Historia de España Estandares 79,84,83,89

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Estándar 79.

- Explica los principales elementos del sistema político que dieron


estabilidad a la Restauración. ¿Puede considerarse un sistema democrático?
Razona tu respuesta.

• Ubica la cuestión en sus coordenadas espacio-temporales.


• Señala los objetivos de Cánovas con el nuevo régimen.
• Resume los elementos de la Constitución de 1876 que avalan la estabilidad política:
Soberanía compartida, amplias competencias de la Corona...
• Explica el bipartidismo y el turno pacífico, aludiendo a los elementos que lo
garantizan: el caciquismo, la corrupción y fraude electoral y la abstención
generalizada. • Concluye con una reflexión que responde a la pregunta del enunciado.
• Se expresa con corrección y expone las ideas de forma lógica y ordenada.

La inestabilidad del Sexenio Democrático provocó un giro de la burguesía hacia


posiciones conservadoras: el fracaso de la república había despertado en amplias
capas sociales el anhelo de una restauración monárquica sobre nuevas bases políticas
que restableciesen el orden y garantizasen la estabilidad.
Antonio Cánovas del Castillo fue el gran protagonista político del momento,
así como el artífice de la Restauración, ya que preparó el retorno a España y al trono de
Alfonso XII, hijo de Isabel Il.
Durante esos años, los partidarios de la restauración borbónica habían
emprendido una activa labor diplomática con el objetivo de lograr apoyos
internacionales para el nuevo monarca, en especial ante el Vaticano. Pero los
monárquicos se encontraban divididos en distintos grupos, según el candidato al que
apoyaran. Cánovas apoyaba Alfonso de Borbón. De hecho, la intención de Cánovas era
que la restauración borbónica se impusiera como resultado de un estado de opinión y
no mediante un nuevo pronunciamiento militar. Para ello, había redactado y hecho
firmar al príncipe Alfonso el Manifiesto de Sandhurst-nombre de la localidad inglesa
donde estudiaba-, en el que exponía al pueblo español sus ideales religiosos y sus
propósitos conciliadores.
Pero los militares se adelantaron una vez más y el desencadenante de la
Restauración fue el pronunciamiento en Sagunto, el 29 de diciembre de 1874, del
general Martínez Campos, que proclamó rey de España a Alfonso XII. Cánovas se
vio obligado a admitirlo, aunque argumentaría después -y no sin razón- que la
Restauración no fue obra militar, ya que dos batallones no la habrían conseguido de no
existir un estado de opinión predispuesto a ella. El 9 de enero de 1875 el nuevo
monarca llegaba a Barcelona y cinco días después entraba triunfalmente en Madrid.
Cánovas del Castillo no solo había preparado y dirigido la estrategia para
entronizar de nuevo a la casa de Borbón en España, sino que también había diseñado el
nuevo sistema político por el cual se debía regir la monarquía a partir de entonces.
Como hombre pragmático y moderado, aspiraba a construir un sistema político
estable y sólido, que permitiera superar definitivamente la confusión y el desorden que
habían caracterizado la política española durante la mayor parte del siglo XIX.
Su fuente de inspiración era el modelo inglés, cuya estabilidad, en su opinión,
se basaba en la alternancia en el Gobierno de dos grandes partidos y en la
consolidación histórica de dos instituciones fundamentales, la monarquía y el
Parlamento, que hacían innecesaria la elaboración de una Constitución escrita.
Se trataba, en definitiva, de aplicar la doctrina inglesa de la balanza de
poderes, según la cual la estabilidad se basaba en el equilibrio de fuerzas opuestas de
igual poder: Corona y Parlamento; partido gobernante y partido en la oposición. De
este modo, pues, el proyecto político de Cánovas tenía tres vértices: el rey y las Cortes,
como instituciones
fundamentales legitimadas por la historia; el bipartidismo, como sistema idóneo de
alternancia en el poder, y una Constitución moderada, como marco jurídico del sistema.
Para Cánovas, la nación era una creación histórica que se configuraba a lo largo del
tiempo. Y de la experiencia histórica surgía una constitución interna, propia de cada
nación, que estaba por encima de las Constituciones escritas. Pues bien, la historia
había convertido al rey y a las Cortes en las dos instituciones fundamentales de la
constitución interna de la nación española. De esta manera, ambas formaban la
columna vertebral del Estado y, por lo tanto, debían ejercer la soberanía conjuntamente.
Cánovas retornaba así a los planteamientos del liberalismo doctrinario y su defensa
de la soberanía compartida entre el rey y las Cortes, que constituían la base ideológica
del antiguo Partido Moderado.
Siguiendo el modelo bipartidista inglés, Cánovas pretendía que la labor de
gobierno recayera en exclusiva en dos partidos principales, alternándose en el poder y
en la oposición. Pero para poner en práctica este sistema, no solo configuró el Partido
Conservador, el suyo propio, sino que también organizó su oposición, con la
colaboración de otro político pragmático, Sagasta, que creó el Partido Liberal.
Ambos eran partidos de cuadros, de élites, sin masas. Excluidos del proyecto político
de Cánovas quedaron los carlistas, por la derecha, y los republicanos -muy divididos-,
por la izquierda.
Tras la celebración de las elecciones, a las que no concurrieron ni carlistas ni
republicanos, se reunieron las Cortes Constituyentes. El resultado fue la Constitución
de 1876. Su gran ventaja radicaba en su elasticidad; es decir, su articulado poco
preciso era compatible con Gobiernos de muy distinto signo político. Así, podrían
variar las leyes ordinarias sin tener que cambiar la Constitución, lo que ofrecía
estabilidad al sistema político. Precisamente, uno de los factores de inestabilidad del
liberalismo español había sido la rigidez de las Constituciones anteriores.
Sus principales características eran las siguientes:
a) Siguiendo la tradición moderada y de acuerdo con la teoría canovista de la
constitución interna, establecía la soberanía compartida entre el rey y las Cortes. b) La
declaración de derechos era semejante en apariencia a la de 1869, pero se limitaba a
reconocerlos con carácter general y dejaba la regulación concreta de su ejercicio a las
leyes ordinarias. Esto permitía al gobernante de turno limitar o anular cualquier
derecho con una nueva ley.
c) La cuestión religiosa fue objeto de un duro debate, pero se impuso la postura
de Cánovas: se declaraba el catolicismo como religión oficial del Estado y se
prohibían las manifestaciones públicas de cualquier otra religión, aunque se reconocía
la libertad individual de culto.
d) Aumentaron las prerrogativas del rey, según la tradición moderada: mantenía
el poder ejecutivo, nombraba y separaba libremente a los ministros, sancionaba y
promulgaba las leyes, convocaba, disolvía y suspendía las Cortes.
e) En cambio, se limitó el poder de las Cortes, que eran bicamerales: •
El Senado tenía un carácter sumamente elitista y conservador.
• El Congreso era electivo, pero la Constitución no definía el tipo de
sufragio.
Todo el engranaje político ideado por Cánovas del Castillo, inspirado en el
modelo ideal inglés, se traducía en la realidad en una auténtica farsa por dos motivos:
a) La alternancia pacífica en el poder de los dos partidos principales se convirtió en
cambios de Gobierno pactados de antemano entre ellos: era el turno de partidos.
b) No eran los resultados electorales los que definían las mayorías y, por
consiguiente, quiénes debían gobernar; sino que, por el contrario, una vez acordado el
cambio de
Gobierno, se convocaban elecciones, y se amañaban para que arrojaran
resultados favorables al nuevo partido que iba a gobernar: era la práctica del
caciquismo. En los años ochenta la mayor parte de los partidos políticos existentes se
acabaron integrando en uno de los dos grandes partidos del sistema: el Conservador de
Cánovas o el Liberal de Sagasta. Ambos partidos estaban más próximos entre sí de lo
que aparentaban, incluso en el ámbito ideológico. Y, desde luego, ambos aceptaban el
juego trucado en que se habían convertido los cambios de Gobierno con el sistema de
turno pacífico. El procedimiento consistía en lo siguiente:
1. Los dos partidos se relevaban en el poder de manera pacífica.
2. Ambos aceptaban los cambios de cierta importancia realizados por el
partido en el poder.
3. Cuando un partido lo consideraba pactaba con el otro partido y con el rey
para el cambio.
4. El rey, entonces, según el poder que le reconocía la Constitución,
mandaba formar Gobierno al nuevo partido, disolvía las Cortes y convocaba nuevas
elecciones. 5. El partido saliente del Gobierno se convertía en oposición y esperaba
hasta que llegaba su nuevo turno.
El Partido Conservador acaparó el poder en los primeros años del régimen
(desde 1875 hasta 1881) y los aprovechó para aplicar su programa, que esencialmente
consistió en la consolidación del propio sistema canovista. A partir de 1881, con el
primer Gobierno del Partido Liberal, comenzó a funcionar con propiedad el turno de
partidos
y se alternaron en el Gobierno Cánovas y Sagasta. El Partido Liberal cumplió lo
esencial de su programa hasta 1890, con medidas como la Ley de Asociaciones o el
restablecimiento del sufragio universal. En la última década del siglo, las diferencias
entre un partido y otro apenas eran ya perceptibles en sus programas políticos.
Aunque la opinión del cuerpo electoral no importaba, la farsa realizada para que
se cumpliera el “turno”, debía venir legitimada a través del sufragio. Aquí intervenía un
nuevo entramado de corrupción que tenía su protagonista principal en la figura del
cacique. Ya hemos estudiado cómo los cambios de Gobierno se pactaban de antemano
y después se amañaban las elecciones mediante métodos fraudulentos. Tanto el Partido
Conservador como el Liberal tenían su propia red organizada, para asegurarse los
resultados electorales adecuados cuando les correspondiese el turno. Se trataba de una
red piramidal con la siguiente estructura:
a) En Madrid estaba la oligarquía o minoría política dirigente, integrada por
los altos cargos políticos y personajes influyentes de ambos partidos (ministros,
senadores, diputados, propietarios de periódicos, etc.), y vinculada a las clases
dominantes (terratenientes, alta burguesía, etc.).
b) En las capitales de provincia la figura clave era el gobernador civil. c)
Por último, en las comarcas, pueblos y aldeas se encontraban los caciques locales -
nombre con que se designaba a los jefes en los primitivos pueblos indios-, que eran
personalidades de la localidad o de la comarca con poder e influencias, bien por su
riqueza económica, bien por su prestigio o sus contactos, de forma que podían
controlar a mucha gente que dependía de ellos (para conseguir trabajo, para obtener
una licencia administrativa, para una recomendación o, simplemente, para no
despertar su peligrosa enemistad).
Con esta estructura se organizaba el fraude electoral de arriba abajo, bajo la
coordinación del propio ministro de la gobernación:
a) Desde Madrid los oligarcas transmitían las instrucciones a los gobernadores
civiles de cada provincia.
b) Los gobernadores civiles elaboraban la lista de los candidatos que habían de
salir elegidos en cada localidad -los encasillados-, y daban las instrucciones necesarias
a los caciques locales.
c) Los caciques locales constituían el último eslabón de la cadena y se
encargaban de la manipulación directa de los resultados electorales por los más
variopintos procedimientos: desde actitudes paternalistas y protectoras hacia los
electores, hasta el simple «pucherazo» (retirada de las urnas por la policía antes del
recuento, cambio de urnas, añadido de votos falsos, etc.), pasando por las amenazas y
extorsiones (despidos del trabajo, etc.).
Evidentemente, la capacidad de manipulación y fraude era mucho menor en las
ciudades que en el medio rural, donde las viejas formas de dominación feudal todavía
pervivían, aunque modificadas, en los nuevos mecanismos de control de los
terratenientes sobre los campesinos.
En conclusión, el sistema político implantado por la Restauración era una
fachada institucional para ocultar el verdadero control del poder -económico, social y
político por parte de una reducida oligarquía. Así, la sustitución del inicial sufragio
censitario, establecido por el Partido Conservador en 1878, por el sufragio universal
masculino, reimplantado por el Partido Liberal en 1890, apenas tuvo consecuencias.
OPINIÓN (Menciona a críticos del sistema como Benitos Pérez Galdós o Pio
Baroja)
ESTÁNDAR 83.
Resume el origen y evolución del catalanismo, el nacionalismo
vasco y el regionalismo gallego

“Siendo la nacionalidad una unidad de cultura, un alma colectiva con un


sentir, un pensar y un querer propios, cada nacionalidad ha de tener la facultad de
acomodar su conducta colectiva, es decir, su política, a su sentimiento de las cosas, a
su sentido, a su libre voluntad. Cada nacionalidad ha de tener su estado. [...]
Así, levantada de un pueblo, que, con conciencia de su derecho y de su fuerza,
marcha con paso seguro por el camino de los grandes ideales progresivos de la
humanidad.” el nacionalismo catalán, que nunca ha sido separatista, que siempre ha
sentido la unión fraternal de las nacionalidades ibéricas dentro de la organización
federativa, es aspiración.
E. Prat de la Riba: La nacionalidad catalana, 1906. “Libre e independiente
de poder extraño, vivía Vizcaya, gobernándose y legislándose a sí misma, como
nación aparte, como Estado constituido, y vosotros, cansados de ser libres, habéis
acatado la dominación extranjera (...)
[...] vosotros, degenerados y corrompidos por la influencia española, o lo
habéis adulterado por completo, o lo habéis afeminado o embrutecido. [...] Vosotros,
sin pizca de dignidad habéis mezclado vuestra sangre con la española o maketa, os
habéis hermanado con la raza más vil y despreciable de Europa.
Lo que de bueno tiene el vasco no se lo debe a Castilla y hermanas. De lo malo,
casi todo lo tiene de ellas recibido. [..]”
S. Arana: Bizkaitarra, 1894 A partir del análisis de los siguientes textos,
explica el surgimiento de los nacionalismos periféricos
1. Análisis del texto:
a. Tipología del texto: según la fuente; según la forma y según el tema.
b. Autor o autores, destinatario y finalidad: los relaciona con los nacionalismos
catalán y vasco respectivamente.
c. Ubica cronológicamente el documento y señala su relevancia histórica: ➢
Relaciona los documentos con un contexto internacional de auge de los
nacionalismos y un contexto nacional caracterizado por el centralismo de la
Restauración y las reacciones desde las periferias (menciona el surgimiento de
otros nacionalismos como el gallego o el canario).
➢ Sitúa ambos casos en regiones caracterizadas por un desarrollo industrial y
el auge de una burguesía que defiende la ideología nacionalista
d. Recoge los principales argumentos (ideas principales) del texto, indicando el
párrafo.
2. ¿Qué similitudes y diferencias existieron entre los nacionalismos catalán y
vasco en su origen?
a. Señala algunas similitudes:
o Derivan de los regionalismos.
o Carácter conservador de ambos.
o Principales objetivos sin respuesta hasta después de la Restauración
(estatutos de autonomía), salvo la Mancomunidad catalana.
o En ambos, los líderes fundan partidos: Unión Catalanista (Lliga
Regionalista) y Partido Nacionalista Vasco
b. Señala algunas diferencias:
o Origen.
o Carácter no independentista del nacionalismo de la Lliga frente al de Sabino Arana
(antiespañolista, pese a su suavización posterior).
- Se expresa con corrección y expone las ideas de forma lógica y ordenada.

El siglo XIX fue el siglo del nacionalismo en toda Europa y que el sentimiento
nacionalista se reavivó entre una burguesía que estaba protagonizando la revolución
industrial.
En España la industrialización se concentraba especialmente en Cataluña y País
Vasco, hecho que atrae a numerosa población de otras comunidades españolas,
provocando una reacción de autoafirmación en ciertos sectores de las sociedades
receptoras de inmigración. El centralismo liberal de la Restauración y la crisis del 98
con la pérdida de las últimas colonias, revive en algunos territorios una reivindicación
de las propias peculiaridades (cultura, lengua, historia,...) y de autogobierno. Estos
movimientos tuvieron diferente fuerza y cariz (más radical o más moderado) según los
territorios. Los partidos dinásticos (el Liberal y el Conservador) de la Restauración no
fueron capaces de construir un nacionalismo español que abarcara a todos los
territorios y pueblos de España. Por el contrario, el nacionalismo centralista español
que forjaron se formó en contra de otros nacionalismos periféricos (Pais Vasco,
Cataluña...). Esta dinámica y sus consecuencias perviven aún hoy.
Así pues, la tendencia centralizadora y unificadora de los sucesivos gobiernos de
la Restauración buscaba la aplicación de leyes, impuestos, obligaciones tributarias y
militares comunes a toda España. Frente a esta tendencia unificadora, comenzaron a
surgir organizaciones que propugnaban un modelo de Estado más descentralizado,
especialmente allí donde perduraban elementos culturales propios, o se había
producido un desarrollo económico diferenciado. De esta forma encontramos que uno
de los fenómenos más destacados durante el periodo de la Restauración fue la aparición
de diversos movimientos regionalistas, en Galicia, Valencia, y nacionalistas, en
Cataluña y el País Vasco. Estos movimientos, inspirados en los movimientos
nacionalistas que se venían desarrollando por Europa a lo largo del siglo XIX,
defendían el particularismo lingüístico, cultural, institucional e histórico frente a las
tendencias centralistas del estado liberal.
El paso del Regionalismo al Nacionalismo se produjo así: el regionalismo es
una reivindicación de carácter cultural. Se reclama respeto, o se defiende la cultura
local o autóctona de la agresión castellanizadora del poder político de Madrid. De ahí
el auge durante la segunda mitad el siglo XIX de asociaciones y agrupaciones
defensoras del catalán, euskera/vasco, gallego, etc. Cuando ese regionalismo se
convierte en una reivindicación política, que pide autonomía, autogobierno o
independencia para ese pueblo entonces se convierte en Nacionalismo (ideología
política que surge de mano de la burguesía en Europa a principios de siglo XIX como
reacción a la ocupación Napoleónica, y que defiende el derecho de los pueblos a
formar un estado independiente).
La ineficacia del sistema de la Restauración para lograr la democratización del
país permitió que los partidos nacionalistas se presentasen como los únicos capaces de
regenerar el país e impulsar un desarrollo económico y cultural, articulado desde las
distintas nacionalidades.
El sentimiento nacionalista catalán tiene su primera manifestación en los años
treinta del s. XIX coincidiendo con el movimiento nacionalista europeo. Este
sentimiento busca sus señas de identidad en el pasado. Comenzó con un movimiento de
recuperación cultural conocido como la Renaixença, que intentará fortalecer la lengua
propia, el catalán,
convirtiéndola en una lengua no sólo hablada en la calle sino también literaria. El
movimiento literario propiciará el nacimiento de movimientos políticos.
La justificación de este nacionalismo político se busca en:
- La historia propia y diferenciada del resto del Estado español: Cataluña fue
una entidad política diferenciada hasta el siglo XV. Sólo el primer Borbón, Felipe V,
les quitó sus privilegios.
- En una lengua diferente, tan antigua como el propio castellano y conservada en
público y en privado.
- En una realidad económica diferenciada del resto de España: una importante
burguesía industrial y de negocios, una pequeña burguesía comercial urbana, unas
clases populares formadas por trabajadores independientes y a una clase obrera
moderna e industrial, serán los grupos sociales los que defenderán el autogobierno de
Cataluña.
El primer partido que se formó para reclamar la autonomía para Cataluña fue La
Centre Catalá creada por el federalista Valentí Almirall. Este proyecto político liberal y
laico fracasó y se inició un catalanismo conservador.
En 1891 se constituyó la Unió Catalanista, de tendencia unitaria. Prat de la Riba
(autor del texto a comentar) fue uno de los elementos más destacados. Elaboraron el
primer programa político del catalanismo, las “Bases de Manresa”, que defendía el
autogobierno para Cataluña, dentro de posturas autonomistas y nunca independentistas,
recogiendo esta idea en el texto.
Este proyecto autonomista continuará en 1901 con la creación de la Lliga
Regionalista en la que Prat de la Riba agrupará a todos los sectores conservadores del
catalanismo, iniciándose así un proyecto unitario y duradero en la defensa de los
intereses catalanes. Los dos objetivos primordiales de la Lliga consistían en demandar
la autonomía política de Cataluña dentro de España y defender los intereses
económicos, sobre todo reclamando mayor protección para las actividades del
empresariado industrial catalán.
El nacionalismo del País Vasco tenía peculiaridades respecto al catalán, aunque
su fundamento ideológico era el mismo que el catalán, es decir una lengua propia, el
euskera, y la defensa de sus fueros históricos, derogados durante la Restauración en
1876. A esto hay que unir la industrialización que conoció el País Vasco, la formación
de una burguesía industrial y financiera vinculada al sistema canovista y al
españolismo, la llegada de inmigrantes de otros territorios (maketos), obreros a los que
se les vinculaban al socialismo. Todos estos hechos favorecieron el desarrollo del
sentimiento nacionalista ya que interpretaban que se estaban poniendo en peligro sus
costumbres y tradiciones. Estas ideas se recogen en el texto.
El propulsor del nacionalismo vasco, Sabino Arana, autor del texto que
comentamos, configuró el primer programa político nacionalista y fundó en 1895 el
Partido Nacionalista Vasco (PNV) en el que se recogen los siguientes fundamentos
teóricos, que aparecen reflejados en el texto que comentamos:
1.- Defensa de la recuperación de la independencia vasca.
2.- Radicalismo antiespañol.
3.- Exaltación de la etnia vasca, oposición a los matrimonios entre vascos y
foráneos. 4.- Integrismo religioso católico.
5.- Promoción del idioma y recuperación de las tradiciones culturales
vascas. 6.- Apología del mundo rural vasco
Estos principios los podemos ver recogidos en el lema del partido, “Dios y Ley
Antigua” y en la creación de una nueva bandera, la Ikurriña.
El PNV se definía como un partido muy conservador, opuesto al liberalismo, a
la industrialización, al españolismo y al socialismo. En los primeros momentos tuvo
escasa presencia, pero a partir de 1898-99 la base social se amplió y tuvieron los
primeros éxitos electorales en el ámbito local y provincial. Desde entonces convivieron
dos tendencias: una posibilista, que propugnaba la reforma del Estado y la autonomía y
otra radical y seguidora de los postulados independentistas de Sabino Arana.
El nacionalismo gallego es más débil. Aunque desde mediados de siglo XIX hay
un fuerte desarrollo del regionalismo, que reivindican el gallego como lengua, las
tradiciones, costumbres y folclore, tras los procesos de castellanización no hay una
reacción política nacionalista contundente y consolidada. Se constituyen a principios de
siglo XX, con retraso con respecto a los otros nacionalismos periféricos, y no alcanzan
un apoyo ni popular, ni e la burguesía importante. Estas organizaciones fueron: “La
Irmandade Dos Amigos da Fala” y “A Nosa Terra”, fundadas en 1916. Las causas del
escaso desarrollo del nacionalismo gallego están en el predominio de la población
rural, o dedicada al marisqueo y pesca, muy controlada por un caciquismo muy
arraigado, y acomodado en los partidos dinásticos de la Restauración.
Estándar 84.- Analiza las diferentes corrientes ideológicas del movimiento obrero y
campesino español, así como su evolución y estrategia política, durante el último
cuarto del siglo XIX.

• Ubica la cuestión en sus coordenadas espacio-temporales.


• Señala las características de la corriente socialista: fundador, organizaciones,
estrategia, instrumentos, zonas de influencia y resultados obtenidos.
• Indica las características de la corriente anarquista: zonas de influencia, la estrategia
inicialmente predominante de la acción directa y su dura represión. La progresiva
evolución hacia el anarcosindicalismo.
• Se expresa con corrección y expone las ideas de forma lógica y ordenada.

Desde 1874, tras la prohibición de Serrano, las asociaciones obreras se


desarrollaban en la clandestinidad o camufladas bajo asociaciones con otros fines
declarados, como la madrileña Asociación General del Arte de Imprimir, presidida por
Pablo Iglesias. Desde 1881, con el primer Gobierno liberal de Sagasta, el clima se
distendió y las organizaciones obreras empezaron a salir a la luz, hasta su legalización
definitiva en 1887. Al mismo tiempo, con la progresiva industrialización y la
consolidación del capitalismo, creció la importancia social y numérica de la clase
obrera. Por otra parte, en sintonía con la división del movimiento obrero internacional,
en España los socialistas y los anarquistas se fueron organizando por separado.
También surgió a partir de 1879, las organizaciones católicas, canalizadas por los
jesuitas.
En 1879 un reducido grupo madrileño, en el que predominaban los tipógrafos
(trabajadores encargados de escribir a máquina), con Pablo Iglesias a la cabeza, fundó
en la clandestinidad el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), cuyas
aspiraciones declaradas eran: «la abolición de clases, o sea, la emancipación completa
de los trabajadores; la transformación de la propiedad individual en propiedad social
o de la sociedad entera; la posesión del poder político por la clase trabajadora». Y en
1888 se creaba la Unión General de Trabajadores (UGT) como sindicato del partido
(Sindicato: Asociación de trabajadores constituida para la defensa y promoción de
intereses profesionales, económicos o sociales de sus miembros.)
En 1889 se fundó la Segunda Internacional, en la que predominaba la corriente
marxista. El PSOE asistió desde el principio a todos los congresos. En el año 1890 la
Segunda Internacional estableció el 1 de mayo como día del obrero (en recuerdo del
asesinato en Chicago de cinco obreros anarquistas), para reivindicar la jornada laboral
de ocho horas. El PSOE convocó mítines y manifestaciones en Madrid, Barcelona y
Bilbao el día 4 de mayo (domingo), lo que provocó el despido de cinco mineros
bilbaínos. Esto desencadenó una huelga general en Bilbao, donde las condiciones
laborales eran especialmente duras (jornadas de trece horas, bajos salarios, obligación
de albergarse en los barracones de la empresa durante la semana, truck system), y
supuso una importante victoria para los obreros: jornada promedio de diez horas,
abolición del truck system (pagar con vales) y de la obligación de residir en los
barracones. En cualquier caso, tanto el PSOE como la UGT fueron hasta inicios del
siglo XX grupos minoritarios, en comparación con los anarquistas, situándose en
Madrid y País Vasco.
El anarquismo fue la corriente mayoritaria dentro del movimiento obrero
español. Sus principales focos estaban en el campo andaluz y en el proletariado
urbano catalán. Los anarquistas rechazaban toda acción política por vía
parlamentaria, pero, además, dentro de sus filas, empezó a ganar adeptos, tanto entre
los campesinos como entre los obreros, la táctica propuesta por Kropotkin, partidario
de la violencia terrorista o de la «propaganda por el hecho». Los años noventa fueron
ricos en esta práctica, dentro de un circulo vicioso: atentado, represión con
fusilamientos, nuevo atentado como represalia anarquista y nueva represión. Uno
de los atentados anarquistas de mayor resonancia fue el que acabó con la vida del
entonces jefe de Gobierno, Cánovas del Castillo, en el verano de 1897, cuando pasaba
sus vacaciones en un balneario. La forma de actuar del anarquismo llevó a la creación
de la Mano Negra, una organización anarquista secreta dedicada a los asesinatos e
incendios de edificios y campos. El anarquismo evolucionaría hacia el
anarcosindicalismo, sindicatos enfocados al mundo del trabajo de ideología anarquista.
Estándar 89.-Especifica las consecuencias para España de la crisis del 98 en los
ámbitos económico, político e ideológico.
• Ubica la cuestión en sus coordenadas espacio-temporales: Recoge brevemente el
contexto haciendo alusión al Tratado de París
• Señala las consecuencias Económicas del 1898 para España:
o Pérdida de mercado y de materias primas para la industria catalana.
o Repatriación de capitales: Desarrollo industrial y saneamiento de la
Hacienda.
• Recoge las repercusiones que en el ámbito ideológico-político trajo consigo:
o Regeneracionismo. Generación del 98.
o Expansión de los nacionalismos, del movimiento obrero, del republicanismo y
del antimilitarismo.
o Menciona los intentos de reforma desde dentro del sistema: Maura y
Canalejas (democratizar desde arriba)
• Se expresa con corrección y expone las ideas de forma lógica y ordenada.

El descontento de Cuba hacia la metrópoli se había estado forjando y


fortaleciendo durante todo el siglo XIX, debido a las medidas restrictivas desde el punto
de vista económico, con aranceles que prohibía a los cubanos a comerciar con otros
países y por la explotación que sufría gran parte de la población indígena y negra en el
campo. La última guerra de Cuba sucedió entre los años 1895 y 1898. A la guerra de
independencia cubana se sumo la insurrección independentista en Filipinas 1896, lo que
agravó la situación militar. Estados Unidos ya había puesto sus miras en Cuba, pero no
intervino de forma directa y militarme hasta el hundimiento del acorazado Maine.
Gracias a apoyo de Estados Unidos ambos territorios, junto con Puerto Rico y la isla de
Guam, fueron cedidas a este país, en el Tratado de París firmado el 10 de diciembre de
1898.
A pesar de la envergadura de la crisis de 1898 y de su significado simbólico, sus
repercusiones inmediatas fueron menores de lo esperado. Las pérdidas materiales no
fueron excesivas en la metrópoli, salvo la fuerte subida de los precios de los alimentos
en 1898, si fueron graves a largo plazo. La derrota supuso la pérdida de los ingresos de
las colonias, el fin de los mercados privilegiados que estas suponían, perdiéndose el
mercado de venta de productos de la industria española y catalana y de mercancías que,
como el azúcar, algodón, el cacao o el café, deberían comprarse a precios
internacionales. La necesidad de hacer frente a las deudas contraídas por la guerra
cubana promovió una reforma de la Hacienda, llevada a cabo por el ministro Fernández
Villaverde con la finalidad de incrementar la recaudación a partir de un aumento de la
presión fiscal. Por otra parte, la repatriación de una parte importante del patrimonio de
los españoles de las colonias y su posterior inversión en España hizo que el impacto
fuera menor en la economía de la antigua metrópoli.
Tampoco aconteció la gran crisis política que se había vaticinado y el sistema
de la Restauración sobrevivió, asegurando la continuidad del turno dinástico. Sin
embargo, algunos de los nuevos gobernantes intentaron aplicar a la política las ideas del
regeneracionismo, una corriente muy crítica con el sistema político y la cultura
españolas. La crisis política estimuló también el crecimiento de los
movimientos nacionalistas, sobre todo en el País Vasco y Cataluña, donde se denunció
la incapacidad de los partidos dinásticos para desarrollar una política renovadora y
descentralizadora. Los cambios económicos y los intentos de reforma fomentaron el
desarrollo del movimiento obrero en España, socialismo y anarquismo. De este modo,
la crisis del 98 fue fundamentalmente una crisis moral e ideológica, que causó un
importante impacto psicológico entre la población. La derrota sumió a la sociedad y a la
clase política española en un estado de desencanto y frustración porque significó la
destrucción del mito del Imperio español -en un momento en que las potencias europeas
estaban construyendo vastos imperios coloniales en Asia y África- y la relegación de
España a un papel de potencia secundaria en el contexto internacional. Además, la
prensa extranjera presentó a España como una "nación moribunda", con un ejército
totalmente ineficaz, un sistema político corrupto y unos políticos incompetentes. Esa
visión cuajó en buena parte de la opinión pública española.
El fracaso de la revolución de 1868 había dejado una huella importante en los
intelectuales progresistas, que consideraban que se había perdido una gran ocasión para
modernizar el país. Este era el sentimiento de un grupo de intelectuales reunidos en la
Institución Libre de Enseñanza, creada en 1876, cuando muchos catedráticos
abandonaron la universidad al no permitírseles la libertad de cátedra. La institución, que
tenía en sus filas a intelectuales de la talla de Francisco Giner de los Ríos y estaba
profundamente influida por el krausismo, fue una gran impulsora de la reforma de la
educación en España. Algunos intelectuales formados en la Institución Libre de
Enseñanza consideraban que la sociedad y la política española, en exceso influidas por
la doctrina católica, no favorecían ni la modernización de la cultura ni desarrollo de la
ciencia. Esta corriente, que hablaba con insistencia de la regeneración de España, acabó
conociéndose como regeneracionismo.
La crisis de 1898 agudizó la critica regeneracionista, muy negativa hacia la
historia de España, que denunciaba los defectos de la psicología colectiva española,
sostenía que existía una especie de degeneración de lo español y que era precisa la
regeneración del país, enterrando las glorias pasadas. Los regeneracionistas defendían la
necesidad de mejorar la situación del campo español y de elevar el nivel educativo y
cultural del país, como refleja el lema, también de Costa: "escuela y despensa". En la
década de 1890 empezó a producirse también una renovación en la ciencia española con
la introducción del positivismo, los adelantos de la medicina, la ciencia experimental y
la sociología.
Asimismo, un grupo de literatos y pensadores, conocidos como la Generación
del 98, intentaron analizar el "problema de España" en un sentido muy crítico y en tono
pesimista. Pensaban que tras la pérdida de los últimos restos del Imperio español había
llegado el momento de una regeneración moral, social y cultural del país.
El desastre de 1898 significó el fin del sistema de la Restauración, tal como lo
había diseñado Cánovas, y la aparición de una nueva generación de políticos,
intelectuales, científicos, activistas sociales y empresarios, que empezaron a actuar en el
nuevo reinado de Alfonso XIII. Sin embargo, la política reformista de tono
regeneracionista que intentaron aplicar los nuevos gobiernos de Maura y Canalejas
tras la crisis del 98 no llevó a cabo las profundas reformas anunciadas, sino que se
limitó a dejar que el sistema siguiese funcionando con cambios mínimos,
democratizando desde arriba.
La derrota militar tuvo también consecuencias en el ejército, acusado por una
parte de la opinión pública de tener gran responsabilidad en el desastre. Frente a un
antimilitarismo creciente en determinados sectores sociales, una parte de los militares
se inclinó hacia posturas más autoritarias e intransigentes, atribuyendo la derrota a la
ineficacia y la corrupción de los políticos. En el seno del ejército fue tomando cuerpo un
sentimiento corporativo y el convencimiento de que los militares debían tener una
mayor presencia y protagonismo en la vida política del país. Esta injerencia militar fue
aumentando en las primeras décadas del siglo XX y culminó en el golpe de Estado de
Primo de Rivera en 1923, que inauguró una dictadura de siete años. Esta injerencia de
los militares, sumada al apoyo dado por Alfonso XIII, llevó a un aumento significativo
del republicanismo en España de aquel periodo.

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