Un Amor Genuino Layla Hagen

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Un

Amor Genuino
Daniel y Caroline ~ La Familia Bennett
Layla Hagen
***

Un Amor Genuino
Copyright © 2022 Layla Hagen
Un Amor Genuino
Copyright ©2022 Layla Hagen
Traducido del inglés: Well Read Translations
Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro de cualquier forma o
medio electrónico o mecánico, incluyendo sistemas de almacenamiento y recuperación de información, sin permiso
escrito y expreso del autor, excepto para el uso de citas breves en evaluaciones del libro. Esta es una obra de ficción. Los
nombres, personajes, negocios, lugares, eventos e incidentes son producto de la imaginación de la autora o se usan de
manera ficticia. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, o hechos reales es pura coincidencia.
Tabla de Contenido
Título

Derechos de Autor

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Capítulo Dieciocho

Capítulo Diecinueve

Capítulo Veinte

Capítulo Veintiuno

Capítulo Veintidós

Capítulo Veintitrés

Capítulo Veinticuatro

Capítulo Veinticinco

Capítulo Veintiséis

Capítulo Veintisiete

Capítulo Veintiocho

Capítulo Veintinueve

Capítulo Treinta

Capítulo Treinta y Uno

Epílogo
Capítulo Uno
Caroline
“Me has echado de menos, ¿no?”. Le doy una palmadita en la cabeza a Bing y me inclino sobre una rodilla
para abrazarlo. El golden retriever me lame la cara, moviendo la cola. “Sé que estás solo todo el día, pero
Linda volverá pronto. Voy a echar de menos nuestros paseos”.
Al oír la palabra paseos, ladra levantando una pata.
“Sí, sí. Vamos a salir. Venga”.
Estoy cuidando del perro de mi vecina y buena amiga Linda, que lleva una semana en Hawai. Bing y yo
tuvimos un comienzo difícil, pero poco a poco, a base de golosinas para perros, lo he convencido de que
saliera de su caparazón. Sí, lo he sobornado con golosinas para que me quisiera, pero de alguna forma
hay que ganarse la vida, ¿no?
Llevo a Bing a dar un paseo por nuestra ruta habitual del barrio. Al salir de mi casa, me detengo para
que pueda ladrarle a una ardilla y, de inmediato, debo alejarlo de un carlino sobreexcitado que tiene un
ladrido estridente y un evidente síndrome crónico de perro pequeño.
Mi teléfono suena en el bolso y, mientras sostengo firmemente la correa de Bing con una mano, lo
extraigo torpemente con la otra, echando un vistazo al mensaje de una de mis mejores amigas.
Summer: Esta tía está orgullosa. Y Maddox está muy saludable.
También me ha enviado una foto y puedo jurar que casi me hace estallar el corazón. El recién nacido,
pequeño y con la cara enrojecida, es absolutamente adorable.
Caroline: Es un encanto. ¡Felicidades! Gracias por la foto. ¿Cómo están Clara y Blake?
Summer: Clara está cansada pero contenta y mi hermano está un poco excitado. Ya conoces a
Blake...
Llega una segunda foto. Summer tiene al bebé en brazos y hay otro de sus hermanos a su lado, mi ex,
Daniel. Me pregunto si hay una fecha de caducidad para llamar a alguien ex. Quizá ya sea hora de usar un
término más neutral, como conocido, o amigo. Al fin y al cabo, Daniel y yo terminamos hace casi diez años
y soy muy amiga de su madre y sus hermanas.
Un tirón en el brazo casi me hace perder el equilibrio. Me tambaleo hacia delante mientras Bing se
lanza tras un gato callejero.
“¡Bing, no! Para. Siéntate. ¡Bing!”.
Corro para seguirle el ritmo y, para cuando llegamos al apartamento de Linda, siento que se me va a
salir el brazo. Bing levanta sus dos patas delanteras y se pone de pie sobre sus patas traseras.
“Volveré mañana, Bing”.
Parpadea, baja una pata, luego la otra, y apoya el hocico sobre ellas, mirándome con ojos amplios y
acusadores.
Bajando la voz a un susurro conspirador, añado: “Te traeré cecina”.
Mierda. Ni siquiera la idea de la cecina lo anima. Echo un vistazo alrededor del pulcro y silencioso
apartamento. No tengo el valor de dejarlo solo aquí.
“¿Sabes lo que vamos a hacer? Vamos a romper las reglas esta noche”. Levanta la cabeza. “Sí, lo que
has escuchado. ¿Quieres pasar la noche en mi apartamento? Venga. Vayamos por las escaleras. Es solo
una planta”.
Cuando abro la puerta, se levanta a cuatro patas, moviendo la cola. Apretando la correa, lo conduzco
escaleras abajo. Bing entra en mi apartamento con gran entusiasmo.
“Reglas de la casa: no morder los muebles. Ni mis zapatos”. Mueve la cola un poco más, sin
preocuparse por nada, observando con mucha atención los dos pares de bailarinas que hay en el suelo.
Bueno, más vale prevenir que curar. Coloco los zapatos en el armario junto a la puerta de entrada y libero
a Bing. Corre directamente al salón, se sube al sofá y ladra excitado.
Mientras ceno, no pierdo de vista a mi invitado canino, que mira fijamente una pata de la mesa de
centro, posiblemente considerando sus cualidades como afilador de dientes. Con la barriga llena, me dirijo
al dormitorio y me pongo unos pantalones deportivos y una camiseta holgada. El conjunto es mi placer
culpable, por muy poco atractivo que parezca.
Hago un viaje rápido al baño para cepillar mi pelo castaño oscuro y recogerlo en un moño y después
otro para desmaquillarme. No es que lleve mucho maquillaje, solo algo de rímel y sombra para resaltar
mis ojos azules, pero me gusta tener la cara limpia cuando estoy en casa.
Por suerte, las patas de la mesa de centro siguen intactas cuando vuelvo. Me siento junto a Bing, abro
mi portátil y navego por Netflix. No hay mejor manera de relajarse después de un largo día que ver una de
mis series favoritas. Pero antes de decidirme por un programa, la curiosidad se apodera de mí, de modo
que llamo a Summer con la intención de averiguar más detalles sobre el nuevo miembro de la familia
Bennett.
Responde después de varios timbres.
“¡Ey, Caroline!”.
La voz no pertenece a Summer, sino a Daniel. Se me contrae el estómago al instante, pero mantengo la
esperanza de que mi voz suene despreocupada cuando pregunto: “Ey, ¿os pillo en un mal momento? Solo
quería saber más detalles sobre tu sobrino”.
Desde su lado de la línea, puedo escuchar una mezcla de voces. Como había imaginado, su familia está
acampando en el hospital. El clan Bennett es muy unido.
“Esto es una locura. Ahora mismo Summer está hablando con Clara”.
“Vale, la llamaré más tarde, o mañana. Ve con tu familia”.
“Espera, no cuelgues. ¿Cómo estás? Hace tiempo que no te veo. ¿Cómo está tu dedo?”.
Me río nerviosamente. “No ha sido nada. Al día siguiente estaba como nuevo”.
La última vez que nos habíamos visto fue en la boda de Blake y Clara, hace dos meses. Después de
haber bebido demasiado champán y de sentirme demasiado a gusto con su presencia, lo reté a que bailara
conmigo una danza tradicional irlandesa. Mis padres se mudaron a San Francisco desde Irlanda cuando
tenía diez años y, a pesar de haber tomado clases en mi país, no soy una gran bailarina, algo que suelo
olvidar en las bodas. En esta en particular, me pisé mi propio dedo del pie y después prácticamente no
podía caminar. Me dolió muchísimo, pero sentir los brazos de acero de Daniel rodeándome mientras me
sostenía de camino al taxi fue una bendición. Ese es el problema con Daniel: no me fío de mí misma
cuando estoy cerca de él, ni siquiera después de todo el tiempo que ha pasado.
“Dile a Caroline que necesito que me devuelva los zapatos negros la semana que viene”, la voz de
Summer resuena de fondo.
“Ya la he escuchado”, digo. “Dile...”.
Me detengo a mitad de la frase cuando oigo a Summer hablar de nuevo en el fondo. “De hecho,
¿podrías ser el mejor hermano del mundo y quedar con ella para coger los zapatos? Estaré liadísima la
semana que viene”.
Daniel y yo nos reímos al teléfono. Ah, sí, sus hermanas son implacables a la hora de juntarnos cada
vez que pueden y, cuando no se presenta una oportunidad, la inventan. Nos lo tomamos con calma,
bromeando. Ya hemos superado la incomodidad en lo que respecta a los intentos de sus hermanas de
unirnos y, a estas alturas, hasta nos parecería raro que no lo intentaran.
“Debería haberlo visto venir”, dice Daniel. “Caroline, quedemos la semana que viene ya que mi
hermana estará liadísima”.
“¿Y tú no?”, me burlo.
“Sí, por supuesto. Pero mejor no decirle que no a Summer”.
Me agarro la barriga, riendo de nuevo. Summer tiene a Daniel a su merced. Pero el tío tampoco hace
nada que no quiera, de modo que también hay que tener eso en cuenta.
“Vale. Vamos a... ¡Bing, no!”. ¡Por el amor de Dios! Corro hacia el vestíbulo para revisar los daños.
¿Cómo se las ha arreglado para abrir el armario y sacar un par de zapatos? ¿Y por qué no me he dado
cuenta?
“¿Qué?”.
“Lo siento, le estaba hablando al perro”.
“¿Tienes un perro?”.
“No, es de mi amiga. Maldita sea, tengo que irme para poder salvar mis zapatos. Te enviaré un
mensaje, ¿vale?”.
“Claro”.
Lucho por quitarle el zapato de la boca a Bing. Tras una rápida comprobación, se lo devuelvo. Los
daños ya son irreparables.
“Bing, tenemos que hablar. No muerdas mis pertenencias cuando estoy distraída. Y hablar con Daniel
es una gran distracción. Sé que no debería serlo, ¿vale? Nuestra relación es parte del pasado, pero no
puedo evitarlo”. Le agito el dedo. “Y necesito tu absoluta cooperación”.
Bing mordisquea felizmente mi zapato y le doy una palmadita en la cabeza, suspirando, mientras
vuelvo al sofá. La pantalla del móvil sigue mostrando la foto del bebé Maddox, Summer y Daniel. Suspiro,
observando los ojos oscuros y almendrados de Daniel, y su encantadora sonrisa.
Está claro que no hay fecha de caducidad para llamarlo ex. Todavía está muy firme en esa categoría,
con la etiqueta de peligroso. Encantador, sexy y peligroso.
Capítulo Dos
Daniel
“No puedo creer lo mucho que se parece a Blake”, dice Summer cuando entramos en el aparcamiento
subterráneo del hospital.
Reprimo una risa. No veo ningún parecido entre el bebé y mi hermano. Todos los bebés me parecen
iguales, pero hace media hora que he expresado esa opinión y todavía me pitan los oídos con su
explicación sobre la forma de las cejas, la punta de las orejas y demás. Aprendo de mis errores.
“¡Mierda! Tengo una rueda pinchada”.
Nos detenemos frente a su Ford Focus negro y el neumático delantero parece haberse fundido con el
hormigón.
“Te la cambiaré. ¿Tienes una de repuesto?”.
Mi hermana sonríe. “Sí, sí que tengo. Muchas gracias. Eres el mejor hermano del mundo”.
“Seguro que le dices lo mismo a todos nuestros hermanos”. Tenemos otros siete hermanos: dos
hermanas y cinco hermanos. Como Summer es la más joven, todos la hemos mimado mucho. Yo tenía tres
años cuando nació y caí rendido a sus encantos. No ha cambiado mucho en los veintisiete años
transcurridos desde entonces.
“No lo confirmaré, pero tampoco lo negaré”. Sonríe, abriendo el maletero. Cojo la rueda de repuesto y
la llevo al frente.
“Está bastante estropeada. Me sorprende que no lo hayas notado de camino aquí”.
“No estaba prestando mucha atención. Estaba demasiado emocionada por llegar”.
Es comprensible. Prácticamente he salido volando de una reunión cuando recibí la llamada. El hecho
de que mi hermano gemelo se convierta en padre no es cosa de todos los días.
Enrollando las mangas de mi camisa, me pongo a trabajar en el neumático. “Por cierto, la jugada de los
zapatos no ha sido muy sutil”.
“No ha sido un intento de emparejamiento. Necesito los zapatos, pero mañana me voy a Los Ángeles
para el taller de la galería, ¿recuerdas? Vuelvo el próximo lunes y necesito los zapatos para un evento el
martes”.
“¿Y no podrías haberle preguntado a Pippa?”. Nuestra hermana mayor y Caroline son íntimas amigas.
No me importa que invente una excusa para que vea a Caroline, pero es importante advertir a mis
hermanas sobre sus intentos de emparejamiento; de lo contrario, las cosas podrían empeorar
rápidamente.
“Me recogerás en el aeropuerto cuando vuelva. Puedes traerlos en ese momento. Me parece que es lo
más lógico”. Sonríe de forma pícara, claramente con ganas de decir más.
“Solo di lo que te mueres por decir”.
“Voy a ser sincera al respecto”.
No puedo evitar sonreír. “¿Acaso has sido sutil hasta ahora?”.
“Todavía sientes algo por ella. Por la forma en que la miras. Te he visto en la boda de Blake. Y has
estado ayudando a su padre”.
“Yo... ¿cómo sabes eso?”.
Se encoge de hombros. “La fábrica de rumores de los Bennett”.
“Debí imaginarlo”.
Hablar con mi familia debería llevar una etiqueta de advertencia: todo lo que digas puede y será
utilizado en tu contra.
“Los ex no suelen seguir en contacto con las familias de los demás. No es que quiera hacer muchas
conjeturas...”.
“Summer, te daré una opinión sincera: haces muchas conjeturas”.
Levanta un dedo como si dijera: “Presta atención”.
“Aun así, tengo una teoría. Escúchame y te prometo que hoy no diré nada más sobre el tema”.
“Escuchémosla”.
“Mi teoría es que vosotros os habéis mantenido en contacto con las familias porque queréis formar
parte de la vida del otro de la manera que sea”.
Summer es una de las personas más románticas y optimistas que conozco. En combinación con su
tendencia a hacer demasiadas conjeturas, sus teorías suelen ser descabelladas. Pero esta en particular es
sorprendentemente acertada.
Me mira pero no rompe su promesa.
“Ya casi he terminado. ¿Tienes un paño? ¿Algo con lo que pueda limpiarme las manos? Tengo grasa por
todas partes”.
“Buscaré algo”. Desaparece en la parte trasera del coche y vuelve con un paño.
Al entregármelo, me dice: “Por cierto, se rumorea que Simon Luther será cliente tuyo”.
“Es verdad. Y sí, te conseguiré su autógrafo”.
“Eres realmente el mejor hermano. ¿Cómo has adivinado que te iba a pedir eso?”.
“Ha sido una corazonada”. De pequeña, Summer tenía pósters del actor por todas las paredes.
“Me encanta tu trabajo. Y estoy tan feliz de que hayas quitado lo de las aventuras extremas”.
“Yo también”.
Mi empresa ofrece todo tipo de eventos, viajes, aventuras y experiencias, y está atrayendo a una
clientela bastante famosa. Cuando empecé, lo más importante eran las aventuras extremas. Ignoré las
preocupaciones de mi familia, con la idea de que a mí nunca me pasaría nada. Hasta que me pasó. Por
pura suerte, no sufrí lesiones graves, pero en la siguiente cena familiar quedó claro que no podía volver a
someterlos a tanta preocupación.
“Ya está”. Me pongo de pie y me limpio las manos con fuerza en el paño. La grasa no se quita.
“Muchas gracias. Me iré directamente a casa. ¿Y tú?”.
“Antes tengo que pasar por la oficina”.
Me da un beso en la mejilla, suspirando. “Todavía no puedo creer que Blake sea padre. Cuando nos
queramos dar cuenta, te habrá tocado a ti”.
El optimismo de Summer en todo su esplendor. Eso no está en mis planes. De los nueve hermanos, solo
Summer y yo estamos solteros. He visto a mis hermanos mayores y a mi gemelo enamorarse y formar una
familia en los últimos años. La conexión que cada uno tiene con su cónyuge es tan fuerte que a menudo
me siento como un tercero en discordia cuando me encuentro en una habitación a solas con alguna de las
parejas.
Hace años, tuve ese tipo de conexión con Caroline. Pero ya no tengo ningún derecho sobre ella. Sin
embargo, siempre olvido ese detalle cada vez que estoy cerca suyo. Apenas puedo evitar coquetear con
ella, o tocarla.
“Gracias por reunirte con Caroline para recoger mis zapatos. No te eches atrás. Los necesito”.
“Te los traeré, maldita manipuladora”.
“Yo también te quiero”.
Le beso la frente y le abro la puerta del coche. Mueve las cejas mientras se desliza en el asiento del
conductor.
“Diviértete en Los Ángeles”.
“Diviértete recogiendo los zapatos”.
Sonriendo, sacudo la cabeza mientras cierro su puerta. Hasta aquí ha llegado la promesa de mi
hermana.

***

El tráfico en San Francisco suele ser caótico, pero cruzar la ciudad a las siete de la tarde es un verdadero
infierno. Llego a las ocho a la oficina, esperando encontrarla vacía, pero Lena, nuestra recepcionista, está
en el mostrador.
“¿Cómo ha ido?”, pregunta.
“Mi sobrino está muy saludable y su madre también. ¿Qué haces aquí todavía?”.
“El premio a la empresa turística del año se ha entregado hace media hora. No podía irme sin añadirlo
a nuestro Muro del Orgullo”.
Al echar un vistazo a la pared en cuestión, identifico inmediatamente la nueva incorporación. El título
del premio está escrito en tinta dorada sobre un fondo azul oscuro, enmarcado con un fino borde blanco.
No soy de los que coleccionan premios, pero motivan mucho a los empleados.
“Pronto, el muro se va a derrumbar”, comento con una sonrisa.
“Sería fantástico tener ese problema. No seas aguafiestas. Hasta a Justin, el gruñón de la compañía, le
gusta”.
“Procura no decírselo a la cara”. Justin Hamel fue mi primer empleado, aunque mentor podría ser la
palabra más adecuada. Conoce este negocio a la perfección, pero su dureza en el trato con el resto de los
empleados no contribuye a su popularidad.
Lena se ríe. “Por supuesto que no. ¿Cuánto tiempo vas a estar aquí? ¿Necesitas algo?”.
“Solo tengo que recoger el equipo para el grupo de mañana. Vete a casa”.
“¿Seguro?”.
“Sí”.
“Vale, entonces ya me marcho”. Se echa el bolso al hombro y me saluda con la mano.
Cuando estoy a punto de dirigirme a mi despacho, el marco con el premio se desplaza de lado y me
detengo para enderezarlo. Con una oleada de orgullo, tengo que admitir que mi equipo tiene razón al
colgar los premios. Es un bonito recordatorio de que el esfuerzo tiene su recompensa.
Mis hermanos mayores construyeron un imperio desde cero: Bennett Enterprises es uno de los
mayores productores de joyas. Entrar en la empresa familiar siempre fue una opción, pero sabía que no
era para mí. Si paso demasiado tiempo detrás de una mesa de oficina, me vuelvo inquieto e impaciente.
Me gusta estar al aire libre, por eso monté un centro de aventuras y salgo al campo con grupos todo lo
posible. Mi familia me animó cuando anuncié que iba a emprender por mi cuenta. Quiero hacerlos sentir
orgullosos.
Voy de camino al sótano del edificio donde guardamos el equipo cuando recibo un mensaje.
Caroline: ¡Oye! Si te parece bien, puedo llevarte los zapatos de Summer el lunes.
Daniel: El lunes estaré fuera con un grupo, pero volveré a la oficina a las seis.
Caroline: A las seis está bien. O puedo dejarlos con alguien en tu oficina.
Daniel: ¿Y exponerme a la ira de Summer? :-) Nos ha tendido una trampa, lo menos que
espera es un encuentro cara a cara.
Caroline: Uno de estos días deberíamos inventar una historia salvaje, para ponerla en su
sitio. Me pasaré a las seis, te daré los zapatos PERSONALMENTE :-)
Mi imaginación ya está desbocada. Éramos atrevidos... y nos llevábamos tan bien. Joder, tan bien que
todavía me reprocho por haberla dejado.
Vuelvo a meterme el teléfono en el bolsillo y empiezo a elaborar un plan. Puede que mi hermana lo
haya propiciado, pero pienso aprovechar al máximo mi tiempo con Caroline.
Capítulo Tres
Caroline
A la noche siguiente, me detengo frente a la casa de papá, llegando quince minutos tarde para nuestra
cena. Vive en la misma modesta vivienda de dos dormitorios en la que crecí, en el barrio de Excelsior.
Siempre me ha gustado la casa de mis padres. Cuando mamá vivía, las estanterías bajo las ventanas
saledizas estaban adornadas con geranios. En su ausencia, un aire de tristeza se cierne sobre la casa,
donde lo que más se destaca es la resquebrajada pintura verde claro. Tampoco ayuda el hecho de que el
cielo esté terriblemente sombrío, a pesar de tratarse de un día de finales de septiembre.
La puerta se abre antes de que llame. “Aquí está mi niña. ¿Todo bien?”.
“Sí. Siento haber llegado tarde”. Sostengo la bolsa de donuts mientras entro. “He salido muy tarde de
la escuela y me ha llevado mucho hacerlas”.
“He preparado estofado”, dice papá mientras nos dirigimos a la sala. Ya ha puesto la mesa. Coloco los
donuts en un extremo y sirvo ambos platos con estofado antes de sentarnos.
“He seguido la receta de tu madre al pie de la letra”, dice con orgullo.
Sí... excepto que la de mamá me sabía deliciosa y ésta me recuerda a las sopas de lata que comía en la
universidad. Pero, educadamente, me como todo el plato. Me ofrezco a llevar la cena siempre que puedo,
pero no tengo el valor de decirle que la cocina no es lo suyo. Bastante tiene ya con cuidar de la casa y
gestionar la librería él solo. No quiero hacerle sentir que ni siquiera es capaz de hacer un simple estofado.
“¿Cómo van las reformas, papá?”.
“Acabaremos antes de lo previsto. Podré abrir mucho más rápido de lo que pensaba”.
Entre la popularidad de las compras en línea y la competencia de las grandes cadenas, la librería de
mis padres lleva un tiempo teniendo dificultades. No ayudaba el hecho de que el local pareciera de los
años noventa. Hace unos meses, papá finalmente aceptó que necesitaba una renovación radical. Está
añadiendo una pequeña cafetería, con la idea de ofrecer a los clientes una experiencia diferente, no solo
un punto de venta. Se nos ocurrió este plan con la ayuda del asesor bancario de papá.
“Por cierto, le he pedido a Daniel que revise el plan de negocios”.
“¿Daniel Bennett?”.
Papá sonríe. “No conozco a ningún otro Daniel. Y el tío tiene una mente brillante para los negocios. Ha
planteado buenas ideas. Dice que las mejoras darán un giro a las cosas, que traerán más beneficios”.
Daniel tiene un negocio exitoso. Si hay alguien que puede darnos consejos valiosos, es él. Mi talento
reside en educar a niños pequeños, no en dirigir un negocio, aunque esto no me ha detenido a la hora de
destinar la mayor parte de mis ahorros a la renovación de la librería.
Él mantuvo una relación muy cercana con mis padres mientras salíamos. Siempre era muy atento con
ellos: le llevaba flores a mamá, charlaba con papá sobre su equipo de fútbol favorito, y ese tipo de
detalles. Cuando mamá murió el año pasado, estuvo a nuestro lado, al igual que el resto de su familia.
Volví a acercarme a ellos en ese momento, en especial a su madre y a sus hermanas. Nos habíamos hecho
amigos en la universidad, pero me alejé un poco después de que rompimos. No sabía que él y papá
seguían en contacto.
Mmm... Podría preguntarle a papá más sobre el tema, pero últimamente ha estado hablando mucho
con las hermanas Bennett, dando pistas no muy discretas acerca de Daniel y de mi. Le preguntaré a él
mismo cuando lo vea.
A continuación hablamos de mi hermano. Niall vive en Dublín y es neurocirujano. Es el único miembro
de la familia a quien no le gusta Daniel, posiblemente por haber sido testigo de varias de mis sesiones de
llanto tras la ruptura.
Conocí a Daniel y Blake en nuestro primer año de universidad. Los gemelos y yo forjamos una amistad
casi instantánea por nuestra aversión a la comida del campus y a la gente que llamaba “Frisco” a San
Francisco. Nos unimos en interminables charlas sobre nuestras familias. Los gemelos eran una especie de
sustituto de mi hermano, al que echaba mucho de menos. Al menos de esa forma consideraba a Blake.
Daniel... eh, esa es otra historia.
Sus encantos me cautivaron desde el momento en que lo conocí. Se me aceleraba el pulso más de la
cuenta, me sonrojaba mucho cuando estaba cerca de él y le daba más importancia a sus cumplidos que a
los de los demás. Al principio, intenté convencerme de que era una reacción normal, porque bueno...
Daniel era alto, fuerte y excepcionalmente guapo. Pero Blake también era todo eso y nunca me había
afectado de esa manera.
Puedo recordar exactamente el momento en que las cosas entre Daniel y yo salieron de la “friendzone”.
A principios de nuestro último año, los chicos habían venido a recogerme y nos dirigíamos a una fiesta en
el campus. Ninguno de ellos tenía pareja, pero al entrar en mi apartamento, Blake empezó
inmediatamente a seducir a mi nueva compañera de piso para convencerla de que se uniera a nosotros.
Mientras tanto, nosotros esperábamos en la puerta, analizándonos mutuamente.
“Estás preciosa esta noche”, dijo.
“Tú también estás guapo”.
Ya habíamos intercambiado palabras similares alrededor de un millón de veces. Pero fue la millonésima
y primera vez la que lo consiguió. Quizá fue la forma en que Daniel se inclinó cuando lo dijo; o quizá fue la
forma en que respiré agitadamente, me mordí el labio y Daniel siguió con la mirada cada una de mis
reacciones. Después de eso, se inclinó aún más, tan cerca que pude olerlo. Sándalo y mar. Era la colonia
que le había regalado la Navidad anterior.
“Quizá debería ser tu cita esta noche”, susurró, con su aliento caliente posándose en mi mejilla.
“Tal vez quiero que lo seas”. Lo dije en tono juguetón y añadí un suave golpe con el codo en su
estómago. Me guiñó un ojo y se apartó, pero ambos sabíamos a lo que estábamos jugando. Fingimos que
estábamos bromeando, pero estaba claro que no era así.
Me observó bailar toda la noche y el deseo en sus ojos era evidente. Pero no intentó nada, ni siquiera
cuando me acompañó a casa a las cuatro de la mañana. Frente a mi puerta, me besó la mejilla. Mantuvo
sus labios sobre mi piel y sus dedos extendidos en el lado de mi caja torácica, clavándose ligeramente en
mi cuerpo. Ardí de deseo por él durante toda la noche.
Tenía un dilema entre desear que intentara algo y desear que no lo hiciera. Un verdadero dilema,
porque había deseado a Daniel durante casi tres años, pero Daniel... bueno, era como cualquier otro
hombre de edad universitaria rodeado de mujeres solteras. Le gustaba su libertad, no quería estar atado y
yo no era muy partidaria de querer cambiar a la gente. Sabía ser amiga de Daniel, pero no sabía ser otra
cosa. Valoraba tanto la amistad de los gemelos como la de su familia. Me había encariñado con los
Bennett y no estaba segura de que transgredir los límites de la “friendzone” fuera aconsejable.
Mis mejores intenciones se esfumaron cuando volvimos de otra fiesta. Era noviembre y hacía frío.
Daniel me dio su chaqueta porque la mía era tan ligera que parecía no tener chaqueta. Tuvimos que
cruzar todo el campus para llegar a mi edificio, lo que suponía casi veinticinco minutos de caminata.
A pesar de llevar su chaqueta, estaba temblando.
“Sigues teniendo frío”, comentó.
“Tengo los pies helados”.
Se los señalé. Llevaba zapatos planos, pero sin calcetines. En noviembre. Daniel se detuvo en seco. La
iluminación era tenue y al principio no pude ver exactamente lo que hacía, pero luego se quitó los zapatos
y me entregó los calcetines.
“Toma. Ponte estos calcetines”.
“Yo... gracias”.
Por alguna razón —quizá el enamoramiento de tres años y las semanas de sueños calientes con él— el
gesto me tocó profundamente. Cuando llegamos a la puerta de mi casa, no estaba preparada para
despedirme. Mi compañera de piso no iba a estar durante todo el fin de semana y Daniel estaba
temblando.
“¿Quieres entrar? Puedo prepararte un té”.
“Claro”. Respondió tan rápido que era evidente que tampoco quería despedirse. Después de haber
tomado dos tazas de té, seguía temblando. Le devolví los calcetines con pesar, esforzándome por
encontrar una excusa para que se quedara más tiempo. Resignada a que no se me ocurriera ninguna idea
inteligente a las cuatro de la mañana, simplemente le pregunté: “¿Quieres dormir aquí? El sofá se hace
cama. Tu apartamento está lejos y no es fácil encontrar taxis a estas horas”.
Había dicho todo esto muy rápido, jugando con la taza de té vacía en mis manos. Estábamos sentados
uno al lado del otro en el sofá.
“Si quieres que me quede, me quedaré”.
“Solo si tú también quieres”.
Parecía que estábamos jugando a ver quién se rendía primero. De repente, la comisura de su boca se
levantó.
“Me quedo”.
“Vale. Te buscaré unas sábanas”.
Cuando volví con las sábanas, Daniel se estaba paseando por la pequeña sala de estar. Todavía parecía
congelado. Tenía que hacer algo para que estuviera más cómodo. Después de todo, yo era la razón por la
que el frío se había metido en sus huesos. Me había quedado con la chaqueta y los calcetines del pobre
hombre. Le había traído una manta, pero ¿sería suficiente? Mi imaginación me proporcionó
inmediatamente una solución más eficaz. El contacto piel con piel lo calentaría en un santiamén. Podría
usar eso como pretexto para acurrucarme contra él en el sofá, bajo la cubierta...
Sacudí la cabeza, sintiéndome un poco rara, pero el corazón me latía más rápido solo con imaginarme
tocando su firme cuerpo, sintiendo sus tensos músculos contra mí. Cuando lo sorprendí observándome, el
calor me subió por las mejillas. Aparté la mirada, temiendo que pudiera leer mi mente, pero no sin antes
notar que sus ojos estaban un poco entrecerrados.
“¿No te importa que duerma en plan comando?”, preguntó.
El calor en mis mejillas se intensificó. Se me entumeció el cerebro al pensar en tener a Daniel desnudo
en la sala de estar. “No, haz lo que te resulte más cómodo. Aunque puede que tengas frío”.
Tragué saliva, sin atreverme a mirarlo. Pero podía sentir que me observaba. El aire que nos rodeaba
parecía haberse espesado con la tensión.
Con el fin de disiparla, pregunté: “¿Quieres un baño caliente? Te haría entrar en calor enseguida”.
“Cierto, había olvidado que tenías una bañera. Todavía no puedo creerlo”.
Sonreí. “Es una de las razones por las que me mudé aquí. Es un lugar pequeño, pero tiene bañera. Me
encanta. La uso al menos una vez a la semana. ¿Quieres que te la llene?”.
“Solo si te bañas conmigo”.
Si antes pensaba que había tensión en el aire, ahora apenas podía respirar. No trató de hacerlo pasar
por una broma, como habíamos hecho tantas veces antes, cuando no queríamos superar los límites del
coqueteo. De hecho, no dijo nada más, se limitó a acortar la distancia hacia mí, aplastándome contra la
puerta del baño. Me miró, me pasó la mano por debajo de la mandíbula y me recorrió el contorno de la
mejilla hasta la oreja. Tenía la otra mano en mi hombro, con los dedos en mi jersey y el pulgar en mi
clavícula.
“Únete a mí”. Fue una orden ligeramente disimulada y la parte inferior de mi cuerpo reaccionó con
tanta fuerza que apreté los muslos. “Quieres esto. A mí. A nosotros. Lo deseas tanto como yo”.
“Sí”.
Sonrió. “Sí, ¿a qué?”.
“A todo eso. El baño, el desearte. Especialmente la parte de desearte”.
Había sido un fin de semana memorable. Habíamos hecho el amor en la bañera, en el sofá, en mi
habitación, en la cocina. Siguieron muchos otros fines de semana similares. Éramos inseparables. Lo que
pensé que sería solo diversión en la universidad se convirtió en mucho más. Daniel y yo simplemente
congeniamos. Nos entendíamos a todos los niveles. Le entregué mi corazón por completo. Estábamos tan
bien juntos.
Hasta que todo cambió.
Las cosas empezaron a desmoronarse cuando llegó el momento de decidir sobre los estudios de
posgrado. Había recibido una beca completa de mi primera opción, la Universidad de Washington. Era un
programa de dos años y el primero era en Dublín. Quería pasar un tiempo con mi hermano, que se había
mudado allí cinco años antes, y conocer mejor la ciudad en la que había nacido. Además, el programa era
de primera categoría.
Daniel iba a ir a Stanford a estudiar empresariales. Cuanto más se acercaba la fecha límite para
confirmar nuestras plazas, más me echaba para atrás. No quería estar tan lejos de él. Solo había recibido
una beca parcial para Stanford, pero podría compensarlo si trabajaba como camarera. A Daniel no le
gustó nada mi idea.
“Pero Washington es tu primera opción. La que tú quieres”, argumentaba cada vez. “No te conformes
con nada menos que lo que sea mejor para ti”.
Percibí que se alejaba de mí con cada conversación. De modo que, cuando apareció en el bar donde
trabajaba, al final de mi turno, supe que se había acabado.
“Caroline, he pensado mucho en esto... y no va a funcionar. Las relaciones a distancia son complicadas
y te perderías muchas experiencias si pasas la mitad del tiempo en un avión. Lo mismo para mí. El mejor
lugar para ti es la Universidad de Washington, incluido el año que tienes que pasar en el extranjero. No
dejes todo eso por mí”.
Nos separamos amistosamente. Nuestra conversación de ruptura fue muy adulta. Sin peleas ni gritos.
Daniel fue el que más habló. Yo solo asentía y contenía la respiración cada vez que tenía ganas de llorar.
Contuve la respiración tantas veces durante esa conversación que pensé que me iba a desmayar. En
teoría, todo tenía sentido; era lo mejor para los dos. Pero una parte de mí sabía que podríamos haber
hecho que la relación funcionara. Iba a ir a Dublín durante un año y a pasar el segundo en Washington, no
a establecer una colonia en Marte.
Capítulo Cuatro
Caroline
“¿Cita con algún hombre sexy esta noche?”, pregunta Karla mientras nos levantamos de nuestras sillas.
No hay más nadie a excepción de nosotras en el colegio, pero siempre nos quedamos hasta más tarde los
lunes para repasar asuntos administrativos.
“No, solo he quedado con un amigo”.
Guiña un ojo, encogiéndose de hombros. “Mucho esfuerzo para un amigo”.
Miro mi atuendo: un vestido azul oscuro ceñido a la cintura, que deja ver un poco de escote, y una
chaqueta roja.
“Me gusta disfrazarme de vez en cuando”.
Podría argumentar que es la forma en que suelo vestirme cuando salgo con una amiga, pero la verdad
es que siempre que estoy a punto de encontrarme con Daniel, hago todo lo posible por parecer arreglada.
Tal vez se trate de una regla general: que cuando un antiguo amor te vea tu aspecto sea el mejor. Excepto
que no puede ser demasiado general porque no me importa lo que piensen otros ex. Ahora bien, cuando
estoy a punto de encontrarme con Daniel... Ohhhh ahí sí, hombre. Siempre saco la artillería pesada.
Salimos juntas y me despido de Karla, dirigiéndome al aparcamiento que hay detrás del colegio. Una
vez en el coche, me quito los zapatos, enroscando y estirando mis pobres dedos. Conducir descalza está
mal visto, pero si un policía me para, le pediré con gusto que conduzca con mis tacones de doce
centímetros. ¡A ver cómo lo hace!
Cuarenta minutos después, llego a la dirección que Daniel me ha enviado por mensaje y aparco el
coche frente a un edificio de tres plantas con el cartel “Golden Escapes Adventure Center”. Nunca he
estado en su oficina. Volviendo a ponerme los tacones, salgo del coche y subo los escalones de la entrada.
Las puertas correderas se abren cuando me acerco y una amable rubia me saluda desde detrás de un
mostrador de recepción.
“Bienvenido a Golden Escapes. ¿Qué puedo hacer por usted?”.
“Tengo que dejarle esto a Daniel”. Levanto la bolsa de papel que contiene los zapatos de Summer y un
regalo que he comprado para el menor de los Bennett.
“La señorita Caroline Dunne, ¿verdad?”.
“Sí”.
Señala a la derecha. “Su puerta está al final del pasillo”.
Asiento y me dirijo en esa dirección, con las palmas de las manos cada vez más sudorosas a medida
que me acerco a la puerta. Sacudiendo la cabeza, me reprendo. Sin embargo, no puedo evitar sentir
mariposas en el estómago cuando llamo a su puerta, ni que se me tense todo el cuerpo cuando responde:
“Pasa”.
Su oficina es enorme. Es muy luminosa y tiene un gran escritorio colocado de manera que pueda mirar
directamente al exterior. En este momento, sin embargo, me está mirando a mí, y... ¡joder, qué sexy!
Acechándome, Daniel me resulta tan irresistible como de costumbre. Esta montaña de hombre mide
alrededor de un metro noventa. El hecho de que haga ejercicio con regularidad es claramente perceptible
por la forma en que su camisa negra le ciñe el torso. El contorno de los músculos que rodean sus brazos
es visible en la parte superior de la manga. Ha subido la parte inferior de las mangas hasta el codo y
puedo ver con facilidad los músculos y las venas que rodean sus antebrazos. Siempre me han gustado los
antebrazos fuertes. Así como una barba oscura.
“Caroline, hola”. Inclinándose hacia delante, me besa la mejilla, rozándome ligeramente, con una mano
en la cintura. Enciende mi piel en cada punto de contacto. Con la mayor destreza posible, me alejo y miro
a mi alrededor.
“Me encanta la vista. Aunque no pasas mucho tiempo aquí, ¿no?”.
“No. Me gusta estar al aire libre, en medio de la acción, pero necesito una oficina para las reuniones y
el papeleo, así que naturalmente he cogido la mejor habitación del edificio”.
Sonrío. “Naturalmente”. Con una sonrisa, levanto la bolsa. “Aquí está el envío. Los zapatos de tu
hermana y un regalo para el bebé Maddox”.
Me quita la bolsa y me frota el dorso de la mano con el pulgar.
“¿Qué te parece si vamos a cenar? Nos da tiempo a ponernos al día y me estoy muriendo de hambre.
Hay un restaurante que sirve unas enchiladas buenísimas a la vuelta de la esquina”.
Mi sonrisa se desvanece mientras lo considero. Por un lado, me encantan las enchiladas. Por otro lado,
estar cerca de Daniel es peligroso.
Daniel se inclina más hacia mí, acercando su mano a la pequeña curva de mi espalda. Desearía que no
fuera tan afectuoso. Pero al mismo tiempo, desearía no disfrutarlo tanto. “Te encantan las enchiladas”.
“Me gustan mucho”, admito en un suspiro, la boca se me hace agua solo de pensar en una jugosa
enchilada y en todos esos sabores explotando en mi boca.
“Perfecto, eso es un sí. Vamos”.
“Tergiversarías cualquier cosa que diga en un sí”.
Se le contraen las comisuras de la boca. “Summer va a pedir un informe sobre esta noche y hay un
riesgo muy alto de que deje de ser su hermano favorito si ni siquiera te convenzo de ir a cenar conmigo”.
Me pongo las dos manos sobre el pecho de forma teatral. “No sé qué me sorprende más: que sigas
viviendo bajo la impresión de que eres su hermano favorito o que le tengas tanto miedo a sus
cuestionamientos”.
“Bueno, si has aprendido a callar a mi hermana, te suplico que me digas cómo”.
Dejo caer las manos. “Solo uso maniobras evasivas, pero no siempre funcionan. Vale, tú ve delante”.
Tras coger la chaqueta del respaldo de su silla, me conduce fuera de la habitación y del edificio.
“Está a la vuelta de la esquina”.
El edificio de la oficina de Daniel está en Hyde Street, así que pasamos por el famoso tramo empinado
de Lombard Street, con sus curvas en forma de zigzag, su pavimento de ladrillo rojo y sus brillantes setos
verdes. Me encanta esta ciudad. Cuando estuve en Europa durante mi año en el extranjero, viajé todo lo
que pude. Fui a Londres, París y Praga. Cada ciudad tenía su propio encanto, pero no veía la hora de
volver a San Francisco. Entre los tranvías y la sinuosa calle Lombard, mi ciudad natal siempre me ha
parecido mágica.
En menos de cinco minutos, llegamos al restaurante. Hay una larga cola hasta la entrada, pero Daniel
me acompaña hasta el frente.
“Sr. Bennett”, lo saluda el camarero como si fueran viejos amigos. “Su mesa está lista”.
“¿Has hecho una reserva?”, susurro. “¿Y si hubiera dicho que no?”.
Lleva una mano a la parte baja de mi espalda, guiándome hacia el interior. “He sido optimista”.
El camarero nos lleva a una mesa justo en el centro de la sala. Normalmente, no me importaría, pero
las mesas están tan cerca unas de otras que resulta claustrofóbico.
A Daniel no se le escapa nada. “Queremos una mesa más apartada”.
“¡Desde luego!”, dice el camarero, que nos lleva a una mesa del fondo. En cuanto nos sentamos, me
sumerjo en el menú y se me hace la boca agua solo con leer los especiales. La opción de haz tu propia
enchilada es particularmente atractiva. Puedes personalizarla a tu antojo. El problema es que cuando me
dan tanta libertad teniendo el estómago vacío, tiendo a llevar la gula a niveles extremos. Por eso acabo
pidiendo una enchilada con el doble de ingredientes de los necesarios. Me asalta un sentimiento de culpa,
pero la alejo rápidamente. Se suponía que estaba a dieta, pero entre la cena de mi padre y esto...
empezaré de nuevo el próximo lunes.
“¿Vienes aquí a menudo?”, pregunto.
“Con bastante frecuencia. Tiene mucho éxito entre mis clientes. Incluso entre los más prestigiosos, y
eso que son muy selectivos”.
“¿No te gusta trabajar con ellos?”.
Se encoge de hombros. “Son muy exigentes. Pero traen mucho dinero. No era mi objetivo cuando
monté el negocio, pero me quedaron unos cuantos contactos en el mundo del espectáculo de mis...”.
“¿Años salvajes?”, aporto, porque parece que le cuesta encontrar las palabras adecuadas.
“Sí”.
“Bueno, muy inteligente de tu parte usar esos contactos”.
Sus hermanos mayores —Sebastian, Logan y Pippa— fundaron Bennett Enterprises cuando Daniel y
Blake eran niños. En la época en que estaban en la universidad, el tremendo éxito de la empresa convirtió
a la familia en objetivo de la prensa sensacionalista. Daniel y Blake sacaron provecho de la repercusión en
los primeros años después de la universidad.
A menudo, los sitios de cotilleo publicaban fotos de ellos en fiestas de alto nivel, mezclados con
modelos y actores. Recuerdo que, durante mi segundo año del máster, consulté uno de esos sitios web —
accidentalmente, por supuesto, porque no estaba acechando en absoluto a Daniel— y me sorprendí de lo
diferentes que se estaban volviendo nuestras vidas. Parecíamos dos líneas perpendiculares: veníamos de
direcciones distintas, íbamos en direcciones distintas, nos cruzábamos alguna que otra vez y después
nunca más.
Cuando el camarero llega con nuestras enchiladas, las comemos de inmediato. Tengo más hambre de lo
que pensaba. Solo me detengo a tomar un respiro después de haber devorado la mitad de la ración.
“Oh, esto es increíble”, digo.
“Me alegro de que lo apruebes. He pensado en traerte aquí desde que vine la primera vez”.
Bajo los ojos al plato, concentrándome en la comida. No saques conclusiones apresuradas, Caroline. No
saques conclusiones apresuradas.
Mierda. Siempre hago demasiadas conjeturas cuando se trata de Daniel, lo cual no tiene sentido. Hace
mucho tiempo que terminamos y ambos hemos tenido otras relaciones a lo largo de los años. No llegaron
a nada, por lo que seguimos solteros, pero tampoco es que hayamos estado suspirando el uno por el otro.
Vaya, ¿a quién quiero engañar? Me pongo a mil cada vez que me toca o me hace un cumplido y mi
primer instinto cuando está desbordado por alguna situación es intentar calmarlo. Esas son señales de
que lo echo de menos. Pero me gusta mentirme a mí misma de vez en cuando, fingir que soy inmune a él.
Todo el mundo hace lo mismo, ¿no? Todas las mujeres tienen ese ex que nunca superaron, ¿no? Brindo por
los deseos de no ser una deshonra para la población femenina.
¿Lo más ridículo de todo? En realidad no espero que nos reconciliemos. Tengo una regla fundamental:
una vez que me rompen el corazón, no doy marcha atrás. Además, he acumulado muchas frustraciones a
lo largo de los años — la que más pesa es mi incapacidad para tener hijos—. Pero no tiene sentido insistir
en eso ahora, estropearía esta preciosa velada.
“Por cierto, papá dice que lo has ayudado con el plan de negocios para la librería. Gracias”.
Agita la mano como si no importara. “Es un placer. Me alegro de que por fin le dé una vuelta a ese
lugar. Y añadir la cafetería es una gran idea. Cualquier fuente de ingresos adicional ayuda. Lo he ayudado
a que le bajen el precio que le pedían por los muebles. Tu padre es un gran hombre, pero...”.
“¿No es un gran empresario? Mamá solía decir lo mismo. La echo mucho de menos”.
“Ya lo creo”.
Ella nunca quiso que yo sea profesora. Esperaba que siguiera los pasos de mi hermano y me
convirtiera en médica. En los momentos en que no estaba luchando por hacerme entrar en razón, me
miraba de forma cariñosa mientras movía la cabeza en señal de desaprobación —sí, podía hacer las dos
cosas a la vez— y me decía: “Eres igual que tu padre”.
Sabía exactamente a qué se refería. A papá y a mí nos gusta cuidar de las personas que queremos,
hacerlas felices. Desgraciadamente, esas no son habilidades muy bien cotizadas. Mamá dirigía la librería
con mano de hierro porque el carácter blando y confiado de papá la llevaba a tener muchos percances con
proveedores que le cobraban de más y empleados que le robaban.
“Gracias por ayudarlo, Daniel. Te lo agradezco mucho”.
“Siempre me han gustado tus padres. Aunque hay que hacer algo con las comidas de tu padre”.
Me eché a reír. “No me digas que ha intentado envenenarte con su estofado”.
“Pues sí, y eso no fue lo peor. Una vez hizo carne asada. Estaba tan dura que pensé que me rompería
un diente al masticarla”.
“¿Con qué frecuencia ves a mi padre?”.
“De vez en cuando”, dice, inexpresivo.
Le agito el dedo índice. “Esa no es una respuesta. Esa no es una respuesta. Sé cómo sacarte
información...”.
Se inclina sobre la mesa, con un brillo juguetón en los ojos. “Lo recuerdo. Algunas veces te quitabas la
ropa para conseguirlo. Espero que elijas ese método”.
Abro la boca y vuelvo a cerrarla, mientras me sube un calor a las mejillas. Sí, me he cavado mi propia
tumba. Es mi culpa. Daniel me observa atentamente y yo me retuerzo en mi asiento, sintiendo una
repentina sensación de calor. Seguimos adelante.
“Realmente me gustaría saberlo”, digo finalmente.
“Después de que tu madre falleciera, empecé a pasarme por allí unas cuantas veces al mes, siempre
que había un partido de fútbol en la televisión. Parecía estar muy solo”.
“Oh”. Sus palabras llegan a algún lugar profundo dentro de mí. Me meto el último bocado de enchilada
en la boca, procesando todo esto. Papá se siente solo, por eso nunca me pierdo nuestra cena semanal y lo
llamo tan a menudo como puedo. Pero es mi padre. Daniel no es pariente suyo y, sin embargo, se esfuerza
más que mi propio hermano. Viajar para visitarlo no es fácil, pero Niall podría llamarlo más seguido.
“Es muy amable de tu parte. Se siente solo”.
“No quiero que te pongas triste. Cambiemos de tema. ¿Cómo va el trabajo en el nuevo colegio?”.
“¿Cómo sabes que he cambiado de lugar de trabajo?”.
“Siempre me he mantenido informado sobre ti”.
Su respuesta me pilla desprevenida, llenándome de calidez. Me río nerviosamente, intentando de
nuevo no hacer demasiadas conjeturas... pero fracaso completamente.
“Es genial. Me encanta. Los grupos son mucho más pequeños, de modo que podemos atender mejor las
necesidades de cada niño. También hacemos muchas actividades extraescolares. Solo llevo un mes allí, así
que todavía estoy a prueba, pero estoy haciendo un gran trabajo. No hay razón para que no me
mantengan. El próximo lunes teníamos que llevarlos al Parque Histórico Marítimo, pero hoy nos han
llamado para decirnos que han cerrado una sección, por lo que no creo que tenga mucho sentido ir.
Tendremos que buscar una alternativa porque los niños están muy ilusionados con ir de excursión. ¿Se te
ocurre alguna idea? Eres el maestro de las aventuras”.
“¿Qué edad tienen?”.
“Nueve años”.
“El avistamiento de ballenas sería la bomba. En esta época se pueden ver ballenas jorobadas y azules.
Todavía están migrando”.
“Muy buena idea”.
“Puedo organizarlo. El próximo lunes voy a llevar a un grupo desde Moss Landing. Saldremos por la
tarde, pero de todos modos he tenido que alquilar el barco para todo el día. Podríamos llevar a los niños
por la mañana”.
“¿Cuánto nos costaría?”, pregunto con escepticismo. “Es una escuela privada, pero... no es tu público
objetivo habitual”.
“No solo trabajo con famosos. Te enviaré un presupuesto. Puedo hacerte un descuento de amigo”. Me
muestra una sonrisa. Oh, joder, no. ¡Su sonrisa traviesa no!
“No será necesario. Envíame la propuesta y se la transmitiré al director y a mis colegas”.
Estoy segura de que estarán encantados con él. Yo también lo estoy. Por el bien de los niños, claro, no
porque quiera pasar más tiempo con Daniel.
Durante el resto de la cena, charlamos sobre su familia y sus travesuras, y hacemos apuestas sobre el
tiempo que tardará Summer en preguntarle cómo ha ido la noche. Tenemos la respuesta al final de la
velada, cuando volvemos a su oficina, ya que ambos habíamos aparcado cerca de su edificio.
Suena el teléfono de Daniel y él se ríe mientras mira la pantalla, para luego girarlo hacia mí.
Summer: ¿Tienes mis zapatos? ¿Cómo está Caroline?
“Tienes razón, deberíamos darle a probar su propia medicina, inventar una historia alocada. Estoy
tentado de decirle que acabamos teniendo sexo salvaje, solo para ver su reacción”, dice.
Bueno, no sé cuál será la reacción de Summer, pero la mía es explosiva.
Se me corta la respiración y se me endurecen los pezones. Al mismo tiempo, tengo la sensación de que
tanto la piel de mis mejillas como mi cuello están ardiendo. Al igual que mi centro. Intento reírme, pero
me sale un sonido gutural e irregular. Maldita sea. ¿Cómo puede ser que reaccione de este modo ante una
broma? Daniel me observa en silencio y yo le sostengo la mirada, hasta que el ambiente se vuelve tan
cargado que se me hace imposible de tolerar. Debo romper esta tensión, inmediatamente.
“Ten cuidado, que si dices una sola palabra de más, se pondrá en modo celestina”, le advierto.
Nos detenemos al llegar a mi coche y Daniel lleva una de las manos a mi cara. Por un momento pienso
que me va a dar un beso, pero luego me doy cuenta de que solo me está quitando una hoja del pelo. En el
proceso, me toca la mejilla con el pulgar y el contacto se alarga un poco. Peligro. Me aclaro la garganta y
doy un paso atrás.
“Vale. Bueno, me ha encantado ponerme al día. Te enviaré los detalles del viaje. Que acabes bien la
noche”.
“Tú también”.
Subo a mi coche y acelero el motor, que siempre necesita unos minutos para calentarse. Una vez en la
carretera, miro el reloj digital del salpicadero. Son las nueve. Tiempo de sobra para sumergirme en la
bañera. Un poco de agua caliente y mi bomba de baño de caramelo son todo lo que necesito para
relajarme... y averiguar por qué no puedo olvidar a Daniel. Pensándolo bien, también me detendré en
Target. El agua caliente y una bomba de baño no están nada mal para relajarse, pero no servirán para mi
introspección nocturna.
Ese es un trabajo para el vino.
Capítulo Cinco
Caroline
A la mañana siguiente, cuando estoy a punto de subir el tramo de escaleras hasta el apartamento de
Linda, recuerdo que ya ha regresado y que ya tengo que ocuparme de Bing. Voy a echar de menos a esa
bola de pelos, más allá de los zapatos mordidos.
En cuanto llego al colegio, les cuento a mis colegas y al director sobre la propuesta de Daniel. Ni
siquiera tengo que venderles la idea; la aceptan a pies juntillas. No tendremos niños ni padres
decepcionados y Moss Landing está a solo una hora y media de San Francisco. Todos salimos ganando.
Después de salir del despacho del director, Karla me aparta. “Niña, ¿conoces a Daniel Bennett y no has
dicho nada? Tengo que convertirme en tu mejor amiga ahora mismo”.
“Es un viejo amigo”.
“¿Amigo? Solo lo he visto en fotos, pero sería un gran desperdicio tener a ese hombre solo como amigo.
¿Lo has visto en persona y no has sentido ganas de tirártelo?”.
Algo en mi expresión debe traicionarme, porque Karla amplía los ojos y añade: “Oh, pero ya lo has
hecho. Es el amigo para el que te has puesto ese precioso vestido ayer”.
Tengo que esforzarme en mi cara de póker. No quiero que mis colegas metan las narices en mis
asuntos privados, así que me limito a decir: “Novio de la universidad”.
A lo largo de la semana resuelvo los detalles del viaje con Daniel y uno de sus empleados, tratando de
ignorar el vuelco que me da el estómago cada vez que hablo con él.
El lunes siguiente, Karla y yo estamos en un autobús con doce niños menores de diez años que nos
abordan con todas las versiones de “¿Ya hemos llegado?” durante todo el viaje.
“Ojalá Helen estuviera aquí también”, dice Karla, refiriéndose a otra colega.
“Estaremos bien”, le aseguro mientras el autobús entra en el aparcamiento de un hotel cercano a la
Reserva de las Dunas de Marina. El barco saldrá de aquí, en dirección a Moss Landing. Mientras bajamos
del autobús, dos compañeros de trabajo de Daniel, un hombre y una mujer, se acercan a nosotros.
Temblando un poco, me subo la cremallera del abrigo. Brr. Estamos a finales de septiembre y ya siento
el cambio de temperatura.
“Hola, soy Marcel. Nos hemos escrito”, dice el hombre mientras nos damos la mano. Tiene más o
menos mi edad, es fornido y está bronceado. “Esta es Honor. Hoy vamos a salir los dos contigo”.
A pesar de que ya lo sabía, me siento un poco decepcionada por el hecho de que Daniel no venga
también con nosotros. Me ha dicho que aún le queda mucho curro antes de salir con el otro grupo esta
noche. Supongo que tenía alguna esperanza de que viniera.
“Antes que nada, los niños tienen que usar los baños”, dice Karla.
Honor señala el hotel detrás de ella. “Pueden usar los del hotel. De todos modos, tenemos que ir para
allí, hay que recoger las fiambreras para los niños en la recepción”.
Nos dirigimos al interior, los chavales saltan y hablan sin parar. Me encanta trabajar con niños. Su
alegría y entusiasmo por cada cosa, por más simple que sea, es contagiosa. Claro que se convierten en
diablillos cuando las cosas no salen como ellos quieren, pero eso es algo que viene de serie.
La vista aquí es impresionante. Las paredes del vestíbulo del hotel cuentan con ventanales que van del
suelo al techo, ofreciendo una vista casi sin obstáculos del océano. Hay naturaleza hasta donde alcanza la
vista. Mientras Karla lleva a los niños al baño, yo hago el inventario de las fiambreras.
“Hola, preciosa”.
Al levantar la vista, encuentro a Daniel a mi lado. “¡Hola! Pensé que solo vendrías por la noche con tu
grupo”.
“No, he venido temprano. He reservado una habitación porque me quedaré hasta mañana. Voy a
trabajar desde allí. ¿Necesitas algo?”.
“¿Hay algún lugar donde pueda comprar un bocadillo? No he desayunado y no quiero comer mi vianda
del almuerzo ahora”.
“El hotel tiene un buffet de desayuno. Cierra en veinte minutos. Todavía tienes tiempo. Marcel quería
comer algo antes de salir también”.
Cinco minutos después, Marcel y yo estamos cargando nuestros platos a toda velocidad. Ni siquiera
presto atención a la comida; solo quiero llenar mi estómago lo antes posible. Nos sentamos en una mesa
vacía y engullo mi desayuno.
“¡Relájate! Honor y Karla pueden manejar el grupo. Daniel también está con ellos. Te vas a
atragantar”.
Sonrío tímidamente, tragando saliva. “Tienes razón”.
“¿Estás ansiosa por salir?”.
“Sí. Ya he ido a avistar ballenas una vez, pero hace siglos”.
“Será muy divertido, ya verás”.
Charlamos sobre qué tipo de ballenas es más probable que veamos y me impresionan sus
conocimientos sobre el tema y su predisposición a explicar cada detalle.
“Dime, Caroline, ¿podría llevarte a cenar algún día de esta semana?”.
Casi me ahogo con el bocado. Vaya, qué manera de ser directo. Y yo que pensaba que solo estaba
siendo educado, haciendo su trabajo. Mientras trago, considerando la forma más amable de rechazarlo,
siento un picor en la garganta. No ha hecho nada malo, pero bueno... es el empleado de Daniel y, por
alguna razón, siento que lo estaría traicionando. Es una tontería, lo sé. Dudo que a Daniel le importe.
De todos modos, no quiero tener citas en este momento. No he querido salir con nadie durante los
últimos tres años. Tendría que armarme de valor para lanzarme de nuevo, pero sigo posponiéndolo, a
pesar de que me siento muy sola. Por otro lado, cada vez que recuerdo mis dos últimas rupturas, llego a la
conclusión de que, quizá, la soledad no es tan mala. En definitiva, está claro que no es tan mala como para
arriesgarme a que otro hombre me haga sentir menospreciada cuando le diga que no puedo tener hijos.
Desde que me diagnosticaron, cinco años atrás, mi vida sentimental se ha convertido en una prueba de
coraje.
“No puedo, Marcel. Lo siento”. Se me cierra la garganta, me escuece aún más que antes. ¿Qué
demonios?
Asiente de manera tajante, sonriendo. “No hay problema. Merecía la pena intentarlo”.
“Bueno, esto es...”. Hablar sin que me duela la garganta es cada vez más difícil. Cojo el vaso de agua
que hay sobre la mesa y bebo un sorbo, pero no consigo tragar. Me invade un ataque de tos desenfrenada.
“¿Eres alérgica a algo?”, pregunta Marcel.
Horrorizada, bajo los ojos a mi plato, que está vacío. ¿Contenía algo de salsa de cacahuete? ¿Por qué
demonios no he prestado atención?
Asintiendo, me las arreglo para decir: “Cacahuete. EpiPen. Mochila”.
Marcel se pone en pie de un salto. Hay una conmoción a mi alrededor, pero mis ojos están borrosos,
ardiendo por el esfuerzo de intentar respirar. Se me vuelve a cerrar la garganta. Es entonces cuando me
doy cuenta de que no llevo la mochila conmigo. La he dejado con el grupo de fuera. Oh, Dios, siento cómo
se me hincha la lengua. Mis labios también, creo. Aire, necesito aire. Pero cuanto más intento respirar,
menos aire parece llegar a mis pulmones.
Oigo jadeos muy agitados y el pánico se apodera de mí cuando me doy cuenta de que me pertenecen.
Un agudo pinchazo en la parte exterior de mi muslo me alerta de que alguien está usando un EpiPen.
Menos mal.
“La voy a llevar al hospital”, dice una voz conocida. Es Daniel. Aparece en mi campo de visión, pero
está muy borroso.
“Al hospital no”, logro balbucear. “Benadryl”.
Los siguientes minutos transcurren de manera confusa. Alguien me obliga a tragar un líquido —
probablemente Benadryl— y luego me levantan de mi asiento, son brazos cálidos y fuertes. Cierro los ojos
porque mi visión es tan borrosa que el esfuerzo por distinguir mi entorno me marea.
Cuando vuelvo a abrirlos, estoy tumbada en una cama y Daniel me está metiendo más Benadryl en la
boca. Apoyando la cabeza en la almohada, vuelvo a cerrar los ojos y me concentro en mi respiración, que
vuelve lentamente a la normalidad. Ya no me escuece la garganta. La lengua también parece tener un
tamaño normal.
No sé cuánto tiempo pasa hasta que oigo a Daniel susurrar: “Caroline, déjame llevarte a un hospital”.
Niego con la cabeza, lo que resulta ser un gran error: me marea aún más. “No, estoy bien. Puedo
respirar normalmente. Necesito volver con el grupo”.
“No vas a ir a ninguna parte así. De todos modos, ya han salido”.
Abro los ojos de golpe. “¿Qué? ¿Cuándo?”.
“Hace una hora”.
“¡Mierda! ¿He estado inconsciente durante una hora? Necesito...”.
“Caroline, relájate. Marcel y Honor están con Karla y los niños. Se las apañarán bien. Ahora mismo no
puedes salir. Descansa un rato. Podrás salir más tarde”.
“De acuerdo”. La verdad es que no tengo ganas de subirme a un barco. Joder, ni siquiera tengo ganas
de salir de esta cama.
“¿Cómo te sientes?”.
“Muy cansada. Un poco mareada”.
Daniel se inclina hacia delante hasta que su cara está a la altura de la mía, con su pecho presionando
mi costado. “Mala señal”.
“No te preocupes, son los efectos secundarios del Benadryl”.
Me pasa una mano por el brazo. El gesto es tan tierno que juro que mi corazón estalla de esperanza.
¡Oh, no, no, no! Ya me cuesta mucho controlarme con él cuando estoy sobria, así que estando drogada con
Benadryl...
“¿Segura que estás bien?”.
Asiento, pero Daniel sigue sin estar convencido. Se acerca aún más hasta que su pecho aplasta el lado
de mi teta derecha. Puedo sentir cómo sus entrenados abdominales ejercen presión sobre mi brazo.
“Ten cuidado, Daniel. Presionar tu precioso cuerpo contra una mujer con poco sexo es una aventura
peligrosa”. Su aguda respiración me alerta de que mis palabras son tan inapropiadas que merecen una
mención especial. “Es culpa del Benadryl, por cierto”. Ah, brillante. Brillante. No podría haber encontrado
un mejor chivo expiatorio si lo intentara. Cualquier cosa que ocurra mientras estoy bajo su influencia no
puede ser usada en mi contra. Teniendo en cuenta que veo a Daniel como si hubiera una ventana de
niebla entre nosotros, ni siquiera necesito inventármelo.
“No te preocupes por nada, ¿vale? Los niños están en buenas manos. Honor y Marcel son
profesionales”.
“Me ha invitado a salir”, suelto. “En el desayuno, me ha invitado a salir”.
“¿Marcel?”.
“Sí”.
“¿Y qué le has dicho?”.
Parpadeo dos veces, intentando aclarar mi visión. No hay suerte. “¿Acaso importa?”.
¿Es mi imaginación, o Daniel se ha quedado tieso?
“No salgas con él. Por favor. Sé que no tengo derecho, pero por favor no salgas con uno de mis
empleados”. Sí, se ha quedado muy tieso. “Soy muy amigo de ellos y cuando salimos después del trabajo
llevan a sus cónyuges o a sus parejas, y no podría verte con él”.
Mi corazón palpita tan desaforadamente que siento que se me va a salir del pecho en cualquier
momento. La cabeza me da vueltas y no es solo por el Benadryl. Al menos eso es lo que me parece. Tengo
la vista tan nublada que no puedo ver más allá de la punta de la nariz, pero mi mente está clara. No me lo
estoy ni imaginando ni proyectando. Primero se ocupó de mi padre, ahora esto...
Armándome de valor, pregunto en voz baja: “¿Te importo?”.
“Por supuesto que me importas. Siempre me has importado”.
Me acuna en sus brazos y noto algo cálido en mi frente: sus labios. Entonces el sueño se apodera de
mí.
Capítulo Seis
Daniel
Apoyándome en un codo, veo cómo se duerme. Su respiración parece normal, pero sigo preocupado. Me
asustó lo que sucedió en el restaurante: la forma en que arrastró las palabras y perdió el equilibrio.
Cambia de posición y da vueltas hasta que su cabeza queda colgando de la almohada en un ángulo tan
extraño que podría acabar con una distensión cervical. Con el mayor cuidado posible, vuelvo a colocar la
almohada bajo su cabeza, pero entonces Caroline vuelve a cambiar de posición, se gira sobre un lado, me
agarra la mano y la coloca entre la almohada y su cabeza.
Sonrío. Ella solía hacer esto todo el tiempo cuando estábamos juntos: apoderarse de mi mano y,
después, de todo mi cuerpo, durmiendo sobre mí, con la excusa de que yo era la mejor almohada.
Soportaba con gusto que se me subiera encima mientras dormía. Me encantaba sentir su suave aliento en
mi piel. Cuando no lo hacía, se revolvía en la cama. Tenía un sueño desordenado. Me pregunto si todavía
sigue siendo así.
Pienso en la mejor manera de liberar mi mano sin despertarla, pero cuando suspira y me pone una
mano en la muñeca, me rindo. Me quedaré más tiempo. Solo unos segundos más.
Se acerca aún más a mí. No puedo alejarme porque estoy justo en el borde de la cama. Me llega un
ligero aroma de su perfume, es floral, pero no de jazmín, que era lo que llevaba cuando estábamos juntos.
Sea con perfume de jazmín o no, sigue siendo la misma mujer dulce de la que me enamoré en la
universidad. Sigue siendo la única persona que pasa tanto tiempo con su familia como yo con la mía.
Sigue amando las mismas cosas simples de siempre: la buena comida, los buenos libros. Apuesto a que
sigue haciendo maratón de series de televisión por las noches.
Verla en mi cama me trae muchos recuerdos. De repente, una realidad en la que no me he permitido
pensar me golpea con fuerza. La echo de menos.
No obstante, lo único sensato en este momento es levantarme, y es lo que hago, quitando mi mano
cuidadosamente de debajo de su cabeza.
De pie en el extremo de la cama, me planteo qué hacer a continuación. Sabía que era alérgica a los
cacahuetes, pero nunca había visto el efecto que producía la alergia en su cuerpo. Parece estar bien, pero
no quiero dejarla sin supervisión. ¿Y si empeora?
Me detengo a pensar unos segundos antes de tomar una decisión. Salgo de la habitación para llamar a
Honor y Marcel e informarles de los pasos a seguir.
“Espera, te pondré en altavoz para que Marcel te oiga también”, dice Honor. “¿Cómo está Caroline?”.
“Mejor, pero está durmiendo, así que de momento no se unirá a vosotros”.
“No hay problema”, dice Marcel. Agarro el teléfono con más fuerza, recordando que ha tenido las
agallas de invitarla a salir.
“Me quedaré con ella hasta que se despierte. Si no se ha despertado para cuando lleguen los próximos
clientes, tú te encargas de todo”.
Se hace un silencio de varios segundos y, a continuación, Honor pregunta vacilando: “¿Estás seguro?”.
“Están deseando conocerte”, dice Marcel.
“Pues entonces poned todo de vuestra parte para representarme”. Mi tono no deja margen para la
discusión y, en efecto, no la hay. Excelente. No estoy de humor para las negociaciones.
“Claro. Llámanos si tú o Caroline necesitáis algo”, añade Marcel. Apenas consigo evitar arremeter
contra él. Joder, no tengo derecho a estar celoso.
“Mantenedme informado”. Cuelgo y vuelvo a la habitación. Sonrío al ver a Caroline boca abajo, con las
piernas y los brazos extendidos. Ha deshecho la mitad de la cama en cuestión de minutos.
He traído mi portátil, pero el sonido de los clics en el teclado podría despertarla. Sentado en el sillón,
cojo mi smartphone y empiezo a escribir en la pantalla táctil, que no hace ningún ruido. Cuando ya he
respondido la mitad de mis correos electrónicos, me encuentro con uno que me da escalofríos.
Asunto: ¿Cómo diablos ha ocurrido esto?
Mensaje: ¡¡¡¡Era el cumpleaños de mi hija!!!! No quiero que esté expuesta a los putos
paparazzis y tú habías prometido 100% de privacidad. No volveré a contratar vuestros servicios.
Dentro del correo electrónico hay fotografías filtradas del evento que organicé ayer para el baterista de
una banda de rock. Han aparecido en los principales sitios de cotilleo.
Me recuesto en el sillón, arrastrando una mano por la cara. Lo que hace que nuestra propuesta de
venta sea única es el cien por ciento de privacidad que ofrecemos a nuestros famosos clientes.
Tengo muchos años de experiencia con los medios de comunicación. Al terminar la universidad, realicé
pequeños proyectos de consultoría, pero pasé mucho tiempo disfrutando de la fama que me
proporcionaba el apellido Bennett, aunque no haya tenido ni el más mínimo mérito. No estoy orgulloso de
ello. Bennett Enterprises era una atracción tan grande para los medios de comunicación que a la prensa
no le importaba a qué miembro de la familia le hacían una foto. Sebastian, Logan y Pippa, e incluso
Christopher y Max, que se incorporaron a la empresa más tarde, se mantuvieron al margen de los focos.
Pero Blake y yo éramos jóvenes y la situación era demasiado tentadora para ambos.
Al final, la prensa no se conformó con informar sobre el éxito de Bennett Enterprises. Empezaron a
escarbar en la basura, buscando cualquier cosa para derribar a mis hermanos del pedestal. Fue entonces
cuando Blake y yo nos retiramos de la palestra, pero cuando los medios no consiguen historias, las
fabrican.
Con mi hermano, nos propusimos acabar con las historias falsas antes de que llegaran a los medios de
comunicación. Nuestros hermanos mayores ya tenían bastante con lo suyo; no tenían por qué lidiar,
además, con este tipo de estupideces. Tuvimos éxito la mayoría de las veces y el ejercicio me proporcionó
valiosos contactos en los medios de comunicación.
Pudimos sacar algo bueno de esa época caótica. En mi negocio, tuve mis primeros clientes famosos
gracias a los contactos que hice en aquellos años, cuando me codeaba con modelos, presentadores de
televisión y hasta con actores y actrices. Tengo suficiente experiencia con la prensa como para saber
evitarla y ofrecer la máxima privacidad. El boca a boca de los clientes satisfechos me aporta una cantidad
increíble de trabajos. Al mismo tiempo, el boca a boca negativo podría estropearlo todo.
Y detesto no haber podido cumplir con lo prometido. Era el cumpleaños número diez de un niño, por el
amor de Dios. El cliente tiene todo el derecho a estar furioso. Si hubiera sido una de mis sobrinas o
sobrinos, también estaría furioso.
¿Cómo se han filtrado estas fotos? No había paparazzis dentro del recinto y me aseguré de que los
alrededores también estuvieran despejados. Los invitados eran solo amigos íntimos, quienes ya conocen el
procedimiento.
La cabeza me da vueltas al tiempo que me pongo a trabajar para tratar de contener los posibles daños.
Compruebo periódicamente el estado de Caroline y me río cada vez porque se revuelve y se coloca en
posiciones de lo más extrañas. Tiene un sueño tan desordenado como el que yo recordaba.
Mi cama olerá a ella esta noche. Eso es algo que esperaré con ganas.
Capítulo Siete
Caroline
Cuando me despierto, la habitación está a oscuras, con un pequeño halo de luz al fondo. Me levanto
apoyándome sobre los codos y palpo la mesita de noche en busca del interruptor de la lámpara. Una vez
que lo encuentro, la enciendo.
“Te has despertado”. El halo de luz era el teléfono de Daniel. Está sentado en el sillón a los pies de la
cama, observándome con una sonrisa. Mi mochila está en el suelo junto a él.
“Sí”. Mi voz es áspera, el interior de mi boca es gomoso. “¿Qué hora es?”.
“Un poco más de las diez”.
“Vaya, ¿he dormido todo el día?”.
“Te fuiste despertando entremedias, pero te volvías a quedar dormida”. Algo en su rígida postura me
indica que lleva mucho tiempo sentado.
“¿Has... te has quedado aquí todo el tiempo?”.
“Sí. Tenía miedo de que te pusieras peor”.
Y de esta forma, empiezo a derretirme.
“Pero tu actividad de esta noche...”.
“Marcel y Honor ya lo han resuelto, no te preocupes. Tú eres más importante”.
¡Oh! No estoy preparada para lidiar con este nivel de derretimiento justo después de levantarme.
“Los niños y Karla...”.
“Se han marchado a San Francisco esta tarde en el autobús. El hotel tiene un servicio de transporte.
Puedo gestionarlo para ti. Te llevaría yo mismo, pero me quedo aquí esta noche. Tengo que encargarme de
otro grupo mañana”.
Asiento, aún sintiéndome mal. “Primero necesito darme una ducha. Me vendría bien comer algo
también”.
“Puedes pedir al servicio de habitaciones”.
“¿Has cenado?”, pregunto. Si ha estado aquí todo el tiempo, supongo que no lo ha hecho.
“No”.
Trago saliva y cojo el menú del servicio de habitaciones de la mesita de noche para leerlo.
Normalmente, como mecanismo de defensa, evitaría estar a solas durante mucho tiempo con Daniel.
Teniendo en cuenta que estamos en una habitación de hotel, el riesgo es doble. Además, tengo la
sensación de haber dicho algunas cosas inoportunas antes de quedarme dormida.
Pero el tío me ha llevado a la habitación y ha perdido su día y sus clientes por mí, así que lo menos que
puedo hacer es invitarlo a cenar. En cuanto me duche, estaré perfectamente preparada para lidiar con su
encanto.
“¿Qué quieres?”, pregunto.
“¿Tienen pizza?”.
“Sí. ¿Pido una caprichosa?”.
“Sí”. Prácticamente puedo oír la sonrisa en su voz. Todavía recuerdo cuál es su favorita. Sin mirar
hacia él, llamo al servicio de habitaciones y pido pizza para los dos.
“¿Cómo te sientes?”, pregunta después de que cuelgue.
“Perfecto. No puedo creer que haya sido tan estúpida de no prestar atención a la comida. Siento que
hayas desperdiciado tu día conmigo. Y encima te he deshecho la cama”.
“Siempre has sido una dormilona revoltosa, acaparando todo el espacio”.
“Me temo que la afección ha empeorado con la edad”. Me río nerviosamente, devanándome los sesos
en busca de otro tema, y cuando estoy divagando sobre qué ballenas habrán visto los niños, llaman a la
puerta. “Vaya, qué rápido”.
Varios minutos después, Daniel y yo estamos sentados en el borde de la cama, prácticamente
devorando nuestra comida, aunque todavía está tan caliente que apenas puedo sentir el paladar después
de los primeros bocados.
Parece que Daniel es inmune a las cosas calientes, porque ya se ha terminado su pizza y está
rebuscando en el minibar, del que ha sacado dos latas de Coca-Cola. Bebo inmediatamente un trago de la
mía, refrescando mi boca, mientras sostengo un trozo de pizza con la otra mano.
No he terminado de tragar la bebida cuando Daniel come un bocado de mi pizza.
Dejo la Coca-Cola en el suelo y lo señalo con un dedo acusador. “Ya te has comido tu pizza. Nada de
robar de la mía”.
“¿Si no, qué?”. Daniel me mira fijamente. Su mirada es un poco juguetona y, al mismo tiempo, muy
intensa. Desvío la mirada porque nunca he sido capaz de pensar con claridad cuando me miraba de esta
forma.
“Prepararé un plan de venganza apropiado. Tan pronto como termine mi pizza, para que no puedas
usarla como elemento de negociación”.
“Te he cargado todo el camino desde el restaurante hasta aquí. Me merezco al menos un trozo por el
esfuerzo”.
Me doy un golpecito en la barbilla, fingiendo que estoy pensando mucho. Mientras tanto, el corazón me
empieza a latir irregularmente en el pecho. Daniel se ha acercado tanto a mí que puedo sentir el calor de
su cuerpo.
“Y me has cuidado durante horas. Te mereces un bono. Un medio trozo más”.
Se ríe a carcajadas y cada una de sus exhalaciones golpean mi pómulo, así de cerca está.
“Pensé que ibas a dar más pelea. Robarlo es más divertido”.
“Bien, como quieras. No vas a recibir nada”.
Espero un poco para ver si pelea por el trozo. En cambio, Daniel se limita a observarme. Me centro en
mi comida mientras el calor me sube por las mejillas, intensificándose a cada segundo. Cuando no puedo
soportarlo más, le echo una mirada. Sí, sigue observándome.
Respirando profundamente, me centro en el último trozo. ¿Qué narices me pasa esta noche? Parece
que estoy más sensible que de costumbre a todo lo relacionado con Daniel y, a estas alturas, no puedo
culpar a los efectos persistentes del Benadryl. Suelo ser más hábil a la hora de construir muros para
reforzar mis defensas... ¿pero cómo podré hacer para resistir cuando él ha estado intentando derribarlos
todo el día? A decir verdad, el primer agujero lo hizo cuando me dijo que había ido a ver los partidos de
fútbol con papá. Desde entonces no ha hecho más que agrandarse.
“Voy a ducharme”, anuncio una vez que me he tragado el último trozo, y me levanto de la cama.
“Claro. Hay toallas en el baño”.
El cálido chorro de agua es relajante, al igual que el gel de ducha con aroma a jengibre, que me froto
enérgicamente en la piel antes de enjuagarme. Me pongo con un pie en el borde de la bañera y pretendo
saltar al otro lado. Pero el pie sobre el que estoy apoyada se desliza hacia un lado.
“Aaaaay”.
Me desplomo en el suelo de la bañera, con la pierna y el brazo izquierdos aplastados debajo de mí,
pero consigo evitar, por los pelos, golpearme la cabeza. La puerta se abre al segundo siguiente.
“¡Fuera, estoy desnuda!”, exclamo al mismo tiempo que Daniel pregunta: “¿Qué ha pasado? ¿Te has
hecho daño?”.
“Me he resbalado. Estoy bien. Sal de aquí”.
Pero resulta que no estoy bien. Cuando intento levantarme, descubro que la pierna izquierda me duele
demasiado como para apoyarme en ella y casi me caigo de nuevo. Daniel me atrapa en medio de la caída.
Enganchando un brazo alrededor de mi cintura, me levanta contra él. Todo mi cuerpo tiembla. Al cabo de
unos diez segundos, me doy cuenta de que estoy mojada, desnuda y de que tengo los pechos apretados
contra él.
“Estoy desnuda”, repito, sin atreverme a levantar la vista hacia él.
“Lo he visto todo antes”.
“No estás siendo de ayuda”, digo con un gruñido.
“¿Puedes ponerte de pie?”.
Lo compruebo, desplazando mi peso sobre él. Duele menos que antes, pero lo suficiente como para
dudar de su fiabilidad. “Creo que no”.
“Bien, sube”. Hace un movimiento como si fuera a bajarse para levantarme y el pánico se apodera de
mí.
“¡Daniel, no! O sea, ¿puedes darme una toalla primero, por favor?”.
Sonriendo, se acerca al perchero, todavía sujetándome la mano con firmeza. Cuando me da la toalla, la
envuelvo tan rápido como puedo. Daniel no hace ningún esfuerzo por apartar la vista y su mirada no solo
es evaluadora, sino directamente voraz. A pesar de la mortificación y de la pierna adolorida, aflora un
sentimiento de orgullo en mi interior, porque... tengo mis prioridades. Sin poder evitarlo, me pongo a
disfrutar de él. Empapo la parte delantera de su camisa, para que las esbeltas líneas de su abdomen sean
claramente visibles. Dios mío, su tableta de chocolate está tan perfecta como siempre, por no hablar de
los pliegues en forma de V que bajan hasta sus vaqueros. Me muerdo los labios y levanto la mirada, que se
cruza con la de Daniel. El calor me recorre y una corriente interna de conciencia pasa entre nosotros.
Sin decir nada, Daniel me levanta y me lleva al dormitorio. ¿Cómo he acabado en sus brazos por
segunda vez hoy? Después del desayuno, me sentía demasiado mal como para asimilarlo todo, pero
ahora... Dios mío, vaya que lo estoy compensando.
Cada punto donde mi desnuda piel hace contacto con Daniel se está activando. Tampoco es que las
partes cubiertas por la toalla estén mucho mejor. Un ligero escalofrío me recorre cuando Daniel me tumba
en la cama. Para mi consternación, se sienta en el borde y coloca mi tobillo izquierdo en su regazo,
inspeccionándolo.
“¿Duele?”.
“No”. Lo flexiono un poco, probándolo. “Definitivamente no es un esguince, pero mañana voy a tener
moratones por todo el lado izquierdo. Creo que me traes mala suerte. Tengo todo tipo de accidentes
cuando estoy cerca de ti. Primero, casi me tuerzo el tobillo en la boda de Blake y Clara, y hoy...”.
“Hoy me has quitado diez años de vida”. Daniel niega con la cabeza y vuelve a poner mi pie en el
colchón.
Con el ceño fruncido, desplaza su peso hasta sentarse justo al lado de mis caderas. No me gusta nada
ese ceño fruncido, pero entonces recuerdo que a mí ya no me corresponde hacer feliz a Daniel. Aun así,
puedo aligerar la situación.
“Mmm, ahora que lo mencionas, puedo ver dos canas. Antes no las tenías. Deben haber brotado
mientras dormía”.
Extiendo la mano para tocar un punto cualquiera de su cuero cabelludo, pero acabo pasando la mano
por su pelo. Maldita sea, no puedo tocarlo de este modo. ¿Por qué se me olvida constantemente?
Mi corazón late con más fuerza cuando me doy cuenta de que Daniel se apoya en mi mano como si...
como si hubiera estado anhelando mi contacto tanto como yo he anhelado el suyo. ¿Me ha echado tanto de
menos?
Apenas he formulado el pensamiento cuando me agarra la mano y me besa el interior de la muñeca. El
contacto repercute en todo mi cuerpo hasta hacer arder mi centro. Se me pone la piel de gallina por todas
partes y no tengo forma de ocultarla. Las pupilas de Daniel se dilatan. No soy la única que está excitada.
“Estás aún más preciosa de lo que recordaba, Caroline”.
Niego con la cabeza. “He engordado”.
“Eres perfecta. Eres...”.
Daniel no termina la frase. En su lugar, se inclina y funde sus labios contra los míos. Dios, sus labios.
Son tan cálidos y se sienten tan, tan bien contra los míos que, sin pensarlo, le sujeto la camisa y lo acerco
aún más, haciéndome a un lado para dejarle espacio.
Capítulo Ocho
Daniel
Suspira contra mi boca y es como si mi cerebro sufriera un cortocircuito, dejándome solo un pensamiento:
Quiero a esta mujer. La necesito.
Me alejo y vuelvo a llevarme su mano a los labios, besándole los nudillos y después el dorso de la mano
y el antebrazo. Se le pone la piel de gallina en cada uno de los puntos en los que la tocan mis labios. Es
tan receptiva a mí como cuando estábamos juntos. Le beso el brazo, su desnudo hombro y me acerco a su
cuello. Me entretengo en el acto de rozarle la clavícula con los labios, mientras la punta de mi nariz le
toca ligeramente el cuello. Espero unos segundos, conteniendo la respiración, hasta que finalmente alza la
cabeza para darme acceso.
Le lleno de besos el cuello, sobre todo en el pliegue donde se une con el hombro. Se estremece en mis
brazos y estruja la almohada. Evidentemente, sigue siendo un punto sensible para ella.
Me invade la necesidad primitiva de tocar y lamer cada trozo de su piel. ¿Seguirá siendo el lóbulo de la
oreja otro de sus puntos sensibles? ¿Seguirá corriéndose solo con mi lengua dentro de ella y mi pulgar
presionándole el clítoris?
Su cuerpo ha cambiado desde la última vez que estuvimos juntos. En la universidad, era delgada, pero
ahora sus caderas y su culo están rellenos; tiene curvas muy sensuales y músculos bien firmes. Por aquel
entonces adoraba su figura y ahora quiero redescubrir cada centímetro de su piel y averiguar cada nueva
forma de darle placer. Quiero hacerle tantas cosas que una noche no será suficiente.
Rozando el lóbulo de su oreja con los dientes, deslizo la mano por su muslo, desde el vértice hasta la
rodilla, pasando los dedos por la toalla hasta encontrar la piel desnuda. Al instante, aprieta los muslos y
mi mano se acomoda en el espacio que hay justo por encima de sus rodillas.
Me muero de ganas de acariciarle el coño, de saborearlo, pero aún me falta mucho para llegar allí. Hay
tanto para tocar y disfrutar en Caroline.
Desciendo con la boca desde el lóbulo de su oreja hasta su mejilla, deteniéndome cuando las comisuras
de nuestros labios entran en contacto. Sigue manteniendo a mi mano como rehén entre sus piernas y,
cuando le froto la piel con el dedo medio, haciendo un ligero movimiento circular, se le vuelve a poner la
piel de gallina. En las piernas, en los brazos, en todas partes. Si le tocara el coño ahora, allí también se le
pondría la piel de gallina. La sola idea me produce una descarga que va desde los huevos hasta la punta.
Se me enroscan los dedos al instante, clavándose en su piel.
Caroline exhala con fuerza. He estado tan perdido en redescubrirla que no había notado que me estaba
desabrochando la camisa con los dedos. Detengo todos los movimientos por un segundo, con la mano
posada sobre su muslo y los labios sobre la comisura de su boca. Solo quiero contemplarla por un
momento, disfrutar de la certeza de que está aquí conmigo, abriéndose a mí una vez más. Su aroma me
invade los sentidos, no su perfume, sino el olor de su piel. Es tal y como lo recuerdo.
No puedo contenerme más. Capturo su boca. Ella separa los labios al mismo tiempo que abre sus
muslos a modo de invitación silenciosa y yo estoy tan empalmado que parece que la cremallera de mis
vaqueros estuviera a punto de estallar.
Sin interrumpir el beso, acomodo nuestros cuerpos hasta que estamos tumbados uno al lado del otro
en la cama, frente a frente. Nuestras pelvis se tocan, pero no me basta con eso. Necesito su piel sobre la
mía. Tenemos que desnudarnos.
Cuando engancho la toalla con el pulgar, Caroline se queda quieta. Su cuerpo está tenso. La beso más
profundamente, incitando a su lengua a una danza salvaje. La beso hasta que noto que la tensión
desaparece y se estremece. Es entonces cuando engancha el pulgar junto al mío en la toalla para que la
desabrochemos juntos. La tela se desliza hacia abajo por su piel, dejándola completamente desnuda. A
continuación, le siguen mi camisa, mis vaqueros y mis calzoncillos.
Todavía estamos de lado, uno frente al otro, cuando le toco un pecho y le retuerzo el pezón. En
respuesta, se le arquea todo el cuerpo, sus caderas se mueven hacia delante y su coño se estrella contra
una de mis piernas, que está flexionada. Oh, joder. Está empapada y me cubre la piel con el fluído de su
excitación. Todos mis planes de prolongar el juego previo se esfuman. Estoy enceguecido por la
necesidad.
“Caroline, eres tan sexy. Tan preciosa. Me muero por estar dentro de ti. ¡Joder! No tengo condones”.
“No te preocupes. Yo no estoy... no te preocupes”.
Me acerco tanto a ella que puedo sentir la piel de su pelvis sobre mi erección. Posa una pierna sobre la
mía. Cogiéndome por la base, froto la punta justo por encima de su ombligo, luego la deslizo más abajo
hasta su pubis y continúo bajando para presionarla contra el clítoris. Me roza el pecho con las uñas.
“Mírame”.
Levanta la mirada justo cuando me sitúo en su entrada y me deslizo dentro de ella.
“Esto se siente tan bien. Tan bien”, exclama. Le agarro la cabeza y la acerco hasta que nuestras frentes
se tocan.
“Di mi nombre”.
“Daniel”.
“Dilo como solías hacerlo”.
“Dan”.
Me recorre una energía y una corriente de calor me abrasa desde el punto de nuestra conexión hasta
las terminaciones nerviosas entre mis omóplatos y la punta de mis orejas. Está tan apretada que apenas
puedo soportarlo. Esto es una maravilla. El aroma de su piel mezclado con el de su excitación, su aliento
en mis labios, todo.
Se abre generosamente, empujando su pecho hacia mí, y me aprieta ligeramente con la pierna que ha
enganchado para rodearme. Me apoyo en el antebrazo y la beso, colocando la mano libre en su cadera. Ya
no puedo contenerme. Me introduzco en ella de manera salvaje, usando la mano para estabilizarla y
hacerla subir y bajar sobre mi polla. Se mueve tan bien y tan fuerte... Me retiro lentamente y vuelvo a
embestirla, llenándola, pero sé que puedo llegar aún más lejos. Pero primero debo asegurarme de que ella
también está en ese punto.
“Caroline, ¿puedes acogerme un poco más?”.
Asiente y, a continuación, engancho el codo bajo la rodilla de la pierna con la que me ha rodeado,
levantándola más y empujándola hacia su torso. Cuando cambia el ángulo, me retiro y vuelvo a penetrarla
de golpe, hasta el punto de que mis pelotas golpean la raja de su culo. Por poco me desmayo ante la
intensidad de la sensación.
“Oh Dios, había olvidado cuánto me gustaba”. Se muerde el labio inferior mientras su cara se
contorsiona, haciendo un gesto de placer.
“Eso es, preciosa. Regálame tu placer. Por completo. Tócate mientras estoy dentro de ti”.
Baja la mano sin dudar. Miro entre los dos, observando cómo me deslizo dentro y fuera de ella mientras
se acaricia el clítoris. Aumento el ritmo cuando empieza a contraerse y a tener espasmos a mi alrededor y
luego me quedo completamente quieto dentro de su cuerpo mientras explota. Los músculos de la pierna
que tengo apoyada en su torso se tensan. Me envuelve con tanta fuerza que se me ponen los ojos en
blanco.
Yo también estoy a punto de llegar al clímax, pero me contengo, observándola, sintiendo cómo se corre
a mi alrededor. Mientras sigue temblando, retiro mi pene de su coño.

***
Caroline
Por mucho que lo intente, no puedo controlarme. Justo cuando creo que puedo contener el orgasmo, llega
otra oleada de placer. Mis ojos están desenfocados, así que más que ver lo que ocurra a continuación, lo
voy a sentir. Daniel me pone de espaldas y coloca su cuerpo encima del mío. Separo los muslos y lo rodeo,
pero no vuelve a penetrarme. En cambio, me besa, lenta y suavemente. Cuando sus manos encuentran las
mías a los lados de mi cabeza, entrelaza nuestros dedos. Quiero absorber cada detalle de este momento:
el calor que irradia su piel, la forma en que le tiembla ligeramente el cuerpo...
Noto su dura erección presionada entre nuestros cuerpos. Su control pende de un hilo muy fino. Voy a
hacer que lo pierda.
“Dan”, susurro suavemente cuando se aleja.
Me invade por completo. Sus labios están sobre mis pechos, los dientes rozando mis pezones y la
lengua girando alrededor de la areola. Desliza las palmas por la sensible piel de mis brazos y luego
desciende por mi caja torácica hasta llegar a mi cintura. Sus muslos separan los míos. Mi cuerpo está
tenso y mis sentidos abrumados por todo lo que me está haciendo. Cuando me acaricia el clítoris con los
dedos, como si fuera un arpa, casi me corro de nuevo.
“Oh Dios, Dan. Te quiero dentro de mí. Necesito...”.
Pero antes de que pueda hacer más peticiones, me pone boca abajo, besando y tocando mi espalda tan
meticulosamente como lo ha hecho con mi parte frontal.
“Quiero que esto dure toda la noche. Y no quiero que esta noche acabe”.
Su confesión despierta algo en lo más profundo de mi ser. Me recorre la espalda y una de las nalgas
con su apasionada boca. Entonces cambia de posición, me separa las piernas y me pone a cuatro patas. El
colchón se mueve de nuevo y luego siento su cálida respiración sobre las nalgas. No me avisa; no tengo
forma de prepararme...
Me mete la lengua hasta el fondo, dejándome sin aliento. Sale igual de rápido y se pone el clítoris entre
los labios.
Grito su nombre en la almohada. No soy de las que gritan, pero esto. Dios mío, esto es diferente.
Necesito... oh Dios, necesito descargarme de inmediato. Desesperada por ello, me toco en cuanto Daniel
retira sus labios.
“Joder, Caroline. Qué sexy eres”.
Al segundo siguiente, pierde el control y me embiste de golpe, llenándome tanto que parece como si
me fuera a partir en dos. Me tiemblan las rodillas y, a continuación, el temblor se convierte en una
sacudida corporal completa debido a la intensidad de un inminente orgasmo. Las pantorrillas empiezan a
arder, los músculos se rebelan.
Mis rodillas se rinden.
Con un potente movimiento, Daniel me levanta y me pone boca abajo. Me aprieta contra el colchón,
entrelaza nuestros dedos y se desliza dentro y fuera de mí sin descanso hasta que ambos quedamos
exhaustos.
Capítulo Nueve
Caroline
“Ayer nos diste un gran susto”, dice Karla a la mañana siguiente. Estamos en la sala de profesores,
preparándonos para el día. Los niños llegarán en cualquier momento.
“Estoy perfectamente bien, no te preocupes. Como nueva”.
“¿Cuándo volviste a San Francisco?”.
“Anoche a última hora. Con el servicio de transporte del hotel”.
La verdad es que he llegado esta mañana. Tengo suerte de haber llegado a tiempo. Me desperté
sobresaltada a las seis de la mañana y casi me da un ataque de pánico cuando me di cuenta de que Daniel
estaba durmiendo a mi lado y que llegaría tarde al trabajo. Seguía durmiendo a pierna suelta cuando salí
de la habitación.
El personal del hotel tuvo la amabilidad de gestionar mi transporte, pero aun así he llegado a la
escuela con el tiempo justo.
Lo de anoche fue una imprudencia a tantos niveles que ni siquiera consigo asimilarlo. Cuando me besó,
mi sentido común salió volando por la ventana. No existía nada más que él. Fue salvaje, inesperado y se
me acelera el pulso solo de recordarlo.
Cuando llegan los niños, me bombardean con preguntas. “¿Dónde estabas ayer? ¿Por qué has
enfermado? ¿Vas a volver a enfermar?”. Me paso más de media hora calmándolos y después los distraigo
del incidente pidiéndoles que me cuenten sus aventuras. Pero mientras me hablan, no puedo evitar
recordar mi propia aventura. Me viene a la mente Daniel y enseguida aparecen los recuerdos de la noche
anterior: las sensuales y encantadoras caricias, la felicidad de volver a tenerlo dentro de mí... la forma en
que me palpitó el corazón cuando dijo que no quería que la noche terminara.
¡Maldito corazón! Siempre anhela lo que no puede tener o, peor aún, lo que no debería querer, sin
importar lo bien que me encontraba al estar de nuevo en los brazos de Daniel. Me ha hecho sentir como
en casa, como si perteneciera allí. Pero esto ha sido un hecho aislado, una noche de debilidad. Nada más.
Apenas puedo centrarme en nuestra lección —el ciclo vital de una mariposa— y, en el primer recreo,
entro en la sala de profesores decidida a hacerlo mejor durante el resto del día.
Helen ya está dentro, señalando mi bolsa, que he olvidado aquí. Vaya, ¡qué despistada estoy hoy!
“Tu teléfono ha sonado unas cuantas veces”.
“Gracias”.
Me acerco a mi bolso y cojo el teléfono. Tengo dos llamadas perdidas y un mensaje de Daniel.
Daniel: Lo siento, he dormido como un tronco. No te he oído salir. Estaré de vuelta en San
Francisco por la tarde. ¿Puedo llevarte a tomar un ristretto? Sigue siendo tu café favorito, ¿no?
Al instante, se me dibuja una sonrisa en la cara, se me acelera el corazón y siento un cosquilleo en los
puntos más sensibles, que están cubiertos por mi ropa interior de seda. Sí, el combo completo... todo
porque se acuerda cuál es mi café favorito.
Ambos somos animales de costumbres. Cuando tengamos ochenta años, su pizza favorita seguirá
siendo probablemente la caprichosa y mi café favorito el ristretto macchiato. Y él lo recuerda.
Cuanto más me detengo en ese pensamiento, más entusiasmo se acumula en mi interior, llenándome de
una energía casi temblorosa.
“¿Caroline? ¿Está todo bien?”. Helen señala mis manos.
“Oh, sí. He tomado un café fuerte esta mañana”.
“¿Estás segura de que no necesitas tomarte el día libre? Karla me ha contado lo que pasó ayer”.
“No, no. Estoy bien”. Lo último que necesito es que Helen piense que no puedo hacer mi trabajo. Es la
hija del director y, aunque parece que le caigo bien, no puedo descuidarme. Con o sin alergia, ayer falté a
mis responsabilidades.
“De acuerdo”.
Salgo al patio con la intención de estirar las piernas y descargar algo de energía. También necesito
comer un bocadillo, de lo contrario mi estómago empezará a rugir a mitad de la segunda lección, ya que
me he saltado el desayuno.
Para cuando me he comido la mitad del bocadillo, casi he conseguido calmarme por completo, pero
entonces me suena el teléfono y aparece el nombre de Daniel en la pantalla. Tengo la tentación de
silenciarlo y llamarlo cuando termine la jornada laboral, pero eso no serviría de mucho. Si no hablo con él,
me pasaré la mitad del tiempo preguntándome qué tendrá para decirme. Además, soy una mujer fuerte e
independiente. No me volveré a enamorar de Daniel por una noche caliente o porque recuerde cuál es mi
café favorito.
Sostengo el bocadillo con una mano y me acerco el teléfono a la oreja con la otra.
“Hola”, lo saludo.
“Hola, Caroline”.
Ah, dos palabras en la conversación y mi piel ya está humeando. En mi defensa, mi nombre en su boca
se oye tan sensual como anoche.
“No has respondido a mi mensaje”.
“El Ristretto sigue siendo mi favorito”, digo en tono de broma, sabiendo perfectamente que no es la
respuesta que buscaba. Soy una cobarde, siempre lo he sido. Entre echarle la culpa de mis dichos
inapropiados de ayer al Benadryl y mi ambigüedad de ahora, estoy llevando mi tendencia a acobardarme a
niveles inéditos.
“Quiero invitarte a salir. A tomar un café o a cenar”.
“Tenemos actividades extraescolares hasta las seis y ya tengo planes para después”.
“Tenemos que hablar de lo de anoche”.
“¿Qué?”, pregunto alarmada, rozando accidentalmente mi bocadillo con la blusa, manchándola de
mayonesa justo a la altura de mi teta izquierda. Fantástico. Suspirando, pienso cuidadosamente mis
palabras. “No hay necesidad de hablar de nada, Daniel”.
“No estoy de acuerdo”.
“No me sorprende”, murmuro, y él se ríe. “Pero esta noche no puedo, de verdad. Ya tengo planes”.
“¿Mañana?”.
Maldita sea, es persistente. “Tengo planes para todas las noches después del trabajo esta semana”.
“¿Qué planes tienes el sábado, cumpleañera?”.
¡Recuerda mi cumpleaños!
“Es irónico, de momento, no muchos. Voy a almorzar con papá, pero podemos vernos por la noche”.
No puedo ignorarlo para siempre, ni quiero hacerlo. Como muy tarde, lo veré en algún evento de los
Bennett, y es mejor sacarse de encima cualquier situación incómoda cuanto antes. ¿Por qué he tenido que
complicar las cosas acostándome con él? Después de nuestra ruptura, me alejé de su familia, porque todo
el asunto era demasiado extraño. Pero, tras la muerte de mamá el año pasado, me he acercado de nuevo a
Jenna Bennett, la madre de Dan. Y he reavivado mi amistad con Summer y Pippa. No quiero renunciar a
eso y quiero a Daniel en mi vida también, pero de una manera segura, de forma platónica.
“Excelente. Nos vemos el sábado. Y espera a ver mi regalo”.
“No tienes que comprarme nada”, digo rápidamente, pero mi voz suena poco convincente, incluso para
mis propios oídos. Me encantan los regalos de cualquier tipo, forma y manera.
“Por supuesto que tengo que hacerlo. Para compensar el hecho de haberme quedado dormido y todo
eso”.
“Vas a sacarle todo el partido posible a esto, ¿no?”.
“Ya lo creo. Además, sé lo feliz que te hacen los regalos”.
Vaya, ahí están de nuevo las mariposas invadiéndome el estómago. Puede que también haya un poco de
excitación. ¿Cómo narices voy a hacer para mantener las cosas en el plano platónico?
Capítulo Diez
Caroline
El sábado me despierto con una sonrisa en la cara. Mi trigésimo primer cumpleaños. Al coger el teléfono
de la mesita de noche, la sonrisa se hace aún más grande. Tengo una docena de mensajes sin leer de
amigos que me desean feliz cumpleaños. Niall es el primero en llamarme. Ya es la hora del almuerzo en
Dublín.
“Feliz cumpleaños, hermanita. ¿Qué planes tienes para hoy?”.
“Almuerzo con papá y cena con Daniel”.
“¿Bennett?”.
“Sí”.
“No vas a volver de nuevo con él, ¿no?”. La desaprobación rueda por su lengua como un ácido.
“Niall...”.
“Él no te conviene. No es lo que necesitas”.
Me revuelvo sobre un lado de la cama, preguntándome por qué demonios he sacado el tema. “Soy una
mujer adulta, Niall. Puedo tomar mis propias decisiones. Pero gracias por tu preocupación”.
“Ya te ha hecho daño una vez”.
Ahora me estoy cabreando. “Éramos niños. Cometimos errores. ¿Sabías que ha ayudado a papá con el
plan de negocios? ¿Y a negociar con el proveedor de muebles?”.
Se hace una pausa y luego: “No tenía ni idea. De todos modos, eso no significa que sea bueno para ti”.
“Basta. Estás estropeando la magia del cumpleaños”.
Se ríe ligeramente. “Lo siento, no era mi intención. Sin embargo, estoy a punto de compensarte”.
“Ah, ¿qué me has regalado?”.
“Lo vas a ver cuando te encuentres con papá. Pero me refería a otra cosa. Adivina quién estará en San
Francisco en dos fines de semana”.
“¿Vas a coger un vuelo hasta aquí? Niall, ¿hablas en serio? ¡Dios mío, qué alegría! ¿Se lo has dicho a
papá? Apuesto a que estaba emocionado”.
“No se lo he dicho todavía”.
“¿Cuánto tiempo te vas a quedar?”.
“Solo por el fin de semana. Voy a una conferencia. Me han invitado como ponente a última hora”.
“Guau. Felicidades”. Hago todo lo posible por ocultar lo destruida que estoy por el hecho de que solo
estará aquí por tan poco tiempo. “Oooh, se me acaba de ocurrir una gran idea. Podemos trasladar la fiesta
de reapertura de la librería a ese fin de semana, así podrás estar aquí también”.
“Claro, tengo unas horas libres el sábado por la tarde”.
“¿Puedes quedarte a cenar también?”.
“No, tengo que estar con los otros asistentes a la conferencia para la cena”.
“Oh, vale. ¿Sería mejor el domingo? ¿O el viernes?”.
“Entre el vuelo y las charlas magistrales, la agenda va a estar muy apretada en esos días”.
“¿Así que solo te veremos durante unas horas?”. Pongo una cara triste, aunque él no puede verme.
“Es lo único que puedo hacer. Mi itinerario es una locura”.
“De todos modos, unas horas es mejor que nada. Estaré muy feliz de verte”.
“Yo también. Tengo que irme, hermana. Feliz cumpleaños otra vez”.
Sonrío al finalizar la llamada, emocionada porque voy a ver a mi hermano dentro de dos semanas. Han
pasado casi nueve meses desde la última vez que lo vi, en el funeral de mamá. Precisamente hoy la echo
mucho de menos.
Jenna Bennett me llama para desearme feliz cumpleaños justo cuando me levanto de la cama y,
después de hablar con ella durante media hora, apenas me atrevo a terminar la llamada. Tener
conversaciones de una hora con ella de vez en cuando se ha convertido en una costumbre en los últimos
nueve meses. Estoy siendo demasiado pegajosa y debería saber cuándo detenerme. Por el amor de Dios,
ya no soy una niña.
¿Pero existe una edad en la que la gente deja de necesitar a sus madres? ¿Sus consejos, su calor, su
amor?
Me meto en la ducha y, cuando me estoy poniendo el champú, me interrumpe el sonido del timbre. ¿He
pedido algo por Internet y se me ha olvidado? Después de enjuagarme rápidamente, salgo, me pongo una
bata y me dirijo a la puerta principal. Miro por la mirilla y veo un gigantesco ramo de rosas.
“Buenos días. Firme aquí, por favor”, dice el repartidor cuando abro la puerta.
Firmo la hoja que tiene en la mano y llevo las flores al interior. Son treinta y una y están acompañadas
por un sobre. Me tiemblan los dedos de emoción al abrirlo. Dentro hay una tarjeta de cumpleaños.
Querida Caroline,
Feliz cumpleaños. He dejado mi tarjeta de crédito en Macy's, pregunta por Christa. Es mi regalo para
ti.
Daniel
Presionando la tarjeta contra mi pecho, me pongo a bailar por el salón, con una sonrisa de oreja a
oreja. Luego releo la tarjeta varias veces para asegurarme de que no me lo estoy imaginando. No puedo
creerlo. Pero, por otro lado, Daniel siempre ha tenido su propio estilo para hacer las cosas. Aun así,
conteniendo la emoción, cojo el teléfono y marco su número. Se me calientan las entrañas solo de pensar
en escuchar su voz. También se me calientan otras partes, maldita sea. Me detengo justo antes de pulsar
el último dígito.
¿Deberíamos aclarar primero lo que pasó esa noche? Sí, claro. De ninguna manera voy a traer el tema.
Es demasiado temprano en la mañana para enfrentar ese nivel de incomodidad. Me muerdo el interior de
la mejilla y sigo marcando.
“Buenos días, cumpleañera”.
“¡Hola!”.
“Entiendo que ya has recibido las flores, ¿no?”.
“Sí. Y la tarjeta. Pero no puedo aceptar este regalo, Daniel”.
Me mata tener que rechazar esto, pero no está bien. Un regalo sería una cosa, ¿pero tener carta blanca
para usar su tarjeta de crédito? Es el tipo de derecho del que gozaría una novia y yo no soy nada suyo. El
sentido de la decencia dicta que no puedo aceptarlo.
“Claro que lo aceptarás. Quiero que lo aceptes. Compra todo lo que te dé la gana, Caroline”.
Me relamo los labios y me llevo la mano libre a la mejilla, que de repente parece estar ardiendo. Me
vienen a la mente imágenes de nosotros juntos en la cama del hotel, de Daniel pidiéndome que lo llame
Dan, preguntándome si puedo recibirlo más profundamente.
¡Jolines! Se me ha disparado rápidamente la imaginación y ni siquiera ha estado insinuando nada. Me
aclaro la garganta y trato de recuperar la cordura.
“Daniel, esto no es...”.
“Deja de esforzarte por hacer lo que crees que es correcto. Te mueres de ganas de ir de compras”.
Puedo oír la sonrisa en su voz y mi sentido de decencia va desapareciendo segundo a segundo. ¿Cómo
es posible que me conozca tan bien? Me encanta ir de compras, pero el salario de un profesor requiere
mucho autocontrol. Me encanta mi trabajo, adoro trabajar con niños. No tengo talento para otras cosas,
pero soy muy buena en esto. El ligero inconveniente es el salario, pero he construido mi vida de forma tal
que no me haga falta ganar mucho. A algunos les parecerá una vida demasiado modesta o restrictiva, pero
a mí me gusta.
Tengo una estricta política de no comer fuera, excepto cuando la situación lo requiere. A menudo,
invito a mis amigos a casa en lugar de salir y cocino para ellos. Solo compro la ropa que necesito y trato
de limitarme a las prendas atemporales —vaqueros, vestiditos negros— para que no pasen de moda
rápidamente. Incluso compro algunas cosas en tiendas de segunda mano. Hay una excelente tienda cerca
de casa, donde he encontrado joyas inesperadas.
Pero lo que ofrece Daniel es una locura. Haré un último intento para disuadirlo. Solo para tener la
conciencia tranquila.
“Simplemente no está bien”.
“Ya te he comprado algunos regalos, así que tendrás que ir de todos modos para recogerlos”.
“Vaya”.
“Pensé que iba a tener que esforzarme más para convencerte. Recógelos y compra todo lo que
quieras”.
“¿Qué me has comprado?”, pregunto, muy a mi pesar.
“Ya lo verás”.
“Bueno”. Me recorre una energía mientras camino por la sala de estar.
“Diviértete, nos vemos esta noche a las siete”.
Quedamos en cenar en un restaurante del Presidio para celebrar mi cumpleaños y hablar de esa noche,
pero ahora estoy perdiendo el valor para esto último.
“Hablemos del tema espinoso”, sugiere Daniel. Mierda, mierda, mierda.
“Yo no veo nada con espinas por aquí”, digo con una risa incómoda, dirigiéndome a la cocina. No puedo
afrontar esto sin cafeína. Mientras preparo el café, me hago un bocadillo, manteniendo el teléfono entre el
hombro y la oreja.
“Vale, entonces dejémoslo para la noche. A menos que prefieras que hablemos de ello otro día”.
“No te importa, ¿cierto?”.
“Eres la chica del cumpleaños. No quiero estropearte el día. Pero aún así quiero cenar contigo esta
noche”.
“Claro. La cena está en pie. Pero nada de hablar de cosas espinosas”.
A decir verdad, no le encuentro mucho sentido a lo de tener una conversación. Ambos perdimos el
control; eso fue todo. No hay necesidad de seguir mareando la perdiz. ¿Anhelo su contacto, echo de
menos sentirme segura y amada? Claro que sí, pero eso no significa que deba actuar en consecuencia.
Algunas cosas no son para mí y Daniel es una de ellas.
“Nos vemos a las siete. Diviértete comprando. Prométeme que irás a lo loco”.
Riendo, trato de centrarme en mi bocadillo para evitar pensar en la forma en que se me acelera el
pulso. Pero mi pobre bocadillo no tiene ninguna posibilidad de distraerme.
“Lo haré”.

***

El almuerzo con mi padre es un asunto bastante melancólico. No hablamos de mamá, pero ambos
sentimos su ausencia. Me da el regalo de Niall, una manta de algodón con motivos celtas. Mi hermano es
el mejor, en serio. Le había dicho que estaba buscando una nueva manta, algo con lo que acurrucarme en
el sofá, y esto es precioso.
“Niall se ha lucido”, exclamo. “Por cierto, viene a San Francisco”. Comparto con él todos los detalles y
le sugiero que traslademos la fiesta de inauguración para incluirlo.
“Por supuesto que adelantaremos la fiesta de reapertura. Qué bueno volver a ver a ese chico”.
El tiempo es agradablemente fresco para principios de octubre, así que nos dirigimos al Muelle 39,
abriéndonos paso entre las bandadas de turistas que observan cómo las focas se tumban perezosamente
al sol, hablando de la librería y de Niall, deleitándonos con viejos recuerdos. Después de despedirme de
papá, me dirijo directamente a Macy's, más emocionada que culpable. Me acerco al vendedor más
cercano y leo la etiqueta con el nombre. Allyson.
“Hola, señorita. ¿En qué puedo ayudarla?”.
“Estoy buscando a una colega suya, Christa”.
Asiente, examinando la planta. “Mira, está ahí junto a los cardigans. La rubia con las puntas rosas”.
“Gracias”.
Voy prácticamente volando hacia Christa, ahora mi excitación ahoga mi culpabilidad por completo. Me
mira mientras me acerco.
“Hola, Christa. Soy Caroline”.
Se le dibuja una sonrisa en la cara. “¡Sí! Sígueme. Vaya, qué suerte tienes. Esto es tan romántico, Dios
mío. Ojalá mi novio hiciera algo así, pero con suerte se acuerda de reservar una cena para mi
cumpleaños”.
“Daniel no es mi novio”, le explico mientras la sigo por la escalera mecánica.
Abre los ojos de par en par. “Entonces se está esforzando mucho por serlo, ¿no? Bueno, yo no pondría
mucha resistencia. Tú tampoco lo harás. Espera a ver lo que te ha comprado”.
Se dispara una alarma en mi interior. ¿Qué es exactamente lo que me ha comprado Daniel?
“¿Lo conoces desde hace tiempo?”, continúa Christa. “Lo siento, no es asunto mío. Es solo que... bueno,
esto es tan inusual”.
“Desde hace unos diez años”. Le ofrezco una pequeña sonrisa y decido detenerme ahí. Continuamos
subiendo por las escaleras mecánicas y bajamos en la penúltima planta. Mis ojos escudriñan la mesa de
información que hay junto a la escalera. Artículos domésticos y lencería.
Las rodillas me tiemblan porque intuyo cuál es la categoría que le interesa a Daniel. Dos minutos más
tarde, Christa me lleva a la sección de lencería. Ah, maldita sea, todo aquí parece exquisito. Estoy tan
perdida en las delicadas y sexys ofertas que me rodean que casi me olvido de que Christa está conmigo,
hasta que me muestra tres conjuntos apoyados en la mesa de madera junto a la caja registradora, donde
los vendedores suelen empaquetar las compras.
“Oh, son preciosos”. Uno es un conjunto de bragas de encaje rojo a juego y un sujetador con aros. El
segundo conjunto es de seda blanca, con un patrón bordado en el sujetador sin tirantes. El tercero es
negro, hecho de raso y algodón por lo que parece. “¿Daniel ha elegido todo esto para mí?”, susurro.
“¿Personalmente?”.
“Sí. ¿Te acompaño al probador para que te los pruebes?”.
Aunque estoy cien por ciento segura de que me quedarán bien, asiento. La verdad es que me muero
por probármelos.
Una vez que cuelga los tres conjuntos en la percha, acomoda la cortina para que nadie pueda verme
desde fuera, dejándome sola. Me desnudo a toda velocidad, sin preocuparme por disimular la sonrisa,
mientras me pongo el conjunto negro. No me quito el tanga, sino que simplemente deslizo el negro por
encima. Es una regla de hierro, nunca me pruebo las bragas sobre la piel desnuda.
Me encanta lo que veo en el espejo. La seda negra tiene una sutil elegancia. Algunos dirían que es
demasiado simple, pero yo no lo comparto. La forma en que se amolda a mi piel, la suavidad del tejido...
cada detalle es perfecto. Ahora me pruebo el blanco. Parece un poco apagado contra mi pálida piel, por lo
que planeo salir a tomar el sol en cuanto tenga la oportunidad. Toco el intrincado dibujo del encaje del
sujetador y el cierre de cinta entre las copas. Con una sonrisa, recuerdo que Daniel prefiere los
sujetadores con el cierre por delante. En un instante, me vienen a la cabeza imágenes eróticas de Daniel
desabrochándome el sujetador y tocándome los pechos.
Empiezo a sudar y me quito el conjunto blanco para probarme el último. He dejado lo mejor para el
final. El encaje rojo es una auténtica perfección. El sujetador me aprieta los pechos. Las bragas me
quedan más anchas sobre las caderas que los tangas normales. En la parte trasera, una ligera línea cubre
la grieta entre mis nalgas. Prefiero este tipo de tangas a los de cuerda. Me dan un aire de malvada
traviesa.
Y tenía razón. Daniel ha adivinado mi talla correctamente, a pesar de que he pasado de una talla
cuatro, cuando estábamos juntos, a una talla ocho. Todavía no me he acostumbrado al tamaño de mis
muslos, por no hablar de mi culo. La única parte positiva de que hayan crecido es que han mantenido la
misma proporción con mi cintura, que también se ha expandido.
Sin embargo, al mirarme ahora mismo, me siento más sexy que nunca. La piel de mi pecho y mi cuello
se enrojece casi tanto como el encaje mientras un rubor se extiende por dicha zona. Hacía tiempo que no
me sentía tan sexy y tan deseada.
Suelto una risa temblorosa y me reprendo por darle tantas vueltas a todo esto. Pero luego caigo en la
cuenta de que el tío me ha comprado lencería para mi cumpleaños. ¿Qué significa esto?
“¿Te quedan bien?”. La voz de Christa me llega desde el otro lado de la cortina.
“Sí. Genial”. Rápidamente vuelvo a ponerme mi sujetador y me visto. Cuando retiro la cortina, Christa
me sonríe, cogiendo los tres conjuntos de lencería.
“Excelente. Empacaré esto y después podemos ir a ver qué más te gusta. La tarjeta de crédito está
abierta. Sin límite”.
Oh, vaya. Lo había olvidado. “Esto es más que suficiente”.
“Tch, tch, tch. Tengo órdenes de fastidiarte si no compras todo lo que te dé la gana”.
“¿Ha dicho eso?”.
“Eso mismo. Así que, ¿lista para comprar todo lo que te dé la gana?”.
“No estoy ni remotamente cerca de estar lista”.
Sin embargo, le cojo el tranquillo rápidamente. Al principio, me contengo al máximo y escojo cosas
pequeñas: pendientes nuevos en forma de luna, un par de guantes. Pero Christa es una diablilla que me
tienta como nadie y, en lo que respecta a cosas bonitas, lamentablemente soy una mujer débil.
Hace alarde de un vestido floral hasta la rodilla con tirantes blancos y un cinturón ancho alrededor de
la cintura y caigo rendida. Me lo pruebo y me queda perfecto, pero cuando miro la etiqueta con el precio,
se me revuelve el estómago. Es la tarjeta de Daniel, pero hay una diferencia entre ir a lo loco y
aprovecharse.
“Solo vestidos en oferta”, le digo a Christa con firmeza.
“Daniel no me ha dicho nada de eso”.
“Te lo estoy diciendo yo. Por favor. De todos modos, me están dando ganas de irme con lo que tengo
ahora”.
Eso la hace entrar en razón y, a continuación, solo me tienta con artículos en oferta. Acabo comprando
un vestido de jersey grueso hasta la rodilla que se amolda bien a mi cuerpo y unas bailarinas rojas.
Ninguna de las dos cosas representa un gasto excesivo, pero me limito a ello. Mientras veo a Christa
empaquetar todo, vibra el teléfono en mi bolso. Al sacarlo, descubro un mensaje de Daniel.
Daniel: ¿Cómo va el proyecto “Ir a lo loco”?
Caroline: Bien encaminado.
Daniel: Foto o no pasó.
Si cree que va a conseguir fotos mías en ropa interior, va a tener que esperar sentado.
Caroline: Cabrón descarado.
Me llama, naturalmente y me alejo unos metros del mostrador.
“Sea lo que sea que vayas a decir, no me convencerá de enviarte fotos en ropa interior. Compra una
revista de trajes de baño”.
“Simplemente quiero verte, Caroline. Solo a ti”.
“Qué cara tiene usted, señor. Repito, no vas a recibir ninguna foto”.
“¿Te has divertido?”.
“Sí. Un montón”.
“Bien. Ponte algo que hayas comprado para esta noche”.
La orden, nada sutil, envía un calor a la parte baja de mi cuerpo.
“Puedo cumplir con eso. Debo colgar ahora, estoy retrasando la cola”.
Después de colgar, lo vuelvo a meter en el bolso y sonrío de manera traviesa. Definitivamente, puedo
cumplir con eso.
Capítulo Once
Caroline
El paseo de compras ha durado tanto que solo tengo tiempo de meterme en la ducha y vestirme
rápidamente antes de tener que volver a salir a toda prisa por la puerta. Me pongo mi nuevo vestido de
jersey, pero no inspecciono mi aspecto en el espejo hasta que tengo puestas las bailarinas. Juzgar un
conjunto sin zapatos es como preguntar cómo está el pavo de Acción de Gracias sin la salsa.
Evalúo el conjunto de forma crítica. Es genial para una noche de relax entre amigos, transmite
exactamente el mensaje que quiero, que es “estoy arreglada”, en vez de “me muero de ganas de volver a
ligar”.
Me pregunto brevemente si debería sacar el tema de la noche que pasamos juntos, para aclarar las
cosas. Pero la conversación me parece extraña hasta en mi cabeza.
Daniel, a pesar de que esta ha sido la mejor noche...
A pesar de que me has hecho tener dos orgasmos y han sido de lejos...
Mmm... tal vez no debería empezar con eso. Creo que podría darle una idea equivocada. Será mejor no
hablar del asunto.
Salgo del edificio animada, contemplando la preciosa tarde de octubre que me rodea. Llevo mi cartera
roja a juego bajo el brazo y avanzo con decisión. Vivo en una zona bastante poblada del distrito de
Richmond, con viviendas tan cercanas entre sí que producen una sensación casi claustrofóbica. Pero estoy
a pocas manzanas de la zona del Presidio y, si me apetece dar un largo paseo, puedo ir hasta el Parque
Golden Gate, al norte.
Unos veinte minutos más tarde, llego a la entrada que está sobre la Avenida 14 y veo que Daniel ya
está allí, paseando, con las manos en los bolsillos. No me ve acercarme y aprovecho para observarlo.
Parece estar inmerso en sus pensamientos, con el ceño fruncido y la barba más marcada de lo habitual. El
impulso de convertir ese ceño en una sonrisa me invade por completo. No me corresponde hacerlo feliz.
No me corresponde.
“¡Hola!”, me anuncio, deteniéndome a su lado. Daniel sale de sus pensamientos y se vuelve hacia mí.
Su bello rostro esboza una amplia sonrisa y con ella desaparece el ceño fruncido. Excelente.
El corazón me da un vuelco cuando se inclina para besarme la mejilla, prolongando el contacto de sus
labios en mi piel. Me presiona con una mano en la parte baja de la espalda y, al instante, me atraviesa una
carga eléctrica. Oh, Dios. El contacto no es para nada íntimo, pero quizá los detalles de nuestra noche
juntos están demasiado frescos en mi mente todavía. Puedo asegurar que todas las terminaciones
nerviosas cobran vida. Cuando nos separamos, tengo la sensación de que me vibra todo el cuerpo. Así se
hace, Caroline. No esperaba este embate a mis sentidos.
Doy una vuelta completa, moviendo las caderas juguetonamente.
“Tanto el vestido como los zapatos son cortesía de tu tarjeta de crédito y del impecable gusto de
Christa”.
Evalúa mi aspecto con un brillo juguetón en los ojos...
El brillo se acaba de convertir en un calor abrasador. Casi puedo leer la pregunta en sus labios. ¿Y qué
tal la lencería?
Será mejor que disipe cualquier duda. “No llevo la lencería que me has comprado. Nunca me pongo
lencería nueva sin antes haberla lavado. Demasiados gérmenes”.
Perfecto. No hay nada más desagradable que los gérmenes.
Si creía que eso lo iba a desanimar, vaya que estaba equivocada. Se le mueve la comisura de los labios.
Vale, prosigamos.
“Vayamos antes de que expire la reserva”.
Caminamos por un sendero con altísimos árboles a ambos lados. El olor a eucalipto flota en el aire del
atardecer, enérgico y fresco. El restaurante está lleno cuando llegamos, pero afortunadamente la pared
opuesta a la entrada está colmada de grandes ventanales y están todos abiertos.
Como soy optimista respecto al clima, pido que me sienten en la mesa más cercana a la puerta. Daniel
lleva traje, así que no le pasará nada, y yo he guardado una chaqueta en la cartera.
“¿Qué tal la comida con tu padre?”, pregunta después de pedir.
“Genial. Estamos emocionados porque Niall vendrá dentro de dos fines de semana. Por cierto, vamos a
trasladar la fiesta de inauguración de la librería a ese sábado”.
“Es bueno saberlo”. Inclinándose ligeramente sobre la mesa, entrecierra los ojos. “Yo sigo estando
invitado, ¿no?”.
“Mi padre te ha invitado, de modo que no puedo revocar la invitación”, digo juguetonamente. “Además,
eres su principal asesor. Eres básicamente un invitado de honor. Pero si no puedes venir, lo entenderé. El
cambio es de última hora”.
“Por supuesto que iré”.
“Gracias. Estoy tan feliz de que Niall pueda acompañarnos también. Hace tanto tiempo que no lo
vemos”.
“No llama muy a menudo, ¿no?”.
Me encojo de hombros, tratando de restarle importancia. “Está ocupado. Trabaja como cien horas a la
semana”.
“Siempre se puede hacer un hueco para la familia”.
Vaya. ¿Qué puedo decir? Tiene toda la razón.
Llega el camarero con la comida y, joder, los aromas me matan. He pedido una ensalada de pollo asado
con bastones de boniato frito y Daniel ha pedido un filete. Suspirando, me zampo los bastones de boniato
y pasamos los siguientes quince minutos en un agradable silencio mientras devoramos la comida. Cuando
he terminado de comer, me entran ganas de expresar un pensamiento más. Hoy no les he dicho nada ni a
papá ni a Niall porque no quería entristecerlos, pero necesito decirlo en voz alta.
“Echo mucho de menos a mamá”.
“Es duro haber perdido a tu madre. Tienes suerte de tener a la mía, que se preocupa por ti como si
fueras una hija más. Esta semana ha estado muy pendiente de mí. ‘No te olvides de llamarla. Cómprale un
buen regalo. Anímala. Es su primer cumpleaños sin su madre’”. Imita el tono de su madre y no puedo
evitar reírme.
“Ah, así que por eso me has comprado los regalos”, digo juguetonamente, conmovida por la
consideración de Jenna.
Mueve las cejas. “La lencería ha sido idea mía”.
“No lo dudo”. Me muevo un poco en la silla, sintiendo que el calor baja por mi cuerpo como una flecha.
De repente, la mesa parece diminuta. ¿Realmente hay menos de treinta centímetros entre nosotros?
Bajo la mesa, Daniel acuna mis piernas entre las suyas. Hay dos capas de tela entre nosotros —sus
pantalones y mis medias—, pero el contacto me electriza como si fuera piel con piel.
Cambio de tema antes de que nos adentremos en territorio peligroso, dándole la vuelta a la tortilla.
“¿Cómo estás?”, pregunto. “¿Hay problemas en el trabajo? Parecías preocupado cuando llegué”.
“¿Lo has notado?”.
“Sí”. Una ráfaga de viento agita los árboles que nos rodean, por lo que cojo la ligera chaqueta del
bolso, envolviéndome en ella. Por desgracia, no ayuda mucho.
“Eres la chica del cumpleaños, así que no nos centremos en mí”.
“No es justo. No puedo seguir hablando de mí toda la noche”.
“Ah, ¿esto va a ser un evento de toda la noche?”. Me muestra su mejor sonrisa, esa que hace que mis
sentidos se activen.
“No es lo que quería decir. Me he expresado mal”.
Su sonrisa se vuelve aún más amplia. “¿Un acto fallido?”.
“¡Daniel!”.
Al pasar otra ráfaga de viento, me estremezco. Mi ligera chaqueta no me sirve de nada. Me paso las
manos por los brazos para calentarme, pero no da resultado. Y entonces Daniel se levanta del asiento y
me cubre los hombros con su propia chaqueta.
“No hace tanto frío”, digo, pero vaya si la chaqueta es acogedora. También huele a él, lo cual es un
plus.
“Sí que lo hace y tú tienes frío”, dice Daniel en un tono que no admite discusión. “Veo que sigues sin
saber cómo vestirte en función del tiempo”.
Cuando mi mirada se encuentra con la suya, tengo la certeza de que está reviviendo el mismo recuerdo
que yo. Nuestra primera noche juntos, el camino a casa donde me dio su chaqueta y sus calcetines. La
ducha caliente y, finalmente, el sexo aún más caliente.
“No te preocupes. No me voy a meter en tu ducha. A menos que tú quieras”.
Dejo escapar una risa nerviosa y desvío la mirada. “Esto se ha intensificado rápidamente”. Supongo
que es culpa mía, por pensar que podíamos tener una relación platónica. Enderezando los hombros, me
repongo y lo miro directamente. “Soy la chica del cumpleaños, ¿recuerdas? No puedes hacerme sentir
incómoda”.
“Lo que la cumpleañera desee”. Una sonrisa se dibuja en sus labios y, al instante, empiezo a sospechar.
Me está dejando libre de culpa con demasiada facilidad, pero a caballo regalado no le miro el diente.
Como ninguno de los dos quiere postre y el paseo hasta el borde del parque nos llevará un rato,
decidimos dar por terminada la noche.
“Te acompaño a casa”, anuncia Daniel cuando llegamos a la salida de la zona del Presidio. Tal vez no
sea la mejor idea, pero aún no estoy preparada para despedirme.
“Está a siete manzanas. Podemos caminar o tomar un taxi. A menos que hayas venido con tu coche”.
“Nah, taxi. Tomemos uno”.
De camino a casa, le hablo del barrio y le señalo mi colegio, que está a medio camino entre el parque y
mi apartamento. Cuando nos bajamos del taxi frente a mi edificio, sigo sin estar preparada para
despedirme. Pero es lo más inteligente.
Me quito la chaqueta y se la devuelvo.
“Gracias por la chaqueta y la noche. Y los regalos, por supuesto. Ha sido un cumpleaños fantástico. No
he tenido ni tiempo para ponerme melancólica por mamá, todo gracias a ti”.
Daniel sonríe cálidamente. “Ese era el objetivo”.
“Guau, entonces sí tenías un plan maestro detrás de la idea de ir de compras. Y yo que pensaba que
solo esperabas verme en lencería sexy”.
“Tenía ganas. Todavía mantengo la esperanza”. Se acerca tanto que nuestros pechos casi se tocan. Me
recorre un escalofrío y me encantaría culpar al viento frío por ello, pero es culpa de Daniel. Todo es culpa
de Daniel. Me roza los brazos con las manos, me apoya una en el hombro y me pasa el pulgar por el
cuello. Se me seca la boca... a diferencia de otras partes de mí. Mi pulso se acelera. Dios, ¿será que puede
percibirlo?

***
Daniel
Recuerdo la primera vez que me di cuenta de que la conexión entre Caroline y yo era algo más que una
amistad. Blake había tenido un pequeño accidente por culpa de un reto de la universidad. Estaba fuera de
la enfermería del campus y la espera me estaba volviendo loco. Caroline se unió a mí en el momento en
que le conté lo sucedido y el mero hecho de tenerla conmigo hizo que todo fuera mucho más fácil. Me dijo
las cosas adecuadas para tranquilizarme, hasta me hizo reír. Sabía exactamente lo que necesitaba y me di
cuenta de que era más que una amiga.
Después de que Blake saliera, con un brazo vendado y una actitud de “cosas que pasan”, Caroline vino
con nosotros al apartamento que compartía con él. Era tarde, así que le sugerí que durmiera en mi cama.
En el segundo que me llevó añadir que yo dormiría en el sofá de mi habitación, sus mejillas se pusieron
rojas.
Como ahora.
Hay dos cosas que me encantan de la herencia irlandesa de Caroline. Una, sus torpes intentos de
interpretar bailes tradicionales irlandeses en las bodas. No tiene remedio, pero es adorable verla. Dos, se
sonroja como una pelirroja. Aunque heredó el pelo oscuro de su padre, su madre era pelirroja, y Caroline
heredó su piel clara. Ahora mismo, incluso su cuero cabelludo tiene un tono rojizo.
“¿Cuál es tu favorito?”, pregunto.
“¿A qué te refieres?”.
“A la lencería. ¿Cuál de ellos es tu favorito?”.
Se aclara la garganta, juguetea con el pulgar. “El negro”.
“Mi favorito es el conjunto blanco”.
Autocontrolarme al elegir sus regalos no ha sido fácil. Quería comprar toda la maldita planta. Primero
vi el conjunto blanco y supe que era perfecto para ella. Me la imagino fácilmente poniéndoselo. Mi parte
favorita es el cierre del sujetador en la parte delantera. Lo abriría y sus pechos se derramarían en mi
boca.
“Lo sabía. Siempre has sido un fanático de los cierres en la parte delantera”.
Cuando nuestras miradas se cruzan, ella hace un pequeño ruido en el fondo de su garganta. Joder. Ella
estaba pensando exactamente lo mismo.
“Apuesto a que el rojo es muy sexy. Con todo ese encaje”, continúo, apartando un mechón de pelo de su
cara. Su respiración se vuelve más agitada cuando mi pulgar roza su cuello. “¿Es cómodo? ¿O te irrita la
piel?”.
Trazo una pequeña línea en su cuello y ella aprieta sus muslos como si sintiera mi contacto
directamente allí. Oh, joder, joder, joder. Ha sido una reacción leve, pero la he visto, y ella lo sabe.
“Es cómodo. No hay encaje en el interior. Solo algodón”.
“¿En todas partes?”.
Traga con fuerza, evitando mirarme a los ojos y riendo nerviosamente. “En todas partes”.
Algunas gotas de lluvia salpican el asfalto. Una cae directamente sobre su nariz, haciéndola saltar.
“Entra antes de que pilles un resfriado”, digo.
Sorprendida, abre sus ojos de par en par. Apuesto a que esperaba que insistiera más, que le pidiera
que me invitara a subir. En cualquier otro momento lo haría, pero este ha sido un día emotivo para ella y
no voy a aprovecharme. Es tan receptiva conmigo que sé lo fácil que sería acabar esta noche entre sus
sábanas. Pero eso no es lo que quiero ni lo que Caroline se merece. Seguimos teniendo conexión, siempre
la hemos tenido, solo que nos hemos empeñado en ignorarla. Por eso pude percibir que lo único que
necesitaba hoy era una distracción. De la misma manera, ella pudo notar mi preocupación sin siquiera
preguntar. Hemos tenido otro incidente con la filtración de fotos y estoy llegando a una conclusión que no
me gusta nada.
“Sí, claro. Bien. Que tengas una buena noche”.
“¿Algún otro plan para esta noche?”.
Ella sonríe. “Oh sí, tengo una cita. Un tío muy guapo. Malhablado, con una preciosa tableta de
chocolate, hipnóticos ojos azules. Una pena que esté en la televisión y ni siquiera sepa que existo”.
“¿Sigues haciendo maratones de series de televisión?”.
“Por supuesto. Un adicto a la televisión, siempre será un adicto a la televisión”.
“Te dejaré con tu cita”.
Tomo su mano, le beso los nudillos y la veo entrar en el edificio.
Tenemos que tener esa conversación, pero he prometido que hoy no sacaría el tema, y ella sigue siendo
la cumpleañera. Por unas horas más.
Capítulo Doce
Caroline
Unos minutos después, me deslizo entre las sábanas con mi portátil y enciendo mi servicio de streaming
favorito. Tengo cuatro nuevos episodios para ver. Me froto las manos de emoción y pulso el play.
Estoy a mitad del tercer episodio y de mi segunda copa de vino cuando suena el teléfono. Alguien que
probablemente acaba de recordar que es mi cumpleaños. Alcanzo el móvil sin apartar los ojos de la
pantalla. Los protagonistas están a punto de besarse por primera vez y parece que la espera de diez
episodios merecerá la pena.
Pero al leer el mensaje, me olvido del beso.
Daniel: 12:01, el día de cumpleaños ha terminado oficialmente. Es hora de enfrentarse a ese
tema espinoso.
Debería haber sabido que no me dejaría escapar tan fácilmente. Presionando Pausa en la pantalla, me
siento erguida en la cama, con el corazón en la boca. Puedo afrontar esto. Es mejor aclarar las cosas y es
más fácil hacerlo por mensaje o por teléfono que cara a cara.
Caroline: Dime por qué estabas preocupado hoy.
Daniel: ????
Caroline: No seas cruel, no me lo pongas difícil.
Daniel: En los últimos eventos de celebridades, he tenido dos incidentes con fotos filtradas a
la prensa. El problema es que sospecho que lo ha hecho alguien de mi equipo. A propósito.
Leo su texto dos veces, con las neuronas un poco aturdidas por el vino. Pero en el momento en que
asimilo sus palabras, se me revuelve el estómago. Lo llamo de inmediato.
“¿Cómo que a propósito? ¿Por qué?”, pregunto en lugar de saludar.
“Por dinero. Las revistas de cotilleo pagan mucho dinero”.
“A ver si lo entiendo. ¿Son fotos de eventos que has hecho para tus clientes famosos?”.
“Sí”.
“¿Y estás seguro de que no han sido filtradas por otros asistentes?”.
“No estoy seguro al cien por ciento, pero todos los asistentes quieren privacidad. Y ha ocurrido en dos
eventos diferentes, sin asistentes comunes”.
Me aprieto las rodillas contra el pecho, apoyando la barbilla en ellas. “¿Qué vas a hacer?”.
“Un poco de trabajo de detective. Me gusta mi equipo, confío en ellos y, a decir verdad, no tengo ganas
de hacerlo”.
“Ya lo creo”.
“En fin, es hora de hablar del tema espinoso”.
¡Maldita sea! Casi lo había olvidado. Mantener esta conversación después de haber tomado dos copas
de vino no es lo más inteligente. Puede que se me escapen cosas que no quiero decir... o peor, cosas que sí
quiero decir pero que no quiero que él sepa. Inhala, exhala. Puedo hacerlo. Al mal paso darle prisa.
“Ha sido una cosa de una sola vez, Daniel. Olvidémoslo. Estas cosas pasan, ¿no? No sería la primera
vez que dos ex vuelven a acostarse”.
Se hace una breve pausa y luego habla en voz baja y suave. “No ha sido solo sexo”.
Sus palabras me envuelven como una manta de consuelo. Saber que para él también ha significado
algo más que solo sexo llega a algún lugar profundo dentro de mí. Sin embargo, eso no cambia las cosas.
“No, para nada, pero sigue siendo algo de una sola vez”.
Más silencio, lo que me inquieta. Daniel no suele tener problemas para llenar silencios, sean del tipo
que sean. Mi estómago se retuerce y se revuelve ante la expectativa.
“¿Por qué te has rendido tan fácilmente, Caroline?”.
¿Eh? No es lo que esperaba en absoluto. La tensión se acumula en mi espalda, pero intento mantener
la calma. “¿A qué te refieres?”.
“Cuando te dije que lo mejor sería que rompiéramos, no dijiste nada”.
Bien, mi determinación de mantener la calma se va por la ventana. “Me habías roto el corazón, ¿qué
iba a decir?”.
Me levanto de la cama, repentinamente llena de energía. Con la necesidad de desahogarme, camino
por la habitación.
“Algo. Cualquier cosa. Pelea conmigo por ello. Lo aceptaste tan fácilmente, como si hubiese sido lo que
querías también”.
“¿Esto es lo que te has dicho a ti mismo para sentirte mejor por haberte comportado como un idiota?”.
“En parte”, admite. “Pero me dio la sensación de que lo aceptaste demasiado rápido”.
“No puedo creerlo. Tenía veintiún años, estaba herida y era evidente que ya no me querías. ¿Qué
debería haber hecho? ¿Suplicar?”.
“No, solo... no sé, Caroline. He pensado muchas veces en ello, en cómo podría haber sido diferente”.
Esto me pilla desprevenida. “¿Diferente? ¿En qué sentido?”.
“Ni idea, de cualquier manera tengo que quedarme contigo”.
¿Está diciendo lo que creo que está diciendo? No, no puede ser. Debe ser todo el vino que he bebido,
estoy haciendo demasiadas conjeturas. Pero ni siquiera yo puedo hacer muchas conjeturas con una frase
como “de cualquier manera tengo que quedarme contigo”. Aun así, me armo de valor para pedir una
aclaración.
“Dan, ¿qué estás diciendo?”, susurro.
“Me arrepiento de muchas cosas, pero haberte perdido está a la cabeza. Debería habértelo dicho hace
mucho tiempo. Siento no haberlo hecho”.
Ah, pero incluso escucharlo ahora es más de lo que esperaba. Es hora de tranquilizarlo también.
“No quería romper, Daniel. Simplemente no sabía cómo enfrentarte, o luchar por ti. Pensé que
retroceder sería humillante”.
“Y yo acababa de romperte el corazón”.
Muy a mi pesar, me río. “Sí”.
Se hace otro silencio, pero esta vez no es incómodo.
“¿Sabes cuál es la segunda cosa de la lista de arrepentimientos?”.
“¿Cuál?”.
“No haberme puesto las pilas antes para volver a buscarte. Nunca has dejado de importarme”.
Oh Dios, haz que se detenga. ¿Es consciente de que este es el sueño de toda mujer? Bueno, mi sueño al
menos. ¿Descubrir que todavía significo algo para el hombre que nunca he podido olvidar? Que todavía
significa tanto para mí...
“Tú tampoco has dejado de importarme”.
Deja escapar un largo suspiro en el teléfono. Suena como una respiración de alivio.
“Summer tenía razón”, dice con una risa.
“¿Le has contado a Summer lo de nuestra noche? Oh, vamos. Las chicas han estado soltando indirectas
sobre nosotros durante mucho tiempo. ¿Qué están planeando? ¿Comidas armadas? ¿Reuniones
improvisadas en las que de alguna manera terminamos solos? ¿Algo aún peor? Tengo que empezar a
preparar mis defensas”.
Solo me detengo porque me falta el aire. Incluso he dejado de caminar para centrarme en recordar las
técnicas de las chicas, pero no soy tan ingenua como para creer que las recuerdo todas. Y, sin embargo,
ellas son capaces de idear planes en menos tiempo del que a mí me toma pensar en técnicas defensivas.
“Despacio, mujer. Respira hondo. Es bueno saber que no soy el único al que han estado molestando. Y
no, no se lo he dicho. He aprendido a mantener la boca cerrada para evitar que todo el mundo se meta en
mis asuntos. Ahora que lo pienso, no me importaría eso en este momento”.
¿Qué está queriendo decirme?
“Pero Summer ha dicho que tú y yo nos hemos involucrado con la familia del otro porque no queríamos
dejar de estar en contacto entre nosotros”.
“Ah, y yo que pensaba que veías los partidos con mi padre por la bondad de tu corazón”, me burlo.
“Me gusta pasar el rato con tu padre, pero no voy a mentir. Estaba medio esperando que te pasaras por
allí cuando estuviera”.
“No voy a negar que yo no estaba esperando lo mismo cuando estaba ayudando a tu madre y hermanas
a planear la boda de Blake y Clara. Por más que los quiera a todos como si fuéramos parientes”.
“Eres adorable”.
“No, no, no conseguirás seducirme”. Estoy tan orgullosa de que mis defensas todavía resistan. Por los
pelos, pero así y todo... “Qué bueno que hemos aclarado las cosas, pero ha sido más que eso. Es parte del
pasado”.
“Excepto lo de ‘seguir importando’”.
“Podemos manejarlo. Somos adultos y ya no soy la chica de la que te enamoraste”. No ofrezco más
información porque serían demasiadas confesiones. Y, de todos modos, él no tiene por qué saberlo.
“Yo también he cambiado. Han pasado diez años para los dos”. Tras una breve pausa, añade:
“¿Recuerdas la noche que te dije que te amaba?”.
Sonrío. Recuerdo absolutamente todos los detalles. “Sí. Estabas tan nervioso esa noche en el
restaurante. Y cuando lo dijiste lloré y traté de ocultar mi cara, fuiste tan dulce. Dios, qué dulce que
fuiste. Me abrazaste y lo dijiste una y otra vez”.
“No he vuelto a sentir lo mismo por nadie”.
¡Bum! Directamente a través de mis defensas. Este sería un buen momento para que mi corazón
levantara aquellos muros y recordara todo lo que he llorado después de que rompimos. Sin embargo, lo
único que puedo recordar ahora son los buenos momentos. Algo así como morder un delicioso pero muy
caliente S'more y quemarse la lengua. Lo único que recuerdas después es lo bien que sabía, no cómo te ha
quemado la lengua.
“Yo tampoco, Dan”.
Frotándome una mano en la cara, tomo la decisión de poner fin a esta llamada. He bebido demasiado
vino y él es demasiado bueno con las palabras. Si vamos a andar por el camino de los recuerdos, puede
que no salga indemne.
“Yo... no sé qué más decir. Deberíamos dar por terminada la noche”, digo con firmeza. “Es tarde”.
“Sí, tienes razón. Tengo que levantarme muy temprano de todos modos”.
“¿Un domingo?”.
“Me voy con un grupo a las montañas Adirondack, de viaje de senderismo hasta el jueves. Nos vamos a
las cinco, así que será mejor que me vaya a dormir. Pero Caroline, lo que pasó en el hotel del puerto no ha
sido un error. Por algo ninguno de los dos lo ha superado. Buenas noches”.
“Buenas noches”.
Después de colgar, me siento un poco agitada y muy desconcertada, con un solo pensamiento dando
vueltas en mi mente. ¿Cómo cambiará la dinámica entre nosotros después de nuestras confesiones de
medianoche?
Capítulo Trece
Caroline
“Una vez más antes del descanso. Tres, dos, uno. Vamos”.
El coro comienza de nuevo y lucho con todas mis fuerzas por mantener la cara seria. Estamos
ensayando las canciones para la celebración de Halloween y puedo asegurar que cada uno de los quince
niños está cantando su propia melodía. Le ponen tanto corazón y alma, benditos sean, que no tengo el
valor de seguir corrigiéndolos.
“Encantador”, anuncio cuando terminan. “Os veré después del descanso”.
Se mueven de un lado a otro, llenando el ambiente con sus risas y charlas. Me dirijo directamente a la
sala de profesores. Karla y Rita entran justo detrás de mí, hablando de sus planes para esta noche. Me
uno a la conversación, agradecida por poder distraerme. No voy a comprobar el pronóstico meteorológico
de las montañas Adirondack. No lo comprobaré.
Desde que Daniel me dijo que iba a llevar a un grupo allí esta semana, he estado actualizando la página
con la previsión meteorológica unas doce veces al día. El lunes solo había una alerta sobre condiciones de
mucho viento. El martes anunciaron que había un leve riesgo de tormenta. A partir de esta mañana, el
riesgo también era leve, pero han dicho que hay una posibilidad real de que la alerta cambie a roja
alrededor del mediodía. Ahora son las once. A mitad del descanso, la ansiedad me doblega y compruebo el
parte meteorológico. Se me revuelve el estómago. Actualmente hay un alto riesgo de tormenta.
¿Seguirá Daniel allí con su grupo? Ha sido imprudente en el pasado, aunque no me lo imagino
poniendo en peligro su vida y la de sus clientes de esta manera. Aun así, si lo supiera con seguridad,
podría respirar más tranquila. He estado durmiendo fatal desde el lunes, preocupada. Con dudas.
Golpeando con los dedos el teléfono, considero brevemente la posibilidad de enviar un mensaje de texto a
Summer o a Jenna para preguntarles si han tenido noticias de Daniel, pero eso abriría una caja de
Pandora.
Solo me queda una opción: llamar al propio Daniel. Me excuso de la sala de profesores, me dirijo a mi
aula vacía y marco su número. Suena durante tanto tiempo que casi me rindo, pero entonces contesta.
“Hola, Caroline”.
Puedo asegurar que se me deshacen los huesos a medida que la tensión desaparece de mi cuerpo. Ni
siquiera me había dado cuenta de que estaba tan tensa.
“¡Hola! ¿Cómo estás? ¿Todo bien?”.
“Claro. ¿Por qué no iba a estarlo?”.
De repente, me doy cuenta de lo inoportuna que estoy resultando, llamando de improviso para
preguntar si está bien. Sentada en mi escritorio, balanceo las piernas y pienso cuidadosamente lo que voy
a decir.
“He visto que han anunciado una tormenta en los Adirondacks y yo...”.
“Estabas preocupada por mí”.
No tiene sentido negarlo. “Sí”.
“Pues deberías estarlo. Hemos cancelado la excursión ayer. Demasiado peligroso. Estamos organizando
otras actividades para el resto de la semana”.
“¿Cuándo vuelves a San Francisco?”.
“El próximo jueves. Me voy con otro grupo a las Montañas Rocosas cuando termine aquí. No veo la
hora de volver a casa. Está nublado, pero al menos no hace tanto frío. Casi he olvidado la sensación de
calor”.
“Bebe un poco de chocolate caliente y estarás bien”, le digo. En el momento en que las palabras salen
de mi boca, no puedo evitar que se forme una visión en mi mente, de mí dirigiéndome a casa de Daniel
cuando vuelva el viernes, ayudándolo a calentarse, a cuidar de él. Preparo una buena taza de chocolate
caliente. Sacudiendo la cabeza, me río de mí misma. No tengo ningún derecho sobre Daniel. No me
corresponde a mí hacerlo feliz. Aunque... los amigos se animan mutuamente. Podría hacerlo como su
amiga. Ah, ¿a quién quiero engañar? Por la forma en que mi cuerpo ha vibrado ante su proximidad el
sábado pasado, lo más probable es que vuelva a caer en su cama.
“Hay mejores formas de calentarse”. El sutil cambio en su tono me alerta de que sus pensamientos
tampoco van por el buen camino. “Un vino especiado, una ducha caliente. Contacto piel con piel. ¿Qué te
parece? Es para un amigo”.
Sonrío de oreja a oreja, pero trato de imprimir la mayor firmeza posible en mi tono. “Eres insufrible”.
Se ríe. “Pareces muy convincente. Para tu información, tu voz se oye diferente cuando sonríes”.
Aclarando la garganta, fuerzo los músculos de mi cara para que adopten una expresión seria, pero se
resisten. “Oh, Dan, no hay forma de ganar contra ti. Solo he llamado para asegurarme de que estabas
bien. Dejémoslo así”.
Se queda en silencio durante unos segundos y finalmente dice: “Siento que estuvieras preocupado por
mí. Te habría mandado un mensaje si lo hubiera sabido”.
“Es culpa mía por mirar el pronóstico meteorológico a cada rato. Pero estás bien, de modo que puedo
seguir con mi día”.
“¿Y no vas a seguir pensando en mí?”.
Ahora soy yo quien puede oír la sonrisa en su voz. “Para nada. Por cierto, tengo que irme. El recreo
terminará pronto”.
“Claro. Disfruta de tu día”. Pasan unos segundos, pero no cuelgo. “Puedes colgar cuando quieras”.
“Cuelga tú”. Sonrío, recordando que solíamos jugar a este juego siglos atrás.
“No soy yo quien tiene que marcharse”.
“Está bien, colgaré. Adiós, Daniel”. Al segundo siguiente, me desconecto, sintiéndome un poco
mareada.
La sensación persiste durante todo el día, justo hasta que recibo otra llamada telefónica de mi
hermano, cuando estoy a punto de salir del colegio.
“Oye, hermana, seré rápido. Tengo malas noticias. Solo podré quedarme en la fiesta de inauguración
durante media hora cuando esté en la ciudad”.
Mi estómago se retuerce. “¡Oh!”.
“Uno de los ponentes principales se ha retirado y me han pedido que lo sustituya. Las ponencias son
consecutivas y solo tengo un intervalo, que es cuando me pasaré por el local”.
“¿Y no puedes rechazarlo? Aún tienen tiempo para buscar a otra persona”.
“Es una oportunidad única para darme a conocer”.
“Lo sé, es que... me gustaría que te quedaras más tiempo. ¿Solo te veremos durante media hora?
Podríamos llevarte al aeropuerto”.
“Eso es una lata. ¿Qué tal un desayuno temprano el domingo por la mañana? Podríamos hacer todo lo
que haya quedado pendiente del sábado”.
“¡Sí! ¡Gracias, gracias, gracias!”.
Así de fácil, mi buen humor ha vuelto.

***
Daniel
El viernes por la mañana, paseo por la sala de reuniones, a la espera de que llegue mi equipo. Nuestras
reuniones semanales suelen ser los martes, pero hemos tenido que reprogramarlas porque la semana
pasada estuve en los Adirondacks y esta semana en las Montañas Rocosas. Solíamos hacerlas los lunes,
pero como muchos eventos del fin de semana duran hasta el lunes, siempre faltaba parte del equipo.
Suelo esperar con ansia la reunión semanal. Todo el mundo presenta lo más destacado de la semana
anterior y los planes para la actual. Elaboramos estrategias y hacemos lluvias de ideas. Si hay algún
problema, lo abordamos juntos. Maldita sea, confío en cada miembro de mi equipo. Pero esas fotos
filtradas eran demasiado claras como para haber sido tomadas por un paparazzis desde fuera, con una
cámara de lente larga.
Y los únicos que asistieron a los eventos fueron las cuatro personas de mi equipo: Marcel y Honor, que
encabezan todos los eventos de este tipo; Justin, que tiene un excelente talento organizativo y lleva en la
empresa casi desde el principio; y nuestro becario, Colbert. Es demasiado pronto para culpar a alguien,
pero voy a vigilar más de cerca a Colbert. Lleva solo cuatro meses con nosotros y es el más propenso a
dejarse tentar por el dinero que ofrecen las revistas de cotilleo a cambio de fotos filtradas.
Mi asistente, Jennifer, llega primero y se sienta en su silla habitual. “Buenos días”.
“Buenos días, Jen”.
Uno a uno, va llegando el resto del equipo, hasta completar los veinticinco. Camino por la sala incluso
después de que todos se hayan sentado. Decido empezar con el tema desagradable, para quitarlo de en
medio, aunque no comparto mi preocupación de que el culpable sea parte del equipo.
“Como todos sabéis, la semana pasada hemos tenido un segundo caso de filtración de fotos. No
podemos permitir que se repita”.
“Aseguraremos mejor el perímetro exterior”, sugiere enseguida Honor.
Marcel golpea los dedos sobre la mesa, frunciendo el ceño. “Tal vez, como precaución, deberíamos
pedir a los invitados que dejen sus teléfonos con nosotros mientras transcurre el evento”.
Justin sacude la cabeza. “Son pesos pesados de la industria del entretenimiento, no niños que van a un
concierto. Si les pides algo así, se van a enfadar. Como se nos ocurran más ideas brillantes como ésta,
pronto no nos quedarán clientes”.
La experiencia de Justin vale su peso en oro porque tiene toda la razón. Como miembro más veterano
del equipo, lo respeto. Es como un mentor para mí, pero le falta tacto. Su tono es tan cortante que Honor
casi se encoge de miedo. Marcel aprieta la mandíbula. Colbert no dice nada, pero rara vez lo hace. Es un
hacedor, no un hablador. Una de las razones por las que le he dado la pasantía.
“No habrá restricciones para los invitados”, digo. “Los necesitamos felices. Los invitados felices son los
que vuelven”.
“Honor y yo trabajaremos en una lista de medidas para implementar”, dice Marcel. Mirando alrededor
de la mesa, añade: “Todos los presentes son bienvenidos a enviarme sugerencias. Las revisaré con Daniel.
No tiene sentido discutirlas ahora, o nos pasaremos toda la reunión hablando solo de eso”.
“Sigamos adelante”, suscribo. “¿Alguien tiene algún asunto que no esté en la agenda?”.
Chelsea, nuestra coordinadora de actividades, se aclara la garganta. “Estamos recibiendo cada vez más
consultas sobre actividades bajo techo: deportes de equipo, entrenamientos individuales, hasta escalada
en roca bajo techo”.
“Quieres que añadamos un gimnasio”, digo mientras, finalmente, me siento. Hemos tenido esta
conversación varias veces y no me convencía la idea. No encaja demasiado bien en nuestro abanico de
experiencias, pero puede que esté pecando de subjetivo porque me gusta mucho estar al aire libre.
“No es exactamente nuestro rollo, pero ¿por qué no darle a la gente lo que quiere?”. Como si me leyera
la mente, añade: “Todo puede ser una experiencia. Depende de cómo lo vendamos. He recopilado una lista
de las actividades que no dejan de aparecer en las consultas”.
“De acuerdo. Ven a mi oficina después de la reunión y las revisaremos”.
“Yo también he recibido algunas consultas. Las transmitiré con mucho gusto”, dice Marcel mirando a
Chelsea, que asiente.
A diferencia de Justin, Marcel tiene las cualidades adecuadas para dirigir un equipo. Se hace respetar
sin miedo, mantiene la calma incluso en momentos de crisis. Pero hoy me atormenta la sospecha. ¿Su
sugerencia de ignorar el tema de las fotos ha sido por una cuestión de tacto o está ocultando algo? ¿La
idea de Honor de asegurar el perímetro exterior ha sido producto de su rapidez mental o un intento de
mantener el foco en los intrusos?

***

“El viernes es mi día favorito de la semana”, exclama Summer, subiendo a un taburete y estirándose.
“Parece que necesitas una copa”, dice Blake. Está detrás del mostrador, preparando un cóctel. Su bar
es mi lugar favorito para venir a relajarme después de una larga semana. En algún momento deberían ir
llegando algunos Bennett más. El viernes es el día familiar no oficial. Blake ya está siempre en el bar y,
cualquiera que tenga tiempo, se pasa por aquí.
“Que sean cinco”, contesta mi hermana.
Blake sacude la cabeza. “El límite está establecido en tres”.
Summer se inclina sobre la barra y lo golpea en las costillas. “Oye, no estaba pidiendo permiso”.
Me río. “Simplemente está cumpliendo con su deber de hermano”.
Se sienta de nuevo en la silla, moviendo el dedo de Blake a mí. “Tengo veintisiete años”.
Me acerco a ella y le paso un brazo por los hombros. “Sí, pero mira, siempre vamos a ser tres años
mayores que tú, de modo que siempre serás nuestra hermana pequeña. Así es como funciona. No hay
escapatoria”.
Summer suspira dramáticamente. “¡Hermanos! No puedes vivir ni con ellos ni sin ellos”.
“Dime, ¿qué ha pasado esta semana para que necesites cinco copas?”, indago, preguntándome si está
teniendo algún problema en la galería.
“Oh, no ha pasado nada malo. Solo estoy un poco peleona”.
Ataca su bebida en cuanto Blake se la pone delante. Sebastian y Logan llegan poco después,
dirigiéndose al mostrador a través de la multitud.
“Solo seremos nosotros cinco esta noche”, dice Sebastian. “Max y Christopher todavía están en una
reunión y van a ir directamente a sus casas después. Pippa ha ido de compras con Julie”.
Logan señala la barrica. “Quiero una cerveza de barril, por favor”.
“En un segundo. Movamos la fiesta a la mesa que he reservado. Es mejor para hablar”, dice Blake,
haciendo un gesto con la cabeza hacia la derecha. “Los camareros se encargarán de la barra”.
Tomando nuestras bebidas, nos dirigimos a la mesa. Como está en una esquina, es ligeramente más
tranquila que el resto del local.
“Y bien, ¿quién tiene alguna noticia?”, pregunta Sebastian cuando nos sentamos.
Me planteo sacar el tema de las fotos, pero luego descarto la idea. No hay razón para involucrar a mis
hermanos en mi lío y menos en uno que involucra a los medios de comunicación. En lo que respecta a la
prensa, yo les cubro las espaldas, no al revés.
Escucho a cada uno de mis hermanos por turno, pero algo en la expresión de Summer me hace pensar
que está ocultando algo. A mi hermana pequeña se le da fatal eso de ocultar secretos.
Blake parece estar pensando lo mismo porque señala a nuestra hermana, diciendo: “Summer, te estás
muriendo de ganas de contar algo”.
“No me corresponde a mí contarlo, pero supongo que ella te lo dirá pronto de todos modos”.
Sebastian frunce el ceño. “¿Ella? ¿De quién estás hablando?”.
Summer sonríe. “Alice va a volver”.
“¿Te refieres a que vuelve a mudarse?”, pregunta Logan.
Ella asiente con decisión. Alice se ha trasladado con su marido, Nate, a Londres porque él dirigía allí
un famoso programa de televisión británico. Es copropietaria de tres restaurantes con Blake y se ha
encargado del marketing y la planificación estratégica a distancia, volando cada dos o tres semanas.
“¿Estás segura?”, pregunta Blake.
“Lo han hablado con Nate y él también quiere volver. Ha encontrado un trabajo de dirección aquí, con
el que parece estar contento. Ambos quieren estar más cerca de la familia. Planean volver después de Año
Nuevo”.
Fantásticas noticias. Por fin, todos los Bennett volverán a estar en la misma ciudad. Algunos han estado
yendo y viniendo a lo largo de los años. Nunca he tenido mucho espíritu viajero. He viajado mucho, pero
nunca he tenido el impulso de mudarme a otro lugar. Me encanta esta ciudad y estar cerca de mi familia.
Brindamos por el regreso de Alice y después cojo mi teléfono, con la intención de llamarla. Una
notificación de Facebook me distrae, de la fiesta de inauguración de Caroline y Martin mañana.
Frunciendo el ceño, abro la aplicación.
He leído el anuncio superior en la página del evento.
No olvides que la fiesta de inauguración es mañana en lugar de la semana que viene. Un evento que
durará todo el día. El café y la tarta irán por cuenta de la casa.
Compruebo los detalles del evento. Ha cancelado mucha gente después de cambiar la fecha. Cambiar
el evento con tan poco tiempo de antelación no ha sido la mejor decisión comercial, pero Caroline suele
decidir con el corazón la mayoría de las veces. Es una de las cosas que siempre me han gustado de ella,
pero eso no paga las facturas.
Miro a mis hermanos, sopesando los pros y los contras de desvelar la situación. De ninguna manera
podré hacer pasar esto como un favor casual que le estoy haciendo a un amigo. Me conocen lo suficiente.
Decírselo supondrá tener a todo el mundo metiendo sus narices en mis asuntos. Pero una docena de
Bennetts haría que esa cafetería/librería pareciera más llena, lo que atraería mucho más a los clientes que
una tienda vacía. Primera regla de los negocios: finge hasta que lo consigas.
“¿Qué vais a hacer todos mañana?”, pregunto.
“Llevar a Ava y a los niños al mar por la mañana. Logan y su tropa también vienen”, dice Sebastian.
Summer se encoge de hombros. “Me voy a ir de compras”.
“Clara y yo vamos a hacer una sesión de fotos del bebé por la mañana. ¿Por qué?”, pregunta Blake.
Que sea lo que Dios quiera. “¿Alguien se apunta a una merienda en una cafetería que abre mañana?
Bueno, técnicamente es una librería...”.
“¡Sí!”. Summer aplaude. “Yo... se trata de la librería de Martin, ¿no?”.
Sebastian levanta una mano. “Espera... ¿Martin Dunne? ¿El padre de Caroline?”.
“Sí”, aclaro.
“Tú y Caroline...”, comienza Logan, pero Blake lo interrumpe.
“Mira a Summer. Parece que le acabas de decir que la temporada de rebajas se ha adelantado. Todo
indica que sí”.
“Han renovado la librería, han integrado una cafetería y van a reabrir mañana. Sería bonito que
tuvieran el local lleno, o al menos algo de compañía”, digo.
Blake levanta una ceja. “¿Nueve años y recién ahora actúas? ¿Qué ha pasado?”.
“Sí, Daniel. ¿Qué ha pasado?”. Summer apoya su barbilla en las palmas de las manos, sonriendo. “La
entrega de zapatos ha rendido sus frutos, ¿no?”.
“¿Qué?”. Sebastian y Logan preguntan al mismo tiempo.
“No importa. ¿Podéis pasaros por allí?”.
Sebastian asiente. “Lo consultaré con Ava, pero seguro que podremos. Siempre y cuando podamos
llevar a los niños”.
“Sí. Tienen un espacio para niños con juegos y todo eso”.
“Nosotros también nos pasaremos”, dice Logan. “Y correré la voz con el resto de la familia”.
A continuación, interviene Blake. “El bebé duerme la siesta por la tarde y, generalmente, Clara intenta
dormir la siesta a la misma hora, pero yo iré”.
“Excelente, ahora que todos han respondido a tu pregunta...”. Summer tamborilea con los dedos en sus
mejillas. “Detalles, por favor. Nada de guarradas, solo lo romántico”.
Gruño y miro a cada uno de mis hermanos. “¡Ayuda!”.
“Los hombres no hablan de estas cosas, Summer”, dice Logan con paciencia.
“Sabed que, si no me dais algo de información, voy a empezar a elaborar distintos escenarios. Mi
mente es muy peligrosa”.
“¡Por Dios, Summer, cálmate!”.
Me hace ojitos, pero yo me limito a sacudir la cabeza, consciente de lo mal que me ha ido las veces que
he tenido que ceder ante Summer.
Logan sonríe. “No necesita que lo interrogues, Summer. Necesita que lo aconsejen”.
“Para nada”, digo automáticamente, pero me resigno a escuchar de todos modos. Así como Summer
siempre será la niña mimada de la familia, Logan nunca dejará de asumir el papel de hermano mayor. Le
encanta dar consejos. No suelo reconocerlo abiertamente, porque no me dejaría en paz, pero suelen ser
consejos buenísimos.
“Eres el único hermano soltero aquí”, señala Blake con una sonrisa. “En tu lugar, estaría tomando
apuntes”.
Capítulo Catorce
Caroline
Es sábado por la mañana y llego a la librería a las seis para ayudar a papá y a su única empleada, Ailish.
Ella está a cargo de la cocina de la cafetería y es toda una experta, ya que ha trabajado en Starbucks
durante un año.
“¡Caroline! Déjame encargarme de eso”, afirma. “Ve a terminar el inventario”.
“Vale, vale”.
A las diez, llegan nuestros primeros clientes... bueno, quizá clientes no sea la palabra correcta. Son
viejos amigos de mamá y papá que vienen a hacer compañía y a cotillear, no a consumir, pero a estas
alturas, agradezco que venga alguien. Una tienda vacía es deprimente.
Espero que aparezcan algunos de mis contactos de la escuela más tarde. Me he pasado toda la semana
machacando a los padres en la recogida, dándoles la vara de la librería. El problema es que la mayoría
viven cerca de la escuela y la librería está, literalmente, en la otra punta de la ciudad, pero tengo la
esperanza de que algunos aparezcan de todos modos.
Niall llega poco antes de la comida y lo recibo con un abrazo tan fuerte que casi lo asfixio. Dios, cómo
he echado de menos a mi hermano.
“Vaya, has hecho un gran trabajo”, dice una vez que me alejo. Recorre con la mirada el salón mientras
papá le da un abrazo más corto y varonil. “Gran trabajo. Luce aún mejor que en las fotos”.
“¿Quieres un café?”, pregunta papá.
“Claro. Me lo beberé mientras me haces el recorrido”. Niall se pasa la mano por el pelo, despeinándolo
un poco. Aunque el pelo de mi hermano es tan oscuro como el mío, tiene matices rojizos porque Niall
tiene más rasgos de mi madre que yo.
Mientras papá le prepara el café, me aleja un poco. “¿Cómo marchan las finanzas? ¿Ha alcanzado el
dinero?”.
Niall y yo aportamos la misma cantidad de dinero para la renovación.
“Sí, casi lo que habíamos presupuestado”.
“Si necesita algo más, dímelo. Papá no siempre me avisa cuando surge algún problema”.
Cambiando mi peso de una pierna a la otra, digo: “¿Podrías llamarlo más a menudo? Te echa mucho de
menos”.
Niall asiente, tragando. “Lo intentaré. No es que no quiera llamarlo, es que mi agenda es una locura.
Pero haré todo lo posible. Lo prometo”.
“De acuerdo”.
Mientras papá le entrega la taza de café, empezamos el recorrido, que termina casi de inmediato
porque Niall tiene que volver a la conferencia.
Me dirijo a la parte de atrás una vez que se ha ido y reviso las cajas que contienen los últimos lotes de
libros que hemos pedido. Puede que hoy me dedique a acomodar todo eso, y mañana por la mañana
ordenaré la nueva mercadería que hay en las estanterías del interior.
Varias horas después, estoy metida hasta el cuello con listas y cajas, comprobando todo en el
ordenador.
“Caroline, ¿cómo van las cosas ahí dentro?”, pregunta papá, asomando la cabeza.
“En cualquier momento se me van a quedar bizcos los ojos”, respondo con sinceridad.
“Tómate un descanso, ven delante”.
“Vale”. Estirándome, lo sigo. “Guau”.
La puerta trasera se abre a la zona de la cafetería y me encuentro con mucha más gente de la que
esperaba, algunos sentados en las mesas, otros inspeccionando las estanterías a lo largo de las paredes.
Tardo unos segundos en darme cuenta de que unos cuantos se apellidan Bennett. ¿Qué demonios...?
Concretamente, no los había invitado porque no quería que se sintieran obligados a venir. Pero me alegro
de verlos. Daniel debe haberles dicho.
“Espera un segundo. Iré a apagar el ordenador y me voy a sumar a todos para descansar un rato”.
Vuelvo al interior del almacén y, cuando apenas he recogido el ordenador, oigo la voz de Daniel a través
de la puerta abierta; parece que se dirige hacia aquí. “Martin, has hecho un gran trabajo”.
“Gracias, hijo”.
“¿Dónde está Caroline?”.
Salto al oír mi nombre.
“En la parte de atrás”.
Como estoy de espaldas a la puerta, no lo veo sino que lo siento entrar en la habitación. El aire parece
cargarse instantáneamente, los finos pelos de la nuca se me erizan. Un torbellino de sensaciones me
recorre todo el cuerpo mientras me doy la vuelta para mirarlo.
“¡Hola! Estaba terminando aquí. Gracias por venir y traer a tu familia”.
“Es un placer”. Sonríe y se inclina para besarme la mejilla. Me atraviesa un calor. ¡Oh, Dios! Todo mi
cuerpo reacciona ante su presencia. El recuerdo de la noche que pasamos juntos aún está demasiado
fresco en mi mente, definitivamente la sensación de su contacto está impresa en mi cuerpo. Por no hablar
de nuestras confesiones de medianoche; no creo que las vaya a olvidar pronto. Entre el recuerdo de sus
caricias y sus palabras, me atrae como un imán.
“¿Cuándo llega Niall?”, pregunta, cortando al instante la tensión.
“Ha estado aquí antes del almuerzo, pero no ha podido quedarse más tiempo. Lo veremos de nuevo
mañana, para desayunar”.
“Oíd, vosotros dos, salid al frente”, llama papá desde fuera. “Ailish acaba de terminar una hornada de
galletas”.
Salgo en dirección al salón, con Daniel pisándome los talones.
Para mi deleite, los Bennett también han traído a algunos de los más pequeños. Las mellizas de Pippa,
Mia y Elena, los hijos de Sebastian, Will y Audrey, y el hijo de Logan, Silas, están aquí, y les he traído justo
lo que necesitan para entretenerse.
También hago un inventario de los adultos. Ava y Sebastian, Logan y Nadine y Pippa y Eric están en un
lado del salón. En el otro lado están Blake y Summer. Sus padres, Jenna y Richard Bennett, están a unos
metros.
Saludo a todo el mundo rápidamente, metiéndome en un enredo al preguntar qué quieren beber.
Una vez que están atendidos, me ocupo de los niños.
“Tengo algunos libros para colorear”, les digo a los más pequeños, que parecen estar pendientes de
cada una de mis palabras. “Vamos”.
“Los niños están muy entretenidos”, anuncio en voz alta cuando vuelvo a reunirme con los Bennett.
Dios, es tan bonito tenerlos a todos aquí. Estoy más que agradecida. En ese momento me percato de que
no les había dado las gracias. He estado tan ocupada que he olvidado hacerlo.
“Gracias a todos por estar aquí”.
Blake me pone una mano en el hombro. “Estamos para lo que necesites. Además, todos ansiábamos
que llegara el día en que Daniel entrara en razón. Hice una apuesta con Summer sobre cuándo ocurriría.
He perdido por unos tres años”.
Vaya, esto no es para nada incómodo...
“Eh... no, solo somos amigos”, murmuro, mientras siento que se me enciende la cara. Al menos Daniel
no está al alcance del oído, sino en el otro extremo del salón, inspeccionando el estante central de la
sección de viajes. Podría haber sido peor.
Summer se acerca. “Sí, te estás sonrojando más que nunca. Amigos, una mierda”.
Oh, Dios.
Si antes pensaba que mi cara estaba ardiendo, ahora creo que me va a salir vapor por las orejas. Entre
Blake y Summer, estoy frita. Me falta práctica para ahuyentar a los Bennett, pero voy a pulir esas
habilidades hasta que brillen como la plata.
Summer sonríe y me lanza una mirada cómplice. Pippa, en cambio, parece sorprendentemente
desinteresada en el tema, examinando los estantes de Lifestyle. Esto es tan poco habitual en ella que
enseguida me doy cuenta de que está tramando algo.
Vaya, hombre. Si alguna de las mujeres Bennett se entera de lo que pasó en el hotel del puerto, estoy
muerta. Y no estoy exagerando. Es la pura verdad.
Ni siquiera tengo tiempo de pensar en esta alarmante idea porque aparece Ailish y nos trae otra tanda
de galletas. Recorro el salón y me quedo gratamente sorprendida al divisar a un grupo de padres del
colegio.
Inmediatamente me apresuro a darles las gracias y les hago un recorrido por la librería.
“Bonito lugar”, comenta la mujer. “Qué pena que esté tan lejos de donde vivimos”.
“Ha sido muy amable al pasar por aquí. ¿Puedo tentaros con otro café a cuenta de la casa?”.
Sonríen. “No puedo rechazar un café gratis”.
Una vez que les he traído las humeantes tazas, me retiro a un rincón entre las secciones de Estilo de
Vida y Vida Sana y observo el salón. Si al menos el diez por ciento se convierte en clientes fijos... empiezo
a hacer números mentalmente y estoy tan absorta en ello que me sobresalto cuando Daniel se acerca a
mí.
“¿Todo bien?”, pregunta.
“Espero que la ampliación de la cafetería funcione”, digo. Creo que voy a implosionar si no expreso
pronto mis preocupaciones y Daniel tiene una aguda visión comercial. “Ya hemos perdido las ventas de la
vuelta al cole por no haber abierto. Espero que podamos tener buenas ventas en torno a la campaña de
Halloween”.
“Os va ir muy bien. Simplemente debes asegurarte de tener un sistema para que la gente no pueda
quedarse durante horas habiendo consumido una sola bebida”.
“¿A qué te refieres?”, pregunto alarmada. “No quiero ser uno de esos lugares que hostigan a los
clientes para que pidan algo cada media hora”.
Daniel se acaricia la barbilla, pareciendo sopesar cuidadosamente sus palabras. “No es hostigar, es no
dejar que la gente se aproveche de ti”.
Surge una protesta en mi garganta. “Pero este es un lugar para que la gente venga a relajarse”.
“Sí, pero la relajación no debería ser gratuita. Tienes veinte sillas aquí. Si tienes diez personas que
vienen regularmente a beber dos copas y quedarse por seis horas, habrás perdido la mitad de tu
comercio. No hay manera de que obtengas beneficios de esa forma”.
Mi protesta se convierte en pánico. “¿Pero la gente no se va a enfadar por el acoso?”.
“Los que sean dignos de tu tiempo no lo harán, créeme. A los clientes que valoran lo que ofreces no les
importará pagar por ello. No necesitan al resto”.
“Eso es lo que hubiera dicho mamá”, admito.
“Tu madre era una gran empresaria”.
Lo señalo con el dedo. “Sé lo que quieres decir... que papá y yo somos malísimos para los negocios”.
“No sois malísimos, pero tampoco estáis muy orientados al beneficio que digamos. Te preocupas por la
experiencia de la gente, lo cual es genial. Así es como debe ser, el cliente primero y todo eso. Pero aún así
tienes que rechazar a los gorrones. No tengas miedo de exigir lo que vales”.
Asiento. En teoría, tiene sentido, pero no estoy segura de cómo se traduce en la práctica.
“¿Puedo comentarte algunas ideas?”, pregunto.
“Claro. Puedes consultarme todo lo que quieras”.
Me río, mientras me invade un calor. “Hay muchos otros Bennett a los que puedo recurrir”.
“Sin embargo, me has elegido a mí. Tengo muchas pruebas de que soy tu Bennett favorito”.
“¿Cómo cuáles?”, lo desafío. Dios, es tan fácil dejarse atrapar por sus bromas y sus juegos.
Me recorre la espalda con los dedos como si el hecho de tocarme fuera algo natural. Sin embargo,
decido no alejarme, siguiéndole el juego.
“Una palabra: puerto deportivo”.
“Estaba bajo los efectos del Benadryl”, contesto, pero el argumento es débil. Daniel no pierde tiempo
en recalcarlo.
“En el momento en que hicimos el amor, ya no”.
¡No, no, no! No puede volver a hablar de eso. No lo hará. Qué hombre desvergonzado y despiadado.
Fui débil por unas horas y las está usando en mi contra como un arma.
“Daniel... ¿podemos simplemente olvidarnos de eso?”.
Me empuja un mechón de pelo detrás de la oreja, inclinando la cabeza hacia un lado. “No quiero
olvidarlo. Y tú tampoco. No querías que parara de besarte”.
“Por supuesto que no quería que pararas. Me estabas dando unos orgasmos fabulosos”. Le guiño un
ojo, manteniendo mi tono ligero y casual. Tal vez si puedo mantener este tema enfocado en la parte
sexual, lo convenceré de que no fue más que un pequeño desliz en mi autocontrol.
“Recuerdo cada detalle, cada sonido que hacías y, joder, quiero volver a oírlos. El mero hecho de
recordar cómo era tenerte en mis brazos, cómo te abriste para mí, me pone de rodillas, Caroline. Dime
que no piensas en esa noche”.
“Sí que lo hago. Cada noche... y cada día. De hecho, todo el tiempo”.
Daniel me acaricia el lado derecho de la cara con la mano, apoyando el pulgar en la comisura de los
labios. Me viene a la mente el recuerdo de cuando me tocó exactamente de la misma manera. Es tan
vívido que, al instante, me invade el deseo.
Bien, necesito que deje de tocarme. Si no, nunca podré plasmar mis pensamientos en una frase
coherente. El hechizo que este hombre tiene sobre mí debería ser ilegal. Todo en él es muy intenso.
Demasiado abrumador. Doy un paso atrás, evaluándolo.
“Pero ya lo superaremos”.
En mi mente, hago un gesto de victoria con el puño porque mi voz ha sido fuerte y firme. Ha flaqueado
un poco, pero estoy segura de que solo yo podría notarlo. Sin embargo, Daniel está sonriendo.
“¿Por qué sonríes?”, pregunto.
“No importa, continúa. Te escucho”.
“Bueno, yo... por el amor de Dios, deja de sonreír. Me hace sentir que sabes algo que yo no sé”.
“Quizá sea así”.
Le doy un golpe en las costillas con el dedo. “Eres exasperante”.
“No puedo negarlo”.
“¿Quieres compartir lo que te hace sonreír tanto?”.
“Joder, eres tan adorable cuando intentas autoconvencerte que me dan ganas de besarte aquí mismo”.
Doy un gran paso atrás y levanto un dedo de forma amenazante. “¡No te atrevas!”.
Daniel sonríe aún más ampliamente. “Creería que no lo deseas si no te estuvieras relamiendo los
labios”.
Ups.
Abro la boca y la vuelvo a cerrar, sin saber qué decir. ¿Quiero volver a sentir el calor de su cuerpo,
escucharlo murmurar cosas dulces al oído? Por supuesto que sí. Pero el error de nuestra última cita aún
se cierne sobre mí. Además, no soy un buen partido. Ya no soy una mujer completa y no hay manera de
revertirlo. No tiene sentido engañarme a mí misma... o a él.
“Volvamos con tu familia”, digo.
Durante una fracción de segundo, parece que va a reprocharme el cambio de tema, pero luego asiente.
Lo tomo como una señal de que va a olvidarse el asunto. A regañadientes, pero lo olvidará.
Pero a medida que avanza el día, ya no estoy tan segura. Cada vez que estamos juntos, no deja de
tocarme: la mano, la cintura, el hombro.
Los Bennett pasan toda la tarde con nosotros, hasta la hora de cierre, a las seis. Después, papá insiste
en invitar a la familia a cenar. Utilizo toda mi astucia para convencerlo de que pida pizza, en lugar de
“preparar algo rápido”. Torturar a los Bennett con uno de los intentos culinarios de mi padre sería una
muy mala recompensa.
“Me gusta tener la casa llena de nuevo”, comenta emocionado. “Es como cuando vosotros erais
pequeños”.
La culpa me corroe. Papá se siente solo y no sé cómo remediarlo. Podría pasar a cenar más a menudo,
pero sospecho que necesita a alguien de su edad.
El comedor de la casa es demasiado pequeño para tanta gente, así que decidimos organizar la cena en
la recientemente remodelada cafetería. Juntamos las mesas pequeñas para formar una larga, disponiendo
las sillas alrededor.
“Aquí tienes”, dice Daniel, y casi me sobresalto. Tengo las manos ocupadas con bolsas llenas de
cartones de pizza. Quitaban mucho espacio, de modo que he decidido llevarlas a los cubos de basura de
fuera antes de comer. Daniel me ayuda con el resto de las bolsas. Estaba tan ensimismada que no me
había dado cuenta de que estaba a mi lado, abriendo la puerta trasera.
“Por cierto, se me ha ocurrido una idea”, digo mientras salimos. “Podría hablar con los colegios y
guarderías de la zona para comentarles de nuestro rincón de los niños, invitarlos a hacer actividades de
lectura”.
“Excelente idea”.
“Se me ha ocurrido porque ya se lo había comentado a los padres de mi escuela, pero obviamente
nadie va a cruzar la ciudad desde Richmond hasta Excelsior solo para esto. Sin embargo, este es un barrio
familiar. Hay muchos niños. Los padres pueden traerlos y disfrutar de un café mientras los niños juegan
en su rincón”.
Daniel asiente pensativo mientras recorremos el trayecto hasta los cubos de basura. “Esa es la mejor
manera de posicionarse: como punto de encuentro de la comunidad local”.
“Pensaré en más actividades que podamos organizar aquí. ¿Cómo es que se te ocurren las ideas para
añadir cosas nuevas a tu negocio?”.
“Al principio, solo hacíamos lluvias de ideas internas, pero ahora tenemos un gran número de clientes,
por lo que tomamos nota de sus comentarios e ideas. Ahora mismo estoy estudiando la posibilidad de
abrir un gimnasio porque muchos de nuestros clientes quieren hacer actividades bajo techo”.
Por desgracia, los cubos de basura están casi llenos, así que meter las bolsas dentro requiere un poco
de creatividad y mucha fuerza bruta. Yo mantengo la tapa abierta mientras Daniel hace todo lo posible por
presionar las bolsas sobre la montaña de basura existente. Tras unos cuantos intentos infructuosos,
finalmente conseguimos volver a cerrar la tapa de los cubos.
“¿Qué tipo de actividades?”, pregunto en el camino de vuelta.
“Todo, desde escalada hasta deportes de equipo”.
“¿Y kickboxing?”.
Sacude la cabeza. “No está en la lista, pero el Krav Maga sí. ¿Por qué?”.
“Un amigo mío es entrenador. Hace kickboxing, quizá Summer te lo haya contado ya”.
“Sí, me ha dicho que la habías metido en eso”.
“También ofrece Krav Maga. Si necesitas un entrenador, puedo presentártelo. Es dueño de un pequeño
centro de entrenamiento, pero también trabaja en otros centros. Voy a entrenar con él mañana. ¿Te
gustaría venir?”.
“¿A qué hora? Trabajo por la mañana”.
“A las siete de la tarde”.
“Me parece bien. También llevaré mi ropa de entrenamiento para probarlo yo mismo. No me gusta
ofrecer actividades que nunca he hecho”.
Tragando saliva, me convenzo de que esto es positivo. Sería beneficioso tanto para Daniel como para
Theo.
Pero ver a Daniel entrenando es una tentación peligrosa. Todos esos músculos en acción, todo ese
sudor, los sonidos varoniles. Por no hablar de verlo con su ropa de entrenamiento.
“Te enviaré la dirección por mensaje”, digo. “Mi amigo estará encantado con la posibilidad de tener un
nuevo cliente”.
Eso mismo. Lo estoy invitando porque beneficiaría a ambos negocios, no porque quiera un asiento en
primera fila para ver a Daniel ejercitando sus músculos.
La mentira bien compuesta, mucho vale y poco cuesta.
Capítulo Quince
Caroline
“Me ha dicho papá que ayer ha estado el clan Bennett aquí”, dice Niall a la mañana siguiente durante el
desayuno. Estamos en la cafetería, disfrutando de los deliciosos restos de tarta y galletas de Ailish.
Mientras doy un sorbo a mi café, siento que se me calientan las puntas de las orejas. Me gustaría que
papá se diera prisa desde el fondo. Ha ido a buscar un libro para Niall y tengo la sensación de que mi
hermano está a punto de interrogarme sobre el tema de Daniel.
“Sí, ha sido un gran detalle de parte de ellos el pasarse por aquí”.
“Son gente muy agradable. ¿Daniel también ha venido?”. Me guiña un ojo, mordiendo una galleta.
“Por supuesto. Lo invitó Papá. Te he dicho que lo había ayudado con el plan de negocios”.
Suspira. “Caroline, ten cuidado”.
“Lo sé. No te pongas en plan hermano sobreprotector”.
“Está en mis genes. No puedo evitarlo. Recuerdo lo triste que estabas cuando viniste a Dublín. No
quiero que vuelvas a estar tan triste. Nunca”.
“Fue hace mucho tiempo. Ahora ya soy mayorcita”.
“Me consta. Si necesitas que alguien le cante las cuarenta, avísame. Papá es muy blando”.
Le doy un golpe en el antebrazo. “¡Niall! No necesito eso en absoluto”.
Sonríe tímidamente. “Estaré atento”.
Una vez que papá vuelve, no se habla más de Daniel y, en cambio, nos centramos en la librería y en la
conferencia de Niall.
Cuando se va, empezamos a colocar la nueva mercadería en las estanterías. Todavía no hemos podido
ni desembalar. Me encargo de los libros de ficción, ya que es la parte más sencilla. Lo único que tengo que
hacer es ordenarlos alfabéticamente según su género. Papá se encarga de todo lo demás, desde los libros
de no ficción hasta los artículos varios, como los puzles y los juegos de sociedad.
Para cuando se hacen las diez, ya he terminado con las secciones de Acción y Aventura, Clásicos y
Novela Negra. El pánico se apodera de mí cuando me doy cuenta de que no he llegado ni a la tercera
parte. Abro la primera caja etiquetada como “Misterios”. Justo cuando estoy a punto de descargar el
primer lote, suena el teléfono, que está en la estantería que tengo delante. Aparece un mensaje con la foto
de un pelícano.
Daniel: Avistamiento matutino desde Fort Funston. ¿Los pelícanos forman parte de esas aves
que solo tienen una pareja a lo largo de su vida?
Caroline: No, son fieles a su pareja solo durante la temporada de apareamiento.
Dejo el teléfono en la estantería y me centro en la caja, pero solo consigo descargar una pila de libros
antes de que el teléfono vuelva a sonar, esta vez con una llamada de Daniel.
“Estás afectando mi dinámica de trabajo”, le digo al segundo de recoger. “Desde que me has enviado el
mensaje, he estado trabajando en la misma caja de libros”.
“¿Soy una mala influencia, no?”.
“Absolutamente. Bueno, supongo que quieres saber qué pájaros tienen una sola pareja”. Sujetando el
teléfono entre la oreja y el hombro, empiezo a ordenar la pila que he descargado en la estantería.
“Nah, solo quería escuchar tu voz”.
Oh, Guau.
“Daniel, ¿qué estamos haciendo?”.
“¿Tratando de encontrar el camino que nos permita volver a estar juntos?”.
Agarro el libro con más fuerza, mientras una energía inquietante me atraviesa.
“Dime que no lo has pensado. Dímelo y colgaré”.
Se me corta la respiración. “No cuelgues”.
Se ríe suavemente y percibo su alivio en mi interior.
“Por cierto, ¿qué estás haciendo en Fort Funston?”.
“Ala delta. Con Freeda y algunos de sus amigos”.
Casi se me cae el libro. “¿La famosa cantante? ¿Es cliente tuya?”.
“Sí”.
“Vaya, sí que tienes amigos famosos”.
“Dan, vamos. Quiero volar”. La voz que lo llama de fondo pertenece inequívocamente a Freeda.
“¿Te acaba de llamar Dan?”.
Se ríe. “Le he pedido que no lo hiciera, pero hace lo que quiere. ¿Celosa?”.
Sí, claro que sí. Pero no estoy preparada para admitirlo. ¿Cómo es que me he metido en este embrollo a
los diez segundos de haber empezado la conversación?
“No, solo sorprendida. Sé que no te gusta que te llamen Dan”.
“Me encanta cuando tú lo haces. Me muero de ganas de verte más tarde. Ha sido un día largo. Me he
levantado a las cinco”.
“Vaya, qué día más largo. ¿Seguro que quieres hacer Krav Maga? No es necesario que sea hoy”.
“Acabo de conseguir que admitas que has pensado en volver a juntarnos. Te veré esta noche”.
“No he admitido nada”, digo con una sonrisa. “Simplemente no lo he negado. Y estás subestimando a
Theo si crees que vamos a poder hablar mucho esta noche. Un round con él y para lo único que me
quedan ganas es para una copa de cabernet en mi sofá. Tú también deberías hacerlo”.
“Será un placer. Es una cita”.
La risa brota de mí, incontenible y desaforada. “No puedo creer que me hayas engañado para invitarte
a mi casa”.
“No te arrepentirás, Caroline. Te lo aseguro”.

***
Daniel
Llego a la dirección que me ha enviado Caroline a las siete de la tarde. Dios, es un espectáculo, su ropa de
entrenamiento se amolda a cada una de sus curvas. Lleva el pelo recogido en un moño desordenado y me
imagino tirando de la coleta del pelo y metiendo las manos en él mientras me envuelve con las piernas.
Me quedo mirando, sin hacer ruido, mientras ella empieza a hacer ejercicio, realizando una serie de
movimientos de kickboxing. Su cuerpo se mueve con rapidez, el oleaje de sus curvas y la contracción de
sus músculos es simplemente un regalo para la vista. Es preciosa, fuerte y feroz.
La intensa determinación en su expresión me muestra una nueva faceta de ella. Todos mis instintos de
protección se activan y me hacen querer mantenerla alejada del peligro. Me parece genial que pueda
defenderse, pero no quiero que tenga que hacerlo.
Se abre una puerta lateral y entra un hombre que se dirige directamente a Caroline. No puedo
escuchar su intercambio desde aquí, pero pronto comienza a tocarle la cintura y los brazos. Se desliza
detrás de ella y le corrige la postura. Juro que si llega a tocarle el culo...
“Daniel, no te había visto”, exclama Caroline, apartándome de mis pensamientos asesinos.
“Acabo de llegar”.
Me dirijo a ellos y le doy la mano al instructor.
“Este es Theo”, explica Caroline.
“Me lo imaginaba”.
“Caroline me dice que quieres ofrecer Krav Maga en tu gimnasio”, dice Theo.
“Lo estoy estudiando, sí. Y quiero probarlo primero”.
Asiente, me evalúa a mí y a la bolsa que llevo al hombro donde he metido mi ropa y me señala los
vestuarios. Durante la siguiente media hora, me enseña lo básico, mientras Caroline realiza los
estiramientos posteriores al entrenamiento y luego se ocupa del gimnasio, limpiando y reorganizando las
colchonetas en el suelo.
“¡Concéntrate!”.
Apenas bloqueo el siguiente golpe de Theo. Si sigo mirando a Caroline, saldré de aquí con un ojo
morado.
“¿Por qué se han puesto tan de moda las clases de defensa personal?”, pregunto una vez que hemos
terminado.
“Es una forma estupenda de eliminar la tensión”, explica Theo. “Creo que esto es lo que la mayoría
busca”.
“Tiene sentido. Me imaginaba que no era porque, de repente, todo el mundo había decidido tomar
clases por miedo a ser atacados”.
“Pues bien, ¿cuál es el veredicto? ¿Te parece interesante para tus clientes?”.
“Es sin duda una de las consultas más populares. Llevará unos meses prepararlo todo, pero estaremos
en contacto. ¿Eres una persona flexible?”.
Theo se encoge de hombros. “Puedo adaptarme a lo que sea”.
Caroline se acerca a nosotros, radiante. “¿Habéis resuelto todo chicos?”.
“Nos mantendremos en contacto”, dice Theo. “Y te he visto recoger. No era necesario que lo hicieras”.
“No tenía nada para hacer y tú estás cansado. Llevas aquí desde las ocho. Deberías subir y relajarte
antes de dormir. Me puedo encargar de cerrar y después dejar la llave en el buzón”.
La forma en que le habla me pone de los nervios: muy cercana, demasiada calidez. No tengo ningún
derecho, pero joder, estoy muy celoso.
“No lo digas dos veces o te tomaré la palabra”, responde Theo.
“Bueno, te lo diré por segunda vez. Venga, vete a descansar”.
Theo no espera a que lo diga por tercera vez. Se marcha, dejándonos a Caroline y a mí solos.
En cuanto se va, ella sonríe ampliamente, juntando las manos. “Es genial, ¿no?”.
“¿Has salido con él?”.
Mientras parpadea rápidamente, su sonrisa se desvanece. “No es de tu incumbencia, pero no quiero
que esto le cueste el negocio a Theo. Es solo un amigo. Un buen amigo. Nada más”.
“Cuando entré, tenía sus manos sobre ti y hace un momento parecías tan... a gusto”.
Aprieta los labios. Otra señal reveladora de que debería retroceder, pero no puedo. Además, está muy
guapa, con la piel de las mejillas enrojecida.
“Como he dicho, no es de tu incumbencia”.
Me acerco más a ella, oliendo su aroma femenino: huele a vainilla y a algo intenso. “Por si no te has
dado cuenta, me incumbe, lo quiera o no”.
Aprieta las manos a los lados de su cuello, analizándome. “No sueles comportarte como un capullo.
Algo te pasa”.
¿Cómo demonios puede leerme tan bien?
“Lo siento, yo... tienes razón. ¿Recuerdas el asunto de las fotos filtradas?”.
“Sí”.
“Tengo algunas sospechas sobre qué miembro de mi equipo podría estar detrás y tenemos otros
eventos esta noche”.
Quería interrumpir los eventos de los famosos hasta que pudiera resolver esto, pero tenía muy poco
tiempo como para poder posponer los cuatro eventos de esta noche. He dividido al dream team en cuatro,
así que Honor, Marcel, Justin y Colbert asistirán a uno cada uno. No creo que haya ninguna filtración esta
noche, a menos que Colbert sea muy tonto, o codicioso. Cualquier filtración identificaría inmediatamente
al culpable, de modo que vale la pena intentarlo. Si triunfa la codicia, me evitará tener que hacer más
trabajo de detective. Después de explicarle todo esto a Caroline, ella resopla.
“Parece que todavía tienes mucha tensión acumulada. ¿Qué tal otro round de entrenamiento antes de ir
a mi casa a tomar esa copa de vino?”.
“¿También haces Krav Maga?”.
“No muy bien, pero eres un principiante”.
“Sí, pero peso unos quince kilos más que tú”.
“Theo también es más grande que yo, y aguanto bien”.
Sí, pero Theo es un instructor. Probablemente sabe cómo moderar su fuerza cuando es necesario. No
obstante, ¿qué tan difícil puede ser moderar la fuerza?
Resulta que es muy difícil. Al menos, si uno quiere hacerlo sin que la otra persona se dé cuenta.
“Vamos, Daniel. No moderes tu fuerza conmigo solo porque soy una mujer”.
Apunta y la bloqueo, que es lo único que he estado haciendo en los últimos minutos. Estoy en modo
defensivo porque sospecho que, si lanzo un puñetazo, podría hacerse daño al bloquearla.
“No voy a hacerlo despacio porque seas una mujer, sino porque eres más pequeña que yo”.
“Vamos”. Continúa su ataque y, entre sus ajustados pantalones y las gotas de sudor que resbalan por su
pecho, estoy cayendo bajo su hechizo. Añado sus muslos cubiertos de lycra a la mezcla y, de forma
automática, mi mente evoca imágenes de sus piernas envolviéndome, y...
¡Zas!
Un puñetazo directo a mis entrañas. Literalmente. Me doblo, el aire se me sale de los pulmones. Pierdo
el equilibrio y choco con ella, haciéndonos caer a los dos. Mientras caemos, hace un movimiento
desesperado con los brazos, lo que me vale un codazo en un lado de la cabeza. Joder, cómo duele. Me
abalanzo sobre ella, torpemente, sin suavizar el impacto. Entonces, estallamos en carcajadas.
“Eso te pasa por tratarme como a una damisela. La próxima vez, hazlo con fuerza para que no
caigamos como tontos”.
Caroline se seca las lágrimas de risa. Podría apartarme de ella hacia un lado, pero esto es muy bonito.
Siento sus pechos apretados contra mi pecho, una de sus piernas acunada entre las mías y la otra doblada
a mi lado.
Apoyándome en un antebrazo, recorro el muslo que tengo a mi lado con la mano.
“Oh, cariño, sabes que me gusta hacerlo con fuerza, pero no en la alfombra de combate. ¿Recuerdas la
última vez? Lo hice con tanta fuerza que tus muslos cedieron”.
Sus caderas dan una ligera sacudida debajo de mí. Su muslo tiembla bajo mi mano. Ah, sí, lo recuerda.
Al girar la cabeza hacia un lado, rompe el contacto visual y me ofrece una vista completa de su cuello
sudoroso y de la vena que late en él. Apenas me contengo para inclinarme hacia ella, lamerla, saborearla.
“Caroline, quiero recuperar el derecho a sentir celos. El derecho a llamarte mía”.
Vuelve a girar la cabeza hacia mí y, con los ojos muy abiertos y una mezcla de emociones, me devuelve
la mirada. Me pone una mano en la mejilla y me inclino hacia su contacto, deseando más. Necesitando
más. La tensión se acumula en mi espalda mientras espero su respuesta.
“Dan...”, susurra dulcemente. Parte de la tensión se desvanece porque no está diciendo que no.
Tampoco dice que sí, pero ese brillo en sus ojos... Es esperanza. También incertidumbre, pero me centraré
en la esperanza. “¿Cómo está tu cabeza? Te he golpeado con el codo”.
En el momento en que lo menciona, me percato de que el lado derecho de mi cabeza está latiendo. Me
quito de encima de ella y me siento en el colchón, tocando la zona dolorida.
“Con un poco de hielo se me pasará. ¿Tú estás herida?”.
Sacude la cabeza y nos ponemos de pie. “Me duele un poco el tobillo, así que será divertido volver
caminando”.
“¿Caminando?”.
“Mi edificio está a tres manzanas, así que he venido caminando”.
“Mi coche está fuera”.
“Gracias a Dios. Vamos, entonces. Ya la hemos liado bastante esta noche y tengo una botella de vino en
la nevera. ¿Quieres ducharte aquí? O puedes usar la de mi apartamento. Si quieres”.
“Vale, mejor”.
Un mechón de pelo se desprende de su moño y queda colgando sobre su ojo y su mejilla. Me inclino y
se lo quito.
Se ríe nerviosamente. “Bien, vamos. Me ocuparé de tu cabeza, te pondré hielo”.
“Te devolveré el favor poniéndote hielo en el tobillo”.
Colocando mi mano en la parte baja de su espalda, la guío fuera del gimnasio, manteniendo mi mano
allí mientras ella cierra y deja la llave en el buzón de Theo.
Esta noche, voy a ir a por todas.
Capítulo Dieciséis
Caroline
Confirmado. Soy un imán para los accidentes cuando estoy cerca de Daniel. Aunque esta vez, ha sido él
quien ha causado el percance. Al menos puedo conformarme con eso. No solo estaba intentando ser
caballeroso, esa no ha sido la razón por la que no ha bloqueado el último golpe. También estaba distraído,
su mirada estaba clavada en ciertas partes de mi anatomía. Hombres.
Aun así, no puedo ser hipócrita. Yo también estaba distraída. Con todos los contornos de esos finos
músculos transparentándose a través de su camiseta, me ha sido imposible evitarlo. La barba incipiente
de sus mejillas eran otro foco de distracción. No dejaba de preguntarme cómo sería la sensación al hacer
contacto con mi piel. En fin, me parece que estoy yendo por mal camino.
“Tengo hielo en el congelador”, digo en cuanto entramos en la cocina. “¿Podrías cogerlo mientras sirvo
el vino?”.
“Claro”.
Cinco minutos después, caminamos juntos hacia la sala de estar. Llevo las copas de vino y Daniel el
hielo y un paño de cocina. Luego de desplomarnos en el sofá, él envuelve los cubitos de hielo en el paño.
“Es más tolerable para la piel si lo envuelvo en una tela”.
“Veo que eres un profesional del hielo”.
Sonríe con pesar. “Estamos acostumbrados a tener algún que otro esguince de tobillo o lesión menor
en nuestros recorridos. He aprendido algunos trucos”.
Sentado en el borde opuesto del sofá, coloca mi pie en su regazo. Cuando me pone el hielo envuelto en
una toalla en el tobillo, me siento como en el séptimo cielo.
“Tienes un piso muy bonito”.
“Gracias. Me encanta. Además, me permite ir andando al trabajo, lo que es una gran ventaja. ¿Por qué
no te pones hielo en la cabeza también?”.
“Estoy bien. No me duele”.
Levanto una ceja porque recuerdo haberle dado un golpe bastante fuerte.
Sacude la cabeza, centrándose en mi tobillo. Hombres. ¡Madre mía! ¿Creen que se les van a caer las
pelotas o algo así si admiten que algo les duele?
Me acerco hasta que mi culo queda casi rozando su muslo y toco el lugar donde lo he golpeado. “Esto
está hinchado”.
Hace un gesto de dolor e, inmediatamente, le quito el hielo que estaba sosteniendo con sus manos
sobre mi tobillo y se lo llevo a la cabeza.
“Puedo sostenerlo yo”, alega.
“Lo haré yo. Deja que te cuide”. En un tono más bajo, añado: “Ese es el derecho que quiero recuperar”.
Su mirada se eleva hacia mí, buscando mi rostro con sorpresa, como si no pudiera creer lo que estoy
diciendo. Para ser sincera, yo tampoco puedo creer lo que estoy diciendo.
“¿Mejor?”.
Con los ojos cerrados, asiente, relajándose aún más, con una sonrisa en los labios. De repente, me doy
cuenta de lo cerca que estamos. Mi pie sigue sobre su regazo, mi rodilla y mi pierna están apoyadas en su
estómago. Mi otra pierna está doblada en un ángulo extraño entre mi entrepierna y su muslo. Intento
moverme, levantarme un poco, pero solo consigo estar más incómoda. Genial, ahora parece que estoy a
horcajadas sobre él. Justo cuando estoy a punto de alejarme, me atrapa el tobillo con la mano y abre los
ojos.
“Quédate. Me hace sentir mejor. Y me parece que está bien. Vamos a hablar de nosotros”.
Había olvidado lo directo que puede ser. Me hubiera gustado que no se precipitara tanto, que me haya
dado tiempo para entrar en calor. Pensándolo bien, si me caliento más, podría acabar ardiendo.
“Caroline, quiero que nos demos una segunda oportunidad. He querido esto durante años”.
“Oh, Dan, yo también”. Me tiemblan las manos ligeramente, sostengo la compresa de hielo con más
fuerza y apoyo la otra mano en mi vientre. “Es que no sé si deberíamos”.
“Nunca he dicho que sería fácil”. Me aprieta contra él, dejándome sin aliento. Nuestros cuerpos están
alineados y puedo sentir cómo sus oblicuos ejercen presión sobre mi pelvis. O quizá solo sea producto de
mi traviesa imaginación. Dios, estoy cayendo en picado. Daniel parece estar pensando en lo mismo.
“Mírate. Te has sonrojado y estás jadeando”.
Contraataco rápidamente. “Porque me das calor y, cuando me acercaste, casi me haces perder el
equilibrio”.
Daniel se ríe, pero el sonido se desvanece a medida que va llevando mi mano a sus labios, para luego
besarme el dorso y la palma.
“Caroline, te echo de menos. Y a lo nuestro. Esta es nuestra oportunidad”.
Empiezo a sentir un ligero latido en mis oídos, se va intensificando a cada segundo. Se me aflojan las
piernas. Pareciera que me voy a derretir.
“Yo también lo echo de menos”, murmuro. Se endereza y me mira directamente. Sus ojos están tan
ardientes como siempre (que añade una saludable dosis de deseo al derretimiento), pero también de
ternura y emoción (lo que no ayuda a detener el derretimiento en lo más mínimo).
¿Qué se piensa este hombre? ¿Que puede volver a entrar en mi vida y apoderarse de ella así como así?
Me gustaría poder decir que su encantadora promesa o el calor de sus ojos no me conmueven, pero, ¿para
qué fingir? Estoy pendiente de cada una de sus palabras, sin embargo, tengo que dejar algo claro.
“No podemos retomar desde donde lo dejamos”, digo débilmente.
“Esa no es mi intención. Empezaremos de nuevo y será mucho mejor que la última vez”.
“La última vez también estuvo bastante bien, excepto el final”.
Su sonrisa se desvanece. “No puedo prometerte el oro y el moro antes de que empecemos. Sería una
promesa vacía. Lo que sí puedo prometer es que sé lo especial que es esto que hay entre nosotros. La
última vez no lo sabía, aunque lo sospeché en cuanto lo perdí. Pero ahora no sospecho nada. Estoy
seguro”.
“Yo también lo sé”, le aseguro, con el corazón palpitando con fuerza. Estar aquí en sus brazos me hace
sentir muy bien, es todo tan cálido y perfecto.
Funde sus labios con los míos en un beso apasionado y fuerte. Por encima de mi camiseta y mi
sujetador deportivo, me rodea los pezones con los dedos, haciendo que se conviertan en protuberancias
tensas y sensibles sin ni siquiera tocarlos. Tiene la mirada encendida y la respiración acelerada. Me da
una palmadita en el culo y me acerca a él. Ya está empalmado. Ay, cómo deseo a este hombre. Lo deseo
tanto que todo mi cuerpo tiembla. Daniel es lo único que me importa y todo lo que quiero.
Me libro de su agarre y engancho los dedos en la cinturilla de sus pantalones, empujándolos hacia
abajo; a continuación, hago lo mismo con sus bóxers.
Bajo del sofá y, mientras me arrodillo, me detengo cuando mi boca está justo delante de su erección.
No lo ataco de inmediato, sino que primero lo acaricio, arrastrando mi pulgar desde la base hasta la
punta, siguiendo la vena azul. El modo en que exhala a través de sus dientes me produce una inmensa
satisfacción. Recorro la misma vena con la lengua solo con la punta. Daniel mueve las caderas y me
agarra el pelo con una mano. Cuando paso mi lengua contra su piel caliente, lamiendo hasta llegar al
pliegue bajo su coronilla y rodeándolo una vez, aprieta su agarre. Me encanta que pueda hacerlo perder el
control tan rápido.
Con ganas de más, finalmente bajo mi boca sobre él lentamente, observando su expresión con el rabillo
del ojo. Sus fosas nasales se abren con cada centímetro que meto en mi boca. Sabe tan bien. Un poco
sudoroso y muy masculino.
“Qué bien lo haces, cariño. ¡Tan, tan bien!”.
Mientras me deslizo hacia arriba y hacia abajo, llevo una mano a la base, agarrando lo que no alcanzo a
lamer, apretando con fuerza y luego soltando, moviendo mi mano más abajo, acariciando la suave piel de
sus pelotas, deslizando un dedo por su perineo. Suelta un fuerte gemido gutural que hace que todo su
pecho se estremezca. Saber que puedo deshacer esta montaña de hombre con una caricia...
“Oh, joder. Caroline, eres...”.
No llega a terminar la frase. En lugar de eso, se retira y, antes de que me dé cuenta de lo que está
pasando, se desliza desde el sofá hasta el suelo, cambiándome de posición hasta que los dos estamos
tumbados en la alfombra, de lado, con mi boca a la altura de su erección y su cabeza a la altura de mi
entrepierna.
Cuando desliza una palma entre mis muslos, me abro, mientras el deseo empapa mi tanga. En
cualquier momento, me bajará los pantalones de licra y las bragas.
Rrrrrrrris rrras. Rompe los pantalones justo en mi entrepierna. Mi tanga también es cosa del pasado.
“¡Daniel!”.
“Te compraré unos nuevos. Te compraré diez. Pero quiero lamerte ahora mismo”.
Estoy sudando, quiero manifestar, pero las palabras mueren en mis labios. Nos miramos entre nuestros
miembros enredados y es un momento que encierra tanta tensión y expectación que creo que me voy a
empapar por completo.
“Quiero comerte mientras me la chupas”.
Sus obscenas palabras me estimulan como ninguna otra cosa. Me la meto en la boca tan
profundamente como puedo.
“Haré que te corras con fuerza, Caroline. Tan fuerte que tu cabeza quedará dando vueltas”.
Entierra su boca entre mis piernas y casi lo muerdo cuando siento el latigazo de su lengua contra mi
clítoris. Es implacable y salvaje, pero yo le correspondo en todo momento. Entonces desliza dos dedos
dentro de mí y gimo con fuerza alrededor de su erección. Esto es un asalto a mis sentidos. Nunca me
había abierto tan íntimamente.
Sentir sus dedos dentro de mí y sus labios presionándome el clítoris mientras lo saboreo, es demasiado.
Lo acojo más profundamente, hasta que llega al fondo de mi garganta. La humedad se precipita entre mis
muslos cuando empieza a mover ligeramente sus caderas, tomando el control, haciéndole el amor a mi
boca al mismo tiempo que dibuja círculos enloquecedores alrededor de mi clítoris con la lengua. Da
vueltas y más vueltas, arrancando el placer de lo más profundo de mi ser, hasta que exploto.
Cierro los ojos mientras ambos llegamos al clímax, meciéndonos y agitándonos, mutuamente perdidos
el uno en el otro.
Daniel se gira hasta que sus ojos están a la altura de los míos.
“¿Estás bien?”. Sonríe, apartando algunos mechones sueltos de mi cara.
“Absolutamente satisfecha”, digo, devolviéndole la sonrisa.
“Oh, cariño, pero todavía no he terminado contigo, la noche es joven”.
A pesar de que mi cuerpo está flácido por el placer, me recorre un cosquilleo por la ilusión. Daniel me
ayuda a ponerme en pie, su mano es cálida y firme. Algo me recorre el interior del muslo. Miro hacia
abajo y quiero esconder la cabeza como el avestruz. Mis rasgadas bragas cuelgan en la parte interior de
mi muslo y los pantalones rotos no dejan nada a la imaginación.
“Necesito ducharme”, digo.
“Es allí donde vamos. Y deja de pensar tanto. Me ha encantado tu sabor”.
“¡Estaba sudada!”.
“Me ha encantado”.
Lo conduzco al cuarto de baño, todavía cohibida por el tanga que me cuelga entre las piernas y los
pantalones rotos. Lo bueno es que ya no me duele el tobillo. Dejamos la ropa en el suelo de baldosas y
entramos en la cabina de ducha, que es muy pequeña para dos personas. Pero, a su vez, la bañera
también, y salpicaríamos agua por todas partes si la usáramos porque no tengo una cortina protectora.
Solo la uso para los baños de relajación.
“Esto es acogedor”, comenta Daniel mientras el chorro de agua cae sobre nosotros. Nos limpiamos
rápidamente, pero tenerlo detrás de mí me distrae. Ah, este hombre me mata. Es injusto que pueda
excitarme sin siquiera tocarme.
“Esta noche voy a dedicarte toda mi atención”, susurra.
“Ya lo has hecho en el hotel del puerto deportivo”.
“No. En el hotel te amé como si fuera la última vez. Esto, esta noche, es un nuevo comienzo”.
Me estremezco entre sus brazos, sus palabras viajan a través de mí como una caricia. Me aparta el
pelo y me besa la nuca, lo que hace que mis rodillas se debiliten.
“Sube las manos y mantenlas ahí”.
Inmediatamente hago lo que me indica.
Me besa a lo largo de la columna vertebral, recorriendo mis lados con los dedos: la curvatura de mis
pechos, la caja torácica y la cintura. Cuando toca el contorno de mis caderas, la humedad fluye por mi
centro. Presiono las manos sobre las baldosas y aprieto los dientes. Está convirtiendo cada centímetro de
mi piel en una zona erógena.
Me besa uno de los muslos hasta llegar a la parte posterior de la rodilla, moviendo su lengua en
pequeños círculos. Respiro, esperando que mis piernas no vuelvan a ceder.
Cuando noto que sus dedos suben por el interior de mis muslos, abro las piernas de par en par sin
ningún tipo de pudor ni restricción, preparándome.
Deja escapar una ráfaga de aire caliente directo contra mis nalgas mientras desliza un dedo dentro de
mí.
“Joder, me encanta tu culo”, dice, y me da una palmadita en una nalga. Aprieto las palmas contra la
pared, pero patinan un poco sobre los húmedos azulejos. Mis glúteos se tensan. “Tu coño”. Desliza un
segundo dedo y me relamo los labios. “Cada parte de ti”.
Separa los dedos, formando una pequeña V dentro de mí.
“Daniel, oh... ¡Oh!”. Cierro los ojos con fuerza, mordiéndome el labio inferior. Me está dilatando,
preparándome para él. No puedo aguantar ni un segundo más. Ahora que es mío de nuevo, necesito
besarlo. Mío para tocarlo, para amarlo, para abrazarlo.
Como si leyera mi mente, quita los dedos y ordena: “Date la vuelta”.
Le hago caso. Está de rodillas en el suelo de la ducha, con la cabeza a la altura de mi ombligo. Cuando
empiezo a bajar las manos, con ganas de tocarlo, niega con la cabeza.
“Pon las manos por encima de la cabeza, contra los azulejos”.
Pongo carita triste. “Pero quiero tocarte. Tu pelo es muy sexy. Prácticamente me pide que pase mis
dedos por él, que tire un poco de él”.
Daniel se limita a observarme, con una mirada firme e impasible, como si dijera: “Aquí mando yo”. Sin
decir nada, levanto las manos. Daniel levanta una de mis piernas, enganchándola en su hombro, y luego
me empuja contra los fríos azulejos, besándome íntimamente. Sentir los fríos azulejos contra mi espalda y,
al mismo tiempo, su boca caliente sobre mí, es demasiado. Y no ha hecho más que empezar. Me lame y
pellizca el clítoris, me abre los pliegues con los dedos y luego los junta, volviéndome loca. Mi visión se
nubla mientras me invade el placer, empezando por donde sus labios me tocan y extendiéndose por todas
partes. Estoy tan cerca del límite. Tan cerca.
“Quiero que mantengas las manos ahí cuando te corras. ¿Entiendes?”.
Mantener... ¿qué? ¿Está loco? Necesito tocarlo ahora mismo. Más que eso, necesito equilibrarme,
aferrarme a algo. Pero no puedo protestar. Las palabras me fallan cuando un orgasmo me ciega, me
atraviesa con tanta fuerza que la pierna en la que me apoyo cede. Siento las manos de Daniel, fuertes y
firmes, sosteniéndome, evitando que me desplome sobre su cara.
Esto no es solo un orgasmo. Es un Danielgasmo, el tipo de placer que abarca todo el cuerpo y que te
hace vibrar la piel, rechinar los dientes y volar la cabeza.
No me da tiempo a respirar o recuperarme. Apenas distingo su silueta cuando se pone en pie, me
agarra cada nalga con una mano y me levanta. Instintivamente, envuelvo mis piernas alrededor de su
cintura, cruzándolas en la parte superior de su culo.
Me baja sobre su erección en un único y desesperado impulso que me deja sin aliento. Su tamaño,
joder. Parpadeo varias veces, intentando aclarar mi visión. Y, Dios mío, es un espectáculo. Ahora puedo
tocarlo. Paso las manos por sus hombros, descendiendo, sintiendo cómo los músculos que rodean sus
brazos se tensan con el esfuerzo de levantarme y bajarme sobre él.
Mis pechos se agitan con cada embestida, mis pezones rozan su pecho mientras él se inclina para
acribillarme a besos la cara entre medias. Experimentar cómo se aleja y me llena de nuevo de forma tan
completa es tan intenso que apenas puedo evitar desmoronarme. Quiero esperar a que él también llegue a
la cúspide, para que caigamos juntos al vacío.
“Eres preciosa. Tan perfecta. Tan sexy”, murmura. “Oh, Dios, Caroline. Estás...”.
Aparece una arruga en su frente y toda su boca está tensionada. Me corro en cuanto siento que está
por correrse dentro de mí. Grito, mis músculos internos se aprietan tanto que temo desmayarme.
“Oh, joder. Vamos. Córrete en mi polla, preciosa”.
Los temblores recorren mi cuerpo y mi orgasmo se intensifica cuando noto que él también termina, que
su placer se extiende sobre mí. Me arropa mientras nos balanceamos el uno contra el otro.
Cuando volvemos de la nube, me baja hasta que mis pies están en el suelo de la ducha. Me tiemblan los
muslos ligeramente. Mañana me dolerán.
“¿Estás bien?”, pregunta, explorándome con sus ojos. Trago dos veces, me aclaro la garganta y
finalmente encuentro la voz.
“Genial”.
Capítulo Diecisiete
Daniel
Parece una visión. Está caminando por la cocina a la luz de la mañana llevando mi camisa, totalmente
desabrochada. Le llega justo por debajo del culo, ocultándolo. Lo remediaré en un segundo, pero por
ahora, solo quiero disfrutar de este momento. Ella está aquí. Es mía.
“¡Hostia!”, exclama, dándose la vuelta. “No te había visto. Me has asustado. Lo siento, no quería
despertarte”.
Acorto la distancia con ella y le rodeo la cintura con un brazo, atrayéndola contra mí. Sus muslos se
frotan contra mis vaqueros, sus pechos contra mi desnudo pecho. Tiene los pezones erguidos. Me inclino
hacia ella, con la intención de besarla, pero gira la cabeza y me ofrece su mejilla. “¿Qué pasa Caroline?”.
“Tengo mal aliento matutino. He venido directamente a la cocina para hacer café. No me he duchado ni
cepillado los dientes. No puedes besarme así”.
“Joder, eres adorable”. Le doy un beso en el cuello, le quito la camisa de un hombro y le pellizco la piel.
“Dan... ¿qué estás haciendo?”.
“Besando cada centímetro de ti, ya que tu boca está prohibida...”.
Gime. “No podemos. No me tientes. Tengo que marcharme al trabajo en media hora”.
“Di que estás enferma”.
“No puedo tomarme el día libre. Tú tampoco puedes. Diriges una empresa, ¿recuerdas? Ve a dirigir una
de ‘las empresas más exitosas de la Bahía’”.
Las palabras me resultan familiares. “¿Has leído ese artículo?”.
“Sí. Y me he quedado con la revista. Aunque el artículo me ha parecido flojo. No han mencionado tu
coeficiente intelectual, ni que fuiste el mejor de nuestra clase y, después, en Stanford también. Blake me
lo ha dicho. Eres la persona más inteligente que he conocido”.
Saber que tiene un tan buen concepto de mí es la mejor manera de empezar el día.
“Así que ve a dirigir tu empresa. Ve a dar órdenes a la gente”.
“A la única a la que quiero dar órdenes hoy es a ti”. Le doy un pequeño golpe en el culo y se estremece
contra mí.
Encogiéndose de hombros, dice, un poco nerviosa: “¿Quieres venir esta noche? Si es que no tienes
planes. Solo si quieres. No quiero obligarte a hacerlo”.
“Quiero hacerlo”. Inclino su barbilla hacia arriba y le acaricio la cara con una mano. “Quiero verte
todas las noches. No te pongas tan nerviosa conmigo”.
“Lo siento. Supongo que... tengo miedo de hacer o decir algo equivocado”. Respira profundamente y
vuelve a encogerse de hombros de manera tímida. “No puedo creer que estés aquí, en mi cocina. Que esto
esté sucediendo. Que estemos juntos”. Deja caer su cabeza en sus manos. “Estoy hablando mucho. Nos
estoy poniendo incómodos a los dos”.
Le paso la nariz desde el pliegue de su cuello hasta su oreja y le muerdo el lóbulo. “Estamos juntos. Y
quiero pasar todo el tiempo posible contigo. Caroline, cualquier cosa que necesites, solo dilo, pídelo. Yo
haré lo mismo. Lo resolveremos todo”.
“Un momento incómodo a la vez”. Gime suavemente mientras le vuelvo a besar el cuello. “Dan, tengo
que ir a ducharme”.
En lugar de soltarla, la rodeo con los brazos.
“Dame un minuto. Solo quiero abrazarte un poco”.
Se derrite contra mí mientras entierro la nariz en su pelo, disfrutando de nuestra unión tanto como yo.

***
Caroline
Diez minutos después, salgo de la habitación completamente vestida. Volviendo a la cocina, descubro que
Daniel ha hecho bocadillos. Quiero grabar todo sobre este momento: Daniel paseando por la cocina
llevando nada más que unos vaqueros. Le había dejado su camiseta aquí, pero no se la ha puesto.
“He estado rebuscando en tu nevera, espero que no te importe”.
“En absoluto. Me muero de hambre. Gracias por haber preparado esto”.
“Ataca”.
No espero a que me lo repita; cojo uno de los bocadillos y me lo zampo. Está delicioso. Cuando me
trago el último bocado, dos fuertes brazos me rodean por la cintura, presionándome la espalda con sus
esbeltos abdominales.
“Por un segundo, pensé que te habías ido de nuevo cuando me desperté y no estabas allí”.
Me río. “¿A dónde iba a irme? Es mi apartamento”.
“O sea que, si no hubiéramos estado en tu casa, ¿te habrías ido?”.
“No, no. Lo siento, eso ha sonado mal. No es lo que quería decir”.
Me da la vuelta, colocando las palmas de las manos en el borde de la encimera a mis lados,
enjaulándome. “¿Estás segura?”.
Asiento, sorprendida al detectar una duda en su mirada. “Cien por ciento segura”. Poniéndome de
puntillas, le doy un breve beso en los labios. Corrección: quise que fuera breve. Pero Daniel toma el
mando al segundo siguiente, poniendo una mano en mi nuca y la otra en mi cintura. Me besa con tanta
fuerza y pasión que todas mis partes femeninas se estremecen. Cuando me toca uno de los pechos por
encima de la tela de la blusa, gimo contra su boca. Al separarnos, noto que estoy sonriendo de oreja a
oreja.
“¿A qué viene esa sonrisa?”, pregunta.
“A nada en particular”, respondo rápidamente. Me clava la mirada. Me obstino en mantenerla, la
mantengo un poco más... hasta que pierdo. Nunca he podido ganar un concurso de miradas contra Daniel.
Sin embargo, en mi defensa, debo decir que este hombre tiene tanto fuego en su mirada que tengo la
certeza de que podría derretir glaciares. Si el hielo no tiene ninguna chance contra él, ¿qué chances
podré tener yo?
“Bien, a decir verdad, estaba pensando que ha merecido la pena ponerte nerviosa por ese beso. Ya
está, lo he dicho”.
Levanto la barbilla en señal de desafío. Los labios de Daniel se curvan en una sonrisa, pero su mirada
no pierde intensidad. El pelo revuelto de la mañana y la barba medio crecida le quedan muy bien.
“¿Quieres ponerte la camisa?”, pregunto.
“¿Por qué? ¿Te distraigo mucho?”.
“Maldita sea, sí. ¿A qué hora tienes que estar en el trabajo?”.
“En dos horas”.
“¿Por qué te has levantado tan temprano?”.
“La cama estaba fría. Te necesitaba”.
¡Zas! Un disparo directo al corazón. Te necesitaba. Han bastado dos simples palabras para que me
sienta como si estuviera volando. Inclinándose hacia delante, traza el contorno de mis labios con la punta
de su lengua. Cada lametón llega directamente a mi centro.
Tratando de recomponerme, lo empujo para alejarlo. “Deja de tentarme o no saldré de casa a tiempo”.
“Buena idea”.
“Daniel Bennett, no creas que puedes sobornarme con momentos de placer”.
“¿Qué tal pancakes?”.
Lo vuelvo a mirar. “¿Cómo dices?”.
“Puedo hacer pancakes”.
“Tú no cocinas”.
Daniel guiña un ojo. “Estás desactualizada, Caroline. He añadido algunas habilidades a mi currículum a
lo largo de los años”.
Con la boca abierta, lo miro fijamente. “Un momento, necesito más información. ¿Qué ha pasado?
Sobreviviste a base de comida basura y huevos fritos al estilo Blake durante la universidad”.
“Sí, pero la comida basura no es saludable. Está cargada de grasas y azúcares. Mis sobrinos se han
quedado a dormir en casa unas cuantas veces. He aprendido a cocinarles lo básico. Adoran mis pancakes,
son sus favoritos”.
Ejem, no me estoy derritiendo. No me derrito. No me derrito. Sí, ¿a quién quiero engañar? Ya me había
derretido en algún momento entre “sobrinos” y “favoritos”. Daniel, el hombre de familia. Me hace ilusión
poder ver eso. Es decir, siempre ha sido muy unido con sus padres, sobreprotector con sus hermanos,
pero pensar en Daniel cocinando para sus sobrinos me produce cosas.
“Parece que acabas de tener una gran conversación en tu cabeza”.
Sonrío de manera tímida. “Sí, las mujeres tendemos a hacer eso”.
“Hazme un repaso. No puedo leer la mente. Lamentablemente, no forma parte de mis habilidades”.
“No, no creo que lo vaya a hacer”.
Me mira fijamente. Se acerca a mí y me aparta un mechón de pelo de la cara. Oh-oh. Prácticamente
puedo sentir cómo flaquea mi resistencia. Me enderezo y trato de poner en mi tono toda la firmeza
posible.
“No te hagas el intenso y dominante conmigo”.
“Tengo otras formas de persuadirte”.
Intento apartar la mirada de sus ojos, o de su boca. Para mi desgracia, el resto de él me distrae tanto o
más. ¿Por qué no lleva puesta la camisa? Todo ese espectáculo de músculos duros y definidas líneas me
desconcentran, por no mencionar el efecto sobre mis hormonas. En un intento de poner algo de distancia
entre nosotros, doy un paso atrás, golpeando la encimera. Le pongo la mano en el pecho y lo empujo
suavemente. Él capta la indirecta y retrocede, pero lamentablemente, su tensa piel es demasiado
agradable como para que mis dedos dejen de tocarla, así que, en lugar de retirar la mano, trazo el
contorno de sus abdominales y las líneas en forma de V.
Lo escucho gemir. Uy, he perdido la cabeza por un segundo y mis manos han acabado en el borde de
sus vaqueros. Le lanzo lo que espero que sea una mirada convincente, sonrío y dejo caer mis manos.
Me agarra por las caderas, alineando nuestros cuerpos. Cada punto de contacto con él hace arder mi
cuerpo. Desliza sus manos más hacia arriba, hasta llegar a los lados de mi caja torácica, y se detiene
cuando sus pulgares están a la altura de mis pechos. Arrastrándolos hacia el interior, me acaricia los
pezones por encima de la tela hasta que se convierten en duras protuberancias y me estremezco por
completo.
Después me besa en la frente y se aparta, mordiendo su bocadillo, dejándome tan excitada que pienso
en ir de incógnito a la ducha en busca de un chorro de agua fría.
“Por cierto, mis padres van a organizar una fiesta de Halloween en su casa la semana que viene”, dice.
“¿Halloween? Vaya novedad”.
“Eh, los niños se divierten mucho más en Halloween que en la celebración del día de Acción de
Gracias, te lo digo yo. Y los adultos también se divierten con los disfraces”.
“Un momento, ¿qué? No me lo puedo imaginar... ¿los adultos, ¿en serio?”.
Asiente, riéndose. “Sí. Es todo un acontecimiento, sin duda. Nunca pensé que Sebastian o Logan fueran
a hacerlo, pero es increíble lo que los padres son capaces de hacer por sus hijos”.
“¿De qué vas?”.
“Pirata”.
Apretando los labios, lucho con todas mis fuerzas para no reírme, pero pierdo la batalla, y suelto una
carcajada.
“¿De qué te ríes?”.
“De ti, sacando el niño de cinco años que llevas dentro. Un pirata”.
Daniel me señala con un dedo. “Deja de reírte o te haré cosquillas”.
Se me corta la risa de inmediato. Tomo muy en serio las amenazas de cosquillas. Soy la persona más
cosquillosa que existe, cosa que Daniel sabe muy bien.
“Tú también vas a necesitar uno”.
“¿Un qué?”, pregunto, confundida.
“Un disfraz”.
¿Está diciendo lo que creo oír?
“¿Quieres que vaya a la fiesta?”.
Me guiña un ojo. “Sí. Ven conmigo. A menos que ya tengas planes...”.
Mi pulso se acelera, retumbando en mis oídos. Vaya. Vaya.
Daniel no invita fácilmente a terceros a los eventos familiares. Summer y Pippa me contaron que hace
años que no lleva a una cita a ningún evento. Incluso después de que nos juntáramos en la universidad,
tardó en pedirme que lo acompañara a las reuniones familiares como su pareja.
“No tengo planes. Me encantaría acompañarte”.
A decir verdad, Halloween ni siquiera figura en mi “top ten” de fiestas favoritas, pero de ninguna
manera me perdería la oportunidad de pasar tiempo con Daniel y la familia.
“Genial. Conozco una tienda de disfraces. Te llevaré allí esta semana”. Afortunadamente, se pone la
camisa y la abotona. “Vamos o llegarás tarde”.
Me pongo de puntillas y le beso la mejilla. Luego, con ganas de pelear, le robo el bocadillo.
“Mmm, esto está delicioso. Y dime, ¿qué otras habilidades has adquirido a lo largo de los años? Solo
para no quedarme boquiabierta otra vez”.
Daniel me aprieta la muñeca con una mano y me roba el último bocado del bocadillo. Después de
tragarlo, se inclina hacia mí hasta acariciarme los labios con su aliento. “Te concederé el placer de
descubrirlas. Tenemos que ponernos al día por los últimos diez años”.
Capítulo Dieciocho
Caroline
El jueves por la tarde, atravieso el centro de San Francisco a toda velocidad, como un demonio de
Tasmania, pero voy a llegar tarde de todos modos. He quedado con Daniel para comprar un disfraz de
Halloween y tengo que estar en la tienda en cinco minutos.
“Siento mucho llegar tarde”, exclamo veinte minutos después. Aparcar ha sido una pesadilla, y no
estoy del todo segura de haber aparcado correctamente.
“No hay problema”.
“Y bien, ¿qué es este lugar?”. Inspecciono el escaparate, ignorando las máscaras de osos grises para
evitar que me asusten. El aspecto terrorífico de Halloween es la razón por la que no me gusta tanto. Pero
Daniel parece entusiasmado, así que no expreso ese pensamiento.
“La mujer de Christopher, Victoria, lo descubrió hace tiempo. Toda la familia compra sus trajes aquí”.
“¿Por qué?”.
“El propietario lleva un registro de quién ha comprado qué para que nadie acabe teniendo el mismo
disfraz que otro”.
“Vaya, os tomáis los disfraces muy en serio”.
Daniel sonríe. “Muy en serio. Entra”.
El interior de la tienda es mucho más grande de lo que hubiera imaginado. Es estrecho, pero llega
hasta el fondo del edificio. A nuestro alrededor hay disfraces, máscaras y suministros: todo, desde sangre
falsa, telarañas falsas —quiero creer que son falsas— hasta dientes de vampiro que parecen
increíblemente reales. Daniel me coge la mano, como si fuera lo más natural del mundo, y suspiro,
saboreando el calor y la seguridad que me da su contacto.
“¡Hola a los dos!”, saluda una mujer desde detrás del mostrador. Lleva el pelo corto y con mechas rosa
neón, y con mucho gel en las puntas. Está más llena de vida que la tienda.
“Hola, Violet”, dice Daniel. “Estamos aquí porque Caroline necesita un disfraz”.
Ella asiente, inclinando la cabeza hacia un lado. “No me parece que seas de las que se disfrazan de
forma espeluznante”.
“Tienes toda la razón”.
“Tengo justo lo que necesitas”, dice con confianza. “Te llevaré algunos trajes al probador. Si, además,
ves algo que te guste en la tienda, cógelo y llévalo al probador también”.
Me vuelvo hacia Daniel, estudiándolo.
“¿Qué?”, pregunta.
“Estoy pensando qué iría bien con un pirata”. Continúo comiéndolo con la mirada, aprovechando al
máximo la excusa de estudiarlo y visualizarlo con su traje de pirata. Hoy lleva un simple polo. No tendría
problemas para ganarse la vida como modelo. El hombre es una obra de arte. No creo que me canse
nunca de contemplarlo.
“¿Has encontrado algo que te guste?”, pregunta Violet, reapareciendo a nuestro lado. “He cogido los
disfraces de Cenicienta y Blancanieves del depósito para ti”.
Al oír esto, me animo. “Oh, ¿De modo que también se permiten los disfraces de princesa?”.
“Claro”, responde ella.
“Iré a probármelos ahora mismo”.
Violet me lleva a la parte de atrás, con Daniel pisándome los talones. Aunque está al menos medio
metro por detrás de nosotros, puedo sentir su presencia, su mirada sobre mí.
“Oh, esto es precioso”, exclamo al ver el traje. “Vamos a ver cómo me queda”.
Violet asiente. “Necesitarás ayuda para subir la cremallera en la parte de atrás...”.
“Yo la ayudo”, dice Daniel. Su voz es engañosamente neutra, pero reconozco la chispa de sus ojos. Me
estremezco y, sin querer, me relamo los labios, centrándome en el traje.
“Bien, tienes prohibido acercarte al vestuario, Daniel”, exclama Violet. “Nada de sexo en mi tienda. Lo
digo en serio. La miras como si quisieras devorarla”.
Se me encienden las mejillas ante su franqueza. Daniel se limita a reír, negando con la cabeza.
“Estoy con Violet”, le digo. “Ni siquiera tienes permitido entrar en el probador. Siéntate ahí y saldré a
modelar para ti. Puedo subirme la cremallera sin problemas. Años de práctica”.
Los ojos de Daniel se encienden y mi convicción casi se derrite bajo su mirada, pero me mantengo
firme. No es solo que me guste cumplir con las normas comunes de decencia pública, sino que me encanta
irritar a Daniel, tomarle el pelo. Así que cierro la cortina del vestuario casi por completo. Lo suficiente
para que pueda espiarme y dejarlo con ganas de más. De repente, se hace presente mi lado travieso.
Una vez puesto el traje, considero que éste es el adecuado. No necesito probarme nada más. Este me
queda bien. Sonriendo, salgo. Daniel se sienta en el sillón de enfrente del probador y me mira con
hambre. Uy, se me había olvidado que podía espiarme, y llevo la lencería roja que me ha comprado por mi
cumpleaños.
“Te queda fantástico”, dice Violet, sobresaltada cuando suena el timbre de la entrada y se abre la
puerta. “Tengo que ir a recibir al cliente. Si me necesitas, grita”.
“Me encanta, lo voy a comprar”, anuncio.
Se levanta del sillón, acortando la distancia hacia mí, tomando mi mano y haciéndome girar una vez.
“Te lo compraré yo”.
“No, no lo harás. Puedo pagarlo”.
“No es cuestión de poder pagarlo o no. Si no fuera por la fiesta, no tendrías que comprarte nada”. Su
voz es baja pero decidida.
“Pero...”.
“Si quiero comprarle a mi novia un disfraz de Halloween, lo haré”.
Sus palabras me hacen entrar en calor e instintivamente le aprieto la mano. Él frunce ligeramente el
ceño, mira nuestras manos entrelazadas y luego vuelve a levantarlas.
“¿Qué?”.
“Me has llamado novia”. No tengo ni idea de por qué estoy susurrando.
Examina mi expresión. “¿Algún problema?”.
Niego con la cabeza, esperando que no me haya entendido mal. “No, es que... parece tan encantador.
Casi que no puedo creerlo”.
Dibujando círculos con el pulgar en el dorso de mi mano, me dice: “Déjame aclarar algo y salir del
paso. No habría vuelto a salir contigo si no quisiera algo serio”.
Su expresión se nubla y trago saliva, con una sensación de arrepentimiento. ¿Por qué demonios lo he
hecho preocupar tanto? Me muerdo el interior de la mejilla y me pregunto si debería abordar ahora el
tema de que no puedo tener hijos. ¿No es demasiado pronto? Solo llevamos una semana juntos.
Sí, pero esto lleva diez años gestándose, dice una vocecita en el fondo de mi mente. Contarle esto a los
hombres no me ha funcionado muy bien en el pasado. La primera relación que tuve después de la
operación se desmoronó en cuanto se lo conté. Me acusó de haber esperado demasiado —dos meses—
para decírselo, de ser deshonesta. Habiendo aprendido de mis errores, con el siguiente chico traté el tema
en la tercera cita. No me fue bien.
¿Ni siquiera hemos follado y ya estás pensando en casarte y tener hijos? Me largo de aquí.
Después de eso, me tomé un largo descanso de las citas. Una pausa que duró hasta Daniel. Y esta es la
cuestión: sé que él no reaccionaría como los gilipollas anteriores, pero aún así no será una conversación
fácil. Y una semana de relación es demasiado pronto para tratar el tema.
“Yo también quiero algo serio, Dan”, digo suavemente. “Ese es siempre mi problema, ¿no? Me meto de
lleno hasta que me desborda”.
“Entonces, salta con todo, cariño. Estoy aquí para atraparte”. Sus labios se curvan en una sonrisa, su
voz es suave pero decidida. Sus dulces palabras me llegan directamente al corazón.
“Me vas a hacer desmayar”, digo. Me coge la cara con las manos y me toca la punta de la nariz con la
suya.
“Si todavía no te has desmayado, no estoy haciendo bien mi trabajo”. Arrastra la punta de su nariz
hacia arriba y abajo de mi sien. “Debo mejorar mi desempeño”.
Funde su boca con la mía en un beso tan caliente como dulce. Sus manos descienden por mi cuello, mis
brazos, y luego me pasa los dedos por la caja torácica; me acaricia los pezones con los pulgares una vez. Y
eso es lo único que necesita para convertirlos en duras protuberancias y empapar mis bragas. Maldito sea
este hombre y el hechizo que tiene sobre mí. Sí, voy a seguir culpándolo de cómo reacciona mi cuerpo.
Parece un gran plan.
Acercando su boca a mi oído, dice en un gruñido: “Dame tus bragas”.
“¿Por qué?”.
“Ya me has tomado el pelo en el probador. Ahora voy a burlarme de ti. Quítate las bragas y dámelas”.
“¿Cuándo me las devolverás?”, pregunto tímidamente. Gracias a Dios, Violet está ocupada con el
cliente en el frente de la tienda.
“Cuando quiera”.
Mis partes femeninas se estremecen. Todas y cada una de ellas.
El brillo de sus ojos se intensifica. “Todavía no me has dado tus bragas”.
Me alejo hacia el probador, deslizo las manos bajo la larga falda del vestido y me bajo el tanga, todo
bajo la intensa mirada de Daniel. Me tiende la mano y sus dedos tocan los míos cuando coge el tanga. El
contacto me hace vibrar.
“Cámbiate de nuevo, y después vamos a comer algo”.

***
Daniel
“¿Por qué no contestas?”, me pregunta Caroline mientras silencio el móvil por quinta vez desde que
pedimos la comida.
“Porque este tío siempre me tiene al teléfono por lo menos media hora. Al final se dará cuenta”.
Estamos en un restaurante español y tengo la intención de disfrutar cada momento con ella. El resto
puede esperar.
“¿Es por trabajo?”, se sienta más erguida y un mechón de pelo le cae en la mejilla. Se lo quita y me
mira. “¿Cómo han ido los eventos de los que me hablaste el domingo?”.
“Como esperaba. No se han filtrado fotos, de modo que tendré que colocar una carnada para atrapar al
culpable”.
“¿Y eso qué significa?”.
“Voy a hablar con ellos, a contarles una historia. Alguna chorrada sobre las dificultades que está
atravesando la empresa”.
Toma un sorbo de su chardonnay y frunce el ceño. “No lo entiendo. ¿Por qué la prensa sensacionalista
estaría interesada en algo así?”.
“A la prensa no, pero las revistas de negocios van a estar muy interesadas, y pagan bien por historias
exclusivas. Soy amigo de la mayoría de esas editoriales, así que espero que me llamen para confirmar la
historia antes de publicarla”.
“Y entonces sabrías quién ha filtrado todo. Vaya, la cabeza me da vueltas. ¿Puedo ayudar de alguna
manera?”.
“Eres un encanto, pero nunca te arrastraría a algo así. Lo resolveré”.
“Es una mierda que tengas que pasar por esto”.
“Sí. Voy a cancelar todos los eventos de las celebridades hasta que descubra quién está detrás de estos
actos”.
“Vaya”.
“No puedo arriesgarme a más filtraciones. No se trata solo de mi reputación, sino que esta gente me
confía su privacidad. Si no puedo garantizarla, no voy a mentir al respecto”.
“¿Pero esto no afectará a tus ingresos?”.
“Sí, seguramente”. Con una sonrisa, añado: “¿Por qué? Si fuese pobre, ¿me dejarías?”.
Me devuelve la sonrisa. “Ah, con gusto te acogeré si necesitas un lugar para vivir. Por pura bondad de
mi corazón. No porque sepas preparar unos bocadillos increíbles. O porque me proporciones grandes
orgasmos”.
“Muy magnánimo por su parte”. Antes de que tenga la oportunidad de decir algo más, la presentadora
de un famoso programa de entrevistas se acerca a nosotros. Es una de mis clientas habituales. Me pongo
de pie, estrechando su mano, centrándome en su pelo blanco porque cada vez que miro sus largas uñas
rojas en forma de garra casi me dan arcadas.
“Daniel, qué bueno verte. Tenemos que ponernos al día en algún momento”.
“Cuando quieras, Cecilia. ¿Puedo presentarte a mi novia, Caroline?”.
Cecilia le muestra una sonrisa radiante. “Me resultas familiar. ¿Dónde te he visto antes? ¿Eres actriz,
quizás?”.
Caroline sacude la cabeza con buen humor. “No lo creo. Soy profesora. Pero quizá tenga un
doppelgänger famoso”.
La sonrisa de Cecilia vacila al oír la palabra “profesora”. Se recupera rápidamente, pero he captado su
gesto, y Caroline también. Sus hombros se desploman un poco, incluso cuando levanta la barbilla con
orgullo.
“Vaya, qué bonito”.
Eso me cabrea. “Claro que es bonito, ¿no? En mi opinión, es una de las profesiones más nobles. Educar
a las mentes jóvenes”.
“Sí, sí, por supuesto. Bueno, ha sido un placer veros. Os deseo a ambos una agradable velada”. Cecilia
sonríe con indulgencia antes de alejarse.
“Lo siento”, le digo a Caroline mientras ambos nos sentamos de nuevo.
“Nada que no haya visto antes”. Agita la mano, como si dijera “olvídalo”, pero sé que no es así. Es un
tema delicado para ella. Me gustaba su madre, pero a menudo —y abiertamente— criticaba la elección de
la profesión de Caroline, insistiendo en que debería haber elegido algo mejor remunerado. “Lo que le has
dicho ha sido muy dulce. Pero no tienes que defenderme”.
“Sí, lo sé, pero lo haré. Lo que le he dicho ha sido en serio”.
Coloco mi mano con la palma hacia arriba en la mesa y ella me da la suya.
“No encajo con tu gente...”.
“Esa no es mi gente. Solo son clientes. Vosotros sois mi gente. Tú y mi familia. No me importa nadie
más”.
Caroline suspira, sacudiendo la cabeza. “Vale, tengo que preguntártelo. ¿Has hecho algún curso sobre
cómo hacer que una mujer se desmaye o algo así? No recuerdo que fueras tan encantador en su
momento”.
Le muestro mi sonrisa más descarada. “No debería revelar todos mis secretos ahora, ¿no?”. Puede que
Logan me haya dado algún que otro consejo y, por suerte, no necesito tomar notas para recordarlo todo.
“Bueno, lo que sea que hayas hecho, está funcionando”.
El camarero aparece en nuestra mesa, interrumpiendo el momento, para poner los platos delante de
nosotros. No me doy cuenta del hambre que tengo hasta que tomo el primer bocado de paella.
Caroline come a pequeños bocados, con una expresión contemplativa en su rostro.
“¿En qué estás pensando?”.
“Nuestras vidas parecen pertenecer a esferas diferentes. No me malinterpretes, me encanta mi vida,
pero es sencilla comparada con la tuya. Después de haber estado conmigo, saliste con modelos y estrellas,
y no pude evitar preguntarme si, quizá, habías roto la relación porque yo no estaba a la altura de tu vida”.
“¡No! Era joven y estúpido, no tenía nada que ver contigo. No estaba preparado para ese tipo de
compromiso. Admito que también quería experimentar más. Pero la idea de tener una relación a largo
plazo me asustaba”. Me esfuerzo por encontrar las palabras más adecuadas, queriendo dejar esto
perfectamente claro.
“Dan, está bien. Teníamos veintiún años. Lo entiendo. Nadie está preparado para una relación para
siempre a esa edad”.
“Excepto nuestros padres”.
Sonríe. “Es cierto”.
“Así que has estado bastante pendiente de mi vida, ¡eh!”.
Asintiendo, baja los ojos al plato, empujando la comida con el tenedor. “Venga, ríete”.
“No me estoy riendo. Yo hice lo mismo”.
“¿Cómo? Mi vida no estaba bajo el escrutinio público como la tuya”. Frunce el ceño, pero luego su
expresión florece en una amplia sonrisa cuando ata los cabos. “Tus hermanas”.
“Exactamente. Alice se mantuvo al margen, pero Pippa y Summer fueron implacables. Cada vez que me
contaban que estabas en pareja, quería golpear algo. Entonces me sentía culpable porque quería que
fueras feliz. Pero la idea de que fueras feliz con otra persona...”.
Entrecerrando los ojos, me señala con su tenedor. “Me has estado enviando energías negativas todos
estos años”.
“Yo no lo llamaría así”.
“Mmm, tienes razón. Añorar es la palabra”.
“Lo estás disfrutando mucho, ¿no?”.
“Te he estado añorando todo este tiempo. Es bueno saber que no he sido la única”.
Aprieta los labios, como si temiera haber hablado de más. No solía tener la necesidad de ser cuidadosa
con sus palabras al estar conmigo. Pero ahora mismo, me está mirando desde detrás de su guardia, sin
estar preparada para bajarla. Yo tampoco estoy preparado, pero en este caso, quiero llegar a un acuerdo
con ella.
“No fuiste la única. Ni mucho menos”.
Sonríe con esa sonrisa tan preciosa y, joder, quiero sacarla de aquí y llevarla a casa para mostrarle
todas las formas en las que la he echado de menos. Pero primero necesita comer algo.
“¿Por qué no comes?”.
Suspira, mirando mi plato. “¿Puedo tomar un bocado de tu paella?”.
“Claro”.
Coge una cucharada de mi plato, mastica lentamente y asiente con satisfacción. “La tuya está más
sabrosa. Debería haber pedido la de pollo también”.
“¿Quieres la mía?”.
Inclina la cabeza, considerándolo. “No. Robar de tu plato es más divertido”.
“Esa es mi frase”.
“También te la he robado”.
Me río, moviendo el plato fuera de su alcance. “¿Qué hará ahora, Srta. Bromista?”.
Caroline mira entre el plato y yo mientras golpea la mesa con los dedos. Estoy tan ocupado tratando de
anticipar su próximo movimiento sobre la mesa que no presto atención a sus travesuras debajo de ella.
Hasta que siento su pie descalzo moverse sugestivamente por mi pantorrilla. ¡Joder!
“Si yo fuera tú, pondría el plato donde estaba”, dice dulcemente.
Alejo aún más el plato, inclinándome ligeramente sobre la mesa. “Si yo fuera tú, dejaría de ser una niña
traviesa. No te conviene excitarme, podría olvidarme de que estamos en público. No llevas bragas,
¿recuerdas?”.
Tragando con fuerza, baja el pie, mientras aparecen manchas rojas en sus mejillas.
“Me encanta verte sonrojada”.
“No me digas”.
“Vayamos a mi casa después de la cena. Pasemos la noche allí”. Llevo durmiendo en su apartamento
desde el domingo, pero la quiero en mi casa, en mi cama. Quiero su olor en mis sábanas, su pelo en mi
almohada.
“Estás demasiado seguro de que podrás llevarme a la cama esta noche”, se burla.
Inclinándome hacia atrás, tamborileo con los dedos sobre la mesa. “Me la jugaré. Además, te encantará
mi apartamento. Tiene muchas ventanas. Está en Nob Hill, con vistas directas a Huntington Park”.
“¿Se puede ver nuestra falsa Notre Dame?”, pregunta, refiriéndose a la Catedral de Gracia, que es una
réplica exacta de la de Notre Dame de París.
“Sí. También tengo un jacuzzi”.
“Trato hecho”.

***
“Guau, tu apartamento es precioso, Dan. Y la vista, Dios mío”.
Da una vuelta completa, escudriñando los detalles de la sala de estar. No tengo muchos muebles, solo
un gran sofá blanco, una mesa de centro y un sillón reclinable en el que a Alice le gusta sentarse cuando
me visita, pero me encanta que mi casa sea sencilla. Y me fascina tener a Caroline aquí, en medio de todo.
Apenas puedo apartar las manos de ella, mi autocontrol pende de un fino hilo. Me coloco detrás de ella, le
aparto el pelo y le beso la nuca.
“Quiero probarte, Caroline. Quiero hacerte el amor en cada habitación de este apartamento”.
“Pues desnúdame”.
Su voz es baja, llena de lujuria. Me encanta sacar este lado de ella. Me apresuro a quitarle la ropa y,
cuando está completamente desnuda, le hago una confesión.
“Eres la única mujer que he traído aquí. A excepción de mi familia”.
Necesito que sepa que, a diferencia de la última vez, ahora entiendo lo especial que es nuestra
relación. Incluso el portero se ha sorprendido cuando nos ha visto entrar.
“¡Ay, Dan!”. Me llena el pecho de besos, susurrando contra mi piel. “No te vas a arrepentir. Te haré
feliz”. Me besa en el cuello y se acerca a mi oreja. “Ya verás. Tan feliz”.
Pongo una mano alrededor de su cintura, la acerco a mí y le levanto la barbilla con la otra. La emoción
en sus ojos me hace derretir.
Quiero ser digno de esta mirada toda mi vida. Presiono suavemente mi boca contra la suya. Ella abre
sus labios, invitándome a entrar, y deslizo mi lengua dentro. La cojo en brazos y la llevo al dormitorio,
donde la tumbo en la cama.
Mantiene las manos a los lados de la cabeza, con el pelo extendido alrededor de la almohada. Parece
tan perfecta en mi cama. Este es su lugar y no voy a dejar que se vaya ni muerto. Sus pechos redondos y
voluminosos me tientan, con sus pezones a flor de piel.
Dejo caer mi ropa cerca de la cama, cojo sus bragas de mi bolsillo y me tumbo a su lado. Apoyándome
en un antebrazo, paso el pulgar por el hueco entre sus pechos, le acaricio un pezón y luego el otro, hasta
que ambos se endurecen.
“Ponte esto”, le ordeno, poniendo el tanga sobre su vientre.
“¿Ahora quieres que me ponga bragas?”.
“Sí, póntelas”.
Levanta una ceja, pero me hace caso, volviendo ponerse el tanga, mientras me mira si preguntara: “¿Y
ahora qué?”.
Su pecho sube y baja con cada respiración, el ritmo se intensifica mientras trazo el camino de mis
dedos con mi boca, saboreando toda su dulzura. Bajo hasta su ombligo, luego continúo hasta su pubis,
deteniéndome justo encima del clítoris, dándole un pequeño beso sobre la tela.
Me retiro y le paso el pulgar por el centro, observando cómo la tela se humedece con su excitación, y
sus ojos se abren de par en par. Soplo directamente sobre la mancha oscura y ella aprieta la sábana,
exhalando bruscamente.
“Dan, ¿qué estás haciendo?”.
“Volverte loca”.
Estoy tan empalmado que apenas puedo contenerme, pero quiero darle placer a ella en lugar de
satisfacer el mío. Recogiendo la tela que cubre su coño entre mis dedos, froto suavemente el encaje sobre
el clítoris.
“Oh, oh... esto es tan placentero”.
El encaje es un poco áspero, de modo que acompaño cada caricia con un latigazo de mi lengua, una
combinación de aspereza y suavidad. Ella aprieta cada vez más las sábanas, pero sé que pronto no será
suficiente. Necesitará tocarse a sí misma.
Cuando por fin suelta la sábana, tocándose los pechos, jugando con sus propios pezones, casi me corro.
Caroline acostada de espaldas, totalmente abierta sobre mi cama, salvaje y desinhibida. Me encanta verla
así. Me detengo cuando está a punto de alcanzar el clímax, le bajo las bragas y le lamo la raja.
“Dan. Ooooooh, oh, oh. ¿Puedes hacerlo otra vez, por favor?”.
Vuelvo a lamer una y otra vez, notando cómo sus glúteos se contraen en mis manos, al mismo tiempo
que sus gritos se hacen más fuertes y su excitación gotea en el interior de sus muslos.
Cuando ya no puedo soportar no estar dentro de ella, me enderezo, balanceándome sobre mis rodillas
entre sus muslos abiertos. Ella levanta las piernas y me toca los brazos con los pies antes de apoyarlos en
mis hombros. Le aprieto los tobillos con el pulgar y el índice y muevo sus pies hasta que sus plantas se
apoyan en mi pecho.
“Tendrás una mejor palanca así”, le explico.
Noto que traga. “¿Seguro así está bien para ti?”.
“No te preocupes, cariño. Soy fuerte. Dame tus manos”.
Extiendo la mano y me alcanza a mitad de camino. Con sus manos en las mías, me deslizo dentro de
ella, solo la punta, frotando hacia adelante y hacia atrás, hasta que jadea mi nombre.
“Dan, por favor. Te quiero completamente dentro de mí”.
“Todavía no”.
Me muevo más abajo sobre mis rodillas, cambiando el ángulo, pero todavía ofreciéndole solo la punta.
Gime y levanta las caderas, tratando de deslizarse sobre mí, pero me retiro.
“Por favor”.
“Me encanta oírte decir por favor”.
“¡Dan!”.
“No te voy a dar todo. Todavía no”.
Mis palabras le provocan una oleada de humedad y su coño se aprieta a mi alrededor, cubriéndome con
el flujo de su excitación. Esto también es una tortura para mí, pero nada en comparación a lo que es para
ella. Se retuerce, refunfuñando contra la almohada. Pero tengo que empaparla y prepararla, y me encanta
lo receptiva que está. Intenta librarse de mi agarre, pero no la suelto.
“No”.
“Necesito tocarme”.
“No se te permite. Solo recibirás el placer que yo quiera darte. ¿Y sabes qué, cariño? Te daré tanto
placer que no creo que seas capaz de soportarlo”.
Exhala bruscamente, pero deja de intentar soltar las manos. El apalancamiento y el control son dos
razones por las que quiero retenerla aquí. La tercera es que necesito el contacto. Quiero tocarla lo más
posible, sentirme cerca de ella.
Cuando el temblor de su cuerpo se intensifica, vuelvo a cambiar el ángulo y me deslizo más
profundamente, centímetro a centímetro, deteniéndome cuando llego a su punto G. Sus ojos se abren de
par en par, mirándome ferozmente, mientras forma una O con la boca.
“Oh, oh, Dan...”.
Me deslizo dentro de ella, quedándome quieto cuando he entrado del todo. Cuando me retiro y vuelvo a
entrar, sus manos se tensan en las mías. Las agarro con más fuerza, frotando mis pulgares por sus
nudillos.
“Eres tan preciosa”.
Esta noche necesito ir despacio y necesito mirarla a los ojos todo el tiempo que permanezca dentro de
ella. No me pide que vaya más rápido, no se empuja contra mí. Y no aparta la mirada de mí. Siempre
hemos estado sincronizados, pero esta noche es como si leyéramos los pensamientos del otro, anticipando
sus necesidades.
Sus pechos se mueven hacia arriba y hacia abajo en cada empuje. Dios, es un espectáculo. Dulce, sexy,
tentadora. Nada es más perfecto que perderse en esta mujer. Necesito tocar más de ella, así que suelto
una mano, manteniendo la otra con firmeza.
Le paso la palma de la mano por la cadera y por la cintura. Después me inclino hacia delante sobre mis
rodillas, cambiando el ángulo una vez más, y ella cierra los ojos con fuerza. Me quedo quieto.
“Abre los ojos, Caroline”.
“Solo un segundo”. Su voz es temblorosa, su respiración irregular. Joder, me encanta poder hacerle
esto. Dejarla sin aliento, hacerla temblar de placer. Cuando abre los párpados, vuelvo a empujar y muevo
mi mano libre hacia sus pechos, pellizcando un pezón y luego el otro. Sus músculos internos se aprietan
tanto a mi alrededor que los ojos casi se me ponen en blanco.
Cuando me aprieta cada vez más, presiono mi palma sobre su pubis y vuelvo a llevarla a su punto G.
“¡Dan!”.
Sus caderas se estremecen, pero detengo su movimiento ascendente presionando más la palma de la
mano. Se está desmoronando de una forma encantadora.
“No puedo... oh Dios, esto. No puedo... demasiado...”.
“Sí, puedes. Recibirás todo el placer que te estoy dando. Todo”.
Se aferra al cabecero de la cama con la mano libre y me sujeta con fuerza con la otra.
“¿Confías en mí?”, pregunto.
“Sí”.
“Di las palabras”.
“Confío en ti, Dan. Confío en ti”.
Entre sus palabras y sus muslos temblorosos, casi exploto. Se me tensan los testículos y siento una
descarga que va directo hacia mi punta. La presiono con la palma de la mano mientras alcanzo su punto G
una y otra vez. Cuando se le arquea la espalda, froto el pulgar sobre su clítoris, y percibo que está a punto
de estallar. Se desborda por completo, llevándome con ella. Tiene tantos espasmos a mi alrededor que
casi me expulsa. Me dejo caer encima de su cuerpo, aún estoy temblando, y me quedo dentro de ella,
acunándola, sintiéndome más cerca suyo que nunca, pero queriendo, y necesitando, estar aún más cerca.
“Esto ha sido increíble”, murmura en un suspiro.
“Mmm, solo han sido los juegos previos. Ni siquiera hemos empezado todavía”.
Sus músculos internos se aprietan a mi alrededor, haciéndome sonreír. Está tan ávida de mí como yo de
ella.
“Nos está esperando el jacuzzi”.
Capítulo Diecinueve
Daniel
“Esto no es para mí”, dice Honor el próximo miércoles por la tarde mientras luchamos por recuperar el
aliento. Hemos estado probando la escalada bajo techo en una sala cercana a la oficina porque es una de
las actividades más solicitadas por nuestros clientes. Chelsea lo ha hecho en este sitio y nos ha
recomendado que viniéramos. “¿De qué sirve toda esta escalada si al final no tienes un precioso paisaje
para disfrutar, o un poco de aire fresco?”.
“Estoy de acuerdo. Es una experiencia casi claustrofóbica”.
“Y es una porquería”.
“Sí. Pero el cliente...”.
“Es el rey”. Estira un brazo y luego el otro, mirando a las personas presentes. “Y este lugar está
repleto. He hablado con el instructor antes, ha dicho que están casi siempre llenos. No se puede negar
que es popular”.
“Tomemos algo en el bar de zumos antes de irnos”.
“Si el jefe invita, no voy a decir que no”. Caminamos uno al lado del otro, sorteando a los escaladores y
a los instructores que están en el suelo. “Y bien, ¿cuál es el plan para el gimnasio? ¿Ya estás buscando
ubicaciones?”.
El momento perfecto para lanzar el anzuelo, lo más casualmente posible. “Me ocuparé de ello en
cuanto el banco nos autorice más préstamos”.
“¿Tenemos problemas con el banco?”.
“Problemas de liquidez. No están contentos con nuestro índice de liquidez, pero seguimos negociando”.
Se pone rígida y se lleva los ojos a las manos. “¿Lo sabe alguien más del equipo?”.
“Se lo he contado a Marcel y a Justin. También a Colbert. Pero no se lo comentes a nadie más”.
“No, por supuesto que no. Vaya”.
Intento leer su lenguaje corporal. Tiene los brazos cruzados sobre el pecho, tamborileando los dedos
sobre el bíceps. Contraté a Honor un año después que a Justin, más o menos al mismo tiempo que a
Marcel. Le pago un generoso salario y una bonificación aún más generosa. No tiene motivos para dejarse
tentar por la prensa.
“Supongo que era un poco prematuro presumir de ser una de las empresas más exitosas de la Bahía,
¿no?”.
Que haya mencionado ese artículo me molesta en muchos aspectos, pero hago lo posible por controlar
mis gestos. Tomamos una copa en el bar de zumos y nos separamos. Ella va a reunirse con un grupo de
clientes; yo tengo que volver a la oficina para firmar unos papeles.
Estoy a mitad de camino cuando suena el teléfono y aparece el nombre de Pippa en la pantalla.
“Hola, hermana”.
Un coro de “Tío Daniel, somos nosotras” muy fuerte y exuberante me perfora los tímpanos. A pesar de
todo, sonrío.
“Hola, Mia. Hola, Elena. ¿Cómo estáis, chicas?”.
“¿Vas a venir a la fiesta de Halloween?”, pregunta Mia. A pesar de ser gemelas idénticas, sus voces
difieren sutilmente.
“Sí, claro. Voy a ser el pirata”.
“Un pirata no da miedo”, dice Elena, claramente poco impresionada por mi elección.
“Shhhh, no digas esas cosas”, dice Mia. “Primero tenemos que preguntarle y él tiene que aceptar”.
“¿Qué tenéis que preguntarme?”.
“Mamá ha dicho que no podemos”, aclara Elena. Estas niñas me hacen reír cada vez. Ya han aprendido
cómo funciona el mundo. Cada vez que sus padres dicen que no, dirigen su encanto hacia sus tíos y tías.
Blake y yo somos los tontos con los que siempre pueden contar para sus travesuras.
“Necesitamos un carruaje”, continúa Mia. Casi me paralizo en medio de la calle. Esto se nos ha ido de
las manos rápidamente. No me extraña que Pippa haya dicho que no.
“¿Un carruaje? ¿Con c... caballos?”.
“Sí, dos. Y también...”.
Sigue un sonido de interferencia y un chillido.
“Lo siento”, dice Pippa, como sin aliento. “Me han secuestrado el teléfono y he tenido que perseguirlas
por toda la casa para encontrarlo. No has dicho que sí, ¿no?”.
“¿A un carruaje impulsado por caballos? Estaba demasiado aturdido para responder”.
Al llegar al edificio de mi oficina, entro y saludo a la recepcionista antes de dirigirme a mi despacho.
Pippa se ríe. “Sí que se toman muy en serio lo de Halloween. Por cierto, he oído que vas a traer a
Caroline”.
“¿Cómo te has enterado exactamente?”, pregunto una vez que estoy dentro de la oficina.
“He llamado a Caroline para invitarla, pensando que necesitabais otro empujón, e imagina mi sorpresa
cuando me dijo que ya la habías invitado”.
“Déjame adivinar, ¿ya lo sabes todo?”.
“No, voy a necesitar una noche de chicas y algo de alcohol para tener más detalles. Por otro lado,
podrías ahorrarme la molestia y directamente contármelo”.
“Pero eso no sería divertido”. Me muevo de un lado a otro de la habitación, disfrutando enormemente
de las burlas a mi hermana.
“Cierto. Además, los hombres no entienden nada de detalles. Una cosa, Daniel: no dejes escapar algo
bueno por segunda vez, ¿vale?”.
“No pienso hacerlo”, le aseguro.
“Bien. Todos nos esforzamos mucho y somos ambiciosos, pero no hay nada como volver a casa con la
gente que quieres al final del día”.
“Pippa, ¿estás bien?”, pregunto alarmado. A mi hermana le encantan las charlas de a corazón abierto,
pero parece apagada.
“He tenido un día largo en la oficina. La mitad de las cosas no han salido como yo quería”.
“Vaya, te entiendo”.
“Y ahora estas dos han empezado a bombardearme con la idea del carruaje. Por favor, prométeme que
no encontraré dos caballos y un carruaje el sábado en casa de mamá y papá”.
“Lo prometo. Hasta yo tengo un límite”.
“Pues es bueno saber que lo tienes. Mantendré mi teléfono cerca. Apuesto a que al próximo al que
intentarán acorralar es a Blake”.
Me río. “Seguramente”.
“Tengo que volver a vigilar a las diablillas. Disfruta de la noche, hermano”.
Mi estado de ánimo mejora considerablemente después de cortar. Una vez Logan dijo algo parecido,
que no importaba todo lo malo que pudiera pasar en el trabajo, saber que volvería a casa con Nadine y su
hijo hacía que todo adquiriera otra dimensión. En ese momento, gruñí y asentí, sin llegar a entenderlo por
completo, pero ahora comprendo el sentimiento.
Mientras termino de firmar la pila de papeles en mi escritorio, el teléfono vuelve a sonar.
Caroline: ¡Me han contestado del colegio más cercano a la librería! Han programado su
primera lectura para el próximo mes. ¡Yuuupiii! Y he cenado con papá. Le he hecho pollo frito.
Quería salvarlo (y salvarme) de su comida. Ha sobrado bastante. Puedo llevarte un poco si
quieres. También puedo prepararte algunos donuts.
En lugar de devolverle el mensaje, la llamo. Necesito escuchar su voz.
Responde enseguida. “Sabía que mencionar los donuts me haría ganar una llamada”.
“Ya me habías convencido con el pollo frito. ¿Cómo es que no intentas convencerme de que vaya a tu
casa?”.
“Bueno, puede que haya comprado una bomba de baño que me muero por probar en tu jacuzzi”.
La idea de Caroline desnuda en mis brazos mientras estamos rodeados de burbujas es suficiente para
venderme cualquier cosa.
“¿De qué fragancia?”.
“Cerezas”.
Gruño. “¿No tienen alguna con aroma masculino?”.
“Te pasas. Este producto es su última novedad”.
“Te propongo un trato. Tú pruebas eso. Yo me comeré el pollo, los donuts y, de postre, a tí. Fuera del
jacuzzi”.
“¿Podemos colar una copa de vino en la terraza en medio?”.
“Ten cuidado, o pensaré que solo me quieres por la terraza y el jacuzzi”.
“No seas tonto. También me gusta lo sensual y encantador que eres. Espero que esta noche me vueles
la cabeza”.
“Te prometo que mejoraré mi desempeño. Me encanta superar tus expectativas”.
Capítulo Veinte
Caroline
En la mañana de Halloween, decido empezar el día con una carrera temprana y consigo convencer a
Daniel para que me acompañe.
“Vaya, no sabía que tu condición física fuera tan buena”, se queja Daniel. Ambos estamos sudando y
jadeando cuando entramos en su apartamento, pero ha sido una carrera fantástica. Me encanta el subidón
de energía después de un entrenamiento cardiovascular a fondo.
Termino de estirarme en la sala de estar, pero Daniel coge su smartphone y se apoya en la barra que
separa la sala de estar de la zona de la cocina, entrando en lo que me gusta llamar su “modo de trabajo”.
A pesar de ser sábado, estará ocupado en una reunión todo el día, y hemos quedado en encontrarnos
directamente en casa de sus padres esta tarde.
Su expresión se vuelve sombría cuanto más tiempo mira la pantalla.
“No, no está permitido fruncir el ceño tan temprano. ¿Qué puede haber salido mal ya?”.
Frunce el ceño. “¿Recuerdas que dije que iba a suspender todos los eventos de los famosos? Bueno,
está resultando más difícil de lo que había previsto. Me las he arreglado para cancelar o darle el trabajo a
otras empresas, pero Beatrix no deja de insistir. No quiere que otra persona se encargue de su despedida
de soltera. Es en dos fines de semana, en Los Ángeles”.
Sentada en el suelo, me detengo en el acto de estirar una pantorrilla, sintiendo un frío repentino.
“¿Beatrix Mercier? ¿Tu ex?”.
Ouch. Beatrix solía ser una de las modelos principales de los desfiles de los Bennett y, de acuerdo a lo
que contaba la prensa sensacionalista, ella y Daniel tuvieron una relación intermitente durante algún
tiempo.
Daniel se levanta del escritorio y se une a mí en el suelo. “Yo no la llamaría así”.
Levanto una ceja. “¿Cómo la llamarías?”.
“Una amiga. Tuvimos una aventura de una noche cuando nos conocimos, pero después solo fuimos
amigos”.
“¿De verdad?”.
Me acaricia el dorso de la mano derecha haciendo pequeños círculos y me besa el hombro. “De verdad.
El resto era todo invento de la prensa”.
“Probablemente porque ambos lucían muy bien en las fotos en las que estaban juntos”. Jugueteando
con mis pulgares en mi regazo, lucho por no explotar de celos con todas mis fuerzas, pero no hay forma
de escapar. Beatrix es el tipo de belleza que no se consigue solo con una alimentación sana o haciendo
ejercicio. Tiene una predisposición genética a la perfección y está comprometida con uno de los actores
más guapos de la lista de artistas más famosos.
“¿Y cómo vas a manejar esto?”.
“Depende de ti”.
Se me revuelve el estómago. “¿Qué quieres decir?”.
“Puedo mandarla a tomar por culo, lo que me va a costar algún futuro negocio. O puedo seguir
adelante con todo el asunto, pero lo manejaría yo mismo porque no confío en mi equipo en este
momento”.
“No canceles el evento por mí”, digo, mientras sigo jugueteando con los pulgares. “No quiero
perjudicar tu negocio”.
Daniel me toma un lado de la cara y me levanta la cabeza hasta que quedo frente a él. “Estamos
construyendo algo bonito. No voy a poner en peligro lo que tenemos por un negocio. Si no estás cómoda
con esto, dilo y lo cancelaré”.
Oh, qué hombre más dulce. Mi pecho sube y baja rápidamente mientras me muevo en el suelo hasta
estar casi a horcajadas sobre él. “No lo canceles, Dan. De todos modos, se va a casar, así que supongo que
no va a pasar su despedida de soltera tentándote”.
“Exactamente. Pero una cosa Caroline. Aunque lo hiciera, no me tentaría”. Señala con su dedo entre
nosotros. “Esto que tenemos es lo único que quiero. A nosotros”.
“¿Ves? No hay razón para cancelar”.
Se ríe, nos ponemos de pie y es entonces que me doy cuenta de que estoy hecha un completo desastre.
Tengo el pelo y la ropa transpirados, y anillos de sudor bajo los brazos. Vaya. Tengo que meterme en la
ducha de inmediato. Daniel, en cambio, no me parece un desastre, solo tiene calor. Su ropa se pega a él,
resaltando la musculatura de sus bíceps y las líneas definidas de sus abdominales. Hasta puedo distinguir
las líneas en forma de V bajo la tela de su camiseta. Es casi como si estuviera desnudo. La palabra clave
es casi. Ah, lo que daría por echar un vistazo a su piel sudorosa. Observo al detalle su cuerpo con la mayor
discreción posible.
“Eres insaciable, ¿no?”.
Ups. Supongo que no he sido tan discreta después de todo. Podría intentar rebatir la acusación, pero,
¿para qué negarlo?
“No puedo evitarlo. No cuando sé lo que hay debajo de tu ropa. Me dan ganas de quitártela y follarte.
Ha pasado mucho tiempo ya”.
“Hemos hecho el amor antes de salir a correr”.
Me río de lo indignado que suena, casi ofendido. Tiene las manos en alto y la mandíbula floja.
“Sí, pero estaba medio dormida cuando te subiste encima de mí”, le explico, reprimiendo otra
carcajada porque su expresión se vuelve más incrédula a cada segundo. “No me quejo en absoluto del
sexo matutino, en mi opinión, es la mejor manera de empezar el día. Pero no puede contar como una
sesión de amor completa si la mitad de mis sentidos están dormidos”.
Daniel estalla en carcajadas y, maldita sea, el sonido es contagioso. Segundos después, me uno a él y
me río hasta que me duele la barriga. Entonces me atrae contra él, me levanta la barbilla y me besa. Sabe
un poco a sal por el sudor de su labio superior, pero la masculinidad que desprende... es pura sensualidad.
Sus iris se dilatan de lujuria a medida que se retira.
“Vamos a ducharnos”, sugiero.
“Claro, tú primero”. Le brillan los ojos. Qué cabrón. Estoy excitada por él, ¿y así es como me trata?
¿Burlándose de mí?
“Sería más eficiente si nos ducháramos al mismo tiempo. Ahorraríamos agua y todo eso”.
Centra su mirada en una de mis mejillas y luego en la otra. Estoy segura de que me estoy poniendo roja
como un tomate. Se le escapa una sonrisa.
“¿Eso es lo que quieres? ¿Ahorrar agua?”.
Antes de que pueda responder, me coge en brazos y me lleva al baño. Sin poder evitarlo, le lleno la
cara y el cuello de besos.
“Estoy sudado”, comenta.
“Eres mío, sudado o no, y pienso aprovecharlo cada vez que pueda”.

***

Me visto a toda velocidad tras salir de la ducha y corro a preparar unas tostadas mientras Daniel se afeita.
“Puedes dejar algunas de tus cosas aquí”, resuena la voz de Daniel desde el baño. “Así no tienes que
llevar ese enorme bolso contigo todo el rato”.
“Gracias”, digo, sonriendo para mis adentros. Me recorre un calor mientras unto la tostada con una
gruesa capa de mantequilla, como a él le gusta, y luego le pongo jamón y tomates en rodajas finas por
encima. También encuentro olivas en la nevera, corto dos por la mitad y las añado. Dando un paso atrás,
evalúo mi obra de arte. Esto no es solo un bocadillo, es un bocadillo con amor.
“Te vaciaré un estante. ¿O necesitas dos? ¿Para todas tus cosas de mujer?”.
Me quedo helada. ¿Atará los cabos cuando se dé cuenta de que no tengo cosas de mujer? ¿Se habrá
dado cuenta de que no me ha bajado la regla desde que empezamos a salir?
Se une a mí en la cocina cuando termino de prepararle el bocadillo, con cara de acoso.
“Joder, voy a llegar tarde. No hay tiempo para comer ahora, me llevaré el bocadillo y el café”. Señala la
taza azul oscuro llena hasta el borde de café. “Puedes salir cuando hayas terminado. El portero se
encargará de cerrar”.
“Vale”.
“¿Estás bien?”.
Maldita sea, ¿cómo puede saberlo? Por otra parte, mi cuerpo está completamente tenso, lo que
posiblemente le haya dado la pista.
“Nada”, digo de manera evasiva, evitando su mirada.
“¿Has cambiado de opinión respecto al tema de Beatrix?”.
“No, Dan, en absoluto”.
“¿Te he presionado mucho con el asunto de la estantería? ¿Es demasiado pronto?”.
Niego con la cabeza.
“Se nota que algo te tiene inquieta. Y no estabas así hace diez minutos”. Su voz es más dura ahora. No
lo deja pasar. “Antes me lo contabas todo”.
Tiene razón. Solía hablarle de todo. De hecho, a menudo pensaba que estaba compartiendo más de lo
que necesitaba saber, pero no era capaz de detenerme.
Daniel era mi opuesto, se guardaba cualquier problema para sí mismo. Con el tiempo, me di cuenta de
que eso de no querer mostrar los puntos débiles es una cosa de hombres. Para mí, era un alivio hablar de
todo, escuchar su opinión, sus consejos. Pero en retrospectiva, me doy cuenta de que, a los veintiún años,
no tenía ningún problema real. En aquel momento, una mala nota o no conseguir algunas prácticas era lo
peor que me podía llegar a pasar. Era fácil ser abierto cuando no tenías fantasmas, nada de lo que
avergonzarse. Diez años después, con un historial considerable en mi haber, abrirse no resulta tan fácil.
“Vas a llegar tarde a tu reunión”, murmuro.
“A la mierda la reunión. No me importa. Me importas tú. Cuéntame”.
“Te lo diré esta noche”.
Me doy la vuelta, con la intención de entregarle la taza de café, cuando me rodea con los brazos y
presiona su pecho contra mi espalda. “Quiero que compartas conmigo lo que te molesta, para arreglar los
asuntos que tengan solución y aliviarte en aquellos casos que no la tengan. Quiero que vuelvas a confiar
en mí como antes”.
Vaya, sabe todo lo que tiene que decir, y me siento tan segura y cálida en sus brazos que estoy tentada
de convencerlo de que pase todo el día conmigo. Pero no importa lo que diga, sé que esta reunión es
importante. No dejaré que llegue tarde por mí. No está bien.
Así que me doy la vuelta, me pongo de puntillas y aprieto mis labios contra los suyos.
“Confío en ti. Hablaremos de esto esta noche, lo prometo. Ahora vete”.
Capítulo Veintiuno
Caroline
La casa de Jenna y Richard Bennett ha sido durante mucho tiempo uno de mis lugares favoritos para
pasar el rato. Tiene dos plantas y un tejado rojo en la parte superior y, tanto dentro de sus paredes como
fuera en su enorme terreno, la diversión está asegurada. En primavera y verano, es un paraíso verde,
gracias a la hierba y los altos robles que bordean la propiedad. Ahora las copas de los árboles son una
mezcla de oro y cobre, con un toque de verde en algunos lugares, aunque el suelo sigue siendo de un
verde intenso. Afortunadamente, hoy no ha llovido, porque la propiedad puede llenarse mucho de barro
después de una fuerte lluvia.
Jenna Bennett está arrastrando los pies en el cenador blanco del lado derecho de la casa, y yo me dirijo
directamente hacia allí.
Lleva un disfraz de hada madrina que complementa a la perfección mi disfraz de Cenicienta. La escena
me hace gracia.
“Jenna, tu disfraz es fabuloso”. Me llega un delicioso olor al entrar en el cenador y casi se me hace la
boca agua cuando me doy cuenta de que el horno de pizza gigante al aire libre está encendido.
“Oooh, no sabía que había pizza en el menú”.
Jenna sonríe. “Es la forma más fácil de alimentar a tanta gente. Y es un éxito con los niños. La primera
tanda debería estar hecha en unos minutos. Estoy esperando a que se haga esa corteza crujiente”.
“Te ayudaré a meterlos dentro”.
“Maravilloso. Estaba a punto de pedir refuerzos. Por cierto, tu padre también pasará por aquí más
tarde”.
“¿En serio? Vaya”.
“He hablado con él hace unos días, no sabía si iba a poder convencerlo”.
“Jenna, ¿cuándo ha sido la última vez que no has podido convencer a alguien?”.
Me dedica una sonrisa pícara, que se parece mucho a la de Pippa.
“Desde que falleció mamá, se siente muy solo. Ceno con él una vez a la semana y lo ayudo en la librería
los fines de semana, pero...”.
“Es difícil estar solo después de haber compartido toda tu vida adulta con alguien. Es como si te faltara
la mitad de tu ser. Aquí siempre es bienvenido. Me imagino que debe sentirse solo en Navidad y demás,
mientras que aquí la casa está...”.
“Llena de gente”, termino por ella.
“A veces creo que casa de locos es la mejor palabra, pero me encanta vivir en esa locura”. Se hace un
silencio y después añade: “Estoy tan feliz de que tú y Daniel os hayáis reencontrado”.
“Nos estamos divirtiendo mucho redescubriéndonos. Estamos tomándonos las cosas con calma”, digo
rápidamente, esperando que esto evite que la conversación se convierta en un espiral de charlas íntimas.
Cuando Daniel y yo salíamos, era habitual que Jenna y yo habláramos de nuestro futuro como si fuera un
hecho. Esta vez, he decidido vivir nuestro amor día a día.
“Tal como debe ser”, dice Jenna. “Aunque hayáis tenido una relación, es importante que os toméis el
tiempo necesario para descubrir a las personas que sois ahora, construir una base. Nunca te enamoras de
la misma manera dos veces, ni siquiera de la misma persona”.
“Ese es un excelente consejo”.
Jenna es una mujer sabia. Siempre he estado cerca de ella, casi tanto como de mi madre. En algunos
casos, incluso he compartido más con ella que con mi propia madre, porque no quería preocupar a mamá
y porque Jenna no es tan crítica.
Cuando el temporizador del horno pita, Jenna abre la puerta, cogiendo una pizza e inspeccionándola.
Oh Dios, huele delicioso. Espero que Jenna considere que esté lo bastante crujiente, de lo contrario tendré
que recurrir a tácticas turbias para convencerla de que me deje comer un trozo ahora mismo.
“Están perfectas”, anuncia, sacando las dos pizzas y metiendo dos más, y volviendo a poner el
temporizador. Cada uno lleva una dentro. Como era de esperar, se acaban en cuestión de minutos y,
lógicamente, todo el mundo sigue con hambre.
Daniel llega justo cuando la segunda tanda está lista. Está muy sexy. En general tiene un aire de
rebeldía, incluso cuando lleva traje, pero con la camisa de algodón, las mangas remangadas hasta los
codos y el cinturón con una gran calavera en el centro, es francamente irresistible. Estoy a punto de
deshacerme en cumplidos cuando llega una distracción en forma de Will, el hijo de Sebastian, y Elena, la
hija de Pippa.
“Tío Daniel, Will dice que no existen las hadas, que soy estúpida”.
Will asiente y sonríe.
“Will, no debes llamar a tu prima, ni a nadie, estúpido. Es de mala educación”, advierte Daniel.
“Pero no existen las hadas”, dice Will obstinadamente, dando un pisotón.
Los ojos de Elena se abren de par en par. “Sí que existen. El tío Daniel me lo ha dicho. Díselo, tío
Daniel. Díselo”.
Disimulo mi risa con un falso ataque de tos. Ah, mi imaginación se hará un festín tratando de visualizar
cómo fue esa conversación entre él y Elena. Daniel me mira en busca de ayuda, pero tengo bastante
curiosidad por saber cómo va a salir de esto por su cuenta. Tanto Elena como Will lo miran expectantes.
Elena se cruza de brazos de forma similar a Pippa. Will copia su postura unos segundos después.
Daniel se pone de cuclillas hasta quedar a su altura, y entonces rodea a Elena con su brazo derecho y a
Will con el izquierdo. Me invade una sensación de calidez mientras lo observo. Dios, hay tanta ternura y
amor en la forma en que los abraza y les habla. Nunca había visto este lado de él y me sorprende lo
mucho que me impacta. Por mucho que me diga a mí misma, o a Jenna, que nos estamos tomando las
cosas con calma, no puedo evitar imaginar un futuro juntos.
De forma tardía, me doy cuenta de que he estado tan inmersa en mis pensamientos que me he perdido
la explicación de Daniel, y debe haber sido buena porque tanto Will como Elena están sonriendo de oreja
a oreja, ya han olvidado el asunto.
“Tío Daniel, ¿puedes traerme más polvo de hadas? Por favooooooor”. El lenguaje corporal de Elena es
perfecto. Ojos grandes y suplicantes, manos unidas en oración, por no hablar de la forma en que dice “tío
Daniel”, con una inflexión muy dulce.
“Claro que sí”.
Elena sonríe, tomando la mano de Will, su disputa ha quedado claramente olvidada y caminan hacia la
hermana gemela de ella.
“Ha ido bien”, dice Daniel con el aire de alguien que acaba de evitar el día D. Maldita sea, tenía
muchas ganas de oírle explicar lo de las hadas. Pero no puedo volver a preguntarle sin revelar que he
estado soñando despierta.
Daniel me toca la cara, deslizando su mano por mi pelo, y me doy cuenta de que el hecho de que no le
haya tomado el pelo probablemente le haya generado sospechas. Pero no pregunta, tampoco presiona. En
cambio, nos sorprendemos mutuamente mirando a Will y Elena, y no cabe duda de que sabe con exactitud
en qué he estado pensando.
“Venga. Vamos a traer un poco de polvo de hadas extra. Mamá ha dicho que está guardando todos los
suministros en el almacén de arriba”.
“¿Qué es exactamente el polvo de hadas?”, pregunto mientras Daniel me coge de la mano y me lleva
arriba.
“Purpurina”.
Abre la puerta de un pequeño trastero y enciende la luz. El pequeño cubículo está repleto de
suministros.
“Nunca lo vamos a encontrar”, dice con un gruñido, examinando la montaña de suministros varios.
Me río. “Daniel en busca de purpurina que tendrá que hacer pasar por polvo de hadas ante sus
sobrinas. Nunca pensé que diría esta frase. Me encanta esta faceta tuya”.
“¿Sí?”.
Asiento, sintiendo de repente calor en todo el cuerpo. Es una tontería, pero es como si acabara de
confesar un profundo secreto. La vulnerabilidad se apodera de mí y rompo el contacto visual, temiendo
delatarme.
Un fuerte golpe suena desde abajo, sobresaltándonos a ambos, pero nos relajamos al escuchar el
inconfundible sonido de niños riendo.
“Estos diablillos”, murmura. “Hacen estragos cuando están todos juntos. Pero cuantos más, mejor. Los
genes de los Bennett tienen que perpetuarse”.
Una bola de tensión se instala en mi pecho.
“Los tuyos también. Me imagino lo bonita que sería una chica con tu pelo, o tus ojos. Preciosa. Aunque
tendría que pasar la mitad de mi vida rechazando pretendientes”.
Me río nerviosamente, ahora también se me contrae el estómago. El significado de sus palabras es
claro, y una parte de mí se derrite en un charco. Pero la otra se da cuenta de que ya es hora de confesar.
Tengo que decirle que no puedo tener hijos, para que no desperdicie más tiempo conmigo. En la
universidad, no le gustaban los niños, pero no hay muchos jóvenes en edad universitaria a los que les
gusten. Si la forma en que trata a sus sobrinos no ha sido un indicio de que desea tener hijos, su
proclamación me confirma que sí. Será un gran padre.
Este no es el momento adecuado, no. Pero nunca habrá un momento adecuado, y él se merece la
verdad. Reuniendo coraje, digo: “Dan, ¿recuerdas esta mañana?”.
“¿Cuando prometiste contarme esta noche lo que te molestaba? Sí”. Se apoya en la pared junto a la
puerta abierta de la sala de suministros.
De repente me siento expuesta y, encima, llevo un disfraz de Halloween. Me habría venido bien algo de
ropa seria para esta conversación. Pero no me voy a echar atrás.
“No ha sido la charla de la estantería lo que me ha incomodado, sino que hayas mencionado lo de mis
cosas de mujer”.
No lo miro, sino que fijo la mirada en una caja que hay dentro de la habitación.
“No tengo artículos de mujer. Ya no los necesito. Hace unos años, me quedé embarazada. Inesperado,
pero eso no viene al caso. De todos modos, fue ectópico. El bebé estaba creciendo fuera del útero, en la
trompa de falopio. No era viable. Lo descubrí demasiado tarde, cuando creció mucho y se rompió. Causó
mucho daño, tuve una hemorragia, y tuvieron que hacer una histerectomía”.
Hago una pausa para recuperar el aliento, todavía sin mirarlo. “Así que no puedo tener hijos. Siento no
habértelo dicho antes. No sabía ni cómo ni cuándo. Es muy difícil lidiar con esto. Y si no quieres
desperdiciar más tiempo conmigo, lo entenderé”.
Me romperá el corazón, pero lo entenderé.
Sigo mirando obstinadamente la caja. Me escuecen los ojos, que están llenos de lágrimas. Se acerca a
mí y me lleva una mano a la cara.
“Lamento mucho que te haya pasado esto. No puedo imaginar lo difícil que ha sido”.
“Fue difícil. Mamá estaba conmigo en el hospital, pero seguía sintiéndome tan sola y vacía”.
“¿Y el padre del bebé?”.
“Oh, para empezar, él no se había puesto contento con la noticia del embarazo. Como te he dicho, fue
accidental. Ya estábamos separados de todos modos, así que se sintió aliviado”. Esa llamada telefónica me
había generado una enorme tristeza. Me habían quitado una parte fundamental de mi cuerpo y, encima,
tuve que escuchar su alivio.
“Dan, di algo”, susurro, lanzando una mirada hacia él. Tiene la mandíbula rígida y la mirada firme.
“Nunca me he arrepentido tanto de haberte dejado ir como ahora”.
Me encojo, mordiéndome el interior de la mejilla. “No habría cambiado nada. Los médicos dijeron que
tenía un raro problema genético y que un embarazo normal no habría sido posible. Lamentablemente, he
nacido con un aparato deficiente”.
“No me refería a eso. Yo nunca te habría dejado pasar por eso sola. Habría estado allí, junto a ti”.
“Oh”.
“¿A qué te refieres con eso de no desperdiciar el tiempo contigo?”.
“Tú quieres hijos y yo no puedo dártelos”.
“Hay otras formas de tener hijos, como la adopción”.
Los primeros zarcillos de esperanza se apoderan de mí, pero se lo tengo que preguntar. Tengo que
estar segura. “¿Qué hay de los genes Bennett?”.
Sonríe. “Parece raro decirlo, pero no necesito que un niño esté emparentado conmigo para quererlo. ¿Y
tú?”.
“Por supuesto que no. Dan, ¿lo dices en serio? ¿Lo dices realmente en serio?”.
“Lo digo muy en serio”.
“Quería decírtelo cuando me llamaste después de mi cumpleaños. Pero habría parecido que estuviera
dando las cosas por sentado. Por cierto, todavía no estoy dando nada por sentado. Nada que tenga que ver
con el futuro. Estoy disfrutando de lo nuestro un día a la vez, y nos estamos redescubriendo el uno al
otro”. Le beso la mandíbula, el lóbulo de la oreja y me estremezco ligeramente. “Eres el mejor hombre,
Daniel. El mejor hombre de todo el mundo”.
Me rodea con sus brazos, manteniéndome cerca de él, acariciando mi pelo. “Caroline, deja de besarme
así”.
Me sobresalto porque no lo estaba besando de forma especialmente sexy o seductora, pero tiene una
mano en mi pelo y la otra en mi cadera. Quizá él también pueda sentir el cambio entre nosotros, la
increíble cercanía. En lugar de hacer caso a su petición, sigo besándole el cuello.
“Deja de besarme”, repite, con la voz más áspera.
“No puedo evitarlo. Eres el pirata más sexy que he visto en mi vida”, bromeo. Necesito sentirme cerca
de él ya mismo. No puedo explicarlo, pero quiero sentir su piel tanto como sea posible. Así que deslizo las
manos por debajo de su camiseta y las yemas de mis dedos recorren las líneas de sus músculos
abdominales, haciendo presión contra su firmeza. Todavía no basta.
Me agarra el pelo con la mano de la nuca. Me hace retroceder, luego me quita la mano de la cintura y
oigo el sonido del picaporte y se abre una puerta. Me hace entrar en una de las habitaciones y cierra la
puerta tras de sí. Después oigo el inconfundible sonido que se produce al cerrar una puerta. La habitación
está vacía, salvo por una mesa de tocador y un gran espejo colgado sobre ella. La intención de Daniel
queda clara cuando me mira. La lujuria y la determinación de sus ojos casi hacen que se me doblen las
rodillas.
“¿Aquí?”, susurro. A modo de respuesta, Daniel inclina mi cabeza hacia arriba, besándome de manera
ardiente y haciéndome retroceder de nuevo hasta que mi culo queda presionado contra la mesa del
tocador. Daniel alinea nuestros cuerpos, juntando nuestras caderas. Su erección hace fuerza contra los
pantalones. La siento desde el pubis hasta el ombligo.
“Nadie se...”, empiezo cuando él rompe el beso.
“Nadie se dará cuenta de que hemos desaparecido. Necesito estar dentro de ti. Lo necesito,
¿comprendes?”.
“Claro. Porque yo también lo necesito”.
Me hace girar. “Agárrate a la mesa del tocador”.
Ni siquiera pienso en desobedecerlo.
“Necesito que guardes silencio”, dice. Está detrás de mí, pero me mira directamente a los ojos a través
del espejo que hay sobre la mesa. Asiento, mientras me invade la expectación.
“Por más fuerte que te corras, no debes hacer ruido”.
Oh, Dios. Menuda promesa. Mientras me aferro a la mesa, deja caer la mano desde la cintura hasta la
parte exterior de mi muslo, tensando la tela del vestido hasta llegar a mi piel. Se me pone la piel de
gallina.
Me pasa los dedos desde el lateral de mi muslo hasta la parte posterior de mis piernas y luego sube
hasta mi nalga. Empujando el tanga hacia un lado, pasa un dedo por el pliegue entre mis glúteos. El calor
se apodera de mi cuerpo. Gime y entierra su nariz en mi pelo, respirando profundamente.
Me separa los muslos con la rodilla y lleva sus dedos hasta el borde de mi abertura, moviéndolos
circularmente desde un pliegue, pasando por el clítoris, y bajando por el otro pliegue. La primera oleada
de placer se extiende como un reguero de pólvora a través de mí. Aprieto los músculos del culo para
estabilizarme y me estremezco por completo.
Daniel desliza dos dedos a la vez dentro de mí e, inmediatamente, se me nubla la visión. Me agarro a la
mesa con tanta fuerza que los nudillos se me ponen blancos. Mueve sus dedos dentro y fuera de mí con un
ritmo enloquecedor hasta que estoy tan excitada que apenas puedo ver con claridad. Me sube el vestido
por la cintura. Un segundo después, el rrrris de una cremallera bajada llega a mis oídos. Otro segundo
después, me penetra tan profundamente que su pubis me presiona el culo.
Se queda quieto durante unos segundos, rodeando mi cintura con ambos brazos en un tierno abrazo,
mirándome fijamente a los ojos en el espejo.
“Quiero que esta vez todo resulte bien entre nosotros”, dice con voz baja y cuidadosa. “No quiero que
vayamos tan rápido, pero he esperado tanto tiempo...”.
“Que nada parece lo bastante rápido”, termino por él.
Asiente, apretando el agarre de sus brazos, empezando a deslizarse dentro y fuera de mí. “Sí.
Exactamente”.
Vuelvo a apoyar la cabeza en su hombro. Manteniéndome en esa posición cerca de él, me susurra al
oído cosas dulces y guarras.
La tensión aumenta en mi interior, haciendo que mis músculos internos se contraigan. Daniel me clava
las uñas en la cintura, bajando una mano hasta llegar al clítoris. Mis muslos se estremecen y me muerdo
el labio para no hacer ruido.
Pero entonces me aprieta el clítoris con dos dedos y me agito sobre la mesa. Estoy casi ciega por la
repentina explosión de placer.
“Dan”, digo, con la voz temblorosa. Al enderezarme, siento cómo se estremece dentro de mí mientras
procede a ejercer más presión sobre el clítoris con la mano.
“Dan, oh...”.
Retiro su mano de mi cintura y me la llevo a la boca. Daniel comprende enseguida mi deseo y me rodea
los labios con la mano. Cualquier sonido que emita será amortiguado, pero aun así intento con todas mis
fuerzas interiorizar el placer.
El problema de interiorizar el placer es que aumenta la intensidad. Mis terminaciones nerviosas
parecen agujas calientes. Se me contraen los músculos del vientre, al igual que los del culo y los muslos.
Todo mi cuerpo se prepara para el orgasmo. Nunca me he corrido tan rápido en mi vida.
“Joder, cómo me gusta esto”, susurra Daniel. “Lo tienes tan apretado, cariño. Tan apretado que me está
volviendo loco”.
Lo estrujo tan fuerte con mis músculos internos que casi me corro otra vez solo por sentir cada
centímetro de él llenándome. Me atraviesa un calor y tardo un segundo en darme cuenta de por qué no
estoy bajando del subidón del orgasmo. Daniel me sigue tocando el clítoris. ¿Es que no tiene piedad?
Intento apartar su mano, pero él niega con la cabeza.
“Shh, confía en mí”.
“Estoy demasiado sensible”, protesto, mientras el placer se apodera de mí tal como antes, en forma de
agujas calientes.
“Lo sé. Pero estás muy cerca. Créeme. La segunda vez será más intensa”.
Me penetra con más fuerza que antes, sus muslos golpean mi culo mientras sus dedos me llenan de
placer. Cuando se corre dentro de mí, vuelvo a taparme la boca con su mano.
“Joooooooooder”. Apoya la boca en el pliegue de mi cuello para amortiguar sus propios sonidos y eso
me lleva al límite. Exploto a su alrededor por segunda vez.
Quizá sea porque por fin me he sincerado con él, pero aunque estemos escondidos en una habitación,
disfrazados de pirata y de Cenicienta, y nuestro acto sexual haya sido duro y salvaje, me siento más cerca
que nunca de él.
“Yo también lo percibo, Caroline”. Hacemos contacto visual en el espejo y me quedo perpleja por la
vulnerabilidad de su mirada. “Todo lo que sientes en este momento, lo estoy sintiendo yo también”.

***

Nos limpiamos rápidamente en el baño de al lado, localizamos la maldita purpurina e intentamos no


parecer demasiado culpables mientras volvemos a bajar. Nadie parece haberse dado cuenta de nuestra
ausencia, pero tal vez sea porque las cosas se intensificaron rápidamente. Mia y Elena se están peleando
por cuál de las dos tiene el mejor disfraz —son idénticos— y Will se ha tropezado con un vaso de zumo de
naranja, así que está empapado y llorando. Sebastian intenta animarlo mientras Ava lo cambia.
Su hija, Audrey, los observa con el labio inferior temblando, y está claro que no le entusiasma que su
hermano esté recibiendo toda la atención de sus padres. Oh-oh, presiento el peligro.
Hago un gesto a Daniel con la cabeza. “Vamos a distraer a Audrey”.
Sonríe y me tiende la mano.
“Las damas primero. Después de ti”.
Me pellizco el puente de la nariz, fingiendo asco. “Cobarde. Me echas a los leones primero”.
Se pone a mi lado, acercando sus labios a mi oído. “Oye, tú eres mejor con los niños que yo. Además,
me encanta quedarme detrás de ti. Me permite tener una vista perfecta de ti moviendo el culo de lado a
lado”.
“No se puede distinguir ninguna silueta bajo todas estas capas”.
“Tengo la imagen de tu cuerpo desnudo impresa en mis retinas”.
“¡Daniel!”, le advierto en un susurro. “Toda tu familia está aquí”.
“Eso lo hace más divertido. Ver cómo te sonrojas de la cabeza a los pies”.
“Ya basta. A menos que no quieras echar un polvo durante tres días seguidos”.
Echa la cabeza hacia atrás, riendo. ¡Riendo! Sí, tendré que esforzarme mucho para mejorar mis
habilidades para reprender.
“Es el reto más encantador que he escuchado”.
Calmamos a Audrey distrayéndola con un juego de truco o trato. Al poco tiempo, Will también se une a
nosotros. Papá llega poco después de las siete, mirando incrédulo a su alrededor.
“¿Cuál es su disfraz, señor?”, le pregunta Mia nada más presentárselo.
Papá me mira en busca de ayuda. Lleva ropa normal, una camisa y un pantalón de algodón.
“Es un bibliotecario”, digo con toda la seriedad que puedo reunir.
Mia frunce el ceño. “¿Qué historia tenía un bibliotecario?”.
“Estoy segura de que todas incluían uno. Todos los castillos tenían una biblioteca. Necesitaban un
bibliotecario”.
Mia reflexiona durante unos segundos antes de asentir. “¿Quiere hacer un truco o un trato, señor
bibliotecario?”.
Papá sonríe y Mia lo coge de la mano, guiándolo hacia los otros niños. La fiesta se prolonga hasta bien
entrada la noche y, entre ver a papá sonriendo más de lo que lo ha hecho en años y tener la mirada de
Daniel sobre mí, con el calor de su familia rodeándonos, no puedo evitar desear que haya muchas más
veladas como esta.
Capítulo Veintidós
Caroline
“Me has salvado. Muchas gracias”, exclama Linda, cogiendo el plato con la quiche de mis manos.
“Por cierto, recuerda que solo la mitad es para ti. La otra es para Bing”.
Al oír su nombre, el golden retriever asoma la cabeza por la puerta abierta.
“Bing, quédate dentro”, ordena Linda. “Eres la mejor amiga del mundo”.
Pues, tampoco para tanto. Últimamente tengo un poco abandonada a Linda.
“¿Seguro que no quieres unirte a nuestra noche de chicas? ¿Al menos un rato?”.
“Nah. Necesito acurrucarme en la cama y dormir. Me mata trabajar los sábados. ¿Cómo es que todavía
tienes tanta energía? Has estado ayudando a tu padre todo el día y mírate. Estás prácticamente radiante.
¿Has cambiado el tónico para tu piel? ¿O son todos los momentos de sexo que estás teniendo
últimamente?”.
Me doy un golpecito en la barbilla, fingiendo que estoy pensando mucho. “El voto va sin duda a favor
de los momentos de sexo”.
Aunque esta noche no tendré ninguna actividad porque Daniel está fuera, a cargo del evento por la
despedida de soltera de Beatrix. De todos modos, estoy deseando que llegue la noche cargada de
estrógenos para ponerme al corriente con Summer y Pippa. No hemos podido hablar mucho en
Halloween, así que espero que se prolongue hasta bien entrada la noche.
“¿Has tenido alguna noticia de Daniel hoy?”.
“No, está ocupado. Llamará cuando tenga tiempo”.
Linda se pasa una mano por el pelo, despeinando sus preciosos rizos. “Cariño, si mi hombre pasara la
noche con una ex, sobre todo con una tan guapa como esa chica Beatrix, estaría mordiéndome las uñas,
enviándole mensajes cada quince minutos”.
Suspiro, para nada dispuesta a abrir esta caja de Pandora con ella. “Se va a casar...”.
“¿Qué hay de las amigas que asisten a la fiesta? Apuesto a que son solteras, e igual de guapas. La
gente sexy siempre está rodeada de gente sexy”.
¡Maldita sea! Ni siquiera había pensado en el resto de las mujeres que estarían allí. Con las palmas de
las manos repentinamente sudorosas, cambio mi peso de una pierna a la otra.
“¡Por el amor de Dios, Linda! Tienes que dejar de ser tan pesimista”.
Se encoge de hombros. “Quizás tú te fías demasiado. ¿Habéis vuelto a estar juntos hace cuánto, un
mes? Solo digo que los hombres siempre serán hombres. Haz alarde de tanta perfección y belleza en sus
narices y acabarán por creérselo”.
¿No es la alegría de la huerta? En su defensa, a ella nunca le va bien en el ámbito de las citas. Pero
quizá su idea de que todos los hombres son gilipollas no hace más que atraer, justamente, solo a los
gilipollas.
Unos diez minutos más tarde, mientras estoy en la cocina comprobando la quiche, mis inseguridades
hacen acto de presencia. Tal vez no debería comer la quiche, sino optar por una alternativa baja en grasas
e insípida. Y el vino tampoco es una buena idea. El alcohol tiene tantas calorías...
Me pregunto qué comen las modelos para estar tan delgadas, para mantener esa belleza impecable.
Apuesto a que la quiche no está en su lista de comidas aprobadas. Maldita sea, el pesimismo de Linda me
está afectando. Debería estar en la lista de enfermedades infecciosas. Se propaga como el fuego, te
infecta como una plaga.
De repente, me invade la angustia. ¿Debería ser más prudente? ¿Es demasiado pronto para fiarme
tanto de él? Dios, me voy a volver loca si sigo así. Como si fuera una señal, recibo un mensaje de Daniel.
Daniel: Las chicas empezaron con los cócteles desde el almuerzo. La mitad ya no puede
caminar en línea recta. Parezco una niñera. Espero que tu día sea mejor.
Me río nerviosamente, mientras la sensación de angustia se hace más fuerte. Maldita sea, tengo que
parar esto. Si continúo así, pronto estaré temiendo que se acerque el apocalipsis.
Caroline: Pippa y Summer llegarán pronto. Sospecho que en unas horas también
necesitaremos una niñera. ¡Divertíos!
Cuando suena el timbre de la puerta, ya he conseguido dejar de pensar en algunas de mis
preocupaciones. Un poco de quiche y mucho vino deberían ayudarme a quitarlas definitivamente de la
cabeza.
“Oooh, no teníais que traer nada”, digo, dándoles la bienvenida al interior. Las hermanas Bennett
llevan una bolsa cada una.
“Esta es la primera noche de chicas en mucho tiempo”, dice Pippa. “No voy a escatimar en gastos.
Cuando dijiste quiche, pensé, ¿sabes qué va con tanta grasa? Más grasa. Así que he comprado helado”.
Summer asiente y levanta su bolsa. “Me apetecían patatas fritas. Pero también he traído aguacate y
tomates para hacer guacamole. Eso debería equilibrarlo, ¿no?”.
Me río. “En realidad no, pero la noche de chicas no es para equilibrar. Es para divertirse”.
“Esa es nuestra chica”. Pippa mete el helado en el congelador mientras yo cojo la quiche del horno. La
crème fraiche tiene la consistencia perfecta y el hojaldre está dorado.
“Además, ¿no estamos oficialmente en la temporada de frío? El cuerpo necesita más grasa”, reflexiona
Pippa. Bueno, mediados de noviembre no es precisamente la estación más fría, pero entiendo su punto de
vista.
Las chicas llevan pantalones vaqueros y camisas informales. Pippa lleva el pelo rubio trenzado,
mientras que Summer tiene el suyo recogido en un moño desordenado en la base de la cabeza. Ninguna
de las dos se ha maquillado. ¿Una cosa que me encanta de organizar las noches de chicas en casa? Lo
informales que somos todas.
Summer termina de preparar el guacamole al mismo tiempo que la quiche está lo bastante fría como
para comerla. Que empiece el festín.
Llevamos la comida y el vino a la sala de estar y las chicas se acomodan en el sofá. Yo me siento en la
otomana para poder mirarlas. Una hora más tarde y con tres copas de vino cada una, nos sentamos en el
suelo y, mientras comemos guacamole con patatas fritas, recordamos aquella vez, hace seis años, en la
que queríamos pasar un fin de semana de chicas en Los Ángeles, donde vive su prima, Valentina Connor,
pero el sistema de navegación del coche estaba estropeado y acabamos perdiéndonos.
“Lección aprendida: no dejaremos que Pippa vuelva a conducir”, exclama Summer.
Su hermana le da un codazo juguetón.
“¡Oye! Podrías haberme indicado que me estaba dirigiendo a Marte antes de dejarme conducir cien
kilómetros en la dirección equivocada”.
Summer sonríe. “Es cierto, pero estaba demasiado ocupada cotilleando con Caroline”.
Summer y yo somos hermanas del alma. Cotillear con las chicas es una de mis actividades favoritas
para relajarme, junto con descubrir una gran serie de televisión y verla del tirón, tomar un baño caliente y
mimar a Daniel. No necesariamente en ese orden. Las tres estallamos en carcajadas y me río hasta que
cada miembro de mi cuerpo parece más ligero.
Una vez que hemos conseguido calmarnos un poco, nos ponemos a hablar de nuestros trabajos.
Siempre me ha gustado el trabajo de Pippa como diseñadora en Bennett Enterprises. Las joyas que hace
son realmente impresionantes. Puede que lleve un estilo de vida discreto, pero al menos puedo deleitar la
vista.
Summer trabaja en una galería de arte y también pinta. Tengo uno de sus cuadros colgado en mi
dormitorio: la luz del sol reflejada en un mar tranquilo. Es una preciosa imagen con la cual despertarse.
Mientras nos comemos las últimas patatas fritas y la quiche —que resulta que combina genial con el
guacamole— Summer dice: “Caroline, no hemos hablado oficialmente de ti y Daniel en Halloween, lo que
significa que tienes dos semanas más de información que compartir. Somos todo oídos”.
Pippa levanta un dedo. “Primero traeré el helado”.
“Y las cucharillas. Están en el cajón a la izquierda del horno”, le digo.
Una vez armadas con las cucharillas, nos comemos el helado directamente del contenedor, y me lanzo a
hacer un relato detallado.
“Joder, niña”, exclama Pippa cuando me detengo a recuperar el aliento. “Estás en racha”.
Estoy disfrutando de este momento. Ah, cómo he deseado que llegara este día: que Dan y yo
volviéramos a estar juntos, y que sus hermanas metieran las narices en nuestros asuntos, diseccionando
cada detalle.
“Bueno, ¿cómo puedes sobreanalizar todo conmigo si no estás al corriente de todos los detalles? Así
que, exijo una honestidad honesta...”.
“¿Honestidad honesta? Este vino es demasiado fuerte”, interviene Summer, inspeccionando la etiqueta
de la botella vacía.
“Shh, no interrumpas o me pondré de los nervios. ¿Crees que Linda tiene razón y que soy demasiado
confiada? No dejo de decir que estoy tomando lo nuestro un día a la vez, pero estoy haciendo lo contrario.
Estoy lanzándome de lleno. Pero llevo tanto tiempo deseando que Daniel vuelva a ser mío que ni siquiera
estoy segura de cómo hacer las cosas de otra manera”.
Uf, ya la he cagado. No quería decir la última parte en voz alta.
“Vaya. Es la primera vez que admites que siempre has querido volver con él”, dice Summer, moviendo
la cucharilla en el contenedor de helado de forma despreocupada.
Podría tratar de restarle importancia, pero se darían cuenta. “No quería admitirlo, ni siquiera a mí
misma. Sabía lo patético que parecería”.
“Querer volver con alguien que amas no te hace patética. Te hace humana”. Pippa se endereza,
cruzando las piernas como en una postura de yoga. “Y volviendo a tu pregunta, no, no eres demasiado
confiada. Tú sabes mejor que nadie lo que tienes con Daniel. Linda es tu amiga, pero no me gusta cómo
habla de los hombres. Estoy segura de que, aunque tuviera una pareja perfecta, encontraría algo de lo
que quejarse. Daniel no es un gilipollas. Y no lo digo solo porque sea mi hermano”.
Summer se ríe. “Sí, lo dices por eso. Admítelo, eres parcial”.
“Por supuesto, soy parcial. Pero mi parcialidad viene de treinta años de estudiar a mi hermano. Está
basada en la observación”.
“Porque meter las narices en los asuntos de los demás es una prueba científica infalible”, dice Summer.
Pippa vuelve a subirse torpemente al sofá, frotándose la cadera. “El suelo está demasiado duro. Ya no
siento el culo”.
“Eso puede ser obra del vino”, le digo solemnemente.
Pippa inclina la cabeza, como si lo estuviera considerando. “Eres una gran amiga. Y haces feliz a mi
hermano. Ya deberías ser un Bennett”.
Dios mío, Dios mío, eso suena tan bien. Tan, tan bien.
“He soñado con esto desde la primera vez”, admito. “Caroline Bennett suena muy bien”.
“Hablando de anillos, ya tengo en mente el tuyo”. Mueve las cejas y se frota las manos con entusiasmo.
“Solo necesito la palabra”.
Esto se me ha ido de las manos.
“Basta de hablar de anillos. He dicho que había soñado con esto la última vez. Ahora...”.
“Vas poco a poco”. Summer guiña un ojo, colocando el contenedor de helado en su regazo,
acaparándolo.
“Normalmente soy una borracha alegre. ¿Qué me pasa?”. Me repugna mi propia negatividad.
“No te pasa nada. Las dudas y los miedos son normales. Estás enamorada de un hombre que perdiste
una vez y tienes miedo de volver a perderlo”, dice Pippa.
Me llevo las rodillas al pecho, sintiéndome repentinamente expuesta. “No he dicho nada sobre el
amor”.
Las chicas sonríen, intercambiando miradas.
“Sabemos leer entre líneas”, me dice Summer.
Capítulo Veintitrés
Daniel
“Vamos, dormilona. Un beso. Sé que estás despierta. Te has asomado cuando me estaba vistiendo”.
En respuesta, Caroline abraza la almohada con más fuerza bajo su cabeza, abre un ojo y lo vuelve a
cerrar. “Me gustas más desnudo”.
“Mi objetivo es complacer, pero es lunes y debo marcharme temprano”.
“Mmm... esas sí que son palabrotas”.
“Si no me das ese beso, lo voy a robar”.
Mueve su sexy y desnudo culo, aún con los ojos cerrados. “¿Qué te detiene, Bennett? Toma lo que es
tuyo”.
Mujer descarada.
Poniendo una rodilla en la cama, me tumbo sobre ella, besando la línea de su columna vertebral y
dándole un pequeño golpe en el culo. Gime suavemente, llevando la mano hacia atrás cuando le beso el
lateral del cuello, y me tira del pelo.
Suele ser madrugadora, pero anoche la mantuve despierta hasta tarde. El fin de semana fue un
desastre de proporciones épicas. Es el último evento de soltero o soltera que organizo, por más
importante que sea el cliente que lo requiera. Conduje hasta aquí ayer por la tarde, con la necesidad de
ver a Caroline, para saciarme de ella, cosa que todavía no he hecho. Revoloteo a su alrededor, sintiendo su
calidez y dulzura, todas las cosas positivas que aporta a mi vida. Como si percibiera lo mucho que la
necesito, saca una mano de debajo de la almohada, me acaricia el cuello y me acerca.
Quedarse aquí con ella parece ser la mejor forma de aprovechar el día, pero el deber llama. Y si hay
una cosa de la que no puedo persuadir a Caroline de hacer, es de dar parte de enferma. Su ética de
trabajo me está matando.
Se vuelve a quedar dormida en mis brazos y me alejo con cuidado de no despertarla. Hoy va a llevar a
su clase al circo, así que entra más tarde.
El día se pone cuesta arriba en cuanto subo al coche. Suena mi teléfono y en la pantalla aparece un
nombre conocido: Jake Wensworth, propietario del San Francisco Business Report, la revista local de
negocios más exitosa.
“¡Hola, Jake!”.
“Daniel. Espero que no sea muy temprano”.
“En absoluto. ¿Tienes alguna novedad?”.
“Sí. Tenías razón. Alguien de tu equipo va a por ti. Hemos recibido una llamada de un tío llamado
Hamel...”.
Me quedo helado. “¿Justin Hamel?”.
“Sí. Nos ha hablado en detalle del índice de liquidez de los activos y demás”.
“¿Y estás seguro de que ha sido Hamel? ¿Y no Colbert?”.
“Cien por ciento. No nos ha dado su nombre, pero hemos buscado su número en Internet y hemos
encontrado un antiguo CV con su nombre y número”.
Tras una larga pausa, digo finalmente: “Esto no es lo que esperaba”.
“Lo siento”.
“Me ocuparé de esto hoy mismo. Al menos me servirá para poner fin a este circo. Gracias, Jake”.
“De nada, hombre”.
Después de colgar, cojo el volante con más fuerza, aprieto el acelerador y atravieso la ciudad a toda
velocidad, con la mente atascada entre el aturdimiento y la ira. ¿Por qué razón mi mentor se volvería
contra mí?
Convoco a Justin en mi despacho nada más llegar y voy al grano en cuanto se sienta frente a mí.
“Hoy he recibido una llamada de Jake Wensworth. ¿Te resulta familiar el nombre?”.
Justin asiente, su expresión no dice nada, lo que me pone aún más nervioso.
“Me ha transmitido una información bastante preocupante. Parece que lo has llamado para informarle
de que la empresa está atravesando algunos problemas”.
Una vena se le mueve en la sien. “Eso no es cierto”.
“Es algo que le había contado a muy pocas personas”.
“Uno de los otros debe haber...”.
“Déjate de tonterías. Tu número de teléfono aparece en Internet. Eras tú. Al igual que las fotos
filtradas a los medios sensacionalistas. ¿Por qué?”.
Cansado de proceder de forma educada, me pongo en pie, recorro el espacio detrás del escritorio y me
detengo frente a la ventana. Los ojos entrecerrados de Justin siguen todos mis movimientos.
Prácticamente puedo escuchar cómo evalúa las posibilidades de convencerme de que la culpa es de otra
persona.
“Me he fiado de ti. Has estado conmigo desde que monté esta empresa...”.
“Sí, toda esa confianza y el esfuerzo no te han privado de ascender a otros por encima de mí, ¿no?”,
suelta entre dientes apretados.
“¿Qué?”.
“Construiste esta empresa con mi ayuda. Contraté a Marcel y lo ascendiste por encima de mí. Incluso
promoviste a esa perra, Honor...”.
“No la llames...”.
“Me importa una mierda lo que quieras”.
Se pone en pie y cruzo la habitación hasta situarme frente a él. “Esto es exactamente por lo que no te
he ascendido. Tus habilidades de liderazgo son nulas. No sabes liderar ni dar feedback. Haces que, como
mínimo, una persona se sienta incómoda durante nuestras reuniones semanales”.
“Sé cómo hacer mi trabajo. No necesito que unos niños ricos y guapos me hablen de habilidades de
liderazgo, feedback y todas esas palabras elegantes que se aprenden en la escuela de negocios”.
Lo miro fijamente. Fue mi primer empleado. A veces es muy exigente, otras hasta maleducado, pero he
aprendido mucho de él, excepto las mencionadas habilidades de liderazgo.
“¿De modo que todo esto es por despecho?”.
Adelanta la barbilla, apoyando una mano en el escritorio. “El dinero extra tampoco me venía mal”.
“Podría haberte pagado más dinero. Lo único que tenías que hacer era pedirlo”.
“Alguien tenía que hacerte bajar los humos. Supuse que unas cuantas demandas judiciales bastarían.
Pero la gente como tú siempre sale ganando, ¿no? Toda esa educación de la Ivy League y el dinero que te
sale por las orejas, todas esas conexiones”.
“Cierto. Wensworth es una de esas conexiones. Tienes una hora para recoger tu escritorio y presentar
tu renuncia”.
“No, no. No te lo voy a poner fácil. Eres tú quien quiere echarme, así que ponte a ello”.
“No creas que no lo haré”.
Palabras que nunca pensé que le diría a alguien que consideraba mi mentor. A pesar de sus defectos, lo
admiraba. ¿Cómo he podido dejar que esto llegara hasta aquí?
“Tu estrella se apagará eventualmente, muchacho. Recuerda mis palabras. La tuya y la de tu familia”.
“No metas a mi familia en esto”, advierto, cerrando las palmas de las manos en puños.
“Tenía la esperanza de tener algo sobre ellos. Casi lo consigo cuando tu hermanita estaba detrás de ese
baterista a principios de año. Summer Bennett exhibiendo...”.
“Si sigues hablando así de mi familia, mañana no podrás caminar, y ni se te ocurra venir a la oficina.
Fuera. Ahora”.
Cierro los puños con más fuerza, luchando por mantener mi ira bajo control. Me está provocando
deliberadamente. Si lo golpeo, presentará una demanda. Aflojo los puños recién cuando lo pierdo de vista.
Recuerdo al baterista del que habla. Planeamos un evento de Año Nuevo para una banda de rock local
y mi hermana se unió a nosotros. Ella y el músico hicieron buenas migas enseguida. Los vigilé durante
toda la noche, listo para ponerme en el papel de hermano mayor si se daba el caso, es decir, si él
intentaba involucrarla en una aventura de una noche. Habría cabreado a mi hermana, pero el tipo era un
gilipollas. Finalmente no pasó nada, pero la idea de que la vida de Summer aparezca en los medios
sensacionalistas por culpa de ese idiota —y por mi culpa— basta para que me hierva la sangre.

***
Caroline
Cuando llegan las cinco de la tarde, ya estoy lista para dar por terminado el día. Me encanta mi trabajo,
pero hoy no ha sido un buen día. Llevar a los niños al circo se ha convertido en un circo en sí mismo.
“Gracias a Dios que ha sido el último”, dice Karla, que parece tan agotada como yo. Estamos en el
parque frente al circo y acaban de recoger al último niño.
“Estaba pensando exactamente lo mismo”.
“Yo también me marcho”.
“Que pases una buena noche, Karla. ¿Algún plan?”.
“¿Derrumbarme en el sofá con una copa de vino cuenta como plan?”.
“Absolutamente”.
“Pues ese es mi plan. ¿Qué hay de ti? ¿Estás saliendo con Daniel Bennett? Cuando te recogió la semana
pasada, parecíais muy íntimos”.
Voy a matar a Daniel. Sí, lo haré. Cuando dice íntimos, probablemente quiere decir que ha visto a
Daniel arrastrándome detrás de su coche y besándome a lo loco.
“Nadie nos verá”, dijo.
“Este es un buen escondite”, dijo.
“Estamos saliendo, sí”.
Sonríe mientras hace un gesto a un taxista para que se detenga. “Bueno, si te recoge de nuevo, por
supuesto, dile que entre. Es un regalo para la vista”.
De inmediato, resuelvo que eso no sucederá. Los dos metros de guapura de Daniel son para mí y solo
para mí. Sí, soy posesiva.
“Nos vemos mañana, Karla”.
Después de que ella entra en el taxi, me dirijo a mi coche, ya emocionada por ir a la tienda de segunda
mano cercana a mi edificio. La propietaria me ha enviado por correo electrónico la foto de una preciosa
bufanda que ha recibido hoy y me ha dicho que la va a reservar para mí hasta esta tarde. Estoy deseando
tenerla en mis manos.
Mientras conduzco, le envío un mensaje a Daniel. No hemos hecho planes para vernos, pero
últimamente hemos estado jugando a un juego que me encanta. Me pide que vaya a su casa y yo finjo que
no quiero, solo para que pueda hacer uso de sus amplias y encantadoras habilidades de persuasión. Como
si necesitara ser persuadida. Me encanta estar en su casa y pasear por Nob Hill. Entre las barberías de
época, los teleféricos y el ambiente de lujo que desprenden edificios como el famoso Hotel Fairmont, es un
placer estar allí.
Caroline: ¿Todo bien?
Al segundo siguiente, suena mi teléfono con una llamada entrante. Contesto inmediatamente.
“Hola, ¿qué tal el día?”, pregunto.
“He tenido días mejores”.
“¿Qué ha pasado?”.
“Es una larga historia”. La angustia en su tono me sobresalta. “Esta noche necesito abrazarte y estar a
tu lado”.
Inmediatamente, percibo que no es el momento de practicar nuestro jueguito.
“¿Qué te parece un baño de burbujas en tu jacuzzi? Sin bomba de baño para chicas, lo prometo”.
Se ríe, pero no parece sincero. No parece convencido.
“Me parece muy bien. Estaré en casa en una hora, pero si llegas antes el portero puede abrirte”.
“Estaré allí en cuarenta minutos y lo prepararé todo”.
Tendré que sacrificar la visita a la tienda de segunda mano, pero no importa. Que la bufanda la disfrute
otro. La prioridad es Daniel. Tengo que estar a su lado para todo lo que necesite.
Para mi sorpresa, me doy cuenta de que el noventa y nueve por ciento de las bombas de baño están
dirigidas a las mujeres. La única que encuentro es una con aroma marino, pero lo consultaré con Daniel
antes de echarla al agua.
Cuando llega, emite todas las energías del Daniel angustiado.
“Tengo el baño listo. El jacuzzi está lleno. La cuestión sigue siendo si la bomba de baño es lo bastante
masculina. “Aroma marino”, dice, pero eso es muy ambiguo. No quiero que huelas como una sirena”.
Esto hace que me ofrezca una pequeña sonrisa. Mmm... podemos mejorar eso. Le cojo la mano y lo
conduzco al baño.
“Deja que me ocupe de ti esta noche”, anuncio cuando llegamos al jacuzzi. Me doy la vuelta,
levantando las manos para desabrochar los botones de su camisa, pero Daniel me coge las dos muñecas,
sujetándolas con una mano. Luego me acerca a él y me da un largo y sentido beso, llevando su otra mano
a la parte posterior de mi cabeza.
Oh, Dios.
Esta es su manera varonil de decir: “Sí, sí, necesito que te ocupes de mí”.
Algún día escribiré un libro dirigido a los hombres, en el que explicaré con lujo de detalles cómo
admitir en voz alta que es normal tener momentos de vulnerabilidad y que eso no los matará. En este
momento, tengo cosas más importantes que hacer, concretamente, cuidar de este hombre en particular.
Primero, tengo que desnudarlo. Si bien no soy quién para aprovecharme de un hombre vulnerable en
beneficio propio, meterlo en la bañera requiere que le quite la ropa.
Si prolongo el proceso, dándole tiempo... pues nadie puede culparme. El cuerpo de Daniel es una obra
de arte. Digno de toda caricia y adoración. Con mis dedos, recorro cada centímetro de piel que destapo y,
cuando eso ya no basta, también utilizo la boca. Desciendo por su pecho, trazando las líneas de su tableta
de chocolate con la punta de mi lengua hasta que siento el bulto de sus pantalones presionando mi
garganta. Me arrodillo y le desabrocho el botón y la cremallera, bajándole los pantalones y los bóxers.
Tomo su erección en mi boca, mirándolo directamente a los ojos. Exhala bruscamente y lleva la mano a
un lado de mi cara, deslizándola hacia la parte posterior de mi cabeza, con las yemas de los dedos
presionando mi cuero cabelludo, como si apenas se contuviera de estrujar mi pelo. Me encanta llevarlo
tan al límite. No quiero que esta noche controle su lado salvaje, así que voy a tentarlo hasta que pierda el
control. Mirándolo a los ojos, deslizo mi boca hacia abajo sobre su cuerpo, y luego más abajo aún, hasta
que siento su punta en el fondo de mi garganta. A juzgar por su grave y ronco gemido, Daniel también lo
percibe. Me atraviesa un calor al oírlo. De repente, estoy ardiendo por él.
Maldita sea. Todo esto se está volviendo contraproducente. Se supone que mi gran plan de seducción
debe volverlo tan loco que pueda hacerlo olvidar todos sus problemas. No debería hacer que yo me excite
tanto que me den ganas de tirar mi plan por la borda y follarlo ahora mismo. No, no, me quedaré aquí.
Esta noche es toda para él.
Como si percibiera mi necesidad, me dice: “Tócate”.
No hace falta que me lo diga dos veces. Muevo la mano, pero la extiendo sobre mi estómago en lugar
de hacer algo travieso, porque se me acaba de ocurrir una idea. Quiero que me diga lo que tengo que
hacer. Quiero que me dé instrucciones, durante todo el proceso. A Daniel le encanta darme órdenes
cuando tenemos relaciones, de la misma manera que a mí me gusta cumplirlas. Me encojo de hombros,
abriendo bien los ojos, esperando que me entienda. No puedo hablar con él llenándome la boca.
Oh, ha captado el mensaje.
“Pasa tu dedo por tus bragas, desde el clítoris hasta tu abertura”.
Lentamente, me bajo los pantalones, quitándomelos de una patada, y luego paso la mano por la seda de
mis bragas, tal y como me ha dicho. Casi instantáneamente, una ráfaga de excitación las humedece.
Aprieto los muslos. Los ojos de Daniel se entrecierran. Respira profundamente y, cuando separa los labios,
veo que tiene los dientes apretados. Palpita en mi boca y aprieto más los labios alrededor de él.
“Me estás volviendo loco, mujer. Tócate de nuevo. Pasa tus dedos por un pliegue y luego por el otro.
Esta vez no te toques el clítoris”.
Casi lo muerdo cuando aprieto la tela empapada contra mis sensibles pliegues. Un temblor sacude todo
mi cuerpo, pero muevo mi boca lentamente sobre él mientras me toco. Le estoy cogiendo el tranquillo a
esto de ser multitarea, aunque estoy tan excitada que apenas puedo pensar.
“Te estás mojando. Y me estás volviendo loco. Desliza tu mano dentro de tus bragas. Toca tu coño”.
Introduzco la mano y oigo un pequeño chapoteo cuando mis dedos se deslizan por el flujo de mi
excitación. Daniel me coge del pelo en un gesto salvaje. Luego se retira de mí.
“Entra en la bañera, Caroline. Necesito follarte ahora mismo”.
Me ayuda a ponerme de pie, me baja las bragas de un tirón y, una vez que estamos desnudos, bajamos
a la bañera.
“Yo me siento. Tú te subes encima de mí. El suelo de la bañera es demasiado duro para ti”.
Me subo encima, bajando sobre él, recibiéndolo por completo con un solo movimiento.
“Ah”, jadeo, pero apenas tengo tiempo de respirar profundamente cuando Daniel empieza a
machacarme con tanta fuerza que tengo que agarrarme de los bordes de la bañera para no salirme de
ella. Se apoya en las palmas de las manos y en las plantas de los pies, introduciéndose en mí con la clara
determinación de obtener hasta la última gota de placer esta noche. Es una follada implacable, pero
también un acto de amor. Lo veo perderse en mí, llevándome más alto con cada empuje y luego más alto
aún, hasta que alcanzamos ese elevado estado mental en el que los pensamientos dejan de existir para dar
lugar a las sensaciones. Me corro a su alrededor cuando grita mi nombre, buscando su clímax.
Noto que se echa hacia atrás, apoyando la cabeza en el borde de la bañera, tirando de mí para que me
recueste con la cabeza sobre su hombro y el agua me llegue hasta la barbilla. Mi espalda está
completamente fuera del agua caliente y tengo un poco de frío.
Segundos después, me doy cuenta de que Daniel me salpica la espalda con agua, dándome calor. Me
acurruco cerca de su cuello, llenándolo de besos.
“Y bien, ¿dónde está esa bomba de baño con la que no dejas de amenazarme?”.
Me acerco al borde de la bañera y se la traigo para que la vea. La huele.
“No huele a lo que sueles usar”.
Riendo, me retiro y me siento para poder mirarlo. “Está mal atacar a un hombre cuando está en el
suelo. Ya te obligaré a usar mi bomba de baño de vainilla y lavanda en otro momento. ¿Qué opinas de
esta?”.
“Adelante”.
La dejo caer en el agua y luego busco su gel de ducha. “Voy a frotar esto sobre tu cuerpo, como un
masaje”.
“Vas a ir a por todas esta noche”.
“Te he dicho que iba a ocuparme de ti”.
Percibo algo en su mirada, pero no dice nada. Me froto las palmas de las manos con gel y me pongo a
trabajar. Masajeo su pecho, los brazos y la parte delantera de los hombros.
“He descubierto quién ha filtrado esas fotos”.
“¡Oh! A juzgar por el disgusto en tu mirada, sospecho que no ha sido el aprendiz”.
“Ha sido Justin. Promoví a Marcel y Honor por encima de él y, aparentemente, eso bastó para ponerlo
en mi contra”.
“Lo siento. Es terrible. Pero ahora todo ha acabado, ¿no? Todo está controlado”.
“Despedir al hombre al que consideraba mi mentor no es precisamente una victoria”.
“Me imagino que no”.
“De hecho, me ha dicho que había estado esperando tener algo que filtrar sobre mi familia. Estuvo a
punto de cumplir su objetivo con Summer en la fiesta de Nochevieja del año pasado”.
Bajo mis manos desde sus hombros hasta su pecho y noto que su corazón late de forma frenética.
Indudablemente, está reproduciendo en su mente lo que podría haber pasado. Yo también estoy
imaginando algunos de los peores escenarios, pero me lo guardo para mí. Es lo último que necesita oír
ahora mismo. Necesita de mi apoyo y que lo consuele.
“Menudo hermano soy, ¡eh! Y también un jefe fantástico”. Con una voz llena de sarcasmo, apoya la
cabeza en el borde de la bañera.
“Dan, deja de castigarte por todo. Eres un gran hermano y un gran jefe. Karla me ha dicho que, en el
viaje, Marcel y Honor no dejaban de decir cosas positivas de ti”.
“Jamás me destrozarían delante de los clientes. Pero eso no quiere decir que realmente piensen eso.
Cuando fundé esta empresa, quería construir algo de lo que pudiera estar orgulloso. Y, de esa manera,
hacer que mi familia estuviera orgullosa”.
“Deberías estar orgulloso de lo que has construido. Y tu familia también está orgullosa. Si no me crees,
pregúntales”.
“Eres tan preciosa, sentada aquí, escuchándome”. Se lleva mis manos a los labios y me besa los
nudillos. Nunca me había mostrado esta faceta suya, nunca me había dejado verlo así, vulnerable y
conmovido. “Estoy tan feliz de tenerte”.
“Estoy feliz de estar aquí, Dan”.
Sin embargo, todavía está en modo angustiado. Sigue estando vulnerable y triste. Me muerdo el
interior de la mejilla, reflexionando sobre qué decir a continuación. Asegurarle que todo está bien no
servirá de nada. A veces no necesitamos oír “todo irá bien”. Ya lo sabemos, pero seguimos teniendo la
sensación de que podríamos haberlo hecho mejor, de que todo lo que hemos hecho no ha servido para
nada. Este sentimiento me resulta demasiado familiar y, aunque evito hablar de ello, quizá compartirlo lo
ayude, al menos para que entienda que es normal sentirse así de vez en cuando. No es agradable, pero es
normal.
“Yo también tengo esos momentos”, digo suavemente. “Cuando siento que todo lo que hago no sirve
para nada”.
Daniel se endereza y me mira fijamente.
“Cuando mamá presumía ante todo el mundo de que mi hermano era neurocirujano, me decía que
podría haber llegado a algo mejor que ser maestra de primaria”. Esta era la parte más fácil de confesar.
Tragando, trazo un patrón aleatorio en su pecho con el dedo índice. “Después, tras el aborto y la
operación, las pocas veces que les dije a los hombres que no podía tener hijos, no me fue nada bien. Me
hicieron sentir que no era lo suficientemente mujer”.
Los músculos de sus brazos y hombros se tensan. Me acerca hasta que me tumba encima de él. “Por
eso tenías miedo de decírmelo”.
“Sí”.
“¿Te resulta difícil estar rodeado de niños? ¿En la escuela o con mi familia?”.
“En absoluto. Siempre me han gustado los niños. Tras el diagnóstico, enseguida empecé a pensar en la
adopción, y me pareció bien. Pero no todo el mundo piensa así”.
“No eran lo suficientemente hombres para ti. No has perdido nada”.
“Tienes el don de darle la vuelta a esto para hacerme parecer un premio”.
“Eres un premio. Eres una mujer inteligente, divertida y cariñosa. Lo eres todo. Mi todo”.
Me acurruco en sus brazos como un gatito, empapándome de sus palabras. Su confesión me invita a
responder con una propia, a abrirme.
“Tú también eres mi todo, Dan. Eres lo mejor que me ha pasado. Lo mejor”.
Este momento, en el que cada uno de nosotros desnuda su alma ante el otro, compartiendo sus miedos,
resulta más íntimo que cualquier otra cosa que hayamos hecho antes. Es la primera vez que nos hemos
expuesto de esta manera. Quizá porque a esa edad no teníamos muchos secretos embarazosos o, quizá,
simplemente no estábamos preparados para confiar al otro las cosas menos perfectas.
“¿Incluso cuando soy un desastre?”, pregunta.
Estoy pegada a su pecho, así que no puedo ver su expresión, pero veo cómo su mano se tensa en el
borde de la bañera. Mi respuesta es importante para él. Diría que está lejos de ser un desastre, pero no es
lo que necesita.
“Incluso en esas ocasiones. Especialmente en esas ocasiones. Eres humano. Mi humano. Tengo un
pequeño secreto: sé que no eres perfecto. Nadie lo es”.
“Maldita sea, todo ese esfuerzo y todavía no puedo engañarte para que pienses que soy perfecto”.
“No. Me temo que te he pillado. Pero estaré aquí pase lo que pase, lista para escucharte, prepararte un
baño y cualquier otra cosa que necesites. Te lo prometo”.
“No necesito el baño, ni nada más. Solo te necesito a ti”. Pasa sus dedos por mi pelo, mientras su
aliento acaricia el lado de mi cabeza. “Escuchar sin juzgar, fiarte de mí”.
Mordisqueo la base de su cuello, lo que podría provocar un chupetón, pero necesito besarlo, tocarlo.
Necesito estar más cerca de él. Pero no sé si está preparado para volver a tener sexo.
“Acostarse desnuda encima de mí también es una gran ventaja”, añade en un travieso susurro. Me río
contra su cuello, feliz de que podamos encontrar un espacio para el humor en cualquier situación. Parece
que me ha salido el tiro por la culata. Siempre está listo para un momento de sexo. Hombres.
“Lo sabía. Todo se reduce al sexo. Cuidado, o te regalaré mi bomba de baño de vainilla”.
Desliza una mano entre nosotros, acariciando un pezón. “Ya están despiertos”.
“Si sigues así, pasaré a una bomba de baño de cereza y miel. Vas a oler a postre durante una semana”.
Capítulo Veinticuatro
Daniel
Resulta que despedir a alguien por intento de sabotaje requiere más papeleo que crear una puñetera
empresa.
Para cuando llega el jueves, lo único que quiero es poder olvidar esta semana por completo, hacer
como si no existiera. Es imperativo resolver todo esta semana porque el lunes tengo una excursión y el
martes vuelo a Sydney, donde cerraré un negocio. Además, mañana por la mañana tengo una audiencia
por el caso de Justin. Sin embargo, mientras aparco el coche en la entrada de la casa de mis padres, me
propongo relajarme y disfrutar de la cena de Acción de Gracias.
Cuando entro a la casa, se oye un alboroto de voces. Están todos sentados en los distintos sillones y
sofás del enorme salón, con una copa en la mano. Tras saludar a mis padres y a Martin, me dirijo
directamente a Caroline, que está sentada en un sofá, hablando con Landon Connor, un primo de la
familia de mi madre.
“Landon, me alegro de verte, tío”. Le doy la mano, besando a Caroline en la frente, y luego me siento
en el reposabrazos. “No sabía que vendrías esta noche”.
“Quería ir a Los Ángeles, pero no me dio tiempo”.
El clan Connor reside en Los Ángeles, pero Landon se trasladó a San José hace años con su mujer,
Rachel. Desgraciadamente, desde que ella falleció, mi primo parece pasar cada momento de su vida
trabajando.
“Uf, seguro que Valentina estará dispuesta a ofrecer una recompensa por tu cabeza”, digo,
refiriéndome a su hermana gemela, a la que le gusta organizar eventos familiares tanto como a mamá.
“Estoy esperando que aparezcan carteles de ‘Se busca’ en cualquier momento”, responde Landon.
Caroline sonríe y me rodea con un brazo.
“Val tiene que venir a San Francisco más a menudo. Necesito que alguien me enseñe a ejecutar
correctamente las danzas irlandesas. No puedo creer que ella sea mucho mejor que yo. Vosotros sois solo
medio irlandeses”, dice ella.
“Ah, para mi padre era muy importante el baile”, dice Landon. Su padre emigró de Irlanda a Estados
Unidos más o menos al mismo tiempo que los padres de Caroline. “Y Val es la única de la familia que sabe
bailar”.
Caroline suspira con nostalgia. “Me conformo con poder evolucionar hasta el punto de no pisar más
mis propios pies”.
“O los míos”, le respondo.
Me da un codazo juguetón. “No he pisado los tuyos”.
Landon guiña un ojo. “Puedo afirmar con seguridad que también pisas los dedos de los pies de tu
pareja de baile. Hasta yo tuve un par de dedos morados después de la boda de Blake”.
Caroline se cruza de brazos, mirando de Landon a mí. “Se están aliando en mi contra. Eso es injusto”.
Landon levanta las manos en señal de defensa. “Solo estoy aportando pruebas”.
“Siento interrumpir”, dice Summer, acercándose a nosotros. “Necesito robarles a mi primo favorito un
rato”.
Mientras Landon se levanta del sofá, le advierto. “No le creas. Nos hace el juego de los favoritos a
todos”.
Landon se ríe y pasa un brazo por los hombros de Summer. “Soy el único primo presente esta noche.
Soy el favorito por falta de primos”.
“Sigue pareciendo tan triste a pesar de que ya ha pasado tiempo desde la muerte de Rachel”, dice
Caroline en voz baja y melancólica. Para mí, Landon parece estar bien, pero admito que no me doy cuenta
de estas cosas como lo hacen mis hermanas o Caroline.
“Era su mujer”, digo simplemente. Si le pasara algo a Caroline, creo que nunca me recuperaría.
“Lo sé, pero esperaba que él también se contagiara del virus Bennettitis. Después de todo, es pariente
tuyo”.
“Blake te ha estado dando ideas, ¿no?”, pregunto con una sonrisa. Desde que nuestros hermanos
mayores fueron enamorándose uno tras otro, Blake ha declarado que el virus Bennettitis está haciendo
estragos en nuestra familia.
“Así es. Y por cierto, Blake estaba comentando algo sobre una noche de chicos mañana por la tarde”.
En ese momento, mamá anuncia que el pavo está listo y que todos podemos dirigirnos a la mesa del
comedor. Le cojo la mano a Caroline y le indico el camino.
“Hablando de hermanos, hoy he hablado con Niall”, le digo, acercándole la silla.
Caroline gruñe. “Te ha echado el sermón, ¿no?”.
“Sí, pero ha sido más amable de lo que esperaba”.
Levanta una ceja cuando me siento a su lado. “Define amable”.
“No me ha dicho nada que yo no le diría a alguien que sale con Summer”, digo con sinceridad.
“Vaya, menudo día has pasado, has tenido que lidiar con el asunto de Justin y con las amenazas de mi
hermano”. Inclinándose, añade en un susurro conspirador. “Esta noche me ocuparé de ti, lo prometo”.
“Te tomo la palabra”.
Como era de esperar, la cena de Acción de Gracias se alarga durante horas, justo hasta que Will se
queda dormido con la cabeza sobre la mesa y decidimos dar por terminada la noche.

***
La noche siguiente, soy el último en llegar al bar de Blake, con mis hermanos y el marido de Pippa hemos
organizado una quedada de hombres aquí.
Estamos todos sentados alrededor de dos mesas altas de bar que hemos juntado: Sebastian, Logan a su
lado, y luego Eric. En el otro lado están Blake, Christopher y Max.
“¿Cómo ha ido?”, pregunta Logan. “Blake nos lo ha contado”.
Gruño, mirando fijamente a Blake. Se suponía que debía mantener la boca cerrada. No le he contado a
ninguno de mis otros hermanos el asunto de Justin porque no quería preocuparlos, pero cuando llamé a
Blake en el almuerzo para decirle que llegaría tarde esta noche, insistió en que le dijera por qué.
Blake sonríe. “La culpa es de la cerveza”.
“Solo te has tomado medio vaso”.
“La culpa es de mi bocaza. Me pareció que debían saberlo. Suelen tener buenas ideas”.
“Si necesitas abogados, ya tenemos un montón en nómina”, ofrece Sebastian.
“No, estoy bien. Lo está llevando un equipo competente. Lo único que quiero es poner fin a todo esto.
Olvidar que ha pasado”.
Logan tamborilea con los dedos sobre la mesa. “Podría volver a ocurrir, así que cuidado. El sabotaje
corporativo es bastante habitual”.
“¿Ah, sí?”, levanto una ceja de forma escéptica.
“Sí. Hay empleados frustrados en todas partes. Presta especial atención a los exempleados vengativos.
Tuvimos uno una vez que trató de detener un envío a Europa. Fue una pesadilla”.
Max interviene. “Los competidores a veces también son desagradables. Promueven problemas legales
o envían a las autoridades”.
“No creo que suceda, diría yo. No es un pez gordo como Bennett Enterprises. No hay peces gordos en
mi industria en absoluto. Dudo que alguno de los otros pierda su tiempo con algo así. Yo no lo haría”.
Sebastian se rasca la barbilla y bebe un trago de cerveza. “Porque eres decente. No todo el mundo
juega limpio. Si tus abogados están a la altura, podemos ayudarte. Los nuestros se han encargado de casi
todo”.
Sorprendentemente, la noticia de que mis hermanos han pasado por algo similar me tranquiliza un
poco. Es bueno saber que, al menos, esto está dentro del marco de la normalidad.
Blake me mira con suficiencia. Su primera reacción cuando se lo dije fue “¿Por qué demonios no se lo
dices a los demás? Seguro que lo han visto todo en Bennett Enterprises. Tendrán algún consejo”.
A diferencia de mí, Blake nunca ha tenido problemas para pedir ayuda o consejo a mis hermanos.
“Dilo”, exige.
“Tenías razón”.
Blake levanta el puño y abre la boca. Levanto una mano para aplacarlo. “Deja de regodearte. Necesito
una cerveza”.
Tras varias cervezas, la conversación se centra en Bennett Enterprises. Como todos, excepto Eric,
Blake y yo, trabajan en la empresa, esto sucede a menudo. Mis hermanos son muy inteligentes y me gusta
escuchar sus ideas. En más de una ocasión, durante las noches de fiesta, he aprendido valiosas ideas de
gestión u operativas que he aplicado en mi propio negocio.
“Basta de parlotear de Bennett Enterprises”, dice finalmente Blake. “Todo muy bonito e interesante,
pero esto no es la sala de juntas. Si hubiera sabido que estabas usando esta noche para elaborar
estrategias, habría salido con Clara”.
Logan sonríe. “Siéntete libre de dejarnos por tu mujer cuando quieras. Puede que esta noche no esté
muy interesada en hacer algo contigo. Por lo que he oído, las chicas se lo están pasando en grande. Es la
primera vez que Clara sale con ellas desde que ha llegado el bebé, ¿no?”.
“Sí”, confirma Blake. “Estaba nerviosa por ello, pero necesita tomarse un tiempo para sí misma”.
“Es una locura que mamá y papá acojan a los niños durante la noche”, dice Logan. “Supongo que han
tenido mucha práctica al criarnos a todos nosotros”.
“Ni idea de cómo lo han hecho”, dice Sebastian.
Logan le da una palmada en el hombro. “Estás a punto de averiguarlo, con dos más en unos meses”.
Él y Ava han compartido la noticia ayer. ¿Es mi imaginación, o Sebastian parece tenso?
Da un largo trago a su cerveza y asiente. “Mi peor temor es no poder mantener o proteger a mi esposa
e hijos. Ya sea porque me muera o, aún peor, quede incapacitado y me convierta en una carga”.
Todos los comensales guardan un silencio de estupefacción. No puedo ni contar con una mano las
veces que Sebastian ha expresado sus temores. Esto debe ser muy duro para él.
“Tu esposa es una mujer muy fuerte”, digo finalmente. Los demás todavía parecen demasiado
aturdidos para reaccionar. “Se las arreglará sin importar lo que la vida le depare. Y nos tiene a nosotros.
Pase lo que pase, cuidaremos de Ava y de los niños. Puedes contar conmigo, con todos nosotros”.
Sebastian asiente, pero sigue con la mirada perdida. Logan parece salir de su estupor y me apoya
inmediatamente. Los demás también intervienen, tranquilizando a mi hermano mayor.
“Nunca lo he visto así”, le comento a Christopher diez minutos después, cuando hacemos cola en la
barra para traer más cervezas.
“Yo sí”, dice en voz baja. “Cuando descubrió que Ava estaba embarazada la primera vez. Alice y yo
estábamos con él. Se preguntaba si sería un buen padre, cosas así. Para serte sincero, nos sorprendió un
poco. Pero entiendo de dónde viene. Cuando Victoria se quedó embarazada, a mí también se me pasaron
por la cabeza pensamientos de ese tipo. Ella leyó al respecto, dijo que era normal que aparecieran. Nunca
pensé que le pasaría a Sebastian porque siempre lo tiene todo bajo control, siempre está seguro de sí
mismo. ¿Y por qué narices nos está llevando tanto tiempo conseguir unas cervezas?”.
Tardamos cinco minutos más en volver a la mesa. Me dirijo a mi gemelo.
“Blake, un comentario sincero: tus camareros son lentos de cojones. Han tardado una eternidad en
tomar nuestro pedido”.
“Joder”, dice Blake. “No ha sido culpa de los camareros. Es culpa mía. Les he dicho que fueran más
despacio después de nuestra tercera ronda. Todavía tenemos que recoger a las chicas. Será mejor que
podamos caminar bien derecho cuando lo hagamos”.
Logan se queda boquiabierto. “Nunca pensé que llegaría el día en que Blake fuera el más responsable
del grupo. La paternidad ha hecho maravillas contigo, hermanito. Ahora, asegúrate de que éste siga tus
pasos. Sentar cabeza y todo eso”. Señala en mi dirección con un pulgar.
“Oye, estoy aquí. Puedo oírte”, digo fingiendo ofenderme. Hace demasiado tiempo que Logan no me
toca las pelotas. Solía hacerlo mucho más a menudo cuando tenía veintitantos años. Sinceramente, por
aquel entonces lo necesitaba. Nada mejor que un hermano mayor respirándote en la nuca para motivarte
a ponerte las pilas.
“Quería que lo escucharas”, me dice Logan. “Si vuelves a hacerle una jugarreta a Caroline, te las verás
conmigo”.
Una cosa con la que siempre puedo contar: mis hermanos no reprimen los golpes. Literal o
figuradamente hablando.
Blake mueve la cabeza hacia atrás. “Logan, si quieres que te ayude a acorralar a Daniel, voy a
necesitar más información que ésta”.
Perfecto. Blake me cubrirá la espalda. Lazos de gemelos y todo eso.
Señalándome con un dedo, dice: “Estoy con Logan. Cualquier cosa rara y te mato”.
Aparentemente, el vínculo entre gemelos no vale una mierda esta noche.
“¿De qué lado estás?”.
No lo duda. “Del de Caroline”.
“Yo también”. Levanto mi copa hacia ellos. “Ah, una cosa chicos: dejad lo del acorralamiento a nuestras
hermanas. Se les da mucho mejor que a vosotros”.
Capítulo Veinticinco
Caroline
Por diversas razones, el lunes no es mi día favorito de la semana, pero hoy estoy al borde de un ataque de
pánico. Desde que he llegado esta mañana, tengo la impresión de que Karla y Helen están hablando de mí.
¿Estoy volviéndome paranoica? ¿He hecho algo malo? Seguramente el director me lo habría dicho.
Durante el recreo de la tarde, me dirijo directamente a la sala de profesores.
Encuentro a Karla y Helen con las cabezas juntas, parando en seco al verme, enderezándose.
“¿Qué pasa?”, pregunto. “Lleváis actuando de forma extraña todo el día”.
Intercambian miradas incómodas. Vale, entonces, no era mi imaginación.
“¿He hecho algo? El director no me ha dicho...”.
Karla sacude la cabeza. “Nah, es otra cosa. No lo has visto. Me pareció que podría ser por eso. Has
estado demasiado tranquila todo el día”.
Ahora sí, el pánico empieza a aumentar dentro de mí. “¿Ver qué?”. ¿Le ha pasado algo a papá? ¿A
Daniel?
Con una mirada compungida, se levanta, coge su teléfono del bolsillo delantero de sus vaqueros, toca
la pantalla un par de veces y me lo entrega. Me invade un miedo glacial. Ahora entiendo los susurros, las
miradas furtivas. En la pequeña pantalla hay una foto de Daniel y alguien que definitivamente no soy yo.
Por la frondosa melena rubia y el título del artículo, sé que es Beatrix.
Y, aunque la imagen está mal iluminada y no es clara, la cosa no pinta bien. No puedo estar del todo
segura, porque el ángulo es malo, pero parece que hay un encuentro de labios involucrado. No quiero
pensar demasiado en ese enredo de brazos. Me desplazo hacia abajo, leyendo el artículo. Un vistazo al
navegador me dice que es una revista de cotilleos de mala calidad. No esperaba menos.
Vuelvo al artículo. Lucho contra el nudo en la garganta, parpadeo un par de veces para despejar la
vista.
¿Por qué narices ha tenido tanta repercusión esto? Probablemente porque Beatrix está comprometida
con un actor muy famoso. Tragando con fuerza y cuadrando los hombros, le devuelvo el teléfono a Karla.
“¿No es este el tío que estás viendo? ¿Daniel Bennett? Nos ha parecido que era él”, dice Helen con
incertidumbre.
“Sí. ¿Y?”, pregunto con severidad.
“Oh”, dice Karla, claramente malinterpretando mi estoicismo como indiferencia. “No sabíamos que
tenían una relación casual, sin ataduras”.
Por suerte, no consiguen husmear mucho más porque entra el director, que nos pregunta por la
excursión al zoo que estamos planeando para los niños la semana que viene. Respondo casi en plan robot,
con la cabeza dando vueltas, centrándome en un par de palabras. Casual, sin ataduras.
Una vez que el director sale de la sala de profesores, yo también me excuso, diciéndoles a todos que
voy a salir a preparar el patio para las actividades extraescolares de la tarde, lo cual es cierto, pero
también necesito estar a solas para pensar con más claridad.
Me balanceo un poco, caminando de forma insegura mientras avanzo por el patio, la cabeza no para de
darme vueltas hasta que el torbellino de pensamientos hace mella en mi estómago y, de repente, tengo la
sensación de que voy a vomitar.
Es hora de sentarse, respirar profundamente y repasar los hechos. Uno: la foto no era clara. Dos: vino
directamente a mí después de la fiesta, se metió en mi cama.
Por otro lado, Daniel rompió conmigo una vez porque quería experimentar y no estaba preparado para
comprometerse. Pero eso fue hace diez años. Y esta vez, todo ha sido completamente diferente. Con
mucha dulzura debajo de la pasión y muchos momentos sinceros en los que ambos bajamos la guardia. No
ha sido todo producto de mi imaginación, ¿verdad? ¿He estado construyéndolo todo en mi mente,
suponiendo que era una relación más seria?
Pero ver la foto, esa maldita foto... Por muy borrosa y mal iluminada que esté, sigue generándome
dudas. No me ha contado nada sobre el fin de semana, excepto que no organizará más fiestas de
despedidas de solteros. No he leído nada al respecto. ¿Debería haberlo hecho? Pero no se habría metido
en mi cama si hubiera pasado algo.
Cuando vuelvo a entrar, parezco un zombi, cansada de luchar contra mí misma, de analizar los pros y
los contras en mi cabeza. No hago más que seguir la corriente, deseando que este día acabe de una vez
para poder salir de aquí. Helen y Karla no dejan de mirarme furtivamente y tengo ganas de decirles que
se ocupen de sus propios asuntos. El problema es que, cuando tu vida personal está en Internet, es asunto
de todos. De vez en cuando, compruebo mi teléfono, pero no hay ningún mensaje de Daniel. No me
sorprende. Ha dicho que hoy mantendría su teléfono apagado para poder centrarse en el grupo en lugar
de atender las llamadas relacionadas con el empleado que ha despedido.
Está en una excursión de un día con un contingente, en un recorrido en barco por la bahía con una
parada de tres horas en Alcatraz. Pero me ha dicho que iría a su oficina después de la excursión, a eso de
las seis.
De modo que, en cuanto han recogido al último niño, me dirijo directamente a su despacho, ya con las
cosas claras.

***
Daniel
Cuando entro en el edificio de mi oficina, Lena todavía está en la recepción.
“Daniel, has llegado. Por fin. Necesito...”.
“Dame cinco minutos, Lena. Cinco minutos”.
Asiente, con los labios apretados.
Una vez dentro de mi oficina, enciendo finalmente el teléfono. Dios mío. No paran de aparecerme
notificaciones. Tengo llamadas perdidas de toda mi familia. Joder, ¿le ha pasado algo a alguno de ellos? ¿O
a Caroline?
Luego veo la docena de llamadas perdidas de mis empleados también. Además, tengo unas dos docenas
de mensajes. Hasta de Beatrix. ¿Qué quiere de mí? Hablando del Rey de Roma, está llamando ahora
mismo.
“Por fin lo coges”, exclama.
“¿Qué pasa? He estado de excursión todo el día, tenía el teléfono apagado”.
“Genial. Supongo que no has visto la foto ni leído el artículo”.
“¿Qué foto? ¿Qué artículo?”.
Habla tan rápido que es difícil seguirle el ritmo, pero me esfuerzo, maldiciendo entre medias.
“No lo entiendo. ¿Tienen una foto de qué? No pasó nada”.
“Por el amor de Dios, Daniel. Tienes mucha experiencia en esto. La prensa le da vueltas a todo. Tienen
una foto de cuando me estabas llevando al hotel, medio desmayada, colgada de tu cuello. La luz es muy
mala, así como el ángulo. Parece que nos estamos besando”.
Gruño, pasándome una mano por la cara. ¿Cómo demonios ha sucedido esto? Se me revuelve el
estómago. ¿Lo habrá visto Caroline? ¿Se lo ha creído? Joder.
“Beatrix, tengo que irme. Tengo que hacer una llamada importante”.
“Grant y yo haremos una declaración sobre esto. Puede que recibas algunos correos con mensajes de
odio de sus fans, pero...”.
“Me ocuparé de ello. Pero necesito marcharme ahora mismo. Tengo algo importante que hacer”.
En cuanto se desconecta la llamada, busco el artículo en Internet. Se me tensa todo el cuerpo y luego
se vuelve a relajar. La foto no me parece demasiado condenatoria, pero puede que eso se deba a que
estuve allí y sé lo que pasó. ¿Me creerá Caroline? No tengo mucho en mi defensa, salvo mi palabra.
Los rumores sobre mí nunca me han molestado, a menos que puedan perjudicar a mi familia. Siempre
me he centrado en eliminar las historias falsas sobre mis hermanos. Como Logan y Sebastian son algo así
como hijos de papá, los rumores inventados sobre ellos son particularmente despiadados. Justo el mes
pasado, una revista local de mala muerte estaba a punto de publicar una “historia” sobre que Logan tenía
otra familia. Blake y yo pedimos un centenar de favores para que no se publicara. Sebastian dice que
luchar contra estas cosas es inútil. Quizá tenga razón. La familia sabría la verdad de todos modos. Pero el
asunto es que sus hijos no tienen edad para entender. Solo los confundiría, lo cual podría causar que no
adoren a sus padres de la misma forma.
Y cuando se escribe tanta mierda sobre ti, la gente acaba creyendo que al menos una parte tiene que
ser cierta. Como mis hermanos mayores siempre han sido un objetivo más interesante, nunca me ha
importado mucho lo que se escribía sobre mí. Ahora, sin embargo, tengo una gran razón para
preocuparme, y se llama Caroline.
Sentado al borde del escritorio, paso el pulgar por encima de la pantalla del teléfono. No, esta
conversación tiene que ser cara a cara. Si lo único con lo que puede contar es mi palabra, será mejor que
se lo diga en persona.
Lena asoma la cabeza por mi puerta. “Hay alguien que quiere verte, Daniel”.
Cuando la puerta se abre de par en par, aparece Caroline. Le dedica una pequeña sonrisa a Lena, entra
y cierra la puerta.
“La has visto”. Un comienzo de lo más lamentable.
Caroline asiente, mordiéndose el labio inferior, evitando el contacto visual. “Justo después del
almuerzo. Me la enseñaron las chicas del trabajo”. Respira profundamente y levanta la mirada. “Me lo he
pensado y he llegado a la conclusión de que no me creo ni una palabra. Puede que en esa foto parezca un
beso, pero estoy segura de que no lo fue”.
Cruzo la habitación hacia ella, le rodeo la cintura con los brazos y la beso con fuerza. Joder, ni siquiera
me había percatado de lo mucho que necesitaba esto. Su plena confianza. Su confianza ciega. Apoya el
cuerpo contra el mío y suspira contra mi boca. Mientras ella confíe en mí, nada más me importa.
“De modo que, ¿te lo has pensado?”, murmuro cuando hacemos una pausa para respirar, manteniendo
mis brazos donde están. No voy a dejarla ir. Todavía no.
Asiente, suspirando en silencio. “Al principio entré en pánico, pero tú has sido tan... O sea, todo lo que
hay entre nosotros ha sido tan real, que me pareció que era imposible que hicieras eso”. Su mirada está
llena de incertidumbre y su cuerpo se tensa. “¿Lo harías?”.
“No, cariño, no lo haría”. Se relaja en mis brazos. “Antes de que vinieras, estaba pensando en cómo
construir mi defensa cuando lo único que tengo es mi palabra”.
“Me basta con tu palabra”, dice casi sin aliento, sonriéndome. Es lo mejor que he visto en todo el día.
La atraigo aún más hacia mí. Caroline es única. Algo que ya sabía hace nueve años, pero era demasiado
estúpido como para apreciarlo. Ahora voy a demostrarle lo mucho que la aprecio, cada día. Beso la punta
de su nariz, su frente y apoyo los labios en su sien.
“Esto es lo que pasó en realidad: Beatrix estaba borracha, la llevé de vuelta al hotel y sus amigos la
ayudaron a llegar a su habitación. No hay nada más”.
“Te creo”.
Así de fácil. Ella me cree.
“Gracias por confiar en mí”.
“Esto es diferente a todo lo anterior”. Sus ojos se abren de par en par e, inmediatamente, desvía la
mirada, negando con la cabeza, como castigándose por haber dicho en voz alta algo que no debía. Es
adorable cuando tiene conversaciones con ella misma en su cabeza, pero quiero ser parte de esta en
particular.
“¿En qué sentido es diferente?”, le doy un pequeño codazo.
“No importa”. Intenta zafarse de mis brazos, pero no la dejo escapar.
“Quiero saberlo”.
“No, de ninguna manera. Es mejor reservar estas cosas para una noche de chicas. Las mujeres
analizan estos temas durante horas. Los hombres son más directos, hablar de sentimientos los hace huir
como rata por tirante, y...”.
“Dame un poco más de crédito”. Vuelvo a besarle la punta de la nariz. “Vamos, dame la oportunidad.
¿En qué sentido es diferente?”.
“Es más profundo. Más real”.
“Gracias a Dios no soy el único al que le parece así”.

***
Caroline
¿He escuchado bien?
“Dan”, susurro, pero me detengo porque parece querer seguir hablando y yo quiero empaparme de
cada palabra.
“En la universidad, me importabas, pero no de esta forma. Me gustaba lo mucho que nos divertíamos
juntos. Me gustaba desnudarte cada vez que podía. Ahora también me gustan esas cosas, pero también
nuestras noches de tranquilidad juntos, preguntándote por tu día, contándote el mío. Estas últimas
semanas no han sido las más fáciles, pero saber que eres mía, tan dulce y salvaje... Me gusta que estemos
construyendo una vida juntos, Caroline”.
“Resumiendo, lo que quieres decir es que antes disfrutabas del sol conmigo, y ahora también te gusta
sostener un paraguas sobre mí cuando llueve”.
Frunce el ceño, con cara de confusión. “¿Qué?”.
Sonrío tímidamente. “Lo siento, mi madre solía decir que: el amor no es solo disfrutar juntos de los días
soleados, sino sostener un paraguas para el otro cuando llueve”.
“Ah, lo he pillado”.
Funde su boca con la mía, besándome con fuerza. Sus manos se mueven alrededor de mi espalda, se
deslizan por mi culo, manoseándome sin pudor. Luego me besa el cuello y el hombro. Sentir sus labios y
su aliento frenético sobre mi piel desnuda me hace saltar chispas por todas las terminaciones nerviosas.
Su boca se vuelve aún más codiciosa y desciende hasta mi clavícula.
“¿Qué estás haciendo?”. Susurro.
“Te necesito”.
“¿Aho... ahora mismo?”.
“Ahora mismo. No voy a permitir que salgas de esta oficina hasta que te corras”.
Suelto un sonido de exasperación mezclado con excitación, pero no hago ningún intento por librarme
de sus brazos, ni de detenerlo. Quiero que me dé esto, su pasión desenfrenada.
Me besa de nuevo, con más fuerza, como si no me hubiera besado en semanas. Cuando despega sus
labios, dirige su atención a mi pecho. Llevo un vestido de lana hasta la rodilla y unas medias gruesas que
me llegan hasta la parte superior de los muslos. También llevo un sujetador push-up, por lo que mis chicas
están bien apretadas. Daniel lo aprecia claramente, arrastrando sus labios por la parte superior de mis
pechos.
“Me vuelves loco”, murmura. “No podemos hacer mucho ruido”.
Me recorre una emoción, haciendo que mis células cobren vida. Esto va a ser divertido.
Me inclino hacia él, besando sus labios y su mandíbula. Tiene una ligera barba y me encanta. Me roza
los labios, pero apenas. Es un poco áspera, pero muy masculina. Como Daniel.
Quiero besar cada centímetro de él, pero una mirada a Daniel deja claro que tiene otros planes. Esos
ojos deseosos y traviesos se fijan en mí, tan llenos de lujuria y determinación que me hace sentir
mariposas en el estómago. Se eleva sobre mí, rozándome los hombros y los brazos con las manos. Su boca
está por todas partes, mordiéndome el cuello, rozándome el hombro. Me estremezco por la expectación,
no sé dónde pondrá sus labios a continuación. ¿Será en mi pecho, de nuevo en mis hombros? No hace
ninguna de las dos cosas, sino que me hace girar, me aparta el pelo y me besa la nuca hasta que me
encuentro temblando en sus brazos. Me propongo no intentar más anticiparme a todos sus movimientos y
dejarme sorprender. Y vaya si me sorprende, porque sujeta el vestido por los lados y lo levanta más y más.
Entonces empuja el tanga hacia un lado e introduce un dedo en mi interior. Me inclino hacia delante y se
me escapa un jadeo de los labios.
“Silencio”, gruñe.
“¿Cómo esperas que no haga ruido mientras me haces esto?”.
Daniel mueve el dedo dentro y fuera de mí, deslizando un segundo dentro.
“Me encanta que estés tan mojada por mí, Caroline”. Su voz es un susurro bajo y provocativo. Cuando
desliza sus dedos hacia afuera, moviéndose hacia mi clítoris, casi me muerdo la lengua con el esfuerzo de
permanecer callada. No podré conseguirlo. Me rodea el clítoris hasta que se me tensa todo el cuerpo.
Con una aguda exhalación, alejo su mano y me vuelvo hacia él. Es hora de darle un poco de su propia
medicina. Antes de que pueda hacer nada, me pongo de rodillas, le quito el cinturón, lo libero y ¡joder!
Verlo con la ropa puesta y con la polla colgando es surrealista. Quiero comérmelo todo, un bocado a la
vez. Pero eso es un proyecto demasiado ambicioso para este momento, así que me conformo con lamer
toda su erección. Llego hasta la base y vuelvo a la corona, sumergiendo mi lengua en la hendidura justo
debajo de la punta. Daniel suelta un gemido bajo y gutural.
“Sobre mi escritorio, Caroline”.
Santo cielo, su tono me está matando. Así que, por supuesto, en lugar de hacer eso, lo meto más
profundamente en mi boca. Daniel jadea y se le contraen las venas del cuello brevemente. Luego se retira
y me ayuda a ponerme de pie.
“He dicho sobre mi escritorio”. Pasa su lengua por mis labios antes de reclamar mi boca. Noto que
retrocedo y entonces el borde del escritorio me presiona el culo. Daniel me levanta sobre él. Dejo caer mis
bailarinas al suelo.
“Sobre los codos”.
Le hago caso, apoyando los pies en el borde del escritorio.
“Estás muy sexy con estas medias”, me dice mientras me recojo el vestido, y me propongo que la
próxima vez las llevaré con portaligas. Me empuja las bragas hacia un lado. Pero justo cuando creo que va
a introducirse en mi interior, se inclina y me besa directamente en mis pliegues. Mis caderas se levantan
del escritorio, presionando contra su cara.
Desliza su lengua dentro de mí mientras me presiona el clítoris con el pulgar. Dios, esto es increíble. La
tensión me atraviesa y se intensifica rápidamente. Demasiado deprisa.
Estoy a punto de llegar al orgasmo, pero Daniel se detiene, me penetra y me tapa la boca con la mano.
Exploto en el momento en que entra en mí, con espasmos a su alrededor, mientras amortigua mis gemidos
con su palma. Entonces mete sus manos bajo mi culo, levantándolo un poco. Con los dedos hundidos en
los glúteos, empieza a amarme en serio, con fuerza, rapidez y desesperación.
“Acércate”, ruge entre empujones, y capto lo que quiere decir, porque yo también siento lo mismo.
Quiero —necesito— estar más cerca de él. En esta posición no es posible tocarlo, pero quiero estar lo más
cerca posible de él.
Me empujo hacia arriba, casi sentándome, nivelándome sobre las palmas de las manos para cambiar el
ángulo entre nosotros. Daniel me embiste contra un punto tan profundo dentro de mí que mi lengua se
pega al paladar. Se inclina ligeramente y nuestras bocas se encuentran a mitad de camino en un beso
frenético. Puedo saborearnos a ambos en este beso y, joder, es tan excitante. Nos besamos mientras
emitimos sonidos de placer. Los músculos de mis brazos claman en señal de protesta, el borde del
escritorio se clava en las plantas de mis pies mientras respondo a su desesperación con el mismo fervor.
“Joder, necesito tocarte”, dice con voz ronca. “Necesito sentir tu piel”.
No termina la frase. En cambio, me levanta del escritorio y me tumba en la alfombra. Y entonces se
desabrocha la camisa más rápido que nunca. Mi trabajo es más fácil; simplemente me levanto el vestido
por encima de la cabeza, me desabrocho el sujetador y lo arrojo en algún lugar de la habitación. A
continuación Daniel se tumba encima de mí y cada centímetro de mi torso queda tocando su frente. El
contacto piel con piel es como una bocanada de aire fresco.
“Necesitaba estar cerca de ti de esta manera”, me susurra al oído mientras se desliza dentro de mí.
“Yo también. Pero no sabía cómo pedirlo”.
“Te voy a confesar algo”. Me toca la mejilla con la punta de la nariz con ternura. “No estoy seguro de si
me estoy enamorando de ti de nuevo o si nunca he dejado de amarte”.
Mis ojos se llenan de emoción. “Yo nunca he dejado de hacerlo”.
Me mira directamente, sonriendo, antes de cubrir mi boca con la suya. Nos balanceamos el uno contra
el otro en una maraña de miembros, caricias y besos hasta que ambos sucumbimos como consecuencia de
las sensaciones.
Sin fuerzas por los efectos del placer, nos quedamos tirados en el suelo, respirando. Hasta que un
golpe en la puerta nos sobresalta. Nos levantamos de un salto y nos arreglamos la ropa lo más rápido
posible. Daniel abre la puerta y Lena se queda parada frente a ella.
“Lo siento, Daniel, pero es tarde y voy a cenar con unos amigos. ¿Necesitas que haga algo antes de que
me vaya? ¿Cómo quieres manejar el asunto de Beatrix?”.
“No te preocupes por eso. Ella y Grant harán una declaración. No hay mucho más que hacer, salvo
esperar a que se calme”.
“¿Crees que esto tiene algo que ver con Justin?”.
Daniel entrecierra los ojos, considerándolo . “Apuesto a que ha pagado a alguien en el hotel de Los
Ángeles para que hiciera las fotos. Ve a tu cena. Siento haberte hecho esperar”.
Me mira, intentando disimular una pequeña sonrisa. Tengo la sensación de que toda mi cara está
ardiendo.
“No te preocupes. Que paséis una buena noche”.
Cuando cierra la puerta, me cubro las mejillas con las manos. “Ella lo sabe”.
“Nah”.
“Lo sabe”.
“Lo sospecha. No es lo mismo. Pero ya que se está yendo...”. Mueve las cejas. “Podríamos continuar
donde lo dejamos”.
“Daniel Bennett, ¿me estás tirando los tejos otra vez?”.
“Sí”.
Entrecierro los ojos y pongo las manos en las caderas. Cierto, se supone que esta es la “mirada de
mujer severa”, algo que mamá y Jenna Bennett siempre llevaban a la perfección. Tengo el presentimiento
de que parezco ridícula, pero la perseverancia lleva a la maestría.
“Quiero que sepas que eso ha sido muy rastrero de tu parte”. También ha conseguido que todas mis
partes femeninas se estremecieran, porque soy igual de rastrera, pero me lo guardaré para mí.
“Caroline, no te hagas la decente conmigo. Te conozco demasiado bien”. Acercándose, añade en un
tono más bajo: “Y acabo de follarte en mi escritorio y en el suelo de mi despacho”.
“Aún así, merecía la pena intentarlo”, digo encogiéndome de hombros. Entonces se me ocurre un
pensamiento travieso, y bueno, ya que acabamos de establecer que lo decente no es lo nuestro, ¿por qué
no expresarlo? “Sin embargo, no me molestaría que te aproveches un poco más de mí cuando salgamos de
aquí”.
Sus ojos se abren de par en par y exhala bruscamente. Una de sus manos se mueve como si quisiera
tocarme ahora mismo, y apenas pudiera contenerse.
“Eres una diablilla”, murmura.
“Todo es culpa tuya. Mírate, con tus firmes músculos, tus labios carnosos y esos ojos sensuales, ¿qué
puede hacer una chica?”.
Enumero todo esto usando mis dedos, mirándolos. Cuando levanto la mirada hacia él, me sobresalto
ante la vulnerabilidad grabada en su expresión.
“¿Qué sientes cuando estás conmigo, Caroline?”.
“Siento que pertenezco a tus brazos”.
Exhala y, durante un breve segundo, me pregunto si realmente creía que no sentía algo así por él. Coge
una de mis manos, me besa la palma, luego sube mi mano por su mejilla y se inclina hacia mi contacto.
Parece tan vulnerable que no sé qué pensar. De modo que sigo mi instinto, me acerco, me pongo de
puntillas y lo beso. Responde con tanta ternura que me hace derretir. Le rodeo el cuello con los brazos y
lo beso con toda mi alma. Únicamente nos separamos cuando ambos necesitamos una bocanada de aire.
Todavía parece inquieto, casi nervioso. Me gustaría saber qué lo tiene tan así. Eso facilitaría mucho la
tarea de calmar esos nervios.
Antes de que tenga la oportunidad de preguntar, Daniel se desplaza hacia la parte trasera de su
escritorio, coge algo con el puño del cajón superior y vuelve hacia mí, sosteniéndolo.
“Quiero que tengas esto”, dice.
“¿Una llave?”.
“De mi apartamento”.
“Oh, claro. ¿Quieres que te riegue las plantas mientras estés en Sydney?”. Hago un inventario mental.
Solo hay tres macetas.
Sacude la cabeza. “No, quiero que te quedes con ellas. Para siempre”.
Oh. ¡Oh!
Ahora entiendo por qué estaba nervioso. A decir verdad, yo también me he puesto nerviosa en los dos
segundos que han transcurrido desde que he caído en la cuenta de lo que me ha dicho. De inmediato, mi
corazón empieza a palpitar por la emoción.
“Guau, ¿estás seguro?”, pregunto. Planteamiento equivocado, porque su expresión se endurece un
poco.
“Si no quieres...”.
“Sí que quiero”, le aseguro. “Pero no quiero que te arrepientas”.
Ahora sonríe, lo que hace desaparecer parte de mi ansiedad. “Es un poco rápido, pero también parece
como si hubiera estado esperando diez años para hacer esto”.
Tomo la llave y creo que, si estuviera sola, abrazaría el pequeño trozo de metal contra mi pecho.
Bueno, pensándolo bien, ¿por qué no habría de hacerlo? Nunca he sido tímida a la hora de expresarme y
Daniel es muy consciente de mis pequeñas manifestaciones de locura. Así que las abrazo contra mi pecho
y, además, meneo mis caderas para hacer un pequeño baile. Él me está ofreciendo un trozo de su corazón
y yo le prometo en silencio que lo apreciaré y lo cuidaré. Sí, parece que va más rápido que el viento, pero
puedo aprender a viajar a su velocidad.
Se ríe, me coge la cara y me besa de nuevo. “Me encanta verte tan feliz. Hacerte feliz”.
“Lo mismo digo. Solo para que lo sepas, pero estoy tan feliz ahora mismo, que haría cualquier cosa que
me pidieras”.
“Hombre, es peligroso darme carta blanca así”.
“No, para nada. Confío en ti”.
“¿Seguro?”.
“Sí. Confío en que te aproveches de mí total y completamente”.
Daniel se aproxima e invade mi espacio hasta que está tan cerca que estamos respirando el mismo aire.
Sus ojos tienen un brillo peligroso y me recorre una sensación de calor. ¿Cómo lo hace? ¿Cómo puede
seguir dejándome sin aliento de esta forma? ¿Seguir haciéndome flaquear con nada más que una mirada?
Tras todos estos años, no me he vuelto inmune a sus encantos en lo más mínimo. En todo caso, me he
vuelto más susceptible.
Ahora mismo, me siento particularmente cerca de él. Aprieto la llave y no puedo evitar sonreír de oreja
a oreja. Voy a hacer una copia de la llave de mi apartamento para entregársela cuando vuelva de Sydney.
Capítulo Veintiséis
Caroline
Pasamos la noche en su apartamento, pero no dormimos nada, ya que su vuelo es muy temprano. Además,
tenemos que saciarnos el uno del otro antes de que se vaya de viaje. Estará fuera el resto de la semana.
Llámalo hacer el amor por adelantado.
“¿Puedes mirar en la web del aeropuerto si hay algún retraso mientras me ducho?”, pregunta desde el
baño.
“Claro”.
Compruebo la página web del aeropuerto y el vuelo sigue en el horario previsto. Entonces cometo el
error de abrir su aplicación de Facebook. Es una costumbre, porque lo hago casi todas las mañanas. Y me
quedo helada. La aplicación se abre en la página de su negocio y tiene una avalancha de mensajes.
Algunos privados, otros para que los vea todo el mundo.
¡Cómo te atreves a romper esa pareja! Grant finalmente había encontrado una buena mujer con la cual
casarse. Deberías estar avergonzado.
Vaya, no sabía que Beatrix y Grant eran la nueva pareja de moda en Estados Unidos, pero no es que
esté al día de los cotilleos de los famosos y, a juzgar por la cantidad de mensajes de odio que ha recibido
Daniel, tienen bastantes fans. Algunos de los mensajes públicos son incluso peores, insinuando que en la
foto parece que Daniel se está aprovechando de ella.
¿Qué demonios pasa? ¿Cómo puede ser que la gente lance acusaciones así? Es una locura. Me esfuerzo
por contener el impulso de responder a cada una de ellas, de decirles lo que pienso. Para cuando Daniel
vuelve de la ducha, ya me he puesto frenética, dando vueltas por la habitación.
“¿Qué pasa?”, pregunta. Le pongo el teléfono delante.
“Esta gente. ¿Cómo pueden decir todo esto?”.
Daniel frunce el ceño ante la pantalla y sacude la cabeza. “Las cosas se calmarán después de que Grant
y Beatrix hagan pública su declaración, pero de todos modos haré que mi equipo de relaciones públicas se
encargue de esto”.
Se viste y revisa su equipaje con una calma suprema.
“¿Cómo puedes estar tan tranquilo al respecto?”, pregunto, poniéndome el vestido de ayer y las
medias, pero renunciando a las bragas. “¿No te molesta leer todas esas cosas?”.
“No. Sé que no les crees y mi familia desde luego que tampoco. Por mí, que los demás hagan su agosto.
Ya se calmará”.
“Pero... pero, ¿no afectará a tu negocio?”.
Sonríe y me abraza. “No te preocupes, si el negocio se va de madre, me reinventaré. ¿Crees que seré
bueno en otra cosa? También podría convertirme en un gran padre de familia con toda la prole que vamos
a adoptar”.
Vaya, vaya, vaya. Cada fibra de mi cuerpo se derrite.
“Eres un payaso”, susurro, con la voz cargada de emoción. “No puedo creer que vayas a estar fuera
toda la semana. Y detesto la diferencia horaria”.
“Yo también, pero nos arreglaremos. Vamos. Debemos marcharnos o llegaré tarde. Si pierdo el avión,
Christopher no se cansará de darme la lata por no usar el jet privado”.
“¿Por qué no lo usas?”.
“El motor del jet es pequeño y Australia está lejos. Tendría que parar a repostar unas cuantas veces.
No merece la pena. El viaje ya es bastante largo. ¿Lista para salir?”.
Voy a ir con él al aeropuerto puesto que voy a conducir su coche de vuelta. “Sí, pero tengo hambre.
¿Qué tal si compramos un bocadillo y un café para cada uno mientras sacas el coche del parking?”.
“Me parece bien”.
Bajamos juntos en el ascensor y salgo en la planta baja, cruzando el amplio vestíbulo. El portero no
está. Qué raro. En todas las veces que he estado aquí, nunca he visto la zona de la recepción sin
vigilancia. Cuando salgo del edificio, me doy cuenta de por qué el portero no está en su sitio habitual: ha
salido a hablar severamente con un joven, que tiene una cámara colgada del cuello. Un reportero,
claramente. Mi estómago se contrae cuando lo escucho pronunciar el nombre de “Daniel Bennett”.
“Querrá contar su versión de la historia a la prensa, con todo lo que están diciendo por ahí. Esto es por
su propio bien”, dice el periodista.
“No vas a entrar en este edificio. Si vuelves a irrumpir, llamaré a la policía”, dice el portero.
“Dile que estoy aquí abajo, entonces. Querrá decir algo en su defensa. A no ser que lo que dicen de él
sea cierto, y por eso está tomando el camino del cobarde, ignorando todo. Puedo escribir sobre eso
también si no consigo nada. No le sentará nada bien a su imagen”.
Algo brota dentro de mí. Quizá sea porque ya estaba preocupada por Daniel desde que he visto esos
comentarios, o porque la idea de que la gente lo critique aún más me indigna, pero esto es la gota que
colma el vaso. Me acerco a los dos con determinación.
“No te atrevas a escribir más mentiras”, le digo, luchando por mantener mi temperamento bajo
control. “Daniel es un buen hombre y todas esas cosas son solo eso: mentiras”.
“¿Y tú quién eres?”, pregunta, con la ceja levantada.
“Estamos saliendo. Y sé que Daniel no me ha engañado”.
Un fuerte bocinazo me sobresalta. El coche de Daniel está justo al final de la rampa que sale del
parking subterráneo. Me hace un gesto de “ven aquí” con la cabeza y no vacilo. Sin volver a mirar al
periodista ni al portero, prácticamente echo a correr hacia el coche, oyendo cómo el reportero lanza una
pregunta tras otra detrás de mí.
Cuando subo al coche, noto que estoy temblando. Daniel arranca enseguida.
“Caroline, ¿qué ha pasado? ¿Era un reportero?”.
Asiento, tratando de decir algo a pesar de tener un nudo en la garganta.
“Espero que no le hayas dicho nada”.
Tragando con fuerza, jugueteo con mis pulgares y le cuento exactamente lo que ha pasado.
“¿Estás enfadado conmigo?”, pregunto en voz baja.
“¿Por saltar en mi defensa? No. Pero esto podría ponerte las cosas difíciles, Caroline. Podrían intentar
contactar contigo de nuevo”.
“Los ignoraré”.
“A veces no es tan fácil”.
Mi estómago rezonga con fuerza mientras me hundo más en mi asiento, disfrutando del suave y
acogedor cuero. “Mierda, me he olvidado de los bocadillos y el café”.
Daniel pone una mano sobre mis dedos enlazados, que aún están ligeramente temblorosos.
“Te traeré algo de comida ahora mismo”. Fiel a su palabra, se detiene en el parking de una cafetería
unos minutos después. “Vuelvo enseguida. Espera aquí”.
Vuelve con café, bocadillos, donuts y magdalenas.
“¿Qué es todo esto?”, pregunto, señalando las cosas dulces.
“Tengo tres hermanas. El azúcar es la solución a todo”.
“Eso es una burda generalización de la población femenina”.
“Subjetivo, lo admito. Pero no creo equivocarme”.
Mientras se aleja, acelerando en dirección al aeropuerto, me zampo un bocadillo y una magdalena.
“Tienes razón. Me siento un poco mejor. No sé por qué me he alterado tanto”.
“Es normal, no te preocupes. Pero ya que te sientes mejor, necesito que me escuches”.
“Oh no, me vas a regañar. ¿Puedo hacer como si siguiera teniendo miedo?”.
Se ríe. “Te he dicho que no estoy enfadado. No te voy a regañar, solo te voy a dar un consejo. No
vuelvas a hablar con la prensa, en absoluto. Si ves a un periodista, te vas por otro lado. ¿Lo prometes?”.
“Claro”.
“Lo digo en serio. No te conviene convertirte en su objetivo. Es agotador”. Coge una mano de mi
regazo, se la lleva a la boca y me besa los nudillos.
“Mantén los ojos en la carretera”, digo.
“Están en la carretera. No los necesito para hacer esto”. Me gira la mano y me besa la palma. “Eso que
has hecho ha sido muy dulce. Creía que no podía amarte más de lo que lo hago, pero cada día me
enamoras un poco más”.
Sonrío, moviéndome en mi asiento. “¿Ves? No necesito azúcar. Lo único que necesito es que me hables
dulcemente y estaré en el séptimo cielo”.
Llegamos al aeropuerto demasiado pronto para mi gusto, pero justo a tiempo para que coja su avión.
Me da un beso apresurado y se despide con un “cuídate”, y luego se va.

***

El día avanza más lentamente que nunca, dejándome demasiado tiempo para pensar, para preocuparme.
Desconozco qué es lo que me preocupa, pero tengo una sensación desagradable en el estómago y no
desaparece. Al mediodía se publica un comunicado de la empresa de Daniel y, al final del día, Beatrix y su
prometido también publican uno, asegurando a todo el mundo que solo se ha tratado de un rumor
desagradable y que sus planes de boda siguen adelante sin problemas.
No me mencionan en ningún sitio, lo que me da cierta tranquilidad. Cuando llego a casa, deduzco que
mi malestar se debe a la ausencia de Daniel, a la perspectiva de estar una semana sin él y a que la falta de
sueño de anoche me está pasando factura.
Después de una rápida cena, me dirijo directamente al dormitorio. Estoy a punto de ponerme el pijama
cuando veo una de las camisetas de Daniel junto a la cama. Debe de haberla olvidado aquí. Sonriendo, la
cojo y la huelo tímidamente. Huele a usado, pero de forma agradable. Huele a Daniel, así que me la pongo
para ir a la cama para poder sentirme un poco más cerca de él.
Me despierto con un sobresalto antes de que suene el despertador. La luz viene de fuera, así que ya es
de día. ¿Me he quedado dormida? ¿He olvidado poner el despertador? Confundida, parpadeo, miro
alrededor de la habitación y descubro el origen de la perturbación. Mi teléfono está sonando, pero es un
número que no reconozco.
Brevemente, me planteo no contestar. ¿Y si es un periodista? Bueno, en tal caso, puedo colgar. Esto
podría ser importante. Cruzando los dedos, contesto.
“¿Hola?”.
“¿Es usted la señorita Caroline Dunne?”.
“¿Quién pregunta?”.
“Llamo desde el Hospital General de San Francisco. Acaban de traer a su padre y usted figura como su
contacto de emergencia”.
Salto de la cama tan rápido que casi me tuerzo el tobillo. “¿Está bien? ¿Qué le ha pasado?”.
“No sabemos qué ha pasado, pero ha sufrido una caída”.
“¿Cómo está?”, contengo la respiración y se me obstruye la garganta.
“Todavía no tenemos certezas. Vamos a hacerle un escáner en breve para realizar más chequeos.
¿Quiere hacerle compañía entre las pruebas?”.
“Sí, por supuesto. Saldré de mi casa en diez minutos. Cinco. Dígale a mi padre que estaré allí, ¿vale?
Allí estaré. ¿En qué planta?”.
Memorizo todos los detalles y termino la llamada. Salgo por la puerta de casa al cabo de cuatro
minutos.
No es tan fácil encontrar a mi padre en el hospital. Resulta que los detalles que me han dado por
teléfono no eran correctos. O quizá mi mente estaba tan dispersa que lo he memorizado mal. Es una
posibilidad.
“Por favor, compruebe sus registros”, le ruego a la recepcionista.
“Señorita, nuestro sistema informático no funciona en este momento”, repite por tercera vez. “Le
avisaré en cuanto vuelvan a funcionar. No debería llevar más de unos pocos minutos”.
Apenas puedo contener mi frustración.
“¿Ha intentado llamar a su padre?”.
Casi me dan ganas de abofetearme a mí misma porque, por supuesto, no he pensado en llamarlo. Qué
idiota soy. Él me dirá dónde está. A no ser que esté demasiado débil, o demasiado enfermo, pero me niego
a considerar esa posibilidad. Respirando profundamente, me alejo del mostrador de recepción, hacia un
rincón más tranquilo, y marco su número. Suena, suena, suena, y al final salta el buzón de voz. Entro en
pánico, pero vuelvo a marcar. Esta vez contesta.
“Hola, pequeña”. Su voz es tan débil que me asusta.
“Hola, papá. Estoy en el hospital. ¿Dónde estás exactamente?”.
“Octava planta, no sé el número de habitación”.
“No importa, te encontraré. Estaré allí en unos minutos. Te encontraré”.
No te asustes, Caroline. No entres en pánico. Repito este mantra desde el momento en que termino la
conversación y mientras me dirijo al ascensor. Intento centrarme en el aspecto positivo: ha contestado.
Significa que no está en el quirófano ni en coma. Ambas cosas son muy buenas. Pero entonces, ¿por qué
parecía tan débil?
Al salir del ascensor, mis ojos recorren el lugar para identificar a quienquiera que forme parte del
personal. Batas. Los dos primeros a los que pregunto no son más serviciales que la señora de la planta
baja, pero a la tercera va la vencida.
“Oh, Martin Dunne. Sí, sígame. No hace mucho que lo han traído”.
Sigo a la enfermera por el laberinto de pasillos hasta que llegamos a una pequeña habitación con dos
camas. Solo una está ocupada, la de mi padre. Me muerdo la lengua para no jadear. Un rasguño le recorre
el costado de la cabeza, desde la mejilla hasta la sien, y está blanco como una sábana. Por alguna razón,
parece diminuto en esa cama, con la ropa blanca hasta el pecho.
“Hola, cariño”.
“¿Qué ha pasado?”, miro a la enfermera, que levanta las manos para indicar que no lo sabe.
“Voy a dejaros a los dos y a llevarle a una exploración en unos veinte minutos”.
Cuando se va, me siento en el borde de la cama de papá. Saca una mano de debajo de la sábana y yo la
agarro para tranquilizarlo. Me inclino para inspeccionar su rasguño. De cerca, veo que le han untado una
sustancia amarillenta. Vale, al menos se han ocupado de esto.
“Estoy bien, cariño. No te preocupes por mí”.
Se oye y parece débil, casi como si no fuera mi padre, no bastan las palabras para describir lo
preocupada que estoy. De momento me esfuerzo por mantener el pánico a raya. Los niños pequeños se
caen todo el tiempo, pero una caída a su edad no es moco de pavo.
“¿Te has hecho más daño aparte del de la cabeza?”, pregunto.
“No, solo un rasguño. El médico ha dicho que podría tener una conmoción cerebral también”.
Oh, Dios mío. Repito, a su edad, eso no es poca cosa.
“¿Qué ha pasado? ¿Te has caído?”.
Levanta la cabeza y señala el vaso de agua que hay en la mesita de noche. Lo cojo y se lo sostengo para
que beba. Mientras bebe, me doy cuenta de que también tiene arañazos en la mano izquierda, que le
llegan hasta el codo. Entonces, ¿se ha caído sobre todo el lado izquierdo?
“Ha sido una mañana extraña”, dice cuando termina de beber. “Me levanté antes de lo habitual porque
tenía una entrega en la tienda. Cuando llegué, había tres tipos en la puerta. Nunca los había visto en el
barrio”. Hace una pausa, frunce el ceño, como si hubiera olvidado su hilo de pensamiento. Aunque quiero
saber toda la historia, no insisto. “No parecía que hubieran venido a robar nada, estaban demasiado
relajados y se movían libremente. Uno tenía una cámara alrededor del cuello”.
Me pongo rígida cuando escucho la palabra cámara.
“Empezaron a hacerme preguntas sobre Daniel. Sobre ti. Preguntas personales. Me imaginé que eran
periodistas y traté de librarme de ellos. Continuaron persiguiéndome, molestándome con preguntas. No
se fueron ni siquiera cuando llegó el camión de reparto, insistieron en que les diera la dirección de tu
casa”. Vuelve a hacer una pausa, esta vez más larga. “Al no hacerlo, se volvieron aún más insistentes. No
pude quitármelos de encima, me esforcé más y, de alguna manera, acabé en la acera. Me di un fuerte
golpe en la cabeza. Uno de ellos llamó a una ambulancia. Me imaginé que tenía algo que ver con el
artículo sobre Daniel de ayer”, continúa.
“¿Lo has visto?”, pregunto sorprendida.
“Sí. ¿Hay algo de cierto en ello?”.
Sacudo la cabeza, no estoy de humor para hablar de eso. Lo único que quiero es que venga un médico
y me diga que mi padre se pondrá bien.
La enfermera vuelve unos minutos después con el médico. Me pongo inmediatamente en pie, ansiosa
por interrogarlo, por sonsacarle todos los detalles. Me pregunto brevemente si puedo apartar al médico
para poder hacerle preguntas sin que mi padre me oiga. Pero es una tontería. Papá no es un bebé y
estamos hablando de su salud.
Sin embargo, no puedo evitar querer protegerlo de las malas noticias. Es un hábito que adquirí cuando
mamá estaba enferma. Solía hablar con los médicos cuando papá no estaba, porque se echaba a llorar
cada vez que había malas noticias. Ella tenía un carcinoma avanzado. Todo eran malas noticias.
“¿Puede explicarnos todo, por favor?”, le pregunto al doctor.
“Por supuesto. Le hicimos un examen físico cuando llegó. Todos los indicios apuntan a una conmoción
cerebral, pero un TAC despejará cualquier duda de algo más grave, como una hemorragia cerebral o un
hematoma subdural. De todos modos, lo mantendremos todo el día en observación. A esta edad, sería un
gran riesgo enviarlo a casa. Una hemorragia puede desarrollarse lentamente en pacientes de cierta edad
y, si eso llegara a ocurrir, lo mejor será que esté aquí”.
“Espera un momento”, exclama papá. “Me he caído en la acera. ¿Qué es eso de quedarme todo el día
en el hospital?”.
“Es el procedimiento habitual”, dice la enfermera con buen humor.
“Sabremos más después de la exploración”, continúa el médico. “No quiero alarmarlo si no hay nada de
qué alarmarse”.
Sí, eso se oye tranquilizador. Reprimo la respuesta para no preocupar a mi padre, sin querer parecer
preocupada por su salud. Ya tendré tiempo para asustarme cuando me quede sola, una vez que se lo
lleven. Mientras tanto, me cuadro de hombros y fuerzo una sonrisa en mi cara.
“Es el procedimiento habitual, papá. No te preocupes”.
Protesta mientras la enfermera y yo le ayudamos a salir de la cama. No tiene estabilidad en los pies,
por lo que lo pone en una silla de ruedas, y juro por Dios que al verlo me rompe el corazón. Parece tan
asustado y abatido, ahí sentado en la silla de ruedas con esa enorme bata de hospital. Un miedo irracional
se apodera de mí y en lo único que puedo pensar cuando se lo llevan es en mi madre.
Por favor, por favor, mamá, no te lleves a papá todavía.
Capítulo Veintisiete
Caroline
Con demasiada energía como para quedarme sentada, camino de un lado a otro del pasillo, carcomida por
la preocupación. Tras tranquilizarme un poco, llamo al director del colegio para informarle de que no
podré ir hoy. Para estar segura, también me voy a ausentar mañana, para poder cuidar de papá. Es un
hombre muy comprensivo. Le llevaré un lote de sus donuts favoritos cuando vuelva. Tengo que llamar a
Niall, pero esperaré a que vuelvan con papá para poder contarle todos los detalles.
Dios, cómo me gustaría que Niall estuviera aquí. Necesito estar junto a alguien que quiera a papá tanto
como yo. No puedo quitarme de la cabeza la imagen de él en esa silla de ruedas. Pero debo hacerlo.
Entrar en pánico no le haría ningún bien a nadie. Lo traerán en cualquier momento, y no puedo estar en
medio de un ataque de pánico cuando esto ocurra.
Quince minutos más tarde, la enfermera vuelve con papá, con un médico pisándoles los talones.
“No hay signos de hemorragia cerebral”, me informa el médico. “Pero de todas formas queremos
mantenerlo en observación durante unas horas, porque ha perdido el conocimiento durante la caída”.
Papá se queda dormido casi en cuanto lo traen de vuelta, así que vuelvo al pasillo y llamo a Niall. No
coge el teléfono, pero después de enviarle un mensaje de texto con el título “Necesito hablar contigo lo
antes posible”, me devuelve la llamada. Le cuento todo, empezando por el artículo sobre Daniel y
terminando con la visita de papá al hospital.
“Por Dios, ¿cómo se encuentra?”, pregunta Niall. “¿Está lúcido?”.
“Sí, solo un poco cansado”.
“¿Puedo hablar con él?”.
“Está durmiendo ahora mismo. Parece tan pequeño y vulnerable en la bata del hospital, Niall”.
“Les pasa a todos, es normal”, dice suavemente. “Voy a intentar hablar con un médico que conozco allí.
Tal vez puedan enviarme los resultados para que yo también pueda verlos”.
“¿Crees... crees que podrían haber pasado algo por alto?”.
“No, pero nunca está de más tener una segunda opinión. Y bueno, me quedaré más tranquilo si los
miro yo mismo”.
Entiendo perfectamente el sentimiento. Si pudiera leer las tomografías, también querría verlas.
“¿Tú cómo estás?”, continúa.
“Asustada... culpable”.
Se produce un breve silencio y luego Niall dice: “No deberías haber hablado con el periodista”.
Trago con fuerza. “Estaba allí, soltando tonterías sobre Daniel. Créeme, si hubieras estado en el lugar,
tampoco habrías podido mantener la boca cerrada”.
“¿Hay algo de cierto en el artículo sobre Daniel?”.
“No”, digo sin dudar. “Mira, todo esto pasará pronto y papá está bien. No hay daño”.
“¿Y si vuelve a ocurrir? La empresa de Daniel es un imán para los famosos. Es solo cuestión de tiempo
para que vuelva a quedar atrapado en el fuego cruzado”.
Aprieto los labios. No puedo responder porque es algo que también temo.
“Llegado el momento, nos ocuparemos de ello”, digo con firmeza.
“¿Qué hay de papá? Ya no es tan joven. ¿Y si él también quedara atrapado en el fuego cruzado y no
tuviera tanta suerte la próxima vez?”.
Cierro las manos en puños. “Ese es un golpe bajo, Niall”.
“Estoy preocupado por papá, ¿vale? Por ti también”, dice enfadado, y luego exhala bruscamente.
“¿Quieres que vuele a San Francisco? Podría coger el siguiente avión”.
A pesar de sus duras palabras, agradezco el ofrecimiento. “Pero eso te supondría muchos
inconvenientes, ¿no?”.
“Sí, pero estaré allí si me necesitas. Y si papá me necesita”.
“Está bien, Niall. Me ocuparé de esto. Papá está bien. No te preocupes”.
“Vale. Voy a colgar ahora e intentaré hablar con mi contacto en el hospital de San Francisco, para pedir
el TAC. Llámame si tienes novedades”.
“Por supuesto”.
Después de nuestra conversación, estoy furiosa. Aquí a solas con mis pensamientos, que son aún más
densos después de la discusión con Niall. Al principio, me enfado conmigo misma por permitir que me
afecte tanto. Pero luego, debo admitirlo: sus palabras me han afectado porque yo también he pensado lo
mismo y he tenido los mismos miedos.
Jugueteo con el teléfono, con ganas de hablar con Daniel, de escuchar su voz. Pero la diferencia horaria
con Australia es de diecisiete horas. Allí todavía es de noche. Así que llamo a Blake y le cuento todo lo
ocurrido.
“Los puñeteros medios de comunicación. No te preocupes. Daniel y yo lo resolveremos. Será mejor que
hoy no lleves a tu padre a su casa. Está demasiado cerca del local y hay una pequeña posibilidad de que
uno de los reporteros se haya quedado esperando”.
“Claro, lo llevaré a mi apartamento. Parece que aún no tienen mi dirección”.
“Perfecto. ¿Qué ha dicho Daniel?”.
“No he hablado con él”.
“¿Por qué?”.
“Es muy tarde en Sydney”.
“¿Y qué? ¿Le saldrán arrugas si lo despiertas de su sueño reparador? Hablaré con él en cuanto
cuelgue. Llama si necesitas algo más”.
“Claro. Gracias, Blake”.
Lejos de tranquilizarme, la conversación con Blake solo consigue ponerme más nerviosa. Ahora papá ni
siquiera puede volver a su casa por mi culpa. Entro de nuevo a su habitación y me siento junto a la cama.
Soy responsable de todo lo que le pasa a papá, no hay duda. Miro su figura acurrucada bajo las sábanas y
vuelvo a sorprenderme de lo frágil y viejo que parece y, por alguna razón, aún más pequeño que antes. ¿Y
si esto vuelve a ocurrir? Niall tiene razón. La empresa de Daniel es un imán para los famosos.
Maldita sea, no es el momento de tener una “noche oscura del alma”. Leí eso una vez y no había
entendido bien lo que significaba. Bueno, ahora lo entiendo. Tengo la sensación de estar literalmente
perdida en la oscuridad, sin saber hacia dónde ir, ni qué hacer para poder sentirme segura.
No es que haya un buen momento para tener una crisis nerviosa, pero si la tengo, hubiera preferido
tener algo de chocolate a mano. Y no del que puedo encontrar en una máquina expendedora, sino tarta de
chocolate casera, como las que horneaba mamá. Sí, soy exigente hasta cuando estoy en medio de una
crisis nerviosa.
Cuando me suena el teléfono, doy un salto en mi incómodo asiento y salgo corriendo de la habitación
para no despertar a papá. A continuación, miro la pantalla y se me cierra un poco la garganta. Es Daniel.
Es evidente que Blake ya le ha avisado.
“¡Hola!”, digo.
“Blake me ha contado todo. ¿Cómo está tu padre?”.
“Durmiendo. No ha salido nada en la tomografía, pero quieren mantenerlo en observación porque ha
estado inconsciente durante unos segundos después de caer”.
“Lo siento mucho. ¿Hay algo que pueda hacer? ¿Está cómodo allí? ¿Quieres que lo trasladen a un
hospital privado? Y tú, ¿estás a gusto?”.
No puedo evitar que la ola de calidez se extienda hasta la punta de mis dedos. Me encanta que se
preocupe tanto.
“No, estamos bien, pero gracias”.
“¿Cuándo le darán el alta?”.
“Por la noche, supongo. Lo llevaré a mi apartamento, al menos por esta noche. Blake ha dicho que
sería mejor que no volviera a su casa, porque está demasiado cerca del local y algunos periodistas podrían
estar merodeando por allí”.
“Lo siento por eso”.
“No es tu culpa. No hay que culpar a nadie más que a mí y a mi bocaza”. Dejo caer las bailarinas al
suelo de manera brusca y cruzo las piernas debajo de mí.
“Me estoy ocupando de todo, ¿vale? Mañana podrá volver a casa”.
“Dan, ¿y si todo esto vuelve a suceder? Tengo miedo”.
“No puedo garantizar que no ocurra, pero estaremos mejor preparados. Te entrenaré para que sepas
cómo actuar ante la prensa. Será más fácil lidiar con ellos si cuentas con algunas frases de rigor”.
Me río a carcajadas. “Ay, Dan, me parece que te olvidas de con quién estás hablando. ¿Cuándo he sido
capaz de ajustarme a un discurso? No soy la novia indicada para eso”.
La carcajada se apaga en mis labios. No tengo ni idea de dónde han salido esas palabras, pero ahora
que han salido a la luz, tengo que considerarlas. Puede que realmente necesite otra novia. Una a la que
pueda entrenar para que sepa lo que tiene que decir, que no se limite a decir lo que siente, lo que piensa.
Una que no solo pueda seguir su estilo de vida, sino que lo ayude a prosperar en lugar de complicarle la
existencia. Se me rompe un poco el corazón ante la mera idea de que no soy lo que necesita. “No encajo
mucho con esta parte de tu vida, ¿no?”.
“No digas tonterías. Si es necesario, trabajaré menos con personajes públicos, o directamente con
ninguno”.
Ahora sí me invade el pánico. “Ni se te ocurra. Diriges una empresa exitosa y no cambiarás un modelo
rentable por mí”.
“Ya veremos cómo lo manejamos, ¿vale?”. Como no digo nada, añade: “¿Por qué no me has llamado,
Caroline?”.
“Estabas durmiendo”. Por primera vez, sin embargo, me doy cuenta de que no solo ha sido por eso. No
he llamado porque no quería que percibiera el miedo y la duda en mi voz. Las dudas.
“Voy a coger un avión por la mañana y...”.
“No, no, no. Estamos bien. Es importante que cierres el trato en Sydney. Oye, el médico de papá está
viniendo hacia aquí. Hablaremos más tarde, ¿sí? Tengo que cortar”.
“Vale”.

***
Daniel
“¿Has anotado todo eso?”, exclamo.
“Sí, Daniel, no tengo problemas de audición”, dice mi asistente, mostrando el primer signo de
impaciencia. Me preguntaba cuándo iba a empezar a darme la lata. La verdad es que tengo ganas de
pelearme con alguien. Quizá así se me pase parte de esta frustración que me asfixia.
“De acuerdo. Mantenme informado”.
“Claro que sí. ¿Quieres que llame a Coleson y Stanhill?”.
“No, los llamaré yo mismo”.
El horizonte de Sídney está muy oscuro todavía, pero yo estoy muy despierto. En parte, porque sigo
funcionando con la hora de San Francisco. Mi cuerpo suele necesitar dos días para superar el jet lag. Pero
he permanecido en estado de alerta desde que he hablado con Blake. Después de hablar con Caroline, me
empezó a dar vueltas la cabeza. Mi prioridad, por ahora, es asegurarme de que ningún cabrón de la
prensa la moleste a ella o a su familia. La interminable lista de tareas que estoy encargando a mi asistente
es solo el comienzo. Luego tendré que revisar mi propia lista de tareas, llamar a las personas adecuadas,
empezando por Coleson y Stanhill.
“¿Has dormido algo?”, pregunta.
“Unas pocas horas. Deberían ser suficientes”.
“De modo que, ¿vas a trabajar en ambas zonas horarias?”.
“Eso parece”.
“Bueno, que te diviertas. Voy a ponerme a trabajar en la kilométrica lista de tareas que me acabas de
entregar. Adiós, Daniel”.
“Adiós”.
Voy a llamar primero a Stanhill y luego repasaré la lista de personas con las que tengo que hablar. Eso
debería evitar que reproduzca la conversación con Caroline en mi cabeza una y otra vez.
Maldita sea, no puedo quedarme más en mi habitación. Iré al gimnasio del hotel y haré todas las
llamadas mientras corro en la cinta. Necesito moverme. Vestido con ropa de correr, me dirijo al gimnasio
y me llama la atención ver a una mujer joven detrás del mostrador de bienvenida. Cuando leí que el
gimnasio estaba abierto las veinticuatro horas del día, supuse que era totalmente de autoservicio.
Aparentemente, se trata de un servicio de primera clase.
“Buenas noches”. Sonríe y me da dos toallas. “¿El jet lag?”.
“Sí”.
“Nos lo dicen mucho. Hay refrescos en la zona del bar dentro del gimnasio”.
“Gracias”.
Hay otros tres huéspedes del hotel dentro del gimnasio, pero encuentro una cinta de correr lo bastante
lejos como para poder hacer mis llamadas sin molestarlos.
Estoy en medio de mi tercera llamada cuando el nombre de Blake aparece en la pantalla. Le digo
amablemente a mi interlocutor que volveré a llamarlo y luego atiendo a mi hermano.
“¿Has averiguado de qué medio era?”, pregunto sin más.
“Sí. De Lavandería A-Lister”.
“Bien, acabo de hablar por teléfono con Stanhill. Está redactando todos los papeles de cese y
desistimiento”.
“También he hablado con un informante de Hollywood Gossip”, dice, refiriéndose al tabloide que
publicó la foto por primera vez. “Tenían razón. Han conseguido la foto por medio de Justin Hamel”.
“El idiota acaba de firmar su sentencia. Voy a demandarlo hasta el cansancio”.
“¿Has hablado con Caroline? ¿Le has dicho que esto no volverá a ocurrir? ¿Que será más fácil lidiar
con la prensa una vez que ella sepa qué decirles?”.
“Sí, se lo he dicho. La conversación no ha ido como esperaba”.
“Pues entonces habla de nuevo con ella”.
“Lo haré. Ha dicho que me llamaría. Todavía sigo esperando”.
“Por el amor de Dios, no dejes pasar mucho tiempo. Nuestras hermanas insisten en que las mujeres
necesitan tiempo para reflexionar, pero todas mis pruebas indican lo contrario”.
“Gracias por el consejo, Blake. Tengo que volver a llamar a Stanhill. Hablaré contigo más tarde”.
“Claro. Pero hablo en serio. No dejes pasar mucho tiempo”.
Después de cortar, repaso la conversación con Caroline en mi cabeza por millonésima vez. Durante
nuestra charla, noté que se alejaba de mí y no supe qué decir para recuperarla. De hecho, aún no sé qué
decir, de lo contrario, la llamaría en este mismo instante. El miedo y la preocupación en su voz me
paralizaron.
Necesito contar con un muy buen plan antes de hablar con ella, pero no puedo pensar con claridad por
culpa del jet lag.
Por más vueltas que le dé, ha sido mi culpa, y lo peor de todo es que no puedo garantizar que no ocurra
en el futuro. ¿Y si la próxima vez ocurre algo peor? ¿Y si la propia Caroline sufre un accidente? La mera
idea de que le ocurra algo malo me produce acidez.
En las últimas semanas, he buscado algunas agencias de adopción y me he familiarizado con el
proceso. Quiero pasar el resto de mi vida con Caroline. Nos veo juntos, en nuestra casa, con una valla
blanca y unos cuantos niños. Quiero oír su risa todos los días, escuchar su suave respiración por la noche
durmiendo a mi lado, calentando mi cama y mi vida. La necesito.
Amo a esta mujer. Y quiero que esté a salvo y sea feliz, siempre.
Capítulo Veintiocho
Caroline
“No necesito que seas mi niñera”.
La conversación no va como esperaba, por otro lado, no me esperaba otra cosa. Papá no se había
molestado por la noticia de que no puede pasar la noche en su propia casa hasta el momento en que
cometí el error de decir que el nuevo arreglo supone que puedo cuidar de él.
“Papá, has sufrido una grave caída. Si no quieres que te cuide, hablaré con el médico y le pediré que te
deje aquí toda la noche”.
“La terquedad la has heredado de tu madre”.
Apenas puedo contener una sonrisa. A veces, puede ser muy infantil en lo que a hospitales se refiere.
No tengo ningún poder para convencer a un médico de que lo retenga más tiempo del necesario, pero
odia tanto los hospitales que no quiere arriesgarse a esa posibilidad. Por suerte, Niall ha conseguido
hacerse con el TAC y su opinión es idéntica a la del médico.
Estoy esperando a que papá se cambie en el baño cuando oigo dos voces familiares atravesando la
puerta abierta.
“Han dicho que era la habitación 23B, ¿no?”, pregunta Summer.
“Sí. Oh, mira, es esta. La B está un poco descolorida”.
La segunda voz pertenece a Jenna Bennett. Cuando entran en la habitación, sonrío por primera vez en
el día.
“¿Qué hacéis aquí?”.
“Acabamos de enterarnos de todo lo que ha pasado”. Jenna mira alrededor de la habitación con
preocupación. “¿Dónde está Martin?”.
Hago un gesto hacia el baño. “Cambiándose. Le han dado el alta hace unas horas, así que nos vamos a
casa”.
Summer sonríe, levantando un dedo índice. “Tenemos una propuesta. Ya que no puedes volver a casa
de Martin esta noche, ¿por qué no vamos todos a casa de mamá y papá? Hay espacio de sobra, y más
gente para cuidar a Martin”.
Miro a una mujer, luego a la otra y apenas puedo contener el impulso de abrazarlas a ambas. No es
solo el lugar lo que agradezco, sino la compañía.
“Eso sería genial, pero vamos a ver qué dice papá. Hagas lo que hagas, no menciones la parte de que
hay que cuidarlo”.
“Hombres”. Jenna sacude la cabeza y agita una mano. “Dejad esto en mis manos”.
Papá sale al segundo siguiente, con los ojos muy abiertos. “Menuda fiesta de bienvenida, ¡eh!”.
Jenna sonríe dulcemente. “Habríamos llegado antes, pero nos acabamos de enterar. Suerte que aún
estabas aquí. Veo que estás en excelente forma”.
“Gracias”, dice papá, con una expresión que sugiere que está pensando: Por fin alguien ve las cosas
como yo.
De inmediato, tomo una nota mental. Primer paso, la adulación.
“¿Puedo tentarte con una cena casera en nuestra casa? ¿Quizá incluso pasar la noche? Tuvimos a los
nietos el fin de semana y, desde que se han ido, la casa está muy vacía. A Richard y a mí nos encantaría
contar con un poco de compañía”.
La miro fijamente. No tiene sentido tomar notas. Ese nivel de maestría no se consigue simplemente
siguiendo una serie de instrucciones. Hasta Summer mira a su madre con admiración.
“Es más, tiene pensado hacer mousse de chocolate”, añade Summer. Vaya, qué golpe bajo. La mousse
de chocolate es la favorita de papá.
“Bueno, he tenido una conmoción cerebral, no un ataque al corazón, así que será mejor que coma todo
el azúcar y la mantequilla que pueda mientras pueda”.
Asunto zanjado.
La cena se prolonga hasta bien entrada la noche. Como papá ha dormido mucho durante el día, no
tiene prisa por irse a la cama. Me quedo con él en el cenador después de que Richard, Jenna y Summer se
acuestan.
“Qué buena gente, los Bennett”, me dice.
“Totalmente”.
“¿Qué tienes en mente, niña? Has estado triste todo el día, y no es solo por mí”.
Nunca he podido ocultar mis sentimientos a mi padre, así que le cuento la conversación con Daniel,
mis dudas, mis miedos. Incluso dejo escapar algunas lágrimas. Está oscuro y estoy sentada frente a él en
el lado opuesto de la mesa. No hay nadie a la vista.
“No te preocupes por mí. La próxima vez que aparezca un idiota, lo rociaré con la manguera. A ver
cómo me persigue todo empapado. Esta vez no estaba preparado”.
“Pero...”.
“Caroline, has amado a este hombre durante casi diez años”.
Abro la boca y la vuelvo a cerrar. Eso es indiscutible y, de cualquier forma, papá no lo ha formulado
como una pregunta.
“Ahora me dices que crees que no eres adecuada para él porque... ¿qué? ¿Vuestras vidas no son
compatibles al cien por ciento? ¿Porque crees que una maestra de escuela no es lo bastante glamurosa
para él? ¿Suficientemente buena para él?”.
En realidad, no he pronunciado ninguna de esas palabras, pero obviamente papá puede dar más
sentido que yo a mis confusas palabras.
“Déjame decirte algo. Tú lo vales todo y Daniel lo sabe. Otra cosa: la compatibilidad está
sobrevalorada. Desde que nos conocimos y durante todo nuestro matrimonio, tu madre y yo estuvimos de
acuerdo en no más de diez cosas. ¿Por qué crees que cada uno de vosotros tiene dos nombres?”.
Las comisuras de mi boca se contraen. Mi segundo nombre es Siobhan. “¿Cuál de ellos fue idea tuya?”.
“Siobhan”.
“Gracias a Dios que mamá se mantuvo firme, entonces”.
Papá se ríe y luego vuelve a ponerse serio. “Si yo decía negro, ella decía blanco. Si solo había una
opción disponible, se inventaba la segunda solo para que pudiéramos estar en desacuerdo. Y no me
arrepiento de ninguno de esos momentos. Era el amor de mi vida. Daría lo que fuera por tenerla de
vuelta. Y si fuera al revés, si fuera tu madre la que estuviera aquí delante, diría lo mismo”.
Las lágrimas están cayendo en serio ahora y ni siquiera me molesto en limpiarlas. Y papá no ha
terminado.
“Nada fue fácil para nosotros. Trasladarnos desde Irlanda, lejos de nuestros padres. Construir una
familia aquí sin nadie en quien confiar. Todas las parejas tienen sus retos. Todo el mundo tiene problemas.
Así es la vida. Un reto tras otro. Y lo mejor, con diferencia, es tener a tu lado a alguien a quien puedas
querer y en quien puedas confiar para afrontar esos retos”.
Me seco los ojos y las mejillas.
“Daniel es un hombre exitoso, y el éxito viene con una serie de desafíos. Como he dicho, los retos se
presentan de muchas formas. Con paciencia y compromiso, llegaréis lejos. Ambos cometeréis errores,
pero si estáis dispuestos a trabajar juntos en ellos, ya están medianamente resueltos”.
“Vaya”, digo finalmente, moviéndome hacia el lado de la mesa de papá. Sin dudar, me dejo envolver por
sus brazos abiertos.
“Sigues siendo mi niña, eh”.
“Sí”.
“Consúltalo con la almohada, pequeña, y mañana llámalo. Habla con él. Verás cómo todo parece
factible una vez que lo hablas”.
Volvemos a la casa y, una vez que estoy sola, marco el número de Daniel. No tiene sentido consultarlo
con la almohada. Debido a la diferencia horaria, estará dormido para cuando yo me despierte, y quiero
escuchar su voz, hablar con él ahora. Pero la llamada va directamente al buzón de voz. Quizá esté en una
reunión. Me paseo por la casa y voy a la cocina. Todavía queda algo de mousse de chocolate, y Jenna ha
insistido tanto en que me lo comiera en la cena que no le importará que me lo coma ahora, ¿no? Necesito
algo de combustible.
Me centro en esta delicia y, al cabo de media hora, vuelvo a marcar su número, pero me sale de nuevo
el buzón de voz. Tengo un sabor amargo en la boca, a pesar de que acabo de tragar lo último que quedaba
de la mousse. Cargada de energía, salgo a dar un largo paseo por la finca. De una hora y media de
duración. Sea cual sea la reunión en la que esté, tiene que haber pausas. Lo vuelvo a intentar sin éxito.
Con un gran pesar, vuelvo a la casa y me meto en la cama. Hoy, cuando hablamos, he percibido que
levantaba algunos muros. ¿Seré capaz de atravesarlos para llegar de nuevo hasta él?

***

Al haberme acostado a las cuatro, a la mañana siguiente me despierto con resaca. Puede que también
haya llorado un poco contra la almohada. Todavía tengo agarrado el teléfono. Así es como me he quedado
dormida. Miro la pantalla e, inmediatamente, se me revuelve el estómago. No tengo ningún mensaje,
nada. Menos mal que hoy también me he tomado el día libre. No tendría energía para lidiar con un grupo
de niños.
Después de vestirme, bajo a la cocina y veo que papá ya está allí, con mucho mejor aspecto del que yo
tengo. Parece que Jenna está intentando hacer que se coma todo el contenido de su nevera. Me llega un
olor a bacon y a huevos y, de inmediato, me empieza a hacer ruido el estómago. No entiendo cómo puedo
seguir teniendo hambre después de todo el mousse que he comido anoche. Pero a comer se ha dicho.
“Buenos días”, saluda Jenna. Mientras come su desayuno, papá no hace más que saludar con la mano.
“¿Dónde están Richard y Summer?”, pregunto.
“Summer está en la galería. Richard está en el cenador, reparando un tablón que se ha soltado”.
Hablamos durante el desayuno y hago todo lo posible por evaluar el estado de salud de papá sin
parecer sobreprotectora. Realmente tiene mucho mejor aspecto que ayer. Ya no está pálido y, por otro
lado, ayuda el hecho de que ya no lleve la bata del hospital. Ha vuelto a parecer el padre fuerte que
conozco, no el hombre enfermo de ayer.
Después del desayuno, papá sale a ayudar a Richard, haciendo caso omiso tanto a mis protestas como a
las de Jenna.
“No me tratéis como a un enfermo”. Nos hace callar y sale de la habitación.
Mientras ayudo a Jenna a limpiar, mi cabeza piensa en Daniel. Podría haberme enviado un mensaje,
aún habiendo tenido reuniones consecutivas. Ahora no solo me preocupa que me haya dejado plantada,
sino que le haya pasado algo malo. Por décima vez esta mañana, me pregunto si debería preguntarle a
Jenna si sabe algo de él, pero no quiero preocuparla.
“Alguien se comió toda la mousse de chocolate anoche”, comenta Jenna con una sonrisa.
“Ha sido imposible resistirse, pues sabía que estaba ahí”.
Jenna me mira directamente y tengo la sensación de que la mujer puede leer todos mis pensamientos.
“Hoy iba a hacer mermelada de albaricoque”, dice Jenna.
“Oh, me encantaría ayudar”.
Trabajar codo con codo con Jenna es un auténtico placer. Irradia calma, me relaja, me hace sentir
segura, amada.
“Pronto pasará”, dice Jenna de la nada.
Levanto la cabeza de la mesa donde estoy cortando albaricoques. “¿Qué?”.
“Esta atención mediática. Lo bueno de las revistas de cotilleo es que cuando llega un nuevo día, a nadie
le importan los cotilleos de ayer”.
“Puede que tengas razón”.
“A nosotros también nos ha pasado”. Jenna coge los albaricoques que he cortado y los echa en la olla
grande que hay en el horno. Ahora está de espaldas a mí, así que no puedo ver su expresión. “Al principio,
cuando Bennett Enterprises estaba en auge y recibía mucha atención de los medios, Richard y yo tuvimos
nuestros encontronazos con algunos periodistas prepotentes. No siempre ha sido fácil. No estábamos
acostumbrados a ese tipo de vida. Teníamos que tener cuidado con quién hablábamos, con lo que
decíamos”.
Sospecho seriamente que Jenna no le ha contado esto a ninguno de sus hijos, por miedo a parecer
desagradecida. “Pero los malos momentos van y vienen. No todo puede ser un camino de rosas,
¿verdad?”.
“No, claro que no. Pero lo has manejado de forma brillante, si me permites decirlo”. Me uno a ella en el
fogón y le pongo una mano en el brazo. Jenna tiene razón. Es exactamente lo que ha dicho papá también,
así que tomo una decisión en el acto.
Necesito ver a Daniel. Nada de llamarlo. De todos modos, el hombre ni siquiera contesta. Pero quiero
hablar con él cara a cara. Hubo un tiempo en el que era joven y estúpida y dejé que se me escapara.
Definitivamente ya no soy tan joven, y quiero creer que me he vuelto más inteligente con los años.
Viajaré a Sydney en el próximo vuelo. He pensado en esto toda la mañana. Lo que me frenaba era el
miedo a que Daniel no me quisiera allí, además del precio del billete de avión. Comprar un billete con tan
poco tiempo de antelación tiene un coste astronómico: cerca de un mes de alquiler. Esto haría mella en
mis ya agotados ahorros, pero no me importa. Merecerá la pena. En cuanto a Daniel, bueno... no dejaré
que me aleje. Ya lo permití una vez, no lo haré de nuevo.
Por otro lado, también está el pequeño detalle de que tengo que trabajar el resto de la semana. No
estoy segura de que el director vaya a ser tan comprensivo, por muy buenas que sean mis galletas de
cacao y mis donuts. Pero tengo que correr el riesgo. No hay manera de evitarlo. Estoy completamente
enamorada, y quiero que Daniel lo sepa. Ha sido así desde el principio, pero tenía miedo de admitirlo,
incluso a mí misma. Ya no.
“Jenna, ¿te importa si me voy en una hora?”.
“Oh. ¿Por qué?”. Se detiene en el acto de remover la olla.
“Quiero coger un vuelo para ver a Daniel. El próximo avión a Sydney sale en unas horas. Tengo que ir a
casa para coger mi pasaporte y hacer la maleta”.
Jenna se ríe y levanta ambas manos, haciendo volar unas gotas de mermelada por la cocina.
“Ah, no puedo dejar que hagas eso, mi niña”.
Parpadeo. “¿Por qué?”.
Jenna comprueba la hora en el reloj de pie de la pared. “Porque Daniel aterrizará en unas cuatro
horas”.
Capítulo Veintinueve
Daniel
Para cuando bajo del avión, tengo las piernas agarrotadas. Me duele todo el cuerpo. De por sí, un viaje a
Australia ya es agotador. Viajar de ida y vuelta en menos de cuarenta y ocho horas es directamente una
locura.
Temía poder quedarme dormido durante el trayecto en taxi hasta la casa de mis padres, pero no
debería haberme preocupado. Este taxista y su habilidad para conducir de forma criminal me tienen bien
despierto.
Más allá de todo, cuando se detiene le doy una propina, contento por haber sobrevivido al viaje.
Recorro el largo camino desde la puerta hasta la casa y mi espíritu se eleva a cada paso. Llamo a mamá
apenas tengo un mínimo bosquejo de plan en la cabeza. Podría haber llamado a cualquiera de mis
hermanos, pero cuando las cosas se ponen feas, no hay nadie mejor que ella para estar al tanto de todo y
calmar las aguas. Por eso era tan importante que Caroline contara con la presencia tranquilizadora de mi
madre después de todo el incidente.
Me muero de ganas de ver su cara de sorpresa cuando me vea. Al acercarme a la puerta principal, veo
a mi padre y a Martin en el extremo más alejado de la propiedad. Desde aquí, no puedo evaluar el aspecto
de Martin, pero supongo que el hombre se está recuperando bien si ha podido llegar hasta allí.
Sigo el sonido de las voces de Caroline y mamá hasta la cocina. Caroline se está riendo y dejo que el
sonido me inunde y disipe algunas de mis preocupaciones. En cuanto entro en la cocina, tengo la
sensación de que, literalmente, me voy a derretir. Dentro, la temperatura debe ser de alrededor de un
millón de grados, pero me olvido de todo ante la maravillosa imagen que tengo delante.
Mamá y Caroline están apiñadas alrededor de tres grandes ollas en el fuego, probando el contenido.
Caroline parece relajada. También está muy sexy, lleva unos pantalones cortos que nunca le he visto y una
camiseta de tirantes holgada. Tiene el pelo recogido en la parte superior de la cabeza, con mechones
sueltos colgando.
Al verme, suelta un pequeño grito y se tapa la boca.
“¿Qué haces ya aquí?”, pregunta entre sus dedos.
Derrotado, miro a mi madre. “Se lo has dicho”. Debería haberlo imaginado. Guardar secretos no es su
fuerte.
Se encoge de hombros.
“Le he dicho que llegarías en cuatro horas. Así que he mantenido el elemento sorpresa”.
Vaya, qué servicial.
“Dicho esto, me largo de aquí”, continúa. “Martin, Richard y yo vamos a salir a cenar”.
“Es muy temprano”, señala Caroline.
Mamá guiña un ojo. “Cenaremos temprano. La casa es vuestra”.
En el momento en que sale de la cocina, Caroline entra en frenesí. “Necesito ducharme. Y cambiarme
de ropa. Iba a hacerlo antes de que llegaras. Llevo la ropa vieja de Summer y estoy sudada. Y huelo fatal,
creo”. Olfatea un poco el aire y luego deja caer la cara entre las manos. “No puedo creer que me haya
olido delante de ti”.
Por muy adorable que sea verla así de nerviosa, tengo que poner fin a esto antes de que se ponga aún
más nerviosa. Hago rodar mi maleta contra la pared y me dirijo a ella.
“No te vuelvas loca”.
Pensaba que mis palabras la calmarían, pero estaba muy equivocado. Está temblando como una hoja y
un mechón de pelo se le pega a la mejilla. Tras varios intentos de apartarlo, me doy cuenta de que tiene
mermelada. La limpio con agua del grifo y, sin poder evitarlo, la beso. Tenía un millón de cosas para decir
antes, pero necesito más esto. Lo necesito desesperadamente. Le paso la lengua por el labio inferior hasta
que separa la boca y me permite acceder a ella. Sabe a albaricoques y azúcar. Después la rodeo con los
brazos y la aprieto contra mí, ávido de su cálido cuerpo, de su suave piel. Pese a lo perdido que estoy en
ella, noto que se estremece, y no en el buen sentido.
“¿Por qué estás tan nerviosa?”, pregunto, apartándome. Yo también estoy nervioso, pero ella parece
realmente asustada.
Respira profundamente y se queda mirando un punto de mi barbilla, con la clara intención de no
mirarme a los ojos. “No has volado desde Australia para romper conmigo, ¿no? ¿Por mi propio bien o algo
así?”.
Ah, ahora entiendo perfectamente su preocupación, teniendo en cuenta nuestro pasado. “No. Para
nada”.
“Está bien”. La tensión se desprende de sus extremidades. Asiente, me sonríe. “Vale. De todas formas,
te aclaro que si hubieras volado para eso, no iba a dejar que lo hicieras. Al menos no sin presentar batalla
primero”.
“¿Quieres echar un vistazo a eso? Mi pequeña tigresa”.
“Siento haber manejado tan mal las cosas por teléfono. Me asusté y dije algunas estupideces”.
“Tenías muchos motivos para estar asustada, no te disculpes”. Tomo sus manos entre las mías,
fortaleciéndome. Que sea lo que Dios quiera. “No puedo prometer que algo así no vuelva a suceder. Voy a
hacer todo lo que esté a mi alcance, pero no puedo garantizarlo. Haré los cambios que sean necesarios en
mi negocio para minimizar el riesgo, prescindiré de todas las actividades con famosos, pero no puedo
garantizar que no vuelva a ocurrir. ¿Puedes acostumbrarte a vivir con eso? ¿Puedes amarme a pesar de
eso?”.
***
Caroline
La tensión de su voz me atraviesa.
“No necesito que me prometas nada, Dan. Y no quiero que cambies tu negocio por mí. Aprenderé a
lidiar con ello. Puedes enseñarme. Entrenarme, como tú dices. Puedo aprender. Quiero hacerlo. Cualquier
cosa que necesites, estaré ahí. Y te amo, pase lo que pase”.
Aprieta su frente contra la mía. “Dios, qué bonito se oye eso. Yo también te amo. Mucho. Siempre te he
amado, siempre te amaré”.
No, no, no. Cálmate, corazoncito. Necesito estar alerta y despejar mis oídos del incesante palpitar que
dificulta la comprensión de sus palabras. Parece que tiene más cosas que decir, y no quiero perderme ni
una sola palabra.
“Quiero que construyamos una vida juntos. Quiero una familia contigo. Dime que quieres lo mismo”,
susurra.
“Sabes que sí”.
“Necesito escucharlo”.
“Quiero una familia contigo. Quiero pasar el resto de mi vida haciéndote feliz. Cuenta conmigo para
todo, Dan. Me entrego por completo”.
Deja escapar una fuerte exhalación, suelta mis manos y me coge la cara. Luego me besa, y parece
como si volviera a respirar por primera vez desde que lo dejé en el aeropuerto. Estaba demasiado
estresada para disfrutar del primer beso, pero estoy dispuesta a disfrutar de cada segundo de este.
Deslizo mis brazos por debajo de los suyos, rodeando su torso y atrayéndolo hacia mí. Pone nuestros
cuerpos uno contra otro, hundiéndose contra mí como si necesitara sentir cada centímetro de mi cuerpo
contra él, como si me necesitara tanto como yo lo necesito.
Me entrego como siempre lo hago: completamente. Solo que esta vez, quiero poner cada sentimiento y
emoción en el beso.
Cuando nos separamos, noto que estoy atrapada entre la encimera y Daniel. Esto sí que es estar entre
la espada y la pared. Un dilema muy tentador. Por mí, que me lo haga todo lo que quiera. Dan me besa la
frente, la sien y luego la punta de la nariz. Tiemblo ligeramente. Quizá por el alivio de volver a estar en
sus brazos y saber que me quiere en su vida para siempre, igual que yo a él. Quizá sea porque cada célula
de mi cuerpo pide a gritos el contacto piel con piel, que él esté dentro de mí. Quiero que estemos unidos
en todos los sentidos.
Como si leyera mi mente, me coge en brazos y me sube por las escaleras.
“Estoy alojada en tu antigua habitación”, le digo, con una gran expectación. Me lleva directamente al
cuarto de baño. Mientras nos despojamos de la ropa, busco su rostro. Nunca me cansaré de mirarlo, de
intentar leerlo y prever lo que necesita para ser feliz.
Entramos juntos en la ducha y, mientras el agua caliente cae sobre nosotros, Daniel se echa gel de
ducha en las palmas de las manos. Después baja, pasando su mano enjabonada por mi pierna, subiendo
por un muslo. Me roza el clítoris con el pulgar, arrancándome un gemido, justo antes de pasar sus manos
por mi otra pierna. Empieza a enjabonarla desde el tobillo y luego va subiendo lentamente. Me
estremezco ante la expectación, mientras mi centro empieza a arder. Cuando sus manos llegan de nuevo
al vértice de mis muslos, necesito tanto sus dedos dentro de mí que casi lo suplico. Mirando hacia arriba,
desliza sus manos por la parte exterior de mis muslos hasta llegar a mi culo, y lo toca. Un movimiento de
su lengua contra mi clítoris es lo único que necesito para gritar por él y apretarle el pelo. Me lame una y
otra vez, hasta que me tambaleo sobre las piernas. A continuación me besa hasta el ombligo, se acerca a
mis pechos y se lleva un pezón a la boca.
“¡Dan, oh!”.
Me levanta las piernas y me apoya en la pared de azulejos. Instintivamente, lo rodeo con las piernas y,
al mismo tiempo, me baja sobre él, llenándome centímetro a centímetro. Gime mi nombre mientras me
aprieto contra él y le beso el cuello. Sus manos me sujetan las nalgas y sus dedos se clavan en mi piel. Se
acopla perfectamente a mí. Nos quedamos en esa posición, no nos movemos ni intentamos hacerlo,
simplemente estamos el uno con el otro. Este momento es tan íntimo que estoy temblando ante su
intensidad.
Me presiona en la comisura de los labios con el pulgar y vuelve a besarme. Cuando separo los labios y
su lengua se desliza dentro de mi boca, percibo más ternura y calor que nunca. Me muevo alrededor de él
y empujo mis caderas hacia delante, buscando la fricción. Me besa por el lateral del cuello y luego vuelve
a subir antes de separar finalmente sus labios de mi piel y mirarme a los ojos.
“Todavía no puedo creer que tenga la suerte de tener tu amor”, susurro.
“Entonces haré todo lo posible por demostrarlo cada día”.
Capítulo Treinta
Caroline
“Estoy tan orgullosa de mí. Tan orgullosa”. Sonrío mientras salimos del vestíbulo del hotel hacia la
agradable y fresca mañana de Las Vegas.
Daniel frunce el ceño. “Eres peor que Summer”.
“¿Qué dices? Solo he sacado a relucir mi lado fan unas cinco veces”.
Batiendo las pestañas, le sonrío. ¿Qué esperaba? Me acaba de presentar a una de mis estrellas de
televisión favoritas, Nina. Cuando Daniel me dijo que estaba organizando su fiesta de cumpleaños en Las
Vegas y me preguntó si quería acompañarlo, tardé cinco segundos en aceptar. Me entrenó pacientemente
sobre cómo lidiar con los paparazzis en caso de que apareciera alguno. También me dio consejos acerca
de cómo actuar frente a Nina. Sigo esforzándome por ponerlo en práctica.
“¿Qué quieres hacer?”, pregunta. “Tenemos todo el día para nosotros”.
“Bueno, ya que tú eres el experto en Las Vegas y yo nunca he estado, pues quiero un tour privado”.
“Tus deseos son órdenes. Mediados de diciembre no es la mejor época para estar en Las Vegas, pero al
menos no cocinaremos. Nuestra última parada será en las fuentes del Bellagio. Hay un espectáculo de
agua cada treinta minutos”.
Nos alojamos en un hotel del Strip así que estamos en medio del bullicio. He visitado bastantes
ciudades, y cada una tiene su propio encanto, algo que la diferencia de cualquier otro lugar, algo más allá
de la arquitectura, el idioma o la historia. Las Vegas es colorida y vibrante, transmite una sensación de
asombro y peligro, y me muero de ganas de explorarla con Daniel.
Unas cinco horas después, tengo la sensación de que se me van a caer los pies. Hemos visitado todos
los casinos más importantes; mi favorito es sin duda el Venetian, con sus pintorescos puentes, y el High
Roller, la noria gigante. Mientras observamos el espectáculo acuático de las fuentes del Bellagio, entiendo
por qué Daniel lo ha dejado para el final. Es realmente impresionante, la mejor manera de terminar el
tour.
“Eres un verdadero experto en Las Vegas”, lo felicito una vez que el espectáculo ha terminado y los
turistas se han dispersado. “¿Hay algo que no hayas hecho en Las Vegas? Pensándolo bien, no respondas.
Hay cosas que no necesito saber”.
Daniel se ríe, me arropa y me besa la mejilla. “No tengo secretos”.
Abro la cremallera de su chaqueta y meto los brazos dentro de ella, aferrándome a él. De repente se
encuentra muy callado, con una expresión contemplativa en el rostro.
“Hay una cosa que jamás he hecho aquí”, dice.
¿Es mi imaginación, o suena un poco raro?
“¿Cuál?”.
Me quita las manos de la chaqueta y me lleva de nuevo por las calles. No tengo ni idea de adónde nos
dirigimos, pero confío en él.
Entramos en uno de los edificios más bajos y discretos de una calle lateral. Al principio no me doy
cuenta de dónde hemos entrado. Hay muchas parejas a nuestro alrededor, algunas no del todo sobrias.
Recién ato cabos cuando veo a los novios al fondo de la sala y al oficiante de la boda detrás de ellos.
“Oh, Dios mío”. Se me seca la boca. Estamos en una capilla. Los ojos de Daniel están fijos en mí,
esperando.
“Nunca he hecho esto. ¿Hay algo que quieras cambiar al respecto?”, pregunta, con voz áspera y llena
de emoción.
“¿Lo has planeado?”.
“No. Si lo hubiera hecho, no habría nadie más aquí, y llevaría un traje. No soy de los que usan gemelos,
pero para semejante ocasión...”.
Yo tampoco estoy vestida para la ocasión, obviamente. Llevo unos vaqueros, un jersey rosa bajo la
chaqueta y unas bailarinas rosas con unos moños gigantes.
“¡Oh, Dan! Sí, hagámoslo. Pero espera... creo que esto no les gustará mucho a nuestras familias.
Aunque, a decir verdad, yo tampoco quiero esperar”.
Esto puede ser un poco sorprendente, bastante imprudente, pero oh, Dios mío, es tan bonito. Tan
perfecto.
“Depende de ti. Podemos esperar y hacerlo en San Francisco. O hacerlo ahora. También podríamos
hacer las dos cosas: casarnos aquí y hacer una fiesta en casa”.
“Me parece genial”. Estoy tan emocionada que apenas puedo pronunciar las palabras.
“¿Cuál de las opciones?”.
“La última. Boda ahora, fiesta en casa”.
Dan no me contesta. Se limita a acercarme a él y a besarme con fuerza. El sonido de las palmas inunda
la habitación. Abro un ojo y veo que todo el mundo nos observa.
“Te amo mucho”, susurro. Él sonríe, manteniéndome cerca, y yo me pierdo en él, en este momento.
Observo cómo se casan las parejas de delante como si fuera a través de una bruma. Mis sentidos
parecen estar completamente dominados por Daniel. Aguardamos con las manos entrelazadas.
Cuando llega nuestro turno, Daniel habla con el oficiante en voz baja antes de que empiece la
ceremonia. Mientras permanecemos uno al lado del otro y el ministro nos entrega los anillos —simples
anillos de oro— no puedo evitar preguntarme por qué no lo hace todo el mundo. A veces pienso que las
bodas son más para beneficio de los invitados que de los novios, que a menudo se estresan para
complacer a los invitados a costa suya. Esto es perfecto para nosotros.
Cuando comienza la ceremonia, se me tensa todo el cuerpo, me invaden la emoción y la adrenalina. No
hay nervios ni dudas que me afecten. Nada puede hacerme sentir mejor que esto.
No puedo creer que haya llegado este momento, que Daniel esté a mi lado, a punto de convertirse en
mi marido. Voy a hacerlo el hombre más feliz de la Tierra; es un voto que me hago a mí misma, y voy a
recordármelo todos los días.
“¿Habéis preparado los votos?”, pregunta el oficiante.
“No, pero de todas formas me gustaría decir unas palabras”, dice Daniel, volviéndose hacia mí.
“Caroline, nos conocimos cuando acabábamos de convertirnos en adultos. Fuiste mi amiga, luego mi
amante. Después te dejé ir. Te prometo que nunca más te dejaré ir. Eres mi todo. Y lo serás por el resto de
nuestros días”.
Sonrío, con lágrimas en los ojos. Hemos necesitado estos años de separación para convertirnos en las
personas que somos ahora, para crecer y aprender a apoyarnos mutuamente en todos los aspectos.
“Te amo, Dan. No importa lo que la vida nos depare, estaré allí para ti. Te amaré en todo momento,
hasta mi último aliento. Y sea lo que fuere que venga después, te amaré allí también”.
Capítulo Treinta y Uno
Caroline
Doy una vuelta, viendo cómo la tela de mi vestido flota a mi alrededor. Es un chifón rosa claro y se
arremolina en forma de ondas. Me encanta. El corset se ciñe a mi torso, formando una V, y tiene anchos
tirantes sobre los hombros. La falda llega hasta el suelo y es tan voluminosa que temo perderme en ella.
Sin embargo, a pesar de todo el frufrú, las siete capas de velo y demás, es extraordinariamente fácil
moverse con él.
Cuando Dan y yo aterrizamos desde Las Vegas, nuestras alianzas causaron un gran revuelo, por lo que,
además de la fiesta, hemos decidido también realizar una segunda ceremonia. De modo que aquí estamos,
una semana después de Navidad, celebrando una boda de invierno.
Tengo que admitir que me muero de ganas de que llegue la ceremonia. Hacer los votos delante de
todos mis seres queridos tiene algo que me atrae. Es la parte que más espero. Además de darle a papá la
oportunidad de acompañarme al altar.
Vuelvo a contemplar mi anillo de compromiso. El doble nudo del símbolo de infinito está lleno de
elegantes curvas y brillantes diamantes. Cuando Daniel me lo dio, le pregunté por qué había elegido ese
símbolo, y me respondió: “Porque lo nuestro es para siempre”.
Recibí el anillo ayer. Daniel le pidió a Pippa un anillo de compromiso personalizado, y Pippa me confió
que su hermano resultó ser su cliente más exigente. Se pasaron las dos semanas desde que volvimos de
Las Vegas trabajando en ello.
“El lado positivo es que el hecho de haber pasado semanas exprimiendo mi creatividad me ha dado una
idea para una nueva línea de anillos de compromiso: diseños inusuales. Algo que se salga de los
habituales cortes y engastes de princesa”.
El sonido de la puerta al abrirse me saca de mi ensueño. Entra papá, con los ojos llorosos, y puedo
percibir cómo las emociones lo atraviesan en oleadas. ¡Oh, no! A este paso, me voy a poner a llorar en un
santiamén.
“Papá, debo reconocer que estás muy elegante con el esmoquin”. Es la primera vez que lo veo con uno.
“Tu madre nunca me habría dejado asistir a la boda de mi hija de otra manera”.
Abre sus brazos y me sumerjo en ellos. Nunca he echado tanto de menos a mamá como hoy, y esto
tiene que ser igual de duro para papá. Cuando nos separamos, saca algo de su bolsillo.
“Esto pertenecía a tu madre. Lo tenía conmigo, pero es una pena que no se use”.
Abre el puño y revela el viejo colgante de mariposa de plata de mamá.
“No sé si va con tu vestido. No es tan elegante”.
“Pues desde luego que me lo pondré. Es precioso”. Mi voz vacila, cargada de emoción. Me giro para
que pueda abrochármelo al cuello y ambos resoplamos ligeramente.
“Gracias, papá”. En este preciso momento, tengo la sensación de que mamá está con nosotros también.
Salimos del dormitorio y bajamos al salón. He elegido vestirme aquí, en la casa de mi infancia. Niall
debería llegar en cualquier momento para llevarnos a la iglesia.
“Los padres suelen decir que nadie es lo suficientemente bueno para sus hijas, pero a mí no me parece
así. Daniel es un gran hombre y te quiere”.
“Gracias, papá”.
“Cuando vi a tu madre, lo supe”.
“¿En serio?”. Nunca he escuchado su historia. Como me parecía algo demasiado personal, nunca se lo
he preguntado.
“Sí. Aunque me costó convencerla. Siempre fue la más sensata de los dos. Quería estar segura de que
no nos estábamos precipitando”.
“Parece algo propio de ella, sí”. Me río, tocando el colgante. Justo en ese momento, un bocinazo desde
fuera nos indica que Niall está aquí.
La iglesia está llena de nuestros familiares y amigos y, mientras camino lentamente hacia el altar, hago
todo lo posible para que no se me noten los nervios, sostenida por el brazo de mi padre. Cuando nos
detenemos frente a mi hombre, Daniel mira a papá directamente a los ojos y le dice,
“Prometo cuidar de tu hija, amarla y respetarla”.
“Sé que lo harás”.
Después de la ceremonia, nos dirigimos a pie al restaurante, que está justo enfrente de la iglesia. Es un
lugar encantador, con espacio suficiente para los trescientos invitados que asistirán. Solo unos cincuenta
estaban en la iglesia; el resto vendrá directamente al restaurante. Daniel y yo encabezamos el grupo de
cincuenta mientras cruzamos la calle. Esta mañana ha llovido, así que tengo que llevar el vestido
levantado para evitar que se ensucie el dobladillo. Mis zapatos de raso probablemente estarán hechos un
desastre, pero nadie los verá bajo el vestido.
El restaurante está rodeado de un hermoso jardín y la puerta de entrada, que es de hierro negro, está
envuelta por unas preciosas enredaderas. Tras ella, un camino de adoquines conduce a la puerta principal
del restaurante. Caminar por los adoquines irregulares con zapatos planos es bastante fácil, pero con
tacones es un infierno. No he llegado a expresar ese pensamiento que Daniel me rodea la cintura con un
brazo y me acompaña en cada paso.
Recién me suelta cuando entramos en el restaurante, donde los camareros esperan con bandejas de
champán. Mientras los invitados se sirven una copa, noto que Summer está dando instrucciones a la
organizadora de la boda. Apenas consigo reprimir una sonrisa. Entre la organizadora de la boda y
Summer, Daniel y yo no hemos tenido que intervenir mucho en términos de organización.
Cogemos dos copas para nosotros y luego damos la bienvenida a todos los invitados. Terminamos la
ronda de saludos chocando las copas con Pippa y Summer.
“Ya no quedan más bodas que organizar”, dice Summer con nostalgia.
“¿Qué dices?”, pregunta Pippa. “Tenemos un montón de primos solteros. Mira todos esos Connors. Y
además estás tú, claro”.
“Por supuesto. Estoy segura de que el hombre de mi vida está por ahí en alguna parte. Ahora le hace
falta un mapa para encontrarme. O una brújula. O mejor aún, un GPS. El mío definitivamente no funciona.
Sigue enviándome a callejones sin salida”.
Vaya, me encanta el optimismo y la energía de Summer.
“Por cierto, tenéis cinco minutos hasta que empiece vuestro baile”, nos dice a Daniel y a mí. Cierto,
para ser tan dulce, se le da muy bien el papel de mandona.
“Sí, jefa”, digo, intentando tragarme la ansiedad que me produce la idea de bailar delante de todos.
Dan y yo hemos decidido que solo vamos a bailar una de nuestras canciones lentas favoritas, sin ninguna
coreografía extravagante.
Para cuando Daniel me lleva a la pista de baile, ya me he puesto nerviosa. Pero en cuanto empieza la
canción y él me rodea la cintura con un brazo, cogiendo mi mano entre las suyas, parte de esa tensión
desaparece. Dios mío, cómo me abraza, cómo me mira, como si fuera la cosa más preciosa del mundo.
“Te amo, Dan”, susurro.
Sonríe, besando la comisura de mis labios. “Yo también te amo”.
Me derrito contra él, pues me siento segura y querida en sus brazos. Una vez terminada la canción,
otros se unen a nosotros en la pista de baile.
¿Lo mejor del vestido de novia? Es tan largo y voluminoso que nadie puede verme los pies. Mientras
me las arregle para no pisar mis propios pies, estaré bien.
Entre la comida y el baile, la noche es un éxito. Lo más memorable son los discursos. Empiezan con
humor y relativamente tranquilos mientras nuestros padres sostienen el micrófono, pero cuando llega el
turno de Blake, la cosa se desmadra por completo.
Al terminar la fiesta, en parte me gustaría que pudiera continuar, pero al mismo tiempo, tengo muchas
ganas de que empiece nuestra noche de bodas.
Cuando se marchan los últimos invitados y la familia lleva nuestros regalos al coche, Jenna se despide
de nosotros con un abrazo.
“¿Tienes algo sabio para decirnos?”, pregunto mientras me separo de sus brazos. Ella mueve la mirada
entre Dan y yo, radiante.
“Reíd a menudo. No os vayáis a la cama enfadados. Aprended a ceder. Las cosas nunca son tan malas
como parecen. No digáis cosas hirientes. No son en serio y no podéis retirarlas. No os olvidéis de decir “te
quiero”, aunque pasen muchos años. Buscad siempre lo mejor del otro. Siempre amad al otro. Y cuando
haya mucho amor, podréis resolver todo lo demás. Juntos”.
Epílogo
Daniel
Dos meses después
“¿Caroline?”. Pongo las llaves en el cuenco amarillo con forma de pez del vestíbulo y, mientras sostengo el
sobre, noto que mis manos están ligeramente temblorosas. Se suponía que iba a llegar a casa en dos
horas, pero una vez que recibí la noticia, no he podido resistirme. No está en el salón. Pues entonces,
arriba.
Subo corriendo por las escaleras y sonrío. Ha añadido aún más libros a la estantería de la planta
superior de nuestra casa.
La tienda de Martin va bien desde que él y Caroline organizan lecturas y juegos con las escuelas de la
zona casi día por medio. También parece que trae libros nuevos casi semanalmente.
Nos hemos mudado a la nueva casa hace tres semanas. Cuatro dormitorios son muchos para nosotros
dos. Pero pronto ya no seremos solo nosotros dos.
Está cantando en el baño. Como la puerta está entreabierta, puedo ver que está tumbada en la bañera,
con el agua burbujeante hasta el pecho.
Lleva el pelo recogido en un moño y los dedos de los pies asoman por el borde de la bañera. El olor a
vainilla impregna mis sentidos. Cualquier día de estos, le echaré más narices al asunto y me meteré con
ella aunque esté usando una de esas bombas de baño con aroma empalagoso. Al acercarme al borde de la
bañera, me doy cuenta de que los cascos y el teléfono están tirados en el suelo. Con la mayor delicadeza
posible, cojo los cascos para que no se mojen. Pese a esto, ella se sobresalta, salpicando agua y espuma
por todas partes.
“Lo siento mucho”, murmura, limpiando la espuma que ha caído sobre mi camisa. Cuando le muestro el
sobre, se queda petrificada. “¿Es esto lo que creo que es?”.
Asiento, mientras la emoción me obstruye la garganta. “Ha llegado a mi oficina hace media hora. No he
podido aguantar”.
“¿Puedes sacar los papeles para que pueda verlos? Tengo las manos mojadas”.
Cojo los papeles al instante. Aquí están, por escrito. Ya somos oficialmente los padres de Hugo, de siete
años, y de su hermana Elisabeth, de tres. Tuvimos que esperar a que se solucionara el asunto con Justin
Hamel porque tener un caso abierto en los tribunales no nos habría favorecido con la agencia de
adopción. Optamos por llegar a un acuerdo extrajudicial, de modo que no volverá a molestar a ninguno de
mis seres queridos. Al día siguiente, presentamos nuestra petición de adopción.
Cuando la trabajadora social nos dijo que los niños mayores tienen menos posibilidades de ser
adoptados porque las parejas siempre prefieren adoptar bebés, Caroline y yo decidimos optar por esos
casos sin dudarlo. Un mes después, nos habló de Hugo y Elisabeth, así que aceptamos y presentamos
todos los papeles.
Caroline se pone de rodillas en el suelo de la bañera, leyendo el escrito una y otra vez.
“Podemos recogerlos en dos semanas. A nuestros hijos. Son nuestros, Dan”.
“Sí, son nuestros”. Dejo los papeles a un lado en un lugar seco y luego le acaricio la cara, besándole la
mejilla y la sien. Tiembla ligeramente en mis brazos, mientras desborda de emoción. “Y los vamos a
querer tanto. Tanto”.
Se pone en pie y busca una toalla. Se la traigo, la seco y la levanto en brazos para llevarla a nuestro
dormitorio, besándola durante todo el camino.
Cuando la acuesto en la cama, me mira con tanta ternura y adoración que me hace derretir.
“Prométeme que siempre me besarás así”, digo. “Que siempre me mirarás de ese modo, como si lo
fuera todo para ti”.
“Te lo prometo. No sé cómo quererte de otra manera, Dan”.
“Genial, porque cada día te amaré más”.

Este es el final de la historia de Daniel y Caroline. La serie Bennett continúa con la historia de Summer. Si
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