Siempre A Tu Lado Layla Hagen
Siempre A Tu Lado Layla Hagen
Siempre A Tu Lado Layla Hagen
Siempre a tu lado
Copyright ©2023 Layla Hagen
Todos los derechos reservados. Queda prohibida la
reproducción total o parcial de este libro de cualquier forma o
medio electrónico o mecánico, incluyendo sistemas de
almacenamiento y recuperación de información, sin permiso
escrito y expreso del autor, excepto para el uso de citas breves
en evaluaciones del libro. Esta es una obra de ficción. Los
nombres, personajes, negocios, lugares, eventos e incidentes
son producto de la imaginación de la autora o se usan de
manera ficticia. Cualquier parecido con personas reales, vivas
o muertas, o hechos reales es pura coincidencia.
Traducido por Well Read Translations
Tabla de Contenido
Derechos de Autor
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Capítulo Dieciocho
Capítulo Diecinueve
Capítulo Veinte
Capítulo Veintiuno
Capítulo Veintidós
Capítulo Veintitrés
Capítulo Veinticuatro
Capítulo Veinticinco
Capítulo Veintiséis
Capítulo Veintisiete
Capítulo Veintiocho
Primer Epílogo
Segundo Epílogo
Capítulo Uno
Reid
—Ni hablar —exclamé.
—Reid, no lo pongas difícil.
—Tenemos gente capaz de llevar el tema de las relaciones
públicas en la plantilla. Que se encarguen de todo. No voy a
confiar mi vida personal a un completo desconocido. —De
repente, las paredes de la oficina parecieron cerrarse sobre mí.
Deborah, mi ayudante, suspiró.
—Nuestro departamento de Relaciones Públicas se ocupa
de asuntos corporativos. Es su especialidad. No saben nada
acerca de cómo mantener tu nombre fuera de la prensa
sensacionalista, por eso eres carne de cañón para ellos.
Me levanté de mi escritorio.
—Me da igual. Al final se cansarán de mí. —Mi ex era la
estrella. Yo solo era el idiota que había cometido el error de
salir con ella.
—El asunto está poniendo nervioso a todo el mundo.
—¿Y qué?
—Que ya he concertado una reunión con una profesional
de las relaciones públicas especializada en… escándalos de
Hollywood.
—Pues cancélala.
—Demasiado tarde. Ya está en camino.
Levanté una ceja.
—¿Has organizado todo esto a mis espaldas?
—No. Solo que… se me olvidó informarte.
Evité responder de manera sarcástica. Sentía demasiado
respeto y cariño por Deborah como para reñirle. Sabía que
quería lo mejor para mí. Había sido la asistenta de mi padre en
el pasado y una mentora inestimable cuando me hice cargo de
la empresa hotelera. Siempre me había apoyado. Hasta ese
entonces, por lo que parecía.
—Se llama Hailey Connor. Es tu próxima reunión
concertada. Sé amable —dijo Deborah.
—Es que esa no es mi forma de ser.
—Inténtalo.
—Deborah, cancela la puñetera cita.
—Demasiado tarde. Ah, por cierto, ha llamado Bianca. Me
pidió que te recordara lo de su concierto.
—Allí estaré. —Mis labios se curvaron en una mueca de
preocupación. Si me perdía el recital de mi hermana menor, no
me sorprendería si apareciera en mi oficina exigiéndome una
explicación.
—Vale. Te dejo a lo tuyo.
No estaba al tanto de todo lo que Marion había revelado a
la prensa sensacionalista. La situación debía de ser grave si
Deborah había optado por tomar el asunto en sus propias
manos.
¿Y si mi familia se había enterado? Bianca leía las páginas
webs de cotilleos. No podía asegurar que mis padres no lo
hicieran también. Frustrado, me pasé una mano por el pelo y
me dejé caer en la silla. Desde que mi padre había sufrido
aquel derrame cerebral hacía diez años, mi familia había
confiado en mí para que me ocupara de las decisiones
importantes. Al principio, teníamos la esperanza de que se
recuperaría, pero cuando nos dimos cuenta de que no iba a ser
así, me vi obligado a aprender a llevar el negocio a
contrarreloj, antes de que los oportunistas se aprovecharan de
nuestra situación.
Mientras crecía como hijo de los dueños de uno de los
hoteles más grandes y prestigiosos de Hollywood, mi padre se
había asegurado de mantenernos alejados de los focos. De
adulto, siempre había sido muy reservado con mi vida privada,
por lo que no quería que un extraño se encargara de ella. Sin
embargo, tener mi propio departamento de Relaciones
Públicas era diferente, puesto que yo era el encargado de
aprobar todas las contrataciones.
No quería que nadie relacionado con la gente de
Hollywood estuviera cerca de mí. Fue precisamente eso lo que
me había metido en aquel embrollo.
Hasta ese entonces, no podía creer cómo había estado tan
ciego en lo que se refería a mi ex. Me había tragado el cuento
de Marion, convencido de que estaba enamorada de mí. Pero
en ese momento, cualquier atisbo de privacidad se había
esfumado. ¿Me entusiasmaba la idea? Para nada.
¿Creía que necesitaba un experto en relaciones públicas de
Hollywood? Ni de coña.
***
Hailey
Acomodé mi cabello y arreglé mi blusa mientras observaba el
Davenport Business Hotel. Era una estructura moderna de diez
pisos, con balcones que se extendían hasta la quinta planta.
Reid Davenport era dueño de dos hoteles en Los Ángeles, el
original en el corazón de Hollywood y ese más nuevo. Sabía
que sus oficinas estaban ubicadas en alguna parte del edificio,
pero no estaba segura de dónde.
Llegué quince minutos antes de la cita y aproveché para
llamar a mi hermano, Landon. Me había ofrecido a cuidar a mi
sobrina esa noche mientras él llevaba a su esposa a cenar
fuera.
—Hola, hermano —dije cuando descolgó.
—¡Hailey! Estaba a punto de llamarte.
—¿Ya te estás arrepintiendo de dejarme a la niña esta
noche? —bromeé.
Se rió entre dientes.
—Depende. ¿Cuáles son tus planes?
—Pues… ir de compras.
—Vaya, ya veo. Vas a convertirla en una adicta a las
compras, ¿verdad?
Guau. Landon tenía un don para captar las segundas
intenciones en mi voz. Me sorprendí de no haberme dado
cuenta antes. Tenía cinco hermanos, todos éramos bastante
buenos para percibir lo que los demás querían decir, pero
Landon estaba en otro nivel.
—Sip. No te voy a mentir, ahora que eres padre debo hacer
que padezcas un poco… ¿A qué hora debería recogerla?
—¿A las seis?
—Perfecto.
—¿Qué piensas comprarle exactamente?
—Mejor no preguntes, no creo que te guste la respuesta.
Tengo que irme. He concertado una reunión con un posible
cliente.
—Presiento que estás tratando de evitar mis preguntas.
Sonreí.
—Ni lo confirmo, ni lo desmiento.
Después de colgar, pasé los dedos por mi pelo castaño
oscuro y lo peiné de nuevo. Casi me llegaba por la cintura y se
me había enredado debido al fuerte viento. Cuando otra ráfaga
metió polvo en mis ojos, haciéndolos lagrimear, caí en la
cuenta de que esperar ahí fuera no era la mejor idea.
El interior del hotel estaba decorado en tonos marrones
terrosos y verdes oscuros, un cambio agradable respecto a la
fachada gris. Me dirigí directamente al baño de damas para
comprobar mi maquillaje.
No se había difuminado la máscara de pestañas ni la
sombra de ojos dorada que resaltaba tan bien mis ojos
marrones. Perfecto. Estaba lista para salir.
Cuando mi jefe me había preguntado si tenía
disponibilidad para aceptar a otro cliente, la respuesta honesta
habría sido que mi agenda estaba completamente ocupada.
Pero en lugar de eso, respondí:
—Puedo hacer hueco para un proyecto más.
Media hora más tarde de haber aceptado, después de
repasar las revistas del corazón más recientes, temía haber
dicho que sí demasiado deprisa. Como norma general, me
gustaba explorar mis límites, pero puede que hubiera abarcado
más de lo que podía apretar. Reid Davenport, magnate hotelero
de treinta y dos años, había llevado una vida tranquila antes de
que su ex divulgara su nombre por todas partes. En ese
momento, todo Hollywood sabía quién era.
Y a la vez, era un completo desconocido. Sería todo un
reto buscar qué era verdad y qué no. Había trabajado en una
serie de proyectos que habían tenido excelentes resultados
desde que me había incorporado a la agencia de relaciones
públicas de Cameron. Tenía que recordarme a mí misma que,
como aquel, algunos parecían casos perdidos al principio. Aún
no había firmado ningún contrato, pero no quería decepcionar
a Cameron. Era, en muchos sentidos, una figura paterna. Solo
tenía que ponerme manos a la obra y afrontar lo que vendría
poco a poco.
Mi principal objetivo ese día era considerar si Reid
Davenport encajaba bien como cliente para la agencia.
Cuando solo quedaban cinco minutos para el comienzo de
la reunión, me presenté ante la recepcionista. Me entregó una
tarjeta identificativa de visitante y me informó que me estaban
esperando en la séptima planta.
Subí al ascensor con un grupo de hombres y mujeres
vestidos de traje, y tres de ellos salieron en mi planta.
Me recibió una mujer de pelo canoso.
—Srta. Connor, soy Deborah. Encantada de conocerla.
—Igualmente.
—El Sr. Davenport la está esperando. Sígame, por favor.
Me condujo a través de un largo pasillo bordeado de
puertas. Nos detuvimos justo al final.
—Es aquí.
Llamó a la puerta y entramos las dos.
—Reid, ha llegado la Srta Connor.
Cuando Deborah se marchó, Reid me hizo un gesto seco
con la cabeza, señalando el sofá de cuero que había junto a su
escritorio.
—Srta. Connor.
Estaba de pie junto al gran ventanal detrás de su escritorio.
A pesar de la atención que estaba recibiendo en ese momento,
los paparazzi no le habían perseguido, así que las únicas fotos
disponibles eran las de los eventos a los que había asistido con
su ex y el retrato disponible en su página web. Reid Davenport
se asemejaba a una de esas viejas estrellas de Hollywood.
Podía imaginármelo fácilmente como el protagonista de
cualquier película… o como el villano, la clase de hombre que
se convertía en el favorito de los fans solo porque hacía que lo
peligroso pareciera atractivo y tentador. Tenía ese aire de tío
alto y moreno que destilaba peligro.
Reid me observó en silencio mientras me sentaba en el
sofá. Tenía el pelo castaño oscuro, casi negro, y unos ojos azul
grisáceo que me miraban con tanta frialdad que tuve la clara
sensación de que no me quería allí. Con los años había
aprendido a captar las señales no verbales. Los clientes que se
mostraban reacios eran siempre una pérdida de tiempo.
Esperaba que mi intuición fuera errónea. Reid se sentó en el
sillón de cuero adyacente al sofá y, durante unos segundos, se
produjo un incómodo silencio.
—Sr. Davenport, su equipo me ha informado del panorama
general del problema. He estado investigando en Internet, pero
sería mejor que me cuente con sus propias palabras cómo ha
llegado a esta situación.
—¿Qué quiere saber exactamente?
—¿Hay alguna de las afirmaciones de Marion que sea
cierta?
—No leo páginas webs de cotilleos, pero como regla
general, diría que uno no puede tomarse al pie de la letra nada
de lo que diga.
Estaba claro que no me lo iba a poner fácil. Me desplacé
unos centímetros hacia delante en el sofá antes de recolocarme
en mi sitio. El hombre irradiaba una clase de energía que pude
percibir a pesar de estar a unos metros de distancia. Era
intensa y dominante.
Quería obtener más información.
—¿Cuándo empezaron a ir mal las cosas entre Marion y
usted?
—Eso es irrelevante.
Me estremecí ligeramente ante su tono cortante y luego
moví los hombros en círculos.
—Si fuera irrelevante no lo habría preguntado. Intento
averiguar qué fue lo que desencadenó todo.
—¿Lo que desencadenó todo? ¿Está sugiriendo que hice
algo para merecer esto?
—En absoluto. Aunque, como dije, necesito saber lo que
pasó…
—Entonces pregúntele a alguien de mi equipo, estoy
seguro de que le informarán con gusto. Pregúntele a Deborah o
a mi equipo de relaciones públicas. A quien esté dispuesto a
hablar. Lo que sea que sepan será suficiente.
Mi intuición había dado en el clavo.
—Entiendo que usted no me quiere aquí.
—No. Un miembro de mi equipo contactó con usted y
organizó esta reunión sin mi consentimiento. Le sugiero que
maneje este tema directamente con ellos.
—He trabajado en múltiples casos como este, Sr.
Davenport. Sé cómo controlar el fuego y, lo que es más
importante, cómo detenerlo antes de que arrastre a quienes son
inocentes.
Algo destelló en sus ojos; no sabía qué con exactitud, pero
no era molestia. Era la primera vez que sentía algo que no
fuera hostilidad por su parte. En todo caso, parecía vulnerable.
Cuando se levantó del sillón, descarté el pensamiento
como si hubiese sido cosa de mi imaginación. Se dirigió hacia
su escritorio y apoyó aquel esculpido culo, cruzándose de
brazos. Mantuve el contacto visual todo el tiempo, negándome
a permitir que mi mirada vagara por aquellos brazos y aquel
torso espectacularmente tonificado. Yo también me levanté.
—Hable con Deborah, o con quien sea. Me da igual con
quién.
Gilipollas.
—Para que esto sea lo más breve y llevadero posible,
necesito su plena cooperación y que siga mis instrucciones.
Parece que tiende de manera natural a ir en contra de ambas
cosas.
—Me ha calado bien. —Aquellos ojos azules volvieron a
tornarse fríos.
Se separó del escritorio y se dirigió hacia mí. Se detuvo
justo delante. Como llevaba tacones de aguja, él era solo un
poco más alto que yo, pero aun así sentí que dominaba el
espacio que había entre nosotros. La tensión que emanaba me
electrificaba, y hacía que fuera consciente de lo cerca que
estaba de mí. No podía apartar la mirada sin parecer una
cobarde, pero francamente, mantener el contacto visual me
parecía peligroso, de una forma que no podía describir ni
comprender. Todo en su aspecto estaba cuidado a la
perfección. La piel de la mandíbula y las mejillas era suave, el
aroma de su loción para después del afeitado indicaba que lo
había hecho esa misma mañana. Su traje de chaqueta gris se
ceñía a los hombros y los brazos.
—No trabajo bien con desconocidos y no hago lo que otros
me dicen que haga —dijo en voz baja.
—Entonces me temo que le estaría haciendo perder su
tiempo y usted el mío.
Dio un respingo. Apuesto a que nadie se había atrevido a
decirle que era él quien le hacía perder el tiempo a los demás.
Esperé a que me desafiara, porque suponía que no iba dejar
que me quedara con la última palabra, pero se limitó a
observarme atentamente. Los músculos de mi vientre se
tensaron y se me cortó la respiración. Sin embargo, estaba
decidida a no dejar ver lo mucho que me afectaba. Estaba
enfadada conmigo misma por encontrar a Reid atractivo a
pesar de su hostilidad. No era de las que se dejaba engañar por
el aspecto de los demás, siempre había buscado algo con lo
que establecer una conexión. Pero no era capaz de establecer
ninguna. Aun así, sentí el impulso de quedarme y ayudarle,
aunque quedara claro que él no quería mi presencia.
—Bien, entonces, Srta. Connor, lo mejor será que vayamos
por caminos separados. De esa manera nadie pierde el tiempo
de nadie. Puede enviarme la factura con sus honorarios por el
tiempo que le ha dedicado hoy. —Volvió a su escritorio,
apoyándose en el borde.
—No será necesario.
Aquel hombre era todo un caso. No tenía sentido insistir.
Cameron estaría de acuerdo conmigo. Los clientes difíciles
eran una pérdida de tiempo.
Debería haberme ido, pero no me moví del sitio.
Tal vez porque, por lo que había extraído de mi
investigación, Marion parecía ser una cazafortunas
manipuladora, o porque la falta de cualquier tipo de respuesta
pública normalmente se correlacionaba con que la parte que no
se pronunciaba había sido pillada por sorpresa o todavía estaba
en el proceso de duelo.
Aunque también cabía la posibilidad de que yo hubiera
interpretado la situación de forma totalmente errónea, y que
Reid fuera el imbécil insensible que Marion describía. Cada
vez me convencía más la idea de que era un gilipollas, pero me
sentí obligada a intentarlo una última vez. En lugar de salir por
la puerta, me dirigí hacia él, saqué una tarjeta de visita del
bolso y la dejé a su lado sobre el escritorio.
—Se me da muy bien mi trabajo, Sr. Davenport. Este es mi
número por si cambia de opinión. Pero no se moleste en usarlo
si no está dispuesto a ceder un poco.
Capítulo Dos
Reid
—Vaya, me doy cuenta de cuánto me quieres en momentos
como este, ¿sabes? —dijo Bianca, mientras se probaba un
cinturón ancho, mirándose al espejo.
—¿Y el resto del tiempo no?
—Bueno, sí. Pero sé que odias ir de compras, y sin
embargo… aquí estás. Creo que últimamente soy la única
persona que puede sacarte de tu guarida.
—Bibi —le advertí, aunque no se equivocaba.
Me señaló con el dedo.
—Ya te he dicho que no me llames así. ¿Qué dirían mis
amigos si te oyeran?
—Que tu hermano mayor te guarda las espaldas, y más
vale que no se metan contigo.
—Ajá. Seguro que eso me haría ganar muchos amigos. Ay,
mira. Quiero probarme este también.
Suspiré. Me había metido en eso yo solito, así que solo
podía culparme a mí mismo. Había llevado a Bianca de
compras a Rodeo Drive. Era su pasatiempo favorito. Me
gustaba hacerla feliz.
—Vamos a la sección de vestidos de noche. Te prometo
que es la última tienda. —Batió las pestañas, lanzándome una
mirada de cachorrito.
—Dijiste lo mismo hace tres tiendas.
—Bueno, al menos estamos avanzando, ¿no?
Asentí y ella corrió hacia la sección de vestidos,
dirigiéndose directamente a la dependienta. A los diecisiete
años, Bianca estaba tan llena de energía como cuando era
pequeña. Había una gran diferencia de edad entre nosotros,
porque Bianca había sido un bebé ‘‘milagro’’ para mis padres.
Yo era quince años mayor y, desde el momento en que la
trajeron a casa, se había convertido en mi persona favorita. Era
difícil aceptar que mi hermana pequeña se estuviera probando
vestidos de graduación. Era ya toda una mujercita, aunque
parecía más pequeña cuando llevaba su cabello negro recogido
en una coleta despeinada como en ese momento.
—Mmm… ninguno de estos me convence para el baile de
graduación. Pero podría usar el negro para las fiestas de mamá
también. ¿Qué opinas?
—Compra ambos si quieres.
Levantó las cejas y sonrió.
—¿Qué tal va el instituto? —pregunté después de pagar,
mientras salíamos del establecimiento al sol cegador de la
tarde.
—Bueno, ya sabes. Lo mismo de siempre. Aburrido e
interminable.
Por el tono de su voz pude saber que algo iba mal.
—¿Alguien te está dando problemas?
Evitó mi mirada, tomándose un tiempo desmesurado para
cerrar el broche de su bolso.
—Puedes contármelo.
—No quiero que te preocupes.
Joder. ¿Qué estaba pasando?
—Bianca, ¿qué pasa?
—Bueno… desde que Marion ha estado contando todas
esas cosas sobre ti, algunos gilipollas de mi instituto han
estado hablando pestes de ti para provocarme.
—Bianca, sabes que nada de eso es verdad, ¿no?
Ni siquiera había leído todo lo que había dicho Marion.
Después de que se publicara el primer artículo, no había
querido volver a leer ni una sola palabra más. No había razón
para hacerlo dado que todo era mentira.
Adoptó una postura más erguida.
—Ya lo sé. Se los he demostrado, ¿no?
—¿A qué te refieres?
Desviando la mirada, continuó.
—Emm… Me suspendieron unos días por meterme en una
pelea.
Escuchar sus palabras fue como recibir un puñetazo.
—Bianca…
Mi hermana nunca se había metido en problemas. Era una
buena chica. Era cierto que le gustaba más el cine que los
estudios, y sus notas no eran muy buenas, pero jamás se había
metido en una pelea hasta aquel momento. Nunca la habían
suspendido.
Se encogió de hombros.
—No es para tanto. Solo fueron tres días.
—¿Hace cuánto que ocurrió todo esto que me
cuentas?
—Hace ya un tiempo.
—¿Por qué no me lo dijiste? ¿Por qué no me lo contaron
mamá y papá?
—Pensábamos que ya tenías bastante de lo que
preocuparte. No es para tanto.
Sí, sí que lo era. Era un gran problema. Por mi culpa, los
abusones iban a por mi hermana. Respiré hondo, pero no
conseguí calmarme. ¿Cómo había dejado que llegara a ese
punto? Había ignorado la prensa sensacionalista porque no me
importaba lo que dijera Marion, o lo que pensara el resto. Pero
nunca había imaginado que llegaría tan lejos. ¿Acaso mis
padres estaban teniendo que lidiar con preguntas incómodas?
¿Me lo habían ocultado solo para que no me preocupase?
Tenía treinta y dos años. No tenían por qué protegerme.
Necesitaba solucionar todo ese tema.
¿A eso se refería Hailey Connor cuando dijo que los
inocentes podrían verse afectados?
A pesar de mi actitud, había guardado la tarjeta de visita de
Hailey en mi cartera después de que saliera de mi despacho la
semana pasada. Sonreí al recordar la manera descarada en la
que me había echado la bronca, la forma en que sus ojos
marrones se habían entrecerrado al mirarme. Me gustó el
entusiasmo que mostró por su trabajo. Pese a que me había
cabreado que mi equipo me hubiera hecho una encerrona con
la reunión, admiraba su persistencia. No se había sentido
intimidada por mí. Eso había sido jodidamente sexy. Y la
forma en que su pelo oscuro caía sobre sus pechos, resaltando
su pequeña cintura, lo había sido aún más.
Cuando dejó su tarjeta en mi mesa, estuve a punto de
rodearle la cintura con un brazo y de estrecharla contra mí para
besarla. Estaba claro que no estaba en mis cabales.
Pero lo cierto es que mi planteamiento había sido erróneo.
Creía que no necesitaba a nadie para controlar el escándalo,
que se desvanecería por sí solo. Seguía convencido de que
acabaría desapareciendo, pero haría lo que fuera para
controlarlo si existía el riesgo de que perjudicara a mis seres
queridos.
—¿Has oído algo de lo que acabo de decir? —preguntó
Bianca mientras nos dirigíamos al coche.
—Lo siento, estaba perdido en mis pensamientos.
—Vaya… ¿estabas pensando en una mujer?
—No.
—No, ¡qué va! Has reaccionado demasiado rápido.
—Métete en tus asuntos, Bibi.
—Hagamos un trato; tú dejas de llamarme así y yo no te
fastidio más. Aunque, pensándolo bien… mejor no. Me gusta
demasiado darte la lata. Bueno… ¿en quién estabas pensando?
—Bibi —advertí.
—Como quieras, guarda tus secretos para ti mismo.
Espero conocerla pronto.
No dije palabra alguna. No quería echar por tierra las
esperanzas de mi hermana. Bianca era demasiado joven para
entender lo que era sentirse tan profundamente traicionado,
herido y decepcionado… a punto de no poder imaginar volver
a confiar tu felicidad a nadie.
Esperaba que nunca tuviera que enterarse. Haría todo lo
posible para asegurarme de que ningún imbécil le rompiera el
corazón. Por otra parte, se podía decir que mi juicio no era
siempre el más acertado, de lo contario, no me habría tragado
el cuento de Marion.
Después de dejar a mi hermana en casa, llamé a Deborah.
—Reid, estoy a punto de salir de la oficina. ¿Necesitas que
haga alguna otra cosa?
—Escucha, Bianca me acaba de dar una noticia
preocupante. Los chicos se meten con ella en el instituto por
las cosas que dicen en la prensa.
—Vaya…
—¿Estás segura de que nadie de nuestro equipo de
relaciones públicas puede encargarse de ese asunto?
—No serían ni la mitad de buenos que alguien que trata de
forma habitual con la prensa sensacionalista y las páginas de
cotilleos. Tengo un repertorio de otras agencias especializadas
en la materia. Llamaré a alguna y concertaré una reunión, ya
que las cosas entre tú y la Srta. Connor claramente no
funcionaron.
Me aferré el volante con fuerza, considerando qué hacer. A
juzgar por el hecho de que lo primero que me venía a la mente
cuando pensaba en Hailey Connor era la forma en que sus
caderas se habían contoneado al salir por la puerta, debería
decirle a Deborah que buscara a otra persona. Sin embargo, no
podía dejar de pensar que Hailey era la persona adecuada para
encargarse del problema.
—No te preocupes. Me pondré en contacto con la Stra.
Connor yo mismo.
Necesitaba arreglar aquel desastre. El primer paso era
ganarme la simpatía de Hailey Connor.
Capítulo Tres
Hailey
—Val, tu tarta de queso es adictiva —dije.
—Vaya, gracias, hermanita.
Le di un sorbo a mi copa de chardonnay, acariciándome la
barriga. Toda la familia estaba reunida en casa de mi hermana
mayor para la cena del viernes. Acabábamos de terminar de
comer el postre y estábamos sentados en el salón. Como
solíamos hacer a menudo en esos tiempos, hablábamos sobre
bodas. Y la temporada de bodas había comenzado.
Mi hermano Jace se iba a casar el agosto siguiente, y
acabábamos de celebrar otra hacía entonces tres semanas. Val
y Carter se habían enterado de que ella estaba embarazada de
tres meses en Navidad y decidieron celebrar una boda exprés a
mediados de febrero.
La noticia me había dejado maravillada. Sabía cuánto
deseaba mi hermana tener un hijo. Para ser sincera, yo también
quería un nuevo bebé en la familia. Besé la parte superior de la
cabeza de mi sobrina Willow mientras le hacía una trenza. Ya
tenía dos años y medio, y sentía nostalgia de los días en que
era tan solo un bebé. Mi sobrina Evelyn, la hija de mi hermana
Lori, aún era pequeña, pero cuantos más, mejor.
—Bueno, Hailey, ¿crees que traerás a algún acompañante a
la boda? —preguntó Jace.
Yo era la única soltera entre mis hermanos en ese
momento. Will era el único que no tenía planes de boda por el
momento, aunque estaba prometido con una mujer magnífica.
Esperaba que pronto fijaran la fecha.
Intenté dar un tono más serio a mi voz.
—Pues sí.
Jace y Will intercambiaron miradas. Incluso Landon se
enderezó en la silla, poniendo su atención en mí. Vaya,
hermanos.
—¿Le conocemos? Tiene que ir en serio si crees que
duraréis hasta agosto —dijo Will.
—Primero, como tradición, los hermanos tenemos que
darle la chapa. —Jace sonreía, pero sabía que solo estaba
bromeando.
Entonces, cuando Landon dijo casualmente:
—Podrías traerle a cenar antes de la boda.
Supe que tenía que confesarlo. No pude evitar ceder a la
risa.
—Estaba de broma. Solo quería fastidiar un poco. No llevé
a nadie a la boda de Val. ¿Cómo podría haber encontrado a
alguien tan pronto?
Jace sonrió.
—Joder. Cada vez se te da mejor eso de jugárnosla.
—Cierto. ¿Has visto, Val? Te dije que se lo tragarían.
—Es verdad.
—Deberíamos haber hecho una apuesta.
Val fingió un tembleque.
—Imposible, hermana. Últimamente las ganas todas.
Bueno, ¿qué podía decir? Tenía razón. Se nos había
pegado la costumbre de mis hermanos de apostar por cualquier
cosa. Era divertido. Sobre todo cuando yo ganaba.
Willow examinó atentamente su trenza y me dio un beso
en la mejilla antes de salir corriendo hacia su madre. Hacía
unos días había visto un precioso conjunto de estampado floral
que le quedaría perfecto.
No me importaba ir sola a las bodas de mis hermanos.
Eran una excelente oportunidad para conocer y explorar
solteros elegibles. Había conseguido citas en las bodas de
Landon y Lori. No habían llegado muy lejos, ninguno de los
dos había acudido a la cena semanal de los viernes, pero una
nunca sabía en qué momento podía conocer a la persona
adecuada. Me entusiasmaba pensar en la boda de Jace.
Me invadió un sentimiento de melancolía después de salir
de casa de mi hermana. A mamá y papá les habrían encantado
todas las bodas. Fallecieron cuando yo tenía tan solo once
años. Landon y Val nos criaron a todos y habían sido las
mejores figuras paterna y materna que podía esperar, pero
incluso a los veintinueve años todavía echaba muchísimo de
menos a mis padres, especialmente durante las bodas.
Me senté en el sofá inmediatamente después de llegar a
casa, preparada para tener una cita con mi serie favorita en
Netflix. Sí, señor. No había nada como ver a unos atractivos
abogados para terminar la semana por todo lo alto.
Saqué también el móvil de mi bolso, con la intención de
comprobar si había alguna llamada o mensaje de urgencia. Era
el único inconveniente de mi trabajo. Los escándalos podían
estallar en cualquier momento y era crucial actuar a tiempo,
pero la verdad era que mi antiguo trabajo como asesora de
empresas me había obligado a trabajar hasta altas horas de la
noche. Así que, al menos mi nueva profesión era divertida.
Recibí un mensaje de un número desconocido.
Desconocido: Empezamos con mal pie. ¿Podríamos
hacer borrón y cuenta nueva?
Hailey: ¿Quién es?
Solo después de pulsar el botón de enviar vi que tenía una
llamada perdida y un mensaje de voz del mismo número
desconocido.
Desconocido: ¿Suele echarle la bronca a todos sus
potenciales clientes?
Vaya, tenía la sensación de saber quién era el remitente.
Hailey: Si se lo buscan, sí.
Como ya había pasado más de una semana desde que había
estado en su despacho, había renunciado a la idea de trabajar
con Davenport. Aunque, eso no me impidió seguir
investigándole en Internet. Tal vez porque esperaba encontrar
más fotos de él. Tal vez. ¿Pero quién podría culparme? El
hombre estaba buenísimo.
Al igual que en la primera ronda de investigación, no
encontré gran cosa. Solo que se había hecho cargo del hotel
muy joven y que no solo había estado a la altura de su padre,
sino que incluso había abierto un segundo establecimiento.
Aparte de eso, era un misterio. ¿Acaso sería algún tipo de
ermitaño?
Si lo era, tenía que ser por elección propia. Otros dueños
de hoteles de la ciudad solían codearse con estrellas y, como se
esperaba de ellos, eran supersimpáticos con la prensa.
Se me revolvió el estómago cuando se encendió la
pantalla. Me estaba llamando.
—Hola —saludé.
—Hola Srta. Connor. Soy Reid Davenport.
—Me lo imaginaba.
Su voz era exquisita y sensual. Parecía incluso más sexy
por teléfono que en persona. Todo mi cuerpo reaccionó. Me
sentí electrizada por el tono de su voz, sentí un leve hormigueo
a través de mis venas.
—Sobre lo ocurrido la semana pasada. Sé que
comenzamos con mal pie y le pido disculpas. ¿Podríamos
empezar de cero?
—¿Qué le ha hecho cambiar de opinión?
—Es complicado.
—Ya. Por lo que escucho puedo intuir que voy a tener que
seguir luchando con usted para sonsacarle cada palabra, ¿no es
así?
Se rió.
—Probablemente. No es nada personal. Es solo que no
estoy acostumbrado a hablar de mi vida privada con
desconocidos.
—Pero está dispuesto a intentarlo. —No lo había
formulado como una pregunta, pero quería oír una
confirmación. Como no dijo nada, insistí—. No tiene sentido
que volvamos a vernos si no está plenamente convencido de
que quiere seguir adelante.
Volvió a reír, emitiendo un sonido grave y áspero. Había
sido muy sexy. ¿Qué mosca me había picado? Aquel hombre
me había llevado la contraria durante cada segundo que había
pasado en su oficina. No podía sentirme atraída por él.
—Es usted dura conmigo, Hailey. Lo admiro. Me
comprometo a colaborar. Solo le advierto que no va a ser un
paseo…
—Me las apañaré. Revisaré mi agenda y contactaré con
usted nuevamente. Probablemente pueda encontrar un hueco
para hacerle una visita en la oficina la semana que viene,
aunque será algo tarde…
—Si lo prefiere, podemos reunirnos en otro lugar.
—¿Eh?
Como se había comportado como un gilipollas en la
oficina, tenía mis sospechas sobre su repentina generosidad.
Tenía un trasero espectacular, pero al fin y al cabo, era solo un
trasero. ¿Se trataba de un verdadero acto de amabilidad?
—Usted condujo hasta mi oficina y no cooperé en nada.
¿Cómo puedo compensarle?
—Es una pregunta difícil. Compensarme podría resultar
ser una ardua tarea. Puedo llegar a ser muy exigente —
bromeé. No era una actitud profesional, pero no podía evitarlo.
Además, aún no había decidido si le aceptaría como cliente.
—¿Es una advertencia?
—Ya le digo.
—¿Qué es exactamente lo que me espera?
—Aún no lo sé.
—Entonces trataré de estar preparado para cualquier cosa,
Srta. Connor.
¿Era cosa de mi imaginación o lo que había dicho tenía
doble sentido? Me relamí los labios, cayendo en la cuenta de
que el reservado y misterioso Reid Davenport se estaba
quedando conmigo. Tal vez no era un capullo después de todo.
A lo mejor tenía cierta semejanza al Sr. Darcy.
Mierda. ¿De dónde había salido ese pensamiento? Me
encantaba el Sr. Darcy: reservado e incomprendido caballero
de blanca armadura. Davenport no se le parecía en nada. En
todo caso, me lo imaginaba más como un lobo con piel de
cordero. No me creía lo que decía.
—Comprobaré mi agenda y le llamaré.
—Le agradecería mucho si pudiera hacer un hueco
lo antes posible.
Las alarmas se encendieron en mi mente. Algo tenía que
haber pasado para que cambiara tan drásticamente de opinión.
¿Le había presionado su equipo de algún modo?
Tuve la tentación de insistirle más por teléfono, pero tenía
la extraña sensación de que estaba convenciéndose a sí mismo
de que debía seguir adelante y, si le presionaba demasiado en
ese momento, volvería a cerrarse en banda. Reid no era el
primer cliente complicado con el que había lidiado.
Comprendía el porqué de su comportamiento defensivo.
Por lo general, trataba con mis clientes cuando se
encontraban en un momento vulnerable de su vida, y su primer
instinto era encerrarse en sí mismos. Estaba dispuesta a darle
el beneficio de la duda. Puede que no fuera un completo
imbécil. Tal vez su coraza fuera más dura de lo que había
previsto.
—Procuraré que así sea —prometí.
—Quedo a la espera de nuestra colaboración. Que tenga un
buen fin de semana.
Se me encendió una bombilla.
—No tengo planes este fin de semana. Podríamos
reunirnos mañana o el domingo.
—Si no es mucha molestia…
Definitivamente estaba desesperado.
—¿Le gustaría que nos viéramos en el bar del hotel? —
pregunté.
—Preferiría un lugar menos público, para tener algo de
intimidad mientras hablamos. ¿Qué tal si quedamos en mi
penthouse?
Me sorprendió que estuviera dispuesto a quedar en su
apartamento. Lo tomé como una buena señal, de que de veras
quería intentarlo y de que no acabaría haciéndome perder el
tiempo otra vez.
—Claro. ¿Dónde está ubicado?
—En el hotel.
—Ah, vale.
Eso me hizo pensar que realmente era una especie de
ermitaño y que el hotel era su fortaleza. Si hubiera vivido en el
hotel situado en Hollywood, le habría costado mucho más
mantenerse alejado de los focos.
—Quedemos mañana. ¿A las ocho de la tarde le viene
bien?
—Hay un evento organizado en el hotel y el aparcamiento
estará lleno. Enviaré un chófer a por usted.
—No es necesario.
—Sí que lo es. Enviaré un chófer.
Todo mi cuerpo se estremeció. Podía elegir discutir con él
en ese momento, pero aún me quedaban muchos asaltos por
delante. Podía darme el lujo de dejarlo pasar, darle la ilusión
de que creyese que estaba al mando.
—Dígale que me recoja a las siete y media. Gracias.
—Le veré mañana por la noche. Estoy… en deuda con
usted.
—Tranquilo, cobraré lo trabajado.
Volvió a reírse.
—No espero menos de usted, Srta. Connor. Envíeme la
dirección.
Respiraba entrecortadamente cuando colgué. Santo cielo.
¿Cómo era posible que una simple llamada me dejara así, tan
nerviosa?
No tenía idea de qué esperar al día siguiente. Tal vez sería
igual de gilipollas que en su despacho y eso facilitaría la
decisión de no aceptarlo como cliente.
Capítulo Cuatro
Reid
Hacer largos me tranquilizaba, me ayudaba a despejar la
mente. Aunque montaba en bici todas las tardes nunca había
sido una rata de gimnasio, pero me encantaba nadar. Cuando
terminé los cinco kilómetros, me di cuenta de que no tenía
mucho margen. Había perdido la noción del tiempo. Volví
corriendo al ático y apenas acababa de abrocharme los
vaqueros cuando me llamó la recepcionista.
—Reid, la Srta. Connor acaba de entrar en el ascensor.
—Gracias.
Unos segundos después sonó el tintineo del ascensor.
Respiré profundo cuando vi salir a Hailey Connor.
Estaba jodido.
Creí que mi reacción ante ella en mi despacho había sido
solo un lapsus. Estaba muy equivocado. No podía dejar de
mirarla. Llevaba un sencillo vestido blanco, y por segunda
vez, se había puesto unos tacones superaltos, que hicieron
imposible no imaginar sus piernas envueltas sobre mí.
Le tendí la mano.
—Srta. Connor. Gracias por venir, especialmente en fin de
semana.
Le estreché la mano, decidido a ceñirme a las
formalidades, a ignorar la tirantez que notaba en mis vaqueros.
Me salió el tiro por la culata, porque en lugar de soltarla, quise
acercarla aún más.
—No se preocupe. Por teléfono parecía que quería ponerse
manos a la obra, así que pensé que era mejor darse prisa.
Aprovechar la ocasión, antes de que cambie de opinión.
Por el tono tenso de su voz, estaba claro que no me había
perdonado.
—Le pido disculpas de nuevo. Mi asistente me había
informado de la reunión unos cinco minutos antes de que usted
llegara. Claramente no quería que tuviera la oportunidad de
poder cancelarla. Que me pillen por sorpresa no es de mi
agrado.
—Quedó bastante claro. Pongamos las cartas sobre la
mesa. Esta es la manera en que va a funcionar nuestra
cooperación. Yo voy a hacerle preguntas. Puede que algunas
de ellas le incomoden, pero necesito que las responda de todos
modos, y que sea completamente honesto. Es esencial también
que siga mis consejos. Esas son mis condiciones. —Me dedicó
una sonrisa desafiante que solo hizo que me excitara aún más.
Podía contar con los dedos de una mano las personas que me
llevaban la contraria, incluso las que me desafiaban.
—¿Sus condiciones? —pregunté incrédulo.
—Sí.
—Manejaremos el asunto bajo mis términos. Yo soy el
cliente. —Me acerqué a ella, disfrutando de ver cómo se lamía
el labio inferior. Se enderezó, sacando pecho, pero sus mejillas
se sonrojaron.
—De ninguna manera. No hasta que acepte trabajar
formalmente en su caso.
Sus ojos marrones brillaban. Su lenguaje corporal ponía de
manifiesto que se mantendría firme pasara lo que pasara.
Cuanto más la miraba a los ojos, más desafiante se volvía su
mirada.
Trabajar con ella no sería nada fácil. Estaba seguro de ello.
Debería haberle dicho que podía ponerme en contacto con otra
agencia de relaciones públicas. En lugar de eso, lo único que
quería era acortar distancias, reclamar su boca, besarla a mi
manera, hacer que se sometiera a mis reglas.
—Prometí que colaboraría. Así que lo haré.
Di un paso atrás, señalando hacia el salón.
—Pasa. ¿Quiere tomar algo?
—Ya que no conduzco, ¿por qué no?
La acompañé a la enorme zona de bar, que tenía una pared
de cristal adyacente. El ático había sido diseñado para
entretener a los invitados, pero nunca lo había utilizado de esa
manera. Yo siempre había sido así. Otra de las cosas que a
Marion no le gustaban. Vivía allí porque era práctico, en solo
tres minutos estaba en mi oficina.
—¿Qué le apetece?
—¿Sabe hacer un dry martini?
—Pues claro. Permítame buscar los ingredientes.
Encontré todo lo que necesitaba en el segundo armario
superior. Preparé un martini para ella y serví un whisky para
mí.
Cuando me di la vuelta para entregarle la copa, me di
cuenta de que había abierto una aplicación de grabación en su
móvil e inmediatamente me quedé paralizado.
—¿Qué piensa hacer con eso?
—Me gusta grabar las conversaciones por si se me olvidan
detalles.
—No. —La palabra salió de mi boca de manera firme y
tajante, y esperaba que Hailey me echara la bronca por ello.
Para mi sorpresa, su mirada se suavizó.
—Bueno, de acuerdo, no la grabaré. Pero si le parece bien,
me gustaría tomar notas. Solo palabras clave. No significarán
nada para nadie más… ya sabe, por si caen en las manos
equivocadas.
Estupendo. Me estaba tratando con cautela. Asentí,
sintiéndome como un idiota. Ha venido a ayudarte. No a
venderte a la prensa.
Había taburetes en el elegante mostrador, pero acabamos
sentándonos en la mesa del comedor. Hailey sacó papel y
bolígrafo.
—¿Quiere contarme por qué ha cambiado de opinión
acerca de nuestra colaboración?
Dudé por un momento. Ella levantó una mano.
—¿Sabe qué? No tiene que contármelo si no es pertinente
para el caso.
—Es pertinente. —Me obligué a seguir hablando—. Mi
hermana me ha comentado que lo está pasando mal en el
instituto desde que empezó todo este asunto. Para mí es
primordial que ella y mis padres se mantengan al margen. La
verdad es que no me importa lo que escriban de mí siempre y
cuando no les perjudique, pero es evidente que lo está
haciendo.
Algo cambió en su mirada. Seguía siendo suave, pero
diferente a la de antes.
—Le comprendo. Son los daños colaterales de los
escándalos. A veces, las familias tienen que lidiar con las
consecuencias. Los periodistas les acosan…
Me puse rígido.
—¿Cree que es probable que eso ocurra?
—Es difícil de saber. No es el tipo de persona que suelen
perseguir. Pero como Marion es una celebridad…
—No puedo permitir que eso pase. ¿Cómo puedo
arreglarlo?
—Vayamos paso por paso. Primero hablaré con su
hermana y le daré algunos consejos sobre cómo responder a
los ataques verbales.
Eso sí que no me lo esperaba.
—No es un problema de relaciones públicas en sí. Sino de
abusones en el instituto.
—Aun así podría darle algunos consejos.
—¿Por qué haría usted eso?
—No soporto la idea de que se metan con los niños.
Sentí una afinidad instantánea con Hailey. Me gustaba esa
mujer.
—Como ya le dicho, puedo darle consejos.
—Se lo agradecería. Lo he intentado, pero no es lo que
mejor se me da.
—También puedo instruirla a ella y a sus padres de forma
preventiva sobre lo que deben decir a los periodistas, para que
estén preparados en caso de que se pongan en contacto con
ellos.
—No quiero preocuparles a menos que sea absolutamente
necesario.
Frunció los labios. Joder, eran preciosos y reclamaban ser
besados.
—Ya hablaremos de eso en otro momento.
Sonreí.
—¿Esa es su idea de compromiso?
Me devolvió la sonrisa descaradamente antes de dar un
sorbo a su bebida. Luego pasó el dedo por el borde del vaso.
¿Acaso era consciente de lo seductor que era ese gesto? ¿De lo
sexy que ella misma era? Apenas pude reprimir el impulso de
acercarme.
Sus siguientes palabras me recordaron por qué había
venido.
—Hablemos de Marion.
Me limité a soltar un gruñido, agarrando la copa con más
fuerza. Estaba allí para atenderme como cliente, nada más.
—Lo que ella alega es que usted cortó el acceso a sus
fondos y la aisló de sus amigos. ¿Cuál es su postura frente a
eso?
La miré fijamente, porque solo pensaba decirlo una sola
vez y quería que no le quedara duda alguna de que era la
verdad.
—Me puso los cuernos. Con mi amigo Lincoln, el
exgerente de este hotel. Cuando me enteré, revisé los cargos
que había hecho con mi tarjeta de crédito. Resultó que había
pagado muchos de sus caprichos con mi dinero. A ella le
congelé su acceso a mis cuentas y a él le despedí.
No se lo había contado nunca a nadie. Ni a un alma. Tenía
que admitir que tenía un efecto terapéutico. También me sentí
como el mayor idiota del mundo.
Hailey se quedó inmóvil.
—¿Por qué no hizo una declaración?
Agradecí que no me compadeciera. Nada de: lo siento, o
vaya putada…
—¿Cómo piensa que me hubiera hecho quedar?
—Como si hubiera depositado su confianza en la gente
equivocada.
—Como si fuera imbécil por no ver lo que estaba pasando
delante de mis narices. Me la jugaron durante dos años. Dos
largos años. ¿Y sabe lo que dijo ella cuando finalmente lo
descubrí? Que me lo había buscado.
—¡Venga ya!
Quizá fuera el hecho de que su reacción fuera indignarse
por mí, pero no podía dejar de hablar.
—Dijo que nunca le había prestado atención. Joder, ¿cómo
podría saberlo? Quizá me lo busqué. A él le pedí que la
cuidara cuando yo estaba de viaje de negocios o trabajaba
hasta tarde, porque se llevaban bien. Ahora sé por qué.
Había pasado de no querer decir ni una palabra sobre el
tema a confesar mi miedo más profundo. ¿En qué momento
había sucedido todo aquello?
—Reid, confiar en su amigo y en su novia no le convierte
en un imbécil. Obviamente no puedo cambiar la forma en la
que se siente… pero desde una perspectiva externa, es usted el
damnificado.
—No quiero que esto se haga público. De hecho, me
gustaría que lo mantuviera en secreto.
Ella asintió.
—No hablaré de esto con nadie. Lo prometo. Pero será
más difícil tomar represalias si no quiere dar su versión de la
historia.
Cerré los párpados.
—No quiero tomar represalias. Solo quiero que todo esto
acabe.
Su silencio habló por ella, dejando claro que eso era
imposible. Hailey golpeó el bolígrafo contra el papel. No había
escrito ni una palabra.
—¿Por qué la mantenía económicamente? Antes tenía una
lucrativa carrera como moderadora de televisión y ahora como
diseñadora de lencería.
—Gasta mucho más de lo que gana.
—Vaya, eso explica por qué está intentando por todos los
medios tener su propio programa de televisión sobre modelaje.
Poniendo de manifiesto vuestra ruptura a través de la prensa
sensacionalista está elevando su popularidad. Es una táctica
cuestionable, pero por desgracia, a menudo funciona.
Hailey se frotó la sien, dirigiendo la vista hacia la mesa.
Posteriormente desplazó su mirada hacia mí.
—Bueno, lo único que necesito por hoy es que me de el
número de teléfono de su hermana. Estaremos en contacto
para hablar sobre el resto.
La verdad es que no me lo esperaba. Había imaginado que
Hailey se quedaría haciéndome una pregunta tras otra durante
horas.
—Pensé que esto nos llevaría un rato más.
—Necesito tiempo para encontrar soluciones. Mi enfoque
habitual es combatir el fuego con fuego, pero entiendo por qué
no quiere eso, y no se me ocurre ninguna otra solución ahora
mismo. Por el momento, quiero hablar con su hermana.
Joder, quería que se quedara. No me importaba si
hablábamos sobre mí o no. De hecho, prefería que no lo
hiciéramos y que charláramos sobre ella. Quería saber por qué
había elegido esa carrera, por qué se empeñaba tanto en hablar
con mi hermana. ¿Se implicaba tanto con todos sus clientes o
era solo conmigo?
Se levantó del asiento.
—Solo necesito una cosa más de usted. El contrato. Léalo
y, después de firmarlo, me lo envía por correo. —Sacó una
pila de papeles de su bolso y la dejó sobre la mesa.
—Bueno, entonces, ¿ya podemos decir que merezco ser su
cliente?
Me sonrió con descaro.
—Pues sí. Debo decir que hoy me ha impresionado.
—¿Lo suficiente como para convencerla de tomar otra
copa?
—Ah, no. No se adelante.
—No se me ocurriría.
—Una copa fue suficiente.
—¿Segura?
Dirigió su mirada hacia el suelo y volvió a subirla
rápidamente antes de apartarse un mechón de pelo detrás de la
oreja. La estaba poniendo nerviosa. ¿El hecho de haberlo
disfrutado me convertía en un cabrón? La forma en que sus
mejillas se sonrojaron cuando me acerqué hasta que quedamos
a escasos centímetros, también la forma en la que desvió la
mirada cuando le pedí que se quedara, como si no pudiera
decir que no si me miraba a los ojos.
—Estaremos en contacto. Envíeme el número de su
hermana y el contrato firmado lo antes posible.
Su tono de voz recobró la profesionalidad y dirigió su
mirada hacia el ascensor. Quería salir por patas cuanto antes.
Probablemente era lo mejor, pero lo único que quería era
encontrar una excusa para retenerla allí.
—Lo haré.
—Que pase una buena noche, Reid.
Se apresuró hacia el ascensor, y apenas me contuve de ir
tras ella. Por Dios. ¿Cómo habíamos pasado de estar
peleándonos en mi oficina a eso?
Capítulo Cinco
Hailey
Todas mis terminaciones nerviosas ardían mientras me
deslizaba de nuevo en el asiento trasero del Mercedes negro,
hundiéndome en el suave cuero.
El coche olía a sándalo y pino. Lo había notado mientras
estábamos de camino. Aunque no llevara colonia, ya asociaba
el olor a él.
Desde el momento en que salí del ascensor, todos mis
sentidos se activaron.
El ático era pura elegancia. Suelos de madera, encimeras
de granito, cuero negro en las sillas y el sofá…
Ver a Reid llevar puestos unos vaqueros rotos fue un
shock, pero los llevaba con estilo, y la camisa estaba un poco
húmeda, como si no se hubiera secado completamente con la
toalla antes de ponérsela.
Habíamos tenido una batalla de voluntades antes, y él tenía
una personalidad dominante. Eso me atrajo a un nivel visceral.
Quería estar al mando, y por poco se lo permití. Reid
Davenport era peligroso para mí. Tenía la sensación de que era
demasiado fácil sobrepasar los límites, pero al mismo tiempo
era muy difícil dar marcha atrás.
No habíamos avanzado tanto como esperaba esa noche,
pero no podía seguir haciéndole preguntas. Cuando le pregunté
por Marion, esperaba algo así como diferencias
irreconciliables o que él ya no soportara su comportamiento de
diva. No esperaba reabrir una herida. Las palabras de Reid
habían sido tan crudas que delataban lo profundo que era su
sufrimiento. No había forma de que pudiera seguir
interrogándole. No había querido meter más aún el dedo en la
llaga.
Tendría que hacerlo de otra manera, encontrar una forma
de plantear preguntas que no le hicieran cuestionarse
automáticamente a sí mismo. Sabía que era tan imposible
como parecía, pero iba a luchar por ello.
Cuando me habló de su familia, decidí que tendría ese
asunto muy en cuenta para poder ayudarle, aunque tuviera que
luchar contra su puñetera actitud melancólica para
conseguirlo. Me encantaban los hombres que hacían cualquier
cosa por su familia, y eran muy pocos.
El lunes se palpaba la energía en el ambiente. Cameron
solía llevar a cabo una reunión semanal de equipo en la que
nos poníamos al día sobre la captación de clientes. De vez en
cuando, si el caso resultaba ser más complejo de lo previsto,
requería personal adicional.
Me encantaba trabajar en Hollywood PR. Las funciones en
el trabajo eran tan diversas como los clientes. Nunca me
aburría. Había sido un gran cambio con respecto a mis
anteriores curros. Después de graduarme en la universidad,
hice prácticas para un promotor inmobiliario durante nueve
meses, y luego para una empresa petrolera durante otros seis,
antes de acabar trabajando como consultora de negocios
durante años.
Tenía sentido que me dedicara a ese campo porque siempre
había tenido una gran capacidad analítica y de resolución de
problemas. Pero ese puesto me había consumido poco a poco
el alma. Mis días se resumían en viajar de un lado a otro,
realizar hojas de cálculo y cumplir con plazos que me hacían
trabajar hasta altas horas de la noche. Me estanqué durante
años allí simplemente porque me pagaban muy bien.
Cameron había apostado por mí y resultó ser un trabajo de
ensueño. El mejor para sacarle partido a mis habilidades de
resolución de problemas.
Había comenzado la semana sin poder sacarme a Reid de
la cabeza. Ese hombre me cautivaba, así de simple. Quería
descubrir lo que se escondía debajo de su coraza. De todos
modos, tendría que hacerlo si quería tener una oportunidad
para arreglar su situación, pero no podía engañarme a mí
misma: el interés que surgió en mí no fue estrictamente
profesional.
Recordé la forma en que me había mirado cuando me pidió
que me quedara para una segunda copa… Dios, pareció como
si hubiera estado a punto de decirme que me quitara la ropa.
Como si él mismo hubiera estado dispuesto a desnudarme.
Me estremecí al recordarlo y exhalé un suspiro. Había
estado tan cerca de decir que sí. Tan cerca.
¿Pero qué hubiera pasado después? ¿Por qué tenía que
sentirme atraída por él? ¿Por qué no podía simplemente salir
con Severin, el chico del bufete de enfrente de la oficina? Pues
porque era demasiado despreocupado y dócil, no era el
indicado para mí. Eso sí, era gracioso, dispuesto a rebatir mis
argumentos y además estaba más bueno que el pan… ahí no
podía negarme.
Después de la reunión, volví a mi escritorio, me dejé caer
en la silla y di una vuelta. Sí señor, iba a ser una semana
estupenda. Antes de que tuviera tiempo de revisar mi día en la
agenda, Cameron intervino.
—Hailey, ¿tienes un par de minutos?
—Claro, jefe.
—¿En qué momento has conseguido cambiar las tornas
con Davenport?
La semana anterior, le había contado a Cameron que las
cosas no habían funcionado, pero, durante la reunión había
mencionado que al final le había captado como cliente.
—El sábado.
Cameron esbozó una sonrisa.
—¿Ganando ya puntos extra en el caso? Algún día
dirigirás todo esto, Hailey.
Me reacomodé en el asiento y apenas pude evitar sonreír.
—¿Davenport te está dando dolores de cabeza?
—No es la persona más fácil de tratar —admití.
—¿Prefieres que asigne el caso a otra persona? Ya tienes
mucho trabajo, y tenemos bastantes clientes nuevos que
preguntan por ti en concreto. Si crees que Davenport será una
pérdida de tiempo, déjalo ir.
Lo consideré por un momento. Mis sentidos seguían
abrumados por nuestro encuentro del sábado. Sin duda,
entregar su caso a otro empleado pondría fin al embrollo, pero
yo no era una cobarde.
Además, pasarle la bola a un compañero significaba que
tendría que volver a contar su historia, y ya le había costado
bastante abrirse conmigo.
¿Y qué si me sentía atraída por él? Tendría que superarlo.
—Yo me encargo, Cameron. No te preocupes por mí. Yo
me ocupo de todo.
—Como siempre. Si necesitas ayuda, no dudes en pedirla.
Nunca lo había hecho, ni una sola vez desde que había
empezado en la agencia. Me moví en el asiento, de repente tan
llena de energía que sentía que podía salir a correr.
Me arremangué y me puse manos a la obra. Una hora más
tarde, Reid me envió un mensaje con el número de su hermana
y su horario de recreo en el instituto.
Algo se removió en mi estómago. ¡Qué tonta era!
Su descanso empezó a la hora de comer, al mismo tiempo
en que yo me montaba al coche para reunirme con un cliente.
La llamé y puse el teléfono en altavoz.
—Hola. ¿Quién habla?
—Hola, Bianca. Me llamo Hailey Connor. Soy…
—Ah, sí. Reid me dijo que llamarías. Espera un segundo,
estoy en la cafetería. Saldré fuera para que nadie me escuche.
—Unos segundos después, el silencio sustituyó al murmullo
de fondo del lado de Bianca.
—Así mejor.
—Genial, bueno, Reid ya me ha contado algunas cosas,
pero me gustaría escuchar todo desde tu perspectiva.
Me refería a los abusones del instituto. En lugar de eso, me
soltó una perorata de cinco minutos sobre cómo Marion era
una diva sin corazón y nada de lo que decía era cierto. Escuché
sin interrumpir. Estaba claro que la chica necesitaba
desahogarse. Cuando terminó, desvié suavemente la
conversación hacia la situación en el instituto. Al instante, el
entusiasmo de Bianca cayó en picado. Me imaginé a la chica
encerrándose en sí misma. Me entraron ganas de ir yo misma y
hacer entrar en razón a los matones.
No tenía idea de cómo captaban infaliblemente tus peores
miedos e inseguridades. Te hacían sentir insignificante, como
si hubiera algo que estuviera mal en ti.
—El truco es demostrarles lo fuerte que eres, no solo
tratarles con indiferencia, porque eso solo les lleva a
presionarte más, a tratar de obtener una reacción de tu parte.
—Le recité unas líneas generales que le había preparado el día
anterior.
—Parece relativamente sencillo —dijo Bianca con cautela.
—Llámame si crees que necesitas más consejos.
—¿De verdad?
—Claro.
—¿Y para mi hermano también tienes un plan?
—Estoy trabajando en ello.
—¿Puedo ayudar en algo?
Fue un giro interesante de los acontecimientos.
—¿Cómo crees que podrías ayudar?
—Bueno, sé que tratar de sacarle información a mi
hermano es como sacar agua de las piedras… especialmente si
acabas de conocerle.
—Esa es una buena manera de explicarlo.
Podría preguntarle a Bianca más cosas sobre él. Estaba
claro que se moría por contármelo. Pero mi instinto me decía
que a Reid no le haría gracia la idea. Quería mantener a su
familia fuera del asunto tanto como fuera posible, pero Bianca
empezó a hablar sin que yo se lo pidiera.
—Mira, tiene un tipo de personalidad reservada y tiene
reglas estrictas sobre muchas cosas, pero como hermano es
genial. Me lleva de compras, aunque lo odie. En general es un
tío guay, solo que tarda un poco en dejar de discutirlo todo.
Había vislumbrado un poco al hombre del que hablaba
Bianca.
—No se le da bien escoger las mujeres con las que sale.
No tiene buena puntería. No sé qué vio en Marion. Tampoco
entiendo por qué los chicos van detrás de las ‘‘chicas malas’’
de mi instituto, babeando para conseguir salir con ellas, pero
supongo que así es la vida.
—Bianca, te prometo que la vida mejora bastante después
de terminar el instituto.
Lo sabía de primera mano.
—Me alegro de que Reid no se casara con ella.
Eso era cierto, pero la traición hería el corazón de manera
muy profunda, con papeles firmados o sin ellos.
—Mmm, bueno. ¿Hay algo más que quieras saber? —
continuó Bianca.
—Creo que ya tengo bastante por ahora —respondí—. Te
lo agradezco, Bianca. Y lo digo en serio, si necesitas
preguntarme algo, o simplemente necesitas hablar con alguien,
llámame cuando quieras.
—Lo tendré en cuenta.
Tras terminar la llamada, consideré enviarle un mensaje a
Reid, pero aún no había elaborado qué tipo de estrategia
implementaría, así que volví mi atención a la carretera.
Cuando llegué al restaurante donde había quedado con mi
cliente, me di cuenta de que Reid me había enviado un
mensaje.
Reid: Bianca me ha llamado. Gracias por hablar con
ella.
Hailey: No hay de qué. Es una chica encantadora.
Reid: Lo sé.
Hailey: Le adora y es una gran fuente de información.
Al segundo siguiente, Reid me estaba llamando.
—Hailey.
Era la primera vez que no me llamaba Srta. Connor. Mi
cuerpo entero se encendió. ¿Por qué me pasaba eso?
—Hola, Reid.
—Bueno, ¿qué te ha contado Bianca exactamente?
—Cantó tus alabanzas. Me dio su perspectiva, y más
información sobre ti de la que tú me has dado. Por cierto, no
fui yo la que pregunté. Ella solo…
—¿Continuó parloteando no? Sí, eso se le da bien. —Por
su tono de voz, parecía como si estuviera sonriendo—. No te
lo estoy poniendo fácil, ¿verdad?
—Bueno, Bianca lo ha definido perfectamente. Tratar
contigo es como sacar agua de las piedras.
—Vaya, eso ha dolido.
—No te preocupes, está dispuesta a contar más cosas.
—Tantas fuentes de información sobre mí y yo, sin
embargo, no sé nada de ti.
—Tú eres el cliente—le recordé—. No necesitas saber de
mí.
—Te equivocas. —Su tono estaba lleno de autoridad. No
pensaría que no le iba a desafiar, ¿verdad?
—¿Por qué?
—Soy más abierto con la gente que conozco.
Me mordí el labio. Tenía clientes que se habían convertido
en mis amigos, y había empezado igual: había tenido que
acercarme personalmente a ellos antes de que confiaran lo
suficiente en mí. Pero mi instinto me decía que el caso de Reid
suponía un riesgo muy alto.
—Eso fue lo que Bianca dijo.
—Mi hermana me conoce bien. Me negaste esa segunda
copa, pero estoy seguro de que podemos encontrar otra
actividad que te guste.
«¡Y qué lo digas! Se me ocurrían algunas ideas. Podrías
empezar usando esos labios…» No, no podía permitirme
pensar eso.
—Tengo la agenda apretada esta semana. ¿Te gusta salir a
correr?
—Solo en circunstancias extremas.
Me reí.
—¿Por qué? Ayuda a relajarse.
—Yo nado para relajarme.
Eso sí que me encantaría verlo. ¿Reid Davenport en
bañador? Lo firmo.
—Pero estoy abierto a escuchar alternativas. ¿Qué tienes
pensado?
—El miércoles participo en una carrera para concienciar
sobre los peligros de beber y conducir. Será algo tranquilo,
solo vamos a salir a correr. Sin horarios ni nada. Empieza a las
tres.
—¿Salir a correr con otras personas? Parece horrible.
—Ya veo. ¿Te acoges a la filosofía de Sartre y su famosa
cita ‘‘el infierno son los otros’’?
—Creo que esa cita se inventó para mí.
—¿Cómo evitas a otras personas cuando nadas?
—Me levanto a las cinco y nado antes de que abra para los
demás huéspedes.
—Ah, lo pillo.
—¿Y dónde es esa carrera?
—En Echo Park. La entrada donde hemos quedado no está
muy lejos del hotel.
—Sé dónde es. Estaré allí a las tres.
Vaya. Aquello me sorprendió.
—Podrías fingir un poco más de entusiasmo —dije en tono
de burla.
—Estoy más que entusiasmado. Solo que no sobre la
carrera.
De repente me sudaban las palmas de las manos. Me sentí
un poco tonta de nuevo. No hacía falta ser un genio para darse
cuenta. Reid necesitaba establecer una base de confianza
conmigo, eso era todo lo que quería. Estaba empeñándome en
imaginar cosas más serias de lo que realmente eran porque no
podía mantener mis pensamientos a raya.
Además, quedar con él era una buena idea. Se me acababa
de encender una bombilla sobre cómo abordar su caso y quería
comentársela. Apostaba a que se opondría, pero no pensaba
echarme atrás, y bueno… yo siempre ganaba los debates más
fácilmente cara a cara.
Por eso tenía tantas ganas de que llegara el miércoles. Sí,
esa era la única razón. ¿Y entonces a qué se debía la gran
sonrisa que tenía en mi cara cuando terminamos la llamada?
Bueno… aún no estaba preparada para abordar esa cuestión.
Capítulo Seis
Hailey
El miércoles fui una de las primeras en llegar y comencé mis
ejercicios de estiramiento mientras buscaba a Reid entre la
multitud. Esa carrera se celebraba todos los años en la tercera
semana de marzo. Después de la muerte de mis padres, había
querido participar, pero no se me permitía hasta haber
cumplido los requisitos de edad mínima permitida. Desde que
había cumplido quince años, había hecho todo lo posible para
no faltar a ninguna carrera.
Dado que mis padres habían sido víctimas de un accidente
de atropello y fuga, no podíamos estar seguros de si el
conductor estaba ebrio, pero independientemente de eso, era
importante crear conciencia sobre la importancia de la
seguridad vial.
Hacía un día espléndido: el sol brillaba y el clima era
cálido, lo que lo hacía muy agradable.
Reid llegó justo cuando la carrera estaba a punto de
empezar. Me quedé pasmada al verle. ¡Madre mía! Aunque
nunca le había visto en traje de baño, no me importaba en
absoluto verle con ropa deportiva, ya que lucía igual de
atractivo. La prenda ajustada y elástica le cubría los brazos y
el pecho, marcando sus definidos abdominales. Como estaba
de frente, no pude apreciar bien su trasero, pero planeaba
corregir ese ángulo de visión. Seguro que estaba tan bien
tonificado como el resto de su cuerpo. Debía ser todo gracias a
su entrenamiento de natación, ¿verdad?
—¡Hola! Pensaba que te ibas a echar para atrás —dije
juguetonamente.
—Tenía que hacer algo para mejorar tu opinión sobre mí,
¿no?
—Bueno, al final has venido. —Sonreí y continué con mis
ejercicios—. Los estiramientos son imprescindibles, a menos
que sigas buscando una excusa para no participar en la carrera.
Sentí que se acercaba por detrás justo cuando me
incorporaba, mientras movía mi cabeza de un lado a otro.
—No te librarás de mí tan fácilmente, Hailey.
Los músculos de mi lengua se tensaron contra el paladar,
mientras un pequeño escalofrío me recorría.
Pensé que había matado dos pájaros de un tiro:
convencerle de aceptar mi estrategia y, al mismo tiempo,
contribuir a generar conciencia sobre la causa. Sin embargo,
comencé a dudar de si realmente era yo la que llevaba las
riendas.
Solo tuvo unos minutos para estirar antes de que
comenzara la carrera. Reid estaba en plena forma. Joder, el tío
estaba buenísimo. Corrimos por un sendero estrecho rodeado
de palmeras, con el lago del parque situado a nuestra derecha.
—Gracias por hablar con Bianca —dijo al cabo de un rato.
—Fue un placer. Se mostró muy receptiva a mis
sugerencias. No me lo esperaba.
—Ya, mi hermana no es como yo.
—¿Testaruda e irritante?
De reojo, le observé y noté que también me estaba
mirando. De repente, me guiñó un ojo y sentí que me
temblaban las piernas ante la embriagadora energía que
desprendía. Hice una nota mental a modo de recordatorio
para evitar el contacto visual.
Tontear con él era como jugar con fuego… pero no podía
evitarlo.
—¿Crees que las cosas mejorarán en el instituto? —
preguntó.
—Espero que sí. La psicología de los abusones se asemeja
mucho… —Corríamos a un ritmo moderado, por lo que así
podíamos mantener una conversación mientras tanto.
—¿Cómo lo sabes?
—Las cosas no fueron fáciles para mí en el instituto.
—¿Por qué?
—Después de que mis padres fallecieran cuando tenía
once años, me encerré en mí misma y apenas hablaba con la
gente. Los niños no eran muy comprensivos y se metían
conmigo. Durante esos años, sentía como si hubiera un muro
invisible que me separaba del resto del mundo. Los profesores
estaban dispuestos a darme algo de margen durante unos
meses, pero luego esperaban que ‘‘siguiera adelante’’. Me
etiquetaron como una niña problemática y el acoso escolar
empeoró las cosas. Una tarde llegué a un punto crítico cuando
abrí mi taquilla y descubrí que alguien había pintado la palabra
‘‘friki’’ en mi ropa. En aquel entonces no tenía mucha y mi
hermana Val me insistió en que llevara mi vestimenta buena al
colegio para que los niños no se metieran conmigo. Si tan solo
hubiera sabido… Nunca antes le había contado a mi hermana
sobre el acoso escolar, pero esa tarde lloré todo el camino de
vuelta a casa, deseando confesarle todo a Val y suplicarle que
me permitiera estudiar en casa.
—¿Y lo hiciste? ¿Le pediste que te dejara estudiar en casa?
—inquirió, interrumpiendo mi discurso. Joder, ¿por qué le
había contado todo eso? Casi nunca hablaba de ello, y mucho
menos con clientes. Pero aun así, decidí seguir adelante.
—No. Cuando llegué a casa, Val estaba cocinando
mientras le enseñaba a Lori a tejer un jersey. Además, la cena
no era el final del día para ella, ya que después tenía que ir a
regentar el pub hasta pasada la medianoche. Mis hermanos ya
tenían suficiente carga sobre sus hombros. No podía pedirles a
Val y Landon que asumieran más responsabilidades.
—Eres admirable —susurró.
—¿Porque no quería que ellos asumieran más
responsabilidades?
—Por todo lo que acabas de contarme. Eres una persona
fuerte.
Parpadeé y encogí ligeramente los hombros, pero sus
palabras me conmovieron de manera profunda.
—Aprendí a ser resiliente. Me llevó mucho esfuerzo
lograrlo, hasta que al fin encontré un objetivo: ir a la
universidad. Pero creo que me ha sido de gran ayuda. Lo de
tener fortaleza, quiero decir. Especialmente en este ámbito.
—¿Cómo acabaste en esto?
—Soy una experta en solucionar problemas, y esto me
pareció divertido desde el principio. Y lo es. Sin embargo, es
verdad que mi fuerte personalidad puede provocar que algunas
personas se alejen.
—Eso me gusta.
Le miré de reojo, en contra de mi voluntad.
—No te gustó tanto cuando estuvimos en tu oficina.
Sonrió con satisfacción, como si hubiera algo obvio que yo
no entendiera.
—Me gustó —fue todo lo que dijo.
Perfecto, no había momento más oportuno que ese para
plantear mi estrategia, especialmente porque nos estábamos
acercando al último tramo de la carrera. Por lo tanto,
disminuimos nuestro ritmo aún más.
—Ya te he dicho que tengo una estrategia en mente.
—Soy todo oídos.
—Me gustaría que hicieras una entrevista en la que puedas
hablar sobre ti y la relación sin difamar ni culpar a nadie. Si
prefieres, puedes omitir los detalles del engaño, pero sería útil
mencionar brevemente los puntos en los que no erais
compatibles. La entrevista debe ser sutil y al mismo tiempo
informativa, ya que no tenemos la intención de que se
publique en una revista de cotilleos. Dado que tendría un
enfoque personal, no sería adecuado publicarla en una revista
de negocios, pero podríamos hacerlo en una revista de lifestyle
y tendencias, donde tengo algunos contactos.
Lo había dicho todo muy deprisa para que no pudiera
interrumpirme, pero en ese momento esperaba su respuesta
con la respiración contenida.
—No.
—Reid…
—Ni de coña.
El resultado fue exactamente el que esperaba… Reid
aceleró cuando vimos la señal del último kilómetro. ¿De
verdad pensó que me rendiría? Decidí dejar que se alejara un
poco para que pudiera ordenar sus pensamientos, además, la
vista era espectacular. ¡Joder, había acertado de lleno! Su
trasero estaba tan bien entrenado como el resto de su cuerpo.
Yo también aceleré el ritmo, celebrando junto con el resto
de los corredores después de cruzar la línea de meta, y luego
disminuí la velocidad para tomar aire. Reid estaba
esperándome junto a una de las palmeras más cercanas al lago,
bebiendo agua en grandes tragos. Incluso desde la distancia,
me daba una sensación de peligro.
Sensaciones peligrosamente sexys, susurró una vocecita en
mi cabeza. Decidí ignorarla, me acerqué a él y me crucé de
brazos.
Sus brazos parecían aún más musculosos con la fina capa
de sudor que los cubría. Nunca había conocido a alguien tan
masculino. Tuve que tranquilizarme y recordar que mirarle
fijamente con deseo no me ayudaría a conseguir mi objetivo.
—No lo voy a hacer —dijo.
—¿Recuerdas mis condiciones?
Sus ojos brillaron y se acercó a mí.
—Tus condiciones… ¿qué pasa con ellas?
—Una de ellas era seguir mi consejo.
Sus labios se curvaron en una sonrisa mientras se acercaba
aún más, como si supiera cómo me afectaba y quisiera sacar
ventaja de ello.
—No me convencen tus términos.
—Si no estás dispuesto a ceder un poco, no podremos
llegar a un acuerdo.
—No se me da muy bien ceder, Hailey. ¿Pero sabes en qué
destaco?
—¿En qué?
—Mi punto fuerte es hacer que los demás se ajusten a mis
condiciones y demandas.
Su mirada se posó en mis labios y contuve la respiración.
La situación se estaba escapando de mis manos y no entendía
por qué estaba tan descontrolada. La tensión entre nosotros
seguía aumentando y no sabía cómo detenerla.
Me aclaré la garganta.
—Reid, esto no será tan difícil como parece.
—¿Por qué no haces una declaración en mi nombre? ¿No
es eso lo que se suele hacer en estos casos?
—Sí, pero hacer una declaración puede tener el efecto
contrario y alimentar aún más las páginas webs de cotilleos.
Desmenuzan y tergiversan tus palabras, y eso solo te mantiene
en los titulares.
—¿Y crees que una entrevista no tendrá el mismo efecto?
—No tendrá el mismo impacto. Te lo puedo explicar con
datos. Los titulares desaparecen mucho más rápido después de
entrevistas más largas. Creo que se debe a que cuando leen tus
propias palabras, la situación parece más mundana y
normalizada.
—Hablando con un extraño…
Levanté un dedo para intervenir.
—Tengo una solución para eso. Puedo hacer la entrevista
yo, editarla y enviarla a la editorial.
—A las revistas les suele gustar enviar a su propia gente.
Le dirigí una sonrisa socarrona.
—Me pagas para encontrar soluciones que te hagan sentir
cómodo.
—Parece más como un vacío legal.
—Lo es. Me gusta saltarme las normas.
—Te encanta ¿verdad? No sé por qué no me sorprende.
Estaba fijando su mirada en mis labios de nuevo. Mierda,
de alguna manera parecía que estaba aún más cerca.
—Bueno, tómate tu tiempo para pensarlo y hazme saber.
Pero no tardes demasiado, ya que quiero comenzar a publicar
cuanto antes.
Sí, enfocarse en los próximos pasos era la forma de evitar
que aquel momento se intensificara… otra vez. Ni siquiera
sabía qué estaba pasando, pero tenía la sensación de que era
mejor no averiguarlo.
—¿Y si me niego?
Exhalé un suspiro.
—Entonces podríamos considerar otras opciones, como
demandarla por difamación, pero eso solo prolongaría el
asunto y, francamente, no saldrías ganando. En el mejor de los
casos, ella podría aceptar un acuerdo por una suma de dinero.
—Entiendo —Dio un paso atrás y bebió otro trago de su
botella. Agradecí el respiro, necesitaba alejarme de esas
vibraciones sexys que emanaban de él.
—¿Te tomarás el tiempo para considerarlo?
Asintió. Me sentí victoriosa. A pesar de su discurso sobre
no ceder, estaba haciendo progresos. Sabía que ese era el
método menos doloroso para él, aunque probablemente no
pudiera verlo de inmediato.
¿Sería fácil vender la idea de un artículo preescrito a la
prensa? Ni de coña. Pero estaba decidida a conseguirlo. Estaba
tan absorta en mis pensamientos sobre cómo acercarme a una
de mis revistas de lifestyle favoritas que no presté atención a
mis pies y terminé tropezando en un agujero. Reid intentó
atraparme, pero no fue lo suficientemente rápido, así que caí
de culo. Me dolía el tobillo, pero mi muñeca se llevó la peor
parte del impacto.
—¡Aaay!
Reid se agachó a mi lado y noté un pinchazo en la muñeca.
La flexioné, con una mueca de dolor.
—¿Algún hueso roto? —preguntó Reid.
—No.
—En el hotel tenemos una enfermera que puede echarle un
vistazo a tu muñeca.
—No seas exagerado. Solo me he tropezado.
Reid me fulminó con la mirada antes de agarrarme del
brazo e inspeccionarme la muñeca de cerca.
—¿Te duele? Dime la verdad.
Su tono era tan autoritario que no se me pasó por la cabeza
mentir.
—Un poco —admití, pero desvié la mirada rápidamente
para evitar reconocer lo bien que me sentía con sus manos
sobre mí.
—También tienes un rasguño en el tobillo derecho. Hay
que limpiar la herida.
Dirigí mi mirada hacia abajo y entendí por qué sentía
escozor.
—Mira, esto es lo que vamos a hacer. Cancela tu próxima
cita y ven conmigo de vuelta al hotel.
—¡Ni hablar!
—Hailey.
—Puedes decidir mi nombre todo lo que quieras, pero no
pienso cancelar nada.
—No me hagas llevarte en brazos hasta el hotel.
—¿Qué piensas hacer? ¿Mantenerme cautiva en tu
habitación? ¿Encadenarme a tu cama?
Se inclinó hacia mí hasta que su boca casi rozó la mía.
—No me tientes.
Había pronunciado cada palabra en voz baja y con
determinación, deliberadamente. De repente, me sentí
abrumada por él, por todas las sensaciones que me provocaba:
sus dedos presionando mi brazo, su aliento caliente rozando
mi labio superior.
Nunca antes había conocido a un hombre capaz de
hacerme sentir tan exaltada con tanta facilidad. Bajó la mirada
por un momento y luego se inclinó hacia mí, rozando sus
labios con los míos.
Cada parte de mi ser palpitaba por la expectación. Cuando
su mano se deslizó hacia mi nuca, separé los labios y le
permití acceder.
La manera en que reclamó mi boca… Joder. Ese beso fue
surrealista.
—Señorita, ¿se encuentra bien? Tengo aquí un botiquín de
primeros auxilios.
La voz llegó hasta mí como si atravesara una densa niebla,
pero fue suficiente para romper el momento. Me aparté,
evitando encontrarme con la mirada de Reid.
Una joven de rostro fresco, vestida con una camiseta que
indicaba que era voluntaria de la carrera, se colocó a nuestro
lado sosteniendo un kit. Aún podía sentir el lugar donde Reid
me había tocado antes.
—Vaya, muchas gracias. Sí, tendré que limpiar mi
rasguño. Además, me he golpeado la muñeca ¿Podrías echar
un vistazo?
Se puso de cuclillas junto a mí y después de girar,
flexionar y presionar mi muñeca, dijo:
—Ni siquiera es un esguince. El dolor debería desaparecer
en aproximadamente una hora.
—Gracias.
No pude evitarlo y miré a Reid. Había entrecerrado los
ojos, como si no creyera en la evaluación de la voluntaria.
Después de que se marchara, limpié mi tobillo con las
toallitas de alcohol que me había dado. En ese momento, sentí
un cosquilleo en lo más profundo de mi cuerpo. Estaba segura
de que Reid me estaba observando. Despertó algo dentro de mí
que nadie había logrado hacer antes.
Cuando terminé de limpiar la herida, me tendió la mano y
me ayudó a ponerme en pie.
—¿Ves? No hace falta que la enfermera me examine.
Estoy bien.
Reid ladeó la cabeza y sus ojos brillaron con un aire
juguetón.
—¿Vas a decir que no a todo lo que te pida?
—Depende de lo que estés pensando en preguntarme.
—Adivina. Una pregunta arriesgada. —El brillo juguetón
seguía presente, pero cuanto más me miraba más feroz se
volvía.
«Bueno, señor. ¿Qué puedo decir? Simplemente estar
cerca de ti hace que todo mi cuerpo se estremezca. ¿Estar
juntos a solas? Suena como jugar con fuego».
—Conque arriesgada, ¿eh? ¿Intentas que llegue tarde a mi
próxima reunión?
—Con todas mis fuerzas.
Me reí, sin saber qué decir. Ni siquiera podía apartar la
mirada, ese era el poder que tenía sobre mí.
—Bueno, la verdad es que no me puedo permitir perder la
reunión, ¿por qué no retomamos esta fascinante conversación
en otro momento?
Sonrió, como si supiera con exactitud en qué estaba
pensando. No había duda de que estaba jugando con fuego,
porque sabía que ya estaba involucrada de manera personal en
todo eso. Normalmente no llamaba a las hermanas de los
clientes. Me miró como si estuviera dispuesto a llevarme a su
cama. Estaba segura de que se vería irresistiblemente atractivo
si me llevara a su apartamento, pero solo significaría un dolor
de cabeza para mí. Tal vez todavía estaba colgado de Marion,
¿cómo podía saberlo?
—Como quieras. ¿Cuándo estarás disponible?
Sería mucho más sencillo si él no fuera tan seductor y si no
me hiciera sentir que puedo confiarle todos mis secretos.
—Vayamos poco a poco. Tómate tu tiempo para considerar
mi propuesta sobre la entrevista y hazme saber tu respuesta. Y
luego podemos seguir adelante con otros asuntos.
—Ni hablar. Primero quiero escuchar tu respuesta.
Permanecí en silencio.
—Ya te he dicho que soy más abierto con la gente que
conozco. Así que a menos que quieras que esa entrevista
parezca como si le estuvieras hablando a la pared…
—¿Eso es un sí? —pregunté esperanzada.
Sonrió.
—Te lo has ganado por ser tan insistente.
Bueno, valía la pena intentarlo. Me pasé las manos por la
cara y las apoyé en el cuello.
—Esto es raro.
—¿Qué? ¿Que disfrute de tu compañía?
—Bueno, sí. En tu oficina me miraste como si esperaras
que me desvaneciera.
Pensándolo bien, quizás habría sido más seguro haberme
desvanecido en el aire. Ya que en ese momento me miraba con
una intensidad que hacía parecer que mi ropa iba a desaparecer
en cualquier momento.
Sus ojos se oscurecieron.
—Lo siento. No fue nada personal. No me gusta que me
pillen por sorpresa. Te prometo que no soy un gilipollas.
Ya había logrado darme cuenta de eso por mí misma. Sí
que se asemejaba un poco al Sr. Darcy. Mi kryptonita.
—Tampoco tienes paciencia.
—¿Es tan evidente?
—Ya te digo.
—¿Tengo que cambiar eso?
—Pues sí. Esperaré tu mensaje. Pero no demasiado, o
tomaré cartas en el asunto. —Me dedicó una sonrisa radiante
—. Ya sabes lo que dicen. Dalo todo o vete a casa.
Y sabía exactamente lo que elegiría.
Capítulo Siete
Hailey
El lunes comencé mi día llamando a un contacto que tenía en
LA Lifestyle para plantearle la idea de publicar una entrevista
que había hecho a un cliente. Al principio no mencioné el
nombre de Reid ya que aún no había aceptado la entrevista,
pero quería estar preparada en caso de que lo hiciera. Conseguí
una respuesta ambigua de mi contacto, lo cual era mejor que
un rechazo directo. Sabía que una vez que se enterara de que el
cliente en cuestión era Reid, aceptaría sin dudarlo, ya que
nunca antes alguien había tenido una entrevista con él.
Mientras los demás comenzaban a llegar a la oficina, yo ya
había terminado con la tarea más difícil del día.
Me pasé la mañana con la vista pegada al teléfono,
esperando que Reid me respondiera. Le había estado
persiguiendo durante los últimos días y, aunque la tarde
anterior casi le había amenazado con un ultimátum, necesitaba
seguir adelante: me urgía una respuesta antes de las nueve de
la mañana.
A las ocho y cincuenta y ocho, la pantalla de mi móvil se
iluminó con una notificación.
Reid: Bueno. Voy a hacer la entrevista.
Suspiré con alivio, sintiendo como si hubiera dado un gran
paso adelante.
Hailey: Gracias por avisarme. Lo pondré todo en
marcha. Tenemos que vernos en algún momento de esta
semana.
Reid: Es un placer.
Mis pensamientos se desviaron por completo del camino
correcto, pero antes de que pudiera hablar de los detalles,
Cameron nos convocó a todos para la reunión semanal.
—Te veo contenta —mencionó mi compañera Alena
mientras caminábamos juntas—. ¿Has tenido un buen finde?
—Podría decirse que sí.
Cada uno presentó lo más destacado y al llegar mi turno,
puse a todos al corriente del caso de Reid. Cameron me sonrió
y sentí una enorme satisfacción al impresionarle. Siempre era
un reto destacar en la cuarta semana del mes, cuando también
comparábamos las estadísticas con el mes anterior. Obtener la
aprobación de Cameron era como demostrarme a mí misma
que había tomado la decisión correcta al cambiar al sector de
las relaciones públicas. Mi salario había disminuido, pero el
estrés del trabajo anterior había sido demasiado agobiante.
Había estado a punto de renunciar debido a que me perdía
muchos momentos importantes de la vida de mi familia. Sin
embargo, un incidente en particular terminó por confirmar mi
decisión. Estábamos trabajando en un caso importante que nos
obligaba a pasar noches en la oficina. Durante una de esas
noches, me enfermé gravemente. Vomité varias veces y
empecé a sudar de manera profusa. Me llevaron de urgencia al
hospital, donde fui atendida por un médico mayor y un tanto
brusco. Me preguntó cuántas tazas de café había tomado y le
dije que había perdido la cuenta después del octavo.
Me reprendió con severidad y me advirtió que mi presión
arterial estaba tan alta que podría sufrir un derrame cerebral.
Al darme cuenta de que mi salud estaba en riesgo, la semana
siguiente empecé a buscar un nuevo trabajo.
Después de la reunión, Cameron hizo la ronda para hablar
con los empleados y se detuvo en mi despacho justo antes del
almuerzo.
—Debo admitir que no pensé que pudieras convencer a
Davenport, pero debería haber sabido que no te echarías atrás.
—Davenport no es tan duro como parece. Solo requiere
encontrar el enfoque adecuado que se adapte a él… como
hacer yo misma la entrevista.
Un pensamiento cruzó mi mente. «O rendirme ante él y
dejar que me besara apasionadamente… ».
—¿Cómo le convenciste?
—Te sugiero que no preguntes, Cameron. Es mejor que no
lo sepas.
—¿Cómo lograste convencer a LA Lifestyle de permitirte
enviar el artículo en lugar de que ellos mismos le
entrevistaran?
—No te preocupes, no he quemado ninguna nave. Pero
tampoco creo que quieras saber los detalles.
Se rió.
—Me parece bien. Voy a visitar a mi hermana en Houston
el resto de la semana. ¿Crees que puedes mantener todo bajo
control aquí mientras tanto?
—Sin duda. ¡Espero que te lo pases bien!
Después de que Cameron se fue, crují mis nudillos, revisé
mi agenda y marqué con un punto azul la tarea de organizar la
entrevista de Reid y LA Lifestyle.
El sistema de recompensas podía parecer un poco infantil,
pero sentía una gran satisfacción al ver la colección de puntos
al final del día. Era especialmente útil cuando trabajaba en
casos que se prolongaban durante meses y el progreso era
lento. Me ayudaba a ser consciente de los pequeños avances
diarios o semanales, aunque no fueran significativos en el
panorama general. Además, envié un correo electrónico a mi
contacto en LA Lifestyle, mencionando a Reid.
Hacia la hora del almuerzo, estaba agotada, presioné las
palmas de las manos contra mis párpados y decidí tomarme un
descanso. Opté por una ensalada de aguacate y judías.
Al salir, disfruté del glorioso sol que bañaba la ciudad.
Vivir en Los Ángeles era sin duda lo mejor. Siempre me había
gustado, pero aún más después de haber visitado tantos lugares
como consultora. La mezcla del sol y la sensación de estar de
vacaciones de manera casi permanente le daban a la ciudad un
ambiente que no había encontrado en ningún otro lugar.
Mientras me dirigía al pequeño bar de ensaladas al final de la
calle, mi teléfono sonó y al ver que era Reid quien llamaba, no
pude evitar sonreír.
—¡Hola! Me alegro de que hayas llamado. Quería
agradecerte por aceptar la entrevista y contarte que hablé con
LA Lifestyle antes de que me enviaras el mensaje, y están
dispuestos a publicarla.
—¿Tan segura estabas de que diría que sí?
—Me gusta anticiparme a los hechos.
—¿Qué habrías hecho si te hubiera dicho que no?
—Habría intentado convencerte.
—¿Y cómo te las hubieras ingeniado?
—Bueno, no puedo revelar mis secretos, ¿verdad?
—Será un placer descubrir todos y cada uno de tus
secretos, Hailey.
Me aclaré la garganta, alegrándome de repente por el
hecho de no estar en la oficina. Mis mejillas ardían.
—Soy yo la que tiene que descubrir tus secretos primero,
¿recuerdas?
—Lo recuerdo perfectamente.
—¿Cuándo podrías hacerla? Necesitaremos unas horas.
—¿Sábado?
—No trabajo los fines de semana.
—Pero ya viniste un sábado.
Me reí, ignorando cómo me rugía el estómago.
—A veces hago excepciones.
—¿Soy digno de que hagas otra excepción?
—Tal vez. —Me senté en un banco y crucé las piernas por
los tobillos—. Veo potencial de negociación aquí…
—¿Acaso estás intentando imponer tus condiciones ahora?
—Solo una. No seas tan difícil.
—Eso depende solo de ti. —Su voz era profunda y tan
irresistiblemente seductora que sentí una corriente de calor
recorriendo mi interior.
—¿Qué quieres decir?
—Que estoy completamente en tus manos, Hailey Connor.
Capítulo Ocho
Reid
—Chicos, acabo de escuchar la puerta principal, ha llegado
Bianca. No dejemos que el rosbif se enfríe, ya hemos tenido
suficiente charla de negocios por hoy —dijo mamá
levantándose del sillón de cuero. Nos encontrábamos en la
biblioteca de la casa de mis padres.
—Sí, señora. —Papá se rió entre dientes.
Hablar de negocios hasta que Bianca regresaba del
instituto era tradición cuando cenaba con mis padres. Les
actualizaba sobre todo lo relacionado con el hotel, pero
siempre tenía que asegurarme de filtrar la información para
evitar aumentar el estrés de mi padre y prevenir otro posible
derrame cerebral debido a su hipertensión. No era necesario
que se enterara de los problemas operativos que enfrentaba,
los cuales me daban dolores de cabeza a diario. De todos
modos, no podía hacer nada al respecto.
—Reid, pareces preocupado —dijo mamá. Como de
costumbre, echó un vistazo y supo que algo ocurría solo con
mirarme. Sandra Davenport era la mejor madre que podría
haber pedido: amable, atenta y siempre pendiente de la
familia.
—¿Cómo van las cosas con la agencia de relaciones
públicas? —preguntó papá.
Hábilmente moderé mi tono de voz para que pareciera lo
más despreocupado posible.
—Son muy profesionales. Estoy seguro de que todo esto
dejará de ser un problema en poco tiempo.
—Bianca dijo que Hailey también la ha ayudado mucho —
continuó mamá.
Mi hermana me dedicó una sonrisa, pero rápidamente me
di cuenta de que no era una sonrisa genuina, sino más bien una
sonrisa de suficiencia. Mierda, ¿por qué tenía que ser tan
presumida?
—Entonces, Reid. ¿Qué tal fue la carrera por la ciudad el
miércoles? —preguntó con inocencia.
Mis padres me miraron con asombro.
—¿Participaste en una carrera? —preguntó mamá.
—Sí. Fue como voluntario —Bianca intervino por mí. No
tenía ni idea de adónde quería llegar, pero mis instintos eran
agudos. Tenía que cambiar de tema.
—Hailey y yo necesitábamos discutir algunos detalles y
ese era el único hueco libre que teníamos.
Era una excusa ridícula, lo sabía y ellos también. Aunque
no dijeron nada, en ese momento la sonrisa de mamá era igual
de presumida que la de Bianca.
Vale, puede que fuera una especie de ermitaño, pero me
gustaba mi estilo de vida. Los años posteriores a la apoplejía
de mi padre me habían moldeado y me obligaron a tomar
decisiones que de otro modo no habría considerado. Sin
embargo, descubrí que realmente la disciplina y la
concentración me ayudaban a prosperar. Marion me había
acusado de ser un robot y de no permitirle disfrutar de la vida.
¿Cómo se atrevía a decir eso si yo no tenía ningún otro
interés aparte de los hoteles? Ella buscó emociones en otro
lugar. Empezaba a pensar que cualquier mujer haría lo mismo.
Después de cenar, mis padres se retiraron a la biblioteca,
como solían hacer desde que era niño.
En cuanto me quedé a solas con Bianca, la expresión de mi
hermana pasó de ser presumida a ir al ataque.
—Hailey ha sido de gran ayuda. Hablé con ella de nuevo e
intenté poner en práctica algunas de sus estrategias. Incluso
Felton cerró el pico.
—Me alegro, Bibi.
No podía creer que Hailey se estuviera esforzando tanto y
fuera más allá de lo que su trabajo requería. Pero luego
recordé que era algo personal para ella. Cuando me habló de
sus años escolares, sentí el impulso de protegerla de cualquier
persona que intentara hacerle daño. ¿Por qué me encontraba
reaccionando así?
—También me va a ayudar a elegir un vestido para el
baile.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Porque yo se lo pedí.
—¿Por qué no le preguntaste a mamá? ¿O a mí?
Puso los ojos en blanco.
—Porque no eres de ayuda. Y la idea que tiene mamá de
un vestido bonito incluye mangas y encaje, posiblemente en
colores neón.
—No seas mala, Bianca.
Mamá había sido la mano derecha de papá en ayudar a
dirigir el hotel. Era una mujer inteligente y ambiciosa, pero no
venía de una familia adinerada, lo cual no gustaba a mis
abuelos. Según mi padre, ella trataba de compensarlo
adoptando un estilo clásico de vestir, aunque su verdadera
inclinación era hacia lo excéntrico, lo que según Bianca, a
menudo implicaba el uso de colores neón.
—Hailey solía trabajar como asesora de moda en Macy’s.
¿Lo sabías? —continuó Bianca.
—No. —Se me desencajó la mandíbula. Tenía que tener
mucho cuidado para elegir el enfoque adecuado—. No puedes
pedirle a Hailey que te ayude con esas cosas.
—Fue ella la que se ofreció.
Parecía que necesitaba hablar con Hailey.
—¿Te mola su estilo? Solo he visto una foto de ella en la
página web de la agencia, pero es guapa.
No dije nada. Bianca continuó.
—Creo que deberíais salir juntos.
—Bianca —advertí.
—¿Qué? Sé que te gusta.
—¿Cómo has llegado a esa conclusión?
—Durante la cena, parecía que un gato te había comido la
lengua cuando mamá te preguntó acerca de la agencia de
relaciones públicas.
Miré fijamente a mi hermana pequeña.
—Además, fuiste a una carrera por ella.
La noche no estaba resultando como yo esperaba.
—Además, ya era hora de que cambiaras el prototipo de
mujer con el que acostumbras a salir.
—No tengo un tipo en concreto.
Bianca levantó una ceja.
—Literalmente todas las novias que has traído a casa eran
rubias, altas y parecían estar muy preocupadas por su aspecto.
No tenía respuesta, Bianca tenía razón al cien por cien.
¿Era porque esas mujeres habían sido las que más me habían
llamado la atención? ¿O es que nunca me había molestado en
mirar más allá?
—Entonces, ¿cuándo has quedado con Hailey?
—El sábado por la noche.
Había accedido a que el artículo se publicara, pero lo había
hecho a regañadientes y solo porque no me quedaba otra
opción
—Vaya, eso significa que no se quedará en la fiesta
posterior.
—¿Qué fiesta?
—Va a ir a la proyección privada de El León. Ya sabes, a la
que probablemente hayas sido invitado debido a que eres un
hombre tan importante y de éxito.
—Listilla.
—Lo sé. Soy la caña, ¿verdad?
Recibí una invitación, pero la había ignorado por
completo, como solía hacer. Sin embargo, algo me hizo
reconsiderarlo. ¿Qué podría ser? No tuve que pensar
demasiado en la respuesta.
Hailey.
¿Se me había ido la cabeza? Éramos tan diferentes.
Mientras ella era una chica extrovertida que disfrutaba de
carreras por la ciudad y proyecciones privadas, yo centraba mi
vida en la oficina y el ático. Me atrajo su entusiasmo por la
vida y su determinación de no perderse nada. Aunque mis
intereses no eran precisamente emocionantes para alguien
como ella, no podía evitar desearla.
—Vas a ir, ¿verdad? —preguntó Bianca dando un chillido
de emoción.
Sabía que estaba metiéndome en problemas, pero no era
capaz de mentir.
—Lo estoy considerando.
La verdad era que no podía mantenerme alejado de Hailey.
Era el momento de hacer algo al respecto.
Capítulo Nueve
Hailey
Me encantaban los eventos elegantes, pero lo que más
disfrutaba era prepararme para la ocasión. Era como un ritual:
sacar varios vestidos, decidir el atuendo perfecto y luego crear
un maquillaje y peinado que complementara mi look.
Me observé en el espejo: llevaba un vestido corto y dorado
con un generoso escote, y mi cabello caía en cascada sobre
mis hombros. Mi maquillaje era como el de una estrella de
Hollywood. Estaba encantada con el resultado. Aunque el
evento era de tarde, requería que fuese vestida de gala. Me
fascinaban las ventajas que tenía mi trabajo y todas las
exclusivas invitaciones que recibía. También me gustaban las
proyecciones privadas, porque eran de las pocas ocasiones en
la industria en las que no se invitaba a la prensa,
principalmente para evitar filtraciones de detalles de las
películas. Esos eventos estaban reservados para críticos
selectos y para los afortunados como yo.
Después del evento, tenía suficiente tiempo para regresar a
casa y cambiarme antes de dirigirme al hotel. Me preguntaba
cómo me las había ingeniado para pasar la noche del sábado
con él.
Me daba igual. No dejaría que intentara besarme de nuevo,
no iba a caer. Tenía todo el día para prepararme contra su lado
seductor y asegurarme de mantener la distancia.
Antes de partir, envié un correo electrónico a mi hermano
Will para informarle que había encontrado a un sustituto para
ocupar mi lugar como profesora de estilismo en el centro
educativo. Él y su prometida, Paige, dirigían una fundación
que se centraba en enseñar habilidades comerciales a personas
que no habían tenido acceso a la educación convencional.
Siempre me había encantado contribuir en lo que podía. Hasta
ese momento, había impartido un curso de estilismo de moda y
había ayudado a los estudiantes a conseguir prácticas en
Macy’s. Sin embargo, con los clientes adicionales que
Cameron me había enviado últimamente, ya no podía abarcar
tanto.
Con una sonrisa en el rostro, salí corriendo de casa. Me
encantaba Lakeview Terrace. Nos habíamos criado en las
afueras y, a pesar de que mis hermanos se habían mudado a
barrios más elegantes, yo seguía sintiéndome cómoda en esa
zona. Y es que, aunque mi casa no era lujosa, había sido lo
suficiente barata como para permitirme ahorrar lo necesario
para la entrada con solo unas pocas primas anuales.
Al llegar al teatro, una amplia sonrisa se dibujó en mi
rostro, me detuve unos segundos, girando lentamente sobre mí
misma para admirar la belleza del lugar. Era un magnífico
edificio de estilo art déco con lámparas de araña que colgaban
del techo, la moqueta y las sillas eran de una mezcla perfecta
de rojo y dorado.
La pantalla se alzaba al frente, mientras que los palcos
privados se encontraban al fondo, fuera del alcance de mi
invitación. Ya habría tiempo para conseguir el acceso a ese
lugar exclusivo algún día. Me encantaba soñar a lo grande y
establecer metas ambiciosas para mí misma.
Quedaba entonces una hora para que comenzara la
película, así que todos los presentes fuimos invitados a
disfrutar de los canapés y el champán, y eso fue exactamente
lo que hice.
Casi me tropiezo cuando vi a un hombre de cabello
castaño oscuro. ¿Era Reid? ¿O lo estaba imaginando? Me
acerqué con sigilo, observando al extraño con cautela. Estaba
de espaldas a mí, pero cuando se volteó, mi respiración se
cortó.
—Qué casualidad verte aquí —logré decir—. ¿Pura
coincidencia?
—Es evidente que no.
—¿Acaso no te acogías a la filosofía de Sartre y su famosa
cita ‘‘el infierno son los otros’’? ¿Qué haces aquí?
—Sabía que vendrías. Quería verte.
¡Vaya!
—Ibas a verme por la noche de todos modos.
—Quería pasar más tiempo contigo.
Reid me miró de arriba abajo con una expresión lasciva sin
intentar disimular siquiera. Sus ojos se posaron en mis caderas
y luego recorrieron lentamente mis piernas antes de volver a
subir. Me estremecí al sentir su mirada sobre mí, como si
hubiera trazado con sus ojos un camino desde mi ombligo
hasta mi pecho. Cuando nuestras miradas se encontraron,
apenas pude mantenerla unos segundos antes de romper el
contacto visual, temiendo delatarme.
—No me dijiste que vendrías al evento.
—No quería darte la oportunidad de cambiar de opinión.
—Se balanceó hacia delante y hacia atrás, acercándose tanto
que invadió mi espacio personal. Mi boca se secó al instante, y
lamí mi labio inferior por instinto—. Aunque tuviera que lidiar
con… esto.
—¿Y? ¿Es tan malo como lo imaginabas?
—Es una maldita pesadilla. ¿Me echas una mano?
También sospechaba que podía ser una trampa, pero no
tenía la fuerza de voluntad para resistirme, en especial cuando
me miraba fijamente de esa manera tan sensual.
—Claro. Quédate conmigo y te ayudaré.
—Después de usted, milady.
Cada célula de mi cuerpo vibraba mientras caminábamos
juntos. ¿Cómo sabía él que estaría allí? Probablemente gracias
a Bianca. Esto complicaba aún más las cosas. No estaba
preparada para volver a verle tan pronto. Contaba con estas
últimas horas para recomponerme.
Nos detuvimos cuando un hombre de cabello canoso se
acercó a nosotros.
—Davenport. Me sorprende verte aquí. Este lugar no
parece ser de tu agrado. Ha pasado tanto tiempo desde que se
te ha visto que algunos nos preguntábamos si seguías
existiendo o si eras solo un mito.
Reid esbozó una sonrisa forzada.
—Aquí estoy.
—¿Cómo está tu padre?
—Disfrutando de la jubilación.
—Apuesto a que está orgulloso de ti. Has demostrado tu
valía a pesar de tu juventud, teniendo en cuenta que te echaron
a los leones. Tengo que admitir que yo era uno de los que
pensaba que no durarías. Hubiera apostado que venderías el
negocio en no más de un año.
¿Qué cojones?
—Aún no tengo intención de vender. ¿Puedo presentarte a
Hailey?
Le estreché la mano al hombre. Me caía muy mal.
—¿Quién era? —pregunté una vez que había pasado a
saludar a otra persona.
—Un competidor. Propietario de otro de los hoteles
antiguos de la ciudad.
—¿A qué se refería con lo de tu padre?
Reid frunció el ceño.
—No es de dominio público, pero papá tuvo un derrame
cerebral hace diez años.
—Vaya, lo siento mucho. ¿Cómo está ahora?
—Su recuperación ha sido muy lenta, y no es al cien por
cien el de antes, así que no está en condiciones de volver a
trabajar.
—Por eso te hiciste cargo del negocio.
—Sí.
—Tenías veintidós años, ¿verdad? Vaya. Eso es mucha
responsabilidad.
Tomamos una copa de champán cada uno y nos
trasladamos a una zona menos concurrida de la sala.
—En realidad nunca había pensado trabajar en el hotel.
—¿Por qué no?
Consideró si responder o no.
—No tienes por qué decírmelo.
—Quiero hacerlo. ¿Qué has hecho conmigo, eh?
Deslizó sus dedos por mi mejilla hasta que llegaron a mi
oreja, donde se detuvo. Su tacto era peligroso en más de un
sentido, pero me quedé inmóvil, incapaz de apartarme.
—Tengo dislexia. Los informes, los números… siempre
han sido una lucha. De alguna manera me las arreglé en la
universidad, pero cuando estás a cargo de cientos de millones,
luchar no es suficiente. Yo quería trabajar como carpintero,
tener un oficio donde usara mis manos. Papá había hecho una
inversión arriesgada el año que tuvo el derrame cerebral y
amplió el hotel. Los bancos le estaban pisando los talones,
dispuestos a vender el hotel al mejor postor si los números no
rendían. Quería a alguien de confianza al timón.
—Tú —susurré.
—El hotel fue la obra de su vida y la de sus padres. Quería
mantener a salvo su legado.
—Pero no solo lograste que el negocio funcionara, sino
que eres excepcional en ello.
Su lealtad hacia su familia me conmovió profundamente y
me hizo verle bajo una nueva perspectiva.
—¿Cómo has conseguido llegar a dónde estás? Quiero
saber más.
Me observó por encima del borde de la copa con una
expresión intensa, como si estuviera evaluando algo en
silencio. Después, la colocó con suavidad sobre la mesa del
bar, justo entre nosotros, y deslizó lentamente sus dedos por el
dorso de mi mano con un gesto seductor.
—Te lo diré con una condición.
—¿Qué condición?
—Acompáñame al palco privado.
Mis mejillas se sonrojaron. Esa no era la manera en que
había imaginado entrar en una de esas áreas. La tentación me
invadía por dentro, y su presencia a mi lado no hacía más que
aumentarla. ¿Cómo iba a controlarme con él ahí todo el
tiempo?
—Te prometo que no muerdo —susurró.
—Empiezo a pensar que serías capaz de prometer
cualquier cosa para llevarme donde quieres. —Siguió
acariciando mi mano, y sentí como si sus dedos estuvieran
recorriendo el interior de mis muslos.
Sonrió.
—Cierto. Pero he venido a enfrentarme a esto solo para
pasar más tiempo contigo, así que…
De manera teatral, llevé mi otra mano al pecho y dejé caer
mi mandíbula, exagerando mi asombro.
—Y ahora me estás chantajeando. ¡Tch!
Nos quedamos en silencio por un momento, mientras él
sostenía mi mirada. Me parecía imposible desviar los ojos de
los suyos. Al final, no pude hacer otra cosa que asentir en
señal de acuerdo. Me condujo al palco, que resultó ser tan
elegante como había imaginado. Las sillas, que eran de madera
blanca y detalles dorados, tenían una felpa de terciopelo rojo.
Incluso había una pequeña mesa dispuesta con refrescos y
aperitivos.
—Tienes incluso tu propio buffet de aperitivos. ¿Dónde
está el resto de la gente? —pregunté mientras me sentaba en
medio de la fila.
—No hay nadie más.
Tragué saliva, y pensé que eso podría suponer un
problema. Me sentí aliviada de que el palco tuviera suficiente
espacio para evitar que la situación fuera demasiado íntima.
Pero cuando se sentó a mi lado, tuve que reconsiderarlo.
—Bueno, cuéntame más antes de que empiece la película,
realmente me interesa. Quiero decir, todos esos informes y
tareas no pudieron convertirse de forma mágica en algo más
fácil ¿no?
—Pues no. Por eso tuve que dedicarle más tiempo a todo.
Debía planificar de forma meticulosa mi día para poder
realizar mis tareas. No sabes cómo la tecnología de
reconocimiento de voz ha facilitado las cosas. Ahora puedo
dictar correos electrónicos y hacer que un programa lea en voz
alta ciertos informes. Incluso dicto la mayoría de los mensajes
de texto.
—Eso es… guau. Es impresionante… me dejas sin
palabras.
—Joder, qué adorable eres.
—Reid…
—Es verdad.
Su mirada era ardiente. Quería hacerle más preguntas, pero
de repente tuve la extraña sensación de que estaba a punto de
besarme. Por mucho que hubiera querido, sabía que no podía
permitir que las cosas llegaran tan lejos. Debido a eso, decidí
cambiar de tema.
—¿Quieres repasar las preguntas de la entrevista ahora?
Negó con la cabeza.
—Para eso hemos quedado por la noche.
—Pero podemos adelantar trabajo. En realidad,
probablemente podríamos repasarlo todo mientras vemos la
película. Ni siquiera te darías cuenta…
—Pero si hacemos eso no tendrías motivos para pasarte
por mi casa esta noche, y yo perdería la excusa perfecta de
tenerte toda para mí…
Madre mía. El tono de su voz y el fuego en sus ojos me
dejaron sin aliento.
Por suerte, la película empezó justo a tiempo. Aunque
estábamos en una proyección privada, apenas pude prestar
atención. Sabía que necesitaba encontrar una salida para
nuestro compromiso de esa noche, pero no tenía idea de cómo
hacerlo. Además, era importante conseguir esa entrevista. Lo
mejor sería que todo acabara lo antes posible.
La película terminó demasiado rápido y esperaba que no
quisiera analizar cada detalle, porque no había prestado plena
atención.
—¿Cogemos un taxi juntos? —preguntó mientras salíamos
del teatro a paso lento.
—Primero voy a ir a casa a cambiarme.
—Vale. ¿Nos vemos en un par de horas?
—Claro. —Mantuve mi expresión neutral, para no
demostrar lo nerviosa que aún me sentía por estar cerca de él.
Aprovecharía el tiempo en casa para calmarme.
Esperamos juntos mientras un aparcacoches llamaba a los
taxis, en grupos de cinco, para que pararan frente al teatro.
—Trae un bikini esta noche —susurró.
Negué con la cabeza.
—Pensé que querías nadar en la piscina infinita.
—Sí, pero… —¿Qué podía responder? Eso fue antes de
darme cuenta de que no podía confiar en mí misma para pasar
más tiempo con él del necesario… especialmente después de
todo lo que había descubierto sobre él esa tarde. Solo con
sentarse a mi lado, había hecho que mi cuerpo hirviera a fuego
lento…
—Sé que todavía quieres hacerlo. —Sentí su cálido aliento
en la parte superior de mi oreja—. ¿Sabes qué? No te
preocupes. Tendré uno listo para ti en el hotel.
—¿Qué? ¿Cómo dices?
—En la planta baja hay varias tiendas. Va a ser divertido
comprar algo para ti.
Ladeé la cabeza y casi choqué con él.
—Eres casi tan bueno como yo encontrando excusas.
—En eso llevas razón.
—No tienes que comprarme nada.
—¿Por qué, tienes miedo de ver qué elegiría para ti? —Su
voz parecía más grave, más seductora. Apenas pude resistir el
impulso de abanicarme.
Sacudí la cabeza, dando un paso adelante hacia el taxi que
acababa de señalar el aparcacoches.
—Te veré en dos horas, Reid.
Había pasado la tarde sin mayores sobresaltos. Pero no
estaba segura de si podría decir lo mismo después de esa
noche.
Capítulo Diez
Hailey
No pude procrastinar en casa porque el tráfico había
consumido gran parte de mi tiempo. En retrospectiva, fue lo
mejor, ya que de haberme quedado en casa habría encontrado
una excusa para no ir a ver a Reid esa noche. Tal vez habría
tratado de reprogramar la reunión para almorzar un día entre
semana en un lugar público.
Era cierto que pasé demasiado tiempo frente al espejo,
inspeccionando detenidamente mi cuerpo para asegurarme de
que el bikini cubriera el hoyuelo de celulitis en mi nalga. A
pesar de haber cumplido apenas treinta años, parecía imposible
deshacerme de él, por mucho que saliera a correr. Sip, quería
evitar las miradas indiscretas. Sentía mariposas en el estómago
y las palmas de mis manos sudaban. Tenía tanta energía
acumulada dentro de mí que sentía que iba a explotar en
cualquier momento.
Aquí no ha pasado nada.
La puerta del ático estaba entreabierta, así que entré. La
habitación estaba en penumbra y decidí sentarme en un
taburete, esperando su llegada. La recepcionista le había
llamado para informarle de mi llegada mientras subía en el
ascensor.
—Hailey.
Parecía sorprendido. Me di la vuelta para mirarle y casi me
quedé sin aliento. Solo llevaba puesta una toalla. ¿Cómo podía
tener músculos tan definidos y esculpidos, y a la vez tan
delgados? No sabía dónde mirar primero. Si en esos brazos
que parecían de acero, o en las gotas de agua que descendían
sobre su torso. Ver la línea de vello bajo su ombligo
desaparecer en la toalla hizo que apretara los muslos
involuntariamente. Me di cuenta de lo evidente que había sido
mi mirada cuando su pecho retumbó con una risa burlona.
—¿Debo dejar caer mi toalla para que puedas seguir
mirando?
—Lo siento… yo… ¿qué? No. ¿Te he pillado por
sorpresa? La recepcionista me dijo que podía pasar. —
Mantuve la voz firme y calmada, mientras mantenía el
contacto visual.
—Estaba en la ducha, no lo oí. ¿Te parece bien comenzar
ahora mismo?
Levanté una ceja.
—¿Qué tal si te pones algo de ropa primero?
—Si insistes.
—Sí.
—¿Segura? Parecías disfrutar de la vista.
Señalé hacia donde suponía que estaba su dormitorio.
—Ropa. Ahora.
—Volveré en unos minutos.
Saqué papel y bolígrafo, junto con la lista de preguntas.
Cuando Reid regresó, el ambiente entre nosotros cambió de
ser ligero y juguetón a algo más serio. Pude notar cómo estaba
a punto de ponerse a la defensiva cuando revisó mi lista, pero
lo entendía… Se me daba bien buscarle las cosquillas.
—¿Quieres que te sirva una copa?
Se escabulló detrás de la barra, lo que me hizo sospechar
que quería mantenerse ocupado mientras le hacía preguntas.
—¿Qué te apetece?
—Dejaré que me sorprendas. Voy a empezar con las
preguntas, ¿de acuerdo?
Asintió de manera forzada, confirmando mis sospechas.
Mientras colocaba la hoja de papel en blanco frente a mí,
me dijo:
—Puedes grabar la conversación si quieres.
Parpadeé, sorprendida por su comentario. Me invadió una
sensación de calidez al darme cuenta de que habíamos
avanzado en las semanas que llevábamos conociéndonos. Abrí
la aplicación en mi móvil y comencé a grabar.
Al no tener que tomar notas, me permití el lujo de
simplemente mirarle mientras le hacía preguntas.
Cuando se sentía incómodo, su lenguaje corporal era
revelador: aplastaba el hielo con excesiva energía o agarraba
su vaso con tanta fuerza que parecía que podía romperse. Me
di cuenta de que Marion no me caía nada bien. Ni siquiera la
conocía, pero la odiaba por el dolor que le había causado a
Reid.
Me preguntaba por qué había personas que siempre
buscaban algo más fuera de su relación, sin ser lo
suficientemente valientes ni sinceros para romper primero. Eso
era lo que más me enfurecía.
Cuando Reid terminó de preparar nuestras bebidas, no
dejaba de pasearse por el salón mientras respondía a mis
preguntas. Yo las formulaba a gran velocidad, ya que la única
manera que se me ocurría de hacer que la situación fuera
menos incómoda era ir lo más rápido posible.
—Vale, hemos terminado —exclamé al final, pulsando el
botón de stop en mi móvil.
Reid tomó una respiración profunda y echó la cabeza hacia
atrás. No pude evitar notar cómo su pecho se expandía y cómo
la ajustada camisa delineaba los músculos abdominales.
Cuando abrió los ojos, su mirada se clavó en la mía y el
ambiente cambió al instante. La intensidad me dejó sin aliento.
Luego, dejó la copa vacía sobre la encimera y me rozó el brazo
con la mano.
—Diría que ha llegado el momento de que nos relajemos
—murmuró. Me observó fijamente y sentí cómo mi piel hervía
bajo su mirada penetrante. Nunca había conocido a alguien
que pudiera afectarme de esa manera.
—¿Cómo? Pensé que íbamos a nadar.
—Eso es lo que tenía en mente, pero si tienes otras ideas…
estaré encantado de complacerte.
Me sonrojé.
—¿Has traído el bikini?
—Sí. No habrás comprado uno, ¿verdad?
—¿Por qué crees que iba con retraso?
Tragué saliva, la curiosidad me carcomía por dentro.
Quería saber qué había elegido para mí, pero mantuve mi
determinación.
—Bueno, no tenías por qué. Voy a ponerme el mío.
Me puse de pie justo cuando él se acercó a mí, colocando
su mano en mi cintura y acercando su boca a mi oreja.
—Habrá otras ocasiones para que te pongas lo que te he
comprado, Hailey. Me aseguraré de ello.
Me temblaban las piernas mientras me alejaba de él y
agarraba mi bolso.
Con la respiración agitada, formulé mi pregunta:
—¿Dónde puedo cambiarme?
—Hay un baño al final del pasillo. O puedes usar mi
dormitorio si lo prefieres.
—El baño está bien, gracias.
—Hay un albornoz para ti en el lavabo.
Me apresuré hacia el baño aferrándome al bolso como si
fuera un salvavidas. Una vez dentro, cerré la puerta y me
apoyé en ella para respirar profundamente. ¿Por qué no había
decidido ponerme el bikini en casa? Me habría ahorrado la
incomodidad de tener que cambiarme.
Pensé en marcharme, salir corriendo y decirle que había
cambiado de opinión. Debería haberlo hecho. Reid Davenport
era todo lo que no buscaba en un hombre. Demasiado
enigmático, demasiado reservado… demasiado de todo. Pero
debajo de esa rígida fachada, había un hombre que anhelaba
conocer mejor. Y justo por eso, debía alejarme. Acercarme no
era una buena idea, por mucho que lo deseara.
Aun así, me puse el bikini y el albornoz que me había
indicado Reid. Aunque sabía que no era una buena idea
acercarme demasiado a él, no podía evitar ceder a seguir sus
instrucciones.
Estaba dándole demasiadas vueltas. Solo íbamos a nadar
en la piscina infinita junto con otros huéspedes del hotel.
Estaba ansiosa por disfrutar de las vistas y aún eran las siete de
la tarde. Con la piscina cerrando a las diez, teníamos todo el
tiempo del mundo. Además, estaba segura de que apenas me
sentiría afectada por su presencia.
***
Cuando regresé al bar, noté que Reid también había cogido un
albornoz. Menos mal que lo tenía abrochado, ya que no quería
volver a tener otra vista de su marcado abdomen mientras
estábamos solos. Me miró de arriba abajo sin disimulo, y me
sentí expuesta por completo.
—¿Lista? —preguntó. Asentí. ¿Por qué estaba tan
nerviosa?
Como era de esperar, su ascensor tenía acceso directo a la
planta de la piscina. Lo sorprendente fue que no había ni un
alma en ella.
—¿Dónde están los demás? —pregunté. Lentamente, Reid
fue esbozando una sonrisa.
—Pedí al personal que cerrara el acceso temprano.
Tragué saliva con dificultad, incapaz de mantener el
contacto visual, pero sentí cómo su intensa mirada se clavaba
en mí. Con cada paso que daba, mi cuerpo se tensaba más y
más, como si estuviera en plena alerta.
—Pensé que podrías disfrutar mejor de la vista de esta
manera.
Las vistas. Eso era en lo que debía concentrarme. Desvié la
mirada hacia la ventana de cristal y contemplé las extensas
colinas de Los Ángeles. El cielo presentaba un tono azul
anaranjado que anunciaba la inminente puesta de sol. Era mi
momento favorito del día.
—No tenías por qué hacerlo. Ni un millón de personas
hubieran podido impedirme disfrutar de todo esto.
De repente, percibí su presencia justo detrás de mí, y luego
noté su cálido aliento mientras me hablaba al oído.
—Ya te dije que te quiero toda para mí.
—Reid…
Dios mío. Pero aun así, me estremecí y me desabroché el
cordón de la bata. Reid se acercó para ayudarme a quitármela
y sus dedos rozaron mis hombros, provocándome un
hormigueo que se propagó por todo mi ser. Madre mía. Era
evidente que estaba en lo cierto, no habría manera de salir
indemne esa noche. Sabía que no sería la misma persona
después de que saliera del hotel.
Deposité mi bolsa en una de las tumbonas y me sumergí en
la piscina. El agua estaba refrescante y cuando escuché a Reid
sumergirse, comencé a nadar de inmediato a estilo braza. Sin
duda, eso era justo lo que necesitaba. Quizás un chapuzón me
ayudaría a liberar la tensión de mis músculos y despejar la
mente.
Diez minutos después, deseché esa idea.
A pesar de que no era de las que se rendían con facilidad,
sabía cuándo era el momento de aceptar la derrota. La
presencia de Reid era como una sombra a mi lado. Cada vez
que sacaba la cabeza del agua, le encontraba mirándome
fijamente, observándome con atención mientras nadaba. Al
final, me dirigí hacia él, hacia la pequeña alcoba que estaba
justo en frente de la ventana, donde los chorros de agua te
masajeaban la espalda.
—¿Ya te has cansado de escapar de mí? —preguntó en
tono juguetón.
—No estaba escapando de ti —murmuré.
—¿Segura?
Me senté en el banco, pulsando los botones de los chorros
mientras intentaba concentrarme en las vistas y no en el
bombón que estaba a mi lado. No lo conseguía del todo, pero
justo cuando pensaba que la creciente tensión que había entre
nosotros era demasiado intensa para poder soportarla, unos
pasos resonaron en el suelo de baldosas.
—Me he tomado la libertad de pedir algo para picar y
beber —dijo Reid.
‘‘Algo para picar’’ resultó ser un menú de cinco platos. El
personal nos brindó el servicio en el bar de la piscina. Los
asientos estaban sumergidos en el agua, mientras que la barra
se encontraba justo por encima de la superficie.
—Esto está buenísimo. No sabía que tu hotel servía
comida gourmet.
—Me alegro de que te guste. ¿Estás contenta de haberte
quedado?
—Sin duda. Es la manera perfecta de pasar la noche del
sábado.
Dios mío. Estábamos en una cita. De alguna manera, me
encontré en una situación romántica con Reid Davenport. Su
relajada sonrisa parecía decirme que estaba disfrutando de
notar cómo yo había llegado a esa conclusión.
—No puedo creerlo —dije.
—¿Por qué no? Me gusta estar contigo.
—Tienes un gusto muy raro, Reid. Seguro que podrías
pasar tiempo con alguien que no te cuestione en todo
momento.
—Pero quiero pasarlo contigo. Me gusta que no aguantes
nada, que no te cortes ni un pelo en decirme las cosas tal y
como son.
Tragué saliva, girando la copa, muy consciente de que
volvíamos a estar solos. La tensión entre nosotros se volvió
todavía más intensa. Me levanté de la silla con la intención de
volver a zambullirme, dado que habíamos terminado de cenar.
Reid estaba situado detrás de mí.
Me quedé paralizada cuando posó su mano en mi cintura y
se giró para mirarme. Suavemente, acarició mi mejilla con el
pulgar y, en lugar de alejarme, me quedé mirando su boca.
Esos marcados y carnosos labios.
Su boca se encontró con la mía. Primero fue un suave roce,
seguido de un pequeño lametón en mi labio inferior antes de
que me besara con fuerza. Reid colocó una mano en mi cintura
y la otra en la nuca, inclinándome mientras profundizábamos
el beso. La otra mano me recorrió la espalda, amasándome el
culo y apretándome contra él. Cada célula de mi cuerpo vibró,
como si estuviera a punto de estallar por la acumulación de
energía. Estaba muy excitada, y él también. Casi perdí la
cabeza cuando sentí cómo se le ponía dura como una piedra en
cuestión de minutos. Siempre trataba de controlar cada
situación, pero cuando estaba conmigo, parecía soltarse por
completo.
Su beso fue tan tierno que no pude evitar sentir una oleada
de emoción a través de mi cuerpo. Me di cuenta de que estaba
despertando sentimientos en mí que nunca antes había
experimentado.
En ese momento tenía ambas manos sobre mí. Tocando,
tironeando, explorando. Cuando llegó al dobladillo de la
braguita de mi bikini, sus dedos se clavaron en mi piel, como
si estuviera haciendo todo lo posible por no quitármela.
La realidad me golpeó de repente. Estábamos en una
piscina pública y el personal podía entrar en cualquier
momento. Me alejé de su boca, pero sin apartarme por
completo. Me mantuve allí, abrazada a él, respirando
profundamente. Él también se mantuvo cerca, apoyando su
mandíbula en mi sien.
—Joder, Hailey.
Sabía con exactitud lo que significaba ese ‘‘joder’’: no
podíamos creer lo intenso que acababa de ser todo. Estaba
temblando. ¡Y solo había sido un beso!
Me di cuenta de que había juzgado mal a Reid Davenport.
Había pensado que era un hombre enigmático y quizás incluso
un gilipollas. Pero me demostró lo contrario. Me había
invitado bajo el pretexto del trabajo y, en realidad, acabó
organizando una cita muy elaborada. Era como si tuviera un
lado secreto que poco a poco me estaba revelando. Me las
ingenié para ganarme su confianza.
Levanté la vista y encontré esos ojos de color azul
grisáceo, que no solo irradiaban lujuria, sino que además
estaban llenos de vida. Me sentí abrumada al darme cuenta de
todo eso. Aunque no podía explicar cómo, su mirada cálida y
alegre despertó en mí una montaña de emociones. Me miraba
como si yo fuera la causa de todo, como si yo fuera…
especial.
Puede que solo lo estuviera imaginando. Seguro que era
eso.
—Dime que esto no te gusta —susurró.
—Reid…
Sus dedos se clavaron en mi cintura posesivamente.
—Dime que no lo sientes tú también.
—Por supuesto que sí.
Su sonrisa cambió. Le señalé con un dedo acusador.
—¿A qué viene esa sonrisita?
—¿Qué pasa con mi sonrisa?
—Parece una sonrisa triunfante, incluso presumida, me
atrevería a decir.
—Vaya, Srta. Connor, claro que me siento así. La mujer
que tengo delante y que tanto me gusta acaba de confesar que
el sentimiento es mutuo.
—Conque te gusto mucho ¿eh? —Aparté la mirada,
mordiéndome el labio, tratando de disimular que yo también
tenía una sonrisa triunfal. Ni siquiera podía entender todas las
emociones que ese hombre me provocaba.
—Mucho —repitió, recorriendo sus labios por mi mejilla.
Vaya, Reid Davenport iba a ser un problema. Un gran
problema.
Me sobresalté al escuchar un fuerte golpe proveniente de
un pasillo cercano.
—¿Qué ha sido ese ruido? —pregunté.
—Supongo que será el Sr. Lawrence. Limpia la piscina.
—¿No recibió el aviso del jefe de que la piscina está
cerrada para uso privado e indebido?
—Lo más probable es que sí, pero se le da bien ignorar al
jefe.
—Vaya, ¿y no te importa?
Se encogió de hombros.
—El Sr. Lawrence lleva con nosotros desde que mis
abuelos regentaron el primer hotel. Es bueno en su trabajo y le
gusta ceñirse a su rutina.
Salimos de la piscina justo en el momento en que llegó el
señor Lawrence, un hombre de unos ochenta años y con
problemas de audición. Reprendió a Reid por haber echado a
los huéspedes y argumentó que su padre nunca lo habría
hecho, ya que eso era perjudicial para el negocio.
—Lo tendré en cuenta, Sr. Lawrence.
—¿Cómo es que no está jubilado? —pregunté mientras
subíamos en ascensor al ático.
—Se jubiló hace doce años, pero cuando falleció su mujer,
preguntó si podía recuperar su antiguo trabajo. Sus hijos viven
en otra ciudad, y no quería estar solo todo el día.
Vaya. Estaba experimentando una mezcla de sentimientos
confusos por ese hombre y no tenía la menor idea de cómo
manejarlos.
Me dí una ducha rápida y me vestí. Entré a la sala de estar
moviéndome de manera nerviosa. Reid estaba sentado en uno
de los taburetes del bar, completamente vestido. No tenía idea
de por qué eso me sorprendió.
—Te llevaré a casa. —Se levantó de la silla y se guardó el
teléfono en el bolsillo.
—Puedo pedir un Uber.
—¿Qué clase de cita sería si no te llevara a casa?
—Mmm… ¿Del tipo que le tiende una emboscada a una
mujer desprevenida con un menú de cinco platos, convirtiendo
descaradamente una reunión de negocios en una cita?
Apartó un mechón suelto de mi rostro y detuvo sus dedos
en mi mejilla. El contacto me provocó una sensación
electrizante.
—Así que te he tendido una emboscada, ¿eh?
—Bueno, quizá me he pasado —admití, con voz
temblorosa. ¿Cómo podía afectarme tanto que me tocara?—.
Me pilló por sorpresa.
Y en ese momento me sorprendía aún más que no tomara
la iniciativa para intentar llevarme a la cama.
Se rió entre dientes.
—¿Quieres que lo intente?
Mierda. Mierda. Mierda. ¿Había dicho eso en voz alta?
—Por favor, ignora lo que acabo de decir. No quería
decirlo en voz alta.
—Me fascinas, Hailey Connor. Y esto solo ha sido nuestra
primera cita, para la que te he tendido una emboscada.
Tendremos algunas citas más antes de que me atreva a tocarte.
Antes de probarte.
Por el tono de su voz, estaba claro que no se refería solo a
besarme. Comencé a respirar con dificultad y, de manera
instintiva, apreté los muslos. Reid notó mi reacción y sus ojos
se centraron en mi boca. Me di cuenta de que me estaba
sujetando firmemente por la cintura, tenía sus dedos clavados
en mí con tanta posesividad que temí que en cualquier
momento pudiera levantarme y hacer lo que quisiera conmigo.
Dios mío. Si lo intentaba, no habría forma de resistirme.
Después de todo, mi reserva de fuerza de voluntad era limitada
y ese día la había agotado por completo.
—Vamos, guapa —murmuró, dedicándome otra sonrisa.
No había parado de sonreír en toda la noche. Eso me gustaba.
Mi mente estaba nublada por la lujuria, pero aun así, sabía
que me reprendería a mí misma al día siguiente si permitía que
fuera más allá. Estaba bastante segura de que Reid podía sentir
mi conflicto interno y, pese a todo, me estaba dejando llevar
por él. ¿Había mencionado ya lo mucho que me gustaba eso?
Nos quedamos en silencio mientras conducía, lo que me
inquietó. Siempre sentía la necesidad de llenar los silencios
diciendo algo, pero no sabía qué decir. No podía concentrarme
lo suficiente para sacar el tema de la publicación, y tampoco
quería tocar otro tema. Me di cuenta de que él estaba
completamente cómodo en esa situación. Después de todo,
vivía solo en un ático de quinientos metros cuadrados porque
disfrutaba de su espacio y tranquilidad. A mí eso me volvería
loca. Me encantaba que mi casa de dos dormitorios no tuviera
vallas y pudiera escuchar a los hijos de mis vecinos jugando en
el jardín trasero. Me gustaba que otros vecinos pusieran
música hasta altas horas de la noche. A veces me sentaba en
mi porche, en el sillón que había colocado allí, simplemente
para observar a la gente pasar.
Cuando llegamos, me acompañó hasta la puerta y miró a
su alrededor con una expresión desconcertada.
—¿Está bien que esos niños estén jugando solos?
Me reí.
—Sip, es el jardín de su casa. A veces incluso vienen a
jugar al mío. Y antes de que preguntes, la música tampoco me
molesta.
—Si por mí fuera, creo que probablemente iría por ahí con
auriculares con cancelación de ruido. ¡Qué vecinos más
ruidosos!
Sonrió, y yo le devolví la sonrisa. Ay, Reid. ¿En qué estaba
pensando? ¿Estaría imaginando nuestra próxima cita? Él no
encajaba en mi alocada vida, y yo tampoco encajaba en la
suya. Éramos muy diferentes.
—¡Oye! No te metas con mis vecinos. Me caen bien, son
divertidos. Nos juntamos a menudo para hacer barbacoas en el
jardín o simplemente para charlar mientras tomamos una copa
de vino.
Reid silbó.
—Vaya, justo cuando empezaba a pensar que eras
normal…
—¿Normal? Vaya, eso ha dolido.
Volví a reír de nuevo, no estaba preparada para despedirme
de él. Era tan adorable.
Mmm… unos segundos después, se me ocurrió una
descripción más adecuada. Su mirada desprendía fuego… Me
miraba como si quisiera besarme apasionadamente, y aunque
me hubiera encantado, sabía que a él no le parecería ni el
momento ni el lugar adecuado, con todos los vecinos
alrededor.
El muy cabrón lo hizo.
Vaya… puede que después de todo tuviéramos una o dos
cosas en común. Su boca se posó en la mía, mientras sus
manos agarraban mi cintura. Los besos de ese hombre eran
exquisitos. El roce de sus labios sobre los míos era ardiente y
exigente. Nos desplazamos y sentí su cadera presionándose
contra la mía, mientras quedaba atrapada entre él y la puerta.
Llevó sus manos hacia mi rostro y sus pulgares presionaron mi
piel con suavidad, incitándome a darle pleno acceso, a
entregarme aún más a él. Deslicé mis dedos por su cabello
hasta llegar a la nuca, tirando de él. Al parecer, yo también era
exigente. No era capaz de saciar mi sed de él. La tentación de
acariciar todo su cuerpo era abrumadora. Llevaba puesta
demasiada ropa.
—Guau —susurré—. Has conseguido que el beso de
buenas noches sea todo un arte.
—¿No me invitas a una copa?
—¿Después de haberse burlado de mis vecinos y de mi
personalidad extrovertida? Señor, no merece en absoluto una
copa.
Si le invitaba a entrar, querría que se quedara, y eso no
podía pasar. Se rió sin apartar las manos de mi torso. Sentí
cada uno de sus dedos extendidos sobre mi caja torácica como
si no llevara nada puesto.
—La próxima vez será incluso mejor.
La próxima vez. Casi me quedé sin aliento cuando me miró
de forma descarada. Estuve tentada de invitarle a entrar, pero
me zafé de su agarre. Busqué las llaves en mi bolso a tientas
mientras Reid descendía los escalones de mi porche, mirando
hacia atrás con expresión traviesa. Supe exactamente lo que
significaba su sonrisa.
La próxima vez iba a ser más pronto que tarde.
Capítulo Once
Hailey
A pesar de haberme acostado tarde, me desperté a la hora de
siempre, unos minutos antes de que sonara el despertador a las
seis. Sabía que salir a correr me sentaría bien. Me gustaba
desafiarme a mí misma. Por más que pareciera un disparate, el
hecho de esforzarme un kilómetro y medio más, luego una
manzana más, y finalmente, un paso más, siempre me dejaba
tan agotada que después, mientras recuperaba el aliento, podía
ver con claridad la solución a un problema que había estado
analizando durante días, a veces incluso semanas.
Ese día no pude lograr un avance significativo, pero al
llegar a casa casi sin aliento, decidí tomarme unos minutos
para relajarme, disfrutar del sol y contemplar mi hogar.
La fachada de la vivienda estaba revestida con ladrillos
rojos de imitación, mientras que el interior era una explosión
de colores… no todos intencionales. Los muebles negros
contrastaban a la perfección con la moqueta naranja, pero la
mezcla de colores en las paredes… bueno, eso ya era otra
historia.
Cuando entré en la ducha, sudorosa y con las piernas
temblorosas, seguía pensando en Reid y estaba más indecisa
que nunca. Sin embargo, había una cosa que sí tenía clara: la
atracción que sentía no había disminuido. De hecho, cada vez
que estaba cerca de él, la atracción se hacía más fuerte. Suspiré
mientras me enjuagaba bien el cabello, sin importarme lo más
mínimo que se me dibujara una sonrisa de oreja a oreja al
pensar en él.
Mientras iba camino al trabajo, decidí recompensarme por
la ardua carrera y compré mis tortitas favoritas. Aunque la
mayoría de mis compañeros se horrorizaban por mi
alimentación, yo disfrutaba de mis carbohidratos, el gluten y
prácticamente todo lo que en Los Ángeles se consideraba un
pecado mortal.
Desde niña, nunca había sido delgada por naturaleza.
Podía ser menuda en algunas partes del cuerpo, pero mi trasero
y muslos siempre habían sido algo más rellenitos.
Correr me permitió tonificar mis músculos, y eso era justo
lo que buscaba.
—Buenos días —saludé a mis compañeros de trabajo,
compartiendo mis deliciosas tortitas con aquellos que
compartían mi filosofía de vida, mientras recibía miradas de
desaprobación del resto. Una vez terminado el desayuno, me
dediqué a transcribir la entrevista con Reid. Fue una tarea
tediosa que me llevó toda la mañana. Después de terminar, me
tomé un momento para revisar mis correos electrónicos.
El primero que abrí fue de LA Lifestyle. Me informaban de
que estaban interesados en publicar el artículo de Reid en su
próximo número, siempre y cuando lo enviara a tiempo, pero
el plazo de entrega era el día siguiente. Me hirvió la sangre
cuando llegué al final del correo y vi que mencionaban: ‘‘Nos
reservamos el derecho a editar’’.
¿De verdad pensaban que podrían hacer eso? De ninguna
manera. No para uno de mis clientes. Sabía exactamente lo que
significaba esa frase. Era una especie de salvaguardia legal
que utilizaban para eximirse de cualquier responsabilidad en
caso de que decidieran publicar algo que pudiera ser
considerado difamatorio.
‘‘Editar’’ solía significar reformular algunas frases clave
para que parecieran controvertidas y dejaran margen a la
interpretación.
Pues ni de coña.
Me retiré a una de las pequeñas salas de conferencias,
como solía hacer cuando anticipaba una conversación intensa.
—Hailey —respondió mi contacto, Victor, un periodista de
unos cuarenta años—. ¿En qué puedo ayudarte?
—Acabo de recibir tu email. Me preocupa la última línea.
¿Podrías explicarme a qué se debe?
—Es una práctica habitual, ya sabes.
—Es una práctica habitual del trabajo de campo, donde se
sacan conclusiones basadas en instantáneas y rumores, no en
una entrevista individual.
—No vamos a cambiar nada. Solo es una frase estándar
que incluimos en nuestros correos electrónicos.
¿De verdad pensó que me conformaría con eso? Puede que
no tuviera tanta experiencia en ese sector como él, pero había
aprendido lo suficiente en la vida y en el trabajo como para
saber que las únicas promesas que realmente importan son las
que están por escrito.
—Voy a tener que pedirte que me reenvíes ese correo
electrónico y que te asegures de indicar de manera específica
que no se cambiará ni parafraseará ni una sola palabra del
mismo.
—No tengo tiempo para esto —espetó.
—Entonces voy a tener que darle la historia a otra persona.
—¿Qué? Me hiciste una promesa.
—Y tú prometiste publicarlo tal y como te lo enviara, y
estás faltando a tu palabra.
—Eres agotadora.
Tragué saliva y traté de mantener la calma. No dejé que su
falta de respeto me afectase, o al menos me convencí a mí
misma de ello. Me había enfrentado a situaciones similares
con personas con las que trabajaba, e incluso con personas con
las que había salido en el pasado. Algunas de ellas no podían
lidiar con mi personalidad ambiciosa.
En efecto, quería que las cosas se hicieran de cierta
manera. Sí, tenía mis propios valores y, por supuesto, no me
parecía aceptable que alguien faltara a su palabra en ninguna
circunstancia.
—Tienes hasta las cinco de la tarde para enviarme el email
modificado, Victor, o no te enviaré la entrevista.
—Eres consciente de que ese imbécil nos necesita más que
nosotros a él, ¿verdad?
Se me pusieron los pelos de punta.
—Hay miles de medios en esta ciudad, Victor. Si no la
publicáis vosotros, lo hará otro. Aunque es cierto que vuestra
plataforma tiene una base de usuarios mayor, debes tener en
cuenta que todo el mundo está esperando leer la versión de
Reid, y su difusión será rápida, tanto si contribuyes como si
no.
—Vas a cerrar puertas con tus exigencias.
—Acabaré quedándome con los que merezcan la pena.
Realmente necesitaba un contacto en LA Lifestyle, pero un
colaborador que siempre tuviera la sartén por el mango y la
última palabra no era útil para mis clientes. Necesitaba a
alguien en quien pudiera confiar, alguien honesto. Si no era
así, no tendría sentido. Victor permaneció en silencio mientras
parecía pensar en ello. Para aumentar la presión, añadí:
‘‘Avísame antes de las cinco’’ y luego colgué.
Eso es, ponlo en un aprieto. Sin duda se lo merecía.
Conocía bien a Victor y probablemente ya había alardeado
ante sus superiores de que tenía el tema de la entrevista metida
en el bolsillo. Si se le escapaba la historia, su prestigio y
credibilidad estarían en juego.
Traté de ignorar la conversación con Victor y seguí con mi
jornada. No fue hasta dos horas más tarde que recibí su
respuesta con las condiciones actualizadas. Una sonrisa se
dibujó en mi rostro mientras giraba sobre mi silla.
Le envié un mensaje de texto a Reid para hacerle saber que
la publicación del artículo en LA Lifestyle estaba asegurada y
que me pondría en marcha con el plan de acción cuanto antes.
Justo cuando estaba empezando a escribir los objetivos que
había establecido para el mes de abril, recibí su respuesta.
Reid: Deberíamos reunirnos y discutir los próximos
pasos.
Me reí entre dientes.
Hailey: ¿Por qué no me sorprende tu respuesta? No
hace falta que nos veamos en persona. Enviaré mis ideas
por email para que puedas darme tu opinión. A partir de
ahí, seguiré trabajando en ello.
Reid: Prefiero escuchar tus ideas en persona.
Qué exigente era, ¿verdad? Bueno, yo podría ser igual de
exigente.
Hailey: Me llevaría demasiado tiempo y hay otros
clientes que también requieren mi atención.
Reid: Eso puede cambiar.
No lo entendí.
Hailey: ¿Qué quieres decir?
Reid: Puedo decirle a tu jefe que quiero que trabajes
exclusivamente para mí.
Quedé absorta mirando la pantalla del móvil, intentando
ignorar cómo se me ponía la piel de gallina en los brazos y se
me entrecortaba la respiración. Me pregunté a mí misma cómo
era posible que un simple mensaje pudiera afectarme tanto.
¿Cómo podía ejercer tanto poder sobre mí en tan poco tiempo?
Escribí y borré alrededor de cinco mensajes diferentes
antes de pulsar el botón de enviar.
Hailey: Me encantaría verte hacer el intento.
No obtuve respuesta, lo que interpreté como que admitía
su derrota.
Me apresuré a terminar el resto de mis tareas antes del
almuerzo, al que había quedado con Val. Me encantaba
almorzar con algún que otro Connor a solas. Las cenas de los
viernes eran increíbles, eso era indiscutible, pero con tantas
personas reunidas apenas tenía tiempo para interactuar lo
suficiente con cada uno como para saber si tenían algún
problema, y mucho menos para intercambiar ideas sobre cómo
resolverlos. Estaba ansiosa por conversar con Val y averiguar
cómo estaba realmente.
—No paras de darme de comer —se quejó Val cuando pedí
más dim sum. Estábamos en uno de mis restaurantes chinos
favoritos.
—Necesitas muchas vitaminas. Tengo que cuidar de ti y de
mi sobrina o sobrino. —La miré esperanzada—. ¿Ya sabes si
será niña o niño?
Val se frotó el vientre, riendo entre dientes. Su melena
castaña parecía tener un brillo inusual. De hecho, mi hermana
parecía radiante en general, nunca antes la había visto así.
—No, tonta. Ya te he dicho que no me he hecho más
ecografías, y en la última, el bebé no estaba en una posición
que nos permitiera ver el sexo.
Entrecerré los ojos.
—Pero me lo contarás cuando lo sepas, ¿no?
Val desvió la mirada. Lo sabía. Lo sabía.
—Val, no seas mala. He aprendido a guardar secretos.
Sabes que sí.
Sabía que mi historial no era el mejor, pero había mejorado
mucho esa última época.
—¿Puedo ir contigo a la próxima ecografía? —Negué con
la cabeza nada más pronunciar las palabras—. Claro que no,
irás con Carter. No me voy a entrometer.
—Puedes venir si quieres, estoy segura de que no le
importará.
Mmm… decisiones, decisiones. Por un lado, me encantaría
escuchar los latidos del corazón del bebé. Pero era su
momento.
—De todos modos, April y Peyton también vendrán, así
que será una fiesta —dijo Val.
Una amplia sonrisa se dibujó en mi rostro y me sentí muy
contenta de tener una excusa para asistir. Realmente me sentí
muy feliz por ello.
—Me apunto. Ya sabes lo que dicen de las fiestas. Cuantos
más, mejor.
—Bueno… cuéntamelo todo acerca de ese cliente que te
mantiene tan ocupada los fines de semana.
Me encontré mirando un trozo de dim sum que estaba a
medio comer. Vaya, mis habilidades para mantener secretos
estaban a punto de ser puestas a prueba.
—¿Eh?
—Te conozco lo suficiente para saber que ya no trabajas
los fines de semana, así que el hecho de que estés con un
cliente un sábado significa que debe ser alguien bastante
especial. Lo cual es extraño considerando que después de tu
primera reunión le llamaste ‘‘un gilipollas de manual’’.
La memoria que tenía mi hermana siempre me sorprendía.
Nadie recordaba los detalles mejor que ella, y aunque yo lo
había mencionado como un comentario sin importancia, ella lo
había tenido en cuenta. Para ganar tiempo, cogí el dim sum con
cuidado y lo metí en mi boca. Val apoyó la barbilla en una
palma, escrutándome.
—Sabes, me gustabas más cuando no eras capaz de
guardar un secreto.
Como profesional de las relaciones públicas, había tenido
que perfeccionar esa habilidad. Lo había conseguido, al menos
en mi profesión.
En cuanto a mi vida personal, era una historia
completamente diferente. Como de costumbre, no podía hacer
nada a medias. Podía optar por no decir nada en absoluto o
compartir hasta el último detalle.
Al final, bajo la intensa presión de Val, cedí. O tal vez fue
porque en realidad quería la opinión de mi hermana y su
consejo.
—Puede que sea algo más que un cliente…
Sus ojos se abrieron de par en par.
—Espera. Déjame adivinar. Mmm… Percibo una sonrisa
de satisfacción y un ligero rubor en tus mejillas. A ti te ha
besado alguien hermana. Y parece que se le da muy bien.
—Demasiado —admití, dejándome llevar por la
ensoñación.
—Para el carro, que quiero saber todos los detalles.
¿Habéis tenido algún momento íntimo?
—Todavía no.
—¿Y lo tienes en mente para un futuro cercano?
—Joder, la verdad es que no.
—Pero tu subconsciente tiene otros planes para ti. Lo pillo,
es probable que acabe pasando eso. No seas tan dura contigo
misma.
Me observó en silencio durante unos segundos y luego
ambas nos echamos a reír.
Le conté a Val todos los detalles que había estado
ocultando. Me olvidé por completo de la comida mientras la
ponía al día.
—Toma aire, Hailey —dijo Val con una risita,
interrumpiendo mi monólogo. Le hice caso y le dediqué una
sonrisa. —No puedo creer que no viera ninguna señal.
—Ya te he dicho que estoy perfeccionando mis
habilidades. ¿He mencionado que está buenísimo?
—Varias veces. Siempre es un valor añadido. Pero según
lo que me has dicho, parece que es un poco ermitaño y le gusta
mantener su vida privada, ¿verdad?
—Sí.
—Parece todo lo contrario a ti. —Incluso Val pensó eso—.
Pero los opuestos se atraen.
—No me estás ayudando —me quejé.
Val se rió.
—Lo siento, solo estaba pensando en voz alta. Pero
siempre has tenido buenos instintos, Hailey. Deberías confiar
en ellos. Mientras tanto, ¿qué te parece si pedimos postre?
—Ya he comido tortitas esta mañana.
—Venga hermana, eso nunca ha sido un impedimento.
Vamos, pidamos la tarta de queso. La porción ni siquiera es tan
grande, la compartiremos. Además, el subidón de azúcar te
dará un impulso de energía.
Puse los ojos en blanco.
—¿En serio esa es la excusa?
—Bueno, no necesitamos una excusa, solo apaciguar
nuestra conciencia. Además, encaja perfectamente con nuestro
nuevo sistema de celebración.
Una sonrisa se dibujó en mi rostro. Los Connor teníamos
una tradición: bebíamos chardonnay para las buenas noticias y
pinot para las malas. Cada vez que Lori quedaba embarazada,
nos divertíamos ajustando el sistema y creando alternativas
dulces. Cuando Val anunció su embarazo, decidimos que la
tarta de queso sería lo indicado para las buenas noticias y el
helado para las malas.
—¿Qué celebramos ahora? —pregunté.
—Tus momentos de pasión.
—Pero si no he tenido ninguno.
Guiñó un ojo.
—Todavía.
Al final, decidimos pedir una ración cada una para darnos
el capricho que merecíamos. Ya que íbamos a hacer trampas,
decidimos ir de perdidas al río. Mientras saboreábamos el
postre, cambié el tema de la conversación hacia Val,
asegurándome de que todo marchara bien en Valentina’s
Laboratories.
Después de hablar sobre la boda de Jace, Val me contó que
todos nuestros primos Bennett habían confirmado su
asistencia. No me sorprendía, ya que ninguno se perdía una
boda familiar. Para ser justos, nosotros tampoco nos habíamos
perdido ninguna de las suyas, y eran un total de nueve. Por
desgracia, vivían en San Francisco, lo que significaba que solo
podíamos vernos cuando venían a Los Ángeles por negocios o
cuando íbamos a San Francisco. De repente, nos encontramos
navegando en la página web de Bennett Enterprises, babeando
por su impresionante colección de joyas. Luchaba
constantemente contra el deseo de gastar una parte de mi
sueldo en su última colección.
—Oye, las chicas merecemos darnos un capricho de vez en
cuando —dijo Val.
—Hermana, sin duda hoy eres una mala influencia.
Cuando regresé a mi escritorio, noté que estaba un poco
somnolienta. Sabía que el subidón de azúcar tardaría un poco
en hacer efecto. A pesar de ello, logré avanzar
significativamente en un caso complicado.
Antes de darme cuenta, el día se había esfumado. Cuando
por fin me disponía a cerrar mi portátil, Cameron asomó la
cabeza en mi despacho.
—¿Tienes un momento? —preguntó.
—Claro.
Entró en mi despacho y se detuvo frente a mi escritorio.
—Solo quiero comentarte una idea.
—Vale.
—He conversado alrededor de una hora con Reid
Davenport.
Mantuve la mirada fija en Cameron mientras en mi
memoria comenzaron a aparecer los mensajes que había
intercambiado con Reid por la mañana. Me había olvidado por
completo de ellos hasta ese momento.
DIOS MÍO. Reid no había sido capaz, no podía…
—Está muy impresionado con tu trabajo.
Me aferré a la escasa esperanza de que aquello pudiera
tomar un rumbo diferente.
—Y ha hecho una sugerencia poco habitual.
—Dime.
Lo había hecho. Me preparé para escucharlo, aunque sabía
lo que vendría.
—Quiere que trabajes exclusivamente para él hasta que se
resuelva el asunto de Marion. Le he dicho que no es una buena
idea, ya que sería una pérdida de tiempo para ti y para tus
clientes. Tendrían que ser reasignados a otra persona, pero le
dije que lo consultaría contigo de todos modos.
Reid me iba a tener que escuchar… Sin ninguna duda.
Pero me obligué a mantener la calma y la profesionalidad
delante de Cameron.
—Cameron, aprecio que me hayas consultado y que Reid
confíe en mí, pero entiendo que no sería justo para mis otros
clientes y, sinceramente, su caso no requiere tanto tiempo.
Gracias por pensar en mí de todas formas.
—Eso es justo lo que pensaba. Le volveré a llamar. A ver
si puedo sacarle un poco de información sobre las relaciones
públicas corporativas.
—¿Relaciones públicas corporativas? —Nuestro nicho era
Hollywood.
—Lo he estado considerando por un tiempo. Pensé en
crear otra rama, tal vez, para que nuestra marca no se diluyera
entre las relaciones públicas de Hollywood y las corporativas.
El flujo de ingresos sería mucho más estable, tendríamos
contratos anuales en lugar de por casos. La idea de tener que
buscar de forma activa a nuestros próximos clientes me quita
el sueño. Reid tenía algunas ideas interesantes al respecto.
Me pregunté si la agencia estaba atravesando dificultades
financieras. A pesar de que facturaba mucho para mis clientes,
nunca había visto los estados financieros de la empresa, no
tenía acceso a esa información. Le había dicho a Victor que en
Los Ángeles había medios a montones, pero lo mismo sucedía
con las agencias de relaciones públicas.
Era importante realizar campañas intensas de marketing
para ganar visibilidad, y yo no tenía ni idea de lo elevados que
eran esos costes.
—Bueno, ya te quitado suficiente tiempo por hoy. Hasta
mañana, Hailey.
Cuando Cameron se marchó, me sentí un poco inquieta y
de repente me pregunté hasta qué punto tenía asegurado mi
puesto. ¿Acaso la agencia tendría problemas financieros?
Cameron había dicho que todo eso le quitaba el sueño y no
pude evitar sentir cierta preocupación.
Me había olvidado por completo de Reid hasta que
escuché el sonido de mi teléfono.
Reid: ¿Qué tal el día?
Sin duda quería alardear de su conversación con Cameron.
Una parte de mí aún no podía creer que hubiera seguido
adelante con su idea. Jugueteé con mi teléfono entre los dedos,
primero con la intención de enviar un mensaje de texto y luego
de llamarle.
Decidí abordar a ese irritante hombre de la mejor manera
que conocía para manejar la situación: cara a cara.
Al entrar en el hotel, hice un esfuerzo para poner una
buena cara y me acerqué a la recepcionista con confianza, ella
me devolvió la sonrisa.
—¿Está Reid todavía en su oficina? —pregunté.
—Déjame llamar. —Natasha habló rápidamente por
teléfono y por lo que pude escuchar, Reid ya se encontraba en
el ático.
—Puedes ir cogiendo el ascensor. Llamaré a Reid para
decirle que estás aquí —me dijo Natasha después de colgar.
Natasha parecía pensar que teníamos una cita de trabajo, y
aunque sabía que no era el caso, no hice nada por aclarar el
malentendido.
Me acomodé el vestido con una mano y pasé la otra por mi
cabello mientras subía en el ascensor. Me preparé mentalmente
para cantarle las cuarenta antes de que Reid tuviera la
oportunidad de usar su encanto y desestabilizarme.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron, lo vi de
inmediato. Reid estaba apoyado en la barra del bar, bajo las
tenues luces que le alumbraban.
—Hailey —saludó con voz grave y ronca. Al acercarme,
pude distinguir que llevaba puesta una de esas camisas blancas
y finas que solía usar.
Podría haber estado desnudo para la cantidad de tela que le
cubría… Cada detalle de su físico y músculos era visible. Me
humedecí los labios, obligándome a mirarle a la cara,
deteniéndome a unos metros de él.
—No puedo creer que llamaras a Cameron —dije.
Sus labios se curvaron en una sonrisa.
—¿Qué es en concreto lo que no puedes creer?
—No hace falta que me dedique a tiempo completo a tu
caso.
Reid permaneció en silencio durante unos instantes, su
mirada me recorrió lentamente y luego se acercó a mí.
—No, Hailey, pero te necesito a ti.
¡Joder! Su ardiente mirada y su intimidante presencia me
dejaron de piedra. Estaba solo a unos centímetros de distancia,
pero deseaba tenerlo aún más cerca, a pesar de lo enfadada que
estaba. ¿Cómo podía tener tanto poder sobre mí?
Capítulo Doce
Reid
—No puedes ir por la vida dando órdenes a todo el mundo
para salirte con la tuya.
Me fascinaba su ferocidad, su pasión. Me atraía más que
cualquier otra cosa.
—Por lo general puedo hacerlo, pero en este caso esa no
era mi intención.
Para ser sinceros, no tenía ni puñetera idea de cuál había
sido mi verdadera intención. Había llamado a Cameron por un
impulso repentino, lo cual iba en contra de todo lo que
pensaba saber sobre mí mismo.
—Entonces, ¿cuál era?
Su mirada brillaba con intensidad, y pude palpar la fuerte
atracción que había entre nosotros. Quería besarla, cargarla en
mis brazos, sostenerla contra la barra y enterrarme dentro de
ella.
—Estás preciosa cuando te pones así.
Sus mejillas se sonrojaron.
—Hablo en serio. Exijo una explicación.
—No la tengo, Hailey. —Me coloqué justo frente a ella,
inspirando su aroma cítrico, perdiéndome en la forma de sus
labios—. No soy un hombre impulsivo, nunca lo he sido. No
tomo decisiones a la ligera, y definitivamente no soy de actuar
de forma irracional.
Siempre había sido de los que lo pensaba todo con
cuidado, alguien que evaluaba los pros y los contras antes de
actuar. Pero con Hailey, quería hacer las cosas de manera
diferente. No era solo un deseo, era una necesidad.
Le acaricié la mejilla con suavidad y noté cómo sus ojos se
abrían de par en par. Sin embargo, ella no hizo ningún intento
por apartarse.
—Desde que te conocí, he estado haciendo cosas que
nunca pensé que haría.
También acaricié su otra mejilla y, cuando ella separó los
labios y sacó la punta de la lengua para lamer su labio inferior,
perdí el control. Hundí mis manos en su delicioso cabello y la
besé con fuerza, necesitando explorar cada una de sus curvas.
Sobre todo, necesitaba conocer sus deseos y necesidades, y
estar dispuesto a satisfacerlos de la manera que ella quisiera.
Besé su mejilla y subí hasta la sien, para luego descender
por su cuello. Hailey gimió suavemente, y eso fue suficiente
para continuar. Bajé mi mano por su abdomen, palpando su
pecho, tocando su pezón en círculos hasta que sentí que
empujaban contra la tela. Recordé cómo me sentí al tocarla en
la piscina, cómo apenas me había contenido de deslizar mi
mano bajo su diminuto bikini para acariciar su piel. Sabía que
no podría resistirme por mucho más tiempo, era imposible.
Le levanté el vestido y se me puso dura como una piedra
cuando me di cuenta de que tenía la piel de gallina en los
muslos, como si hubiera estado deseando que la tocara tanto
como yo deseaba hacerlo.
Dejé que mi mano se deslizara lentamente hacia el interior
de sus muslos, tan despacio que pude disfrutar de cada gemido
que le arrancaba, de cada aliento de expectación. Cuando mi
pulgar rozó el borde de su tanga, sus piernas flaquearon. La
sujeté con un brazo alrededor de la cintura y sentí su sonrisa
en mis labios.
No podía dejar de besarla, no podía dejar de tocarla, y si
seguía así, acabaría sumergido en ella allí mismo, en la barra,
o quizá en el rincón del sofá, eso si mi autocontrol me permitía
contenerme. Retiré la mano, dejando que su vestido cayera de
nuevo sobre sus rodillas. Su gemido de protesta hizo que casi
la inmovilizara contra la barra. Su mano se deslizó hacia mi
cinturón y lo desabrochó con destreza, pero antes de que
pudiera continuar, la besé con tanta pasión que nos
tambaleamos hacia atrás.
Para evitar que Hailey chocara contra la encimera, coloqué
mis manos sobre ella y la sostuve, parecía estar demasiado
perdida en medio de la neblina de la lujuria, sin ser consciente
de todo. Demasiado perdida en mí.
Eso me fascinó.
Agarré su culo con ambas manos, amasando aquellas
nalgas, apretándola contra mi erección. El pequeño gemido de
placer que recorrió su pecho me impulsó a levantarla. Al
segundo siguiente me rodeó con las piernas. Joder, qué fácil
hubiera sido deslizar su tanga a un lado, bajarme la cremallera
y enterrarme en ella allí mismo. Sabía que no íbamos a llegar
al dormitorio.
Pero me contuve lo suficiente como llevarla hasta el sofá.
La tumbé en él, y luego casi la aplasté con mi peso cuando me
deslicé sobre ella. Mi boca devoraba su cuello y besaba sus
pechos por encima del vestido. Después me senté sobre mis
talones y se lo quité.
Si no hubiera estado ya empalmado, verla en lencería me
habría bastado para excitarme. Llevaba un conjunto de seda
negra que contrastaba con su piel ruborizada. Mientras la
contemplaba, Hailey se dedicó a despojarme de mi ropa,
quitándome la camiseta y pasándome la lengua por el pecho,
mordiéndome ligeramente el pezón. Agarré su cabello fuerte
con mis manos.
—Joder, Hailey.
Noté su respiración agitada. La forma en que me miraba,
como si fuera el único hombre en el mundo, me hacía sentir
vivo y conectado a ella de una forma inexplicable. Besé su
delicada piel, venerándola. Arañó el reposabrazos que había
detrás mientras pronunciaba mi nombre en una suave súplica.
El sonido de mi nombre en su voz hizo que perdiera la
razón.
Me ocupé de quitarle las bragas y el sujetador antes de
bajarme la cremallera de los vaqueros y apartarlos. Luego me
puse encima de ella, con la erección apretada contra su muslo
derecho y los antebrazos apoyados a ambos lados de sus
estrechos hombros, soportando mi peso. La besé, entrelazando
nuestras lenguas mientras la penetraba.
Un gemido salió de mi pecho. Dios, había querido
penetrarla despacio, pero había perdido el control. Estaba tan
apretada a mi alrededor y me sentía tan bien, que me parecía
de otro planeta, como si hubiera sido hecha para mí. Me costó
mucho no apresurarme y que de ese modo tuviera tiempo para
adaptarse. Al principio moví suavemente las caderas hacia
delante y hacia atrás, pero luego la penetré con fuerza,
deseando darle hasta la última gota de placer. Levanté la
cabeza y observé su precioso rostro, disfrutando de cada
gemido. Al vernos unidos de esa manera, se me tensaron las
pelotas y sentí que una descarga de energía recorría mi
columna vertebral.
—Joooder, Hailey. ¿Cómo me puede gustar tanto?
Abrió los ojos e incluso a través de la bruma de la lujuria,
vi como mi pregunta se reflejaba en ella. También sentía que
aquello era de otro planeta. Cuando la sentí estremecerse a mi
alrededor, aminoré la marcha y deslicé una mano entre
nosotros, moviendo los dedos sobre su clítoris. Hailey gritó,
agarrándose a mis hombros. Estaba tan cerca del límite que
supe que solo bastarían unas cuantas caricias más. Me detuve
completamente dentro de ella, sintiendo cómo se tensaban sus
músculos internos. Rodeé su clítoris con el pulgar, haciendo
que se apretara contra mí y acerqué mi boca a su cuello,
alternando suaves besos y leves mordiscos.
—Aaaah. —Su voz tembló a medida que se entregaba al
clímax. Se contrajo tanto alrededor de mí que casi llegué al
límite con ella. Un leve rubor se extendió por su cuello y su
pecho. Movió las caderas hacia delante y hacia atrás mientras
mi mano seguía tocando su punto sensible, llevándola al
extremo. Llegó al orgasmo por segunda vez, y entonces la
penetré con fuerza y rapidez, perdiéndome en su aroma, su
calor y el sonido de nuestros cuerpos al moverse uno contra el
otro.
—Reid —Su voz volvió a temblar cuando me introduje en
ella, y entonces me corrí tan fuerte que los músculos de todo
mi cuerpo se paralizaron, el placer me recorrió con tanta
intensidad que me quedé sin aliento. La acuné entre mis
brazos.
En ese momento, en lo único que podía pensar era en ser
cuidadoso para evitar echarle mi peso encima. Aún estábamos
unidos y no quería que eso cambiara. Sentí un impulso
irrefrenable de cerrar el hotel y tirar la llave para que se
quedara allí conmigo.
—Mierda.
El tono de pánico en su voz me sacó de mis pensamientos.
Me di cuenta inmediatamente del motivo cuando la sentí
retorcerse debajo de mí.
—Olvidamos usar protección —balbuceé.
—Estoy… estoy tomando la píldora —dijo Hailey—, pero
no tengo… Quiero decir, estoy sana.
—Yo también —le aseguré mientras me retiraba y cogía
las servilletas de la mesita.
—Necesito ir al baño —susurró. La observé desplazarse
por mi salón, recogiendo su ropa, desnuda y despreocupada, y
mi deseo de retenerla se intensificó.
No podía creer que me hubiera olvidado de la protección.
Nunca lo olvidaba. Me reí entre dientes, consciente de que esa
era otra señal de que Hailey hacía que perdiera la cabeza.
Sabía que la falta de barreras no era la única razón por la que
había sido mejor, más íntimo que cualquier otra experiencia
que hubiera tenido antes. Hailey tenía ese efecto en mí,
magnificaba cada sensación. Me aseé con rapidez en el
segundo baño y me puse unos vaqueros. Luego de esperar
unos minutos para darle algo de privacidad, salí tras ella,
sintiéndome culpable por haber sido tan apasionado en el sofá
en lugar de ir más despacio, como se merecía. La encontré
delante del lavabo, peinándose con los dedos, con los pezones
todavía tensos como si aún estuviera excitada. Solo de
pensarlo, me puse duro de nuevo. Entonces noté las marcas
rojas en sus nalgas de lo fuerte que la había agarrado.
—Te he hecho daño —dije. Se sobresaltó.
—¡Reid! ¿Cuánto tiempo llevas ahí mirándome?
Levantó una cadera y apoyó una mano en la cintura. Me
encantaba lo segura que estaba de ella misma desnuda.
—No mucho.
—Ya, claro… —Entrecerró los ojos con desconfianza
antes de hacer un gesto con la mano y ponerse el vestido—.
No me has hecho daño. Es que se me queda la marca
fácilmente, pero desaparecerá en unos minutos.
Se volvió hacia el lavabo y yo me coloqué detrás de ella,
rodeando su cintura con un brazo mientras la miraba a través
del espejo.
—Haces que pierda la cabeza, Hailey.
—Mmm… qué coincidencia. Resulta que tienes el mismo
efecto en mí —Sonrojada, añadió—: No suelo hacer… esto.
Tiré con mis dientes del lóbulo de su oreja. Me gustaba
cómo sonaba… que la hiciera actuar impulsivamente, fuera de
sí.
A Hailey no se le escapó mi sonrisita.
—Podrías parecer menos presumido, ¿sabes?
—Podría… pero no lo haré.
Intentó darme un codazo, pero le agarré el brazo en
cuestión, y luego el otro.
—Mis reflejos son más rápidos.
—Ya veo —Se rió cuando le toqué las costillas con los
dedos, cerca de la axila—. No me hagas cosquillas.
—Tengo una idea. ¿Por qué no te paseas desnuda? Te
prometo que no se lo contaré a nadie.
—Reid… debería irme. Mañana tengo que madrugar.
—Nop.
—¿Qué?
—No dejaré que te vayas. —Le besé el cuello sin romper
el contacto visual a través del espejo. Sabía que estaba
caminando sobre una cuerda muy delgada: o conseguía lo que
quería o se cerraría en banda. Pero la deseaba demasiado como
para ser cauteloso.
Traté de verme a través de sus ojos: un cliente difícil con
una ex completamente loca. Pero yo era mucho más que eso…
más que el solitario millonario que describían los medios de
comunicación.
Nunca antes me había preocupado por dejar que los demás
vieran más allá de la superficie, pero con Hailey quería que las
cosas fueran diferentes.
—¿Has cenado? —pregunté.
—No. Vine directamente de la oficina.
—Para darme la chapa.
Sonrió de forma tímida.
—Sí.
—Ya veo. No suelo premiar el mal comportamiento, pero
te recompensaré con la cena.
—Bueno, si me quedo, seré yo quien te estaría premiando
por ser insufrible y llamar a Cameron.
—Prometo que te lo compensaré.
Entrecerró los ojos, y su culo se contoneó al girarse.
—Recuerdo que dijiste algo sobre tener más citas antes de
acostarte con alguien.
—Bueno, esto se puede considerar como una segunda cita.
—Estás cumpliendo esa promesa de mantenerme cautiva
aquí, ¿eh? ¿Y si digo que no?
—Te quedas a cenar. Fin de la discusión.
—¿En serio?
—Tengo mis maneras de conseguir lo que quiero.
Sus ojos se encendieron, pero al final apartó la mirada y se
relamió los labios.
Media hora más tarde, los camareros empezaron a preparar
la cena en el salón, pero yo no podía prestarle la más mínima
atención a la comida. Mi mente estaba centrada por completo
en Hailey.
—Me encanta la comida de aquí. Estos son los mejores
rollitos de primavera que he probado en mi vida, y nunca
pensé que encontraría otros que superaran a mis favoritos.
—¿Dónde probaste tus favoritos?
—En Nueva York —respondió con un tono de ensueño en
su voz.
—¿Echas de menos tu antiguo trabajo?
—Para nada. Es cierto que aprendí mucho, pero fue muy
duro. Echo de menos viajar y visitar diferentes clientes a
través del país.
—¿Tuviste mucho tiempo libre para conocer esos lugares?
—La verdad es que no. Por eso me encantaría volver a
algunos de esos sitios. Tengo un billete reservado para
Chicago dentro de un mes. Estoy ansiosa por ir.
Podía escucharla durante toda la noche, e incluso más. A
mí no me gustaban los viajes, salvo si eran de negocios, pero
no podía negar que escuchar todos sus planes despertaba algo
dentro de mí.
Estábamos a punto de empezar a comer el postre cuando
sonó su teléfono.
—Voy a silenciarlo —dijo rebuscando en su bolso, pero
entonces frunció el ceño.
—Toma la llamada, Hailey. Es mejor a que te preocupes
por eso luego.
—Gracias. Seré breve.
Se llevó el teléfono a la oreja.
—Hola, Will. ¿Por qué llamas tan tarde?
En cuestión de segundos, su rostro se volvió pálido.
—¿Qué quieres decir? ¿Cuándo?
Me acerqué con sigilo y, sin pensarlo dos veces, puse mi
mano en su espalda para intentar calmarla. Pude sentir que
temblaba ligeramente bajo mi contacto.
—De acuerdo. Estaré allí lo más rápido posible y me uniré
al grupo de búsqueda. —Dejó caer el teléfono en el bolso y
respiró hondo.
—Yo conduzco —dije.
Ella parpadeó.
—Ni siquiera sabes lo que está pasando.
—No sé qué ha pasado, pero sé que algo va mal. Estás
temblando. No te dejaré conducir o estar sola en este estado.
Capítulo Trece
Reid
Me preocupó que Hailey no intentara discutir conmigo, lo que
tomé como un mal presagio. Desde el momento en que la cogí
de la mano para salir del ático, permaneció callada hasta que
llegamos al coche y le pedí la dirección.
—¿Qué pasa? —pregunté tras poner en marcha el
navegador.
—Mi sobrino se ha perdido. Todo el mundo lo está
buscando.
Joder. Joder.
—Lo encontraremos. ¿Cuántos años tiene?
—Diez.
Noté que sus manos temblaban en su regazo, así que
extendí la mía para cubrirlas.
—Lo encontraremos —repetí—. ¿Quiénes le están
buscando?
—Mmm… toda mi familia, incluyendo algunos policías de
Los Ángeles. Mi hermano Will trabajó allí como inspector.
—¿Ves? Lo encontraremos.
—No si se ha metido en el agua —murmuró.
—¿No sabe nadar?
—Sabe nadar, pero el océano puede ser peligroso de todos
modos.
Quería tranquilizarla, pero era consciente de que no podía
hacer mucho más que estar a su lado y ayudarla a encontrar a
su sobrino.
Al llegar a nuestro destino, una villa cercana a Santa
Mónica, Hailey saltó del coche antes de que pudiera apagar el
motor. La seguí de cerca, adentrándonos en un patio
abarrotado de gente.
—Will, ¿hay alguna noticia? —Hailey preguntó a un tipo
que parecía tener el doble de su tamaño.
—No. Pero tenemos un grupo de búsqueda compuesto de
veinte personas. Lo encontraremos.
—¿Y si se ha metido en el océano?
Will apretó la mandíbula.
—Milo es listo. Sabe que no debe entrar si hay olas.
—¿Dónde empiezo a buscar? Dime qué hacer.
—Yo también quiero ayudar —dije, acercándome a ella.
Will me fulminó con la mirada, evidenciando que acababa de
percatarse de mi presencia.
—¿Quién eres? —dijo levantando la voz.
—La cita de Hailey. Bueno, ¿en qué zona crees que sería
bueno tener más gente en el grupo de búsqueda?
Will me dio algunas instrucciones y pude notar que, si las
circunstancias hubieran sido distintas, me habría bombardeado
con preguntas.
Nos dividimos en grupos de dos y me quedé con Hailey.
Juntos buscamos en cada rincón de la playa que se extendía
frente a la casa y también en las adyacentes. Las olas eran
gigantescas. Incluso para los mejores nadadores, eran
imposibles de superar.
No le dije nada a Hailey y seguimos caminando, hasta que
alguien interrumpió nuestro silencio:
—Lo hemos encontrado.
Hailey se detuvo y se volteó hacia mí.
—¿Has oído eso? ¿O me lo he imaginado?
—No te lo has imaginado. Vamos, volvamos.
Todos estaban reunidos dentro de la propiedad.
—Está bien —susurró su madre, comprobando su estado.
No parecía estar bien en absoluto. Estaba pálido y sudando a
mares.
—Estaba jugando al escondite con Peyton y se escondió en
el sótano del vecino. La puerta se cerró automáticamente y
nadie lo escuchó hasta ahora —explicó Will en voz baja.
Hailey esperó de manera paciente a que Lori revisara a
Milo y luego le abrazó con tanta fuerza que me sorprendí de
que no le hubiera roto un hueso. Luego se apartó, alisó su
camisa y colocó sus palmas en los hombros y antebrazos de
Milo, como si necesitara comprobar cada centímetro para
asegurarse de que de verdad estaba bien.
—Estoy bien, tía Hailey.
—Amigo, te advierto que esta noche todas tus tías van a
examinarte al menos un par de veces —dijo otra mujer. Se
llamaba Valentina, si no recordaba mal. Le temblaba la voz.
Hailey también lo notó, por lo que soltó a Milo de inmediato
para que Val pudiera hablar con él.
Después de una hora, Hailey por fin cedió y se dió cuenta
de que ella también necesitaba descansar. Tuve que
convencerla para que me permitiera llevarla a casa.
—Estoy agotada —murmuró cuando llegamos, para luego
apoyar la cabeza en el suave cuero. La acompañé al interior de
la casa, con la intención de asegurarme de que se fuera a la
cama sin mayor dilación. Parecía… desencajada, un poco
inestable. Luego corrió directamente al baño y cerró la puerta.
Oí arcadas desde el otro lado. Joder.
—Cariño, ¿qué pasa? Abre la puerta.
—Solo… dame un momento.
Oí más arcadas, y luego el sonido del agua corriendo.
—Hailey… ¿necesitas algo?
Abrió la puerta con un suspiro. Su mirada parecía estar
desenfocada.
—¿Un virus estomacal?
—No. A veces, cuando estoy muy ansiosa o alterada, mi
estómago me juega malas pasadas. En ocasiones es tan intenso
que también me da fiebre.
—Cariño. Todos están bien.
Suspiró, su mirada seguía estando perdida.
—¿Qué es lo que pasa? Milo está bien. Creo que está más
asustado de lo que aparenta, pero está bien.
—Me preocupa Val, está embarazada y no debería
alterarse.
Me conmovía el hecho de que se preocupara tanto por los
demás. Era como si pudiera sentir las emociones de los demás,
como si esa noche se hubiera empapado de las preocupaciones
de todos.
—Hailey, por favor, no te preocupes tanto. Por supuesto
que Val se ha asustado, como todos, pero es una persona
fuerte, ¿vale?
—Gracias, Reid. No solo por traerme a casa, sino por todo
lo que has hecho hoy.
Le acaricié el labio inferior con el pulgar.
—Eres una chica increíble y muy valiente. Vamos a
llevarte a la cama.
Bostezó con suavidad y pasé mi mano por debajo de sus
rodillas y apoyé la otra en su espalda para llevarla en brazos.
Ella se hundió contra mi pecho y señaló hacia su habitación.
Cuando la tumbé en la cama, se deslizó bajo las sábanas
completamente vestida.
—¿Quieres algo para el estómago?
Ella negó con la cabeza.
—No, es psicosomático. Lo he tenido desde que era niña.
Nada parece ayudar. Solo tengo que dormir.
Joder. ¿De modo que pasaba por este infierno cada vez que
se preocupaba? ¿Y si aquello empeoraba aún más? Quería
remediarlo. Se quedó dormida antes de que pudiera
preguntarle algo más.
De ninguna manera iba a irme. Miré a su habitación y vi
un tocador con una silla en una esquina y un pequeño sofá en
la otra.
El sofá del salón era más amplio, pero no quería que
estuviera tan alejada. ¿Qué pasaría si estuviera demasiado
débil para llamar en voz alta y yo no la oyera cuando
necesitara algo?
***
—Mierda, mierda, mierda. Es tarde.
La voz de Hailey hizo que me despertara sobresaltado.
Abrí los ojos y la vi saltar de la cama. Su boca formó una
perfecta letra “O” cuando posó sus ojos en mí.
—Reid… ¿Has pasado la noche aquí?
Asentí, sintiéndome como si no hubiera dormido nada.
—¿En el sofá?
Asentí de nuevo, pero noté que los ojos de Hailey me
observaban con atención, como si no entendiera lo que estaba
sucediendo.
—¿Por qué?
Sacudí mis extremidades para espabilarme y me puse de
pie, acercándome a ella con paso decidido.
—Porque estabas enferma y no quería que estuvieras sola.
Traté de acariciar su rostro, pero Hailey dio un brinco
hacia atrás.
—No, no, no. Nada de besos.
—¿Por qué no?
—Mmm… ¿por el aliento matutino?
—Aún así quiero besarte.
Hailey negó con la cabeza con vehemencia, lo cual solo
avivó mi deseo de besarla.
—No. Primero la ducha y luego los besos. Después tendré
que ir al trabajo y pensar en la forma de agradecerte por… ser
simplemente tú. —Sonrió y se abrazó a si misma—. No puedo
creer que te hayas quedado.
Me encantaban todas las palabras que salían de su boca,
excepto una: ‘‘trabajo’’.
—Vale, pero hoy no irás a trabajar.
—¿Por qué no?
—Has estado enferma toda la noche. Necesitas
recuperarte.
—No he escuchado la alarma en absoluto. Apuesto a que
Cameron me ha llamado una docena de veces. Tengo que
devolverle la llamada lo antes posible.
—Llámalo y dile que necesitas cogerte el día libre.
Puso las manos en las caderas y en un instante pasó de ser
la tierna mujer que se alegraba de que me hubiera quedado a la
aguerrida profesional que parecía a punto de echarme a
patadas.
—No puedes obligarme.
—Al menos tengo que intentarlo.
—Reid…
—Cariño, anoche me diste un buen susto —Tomé sus
manos entre las mías—. Lo menos que puedes hacer es pasar
el día de hoy conmigo. Quiero asegurarme de que estés bien.
Cambió su postura y noté que su determinación perdía
intensidad.
—Bueno, debe de dolerte la espalda por haber dormido en
el sofá. Te lo debo.
—Así es.
Suspiró, se puso de puntillas y me dio un beso en la
mejilla.
—Vale, tú ganas. Voy a llamar para informar que estoy
enferma. Pero más te vale que el día de hoy valga la pena.
Mientras Hailey se duchaba, me dirigí a la cocina y busqué
algo para el desayuno en la nevera. Encontré yogur y fruta.
También encontré cereales, así que decidí preparar dos
cuencos, preguntándome si Hailey necesitaría algo más
sustancioso para recuperarse después de lo de la noche
anterior.
Cogí unas naranjas en la nevera y exprimí dos en un vaso,
comiendo unas rodajas para deshacerme del aliento matutino.
Mientras tanto, el sonido de Hailey cantando llenó el ambiente
y sonreí al escucharla. Era imposible estar cerca de esa mujer
y no sentirme feliz, encendía una chispa dentro de mí que
nunca se apagaba.
—¿Qué es esto? —preguntó al entrar en la cocina, posando
su mirada en los cuencos y el vaso de zumo que había sobre la
mesa. Se había puesto un camisón.
—El desayuno.
Tomé sus mejillas con las manos, inclinando su cabeza
hacia mí.
—¿Qué estás haciendo?
—Reclamando ese beso que me negaste antes.
—Sí, por favor. Bésame.
Acerqué mi boca a la suya, mordiendo suavemente su
labio inferior antes de abrir la boca y reclamarla, sin poder
hacerlo despacio.
Abrió un ojo mientras la besaba.
—¿A esto llamas un beso?
—Estás convaleciente.
—Madre mía. Me vas a obligar a que me quede en la cama
todo el día, ¿verdad?
—Puede ser.
—Bueno, solo lo aceptaré si te quedas en la cama
conmigo.
Riendo, le sujeté la nuca y profundicé el beso hasta que
gimió contra mi boca.
—Mmm… vaya. Ya me siento mejor. ¿Quieres hacerlo de
nuevo?
—Primero el desayuno. Siéntate y come.
—Sí, señor.
Se sentó a la mesa y dio un sorbo al zumo de naranja.
—Me estás ayudando a reponer vitaminas, ¿verdad?
—Sí.
Hailey se rió, inclinando la cabeza hacia atrás.
—Tienes unos cuantos imanes. —Señalé la nevera
mientras comíamos los cereales. Decir ‘‘unos cuantos’’ era
quedarse corto. Si añadía más, la puerta corría peligro de
derrumbarse.
—Compro uno cada vez que visito un sitio nuevo. Me
gustaría volver a algunos de esos lugares.
Parecía como si hubiera recorrido medio mundo y tuviera
ganas de hacerlo de nuevo. Mientras que yo solo salía de Los
Ángeles para viajes de negocios. Me preguntaba si estaría
mejor con alguien que compartiera su pasión por viajar,
alguien que se pareciera más a ella. ¿Acabaría buscando
satisfacer su espíritu aventurero con otra persona?
Joder, no. Me resultaba insoportable pensar en Hailey con
otro hombre.
—¿Cuáles son tus favoritos? —pregunté.
—Es muy difícil elegir. Creo que mi sitio favorito es
probablemente Río de Janeiro. Esa ciudad es tan vibrante, tan
llena de vida… Se percibe en el aire, en la comida, en la
música. La forma en que la gente sonríe todo el tiempo es
contagiosa.
Me encantaba la confianza que tenía en sí misma y cómo
su amor por la vida brillaba en cada palabra. Me daban ganas
de cambiar mi manera de ser por ella, o al menos intentarlo.
No era fácil para mí ser flexible y adoptar un cambio. Mi estilo
de vida no me permitía mucho margen de maniobra, pero
joder… aquello me hizo plantearme si podría hacerlo por ella.
Tenía la sensación de que no había nada que no fuera capaz de
hacer por Hailey.
Cuando terminamos los cereales, se levantó y recogió los
cuencos. Pero antes de que pudiera ponerlos en el fregadero,
me levanté con rapidez y los arrebaté de sus manos.
—No te preocupes, yo me ocupo —le aseguré, metiendo
los cuencos en el lavavajillas y rellenando los vasos con zumo
de naranja. Mientras volvía a su asiento, se tambaleó un poco.
—A la cama. Ahora —le ordené.
—Pero si me siento bien.
—Pues no lo parece. Duerme unas horas.
—No quiero perder un día entero en la cama… ¿Y ahora
qué estás haciendo?
La levanté en mis brazos.
—Quiero asegurarme de que descansas.
—Ah, ya veo. La operación de mimar a Hailey sigue en
marcha.
—Será así todo el día.
—No tiene sentido que me resista, ¿no?
—En absoluto.
—Ya veo. Bueno, voy a aprovechar esta oportunidad para
mostrarte la casa. Esta es la sala de estar.
Era pequeña, pero acogedora. Tenía unos grandes
ventanales que dejaban pasar la luz natural, un cómodo sofá y
un televisor enorme en la pared. Las paredes eran una
interesante mezcla de colores; tres de ellas eran de un tono
crema suave, mientras que la cuarta presentaba rayas naranjas
pintadas al azar.
—La elección de colores es bastante particular. ¿Escogiste
el color naranja a propósito?
—No te burles de mi salón. Y para responder a tu
pregunta… la verdad es que no. Mis hermanos hicieron esas
tres paredes, pero esa es la pared que hice con Val y Lori, y
nosotras… bueno, estábamos demasiado ocupadas charlando
para prestar atención.
—¿Por qué no la pintasteis de nuevo?
—Porque al final me acabó gustando. A la derecha está el
dormitorio de invitados… y ya conoces el dormitorio principal
—terminó de decir mientras la tumbaba en la cama.
—Ya veo, colores normales.
—Sí, llegados a ese punto, mis hermanos básicamente nos
dijeron que nos pusiéramos a cotillear y les dejáramos pintar
los dormitorios solos. Y si se ofrecían, ¿quién era yo para
negarme? Y hablando de mis hermanos…
Cogió el teléfono de la mesilla y su expresión se iluminó.
—Val dice que está bien. Uf. Estaba tan preocupada por
ella…
—Anoche dijiste lo mismo.
Apartó la mirada y comenzó a mordisquearse el labio
inferior. Me senté en el borde de la cama y comencé a acariciar
su espeso cabello.
—¿Te enfermas a menudo?
—No, solo cuando pasa algo realmente malo y me pongo
ansiosa por ello. Por eso Lori me pidió que me quedara con
ella anoche; sabía que algo así podía pasar. Mis padres me
llevaron a urgencias varias veces porque los niños se
deshidratan muy rápido y necesitan líquidos por vía
intravenosa. Pero, en general, no he necesitado medicamentos.
No es que tenga un problema de salud, solo… no sé. Supongo
que me involucro demasiado en todo.
Jugó con los bordes de la almohada, arrancando algunas
pelusas.
—No es algo de lo que avergonzarse. Me parece increíble
la forma tan intensa en la que puedes sentir. Solo desearía que
no te enfermara.
—¿Te parezco una loca?
—¿Alguien te ha dicho eso? —Mi mandíbula se tensó.
—Bueno, no loca en concreto. Pero sí bicho raro.
—No eres un bicho raro. Simplemente eres…
impresionante.
—Gracias por quedarte esta noche —dijo Hailey en voz
baja. Me acosté a su lado y apoyé la nariz en el pliegue de su
cuello.
—Te pido que me llames cuando esto ocurra, ¿vale?
—¿Por qué?
—Para poder cuidar de ti, y dejarme otra vez la espalda en
tu sofá.
—Podrías haber dormido en mi cama, hay espacio de
sobra.
—Lo tendré en cuenta para la próxima.
Se movió entre mis brazos, frotando sus manos por mi
espalda.
—Me siento culpable de que hayas dormido en el sofá.
Incliné la cabeza hacia atrás.
—¿Muy culpable?
Ella entrecerró los ojos.
—¿Eh?
—Solo para saber cuánto margen tengo… ya sabes, para
salirme con la mía.
—Un poco nada más.
—Pues entonces, para aumentar la culpa, digamos que
tengo tortícolis.
—Pues, en ese caso, supongo que no tengo otra opción que
dejar que te salgas con la tuya.
—Así es.
—Entonces… ¿qué vamos a hacer?… ¿Nos quedaremos
en la cama todo el día viendo Netflix?
—Se me ocurren otras cosas.
—¿Cómo qué?
Me impulsé sobre un codo, posando mi boca sobre la suya.
Ella arqueó ligeramente la espalda y levantó la cabeza,
acortando la distancia. Solo le di un beso rápido y burlón antes
de bajar. Llevaba un camisón corto con escote en pico. Luego,
deslicé mis labios por su vientre, frotando la sedosa tela contra
su piel.
No quería que ese momento terminara. La intimidad que
estábamos compartiendo estaba fortaleciendo nuestro vínculo,
aumentando mi necesidad de formar parte de su vida.
Me bajé por su cuerpo y besé sus muslos, observando
cómo agarraba las sábanas y empujaba sus caderas, buscando
mi boca. Tenía el día entero para explorarla, y no planeaba
hacer otra cosa. Quería descubrir cada rincón y recoveco,
saborear cada centímetro de su piel.
—Reid. Me estás volviendo loca.
Le subí el camisón y le bajé las bragas. La oí respirar
hondo y arrastrar los dedos por las sábanas. Le acaricié el
clítoris antes de pasarle la lengua.
Movió las caderas hacia delante y hacia atrás, buscando
más fricción, exigiendo más contacto. La complací, abriéndola
de par en par, brindándole mi boca y mis dedos hasta que se
contrajo a mi alrededor.
Le quité completamente el camisón, necesitaba verla
desnuda. Cuando la penetré, se apretó a mi alrededor al
instante. Se me nubló la vista mientras nos movíamos hacia
delante y hacia atrás, llevándola al límite de nuevo antes de
sucumbir a mi propio clímax.
Mientras respirábamos de manera profunda, la abracé con
fuerza, sin cansarme de admirar el precioso rubor en su rostro.
—Eres una mujer increíble. No puedo creer que haya
tenido la suerte de conocerte.
Me di cuenta de que mis palabras habían causado un
impacto en ella, incluso en medio de la nube de la pasión,
porque agarró mi camisa con más fuerza. Sin embargo, noté
que había cautela en su mirada, lo que reflejaba mi propio
miedo de que todo aquello pudiera ser demasiado intenso. A
pesar de eso, no permití que me desanimara.
—Además de guapa. Inteligente. Cariñosa. —continué
susurrando contra su piel, disfrutando de la forma en que
asimilaba cada palabra. No se trataba solamente de lujuria y
atracción física. Quería hacerle saber lo especial que era para
mí. Sentía la necesidad constante de mantener esa expresión
de pura felicidad en su rostro y de unirme a su joie de vivre.
Ese sentimiento se estaba arraigando en lo más profundo
de mi ser y sabía que no me abandonaría. Era diferente a todo
lo que había sentido antes, y no quería resistirlo. Quería
entregarme a sus efectos.
Me di cuenta de que algo había cambiado dentro de mí,
pero no sabía cómo expresarlo con palabras porque ni siquiera
yo lo entendía.
—Ya veo. Así que esto es lo que tenías en mente cuando
dijiste que querías asegurarte de que me recuperara, ¿eh? —
dijo Hailey.
—Entre otras cosas.
—¿Ah, sí? Cuéntame qué otras cosas.
—Ten paciencia, Hailey. Todavía tenemos todo el día por
delante.
Sonrió.
—A eso lo llamo yo una promesa. ¡Sorpréndeme!
Capítulo Catorce
Hailey
Con un tráfico insoportable, una obsesión por la comida baja
en carbohidratos y la manía constante de consumir todo cero
por ciento, Los Ángeles podía poner a prueba tu paciencia en
el mejor de los días, pero ese día en particular era el peor con
diferencia. Había algún tipo de desfile en Hollywood, lo que
hizo que el tráfico en esa parte de la ciudad se convirtiera en
una pesadilla aún mayor.
Después de pasar dos horas en un atasco para ir a comer
con una clienta, me enteré de que había cancelado la cita
porque no quería enfrentarse a los atascos. ¿Mencioné que
había elegido un restaurante que solo servía comidas bajas en
carbohidratos especialmente para ella?
A pesar de todo, para mi sorpresa, estaba de buen humor,
lo cual no era algo que me caracterizara. Pero encontré una
ensalada en el menú que no estaba mal del todo, y además,
cierto hombre encantador estaba enviándome mensajes
traviesos.
Le había enviado una foto de mi almuerzo, lamentando la
falta de aderezo y la ausencia de la clienta.
Reid: Estoy almorzando un bocadillo. Pero preferiría
almorzarte a ti.
Hailey: Vaya, ¿alguna petición en especial?
Reid: Desnuda y en mi escritorio.
Guau. Sí que había sido específico, como si lo hubiera
pensado mucho.
Reid: Tómate un tiempo para ti :-) Te esfuerzas mucho,
cariño.
Y luego, decía cosas dulces como esa. Llevaba así dos
semanas.
A pesar de que una parte de mí estaba convencida de que
se largaría después de la debacle, como ya me había sucedido
antes con otros hombres, me sorprendió lo cariñoso que había
sido conmigo. Había estado preocupado por mí todo el día, y
en realidad durante toda la semana pasada. Era tan
comprensivo con todo lo que había pasado que ni siquiera me
sentí avergonzada por ello.
Desde que su artículo había sido publicado la semana
anterior, había estado obsesionada con cualquier mención
suya, revisando de manera constante la sección de comentarios
en línea. Notaba un sutil cambio en la narrativa que la gente
estaba creando a su alrededor, algunos estaban cuestionando
las afirmaciones de Marion.
Me centré de nuevo en mi ensalada, saqué mi agenda y
revisé mi horario del día, tomando algunas notas para el
cliente con el que tenía que reunirme más tarde.
Unos minutos después, un nombre familiar llamó mi
atención.
—Tenemos su mesa lista, Srta. Carrington.
Levanté la cabeza y miré hacia la entrada. Era Marion
Carrington en persona. Qué suerte la mía.
Ella no tenía ni idea de quién era yo, y planeaba
mantenerlo así. Involucrarme con la parte contraria no era una
buena idea.
Pero no podía apartar la mirada. Llevaba un largo vestido
rojo con un hombro al descubierto y uno de esos sombreros de
ala grande que la hacían lucir impresionante. Cuando se lo
quitó, su cabello rubio ondulado rebotó suavemente alrededor
de ella, como si supiera exactamente cuánta energía poner en
cada paso para lograr ese efecto. Probablemente lo sabía.
Era aún más guapa en persona. Resultaba difícil creer que
esa mujer con cara de ángel fuera tan zorra. Sentí una oleada
de repulsión por todo lo que había hecho: poner los cuernos,
mentir, pero, sobre todo, inculcarle a Reid la idea de que su
amor no bastaba, de que él no era suficiente.
Se detuvo en seco delante de mí, y por un segundo me
pregunté si mi animosidad era tan evidente, pero enseguida me
di cuenta de lo que había llamado su atención. Noté cómo sus
ojos recorrían la agenda que llevaba en la mano, y vi cómo su
expresión cambió ligeramente al ver el nombre de mi agencia
grabado en la portada.
—¿Eres su cliente o trabajas allí? —preguntó sin ningún
tipo de presentación.
—Hola. ¿Nos conocemos?
—Te he hecho una pregunta.
—No tengo por costumbre contestar a desconocidos.
—Así que trabajas allí. —Se sentó en la silla frente a mí y
le hizo señas al camarero para que se fuera—. He oído que mi
ex es cliente de la agencia.
—No hablamos de nuestros clientes con extraños.
Sonrió con suficiencia, entrelazando los dedos sobre la
mesa.
—Muy bien, no tengo nada que discutir, pero si tu agencia
sabe lo que les conviene, dejarán de atenderlo como cliente.
—Ahora has despertado mi interés —dije en tono burlón,
inclinándome hacia delante e imitando su pose. Ella me miró,
estupefacta, como preguntándose por qué no caía rendida a sus
pies—. ¿Y eso a qué se debe?
—Porque lo voy a hacer picadillo. No le vendría bien a la
imagen de la agencia.
—Tenemos un excelente historial que prueba que
ayudamos a nuestros clientes a superar situaciones difíciles.
Creo que estás subestimando nuestras capacidades al mismo
tiempo que sobreestimas las tuyas.
Su expresión cambió por completo.
—Leí su artículo en LA Lifestyle. ¿De verdad crees que eso
va a cambiar algo?
Sí, lo creía, pero no pensaba compartirlo con ella. Desde
entonces, varios medios de cotilleos habían citado varias
partes del artículo. Aunque la publicación no mencionaba el
nombre de Marion en ninguna parte, conseguía su propósito.
Por lo general, la gente solía pensar que una persona admitía
su culpabilidad cuando guardaba silencio.
—¿Crees que seréis capaces de limpiar su imagen después
de que haya acabado con él?
—Creo que estás tratando de intimidarme y no está
funcionando —La miré directamente a los ojos.
—Bueno, es una lástima para tu agencia, ¿no crees?
Aunque tengo que decir que tengo algunos contactos en esta
ciudad. Conexiones que él no tiene a pesar de toda su fortuna,
porque nunca se ha preocupado lo suficiente por la gente como
para interactuar verdaderamente con ellos.
Quería echarle en cara que le había engañado, que había
traicionado profundamente a Reid. Me hubiera gustado
comenzar una guerra, pero no me lo podía permitir. Si
revelaba que era un asunto personal para mí, sería una
desventaja.
—Tal vez elige con mucho cuidado a las personas que deja
entrar a su vida —respondí, dándome cuenta de inmediato de
que había revelado demasiado.
—Así que es tu cliente. Entonces intuyo que sabrás que
tiene un corazón de hielo. Le importan más esos malditos
hoteles que cualquier otra cosa.
—No juzgo a mis clientes. Solo hago mi trabajo.
Bueno, eso pareció tener un tono neutral, no como si
estuviera personalmente involucrada con él.
—Buena suerte. Estar con ese hombre era un coñazo.
—Entonces, ¿por qué estabas con él?
—Esperaba convencerle de respaldar la inversión para mi
próximo programa de TV.
¿Había dicho eso en serio? Parpadeé, intentando mantener
la compostura, aunque lo único que quería era inclinarme
sobre la mesa y abofetearla. Había leído rumores de que estaba
en negociaciones para desarrollar un programa similar a
America’s Next Top Model, pero eso era… ¿Le había
utilizado? ¿Qué clase de persona haría una cosa así?
—Por cierto, si usas algo de esto en mi contra, lo negaré
por completo. Será tu palabra contra la mía.
—Sé cómo hacer mi trabajo. —Sonreí con suficiencia. No
podía usar esa información en su contra, pero al menos tenía
una mejor idea de la verdadera naturaleza de Marion. Reid
había sido demasiado caballeroso y se había guardado algunos
detalles. El pensamiento de que todavía pudiera sentir algo por
ella me apretó el corazón. Nuestra relación era muy reciente,
pero no podía soportar la idea de que Reid todavía estuviera
enamorado de ella.
A pesar del veneno que desprendía, no podía negar que era
absolutamente despampanante. Tenía una figura alta y esbelta,
con una piel tan perfecta que me hacía preguntar si la habían
pintado con aerógrafo. ¿Fue su belleza lo que había cegado a
Reid?
—Si yo fuera tú, tiraría la toalla antes de que esto se
complique demasiado.
—Ese no es mi modus operandi.
—Qué pena por ti.
—Me estás interrumpiendo la hora del almuerzo y no me
interesa nada de lo que tienes para decirme. Te invito a que te
retires de mi mesa —dije de forma seca. Si se quedaba más
tiempo, perdería la compostura por completo.
Inclinó la cabeza hacia atrás, volvió a hacer señas al
camarero y, cuando éste se acercó, dijo:
—Ya estoy lista para ir a mi mesa.
Cuando se marchó, me quedé pensando en sus palabras.
Estaba cabreada. Con ella, por pertenecer a la clase de
personas que más despreciaba: aquellas a las que no les
importaba a quién hacían daño con tal de conseguir lo que
querían. Y también estaba enfadada conmigo misma, porque
por lo general estaba preparada para responder a lo que fuera,
incluso cuando me pillaban por sorpresa, pero no había
manejado nada bien la situación. Había revelado demasiado,
había sido demasiado agresiva. Me había salido demasiado del
plan de no contrariarla.
Capítulo Quince
Reid
—No tienes la mente puesta en el trato —dijo Deborah. Me
había traído unos documentos al gimnasio, mientras realizaba
mi sesión de bicicleta estática de quince minutos.
—Tienes razón. Quiero volver a leer el contrato
detenidamente antes de firmarlo.
—Es urgente.
—Lo sé.
Pero el entrenamiento también lo era, ya que me ayudaba a
mejorar la concentración y a estar enfocado. Por esa razón,
hacía una pausa en mi día a día y bajaba al gimnasio a
pedalear durante unos minutos entre reuniones.
—Lo leeré más tarde en mi despacho y firmaré la versión
impresa. —Leía más lentamente que la mayoría de las
personas, pero para ciertos documentos, prefería trabajar de
manera incansable hasta entender cada palabra en lugar de
recurrir a la función de texto a voz. Además, tenía programas
instalados en mi ordenador que aceleraban el proceso de
lectura y comprensión.
—Como quieras. —Deborah esbozó una extraña sonrisa
antes de salir del gimnasio.
Una hora más tarde, cuando dejé el contrato firmado sobre
su mesa, me preguntó:
—¿En qué estás pensando? ¿En esa guapa profesional de
las relaciones públicas con la que has estado saliendo?
Observé a mi alrededor y noté que todos se habían ido. Me
di cuenta de que estaba sobrecargando a Deborah con mucho
trabajo.
—¿Qué? ¿Creíste que no me daría cuenta? —Apoyó la
barbilla en la palma de la mano, sonriendo de oreja a oreja.
—¿Cómo te has percatado?
Se enderezó y me señaló con el dedo.
—Jovencito, no me evadas. Te he hecho una pregunta.
No pude evitar reírme. Los demás no comprendían la
dinámica que tenía con Deborah, pero no exageraba cuando
decía que no habría llegado tan lejos sin ella. Joder, incluso es
posible que los hoteles no llevaran el nombre Davenport de no
haber sido por ella. Aunque era la directora de la oficina, había
sido mucho más que eso para mí, había sido mi mentora y
guía.
—Sí, he estado pensando mucho en Hailey.
Eso se quedaba corto. Pensaba en Hailey todo el tiempo.
—Estoy muy orgullosa de ti, teniendo en cuenta que casi te
sale humo por las orejas tras su primera visita.
—Eso fue porque me pillaste desprevenido.
—¿Y no te vino bien?
—Deborah, deja de darme la lata.
—¿Por qué dices eso? Solo quiero saber qué pasa en tu
vida.
—Pues ahora ya lo sabes. ¿Necesitas algo más antes de
que empiece la reunión con el promotor?
—Sí. Tus padres llamaron por la prefiesta de graduación
de Bianca. Quieren saber cómo va todo y si pueden ayudar.
—De ninguna manera. Diles que lo tengo todo bajo
control.
—Pero no es verdad —señaló Deborah—. No he recibido
instrucciones, así que nadie lo está organizando. A menos que
tengas otro ayudante del que yo no sepa.
—Bianca y yo nos encargamos personalmente.
Deborah entrecerró los ojos.
—Sí, sí. Lo sé, lo sé. Es algo arriesgado. Pero no podemos
hacerlo peor que mis padres.
—Buen punto.
El año pasado, para el cumpleaños de Bianca, decidieron
que ya era mayor para celebrar una fiesta de adultos.
Entiéndase como: menú de cinco platos, un cuarteto tocando
música clásica y un maldito vals para abrir el baile.
Antes incluso de que sacáramos la tarta, las amigas de mi
hermana se habían marchado, dejándonos solamente con los
conocidos de mis padres como invitados. Me había aburrido
hasta a mí, y por supuesto a mi hermana pequeña.
La reunión con el promotor se extendió por más de una
hora mientras discutíamos mis planes de abrir un tercer hotel.
Sabía que era una empresa arriesgada, yo era una persona
ambiciosa. Durante la reunión, el promotor me dio algunos
elementos valiosos para reflexionar.
No era una persona engreída, y siempre estaba dispuesto a
escuchar los puntos de vista de los demás, especialmente si
estaban respaldados por datos concretos. Si bien tenía el poder
de tomar decisiones, consideraba que era importante explorar
todas las opciones y perspectivas antes de hacerlo. Durante la
reunión, hizo una observación interesante sobre la necesidad
de asegurarse de que el desarrollo no superara un determinado
umbral de liquidez. Sabía que tendría que consultar con el
departamento financiero, pero eso podría esperar hasta el
siguiente día. En ese momento, sin embargo, solo estaba
pensando en Hailey.
Dios, la echaba de menos. Habíamos ido a cenar un par de
veces desde la noche en que enfermó, pero verla solo unas
horas durante la semana no era suficiente. Quería tenerla para
mí toda la noche.
Decidí llamarla mientras caminaba por el despacho vacío.
Deborah también se había marchado.
—Hola, preciosa —dije cuando descolgó—. ¿Qué estás
haciendo?
—Pensando qué cenar.
—¿Puedo sugerirme a mí mismo?
Se rió entre dientes.
—No te andas por las ramas, ¿verdad?
—Cena conmigo. Pasa la noche aquí.
Hailey guardó silencio durante un momento.
—Si me quedo, tendría que levantarme a las cinco para ir a
casa y cambiarme.
Joder. ¿Estaba preocupada por la logística o simplemente
me estaba ignorando? No era mi estilo echarme atrás.
—Puedes pasar antes por tu casa y coger una muda de ropa
para mañana.
—Usted, señor, tiene muy, muy buenas ideas.
—¿Eso significa que te he convencido?
—Mmm… la respuesta honesta es sí, pero siento como si
debiera hacerme la difícil un poco más, ¿sabes?
Me reí.
—No, no lo sé. Pero me lo puedes explicar.
—Bueno, ¿qué pensarías de mí si aceptara de buenas a
primeras?
—Que quieres pasar tiempo conmigo tanto como yo quiero
pasar tiempo contigo.
—Ahora me estás ablandando… Dime más cosas como
esas.
—Primero tienes que decir que vendrás.
—Te estás aprovechando al máximo, ¿eh?
—Pues claro. Tengo algunos ases en la manga, pero no los
revelaré hasta que estés aquí.
—Me llevará una hora llegar a casa y luego al hotel.
—Estaré listo para impresionarte.
—Déjeme con la boca abierta, señor.
Subí al ático sonriendo como un tonto. Normalmente no
era una persona que se fijara demasiado en los sentimientos,
pero desde que Hailey había entrado en mi vida, todo había
cambiado. Empecé a sonreír más y siempre era por algo
relacionado con ella. Me encantaba su carácter divertido y
despreocupado, que me obligaba a no tomarme las cosas tan
en serio. Me sorprendió lo mucho que me gustaba.
—Aquí estoy, en todo mi esplendor —anunció al salir del
ascensor una hora más tarde. Llevaba una percha con un
vestido rojo y una mochila, además de su bandolera.
—Déjame ayudarte.
Mientras colgaba mi mochila al hombro, tomé a Hailey por
sorpresa y la besé con fuerza, enredando mi mano en su pelo
oscuro y tirando un poco de él. Había echado de menos a
Hailey más de lo que había imaginado.
—Madre mía. ¡Vaya beso! —murmuró.
—Vamos, preciosa. Entra para que te pongas cómoda.
Hailey guardó silencio mientras acomodábamos sus cosas
en el dormitorio, pero no le presté mucha atención hasta que
dijo:
—Hoy me encontré con Marion.
Coloqué la mochila con cuidado sobre la cama y me giré
para mirarla.
—¿Cómo? ¿Cuándo?
—En el almuerzo. Estaba en el restaurante donde había
quedado con mi cliente y vio el logotipo de la agencia en mi
cuaderno. Vino a hablar conmigo.
—¿Por qué?
—Insistió en que mi agencia dejara de trabajar contigo.
—¿Qué le dijiste?
—Que estaba interrumpiendo mi almuerzo.
Solo Hailey podría decir algo así.
—Intenté mantener la calma, pero no fue fácil. Me dijo a la
cara que aguantó contigo tanto tiempo solo para que invirtieras
en su programa.
Apreté los dientes.
—Estaba orgullosa de eso, ¿verdad?
—Lo siento.
—No te preocupes.
Decidí cambiar de tema para no arruinar el ambiente, pero
el lenguaje corporal de Hailey me dio una pista de que algo la
estaba preocupando.
—¿Qué pasa?
Se encogió de hombros, pero yo no me conformé con eso.
—¿Hailey?
—¿Todavía sientes algo por ella?
—No. —Me aproximé a ella, acariciando ambas mejillas
—. Lo digo en serio. ¿Por qué piensas eso?
—No lo sé. Ella es preciosa.
—Cariño, no tienes nada que envidiarle.
—No me adule, señor. Es una moderadora de televisión
conocida a nivel nacional a punto de tener su propio desfile de
moda. ¿He mencionado que parece recién salida de una sesión
de fotos?
—También es egoísta e infiel.
—Lo sé.
Le di un beso en la frente, tratando de tranquilizarla de
alguna manera. Entendía la sensación de preguntarse todo el
tiempo a uno mismo si estaba compartiendo a la persona que
tenía a su lado con alguien más, aunque solo fuera una
preocupación imaginaria. Era una mierda y no quería que
Hailey pasara por eso.
—Eres preciosa, Hailey. Y aquí no hay nadie —me di un
golpecito en la sien y en el pecho— excepto tú.
La besé con fuerza, deseando aliviar cualquier miedo que
pudiera tener, eliminar cualquier inseguridad. Sentí que la
tensión abandonaba su cuerpo y la atraje más hacia mí,
besando con suavidad la comisura de sus labios y avanzando
lentamente hacia el centro. Ella sonrió contra mis labios y yo
profundicé el beso, necesitando más de ella. Emitió un sonido
encantador cuando nuestras lenguas chocaron. La deseaba con
todas mis fuerzas, quería estar conectado a ella en todos los
sentidos.
Cuando la levanté, me rodeó con las piernas. Jadeó cuando
sintió mi erección a través de la ligera tela de su vestido.
La apreté contra la pared, frotándome hacia arriba y abajo,
sintiendo cómo me agarraba los hombros con más fuerza cada
vez que le acariciaba el clítoris.
—Con calma —murmuré—. Primero la cena.
Suspiró, enterrando la cabeza en mi cuello.
—Tienes razón. Pero primero quiero ducharme.
***
—Conozco una aplicación genial para pedir comida a
domicilio — me dijo al salir de la ducha un rato después.
—Se me ocurre algo mejor. Llamaré al servicio de
habitaciones.
Se le iluminaron los ojos. Joder, qué mona era. Haría
cualquier cosa por hacer que tuviera esa expresión en su cara
todos los días.
—Vaya, se me habían olvidado las ventajas de vivir en un
hotel. Puedes tener acceso a comida gourmet siempre que
quieras. Si yo viviera aquí, pesaría una tonelada.
—Se me ocurren algunas maneras de quemar calorías.
Movió las cejas y chasqueó los dedos, como si acabara de
darse cuenta.
—Es verdad. También tienes piscina. Otra ventaja.
Podríamos ir a nadar después.
—No es exactamente lo que tenía en mente.
Le pasé un mechón de pelo por detrás de la oreja y me
detuve con los dedos en su nuca. Se lamió los labios.
—¿Ir al gimnasio? —continuó, su tono de voz se volvió
descarado.
—No, eso tampoco es lo que tenía en mente.
—¿Vas a salir a correr?
—Quizá debería cogerte en brazos y llevarte a la cama.
Me señaló con el dedo.
—¿Me matarías de hambre solo para salirte con la tuya?
Eso no es posible, Sr. Davenport.
Se sentó en una de las sillas del bar, mirando el menú.
—Madre mía. Pediría por lo menos cinco platos.
—Pues pídelos. Disfruta.
Se frotó las palmas de las manos, sonriendo de oreja a
oreja. Podría embriagarme con su entusiasmo, con su joie de
vivre, con Hailey en general.
Media hora más tarde, el ascensor sonó y un camarero
entró con nuestra cena, colocándola sobre la barra.
—Gracias, Mark —dijo Hailey, mirando la insignia con su
nombre.
—Que pases una buena noche. —Le sonrió, con la mirada
clavada en su cuerpo.
—Eso es todo, gracias —dije con firmeza.
Hailey levantó una ceja cuando se fue.
—¿Por qué estabas mirando al pobre Mark de reojo?
—¿No has notado cómo te miraba?
—Umm… ¿estás celoso?
—Sí.
Sus ojos se abrieron de par en par, lo que me hizo
preguntarme qué había provocado su sorpresa. ¿Acaso estaba
quedando también con otra persona? La idea era impensable, y
sin embargo… En un instante, sentí que mi corazón se detenía
y mi respiración se cortaba. Era como si alguien hubiera
cortado el suministro de aire a mis pulmones.
Tragué saliva con fuerza y le acaricié el rostro, acercándola
aún más.
—Hablamos de que no hay nadie más aparte de ti en mi
vida. ¿Pero, y en la tuya?
Sus ojos se abrieron de par en par.
—Pues nadie, obviamente.
—Bien. Así me gusta.
Sonrió y acercó sus labios a los míos. Sabía a miel. ¿Acaso
ya me había robado un bocado de algo? Maldita sea, era tan
adorable.
—Quiero empezar con la tarta de miel —dijo cuando
hicimos una pausa para respirar—. ¿La corto por la mitad?
No pude contener una sonrisa.
—Ahora sería menos de la mitad, ¿no? Ya has probado un
bocado.
Bajó la mirada hacia la tarta, como si se preguntara cómo
lo había notado. Había sido lo bastante cuidadosa como para
que la tarta pareciera estar intacta.
Me acerqué más y le mordí ligeramente el lóbulo de la
oreja. Me encantó que la piel de sus brazos se pusiera de
gallina al instante.
—Podría saborearlo en ti.
—Me has pillado —susurró—. Solo tenía que comprobar
si estaba tan rica como parecía. Y así es.
No pude evitar reírme.
—Eres de lo que no hay. Puedes comértela entera.
Al segundo siguiente, se la zampó. Después de cenar,
Hailey dijo que quería inspeccionar más de cerca mi bar y se
situó detrás del mostrador.
—Mi familia era dueña de un pub —dijo.
—¿En serio?
—Sí. Mis padres emigraron desde Irlanda y tenían un pub
irlandés. Luego Landon y Val lo regentaron durante unos años.
Siempre quise fisgonear detrás del mostrador, pero era muy
pequeña y no me dejaban.
—Preparemos unos cócteles juntos —Me dirigí detrás del
mostrador.
—¡Ay, sí! Algo que pegue con la deliciosa cena que
acabamos de comer.
—Lo que tú quieras. Pensemos qué queremos mezclar.
Dio una palmada, inspeccionando las botellas de cerca.
—Vale, yo soy más de vinos, así que admitiré que no tengo
ni idea. Confiaré en ti. Pero nada que me dé resaca.
—Nunca haría algo así. Aunque, pensándolo bien, eso te
obligaría a quedarte aquí hasta mañana.
Me fulminó con la mirada.
—¡Oye! No hagas que me arrepienta de haber confiado en
ti.
Me incliné hacia ella, besando su mejilla.
—Nunca.
Acabamos desordenándolo todo, pero hacía tiempo que no
me reía tanto. Me di cuenta de que ya era tarde, lo que
significaba que al día siguiente no podría levantarme a las
cinco para nadar antes de que abrieran la piscina a los demás
huéspedes.
Hailey estaba poniendo mi agenda patas arriba, pero no me
importaba lo más mínimo. No era así como solían transcurrir
mis veladas y, sin embargo, todo lo que tenía que ver con ella
me gustaba: la intimidad entre nosotros, la forma en que me
miraba, sentirla contra mí.
Mientras comenzábamos a tomar nuestro último cóctel, mi
mente empezó a divagar y repasar el horario que tenía para el
resto de la semana. Iba a reiniciar mi rutina de natación al día
siguiente, pues necesitaba un chute de energía. A pesar de que
trataba de mantener una rutina de quince minutos en la
bicicleta entre mis reuniones de la tarde, simplemente no era
suficiente. Me sentía como un robot programado.
Miré a la preciosa mujer que estaba sentada a mi lado, y un
estado de preocupación se apoderó de mí. ¿Podría eso alejar a
Hailey? ¿La haría buscar emociones en otro lugar, lejos de mí?
No podía soportar esa idea, en especial cuando se trataba de
Hailey. Observé cómo daba los últimos toques a su cóctel,
colocando una cereza, y de repente sentí una oleada de deseo.
Me acerqué por detrás, deslizando mis labios por su cuello y
lamiendo su hombro desnudo.
—Oye. Deja de distraerme o no habrá más veladas como
ésta.
Bajé la cremallera de su vestido, dejándolo caer hasta su
cintura, acercando aún más mi boca. Ella jadeó.
—Ni me quedaré a dormir más aquí —amenazó, pero su
voz no sonaba como una amenaza, sino como un susurro. Mis
manos recorrían su espalda con suavidad mientras descendía
lentamente. La idea de que saliera con otro me había vuelto
loco. Estaba enamorado hasta las trancas y no sabía cómo
manejarlo. Pero cuando la giré hacia mí y vi la sonrisa radiante
en su rostro, supe que no importaba qué pasara después. Tenía
a esta preciosa mujer conmigo en ese momento, y eso era lo
único que importaba.
Capítulo Dieciséis
Hailey
Una semana después, llegó el momento de la revisión
obstétrica de Val. Cuando la imagen del bebé apareció en la
pantalla, mis ojos se llenaron de emoción. Era tan pequeño.
Carter, Peyton y April se apiñaron junto a mí alrededor de la
cama. Yo era la única que estaba a punto de llorar, pero no me
sentía avergonzada ni lo más mínimo. Estaba feliz por mi
hermana y por toda la familia.
—¡Ahhhh! ¡Felicidades! Es una niña.
Todos empezamos a hablar al mismo tiempo y no pude
evitar dar un respingo de alegría. Abracé a April y a Peyton,
que ya estaban recitando posibles nombres de niña. Carter
apretó la mano de Val.
—Déjame tomar algunas medidas, pero todo parece
normal.
Luego, cuando el médico solicitó hablar en privado con
Carter y Val, decidí ir con las chicas a la cafetería que estaba
enfrente para mantenerlas entretenidas. April, que tenía quince
años, era una apasionada de la moda, por lo que teníamos
mucho de qué hablar. Peyton nos escuchaba con atención.
Cuando Carter y Val se reunieron con nosotras, noté de
inmediato un cambio en el comportamiento de mi hermana.
Tenía los hombros encogidos y el ceño fruncido. Cuando
Carter sugirió que las chicas lo acompañaran al mostrador para
comprar una segunda ronda de dulces, supe que no había sido
producto de mi imaginación. En cuanto se alejaron, me
enfoqué en Val.
—¿Qué pasa?
—¿Puedes decir que algo va mal solo con mirarme?
—Pues claro. Eres mi hermana. Así que, suéltalo. ¿Qué ha
dicho el médico? —Me llevé la mano al estómago. Me
preparé.
—El bebé está bien, yo estoy bien, pero me ha aconsejado
que no coja un avión este trimestre. No puedo ir contigo a
Chicago en dos semanas.
Un inmenso alivio recorrió mi cuerpo. Val debía dar a luz a
mediados de junio y en ese momento nos encontrábamos en la
tercera semana de abril. Habíamos planeado el viaje mucho
tiempo atrás, mucho antes de que ella supiera que estaba
embarazada, pero al reflexionar, me di cuenta de que tal vez
no era una buena idea volar en una etapa tan avanzada del
embarazo.
—Val, olvídate de Chicago. ¿Qué más dijo la doctora?
—¿Aparte del hecho de que estoy en una edad maternal
avanzada? Al menos no lo llamó embarazo geriátrico.
Hice una mueca de dolor. Ambas cosas parecían muy
fuertes.
—Me recomendó que no hiciera grandes esfuerzos.
—¿Sugirió reposo en cama?
—No en concreto, pero cree que el viaje pasaría factura.
Especialmente con un vuelo de larga duración. Lo siento
mucho.
—Podemos ir a Chicago en otro momento.
—Pero ya tienes el hotel reservado.
—Iré sola. Estoy acostumbrada. —Cuando trabajaba como
asesora, me aventuraba sola a todas partes.
—Puedes convencer a otro para que ocupe mi lugar.
Fruncí el ceño, sin entender a dónde quería llegar.
—Vale.
—¿Por qué no le preguntas a cierto hombre gruñón si
quiere acompañarte?
—¿Reid? No creo que le interese.
—No pierdes nada por preguntar.
—Val, lo nuestro es muy reciente. Si saco el tema ahora,
pensará que siempre tendré expectativas poco razonables.
—Pero tú quieres ir con él, ¿no? —dijo sonriendo
tímidamente.
—¡Claro que sí! Me encanta pasar tiempo con él. Es tan…
no sé, diferente de lo que pensaba. A veces es serio, pero
también puede ser muy divertido —respondí con una risa
suave mientras recordaba la sesión de cócteles que habíamos
compartido la semana anterior. Sin embargo, sabía que en ese
momento debía centrarme en Val. Los dos meses que venían
no iban a ser fáciles para ella. Era una persona activa y recordé
cómo había reaccionado unos años antes cuando tuvo que
quedarse en casa durante unos meses después de un accidente
de coche. No fue fácil para ella.
Necesitaba planear algo divertido para animarla esa noche.
Antes de hacer nada, necesitaba comprobar si Carter ya
había pensado en algo. Me acerqué al mostrador, con el
pretexto de que también quería pedir algo para mí, y
aproveché la oportunidad para hablar con mi futuro cuñado.
—Tenía algo en mente, pero estoy de acuerdo contigo. Le
encantará tener al clan en casa esta noche —dijo.
¿He mencionado que adoraba a Carter? Hacía tan feliz a
mi hermana.
—Perfecto. Lo prepararé todo.
Como Lori era la encargada de la planificación, decidí
llamarla primero y me alejé hacia un rincón vacío de la
cafetería.
—Vale —dijo Lori—. Se lo diré a todos los demás. Tú
céntrate en Val.
—Hecho.
En nuestra familia, siempre nos movíamos rápidamente
cuando alguno de nosotros necesitaba ayuda. Me sentí
victoriosa cuando regresé a la mesa.
—Tengo un anuncio que hacer. Tendremos cena familiar
dos veces esta semana. El clan se reunirá en la casa esta noche.
—¿Qué? ¿Por qué? ¡Espero que no sea por mí! —exclamó
Val.
—Sí, por ti. Necesitas un poco de amor al estilo Connor.
Carter estuvo de acuerdo conmigo. —Ella se volvió hacia él,
pero él se limitó a encogerse de hombros, besándole la frente.
—Es verdad.
—Pero no tenemos nada para cenar. Puedo preparar algo…
—Para el carro. Lo tengo todo bajo control. Pizza y tarta
de queso.
—Hailey.
—¿Qué?
—Me siento bien.
—Lo sé. Pero una reunión Connor improvisada nunca hace
daño a nadie.
Carter y las chicas sonreían, mientras nos observaban.
Val se rió.
—Hasta aquí ha llegado tu capacidad para guardar
secretos, ¿no?
—Oye, no le he dado detalles a Lori. Solo le dije que
necesitamos levantarte el ánimo.
Mi familia solía burlarse de mí sobre eso, y en cierta forma
tenían razón. Cuando era niña, se me daba bien guardar mis
propios secretos, pero no los del resto. Incluso en ese
momento, me avergonzaba de haber arruinado algunas fiestas
sorpresa de cumpleaños (y regalos) por mi indiscreción. Pero
estaba trabajando en ello y había progresado. Incluso mantuve
en secreto durante unas semanas que Jace quería declararse a
Brooke. Unos años, atrás hubiera estado emocionada por
contarle la noticia a mis hermanas, pero aquella vez logré
contenerme. Eso tenía que contar, ¿verdad?
Era irónico que tuviera la profesión que tenía teniendo en
cuenta mi tendencia a revelar secretos, sin embargo, sabía
mantener la confidencialidad de mis clientes. Mi capacidad
como asesora de relaciones públicas también se había
infiltrado en nuestra dinámica familiar, y se me daba bien
tranquilizar a los demás… siempre y cuando yo estuviera
tranquila.
—Así que pizza y tarta de queso. ¿Carbohidratos y mi
gente favorita? ¿Cómo puedo rechazar la invitación? —dijo
Val finalmente.
—Esa es mi chica. ¿Alguna petición especial?
—¿Cuánto tardaremos en comer? Ya estoy hambrienta y
no quiero llenarme comiendo algo ahora.
—Entendido.
—Yo digo que vayamos a casa ahora —dijo Carter—
Chicas, ¿habéis terminado?
Ambas asintieron.
—Yo me encargo de comprar la comida. La recogeré por el
camino —dije.
Val me abrazó y me susurró:
—Eres una gran hermana. Y siento mucho lo de Chicago.
—Hermana, de verdad, no te preocupes.
En cuanto estuve en el coche, volví a llamar a Lori.
—¿Sabes lo que estaba pensando? Deberíamos convertir la
reunión en una fiesta. Tranquila, por supuesto. Pero subiendo
la apuesta. No solo pizza y tarta de queso.
—Ay… Me encanta cómo piensas, hermanita.
Sonreí entre dientes al colgar. Parecía que la misión de
cuidar a Val iba a ser un éxito. No podía creer que aún siguiera
preocupada por mi viaje a Chicago. ¿Debería ir sola o…
pedirle a Reid que viniera conmigo? No quería asustarlo y que
saliera por patas, pero la idea de que me acompañara se había
plantado en mi mente y era difícil de ignorar.
¿Unos días con Reid para mí sola en una ciudad que estaba
deseando explorar? Eso era muy, muy apetecible.
Capítulo Diecisiete
Reid
—Sin duda vamos por buen camino. El artículo ha sido bien
recibido. ¿Has visto los comentarios? —Hailey sonrió,
pasando el tenedor por la ensaladera. Estábamos cenando en
mi despacho.
—No, pero confío en ti. No me gusta buscarme a mí
mismo en internet.
—Es entendible. Te mantendré informado.
—¿Crees que necesitaremos realizar otra entrevista
pronto?
—No, creo que estamos bien por ahora. No queremos
presionar demasiado.
Habían dado a conocer algunos detalles sobre mí en
diferentes medios de comunicación, pero nada tan detallado
como aquella primera entrevista.
—Vale.
Le cogí la mano y estaba a punto de besarla cuando oí
voces familiares en el pasillo.
—Han venido mis padres.
—¿Los esperabas?
—No, pero les gusta pasarse por aquí de vez en cuando a
deshora.
El resto del personal había terminado su turno, por lo que
nadie pudo avisar que mis padres iban a subir. Pero en
realidad, no hacía falta, mis padres siempre sabían cómo
encontrarnos en cualquier momento y lugar.
—Ah. Vale. Vale. —Se pasó los dedos por el pelo y se
levantó, alisándose el vestido—. ¿Estoy presentable?
Me mordí el labio para contener una sonrisa. Era evidente
que estaba nerviosa. La primera vez que vino a mi despacho,
no había mostrado ni una pizca de nerviosismo, y eso que yo
había sido tan cooperativo como una roca. Pero la idea de
conocer a mis padres le había hecho sentir inquieta.
—Hailey, estás guapísima.
Me levanté justo cuando mis padres entraban. Los ojos de
mamá se abrieron de par en par.
—Ooooh, no sabíamos que tenías compañía.
Hailey les estrechó la mano. Parecían estar emocionados
cuando les dijo su nombre.
—O sea que tú eres la chica que ha sacudido un poco su
vida.
Hailey parpadeó y me miró con una expresión
interrogativa.
—Bueno, estábamos a punto de tratar de convencerle para
ir a cenar, pero no queremos interrumpiros —dijo papá. Valoré
su intento, pero ambos sabíamos que mamá tenía algo más que
decir.
—¿Qué otros planes tenéis para esta noche? —preguntó.
—Bueno, íbamos a improvisar. —Hailey estaba
conteniendo una sonrisa.
—Espero que no os quedéis encerrados en esta oficina.
—Mamá —le advertí. Ella me ignoró.
Hailey se rió.
—No se preocupe, Sra. Davenport. Todavía no he
terminado de poner su mundo patas arriba. ¿Le gustaría
acompañarnos a cenar? Podemos pedir más comida. Los chefs
de aquí son muy rápidos.
—Bueno, si no os importa —dijo mamá. Estaba seguro de
que ya estaba pensando otra vez en los nombres de los nietos.
—Por supuesto que no —le aseguró Hailey.
Diez minutos después, estábamos todos sentados alrededor
de la mesa de café.
—Sra. Davenport, ¿dónde encontró ese top? Me encanta.
—Ah, online. Me encanta comprar por Internet. No
recuerdo la tienda, pero puedo buscarla.
—Gracias.
Me sentí aliviado de que a Hailey no le molestara lo más
mínimo la excentricidad de mi madre. Hablaba alto y su ropa
solía incluir al menos un color de neón —como el top naranja
fosforito—, pero Hailey charlaba con ella como si fueran
viejas amigas.
—Me he ensuciado las manos —dijo Hailey al terminar—.
Iré al servicio a limpiarme.
—Iré contigo —dijo mamá.
En cuanto se fueron, papá se inclinó hacia delante en su
silla, como si estuviera a punto de decir algo importante.
Esperaba que me preguntara por el rendimiento de la inversión
y el estado de pérdidas y ganancias, como solía hacer cuando
se pasaba de visita.
—Es una buena chica.
Me sorprendió. Mi padre rara vez decía algo sobre mi vida
personal.
—Lo sé.
—Me alegro de haberla conocido.
—Papá…
—Hijo, sé la presión que sientes, yo también la sentí en su
momento. Pensé que la única manera de que funcionara era
darlo todo en el negocio, pero no me sirvió de mucho. No solo
en cuanto a salud, sino que no hice lo correcto con tu madre.
No le presté toda la atención que se merecía, le dejé que
cargara todo lo relacionado con tu crianza. En cierto modo, la
apoplejía fue una bendición. Tuve una segunda oportunidad
con Bianca. Sin embargo, eso hizo que toda la presión
recayera sobre ti. No di un buen ejemplo, lo sé. Pero por el
amor de Dios, trata de no seguir mis mismos pasos.
No sabía qué decir. Me gustaba cuidar del legado de mis
padres, pero no era adicto al trabajo. Al principio, me había
esforzado mucho para entender el negocio por dentro y
encontrar una dinámica que funcionara. En ese momento,
trabajaba las horas normales, solo que tenía un horario estricto.
¿Podría disfrutar más de la vida? Probablemente. Pero podía
decir con sinceridad que nunca había sentido que quisiera que
las cosas fueran diferentes.
Al menos hasta que llegó Hailey.
No quería darles motivos para preocuparse. En el pasado,
había ignorado sus comentarios y los había considerado como
simples bromas, pero esa vez parecía como si papá hubiera
reflexionado mucho sobre el tema.
Cuando Mamá y Hailey volvieron estaban riéndose.
—Howard, hora de irse a casa. No podemos dejar que
viejos pelmazos como nosotros les roben más tiempo. Vamos.
Hailey tenía una sonrisa de oreja a oreja.
—No, no os vayáis. Podemos pedir postre. ¿Habéis
probado la tarta de queso? Está deliciosa.
Lo decía en serio. Le gustaba pasar tiempo con ellos.
¿Cómo había tenido tanta suerte? La emoción me encogió el
corazón.
—Disfrutad el postre, nosotros debemos irnos. Cuida bien
de mi hijo, ¿vale?
—No se preocupe, Sra. Davenport. Todavía tengo mucho
guardado para él.
Mi madre sonrió entusiasmada. Cuando se fueron, moví
las cejas arriba y abajo, observando a Hailey.
—Bueno, guapa. ¿Qué es exactamente lo que tienes
reservado para mí?
Hailey se encogió de hombros, dirigiéndome una mirada
tan tímida como descarada.
—Tendrá que esperar y ver, señor Davenport.
—No se me da bien esperar.
—¿Y qué vas a hacer al respecto?
Moví las cejas un poco más.
—Bueno, para empezar, tengo un brillante plan para
convencerte de que cenes conmigo todas las noches antes de tu
viaje a Chicago.
—Ah.
Fruncí el ceño, porque no parecía ni la mitad de
entusiasmada con el viaje que anteriormente.
—¿Tienes todo listo?
Arrugó la nariz.
—Sí, aunque no será tan divertido. Val no puede venir.
Ayer estuvimos en la consulta del médico. Ella y el bebé están
bien, pero le dijo que es mejor que no viaje, sobre todo porque
el vuelo dura cuatro horas y media. Todavía estoy debatiendo
si debería ir…
La emoción en sus ojos se desvaneció un poco. Sabía lo
mucho que había estado esperando el viaje. No podía creerlo,
pero me sentí molesto de que ni siquiera me hubiera pedido ir
con ella.
—¿Y si voy contigo? —pregunté, sorprendiéndome a mí
mismo. Hailey se quedó boquiabierta.
—No, no te preocupes. Es de lunes a miércoles,
¿recuerdas? No un viaje de fin de semana. Sé que tienes un
millón de cosas que hacer, no puedo pedirte que las dejes por
mí.
Mi corazón comenzó a latir más rápido y de repente me
invadió una sensación de culpa. Era evidente que no le había
demostrado lo mucho que ella significaba para mí. Estaba
dispuesto a cambiar eso.
—A menos que quieras —dijo rápidamente—. Pero no
creo que quieras. No pasa nada.
Vi que la luz volvía a brillar en sus conmovedores ojos
marrones y supe que quería ser el responsable de ese brillo
todos los días. Empecé a pensar en mi horario y en cómo
tendría que reorganizarme para cumplir con mis compromisos
para pasar más tiempo con ella. Sabía que sería un mes
caótico, pero me las ingeniaría de alguna manera. No iba a
permitir que Hailey se sintiera decepcionada.
Recordé las palabras de mi padre, y me pregunté si había
sacado el tema por primera vez porque intuía lo mucho que
Hailey significaba para mí. Tanto, que estaba dispuesto a salir
de mi zona de confort, a cambiar mi forma de hacer las cosas,
si eso me permitía acercarme más a ella. Me sentía diferente a
su alrededor, no había duda de eso.
—Iré contigo —anuncié.
—¿En serio? —Se dibujó una sonrisa tan grande en su cara
que no pude evitar besarla.
—En serio —pronuncié contra sus labios.
—¿Sabes qué? Creo que te has ganado el derecho a saber
lo que tengo reservado para ti esta noche.
—Lástima. Esperaba que me hicieras insistir un poco más.
Se rió mientras la inmovilizaba contra la pared más
cercana con mis caderas y la besaba a lo largo de la
mandíbula.
—De todas formas, si quieres optar por el camino difícil,
¿quién soy yo para impedírtelo?
Capítulo Dieciocho
Hailey
—¡No puedo creer que hayas cambiado la clase del vuelo en el
que viajamos! —exclamé, tocando el asiento de cuero.
—Quiero lo mejor para mi chica. Me sorprendió que Val y
tú no reservarais en clase business.
Me encogí de hombros.
—Ya gasto demasiado en zapatos y ropa, así que tengo que
elegir bien mis batallas. Val puede permitirse la clase business,
pero es cuidadosa con su dinero. Supongo que es un hábito
que adquirió cuando no podíamos permitirnos mucho. —Me
volví hacia él—. Gracias.
Una vez finalizado el embarque, la azafata nos trajo copas
de champán. Nuestro vuelo era muy temprano, así que un café
habría sido mejor opción, pero no iba a rechazarla.
—Oh la la. Puedo acostumbrarme a esta atención —
susurré una hora después. Acababa de recibir una nueva copa.
—Con calma.
—Es solo mi segunda copa.
—Tercera —corrigió con una pequeña sonrisa.
Vaya, eso podría explicar el ligero mareo. Y por qué le
había estado hablando hasta por los codos. Apenas podía
mantenerme quieta. Sentía una necesidad incesante de
compartir con él todos los detalles que había leído sobre
Chicago.
—¿Puedo contarte un secreto? —susurré—. Creo que
estoy un poco achispada.
—Soy una tumba.
Su voz era grave y conspirativa.
—Además, eres mucho mejor compañero de viaje que Val.
Uy… no le digas que he dicho eso.
—Guardaré tu travieso secretito.
Me tocó la mandíbula con los dedos y recorrió mi cuello.
El fuego que había en sus ojos azules me encendía. Me atrajo
hacia un beso ardiente, mientras sus manos seguían
tocándome. Colocó una entre nosotros y me tocó los pechos.
Llevaba un sujetador de seda, pero sentí sus caricias tan
intensamente como si estuvieran sobre mi piel desnuda.
Santo cielo. ¿Por qué me estaba haciendo eso? Me besaba
de tal manera que cada caricia de su lengua me hacía olvidar
que estábamos en un avión. Rodeó mi pezón hasta que estuvo
tan sensible que incluso el leve roce de la seda sobre él me
pareció una tortura.
Me quejé por lo bajo cuando se apartó, porque no estaba
dispuesta a soltarlo. Apretó el pulgar sobre el arco de mi labio
superior, besándome la frente. Entonces me di cuenta de que
no estábamos solos. Por eso se había detenido.
Me retorcí en mi asiento, justo a tiempo para ver a la
azafata sirviendo la comida.
—¿Más champán? —preguntó.
—Ah, no. Gracias.
No quería pasarme, o la próxima vez que Reid me besara,
podría olvidar por completo que no estábamos solos.
El vuelo terminó demasiado pronto para mi gusto. Algunos
de los consultores más veteranos de mi antigua empresa
habían viajado en clase business, pero yo no había llegado a
ese nivel. Aun así, había volado en clase preferente de vez en
cuando, cuando había podido subir de categoría con millas de
viajero frecuente. Me encantaba toda esa comodidad.
—El vuelo ha sido tan cómodo que casi quiero que
volvamos en avión para poder disfrutarlo un poco más.
Gracias por mimarme —dije estirando la espalda mientras
esperábamos el equipaje.
Reid me abrazó y me susurró:
—No te preocupes. También pienso mimarte el resto del
viaje.
Una descarga de deseo me recorrió. Me preguntaba qué
tendría exactamente en mente. Podría intentar averiguarlo con
astucia, pero prefería que me sorprendiera.
Gracias a las etiquetas de prioridad, nuestro equipaje salió
primero. Reid sacó su teléfono del bolsillo mientras nos
dirigíamos hacia la salida.
—¿Tienes internet? —preguntó—. No había durante el
vuelo, y ahora tampoco tengo señal.
—No, no. —Me hice a un lado, casi chocando con él—.
Regla de las vacaciones. Nada de correos del trabajo. Es un
círculo vicioso. Abres un correo y empiezas a pensar en él…
Reid parecía completamente desconcertado. Me mordí el
labio inferior. El ligero mareo me había relajado en el avión,
haciéndome sentir un poco menos preocupada por haberle
persuadido para que me acompañara. Pero en ese momento
estaba segura de lo que quería. Sabía que mi fuerte
personalidad sacaba a algunas personas de sus casillas. Era
cierto que Reid me había dicho que le gustaba… pero eso fue
antes de pasar tanto tiempo juntos.
No quería ser pesada. Mierda, ¿me estaba pasando?
—De acuerdo. Estás al mando —dijo, y sentí que mis
músculos se relajaban. Me dio su móvil.
—Guárdamelo.
—No me refería a eso.
—Créeme, si lo llevo encima, no podré evitarlo.
Lo guardé en mi bolso.
—Bien. Ya no podré tentarme.
—¿Y ahora qué?
—¿Te estás poniendo en mis manos?
Asintió.
—Completamente.
—Vaya, eso es… desaconsejable. Ni siquiera has visto los
itinerarios que he planeado.
—Me diste un resumen detallado en el avión.
—Pobre hombre inocente. Eso fue solo por encima.
Se rió entre dientes, acariciándose la nuca.
—Bueno, nunca he estado en Chicago, así que necesito un
guía de todos modos.
—Corrijo lo que he dicho. No eres inocente, sino valiente.
Muy valiente. Todavía puedes cambiar de opinión hasta que
salgamos del aeropuerto. Entonces entraré en modo turista y
ya no podremos tener una conversación razonable.
—No cambiaré de opinión.
—Entonces, Sr. Davenport, va a conocer al detalle cómo se
visita una ciudad al estilo Hailey Connor. Queda usted
advertido.
***
Reid
Después de cinco horas caminando, Hailey seguía estando
llena de energía. Era sorprendente cómo su vitalidad me
contagiaba.
—Tenías razón. La ciudad es magnífica. No puedo creer
que nunca haya estado aquí.
—¿Verdad? Está llena de vida y hay planes para todos los
gustos. Aunque quizás principios de mayo no es el mejor
momento para visitarla. Todavía hace un poco de frío —dijo
después de que saliéramos del Millennium Park y nos
hiciéramos fotos delante de la estructura metálica apodada The
Bean. Era una construcción ingeniosa que reflejaba todo su
entorno, y nos costó un montón abrirnos paso a codazos para
hacernos un selfie.
—Nuestro crucero por el río empieza dentro de media hora
—dijo Hailey, balanceándose sobre sus pies.
—¿Alguien está empezando a cansarse? —bromeé.
—Bueno, sé que soy ansiosa, pero no soy sobrehumana.
Aunque… aún me queda energía para hablar. ¿Listo para
escuchar más datos aleatorios sobre la ciudad? ¿Como por qué
es conocida como la Ciudad del Viento?
—Vamos, ten un poco de confianza en mí. Todo el mundo
sabe eso. No es por el viento, sino por la política.
—Bravo.
Continuó compartiendo otras anécdotas, como que el río
Chicago se pinta de verde todos los años para celebrar el Día
de San Patricio. Me encantó escuchar su opinión sobre todo
tipo de temas, desde la actualidad hasta qué local de la ciudad
servía la mejor pizza.
Cuando llegamos al lugar del terraplén, nos sorprendió la
gran cantidad de personas que había congregadas allí. Ante la
multitud, decidimos retroceder unos metros y esperar.
—Bueno, en una escala del uno al diez, ¿cómo de contento
estás ahora mismo? —preguntó.
—Hailey… no habría venido si no quisiera. Deja de
preocuparte.
—¿Qué pasó con la famosa cita de ‘‘el infierno son los
otros’’?
—No con la gente que me gusta.
Sonrió.
—O sea que te gusto. Es bueno saberlo.
Hailey me hizo disfrutar de algunas cosas que antes había
descartado; quería experimentarlas con ella.
—Sabes, cuando comimos con mis padres, después de que
mi madre y tú os fuerais al baño, mi padre me dio un discurso
sobre cómo debería disfrutar más de la vida.
—Vaya. ¿No te lo esperabas?
—La verdad es que no. Nunca se ha entrometido en mi
vida personal.
—Entonces, ¿piensa que estás demasiado centrado en el
futuro? ¿Demasiado decidido a llevar el negocio a buen
puerto?
Oí la admiración en su voz y me invadió una sensación de
euforia. ¿Era así cómo me veía? ¿Simplemente centrado y no
como si fuera un autómata? La besé allí mismo, contra la
barandilla.
—A caballo regalado no se le mira el diente, pero ¿a qué
ha venido eso? —susurró.
—Solo tenía ganas de besarte. ¿Necesito una razón para
hacerlo?
—Mmm… tienes razón. ¿Quieres hacerlo otra vez? Me ha
gustado un poco…
—¿Un poco?
Cuando me acerqué a ella, noté que se humedeció los
labios y pareció prepararse para un beso. Sin embargo, en el
último momento me desvié a su oreja, lo que provocó que me
riese por la pequeña queja de su parte.
—Podría besarte otra vez, pero entonces tendría que
cogerte en brazos y llevarte al hotel.
Se estremeció contra mí.
—Eso te gustaría, ¿verdad? —Disfruté de cada reacción,
cada palabra, todo lo que ella tenía para darme.
—No te adelantes. Todavía tenemos una excursión en
barco pendiente.
Me reí entre dientes, haciéndome a un lado y apoyándome
en la barandilla junto a ella.
—Entonces… ¿qué decías de tu padre? ¿Por qué crees que
saca el tema ahora?
—Porque notó que me comportaba diferente cuando estaba
contigo.
—Creo que es admirable que quisieras asegurarte de que
se mantenga el legado, aunque no fuera el camino más fácil
para ti, seguiste adelante.
—Porque se me daba bien.
—Pero creo que así es la vida. No sabemos si somos
buenos en algo hasta que no lo intentamos y damos lo mejor
de nosotros mismos. Yo he probado varios trabajos, y no
estaba segura de que este me fuera a gustar, pero quería un
trabajo bien pagado aquí en Los Ángeles para estar cerca de
mi familia. Al final, resultó que me encantó. Creo que cada
uno tiene su camino. Val siempre supo que quería hacer
fragancias. Solo esperó el momento adecuado.
—Val es la mayor, ¿verdad?
—Ella y Landon. Ellos nos criaron. El resto tuvimos una
infancia normal. Will también participó en nuestra crianza.
Fue duro para ellos.
—Para todos vosotros.
Asintió, poniendo una mueca de tristeza.
—Los primeros años fueron bastante duros… Me
avergüenza admitirlo, pero aparté a mis hermanos. No era mi
intención, pero me encerraba mucho en mí misma. En esos
primeros meses, tenía tanto miedo de que le pasara algo al
resto de la familia, de perderlos a ellos también, que a veces
me encerraba en mi habitación, fingía que estaba sola, solo
para prepararme para lo que sentiría si ocurría.
Joder, sentía empatía por ella.
—Pero… finalmente Jace me sacó de mi caparazón. O
mejor dicho, yo salí de mi caparazón por él. Era aún más
retraído que yo. Lo único que parecía animarlo era planear
travesuras. Al principio solo las hacía porque temía que se
rompiera la crisma si no tenía supervisión, pero luego descubrí
que me encantaba hacer travesuras. Como ya he dicho, nunca
he sido de las que saben instintivamente lo que me gusta o
necesito. —Se enderezó y echó la vista atrás —¡Ah! Ha
llegado nuestro barco. Vámonos. Y después…
—¡Cariño! —La atraje hacia mí, poniendo mi mano en su
cuello—. Hoy hemos hecho todo lo que querías. Pero la noche
me corresponde.
Capítulo Diecinueve
Hailey
Cuando llegamos al hotel, me dolían los pies después de haber
caminado tanto. El sol ya se había puesto y la ciudad estaba
cubierta por una fría niebla.
Una vez dentro de la habitación, ya exhausta, me dejé caer
en la cama y estiré los brazos sobre el colchón.
—Deberíamos decirle al recepcionista que nos haga una
reserva para cenar —murmuré, aunque lo único que deseaba
era envolverme en la suave manta y quedarme así toda la
noche. Pensándolo mejor, me envolvería en Reid. ¿Sentir esos
musculosos brazos a mi alrededor? Sin duda era el mejor plan.
Reid no dijo nada. En su lugar, sentí cómo el colchón se
hundía alrededor de mis tobillos y me di cuenta de que se
estaba subiendo a la cama. Humedecí mis labios.
—Hoy hemos seguido tu plan al pie de la letra, pero la
noche me pertenece. Haremos lo que yo diga.
Vaya, vaya. Me miró con ese encantador brillo en los ojos.
Aún tenía un plan pendiente en mi lista para antes de la
medianoche, pero estaba dispuesta a dejarlo en sus manos.
¿Qué podía hacer sino esperar a ver qué me deparaba ese
hombre?
—Ah vale, ¿y qué tienes en mente?
Se inclinó para besarme el cuello, pronunciando sus
siguientes palabras contra mi piel.
—Ya lo verás.
—Lo tienes todo planeado, ¿no?
—Sí, señora.
—¿En qué momento lo has hecho?
—Mientras te esperaba en el vestíbulo antes de salir del
hotel.
—Qué misterioso eres. Me gusta.
Sonrió.
—Me alegro de que te guste.
—Entonces… ¿qué es lo primero en tu gran plan?
—Ponte cómoda y confía en mí.
Lo primero fue un masaje en pareja. La zona de spa del
hotel ocupaba una planta entera y, en cuanto entramos, sentí
que mi cuerpo se aligeraba por completo. La combinación de
los muebles de bambú y el aroma de lavanda que se
desprendía de los difusores de aromaterapia, relajaron todos
mis músculos. En ese momento, el masaje en pareja que nos
esperaba me pareció la guinda del pastel.
Nunca antes había experimentado algo así, pero en ese
instante estaba segura que acabaría convirtiéndome en una
adicta a los masajes en pareja. El ambiente era tan relajante: la
música suave, las velas iluminando la habitación y las expertas
manos masajeando mis cansados músculos con aceite
templado. Y además estaba él, el exquisito hombre tumbado
en la cama de masajes junto a la mía. Aunque no podía verle
porque las masajistas nos habían pedido que mantuviéramos
los ojos cerrados, el simple hecho de saber que estaba a mi
lado me ponía nerviosa, como si por mis venas corrieran
burbujas de champán.
—La parte del masaje ya ha terminado —dijo una de las
chicas—. Os dejaremos solos unos minutos y llamaremos a la
puerta cuando acabe la sesión. Hasta entonces, pueden
relajarse en silencio. Dejad atrás el día y concentraos en la
música o en la respiración. Seguid cada inspiración y cada
espiración. Otra técnica de relajación es centrarse en cada
músculo, sentir cómo se han relajado en la última hora.
Todo eso sonaba muy bien, pero ya había tomado una
decisión sobre lo que haría a continuación. Relajarse era
divertido, pero espiar a un Reid semidesnudo era justo lo que
me había recetado el médico.
En cuanto oí que la puerta se cerraba, sonreí y giré la
cabeza hacia Reid, parpadeando. Me sobresalté al darme
cuenta de que él también me estaba mirando fijamente.
—Deberías mantener los ojos cerrados —murmuré.
—Tú también.
—Bueno, lo he considerado, pero el objetivo de esto era
relajarse y, bueno… contemplarte debería considerarse
definitivamente una técnica de relajación.
Excepto porque empezaba a sentirme más excitada que
relajada. Su mirada recorrió mi cuerpo de arriba abajo. Sentí
que me ruborizaba, porque solo llevaba un bikini de papel y
una toalla caliente.
Reid parecía a punto de deshacerse de la toalla.
—¿Cuál es el siguiente paso? —pregunté con impaciencia.
—Pronto lo verás.
Sonreí, sintiendo cálidos cosquilleos por todo el cuerpo.
No estaba acostumbrada a seguir las órdenes de nadie, pero
permitir que ese irresistible hombre estuviera a cargo no estaba
mal. Para nada mal.
Llamaron a la puerta antes de lo que hubiera preferido.
Bajamos de las camillas y nos abrochamos el albornoz.
—¿Tienen una zona de relax en el hotel? —pregunté
cuando volvimos a la habitación.
—Por supuesto.
Me froté las palmas de las manos.
—Estoy deseando explorarla. Me siento como si acabara
de descubrir un mundo nuevo.
—¿Nunca antes has estado en un balneario?
—Sí, pero sobre todo para manicura y pedicura, o para
depilación. Una vez me dieron un masaje en los pies que me
marcó de por vida. Fue tan duro que me dieron ganas de salir
haciendo el pino.
—Le diré a todos aquí que te cuiden bien. Puedes probar lo
que quieras.
—Vaya, no lo digas muy alto. Puede que nunca salga del
edificio.
—Puedes quedarte todo el tiempo que quieras, Hailey. Me
encanta tenerte en el hotel conmigo.
Su declaración aceleró mi corazón, pero lo que realmente
me conmovió fueron la ternura y sinceridad que vi en sus ojos.
Sentí como si hubiéramos estado bailando sobre una frontera
invisible todo el día, pero con su invitación abierta, nos
adentrábamos en terreno desconocido.
—Bueno, ¿qué es lo siguiente en este plan maestro tuyo?
—Tenemos la cena en camino.
—Aaaahhh… definitivamente eres bueno en esto.
Acabamos cenando en la cama con la televisión encendida.
Hacía tanto tiempo que no veía algo que no estuviera dentro de
un servicio en streaming que había olvidado la sensación de
cambiar los canales y explorar la programación.
Nunca antes había sentido tanta comodidad con un
hombre, especialmente después de haber pasado todo el día
juntos. Él no parecía cansado de mi compañía, sino todo lo
contrario.
Nos reímos de algunos reality shows tontos que nos
encontramos, y luego arrugué la nariz cuando surgió una
comedia romántica de los noventa.
—¿No te gustan las comedias románticas? —preguntó.
—Están bien, solo que no son muy realistas. Me cuesta
creer que todas las parejas vayan a estar juntas para siempre.
—¿No crees que dos personas puedan tener una relación a
largo plazo? —Su voz parecía un poco más seria que antes,
como si estuviera siendo cuidadoso con sus palabras.
Le vi llevarse la última patata frita a la boca, mientras yo
consideraba mi respuesta.
—No, no es eso. Me alegro por todos mis hermanos y sé
que han encontrado al amor de su vida. Solo que no creo que
sea algo que le ocurra a todo el mundo.
—¿Y a ti? ¿Quieres una familia?
Me encogí de hombros.
—No he pensado en ello. No soy una cínica ni nada por el
estilo. Cuando era niña, jugaba a ser mamá todo el tiempo con
mis muñecas, pero luego dejé de hacerlo.
—¿Después de perder a tus padres?
Me costaba pronunciar las palabras, por lo que me limité a
asentir. Reid se acercó hasta que nuestros hombros se tocaron,
me besó el costado de la cabeza, y finalmente acercó su boca a
mi cabello para decir:
—Cariño, perdiste a tus padres cuando eras niña. Es lógico
que tengas miedo de que no vayas a conocer a alguien que sea
para toda la vida. Tal vez incluso te sientas más segura si te
dices a ti misma que ninguna relación es para siempre de todos
modos.
No podía creer que no me estuviera juzgando ni llamando
desconsiderada. Conocía mis defectos, y ese era uno grande,
pero la verdad era que nunca había sabido cómo solucionarlo.
Todavía no lo sabía.
—A veces lo hago —Bajé la mirada hacia el edredón,
alisando arrugas inexistentes con el pulgar—. A decir verdad,
la mayor parte del tiempo.
—Yo seré quien cambie eso.
Retrocedí un poco y levanté la mirada hacia él. Sentía que
mi corazón latía a mil por hora y me resultaba difícil encontrar
las palabras adecuadas, o incluso cualquier palabra en
absoluto. Pero luego, pareció que él no estaba esperando una
respuesta. Me dedicó una de esas sonrisas sensuales, se acercó
y me puso una mano en el cuello, extendiendo los dedos.
Cuando presionó sus labios contra los míos, solté un suspiro
contra su boca, cediendo a su exigente beso, acariciando su
cuerpo con tanta urgencia como él acariciaba el mío. Era
diferente del hombre que había conocido dos meses antes, que
dudaba de ser suficiente. Me sentía orgullosa de él, feliz por él,
porque era increíble y ya era hora de que lo viera.
—No sé qué es esto, pero quiero demostrarte que está bien
soñar y querer cosas que te dan miedo.
Sí, sí, sí. Dios mío, sí.
Me apartó la bata y yo me deshice rápidamente de la suya.
Estábamos desnudos. Me tumbó boca arriba, me besó desde el
cuello hasta el ombligo y luego me pasó los labios por el
esternón.
Apreté las rodillas contra sus costados, atrapándolo, y sentí
cómo sonreía contra mi piel.
—¿Estoy yendo demasiado despacio? —bromeó.
—No. En absoluto.
En realidad, sí, pero no quería darle esa satisfacción.
Además, estaba disfrutando de esa dulce tortura, sobre todo
porque parecía decidido a no dejar ni un centímetro de mi piel
sin tocar, sin besar.
Cada vez que me miraba, avivaba aún más el fuego de mi
interior. Pero más que eso, me sentía envuelta en él de una
forma que ni siquiera podía describir o entender. La forma en
que me abrazaba, con sus defectos, sus miedos y todo lo
demás, me hizo parpadear y contener las lágrimas.
Su boca hizo estragos en mí hasta que la tortura se volvió
insoportable. Lo necesitaba dentro. En ese preciso instante. Lo
ansiaba tanto que no podía pensar. Lamiéndome los labios,
balanceé las caderas contra él, suplicándole en silencio. Dejó
escapar un sonido bajo y gutural cuando su polla chocó con mi
centro. Jadeé, al tiempo que pequeñas descargas de placer me
iban dejando sin aliento.
Se apartó un poco y se agarró el pene por la base. Observé
mientras lo introducía, primero solo la punta, luego dándomelo
todo.
—Hailey, esto es… —Su voz se apagó cuando selló su
boca sobre la mía en un beso, enredando nuestras lenguas. El
placer me recorrió en pequeños espasmos, cada sensación se
magnificaba. El leve roce de sus uñas en mis muslos, el feroz
enredo de nuestras lenguas, sentirle dentro de mí, su pubis
rozándome deliciosamente el clítoris con cada embestida…
todo.
Me corrí rápidamente, gritando mientras movía las caderas
contra él desesperadamente, queriendo prolongar la oleada de
placer. Me aferré a él hasta que mi respiración se calmó.
En ese momento, solo tenía un objetivo: darle el mismo
placer.
Intenté interponer una mano entre nosotros, pero me agarró
la muñeca, besó el punto del pulso y me miró con ojos
decididos y feroces.
—Todavía estoy a cargo, Hailey.
Madre mía. Esa voz. Prometía tantas delicias más. Se
apartó y me dio la vuelta. No podía ver lo que hacía, pero
esperaba con ansiedad el momento en que se deslizara dentro
de mí de nuevo.
—¡Ah! —exclamé sorprendida cuando sentí sus labios en
la parte posterior de mi tobillo. Me besó a lo largo de las
piernas, dibujando pequeños círculos con la lengua en la parte
posterior de las rodillas, haciéndome arañar las sábanas. Me
besó más arriba, mordiéndome ligeramente una nalga. Solté
una risa nerviosa.
—¿Qué haces?
—No he terminado de explorarte, Hailey. O de hacer que
te corras.
Tragué saliva, relajándome ante sus caricias, rindiéndome
por completo a lo que quisiera hacerme.
Sus labios eran implacables, al igual que sus manos.
Continuó besándome hasta la nuca. Involuntariamente, empujé
mi culo hacia atrás, chocando contra él, atrapando su polla
entre mi nalga derecha y su pelvis.
—Hailey. —La vibración de su voz hizo temblar mi piel.
Parecía tan tenso que supe que estaba tan al límite como yo.
Giré mis caderas, con él aún atrapado, llevándolo aún más al
extremo.
Lo siguiente que recuerdo es que había empujado mis
caderas contra la cama, penetrándome tan profundamente que
mi visión se nubló durante unos segundos.
Apenas logré recuperar el aliento cuando él comenzó a
moverse.
—Ah, joder, joder, joder —susurré.
¿Cómo era posible que estuviese a punto de alcanzar un
nuevo orgasmo? Porque Reid se había tomado su tiempo para
explorarme, para ocuparse de mi placer. Me sentía abrumada
por todo lo que me estaba haciendo al mismo tiempo.
Susurrándome palabras tiernas y lascivas al oído, tocándome
el dorso de los pechos, presionándome contra la cama, creando
una fricción deliciosa contra mi clítoris… Luego me puso a
cuatro patas.
El cambio me cogió por sorpresa y, por instinto me moví
hacia él, pero me detuvo con una mano presionando con
suavidad en medio de mi espalda mientras se deslizaba en mi
interior.
Me sentí tan viva y tan… amada. Ni siquiera podía…
Madre mía, ¿cómo podía hacerme sentir tantas cosas al mismo
tiempo?
—Reid, j-j-joooder —Tartamudeé cada sílaba mientras mi
cuerpo se encendía. Me volví inconsciente de todo excepto del
increíble placer. Los músculos de mi vientre se contrajeron,
nuestros sonidos llenaban la habitación y nuestros cuerpos se
empujaban mutuamente hacia el clímax. Mis piernas
empezaron a temblar. No estaba preparada para correrme de
nuevo tan pronto, y todo mi cuerpo se rindió, deleitándose en
el placer, en oír a Reid gritar mi nombre.
Me sentí como gelatina mientras me desplomaba en la
cama, sonriendo cuando Reid se dejó caer a mi lado y me pasó
una mano por la espalda. Después de unos minutos, me
levanté. Tenía que ir a asearme.
Cuando volví, Reid estaba de pie, apoyado con desenfado
contra la pared, desnudo como el día en que nació. Cuando
estuve lo bastante cerca, inclinó la cabeza y me rodeó un
pezón con la lengua antes de chuparlo suavemente.
—¿A qué ha venido eso? —Le reprendí de forma fingida.
—No les he prestado suficiente atención antes. Estaba
compensándolo.
Solté una risita.
—Por supuesto, adelante. Solo asegúrate de poner tu brazo
alrededor de mi cintura. O sujétame contra la pared.
—¿Por qué esas instrucciones tan específicas?
—Me tiemblan un poco las piernas.
—¿De verdad? ¿Por qué?
—Puede ser porque cierto hombre acaba de hacer de las
suyas conmigo. A su muy perversa manera.
Me besó en la frente y me abrazó desnuda. Me fascinó.
Aún no se había duchado, pero me encantaba.
—¿Su plan va más allá de meterse en mis bragas, Sr.
Davenport?
—Vaya, Srta. Connor. Pensé que tenías los fuegos
artificiales de medianoche en tu lista.
Abrí la boca en gesto de sorpresa.
—¿Has mirado mi lista? Y yo que pensaba que te había
pillado por sorpresa. ¡Qué tramposo!
—Tenía que saber cuándo reservar el masaje, ¿no?
—Ajá. Estás llevando lo de ser sigiloso a un nuevo nivel.
—Hago lo que puedo. Así que, venga, cúbrete ese bonito
culo con un vestido mientras me ducho, y salgamos.
Mientras caminaba por la habitación, moví las caderas de
manera exagerada y me giré para mirar su enorme sonrisa. Mi
corazón rebosaba de felicidad. Quería disfrutar de cada
momento con él, y al parecer, él quería lo mismo. Misión
cumplida.
Capítulo Veinte
Hailey
—Oye, para el carro, dame eso —le dije a Val el viernes,
mientras llevábamos la comida al salón.
—Hailey, no pesa ni medio kilo.
Me mordí el labio.
—Tienes razón, lo siento. Estoy exagerando.
—¿Tú crees? Ya me prohibisteis la entrada a mi propia
cocina.
—Oye, no fue así como ocurrió —protestó Lori.
A Val le encantaba ser la jefa en su cocina, pero entre
todos la habíamos convencido de que nos dejara preparar la
cena y se limitara a supervisarnos.
—Conseguistes mandarnos; sentimos como si fuéramos
útiles, así que todos salimos ganando —dije.
Cocinar para más de una docena de personas no era tarea
fácil. Al ritmo que crecía la familia, necesitaríamos un servicio
de catering en un futuro cercano para las cenas de los viernes.
—Vaya, vaya. Me esperan seis largas semanas, ¿eh? —
preguntó Val, volviéndose para picar cilantro para la ensalada.
—Exactamente —dijo Lori.
—Pero me encuentro bien. Era solo una medida de
precaución, ¿recuerdas? No necesito que nadie se preocupe
por mí.
—Estás bien hasta que dejas de estarlo —dijo Lori—. Yo
también estaba bien hasta que me ordenaron reposo en cama.
¿Y recuerdas que mamá decía que todos sus embarazos habían
sido difíciles? No tientes al destino.
Val no tenía respuesta para eso. Junto con los chicos,
llevamos los platos a la mesa. Ñam… arroz al azafrán con
ternera y ensalada de tomate con cilantro. Se me hizo la boca
agua.
Como habíamos estado rodeadas de muchos oídos
masculinos en la cocina, no pude poner al corriente a las
chicas de mi escapada a Chicago, pero cuando nos
disponíamos a sentarnos a la mesa, Val dijo en voz bajita:
—¿Qué tal estuvo Chicago?
—Me encantó. Reid es el mejor compañero de viaje que
podía tener.
Me di cuenta de lo que había dicho solo cuando vi la
mueca de disgusto en la cara de Val. Había jurado guardar el
secreto de mi escapada a Chicago a Reid, pero claramente
había metido la pata hasta el fondo.
—Ouch.
—Lo siento, no pretendía decir eso.
Se rió.
—No me ofendo. De todas formas, no es que intente
competir. Bueno… cuéntanos los detalles. —Luego echó la
vista atrás. Toda la pandilla, incluidos nuestros hermanos, se
acercaba a la mesa—. O, podemos dejarlo para después de la
cena. Will y Jace ya están sospechando.
—¿Sí, no? A veces tengo la impresión de que tienen
poderes sobrenaturales.
Como para demostrar mi teoría, en cuanto estuvimos todos
sentados a la mesa, Jace dijo:
—¿Qué es eso que he oído de un encuentro en Chicago?
Me reí.
—Ay, Jace. Uno de estos días descubriré cómo puedes
saber exactamente de qué estamos hablando, aunque estés al
otro lado de la habitación.
—No es tan difícil. Estabais cuchicheando y Val no paraba
de echar la vista atrás. Señales claras de que no querías que
escucháramos, por eso pensé que tenía que indagar un poco
más. ¿Fuiste con el hombre que estaba contigo la noche que
buscamos a Milo?
—Sí.
—¿Cuándo lo vas a traer a cenar?
—Me alegro de que hayas sacado el tema —dije con
dulzura—. Hoy tiene una reunión hasta tarde, pero vendrá la
semana que viene. Lo que significa que tengo que remarcarles
algunas cosas a todos los hombres Connor. —Miré a mi
sobrino—. Incluido tú.
Milo intervino.
—¿Soy un hombre Connor?
—Sip. Lo que significa que eres propenso a irte de la
lengua.
Will y Jace miraron a Landon.
—Tú eres el mayor. ¿No tienes nada que decir al respecto?
—preguntó Jace.
Landon se reclinó en la silla y se cruzó de brazos. Sus
labios se crisparon.
—Creo que no nos vendrá mal. Me incluyo.
Will parpadeó. Jace negó con la cabeza, murmurando algo
que sonaba a traidor.
—No tenéis permitido poneros difíciles —les dije.
Landon sonrió.
—Creo que necesitamos que te explayes.
—Ya sabes, dejad que sea una cena normal, no una prueba.
No os pongáis en plan hermanos protectores.
Jace sonrió.
—No podemos evitarlo.
—Estoy con Jace. Alguien tiene que hacer el trabajo —
dijo Will.
Me pasé las manos por la cara, sacudiendo la cabeza.
—Bueno, al menos merecía la pena intentarlo. Pero son
cosas que me molestan, que lo sepáis.
Will y Jace dieron un respingo.
—Mierda, ya está empezando con el chantaje emocional
—dijo este último.
La sonrisa de Landon se acentuó, como si se lo hubiera
esperado. Bueno, probablemente sí. Como era el mayor, era
quien más tiempo llevaba soportando mis tácticas. Mis
habilidades se habían desarrollado en gran medida gracias a él.
Pero también sabía que podía contar con él para
mantenerlos a raya la próxima semana.
Salí de casa de Val bastante tarde y, al subir al coche,
saqué el móvil para comprobar cómo estaba Reid. Sin
embargo, una notificación captó mi atención. Había creado
una alerta con su nombre para enterarme cuando apareciera en
los medios de comunicación online.
En ese momento, la aplicación de alertas mostraba ‘‘una
nueva mención’’. Me había prohibido estrictamente a mí
misma revisar publicaciones en internet por la noche, ya que
impedía que desconectara y me llevaba a un sueño intranquilo.
Pero se trataba de Reid.
Pulsé la aplicación y, como era de esperar, en ese preciso
momento la batería de mi móvil se agotó. Mierda, mierda,
mierda.
Metí la mano en el asiento trasero y saqué mi portátil. A
pesar de la distancia, todavía estaba recibiendo una señal Wi-
Fi débil proveniente de la casa de Val.
Un nudo se formó en mi estómago cuando leí la nueva
alerta en la parte superior de la página.
Marion había hecho una declaración como respuesta,
desmintiendo lo que decía el artículo de Reid en LA Lifestyle.
Hice clic en el enlace y leí el artículo a toda prisa. No
podía creer lo que estaba leyendo. Sentí cómo la ira se
apoderaba de mí mientras me obligaba a leer el artículo hasta
el final. Marion acusaba a Reid de ser un mujeriego y de
haberla engañado durante toda su relación. Me pasé una mano
por el pelo, me recosté en el asiento y cerré los ojos por un
momento para intentar calmarme.
¿Lo habría visto Reid? Lo dudaba. Si pudiera, lo
mantendría alejado de aquello. No era muy profesional de mi
parte, pero cuando se trataba de Reid, no me sentía muy
profesional. En ese momento, mi instinto era protegerle y
sabía lo sumamente dolorosas que serían esas acusaciones para
él.
Me dirigí al hotel sin dilación, decidida a ser yo quien le
diera la noticia a Reid. Por norma general, solía planificar los
siguientes pasos con antelación, sabía que él lo apreciaría
porque era un hombre práctico. Sin embargo, en esa ocasión,
necesitaba tomar acción de inmediato y no quería que se
enterara del artículo por medio de otra persona.
Reid todavía estaba en la reunión cuando llegué. Incluso su
asistente se había ido, pero podía oír voces suaves
provenientes de una de las salas de conferencias. Había
llevado mi portátil, pero estaba demasiado nerviosa para hacer
algo más que caminar de un lado a otro en la sala de espera.
No supe cuánto tiempo pasó hasta que las voces se
hicieron más cercanas, y entonces la puerta de la sala de
reuniones se abrió y salieron Reid y su socio.
Reid ladeó la cabeza de forma juguetona al verme.
Tras una breve presentación, su socio se marchó.
—¡Qué agradable sorpresa! —dijo Reid—. ¿Tanto me has
echado de menos?
Me aclaré la garganta y alisé mi falda antes de hablar.
Vaya. Me había sonreído ampliamente al verme, y lo único
que tenía yo eran malas noticias. Su sonrisa se desvaneció
cuando bajó la mirada hacia mis manos y las tomó entre las
suyas.
—¿Qué pasa?
—Marion ha hecho una declaración en respuesta a la
entrevista.
Su agarre en mis manos se tensó.
—Muéstramelo.
Nos sentamos juntos y abrí mi portátil. No había cerrado el
artículo. Leerlo por tercera vez fue tan desagradable como las
dos anteriores.
—¡Esto es mentira! —exclamó. Se levantó y se paseó por
la sala de espera, con las manos en los bolsillos y la cabeza
gacha. Me recordaba a un tigre estudiando a su presa antes de
abalanzarse sobre ella.
—Esperábamos una represalia —dije suavemente.
Se rió sin ganas.
—Sí, pero no esperaba aún más mentiras. Acabaré con
ella, lo juro por Dios.
—Reid, como tu consejera de relaciones públicas, te pido
que no hagas nada de forma precipitada. La manera más fácil
de acabar con esto sería declarar públicamente que ella tuvo
una aventura con tu mánager. Ya no están juntos, quizá incluso
te apoye.
—¿Acercarme a un hombre que me miraba a la cara todos
los días, me mentía y se reía a mis espaldas?
—Vale, no pidas su apoyo. Solo déjame escribir una
declaración en tu nombre donde lo mencionemos.
Sus facciones se tensaron.
—No puedo hacer eso. Lo siento. Cualquier cosa menos
eso.
—Eres exasperante. Estás haciendo esto innecesariamente
difícil.
—No soy una celebridad acostumbrada a que su vida
personal salpique Internet. Soy un hombre de negocios. No
seré el hazmerreír de nadie.
—No se trata de eso. Sabes que no.
—He dejado clara mi postura al respecto.
Sacudí la cabeza.
—Qué hombre más cabezota y orgulloso.
—¿Qué más sugieres?
—Tal vez deberíamos pasar desapercibidos por un tiempo.
—Sentí que mi boca estaba un poco seca mientras evitaba su
mirada, pero mi cuerpo se puso tenso cuando se acercó a mí.
De repente, levantó mi barbilla con sus dedos.
—No.
—¿Qué?
—No permitiré que nadie dicte mi vida, que me impida ir
tras lo que quiero. A quien quiero.
Dios mío. Cuando se acercó, todo mi ser pareció vibrar. La
determinación de sus ojos, el calor de su cuerpo…
Generalmente, no me detenía hasta que el cliente cedía
ante mi presión y aceptaba mi oferta. Siempre mantenía mi
firmeza, pero esa vez era diferente. Era demasiado personal. El
mero pensamiento de tener que presionar ‘‘pausa’’ con
respecto a nuestra relación hizo que mi garganta se cerrara. No
podía hacerlo.
—Sería lo más fácil para ti —intenté convencerle.
—No me importa lo que sea fácil. Me importa lo nuestro.
No ocultaré lo que siento por ti. —Me atrajo hacia él,
deslizando sus dedos por mi cabello y acariciando suavemente
mi boca con el pulgar. Me abrí a él. Me regaló una sonrisa
cálida y me miró con los ojos llenos de felicidad.
—Por cierto, Bianca me informó de que os vais de
compras mañana —dijo.
—Sí.
—¿A qué hora quedamos?
—¿Vienes con nosotras? ¿Por qué?
—Suelo llevar a Bianca de compras. Es algo muy nuestro.
Además, podré pasar tiempo con dos de mis personas
favoritas.
—Mmm… Yo soy una de las personas favoritas de Jace, y
él no lo haría ni muerto.
—¿Se supone que eso debe asustarme?
—Como mínimo debería servir de advertencia —dije,
esbozando una sonrisa.
—Creo que dejamos claro en Chicago que soy muy
valiente, ¿verdad?
—Así es. Vale, únete a nosotras entonces. Pero aquí va otra
advertencia: no intentes retrasarnos.
—Haré lo que pueda. No puedo creer que te hayas ofrecido
a ir con ella.
—Oye, resulta que me gusta ir de compras. Y el baile de
graduación es uno de los eventos más importantes en la vida.
Levantó una ceja.
—¿En serio?
—Bueno, al menos para los adolescentes. Comprendo a
Bianca, yo soy joven de corazón. Mi padre siempre decía que
el alma nunca envejece, solo nos olvidamos de ser niños. Y
tengo muchísimas ganas de conocer a Bianca en persona.
Quiero preguntarle si ha tenido más problemas en el instituto.
—Eres increíble —murmuró, mirándome con un brillo en
los ojos que nunca antes había visto.
Tras dibujar pequeños círculos en mi cuello con sus dedos,
deslizó sus manos por mis brazos, rodeó mi cintura y capturó
mis labios. Me abrí a él al instante, sintiéndome hambrienta de
todo lo que tenía para ofrecerme. Me pregunté cómo podía
desearle tanto, y cómo podía echarle tanto de menos cuando
no estábamos juntos. Esa sensación era nueva para mí, pero
también era adictiva.
Su boca era fogosa y desafiante, mientras que sus manos
eran atrevidas y juguetonas. Me sorprendió al darme un sonoro
palmazo en el culo, mientras me apretaba con fuerza contra él.
Estaba empalmado.
Mis pezones se tensaron. Apreté los muslos, tratando de
ignorar el cosquilleo que de repente había aparecido entre
ellos.
—Reid —le reprendí—. Recuerda dónde estamos.
—Soy dueño de esta empresa y de este edificio —Su voz
era grave y ronca, y su boca implacable mientras emprendía un
camino descendente sobre mi pecho. Le rodeé el cuello con los
brazos, bloqueándole el paso. Levantó la vista, con un brillo
juguetón en la mirada.
—¿Qué vas a hacer ahora? ¿Eh?
Sus ojos brillaron.
—Tumbarte sobre este escritorio y follarte.
El borde del escritorio presionaba contra mi culo, su polla
contra mi bajo vientre.
Vaya. No había forma de ignorar ese cosquilleo.
—He estado imaginando eso desde que estuviste aquí la
primera vez.
—Vaya. Lo has disimulado muy bien. Lo único que pude
percibir de ti era irritación.
—No quería sentirme atraído por ti, pero no podía evitarlo.
—Eso es música para mis oídos —bromeé—. Pero, soy
una dama. Quiero que me sirvan vino y una cena antes de
permitirle continuar con su perverso plan.
Se enderezó.
—Eso se puede arreglar fácilmente.
—Bueno, por desgracia, ya he cenado, así que ya no
puedes hacer nada al respecto esta noche.
Sonriendo de forma pícara, susurró contra mis labios:
—Se me ocurren un par de cosas que podría ofrecer como
soborno.
Suspirando, me aparté de sus brazos.
—Quiero trazar los próximos pasos. Pensar qué medios
contactar, tomar una nueva perspectiva.
—Es viernes. Puedes volver a pensar en esto el lunes. No
trabajas los fines de semana, ¿recuerdas?
—Sí, pero cuando se trata de ti, ya no es trabajo.
—Bueno, ¿qué clase de novio sería si no te retuviera aquí?
—¿Qué? —Solté una risita.
—Si no, te irás a casa a trabajar como una esclava en tu
portátil.
—Uff… ¿Desde cuándo me conoces tan bien? —Eso era
exactamente lo que hubiera hecho—. Entonces… ¿Cómo
planeas retenerme aquí?
—¿Una segunda cena?
—Y después tal vez vas a intentar persuadirme de pasar la
noche aquí. ¿Crees que no sé a dónde quieres llegar con esto?
—Soy un libro abierto, ¿eh? —Puso sus manos sobre mis
hombros. Me contoneé, consciente de que, si no prestaba
atención, ese hombre tan sexy podría acabar emboscándome
de nuevo contra el mostrador.
—Algo así. Bien, tú ganas. No diré que no a una segunda
cena, y a un buen rato con Reid.
La verdad es que no podía decirle que no, y eso me
asustaba.
Capítulo Veintiuno
Reid
—¡No me puedo creer que mis padres te hayan conocido
primero! —exclamó Bianca a la mañana siguiente. Habíamos
empezado el día desayunando. Las chicas habían congeniado
fácilmente.
—Bueno, no estaba planeado —dijo Hailey, pero Bianca
hizo un gesto con la mano como si restara importancia al
asunto. Sin embargo, sabía que ya había visto la publicación
esa mañana, y que Hailey le había enseñado cómo bloquear
posibles preguntas. La rabia me invadió al recordar aquel
maldito artículo. Sabía exactamente por qué Marion lo había
publicado: si seguía apareciendo en los titulares, le sería más
fácil convencer a los inversores de que respaldaran su
programa. Y, sobre todo, se estaba haciendo la víctima. Saber
la razón no me hacía sentir menos enfadado, de hecho, había
decidido que iba a tomar medidas drásticas. Pero tenía una
familia a la que proteger, tenía que asegurarme de que Hailey
estuviera a salvo. Sabía que no podía jugar limpio, tenía que
hacer algo más. Ya había hecho algunas llamadas esa mañana
mientras Hailey estaba en la ducha, y había empezado a mover
algunos hilos.
Estaba tan perdido en mis pensamientos que no me di
cuenta de que las chicas estaban hablando de mí.
—¿Cuánto crees que durará antes de que se pire? —
susurró Hailey.
—Bueno… voy a darle algo de crédito, porque suele ser
muy paciente conmigo, pero ya está agotado. Le doy dos
horas.
—Nah, que sean tres —contraatacó Hailey.
Les sonreí.
—Os estoy escuchando.
Hailey le devolvió la sonrisa.
—Solo lo estábamos comprobando. Nos estabas ignorando
por completo.
—Empecemos —dijo Bianca—. Tenemos muchas tiendas
que ver.
Estuve a punto de preguntar cuántas exactamente, pero
luego decidí que era mejor no saberlo. A veces uno era feliz en
la ignorancia.
Después de visitar diez tiendas, empezaba a arrepentirme
de mi decisión. ¿Cuántos vestidos podía probarse alguien antes
de decidir cuál comprar?
—Bueno, voy a establecer una nueva regla —me dijo
Hailey cuando entramos en otra tienda. Bianca ya estaba
mirando percheros con los diferentes vestidos—. No más
cavilaciones, ni poner los ojos en blanco.
La miré fijamente.
—Llevamos siete horas aquí.
—Lo sé. Te lo advertí —Con una sonrisa tímida, añadió:
—Dijiste que eras valiente, ¿recuerdas?
Sacudí la cabeza.
—Bien. Esperaré en esta silla y fingiré que no existo.
—Buena idea.
A pesar del sacrificio, la verdad es que disfruté viendo a
Hailey pasar tiempo con mi hermana. Bianca siempre había
deseado tener una hermana, y verla compartir momentos con
Hailey fue muy gratificante. Y en cuanto a Hailey, bueno… no
podía evitar admitir para mí mismo que estaba completamente
enamorado de ella.
Cuando se acercó a mí, frotándose las manos, emocionada,
estuve a punto de besarla contra la pared en ese preciso
instante.
—Bianca se ha decidido por un vestido. ¿Estás listo para
verla?
—Claro.
—Mira. —Hailey señaló hacia el probador y mi hermana
salió con un vestido largo de color verde oscuro que llegaba
hasta el suelo. Le quedaba muy bien, pero la cuestión era que
yo había pensado lo mismo de casi todo lo que se había
probado hasta el momento.
—Estás preciosa, Bibi.
Bianca hizo una mueca de disgusto.
—Reid, te dije que no me llamaras así cuando hay gente
alrededor.
—¿Así es como te llama? —preguntó Hailey, con una
expresión perpleja.
—Sí.
Hailey se frotó las mejillas con las manos.
—Ah, vaya. Así que es uno de esos hermanos.
—¿Me puedes ayudar? —Bianca juntó las manos como si
estuviera rezando.
—Me temo que no. Mi hermano Landon todavía llama
pitufa a mi hermana Val.
Bianca hizo pucheros.
—Así que no hay esperanzas…
—Eso parece.
Sacudí la cabeza pero no interrumpí. Estaba disfrutando
demasiado de la conversación
—Voy a traerte algunos zapatos.
En cuanto Hailey desapareció, Bianca dijo:
—Me encanta. De verdad. Ahora entiendo por qué mamá
no paraba de hablar de nietos.
Solté un gruñido.
—Bianca.
—Ah, ahora soy Bianca otra vez, ¿eh? Bueno, esto es una
venganza por llamarme Bibi delante de Hailey.
Bianca parecía que iba a decir algo más, pero en ese
momento Hailey llegó con cinco pares de zapatos en la mano.
Mientras discutían los pros y los contras de cada par (menos
mal que me mantuvieron al margen, porque todos me parecían
iguales), sonó el teléfono y era mi madre quien llamaba.
Me aparté de las chicas para contestar.
—¡Hola, mamá!
—Cariño, ¿cómo van las compras?
—Casi hemos terminado. Creo. —O eso esperaba.
—Pareces agotado.
—Ir de compras con Bianca no es para blandengues.
—¿Por qué no os pasáis todos a cenar? Nos encantaría que
viniese Hailey.
—Hailey y yo ya tenemos planes para esta noche.
—Los planes pueden cambiar —dijo—. Pregúntale y
avísame. Me encantaría volver a charlar con ella.
Capté la expresión de Bianca y tuve la persistente sospecha
de que sabía con quién estaba hablando.
Cuando desapareció de nuevo en el probador, aparté a
Hailey.
—¿Qué pasa?
—Mi madre ha llamado. Preguntó si queríamos pasar a
cenar. Sé que tenemos planes, así que no tenemos que ir si no
quieres.
—Uhhh… ¿cena con tus padres? Puede que sea una buena
oportunidad para que tengan una segunda impresión.
—Lo hiciste bien la primera vez.
—¿Tú crees? Pues bien. Razón de más para ir a cenar y
confirmar esa impresión.
—¿Lo habéis planeado mamá y tú? —le pregunté a Bianca
mientras esperábamos en la cola para pagar.
—Por supuesto. Nunca le cuentas nada a nadie. Tuvimos
que inventar nuestra propia manera de saber más acerca de tu
vida. Así que os he estado observando todo el día, mientras le
informaba a mamá.
Al menos estaba en lo cierto.
—Genial.
—Ay, no seas tan insufrible.
Después de pagar, nos dirigimos directamente al coche y
Bianca subió al asiento trasero con todas las bolsas. Hailey
aprovechó para mirar su reflejo en la puerta del coche antes de
subir al asiento delantero.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté.
—Tratando de convencerme a mí misma de que estoy bien
arreglada para la cena, pero no está funcionando. ¿Podemos
pasar por mi casa para que pueda cambiarme?
—¿Por qué?
—Este conjunto no es apropiado para una cena con tus
padres.
Levanté una ceja.
—¿Por qué no?
—Llevo chanclas y un vestido sin tirantes.
—Es solo una cena.
Entrelazó los dedos delante de ella y empezó a juguetear
con los pulgares.
—¿Estás nerviosa otra vez?
—Obviamente.
—Pues no lo estés. Y estás preciosa. De hecho, si mi
hermana no estuviera en el asiento trasero, te mostraría lo
mucho que me gusta ese vestido.
Me empujó de manera juguetona.
—Bueno, le tendrá que gustar a tus padres. Mantén tus
pensamientos a raya. Esto es serio.
—Lo digo en serio.
Suspiró y movió los hombros en círculos.
—De acuerdo. Vámonos. Llegar tarde es peor que ir mal
vestida.
En cuanto llegamos a la mansión, nos dimos cuenta de que
eso no había sido planeado en el último minuto. La cena
constaba de cinco platos elaborados, y la presencia de flores
frescas en el centro de la mesa fue un claro indicio de ello.
Mamá solo preparaba centros de mesa para ocasiones
especiales.
—Así que, sí. Estoy lista para el baile —dijo Bianca.
—No entiendo por qué no me dejas ayudarte con la
prefiesta —se quejó mamá.
Bianca y yo intercambiamos una mirada furtiva antes de
que ella dijera de manera cortés:
—Ya tienes bastante que hacer, mamá. Eso está todo bajo
control.
—Me estás dejando fuera a propósito, ¿verdad?
Ah, mierda. ¿Cómo podía saberlo?
Haciendo uso de todas sus habilidades de una profesional
de las relaciones públicas, intervino Hailey.
—Es bueno hacer que los hermanos mayores se sientan
útiles, Sra. Davenport. De lo contrario se ponen… nerviosos.
Mamá se rió. Hailey me guiñó un ojo.
—Estoy de acuerdo —dijo papá—. Hailey, creo que por
fin vas a traer la paz a esta mesa. Estas dos han estado
discutiendo desde que Bianca empezó el instituto.
—Bueno, para ser justos, no creo que sea de mucha ayuda
con eso. Yo también sigo discutiendo con mis hermanos. Eso
sí, tengo dos hermanas que se alían conmigo contra ellos.
Mamá y papá sonrieron, y Bianca miró a Hailey con
adulación.
¿Cómo es que se integraba tan bien con nosotros? ¿Cómo
lograba que mis padres hablaran con ella con tanta
naturalidad? Por lo general, eran distantes con mis citas, pero
creo que mis padres se dieron cuenta de lo especial que era
Hailey para mí.
—Bianca, ¿cómo va el instituto? —preguntó Hailey—.
¿Hay alguien que te siga dando problemas?
Me enderecé y dirigí la mirada hacia mi hermana.
—Bueno, tus tácticas han ayudado, pero algunos todavía
comentan cosas…
—Con el tiempo dejarán de hacerlo —dijo Hailey con
seguridad. Yo no estaba tan seguro.
Después de la cena, mi madre sugirió que podía mostrarle
la casa a Hailey. Antes de que ella pudiera responder, me
ofrecí a enseñarle primero la despensa. Necesitábamos más
queso brie y camembert para el postre de frutas, pero también
era una excusa para tener unos minutos a solas con mi chica.
—¡Hostia! No puedo creer que haya una sección de quesos
aquí —exclamó Hailey, mirando hacia el arco de ladrillo rojo
—. Esto es lo que necesita Val. Quiero decir, a mí también me
gustaría tener un lugar como este, pero mi casa es diminuta.
—¿Quieres elegir el queso?
—Es lo más romántico que me han preguntado nunca.
Juntó las manos y se apartó de mí para examinar los
distintos tipos disponibles.
—¿Quieres que nos vayamos? —pregunté.
—Tus padres tienen quesos deliciosos, y son superguays.
¿Qué te ha dado esa idea?
—Te prometí una noche por la ciudad. Querías ir a ese
cine al aire libre. Aún podemos llegar a tiempo para la
película, o podemos hacer otra cosa. Yo también me apunto a
salir si quieres.
Se giró, mirándome fijamente.
—Reid, ¿crees que necesito una recompensa por pasar
tiempo con tu familia?
—No. —Joder, sí que lo creía—. Quizás. Te he prometido
que hoy nos íbamos a divertir, no solo a pasar tiempo conmigo
y mis padres.
—Resulta que me gustas, gruñón, y no necesito todo lo
demás, Reid. Soy una persona adaptable, como tú. Siento
decírtelo, pero no eres ese ogro que crees que eres. Nop.
Ella no necesita todas esas otras cosas. Yo le importo más.
La besé con todas mis fuerzas, explorando su boca con la
mía y su cuerpo con mis manos. Cuanto más me perdía en ella,
más fácil me resultaba alejar el miedo a que cambiara de
opinión más adelante.
Era mía y estaba decidido a mantenerla a mi lado. No
había nada que quisiera más que a ella.
Capítulo Veintidós
Hailey
Nunca había sido de las que se dedicaban a reflexionar sin
motivo sobre los chicos con los que salía, pero eso había
empezado a cambiar, Reid era el responsable de ello. Me
sorprendía a mí misma de vez en cuando con una sonrisa tonta
en mi rostro o me quedaba mirando a la nada sin ninguna
razón aparente. No ayudaba en absoluto que Reid no dejara de
enviarme mensajes de texto a lo largo del día, a veces sin
motivo alguno, como si no pudiera evitar pensar en mí más de
lo que yo podía evitar pensar en él. Intenté disimular la
expresión estúpida de mi rostro mientras miraba la pantalla de
mi portátil, pero después de solo unos segundos, mi teléfono
volvió a sonar y volví a caer en la distracción.
Reid: ¿Y si me presento a almorzar en tu oficina y te
convenzo para que te tomes el resto del día libre?
Hailey: Podrías conseguir que me despidan.
Reid: Tal vez ese es el plan maestro.
Hailey: Humm… no veo cómo eso podría ser una
ventaja para ti. NO ME LLEVARÁS A LA CAMA
durante mucho tiempo si eso ocurre.
Reid: Confío en mis habilidades de seducción.
Quería responderle con una respuesta atrevida, pero me di
cuenta de que Reid estaba escribiendo otro mensaje y tuve que
esperar con impaciencia, mientras daba pequeños golpecitos
con el pie debajo del escritorio.
Reid: En cuanto a lo otro, hay muchas ventajas. Te
convencería para que trabajaras para mí.
Me reí entre dientes y le contesté. Qué descaro, de verdad.
Hailey: ¿Cómo podría ser eso una ventaja?
Reid: Para el almuerzo, podría tenerte aquí en mi
oficina, abierta y rogando por mí. Solo de pensarlo se me
pone dura.
¡Mierda! ¿Qué le pasaba? No podía hacer que me excitara
de esa manera. Bueno, que mi cuerpo reaccionara de ese
modo, probablemente decía más de mí que de él, pero aun
así… me sentí obligada a reprenderle.
Hailey: Mi jefe no estaría contento si supiera cuánto
tiempo paso enviando mensajes de texto.
Reid: ¿Ves? Una razón más para trabajar para mí. Soy
un jefe indulgente. No me importaría que me enviaras
mensajes calientes en horas de trabajo.
Solté un gruñido. Claro que no le importaría
Hailey: Eso no va a suceder.
Reid: Ya veremos.
A pesar de que Reid estaba claramente intentando
provocarme, opté por no contestarle. Sabía que tenía más
argumentos guardados y no quería ni siquiera considerarlos.
Trabajar para el hombre con el que estaba saliendo podía salir
mal (aunque las recompensas fueran muy tentadoras, como él
había insinuado). Salir con un cliente era diferente. Sabía que
no sería mi cliente para siempre. Una vez que se calmaran las
cosas, ya no me necesitaría.
Aparté mi teléfono, con la esperanza de que el dicho ‘‘ojos
que no ven, corazón que no siente’’ funcionara, pero no fue
así. La tentación era tan fuerte que me picaba el gusanillo por
agarrar el móvil. Sin embargo, estaba decidida a contener la
tentación y no ceder a ella.
Además, ya tenía demasiadas preocupaciones encima.
Había pasado toda la mañana tratando de encontrar una
manera de responder a las acusaciones de Marion, pero aún no
había encontrado una solución. Reid estaba complicando las
cosas innecesariamente al no querer decir la verdad.
Sin embargo, era mi trabajo encontrar una manera de
evitarlo y estaba decidida a hacerlo.
Durante la tarde, tuve que atender a otros dos clientes.
Acababa de empezar a trabajar con el primero y me estaba
despidiendo del segundo. Siempre era agridulce cuando un
cliente dejaba de necesitar tus servicios, pero también era una
señal de que habías hecho un buen trabajo.
Claro que tenía clientes a largo plazo, como estrellas que
necesitaban representación de forma constante. Pero nuestra
agencia se especializaba en la gestión de crisis, por lo que
también trabajábamos con personas que solo nos necesitaban
hasta que la situación crítica se resolvía.
Me di cuenta de que algo andaba mal cuando revisé mi
bandeja de entrada después de colgar el teléfono con un cliente
y vi que tenía veinte mensajes sin leer, uno de ellos de
Cameron. ¡Se había armado la gorda! Normalmente, mi
bandeja de entrada solo se llenaba así cuando se publicaba un
artículo sobre uno de mis clientes, pero ninguno de mis
programas de notificación había saltado. Eso significaba que la
publicación debía ser tan reciente que el software aún no lo
había detectado.
Abrí primero el correo de Cameron y me quedé
completamente paralizada. Sí, me había enviado un artículo,
pero no era solo sobre uno de mis clientes, sino también sobre
mí.
Alguien nos había hecho fotos a Reid y a mí mientras
estábamos de compras el sábado. En las imágenes, se nos veía
cogidos de la mano y besándonos.
Decidí leer el artículo, aunque no me gustó lo que vi. En
él, Reid fue retratado como un mujeriego y yo como una tonta.
Traté de calmarme, cerré los ojos y respiré profundamente
varias veces para intentar ordenar mis pensamientos, pero no
logré hacerlo. Me temblaba la mano mientras revisaba los
demás correos. Vi que todos contenían la publicación y
algunos incluso habían dejado comentarios. Mis propios
clientes. Maldita sea. Me frustré y me enfadé, ya que mi
trabajo era resolver problemas, no crearlos.
Para colmo, había sido escrito por Victor, para la edición
online de LA Lifestyle. Vaya cabrón.
Apoyé la mano en mi frente y practiqué la técnica de
respiración profunda para relajarme y centrar mi mente. Me
ayudó en ese momento. Después, hice una lista de prioridades
para abordar la situación. En primer lugar, necesitaba hablar
con Reid para averiguar cómo se sentía al respecto y discutir
los siguientes pasos. El hecho de que mi nombre hubiera sido
mencionado públicamente complicaba aún más la situación.
¿Cómo iba a mediar en la situación si estaba justo en
medio de ella? Maldita sea.
Además, necesitaba hablar con Cameron. No había
recibido respuesta por su parte, solo me había enviado la
publicación, lo que me inquietaba. Cada vez que sonaba mi
teléfono, pensaba que sería él quien llamaba, ya que no estaba
en la oficina. Sin embargo, no era Cameron, sino Reid quien
estaba al otro lado de la línea.
—Hailey. Alguien me envió el artículo…
—Yo también acabo de recibirlo.
—¿Sigues en la oficina?
—Sí… Estoy tratando de ordenar mis pensamientos.
Espera. Mi jefe acaba de llegar. Te llamo después, ¿vale?
Necesito hablar con él.
Capté la atención de Cameron con la mirada y me hizo un
gesto para que me reuniera con él en su despacho.
Aparentemente, la mayoría de mis compañeros estaban muy
ocupados con sus clientes y no se habían percatado de lo que
había sucedido.
—Cierra la puerta —me ordenó Cameron. Procedí a
hacerlo y empecé a pasear por la habitación. Él no estaba
sentado, y yo tenía demasiada energía de todos modos.
Necesitaba moverme.
—¿Desde cuándo tú y Davenport sois pareja?
—Desde hace poco.
—¿Puedes cortar con él?
—N-no —Tartamudeé, aturdida—. No quiero.
—Tenía que preguntar. Una ruptura haría esto más fácil.
Podemos trasladarlo a otra agencia. No estamos obligados…
—Es mi cliente. Y mi novio.
—Así que es serio.
—Sí. —Eso esperaba. Había conocido a sus padres, y
pasamos tiempo juntos, y… mierda, ¿estaba arriesgando mi
carrera por una aventura? Me llevé la mano a la nuca y respiré
profundamente, tratando de calmarme. Me estaba dejando
llevar por el pánico sin motivo alguno, pero sabía que no era
una simple aventura.
—No pareces muy convencida.
—Cameron, lo arreglaré.
Se sentó contra el borde de su escritorio, cruzándose de
brazos.
—No quiero que te hagan daño, eso es todo. Respeto tu
vida personal, por supuesto. Solo espero que sepas lo que
haces.
Le estaba decepcionando. Qué bien. Había sido mi mentor,
se había arriesgado al contratarme y le había decepcionado.
—Obviamente, no me esperaba esto. Reid nunca ha sido
fotografiado por ningún paparazzi. Pero lo arreglaré.
Solo necesitaba un plan, maldita sea.
Cameron asintió pensativo.
—Tómate el resto del día libre.
—¿Qué? Nunca nos das días libres. Los escándalos no
duermen, ¿recuerdas?
La sonrisa que me dedicó parecía triste. En ese momento,
caí en cuenta de que acababa de convertirme en un escándalo.
—Necesitas tiempo para calmarte. Mañana por la mañana,
podemos revisarlo juntos y trazar un plan.
—De acuerdo —Asentí, juntando las manos detrás de la
espalda para que no me viera jugueteando con los pulgares—.
Todo va a estar bien.
No estaba bien, pero no sabía qué decir. Aún no podía
prever si mis acciones repercutirían en la agencia, y supuse
que Cameron tampoco lo sabía. Sin embargo, le agradecí que
me hubiera concedido el día libre, ya que mi mente estaba
nublada y no podía concentrarme. Todo mi cuerpo estaba
inquieto, y sin darme cuenta, empecé a golpear el suelo con el
pie. Era evidente que eso se estaba saliendo de control poco a
poco.
Cuando me senté en mi escritorio, me percaté de que ni
siquiera era capaz de hacer una simple lista de tareas.
Permanecí mirando fijamente al vacío con el bolígrafo en la
mano, incapaz de elaborar un solo pensamiento coherente. Al
final, dejé el bolígrafo y agarré mi bolso, agradecida de tener
el permiso para abandonar el trabajo por el resto del día.
Me sorprendió ver a Reid esperando delante de la agencia,
paseándose junto a su coche. Se detuvo al verme.
—¿Qué haces aquí?
—Cogí el coche después de que habláramos. No quería
llamarte por si aún estabas con tu jefe.
—Dijo que debería tomarme el día libre, pero si quieres
hablar de los siguientes pasos a tomar…
—Me importan una mierda los próximos pasos. Quiero
saber cómo estás.
—Para ser sincera, yo… ni siquiera puedo pensar con
claridad. Nunca me había ocurrido algo así.
Me abrió la puerta del coche.
—Entra, preciosa. Larguémonos de aquí.
No encontré ni una sola razón para negarme, así que
accedí.
Durante el viaje, comencé a recuperar parte de mi
capacidad de concentración, aunque todavía me sentía bastante
aturdida.
Estuvimos en silencio la mayor parte del tiempo, hasta que
Reid preguntó:
—¿Te apetece tarta de queso o helado?
Me reí.
—¿Qué se supone que estás haciendo?
—Tratando de encontrar una solución rápida para hacerte
sentir mejor.
—Ya veo, con tus asombrosos poderes de observación, has
notado que esos dos son alimentos que suelo consumir con
frecuencia.
—Algo así.
—Bueno… nunca me negaré a algo dulce. Sin ánimo de
ofender a los chefs del hotel, debo decir que la mejor tarta de
queso de la ciudad la hace Sweet Spot. ¿Quieres hacer una
parada y comer algo?
Sonrió de manera pícara.
—Cariño, voy un paso por delante de ti. Lo único que te
diré es que ya te está esperando en el hotel.
Al principio, parte de mí pensó que estaba fanfarroneando,
pero cuando finalmente llegamos al hotel, me sorprendió ver
dos porciones de tarta de queso esperándonos en el mostrador
del bar.
—¡Vaya detalle! Me está empezando a caer bien, Sr.
Davenport.
Subí a un taburete y me dediqué a saborear cada cucharada
de tarta. Reid se sentó a mi lado y, para mi sorpresa, su
presencia me brindó tranquilidad, más allá de que todavía
sentía que estaba perdiendo el control de la situación.
Después de prácticamente lamer el plato, Reid giró mi silla
para que quedara frente a él. Se levantó de la suya y se inclinó
hacia mí, colocando una mano en la encimera y la otra en mi
muslo. Me miró con preocupación y una calidez que me hizo
desear que me abrazara y me envolviera en sus brazos.
—¿Cómo fue la reunión con Cameron?
—Se preocupó por mí. Es un gran jefe. No quiero
defraudarle.
Mordí mis labios, fijando mi vista en mis manos.
—Hay más —susurró—. Cuéntamelo.
—¿Contarte qué?
—¿Cuáles son tus miedos? Necesito conocerlos para poder
enfrentarlos contigo.
—No lo sé con certeza. Tal vez sea el temor de no poder
solucionarlo. Decepcionar a Cameron, quien ha sido más que
un mentor para mí. ¿Qué pasaría si pierdo mi trabajo? ¿Y si no
encuentro otro en la misma industria?
—No permitiré que esto afecte a nadie que me importe.
Protegeré a mi familia y te protegeré a ti. ¿Lo entiendes? —
dijo contra mis labios.
—Sí.
Me honraba estar entre esas pocas personas que eran lo
suficientemente importantes para que él quisiera protegerlas.
—Te protegeré de la misma manera en que protejo a mi
familia, Hailey. No permitiré que estés en medio de este
conflicto. Si tengo que comprar todas las empresas de
relaciones públicas de esta ciudad para que tengas un lugar
donde trabajar, pues lo haré. ¿Ves? Parece que es la única
manera de que trabajes para mí. Así, ganaremos todos.
¿Comprendes lo que trato de decirte?
—Vaya.
—¿Por qué ese tono de sorpresa?
Me miró fijamente, pero no sabía qué responder. ¿Qué
podía decirle? ¿Que nunca antes había estado con alguien que
me considerara de esa manera? ¿Que apreciaba su deseo de
protegerme de los problemas? Siempre había evitado
involucrar a los demás en mis problemas, desde que era niña.
Pero la sensación de tener un compañero era tan emocionante
como aterradora.
Me di cuenta de que la situación con las fotos no era lo
único que estaba fuera de control. Mis sentimientos hacia él
también lo estaban. Los latidos de mi corazón se intensificaron
y desvié la mirada hacia la barra.
—¿En qué estás pensando, Hailey?
Empecé a tamborilear con los dedos sobre mi muslo,
tratando de armarme de valor para hablarle.
—Cuando estuvimos en casa de tus padres, recordé las
cenas de los viernes con mi familia y me di cuenta de que eres
el primer hombre con quien me he imaginado compartiendo
esas cenas todas las semanas.
Madre mía, había dicho eso en voz alta, ¿verdad? Le miré
de reojo y su expresión de perplejidad en su cara aceleró mi
corazón, pero no por buenas razones. Desvié la mirada hacia la
barra y empecé a hablar tan rápido que mis palabras se
confundían.
—Sé que esto es inesperado. No espero que tú… No es…
esto es cosa mía.
—Hailey. Deja de hablar como si estuvieras haciendo algo
mal.
—No es eso, pero no quiero que te sientas presionado.
—No me siento así. Me siento honrado.
Mis músculos se relajaron. No me había dado cuenta de lo
tensa que estaba. Entonces, levanté la vista de nuevo.
—Quiero que me necesites, Hailey. Joder, no tienes ni idea
de lo mucho que lo deseo. Para poder hacerte feliz. Hacerte
mía. —Me besó la mejilla y la sien, mientras tiraba de mí para
acercarme, hasta quedar al borde del asiento—. Quiero todo
eso contigo, ¿entiendes?
Asentí, y cuando comenzó a besarme, deslizando su gran
mano hacia abajo para bajar la cremallera de mi espalda, sentí
que mi cuerpo se derretía ante el calor que irradiaba el suyo.
Luego de detenernos por unos segundos para recuperar el
aliento, se me aceleró el pulso al notar la intensidad de su
mirada. No solo había calidez en sus ojos, sino también
determinación e incluso una pizca de dominación.
Exigía rendición, y yo quería hacer precisamente eso.
Quería complacerle. Quería dejar que sacudiera mi mundo.
Todo lo que sentía cuando estaba con aquel hombre era
surrealista.
Me hizo sentir amada, venerada e imprescindible.
Me bajé de la silla y le arranqué la ropa antes de que mis
pies tocaran el suelo, quitándole la camisa, bajándole los
pantalones, todo, hasta que quedó completamente desnudo.
Entonces me besó con fuerza y me bajó el vestido. Jadeé y le
tiré del pelo en señal de protesta.
—Te compraré otro. Te compraré un maldito armario lleno
de ropa —Dijo algo más, pero sus palabras eran ininteligibles.
Siguió hablando mientras besaba mi cuerpo. Metió una mano
entre mis piernas, apartó la tela y me acarició. Un intenso
torrente de placer me recorrió e hizo que se me contrajeran
hasta los dedos de los pies. Su contacto hubiera aliviado mi
deseo, pero Reid estaba arrodillado ante mí, soplando aire frío
sobre mi piel expuesta y húmeda. Deslizó dos dedos en mi
interior, manteniendo el pulgar sobre mi clítoris, volviéndome
loca.
—Dios mío. Estoy tan cerca —susurré, sintiendo que la
presión aumentaba más y más, hasta que estuve segura de que
mis rodillas cederían. Reid no tuvo piedad. Me penetró con los
dedos hasta que mi visión se nubló. Cuando llegué al clímax,
me agarré a sus hombros con tanta fuerza que estaba segura de
que le dejaría marcas. Fui ligeramente consciente de que se
levantó y me envolvió en uno de sus brazos. Me sostuvo cerca,
tratando de estabilizarme.
—Eres tan jodidamente sexy. Nunca me cansaré de verte
gritar, de hacer que te corras.
Me besó la mejilla y se dirigió al lóbulo de la oreja,
mordiéndome el hélix con suavidad.
—No tengas miedo de lo que sientes por mí, Hailey. Lo
superaremos todo juntos. Te lo prometo.
Me quedé sin aliento cuando asimilé sus palabras. Le
acaricié el pecho con mis labios y manos. Su polla estaba dura
y caliente, y saber que me deseaba tanto despertó un hambre
en mi interior, a pesar de que acababa de alcanzar el clímax.
Era insaciable y quería darle tanto placer como él a mí. Me
coloqué en cuclillas y pasé la lengua por la punta antes de
lamer toda la base.
—Joder, Hailey —Apoyó ambas manos en la pared detrás
de mí, mirando hacia abajo, observando cada uno de mis
movimientos. La introduje hasta el fondo, centímetro a
centímetro, volviéndolo loco. Movió las caderas suavemente
hacia delante y hacia atrás, y luego emitió un sonido que
parecía como si hubiera arañado la barra del bar antes de salir.
—Dentro de ti. Necesito estar dentro de ti, Hailey.
Me ayudó a ponerme en pie antes de besarme con fuerza y
ponerme las manos en la parte baja de la espalda. Su polla
presionó mi entrada y mi clítoris, provocándome una pequeña
descarga de placer.
No podía respirar a causa del intenso deseo que sentía por
ese hombre. Ni siquiera llegamos al dormitorio. Me tomó allí
mismo, en la barra.
***
Reid
Más tarde, llevé a Hailey hasta el dormitorio y la acosté en la
cama. Se había quedado dormida en el sofá, descansando
sobre mi pecho. Al bajarla a la cama, se acurrucó de forma
tierna y me atrajo hacia ella, usando mi pecho como almohada.
Cada vez que intentaba moverme, se aferraba más a mí,
incluso colocando una pierna sobre mi cuerpo. Me reí
suavemente mientras le acariciaba el cabello, pero mi mente
estaba en plena actividad, tratando de encontrar una solución a
la situación. Ya había tomado medidas para remediar ese lío,
pero era evidente que no había actuado con suficiente rapidez.
No era una persona vengativa, pero Marion había cavado
su propia tumba al hacer que alguien nos siguiera y tomara
esas fotos. No se trataba del trabajo de un paparazzi, sino de
ella misma.
No iba a permitir que nadie lastimara a Hailey. Jamás.
Quería proteger a mi chica de todo lo que pudiera hacerle
daño. Pasé toda la noche sin dormir, y por la mañana había
tomado una decisión sobre el siguiente paso a seguir.
Ordené que subieran el desayuno, junto con papel y
bolígrafo.
Después de escribir una nota para Hailey, la coloqué
debajo de su taza de café y llevé la bandeja al dormitorio. Ella
seguía dormida.
Mi chica era una fuerza de la naturaleza y por eso el día
anterior había estado tan abatida. Saber que yo había
contribuido a eso me enfureció más que nunca.
Si dependiera de mí, también la animaría a tomarse el día
libre, pero sabía cuándo presionar y cuándo dar un paso atrás.
—Te he traído café —dije, dejando la bandeja junto a la
cama.
Se revolvió entre las sábanas.
—Y tortitas.
Se revolvió un poco más en la cama y hasta abrió los ojos.
—Mierda. Me quedé dormida aquí. ¿Qué hora es?
—Relájate. Lo suficientemente temprano para que tengas
tiempo de ir a casa y cambiarte.
—Uf. —Miró la bandeja—. ¿Eso es para mí?
—Sí.
Se incorporó, le puse la bandeja en el regazo y bebió dos
grandes sorbos de café antes de ver la nota.
Sus ojos se abrieron de par en par cuando leyó la nota.
Luego dejó la bandeja sobre la mesilla, aún sosteniendo el
papel en su mano. Contuve la respiración, esperando su
reacción a mis palabras.
Te quiero, Hailey Connor. Superaremos esto, lo prometo.
Saltó de la cama, directa a mis brazos.
—Esta nota es lo más tierno que me han escrito jamás.
—¿Tierno? No es lo que pretendía.
—¿Qué pretendías?
—Romántico.
—Eso también —Hundiendo la cabeza en mi cuello,
susurró: —Yo también te quiero.
Me senté en la cama, sosteniéndola en mi regazo, y
maldita sea, no quería soltarla. La idea de mantenerla allí
conmigo me parecía mejor cada minuto que pasaba.
—¿Te sientes mejor que ayer, guapa?
—Umm… los ratitos de pasión al desnudo siempre
ayudan. Y dormir a tu lado.
—Sobre mí —corregí.
—Bueno, eso también. Las almohadas son cómodas, pero
¿para qué usarlas cuando te tengo a ti? La nota también me ha
ayudado.
Se retorció en mi regazo.
—Deja de hacer eso si quieres llegar a casa a tiempo.
Hailey se detuvo de inmediato.
—Pensándolo bien, quiero que te quedes aquí hoy.
—No puedo, señor. Por mucho que me gustaría hacer el
vago y pasar más tiempo desnuda, tengo que pensar en cómo
calmar las aguas —En tono más bajo, añadió: —La niebla
cerebral se ha disipado, y no creo que las tortitas deban
llevarse todo el mérito.
—Sobre lo de calmar las aguas… haré esa declaración
sobre Marion y Lincoln.
Levantó la cabeza y frunció el ceño.
—¿Por qué ahora?
La miré directamente a los ojos.
—Porque te quiero, Hailey, y sí, soy un hombre orgulloso,
pero no dejaré que ese orgullo te haga daño. Esas fotos
intentan dejarte en la misma posición que la otra mujer, y no
dejaré que eso ocurra.
—Reid, puedo encontrar soluciones. Es mi trabajo.
—Quiero hacerlo así.
—¿Estás seguro?
—Sí.
—Vale. Entonces. lo prepararé todo.
—Siento haber esperado tanto para hacerlo.
—Más vale tarde que nunca.
La besé lentamente, frotando mis manos contra sus muslos
y acercándola aún más a mí. Ella respondió con una sonrisa.
—¿Se supone que esto tiene que motivarme para que me
vaya? Pista: no está funcionando.
—Puede que tenga otras ideas.
Me señaló con el dedo.
—No.
—Relájate. Solo quiero tenerte aquí unos minutos más.
Suspirando, me rodeó el cuello con los brazos.
—Dormir aquí tiene sus ventajas. ¿Desayuno en la cama y
tu pecho como almohada? Podría acostumbrarme.
—Ese es mi plan maestro.
Capítulo Veintitrés
Reid
Me puse manos a la obra al día siguiente. El primer paso fue
llamar a Marion e invitarla a mi despacho. La esperé de pie
junto a la puerta, sin tener previsto que la conversación durara
mucho. Pero me gustaba hablar cara a cara, especialmente
cuando se trataba de temas difíciles.
Miré el reloj varias veces, dando vueltas por la habitación.
Llegaba tarde.
—Al menos podríamos haber quedado en el bar —dijo con
indiferencia cuando por fin se dignó a aparecer.
—Esto no es una reunión de amigos. Y llegas tarde.
—El mismo robot de siempre. —Puso los ojos en blanco y
se sentó en el rincón del sofá mientras yo permanecía de pie.
—Y tú sigues sin respetar mi tiempo.
—¿Puedo al menos tomar un café?
—No. Será breve.
Me dedicó una de sus sonrisas falsas.
—Bueno, ¿a qué debo el placer?
No estaba de humor para chácharas ni cumplidos, así que
fui directo al grano.
—He hablado con cada ejecutivo de TV e inversor detrás
de tu programa. Lo cancelarán.
La sonrisa en su rostro se congeló.
—No puedes hacer eso.
—Sí que puedo. Ya lo he hecho.
—Pasé dos años contigo. ¿Sabes lo aburrido que fue? Me
lo debes.
Unos meses atrás, sus palabras me habrían afectado
mucho, pero en ese momento, sinceramente, me importaban
muy poco. Todo lo que quería era proteger a Hailey y a mi
familia del caos mediático.
—Tú fuiste quien me provocó. Estaba dispuesto a
olvidarlo todo, solo quería que Lincoln y tú salierais de mi
vida, pero tenías que alargar todo esto y hacerlo público.
¿Pensaste que no tomaría represalias?
—¿Esto es por esa asesora de relaciones públicas por la
que vas detrás? Si de verdad pensaste que eso me pondría
celosa…
—Deja a Hailey fuera de esto.
Sonrió con suficiencia.
—¿O qué?
—No he terminado contigo, Marion. El programa no es lo
único que puedes llegar a perder.
No iba a permitir que ni la prensa, ni nadie hiciera daño a
Hailey. Estaba dispuesto a protegerla a toda costa. Para
lograrlo, iba a cambiar mi estrategia. Tenía que enviar un
mensaje fuerte y claro.
Me encontré con Lincoln esa misma tarde. Ver a ambos en
el mismo día parecía excesivo, pero quería arrancar la tirita de
una vez por todas. No tenía sentido prolongar la situación.
Incluso tenía menos ganas de ver a Lincoln que a Marion, pero
siempre había sido de los que enfrentaban las cosas cara a
cara.
Lincoln abrió la boca en cuanto entró en mi despacho.
—Reid. Siento…
—No me interesa oírlo.
—¿Entonces por qué estoy aquí?
—Porque haré una declaración pública sobre el asunto y tu
nombre será mencionado. Por eso, cuando te pregunten al
respecto, necesito que confirmes la información.
Se quedó absorto, con la mirada perdida en el horizonte.
—¿Lo vas a hacer público? No me lo creo.
—Pues créelo.
—Ni siquiera quisiste hacer una declaración cuando te
hiciste cargo del hotel, por el amor de Dios.
—Esta situación es diferente.
No lo haría por mí, pero estaría dispuesto a tragarme mi
orgullo antes de permitir que pintaran a Hailey como una
destrozahogares. Solo esperaba no haber arruinado todo hasta
ese momento.
—¿Y si no estoy de acuerdo?
—Sabes que no debes traicionarme. Marion pensó que
podía; ahora sabe que no.
—¿Qué has hecho?
—Recibió una desagradable sorpresa esta mañana cuando
se enteró de que todos los patrocinadores se habían retirado
del acuerdo. En resumen, su programa de televisión no va a
hacerse realidad.
Lincoln parpadeó y se metió una mano en el bolsillo de sus
vaqueros. Luego, se pasó la otra mano por el cabello, un tic
nervioso que había observado en él desde que lo conocí.
—¿No tendrá su programa? Tío, es un golpe duro.
—Como si no se lo mereciera. Bueno, entonces cuando la
prensa pida tu declaración, ¿dirás…?
Le miré directamente a los ojos, para que no tuviera
ninguna duda de que solo había una respuesta.
—B-b-bien —tartamudeó—. No lo negaré, ya no estamos
juntos de todas formas. Yo fui solo una aventura para ella. Lo
dejó muy claro cuando me quedé sin trabajo.
Típico de Marion. No me sorprendió lo más mínimo.
—Bien. Vete. He terminado.
No quería que durara ni un segundo más de lo necesario.
—¿Por qué no lo hiciste antes?
—No me gusta exhibir trapos sucios en público.
Por alguna razón, me resultaba más fácil dejar de lado mi
orgullo por las personas que quería, que por mí mismo.
Esperaba que fuera suficiente para remediar la situación.
***
Hailey
—Te estás desviando del tema. Mi vida personal no es
relevante —repetí al teléfono por enésima vez.
—Vamos, Hailey. No seas así. Solo dame algo sobre lo que
escribir.
—Lo haré, si estás dispuesto a hablar de mi cliente.
—Davenport es tu cliente.
Cerré la mano libre en un puño, conteniéndome para no
romper nada.
—Estamos hablando de Cynthia ahora.
—Mira, no estoy interesado en hablar de eso cuando hay
una historia más popular por ahí. Tienes información
privilegiada. Joder, te estás tirando a Davenport…
Desconecté la llamada y dejé caer la cabeza entre las
manos. La declaración de Reid se había hecho pública la
semana anterior, y desde entonces todo había sido una
montaña rusa interminable de problemas. Aunque mi nombre
estaba limpio, hacer mi trabajo se había vuelto cada vez más
complicado. Mis clientes no parecían demasiado afectados por
mi relación con Reid, pero los medios de comunicación con
los que me tenía que poner en contacto en nombre de ellos sí.
Esa ya era la quinta llamada del día que se desviaba de su
rumbo. No podía seguir así. Mis clientes confiaban en mí para
que les apagara los incendios, pero en ese momento parecía
que lo único que estaba haciendo era avivar las llamas.
El sonido de un golpe en la puerta interrumpió mis
pensamientos.
—Hola, Cameron.
—¿Cómo va todo?
Traté de sonreír, pero fracasé en el intento.
—Sinceramente, no muy bien. No logro trabajar como es
debido con mis clientes y eso me está frustrando.
—¿Quieres que Angela haga algunas de esas llamadas en
tu nombre?
Tomé un bolígrafo y jugueteé con él entre mis dedos. Mi
corazón latía a toda velocidad. Si aceptaba la ayuda de Angela,
tendría que admitir que no podía hacer mi trabajo
correctamente. Pero al final del día, tenía que poner los
intereses de mis clientes por encima de mi orgullo.
—Sí, creo que sería lo mejor, al menos durante los
próximos días. Solo necesito ayuda con las llamadas; puedo
encargarme de los correos electrónicos porque puedo ignorar
cualquier pregunta que me hagan. Pero con las llamadas,
acabo perdiendo mucho tiempo.
—Hablaré con ella. —Cameron pareció a punto de decir
algo más, pero luego decidió sacudir la cabeza y abandonar mi
despacho. Una sensación de miedo se convirtió en una bola en
mi estómago.
Al final las cosas se calmarán, me dije. Siempre se
calman.
Apoyé la frente en el escritorio por unos segundos,
tomando un momento para ordenar mis pensamientos. Luego,
me enderecé y giré en mi silla.
Estaba decidida a ir a por todas el resto del día. No dejaría
que nada arruinara mi estado de ánimo. Como prueba de que
las arengas mentales funcionan, las horas siguientes fueron
altamente productivas, sobre todo después de que Angela tomó
el control de mis llamadas telefónicas.
Cuando salí de la agencia, no pude evitar soltar un silbido
de felicidad. Sí, ¡me puse a silbar!
El viernes iba a ser una noche especial. Primero asistiría a
la presentación de un diseñador local y después, compartiría
una cena con mi chico guapo. Sabía que íbamos a disfrutar de
una velada inolvidable.
Aunque había superado la última prueba con éxito, no
podía evitar la sensación persistente de que Jace y Will no
habían presionado lo suficiente a Reid debido a la lástima que
sentían por nosotros después de la debacle de la foto.
El tiempo lo diría.
Aunque el acto de presentación era un compromiso
laboral, ya que Carlo había sido mi cliente el año anterior,
estaba decidida a pasármelo bien.
Me puse un vestido corto de cóctel naranja en un abrir y
cerrar de ojos al llegar a casa. Mirándome en el espejo, me
admiré. Estaba guapísima.
Me hice una foto con el vestido y se la envié a Val. Sabía
que Reid se abalanzaría sobre mi cuando me viera y yo no
opondría resistencia. Me puse los tacones, giré sobre ellos y
pedí un Uber.
—Has hecho un trabajo fabuloso —felicité a Carlo, tras
recorrer el local. Había elegido un montaje distinto del típico
desfile de pasarela: había maniquíes estratégicamente
repartidos por toda la sala. Era un método infalible para
reducir costes.
—Pienso lo mismo. Esta es mi mejor colección hasta
ahora. Tengo que hacer la ronda. Avísame si estás interesada
en comprar algo. Te haré un descuento de amigo. Quince por
ciento.
—Vaya, eso es demasiado tentador —Moví las cejas—.
Quiero comprar la mitad de la colección.
—Adelante. Dime qué te llama la atención.
Ay, Carlo, Carlo.
Volví a mi prenda favorita de inmediato: un vestido largo
de organza roja con un diseño asimétrico en los hombros.
Estaba escribiendo mentalmente una lista de ventajas
(parecería Grace Kelly) e inconvenientes (se salía de mi
presupuesto) cuando Marion se acercó a mí. La había visto
antes entre los invitados, pero había intentado disimular.
—Me preguntaba si te encontraría por aquí —dijo Marion
—. Sabía que Carlo era cliente tuyo.
—No tengo nada que hablar contigo —dije con calma.
—Ni yo. Excepto, bueno, tal vez tenga que hacerte una
advertencia amistosa. No te encariñes demasiado. Dudo que
mantengas el interés de Reid por mucho más tiempo.
—Suerte que no me importa tu opinión.
—Engáñate a ti misma si quieres, si es que eso te ayuda a
dormir por la noche. Pero no creerás realmente que bajaría sus
estándares tan rápido, ¿verdad? Quiero decir, mírame, y
mírate.
Agarré mi bolso con fuerza y elevé mi barbilla con
determinación. No permitiría que nadie me intimidara, y
mucho menos Marion.
—Cuando te miro, todo lo que puedo ver es una persona
sin alma. Alguien que desprecia los sentimientos de los demás.
A Reid no le importas.
Marion sonrió con suficiencia.
—Bueno, supongo que no te lo cuenta todo, ¿verdad? Te
sorprenderías.
¿Qué quería decir? Se me revolvieron las tripas, pero no
reaccioné, ya que sabía que Marion me estaba provocando.
Estaba claro que quería crear una brecha entre Reid y yo, y no
se lo iba a permitir.
—Permíteme darte un consejo: deja de intentar llamar la
atención por las razones equivocadas. No durarás mucho en tu
industria si sigues así.
Marion se enfadó, pero yo simplemente la ignoré y seguí
adelante, sin el menor interés en continuar la conversación.
Tampoco estaba de humor para ir de compras y buscar ropa
nueva.
A pesar de mi determinación de no dejar que las palabras
de Marion me afectaran, me sentí desequilibrada. Intenté
recomponerme mientras salía del local a las seis en punto.
Reid me estaba esperando para recogerme. Aparcó en el
parking designado junto al edificio, salió del coche y me abrió
la puerta.
Caminé en su dirección, con una sonrisa en el rostro.
—Bien, creo que es importante que establezcamos algunas
reglas básicas —dijo juguetonamente, acercándome hacia él
—. Si vas a salir vestida así de guapa, tendré que ir contigo del
brazo.
Reid acarició mi mejilla con los dedos y trazó el contorno
de mis labios. Después, inclinó su cabeza y comenzó a
explorar mi cuello con la punta de su nariz, lo que me provocó
un estremecimiento que recorrió todo mi cuerpo.
—Solo puedo pensar en quitarte este vestido.
—Reid…
Acarició mi oreja con sus labios.
—Y no sería delicado al respecto.
Me tambaleé ligeramente, pero traté de mantenerme firme,
empujándole de manera juguetona y señalándole con el dedo
índice.
—Nada de tentarme con palabras sensuales hasta que
estemos solos esta noche.
—Eso ya lo veremos.
Me dedicó una sonrisa pícara, pero me abrió la puerta.
—¿Qué tal el día? —preguntó cuando ya estábamos en el
coche.
—Yo también tengo una regla. Nada de hablar de trabajo.
En realidad, ya era demasiado tarde, porque en ese
momento estaba pensando en cómo cada llamada telefónica se
había convertido en un verdadero circo en los últimos días.
Además, las palabras de Marion no dejaban de atormentarme.
Charlé sobre Carlo, esperando que Reid no se diera cuenta,
aunque, por supuesto, lo notó.
—¿Estás bien? —preguntó con voz suave una vez que
estábamos casi en casa de Val. —Suenas un poco apagada.
Asentí, decidida a tomar valor y preguntar, o simplemente
olvidarme de Marion. Sabía que hacer la pregunta sería la
forma más fácil de aclarar mis dudas, pero tenía miedo de que
Reid se enfadara, me acusara de desconfiar de él… o, aún
peor, de que admitiera que lo que Marion había dicho era
cierto. A pesar de que era partidaria de la comunicación
abierta, estaba segura de que esa conversación no haría otra
cosa que arruinar la velada y amargarnos el momento.
Separa las cosas, Hailey. Vamos, se te da bien.
Cuando las cosas empezaban a ir mal en mi vida
profesional, me aferraba mi vida personal, y viceversa. Pero en
ese momento me sentía abrumada en todos los sentidos.
Decidí no mencionar a Marion. Era una persona resentida, y
temía que yo proyectara la imagen de ser insegura. Maldita
sea, lo era, y no me gustaba nada esa sensación.
—Solo me pregunto si mis hermanos se comportarán o no
—dije. No era mentira.
—La semana pasada me fue muy bien.
—Ja, yo personalmente creo que te lo pusieron fácil.
—Cariño, les he caído bien a todos.
—Me gusta esa arrogancia que tienes, Reid. No sé si se
justifica, pero la admiro.
Capítulo Veinticuatro
Hailey
—Exijo conocer todos los detalles del evento —ordenó Val.
—Sí, señora.
—¿Te gustó algo? —preguntó Lori, con brillo en los ojos
—. ¿Tienes fotos?
—Por desgracia, tengo demasiadas. Carlo tiene mucho
talento. Me ha dicho que me hará un quince por ciento de
descuento.
Val pestañeó.
—¿También se aplica a tus hermanas? Es para una
amiga…
—Estoy segura de que puedo usar mis habilidades de
persuasión y convencerle. Vamos a echar un vistazo.
Todas nos acomodamos en el columpio que Carter había
construido en el porche. Yo estaba situada en el centro, con
una hermana a cada lado. Absorbía todo ese amor fraternal, lo
cual me ayudaba a tranquilizar mi inquietud interna.
Me encantaba el jardín de Val. La esposa de Landon lo
había diseñado hacía unos años. Los jacarandás eran
especialmente bonitos. A finales de mayo, todo estaba
floreciendo. Todo era una explosión de colores: verde
vibrante, rosa claro, y manchas de amarillo y violeta.
Íbamos haciendo gestos de sorpresa a medida que
revisábamos las fotos en el móvil y evaluábamos los
conjuntos.
—Esto es estupendo. ¿Sabes qué? Empiezo a cogerle el
gustillo a esto de dar órdenes a todo el mundo —dijo Val,
frotándose la barriga.
Cierto, teniendo en cuenta que Carter nos había ordenado
(¡¡¡ordenado!!!) a Lori y a mí que entretuviéramos a Val
mientras el resto del grupo terminaba de preparar la cena y
ponía la mesa, definitivamente no le estaba cogiendo el
tranquillo, pero, humm… tenía potencial. Me sorprendió lo
tranquila que estaba, considerando que la habían echado de su
propia cocina.
—¿Un aperitivo para las damas? —preguntó Reid,
mientras salía al jardín con una bandeja de bocadillos.
—¡Trae, trae! —dije. Me estaba muriendo de hambre—.
Gracias.
—¿Cómo va todo ahí dentro? —preguntó Val mientras
cada una cogía un bocadillo.
—Todo bajo control señoras, disfruten de la puesta de sol.
—Guiñó un ojo antes de volver al interior de la casa.
—Por lo que parece, Reid no consigue mantenerse alejado
de ti por mucho tiempo —comentó Val.
—Eso parece, ¿verdad? —Me acomodé más abajo en el
columpio, sonriendo pícaramente, quitándome los zapatos y
juntando las rodillas contra el pecho—. Chicas, tengo que
confesaros algo.
Lori me guiñó un ojo, recogiendo sus largos mechones
rubios en una coleta.
—Ya lo sabemos. Estás enamorada hasta las trancas.
Sonreí aún más, asintiendo, mirando a mi derecha y luego
a mi izquierda. Estaba a segundos de quedar atrapada en un
‘‘sándwich Connor’’. Mis hermanas me abrazaron al mismo
tiempo. Las quería mucho. Me hacían sentir querida y segura.
—Entonces, si lo amas tanto, ¿por qué lo has dejado solo
ahí dentro? —preguntó Lori.
—De camino fue un poco arrogante. Dijo que tenía a todo
el mundo en el bolsillo. Pensé que debería saber dónde se
metía.
—Joder, chica. —Val soltó una risita, apartándome unos
mechones de pelo de la cara, como hacía cuando era niña—.
¿Cómo va el trabajo?
—No quiero hablar de eso esta noche en absoluto. Es
demasiado temprano para que arruine la fiesta. ¿Qué tal si
volvemos a mirar los diseños de Carlo y decidimos cuáles
merecen el dinero que tanto esfuerzo nos ha costado?
Val abrió la boca, claramente a punto de discrepar, pero
Lori señaló hacia mi teléfono.
—Val, ya la has oído. Céntrate en el móvil, hermanita.
Una vez en la mesa, la conversación giró en torno a la
boda de Jace y Brooke, por supuesto.
—La organización de los asientos se nos está haciendo
cuesta arriba —dijo Brooke—. Ah, Reid, quería preguntarte,
¿estás libre ese fin de semana?
—No lo sé. —Se volvió hacia mí, burlándose con una
sonrisa chulesca—. ¿Estoy invitado?
Me di un golpecito en la barbilla, como si tuviera que
pensármelo mucho.
—Hum… me salvarías de la vergüenza de ser la única
Connor soltera, así que diría que te has ganado un lugar.
Se rió y me dio un beso en la sien.
—Seré tu cita.
Pillé a las parejas de mis hermanas y hermanos
intercambiando miradas y sonrisas de complicidad.
—¿Qué andáis tramando? —Señalé entre ellos.
—Las chicas hicieron una apuesta —dijo Jace.
Dejé el tenedor en el plato.
—Espera un momento. ¿Las chicas hicieron una apuesta y
yo no estaba involucrada?
Val fulminó a Jace con la mirada.
—Tenías que delatarnos, ¿no?
—¿Qué apostásteis? —pregunté con curiosidad.
—Que tendrías una cita en nuestra boda —dijo Brooke.
—Bueno, técnicamente, dijimos en la siguiente boda
Connor —continuó Val—. Pero como la de Carter y la mía
ocurrieron antes de lo previsto, no contó.
Vaya. Las chicas tenían aún más confianza en mí que yo
misma.
—Así que esta es la primera boda a la que vas con un
chico guapo, ¿eh? —preguntó Reid. Me sonrojé.
—Sí, así es. Bienvenido al clan Connor, Reid —dijo Jace
—. Pronto empezaremos a hacer apuestas sobre ti, no te
preocupes.
Miré a Reid de reojo. Se estaba riendo.
—No le hagas sentir incómodo —le advertí a Jace.
—¿Para qué están los hermanos pequeños si no?
Negué con la cabeza riendo y cambié de tema antes de que
Reid pudiera obtener demasiada información vergonzosa sobre
mí en su segunda cena. Intenté averiguar si alguien tenía algún
problema o necesitaba de mis habilidades en relaciones
públicas, pero por ahora nadie necesitaba ayuda urgente.
—Mi móvil está casi sin batería. ¿Tienes un cargador? —
preguntó Reid después de terminar el plato principal.
—Ah, Val tiene el mismo teléfono. Su cargador está en la
cocina. Lo pondré a cargar por ti.
Me dirigí a la cocina con el teléfono de Reid y lo enchufé
al cargador. En cuanto se conectó, la pantalla se iluminó
brevemente y me quedé paralizada.
Apareció una vista previa de un correo electrónico. El
remitente era un tal Sr. Lawson, del cual no tenía ni idea de
quién era, pero las primeras palabras en el asunto llamaron mi
atención.
Su reunión con Marion…
La pantalla se volvió a apagar, con un pequeño símbolo de
batería cargándose en la esquina derecha. Me quedé paralizada
en el lugar, sintiendo como si toda la sangre de mi cuerpo se
hubiera acumulado de repente en mis pies.
Dejé el teléfono sobre la encimera. Mi corazón latía
deprisa, el pulso reverberaba en mis tímpanos. ¿Qué estaba
ocurriendo?
No podía olvidar las palabras de Marion, su expresión de
suficiencia. Me presioné las sienes con los dedos y respiré
hondo.
Le estaba dando demasiadas vueltas a todo eso. Sabía que
tenía que preguntarle a Reid. Estaba segura de que había una
explicación perfectamente lógica de por qué demonios se
había reunido con su ex y por qué me lo había ocultado. No
quería sacar conclusiones precipitadas, pero no sabía cómo
evitarlo.
***
Reid
Hailey había pintado un cuadro vívido de su familia, pero
experimentarlo por mí mismo era otra cosa. Cuando regresó,
parecía estar un poco pálida.
—¿Estás bien?
Asintió, evitando mi mirada. Joder, algo le pasaba, pero
antes de que pudiera insistir, desvió su atención hacia Brooke
y preguntó sobre la disposición de los asientos en la boda.
Landon me preguntó cómo pensaba financiar el nuevo
hotel y no tardamos en discutir los pros y los contras de la
financiación bancaria.
Mientras seguía mirando a Hailey, esperaba verla relajarse,
pero noté que sus hombros seguían tensos y su sonrisa parecía
un poco forzada. A pesar de ello, me esforcé por permanecer
sentado y mantener la conversación.
Mientras limpiábamos la mesa, tuve la oportunidad de
apartarla a un lado de la habitación.
—Hailey, ¿qué pasa? Has estado… nerviosa desde que has
vuelto de la cocina.
—Nada.
Su tono brusco solo podía significar una cosa: lo que fuera
que estuviera mal, tenía que ver conmigo.
—¿He hecho algo que te molestara? Hablemos de ello.
—No con mi familia aquí, ¿vale? Se darán cuenta y se
preocuparán. Más tarde.
Mis entrañas se tensaron ante la situación. ¿Qué demonios
estaba sucediendo? A pesar de mi ansiedad por saber más, no
pude evitar sentir una gran admiración por la fortaleza de
Hailey. A pesar de estar claramente alterada, mantuvo una
sonrisa en su rostro y hasta se animó a jugar al Monopoly con
Milo y April.
Me debatía entre arrastrarla a una habitación vacía o
cogerla en brazos y marcharme con ella. La curiosidad por
saber qué le había causado ese estado de ánimo me invadía y
no quería esperar más. Quería respuestas de inmediato.
Cuando la velada estaba llegando a su fin y todos se
marchaban, Jace se apoyó en el sofá, gruñiendo.
—¿Cómo se supone que voy a volver a casa ahora? —
preguntó Jace.
—Sabéis que siempre podéis quedaros aquí. Hay
habitaciones suficientes —ofreció Val.
—¿Sabes qué? Voy a tomarte la palabra —dijo Hailey.
¿Cómo?
La miré fijamente, estaba a punto de perder los nervios
frente a toda su familia. Hailey había dicho que hablaríamos
más tarde, pero… ¿había cambiado de idea y quería pasar la
noche allí?
Val alternó la mirada entre nosotros, sonriendo.
—O no. Veo que alguien tiene planes para ti, Hailey.
Le rodeé la cintura con un brazo.
—Parece que sí —respondió ella.
—Sí.
Sentí que se tensaba bajo mis dedos mientras giraba la
cabeza hacia mí, notando un gesto desafiante en sus ojos. Sin
embargo, no me eché atrás.
Val nos sonrió a los dos.
—Bueno, pues marchaos, tortolitos. Pero no hagáis
travesuras en el porche. Hay niños por aquí.
Fue evidente para mí que Hailey estaba enfadada, lo pude
notar en su postura rígida y en la prisa con la que se alejó de
mí al bajar los escalones de piedra del jardín.
—Hailey, tenemos que hablar.
—Podríamos haber hablado más tarde.
—¿De verdad? Porque me pareció que planeabas
deshacerte de mí.
—No todo tiene que ver contigo. Quizá solo quería
quedarme a dormir en casa de mi hermana.
—No me lo creo. ¿Qué es lo que pasa? Quiero saberlo
ahora mismo.
Se cruzó de brazos y respiró hondo.
—Vi en tu móvil un mensaje de un tal Sr. Lawson sobre tu
reunión con Marion. —Otra respiración profunda, y luego
habló tan rápido que apenas pude entender las palabras—.
Cuando lo conecté para cargarlo, la pantalla se iluminó, junto
con las últimas notificaciones.
—No importa cómo lo viste…
—No quiero que esto se convierta en una conversación
sobre por qué estaba husmeando en tu teléfono. No lo hacía.
—No tengo nada que ocultar, Hailey. Y hacer sentir
culpable a la otra persona haciéndole creer que está
equivocada es una salida cobarde.
Sus hombros se veían ligeramente encorvados, como si
quisiera encogerse y hacerse más pequeña. Joder, yo era el
culpable de que se sintiera así.
—Entonces, ¿por qué te reuniste con ella?
—Quería decirle a la cara cuáles serían mis próximos
pasos.
—Reid, soy tu agente de relaciones públicas. Necesito
saber de estas cosas. ¿Sabes lo difícil que me está resultando
hacer mi trabajo estos días? Con mi jefe respirando en mi nuca
y mis clientes poniéndose nerviosos, lo último que necesito es
ser sorprendida con unas fotos tuyas y de Marion paseando por
la ciudad.
—La reunión fue en mi oficina. También vi a Lincoln.
—Me estás matando. —Se pasó una mano por el pelo,
mordiéndose el labio—. Vámonos.
Durante el trayecto hacia el hotel, Hailey permaneció en
silencio. Al principio, asumí que era debido al cansancio, sin
embargo, cuando llegamos al salón, noté que seguía tensa. Sus
hombros estaban levantados y la espalda rígida.
—Me voy a la cama —dijo Hailey rápidamente—. Solo
estoy cansada… y…
Hailey se quedó en silencio cuando le pasé la mano por la
cintura, notando que todos sus músculos se tensaban al
contacto.
—¿Todavía estás enfadada conmigo? —pregunté contra su
pelo.
—No, no. No es eso. Yo solo…
—No voy a dejar que te vayas a la cama así.
—¿Qué? Acabo de decir que eso es lo que quiero.
—No, no es eso. Quieres otra cosa, pero sea lo que sea, no
quieres decirlo. Te esperaré. —Podía sentir que estábamos al
borde de algo, ambos pujando. Si cedía, ella me dejaría fuera.
Si seguía presionando, me arriesgaba a que se enfadara, pero
no podía dejar las cosas así.
—Mira, siento haber exagerado en la casa. Es que… no sé,
vi ese mensaje y… esta noche, Marion estaba en la
presentación del diseñador, y me dio a entender que no me lo
estás contando todo.
¡Joder!
—¿Así que estabas celosa?
Tragó saliva y me señaló con el dedo.
—No te burles de mí.
—No lo hago. No me estoy burlando de ti —Toqué su
mejilla, llevando mi mano a la parte posterior de su cabeza,
acercándome—. De hecho, estoy extrañamente feliz por ello.
—Ahora estás siendo malo.
—Solo soy honesto. Te preocupas tanto que estás celosa…
Hailey, no puedes imaginar lo que eso significa para mí.
Mujer, no tienes idea del poder que tienes sobre mí.
Se relajó bajo mis caricias, pero se cruzó de brazos.
—Sigues siendo malo. Tienes suerte de que te quiera tanto,
Sr. Gruñón.
Capítulo Veinticinco
Hailey
Durante el fin de semana, traté de compensar mi
comportamiento en casa de Val. Sabía que debía ser honesta y
decirle a Reid que, como su asesora de relaciones públicas,
necesitaba saber si había planeado algo así, pero no podía
fingir que esa era la única razón por la que me había alterado.
Tuve que reconocer mis propios defectos.
El domingo por la noche, Reid partió hacia San Diego.
El lunes tenía una reunión temprano y le convenía pasar la
noche allí. Yo no estaba de humor para quedarme sola, así que
le pregunté a Val si la oferta de quedarme a dormir en su casa
seguía en pie.
—Humm, ¿la Tierra es redonda? ¡Pues claro!
En cuanto llegué, se dio cuenta de que no estaba de muy
buen humor. Sentía una gran aprensión por el día venidero, y
no había experimentado tal sentimiento acerca de los lunes
desde que había cambiado de trabajo.
Nos quedamos despiertas hasta altas horas de la noche,
mucho después de que Carter y las niñas se fueran a dormir.
Como resultado, me desperté con dolor de cabeza y con poca
energía a la mañana siguiente. Afortunadamente, Val se
encargó de ayudarme con eso último.
Cuando bajé a la cocina, tenía café y tortitas en la mesa.
—Desayuno de campeones, ¿eh? —murmuré—. ¿Dónde
están los demás?
—Carter llevó a las niñas al colegio, pero estoy aquí para
darte un poco de amor fraternal, y tortitas.
Me reí y me las zampé. Sip, mi hermana sabía cómo
alegrarme el día. No hablamos de nada en particular,
simplemente disfrutamos de la apacible mañana.
—¿Vas a ir hoy a la oficina? —preguntó.
—Tengo que ir. Cada lunes por la mañana tenemos una
reunión, de lo contrario, habría trabajado desde casa.
—Qué pena, podrías haberme hecho compañía. —Mi
hermana trabajaba desde casa porque se acercaba la fecha del
parto.
—Podría venir después de la reunión. No lo sé aún.
—Mmm, puedo mejorar la oferta con una hamburguesa
casera para el almuerzo.
—Val, eso no es mejorar la oferta. Es sobornarme.
Val sonrió tímidamente.
—Ya me conoces, siempre lo hago. Además, te puedo
prestar unos pantalones de chándal. Podemos darnos el gusto
si las dos trabajamos desde casa.
—Me has convencido. Pantalones de chándal y
hamburguesa, que no se hable más.
Antes de salir, decidí revisar mi correo electrónico y
menos mal que había decidido hacerlo, porque había recibido
un mensaje de Cameron.
¿Tienes tiempo después de la reunión de la mañana?
Necesito hablar contigo.
Agarré el teléfono con fuerza y me froté la nuca.
—Parece que al final tendré que quedarme más tiempo en
la oficina. Mi jefe me necesita.
—Jo. Y yo que ya me había hecho a la idea de ponerme los
pantalones de chándal. ¡Ve a por ellos!
No tenía muchas ganas de ir a trabajar. Todo lo que quería
era disfrutar de un poco más de amor fraternal.
Pero sacudí el cuerpo, decidida a tomar las riendas de la
situación y me dirigí a la agencia. Al entrar, me encontré con
la oficina llena de actividad, como era habitual los lunes. Esa
semana no tenía nada destacado que presentar, lo cual pocas
veces ocurría.
Después, Cameron señaló hacia su despacho.
—¿Quieres tomar un café antes? —preguntó.
—No, gracias. Estoy bien. Mejor empecemos.
Antes solía emocionarme cuando Cameron me llamaba.
Siempre significaba nuevos proyectos emocionantes y más
oportunidades para demostrar mi valía. Sin embargo, en ese
instante me causaba pavor.
—Como sabes, en el pasado he considerado la posibilidad
de expandir nuestro negocio, incluso explorar la transición
hacia las relaciones públicas corporativas.
—Sí. —Tal vez las cosas iban en una dirección positiva
después de todo. En ese momento, prefería no escuchar malas
noticias. A fin de cuentas, había un límite en lo que una podía
soportar.
—Bueno, he estado trabajando en el proyecto y creo que
finalmente estamos listos para dar el siguiente paso. Eres un
miembro valioso de este equipo y tu compromiso es difícil de
igualar. Tus habilidades son perfectas para las relaciones
públicas de Hollywood. Sin embargo, mientras las cosas se
asientan, me gustaría que encabeces el área de las relaciones
públicas corporativas por un tiempo.
—¡Claro que sí!
Sentí un destello de esperanza.
—Vale, pues antes de darte más detalles, déjame decirte
que la oficina tendría su sede en Houston.
—En… Espera, ¿qué? ¿Por qué?
—Allí hay un enorme conglomerado empresarial, y el
mercado de las relaciones públicas no está abarrotado como en
Nueva York o Washington. Además, mi hermana vive allí y
también estaría interesada en participar. Ha sido difícil para
ella reincorporarse al mundo laboral después de tener a su
bebé, por lo que sería una gran oportunidad.
Me aparté un mechón de pelo detrás de la oreja y de
repente sentí la necesidad de mover las manos. No podía
quedarme quieta.
—Resultaría beneficioso que pasaras desapercibida
durante un tiempo —continuó.
—Esto es por las fotos.
—Mira, sé que no es culpa tuya y no te estoy culpando de
nada. Sin embargo, creo que sería beneficioso para ti estar
fuera de los focos por un tiempo.
—Pero estar en Houston significaría que no podría atender
personalmente a mis clientes de Los Ángeles. Sabes lo
valiosas que son las reuniones en persona. De hecho, he
conseguido sacar a unos cuantos clientes de situaciones
difíciles solo porque los conocí cara a cara.
—Alguien más podrá ocuparse de tus clientes actuales
durante un tiempo.
Sentía que los golpes venían de todas las direcciones y,
sinceramente, no tenía la energía para hacerles frente.
—No puedo mudarme a Houston, Cameron. Quiero decir,
podría, por supuesto, pero no quiero.
Golpeó con los dedos sobre el escritorio, asintiendo.
—Sé lo unida que estás a tu familia, pero sería solo por
unos meses.
—¿Y crees que eso realmente tendría sentido?
—Puedes ponerlo todo en marcha y también contratar a
alguien que lleve la oficina junto con mi hermana de forma
permanente mientras estés allí.
—¿De cuántos meses estamos hablando?
—¿Dos, tres? Lo iremos resolviendo sobre la marcha. No
tienes que darme una respuesta ahora. Tómate tu tiempo para
pensarlo.
—¿Qué pasaría si no acepto?
—Entonces voy a pedirte que te tomes una excedencia de
entre dos a tres meses. Unas vacaciones no remuneradas.
Ya… porque podía permitirme tres meses sin cobrar.
—A fin de cuentas, lo que necesitas es que me vaya.
Sus hombros se desplomaron.
—Necesito que se calme el revuelo. En esta ciudad, la
distancia hace el olvido.
—No tienes que recordármelo, ya lo sé.
—No es un castigo.
—Pues lo parece, no he hecho nada malo.
Cameron sonrió con empatía.
—Le he dado muchas vueltas y es la mejor solución que se
me ocurre. A decir verdad, es la única. Sería muy difícil para
mí perderte como empleada.
Traducción: No tienes elección.
—Iré. Gracias por darme esta oportunidad. —Sentí que las
palabras salían de mi boca de manera automática, como si otra
persona las estuviera pronunciando y yo fuera una mera
marioneta moviendo los labios sin control.
Aunque realmente apreciaba la oferta, sabía que no era lo
que quería. Si bien la mayoría de los jefes me hubieran
despedido sin más, Cameron estaba siendo más que justo
conmigo. Me dolía haberle decepcionado. Le conocía desde
hacía solo unos años, pero para mí significaba mucho más que
un simple mentor. Desde el principio, me había cuidado y
seguía haciéndolo. Sentía que le había fallado y la única forma
de mantener mi trabajo era trasladarme a Houston.
Normalmente, me alegraría mucho de tener una
oportunidad así, en especial porque era por un tiempo
limitado. Podía volar cada dos fines de semana para estar con
mi familia y no perderme demasiadas de sus travesuras. Claro
que, eso era antes de que conociera a Reid.
—¿Cuándo quieres que empiece?
—Tan pronto como sea posible. Annalise abrió la oficina
el mes pasado, pero para ser sincero, le vendrá bien toda la
ayuda posible.
Froté las palmas de las manos sobre mi falda, pero luego
me percaté de mi nerviosismo y me obligué a mantener la
calma.
—De acuerdo, bueno… humm, haré los arreglos
necesarios.
—Claro, pero no tardes mucho.
Salí del despacho temblando, sintiendo como si las paredes
del edificio se cerraran sobre mí. Cuando llegué a mi
escritorio, me senté en la silla, pero rápidamente me di cuenta
de que no podría quedarme allí sentada el resto del día. A
pesar de que la agencia había sido una fuente de alegría para
mí desde que había regresado a Los Ángeles, en ese momento
me sentía asfixiada por la situación.
Saqué un trozo de papel y abrí la aplicación de mi teléfono
para revisar mi cuenta de ahorros, haciendo algunos cálculos
rápidos para ver si tenía suficiente dinero para pagar la
hipoteca y tomarme un permiso no remunerado. Pero al
instante me percaté de que era imposible, y mi instinto me
decía que, de todos modos, esa no era la solución adecuada.
¿Y si Cameron necesitaba que me mantuviera alejada durante
más tiempo? ¿Y si… ?
No podía pensar con claridad, apenas podía respirar.
Necesitaba salir de allí y no entrar en pánico. Metí el móvil en
el bolso, cogí mi portátil y salí a toda prisa de la agencia.
¿Cómo había llegado a ese punto? ¿Por qué no había
considerado aquella posibilidad antes? ¿Cómo iba a
solucionarlo? Me sentía muy frustrada conmigo misma y tenía
tanto miedo de que todo por lo que había trabajado no sirviera
para nada. Finalmente había encontrado mi lugar, una carrera
con la que sentía entusiasmo por ir a trabajar cada mañana, y
en ese momento… lo había arruinado todo.
Salí a caminar por Griffith Park, con la esperanza de
despejar mi mente y racionalizar todo lo que estaba
sucediendo. Pero no pude. Sentía una extraña bola de ansiedad
en el estómago que se extendía por todo mi cuerpo, como si
tuviera agujas clavadas en cada centímetro de mi piel.
Anhelaba que Reid estuviera a mi lado. Él tenía esa
maravillosa habilidad de hacerme sentir como si juntos
pudiéramos solucionar cualquier problema. Incluso si no se
podía arreglar, deseaba que sus fuertes brazos me rodearan,
quería perderme en él.
Me preguntaba si la reunión de Reid había terminado
cuando sentí que mi teléfono vibraba. Sonreí por primera vez
en el día al ver el nombre en la pantalla: Reid.
¿Había sentido que pensaba en él? ¿Que le necesitaba?
—Hola —saludé—. Estaba pensando en ti. ¿Cómo ha ido
la reunión?
—Fue un desastre. El lado bueno es que ya estoy de vuelta
en Los Ángeles.
—Qué rápido.
—Pareces agotada.
—Así es exactamente como estoy.
—¿Qué ha pasado?
Sentí una cálida sensación en mi corazón al saber que se
preocupaba tanto por mí.
—¿Tienes tiempo para almorzar?
—Sí, estoy libre —dijo al instante.
—Ni siquiera has revisado tu agenda.
—Cariño, me importa una mierda lo que tenga que hacer.
¿Dónde quieres que nos encontremos?
Le di la dirección de una cafetería cercana.
—Estaré allí en media hora.
Después de colgar, sentí un gran alivio. Con Reid a mi
lado, nada parecía tan malo como antes. A mi chico no le
importaba una mierda el resto de su agenda. ¿Acaso no era
afortunada?
Llegué a la cafetería con una energía renovada. Después de
pedir té y panecillos sentí que tenía una perspectiva mucho
más optimista.
Cuando llegó, no pude evitar sonreír. Me levanté de un
salto y se detuvo a escasos centímetros de distancia.
—Parece que necesitas un beso profundo —dijo.
—Bueno, ¿a qué esperas?
Me tomó la cara con ambas manos y me besó
apasionadamente. En lugar de saciar mi deseo por él, el beso
solo hizo que quisiera más. Me levanté de puntillas, rodeando
su cuello con mis brazos, sin querer que ese momento
terminara.
Cuando hicimos una pausa para respirar, solté un gemido.
Reid esbozó una sonrisa, con una chispa en sus ojos. ¿Acaso le
parecía gracioso? Al mirar a mi alrededor, me di cuenta de que
la gente nos observaba. Vale, tal vez era un poco gracioso.
Crucé los dedos detrás de mí, dando un paso atrás. Era lo
único que se me ocurría para resistir la tentación de saltarle
encima otra vez. Estaba claro que no podía confiar en mí
misma.
—¿Quieres decirme qué te pasa, guapa?
Asentí y, mientras ambos nos sentábamos a la mesa, Reid
pidió té y le conté mi conversación con Cameron palabra por
palabra.
—Está exagerando.
—La verdad es que no. No puedo trabajar como es debido
con mis clientes, así que no soy útil para la agencia. Pero
bueno, el traslado también tendrá algunas ventajas. Me dará la
oportunidad de adquirir nuevas habilidades.
¡Sí! Por fin había encontrado un punto de vista positivo a
aquel calvario.
Reid se detuvo en el acto de echar azúcar en su té.
—Espera, ¿ya has aceptado?
—¿Qué otra cosa podía hacer?
Su mandíbula se tensó.
—¿Tal vez decirle que necesitas tiempo para pensar? ¿No
se te ocurrió hablarlo conmigo?
—¿Q-qué?
—Somos una pareja. Se supone que debemos decidir cosas
como esta juntos.
Mierda. Entendía perfectamente su punto de vista, pero
cuando me senté frente a Cameron, la verdad era que no se me
había ocurrido decirle otra cosa que no fuera que sí. En ese
momento, no había percibido que su pregunta era más que una
simple formalidad.
Reid tenía razón, pero yo estaba en una situación difícil.
Necesitaba su apoyo, no acusaciones. No podía soportar que
me arrinconara contra la pared por aquella situación, ni que se
pusiera en mi contra.
—Mi jefe me ha dicho que es Houston o nada.
—Bien.
—Lo digo en serio. Cameron me valora, y para ser sincera,
ni siquiera tenía que haberme dado una salida. Podría haberme
dicho que recogiera mis cosas y me marchara. Me está dando
una oportunidad. No tengo elección.
—Puedes renunciar.
Le miré fijamente, mientras el enfado se imponía a todos
los sentimientos confusos que habían resurgido desde que
había entrado en la cafetería.
—Me conoces demasiado bien para pensar que haría eso.
No soy de las que se rinden.
Hizo girar la cucharilla entre sus dedos, con una mueca de
tristeza.
—¿Estás tomando en cuenta mi opinión o mi perspectiva
en todo esto?
—¿Hablas en serio? Claro que sí.
—No lo parece.
—Reid, ¿por qué estás siendo así?
—¿Porque estoy dispuesto a hacer cualquier cosa por
nosotros, y aun así decides algo así… sin más?
—Estoy…
Mi voz era débil. No sabía qué decir. Todo lo que quería en
ese momento era salir de la cafetería y que él me abrazara. Me
di cuenta de que no había manejado bien la situación. Si fuera
al revés, y él me dijera que acababa de firmar un proyecto en
la otra punta del país, probablemente me enfadaría, pero en ese
momento ya estaba tensa, tan exhausta por todos los golpes
que había recibido, que no podía pensar con claridad.
—No quieres que me vaya —afirmé, cuando por fin caí en
la cuenta.
—No puedo decirte qué hacer. De todos modos, no estoy
seguro de que te importe.
—Reid, claro que me importa, no seas absurdo. Es solo por
unos meses. Puedo viajar aquí cada dos fines de semana… —
Mi voz se apagó mientras fruncía la frente—. Y… podrías
venir los otros fines de semana. Si… quieres.
De repente, ya no estaba tan segura de lo que quería.
—Lo tienes todo planeado —murmuró—. ¿Y si tienes que
quedarte más tiempo?
—Entonces lo resolveremos juntos.
—¿Juntos? ¿Estás segura?
Sentía un dolor punzante en mi sien derecha. Presioné la
zona con dos dedos y respiré hondo.
—Reid… No sé qué quieres que te diga. No es una
situación fácil, pero podemos resolverla.
—No puedo quedarme aquí y tener la esperanza de que
todo saldrá bien sin saber qué pasará o qué decidirás.
Otra vez con lo mismo. Lo que yo decida.
—Mira, entiendo que no hablar de esto contigo ha sido…
—Mi voz se apagó al caer en la cuenta de lo que acababa de
decir. Se me secó la garganta—. ¿Qué quieres decir con que no
puedes?
No dijo nada, solo negó con la cabeza, y sentí que todos
los músculos de mi cuerpo se tensaban.
—A ver si lo entiendo, si las cosas no se dan exactamente
de acuerdo a tus condiciones, ¿te rindes?
—Te quiero, Hailey. Sabes que te quiero.
—Pero no lo suficiente, por lo visto —Parpadeé rápido,
intentando ignorar el ardor de mis ojos.
—No vuelvas esto contra mí —dijo—. Tú eres la que
acaba de decidir mudarse sin siquiera hablar conmigo al
respecto.
Mis hombros se desplomaron. Sentí un peso abrumador en
el interior de mi pecho. De repente, me invadió una sensación
de miedo, como si todo lo que me hacía feliz pudiera ser
arrebatado en cualquier momento y pudiera dejarme sin nada.
Me mordí el interior de la mejilla y me dije a mi misma: No
llores.
Intenté ponerme en los zapatos de Reid y entender su
perspectiva. Sabía que era una persona precavida, que le
gustaba planificar cada detalle antes de tomar una decisión.
También sabía que no le gustaba viajar, que su agenda estaba
cuidadosamente programada y que había sido lastimado antes
en el pasado. Sin embargo… lo único que le había pedido era
su apoyo durante unos meses, ¿y él ni siquiera era capaz de
dármelo?
Houston no estaba exactamente cerca y vernos no sería
coser y cantar. Pero, maldita sea. ¿Acaso yo no era digna de tal
esfuerzo?
Capítulo Veintiséis
Hailey
—He añadido quince clientes potenciales más a nuestra lista
—le dije a Annalise. Mi jefa temporal asintió aliviada.
—Eres un regalo del cielo, Hailey. ¡Gracias! ¿Por qué no
lo dejamos por hoy? Ya es tarde.
—Claro, jefa. Hasta mañana.
No me apetecía salir de la oficina en ese momento. No es
que fuera una oficina espectacular: era un pequeño local
ubicado en el centro de Houston, donde Annalise, yo y otros
dos empleados nos dedicábamos a hacer llamadas comerciales
a posibles clientes y a atender a los pocos que ya teníamos.
Al volver a mi piso de alquiler, me golpeó la realidad de lo
vacía que se había vuelto mi vida. Yo me sentía vacía.
Durante el día me las arreglaba, pero cuando estaba sola,
no podía continuar fingiendo que estaba bien. Nunca había
estado tan lejos de sentirme bien. Estaba triste, alejada de mi
familia, atrapada en un trabajo que me aburría como una
ostra… y con el corazón roto.
Habían pasado dos semanas desde la última vez que había
hablado con Reid. Después de nuestra conversación en la
cafetería, no sabía cómo abordar el tema con él ni qué decir
para arreglar las cosas.
Así que le envié un mensaje de voz, explicándole todo lo
mejor que pude.
Reid, siento lo de Houston. Entiendo que estés enfadado,
pero por favor, no pienses que no me importas, porque lo
haces, y mucho. Te quiero. Sabes que sí, y no era mi intención
hacerte sentir poco importante. Es solo que, honestamente, no
vi otra salida.
Amaba a ese hombre, pero estaba enfadada con él. No
había respondido a mi mensaje y eso solo podía significar una
cosa: se estaba rindiendo. Mi maldito corazón se negaba a
sanar, la herida seguía abierta. Cuando entré en mi pequeño
apartamento, casi me entraron ganas de llorar.
«No, no volverás a llorar. Tienes salud y tu familia te
quiere. Los medios de Los Ángeles ya se están olvidando de ti.
Pronto volverás a tu antigua vida». La antigua vida, solo que
sin Reid. De repente, la herida se hizo más profunda.
Pero me negué a seguir compadeciéndome de mí misma.
Tenía que haber una forma de seguir adelante, ¿verdad? Sin
embargo, incluso ese pensamiento me dejaba sin energía.
No, puede que no quisiera sumergirme en la
autocompasión, pero tampoco estaba preparada para seguir
adelante.
Me dirigí al dormitorio directamente, me puse unos
pantalones de yoga poco favorecedores y una camiseta
holgada, y luego me metí en la cama, con la intención de ver
algo en Netflix para olvidarme de todo.
Grrr… ¿por qué cada programa de la sección
‘‘recomendado para ti’’ me hacía pensar en Reid? No
necesitaba más cosas que me hicieran pensar en él.
Estaba a punto de poner una película navideña, sin motivo
aparente, cuando sonó el teléfono. Era Val.
Dejé escapar una risita. Mis hermanas solían llamarme
todas las tardes, y Jace encontraba una excusa diaria para
hacer lo mismo. Estaba segura de que habían hecho un horario
para comprobar cómo estaba. Si no los quisiera tanto, les
reprocharía su sobreprotección. Pero en ese momento
necesitaba todo el amor posible, y algunos abrazos también me
hubieran venido de perlas. Sin embargo, una no siempre
conseguía todo lo que quería, ¿verdad?
—Hola, hermanita —saludé, apartando el portátil a un
lado.
—¿Interrumpo algo?
—Solo una noche de Netflix. Lo de siempre.
—Uhhh… ¿quieres que lo vea contigo? Podemos analizar
los detalles por teléfono. —Solté una risita. Val y yo teníamos
la costumbre de diseccionar películas.
—No es divertido si no lo hacemos en persona.
Realmente anhelaba uno de los abrazos de Val. Mi
hermana daba los mejores abrazos del mundo. Y no la vería
hasta dos semanas después.
—Mmm… ¿podríamos hacer una videollamada?
—¿No tienes un marido que te entretenga? ¿Por qué te
preocupas por mi triste existencia cada noche?
—Oye.
—¿Acaso pensabas que no sería capaz de darme cuenta?
—Eso esperaba.
—Val, ya soy mayorcita. No quiero que te preocupes por
mí.
Aunque podía aceptar todas las atenciones y mimos, que se
preocuparan por mí era algo que no podía soportar.
—Soy tu hermana mayor, es lo que se supone que debo
hacer.
—Pon a Carter al teléfono —Usé un tono severo, sin dar
pie a negociación.
—¡Vaya! Vale, lo pillo. Te estás haciendo la dura. No estoy
preocupada. Te lo juro por Snoopy.
—Ya, claro. ¿De verdad esperas que me lo crea?
—Bueno, no, pero prométeme que no le dirás nada a
Carter. Ya está más estresado por el embarazo que yo.
—Vale, lo prometo.
—Hailey, todo mejorará. Confía en mí.
—Le echo de menos —admití, mordiéndome el labio—. Y
no quiero.
—Ay, joder, niña. Cogería ahora mismo el primer avión
que hubiera para poder estar contigo.
—Ojalá pudieras —susurré.
—Organizaremos un día de hermanas cuando vuelvas.
—Sí, sí, sí. Quiero mimos extra.
—Sí, señora.
—Me muero de ganas.
Después de hablar con Val unos minutos más, regresé a mi
portátil y decidí que no quería ver nada romántico. Opté por
una película de terror, que podría ser la solución para distraer
mi mente del romanticismo.
Parpadeé varias veces para aliviar la sensación de ardor en
mis ojos, y me acurruqué sobre un lado antes de presionar el
botón ‘‘play’’. Sabía que todo mejoraría y solo necesitaba
aguantar un poco más hasta que lo hiciera.
***
Reid
—¡Mira quién ha venido! —exclamó Bianca al abrir la puerta
de casa de nuestros padres—. Nos preguntábamos si llegarías
a tiempo.
—¿Acaso lo dudabas? Jamás dejaría de venir a una cena.
—Bueno, lo que sí has dejado de hacer es contestar a mis
llamadas.
—He estado ocupado. —Aunque técnicamente no era
mentira, no era excusa suficiente para no responder las
llamadas de mi familia.
Entré y colgué mi abrigo.
—Siempre estás ocupado, pero nunca antes has ignorado
mis llamadas.
—No he…
Bianca se cruzó de brazos.
—No era una pregunta.
Gruñí. Tenía un objetivo. Era evidente que tenía algo en
mente y no tenía sentido luchar en su contra. Lo mejor sería ir
directo al grano.
—Sabías que te iba a dar la lata con Hailey.
Me lo esperaba.
—Bibi.
—No me digas Bibi. La única excusa que se me ocurrió
para sacarte de tu cueva fue organizar una cena familiar.
—¡Cariño, estás aquí! —exclamó mamá.
Mientras caminábamos hacia el comedor, sentí los ojos de
Bianca clavados en mi nuca. Papá ya estaba sentado en la
mesa.
Mi intuición me alertó de que algo no iba bien cuando pillé
a mis padres intercambiando una mirada. Y cuando, a
continuación, también intercambiaron una mirada con Bianca,
ya no solo lo sospeché, sino que estaba seguro de ello.
—¿Qué está pasando? —pregunté.
—Cariño, hemos estado preocupados —comenzó mamá—.
Hemos oído que las cosas entre tú y Hailey no están bien.
De repente, sentí que no podía respirar con normalidad, así
que desabroché el botón superior de mi camisa. Decir que las
cosas no estaban bien era quedarse corto. Se había ido sin
siquiera llamarme por teléfono. Me dejó un mensaje de voz, y
lo siguiente que supe fue que Cameron me llamó para
informarme de que Angela me había aceptado como cliente de
manera oficial mientras Hailey estaba en Houston. Fue como
si me hubieran dado un puñetazo en el estómago, y aún no me
había recuperado.
Mamá me miraba expectante, claramente esperando una
respuesta.
—Es verdad —dije de forma breve.
—Pero si se os veía tan contentos juntos —insistió mamá.
—Mira, prefiero no hablar del tema.
Ni siquiera podía pensar en ello, ya que no podía
deshacerme de la sensación de haber cometido un inmenso
error.
—¿Qué vamos a cenar? —pregunté, esperando que todos
captaran la indirecta.
Bianca sonrió con suficiencia.
—Soufflé como entrante, pero empezaremos con el plato
principal, que se llama ‘‘Picadillo de Reid’’.
—Bianca —amonestó papá.
—¿Qué? Es verdad.
Entrecerré los ojos mientras los miraba a los tres.
—¿Me habéis invitado a cenar para hacerme pasar un mal
rato?
Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por mi familia.
Siempre. Pero en ese momento la situación me superaba.
—Claro que no —dijo mamá—. Te hemos pedido que
vengas para poder ayudarte.
—¿Ayudarme? —repetí como un loro.
Bianca se rió.
—Te dije que se escandalizaría. El peor caso de síndrome
del sabelotodo que he visto en la vida.
—Hijo, tu madre y yo llevamos mucho tiempo casados y
hemos tenido nuestros altibajos. Sabemos un par de trucos
sobre lo que hace falta para que las cosas funcionen.
No podía rebatir eso, simplemente no podía… hablar de
ello. Incluso estar allí resultaba difícil, y no entendí por qué
hasta que me di cuenta de que la última vez que había ido a
cenar, Hailey había estado conmigo, y maldita sea, había sido
la noche perfecta.
¿Tendría que soportar la profunda sensación de vacío cada
vez que viniera a casa de mis padres? No podía permitírmelo.
No quería estar allí sin ella.
Ni siquiera quería estar en mi propia casa sin ella.
—¿Qué es lo que ha salido mal exactamente? —continuó
papá. Bianca lo mandó a callar, poniendo los ojos en blanco,
como si ya hubieran hablado de ello. Me paré a reflexionar.
¿Cómo era posible que Bianca supiera lo que había ocurrido?
¿Acaso había hablado con Hailey?
—¿Reid? —presionó mi madre.
No deseaba revivir el recuerdo, pero sabía que si había dos
personas en las que podía contar para que me dijeran las cosas
sin rodeos, eran mis padres.
Resultaba difícil expresar con palabras lo que había
estallado dentro de mí aquel día en la cafetería. En cuanto me
di cuenta de que ya había aceptado la oferta de Cameron, me
invadió la ira. Había hablado con tanta despreocupación sobre
todo, como si yo no fuera ni siquiera relevante, ni siquiera algo
secundario.
—¿Acaso Hailey esperaba que me quedara sentado
esperando a ver qué pasaba? —No pregunté a nadie en
particular. Solo necesitaba desahogarme.
—Hijo, sé que te gusta tener todo bajo control e ir siempre
diez pasos por delante. Es normal que quieras estar siempre al
mando de las situaciones, ya que has asumido una enorme
responsabilidad, y no solo te las has arreglado, sino que has
prosperado. Sin embargo, muy pocas cosas en la vida están
bajo nuestro control. La mayoría de las veces, solo tenemos
que adaptarnos, sacar lo mejor de una situación y luchar.
Incluso cuando no podemos ver claramente el camino por
delante, o la luz al final del túnel, debemos seguir adelante.
—Especialmente cuando se trata de la persona a la que
quieres. —Mamá suspiró—. No puedes dejar ir a Hailey, Reid.
Es lo mejor que te ha pasado, y vuestros hijos serían adorables.
Me reí entre dientes, pero luego negué con la cabeza.
—No se trata solo de mí —dije en voz baja, mirando a la
mesa—. También se trata de ella. Al final, lo único que hizo
fue dejarme un mensaje de voz. Su jefe fue quien me dijo que
se había marchado.
—Conoces a Hailey mejor que nosotros, Reid. Pero de una
cosa estoy segura, esa mujer te quiere. —La voz de mamá era
suave, lo cual me calmó.
Tenía razón. Conocía muy bien a Hailey y sus mecanismos
de defensa. Sabía que a menudo se protegía pensando que
nadie estaría a su lado para siempre. Me lo había explicado y
yo había dicho que lo entendía. Sin embargo, a pesar de todo
lo que sabía, la dejé cuando ella más me necesitaba.
Joder, la había cagado. Me había comportado como un
imbécil.
—¿Y si ya no quiere continuar con lo que tenemos? —
pregunté.
Mamá me miró con determinación.
—¿Nos seguiría ayudando a Bianca y a nosotros sobre qué
decir a los periodistas si no le importaras?
—¿Os ha llamado? —balbuceé.
—Sí. Y debo admitir que esa chica sabe lo que hace. De lo
contrario, no volvería a repetir la experiencia.
—Ni siquiera me dijiste que los periodistas os estaban
molestando.
Lo único que quería era proteger a mi familia para que no
se viera envuelta en ningún tipo de problema, pero fracasé en
el intento. Sin embargo, gracias a que Hailey estuvo allí para
ellos en cada paso del camino, pudieron navegar esas aguas
turbulentas sin ahogarse. Incluso después de haberla
defraudado, ella los había preparado para manejar la situación.
Me centré en Bianca.
—¿Te han suspendido otra vez?
Inclinó la cabeza.
—Por poco lo hacen, pero no. ¿Adivina a quién
suspendieron? ¡A Felton! Ja. Fue una situación bastante
graciosa, ya que un profesor pasó por nuestro lado mientras
estaba metiéndose conmigo.
—Madre mía Bianca, lo siento.
Mi hermana se encogió de hombros.
—¿Sabes a quién puedes agradecer que ahora yo sepa
cómo cerrarle la boca a todo el mundo? A Hailey. Así que,
vayamos a lo importante. Tengo la dirección de Hailey en
Houston —dijo Bianca.
—¿Cómo? —pregunté con suspicacia—. Hailey no tendría
razones para dártela.
—Fueron las chicas Connor.
—¿Has estado en contacto con ellas?
—Os hemos estado siguiendo de cerca, pensando que al
final… ya sabes, entraríais en razón. Pero no fue así, así que…
claramente, era el momento de tomar cartas en el asunto. Así
que, venga, ¡hay mucho que hacer! Acabemos rápido con esta
cena. Hay mucho que planear.
Capítulo Veintisiete
Reid
Estaba sentado en el restaurante del edificio contiguo a la
dirección que Bianca me había dado, y consulté mi teléfono
por quinta vez. Ya eran las siete y aún no había señales de
Hailey. Al final, me di por vencido y le envié un mensaje de
texto a Bianca.
Reid: ¿Estás segura de que la dirección es correcta?
Bianca: DIOS MÍO, sí. ¿Qué clase de espía y
conspiradora crees que soy? Mis fuentes son de fiar.
Probablemente se haya quedado trabajando hasta tarde.
Podía ser, eso era lo más seguro. Pero en ese instante
estaba allí y no podía esperar a verla. Necesitaba hablar con
ella y abrazarla.
Finalmente, a las ocho en punto, un coche se detuvo frente
al edificio y vi a Hailey salir de él. Fue como si hasta entonces
hubiera estado conteniendo la respiración. Salí corriendo del
restaurante hacia ella. Como estaba buscando algo en su bolso,
no me vio hasta que estuve frente a la escalera. Acto seguido,
se sobresaltó y casi tropezó hacia atrás.
—¡Reid! ¿Qué estás haciendo aquí?
—He venido a verte, preciosa.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí?
—Cuatro horas y veintitrés minutos. No es que haya
estado contando las horas.
Pensaba que sabía cuánto había echado de menos a Hailey,
pero estar tan cerca… Joder. En ese momento, me di cuenta de
que nunca había necesitado a nadie tanto como la necesitaba a
ella.
—¿Podemos hablar? —pregunté cuando ella no respondió.
—Mmm… ¿has viajado hasta aquí solo para hablar
conmigo?
—Sí.
—Vale. Pues tú dirás.
—¿Podemos ir a un lugar más privado?
Jugueteó con las llaves y luego se pasó una mano por el
pelo.
—Bien, subamos a mi piso.
Joder. Parecía que prefería hacer cualquier cosa antes que
invitarme a su apartamento.
El apartamento estaba en la segunda planta y tenía muy
pocos muebles, carecía del estilo y joie de vivre que eran
habituales en Hailey.
Volviéndose hacia mí, se cruzó de brazos.
—¿Reid? —preguntó—. Has dicho que querías hablar.
—Quiero disculparme, Hailey. Por la forma en que
reaccioné en la cafetería, por la forma en que te hablé, por no
responder a tu mensaje de voz… No estuvo bien.
Un destello de ternura brilló en sus ojos, pero solo duró
unos segundos.
—Agradezco tus palabras, pero podrías haberlo dicho por
teléfono. No tenías que venir hasta aquí.
Me acerqué y sentí una gran satisfacción al ver que no
retrocedía. Inhaló bruscamente cuando me detuve frente a ella,
mirándole los labios.
—Eso no es lo único que he venido a decir. El resto era
mejor decirlo en persona.
—¿Y qué es?
—Te quiero, Hailey, y te echo mucho de menos.
Sacudió la cabeza, parpadeando con rapidez.
—No, no digas eso. Sé que no estuvo bien que tomara una
decisión por mi cuenta, y lo siento mucho. Pero me hiciste
sentir que no valía la pena luchar por lo que teníamos.
Joder, eso era inaceptable. Jodidamente inaceptable.
Estaba dispuesto a arreglarlo todo.
—Hailey, escúchame. Yo estaba… No llevo bien las
sorpresas, eso ya lo sabes. No es una excusa, pero es verdad.
Solo escuchaba a medias lo que decías. En mi mente, ya estaba
imaginando cómo iban a desarrollarse las cosas, pensando que
no funcionaría.
—¿Y en lugar de hablar las cosas, decidiste que era más
fácil encerrarte en tu caparazón?
—Ahora estoy aquí —dije en un débil susurro. Volvió a
sacudir la cabeza y me rodeó.
—¿Cómo sabías siquiera dónde vivía?
—Bianca me lo dijo.
Hailey frunció el ceño.
—¿Cómo lo supo?
—Por tus hermanas.
Me regaló la primera sonrisa del día.
—Nos están tendiendo una emboscada. —Dejó caer la
cabeza entre las manos, riendo. Me acerqué más.
Conteniéndome de cogerla en brazos y besarla.
—¿Qué?
—Emboscada interfamiliar. Esto es un concepto nuevo.
Están llevando esto a otro nivel.
Me miró a través de sus dedos y quizá se dio cuenta de que
estaba a una fracción de segundo de reclamar ese beso que tan
desesperadamente necesitaba, porque sus ojos se abrieron de
par en par.
—Reid, no sé qué decir —murmuró.
—No tienes que decir nada. Solo necesitas saber que estoy
aquí para demostrarte que estamos hechos el uno para el otro.
No me iré hasta conquistarte de nuevo, mi chica preciosa.
***
Hailey
Después de que Reid se fue, entré en un completo frenesí. A la
mañana siguiente, me desperté con una extraña sensación de
que todavía estaba soñando, aunque había sido un buen sueño,
con Reid como protagonista. Abrí un ojo y luego el otro, con
el corazón latiendo más rápido. Joder. No había sido un sueño.
Realmente había estado allí. Allí. Por mí. Estuve nerviosa
durante toda la mañana, apenas prestando atención a lo que
estaba haciendo. Mi mente estaba en Reid. ¿En qué estaría
pensando? ¿Dónde estaría en ese momento?
No tuve que preguntármelo demasiado, porque cuando
crucé las puertas del Starbucks más cercano, allí estaba él. Tan
irresistible con sus vaqueros y su polo como el día anterior con
el traje.
—Buenos días —saludó.
—Qué casualidad verte aquí. ¿Pura coincidencia?
Tuve un déjà vu de su aparición en aquella proyección de
cine, cuando le había preguntado lo mismo. Le brillaron los
ojos. Él también lo recordaba.
—Para nada.
—Mmm… ¿Bianca ha hecho de las suyas de nuevo?
—No, esto solo ha sido posible gracias a mi poder de
observación. Es el único Starbucks en un radio de cinco
manzanas.
—Ya veo.
—También habría pedido lo de siempre, pero no quería
arriesgarme a que se enfriara. No sabía exactamente cuándo
aparecerías.
Aunque él ya tenía una taza de café en la mano, esperó
pacientemente mientras yo pedía lo mío.
—Podemos sentarnos ahí. —Señaló dos cómodos sillones
junto a la ventana.
—Humm… Presiento que estás maquinando un plan.
La sonrisa que me dio como respuesta me dejó perpleja.
—¿Qué quieres que diga? Me conoces demasiado bien.
Una vez sentados los dos, preguntó:
—¿Qué tal el trabajo?
—Aburrido. No tenemos muchos clientes. Estamos
intentando conseguir algunos, pero si soy sincera, incluso para
los clientes que tenemos, el trabajo no es muy apasionante.
Hablé con Cameron y todo se está calmando
considerablemente en Los Ángeles.
Se le movió una de las comisuras de los labios. Entrecerré
los ojos en gesto de sospecha.
—He oído que el programa de moda de Marion fue
cancelado sin previo aviso. ¿Tuviste algo que ver con eso?
—¿Decir que sí me hará ganar puntos?
Ella sonrió.
—Tal vez.
—Estás siendo dura conmigo, pero me lo merezco. Sí, tuve
que ver y, para ser sincero, pronto te enterarás que ese tal
Victor ya no trabaja para LA Lifestyle. También tuve algo que
ver con eso.
—No me lo puedo creer.
Se inclinó, directamente invadiendo mi espacio personal.
—Te dije que te protegería y estoy cumpliendo esa
promesa. Te amo, Hailey.
—Reid…
Me miró a los labios, y justo cuando pensé que me besaría,
se apartó.
—Bueno, haz un hueco para el desayuno y la cena. Son
míos.
—¿Qué?
—Estoy aquí para reconquistarte. Necesito tiempo para
hacerlo.
—Vale… probablemente pueda desayunar.
—Y cenar —insistió.
—Puede que tenga reuniones con clientes.
—Acabas de decir que no tienes tantos. Cenaremos juntos
—concluyó.
No sabía qué decir o qué hacer. Me había hecho daño, pero
¿acaso no cometía errores todo el mundo? ¿Especialmente
cuando se enfrentaban a la incertidumbre? Yo misma había
sido culpable de eso. Es que… ¿y si volvía a pasar? No creía
que pudiera superarlo de nuevo. Decidí cambiar de tema.
Centrarme en él.
—¿Cómo es que estás aquí? ¿Quién está a cargo de las
operaciones mientras tanto?
—Mi director financiero se está ocupando de todo. —Eché
la cabeza hacia atrás. Reid se rió—. Tuvo una reacción similar
cuando le informé de sus nuevas funciones.
—¿Por cuánto tiempo lo has dejado a cargo?
Mi verdadera pregunta era: ¿cuánto tiempo se quedaría
conmigo?
Por la forma en que su mirada se posó en mi boca, sabía
exactamente lo que le estaba preguntando.
Me sonrió de forma pícara.
—Por el tiempo que haga falta.
Capítulo Veintiocho
Hailey
Durante los días siguientes, gradualmente comencé a percibir
la vida a través de una lente llena de color, en lugar de solo ver
el mundo en blanco y negro.
Tal vez, el hecho estaba relacionado con cierto dueño
gruñón de un hotel que solía aparecer en Starbucks todas las
mañanas. ¿Adivina quién cumplía su promesa y se
autoinvitaba a cenar a mi casa todas las noches? El mismo
hotelero testarudo.
Si bien no me presionaba en absoluto, su mera presencia
ya era suficiente presión para mí. Sin embargo, el jueves por la
mañana, decidió cambiar las cosas y se presentó en mi puerta
con un café de Starbucks, insistiendo en que prepararía el
desayuno para los dos.
Se encontraba de pie junto a los fogones, y la verdad era
que lucía espectacular cocinando tortitas para los dos.
Aproveché el momento en que estaba totalmente concentrado
en la sartén para disfrutar de las vistas, poco a poco.
—Hailey…
—¿Qué? —pregunté con demasiada inocencia. Me había
pillado con las manos en la masa.
—No puedes mirarme así a menos que quieras que te bese.
Y no te besaré a menos que me digas que eres mía para
siempre.
Dios. ¿Qué se supone que debía responder a eso?
Bajé la mirada hacia mis manos, haciendo girar los
pulgares. No quería poner las cosas difíciles ni castigarlo.
Simplemente tenía miedo de dar el siguiente paso, pero sabía
que no podía reprimir mis sentimientos por él por mucho
tiempo más.
Así que, como no se me permitía mirarle, decidí poner la
mesa. Era tan sensible a la presencia de Reid que sentía como
si cada célula de mi cuerpo ansiara su cercanía. Todo mi ser
vibraba, mi corazón latía más rápido, como si me dijera que
era normal quererlo y necesitarlo. Sin embargo, mi mente
seguía indecisa.
Sentada a la mesa, vi cómo ponía dos tortitas en cada
plato. Estaba a punto de ir a la cocina para traer nuestras tazas
de café cuando mi teléfono sonó con un mensaje de Jace.
—¡Hostia puta! —exclamé.
—¿Qué?
Me temblaban un poco las manos.
—Val acaba de ponerse de parto. Se supone que no saldría
de cuentas hasta dentro de dos semanas.
También me temblaba la voz.
—Vale. Nos iremos a Los Ángeles enseguida —dijo Reid
con calma.
¿Cómo había percibido que eso era justo lo que yo
pensaba? ¿Exactamente lo que yo quería?
—Sí… Tengo que… —Me quedé en blanco—. Mi sobrina
está en camino. No puedo pensar. En absoluto. —Me levanté
de un salto y empecé a caminar por la habitación. Reid me
siguió de cerca y se colocó frente a mí, impidiéndome el paso.
Me agarró por los hombros y me miró directamente a los
ojos.
—Uno: empaca lo que necesites para unos días. Dos: envía
un correo electrónico a Cameron y Annalise para decirles que
tienes una emergencia familiar. Yo me ocuparé de todo lo
demás.
Una enorme sonrisa se formó en mi rostro, mientras mi
ritmo cardíaco se aceleraba. Mis miedos se disiparon por
completo, reemplazados por una mayor claridad: no iba a
perder a aquel guapísimo y perfecto hombre.
—Sí, señor.
Dio media vuelta a mi alrededor para pellizcarme la nalga
derecha.
—Venga, vamos.
—¿Reid?
—¿Sí?
—Ya puedes besarme.
Me devolvió una sonrisa y, justo después, posó sus labios
sobre los míos. Cielos. Vaya beso. Todo mi cuerpo reaccionó
al contacto, y mi pulso se aceleró. Sentí la presión de sus
dedos en mis brazos, sus caderas contra mí mientras me movía
por la habitación y finalmente me inmovilizaba contra la
pared, besando mi cuello. Llegó hasta mi hombro y se detuvo.
Su aliento caliente sobre mi piel desnuda era una tortura de lo
más placentera.
—Vamos, bonita. Sigamos con el plan. Más tarde te besaré
todo lo que quieras.
***
—Ten cuidado, o se te caerá el móvil —dijo Reid entre risas
cuando el avión aterrizó en el aeropuerto de Los Ángeles. Pasé
todo el vuelo intentando conectarme a internet, pero fue en
vano. ¿Por qué las aerolíneas se jactaban de ofrecer internet si
no funcionaba?
En ese momento, estaba mirando fijamente la pantalla,
deseando que se conectara a la red, conteniendo la respiración.
Cuando por fin logré conectarme a internet, la primera
notificación que vi en mi pantalla fue una foto de Val
sosteniendo a su niña recién nacida. El bebé era tan pequeño.
Dios mío. ¿Cómo podía ser tan pequeña?
Jace: El nuevo miembro del clan Connor. Tanto Carla
como Val están sanas.
—Felicidades. Eres tía otra vez —susurró Reid.
—Es adorable. —Mi voz era gutural. Sinceramente, no era
capaz de pensar con claridad, y estaba cien por cien segura de
que Reid lo sabía porque me cogió de la mano y no me soltó.
De no ser por él, no estaba segura de haber llegado al
hospital de una pieza.
Jace y Will estaban frente a la habitación de Val cuando
llegamos. Ambos en estado de frenesí, pero eso no les impidió
lanzar miradas asesinas a Reid.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí? —preguntó Jace.
Will estaba de pie a su lado, callado pero emitiendo las
mismas señales sobreprotectoras.
Entrecerré los ojos.
—¿Quieres controlar esos instintos fraternales hasta que
conozca a mi sobrina?
—No, no creo que lo haga —respondió Jace.
—Estaba conmigo en Houston.
—No te sigo.
—Eso es porque no es asunto tuyo —le dije, muy
amablemente.
Will hizo una mueca de dolor.
—Jace, está usando su tono de relaciones públicas. Yo que
tú no me metería.
—Hailey, ¿por qué no entras a ver a Val, y yo hablaré con
estos dos? —dijo Reid.
Sonreí.
—Cada vez me gustas más.
Una vez dentro, eché un vistazo a la habitación. Brooke y
Paige estaban revoloteando alrededor de Val y el bebé.
Mientras tanto, Lori y Carter cuchicheaban en un rincón.
—Hola a todos —dije en voz alta.
—¡Estás aquí! —exclamó Lori.
—¿Dónde están los demás? —pregunté.
—Mi querido marido se encargó de llevar a todos los niños
a comer algo, junto con Landon y Maddie. Esto se estaba
abarrotando un poco.
En ese preciso momento, capté la atención de Val y supe
de inmediato lo que significaba esa mirada. Era momento de
recurrir a mis habilidades como asesora de relaciones públicas.
—¿Por qué no vais a comer algo? Yo le haré compañía a
Val.
—Buena idea —dijo Lori—. Carter, vamos. Necesitas
cafeína y algo de comer.
Hubo un murmullo general de acuerdo, y todo el mundo se
fue. Cuando Lori pasó junto a mí, le susurré:
—Salva a Reid.
Fue una prueba del poder de nuestra comunicación
fraternal que Lori ni siquiera pestañeara o pidiera más
aclaraciones. Por otra parte, sospechaba que Lori había estado
en una misión de salvamento todo el día; para ser precisos,
había estado salvando a Carter de sí mismo.
Había estado presente cuando nacieron Willow y Evelyn.
Tanto Landon como Graham, el marido de Lori, se habían
mostrado fuera de control, haciendo preguntas, listas,
acechando… de todo. ¿Qué tenía el hecho de ser padres que
convertía a los hombres adultos en criaturas aterradoras y, al
mismo tiempo, adorables?
—Gracias por despejar la habitación —dijo Val—. Son
muy tiernos, pero un poco abrumadores.
Val estaba recostada en la cama del hospital con la
pequeña Carla dormida sobre su pecho. Aunque era adorable,
no podía apartar los ojos de mi hermana. Vestida con la bata
azul del hospital, parecía más fuerte de lo habitual. Una fina
capa de sudor le salpicaba la cara y el cuello, y se notaban las
ojeras debajo de sus ojos. A pesar de eso, nunca antes había
visto a Val tan feliz como en ese momento.
—¿Cómo te sientes? —pregunté.
—No estoy segura de cómo describirlo.
—Carla parece aún más pequeña en persona. ¿Cómo es
posible?
—No lo sé —susurró Val. Nunca había deseado tanto
abrazar a mi hermana.
—¿Crees que Carla es demasiado pequeña para un abrazo
sándwich al estilo Connor? —Me moría por tocar al pequeño
bebé.
—Creo que sí. Podríamos aplastarla —Val se rió pero
enseguida se dio cuenta de lo que realmente quería—.
¿Quieres cogerla?
—¡Sí, sí! —Me froté las manos emocionada y luego
extendí los brazos—. Pero espera… ¿no se despertará?
—Se volverá a dormir, no te preocupes. Ten cuidado con
su cabeza.
—Oye, ya lo sé. Llevo diez años siendo tía, ¿recuerdas?
Dios mío. Era monísima. Al instante se acurrucó contra mí,
buscando el contacto piel con piel, así que la moví hasta que
su cabeza quedó justo debajo de mi clavícula. Val tenía razón.
Se despertó por un momento y volvió a dormirse.
Val me miró con calidez y luego jugueteó con el
cubrecama, mirando hacia la puerta.
—Entonces, ¿has venido sola?
Me reí entre dientes.
—No te mereces saber ni el más mínimo detalle. ¿Crees
que no sé lo que hicisteis?
—¿Funcionó? —preguntó Val con impaciencia—. ¿Está
aquí contigo?
—Sí.
—¿Dónde?
—Frente a Will y Jace justo afuera de la puerta.
—¡Ay, madre mía! —exclamó Val—. ¿Deberíamos
salvarlo?
—Ya se está encargando Lori.
—Bien pensado. —Val batió las pestañas—. ¿Me contarás
algo al menos, por fa?
—Nop.
—Han sido siete largas y duras horas y tú no estabas aquí
para calmar a todo el mundo. Me merezco algunos detalles
jugosos.
—No puedo creer que me estés echando la culpa. ¿No
tienes vergüenza?
—La mitad del personal del hospital me ha mirado las
partes íntimas y me ha dado su opinión. He perdido
literalmente toda la vergüenza.
Riendo, me acomodé en el borde de la cama, con Carla aún
durmiendo sobre mí, y hablé en voz baja.
—¿Por qué susurras?
—Porque nuestros hermanos podrían estar poniendo la
oreja detrás de la puerta.
—Ah, cierto. Bien pensado.
No pude terminar la historia porque el propio Reid entró
en la habitación.
—¡Val, felicidades! —dijo.
—Gracias. Y felicidades a ti también. Me han contado que
al final fuiste a Houston.
—Lo dices como si Bianca no te mantuviera informada.
—Aprendes rápido. Por cierto, pese a que Bianca es una
excelente confidente, no lo he sabido hasta ahora.
Reid desplazó la mirada de Val hacia mí. Cuando me
levanté y me giré completamente hacia él, dirigió su mirada
hacia Carla y sus ojos se suavizaron al verla. Yo abracé al
pequeño bebé aún más fuerte, disfrutando del momento, pero
sabía que tenía que despejar la habitación ya que Val estaba
bostezando. Mi hermana necesitaba descansar.
Con el mayor cuidado posible, acosté a Carla en el
pequeño moisés que había junto a la cama de Val.
Val volvió a bostezar.
—¿Qué haces? No, no te vayas. Estábamos llegando a la
parte buena.
—Vete a dormir.
—Mandona —murmuró Val—. Aunque es cierto que
tengo sueño.
—Le diré a todo el mundo que estás descansando, ¿vale?
Val asintió, colocándose la almohada bajo la cabeza. La
tapé con la manta hasta la barbilla. La pobre Val se durmió
casi al instante.
Reid y yo salimos de la habitación de puntillas. No
quedaba ningún Connor en el pasillo.
—¿Dónde están Jace y Will? —pregunté.
—Lori sugirió que fueran a comer algo.
—Y de paso te ha salvado.
Sonreí.
—¿De qué estás hablando? Me había ganado por completo
a tus hermanos.
—¿En los dos minutos que te dejé a solas con ellos?
—Sí.
—¿Qué les dijiste? —pregunté con suspicacia.
—Me contó un pajarito que no eres la Connor más fiable
en lo que a guardar secretos se refiere, así que no puedo
decírtelo.
—¿Guardas secretos con mis hermanos?
—Sí, señora.
Abrí la boca, pero Reid negó con la cabeza.
—No preguntes, soy una tumba. —Me acercó hacia él,
poniendo su boca sobre mi oído.
—Pero te contaré algo. Esto es lo que quiero… —susurró,
rodeándome con sus brazos—. Tú, yo, y una niña. O un niño.
Dios mío. Era tan sensible a su presencia, a ese profundo
vínculo entre nosotros que ni siquiera podía describir con
palabras, también a la forma en que sus brazos me rodeaban y
a la manera en que las yemas de sus dedos ejercían presión en
la parte baja de mi espalda. Apoyada en su pecho, sentí que su
corazón se aceleraba. Me estremecí ligeramente, incapaz de
contener toda la emoción que me invadía.
—Es muy probable que tengamos uno u otro —bromeé,
pero solo porque temía que se me saltasen las lágrimas si no
decía algo que nos hiciera reír a los dos. Había sido tía tres
veces, pero nunca había deseado tanto tener un hijo propio
como en ese momento. Y todo gracias a ese guapísimo
hombre.
—¿Sí? —susurró, apartándose un poco, mirándome
directamente.
Asentí.
—Da un poco de miedo, ¿eh? Pero cierta persona me dijo
que está bien querer cosas que nos dan miedo.
—Parece un tío inteligente.
—Lo es. Y… todavía estoy esperando que me bese.
Reid se rió pero no me besó.
—Los demás nos están esperando.
—¿Ah, sí? Joder. Y yo que esperaba que me cogieras en
brazos y me llevaras a casa.
Me rodeó con el brazo. Su mirada era ardiente. Tragué
saliva.
El calor me abrasaba, me abrumaba. No podía creer cuánto
lo necesitaba en mi vida. Cuánto quería necesitarle. No me
asustaba en absoluto.
—Cariño, eso es lo que planeo hacer hoy. Tenemos que
ponernos al día con respecto a ese asunto de los besos.
***
Reid
Era tarde cuando llegamos al ático. La cena había durado hasta
bien entrada la noche y luego habíamos vuelto a visitar a Val.
—En realidad tenías razón en lo de ganarte a mis
hermanos.
—¿Acaso dudabas de mí?
—Pensé que estabas alardeando.
Levanté una ceja.
—¿Qué? A veces lo haces. Lo que no entiendo es cómo lo
has conseguido. Además, se negaron a hablar. No me dijeron
nada en absoluto. —Levantó las manos, como si no pudiera
hacerse a la idea de que sus hermanos le negaran algo.
—Ven aquí, guapa. Si no recuerdo mal, tenemos algunos
asuntos pendientes.
Hailey sonrió de forma tímida.
—¿Ah, sí? ¿Qué asuntos exactamente? Me temo que no
me acuerdo.
La levanté en brazos al segundo siguiente. Chilló y se echó
a reír cuando la besé en el cuello y luego en el hombro.
Joder, estaba tan cerca de empujarla contra la pared,
subirle la falda por la cintura y enterrarme dentro de ella. La
necesitaba mucho. Y la necesitaba en ese preciso instante. No
ayudó que Hailey ya estuviera agarrando mi cinturón, dejando
escapar un susurro de frustración cuando se dio cuenta de que
no había suficiente espacio entre nosotros para desabrocharlo.
En su lugar, se puso a desabrochar mi camisa. Conseguimos
llegar al dormitorio, pero por los pelos.
—He echado de menos besarte. —Me felicité por haber
conseguido quitarle el vestido sin hacerlo pedazos. Hablé
contra su piel mientras la tumbaba boca arriba. Le desabroché
el sujetador y hundí la cara entre sus preciosos pechos antes de
prodigar besos en cada uno de ellos, acariciando el pezón
mientras bajaba una mano entre sus piernas y la colocaba
dentro de sus bragas—. También tocarte. Estos últimos días
han sido muy duros estando cerca de ti pero sin poder tocarte.
Clavó los talones en el colchón cuando rodeé su clítoris
con un ligero movimiento, y cuando deslicé dos dedos en su
interior, gimió.
—Reid, desnúdate. Por favor.
—Desnúdame tú, preciosa.
Hailey no dudó. Fue directa a los botones que aún no había
desabrochado, tirando con tanta fuerza que rasgó la tela.
Sonrió.
—Supongo que te debo una camisa.
Riendo, me deshice del resto de la ropa y de sus bragas
antes de besarla de nuevo, haciendo que nuestras lenguas se
encontrasen, ansiando la conexión. Necesitaba tocarla.
Acaricié su lengua de forma rápida y profunda, me senté
en la cama y la acerqué hacia mí. La quería situar encima de
mí para ver cómo llegaba al clímax. Me provocó, frotándose
contra mí sin buscar la penetración. Eché la cabeza hacia atrás,
inspirando por la nariz, intentando mantener el control. Perdí
la batalla cuando jadeó, e introduje solo la punta. Agarrándola
por las caderas, la penetré hasta el fondo, hasta que mi visión
se nubló.
—J-j-oder, Hailey.
Jadeó, apretándose contra mí. Volví a besarla, moviendo
sus caderas a mi ritmo. No quería dejar de besarla, de tocarla.
La parte racional de mí sabía que no se marcharía, pero las
semanas sin ella habían hecho mella en mí. Me abrumaba la
desbordante sensación de volver a tener a Hailey entre mis
brazos, de sentir su piel desnuda y sus labios.
Me centré en su placer hasta que contrajo con fuerza. Yo
también buscaba mi propio clímax, pero esperé,
conteniéndome, marcando el ritmo, observando su preciosa
cara cuando se corrió, sabiendo que todo aquello era para mí.
Sería todo para mí eternamente.
La acuné en mis brazos durante un largo rato después de
terminar agotados, aún sin querer romper nuestra conexión.
Después de asearnos, la atraje de nuevo a la cama,
abrazándola y soltándola solo el tiempo justo para que pudiera
pedir al servicio de habitaciones.
—Nooo… me estás malcriando otra vez —dijo cuando se
dio cuenta de toda la comida que había pedido—. Echaba de
menos todas estas delicias en Houston. También echaba de
menos el ático. —Miró alrededor del salón, pasando la mano
por la barra del bar.
—¿Y a mí?
—Tal vez.
Le mordí ligeramente el hombro. Hizo pucheros.
—No quiero volver.
—Será solo por unos meses. Y para que lo sepas, he
alquilado la suite más grande del Westin. Tienen un excelente
servicio de habitaciones. Me encantaría compartirla contigo.
—Espera… ¿qué quieres decir? ¿Por qué harías eso?
—Porque pienso dividir mi tiempo entre Houston y Los
Ángeles mientras tú estés allí.
Parpadeó con expresión atónita, mirando hacia la izquierda
y la derecha.
—¿Dónde ha quedado el Reid gruñón que se escondía en
su fortaleza? Dime la verdad.
Le pasé un brazo por la cintura, inmovilizándola contra la
barra.
—Sigo aquí, pero me gustas más que mi fortaleza.
—¿Ah, sí?
—Sí. Y quiero que no dudes de que estaré a tu lado pase lo
que pase.
—Podemos hacer que todo vaya bien —susurró.
—Lo conseguiremos. Porque mi hogar es donde tú estés,
Hailey Connor.
Primer Epílogo
Un mes después
Reid
—¿Te ves viviendo en el ático de Los Ángeles? —le pregunté
una noche en Houston. Estábamos en la suite del hotel,
tumbados en el sofá.
—¿Servicio de habitaciones veinticuatro horas y unas
vistas para morirse? Lo firmo. Y por cierto, el spa de tu hotel
es mucho mejor que el de aquí. Reservé uno de sus masajes
cuando estuviste en Los Ángeles la semana pasada, y juro que
esa mujer me destrozó la espalda.
—Puedo darte yo un masaje.
—Sí, por favor, hazlo. —Moviendo las cejas, se giró sobre
un lado—. Puedes empezar por el cuello.
Le llevé una mano a la nuca y la acaricié con el pulgar
antes de plantarle un beso. Jadeó ligeramente. Me retiré y
oprimí con los dedos sus puntos de presión, observando cómo
se relajaba bajo mis caricias.
Amaba a esa mujer. Le tenía preparadas algunas sorpresas,
pero estaba esperando a que volviéramos a Los Ángeles para
poner mi plan en marcha.
—No veo la hora de que termine mi estancia en esta
ciudad —murmuró—. Me muero por volver a las trincheras
con mis escándalos de Hollywood. Echo de menos la
adrenalina.
Me reí mientras enterraba mi cara en su cuello.
—Te quiero, cariño.
Se acurrucó más cerca, suspirando de felicidad.
—Me siento culpable de que tengas que andar viajando
entre Los Ángeles y Houston.
—Me he acostumbrado. No es tan malo como pensaba. Me
he dado cuenta de que el secreto para querer ir a algún lugar es
tener a alguien a quien acudir cuando llegas allí. Y tú, Hailey
Connor, eres esa persona para mí.
No solo me sacó de mi zona de confort, sino que me
mostró un mundo de posibilidades que antes estaban ocultas a
mis ojos. Gracias a ella descubrí una nueva dimensión de la
vida y quería explorar todo lo que me deparaba.
Estaba a punto de darse la vuelta por completo cuando el
sonido de su teléfono interrumpió el silencio. Al recogerlo del
suelo, noté que mi hermana le había enviado un mensaje.
—¿Qué hace Bianca enviándote fotos? —pregunté.
—Quiere saber qué ropa ponerse esta noche cuando salga
con sus amigas.
—¿Podrías darme más detalles?
—Ni de coña.
Mi hermana estaba viviendo el verano de sus sueños,
aprovechando su tiempo libre antes de comenzar la
universidad en otoño. Su último mes de instituto hasta la
graduación fue intenso, dado todo el interés de los medios en
torno a mí, pero ella había mantenido la calma. ‘‘Nunca
volveré a ver a esa gente. ¿A quién le importa lo que
piensen?’’, me dijo.
—Entendido. En parte me alegro de no haber estado en su
baile de graduación. Oí que tenía una cita… espera un
momento, tienes cara de estar escondiendo algo.
—¿Yo?
—Sin duda. ¿Qué es lo que no me estás contando?
Se centró en el teléfono, intentando claramente evitar mi
mirada.
—Hailey…
—Bianca me pidió que te entretuviera, ¿vale? Pero no le
digas que te lo he dicho.
Me encantaba que no pudiera guardar secretos conmigo.
—Y tú pensaste que era una buena idea… ¿por qué?
—Will y Jace casi espantan a mi cita del baile de
graduación. No quería que la pobre Bianca pasara por lo
mismo.
—Así que tomaste el asunto en tus propias manos.
—Sí.
—En ese caso, no pareces tan culpable como deberías.
Me dedicó una sonrisa tímida.
—Eso es porque no me siento demasiado culpable. Solo
estaba ganando tiempo hasta que pueda enseñarle
adecuadamente las nociones básicas de cómo lidiar con
hermanos.
—Tengo que hacer algo al respecto. —Le sujeté las
muñecas por encima del reposabrazos y me incliné para
besarla.
—Esperaba que dijeras eso.
Segundo Epílogo
Hailey
—Mmm… ¿Tú semidesnudo y la piscina para nosotros solos?
Me apunto —dije.
—Bien. Vámonos. Le pedí al personal que abriera
temprano especialmente para nosotros.
—¿Sabías que hoy me iba a despertar al amanecer?
—Cariño, es la boda de tu hermano. Llevas una semana
despertándote al amanecer.
—Es verdad… Es que tengo demasiada energía
acumulada.
—Venga, vamos a desgastar un poco de esa energía en la
piscina.
Le observé con atención, preguntándome por qué no
proponía otras actividades para canalizar su energía.
Era mi momento favorito del día para bañarme en la
piscina. El sol de la mañana brillaba sobre nosotros, inundando
el espacio de luz.
No podía creer que finalmente hubiera llegado el día de la
boda de Jace. Los últimos meses habían sido un torbellino, y
yo apenas había vuelto de Houston hacía un par de semanas.
Cameron estaba encantado de tenerme de vuelta en Los
Ángeles, y yo estaba agradecida por dejar atrás la monotonía
de las relaciones públicas corporativas y volver a mis casos
habituales en Hollywood.
Tras la declaración de Reid, el interés de los medios de
comunicación por Marion disminuyó de manera considerable,
y acabó esfumándose por completo cuando se confirmó que su
programa no se llevaría a cabo. Ni siquiera aparecía en las
revistas de cotilleos, y Macy’s retiró su línea de lencería
exclusiva que llevaba su nombre.
Tenía la ligera corazonada de que eso no había ocurrido de
la nada. Incluso me parecía que Reid había movido algunos
hilos para que sucediera. Le había preguntado solo una vez, y
él había mostrado señales sospechosas: maniobras evasivas,
distraerme con actividades sensuales… Pero sinceramente, no
necesitaba saber todos los detalles.
Aunque el interés de los medios de comunicación por Reid
también estaba disminuyendo poco a poco, tenía la corazonada
de que volvería a aumentar el siguiente año, ya que iba a abrir
un tercer hotel.
—Vaya manera de empezar el sábado —murmuré tras
terminar un largo de espalda. De reojo, noté a unos camareros
que estaban colocando bandejas en el bar de la piscina.
—¿Has pedido el desayuno? —pregunté, emocionada.
—Todos tus favoritos.
—Eres un diablillo.
Ñam. Por alguna razón, parecía aún más sexy que de
costumbre, lo cual ya era mucho decir. Se me secó la boca.
—¿Qué he hecho yo para ganarme ese apodo? —Sus
labios se curvaron en una impresionante sonrisa mientras
nadaba hacia mí.
Ladeé la cabeza, tratando de pensar en una respuesta
apropiada.
—Mmm… lo guapo que estás en bañador.
Se echó a reír.
—No puedes echarme la culpa por ser demasiado guapo.
—O humilde… ¿Puedes abrochar el nudo de mi sujetador?
Se colocó detrás de mí, pasó los dedos por mi desnundo
omóplato y luego se detuvo justo debajo del nudo. Me
estremecí y me humedecí los labios.
—Prefiero quitártelo.
—¿Ves? Y te preguntas qué has hecho para ganarte ese
apodo. Señor, usted no me hará llegar tarde a la boda de mi
hermano.
Para ser sincera, llegar tarde era imposible; Lori dirigía
todo con mano dura. Pero nunca sabía lo que aquel guapo
diablillo podía conseguir de mí.
—Tenemos tiempo. Hay algo de lo que quería hablarte.
—¿Y tiene que ser ahora mismo?
—Me temo que sí.
Dio un paso hacia atrás y me hizo girar. ¿Qué estaba
sucediendo? Mi pulso se aceleró y los músculos de mi
abdomen se tensaron.
—¿Qué pasa?
Besó mi mano y deslizó sus pulgares por mis nudillos.
—Llevo tiempo preguntándome cuál es la mejor manera
de hacerlo.
—¿Hacer qué?
Mostró su típica sonrisa pícara que tanto me gustaba, y
entonces me di cuenta de que me estaba tomando el pelo.
—¡Reid! ¿Qué está pasando?
Su sonrisa se amplió y me llevó hacia el bar de la piscina,
donde nos esperaba el desayuno.
Repasé todos los deliciosos manjares que se encontraban
sobre la mesa. Huevos duros con verduras, tortitas, gofres,
zumo de naranja recién exprimido, café, manzanas…
Madre mía.
Mis ojos se posaron en un pequeño joyero con el logotipo
de Bennett Enterprises grabado en el cierre, justo entre la taza
de café y las manzanas. Mi cuerpo se tensó por la expectación.
Iba a…? Dios mío sí, sí iba a hacerlo. Como en cámara lenta,
lo vi tomar el joyero con una mano…
Mi vista se nubló incluso antes de que abriera el joyero,
pero entonces, vi el espectacular anillo de diamantes y me
tambaleé. Mi determinación por no soltar lágrimas ese día se
acababa de ir al garete…
—Hailey, eres la mujer de mi vida, cariño. Quiero pasar el
resto de mis días contigo. Quiero compartir contigo todo lo
que esta alocada vida nos tiene preparado. Quiero amarte y
mimarte por el resto de nuestros días. ¿Quieres ser mi esposa?
—Dios, sí. Sí.
Asentí y, en cuanto tuve el anillo en el dedo, lo abracé y
solté una carcajada mientras él me levantaba y me besaba con
pasión, como si no hubiera un mañana. En ese momento, no
me importaba el desayuno, ni llegar tarde, ni nada en
particular, excepto perderme en los ojos de ese hombre
increíblemente atractivo. Era mi hombre.
—No puedo creer que no viera ninguna señal —susurré.
—Bueno, esa era la cuestión. Jace me aconsejó no buscar
un anillo desde un portátil al que tuvieras acceso. Algo sobre
que el retargeting online estropea las sorpresas.
Me reí, porque así era exactamente como había deducido
que mi hermanito quería declararse a Brooke.
—No quería dejar nada librado al azar —dijo.
—Ya lo creo. Espera un segundo, ¿así es como te ganaste a
mis hermanos en el hospital?
Sonrió con picardía.
—¿Qué me ha delatado?
—Bueno, nada en particular. Por fin todo cobra sentido.
—Lo creas o no, Bianca por poco me delata.
—Ah, aún no domina el arte de la sutileza, pero no te
preocupes. Yo le enseñaré.
Bianca estaba de viaje por Europa con sus padres, de lo
contrario, también hubieran asistido a la boda. Echaba de
menos a esa chica. Afortunadamente, asistiría a la Universidad
de California en Los Ángeles, por lo que no tendría que
mudarse.
—Sé que lo harás. Te quiero, Hailey.
—Yo también te quiero. No sabes cuánto —susurré—.
Gracias.
—¿Por qué?
—Por mostrarme que está bien querer cosas a las que
temo. Y que no tengo que temer amarte.
Reid pasó sus manos por mi costado. Sí… definitivamente
íbamos a llegar un poco tarde.
***
—Prometedme que no lloraréis —dijo Lori con firmeza. La
maquilladora acababa de darnos los últimos retoques a todas
las chicas. Éramos un grupo numeroso. Además de todas las
chicas Connor, también habían llegado mis primos Bennett.
Nos encontrábamos en una pequeña sala de espera en la
finca donde se llevaría a cabo tanto la ceremonia como la
recepción. El lugar era impresionante, ubicado en las afueras
de Los Ángeles, al pie de las majestuosas montañas de San
Gabriel.
Todos asentimos, pero ella dirigió su mirada a mí.
—Especialmente tú, Hailey.
Me aclaré la garganta, pero ¿qué podía decir en mi
defensa? Lori también solía llorar, sin embargo, era discreta y
derramaba algunas lágrimas en silencio. En cambio, yo era una
fuente incontrolable de lágrimas, lo cual, como decía Val,
podía resultar contagioso.
Un golpe en la puerta abierta nos sobresaltó y, al girar la
cabeza, vi a Reid observándonos con una sonrisa que denotaba
diversión.
—Siento interrumpir la arenga, pero me dijiste que viniera
a buscaros a las tres y diez, Lori.
—Claro, solo estaba…
—¿A punto de darle la chapa a mi chica? No puedo
permitirlo, ¿verdad?
Las chicas se rieron y me acerqué a Reid, enlazando mi
brazo con el suyo.
—Gracias por venir a rescatarme.
—Siempre.
—Esas son las ventajas de tener un prometido.
Mi prima Pippa nos miró con una sonrisa.
—Bonito anillo has elegido, Reid. —Era la diseñadora de
Bennett Enterprises y una de mis personas favoritas del
mundo.
—¿Te refieres a este? —Levanté mi mano. Todos se
rieron.
—Bueno, lo has diseñado tú, así que puede que seas
parcial, pero estoy de acuerdo contigo —dijo Reid.
Pippa me guiñó un ojo.
—Se supone que no debo tener favoritos, pero debo
confesar que ese es mi favorito. Entonces, ¿cuándo es la
próxima boda Connor? ¿Será la tuya o la de Will?
Me reí.
—Todavía no hemos fijado una fecha. Pero oye, seguro
que en cuanto lo hagamos, Will y Paige también fijarán por fin
la suya.
—¿Alguien se anima a hacer apuestas? —preguntó Val,
frotándose las palmas de las manos con entusiasmo.
Siguiendo las instrucciones de Lori, nos sentamos y tomé
asiento entre Val y Reid. Me mantuve tranquila en todo
momento, excepto durante los votos… momento en el que
derramé algunas lágrimas.
Reid me sostuvo la mano con fuerza y me secó las
lágrimas. Joder.
—No aguantes las lágrimas, preciosa —murmuró.
—Es que… las bodas son un poco abrumadoras. A mis
padres les habría encantado. Me siento más cerca de ellos los
días de boda, como si estuvieran aquí, velando por nosotros.
—Lo sé.
¡Oh, por Dios! Reid me había propuesto matrimonio justo
ese día porque sabía cuánto significaba para mí. Quería
besarlo allí mismo, pero no podía, ya que sostenía a Carla en
brazos, quien dormía plácidamente sobre mi hombro derecho.
Reid miró a nuestra sobrina y luego a mí, con una mirada que
ya conocía bien. Significaba que muy, muy pronto
empezaríamos a construir nuestra propia familia.
Había conseguido serenarme para cuando terminó la
ceremonia y llegó el momento de las fotos de grupo, y en ese
momento estaba sonriendo de oreja a oreja. Sip, las bodas eran
como montañas rusas de emociones.
—Vaya, niña, ¿cómo vas a sobrevivir a tu propia boda? —
preguntó Val.
—Con tu ayuda, por supuesto. ¿Para qué está la familia si
no es para salvarme de mí misma?
Nos turnamos para felicitar a Jace y Brooke, que sonreían
pletóricos.
—Felicidades a ti también —dijo Jace.
—No queremos robarte el protagonismo —me apresuré a
decir, aunque me moría de ganas de enseñar el anillo y
compartir todos los detalles de la proposición. Apenas había
podido mantener el pico cerrado durante la sesión de
maquillaje. Pero esa era una historia que era mejor dejar para
alguna de nuestras cenas de los viernes. Ese día estábamos
celebrando la boda de Jace y Brooke. Los abracé fuerte, pero
no pude robarles más tiempo más porque había una larga fila
de invitados detrás de nosotros.
Todo fue un torbellino de actividad hasta que nos invitaron
oficialmente a acceder al restaurante.
—Aaah, los discursos son mi parte favorita —le dije a
Reid cuando Landon se levantó con una copa de champán en
la mano. Jace había elegido a Will como padrino, pero le había
pedido a Landon que fuera el primero en dar un discurso.
—Solo quiero decir unas palabras —empezó—. He
esperado mucho tiempo a que llegase este día, poder ver a mi
hermanito enamorado. Brooke, Jace, estoy seguro de que
tendréis un matrimonio feliz. Aceptad todos los cambios que
se os avecinan, disfrutad de cada día el uno del otro. Está claro
que hablo en nombre de Val también cuando digo que ha sido
una alegría ver a todos en esta familia encontrar su camino en
la vida y el amor. Creo que mamá y papá estarían orgullosos
de todos nosotros. Estoy seguro de que nos están viendo ahora
y están sonriendo, felices de que estemos todos aquí reunidos.
Mis ojos se empañaron una vez más. Reid enlazó su mano
con la mía entre las sillas, apretándola ligeramente. Le quería
mucho. No me soltó hasta que terminaron todos los discursos.
Después de que Jace y Brooke nos deleitaran con una
intrincada coreografía que nunca habría imaginado que mi
hermano pudiera aprender, todo el mundo se animó a bailar.
Fui la primera en levantarme de la mesa. Reid suspiró, lo
que me hizo reír.
—Vamos a bailar, Sr. Gruñón. No voy a aceptar un no por
respuesta.
Reid se levantó riendo. Toda la familia se dirigió a la pista
de baile. Las pequeñas, Carla y Evelyn, estaban en brazos de
sus padres, y había que reconocer que las niñas sabían
moverse. Supe en ese momento que quería compartir todas
nuestras costumbres y enseñanzas familiares con la nueva
generación Connor: a entrometerse, a hacer lo que fuera para
mantener a la familia unida, a amar sin guardarse nada, todo.
Teníamos mucha sabiduría que compartir en lo que se refería
al amor, la lealtad y la vida en general.
Bailamos y reímos toda la noche, celebrando de la única
manera que los Connor sabíamos hacer las cosas: de todo
corazón.
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Lista de Libros:
La Familia Bennett
La Familia Connor
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