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medellín

Teología y Pastoral para América Latina


Vol. XXX / Nº. 119 - 120 / septiembre - diciembre de 2004

Hacia una
identidad y
misión presbiteral

Bogotá D.C. - COLOMBIA


Consejo Episcopal Latinoamericano - CELAM
Instituto Teológico-Pastoral para América Latina - ITEPAL

medellín
Teología y Pastoral para América Latina
Revista Trimestral Fundada en 1975

Director Leonidas Ortiz Lozada, pbro.


Rector del Itepal

Secretario y Suscripciones Luis Guillermo Pineda


Asistente Administración ITEPAL

Consejo Editorial Mons. Carlos Aguiar Retes (México)


Mons. Ricardo Cuéllar Romo (México)
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Mons. Cristian Precht Bañados (Chile)
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Nota: El Autor de cada artículo de esta publicación asume la responsabilidad


de las opiniones que expresa.

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Bogotá D.C. - COLOMBIA

©
Edición No. 119-120 - 2000 ejemplares - 2004
ISSN 0121-4977

Impresión: EDITORIAL KIMPRES LTDA.


Impreso en Colombia - Printed in Colombia
E
l año pasado, como expresión de la cosecha de excelentes

editorial
trabajos de investigación de nuestros sacerdotes alumnos
de la Licenciatura en Teología con énfasis en Formación
Sacerdotal, dedicamos un número monográfico de nuestra Revis-
ta Medellín al tema de “Caminos de Formación Sacerdotal”.

La buena acogida que mereció aquella publicación, nos ha lleva-


do a dedicar la presente entrega de la Revista a una temática se-
mejante que incluye desde la pastoral vocacional y familiar, el dis-
cernimiento vocacional y la identidad del presbítero, hasta su
misión evangelizadora y su misión secular. Los autores son sacer-
dotes de la Licenciatura en Teología con énfasis en Formación Sa-
cerdotal, procedentes de Argentina, Brasil, Colombia, México y
Nicaragua.

El tema que hemos escogido ahora es éste: “Hacia una identidad


y misión presbiteral”. Tomados en conjunto, estos trabajos tienen
su lógica interna y su unidad, y nos permiten recorrer en compa-
ñía de los autores, un camino y un proceso hacia el sacerdocio.

La familia tiene una misión preponderante en la vocación minis-


terial. El autor analiza el papel de la familia en las etapas de la
formación sacerdotal, lo mismo que en el ejercicio del ministerio
presbiteral y en la formación permanente del presbítero.

El discernimiento y, más concretamente el discernimiento voca-


cional, es un elemento fundamental, a fin de encontrar los cami-
nos para realizar el proyecto de Dios en nuestras vidas y en la
vida de la Iglesia. El autor acentúa, además, la urgencia de un
auténtico discernimiento espiritual.

La identidad del presbítero, desde la óptica eclesiológica-pasto-


ral, es otro de los temas presentados en este número especial. El
autor analiza la relación obispo-presbítero, presbiterio-diócesis y
describe la caridad pastoral como el carisma propio del pastor y
la secularidad como el ámbito propio de realización del presbíte-
ro diocesano.

En el ejercicio del ministerio presbiteral, la Palabra viene a ser un


elemento esencial en el ser y el quehacer del presbítero. El autor
Editorial

profundiza en la experiencia de fe, en la predicación y en la cate-


quesis escuchada, vivida y celebrada en la comunidad.

La relación del presbítero con el mundo es el tema que cierra este


número de la revista. El autor, a partir del proceso recorrido por la
secularización en los últimos años y del lugar eclesiológico que le
corresponde, examina la identidad del presbítero secular y el ámbi-
to secular en que se desarrolla su vida y su misión, teniendo en
cuenta que su razón de ser es la comunidad en el mundo.

Estamos seguros de que nuestros lectores sabrán valorar este es-


fuerzo de investigación que nos ofrecen algunos de los egresados
de nuestro Instituto Teológico Pastoral para América Latina –
ITEPAL del CELAM.

El Director

316

medellín 119 -120 / septiembre - diciembre (2004)


vol. XXX / n. 119 - 120 (2004) 317-384

Sumario:

El autor asegura que la familia constituye un aporte fundamental

medellín
en cada una de las etapas de la vocación ministerial y para ello
analiza la relación entre la familia y la vocación ministerial desde
que esta nace y durante el tiempo de formación: Investiga también
el papel de la familia en relación al seminario. Acentúa además
la relación de la familia con el ministerio sacerdotal y su
influencia durante la formación permanente del presbítero.

La Familia como
primero y mejor
seminario

Pbro. Carlos Eduardo Cataño

Sacerdote de la Arquidiócesis de Medellín, Colombia.


Este es el capítulo tercero de su tesis para la Licen-
317
ciatura en Teología con énfasis en Formación Sacer-
dotal sobre “La Familia como primero y mejor semi-
nario. Búsqueda de una Fundamentación Bíblica-
Teológica-Espiritual”.

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Pbro. Carlos Eduardo Cataño

1. ¿Por qué el primero?

Hemos comprobado suficientemente que la vocación humana


nace en la familia y va más allá de los límites del tiempo, como res-
puesta a la voluntad del Padre. La vocación es un llamado a la santi-
dad en cualquier estado de vida, que funda sus bases en la familia. “Ya
se trate de vocaciones al matrimonio o a la virginidad o al celibato, son
siempre vocaciones a la santidad”1 . Y en cuanto a la vocación al mi-
nisterio sacerdotal, “todos sabemos que la llamada viene de Dios y se
manifiesta espacialmente en las familias donde se practica la oración y
se viven los valores del evangelio. Los padres son para sus hijos el
primer despertar de la fe; con su palabra y ejemplo de vida cristiana
ayudan a sus hijos en la elección de su vocación y cultivan con todo
esmero la vocación a la vida consagrada, si ésta es su voluntad”2 .
Todo esto para reafirmar que la familia es el primer seminario donde
nace y se cultiva la vocación ministerial.

Por tal motivo, centraremos ahora nuestra investigación en la


relación existente entre “familia y vocación” y “familia y seminario”,
como las etapas donde nace y se cultiva la vocación ministerial y
donde la familia ocupa un lugar preferencial y fundamental, porque
“la familia, Iglesia doméstica, cuando vive en la verdad, cuando cons-
truye una verdadera comunidad de amor, es un espacio favorable-
mente rico para el surgimiento y cultivo de vocaciones”3 . Por lo que
es interesante analizar la influencia familiar desde que nace la voca-

318 2
No. 26 de: PONTIFICIO CONSEJO PARA LA FAMILIA. Sexualidad Humana: Verdad
y Significado. Orientaciones Educativas en Familia. Vaticano: Políglota Vaticana,
1995. p. 10.
JIMÉNEZ FRANCO, Luis. La Pastoral Familiar en la Pastoral Vocacional. En:
Seminarios. Madrid. Vol. 40. No. 133-134 (Jul. – Dic. 1994); p. 404.
3
CHARRIA, María Leonor. La Pastoral Vocacional Dentro de la Pastoral orgánica
de la Iglesia, Pedagogía de Integración. En: Seminarios. Madrid. Vol. 40. No.
133-134 (Jul. – Dic. 1994); p. 368.

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La familia como primero y mejor seminario

ción ministerial y durante el tiempo de formación, momentos éstos


en los que debería asumir un papel más protagónico.

1.1. La familia desde que nace la vocación

Ya hemos ubicado el lugar donde nace la vocación ministerial: la fami-


lia, sea la familia natural o la sustituta que cumple su papel* . Pero para
ubicar el momento en que nace dicha vocación, será necesario remitir-
nos a la tradición bíblica con la que iniciamos nuestra investigación.

En el primer capítulo habíamos mencionado la singularidad de la


vocación de Jeremías (Jr. 1,5) que fue llamado por Dios antes de ser
formado en el seno de su madre. Pablo comparte su propia vocación
con los Gálatas cuando les escribe: “Mas, cuando Aquel que me sepa-
ró desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien
revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase entre los gentiles...”4 . El
“Siervo” presentado por Isaías se expresa de la siguiente manera: “Yahvé
me llamó desde el vientre de mi madre, conoció mi nombre desde
antes que naciera”5 . “Lo primero que aparece muy claramente es que
la iniciativa del llamamiento es toda de Dios. La vocación es un regalo,
es la manifestación gratuita del amor de Dios (...) En el punto de
partida de la vocación ha de estar esta experiencia de la gratuidad del
amor de Dios y de su iniciativa que llama y busca”6 .

*
No podemos desconocer que la familia es Primera e Insustituible educadora de
la fe y que debido a los cambios y nuevas formas que asume la institución
familiar, otros agentes pueden complementar su papel. Al hacer esta afirmación,
es importante tener en cuenta que el Sínodo sobre la formación sacerdotal en
1990 propuso en el artículo IV que los ámbitos en los cuales nace la vocación son
la familia, la catequesis y la formación cristiana, la parroquia, las asociaciones, los
grupos juveniles y el mismo seminario; y además, Juan Pablo II en IA 40 dijo que
“las vocaciones son un don de Dios y surgen en las comunidades de fe, ante todo
en la familia, en la parroquia, en las escuelas católicas y en otras organizaciones
de la Iglesia”, como los nuevos movimientos eclesiales, y que esto ha llevado a
emprender sendas reflexiones y planes pastorales (como el que se planteó en el
III Congreso Colombiano de Pastoral Vocacional, con la ponencia de Mons.
Guillermo Melguizo Y., titulada “La Familia, la Parroquia y la Escuela como
319
Ambientes Primarios para la Opción Vocacional” el 25 de junio de 2003).
4
Gálatas 1,15-16. Versión de la Biblia de Jerusalén.
5
Isaías 49,1. Versión de la Biblia Latinoamericana.
6
GIRALDO JARAMILLO, Alberto, Mons. Aspectos Teológicos de la Pastoral
Vocacional. En: Seminarios. Madrid. Vol. 40. No. 133-134 (Jul. – Dic. 1994); p. 348.

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Pbro. Carlos Eduardo Cataño

“La razón más alta de la dignidad humana consiste en la voca-


ción del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el
hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente
por el amor de Dios que lo creó, y por el amor de Dios, que lo
conserva”7 . El primer llamado que recibe el hombre es la vocación a
la vida. “Toda vida es una vocación, escribió Pablo VI en la “Populorum
Progressio”: vocación no solamente a vivir, sino a vivir plenamente
(con calidad de vida, diríamos hoy), y a dedicar esa vida al impulso
de la historia humana”8 . Pero hay un segundo llamamiento, es la
vocación a la fe.

El llamado al sacerdocio ministerial es elección para seguir al


Buen Pastor y para prolongar su acción pastoral. La iniciativa de la
vocación ministerial la tiene el Señor (Jn. 15, 16; Mc. 3,13) que hace
posible la colaboración de la familia, de la comunidad eclesial y de
quien es llamado. La vocación “es un don que hay que pedir (Mt.
9,38) y que llega por medio de luces y mociones de la gracia, prepa-
radas por una acción familiar y educativa, y garantizadas, finalmente,
por la llamada de la Iglesia el día de la ordenación sacerdotal”9 .

Son las familias las que acogen la vida, y en ella al germen de la


vocación, las cuales están llamadas a cultivarlo en sus hijos. Los hoga-
res verdaderamente cristianos facilitan el brote y el crecimiento de la
frágil flor de la vocación en el alma de los niños. “En el pensamiento
de la Iglesia, un hogar verdaderamente cristiano es el ambiente donde
se nutre, crece y se desarrolla la fe de los niños y donde aprenden a
hacerse no solamente hombres, sino también hijos de Dios”10 .

La familia está llamada a ser, por su estructura fundamental,


“figura educadora vocacional”, puesto que en ella surgen los prime-
ros brotes de toda vocación, y en ella puede encontrar las condicio-

7
GS 19.
8

320 9
MELGUIZO, Guillermo. Integralidad y Continuidad de la Formación Inicial y
Permanente del Ministro Ordenado En: Medellín. Bogotá, DC. Vol. 28, No. 109
(Abr. 2002); p. 6.
ESQUERDA BIFET, Juan. CELAM. DEVYM. Signos del Buen Pastor. Espiritualidad
y Misión Sacerdotal Colección de Textos Básicos para Seminarios Latinoamericanos
2ª Ed. Vol.1. Bogotá: Celam, 2002. p. 232.
10
Juan XXIII, Alocución a los equipos de Nuestra Señora. No. 7: 3 de Mayo de
1959.

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La familia como primero y mejor seminario

nes adecuadas para su desarrollo. Se ha dicho que la familia como


Iglesia doméstica es el lugar de la presencia de Cristo, espacio de
oración, lugar de evangelización y transmisión de la fe, el ámbito
donde se conectan las raíces de la identidad de cada persona: la
pertenencia a la intimidad de los afectos familiares, más cercanos y
estrechos, y la pertenencia a la Iglesia y el mundo. Por eso, está
llamada a ser un “lugar pedagógico vocacional”11 .

“Los padres cristianos tienen una misión de primer orden en la


Iglesia, porque están llamados a preparar, cultivar y defender las
vocaciones que Dios suscite en su familia, enseñando con su ejem-
plo que la primera vocación del cristiano es seguir a Jesús”12 .

La formación en el amor verdadero es la mejor preparación


para la vocación. “Los niños y los jóvenes descubren gradualmente
que el sólido matrimonio comporta siempre una elección bien medi-
tada, el mutuo compromiso ante Dios y la constante petición de su
ayuda en la oración”13 . La familia proporciona a sus hijos dos ele-
mentos básicos en la maduración, como formadora de personas,
educadora en la fe y promotora de su desarrollo, que son: un clima
y un ambiente de relaciones humanas profundamente sanos y un
sistema de valores claramente cristiano.

“Donde existe esta dinámica de fraternidad y solidaridad fami-


liar es fácil escuchar la invitación al seguimiento de Jesús en un servi-
cio específico a la Comunidad eclesial”14 . Se trata entonces de aportar
la formación humana y cristiana desde el seguimiento del Señor y el
servicio a los hermanos. Propiciar esta doble dimensión es abonar el
terreno para la semilla de la vocación ministerial. “Si los padres fomen-
tan la santidad de los hijos, hacen sus corazones dóciles al llamado de
Dios. Una familia así podrá ser semillero de vocaciones. (...) En este
clima evangélico, los dones del Espíritu Santo encuentran el terreno
abonado donde crecen las vocaciones a la vida consagrada”15 .

11
Cfr. ROYÓN, Elías. La Familia Primer Agente de la Pastoral Vocacional En:
321
Seminarium. Ciudad del Vaticano. Vol.40, No.01. (Ene - Mar. 2000); p 56.
12
JIMÉNEZ FRANCO, Luis. Op. Cit., p. 405.
13
No. 27 de: PONTIFICIO CONSEJO PARA LA FAMILIA. Op. Cit., p. 10.
14
ROYÓN, Elías. Op. Cit., p. 56-57.
15
JIMÉNEZ FRANCO, Luis. Op. Cit., p. 405.

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Pbro. Carlos Eduardo Cataño

De ahí la insistencia del Papa Juan Pablo II cuando dice:

¿Cómo pueden los hijos, dejados huérfanos moralmente, sin


educadores ni modelos, crecer en la estima de los valores humanos
y cristianos? ¿Cómo pueden desarrollarse en un clima tal, las semillas
de vocación que el Espíritu Santo continúa depositando en el cora-
zón de las jóvenes generaciones? La fuerza y la estabilidad del entra-
mado familiar cristiano representan la condición primera para el cre-
cimiento y maduración de las vocaciones sagradas, y constituyen la
respuesta más adecuada a la crisis vocacional

Hubo un momento en la Iglesia en que se atribuyó el número


crítico de vocaciones al índice de la salud moral de las familias como
lo expresó Pablo VI:

El problema del número suficiente de sacerdotes afecta de cer-


ca a todos los fieles, no sólo porque de él depende el futuro
religioso de la sociedad cristiana, sino también porque este pro-
blema es el índice, preciso e inexorable, de la vitalidad de fe y
amor de cada comunidad parroquial y diocesana. Testimonio
de la salud moral de las familias cristianas donde son numero-
sas las vocaciones al estado eclesiástico y religioso, se vive ge-
nerosamente de acuerdo con el evangelio16 .

Esta afirmación no explica el que hoy en día, en muchos luga-


res el número de vocaciones ministeriales aumente mientras la insti-
tución familiar se desmorona* . Cabría entonces preguntarse ya no
tanto por el “número” como por la “calidad” de la vocación, si usa-
mos términos de producción empresarial. En este sentido, la Madre
Teresa de Calcuta dijo a los obispos reunidos en el Sínodo de la
familia en 1980: “¡Dadnos santos sacerdotes! ¡Enviadnos sacerdotes
santos como siervos de Cristo y administradores de los misterios de

16

322 *
Pablo VI, Mensaje por la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. No. 3:
11 de Abril de 1964.
Así lo manifiesta Mons. Felipe Arizmendi Esquivel, Obispo de Tapachula, como
presidente de la Comisión Episcopal de Seminarios y Vocaciones de México, en
su informe sobre el Congreso Latinoamericano de Vocaciones, realizado en Sao
Pablo, Brasil, del 23 al 27 de mayo de 1994. En: ARIZMENDI ESQUIVEL, Felipe,
Mons. La Realidad Vocacional Latinoamericana En: Seminarium. Ciudad del
Vaticano. Vol. 34, No. 03 (Jul. - Sep. 1994); p. 483-516.

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La familia como primero y mejor seminario

Dios!”. A lo que comentó el Papa Juan Pablo II “¿de dónde deben


salir estos sacerdotes, sino de las familias que viven en el espíritu de
Cristo? Por esto se ha indicado el signo de la unión entre la vocación
familiar y la vocación sacerdotal”17 .

En el No. 37 de la Exhortación Apostólica “Pastores Dabo Vobis”


se analizan en profundidad algunos de los obstáculos a la vocación,
“que pueden bloquear o apagar la respuesta libre del hombre”. Entre
ellos están: los bienes materiales que “pueden cerrar el corazón hu-
mano a los valores del espíritu”; “algunas condiciones sociales y
culturales de nuestro tiempo”; la idea genérica y confusa de un dios
pasivo; la errada idea de la libertad condicionada del hombre; y la
más sutil de todas, que es la tendencia individualista e intimista de la
relación del hombre con Dios. Estos obstáculos ayudan a explicar ‘la
crisis de vocaciones sacerdotales’, en cuanto que es fruto y señal de
una crisis más radical de fe. ‘Lo han declarado explícitamente los
Padres sinodales, al reconocer que la crisis de vocaciones (al
presbiterado) tiene profundas raíces en (el ambiente cultural) la
mentalidad y praxis de los cristianos’18 .

En la vocación ministerial hay una colaboración humana al don


de Dios por parte de la familia a través de su oración, su testimonio, su
educación y su ambiente cristiano19 . No se puede desconocer que la
familia durante mucho tiempo ha tenido una importancia decisiva en
el origen de muchas vocaciones religiosas. Se trata, la mayor parte de
las veces, de una influencia indirecta a través del ambiente que en ella
se respira y de la vivencia de ciertos valores humanos y cristianos20 . Y
hemos demostrado que así como influye positivamente, también in-
fluye de manera negativa en la formación de la vocación ministerial.

Desde una perspectiva tanto sociológica como teológica, la fami-


lia, se muestra como una institución perenne que ha sobrevivido a los

323
17
Alusión del Papa Juan Pablo II en el saludo del rezo del Ángelus: 12 de octubre
de 1980.
18
Cfr. ARIZMENDI ESQUIVEL, Felipe, Mons. “La Vocación Sacerdotal en la Pastoral
de la Iglesia”. En: CELAM, DEVYM. Departamento. de Vocaciones y Ministerios.
Pastores Dabo Vobis. Aplicación para América Latina. Pastoral Vocacional y
Formación Presbiteral. Colección Devym, No.25. Bogotá: Celam, 1993. p. 74.
19
Cfr. ESQUERDA BIFET, Juan. Op. Cit, p. 234.
20
Cfr. ROYÓN, Elías. Op. Cit., p. 57.

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Pbro. Carlos Eduardo Cataño

más variados cambios sociales. Sin embargo, la realidad cambiante y


adversa de la familia supone un cambio de gran importancia en lo que
ella significa para la motivación vocacional. Algunos afirman que los
cambios sociológicos, culturales, económicos y religiosos, constituyen
la causa principal de la disminución de vocaciones de procedencia
familiar, también que el factor demográfico21 , ideológico y religioso
propicia el declinar de la familia como agente vocacional* . Pero te-
niendo en cuenta que las condiciones de cada lugar son distintas,
como la realidad Europea y la Latinoamericana que son diferentes en
cuanto a las vocaciones, no se debería absolutizar este factor como
determinante en cuanto al número de vocaciones ministeriales.

Aunque es cierto que la mentalidad consumista y pragmática ha


calado fuertemente en la familia, los padres se niegan a aceptar la vida
religiosa o sacerdotal de sus hijos, porque son opciones de vida no
rentables22 . Anteriormente la consideración de los sacerdotes y reli-
giosos era de cierto prestigio social; hoy en día, los medios de comu-
nicación han contribuido al deterioro de la imagen de los sacerdotes y
religiosos en el seno familiar* . Además, la vida religiosa o el sacerdocio
parecía ser el único camino para entregarse al servicio del Señor o del
prójimo; y estaba extendida la idea de la vida religiosa como único
camino de perfección. Hoy, al contrario, se dice frecuentemente entre
familias de un cierto compromiso eclesial que también en el matrimo-
nio y en el mundo se puede aspirar a la santidad y servir a la Iglesia23 .

Entre los elementos indispensables que aporta la familia a la


vocación ministerial está el sentido de comunión: “La familia recibe
su propia naturaleza comunitaria —más aún, sus características de

21
“Este contexto familiar necesario para la maduración de las vocaciones religiosas
y sacerdotales, recuerda la grave situación de muchas familias, especialmente
en ciertos países, que son pobres en el valor de la vida, porque carecen
deliberadamente de hijos, o tienen un único hijo, donde es muy difícil que
surjan vocaciones y también se lleve a cabo una plena educación social”. No. 35
de: PONTIFICIO CONSEJO PARA LA FAMILIA. Op. Cit., p. 14.

324 *
Es lo que se afirma en: ROYÓN, Elías. Op. Cit., p. 58-59, desde una óptica
parcializada, más europea. Incluso llega a afirmar que: “La familia ha dejado de
ser semillero de vocaciones, como lo fue en muchos países en tiempos pasados”.
22
Cfr. ROYÓN, Elías. Op. Cit., p. 57.
*
Téngase en cuenta la oleada de controversias que suscitaron los escándalos de
pedofilia y abuso sexual denunciados por los Obispos Norteamericanos en el
Comunicado de los Cardenales Norteamericanos del 25 de Abril de 2002.
23
Cfr. ROYÓN, Elías. Op. Cit., p. 60.

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La familia como primero y mejor seminario

‘comunión’— de aquella comunión fundamental de los esposos que


se prolonga en los hijos”24 . Así como la castidad pone sus bases en la
vida familiar a partir del ejemplo de los padres que superan las ame-
nazas de desintegración testimoniando su fidelidad:

Pese al incremento de los divorcios y la creciente crisis de las


familias, procurando dar a los propios hijos una profunda forma-
ción cristiana que los torne capaces de superar las diversas difi-
cultades. Concretamente, el amor por la castidad, en lo que tan
importante es la ayuda de los padres, favorece el respeto mutuo
entre el hombre y la mujer y confiere la capacidad de compasión,
ternura, tolerancia, generosidad y, sobre todo, espíritu de sacrifi-
cio, sin el cual ningún amor se mantiene25 .

Tanto la opción por el Matrimonio como la opción celibataria en


el Ministerio Sacerdotal son vocaciones al amor. Y en algunas socieda-
des actuales están en crisis no sólo el matrimonio y la familia, sino
también las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa. “La vida flore-
ce en el don de sí a los otros, según la vocación de cada uno: en el
sacerdocio ministerial, en la virginidad consagrada, en el matrimonio,
de modo que todos puedan, con actitud solidaria, compartir los dones
recibidos, sobre todo con los pobres y los necesitados. (Jn. 3,3)”26 .

La Exhortación Apostólica “Familiaris Consortio” expresó la


complementariedad de ambas vocaciones que son inseparables al
decir que: “cuando no se estima el matrimonio, no puede existir
tampoco la virginidad consagrada; cuando la sexualidad humana no
se considera un valor donado por el Creador, pierde significado la
renuncia por el Reino de los cielos”27 . A lo que lógicamente, el Pon-
tificio Consejo para la Familia comenta: “A la disgregación de la
familia sigue la falta de vocaciones; por el contrario, donde los pa-
dres son generosos en acoger la vida, es más fácil que lo sean tam-
bién los hijos cuando se trata de ofrecerla a Dios”28 .

24
No. 30 de: PONTIFICIO CONSEJO PARA LA FAMILIA. Op. Cit., p. 11.
325
25
No. 31. Idem.
26
CALVO GARCÍA, Gabriel. La Vocación Matrimonial. Según el Magisterio de Pío
XII, Juan XXIII, Paulo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II. Op. Cit., p. 79.
27
FC 16.
28
No. 34 de: PONTIFICIO CONSEJO PARA LA FAMILIA. Op. Cit., p. 13.

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Pbro. Carlos Eduardo Cataño

La vida cristiana es vocación en todos los estados y tanto la


vocación matrimonial como la ministerial se encuadran en el marco
de las bodas. Estas bodas – Cristo esposo de la Iglesia y la Iglesia
esposa de Cristo- son una imagen bíblica muy elocuente de San
Pablo. Hay variedad de vocaciones en la Iglesia, y entre todas for-
man la riqueza, el tesoro de la Iglesia que proviene de Cristo, esposo
de la Iglesia. La vocación ministerial como la matrimonial, son un
llamado al seguimiento de Cristo que se complementa29 .

La cultura postmoderna se caracteriza por cultivar sólo los com-


promisos a corto plazo y el alto índice de rupturas matrimoniales son
estímulos constantes para que los jóvenes no se comprometan de
por vida en el seguimiento de Jesús, en la vida religiosa. Por esto, en
la Exhortación Apostólica “Pastores Dabo Vobis”, se advierte sobre la
influencia negativa de los fenómenos de desintegración familiar y de
tergiversación de la sexualidad humana, en la educación de los jóve-
nes y en su disponibilidad para la vocación religiosa, además de los
factores externos que se han mencionado anteriormente30 .

La vida humana adquiere plenitud cuando se hace don de sí:


un don que puede expresarse en el matrimonio, en la virgini-
dad consagrada, en la dedicación al prójimo por un ideal, en
la elección del sacerdocio ministerial. Los padres servirán ver-
daderamente la vida de sus hijos si los ayudan a hacer de su
propia existencia un don, respetando sus opciones maduras y
promoviendo con alegría cada vocación, también la religiosa
y sacerdotal31 .

29
Cfr. CALVO GARCÍA, Gabriel. La Vocación Matrimonial. Según el Magisterio de
Pío XII, Juan XXIII, Paulo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II. Op. Cit., p. 75.
30
PDV 7: “En este contexto hay que destacar en particular la disgregación de la
realidad familiar y el oscurecimiento o tergiversación del verdadero significado
de la sexualidad humana. Son fenómenos que influyen, de modo muy negativo,
en la educación de los jóvenes y en su disponibilidad para toda vocación religiosa.

326 Igualmente debe tenerse en cuenta el agravarse de las injusticias sociales y la


concentración de la riqueza en manos de pocos, como fruto de un capitalismo
inhumano, que hace cada vez mayor la distancia entre pueblos ricos y pueblos
pobres; de esta manera, se crean en la convivencia humana tensiones e
inquietudes que perturban profundamente la vida de las personas y de las
comunidades”.
31
Juan Pablo II, Discurso a los participantes en el congreso sobre “Familia al
servicio de la vida”; 28 de abril de 1990.

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La familia como primero y mejor seminario

Así los padres conducirán a sus hijos a la vocación que, más


que un regalo es un fruto maduro. Normalmente no se da una ora-
ción familiar a favor de las vocaciones sin un ‘clima’ vocacional que
presupone una disposición abierta ante el plan de Dios sobre la
familia y sobre cada uno de sus miembros. “Dios no escucha, no
puede escuchar normalmente la oración de una familia, si la familia
no vive una vida cristiana. Si la vocación es una llamada al servicio
social de la fe, ¿cómo van a oír la llamada quienes no vivan de fe?”32 .

Después de todo un acompañamiento de la familia a sus miem-


bros en la formación como personas y como cristianos, viene el
momento de la opción libre y consciente por la vocación ministerial.
El juicio sobre la vocación no puede basarse unicamente en el gusto
o atractivo hacia la vida religiosa o sacerdotal, sino sobre la capaci-
dad real del sujeto para aceptar las obligaciones de la vida sacerdotal
y saberse adaptar a las mismas sin trastornos33 .

En cuanto a la actitud de las familias ante la opción por la


vocación consagrada de los hijos, hay toda una gama de situaciones:
unas familias se sienten honradas con que el hijo tenga la vocación;
otras lo ven tal vez como una pérdida; otras, las necesitadas econó-
micamente, lo consideran como una ganancia; algunas se oponen y
presentan resistencia o desconocimiento de la vocación religiosa34 .

A este respecto dice el Pontificio Consejo para la familia:

Los padres por ello deben alegrarse si ven en alguno de sus


hijos los signos de la llamada de Dios a la más alta vocación
de la virginidad o del celibato por amor del Reino de los cie-
los. Deberán entonces adaptar la formación al amor casto a
las necesidades de estos hijos, animándolos en su propio ca-
mino hasta el momento del ingreso en el seminario o en la
casa de formación, o también hasta la maduración de esta

32
SANS VILA, Jorge. Familia y Vocación En: Vinculum. Bogotá, DC. Vol. 10, No.
327
51, (Abr. 1962); p. 84.
33
Cfr. GIORDANI, Nazario. Psicología y Vocación En: Seminarios. Madrid. Vol. 10,
No. 24, (Sep. - Dic. 1964); p. 504.
34
Cfr. ARIZMENDI ESQUIVEL, Felipe, Mons. La Realidad Vocacional Latinoamericana
. Op. Cit., p. 495.

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Pbro. Carlos Eduardo Cataño

vocación específica al don de sí con un corazón indiviso. Ellos


deberán respetar y valorar la libertad de cada uno de sus hi-
jos, animando su vocación personal y sin pretender imponer-
les ninguna determinada vocación35 .

La actitud prudente de la familia ante la decisión y el discerni-


miento vocacional de uno de sus miembros es el acompañamiento
más pertinente que crea un ambiente de mayor libertad y compañía.
Tal vez es posible que a las familias no se les pida que normalmente
hagan la propuesta vocacional, sino que creen el clima de fe que
garantice la libertad de los hijos frente a las opciones de vida* . La
libertad de decisión es una señal imprescindible para conocer la
existencia de la vocación, pero a veces las personas se mueven con-
dicionadas por presiones externas como la que ejerce la familia en
determinado momento36 .

En el No. 36 de la “Pastores Dabo Vobis” se da explicación a los


dos elementos constitutivos de toda vocación: el divino y el huma-
no. Sobre el primero dice: “La intervención libre y gratuita de Dios
que llama, es absolutamente prioritaria, anterior y decisiva. Es suya
la iniciativa de llamar (...) La decisión libre y soberana de Dios de
llamar al hombre exige respeto absoluto”. Por tanto, “queda excluida
radicalmente toda vanagloria y presunción por parte de los llama-
dos, los cuales han de sentir profundamente una gratitud admirada y
conmovida”. En cuanto al segundo elemento, sobre la respuesta li-
bre del hombre, dice que la libertad no se opone a la gracia, por el
contrario, “la libertad es esencial para la vocación. Y “si no se puede
atentar contra la iniciativa absolutamente gratuita de Dios que llama,
tampoco se puede atentar contra la extrema seriedad con la que el
hombre es desafiado en su libertad”.

Todo esto tiene consecuencias muy concretas para la pastoral


vocacional y la formación en los seminarios. Es necesario respetar la
libertad de la decisión sobre la vocación sin que la familia coarte la
328 llamada de Dios y la respuesta en libertad. “Nunca se puede presio-

35
No. 35 de: PONTIFICIO CONSEJO PARA LA FAMILIA. Op. Cit., p. 13.
* Así lo expresó el Congreso Europeo sobre las Vocaciones en Mayo de 1997, en
el No. 62 de su Documento Final.
36
Cfr. ESQUERDA BIFET, Juan. Op. Cit. p. 238.

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La familia como primero y mejor seminario

nar a los candidatos: mucho menos amenazarlos si deciden otro rumbo


de vida. Nadie nos puede suplir en nuestra libertad y en nuestras
opciones, aunque nos equivoquemos”37 .

“El discernimiento vocacional es la cuestión más acuciante que


toda pastoral vocacional se plantea cuando llega el momento de
considerar la validez de una decisión vocacional determinada”38 . Pues
cuando se habla, generalmente, de discernimiento vocacional, se
piensa en el momento de ingreso en una institución formativa orien-
tada hacia el ministerio pastoral o la vida religiosa con carácter más
o menos definitivo.

Uno de los objetivos fundamentales en este momento es la madu-


ración humana, cristiana y vocacional del aspirante a la formación enca-
minada al ministerio sacerdotal, para que llegue a estar en condiciones
de una opción personal. En cuanto a la Pastoral vocacional en la familia,
los primeros agentes son los esposos, a quienes corresponde buscar la
santificación de todo el núcleo familiar, como se ha dicho. “Uno de los
objetivos principales de la pastoral de las vocaciones eclesiásticas es
precisamente el suscitar la colaboración de las familias y de forma par-
ticular, el crear en los padres la conciencia de que pueden y deben
fomentar el nacimiento y crecimiento de las vocaciones sagradas”39 .

Si la vida cristiana de la familia es rica y su entrega apostólica es


generosa, ayudará a que los hijos crezcan en el seguimiento del
Señor. Así habrá un clima propicio para que pueda actuar el Espíritu,
lo escuche y pueda dar frutos. Si los padres participan de la liturgia
con sus hijos, oran con ellos, comparten el servicio evangelizador,
esta vida cristiana y entrega apostólica compartidas, permitirán que
padres e hijos crezcan juntos en el seguimiento del Señor* .

37
ARIZMENDI ESQUIVEL, Felipe, Mons. “La Vocación Sacerdotal en la Pastoral de
la Iglesia”. Op. Cit., p. 72.
38
SEMINARIOS, Rv. Discernimiento Vocacional. Editorial. En: Seminarios. Madrid.
39
Vol. 25, No. 73 (Jul. - Sep. 1979); p. 283.
CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA. “Orientaciones para la Educación
en el Celibato Sacerdotal” No. 85. En: CELAM, DEVYM. Departamento de Vocaciones
329
y Ministerios. La Formación Sacerdotal, Documentos Eclesiales 1965 – 1988. Documentos
Colección DEVYM, No.14. Bogotá: CELAM, 1989. p. 185.
*
Por el contrario, no es extraño encontrar un cuadro familiar del aspirante a la
formación al sacerdocio ministerial, descrito de la siguiente manera: “Se ven
extraños a los problemas de los padres. Poca comunicación entre familias. Padres

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Pbro. Carlos Eduardo Cataño

En el primer capítulo habíamos dicho que en la Exhortación


Apostólica “Pastores Dabo Vobis” No. 68. se habla del importante pa-
pel de la familia en el acompañamiento vocacional, pues entre las
comunidades de las que proviene el aspirante al presbiterado ocupa el
primer lugar la familia* *: los padres cristianos, como también los her-
manos, hermanas y otros miembros del núcleo familiar, animados ellos
por el mismo propósito de ‘cumplir la voluntad de Dios’, sepan acom-
pañar el camino formativo de la oración, el respeto, el buen ejemplo
de las virtudes domésticas y la ayuda espiritual y material, sobre todo
en los momentos difíciles. “La experiencia enseña que, en muchos
casos, esta ayuda múltiple ha sido decisiva para el aspirante al
sacerdocio. Sin embargo, no se puede olvidar que muchos jóvenes
provienen de familias desintegradas y, por tanto, requieren un acom-
pañamiento especial que apoye su proceso vocacional”40 .

Será tarea de la pastoral vocacional ayudar a los padres para


que puedan cumplir su misión de educar a sus hijos en lo que se
refiere a su vocación41 ; que comprendan y estimen todas las voca-

que compiten. Desfiguración de los roles paterno y materno. Aparenta despreciar


a la familia, pero la necesita. Son cerrados con sus padres y no hablan de sus
problemas. Sus padres se quedaron en el tiempo. Crisis generacional. Huyen de
la familia. Falta la autoridad. Los chicos superan a sus padres. También algunos
ponen todas sus fuerzas en solucionar los problemas familiares”.En: ZUECO
VAZQUEZ, Vicente. Antropología Vocacional. Crónica del Encuentro Nacional
de Pastoral Vocacional Argentina, 1995 En: Seminarios. Madrid. Vol. 42, No.
140, (Abr. - Jun. 1996); p 239.
**
Téngase en cuenta el tema sobre “El ambiente general y familiar” del candidato
a ingresar al seminario, que comenta con mayor profundidad a PDV 68, en:
D’ARCYM Jacques, PSS. CELAM. Manual de Preparación al Rito de Admisión,
Ministerios y Ordenes Sagradas. Aspectos Históricos, Teológicos, Canónicos,
Funcionales, Litúrgicos y Espirituales Colección de Textos Básicos para Seminarios
Latinoamericanos. Santafé de Bogotá: CELAM, 1998. Vol. 1. p. 62.
40
CONFERENCIA EPISCOPAL DE COLOMBIA. Normas Básicas para la Formación
Inicial Presbiteral en los Seminarios Mayores de Colombia. Documentos CEC.
2ª. Ed. Santa Fe de Bogotá: Spec, 1998. p. 34. No. 49.
41
“La Iglesia particular, que conoce la realidad de las condiciones locales, se pone
al servicio de los padres mediante una adecuada pastoral familiar. Les ayuda,

330 pues en su misión educativa general y en la específica que se relaciona con la


vocación de los hijos. Por esto, les ayuda a comprender y a estimar las vocaciones
a los ministerios ordenados y a otras formas de vida consagrada”. No. 39. Del
Sínodo de 1981 sobre las Vocaciones en: CONGRESO INTERNACIONAL DE
OBISPOS Y OTROS RESPONSABLES DE LAS VOCACIONES EN LAS IGLESIAS
PARTICULARES. Sagrada Congregación para las Iglesias Orientales. Sagrada
Congregación para los Institutos Seculares. Sagrada Congregación para la
Evangelización de los Pueblos. Sagrada Congregación para la Educación Católica.

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La familia como primero y mejor seminario

ciones, sin excluir para sus hijos las de especial consagración y, de


esa manera, puedan ayudarlos y acompañarlos cuando se hallen en
el momento de hacer su elección de vida. Se trata de ayudar a las
familias cristianas para que lleguen a ser conscientes de su insustitui-
ble responsabilidad en la Iglesia como el lugar más apropiado para
el origen y crecimiento de la vocación42 .

Por esto dijo el Papa Pablo VI:

Las familias verdaderamente cristianas, si están animadas de


espíritu de fe, de caridad y de piedad, constituyen como el
‘primer seminario’(OT. 2) en cuyo seno, como enseña la gran
tradición familiar que ha dado a la Iglesia tantos santos, ger-
minan los brotes de las genuinas vocaciones masculinas y fe-
meninas, se defiende su primer despertar, y se lleva a la ma-
durez su espléndido fruto que, centuplicado por la gracia de
estado, revierte luego en beneficio de todo el pueblo de Dios43 .

Dentro de la pastoral vocacional, es importante considerar el


papel que cumplen las múltiples alternativas y entre ellas, el Semina-
rio Menor como institución, con fines muy definidos pero que en la
práctica ha generado grandes controversias hasta llegar al punto de
desaparecer en muchos lugares. Antes de la reforma Conciliar y par-
ticularmente del Decreto “Optatan Totius”, tuvo gran importancia
como semillero de la vocación entre la infancia, la adolescencia y la
juventud* . Pero que después del Concilio sufrieron múltiples modifi-
caciones buscando adecuarse a la realidad del momento* *.

Desarrollo de la Pastoral de las Vocaciones en las Iglesias Particulares: Experiencias


del Pasado y Programas para el Futuro Vaticano: Sínodo, 1981. p. 56.
42
Cfr. ROYÓN, Elías. Op. Cit., p. 63.
43
PABLO VI, Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones No. 3. Del 19 de
marzo de 1969.
*
De aquí la preocupación del Documento de Río de Janeiro al proponer para
América Latina: “que se haga lo posible para que en cada circunscripción misional

**
se tenga al menos un Seminario Menor, y donde esto no fuere factible, se cree
un Seminario Internacional para la formación del Clero nativo”. RJ 9, 86.
Luego el Documento de Medellín, aplicando el Concilio a la realidad de America
331
Latina, propone: “En cuanto al seminario menor, incorporación cada vez mayor
de personal laico, inclusive femenino; apertura hacia una orientación vocacional
pluralista; creación de formas nuevas de seminarios menores, tales como semi-
internados, externados, asistencia a clases en colegios estatales, privados”.
Med 13, 6.

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En los Seminarios Menores, erigidos para cultivar los gérmenes


de la vocación, los alumnos se han de preparar por una forma-
ción religiosa peculiar, (…) Su género de vida bajo la dirección
paternal de los superiores con la oportuna cooperación de los
padres, sea la que conviene a la edad, espíritu y evolución de
los adolescentes y conforme en su totalidad a las normas de la
sana psicología, sin olvidar la adecuada experiencia segura de
las cosas humanas y la relación con la propia familia (…).
Con atención semejante han de fomentarse los gérmenes de la
vocación de los adolescentes y de los jóvenes en los Institutos
especiales que, según las condiciones del lugar, sirven también
para los fines de los Seminarios Menores, lo mismo que los de
aquellos que se educan en otras escuelas y demás centros de
educación. Promuévanse cuidadosamente Institutos y otros cen-
tros para los que siguen la vocación divina en edad avanzada44 .

Nótese, cómo desde el Concilio Vaticano II, se insiste en vincu-


lar a la familia en el proceso de formación del seminario, además de
que en el segundo párrafo se motiva a crear nuevas alternativas
como la que propone el “Instrumentum Laboris” que reúne las apor-
taciones de las diferentes Conferencias Episcopales del mundo, se-
ñala que se van consolidando instituciones formativas distintas del
seminario menor clásico, como los “centros vocacionales”* **. El do-
cumento valora positivamente estas alternativas, y reconoce, sin
embargo, la validez del Seminario Menor. Dice que “estas institucio-
nes desempeñan una función importante, respetando el papel de las
familias y de las comunidades cristianas y asegurando la plena liber-
tad de los candidatos (…) facilitan la adquisición de un justo sentido
de la llamada de Dios”45 .

44
OT 3.
***
Una de estas alternativas novedosas, con excelentes resultados en la pastoral
vocacional que ha tenido muy en cuenta a la familia, ha sido precisamente la

332 llamada “Seminaristas en Familia”, experiencia de la que ha sido pionera la


Arquidiócesis de Guadalajara en México. Esta experiencia puede verse descrita
en: APECECHEA ROSAS, Jesús. El Acompañamiento Vocacional en la Sección
Seminaristas en Familia En: Seminarios. Madrid. Vol. 41, No. 138, (Oct. –Dic.
1995); p. 501-508.
45
INSTRUMENTUM LABORIS, No. 26. En: Secretaría General del Sínodo.
Instrumentum Laboris (5-VII-1990) En: Seminarios. Madrid. Vol. 37, No. 119-
121, (Ene. –Sep. 1991); p. 68.

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La familia como primero y mejor seminario

Luego La Exhortación Apostólica “Pastores Dabo Vobis” recalca la


finalidad del seminario menor y la mutua colaboración entre el semina-
rio y la familia en la formación, reafirmando las palabras del Concilio46 .

No obstante, en América Latina, el “Documento de Santo Do-


mingo” deja una expresa constatación como fundamento de su op-
ción vigorosa por el Seminario Menor al decir:

Mantienen su validez los seminarios menores y centros afines


debidamente adaptados a las condiciones de la época actual
para los jóvenes de los últimos años de educación media, en
los que empieza a manifestarse un fuerte deseo por la opción
hacia el sacerdocio. En algunos países y en ambientes familia-
res muy deteriorados son necesarias estas instituciones para
que los jóvenes crezcan en su vivencia cristiana y puedan
hacer una más madura opción vocacional47 .

Se puede afirmar que en el futuro las vocaciones al sacerdocio


y a la vida religiosa, no estarán garantizadas, humanamente hablan-
do, mientras no tengamos familias cristianas con clara conciencia
eclesial de su responsabilidad evangelizadora; es decir, familias en
donde se integren la calidad de las relaciones intrafamiliares y la
sensibilidad para los valores humanos y espirituales de las jóvenes
generaciones con la dimensión de la fe cristiana. No faltarán las ad-
versidades, pero ciertamente hay un espacio para mirar a la familia
con esperanza por ser el agente primero de la pastoral vocacional48
y a partir de este reconocimiento puede desempeñar un importante
papel en la formación de los que aspiran al ministerio sacerdotal en
unidad con la pastoral vocacional y el seminario.

46
PDV 63: “Prepararse ‘a seguir a Cristo Redentor con espíritu de generosidad y
pureza de intención’: este es el fin del Seminario menor indicado por el Concilio
en el decreto Optatam Totius, donde se describe de la siguiente forma su
carácter educativo: los alumnos ‘bajo la dirección paterna de sus superiores,
secundada por la oportuna cooperación de los padres lleven un género de
vida que se avenga bien con la edad, espíritu y evolución de los adolescentes,
333
y se adapte de lleno a las normas de la sana psicología, sin dejar a un lado la
razonable experiencia de las cosas humanas y el trato con la propia familia’
(OT 3)”.
47
DSD 81.
48
Cfr. ROYÓN, Elías. Op. p. 64 - 65.

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Pbro. Carlos Eduardo Cataño

Trabajar en la pastoral por la familia, es trabajar por las vocacio-


nes, “si los sacerdotes, los religiosos, misioneros y laicos comprome-
tidos se ocuparan de la familia e intensificaran las formas de diálogo
y búsqueda evangélica común, ayudarían a las familias con todos
esos valores, a ser el primer seminario de vocaciones a la vida con-
sagrada49 . Una mala pastoral vocacional traerá tristes consecuencias
en el seminario. Es muy frecuente culpar de todas las deficiencias de
los presbíteros a la formación recibida en el seminario, pero esto es
injusto e irreal, porque también se dan fallas desde antes del ingreso,
que muchas veces tienen su raíz en la familia, y aunque se pueden
corregir algunas deficiencias desde la formación en los años de se-
minario, muchas cosas se podrían prevenir desde una buena selec-
ción en la pastoral vocacional50 .

1.2. Importancia de la familia durante el tiempo de la


formación inicial

Aún está muy arraigada la antigua idea de que quien elige la


vida ministerial o religiosa y entra en una casa de formación o semi-
nario, se debe aislar del mundo y sus peligros, “como quien ingresa
a una burbuja a encubar la semilla de su vocación”. Esta figura, un
tanto sarcástica, no es más que el reflejo de lo que inspiró la forma-
ción sacerdotal antes del Concilio Vaticano II* , y que ha cobrado sus
consecuencias en la tímida relación entre la institución Seminario y
la institución familiar, a pesar de que el Decreto Sobre la Formación
Sacerdotal diga expresamente que la formación debe adaptarse “sin

49
Cfr. JIMÉNEZ FRANCO, Luis. Op. Cit., p. 405.
50
Cfr. ARIZMENDI ESQUIVEL, Felipe, Mons. Causas del Abandono del Ministerio
Presbiteral en América Latina En: Boletín OSLAM. Bogotá, DC. No. 28. (1994);
p. 33 – 34.
*
Ténganse en cuenta los términos de la resolución tridentina que dio origen a los
seminarios donde ya se vislumbraba esta mentalidad: “ Siendo inclinada la

334 adolescencia a seguir los deleites mundanales, si no se la dirige rectamente, y no


perseverando jamás en la perfecta observancia de la disciplina eclesiástica, sin
un grandísimo y especialísimo auxilio de Dios, a no ser que desde sus más
tiernos años y antes que los hábitos viciosos lleguen a dominar todo el hombre,
se les dé crianza conforme a la piedad y religión”. Concilio de Trento: Sesión 23.
Cap. XVIII. “Se da el método de erigir seminario de Clérigos, y educarlos en él”.
Tomado de: Concilio de Trento. LOPEZ DE AYALA, Ignacio, trad. El Sacrosanto
y Ecuménico Concilio de Trento París: Rosa y Bouret, 1847. p. 291-292.

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La familia como primero y mejor seminario

dejar a un lado la razonable experiencia de las cosas humanas y el


trato con la propia familia”51 .

La experiencia, avalada ya por tantos siglos, afirma que los


seminarios son necesarios en cuanto instituciones ordenadas a la
formación de los futuros sacerdotes y dotadas de los medios de edu-
cación que, junto con otros, pueden colaborar eficazmente en la
formación integral de los futuros presbíteros52 . Así lo ratifica el Sí-
nodo de los Obispos de 1990 (proposición No. 20) y el Papa confir-
ma esta necesidad del Seminario, incluso para los religiosos como
‘análoga casa de formación’, como un lugar óptimo de formación de
los candidatos al sacerdocio ministerial53 .

La razón de ser del Seminario está claramente descrita en el


Documento de Puebla cuando dice:

El Seminario Mayor, inserto en la vida de la Iglesia y del mun-


do, de acuerdo con las normas y orientaciones precisas de la
Santa Sede, tiene como objetivo el acompañar el pleno desarro-
llo de la personalidad, humana, espiritual y pastoral, es decir,
integral de los futuros pastores. Estos con una fuerte experien-
cia de Dios y una clara visión de la realidad en que se encuen-
tra América Latina, en íntima comunión con su Obispo, Maestro
de la verdad, y con los otros presbíteros, han de ser los que
evangelicen, animen y coordinen los diferentes carismas del
pueblo de Dios en Orden a la construcción del Reino54 .

Y el Código de Derecho Canónico establece como norma de la


Iglesia que quien quiera acceder al sacerdocio ministerial debe reci-

51
OT 3.
52
Cfr. OT 4 - 6.
53
PDV 60: “La necesidad del Seminario mayor - y de una análoga Casa religiosa de
formación - para la preparación de los candidatos al sacerdocio, como fue afirmada
categóricamente por el Concilio Vaticano II, ha sido reiterada por el Sínodo con
estas palabras: La institución del Seminario mayor, como lugar óptimo de
formación, debe ser confirmada como ambiente normal, incluso material, de
335
una vida comunitaria y jerárquica, es más, como casa propia para la formación
de los candidatos al sacerdocio, con superiores verdaderamente consagrados a
esta tarea. Esta institución ha dado muchísimos frutos a través de los siglos y
continúa dándolos en todo el mundo”.
54
Pb 875.

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Pbro. Carlos Eduardo Cataño

bir la formación mínima de cuatro años en el seminario mayor55 . No


se excluyen otros modelos de formación sacerdotal, en circunstan-
cias verdaderamente excepcionales mientras mantengan la finalidad
y la forma específica del seminario en referencia y marco de los No.
60 – 62 de la Exhortación Apostólica Postsinodal “Pastores Dabo
Vobis” y reciban la aprobación de la Santa Sede.

El seminario no es una institución educativa más, sino un am-


biente eclesial para formar al Buen Pastor al estilo de Jesús. Está
conformado por todos los que están comprometidos directamente
en la misión de cultivar la vocación ministerial: el obispo, el presbí-
tero, los formadores, los profesores, el personal administrativo y auxi-
liar; los padres de familia, en cuanto son naturales e insustituibles
educadores de sus hijos y los alumnos, responsables y verdaderos
protagonistas del proceso de formación al ministerio ordenado56 .

La educación del seminario debe tender a formar pastores. Esto


mismo implica contemplar, en el candidato, la formación del hom-
bre, del cristiano y del sacerdote. Pero para el logro de estas metas,
son fundamentales las experiencias que el candidato trae de su fami-
lia. De ahí que la familia, comunidad de fe, de vida, de amor, sea el
lugar normal del crecimiento humano, cristiano y vocacional de los
hijos, tal como lo hemos dicho. El tipo de sacerdote que se aspira
formar debe ser, en definitiva, un hombre de Dios. Y la experiencia
de Dios comienza normalmente en la familia57 .

El seminarista no rompe propiamente con la familia, la Iglesia


no lo quiere de modo alguno. El Seminario continúa la formación
recibida en la familia pero no la suple. En nada obstan las relaciones
con la misma para la formación. Al contrario, pueden y deben favo-

55
CIC 235,1: “Los jóvenes que desean acceder al sacerdocio deben ser educados
en la formación espiritual conveniente y en los deberes propios en el seminario

336 56
mayor, durante todo el tiempo de la formación, o, por lo menos, durante cuatro
años, si a juicio del Obispo diocesano así lo exigen las circunstancias”.
Cfr. CELAM. DEVYM. Departamento. de Vocaciones y Ministerios. Las Dimensiones
de la Formación Sacerdotal. Op. Cit., p. 63.
57
Cfr. URUBURU, Esteban. “La Familia y el Ambiente Social y la Pastoral Vocacional”.
En: CELAM, DEVYM. Departamento de Vocaciones y Ministerios. Vocaciones
para el Siglo XXI en América Latina Colección DEVYM, No.15. Bogotá: CELAM,
1983. p. 190.

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La familia como primero y mejor seminario

recerla mucho. El alumno del seminario no abandona para siempre


su hogar. Es importante la relación del seminarista con la familia ya
que procede de ella y será su compañera de formación, aún después
de ordenado. “Las relaciones con la familia no se cortan, se mode-
ran. Positivamente, el seminario cultiva y se apoya en el amor a los
padres, en el respeto y la gratitud que se les debe, en todo lo que
exige su condición de hijos a los seminaristas” 58 .

El seminario debería ser una prolongación, un complemento del


hogar, si se quiere que el seminario cumpla perfectamente su misión
educadora y formativa - en un orden humano, ciertamente, pero que
es básico también para la formación sobrenatural – se habrá de empe-
ñar en crear un ambiente de intimidad familiar. Los formadores debe-
rían adoptar una actitud de la cual fluyan con el carácter de paternidad
o fraternidad todas las relaciones con los aspirantes. Se trata de adop-
tar un nuevo estilo de familia fundado no sobre una simple concesión,
ni sobre un erróneo sentimentalismo sin fundamento entre superiores
y alumnos, sino fundado sobre un orden objetivo de cosas, dado por
Dios a la familia, para hacer que el recto cumplimiento de los deberes
y derechos, nacidos de este orden de cosas, permita que la sociedad
familiar alcance su desarrollo y perfeccionamiento propios y donde
cada uno de sus miembros pueda también desarrollarse59 .

Así como en la familia, si los padres se aman, crean un ambien-


te agradable, en el que el alma de los hijos crece normalmente “como
una planta que recibiera un riego misterioso, impalpable, pero real.
Si los padres no se aman, aunque disimulen ante los hijos, aunque
éstos nunca los hayan visto pelear, el ambiente será frío, tenso, duro,
impropio para el crecimiento síquico de los hijos. El ambiente del
seminario debe estar saturado de afecto humano entre los dirigen-
tes”60 , pues son los formadores, que como los padres de familia
orientan el ambiente que debe vivir el seminario como un hogar.

58

59
MARTIL, Germán. Factores Pedagógicos de la Vida de Seminario. Cap. II. En:
Seminarios. Madrid. Vol. 1, No. 2, (Jul. –Dic. 1955); p. 66.
337
Cfr. SEMINARIO MEXICANO DE MISIONES EXTRANJERAS. La Vida del Seminario
como Vida de Familia En: Seminarios. Madrid. v.13, n.31, (Ene. - Abr. 1967); p. 168.
60
LÓPEZ, Salvador. Es Preciso Satisfacer la Necesidad Psicológica de Afecto en los
Seminarios y Casas de Formación En: Vinculum. Bogotá, DC. Vol. 14, No. 73
(May. -Jun. 1966); p 163 -164.

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Pbro. Carlos Eduardo Cataño

Este ambiente familiar que debe tener la formación en el semina-


rio se fundamenta en una consideración elemental, pues según el plan
de Dios, al ambiente natural más adaptado al desarrollo de la persona-
lidad humana del niño y del joven, es seguramente el familiar donde la
autoridad del padre está temperada instintivamente por el amor, de tal
manera que en su ejercicio aparece siempre inclinada a la benevolencia,
lo que inspirará una doble actitud natural de respeto y afecto por parte
del hijo, que aplicada a la vida del seminario, inspirará en la formación
un clima de confianza más que de temor. “Hacer de la vida del semina-
rio una vida de familia que sea reflejo de la vida familiar divina y adap-
tación de la vida familiar natural, será una tarea no muy difícil si cada
uno de los interesados estamos convencidos de que tal es la voluntad
del Padre expresada por su Hijo y dada a conocer por el Espíritu”61 .

El ideal del seminario para América Latina, en el tercer milenio,


es lograr un ambiente renovado, “no como mera institución educati-
va, sino como experiencia familiar, para no uniformar a todos, sino
respetar y valorar las capacidades y diferencias de cada uno y, a
partir de esto, integrar toda la formación”62 . Un ambiente familiar al
estilo del Hogar de Nazaret, por lo que la XVI Asamblea de la OSLAM,
titulada “Desafíos del pastor y su formación inicial, el ser y quehacer
del seminario de mañana”, propone unas características concretas de
identidad del seminario para la nueva evangelización:

Queremos un seminario que construya a partir de aquella iden-


tidad que brota del saberse “familia de Jesús”, en cuanto lugar
de escucha del Maestro, vivencia de la palabra y cumplimien-
to de la voluntad de Dios (Cfr. Mc. 3,31-35).
Queremos un seminario que busque reproducir el estilo de
“la casa de Nazaret”, marcado por un verdadero clima de si-
lencio, de sencillez evangélica, de vida en familia y de espíritu
de trabajo (Cfr. Lc. 1,39 ss.)63 .

338 61

62
SEMINARIO MEXICANO DE MISIONES EXTRANJERAS. Op. Cit., p. 176 - 177.
CONSEJO EPISCOPAL LATINOAMERICANO, CELAM; Departamento de
Vocaciones y Ministerios, DEVYM. Desafíos del Pastor y su Formación Inicial; El
Ser y Quehacer del Seminario de Mañana. Op. Cit., p. 108. No. 161.
63
CONSEJO EPISCOPAL LATINOAMERICANO, CELAM; Departamento de
Vocaciones y Ministerios, DEVYM. Desafíos del Pastor y su Formación Inicial; El
Ser y Quehacer del Seminario de Mañana En: Medellín. Bogotá, DC. Vol. 28,
No. 109 (Abr. 2002); p. 101. No. 102 -103.

medellín 119 -120 / septiembre - diciembre (2004)


La familia como primero y mejor seminario

El mismo seminario puede ser contemplado como familia. La


fraternidad constituye un elemento esencial de la vocación eclesial y del
ministerio ordenado. Por lo tanto, exige un proceso pedagógico que
lleve a su valoración y vivencia64 , y esto será posible si la formación se
desarrolla en un ambiente de familiaridad. Por lo que se ha dicho en la
Exhortación “Pastores Dabo Vobis” que: “incluso desde un punto de
vista humano, el Seminario mayor debe tratar de ser una comunidad
estructurada por una profunda amistad y caridad, de modo que pueda
ser considerada una verdadera familia que vive en la alegría”65 .

Una de las alternativas para la formación comunitaria en los


seminarios, es la conformación de las “comunidades” o “grupos de
vida”, que “crean un ambiente favorable para el desarrollo de la
madurez de las relaciones humanas, debido a que su finalidad es
complementar la labor educativa de los formadores a través de la
vida de grupo”66 * . Así se lleva a los seminaristas a asumir una mayor
responsabilidad por su propio crecimiento y el de sus compañeros
de grupo, en las áreas básicas de vida de oración, de relaciones, de
estudio y de servicio. La vida compartida en estos grupos se abre
como una experiencia promotora de fraternidad, corresponsabilidad
y autenticidad en los seminarios y noviciados67 * *.

La relación del seminario y la familia comienza desde el ingreso


del aspirante. Para el ingreso al seminario siempre se ha tenido en

64
Cfr. CANDIA, Raúl Alfredo. La Formación Inicial y su Aporte a la Fraternidad
Presbiteral En: Boletín OSLAM. Bogotá, DC. No. 42. (Ene.- Jun. 2003); p. 54.
65
PDV 60.
66
CANDIA, Raúl Alfredo. La Formación Inicial y su Aporte a la Fraternidad
Presbiteral. Op. Cit., p. 61.
*
El Padre Raúl Alfredo Candia, elaboró una interesante tesis sobre los fundamentos
bíblico-teológicos de la fraternidad presbiteral, donde argumenta la necesidad
de la conformación de los “grupos de vida” para la formación comunitaria en
los seminarios, particularmente, donde el número de candidatos es excesivo y
existe riesgo de masificación. Estos grupos de vida propiciarían un ambiente de
mayor familiaridad en el seminario. En: CANDIA, Raúl Alfredo. La Fraternidad

67
Presbiteral. Fundamentos Bíblico-teológicos y sus implicaciones Ministeriales -
Pastorales. Colección Trabajos de Investigación ITEPAL. Bogotá: SE, 2001. 166 p.
Cfr. MERZERVILLE, Gastón de. Madurez Sacerdotal y Religiosa. Un Enfoque
339
Integrado entre Psicología y Magisterio. Colección Autores CELAM, No.24. Santafé
de Bogotá: CELAM, 1999. Vol. 1, p. 110 - 111.
**
Gastón de Merzerville, al final del segundo tomo de su obra, anexa un completo
programa para llevar a cabo estos grupos de vida, con un sentido de familiaridad
en la vida comunitaria de los seminarios, que influirá no sólo en la formación

medellín 119 - 120 / septiembre - diciembre (2004)


Pbro. Carlos Eduardo Cataño

cuenta la familia de quien va a ser admitido* . “Tener un conocimien-


to de su contexto familiar, debido a que por lo general, una familia
armónicamente estructurada contribuye intensamente al desarrollo
de la personalidad”68 . Se recomienda tener una ficha familiar del
candidato con una descripción de aspectos como: el ambiente de
origen, la composición de la familia, el clima religioso-moral de la
familia, la educación en la familia, entre otros; con la finalidad de
indicar la importancia que ejerce el ambiente de origen en el ulterior
desarrollo de la personalidad y, además, reafirmar la utilidad que el
conocimiento de tales datos puede prestar al educador para un juicio
más seguro de la vocación de los candidatos y para planear una
acción educativa individualizada69 .

Con quienes ingresan al seminario mayor se vio la necesidad,


unánimemente reconocida y afirmada, de un período especial orien-
tado a colmar las lagunas de orden espiritual, cultural y humano
frecuentemente presentes en los jóvenes. Por tal motivo, los Padres
del Sínodo de los Obispos de 1990 juzgaron oportuno recomendar a
la Congregación para la Educación Católica elaborar un documento
informativo sobre la primera etapa de la formación sacerdotal en el
seminario, como se propuso también en la “Pastores Dabo Vobis”70 .
Período al que se le ha llamado “Introductorio”, según el “Optatam
totius” y posteriormente “Propedéutico”.

La finalidad de este primer período es poder colmar las posibles


lagunas de los aspirantes al ministerio sacerdotal, especialmente en su

humana, sino en todas las dimensiones de la formación, para garantizar el


futuro de la fraternidad presbiteral. En: MERZERVILLE, Gastón de. Madurez
Sacerdotal y Religiosa. Un Enfoque Integrado entre Psicología y Magisterio. Op.
Cit., Vol. 2. p. 321 -384.
*
En cuanto a la selección de los candidatos al sacerdocio, debe tenerse en cuenta
el “análisis del ambiente familiar” y descubrir en los defectos si existe “un ambiente
familiar dañado”. Así lo propuso el Curso para Formadores de Seminarios Mayores
en Caracas, Julio y Agosto de 1989. En: CELAM. DEVYM. Departamento de

340 68
Vocaciones y Ministerios. Las Dimensiones de la Formación Sacerdotal. Colección
DEVYM, No.24. Bogotá: CELAM, 1992. p. 97. 105 - 106.
CELAM, Departamento de Ministerios Jerárquicos. Seminarios Colección DEVYM,
No.1.1. Bogotá: CELAM, 1971. p. 28.
69
Cfr. GIORDANI, Nazario. La Carpeta Personal en los Seminarios En: Seminarios.
Madrid. Vol. 12, No. 29, (May. - Agt. 1966); p. 429.
70
Cfr. CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA. El Período
Propedéutico, Documento informativo. 1° de Mayo de 1998. y PDV 62.

medellín 119 -120 / septiembre - diciembre (2004)


La familia como primero y mejor seminario

preparación humana y espiritual, durante el primer año del seminario.


Esta etapa fue prevista en el Decreto “Optatam Totius” como un año
introductorio prorrogable por el tiempo que fuese necesario71 . Se propo-
ne responder a la falta de claridad en la opción de fe de los candidatos,
los vacíos en las dimensiones humana y cristiana y la ausencia de proce-
sos de fe en las familias, en los colegios y en la pastoral vocacional72 .

En cuanto a la realidad familiar de quienes inician su formación


presbiteral en América Latina, un alto porcentaje procede de familias
pobres; los hay también que pertenecen a familias económicamente
solventes. Algunos ingresan con la dura experiencia de la desintegra-
ción familiar, otros proceden de familias ejemplares, bien integradas.
En algunos es notoria la falta de madurez afectiva; en otros esa madu-
rez e integración personal requeridas es manifiesta73 . “Si a este pano-
rama familiar, más o menos encubierto y frecuentemente racionaliza-
do, se le añade una formación en el seminario en la que no se cultiva
la dimensión afectiva de una manera eficaz y jugosa, la situación emo-
cional puede hacerse muy difícil para el crecimiento personal”74 .

La desintegración familiar genera lamentables y profundas con-


secuencias en la vida y vocación del candidato al sacerdocio ministe-
rial, lo que debilita su personalidad, y aunque esto no se perciba
durante su tiempo de formación en el seminario, podría repercutir
después en sus crisis de vida ministerial* .

71
OT 14: “Para comunicar esta visión de los alumnos desde los umbrales de su
formación, los estudios eclesiásticos han de iniciarse con un curso de introducción,
prorrogable por el tiempo que fuera necesario. En esta iniciación de los estudios
propóngase el misterio de la salvación, de tal manera que los alumnos se percaten
del sentido y del orden de los estudios eclesiásticos, y de su fin pastoral, y se
vean ayudados, al propio tiempo, a fundamentar y penetrar toda su vida de fe,
y se consoliden en la decisión de su vocación con una entrega personal y con
alegría espiritual”.
72
Cfr. CONFERENCIA EPISCOPAL DE COLOMBIA. Vocación, Vida y Ministerio de
los Pastores de la Iglesia Católica en Colombia. Conclusiones. LX Asamblea
73
Plenaria. 29 Colección CEC. Santa Fe de Bogotá: Spec, 1995. p. 24. No. 32.
Cfr. CELAM. DEVYM. Departamento de Vocaciones y Ministerios. Las Dimensiones
de la Formación Sacerdotal. Op. Cit., p. 33.
341
74
GARCÍA MONGE, José Antonio. ¿Un Desvalimiento También Afectivo?. Para una
Espiritualidad de los Afectos en el Sacerdocio En: Sal Terrae. Santander. Vol. 80
- 11, No. 952, (Dic. 1992); p 857.
*
Esta es una de las causas originarias del abandono del ministerio presbiteral en
América Latina, según los estudios realizados previamente al Sínodo de 1990.

medellín 119 - 120 / septiembre - diciembre (2004)


Pbro. Carlos Eduardo Cataño

En efecto, un joven considera casi normal la infidelidad, cuan-


do es testigo de la relativa facilidad con que en su propia fami-
lia se rompen los vínculos sagrados del matrimonio, se inician y
se terminan nuevos intentos de formar otro hogar. Algunos lle-
gan con estructuras débiles y pasan los años con fuerte rechazo
a la autoridad y a todo tipo de asesoría. Si un candidato ingresa
con estos antecedentes, es muy difícil sanar de raíz su mente y
su corazón. Puede ser ‘buen’ seminarista y parecer que acepta
los valores cristianos, la teología y la moral, pero su inestabili-
dad está muy arraigada en el inconsciente. Se requiere, por
parte de los formadores, conocer muy de cerca su historia y
realidad familiar, para ayudarle a asumirla y a transformarla75 .

Los seminarios de América Latina señalan un preocupante índi-


ce de fragilidad psico-afectiva76 . Como dijimos en el capítulo ante-
rior, la OSLAM manifestó en la preparación para el Sínodo de 1990,
que los seminarios de América Latina ya venían señalando la pre-
ocupación por la fragilidad afectiva de sus formandos, atribuida a las
carencias de las familias mal constituidas. “Ante la problemática fa-
miliar de muchos seminaristas, la formación debe propiciar la sanación
de traumas y favorecer un ejercicio sano de la autoridad frente al
pueblo y en relación con el obispo”77 .

“Si un niño ha recibido en su infancia (los tres primeros años


de su vida) el suficiente afecto de sus papás, si ha crecido con el

75
ARIZMENDI ESQUIVEL, Felipe, Mons. Causas del Abandono del Ministerio
Presbiteral en América Latina. Op. Cit., p. 33 – 34.
76
“La formación humana nos coloca frente a una inquietud que seguramente hemos
sentido muchos de nosotros: la inmadurez de muchos de nuestros candidatos,
que luego genera problemas serios en la vida sacerdotal. En esto tenemos en
cuenta que nuestros candidatos son jóvenes de hoy y así son llamados por el
Señor. ¿Cuál es la pedagogía adecuada para ayudarlos en su proceso de
maduración? De nuevo se hace aquí importante el conocimiento de la familia,
del ambiente del cual proceden los candidatos; pero se hace también necesario

342 el análisis de las relaciones que se establecen entre formadores y alumnos, entre
el obispo y los futuros sacerdotes”. En: GIRALDO JARAMILLO, Alberto. El Proceso
de la Formación Sacerdotal En: Seminarios. Madrid. Vol. 36, No. 18, (Oct. –Dic.
1990); p. 465.
77
CONSEJO EPISCOPAL LATINOAMERICANO, CELAM; Departamento de Voca-
ciones y Ministerios, DEVYM. Desafíos del Pastor y su Formación Inicial; El Ser
y Quehacer del Seminario de Mañana En: Boletín OSLAM. Bogotá, DC. No. 37.
(Jul. –Dic. 2000); p. 82-92. No. 55.

medellín 119 -120 / septiembre - diciembre (2004)


La familia como primero y mejor seminario

calor humanamente sano del corazón de su mamá, si su familia fue


efectivamente normal, si el ambiente estuvo saturado de un amor
humano legítimo, no existirá peligro ninguno de perversión de su
afecto”78 , factor fundamental para cualquier desarrollo humano, pero
particularmente como elemento constitutivo de la vocación ministe-
rial que ha de asumir con equilibrio emocional los compromisos de
obediencia y celibato.

El afecto de los padres entre sí y hacia los hijos debe preceder al


nacimiento de la criatura y acompañar constantemente su evolución.
No es necesario ser discípulo de Freud para reconocer la importancia
decisiva que ejerce el primer período de la existencia en la orientación
y en el ritmo de desarrollo de toda la vida. “En este período de la
existencia, el papel más importante y decisivo pertenece a la madre (…)
La presencia del padre resulta, hasta cierto punto, indispensable”79 * .

El medio ambiente socio-familiar influye sobre el modo de vivir


la afectividad80 . Cultivar los afectos de una manera equilibrada, le
sirve al joven seminarista de alimento y de sostén en las dificultades
y luchas que no faltan en su vida. El aspirante al sacerdocio ministe-
rial, ha de formarse en una libertad de espíritu, abierto al amor uni-
versal y no exclusivo, propio de la naturaleza de su vocación; se
trata de un amor sincero, humano, fraterno, personal y sacrificado, a
ejemplo de Cristo, hacia todos y cada uno, pero sobre todo, hacia los
pobres, los que sufren y son marginados* *.

78
LÓPEZ, Salvador. Op. Cit., p. 160.
79
GIORDANI, Nazario. La Carpeta Personal en los Seminarios. Op. Cit., p. 427.
*
El autor explica que habrá siempre un cierto complejo de inferioridad por el
hecho de ser “huérfano” y que “huérfano” no es sólo el que ha perdido a
alguno de sus padres físicamente o quedó lejos de ellos, sino también aquel
que se vio obligado a vivir con padres que no sabían, no querían, o no podían
dar a su hijo el afecto que tanto necesitaba. En: Idem.
80
Cfr. CELAM. DEVYM. Departamento de Vocaciones y Ministerios. Las Dimensiones
de la Formación Sacerdotal. Op. Cit., p. 90 - 91.
**
Entre los desequilibrios de la afectividad se encuentra el problema de la
homosexualidad, en ocasiones justificado y en otras condenado como lo califica el
CEC 2357. Sus causas son diversas, aunque se dice que es una anormalidad adquirida
343
por: influencia familiar, mala figura paterna, madre posesiva, iniciación por parte de
otra persona, circunstancia con personas exclusivas o predominantemente del mismo
sexo, etc. Ante estos casos, se sugiere tener una información seria del candidato
antes de ingresar al seminario, obrando con precaución en la selección vocacional.
El promotor vocacional debe evitarla la anormalidad del seminarista estudiando el

medellín 119 - 120 / septiembre - diciembre (2004)


Pbro. Carlos Eduardo Cataño

La sana relación del seminarista con su familia es un puntal que


equilibra no sólo su afectividad sino toda su persona, y lo fortalece
en los momentos más difíciles que se le han de presentar durante el
camino de su vocación. “Qué fuerza tiene el amor de una madre
santa para sostener al hijo seminarista que comienza a vacilar. (…)
Nadie ora con más ardor y con más pureza de intención que ella.
Nadie le comprende mejor sin necesidad de palabras. Nadie se ale-
gra más hondamente cuando advierte, y lo advierte muy pronto, que
la tormenta por fin se alejó definitivamente”81 . Dice el Papa Juan
Pablo II en una de sus cartas a los sacerdotes el Jueves Santo:

¡Cuántos de nosotros debemos también a la propia madre la


vocación sacerdotal! La experiencia enseña que muchas veces la
madre cultiva en el propio corazón por muchos años el deseo de
la vocación sacerdotal para el hijo y la obtiene orando con insis-
tente confianza y profunda humildad. Así, sin imponer la propia
voluntad, ella favorece, con la eficacia de la fe, el inicio de la
aspiración al sacerdocio en el alma de su hijo, aspiración que
dará fruto en el momento oportuno82 .

La Exhortación Apostólica “Pastores Dabo Vobis” subraya in-


tensamente la necesidad de una seria madurez y riqueza humana en
la persona del candidato, como el fundamento para la eficacia de la
acción de la gracia y, por eso mismo, como condicionamiento básico
de toda la formación. Esta propuesta es una gran novedad en el
magisterio, pero a la vez, es consecuencia del axioma clásico, según
el cual “la gracia presupone a la naturaleza”, primero el hombre,
luego el santo. “Se resalta la importancia de la capacidad de relación
con los demás (No. 43) y se llama debidamente la atención sobre el

medio familiar. También la dificultad de comunicación puede venirle de la falta


decomunicación afectiva en la familia. Para el acompañamiento, durante la
formación,se recomienda hacer un estudio de la evolución afectiva del chico y un

344 seguimiento u observación caracterológico. En la actualidad, se han ido sanando


una serie de malos entendidos respecto a las amistades femeninas de los candidatos
al sacerdocio y hasta de los mismos sacerdotes, que son relaciones normales y
naturales dentro de cualquier proceso de maduración humana.
81
MARTIL, Germán. Factores Pedagógicos de la Vida de Seminario. Cap. II. Op. Cit.,
p. 67.
82
JUAN PABLO II, Carta a los Sacerdotes con Ocasión del Jueves Santo. Vaticano,1995.
No.1.

medellín 119 -120 / septiembre - diciembre (2004)


La familia como primero y mejor seminario

punto de la educación a la madurez afectiva, en perspectiva precisa-


mente de la preparación a la opción celibataria (No.44)”83 .

Hasta hace algún tiempo, con mucha frecuencia una sólida for-
mación humana estaba asegurada en un contexto familiar equilibra-
do, pero actualmente no sucede lo mismo* . “Los seminaristas pre-
sentan con frecuencia, en su entrada, una inmadurez sicoafectiva o
sicosexual, lo mismo que tendencias individualistas”* . Pues un as-
pecto particularmente importante de la formación humana es la rela-
ción de los candidatos con su familia84 . “La familia tiene un papel
importante y ofrece oportunidades decisivas a los aspirantes a la
vida sacerdotal; por ejemplo, la posibilidad de descubrir concreta-
mente el significado, valor y sacrificios del amor humano, una fun-
damental experiencia y estímulo para un trato afectivo y la posibili-
dad de conocer aspectos particulares de la sicología femenina”85 .

El aporte de la familia a la formación humana no se da sólo en


el campo afectivo, influye también, especialmente en la manera de
entender la autoridad, la libertad, el amor y el diálogo. Sin duda, los
hechos de desintegración familiar y las relaciones conflictivas no
superadas “han marcado profundamente la vocación, formación, vida
y ministerio de sacerdotes que desde la familia han soportado vicios y

83
CELAM, DEVYM. Departamento de Vocaciones y Ministerios. Pastores Dabo
Vobis. Aplicación para América Latina. Pastoral Vocacional y Formación Presbiteral.
Op. Cit., p.87.
*
“La deficiente formación humana de los candidatos que proceden en buena
parte de familias desintegradas y que a menudo llegan con problemas psicológicos
y afectivos”, es una de las realidades que se constatan en la formación sacerdotal
en Latinoamérica. En: CELAM, DEVYM. Departamento de Vocaciones y Ministerios.
Pastores Dabo Vobis. Aplicación para América Latina. Pastoral Vocacional y
Formación Presbiteral. Op. Cit., p. 15.
*
Comentario de los Padres Sulpicianos en el Documento “El Sacerdote Diocesano
Hoy, Desafíos para la Formación”. Assises de Bogotá en Julio de 1999. p. 47.
84
“El ambiente primero y natural para esta educación es la familia y dentro de ella
los padres, pero no siempre están preparados para desempeñar esta misión, De
ahí la necesidad de que los educadores suplan las deficiencias educativas de la
familia”. CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA. “Orientaciones
para la Educación en el Celibato Sacerdotal” No. 44. En: CELAM, DEVYM.
Departamento de Vocaciones y Ministerios. La Formación Sacerdotal, Documentos
345
Eclesiales 1965 – 1988. Op.Cit., p. 153.
85
CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA. “Orientaciones para la
Educación en el Celibato Sacerdotal” No. 85. En: CELAM, DEVYM. Departamento
de Vocaciones y Ministerios. La Formación Sacerdotal, Documentos Eclesiales
1965 – 1988. Op. Cit., p. 185.

medellín 119 - 120 / septiembre - diciembre (2004)


Pbro. Carlos Eduardo Cataño

traumas, especialmente en lo humano-afectivo, en lo comunitario y en


la concepción y vivencia de la sexualidad, que no han sido ni llenados
ni tratados adecuadamente en las diversas etapas de la formación. A
esto hay que agregar que muchas familias son indiferentes”86 .

Dados los graves y no pocos fallos educativos de la familia hoy,


es preciso reconocer que para poder confiar en la familia, como
factor integrador y favorecedor de la formación y de la perseverancia
del futuro sacerdote, hay que desarrollar una adecuada pastoral de la
misma87 . Si la “Pastores Dabo Vobis” y otros documentos del Magis-
terio Latinoamericano proponen el valioso aporte que los laicos pue-
den hacer en la formación sacerdotal y de los seminarios88 , ¿por qué
no ha de contribuir la familia en dicha formación si es la primera
educadora en la fe? El proyecto educativo, propuesto para los semi-
narios de América Latina busca respetar la gradualidad y diferenciar
las distintas etapas formativas, involucrando a los formadores, a los
formandos, a la familia y a los laicos89 .

Un factor decisivo en la formación del seminarista es su familia.


El seminario y la familia del seminarista han de interrelacionarse me-
diante vínculos de acción mutua. Es una relación que traerá varias
ventajas a la formación* . Lo ideal es lograr que la familia se integre y se
responsabilice de la formación integral de los seminaristas, de tal suer-
te que los padres, hermanos y demás miembros no sean ajenos a su
papel de educadores, y que su testimonio, así como su acción concre-
ta, no se reduzca a una sola área de la formación, puesto que su
aporte no es únicamente en el aspecto humano. Pero para alcanzar
esta meta es necesario acompañar a la familia en su papel de formadora.

86
CELAM. DEVYM. Departamento de Vocaciones y Ministerios. Las Dimensiones
de la Formación Sacerdotal. Op. Cit., p. 14. No. 12.
87
Cfr. CONFERENCIA EPISCOPAL DE COLOMBIA. Normas Básicas para la
Formación Inicial Presbiteral en los Seminarios Mayores de Colombia. Op. Cit.,
p. 56. No. 163.
88

346 89
Cfr. PDV 66 y Med 13,6.
Cfr. CONSEJO EPISCOPAL LATINOAMERICANO, CELAM; Departamento de
Vocaciones y Ministerios, DEVYM. Desafíos del Pastor y su Formación Inicial; El
Ser y Quehacer del Seminario de Mañana . Op. Cit., p. 105. No. 132.
*
Martín Rodríguez en su artículo “Seminario y Familia”, expone tres ventajas de
esta relación: 1. El conocimiento más íntimo y personal de los seminaristas como
fundamento de una verdadera educación; 2. El afianzamiento de la autoridad de
los superiores con el apoyo de la autoridad paterna; 3. Mantener y crear el

medellín 119 -120 / septiembre - diciembre (2004)


La familia como primero y mejor seminario

En este sentido, las familias han visto la necesidad de ser orien-


tadas en la educación de sus hijos90 . “Y si es verdad que en el terre-
no de la colaboración entre padres de familia y seminario no hay
todavía nada montado con vida propia y organizada, también lo es
que esto ya existe en otros campos no precisamente seminarísticos”91 .
Se cuestiona que el seminario no haya ofrecido el suficiente apoyo a
la labor formativa de la familia ni que se abra con receptividad a sus
aportes. Sin duda alguna que entre los padres de los futuros sacerdo-
tes existe un porcentaje capaz de aportar ideas, deseos de que el
seminario cuente con ellos, ávidos de orientación92 .

A pesar de esta búsqueda de nexos entre los padres de familia y el


seminario, no se pueden desconocer los posibles conflictos, pues mien-
tras existen padres que colaboran con el rector, superiores y profesores,
de manera admirable, hay otros que deseducan cuando no maleducan93 .
Dos inconvenientes puede tener principalmente la vida de familia para
el seminarista: la frivolidad y la miseria. Cada vez es más frecuente la
desvinculación del hogar y la vida de libertad e independencia, ya he-
mos dicho que es un fenómeno de la familia posmoderna94 .

verdadero espíritu de familia. En: RODRÍGUEZ ROJO, Martín. Seminario y Familia.


Lecciones de unas Vivencias. En: Seminarios. Madrid. Vol. 11, No. 26, (May. -
Agt. 1965); p. 455.
90
Pb 609: “Educar preferentemente a los esposos para una paternidad responsable
que los capacite no sólo para una honesta regulación de la fecundidad y para
incrementar el gozo de su complementariedad, sino también para hacerles buenos
formadores de sus hijos”.
91
RODRÍGUEZ ROJO, Martín. Seminario y Familia. Lecciones de unas Vivencias.
Op. Cit., p. 453.
92
“Que el seminario se abra a las aportaciones que otros agentes eclesiales y sociales
le pueden dar (por ej. Planes pastorales diocesanos, familias, etc.); permaneciendo
el seminario como agente coordinador de todas estas mediaciones y evitando todo
aislamiento”. En: CONSEJO EPISCOPAL LATINOAMERICANO, CELAM; Departamento
de Vocaciones y Ministerios, DEVYM. Desafíos del Pastor y su Formación Inicial; El
Ser y Quehacer del Seminario de Mañana. Op. Cit., p. 108. No. 160.
93
“Piénsese en el influjo positivo de la carta del padre amonestando al pequeño
seminarista. Sigue la orientación del superior que previamente informó sobre la
marcha del hijo. Pero no se olvide también los mismos que la mamá concede
privilegios a su hijo seminarista, precisamente por serlo (…). Familias que llevan
sus hijos al seminario con fines no precisamente los más sanos. No pueden
pagarle la carrera en otro colegio, y ahí está el seminario donde no enseñan mal
347
y donde, a lo mejor, puede ganar una beca”. En: Idem., p. 452.
94
“El individualismo es una de las notas del protestantismo. También se constata
esta orientación en la comprensión de la familia. Desde la óptica protestante la
familia es considerada predominantemente en cuanto grupo de individuos. En
este individualismo late el afán de libertad y hay, en consecuencia, gérmenes de

medellín 119 - 120 / septiembre - diciembre (2004)


Pbro. Carlos Eduardo Cataño

“Ante la problemática de la realidad de las familias en América Lati-


na, nos inquieta sobremanera la forma en que esta pueda influir en los
jóvenes”* . Pues ante situaciones como la miseria familiar, hay seminaristas
que proceden de ambientes muy bajos. Ellos no son culpables de su
desgracia, y nadie tiene derecho a poner limitaciones a la elección divina,
que se complace en tomar lo débil y lo bajo para sus grandes obras. La
educación en una familia que vive en la miseria no puede estar, de regla
ordinaria, muy en consonancia con lo que el sacerdocio exige, por más
que los padres se esfuercen95 . Estos casos podrían generar inconsciente-
mente, algunas motivaciones vocacionales negativas, como la de encon-
trar ciertas seguridades económicas y sociales, que no se han tenido en la
vida familiar, dentro del ministerio sacerdotal96 .

“El factor pobreza o miseria de la familia del candidato influye


en que su opción sea una búsqueda de seguridad y no un estilo de
vida”97 . Y si no es desde el inicio de la formación, cuando el aspiran-
te llega al sacerdocio, son lamentables los casos en que la familia
ejerce una presión económica en quienes eligen la vocación ministe-
rial, porque ésta eleva su rol social. “Sin hablar de los casos concre-
tos de fraude económico por parte de familias que no buscan sino
beneficios a este nivel. En todos estos casos es muy difícil una acción
educativa tendente a una maduración vocacional si no se ponen

secularización”. En: VIDAL, Marciano. El Impacto de la Secularización en la


Familia Actual. En Religión y Cultura. Madrid. Vol. 49 No. 225, (Abr. – Jun. 2003);
p. 275.
*
Fue una de las cuestiones planteadas en el Curso de Formadores de Seminarios
Mayores en Caracas, Julio y Agosto de 1989. En: CELAM. DEVYM. Departamento
de Vocaciones y Ministerios. Las Dimensiones de la Formación Sacerdotal. Op.
Cit., p. 74.
95
Cfr. MARTIL, Germán. Factores Pedagógicos de la Vida de Seminario. Cap. II.
Op. Cit., p. 70.
96
“Enfrentar solo la vida, formar un hogar, tomar sobre sí las cargas de una familia,
puede ser una tares que aparezca como imposible para un individuo inseguro
de sí mismo, débil de carácter, o que ha sido muy independiente de su familia.
Busca, inconscientemente, una salida, que cree fácil, a su situación. Ve en el

348 sacerdocio, y más aún en la vida religiosa, la seguridad económica y un respaldo


en la vida, sin las responsabilidades y problemas que lleva consigo formar una
familia”. En: CELAM, DEVYM. Departamento de Vocaciones y Ministerios.
Formación sacerdotal permanente. Encuentro Latinoamericano sobre formación
permanente del clero. Caracas, mayo-junio de 1977 Colección DEVYM, No.12.
Bogotá: CELAM, 1977. p. 130.
97
CELAM. DEVYM. Departamento de Vocaciones y Ministerios. Las Dimensiones
de la Formación Sacerdotal. Op. Cit., p. 146.

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La familia como primero y mejor seminario

otros medios concretos y abundantes, y si se deja poco menos que


todo a la influencia de la motivación familiar”98 .

En ocasiones la familia podría ser un factor que entorpeciera la


generosidad de la entrega en la vocación. “El haber dejado la propia
familia, en pos de la búsqueda vocacional, esto le implica críticas del
ambiente familiar, o reclamos afectivos permanentes. Serios antece-
dentes familiares (alcoholismo en los padres, o inestabilidad en las
relaciones familiares, o la inexistencia del sacramento del matrimo-
nio)”99 . Son factores que, entre otros, podrían influir negativamente en
la respuesta al llamado.

Pensar que la familia entibia en su fervor o en su vocación al


hijo, al hermano o al cuñado religioso, es generalizar gratuita y
ofensivamente casos aislados que puedan darse100 . En ocasiones, el
alejarse de la familia y aislarse de los problemas familiares puede
verse como egoísmo. Y, tal vez, lo sea, dando la razón a los que
acusan a quienes se desentienden de los conflictos, refugiados en “la
seguridad del claustro de formación”. Cada quien es libre de un
desprendimiento tal, que comporte los mayores sacrificios en cuanto
al seguimiento del Señor, siempre que no suponga omisión o incum-
plimiento de deberes bien precisos de la virtud respecto a la familia* .

“La familia es un colaborador nato del seminario. Los dos de-


ben ir acordes siempre, los dos han de trabajar movidos por los
mismos ideales. Si el uno edifica lo que la otra destruye, no es proba-
ble que la obra llegue a feliz término. De aquí la necesidad de unirse,

98
SEMINARIOS, Rv. Discernimiento Vocacional. Editorial. Op. Cit., p. 286.
99
CELAM. DEVYM. Departamento de Vocaciones y Ministerios. Las Dimensiones
de la Formación Sacerdotal. Op. Cit., p. 83.
100
Cfr. PEINADOR, Antonio. Relaciones del Religioso con sus Familiares. En: Vida
Religiosa. Madrid. Vol. 30, No. 22 (Ene. – Jun. 1971); p. 187.
*
A este respecto, podría aplicarse la crítica que Jesús hace a los fariseos en Mc. 7,
8-12: “Ustedes descuidan el mandamiento de Dios por aferrarse a tradiciones de
hombres. Y Jesús añadió: Ustedes dejan tranquilamente a un lado el mandato de
Dios para imponer su propia tradición. Así, por ejemplo, Moisés dijo: Cumple
349
tus deberes con tu padre y con tu madre, y también: El que maldiga a su padre
o a su madre es reo de muerte. En cambio, según ustedes, alguien puede decir
a su padre o a su madre: ‘Lo que podías esperar de mí es «consagrado», ya lo
tengo reservado para el Templo’. Y ustedes ya no dejan que esa persona ayude
a sus padres”.

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Pbro. Carlos Eduardo Cataño

de fomentar la cooperación, de buscar ocasiones para ello”101 . El se-


minario, al igual que la familia, es una realidad cambiante102 y afectada
por todos los factores adversos que la sociedad enfrenta, situación por
la cual pueden complementarse y acompañarse. El Seminario valora la
participación de las familias en la vocación de los candidatos, procura
mantener con ellas relaciones constructivas e intercambio frecuente y
cuida de incluir, en la organización de su plan de vida, actividades o
celebraciones para manifestar aprecio y reconocimiento hacia ella103 .

Una de las etapas de la vida del seminario en donde la familia puede


jugar un importante papel como formadora del candidato al sacerdocio
ministerial, es durante el llamado “año de pastoral”. Se trata de un período
de interrupción de la estancia en el seminario, que puede ser por un año
o un semestre. “El seminarista, orientado durante esta interrupción por un
sacerdote experimentado, ayuda en el ministerio pastoral, conoce a los
hombres, los problemas y dificultades en los que habrá de trabajar y com-
prueba su propia aptitud de cara a la vida y ministerio pastoral”104 .

Se recomienda durante esta etapa un cambio de actividades, la


experiencia de trabajo o de un estudio diferente, donde se ofrecerá
al candidato un margen de verdadera libertad interior y exterior para
cultivar más sólida y diligentemente su propia vocación. También se
insistiría en un mayor acercamiento, de ser posible, a su propia vida
familiar105 , pues es aquí donde la familia podría prestar una impor-
tante ayuda al seminario como “primera formadora de la vocación”,
y esta posibilidad no ha sido aprovechada suficientemente.

101
SEMINARIOS, Rv. Discernimiento Vocacional. Editorial. Op. Cit., p. 286.
102
“La vida ha cambiado también mucho en los seminarios. De veinte años a esta
parte se encuentran transformados. Los alumnos, particularmente son otros:
maneras de pensar y de conducirse, relaciones con los superiores y con el
mundo exterior. ¿Debemos quejarnos de ello? Lamentaciones estériles la vida no
las escucha y sigue su marcha”. MARTIL, Germán. El Educador de Seminaristas.
Cap. X. En: Seminarios. Madrid. Vol. 1, No. 2, (Jul. –Dic. 1955); p. 388.
103
Cfr. CONFERENCIA EPISCOPAL DE COLOMBIA. Normas Básicas para la

350 104
Formación Inicial Presbiteral en los Seminarios Mayores de Colombia. Op. Cit.,
p. 56. No. 164.
CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA. “Normas Básicas de la
Formación Sacerdotal” No. 42b. En: CELAM, DEVYM. Departamento de Vocaciones
y Ministerios. La Formación Sacerdotal, Documentos Eclesiales 1965 – 1988. Op.
Cit., p. 58 – 59.
105
Cfr. MERZERVILLE, Gastón de. Madurez Sacerdotal y Religiosa. Un Enfoque
Integrado entre Psicología y Magisterio. Vol. 1. Op. Cit., p. 159.

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La familia como primero y mejor seminario

Se ha de procurar también, durante el seminario, el desarrollo de


las relaciones fundamentales que caracterizan a toda familia sana, ex-
periencia de padre, experiencia de ser hijos, experiencia de ser her-
manos106 , que le serán esenciales en la vida presbiteral donde será
llamado “Padre” de una comunidad, hará un compromiso de obedien-
cia como “Hijo” de la Iglesia y vivirá la fraternidad presbiteral como
“Hermano” de los que comparten su mismo ministerio* . “El amor a la
familia es un sentimiento primario, santo y bueno, infundido por Dios
en el alma, es un instinto que está llamado a convertirse en virtud”107 .

Durante la formación inicial en el seminario, podrán hacer un


valioso aporte otras familias diferentes a la propia que como benefac-
toras espirituales y materiales, apadrinen a los seminaristas durante su
proceso de formación, como un vivo ejemplo de caridad y testimonio
cristiano. Estas familias deberían integrarse, a la vida del seminario, en
algunas actividades, no sólo como un gesto de gratitud con ellas, sino
también, con la conciencia de su importante aporte en la formación108 .

En América Latina se constata la influencia positiva de las familias


en las vocaciones al sacerdocio ministerial, son el gran apoyo material y
espiritual de los formandos. Cuando se da la debida atención en la

106
Cfr. URUBURU, Esteban. “La Familia y el Ambiente Social y la Pastoral Vocacional”.
Op. Cit., p. 193.
*
Ante todo esto, vemos la importancia que tiene el estudio en los seminarios sobre
los problemas relativos al matrimonio y la familia, por lo cual la Congregación
para la Educación Católica promulgó en 1995 las directrices para dicha formación.
La finalidad de este estudio consiste en acompañar a la familia cristiana hacia la
perfección de la caridad y, por otro, de enfrentar situaciones de crisis, pues las
necesidades espirituales y materiales de las Familias cristianas están aumentando
hoy notablemente y requieren el servicio de pastores no sólo sensibles a tales
problemas, sino también con experiencia de la realidad viva y doctrinalmente
seguros”. (No. 2). La preparación para la pastoral familiar alcanzará en los seminarios
sus verdaderas finalidades solamente cuando todos, formadores y formandos,
estén convencidos de su importancia esencial e ineludible, y hagan efectivamente
de la familia ‘el primero y el más importante’ camino de su ministerio (CF 2).
107
Cfr. MARTIL, Germán. Factores Pedagógicos de la Vida de Seminario. Cap. II.
108
Op. Cit., p. 68.
“En lo tocante al acercamiento con familias maduras que estén viviendo un
activo compromiso eclesial, el seminario seleccionaría a tales familias basándose
351
en las recomendaciones de los párrocos y líderes de movimientos laicales. Estas
familias deben estar consolidadas y tener hijos mayores que se identifiquen, por
nivel generacional, con los seminaristas a quienes acogerían en ciertas actividades
familiares”. En: MERZERVILLE, Gastón de. Madurez Sacerdotal y Religiosa. Un
Enfoque Integrado entre Psicología y Magisterio. Vol. 1. Op. Cit., p. 155.

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Pbro. Carlos Eduardo Cataño

pastoral a las familias, poco a poco se ven los resultados en las vocacio-
nes. Aunque también hay familias que se desentienden de sus hijos, una
vez que han ingresado a una casa de formación. Es saludable el encuen-
tro periódico con la familia desde el seminario. Así la familia comprende
mejor el sentido de la vocación, del sacrificio y de la entrega de su hijo.
A veces la falta de apoyo de la familia desanima a los candidatos. Tam-
bién se constata que las familias de clase económica alta no favorece, en
muchos casos, la vocación de sus hijos y tienen prejuicios sobre el
sacerdocio, mientras que las familias muy pobres los envían inseguros e
inestables. “Lo que se recibe en la familia permanece”109 .

Es importante que los formadores se preocupen por las familias


de los seminaristas, “acompañar en las situaciones particulares de enfer-
medad o muerte de algún familiar querido, para que el muchacho expe-
rimente que no está solo; llegando, si es preciso, a la ayuda económi-
ca”110 . El papel de los formadores del seminario frente a la familia del
candidato, es brindar la particular ayuda que el seminarista necesita
para poder madurar en sus relaciones con sus familiares, y formar a las
familias para comprender el sentido de los compromisos de la vida
sacerdotal. El seminario ha de “asumir la situación familiar, su origen y
su condición social, sin desarraigarse de su núcleo familiar ni de su
cultura”111 . Estableciendo contacto con las familias, podrá responsabi-
lizarlas, en el límite de lo posible, en la vocación de sus hijos.

Desde el punto de vista educativo ello se debe hoy mantener a un


doble nivel: antes que nada, poner de manifiesto la ayuda que la
familia puede ofrecer al seminarista y posteriormente al sacerdo-
te, en cuanto ella es natural punto de referencia para todo hijo;
además, educar a los alumnos para que adquieran una justa auto-
nomía de sus propios familiares, tanto para hacer efectiva aquella
separación que la vocación comporta (Mt. 19, 27 ss.), como para

352
109
Cfr. HEREDIA MORA, Angel. Síntesis de las Respuestas al Cuestionario de Los
Lineamenta para el Sínodo de los Obispos sobre la Formación de los Sacerdotes.
1990 En: Boletín OSLAM. Bogotá, DC. No. 16. (Mar. 1990); p. 12 – 13.
110
CELAM. DEVYM. Departamento de Vocaciones y Ministerios. Las Dimensiones
de la Formación Sacerdotal. Op. Cit., p. 85.
111
CONSEJO EPISCOPAL LATINOAMERICANO, CELAM; Departamento de
Vocaciones y Ministerios, DEVYM. Desafíos del Pastor y su Formación Inicial; El
Ser y Quehacer del Seminario de Mañana. Op. Cit., p. 85. No. 56.

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La familia como primero y mejor seminario

evitar, en el seminario y posteriormente, de ser sometidos a peti-


ciones no en conformidad con los deberes pastorales112 .

Hemos visto cómo se ha ido superando la antigua idea de marginar a


la familia por la opción vocacional al ministerio sacerdotal; la ratificación de
la institución seminario como el ambiente propicio para el cultivo de la
vocación ministerial; y cómo ambas instituciones pueden relacionarse y
complementarse en la tarea de la formación para el sano desarrollo de la
vocación ministerial. Es así como hemos reconocido que la familia es y
seguirá siendo el “primer seminario” no tanto en el orden cronológico de la
vocación, aunque en ella nace y se desarrolla, como en el orden de impor-
tancia para su formación y sostenimiento. Y seguirá siendo “primer semina-
rio” aún, y con mayor razón, en la vida y ministerio del Presbítero.

2. ¿Por qué el mejor?

La familia acompaña a quien es llamado a la vocación ministe-


rial, no sólo desde el nacimiento de su vocación y durante las distintas
etapas de su primera formación, encaminando al candidato hasta al-
canzar la confirmación eclesial de su vocación a través del Sacramento
del Orden113 , sino que también vive plenamente este sacramento, por-
que es uno de sus miembros quien lo recibe. Es así como la familia
comparte la gracia de la unción sacerdotal con el neopresbítero y,
además, continúa acompañándolo durante su vida y ministerio, como
la mejor y más excelente formadora de su vocación.

La formación no termina con la ordenación sacerdotal; todo hom-


bre, en cualquier campo, y particularmente en el ejercicio del ministe-
rio sacerdotal, está en continuo crecimiento y debe acogerse a una
formación permanente. Y aunque la formación permanente compete
al Obispo y a los medios que la diócesis ofrece, la familia no pierde su
papel como primer seminario de la vocación y, por ende, el mejor.

112
CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA. “Algunas Normas Sobre
la Formación en los Seminarios Mayores” No. 9. En: CELAM, DEVYM.
353
Departamento de Vocaciones y Ministerios. La Formación Sacerdotal, Documentos
Eclesiales 1965 – 1988. Op. Cit., p. 576.
113
“La Iglesia, por medio del obispo y sus colaboradores, garantiza la existencia de la
vocación sacerdotal durante el periodo de formación y especialmente en el momento
de recibir el sacramento del Orden”. En: ESQUERDA BIFET, Juan. Op. Cit, p. 84.

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2.1. La familia y el presbítero

Al terminar la formación inicial en el seminario, la familia comparte


la alegría humana y la gracia divina del que es admitido en la
ordenación sacramental. “La celebración de los sacramentos por
los diversos integrantes de la familia y en las diversas etapas de la
vida de cada miembro, es uno de los elementos más expresivos de
su propia sacramentalidad y más identificantes de su realidad cris-
tiana”114 . La celebración de estos acontecimientos vitales, familiares
y sacramentales, constituyen los pilares de un itinerario cristiano,
que no puede dejar de impregnar el proceso dinámico de una vida
familiar. Es aquí donde cobra sentido pleno la afirmación de Juan
Pablo II en la “Familiaris Consortio” al decir: “la misión educativa
de la familia es un verdadero ministerio, por medio del cual se
transmite e irradia el Evangelio, hasta el punto de que la misma
vida de familia se hace itinerario de fe y escuela de los seguidores
de Jesucristo (...) En la familia todos los miembros evangelizan y
son evangelizados115 .

Cuando la familia ha ido viviendo el desfilar de todos sus


miembros por la mayor parte de los sacramentos de la Iglesia
(bautismo, confirmación, primera eucaristía, penitencia, matrimo-
nio, orden sacerdotal, unción, viático, exequias y demás sacra-
mentales), es imposible que su mismo ser cristiano familiar no
quede impregnado de la esencia de la sacramentalidad. Es impor-
tante ayudar a que la familia actúe y viva estos momentos, “con
conciencia de ser al mismo tiempo ‘sujeto’ celebrante con el que
recibe el sacramento, ‘mediación’ animadora y autentificadora de
las actitudes y acción sacramental y ‘objeto o futuro’ que enrique-
ce y renueva su vida con ese mismo acontecimiento, entonces
puede decirse que tales celebraciones no son momentos pasaje-
ros, sino referencias centrales de su ser y aparecer cristiano”116 , a
pesar de que estas experiencias se vean hoy limitadas por múlti-
ples razones* .
354
114
BOROBIO, Dionisio. Familia e Itinerario Sacramental. Op. Cit., p. 210.
115
FC 39.
116
BOROBIO, Dionisio. Familia e Itinerario Sacramental. Op. Cit., p. 210.
*
Dionisio Borobio plantea en este artículo cinco condiciones para que el itinerario
sacramental de la familia sea un verdadero itinerario de fe, teniendo conciencia

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La familia como primero y mejor seminario

La ordenación sacerdotal genera un cambio radical en la vida del


nuevo ministro de Dios. “Los jóvenes presbíteros dejan el seminario y
con ello se separan de un ambiente familiar en el cual han vivido por
varios años; dejan unos amigos y compañeros con quienes las relacio-
nes no serán iguales a las del tiempo de formación. Ahora han de
desempeñarse, desde una nueva identidad que especifica su misión,
en un campo, si no desconocido, sí menos familiar”117 .

La transición entre la vida del seminario y la inserción en el


presbiterio con el comienzo de su actividad ministerial, implicaría
conectar el seminario, de alguna manera, a la formación permanente
del presbítero118 . Conciente de este difícil empalme con la sociedad
desde un rol diferente, el “Directorio para el Ministerio y la Vida de
los Presbíteros” en el No 82, propone que el año siguiente a la orde-
nación presbiteral o a la diaconal, se programe un “año pastoral”,
para facilitar el paso “de la indispensable vida propia del seminario
al ejercicio del sagrado ministerio, procediendo gradualmente, facili-
tando una progresiva y armónica maduración humana y
específicamente sacerdotal”* .

“Una vida tan diferente a la del seminario despierta con fre-


cuencia ‘un hombre diferente’ que tiene que volver a aprender a

de su protagonismo: 1°. Que se trate de una familia evangelizada y con conciencia


de ser evangelizadora. 2°. Que los padres hayan asumido su responsabilidad
bautismal y ‘ministerial’ al interior de la familia. 3°. Que tengan clara conciencia
de que su acción y testimonio son insustituibles, en orden a transmitir un sentido
y unos valores religiosos. 4°. Que despierten el interés y participación de todos
los miembros de la familia. 5°. Que estén dispuestos a coordinar su acción con
la comunidad cristiana a la cual pertenecen, que para nuestro caso, debería
tener en cuenta, además, la disposición y apertura a la orientación del obispo,
los sacerdotes y los formadores.
117
DEPARTAMENTO DE VOCACIONES Y MINISTERIOS, DEVYM. ¡Reaviva el Don
de Dios! La Formación Permanente de los Presbíteros en América Latina y el
Caribe Documentos CELAM, No.166. Bogotá: CELAM, 2003. p.287 y también en:
DEVYM. “Formación permanente del presbítero joven”. Aportes del DEVYM

118
para Acompañar al Presbítero Joven en su Formación Permanente. En: Boletín
OSLAM. Bogotá, DC. No. 42. (Ene.- Jun. 2003); p. 29
Cfr. CONSEJO EPISCOPAL LATINOAMERICANO, CELAM; Departamento de
355
Vocaciones y Ministerios, DEVYM. Desafíos del Pastor y su Formación Inicial;
El Ser y Quehacer del Seminario de Mañana. Op. Cit., p. 106 y 108. No. 145
y 164.
*
Se trata de las distintas etapas de la vida y ministerio presbiteral, que más adelante
mencionaremos dentro de los programas de la formación permanente.

medellín 119 - 120 / septiembre - diciembre (2004)


Pbro. Carlos Eduardo Cataño

decirse a sí mismo ante otro”119 . Por eso desde el Concilio Vaticano II


se advierte que “la formación sacerdotal, sobre todo en las condicio-
nes de la sociedad moderna, debe proseguir y completarse aún des-
pués de terminados los estudios en el seminario”120 , pues la natura-
leza de la formación sacerdotal es tal, que debe perfeccionarse cada
día más, durante toda la vida pero, sobre todo, en los primeros años
siguientes a la ordenación121 .

Por esto se recomienda favorecer en los primeros años la inte-


gración y el sentido comunitario de los sacerdotes jóvenes. Ya desde
el primer año de ordenados se propone una atención muy peculiar a
la formación permanente, en continuidad con la formación inicial
recibida en el seminario, con sugerencias muy claras de experiencias
de fraternidad como las planteadas por el “Directorio para el Minis-
terio y la Vida de los Presbíteros”: preservar a los nuevos ordenados
de situaciones excesivamente gravosas o delicadas, colocarlos cerca
de sus hermanos sacerdotes, aún posibilitando la forma de vivir en
común para facilitar el compartir fraterno y espiritual, con una aten-
ción particular del obispo en su paternal acompañamiento desde sus
primeras destinaciones122 . “Los obispos harían una importantísima
contribución a este tipo de programa de fraternidad presbiteral, al
preocuparse por la marcha específica de los grupos; dando su apoyo
a aquellas medidas prácticas que posibilitan sus reuniones”123 .

A diferencia de lo que suele suceder con los que ingresan a la


vida religiosa, el sacerdote diocesano, por la incardinación en la
Iglesia particular, permanece normalmente cerca de su familia. El
clero diocesano, sin una familia religiosa, asume su realidad familiar
con una intensidad peculiar. Ella marca y condiciona íntimamente
muchos aspectos, desde los afectivos hasta los económicos. Puede

119
URIARTE, Juan María. Crecer como Personas para Servir como Pastores. En:
Pastores. San Isidro. No. 06. (Agt. 1996); p. 31.
120

356 121
OT 22.
Pablo VI. “Normas Básicas de la Formación Sacerdotal” (Ratio Fundamentalis
Institucionis Sacerdotalis) No. 100. En: CELAM, DEVYM. Departamento de
Vocaciones y Ministerios. La Formación Sacerdotal, Documentos Eclesiales 1965
– 1988. Documentos Colección DEVYM, No.14. Bogotá: CELAM, 1989. p. 95.
122
DMVP 82.
123
MERZERVILLE, Gastón de. Madurez Sacerdotal y Religiosa. Un Enfoque Integrado
entre Psicología y Magisterio. Vol. 1. Op. Cit., p. 171.

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La familia como primero y mejor seminario

ser que la familia sostenga al presbítero en muchos sentidos, o bien


que sea él quien deba apoyarla afectiva y económicamente. La familia
es a la vez una alegría que nos descansa y una cruz que nos carga124 .

Dentro de los principales desafíos que se presentan en este


proceso de adaptación está, justamente, la institución familiar, por-
que ella también cambia juntamente con sus miembros; implica y es
implicada por los cambios internos y externos, como se expuso en el
capítulo anterior. La crisis familiar y sus consecuencias influyen en la
vida y ministerio del presbítero* . Y se ha dicho que la fragilidad del
presbítero, que lo lleva, incluso, al abandono de su ministerio, tiene
sus orígenes en el ambiente familiar125 :

La familia del sacerdote, su ambiente, cultura, sociedad y tipo


de religiosidad, son factores que pueden impedir un desarro-
llo armónico de su personalidad y desencadenar situaciones
conflictivas.
La incapacidad de relaciones interpersonales auténticas suele
remontarse al pasado familiar y en concreto se explica por la
ausencia de un entrenamiento específico; las relaciones hu-
manas y el amor deben aprenderse126 .

124
Cfr. GALLI, Carlos María. El Presbítero y sus Vínculos en la Familia de Dios (I).
En: Pastores. San Isidro. No.01. (Dic. 1994); p 25.
*
Mons. Jorge Enrique Jiménez, siendo presidente del CELAM, planteó la crisis
familiar entre los desafíos de la realidad social y eclesial de América Latina que
repercuten en la vida y ministerio de los presbíteros. En: JIMÉNEZ CARVAJAL,
Jorge Enrique, Mons. Desafíos de la Realidad Social y Eclesial en América Latina
a la Vida y al Ministerio de los Presbíteros al Inicio del Tercer Milenio. En
Boletín OSLAM. Bogotá, DC. n.39. (Jul.- Dic. 2001); p. 58-59. Y este mismo
artículo, con algunas correcciones, publicado con el título de “Desafíos de la
Realidad Social y Eclesial Latinoamericana a la Vida y al Ministerio de los
Presbíteros” en: DEPARTAMENTO DE VOCACIONES Y MINISTERIOS, DEVYM.
¡Reaviva el Don de Dios! La Formación Permanente de los Presbíteros en América
Latina y el Caribe. Op. Cit., p. 60 -62. También en este mismo libro, Mons.
Alberto Suárez Inda, en su artículo “Conocimientos, Habilidades y Actitudes
que se exigen del Presbítero Joven a Inicios del Tercer Milenio”, se refiere a la

125
desintegración familiar como uno de los rasgos negativos que interfieren en el
sano desarrollo de la vocación y el ministerio sacerdotal. p. 204 –206.
Cfr.ARIZMENDI ESQUIVEL, Felipe, Mons. Departamento de Vocaciones y
357
Ministerios, DEVYM. Causas del Abandono del Ministerio Presbiteral en América
Latina En: Boletín CELAM. Bogotá, DC. n.267, (Mar. -Abr.1995); p. 33.
126
CELAM, DEVYM. Departamento de Vocaciones y Ministerios. Formación
sacerdotal permanente. Encuentro Latinoamericano sobre formación permanente
del clero. Op. Cit., p. 32 –33.

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Pbro. Carlos Eduardo Cataño

Debido a diversas condiciones, sobre todo sociales y económi-


cas, el núcleo familiar de donde provienen los ministros ordenados,
está desintegrado. Son situaciones que vienen, con frecuencia, des-
de el tiempo de la formación o incluso desde antes del ingreso al
seminario. Se presentan situaciones como: abandono del hogar por
parte del padre; la madres sola, también deja el hogar para buscar
trabajo; los hijos suelen vivir gran parte del día en la calle y ociosos;
hay un clima de tensión y hostilidad entre los miembros de la fami-
lia, entre otros. Con frecuencia esta ausencia física o afectiva del
padre ha influido notablemente en algunos sacerdotes, en la confu-
sión de su rol y en sus relaciones con los demás, especialmente con
la autoridad de la Iglesia127 .

La familia podría convertirse en un peso o hasta en un obstácu-


lo* , al imponer obligaciones o requerimientos que apartan al minis-
tro ordenado de lo que quiere hacer, de sus sentimientos, de lo que
él considera como su deber; es necesario saber cuáles son sus reales
obligaciones y cuáles no, para empezar a ser él mismo. Este tipo de
condicionamientos se refleja, por ejemplo, en el paternalismo que se
espera del sacerdote en algunos ambientes128 .

También el presbítero podría convertirse en un peso para la


familia. El presbítero anciano tiene unas necesidades determinadas,
“pero es triste pensar que una institución como la eclesial diocesana
no sepa o no pueda hacerse cargo de ello y encomiende todo, ancia-
nos y necesidades, a la familia de origen”129 . O, por el contrario, se

127
Cfr. CELAM, DEVYM. Departamento de Vocaciones y Ministerios. ¿Avanza la
Formación Permanente? Colección DEVYM, No.22. Bogotá: CELAM, 1989. p. 211.
*
La carta circular sobre “Los escrutinios acerca de la idoneidad de los candidatos”
de la Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos, del 10
de noviembre de 1997, anexa algunos aspectos especiales que deben hacerse
antes de las Órdenes diaconal y presbiteral y una pauta para preparar los informes
de Órdenes según el canon 1029 en los que dice: “No se admite que la familia de
los candidatos o su parroquia den como un hecho su futura ordenación, antes del

358 llamado de la autoridad competente”; y uno de los posibles impedimentos podría


ser la “búsqueda de ventajas materiales para la propia familia”. Incluso después de
la ordenación pueden ser un obstáculo para el ejercicio del ministerio.
128
Cfr. CELAM, DEVYM. Departamento de Vocaciones y Ministerios. Formación
sacerdotal permanente. Encuentro Latinoamericano sobre formación permanente
del clero. Caracas, mayo-junio de 1977. Op. Cit., p.173.
129
CENCINI, Amedeo. LA Soledad del Sacerdote Hoy. ¿Hacia el Aislamiento o hacia
la Comunión? En: Seminarios. Madrid. Vol. 36, No. 116, (Abr. – Jun. 1990); p. 200.

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La familia como primero y mejor seminario

carga a la comunidad o a la Iglesia particular con los problemas de la


familia, generalmente con complicaciones de tipo judicial o econó-
micos. También es importante formar a la familia para cuando los
padres se queden solos y su dependencia hacia el hijo clérigo inter-
fiera y limite el ministerio sacerdotal130 .

La primera exigencia que se le hace al sacerdote hoy es que sea


hombre de fe, que dé testimonios de Aquél en quien cree. El sacer-
dote debe haber hecho la experiencia del Dios vivo. Según el Docu-
mento de Puebla, la vida de la Iglesia se compone de cuatro expe-
riencias fundamentales que encuentran su pleno desarrollo en la
vida de la familia: paternidad, filiación, hermandad y nupcialidad131 .
“Proyectar la visión familiar de la fe y de la Iglesia al presbítero
incluye comprender su identidad de forma relacional, plantear sus
múltiples vínculos con categorías familiares y enriquecer su caridad
pastoral con las dimensiones del amor familiar”132 .

De esta manera, el hogar aporta al sacerdote el sentido de fami-


liaridad que le permitirá vivir los distintos roles de padre, hijo, her-
mano y esposo, en la Iglesia como familia de Dios. “Un pastor bien
realizado confiere a su relación pastoral un estilo de entrañable fami-
liaridad mayor y diferente, que el que puede normalmente ofrecer
un profesional entregado que ha formado su propia familia. A nadie
se le oculta este fondo emocional para formar la familia de Dios”133 .

130
“Los hijos –hijas, más bien- únicos o la hija soltera entre varios hermanos casados
o por casar suelen ser tenidos como los solos obligados a atender a los padres
mayores, aún cuando éstos no necesitan de ellas, ni se prevea razonablemente
que hayan de necesitarlas, pudiendo los hermanos casados salir al paso de
cualquier eventualidad futura. Entre personas bien formadas o piadosas el
problema no se da o es fácilmente soslayable. Viene el escándalo, no dado sino
recibido, cuando faltan principios cristianos”. En: PEINADOR, Antonio. Relaciones
del Religioso con sus Familiares. Op. Cit., p. 191.
131
Pb. 583: “Cuatro relaciones fundamentales de la persona encuentran su pleno
desarrollo en la vida de la familia: paternidad, filiación, hermandad, nupcialidad.
Estas mismas relaciones componen la vida de la Iglesia: experiencia de Dios
como Padre, experiencia de Cristo como hermano, experiencia de hijos en, con
y por el Hijo, experiencia de Cristo como esposo de la Iglesia. La vida en familia
359
reproduce estas cuatro experiencias fundamentales y las participa en pequeño;
son cuatro rostros del amor humano”.
132
GALLI, Carlos María. El Presbítero y sus Vínculos en la Familia de Dios (I). Op.
Cit., p 23.
133
URIARTE, Juan María. Op. Cit., p. 31.

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Pbro. Carlos Eduardo Cataño

Las categorías familiares son simultáneamente humanas y divinas,


afectivas y espirituales, naturales y sobrenaturales, seculares y
teologales y ayudan a comprender los distintos aspectos de nuestra
vida y ministerio, donde se integran algunas dimensiones humanas,
espirituales y pastorales134 .

El sentido de familiaridad, ternura y comprensión, resalta el amor


afectivo de Dios. El amor pastoral del sacerdote ha de estar ungido de
este carácter afectivo y familiar, esta caridad pastoral es un potencial
proveniente del amor a la familia propia, hacia la forma familiar de su
relación pastoral, que va testimoniando una relación cada vez mayor de
familiaridad. Dicha familiaridad que se expresa en amar a los demás
como hermanos, una caridad esponsal tal, que al encontrarse con la
pobreza, el sufrimiento, la enfermedad, la miseria moral y espiritual, el
pecado se expresa espontáneamente desde la misericordia del Padre135 .

El ministro ordenado es llamado por los fieles “Padre”. La expe-


riencia de padre surge humanamente de la relación familiar, pero “el
contacto vital con Cristo debe llevar al descubrimiento del misterio
del Padre y de su amor. La experiencia de Dios como Padre, pasa
normalmente por la experiencia del padre en la familia. El amor
paterno está llamado a ser para los hijos el signo visible del mismo
amor de Dios. Esto explica cómo en la raíz de muchos problemas de
fe está la falta de experiencia de Dios vivo, ya desde los años de la
infancia”136 . El presbítero es padre que expresa sacramentalmente la
paternidad de Dios en una sociedad con crisis de paternidad y en
reacción contra el paternalismo.

“No hay quizá mayor deseo en el ser humano que el de ser


padre o de ser madre. Toda persona recibe esta misión, aunque de
manera diferente. La mayoría engendra a sus hijos en el matrimonio
y tiene la dicha de formar una familia”137 . Un nuevo cargo, un nuevo rol,

360 134

135
Cfr. GALLI, Carlos María. El Presbítero y sus Vínculos en la Familia de Dios (I).
Op. Cit., p 24.
MORATA, Alonso. Sacerdotes Siglo XXI desde la Fidelidad En: Seminarios. Madrid.
Vol. 47, No. 162 (Oct. - Dic. 2001); p. 506.
136
URUBURU, Esteban. “La Familia y el Ambiente Social y la Pastoral Vocacional”.
Op. Cit., p. 190.
137
PRECHT BAÑADOS, Cristián. CELAM. Pastores al Estilo de Jesús. Colección
Autores CELAM, No.20. Santa Fe de Bogotá: CELAM, 1998. p. 39.

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La familia como primero y mejor seminario

puede estimular muchas potencialidades dormidas en el neopresbítero,


permitiéndole sentirse padre; pensemos por ejemplo en el espíritu de
responsabilidad que ha despertado en muchas parejas aún jóvenes y no
del todo asentadas, el rol de la paternidad y la maternidad138 .

Si la experiencia de relación con el padre es buena, la vía emi-


nentemente nos lleva a decir que Dios es así y mucho mejor, porque
“nadie es Padre como lo es Dios”. “El lenguaje de la fe se sirve así de
la experiencia humana de los padres, que son en cierta manera los
primeros representantes de Dios para el hombre. Pero esta experien-
cia dice también que los padres humanos son falibles y que pueden
desfigurar la imagen de la paternidad y de la maternidad”139 .

El presbítero, por ser sacramento personal de Cristo que es a la


vez sacramento del Padre, se convierte en mediación sacramental
del amor paternal y maternal de Dios para los hombres140 . La pre-
gunta es, entonces ¿cómo ser padres representando la paternidad
divina en una sociedad donde hay crisis de paternidad humana y
rechazo del paternalismo autoritario? Si hoy faltan adultos que sean
“modelos creíbles” para los jóvenes141 , ¿cómo hacer creíble al ‘Padre
rico en misericordia’ (Ef. 2,4) mediante la misericordia pastoral y
paternal? ¿Y cómo hacer presente a Dios, fuente de toda paternidad
(Ef. 3,15) y toda autoridad (Rm. 13,1), por el ejercicio de la autoridad
paternal que es ‘servicio a la Vida’?142

138
URIARTE, Juan María. Crecer como Personas para Servir como Pastores. Op.
Cit., p. 27.
139
CEC 239.
140
CEC 370: “Dios no es, en modo alguno, a imagen del hombre. No es ni hombre
ni mujer. Dios es espíritu puro, en el cual no hay lugar para la diferencia de
sexos. Pero las perfecciones del hombre y de la mujer reflejan algo de la infinita
perfección de Dios: las de una madre (cf Is 49, 14-15; 66, 13; Sal 131, 2-3) y las
de un padre y esposo (cf Os 11, 1-4; Jr 3, 4-19)”.
141
PDV 8: “Los jóvenes corren el riesgo de ser abandonados a sí mismos, al arbitrio
de su fragilidad psicológica, insatisfechos y críticos frente a un mundo de adultos
que, no viviendo de forma coherente y madura la fe, no se presentan ante ellos
142
como modelos creíbles”.
Pb. 249: “Este carácter paternal no hace olvidar que los pastores están dentro de
la Familia de Dios a su servicio. Son hermanos, llamados a servir la vida que el
361
Espíritu libremente suscita en los demás hermanos. Vida que es deber de los
pastores respetar, acoger, orientar y promover, aunque haya nacido independien-
temente de sus propias iniciativas. De ahí el cuidado necesario para ‘no extinguir
el Espíritu ni tener en poco la profecía’ (1 Tes. 5, 19). Los pastores viven para los
otros. ‘Para que tengan vida y la tengan en abundancia’ (Jn. 10,10)”.

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Pbro. Carlos Eduardo Cataño

El presbítero es padre, en primer lugar, por su fecundidad ministe-


rial de la Palabra que predica y del Sacramento que celebra en nombre
de Cristo y de la Iglesia. Por su ministerio colabora para generar y
edificar a la comunidad cristiana y así “la Iglesia engendra cada día a la
Iglesia misma”143 . Esta paternidad sacerdotal no se limita, sin embargo, a
la actividad sacramental sino que se realiza y expresa a través de la triple
función profética, sacerdotal y real144 . EL sacerdote es padre al predicar
y testimoniar la Palabra, al comunicar la Gracia por la economía
sacramental y al conducir a la comunidad con el servicio de la caridad
pastoral. Y en segundo lugar, el presbítero es padre, con su realidad
sacramental, por el ejercicio responsable de su caridad paternal.

“Para evitar que su paternidad sacramental se haga paternalismo


y que su autoridad pastoral se vuelva autoritarismo, el presbítero
debe comprender y vivir el poder de la humildad y el servicio”145 . Él
está llamado a ser padre como fruto y expresión plena de su opción
celibataria, así lo comenta el Padre Cristian Precht al decir: “ser céli-
be, para un padre-pastor es la oportunidad maravillosa que Dios nos
regala para amar a muchos hijos e hijas, para prodigar nuestro afec-
to, para acoger con cariño, para hacernos cercanos y reconocernos
vulnerables. Y por eso mismo, este suele ser el campo en que más
perdones tenemos que pedir”146 * .

El presbítero es Hijo que vive del amor paternal de Dios y del


amor maternal de la Iglesia expresado de varios modos. En Cristo, el
hombre descubre lo más profundo de su misterio: ser hijo de Dios.

143
PDV 57.
144
Cfr. PO 4 –6; PDV 26.
145
GALLI, Carlos María. Los Sacerdotes como Esposos y Padres. El Presbítero y sus
Vínculos en la Familia de Dios (III). En: Pastores. San Isidro. No.04. (Dic. 1995); p 40.
146
PRECHT BAÑADOS, Cristián. Op. Cit.,. p. 40.
*
La paternidad presbiteral no debe asociarse con la paternidad natural, no obstante
se presentan casos lamentables que inducen al abandono del ministerio
presbiteral, lo cual la Iglesia debe mirar con los ojos del Padre Misericordioso.
Mons. Felipe Arizmendi, en su investigación sobre las causas del abandono del

362 sacerdocio ministerial en América Latina afirma que en ocasiones se ha dado


“mucha libertad en los afectos y cariños con el elemento femenino joven. En
cualquier momento llegan los hijos. Hubo cuestiones sueltas a nivel afectivo
sexual, que no fueron habladas oportunamente, y que aparecieron planteadas o
puestas de manifiesto ya ejerciendo el ministerio”. Motivo por el cual se llegan
a dar casos de escándalos públicos de tipo moral y líos judiciales en los que se
implica la investidura sacerdotal. En: ARIZMENDI ESQUIVEL, Felipe, Mons. Causas
del Abandono del Ministerio Presbiteral en América Latina. Op. Cit., p.34.

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La familia como primero y mejor seminario

El hijo responde al amor del padre con su amor filial, expresado en


una ilimitada confianza y en una obediencia heroica. El sacerdote
está llamado, en un modo particular, a revelar la persona de Cristo,
Hijo. En la raíz de una vigorosa personalidad paternal encontramos
normalmente una profunda experiencia filial147 .

Antes de ser ‘padre’ amoroso en la familia eclesial, el presbítero


es ‘hijo amado del Padre’. Su doble condición de hijo y padre es la
raíz de otras dialécticas que reúne en su vocación: discípulo y maes-
tro, sacerdote y víctima, penitente y confesor, miembro y cabeza,
administrador y ministro, compañero y jefe, cordero y pastor. La
disponibilidad del presbítero a la misión se juega en la conformidad
con la voluntad divina, “la obediencia sacerdotal tiene un especial
‘carácter de pastoralidad’. Es decir, se vive en un clima de constante
disponibilidad a dejarse absorber, y casi ‘devorar’, por las necesida-
des y exigencias de la grey”148 . Esta obediencia es propia del hijo
que hace la voluntad de su padre, es signo de su fidelidad y clave
para la unidad de su vida y ministerio149 .

“Nadie puede tener a Dios como Padre si no tiene a la Iglesia


por Madre”* , pues la dimensión maternal corresponde al pueblo cris-
tiano en cuanto sujeto comunitario de la fe, la liturgia y la pastoral.
Distintas figuras masculinas y femeninas representan la paternidad y
maternidad de Dios y de la Iglesia comenzando por nuestros padres
y la propia familia, los maestros y distintos modelos durante la for-
mación. Una mediación decisiva es la paternidad episcopal en la
Iglesia local. San Ignacio de Antioquía llama precisamente al obispo

147
Cfr. URUBURU, Esteban. “La Familia y el Ambiente Social y la Pastoral Vocacional”.
Op. Cit., p.190.
148
PDV 28.
149
PO 14: “A decir verdad, para cumplir incesantemente esa misma voluntad del
Padre en el mundo por medio de la Iglesia, Cristo obra por sus ministros y, por
tanto, Él permanece siempre principio y fuente de la unidad de vida de ellos.
De donde se sigue que los presbíteros conseguirán la unidad de su vida uniéndose

*
a Cristo en el conocimiento de la voluntad del Padre y en el don de sí mismos
por el rebaño que les ha sido confiado”.
Esta frase de San Cipriano en “De Catholicae Unitate Ecclesiae” 23; PL 4, 503 a;
363
y así lo manifiesta el CEC 169 al decir: “La salvación viene sólo de Dios; pero
puesto que recibimos la vida de la fe a través de la Iglesia, ésta es nuestra
madre: Creemos en la Iglesia como la madre de nuestro nuevo nacimiento, y no
en la Iglesia como si ella fuese el autor de nuestra salvación (Fausto de Riez,
Spir. 1, 2). Porque es nuestra madre, es también la educadora de nuestra fe”.

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Pbro. Carlos Eduardo Cataño

‘tipo del Padre’. La paternidad espiritual es propia del obispo. ‘Nadie


más que él merece ser llamado padre’. Y particularmente el clero,
necesita descubrir al obispo como padre. Así, el ministro ordenado
en la Iglesia se experimenta hijo. Los vínculos obispo-presbítero co-
rresponden a la paternidad y fraternidad sacramentales150 .

Este amor filial proyectado en la Iglesia tiene sus raíces en el


amor del hogar, aprendido y recibido desde el seno materno151 . “En-
tre las figuras femeninas se destaca nuestra madre, a la que nos une
el vínculo entrañable y sagrado. Su ternura nos representa ‘las entra-
ñas de misericordia de nuestro Dios’ (Lc 1, 78) y nos introduce en el
amor filial a la virgen Madre. Con ellas están las abuelas, de quienes
también recibimos la fe (2 Tim. 1,5)”152 * . Dice al respecto, el Papa
Juan Pablo II a los sacerdotes en una de sus cartas del Jueves Santo:

María dio la vida al Hijo de Dios, así como han hecho con noso-
tros nuestras madres, para que Él se ofreciera y nosotros también
nos ofreciésemos en sacrificio junto con Él mediante el ministerio
sacerdotal. Detrás de esta misión está la vocación recibida de
Dios, pero se esconde también el gran amor de nuestras madres,
de la misma manera que tras el sacrificio de Cristo en el Cenácu-

150
Cfr. GALLI, Carlos María. Los Sacerdotes como Hijos y Hermanos. El Presbítero
y sus Vínculos en la Familia de Dios (II). En: Pastores. San Isidro. No.02. (May.
1995); p. 20.
151
“El vínculo que se establece entre madre e hijo durante el embarazo y al momento
del nacimiento constituye la primera relación de afecto interpersonal en la vida.
A partir de ella, se van descubriendo los demás tipos de relación, originalmente
dentro del contexto familiar, y eventualmente van trascendiendo a otras relaciones
de atracción o afinidad con personas externas a la familia”. En: MERZERVILLE,
Gastón de. Madurez Sacerdotal y Religiosa. Un Enfoque Integrado entre Psicología
y Magisterio. Vol. 1. Op. Cit., p. 306.
152
GALLI, Carlos María. Los Sacerdotes como Hijos y Hermanos. El Presbítero y sus
Vínculos en la Familia de Dios (II). Op. Cit., p. 20.
*
Es interesante considerar algunas teorías que, aunque han causado polémica en
la Iglesia, no dejan de ser estudios serios que cuestionan el origen y la disposición
vocacional de los clérigos. Es el caso de las teorías del teólogo alemán Eugen

364 Drewermann quien en su libro “Clérigos, Psicograma de un ideal”, ha despertado


muchas controversias, dice en su obra: “Para la formación de una futura psiqué
clerical, lo más apropiado parece ser que el hijo crezca a la sombra de una
madre que sea suficientemente ‘maternal’ como para transmitir una imprescindible
sensación de amparo, pero que al mismo tiempo, no pueda ser, de hecho, ni
entregarse como ella realmente desearía”. En: DREWERMANN, Eugen. Clérigos.
Psicograma de un Ideal. Traducción de Dionisio Mínguez. Valladolid: Trotta,
1995. p. 262.

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La familia como primero y mejor seminario

lo se ocultaba el inefable amor de su Madre. ¡De qué manera


tan real, y al mismo tiempo discreta, está presente la materni-
dad y, gracias a ella, la femineidad en el sacramento del Or-
den, cuya fiesta renovamos cada año el Jueves Santo!153 .

En esta misma carta valora la relación fraternal del sacerdote con la


mujer desde Cristo, como complemento de su formación humana154 . Indi-
ca que ver a la mujer como hermana ayuda a vivir el compromiso del
celibato y también el sentido de paternidad, asumiendo la
complementariedad y la compañía en su ministerio155 . Y, finalmente, dice
que la relación con la mujer ‘madre y hermana’ se enriquece con la devo-
ción mariana156 . “La relación de la mujer con el sacerdote se ha modificado.
El problema surge cuando el sacerdote no ha sabido relacionarse con ella,
de modo sereno y consciente del testimonio que debe dar157 .

La separación del hogar y del ambiente normal en que se des-


envuelve la vida común, le hace desconocer al sacerdote el valor de
la mujer. Además, una formación equivocada le hace ver en ella el
peligro para su vocación, fuente de tentación y ocasión de pecado.

153
JUAN PABLO II. Carta a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo, 25 de
marzo de 1995. No. 3.
154
Idem. No. 4: “Así todos somos hermanos y hermanas en Cristo. He aquí cómo surge
en el horizonte de nuestra reflexión sobre la relación entre el sacerdote y la mujer,
junto a la figura de la madre, la de la hermana. Gracias a la Redención, el sacerdote
participa de un modo particular en la relación de fraternidad ofrecida por Cristo a
todos los redimidos. Muchos de nosotros, sacerdotes, tienen hermanas en la familia.
En todo caso, cada sacerdote desde niño ha tenido ocasión de encontrarse con
muchachas, si no en la propia familia, al menos en el vecindario, en los juegos de
infancia y en la escuela. Un tipo de comunidad mixta tiene una gran importancia
para la formación de la personalidad de los muchachos y muchachas”.
155
Idem. No. 5: “ ‘La hermana’ representa sin duda una manifestación específica de
la belleza espiritual de la mujer; pero es, al mismo tiempo, expresión de su
‘carácter intangible’. Si el sacerdote, con la ayuda de la gracia divina y bajo la
especial protección de María Virgen y Madre, madura de este modo su actitud
hacia la mujer, en su ministerio se verá acompañado por un sentimiento de gran
confianza precisamente por parte de las mujeres, consideradas por él, en las
diversas edades y situaciones de la vida, como hermanas y madres”.
156
Idem. No. 8: “La relación del sacerdote con la mujer como madre y hermana se
enriquece, gracias a la tradición mariana, con otro aspecto: el del servicio e
imitación de María sierva. Si el sacerdocio es ministerial por naturaleza, es preciso
365
vivirlo en unión con la Madre, que es la sierva del Señor. Entonces, nuestro
sacerdocio será custodiado en sus manos, más aún, en su corazón, y podremos
abrirlo a todos. Será así fecundo y salvífico, en todos sus aspectos”.
157
CELAM, DEVYM. Departamento de Vocaciones y Ministerios. ¿Avanza la Formación
Permanente? Op. Cit. p. 212.

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Pbro. Carlos Eduardo Cataño

Para algunos, la única mujer que se admite como buena es la madre,


no por ser mujer, sino por ser madre, como si ésta no fuera una con-
secuencia de aquélla. Algunas veces se ensalza tanto, que se acentúan
desequilibrios desde la adolescencia y el descubrimiento posterior del
valor de la mujer. Este tipo de relación puede ser fuente de problemas
y causa de un replanteamiento de la vocación, con el resultado, en
muchos casos, del abandono del sacerdocio158 . “Dentro de la dimen-
sión humana, uno de los aspectos que el joven presbítero debe culti-
var con esmero es la madurez afectiva, de tal manera que pueda man-
tener relaciones adecuadas con los demás, especialmente con la mu-
jer, respetándola y valorando su servicio en la Iglesia”159 .

El presbítero es hermano de todos por la común dignidad bautis-


mal y vive la hermandad presbiteral por una íntima fraternidad
sacramental. Por ser hijos, los sacerdotes son hermanos en la Iglesia,
que es una fraternidad, llamados a un estilo de vida fraterno y a un
ministerio de misericordia con los hermanos, en especial entre los pres-
bíteros unidos por la fraternidad sacramental* . El presbiterio mismo debe
ser como una familia, “por la fuerza del sacramento del Orden, ‘cada
sacerdote está unido a los demás miembros del presbiterio por particu-
lares vínculos de caridad apostólica, de ministerio y fraternidad’. El pres-
bítero está unido al ‘Ordo Presbyterorum’: así se constituye una unidad,
que puede considerarse como verdadera familia, en la que los vínculos
no proceden de la carne o de la sangre sino de la gracia del Orden”160 .

La espiritualidad del pastor es la espiritualidad del hermano* . El


presbítero tiene en el presbiterio su primera comunidad de referencia,

158
CELAM, DEVYM. Departamento de Vocaciones y Ministerios. Formación sacerdotal
permanente. Encuentro Latinoamericano sobre formación permanente del clero.
Caracas, mayo-junio de 1977. Op. Cit., p.134.
159
DEVYM. “Formación permanente del presbítero joven”. Aportes del DEVYM para
Acompañar al Presbítero Joven en su Formación Permanente. Op. Cit., p.30.
*
Son los temas que desarrolla Carlos María Galli en su artículo sobre los sacerdotes como
hijos y como hermanos. En: GALLI, Carlos María. Los Sacerdotes como Hijos y Hermanos,

366 160

*
el Presbítero y sus Vínculos en la Familia de Dios (II). Op. Cit., p. 22 - 26.
DMVP 25.
Ante el signo sacramental de la fraternidad presbiteral, Drewerman en el capítulo
cuarto de su controvertida obra ‘Clérigos’, lo interpreta, quizás desde una manera
exagerada y un tanto equívoca, desde la figura bíblica de “Caín y Abel: la Función
de los Hermanos” y dice: “Una paradoja típica de la existencia clerical consiste en
que es la única profesión humana en la que, en virtud de la función, se hace todo
lo posible por considerar a los compañeros como ‘hermanos o hermanas en Cristo’,

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La familia como primero y mejor seminario

como el desposado la tiene en la familia, por lo que está llamado a


convivir con sus hermanos sacerdotes la experiencia del Cenáculo. Se
trata de un don que salva al sacerdote de la soledad o del activismo, lo
ayuda a ser fuerte y a ser fiel, lo estimula a desgastarse con generosi-
dad a favor del rebaño161 .

La unión de los presbíteros con los Obispos se requiere tanto


más en nuestros días cuanto que, en nuestra edad, por causa
diversas, es menester que las empresas apostólicas no sólo
revistan formas múltiples, sino que traspasen los límites de
una parroquia o diócesis. Así, pues, ningún presbítero puede
cumplir cabalmente su misión aislado y como por su cuenta,
sino solo uniendo sus fuerzas con otros presbíteros, bajo la
dirección de los que están al frente de la Iglesia162 .

Este texto de la unión presbiteral en el Decreto “Presbyterorum


Ordinis” fundamenta la necesidad de la fraternidad como sacramen-
to por lo cual deben procurarse estructuras que favorezcan el en-
cuentro y la fraternidad para hacer del presbiterio una verdadera
familia como signo sacramental163 .

Se recomienda favorecer en los primeros años la integración


con el presbiterio, el sentido comunitario y de familiaridad que per-
mitirá una mayor sacramentalidad de la fraternidad presbiteral164 . “El

como miembros de la gran familia de la Iglesia, mientras que esa nostalgia de la


unidad familiar es frecuentemente fruto de las violentas tensiones con los propios
hermanos de sangre”. En: DREWERMANN, Eugen. Clérigos. Psicograma de un
Ideal. Traducción de Dionisio Mínguez. Valladolid: Trotta, 1995. p. 284.
161
Cfr. CELAM, DEVYM. Departamento de Vocaciones y Ministerios. Pastores Dabo
Vobis. Aplicación para América Latina. Pastoral Vocacional y Formación Presbiteral.
Op. Cit., p.40 - 41.
162
PO 7.
163
DMVP 88: “En todos los aspectos de la existencia sacerdotal emergerán los ‘particulares
vínculos de caridad apostólica, de ministerio y de fraternidad’, en los cuales se funda
la ayuda recíproca, que se prestarán los presbíteros. Es de desear que crezca y se
desarrolle la cooperación de todos los presbíteros en el cuidado de su vida espiritual
y humana, así como del servicio ministerial. La ayuda, que en este campo se debe
prestar a los sacerdotes, puede encontrar un sólido apoyo en diversas Asociaciones
sacerdotales, que tienden a formar una espiritualidad verdaderamente diocesana. Se
367
trata de Asociaciones que ‘teniendo estatutos aprobados por la autoridad competente,
estimulan a la santidad en el ejercicio del ministerio y favorecen la unidad de los
clérigos entre sí y con el propio Obispo’(PO 8)”.
164
Cfr. CELAM, DEVYM. Departamento de Vocaciones y Ministerios. ¿Avanza la
Formación Permanente? Op. Cit., p. 73 - 75.

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Pbro. Carlos Eduardo Cataño

plan de formación permanente de los presbíteros jóvenes ha de tomar


en cuenta el conjunto del presbiterio, como familia, para lo cual puede
promover grupos sacerdotales, según afinidad, para apoyar su creci-
miento humano y su desarrollo integral como ministros ordenados”165 .

El ministro ordenado no fue ungido para ejercer aisladamente


su ministerio, sino para vivirlo en comunión sacramental con el pres-
biterio. “Con la ordenación, los ministros comienzan a formar parte
del presbiterio, que es una familia cuyo padre es el obispo, en la cual
todos comparten el ministerio y la misión apostólica. La comunión
jerárquica se traduce, de esta forma, en la fraternidad y en la colabo-
ración y corresponsabilidad pastoral”166 .

Esto hace parte de una espiritualidad propia del clero, de co-


munión y familiaridad. Por eso, el “Directorio para el Ministerio y
Vida de los Presbíteros” recomienda los encuentros de sacerdotes
para crecer en comunión167 , su sólido apoyo y libre asociación se-
gún las leyes de la Iglesia168 y facilitar la convivencia y el rico inter-
cambio familiar entre los sacerdotes jóvenes y maduros169 . En este
sentido, son conocidas algunas experiencias de sacerdotes que con-
viven en fraternidad y se han ensayado otro tipo de experiencias
según las necesidades y circunstancias de cada lugar* . Los documen-

165
DEVYM. “Aportes para Acompañar al Presbítero Joven en su Formación
Permanente”. En: DEPARTAMENTO DE VOCACIONES Y MINISTERIOS, DEVYM.
¡Reaviva el Don de Dios! La Formación Permanente de los Presbíteros en América
Latina y el Caribe. Op. Cit., p. 297.
166
CONFERENCIA EPISCOPAL DE COLOMBIA. Vocación, Vida y Ministerio de los
Pastores de la Iglesia Católica en Colombia. Conclusiones. LX Asamblea Plenaria.
Op. Cit., p. 54. No. 66.
167
DMVP 81: “Los encuentros de los sacerdotes deben considerarse necesarios
para crecer en la comunión, para una toma de conciencia cada vez mayor y para
un adecuado examen de los problemas propios de cada edad”.
168
Cfr. DMVP 88.
169
DMVP 93: “Sería útil también que a los jóvenes presbíteros se les facilitara la
posibilidad de una convivencia familiar entre ellos y con los más maduros, de
modo que sea posible el intercambio de experiencias, el conocimiento recíproco

368 y también la delicada práctica evangélica de la corrección fraterna. Conviene,


en definitiva, que el clero joven crezca en un ambiente espiritual de auténtica
fraternidad y delicadeza, que se manifiesta en la atención personal, también en
lo que respecta a la salud física y a los diversos aspectos materiales de la vida”.
*
La experiencia de parroquias “in solidum”, casas sacerdotales y el P. Bernhad Häring
en su libro ¿Qué Sacerdotes para Hoy?, cuenta distintas experiencias, entre las que se
menciona la de los sacerdotes en Malta que “viven en su familia durante toda la vida,
se quedan ‘en su casa’. Así no tienen problemas con el celibato ni con la soledad. En

medellín 119 -120 / septiembre - diciembre (2004)


La familia como primero y mejor seminario

tos conciliares y posconciliares acentúan la necesidad de llevar a la


práctica la vida comunitaria entre sacerdotes, para encontrarse perió-
dicamente, compartir todos los aspectos de la vida sacerdotal (hu-
mana, espiritual, intelectual y pastoral), ayudarse familiarmente en
todos estos aspectos”170 .

El Documento de Puebla dice que esta fraternidad sacerdotal en el


presbiterio “es un hecho evangelizador”171 . Y el “Directorio para el mi-
nisterio y vida de los presbíteros”, valora la importancia del apoyo de
los amigos en el ministerio y tener verdaderos ‘hermanos sacerdotes’:

La capacidad de cultivar y vivir maduras y profundas amistades


sacerdotales se revela fuente de serenidad y de alegría en el ejercicio
del ministerio; las amistades verdaderas son ayuda decisiva en las
dificultades y, a la vez, ayuda preciosa para incrementar la caridad
pastoral, que el presbítero debe ejercitar de modo particular con
aquellos hermanos en el sacerdocio, que se encuentren necesitados
de comprensión, ayuda y apoyo172 .

También el ministro ordenado es esposo por la caridad pastoral


y célibe, que lo consagra a la comunidad eclesial de manera esponsal.
Todas las vocaciones eclesiales reflejan la alianza esponsal de Cristo
con la Iglesia y por el orden sagrado, el sacerdote “representa a
Cristo Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia”173 , imagen viva de Jesu-
cristo Esposo de la Iglesia. Esposo porque, “está llamado a revivir en
su vida espiritual el amor de Cristo Esposo con la Iglesia Esposa, con
entrega total, continua y fiel y, a la vez, con una especie de celo
divino, con una ternura que incluso asume matices de carisma ma-
terno, hasta que Cristo sea formado en los fieles”174 .

El ministro Esposo, se consagra al pueblo de Dios esponsal y


familiarmente y desde la caridad pastoral asume los rasgos del amor

170
sus penas y en sus tristezas nunca se sienten abandonados”. En: HÄRING, Bernhad.
¿Qué Sacerdotes para Hoy? Colección Sauce. Madrid. PPC, 1995. p.126.
SÁNCEZ, José; Cardenal. Formación Sacerdotal Permanente. En: Ecclesia. Roma.
369
Vol. 08, No. 03, (Jul. – Sep. 1994); p. 287.
171
Pb. 663.
172
DMVP 28.
173
PDV 16.
174
PDV 22.

medellín 119 - 120 / septiembre - diciembre (2004)


Pbro. Carlos Eduardo Cataño

esponsal célibe. No sólo se trata del celibato como signo y estímulo


de la caridad pastoral, a la que se refiere el Decreto “Presbyterorum
Ordinis” No. 16, mediante el cual, renunciando al matrimonio, reali-
za “el significado esponsalicio del cuerpo mediante una comunión y
una donación personal a Jesucristo y a su Iglesia”175 . Este “no” a
formar una pequeña familia se justifica por el “sí” dado a Dios para
entregarse a su gran familia en un intercambio amoroso de dones.
“El sacerdote es el gran don esponsal de Cristo para la comunidad y
la comunidad es también el gran don esponsal de Cristo para el
sacerdote”176 . Se trata de una espiritualidad propia del presbítero
desde la entrega esponsal por la caridad pastoral* .

También es importante para la vida y ministerio del presbítero


la relación con otras familias, “como una manera de complementar
esta necesidad del sacerdote o religioso por experimentar un ambiento
hogareño y disfrutar de relaciones cariñosas de tipo familiar”177 . Se
trata de cultivar los lazos de cercanía y afecto con ciertas familias
que, como en el caso de Jesús al relacionarse con la familia de
Lázaro, Marta y María en Betania, brindan un refugio ocasional, apa-
cible y cálido que les permite rehacerse del desgaste de la misión.

Es claro que no todas las familias conocidas pueden desempe-


ñar este papel para el sacerdote, pues deben cumplir unas caracterís-
ticas particulares: “familias verdaderamente amigas, con las cuales el
sacerdote se sienta a gusto, ante las cuales pueda bajarse de su pe-
destal, despojarse de los roles de su oficio y de múltiples ‘máscaras’
-porque sólo así- le brindan la oportunidad de relajar sus tensiones
en un clima cordial, respetuoso y tranquilo”178 .

175
PDV 29.
176
GALLI, Carlos María. Los Sacerdotes como Esposos y Padres. El Presbítero y sus
Vínculos en la Familia de Dios (III).Op. Cit., p. 35.
*
En el artículo “Naturaleza y Misión del Sacerdocio Ministerial”, del Cardenal Pío

370 Laghi, describe el sentido esponsal del sacerdocio, desde la “Espiritualidad del
Esposo” en: CELAM, DEVYM. Departamento de Vocaciones y Ministerios. Pastores
Dabo Vobis. Aplicación para América Latina. Pastoral Vocacional y Formación
Presbiteral. Colección Devym, No.25. Bogotá: Celam, 1993. p. 39 - 40.
177
MERZERVILLE, Gastón de. Madurez Sacerdotal y Religiosa. Un Enfoque Integrado
entre Psicología y Magisterio. Vol. 2. Op. Cit., p. 167.
178
JIMENÉZ CADENA, Alberto, sj. Aportes a la Psicología de la Vida Religiosa.
Santa Fe de Bogotá: San Pablo, 1993. p. 112.

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La familia como primero y mejor seminario

2.2. La familia en la formación permanente

Si una de las características de la familia, que hemos analizado en el


capítulo anterior, es su realidad cambiante, debemos admitir la incidencia
de esta misma realidad de cambio en la vida y ministerio sacerdotales179 .
“El cambio ocurre sin ser esperado, independientemente de un plantea-
miento. Y el hombre no tiene la capacidad, ni de asimilarlo ni de asumirlo,
pero felizmente no puede evitarlo. Intentar negar el cambio sería mentira
y auto-engaño”180 . Este cambio nos obliga a la actualización para enfrentar
la sensación de que el mundo se nos escapa de las manos. Un nuevo tipo
de sociedad exige un nuevo tipo de persona, un nuevo tipo de institución.
De aquí que “el punto de partida de la formación permanente es la toma
de conciencia de que la sociedad cambió”181 . La formación sacerdotal
actual debe ser fidelidad generosa para poder responder a las nuevas
gracias de Dios en las nuevas situaciones humanas históricas.

Se hace necesario descubrir la esencia del cambio, su dinamis-


mo y así llegar a situarlo convenientemente en las nuevas coordena-
das. La formación permanente es un medio para saberse situar en el
mundo como personas que siguen a Jesucristo en el hoy histórico.
La finalidad de este proceso de formación permanente es potencializar
todas las dimensiones del consagrado, para que pueda quedar bien
situado históricamente. Pues “en la medida que la persona va olvi-
dando los objetivos y las metas de la opción vocacional, van apare-
ciendo crisis de identidad vocacional y de autenticidad personal. La
formación permanente busca recuperar los objetivos que fueron la
causa del llamado vocacional de la persona, partiendo de la acepta-
ción de sí misma, de los que lo rodean y de la realidad donde vive”182 .

Habiendo encontrado las razones pastorales de la formación


permanente es importante justificarla desde el punto de vista teoló-
gico y doctrinal. Es un tema que ha preocupad siempre a la Iglesia183

371
179
“Los grandes cambios del mundo de hoy en América Latina afectan necesariamente
a los presbíteros en su ministerio y en su vida” Med. 11,1.
180
PANINI, Joaquín; FMS. Formación Permanente En: Vinculum. Bogotá, DC. Vol.
26, No. 168, (Ene. - Abr. 1989); p. 63.
181
Idem.
182
Idem. p.66.
183
“El término ‘formación permanente’ aparece en los documentos de la Iglesia por
primera vez en 1969, en el documento ‘Inter Ea’ de la Congregación para el

medellín 119 - 120 / septiembre - diciembre (2004)


Pbro. Carlos Eduardo Cataño

pero el Concilio Vaticano II es muy explícito en su planteamiento,


pues la propone como una complementación lógica de la formación
recibida inicialmente en el seminario para responder a las exigencias
del mundo actual184 . Se trata de una formación integral, no sólo inte-
lectual sino también espiritual y pastoral, que le permita estar actua-
lizado185 . Y también estimula la proporción de los medios adecuados
para dicha formación186 .

Luego la “Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis” de 1970,


dedica el capítulo 17 a la formación permanente y comienza con
esta afirmación: “La formación sacerdotal es de tal naturaleza, que
debe completarse más y más durante toda la vida, especialmente en
los primeros años que siguen a la sagrada ordenación”. Y señala los
medios para este fin, hasta que llega a reconocérsele como un dere-
cho y un deber en la Iglesia187 , al ser promulgado en el “Código de
Derecho Canónico”188 * . Pero será en la Exhortación Apostólica “Pas-

Clero. Aunque de esta realidad se había ocupado veinte años antes el Papa Pío
XII en la Exhortación Apostólica ‘Menti Nostrae’ al encomendar a los obispos la
atención a los jóvenes sacerdotes”. En: DEPARTAMENTO DE VOCACIONES Y
MINISTERIOS, DEVYM. ¡Reaviva el Don de Dios! La Formación Permanente de
los Presbíteros en América Latina y el Caribe. Op. Cit., p. 96.
184
OT 22: “Debiéndose proseguir y completar la formación sacerdotal después de
acabada la carrera de los estudios por las circunstancias sobre todo de la sociedad
moderna, las Conferencias episcopales podrán en cada nación servirse de los
medios más aptos, como son los Institutos pastorales que cooperan con parroquias
oportunamente elegidas, las Asambleas reunidas en tiempos determinados, los
ejercicios apropiados, con cuyo auxilio el clero joven ha de introducirse
gradualmente en la vida sacerdotal y en la vida apostólica bajo el aspecto espiritual,
intelectual y pastoral, y renovarlas y fomentarlas cada vez más”.
185
PO 19: “Más como quiera que en nuestros tiempos la cultura humana y también
las ciencias sagradas avanzan con nuevo paso, incítase a los presbíteros a que
perfeccionen adecuadamente y sin intermisión su ciencia acerca de materias
divinas y humanas , y así se preparen a entablar más oportunamente diálogo
con sus contemporáneos”.
186
ChD 16: “Estén solícitos (los Obispos) de las condiciones espirituales, intelectuales
y materiales de ellos (de los Presbíteros), a fin de que puedan vivir santa y
piadosamente y cumplir fiel y fructuosamente su ministerio. A este fin favorezcan
instituciones e instauren reuniones peculiares en que de cuando en cuando se

372 junten los sacerdotes, ya para practicar ejercicios espirituales algo más largos en
orden a la renovación de su vida, ya para adquirir conocimiento más profundo
de las disciplinas eclesiásticas, señaladamente de la Sagrada Escritura y teología,
de las cuestiones sociales de mayor importancia, así como de los nuevos métodos
de acción pastoral”.
187
DMVP 72.
188
CIC 279: “Aun después de recibido el sacerdocio, los clérigos prosigan los estudios
sagrados, y profesen aquella doctrina sólida fundada en la sagrada Escritura,

medellín 119 -120 / septiembre - diciembre (2004)


La familia como primero y mejor seminario

tores Dabo Vobis” donde se le dé el verdadero lugar que le corres-


ponde, pues “se trata de un texto que, además de convertirse en
referencia obligada para toda la temática sacerdotal, plantea la origi-
nalidad de una nueva concepción de la formación del sacerdote. Y,
precisamente, en este contexto de una nueva formación de los pres-
bíteros es donde se plantea la formación permanente”189 .

El Magisterio Latinoamericano siempre se ha interesado en la


formación permanente desde el Documento de Río de Janeiro hasta
el de Santo Domingo* *. En el Documento de Puebla afirma que la
gracia de la ordenación y la misión evangelizadora exigen una seria
y continua formación. Ésta debe abarcar todas las dimensiones, en
todas las etapas de la vida sacerdotal y sus condiciones; este proceso
es personal y comunitario190 . El Documento de “Santo Domingo” da
una fundamentación bíblica y doctrinal y motiva a fortalecer estruc-
turas que ayuden a la formación para el compromiso del sacerdote
con la Nueva Evangelización191 .

También el “Directorio para el Ministerio y Vida de los Presbíte-


ros” en su tercer capítulo, propone los fundamentos y líneas de ac-
ción de la formación permanente (69 – 97) en cada etapa y dimen-
sión. La exigencia de un «plan de formación permanente» significa

transmitida por los mayores y recibida como común en la Iglesia, tal como se
determina, sobre todo, en los documentos de los Concilios y de los Romanos
Pontífices, evitando innovaciones profanas de la terminología y la falsa ciencia”.
*
El código trata específicamente sobre la formación permanente en dos cánones:
276, donde establece el deber del clérigo de buscar su perfección y en el c.279
que se acaba de mencionar, este canon recoge los cc. 129 y 131 del antiguo
Código, estableciendo algunos principios de la formación permanente. También
es de mencionar otros cánones: c. 278 que reconoce el derecho de los clérigos
a asociarse y a la vez señala los límites de este derecho. 280 que recomienda la
práctica de la vida comunitaria. Los cc. 281 y 282 hablan del sustento, de la
seguridad social, de la sencillez de vida y del destino de los bienes superfluos.
189
GAMARRA, Saturnino. ¿Nuevo Momento de la Formación Permanente? En: Surge.
Vitoria. Vol. 58, No. 600, (Jul. - Agt. 2000); p. 326.
**
Cada Documento dedica una parte a la vida presbiteral y en algunos enfatiza,
propiamente, la urgencia de la formación permanente: Río de Janeiro en el
capítulo 3 sobre la “Conservación y mejora de la formación del sacerdote”;
373
Medellín en el documento 11 sobre “los Sacerdotes”; Puebla en los números 116
–118 y 711- 714; y en el Documento de Santo Domingo sobre “la vigencia de la
formación permanente” No. 72 –75.
190
Cfr. Pb. 719 –720.
191
Cfr. DSD 72.

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Pbro. Carlos Eduardo Cataño

que éste sea no sólo concebido y programado, sino realizado”192 . La


formación permanente será, por lo mismo, un programa para toda la
vida sacerdotal, que responderá a las exigencias más vivas y profun-
das surgidas en las necesidades concretas y en las expectativas per-
sonales de realizar el propio destino según la vocación y las circuns-
tancias en que el Señor llama193 .

La ‘Pastores Dabo Vobis’ tiene un punto de partida novedoso.


No son los planteamientos funcionales o circunstanciales los que
están en primer plano sino las razones teológicas. Y dedica una sec-
ción a hablar de los encargados de la formación permanente, donde
también es novedoso al asignar la responsabilidad a toda la Iglesia
particular, cada sacerdote es el primer responsable, así como tam-
bién lo son el obispo y las familias a quienes el Documento asigna
un papel significativo en esta tarea194 . El Papa Juan Pablo II recuerda
en una de sus cartas a los sacerdotes que “en la vocación sacerdotal
de un pastor tiene que haber espacio para los laicos”195 , pues es el
mismo pueblo de Dios el que ayuda al sacerdote a crecer y madurar
en todas las dimensiones y entre ellos valorar el significativo aporte
que hace la familia196 .

Dentro de los criterios que deben tenerse en cuenta para acom-


pañar el proceso de formación de los presbíteros, está el de la fami-
lia del propio presbítero. Si es joven “se ha de procurar que no se
desligue de su familia natural, pero a la vez se inserte en la comuni-
dad a la cual sirve”* , sin que esto apague su espíritu desprendido y
generoso.

192
DMVP 86.
193
CHEMELLO, Jayme Henrique. La Formación Permanente de los Presbíteros En:
Seminarios. Madrid. Vol. 36, No. 118, (Oct. - Dic. 1990); p. 471.
194
Cfr. CALVO GUINDA, Javier. Nueva Concepción de la Formación Permanente
desde Pastores Dabo Vobis En: Seminarios. Madrid. Vol. 40, No.131, (Ene. - Mar.
1994); p. 46.
195
JUAN PABLO II. Carta a los Sacerdotes, Jueves Santo 1989, No. 5.

374
196
Cfr. PDV 78.
*
Esta es una propuesta del Encuentro Latinoamericano de las comisiones episco-
pales de pastoral presbiteral del año 2000 en: : DEVYM. “Formación permanente
del presbítero joven”. Aportes del DEVYM para Acompañar al Presbítero Joven
en su Formación Permanente. Op. Cit., p. 29. Pero téngase en cuenta que todo
extremo conduce al error, no sea que por no desligar al neopresbítero de su
familia no se le forme en disponibilidad y generosidad pastoral con un espíritu
evangélico y misionero.

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La familia como primero y mejor seminario

Según la “Pastores Dabo Vobis”, la formación permanente vie-


ne exigida por el mismo sacramento del orden puesto que se trata de
una continua puesta al día del proyecto de vida sacerdotal que dima-
na de ese sacramento. Es cualitativamente diferente a la formación
inicial, no sólo porque se realiza en condiciones de vida y responsa-
bilidad pastoral muy diferentes, sino también por los contenidos y
métodos197 . Sin embargo, tanto la formación inicial como la perma-
nente deben ser continuas y hacer parte de un mismo plan198 .

De aquí que la familia como primera y mejor formadora tenga una


actitud diferente por naturaleza ante el nuevo rol, aunque no dejaría de
ser importante una buena orientación en su papel para evitar desviacio-
nes. “Los deberes naturales que la virtud de la piedad impone para con
los padres y parientes, no desaparecen por la opción de un estado de
vida cristiana, siguiendo un llamamiento divino especial, que lleva con-
sigo el desprendimiento de la convivencia familiar”199 .

No se puede dejar de lado el gran aporte de la institución fami-


liar a la formación permanente. “El papel de las familias es muy
significativo en la relación concreta de las comunidades eclesiales
con los sacerdotes que las guían y las animan. Ellas, y sobre todo la
familia de origen de cada sacerdote, ofrecen a la misión de su hijo
una ayuda específica importante. Por ello desde la pastoral familiar
se pueden ofrecer iniciativas muy válidas para la formación perma-
nente de los presbíteros”200 .

Con el paso del tiempo, desde el punto de vista de la situación


familiar, el sacerdote se encuentra solo; ya no vive, generalmente, en
la familia en la que estaba insertado desde joven y no tiene una
familia propia. La situación de su apostolado señala una disminución

197
Cfr. DEPARTAMENTO DE VOCACIONES Y MINISTERIOS, DEVYM. ¡Reaviva el
Don de Dios! La Formación Permanente de los Presbíteros en América Latina y
198
el Caribe. Op. Cit., p. 112.
PDV 42: “En esta Exhortación se exponen separadamente la ‘formación inicial’
y la ‘formación permanente’, pero sin olvidar nunca la profunda relación que
375
tienen entre sí y que debe hacer de las dos un solo proyecto orgánico de vida
cristiana y sacerdotal”.
199
PEINADOR, Antonio. Op. Cit., p. 184.
200
HEREDIA MORA, Ángel. Formación Permanente y Pastoral Presbiteral.
Presentación En: Boletín CELAM. Bogotá, DC. No. 254. (Jun. - Jul. 1993); p. 21.

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Pbro. Carlos Eduardo Cataño

del fervor que lo sostuvo en su juventud; tiene la impresión de que


las nuevas generaciones lo marginan. Por eso, a los cuarenta años le
espera, por lo general, una soledad interior y exterior. Entonces pue-
de sentir más vivamente el peso y el alcance de aquello a lo cual
renunció con el celibato201 . “El celibato requiere una constante moti-
vación, la renuncia a la propia familia, a la propia esposa y los hijos;
no es cuestión de una promesa inicial, al contrario, con el correr de
los años, se constata la mayor necesidad por la comprensión más
clara del sacrificio que representa”202 .

Hemos dicho que la formación afectiva comienza en el hogar con


un ambiente sano de vida familiar: padres equilibrados que dan a sus
hijos el amor que necesitan, que les exigen el cumplimiento de peque-
ñas responsabilidades, que ejercen sobre ellos una autoridad que no es
ni demasiado rígida, ni demasiado blanda, sino un equilibrio entre am-
bas203 , esto mismo conducirá a la ecuanimidad de la persona para sumir
con responsabilidad los compromisos del ministerio.

Podemos encontrar las raíces del desvalimiento afectivo en tem-


pranas experiencias familiares de abandono, aunque lo hayan sido
subjetivamente. Los sistemas familiares rotos o enfermos, suelen ge-
nerar atmósferas emocionales en las que se cultiva fácilmente la gé-
nesis de este desvalimiento* . Son situaciones en las cuales falta el
‘amor incondicional’, pues sólo el amor incondicional, experimenta-
do profundamente más allá de ideas y razones -es decir, no pensado,
sino vivido- genera un auténtico valimiento afectivo204 .

201
Cfr. SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA. “Orientaciones
para la Educación en el Celibato Sacerdotal” No. 68. Op. Cit., p. 170.
202
HEREDIA MORA, Ángel. Formación Permanente y Pastoral Presbiteral. Op. Cit.,
p. 10.
203
Cfr. CELAM, DEVYM. Departamento de Vocaciones y Ministerios. Formación
sacerdotal permanente. Encuentro Latinoamericano sobre formación permanente
del clero. Caracas, mayo - junio de 1977. Op. Cit., p.153.
*
Eugen Drewermann que en su libro “Clérigos, Psicología de un ideal” trata

376 “sobre las circunstancias generales que rodean la situación familiar en la biografía
del clérigo –y se pregunta- ¿Qué presupuestos se han de dar en el entorno de la
propia casa paterna, para predisponer a algunos de sus componentes a aceptar
una función como la de clérigo en la gran familia de la Iglesia”. En:
DREWERMANN, Eugen. Clérigos. Psicograma de un Ideal. Traducción de Dionisio
Mínguez. Valladolid: Trotta, 1995. p. 259.
204
Cfr. GARCÍA MONGE, José Antonio. ¿Un Desvalimiento También Afectivo?. Para
una Espiritualidad de los Afectos en el Sacerdocio. Op. Cit., p. 856.

medellín 119 -120 / septiembre - diciembre (2004)


La familia como primero y mejor seminario

Al fin y al cabo, todas las personas que de algún modo influyen


sobre el sacerdote son importantes; pero especialmente es de recal-
car el decisivo papel que juegan los más allegados a él, como son
sus familiares, sus amigos y sus hermanos en el sacerdocio: obispo,
diáconos y los fieles que con él conviven y lo pueden ayudar205 .

De esta manera se demuestra, en la relación de la familia y el


presbítero que, es “el mejor seminario”, porque lo sigue acompañan-
do durante su formación permanente. Y así como es “el primero” en
orden de importancia “es el mejor” por su efectivo acompañamiento
durante la vida ministerial.

3. Síntesis conclusiva

Hemos analizado la relación que existe entre la familia y la


vocación ministerial desde que nace y durante el tiempo de su for-
mación inicial y permanente. Se han tenido en cuenta los procesos
vocacionales previos del ingreso al seminario, la llamada “formación
inicial” correspondiente al tiempo del seminario, y la relación fami-
liar con el ministerio sacerdotal y su influencia durante la formación
permanente del Presbítero, para confirmar que la familia es “el Pri-
mero y Mejor Seminario” por su fundamental aporte en cada una de
las etapas de la vocación ministerial.

También hemos dicho que la vocación humana nace en la fa-


milia y va más allá de los límites del tiempo, como respuesta a la
voluntad del Padre. La vocación es un llamado a la santidad en cual-
quier estado de vida, que funda sus bases en la familia. Los padres
son para sus hijos el primer despertar de la fe. Y así reafirmamos que
la familia es el primer seminario donde nace y se cultiva la vocación
ministerial. Fue así como centramos la investigación, en primer lu-
gar, en la relación existente entre “familia y vocación” y “familia y
seminario”, reconociéndolas como las etapas donde nace y se cultiva
la vocación ministerial y donde la familia ocupa un lugar preferen- 377
cial y fundamental.

205 Cfr. HEREDIA MORA, Ángel. Formación Permanente y Pastoral Presbiteral. Op.
Cit., p. 15.

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Pbro. Carlos Eduardo Cataño

El lugar donde nace la vocación ministerial es la familia, sea la


natural o la sustituta que cumple su papel. Y bíblicamente podemos
ubicar el momento del llamado que es desde antes de nacer, pero lo
importante es que la iniciativa del llamamiento es de Dios. Así, en-
tonces, la iniciativa de la vocación ministerial la tiene el Señor.

Las familias acogen la vida y en ella, al germen de la vocación


por lo cual están llamadas a cultivarlo en sus hijos. La familia debe
ser, por su estructura fundamental, “figura educadora vocacional”,
puesto que en ella surgen los primeros brotes de toda vocación, y en
ella puede encontrar las condiciones adecuadas para su desarrollo.
Por eso, tiene un “lugar pedagógico vocacional”, pues tiene la mi-
sión de preparar, cultivar y defender las vocaciones que Dios suscite
en ella, enseñando con su ejemplo el seguimiento de Jesús.

La formación en el amor verdadero es la mejor preparación


para la vocación. Si los padres fomentan la santidad de los hijos,
hacen sus corazones dóciles al llamado de Dios. En este clima evan-
gélico, los dones del Espíritu Santo encuentran el terreno abonado
donde crecen las vocaciones. Así los padres conducirán a sus hijos a
la vocación que, más que un regalo, es un fruto maduro.

Si la vida cristiana de la familia es rica y su entrega apostólica es


generosa, ayudará a que los hijos crezcan en el seguimiento del
Señor. Es necesario ayudar a que las familias cristianas lleguen a ser
conscientes de su insustituible responsabilidad en la Iglesia como el
lugar propio para el origen y crecimiento de la vocación.

Uno de los medios de la pastoral vocacional es el seminario


menor que debe estar en estrecha relación con la familia. También
existen otras experiencias interesantes como el seguimiento de
“seminaristas en familias” y círculos vocacionales. Estas y otras expe-
riencias nos llevan a concluir que trabajar en la pastoral por la fami-
lia, es trabajar por las vocaciones. Una mala pastoral vocacional trae-
378 rá tristes consecuencias en el seminario. Después de todo un acom-
pañamiento familiar en la formación como personas y como cristia-
nos, y de un serio discernimiento vocacional, viene el momento de
la opción libre y consciente por la vocación ministerial.

medellín 119 -120 / septiembre - diciembre (2004)


La familia como primero y mejor seminario

La familia cumple también, un importante papel durante la eta-


pa de la formación inicial en el seminario. La educación del semina-
rio debe tender a formar pastores, teniendo en cuenta que la familia,
comunidad de fe, de vida y de amor, es el lugar normal del creci-
miento humano, cristiano y vocacional de los hijos; por lo que esto
mismo implica contemplar, en el candidato, la formación del hom-
bre, del cristiano y del sacerdote. Pero para el logro de estas metas,
son fundamentales las experiencias que el candidato trae de su fami-
lia, pues el tipo de sacerdote que se aspira formar debe ser, en defi-
nitiva, un hombre de Dios y la experiencia de Dios comienza nor-
malmente en la familia. “Lo que se recibe en la familia permanece”.

Al ingresar al seminario, el candidato no rompe, propiamente,


la relación con la familia. La Iglesia no lo quiere de modo alguno. Es
importante la relación del seminarista con la familia ya que procede
de ella y será su compañera de formación, aún después de ordena-
do. Las relaciones con la familia no se cortan, se moderan.

El seminario debería ser una prolongación o un complemento


de la formación recibida en el hogar. Si se quiere que el seminario
cumpla perfectamente su misión educadora y formativa se habrá de
empeñar en crear un ambiente de intimidad familiar. Los formadores,
como unos verdaderos padres de familia orientan el ambiente que
debe vivir el seminario como un hogar. El mismo seminario puede
ser contemplado como una familia.

La relación del seminario y la familia comienza desde el ingreso


del aspirante. Para el ingreso al seminario siempre se tiene en cuenta
a su familia, pero en la práctica posterior durante la formación, mu-
chas veces se descuida. Cuando se da la debida atención en la pas-
toral a las familias, poco a poco se ven los resultados en las vocacio-
nes. Aunque también hay familias que se desentienden de sus hijos,
una vez que han ingresado a una casa de formación. A veces la falta
de apoyo de la familia desanima a los candidatos.
379
Un factor decisivo en la formación del seminarista es su familia.
El seminario y la familia del seminarista han de interrelacionarse
mediante vínculos de acción mutua. Es una relación que traerá varias
ventajas a la formación. La familia es un colaborador nato del semi-

medellín 119 - 120 / septiembre - diciembre (2004)


Pbro. Carlos Eduardo Cataño

nario. Una de las etapas de la vida del seminario en que la familia


puede jugar un importante papel como formadora del candidato al
sacerdocio ministerial, es durante el llamado “año de pastoral” y esta
posibilidad no ha sido aprovechada suficientemente.

El papel de los formadores del seminario frente a la familia del


candidato es brindar la particular ayuda que el seminarista necesita
para poder madurar en las relaciones con sus familiares, y ayudar a
las familias a comprender el sentido de los compromisos de la vida
sacerdotal. Estableciendo contacto con las familias, podrá
responsabilizarlas, en el límite de lo posible, en la vocación de sus
hijos. Es saludable el encuentro periódico con la familia desde el
seminario. Así la familia comprende mejor el sentido de la vocación,
del sacrificio y de la entrega de su hijo.

Hemos visto cómo se ha ido superando la antigua idea de mar-


ginar a la familia por la opción vocacional al ministerio sacerdotal, la
ratificación de la institución seminario como el ambiente propicio
para el cultivo de la vocación ministerial, y cómo ambas institucio-
nes pueden relacionarse y complementarse en la tarea de la forma-
ción para el sano desarrollo de la vocación ministerial. Así la familia
seguirá siendo “primer seminario” aún, y con mayor razón, en la
vida y ministerio del Presbítero, no tanto en orden cronológico como
en orden de importancia.

Al llegar el momento de la ordenación sacramental, la familia


comparte la gracia de la unción sacerdotal con el Neopresbítero, y
además continúa acompañándolo durante su vida y ministerio, como
la mejor y más excelente formadora de su vocación.

La formación no termina con la ordenación sacerdotal, todo hom-


bre, en cualquier campo y particularmente en el ejercicio del ministerio
sacerdotal, está en continuo crecimiento y debe acogerse a una forma-
ción permanente. Y aunque la formación permanente compete al Obis-
380 po y a los medios que la diócesis ofrece, es la familia la que no pierde
su papel como primer seminario de la vocación y por ende el mejor.

La ordenación sacerdotal genera un cambio radical en la vida


del nuevo ministro de Dios. La transición entre la vida del seminario

medellín 119 -120 / septiembre - diciembre (2004)


La familia como primero y mejor seminario

y la inserción en el presbiterio con el comienzo de su actividad mi-


nisterial implicaría conectar, de alguna manera, el seminario con a la
formación permanente del presbítero.

Puede ser que se mantenga una cierta dependencia familiar en


el aspecto afectivo o material, por parte del presbítero hacia la fami-
lia o de la familia hacia el sacerdote pero de cualquier forma, las
crisis familiares y sus consecuencias influyen en la vida y ministerio
del presbítero.

La caridad pastoral nace del amor familiar. El amor pastoral del


sacerdote ha de estar ungido de este carácter afectivo y familiar, es
un potencial que se desplaza del amor a la familia propia, hacia la
forma familiar de su relación pastoral, que va anunciando una rela-
ción cada vez mayor de familiaridad.

Según el Documento de Puebla la vida de la Iglesia se compone


de cuatro experiencias fundamentales que encuentran su pleno desa-
rrollo en la vida de la familia, el ser: padre, hijo, hermano y esposo. De
esta manera, la familia aporta al sacerdote el sentido de familiaridad
que le permitirá vivir estos distintos roles de paternidad, filiación, her-
mandad y nupcialidad, en la Iglesia como familia de Dios.

El ministro ordenado es llamado por los fieles “Padre”. La expe-


riencia de Dios como Padre, pasa normalmente por la experiencia
del padre en la familia. Los padres son en cierta manera los primeros
representantes de Dios para el hombre. El amor paterno está llama-
do a ser para los hijos el signo visible del mismo amor de Dios. El
presbítero, por ser sacramento personal de Cristo que es el sacra-
mento del Padre, se convierte en mediación sacramental del amor
paternal y maternal de Dios para los hombres.

El presbítero es Hijo que vive del amor paternal de Dios y del


amor maternal de la Iglesia expresado de varios modos. En Cristo, el
hombre descubre lo más profundo de su misterio: ser hijo de Dios. 381
La primera forma de amor paterno – el amor de sus padres – al cual
responde con su amor filial. Antes de ser ‘padre’ amoroso en la
familia eclesial, el presbítero es ‘hijo amado del Padre’. Distintas figu-
ras masculinas y femeninas representan la paternidad y maternidad

medellín 119 - 120 / septiembre - diciembre (2004)


Pbro. Carlos Eduardo Cataño

de Dios y de la Iglesia comenzando por nuestros padres y nuestra


propia familia donde somos primeramente hijos.

La relación del sacerdote con la mujer debe ser como la de la


madre y la hermana. Se valora la relación fraternal del sacerdote con
la mujer desde Cristo como complemento de su formación humana.
Por ser hijos, los sacerdotes son hermanos en la Iglesia que es una
fraternidad, llamados a un estilo de vida fraterno y a un ministerio de
misericordia con los hermanos, en especial entre los presbíteros uni-
dos por la fraternidad sacramental.

El clero diocesano asume su realidad familiar con una intensi-


dad peculiar. El presbiterio mismo debe ser como una familia, por la
fuerza del sacramento del Orden, cada sacerdote está unido a los
demás miembros del presbiterio por particulares vínculos de caridad
apostólica, de ministerio y fraternidad. La fraternidad presbiteral es
un signo sacramental.

Todas las vocaciones eclesiales reflejan la alianza esponsal de


Cristo con la Iglesia, y por el orden sagrado, el sacerdote “representa
a Cristo Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia, imagen viva de Jesu-
cristo Esposo de la Iglesia. El “no” a formar una pequeña familia se
justifica por el “sí” dado a Dios para entregarse a su gran familia en
un intercambio amoroso de dones.

También es importante para la vida y ministerio del presbítero


la relación con otras familias a parte de la propia, no sólo en el
campo pastoral sino también como una manera de complementar su
necesidad por experimentar un ambiento hogareño y disfrutar de
relaciones cariñosas de tipo familiar.

Dentro de los criterios que deben tenerse en cuenta para acom-


pañar el proceso de formación permanente de los presbíteros, está
el de la familia del propio sacerdote. No se puede dejar de lado el
382 gran aporte de la institución familiar a la formación permanente.
Ellas, y sobretodo la familia de origen de cada sacerdote, ofrece a la
misión de su hijo una ayuda específica importante. Por ello desde la
pastoral familiar se pueden ofrecer iniciativas muy válidas para la
formación permanente de los presbíteros.

medellín 119 -120 / septiembre - diciembre (2004)


La familia como primero y mejor seminario

Al analizar la relación de la familia y el presbítero se nos permi-


te descubrir que, es “el mejor seminario”, porque sigue acompañan-
do durante su formación permanente, constituyéndose en el “prime-
ro y mejor seminario”, por su importancia y efectividad en el proceso
y desarrollo de la vocación ministerial.

383

medellín 119 - 120 / septiembre - diciembre (2004)


vol. XXX / n. 119 - 120 (2004) 423-474

Sumario:

El autor busca argumentos teológico-pastorales, extraídos del

medellín
Concilio, que permitan presentar rasgos concretos y esenciales que
ayuden a perfilar la identidad del presbítero diocesano. Acentúa
la relación obispo-presbítero, presbítero-diócesis. La caridad
pastoral es presentada como carisma propio del pastor y la
secularidad como ámbito propio de realización del presbítero
diocesano.

Elementos
eclesiológico-pastorales
que apuntan a una
identidad propia del
presbítero diocesano

Pbro. Fernando Vásquez Hernández


Sacerdote de la Diócesis de Texcoco, México. Este es el
capítulo segundo de su tesis para la Licenciatura en
Teología con énfasis en Formación Sacerdotal sobre
“Algunos elementos esenciales de la identidad del Pres-
bítero Diocesano a partir de la Teología Conciliar”.
Pbro. Fernando Vásquez Hernández

ELEMENTOS ECLESIOLÓGICO-PASTORALES QUE APUNTAN


A UNA IDENTIDAD PROPIA DEL PRESBÍTERO DIOCESANO*

1. A modo de aclaración previa

L
a visión eclesiológica concedida por el Concilio ha traí
do grandes aportes y vertientes de reflexión en mu
chos aspectos de la eclesiología y de la teología en
general. Logró superar una visión que tendía a esclero-
tizar estructuras mal ubicadas y poco reflexionadas que, más bien,
habían surgido del devenir histórico que de una reflexión eclesial. Así,
uno de los logros más importantes fue completar una eclesiología de
comunión y de participación, donde cada ministerio, carisma y apos-
tolado está mejor ubicado de acuerdo a su identidad. Hubo un
recentramiento de la identidad cristiana, así, en el caso del presbítero,
se consigue una mejor ubicación de su ser y quehacer a partir de una
visión de ministerialidad orgánica dentro de la Iglesia.

Otro gran logro del Concilio, en lo que respecta al presbítero,


fue haber superado esa tendencia unilateral en la teología de
cristocentrismo (de tradición preconciliar) y de ecelesiocentrismo
(corriente nueva), presentando de manera más armónica estas dos
vertientes como complementarias y esenciales a la identidad del or-
denado, evitando así los peligros de ontologización y el peligro de
fundamentar el ministerio exclusivamente en la comunidad.

Además, fundamentó el ministerio de los presbíteros en íntima


relación con el ministerio de los obispos, por el cual se recibe la
misión. Es en ellos en quienes descansa la misión de los apóstoles,
sus legítimos sucesores y los primeros responsables del pueblo de
Dios, recibida por el sacramento que los consagra. De ellos depende
el ministerio de los demás grados del Orden. Es una nueva visión
que es más acorde con la Tradición de la Iglesia.
424
* Por presbítero diocesano entendemos al presbítero secular, de hecho el Concilio
no hizo ningún aporte sobre el mejor modo de llamar a estos presbíteros que
comúnmente llamamos diocesanos para distinguirlos de los religiosos. Baste aclarar
que de aquí en adelante, para hablar de ellos, se utilizará indistintamente los
términos ‘diocesano’ y ‘secular’, con la intención de distinguirlos de los religiosos.

medellín 119 - 120 / septiembre - diciembre (2004)


Elementos eclesiológico-pastorales que apuntan a una identidad propia del presbítero diocesano

Pero, también hay que decir que, hay temas que el Concilio no
desarrolló, sino que solamente quedaron incoados y exigen una re-
flexión teológica posterior. Para algunos autores una de las grandes
carencias del Concilio ha sido, precisamente, no haber definido con
exactitud la identidad del presbítero, es más, no se ha llegado siquiera
a la “redefinición del sacerdote”1 después de la crisis. La figura del
presbítero en relación con el obispo y con el laico es una de las
grandes tareas que necesitan ser reflexionadas; ciertamente ya hay
muchos estudios al respecto, sin embargo, hace falta perspectiva, ex-
periencia posconciliar para poder centrar adecuadamente al presbíte-
ro en medio de la comunidad eclesial.

No cabe duda que el Concilio es la gran Obra del Espíritu Santo


en nuestro tiempo, sin embargo, esto mismo nos introduce en una
nueva dimensión de reflexión teológica y pastoral que implica es-
fuerzos y luces divinas.

Con los muchos aciertos y las interrogantes que trajo el Concilio


hemos de continuar nuestra reflexión sobre la identidad del presbítero
diocesano. En el capítulo anterior ubicamos el ser y la misión del
presbítero en una Iglesia toda ella ministerial que se inserta en el
ministerio de un pueblo todo él sacerdotal. Ahora bien, teniendo en
cuenta este dato investigado en el capítulo anterior, proyectamos nuestra
investigación hacia la identidad concreta y propia del presbítero, no
ya en general –objetivo del capítulo anterior-, sino del presbítero
diocesano, o si se quiere, secular. La cuestión aquí es saber si pode-
mos hablar de una identidad propia del presbítero diocesano a partir
de lo declarado en el Concilio Vaticano II, porque de ello dependerá
la manera de desempeñar el ministerio con mayor fidelidad a la voca-
ción a la que ha sido llamado, pues si las ideas no son claras el modo
de vivir será ambiguo.

Ante el objetivo que nos incumbe en este capítulo, nos surgen


necesariamente unas cuestiones a las que habrá que dar respuesta:
425
1.- ¿Acaso el Concilio no habló de los presbíteros en general, por
tanto, no hubo intención de definir identidades concretas?

1
SÁNCHEZ CHAMOSO, R. Op. Cit. p. 100.

medellín 119 -120 / septiembre - diciembre (2004)


Pbro. Fernando Vásquez Hernández

2.- ¿No es ya suficiente trabajo y, además, con carácter de priori-


dad, ponernos primero de acuerdo sobre la identidad del pres-
bítero en general?

3.- ¿Habrá datos en el Concilio que nos permitan hablar de una


posible identidad del presbítero diocesano?

4.- Suponiendo que el Concilio dé pautas para poder hablar de


una espiritualidad propia del presbítero diocesano, ¿Esos datos,
serán verdaderamente esenciales a su identidad?

Desde nuestro punto de vista, estas son quizá las cuestiones de


mayor peso a las que se puede enfrentar este segundo capítulo, sin
embargo, a lo largo del mismo se intentará ir dando respuesta a cada
una de ellas de modo que el objetivo particular se vaya cumpliendo
de la manera más completa posible.

En cuanto a la primera cuestión habrá que empezar por decir


que, efectivamente, el Concilio habla de los presbíteros en general, de
hecho, en la Lumen Gentium en ningún momento hace una distinción
de palabras o mensajes para un clero determinado, siempre habla de
‘los presbíteros’, lo cual implica tanto a diocesanos como a religiosos.
En todo caso, la Presbyterorum Ordinis, al comenzar su contenido,
habla de ‘salvedades’ respecto a los religiosos: “lo que aquí se dice se
aplica a todos los presbíteros, en especial a los que se dedican a la
cura de almas, haciendo las salvedades debidas con relación a los
presbíteros religiosos”2 . Esto nos lleva a pensar que seguramente el
Concilio tiene ante su mirada la vida en la diócesis, lo cual implica
pensar en los presbíteros diocesanos de manera directa, pero sin des-
cartar a los religiosos que trabajan en una diócesis.

Otro documento que aborda de manera específica la vida


diocesana y la relación del presbiterio con el obispo es el decreto
Christus Dominus, el cual nos puede arrojar nuevas luces sobre el
426 tema que nos atañe. En todo caso, incluso en la distribución de los
temas tratados por el Concilio vemos que hay una armonía y simetría
que nos hace pensar en una distinción de identidades: un decreto

2
PO 1.

medellín 119 - 120 / septiembre - diciembre (2004)


Elementos eclesiológico-pastorales que apuntan a una identidad propia del presbítero diocesano

para los obispos (Christus Dóminis), un decreto para los presbíteros


(Presbyterorum Ordinis), un decreto para los religiosos (Perfectae
caritatis), y un decreto sobre los laicos (Apostólicam Actuositatem),
todos ellos entrañados en la Lumen Gentium, que es como la Consti-
tución Dogmática que armoniza y resume toda la eclesiología ad intra.

Así, pues, aunque no encontramos palabras explícitas en el Conci-


lio sobre su intención de querer hablar específicamente de la identi-
dad de los presbíteros diocesanos, separada de la de los religiosos, sin
embargo, es clara la intención de dirigirse a cada presbítero en sus
circunstancias y en aquello que lo distingue, de tal manera que aun-
que no define, en el caso del presbítero diocesano, su identidad con-
creta, sin embargo, iremos demostrando en este capítulo que sí hay
rasgos que nos pueden aportar a la definición de su identidad.

Respecto al segundo interrogante, habría que decir que el proble-


ma de la identidad del presbítero puede ser abordado no solamente
desde un solo punto de vista, de hecho, existen investigaciones que
han abordado el tema desde múltiples perspectivas. Lo más común
ha sido investigar la identidad del presbítero en relación con el ser y
quehacer del laico. Pero no es el único modo de hablar del tema, se
ha hablado también en relación con el obispo, en relación con una
Iglesia de comunión y participación, y desde la perspectiva del ser
en sí mismo del presbítero. Por tanto, el trabajo teológico ante el que
nos encontramos, solamente en cuanto a la identidad del presbítero,
es muy vasto, llevará tiempo, por lo que al ver un campo tan amplio
se puede trabajar en el ámbito que mejor parezca, hay tarea para
todos. En nuestro caso, y a nuestro parecer, un campo con poca
trayectoria teológica es el de la identidad del presbítero diocesano
en sí mismo, es decir, sin hacer referencia directa a otras vocaciones.
Si durante muchos siglos se vivió ‘a costillas’ de otras espiritualidades
que no era la propia, hoy los sacerdotes diocesanos están llamados a
no descuidar aquello que les ha sido dado como don y que da
sentido a su entrega: la propia identidad.
427
Por lo anteriormente dicho, caemos en la cuenta que la libertad
que tiene el teólogo en la reflexión le permite investigar en el campo
que más le atrae o con el que se siente comprometido. La Iglesia en
toda su historia ha reflexionado sobre sí misma, sobre su razón de

medellín 119 -120 / septiembre - diciembre (2004)


Pbro. Fernando Vásquez Hernández

ser, en el todo o por la parte, lo realmente importante es dar un


aporte que permita a la Iglesia irse conociendo y descubriendo para
actualizarse y prestar un mejor servicio al hombre de cada tiempo.
En este sentido, no hay prioridades, puede haber urgencias, pero no
necesariamente prioridades.

La tercera pregunta habla de la posibilidad de que existan, en los


documentos del Concilio, elementos que apuntan a una espiritualidad
del presbítero diocesano. Definitivamente todo dato que encontremos
sobre el presbítero diocesano surge fundamentalmente de la referen-
cia que se hace al obispo y a la Iglesia particular. Ya en los distintos
documentos del Concilio Vaticano II se menciona constantemente al
obispo y a la diócesis. Este es el marco en que encontramos especial-
mente referencias al presbítero diocesano. Este mismo hecho es el
que nos lleva a pensar en rasgos que son de suma importancia respec-
to a su identidad, porque a toda Iglesia particular el Espíritu la abaste-
ce de los carismas, ministerios y gracias peculiares y adecuadas a la
misión por la cual ha sido constituida. Desde el obispo, que es el
pastor, hasta cualquier asociación, son dones específicos del Espíritu
para el cumplimiento de su fin: ser sacramento de salvación3 .

El hecho mismo de que existan presbíteros, que por la incardi-


nación se consagren al servicio de la Iglesia en una diócesis, es un
signo de la existencia de dichos elementos. Otro signo más es el
hecho de que algunos presbíteros dependan exclusivamente del pro-
pio obispo en la espiritualidad y peculiaridad del apostolado. Inclu-
so, afirma Esquerda Bifet que, al revisar las actas conciliares, es po-
sible verificar que el Concilio, en la Christus Dominus se refiere di-
rectamente a los presbíteros seculares por lo que podemos pensar
en funciones propias de su identidad4 .

Por otra parte, el Concilio habla de una cierta ‘principalidad’


del presbítero diocesano en la Iglesia particular5 , lo cual implica
necesariamente que hay elementos peculiares, más propios del pres-
428 bítero secular que del religioso.

3
Cf. LG 1.
4
Cf. ESQUERDA BIFET, J. Teología de la espiritualidad sacerdotal. Madrid: BAC,
1991. p. 169.
5
Cf. Ch D 28.

medellín 119 - 120 / septiembre - diciembre (2004)


Elementos eclesiológico-pastorales que apuntan a una identidad propia del presbítero diocesano

Al responder a esta pregunta no es nuestra intención marginar


al presbítero religioso en la diócesis, ni mucho menos. Es más bien
por la metodología que se sigue que no se comenta mucho de él, sin
embargo, después de esta breve introducción al capítulo se irá ha-
blando de él con más naturalidad a la hora de exponer los elementos
encontrados.

Sobre el último cuestionamiento de esta introducción habría


que decir que, si bien es verdad, hay elementos enunciados en el
Concilio que son para todo presbítero, también es verdad que en el
modo de aplicarlos a cada identidad subyace una teología con carac-
terísticas peculiares que, en nuestro caso, serán investigadas para
responder si es algo sólo accidental o más bien forma parte esencial
de la identidad diocesana.

Hay elementos fundamentales que necesitan ser reflexionados


con exigencia teológica, por eso, decir en esta introducción a priori
si los posibles elementos que buscamos son esenciales o no, sería
imprudente. Habrá qué esperar el desarrollo mismo de la investiga-
ción en este capítulo para poder dar un juicio ponderado, lo cual
será posible sólo con los datos proporcionados por la misma. Hasta
aquí, pues, no se toma una postura sino que nos abrimos a cualquier
opción que traiga la misma investigación para afirmar o negar la
esencialidad de los rasgos encontrados en la identidad del presbítero
diocesano.

Con esta breve introducción que busca ser orientadora de lo


que se pretende queda incoado el segundo capítulo.

Una vez expuesto el ministerio presbiteral en sí mismo y en


su relación con las demás vocaciones dentro de la Iglesia (capítulo
anterior), en este capítulo profundizaremos en el ministerio, pero
que se realiza en una Iglesia particular o diócesis. Concretamente
el ministerio de los presbíteros diocesanos en la diócesis a la que
se incardinan por un acto jurídico para servir a toda la Iglesia uni- 429
versal a través de la concreción diocesana. Es por esta razón por lo
que el primer paso a dar es definir de manera sucinta lo que es la
Iglesia local.

medellín 119 -120 / septiembre - diciembre (2004)


Pbro. Fernando Vásquez Hernández

Una primera definición de Iglesia local, o particular, o dióce-


*
sis , la encontramos en el documento para la vida y ministerio de los
obispos Christus Dominus, que reza de la siguiente manera:

“La diócesis es una porción del pueblo de Dios, que se confía a


un obispo para que la apaciente con la cooperación del presbiterio,
de suerte que, unida a su pastor y reunida por él en el Espíritu Santo
por el Evangelio y la Eucaristía, constituye una iglesia particular, en
que verdaderamente está y obra la Iglesia de Cristo, que es una,
santa, católica y apostólica”6 .

La Iglesia local es la misma Iglesia de Cristo pero acontecida en


un lugar determinado, de hecho, desde la era apostólica, a las comu-
nidades de fieles en una región se le llamaba Iglesias* *. Es verdadera
Iglesia y no división de la misma, es el mismo pueblo de Dios con-
gregado por el Espíritu con el obispo a la cabeza, donde se realiza
plenamente la Iglesia de Cristo7 . Esta realidad eclesiológica es la que
permite hablar de una identidad propia de los presbíteros que con-
sagran su vida y su ministerio al servicio de una Iglesia particular.

A partir de la definición, arriba expuesta, que da el Concilio,


podemos obtener varios elementos que de manera explícita hacen
referencia a la necesidad esencial que tienen en la Iglesia local, el
obispo, el presbiterio, los fieles de la diócesis y la relación con la
Iglesia universal. Estos datos arrojados por la definición nos hablan
de elementos esenciales a la vida diocesana de la que, de manera
intimísima, participa el presbítero secular.

*
Conviene aclarar que aquí nos referimos indistintamente a la Iglesia particular
como diócesis, sin hacer las salvedades que contempla el Código de Derecho
Canónico, en el canon 368. De aquí en adelante dicho código será citado con las
siglas CIC, y el canon correspondiente con su respectivo epígrafe.
6
Ch D 11.
**
Dice Esquerda Bifet: “ Las comunidades eclesiales a las que se refiere San Pablo

430 (principalmente en sus cartas) se llaman, sin más, ‘Iglesia’, sin infravalorar un
concepto de Iglesia más trascendente y universal. Si la Iglesia de Dios, en las
cartas a los Efesios y a los Colosenses, tiene sentido trascendente de Iglesia
glorificada o Jerusalén nueva, en las demás cartas paulinas la palabra ‘Iglesia’ se
refiere a Iglesias particulares, como manifestación de la Iglesia de Dios. Ej. 1 Tes
2,14; 1 Tim 3,15; Ef 2,19” ESQUERDA BIFET, J. Teología de la espiritualidad
sacerdotal. Op. Cit. p. 148.
7
Cf. LG 23.

medellín 119 - 120 / septiembre - diciembre (2004)


Elementos eclesiológico-pastorales que apuntan a una identidad propia del presbítero diocesano

Hay, a su vez, otros elementos que, por su importancia refleja-


da en los documentos del Concilio, deberán ser citados o que en el
Magisterio posconciliar han tomado un auge de no poca envergadu-
ra, al punto que necesitan ser revisados en este capítulo, es el caso
de la caridad pastoral y de la secularidad.

2. Relación con el obispo: ¿Es una relación especial


para el presbítero diocesano?

Para poder hablar de la diócesis, el Concilio Vaticano II parte


de en principio fundamental que viene a ser como el quicio, la pie-
dra sobre la que se fundamenta una diócesis y es el ministerio del
obispo, pues, “en todo altar, reunida la comunidad bajo el ministerio
sagrado del obispo, se manifiesta el símbolo de aquella caridad y
unidad del cuerpo místico, sin la cual no puede haber salvación”8 ,
por lo que allí donde el obispo celebra la Eucaristía con su pueblo y
su presbiterio allí está la Iglesia particular.

Ya en las primeras comunidades cristianas el ministerio de los


Apóstoles fue visto como una misión encomendada a los ministros
de la Iglesia que desde entonces recibieron el nombre de obispos,
presbíteros y diáconos9 . Más tarde, en la obra de Hipólito de Roma
Traditio Apostólica, la cual es tenida como el más antiguo ritual de
ordenación, aparecen definitivamente constituidos en estos tres mo-
dos el ministerio ordenado10 .

Ciertamente toda la Iglesia ha sido enviada, misionada, pero los


enviados por antonomasia han sido los Apóstoles. Ciertamente toda
la Iglesia es apostólica, pero Apóstoles propiamente dichos fueron
unos pocos. Con todo, “los apóstoles fueron la semilla del nuevo
Israel, a la vez que el origen de la jerarquía”11 , en los doce se fundó
al mismo tiempo la jerarquía y la Iglesia.

431
8
LG 26.
9
Cf. Ibid, 28.
10
Cf. DAL COVOLO, E. Sacerdotes como nuestros Padres. Los Padres de la Iglesia,
maestros de formación sacerdotal. Bogotá: AE, 1998. p. 52-53.
11
AG 5.

medellín 119 -120 / septiembre - diciembre (2004)


Pbro. Fernando Vásquez Hernández

El ministerio apostólico es la continuación del servicio encomen-


dado a los Doce e iniciado por ellos. Este ministerio ha sido encomen-
dado al ministerio ordenado (obispos, presbíteros, diáconos), para
que sigan representando a Cristo, Cabeza y Pastor, manteniendo, así,
la garantía de su continuidad. Por eso podemos decir que el ministerio
apostólico (en terminología técnico-teológica) es el sacramento de la
Iglesia apostólica12 .

El gran giro dado por el Concilio Vaticano II, en lo que se refiere


al sacramento del Orden, consistió en fundamentar el ministerio de los
presbíteros y de los diáconos en el ministerio episcopal, apoyados en
esta verdad que quizá había sido olvidada por la teología en la histo-
ria: “Este santo sínodo enseña que por la consagración episcopal se
recibe la plenitud del sacerdocio”13 del que depende el ministerio
presbiteral y en cuya misión queda inserto como colaborador esencial
y necesario, pues “por el don del Espíritu Santo que se da a los pres-
bíteros en la sagrada ordenación , los obispos los tienen como colabo-
radores y consejeros necesarios en el ministerio de enseñar, santificar
y apacentar al pueblo de Dios”14 .

El ministerio apostólico ha sido encomendado al orden episcopal


de manera directa. Los obispos poseen la plenitud del ministerio de
Cristo, son los portadores directos del mensaje de Cristo de ir por todo
el mundo anunciando el Evangelio, bautizando, perdonando los pe-
cados, apacentando el pueblo de Dios. Pero, a su vez, los obispos
nombraron a algunos para que les ayudaran en la misión encomenda-
da por Cristo, por esta razón, el ministerio presbiteral depende nece-
sariamente de la misión del obispo del cual es próvido colaborador, es
ayuda, es instrumento de la misión del obispo15 . Esto implica para el
presbítero diocesano una unión teológica, sacramental, que lo proyec-
ta a una nueva dimensión de relación, que deja de ser meramente
jurídica - porque va más allá de una simple subordinación con el
obispo por un contrato-, o meramente moral o pastoral, sino que lo
une íntimamente en su misión por tener en común el honor del
432
12
Cf. SANCHEZ CHAMOSO, R. Op. Cit. p. 228.
13
LG 21.
14
PO 7.
15
Cf. LG 28; PO 2.

medellín 119 - 120 / septiembre - diciembre (2004)


Elementos eclesiológico-pastorales que apuntan a una identidad propia del presbítero diocesano

sacerdocio16 . No es que el presbítero participe del ministerio del obis-


po, los dos participan del ministerio del mismo Cristo, de su oficio de
ser Cabeza y Pastor de la Iglesia17 , pero en distinto grado, de tal
manera que, es a través de los obispos que ‘les llega’ –por decirlo
así- a los presbíteros y diáconos, el ministerio de Cristo, pues ellos –
los obispos-, encomiendan legítimamente el oficio de su ministerio
en diversos grados a diversos sujetos en la Iglesia en el orden de los
presbíteros y los diáconos18 .

Así, pues, como colaboradores del orden episcopal, la función


que los presbíteros desempeñan en medio de una comunidad local es
la de ejercitar, en la medida de su autoridad, el oficio de Cristo Pastor y
Cabeza19 , es decir, de enseñar, santificar y pastorear en nombre de Cris-
to, lo cual implica tener una clara teología del sacramento del Orden.
No actúan en nombre del obispo, sino de Cristo mismo, pues tanto el
obispo, el presbítero como el diácono, están unidos por el mismo minis-
terio. Sin embargo, todos ellos “participan, en el grado propio de su
ministerio, del oficio de Cristo, único Mediador”20 . Pero, los presbíteros
y los diáconos lo ejercen mediante el ministerio del obispo, pues como
también enseña el Concilio, lo ejercitan en la medida de su autoridad,
en subordinación del orden episcopal21 . Este ‘bajo la autoridad del obis-
po’ se proyecta en la comunidad, cuando los presbíteros representan,
mediante el ministerio del obispo22 , a Cristo mismo.

Cuando el neopresbítero hace dentro del rito de la Ordenación


la promesa de obediencia al obispo, se compromete a prestar su servi-
cio ministerial dentro de la diócesis en la cual ha quedado incardinado.
Los religiosos hacen un voto de obediencia de cara a la espiritualidad
propia a la que son llamados a servir. En cambio, con la promesa del
presbítero diocesano sólo se confirma lo que por la naturaleza del
mismo sacramento se adquiere: la subordinación a la autoridad del
obispo que se concretiza en una Iglesia local concreta23 .

16

17

18
Cf. LG 28.
Ibidem.
Cf. LG 28.
433
19
Ibidem.
20
LG 28.
21
Ibidem.
22
Cf. PO 2, 4; LG 28.
23
Cf. CIC 273-274.

medellín 119 -120 / septiembre - diciembre (2004)


Pbro. Fernando Vásquez Hernández

Sin embargo, como hemos visto, las relaciones entre el obispo y el


presbítero no son meramente jurídicas, implica una vida de caridad
fraterna24 , de diálogo, de comprensión y cooperación leal25 . Es con el
Obispo, hombro con hombro, en unidad de ideales y metas, de senti-
mientos e ilusiones apostólicas con quien el presbítero desempeña su
ministerio que es la razón de su entrega, de su consagración y de su
vocación. Pero el Obispo de cada presbiterio diocesano no es un jefe al
estilo social, no es un vigía frío y calculador de sus trabajadores, sino
que es el padre, el amigo, el primer servidor. Hay una unión entre ellos
sacramental, divina, que va más allá de acuerdos humanos y afectivos
para buscar intereses personales, de tal modo que, por razón de esta
comunión en el mismo sacerdocio y ministerio, los obispos tienen a los
presbíteros como hermanos y amigos suyos, y llevan, según sus fuerzas,
una cordial preocupación por el bien de los mismos26 .

En todo lo expuesto vemos cómo el presbítero diocesano, está


adscrito al cuerpo episcopal, y sirve a la Iglesia –por la que se consa-
gró-, en su vocación concreta de diocesaneidad unido íntimamente a
su obispo y a la misión de su obispo que es misión de toda la Iglesia27 .
Al compartir el sacramento del Orden, el trabajo apostólico o la misión
en una misma Iglesia particular, los lazos que los unen son de carácter
sobrenatural, eclesiales de caridad, de filiación, de fraternidad, de
amistad, e incluso, de fidelidad a la misión encomendada por el mis-
mo dueño del rebaño, por lo que estos lazos se han de reflejar en la
búsqueda de la unidad y de la concordia, de sus anhelos y esperanzas.

Pero siempre el presbítero ha de tener en cuenta que, por estar


unido a la misión del obispo, ha de estar disponible a las necesida-
des de la Iglesia universal, debido a que su obispo no sólo está
unido a su Iglesia particular, sino, por el hecho de participar del
colegio episcopal, tiene como responsabilidad pastoral a la Iglesia
universal, pues “como legítimos sucesores de los Apóstoles y miem-
bros del colegio episcopal, se reconocen siempre unidos entre sí y
muestran que están solícitos por todas las Iglesias”28 . Por esta razón
434
24
Cf. Ch D 28.
25
Cf. PO 15.
26
Cf. Ibid, 7.
27
Cf. LG 28.
28
Ch D 6 y LG 23.

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Elementos eclesiológico-pastorales que apuntan a una identidad propia del presbítero diocesano

su amor a la diócesis ha de coordinarse con una apertura a la catolicidad


de la Iglesia, así no queda cerrada la Iglesia local sino que siente y late
con toda la Iglesia de Cristo. Este hecho pone al obispo en una posi-
ción singular y eminente respecto a los presbíteros y a los fieles todos,
pues por su medio la Iglesia diocesana queda insertada en la Iglesia
universal, llevando a cabo la catolicidad a la que está llamada* .

Esta realidad sacramental que existe entre el presbítero y el obis-


po implica una unidad afectiva, por lo que el Concilio recomienda
reconocer al obispo como verdadero padre y obedecerle reverente-
mente. El Obispo, por su parte, está invitado a considerar a los sacer-
dotes como hijos y amigos29 , pues desde la unidad efectiva y afectiva
se va alcanzando el fin de la misión. Por eso conviene correr a una
con el sentir de su obispo, basados en relaciones de caridad, de mane-
ra armónica como las cuerdas con la lira30.

Con todos estos nuevos datos teológicos brindados por el Conci-


lio podemos concluir que la unión que existe del presbítero diocesano
con su obispo no es accidental, no es acartonada o postiza, no es una
frase bonita ni un sentimiento que hay que cultivar, es una realidad
esencial, teológica, necesaria, particular a su identidad, que el concilio
ha revalorizado y que le da sentido a su ministerio y le hace ser un
miembro en unidad con todo el cuerpo jerárquico que es colegial. Por
eso, cuando la labor pastoral de un presbítero en su diócesis, por muy
bien organizada y diversificada que esté, si se realiza de manera aisla-
da, independiente, si no está unida a la cabeza de la diócesis que es el
obispo, no podrá cumplir cabalmente su misión31 .

Es todavía mucho el trabajo que hay por hacer para ir desentra-


ñando la riqueza teológica que comporta esta relación presbítero
diocesano-obispo. Lo importante en este momento concreto de la
investigación es sencillamente resaltar aquellos textos concretos en

* Al respecto comenta la Pastores Dabo Vobis 17: “el ministerio de los presbíteros
es, ante todo, comunión y colaboración responsable y necesaria con el ministerio
del obispo, en su solicitud por la Iglesia universal y por cada una de las Iglesias
435
particulares, al servicio de la cuales constituyen con el obispo un solo presbiterio”.
29
Cf. LG 28.
30
Cf. SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Carta a los efesios. En: RUIZ BUENO, Padres
apostólicos. Madrid: BAC, 1950. p. 449.
31
Cf. PO 7.

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Pbro. Fernando Vásquez Hernández

los que el Concilio habla expresamente de la relación del presbítero


diocesano con su obispo y hacer ver que ya hay indicios fuertes que
nos ayudan a ir fundamentando que la relación con su obispo es
esencial a la identidad del presbítero diocesano.

3. El presbiterio diocesano, concreción particular de la


identidad del presbítero diocesano

Entendemos aquí por presbiterio la estructura colegial que confor-


man los ministros ordenados en segundo orden llamados presbíteros.

En realidad son pocos los elementos –desde el punto de vista


teológico-, que el Concilio presenta para poder fundamentar el pres-
biterio diocesano como elemento esencial de la identidad del pres-
bítero diocesano. Más bien se limita a dar recomendaciones prácti-
cas para hacer más llevaderas las relaciones en el presbiterio, sin
embargo, siempre está referido a presbiterios concretos, a Iglesias
particulares32 , y el hecho mismo de repetir constantemente algunas
ideas teológicas en distintos documentos es una prueba de la nece-
sidad real de desarrollar esta dimensión. De todas maneras, cree-
mos que los datos aportados son suficientes para poder concluir su
esencialidad.

Así, por ejemplo, encontramos sentencias que reflejan una ne-


cesidad de fundamentar desde la teología esta realidad que es más
de fe que jurídica: “Los presbíteros, constituidos por la ordenación
en el orden del presbiterado, se unen todos entre sí por íntima frater-
nidad sacramental; pero especialmente en la diócesis a cuyo servicio
se consagran bajo el propio obispo, forman un solo colegio
presbiteral”33 . La Presbyterorum Ordinis habla de la importancia
sacramental que comporta ser ordenado presbítero, pero resalta la
especial importancia que implica ser ordenado ‘para’ una diócesis
determinada, en un presbiterio diocesano concreto, es decir, remarca
436 el ‘junto con’ otros hermanos presbíteros que se incardinan al mis-
mo fin, de los cuales el obispo es la cabeza, formando así un solo

32
Cf. PONCE CUÉLLAR, M. Op.cit. p. 459 ss.
33
PO 8.

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Elementos eclesiológico-pastorales que apuntan a una identidad propia del presbítero diocesano

presbiterio* : “Los presbíteros, como colaboradores diligentes del


orden episcopal y ayuda e instrumento suyo, llamados a servir al
pueblo de Dios, forman con su obispo un solo presbiterio”34 . Cier-
tamente los presbíteros diocesanos y los religiosos pertenecen al
presbiterio de la diócesis, pero el modo es distinto para unos y
para otros, pues, mientras que los religiosos dependen de sus su-
periores con el fin de vivir la espiritualidad específica de su voca-
ción donde se encuentren, del tipo de apostolado propio del caris-
ma y una disponibilidad supradiocesana, además, el servicio que
los religiosos prestan a una diócesis concreta debe de conjugarse
con sus compromisos estables de un servicio supradiocesano. En
cambio el servicio de los llamados diocesanos se concreta por la
incardinación y dependen de su obispo en la espiritualidad y pecu-
liaridad del apostolado, salvo siempre lo que se refiere a la vida
estrictamente personal. Estas diferencias que existen entre la voca-
ción del sacerdote diocesano y el religioso nos hablan por sí mis-
mas de dos identidades distintas y complementarias. El punto clave
a nuestro entender respecto al religioso es la disponibilidad minis-
terial permanente del presbítero diocesano y el modo de realizar su
ministerio en una diócesis concreta. Pero no es nuestra intención
comparar las dos vocaciones, sino sólo aclarar aquello que podría
parecer ambiguo en la estructura diocesana.

Por otra parte, si bien es verdad que los presbíteros han de


estar abiertos a servir a la Iglesia universal, de hecho, han de mostrar
disponibilidad cuando el obispo les pida colaborar con Iglesias más
necesitadas o con labores apostólicas de la Iglesia universal, también
es verdad que eso será visto como algo extraordinario en el presbíte-
ro diocesano, como una misión especial, pues lo normal, lo ordina-
rio es servir a la Iglesia universal en su vocación particular que es
diocesana, servir a su comunidad diocesana en unidad de presbite-
rio, de tal manera que esto le da identidad y concretiza su llamado.

*
De hecho, para corroborar este dato, hay una tendencia que se está generalizando
entre los obispos, de aceptar en sus seminarios diocesanos solamente a jóvenes
437
con inquietud vocacional que pertenecen por residencia o desempeño laboral a
su territorio diocesano, la razón es, en general, por el amor a servir a una
porción de la grey con la que han convivido, conocen y están dispuestos a dar
su vida al conocer sus problemáticas concretas.
34
LG 28; ver también LG 29; PO 7; CD 11, 15, 28; AG 19,29.

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Aquí habría qué aclarar un punto: ¿Acaso la ordenación misma


no coloca a todos los presbíteros en una fraternidad sacramental? Sí,
el hecho de entrar a formar parte del orden de los presbíteros por la
ordenación es la razón que fundamenta la fraternidad sacerdotal, así
lo afirma la Lumen Gentium35 , sin embargo, la Presbyterorum Ordinis
viene a matizar esta afirmación en el caso de los sacerdotes diocesanos,
pues esa fraternidad sacerdotal se concretiza, se particulariza en el
presbítero diocesano en su presbiterio concreto36 , del que forman
parte por la ordenación en la cual hacen la libre promesa de servir
en la diócesis a la cual quedan incardinados y comprometidos, y que
se expresa en el respeto, obediencia y cariño al obispo37 . Por eso se
llama a los presbíteros “necesarios colaboradores y consejeros del
obispo en el ministerio y función de enseñar, de santificar y de
apacentar al pueblo de Dios”38 . Y, por otra parte, se expresa y se
concretiza esa fraternidad sacerdotal en la ayuda gustosa y espontá-
nea de los presbíteros entre sí, tanto en lo espiritual, lo pastoral,
como en lo material y afectivo39 .

Es una fraternidad específica la que une a los presbíteros den-


tro de la común fraternidad cristiana, pero sin reducirse simplemente
a ella. Se apoya en razones objetivas, en primer lugar, en la gracia
de la ordenación, pues la consagración los une con lazos sobrenatu-
rales; pero también hay que recordar lo que el Concilio afirma de
ellos y que se convierte en las palabras más explícitas que hacen
referencia a su identidad: “En el ejercicio de la cura de almas ocupan
el primer lugar los sacerdotes diocesanos”40 . Es decir, que por el
hecho de haberse incardinado a una diócesis concreta “se consagran
plenamente a su servicio para apacentar una porción de la grey del
Señor”41 , por esta misma razón, los presbíteros diocesanos “constitu-
yen un solo presbiterio y una sola familia, cuyo padre es el obis-
po”42 . Por tanto, no se trata de ser simplemente amigos, colegas de
trabajo, se trata de que son hermanos por el sacramento del Orden y,

438
35
Cf. LG 28.
36
Cf. PO 8.
37
Cf. Ibid, 7.
38
PO 7.
39
Cf. LG 28.
40
Ch D 28.
41
Ibidem.
42
Ch D. 28.

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Elementos eclesiológico-pastorales que apuntan a una identidad propia del presbítero diocesano

al pertenecer a un mismo presbiterio y a una misma Iglesia particu-


lar, crean una identidad común muy particular, específica de su vo-
cación diocesana. Estos lazos unen a los presbíteros y no los tienen
en común con el resto de la comunidad.

Por eso decimos que la importancia que tiene la fraternidad


presbiteral nace del hecho de compartir consagración, ministerio y
misión en la Iglesia local en unidad con su obispo, expresada
significativamente en el rito de la ordenación: hay imposición de ma-
nos corporativa (del obispo y de los presbíteros en la ordenación), y
aunque es verdad que los presbíteros no son co-consagrantes queda
de manifiesto algo teológicamente tan importante como la relacionalidad
eclesial, que origina y explica la relacionalidad del ministerio en una
Iglesia que es toda ella ministerial-sacramental, en la que todos “parti-
cipan a su manera del único sacerdocio de Cristo”43 .

También por la misión apostólica que reciben de Cristo por me-


dio del ministerio del obispo, los presbíteros quedan íntimamente
unidos, pues “aunque se entreguen a diversos menesteres, ejercen un
solo ministerio sacerdotal a favor de los hombres. Todos los presbíte-
ros son enviados para cooperar a la misma obra...Todos conspiran
ciertamente a un mismo fin, la edificación del cuerpo de Cristo”44 . La
obra, el fin y los intereses de los presbíteros son comunes. Es el Señor
quien les une en el sacramento que comparten, la misión a que se les
destina en la Iglesia dentro de la cual viven, actúan y se consagran. De
esta forma el ministerio apostólico se convierte en factor unificador y
conduce por lógica interna a la fraternidad presbiteral.

La radical adhesión al destino y a la misión de Cristo une a los


presbíteros con lazos singulares y configura un tipo de vida muy
íntima entre el pequeño grupo de los elegidos para el ministerio
apostólico. A mayor comunión mayor irradiación misionera.

Pero la fraternidad sacerdotal de la que participa el presbiterio


no puede quedarse en teología abstracta, en una especie de utopía, 439
sino que se ha de vivir esta realidad fundamental del presbítero tanto

43
LG 10.
44
PO 8.

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en su vida como su trabajo pastoral, porque sólo así se refleja la vida


de la Iglesia que es comunión (fraternidad sacerdotal) y participa-
ción (trabajo pastoral). Por estas razones el Concilio llega a afirmar
que “ningún presbítero puede cumplir cabalmente su misión aislado
y como por su cuenta, sino sólo uniendo sus fuerzas con otros pres-
bíteros, bajo dirección de los que están al frente de la Iglesia”45 . Esta
es la mejor manera en que se expresa la fraternidad sacramental en
el presbiterio. Por eso, construir la vida del presbiterio es una tarea
esencial a la identidad del presbítero diocesano de la que no puede
claudicar pues es esencial a su vocación.

La fraternidad sacerdotal vivida en el presbiterio es signo y


estímulo de caridad pastoral, y en buena medida, garantía de eficacia
apostólica, pues si se piensa no sólo en los demás (fieles), sino tam-
bién con los demás(presbíteros), la pastoral es la que gana. Es una
tentación constante la de encerrarse en un individualismo estéril,
que engendra divisiones y ganas de ‘hacer carrera’ o, incluso, en el
clericalismo que viene en detrimento de la fecundidad pastoral, y,
por tanto, en el desaliento y el sinsentido46 .

Todo el presbiterio, del que forma parte el obispo, conforma


una familia sacerdotal47 , pues las relaciones que se dan son de una
verdadera familia: “Reconozcan al obispo como verdadero padre y
obedézcanle reverentemente. El Obispo, por su parte, considere a
los sacerdotes como hijos y amigos”48 . Esta unidad entre los miem-
bros del presbiterio nace de la Eucaristía, como la misma Iglesia
local nace del misterio eucarístico, por lo que la unidad entre los
presbíteros –con el obispo y entre sí-, garantiza y refleja la unidad de
toda la Iglesia. “Así pues por razón de esta comunión en el mismo
sacerdocio y ministerio, tengan los obispos a los presbíteros como
hermanos y amigos suyos, y lleven, según sus fuerzas, una cordial
preocupación por el bien, tanto material como especialmente espiri-
tual, de los mismos”49 .

440 45
PO 7.
46
Cf. PRAT, R. El presbiterio diocesano como fuente de espiritualidad del sacerdote
secular. En : Surge. Vitoria. a. 47, n. 477-478 (jul.- agos. 1987); p. 296.
47
Cf. Ch D 28.
48
LG 28.
49
PO 7.

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Elementos eclesiológico-pastorales que apuntan a una identidad propia del presbítero diocesano

Hay una imagen muy válida, que tuvo un gran auge en la épo-
ca patrística pero que hoy ha sido poco trabajada, la de Iglesia parti-
cular como esposa del obispo, y en la medida de su ministerio, espo-
sa del presbítero. El presbítero, al dedicar plenamente su vida al
servicio de la Iglesia particular, se consagra para representar al mis-
mo Cristo, Esposo de la Iglesia50 , de manera que es signo de este
consorcio esponsal entre Cristo y la Iglesia.

Por todo lo dicho nos queda claro que ya no es posible pen-


sar en el presbítero aislado, que va por el mundo contando con sus
solas fuerzas, sus propios planes pastorales e ilusiones individua-
les, pues el presbítero es miembro de una unidad de acción, de un
presbiterio y de una iglesia llamada a ser participativa, corresponsable
de la misión de toda la Iglesia51 . Cuando no se busca formar un
presbiterio con todas sus implicaciones muchos sacerdotes buscan
suplir esta necesidad en el amplio abanico de las asociaciones y
movimientos, pues el presbítero siente la necesidad de pertenen-
cia, por eso, más que de la diócesis propia, se es de tal movimien-
to, asociación o instituto. Y en los que no se apuntaron a nada esta
carencia se agudiza.

Tampoco pueden existir presbíteros que vivan en soledad, deja-


dos de sus hermanos en el ministerio, pues esto sería un atentado
contra la naturaleza misma del ministerio y, sobretodo, contra la per-
sona que ha querido entregar la vida con y junto con otros hermanos.
Con este fin la Presbyterorum Ordinis habla expresamente de temas
prácticos como el de la atención espiritual e intelectual de los presbí-
teros52 , la común responsabilidad del sostenimiento material digno53 ,
de la prevención social54 , etc. La fraternidad presbiteral y el presbiterio
es anterior a cada presbítero singular, al derecho a asociarse y a las
agrupaciones voluntarias. Por ello, el presbítero nunca está sólo, for-
ma, de manera sacramental, una unidad de vida y de apostolado con
todos los presbíteros formando una comunión que va más allá de
cualquier estructura asociativa.
441
50
Cf. 2 Co 11, 2 ss.
51
Cf. Apostolicam Actuositatem 23 y 25.
52
Cf. PO 18-19
53
Cf. Ibid. 20.
54
Cf. PO 21.

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Como exigencia de esta fraternidad presbiteral existen concre-


ciones que son fundamentales y que se derivan de la comunión de
caridad55 : la aceptación incondicional del otro en su ser y peculiari-
dad, pues es hermano por el sacramento común; el respeto, la com-
prensión, la estima mutua que nacen de la sacramentalidad y misión
independientemente de los lazos afectivos o amistosos que puedan
existir o crearse; el trato cercano y cordial, de tú a tú, de igual a igual,
de hermano a hermano, se supone la comunicación sincera y profun-
da; la oración y la experiencia de Dios compartidas56 .

La corresponsabilidad es otra de las características que se deri-


van de la fraternidad presbiteral, pues todos tienen la conciencia de
estar empeñados en una misma obra, en una misión común57 , de ser
servidores in solidum de un único y mismo fin, lo cual implica dejar
los particularismos pastorales en segundo término y lanzarse a una
en el plan adoptado por la diócesis. Otra característica es la solidari-
dad que implica preocuparse por el hermano, especialmente de los
más necesitados, en lo espiritual, en lo humano, en lo material y en
lo pastoral, ayudándoles a solucionar sus problemas.

Con esto queda claro que hay matices, características, e incluso


dimensiones de la identidad del presbítero diocesano que al ser espe-
cialmente particulares o que implican un matiz especial, toman un
carácter de esencialidad, de sustancialidad en su identidad concreta,
distinta del resto de los presbíteros no diocesanos que, si sus superio-
res correspondientes lo ven conveniente, pueden salir de la diócesis a
la que sirven en ese momento para servir en otro sitio, quedando
‘desvinculados’ de alguna manera del presbiterio diocesano.

Por todas las razones expuestas es que el presbítero diocesano


únicamente encuentra el sentido de su vida y de su ministerio en esa
comunión efectiva y afectiva con el presbiterio del que forma parte,
del cual el obispo es la cabeza, y con los demás presbíteros como
ordo presbyterorum. Es más que un mero asociacionismo y goza,
442 como vimos, de fundamentos teológicos muy válidos. Por ello, el

55
Cf. LG 28; PO 8 y CIC 245.
56
Cf. IGNACIO DE ANTIOQUIA, Carta a Policarpo, VI, 1-2. En Fuentes Patrísticas
I. Op. Cit. p. 187.
57
Cf. PO 8 y LG 28.

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presbítero es tal en cuanto presbiterio, o sea, co-presbítero por la


causa sacramental que trae consigo la ordenación.

Estos son fundamentalmente los rasgos que descubrimos en los


documentos del Concilio sobre el presbiterio. Es una teología que está
en mantillas, sin embargo, pensamos que han quedado expuestos los
presupuestos a partir de los cuales ha de avanzar la teología en nues-
tro tiempo. Este elemento nos parece -por lo dicho en el apartado-
esencial a la vida del presbítero diocesano. No hemos querido hablar
solamente de la fraternidad presbiteral, pues sabemos que es un rasgo
propio de todo presbítero, sino que lo hemos intentado articular con
el presbiterio diocesano porque es el lugar particular y propio donde
se ha de concretizar el ser y la misión del presbítero secular.

La teología posterior del Magisterio hará énfasis en la importan-


cia de vivir una vida de comunidad fraterna en el propio presbiterio,
fundamentada, principalmente, en el sacramento del orden que reci-
bieron por la imposición de manos del obispo. Sin embargo, no llega
a tocar fondo, pues aunque el aspecto jurídico deja ver una teología
detrás, sin embargo es poco lo que aún se ha escrito del presbiterio
diocesano como el modo teológico concreto de vivir la fraternidad
sacramental entre los presbíteros diocesanos58 .

El siguiente capítulo buscará fundamentar desde la teología


posconciliar este rasgo que ya Vaticano II ha dejado incoado y que
exige, desde nuestro punto de vista, un desarrollo por parte de la
teología y no dejarlo sólo como tarea del derecho eclesiástico.

4. Unión intima con una porcion del pueblo de Dios lla-


mada diócesis

La Iglesia, por ser el cuerpo de Cristo, no se divide, no puede


ser definida como una parcela de la Iglesia universal -de hecho se
confiesa en el credo que es una-, sino que se concretiza en cada
lugar o comunidad de hombres, acontece en un lugar determinado.
443
58
Cf. DE LAS HERAS, Urbano. Apuntes para el camino de la fraternidad apostólica.
En: AA:VV. De dos en dos: Apuntes sobre la fraternidad apostólica. Salamanca:
Sígueme, 1981. p 179-204.

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En tanto que los fieles son históricos, la Iglesia es histórica, es aconteci-


miento. Ya desde la época apostólica la iglesia así fue comprendida. En
el Nuevo Testamento queda claro que la Iglesia no es la suma de las
Iglesias locales, sino la comunidad que abarca a todas las iglesias y las
hace una Iglesia. Cuando en los escritos apostólicos se habla de Iglesia,
primordialmente se refieren a la Iglesia local presidida por el obispo, es
la Iglesia de Dios aconteciendo en un determinado lugar59 , por eso, en
las cartas paulinas, la palabra Iglesia se refiere fundamentalmente a co-
munidades particulares: “la Iglesia de Dios que está en Palestina”60 , o en
Corinto, en Roma, en Esmirna, etc. En la época de los padres ya existe
una eclesiología que habla de la relación que existe entre Iglesia particu-
lar e Iglesia Universal61 . Así, pues, la Iglesia particular es la forma como
se hace presente y se historiza la Iglesia de Dios en las coordenadas
espacio-temporales. Esta es la realización, en el lugar, de todo el concep-
to de Iglesia. Es verdadera Iglesia, y no una división de la misma62 .

El Vaticano II ha dado un importante paso en la articulación de la


Iglesia universal y de la Iglesia particular, “la Iglesia universal existe y
se manifiesta en las Iglesias particulares”63 . La universalidad de la Igle-
sia no es previa a la particularidad eclesial, ni viceversa, se puede decir
que hay una inmanencia mutua entre Iglesia universal e Iglesia parti-
cular. Una Iglesia particular surge no por una fragmentación de la
Iglesia entera, sino por una concentración de la Iglesia en el propio
traducirse en acontecimiento; las Iglesias particulares no son simple-
mente partes asociadas en una confederación, sino que cada una de
ellas contiene la realidad completa de la Iglesia, en cada una de ellas
está verdaderamente presente la Iglesia toda64 ; no son las oficinas
administrativas de una gran organización, sino la Iglesia misma acon-
teciendo toda ella en un lugar, de manera que todo el misterio de la
vida del único cuerpo de la Iglesia está presente en la Iglesia local. Por
ser una Iglesia donde el todo está en la parte, está dotada de los

59

444 60

61
Cf. 1 Co 1, 2; 2 Co 1,1; 1 Tes 2, 14.
1 Tes 2,14.
Cf. TERTULIANO. Prescripciones contra las herejías, XX, 4-7. Fuentes Patrísticas
14. Madrid: Ciudad Nueva, 2001. p. 207-208.
62
Cf. ESQUERDA BIFET, J. Teología de la espiritualidad sacerdotal. Op. Cit. p.148-
149.
63
Ch D 11.
64
Cf. Ch D 11 y LG 26.

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carismas y ministerios necesarios para cumplir su misión, organizando


así, su propia vida y actividades desde sus propias instancias, cuyo
único fin es servir mejor a los creyentes. En la Iglesia particular es
donde se recibe y se vive la fe, donde se re-crea constantemente la
Iglesia por la fuerza del Espíritu que la habita, anima y guía.

Ahora bien, el presbiterio diocesano forma parte indispensable


de la Iglesia particular, que es verdadera Iglesia de Cristo. Y cada
presbítero queda insertado en ella mediante un acto jurídico – llama-
do incardinación-. Es la forma de vinculación concreta entre el mi-
nistro ordenado y la Iglesia particular, es en ella donde debe encon-
trar la base de su vida espiritual y los medios de la propia subsisten-
cia, en dependencia del obispo. Por la incardinación la comunidad
tiene “entre sus miembros sus propios ministros de la salvación”65 , y
se logra la estructura diocesana con clero propio. “Entre los sacerdo-
tes y el pueblo de una diócesis existe, por la incardinación, una
comunidad de destino y una profunda comunión espiritual”66 .

Jurídicamente el presbítero queda vinculado a una Iglesia local


específica por la incardinación, pero detrás hay una teología del
ministerio que se fundamenta en el sacramento del Orden recibido.
La sacramentalidad del ministerio se deriva de la sacramentalidad de
la Iglesia, sacramento radical y original. Por tanto, existe una rela-
ción sacramental del presbítero diocesano con la Iglesia particular
que se ha confiado al obispo, pues ésta es el lugar sacramental don-
de acontece el sacramento del ministerio. La Iglesia particular es,
pues, el enclave y la mediación para comprender la sacramentalidad
del presbítero diocesano. Por eso nos atrevemos a decir que, por el
hecho de participar de la sacramentalidad de la Iglesia local, por
consagrarse al servicio de una Iglesia local, esta realidad forma parte
esencial de la identidad del presbítero secular, con las múltiples rela-
ciones que lo constituyen y en las que se despliega su ministerio.

Por eso, cuando un presbítero diocesano debe dejar su dióce-


sis, ha de ser por motivos extraordinarios, y lo hace por fidelidad a la 445
65
AG 16.
66
Conferencia Episcopal Francesa. Ministerio y vida de los presbíteros diocesanos.
cap. 1, n.2.

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misma. Así queda constatado en el Código de Derecho Canónico cuando


habla de las razones válidas que se han de tener en cuenta67 : a) por
una necesidad pastoral de la Iglesia universal, b) por razón de benefi-
cio del presbítero mismo. Son razones que podemos llamar extraordi-
narias, porque lo ordinario para el presbítero diocesano es colaborar
en la diócesis para la que fue ordenado, por la que fue consagrado al
servicio de ella en unidad con su obispo y con todo el presbiterio. En
cambio, para un religioso lo normal es permanecer a disposición del
superior inmediato de su comunidad, al servicio de la Iglesia universal
y manteniéndose en una actitud de disponibilidad para ir a cualquier
parte donde el consejo de su comunidad crea necesitarlo. Lo extraor-
dinario en este caso será permanecer de modo definitivo en una Igle-
sia particular, pues su incardinación ordinaria –o primera-, es en una
comunidad religiosa que tiene un carisma y un apostolado propios.

Por su misma identidad, los presbíteros seculares no están como


sostenidos en el espacio para ofrecer su servicio ministerial allí donde
cada ocasión fuese necesario. Se es presbítero en este presbiterio, en
esta diócesis. Con su historia, con las personas que tienen su residen-
cia temporal o permanente en esa diócesis concreta, con su historia de
gracia y de pecado, con sus riquezas y sus pobrezas, que lo alegran y
hacen sufrir también. No se es presbítero ‘universal’ como elemento
abstracto. Se es presbítero de aquí, de esta Iglesia particular, aunque
dispuesto siempre a servir temporal o definitivamente a otras labores
pastorales de la Iglesia universal68 .

El Código de Derecho que rige a la Iglesia católica, deja abierta la


posibilidad de que la Iglesia local, a su vez, para una mejor atención
de los fieles, pueda organizarse en comunidades más pequeñas -pre-
valeciendo, o el factor territorial, o le funcional- de las que es respon-
sable un presbítero. Incluso, de acuerdo a un plan de acción pastoral
necesario, los servicios pueden ser encomendados entre los presbíte-
ros y los fieles comprometidos (palabra, culto, catequesis, administra-
ción, atención especial a campos de perfección y organizaciones de
446 apostolado, etc.). Los nombres es lo de menos –parroquias territoria-
les, ambientales, vicarías, zonas pastorales, decanatos o arciprestazgos,

67
Cf. CIC 270-271.
68
Cf. RAMOS, Julio A. Teología pastoral. Col. Sapientia Fidei, n. 13. Madrid: BAC,
1995. p. 299-306.

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Elementos eclesiológico-pastorales que apuntan a una identidad propia del presbítero diocesano

etc.-, lo importante es considerar el servicio ministerial del presbítero


dentro de una comunidad eclesial, de una perspectiva misionera, de
una pastoral de conjunto, de un equilibrio de funciones y ministerios,
que tenga como fin el bien de las personas de la Iglesia particular69 .

Ciertamente la parroquia no es la única institución de apostolado


de la diócesis, ni el lugar donde únicamente se puede conseguir la
salvación, ni el medio único que todo sacerdote debe experimentar
para cumplir la misión que ha recibido de Cristo a través del obispo,
pues existen estructuras supraparroquiales en las que se colabora de
manera directa con el obispo70 y con la misión recibida, sin embargo,
el Concilio le reserva a los párrocos la significativa expresión de ‘prin-
cipales colaboradores del obispo’: “cooperadores de manera principal
del obispo son los párrocos, a quienes, bajo la autoridad del mismo, se
les encomienda, como a pastores propios, la cura de almas en una
parte determinada de la misma diócesis”71 . Por esta razón, los párro-
cos están llamados a conocer el rebaño encomendado, viviendo en la
entrega de la propia vida por el bien de los fieles, fomentando el estilo
de vida cristiano en cada persona y en cada familia de la parroquia, en
las asociaciones de fieles, en las comunidades de apostolado, en la
parroquia en general72 . Pero especialmente se ha de prestar atención
a los pobres (marginados, niños, enfermos, etc.) quienes deben ser
evangelizados urgentemente, como Cristo predicó las bienaventuranzas
a gentes atropelladas por las injusticias, sin esperar otros arreglos in-
mediatos o previos. Los más necesitados nunca deben ser vistos como
extraños por el presbítero, ni siquiera aquellos que jurídicamente no
pertenezcan a la parroquia o a la diócesis, el único criterio válido es
este: que Cristo mismo sintió una gran predilección por ellos al punto
de predicarles de manera privilegiada el Reino de Dios73 .

Muchas veces, cuando se tiene oportunidad de asistir a los nue-


vos nombramientos en la diócesis, se palpa el afecto, el respeto y la
obediencia de los fieles hacia el párroco saliente y de éste con la
comunidad a la que han dedicado su tiempo, sus energías y su dis-
447
69
Cf. Ibid, cánones 515-572.
70
Cf. Ch D 27.
71
PO 30.
72
Ibidem.
73
Cf. Mt 25, 34 ss.; 8, 20; Lc 9, 58 ss.

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Pbro. Fernando Vásquez Hernández

ponibilidad para atender las distintas necesidades de la Iglesia dioce-


sana, de suerte que existe una profunda comunión espiritual74 .

Si el presbítero no descubre a su diócesis, no late su corazón de


apóstol con las necesidades de la misma, difícilmente puede vislum-
brar su vocación de presbítero diocesano secular. No se sentirá a gusto
en ninguna responsabilidad y siempre trabajará sin comprometer toda
su vida y sus cualidades, y vivirá en permanente interinidad.

El hecho que los presbíteros pertenezcan jurídica, pero sobreto-


do, teológicamente a una Iglesia particular les da un carácter propio* ,
los hace ministros que en todo momento ‘permanecen’ al servicio de
la misma, por lo que los fieles deben darse cuenta que “están obliga-
dos a sus presbíteros, ámenlos con filial cariño, como a sus pastores y
padres”75 . Por eso, no es responsabilidad exclusiva del presbiterio que
el sacerdote cumpla con fidelidad su vocación en la diócesis, sino que
también necesitan ser ayudados y sostenidos por el ejemplo y la aco-
gida de sus hermanos cristianos, porque si bien es verdad que los
presbíteros se hayan insertos en el presbiterio diocesano, también es
verdad que lo están en el pueblo al que son enviados. Por eso, nece-
sitan compartir con los laicos la fe, las ilusiones, las esperanzas, las
labores pastorales y las mismas dificultades. Es una necesidad en la
Iglesia diocesana que exista la colaboración fraterna entre laicos, reli-
giosos y presbíteros seculares, cada cual aportando lo que es propio
de su vocación para la edificación del pueblo de Dios76 .

Con todos estos datos, fundamentados en la teología y plasma-


dos en el derecho y la acción pastoral, es posible vislumbrar un
elemento más que particulariza la identidad del presbítero diocesano.

74
Cf. Conferencia Episcopal Francesa. Op. cit. cap. 1, n. II.
*
Al respecto comenta el canonista Sarzi Santori: “Il decreto Christus Dominus
28, trattando dei collaboratori del vescovo diocesano può, quindi, dire che i

448 sacerdoti ‘sono constituiti provvidenziali cooperatori dell’Ordine episcopale’


e, perciò, che ‘nell’esercizio della cura delle anime’ aspetta ai preti diocesani
‘la responsabilità principale (...) come coloro che, incardinati o addetti a una
chiesa particolare, si consagrano totalmente al suo servizio per paceré una
sola porzione del gregge del Signore”. En: Rev. Quaderni di diritto ecclesiale.
Milano. a. XV (aprile 2002); p. 137.
75
PO 8.
76
Cf. Conferencia Episcopal Francesa. Op. Cit. cap. 1, n. VII.

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Elementos eclesiológico-pastorales que apuntan a una identidad propia del presbítero diocesano

Esto significa que la entrega de su propia vida en el ministerio no se


realiza de cualquier manera, sino que tiene patrones inmanentes a
su vocación que marcan el despliegue de su consagración y misión
de una manera particular. Muchas veces esta característica esencial
es desconocida por el presbiterio y la razón es porque no ha llegado
esta teología a los seminarios donde se forman los futuros pastores
de la diócesis donde van a realizarse. De ahí que, como consecuen-
cia, el celo apostólico caiga en dos tentaciones extremas: ilusionarse
por una pastoral desencarnada, abstracta, que no mira rostros ni
necesidades concretas, sino sólo ‘hacer pastoral’. La otra tentación es
la de una mirada miope de la pastoral, que se traduce en el
apegamiento a una parroquia, a movimientos o grupos determina-
dos, que no mira más allá de estas estructuras y desconoce las nece-
sidades de toda la Iglesia particular y, por supuesto, la universal,
menguando la disponibilidad del presbítero a servir donde se nece-
site y no donde él o la comunidad caprichosamente desean.

Vistas así las cosas, no es menor la tarea que se presenta para


los formadores de seminarios y para los coordinadores de la forma-
ción permanente del clero. Porque de la calidad de la formación
brindada depende en gran medida la eficacia y solidez de la acción
pastoral.

5. La caridad pastoral, carisma propio del pastor

Nuestra investigación sobre este elemento que define al presbí-


tero puede quedar iniciada con la siguiente frase lapidaria que nos
proporciona el Concilio: “Al regir y apacentar al pueblo de Dios se
sienten movidos por la caridad del buen Pastor a dar la vida por sus
ovejas, prontos también al supremo sacrificio”77 .

Dios es amor. Y ama tanto al hombre y a la mujer que es capaz


de llamarlos de la nada, y los sigue recreando al llamarlos del peca-
do, para ser sus hijos y vivir en la plenitud de vida con Él. Esta 449
llamada de amor ha tenido su clímax en Cristo que, para cumplir la
voluntad del Padre, vino a rescatar a los que estaban apartados de

77
PO 13.

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Él. Y con sus palabras y sus obras enseñó a amar como Dios ama:
hasta dar la vida de su propio Hijo. Cristo ha revelado el sentido
profundo del amor, ha dejado el mandamiento supremo para ser
vivido: “amar a Dios y al prójimo como a sí mismo”78 . Es el distintivo
del cristiano, la característica peculiar de los que creen en él.

La palabra caridad pastoral surge del modo como Cristo ama y


da su vida por los hombres79 y que ha quedado plasmado, de manera
especial, en la imagen del buen pastor que el mismo Señor utilizó para
hablar de su amor por la humanidad. Cristo es el Buen Pastor porque
da la vida por las ovejas. Todas sus ilusiones y metas se centraron en
hacer la voluntad del Padre y en los problemas de sus hermanos los
hombres. La razón de su vida fue amar a Dios y a su prójimo. Por eso
lo ama el Padre, porque da la vida por sus ovejas80 . Toda su vida fue
un donarse a plenitud, cuyo culmen es su misterio pascual* .

La imagen de Cristo Esposo de la Iglesia , habla de la entrega


real del amado hacia la amada, así lo dicen los mismos textos bíbli-
cos81 . “La Iglesia es, desde luego, el cuerpo en el que está presente y
operante Cristo Cabeza, pero es también la esposa que nace, como
nueva Eva, del costado abierto del Redentor en la Cruz; por esto
Cristo está al frente de la Iglesia, la alimenta y la cuida mediante la
entrega de su propia vida por ella”82 .

Por eso, para que los cristianos no estuvieran como ovejas sin
pastor, Cristo eligió a algunos hombres para apacentar a su pueblo,
prolongando la obra de su amor a través de ellos. Los primeros
fueron los Apóstoles, que dieron la vida por las ovejas a ejemplo del
Único Pastor; ellos a su vez, “conociendo este deseo de Cristo, por
inspiración del Espíritu Santo, pensaron que era obligación suya ele-
gir ministros ‘capaces de enseñar a otros’ (2 Tim 2,2). Oficio que

78
Mt 22, 37-40.

450
79
Cf. Ef 5, 25.
80
Cf. Jn 10,17.
*
En la exhortación Pastores Dabo Bovis encontramos una hermosa página sobre
la relación de Cristo Pastor con los hombres sus ovejas y que encontramos en el
número 22. Vale la pena revisar dicho texto, pues da luces de cómo el pastor
está llamado a servir a ejemplo de Cristo.
81
Cf. Jn 2, 11; Ef 5, 25-27. 29.
82
PDV 22.

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Elementos eclesiológico-pastorales que apuntan a una identidad propia del presbítero diocesano

ciertamente pertenece a la misión sacerdotal misma, por lo que el


presbítero participa en verdad de la solicitud de toda la Iglesia para
que no falten nunca operarios al pueblo de Dios aquí en la tierra”83 .

La razón de ser de los ministros ordenados es hacer presente la


obra de Cristo, a los fieles. Por tanto, están llamados a reflejar en su
propia vida este rasgo esponsal de Cristo con la Iglesia, siendo así
capaces de amar a la gente con un corazón nuevo, grande, puro, con
auténtica renuncia de sí mismo, con una entrega total, continua y
fiel84 . Por lo que cuando consagran toda su vida al servicio de los
demás, “se ofrecen diariamente enteros a Dios” 85 .

Los presbíteros, “al alimentarse del cuerpo de Cristo, participan de


corazón la caridad de Aquel que se da en manjar a los fieles”86 , porque
la caridad pastoral tiene su fuente específica en el sacramento del Orden,
pero encuentra su expresión plena y su alimento supremo en la Eucaris-
tía. En efecto, en la Eucaristía es donde se representa, es decir, se hace de
nuevo presente el sacrificio de la cruz, el don total de Cristo a su Iglesia
a quien da su cuerpo entregado y su sangre derramada como testimonio
supremo de su amor. De esta manera, el presbítero expresa el amor de
Cristo y él mismo se impregna del sentido sacrificial que tiene su vida87 .

Por eso, la caridad pastoral es dedicarse a la obra de Cristo


aceptando todas las consecuencias que esto traiga, es dejarse mover
por el Espíritu de Cristo que impulsa a su Iglesia a la evangelización.
De manera que el sacerdote debe de ser de por sí “la señal del amor
de Cristo hacia la humanidad y el testimonio de la medida total con
que la Iglesia trata de realizar ese amor que llega hasta la cruz”88 .

El carácter que se recibe en la ordenación como don especial


para el cumplimiento de su ministerio, configura al ministro ordena-
do con el ser y la misión de Cristo Sacerdote, y la gracia sacramental
le ayuda a tener la fisonomía de Cristo Buen Pastor. De ahí que todo

83
PO 11.
451
84
PDV 22.
85
PO 13.
86
Ibidem.
87
PDV 23.
88
LG 19.

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el actuar del sacerdote es lo que se llama caridad pastoral: sintonizar


con el amor de Cristo que da la vida por todos. La caridad pastoral,
es, pues, el principio interior, la virtud que anima y guía la vida
espiritual del presbítero en cuanto configurado con Cristo Cabeza y
Pastor de la Iglesia89 .

El sacerdote no tiene labor más noble y sublime que hacer pre-


sente a Cristo (esta es la función sacerdotal): su palabra, su oración, su
persona, su sacrificio, su acción salvífica, su acción pastoral...; todo es
una misma cosa: ser una constante mirada al Padre y a los hombres90 .
Vale la pena aventurarlo todo por esto. Implica una dedicación total,
un servicio en la Iglesia que reclama desprendimiento de sí mismo y
de los bienes de este mundo, para vivir con efectividad el ser sacra-
mento del Buen Pastor. A esta entrega generosa por los hombres es a
lo que el Concilio ha llamado la ascesis propia del pastor de almas91 .

La caridad, que es una virtud sobrenatural que Dios da a todos los


bautizados, pero que tiene un sentido peculiar en el ministro ordenado,
es la opción libre de entregar toda la vida a la obra de Cristo que se
realiza en cada hombre y mujer con los que trata. Implica esencialmente
una donación total de sí a la Iglesia92 . Por eso se llama caridad pastoral,
por ser signos del amor de Cristo a su Iglesia, por buscar hacer presente
al Buen Pastor a todos los hombres de cualquier tiempo y situación.

La caridad pastoral se concretiza, de una manera muy particula-


rizada, en el presbítero que se debe a una diócesis determinada y
pertenece a un presbiterio concreto. La caridad a la que está llamado
se debe plasmar en rostros concretos, en personas que no le son
ajenas ni desconocidas sino que, al pertenecer a una parroquia deter-
minada o por el trato constante que se le solicita, y por ser signo del
Buen Pastor, esas ovejas son de ‘su’ redil, las conoce, las llama por su
nombre, sabe de sus alegrías y sus tristezas, de sus necesidades y
riquezas y de lo que cada una de ellas necesita93 . Por lo que está

452 89
PDV 23.
90
Cf. POLICARPO DE ESMIRNA, A los filipenses, VI, 1. Fuentes Patrísticas I. Op.
Cit. p. 219.
91
Cf. PO 13 y Optatam Totius, n. 4.
92
PDV 23.
93
Cf. Jn 10; Lc 15, 1-7.

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Elementos eclesiológico-pastorales que apuntan a una identidad propia del presbítero diocesano

atento como pastor a los acontecimientos que rodean la vida de los


hombres con quienes se siente íntimamente unido en Cristo.

Pero el presbítero –como se ha manifestado en otro apartado-,


existe solamente en presbiterio, es co-presbítero, no es un solitario
sino que forma un colegio junto con los demás ministros. Por eso, el
mejor signo personal de Cristo Buen Pastor se manifiesta en la co-
munión del presbiterio, del cual el obispo es la cabeza. La eficacia en
el apostolado está condicionado a que este signo de fraternidad
sacramental sea una realidad. Es fundamental una pastoral de con-
junto en la diócesis, donde exista la comunión y la participación de
todos los miembros. Este es el mayor signo del Buen Pastor que una
diócesis concreta puede dar.

El decanato o arciprestazgo es la estructura clave de la pastoral de


conjunto, pues los presbíteros que trabajan en esta zona concreta, se
reúnen en grupo para concretar en su zona las orientaciones diocesanas.
Es donde efectivamente se busca pastorear a los fieles, haciendo la
voluntad de Dios, en unión con su obispo, para el bien de todos94 .

Por otra parte, el presbítero diocesano, por servir en una parro-


quia concreta, por ser pastor de almas, conoce muy bien a sus ovejas,
las llama por su nombre, conoce las necesidades de cada una y está
solícito para ayudarlas. Por eso, trata con todos los hombres y muje-
res, a ejemplo del Señor, con eximia humanidad, portándose con ellos
no de acuerdo con los principios de los hombres, sino conforme a las
exigencias de la doctrina y vida cristianas, enseñándoles y amonestán-
dolos también como a hijos carísimos95 . Así que no las trata como el
asalariado que se viste con ellas, que come de su carne y que cuando
viene el lobo huye, porque no son suyas, sino que se desgasta por el
bien de todas y de cada una de ellas y lo hace con amor porque sabe
que son suyas, es un amor abarcante, hasta dar la vida día a día.

Pero la caridad pastoral no es un servilismo inútil o desconside-


rado, es la fuente de la felicidad, de la realización y de la santifica- 453
94
Cf. ESQUERDA BIFET, J. Signo de Cristo sacerdote. Burgos: ALDECOA, 1969. p.
145-147.
95
Cf. PO 6.

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ción del pastor, porque “desempeñando el oficio de buen pastor, en el


mismo ejercicio de la caridad pastoral, hallará el vínculo de la perfec-
ción sacerdotal, que reduzca a unidad su vida y acción”96 . La caridad
pastoral es como el alma de todo su apostolado, lo que le da unidad a
su entrega, a su ser y a su quehacer, pues no se comprendería una
entrega si no es por amor, no se comprenderían acciones pastorales si
no es por el amor, la fuente de toda entrega es el amor mismo.

También es necesario no olvidar que si bien es verdad el minis-


terio del presbítero diocesano se desarrolla en un lugar y en un espa-
cio determinado, así como con personas concretas, también la llama-
da recibida ha de desplegarse en servicio de la Iglesia universal; por
eso la responsabilidad apostólica del ministro ordenado abarca toda la
diócesis y toda la Iglesia97 , por lo que la misión ad gentes no es un
adorno o una opción, sino que forma parte esencial de la naturaleza
del mismo llamado y de la vida sacerdotal98 . El celo apostólico de
Cristo no se limitó a las solas ovejas de Israel, sino que también buscó
a las ovejas que no eran de aquél redil. Y su mandato fue ir por todo
el mundo llevando la Buena Noticia a todas las gentes. La disponibili-
dad para la misión, pues, debe ser una actitud permanente del presbí-
tero diocesano, que nazca no de un mandato externo del obispo sino
de la misma naturaleza de su ministerio que lo empuja a la solicitud
por la Iglesia universal para la que ha sido ordenado, lo cual implica
un desprendimiento de las propias seguridades: familia, diócesis, bie-
nes materiales, forma de vida, etc. “Piensen por tanto los presbíteros
que deben llevar en el corazón la solicitud por todas las Iglesias”99 .

La caridad pastoral no tiene límites, porque no mira los propios


intereses sino los intereses de Cristo a través de su Iglesia, es un
sentir con la Iglesia, es gloriarse y dolerse con la Iglesia de la cual el
ministro es, en Cristo, representante de la misma en todos los rinco-
nes de la tierra.

Por otra parte, los consejos evangélicos que el presbítero dioce-


454 sano está llamado a asumir libremente, son consecuencia necesaria

96
PO 14; Ver también LG 28.
97
Cf. LG 28.
98
Cf. AG 39.
99
PO 10.

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Elementos eclesiológico-pastorales que apuntan a una identidad propia del presbítero diocesano

de una caridad totalizante, es decir, la obediencia, la castidad y la


pobreza, encuentran su sentido sólo en el conjunto de la misión.

El celo pastoral conduce a una vida obediente a ejemplo de


Cristo que se hizo obediente hasta la muerte; la castidad por el Reino
de los Cielos trae consigo la fecundidad misma de la evangelización,
es la expresión de la disponibilidad de vida para el servicio completo,
no sólo de cuerpo sino también de espíritu; y la pobreza refleja en la
propia vida la riqueza del corazón que mira más allá de los bienes
materiales sin despreciarlos ni tenerlos como fin, a ejemplo de Cristo y
de los Apóstoles.

En cuanto a la promesa de obediencia, aunque se refiere direc-


tamente a la disponibilidad de voluntad a los superiores, sin embar-
go es más profunda, significa buscar la voluntad de Dios en el minis-
terio para seguirla incondicionalmente. Obedecer implica continuar
e imitar la actitud fundamental de Cristo: estar abierto a la voluntad
del Padre100 . Lo importante para el que ama no es solamente seguir
a Cristo en su obra de salvación, sino hacerlo como el Padre lo
quiere. Por eso es fundamental para los presbíteros “aquella disposi-
ción del alma por la que están siempre preparados a buscar no su
voluntad, sino la voluntad de quien lo envió”101 .

Obedecer es un signo claro de la caridad pastoral que hay en el


pastor, esa voluntad que se manifiesta en ver la voluntad de Dios no
sólo en sus mociones personales sino también en el ámbito de la
visión pastoral de la Iglesia y del propio obispo.

“La caridad pastoral urge, pues, a los presbíteros que, actuando


en esta comunión, consagren su voluntad propia por la obediencia
al servicio de Dios y de los hermanos, recibiendo con espíritu de fe
y cumpliendo los preceptos y recomendaciones emanadas del sumo
pontífice, del propio obispo y de otros superiores; gastándose y des-
gastándose de buena gana en cualquier servicio que se les haya
confiado, por humilde y pobre que sea”102 . 455
100
Cf. Lc 2, 49; Jn 4, 34; 5, 30; Lc 22,42.
101
PO 15.
102
Ibidem.

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Esta solicitud del presbítero diocesano a Dios que se manifiesta


por la promesa de obediencia al obispo, no es en el sentido de los
religiosos que, por amor a la Iglesia mediante un carisma al que se
consagran, se convierte en un medio de perfección. La obediencia del
presbítero diocesano es un medio que apunta necesariamente a una
unidad de acción en el presbiterio. No se deja a la voluntad de cada
quien la gran responsabilidad que implica buscar la voluntad de Dios en
una diócesis determinada. Si el presbiterio, del que el obispo es la cabe-
za, es el medio ordinario que existe para apacentar a la grey, es necesa-
rio que haya unidad de metas y acciones que lleven a hacer efectivo el
cumplimiento de la voluntad de Dios que habla por medios de la vida
de la diócesis. De ahí la importancia que tienen el consejo presbiteral y
pastoral de una diócesis, donde junto con el obispo, se busca realizar
efectivamente los planes de Dios para esa Iglesia particular.

La obediencia del presbítero es imagen de la obediencia de la


Iglesia fiel a su Señor que quiere actuar a través de ella. Obedecer al
obispo es desear la fidelidad de la Iglesia discípula del Maestro. Es
desear ser uno con Cristo y, por Él, en el Espíritu con el Padre para
que el mundo crea103 .

Ser obediente no significa seguir los caprichos de quien no


obra como buen pastor, de ahí la importancia de dialogar, de sugerir,
de dar puntos de vista. Sin olvidar que a la hora de decidir, en último
término, hay uno –el obispo, o el párroco, según el caso-, que tiene
el carisma de gobernar104 .

La caridad pastoral también se manifiesta en el consejo evangélico


de la castidad* , no como algo forzado o postizo, sino nacido de un amor
incondicional. Es la consecuencia del deseo del presbítero de donación
completa a la voluntad de Dios y al servicio de los hombres y mujeres.
No es, por tanto, en primer lugar la negación de una necesidad humana,
es la consecuencia de tomar una opción libre, consciente y responsable
que mira a un bien superior. Es la apertura al amor sin límites que
456 abarca a todos y se sublima más allá de los bienes corporales.

103
Cf. LG 41 y PO 7.
104
Cf. ESQUERDA BIFET, J. Signo de Cristo sacerdote. Op. Cit. p. 210-212.
*
Aquí el término castidad puede también ser comprendido como celibato o
virginidad.

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Elementos eclesiológico-pastorales que apuntan a una identidad propia del presbítero diocesano

La caridad pastoral, cuando se vive en castidad, hace al presbíte-


ro el hombre para todos, el esposo de toda la Iglesia, que abre su
corazón, sus deseos, sus pensamientos e ilusiones al entusiasmo de la
evangelización, lo conecta con mayor facilidad a los sentimientos de
Cristo, asemejándolo más al Buen Pastor, que es el máximo testimonio
del amor. El sacerdote que vive así hace de su vida una fuente de
fecundidad espiritual y pastoral, que lo llena y lo realiza en lo personal
y en lo ministerial. La castidad es un carisma de fecundidad, no de
esterilidad, y como tal, ha de ser pedido y cuidado con amor y agradeci-
miento, pues es un don para la Iglesia entera105 .

Conviene hacer una aclaración fundamental. Una cosa es tener


el carisma sacerdotal y otra el carisma de castidad, es decir, son carismas
distintos, pues se puede prolongar a Cristo sacerdote sin el carisma de
castidad (es el caso de los sacerdotes de rito oriental). Sin embargo,
para saber si se posee el carisma sacerdotal es necesario que sea cons-
tatado por el llamamiento de la Iglesia, la ordenación y la misión106 .

En el caso de la Iglesia de rito romano no se llama al sacerdocio


más que a aquellos que poseen el carisma de la castidad. No se trata,
pues de imponer el carisma de la castidad a quienes no lo tienen,
sino de llamar al sacerdocio ministerial sólo a los que poseen junto
con este carisma el carisma de castidad que se expresa en la inten-
ción de abrazar libre, consciente, con madurez y para toda la vida la
castidad para el servicio del carisma sacerdotal107 .

Como una síntesis de lo que la Iglesia ha dicho de manera


solemne sobre el celibato, tenemos como pieza clave el número 16
de Presbyterorum Ordinis, que reza así:

“Los presbíteros, pues, por la virginidad o celibato conservado


por el reino de los cielos, se consagran a Cristo de una forma nueva
y exquisita, se unen a El más fácilmente con un corazón indiviso, se
dedican más libremente en El y por El al servicio de Dios y de los
hombres, sirven más expeditamente a su reino y a la obra de rege- 457
105
Cf. PO 16 y LG 42.
106
Cf. PABLO VI, Sacerdotalis Caelibatus, n. 15.
107
Cf. ESQUERDA BIFET, J, Op. Cit. p.227; ver también PO 16 y Sac. Cae. 23.

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neración sobrenatural y, así, se hacen más aptos para recibir amplia-


mente la paternidad en Cristo. De esta forma, pues, proclaman delan-
te de los hombres que quieren dedicarse enteramente al ministerio
que se les ha confiado, es decir, de desposar a los fieles con un solo
esposo y de presentarlos a Cristo como una virgen casta, y con ello
evocan el misterioso matrimonio establecido por Dios, que ha de
manifestarse plenamente en el futuro, por el que la Iglesia tiene a
Cristo como Esposo único. Se constituyen, además en señal viva de
aquel mundo futuro, presente ya por la fe y por la caridad, en que los
hijos de la resurrección no tomarán maridos ni mujeres”108 .

Es una entrega de amor a Dios y a los hombres y mujeres, que


implica renuncias ciertamente, pero que es fundamentalmente un
don que hay que valorar, cuidar y pedir continuamente, pues de-
trás de cada responsabilidad hay una gracia especial para vivirlo,
que, en el caso del celibato, se apoya en la fraternidad presbiteral,
en el trabajo pastoral, en la oración perseverante, en el amor a la
Madre de Dios, en la amistad limpia y desinteresada y en la misma
familia de sangre.

El tercer elemento donde se manifiesta la caridad pastoral es en


la vivencia del consejo evangélico de la pobreza. Seguir el ejemplo
del Buen Pastor significa no tener el corazón apegado a las cosas de
este mundo, estar totalmente desprendido de todo aquello que impi-
da realizar la obra de Cristo, para estar completamente disponibles
como Él. “Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos,
expulsad demonios. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis. No os procu-
réis oro, ni plata, ni calderilla en vuestras fajas; ni alforja para el
camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; porque el obrero
merece su sustento”109 .

Ciertamente los bienes de la tierra han sido creados por Dios para
nuestro bien, para que vivamos una vida digna de hijos suyos. Poseer
bienes ayuda a cubrir muchas necesidades. Si Dios es dueño de todo
458 nosotros sus hijos somos administradores de lo que nos ha dado, pero
no como fin, sino sólo como medio para alcanzar bienes mayores.

108
PO 16.
109
Mt 10, 8-10

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Elementos eclesiológico-pastorales que apuntan a una identidad propia del presbítero diocesano

La pobreza muchas veces ha sido entendida como el acto de no


tener nada o casi nada. La pobreza consiste para un cristiano común
en la capacidad de vivir sobriamente y de tener el corazón desasido de
las cosas materiales. Para el presbítero diocesano, que vive en medio
del mundo con sus hermanos, este principio tiene la particularidad de
ser una promesa dentro del sacramento del Orden. Está, por tanto,
llamado a vivir esa pobreza con mayor radicalidad para dar testimonio
al rebaño. De nada serviría una pobreza exterior sin una pobreza
interior, pues las dos se implican mutuamente. Ser pobre para el pres-
bítero diocesano no significa solamente estar desprendido de seguri-
dades materiales, sino que su única seguridad ha de ser Aquél que le
llamó. Significa depender en primer lugar del Dios providente y no de
sus propias fuerzas, bienes y proyectos. Con la seguridad de que el
que le llamó no le abandonará en la prueba. Pero para eso es necesa-
rio descubrir la verdad y la eficacia de este consejo evangélico, de lo
contrario se tomará como una imposición sin sentido o, peor aún, el
presbítero se abrazará a un sin fin de seguridades que le restarán
disponibilidad y grandeza de espíritu.

Además, Cristo siendo rico se hizo pobre por solidaridad con


los hermanos. En un mundo en donde se ve tanta injusticia y des-
igualdad entre los hombres, incluso entre los mismos cristianos, el
presbítero, como pastor, como guía, está urgido a dar testimonio de
la importancia de vivir la igualdad y la solidaridad. No puede vivir
como un magnate que escandaliza a las ovejas.

El Concilio da unas pautas generales que orientan sobre la for-


ma que ha de vivir la pobreza el presbítero diocesano110 :

- La única herencia y porción de los presbíteros es el Señor.


- Se deben usar los bienes temporales tan sólo para aquellos
fines para los que pueden destinarlos, según la doctrina cristia-
na y la ordenación de la Iglesia.
- En cuanto a los bienes que recaban con ocasión del ejercicio
de algún oficio eclesiástico, salvo el derecho particular, los pres- 459
bíteros aplíquenlos, en primer lugar, a su honesto sustento y a
la satisfacción de las exigencias de su propio estado; o que so-

110
Cf. PO 17.

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bre, sírvanse destinarlo para el bien de la Iglesia y para obras


de caridad. No tengan por consiguiente, el beneficio como una
actividad lucrativa, ni empleen sus ganancias para engrosar su
propio caudal.
- Teniendo el corazón desapegado de las riquezas, han de evitar
siempre toda clase de ambición y abstenerse cuidadosamente
de toda especie de comercio.
- Pero incluso una cierta comunidad de bienes, a semejanza de
la que se alaba en la historia de la Iglesia primitiva, prepara
muy bien el terreno para la caridad pastoral.
- Aunque viven en el mundo, sepan sin embargo, que ellos no
son del mundo, según la palabra del Señor, nuestro Maestro.
Disfrutando, pues, del mundo como si no disfrutasen, llegarán
a la libertad de aquellos que, libres de toda preocupación des-
ordenada, se hacen dóciles para oír la voz divina en la vida
ordinaria.
- De esta libertad y docilidad emana la discreción espiritual en
que se halla la recta postura frente al mundo y a los bienes
terrenos. Postura de gran importancia para los presbíteros, por-
que la misión de la Iglesia se desarrolla en medio del mundo, y
porque los bienes creados son enteramente necesarios para el
provecho personal del hombre.
- Es necesario, con todo, que disciernan a la luz de la fe todo,
para usar de los bienes según la voluntad de Dios y rechazar
cuanto obstaculiza su misión.

La pobreza a la que está llamado el presbítero diocesano no es la


del religioso que tiene como fin dar testimonio del Reino que viene, el
cual no consiste en comida ni bebida; sino que por el uso adecuado
de los bienes materiales el presbítero diocesano desprende su corazón
para un servicio pastoral de caridad sin ataduras. Es la capacidad de
prescindir de lo superfluo y a veces de lo necesario para dedicarse con
mayor entrega a la caridad con los hermanos para glorificar a Dios.

460 Para concluir este apartado, hay que decir que en el conjunto
de toda la reflexión, vislumbramos la riqueza que implica la caridad
pastoral. El Concilio deja claro que es ella el alma de la vida y del
apostolado del presbítero, porque, “consagrados por el Espíritu San-
to y enviados por Cristo, mortifican en sí mismos las obras de la

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carne y se consagran totalmente al servicio de los hombres...Y así


por las mismas acciones sagradas de cada día, como por su ministe-
rio entero, que ejercen unidos con el obispo y los presbíteros, se
ordenan a la perfección de la vida”111 .

Así como sin caridad el cristiano no es nada112 , de igual manera


el presbítero diocesano sin la caridad pastoral propia de Jesucristo
Buen Pastor, no es nada. Porque ella es como el motor que da vida a
su entrega, al culto que ofrece, a su oración y su sacrificio. Porque el
presbítero ya no se posee, ha sido expropiado o asumido por Cristo
para ser su signo, su sacramento de amor en medio de su pueblo.

6. La secularidad, ámbito propio de realización del presbí-


*
tero diocesano

¿Qué dijo el Concilio acerca de la secularidad y el presbítero?


Hay que recordar que desde un principio el Concilio quiso no sólo
mirar hacia el interior de la Iglesia, sino que se propuso mirar al
mundo con nuevos ojos. La Iglesia no podía dar un mensaje de
salvación sin conocer a su interlocutor el mundo, de ahí la doble
vertiente en que se desarrolla el Concilio: Iglesia ¿Qué dices de ti?
(Lumen Gentium), ¿Qué dices al mundo? (Gaudium et Spes).

Antes del Concilio, la palabra secularidad se empleaba para


hablar de la relación exclusiva de los laicos con el mundo con el que
se debían enfrentar. Después del Vaticano II hay una conciencia de
que la relación Iglesia-mundo nace de la raíz bautismal. Por eso, la
secularidad no es algo añadido o distinto del ser cristiano, sino que
expresa una dimensión del cristiano en el mundo. No es un valor
que adviene de fuera para completar lo cristiano. No añade al cristia-

111

112

*
PO 12.
Cf. 1 Co. 13, 2 ss.
Ver: CREVATIN, F. G. Dimensión secular del presbítero. Bogotá, 2002. Trabajo de
461
grado. Universidad Pontificia Bolivariana. Ahí podemos encontrar toda una
fundamentación teológico-magisterial sobre este elemento del presbítero
diocesano, sobretodo a partir del capítulo segundo. Aquí sólo nos limitaremos a
presentar lo que el Concilio viene a decir sobre la secularidad en el presbítero
diocesano junto con una breve reflexión teológica.

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no los valores del progreso, de la técnica y de la razón, etc., ni siquiera


le añade los valores cristianos de la creación. Es el ambiente propio
donde ha de encontrarse, a través de ella, con Dios y su salvación. La
secularidad o el mundo es el lugar teológico donde Dios se revela y
desde donde llama a la felicidad plena.

Tiempo atrás el mundo era visto como el principio del mal,


como el lugar donde habitaba exclusivamente la corrupción (visión
platónica), en el cual había que subsistir y quien lo hiciera alcanzaría
la corona de la gloria. Hoy sabemos que en la secularidad encontra-
mos gérmenes del mal, sin embargo, el mundo y toda la creación
son buenos, no sólo por ser criaturas de Dios sino también porque
Cristo ha venido a asumir y redimir la creación entera. Ahora la tarea
del cristiano y de todo hombre es discernir lo bueno de lo malo para
aceptar lo primero y ser feliz, y rechazar lo segundo que le trae la
desgracia y la infelicidad.

El decreto sobre la vida y ministerio de los presbíteros, al ha-


blar de la relación que tiene el presbítero diocesano o secular con el
mundo113 , parte de la verdad de la Encarnación de Cristo, el Hijo de
Dios que fue enviado como hombre a los hombres, habitó entre
nosotros y se nos asemejó en todo menos en el pecado. Cristo asu-
me toda las dimensiones que implica el ser hombre (su fisiología, su
psicología, su afectividad, cultura, historicidad, relaciones, proble-
mas, alegrías, etc.) asumiendo y redimiendo todas las realidades de
la Creación, haciéndose el primogénito de toda criatura, en el cielo y
en la tierra. Es decir, que todas las cosas han sido renovadas, enno-
blecidas por Él, de modo que ya nada es ajeno a Cristo. Todo tiene
su principio y su fin en Él.

Después, el mismo número habla de los Apóstoles que, siguiendo


su ejemplo, se hicieron todo para todos, para salvarlos a todos. Para
terminar hablando de los presbíteros que son tomados de entre los
hombres sus hermanos y por su vocación, son de algún modo segre-
462 gados, en el seno del pueblo de Dios, pero no para estar separados
ni del pueblo mismo ni de hombre alguno, sino para consagrarse
totalmente a la obra para la que el Señor los llama: porque “no

113
Cf. PO 3.

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podrían ser ministros de Cristo si no fueran testigos y dispensadores de


otra vida más que de la terrena...su mismo ministerio les exige de una
forma especial que no se conformen a este mundo”114 . Esto implica la
autenticidad de su ministerio en medio de ‘los hombres de la calle’ (de
la universidad, de la oficina, del campo, de la fábrica, etc.), los cuales
hoy más que nunca necesitan ver presbíteros auténticos, sinceros, que
hablen de Dios, que trasmitan su amor, porque con mayor o menor
conciencia todos los hombres de nuestro tiempo llevan a cuestas ese
problema existencial de la existencia de Dios. Por eso “tampoco po-
drían servir a los hombres si permanecieran extraños a su vida y a sus
condiciones”115 . No es que todas las realidades terrenas sean sagradas,
esto sería caer en una especie de sacralismo que confunde lo sagrado y
lo profano, pero sí todas las realidades están llamada a santificarse, de
ahí que el presbítero ha de colaborar con los laicos en su misión
especialísima de hacer presente el mensaje de Cristo que ya está en
germen en los ambientes donde se mueven los hombres sus hermanos;
porque el ministerio de ser pastor implica conocer a sus ovejas y las
realidades que les rodean y les influyen, preocupándose no sólo por las
ovejas de su redil, sino por todos los hombres y mujeres para que
también llegue a ellos el mensaje de la salvación.

Con este fin, el Concilio anima a los pastores a conseguir las


virtudes propias del sacerdote que se mueve en medio del mundo:
En el trato social, como son la bondad de corazón, la sinceridad, la
fortaleza de alma y la constancia, la asidua preocupación de la justi-
cia, la urbanidad y otras cualidades que recomienda el Apóstol Pablo
cuando escribe “pensad en cuánto hay de verdadero, de puro, de
justo, de santo, de amable, de laudable, de virtuoso, de digno de
alabanza” (Fil 4,8)116 .

En un mundo caracterizado por la influencia enorme de la


pluriculturalidad, de globalización y de la técnica, el sacerdote no
puede permanecer al margen de la realidad, de su conocimiento y
celo apostólico depende en gran parte una evangelización adecuada
que responda a las necesidades del hombre de nuestro tiempo. “El 463
114
Ibidem.
115
PO 3.
116
Cf. Ibidem.

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mismo Espíritu, a la par que impulsa a la Iglesia a que abra nuevas


vías de acceso al mundo de este tiempo, sugiere y favorece también
las convenientes acomodaciones del ministerio sacerdotal”117 .

Es preciso insistir en la necesidad de una cuidadosa formación


humanística, en la que se valore el arte, la historia, la filosofía, la
técnica y todo aquello que sea para el crecimiento humano y social
del presbítero. Así, no vivirá extraño a las realidades humanas que
han sido ennoblecidas por Cristo y que deben ser motivo de gloria a
Dios y de beneficio para todos los hombres. En nuestro tiempo, se
hace cada vez más urgente la Nueva Evangelización que exige múl-
tiples iniciativas. El compromiso de los laicos en los diversos campos
de la vida eclesial y secular exige nuevos modos de presencia y de
acción de los presbíteros seculares, cuyo papel de acompañar, de
congregar, crece en importancia cada día118 .

Hoy el presbítero secular debe penetrarse de la conciencia refle-


ja de que es persona en sociedad, y las consecuencias que esto entra-
ña: estar en el mundo y la situación que esto implica, llamado a ser el
hombre de la comunión y del diálogo entre todos los hombres, crean-
do lazos de fraternidad, de servicio, de búsqueda común de la verdad,
promotor de la justicia y la paz119 ; debe ser conciente también de que
ha recibido una misión del mismo Cristo que le invita a ser fiel, man-
teniéndose en las propias convicciones, como ejemplo del rebaño, en
la entereza necesaria para afrontar los acontecimientos sin dejarse arras-
trar por la comodidad, la pereza, la irritación o la moda. El presbítero
ha de estar seguro de lo que es, de lo que piensa, de lo que vive y de
lo que hace, en una palabra, ha de vivir en coherencia con el evange-
lio que predica, así, en una sociedad insegura del presente y del por-
venir, desde un estilo servicial, humilde y sencillo, se convierte en
testigo de Cristo y de la Iglesia que acoge, escucha, da confianza y
sinceridad en sus opciones.

Por tanto, los presbíteros deben estar adaptados existencial y


464 pastoralmente en orden a hacer que su servicio pueda ser inteligible

117
PO 22. Ver: ROVIRA BELLOSO, Situación sociocultural y espiritualidad del
sacerdote. En: Espiritualidad sacerdotal. Op. Cit. p. 50-53.
118
Cf. Conferencia Episcopal Francesa. Op. Cit. cap. 1. Int.
119
Cf. PDV 18.

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para el hombre y el mundo de hoy, respondiendo a sus verdaderas


necesidades. Presbíteros integrados, no absorbidos por el mundo;
enraizados en la comunidad humana a imitación del Señor y unidos a
toda la Iglesia, a las condiciones sociales y culturales de los hom-
bres120 . Por eso, en el trabajo pastoral dentro de la Iglesia particular
“su propio ministerio exige por título especial que no se configuren
con este mundo; pero requiere, a la par, que vivan en este siglo entre
los hombres, y, como buenos pastores, conozcan a sus ovejas y traba-
jen para atraer a las que no son de este aprisco”121 . El presbítero, al ser
servidor del mundo, tiene que sumergirse en la realidad donde ejerce
su ministerio pastoral, pero no de cualquier manera, sino conforme a
la exigencia de su vocación, es decir, representando a Cristo cuya vida
fue evangelizar a sus contemporáneos. Por tanto, tiene que estudiar la
realidad, descubrir su sentido y sus valores, de tal manera que no
puede predicar el Reino si desconoce o, peor aún, huye de la vida del
mundo. Su vocación, como dice la carta a los Hebreos, es la de ser
elegido de entre los hombres sus hermanos y, por lo mismo, separado
para favorecer a sus hermanos desde su misión122 .

Sin un conocimiento verdadero no sólo de las realidades eclesiales


de la diócesis sino incluso sociales, políticas, económicas, etc., su la-
bor de pastor sería miope y desubicada. De ahí que debe existir una
interdisciplinariedad que permita conocer lo mejor posible la realidad
de los fieles de la diócesis a fin de adaptar el mensaje del evangelio a
sus necesidades, de tal manera que el mensaje de salvación sea signi-
ficativo a su propia vida y a su realidad concreta.

No hay que desconocer, sin embargo, la tentación real de


sociologizar la fe y el ministerio. De olvidar que se es presbítero para ser
testigo de Cristo en medio de sus ovejas y no meros asistentes sociales
o consejeros políticos, de ahí que el Concilio anime a los presbíteros a
crecer en el conocimiento de las ciencias humanas y divinas, de modo
que logrando una adecuada complementariedad se entable un mejor
diálogo con el mundo123 desde su condición de pastores.
465
120
Cf. OT 19 y AG 10.
121
LG 3.
122
Cf. VELA, L. Iglesia y mundo (II). En : Sal térrea. Santander. T. 59, n.4 (abril
1971); p. 281.
123
Cf. PO 19.

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No es de extrañar, tampoco, que el presbítero diocesano, por


participar de la secularidad común a los miembros del pueblo de
Dios, que no han hecho profesión de los consejos evangélicos, al vivir
en el mundo y estar en él, puede ser, en ocasiones, un serio peligro
para la perseverancia y santificación, por lo que se recomienda que
sea un hombre de oración, en escucha permanente de la Palabra de
Dios, para que así le imbuya y penetre interiormente, confiriéndole la
fortaleza propia de Jesucristo124 .

La secularización, que es el extremo de la vida secular, siempre


ha sido la gran tentación de los que viven en el mundo. En efecto, no
son pocas las tentaciones que le asechan al presbítero diocesano, el
error, en todo caso, es no prevenir con una adecuada formación brin-
dada en el seminario y en la formación permanente. En este sentido,
hay que tener bien presente que ser ministro ordenado no es una
carrera humana donde se pueda ir ‘escalando’, no es tampoco un
funcionario cuyo oficio se reduzca a un mero cumplimiento de tareas
asignadas. Por ello, secularizarse significa no sólo dejar de sentir con
corazón de pastor, de sacerdote, sino que la propia conducta y activi-
dad queda mermada en cuanto a espíritu sacerdotal125 .

A modo de resumen podemos decir que el presbítero diocesano


plasma su secularidad en rasgos concretos:

- Por su vinculación a la Iglesia particular, debe amar la realidad


social, cultural, política y religiosa, ayudando a reafirmar aque-
llo que tiene de bueno y rechazando lo que hay de injusto, de
antievangélico.
- Su acción, por tanto, no se agota en acciones puramente cultuales,
sino que por vivir en el mundo debe mostrar con sus obras y
palabras la incidencia del evangelio en las realidades seculares.
- Debe respetar las conciencias de los fieles y sus opciones y
opiniones seculares, porque no es ni está llamado a ser un
maestro de la secularidad, sino un maestro del evangelio en la
466 secularidad.

124
Cf. Directorio para el Ministerio y la Vida de los Presbíteros n. 41.
125
Cf. LASANTA, P. J. Sacerdotes para el Tercer milenio. Nápoles: Grafite Ediciones.
1998. p. 306-309.

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- Es el hombre de Dios para el pueblo, por lo que su servicio


pastoral debe abrirse a todos los bautizados sin exclusivismos, es
más, incluso a los no cristianos, porque está llamado a ser el
ministro de la unidad.

A fin de cuentas, esta exposición podemos decir que la secula-


ridad es la dimensión propia del hombre que se realiza como perso-
na y como cristiano en el complejo entramado de las relaciones que
implica vivir en el mundo. El presbítero diocesano ha sido puesto en
medio del mundo pero con una peculiaridad, representar a Cristo
Cabeza que viene a traer la salvación al género humano. Ser sacra-
mento del Buen Pastor, implica –no sólo por ser bautizado, sino
también por ser pastor de almas-, conocer las realidad para poder
orientar, para apacentar al rebaño en sus necesidades, haciendo que
el mensaje de Cristo ilumine la realidad concreta.

La labor no es fácil, pero tampoco se ha de huir a esta realidad ni


acomodarse a ella, sino que implica gracia, por eso el Señor pidió en
su oración sacerdotal:”No te pido (Padre) que los saques del mundo,
sino que los guardes del maligno”126 ; y esfuerzo para cumplir fielmen-
te esta misión: “Como en nuestros tiempos la cultura humana y las
ciencias sagradas avanzan con nuevo paso, incítese a los presbíteros a
que perfeccionen adecuadamente y sin intermisión su ciencia humana
y divina, para que así se preparen a entablar más oportunamente
diálogo con sus contemporáneos”127 .

Por eso, así como la Iglesia asume la historia del mundo, sin
juzgarla ni condenarla –pues sabe que ahí se lleva a cabo la historia
de la salvación-, sino con solidaridad profética, para llevarla a su
plenitud128 . De la misma manera el presbítero diocesano, inserto
en el misterio de la Iglesia, ha de ser un hombre abierto de mente
y corazón para buscar la verdad de Dios presente en cada hombre
y en cada persona de buena voluntad, sin importar cultura, raza,
condición o religión. Si algo puede pedir la Iglesia a sus sacerdotes
467
126
Jn 17, 15.
127
PO 19.
128
Cf. BRAVO TISNER, A. Ministerio y secularidad. En: Seminarios. Madrid. N. 157
(jul.-ag. 2000); p. 331-334.

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es que su presencia vaya con los signos de los tiempos. Y nadie duda
de que esos signos hablan hoy de las necesidades sinceras de reden-
ción que todo hombre busca con los medios que tiene a su alcance.
Un presbítero ajeno al mundo y a sus circunstancias, sería un presbíte-
ro inoportuno para el mundo de hoy129 .

Es mucho lo que se podría decirse sobre lo que implica ser


presbítero secular, pero el Concilio no se propuso agotar el tema –
sería casi imposible-, pero sí dejó los fundamentos para una teolo-
gía posterior que dio y sigue dando mucho de sí. Lo que se intenta
dejar claro en este apartado es que la dimensión secular perfila
definitivamente el modo de ser y de comprometerse del presbítero
llamado a servir en una diócesis concreta. No es un elemento acci-
dental, sino que, por la naturaleza de su vocación, está llamado a
hacer presente a Cristo en el mundo sin que ello signifique caer en
el error de laicizarse. La tensión entre lo sagrado y lo profano exige
una reflexión y una madurez humana y espiritual por parte del
presbítero secular, no sólo para ayudar a los fieles a dar una res-
puesta de fe en su compromiso con el mundo, sino también para él
mismo como hombre vocacionado que se realiza en el tejido social
de las relaciones humanas buscando corresponder con fidelidad a
su ministerio.

7. Síntesis conclusiva

Hemos llegado al final de nuestro capítulo. El objetivo particu-


lar buscaba dar argumentos teológico-pastorales obtenidos del mis-
mo Concilio que nos dieran la posibilidad de hablar de rasgos con-
cretos y esenciales que perfilan la identidad del presbítero diocesano.

Los argumentos hablan por sí mismos. En cada uno de los


elementos desarrollados no se pretendió agotar cada uno de ellos,
sino sólo hacer ver que el Concilio, de manera implícita, revela cami-
468 nos nuevos y confirma otros que nos permiten valorar mejor lo que
implica ser presbítero diocesano.

129
Cf. SÁNCHEZ, M. F. El sacerdote en la actual coyuntura eclesial. En: Sal térrea.
Santander. Vol. 56, n. 8-9 (ag.-sept. 1968); p. 563-578.

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Elementos eclesiológico-pastorales que apuntan a una identidad propia del presbítero diocesano

Esta lectura detallada de los elementos tratados en el capítulo,


nos ha conducido a desentrañar del mismo Concilio los matices que
dan pauta a una espiritualidad diocesana. Hemos comprobado una
constante en la utilización de la relación obispo-presbítero-presbite-
rio-diócesis. Esto nos habla de la necesidad de definir desde la teolo-
gía lo que implica la vida diocesana. Concretamente, según nuestra
intención, la identidad del presbítero diocesano. Además, términos
como caridad pastoral y secularidad, que han tomado auge en la
eclesiología conciliar revelan dimensiones de gran importancia que
perfilan la identidad que queremos descubrir.

Hay autores que prefieren no hablar de una identidad propia


del presbítero diocesano* , argumentan que al buscar diferencias se
está en contra de la unidad del sacramento del Orden. En efecto, el
Concilio buscó desarrollar una eclesiología de comunión, pero ello
no implica tener que claudicar de lo que nos distingue a unos de
otros, es más, en el conjunto de la visión conciliar, vemos también el
deseo de ubicar las identidades cristianas en la nueva eclesiología: el
obispo, el presbítero, el religioso, el laico, todos ellos en un ambien-
te de ministerialidad eclesial, es decir, de servicio fraterno, impreg-
nados del espíritu de comunión y de participación.

Por eso, no vemos el inconveniente, todo lo contrario, el deseo


de perfilar con fundamentos sólidos la identidad de los presbíteros
diocesanos. Y qué mejor manera de hacerlo que desentrañándolo
del mismo Concilio, que forma parte del Magisterio actual y del pro-
greso teológico.

A la hora de querer hablar de la identidad del presbítero, pode-


mos decir que se ha hecho fundamentalmente ad extra, es decir, en
relación con las demás vocaciones o identidades cristianas: en rela-
ción con los laicos, en relación con los religiosos, en relación con el

*
Un ejemplo de ellos es el teólogo Pellitero, quien afirma: “La capacitación de la
diocesaneidad se ha dado históricamente sobre convicción de que la diócesis
469
no es simplemente una circunscripción territorial o administrativa, sino que implica
algo central: el darse la Iglesia existencialmente según el tiempo y el espacio.
Dicho esto, es inconcebible una espiritualidad diocesana sostenida como una
alternativa cerrada a las otras espiritualidades o carismas, seculares, o no”. Cf.
PELLITERO, R. Sacerdotes seculares hoy. Op. Cit. p. 124-125.

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mundo, e incluso en relación con el obispo. Por ello a nuestro parecer,


ha quedado un poco a la deriva definir las distintas maneras de ser
presbítero dentro del mismo Ordo presbiterorum. Sobretodo desentra-
ñar la enorme riqueza de gracia que implica ser sacerdote diocesano.

Esto es lo que ha llevado a buscar refugio en otras espiritualidades


y sentirse -si se nos permite la expresión-, como un ‘ente raro’ en el
conjunto de la fraternidad presbiteral. Cada persona siente la necesi-
dad de definirse ante un grupo, necesita decir quién es para ser cono-
cido e identificado, pero si el mismo presbítero desconoce la propia
riqueza de su identidad particular – muchas veces sólo por ignorancia
vencible-, es lógico que se sentirá incomodo, e incluso desubicado en
la gama de identidades particulares.

Al desconocer los elementos que son clave orientadora de su rea-


lización personal y ministerial, el presbítero secular carece de las moti-
vaciones teológicas, pastorales y espirituales necesarias para hacer lo
que debe, a lo que ha sido llamado y, como consecuencia, son los fieles
los que, en último término, sufren las consecuencias por las carencias
que se dejan ver en las acciones pastorales del presbítero diocesano.

Para hacer crecer una Iglesia particular en la caridad, en la fe, en


la comunión y en el sentido de Iglesia, hace falta que cada cristiano viva
ubicado en su ministerio propio, y el pastor ha de ser el primero.

Hecha esta breve reflexión que busca en parte fundamentar este


trabajo científico, podemos concluir, por una parte, que la relación
con el obispo, con el presbiterio diocesano y con la Iglesia particular
son elementos esenciales a la vida del presbítero diocesano. Al respec-
to existen en el Concilio expresiones de gran peso teológico y pastoral
que nos dieron la pauta para llegar a tal conclusión y que fuimos
constatando al tratar cada uno de los elementos. Cada uno de ellos le
dan una particular orientación a su consagración y a su misión, así,
por ejemplo, en lo que se refiere a su especial relación con el obispo
470 encontramos argumentos conciliares como estos: cuando el neopres-
bítero hace dentro del rito de la ordenación la promesa de obediencia
a su obispo, se compromete a prestar con fidelidad su servicio en
íntima unión de proyectos y sentimientos con él dentro de la diócesis
a la cual ha quedado incardinado... lo cual implica una vida de caridad

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Elementos eclesiológico-pastorales que apuntan a una identidad propia del presbítero diocesano

fraterna, de diálogo y de cooperación leal* . Este mismo argumento


puede aplicarse a la relación con la Iglesia particular.

En relación al presbiterio diocesano encontramos densos párra-


fos como este que deja ver cierta particularidad para su identidad
propia: “Los presbíteros, constituidos por la ordenación en el orden
del presbiterado, se unen todos entre sí por íntima fraternidad sacramen-
tal; pero especialmente en la diócesis a cuyo servicio se consagran
bajo el propio obispo, forman un solo colegio presbiteral”130 . La fuer-
za de los términos: ‘especialmente en la diócesis’ y ‘se consagran
bajo el propio obispo’ hablan de la esencialidad que constituyen este
elemento en la identidad del presbítero diocesano.

Lo mismo sea dicho, por otra parte, de la caridad pastoral y de la


secularidad como elementos esenciales. La caridad pastoral es una
virtud que tendrá no poca importancia en el desarrollo del Magisterio
posconciliar, así, por ejemplo, la exhortación apostólica postsinodal
Pastores Dabo Vobis hablará magistralmente de esta virtud como pro-
pia del presbítero diocesano. Pero como vimos el Concilio tiene ideas
al respecto muy sugerentes como esta que encontramos en la
Presbyterorum Ordinis: “Al regir y apacentar al pueblo de Dios se
sienten movidos por la caridad del buen Pastor a dar la vida por sus
ovejas, prontos también al supremo sacrificio”131 . Y en esta otra expre-
sión: “Desempeñando el oficio de buen pastor, en el mismo ejercicio
de la caridad pastoral, hallará el vínculo de la perfección sacerdotal,
que reduzca a unidad su vida y acción”132 . Son datos fehacientes que
nos hablan necesariamente de su índole esencial en la vida del pastor,
del que da su vida por la comunidad donde el obispo le pida servir.

En cuanto a la secularidad, quizá sea una de las dimensiones


en el presbítero diocesano que menos se han reflexionado, pero esa
no es la cuestión, sino la constatación de que el Vaticano II habla
expresamente de este elemento como fundamental en el presbítero
diocesano. Así intentamos mostrarlo en el apartado correspondiente
con ideas como estas sacadas del mismo Concilio: “no podrían ser 471
*
...Ver apartado 2.2. ....
130
PO 8.
131
PO 13.
132
Ibid, 14; Ver también LG 28.

medellín 119 -120 / septiembre - diciembre (2004)


Pbro. Fernando Vásquez Hernández

ministros de Cristo si no fueran testigos y dispensadores de otra vida


más que de la terrena...su mismo ministerio les exige de una forma
especial que no se conformen a este mundo”133 y “tampoco podrían
servir a los hombres si permanecieran extraños a su vida y a sus
condiciones”134 . Son palabras de mucha densidad teológica y pasto-
ral que nos hablan de la importancia enorme que tiene ser presbíte-
ros ubicados en el mundo pero como signos de Cristo Cabeza y
Pastor para ser fieles al ministerio confiado.

Así, podemos concluir que estos elementos aquí descritos son


esenciales al ser y al quehacer del presbítero diocesano. El Concilio
nos ha dado unas pautas para la reflexión teológica. Son pues princi-
pios que no pueden pasar desapercibidos para quien investiga sobre
el tema, porque según hemos constatado, prescindir de estos elemen-
tos sería formular una teología desubicada. No significa que sean los
únicos elementos, nuestra investigación ha desarrollado éstos pero
deja abierta la posibilidad de que existan otros más en este sentido.

Conviene aclarar una cuestión que, si bien es verdad es algo que


se distingue implícitamente, es fundamental tener en cuenta al exami-
nar los datos que aquí se proporcionan. En este trabajo científico no se
intenta dar a conocer lo original de una espiritualidad y de otra, ni lo
que une y lo que diferencia, por ejemplo al presbítero diocesano del
religioso, sino que la única pretensión es descubrir esos elementos
esenciales de la identidad del presbítero diocesano independiente-
mente de si es exclusivo a su identidad o no. No se trata por tanto de
comparar, ni de apropiarse de algo que es para todos, la motivación
en esta investigación es sólo definir elementos sustanciales de una
identidad concreta mas no descubrir si son compartidos con otras
identidades o no. Eso daría para otro trabajo científico.

Hecha esta aclaración, podemos dar por cumplido el objetivo


particular del capítulo y los interrogantes que al respecto se formula-
ron al principio del mismo. Existen pues elementos que necesitan
472 ser profundizados por la teología posterior y van siendo cada vez
más abundantes los estudios respecto al presbítero diocesano. Aun-

133
PO 3.
134
Ibidem.

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Elementos eclesiológico-pastorales que apuntan a una identidad propia del presbítero diocesano

que no hay mucha bibliografía en español, sin embargo, es posible


verificar los múltiples esfuerzos que se están haciendo sobretodo en
Europa.

En el siguiente capítulo se intentará describir las grandes ver-


tientes de teología posconciliar por donde avanza la reflexión sobre
el tema. Y, aunque, como ya se dijo, no es mucha la bibliografía en
español-pues se requiere mirar otras obras-, sin embargo creemos
que es suficiente como para descubrir esas grandes vertientes que
hoy despuntan en la teología y ver por dónde avanza la reflexión y
por dónde necesita retomarse.

473

medellín 119 -120 / septiembre - diciembre (2004)


vol. XXX / n. 119 - 120 (2004) 475-522

Sumario:

Este trabajo como lo dice su título, quiere mostrar que la Palabra

medellín
es un elemento esencial en el ser y quehacer del Presbítero.
Profundiza en la predicación del Presbítero como tal, en la
experiencia de la fe, en la catequesis escuchada, vivida y celebrada
en la comunidad.

La Palabra: elemento
esencial del ser y
quehacer del presbítero

Pbro. Luis Antonio Vallejo


Sacerdote de la Diócesis de Granada, Nicaragua.
Este es el capítulo tercero de su tesis para la Licencia-
tura en Teología con énfasis en Formación Sacerdotal
475
sobre “El ministerio como servicio a la Palabra: Un
elemento esencial en el ministerio del Presbítero”.

medellín 119 - 120 / septiembre - diciembre (2004)


Pbro. Luis Antonio Vallejo

1. El presbítero, hombre de la Palabra al estilo de Jesús

L
os presbíteros en la Iglesia, al igual que los profetas del
Antiguo Testamento, son hombres llamados* por la
Palabra, para estar a la escucha de la misma, y para ser
enviados como pregoneros del Evangelio. El nos in-
corporó “al número de los presbíteros de la Iglesia, para que fuéra-
mos a anunciar el Evangelio, hasta los confines del mundo y de la
historia”1 . El presbítero es un enviado de Dios en el mundo. “El
profeta es ante todo un hombre carismático: no es representante de
la institución, ni delegado de un grupo social, sino enviado de Dios.
Por eso fundamenta su mensaje apelando a su propia experiencia de
llamada”2 . Son hombres con una vocación, a diferencia de los sacer-
dotes de la antigua Alianza. Son hombres con una misión especifica
y preponderante, de gran importancia para el nacimiento de la fe y
vida de la Iglesia. Iglesia que se convierte en comunidad de creyen-
tes por la escucha de la palabra de boca de sus ministros. Palabra
que llega al corazón del hombre y llama a la conversión-reconcilia-
ción del hombre con el verdadero Dios.

“El llamamiento que hace Jesús a sus discípulos tiene un fin


inmediato: el seguimiento <<Venid en pos de mi>>, integrar
el grupo de los que le acompañarán siempre y formarán el
grupo que todos conocerán como <<los discípulos del Jesús>>

*
No sólo los llama, sino que los envía: “venid conmigo y os haré pescadores de

476 hombres” (Mt 4, 19); los llamó “para estar con él y para enviarlos a predicar” (Mc
3, 14-15). La mies necesita obreros, Jesús quiere que otros brazos compartan su
misma tarea. “Llamó a sus discípulos y Eligió a doce de entre ellos, a los que
llamó también apóstoles” (Lc 6, 13ss; Mc 3, 13; Mt 10, 1; Hch 1, 13)
1
PRECHT BAÑADOS, Cristián. Pastores al estilo de Jesús. Bogotá: CELAM, 2000.
p. 16
2
PIKAZA, Xavier. Dios judío, Dios cristiano. El Dios de la Biblia. Estella (Navarra):
Verbo Divino, 1996. p. 143

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La Palabra: elemento esencial sel ser y quehacer del presbítero

(Cfr. Mt 12, 1s; 17, 16; Lc 9, 40); y otro que podemos llamar
mediato: convertirse en <<pescadores de hombres>> ( Cfr. Mt
4,19). No se trata de un grupo cerrado, como el de los fariseos
( Mt 22, 16 ), no los llama para aislarlos del mundo, como los
Esenios de Qumrám: tendrán una misión que han de cumplir
ante los hombres, cuyos riesgos y responsabilidades habrá de
explicarles más tarde ( Cfr. Mt 10, 5-25)”3 .

La Iglesia tiene necesidad de presbíteros que se consagren ple-


namente a Dios y a la misión de Cristo. A realizarla en el mundo de
la misma manera que la realizó el Maestro de Nazaret. Pero consa-
grarse a la misión está en íntima relación con el consagrarse a la
escucha de la palabra, como lo hizo el profeta, como lo hizo Jesús
escuchando la voz del Padre para comunicarla. “Dios que se vuelve
palabra, principio de comunicación, en el mismo centro de la histo-
ria”4 . “Ser servidores de la palabra requiere que primero la escuchen
en su corazón”5 . El presbítero se pone en primer lugar a la “escucha”
de la palabra (Cfr. DV 10), para tener experiencia de ella, conocerla
existencialmente, que tenga repercusión en su vida y en el desempe-
ño de su ministerio. Como producto de este acercamiento y vivencia
existencial de la palabra, el presbítero sale convertido en “hombre
de la palabra de Dios”, en testigo cualificado de la palabra del Padre
hecha carne.

El Dios de quien tiene experiencia el Presbítero, “no es el Dios


del silencio, misterio escondido en la contemplación del solitario. Ni
el Dios del sacrificio que se sacia y aplaca con sangre. Este es el Dios
que dialoga con el hombre abriéndole al futuro del juicio y de la vida
sobre el mundo”6 . “Jesucristo, palabra hecha carne, hombre enviado
a los hombres, habla las palabras de Dios y realiza la obra de la
salvación” (DV 4).

4
Conferencia Episcopal de Colombia. El Ministerio del Presbítero en la Comunidad
Eclesial. Bogotá: SPEC, 1977. p. 14. Cfr. ARNAU, Ramón. Orden y ministerios.
Madrid: BAC, 1995. p. 35- 40
477
PIKAZA, Xavier. Op. Cit., p. 143
5
BUSQUETS, Joan. La Vocación Seguimiento y Servicio. Barcelona: Centre de
Pastoral Litúrgica, 1997. p. 34. Cfr. CUBELLS BOTELLA, Vicente, Op. Cit., p. 172.
BUNNIK, R. J. Op. Cit., p. 37
6
PIKAZA, Xavier. Op. Cit., p. 143

medellín 119 - 120 / septiembre - diciembre (2004)


Pbro. Luis Antonio Vallejo

A partir de esta experiencia personal de la palabra, el hombre de


hoy puede leer en la vida del presbítero la palabra de Dios; “en Jesús*
la persona del mensajero no desaparece detrás del que lo envía, sino
que se funde e identifica realmente con el que lo envía”7 .

Esto que se dice, no era desconocido para el pueblo de Israel


con referencia a la persona del profeta, ya que la vida del profeta de
Israel, era un gritar la palabra de Dios. Toda su vida era un expresar la
palabra ya que ella lo tomaba, se posesionaba totalmente de él y de
toda su existencia. Esto en la vida de Jesús de Nazaret, el profeta
definitivo del Nuevo Testamento, palabra por excelencia del Padre,
toma significación y sentido definitivo. “Si algo nos dicen los evange-
lios sobre Jesús, es que entre lo que enseñaba y lo que hacía había
una completa coherencia”8 . El es la máxima expresión de la revela-
ción de Dios en la historia humana y de una manera tal que no hay
disparidad entre lo que dice y lo que hace. Toda su vida es un decir a
Dios, un manifestarnos el rostro del Padre, su vida es vivir “según
Dios”. El es en definitiva la perfecta revelación de Dios en la historia y
vida de los hombres.

El presbítero maestro de la palabra, es el responsable de hacer


presente a Dios en la vida de los hombres, manifestarlo en la totali-
dad de su vida ya que es esencialmente un misionero, para eso ha
sido llamado; “el señor Jesús, ya desde el comienzo, llamó a sí a los
que El quiso y designó a doce para que le acompañaran y para en-
viarlos a predicar (Mc 3, 13). Así, los apóstoles fueron la semilla del
nuevo Israel, a la vez que el origen de la jerarquía sagrada” ( AG 5).

“El Señor Jesús después de orar al Padre, llamó hacia sí a los que
quiso y designó a doce para que vivieran con Él y para enviarlos a
anunciar el Reino de Dios (Cfr. Mc 3, 13- y Mt 10, 1- 42). Con estos

*
A partir de Jesús, la misión que tiene su origen en el Padre no es meramente un

478 componente de su existencia, sino que constituye su vida misma. A partir de


Jesús, ser llamado por él y ser enviado a los hombres constituye el ministerio
propiamente cristiano. No se trata únicamente de un estilo de vida, sino de la
constitución esencial de los ministerios de la Iglesia. La llamada y el envío,
“hacer nacer” la realidad ministerial. Cfr. SÁNCHEZ CHAMOSO, Román, Op.
Cit., p. 187
7
Ibíd, p. 186
8
RENIER, Brian. Jesús el Maestro. Madrid: San Pablo, 1996. p. 49

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La Palabra: elemento esencial sel ser y quehacer del presbítero

apóstoles (Cfr, Lc 6, 13) formó una especie de colegio o grupo estable,


y eligiendo de entre ellos a Pedro lo puso al frente de él (Cfr. Jn 21, 15-
17). Los envió en primer lugar, a los hijos de Israel, luego a todos los
pueblos (Rom 1, 16) para que participando de su potestad, hicieran a
todos los pueblos sus discípulos... Los apóstoles, mediante el anuncio
del Evangelio en todas partes (Mc 16,20), acogido por los oyentes bajo
la acción del Espíritu Santo, reúnen a la Iglesia universal que el Señor
fundó en los apóstoles...” (LG 19).

El presbítero es un enviado de Cristo ante sus hermanos (2 Cor 5,


20). “Dios habla y actúa por medio de él... se hace presente en la
comunidad por medio de su enviado”9 . “El que os recibe a vosotros, a
mi me recibe y el que me recibe a mi, recibe al que me envió” (Mt 10,
40; Mc 9, 37; Lc 9, 48; Jn 13, 20). El ministerio de la palabra realizado
por el presbítero, es “un ministerio o servicio, realizado en primer
lugar por nuestro Señor, quien ha venido no a ser servido, sino a
servir, y quien nos comunica no un mensaje propio, sino el que ha
recibido del Padre”10 .

El presbítero es un llamado para cumplir una misión que brota


de Dios* . “La llamada dirigida por Cristo a sus apóstoles, y después,
por su mediación a todos los ministros, es una verdadera palabra
creadora que produce lo que significa. No se contenta con separar
de los fieles a los llamados; les da el poder de anunciar la palabra de
Dios por misión propia”11 .

Es la misma misión de Jesús, recibida del Padre: <<como el


Padre me envió, así os envío yo también al mundo>> (Jn 17, 18). El
presbítero es un enviado de Cristo, para que su misión se propague
de modo que llegue a todos. Sin el testimonio de los presbíteros es
imposible encontrar a Cristo. Recordemos la doctrina paulina: Creer
para invocar a Dios, haber oído para creer, predicar para que oigan,

10
Ibid, p. 187
BYRNE, Andrew, Op. Cit., p. 37
479
*
Es un hecho histórico seguro que Jesús llamó a algunos a seguirle en comunidad
de Vida, misión y destino, y los llamó con autoridad, sin condiciones, ni
explicaciones (Mc 1, 17ss; 2, 14). Así comienza su actividad pública y los evangelios
se abren con esta peculiar llamada y los llama para ser enviados a una misión.
11
GRELOT, Pierre. El Ministerio de la Nueva Alianza. Barcelona: Herder, 1969. p. 112-113

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Pbro. Luis Antonio Vallejo

enviar para predicar (Cfr. Rom 10, 14). “Si los enviados de Dios dejan
de hablar de Él y de Jesucristo, la vida eterna no viene ya a la tierra y
la voluntad de aquel que ha enviado a Jesucristo, a su Espíritu y a sus
apóstoles deja de cumplirse”12 . Esta es una las razones que dan impor-
tancia a este ministerio en la vida y misión del presbítero.

El Nuevo Testamento que indica tanta variedad de oficios en la


comunidad, sólo da un contenido: el ministerio de la palabra (Hch 6,
4). El presbítero en el Nuevo Testamento es aquel a quien ha sido
confiada la palabra. “Como el Padre me ha enviado, os envío (Jn 20,
21). El Padre envió su palabra, para ser trasmitida como palabra hablada.
El presbítero es un enviado para anunciar eficazmente el evangelio.
Esto es lo dominante en la misión “haced discípulos...enseñándoles”
(Mt 18, 20), después se celebrarán los sacramentos, lo primero es
anunciarles la palabra para llamarlos a la fe. El anuncio del Evangelio
implica una triple relación:

a) una verdadera relación existencial. No se puede limitar el servi-


cio a la palabra a una simple proclamación de una realidad que
queda fuera de la vida;

b) de ello se deriva un peculiar estilo de proclamación que evita


rigurosamente toda propuesta persuasiva de tipo intelectual,
con un discurso gris en cuanto a los contenidos espirituales y
fácilmente acomodaticios;

c) sin embargo, todo esto no puede ser sólo un esfuerzo aislado del
presbítero, sino que es el momento fuerte de toda una pastoral
orgánica que se recupera en su núcleo esencial con una intro-
ducción personal, comunitaria, individual de la palabra13 .

En el Nuevo Testamento los ministerios primarios y fundamen-


tales son: “apóstoles, profetas y maestros” (1 Cor 12, 28), y lo mismo
la lista que aparece en Efesios 4, 11-12, donde se añade el de
480 “Evangelizadores” y “pastores”. Y cuando todos estos ministerios

12
DEWAILLY, I. M. Teología del Apostolado. Barcelona: Estella, 1965. p. 51
13
Cfr. BOROFFIO, B. Sacerdocio. En: SARTORE, Domenico, TRIACCA, Achille M,
Op. Cit., p. 1775-1776

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La Palabra: elemento esencial sel ser y quehacer del presbítero

confluyen en los presbíteros, a ellos Pablo les encarga tanto en las


pastorales como en Hechos de los Apóstoles 20, 28-32, la vigilancia
doctrinal y la predicación, como el mismo lo hacía: “...ay de mi si no
predicara el Evangelio”: de ahí que en las pastorales, la cualidad que
pide al presbítero es la pureza de doctrina (Tit 1,3).

Los servidores de Cristo son, pues, en primer lugar, en el


Nuevo Testamento, “los servidores de la palabra (Hch 6, 4; Lc 1,
2), los que anuncian el evangelio cumpliendo así un servicio sa-
grado (Rom 15,16; Col 1, 23; Flp 2, 22), <<con toda humildad>>,
y si es preciso <<en lágrimas y en medio de las pruebas>> (Hch
20, 19)”14 .

El presbítero es, pues, el hombre de la palabra. Llamado por


“Dios palabra” a su servicio de una manera radical y para siempre. Él
tiene que ser fiel a esta palabra comunicada. Así el presbítero al igual
que el profeta tiene su existencia partida, por el hecho de ser fiel y
obediente al mensaje que le ha sido confiado.

2. El servicio a la palabra un elemento esencial al


presbítero

2.1 Ministros de la Palabra hoy

Aparece de manera clara y bien fundamentado, bíblicamente,


en la tradición y el magisterio de la Iglesia que el presbítero es en
primer lugar, el ministro de la palabra de Dios15 . Esta preponderan-
cia y esencialidad es por la importancia que tiene este ministerio,
con referencia a la fe, a la vida de la Iglesia y a la vida del presbítero
de una manera especial. “A este enunciado sobre la obligación de
predicar que le incumbe al presbítero, la doctrina de la Iglesia le ha
añadido dos precisiones que no debemos pasar por alto: la primera
es que la palabra que enseña no es la <<suya>>, sino la del que lo 481
14
LEÓN-DUFOUR, X. Op. Cit., p. 850
15
Cfr. ARNAU, Ramon, Op. Cit., p. 201. Cfr. BOROBIO, Dionisio. Los ministerios
en la Comunidad. Barcelona: Centre de Pastoral Litúrgica, 1999. p. 228-230

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Pbro. Luis Antonio Vallejo

envió y la segunda es que él enseña en nombre de Cristo para recor-


darle su función vicaria16 .

Este ministerio lo tiene que desempeñar de una manera activa en


medio de la comunidad. “El presbítero tiene que desempeñar un pa-
pel activo en hacer conocer la palabra, lo que significa inspirarse en el
mensaje evangélico* . El ministro de la palabra aviva la fe de los laicos
y ahonda su propia comprensión, pero la fe testimonial de los laicos
es también una inspiración para el ministro”17 .

Su ministerio lo ve fecundo y esencial, necesario por la acogida


en la fe de la palabra anunciada y profundizada por la Iglesia. “La
predicación de los pastores, la reflexión de los creyentes, la expe-
riencia de vida en general, <<la piedad>> de los fieles, todo esto
contribuye a la mejor comprensión tanto de las cosas transmitidas,
como de la palabra misma”18 .

El ministerio profético de los presbíteros es para la Iglesia una


prenda de su destino glorioso, porque afirma la presencia y acción del
resucitado. Se cumplen las promesas, se da la gracia, se inaugura la
gloria: los apóstoles lo proclaman y lo demuestran. Por la fuerza del
Espíritu que mora en ellos, atestiguan que el Señor está presente en su
Iglesia. El ministerio de la palabra del presbítero prolonga la misión de
Cristo y, por tanto la de los apóstoles. Por eso, este ministerio, es
prioritario y de capital importancia en la vida de la Iglesia, Así lo
atestigua la reflexión teológica antes del Vaticano II, en el Concilio, y
después del Concilio.

Esta prioridad del servicio a la palabra respecto a otras funciones


ministeriales, ha sido defendida de modo especial por K. Rahner, quien
sostiene que es justamente esta función la que marca la fundamental
especificidad del ministerio ordenado. Con respecto a esto Rahner opi-

482 16

*
Ibid, p. 201
Para Juan Pablo II el presbítero tiene que ser el primer “creyente” de la palabra
de Dios. Cfr. PDV 26. CASTILLO, José María, Op. Cit., p. 188. La Iglesia tiene que
inspirarse en el Evangelio, que predica todos los días y que quiere sinceramente
que los hombres conozcan a Jesucristo.
17
BUNNIK, R. J. Op. Cit., p. 69
18
ZAMBARDIERI, Aníbal, Op. Cit., P. 371

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La Palabra: elemento esencial sel ser y quehacer del presbítero

na: que para determinar la esencia del ministerio del presbítero lo


mejor no es partir del poder sacramental, tampoco del concepto de
mediador porque el mediador es Cristo, sino que hay que partir de un
ordenado concepto Eclesiológico. Ya que en la Iglesia existen los
ministerios ordenados y carismas. Ambos tienen un lugar y son nece-
sarios para la edificación de la Iglesia. La Iglesia como sacramento de
salvación, es la oferta de salvación a los hombres, en ella se actualiza
de manera permanente la Palabra escatológica, poderosa, personal
de Dios en Jesucristo. Esta palabra ha sido confiada a la Iglesia, la
cual hace presente por medio de esta palabra predicada el aconteci-
miento de la salvación. Esta manifestación histórica de la salvación
por parte de la Iglesia se realiza de manera concreta por parte del
ministerio de la palabra de los ministros. Sólo ellos pueden hacerlo
con especial cualificación, en orden a discernir el verdadero mensaje
y a manifestar la salvación. El ministerio es la autorización para el
servicio de la palabra en cuanto palabra de la Iglesia, que es transmi-
tida a una persona particular. El presbítero es un “heraldo” del Evan-
gelio, ligado a una comunidad de fe, que habla por mandato de la
Iglesia y, por tanto, oficialmente, de manera que al presbítero le son
confiados sacramentalmente los más altos grados de <<intensidad de
la palabra>>19 .

Este ministerio de la palabra el presbítero lo ejerce a la manera


de su Maestro el Señor Jesucristo* . Lo desempeña, con solicitud por
los que están necesitados de la palabra de vida. “Calificándose como
sus discípulos, apasionados de su verdad, que libera y salva”20 . Con
valentía, afrontando cualquier dificultad que pueda producir el ser
“heraldo” del evangelio (recordemos al apóstol de los gentiles), con
sagacidad en el momento de anunciar a Cristo en cualquier tipo de
cultura y países donde otra religión sea predominante. “Al anunciar
el evangelio los ministros del orden, sobre todo obispos y sacerdo-

483
19
Cfr. RAHNER, K. Punto de Partida Teológico para determinar la Esencia del
Sacerdocio Ministerial. En: Concillium. Estella, Vol. 5, No. 43 (Mar 1969); p.
440- 445
*
¿Qué métodos o estrategias usó Jesús en su enseñanza?. Jesús enseña con el
ejemplo, Jesús se acerca a la experiencia vital de sus oyentes, Jesús hace preguntas
y las contesta, por último Jesús usa la Biblia judía. Cfr. GRENIER, Brian. Jesús
Maestro, Op. Cit., p. 49-53
20
FORTE, Bruno. ¿Dónde va el Cristianismo?, Op.Cit., p. 130

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Pbro. Luis Antonio Vallejo

tes, deberán tener presentes los recientes hallazgos* * teológicos del


magisterio conciliar y posconciliar junto a las prioridades pastorales;
necesitan de coraje e inteligencia a fin de favorecerlas en la diversi-
dad de las situaciones concretas”21 .

Además el ministro del Evangelio conducido por el Espíritu San-


to* **, debe tener una solicitud incalculable hacia los más pobres, que
son el centro de atracción principal en el ministerio de Jesús, “el Espí-
ritu del Señor sobre mí, por que me ha ungido para anunciar a los
pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los
cautivos y la vista a los ciegos, y para dar la libertad a los oprimidos y
proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4, 18- 19). “El Verbo hecho
carne es enviado al mundo para <<anunciar a los pobres un mensaje
de alegría>> (Lc 4, 18) y para <<aglutinar en unidad a los hijos de Dios
que estaban dispersos>> (Jn 11, 52)”22 .

El presbítero como ministro del evangelio es dueño de una sen-


sibilidad espiritual, para presentar de forma atractiva el mensaje de
salvación. Un mensaje situado, que toque la vida concreta de los
interlocutores (un mensaje encarnado), “Jesús se ocupaba de las nece-
sidades reales de la gente corriente, necesidades que los escribas ten-
dían a olvidar, usando un lenguaje que podían entender. Era cercano
a su vida y, como podría verse en un estudio detallado de su enseñan-
za, hablaba constantemente y de manera concreta de los menesteres
de la vida diaria. La lectura del sermón de la montaña que nos presen-

**
Podemos recordar el concepto de misión; la naturaleza y contenido de la
evangelización; los medios y los destinatarios de la misma; los agentes y sus
métodos; la nueva evangelización o nueva acción misionera; Cfr. FAVALE,
Agostino. El Ministerio del Presbítero. Aspectos doctrinales, pastorales, espirituales.
Madrid: Sociedad de Educación Atenas, 1989. p. 113
21
Ibid, p. 113
***
Es interesante, cuando se estudia la Obra del evangelista Lucas (Evangelio y Hechos
de los Apóstoles), cómo la presencia del Espíritu es de capital importancia en la

484 obra misionera de la Iglesia. Todos los personajes importantes en la obra están
conducidos, empujados por el Espíritu Santo (Lc 4, 18-19). Es Él quien conduce,
inspira y mueve a los ministros del evangelio en el Nuevo Testamento, para que
éste evangelio sea proclamado hasta los confines del mundo (Mt 28, 19- 20).
22
Ibid, p.114. Cfr. FORTE, Bruno, Op. Cit., p. 130
23
GRENIER, Brian, Op. Cit., p. 50
*
Que sea en toda su fuerza un mensaje de salvación, como efectivamente lo es el
mensaje que nos llega cuando la palabra de Dios es proclamada, profundizada

medellín 119 - 120 / septiembre - diciembre (2004)


La Palabra: elemento esencial sel ser y quehacer del presbítero

ta Mt 5-7 lo pone claramente de manifiesto”23 . Que sea significativo en


la vida de cada persona y tenga una respuesta a todas sus inquietudes.
Que sea verdaderamente un mensaje que de seguridad y confianza,
un mensaje que aleje el miedo, el temor, la cobardía y llene de fe,
esperanza y amor el corazón de los hombres* .

En estos momentos, escuchar este mensaje es de vital importancia,


para una humanidad que está necesitada de salvación, que se encuentra
en busca de sentido y razón ser de la existencia del hombre, que busca
una respuesta a los principales interrogantes desde el punto de vista
antropológico24 . Una humanidad que ha expulsado a Dios de su vida.

Ante esta situación, el ministerio del presbítero cobra vital impor-


tancia y significación, ya que el es portador de ese mensaje que nece-
sita el hombre de hoy, para eso ha sido llamado, para un ministerio
que de sentido a la vida del hombre, que aleje sus temores, que ponga
en el centro de su vida el evangelio de Jesucristo, palabra de salvación
y prenda de la vida futura. “La evangelización es el acto por el cual la
Iglesia, animada por el Espíritu Santo, anuncia y hace presente la sal-
vación que el Padre, en su infinito amor misericordioso, ofrece a todos
los hombres en Cristo, muerto, ya resucitado y glorioso25 .

Además de proclamar la salvación por las diversas formas (predica-


ción, catequesis, medios de comunicación social), para el presbítero ce-
loso y responsable del evangelio, es siempre válido e indispensable, el
contacto personal, como lo atestiguan los diálogos de Jesús con Nicodemo,
la samaritana, la mujer adúltera, Simón el fariseo y otros muchos26 .

2.2 Importancia de la Palabra de Dios en la celebración


litúrgica

El Concilio Vaticano II, es el Concilio que más le ha dado impor-


tancia a la palabra de Dios en la liturgia. Liberándola de esta manera
485
y enseñada en las facultades de teología, institutos y en cualquier salón de clase
por muy humilde que sea.
24
CAVADI, Agusto. Ser profeta hoy, Op. Cit., p. 49
25
FAVALE, Agostino, Op. Cit., p. 115
26
Cfr. Ibid, 119

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del rubricismo que imperaba antes del Concilio, en las celebraciones


litúrgicas, como consecuencia de haber hecho a un lado la palabra de
Dios* . La importancia de la palabra se nota en la Sacrosanctum Concilium.
Cristo aparece como sujeto principal de la predicación, del anuncio del
Evangelio centro de la revelación. Para el Concilio la palabra celebrada
en la liturgia es una palabra eficaz, “la lectura es un signo de la presen-
cia de Cristo en la asamblea. La palabra tiene un carácter cuasi-sacramental.
A través de las lecturas se actúa ese dinamismo, esa eficacia que la
palabra de Dios atribuye a la tradición bíblica y que posee de modo
pleno la palabra de Cristo como palabra del Hijo de Dios enviado por el
Padre al llegar la plenitud de los tiempos”27 . En la liturgia Cristo, “está
presente en su palabra pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada
Escritura, es Él quien habla” (SC 7). “Aunque la sagrada liturgia es, prin-
cipalmente culto a la divina majestad, contiene también una gran intro-
ducción para el pueblo fiel. En efecto, en la liturgia Dios habla a su
pueblo: Cristo sigue anunciando el Evangelio. El pueblo responde a
Dios con cánticos y oraciones” (SC 33).

Llama la atención de manera especial cómo el Concilio pone el


misterio trinitario como modelo, punto de partida y fuente de toda la
vida. Esto lo encontramos principalmente en Lumen Gentium, Dei
Verbum, en el Decreto sobre la acción misionera (Ad Gentes). Cristo en
su misterio pascual es la plenitud de la revelación, el punto culminante
del amor de Dios, siempre operante y presente todos los días, especial-
mente en la liturgia (Cfr. DV 4; SC 6. 7. 35). Cristo, misterio pascual, es el
centro fundamental de la Vida y de la historia del hombre.

El misterio pascual es el centro y contenido de la predicación


cristiana y es el centro y fundamento de la celebración litúrgica de la
Iglesia. Lo que la palabra anuncia eficazmente, la Iglesia lo celebra,
es la celebración de la obra de Dios actualizada en la palabra y
celebrada en los sacramentos. La palabra es importante en la Celebra-

486 *
“Hay que reconocer que una cierta evolución histórica fue empobreciendo y
reduciendo a su mínima expresión esta riqueza abundancia y variedad de lecturas.
Influyó entre otras causas, el principio rígido e inflexible mantenido en la Iglesia
romana de no traducir los textos litúrgicos a la lengua del pueblo. Así el pueblo
fue desinteresándose de las lecturas y desentendiéndose de ellas”.BOROBIO,
Dionisio. La Celebración en la Iglesia. Liturgia y Sacramentología Fundamental.
Vol. I, Salamanca: Sígueme, 1995. p. 243
27
Ibid, p. 240

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La Palabra: elemento esencial sel ser y quehacer del presbítero

ción litúrgica además porque, “acarrea consigo al mismo comunicante,


que a través de las palabras se da a conocer y se hace presente como
existente, como persona, como relación y próxima al oyente. En la
palabra que Dios dice su comunicación personal adquiere un grado
de realidad supremo, porque él es Verbo, para nosotros”28 .

Esta actualización del ministerio pascual se da de manera espe-


cial por la predicación en las celebraciones litúrgicas del presbítero.
El presbítero al igual que los apóstoles, hace presente en la comuni-
dad por medio de su predicación y la celebración de los sacramentos
el misterio pascual de Cristo.

La importancia que la palabra de Dios tiene en la sagrada Liturgia,


se debe también a que en ella Dios continúa hablando a su pueblo. La
liturgia equivale a un diálogo entre Dios y el hombre, una dinámica de
don de Dios y respuesta del hombre, en cuyo centro resplandece la
figura de Cristo como mediador. En ese movimiento, que va de Dios a la
comunidad de fe, el ministro de la palabra preside “in persona Christi”,
pero en el movimiento que va de la comunidad a Dios, el presbítero
actúa «in nomine Eclesie». Representándola, en la liturgia de la palabra,
en las oraciones presidenciales siendo su personificación.

Cristo por medio de la predicación del Presbítero se nos da como


palabra salvadora celebrada. La palabra de Dios en la celebración
litúrgica, “resulta un factor importante del crecimiento de una comuni-
dad o sea, de su evangelización continuada, es la celebración de la
palabra, en la primera parte de la celebración de la eucaristía”29 , en la
que Cristo nos continúa evangelizando y actualizando su salvación.
“La palabra de Dios, proclamada domingo a domingo, a lo largo de los
años, es la mejor formación permanente que tiene a mano el pueblo
cristiano, la evangelización en profundidad”30 . Cristo se nos da como
palabra celebrada en la primera parte de la celebración de los sacra-
mentos, comulgamos con Él, primero como palabra viviente y esta

28
CAMPS, José. La Palabra de Dios es Celebrada. En: Phase. Barcelona, No. 56,
487
Año 10 (1970); p.146
29
ALDAZABAL, José. El Domingo, con la Eucaristía y la Liturgia de las Horas, en la
Vida de una Comunidad Cristiana. En: Pastoral Litúrgica. Madrid, No. 224- 225
(En- Abr 1995); p. 20
30
Ibid, p. 21

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primera comunión, nos prepara para la segunda. “La palabra es uno


de los principales medios de los que se vale la liturgia para realizar su
misión”31 . La liturgia sabe que su finalidad esencial es anunciar y ha-
cer presente en la existencia concreta de los hombres el misterio de la
salvación cumplida en Cristo y entregada a la Iglesia para que la reali-
ce con la asistencia y el poder del Espíritu Santo. “En la liturgia se
celebran los hechos y palabras* de salvación que jalonan el itinerario
pascual de Cristo, que pasó haciendo el bien y liberando a los oprimi-
dos por el diablo (Cfr. Hch 10, 38). En las celebraciones litúrgicas el
Espíritu hace presente al que quiso hacerse servidor de todos para
salvarlos a todos (Cfr. Fil 2, 7)”32 . La palabra de Dios, en las celebra-
ción litúrgica, es vida que se derrama en la comunidad de fe. “Esta
constituye el objeto de la celebración. Se celebra precisamente la pre-
sencia de Dios ante la asamblea por la comunicación de su palabra”33 .
Y para que esta presencia de Dios en su palabra sea una verdadera
celebración, la pastoral litúrgica debe esforzarse para conseguir las
condiciones apropiadas. Estas son las condiciones:

a) Sólo una comunidad madura en la fe, es decir, nutrida de la


Palabra de Dios, consciente de su esperanza y activa en su
testimonio al mundo, es capaz de celebrar la Palabra de Dios.

b) No hay que ahorrar esfuerzos para conseguir que la Palabra


realmente llegue a la asamblea y le hable. La lectura sólo llega
a ser palabra cuando ha sido recibida y operada en el oyente.

c) Hay que captar la atención del auditorio. Pero esta atención no


vendrá como resultado de un despliegue de recursos pedagó-
gicos, pues la atención que se busca no es la psicológica, sino
la atención de la fe. Esta es suscitada por la misma palabra
evangelizadora.

31

488 *
MARTÍN LÓPEZ, Julián. En el Espíritu y la verdad. Introducción Antropológica a
la Liturgia. Salamanca: Secretariado Trinitario, 1994. p. 93
En la liturgia, la palabra de Dios no es propiamente anunciada, estudiada, analizada
o simplemente leída, sino celebrada. No se celebran ideas sino hechos. La palabra
de Dios es considerada en la liturgia como algo que sucede, como un
acontecimiento.
32
Ibid, p. 93
33
CAMPS, José. La Palabra de Dios es Celebrada, Op. Cit., p. 146

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La Palabra: elemento esencial sel ser y quehacer del presbítero

d) La monotonía de la liturgia de la palabra, consecuencia de su


carácter estereotipado, no debe ser eliminada como un defecto,
por que es necesaria y deliberada. Luchar contra ella acudien-
do a recursos más o menos ingeniosos que le den variedad y
atractivo convertirá la celebración en espectáculo.

e) La multiplicidad de versiones bíblicas y el deseo de adaptación


nos ha hecho olvidar la importancia de la fijeza del texto. La
palabra como tal tiene su poder: si nos llega siempre idéntica a
sí misma se grava en la memoria, se sobrepone a sí misma una
y otra vez y va estructurando nuestra mentalidad34 .

2.3 La Palabra en los sacramentos de la iniciación

Las celebraciones sagradas de la palabra de Dios son suma-


mente útiles en la vida tanto de cada uno de los fieles, como de las
comunidades, para fomentar el espíritu y la vida espiritual, para esta-
blecer un amor más intenso a la palabra de Dios y para una celebra-
ción más fructuosa de la Eucaristía, como de los otros sacramentos.

2.3.1 La liturgia de la Palabra en el Sacramento del Bautismo

“Los sacramentos son expresión de la fe eclesial, y al mismo tiem-


po, aunque a distinto nivel, expresión de la fe subjetiva... la Iglesia es
Iglesia creyente expresando su fe en la liturgia y en los sacramentos. La
fe que cree es la fe que celebra y la fe que celebra es la fe que cree. Más
aún ella es creyente sólo celebrando, y sólo es celebrante creyendo”35 .

Esta fe que celebra la Iglesia, tiene su origen en la palabra pro-


clamada previamente en la liturgia del Bautismo sacramento de la fe.

“El bautismo puerta de la vida y del Reino, es el primer sacra-


mento de la nueva ley, que Cristo propuso a todos para que tuvieran 489
34
Ibid, p. 149-150
35
BOROBIO, Dionisio. La Celebración en la Iglesia. Liturgia y Sacramentología
fundamental, Op. Cit., p. 427. Cfr. DENIS, Henri, Op. Cit., p. 21

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la vida eterna y después confió a su Iglesia juntamente con su Evange-


lio, cuando mandó a los apóstoles: <<Id y haced discípulos a todos los
pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espí-
ritu Santo>>. Por ello el bautismo es en primer lugar, el sacramento de
la fe con que los hombres, iluminados con la gracia del Espíritu Santo
responden al Evangelio de Cristo”36 .

Esta liturgia de la palabra debidamente preparada por el presbíte-


ro que preside la celebración del sacramento, es esencial para la cele-
bración del mismo, ya que despierta la fe de la comunidad que celebra,
para su posterior adhesión y efectos válidos del Sacramento. “El anun-
cio de la palabra de Dios ilumina con la verdad revelada a los candida-
tos y a la asamblea y suscita la respuesta de fe, inseparable del bautis-
mo. En efecto, el Bautismo es de un modo particular <<el sacramento
de la fe>> por ser la entrada sacramental en la vida de fe” (CEC 1236)* .

La acción sacramental en la liturgia de la palabra está ligada al


sentido, escucha y a la interiorización de la palabra, porque sólo esta
palabra facilita el conocimiento del único Dios que nos comunica su
salvación en el sacramento del Bautismo. El presbítero jamás ha de
perder de vista la conexión necesaria entre la proclamación de la
palabra y el sacramento, entre fe y practica la sacramental, entre
palabra y liturgia para lograr una verdadera celebración de la salva-
ción proclamada en la palabra. “Jesús es la palabra de garantía de
salvación que Dios profirió para cada uno”37

Esta palabra es absolutamente necesaria para la celebración, ya


que en ella se contiene esencialmente el hecho que se celebra en el
sacramento. La salvación en Cristo. “En la liturgia se celebran los
hechos y palabras de salvación”38 . El presbítero en la liturgia de la

36
Comisión Episcopal Española de liturgia. RITUAL DEL BAUTISMO DE NIÑOS.
Barcelona, 1970, p. 10

490
*
Acerca de la importancia de la fe suscitada por la palabra en el Bautismo ver El
Catecismo de la Iglesia Católica en los números 1253-1255. Cfr. CIC. Can. 864.Cfr.
TENA, Pere. El Bautismo de niños. En: Dossier CPL 23, Barcelona: Centre de
Pastoral Litúrgica, 1984. p. 20
37
BOFF, Leonardo. Los sacramentos de la vida y la vida de los sacramentos. Mínima
sacramentalia, 17ª Ed. Bogotá: INDO-AMERICANA PRESS SERVICE LIMITADA,
2002. p.59
38
MARTÍN LÓPEZ, Julián, Op. Cit., p. 93

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La Palabra: elemento esencial sel ser y quehacer del presbítero

palabra, “anuncia la salvación que, a su vez, se confiere con pala-


bras y gesto intrínsecamente unidos. Por medio de la palabra el
hombre acoge la salvación de Dios y manifiesta su fe al aconteci-
miento. Y su disponibilidad para colaborar en el acontecimiento
salvífico”39 .

La función del presbítero es de servicio a esta palabra, para que


la obra de la salvación, que, “precisamente empieza por la palabra”40 ,
sea una realidad en la vida del bautizando y la comunidad de fe,
reunida primariamente por la palabra de Dios para estar en una acti-
tud de escucha y obediencia.

La palabra escrita se hace palabra viva hoy y aquí para esta comu-
nidad. El Espíritu actúa interiormente, intentando hacer viva esa pala-
bra: pero no actúa por carisma y milagros. Que la comunidad llegue a
una actitud de escucha acogedora de la palabra, depende en buena
parte de los varios ministerios, de manera especial el del presbítero. Si
esto funciona, funciona la dinámica de la palabra41 . Y así llega a la vida,
y a la existencia concreta de las personas que celebran el sacramento
del Bautismo. El presbítero con su ministerio la hace posible a través de
una homilía preparada previamente. Ya que, en su conjunto la liturgia
de la palabra y la homilía pronunciada tiene como finalidad, renovar la
fe de los presentes y disponerles a que manifiesten con plena convic-
ción la fe de la Iglesia, en nombre de los niños, llevados por el deseo de
comprometerse en su formación cristiana y ayudarles a que lleguen a
ser adultos en la fe. Por la liturgia de la palabra coordinada por el
presbítero con los diferentes ministerios, la comunidad escucha “la pala-
bra de Dios, la palabra de los apóstoles, las palabras de Jesús en el
Evangelio. Nos hablaran de la vida nueva que Dios nos ofrece siempre
y que hoy derramará sobre estos pequeños”42 .

Así, pues, no hay actividad y tarea que la Iglesia estime tanto y la


considere tan suya como reavivar en los que se preparan, en los padre
y padrinos de los niños una fe activa, por la cual, uniéndose a Cristo,
491
39
Ibid, p.93
40
DE LLANOS, José María. Sacerdotes del Futuro. Bilbao: DDB, 1968. p. 140
41
ALDAZABAL, José, Op. Cit., p.21
42
LLIGADAS, Joseph. Bautismo, Matrimonio, Exequias. Materiales y Moniciones.
Barcelona: Centre de pastoral litúrgica, 1995. p. 258

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entren en la Nueva Alianza43 . Esta es la finalidad de la preparación en


el catecumenado, la preparación de los testigos de la fe (padres y
padrinos), así como también la preparación de una liturgia de la pala-
bra bien celebrada, las oraciones, la profesión de fe y finalmente el
rito del sacramento propio.

Para que una liturgia de la palabra sirva realmente para avivar


la fe de los padres y padrinos y demás asistentes a la celebración del
sacramento, el ritual del bautismo propone como necesario:

a) Que sea cuidadosamente preparada y realizada en todas sus


partes, lecturas, homilía* , silencio, oraciones de los fieles, aten-
diendo al nivel de cultura y de fe de los asistentes;

b) Que se elija el lugar más apto que reúna las condiciones nece-
sarias de acústica y recogimiento; este será ordinariamente el
que se utiliza para la liturgia de la palabra de la misa44 .

Además es importante para alcanzar un buen fruto en esta cele-


bración, la elección adecuada de las lecturas. La brevedad y el gusto
del que preside la celebración no ha de ser el criterio decisivo, sino
el interés pastoral de la comunidad que vive la celebración del sacra-
mento iniciado con la proclamación de la palabra. Esta proclamación
es anuncio de la salvación, liberación del pecado por la muerte y
resurrección de Cristo. Anuncio de que somos arrancados del domi-
nio de las tinieblas, para entrar al reino de la luz actualizado en la
palabra proclamada. Así, los hijos de Dios viven, actualizan la salva-
ción en su vida y la hacen suya de una vez y para siempre.

2.3.2 La liturgia de la Palabra en el Sacramento de la Confirmación

La palabra de Dios en el sacramento de la confirmación como


en los demás sacramentos, es absolutamente necesaria e importante.

492 43
Cfr. RITUAL del Bautismo de Niños, Op. Cit., p. 10
*
La homilía como parte integrante del rito, dentro de su brevedad, tiene la finalidad
de explicar las lecturas y conducir a los participantes a un conocimiento más
profundo del Bautismo y a la aceptación de las obligaciones que nacen del
mismo, de manera especial para los padre y padrinos.
44
Cfr. Ibid, p. 23

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La Palabra: elemento esencial sel ser y quehacer del presbítero

“Debe darse gran importancia a la liturgia de la palabra, por la


que comienza el rito de la confirmación. En efecto de la audición
de la palabra de Dios emana la multiforme acción del Espíritu
Santo. En la Iglesia y en los bautizados, o bien en los que van a
ser confirmados; la palabra manifiesta la voluntad de Dios en la
vida cristiana”45 .

Esta palabra es la que revela la acción poderosa del Espíritu


Santo, que es el don fundamental que se recibe en este sacramento.
Esta palabra, es una palabra eficaz como anteriormente se dijo, por-
que produce lo que anuncia, hace presente la salvación que se celebra
en el sacramento. En pocas palabra hace presente en el confirmando
la promesa del Padre, el Espíritu Santo. “El Espíritu es <<la promesa
del Padre>> (Lc 24,49; Hch 1, 4; 2, 23) y, por tanto, un don prometido
y enviado por el Padre... su tarea es doble: ungir y capacitar a los
profetas* , que han de recorrer el camino, y dirigir y confirmar este
camino”46 Es tan importante la palabra de Dios en el Sacramento que
el ritual manda que se tenga aún cuando el sacramento se celebre
fuera de la misa.

La iglesia cuando celebra el sacramento de la Confirmación, se


pone en primer lugar a la escucha de la palabra de Dios para recibir el
don del Espíritu. “Es el mismo Lucas el que nos dirá que en casa de

45
Conferencia Episcopal de Colombia. RITUAL DE LA CONFIRMACIÓN. Bogotá:
SPEC, Departamento de Liturgia, 1983. p. 21-22
*
En las Sagradas Escrituras casi todos los personajes importantes, de manera
especial los profetas están ungidos por el Espíritu de Dios y son ungidos para
una misión a favor del pueblo elegido. El camino que recorren es un camino
profético, toda su vida es profética. David habla inspirado por el Espíritu de
Dios (Hch 4, 25); Juan el Bautista prototipo del tiempo de la promesa fue lleno
del Espíritu Santo; María recibe el Espíritu Santo, que la convierte en virgen y
Madre (Lc 1, 35); Simeón, Zacarías, Isabel y todos los profetas del Antiguo y
Nuevo Testamento. Hay que hacer resaltar de manera especial la persona de
Jesús de Nazaret en el evangelio de San Lucas. Jesús cumplió las condiciones
del profeta: ungido por el Espíritu de Dios, escucha la palabra de Dios y es
enviado por él (Lc 3, 21; 4, 18; Hch 10, 38). La vida del confirmado en la iglesia
nuevo Pueblo de Dios, tiene que ser necesariamente una vida profética, de
liberación y fermento en una sociedad que siempre está necesitada de la palabra
493
de Dios. Se recomienda profundizar acerca de este tema. En: STOGER, Alois. El
Evangelio Según San Lucas. Barcelona: Herder, Vol. I, 1975. p. 92-99.
46
AGUIRRE MONASTERIO, Rafael, RODRÍGUEZ CARMONA, Antonio. Evangelios
Sinópticos y Hechos de los Apóstoles. Introducción al estudio de la Biblia. Estella
(Navarra): Verbo Divino, 1994. p. 325

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Cornelio el Espíritu vino sobre todos los que estaban escuchando la


palabra <<derramándose también sobre los gentiles>> (Hch 10, 44-48)”47 .

Ya en la liturgia de la palabra es una realidad lo que se completará


con la imposición de las manos del obispo. La liturgia de la palabra
comunica los misterios que en ese momento se están celebrando en el
sacramento. El Obispo, en la homilía explica de manera breve las lectu-
ras de tal manera que todos los confirmandos, padres y padrinos y la
asamblea de los fieles logren una mayor penetración del misterio de la
confirmación. “La comunidad reunida con su obispo dedica su primer
tiempo fuerte a escuchar la palabra de Dios* . Es Dios el que tiene la
iniciativa, el que anuncia su plan de salvación, el que promete la dona-
ción de su Espíritu, el que invita a la iniciación y a la vida cristina”48 . La
finalidad de la homilía en este y en todos los sacramentos es: aplicar el
mensaje bíblico a nuestra vida y ayudar a todos a entender desde la fe
que ha suscitado la palabra, el sentido profundo de la confirmación49 .

El bautizado es un confirmado y es confirmado para una misión.


Por medio de la confirmación se le ha comunicado de manera espe-
cial el don del Espíritu de Dios y se convierte en un nuevo profeta en
el Iglesia y en el mundo. La misión que se le confía al confirmado es
la misma que Cristo confió a sus apóstoles en Pentecostés.

Es curioso cómo, según lo que revelan los textos de la Sagrada


Escritura, lo primero que hacen los apóstoles en Pentecostés es ha-
blar, decir, proclamar las “maravillas de Dios” (Cfr. Hch 2, 1-11).

47
RUSSO, Roberto. Confirmación. En: Manual de Liturgia. Celebración del Misterio
Pascual los Sacramentos: Signos del Misterio Pascual. Bogotá: CELAM, Vol. III,
2001, p. 102
*
La elección de las lecturas para la liturgia de la palabra en el Sacramento de la
Confirmación, debe tener en cuenta la catequesis previa, el grado de preparación
de los presentes y también el día o el tiempo en que se celebra el sacramento.
Casi todas las lecturas seleccionadas en el ritual apuntan de manera especial al

494 “don de Espíritu”. Se podrían elegir las lecturas según se crea conveniente para el
ritmo y provecho de la celebración, de modo que se vea la relación con la historia
de la salvación, desde el anuncio del don escatológico del Espíritu en la tradición
profética, hasta la realización plena en la nueva Alianza, de manera particular en
la persona de Cristo, ungido por el Espíritu Santo para su misión, y su prolongación
en la vida eclesial y en la vida cristiana de cada bautizado y confirmado
48
Ibid, p. 132
49
Cfr. Ibid, p. 133

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La Palabra: elemento esencial sel ser y quehacer del presbítero

Reciben el don del Espíritu e inmediatamente se ponen a predicar.


La comunidad cristiana se convierte en una comunidad de testimo-
nio, de anuncio, de misión. Una Iglesia que esencialmente se sabe
misionera (Cfr. EN 14). Una Iglesia cuya principal tarea es proclamar
al mundo entero el evangelio. “Los niños necesitan de su padres y
maestros para aprender cosas acerca de Dios. Los cristianos adultos
necesitan que se les proclame la palabra de Dios en las lecturas
litúrgicas y en la palabra profética del predicador”50 .

2.3.3 La liturgia de la palabra en la Eucaristía

“Los sacramentos del bautismo, de la confirmación y de la santísima


eucaristía, están conectados de tal manera, que son necesarios para la
plena iniciación cristiana” (CIC 842, # 2). son tan inseparables que en la
antigüedad, eran llamados, en singular, <<el sacramento de la iniciación>>.

En los tres sacramentos la palabra de Dios juega un papel deter-


minante para la vida en Cristo del bautizado, confirmado y luego ro-
bustecido en la eucaristía. Es por eso por lo que el ministerio de la
palabra también tiene un papel determinante. “La función del ministe-
rio en el servicio a la palabra es: proclamar la palabra de Dios en la
asamblea litúrgica, acoger y vivir el mensaje que se proclama”51 . El
ministerio del presbítero ayuda a que la palabra escuchada se interiorice
y sea acogida con actitud abierta.

El presbítero sabe que en la celebración de la eucaristía, su minis-


terio es vital para que Dios siga hablando a su pueblo y él le responda
en la fe: “en efecto, en la liturgia Dios habla a su pueblo, Cristo sigue
anunciando el evangelio; y el pueblo responde a Dios con el canto y la
oración” (SC 33; Cfr. 7; IGMR 9). Más aún, el Espíritu Santo hace que la
palabra de Dios proclamada en la asamblea sea recibida con fe y pro-
duzca su fruto en el corazón de los fieles y en la vida de la iglesia52 .

50
WIJNNGAARDS, John. Comunicar la Palabra de Dios. Estella (Navarra), Verbo
Divino, 1998. p. 33
495
51
BOROBIO, Dionisio. Pastoral de los Sacramentos. Salamanca: Secretariado
Trinitario, 1996. p. 197
52
Cfr. LÓPEZ MARTÍN, Julián. Revalorizar la Palabra de Dios. En: ALDAZABAL,
José, LOPEZ MARTÍN, Julián. Celebrar la Liturgia de la Palabra. DOSSIER CPL
70. Barcelona: Centre de Pastoral Litúrgica, 1996. p. 14

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El creyente en la mayoría de los casos, y especialmente en nues-


tros tiempos, busca en la celebración de la eucaristía la palabra de vida,
de esperanza, de fortaleza para los duros momentos que le toca vivir en
el camino de la fe. Fe vivida en una sociedad tan exigente como la
nuestra. En el día a día el cristiano tiene que dar razón de su fe, no sólo
de palabra, sino con el testimonio de vida. Es en esta circunstancia
donde la palabra salida de la boca del presbítero tiene que ser procla-
mada con seguridad, confianza, alejando los temores, haciendo presen-
te la salvación que anuncia y contiene la palabra, “es el acontecimiento
de un Dios que habla hoy y aquí a esta comunidad concreta”53 .

En la celebración litúrgica Cristo está presente en su palabra y,


realiza el misterio de salvación, santifica a los hombres y tributa al
Padre el culto perfecto (Cfr. SC 7 ). El ministerio del presbítero en la
celebración, es un ministerio de servicio. En este servicio él también
está a la escucha de la palabra que proclama, se deja transformar por
ella, enriquece su ministerio; la palabra lo toma y lo pone a su servi-
cio, un servicio de salvación.

El presbítero está al servicio de la palabra encarnada del Padre que de


manera más clara se realiza en el Sacramento de la Eucaristía. Los fieles
convocados en primer lugar por la palabra se disponen a escucharla.

“En efecto la palabra de Dios convocaba ya al pueblo de Israel


(Cfr. Ex 12; 20 1-2) y lo constituía en asamblea litúrgica (Cfr. Ex 12;
Hch 1-2) como pueblo de su pertenencia, para anunciar a todo el
mundo las obras de Dios: << Calla y escucha, Israel. Hoy te has con-
vertido en el pueblo del Señor tu Dios. Escucha la voz del Señor tu
Dios y pon en práctica los mandatos y preceptos que yo te prescribo
hoy>> (Dt 27, 9-10; Cfr. Sal 95, 1.7-8; Hb 3, 7-11)”54 .

La Iglesia, “pueblo de la palabra”, también en la eucaristía escu-


cha la palabra de Dios especialmente en la celebración dominical* . El

496 53
ALDAZABAL, José. La Mesa de la Palabra. “Ordenación de las Lecturas de la
Misa” textos y comentario. DOSSIERS CPL 37. Barcelona: Centre de Pastoral
Litúrgica, 1994. p. 11
54
Ibid, p. 15
*
En el año 155 en Roma, Justino es testigo de que en la eucaristía dominical se
comenzaba la celebración con la liturgia de la palabra, en la que se leían: los

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La Palabra: elemento esencial sel ser y quehacer del presbítero

señor Jesús “en la última cena, después de haber ofrecido su cuerpo y


su sangre para la Alianza nueva y eterna, apeló también a la fidelidad
a su palabra: << si me amáis, guardad mis mandamientos>> (Jn 14,
15); <<el que me ama guardará mi palabra>> (Jn 14, 23)55 . Principalmen-
te en la celebración de la eucaristía la Iglesia guarda y reflexiona la
palabra de Dios, “como una palabra viva y siempre actual, en la que
lee su historia actual, ve reflejada su vida y oye el mensaje que el Dios
vivo le dirige hoy”56 .

En la celebración eucarística el cristiano se alimenta de la doble


mesa que Cristo le ofrece. En la primera parte de la eucaristía Dios
alimenta a su pueblo con la palabra, así como en la segunda lo hace
con el cuerpo y sangre de Cristo57 : “la Iglesia siempre ha venerado la
Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el cuerpo de Cristo, pues
nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de vida que
ofrece la mesa de la palabra de Dios y del cuerpo de Cristo” (DV 21;
Cfr. IGMR 8; OLM 10).

2.4 La palabra en los sacramentos que están al servicio


de la comunidad

2.4.1 La liturgia de la Palabra en el Sacramento del Matrimonio*

En el sacramento del matrimonio la liturgia de la palabra juega


un papel relevante, es el medio utilizado por el presbítero para lograr

recuerdos de los apóstoles y los escritos de los profetas y se hacia la homilía. La


liturgia de la palabra con varias lecturas y salmos y con el Evangelio como
cumbre, al que sigue la homilía, aparece desde entonces en todas las celebraciones
litúrgicas de los sacramentos.
55 Ibid, p. 15
56 PALUDO, Faustino, D’ ANNIBALE, Miguel Ángel. La Palabra de Dios en la
Celebración. En: Manual de Liturgia. La Celebración del Misterio Pascual,

57
fundamentos teológicos y elementos constitutivos de la celebración litúrgica.
Bogotá: CELAM, Vol. II, 2000. p. 234-235
ALDAZABAL, José. La Doble mesa y sus consecuencias. En: ALDAZABAL, José,
497
LLIGADAS, Josep. DOSSIERS CPL 70, Op. Cit., p. 28.
* En la liturgia de la palabra, puede haber según el caso, una, dos o tres lecturas,
tomadas del leccionario propio. La homilía da oportunidad para centrar más el
hecho salvífico sacramental en la dinámica pascual del sacramento. Cfr. FERNÁNDEZ
FERNÁNDEZ, Conrado. Matrimonio. En: Manual de liturgia. Vol. III Op. Cit., p 391

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la respuesta de fe en los bautizados que piden el sacramento del matri-


monio. “El sacramento del matrimonio supone la fe, y que sin fe no es
lícito celebrarlo”58 . Los diversos documentos hablan de la necesidad de
que los pastores reciban y acojan personalmente a los contrayentes, y
que el objetivo principal sea el de << fomentar y robustecer su fe>>, ya
que el sacramento del matrimonio <<supone y exige la fe>>59 . En el
fomentar y robustecer la fe, está claro que el elemento esencial para
lograr este objetivo tiene que ser la palabra de Dios.

En la liturgia de la palabra, se da un diálogo entre Dios y el


hombre que sacramentaliza el encuentro, y éste, a su vez, potencia el
mensaje. El presbítero tiene reservada la tarea de dar solidez a los
contrayentes por medio de la predicación de la palabra, llevarlos a la
concepción cristiana del matrimonio, en su aspecto trinitario,
Cristológico y eclesial; ellos por su parte a la luz de la palabra escucha-
da y reflexionada tendrán que rectificar las ideas que se vean teñidas
de una cultura egoísta, hedonista y permisiva que tanto abunda en
nuestro entorno60 . La proclamación de la palabra, la escucha atenta de
la misma y la aceptación en la fe, tiene que convertirse en la celebra-
ción del matrimonio en “una auténtica experiencia de fe, de alabanza,
de adoración y de acción de gracias a Dios”61 .

Es importante en el sacramento del matrimonio que la homilía


del presbítero al explicar los textos de la Sagrada Escritura, sea una
homilía personalizada* , con conocimiento de los principios de vida
de los novios y de las esperanzas que embargan sus corazones acerca
del sacramento que se disponen a celebrar.

En la predicación no se trata de proclamar principios generales


acerca del sacramento, sino de dirigirse personalmente a los novios,
pero de tal modo que también los demás participantes en la celebra-

58
COLOMBO, G. Matrimonio. En: SARTORE, Domenico, TRIACCA, Achille M, Op.

498 59

60
Cit., p. 1250
Cfr. BOROBIO, Dionisio. Pastoral de los Sacramentos, Op. Cit., p. 274
Cfr. FAVALE, Agostino, Op. Cit., p. 159
61
Ibid, p. 159
*
Durante la homilía la gente que participa en la celebración del sacramento del
matrimonio, se percata de que si sólo se dice una predicación preconfeccionada
o si el que predica se dirige a las personas presentes con su historia irrepetible

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La Palabra: elemento esencial sel ser y quehacer del presbítero

ción se sientan involucrados con el mensaje que se comunica y que está


contenido en la palabra de Dios. El rito del matrimonio necesita ambas
cosas: el ritual establecido y el elemento personalizado de la palabra
que tiene en cuenta la situación concreta de los novios y la comunidad
celebrante. Por eso el ritual del sacramento recomienda encarecidamen-
te que los novios tengan participación en la elección de las lecturas para
la liturgia de la palabra. “Para que lo que se lea les resulte realmente
significativo y estimulante para su vida de fe”62 . La lectura de la palabra
de Dios en este contexto es una fuerte ayuda para vivir más intensamen-
te la fiesta o el matrimonio que se celebra. Para esto el presbítero en-
cuentra en el ritual del sacramento una serie de textos que pueden ser
utilizados por temas para iluminar con la predicación la vida de los
novios, por ejemplo: la pareja fuente de vida: (Gn 1, 26-28; Tob 7, 9-7;
Mt 19, 3-6); confianza en el amor: (Cant 8,6-7; Rom 8, 31-39; 1Cor 13,1-
8; 1Jn 4,7; Mt 7, 21-29; Jn 15, 9); cualidades del amor: (Gn 2, 18-24; 1Cor
12, 31- 13,8; Jn 13, 1-17; unidos en matrimonio para servir a todos: (Rom
12,1-2.9-18; Mt 5, 1-16). En la celebración del sacramento el presbítero
que preside la liturgia está obligado a exponer con fidelidad los conte-
nidos de la palabra de Dios acerca de lo que se celebra en el sacramento
y a animar en la fe la entrega generosa de los contrayentes para su
realización en la vida matrimonial.

2.4.2 La liturgia de la Palabra en el sacramento del orden

“Para apacentar al pueblo de Dios y acrecentarlo siempre, Cristo


Señor instituyó en su Iglesia diversos ministerios, ordenados al bien de
todo el cuerpo” (LG 18). En la institución de estos ministerios para la
vida de la Iglesia la palabra de Dios es determinante e importante.

En toda la celebración del sacramento del orden la palabra de


Dios se le da su debida importancia, pero de manera especial en la
liturgia de la palabra. Desde los mismos ritos iniciales el Evangeliario
es portado por uno de los dos diáconos que acompañan al obispo,
luego es depositado sobre el altar, es llevado en procesión hasta el 499
ambón (lugar de la palabra en la celebración litúrgica), y es procla-

62
LLIGAS, Joseph. BAUTISMO, MATRIMONIO Y EXEQUIAS. Materiales y mociones.
Barcelona: Centre de pastoral Litúrgica, 1995. p. 53

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mado solemnemente en la celebración litúrgica63 . Además en la ordena-


ción de los diáconos la palabra de Dios es entregada en sus manos y en
la de los obispos la palabra de Dios es puesta sobre su cabeza en señal
que es confiado a la palabra de la cual tiene que ser su testigo. “Los
ordenados ya con las vestiduras diaconales, se acercan al obispo, se
arrodillan ante él, y el obispo entrega a cada uno en las manos, el
evangeliario, mientras dice: recibe el Evangelio de Cristo”64 . En la orde-
nación de los obispos, “el consagrante principal recibe de un diácono el
Evangeliario y lo pone abierto sobre la cabeza del elegido. Dos diáconos,
a la derecha y a la izquierda del elegido, sostienen el Evangeliario sobre
la cabeza del elegido, hasta que termine la oración consecratoria”65 .

Con relación al presbítero se le dice en la homilía predicada por


el obispo: “y tu querido hijo, que vas a ser ordenado presbítero, debes
realizar, en cuanto te corresponda, la función de enseñar en nombre
de Cristo, el Maestro. Transmite a todos la palabra de Dios, que has
recibido con alegría. Y, al meditar en la ley del Señor, procura creer lo
que lees, enseñar lo que crees y practicar lo que enseñas”66 .

Esto nos hace entender y descubrir la esencialidad e importancia


de la palabra en el sacramento del orden sacerdotal. Sacramento que los
constituye en portadores y pregoneros de la misma palabra, para una
vida ministerial evangélica y crecimiento, desarrollo y vida de la Iglesia.
“Que tu enseñanza sea alimento para el pueblo de Dios, que tu vida sea
un estímulo para los discípulos de Cristo, a fin de que, con tu palabra y
tu ejemplo, se vaya edificando la casa, que es la Iglesia de Dios”67 . Por
último en el examen que hace el obispo a los que se disponen a recibir
el ministerio del orden presbiteral el obispo les pregunta: “¿realizarás el
ministerio de la palabra, en la predicación del Evangelio y la exposición
de la fe católica, con dedicación y sabiduría?”68 . El elegido contesta al
obispo como tiene que contestar todo ministro de la palabra. “Sí, lo

63
Cfr. CELAM, Pontifical y Ritual Romanos. Colección Libros litúrgicos. Barcelona:

500 64
DELC, 1978. p. 99
CELAM, Departamento de Liturgia. Ceremonial de los obispos. Colección DELC.
Ceremoniales. No. 07. Bogotá: CELAM, 1991. n. 512
65
Ibid, n. 583. Cfr. CELAM. Pontifical y Ritual Romanos, Op. Cit., n. 25
66
CELAM, Op. Cit., p. 101. Cfr. ARDUSSO, Franco. Magisterio Eclesial. Al servicio
de la Palabra. Madrid: San Pablo, 1997, p. 182-193
67
Ibid, p. 101
68
Ibid, p. 102

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La Palabra: elemento esencial sel ser y quehacer del presbítero

haré”. Con esto los ministros ordenados se ponen en la línea de los


profetas de la antigua Alianza, en obediencia perfecta con el Maestro de
Nazaret y en comunión de fe y amor con los apóstoles ministros del
Evangelio de Jesucristo en el Nuevo Testamento.

Todas las celebraciones sacramentales están precedidas por la ce-


lebración de la liturgia de la palabra, esto es lógico porque los sacra-
mentos que celebramos son “sacramentos de la fe”. La fe es una condi-
ción indispensable para celebrar con provecho y buena disposición los
sacramentos y hacer nuestra la salvación. “La fe tiene una dimensión
simbólica porque anticipa los bienes futuros, esto es, la vida eterna”69 .
“La fe es comunión con Dios. Comunicación que lleva a la comunión.
Nos hace participar del amor infinito de Dios”70 . De esta manera se
puede precisar el tipo de definición bulmaniana “recepción de la pala-
bra de Dios”, diciendo que la fe es la “recepción de Dios que se da”,
porque la fe es la recepción de la palabra de Dios y la acogida del
Espíritu Santo en el corazón de la persona71 . “La palabra de Dios, es
pues, el hecho primero que determina el sentido de su vida, y la forma
extraordinaria en que la palabra surge en ellos, hace que atribuyan su
origen a la acción del Espíritu Santo”72 . Por eso la lectura y predicación
de la palabra, es necesaria y fundamental de manera especial en el
sacramento del orden, para que los que van a ser destinados en primer
lugar a la predicación, sean obispos, presbíteros y diáconos, la escu-
chen, interioricen para recibir el sacramento en la fe de la Iglesia que
van profesar con valentía como ministros de la palabra.

El nuevo leccionario del ritual de ordenación recoge en las lectu-


ras, ejemplos de vocación plasmadas en la Escritura donde se da una
respuesta a la llamada. Se nota la preocupación del leccionario por
especificar las características que han de acompañar la vocación que
se elige para el servicio de Dios y de la Iglesia. “Se trata en todos los
casos, de un servicio a la Iglesia desde una focalización en la palabra,

69
ROVIRA BELLOSO, Joseph M. Los Sacramentos, Símbolos del Espíritu. Barcelona:
Centre de Pastoral Litúrgica, 2001. p. 80
501
70
Ibid, p. 83
71
Cfr. Ibid, p. 81
72
D’ARCYS, Jacques. Manual de Preparación al Rito de Admisión, Ministerios y
Órdenes Sagradas. Aspectos históricos, teológicos, canónicos, funcionales,
litúrgicos y espirituales. Bogotá: CELAM, Vol. I. 1998. p. 411

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y una interrelación con las demás áreas de la misión”73 . El nuevo ritual


además, “manifiesta una profunda relación entre palabra de Dios y
liturgia en general, más todavía cuando se celebra el rito de ordena-
ción del obispo, de los presbíteros y de los diáconos”74 . Manifiesta una
riqueza bíblica impresionante. A continuación se presentan las carac-
terísticas de esta riqueza del nuevo leccionario:

a) Un primer aspecto que hay que tener en cuenta es la unidad


entre liturgia de la palabra y liturgia del sacramento, en este caso
entre dos sacramentos (Orden y Eucaristía), constituyendo un
sólo acto de culto (Cfr. SC 56). Esto quiere decir que la palabra
alcanza su finalidad para la cual es proclamada y celebrada.

b) Un segundo aspecto, es el dinamismo de la palabra que, unida


a la fuerza poderosa del Espíritu, suscita la fe de la asamblea, fe
que se hace aceptación de la fe de Dios y respuesta mediante el
canto y la oración (Cfr. SC 33; 48).

c) En este sentido cabe percibir el movimiento invisible de la palabra


y del Espíritu, desde el Padre a la asamblea y de ésta a Él, para
descender, por el ministerio del que preside, sobre los elegidos.

d) Esta consideración conduce a otra. El bautizado que es llamado


en la comunidad para ser consagrado mediante la unción del
Espíritu y enviado para la misión, se convierte en el centro de la
plegaria de la asamblea y del ministro que la preside, el cual
invoca sobre aquel el espíritu de soberanía. La palabra que es
inseparable del Espíritu en toda operación divina, creadora y
vivificante viene de la misma manera que venía sobre los anti-
guos profetas (Cfr. Dt 18, 18; Jr 1, 9)75 .

Por último, al hacer un recorrido por las lecturas bíblicas, para


la liturgia de la palabra nos encontramos con los siguientes temas

502 73
BOROBIO, Dionisio. Pastoral de los Sacramentos, Op. Cit., p. 252
74
D’ARCYS, Jacques. Manual de preparación al Rito de Admisión, Ministerios y
Órdenes Sagradas. Aspectos históricos, teológicos, funcionales, litúrgicos y
espirituales. Bogotá: CELAM, Vol. III, 2000. p. 178
75
Cfr. LÓPEZ, Julián. “El Leccionario del Ritual de Órdenes”. En: Phase, Barcelona,
Año139 (1984); p. 23-25

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La Palabra: elemento esencial sel ser y quehacer del presbítero

bíblicos-teológicos que tienen como centro a Cristo como punto de


confluencia de todo carisma y ministerio por el Espíritu Santo en la
vida de la Iglesia. Los temas fundamentalmente son: Cristo (en él
reside la plenitud de todo don, función y ministerio), Espíritu Santo
(después de la glorificación de Cristo, es él quien garantiza la conti-
nuidad de la misión en la Iglesia del resucitado suscitando nuevos
enviados), elección (quienes en la Iglesia han de desempeñar todo
esto, son objeto de una llamada), Palabra* (entre todos los servicios
destaca el ministerio de la palabra), culto y Eucaristía (otro gran
servicio ministerial, de todo el pueblo sacerdotal y de los que dentro
del él son elegidos para ello, es el culto y la Eucaristía)76 .

2.5 La Palabra en los sacramentos de curación

2.5.1 La Liturgia de la palabra en el Sacramento de la Penitencia

La liturgia de la palabra en el sacramento de la reconciliación, es


un palabra de perdón, de misericordia, de encuentro con el Dios
misericordioso, es palabra de liberación, es palabra que llama a la
conversión. El nuevo ritual de la penitencia reconoce el valor de la
predicación para mover a la conversión77 . “Por la palabra de Dios el
fiel es iluminado para discernir sus pecados y es llamado a la conver-
sión y a confiar en la misericordia de Dios” (RP 17).

Mediante la palabra proclamada, el cristiano es llamado a la


conversión, esta es condición indispensable para entrar a vivir el
reino de salvación proclamado por Cristo y también lo es del sa-

*
En cuanto al tema de la palabra, éste consiste en proclamar la palabra (2Tm 4),
hablar Palabra de Dios (1 P 4), no adulterándola (2Cor 4), predicar, enseñar,
exhortar (Rom 12; Mt 28 1Cor 12; 2Cor 4; 2 Tm 3), anunciar (Lc 4; 1Cor 9; 1 Jn

76
1), cuidar de la lectura y la enseñanza (1Tm 4; Cfr. Ne 8; Sal 18; 118), profetizar
e interpretar (1 Cor 12). Cfr. D’ARCY, Jacques. Vol. III, Op. Cit., p. 189.
Ibid, p.186-190.
503
77
Cfr. RECONCILIACIÓN Y PENITENCIA. Aporte para el sínodo episcopal de 1983.
Bogotá: CELAM, No 53, 1983. p. 68. Cfr. BACA PAUNERO, Enrique. El Sacramento
de la Reconciliación. En: Didascalia. Rosario, No. 367 (Nov 1983); p. 26. Cfr.
BURGALETA, Jesús Tomás. La Celebración Comunitaria de la Penitencia. En:
Phase. Barcelona, No. 37, Año 07 ( 1967); p. 81-82.

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cramento. “El centro del sacramento es la conversión penitencial,


que supone el cambio profundo del corazón y de la vida hacia el
ser y deber del cristiano, hacia el ideal y la misión recibidas y
aceptadas”78 . “Predicación de la fe para llamar a la conversión”
(RP 57). “La conversión es algo así como el <<motor de la vida
cristiana>>”79 .

Es tan importante predicar la fe por medio de la palabra que el


rito de la penitencia prevé en el acto de la celebración una o más
lecturas bíblicas o, en las confesiones individuales de un sólo peniten-
te, por lo menos la recitación de un texto breve de la Sagrada Escritura
y la correspondiente homilía80 .

El presbítero ministro de la palabra en el sacramento de la pe-


nitencia juega un papel importante, tanto en la predicación como en
el momento de pronunciar la fórmula de la absolución de los peca-
dos. “Debe aparecer de manera viva y eficaz la acción de la palabra
cuando el ministro pronuncia la fórmula de absolución de tal modo
que permita al penitente oírla distintamente como voz de Cristo que,
por su ministro, perdona los pecados”81 .

El ritual de la penitencia comprende más de ochenta lecturas


bíblicas, de las cuales el presbítero puede echar mano para preparar
una buena y eficaz liturgia de la palabra, con la sugerencia de que se
puede elegir entre ellas de acuerdo a las diversas circunstancias reales
de los penitentes. Más aún, se afirma que “el sacramento de la peni-
tencia debe ofrecer facilidades para escuchar la palabra de Dios, dado
que es con su palabra como Dios llama a la conversión y lleva al
cambio del corazón” (RP 8).

78
BOROBIO, Dionisio. Misión y ministerios Laicales. Salamanca: Sígueme, 2001.
p. 82
79
BOROBIO, Dionisio. El Sacramento de la Reconciliación. Bilbao: Desclée de
Brouwer, 1976. p. 37

504 80
Cfr. RECONCILIACIÓN Y PENITENCIA, Op. Cit., p. 69. Cfr. Rito de la penitencia
43, 51, 52, 60; Cfr. LLIGADAS, Joseph. Confirmación y Primera Comunión,
Penitencia y Unción. Materiales y moniciones. En: Dossiers CPL 88, Barcelona:
Centre de Pastoral Litúrgica, 2001. p 84-152. en este último texto se da una
preponderancia e importancia a la celebración de la liturgia de la palabra, de tal
manera que, a través de varios esquemas para los diferentes tiempos que
celebramos en el año litúrgico, se nota esta afirmación.
81
RECONCILIACIÓN Y PENITENCIA, Op. Cit., p. 68

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La Palabra: elemento esencial sel ser y quehacer del presbítero

En el desempeño de su ministerio el presbítero en el sacramen-


to de la penitencia hace posible la realidad salvífica de Dios, en
primer lugar por la predicación de la palabra como lo hizo el mismo
Jesús de Nazaret.

“En el ámbito de la acción salvífica de Cristo, se pueden distin-


guir dos objetivos inseparables: de un lado una finalidad que puede
ser definida como de carácter intelectual: enseñar, instruir a la muche-
dumbre que estaba como ovejas sin pastor (Cfr. Mt. 9, 36), encaminar
a las inteligencias a la conversión (Cfr. Mt 4, 17). Y por otra parte,
mover los corazones de quienes le escuchaban hacia el arrepenti-
miento y la penitencia por los propios pecados, abriendo de esta ma-
nera camino a la recepción del perdón divino”82 .

Para el presbítero, además de proclamar la palabra en las diver-


sas formas de predicación, enseñanza, catequesis e incluso, en los
medios de comunicación social, queda siempre como válido e indispen-
sable el contacto personal, como lo atestiguan las conversaciones del
Señor Jesús con Nicodemo, Zaqueo, la Samaritana, Simón el fariseo y
otros muchos. Por eso son muy dignas de alabanza y también de ser
animadas, las actitudes de aquellos sacerdotes “que a través del
sacramento de la penitencia o a través del diálogo pastoral, se mues-
tran dispuestos a guiar a las personas por el camino del Evangelio, a
alentarlas en sus esfuerzos, a levantarlos si han caído, a asistirlas siem-
pre con discreción y disponibilidad” (EN 46).

Hoy más que nunca se necesita esta actitud de los presbíteros


en medio de las comunidades parroquiales, donde muchos cristia-
nos vienen en busca y necesitados del perdón y la salvación de Dios.
Ellos cargados de tristezas, angustias y desesperación, necesitan en-
contrar al pastor que con la palabra de Dios los llame a la conver-
sión, cure sus heridas dejadas por el pecado, los llame a la comunión
de vida con Dios, como lo hacían los profetas de Israel, comunión
en una nueva Alianza sellada con la sangre de Cristo. Les haga posi-
ble la salvación de Dios en sus vidas, la liberación de sus pecados 505
82
CONGREGACIÓN PARA EL CLERO. El presbítero, Maestro de la palabra, Ministro
de los Sacramentos y Guía de la comunidad, ante el tercer milenio cristiano, Op.
Cit., p. 20

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por medio de la absolución sacramental. Para que vuelvan a la vida


de la gracia y la comunión con Dios cargados de esperanzas a em-
prender nuevamente el camino de la vida, y de la gracia alcanzada
en el sacramento de la penitencia. “La palabra de Dios es al mismo
tiempo la que fecunda la vida del Creyente y lo juzga. El esfuerzo del
cristiano consiste en querer ser dócil a la palabra que ha sido planta-
da en él”83 .

No cabe la menor duda de que el ministerio del presbítero en el


sacramento de la penitencia es esencial e importante, para su vida de
fe y vida de la comunidad, ya que él tiene que ser también, un
penitente en el sacramento y con respecto a la comunidad, el ministro
reconciliado que actualiza la acción salvadora de Dios en primer lugar
por la palabra proclamada que llama a la conversión y el encuentro
personal con el hermano que ha caído y ahora se levanta por la acción
salvadora y liberadora de Dios en el sacramento.

2.5.2 La liturgia de la Palabra en el Sacramento de la Unción

La predicación del presbítero en el sacramento de la unción, va


dirigida a unos hermanos asediados por la enfermedad o por los
problemas que no permiten tener una salud integral que permita
vivir en plenitud la vida humana* . El presbítero al comunicar una
palabra de vida y esperanza, afirma la vida en un signo de la acción
liberadora y salvífica de Dios en la historia (Cfr. Jn 10, 10). “La pala-
bra del Señor se hace escuchar desde los rostros sufrientes de los
hombres y mujeres de este pueblo latinoamericano y nos dice que
tiene hambre y sed, que está enfermo y nos llama a comprometernos

83
LLIGADAS, Joseph. Confirmación y Primera Comunión, Penitencia y Unción.
Materiales y moniciones, Op. Cit., p. 127
*
Los destinatarios de la pastoral de enfermos son: ancianos y personas mayores,

506 enfermos con enfermedades graves, enfermos con enfermedades crónicas,


enfermos psíquicos y dementes, enfermos de SIDA, drogadictos, homosexuales,
los atenazados por la ansiedad, los jubilados, inmigrantes y refugiados, deprimidos
y esquizofrénicos. Señalar los destinatarios del sacramento de la unción, es para
comprender de alguna manera el concepto amplio que tenemos que manejar en
el campo de la evangelización y que hay que tener en cuenta. Los nuevos
enfermos a los que el presbítero tiene que predicar la salvación del reino. Cfr.
Borobio, Dionisio. Misión y Ministerios Laicales. Op. Cit., p. 84

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La Palabra: elemento esencial sel ser y quehacer del presbítero

en el cuidado de la vida y de la salud ante las múltiples amenazas


que la acechan en nuestra realidad”84 .

El presbítero a partir de las lecturas proclamadas previas al


sacramento, comparte con sus hermanos a un Cristo solidario con
la situación humana. “El presbítero en el sacramento de la unción
es signo de Cristo Maestro y médico para con el hermano enfer-
mo”85 . “Por la unción de los enfermos alivia a éstos” (PO 5). Cris-
to que se solidariza con el dolor de los enfermos, se identifica con
el que sufre. En este aspecto es importante traer a la memoria de
los que sufren a Jesús que sufrió pasión y muerte de cruz, para
liberarnos del pecado y de la muerte; por eso brilla como palabra
de vida (Cfr. Filp 2,6-8; Mt 25, 31ss; Filp 2,16). “Recorría Jesús
toda Galilea, enseñando en la sinagoga, proclamando la Buena
Nueva del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia del
pueblo” (Mc 2, 3-11).

El Señor Jesús en su predicación del evangelio del reino se acer-


có a los enfermos, a los pobres, a las mujeres y a todos los excluidos,
a los marginados de las instituciones religiosas y políticas de la época,
no para reforzar su situación de excluidos, de marginación y de dolor,
sino para hacer posible la salvación en medio de ellos. Atender a los
enfermos es el proyecto de Dios en medio del dolor y sufrimiento (Is
61, 1-2). Según Borobio, estos son los rasgos esenciales del comporta-
miento de Jesús, y por lo tanto del presbítero pastor y maestro de sus
hermanos los enfermos:

a) Jesús es el verdadero cumplidor de las promesas mesiánicas de


liberación de la enfermedad, y del dolor con sus palabras y sus
obras, con su vida, muerte y resurrección (Jr 33, 17ss; Is 35, 5ss;
Mt 11, 3-6; Lc 4, 21).

84
TARRÁN, Adriano. Guía de Pastoral de la salud para América Latina. Bogotá:
85
CELAM, 2000. p. 27; Cfr. Mt 25,31; Puebla 31; SD 178-179.
GEIST, H. Y Otros. Ministerio Sacerdotal y Trinidad. Salamanca: Secretariado
Trinitario, 1993. p. 206
507
*
“El nuevo ritual de la unción de los enfermos ha previsto que haya una oportuna
catequesis, que mueva a la comunidad cristiana a proporcionar alivio a los
enfermos mediante visitas a domicilio; les facilite el comprender el significado y
el valor cristiano del sufrimiento por un encuentro apropiado con la palabra de
Dios”. FAVALE, Agostino, Op. Cit., p. 169.

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b) Jesús es acogedor y amigo de los enfermos, a los que se acerca,


por los que ora, a los que escucha y consuela y a los que saca
de su marginación y soledad (Mt 11, 24; 9-13; Lc 11, 2-4).

c) Jesús es médico integral, que cura las enfermedades y libera


del demonio y del pecado (Mc 10, 8-10; Jn 9; Lc 11; Mc 7),
sobre todo por el poder de la palabra (Mc 5; Mc 1; Lc 17).

d) Jesús es el amigo que salva y que pide una relación personal de


confianza en él (Mc 10, 48; Lc 17, 13).

e) Jesús es el verdadero salvador, con su misterio pascual, no so-


lamente asume la enfermedad y carga con nuestros dolores,
sino que también descubre de una vez y para siempre el senti-
do de la enfermedad y del dolor* . Transformando su oscuridad
en luz salvadora a través del amor y la entrega a los demás86 .

3. La Palabra en la praxis de la Iglesia

3.1 La Palabra en la predicación

El Señor Jesús es un predicador por excelencia. El contenido de


su predicación es el reino de Dios87 . Este reino es predicado en primer
lugar en palabras; en su predicación, comunica lo que ha escuchado
al Padre. Toda la vida de Jesús es una predicación del reino del Padre,
de lo que ha escuchado al Padre. La predicación de los apóstoles,
tiene como contenido las palabras de Jesús que se convierte de men-
sajero en mensaje, con su vida, pasión, muerte y resurrección. Des-
pués de su ascensión, los apóstoles son enviados con el poder del
Espíritu Santo a proclamar esta verdad de fe, esta es una misión uni-
versal de salvación. “Proclamad el Evangelio hasta los confines del

508 86
Cfr. BOROBIO, Dionisio. Pastoral de los sacramentos, Op. Cit., p. 298-299
87
Cfr. MALDONADO ARENAS, Luis. El Mensaje de los Cristianos. Estudio Bíblico-
teológico en torno al contenido del testimonio y el anuncio de la Palabra.
Barcelona: Juan Flores, Editor, 1965. p. 55-95. Cfr LASSO, Pablo. La predicación
en el NT: anuncio del reino como alternativa global a un estilo de vida. En: Sal
Terrae, Santander. Vol. 66, No. 778 (Mar 1978); p. 190

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La Palabra: elemento esencial sel ser y quehacer del presbítero

mundo”(Mt 28, 18). Estas palabras constituyen desde el principio mis-


mo de la Iglesia la esencia y fundamento de su quehacer en el mundo
a través del tiempo88 . Y son también de igual manera centro del ser y
quehacer del presbítero en la actualidad.

La misión de proclamar el evangelio, sigue siendo tarea primordial


y urgente en todo el mundo y de manera especial para el presbítero
latinoamericano. “Todo el servicio ministerial de los sacerdotes tiene
como objetivo ofrecer a los hombres una esperanza de salvación, anun-
ciar al mundo la verdad que puede orientar nuestra existencia, e intro-
ducir en la vida humana el auténtico amor”89 . El anuncio del evangelio
sigue siendo actual y necesario, para un pueblo que sufre y que en
medio del sufrimiento se siente necesitado de salvación. «Su predicación
es el puente que une la palabra de Dios, siempre la misma e inmutable,
con las necesidades, inquietudes, deseos y anhelos del hombre concre-
to y actual”90 . Pues, el presbítero, a través del ministerio de la palabra,
está al servicio de la palabra que comunica y hace presente eficazmente
el mensaje de salvación. Mensaje que necesita escuchar nuestro pueblo
crucificado en la pobreza. La palabra que predica el presbítero es una
palabra creadora de nuevas situaciones en la vida de los que la escu-
chan, “su palabra resonante hace existir, su palabra articulada y ordena-
da crea un mundo ordenado. Es una palabra cargada de voluntad, de
fuerza creadora...no sólo crea una existencia, como presencia inerte,
sino que crea una actividad, un dinamismo irresistible”91 .

La predicación del presbítero cuyo contenido es la palabra de


Dios, tiene que ser fuente de nueva vida, de esperanza, de salvación.
Ese es su ministerio primario y fundamental para la vida de la Iglesia,
para la vida del hombre destinatario de su mensaje92 . “El pueblo de

88
Cfr. CASTRO CUBELLS, Carlos. Proclamad el Evangelio hasta los confines del
Mundo. En: Surge. Vitoria. Vol. 29, No 294, Año 31 (Mar 1971); p.111-116
89
PAGOLA, Antonio José. El servicio a la Palabra. Algunas reflexiones sobre el
ministerio del Sacerdote, Op. Cit., p. 102.

509
90
LLOPIS, Juan. El Sacerdote, Servidor de la Palabra y de los Sacramentos. En:
Phase, Barcelona, No 43, Año 38 (1968); p. 43
91
ALONSO SCHÖKEL, Luis. La Palabra en Acción. En: Sal Terrae, Santander, Vol.
52, No 4 (Abr 1954); p. 195. Cfr. LLOPIS, Juan. El Sacerdote Servidor de la
Palabra y de los sacramentos, Op. Cit., p. 41
92
Ibid, p. 42. Cfr. BOROBIO, Dionisio. Del Ministerio de la Palabra Divina. En:
Phase, Barcelona, No. 141, Año 24 (May-Jun 1984); p. 196. Los ministros sagrados
han de tener en mucho la función de predicar.

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Pbro. Luis Antonio Vallejo

Dios se congrega primeramente por la palabra de Dios vivo, que con


toda razón es buscada en la boca de los sacerdotes” (PO 4). La palabra
que el presbítero predica “no es puramente humana, sino que es pala-
bra de Dios; y cuando el hombre recibe dicha palabra por la fe, esa
palabra despliega su energía salvadora <<energeitai>>»93 . “Su predica-
ción no debe reflejar opiniones propias, por bien fundamentadas que
estén, sino únicamente la doctrina de Cristo...Partiendo de la palabra
divina, el sacerdote ilumina la vida real y concreta de los hombres”94 .

Nuestro pueblo necesita esa palabra de vida que ilumina, que


transforma el corazón y hace vivir el mundo de dolor con esperanza
y fortaleza. “La predicación Sacerdotal, que en las circunstancias ac-
tuales del mundo resulta no raras veces dificilísima, para que mejor
mueva a las almas de los oyentes no debe exponer la palabra de
Dios sólo de modo general y abstracto, sino aplicar a las circunstan-
cias concretas de la vida la verdad perenne del evangelio” (PO 4).

3.2 La Palabra en la Catequesis

El presbítero ministro de la palabra es un catequista por excelen-


cia. En su ministerio tiene que darle la importancia debida a la cate-
quesis, importante en su ser y quehacer, también necesaria para la
vida de la Iglesia. «En lo referente a la palabra, el ministerio más im-
portante es sin duda el del catequista. Detrás de este nombre se encie-
rran diversidad de funciones. Responsabilidad, dedicación, formación,
entrega porque está en referencia a la palabra»95 . Su ministerio de
catequista es importante en la comunidad porque está en referencia a
la palabra. Esta palabra de Dios es el objeto especifico de nuestra fe
cristiana y es la razón de ser de la Iglesia. La iglesia existe para escu-
char con devoción la palabra de Dios y proclamarla con valentía96 .

El relieve que el catequista ha venido a tener en los años


preconciliares y posconciliares va al unísono con la importancia dada
510
93
ALONSO SCHÖKEL, Luis. La Palabra en Acción, Op. Cit., p. 201
94
LLOPIS, Juan, Op. Cit., p. 43
95
BOROBIO, Dionisio. Ministerio sacerdotal. Ministerios laicales, Op. Cit., p. 57
96
DE VOS, Frans. Las Fuentes o Mediaciones en la Catequesis. En: Teología y
Catequesis, Madrid, No. 45-48 (En-Dic 1993); p. 453; Cfr, DV 1

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La Palabra: elemento esencial sel ser y quehacer del presbítero

al ministerio de la palabra y, en general, a la tarea evangelizadora,


catequética, educativa, a todos los niveles97 .

Esta catequesis ha de tener como fundamento esencial la pala-


bra de Dios. «La única fuente de la catequesis es la palabra de Dios
vivo»98 . La palabra de Dios a partir de la importancia que le dio el
Concilio Vaticano II, ha pasado a ser el centro y fundamento de la
catequesis. «La catequesis es una profundización y una continuación
de la evangelización, y está orientada hacia la vida plena de los fieles
en la Iglesia y en el mundo. Por este motivo su contenido, su fuente,
su norma y su inspiración no puede ser otra que la palabra de Dios,
trasmitida mediante la tradición y la Escritura»99 . Esta profundización
debe permitir a cada uno de los creyentes madurar de manera pro-
gresiva en la conciencia de la propia fe, correlativamente a la edad,
la cultura y las propias exigencias espirituales y las propias responsa-
bilidades religiosas100 .

Así tenía que ser ya que la catequesis es vital para la vida de la


Iglesia, ya que la Iglesia necesita renovarse y beber de la fuente de
vida que es la palabra de Dios.

La Exhortación apostólica de Juan Pablo II Cathechesi Tradendae


ha podido afirmar, que la catequesis «ha de estar totalmente impreg-
nada por el pensamiento, el espíritu y las actitudes bíblicas y evangé-
licas a través de un contacto asiduo con los textos mismos… y será
tanto más rica y eficaz cuanto más lea los textos con la inteligencia y
el corazón de la Iglesia» (CT n. 27).

La palabra de Dios debe iluminar toda la acción catequética,


para que los destinatarios se dejen interpelar por ella, la conozcan en
profundidad y la vivan orientando por ella toda su existencia. Por

97
BOROBIO, Dionisio. Ministerio sacerdotal. Ministerios Laicales, Op. Cit. p. 57.
98
DE VOS, Frans. Las fuentes o Mediaciones de la catequesis, Op. Cit., p. 456. Cfr.
MARTIN BARRIOS, Juan Luis. La Dimensión Bíblica de la Pastoral catequética en
España desde el Concilio Vaticano II hasta nuestros días. En: Teología y Catequesis.
511
Madrid, No 35-36 (Jul-Dic 1990); p. 376-380. Cfr. Oficio catequético Arquidiocesano.
Evangelización y catequesis. Asunción: Editora Litocolor, 1990. p. 31
99
LOPEZ MARTÍN, Julián. Revalorizar la Palabra de Dios. ALDAZABAL, José, LOPEZ
MARTÍN, Julián. DOSSIERS. CPL 70, Op. Cit., p. 11
100
FAVALE, Agostino, Op. Cit., p. 119

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Pbro. Luis Antonio Vallejo

eso la catequesis será tanto más rica y eficaz cuanto más se impregne
y trasmita el pensamiento, el espíritu y las actitudes bíblicas101 .

En estos últimos tiempos posconciliares la catequesis ha vuelto a


encontrarse con la palabra de Dios y se ha convertido en una lectura
continua de los textos bíblicos en su contenido. La oración del cristia-
no, el Padre nuestro y las normas de vida que encontramos en los
evangelios, que se concretan en el mandamiento del amor y las
bienaventuranzas. Esta clave que constituye la fe, y el compromiso
básico de la Iglesia, no sólo no es ajena a la Escritura, sino que cons-
tituye su núcleo esencial102 . Esto que es el contenido básico de la
Escritura pasa a ser el contenido fundamental también de la cateque-
sis. Esto vitaliza en nuestras comunidades parroquiales su vivencia
más clara y profunda de la fe por medio de la palabra, ahora que la
palabra de Dios se ha vuelto a poner en las manos del pueblo de Dios.
En este sentido la catequesis es la pedagogía necesaria para que el
mensaje de la revelación, conocido y trasmitido por la tradición de la
Iglesia, llegue al hombre y a la mujer contemporáneos y sea para ellos
fuente de salvación. «Cuando se habla de pedagogía de la fe, no se
trata de trasmitir un saber humano, aun el más elevado; se trata de
comunicar en su integridad la revelación de Dios» (CT 58).

La catequesis más que ser una actividad meramente intelectual,


tiene que estar orientada a la vida del creyente. La enseñanza catequística
ha tenido hasta ahora casi siempre una finalidad primaria, casi exclusi-
va, de instrucción. No teníamos suficientemente en cuenta que la doctri-
na no puede quedarse nunca en el plano meramente intelectual; va
esencialmente dirigida a la vida103 . Está dirigida al corazón del creyente.
La misión profética de la Iglesia, de la que forma parte la catequesis,
consiste en proclamar la palabra de Dios. Pero esta proclamación no
consiste en repetir ni en <<noticiar>> la palabra de Dios. No se trata de
un discurso sobre la palabra de Dios sino de una tarea mediadora que
<<hace resonar>> la palabra de Dios en el corazón de los oyentes104 . La

512 101
LOPEZ MARTIN, Julián. Revalorizar la Palabra de Dios. En: ALDAZABAL José, LOPEZ
MARTÍN, Julián. DOSSIERS CPL 70. Celebrar la Palabra de Dios, Op. Cit., 13
102
Cfr. ARTOLA M, Antonio, CARO SÁNCHEZ José, Op. Cit., p. 423
103
ENRIQUE TARANCÓN, Vicente. El Sacerdocio a la Luz del Concilio Vaticano II,
Op. Cit., p. 210
104
DE VOS, Frans. Las Fuentes o Mediaciones de la catequesis, Op. Cit., p. 453

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La Palabra: elemento esencial sel ser y quehacer del presbítero

catequesis está al servicio de la palabra de Dios, pero no para repe-


tirla ni para explicarla sino, en primer lugar, para que el catequizado
entre en contacto personal con Dios y lo escuche con el oído inte-
rior105 . «El servicio fundamental que presta la misión profética de la
Iglesia y, por ende, la catequesis, consiste en ayudar a los creyentes
a escuchar la palabra de Dios como palabra viva en su corazón»106 .
Para la Biblia conocer a Dios es un llamado al corazón del hombre
que se produce en un contexto de vida más que de saberes de
ciencia. Para el semita, conocer expresa una relación personal
existencial; conocer a alguien es entrar en relaciones personales con
él, relaciones que pueden adoptar muchas formas de grados. En este
conocimiento Dios toma la iniciativa107 .

De esta manera la catequesis se convierte en un medio de evan-


gelización privilegiado de la Iglesia y para la Iglesia. Para que el
creyente tenga un encuentro personal con Cristo que le habla en su
palabra. Realiza la salvación en el cristiano y al mismo tiempo lo
convierte en su testigo en el mundo. En un instrumento de salvación
para sus hermanos los hombres, dándoles a conocer y llamándoles a
la experiencia del Dios que nos salva en Cristo.

La catequesis además de bíblica tiene que ser cristocéntrica108 ,


ya que Cristo es el centro desde donde lee el cristiano las Sagradas
Escrituras. «La Biblia nos narra la Historia de salvación de Dios para
con los hombres, su designio amoroso y salvador. La Biblia nos narra
la experiencia de salvación vividas por los hombres. En el centro de
esta historia está Cristo»109 . La catequesis tiene que ser el medio des-
de donde el cristiano se encuentre personalmente con Cristo maes-
tro y sentido de su vida.

Sugerencias para una catequesis que lleve al encuentro de Cris-


to según las Escrituras:

105
Ibid, p. 454. Cfr. GIL, Pedro M. Que significa una Catequesis profética. En:
SINITE, Madrid, Vol. 29, No. 88 (May-Ag 1988); p. 236
513
106
Ibid, p. 454
107
ESPINA PERUYERO, Gonzalo. Conocer las Escrituras para conocer a Jesucristo.
En: Catecheticum, Santiago, Vol. 1 (1998); p. 74
108
Ibid, p. 71
109
Ibid, p. 72

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Pbro. Luis Antonio Vallejo

a) Dar a conocer la Escritura es un desafío primordial para la cate-


quesis. Se trata de introducir a los catequizando en una adecua-
da compresión de la Biblia.

b) La catequesis debe llevar a la confesión de fe «según las Escritu-


ras». El credo resumen de la Escritura, nos sirve como «fórmula
de fe» con la que la Iglesia clarifica y define la fe ante las herejías.
Pero la Escritura es el texto fundamental.

c) Es objetivo capital de la catequesis: que la palabra de Dios,


resuene en el corazón de los hombres.

d) La catequesis ha de llevar al encuentro, corazón a corazón, del


catequizando con Cristo.

e) La catequesis lleva a conocer el corazón de Dios a través de la


Escritura.

f) La catequesis debe poner en contacto con los textos mismos e


iniciar en la compresión y aplicación a la vida.

g) La Biblia no propone ideas, invita a una experiencia de salvación.

h) La catequesis ha de provocar un corazón abierto a la palabra.


La apertura a la palabra requiere la superación de bloqueos o
embotamientos que impidan su escucha y acogida.

i) La catequesis debe educar en la lectura orante de la Biblia.


Lectio divina.

j) La catequesis encuentra en la Biblia el mejor lenguaje de la fe.


La catequesis debe privilegiar la riqueza del lenguaje bíblico.

k) Finalmente dos exhortaciones de Pablo y unas palabras de Jesús110 .


514
- Pablo: - «Que la palabra de Dios habite en ustedes en toda su
riqueza; enséñense y exhórtense unos a otros con toda sabiduría. Y

110
Cfr. Ibid, p. 76-78

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La Palabra: elemento esencial sel ser y quehacer del presbítero

todo cuanto hagan o digan, háganlo en el nombre de Jesús, el Señor,


dando gracias a Dios Padre en nombre de él» (Col 3, 16-17)

- Cristo:»Más bien dichosos los que escuchan la palabra de Dios


y la ponen en práctica» (Lc 11, 18)»Mi Madre y mis hermanos son los
que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica» (Lc 8, 21).

3.3. El seminario una «escuela de escucha, vivencia y


celebración de la palabra»

La comunidad del seminario es una comunidad de llamados para


el servicio de la palabra (Mc 3, 14)111 . “Jesús ha tenido el cuidado de
elegir a sus mensajeros. Parte de su evangelio consiste en haber for-
mado, el colegio apostólico, con sus colaboradores, para que se pue-
da anunciar la Buena Nueva en todas las generaciones”112 . “El centro
de la vocación de Jesús es anunciar y acercar el reino de Dios”113 .

Por esta razón la comunidad del seminario que es una comuni-


dad signo del reino, tiene que ser una comunidad fundada en la escu-
cha, vivencia y celebración de la palabra de Dios. Una comunidad de
experiencia de la palabra, una comunidad que encuentre su riqueza
de vida dinámica en las Sagradas Escrituras, una comunidad de profe-
tas de Dios, una comunidad que se edifica y configura sobre la roca
que es Cristo palabra por excelencia y definitiva del Padre, una comu-
nidad desde donde se difunda la fragancia de Cristo centro y funda-
mento de las Sagradas Escrituras. Por eso, «es necesario, en particular,
que la escucha de la palabra se convierta en un encuentro vital, en la
antigua y siempre válida tradición de la Lectio divina, que permite
encontrar en el texto bíblico la palabra que interpela, orienta y modela
la existencia» (NMI n. 39; Cfr. PDV n. 47; 26). El Papa Juan Pablo II por
su parte en la Exhortación Apostólica Pastores Dabo Vobis exhorta a
los formadores. «Enséñeseles a buscar a Cristo en la fiel meditación de
la palabra de Dios…» (PDV n. 45).
515
111
Cfr. JUAN PABLO II. «Pastores Dabo Vobis». Bogotá: Paulinas, 1986. p. 112
112
PRECHT BAÑADOS, Cristián, Op. Cit., p. 16
113
MALDONADO, Luis. Anunciar la palabra hoy. Predicación, catequesis, enseñanza.
Madrid: San Pablo, 2000. p. 131

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Pbro. Luis Antonio Vallejo

La comunidad del seminario, que es la «escuela del evangelio»


(PDV n. 42), es el lugar donde se forman los ministros de la palabra.
«Alimentarnos de la palabra para ser servidores de la palabra en el
compromiso de la evangelización, es indudablemente una prioridad
en la Iglesia al comienzo del nuevo milenio»(NMI n.40).

Los mismos estudios teológicos-bíblicos en la enseñanza del semi-


nario tienen que llevar a los seminaristas a un verdadero conocimiento,
encuentro personal de corazón a corazón con la Sagrada Escritura ya
que la teología halla su fuente de inspiración en la palabra revelada y
tiene que ser también fuente de inspiración para la vida del estudiante
(Cfr. PDV n. 54)114 . «El conocimiento de la Sagrada Escritura y su cons-
tante lectura formarán parte cada vez más de las tareas profesionales del
sacerdote de nuestra generación y de generaciones futuras»115 .

Un conocimiento no meramente intelectual y técnico con los


textos de la sagrada Escritura, sino también, la relación personal, des-
de la vida con el misterio que nos comunica la palabra de Dios (Cfr.
PDV n. 26)116 . En ese sentido la teología es profética en la vida de la
comunidad del seminario. «La teología es profecía en cuanto que es
pensamiento que acompaña a la vida a la luz de la memoria viva de la
palabra de Dios»117 . «De este modo queda claro cómo la teología mis-
ma puede ser profecía. Ayudando a entender en profundidad el miste-
rio»118 . “Y la misma investigación teológica ¿no es acaso una investiga-
ción profética que intenta en último análisis, suscitar nuevas formas de
profecía? Sería una señal preocupante el que la teología tuviera que
reducirse a ser un puro proceso de transmisión cognoscitiva mediante
el cual unos profesorcillos tratasen de reproducir en serie otros <<re-
petidores>> en ciernes”119 El misterio de Dios que nos viene por la

114
Cfr. PASTORES DABO VOBIS. Aplicación para América Latina. Bogotá: CELAM,
1993. p. 89
115
CALVO GUINDA, Francisco Javier. Homilética. Madrid: BAC, 2003. p. 30
116

516 Cfr. SUBCOMISIÓN EPISCOPAL DE CATEQUESIS. CATECISMO de la Iglesia


Católica. Guía para una lectura litúrgica y la predicación, Año A. Madrid: BAC,
1995. p 9
117
FORTE, B. La Teología como Compañía, memoria y profecía.. Introducción al
sentido y al método de la teología como historia. Salamanca: Sígueme, 1990. p.
182.
118
FISICHELLA, Rino. Jesús, Profecía del Padre. Madrid: San Pablo, 2001. p. 17.
119
CAVADI, Agusto, Op. Cit., p. 7

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La Palabra: elemento esencial sel ser y quehacer del presbítero

escucha, vivencia y celebración de la palabra de Dios es lo que da vida


a la comunidad del seminario, a cada seminarista y a cada uno de los
miembros del equipo formador. «Es decir, hace a su pueblo con su
palabra. Pero esta palabra para ser eficaz, necesita ser escuchada y se-
guida, y así va provocar una reacción: en definitiva la salvación»120 . La
palabra de Dios, es acontecimiento que vivifica a la comunidad que se
encuentra con ella, la vive, la celebra y la anuncia con las actitudes
verdaderamente evangélicas.

La palabra de Dios, además de ser palabra escuchada en el cora-


zón y transformadora de la vida de la comunidad del seminario, es la
palabra de Dios que se convierte en palabra celebrada. Es importante
la celebración de la palabra de Dios en el seminario porque en ella,
Dios habla a su pueblo, Cristo sigue anunciando el Evangelio (Cfr. SC
n. 7). Cristo habla y se encuentra con los que ha llamado para su
servicio, anuncia la salvación en medio de ellos. Salvación de la que
ellos mismos tiene que ser portadores para sus hermanos. Cristo pala-
bra, los configura y los capacita por medio de la escucha, vivencia y
celebración de la palabra en el seminario, para la misión en el mundo
entero (Mt 28, 18ss). «La acción primordial de la palabra que impregna
de significado los demás elementos de la celebración, es ser <<palabra
convocadora>>. Es palabra activa que reúne a la asamblea del pue-
blos de la alianza: <<Reúne al pueblo a mi alrededor y les haré oír mis
palabras, para que se las enseñen a sus hijos y aprendan a respetarme
todos los días que vivan en la tierra>> (Dt 4, 10)»121 .

En el campo de la formación es importante lograr que los


seminaristas, después de encontrarse con Cristo en su palabra, haberle
escuchado, vivido y haber experimentado verdaderas liturgias de la
palabra por parte de los formadores, salgan del seminario convertidos
en neopresbiteros heraldos del evangelio, en predicadores incansables
de la palabra* , con corazón misionero, verdaderos profetas prendidos

120
ARANDA, Alberto. La Dinámica Celebrativa. En: Manual de Liturgia. La celebración
del Misterio Pascual, Introducción a la celebración litúrgica. Bogotá: CELAM, 517
Vol. I, 2000. p. 113
121
PALUDO, Faustino, D´ANNIBALE, Miguel Ángel, La Palabra de Dios en la
Celebración, Op. Cit., p. 225.
*
Uno de los problemas en el campo de la formación es que los neopresbiteros
no salen con la conciencia clara de que en primer lugar, ellos son ministros de
la palabra, heraldos del evangelio de Jesucristo. Esto repercute en la acción

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Pbro. Luis Antonio Vallejo

de la palabra de Dios122 . Verdaderos ministros de la palabra, testigos de


la fe en el mundo, esa es la fuente y origen de su vocación123 .

En los documentos conciliares se afirma que en las dimensiones del


misterio prebiteral, la función primaria, es ser ministros de la palabra,
función importante y prevalente porque está en orden a la palabra de Dios
que suscita la fe en el creyente124 (Cfr. PO n. 4; LG n. 28; PDV n. 43). Esto
tiene que calar en la vida de los formadores y seminaristas para que des-
pués en la vida pastoral, tengan plena conciencia de ser en primer lugar
predicadores del evangelio, verdaderos apóstoles comunicando las rique-
zas bíblicas, fundando y fortaleciendo comunidades por medio de la pre-
dicación constante del evangelio. «La palabra del presbítero engendra la
Iglesia, por cuanto a través de ellos la Iglesia se construye, en nombre de
la palabra del pastor, como comunidad de Cristo y no del propio presbíte-
ro, fundamentada sobre el anuncio primero de los apóstoles»125 . «El sacer-
dote es, ante todo, ministro de la palabra de Dios; es el ungido y enviado
para anunciar a todos el evangelio del Reino, llamando a cada hombre a la
obediencia de la fe y conduciendo a los creyentes a un conocimiento y
comunión cada vez más profundas del misterio de Dios, revelado y comu-
nicado a nosotros en Cristo» (PDV n. 26). Es el maestro de la fe, “en el
mundo hay mucho agobio, mucho sufrimiento, mucho sin sentido. Se
requiere urgentemente la proclamación del Evangelio y hay oídos muy
atentos para escuchar su mensaje...es un signo del hambre de Dios que
tiene la gente y las preguntas quemantes con que buscan a los Maestros de
la fe”126 . El presbítero emprende su misión en el mundo, suscitando la fe
en el corazón de los hombres, profundizándola en la catequesis bien
organizada y teniendo como fundamento de ella la misma palabra de
Dios; por último celebrándola en los sacramentos de la comunidad de fe y
guiándola a una verdadera vida en la máxima expresión del amor de Dios
el Verbo hecho carne Jesucristo nuestro Señor.

pastoral de los sacerdotes, pues en la práctica son auténticos ministros del culto.
Saben de liturgia, saben de teología, pero se notan decadentes en cuanto a la

518 122
función preponderante y necesaria para la vida de la Iglesia: La función profética.
Cfr. MACCISE, Camilo. Profetas de un Mundo Nuevo, Op. Cit., p. 15-16. Cfr.
PRECHT BAÑADOS, Cristián, Op. Cit., p 15-17
123
Ibid, p. 16
124
Cfr. BOROBIO, Dionisio. Los Ministerios en la Comunidad, Op. Cit., p. 228
125
RUBIO, Luis. Nuevas Vocaciones para un Mundo Nuevo. Salamanca: Sígueme,
2000. p. 295.
126
PRECHT BAÑADOS, Cristián, Op.Cit., p.17

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La Palabra: elemento esencial sel ser y quehacer del presbítero

3.4. Síntesis conclusiva

La palabra es un elemento esencial del ser y quehacer del presbí-


tero. Es la que lo constituye en ministro de la palabra. Lo llama (voca-
ción) primero para ser escuchada (DV 10), para dejarse transformar
por ella y para ser un enviado (misión) (Mc 3, 14). Esta palabra tiene
que ser anunciada por el presbítero al estilo de Jesús. Con coherencia
de vida, de tal manera que toda tiene que estar regida por la palabra.
Vivir su ministerio de manera radical y para siempre, fiel a la palabra
que se le ha confiado. Su vida es un gritar a Dios en medio de los
hombres, es vivir «según Dios». La tarea del presbítero es hacer presen-
te a Dios en la vida de los hombres. Es un enviado de Cristo, un
servidor de la palabra como él. La palabra es tan importante en su ser
y quehacer porque sin su predicación, es imposible encontrar a Cristo,
es imposible encontrar la vida eterna y la Voluntad de Dios deja de
cumplirse. La palabra es un elemento esencial al presbítero, además
porque lo constituye en su ministro y su ministerio está en relación a
la fe. Su ministerio es importante para la Iglesia porque aviva la fe de
la comunidad, hace presente al resucitado, prolonga la misión de Cris-
to y de los apóstoles. Esta función es la que marca su fundamental
especificidad. Su ministerio lo desempeña en la comunidad con valen-
tía e inteligencia, conducido por el Espíritu. Este Espíritu es el que
produce en él la sensibilidad espiritual necesaria para presentar el
mensaje de salvación de forma atractiva, situado, encarnado. Dando
vida, confianza y esperanza al hombre de hoy en busca de sentido
porque el hombre moderno y posmoderno ha expulsado a Dios de
su vida. En las celebraciones litúrgicas está por demás decirlo, pero su
ministerio es importante, y ésta importancia le viene del lugar prepon-
derante que ocupa a partir de Vaticano II, la palabra de Dios. En la
celebración litúrgica, Cristo mismo es el sujeto central de la predica-
ción, del anuncio del Evangelio centro de la revelación (SC 7. 33).
Cristo en su misterio pascual es la plenitud de la revelación, el punto
culminante del amor de Dios, siempre operante y presente todos los
días, especialmente en la liturgia (Cfr. DV 4; SC 6.7.35). El misterio
pascual es el centro de la revelación bíblica y es el centro y fundamen- 519
to de toda celebración litúrgica. Además la palabra de Dios es impor-
tante en la liturgia, porque hace presente al mismo comunicante. Se
hace existente, relación cercana con el oyente. La palabra de Dios es
vida que se derrama en la comunidad de fe.

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Pbro. Luis Antonio Vallejo

En los sacramentos, celebraciones litúrgicas por excelencia, el


presbítero es en primer lugar ministro de la palabra, está a su servicio.
En los sacramentos, la palabra que anuncia el presbítero, suscita y
despierta la fe en los oyentes para que se dispongan a celebrar con fe,
ésta fe, es necesaria para los efectos válidos del mismo. En los sacra-
mentos teniendo como mediación el ministerio del presbítero, la pala-
bra de Dios es eficaz, creadora. Realiza los que anuncia, hace presente
la salvación en la comunidad que la recibe en la fe. Este anuncio no es
mera información es realización de la salvación de Dios en la vida de
los hombres. El presbítero anuncia la salvación, que a su vez se con-
fiere con palabras y gestos intrínsecamente unidos en el sacramento.
Por medio de la audición de la palabra proclamada por el presbítero,
el hombre acoge la salvación y manifiesta su fe al acontecimiento. El
presbítero sirve a esta palabra que realiza la obra de la salvación ha-
ciéndola viva en la comunidad. Sin su servicio responsablemente des-
empeñado, la dinámica de la palabra no funciona. De manera especial
este servicio el presbítero lo ejerce en la homilía que es una aplicación
de las lecturas escuchadas a la vida de los oyentes. La palabra que
anuncia el presbítero en los sacramentos, es una palabra que llama a
la vida de fe en el bautismo, al testimonio profético con el poder del
Espíritu Santo en la confirmación, al encuentro personal, compromiso
y robustecimiento de la fe en Cristo en la eucaristía; al compromiso y
servicio en el mundo por medio de la vocación especifica en los
sacramentos del matrimonio y del orden sacerdotal; es una palabra
que llama a la conversión y a la confianza en el Dios que se comunica
con sus hijos para salvarlos del pecado y la enfermedad en los sacra-
mentos de la penitencia y unción de los enfermos. Es palabra que da
vida en los que abren su corazón en la fe y la esperanza. Pero para
que haya fe y esperanza es necesaria la predicación del presbítero en
las diferentes circunstancias de la vida del hombre y que se viven de
manera clara en los sacramentos al servicio de la comunidad.

La predicación de la palabra dentro y fuera de los sacramentos,


sigue siendo el medio por el cual la vida divina sigue llegando al
520 hombre de Hoy. En este sentido el presbítero tiene que ser un predi-
cador por excelencia, la predicación de la palabra es parte fundamen-
tal de su ser y quehacer ya que la palabra es el contenido de la predi-
cación y el contenido de la catequesis ya que es el objeto especifico
de la fe y la razón de ser de la Iglesia. Su misión en el mundo es

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La Palabra: elemento esencial sel ser y quehacer del presbítero

anunciar el evangelio y en el anuncio del evangelio se derrama la


salvación en medio de un pueblo sufrido como es el pueblo latino-
americano. El presbítero en la predicación sirve a esta palabra que
como se dijo anteriormente, es una palabra eficaz y creadora. Palabra
que cuando se predica y profundizada en la catequesis hace presente
la salvación. Es palabra creadora cargada de voluntad y fuerza, crea-
dora de un dinamismo irresistible. Creadora de nueva vida y de senti-
do. Por eso la palabra de Dios proclamada y profundizada por el
presbítero en la comunidad de fe, tiene que ser una palabra que toque
la vida, que ilumina la existencia, una palabra aplicada, situada y en-
carnada en la realidad del pueblo. Esto, para que sea significativa y
deje un mensaje en el corazón de los oyentes. La palabra es el conte-
nido y fuente de la catequesis. Por esta razón la catequesis ha de estar
totalmente impregnada de los textos de la Sagrada Escritura. Tiene
que ser profundamente bíblica y cristocéntrica ya que Cristo es el
centro de toda la Sagrada Escritura. De esta manera la catequesis está
orientada también a la vida y a la profundización de la fe, al encuen-
tro personal a través de la palabra del hombre con Dios. El ministerio
del presbítero, que es hacer presente a Dios por la palabra, también
esta orientado a la vida del hombre y del hombre concreto. Su minis-
terio de servicio en la palabra es para que el hombre la escuche y la
profundice como palabra viva en su corazón.

La palabra de Dios en la enseñanza, de manera especial en el


seminario, comunidad de llamados por la palabra y al servicio de la
palabra. La palabra de Dios también es importante, de manera espe-
cial, en la enseñanza teológica ya que la teología es fundamentalmen-
te profética. Es profética, en cuanto que revela el misterio de un Dios
que se comunica por la palabra. Los estudios teológicos-bíblicos de la
palabra, más que ser enseñanza meramente intelectual son un medio
para que los seminaristas tengan un encuentro personal, de escucha,
vivencia y celebración más profunda de la palabra viva que resuena
en la vida del seminario. Todo esto es necesario porque es aquí donde
se forman los futuros ministros de la palabra y es importante que ellos
salgan del seminario (escuela del evangelio), con la conciencia de que 521
en el ministerio prebiteral son en primer lugar, de manera prevalente
y fundamental, ministros de la palabra de Dios para suscitar la fe en
los hermanos, profundizarla en la catequesis y celebrarla en los sacra-
mentos de la fe que están al servicio de la comunidad.

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522

medellín 119 - 120 / septiembre - diciembre (2004)


vol. XXX / n. 119 - 120 (2004) 523-574

Sumario:

Comienza el autor por clarificar las diversas nociones de

medellín
secularización y el proceso recorrido por la misma en los últimos
años. Ahonda luego sobre las diferentes teologías de la
secularización para relacionar después la existencia secular y la
vocación cristiana. Concluye con la presentación de la identidad
del presbítero secular y el ámbito secular en que se desarrolla su
vida y su misión, lo que constituye ciertamente un tema de enorme
actualidad.

La relación presbítero
y mundo

Pbro. Fernando Crevatín


Sacerdote de la Diócesis de Zárate-Campana, Argen-
tina. Este es el capítulo segundo de su tesis para la
Licenciatura en Teología con énfasis en Formación 523
Sacerdotal sobre “Dimensión secular del Presbítero
Diocesano”.

medellín 119 - 120 / septiembre - diciembre (2004)


Pbro. Fernando Crevatín

1 nociones sobre secularización

1.1 Evolución semántica y ambigüedades del término

L
a secularización es uno de los conceptos que suelen
usarse con frecuencia en el lenguaje religioso, y al mis
mo tiempo uno de los más ambiguos. Si bien proviene
del ámbito de la investigación sociológica, con anterio-
ridad fue un concepto empleado en la polémica cultural-religiosa
que acompañó a la instauración de la Modernidad europea; tal es así
que esta carga ideológica todavía gravita sobre el término1 . Este fe-
nómeno sociocultural es un (nuevo) paradigma a cuya luz el hombre
se interpela a sí mismo, lee la historia en su conjunto y relee el
Evangelio. A su vez, el propio paradigma es releído desde el Evange-
lio, de tal manera que existe una constante interacción2 .

Se trata de un vocablo de origen etrusco y afín al latín sero,


sembrar, plantar, engendrar. De ahí llegó a significar “generación” y,
consiguientemente, “fase”, período. El saeculum* no es simplemente
el mundo; tampoco es el kosmos, sino su fase temporal: el aión. Esta
palabra significa espacio de tiempo vivido, período de vida, una gene-
ración, una época, o bien el espíritu de una época. Pero el lenguaje

1
MARTÍNEZ CORTÉS, Javier. Secularización. En: FLORISTAN, Casiano y TAMAYO,
Juan José. Conceptos fundamentales del cristianismo. Valladolid: Trotta, 1993.
p.1281-1282

524 2

*
ESQUIZA, Jesús. Introducción. En: ESQUIZA, Jesús et al. Diez palabras clave
sobre secularización. Estella: Verbo Divino, 2002. p. 17
En la versión Vulgata de la Biblia el vocablo saeculum ya ha alcanzado una
notable ambigüedad: en unas ocasiones comporta el significado, religiosamente
neutro, de un gran espacio de tiempo (“in saecula saeculorum”, 1 Tim. 1,17),
mientras en otras lleva el sentido, religiosamente negativo, de “este mundo”
puesto bajo el poder de Satán (“et nolite conformari huic saeculo”, Rom 12,2).
MARTINEZ CORTÉS, Op. Cit., p.1282

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La relación presbítero y mundo

filosófico, ya desde Parménides, lo ha utilizado para expresar la forma


de existencia específica de los seres. Secular designa, pues, el mundo
temporal, el aspecto temporal de la realidad. Los diferentes signifi-
cados y evaluaciones de lo secular dependerán, por lo tanto, de la
concepción particular que de tiempo se tenga3 *.

La primera aparición de la forma “secularización” en un sentido


aproximado a sus actuales connotaciones se da en la paz de Westfalia
(1648), designando la transferencia del control de tierras y propie-
dades de la Iglesia al Estado. En el siglo XIX el término adquiere un
sentido fuertemente antireligioso4 **. Más tarde, empieza a ser usa-
do por la sociología e incorporado al léxico de los historiadores.
No obstante esta neutralidad obtenida por el uso sociológico e his-
tórico, en teología sigue designando una fuerza antirreligiosa que
debe ser combatida. Terminada la segunda guerra mundial se ope-
ra un cambio significativo: secularización pasa a designar “el im-
pacto de la propia fe cristiana, que despoja al mundo de su falsa
sacralidad”; y al mismo tiempo, una exigencia de libertad y de
responsabilidad en la fe del hombre creyente. Se comienza a ha-
blar de la secularización como un “desarrollo histórico positivo” y
de una “sociedad secular” que ha venido a sustituir a la sociedad
sacra medieval5 .

Los aportes de las teologías de la secularización y fundamental-


mente del magisterio del Concilio Vaticano II, contribuyeron a otorgar

3
PANIKKAR, Raimundo. Culto y secularización. Madrid: Marova, 1979. p. 59
*
De esta manera, si se considera que el aspecto temporal de la realidad posee
una connotación negativa, saeculum significará el –así llamado- mundo secular
en cuanto distinto del mundo sagrado. Lo temporal será entonces lo pasajero, lo
que no es eterno y, por consiguiente, indigno de atraer todos los esfuerzos del
hombre. La secularización será, pues, el proceso de la invasión de lo temporal
en la esfera de lo sagrado.
Si por el contrario se considera que lo temporal posee una connotación positiva,
saeculum será el símbolo de la recuperación de la esfera de lo real, monopolizada

4
hasta ahora por lo sagrado y lo religioso. La secularización, por tanto, será la
liberación de la humanidad “de las garras del oscurantismo”. Ibid
FLORISTAN, y TAMAYO, Op. Cit. p.1282
525
**
Para esta época surge una organización de librepensadores denominada “sociedad
secular” que organiza la existencia sin recurso a lo sobrenatural. Paraleramente
se va estableciendo también un sentido menos agresivo, de indiferencia frente a
las instituciones religiosas. Ibid
5
Ibid

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Pbro. Fernando Crevatín

carta de ciudadanía a la legítima autonomía de las realidades tempora-


les y a la necesidad de la inserción del cristiano en el mundo***.

1.2 Secularización y Secularismo: necesidad de diferen-


ciar ambos conceptos

Ante un término que sobre todo en las últimas décadas se ha


presentado polivalente y ambiguo6 , y que ha mostrado tener con el
paso de tiempo diversas ramificaciones, resulta oportuno precisar
conceptualmente su terreno de acción y la influencia que tuvo y
sigue teniendo en particular en el ámbito de la teología*.

Por secularización se entiende la justa y legítima autonomía


de las realidades temporales, tal como es querida por Dios7 . Es la
emancipación de la actividad social y política de los hombres de la
influencia determinante de la religión a la que estuvieron someti-
das en las sociedades tradicionales8 *. Constituye “un fenómeno según
el cual la vida y el pensamiento se van sustrayendo del control de
la religión, de tal manera que vida y pensamiento se intentan com-
prender por lo que son en sí, no tanto por la interpretación que les

***
Sobre este particular, ver toda la Constitución conciliar, en particular los capítulos
3 y 4. Es interesante destacar que en el No.36 se distinguen dos modos de
concebir la autonomía de lo temporal respecto de lo sagrado: el lenguaje teológico
actual lo define con los términos secularización y secularismo. GAITÁN, José
Damián. Mundo y existencia mundana del cristianismo. En: Revista de
espiritualidad. Madrid. Vol. 38, No. 151 (1979); p.23. Nos detendremos a analizar
el desarrollo de estos temas por parte del Concilio, en el siguiente apartado.
6
PANIKKAR, Op. Cit., p.58
*
La necesidad de circunscribir el alcance de cada uno de estos términos nos
parece imprescindible. La temática específica que se tratará en el presento capítulo
nos obliga a ello.
7
GS 36
8
ARANA, José María. Secularidad y espiritualidad. En: ESQUIZA, Op. Cit., p.239.
CASTAÑEDA, Op. Cit., p.7

526 *
En el ámbito de las ciencias sociales, sus perfiles siguen siendo confusos. El
sociólogo Shiner distingue, dentro de la investigación sociológica, seis “tipos”
basados en diferentes estudios empíricos: La secularización entendida como
declive de la religión, como conformidad con “este mundo”, como desconexión
de la sociedad frente a lo religioso, como transposición antropológica de creencia
e instituciones religiosas, como desacralización del mundo, y finalmente la
secularización entendida como tránsito de una sociedad “sagrada” a una sociedad
“secular”. MARTINEZ CORTES, Op. Cit., p.1283-1284

medellín 119 - 120 / septiembre - diciembre (2004)


La relación presbítero y mundo

puede venir de fuera o desde unas categorías preestablecidas”9 . De esta


manera, las realidades humanas, sobre todo sociales y políticas, ya no se
definen en función de un acontecimiento religioso, sino que tienen en sí
mismas entidad suficiente como para ser calificadas por motivos estric-
tamente “seculares”10 . “Siendo fieles a sí mismas, las cosas, las personas,
las instituciones temporales, son fieles a Dios”11 .

La secularización consiste además en la debida valoración de la au-


tonomía de lo temporal12 , sobre todo en la ciencia, en el arte y en las
estructuras de la sociedad13 . Es un proceso histórico irreversible mediante
el cual el mundo y sus realidades van tomando conciencia de su consis-
tencia y autonomía14 , y el ámbito de lo público se va independizando de
la influencia eclesiástica15 . La secularización “no supone el rechazo de
Dios; por el contrario, es una forma diferente de situarse ante él, de vivir la
religión y la fe”16 . Al referirse a ella, el sínodo de obispos que versó sobre
la justicia en el mundo, la definió como “el procedimiento en virtud del
cual el hombre va llegando de forma gradual a una valoración más ponde-
rable de los bienes de este mundo, de sus estructuras, fines y normas”17 .

El concepto de secularismo, por el contrario, supone la nega-


ción de toda realidad trascendente y el rechazo de toda religión18 . “Al
dejar de lado a Dios, fuente de toda razón y justicia, se prescinde de la
verdad última que da pleno sentido a la vida humana, tanto referida a la

9
CASTILLO, José María. La problemática del clero. Significación y alcance. En:
Seminarios. Madrid. Vol. 17, No. 43 (enero-abril 1971); p.14
10
GONZALEZ RUIZ, José María. Tres Iglesias que Jesús no quizo: democrática,
institucionalizada, ideal. En: GONZALEZ RUIZ, José María et al. La Iglesia que
Jesús no quizo. Madrid: Paulinas, 1973. p.31
11
ESQUIZA, Jesús. Introducción. En: ESQUIZA et al. Op. Cit., p.34
12
Mc. GRATH, Marcos, Op. Cit., p.20. TAMAYO, Francisco. El miedo a la libertad.
En: Seminarios. Madrid. Vol. 17, No. 43 (enero-abril 1971); p.104.
13
DI MONTE, Rubén. Secularización y seminarios latinoamericanos. En: Seminarios.
Madrid. Vol. 18, No. 48 (septiembre-diciembre 1972); p.514
14
KLOPPENBURG, Boaventura. El cristiano secularizado. Bogotá: Paulinas, 1972.
p.19. DAVIS, Charles. La gracia de Dios en la historia. Bilbao, Desclée de Brouwer,
15

16
1970. p.13
CASTAÑEDA, Op. Cit., p.7
ARANA, María José. Secularidad y espiritualidad. En: ESQUIZA et al. Op. Cit.,
527
p.239
17
SINODO DE LOS OBISPOS 1971, No. 6. Citado por ESQUIZA et al. Op. Cit.,
p.234.
18
EN 55. USEROS, Manuel. Cristianos en la vida política. Salamanca: Sígueme,
1971. p.108. TAMAYO, Op. Cit., p.104

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Pbro. Fernando Crevatín

etapa temporal e histórica, cuanto a la esperanza escatológica de la vida


futura”19 . A diferencia de la legítima secularización, el secularismo es un
proceso que lleva a la absolutización del hombre o de la historia exclu-
yendo radicalmente la salvación de Dios20 . Por eso se ha definido al
secularismo como “la secularización exacerbada hasta la negación de lo
sagrado, hasta la interpretación totalmente inmanentista de la historia,
hasta la ateización”. La secularización relativiza lo sagrado; el secularismo
lo niega21 .

En definitiva, la secularización bien entendida es con-


ciencia de humanización y búsqueda de un equilibrio respetuoso y
amistoso entre lo humano y lo divino, entre el hombre y Dios, entre
lo inmanente y lo trascendente. Esta secularización enriquece la fe,
la actualiza haciendo crecer al creyente. Lo que empobrece la fe
hasta extinguirla es el secularismo, que reduce la historia a lo inma-
nente y exacerba la autonomía (relativa) de lo temporal hasta la
autonomía absoluta de lo creado con respecto a Dios. El secularismo
es una nueva forma de ateísmo22 *.

1.3 El fruto de un largo proceso

La secularización del hombre y del mundo se inicia en el Rena-


cimiento aunque con datos significativos en el siglo XIV23 *. En época

19
CONFERENCIA EPISCOPAL ARGENTINA. Líneas pastorales para la nueva evange-
lización. No. 12. Buenos Aires: Oficina del Libro, 1990.
20
RIAZA PEREZ, Fernando. Hacia una concienciación cristiana de la secularización.
En: INSTITUTO FE Y SECULARIDAD. Fe y nueva sensibilidad histórica. Salamanca:
Sígueme, 1972. p.253
21
ESQUIZA, Introducción. En: ESQUIZA et al. Op. Cit., p.34
22
ESQUIZA, Epílogo. Ibid, p.413
*
Nos queda por definir el concepto de Secularidad, para diferenciarlo de los
términos precedentes. Es éste un término más reciente y es aplicable a toda la
creación. Consiste en “la autonomía de lo intramundano con respecto a lo
extramundano o trascendental”. El mundo es mundo y no antesala del cielo; las

528 instituciones sociales, políticas, son mediaciones del bien común temporal y no
instrumentos directos e inmediatos de las instituciones religiosas. La secularidad
“se ocupa de organizar la vida pública ateniéndose a las leyes empíricas que
inspiran la consecución y posibilitan directa e indirectamente el bien común”.
Se abstiene de concepciones ideológicas manteniéndose a un nivel profundo y
sinceramente creyente. ESQUIZA, Introducción. Ibid, p.24 y 32
23
ROMEO, Sergio Rábade. Hacia una nueva imagen del hombre y del mundo. En:
DE LLANOS et al., Op. Cit., p.46

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La relación presbítero y mundo

de la Reforma empieza a aparecer una forma de secularización: las


actividades terrestres comienzan a emanciparse del orden global de
la sociedad medieval. Cada actividad rechaza cualquier subordina-
ción a normas que no sean las propias24 . Poco a poco, el hombre,
acaso inconscientemente, por lo menos hasta el siglo XVIII, va a
iniciar la conquista de su autonomía frente a Dios. Probablemente el
factor inicial haya sido la conciencia de la propia individualidad fren-
te a formas de conciencia colectiva, muy propias de una sociedad
feudal y gremial como la del medioevo25 .

El punto cenital de la secularización de la cultura moderna se


dará a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, con la absoluta
liberalización y consiguiente secularización de la libertad humana.
La influencia de Nietzche, los historicismos y el existencialismo, lle-
vará al hombre a responsabilizarse, no solo de su conducta, sino, lo
que es mucho más, de su propio ser26 .

En síntesis, la autonomía del hombre y del mundo que surge en


la sociedad moderna fundamentalmente fuera del ámbito institucional
eclesial, ha sido fruto de un largo proceso*. Algunas de las etapas más
importantes pueden resumirse de la siguiente manera:

- Emancipación de la ciencia frente a la fe, que culmina en torno


al caso de Galileo.

*
En el occidente cristiano, después del siglo XIII, “el mundo comienza a ser un
mundo con una relativa autonomía”. Cimabue, pintor y mosaísta toscano (1240?-
1302), ya anunció estos tiempos nuevos: por primera vez se dice –y en el lenguaje
de un pintor- que para ir a Dios no es necesario dar la espalda al mundo.
LEFEBRE, Solange. La secularidad como alteridad crítica. En: Seminarios. Madrid.
Vol. 44, No. 148 (abril-junio 1998) p.198
24
COMBLIN, Op. Cit., p.278-279
25
ROMEO, Op. Cit., p.53
26
Ibid, p.55
*
Este lento proceso, iniciado de manera radical a partir del Renacimiento con el
gran paso de Europa hacia una sociedad científica y secularizada, sin duda
alguna produjo “frutos de purificación” en la Iglesia. A finales del siglo XIX “el
catolicismo se desprende de su nostalgia de cristiandad”. No sin choques y
retrasos, realizó una reconciliación formal con la modernidad aceptando las
529
instituciones democráticas y no caucionando ya la sacralidad de los regímenes
monárquicos. DUQUOC, Christian. Ambigüedades de las teologías de la
secularización. Bilbao: Desclée de Brouwer, 1974. p.12. URBINA, Fernando y
DUATO, Antonio. Cristianos en una sociedad pluralista. En: Iglesia viva. Valencia.
No. 80-1 (marzo-junio 1979); p.147-151

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Pbro. Fernando Crevatín

- Emancipación de la autoridad política de “derecho divino”, que


tiene lugar con la revolución francesa, madre de las democracias.
- Emancipación de la moral, que afirma no tener necesidad de
Dios para fundamentar una ética, y hasta una santidad laica.
- Emancipación de la religión misma, en el sentido que Bonhoeffer
atribuye a esta palabra, cuando la considera un pecado de so-
metimiento de Dios a nuestros intereses, hasta reducirla a una
especie de superstición27 .

1.4. Teologías de la secularización

Finalizada la segunda guerra mundial, la corriente secular que


se había iniciado en el mundo, había adquirido, para entonces, una
fuerza inusitada. “Se derrumbaba el mundo anterior y tomaba cuer-
po una nueva cultura, fruto en gran parte de la técnica, que llegaba
a su madurez”28 . Es en este contexto que surgen las así llamadas
teologías de la secularización.

1.4.1 La tesis secularista

Nacida en el terreno protestante, esta teología “se ha converti-


do paulatinamente, con numerosas transformaciones, en el ensayo
más coherente de una respuesta a los desafíos procedentes del mundo
moderno contra las Iglesias. De corte crítico, sin pertenecer a ningu-
na confesión, provoca el espíritu de aventura al mismo tiempo que
inspira confianza sobre el porvenir del cristianismo”29 . Los teólogos
sociólogos empiezan a utilizar el término partiendo de una capta-
ción global o intuitiva del movimiento social de la época moderna y
reuniendo hechos que parecen converger todos en una misma direc-
ción: la desaparición de lo sagrado30 *.

27
SUENENS, Leo-Josef. ¿Cristianismo sin Dios?. En: SUENENS, Leo-Josef et al.

530 28

29
¿Cristianismo sin Cristo?. Madrid: Paulinas, 1970. p.53
TARRANCÓN, Op. Cit., p.347
DUQUOC, Op. Cit., p.11
30
Ibid, p.22
*
Esta situación se presenta como la forma de un retroceso del cristianismo histórico,
hecho que se hace visible en la disminución de la práctica religiosa, la influencia
del clero, el control confesional y el retroceso de los valores normativos en
beneficio de la libertad de pensamiento y acción. Ibid, p.23

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La relación presbítero y mundo

Mediante la llamada “tesis secularista” se trató de hacer justicia


a la autonomía de la razón y del mundo, que con la llamada Ilustra-
ción había llegado a tomar conciencia histórica de sí misma31 **. La
reflexión teológica se inicia desde una cuestión inevitable: ¿Qué rela-
ción existe entre el cristianismo y el movimiento de nuestra historia?.
Estas teologías plantean la cuestión bajo la forma de un dilema: o bien
el cristianismo opta por el anacronismo, no admitiendo ser reinter-
pretado el resultado secular de nuestro devenir, o bien el cristianismo
reconoce en este movimiento la mediación necesaria a la manifesta-
ción de su esencia32 .

Las teologías seculares han tenido un éxito considerable. Se


han visto beneficiadas por la aportación de grandes personalida-
des: Dietrich Bonhoeffer percibe de manera aguda una nueva
situación cultural, que ha retenido la atención de sociólogos y
pastores. El movimiento de secularización permitía de una vez
por todas conseguir objetivamente lo que proponía la fe bíblica:
restituía a la autonomía del hombre las responsabilidades de las
transformaciones socio-políticas33 . “Pastores y teólogos podían por
fin dejar de hablar de Dios mística y metafísicamente para citarlo
políticamente”34 .

Para Metz, la teología de la secularización “debe ser especial-


mente tenida en cuenta” no solo porque se extiende a todas las confe-
siones, y en este sentido subraya la dimensión ecuménica, sino ante
todo porque representa “la figura teórica más actualizada de la nue-
va teología, la que fue más discutida [y lo sigue siendo] y que al mismo
tiempo recibió mayores aplausos”35 . En efecto, las teologías católicas de
la secularización no solo permitieron el diálogo ecuménico, sino que

31
METZ, Johann Baptist. La fe, en la historia y en la sociedad. Madrid: Cristiandad,
1979. p.38
**
Una versión de la teología secularista presenta al cristianismo no como víctima
o contendiente, sino como causa del proceso de secularización. Así, la encarnación
(Jn. 1,14), la asunción del mundo por Dios en su Hijo, se interpreta como “la
más radical restitución del mundo a sí mismo, de forma que el mismo principio
531
de la encarnación se convierte en principio de secularización”. Ibid, p.39
32
DUQUOC, Op. Cit., p.215
33
Ibid, p.207
34
Ibid, p.208
35
METZ, Op. Cit., p38 (el subrayado es nuestro)

medellín 119 - 120 / septiembre - diciembre (2004)


Pbro. Fernando Crevatín

también se presentaron en diálogo con el devenir cultural, presentándo-


se como un puente privilegiado en la relación Iglesia-mundo*.

Su evolución se fue dando de acuerdo como la Iglesia concebía


las relaciones de la fe con la humanidad. Estas relaciones han sido
primeramente estudiadas en lo que se ha llamado teología de las
realidades terrestres y ha sido esta teología la que abrió el camino a
la Constitución Gaudium et Spes. El Vaticano II asumió determinadas
teorías de la secularización que se transformaron luego en teologías
políticas y teologías de la revolución36 .

1.4.2 Teología de las realidades terrestres

Esta teología, que tiene sus antecedentes en las afirmaciones


tomistas sobre la autonomía de lo temporal37 , debe su nacimiento a
la obra Thils –teología de las realidades terrestres- publicada en
1947*. Este texto abrió a la teología un campo de reflexión que no le
era muy familiar. El dinamismo humano en contacto con la naturale-
za y con los hombres, es decir, la existencia humana en su historicidad
y su acción mundana, y no en su relación inmediata con el Absoluto,
se convierte en el objeto de la teología38 .

El proyecto de esta teología es sencillo. Se trata de determinar , en


función de la revelación, el significado de la aventura humana en cuanto

*
En la segunda mitad de la década del ´60 se produce un diálogo efectivo entre la fe
cristiana y las interpretaciones no-cristianas de la existencia y, consiguientemente,
para el estudio y fomento de condiciones reales de colaboración entre cristianos y
no creyentes en la tarea de conseguir un mundo más humano. INSTITUTO FE Y
SECULARIDAD. Fe y nueva sensibilidad histórica. Salamanca: Sígueme, 1972. p.9
36
DUQUOC, Op. Cit., p.117
37
Mc. GRATH, Op. Cit., p.22
*
Sin duda, Thils se vio influenciado por el pensamiento que empezaba a tomar
fuerza en la teología europea y particularmente en la Francia de la post-guerra:
la mística de la encarnación. Este movimiento teológico y espiritual, iniciado

532 por los católicos franceses, estaba impulsado por el deseo de “sanear el terreno
lo temporal”, esforzándose por integrar nuevamente a las masas obreras
(dominadas por el humanismo marxista) al seno de la Iglesia, y reformando las
estructuras del campo económico y social. SCHILLEBEECKX, Op. Cit., p.58-59.
Nos parece valioso contextualizar históricamente este momento de la Iglesia en
Francia, puesto que en él surge la primer experiencia secular en el ministerio
sacerdotal del siglo XX: el movimiento de los Curas obreros.
38
DUQUOC, Op. Cit., p.117-119

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La relación presbítero y mundo

a su aspecto temporal y relacionado con las realidades últimas que anun-


cia el Evangelio: la Jerusalén que viene de Dios (Ap 21,1-2). La teología
de las realidades terrestres es una invitación a reflexionar sobre la escato-
logía, puesto que entre la perfección y la preparación del Reino de Dios
existen conexiones tangibles: se rompe, de esta manera, el carácter es-
colar y anquilosado de la teología de los fines últimos**. El primer efecto
de esta reflexión fue la de llevar la escatología de un más allá a una
actualidad permanente: no sólo el cielo, el infierno o la resurrección son
realidades escatológicas; lo es también la misma existencia cristiana39 *

Gracias a este esfuerzo de reflexión, el concepto de todo pensa-


miento teológico sobre el mundo se convierte en el concepto de secu-
larización. La teología de las realidades terrestres culmina en teología
de la secularización y abre camino al Esquema XIII del Concilio. “Las
teologías políticas y revolucionarias nacerán de una exigencia del Va-
ticano II a la vez que de una decepción sobre el mismo”40 .

1.4.3 Teología política

Las teologías políticas rechazan la fatalidad como principio direc-


tor de la sociedad y proclaman que el éscaton es una norma crítica y
reguladora del presente41 . Su principal representante, Johann Baptist

**
Varios años más tarde, Houtart irá todavía más lejos, y en un intento por incorporar
lo escatológico a la vida secular, se preguntará: “La secularización de la escatología:
¿no debe ser purificada por una escatología de la secularización?”. HOUTART,
Francois. La Iglesia ante el subdesarrollo. En: Seminarios. Madrid. Vol. 18, No. 46
(enero-abril 1972); p.22
39
DUQUOC, Op. Cit., p121-123
*
El Concilio asumirá esta idea, afirmando que “la espera de una tierra nueva no
debe amortiguar sino más bien avivar la preocupación de perfeccionar esta
tierra”, pues “el cuerpo de la nueva familia humana...puede de alguna manera
anticipar un vislumbre del siglo nuevo...El reino está ya misteriosamente presente
en nuestra tierra” (GS 36).
Thils y sus discípulos sitúan las realidades terrestres dentro del designio revelado
por la fe. El mérito de sus iniciadores no ha sido teológico, sino pastoral. La
teología abandona el esquema de un orden cósmico y se esfuerza por reconocer
en las producciones del hombre un estatuto cristiano. DUQUOC, Op. Cit., p.128.
533
El retorno a las fuentes de la Sagrada Escritura permite recordar que la realidad
“es la materia misma de la santificación del cristiano”. CHENÚ, El Evangelio en
el tiempo, Op. Cit., p.290
40
DUQUOC, Op. Cit., p.130
41
Ibid, p.189

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Pbro. Fernando Crevatín

Metz, la define como “un correctivo crítico frente a una exagerada


tendencia de la teología actual hacia la privatización”42 .

Metz toma como punto de partida la comprobación de la seculariza-


ción, pero evita interpretarla como un producto de la fe cristiana**. Más
aún, sostiene que la secularización pone distancia entre Iglesia y mundo y
trae como consecuencia el reducir la fe a un carácter privado, a una fun-
ción de “consuelo individual”43 . Como “la teología ha reducido el núcleo
central del mensaje al ámbito privado, y la práctica de la fe a una decisión
de espaldas al mundo”44 , será necesario luchar contra este carácter privado
de la fe sin por ello poner en tela de juicio la justa emancipación de la
sociedad y de las ciencias con respecto a las Iglesias. El proyecto de la
teología política será, por lo tanto, manifestar el carácter colectivo del evan-
gelio a partir de una reflexión creyente que ponga de manifiesto la dimen-
sión pública y crítica a la vez del mensaje cristiano45 .

Para Metz, el proceso de secularización le ha quitado a la fe


cristiana la dimensión colectiva, social y política que hasta hace poco
se le reconocía. Jesús no está en modo alguno presente como una
persona privada, predicando una opinión religiosa sin relación con la
sociedad,...su muerte es pública, como su palabra46 . “El mensaje de la
cruz contradice la tentación de privatizar la fe,...la cruz se planta ‘fuera’
–en lo profano del mundo- como escándalo, locura y promesa. La
cortina del templo se rasgó definitivamente: la fe debe situarse en
público, en la sociedad y en la historia concreta de este mundo”47 *.

42
METZ, Johann Baptist. El problema de la teología política. En: Concilium. Estella.
Vol. 4, No. 36 (1968); p.385
**
Efectivamente, para Metz, la secularización es un fenómeno empírico comprobable
históricamente. Distinta de la opinión de las teologías de la secularización, quienes
consideraban este fenómeno como un concepto teológico fundado en la distinción
fe-religión. DUQUOC, Op. Cit., p.187-194
43
Ibid, p.187-188
44
METZ, Op. Cit., p.387
45
DUQUOC, Op. Cit., p.189

534
46
Ibid, p.189-190
47
METZ, Johann Baptist. Teología política. En: Selecciones de teología. Barcelona.
Vol. 7, No. 25 (enero-marzo 1968); p.90
*
Consideramos este aspecto de la teología política como de gran importancia
para nuestra investigación. Si en el capítulo 1 hemos fundamentado la necesidad
de la presencia sacramental de la Iglesia visible para llevar a plenitud los valores
que anidan en la humanidad, la teología política nos aporta el carácter público
y colectivo para llevar a cabo esta transformación del mundo en Reino de Dios.

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La relación presbítero y mundo

Al sugerir algunas consecuencias concretas, Metz habla de una “di-


mensión política de la caridad”, entendiendo por esta expresión una op-
ción incondicional a favor de la paz, la libertad y la justicia48 . En el horizon-
te de la teología política, la Iglesia no aparece “junto” a la realidad social –
o por encima de ella- sino dentro de ella, como institución crítica frente a
la sociedad49 . La Promesa descarta la pura fuerza; sin embargo, ésta no
destierra la necesidad ocasional de la violencia revolucionaria50 .

En resumen, la teología política quiere romper definitivamente


con el carácter “privado”, y por tanto “capitalista” de la fe cristiana.
“Habrá que establecer positivamente cómo el cristianismo, revistien-
do una forma publica, trabaja en la transformación política del mun-
do. Tal vez hay que ser más atrevido: no habrá transformación políti-
ca en el mundo que sea humana si el cristianismo no desempeña en
ella una función”. La teología política de Metz ha abierto el camino a
las teologías de la revolución. Éstas tienen relación con el fenómeno
de secularización y su interpretación51 *.

1.5 La secularización en el Vaticano II

El concepto de “secularización” no lo emplea el Concilio. Pre-


fiere el de “autonomía”, para significar el carácter no religioso y no
eclesial de las estructuras sociales y de las actividades humanas52 **.

48 DUQUOC, Op. Cit., p.191


49 METZ, El problema de la teología política, Op. Cit., p.394
50 DUQUOC, Op. Cit., p.192
51 Ibid, p.194
* Nuestro estudio podría seguir indagando en la diversidad de teologías vinculadas al
ámbito de la secularización (teologías de la revolución, de la liberación, socialista,
pacifista, ecológica, de derechos humanos, etc.). Todas éstas han surgido
fundamentalmente en la etapa posterior al Concilio, como respuesta a éste y sobre
todo como fruto de la mirada atenta de la teología a los signos de los tiempos. No
es nuestro propósito adentrarnos en ese campo. Creemos suficiente haber presentado
de manera escueta los principios más importantes de las dos teologías que han
echado los cimientos para una visión cristiana de la secularidad, y por lo tanto, para
una presencia fructífera del presbítero diocesano en el mundo. Nos queda completar
este tema con el valioso aporte del magisterio conciliar. A la luz de la Escritura y de
535
los Padres de la Iglesia, el Concilio Vaticano II trazará el estilo de vivencia pública
de la fe, en los distintos modos de servicio dentro de la comunidad eclesial.
52 Ibid, p.142
** La Gaudium et Spes ignora aparentemente el vocabulario de la teología protestante
de la secularización. Acepta, por el contrario, la problemática abierta en el

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Pbro. Fernando Crevatín

Autonomía no significa otra cosa que lo que los teólogos-sociólogos


entendían por secularización. La preocupación del Concilio ha sido
la de señalar cómo la doctrina más clásica de la encarnación, lejos de
ser una amenaza para el dinamismo propio del mundo, le estimula-
ba en ese sentido.

Para la doctrina conciliar, el mundo secularizado no significa otra


cosa que la “perfección” del mundo humano, lugar de mediación del
encuentro con Dios. Tal vez no carece de significado el que haya
preferido el término de “justa autonomía” al de “secularización”. Esta
palabra en su origen evocaba una liberación con respecto a la Iglesia
y más radicalmente respecto a Dios. La autonomía no prejuzga de las
relaciones entre el hombre y la Iglesia o el Creador53 .

La Gaudium et Spes ha descubierto para la Iglesia el compro-


miso con el mundo que supone la fe y la doctrina de la resurrec-
ción. Esta plasmación de la fe en la resurrección como motor de la
historia es el valioso logro de las intervenciones de los padres con-
ciliares, especialmente de los orientales*: la encarnación, con todo
lo que ella supone, produce frutos de resurrección tanto en Cristo
como en la Iglesia54 **. Gracias a la teología de las realidades terres-
tres, que caló a fondo en la doctrina del Concilio, “las especulacio-
nes antiguas en torno a la ‘naturaleza’ y a la ‘sobrenaturaleza’ han
cedido el paso a una problemática de relaciones que unen la espe-
ra temporal y el reino escatológico”55 .

catolicismo por la teología de las realidades terrestres, que permite la conclusión


de una época: el descubrimiento de nuevo de la autonomía del mundo. GS 20,
36, 41, 55, 56, 59. DUQUOC, Op. Cit., p.178 y 180
53
Ibid, p.142
*
La influencia de la teología ortodoxa fundamentalmente, y del barthismo también,
a comienzos de los años 60, puso a la elite intelectual católica de París en
contacto con una visión escatológica que distrajo la atención de las esperanzas
terrenas y del humanismo cristiano, y permitió frenar la tendencia exageradamente

536 54

**
optimista de la “mística de la encarnación”. SCHILLEBEECKX, Op. Cit., p.29-30
RAMOS, Op. Cit., p.74-75
“No es solamente hacia atrás, hacia el Cristo encarnado, lo que compromete la
acción de la Iglesia con el mundo en el que vive, sino también la mirada hacia
el futuro, hacia el Cristo resucitado, final de la Iglesia y del mundo, que mueve
la acción desde la esperanza para hacer histórica ya una salvación y una situación
en la que el Reino de Dios está presente”. Ibid
55
SCHILLEBEECKX, Fe cristiana y espera temporal. Op. Cit., p.143

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La relación presbítero y mundo

A partir del Concilio Vaticano II la modernidad ya no es objeto


de sospecha. Ningún texto la condena. Y lo que en el siglo pasado se
consideró un delirio de conciencia, la libertad religiosa, fue objeto de
una Declaración reconociéndola como un valor que hay que promo-
ver. El cristianismo reconoce tardíamente en los ideales de la moderni-
dad el fruto de su predicación, y el Concilio les concede un estatuto a
los sistemas teológicos seculares: ellos representan a los interrogantes
que vienen del exterior. Los teólogos protestantes Bonhoeffer, Gogarten
y Cox se convierten en sus profetas. Sus intuiciones, reinterpretadas
en contextos que las trasforman, fundan el movimiento sobre la secu-
larización y justifican ensayos de reformas radicales nacidos en el cle-
ro o en los religiosos56 ***.

Coherentemente, la Iglesia del Vaticano II abandona el paradig-


ma sacral, proclama el paradigma secular - o lo que es lo mismo, el
paradigma de la sana secularización – y rechaza el secularismo57 . Se
pone del lado de los derechos humanos y desea que la teología actua-
lice el Evangelio teniendo en cuenta los signos de los tiempos, las
profundas aspiraciones humanas que caracterizan cada época. Des-
aparece, pues, el concepto de Iglesia de cristiandad y se diseña la
Iglesia llamada a servir al mundo, privilegiando a los pobres58 .

2. Existencia secular y vocación cristiana

2.1 Recuperación cristiana de lo secular

El Concilio recupera para el creyente la dimensión de su secula-


ridad. Como obra de Dios, el mundo, lo secular, es bueno. Pero la
bondad del mundo es turbada por el pecado (Rom 5,12). No obstante,

56

**
DUQUOC, Op. Cit., p.12-15
Toda la doctrina conciliar en torno a la identidad del presbítero estuvo fuertemente
influida por la identificación de lo secular como parte integrante del ser y hacer
537
ministerial. No ha sido casual que la teología del sacerdocio inmediatamente
posterior al Concilio tuviera como tema prioritario la inserción del presbítero en
el mundo.
57
GS 1, 2, 11, 16, 27, 28 y 29
58
ESQUIZA, Op. Cit., p. 50-57

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Pbro. Fernando Crevatín

el mal será vencido en el mundo, al que “Dios ha amado tanto que ha


enviado a su hijo único...no para condenarlo, sino para salvarlo” (Jn
3,16-17); la liberación ha llegado con Cristo, que es el “salvador del
mundo”, de lo secular (Jn 4,42)59 .

La Gaudium et Spes, que reconoce la autonomía del mundo, de-


nunció la “situación esquisofrénica que intenta separar la vida en el
mundo de la vida cristiana”60 . Ha subrayado que el mensaje cristiano
afecta al hombre en su totalidad, también en cuanto a sus relaciones
personales y en sus esfuerzos por hacer que esta tierra sea más habita-
ble61 . El mundo, la ciudad secular, constituye el espacio insustituible
para la verificación de la fe del cristiano (GS 37-38). Su actitud, por
tanto, ha de ser de total inmersión en la historia humana, impregnando
y perfeccionando todo el orden temporal con el espíritu del evangelio62 .

2.2 Fundamento bíblico

Es conveniente tener en cuenta la secularidad misma como


cualidad del hombre respecto de su mundo y de su vida terrestre. En
este marco hay que comenzar afirmando la radical compatibilidad
de la secularidad con la fe cristiana63 .

En el monoteísmo bíblico se destaca su carácter secular64 . Desde


que Israel llega a descubrir el mundo como creatura de Dios único y
trascendente, está en condiciones de afirmar el carácter no divino,
profano, de la creación entera. Creado a imagen y semejanza de Dios,
el hombre es el verdadero dueño de la creación y responsable de su
vida en el mundo. Dios lo ha hecho capaz de dar a cada cosa su
nombre y ha puesto el mundo en sus manos. Esto quiere decir que es
Dios mismo quien lo ha hecho secular, arraigado en el mundo,

538
59
USEROS, Op. Cit., p.67-69
60
SCHILLEBEECKX. El magisterio y el mundo político. En: Concilium. Estella. Vol.
4, No. 36 (1968); p.406
61
Ibid
62
AA 5
63
SEBASTIÁN AGUILAR, Fernando. Discernimiento teológico de la secularización.
En: INSTITUTO FE Y SECULARIDAD, Op. Cit., p.295
64
PIKAZA, Xavier. Secularización y Biblia. En: ESQUIZA, Op. Cit., p.61

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La relación presbítero y mundo

capaz de explorarlo, llamado a asumir la responsabilidad de su vida


en el mundo. La verdadera adoración tiene que comenzar por la acep-
tación plena de lo que el mundo es para él y de la responsabilidad que
le corresponde como representante soberano de Dios en el mundo65 .

El proyecto de Jesús frente a la sociedad humana aparece en


el Nuevo Testamento como una novedad respecto de la “Iglesia
teocrática” del judaísmo*. Es un proyecto “secularizador”, porque
el Reino de Dios nunca se confunde con el “saeculum”: siempre lo
adelanta y trasciende66 . Sin duda alguna el establecimiento de la
nueva alianza en Jesucristo radicaliza todavía más las condiciones
de secularidad67 . “La novedad absoluta del cristianismo consiste en
que Dios mismo se ha insertado en nuestro orden, o, mejor dicho,
en nuestro desorden, terreno, mundano. La Sagrada Escritura no
cesa de exclamar llena de júbilo: ‘Se ha aparecido’, ‘se ha revelado’,
‘la luz ha brillado en las tinieblas’ (Jn1,5). ¡Dios que, en sí mismo
no forma parte de la estructura de este mundo...se ha hecho hom-
bre-en-el-mundo!”68 .

65
SEBASTIÁN AGUILAR, Op. Cit., p.295-296
*
González Ruiz establece “el comienzo del largo proceso de secularización” en el
Nuevo Testamento. Parte de la situación creada en tiempos veterotestamentarios
cuando lo “sagrado”estaba, por así decirlo, adecuado a las fronteras de un
determinado pueblo: Israel. Por eso, el nacionalismo israelita estaba todo él
impregnado del concepto de “sacralización”. Israel era un pueblo “sagrado”,
porque su razón de ser era su vínculo con Dios (Lv 11,44-45; 19,20; 20,7-26;
21,6-8). Pero el Nuevo testamento considera a toda la humanidad como espacio
“sacralizable”, y he aquí por qué se inicia con ello un proceso de “secularización”.
A partir del Evangelio un pueblo no debería ser definido en función de su
templo nacional, porque “ha venido el tiempo en que ni en el Monte Garizim ni
en Jerusalén los hombres adorarán a Dios” (Jn 4,21). GONZALEZ RUIZ, Tres
Iglesias que Jesús no quiso: democrática, institucionalizada, ideal. En: GONZALEZ
RUIZ et al., Op. Cit., p.30-35. Xavier Pikaza va todavía un poco más atrás en el
tiempo para identificar el comienzo de este proceso, y considera que ya “las
religiones bíblicas son seculares, pues destacan el valor de la humanidad en
cuanto tal, no algo externo a ella”. Se sitúan en la línea de un proceso de
secularización “que comienza en Occidente con la Biblia israelita (y la filosofía
griega) para culminar con la ilustración moderna”. PIKAZA, Op. Cit., p.62-63. Si
bien hay realidades secularizantes en el Israel veterotestamentario, aspecto que
hemos mencionado, nos inclinamos con el primero de los autores a resaltar la
539
absoluta novedad, que el Nuevo Testamento, significa la irrupción de este Dios
secular en la historia de los hombres.
66
GONZALEZ RUIZ, La Iglesia a la intemperie. Op. Cit., p.13
67
SEBASTIÁN AGUILAR, Op. Cit., p.296
68
SCHILLEBEECKX, El mundo y la Iglesia. Op. Cit., p.100

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Pbro. Fernando Crevatín

Su presencia en este mundo es una presencia crucificada, pre-


sencia de pobre , despojada de sus atribuciones divinas para dejar sitio
a la plena y responsable libertad del hombre69 . Jesús no distinguía a
las personas por su jerarquía, sino que había ofrecido el don de Dios
de modo secular, especialmente a los pobres y excluidos, fuera del
templo y de las instituciones del sistema70 .

De esta manera se puede afirmar que la secularidad es compatible


con la fe cristiana. Más aún, que la secularidad es necesaria para una
adecuada percepción de la fe cristiana y para la vivencia eficaz de lo
que ella es y de las transformaciones que aporta en la vida del hom-
bre71 *. Así lo entendieron las primeras comunidades apostólicas. En
efecto, “el movimiento cristiano empezó siendo secular, tanto en el
tiempo de su vida como en los primeros años de su expansión eclesial:
no tenía sacerdotes, ni sacrificios especiales separados”. Sus primeros
seguidores establecieron una vinculación comunitaria de tipo “espiri-
tual”, en línea secular (Jn 4,21; Rom 12,21)72 . Más aún, la Carta de San-
tiago es un acicáte contra ciertos sectores cristianos que, debido a la
mentalidad reinante sobre la inmanencia de la parusía, habían iniciado
un escapismo de las tareas temporales73 .

San Pablo escribió a los cristianos de Roma diciéndoles que de-


bían ofrecer su vida “como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios,
como culto espiritual” (Rm 12,1-2)*. La exhortación no da a entender

69
SEBASTIÁN AGUILAR, Op. Cit., p.296
70
PIKAZA, Op. Cit., p.65
71
SEBASTIÁN AGUILAR, Op. Cit., p.296
*
La secularidad se presenta entonces, no como un obstáculo para el crecimiento
de la fe, sino por el contrario, como camino necesario y purificador de esa
misma fe llamada a ser adulta. Bonhoeffer intuía esos valores del camino secular
afirmando que no hay dos relidades contrapuestas: Dios y el mundo, sino
solamente una realidad. MARDONES, Op. Cit., p.14-15
72
PIKAZA, Op. Cit., p.64
73
VILLAR, Evaristo. Radicalismo evangélico de la Carta de Santiago. En: Misión
abierta. Madrid. Vol. 73/2 (1980); p.116

540 *
A pesar de la afirmación global de que toda la existencia cristiana es cultual,
Schlier matiza la exégesis de este texto pues “no todo lo que vive el cristiano es
culto agradable a Dios. La condición indispensable es que lo viva según el
Espíritu”, (conversión de la mente como alejamiento de la mentalidad mundana,
y sobre todo realización del culto espiritual en el amor y el servicio a la
comunidad, como sugiere el contexto global de la exhortación paulina).
CASTELLANO CERVERA, Jesús. Celebración litúrgica y existencia cristiana. En:
Revista de espiritualidad. Madrid. Vol. 38, No. 150 (1979); p.67-68

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La relación presbítero y mundo

que lo cristiano prive a lo secular de su propia consistencia74 ; de allí


que no exhorta al cristiano a la evasión, sino a vivir una vida celeste
inmersa en la ciudad terrestre, mortificando sin cesar las obras de la
carne con el Espíritu (Rom 8,13), y sin desertar de la ciudad terrena.75 .

Si algo queda en claro en el Nuevo Testamento es la transmun-


danidad de Dios, su soberana libertad y la originaria trascendencia de
sus dones76 . El “nuevo concepto de Dios” que sigue la trayectoria del
Antiguo y del Nuevo Testamento, vuelve a relacionar totalmente al
creyente con el mundo. Este nuevo concepto de Dios permite hablar
ahora de “una secularización total, pero haciéndolo con una significa-
ción teológica”. Por ende, se trata de una secularización que reconoce
la presencia de Dios en nuestra historia humana77 . Nuestra fe en Dios
será, entonces, “secular”, es decir, adquirirá la forma de un amor a los
hombres que resistirá toda historia de perdición, y que tratará de trans-
formar a la realidad concreta en que vivimos en historia de salvación
para todos78 . La fe del cristiano, lejos de entorpecer al hombre el
ejercicio de su secularidad, le permite mirar al mundo en su radical
profanidad, reducido a sus verdaderas dimensiones de mundo creado
para los hombres79 .

2.3 Complejidad del término “mundo”*

A pesar de la entrada de Dios en la historia secular con la


encarnación del Verbo (Jn 1,14), el cristianismo histórico no logró

74
SCHILLEBEECKX, Dios, futuro del hombre, Salamanca: Sígueme, 1970. p.106
75
LYONNET, Stanislas. La perfección del cristiano, “animado por el Espíritu” y su
acción en el mundo según San Pablo. En: Selecciones de teología. Vol. 7, No.25
(enero-marzo 1968); p.47
76
SEBASTIÁN AGUILAR, Op. Cit., p.297
77
SCHILLEBEECKX, Op. Cit., p.205
78
Ibid
79

*
SEBASTIÁN AGUILAR, Op. Cit., p.297
Tanto hoy como ayer, aunque por diferentes motivos, la palabra mundo y todas
sus derivadas de ella (mundano, mundanizar, etc.) suscitan en el cristiano una
541
gran gama de resonancias. “El modo de concebir en la teoría y en la práctica la
vida cristiana ha dependido en gran manera de la idea que se tenía de esa otra
realidad llamada mundo”. Su acepción negativa tiene su origen en la misma
Sagrada Escritura, sobre todo en los escritos de Juan, por lo que es perfectamente
legítima, pero lo que no es tan perfectamente legítimo es la absolutización que

medellín 119 - 120 / septiembre - diciembre (2004)


Pbro. Fernando Crevatín

poner en práctica el ideal trazado por el mismo Cristo. Aunque la


Iglesia promovió el universalismo religioso, el proceso de seculariza-
ción quedó bloqueado, dando paso a un nuevo proceso de sacralización
mucho mayor que el israelita80 . No sólo influyó en ello el surgimiento
de aquélla realidad “sacral” llamada la cristiandad, sino también la
confusión sobre lo que significa la palabra mundo para el cristianismo.

La Biblia “afirma taxativamente la bondad, tanto del mundo como


del hombre, como realidades que tienen su origen en Dios”81 . Una de
las confesiones más firmes del credo israelita consiste en afirmar que
el mundo, en el que habitan todos los pueblos de la tierra y en donde
vive Israel, es obra de Yahvé, hecho en vistas al hombre, que es cons-
tituido por Dios su lugarteniente en la creación (Gn 1,2).

Para el israelita, la creación es el marco de la “historia salutis”82 . La


Sagrada Escritura presenta una visión unitaria respecto del mundo como
don de Dios que salva. La exégesis muestra que para Israel el mundo es
la obra de Dios Salvador. Este don salvífico es puesto en cuestión cada
vez que Israel es infiel. Toda vez que Israel hace consistir su salvación
en la prosperidad y bienestar terreno, o cuando el hombre se relaciona
de manera egoísta con el mundo olvidándose de su prójimo, solo en
ese caso la creación deja de convertirse en don salvífico83 *.

El Nuevo Testamento considera al mundo, o cosmos de los grie-


gos, como el lugar donde el hombre habita, el lugar en el que se
desarrolla la vida humana y en donde se desenvuelve la historia de la

históricamente ha existido en este sentido, y que dio origen en algunos ambientes


a una actitud negativa hacia todo aquello que supiese a mundo sin ulteriores
discernimientos. GAITÁN, Mundo y existencia mundana del cristianismo, Op.
Cit., p.222-223. Al despojar a esta palabra de todas las connotaciones parciales y
fundamentalistas surgidas a lo largo de la historia de la Iglesia, nos proponemos
dejar en claro el genuino sentido bíblico de esta expresión, como contribución
a la tarea evangelizadora del presbítero diocesano.
80
GONZALEZ RUIZ, Op. Cit., p.33-35

542
81
CASTRO SÁNCHEZ, Op. Cit., p.206
82
Ibid, p.193
83
VAN RIJEN, Op. Cit., p.291-293
*
Con esta misma orientación, el Evangelio ofrece una crítica profunda a toda
realización humana de convivencia que no parta de estos dos principios: el
carácter sagrado y trascendente del hombre, y su estructura más honda consistente
en el amor. A partir de estos criterios, y solo a base de ellos, puede comprenderse
el mundo que postula el Nuevo Testamento. Es aquí donde hay que encontrar la

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La relación presbítero y mundo

salvación (Mt 4,8; 16,26; 26,13; Lc 12,30; He 1,8; Rm 1,8; 4,13). Dios
mantiene una providencia especial sobre el mundo y por eso su ac-
ción queda vinculada al mismo. Puede afirmarse, en algún sentido,
que para el Nuevo Testamento este mundo en donde vive el hombre
es un auténtico templo de Dios (Hch 18,24-29)84 .

El término “mundo” en la Biblia es ciertamente complejo, pero


ofrece siempre un sentido antropológico (Jn 12,31; 14,30; Rm 3,19; 15,12;
1 Cor 2,6-8)85 a tal punto que el hábitat humano no tendría sentido si éste
no fuera contemplado desde la antropología86 . En la Sagrada Escritura el
concepto mundo se mueve entre dos extremos paradójicos: “No os aco-
modéis al mundo presente” (Rm 12,2) y “Porque tanto amó Dios al
mundo” (Jn 3,16). En la Biblia el mundo es presentado como un conjun-
to de realidades existenciales, con el mundo físico incluído, cuya moda-
lidad más propia es el “mundo humano”, el “mundo de los hombres”87 .

raíz del enfrentamiento entre el Evangelio y el mundo. CASTRO SÁNCHEZ, Op.


Cit., p.218-219. Schillebeeckx plantea esta misma situación de enfrentamiento
que se da entre el mundo y Dios, al explicar el significado puramente religioso
que en los textos joánicos y paulinos se da a la palabra “cosmos”. En este
sentido, el cosmos (la humanidad en su relación de ruptura frente a Dios), ya no
significa el Universo, el “cielo y la tierra” cuyo creador benévolo es Dios, sino la
existencia humana como vida-en-el-mundo pero con el significado religioso de
una existencia sin salvación, lo contrario al reino de Dios.
El Verbo, tomando la forma de esclavo (Fp 2,7), ha entrado en este mundo sometido
al Maligno, y de esta forma le ha arrebatado su dominio y le ha dado un nuevo
sentido al mundo y al estado de “esclavitud”. El amor de Cristo triunfó sobre la
situación de perdición: “Yo he vencido al mundo” (Jn 16,33). El misterio de Cristo
y nuestra incorporación a El por el bautismo, señalan el fin del cosmos en el
sentido bíblico del término. Pablo dice expresamente: “Ninguna condenación
pesa ya sobre los que están en Cristo Jesús” (Rm 8,1). El mundo salvado deja de
ser el “cosmos”, y recibe la denominación de reino de Dios. SCHILLEBEECKX,
El mundo y la Iglesia, Op. Cit. p.94-98. Toda la tarea de Jesús consiste en manifestar
a Dios y en implantar su Reino, pero junto con esta concentración en el núcleo de
la salvación corre pareja una advertencia sobre el atractivo de las cosas del mundo
y sobre su relatividad. En dicha advertencia resuena el tema del Antiguo Testamento
que, considerando al mundo como don de Dios y a la vez que como tarea del
hombre, lo ve, sin embargo, minado en sus cimientos cuando se le desliga de la
justicia y del beneplácito divino. Por ello, “la advertencia de Jesús concierne al
mundo del egoísmo que se aleja de Dios y que atenta contra el bien comunitario”.
VAN RIJEN, Op. Cit., p294
543
84
CASTRO SÁNCHEZ, Op. Cit., p.206-207
85
SCHILLEBEECKX, Reflexiones sobre la imagen conciliar del hombre y del mundo,
Op. Cit., p.38
86
CASTRO SÁNCHEZ, Op. Cit., p.207
87
SCHILLEBEECKX, Op. Cit., p.38

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Pbro. Fernando Crevatín

La Gaudium et Spes vuelve a tomar esta acepción de fuerte conte-


nido escriturístico: para los Padres conciliares el mundo consiste en “la
entera familia humana con el conjunto de sus realidades” (GS 2). De
esta manera, en el contexto de toda la Constitución pastoral y teniendo
como fondo la Lumen Gentium, el término mundo representa a “la
comunidad humana en cuanto no incorporada todavía a la Iglesia, así
como la esfera temporal donde se desarrollan la vida y la actividad e los
cristianos, miembros de la Iglesia”. Como principio fundamental se esta-
blece que la comunidad eclesial de los creyentes no constituye un mun-
do separado, sino que vive y obra en el corazón de toda la comunidad
humana y en unión con ella88 *.

2.4 De la “fuga mundi” al compromiso con él

Uno de los grandes esfuerzos del Concilio consistió en plasmar


doctrinalmente la liberación de la influencia maniquea que identifica-
ba “mundo” joánico con realidad terrena y corporal, influencia nefasta
que el cristianismo padeció durante siglos89 *. Hasta no hace mucho

88
SCHILLEBEECKX, Fe cristiana y espera temporal, Op. Cit., p.130
*
Este principio de inserción en la sociedad a la manera de sal y luz de la tierra fue
vivido en las primitivas comunidades cristianas con toda su virtud germinadora y
fermentando poco a poco la masa del mundo pagano. El testimonio de algunos
textos patrísticos son prueba de ello. En el siglo II, el Autor del Discurso a Diogneto
escribe: “Los cristianos, en efecto, no se distinguen de los demás hombres ni por
su tierra ni por su habla ni por sus costumbres. Porque ni habitan ciudades exclusivas
suyas, ni hablan una lengua extraña, ni llevan un género de vida aparte de los
demás...Habitando ciudades griegas o bárbaras, según la suerte que a cada uno le
cupo, y adaptándose en vestido, comida y demás género de vida a los usos y
costumbres de cada país, dan muestras de un tenor de peculiar conducta, admirable,
y, por confesión de todos, sorprendentes. Habitan sus propias patrias, pero como
forasteros: toman parte en todo como ciudadanos y todo lo soportan como
extranjeros; toda tierra extraña es para ellos patria, y toda patria, tierra extraña...Pasan
el tiempo en la tierra, pero tienen su ciudadanía en el cielo”. Para la misma época,
Tertuliano, uno de los más genuinos representantes del cristianismo en África,
podía escribir: “Nosotros no vivimos apartados del mundo; frecuentamos el foro
igual que vosotros, los baños, los talleres, las tiendas, los mercados, las plazas

544 públicas; desempeñamos los oficios de marino, soldado, agricultor, comerciante,


ponemos a vuestro servicio nuestro trabajo y nuestra industria. ANÓNIMO. Discurso
a Diogneto, V. En: RUIZ BUENO, Daniel. Padres apostólicos. Madrid: Biblioteca
de autores cristianos, 1967. TERTULIANO, Apologeticum.
89
VAN RIJEN, Op. Cit., p.291
*
En toda esta tendencia tuvo un influjo determinante la corriente de interpretación
de la vida cristiana y del evangelio en clave platonizante, espiritualista e intimista,
que surgió al reinterpretar la doctrina cristiana en categorías del mundo cultural

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La relación presbítero y mundo

tiempo el estar en medio de las realidades concretas de la vida y en


contacto con las realidades de este mundo, se identificaba automáti-
camente con el tener que vivir en medio del pecado. Un papel muy
importante en todo esto ha jugado la lectura partidista que se ha hecho
de los místicos90 .

La consecuencia de estas influencias peyorativas en torno al mun-


do fue una interpretación de la fe en clave dicotómica: el aquí y el más
allá, la interioridad y la exterioridad, el alma y el cuerpo, lo sagrado y lo
profano. Si bien no se puede negar la dualidad existente, se necesita ir
más allá de las visiones dicotómicas y de los maniqueísmos dualistas. El
cristiano tiene una tarea permanente que implica “unir en el espíritu de
la encarnación lo separado que Dios unió”91 **; su verdadero dilema no
se plantea entre lo sacro y lo profano, sino entre lo evangélico y lo
antievangélico92 .

El Evangelio ha superado la escisión entre lo profano que es


materia-mundo y lo sagrado que es divino, “descubriendo al Verbo de
Dios (su revelación o presencia) en la misma Carne de la historia”93 .
“De ahora en adelante el cristiano que quiera vivir su tiempo estará
rodeado de un océano de profanidad. No vivirá raquítica y encogido
dentro del tiempo. Respirará a todo pulmón por el ancho, largo y
profundo mundo. De ahora en adelante el cristiano será un hombre
enamorado por las cosas del mundo94 .

Al tratar de la actividad humana en el mundo, la Constitución


Conciliar presenta al hombre como sujeto de la historia; “hace” la histo-

griego (siglo II en adelante). Según esta visión todo lo material y terreno sería
irreconciliable con el carácter espiritual, interior y celestial de los valores superiores
del hombre. GAITÁN, Mundo y existencia mundana del cristianismo, Op., Cit.,
p.224
90
Ibid
91
MARDONES, Op. Cit., p.27
**
Al evitarse la separación y el enfrentamiento entre lo profano y lo sagrado, y
concebirlos en armonía -lo sagrado impregnando lo profano y potenciándolo a
la trascendencia-, se populariza la mística; a Dios se le encuentra en la creación,
a Dios se le ama en el hombre y se le contempla en el espejo de lo creado.
545
ESQUIZA, Epílogo, Op. Cit., p.412
92
GAITAN, Op. Cit., p. 232
93
PIKAZA, Op. Cit., p.84
94
DALMAU, M. Joseph. En cristiano lo sagrado es lo profano. En: Misión abierta.
Madrid. Vol. 73/2; p.103

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Pbro. Fernando Crevatín

ria y quiere construirse un porvenir temporal donde pueda vivir bien. Este
capítulo tercero de la Gaudium et Spes refleja la reacción contra una “fuga
del mundo” mal entendida; en su última parte, desea destacar bien el
sentido cristiano de un mundo secularizado y humanizado (GS 33). El
mensaje evangélico no arranca al hombre de este mundo, sino más
bien impulsa sus energías a una actividad terrestre más intensa. El cristiano
debe amar la tierra con un amor rescatado y resucitado en virtud de la
cruz: tal es la auténtica manera de poseer el mundo (GS 37). Toda la
actividad temporal debe, por tanto, integrarse en el misterio pascual95 *.

A manera de síntesis, se puede afirmar que el concepto de mun-


do bíblico tiene cierta ambigüedad, pero queda claro que al cristiano
le incumbe como misión ofrecerle al mundo la salvación que él ha
recibido y ayudarle a comprenderse y trascenderse96 . “No hay en-
cuentro con Dios aparte del mundo; Dios es fundamento último
de todas nuestras experiencias y de todos nuestros encuentros huma-
nos”97 . El Concilio se vuelve hacia los creyentes para invitarles a que
cumplan sus deberes temporales (GS 43). Una fuga del mundo, inspi-
rada por el temor a las responsabilidades temporales, sería tan conde-
nable como un compromiso humano ajeno a la fe y que redujera a
ésta a ciertos actos de culto con determinadas obligaciones morales98 .
En el mundo de los hombres es donde el ser humano está cerca del
Dios vivo99 ; por eso “el cristiano no huye del mundo” sino que “con el
mundo se lanza hacia el porvenir”100 .

En la Gaudium et Spes se supera el enfoque de la “fuga mundi”,


que tanta influencia tuvo en la vida de la Iglesia en épocas anterio-
res, y al mismo tiempo se esclarece mejor la relación Iglesia-mundo.
La doctrina bíblica de la lucha entre la Iglesia y el mundo, tan resal-
tada en el libro del Apocalipsis, no queda anulada. Sólo hay que

95
SCHILLEBEECKX, Op. Cit., p.126-129
*
El cristiano, ciudadano del cielo “no debe en manera alguna evadirse del mundo.

546 Más aún, precisamente porque es ciudadano del cielo, se ve obligado a


comprometerse en una tarea mundana que depende de él en cuanto a la
consecución de su fin”. LYONNET, Op. Cit., p.50
96
CASTRO SÁNCHEZ, Op. Cit., p.219
97
SCHILLEBEECKX, Dios y el hombre, Op. Cit., p.114
98
SCHILLEBEECKX, Op. Cit., p.132
99
SCHILLEBEECKX, El mundo y la Iglesia, Op. Cit., p.212
100
SCHILLEBEECKX, Fe cristiana y espera temporal, Op. Cit., p.151

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La relación presbítero y mundo

distinguir claramente entre el mundo como creación de Dios (a cuya


culminación es invitado el hombre como colaborador) del mundo
como ámbito del mal, del egoísmo, de la idolatría y de la muerte101 .

2.5 Transformación de la realidad y construcción


del Reino

Si el hombre es invitado a colaborar con Dios en la creación, es


porque por su corporeidad el ser humano está esencialmente vinculado
al mundo y no puede perfeccionarse a sí mismo sino transformando el
mundo102 . La creación, para la Sagrada Escritura, no es una realidad
terminada, sin una realidad en movimiento que camina hacia una pleni-
tud futura. Y es el hombre, es la humanidad, la que tiene el encargo por
parte de Dios de continuar la obra de los seis primeros días103 . El Con-
cilio lo afirma con estas palabras: “Es propio de la persona humana el
no llegar a un nivel verdadera y plenamente humano si no es mediante
la cultura, es decir, cultivando los bienes y valores de la naturaleza”104 .

La tarea que el hombre tiene ante el mundo es la de configurarlo


al servicio de la existencia humana, la de hacer de él un lugar habitable
para todos105 . El capítulo cuarto de la Gaudium et Spes supone el mayor
esfuerzo hecho por el magisterio de la Iglesia con el fin de sacar las
consecuencias prácticas de la doctrina de la encarnación de Cristo y de
la sacramentalidad de la Iglesia. Desde Cristo encarnado, la Iglesia cree
y fomenta un hombre comprometido en la historia concreta106 . En va-
rios lugares, la Constitución pastoral afirma que “la esperanza escatológica
no merma la importancia de las tareas temporales, sino más bien pro-
porciona nuevos motivos de apoyo para su ejercicio”107 .

101
GALEANO, Adolfo. ¿Un nuevo modo de ser Iglesia?. En: Vida pastoral. Bogotá.
No. 108 (octubre-diciembre 2002); p.13
102
ALFARO, Juan. Hacia una teología del progreso humano. Barcelona: Herder,
103
1969. p.35
RUBIO, Mauro. El apostolado de los seglares. En: Oficina. Signo de los tiempos.
Visión y proyección del Concilio Vaticano II. Santiago de Chile: del Pacífico,
547
1966. p.121
104
GS 53
105
VAN RIJEN, Los cristianos en el mundo, Op. Cit., p.296-297
106
RAMOS, Julio. Teología pastoral, Op. Cit., p.74
107
GS 21. Ver también: GS 38, 39, 40, 43

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Pbro. Fernando Crevatín

Todo esfuerzo por transformar y perfeccionar las realidades tem-


porales es ya anticipo del reino de Dios. Así como la vida y las pala-
bras de Cristo están dominadas por el pensamiento del reino de Dios
que ya ha llegado, la actitud de los cristianos frente al mundo debe
hallarse en profunda continuidad con la que Cristo tuvo y predicó108 .
Con la entrega de sí mismo al prójimo por amor, el cristiano implanta
en nuestro mundo el germen del reino de Dios109 . Tanto el proceso de
humanización de este mundo como el crecimiento del reino son
realidades que están íntimamente conectadas, de tal manera que una
mejor ordenación de la comunidad humana supone una aportación
favorable a la implantación de este reino (GS 39)110 *.

El cristianismo no puede estar nunca satisfecho ante ningún “or-


den establecido” de aquí abajo**. Lo único auténticamente cristiano es
superarse, el ir más allá de cada resultado conseguido. De ahí que el
futuro cristiano es un futuro “siempre abierto”. La figura de este mun-

108
VAN RIJEN, Op. Cit., p.291
109
SCHILLEBEECKX, Reflexiones sobre la imagen conciliar del hombre y del mundo,
Op. Cit., p.43
110
SCHILLEBEECKX, El magisterio y el mundo político, Op. Cit., p.406
*
El proyecto inicial del “Esquema XII”, elaborado entre la primera y segunda
sesión del Concilio, correspondía a “grosso modo” a la inspiración de una animación
cristiana de lo temporal. SECRETARIADO CONCILIAR DEL EPISCOPADO FRANCES,
No. 20: 25/8/65. Citado por CHENÚ, Los signos de la época, Op. Cit., p.102. En el
texto presentado en el aula conciliar, hubo varios Padres que protestaron porque
se establecía un separación muy radical entre el futuro terreno y la expectación
cristiana, lo cual motivó un cambió en el texto original. Si el esfuerzo en pro del
bienestar terreno es un aspecto de la atención al ser humano, expresión de la
caridad, esta preocupación por un futuro mejor no puede ser distinguida de la
otra preocupación por el reino de Dios. Debido a estas intervenciones, la
Constitución pastoral modificó la frase del No.39: “la figura de este mundo, afeada
por el pecado, pasará”, por esta otra: “la figura de este mundo, deformada por el
pecado, pasa”. Con este cambio se quiso significar que en el progreso del mundo
hacia un futuro mejor, a través de la atención al hermano, el mismo éscaton se
hace ya presente en la historia”, el Reino final es ya operante. SCHILLEBEEXKCX,
Fe cristiana y espera temporal, Op. Cit., p.126-129. SCHILLEBEECKX, Reflexiones
sobre la imagen conciliar del hombre y del mundo, Op. Cit., p.41-42.

548 **
SCHILLEBEECKX, El magisterio y el mundo político, Op. Cit., p.406-407
Por eso la relativización cristiana del compromiso terrestre no nace de ningún
deseo de huir del mundo. Ya hemos mencionado como en tiempos pasados
muchos cristianos, equivocadamente, han pretendido deducir de la esperanza
escatológica en un mundo nuevo definitivo una necesidad imperiosa de huir del
mundo y una indiferencia inoperante en la tarea de construir un mundo mejor.
SCHILLEBEECKX. Reflexiones sobre la imagen conciliar del hombre y del mundo,
Op. Cit., p.41

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La relación presbítero y mundo

do “pasa” no de manera automática, sino por efecto de la esperanza


escatológica, activa desde ahora, operando y haciendo mejor este mun-
do. Ello implica una relación real entre el futuro terrestre y el futuro
escatológico, con una influencia mutua, que el Concilio define como
“relación misteriosa”111 *.

Lo terreno no es, por tanto, un lugar de paso hacia la eternidad.


Para el que vive en Cristo, lo terreno se convierte en “un ambiente
cultural celestial”112 ; el estar en el mundo será siempre una presencia
basada en la redención, y por tanto, en el Dios vivo, y con él se
constituye en una presencia redentora113 . La salvación se realiza en y
por medio de este introducirse totalmente en la vida114 . “He aquí como
se define el hombre secular moderno: está plenamente comprometido
en este mundo. No busca en otro lugar su salvación, porque para él,
no existe verdaderamente la salvación fuera del mundo”115 .

2.6 Valores de la secularización

Fue gracias al pensamiento teológico posterior a la segunda mi-


tad del siglo XX que se profundizó y discernió los conceptos básicos
de secularidad, sacralización, secularización y secularismo. Este es-
fuerzo teológico-pastoral permitió presentar la secularización en sus
aspectos positivos como una nueva relación entre el hombre y Dios:
relación respetuosa para el hombre y relación respetuosa para Dios116 **.

111
Ibid, p.41-42.
*
Toda esperanza cristiana es esperanza activa. Ella existe ya ahora, y llega a ser
una realidad cuando el cristiano, sintiéndose ‘inquieto por los otros’ en el concreto
de las situaciones terrestres, trabaja por la construcción de un mundo mejor”.
Ibid. Moltmann expresará lo mismo diciendo que “el cristianismo es esperanza
y orientación hacia el futuro, y por ello, apertura y transformación del presente”;
así, “los cristianos deben estar al servicio de la humanidad no para que este
mundo permanezca tal como está o para que se consume tal como es, sino para
que cambie y llegue a ser lo que se le ha prometido”. MOLTMANN, Jürgen.
112

113
Teología de la esperanza. Salamanca: Sígueme, 1969. p.20 y p.353
SCHILLEBEECKX, El mundo y la Iglesia, Op. Cit., p.101-102
SCHILLEBEECKX, Dios y el hombre, Op. Cit., p.270
549
114
CHENÚ, El Evangelio en el tiempo, Op. Cit., p.290
115
CONGAR, Op. Cit., p.221-222
116
ESQUIZA, Introducción. En: ESQUIZA et al., Op. Cit., p.31
**
Mannoni hace notar cómo los teólogos católicos, más que presentar teorías
orginales de la secularización, se han limitado a poner en evidencia sus aspectos

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Pbro. Fernando Crevatín

Con el Concilio Vaticano II se constataron ciertos logros doctrinales


en relación a la vida secular consistente en el reconocimiento de la
“mayoría de edad” y “de la autonomía de lo secular”117 . Ha sido el
magisterio conciliar el que ha dejado en claro que es Dios mismo quien
“pretende convertir la historia secular de este mundo en una historia de
salvación a través de la mediación humana”118 . Si en épocas de
sacralización la relación entre lo humano y lo divino no siempre fue
respetuosa con lo humano y no siempre le reconoció la mayoría de
edad al mundo, ahora sí la reconoce gracias al descubrimiento de Dios
como Aquél que no quiere rebajar la autonomía de lo creado119 . Tam-
bién la secularización discernitiva ha enriquecido la espiritualidad, por-
que la ha humanizado, sin despojarla de su dimensión trascendente120 .
Por lo tanto, “no hay contradicción Dios-hombre, valores divinos-huma-
nos, más que en el que quiera introducirla o no acierta a disiparla”121 .

La secularización se constituye en posibilidad histórica de asu-


mir el mundo por parte de Dios, un momento decisivo del reino histó-
rico de Jesús, un fenómeno nacido por medio del cristianismo e im-
pulsado por la fuerza histórica del acontecimiento Cristo122 . Una posi-
bilidad para “humanizar el mundo con la mirada puesta en el éscaton”123 .
El mismo cristianismo “significa una especie de secularización del
mundo”, de desencantamiento de la naturaleza y de desacralización
de toda la realidad 124 *.

positivos y negativos. Realizando un juicio prudencial, este autor opina que la


secularización ha sido y todavía es una gran oportunidad para la Iglesia
católica. Ante todo porque puede contribuir a purificar nuestro concepto de
Dios y, por consiguiente nuestra religiosidad. Y en segundo lugar porque estimula
al cristiano a participar más activamente en la construcción y desarrollo de lo
valores temporales, es decir, en la construcción del Reino aquí en la tierra.
MANNONI, M. Secularización. En: ANCILLI, Ermanno. Diccionario de
espiritualidad. Barcelona: Herder, 1984. vol. 3
117
SETIEN, José María. Fe cristiana. Iglesia y mundo. En: DE LLANOS et al., Op.
Cit., p.142
118
SCHILLEBEECKX, Jesús en nuestra cultura. Op. Cit., p.46
119
ESQUIZA, Op. Cit., p. 31

550
120
ESQUIZA. Epílogo. En: ESQUIZA et al., Op. Cit., p.413
121
ESQUIZA. Introducción. En: ESQUIZA et al., Op. Cit., p.27
122
TAMAYO, Juan José. Teología política. En: FLORISTÁN, Casiano y TAMAYO,
Juan José, Op. Cit., p.1354
123
SCHILLEBEECKX, Dios, futuro del hombre, Op. Cit., p.216
124
Ibid, p.1354-1355
* La extensión de la zona de lo “profano” posibilita cambios estructurales que de
otro modo no hubieran sido viables (sociedad secularizada como sociedad abierta

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La relación presbítero y mundo

La secularización se yergue, entonces, como un importante


fenómeno de nuestro tiempo, un fenómeno que de ahora en
adelante está destinado sin duda a acompañar el crecimiento de
la conciencia humana125 . “Cristianizar el mundo, dirá Metz, sig-
nifica en sentido original secularizarlo”126 . Hoy, quien no esté
abierto a la secularización no puede esperar realizar su humani-
dad en plenitud127 .

3. Identidad del presbítero secular*

3.1 Naturaleza del ministerio ordenado

“La identidad sacerdotal, como toda identidad cristiana, tie-


ne su fuente en la Santísima Trinidad, que se revela y se
autocomunica a los hombres en Cristo, constituyendo en El y por
medio del Espíritu la Iglesia como ‘el germen y el principio de ese
reino’ (LG 5)”128 .

al cambio). Ciertamente, “una mentalidad abierta a los problemas de secularización


ayuda a comprender más exactamente al hombre de hoy en el mundo de hoy”.
MARTÍNEZ CORTÉS, Op. Cit., p.1286-1287. KLOPPENBURG, Boaventura. O
cristao secularizado. Petrópolis: Vozes, 1970. p.59. De ahí que se considere la
secularización no como “declive” sino como “purificación” de lo religioso-cristiano.
Comblin escribe lo siguiente: “Al crear la teoría de la secularización, no se hace
otra cosa que enunciar, en términos modernos, el viejo sueño de Joaquín de
Fiore, que consiste en esperar que la historia purifique el Cristianismo y dé
cumplimiento a aquello que es tarea y desafío lanzado a cada generación cristiana”.
MARTINEZ CORTES, Op. Cit., p.1287. COMBLIN, José. Secularización: mitos,
realidades, problemas. En: Concilium. Estella. No. 47 (julio-agosto 1969); p.126
125
PANIKKAR, Op. Cit., p.53
126
METZ, Teología del mundo. Salamanca: Sígueme, 1970. p.64
127
PANIKKAR, Op. Cit., p.53
*
No pretendemos hacer un análisis exhaustivo de la teología del ministerio ordenado.
Sólo queremos mostrar cómo la fuente de la que brota la actividad secular del
presbítero hunde sus raíces en el misterio de la Iglesia y en la fidelidad a la propia
vocación cristiana y presbiteral. Para ampliar el tema de una comprensión teológica
actual del ministerio ordenado, ver: GRESHAKE, G. Ser sacerdote. Teología y
espiritualidad del ministerio sacerdotal. Salamanca: Sígueme, 1995. ESQUERDA
BIFET, Juan. Signos del buen pastor. Teología de la espiritualidad sacerdotal. Bogotá:
551
CELAM, 1991. PRECHT BAÑADOS, Cristián. Pastores al estilo de Jesús. Bogotá:
CELAM, 1998. SÁNCHEZ CHAMOSO, Román. Ministros de la Nueva Alianza.
Teología del Sacerdocio ministerial. Bogotá: CELAM, 1993.
128
JUAN PABLO II. Exhortación apostólica postsinodal Pastores dabo vobis. Buenos
Aires: Paulinas, 1992. No. 12. En adelante esta obra será citada PDV

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Pbro. Fernando Crevatín

El Concilio Vaticano II, con su enfoque de la Iglesia como pueblo


de Dios, pueblo sacerdotal, ha obligado a la teología del sacerdocio a
revisar sus categorías fundamentales. El primer partícipe de la misión de
Cristo es el pueblo de Dios (LG 17)129 , y el presbítero es considerado
ante todo como el mensajero enviado por Cristo y puesto por Dios en la
Iglesia. El sacerdocio ministerial es entendido en relación con el sacerdocio
común de todos los fieles (LG 10; PO 2) y como servicio dentro de la
Iglesia y a favor del mundo (LG 28; PO 2, 5)130 *.

Todo sacerdocio es considerado como una continuación de la misión


que Cristo confirió a los apóstoles (LG 19-20)131 . Por eso, este servicio a
favor de la totalidad de la Iglesia y en orden a la salvación del pueblo de
Dios, es definido desde el punto de vista de sus distintas relaciones con
Cristo como fuente y origen de todo envío dentro de la Iglesia, con el
obispo como portador primario del ministerio apostólico, con los herma-
nos en el presbiterio y con el pueblo entero de los creyentes (LG 28)132 .

129
ROMERA SANZ, Tomás. La vocación sacerdotal hoy. En: Seminarios. Madrid.
Vol. 17, No. 43 (enero-abril 1971); p. 117
130
CONFERENCIA EPISCOPAL ALEMANA. El ministerio sacerdotal. Salamanca:
Sígueme, 1970. p.85
*
El ministerio ordenado hunde sus raíces y se halla inserto en la Iglesia, misterio de
comunión, pueblo de Dios, sacramento universal de salvación. Así como el Señor
resucitado no puede ser entendido sin su Cuerpo, que es la Iglesia, el ministerio
ordenado no puede entenderse sin una vinculación entrañada en la comunidad
eclesial. GARCIA DE LA CUERDA, Andrés. La sacramentalidad de la Iglesia y la
sacramentalidad del orden. En: teología y catequesis. Madrid. No. 41-42 (enero-
junio 1992); p.75. El Concilio Vaticano II presenta con claridad la identidad del
presbítero dentro del pueblo de Dios. La exhortación Pastores dabo vobis afirma lo
mismo: “Es en el misterio de la Iglesia, como misterio de comunión trinitaria en
tensión misionera, donde se manifiesta toda identidad cristiana, y por tanto también
la identidad específica del sacerdote y de su ministerio” (PDV 12). Más adelante
sitúa al sacerdote (en cuanto que representa a Cristo Cabeza, Pastor y Esposo de la
Iglesia) “no sólo en la Iglesia, sino también al frente de la Iglesia”. (PDV 16). Si tanto
el Vaticano II como la Pastores dabo vobis con tanta claridad ubican al presbítero
inserto en la Iglesia, nos sorprende, entonces, que al explicitar la dimensión
eclesiológica del ministro ordenado, el Directorio para el ministerio de los presbíteros
incorpore una “modalidad” que no condice con la expresada por el Concilio. Así

552 define el Directorio la ubicación del presbítero en la Iglesia: “A través del ministerio
de Cristo, el sacerdote...está insertado en el misterio de la Iglesia...de tal manera, el
sacerdote, a la vez que está en la Iglesia, se encuentra también ante ella”.
CONGREGACIÓN PARA EL CLERO. Directorio para el ministerio y la vida de los
Presbíteros. Buenos Aires: Oficina del libro, 1994. No. 12 (el subrayado es nuestro).
Ver también No. 13; 14. En adelante citaremos esta obra como DMVP
131
ROMERA SANZ, Op. Cit., p.117
132
CONFERENCIA EPISCOPAL ALEMANA, Op. Cit., p.85

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La relación presbítero y mundo

La teología del sacerdocio parte de aquella afirmación explícita


de la Escritura según la cual sólo hay un único mediador entre Dios y
los hombres (1 Tim 2,5) y un único sumo sacerdote: Cristo Jesús (Heb
8,6; 9,15; 12,24)133 . Como mediador entre Dios y el hombre, es el
único sacerdote de la nueva alianza y todo otro sacerdocio no puede
más que participar del suyo134 . Pero Jesucristo es sacerdote de una
forma que hace saltar todo paralelismo con otras formas conocidas
por la historia de las religiones. La obra sacerdotal de Cristo es procla-
mada en la Escritura como donación de sí mismo al Padre (Heb 7,27;
10,5ss) y como entrega “por muchos” (Mc 10,45; 14,24, etc.); no como
sacrificio cúltico alguno. En la cruz se manifiesta también el carácter
de su sacerdocio, pues la cruz no está en el recinto del templo sino en
el ámbito de lo mundano y profano Hb 13,13)135 . Así, el sacrificio de
Cristo se realiza “fuera del campamento” (Hb 13,13), en el ámbito de
la vida pública y de la existencia cotidiana, propio del mundo. Por eso
ahora habrá que servir a Dios en el cuerpo (Rm 12,1; 1 Cor 6,20), es
decir, en la vida cotidiana en el seno del mundo136 *.

133 KASPER, Walter. Nuevos matices en la concepción dogmática del ministerio


sacerdotal. En: Concilium. Estella. Vol. 5, No. 43 (marzo 1969); p.377
134 KASPER, Walter. Ser y misión del sacerdote. En: Selecciones de teología. Barcelona.
Vol. 19, No. 75 (julio-septiembre 1980); p.246
135 KASPER, Walter. La función del presbítero en la Iglesia. En: Selecciones de teología.
Barcelona. Vol. 8, No. 32 (octubre-diciembre 1969); p. 354
136 KASPER, Nuevos matices en la concepción dogmática del ministerio sacerdotal,
Op. Cit., p.377-378
* Éste es el fundamento a partir del cual la vida pastoral del ministerio ordenado se
desarrolla en el mundo secular, a imagen de la actitud sacrificial de Jesucristo,
único Sacerdote de la Nueva Alianza. Este sacerdocio de Cristo, que se realiza
en la obediencia y en el servicio, tiene lugar de una vez para siempre (Hb
9,12.26; 10,10; 1 Pe,3,18); Cristo es sumo sacerdote para toda la eternidad (Hb
6,20; 7,3.24; 10,14). Ibid. Cuando el autor de la carta a los hebreos llama a Jesús
“sacerdote para siempre (Hb 5,6), no ve en este título una metáfora, sino una
realidad, ya que el sacerdocio de Cristo ha sustituido definitivamente al sacerdocio
del Antiguo Testamento. CONFERENCIA EPISCOPAL ALEMANA, Op. Cit., p.41.
Por ello el sacerdocio de Cristo no necesita de continuación ni de
complementación por parte de otros sacerdotes humanos: el es la consumación
de todo sacerdocio y con él todo sacerdocio llega a su término. KASPER, Op.
Cit., p.378. En efecto, Cristo no creó sacerdotes en el sentido corriente de la
palabra; precisamente los abolió. Cristo creó apóstoles, y el sacerdote será ministro
en la medida en que es apóstol y deja destruir en él su propia pretensión
553
mediadora y sacerdotal. DURWELL, Francois Xavier. El sacerdote en la Iglesia.
En: Selecciones de teología. Barcelona. Vol. 6, No.22 (abril-junio 1967); p.129.
GONZALEZ FAUS, José Ignacio. Hombres de la comunidad. Santander: Sal Terrae,
1989. p.27. Para una mayor comprensión de la novedad del sacerdocio de Cristo,
Ver: VANHOYE, Albet. Cristo, sumo sacerdote en Heb 2,17-18. En: Selecciones

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Pbro. Fernando Crevatín

3.2 Nuevos matices en su concepción dogmática

La razón de ser del presbítero, el Concilio no la hace derivar de una


determinada función y capacitación ministerial (LG 28; PO 4-6), sino del
envío de Cristo**. En virtud del signo operado por el Espíritu, el sacerdote
queda de tal manera “configurado con Cristo sacerdote” que en adelante
podrá actuar en nombre del mismo Cristo (PO 1-2). Su ministerio está inter-
namente integrado en el ministerio episcopal, constituyendo con él la reali-
zación plena del ministerio apostólico (LG 21)137 . El carácter específico del
sacerdote no lo separa del laico, sino que acentúa la comunión mutua138 *.

El presbítero ya no aparece en primera línea como el “hombre de


los sacramentos”. Con esta concepción del ministerio eclesial el Concilio
ha dado un paso decisivo. Entendida su múltiple labor ministerial desde
el punto de vista del envío de Cristo, como su centro y origen, y de la
plenitud del ministerio eclesial, vuelve a adquirir el sacerdote una au-
téntica participación en la realización de la obra salvífica apostólica,
pastoral y caritativa en todas sus dimensiones (PO 6, 8, 17)139 .

“Lo esencial del sacramento del orden es que por la imposición de


las manos y la oración otorga una asimilación particular a Jesucristo**,

de teología. Barcelona. Vol. 9, No. 34 (abril-junio 1970); p.147-160. VANHOYE,


Albert. La novedad del sacerdocio de Cristo. En: Selecciones de teología.
Barcelona. Vol. 38, No.149 (enero-marzo 1999); p.3-9
**
Es cierto también que el mismo Concilio insiste repetidamente en la existencia del
ministerio sacerdotal institucionalizado (LG 18-20, 28; PO 2; CD 1-3). Más aún, a la
hora de trazar la línea divisoria entre el sacerdocio común y el sacerdocio ministerial,
afirma que el primero se diferencia del segundo “en la esencia, y no sólo en el
grado” (LG 10). Esta expresión, no cabe duda, está afirmando la prerrogativa de
un envío, de una misión, de una función y de unos poderes especiales del ministro
fundados en la voluntad de Jesucristo. ROMERA SANZ, Op. Cit., p.117-118. Poderes
que el Concilio denominará “potestad espiritual” (PO 2)y que Juan Pablo II los
relacionará con el ejercicio de la caridad pastoral. (PDV 21).
137
CONFERENCIA EPISCOPAL ALEMANA, Op. Cit., p.85-86
138
DURWELL, Op. Cit., p.132
*
La distinción que el Señor estableció entre los presbíteros y el resto del Pueblo

554 de Dios lleva consigo la solidaridad. En la mentalidad conciliar es evidente que


“la única diferencia estriba en una concentración de la realidad eclesial, en una
mayor capacidad social de la gracia, centrada en la persona del clérigo”. Esta
mayor capacidad tiene como efecto “una más perfecta asimilación del sacerdote
al conjunto del pueblo de Dios”. Ibid
139
CONFERENCIA EPISCOPAL ALEMANA, Op. Cit., p.86
**
Esta asimilación particular a Jesucristo conferida por el sacramento del orden
supone un “carácter” particular. En LG 21 aparece referido a los obispos y en PO

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La relación presbítero y mundo

por lo que da un ministerio en orden a dar testimonio público y oficial


de Jesucristo en el servicio de los demás servicios”. Esto no legitima nin-
gún derecho a un poder clerical, pues hablar y actuar en nombre de
Jesucristo significa también hacerlo a su modo y con el testimonio de
vida. Como representante de Cristo, debe ser asimismo su amigo (Jn
15,15). La amistad con Él es el secreto íntimo del ministerio sacerdotal140 .

El presbítero no es un funcionario, sino un apóstol cuyo ministerio


se identifica con la salvación del mundo llevada a cabo por Cristo y en
la que él tiene, como apóstol, una auténtica participación141 . El Vaticano
II insiste en repetidas ocasiones en que la identidad del ministro ordena-
do ha de ser vivida en clave existencial del servidor (LG 18) al modo y
manera del Señor Jesús “que no ha venido a ser servido sino a servir”
(Mc 10,42). Por ser siervos, su vida no les pertenece: pertenece al Señor,
a su Evangelio y a todo hombre de buena voluntad142 *.

3.3 Triple despliegue del servicio ministerial

La función única del ministerio se desdobla en numerosas fun-


ciones concretas, derivadas éstas de la única misión fundamental: el

2 referido a los presbíteros. El Concilio Vaticano II se esforzó en situar el carácter


sacerdotal en el marco de una eclesiología y concepción del ministerios nuevos.
Enviado por Cristo y continuador de su obra, ejerce su ministerio en virtud de una
“unción del Espíritu Santo”. Borobio sintetiza las distintas interpretaciones teológicas
en torno al carácter: por un lado los que acentúan la ontología del carácter y por
otro los que subrayan la funcionalidad del mismo. BOROBIO, Dionisio. Ministerio
sacerdotal. Ministerios laicales. Bilbao: Desclée de Brouwer, 1982. p.234-242. De
cualquier manera “no hay que contraponer ontología y función como dos aspectos
antitéticos, sino contemplarlos más bien como complementarios y recíprocamente
relacionados”. GARCIA DE LA CUERDA, Op. Cit., p.70. Se puede ampliar este
tema en: ESQUERDA BIFET, Juan. El sacerdocio ministerial en el Sínodo. En:
Seminarios. Madrid. Vol. 17, No. 45 (septiembre-diciembre 1971); p.536-537
140
KASPER, Ser y misión del sacerdote, Op. Cit., p.246
141
DURWELL, Op. Cit., p.129
142
GARCÍA DE LA CUERDA, Op. Cit., p.71

555
*
La entrega sacrificial de Cristo por toda la humanidad ha hecho de sus discípulos
servidores de todo ser humano. La diaconía, al estilo de Jesús, supera todas las
barreras. Los presbíteros se hacen servidores de todo hombre, sin importar
su credo o condición social, su pertenencia o no a la Iglesia institucional,
ya que “el Espíritu Santo, mediante la unción sacramental del Orden” los ha
configurado con un título nuevo y específico a Jesucristo Cabeza y Pastor,
animándolos con su caridad pastoral y colocándolos en la Iglesia como servidores
autorizados del anuncio del Evangelio a toda criatura. (PDV 15)

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Pbro. Fernando Crevatín

servicio a la unidad de la Iglesia (o la comunidad). La unidad se realiza


concretamente en la unidad de la confesión de la fe, en la unidad de
la celebración eucarística (a la que dicen referencia todos los demás
sacramentos), y en la unidad a través del servicio mutuo y comunitario
del amor. De estas tres maneras de realizarse que tiene la unidad en la
Iglesia se deduce que el ministerio sacerdotal se ordena, de manera
específica, “al servicio de la palabra, al servicio de los sacramentos,
sobre todo la eucaristía, y a la diakonía mutua y comunitaria”143 *. La
Escritura y la tradición demuestran -y el Vaticano II lo ha confirmado
de nuevo- que el “sacerdocio” eclesial está caracterizado (de manera
esquemática) por estos tres elementos fundamentales144 .

El Nuevo Testamento reconoce en cada comunidad de la Iglesia la


existencia de ministros, es decir, personas dotadas de una función espe-
cial, para servir a los demás: servicio de la palabra (predicación o ense-
ñanza), servicio de vigilancia y servicio de la presidencia. Es sumamente
importante recordar que: 1º. no se trata de poderes sino de servicios,
porque se tratan de “carismas” que ponen, a quienes los poseen, al
servicio de los demás por medio del amor. 2º. el ministerio del Nuevo
Testamento no se limita a un modelo único, sino que hay una diversi-
dad de modelos, adaptables a las necesidades y circunstancias de las
diversas comunidades según sus peculiaridades culturales145 *.

143
KASPER, Nuevos matices de la concepción dogmática del ministerio sacerdotal,
Op. Cit., p.385
*
Estas tres funciones tradicionales que forman el contenido del ministerio sacerdotal
“no son independientes las unas de las otras, no son autónomas y todavía menos
dispares. Al tomarlas de una manera independiente se las falsea. DE LUBAC,
Henri. El sacerdocio según la escritura y la tradición. En: Seminarios. Madrid. Vol.
18, No. 48 (septiembre-diciembre 1972); p.548. Ellas significan “el despliegue natural
del envío de Cristo como salvador escatológico, cuya misión y obra se consuman
en su pascua”. CONFERENCIA EPISCOPAL ALEMANA, Op. Cit., p.25
144
SCHILLEBEECKX, Eduard. Reflexiones teológicas sobre la crisis actual del
sacerdote. En: Seminarios. Madrid. Vol. 17, No. 43 (enero-abril 1971); p.49-50
145
CASTILLO, José María. Sacerdotes ¿para qué?. En: Sal Terrae. Santander. T. 64
(1976); p.7-8
*

556 El pensamiento teológico en torno a las formas o modalidades concretas del


ejercicio del ministerio, ha llevado a la teología contemporánea del ministerio
ordenado a una intensa reflexión. Schillebeeckx sostiene que el “tipo” de sacerdote
“está determinado por su pertenencia a la Iglesia y al mundo; por las formas
históricas concretas gracias a las cuales funciona y se comprende la Iglesia, así
como la situación socio-cultural del mundo. No hay una imagen ‘en sí’ del sacerdote”.
SCHILLEBEECKX, Op. Cit., p.46. Duquoc afirma que “sus formas históricas son
indeterminadas o fluídas: pueden inscribirse en figuras y organizaciones diversas”,

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La relación presbítero y mundo

Jesucristo es la palabra definitiva de Dios que da sentido a la vida


del presbítero; el servicio del sacerdote será, por tanto, en primer lugar
ministerio de la palabra, tanto en la predicación como en la conversa-
ción privada, en la palabra cantada o en la dicha de paso, etc. En todo
caso, esta palabra ha de estar centrada siempre en el Evangelio vivo y
testimoniado por la Escritura y transmitido por la Tradición146 . El sacer-
dote mismo debe ser el primero en tener una gran familiaridad personal
con la Palabra de Dios, con un corazón dócil y orante, para que engen-
dre dentro de sí una mentalidad nueva: “la mente de Cristo” (1 Cor 2,16),
de modo que sus palabras, sus opciones y sus actitudes sean cada vez
más una transparencia, un anuncio y un testimonio del Evangelio147 *.

“El sacerdote debe ser el primer ‘creyente’ de la Palabra”. El no es


el dueño de esta Palabra: es su servidor148 , “que habla por mandato de

puesto que para él “el sacramento del orden pertenece a la estructura de la institución
eclesial: simboliza que el don de Dios no procede ni de la comunidad ni de
nosotros mismos”. DUQUOC, “Creo en la Iglesia”, Op. Cit., p.57. No es nuestro
propósito adentrarnos en este tema tan complejo, que tiene sus matices según
cuál sea el punto de partida que se tome para determinar lo instituido por Cristo
o por las comunidades apostólicas y post-apostólicas, y lo sujeto a cambio a partir
de las necesidades históricas de las comunidades cristianas.
Sí nos parece valioso para nuestra investigación centrar, como lo hace la Pastores
dabo vobis, toda la vida del presbítero, toda su existencia ministerial, en la caridad
pastoral, principio interior que anima y guía su vida espiritual en cuanto confi-
gurado con Cristo Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia (PDV 22-23). Cualquier
forma histórica, cualquier tipo o modo que se asuma en el ministerio presbiteral,
deberá tener su fuente en la caridad pastoral, don gratuito del Espíritu que lo hace
ser con Cristo, “ buen Pastor” (Jn 10,11).
146
KASPER, Ser y misión del sacerdote, Op. Cit., p.246
147
PDV 26
*
Existe, por tanto, una especial relación entre oración personal y predicación. Al
meditar la Palabra de Dios en la oración personal debe también manifestarse de
modo espontáneo la primacía de un testimonio de vida “que permite descubrir
el poder del amor de Dios y hace persuasiva la palabra del predicador”.
CONGREGACIÓN PARA EL CLERO. El presbítero, maestro de la palabra, ministro
de los sacramentos y guía de la comunidad, ante el tercer milenio. Ciudad del
Vaticano: Tipografía vaticana, 1999. p.16. “Resulta claro que el sacerdote no es
simplemente un empleado del culto, y que el testimonio que él ha de dar de la
palabra salvífica de Dios, visto teológicamente, reclama y marca toda su
existencia”. RAHNER, Karl. Punto de partida teológico para determinar la esencia
del sacerdocio ministerial. En: Concilium. Estella. Vol. 5, No.43 (marzo 1969);
557
p.444. Se trata, pues, de un proceso de traducción que ha de comenzar por
traducir el mensaje cristiano primero a la propia vida, pues predicación significa
contemplata tradere, es decir, comunicar los frutos de la propia meditación.
KASPER, Op. Cit., p.246.
148
PDV 26

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Pbro. Fernando Crevatín

toda la Iglesia y, por tanto, oficialmente, de tal modo que a él le son


confiados los más altos grados de intensidad de esta palabra149 . Su servi-
cio reviste una función orientadora con vistas a la unidad de la Iglesia en
la predicación y en la confesión de la fe. Por eso le corresponde una
función de magisterio distinto específicamente del magisterio de los teólo-
gos: se trata de un ministerio de vigilancia al servicio de la unidad (Hch
20,28; 1 Tim 5,17; 6,3ss 12,20; 2 Tim 1,8.13; 2,14ss; Tit 1,9ss, etc)150 .

La palabra de Dios se manifestó tomando cuerpo en Jesucristo:


como palabra de Dios es también el sacramento, es decir, el signo e
instrumento corpóreo de Dios en el mundo. Esta palabra de Dios deberá
seguir encontrándose en acciones significantes concretas, de tal manera
que el servicio por Jesucristo sea asimismo un constante servicio
sacramental151 . En la celebración de los sacramentos y de la Liturgia de
las Horas es donde el sacerdote testimonia la unidad profunda entre el
ejercicio de su ministerio y su vida espiritual, y es en particular es en la
celebración de la Eucaristía donde el presbítero encuentra “el lugar verda-
deramente central, tanto de su ministerio como de su vida espiritual152 *.

Por cierto la Iglesia congregada en la fe se realiza, con su máxima


“densidad” y concreción, en la unidad de la celebración eucarística. Esta
es, de manera especial, el signo de la unidad (1Cor 10,17). Solo tenien-
do en cuenta la conexión entre el cuerpo de Cristo que es la Iglesia y el
cuerpo del Cristo en la eucaristía se puede evitar que la consagración
sacerdotal sucumba al peligro de ser considerada como algo mágico153 .

149
RAHNER, Op. Cit., p.444
150
KASPER, Nuevos matices en la concepción dogmática del ministerio sacerdotal,
Op. Cit., p.386
151
KASPER, Ser y misión del sacerdote, Op. Cit., p.247
152
PDV 26
*
El Concilio, al describir las funciones sacramentales y especialmente la Eucaristía,
dice que en ella está la fuente y la cima de toda la evangelización(PO 5) Une pues
perfectamente estas dos funciones, lejos de oponer la una a la otra. DE LUBAC,
Op. Cit., p.550-551.De aquí se derivan consecuencias pastorales importantes: la

558 Eucaristía será “un punto de mira” para todo el ejercicio de su ministerio.
CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Op. Cit., p.25. El sacerdote, “servidor de los
misterios de Dios”, se convierte en el predicador y en el liturgo: el servidor de la
Palabra y del sacramento. El anuncio de esta Palabra y la celebración sacramental
no son unas actividades sin relación alguna entre sí: están vinculadas estrechamente.
SCHILLEBEECKX, El mundo y la Iglesia, Op. Cit., p.132-133
153
KASPER, Nuevos matices en la concepción dogmática del ministerio sacerdotal,
Op. Cit., p.386

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La relación presbítero y mundo

Servir a Jesucristo implica también, un ministerio pastoral en la


edificación de la Iglesia y sus comunidades, creando un ambiente de
humanidad y fraternidad. Esta función con vistas a la unidad de la comu-
nidad no tiene nada que ver con un ejercicio autoritario del poder. Con-
siste, por el contrario en descubrir y suscitar carismas, animarlos e inte-
grarlos en la totalidad**. Este ministerio de la dirección de la comunidad
significa más que organización y administración: es un servicio espiritual
que se ejerce por la palabra, los sacramentos y el testimonio personal154 *.
Supone el carisma de la dirección responsable (1 Cor 12,28), o sea, el de
presidir en la Iglesia (Rm 12,8; 1Tes 5,12; 1 Tim 5,17)155 **.

3.4 Los presbíteros en la misión de Cristo y de la Iglesia

No se puede plantear la misión del presbítero sino dentro y a partir


de la realidad global de la misión de la Iglesia. La Iglesia es más que los
sacerdotes; el modo como se cumple la misión de la Iglesia es más amplio
que el modo de las funciones jerárquicas. Por eso, todo planteo sobre un
miembro particular de la Iglesia (presbítero, en este caso) y sobre uno de
los modos de cumplir su misión (el jerárquico-sacerdotal), ha de ser prece-
dido y derivado del planteo sobre la Iglesia como comunidad global156 *.

** Este servicio de unidad se conformó ya en tiempo apostólico de diversas maneras.


En las comunidades judeocristianas se habla de presbíteros, y en las de origen
pagano se menciona a los epíscopoi y diáconos. Lo importante es señalar que
estos títulos no son cúlticos, sino que expresan una función. El título cúltico de
sacerdos se aplica ya al obispo en el año 200, pero no se hace así con respecto
al presbítero. KASPER, La función del presbítero en la Iglesia, Op. Cit., p.356
154 KASPER, Ser y misión del sacerdote, Op. Cit., p.247. KASPER, Nuevos matices
en la concepción dogmática del ministerio sacerdotal, Op. Cit., p.387
*** Exige todo el hombre y un estilo específico de vida, que incluye por una parte
cordialidad y falta de pretensiones, apertura y fraternidad, disposición al diálogo,
capacidad de meditación y reconciliación; y por otra parte, decisión, claridad sin
ambigüedades, alegre optimismo en la responsabilidad y el compromiso,
liderazgo. KASPER, Ser y misión del sacerdote, Op. Cit., p.247
155 KASPER, La función del presbítero en la Iglesia, Op. Cit., p.356
** Es importante resaltar que para Kasper esta función carismática de dirección y
de unidad, “precede y abarca la distinción de ordo y iurisdictio, así como la
existente entre los tres servicios de profeta, sacerdote y rey”. Esto posibilita
recuperar una imagen más unitaria e integrada del presbítero. Ibid, p.357. Nos
559
detendremos más detalladamente en esta función específica del presbítero en
orden a la unidad, al presentar este carisma personal como un servicio no sólo
para la comunidad cristiana sino más allá de las fronteras visibles de la Iglesia.
156 GERA, Lucio. La misión de la Iglesia y del presbítero a la luz de la teología. En:
Seminarios. Madrid. Vol. 18, No. 48 (septiembre-diciembre 1992); p.411-445

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Pbro. Fernando Crevatín

El Concilio ha cambiado de manera decisiva la teología del mi-


nisterio en la Iglesia. Ha tomado como punto de partida para esta
teología no la relación “sacerdocio-sacrificio” (tal fue el planteamiento
de Trento), sino la relación ministerio-misión (LG 18-20, 28; PO 2 y 7).
Esto quiere decir que el ministro de la Iglesia ya no es presentado
como el hombre del culto y del altar, sino como el hombre de la
evangelización157 . Así dadas las cosas, el sacerdocio ministerial no
debe ser entendido desde la perspectiva sacral-ritual que dominó la
teología desde la edad media, sino desde la perspectiva misional**. Lo
que le caracteriza es la misión, y ésta totaliza la existencia del envia-
do158 . “El sacerdocio no es para quien está investido de él -decía el
Papa Pablo VI al conferir la ordenación sacerdotal a un grupo de
diáconos en Roma-; está destinado a la Iglesia, a la comunidad, a los
hermanos; está destinado al mundo”159 .

“Los presbíteros, como cooperadores que son de los obispos,


tienen por deber primero el de anunciar a todos el Evangelio de Dios,
de forma que, cumpliendo el mandato del Señor: ‘Id por todo el
mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación’ (Mc 16,15),
formen y acrecienten el Pueblo de Dios”160 . Evidentemente los minis-
tros ordenados que quiere el Concilio no son los segregados, encum-

*
De aquí dimana el planteamiento que hemos realizado a lo largo del capítulo
primero. Hubiera sido una presentación falaz, carente de todo fundamento
teológico, el presentar la misión del presbítero en el mundo si primero no
hubiéramos ubicado a la Iglesia y su actitud en el mundo como servidora de la
humanidad. Con estos presupuestos estamos en condiciones de avanzar en
nuestro tema. La perspectiva será la misma que el Concilio Vaticano II ha querido
fijarle a la misión de la Iglesia, y dentro de ella, al ministro ordenado, signo de
Cristo Cabeza y Pastor en el mundo secular.
157
CONGAR, Yves. Los ministerios en la Iglesia. Entrevista con el P.Yves Congar.
En: Seminarios. Madrid. Vol. 21, No. 55 (enero-marzo 1975); p.17. CASTILLO,
Op. Cit., p.11. ROBLES MUÑOZ, Cristóbal. Sínodo 71. Crisis y esperanzas. En:
Seminarios. Madrid. Vo. 17, No. 44 (mayo-agosto 1971); p.203
**
Esta nueva orientación también queda manifestada en el rito de ordenación
sacerdotal, pues en ella prevalece la dimensión de “destino”, envío o elección
para una tarea concreta. MARTÍN VELAZCO, Juan de Dios. Crisis de la condición

560 158
sacramental del ministerio presbiteral. En: Phase. Barcelona. No. 123 (mayo-
junio 1981); p.258
RUBIO MORÁN, Luis. Documento 1: Significación del sacerdocio ministerial.
Análisis y sugerencias. En: Seminarios. Madrid. Vol. 17, No. 43 (enero-abril 1971);
p.28-29
159
PABLO VI. Homilía en la Misa de ordenación sacerdotal, el 29/6/75. En:
L’Osservatore romano No. 27 (1975); p.11
160
PO 4

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La relación presbítero y mundo

brados, privilegiados, sino los encarnados con el pueblo de Dios: no


hay duda de que el modelo de presbítero diseñado y querido por el
Vaticano II es el modelo secular161 .

4. El ámbito secular en la vida y misión del presbítero

4.1 Introducción. La reflexión sobre la secularidad de los


presbíteros debe ser planteada, desde un inicio, a partir
162
del lugar eclesíológico que a ésta le corresponde *

La Iglesia misma es secular -decía Pablo VI-, “posee una auténtica


dimensión secular, inherente a su naturaleza íntima y a su misión, que
hunde su raíz en el misterio del Verbo encarnado”163 . El horizonte teoló-
gico se debe buscar no en la comparación y menos aún en la confron-
tación entre vocación laical y vocación sacerdotal, sino en aquello que
les es común a ambas: la vocación cristiana*; y ésta es participación en
la vida de la Iglesia164 . Esta perspectiva es fundamental para la compren-
sión del sacerdocio ministerial, ya que lo ubica, como a todo bautizado,
dentro y al servicio de Cristo y de la Iglesia. Juan Pablo II afirma: “el
sustrato fundamental de nuestro sacerdocio es el ‘ser cristiano’; nuestra
identidad sacerdotal hunde sus raíces en la identidad cristiana”165 *.

161
ESQUIZA, Jesús. Secularización y ministerios en la Iglesia. En: ESQUIZA, Op. Cit.
p.336 y 339
162
LORENZO STRADA, Ángel. La secularidad en la vida y misión del sacerdote. En:
Seminarios. Madrid. Vol. 35, No. 112 (abril-junio 1989); p.195
*
En todo este planteamiento hay una clara base teológica a la cual hemos hecho
referencia en el apartado anterior: la razón del ministerio presbiteral es la comunidad
eclesial en el mundo; y está claro que es esencial al ministerio sacerdotal la relación
con la Iglesia (PDV 12,16, 35, 38, 40, 65, 78). GAMARRA MAYOR, Saturnino. El
presbítero en las tensiones del mundo contemporáneo. En: Surge. Vitoria. Vol. 54,
No. 576 (julio-agosto 1996); p.289
163
PABLO VI. Discurso a los dirigentes y miembros de Institutos seculares, el 2/2/
72. En: L’Osservatore romano No. 7 (1972); p.2

561
*
Schillebeeckx hace ver como los dos aspectos de la única misión de la Iglesia
(el evangelizar y el ser fermento), deben estar presentes en todo miembro de
la Iglesia, sea laico o clérigo. SCHILLEBEECKX, Eduard. Definición del laico
cristiano. Citado por: LORENZO STRADA, Op. Cit., p.196
164
LORENZO STRADA, La secularidad en la vida y misión del sacerdote, Op. Cit.,
p.195-196
165
JUAN PABLO II. Discurso al clero de Roma, el 2/3/79. En: L’Osservatore romano
No. 12 (1979); p.7

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4.2 Aspectos centrales de la secularidad del presbítero

La comprensión de esta dimensión viene dada por la visión


unitaria e integral que se deriva de lo recientemente bosquejado. El
ministro ordenado es un hombre y un cristiano, llamado a realizarse
plenamente en el mundo como persona humana y como bautizado.
De allí que su vocación cristiana, recibida en el sacramento del bau-
tismo, potencie y ensanche esta natural inserción en el mundo166 .
Pablo VI expresaba esta realidad teológica afirmando que la orde-
nación sacerdotal es una nueva especificación sacramental que
constituye al presbítero en titular de “determinadas funciones minis-
teriales en relación con la Eucaristía y el Cuerpo místico de Cristo”,
pero de tal manera que “ha dejado intacta la índole ‘secular’ de la
vocación cristiana”167 .

Al precisar con mayor claridad su pensamiento, Pablo VI coloca


en primer lugar lo común al laico y al sacerdote: “De por sí, el sacer-
dote en cuanto tal, tiene él también, lo mismo que el laico cristiano,
una relación esencial con el mundo, que debe realizar ejemplarmente
en la propia vida para responder a la propia vocación, en virtud de la
cual es enviado al mundo como Cristo lo fue por el Padre (Jn 20,21)”.
En segundo lugar destaca “la especificación” o el “carisma propio” de
lo sacerdotal ministerial a la luz del decreto Presbiterorum Ordinis:
“Pero en cuanto sacerdote asume una responsabilidad específicamente
sacerdotal en orden a la justa conformación del orden temporal...mediante
su ‘rol’ de educador en la fe (PO 6)”168 *.

*
Una fuerte significación contienen las palabras empleadas por el Papa: “sustrato”,
“hundir” “ las raíces” hablan de algo que soporta existencialmente y que sostiene,
de suelo donde apoyarse y donde nutrirse, de lugar de arraigo vital, de aquello
donde se obtiene lo necesario para subsistir y crecer. LORENZO STRADA, Op.
Cit., p.197
166
Ibid, p.198
167
PABLO VI. Discurso a los dirigentes de los Institutos seculares, el 20/9/72. En:

562 168
L’Osservatore romano No. 40 (1972); p.11
PABLO VI. Discurso a los dirigentes y miembros de Institutos seculares, el 2/2/
72. En: L’Osservatore romano No. 40 (1972); p.11
*
Es importante destacar que si bien el Papa Pablo VI se está dirigiendo en este
mensaje a los Institutos seculares, se refiere aquí al ministerio sacerdotal como
tal, sin ninguna especificación particular (presbítero diocesano, presbítero
religioso, presbítero miembro de un Instituto secular, etc). LORENZO STRADA,
La secularidad en la vida y la misión del sacerdote, Op. Cit., p.199

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La relación presbítero y mundo

En síntesis, en el ministro ordenado debe armonizarse y desarro-


llarse en plenitud la vocación humana, la cristiana y la sacerdotal.
Cada una de ellas posee dimensiones que le son propias169 . Todas las
realidades no constituyen algo extraño para el sacerdote, por el con-
trario, es persona humana y ciudadano de este mundo: nada de lo
humano le puede ser ajeno, y si libremente renuncia a algunas mani-
festaciones de lo humano no es por desprecio o indiferencia sino por
integración en un valor superior y por la especificidad de su vocación
al servicio del mundo170 .

4.3 La posición del ministro ordenado en el mundo


contemporáneo

En todos los encuentros de reflexión sobre el ministerio sacer-


dotal aflora normalmente el tema de la secularidad. “Cuanto más se
acentúa la sacramentalidad del presbítero, más se insiste en la
secularidad; y cuanto más se trata la posición del presbítero en el
mundo, más urgente aparece el estudio de la naturaleza de su
secularidad”171 . En orden a facilitar una presentación sistemática de
este ámbito esencial en la vida del presbítero se han señalado algu-
nos aspectos significativos:

- La secularidad es la marca de todo hombre y de todo presbítero.


Se hace necesario, por tanto, fomentar la empatía con este mundo.
- La secularidad es la identidad de todo presbítero: todo presbítero
es secular porque su razón de ser es la comunidad en el mundo.
- Es urgente plantear la identidad del presbítero definida por la
secularidad (ésta no lleva a la identidad del ministro ordenado
a diluirse sino a definirse). El “saber estar” en el mundo condi-
ciona poderosamente su ser y su quehacer.
- Debe subrayarse que la secularidad le viene dada al presbítero
desde su misión evangelizadora en una comunidad misionera.

169
Ibid, p.200
563
170
SÍNODO DE LOS OBISPOS DE 1971. Documento final sobre el sacerdocio
ministerial. En: L’OSSERVATORE ROMANO No. 50 (1971). Ver también: DP 526-
527
171
GAMARRA MAYOR, Saturnino. El presbítero en las tensiones del mundo
contemporáneo. En: Surge: Vitoria. Vol. 54, No.576 (julio-agosto 1996); p.290

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- El ágape divino no admite límites ni para el cristiano ni para el


sacerdote. Este amor que “excede fronteras institucionales” ge-
nera un estilo “secular” de espiritualidad172

El cristiano – laico o presbítero – vive todo el espesor propio del


mundo como historia profana y descubre en él la dimensión más
profunda de la misteriosa acción de la gracia, transformando esa histo-
ria profana en historia de la salvación. “El sacerdote, cristiano miem-
bro de Cristo y de la Iglesia, está en el mundo, forma parte de él,
camina junto con él, lo construye cotidianamente y lo vivencia como
lugar de encuentro con el Dios de la vida y de la historia”173 .

Porque el presbítero experimenta a Jesucristo como el centro de


su experiencia fundante, su presencia en los ámbitos seculares es cons-
tructora del Reino: nunca será eficaz la relación del sacerdote con
el mundo sin la cualificada relación con Jesucristo (Jn 15,5)*. En
la exhortación PDV, Cristo, Cabeza, Pastor, Siervo y Esposo es el punto
de referencia obligado para el presbítero174 . La postmodernidad con
toda razón podrá pedirle todo tipo de cambios al ministro ordenado
para que éste se haga más cercano al mundo, pero el presbítero no
podrá dejar de ser un hombre de Dios175 , un hombre enamorado de
Jesucristo y de su Evangelio, un hombre “dócil al impulso e inspira-
ción del Espíritu Santo”176 . En el mundo y en su prójimo encontrará el
presbítero a Dios, no anónimo sino con el rostro de Cristo. “Y cuanto
más atareado esté en su entrega al mundo, tanto más habrá de recono-
cer la necesidad de un ritmo que deje lugar a la expresa atención a
Cristo y al Padre en la oración y culto”177 . La celebración diaria de la
eucaristía, centro y raíz de toda la actividad del presbítero, no sólo

172
Ibid, p.290-291
173
LORENZO STRADA, La secularidad en la vida y misión del sacerdote, Op. Cit.,
p.206-207
* En efecto, “para desarrollar un ministerio pastoral fructuoso, el sacerdote necesita
tener una sintonía particular y profunda con Cristo, el Buen Pastor, el único
protagonista principal de cada acción pastoral” (DMVP 38). Será igualmente

564 fundamental para el ejercicio del ministerio vivido en el Espíritu “que el sacerdote
renueve continuamente y profundice cada vez más la conciencia de ser ministro
de Jesucristo” (PDV 25)
174
GAMARRA MAYOR, El presbítero en las tensiones del mundo contemporáneo,
Op. Cit., p.288-289
175
GAMARRA MAYOR, Op. Cit., p..289
176
PDV 25
177
VAN RIJEN, Op. Cit., p.298

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La relación presbítero y mundo

renovará con vigor su trato con el Señor sino que será además la
fuente y el sostén de su ministerio en el mundo178 .

4.4 Eucaristía y mundo secular*

La reinterpretación del ministerio desde la perspectiva de la misión,


tal como lo presenta el Concilio, no se opone a la dimensión sacerdotal
del mismo ni a la legitimidad del culto cristiano. El ministerio sacerdotal
debe ser entendido desde su realización en Cristo, que lo realiza no por
el ofrecimiento de ritos o víctimas, algo exterior a él mismo, sino por la
asunción de su propia existencia en la obediencia al Padre y en su
entrega personal hasta la muerte en el amor a los hombres179 .

La muerte histórica de Jesús se produce porque en definitiva se


insertó plenamente en el mundo**; su muerte es el resultado de un
conflicto terrestre entre los jefes de su pueblo y él mismo. La muerte de
Cristo es una entrega, es una ofrenda total a los hombres, es una zam-
bullida de la persona de Cristo en la vida del mundo, en servicio
del mundo180 *. Por eso el Decreto conciliar sobre el Ministerio de los

178
DMVP 39, 42; PDV 43
*
Adrede hemos ubicado este punto en el apartado correspondiente al ámbito
secular en la vida y misión del presbítero. Buscamos con ello “despegarnos” de
la persistente tendencia aun dualismo en la vida y misión del presbítero diocesano.
KLOPPENBURG, Boaventura. Salvación cristiana y progreso humano temporal.
Paulinas: Bogotáa, 1978. p.11. Suele afirmarse todavía en el ámbito eclesiástico:
O se es “hombre del Espíritu” o se es “hombre del mundo”. ¿Acaso Cristo estuvo
dividido? ¿No vivió como “hijo del carpintero” y en total obediencia a la Voluntad
de su Padre? (Mc 6,3). Los documentos conciliares nos permiten tener una visión
unitaria entre las acciones sagradas que cada día realiza el ministro ordenado y
el resto de su existencia (PO 12). A la luz del Vaticano II, estamos en buen
camino para superar la persistente tentación en este ámbito.
179
RUBIO MORAN, Op. Cit., p.31
**
“Jesús no dio su vida en una celebración litúrgica; fue fiel a Dios y a los hombres
en un conflicto aparentemente secular, teñido de religiosidad, dando así la propia
vida por los suyos en una convergencia de circunstancias temporales. El Calvario
no es una liturgia religiosa, sino un pedazo de la vida de Jesús, vivida por El
como culto”. Aquí está nuestra redención. No hemos sido redimidos por un
servicio especial de culto litúrgico sino por un acto de la vida humana de Jesús
situada en la historia y en el mundo, por un acto ubicado secularmente”.
565
SCHILLEBEECKX, Dios futuro del hombre, Op. Cit., p.107
180
SCHILLEBEECKX, Reflexiones sobre la imagen conciliar del hombre y del mundo,
Op. Cit., p. 40
*
Un “camino nuevo y vivo” existe ahora para la comunicación entre los hombres
y Dios (Hb 10,20). Este camino es Cristo mismo sacerdote perfecto, que en la

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presbíteros enseña que así como el acto supremo de Jesucristo en favor


de los hombres fue la oblación de su propia vida , así también los presbí-
teros “son invitados y conducidos a ofrecerse a sí mismos, sus trabajos y
todas sus cosas con Él mismo” (PO 5). “De hecho, existe una íntima unión
entre la primacía de la Eucaristía, la caridad pastoral y la unidad de vida
del presbítero”181 . “El sacerdote tiene que insertarse personalmente en la
corriente de gracia que emana del altar”182 pues la vida sacramental del
ministro de los sacramentos es el corazón de su actividad pastoral. La
misión de Cristo era sacramental por naturaleza: trasposición en los actos
humanos de lo que veía, experimentaba y amaba junto al Padre183 .

“Si el presbítero presta a Cristo”, único Sumo y Eterno Sacerdote,


“la inteligencia, la voluntad, la voz y las manos para que mediante su
propio ministerio pueda ofrecer al Padre el sacrificio sacramental de la
redención, él deberá hacer suyas las disposiciones del Maestro y como
Él, vivir como don para sus hermanos. Consecuentemente deberá apren-
der a unirse íntimamente a la ofrenda, poniendo sobre el altar del
sacrificio la vida entera como un signo claro del amor gratuito y
providente de Dios”184 . Las múltiples y diversas actividades del sacer-
dote quedarán fortalecidas por el principio unificador de la caridad
pastoral, don del Espíritu que fluye del sacrificio eucarístico185 .

La Eucaristía lanza al presbítero al mundo, no lo aísla del mundo


sino que lo hace adentrarse en él para prolongar el sacrificio eucarístico.
“La gracia y la caridad del altar se difunden, de este modo, al ambón, al
confesonario, al archivo parroquial, la escuela, a las actividades juveni-
les, a las casas y a las calles...allí donde el sacerdote tiene la posibilidad
de cumplir su tarea de pastor”186 . Es su Misa la que se extiende, es su
unión espiritual con Cristo Sacerdote y Hostia que lo lleva a ser -como

Eucaristía pone a nuestra disposición sus estupendas capacidades de relaciones


(“fiel” en relación a Dios, y “misericordioso” en cuanto a que comprende y
ayuda a los hombres -Hb 2,17-), adquiridas a alto precio para que podamos

566 181
propagar en el mundo la comunión en el amor. VANHOYE, La novedad del
sacerdote de Cristo, Op. Cit., p.9
DMVP 48
182
SCHILLEBEECKX, El mundo y la Iglesia, Op. Cit., p.142
183
Ibid
184
CONGREGACION PARA EL CLERO, Op. Cit., No. 48
185
PDV 23
186
JUAN PABLO II. Audiencia del 7/7/93. En: L’Osservatore romano No. 28 (1993); p.3

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La relación presbítero y mundo

decía san Ignacio de Antioquia- “trigo de Dios para que sea hallado pan
puro de Cristo, para el bien de los hermanos”187 .

Las cartas paulinas atestiguan el sentido de este apostolado en el


mundo no sólo a partir del “carácter especial y único del envío y de
los poderes de Cristo”, sino también a partir de “su configuración con
la singularidad del sacerdocio de Cristo”. Pablo entiende expresamen-
te su ministerio como ministerio sacerdotal; su predicación del evan-
gelio es una liturgia sacrificial público-ministerial en favor del mundo
entero (Rm 15,15) pues mediante el servicio del evangelio se actualiza
entre los hombres el sacrificio de Cristo en la forma de la palabra.188 .

Como lo fue para San Pablo, la vida en el mundo y junto al


mundo en compañía de sus semejantes ha de ser también para el
ministro ordenado un “sacrificio espiritual”. Efectivamente, en virtud
del sacrificio que Jesús hizo en su vida, la vida secular de todo creyen-
te, y en particular del presbítero, puede convertirse en un acto de
culto189 . El mismo Espíritu, que transforma el pan y el vino, transforma
también a los discípulos para que sean signo e instrumento de la
acción de Jesús a favor del hombre, de la sociedad humana190 . Juan
Pablo II expresa que “la Eucaristía lleva consigo el signo del servi-
cio”191 : su celebración litúrgica es entonces la participación de todo
cristiano (y por ende, también del presbítero) en la entrega radical de
Jesús en bien de la humanidad192 *.

La relación entre Eucaristía y mundo quedan profundamente


entrelazadas. Por un lado, la oración, la liturgia y la vida eclesial son

187
CONGREGACIÓN PARA EL CLERO. El presbítero, maestro de la palabra, ministro
de los sacramentos y guía de la comunidad, ante el tercer milenio cristiano, Op.
Cit., p.41
188
CONFERENCIA EPISCOPAL ALEMANA, Op. Cit., p.43-44
189
SCHILLEBEECKX, Dios, futuro del hombre, Op. Cit., p.107
190
BRAVO TISNER, Antonio. Ministerio y secularidad. En: Seminarios. Madrid. No.
157 (julio-agosto 2000); p.336
191

192
JUAN PABLO II, Carta a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo de 1989. El
sacerdocio es un sacramento “social”. En: Ecclesia. Madrid. No.2418 (1989)
SCHILLEBEECKX, Reflexiones sobre la imagen conciliar del hombre y del mundo,
567
Op. Cit., p.40
*
Esta es la intuición de la Constitución Gaudium et Spes cuando en su capítulo
central (GS 38) presenta la Eucaristía como “prenda de una esperanza y alimento
para el camino”, camino que se concreta en el esfuerzo desplegado por los
cristianos para la edificación de una sociedad más fraterna. Ibid

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Pbro. Fernando Crevatín

en su conjunto sumamente significativas y para un sacerdote son im-


prescindibles193 ya que “un sacerdote vale lo que vale su vida eucarística
sobre todo su Misa. Misa sin amor, sacerdocio estéril”194 . Pero no se
debe olvidar por otro lado que estas acciones litúrgicas orientan a
todo bautizado hacia la historia secular como el espacio en el que
Dios está viniendo al hombre195 **. Una liturgia que hablara únicamen-
te del más allá y olvidase la historia concreta del mundo sería una
liturgia que ha olvidado el lavatorio joánico de los pies.

No queda ninguna duda que la actividad secular es parte inte-


grante del sacrificio eucarístico. Más aún: “así como lo fue para
Jesús, así también para el cristiano el sacrificio espiritual de la vida
diaria en el mundo en comunión con sus semejantes es precisamente
el sacrificio que interesa”196 .

4.5 Tensión escatológica: estar en el mundo y no ser del


mundo***

“Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único (...) para
que se salve por medio de Él” (Jn 3,16-17). El mundo es el lugar de
la misión de Jesús. Por su Encarnación, el mundo es la concreción
del encuentro del don divino con el hombre real, encuentro que

193 SCHILLEBEECKX, Dios, futuro del hombre, Op. Cit., p.91


194 JUAN PABLO II. Alocución a los sacerdotes, en Santiago de Chile, el 1/4/87. En:
L’Osservatore romano No. 12 (1987); p.5
195 SCHILLEBEECKX, Op. Cit., p.91
**
El Concilio Vaticano II ha sido claro al afirmar que “el divorcio entre la fe y la
vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores
de nuestra época” (GS 43).
196 SCHILLEBEECKX, Ibid, p.122-124
***
Al realizar una presentación sistemática de la secularidad (punto 2.4.3) del ministro
ordenado en el mundo contemporáneo, hemos identificado como uno de los
rasgos que condicionan su ser y su quehacer el “saber estar en el mundo”.

568 Creemos, con muchos otros autores (Castillo, Esquerda Bifet, González Ruiz, Gera,
entre otros) que la crisis de identidad que se dio en la década posterior a la
clausura del Concilio se debió precisamente a esta dificultad de inserción en la
nueva sociedad que nacía a merced de los movimientos sociales y de liberación
de la década del ’60. A la Iglesia le costó adecuarse a los tiempos nuevos y poner
en práctica el espíritu con el que fueron elaborados los textos conciliares. El
presbítero, como miembro del Pueblo de Dios, no estuvo exento de esta dificultad
de adaptación en el contexto de su nueva manera de situarse en el mundo.

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La relación presbítero y mundo

quiere decir salvación, divinización. Es en este mundo donde se


llena de realismo la espiritualidad del presbítero diocesano197 .

Los presbíteros -enseña el Concilio- “por su propio ministerio


están obligados...a no configurarse a este siglo; pero al mismo tiempo
están obligados a vivir entre los hombres...No podrían ser ministros de
Cristo si no fueran testigos y dispensadores de una vida distinta de la
terrena, ni podrían tampoco servir a los hombres si permanecieran
ajenos a la vida y condiciones de los mismos” (PO 3). El ministro de
Jesucristo, siguiendo los pasos de su Maestro, ha de seguir la dinámica
de la encarnación y en la gratuidad de la misión, ha de hacerse todo
para todos (1 Cor 9,19) para ganar a los más posibles198 .

Tomando como punto de referencia la Carta a los Hebreos (Hb


5,1) el texto conciliar señala que la identidad de los presbíteros se
configura también a partir de su vocación de ser “hermano entre los
hermanos”: “Los presbíteros del Nuevo Testamento, por su vocación y
ordenación, son realidad segregados, en cierto modo, en el seno del
Pueblo de Dios; pero no para estar separados ni del pueblo mismo ni
de hombre alguno, sino para consagrarse totalmente a la obra para la
que el Señor los llama” (PO 3). El Concilio logra armonizar lo incom-

Nos parece que, así como la fidelidad a Jesucristo y al Espíritu que habla a la
Iglesia (Ap 2,7) permitió superar esa crisis y posteriormente clarificar la naturaleza
y misión del sacerdocio secular (fundamentalmente con la promulgación de la
Pastores davo vobis), hoy también creemos que sólo si el presbítero fija la mirada
en Jesús (Hb 12,2) y al mismo tiempo es fiel a las aspiraciones de los hombres, el
sacerdote podrá remar sin temores mar adentro de la profanidad. JUAN PABLO
II. Carta apostólica Novo Millenio Ineunte. Bogotá: Paulinas, 2001. No. 1-3. Podrá
ubicarse en el mundo “sin ser del mundo y sin tener el mundo como ejemplo,
pero sin embargo viviendo en el mundo (PO 3, 7; Jn 17,14-16) como testigo y
dispensador de otra vida distinta de esta vida terrena”. SINODO DE LOS OBISPOS
DE 1971, Op. Cit. Podrá estar abierto a los nuevos signos de los tiempos viviendo
en actitud de alerta y disponibilidad permanente, porque el Espíritu no cesará
de invitarlo a avanzar en el sentido de la historia de la salvación, con un
discernimiento auténtico de la voluntad de Dios”. Es cierto que la perspectiva
Iglesia-mundo implica una tensión que se refleja sobre el pastor; pero la confianza
puesta en el Espíritu le permitirá superar la tentación de encerrar el proyecto de
una espiritualidad secular dentro de una forma única y rígida, para dejar que se
mueva, por el contrario, con una agilidad de forma dinámica y abierta. VALERA
569
SÁNCHEZ, Fernando. Espiritualidad secular del presbítero diocesano. Madrid:
Sociedad de educación Atenas, 1997. p.101-102. PELLITERO, Ramiro. Sacerdotes
seculares, hoy. Madrid: Ediciones Palabra, 1997. p.58-59
197
Ibid
198
BRAVO TISNER, Op. Cit., p.340

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Pbro. Fernando Crevatín

patible: la categoría de consagración, que supone segregación para el


templo, y la categoría de misión, que conlleva la relación con todos, la
apertura a Dios en los hombres y a los hombres en Dios199 .

Se trata de unificar en la persona del presbítero ambas catego-


rías, a tal punto que el pastor llegue a ser al mismo tiempo un hombre
“segregado” pero “no separado” del resto de los ciudadanos, de forma
que no pueda permanecer extraño a la vida y a las condiciones de
aquellos con quienes convive200 . Cuando los padres conciliares ha-
blan de este estar segregado , no se están refiriendo a una segregación
sociológica sino teológica201 . Se trata de una distinción, esto es, de un
compromiso más hondo con la causa del Evangelio202 . En efecto, una
renuncia ascética quiere segregación; la renuncia profética exige, sí, la
segregación para el evangelio, pero se trata de una segregación que
toca el ser íntimo del ministro ordenado, su orientación existencial
profunda, no a su orden sociológico203 *.

El presbítero, servidor del mundo, tiene que adentrarse


evangélicamente en la realidad donde ejerce su ministerio pastoral.
Tiene que estudiarla desde dentro, tiene que descubrir su sentido y
sus valores, y tiene que evitar por todos los medios promover los
enseñanzas del Reino huyendo del mundo de los hombres. Si su voca-
ción, como dice la Carta a los Hebreos, es la de ser elegido de entre
los hombres, es elegido y separado para favorecer más a sus herma-
nos los hombres204 .

Pablo VI expresaba esta misma idea en la homilía de una orde-


nación sacerdotal: “El sacerdocio es esencialmente social...Cada uno

199
ESQUIZA, Secularización y ministerios en la Iglesia, Op. Cit., p.337-338
200
Ibid, p.338
201
GARCIA VELAZCO, Julio. La vocación en la Iglesia. En: Seminarios. Madrid. Vol.
16, No. 40 (enero-abril 1970); p.101
202
ESQUIZA, Op. Cit., p.338

570 203

*
BALDUCCI, Ernesto. Segregado para el evangelio. En: Seminarios. Madrid. Vol.
17, No. 43 (enero-abril 1971); p.90
El término consagración puede significar sacralización de personas, pero puede
significartambién dedicación plena de esas personas a un proyecto importante:
en este caso, a la promoción del Reino de Dios. Ésta es la acepción escogida por
el Concilio. ESQUIZA, Op. Cit., p.338
204
VELA, Luis. Iglesia y mundo (II). En: Sal Terrae. Santander. T. 59, No. 4 (abril
1971); p.281

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La relación presbítero y mundo

de vosotros deberá repetirse a sí mismo: yo estoy destinado al servi-


cio de la Iglesia, al servicio del pueblo”. Y más adelante agregaba: “Si
hay un servicio que exija la inmersión de quien lo ejerce en la expe-
riencia multiforme y tumultosa de la sociedad, más aún que la del
maestro, que la del médico, que la del hombre político, es el servicio
del ministerio sacerdotal. ‘Vosotros sois, os dice el Señor, la sal de la
tierra, vosotros sois la luz delo mundo’ (Mt 5,13-15)”205 .

4.6 Misión del presbítero “ad extra” de los límites


institucionales de la Iglesia

Tal es la misión del ministro ordenado; estar en el mundo de


los hombres, sus hermanos, pero sembrando los valores del Reino.
Sólo amando el mundo de los hombres, la realidad profana, secular,
a ejemplo de Cristo, y sintiendo pasión por la Buena Noticia de la
cual es heraldo, su presencia secular será eficaz y la sacramentalidad
de la que es portador será significativa.

“Sólo establece comunicación entre ambos lados de la fronte-


ra quien está sólidamente arraigado en cada uno de ellos. Sólida-
mente arraigado en el amor de Dios hasta el punto que se desbor-
da como amor a su creación”206 . Para San Pablo es evidente que la
conciencia de su vivir en Cristo está estrechamente vinculada a su
misión apostólica (2 Co 4,10). En el mismo Jesús hombre, ser en-
viado al mundo y estar presente en Dios son realidades simultá-
neas: para Cristo, su presencia en el Padre, su “estar con él” y “ser
enviado por él” (Mc 3,14), son dos aspectos simultáneos de la mi-
sión apostólica207 . Toda la actividad sacerdotal, si quiere ser vehí-
culo de salvación para el mundo actual, ha de rodearse de una
profunda humanidad en su desarrollo. Humanidad y divinización
se encuentran, la una exige la otra208 .

205
PABLO VI, Homilía en la Misa de ordenación sacerdotal, el 29/6/75., Op. Cit.,
p.11
571
206
AGUIRRE, Rafael. Pasión por Dios, pasión por el mundo. La vida cristiana en la
frontera. En: Sal Terrae. Santander5. No.7/8 (julio-agosto 1991); p. 529
207
DURWELL, El sacerdote en la Iglesia, Op. Cit., p.130
208
SÁNCHEZ, Manuel Francisco. El sacerdote en la actual coyuntura eclesial. En:
Sal Terrae. Santander. Vol. 56, No. 8-9 (agosto-septiembre 1968); p.574

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El presbítero diocesano del nuevo milenio debe ser abierto y un


hombre de relaciones, es decir, inserto de tal manera en la realidad
secular que lo lleve a estar acostumbrado a relacionarse con todos los
hombres. Como subraya el Concilio: “el don espiritual que los presbí-
teros recibieron en la ordenación no los prepara a una misión limitada
y restringida, sino a la misión universal y amplísima de salvación hasta
los confines del mundo” (PO 10). “Precisamente, porque dentro de la
Iglesia es el hombre de la comunión, el presbítero debe ser, en su
relación con todos los hombres, el hombre de la misión y del
diálogo...Está llamado a establecer con todos los hombres relaciones
de fraternidad, de servicio, de búsqueda común de la verdad, de pro-
moción de la justicia y la paz”: con las otras Iglesias, con las otras
religiones y con todos los hombres de buena voluntad (PDV 18)*.

El servicio de la Iglesia desborda en servicio del mundo. Anima-


da por el dinamismo del Verbo encarnado, la Iglesia asume la historia
del mundo, sin juzgarla ni condenarla sino con solidaridad profética,
para llevarla a su plenitud209 . De la misma manera el presbítero
diocesano, inserto en el misterio de la Iglesia, debe propiciar una
palabra de aliento a toda iniciativa loable que surja de cualquier perso-
na de buena voluntad. Si algo puede pedir la Iglesia a sus sacerdotes
es que su presencia vaya con los signos de los tiempos. Y nadie
duda que los signos de los tiempos actuales están muy cerca de todo
lo que es humano. Un sacerdocio, ajeno a esta característica, sería un
sacerdocio inoportuno para el mundo de hoy210 .

209
BRAVO TISNER, Op. Cit., p.337
210
SÁNCHEZ, Manuel Francisco. Op. Cit., p.574
*
Nos parece de gran importancia esta característica del presbítero diocesano
como hombre de fe capaz de percibir los signos del paso de Dios en la
vida de los hombres. A lo largo de todo nuestro primer capítulo hemos resaltado
la importancia de la sacramentalidad de la Iglesia para acompañar y llevar a
plenitud los valores (semillas del Verbo) presentes en la humanidad. El ministro
ordenado “señal del amor de Cristo a los hombres” y “amor que une a las gentes
de este mundo” -como lo definiera Pablo VI en su visita a Bogotá- al igual que
la Iglesia, está llamado a “hacer fructificar la semilla de vida que desde la muerte

572 y resurrección de Jesús anida en todo hombre”. CHIESA, Op. Cit., p.124. Su
misión como hombre de Comunión excede los límites de la visibilidad de la
Iglesia. Toda iniciativa que permita a los seres humanos unirse con un objetivo
común de promoción y dignificación del hombre (provengan de centros barriales,
organizaciones no gubernamentales, grupos de voluntariado, centros comuni-
tarios, etc) deberán encontrar en los párrocos, capellanes, vicarios, y en el mismo
obispo, sus primeros colaboradores. “Examinadlo todo y quedaos con lo bueno”,
exhortaba Pablo a los cristianos de Tesalónica (1 Tes 5,21).

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La relación presbítero y mundo

“La vida espiritual de los seres humanos no ha muerto”, constata-


ba en una de sus recientes reuniones la Congregación general de los
jesuitas; “simplemente se desarrolla fuera de la Iglesia [visible]”. Y ha-
bría que añadir, en algunos casos: y fuera de la religión211 *. El puesto
cristiano más urgente está hoy, quizá, en las fronteras de la Igle-
sia y del mundo, allí donde se da el contacto, el choque y la irrup-
ción de Dios y de la historia212 .

“No basta con bautizar a los individuos; además hay que bautizar
a los ambientes”213 . Perder el miedo a la sociedad, al mundo,
inculturizarse para cristianizar, es la necesidad histórica de nuestra
Iglesia post-vaticana que duda entre la “vuelta al ghetto” o el riego de
una confrontación con la sociedad y cultura actuales214 . Entrar en un
diálogo con el mundo es, sin lugar a dudas, abandonar la cómoda y
tibia atmósfera de la cristiandad cerrada sobre sí misma. Y esta con-
frontación suscita el miedo al riesgo, pero no se puede entrar en diá-
logo con la ventaja de interrogar sin ser interrogado215 .

Creemos que en la “apremiante necesidad de encontrar un modo de ejercitar el


ministerio sacerdotal que esté realmente en consonancia con la situación actual”,
según nos pide la Congregación para el clero, este estilo de pastor “ad gentes”
de las fronteras visibles de la Iglesia responde a las exigencias actuales de la
nueva evangelización, y puede constituirse en una modalidad válida del ejercicio
ministerial. CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, El presbítero, maestro de la
palabra, ministro de los sacramentos y guía dela comunidad, ante el tercer milenio
cristiano, Op. Cit., p.9
Nada que dignifique al hombre debe ser ajeno a su ministerio, ya que “todo
hombre que asume su responsabilidad adulta en la historia está tallando
progresivamente, lo sepa o no, de un modo misterioso en esa piedra humana el
rostro de Cristo resucitado”. GARCIA VELAZCO, Op. Cit., p.95. Los distintos grupos
humanos que poseen, en diverso grado, determinados “bienes” -los que constituyen
“la Iglesia anónima”, según hemos afirmado en la primera parte de esta obra-
anhelan por la fuerza del Espíritu Santo que vive en ellos la plenitud de la vida en
Cristo. Será la sacramentalidad del presbítero, junto con todo el resto del pueblo
de Dios, quienes ayudarán a que esta plenitud de vida se haga realidad.
211
RONDET, Michel. Espiritualidad fuera de las fronteras.En: Selecciones de teología.
Barcelona. Vol 36, No 143 (julio-septiembre 1997); p.200
*
En los últimos siglos –afirma Schillebeeckx- la mayor parte de las iniciativas para

212
asegurar un mejor porvenir a todos lo s hombres se han tomado al margen de la
influencia de la Iglesia. SCHILLEBEECKX, Dios, futuro del hombre, Op. Cit., p.215
AGUIRRE, Op. Cit., p. 530
573
213
CASTILLO, Cristianos sin cristiandad, Op. Cit. p.90
214
ESTRADA, Juan. Las comunidades cristianas. Estrategia y ambigüedad. En: Misión
abierta. Vol. 73, 2 (1980); p.77
215
TAMAYO, Francisco. El miedo a la libertad. En: Seminarios. Madrid. Vol. 17, No.
43 (enero-abril 1971); p.101

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Pbro. Fernando Crevatín

El “ministerio del Espíritu” dispone al ordenado para la misión,


para insertarlo peculiarmente en el mundo. El Espíritu invita al ministro a
traspasar los umbrales del templo para ejercerlo en los caminos, encruci-
jadas y ciudades. “Lo sitúa existencialmente en la línea fronteriza de la
Iglesia visible y el mundo, velando por los hermanos y atento a los que
están llamados a serlo216 *. Esta manera de estar en el mundo, lejos de
“mundanizar” el ministerio le confiere su propio estilo secular. Y ya que
el campo en que se desarrolla la actividad de los sacerdotes es inmenso,
“conviene que coloquen como centro de su actividad lo que es esencial
en su ministerio: dejarse configurar con Cristo Cabeza y Pastor, fuente de
la caridad pastoral, ofreciéndose a sí mismos cada día con Cristo en la
Eucaristía”, para ayudar a los fieles [y a los que son llevados por la acción
del Espíritu fuera de la visibilidad histórica de la Iglesia] a que tengan un
encuentro personal y comunitario con Jesucristo vivo”217 .

Impulsado por una pasión evangelizadora, el Espíritu inserta al


presbítero en el ámbito que le es propio por voluntad y mandato del
Señor: en medio del mundo y al servicio de los hombres218 .

216
GARCIA DE LA CUERDA, Op. Cit., p.75
*
Muchas veces, incluso antes de la intervención de la teología y de la sociología,
el carisma y la creatividad de algunos sacerdotes más sensibilizados a las
necesidades de la Iglesia y del mundo les empuja a tomar iniciativas que crean
de hecho un nuevo tipo de sacerdote. Demuestra la historia, y la experiencia de
sacerdotes obreros lo ha comprobado que las renovaciones no nacen
habitualmente en los despachos de los teólogos ni de los sociólogos, ni en las

574 administraciones diocesanas. Generalmente la práctica va por delante y las teorías


científicas vienen a continuación. Esto evidentemente entraña peligros, pero se
trata de un “riesgo hermoso”, de un kalos kindyos. SCHILLEBEECKX, Reflexiones
sobre la crisis actual del sacerdote, Op. Cit., p.51
217
JUAN PABLO II. Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in América. Bogotá:
Paulinas, 1999. No. 39
218
GARCIA DE LA CUERDA, Op. Cit., p. 75

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