babilonia, en los
que no tuvieron lugar más que pequeñas disputas de este grupo de potencias con
Esnunna al Norte y Elam al Este. Esta época relativamente tranquila la aprovechó
Hammurabi para afianzar su posición y constituir su ejército[93], sin que a pesar de
toda la actividad comprobable de los agentes secretos —conocemos sus informes a
Zimrilim por el archivo de Mari— sus aliados estuvieran orientados acerca de sus
objetivos finales.
Hammurabi creyó llegada su hora hacia 1700 —Rim Sin de Larsa era ya por
entonces un anciano achacoso tras 58 años de gobierno. Uno tras otro venció a Elam,
los pueblos montañeses del Norte, Esnunna y Asiria, Rim-Sin de Karsa, otra vez
Esnunna y Asur, y ahora sometió también a su antigua aliado Zimrilin de Mari. Es
atacado y derrotado en 1697, permanece al principio en el trono en calidad de vasallo
y es también vencido dos años más tarde tras una rebelión. Se envió una guarnición a
Mari y se demolió la muralla. Todavía no se puede determinar con exactitud si la
ciudad fue destruida entonces ó 150 años después durante la gran incursión de los
hititas en Babilonia. Pero según el procedimiento de Hammurabi es probable que
actuase con suavidad, y efectivamente en el prólogo de su código dice que «perdonó
a la gente de Mari y Tutul». Había llegado, pues, a la meta de sus deseos: toda
Babilonia estaba unida bajo su cetro, «le obedecían las cuatro regiones del mundo»,
su poder llegaba desde el Golfo Pérsico hasta bien adentro de Mesopotamia.
Quizá fue una suerte para él que le fuera impedida una penetración hacia
Occidente más allá de estas fronteras —como habían hecho Sargón, Naram-Sin o los
reyes de Ur III— por la aparición de una potencia nueva en la Mesopotamia superior:
Se trata de los Churritas, que aparecen en el Irán noroccidental desde finales del III
milenio, avanzan ahora masivamente hacia el Este de Asia Menor y las comarcas
situadas entre el Chabur y el Belich, fundan pronto en todas partes pequeños Estados
bajo la dirección de dinastas indoiranios (arios) y penetran hasta el sur de Palestina.
Desconocidos étnicamente, emparentados lingüísticamente con los posteriores
Urarteos de Armenia y algunas tribus caucásicas, imprimen rasgos totalmente nuevos
a las regiones occidentales de Asia Anterior, con sus conceptos caballerescos, sus
dioses y su arte, agotándose a sí mismos por completo a los pocos siglos.
La inteligente renuncia de Hammurabi a medirse con los Churritas —Zimrilim de
Mari había de cruzar ya las espadas con el nuevo pueblo— le trajo a los últimos años
de su gobierno la suerte de poder seguir rigiendo en paz y bienestar su país durante
unos cuantos años más. Y este gobierno había dejado de ser sumerio
conscientemente. Lo mismo que el rey llevaba un nombre cananeo —los de sus
antecesores eran ya, en parte, acadios, pero siguieron el ejemplo de Hammurabi hasta
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el final de la dinastía— supo asimismo hacer agradable al país el carácter de su tribu.
También se impuso oficialmente la lengua semita, se prescindió de la divinización del
rey y de los ritos de las Nupcias Sagradas. En vez de la arbitrariedad en el carácter de
los antiguos dioses se presenta ahora la idea del derecho como componente
determinativo, y al mismo panteón sufre un cambio decisivo: Marduk, señor de
Babilonia, es admitido como rey de los dioses, siendo reconocido como tal poco
después en todas partes gracias a su carácter filantrópico.
En el prólogo de su Código Hammurabi anuncia que Anu y Enlil transfirieron su
soberanía a Marduk[94]. Y ahora —sin modelo sumerio— la epopeya acerca de la
creación del mundo describe cómo fue Marduk, y no Anu, Enlil o Enki-Ea, quien
derrotó la fuerza del caos Thiamat cuando todos los dioses estaban ya desesperados,
cómo éstos le proclamaron señor suyo y en agradecimiento a su salvación trabajaron
durante un año en la construcción del templo de Esangila en Babilonia —«pues es
verdad que Marduk es el dios que creó todo». Son de tipo moral las exigencias que
presentan a los mortales y sobre todo a los soberanos Marduk, el Bueno, a quien se
pueden acercar los hombres sin miedo alguno con sus ruegos, y Shamash, el dios
solar que todo lo ilumina y es garante del derecho. El prólogo y el epílogo de la ley,
sus mismos artículos y L.3 cartas de Hammurabi, demuestran que el rey aspiraba a
satisfacerlas. Tampoco descuidó la preocupación tradicional por el culto y los
templos de todas las divinidades veneradas en su país —entre ellas aparecen ahora
figuras con cabeza de Jano o incluso con cuatro caras, que probablemente representan
embajadores divinos[95]—, sino que en el prólogo enumera detalladamente y una tras
otra las múltiples medidas tomadas para su satisfacción.
Babilonia ha escapado a una comprobación arqueológica de estos informes
debido a la subida del nivel de las aguas subterráneas, que impidió se pudiera
penetrar hasta los estratos más profundos. Así, pues, no sabemos cómo eran los
santuarios de Hammurabi, ni su ciudad, sus fortificaciones, barrios de viviendas ni el
palacio. Según el testimonio de su contemporánea Ishtshali, desenterrada a orillas del
Diyala, los barrios donde vivía la gente en aquella época eran una estrecha maraña de
calles y callejones, donde se aprovechaba el espacio hasta lo último y sólo se permitía
cierta amplitud a los templos, palacios y edificios administrativos.
Conocemos también pocos ejemplares del arte figurativo de esta época. Entre
ellos tenemos un busto y —aparte de la estela del Código— otros relieves que quizá
representen al mismo Hammurabi, algunas estatuillas en bronce de dioses de cuatro
caras, una figurilla de Larsa y una encantadora y pequeña escultura animal en
alabastro que representa un mono sentado[96].
La joven Babilonia no podía medirse, ciertamente, lo mismo que la Asur de
Samsi-Adad, por la extensión y esplendor de sus tesoros artísticos, con la antigua y
rica ciudad real y comercial de Mari, y así hemos de apreciar como una circunstancia
muy afortunada que las excavaciones de A. Parrot hayan sacado a la luz esta
importante metrópoli cultural de 1700 a. J. C. Tanto allí como aquí reinan semitas
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occidentales; los funcionarios y guerreros de Zimrilim apenas debían diferenciarse de
los de Hammurabi[97]. La Istar de Mari con su corona de cuernos, collares, los rizos
caídos sobre los hombros y la vasija del agua de la vida, correspondía (L 63) en su
calidad de representante de los dioses de Mari, de los que una vez se enumeran 26, a
la representación babilónica del aspecto de las divinidades. Y la escena de
entronización descubierta en el palacio de Zimrilim, una pintura mural al fresco
conservada en colores brillantes, puede figurar también como ilustración de
ceremonias semejantes en la residencia de Hammurabi.
Pero lo que Babilonia no podía acusar y lo que en general figuraba como único en
toda Asia Anterior, era el Palacio de Mari, cuya fama llegó hasta las ciudades (L 60 y
sig.) comerciales sirias, que no eran ciertamente pobres. El rey de Aleppo, del mismo
nombre que Hammurabi de Babilonia, y que además podía ocultarse tras el Amrafel
de la historia bíblica de Moisés I-14, tuvo que dirigirse por carta a Zimrilim de Mari
por ruego del rey de Ugarit (Ras Shamra en la costa Siria, 10 km al norte de
Lattakije) para que a su colega ugarita le fuera permitido visitar esta maravilla del
mundo —a una distancia de 500 km en línea recta.
El palacio forma casi un rectángulo de 200 por 125 m y debió tener más de 300
habitaciones. Se han desenterrado ya unos cinco sextos y sus paredes alcanzan en
parte una altura de 5 m. Por desgracia no se ha conservado ningún techo, aunque sí
algunos arcos de puertas. Al parecer sólo era accesible por un solo portal
monumental, y aparte de pequeñas plazas poseía un gigantesco patio principal de
unos 50 por 33 m, en el que se podían celebrar, pues, grandes asambleas. Junto a un
patio más pequeño de 29 por 26 m, cuyas paredes estaban adornadas con pinturas al
fresco, se hallaba la gran sala del trono con estrado y tribuna. Las habitaciones
privadas del rey, entre las que figuraba también una pequeña capilla, son tan
conocidas como la escuela para la formación de los futuros cuadros administrativos,
las viviendas de los servidores y el local de la guardia. Se desenterraron además una
cocina, un baño, tres archivos, dos de los cuales contenían la correspondencia y el
otro los documentos, sótanos en los que los grandes cántaros de barro ocupaban
todavía su lugar, y otras cosas.
El hecho de que Mari no fuese reconstruida después de su destrucción en el siglo
XVII o XVI a. J. C, dejó la grandiosa edificación casi intacta a través de tres milenios y
medio y nos da aún hoy una idea bastante exacta de la magnificencia y esplendor de
las residencias reales del Antiguo Oriente en tiempos del gran rey Hammurabi de
Babilonia.
Igual que Hammurabi y Samsi-Adad con sus hijos, Zimrilim, el señor del palacio
de Mari, legó también gran cantidad de cartas propias o dirigidas a él, que nos
redondean la imagen de los potentados de 1700 a. J. C., incluso desde su aspecto
personal. El príncipe de Mari —que cita además entre las revoltosas tribus nómadas
de su territorio a los Benjaminitas (sus restos serían absorbidos por el pueblo de
Israel 500 años más tarde) y a su caudillo lo llama davidum, evidentemente el modelo
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para el nombre real de aquel Ben Isai que conocemos como David, Rey de Israel —el
príncipe de Mari, pues, parece haber sido un amante de la caza y sobre todo de la del
león, por lo que se reservaba el derecho de matar la caza mayor de rapiña. Con este
decreto un alcalde rural podía a veces tener disgustos, como se ve por la siguiente
carta dirigida a Zimrilim:
A mi Señor: Habla Akkim-Adad, tu siervo. Hace poco comuniqué a mi señor la
noticia siguiente: En el tejado de una casa de Akkaka se cogió un león. Que mi
señor me escriba si el león ha de permanecer en el tejado hasta la llegada de mi
señor; y si he de llevárselo, que me lo comunique. La respuesta de mi señor se ha
retrasado y el león lleva ya cinco días en el tejado. Se le ha echado un perro y un
cerdo pero no quiere comer. Entonces pensé: Este león puede provocar el pánico.
Así que tuve miedo, lo metí en una jaula de madera, lo cargué en un barco y se lo
envié a mi señor…
Más privada es aún una carta escrita al rey mientras estaba de viaje por una mujer,
en la que quizá podamos saludar a su «fiel ama de llaves» o también a una cuidadosa
amante:
A mi señor: Así habla Shibtu, tu sierva. Que se me comunique a vuelta de
correo la buena salud de mi señor. Además: envío a mi señor un vestido raqqatum
de la mejor tela, un vestido umlu del paño más fino, un abrigo de la mejor tela,
dos…, tres jarros.
Observando obligaciones del cargo y cuidados de la administración, medidas
legislativas, forma de vivir e inclinaciones de los príncipes, se nos redondea la
imagen de una época y de sus hombres que, quizá sin tener conciencia de ello,
estaban bajo el sello de una gran transformación. Nuevos pueblos, nuevas
costumbres, nuevos dioses, no es de extrañar, pues, que en la práctica del culto
aparezca ahora lo que apenas existía o incluso no se practicaba en absoluto. También
en este sentido nos ilustran mucho las cartas de Mari. Ahora se le da la mayor
importancia al prematuro y exacto estudio de la voluntad divina, con lo que gana en
relieve toda clase de augurios.
Mas entra ahora en escena otro modo de recibir los deseos divinos. Lo conocemos
ya por los profetas del Antiguo Testamento y lo encontramos también en Mari casi
mil años antes. La devoción semita occidental conocía la aparición del extático, una
capa de profetas que se presenta en los santuarios, que creía oír las palabras de los
dioses y que se atrevía a reflejarlas en lengua humana. Esto sucede en las cuestiones
religiosas tanto como en los asuntos profanos. Y los gobernadores de Zimrilim
consideran tan importantes las sentencias de estos profetas que no tardan en
comunicárselo inmediatamente al rey. En los documentos conservados, el dios Dagan
es varias veces el inspirador de semejantes sentencias, y una vez también Adad de
Kalassu. Se trata del deseo de Dagan de ser informado adecuadamente sobre el
desenlace de una contienda entre Zimrilim y los Benjaminitas, después de lo cual
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quiere entregarle la victoria total al rey. Otra vez se trata de la construcción exigida
por el dios de una puerta para la ciudad o de la consumación de un sacrificio animal
determinado. Luego el dios Adad, que se atribuye la feliz vuelta de Zimrilim al trono
de sus padres, vuelve a recordar al rey su obligación de gratitud y le exige a cambio
de ello la transferencia a un lugar determinado en la posesión de su templo. Por
último oímos hablar de una ofrenda fúnebre:
A mi señor: Habla Kibri-Dagan, tu siervo. Dagan e Ikrubel (otro dios de Mari)
están bien, a la ciudad de Terqa y al distrito también les va bien. Además: el día
que pensaba enviar esta carta a mi señor vino el sacerdote muchchum de Dagan y
me dijo lo siguiente: «Dios me ha enviado. Escribe urgentemente al rey que le lleve
ofrendas fúnebres al espíritu de Jachdunlim (el padre de Zimrilim). Esto es lo que
me dijo aquel sacerdote-muchchum, y se lo escribo a mi Señor. ¡Que él haga lo que
le parezca bien!».
Por muy extraños que nos parezcan estos documentos de la anunciación de la
palabra divina extrabíblica entre los textos del archivo de Mari procedentes de la
época de Hammurabi, es cierto que nos encontramos aquí de improviso con los
precursores de los profetas israelitas, de un Nathan, Ahia, Elías, Elíseo, Amós, Oseas,
Isaías o Jeremías.
Hammurabi, el pacificador y «pastor de los cabezas negras», como lo celebraba
su pueblo, comparte el destino trágico de tantos soberanos verdaderamente grandes,
de que sus sucesores no fueran capaces de conservar la obra erigida con tanto
esfuerzo. No podemos dudar de que Hammurabi le diese al heredero al trono una
educación amplia y adecuada. Últimamente se ha conocido un diálogo poético entre
él y una muchacha y podemos interpretarlo en el sentido de que el rey, ya caduco, le
había procurado a su hijo hasta la novia, cuyo «Si» le interesaba mucho.
A pesar de todas las precauciones, su muerte se convirtió en una señal para las
rebeliones en todo el país. En la región fronteriza con Elam, su sucesor Samsuiluna
tuvo que someter tras duros combates a un falso Rim-Sin, después de conquistar Ur y
Uruk. El Sur, que se sentía todavía muy sumerio, se separó y se pudo afirmar con el
tiempo, de tal modo que se constituyó aquí una propia «dinastía del país del mar» que
reinó durante 200 años. En el Norte se hicieron notar los primeros grupos del pueblo
montañés de los Kassitas, y en Occidente subió el poder de los Churritas. Samsuiluna
dice haber derrotado a 26 reyes rebeldes. Mas bajo él y sus sucesores el país volvió a
convertirse en un pequeño Estado al que la historia concedió una vida tranquila
dentro de este humilde marco. De Ammiditana (1619-1583) poseemos no menos de
37 fórmulas anuales y oímos decir que hizo colocar —siguiendo evidentemente una
costumbre cultual tradicional— siete estatuas de oro en los templos de los dioses
nacionales, es decir, en el santuario de Marduk Esangila, en el templo de Shamash en
Ebbabar, en el Enamtila del dios Enlil, etc., un indicio del no pequeño bienestar de
Babilonia, debido sobre todo a sus importantes relaciones comerciales. En la lucha
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variable con el país del mar la suerte se puso del lado de Babilonia bajo
Ammisaduqa, quien consiguió crear una fortaleza en la desembocadura del Eufrates.
El final llegó de improviso: el emprendedor y aventurero rey de los hititas,
Mursili I, inició en 1513 a. J. C., desde el norte de Siria, una campaña contra la
legendaria Mesopotamia sin que nadie pudiera detener a sus ejércitos. Su meta era la
famosa Babilonia que fue incendiada y saqueada. El último brote de la dinastía
Hammurabi pereció en el ataque. El hitita se retiró cargado con un rico botín. Pero en
el espacio político vacío penetraron los belicosos kassitas, que llevaban ya mucho
tiempo esperando una oportunidad semejante, se apoderaron de Babilonia y
comenzaron a establecerse en el país.
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IX - LOS KASSITAS
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El centro de gravedad de la política mundial de entonces se había desplazado a
mediados del II milenio hacia el Norte de Mesopotamia, Egipto y Asia Menor; y
apenas sobrepasan la escala provincial los acontecimientos que tienen lugar en
Babilonia —o como se decía en lengua kassita, Karanduniash— durante los casi
cuatrocientos años del dominio kassita (1530-1160 a. J. C., aproximadamente). Se
caracterizan por las contiendas con Asiria al Norte y con Elam al Este, de las que sólo
merecen algún interés la disputa, raras veces tranquila, con Asur y que volveremos a
tratar durante la consideración del Estado asirio medio. El enérgico gobierno de un
Hammurabi había cedido a un lánguido manejo del poder estatal. La casta kassita de
los guerreros se transformó en una nobleza rural absolutista con propiedades libres de
tributos, que aspiraba a poseer feudos cada vez más ricos, a remisiones de impuestos
y moratorias cada vez mayores. Y lo consiguió, mientras la monarquía descendía
análogamente, sin que pudiera ocultar su escasa importancia tras los pomposos títulos
tomados del pasado, como «Rey de Sumer y Accad», incluso «Rey de la Totalidad».
Por otro lado, esta capa kassita relativamente delgada, producía sin duda alguna
inteligentes soldados. Así pudo un príncipe enérgico como Ulamburiash (hacia 1450)
terminar con la independencia del «País del Mar», donde bajo los sucesores de
Hammurabi se había establecido una dinastía propia. Su sucesor Karaindash pelea
con Asur a fin de regular de un modo fijo las fronteras[98] —Asur era entonces
vasallo de los príncipes churritas de Mitani (entre el Chabur y el Belich)—, y su
reputación era a pesar de todo, tan grande, que el ministerio egipcio de Asuntos
Exteriores de Amenofis III pidió y recibió, en prueba de su amistad, una hija del rey
kassita para su harén, pagándosela a Karaidash en oro. Puede que una parte del dinero
lo emplease éste en la construcción de aquel templo de Istar que se descubrió en Uruk
y presenta características propias en su fachada y en su planta.
Naturalmente era muy lisonjero para el señor de Babilonia el reconocimiento por
Egipto, en la cumbre de su poder entonces, y cuyo faraón condescendió en titular
«hermano» al rey de los kassitas, y en dejarse tratar también de la misma manera[99].
Pero aquel archivo de cartas de Amarna (situada a orillas del Nilo unos 280 km al sur
del Cairo), que demuestra la correspondencia en escritura cuneiforme de los faraones
Amenofis III y IV (1413-1358) con los reyes de Siria, Asia Menor y Mesopotamia,
archivo descubierto en 1887 y que contiene también la correspondencia entre la Teba
egipcia y Babilonia, no nos hace albergar duda alguna sobre el papel real y humilde
de los reyes kassitas. Sí, el hijo de Karaindash, Kadashmancharbe, se humilla hasta el
punto de, no sólo pedir continuamente oro sino proponer incluso un pequeño engaño
con una hermosa joven egipcia que le enviará el faraón como supuesta princesa
egipcia en lugar de la hija del faraón solicitada y rechazada bruscamente por éste:
Veo, hermano mío, que no me permites que me case con una de tus hijas y
escribes: Desde siempre jamás se ha entregado a nadie la hija de un rey egipcio.
¿Por qué hablas así? Eres el rey y puedes hacer lo que quieras. Cuando me
comunicaron tus palabras escribí a mi hermano: Hay hijas adultas y también
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mujeres hermosas. Mándame cualquier mujer hermosa que te parezca bien. ¿Quién
puede decir aquí que no es ninguna princesa?
Parece que Amenofis rechazó también esta insinuación. No obstante, las
relaciones entre ambas cortes continuaron siendo buenas. El faraón pudo recoger los
éxitos de esta inteligente política bajo el siguiente rey kassita: Kurigalzu I rechazó de
plano la demanda de una federación de ciudades cananeas en Siria para participar en
una guerra contra Egipto.
Este Kurigalzu, que se llama «Rey de la totalidad» y «Elegido del señor de los
dioses», parece haber sido un príncipe inteligente en general. Conquistó Susa, donde
consagró el palacio de aquella ciudad a la diosa Ninlil «para toda su vida», y
construyó en el Norte una ciudad fortificada llamada Durkurigalzu («ciudad de
Kurigalzu»), para asegurar la frontera contra el vecino asirio, observado con
desconfianza. Se identificó con el montículo de ruinas Aqarquf, 15 km al oeste de
Bagdad, que había llamado siempre la atención por las ruinas de su templo, que se
estancaban en la estepa solitaria. Recientemente las excavaciones iraquíes hallaron
aquí los fragmentos de una estatua colosal del citado rey con una inscripción en
sumerio, muy mal escrita. De ella se deduce la preocupación de Kurigalzu por los
templos del país, ya muy arruinados, y sus esfuerzos por reanimar los antiguos cultos,
empresa con la que esperaba volver a «los viejos tiempos» y a la que corresponde una
actividad cultual testimoniada en otros sitios, como Uruk, Ur y Eridu. En esa
inscripción llama a Istar su sublime señora, que marcha a su lado, conserva su
ejército, protege a sus súbditos y destruye a sus enemigos. Su nueva ciudad de
Durkurigalzu adquiriría otra vez cierta importancia cincuenta años más tarde.
Nos encontramos ahora, hacia mediados del siglo XIV, en aquella famosa «época
Amarna», a la que dieron su nombre los documentos políticos de la XVIII dinastía
egipcia, compuestos en escritura cuneiforme, es decir, en la lengua y en la escritura
diplomáticas de la antigua Asia Anterior. El imperio hitita de Asia Menor estaba
entonces en la cima de su poder bajo el mayor de sus soberanos, Suppiluliuma, y la
constelación política aseguró al hábil príncipe kassita Burnaburiash una importancia
nada despreciable en el juego de las fuerzas políticas. Si por un lado, frente al poder
de los hititas, que habían avanzado hasta Siria, necesitó un apoyo del rival egipcio
Chatti, por otro lado los faraones —en el Nilo subió al trono el «Rey hereje».
Amenofis IV Echnaton— tuvieron que darle la mayor importancia al aliado
babilónico, y tanto más cuando que él hasta entonces aliado de Egipto, el imperio
churrita de Mitanni, en la Mesopotamia Superior, había traspasado ya el cenit de su
poderío. La falta de interés por la política exterior del faraón Echnaton, preocupaba
solamente por las reformas religiosas, redujo naturalmente mucho el valor del aliado
egipcio, y Burnaburiash no desconocía este hecho. Así, pues, se permite a veces un
tono en las cartas escritas al «hermano» del Nilo —conservadas en el archivo de
Amarnax cuya presunción nos asombra. Una vez se queja de los correspondientes
deseos de salud con motivo de una enfermedad:
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Cuando mi cuerpo no se encontraba bien y mi hermano…, di rienda suelta a mi
cólera contra mi hermano: ¿Es que mi hermano no ha oído que estoy enfermo?
¿Por qué no ha levantado mi cabeza? ¿Por qué no ha mandado a su embajador a
informarse de mi estado de salud?
Otra vez se queja del envío de un oro inferior o del robo de una caravana
comercial de Babilonia en Palestina, insegura, pero oficialmente bajo la soberanía
egipcia. Y cuando el faraón, según la vieja costumbre, pide una princesa kassita para
su harén, accede solamente a cambio de un rescate adecuado, haciéndose pagar por la
novia un precio casi de usura. El rey kassita —y no ha de extrañarnos en una
Babilonia cada vez más comercial— es también un frío calculador en la política y
una vez se lo hace saber a Echnaton con una franqueza desconcertante:
«Hermandad, amistad, alianza y buenas relaciones entre los reyes, sólo persisten
mientras sean de relieve las piedras preciosas, la plata y el oro (de los regalos)».
Este punto de vista corresponde a su proceder frente a Asiria, Al protestar los
aliados de Egipto de que Asur sea vasallo suyo, se justifica ante el faraón diciendo
que al mismo tiempo lo ha unido más estrechamente a él mediante un matrimonio
político casando a su hijo con una princesa asiría. Astuto diplomático, aunque
también constructor de un gran templo a Shamash en Larsa, encomiado aún 800 años
después por el último rey de Babilonia, Nabonido, Burnaburiash supo dirigir en paz a
su país a través de los no pequeños disturbios de su tiempo. Su hábil política siria dio
sus frutos, incluso después de su muerte: cuando su nieto pereció más tarde en una
revuelta, fue el rey de los asirios quien salvó el trono para su dinastía y contribuyó a
imponer un hijo menor de Burnaburiash.
Éste fue Kurigalzu II, quien reconstruyó de nuevo Durkurigalzu. Aquí estaba
realmente por aquellos tiempos el verdadero centro del poder kassita, algo más al
norte de Babilonia. Se estableció frente a Asur, que tendía a incrementar su
influencia, y con quien ya había tenido dificultades a la muerte del rey Assuruballit.
Se llegaron a realizar combates cuyo desenlace no nos es muy claro: una exposición
histórica sincrónica, que cita los acontecimientos en ambos países, atribuye la victoria
al rey asirio, mientras que la llamada crónica P, probabilónica, afirma que Kurigalzu
pudo derrotar a su adversario del Norte. Una nueva fijación de fronteras restableció la
paz en el frente asirio. Esto era necesario, pues tampoco Elam veía con buenos ojos la
consolidación del poder kassita alrededor de Babilonia y Durkurigalzu. Por eso las
tropas kassitas tuvieron que marchar hacia el Este para detener a los elamitas que
habían avanzado hasta Babilonia y Borsippa, cosa que consiguieron tras duros
combates.
Comenzó de nuevo la guerra fratricida entre los dos Estados estrechamente
unidos por una cultura común[100]. Nazima ruttash de Babilonia (hacia 1300 a. J. C.),
un príncipe pacífico y con aficiones literarias, tuvo que encajar una derrota, pero sus
dos sucesores volvieron a obtener la supremacía cuando el rey hitita Katusil III se
alió con ellos contra Asur. Las cartas que se han descubierto del Hitita, muestran,
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naturalmente, lo pretencioso que fue hacia su «hermano» de Babilonia, aunque
también prueba cómo el ministro kassita Ittimardukbalatu supo engañarle
políticamente. Babilonia no se hundió hasta que en Asiria el gran Tukulti-Ninurta I se
decidió a un ataque radical contra el eterno foco de disturbios en el Sur[101].
Kashtiliash IV (1241-1234) no pudo hacer frente al ejército asirio, entrenado ya por
los muchos combates, cayendo él mismo en manos de su implacable adversario.
Tukulti-Ninurta dice así: «En esta batalla hice prisionero con mis propias manos a
Kashtiliash, el rey de los kassitas, puse mi pie encima de su cabeza real como si fuese
un escabel, y prisionero y encadenado lo llevé ante Assur, mi señor». La
consecuencia de esta acción brutal e insólita fue una rebelión. Mas Tukulti-Ninurta
volvió, derrumbó las murallas de Babilonia y deportó a muchos kassitas. La ciudad
fue saqueada, se llevaron los gigantescos tesoros de los santuarios y se derogó el
culto oficial al llevarse el vencedor a Asur la estatua de Marduk. Ahora Tukulti-
Ninurta se llamó también «Rey de Babilonia» y estableció en la famosa metrópoli un
gobernador. Los cronistas babilónicos no olvidaron exponer, como castigo de Marduk
por la horrible acción, el destino del cruel enemigo, contra quien estalló después una
gran rebelión en su propio país y fue asesinado al final por uno de sus hijos.
El asirio no alcanzó su meta. A los siete años fue expulsado su gobernador,
después que los babilonios consiguieron rechazar un ataque elamita. Aliado con el
partido que se levantó en Asur contra Tukulti-Ninurta, un hijo del rey deportado
Kashtiliash, pudo hacerse de nuevo con el trono de Babilonia. Se erigió una nueva
estatua a Marduk —la antigua no volvió hasta cien años más tarde— y se restableció
el culto. El mismo destino desagravió en cierto modo al maltratado: Babilonia
alcanzó una supremacía sorprendente en relación con la confusión asiría y la caída
económica de Asur tras el hundimiento del imperio hitita hacia 1200, que paralizó el
productivo comercio occidental. El restaurador del poder kassita, Adadshumnasir, fue
capaz de poner bajo su dependencia a los débiles sucesores de Tukulti-Ninurta. En
una carta que se ha conservado, se titula su señor y rey y llega incluso hasta
sermonearlos como subordinados inferiores, en su calidad de «Rey de la Totalidad».
Sin embargo, esto no fue más que un intermedio después del cual se volvió a
recuperar el equilibrio de fuerzas en Mesopotamia. Tras una batalla en la que los
reyes de ambos estados cruzaron las espadas y cayeron —quizá en un duelo—,
vinieron unos decenios de paz durante los cuales el príncipe kassita Melishipak
(1183-1169) pudo disfrutar su vida de rico señor feudal. Pero el fin de la dinastía no
estaba ya lejano. No llegó de Asur, sino del Elam. El rey de este país,
Shutruknachchunte, venció a los babilonios, penetró hasta Sippar (50 kilómetros al
noroeste de Babilonia) y convirtió a su hijo en rey del país. Por entonces, entre el
botín se llevaron también a Susa el monumento a la victoria de Naram-Sin y la estela
del Código de Hammurabi[102], y los canteros elamitas tuvieron que grabar en la
estela de Naram-Sin una inscripción al dios Inshushinak.
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Aún tuvo lugar un contraataque de Babilonia que por última vez llevó al trono a
un kassita por espacio de cinco años. Cuando los elamitas se deshicieron de él, se
reunieron las fuerzas nacionales de tradición exclusivamente babilónica, alrededor de
un caudillo llamado Marduk-shapik-zeri, que no pertenecía a la dinastía kassita. Este
caudillo consiguió expulsar a los elamitas. La nueva dinastía no se llamó según
Babilonia, sino con arreglo a la antigua ciudad de Shamash, Isin. El elemento kassita
de la población, ya asimilado, no fue expulsado ni oprimido, sino que más bien
continuó dando buenos soldados, aunque su papel político desapareció el año 1160 a.
J. C.
(L 65). En la figura de Hammurabi y en su obra el semitismo occidental salió
vencedor frente a la herencia sumeria aceptada gustosamente en un principio. Los
bárbaros kassitas, que descendieron de las montañas del Norte bajo un Gandash, un
Agum o un Kashtiliash, en los tiempos de Samsuiluna o de Abieshush, no pudieron
en cambio imprimir su sello a la cultura del país conquistado, sino que más bien se
convirtieron en sus dóciles servidores. El portador de la cultura continuó siendo el
elemento semita[103], que desde ahora llamaremos «babilonio». Sólo raras veces
partieron nuevos impulsos de los kassitas —en la edificación religiosa de
Karaindash[104], en la configuración de piedras de investidura, llamadas kudurru, en
la ornamentación de los cilindros-sellos[105]. Fueron muy pobres en comparación con
el papel revolucionario de los churritas en ciertas esferas del arte y de la milicia. La
significación cultural e histórica de los kassitas desmerece totalmente al considerar
más a fondo los efectos del carácter churrita en Asur. Estos provocan allí una
transformación étnica y una renovación, creando así por primera vez el asirismo
militante como fenómeno histórico en general. En efecto, el desarrollo económico de
Babilonia en su tiempo, es al principio retrógrado, obstruye el talento militar
originariamente existente y apenas presenta un hecho de verdadera grandeza e
importancia. El florecimiento espiritual de Babilonia durante la segunda mitad del
milenio segundo es todo menos kassita: representa justamente una concentración de
Babilonia en su propio ser y herencia, como la literatura de la época Isin-Larsa había
dedicado sus esfuerzos al mantenimiento de la amplitud espiritual de Sumer en
contraste con el nuevo mundo de los semitas occidentales.
Como ya se ha dicho, la vida durante la época kassita parece transcurrir con
dureza; Babilonia se convierte ahora en aquel país feacio de los comerciantes, tal
como lo ve la Biblia. Naturalmente se manifiesta aquí un despierto interés y una
asombrosa aptitud que parte de las grandes tradiciones comerciales de los tiempos de
Ur III y de la época Hammurabi. El comercio se ha extendido de una forma inaudita y
en consecuencia se ha hecho mucho más productivo. Se aseguran las rutas de las
caravanas y los ataques de las expediciones comerciales van seguidos de firmes
intervenciones diplomáticas. Junto con los cereales, aceite, lino, lana, ganado y
productos industriales, como vestidos y cilindros, se exportan sobre todo artículos tan
preciados como lapislázuli, productos de la elaboración de las piedras y metales
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preciosos y de joyería, caballos —de lo que según la manifestación de un rey hitita
abunda en Babilonia «más que la paja»— y carros, prefiriéndose como pago «oro
bueno».
Las caravanas siguen a las delegaciones que en esta época de diplomacia
altamente desarrollada van continuamente de corte en corte y de estado en estado. La
Tebas de las cien puertas en el Alto Egipto, la residencia de Echnaton, Amarna, la
capital de los hititas Chattusa en Anatolia, la metrópoli de Mitanni, Washukkanni en
cualquier parte del alto Chabur, las ciudades sirias, Asur y Babilonia son los grandes
mercados de este comercio político, en el que se trata de alianzas y subvenciones, de
tropas auxiliares y de matrimonios políticos y en el que a veces entran en juego
divinidades remediadoras, como Istar de Nínive, para recorrer en calidad de ayuda
amistosa entre reyes, caminos tan largos como desde la Mesopotamia septentrional
hasta el Alto Egipto.
Los dioses de la medicina y los médicos de Mesopotamia gozan de buena fama en
los países más lejanos: el rey kassita Kadashman-Enlil II (hacia 1270) tuvo que
enviarle a su aliado, el hitita Katusil III, y por expreso deseo de éste, un médico
acreditado que, al parecer, tuvo éxitos tan evidentes y brillantes en la corte de la
lejana Chattusa que se quedó allí varios años. Su señor le reclamó varias veces por
carta, aunque desconocemos si el tan apreciado especialista pudo emprender
efectivamente un viaje de vuelta de unos 1.300 kilómetros y salió con bien de él. En
la corte, los médicos tenían a veces un puesto difícil. La casualidad nos ha guardado
los boletines que un médico de cámara había de presentar todos los días a su señor
kassita sobre el estado de salud de los cantores y (especialmente) de las cantantes de
la escuela real de música. A una de las muchachas le dolían los ojos:
«El médico Chusalu la ha interrogado, la ha reconocido y se ha informado del
estado de su enfermedad; luego ha hecho que le vuelvan a poner la venda que le
habían quitado».
Una princesa que se encontraba también en la academia de música tenía fiebre;
pero ésta desapareció gracias al vendaje y a las bebidas medicinales. El médico
Mukallim da una vez un informe resumido:
«A los cantores y cantantes y a la casa de mi señor les va bien. La Etirtu ha
contraído esta enfermedad. La hija de Kuri y la hija de Achuni están mejor. Cuando
mi señor escriba podrán abandonar ya (la habitación de los enfermos) y reemprender
las clases. La fiebre de la hija de Mushtalu ha mejorado; así como antes tosía, ahora
ya no tose…».
Si este príncipe tenía evidentemente preferencias por el ballet, otro lo tenía por la
cría de caballos y el arte de conducir los carros, que habían alcanzado su mayor
florecimiento con la aparición de los churritas y sus príncipes arios. Mas el oro que
los reyes kassitas supieron sacarles siempre a los faraones egipcios servía también
para finalidades más sublimes, como por ejemplo la construcción de templos, a la que
se dedicaban celosamente los kassitas siguiendo el ejemplo de tantas dinastías
Página 90
anteriores. Encontramos inscripciones de los principales reyes kassitas —Karaindash,
Burnaburiash, Kurigalzu— casi en todos los yacimientos babilónicos. Y parece
haberse llegado aquí a la formación de una arquitectura original, como ejemplo de la
cual puede servir el ya citado pequeño templo de Istar construido por Karaindash en
Uruk[106], de 22 por 17 m, con una habitación alargada rodeada por ambos lados de
cuartos más pequeños, un portal y una fachada con relieves de ladrillo.
Ante el hecho de que apenas se han conservado estatuas enteras de los kassitas, en
el último de los documentos citados se trata de un hallazgo sumamente importante,
pues constituye el punto medio entre escultura y relieve. Consiste en un friso hecho
con las mismas formas de ladrillos y compuesto de quince capas, en el que se
suceden siempre las mismas figuras, de pie en un nicho, de un dios montañés barbado
y de una diosa del río, ambos sosteniendo ante el pecho una vasija rebosante. La
pared que sobresale entre las figuras muestra un chorro de agua estilizado. La
verdadera obra de arte, realmente kassita, fue reconstruida en el antiguo Museo de
Berlín.
Los relieves de la época kassita, en sentido estricto, de aspecto algo bárbaro, se
han conservado exclusivamente en los llamados kudurrus[107], típicos de este período,
es decir, en los hitos pensados como documentos de concesión y colocados en los
patios de los templos o en los campos cedidos, habiendo llegado hasta nosotros gran
número de ellos. Sobre las efigies de donación y de los reyes —el príncipe lleva un
turbante o una tiara alta en la cabeza y va vestido con una túnica con pliegues
longitudinales y transversales—, escenas religiosas y planos de los campos muestran
los emblemas de las divinidades llamadas en calidad de testigos: la estrella de ocho
puntas de Istar, el cuarto lunar de Sin, el disco solar de Shamash, el escorpión de
Ishchara, la lámpara de Nusku, etc.
Los volveremos a encontrar en los cilindros, que llaman la atención por su
aprovechamiento del espacio[108]. También aquí tenemos un campo que quizá
presente huellas típicas de los kassitas. La imagen del sello va enmarcada arriba y
abajo por un fuerte listón y presenta una leyenda muy ampliada en relación con las
anteriores, que a veces contiene una oración completa. La parte gráfica sigue
llevando a veces la escena de introducción representada tan frecuentemente en los
tiempos de Hammurabi o la adoración —los adoradores están a veces arrodillados—,
pero también reproducciones de animales y caza. A los lados y por encima del texto y
de las imágenes, se halla la abundancia de emblemas que representan a los
dioses[109], conteniendo así un impulso evidente hacia la abstracción. Encontramos
las formas más diversas de la cruz, que aparece ahora también en adornos y colgantes
de bronce, plata y oro, y entre las que nos atrae especialmente la Cruz de Malta. Hay
rosetones y rombos, y también motivos concretos como la representación de abejas,
langostas y perros, una selección del exuberante tesoro simbólico con que los pueblos
montañeses han enriquecido el arte de la antigua Asia Anterior y que tan atractiva
hace la glíptica de los kassitas.
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Aparte de esta esfera manifiesta, aunque no siempre clara, apenas podemos
distinguir ninguna influencia kassita en la religión y en la vida espiritual de
Babilonia. Las viejas divinidades de este pueblo —el dios lunar Shipak, el dios
guerrero de las montañas Shuqamuna o su hermana gemela Shumalia, la «señora de
la montaña luminosa»— se desvanecen pronto ante los dioses del país cultural, a la
cabeza de los cuales van intactos Marduk, Shamash e Inanna-Istar. Se les rendía la
debida reverencia, aunque se practicaba poco la requerida devoción y teología, como
pudimos observar en Kurigalzu. El dominio siguió siendo de los babilonios, y en
particular de su clero, compuesto de muchas clases y jerarquías. Y antes de ocuparnos
de su obra espiritual en la época kassita, quizá sea éste el lugar adecuado para echar
un ligero vistazo a este grupo —ciertamente importante por el número— de la
población babilónica.
Con una verdadera tradición y en muchos aspectos idéntico a sus antepasados
sumerios, el clero constituye un estado dentro del Estado, que si no se convierte en la
primera fuerza del país, se debe solamente a los múltiples intereses e intrigas, a
menudo contrarios. Todos los templos —y cada ciudad poseía media docena de ellos
o más— tenían sus sacerdotes supremos, sus numerosos «conservadores de la casa»,
conjuradores, adivinos, sacerdotes para las lamentaciones, las abluciones y los
ungüentos, sin faltar tampoco los clérigos responsables de la música y de la escuela
donde se aprendía a escribir. Todos se visten de lino blanco, que en las ceremonias de
expiación se cambia por el color del temor, el rojo, con capa y saya. La cabeza se la
cubren con unos gorros parecidos al fez, o también estrechos y cónicos, cortados por
arriba. Entre el bajo clero, en particular el de los templos de Istar, no faltaban,
naturalmente, las prostitutas masculinas.
Las sacerdotisas están subordinadas igualmente a una sacerdotisa superior, que
con frecuencia procede de la casa real. También ellas conocen diversas jerarquías y
deberes, entre los que se destacan servicio de ofrendas, abluciones rituales, práctica
de adivinación y conjuración, música. Aunque en público era obligatorio el recato,
entre ellas desempeña naturalmente un papel importante la prostitución sagrada en el
burdel del templo, papel que pasa a primer plano sobre todo en las fiestas cultuales de
Istar, así como en otras ocasiones. Estas sacerdotisas siempre atractivas en las
reproducciones —tenían el deber de la esterilidad, cosa que llevó a deducciones
curiosas—, no eran despreciadas en modo alguno y a menudo encontraban después
un marido, «como buenos partidos». Entonces habían de llevar un velo igual que las
mujeres civiles con un pasado menos agitado. También ante las obscenas plaquitas de
plomo que se han descubierto y proceden de los templos más modernos de Istar, en
Asur, sería seguramente falso juzgar este aspecto del culto del antiguo Oriente según
criterios cristiano-occidentales, nacidos de la actitud ascética de San Pablo. La tan
ensalzada Hélade tenía también su prostitución cultual.
Volvamos ahora tras este paréntesis a la cuestión de la doctrina sacerdotal de la
época kassita, doctrina cuidadosamente planteada, pues aquí, en los círculos con
Página 92
formación literaria y teológica del clero de todas las «confesiones», brota ahora una
creación espiritual de inapreciable significación. Igual que, en contraste con el
semitismo occidental, la literatura sumeria se ordenó, clasificó y formó
definitivamente en los tiempos de la antigua Babilonia, el kassita, extraño, bárbaro y
falto de espíritu, apremia a los teólogos devotos y sabios, llenos de antigua tradición,
a que se ocupen de la propiedad espiritual de Babilonia, como algo permanente e
imborrable, y a que le den un sentido al tesoro poético acumulado a lo largo de los
siglos desde la semitización del país.
Los antropomorfismos son incompatibles con una devoción refinada y los actos
de arbitrariedad divinos una blasfemia. Se atacan los textos heredados —y los
mismos problemas— con armas morales, dogmáticas y filosóficas. Se ordena, separa,
interpreta y crea, por último, una especie de canon, cuyos componentes, tras la
eliminación de todos los rasgos humanos en la imagen de los dioses y con
interpretación ética, se presentan ahora ante la fe como expresión adecuada de sus
concepciones fundamentales.
El gran poema de Marduk sobre la creación del mundo, Enuma elish («Cuando
arriba…»), del que hace poco hablamos, ocupa naturalmente el primer plano, aunque
también reciben ahora su forma clásica los otros grandes poemas de Babilonia. Ahí
está aquel victorioso combate divino que llevó a cabo Lugalbanda o incluso el mismo
Marduk con el pájaro de la tormenta Zu. Este demonio en forma de ave le había
robado las tablas del destino a Enlil, dejadas a un lado mientras realizaba el aseo
matutino, alcanzando así el dominio sobre el cielo y la tierra. Encontramos también
—y en una copia egipcia del siglo XIV— la transformación semita del motivo sumerio
sobre el viaje de Istar a los infiernos en forma de la historia de la ascensión de Nergal
a señor de los infiernos. Nergal —un primitivo dios solar, aunque también dios pastor
y de los campos de labor, que representa luego singularmente los malos aspectos del
ardiente sol oriental, peste, guerra, destrucción e inundación— fue el único en
despreciar al mensajero de la señora de los muertos, Ereshkigal; ésta lucha con él,
pero es vencida y le entrega, al final reconciliada y convertida en su esposa, la
«soberanía real de los infiernos». El mito de Erra describe los sufrimientos del país
bajo los siete terribles demonios introducidos por Erra en nombre de Anu, que han de
castigar los pecados del género humano: Nippur es destruida; Uruk, devastada, e
incluso aniquilada la Babilonia sin mancha. Mas al fin se pasa la cólera de Erra y el
mundo se recupera, Babilonia se reconstruye y obtiene el dominio sobre el mundo
entero.
Otros poemas hablan de los héroes famosos: la historia de Adapa —empleada
también como libro de lectura babilónica en el siglo XIV por alumnos egipcios y
conservada allí, y en parte también en la biblioteca de Asurbanipal, en Nínive—
habla de este primer hombre e hijo de Ea, que poseía la sabiduría, pero no la
inmortalidad de los dioses, y en calidad de sacerdote de Ea le alcanzaba a éste, en
Eridu, pan, bebida, caza y pescado. Con motivo de una fechoría es citado ante el dios
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supremo Anu, y su padre Ea le da toda una serie de consejos para protegerlo.
Siguiéndolos, deniega el disfrute del agua y del pan de la vida que le pide Anu,
perdiendo con ello definitivamente la tan ansiada vida eterna.
Trágicamente acaba también Etana, que en su búsqueda de una hierba que ayude
a su mujer en los dolores del parto le pide ayuda al águila[110]. Ésta le promete
llevarlo hasta el cielo de Istar y ayudarlo allí a conseguir la hierba del parto. El águila
lo sube por los aires, de tal modo que tiene que mirar abajo, a las profundidades
donde se encuentran la tierra y el mar. El mar parece tan pequeño como el estanque
de un jardinero. Así llegan al cielo de Anu, pero allí no se halla la planta medicinal
deseada. Por eso siguen volando hasta el cielo de Istar. Entonces la tierra y el mar se
hacen tan pequeños como una torta de pan en el cesto. Tras dos horas más
desaparecen por completo, y entonces el terror se apodera de Etana, conjura al águila
para que vuelva, y ambos caen, por último, en las profundidades…
También la mayor poesía del Antiguo Oriente, el poema de Gilgamesh[111], es
compilado ahora de las leyendas sumerias y con la inclusión de la historia del diluvio
—recogida después casi textualmente en la literatura israelita— bajo el tema de la
búsqueda de la vida. Se forma con él una obra compacta e impresionante, impidiendo
la grandeza reconocida de la poesía mayores intervenciones en el texto. Esta leyenda
oriental de Heracles, esta «primera gran novela de la literatura universal», se
conservó en la forma original, menos pulida y por ende, tanto más impresionante.
Al menos, una poesía totalmente nueva —entre el himno y la epopeya— nació en
esta época, a saber, la narración escrita en sumerio de la «Elevación de Istar», que
junto con una loa a la diosa cuenta cómo Istar, a ruego de los dioses, pasó, de simple
sirvienta, a ser la esposa legítima de Anu y recibió como regalos de éste vestidos
divinos, joyas magníficas, cetro real y gorro divino, y por último su santuario de
Eanna.
Los teólogos de Babilonia se dedicaron también con un celo parecido a los otros
géneros de la literatura religiosa —la «profana» es desconocida—, conservaron lo
viejo y crearon lo nuevo. De ello dan testimonio las colecciones de sentencias, las
«poesías de Job» que tratan el problema de la teodicea, los salmos individuales,
oraciones de arrepentimiento y los catálogos de pecados incluidos en las colecciones
de conjuros y dictados por un verdadero sentimiento ético. La casi inagotable
abundancia de toda esta gran obra del conocimiento babilónico sólo puede insinuarse
en el marco de nuestra consideración. A pesar de todo queremos dejar sitio a un
himno de Marduk que seguramente fue cantado muchas veces en el templo principal
de Babilonia, el de Esangila:
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guardián de Ezida, donador de la vida,
príncipe de Emachtila, dador de la prosperidad,
protector del país, perdonador de la humanidad,
oh señor único de todas las altas sedes;
tu nombre suena en boca de todos los hombres!
¡Oh Marduk, gran Señor, dios de la clemencia,
tu sublime palabra me da vida,
y salud para que ensalce tu divinidad;
que logre tal como lo deseo!
¡Oh, haz que mi boca no diga más que verdad,
que en mi corazón no haya más que buenos pensamientos,
que sólo digan siempre buenas palabras de mí
el hombre de la corte y el guardia del portal!
¡Que mi dios protector se ponga a mi derecha
y mi diosa se coloque a mi izquierda,
el dios que me mantiene sano debe estar siempre conmigo!
¡Que mi oración sea justa, escucha,
que la palabra pronunciada halle satisfacción!
¡Oh, Marduk, gran señor, regálame prosperidad,
sí, ordena que mi alma siga viviendo!
¡Deja que me sacie del continuo camino tuyo!
¡Se alegra Ellil, Ea te exulta,
que los dioses de la totalidad te bendigan,
que los grandes dioses llenen tu corazón de alegría!
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famosos que el rey hitita Muwatalli le pide a su colega kassita uno de ellos hacia
1300. Y, en efecto, un experto espiritual de esta ciencia secreta marchó desde
Babilonia a la corte de Chattusa y actuó allí para satisfacción de todos.
Gran relieve adquiere también el arte secreto de la llamada elección de los días, la
predicción de fechas «buenas» o «malas». Precisamente la herencia de estos extravíos
más o menos grotescos del espíritu humano, a los que contribuyó evidentemente la
penetración de los pueblos montañeses en Mesopotamia —piénsese solamente en los
seres fabulosos del arte churrita— permanecerían durante más de mil años y
encontrarían su expresión más tenebrosa en la tristemente célebre «magia
caldea[113]».
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X - IMPERIO ASIRIO MEDIO
Asur, 1080 a. J. C.
Han pasado 300 años desde que el asirismo despertó a una nueva vida bajo los
reyes Eriba-Adad y Assuruballit después de casi el mismo tiempo de letargo
completo. La invasión churrita había cambiado mucho al pueblo, y la estructura
social de Asur, los príncipes de Mitanni retuvieron largo tiempo al país bajo su
dependencia, y hasta que este Estado no se hundió no volvió a estar libre el camino
para Asur. La historia de esta ascensión hasta el gran imperio de Tiglatpileser I está
llena de vicisitudes, y aunque ya hablamos de ella ocasionalmente al tratar el período
kassita, hemos de retenerla un momento ante nuestros ojos.
La hora más aciaga de Asur fue seguramente cuando tras una rebelión contra el
rey de Mitanni, Shaushshatar, hacia 1450 a. J. C., Asur fue saqueado y sus tesoros
llevados a la residencia del vencedor. Pero ya a finales del siglo los príncipes asirios
vasallos reemprenden la fortificación de su ciudad y logran ciertas ventajas en las
contiendas fronterizas con los kassitas. Los disturbios interiores en Mitanni antes de
la subida al trono de Tushratta le conceden ya a Asur cierta libertad. Egipto empieza a
interesarse por el país situado en el flanco sureste de la esfera de influencia hitita, y
hacia 1380 Amenofis III envió a Asur 20 talentos de oro —unos 30 millones de
pesetas— en calidad de subsidio. Los príncipes asirlos se llamaban hasta entonces
«Ensi de Asur», ahora aparece el nombre de «Gobernador de Enlil» e incluso el título
de rey, y a la muerte del enérgico Tushratta (hacia 1360) tienen los asirios
oportunidad de vengarse de sus opresores. Aliados con una tribu vecina asolaron
Mitanni, recuperaron sus tesoros y trofeos y el juego de intrigas políticas de la
corrupta camarilla de los gobernantes churritas les entregó, incluso, a los partidarios
nobles de Tushratta, que fueron empalados.
La intervención de los hititas pone fin a este primer avance del asirismo
resucitado, que luego recibe un buen príncipe en la figura de Asurubalit I (hacia
1340). Toma contacto con el faraón Echnaton y se alía mediante un matrimonio
político con el vecino kassita del Sur, de tal modo que los cortesanos se atreven a
hablarle con el título de «Rey de la Totalidad», que no se había vuelto a oír desde
Samsi-Adad I. Su nieto Arikdenilu lucha en las montañas del alto Tigris y contra los
primeros grupos arameos. Es el primero que, según el modelo hitita, nos ha legado un
informe de sus campañas —por desgracia conservado solamente en fragmentos—,
con el que empiezan después los anales asirios hasta convertirse en documentos
arrogantes y de mucha importancia. Su sucesor Adadnarari I (ca. 1297-1266) es
famoso por su guerra contra Chanigalbat, el Estado sucesor de Mitanni que se
encontraba bajo predominio hitita. Pudo someter esta región situada entre el Chabur y
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el Belich, y que por entonces se hallaba todavía bajo un príncipe con nombre ario.
Asimismo aplastó con éxito una rebelión posterior, sin que el rey hitita Muwatalli se
atreviera a intervenir. Oficialmente lleva el exigente título de un gran soberano y
documenta también su poderío en la construcción de palacios, murallas y templos
para el embellecimiento de Asur.
Salmanasar I (ca. 1265-1234) continúa la obra de su padre, incorpora totalmente
Chanigalbat a su Estado tras un nuevo intento de rebelión, deporta a 14.000 de sus
habitantes y, sobre todo, sabe vencer un Estado de carácter churrita llamado Uruatri
(Urartu), que se forma en Armenia. El mismo dice que han sido conquistadas y
saqueadas 51 ciudades, habiendo llevado los príncipes a su corte para educarlos y
retenerlos en calidad de rehenes. El ejército asirio empieza a crear su fama de
instrumento cruel, así como inmensamente eficaz, en manos de sus soberanos[114].
Shatuara de Chanigalbat había colocado estratégicamente a su ejército, reforzado con
hititas y arameos, en los manantiales y en los vados de los ríos, poniendo así a los
atacantes asirios en los mayores apuros. El extraordinario valor de las tropas de
Salmanasar, castigadas por la sed y el calor, transforma la desesperada situación en
una victoria decisiva. Una guerra relámpago, con un tercio reunido a toda prisa, de la
tropa de carros de combate, pone fin a una rebelión en las regiones del antiguo
Gutium, situadas al este de Asur. De todas partes afluye rico botín a Asur, donde
Salmanasar construye de nuevo el primitivo templo de Asur, Echursangkurkurra,
destruido por un incendio, mientras que en Nínive (hoy Kujundsjik, muy cerca de
Mossul, en la orilla oriental del Tigris) nace otro santuario de Istar. Evidentemente
para la seguridad del curso del Tigris, Salmanasar construye, además, a mitad de
camino aproximadamente entre Asur y Nínive, en un lugar estratégicamente
favorable, la fortaleza de Kalakh (hoy Nimrud) que sería 400 años después la
residencia de Assurnasirpal y cuyas excavaciones, efectuadas por arqueólogos
ingleses, han dado a la posteridad tan magníficos tesoros artísticos.
La ascensión de Asur alcanza el primer punto de altura bajo Tukulti-Ninurta I
(1235-1198), ese enigmático soberano del que, con el nombre de Niños, habla aún la
leyenda griega y cuyo destino trágico jamás podremos escudriñar con los medios que
tenemos a nuestra disposición. Dentro de los dos primeros años de su reinado este
monarca sabe darle al Estado que había dejado Salmanasar, mediante un verdadero
vuelo victorioso, una solidez y amplitud como no había tenido Asur hasta entonces.
La inquieta frontera occidental es asegurada mediante el establecimiento de una
colonia de 28.800 «Chatti de más allá del Eufrates», siendo sometidos de nuevo los
Quti (Guti) al Noroeste, obligándoseles a efectuar grandes entregas de madera.
Pioneros asirios construyen grandes calzadas militares en la región de los lagos de
Van y Urmia, de tal forma que el ejército puede pacificar el Urartu de Salmanasar,
desmembrado ahora en muchos pequeños «países-Nairi», y llevar a Asur 43
cabecillas de estas comarcas. Después de prestar el juramento de vasallaje son
puestos de nuevo en libertad. Rompiendo con todas las tradiciones, Tukulti-Ninurta
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termina al fin con las rebeldías y las intrigas de Babilonia, como sabemos ya por la
historia del rey kassita Kashtiliash IV. Toda Asia Anterior obedece a su voz, desde la
Karkemish siria (Dyerablus, 100 kilómetros al noroeste de Aleppo, a orillas del
Eufrates), Armenia y Gutium (entre el pequeño Zab y el Diala), hasta Babilonia, la
isla de Bahrain y las regiones costeras del Golfo Pérsico.
Había de esperarse que el triunfador, que se hizo representar en un zócalo
simbólico como orante arrodillado y de pie, ante Nusku[115], el visir de Asur, hubiera
cosechado la entusiasta veneración de sus compatriotas asirios, pero parece que
sucedió todo lo contrario. Bajo la impresión de la dominante cultura espiritual y
religiosa de Babilonia, cuyo idioma era preferido a los dialectos asirios y cuyo
clemente dios Marduk era venerado también en el Norte, existía ya desde hacía
tiempo en Asiria un partido probabilónico, a cuya influencia se remonta la política
comedida de Babilonia. Apoyado en el ejército y en el partido militar, mediante la
conquista de Babilonia, la deposición del rey y el traslado de la efigie de Marduk, y
por último mediante el acto oficial con el que se proclamó él mismo rey de Babilonia,
Tukulti-Ninurta marcó esta dirección, y su consecuencia fue visiblemente un
desprestigio cada vez mayor del rey, al que contribuyó mucho la activa propaganda
del clero de Marduk.
La cólera y el desengaño oscurecieron pronto el ánimo del gran soldado, pero mal
político. Ya no lleva a cabo más guerras, cosa que pronto lo aleja de sus oficiales, y
de nada le sirve que los poetas de la corte escriban por deseo suyo un gran poema
propagandístico que ensalza sus hazañas, su valentía de león y el fanático espíritu
combativo de sus guerreros, y denuncia públicamente a los kassitas de Babilonia
como agresores y enemigos eternos de la paz. Su decisión de construir una residencia
propia, a unos 20 km al norte de Asur, en la otra orilla del Tigris, le hace perder las
últimas simpatías de la capital. Aunque adorna también Asur con grandes edificios —
un nuevo palacio, brillante restauración de los templos de Assur y de Istar—, la
construcción de la nueva ciudad provoca nuevos descontentos. Se llama
Kartukultininurta (hoy Tulul al-Aqr) y va provista de un santuario dedicado a Assur,
una ziggurat, otros templos y un fastuoso palacio; posee su abastecimiento de aguas
mediante la ampliación de un canal que existía ya, además de su fortificación de
murallas y torres. El apartamiento elegido al principio deriva, con el tiempo, en un
lugar de Kartukultininurta. Por último, el odio de los adversarios del amargado y
solitario príncipe, de cuyos últimos años se ha conservado una desesperada oración a
Assur, su señor, aumentó tanto que se lleva a cabo una conjuración contra su vida y el
mismo príncipe heredero, Assurnadinapli, asesina a su padre. Se abandona su ciudad,
se derrumba el grandioso palacio con sus pinturas murales —los cronistas babilónicos
tenían razón cuando atribuían a la maldición del ofendido Marduk la caída del gran
conquistador, destructor de Babilonia.
Pero más de un rey y más de una ciudad sucumbieron. El parricida heredero al
trono se mostró incapaz, las posesiones exteriores se perdieron una tras otra y el
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enérgico rey kassita Adadshumnasir, como ya oímos decir, estaba en condiciones de
tratar del modo más ignominioso a los otros sucesores de Tukulti-ninurta, igualmente
incapaces, el último de los cuales pereció en el campo de batalla luchando contra los
kassitas. Una línea marginal de la dinastía asiria consiguió subir al trono, pero sus
representantes apenas pudieron conservar ya el título de rey. Tenemos un claro
símbolo de ello cuando Assurdan I (aproximadamente 1169-1124) derriba el templo
de Anu-Adad en Asur con la intención de restaurarlo, y carece de la fuerza y de los
medios para reconstruirlo. En Mesopotamia el poder se desplazó al Sur, donde los
inteligentes príncipes de la llamada segunda Dinastía de Isin crean un renacimiento
del babilonismo y llegan incluso a colocar en el trono de Asur a un rey pro-
babilónico.
Nabucodonosor I de Babilonia (aprox. 1128-1105), del que por desgracia sólo
oímos hablar en sus documentos de investidura, pacifica los pueblos montañeses del
Norte y —con el calor tórrido del mes de julio— puede lograr una victoria
considerable sobre los elamitas a orillas del río Ulai-Choaspes[116]. En Asiria
encuentra naturalmente un primer sentimiento nacional, tras el gran colapso a que
había conducido el asesinato de Tukulti-Ninurta. Assurreshishi restablece el orden y
el bienestar, los obreros vuelven a tener trabajo en el palacio y en el templo —
símbolo del despertar de la actividad en política exterior— y construyen también la
fortaleza de Apku, ideada como puerta de salida hacia el Oeste. La disputa de Asur
con Nabucodonosor I significa evidentemente el intento de sacudirse la soberanía
babilónica. No podemos conocer con exactitud el desenlace de la contienda a base de
la exposición pro-asiria de la llamada «historia sincrónica». Sin embargo no hemos
de menospreciar las aptitudes y la significación de Assurreshishi, que preparó el
camino a su gran hijo y sucesor.
Ahora nos hallamos muy cerca de la cumbre del despliegue de fuerzas en el
período asirio medio. Con su genio de general y la inteligencia militar de sus tropas,
Tiglatpileser I (1116-1078) supo convertir a Asur en la primera potencia del Oriente
Medio. Por primera vez vio Siria un ejército de asirios. El débil Egipto de los
Ramesidas, arrastrado por la división entre Tebas y Tanis, estaba condenado a
contemplar la venida de los acontecimientos y envió al triunfador, locamente
aficionado a los animales, un cocodrilo vivo como regalo especial. Asia Menor
carece de toda importancia política tras la caída del imperio hitita, motivada por los
frigios. Los países Nairi —zonas de retirada churritas en el sur de Armenia— están
humillados, y Babilonia perdió pronto la reputación que le creó su brillante rey
Nabucodonosor I.
Grandes construcciones de palacios y templos, en particular la fastuosa
ultimación del santuario doble de Anu y Adad en Asur[117], adornado con dos torres-
templos, constituyen la expresión externa de un poderío como jamás había conocido
el Estado asirio. Siguiendo una costumbre nueva, adoptada de los hititas, Tiglatpileser
nos ha legado, al menos, de los cinco primeros años de su actuación, (L- 73) un relato
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de sus hechos que hizo grabar en un prisma de barro de ocho columnas y 50 cm de
altura, que colocó en los rincones del templo de Anu-Adad, relato que se
complementa, para los años posteriores de su gobierno, con otras numerosas
inscripciones. Por ellas conocemos su convicción de que el dominio del mundo le
pertenece a su dios Assur[118]; que, en consecuencia, toda resistencia contra su
ejército significa una falta grande contra el orden del mundo y por tanto ha de ser
castigada con la mayor dureza en una guerra al servicio de dios. He aquí la clave para
la comprensión del imperialismo y militarismo asirios que se presentan ahora abiertos
por primera vez, así como también del modo cruel de efectuar la guerra. Detrás de
todo se halla una concepción del mundo, una ideología, se trata mutatis mutandis de
guerras religiosas en las que la ejecución de las víctimas era «querida por dios». La
sangre de los sacrificados, de acuerdo con las palabras de Tiglatpileser, afluía «en
corrientes hacia el valle», y las cabezas cortadas de los enemigos se amontonaban en
el campo de batalla como «un montón de cereales».
La época de los reyes asirios modernos buscó y halló aquí su ejemplo: el terror
más cruento es ya en este período uno de los medios combativos más imitados. El
miedo a los regimientos asirios los precede y paraliza ya al enemigo antes de que
empiece la batalla. ¡Y qué clases de tropas son éstas que Tiglatpileser puede llevar a
la lucha en nombre del implacable Assur, del colérico Ninurta, del salvaje Adad y de
la sangrienta Istar asiría! Una antigua tradición, la disciplina más rígida y terribles
fatigas las han templado. Tampoco conocen dificultades para caminar por las
montañas más abruptas, romper las murallas más altas y las puertas más sólidas con
escalas de asalto y arietes, atravesar en una noche sin descanso el desierto en
persecución de las hordas arameas, siempre evasivas, y con sus carros de combate
vencer distancias insospechadas, hasta el oasis de Tadmor-Palmira.
Con semejante instrumento de guerra, Tiglatpileser puede enfrentarse a
continuación de su subida al trono, con un peligroso ataque de 20.000 Mushki
tracofrigios, dirigido por cinco reyes. Para ello atraviesa a marchas forzadas la
cordillera de Kashiari (Tur-Abdin). Avanza hasta la Kommagene de Asia Menor, y los
innumerables prisioneros son llevados para trabajar en las colonias asirias. Arrolla los
estados sucesores de los hititas en el rincón más oriental de Asia Menor, atraviesa en
carro o a pie dieciséis regiones montañosas al Norte, en las que, si es necesario, los
prisioneros tienen que abrirse camino con sus picos, y vence numerosos cabecillas —
una vez son 60— de las tierras Nairi, de Armenia del Sur, hasta el lago Van:
«Tiglatpileser, el poderoso rey, el rey de la Totalidad, rey de Asur, rey de todas las
cuatro regiones del mundo, que con la ayuda de Assur y Ninurta, los grandes dioses,
sus señores, recorrió los países y sometió a sus enemigos… Por orden de Assur, mi
señor, conquisté la región de más allá del bajo Zab hasta el Mar Superior en el ocaso
del sol. Tres veces marché a las tierras Nairi, a los lejanos países Nairi…, y los
conquisté. Sometí a mis pies a treinta reyes Nairi, recibí sus rehenes, acepté como
tributo sus caballos, acostumbrados al yugo. Les impuse tributos e impuestos…».
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Siria, de la que atraía en particular el Líbano, con sus bosques de cedros, es el
próximo objetivo del rey, y las ciudades fenicias de Biblos, Sidón y Arwad se
apresuran a pagar tributos y a preparar un viaje triunfal por el mar desde Arwad
(Ruad) hasta Simurrum (Simyra), incluyendo en él la caza de la ballena o de la foca.
Para mantener la conexión con Occidente tiene que efectuarse naturalmente una
pequeña guerra continua contra la nueva ola semita de los Arameos, que crean
bastante inseguridad en el país. Tiglatpileser dice que emprendió 28 campañas contra
ellos. La humillación de Babilonia corona su obra. Parece ser que la neutralidad
mantenida desde Tukulti-Ninurta es perturbada por infracciones fronterizas asirlas en
la guerra contra los arameos. Tras unos éxitos iniciales, el rey babilónico Marduk-
nadin-ahhe no tiene ya ninguna probabilidad cuando el mismo Tiglatpileser marcha
para limpiar el Sur. «Durkurigalzu, Sippar de Shamash, Sippar de Anunitu, Babilonia
y Upi, las grandes ciudades de Babilonia, las conquisté junto con sus fortificaciones.
Organicé un gran baño de sangre en ellas, y me llevé sus numerosos botines. Tomé
los palacios de Marduk-nadin-ahhe, rey de Babilonia, y los incendié y los tesoros de
sus palacios los llevé conmigo. Con Marduk-nadin-ahhe, el rey de Babilonia, llevé a
cabo dos batallas con carros y lo maté». Pero el vencedor sabe, instruido por la
historia de su antecesor Tukulti-Ninurta, hasta dónde puede llegar en el Sur. Los
templos permanecen intactos y el trono queda libre para el pretendiente babilónico,
que ahora —naturalmente en calidad de vasallo asirio— se hace cargo de la
monarquía.
Éste es el informe imponente y también sobrecogedor de las victorias de este
guerrero, el mayor de los reyes de Asur hasta ahora, a quien una loa contemporánea a
su lucha contra los «asnos de la montaña» —una ciudad del norte llamada Murattash
— ha erigido un monumento homogéneo. Leemos en ella:
Continuemos en esta cima del poderío asirio hacia fines del II milenio, al que le
seguiría una nueva decadencia motivada por la incapacidad de los sucesores del gran
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soberano, y permanezcamos en ella para echar un vistazo a las manifestaciones que
nos han negado de la civilización y cultura de la época que acabamos de describir.
El mismo Tiglatpileser I, que era un guerrero fanático y cruel de su dios Assur,
mas también un regente de amplia visión para gobernar su país asirio, Tiglatpileser I
nos ha dicho algo al respecto. Sabemos que se preocupó por la fabricación
incrementada —y es de suponer que también fueran perfeccionados técnicamente—
de arados en «toda Asiria», y en esta preocupación vemos una medida para el
fomento de la agricultura, a la que la dirección del Estado tenía que darle mucha
importancia en vista de la creciente población. Herodoto ensalza todavía hacia el año
450 a. J. C, por observación propia, el elevado nivel de la agricultura babilónica, que
según dice producía un fruto doscientas veces mayor y aun más[119] y que con arreglo
a la religión sumeria se hallaba bajo la protección de Enlil y Enki, del dios de los
campesinos Enten y de la diosa de los cereales, Ashnan. El año del campesino se
iniciaba con la sementera en noviembre, en que Babilonia florecía ya en febrero y se
cortaba en marzo/abril, mientras que la más cruda Asiria no podía recolectar hasta el
mes de Tammuz (junio/julio). Luego viene la gran muerte de la naturaleza,
simbolizada con la desaparición de Tammuz, cuando «se secan los jugosos tallos de
las plantas» y el calor sube hasta 50 grados a la sombra. La única ayuda es la
continua irrigación de los campos y huertos. Los dátiles maduran y se recogen en el
mes de Arachsamna (octubre/noviembre). Mientras tanto ha refrescado algo en el
mes de Elulu (septiembre) y luego vuelve a comenzar el círculo del año.
Solamente una continua supervisión estatal del sistema de riegos aseguraba el
mantenimiento de las superficies de cultivo situadas a orillas de los ríos y canales,
cuya ampliación y completa explotación —por ejemplo, con mejores arados—
constituyó siempre una de las principales preocupaciones de todos los príncipes. La
tierra pertenecía en su inmensa mayoría a los templos, a la corona y a la nobleza y era
trabajada por esclavos o aparceros. La extensión de las fincas o campos variables
entre el gran feudo de hasta 1300 yugadas y la pequeña hacienda campesina de 25 (en
los tiempos de Manishtusu de Akkad aquél, y en los de Hammurabi ésta), que
después se dividió aún más con el aumento de población. Con las malas cosechas los
campesinos contraían a menudo deudas y no podían pagar su arriendo, que habían de
entregar en especie, por mucho que se esforzasen con el arado, la sementera, el cavar,
escardar, la lucha contra la langosta, los riegos y la recolección. Y tanto mayor era su
gratitud a los dioses —entre los que se destaca Ningirsu, y después Ninurta— cuando
la cebada, el trigo, la escanda, más fácil de cultivar y utilizada como comida de los
días festivos, el mijo, el sésamo y las legumbres producían buenas ganancias.
El que más se acercaba al campesino era el hortelano, que junto con las hortalizas
cultivaba también en Babilonia sobre todo las palmeras datileras —Asiria era
demasiado fría para este fruto de tantos usos. Crudo, como miel y— como la escanda
— para la preparación de la bebida de embriaguez, el dátil desempeñaba un papel
considerable en la alimentación humana, mientras que la viña era un lujo casi
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exclusivo de los ricos. Granados, pistachos, perales, almendros y algarrobos, y por
último las especias, caracterizan el resto de las plantas que se cultivaban en
Mesopotamia, para la que el «bosque» (de árboles frutales), con su aroma y sombra,
debió ser siempre como una especie de paraíso. De ahí que la plantación de árboles
sea una acción laudable y también de ella nos ha hablado Tiglatpileser I.
La seguridad de la cosecha, en particular de cereales para nutrir a la población y
no sólo para proveer al ejército, tenía que ser otra de las principales preocupaciones
de todo príncipe; las inscripciones de Tiglatpileser nos hablan de la construcción de
grandes almacenes de grano. Las ciudades crecían, y con el incremento de la clase de
los artesanos, soldados y comerciantes, con una civilización cada vez más
diferenciada, cambió el cuadro de la población. Bajo las capas dominantes de la casa
real, de los oficiales, los burócratas y los sacerdotes, estaban los libres y subordinados
a éstos, los semilibres, y por último, los esclavos. Éstos se renovaban siempre con los
prisioneros de guerra, en tanto se hacían en el curso del cruel modo asirio de
efectuarla. Las amplias empresas militares, con sus grandes masas de sometidos,
condujeron a una nueva práctica. Para impedir las rebeliones de las nuevas conquistas
hechas en territorios alejados —que brotaban tan pronto como se retiraba el ejército
—, los dinastas asirios del imperio medio echaron mano por primera vez en la
historia de los medios de la deportación en masa, empleados a partir de entonces en
las horas oscuras de la vida de los pueblos. Tribus y ciudades enteras, decenas de
millares de personas, son trasladados de lugar, y los espacios vacíos son colonizados
con asirios o deportados procedentes de las regiones totalmente opuestas. Así se
destruye el nexo étnico y se rompe el sentimiento nacional, así se adquieren
ciudadanos frescos para las nuevas fundaciones de ciudades y se puede disponer a
discreción de columnas infinitas de obreros. Pero con ello se destruye también la
estructura de la población en el propio país, el equilibrio del sistema económico y el
sentimiento de patria heredado, consecuencias que se manifestaron de un modo
destructivo en el imperio nuevo asirio.
Esta época oculta en general muchos gérmenes del desarrollo futuro. Se
establecen los cimientos de aquel estado militar que tendría su expresión más aguda
en tiempos de los Sargónidas. La milicia, fecundada evidentemente por la disciplina
militar de los churritas, alcanza ahora un alto nivel. Asalto, ruptura del frente y
persecución, es asunto de los combatientes en carro, que disponen de un abundante y
bien domado material de caballos. Se han conservado —aunque por desgracia muy
difíciles de comprender— los restos de una introducción al cuidado y adiestramiento
de caballos de combate, que pertenece al siglo XIII y se remonta ciertamente al
famoso libro sobre la cría de caballos del churrita Kikkuli, descubierto en la ciudad
hitita de Chattusa. Junto a la tropa de carros de combate —la caballería se cita por
primera vez con Nabucodonosor I y no juega un papel hasta con Assurnasirpal II,
hacia el año 850— se halla la infantería, que ha de vencer al adversario en combate
individual y asegurar el territorio ganado. Para vencer las obras de fortificación, para
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la construcción de carreteras y la apertura del terreno montañoso, se dispone de los
zapadores, que han perfeccionado en particular los instrumentos de asedio. Yelmos,
corazas, escudos y tarjas protegen a los combatientes, sus armas son la flecha y el
arco, el dardo, la jabalina y la honda, el hacha, el hacha doble, la maza y la espada.
Con el siglo XII, el hierro empieza a desplazar al bronce en la producción de
armas[120]. Su elaboración había sido el secreto celosamente guardado de los hititas,
los propietarios de los yacimientos de hierro de Asia Menor, y hasta la caída de su
poder, hacia 1200 a. J. C, no se conquista, con el nuevo metal, mucho más duro, toda
Asia Anterior, conquista que fue fomentada por la consciente deportación de herreros
entendidos. Sabemos que Tiglatpileser I mataba sus uros con dardos de hierro.
Aparte de la guerra, una de las ocupaciones reales era la caza[121] —que en
cuanto lucha contra los animales de rapiña o contra la caza mayor peligrosa y
perjudicial para el campesino, era considerada como un deber encomendado al
soberano piadoso por Assur y otros dioses, singularmente Shamash y Ninurta
(¡Nimrod!). Tiglatpileser I nos ha legado un relato de sus cacerías:
«Por orden de Ninurta, mi protector, maté cuatro toros salvajes, fuertes y
gigantescos, en la estepa de Mitanni y de la ciudad de Araziq, situada antes de llegar
al país de los hititas, con mi arco poderoso, el dardo de hierro y mis afiladas flechas.
Sus pieles y cuernos los llevé a mi capital de Asur. Maté diez poderosos elefantes
machos en Charrán y en las riberas del Chabur cogí cuatro elefantes vivos. Sus
pieles y dientes junto con los elefantes vivos los traje a mi capital Asur. Por mandato
de Ninurta, mi protector, maté 120 leones de corazón valiente en heroico combate a
pie, y otros 800 leones desde mi carro de combate. Cacé toda la clase de animales de
pelo y pluma».
Sabemos que el gran cazador reunía en un parque los animales que cazaba vivos
para gloria de su nombre y diversión de la población de la capital. Aquí se metían
también los ejemplares del mundo animal egipcio enviado por el faraón.
Por otra parte, la investigación de la existencia de los elefantes sirios[122],
testimoniada también de vez en cuando por los reyes egipcios, no está muy clara.
Parece que solamente se daban en la región de los pantanos del Ghab, al Este del
Orontes, región relativamente pequeña y reservada quizá como «coto de elefantes»
para la cacerías reales. Y se supone que se trata únicamente de elefantes enanos. Las
cacerías de Tuglatpileser se hicieron tan famosas, que su nieto Assurbelkala habla
todavía de ellas en el llamado «Obelisco roto».
Seríamos injustos con Tiglatpileser si no mencionásemos más que su fama de
guerrero y cazador y sus medidas en el sector agrícola de la economía. Este
polifacético príncipe atendió también a la vida espiritual de su tiempo. Quizá fuese el
primer asirio en establecer en su palacio una biblioteca, y fomentó el arte, la ciencia
y la literatura. Hace ya tiempo que Asur ha desarrollado una especie propia de la
escritura cuneiforme, muy clara y de formas que difieren de la babilónica. Su
caligrafía creó hermosos documentos escritos, aunque en el idioma se prefería, desde
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Salmanasar I, el babilónico. Aún más, Tiglatpileser se esfuerza incluso por asentar en
Asur las obras clásicas de la literatura cultivadas por Babilonia, de tal modo que se
desarrolla aquí una propia tradición de escuela.
El ejemplo ya citado del himno a Tiglatpileser y de la epopeya también
mencionada de Tukulti-Ninurta, demuestra que el asirismo podía ser también creador
en la poesía. Describe la valentía guerrera del rey, cómo Assur lanza un fuego
destructor contra los enemigos, cómo Anu precede a las tropas asirias y emplea su
arma implacable contra los malhechores, describe cómo el radiante Sin los paraliza,
cómo Shamash oscurece sus ojos, Ninurta rompe sus armas e Istar toca el tambor
para ensordecerlos. De esta forma los guerreros asirios caen en un vértigo de locura
combativa:
«Impetuosos, coléricos, como el dios de la tormenta, se lanzan al combate con el
pecho descubierto, examinan los cordones, se rasgan los vestidos, atan el pelo, hacen
bailar en círculo las espadas. Saltaban, tenían en las manos las armas afiladas, los
guerreros salvajes, los hombres combativos, asaltaban como si los mordieran los
leones…».
Lo mismo que la poesía describe la epopeya heroica de las guerras asirias, una
ciencia histórica anota fielmente los sucesos a menudo precipitados, de su tiempo. Se
elaboran listas de reyes; según la costumbre iniciada en Asur de denominar los años
de gobierno de los soberanos no ya por los acontecimientos, sino el primer año por el
rey y los demás por un alto funcionario, respectivamente, se establecen listas limu
(epónimas). Una historiografía sincrónica, formada en las crónicas de Babilonia,
describe las variables relaciones entre Asur y Babilonia, y los historiógrafos se
disponen a escribir los relatos de campaña, canales y obras construidas por los reyes:
había sonado la hora del nacimiento de la analística.
También trabajan los jurisconsultos. Poseemos una colección de leyes asirias del
imperio medio que constituye un manual para el uso práctico del juez y que se
hallaron en la llamada «Puerta del Juicio» en Asur. Aquí vuelve a asombrarnos de
nuevo la bárbara dureza de las penas, así como la baja posición que se le asigna a la
mujer en la sociedad asiria. Una mujer que se lleve algo de la casa del marido
enfermo o muerto, es considerada como una ladrona y será muerta, lo mismo que el
receptor. Si ha entregado algo a un esclavo o esclava, se les cortará la nariz a los
partícipes. En caso de divorcio, es decir, en el caso en que el hombre quiera
abandonar a su mujer, no está obligado a darle nada. Si el marido desaparece en la
guerra, la mujer tiene que esperarlo cinco años, incluso aunque carezca de seguridad
económica. Por otro lado, hemos de tener en cuenta que se cuida de la viuda mediante
el matrimonio entre cuñados. El adulterio es castigado, para ambas partes, con la
pena de muerte; si un hombre abusa de una mujer, es también condenado a muerte.
Entre los crueles castigos corporales tenemos, por ejemplo, el taladro de las orejas, el
corte del labio inferior, las orejas o los dedos, la destrucción del rostro, vertiendo, por
ejemplo, asfalto ardiendo, y la castración. Estos pocos ejemplos nos bastan para
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conocer la actitud general de las leyes asirias durante el imperio medio. Dan la
sensación de un gran atraso frente al derecho de influencia sumeria de Esnunna o Isin
(cf. pág. 75) e incluso frente al Código de Hammurabi, pero muestran con toda
claridad la dureza implacable de la vida social asiria, sobre la que extendía su sombra
la férrea disciplina del ejército. Es evidente que al mismo tiempo constituía la fuerza
de Asur.
El modo brutal de hacer la guerra, las despiadadas deportaciones, los dioses
sanguinarios —ahora comprendemos por qué el bondadoso Marduk tenía también en
Asur tantos adoradores—, un derecho cruel: ¿no se había establecido aquí realmente
un «imperio de los demonios»? Uno está tentado de ceder a estos pensamientos, tanto
más cuanto que los hombres de aquella misma época creían en verdad estar siempre
amenazados por los malos espíritus. Es evidente el L. 78, 81 enorme crecimiento que
toma la «magia negra», el encantamiento y la brujería en este período próximo
todavía al carácter churrita. Echemos pues un vistazo a ese mundo fabuloso, lleno de
miedos, tan bien descrito en los textos mágicos de la biblioteca de Assurbanipal y en
algunas estatuas, sobre todo del período asirio moderno.
Desgracia y enfermedad eran obra de los malos espíritus o de magos y brujas que
ponían a los demonios a su servicio y efectuaban crueles manipulaciones con
pequeñas figuras complementarias del aludido[123]. A decir verdad, hay también
espíritus buenos que ayudan a los hombres, pero predominan los malos, de los que
están llenos el cielo, la tierra y el infierno —hijos del dios supremo An, enemigo de
los hombres, engendros de los infiernos o espíritus de los muertos, que incluso
pueden hacer daño a los grandes dioses, y salen por las noches de los terrones, ruinas,
tumbas o del desierto y realizan sus fechorías por todas partes, escapando por la
menor fisura de la pared y salvando los más altos muros. Se llaman «Fantasmas»,
«Acechador», «Destino mortal», «Dragón», «Hombrecillo nocturno», «Mujercilla
nocturna», o Pazuzu («Atrapador»), que «pinta de amarillo el vientre del hombre[124],
su cara de amarillo y negro e incluso la raíz de su lengua de negro», o llevan los
nombres temidos de Lamashtu, la que devora los niños pequeños o de la Lilitu, que
en la tradición talmúdica se convertiría en la primera mujer de Adán y que como tal
aparece aún en el «Fausto» de Goethe, en la escena de la noche de Walpurgi. Solos,
en tríos o como los «siete malos», los demonios martirizan y atemorizan hombres y
animales, y el miedo a ellos y a los magos que pueden mandarlos se cernía como una
pesadilla eterna sobre los hombres de aquella época. Ni la pena de muerte para los
magos y brujas ni el arte de los sacerdotes conjuradores, la «magia blanca»,
aportaban una ayuda segura[124a].
No obstante nace una extensa literatura de textos de conjuros, que había de
garantizar el texto original exacto y la transmisión precisa de las fórmulas —unida
por lo general a determinadas acciones. En dichos textos se menciona en primer
término al demonio que se ha de combatir —y para que se acierte con el verdadero,
nacen listas enteras de espíritus—, luego sigue la demanda de abandonar al torturado,
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y el nombre del conjurado. Ea y Marduk han dado este arte a los hombres, por eso
expone el aludido su dolor a Marduk. Éste se dirige entonces a su padre Ea, le pide
consejo y obtiene las indicaciones precisas. Se han conservado en grandes series
cientos de estos textos que tratan por lo general, de enfermedades. Se llaman Utukki
Limnuti («malos espíritus»), «malos demonios Asakke», «Engaño», «Lavado de
boca», «Para romper el encantamiento», «Para deshacer el mal con agua de harina»,
«Enfermedad de la cabeza», «Una embarazada que está atada», «Para reparar un mal
sueño»; y dos obras famosas sobre las brujas que se llaman Shurpu («Combustión») y
Maqlu («Consumición»).
Como prueba de la expulsión de un demonio damos la descripción de un
exorcismo que se utilizaba cuando el sacerdote había comprobado que el demonio
femenino Labartu era culpable de una enfermedad. Se fabricaba una figurilla de barro
de este espíritu femenino, se colocaba junto al enfermo y se intentaba sacar el
demonio del cuerpo del enfermo y atraerlo hacia la figurilla de barro, vistiendo la
muñeca con hermosos tejidos, colocando a su lado buenas comidas, aceites y
pomadas. Si con arreglo al curso de la enfermedad, no se obtenía éxito alguno, se
colocaba como bocado exquisito el corazón de un cochinillo en la boca de la figura.
Ningún espíritu, por malo que fuese, podía resistir a semejante seducción. A los tres
días se podía considerar ya como efectuado el traslado y acto seguido se «mataba» a
la muñeca. Se le cortaba el cuello, se la enterraba, se amarraba a las espinas y zarzas
del desierto o, como medio más seguro, se colocaba con dos figurillas blancas de
perros y otras dos negras en un barco que se enviaba mediante exorcismos al mar…
He aquí aún el texto íntegro de un conjuro:
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Es un contraste curioso, aunque repetido bajo los soberanos del imperio medio
asirio, entre estos aspectos oscuros se halla el hecho de que Asur ha producido ya en
estos tiempos creaciones de asombrosa belleza en los ámbitos del arte. La
arquitectura da pruebas de un alto nivel en el monumental santuario doble para Anu y
Adad, cuya reconstrucción nos permite hacernos una idea de su grandeza y
fastuosidad[125], y en los santuarios, en las fortalezas y los palacios reales adornados
con pinturas de ladrillos esmaltados muy ricas en colores. El relieve y la escultura
parece tomar nuevos caminos según el testimonio de los pocos documentos
conservados[126], un pedestal simbólico de Tukulti-Ninurta, un disco de relieves
conservados únicamente en fragmentos, y el torso del cuerpo desnudo de una mujer
descubierto en Nínive.
Pero ante todo es la imagen del cilindro la que se trabaja con gran amor y en la
que ha creado admirables obras pequeñas en la elección del tema[127], la composición
y la ejecución. Creemos sentir que los artistas buscaban refugio en ellas ante la
dureza cruel de su tiempo y la oscuridad de su miedo a los demonios, cuando
modelaban las escenas tradicionales de introducción y adoración, las luchas de
animales o los motivos del árbol de la vida, y aún más cuando cultivaban la
reproducción realista de los animales, olvidada desde la época Djemdet-Nasr hacia
2800 —ciervos en el bosque, escenas de caza, el avestruz de la estepa, que
Tiglatpileser había conocido en sus campañas a través del desierto, el caballo
introducido ahora también en el mundo mítico y representado a menudo con arando.
Mas con la misma realidad y alas—, o cuando eternizan al campesino plasticidad
aparece también el ser mixto de procedencia churrita, el centauro alado o el hombre-
escorpión en la imagen de los sellos y cilindros, así como la celosa actividad
constructora de los reyes, que se refleja en una copia de la fachada del templo o de la
construcción de una ziggurat. Es un pensamiento consolador que la luz del arte,
aunque sólo sea en los humildes cuadros de la glíptica, haya brillado también en estos
tiempos oscuros y que los duros monarcas del Asur medio se inclinaran ante él[128].
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XI - IMPERIO ASIRLO NUEVO
Nínive, 635 a. J. C.
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En cuanto sacerdote, Asurbanipal se había de ocupar, naturalmente, de la
erudición de su tiempo: «Conseguí adquirir el tesoro secreto de todo el arte de
escribir tablillas, comprendo los signos del cielo y de la tierra, discuto en el círculo de
los sabios… puedo resolver difíciles ejemplos de división y multiplicación, releo
siempre los textos artísticamente escritos en la difícil lengua sumeria, me he formado
una idea de las piedras de escritura totalmente incomprensibles de antes del
diluvio…,entiendo el oficio de todos los sabios…». El joven príncipe tampoco olvidó
la instrucción en los deportes y en las armas[129], de tal modo que los principales
círculos gobernantes —y no sólo su enérgica abuela Naqia, la viuda de Sanherib—
prestaron pronto su atención a este hijo del rey, polifacético y bien dotado, aunque
también muy vanidoso.
Como soberano no decepcionó a quienes habían puesto en él sus esperanzas. Sus
inclinaciones eruditas se unieron a la energía y la visión de conjunto, de tal modo que
los 40 años aproximadamente de su gobierno —desconocemos su final— significan
un último florecimiento del imperio asirio moderno. Igual que sus antecesores,
Assurnasirpal II, Tiglatpileser III, Sargón II y Sanherib, fomentó el arte del relieve,
que había alcanzado ya un alto nivel, con cuyas obras adornó las paredes de su gran
palacio de Nínive[130]. Sus escenas de guerra, caza, y sobre todo las excelentes
reproducciones de animales, poseen un realismo inaudito y a veces una belleza única.
Assurbanipal se sometía conscientemente a sus deberes religiosos, se hizo representar
según la antigua costumbre como acarreador de ladrillos en las construcciones de los
templos de Babilonia y tomó muy mal que su hermano Shamash-Shumukin (en
griego Saosduchin) quisiera impedirle la ejecución de las víctimas en los santuarios
babilónicos[131]. Parece ser que fomentó mucho la agricultura, al menos se vanagloria
de que en su tiempo el cereal alcanzase dos metros de altura, de que el bosque y el
cañaveral creciesen con exuberancia y de que las existencias de ganado aumentaran
considerablemente. Y cuando oímos que concertó con el príncipe de la ciudad fenicia
de Arwad la construcción de un puerto libre asirio con muelles propios, hemos de
deducir de ello su interés por el incremento del tráfico comercial.
Su política sabía adaptarse a los acontecimientos, y una prueba de su amplia
visión es que abandonó el dominio sobre el lejano Egipto, establecido por
Asarhaddon y él mismo en sus primeros años de gobierno, cuando los sacrificios a
cambio de esta soberanía eran demasiado grandes. A pesar de todo, le cabe la gloria
de que sus tropas conquistasen y saquearan Tebas, en el Alto Egipto. Sin embargo,
empleó todas sus energías en tareas más cercanas: venció a las tribus salvajes de los
árabes e hizo reproducir en relieves estas acciones bélicas. Los esclavos y los
camellos —la cabalgadura de la gente del desierto[132], casi desconocida hasta
entonces en el país civilizado— afluyeron en tal número a Asiria que, como se dice,
se convirtieron en el medio normal de pago. Cuando la regulación introducida por
Asarhaddon, según la cual Shamash-Shumukin ocupó el trono de Babilonia bajo la
soberanía de Asur, fracasó ante la rebeldía de éste, Asurbanipal atacó con toda
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dureza. Tras mostrar al principio una actitud leal, aquél se alió con los enemigos de
Asur —Elam, Gutium, las tribus arameas que se habían asentado en toda
Mesopotamia, los Árabes y los Egipcios. Y en el año 652 tuvo lugar un gran
levantamiento que puso en peligro la existencia del imperio. Tras una cruel guerra
civil de cuatro años, se impuso Asurbanipal y conquistó Babilonia, debilitada por el
hambre y la peste, después de un asedio de dos años y vencer un ejército de socorro
árabe en el año 648. El «hermano traidor» pereció en el incendio de su palacio y
Asurbanipal suavizó un poco a sus soldados tras los desenfrenos iniciales y puso
sobre el trono de Marduk un pretendiente adicto a él.
Pero su mayor victoria, que hizo reproducir en muchos relieves, la consiguió
Asurbanipal contra Elam, el viejo intrigante de Oriente. Pudo abandonarse a la
poderosa protección de su amigo el gobernador Belibni, conocido por varias cartas,
que administraba el país del mar. Tras varios años de vaivenes, el ejército asirio pudo
ganar por tierra y por mar la supremacía en las lagunas del Golfo Pérsico, penetró
dentro del país enemigo devastándolo y destruyendo Susa. Con ello Elam recibe el
golpe mortal y desaparece desde entonces de la historia.
Desde el año 639 no sabemos nada del futuro, aunque hemos de suponer que
Asurbanipal se dedicara ahora a disfrutar de los frutos de sus victorias y consagrarse
con relativa tranquilidad al gobierno del país, así como a sus inclinaciones artísticas y
literarias[133]. Gran amante de la caza, como tantos de sus antecesores, tenía una
predilección especial por la del león, animal que al parecer era ya bastante raro. Los
leones eran cogidos por sus guardas forestales y soltados luego para las cacerías
reales. Otra caza mayor muy apreciada era la de los ciervos, antílopes y asnos
salvajes. En muchos relieves se han conservado para la posteridad los detalles de
estas cacerías representados de un modo muy adulador para el rey.
Otra vez se manifiesta con gran brillantez el poderío de Asur y su monarquía, en
la abundancia de sus tradiciones celosamente cultivadas, de su arte y literatura, pero
también en toda su dureza —sabemos que Asurbanipal no dudaba, en caso de
necesidad, de echar mano de las medidas disciplinarias más crueles. Ataba a los
rebeldes con una cuerda a través de las taladradas mandíbulas y los trasladaba así en
paseo triunfal; ordenaba clavar en palos los cuerpos de los ciudadanos renegados y
colocarlos en la ciudad conquistada; u obligaba a los hijos de un rebelde a
«quebrantar los huesos de su padre» ante la puerta de Nínive. Asur se halla en los
últimos días de su destino, que acabaría implacablemente apenas dos decenios
después de la muerte de Asurbanipal. En los documentos históricos descubiertos
entre los textos de su biblioteca que sobrevivieron al infierno de la destrucción, se nos
descubre la imagen de una ascensión bicentenaria que condujo a este punto
culminante. Sólo podemos describir aquí a grandes trazos este camino lleno de tanta
crueldad y desprecio humano, aunque también de una admirable firmeza para
conseguir sus objetivos.
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El gran imperio de Tiglatpileser I, cuya existencia estaba basada únicamente en
las sobresalientes aptitudes de gobernante del rey y en el rigor de las armas asirias, se
desmoronó pronto cuando sus sucesores no emplearon la misma energía brutal para
su mantenimiento. Assurbelkala (1076-1058), cuya tumba y sarcófago en caliza negra
han sido descubiertos, tuvo que llevar a cabo duros combates con Urartu y los
arameos. Estos últimos avanzan tanto, que uno de sus cabecillas sube una vez al trono
de Babilonia y da a su hija al rey asirio en matrimonio. Assurbelkala trabajó en los
palacios de Asur y Nínive y legó un obelisco con un informe de su actuación en el
que se ha incluido una enumeración de los hechos de su abuelo.
Assurnasirpal I (1052-1033), un hombre enfermo, nos sorprende por el
reconocimiento de sus pecados, presente en sus oraciones a Istar pidiéndole que lo
cure. Estas opiniones se habían extendido mucho por entonces, como podemos ver,
por ejemplo, en el simultáneo sermón disciplinario del profeta israelita Nathan al rey
David (Libro II de Samuel, Cap. 12). Oímos decir que Istar le ordenó la
reconstrucción de los templos destruidos, el restablecimiento de las efigies divinas
destrozadas y la sustitución de las estatuas quemadas. Por este mandato podemos
hacernos una idea de la situación de Asiría y Babilonia en su tiempo, cuando los
invencibles —porque jamás se podían apresar— grupos de arameos se convirtieron
en los señores efectivos del país. Hacia el año 1000 a. J. C. se perdieron las colonias
asirias del Eufrates medio en favor de los arameos— de ese pueblo curioso que no
fue capaz de crear una cultura propia, aunque su lengua y escritura de letras se
convertiría, en el milenio I, en el principal medio de entendimiento de Asia Anterior.
Tras un largo silencio vuelven a empezar los anales asirios hacia finales del siglo
X, bajo Assurdan II. Y aunque este príncipe tuvo que limitarse también en lo esencial
a simples combates defensivos, reemprende sin embargo la renovación económica
organizadora y militar de su Estado. E inmediatamente volvemos a enfrentarnos con
la cruel dureza de las medidas asirias. El rey de Katmuchi, situada al norte, es hecho
prisionero y degollado vivo por «haberse rebelado contra Asur». Assurdam llamó a
su hijo Adadnirari, según sus gloriosos antepasados. El segundo portador de este
nombre, con el que comienza su nueva enumeración la lista epónima de la biblioteca
de Asurbanipal y al que señala como verdadero fundador del imperio asirio moderno,
imitó en realidad a su gran antecesor, luchó con éxito al Este de Asia Menor y
Armenia, obligó a que Babilonia reconociera su supremacía, y sobre todo sometió en
siete campañas el país de Chanigalbat, ahora totalmente arameizado, con su capital
Nisibis (Nesibin, 125 km al sureste de Diarbekir). Para su conquista, hubo que cercar
esta ciudad protegida por una fosa de nueve varas de ancha, asegurada por un muro y
por siete baluartes. Con Babilonia se llega a un acuerdo, según el cual los dos
príncipes han de tomar por mujer a una hija de su aliado, «viviendo ahora la gente de
Asiria y de Accad como buenos hermanos». Pero el peligro arameo sigue
amenazando. El mérito de su supresión corresponde a Assurnasirpal II L. 83, 84, 86
(884-859 a. J. C), hijo de aquel Tukulti-Ninurta II[132a] que murió tan joven y que se
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hizo famoso por su gran marcha de exploración armada a través de toda Asiria y
Mesopotamia. Año tras año, en el campo de batalla y sin descansar hasta haber
logrado la sumisión completa del adversario, este príncipe, el más cruel de todos los
reyes asirios, volvió a llevar las fronteras del imperio al estado de Tiglatpileser I. Va
acompañado de todas las atrocidades apocalípticas. Sus verdugos empalan y
desuellan, extienden las pieles humanas en tablados que colocan ante la puerta de la
ciudad que se combate, van cortando por separado los distintos miembros de las
víctimas, y realizan otras crueldades semejantes. Por primera vez en la historia
emplea en gran proporción el arma nueva de la caballería; ejércitos de deportados
marchan a lo incierto; las facciones de la población cambian aún más.
Assurnasirpal persigue los mismos fines en la Administración, para la que se
instruye una clase apta de funcionarios, sometida a su ministro Gabbiilanieresh. Si su
padre gustaba de vivir en Nínive, Assurnasirpal fija su residencia en Kalach. Era la
fundación de Salmanasar I, y este rey parece haber sido su modelo, puesto que le
impuso su nombre al príncipe heredero[134]. Aquí, sobre una ciudad poblada con
deportados, mayormente artesanos, funcionarios y soldados, se alza ahora un palacio
gigantesco, cuyas puertas son guardadas por poderosos toros, leones y seres
fabulosos, y cuyas salas presentan en todas sus paredes grandes relieves —
representaciones religiosas tradicionales, efigies del rey, escenas de guerra y caza.
Pues este soberano tan inhumano es un gran mecenas que sabe entusiasmar a sus
escultores y tallistas de marfil traídos de Fenicia e inducirlos a crear grandes obras.
Las excavaciones inglesas reemprendidas después de la Segunda Guerra Mundial
en Nimrud[135], el lugar de la antigua Kalach, aportaron en 1951 una hermosa estela
de piedra arenisca, casi cuadrada y de 1,26 m de alta, con una larga inscripción y una
imagen del rey. Bajo los emblemas de sus dioses —el sol alado de Asur, el cuarto
lunar de Sin, la estrella de Istar, etc.— se halla Assurnasirpal con tiara, cetro y báculo
de soberano, vestido con abrigo de flecos de varios pliegues. El texto, del año 879
aproximadamente, habla de las campañas, las cacerías y la caza de animales vivos,
construcción de canales y cultivo de los campos, menciona su preocupación por los
templos de numerosos dioses y por la reconstrucción de las ciudades en ruinas, e
informa asimismo del establecimiento de almacenes y de la erección de una estatua
de oro en tamaño natural del rey ante Ninurta. Con placentera minuciosidad habla
luego Assurnasirpal de la fiesta que dio con motivo de la inauguración de su nuevo
palacio en Kalach: 5.000 huéspedes de honor extranjeros, 65.000 obreros,
funcionarios y personas de ambos sexos fueron invitados. Tampoco faltan los datos
acerca de la cantidad enorme de alimentos necesitados para dar de comer a estas
masas, junto con las especias y bebidas. Nos damos una idea de los medios que tenía
a su disposición la administración de la corte, cuando nos enteramos de que se
consumieron en tal ocasión, entre otras cosas, 2.000 vacas, 16.000 ovejas y 10.000
pellejos de vino.
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Para gloria del rey hemos de decir que, aparte de su gusto por el arte, posee
también otros intereses espirituales. Con arreglo a su voluntad, Kalach debe
convertirse en un nuevo centro cultural, y parece que prestó particular interés por un
observatorio y la investigación astronómica relacionada con él. A su muerte, su hijo
Salmanasar III le preparó la última morada en la gruta del «Palacio Viejo» de Asur,
que pudieron descubrir los arqueólogos alemanes y en la que todavía estaban los
restos totalmente destrozados del sarcófago de basalto destinado a Assurnasirpal.
El nuevo rey prosigue tenazmente la obra de su padre al afirmar tras duros
combates la hegemonía asiria sobre Siria —Palestina— manteniendo la paz con
Babilonia. A pesar de los inauditos esfuerzos, fracasa la conquista de la misma
metrópolis aramea, Damasco. Las estelas de la victoria indican los puntos finales de
sus expediciones; su famoso «Obelisco Negro», en cuyos relieves aparece Jehu de
Israel como tributario[136], y la puerta de bronce de Balawat (Imgurellil, al noroeste
de Nínive), de 7 m de alta[137], han guardado los relatos gráficos de sus hazañas.
Hacia finales de su gobierno, una crisis amenaza la existencia del Imperio, ya que se
alían 27 ciudades para una gran rebelión. Salmanasar no pudo ya hacerse dueño de
ellas, e incluso su hijo Samsi-Adad V sólo puede imponerse a su hermano rebelde
con la ayuda de Babilonia[138]. Esta circunstancia aporta cierta supremacía al rey de
Babilonia Marduk-zakir-shumi, y como en la región del lago Urmia se afirman los
nuevos invasores medos, se evidencia con toda claridad una reducción del poder de
Asur. Hasta finales de su reinado no pudo Samsi-Adad someter a Babilonia con
grandes combates en la región del Tigris oriental y obligar a pagar tributos también a
los jóvenes Estados arameos del Golfo Pérsico. Estos acontecimientos nos los relata
ya la mencionada «historia sincrónica».
Al morir todavía bastante joven —su tumba fue descubierta igual que la de su
padre en Asur—, su esposa Shammuramat (Semíramis), procedente de Babilonia, se
hace cargo del gobierno, por ser el heredero menor de edad aún. Y gobierna, tanto en
política interior como exterior, con tanto éxito, que incluso la leyenda griega
conservó el recuerdo de esta primera y única soberana en el trono de Asur, que se
erigió también su propia estela, llamativa por su altura. Creó los «Jardines Colgantes»
y emprendió campañas, tanto contra Abisinia como contra la India. Desde el punto de
vista histórico, en su regencia fue incorporado Guzana, en la alta Mesopotamia (Tell
Halaf, un centro de poder y cultural arameo).
A los cinco años toma el poder Adadnirari III (810-782), para dirigir las tropas de
Asur contra los elamitas, los medos y contra Palestina. Amurru, Tiro, Sidón, Israel,
Edom, Filistea e incluso Damasco pagan tributos. Solamente el Norte, donde renació
un Urartu fuerte, escapa a la influencia de Asur, mientras que Babilonia se subordina
totalmente. Aquí ganó una gran importancia el culto de Nebo, el dios de Borsippa
(Birs Nimrud, la ciudad hermana de Babilonia), y bajo la influencia de su madre se
dedica Adadnirari a su servicio, en tan gran medida, que en una de sus inscripciones
leemos: «Sólo confío en Nebo, en los otros dioses no tengo confianza alguna».
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La autonomía cada vez mayor de los gobernadores asirios, administradores de
regiones muy extensas, entre los que se destaca el inteligente general de Asur, Samsi-
ilu, gobernador de Til Barsib (a orillas del Eufrates, al sur de Karkemish), el
crecimiento del poderío del Urartu armenio con su capital Tushpa (Vam) en el lago
del mismo nombre, y por último la irrupción de epidemias largas y terribles que
diezmaron la población del propio país, llevan otra vez a una decadencia del poderío
asirio, que no termina hasta la subida al trono de Tiglatpileser III (745-727 a. J. C).
A la muerte del general Samsi-ilu este enérgico príncipe es llevado al trono
después de una revuelta militar, sin que sepamos si pertenecía o no a la familia real.
En él tenemos al verdadero fundador del gran imperio asirio moderno, que deshizo el
poder de los gobernadores cambiando la división provincial y centralizando el poder
del gobierno, reorganizó la política fiscal y suprimió los privilegios de las grandes
ciudades, como Asur y Charrán, rearmó el ejército con potentes carros de combate y
máquinas de asedio[139], y fomentó la clase de los campesinos. Combatió en Media,
Cilicia, Siria y Palestina, pudo vencer por fin tras duras luchas al poderoso rival de
Asur en el Norte, Sardur II de Urartu —por entonces penetraron las tropas asirias
bajo el mando del general Assurdanninanni hasta la cordillera de Demawend, en el
Irán septentrional, cerca del Mar Caspio— y en el año 740 a. J. C. celebró en la
ciudad conquistada de Arpad (entre Aleppo y Karkemish) una gran parada de
vasallos en la que se reunieron para rendirle homenaje y tributos todos los príncipes
mesopotámicos, sirios y palestinos que Tiglatpileser había dejado en el trono después
de someterlos oportunamente. En el Libro II de los Reyes, capítulo 16, la Biblia ha
guardado para la posteridad el informe de su intervención en favor del joven Aha de
Judá, que le había pedido ayuda contra Israel y Damasco.
Con más fuerza aún que sus antecesores aplicó las medidas de deportación, para
hacer su imperio «de una sola lengua». Entre otros, se deportaron entonces 30.000
habitantes de Asia Menor, del golfo de Isos a la conquistada provincia de Armenia,
mientras que los habitantes de Urartu emigraron a Cilicia. Se calcula en general un
trasplante de cientos de miles, y poco a poco se va constituyendo una población
mixta, cuya lengua habitual pasó a ser el idioma del grupo étnico más importante, el
arameo, y del que dependía naturalmente todo sentimiento nacional.
Árameos fueron también los que ayudaron a Tiglatpileser a establecerse en
Babilonia. En este país tuvieron lugar grandes disturbios que no pudo dominar el
débil rey Nabunasir de Babilonia. Tras someter los levantamientos, Tiglatpileser puso
fin al dilema colocándose él mismo en el trono de Babilonia bajo el nombre de Pulu y
volviendo regularmente a la ciudad para cumplir sus obligaciones del culto en las
fiestas de Año Nuevo en Marduk. Su residencia volvió a ser Kalach, donde extendió
con gran magnificencia el palacio de Salmanasar III —del que por desgracia sólo se
han conservado algunos restos— y lo adornó con relieves[140]. Estos ilustran en
particular sus hazañas bélicas, que lo presentan quizá como el soberano más
importante de Asur.
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Esforzándose por continuar invariablemente la política de su padre, Salmanasar
V se hizo coronar también con un nombre propio en Babilonia. Los disturbios sirio-
palestinos lo retuvieron al parecer alejado de Asiría bastante tiempo, de tal modo que
el partido contrario —partidario de la dinastía legítima destronada por Tiglatpileser,
así como los sacerdotes y las ciudades que se sentían perjudicadas con la política
fiscal unitaria de Tiglatpileser— pudo realizar sus intrigas sin ser molestado.
Ocupado precisamente en el sitio de la capital israelita de Samaria, cayó víctima de
un atentado; según se dice, fue Asur quien lo mató, castigando así su incredulidad.
El candidato del partido contrario se llamó Sargón («soberano justo») —lo mismo
que el gran monarca de Accad[141]—. Con él se inicia la última época del asirismo, la
era de los Sargónidas, que conocemos muy bien por numerosas cartas y documentos
de toda clase. Sargón tenía prisa en pagar el tributo debido a sus partidarios.
Restituyó los privilegios suprimidos a las ciudades asirias y babilónicas, en especial
la liberación de la prestación personal y el derecho a la administración propia, y
satisfizo asimismo los deseos del clero. Prudentemente restableció la disputa con los
arameos de Babilonia meridional bajo su caudillo caldeo Marduk-apal-iddina (en la
Biblia Merodac-baladán) después de una derrota para asegurar en primer lugar el
Oeste. Aquí conquistó Karkemish, que conservaba todavía tradiciones hititas, aunque
estaba ya muy arameizada; después, Samaria, desde donde fueron deportados casi
30.000 israelitas, derrotó un ejército egipcio cerca de Rafia, al sur de Palestina, se
dirigió luego contra Urartu, que fue tomada con dificultad y poco después cayó en
manos de los Kimmerios indogermánicos, combatió con éxito a los medos y por
último pudo poner orden también en Babilonia. Se conquistó Babilonia y Merodac-
baladán escapó. Sargón tuvo la precaución de no tomar el título de rey, y sí solo el de
«gobernador», enorgulleciéndose de haber fomentado los templos y cleros
babilónicos, como lo demuestra la trinidad divina preferida por él, que se componía
de Asur y de las dos divinidades babilónicas Marduk y Nebo.
A todo esto, el vencedor, de quien nos informan bien los extensos anales, no se
hallaba muy satisfecho de su vida. A decir verdad, las deportaciones, y a veces las
crueles intervenciones, aseguran la existencia de su imperio. Una extensa actividad de
espionaje y una información objetiva le tenían siempre al corriente de la situación.
Mas no mantenía buenas relaciones con su hijo Sanherib, genial, pero muy egoísta e
inmoderado —en efecto, este último jamás se llama hijo de Sargón, en contra de toda
piedad—. Y como instigador o al menos consabidor del asesinato de Salmanasar V,
parece haber temido cada vez más por su propia vida.
Tampoco le devolvió la alegría la ejecución de su plan favorito: crearse para
seguridad suya una residencia fastuosa, una especie de santuario. Ésta se alzó en el
lugar de la actual Jorsabad, a unos 20 km al noroeste de Nínive, en un terreno
accidentado, rico en manantiales, y recibió el nombre de Dursharrukin («Castillo de
Sargón»)[142]. De construcción monumental, rodeado de una muralla doble de
grandes proporciones y abarcando una zona de casi 3 km cuadrados, tenía como
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centro el palacio real, que al mismo tiempo comprendía los templos, y según la
tradición estaba adornado con mumerosos colosos en forma de toros, relieves en
piedra caliza, pinturas de hermosos colores y ornamentos de ladrillos vidriados[143].
Encontramos aquí, en la llamada sala de la justicia, las atroces imágenes de aquellos
actos oficiales terribles, pero muy ceremoniosos, en los que el rey, con todo su
ornato, y en su calidad de representante de Asur, el dios ofendido, les saltaba con su
propia mano los ojos a los vasallos rebeldes o les hacía desollar vivos. El gigantesco
edificio jamás se llegó a terminar; el solitario y desconfiado rey cayó en una audaz
empresa bélica en las montañas del Irán occidental, y ni siquiera fue posible enterrar
su cadáver. Las investigaciones sacerdotales ordenadas por su familia para averiguar
la causa de este ignominioso fin, lejos de Asur, parecen haber indicado la fundación
de Dursharrukin como motivo de la cólera de los dioses. De todas formas se hundió
pronto la grandiosa edificación urbana, en gran parte ya desenterrada. El sucesor,
enemistado con el padre, la abandonó poco a poco y trasladó de nuevo la residencia a
Asur, para fijar luego definitivamente su nueva capital en Nínive.
En Sanherib (705-681 a. J. C.) tenemos el fenómeno más interesante de los reyes
de Asur. Interesado en múltiples aspectos de la vida[144], inteligente y lleno de
ocurrencias geniales, es un estratega de vastos planes —aunque no con mucho éxito
—, un constructor audaz, y un inventor técnico que perfecciona el vaciado de
bronce[145], construye nuevos elevadores de agua y cambia el curso de ríos enteros;
un celoso agricultor, el primero en introducir en Asiria el cultivo del algodón,
hortelano y jardinero apasionado, cazador y amante de los animales. Pero junto a
estos rasgos positivos aparece también una conciencia bastarda de sí mismo que le
mueve a despreciar los viejos derechos de Babilonia, una inmoderación ilimitada y un
terrible despotismo. Su voluntad de convertir a Nínive en la primera ciudad del país,
provoca una actividad constructora que supera todo lo hecho hasta entonces. Se
emplean ejércitos gigantescos de trabajadores forzados, reclutados por lo general
entre los prisioneros de guerra, se rodea la ciudad de una muralla doble de 25 m de
alta, con 15 puertas, nace un suntuoso paseo con un puente de piedra, construido por
primera vez; para el cuantioso abastecimiento de aguas se crea un canal de 50 km de
largo y se lleva por un acueducto de 280 m de largo y 22 de ancho, cuyos restos son
aún visibles, pasando incluso por una hondonada. El rey hace instalar parques con
árboles frutales exóticos y zoos, regular los canales, desecar grandes superficies. Por
último se levanta su nuevo palacio, que pretende sea único en el mundo: los preciosos
materiales procedentes de todas las partes del imperio son empleados en su erección y
adorno; con la utilización implacable de fuerzas de trabajo y vidas humanas, son
arrastrados los colosos sin elaborar, gigantescos, de hasta 30 toneladas de peso, desde
las canteras hasta el Tigris, se cargan allí en barcazas y son transportados luego desde
el muelle de Nínive al lugar de la construcción. Es un éxito técnico, cuyo dominio,
fijado gráficamente, sólo puede provocar nuestra admiración. Cientos de suntuosos
relieves adornan vestíbulos y salas del palacio[146]. Otra construcción, que como la
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residencia real «no tenía igual», era el Bit akiti, «la casa de la fiesta de Año Nuevo»,
situada fuera de las murallas de Asur, con sus jardines y árboles que crecían en fosos
excavados artificialmente en el estéril suelo rocoso y rellenados después con tierra.
Igual que en la construcción, Sanherib emplea también en el modo de hacer la
guerra medios insospechados hasta entonces. Para poder castigar al aliado de
Babilonia, Elam, en su contienda con aquel país, contrata marineros fenicios y
griegos, ordena construir en Til Barsib, a orillas del Eufrates, y en Nínive, barcos de
guerra y de transporte, los lleva río abajo hasta el Golfo Pérsico y presenta a los
elamitas sus batallas navales. Las consecuentes maniobras de desembarco terminan
naturalmente con un fiasco del ejército rápidamente cercado, que con grandes
esfuerzos tiene que abrirse paso y dirigirse luego contra los enemigos, que mientras
tanto habían avanzado desde hacía tiempo hasta Babilonia. También fracasa el sitio
de Jerusalén, que llevó a cabo el año 701 con los mayores gastos y del que nos habla
el Antiguo Testamento (Reyes II, 18, 13 y sig.; Isaías 36 y sig.)[147]. Una peste
amenaza la existencia misma del ejército, y Sanherib tiene que conformarse con el
tributo de Hiskias de Judá y no es capaz de tocar, como había profetizado Isaías, la
ciudad de Jehová.
Enorme es, por último, la venganza del rey al final de la lucha contra Babilonia,
mantenida a lo largo de varios años con muchas pérdidas y un éxito variable. Cuando
cae por fin el año 689, la venerable ciudad es saqueada y devastada totalmente, el
enfurecido vencedor abre las compuertas del Eufrates y sepulta bajo las aguas barrios
enteros de la ciudad, destruye los templos y se lleva las imágenes de los dioses a
Nínive. El rey crea ahora un poema mítico adecuado a las nuevas circunstancias.
Marduk ha pecado y por eso ha sido hecho prisionero por los dioses y llevado ante un
tribunal. Por indicación de Sanherib se borra el nombre de Marduk de la epopeya de
la creación del mundo y en la liturgia de la fiesta de Año Nuevo, siendo sustituido por
el de Asur. Dureza, despilfarro e inmoderación, y, por último, el trato brutal dado a
Babilonia, además del sacrilegio cometido con Marduk, minaron al fin la posición de
Sanherib ante la corte y el pueblo[148]. «En el mes de Tebetu (diciembre-enero), el día
20, Sanherib, rey de Asiría, mató a su hijo en un levantamiento», así habla la Crónica
Babilónica. Y la Biblia dice en Reyes II, 19, 35 y sig. (= Isaías 37, 37 y sig.):
«Estando una vez rezando en el templo de su dios “Nisroch” le mataron sus hijos
Adrammelech y Sarezer con la espada».
En atención a los sucesos de anteriores cambios de trono, Sanherib hizo todo por
asegurar la sucesión. Por iniciativa de su esposa palestina, Naqia, Asarhaddon había
sido designado para ocupar el trono. Y hoy día parece como si este príncipe, que se
apoyaba en el partido babilónico, hubiera organizado él mismo su asesinato ante el
temor de que Sanherib pudiera ceder al empuje de la dirección nacional-asiria y
cambiar este edicto. Tras el aplastamiento de una rebelión de los hermanos
perjudicados en la sucesión al trono, el nuevo soberano ordenó la brillante
reconstrucción de Babilonia y la realizó efectivamente en un trabajo que duró varios
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años, conformándose por su parte con el título de gobernador, lo mismo que su
abuelo. Se renuevan el templo de Marduk y su torre escalonada, se restablecen las
murallas de la ciudad y las calles y se vuelve a poner en marcha el productivo
comercio babilónico. Asarhaddon aspira a «abrir sus carreteras a los cuatro puntos
cardinales, para que los babilonios puedan dirigir sus anhelos a traficar con todos los
países».
Generales extraordinariamente inteligentes, de los que sólo conocemos por su
nombre a Shanabushu, permiten al rey, poco enérgico y poco capaz, la realización de
grandes empresas militares. Se dirigen contra los kimmerios, mirados siempre con
manifiesto temor, logrando rechazarlos hacia Asia Menor. Después de consultar los
oráculos, Asarhaddon se asegura también casando una hija suya con el rey bárbaro de
los escitas Bartatua (Protothyas), enemigo encarnizado de los kimmerios. Sus ataques
van asimismo contra los príncipes medos del Irán, y las tropas asirías avanzan hasta
la región de la actual Teherán y hasta los desiertos salinos de Desht-Kevir; contra
Sidón y Tiro, y sobre todo contra Egipto, donde el imperialismo asirio alcanza ahora
su tan ansiado objetivo. Alentado por un oráculo recibido en Charrán y liberado de
las malas consecuencias de tres eclipses lunares consecutivos mediante el sacrificio
de un «rey suplementario», y aislado por la muerte de su esposa, el soberano
emprende en el año 671 el ataque definitivo contra el país del Nilo tras haber
fracasado unas operaciones anteriores. Las conexiones de retaguardia en el camino de
llegada, de una longitud mínima de 1.300 km, son aseguradas con operaciones
preliminares. La ciudad de Tiro, rebelada a pesar de los tratados anteriores, es
eliminada tras un asedio, y Shanabushu dirige, incontenible, hacia el Sur, el ejército
asirio reforzado con los contingentes de los vasallos y con los mercenarios, cada vez
más numerosos desde los tiempos de Sanherib. El faraón «nubio». Taharka, a quien la
información en escritura cuneiforme llama Tarqu y la Biblia Thirhaqa, pierde tres
batallas y tiene que huir; cae Menfis, la capital del Bajo Egipto, y la corte entera
marcha con todos los tesoros de aquel palacio a Nínive. La administración de los
territorios conquistados pasa —según el principio de Divide et impera— a veintidós
príncipes cantonales egipcios controlados por gobernadores asirios. Con motivo de
este triunfo, el mayor del poder asirio, se erigen estelas, que se colocan en varios
lugares de Siria y la Alta Mesopotamia. Muestran a Asarhaddon, en tamaño superior
al natural, sujetando con una cuerda atada a la nariz al enemigo sirio y egipcio[149],
vencido ahora de pie o de rodillas ante él con los brazos en actitud de súplica.
Además, se cincela en la roca un relato de la victoria obtenida cerca de Nahr-el-Kelb
(en la costa siria que rodea Beirut).
Las empresas desarrolladas tan lejos y naturalmente causantes de gastos y
esfuerzos enormes para la metrópoli asiria, no encuentran en la patria la aprobación
esperada. El país, desequilibrado por la política de las deportaciones, en evidente
decadencia económica y desangrado, parece haberse hallado al borde de una
sublevación; al menos se dice que Asarhaddon ejecutó a muchos nobles. Quizá
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contribuyera también al descontento el arreglo de la sucesión al trono dispuesto por
Asarhaddon, arreglo en el que intervino por última vez su enérgica madre Naqia. El
rey, envejecido y ya bastante enfermo —conocemos los partes de su médico de
cámara Aradnanna—, se decide sin embargo a dirigir personalmente una campaña,
cuando una rebelión que brota en Egipto hace necesaria una nueva expedición. Pero
el destino no le consiente pisar la tierra humillada de los faraones. A pesar de los
oráculos consultados en el camino y que siempre predecían lo mejor, Asarhaddon
tiene que interrumpir su viaje en Charrán y muere allí en octubre del año 669. La
campaña egipcia se terminó con éxito bajo su hijo Asurbanipal. Un palacio de
Asurbanipal descubierto casualmente en el otoño de 1954, encerraba estatuas de
faraones que se llevaron entonces a Nínive como botín.
Los anales e inscripciones solemnes, cada vez más claros y detallados, de los
reyes del imperio asirio moderno, y la abundancia de relieves, nos transmiten
preferentemente el conocimiento de sus empresas militares, mientras que las
numerosas cartas de la época de los Sargónidas iluminan la administración y la
economía, aunque de vez en cuando permiten también echar un vistazo a la vida civil.
Intentemos ahora formarnos idea de una gran ciudad asiria del siglo VII, y
acompañemos al visitante de Asur en un paseo por las calles de la metrópolis, tal
como lo describió una vez Andrae a través de sus completos y objetivos
conocimientos.
Desde la alta meseta rocosa del Norte, el viajero divisa ya varias horas antes,
hacia el Sur, la silueta destacada y con muchas torres de la ciudad que se alza sobre
una plancha de piedra arenisca, por encima del ancho curso del Tigris[150], ciudad que
se disuelve al acercarnos en varias murallas y templos superpuestos. Como un cabo
saliente se destaca en el ángulo oriental el edificio ancho y chato del santuario de
Assur en la llanura del valle, siendo superado por la construcción más alta de Asur, la
ziggurat del dios de la ciudad, que forma una torre de varios pisos. A ella se une la
muralla compacta y coronada por algunas torres, del «Palacio Antiguo», de la vieja
residencia real que ahora sirve casi exclusivamente de mausoleo real. Sólo en
momentos determinados hay todavía vida en su puerta situada al lado de la «Plaza de
los Pueblos», donde el rey o su representante suele administrar justicia en la «Puerta
del Tribunal». Desde el «Palacio Antiguo» vuelve a subir la línea de contornos: la
fachada occidental del frente norte está dominada por dos torres-templos del
santuario doble del señor del cielo, Anu, y del dios del tiempo, Adad, cuyas
habitaciones del culto se hallan entre estas dos construcciones[151]. Después vienen
los barrios de viviendas, y por último, el ángulo occidental está determinado por la
construcción de la puerta principal, armado de dos poderosas murallas.
Dejamos a un lado el artístico parque y santuario de la casa para la fiesta de Año
Nuevo[152] y pasamos el foso vertical por una rampa ascendente de piedra para cruzar
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las murallas de adobes, enormemente gruesas, con las almenas esmaltadas en colores,
a través de una puerta formada por dos anchos espacios entre tres portales. La guardia
de la ciudad, con el burdo manto de los soldados que le llega hasta las rodillas, el peto
y el yelmo de cobre terminado en punta, espada y lanza, nos deja entrar y echamos un
vistazo a las dos estatuas reales de basalto y caliza que están colocadas en la puerta.
Hay que cruzar todavía otra muralla, de un trazado tan irregular como la primera. La
puerta posee un patio anterior protegido de murallas, desde donde otra puerta
fortificada conduce a un brazo del Tigris.
Después de abandonar el pasadizo de la puerta llegamos a una plaza abierta como
la que encontraríamos también en la Puerta Sur y Oeste. Asur se permite el lujo de
plazas libres en la parte meridional de la ciudad vieja, así como en la ciudad nueva
que hay delante de ella, mientras que el resto del anillo de murallas abraza los
templos, palacios, casas de los ricos y la estrecha maraña de callejas donde habitan
los ciudadanos y pobres. Aquí, en las plazas, tienen lugar los encuentros, el mercado
y el comercio donde se sigue pesando y comprando con las primitivas unidades
todavía válidas: el sekel, de 8,4 g; la mina, de 0,5 kg, dividida en 60 sekel; el talento,
de 30 kg, compuesto de 60 minas, y la medida de capacidad, el sila, de 0,4 litros.
Aquí se sientan los escribas que fijan el cierre de los negocios, pasean al atardecer los
jóvenes, holgazanean los soldados libres de guardia y lloriquean los mendigos. Las
calles, en cambio, son estrechas y sucias, tristes, con los muros sin ventanas de las
fincas, tórridas durante el día y que sólo sirven para el animado tráfico de los
cargadores, para los mulos y asnos que transportan leña seca para la cocina,
comestibles y mercancías, y que tienen que apretarse contra los nichos de las casas
cuando viene dando tumbos una carreta de dos ruedas tirada por bueyes, pasa
corriendo un carro de combate tirado por caballos o cuando un oficial montado pide
sitio. El aire de estas callejas es sofocante, y apesta porque los habitantes suelen
verter simplemente en la calle el agua sucia y las basuras, pues sólo las fincas de los
propietarios tienen canalización.
Todavía no existe la organización de los bazares, en los que los artesanos se
amontonan en calles determinadas, según su oficio, y faltan los escaparates. El
artesano trabaja en sus habitaciones con arreglo al pedido de su cliente, que lo busca
para esto, o trabaja para el palacio, que monopoliza su arte, en la producción de
vasijas de alabastro o talla del marfil, grabación de las losas, escrituración y
conservación de las tablas. Sólo los obreros de la construcción y los canteros trabajan,
naturalmente, en público. El visitante oye los golpes del cincel y los gritos de los
capataces antes de llegar a ellos y en un cruce de calles tropieza con prisioneros de
guerra que trotan en fila con espuertas de ladrillos, con pequeñas caravanas de asnos
que llevan toneles de asfalto, con carros que transportan postes de madera y planchas
de relieves para la construcción del gran templo de Asur, donde se están efectuando
renovaciones. Los arquitectos dan órdenes y comparan sus planos rayados en grandes
tablas de barro; los látigos restallan en las espaldas de esclavos desnudos…
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Pero sobre este ruido y laboriosidad de hormigas se alza la muralla de nichos,
coronada de almenas, del santuario, con su portal flanqueado por dos torres,
sobresaliendo entre todo la torre-templo[153]. Sus escaleras, pilares y pilastras se
elevan en una arquitectura impresionante, siendo coronados por la capilla de la
terraza superior, radiante, con su colorido en el vidriado. Del marrón-amarillo que
domina todo, se destaca el blanco, azul y rojo del esmalte de los ladrillos, cuyos
ornamentos adornan bandas y caballetes. Si se nos autoriza la entrada a las
habitaciones interiores del templo, tras el amplio patio anterior provisto de fuentes y
estanques, tendremos una excelente panorámica sobre el Tigris, animado por las
gabarras, barcas y botes de pesca, sobre la ancha llanura, y a la izquierda, a la espalda
de la ciudad, sobre las murallas que la protegen, los tejados planos de las casas y
palacios, contemplaremos también las torres gemelas del templo de Anu-Adad que,
algo más bajas que la ziggurat de Assur, se levantan unánimes en el cielo azul asirio.
Justamente por debajo de la torre escalonada se puede mirar el saliente de un
templo que llega directamente hasta el agua[154]: aquí atracan las barcas sagradas
cuando en las fiestas de Año Nuevo las estatuas de los dioses abandonan la ciudad y
son llevadas en procesión solemne a la Casa de la Fiesta de Año Nuevo, delante de
las murallas. Para ello se ha construido una calle procesional que desde todos los
santuarios conduce al Tigris; desde aquí arriba se puede seguir bien su curso. De esta
forma llegamos a la «Plaza de los Pueblos», donde se hallan no sólo el «Palacio
Antiguo», sino también el templo de Anu-Adad y el de Istar. Este último, ya derruido,
es un gran edificio de una sola habitación de aquel «tipo de casa-hogar», en el que el
altar y la estatua del culto están en uno de los lados estrechos, mientras que la entrada
se halla en el ángulo del lado longitudinal.
Pasamos al lado de sacerdotes silenciosos vestidos con largas túnicas blancas y
volvemos a subir al patio del templo, donde recibimos de cara el aroma del incienso,
oímos la melodía de los himnos que acaban de entonar los sacerdotes cantores, canto
que sale del sanctasanctórum observamos de paso, en las paredes de los patios y
pasillos, los relieves y pinturas de ladrillos esmaltados que representan reyes,
espíritus benignos, actos del culto y hazañas bélicas, que en parte proceden todavía de
los tiempos de Tiglatpileser I, y, después de haber entregado nuestro óbolo al
sacerdote de la puerta, nos dirigimos a la derecha para atravesar la «Plaza de los
Pueblos» y alcanzar la ciudad vieja.
El patio anterior del templo de Istar está inanimado y las puertas se hallan
cerradas. Todavía es temprano, las mujeres del templo no se mueven aún en sus
habitaciones y hasta la tarde no se abre tampoco la tienda que vende los símbolos y
recuerdos, algo sucios, de la tan visitada diosa. Nuestra meta es otra: queremos visitar
la famosa fila de estelas que se encuentra en una plaza al sur de la ciudad vieja, un
monumento de historia asiria y que al mismo tiempo recuerda la transitoriedad de
todo lo terreno. Desde Eriba-Adad (hacia 1370), los reyes de Asur fueron colocando
aquí en su calidad de epónimos correspondientes al primer año de reinado, sus
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monumentos de piedra, a veces de tres metros y medio de altura, e hicieron cincelar
su nombre en el pequeño rectángulo de la parte superior de estas piedras parecidas a
menhires. Con el tiempo se fue originando así una larga fila, dispuesta en sentido
Este-Oeste, de monumentos de diversa forma. Nuestra mirada se clava en la
grandiosa estela de calcita de la única mujer aquí representada, de Shammuramat.
Paralela a esta fila corre otra galería menor de pilares semejantes de piedra, en la que
se eternizaron los epónimos más ricos y poderosos de los posteriores años de
gobierno del soberano correspondiente, en su mayoría altos funcionarios. El conjunto
es una especie de calendario estatal sobre el que miran clementes los dioses de Asur
desde lo alto de las torres-templos…
Una vez cumplido su deber de admirar las curiosidades, el visitante es invitado a
una casa hospitalaria de la ciudad, abriéndosele aquí el interior de la vida asiria. El
señor de la casa nos recibe en el vestíbulo[155], al que llegamos a través de la puerta y
del patio anterior con pozo y cámaras del servicio. El recibidor se halla en el patio
interior y contiene en los nichos de las paredes los altares domésticos —planchas de
alabastro con una cavidad plana en el centro— para los pequeños dioses protectores y
familiares de barro cocido, a quienes se ofrece incienso y bebidas. Sillones de
respaldo con cojines, rígidos y poco cómodos para nuestro gusto, taburetes y sillas de
tijera están ya dispuestos[156]. Las paredes pintadas de marrón, rojo y blanco, están
cubiertas de tapices, y en parte también pintadas; el suelo de piedra, que gustan regar
con agua para refrescar la habitación, está cubierto de esteras trenzadas. Los esclavos
traen refrescos —la señora de la casa no se muestra, sino que permanece con los
niños en la parte posterior de la vivienda, más allá del patio interior— y ofrecen fruta,
tortas de pan, queso, leche y un puré de trigo dulce como la miel. Después quizá haya
asado de cordero o vaca, aves y verduras, acompañado de cerveza u otra bebida
alcohólica, y en las casas bien acomodadas, también un vaso de vino. El fresco de la
noche se toma en la terraza, mientras que en el invierno se cierran cuidadosamente las
puertas, las gentes visten pieles de oveja y se reúnen, alrededor del brasero. Si le
somos simpáticos a nuestro huésped, quizá podamos demostrar nuestro respeto a sus
antepasados y descendamos por un pozo con algunos escalones a la tumba del
sótano[157]. La lámpara colocada en una hornacina de la pared frontal ilumina los
ataúdes de arcilla o departamentos abiertos en los que descansan los difuntos. Joyas,
armas, jarritas de aceite y botes de alabastro rodean el cadáver, cuya mano derecha
descansa con una escudilla en el pecho, mientras que la izquierda yace estirada sobre
el vientre[158]. Pues los muertos pertenecen a la casa y ésta sigue siendo la suya.
Cuando ya no quedaba más familia, se tapaba la casa y seguía existiendo durante
algún tiempo como humilde mausoleo.
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leyes que regulaban la vida cotidiana de esta época. Pero hemos de suponer que
serían algo más suaves que las del período precedente. Mujeres de posición elevada,
como Shammuramat o Naqia, tenían su sello propio, correspondencia también propia
y considerable influencia. Suprimieron con toda certeza muchas de las trabas
tradicionales. Los despóticos reyes asirios soportan, y a menudo incluso exigen, la
opinión libremente expresada de sus consejeros. Los encuentros con los mundos
extraños de los Medos, Urarteos, habitantes de Asia Menor, Sirios, Palestinos y
Egipcios, ampliaron la visión de los inteligentes y se suavizó un poco la dureza de la
vida asiria. La mezcla de la población, con las deportaciones y colonizaciones,
condujo a una nivelación de las ideas y las costumbres.
Los sabios de todas las disciplinas, sobre todo en Babilonia, prosiguen su trabajo
y crean verdaderos compendios de sus respectivas ramas del saber, de contenido
filológico, histórico, nigromántico y mágico. Así, por ejemplo, en los tiempos de
Sargón II se compuso la gran lista real asiria, que va desde la más remota antigüedad,
cuando los príncipes de Asur «vivían todavía en tiendas» hasta Salmanasar V, y que
fue descubierta en 1932/33 por los americanos en Dursharrukin. En 1953 apareció un
texto casi idéntico en circunstancias llenas de peripecias. Los escribas emplean ahora
junto con las tablas de arcilla también las placas de marfil o madera recubiertas de
cera, varias de las cuales podían reunirse en pequeños «libros» con correas. En un
pozo de Kalach, de 23 m de hondo, descubrieron los ingleses a principios de 1954
una serie de estas tablas procedentes de los tiempos de Sargón II, una de las cuales
estaba destinada a «envolver» una gran obra astronómica. Los médicos escriben,
entre otras cosas, grandes colecciones de recetas, en las que por ejemplo se dice:
Machacar raíz de palo dulce como medicamento para la tos y beberlo con
aceite y bebida alcohólica… Aplicar sobre la muela raíz de tornasol como curativo
del dolor de muelas.
Para la práctica matemática se utilizan cuadros de multiplicar y dividir o tablas
con raíces cuadradas y cúbicas.
Los agrimensores y constructores de ciudades diseñaban sus planos con tal
exactitud que concuerdan de un modo sorprendente con las excavaciones
modernas[159].
En el ámbito del arte la arquitectura se dedica en primer término a la construcción
de palacios y ciudades y luego a la de santuarios[160]. La escultura se preocupa en
particular de los relieves, que en un claro desarrollo que va desde Assurnasirpal II,
Tiglatpileser III, Sargón y Sanherib hasta Asurbanipal, presenta siempre posibilidades
ulteriores de estilo y expresión y alcanza sus creaciones más bellas en los cuadros de
la vida diaria y animal[161]. La glíptica y la talla del marfil importada de Siria nos han
legado obras encantadoras[162]. El arte se libera ahora de la motivación religiosa,
aunque vea en el rey al representante agraciado de los grandes dioses y en particular
del dios del imperio, Asur[163].
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¿Cómo andan en estos últimos siglos del imperio asirio en general, la fe y la
práctica religiosa? Los textos y las imágenes no nos dan, naturalmente, más que el
aspecto oficial del culto y la devoción[164]. En el Tigris y en el Eufrates siguen
vigentes los viejos dioses, a cuya innumerable serie tampoco añade nuevas figuras la
creciente arameización del país. Pero su preferencia cambia y muchas de las
divinidades veneradas antiguamente ven cómo se arruinan y quedan desiertos sus
templos. La lucha de rivalidad dirigida por lo general ocultamente, aunque a veces
también con medios políticos y para fines políticos, entre Asur y Marduk, llevó a
grandes derrotas al señor de Babilonia, y al final, a su victoria. Cada vez gana más
partidarios, incluso en el Norte, y muchos reyes asirios lo citan junto con el señor
divino de su Estado.
Aparte de estos dos dioses de primera categoría, aparecen de vez en cuando en
primer plano, a lo largo de los siglos, esta o aquella figura del ejército celeste que se
identifica con las constelaciones. Assurnasirpal I se cree elegido por Istar y se acerca
a ella con la oración y la confesión. Adadnirari III, en actitud casi monoteísta, confía
solamente en el dios de la escritura, la sabiduría y la fecundidad, en el hijo de
Marduk, Nebo (en Babilonia Nabu). Sargón menciona conjuntamente a Asur, Nebo y
Marduk. En una ocasión, todavía en los tiempos medios de Asiria, el hallazgo casual
de un pequeño archivo de correspondencia privada, nos instruye acerca de las
divinidades que estaban de moda en la corte por entonces, entre las que tenemos,
aparte del dios lunar Sin, la Istar de Arbela, la «Istar del cielo», la diosa-madre
Sherua, a veces calificada también como esposa de Marduk, la diosa de los remedios,
Gula, y otras. Además, la costumbre de los teólogos de interpretar los nombres y
fuerzas de diversos dioses para aumentar la fama de las divinidades ensalzadas por
ellos, conduce a una amplia nivelación:
Nergal es el Marduk del combate, Zababa es el Marduk de la batalla, Enlil el
Marduk del dominio, del consejo…
La gente sencilla no se atrevía a dirigirse a esta primera guarnición de la (L:41,
49, 53, 55) jerarquía celestial, sino que preferían hacerlo a dioses de rango inferior,
que existían en gran cantidad y con quienes podían tener una relación personal. El
creyente disponía de oraciones ya formuladas y fijas en las que podía introducir a
discreción el nombre del dios deseado. Esta oración, llamada «conjuración», tenía
poco más o menos el texto siguiente:
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¡Cambia, oh Dios, en bueno mi error!
pues tu mano es pesada, conozco tu castigo.
¡Quien no venere a su dios, desprecie a su diosa,
que tome en mi ejemplo!
¡Dios mío, concíliate, sé buena, diosa,
y aceptad mi oración!
Tranquilizad vuestro corazón, encolerizado conmigo…
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La venganza de los tanto tiempo esclavizados, fue terrible: no quedó ninguna
ciudad asiría sin destruir y matanzas atroces exterminaron a los habitantes, de tal
modo que el país se transformó en un desierto. Así lo encontró 200 años después
Jenofonte y así la describió en su «Anábasis».
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XII - LOS REYES CALDEOS Y NABONIDO
Babilonia, 570 a. J. C.
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patio central. La más oriental era el sanctasanctórum, la más occidental contenía el
trono y la cámara de oro de Marduk, mientras que las demás estaban destinadas a las
divinidades, muy relacionadas con el señor divino de la casa, por ejemplo, a su hijo
Nabu y a su esposa Tashmetu. Otras dos terrazas con capillas para Istar, Zababa, etc.,
iban unidas a este complejo interior. Al lado, en dirección Norte, se alzaba tras varios
portales y una muralla de 400 m de largo en un patio gigantesco, Etemenanki, la
legendaria «Torre de Babel», una maravilla de sus tiempos, cuyas medidas
conocemos bien por las descripciones clásicas y en escritura cuneiforme. Se
componía de cinco plantas cuadradas de 90, 78, 60, 51 y 42 m de lado
respectivamente; las alturas correspondientes ascendían a 3 3,18, 6, 6 y 6 m, de tal
modo que la ziggurat tenía una altura total de 69 metros. En su plataforma superior se
alzaba un templo de dos pisos, revestido de ladrillos vidriados azules, el «cuarto de
nupcias» de Marduk y Sarpanitu, cuya estructura inferior, con una altura de 6 m,
medía 33 por 33 m, mientras que la habitación superior tenía una extensión de 24 por
21 m, elevándose otros 15 más. La altura total de la construcción, aproximadamente
la misma que la de las pirámides, ascendían, pues, a 90 m, con una superficie en la
base de la misma longitud de lado. Desde el Sureste se subía a la cima por una gran
escalinata, mientras que las plantas individuales estaban unidas por escaleras aisladas
adosadas a sus paredes.
Alrededor suyo se alzaban en la ciudad sagrada los templos de los «grandes
dioses», cifrados en 5 3 por la descripción de Babilonia y construidos todos ellos en
una forma rectangular casi cuadrada, según el principio de los grupos de habitaciones
dispuestas en torno a uno o varios patios. En todas las esquinas de las calles o plazas
había celdas en las que se colocaban las efigies de los dioses durante las procesiones
—55 para Marduk, 300 para los Igigi, los dioses del cielo, y 600 para los Anunnaki,
las divinidades de los infiernos. Innumerables eran además los altares colocados en
los patios de los templos, o distribuidos también por la ciudad, donde los creyentes
podían rezar y hacer ofrendas cómodamente y a cualquier hora. Se citan 180 de ellos
solamente para Istar y otros tantos para Adad y Nergal juntos.
También a orillas del Eufrates, separado de los barrios de viviendas por el canal
de Banitu[168] y al lado de la calle de las procesiones y de la puerta de Istar, se
levantaba el palacio urbano, gigantesco y fortificado, de los reyes caldeos, con sus
numerosas salas, naves, pasillos y cámaras y, además, aquel «museo», en donde
Nabucodonosor y sus descendientes, según la moda de la época, habían reunido una
cantidad de monumentos del pasado, desde los días de Shulgi de Ur, y cuya visita era
libre para los babilonios. El castillo del Norte se destacaba por encima de las murallas
de la ciudad hasta un recodo del Eufrates. Nabucodonosor se hizo construir fuera de
la ciudad, tres kilómetros más al Norte, otro palacio de verano, cuyas ruinas llevan
hoy el nombre de Babil. Pero no sólo el rey, sino también la población rebasaba las
murallas: muchos de los suburbios se fueron uniendo en círculo a la ciudad.
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Ésta era Babilonia, la «Puerta de Dios», el ombligo del mundo según el mapa de
los babilonios y desde hace un milenio, la capital de su religión. Y en sus murallas
seguía transcurriendo todavía la vida cotidiana año tras año, dentro de las formas
tradicionales, apenas variadas.
Cuando comenzaba el día, se bebía un trago de agua fresca del cántaro de barro
colgado a la intemperie, los miembros de la familia se besaban y tomaban el
desayuno de papilla de harina o tortas y frutas. La nodriza daba el pecho al lactante,
que quizá pudiera sacudir ya una carraca de barro. La mujer acomodada no
alimentaba ella misma al niño, sino que después de lavarse las manos y la cara se
entregaba a los arcaicos quehaceres femeninos de cuidarse el cutis, peinarse y
pintarse. Los hijos mayores tenían que ir a la escuela o, cuando tenían tiempo libre, se
dedicaban a sus juegos o al deporte (entre los que se nombran las carreras, la lucha, el
boxeo y el tiro al blanco) en el patio y en las plazas, en el muelle o en el jardín. Los
más tranquilos se sentaban a jugar al ajedrez, juego al que tenían que dedicarse
también los espíritus inquietos en los días de lluvia. Los esclavos domésticos
limpiaban las habitaciones y el patio, traían agua y movían el molino de trigo, y el día
de las mujeres humildes transcurría entre lavar, tejer, coser, comprar y cocinar,
mientras que sus sirvientas le quitaban estos trabajos a las damas ricas, que preferían
hacerse visitas o buscar una nueva joya, por ejemplo[169]. Las comidas eran
abundantes, pero sencillas; platos a base de harina, pepinos y cebollas desempeñaban
un gran papel, junto con el queso y la fruta. La carne, en cambio, no solía comerse
por lo general más que en los días festivos, cinco o seis veces al año. El señor de la
casa, después de haber ofrendado a los dioses familiares o, si era tiempo, a los
«grandes» dioses, en los altares de las calles o incluso en el mismo templo[170],
marchaba a sus negocios y deberes de comerciante, artesano, escriba, funcionario,
maestro de obras o agricultor, se reunía con sus socios ante los escribas en las plazas
o en el patio de los templos o tenía que presentarse en el juzgado para actuar de
testigo. En el trato se era muy cortés, se saludaba llevándose la mano a la frente,
inclinándose y preguntando por la salud, mientras que ante los príncipes era
costumbre arrodillarse y besar los pies.
Los jóvenes pensaban en sus amores y en un rincón tranquilo de la casa
encontramos a un adolescente —visita de fuera— que ha escrito una carta a la
muchacha de su corazón:
«Escribo para saber de ti. Dime cómo te va. He venido a Babilonia, pero no te he
encontrado, cosa que me apena mucho. Dime por qué te has ido, para que vuelva a
ser feliz».
El matrimonio era por lo común monógamo, aunque las esclavas jóvenes se
prestaban de buena o mala gana a tener pequeñas atenciones con el señor. Y cuando
la señora de la casa era estéril o por razones de enfermedad no podía cumplir sus
deberes matrimoniales, aceptaba naturalmente la existencia de una concubina.
Cuando el día declinaba —sobre todo en la primavera y en el parque que había a
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orillas del río o del canal— se organizaban grandes diversiones Los hombres se
reunían a echar un trago entre frecuentes brindis; la juventud bailaba y cantaba:
«Juega y baila día y noche» o «Cantar es más dulce que la miel y el vino».
Aumentaba la alegría y pronto «bailaban los viejos y los jóvenes cantaban». A veces
el jaleo no terminaba bien y había que llamar al médico; conocemos el principio de
una indicación médica para estos casos:
«Cuando un hombre haya bebido vino demasiado fuerte, su cabeza esté confusa,
olvide sus palabras y no pronuncie bien, cuando se le escapen los pensamientos y sus
ojos se pongan vidriosos, entonces se ha de efectuar la siguiente cura…».
El pobre, ya fuese esclavo o semilibre, no podía permitirse naturalmente el lujo de
la embriaguez. Pero en las grandes fiestas tenía también su parte de alegría, y muy a
disgusto de su mujer tomaba al anochecer, lo mismo que la Jeunesse dorée o los
señores patricios, el camino del templo de Istar más cercano, con sus ahorros en el
bolsillo, para cambiar en él, para honra de la diosa, sus monedas de plata por un poco
del arte del amor…
Mas también entonces la mayor felicidad de los hombres era la paz, y se estaba
muy agradecido al soberano que sabía conservarla y a los dioses que la enviaban.
Babilonia podía estar segura de su simpatía.
Babilonia no era solamente la «ciudad santa». Con el trabajo de los ciudadanos se
había convertido en una metrópolis económica que acumulaba riquezas cada vez
mayores. Era la «ciudad comercial del país de los mercaderes» como la llama el
profeta y deportado judío Ezequiel. Pues más que la corte y quizá incluso que el
clero, juegan aquí un papel decisivo los comerciantes en el «dar y toman», como se
denominaba el comercio, papel acerca del cual nos informan suficientemente los
documentos neobabilónicos. El comercio al por mayor y al detall, venta de ganado y
de esclavos, negocio de inmuebles y un animado tráfico de préstamos, en particular
en el mercado de los cereales, y monetario, que cobraba por término medio el 20 por
100 de interés en el oro y el 30 por 100 en los cereales, producían altas ganancias
aseguradas con documentos, testigos, garantía y ley. Estas ganancias se acumulaban
en la cámara del tesoro en trozos de plata, dinero en aros de plata o “monedas”
acuñadas, a veces también en oro según las unidades de peso sekel, mina y talento.
Florecía el comercio de cereales con Persia, y desde la época de los caldeos se han
constituido aquí marcadas formas capitalistas. Lo mismo que en Nippur la firma
Murashu, nace aquí en Babilonia la Banca “Egibi Hijos”, que florece todavía en el
primer período persa, disponiendo de una gran fortuna y de extensas relaciones.
El arte de esta época no corrió parejo a tal ascensión mercantil: los toros, los
leones y los relieves de serpientes («Dragones») especialmente sagrados para
Marduk[171], grabados en los relieves de ladrillos de la calle de la procesión y de la
Puerta de Istar, dan una sensación de monotonía, a pesar del dominio absoluto de la
técnica del ladrillo vidriado. Los cilindros-sellos poseen raras veces el brío de sus
paralelos del imperio nuevo asirio[172], y la arquitectura impresiona más por sus
Página 132
medidas monumentales[173] que por el espíritu que le es inherente. El país y la
dinastía son ya arameos[174], e incluso en la correspondencia oficial el arameo
reemplaza cada vez más a la escritura cuneiforme y a la lengua acadia. Según un
papiro descubierto recientemente, hasta el príncipe de Palestina del Sur, Askalón,
escribe en arameo su solicitud de ayuda al faraón contra el avance de Nabucodonosor
hacia el año 600. Pero este pueblo no posee ninguna fuerza creadora para el arte. La
poesía y las ciencias parecen fascinadas por el pasado. Sus portadores se sienten
herederos suyos a pesar de la sangre extraña que late en ellos, y sus sucesores
aspiraban a conservar tan larga tradición. Esta obligación se toma, naturalmente, en
serio, y es muy característico que Nabucodonosor busque en sus construcciones los
arcaicos documentos de fundación de templos y cite expresamente el hallazgo de una
de Naram-Sin de Accad[175], que Nabonido anuncie lo mismo o que, por ejemplo,
haga consagrar a su hija como «novia divina» de Nanna-Sin, siguiendo la antigua
costumbre.
Acaba aquí una Edad, mas hemos de admitir con todo respeto que un
Nabopolasar, Nabucodonosor II e incluso el misterioso Nabonido, anduvieron los
últimos tiempos de su época con gran dignidad humana, precisamente porque creían
poder empezar otra vez. No quieren ya ser monarcas mundiales, ni siquiera
conquistadores, sino simplemente mantener y conservar el reino babilónico que les ha
caído en suerte a lo largo de la historia, y con gran devoción se esfuerzan por alcanzar
el gran ideal real de Hammurabi, ser un «pastor de los pueblos[176]». Este hecho da
un final satisfactorio —al contrario que en Asur— a los dos mil quinientos años de
historia sumero-acadia. Se manifiesta también en que la ciudad de Marduk, es tratada
con respeto por los nuevos señores persas.
La tribu aramea de los caldeos, asentada en el sur de Babilonia a finales del
siglo VII, había extendido ya varias veces la mano para hacerse con el poder en
Babilonia. Su cabeza más capaz es, hacia el año 630, cierto Nabopolasar que, en
contraste con las dinastías mórbidas y cargadas de tradición de Asur y Babilonia, se
llama «hijo de nadie, a quien Marduk eligió entre el pueblo», aunque procedía del
clan de los cabecillas caldeos. Al mismo tiempo se considera un buen babilonio que
ama a su patria y está dispuesto a sacrificarse y a combatir por el restablecimiento de
su antigua magnificencia. Marduk y su hijo Nabu, cuyo santuario principal de Ezida
está en Borsippa, le llaman a la lucha contra Asur.
Nabopolasar obedece a esta llamada como caudillo del ejército, pero busca en
Ciaxares de Media el aliado apropiado para luchar contra las todavía terribles
divisiones de Nínive.
Conocemos con todo detalle los sucesos que siguieron, gracias al descubrimiento
de la llamada crónica de Nabopolasar, realizado hace unos 30 años y completados por
los descubrimientos totalmente nuevos de 1954. Estos sucesores se desarrollan de un
modo muy favorable a Babilonia. Ciaxares quiere el Norte y Asiria hasta Charrán y
los caldeos pueden darse por satisfechos con la parte restante de Asia Anterior, a
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saber, Babilonia y Siria. A pesar de los éxitos iniciales de Sinshariskun, las tropas
aliadas consiguen someter al tirano. El que los oficiales caldeos prohibieran a sus
tropas que tocasen los santuarios, como dice Nabonido, se debe, sin duda, al modo de
pensar de Nabopolasar. El envío de su hijo Nabucodonosor con el núcleo principal
del ejército a Siria, da fe de su amplia visión política: había que mantener contra
Egipto las provincias occidentales asirias, ahora sin dueño, y la batalla de Karkemish
en el año 605 se decidió en favor de Babel. Con la retirada del faraón Neco se
aseguró el imperio «neo-babilónico».
En su propio país Nabopolasar dedicó todas sus fuerzas desde los primeros días
de su poder a la gran obra de la restauración. Cuatro inscripciones de construcción
conservadas, cuentan cómo mediante una regulación del Eufrates dio nueva vida a la
arruinada Sippar, la ciudad de Shamash, construyendo en Babilonia un puente de
piedra sobre el río, en unión de sus dos hijos Nabucodonosor y Nabushumlishir,
ayudando personalmente según la vieja costumbre en la construcción de los templos
y comenzando la reedificación del santuario de Marduk. Sus textos de inauguración
terminan a menudo con una oración cuya piedad nos conmueve:
Los dioses abrigan sus propios pensamientos y Nabopolasar no pudo gozar los
frutos de la victoria de Karkemish. Pero su hijo Nabucodonosor (605-562), que según
la transformación bíblica del nombre babilónico, Nabû-kudurrī-uṣur, se debería
llamar mejor Nebukadrezar, tomó el poder con el espíritu de su padre y realizó sus
ideas en el curso de un largo y feliz gobierno de cuatro decenios. El nombre que le
había dado Nabopolasar debía recordarle la renovación de Babel después de la
monarquía kassita y la llamada no fue desoída. Como aquel rey babilonio de hace 500
años, el más grande de los príncipes caldeos no nos ha legado tampoco relato bélico
alguno y despreció claramente esta clase de auto-glorificación sangrienta. Su pasión
no es la guerra, sino la construcción, y en consecuencia las extensas inscripciones que
se han conservado de él son casi exclusivamente relatos de su obra en los santuarios
de Babilonia.
Sólo una repetida fórmula usual habla de campañas «en tierras y montañas
lejanas, desde el Mar Superior al Inferior», para mantener la existencia del imperio e
incluso la inscripción doble de Wadi Brisa, en el Líbano, escrita hacia el año 586,
únicamente habla en general de los combates sirios. La sumisión de Tiro, transmitida
Página 134
por Josephus, tras un sitio de trece años, la absorción de Judá y la destrucción de
Jerusalén en el año 587, conocida por el relato de la Biblia y precedida de un primer
castigo disciplinario, así como una deportación parcial de la población en el año 598
—la fecha ha sido confirmada por un hallazgo hecho en 1954 en el Museo de
Londres—, demuestran la enérgica intervención de Nabucodonosor en Siria y en la
lejana frontera egipcia.
En cambio oímos hablar mucho de su actividad restauradora en todos los templos
del país[177], y ante todo en la misma Babilonia, de la reconstrucción de Esangila y
Etemenanki, de la construcción de murallas y canales, del trazado de la calle
procesional y su coronación por la Puerta de Istar. Mas no sólo cambiaron
rápidamente la imagen externa de la metrópolis y de las ciudades del país; también
floreció de nuevo la nación, su agricultura, su comercio y su economía bajo las
manos de este príncipe de la paz. Y la construcción de la llamada muralla meda, un
poderoso limes que iba entre el Tigris y el Eufrates desde Sippar a Akshak al norte de
Babilonia, da a la población el sentimiento de la seguridad. Ésta celebraba a
Nabucodonosor como al soberano justo que devolvió al pueblo los tiempos felices y
su reputación era tan grande en el mundo de entonces que pudo hacer de indiscutible
mediador en la disputa medo-lidia y crear la paz. Otra vez brilla el esplendor de
Babilonia y la gloria de sus grandes dioses, a quienes el piadoso soberano creía haber
erigido un monumento eterno en sus gigantescas construcciones: «Todas mis obras,
que he escrito en las tablas, deben leerlas los sabios y recordar la gloria de los
grandes dioses».
A la muerte de Nabucodonosor II en el año 562 cambia la hoja. La fuerza de su
familia se consumió claramente en el padre y en el hijo: Amelmarduk (561-560), el
hijo del gran soberano, y al que sólo conocemos por la lista real babilónica y el
comunicado bíblico por perdonar en el 598 al deportado rey de Judá Jeconías, no
puede hacer frente a su ambicioso cuñado Nergalsharussur (Neriglisar, 559-556) y es
desplazado por él con la ayuda del clero de Marduk. En su época parecen haberse
agudizado extraordinariamente las contradicciones de los diferentes cleros. Los
sacerdotes de Esangila, en su mayor parte babilonios, aliados estrechamente con la
capa caldea, se oponen a los de Sin y Shamash, cuyos santuarios principales se
levantan en Ur, Larsa, Sippar y la ciudad siria de Charrán, y que simpatizan
abiertamente con los grupos arameos no caldeos.
De todos modos el partido de Sin-Shamash se mete en el juego político de las
intrigas a la pronta muerte de Neriglisar, elimina al hijo menor de edad del rey y
puede colocar a uno de los suyos, el sacerdote Nabonido (Nabunaid, 555-539), en el
trono de Babel. El partido Marduk tuvo que aceptar al principio este Estado sin
oponer gran resistencia. Mas desde ahora se decide a dar el paso, tan lleno de
consecuencias, de contraer relaciones con el nuevo potentado de Oriente, con el persa
Kurash (Ciro) de Anshan, que subió al trono al mismo tiempo que Neriglisar. Las
fronteras del imperio neobabilónico se han debilitado tanto que el nuevo señor de
Página 135
Babilonia, procedente de Charrán y descendiente quizá de la familia real asiria, se ve
ante una tarea casi insoluble. Mas parece que tuvo suerte: Ciro, cuya victoriosa
rebelión contra el soberano medo había apoyado Nabonido y que tras la victoria sobre
Astiages preparaba ya la lucha contra Creso de Lidia, permite por ahora la existencia
de una Babilonia neutral y cede a Nabonido la ciudad meda de Charrán, patria del
rey.
No obstante, Nabonido parece haberse dado cuenta del peligro de los persas. Su
preferencia por aquella metrópolis septentrional, donde se reconstruye suntuosamente
con todos los medios disponibles el templo de Sin, su estancia —de otro modo
inexplicable— durante ocho años en la ciudad del desierto árabe Tema (Teima,
alejada de Babilonia a 1.000 km de caravana a lo largo del gran desierto de Nefud) y
su abierta declaración de guerra al clero de Marduk —suprime durante varios años la
arcaica fiesta sagrada de Año Nuevo en Babilonia y protege del modo más generoso
los templos de Sin y Shamash en el país— denotan que Nabonido intentó establecer
su Estado sobre bases totalmente nuevas. Parece que pensó en el establecimiento de
una base de defensa arameo-arábiga en Charrán y Tema contra el poder incontenible
de los persas. El culto a la luna, muy extendido también entre las tribus árabes, y los
grupos arameos de Babilonia y Siria, constituyen otros ladrillos de un plan genial,
aunque menospreciador de las realidades políticas, que tendía a la disolución de la
clase que hasta ahora ostentaba el poder, considerada en el país como corrupta y
traidora.
Sea como sea, la política de Nabonido fracasó. Él mismo tuvo que admitirlo así y
se decidió a volver a Babilonia, donde con toda solemnidad se preparó la fiesta de
Año Nuevo de 539. En la ciudad tuvo que ser recibido naturalmente con una negativa
y desprecio glaciares. Durante su ausencia la ciudad de los sacerdotes y comerciantes
siguió sus propios caminos políticos. Se tomaron acuerdos con Ciro; el gobernador de
la región del Tigris Oriental vecina de Persia, un iraní llamado Gobryas, se une a
Ciro, dando así la señal para el ataque contra Babilonia, con cuya incorporación
quería redondear su imperio el rey de los persas.
Ni siquiera en esta desesperada situación se da Nabonido por vencido. Promulga
el decreto, parcialmente obedecido, de que lleven a la capital todas las estatuas de los
dioses —una medida con la que intenta favorecer el sentimiento nacional del país. Su
hijo Belsharussur (Belsazar) toma el mando del ejército, mientras que él permanece
en Babilonia. El desenlace se decide pronto. En un encuentro cerca de Sippar vencen
los persas, huyen los soldados babilónicos, las ciudades abren sus puertas y la misma
Babilonia se entrega pronto. Belsazar perece en el combate, Nabonido es hecho
prisionero, pero no tiene lugar ni saqueos ni desafueros de ninguna clase. El 29 de
octubre del año 539 realiza Ciro, el rey de los persas, su entrada triunfal en Babilonia
y es saludado por los sacerdotes de Marduk como libertador. Ofrece su favor a su
ciudad y a su dios y mantiene su promesa. Babilonia queda intacta, el culto a Marduk
y a los otros dioses puede continuar tranquilo, y el vencedor, devoto del clemente
Página 136
dios Ahura Mazda, que envía a su país a los judíos deportados, es suave incluso con
el último rey de Babilonia, a quien le había quitado el trono, dándosele un pequeño
dominio en el Irán oriental.
La vida en la ciudad y el campo continúa invariable a pesar de la dominación
persa. Tomando en consideración la vanidad de los babilonios, Ciro lleva también,
aparte de sus otros títulos, los de «rey de Babilonia, rey de Sumer y Accad» y
«constructor de Esangila y Ezida». Jerjes suprimió este título después de varios
levantamientos de los nacionalistas babilónicos, destruyó Etemenanki y la estatua de
Marduk en el año 478 y con ello puso fin al reino babilónico. El plan de Alejandro
Magno de hacer de Babilonia la capital de su nuevo imperio desapareció con su
pronta muerte. En otro lugar sagrado, en la antigua Uruk, brotó por última vez un
renacimiento tardío del babilonismo cuando los Seléucidas erigen aquí grandes
templos para Anu y su esposa Antu —que se identifican con Zeus y Hera— e incluso
quieren dar vida a la escritura cuneiforme y a la lengua sumeria.
Pero las fuerzas de la antigua Asia Anterior se habían consumido. Siglo tras siglo
y a través de numerosos canales, la civilización material y la creación espiritual de los
sumerios y acadios había influido a la humanidad occidental. Encontramos esta
herencia casi inagotable en cosas tan triviales como medidas, pesas, medios de pago y
calendario, en progresos técnicos como construcción de bóvedas, drenaje,
canalización, elevadores de agua o vaciado de bronce, y también en la cría de
caballos, el arte de la guerra y sitio, la sistemática de las bibliotecas o la música. Lo
mismo ocurre en las esferas espirituales de la ciencia— anales, matemáticas,
astronomía, filología, medicina—, en la legislación, derecho mercantil y económico,
diplomacia y culto, en los ámbitos del arte —arquitectura, escultura y pintura al
fresco hasta el mundo de la poesía religiosa, cuyos mitos de la creación, leyendas
divinas, narraciones heroicas, sabidurías y textos filosóficos tuvieron eco durante
mucho tiempo. Apenas hay una esfera de la vida humana de nuestros días en la que
no choquemos con las repercusiones de la cultura del Antiguo Oriente. Era abierta y
no se cerró a lo extraño, como en Egipto. A través de los Hititas, Fenicios, Creta y la
Biblia, a través de Grecia, Roma, los Árabes y Bizancio, llegó el rendimiento del
Antiguo Oriente al mundo europeo moderno.
Mas es obvio que la casa misma en que había sido creado no podía ya
apuntalarse. Con los Persas indogermanos llegó ya otro espíritu al país, que no podía
entrar en una relación duradera y sobre todo fértil con las formas envejecidas y
rígidas. Berossus, originariamente un sacerdote de Marduk que enseño después en
Kos y hacia el año 340 a. J. C., escribió en lengua griega tres libros de una historia
babilónica —se la dedicó al Seléucida Antioco I—, habla de un mundo en verdad
desaparecido desde hacía tiempo, a pesar de que de vez en cuando se escuchase en
los templos algún vocablo sumerio o se pintasen algunos caracteres de la escritura
cuneiforme. Luego desaparecieron hasta estos últimos recuerdos, vinieron los
Página 137
Romanos y los Partos, los Árabes…; después aparecieron los Mogoles, que
diezmaron a los habitantes del país en matanzas terribles y dejaron tras sí un desierto.
Página 138
ACLARACIONES Y ORIGEN DE LAS
ILUSTRACIONES
Página 139
TABLA CRONOLÓGICA
Periodo Ur I: 2500-2360
Lagash
Ur Ur-Nanshé
Mesannepadda Eannadú
Aannepadda Entemena
Lugallanda Urukagina
Lugal-Zaggisi de Ur, hacia 2360
Página 140
Isbierra de Isin
Ibbisin
Página 141
Salmanasar III: 858-824
Samsi-Adad V: 823-810
Adadnirari III: 809-782
Tiglatpileser III: 745-727
Salmanasar V: 726-722
Sargón II: 721-705
Sanherib: 704-681
Asarhaddon: 680-669
Asurbanipal: 668-626 (?)
Asuretililani: 625-621
Sinsharishkun: 620-612
Página 142
HARTMUT SCHMÖKEL (1906-1991) fue un erudito alemán del Antiguo
Testamento y orientalista antiguo. Schmökel asistió a la escuela secundaria
humanística en Waldenburg hasta que se graduó, luego estudió en Breslau,
Heidelberg, Rostock y nuevamente en Heidelberg teología protestante, filosofía y
estudios orientales. Fue profesor extraordinario de Antiguo Testamento y de las
antiguas ciencias orientales en las facultades de Breslau y Kiel.
Schmökel fue relevado de sus funciones docentes en abril de 1951 y a partir de aquí
se dedicó al estudio y a la publicación de libros de historia orientales, algunos de los
cuales fueron reimpresos varias veces y traducidos al francés, italiano y holandés.
Entre sus obras cabe destacar: El dios Dagan - 1928 (Origen, difusión y naturaleza de
su culto), Derecho aplicado en el Antiguo Testamento - 1930 (Un examen de sus
relaciones con la ley codificada de Israel y el antiguo Cercano Oriente), Los primeros
arios en el antiguo Oriente - 1938, Ur, Asiria y Babilonia - 1955 (3 milenios en
Mesopotamia), La tierra de Sumer - 1955 (El redescubrimiento de la primera
civilización avanzada de la humanidad), Santa Boda y Cantar de los Cantares - 1956
(Tratados para la ciencia de Oriente), Historia del Antiguo Cercano Oriente - 1957,
Hammurabi de Babilonia: El Establecimiento de un Imperio - 1958, Hallazgos en
Mesopotamia - 1963 y La Epopeya de Gilgamesh - 1966.
Página 143
Notas
Página 144
[1]
Página 145
[2]
Plaquita del oval del templo de Kafadyi (cf. pág. 26). Escenas del banquete cultual,
representando las «Nupcias Sagradas»; colocada en el templo como imagen del
culto. El agujero del centro servía para fijarla a la red. 28 cm. de lado.—Iraq
Museum, Bagdad. — Según Ur Excavations, II, lám. 181. <<
Página 146
[3]
Arriba: tablilla arcaica de los tiempos de Uruk (Lista de la economía del templo),
con caracteres todavía jeroglíficos. 4x6 cm. Museo de Asia Anterior, Berlín. — Según
Falkenstein, Archaische Texte aus Uruk, lám. 27, núm. 323.
Abajo: Cilindro del período Uruk: rebaño de ovejas con dos pastores desnudos que
llevan látigo y cayado. Cilindro de caliza amarilla de 5,7 cm. de alto y 5 cm. de
espesor. Antes, propiedad de los Museos del Estado, Berlín. — Según Moortgat,
Vorderasiatische Rollsiegel, lám. 1, núm. 4. <<
Página 147
[4]
Vista desde lo alto de la ziggurat Eanna de Uruk-Warka sobre una parte del recinto
de los templos hacia el Suroeste.—Foto de la Deutschen Warka-Expedition, núm.
W. 5511.
Página 148
La colina de ruinas de Warka, vista desde el Norte. Foto de la Deutsche Warka-
Expedition, núm. W 5300. <<
Página 149
[5]
Vaso de libaciones del período Djemdet-Nasr. Arenisca amarilla, con figuras de león
en el pitorro y reproducciones de leones y toros en altorrelieve. Las cabezas de los
animales son muy realistas y se salen de la superficie de la efigie formando casi una
escultura. 20 cm. de altura. Iraq Museum, Bagdad. — Según Heinrich, Kleinfunde,
lám. 22.
Página 150
Relieves del «Vaso de Uruk», impronta (cf. pág. 16 y sig.). Alabastro. Altura de todo
el vaso: 1 metro; altura de toda la impronta: 74 cm. aproximadamente. Iraq Museum,
Bagdad. — Según Heinrich, Kleinfunde, lám. 38. <<
Página 151
[6]
Puño de marfil con relieves de un cuchillo de pedernal con motivos del período
Djemdet-Nasr. Izquierda: Dumuzi con dos leones; perros, ovejas salvajes, cabra
montes; león saltando sobre un buey; pastor con un perro tras una vaca. Derecha:
escenas de combate a tierra; barcas adornadas; combate en el agua. Hallado en
Djebel-el-Arak, al sur de Abydos, en el Alto Egipto; junto con otros documentos
prueba de la influencia cultural sumeria en Egipto en los tiempos arcaicos. 9,3 cm.
de alto, Louvre. — Según Revista de Egiptología, 71, 1935, cuaderno 1, lám. 1. <<
Página 152
[7]
Página 153
[8]
Página 154
[9]
Templo sobre la terraza del santuario de An en Iruk, llamado Templo Blanco (hacia
2800), subida e interior con altar (cf. pág. 14). Los muros tenían una altura superior
a la estatura de un hombre. — Según el octavo informe provisional de las
excavaciones efectuadas en Uruk-Warka por la Deutsche Forschungsgemeinschaft
(UVB 8), lámina 40 b y 41 a. <<
Página 155
[10]
Arriba: tablilla arcaica de los tiempos de Uruk (Lista de la economía del templo),
con caracteres todavía jeroglíficos. 4x6 cm. Museo de Asia Anterior, Berlín. — Según
Falkenstein, Archaische Texte aus Uruk, lám. 27, núm. 323.
Abajo: Cilindro del período Uruk: rebaño de ovejas con dos pastores desnudos que
llevan látigo y cayado. Cilindro de caliza amarilla de 5,7 cm. de alto y 5 cm. de
espesor. Antes, propiedad de los Museos del Estado, Berlín. — Según Moortgat,
Vorderasia-tische Rollsiegel, lám. 1, núm. 4.
Página 156
Reproducciones de cilindros de los períodos Uruk y Djemdet-Nasr. Arriba: «Caza en
la montaña» (cf. pág. 14 y sig.). Cilindro-sello de calcila, de 5 cm. de altura y 4,4 cm.
de ancho. Abajo «Procesión en barco». En una barca servida por dos marineros y
adornada con flores; en la roda se halla en pie un sacerdote con las manos cruzadas,
con diadema y «falda de red», tras él, un caballete para el culto, y delante un altar
escalonado, sujeto sobre el lomo de una figura de toro, provisto de dos coronas de
juncos, el emblema de Inanna. Cilindro-sello de lapislázuli, 4,3 cm. de alto y 3,5 de
ancho. Antes en los Museos del Estado, Berlín. — Según Moortgat, Rollsiegel, lám.
1, núm. 1, y lám. 6, número 30. <<
Página 157
[11]
Página 158
Reproducciones de cilindros de los períodos Uruk y Djemdet-Nasr. Arriba: «Caza en
la montaña» (cf. pág. 14 y sig.). Cilindro-sello de calcila, de 5 cm. de altura y 4,4 cm.
de ancho. Abajo «Procesión en barco». En una barca servida por dos marineros y
adornada con flores; en la roda se halla en pie un sacerdote con las manos cruzadas,
con diadema y «falda de red», tras él, un caballete para el culto, y delante un altar
escalonado, sujeto sobre el lomo de una figura de toro, provisto de dos coronas de
juncos, el emblema de Inanna. Cilindro-sello de lapislázuli, 4,3 cm. de alto y 3,5 de
ancho. Antes en los Museos del Estado, Berlín. — Según Moortgat, Rollsiegel, lám.
1, núm. 1, y lám. 6, número 30.
Página 159
Improntas de cilindros, del período Djemdet-Nasr. Arriba: el «buen pastor». Dumuzi
con diadema, copete, barba y falda hasta la rodilla, ofrece en cada mano una rama
con flores de ocho hojas en forma de rosetones a dos carneros. Haces de juncos y
vasijas del culto (izquierda) parecidas al vaso de Uruk (lám. 10), encima, un cordero.
Cilindro-sello de mármol; 5,4 cm. de altura y 4,5 cm. de espesor. Antes, en los
Museos del Estado, Berlín. — Según Moortgat, Rollsiegel, lám. 5, núm. 29 b.
Abajo: reproducción de dos cabras en estilo ornamental, técnica de taladro esférico.
Líneas ornamentales rectas y curvas, entre ellas, «ojo con ceja». Cilindro-sello de
mármol gris, 5,8 cm. de alto y 2,7 cm. de ancho. El mismo yacimiento. — Según
Moortgat, Rollsiegel, lám. 11, núm. 67. <<
Página 160
[12]
Página 161
[13]
Cilindros del período Mesilim. Arriba: «Banda de figuras», una fila de hombres-
toros, bueyes, leones y héroes esquematizados y erectos. En la parte inferior, tres
veces una espada corta (cf. pág. 20). Cilindro-sello de calcita gris, 3,1 cm. de altura
y 2,4 cm. de espesor. Antes, en los Museos Oficiales del Estado, Berlín.
Abajo: tiro y carro de dos ruedas, auriga con trenza y falda de flecos, probablemente
el documento más viejo del motivo gráfico «Caballo y carro». Ejecución en el «estilo
desnaturalizado» de la época Mesilim. Cilindro-sello de concha, 1,7 cm. de alto por
0,9 de esperor. Antes, en los Museos del Estado, Berlín. — Según Moortgat,
Rollsiegel, lám. 11, núm. 57, y una foto facilitada por el Prof. Dr. A. Moortgat. <<
Página 162
[14]
Vaso de libaciones del período Djemdet-Nasr. Arenisca amarilla, con figuras de león
en el pitorro y reproducciones de leones y toros en altorrelieve. Las cabezas de los
animales son muy realistas y se salen de la superficie de la efigie formando casi una
escultura. 20 cm. de altura. Iraq Museum, Bagdad. — Según Heinrich, Kleinfunde,
lám. 22. <<
Página 163
[15]
Página 164
[16]
Relieves del «Vaso de Uruk», impronta (cf. pág. 16 y sig.). Alabastro. Altura de todo
el vaso: 1 metro; altura de toda la impronta: 74 cm. aproximadamente. Iraq Museum,
Bagdad. — Según Heinrich, Kleinfunde, lám. 38. <<
Página 165
[17]
Página 166
Improntas de cilindros, del período Djemdet-Nasr. Arriba: el «buen pastor». Dumuzi
con diadema, copete, barba y falda hasta la rodilla, ofrece en cada mano una rama
con flores de ocho hojas en forma de rosetones a dos carneros. Haces de juncos y
vasijas del culto (izquierda) parecidas al vaso de Uruk (lám. 10), encima, un cordero.
Cilindro-sello de mármol; 5,4 cm. de altura y 4,5 cm. de espesor. Antes, en los
Museos del Estado, Berlín. — Según Moortgat, Rollsiegel, lám. 5, núm. 29 b. Abajo:
reproducción de dos cabras en estilo ornamental, técnica de taladro esférico. Líneas
ornamentales rectas y curvas, entre ellas, «ojo con ceja». Cilindro-sello de mármol
gris, 5,8 cm. de alto y 2,7 cm. de ancho. El mismo yacimiento. — Según Moortgat,
Rollsiegel, lám. 11, núm. 67. <<
Página 167
[18]
Página 168
[19]
Cabeza femenina, en tamaño natural, del período Djemdet-Nasr. Uruk (cf. pág. 17 y
sig.). Ojos y cejas antes incrustados, nariz rota; sobre el pelo, quizá una peluca de
oro, como el «casco» de Meskalamdug (lám. 32). Como la escultura no representa
más que la parte anterior de la cabeza, podría tratarse de la pieza parcial de una
estatua hecha de material diverso. Mármol traslúcido, 22 cm. de altura. Iraq
Museum, Bagdad. — Según Revista de Asiriología, NF 11, 1939, lám. 8. <<
Página 169
[20]
Cilindros del período Mesilim. Arriba: «Banda de figuras», una fila de hombres-
toros, bueyes, leones y héroes esquematizados y erectos. En la parte inferior, tres
veces una espada corta (cf. pág. 20). Cilindro-sello de calcita gris, 3,1 cm. de altura
y 2,4 cm. de espesor. Antes, en los Museos Oficiales del Estado, Berlín.
Abajo: tiro y carro de dos ruedas, auriga con trenza y falda de flecos, probablemente
el documento más viejo del motivo gráfico «Caballo y carro». Ejecución en el «estilo
desnaturalizado» de la época Mesilim. Cilindro-sello de concha, 1,7 cm. de alto por
0,9 de esperor. Antes, en los Museos del Estado, Berlín. — Según Moortgat,
Rollsiegel, lám. 11, núm. 57, y una foto facilitada por el Prof. Dr. A. Moortgat. <<
Página 170
[21]
Reconstrucción parcial y planta del llamado Palacio «A» de Kish, período Mesilim
(cf. pág 21 y sig.). El plano muestra, arriba, la parte más antigua del edificio, de
unos 40 x 73 metros de extensión, con la Puerta Este (lado derecho del gráfico), que
da paso a un amplio espacio y está flanqueado por dos torres, las viviendas y —en la
parte oeste— los almacenes dispuestos alrededor de un patio. Todo ello rodeado de
una fuerte muralla que presenta en dos lados pilares ligeramente salientes y dentro
de la cual el verdadero palacio constituye un rectángulo cerrado en sí mismo y fácil
de defender. Al Sur hay una construcción más reciente, de la que destacan las dos
habitaciones de la izquierda: la sala más occidental parece haber tenido ornamentos
murales; la de al lado, del mismo tamaño (21,7 x 7,6 metros), poseía en el centro
cuatro columnas de 1,5 metros de diámetro para soporte del tejado. — Según
Página 171
Mackay, A Sumerian Palace, etc., Chicago, 1929, lám. 34; Christian,
Altertumskunde, lám. 151, 2. <<
Página 172
[22]
Reconstrucción parcial y planta del llamado Palacio «A» de Kish, período Mesilim
(cf. pág 21 y sig.). El plano muestra, arriba, la parte más antigua del edificio, de
unos 40 x 73 metros de extensión, con la Puerta Este (lado derecho del gráfico), que
da paso a un amplio espacio y está flanqueado por dos torres, las viviendas y —en la
parte oeste— los almacenes dispuestos alrededor de un patio. Todo ello rodeado de
una fuerte muralla que presenta en dos lados pilares ligeramente salientes y dentro
de la cual el verdadero palacio constituye un rectángulo cerrado en sí mismo y fácil
de defender. Al Sur hay una construcción más reciente, de la que destacan las dos
habitaciones de la izquierda: la sala más occidental parece haber tenido ornamentos
murales; la de al lado, del mismo tamaño (21,7 x 7,6 metros), poseía en el centro
cuatro columnas de 1,5 metros de diámetro para soporte del tejado. — Según
Página 173
Mackay, A Sumerian Palace, etc., Chicago, 1929, lám. 34; Christian,
Altertumskunde, lám. 151, 2. <<
Página 174
[23]
Página 175
[24]
Cilindro del período Ur-III. Arriba: Gilgamésh y Enkidu luchando con bisonte y
búfalo Arni; dos caracteres de escritura. Descubierto en 1952 en Mari. — Según
Parrot, Mari, fig. 129.
Abajo: la denominada escena de introducción. El orante, dirigido por el dios
protector (falda de rollos), se presenta con la mano derecha levantada como
intercesor ante el divinizado rey Ibbisin, sentado en el trono, que mantiene un objeto
en alto con la mano derecha. Encima, el frecuente emblema del cuarto lunar con el
disco estrellado; entre el dios protector y el orante, el escorpión. Inscripción:
«Ibbisin, el rey poderoso, rey de Ur-Ursakkud… Tu siervo». Cilindro-sello de
esteatita negra, de 2,5 cm. de alto. Pierpont Morgan Library. — Según Porada,
Corpus of Ancient Near Easterr Seáis, Pl. 45, núm. 292. <<
Página 176
[25]
Página 177
Arriba: vista aérea del campo de excavaciones de Kafadyi con el ovoide del templo,
tomada después de la campaña 1932-33 de los excavadores americanos (cf. pág. 23).
— Según Delougaz, Ibidem, fig. 4.
Abajo: ovoide del templo de Kafadyi. Reconstrucción.—Delougaz, Ibidem, portada
<<
Página 178
[26]
El tesoro de figurillas del templo Abba de Tell Asmar, con doce orantes, diez
masculinos y dos femeninos (cf. pág. 23 y sig.). Alabastro, parcialmente
complementado, 20-72 centímetros de tamaño. Oriental Institute Museum, Chicago, y
Iraq Museum Bagdad.—Foto del Oriental Institute, University of Chicago.
Página 179
Cabeza del orante mayor de la ilustración anterior. Globos de los ojos de concha,
pupilas de asfalto, el pelo totalmente ondulado de la cabeza y la barba estaba teñido
con asfalto. Altura total de la estatuilla: 72 cm. Iraq Museum, Bagdad.—Según
Frankfort, Sculpture, lámina 3.
Página 180
Orante con vaso de libaciones de Tell Asmar. Pelo y barba en grandes ondas, globos
de los ojos de pasta amarilla incrustados en asfalto. La figura de alabastro está
sujeta con asfalto a un pedestal blanco de calcita. 48,5 dm. de altura. Iraq Museum,
Bagdad. — Según Frankfort, Sculpture, lám. 7. <<
Página 181
[27]
Arriba: mujer sumeria con peinado de corona, parte de una estatuilla de orante
procedente del templo Sin de Chafadji. El pelo estaba teñido con asfalto, los ojos
incrustados con concha y lapislázuli. Calcita, 8 cm. de altura. Oriental Institute
Museum, Chicago. — Según Frankfort, Sculpture of the Third Millenium, Pl. 82 A,
facilitada por el Oriental Institute, University of Chicago.
Abajo: «La dama de Tell Agrab» con gran peluca y pendientes, época Mesilim. La
peluca estaba teñida de negro con asfalto. Calcita blanca, 12 cm. de alta. Iraq
Museum, Bagdad.—Foto del Oriental Institute, University of Chicago.
Página 182
Mujer orante de la época Mesilim, con diadema y túnica que deja libre el hombro
derecho y largas aplicaciones de flecos. Mármol blanco, 22,8 cm. de alta. Museo
Británico.— Según Hall, Babylonian and Assyrian Sculpture, lám. 6.
Página 183
Mujer orante de Chafadji, con turbante y abrigo de flecos, calcita, 41,5 cm, de
altura. Oriental Institute Museum, Chicago. — Según Frankfort, Ibídem, lám. 72. <<
Página 184
[28]
Arriba: mujer sumeria con peinado de corona, parte de una estatuilla de orante
procedente del templo Sin de Chafadji. El pelo estaba teñido con asfalto, los ojos
incrustados con concha y lapislázuli. Calcita, 8 cm. de altura. Oriental Institute
Museum, Chicago. — Según Frankfort, Sculpture of the Third Millenium, Pl. 82 A,
facilitada por el Oriental Institute, University of Chicago.
Abajo: «La dama de Tell Agrab» con gran peluca y pendientes, época Mesilim. La
peluca estaba teñida de negro con asfalto. Calcita blanca, 12 cm. de alta. Iraq
Museum, Bagdad.—Foto del Oriental Institute, University of Chicago. <<
Página 185
[29]
Arriba: mujer sumeria con peinado de corona, parte de una estatuilla de orante
procedente del templo Sin de Chafadji. El pelo estaba teñido con asfalto, los ojos
incrustados con concha y lapislázuli. Calcita, 8 cm. de altura. Oriental Institute
Museum, Chicago. — Según Frankfort, Sculpture of the Third Millenium, Pl. 82 A,
facilitada por el Oriental Institute, University of Chicago.
Abajo: «La dama de Tell Agrab» con gran peluca y pendientes, época Mesilim. La
peluca estaba teñida de negro con asfalto. Calcita blanca, 12 cm. de alta. Iraq
Museum, Bagdad.—Foto del Oriental Institute, University of Chicago.
Página 186
Mujer orante de la época Mesilim, con diadema y túnica que deja libre el hombro
derecho y largas aplicaciones de flecos. Mármol blanco, 22,8 cm. de alta. Museo
Británico.— Según Hall, Babylonian and Assyrian Sculpture, lám. 6.
Página 187
Mujer orante de Chafadji, con turbante y abrigo de flecos, calcita, 41,5 cm, de
altura. Oriental Institute Museum, Chicago. — Según Frankfort, Ibídem, lám. 72. <<
Página 188
[30]
Plaquita del oval del templo de Kafadyi (cf. pág. 26). Escenas del banquete cultual,
representando las «Nupcias Sagradas»; colocada en el templo como imagen del
culto. El agujero del centro servía para fijarla a la red. 28 cm. de lado.—Iraq
Museum, Bagdad. — Según Ur Excavations, II, lám. 181. <<
Página 189
[31]
Página 190
Soporte de cuatro patas procedente del oval del templo de Chafadji, con la figura de
un orante desnudo con barba y dos rizos laterales, empleado, por ejemplo, para
llevar un vaso de libaciones o un incensario. 55,5 cm. de altura. Iraq Museum,
Bagdad.— Según Frankfort, Ibídem, lám. 98.
Página 191
Arriba: toro en bronce (símbolo de la fecundidad), procedente de El-Obed. Altura de
frente: unos 47 cm. Museo Británico. — Según Ur Exc. I, lám. 17, 3.
Abajo: águila leontocéfala (Imdugud) sobre dos ciervos. Relieve en cobre del portal
del templo de Ninshursang de Aannepadda de Ur, en El-Obed, en parte completado
(las cabezas rotas de los ciervos y los cuernos se encontraron junto a la plancha del
relieve). 200 x 90 cm. Museo Británico. — Según Ur Exc. I, lám. 6. <<
Página 192
[32]
Soporte de cuatro patas procedente del oval del templo de Chafadji, con la figura de
un orante desnudo con barba y dos rizos laterales, empleado, por ejemplo, para
llevar un vaso de libaciones o un incensario. 55,5 cm. de altura. Iraq Museum,
Bagdad.— Según Frankfort, Ibídem, lám. 98. <<
Página 193
[33]
Página 194
[34]
Página 195
[35]
Cilindros del período Mesilim. Arriba: «Banda de figuras», una fila de hombres-
toros, bueyes, leones y héroes esquematizados y erectos. En la parte inferior, tres
veces una espada corta (cf. pág. 20). Cilindro-sello de calcita gris, 3,1 cm. de altura
y 2,4 cm. de espesor. Antes, en los Museos Oficiales del Estado, Berlín.
Abajo: tiro y carro de dos ruedas, auriga con trenza y falda de flecos, probablemente
el documento más viejo del motivo gráfico «Caballo y carro». Ejecución en el «estilo
desnaturalizado» de la época Mesilim. Cilindro-sello de concha, 1,7 cm. de alto por
0,9 de esperor. Antes, en los Museos del Estado, Berlín. — Según Moortgat,
Rollsiegel, lám. 11, núm. 57, y una foto facilitada por el Prof. Dr. A. Moortgat.
Página 196
Estatuilla en cobre de dos acróbatas luchando, procedente del templo de Nintu
Kafadyi (cf. pág. 26). Los luchadores, con la cabeza afeitada, no están vestidos más
que con un taparrabos y llevan grandes vasijas en la cabeza. Constituían un número
del programa de las fiestas populares del culto. La pequeña escultura representa
probablemente su ofrenda a la diosa. 10,2 cm. de altura. Iraq Museum, Bagdad. —
Según Frankfort, More Sculpture, Pl. 54 A.
Página 197
Plaquita del oval del templo de Kafadyi (cf. pág. 26). Escenas del banquete cultual,
representando las «Nupcias Sagradas»; colocada en el templo como imagen del
culto. El agujero del centro servía para fijarla a la red. 28 cm. de lado.—Iraq
Museum, Bagdad. — Según Ur Excavations, II, lám. 181. <<
Página 198
[36]
Página 199
[37]
Arriba: Ziggurat del Eanna de Uruk, santuario dedicado a Inanna, estado actual,
visto desde el Este. Restos de la escalinata que conducía al piso superior y en la que
se pueden reconocer todavía algunos descansillos.—Foto de la Deutsche Warka-
Expedition, núm. W 5508.
Abajo: planta de una vieja casa acadia en Asur, con vestíbulo y ocho habitaciones
agrupadas alrededor de un patio interior de 7 X 14,6 metros de altura;
aproximadamente, el tipo normal de casa en el Antiguo Oriente (v. pág. 28, 48 y sig.).
— Según Andrae, Das wiedererstandene Assur, ilust. 40 <<
Página 200
[38]
Fragmento de una pila cultual de Gudea —que servía para las abluciones rituales—,
procedente del santuario de Ningirsu Eninnu. El relieve presenta una serie cerrada
de diosas con simple corona de cuernos y túnica de pliegues verticales, imitando
chorros de agua, que llevan vasijas con el agua de la vida y que debían simbolizar la
fertilidad de la tierra. La pila medía (según el intento de reconstrucción de E. Unger)
unos 118 por 5 7 cm. y 66 de altura. El hueco en forma de artesa no llegaba más que
hasta media altura. Calcita. Los fragmentos están, en parte, en el Museo de
Antigüedades de Estambul, y en parte, en el Louvre. — Según Zervos, L’Art de la
Mésopotamie, lám. 215.
Página 201
Diosa de largos bucles, procedente de Ur, con corona de cuernos y vaso, del que
brotan dos chorros del agua de k vida. También la túnica presenta chorros de agua
estilizados. Descubierta en el barrio de viviendas de Ur en 1931 y colocado allí,
seguramente, en una capilla de la calle. ¿Es Nanshé, la diosa de las fuentes y los
pozos? Relieve de terracota, 75 cm. de altura. — Según foto facilitada por el
excavador, Sir Leonardo Woolley. <<
Página 202
[39]
Página 203
[40]
Página 204
longitudinales, y con carcaj ornamentado a la espalda, ha derribado ya a otro
adversario y tensa el arco. 15 cm. de altura. Louvre.—Foto del museo. <<
Página 205
[41]
Página 206
[42]
Página 207
Arriba: exvoto de terracota, con huelks de la pintura originaria (cf. pág. 36). 9 cm.
de longitud. De la colección del autor.—Foto propia.
Abajo: friso de calcita procedente de El-Obed (cf. pág. 33): pastores elaborando la
leche y ordeñando; arriba, a la derecha, dos terneros a la puerta del aprisco. Altura
del friso: unos 20 cm. Iraq Museum, Bagdad. — Según Ur Excavations I, lám. 31.
Página 208
Arriba: toro en bronce (símbolo de la fecundidad), procedente de El-Obed. Altura de
frente: unos 47 cm. Museo Británico. — Según Ur Exc. I, lám. 17, 3.
Abajo: águila leontocéfala (Imdugud) sobre dos ciervos. Relieve en cobre del portal
del templo de Ninshursang de Aannepadda de Ur, en El-Obed, en parte completado
(las cabezas rotas de los ciervos y los cuernos se encontraron junto a la plancha del
relieve). 200 x 90 cm. Museo Británico. — Según Ur Exc. I, lám. 6. <<
Página 209
[43]
Página 210
[44]
Ziggurat del santuario de Nanna en Ur. Estado actual, vista desde el Nordeste, y
reconstrucción (v. pág, 48 y sig.). Según Ur Exc. V, lám. 41 y 86. (N. del Ed). <<
Página 211
[45]
Arriba: aro en oro para las riendas, con escultura de mula, para colocar en el
pértigo. Procedente de las tumbas reales de Ur, unos 15 cm. de alto. Museo
Británico. — Según Ur Excavations II, Pl. 166.
Abajo: juego de ajedrez con fichas, procedente de las tumbas reales de Ur.
Incrustaciones a base de plaquitas de concha con lapislázuli y calcita roja. Unos 27
cm. de longitud. Museo Británico. — Según Ur Excavations II, lám. 95 f.
Página 212
Izquierda: incrustaciones en la parte frontal de un arpa. Tumbas reales de Ur. Las
reproducciones presentan, de arriba a abajo: Dumuzi con dos hombres-toros;
leopardo (?) y león sirviendo comidas y bebidas; orquesta de animales con asno
tocando el arpa, oso sujetándola y zorro con el sistro; hombre-escorpión y gacela
con vasos ante el gran cántaro de arcilla.
Derecha: espada corta (arma solemne) de las tumbas reales de Ur, con vaina de oro
y puño de lapislázuli. 36 cm. de longitud. Iraq Museum, Bagdad. — Según Ur
Excavations II lám. 105 y 151.
Página 213
Cara anterior y posterior del llamado estandarte de Mosaico de Ur (cf. pág. 36).
Representaciones de guerra y fiesta de la victoria de un rey de la I dinastía de Ur,
llevado probablemente en las procesiones cultuales. Leyendo de abajo para arriba la
obra, en incrustaciones (concha, parcialmente grabada, y piedra arenisca sobre
fondo de lapislázuli), presenta: salida y entrada en acción de los carros de combate
de cuatro ruedas, tirados por cuatro asnos; ataque de los lanceros; pelea y
presentación de los prisioneros al rey, reproducido en tamaño destacado, y a su
séquito (¿junto al hijo pequeño?); en la fotografía superior: transporte de piezas de
botín, robo de asnos, entrega de pescado, ovejas y vacas para el banquete; por
último, músicos, servidores y la orgía ante el rey victorioso. 22 X 47 cm., copia.
Museo Británico. — Según Ur Ese. II, lám. 92. <<
Página 214
[46]
Página 215
Arriba: maqueta en plata de un bote. Tumbas reales de Ur; ofrecida al difunto para
cruzar el río de los infiernos (cf. pág. 34). Unos 65 cm. de longitud. Museo Británico.
— Según Ur Excavations II, lám. 169 a.
Abajo: arpa de las tumbas reales de Ur, con once cuerdas y cabeza de carnero al
final de la caja, reconstruida. Altura y longitud: i metro aproximadamente. Museo
Británico. Según Ur Excavations II, lám. 109. <<
Página 216
[47]
Página 217
Izquierda: incrustaciones en la parte frontal de un arpa. Tumbas reales de Ur. Las
reproducciones presentan, de arriba a abajo: Dumuzi con dos hombres-toros;
leopardo (?) y león sirviendo comidas y bebidas; orquesta de animales con asno
tocando el arpa, oso sujetándola y zorro con el sistro; hombre-escorpión y gacela
con vasos ante el gran cántaro de arcilla.
Derecha: espada corta (arma solemne) de las tumbas reales de Ur, con vaina de oro
y puño de lapislázuli. 36 cm. de longitud. Iraq Museum, Bagdad.—Según Ur
Excavations II lám. 105 y 151. <<
Página 218
[48]
Arriba: maqueta en plata de un bote. Tumbas reales de Ur; ofrecida al difunto para
cruzar el río de los infiernos (cf. pág. 34). Unos 65 cm. de longitud. Museo Británico.
— Según Ur Excavations II, lám. 169 a.
Abajo: arpa de las tumbas reales de Ur, con once cuerdas y cabeza de carnero al
final de la caja, reconstruida. Altura y longitud: i metro aproximadamente. Museo
Británico. Según Ur Excavations II, lám. 109
Página 219
Arriba: maqueta en plata de un bote. Tumbas reales de Ur; ofrecida al difunto para
cruzar el río de los infiernos (cf. pág. 34). Unos 65 cm. de longitud. Museo Británico.
— Según Ur Excavations II, lám. 169 a.
Abajo: arpa de las tumbas reales de Ur, con once cuerdas y cabeza de carnero al
final de la caja, reconstruida. Altura y longitud: i metro aproximadamente. Museo
Británico. Según Ur Excavations II, lám. 109. <<
Página 220
[49]
Arriba: maqueta en plata de un bote. Tumbas reales de Ur; ofrecida al difunto para
cruzar el río de los infiernos (cf. pág. 34). Unos 65 cm. de longitud. Museo Británico.
— Según Ur Excavations II, lám. 169 a.
Abajo: arpa de las tumbas reales de Ur, con once cuerdas y cabeza de carnero al
final de la caja, reconstruida. Altura y longitud: i metro aproximadamente. Museo
Británico. Según Ur Excavations II, lám. 109. <<
Página 221
[50]
Arriba: maqueta en plata de un bote. Tumbas reales de Ur; ofrecida al difunto para
cruzar el río de los infiernos (cf. pág. 34). Unos 65 cm. de longitud. Museo Británico.
— Según Ur Excavations II, lám. 169 a.
Abajo: arpa de las tumbas reales de Ur, con once cuerdas y cabeza de carnero al
final de la caja, reconstruida. Altura y longitud: i metro aproximadamente. Museo
Británico. Según Ur Excavations II, lám. 109
Página 222
Joyas de las tumbas reales de Ur: arriba, figurilla de ciervo y bisonte en ejecución
doble, utilizadas como hebillas de cinturón. Casi de tamaño natural. Abajo: alfiler
del pelo, pendientes, collares y brazalete de oro, lapislázuli y carneóla, propiedad de
la princesa Ninshubad. University Museum, Philadelphia.—Según Ur Excavations II,
láms. 129 y 141 b. <<
Página 223
[51]
Cara anterior y posterior del llamado estandarte de Mosaico de Ur (cf. pág. 36).
Representaciones de guerra y fiesta de la victoria de un rey de la I dinastía de Ur,
llevado probablemente en las procesiones cultuales. Leyendo de abajo para arriba la
obra, en incrustaciones (concha, parcialmente grabada, y piedra arenisca sobre
fondo de lapislázuli), presenta: salida y entrada en acción de los carros de combate
de cuatro ruedas, tirados por cuatro asnos; ataque de los lanceros; pelea y
presentación de los prisioneros al rey, reproducido en tamaño destacado, y a su
séquito (¿junto al hijo pequeño?); en la fotografía superior: transporte de piezas de
botín, robo de asnos, entrega de pescado, ovejas y vacas para el banquete; por
último, músicos, servidores y la orgía ante el rey victorioso. 22 X 47 cm., copia.
Museo Británico. — Según Ur Ese. II, lám. 92. <<
Página 224
[52]
Página 225
[53]
Página 226
[53a]
Relieves del «Vaso de Uruk», impronta (cf. pág. 16 y sig.). Alabastro. Altura de todo
el vaso: 1 metro; altura de toda la impronta: 74 cm. aproximadamente. Iraq Museum,
Bagdad. — Según Heinrich, Kleinfunde, lám. 38.
Página 227
Diosa de la vegetación, relieve en un vaso cultual de Entemena, de Lagash. La diosa
sentada, cuyo cabello rizado por encima de la frente le cae en cuatro trenzas sobre el
pecho y los hombros, lleva una corona de flores con cuernos y en la mano derecha un
racimo de dátiles, mientras que de los hombros brotan seis amapolas. Basalto, 25
centímetros de altura. Museo de Asia Anterior, Berlín.—Foto del citado museo. <<
Página 228
[53b]
Arriba: exvoto de terracota, con huelks de la pintura originaria (cf. pág. 36). 9 cm.
de longitud. De la colección del autor.—Foto propia.
Abajo: friso de calcita procedente de El-Obed (cf. pág. 33): pastores elaborando la
leche y ordeñando; arriba, a la derecha, dos terneros a la puerta del aprisco. Altura
del friso: unos 20 cm. Iraq Museum, Bagdad. — Según Ur Excavations I, lám. 31. <<
Página 229
[54]
Cara anterior y posterior del llamado estandarte de Mosaico de Ur (cf. pág. 36).
Representaciones de guerra y fiesta de la victoria de un rey de la I dinastía de Ur,
llevado probablemente en las procesiones cultuales. Leyendo de abajo para arriba la
obra, en incrustaciones (concha, parcialmente grabada, y piedra arenisca sobre
fondo de lapislázuli), presenta: salida y entrada en acción de los carros de combate
de cuatro ruedas, tirados por cuatro asnos; ataque de los lanceros; pelea y
presentación de los prisioneros al rey, reproducido en tamaño destacado, y a su
séquito (¿junto al hijo pequeño?); en la fotografía superior: transporte de piezas de
botín, robo de asnos, entrega de pescado, ovejas y vacas para el banquete; por
último, músicos, servidores y la orgía ante el rey victorioso. 22 X 47 cm., copia.
Museo Británico. — Según Ur Ese. II, lám. 92.
Página 230
Fragmento principal de la denominada Estela de los Buitres, de Eannadú, de Lagash
(cf. pág. 30 y sig.). El rey luchando a pie delante de la falange de sus tropas armadas
de casco cónico, escudo rectangular y lanza; con la lanza en alto montado en el
carro de combate. Arriba y abajo, a la derecha, una parte de la inscripción en
escritura monumental. Altura media: unos 60 cm. Louvre.—Foto del museo.
Abajo: detalle de la denominada Estela del Combate de Lagash (período acadio). Un
guerrero con casco cónico y túnica, que le llega por delante hasta las rodillas y por
detrás a la pantorrilla, y con faja, golpea con su maza a un enemigo desnudo que
retiene por la barba. Su compañero, en túnica larga hasta los pies, de pliegues
longitudinales, y con carcaj ornamentado a la espalda, ha derribado ya a otro
adversario y tensa el arco. 15 cm. de altura. Louvre.—Foto del museo. <<
Página 231
[55]
Cilindros del período Mesilim. Arriba: «Banda de figuras», una fila de hombres-
toros, bueyes, leones y héroes esquematizados y erectos. En la parte inferior, tres
veces una espada corta (cf. pág. 20). Cilindro-sello de calcita gris, 3,1 cm. de altura
y 2,4 cm. de espesor. Antes, en los Museos Oficiales del Estado, Berlín.
Abajo: tiro y carro de dos ruedas, auriga con trenza y falda de flecos, probablemente
el documento más viejo del motivo gráfico «Caballo y carro». Ejecución en el «estilo
desnaturalizado» de la época Mesilim. Cilindro-sello de concha, 1,7 cm. de alto por
0,9 de esperor. Antes, en los Museos del Estado, Berlín. — Según Moortgat,
Rollsiegel, lám. 11, núm. 57, y una foto facilitada por el Prof. Dr. A. Moortgat.
Página 232
Arriba: cuadriga de cobre de Tell Agrab, reproducción de un carro de dos ruedas
tirado por asnos (cf. pág. 27). Los ojos del auriga y los de los animales estaban
incrustados, conservándose aún el relleno de concha en uno de los asnos. Ejecución
plástica más antigua del motivo «Caballo y carro». 7,2 cm. de altura. Iraq Museum,
Bagdad.— Foto del Oriental Institute, University of Chicago.
Abajo: maqueta en arcilla de un carro de dos ruedas, y otro de cuatro. Kish, período
Mesilim, unos 10 cm. de altura. — Según Mackay, Ibidem, Pl. 46.
Página 233
Cara anterior y posterior del llamado estandarte de Mosaico de Ur (cf. pág. 36).
Representaciones de guerra y fiesta de la victoria de un rey de la I dinastía de Ur,
llevado probablemente en las procesiones cultuales. Leyendo de abajo para arriba la
obra, en incrustaciones (concha, parcialmente grabada, y piedra arenisca sobre
fondo de lapislázuli), presenta: salida y entrada en acción de los carros de combate
de cuatro ruedas, tirados por cuatro asnos; ataque de los lanceros; pelea y
presentación de los prisioneros al rey, reproducido en tamaño destacado, y a su
séquito (¿junto al hijo pequeño?); en la fotografía superior: transporte de piezas de
botín, robo de asnos, entrega de pescado, ovejas y vacas para el banquete; por
último, músicos, servidores y la orgía ante el rey victorioso. 22 X 47 cm., copia.
Museo Británico. — Según Ur Ese. II, lám. 92. <<
Página 234
[56]
Página 235
[57]
Página 236
León en bronce de Urkish. El león, erecto, representado únicamente en su parte
anterior, cubre con sus garras una plancha de bronce escrita, y mantiene las fauces
abiertas amenazadoramente. Debajo, una tablilla de piedra blanca de 11 cm. de
lado, que lleva la inscripción fundacional del pequeño príncipe Tishari de Urkish. La
admirable escultura hay que atribuirla al arte de Accad. Texto de la inscripción:
«Tishari, rey de Urkish, ha construido el templo de Pirigal. ¡Que el templo de este
dios sea protegido por Lubadaga! ¡Quién lo destruya debe ser aniquilado por
Lubadaga; que Armo escuche su ruego, que Ninnaga, Sinuga e Iskur maldigan die2
mil veces diez mil a quien lo destruya!». Altura de la figura del león: 12 cm.—
Louvre.—Foto del museo. <<
Página 237
[58]
Parte superior de la Estela del Código de Hammurabi (v. pág. 82). El relieve
presenta a Hammurabi, barbado, con gorro y abrigo largo, alzando la mano en
oración ante el dios solar Shamash, garantizador de su ley. Shamash lleva una alta
corona de cuernos, de los hombros le salen rayos solares. Le da al rey los símbolos
de la monarquía, el anillo y el bastón. Debajo, principio del texto legislativo en
escritura monumental. Basalto negro, altura total: 2,25 metros.—Foto del Louvre. <<
Página 238
[59]
Página 239
[60]
Página 240
[61]
Página 241
Arriba: Fragmento principal de la denominada Estela de los Buitres, de Eannadú, de
Lagash (cf. pág. 30 y sig.). El rey luchando a pie delante de la falange de sus tropas
armadas de casco cónico, escudo rectangular y lanza; con la lanza en alto montado
en el carro de combate. Arriba y abajo, a la derecha, una parte de la inscripción en
escritura monumental. Altura media: unos 60 cm. Louvre.—Foto del museo.
Abajo: detalle de la denominada Estela del Combate de Lagash (período acadio). Un
guerrero con casco cónico y túnica, que le llega por delante hasta las rodillas y por
detrás a la pantorrilla, y con faja, golpea con su maza a un enemigo desnudo que
retiene por la barba. Su compañero, en túnica larga hasta los pies, de pliegues
longitudinales, y con carcaj ornamentado a la espalda, ha derribado ya a otro
adversario y tensa el arco. 15 cm. de altura. Louvre.—Foto del museo. <<
Página 242
[62]
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longitudinales, y con carcaj ornamentado a la espalda, ha derribado ya a otro
adversario y tensa el arco. 15 cm. de altura. Louvre.—Foto del museo.
Página 244
Príncipe-sacerdote del período acadio, procedente de Adab, tipo acadio, con gorro
redondo. Parte del mentón y de la barba, destruidos, globos oculares de marfil,
pupilas sustituidas. Parte desuna estatuilla de orante, 9,5 cm. de alto. Oriental
Institute Museum, Chicago.—Foto del museo. <<
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Príncipe-sacerdote del período acadio, procedente de Adab, tipo acadio, con gorro
redondo. Parte del mentón y de la barba, destruidos, globos oculares de marfil,
pupilas sustituidas. Parte desuna estatuilla de orante, 9,5 cm. de alto. Oriental
Institute Museum, Chicago.—Foto del museo. <<
Página 248
[65]
Arriba: Cilindros del período Mesilim. Arriba: «Banda de figuras», una fila de
hombres-toros, bueyes, leones y héroes esquematizados y erectos. En la parte
inferior, tres veces una espada corta (cf. pág. 20). Cilindro-sello de calcita gris, 3,1
cm. de altura y 2,4 cm. de espesor. Antes, en los Museos Oficiales del Estado, Berlín.
Abajo: tiro y carro de dos ruedas, auriga con trenza y falda de flecos, probablemente
el documento más viejo del motivo gráfico «Caballo y carro». Ejecución en el «estilo
desnaturalizado» de la época Mesilim. Cilindro-sello de concha, 1,7 cm. de alto por
0,9 de esperor. Antes, en los Museos del Estado, Berlín. — Según Moortgat,
Rollsiegel, lám. 11, núm. 57, y una foto facilitada por el Prof. Dr. A. Moortgat.
Página 249
El tesoro de figurillas del templo Abba de Tell Asmar, con doce orantes, diez
masculinos y dos femeninos (cf. pág. 23 y sig.). Alabastro, parcialmente
complementado, 20-72 centímetros de tamaño. Oriental Institute Museum, Chicago, y
Iraq Museum Bagdad.—Foto del Oriental Institute, University of Chicago.
Página 250
Cabeza ampliada del orante mayor de la ilustración anterior. Globos de los ojos de
concha, pupilas de asfalto, el pelo totalmente ondulado de la cabeza y la barba
estaba teñido con asfalto. Altura total de la estatuilla: 72 cm. Iraq Museum, Bagdad.
—Según Frankfort, Sculpture, lámina 3.
Página 251
Orante calvo con falda de flecos (de la primera ilustración), procedente del templo
de Nintu en Chafadji, afeitado (¿sacerdote?). Globos de los ojos y pupilas
incrustados de concha y lapislázuli. Altura: 23 cm. University Museum, Philadelphia.
—Foto del mismo museo.
Página 252
Orante calvo de Tell Asmar (de la primera ilustración), afeitado (¿sacerdote?). Ojos
de concha y calcita negra incrustados con asfalto. 40 cm. de alto. Oriental Institute
Museum, Chicago.—Según Frankfort, Ibídem, lám. 23 A.
Página 253
Orante con vaso de libaciones de Tell Asmar. Pelo y barba en grandes ondas, globos
de los ojos de pasta amarilla incrustados en asfalto. La figura de alabastro está
sujeta con asfalto a un pedestal blanco de calcita. 48,5 dm. de altura. Iraq Museum,
Bagdad. — Según Frankfort, Sculpture, lám. 7. <<
Página 254
[66]
Página 255
longitudinales, y con carcaj ornamentado a la espalda, ha derribado ya a otro
adversario y tensa el arco. 15 cm. de altura. Louvre.—Foto del museo. <<
Página 256
[67]
Página 257
Cabeza de muchacha procedente de Asur (período acadio). Ojos y cejas
originariamente incrustados, cabello atado a la nuca en un nudo y sujeto con una
diadema, quizá completado sobre la cabeza con asfalto. Parte de un estatuilla de
orante. 7 cm. de alta. Museo de Asia Anterior, Berlín.—Foto del museo.
Página 258
Príncipe-sacerdote del período acadio, procedente de Adab, tipo acadio, con gorro
redondo. Parte del mentón y de la barba, destruidos, globos oculares de marfil,
pupilas sustituidas. Parte desuna estatuilla de orante, 9,5 cm. de alto. Oriental
Institute Museum, Chicago.—Foto del museo. <<
Página 259
[68]
Página 260
longitudinales, y con carcaj ornamentado a la espalda, ha derribado ya a otro
adversario y tensa el arco. 15 cm. de altura. Louvre.—Foto del museo. <<
Página 261
[69]
Página 262
[70]
Cilindros del período acadio. Arriba: Dumuzi, protegido por Innana, luchando con el
león. Dumuzi, desnudo y barbado, esgrime, arrodillado, el hacha de punta contra el
animal de rapiña erecto, sujeto de la cola por Innana, con el gorro de cuernos,
túnica plisada y rayos en los hombros. A la derecha, la divinidad intercesora, y a su
lado, la leyenda: «Girnunne, escriba de Nigin»; debajo, águila bicéfala con las alas
extendidas. Cilindro-sello de lapislázuli, de 2,7 cm. de altura.
Abajo: viaje celestial de Etana (v. pág. 44 y 97). Etana, montado en el águila, a la
izquierda y entre los dos perros ladrando, más abajo, una pequeña divinidad
sentada. Un hombre en pie lleva asombrado la mano a la boca; otro testigo ocular,
corre espantado. A la izquierda, un pastor que saca del redil una cabra sacacorchos
y dos ovejas con melena, todas mirando hacia adelante; por encima, un tablado y un
hombre sentado con cántaros de barro, elaborando la leche. Cuarto lunar, espada y
otros emblemas. Cilindro-sello de serpentín, de 4 cm. de alto. Ambos sellos, antes en
los Museos del Estado, Berlín. — Según Moortgat, Rollsiegel, lám 33, núm. 243, y
lám. 32, núm. 234. <<
Página 263
[71]
Cilindros del período acadio. Arriba: Ziggurat del Eanna de Uruk, santuario
dedicado a Inanna, estado actual, visto desde el Este. Restos de la escalinata que
conducía al piso superior y en la que se pueden reconocer todavía algunos
descansillos.—Foto de la Deutsche Warka-Expedition, núm. W 5508.
Abajo: planta de una vieja casa acadia en Asur, con vestíbulo y ocho habitaciones
agrupadas alrededor de un patio interior de 7 X 14,6 metros de altura;
aproximadamente, el tipo normal de casa en el Antiguo Oriente (v. pág. 28, 48 y sig.).
— Según Andrae, Das wiedererstandene Assur, ilust. 40. <<
Página 264
[72]
Página 265
soberanía, anillo y báculo, y además la cuerda de la plomada (posible insinuación a
la actividad constructora de Ur-Nammu). Ningal, en la misma posición, alza la mano
izquierda en actitud de bendición. Una figura femenina (diosa protectora) se halla
respectivamente detrás del príncipe orante. Altura de la banda, unos 32 cm.
University Museum, Filadelfia.—Foto del museo. <<
Página 266
[73]
Arriba: Ziggurat del Eanna de Uruk, santuario dedicado a Inanna, estado actual,
visto desde el Este. Restos de la escalinata que conducía al piso superior y en la que
se pueden reconocer todavía algunos descansillos.—Foto de la Deutsche Warka-
Expedition, núm. W 5508.
Abajo: planta de una vieja casa acadia en Asur, con vestíbulo y ocho habitaciones
agrupadas alrededor de un patio interior de 7 X 14,6 metros de altura;
aproximadamente, el tipo normal de casa en el Antiguo Oriente (v. pág. 28, 48 y sig.).
— Según Andrae, Das wiedererstandene Assur, ilust. 40.
Página 267
Ziggurat del santuario de Nanna en Ur. Estado actual, vista desde el Nordeste, y
reconstrucción (v. pág, 48 y sig.). Según Ur Exc. V, lám. 41 y 86. (N. del Ed). <<
Página 268
[74]
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soberanía, anillo y báculo, y además la cuerda de la plomada (posible insinuación a
la actividad constructora de Ur-Nammu). Ningal, en la misma posición, alza la mano
izquierda en actitud de bendición. Una figura femenina (diosa protectora) se halla
respectivamente detrás del príncipe orante. Altura de la banda, unos 32 cm.
University Museum, Filadelfia.—Foto del museo. <<
Página 270
[75]
Página 271
Gudea con turbante, la estatua mejor conservada del tan representado príncipe.
Cejas en forma de espina de pescado. Diorita. 10 cm. de altura. University Museum,
Filadelfia.—Foto del museo. <<
Página 272
[76]
Página 273
Fragmento de una pila cultual de Gudea —que servía para las abluciones rituales—,
procedente del santuario de Ningirsu Eninnu. El relieve presenta una serie cerrada
de diosas con simple corona de cuernos y túnica de pliegues verticales, imitando
chorros de agua, que llevan vasijas con el agua de la vida y que debían simbolizar la
fertilidad de la tierra. La pila medía (según el intento de reconstrucción de E. Unger)
unos 118 por 5 7 cm. y 66 de altura. El hueco en forma de artesa no llegaba más que
hasta media altura. Calcita. Los fragmentos están, en parte, en el Museo de
Antigüedades de Estambul, y en parte, en el Louvre. — Según Zervos, L’Art de la
Mésopotamie, lám. 215.
Página 274
Vaso cultual de Gudea con la reproducción de dos anillos de serpientes coronadas y
dos serpientes alrededor de un bastón, símbolo del dios de la medicina Ningishzida;
documento más antiguo del «bastón de Esculapio». Esteatita. Unos 25 cm. de altura.
Louvre.—Foto del museo. <<
Página 275
[77]
Página 276
Fragmento de una pila cultual de Gudea —que servía para las abluciones rituales—,
procedente del santuario de Ningirsu Eninnu. El relieve presenta una serie cerrada
de diosas con simple corona de cuernos y túnica de pliegues verticales, imitando
chorros de agua, que llevan vasijas con el agua de la vida y que debían simbolizar la
fertilidad de la tierra. La pila medía (según el intento de reconstrucción de E. Unger)
unos 118 por 5 7 cm. y 66 de altura. El hueco en forma de artesa no llegaba más que
hasta media altura. Calcita. Los fragmentos están, en parte, en el Museo de
Antigüedades de Estambul, y en parte, en el Louvre. — Según Zervos, L’Art de la
Mésopotamie, lám. 215.
Página 277
Diosa de largos bucles, procedente de Ur, con corona de cuernos y vaso, del que
brotan dos chorros del agua de k vida. También la túnica presenta chorros de agua
estilizados. Descubierta en el barrio de viviendas de Ur en 1931 y colocado allí,
seguramente, en una capilla de la calle. ¿Es Nanshé, la diosa de las fuentes y los
pozos? Relieve de terracota, 75 cm. de altura. — Según foto facilitada por el
excavador, Sir Leonardo Woolley. <<
Página 278
[78]
Cilindro del período Ur-III. Arriba: Gilgamésh y Enkidu luchando con bisonte y
búfalo Arni; dos caracteres de escritura. Descubierto en 1952 en Mari. — Según
Parrot, Mari, fig. 129.
Abajo: la denominada escena de introducción. El orante, dirigido por el dios
protector (falda de rollos), se presenta con la mano derecha levantada como
intercesor ante el divinizado rey Ibbisin, sentado en el trono, que mantiene un objeto
en alto con la mano derecha. Encima, el frecuente emblema del cuarto lunar con el
disco estrellado; entre el dios protector y el orante, el escorpión. Inscripción:
«Ibbisin, el rey poderoso, rey de Ur — Ursakkud… Tu siervo». Cilindro-sello de
esteatita negra, de 2,5 cm. de alto. Pierpont Morgan Library. — Según Porada,
Corpus of Ancient Near Easterr Seáis, Pl. 45, núm. 292.
Página 279
Cilindros del período Ur III. Arriba: sello del médico Urlugaledinna de Lagash
(véase página 59 y sig.). Louvre.—Foto del museo.
Abajo: escena de introducción. Rey-dios sentado en el trono bajo el cuarto lunar con
vasija en la mano derecha; ante él un orante con la cabeza afeitada, dirigido por la
diosa protectora con un vestido muy plisado en pliegues horizontales. Cilindro-sello
de piedra ferrosa, 2,9 cm. de altura. Antes, en los Museos del Estado, Berlín. —
Según Moortgat, Rollsiegel, lám. 34, núm. 256. <<
Página 280
[79]
Cilindro del período Ur-III. Arriba: Gilgamésh y Enkidu luchando con bisonte y
búfalo Arni; dos caracteres de escritura. Descubierto en 1952 en Mari. — Según
Parrot, Mari, fig. 129.
Abajo: la denominada escena de introducción. El orante, dirigido por el dios
protector (falda de rollos), se presenta con la mano derecha levantada como
intercesor ante el divinizado rey Ibbisin, sentado en el trono, que mantiene un objeto
en alto con la mano derecha. Encima, el frecuente emblema del cuarto lunar con el
disco estrellado; entre el dios protector y el orante, el escorpión. Inscripción:
«Ibbisin, el rey poderoso, rey de Ur — Ursakkud… Tu siervo». Cilindro-sello de
esteatita negra, de 2,5 cm. de alto. Pierpont Morgan Library. — Según Porada,
Corpus of Ancient Near Easterr Seáis, Pl. 45, núm. 292. <<
Página 281
[80]
Arriba: Sala de la Audiencia del palacio de Mari; al fondo, el estrado sobre el que se
hallaba el trono. Vista desde una tribuna elevada a la que se llega por una ancha
escalera. Altura de la muralla, 5 metros; medidas, 25 por 11 metros,
aproximadamente. En el plano, la segunda habitación de la derecha, junto al patio
anterior central (inferior). — Según Parrot, Mari, lám. 102.
Abajo: clase de la escuela del palacio de Mari, con bancos de barro y recipientes
para el material de escribir. Medidas, 13 por 8 metros, aproximadamente. En el
plano se encuentra esta habitación a la izquierda de la construcción central, pegada
al muro exterior, fácil de distinguir por los bancos dibujados. — Según Syria 17,
1936, lám. 3. <<
Página 282
[81]
Página 283
[82]
Cilindros del período Ur III. Arriba: sello del médico Urlugaledinna de Lagash
(véase página 59 y sig.). Louvre.—Foto del museo
Abajo: escena de introducción. Rey-dios sentado en el trono bajo el cuarto lunar con
vasija en la mano derecha; ante él un orante con la cabeza afeitada, dirigido por la
diosa protectora con un vestido muy plisado en pliegues horizontales. Cilindro-sello
de piedra ferrosa, 2,9 cm. de altura. Antes, en los Museos del Estado, Berlín. —
Según Moortgat, Rollsiegel, lám. 34, núm. 256. <<
Página 284
[83]
Silabario sumerio del período Isin-Larsa (copia posterior). Dos columnas divididas
en cuatro secciones cada una: Sec. i, reproduce fonéticamente la palabra sumeria;
Sec. 2, el signo en escritura cuneiforme, con el que se representa ideográficamente;
Sec 3, el nombre del signo; Sec. 4, la traducción acadia. Oriental Institute Museum,
Chicago. — Según Kramer, Sumerian Mythology, lám. 5. <<
Página 285
[84]
Arriba: campesinos arando, con dispositivos para la siembra, período asirio medio
(v. pág. 112 y sig.), según la efigie de un cilindro. Reconstrucción (maqueta). —
Según Chiera, Sie schrieben auf Ton, ilust. 24.
Abajo: efigie de cilindro: héroe alado, esgrimiendo una espada con la mano derecha,
agarra con la izquierda a un avestruz por las plumas de la cola. Motivo típico de la
época de Tiglatpileser I. Cilindro-sello de mármol gris, 3,1 cm. de alto. Pierpont
Morgan Library. — Según Porada, Corpus of Ancient Near Eastern Seáis, núm. 606.
<<
Página 286
[85]
Página 287
Estela de Naram-Sin de Agade, en piedra arenisca roja, manchada de amarillo hacia
el centro (véase pág. 44). 2 metros escasos de altura. Louvre.—Foto del mismo
museo. <<
Página 288
[86]
Parte superior de la Estela del Código de Hammurabi (v. pág. 82). El relieve
presenta a Hammurabi, barbado, con gorro y abrigo largo, alzando la mano en
oración ante el dios solar Shamash, garantizador de su ley. Shamash lleva una alta
corona de cuernos, de los hombros le salen rayos solares. Le da al rey los símbolos
de la monarquía, el anillo y el bastón. Debajo, principio del texto legislativo en
escritura monumental. Basalto negro, altura total: 2,25 metros.—Foto del Louvre.
Página 289
Cabeza de hombre barbado. Diorita. Probablemente perteneciente a una estatua del
rey Hammurabi. La delgada cara de anciano con la piel arrugada y bolsas en los
ojos lleva el sello de la preocupación y la resignación. Llevado como pieza de botín a
Susa y descubierto allí. 15 cm. de altura. Louvre.—Foto del museo. <<
Página 290
[87]
Silabario sumerio del período Isin-Larsa (copia posterior). Dos columnas divididas
en cuatro secciones cada una: Sec. i, reproduce fonéticamente la palabra sumeria;
Sec. 2, el signo en escritura cuneiforme, con el que se representa ideográficamente;
Sec 3, el nombre del signo; Sec. 4, la traducción acadia. Oriental Institute Museum,
Chicago. — Según Kramer, Sumerian Mythology, lám. 5. <<
Página 291
[88]
Arriba: maqueta en plata de un bote. Tumbas reales de Ur; ofrecida al difunto para
cruzar el río de los infiernos (cf. pág. 34). Unos 65 cm. de longitud. Museo Británico.
— Según Ur Excavations II, lám. 169 a.
Abajo: arpa de las tumbas reales de Ur, con once cuerdas y cabeza de carnero al
final de la caja, reconstruida. Altura y longitud: i metro aproximadamente. Museo
Británico. Según Ur Excavations II, lám. 109
Página 292
Ur-Nanshé, un miembro del coro de sacerdotes de Mari, hacia 2500, famoso por su
canto. El pelo rizado en mechones está teñido de negro; vestido con la llamada falda
kaunakesia. Alabastro, 26 cm. de alta, hallada en el templo de Istar, Mari, en
noviembre de 1952. — Según Parrot, Mari, lám. 45.
Página 293
Músicos prisioneros, escoltados por un soldado asirio, en medio de un paisaje de
montañas y bosques. Procedente del palacio de Sanherib en Nínive. Museo Británico
— Según Gadd, The Stones of Assyria, lám. 20. <<
Página 294
[89]
Parte superior de la Estela del Código de Hammurabi (v. pág. 82). El relieve
presenta a Hammurabi, barbado, con gorro y abrigo largo, alzando la mano en
oración ante el dios solar Shamash, garantizador de su ley. Shamash lleva una alta
corona de cuernos, de los hombros le salen rayos solares. Le da al rey los símbolos
de la monarquía, el anillo y el bastón. Debajo, principio del texto legislativo en
escritura monumental. Basalto negro, altura total: 2,25 metros.—Foto del Louvre. <<
Página 295
[90]
Página 296
[91]
Página 297
[92]
Página 298
[93]
Vista aérea y planta del palacio de Mari (v. pág. 83 y sig.). Las dos superficies claras
de la foto aérea son patios. Las habitaciones privadas del rey, dispuestas en torno al
«Patio Azul» (a la izquierda del plano de abajo), llamado así por el color de sus
decoraciones.— Según Parrot, Mari, lám. 81, y Syria 19, 1938, lám. 4.
Página 299
Arriba: Sala de la Audiencia del palacio de Mari; al fondo, el estrado sobre el que se
hallaba el trono. Vista desde una tribuna elevada a la que se llega por una ancha
escalera. Altura de la muralla, 5 metros; medidas, 25 por 11 metros,
aproximadamente. En el plano, la segunda habitación de la derecha, junto al patio
anterior central (inferior). — Según Parrot, Mari, lám. 102.
Abajo: clase de la escuela del palacio de Mari, con bancos de barro y recipientes
para el material de escribir. Medidas, 13 por 8 metros, aproximadamente. En el
plano se encuentra esta habitación a la izquierda de la construcción central, pegada
al muro exterior, fácil de distinguir por los bancos dibujados. — Según Syria 17,
1936, lám. 3. <<
Página 300
[94]
Parte superior de la Estela del Código de Hammurabi (v. pág. 82). El relieve
presenta a Hammurabi, barbado, con gorro y abrigo largo, alzando la mano en
oración ante el dios solar Shamash, garantizador de su ley. Shamash lleva una alta
corona de cuernos, de los hombros le salen rayos solares. Le da al rey los símbolos
de la monarquía, el anillo y el bastón. Debajo, principio del texto legislativo en
escritura monumental. Basalto negro, altura total: 2,25 metros.—Foto del Louvre. <<
Página 301
[95]
Estatuilla, en bronce, de un dios de cuatro caras (un mensajero divino) con gorra y
espada curva (?), poniendo el pie al andar en la cabeza de un pequeño carnero
tumbado. La túnica, doblada en muchos pliegues como los vestidos de los dioses, en
las láminas 54, 5 5 y 64, cubre también el brazo izquierdo doblado, y acentúa con su
impulso el fino estudio del movimiento. La pequeña obra es, quizá, típica del arte
semita occidental de la época de Hammurabi. 16,2 cm. de alto. Oriental Institute
Museum, Chicago.— Foto del museo. <<
Página 302
[96]
Página 303
Mono en cuclillas, pequeña escultura de la época de Hammurabi, procedente de
Ishtshali. Ojos incrustados originariamente con concha y asfalto, huecos de los
carrillos rellenos de lapislázuli. La figura podía colocarse en una vara —para
llevarla en las procesiones, por ejemplo—; refleja acertadamente la posición típica
del animal. Alabastro, 8 cm. de alto. Iraq. Museum, Bagdad.—Foto del Oriental
Institute, University of Chicago. <<
Página 304
[97]
Cabeza de guerrero, procedente de Mari, con casco y carrillera, parte de una estatua
de alabastro. Tipo de semita occidental. 20 cm. de altura. — Según Syria, 19, 1928,
lámina 8.
Página 305
Diosa de Mari, uno de los aspectos de Istar, con corona simple de cuernos, cabello
trenzado, teñido de rojo, cayendo sobre los hombros y collar de perlas de siete
vueltas. La figura tiene en las manos una vasija de la que brota agua. Altura total,
149 cm. Piedra blanca.—Según Parrot, Mari, lám. 123. <<
Página 306
[98]
Página 307
[99]
Página 308
[100]
Piedras kassitas de investidura (kudurru) con texto sobre las donaciones de tierras
libres de impuestos y los emblemas de los dioses que garantizan la dotación y
castigan su infracción. A la izquierda, kudurru de Nabucodonosor I (v. pág. 103), de
calcita blanca, 56 cm. de alta. A la derecha, kudurru de Nazimaruttash (v. pág. 95),
de calcita, 5 o cm. de alto. Entre los emblemas encontramos como símbolos de la
diosa de la medicina Gula, la divinidad sentada con perro, el escorpión de Ischara,
el disco solar, cuarto lunar y estrella de Istar, el cuervo en la barra, el hombre-
escorpión disparando el arco, etc. — Según Hall, Babylonian and Assyrian Sculpture
in the British Museum, lámina 10, y de Morgan, Délégation en Perse, t. I, lám. 14. <<
Página 309
[101]
Página 310
ahuyentar la irradiación de lo divino, tan peligroso para los hombres (v. lám. 88, 91
y 98). La inscripción reza: «Zócalo de Nusku, el visir de Ekur, portador del cetro del
santuario, ayudante de Asur y Enlil, que repite diariamente ante Asur y Enlil la
oración de Tukulti-Ninurta, su rey amado, así como la historia del Universo en
Ekur…». Yeso gris verdoso, altura media: 51,5 cm. Museo de Asia Anterior, Berlín.
— Según WVDOG 54, lám. 30. <<
Página 311
[102]
Página 312
Parte superior de la Estela del Código de Hammurabi (v. pág. 82). El relieve
presenta a Hammurabi, barbado, con gorro y abrigo largo, alzando la mano en
oración ante el dios solar Shamash, garantizador de su ley. Shamash lleva una alta
corona de cuernos, de los hombros le salen rayos solares. Le da al rey los símbolos
de la monarquía, el anillo y el bastón. Debajo, principio del texto legislativo en
escritura monumental. Basalto negro, altura total: 2,25 metros.—Foto del Louvre. <<
Página 313
[103]
Página 314
[104]
Piedras kassitas de investidura (kudurru) con texto sobre las donaciones de tierras
libres de impuestos y los emblemas de los dioses que garantizan la dotación y
castigan su infracción. A la izquierda, kudurru de Nabucodonosor I (v. pág. 103), de
calcita blanca, 56 cm. de alta. A la derecha, kudurru de Nazimaruttash (v. pág. 95),
de calcita, 5 o cm. de alto. Entre los emblemas encontramos como símbolos de la
diosa de la medicina Gula, la divinidad sentada con perro, el escorpión de Ischara,
el disco solar, cuarto lunar y estrella de Istar, el cuervo en la barra, el hombre-
escorpión disparando el arco, etc. — Según Hall, Babylonian and Assyrian Sculpture
in the British Museum, lámina 10, y de Morgan, Délégation en Perse, t. I, lám. 14. <<
Página 315
[105]
Página 316
Ambos antes en los Museos del Estado, Berlín. — Según fotos facilitadas por el
profesor doctor A. Pohl (Roma) y el profesor doctor A. Moortgat (Berlín). <<
Página 317
[106]
Página 318
[107]
Piedras kassitas de investidura (kudurru) con texto sobre las donaciones de tierras
libres de impuestos y los emblemas de los dioses que garantizan la dotación y
castigan su infracción. A la izquierda, kudurru de Nabucodonosor I (v. pág. 103), de
calcita blanca, 56 cm. de alta. A la derecha, kudurru de Nazimaruttash (v. pág. 95),
de calcita, 5 o cm. de alto. Entre los emblemas encontramos como símbolos de la
diosa de la medicina Gula, la divinidad sentada con perro, el escorpión de Ischara,
el disco solar, cuarto lunar y estrella de Istar, el cuervo en la barra, el hombre-
escorpión disparando el arco, etc. — Según Hall, Babylonian and Assyrian Sculpture
in the British Museum, lámina 10, y de Morgan, Délégation en Perse, t. I, lám. 14. <<
Página 319
[108]
Página 320
Ambos antes en los Museos del Estado, Berlín. — Según fotos facilitadas por el
profesor doctor A. Pohl (Roma) y el profesor doctor A. Moortgat (Berlín). <<
Página 321
[109]
Piedras kassitas de investidura (kudurru) con texto sobre las donaciones de tierras
libres de impuestos y los emblemas de los dioses que garantizan la dotación y
castigan su infracción. A la izquierda, kudurru de Nabucodonosor I (v. pág. 103), de
calcita blanca, 56 cm. de alta. A la derecha, kudurru de Nazimaruttash (v. pág. 95),
de calcita, 5 o cm. de alto. Entre los emblemas encontramos como símbolos de la
diosa de la medicina Gula, la divinidad sentada con perro, el escorpión de Ischara,
el disco solar, cuarto lunar y estrella de Istar, el cuervo en la barra, el hombre-
escorpión disparando el arco, etc. — Según Hall, Babylonian and Assyrian Sculpture
in the British Museum, lámina 10, y de Morgan, Délégation en Perse, t. I, lám. 14.
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Cilindros kassitas. Arriba: escena de adoración. Orante arrodillado —junto a él, un
perro sentado— ante un dios de lungas barbas en su trono, con gorra, copete y mano
larga fina. Encima, dos toros tocándose con los cuernos, y planta de tallo triple.
Como emblemas, mosca, cruz, rosetón y ojo. Inscripción sumeria: «Kidinmarduk,
hijo de Shailu-damqa, Grande de Burraburiash, del rey de la totalidad. ¡Que sea
poderoso mientras viva!». Cilindro-sello de ágata, de 4 cm. de altura.
Abajo: dos toros erectos frente a un árbol estilizado; cuarto lunar y ojo; debajo,
esfinge y toro, atados también en el árbol estilizado. Borde, arriba y abajo, formando
un dibujo de triángulos. Cilindro-sello de mineral de cobre, de 7,3 cm. de altura.
Ambos antes en los Museos del Estado, Berlín. — Según fotos facilitadas por el
profesor doctor A. Pohl (Roma) y el profesor doctor A. Moortgat (Berlín). <<
Página 323
[110]
Cilindros del período acadio. Arriba: Dumuzi, protegido por Innana, luchando con el
león. Dumuzi, desnudo y barbado, esgrime, arrodillado, el hacha de punta contra el
animal de rapiña erecto, sujeto de la cola por Innana, con el gorro de cuernos,
túnica plisada y rayos en los hombros. A la derecha, la divinidad intercesora, y a su
lado, la leyenda: «Girnunne, escriba de Nigin»; debajo, águila bicéfala con las alas
extendidas. Cilindro-sello de lapislázuli, de 2,7 cm. de altura.
Abajo: viaje celestial de Etana (v. pág. 44 y 97). Etana, montado en el águila, a la
izquierda y entre los dos perros ladrando, más abajo, una pequeña divinidad
sentada. Un hombre en pie lleva asombrado la mano a la boca; otro testigo ocular,
corre espantado. A la izquierda, un pastor que saca del redil una cabra sacacorchos
y dos ovejas con melena, todas mirando hacia adelante; por encima, un tablado y un
hombre sentado con cántaros de barro, elaborando la leche. Cuarto lunar, espada y
otros emblemas. Cilindro-sello de serpentín, de 4 cm. de alto. Ambos sellos, antes en
los Museos del Estado, Berlín. — Según Moortgat, Rollsiegel, lám 33, núm. 243, y
lám. 32, núm. 234. <<
Página 324
[111]
Cilindro del período Ur-III. Arriba: Gilgamésh y Enkidu luchando con bisonte y
búfalo Arni; dos caracteres de escritura. Descubierto en 1952 en Mari. — Según
Parrot, Mari, fig. 129.
Abajo: la denominada escena de introducción. El orante, dirigido por el dios
protector (falda de rollos), se presenta con la mano derecha levantada como
intercesor ante el divinizado rey Ibbisin, sentado en el trono, que mantiene un objeto
en alto con la mano derecha. Encima, el frecuente emblema del cuarto lunar con el
disco estrellado; entre el dios protector y el orante, el escorpión. Inscripción:
«Ibbisin, el rey poderoso, rey de Ur — Ursakkud… Tu siervo». Cilindro-sello de
esteatita negra, de 2,5 cm. de alto. Pierpont Morgan Library. — Según Porada,
Corpus of Ancient Near Easterr Seáis, Pl. 45, núm. 292. <<
Página 325
[112]
Prisma en arcilla, de ocho lados, de Tiglatpileser I de Asur (hacia 1100 a. J. C.), con
el relato de sus campañas, construcciones y medidas administrativas, procedente de
un ángulo del nuevo templo de Anu-Adad, construido por él en Asur. 50 cm. de alto.
Museo de Asia Anterior, Berlín. — Según WVDOG 10, lám. 16.
Página 326
Cabeza de un demonio amigo de los hombres, el demonio Lamassu, barbado y con
una tiara con cuerno, adornada con flores en el borde superior (v. pág. 110). Museo
de Asia Anterior, Berlín.—Foto del museo.
Página 327
Estatuilla del demonio Pazuzu, el «Atrapador» (v. pág. 110). Bronce, 15 cm. de alta.
Louvre. — Según Perrot-Chipiez, Histoire de l’Art, vol. II, lám. 469. <<
Página 328
[113]
Piedras kassitas de investidura (kudurru) con texto sobre las donaciones de tierras
libres de impuestos y los emblemas de los dioses que garantizan la dotación y
castigan su infracción. A la izquierda, kudurru de Nabucodonosor I (v. pág. 103), de
calcita blanca, 56 cm. de alta. A la derecha, kudurru de Nazimaruttash (v. pág. 95),
de calcita, 5 o cm. de alto. Entre los emblemas encontramos como símbolos de la
diosa de la medicina Gula, la divinidad sentada con perro, el escorpión de Ischara,
el disco solar, cuarto lunar y estrella de Istar, el cuervo en la barra, el hombre-
escorpión disparando el arco, etc. — Según Hall, Babylonian and Assyrian Sculpture
in the British Museum, lámina 10, y de Morgan, Délégation en Perse, t. I, lám. 14.
Página 329
Cilindros kassitas. Arriba: escena de adoración. Orante arrodillado —junto a él, un
perro sentado— ante un dios de lungas barbas en su trono, con gorra, copete y mano
larga fina. Encima, dos toros tocándose con los cuernos, y planta de tallo triple.
Como emblemas, mosca, cruz, rosetón y ojo. Inscripción sumeria: «Kidinmarduk,
hijo de Shailu-damqa, Grande de Burraburiash, del rey de la totalidad. ¡Que sea
poderoso mientras viva!». Cilindro-sello de ágata, de 4 cm. de altura. Abajo: dos
toros erectos frente a un árbol estilizado; cuarto lunar y ojo; debajo, esfinge y toro,
atados también en el árbol estilizado. Borde, arriba y abajo, formando un dibujo de
triángulos. Cilindro-sello de mineral de cobre, de 7,3 cm. de altura. Ambos antes en
los Museos del Estado, Berlín. — Según fotos facilitadas por el profesor doctor A.
Pohl (Roma) y el profesor doctor A. Moortgat (Berlín). <<
Página 330
[114]
Página 331
Relieves de Tiglatpileser III (hacia 730 a. J. C). Abajo: caballería entrando en acción
contra rebeldes sirios. Los jinetes —con la musculatura de las piernas acentuada—
llevan la barba y el pelo ondulados reglamentariamente y van armados de casco
terminado en punta, coraza, lanza, y espada. Un buitre, emblema de Ninurta, vuela
tras ellos; en las garras lleva entrañas humanas, cuyo extremo retiene por el pico.
Procedente de Kalach. Medidas, 1,47 x 1,26 metros. Museo Británico. — Según Hall,
ibídem, lám. 26. Arriba: Escena de la conquista de una ciudad enemiga. Muralla
urbana, palma datilera con fruto, anotación del botín por dos escribas, conducción
de los rebaños y transporte de las mujeres y niños en carros tirados por bueyes. Un
metro aproximadamente de altura. Museo Británico. — Foto del museo.
Página 332
Escena de la campaña contra los Fenicios de Salmanasar III en la puerta de bronce
de Balawat (Imgurelli). Arriba: arqueros, jinetes, combatientes en carro. Abajo, a la
izquierda, sitio de una fortificación, en el centro matanza de prisioneros. A la
derecha guerreros saludando ante un oficial montado en un carro de combate.
Unos 27 cm. de altura. Museo Británico.—Foto del museo.
Página 333
Relieves neoasirios. Arriba: Judíos de la ciudad de Lachish, al Sur de Palestina,
huyendo de las tropas de Sanherib (Reyes II, 18). Mujeres con abrigo de capucha,
sus utensilios de cocina en la mano y sus efectos metidos en sacos, que llevan a la
espalda, seguidas de muchachas reproducidas de idéntico modo. Niños pequeños
subidos a un carro tirado por dos bueyes y conducido por un hombre. El camino
pasa por donde hay abundante hierba. Longitud del detalle, 1 metro. Museo
Británico. — Según Hall, Babylonian and Assyrian Sculpture, lám. 35.
Página 334
Soldados asirios con lanza, espada y escudo redondo terminado en punta vestidos
con una túnica que llega hasta las rodillas, o a mitad del muslo (en el guerrero que
va delante, único también que lleva botas y medias). Museo Británico. — Según
Paterson, The Palace of Sinacherib, lám. 99. <<
Página 335
[115]
Cilindro del período Ur-III. Arriba: Gilgamésh y Enkidu luchando con bisonte y
búfalo Arni; dos caracteres de escritura. Descubierto en 1952 en Mari. — Según
Parrot, Mari, fig. 129.
Abajo: la denominada escena de introducción. El orante, dirigido por el dios
protector (falda de rollos), se presenta con la mano derecha levantada como
intercesor ante el divinizado rey Ibbisin, sentado en el trono, que mantiene un objeto
en alto con la mano derecha. Encima, el frecuente emblema del cuarto lunar con el
disco estrellado; entre el dios protector y el orante, el escorpión. Inscripción:
«Ibbisin, el rey poderoso, rey de Ur — Ursakkud… Tu siervo». Cilindro-sello de
Página 336
esteatita negra, de 2,5 cm. de alto. Pierpont Morgan Library. — Según Porada,
Corpus of Ancient Near Easterr Seáis, Pl. 45, núm. 292… <<
Página 337
[116]
Piedras kassitas de investidura (kudurru) con texto sobre las donaciones de tierras
libres de impuestos y los emblemas de los dioses que garantizan la dotación y
castigan su infracción. A la izquierda, kudurru de Nabucodonosor I (v. pág. 103), de
calcita blanca, 56 cm. de alta. A la derecha, kudurru de Nazimaruttash (v. pág. 95),
de calcita, 5 o cm. de alto. Entre los emblemas encontramos como símbolos de la
diosa de la medicina Gula, la divinidad sentada con perro, el escorpión de Ischara,
el disco solar, cuarto lunar y estrella de Istar, el cuervo en la barra, el hombre-
escorpión disparando el arco, etc. — Según Hall, Babylonian and Assyrian Sculpture
in the British Museum, lámina 10, y de Morgan, Délégation en Perse, t. I, lám. 14. <<
Página 338
[117]
Página 339
[118]
Página 340
Museo de Asia Anterior, Berlín. — Según Andrae, Farbige Keramik aus Assur, lám.
10.
Página 341
[119]
Arriba: campesinos arando, con dispositivos para la siembra, período asirio medio
(v. pág. 112 y sig.), según la efigie de un cilindro. Reconstrucción (maqueta). —
Según Chiera, Sie schrieben auf Ton, ilust. 24.
Abajo: efigie de cilindro: héroe alado, esgrimiendo una espada con la mano derecha,
agarra con la izquierda a un avestruz por las plumas de la cola. Motivo típico de la
época de Tiglatpileser I. Cilindro-sello de mármol gris, 3,1 cm. de alto. Pierpont
Morgan Library. — Según Porada, Corpus of Ancient Near Eastern Seáis, núm. 606.
<<
Página 342
[120]
Página 343
Soldados asirios con lanza, espada y escudo redondo terminado en punta vestidos
con una túnica que llega hasta las rodillas, o a mitad del muslo (en el guerrero que
va delante, único también que lleva botas y medias). Museo Británico. — Según
Paterson, The Palace of Sinacherib, lám. 99. <<
Página 344
[121]
Página 345
x 51 cm. Museo Británico.— Según Hall, Babylonian and Assyrian Sculpture, lám.
53.
Abajo: El rey seguido de un escudero que prepara las flechas de repuesto, con
capucha y túnica de flecos bordada, montado en un corcel lleno de adornos, cazando
el león. Una de las reproducciones de jinetes más hermosas del arte asirio.
Alabastro, 53 cm. de alto. Museo Británico.—Foto del museo.
Leones de Asurbanipal. Arriba: El león herido por las flechas se vuelve en la caída
hacia sus perseguidores. Reproducción insuperada. Museo Británico.—Foto del
museo. Abajo: León muerto, llevado por seis cazadores de Asurbanipal. Altura de las
figuras, unos 35 cm. Museo Británico. — Según Gadd, The Stones of Assyria, lám.
45. <<
Página 346
[122]
Página 347
[123]
Página 348
Reproducción en relieve de dos demonios protectores como guardianes de la puerta
del palacio de Sanherib en Nínive. El primero, en forma humana y con casco de tres
cuernos y falda, levanta en actitud protectora el brazo; el segundo, con cabeza de
león, garras de águila y falda de tirante, tiene una maza y esgrime, con las fauces
abiertas, un puñal.—Museo Británico.—Foto del museo.
Página 349
León androcéfalo alado con tiara de tres cuernos, cinco patas (v. lám. 96), colocado
en la puerta como guardián. Modelo de los querubes de la religión israelita de
Jehová. Del palacio de Asurnasirpal II en Kalach. 3,50 metros de altura. Museo
Británico. Según Hall, Babylonian and Assyrian Sculpture, lám. 20.
Página 350
Toro alado androcéfalo con tiara de dos cuernos y genio alado con los atributos de
Asur como guardián de la puerta en el palacio de Sargón II, en Dursharrukin. El
coloso tiene 5 patas para que se vea «bien» de frente y de lado. 4,42 metros de alto.
Museo Británico. — Según Hall, Babylonian and Assyrian Sculpture, lám. 28. <<
Página 351
[124]
Estatuilla del demonio Pazuzu, el «Atrapador» (v. pág. 110). Bronce, 15 cm. de alta.
Louvre. — Según Perrot-Chipiez, Histoire de l’Art, vol. II, lám. 469. <<
Página 352
[124a]
Página 353
[125]
Página 354
[126]
Página 355
Ekur, portador del cetro del santuario, ayudante de Asur y Enlil, que repite
diariamente ante Asur y Enlil la oración de Tukulti-Ninurta, su rey amado, así como
la historia del Universo en Ekur…». Yeso gris verdoso, altura media: 51,5 cm. Museo
de Asia Anterior, Berlín. — Según WVDOG 54, lám. 30. <<
Página 356
[127]
Arriba: campesinos arando, con dispositivos para la siembra, período asirio medio
(v. pág. 112 y sig.), según la efigie de un cilindro. Reconstrucción (maqueta). —
Según Chiera, Sie schrieben auf Ton, ilust. 24.
Abajo: efigie de cilindro: héroe alado, esgrimiendo una espada con la mano derecha,
agarra con la izquierda a un avestruz por las plumas de la cola. Motivo típico de la
época de Tiglatpileser I. Cilindro-sello de mármol gris, 3,1 cm. de alto. Pierpont
Morgan Library. — Según Porada, Corpus of Ancient Near Eastern Seáis, núm. 606.
Página 357
Cilindros del período asirio medio: gamo comiendo de las hojas de un árbol de
fronda. Texto: «Sello de Assurremanni, hijo de Shumetirassur». Cilindro-sello de
calcedonia gris, 2,8 cm. de alto. — Según Delaporte, Catalogue des cylindres
orientaux de la Bibliothéque nationale, núm. 307.
Abajo: caballo alado disponiéndose a defender a un potro contra el ataque de un
león. Composición en forma de escudo, técnica de taladro esférico. Cilindro-sello de
ágata roja, 4,5 cm. de alto. Museo Británico. — Según Southesk, The Catalogue of
the Collection of Antique Gems, t. II, lám. 8, Qc. 35. <<
Página 358
[128]
Página 359
ahuyentar la irradiación de lo divino, tan peligroso para los hombres (v. lám. 88, 91
y 98). La inscripción reza: «Zócalo de Nusku, el visir de Ekur, portador del cetro del
santuario, ayudante de Asur y Enlil, que repite diariamente ante Asur y Enlil la
oración de Tukulti-Ninurta, su rey amado, así como la historia del Universo en
Ekur…». Yeso gris verdoso, altura media: 51,5 cm. Museo de Asia Anterior, Berlín.
— Según WVDOG 54, lám. 30. <<
Página 360
[129]
Arriba: campesinos arando, con dispositivos para la siembra, período asirio medio
(v. pág. 112 y sig.), según la efigie de un cilindro. Reconstrucción (maqueta). —
Según Chiera, Sie schrieben auf Ton, ilust. 24.
Abajo: efigie de cilindro: héroe alado, esgrimiendo una espada con la mano derecha,
agarra con la izquierda a un avestruz por las plumas de la cola. Motivo típico de la
época de Tiglatpileser I. Cilindro-sello de mármol gris, 3,1 cm. de alto. Pierpont
Morgan Library. — Según Porada, Corpus of Ancient Near Eastern Seáis, núm. 606.
Página 361
Cilindros del período asirio medio: gamo comiendo de las hojas de un árbol de
fronda. Texto: «Sello de Assurremanni, hijo de Shumetirassur». Cilindro-sello de
calcedonia gris, 2,8 cm. de alto. — Según Delaporte, Catalogue des cylindres
orientaux de la Biblio-théque nationale, núm. 307.
Abajo: caballo alado disponiéndose a defender a un potro contra el ataque de un
león. Composición en forma de escudo, técnica de taladro esférico. Cilindro-sello de
ágata roja, 4,5 cm. de alto. Museo Británico. — Según Southesk, The Catalogue of
the Collection of Antique Gems, t. II, lám. 8, Qc. 35. <<
Página 362
[130]
Página 363
admirable estudio del movimiento. Detalle de un relieve en tres bandas. Unos 50 cm.
de altura. Museo Británico.—Foto del museo.
Página 364
Relieve del suelo del palacio de Asurbanipal, en Nínive; reproduce una alfombra con
tres dibujos y borde de flecos. Medidas, 120 por 51 cm. Museo Británico. — Según
Hall, Babylonian and Assyrian Sculpture, lám. 56. <<
Página 365
[131]
Página 366
[132]
Página 367
admirable estudio del movimiento. Detalle de un relieve en tres bandas. Unos 50 cm.
de altura. Museo Británico.—Foto del museo. <<
Página 368
[132a]
Página 369
pacífico ahora asegurado—. Basalto, 90 cm. de altura. Musée National Syrien
d'Alep.—Según foto facilitada amablemente por la dirección del museo. <<
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[133]
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53. Abajo: El rey seguido de un escudero que prepara las flechas de repuesto, con
capucha y túnica de flecos bordada, montado en un corcel lleno de adornos, cazando
el león. Una de las reproducciones de jinetes más hermosas del arte asirio.
Alabastro, 53 cm. de alto. Museo Británico.—Foto del museo.
Leones de Asurbanipal. Arriba: El león herido por las flechas se vuelve en la caída
hacia sus perseguidores. Reproducción insuperada. Museo Británico. —Foto del
museo.
Abajo: León muerto, llevado por seis cazadores de Asurbanipal. Altura de las
figuras, unos 35 cm. Museo Británico. —Según Gadd, The Stones of Assyria, lám. 45.
<<
Página 372
[134]
León androcéfalo alado con tiara de tres cuernos, cinco patas (v. lám. 96), colocado
en la puerta como guardián. Modelo de los querubes de la religión israelita de
Jehová. Del palacio de Asurnasirpal II en Kalach. 3,50 metros de altura. Museo
Británico. Según Hall, Babylonian and Assyrian Sculpture, lám. 20. <<
Página 373
[135]
Página 374
[136]
Página 375
[137]
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[138]
Estela de Samsi-Adad V de Asur (hacia 820 a. J. C.), en calcita blanca. El rey, con el
peinado estereotipado de la barba y el pelo, va vestido con una tiara de cintas,
camisa de medias mangas y falda larga sujeta por dos tirantes. Alrededor del cuello
una «Orden» colgada de una cinta: la apotropeica «Cruz de Malta», puesta de moda
desde los tiempos kassitas. La mano derecha —con la típica actitud defensiva del
dedo índice— se alza en oración, y la izquierda sostiene el cetro. Encima de él cinco
emblemas: la corona de tres cuernos de Anu, el sol alado de Asur, el cuarto lunar de
Sin en el disco, el relámpago de Adud y la estrella de ocho puntas de Istar, 2.18
metros de altura. Museo Británico.—Foto del museo. <<
Página 377
[139]
Relieves de Tiglatpileser III (hacia 730 a. J. C). Abajo: caballería entrando en acción
contra rebeldes sirios. Los jinetes —con la musculatura de las piernas acentuada—
llevan la barba y el pelo ondulados reglamentariamente y van armados de casco
terminado en punta, coraza, lanza, y espada. Un buitre, emblema de Ninurta, vuela
tras ellos; en las garras lleva entrañas humanas, cuyo extremo retiene por el pico.
Procedente de Kalach. Medidas, 1,47 x 1,26 metros. Museo Británico. — Según Hall,
ibídem, lám. 26. Arriba: Escena de la conquista de una ciudad enemiga. Muralla
urbana, palma datilera con fruto, anotación del botín por dos escribas, conducción
de los rebaños y transporte de las mujeres y niños en carros tirados por bueyes. Un
metro aproximadamente de altura. Museo Británico. —Foto del museo. <<
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[140]
Relieves de Tiglatpileser III (hacia 730 a. J. C). Abajo: caballería entrando en acción
contra rebeldes sirios. Los jinetes —con la musculatura de las piernas acentuada—
llevan la barba y el pelo ondulados reglamentariamente y van armados de casco
terminado en punta, coraza, lanza, y espada. Un buitre, emblema de Ninurta, vuela
tras ellos; en las garras lleva entrañas humanas, cuyo extremo retiene por el pico.
Procedente de Kalach. Medidas, 1,47 x 1,26 metros. Museo Británico. — Según Hall,
ibídem, lám. 26. Arriba: Escena de la conquista de una ciudad enemiga. Muralla
urbana, palma datilera con fruto, anotación del botín por dos escribas, conducción
de los rebaños y transporte de las mujeres y niños en carros tirados por bueyes. Un
metro aproximadamente de altura. Museo Británico. —Foto del museo. <<
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Toro alado androcéfalo con tiara de dos cuernos y genio alado con los atributos de
Asur como guardián de la puerta en el palacio de Sargón II, en Dursharrukin. El
coloso tiene 5 patas para que se vea «bien» de frente y de lado. 4,42 metros de alto.
Museo Británico. —Según Hall, Babylonian and Assyrian Sculpture, lám. 28.
LAMENTABLEMENTE, ESTA IMAGEN NO SE ENCUENTRA DISPONIBLE
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Museo de Asia Anterior, Berlín. —Según Andrae, Farbige Keramik aus Assur, lám.
10.
Vasijas neoasirias con pintura en colores esmaltados, Asur, procedentes quizá del
templo de Anu-Adad. Unos 22 cm. de altura. Museo de Asia Anterior, Berlín. —Según
Andrae, Farbige Keramik aus Assur, lám. 14
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Pintura mural de ladrillos esmaltados en marrón-amarillento, blanco, y azul claro
sobre fondo azul cobalto, de la sala del trono de Nabucodonosor II, en Babilonia. El
león andando pertenece, junto con el toro y la serpiente, a los motivos estereotipados
del arte caldeo, que no utilizó evidentemente los relieves de Asur como ornamento
mural. Antes, en los Muscos del Estado, Berlín. — Según WVDOG 54, lám. 38. <<
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Músicos prisioneros, escoltados por un soldado asirio, en medio de un paisaje de
montañas y bosques. Procedente del palacio de Sanherib en Nínive. Museo Británico
—Según Gadd, The Stones of Assyria, lám. 20. <<
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[145]
Arriba: Asur vista desde la vega del Tigris, con el santuario de Asur y (a la derecha
del cuadro) una de las torres escalonadas del templo de Anu-Adad. En primer plano
la puerta cultual a la orilla del Tigris, con barcas divinas en el río (v. pág. 125 y
sig.). Ensayo de reconstrucción. — Según Andrae, Das wiedererstandene Assur, ilust.
16. Abajo: Uno de los bastiones de sillería semielípticos: Sanherib a los pies de las
murallas de Asur, después de las excavaciones. Estos amurallamientos no ofrecían
ningún punto de apoyo a los arietes de posibles atacantes, aseguraban las
verdaderas torres defensivas y ofrecían a los defensores mejores posibilidades de
lucha. —Según Andrae, Das wiedererstandene Assur, lám. 72. <<
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Músicos prisioneros, escoltados por un soldado asirio, en medio de un paisaje de
montañas y bosques. Procedente del palacio de Sanherib en Nínive. Museo Británico
—Según Gadd, The Stones of Assyria, lám. 20. <<
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Museo de Asia Anterior, Berlín. —Según Andrae, Farbige Keramik aus Assur, lám.
10.
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Arriba: Asur vista desde la vega del Tigris, con el santuario de Asur y (a la derecha
del cuadro) una de las torres escalonadas del templo de Anu-Adad. En primer plano
la puerta cultual a la orilla del Tigris, con barcas divinas en el río (v. pág. 125 y
sig.). Ensayo de reconstrucción. — Según Andrae, Das wiedererstandene Assur, ilust.
16. Abajo: Uno de los bastiones de sillería semielípticos: Sanherib a los pies de las
murallas de Asur, después de las excavaciones. Estos amurallamientos no ofrecían
ningún punto de apoyo a los arietes de posibles atacantes, aseguraban las
verdaderas torres defensivas y ofrecían a los defensores mejores posibilidades de
lucha. —Según Andrae, Das wiedererstandene Assur, lám. 72. <<
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Arriba: Asur vista desde la vega del Tigris, con el santuario de Asur y (a la derecha
del cuadro) una de las torres escalonadas del templo de Anu-Adad. En primer plano
la puerta cultual a la orilla del Tigris, con barcas divinas en el río (v. pág. 125 y
sig.). Ensayo de reconstrucción. — Según Andrae, Das wiedererstandene Assur, ilust.
16. Abajo: Uno de los bastiones de sillería semielípticos: Sanherib a los pies de las
murallas de Asur, después de las excavaciones. Estos amurallamientos no ofrecían
ningún punto de apoyo a los arietes de posibles atacantes, aseguraban las
verdaderas torres defensivas y ofrecían a los defensores mejores posibilidades de
lucha. —Según Andrae, Das wiedererstandene Assur, lám. 72. <<
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Arriba: Asur vista desde la vega del Tigris, con el santuario de Asur y (a la derecha
del cuadro) una de las torres escalonadas del templo de Anu-Adad. En primer plano
la puerta cultual a la orilla del Tigris, con barcas divinas en el río (v. pág. 125 y
sig.). Ensayo de reconstrucción. — Según Andrae, Das wiedererstandene Assur, ilust.
16. Abajo: Uno de los bastiones de sillería semielípticos: Sanherib a los pies de las
murallas de Asur, después de las excavaciones. Estos amurallamientos no ofrecían
ningún punto de apoyo a los arietes de posibles atacantes, aseguraban las
verdaderas torres defensivas y ofrecían a los defensores mejores posibilidades de
lucha. —Según Andrae, Das wiedererstandene Assur, lám. 72. <<
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[154]
Arriba: Asur vista desde la vega del Tigris, con el santuario de Asur y (a la derecha
del cuadro) una de las torres escalonadas del templo de Anu-Adad. En primer plano
la puerta cultual a la orilla del Tigris, con barcas divinas en el río (v. pág. 125 y
sig.). Ensayo de reconstrucción. — Según Andrae, Das wiedererstandene Assur, ilust.
16. Abajo: Uno de los bastiones de sillería semielípticos: Sanherib a los pies de las
murallas de Asur, después de las excavaciones. Estos amurallamientos no ofrecían
ningún punto de apoyo a los arietes de posibles atacantes, aseguraban las
verdaderas torres defensivas y ofrecían a los defensores mejores posibilidades de
lucha. —Según Andrae, Das wiedererstandene Assur, lám. 72. <<
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[155]
De una casa civil neoasiria (v. pág. 128). Arriba, casita de pozo en el patio, y abajo,
principal cuarto de estar con nicho para el culto, incensario, sofá, taburetes y
esterillas. Reconstrucción de W. Andrae. — Según Preusser, WVDOG 64, lám. 18 c, y
Andrae, das wiedererstandene Assur, ilust. 6. <<
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[156]
Dos criados del palacio de Sargón en Dursharrukin, llevando una preciosa silla de
respaldo. Los lacayos llevan copete, pero no barba, pendientes, una túnica larga con
ribete y flecos y un vestido semilargo de mangas cortas y pliegues verticales. El
sillón que llevan, con sus adornos figurativos en el brazo y respaldo y la abundante
talla, es un hermoso documento de la artesanía neoasiria. Iraq Museum, Bagdad.
Foto del Oriental Institute, University of Chicago. <<
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[157]
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[158]
Joyas femeninas de una tumba asiria media, descubierta intacta en 1908 en Asur, en
la que se enterraron sacerdotisas de Istar. Adornos de la frente y colgantes de una
cadena de lapislázuli, ónice, malaquita, jaspe y oro; testimonios de una orfebrería
altamente desarrollada. Altura de las piezas, unos 3,5 cm. por término medio. Antes,
en los Museos del Estado, Berlín. — Según WVDOG 65, lám. 34. <<
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[160]
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León androcéfalo alado con tiara de tres cuernos, cinco patas (v. lám. 96), colocado
en la puerta como guardián. Modelo de los querubes de la religión israelita de
Jehová. Del palacio de Asurnasirpal II en Kalach. 3,50 metros de altura. Museo
Británico. Según Hall, Babylonian and Assyrian Sculpture, lám. 20. <<
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[161]
Cilindros del período neoasirio. Abajo: león atacando una vaca recién parida.
Águila tirándose hacia su presa, plantas, emblemas. Bordes de arriba y abajo
cortados. Figura y movimientos de gran realismo. Cilindro-sello de calcedonia, de
2,8 cm. de alto. Arriba: Caza de la cabra montes. El cazador alcanza a la carrera a
una cabra montes que se vuelve hacia el perro (?) que la asalta. Estrella y cuarto
lunar; debajo de la cabra, un pez. Impresionante estudio de movimiento. Cilindro-
sello de calcedonia, 2,4 cm. de altura. Antes, en los Museos del Estado, Berlín. —
Según Moortgat, Rollsiegel, lám. 75, núm. 630, y lám. 87, núm. 747. <<
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Estela de Samsi-Adad V de Asur (hacia 820 a. J. C.), en calcita blanca. El rey, con el
peinado estereotipado de la barba y el pelo, va vestido con una tiara de cintas,
camisa de medias mangas y falda larga sujeta por dos tirantes. Alrededor del cuello
una «Orden» colgada de una cinta: la apotropeica «Cruz de Malta», puesta de moda
desde los tiempos kassitas. La mano derecha —con la típica actitud defensiva del
dedo índice— se alza en oración, y la izquierda sostiene el cetro. Encima de él cinco
emblemas: la corona de tres cuernos de Anu, el sol alado de Asur, el cuarto lunar de
Sin en el disco, el relámpago de Adud y la estrella de ocho puntas de Istar, 2.18
metros de altura. Museo Británico.—Foto del museo.
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El rey Asarhaddon vencedor de Egipto y Fenicia, con pendientes y brazaletes, túnica
de media manga y falda de volantes sujeta con tirantes, manteniendo en la mano
derecha un vaso de libaciones y en la izquierda el cetro y una cuerda, a la que están
atados por la nariz los reyes de Egipto y Tiro, representados en tamaño menor,
arrodillados y pidiendo clemencia. Sobre él emblemas y figuras divinas, de pie sobre
animales andando. 3,46 metros de alto. Museo de Asia Anterior, Berlín. —Según
Luschan, Aus-grabungen in Sendjirli, I, lám. 1.
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Asurbanipal como rey de Babilonia y «esportillero», en túnica de sacerdote con cin-
turón de cuerda. Piedra arenisca, 42 cm. de altura. Museo Británico.—Foto del
museo.
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Asurbanipal en el carro solemne bajo la sombrilla, símbolo del soberano y de la
protección garantizada por él. Junto al rey, representado en tamaño sobrenatural, el
auriga y detrás de él un escudero. Dos criados con mosqueros siguen el coche. En
primer plano un guardia de Corps y un funcionario. El relieve, cuidadosamente
trabajado, muestra la talla del carro e insinúa el estudio del peinado y de los
vestidos. Detalle de un ortostato de alabastro del palacio del Nínive. 80 cm. de alto.
Louvre.— Foto del museo. <<
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Pintura de ladrillo esmaltado, conservada en las ruinas de una pequeña casa
particular de los últimos tiempos asirios, llevada allí seguramente para ponerla a
seguro. Grande asirio orando ante Asur. El dios, representado en estatura humana,
con barba y copete igual que el orante, se halla sobre un estrado y lleva la corona
divina con cuernos y aplicaciones de plumas, sosteniendo en la mano izquierda los
símbolos de la soberanía, el anillo y el báculo, mientras levanta la derecha
condescendiente; por encima de él cuatro emblemas. El orante, con la cabeza
descubierta, alza la mano derecha con la misma posición de los dedos descrita en la
lám. 74 y extiende la izquierda en actitud de recibir. La langosta que se halla sobre él
indica quizá el contenido de su ruego de defensa contra una plaga de langosta.
Colores desvanecidos, preferentemente azul, amarillo y blanco. 5 6 cm. de altura.
Museo de Asia Anterior, Berlín. —Según Andrae, Farbige Keramik aus Assur, lám.
10. <<
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Babilonia en tiempos de Nabucodonosor II, vista desde el Noroeste por encima de la
Puerta de Istar (v. pág. 134 y sig.). En primer plano la calle de la procesión, a la
derecha, una parte del palacio real con los «Jardines colgantes»; detrás, a lo lejos,
Etemenanki, y a su izquierda, Esangila. Reconstrucción. —(Según cuadro de Herbert
Anger).—Atlantis, 1929, pág. 700. <<
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Babilonia en tiempos de Nabucodonosor II, vista desde el Noroeste por encima de la
Puerta de Istar (v. pág. 134 y sig.). En primer plano la calle de la procesión, a la
derecha, una parte del palacio real con los «Jardines colgantes»; detrás, a lo lejos,
Etemenanki, y a su izquierda, Esangila. Reconstrucción. —(Según cuadro de Herbert
Anger).—Atlantis, 1929, pág. 700. <<
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Pintura mural de ladrillos esmaltados en marrón-amarillento, blanco, y azul claro
sobre fondo azul cobalto, de la sala del trono de Nabucodonosor II, en Babilonia. El
león andando pertenece, junto con el toro y la serpiente, a los motivos estereotipados
del arte caldeo, que no utilizó evidentemente los relieves de Asur como ornamento
mural. Antes, en los Muscos del Estado, Berlín. — Según WVDOG 54, lám. 38. <<
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Joyas femeninas de una tumba asiria media, descubierta intacta en 1908 en Asur, en
la que se enterraron sacerdotisas de Istar. Adornos de la frente y colgantes de una
cadena de lapislázuli, ónice, malaquita, jaspe y oro; testimonios de una orfebrería
altamente desarrollada. Altura de las piezas, unos 3,5 cm. por término medio. Antes,
en los Museos del Estado, Berlín. — Según WVDOG 65, lám. 34. <<
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[170]
De una casa civil neoasiria (v. pág. 128). Arriba, casita de pozo en el patio, y abajo,
principal cuarto de estar con nicho para el culto, incensario, sofá, taburetes y
esterillas. Reconstrucción de W. Andrae. — Según Preusser, WVDOG 64, lám. 18 c, y
Andrae, das wiedererstandene Assur, ilust. 6. <<
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León de basalto de Nabucodonosor II, alzándose sobre enemigos vencidos. En su
primitivo lugar del ángulo noroeste del palacio real de Babilonia (sin terminar). Uno
de los raros testimonios de escultura neobabilónica en el estilo hitita tardío-arameo.
— Foto Staatliche Museen, Berlín. <<
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Cilindros del período caldeo. Arriba: adorante ante dos altares con cuarto lunar
(¿en zócalo de piedra?) y perro sentado. Cilindro-sello de lapislázuli, 3,9 cm. de alto.
Abajo: héroe alado con espada curva que defiende a una vaca muerta contra un
demonio-león. Inscripción: «Propiedad de Nabunadinshumi, hijo de Asur… ¡Que
Nebo le dé vida!». Cilindro-sello de carneóla, 3,8 cm. de alto. Pierpont Morgan
Library. — Según Porada, Corpus of Ancient Near Eastern Seals, núms. 781 y 747.
<<
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Arriba: figura fundacional de Ur-Nammu de Ur (portador de espuerta), en bronce, y
con inscripción fundacional (cara anterior): «A Inanna, la señora de Eanna, su
señora, le ha construido su casa Ur-Nammu, el gran héroe, rey de Ur, rey de Sumer y
Accad». Figura (27,3 cm.) y tabla (11,6 cm.) metidas en los rincones de la
construcción, dentro de la llamada cápsula de fundación. Museo de Asia Anterior,
Berlín. — Según UVB 5, lámina 17.
Abajo: Ur-Nammu presentando ofrendas a Nanna (derecha) y a su esposa divina
Ningal (izquierda), parte de una estela de tres metros de alto con reproducciones de
los hechos del rey en guerra y en la paz. Ur-Nammu, con gorro y abrigo largo, vierte
agua en un jarro adornado con hoja de palmera y dos racimos de dátiles, orando
seguramente por la fertilidad. Ambas divinidades llevan corona de cuernos y túnica
plisada; Nanna, barbado igual que el rey, está sentado en un taburete sobre un doble
estrado, y tiene en la izquierda un hacha de pico, en la derecha, los símbolos de
soberanía, anillo y báculo, y además la cuerda de la plomada (posible insinuación a
la actividad constructora de Ur-Nammu). Ningal, en la misma posición, alza la mano
izquierda en actitud de bendición. Una figura femenina (diosa protectora) se halla
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respectivamente detrás del príncipe orante. Altura de la banda, unos 32 cm.
University Museum, Filadelfia.—Foto del museo. <<
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[176]
Parte superior de la Estela del Código de Hammurabi (v. pág. 82). El relieve
presenta a Hammurabi, barbado, con gorro y abrigo largo, alzando la mano en
oración ante el dios solar Shamash, garantizador de su ley. Shamash lleva una alta
corona de cuernos, de los hombros le salen rayos solares. Le da al rey los símbolos
de la monarquía, el anillo y el bastón. Debajo, principio del texto legislativo en
escritura monumental. Basalto negro, altura total: 2,25 metros.—Foto del Louvre.
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Cabeza de hombre barbado. Diorita. Probablemente perteneciente a una estatua del
rey Hammurabi. La delgada cara de anciano con la piel arrugada y bolsas en los
ojos lleva el sello de la preocupación y la resignación. Llevado como pieza de botín a
Susa y descubierto allí. 15 cm. de altura. Louvre.—Foto del museo. <<
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Babilonia en tiempos de Nabucodonosor II, vista desde el Noroeste por encima de la
Puerta de Istar (v. pág. 134 y sig.). En primer plano la calle de la procesión, a la
derecha, una parte del palacio real con los «Jardines colgantes»; detrás, a lo lejos,
Etemenanki, y a su izquierda, Esangila. Reconstrucción. — (Según cuadro de Herbert
Anger).—Atlantis, 1929, pág. 700. <<
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[178]
Vista desde lo alto de la ziggurat Eanna de Uruk-Warka sobre una parte del recinto
de los templos hacia el Suroeste.—Foto de la Deutschen Warka-Expedition, núm.
W. 5511.
Abajo: calle de la procesión y Puerta de Istar con adornos de relieves en colores,
serpientes, leones y toros. Ambas maquetas en el Museo de Asia Anterior, Berlín. —
Según WVODG 59, lám. 17 b, y según foto del museo
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La colina de ruinas de Warka, vista desde el Norte. Foto de la Deutsche Warka-
Expedition, núm. W 5300. <<
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