Tópicos Literarios - Ejemplos

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Prof.

ª Carmen Amaya Macías Literatura hispánica y su contexto


[email protected] Universidad de Córdoba

BLOQUE 1. LA TRADICIÓN CLÁSICA Y POPULAR: MODELOS


RETÓRICOS Y FORMAS MÉTRICAS
1. CONTENIDOS PRÁCTICOS
1.1. TÓPICOS LITERARIOS

Amor postmortem

«Los sonetos de la muerte», Gabriela Mistral


I
Del nicho helado en que los hombres te pusieron,
te bajaré a la tierra humilde y soleada.
Que he de dormirme en ella los hombres no supieron,
y que hemos de soñar sobre la misma almohada.
Te acostaré en la tierra soleada con una
dulcedumbre de madre para el hijo dormido,
y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna
al recibir tu cuerpo de niño dolorido.
Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas,
y en la azulada y leve polvareda de luna,
los despojos livianos irán quedando presos.
Me alejaré cantando mis venganzas hermosas,
¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna
bajará a disputarme tu puñado de huesos!
II
Este largo cansancio se hará mayor un día,
y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir
arrastrando su masa por la rosada vía,
por donde van los hombres, contentos de vivir...
Sentirás que a tu lado cavan briosamente,
que otra dormida llega a la quieta ciudad.
Esperaré que me hayan cubierto totalmente...
¡y después hablaremos por una eternidad!
Sólo entonces sabrás el por qué no madura
para las hondas huesas tu carne todavía,
tuviste que bajar, sin fatiga, a dormir.
Se hará luz en la zona de los sinos, oscura;
sabrás que en nuestra alianza signo de astros había
y, roto el pacto enorme, tenías que morir...
III
Malas manos tomaron tu vida desde el día
en que, a una señal de astros, dejara su plantel
nevado de azucenas. En gozo florecía.
Malas manos entraron trágicamente en él...
Y yo dije al Señor: -"Por las sendas mortales
le llevan. ¡Sombra amada que no saben guiar!
¡Arráncalo, Señor, a esas manos fatales
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o le hundes en el largo sueño que sabes dar!


¡No le puedo gritar, no le puedo seguir!
Su barca empuja un negro viento de tempestad.
Retórnalo a mis brazos o le siegas en flor"
Se detuvo la barca rosa de su vivir...
¿Que no sé del amor, que no tuve piedad?
¡Tú, que vas a juzgarme, lo comprendes, Señor!

«Amor constante más allá de la muerte», Francisco de Quevedo

Cerrar podrá mis ojos la postrera


sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera;

mas no, de esotra parte, en la ribera,


dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa.

Alma a quien todo un dios prisión ha sido,


venas que humor a tanto fuego han dado,
medulas que han gloriosamente ardido,

su cuerpo dejará, no su cuidado;


serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.

Amor bonus

«Ya toda me entregué y di», Santa Teresa de Jesús

Ya toda me entregué y di,


y de tal suerte he trocado,
que mi Amado es para mí
y yo soy para mi Amado.

Cuando el dulce Cazador


me tiró y dejó herida,
en los brazos del amor
mi alma quedó rendida;
y, cobrando nueva vida,
de tal manera he trocado,
que mi Amado es para mí
y yo soy para mi Amado.
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Hirióme con una flecha


enherbolada de amor,
y mi alma quedó hecha
una con su Criador;
Ya yo no quiero otro amor,
pues a mi Dios me he entregado,
y mi Amado es para mí
y yo soy para mi Amado.

«Llama de amor viva», San Juan de la Cruz

¡Oh llama de amor viva


que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva
acaba ya si quieres,
¡rompe la tela de este dulce encuentro!

¡Oh cauterio suave!


¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado
que a vida eterna sabe
y toda deuda paga!
Matando, muerte en vida has trocado.

¡Oh lámparas de fuego


en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido,
que estaba oscuro y ciego,
con estraños primores
calor y luz dan junto a su querido!

¡Cuán manso y amoroso


recuerdas en mi seno
donde secretamente solo moras,
y en tu aspirar sabroso
de bien y gloria lleno,
cuán delicadamente me enamoras!

Amor ferus

«Definiendo el amor», Francisco de Quevedo

Es hielo abrasador, es fuego helado,


es herida que duele y no se siente,
es un soñado bien, un mal presente,
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es un breve descanso muy cansado.

Es un descuido que nos da cuidado,


un cobarde con nombre de valiente,
un andar solitario entre la gente,
un amar solamente ser amado.

Es una libertad encarcelada,


que dura hasta el postrero parasismo,
enfermedad que crece si es curada.

Éste es el niño Amor, éste es tu abismo:


mirad cuál amistad tendrá con nada
el que en todo es contrario de sí mismo.

Aura mediocritas

«Ándeme yo caliente», Luis de Góngora

Y ríase la gente.
Traten otros del gobierno
Del mundo y sus monarquías,
Mientras gobiernan mis días
Mantequillas y pan tierno,
Y las mañanas de invierno
Naranjada y aguardiente,
Y ríase la gente.

Beatus ille

«Vida retirada», Fray Luis de León


¡Qué descansada vida
la del que huye el mundanal rüido,
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!
Que no le enturbia el pecho
de los soberbios grandes el estado,
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio moro, en jaspes sustentado.
No cura si la Fama
canta con voz su nombre pregonera,
ni cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera.
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¿Qué presta a mi contento,


si soy del vano dedo señalado;
si en busca deste viento
ando desalentado
con ansias vivas, con mortal cuidado?
¡Oh monte, oh fuente, oh río!
¡Oh, secreto seguro, deleitoso!
Roto casi el navío,
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso.
Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de a quien la sangre ensalza o el dinero.
Despiértenme las aves
con su cantar sabroso, no aprendido;
no los cuidados graves
de que es siempre seguido
el que al ajeno arbitrio está atenido.
Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.
Del monte en la ladera
por mi mano plantado tengo un huerto,
que con la primavera,
de bella flor cubierto,
ya muestra en esperanza el fruto cierto.
Y como codiciosa
por ver y acrecentar su hermosura,
desde la cumbre airosa
una fontana pura
hasta llegar corriendo se apresura.
Y luego, sosegada,
el paso entre los árboles torciendo,
el suelo de pasada
de verdura vistiendo
y con diversas flores va esparciendo.
El aire el huerto orea
y ofrece mil olores al sentido,
los árboles menea
con un manso rüido,
que del oro y del cetro pone olvido.

Ténganse su tesoro
los que de un flaco leño se confían;
no es mío ver el lloro
de los que desconfían
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cuando el cierzo y el ábrego porfían.


La combatida antena
cruje, y en ciega noche el claro día
se torna; al cielo suena
confusa vocería,
y la mar enriquecen a porfía.
A mí una pobrecilla
mesa, de amable paz bien abastada
me baste; y la vajilla
de fino oro labrada
sea de quien la mar no teme airada.
Y mientras miserable-
mente se están los otros abrasando
con sed insacïable
del no durable mando,
tendido yo a la sombra esté cantando.
A la sombra tendido,
de yedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
al son dulce, acordado,
del plectro sabiamente meneado.

Locus amoenus

«Égloga III», Garcilaso de la Vega

Cerca del Tajo en soledad amena


de verdes sauces hay una espesura,
toda de yedra revestida y llena,
que por el tronco va hasta la altura,
y así la teje arriba y encadena,
que el sol no halla paso a la verdura;
el agua baña el prado con sonido
alegrando la vista y el oído.

Con tanta mansedumbre el cristalino


Tajo en aquella parte caminaba,
que pudieran los ojos el camino
determinar apenas que llevaba.
Peinando sus cabellos de oro fino,
una ninfa del agua do moraba
la cabeza sacó, y el prado ameno
vido de flores y de sombra lleno.

Movióla el sitio umbroso, el manso viento,


el suave olor de aquel florido suelo.
Las aves en el fresco apartamiento
vio descansar del trabajoso vuelo.
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Secaba entonces el terreno aliento


el sol subido en la mitad del cielo.
En el silencio sólo se escuchaba
un susurro de abejas que sonaba.

Habiendo contemplado una gran pieza


atentamente aquel lugar sombrío,
somorgujó de nuevo su cabeza,
y al fondo se dejó calar del río.
A sus hermanas a contar empieza
del verde sitio el agradable frío,
y que vayan las ruega y amonesta
allí con su labor a estar la siesta.

No perdió en esto mucho tiempo el ruego,


que las tres de ellas su labor tomaron
y en mirando de fuera, vieron luego
el prado, hacia el cual enderezaron.
El agua clara con lascivo juego
nadando dividieron y cortaron,
hasta que el blanco pie tocó mojado,
saliendo de la arena el verde prado.

«Soledades», Antonio Machado

Hacia un ocaso radiante


caminaba el sol de estío,
y era, entre nubes de fuego, una trompeta gigante,
tras los álamos verdes de las márgenes del río.

Dentro de un olmo sonaba la sempiterna tijera


de la cigarra cantora, el monorritmo jovial,
entre metal y madera,
que es la canción estival.

En una huerta sombría,


giraban los cangilones de la noria soñolienta.
Bajo las ramas obscuras el son del agua se oía.
Era una tarde de julio, luminosa y polvorienta.

Yo iba haciendo mi camino


absorto en el solitario crepúsculo campesino.

Y pensaba: «¡Hermosa tarde, nota de la lira inmensa,


toda desdén y armonía;
hermosa tarde, tú curas la pobre melancolía
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de este rincón vanidoso, obscuro rincón que piensa!»

Pasaba el agua rizada bajo los ojos del puente.


Lejos la ciudad dormía,
como cubierta de un mago fanal de oro trasparente.
Bajo los arcos de piedra el agua clara corría.

Los últimos arreboles coronaban las colinas


manchadas de olivos grises y de negruzcas encinas.
Yo caminaba cansado,
sintiendo la vieja angustia que hace el corazón pesado.

El agua en sombra pasaba tan melancólicamente,


bajo los arcos del puente,
como si al pasar dijera:

«Apenas desamarrada
la pobre barca, viajero, del árbol de la ribera,
se canta: no somos nada.
Donde acaba el pobre río la inmensa mar nos espera.»

Bajo los ojos del puente pasaba el agua sombría.


(Yo pensaba: ¡el alma mía!)

Y me detuve un momento,
en la tarde, a meditar…
¿Qué es esta gota en el viento
que grita al mar: soy el mar?

Vibraba el aire asordado


por los élitros cantores que hacen el campo sonoro,
cual si estuviera sembrado
de campanitas de oro.

En el azul fulguraba
un lucero diamantino.
Calido viento soplaba
alborotando el camino.

Yo, en la tarde polvorienta,


hacia la ciudad volvía.
Sonaban los cangilones de la noria soñolienta.
Bajo las ramas obscuras caer el agua se oía.
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Contemptus mundi

«Coplas por la muerte de su padre», Jorge Manrique

VII

Ved de cuán poco valor


son las cosas tras que andamos
y corremos,
que en este mundo traidor
aun primero que muramos
las perdemos.
De ellas deshace la edad,
de ellas casos desastrados
que acaecen,
de ellas, por su calidad,
en los más altos estados
desfallecen.

[…]

XIX

Las dádivas desmedidas,


los edificios reales
llenos de oro,
las vajillas tan fabridas,
los enriques y reales
del tesoro,
los jaeces y caballos
de su gente, y atavíos
tan sobrados,
¿dónde iremos a buscallos?
¿qué fueron sino rocíos
de los prados?

Homo homini lupus

«Homo homini lupus», Luis Alberto de Cuenca

No venimos del mono. Lo siento, señor Darwin.


Somos lobos sin pelo que andamos por el mundo
en posición erguida, pero con esos ojos
crueles e inyectados en sangre y esas fauces
repletas de cuchillos con que los lobos viajan
por el bosque del caos, paidófilos y arteros.
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En nuestro más añejo depósito de mitos


vive, junto al vampiro, el peludo hombre lobo.
De la misma manera que Hyde domina a Jekyll,
la bestia que se agita en las oscuridades
de nuestro yo termina por imponerse al ángel
que fuimos no sé cuándo (o no lo fuimos nunca),
y, aunque nos disfracemos de tiernos corderillos
o de dulces abuelas por puro pasatiempo,
somos, allá en el fondo, lobos depredadores
que aúllan a la Luna en la terrible noche
de la razón, allí donde habitan los monstruos
y tienen su refugio las negras pesadillas.
Hobbes lo tuvo muy claro, y uno, que es un fanático
del cine de licántropos, lo ratifica ahora:
homo homini lupus.

Theatrum mundo

El gran teatro del mundo, Calderón de la Barca

Pues soy tu Autor, y tú mi hechura eres,


hoy de un concepto mío
la ejecución a tus aplausos fío:
una fiesta hacer quiero
a mí mismo poder, si considero
que sólo a ostentación de mi grandeza
fiestas hará la gran naturaleza;
y como siempre ha sido
lo que más ha alegrado y divertido
la representación bien aplaudida,
y es representación la humana,
una comedia sea
la que hoy el cielo en tu teatro vea;
si soy autor y si la fiesta es mía,
por fuerza la de hacer mi compañía;
y pues yo escogí de los primeros,
los hombres, y ellos son mis compañeros,
ellos en el teatro
del mundo, que contiene partes cuatro,
con estilo oportuno,
han de representar. Yo a cada uno
el papel le daré que le convenga.

[…]
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«No volveré a ser joven», Jaime Gil de Biedma

Que la vida iba en serio


uno lo empieza a comprender más tarde-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
Dejar huella quería
marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.
Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.

Ubi sunt?

«Coplas por la muerte de su padre», Jorge Manrique

¿Qué se hizo el rey don Juan?


Los infantes de Aragón
¿qué se hicieron?
¿Qué fue de tanto galán,
qué fue de tanta invención
como trajeron?
Las justas y los torneos,
paramentos, bordaduras,
paramentos,
y cimeras,
¿fueron sino devaneos?
¿Qué fueron sino verduras
de las eras?

XVII

¿Qué se hicieron las damas,


sus tocados, sus vestidos,
sus olores?
¿Qué se hicieron las llamas
de los fuegos encendidos
de amadores?
¿Qué se hizo aquel trovar,
las músicas acordadas
que tañían?
¿Qué se hizo aquel danzar,
aquellas ropas chapadas
que traían?
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«Coplas a la muerte de su colega», Luis García Montero

1
Recuerda, si se te olvida,
que este mundo es poca cosa,
casi nada,
que venimos a la vida
con la sombra de una losa
no pagada.
Los días como conejos
nos llevan en ventolera
al infierno,
su curso nos hace viejos
trocando la primavera
en invierno.

2
El criador, con grande enojo,
cuando en la vida nos mete
y nos suelta,
para no quitarnos ojo
nos manda como un billete
de ida y vuelta.
Nacemos al desayuno,
comemos según vivimos
y cenamos
cuando parece oportuno,
por eso mientras dormimos
descansamos.

3
Nuestras vidas son los sobres
que nos dan por trabajar,
que es el morir;
allí van todos los pobres
para dejarse explotar
y plusvalir;
allí los grandes caudales
nos engañan con halagos
y los chicos,
que explotando son iguales
las suspensiones de pagos
y los ricos.

4
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Mas porque pase la vida


sin que podamos sacarla
de este pozo,
no la demos por perdida,
que es posible rescatarla
con el gozo.
Pues decidme, la hermosura
de esos dos labios tan bellos
y empapados,
cuando pierdan su ternura
¿qué se podrá hacer con ellos
disecados?

5
¿Qué hace ahora pendulero
tan vacío y contrahecho,
sin color,
aquel órgano certero
que se puso tan derecho
en el amor?
¿Qué se hizo Marilyn?
Aquellos Beatles de antaño,
¿qué se hicieron?
¿Qué fue de tanto sinfín
de galanes que en un año
nos vendieron?

6
Y los tunos, los toreros,
las cantantes de revista
en el olvido;
las folklóricas primero,
el marqués y la corista
¿dónde han ido?
¿Dónde están los generales,
sus medallas y su espada
sin conciencia,
sino esperando mortales
a que les sea dictada
su sentencia?

7
Y el ritmo de los roqueros,
los canutos y la risa
del pasota,
los chorizos tironeros
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que han vivido tan deprisa


y el drogota
que se inyecta mil caballos
por las venas, los colgados
y el camello,
¿dónde iremos a buscallos,
dónde son tan olvidados,
qué fue de ellos?

8
Todo pasa, es aguanieve
que se deshace en el suelo
silenciosa,
mientras que la vida llueve
y se nos puebla de duelo
cuando acosa,
nos apremia con su mano
y con sus ojos nos niega
torpemente,
el corazón de un hermano,
la presencia de un colega
diferente.

9
Recuerdo que atardecía,
recuerdo que vi su coche
detenerse,
recuerdo la compañía
de sus ojos en la noche,
sin saberse
tras la boca de un gatillo
que esperaba tembloroso
y asesino,
meterse por un pasillo
de aquel corazón dudoso
y su destino.

10
Y recuerdo la culebra
de la vida, fría, inerte
por su cara,
empapado de ginebra,
esperando que la muerte
lo besara.
Se lo llevó con desgana
la canción de una ambulancia
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malherida,
las grúas de la mañana
recogieron su arrogancia,
ya sin vida.

11
Camarada de su gente,
¡qué pantera en el coraje
por nosotros!
¡Qué canalla adolescente!
¡Qué enemigo tan salvaje
con los otros!
Y para el valor, ¡qué fiero!
¡Qué destreza de alimañas!
¡Qué razón!
Para el amor marinero,
gobernando en sus pestañas
la pasión.

12
No dejó ningún tesoro,
dos jeringas en el suelo
sin sentido,
su navaja en deterioro,
su gabán de terciopelo
descosido.
Pero estuvo en la ciudad
y acaudilló los suburbios
con la suerte,
y habló de la libertad
hasta ver los ojos turbios
de la muerte

13
Y porque fue capitán
de camadas y patrullas
sin juicio,
porque ya no nacerán
dos manos como las suyas
para el vicio,
porque jamás nos vendió
y mordimos el anzuelo
de su historia,
aunque la vida perdió
dejónos harto consuelo
su memoria.
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Tempus fugit

«¡Ah de la vida!», Francisco de Quevedo

«¡Ah de la vida!» … ¿Nadie me responde?


¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
las Horas mi locura las esconde.

¡Que sin poder saber cómo ni a dónde


la salud y la edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.

Ayer se fue; mañana no ha llegado;


hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, y un será, y un es cansado.

En el hoy y mañana y ayer, junto


pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.

Captatio benevolentiae

«Prospecto de la Autora», en La dama misterio, capitán marino de María Laborda


Cuando me propuse dilatar con la pluma una parte de las muchas ideas que animan mi
corazón se aparecieron a mi mente dos formidables monstruos que con semblante
aterrador intentaron confundirme. Eran la sátira y el desprecio, mas yo les dije con serena
frente: no temo vuestros golpes, que darán en vago. ¿A quién se dirigen? ¿A una débil
mujer, confundida en el profundo abismo de la obscuridad, que no compone el más leve
átomo del globo literario? Yo no escribo por vanidad, sigo los impulsos del eterno ser que
le plugo formar mi alma, un ente racional adornado del admirable don de la palabra, por
cuyo medio disfruta y comunica los placeres que hacen amable la existencia. Yo cumplo
su voluntad practicando tan singular prerrogativa. ¿Podré temer vuestros furores cuando
me mueve tan soberana causa?
En efecto, tal fue el pensamiento que me movió a componer mi drama cómico bajo el
título de La dama misterio, capitán marino. Como el Alma produce las ideas sin
distinción de sexos, nos presentan las historias algunas mujeres que han competido en
ingenio y valor con los hombres más memorables. Pero el Supremo Hacedor que las
destinó, principalmente, al grande objeto de propagar la especie humana, dispuso,
sabiamente, que la naturaleza las embelesara con el encanto que las ocasiona el fruto de
su fecundidad y, sumergida en el gusto de sus inocentes caricias, dejan al hombre el
cuidado de cultivar su talento para desplegarle después, enforsificar la cadena de la
sociedad. Mi heroína, Rebeca Westfield, fue grande y singular en acciones varoniles sin
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dejar de llenar los deberes que la impuso su débil sexo. Ella fue débil, por demasiado
confiada, pero su gran valor vindicó su honor perdido, protegida de la suerte y amparada
de la prudencia, llegó a colocarse en el alto templo de la fama. He procurado pintarla con
los coloridos propios de su carácter que hace tanto honor al bello sexo. Tal vez habré
bosquejado un retrato sin original, pero me lisonjeo que no faltaran semejanza en muchos
de sus rasgos. Con los demás personajes, expreso sus pasiones sin faltar al decoro de su
clase: el joven Evaristo parecerá demasiado débil y condescendiente a primera vista, pero
examinada su situación cómica se conocerá que su condescendencia es efecto preciso de
las circunstancias y estas no parecerán tan violentas si se atiende a que los
acontecimientos de muchos meses, y aún años, tiene que reducirse al corto periodo de un
día. La interesante Teodora se retrata ella misma: su alma virtuosa la presta el mejor brillo
y debo decir, en honor de mis compatriotas, que, entre nuestras jóvenes señoritas, conozco
muchas que pueden ser copia de tan bello original.
Me parece necesario advertir que este mi primer ensayo solo es una mera distracción de
mis penosas tareas. Mi ocupación, estado y fortuna no me permiten perfeccionarle con
mis cortos conocimientos. No he tenido en él más objeto que adormecer la memoria de
mis pasadas desgracias y minorar las presentes, manifestando al mismo tiempo que las
damas españolas entre las gracias de Venus saben tributar holocaustos a Minerva. Dichosa
yo, si logro que, estimuladas de mi ejemplo, abandonen una de las muchas horas que
pierden sin fruto y traten de emplearla en corregir mi obra con otras más dignas de
atención. ¡Cuánto sería mi placer si llegase a verlas tan amantes de la Literatura, como
son de las modas extranjeras!
Carpe diem
«Soneto CLXVI», Luis de Góngora
Mientras por competir con tu cabello
oro bruñido al sol relumbra en vano,
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente al lilio bello;
mientras a cada labio, por cogello,
siguen más ojos que al clavel temprano,
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello,
goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,
no sólo en plata o vïola troncada
se vuelva, más tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.
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Collige, virgo, rosas


«Soneto XXIII», Garcilaso de la Vega
En tanto que de rosa y azucena
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
enciende al corazón y lo refrena;

y en tanto que el cabello, que en la vena


del oro se escogió, con vuelo presto,
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena;

coged de vuestra alegre primavera


el dulce fruto, antes que el tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre.

Marchitará la rosa el viento helado,


todo lo mudará la edad ligera,
por no hacer mudanza en su costumbre.

«Collige, virgo, rosas», Luis Alberto de Cuenca

Niña, arranca las rosas, no esperes a mañana.


Córtalas a destajo, desaforadamente,
sin pararte a pensar si son malas o buenas.
Que no quede ni una. Púlete los rosales
que encuentres a tu paso y deja las espinas
para tus compañeras de colegio. Disfruta
de la luz y del oro mientras puedas y rinde
tu belleza a ese dios rechoncho y melancólico
que va por los jardines instilando veneno.
Goza labios y lengua, machácate de gusto
con quien se deje y no permitas que el otoño
te pille con la piel reseca y sin un hombre
(por lo menos) comiéndote las hechuras del alma.
Y que la negra muerte te quite lo bailado.

Descriptio puellae

«Soneto de la belleza de su amada», Lope de Vega

No queda más lustroso y cristalino


por altas sierras el arroyo helado
ni está más negro el ébano labrado
ni más azul la flor del verde lino;
más rubio el oro que de Oriente vino
ni más puro, lascivo y regalado
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espira olor el ámbar estimado


ni está en la concha el carmesi más fino,
que frente, cejas, ojos y cabellos
aliento y boca de mi ninfa bella,
angélica figura en vista humana;
que puesto que ella se parece a ellos
vivos están alli, muertos sin ella,
cristal, ébano, lino, oro, ámbar, grana.

Memento moris

«De la brevedad engañosa de la vida», Luis de Góngora

Menos solicitó veloz saeta


destinada señal que mordió aguda;
agonal carro por la arena muda
no coronó con más silencio meta

que presurosa corre, que secreta


a su fin nuestra edad. A quien lo duda,
fiera que sea de razón desnuda,
cada Sol repetido es un cometa.

¿Confiésalo Cartago y tú lo ignoras?


Peligro corres, Licio, si porfías
en seguir sombras y abrazar engaños

Mal te perdonarán a ti los las horas,


las horas que limando están los días,
los días que royendo están los años.

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